Catálogo exposición fotográfica "A dos pasos"

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“A dos pasos” MARCO RODRíGUEZ-PIñERO E X P O S I C I Ó N F O T O G R Á F I C A

Transcript of Catálogo exposición fotográfica "A dos pasos"

“A dos pasos”Marco rodríguez-Piñero

e X P o S i c i Ó N F o T o g r Á F i c a

“A dos pasos”Marco rodríguez-Piñero

e X P o S i c i Ó N F o T o g r Á F i c a

Del 3 al 23 de octubre de 2016

SALAS PROVINCIALES DE EXPOSICIONES / PALACIO PROVINCIAL

HORARIO: DE LUNES A VIERNES / DE 19.00 A 21.00 HORAS

“A dos pasos”Marco rodríguez-Piñero

e X P o S i c i Ó N F o T o g r Á F i c a

exposiciónSalas Provinciales de Exposiciones Palacio ProvincialC/ Joaquín Tenorio, s/n. Jaén

TextosPaco AgüeraJuan M. Molina DamianiPedro A. Galera Andreu

catálogoEdita:Diputación Provincial de JaénInstituto de Estudios Giennenses

© Del autor: Marco Rodríguez-Piñero© De la presente edición: Diputación Provincial de Jaén

Instituto de Estudios Giennenses

Depósito Legal: J. 432 - 2016

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Convenir con Sócrates, Yo no tengo que ver con los árboles en el campo, yo sólo tengo que ver con los hombres en la ciudad, deviene en tarea ardua para los tiempos con que, incomprensiblemente, transigimos si la forma de gobierno vigente se reputa democrática. Tanto han trastrocado –ellos, el 1%, los que poseen más del 90%, los antigobernanza– la situación de la aldea global, los anhelos personales, sociales y políticos que el pasmo y el espanto nos dejan en suspenso. Es inexcusable buscar la luz de la razón, cultivar la emoción, la ternura y el deleite, la risa liberadora para hacer frente a tanto sarcasmo cínico, malvado, planificado; para conjurar el amedren-tamiento y la aprensión.

Abundan en la historia los francotiradores que han hallado la manera de sacudirse las cazcarrias de la exis-tencia muelle y pertrecharse de los arreos necesarios para sobrevivir, para dar la vuelta a todo, incluso al apotegma socrático, para volver al mundo de la fantasía –la imagi-nación en cuanto inventa, produce o crea– y el gozo repa-rador. La herramienta de Marco, francotirador emotivo, desprovisto de la coraza de dogmas o consignas, es la

Paco agüera

El fluido de los instantes

cámara fotográfica. Con ella ha recorrido, palmo a palmo, lo recóndito y reservado a quienes tienen la capacidad de captarlo. Apostado, agazapado, resbalando por laderas, transitando por caminos y veredas ha aguardado la epifanía de una flor, el estallido de la tormenta, la eclo-sión de la naturaleza, el flujo del agua en los remansos, saltos y meandros de los ríos, los fangos de las riberas, el letargo de las charcas... para captar el esplendor natural –que se produce por solas las fuerzas de la naturaleza– que obran la luz y el decurso del tiempo. Lo he acompañado en ocasiones, conduce lentamente, de repente, como si fuera un ojeador, frena, –perdona un momento, dice–, coge la cámara y, en silencio, se dirige hacia el destello que le ha deslumbrado y enardecido. Deambula feliz por los parajes, se siente cómodo y los animales se le acercan, dan muestras de alegría, él los acaricia y les habla. Es un paseo reconfortante, una cura de salud, de amansamiento del espíritu, dosis regeneradora frente al estruendo del mundo, hálito para respirar que Marco necesita y que el medio natural le ofrece en abundancia. Agradezco que salga a ese mundo para contemplar, disfrutar y copiar del modelo vivo: con verdad, sin arti-ficio, mezcla ni composición alguna. Agradezco que lo

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muestre como evocación solaz a ver si viéndonoslas con los árboles en el campo, con la vida y los ritmos del campo, somos capaces de razonar con las gentes en la ciudad. Colijo que la encomienda devenga inalcanzable pues la deriva irrefutable del «sentido común» –cantinela tautológica, huera ya, de los empleados del IBEX, que no gobernantes, teócratas recalcitrantes, «como Dios manda»– que manifiestan los tiempos, incita con más ímpetu a cultivar el gesto de la escapada, la huida a la soledad y al silencio, a campo raso, a observar la belleza, la gracia y el primor de la vida que nos rodean, aquí al lado, y nutrir el espíritu.

