Castro Oscar El Callejón de Los Gansos

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Oscar Castro: El Callejón de los gansos Datos biográficos Callejón de los Gansos lo llamaron, y nadie sabe todavía por qué. Será porque resulta una gansada aventurarse por él. O por el desgano de sus curvas, de sus árboles y hasta de sus piedras. Parte desde el pueblucho, flanqueado por dos tapias de adobes, que, al nacer, tuvieron miedo de separarse mucho. Cuando estas paredes han caminado un par de cuadras, pierden categoría y tejas. Pierden también un poco de dignidad y hacen curvas de borracho. Más adelante desaparecen, y dos corridas de zarzamora continúan el viaje interrumpido. La zarzamora se aburre, se adelgaza, ralea lamentablemente, hasta enredar una que otra guía en los alambres de púa que siguen. Aquí para el callejón empieza una vía crusis terrible. Logra conservar su nombre por milagro, equivocación u olvido. Primero es una acequia que se desborda, formando barrizales pavorosos.

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Literatura chilena del siglo XXOscar Castrocuento. el callejón de los gansos

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Oscar Castro: El Callejn de los gansos

Oscar Castro: El Callejn de los gansosDatos biogrficos

Callejn de los Gansos lo llamaron, y nadie sabe todava por qu. Ser porque resulta una gansada aventurarse por l. O por el desgano de sus curvas, de sus rboles y hasta de sus piedras. Parte desde el pueblucho, flanqueado por dos tapias de adobes, que, al nacer, tuvieron miedo de separarse mucho. Cuando estas paredes han caminado un par de cuadras, pierden categora y tejas. Pierden tambin un poco de dignidad y hacen curvas de borracho. Ms adelante desaparecen, y dos corridas de zarzamora continan el viaje interrumpido. La zarzamora se aburre, se adelgaza, ralea lamentablemente, hasta enredar una que otra gua en los alambres de pa que siguen. Aqu para el callejn empieza una va crusis terrible. Logra conservar su nombre por milagro, equivocacin u olvido. Primero es una acequia que se desborda, formando barrizales pavorosos. En seguida, unos chanchos que se encargan de explorar el lodo, no dejando piedra por remover. Feliz de haber distanciado aquella inmundicia, el callejn se detiene a la sombra de unos sauces, antes de internarse con decisin en un estero. Sale inconocible al otro lado y titubea un rato, sin saber cul es su rumbo. Lo descubre por fin, y curiosea por entre un montn de casas que se apartan desganadas para darle paso. El callejn abre, sin premura, el ojo nocturno de una noria, y ve que se halla en el fundo Los Litres. As como antes hubo de soportar las vejaciones de los cerdos, ahora vuelve a ensuciarse con los insultos que cambian, de lado a lado, dos comadres. Aquello es tan soez, que el pobre callejn enrojece en unos pedazos de ladrillos con que le han rellenado un bache. Sin embargo, como es curioso, se detiene unos trancos ms all, y escucha.Lo que debay de hacer es echate la boca al seno y encerrarte en tu casa pa no asustar con tu cara'e lechuza a la gente honr. Eso'e gente honr no la habs de decir por vos, seguramente, que echay a l'olla las gallinas ajenas. ---Ni por tu hija creo que tampoco porqu'esa, psh!... Deslengu! Qu le tens que sacar a la Vitoria? Habay de fijarte primero en la cra tuya, esa lindura'e Jos Manuel, que trabaja tres das y toma otros tres en la semana. Y te pe por si acaso dinero a vos pa dase gusto? O tiene que tomarte parecer pa gastar lo qu'es preto'e su trabajo? Tras las ventanas de las casas prximas, disimulndose lo mejor que pueden, hay catorce o diecisis orejas que disfrutan con placer de aquella audicin gratuita. En apariencia, las contendoras son slo dos; pero en realidad cada una tiene fervorosas partidarias. Es