Carta Sobre Los Ciegos Para Uso de Los Que Ven - Diderot, Denis

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    CARTA SOBRE LOS CIEGOSPARA USO DE LOS QUE VEN

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    Denis Diderot

    CARTA SOBRE LOS CIEGOSPARA USO DE LOS QUE VEN

    Traduccin y prlogo de Silvio Mattoni

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    el cuenco de plata / el libertino erudito

    Director editorial: Edgardo Russo

    Diseo y produccin: Pablo Hernndez

    2004, El cuenco de plataMxico 474 Dto. 23 (1097) Buenos Aires, Argentina

    www.elcuencodeplata.com.ar

    REALIZADO CON EL APOYO DEL FONDO CULTURA B. A.DE LA SECRETARA DE CULTURA DEL G.C.B.A.

    Impreso en marzo de 2005

    Prohibida la reproduccin parcial o total de este libro sin la autorizacin previa del editor.

    Diderot, DenisCarta sobre los ciegospara uso de los que ven - 1 ed.Buenos Aires : El Cuenco de Plata, 2005160 pgs. - 21x12 cm. - (el libertino erudito)

    Traducido por: Silvio Mattoni

    ISBN 987-21615-8-5

    1. Ensayo I. Diego Tatin. dir. II. Russo, Edgardo, ed.III. Mattoni, Silvio, trad. VI. Ttulo

    CDD A864

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    Coleccin dirigida por Diego Tatin

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    PRLOGO

    En su curiosa Carta sobre los ciegos para uso delos que ven, Diderot le cuenta a una dama ilustra-da los ltimos avatares de un problema filosficosobre la experiencia de los sentidos. Varias pre-guntas pueden vincularse a la tradicin del pro-blema: cmo sentimos?; qu relaciones hay en-tre nuestros sentidos y las ideas que formamos?;si tuviramos ms o menos sentidos, pensara-mos de otra forma, con otras ideas?; puede unaidea ser lo contrario de una imagen?

    Sin embargo, la ficcin de la carta, su intensi-dad narrativa se imponen por largos pasajes a ladiscusin filosfica. El mundo de los ciegos sedescribe como una experiencia vital sin imge-nes que, precisamente, se trata de imaginar. Losciegos ilustrados, e incluso geniales, cuyas exis-tencias cotidianas analiza Diderot, son entera-mente consecuentes con las experiencias que hanvivido. As, algunas normas morales pueden seruna abstraccin para ellos, como el cubrirse elsexo, ese punto extremo que el mximo impudorno puede transgredir en alguien dotado de vista.El ciego no se ve desnudo. Esa posibilidad de ladesnudez absoluta, que llega en la experiencia

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    ciega ms all de las crticas radicales del pudorsocial, anuncia otras destituciones de la moral,otros alegatos contra las mociones vulgares deorden heredadas como tradicin. Entonces llega-r el punto lgido de la carta de Diderot, cuandoun ciego filsofo, el ms lcido de todos, habrde mostrar, con lgica y retrica impecables, lainexistencia o al menos la innecesariedad de laexistencia de Dios. La exaltacin de ese pasaje,que pretende ser una cita traducida, le valdr alautor tres meses de crcel por su fanatismo.

    Ese ciego matemtico y gemetra, que dictaclases de ptica por pura deduccin, que se hafabricado instrumentos de clculo para ser usa-dos mediante el tacto, dialoga con un sacerdotepoco antes de morir y se niega a aceptar el con-suelo religioso que le ofrecen. Si es evidente labelleza del mundo, sus maravillas, todo el prodi-gioso orden que reina en el universo, argumentael sacerdote, cmo no va a existir un autor de lanaturaleza? Y dada la perfeccin de la mentehumana, que puede comprender tales leyes na-turales, cmo pensar que no haya una inteligen-cia superior en su origen y dndole un sentidoms all de la muerte singular? A lo cual el ciegocontesta: el orden es una apariencia; los prodi-gios slo existen porque son visibles; el hombremismo es una anomala que logr persistir porobra del azar. Ahora, todo adquiere un aspecto