En anteriores exposiciones ha dejado pruebas y cons-tancia de lugares, entornos y edificaciones diversas, dignas de admiración y conservación, que han sido vilmente destruidas con impunidad; abandonadas o dejadas caer, alevosamente, para construir la «model-nidad y el pogreso». Ahora, años después, quienes permanecieron en silencio o a verlas venir, le piden fotos para recuperar, para salvar... ¿qué y a qué precio? ¡Váyanse a...!

Vive aquí para testimoniar que la ruindad y la miseria, tan al lado, de frente y detrás, no forman parte de su vade-mécum urbano y vital, aunque lo tilden de «no es de los nuestros» –grito estremecedor y excluyente, consigna de regresión a la barbarie–, por no participar en mojigangas, migas populares o procesiones de las «Adoratrices de lo ibérico»; los «Siervos de la amargura»; los «Esclavos de las habas fritas»; los «Devotos del Cerrete de los lirios»; los «Amantes lubricados de las fuerzas asmadas»; las «Postu-lantas y votantas del viático en diferido». Por no arrogarse la indignidad de hablar en nombre de los demás: «Todos somos la policía de Valencia» (sic) –escrito frente a las cocheras del Ayuntamiento–, «Todos somos Jaén». Por no participar de la mengua y mutilación que suponen

el falso dilema del que habló Max Aub, que tan frecuen-temente nos plantean los apóstoles de lo políticamente correcto o, más bien, política de correccional que ansían implantar: «¿dónde estás y con quién estás?». Si falta la libertad, la seguridad de la pertenencia al clan o capilla son «practicadas» como esclavitud o prisión. Más aún, padecer durante mucho tiempo sin respiro alguno y sin haber tenido experiencia alguna de un modo alternativo de existencia, esa reclusión –encerramiento personal o local– acaba reprimiendo el deseo de libertad y la habi-lidad para practicarla, y la prisión deja de ser vivida como algo opresivo para convertirse en el único hábitat que la persona, amilanada, siente como natural y habitable: «Jaén, capital del Paraíso», «Jaén, ciudad habitable» y similares. En el viaje de Ulises, los navegantes, transfor-mados en cerdos por el hechizo maligno de Circe, renun-cian a recuperar su forma humana cuando se les da la oportunidad: cómodamente descargados de toda preo-cupación, gracias a la comida que reciben, regularmente y sin condiciones, y al refugio (mugriento y maloliente, pero gratuito) que les proporciona la pocilga, no están dispuestos a probar una alternativa que es más emocio-nante, sí, pero también más inestable y arriesgada. «¿Dónde vamos a ir que estemos mejor que aquí?», te espetan.

Sumergidos, perdidos en este mundo pero decididos a seguir haciéndonos en él, nos queda encontrar un espacio que haga posible mitigar, compensar lo buscado y no hallado, las presencias perdidas, las realidades anhe-ladas... las pasiones enardecedoras. Si fuera de los muros de Atenas, un daimon (un duende caprichoso, un dios miserable), había henchido de bienes o unos pocos y había perdido de vista a la mayoría, –como hoy– la trans-formación democrática en la polis logró variar su conte-nido, (en su origen ser feliz, ser eudaimon significaba

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tener más), ya no será así sino ser más, un concepto ético y una reflexión sobre el bien personal en el espacio de los bienes colectivos. Marco, la eudaimonía, la felicidad trabajada, lograda que expones ahora: abierta en el aire, ya es de todos los hombres. Es hoy, como tantas veces, una forma de liberación intelectual ante las amenazas del presente y la angustiosa inseguridad de futuro.

¡Gracias, Marco por revelar parte de tu obra! Consta-tamos, día a día, que los «nuevos emprendedores» –la emprenden con todo–, con la connivencia de los ¿gober-

nantes o mandados?, colocan más puertas al campo, más chiringuitos y tenderetes en plazas y calles y que cuesta transitar, mas persiste –sé que lo harás, lo nece-sitas, lo necesitamos– y muéstranos la vida, el color y la luz que emanan del prodigioso fluido de los instantes.

Para esta reflexión me han ayudado textos de Emilio Lledó: «Elogio de la infelicidad»; Zygmunt Bauman: «Vida Líquida»; y Rafael Sánchez Ferlosio: «Sobre la Guerra».