una lucha de derecha contra izquierda. Las vecinas del lado de Domitila Lucero simpatizan con Juana Carrillo, y viceversa. Debe ser porque los patios estn abiertos por detrs, y desde all se ven las bambalinas, mientras que desde el frente puede observarse slo el decorado. El callejn viene presenciando parecidas escenas desde hace unas semanas. Como sabe que es peligroso terciar en tales disputas, permanece neutral en apariencia; pero de vez en cuando se gasta sus bromas disimuladas. El otro da, por ejemplo, cuando el bombardeo palabreril amenazaba llegar a las vas de hecho solt desde un recodo, como una caja de sorpresa, el coche del patrn. Haba que ver el desconcierto de las peleadoras! Haciendo un esfuerzo sobrehumano enmudecieron. Pero sus miradas continuaron cruzndose con furor homicida. Por un minuto los ojos fueron ms elocuentes que cualquier lengua. No obstante, cuando el "jutre" les hizo una venia, ambas sacaron desde el doble fondo de su ser unas sonrisas tan beatficas que los propios serafines habran sentido envidia. Mas apenas el coche hubo pasado, ya estaban las miradas cruzando sus relmpagos y cada boca quera ser la primera en iniciar el tiroteo. No contaban, sin embargo, con la malicia solapada del callejn, que solt al mayordomo detrs del amo. Ambas mujeres miraron desoladas al nuevo intruso, y se metieron echando chispas en sus respectivas viviendas. Un gato que se estaba comiendo la color pag las consecuencias en casa de Domitila, y un pollo que picoteaba la ensalada, en la de Juana Carrillo. El callejn conoce perfectamente el por qu de aquella terrible rivalidad, pero se lo calla con obstinacin. l presenci la escena ocurrida cuando Antonio, el marido de Domitila, trajo "de un ala" a Victoria, la hija, que conversaba con Jos Manuel, retoo de Juana, bajo unos sauces del contorno. La batahola de aquellos das fue homrica. Salieron de la casa los lloros desesperados de la muchacha y las palabras rotundas de la madre. Victoria no se vio asomar a la puerta por espacio de dos das, y al cabo de ellos apareci con un ojo morado. Pero Domitila no haba concluido su obra, y aprovech la primera ocasin para vociferar destempladamente en contra de la vecina. Esta supo corresponder a la invitacin, y ah no ms comenz la cosa. Ocasiones hubo en que las espectadoras de uno y otro bando estuvieron a punto de interceder en el pleito no para darle fin, sino para increpar a la deslenguada que tena a mal traer a la respectiva favorita. El callejn. en tales casos, ha oprimido con oportunidad el botn de su caja de sorpresa. Porque el callejn tiene buenas entraas, a pesar de su aspecto repulsivo. Ahora, por ejemplo, se ha detenido para tomar el pulso a la pelea. Desde las primeras palabras le ha entrado el convencimiento de que el asunto no lleva miras de alargarse. Es que las contendoras, tras habrselo dicho todo, se repiten en forma lamentable. Por eso el callejn las abandona y contina su trayecto, escondindose tras un recodo. Va distrado por entre una sonante hilera de lamos, cuando lo cogen de sorpresa dos muchachos que cambian pedradas con entusiasmo enorme. Son dos rapaces que con sus edades sumadas no alcanzan a completar dieciocho aos. El uno mugriento, pelado a la de Dios es grande, con una chaqueta descomunal sobre unos pantalones que le vienen estrechos, tiene un montn de piedras a su lado, y las va lanzando con soltura y decisin. Pero el contendorchascn, en mangas de camisa posee dos ojos excelentes y de un salto deja sin efecto los tiros de su opositor. A su vez, amaga en forma peligrosa la posicin contraria y el otro debe darse maa para que un proyectil no le rompa la cabeza... Ey va sa, empelotao! dice el de la chaqueta disparando un pedrusco. Y ey tens la contestacin, tioso! grita el rival. Esa pa