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Conocí a Marco Rodríguez-Piñero a mediados de los setenta, seguramente poco antes o después de la muerte del General Franco. De la generación anterior a la mía, si es que queremos operar con las cuadrículas de Marías perfiladas por Ortega –Marco nació en 1945, en Madrid–, el Jaén de aquella otra transición nos fue reuniendo a gentes inconformes de distintas edades alrededor de un punto de encuentro: una «Zona», la primera, radicada al final del Paseo de la Estación, cerca del Cuartel de la Policía Armada, adonde se localizaban el salón de «Recreativos Moisés» y el «Bar León», dos enclaves a los que Rodríguez-Piñero llegaba en moto para echarse un billar al vuelo, cuarenta duros por encima, dolerse porque la ruptura no iba a ser posible y tomarse unos indios oyendo en la gramola a Joe Cocker. Tipo singular, pijo sin punto alguno reaccionario, mi mirada adolescente de entonces siempre se lo imaginó como un extranjero al margen de aquellos jaenes de paso y servidumbre, vigilados y adictos a la soledad clandestina. Muchos años después, ya entrados los noventa, sería cuando nos empezásemos a frecuentar:

Marco Rodríguez-Piñero hacía crítica de teatro y escribía artículos de opinión en la prensa, dirigía programas de cultura en la radio y la televisión locales y preparaba exposiciones de fotografías, una afición que su padrino le había despertado siendo un chaval, en Madrid, a finales de la década de los cincuenta, regalándole su primera máquina de fotos e iniciándolo en el cuarto oscuro de su estudio. Desencantado ante el rumbo que había tomado la España felipista, su dandysmo comprometido de los años de aquella fallida transición se había escorado hacia la bohemia, huyendo así del oficialismo local, adonde las movidas culturales posfranquistas ya habían encontrado definitivamente su curso y su vacío. Si el frío ya estaba abriendo brechas en los muros porque los brazos de las lumbres sacudían con sus láminas la felicidad artifi-cial de todos los límites, Marco siempre se supo, por su parte, otro autor anónimo de una obra personal, la suya mismamente, en cuyo imaginario nunca fue la fotografía –como demostraría asimismo su labor al frente de la galería «Fotosíntesis» durante sus cuatro años de funcio-namiento (2000-2004)– esa criada fervorosa de la ciencia o del arte.

Juan M. Molina damiani

Belleza de la desolación

«La vida es la montaña que se traga a las personas».

Guillermo Fernández rojano

«En colores sonoros suspendidos / oyen los ojos, miran los oídos».

Francisco lópez de zárate

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Como bien documenta esta exposición antológica pero monográfica acerca de los lugares que tenemos a dos pasos de Jaén –con instantáneas fechadas entre 1982 y 2015–, si la aristocracia de dandy de Rodríguez-Piñero siempre lo mantuvo distante del rancio neocostum-brismo jaenero, del cutre clima de la ciudad mientras se precocinaban los fastos del ’92 para consumo de las masas, sus afinidades con la iconoclasia de la bohemia local lo irían empujando poco a poco, cansado de tanta tertulia sin farra, hasta la belleza callada de nuestros entornos más cercanos, allí donde nuestra orfandad ciudadana se hace del todo manifiesta a la vista de un paisaje natural cuyo primitivismo nos pone a salvo de esa madrastra histórica que es el Jaén de toda la vida –en su día ya apuntó algo al respecto Paco Agüera [2002]. Con todo, nada de pastoral bucólica, de escapismo adánico, encierra esta antológica de Rodríguez-Piñero: pese a la carga de diletantismo que encierra de ordinario la foto-grafía, las piezas reunidas por esta muestra parten de la dialéctica de que si la tierra es creación, materia y carne, naturaleza en movimiento, el paisaje es producto, forma e ideología, osamenta de la quietud humana a través de la historia. En consecuencia, creo, mientras las tierras de esta exposición, naturaleza a la intemperie, nos desdi-bujan las fronteras del espacio, sus paisajes reconstruyen al abrigo de la historia los límites del tiempo. Consciente de las tensiones entre vida en curso y mundo contem-plado, no se piense que Marco Rodríguez-Piñero huye al exterior de su ciudad o se exilia en la interioridad de sus afueras para reencontrarse así con el mundo ideal de su vida deseada. Muy al contrario: a través de estas fotografías su autor nos participa paradójicamente una imagen extrema de esta tierra desde la visión íntima de sus paisajes: nos hace así sentir lo real objetivo de la vida mirando subjetivamente la realidad de nuestro mundo. Sí: la cámara de Marco Rodríguez Piñero, de «vocación

pictórica» según el profesor Galera Andreu [2012], nos enseña el animal de piedra, las cenizas de la lumbre, los aires suspensos y el rumor de las aguas que habitan nues-tras afueras, siempre al tanto su visor de esos instantes a salvo del paso del tiempo donde la quietud de la tierra se erige como paisaje en movimiento porque una historia olvidada acaba involuntariamente revelándose como memoria de un sueño de la naturaleza detenido en su territorio geológico.