tu agela! Y esa pa tu hermano el curao! Y esa pa la Vitoria, que tiene trato con el llavero! Y...! La frase no alcanza a completarse, porque un impacto en plena frente ha dado en tierra con quien iba a pronunciarla. El "hechor" aguarda un momento, con la sorpresa asomndosele por entre la mugre de la cara. Luego, al barruntar que la cosa se pone fea, echa a correr por los potreros sin volver la cabeza, tal si una "caterv" de diablos lo persiguiera. El callejn lamenta que los hijos continen las disputas de los padres, y luego alarga una rama de sauce al herido para que ste pueda pararse. En seguida hace sonar las aguas de una acequia regadora, invitando al rapaz a que se lave la sangre. Mientras la vctima con rabia reconcentrada en su interior, procura borrar los rastros de la agresin, masculla escalofriantes amenazas, la menor de las cuales es enterrar vivo al contendor y venir a regarlo todas las maanas con leja caliente. Quisiera el callejn volverse para ver qu van a decir Juana y Domitila cuando sepan el percance; pero prefiere confiar en que el herido, por hombra, callar el origen de aquel "cototo", atribuyndolo a un golpe casual. Y prosigue su tortuosa trayectoria por en medio de dos potreros en que el trigo maduro mueve mansamente sus oleadas aurinas. Como es despreocupado, pronto se olvida de todo, dejando que lo arrullen los cascabeles de las espigas y que las chicharras lo adormezcan con el montono son de su chirrido. Cuadras y cuadras se deja ir, absorto en este sueo, hasta que un rumor de conversaciones viene a sacarlo de su letargo. Cerca de all, bajo unos nogales frondosos, varios segadores, tendidos con despreocupacin, se precaven de rayos solares que caen en lluvia enceguecedora sobre los campos. Han terminado de almorzar y charlan con desgano, esperando que la voz del capataz los llame de nuevo a la faena. En los nogales o sobre la hierba ponen las hoces un parntesis. Este parntesis separa el bochorno canicular de la frescura que bajo los rboles se disfruta. Como la espera se hace larga, los circunstantes recurren a su habitual entretenimiento para dejarla pasar. All, separados uno de otro y dndose la espalda, estn Belisario y Antonio, esposos de Domitila y Juana, respectivamente. Los segadores saben que basta apretarles un botoncito para que los dos enemigos comiencen la funcin. Y qu'es de Juan Manuel? pregunta de pronto uno de los malintencionados. Sali esta maanaresponde el padre. Pa'l Sur?interroga maliciosamente Antonio, aludiendo al rumbo que toma el hijo de su rival cuando amanece con sed. Y qu tiene que haiga ido pa'l Sur? N; que la cabra siempre agarra pa'l monte. Tambin el llavero pas pa'l Sur endenante. No lo viste? Los espectadores ren en silencio. Saben adnde va la intencin de Belisario, pues las voces que corren dan como seguro que el llavero anda detrs de Victoria, afirmando los ms atrevidos que por ah los han visto muy solitos. Entonces por ey v'a trompezar con tu hijo, que ya debe tener viaje enterao y que la'star durmiendo. Con plata d'l tendr que haber so, nu'es cierto? O con la plata que le sac del bolsillo a los otros con el naipe. Te gan algn cinco a vos? No; yo s muy bien con quin juego. Me vay a ecir que Juan Manuel es maoso?dice Belisario incorporndose. No; maoso no: habiloso... Y vos y tu mujer, las piores lenguas del jundo... Tu mujer ya tena casa cuando nosotros llegamos. Tapaera! Hablaor! La cosa habra concluido en bofetadas, de no llegar en ese instante el capataz al tranco largo de su bestia. Ya. niitos, al trabajo! En silencio van cogiendo sus hoces los hombres y se desparraman por el campo, con el alma regocijada por el incidente. Los dos enemigos, fieros, reconcentrados, continan cambiando pullas a media voz, y al cortar las primeras espigas lo hacen con fruicin, tal