En efecto: atienden estas fotografías de Marco Rodrí-guez-Piñero las tierras y los paisajes de Jaén de manera tan extrema e íntima que nos dejan oír sus aguas correr, paladear las siembras de nuestros campos, tentar sus aires, oler sus colores a la sombra de sus luces: mirar, en suma, aquello que apenas se ve pero todos hemos sentido a tiro de piedra de Jaén. Sí: abandónense, por favor, a la pasividad animista de estas instantáneas que activan nuestro espíritu: comprobarán que son imágenes que, purificándolos, iluminan nuestros sentidos: le toman el pulso a la vida en nuestra tierra, procuran visiones del mundo desde el paisaje de aquí. Podrán ver entonces, sí, fíjense, en nuestras piedras lunares, sombras impresas de grajos que pasaban, sus alas desmayándose, ese malva de nube que los persigue a todas horas un momento. O el verde ante el que toda bestia es sometida por la quema-dura del aire, lengua de agua entonces, ya estanque de erraj, pedregal, rambla seca, esta calima. O la anatomía vencida de la luz cuando el tiempo se demora porque el espacio se ensancha, paralizado el eco de sus sombras, música numérica, simultánea, pisándose los talones a sí misma: instante eterno que consuma infinidad de fugas simultáneas sin arrasar aún por la pobreza. Por lo dicho hasta aquí, está claro que esta exposición de Marco Rodríguez-Piñero participa más sentimientos que ideas. Así ocurrió también, si no recuerdo mal, cuando estuvo

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atento junto a Paco Agüera, entonces como fotógrafo documental, como periodista canalla que ejerciese su derecho a manifestar libremente su insatisfacción ante el raquitismo de la conciencia ciudadana de Jaén, a las patéticas imágenes que nuestra ciudad ofrecía de sí misma a comienzos de este siglo. Artista ambicioso pero jamás movido por la codicia historiográfica, sépase, por último, que es tan exigente la dedicación de Marco Rodrí-guez-Piñero a cualquiera de los momentos del proceso creativo de su obra que los acabados de sus fotografías parecen los de un virtuoso, por más que solo sean fruto de su vitalidad expresiva, temperamento que su yo social contiene en ocasiones tras una máscara de poeta deca-dente a quien le hubiese abandonado la escritura –ahí están, por ejemplo, sus cosmopolitas reportajes para agencias de moda femenina o sus diarias asomadas por los pagos de las cercanías de Jaén al encuentro de la memoria involuntaria de la razón histórica de nuestro atraso, de una visión de nuestra tierra que se conforme como una bellísima imagen de la desolación olvidada de su naturaleza.

Referencias bibliográficas

aGüera, Paco [2002]: «Primum vivere, deinde...?» en Marco Rodríguez-Piñero: [Catálogo de Exposición de] Fotografías, Jaén, Caja General de Ahorros de Granada, 2002, díptico.

Galera andreu, Pedro a. [1999]: «Ha pasado...» en Marco Rodrí-guez-Piñero: El mirar diluido. [Catálogo de Exposición de Fotografías], Jaén, Fundación Cruzcampo / Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía / Real Sociedad Econó-mica de Amigos del País, 1999, pp. 2-3, sin título.

–, [2012]: «Delta del Ebro» en Marco Rodríguez-Piñero: Deltebre [Catálogo de Exposición de Fotografías], San Sebas-tián, Sociedad Fotográfica de Guipuzkoa, 2012, díptico.

molina damiani, J.[uan] M.[anuel] [2001]: «Libertad de insa-tisfacción» en Paco Agüera y Marco Rodríguez-Piñero: Jaén, 52-54: ¡Hacia la inmortalidad! [Programa de mano del] Diaporama, Jaén, Asociaciones de Vecinos «Arco del Consuelo» y «Loma del Royo» / Ayuntamiento, desple-gable.

salas, Paco [2004]: «Fotosíntesis» en Diario Jaén 3-VI-204, Jaén, p. 15.