si rebanaran la garganta del otro. Dejars'e leseras, nios!interviene, conciliador, el capataz, interponindose entre ellos. Si las miradas tuvieran el poder de las balas, el colocarse en la lnea de fuego le habra costado la vida al amigable mediador. Consternado el callejn, de tanto odio como ha visto, prosigue por entre unos maizales para mirar la risa de las mazorcas y contagiarse con ella. Camina, camina entre una msica de hojas removidas, baado por el aroma jocundo de la tierra que entrega sus frutos. La maraa verde se espesa, se vuelve ms fresca y forma casi un toldo por encima del callejn. De pronto, una colilla de cigarro barata que humea en el suelo delata la presencia de un hombre. El callejn entreabre las espadas del maz y descubre all, tendido en una acequia sin agua, al causante de todos los disgustos que ha pasado: a Juan Manuel. Est boca abajo y hace dibujos raros en la tierra con un palito. De vez en cuando aguza el odo hacia el Norte y retorna a su entretenimiento. Con caracteres toscos y deformes ha conseguido formar una palabra sobre la tierra: Bitoria. La t se apoya lastimosamente sobre la i, cuyo punto es un hoyo profundo por el cual corre una chinita. De pronto suenan los maizales y el hombre se incorpora con rapidez. Una cancin desganada, que una clara voz de mujer viene diciendo, presta frescor al medioda. Juan Manuel sonre y escucha. La voz viene apenas a unos pasos: Te he querido con toda mi alma, eres dueo de todo mi amor... Son pa m los versos? interroga, riendo, Juan Manuel. Tonto, que me asustaste! replica la muchacha, detenindose de golpe. Tendr unos veinte aos. Es morena, fresca, de ojos profundos y caderas armnicas. En el gesto se le ve que no aguardaba el encuentro. Por eso pregunta: Y qu'stay haciendo aqu vos? Esperndote. Cmo supiste...? Oy cuando la fiera'e tu mam te dijo anoche que tenay qu'ir a las casas del jundo. Y no saliste a trabajar? Aunque me hubieran pagado en oro. Hace dos semanas que no te doy un beso. Ha avanzado unos pasos, y sin aguardar mucho, coge a la muchacha por el talle. Y estay ms rebonitadice. Y vos ms entraor... Te quiero. Y yo...? Cres que a palos van a sacarme del corazn el cario! As me gusta orte! Ambos personajes se internan lentamente por el maizal. El callejn curiosea en vano por entre las hojas. Al fin decide volverse, lleno de regocijo, para ver lo que ocurre all en casa de las mujeres. Llega en el preciso instante en que Domitila, asomada a la ventana de su casa, vocifera: Prefiero ver a mi chiquilla con la peste ante de dsela a tu borracho! Y Juana, desde el umbral de su vivienda: Y yo quisiera que a m'hijo me lo aplastara una carreta ante que vos jueray su suegra! Ocultando la risa el callejn corre hacia el trigal. All, desde diez pasos de distancia, los padres continan el tiroteo. Ante de un mes, la Vitoria'stara muerta de hambre si se casara con tu sinvergenza. No quiero pensar lo que le pasara a Juan Manuel. Por lo menos, mora de repugnancia. El callejn levanta pcaramente un remolino de tierra, y retorna al sitio en que dej a la pareja.Aguzando el odo, alcanza a escuchar entre la espesura verde: Naide podr quitarme que sea tu mujer, Juan Manuel. Y la voz del varn. Y yo mejorar la conducta pa que naide tenga que icir na de m. Y aunque no, siempre te quiero! Palomita! Mi hombre! El callejn, alegre, gil como un arroyo, sigue y sigue por el campo. Sobre un peral amarillo de frutos, estn arrullndose dos trtolas. La siesta canta como una guitarra sobre los potreros, las flores y los seres. El callejn, serpenteando grcilmente, trepa por la dulce comba de una colina. Reaparece por ltima vez en un flanco del promontorio, y se pierde all lejos, como si buscara el sitio en que la tierra y el cielo se dan un beso, borrando todas las distancias.