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Desde la implantación de la cultura de la llamada Edad Moderna, allá por entre los siglos XV y XVI, el paisaje como imagen no ha dejado de arrebatarnos, primero a los artistas y luego al común de los mortales. Al prin-cipio, sirviendo de fondo a un primer plano de figuras, aunque no por eso con carácter subsidiario; muy al contrario, con una carga poética, simbólica y sobre todo de experimentación técnica, fiel exponente de una nueva forma de mirar, la que correspondía a ese nuevo periodo histórico del que somos descendientes. Después, a partir de los siglos del Barroco, el paisaje como forma plástica comenzó su andadura en solitario, son los «países», denominación que se le dio a todo un género de la pintura protagonizado en exclusiva por la naturaleza, que empezaban a poblar las colecciones de los entendidos y refinados de aquella sociedad y que de manera simultánea impregnaba las páginas de la litera-tura ¿Habrá más belleza y poder evocativo del paisaje de la Mancha, que en Don Quijote...?

Pero todavía tendría que venir el Romanticismo para acabar de ensalzar al paisaje a través de la fusión

emocional del sujeto que mira, con el objeto de una naturaleza poderosa e inabarcable que nos sobrecoge en su grandeza. Y actualizo porque somos hijos directos de esa matriz cultural y estética, con todo el respeto y admiración hacia aquellos otros ancestros: Leonardo, Cervantes, Velázquez, Rembrant, Poussin, Claudio de Lorena,Salvator Rosa, Magnasco... El siglo XIX tuvo mucho que ver con una forma de mirar acotada, despreocupada por abstractas visiones generalistas y por el contrario interesada en «fijar» una realidad necesariamente frag-mentada. La fotografía fue un hallazgo fundamental, una hermosa herramienta que vino en apoyo de ese concepto pictórico.

Marco Rodríguez-Piñero me parece, en pocas palabras, un romántico moderno, permítaseme la redundancia. Incómodo con la realidad que nos toca vivir, su desaso-siego lo empuja a manifestarse en diversos frentes crea-tivos de los cuales la fotografía quizá sea su preferido, junto a la escritura. Amante, por casi encima de todo, de la Naturaleza, la fidelidad de la que le hace gala a diario nos admira y nos contagia en sus constantes paseos, «revisitados» una y otra vez, por el ingenuo –en el más

Pedro a. galera andreu

El paisaje liberador

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puro y literal sentido del término– entusiasmo con que asiste a nuevos descubrimientos en la cercana realidad paisajística de Jaén. Voy a decirlo sin ambages, ama a Jaén por la riqueza y variedad de sus paisajes en la misma medida que puede denostar a la ciudad, salvo a algunos de sus monumentos y de cierto paisanaje.

Jaén es una provincia, que más allá de sus ordenados campos de olivar, monótonos, aunque no por ello exentos de la conmovedora belleza que implica el esfuerzo humano que los sostienen, ofrece otros paisajes en los que se trenzan lo agreste y lo cultivado con infi-nidad de matices de color, según también la época del año. Son estos a los que Marco dirige su mirada de modo preferente. Campiñas doradas por la mieses antes de ser segadas, bordeadas por el lujurioso verde de la fuerza primaveral; los densos ocres de tierras que transpiran

fecundidad; la ilusión selvática de la desordenada orilla de un río o riachuelo y los caprichos reflectantes del agua; la oscura profundidad de las montañas o la sinfonía de los tonos decadentes del otoño, adquieren ese efecto pictórico revelador de la vocación plástica, inseparable de la poética, que anima al artista. Sin que, por otra parte, como corresponde a la condición fotográfica, nos haga patente la existencia de esa otra realidad paisajística dife-rente de los olivares.

Este doble juego de un Jaén que no «parece» Jaén, en virtud del ojo que mira a través de la cámara, cumple como toda buena obra de arte la función de imagen reve-ladora, como una aparición, de una realidad tangible desa-percibida por lo general para la mayoría y liberadora a su vez para el autor, que nos lanza desde su particular prisma con la esperanza siempre de tocar nuestra sensibilidad.

obras expuestas

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ACABÓSE DE IMPRIMIR EL PRESENTE CATÁLOGO

“A DOS PASOS”, DE MARCO RODRÍGUEZ-PIÑERO,

EL DÍA 30 DE SEPTIEMBRE DE 2016

EN LA CIUDAD

DE JAÉN