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    de orden porque slo vemos la persistencia, lareproduccin de ciertas formas vivas que alcan-zaron un precario equilibrio. Pero el origen decada especie es una plyade de monstruos, entesdestinados a la extincin por fallas que el azarproduce y luego sentencia con idntica arbitra-riedad. Como dice uno de los epicreos pastoresde Virgilio en las Buclicas: rara per ignaros errentanimalia montis (por montes ignotos vagan ani-males raros). Y todo animal en su origen esraro, cada especie es una rareza detenida, ca-sual a pesar de que perdure. No hay un plan enel universo.

    El ciego gemetra despliega una mecnica delos tomos inspirada en Lucrecio. Habra combi-naciones y dispersiones de elementos bsicos; yla posibilidad de que algunas combinaciones, for-mando cuerpos, subsistan o desaparezcan noobedece ms que a las condiciones de cada casoy a la mecnica de un movimiento incesante. Ques el mundo, entonces, este mundo de bellezaaparente donde la mirada se hipnotiza? Nadams que un orden momentneo, un precario equi-librio, una suspensin ilusoria del movimientoinfinito que lleva toda cosa a su destruccin.

    El sacerdote, los amigos, la familia del ciegolloran al ver su desesperacin absoluta. Pero noespera, precisamente, nada, de all su completatranquilidad. Todava en el presente es posible

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    pensar la monstruosidad del origen. Yo mismo,dice el ciego, soy una de esas anomalas, uno deesos monstruos, fallas en la apariencia de un planque slo la pequeez humana puede soar. Por-que el momento culminante de la argumentacindel ciego se alcanza con la perspectiva de la mos-ca, por llamarla de algn modo. Para una mos-quita de la clase de las efmeras, emblema de lofugaz, que slo vive un da, cualquier ser, algo,digamos un hombre, al que viera durante todasu existencia, al que habran visto tambin susancestros y al que fueran a ver luego sus descen-dientes, si imaginamos que las moscas pudierantransmitirse sus observaciones de generacin engeneracin, necesariamente concluira que se tra-ta de un ser eterno, una especie de Dios. Y la po-bre vida mortal, un individuo miserable y desti-nado a un final prximo quedara instalado comolo divino, el universo, el orden permanente. Perosomos esa mosca, creemos en la persistencia delas moscas, en la posibilidad de que el mundopermanezca. Si ya es difcil conciliar la verdaddel movimiento incesante, la entropa destructi-va de la materia, con las vicisitudes de la historiahumana, con los testimonios del arte o la estruc-tura de las sociedades, ms an habr de ser in-demostrable que una providencia vele por esteenjambre azaroso de vidas momentneas. El hom-bre es una imposibilidad que el azar hizo posible.

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    En cierto sentido, azar puede ser un nombrede Dios, como ya en los atomistas antiguos podaintuirse, pero con atributos radicalmente distin-tos a los que acuara el cristianismo. En princi-pio, desde el punto de vista de la casualidad, den-tro de la materia informe que origina todas lasformas en que permanece por un sistema de en-sayos y errores, no es posible imaginar una sime-tra buscada, un orden visible que terminara sien-do la imagen de un destino moral para la natura-leza. El ciego afirma, en cambio, que no hay or-den, y si lo hubiera, si es cierto lo que los ojos delos otros atestiguan y no se engaan como porun espejismo, eso no implica que responda a unplan, que su fuente sea algo ms que el caos delorigen precipitndose y alcanzando algunas for-mas perdurables por la inercia indetenible de suselementos.

    Pero de alguna manera, usando las imgenesde Lucrecio, el ciego de Diderot dice otra cosa.En lugar de la ataraxia, la distancia desapasio-nada ante la vanidad de un movimiento sin sen-tido y sin dioses, la meta del gemetra que agoni-za es relativizar los prejuicios, permitir una crti-ca de los fundamentos de toda moral, que se re-vela entonces como puro arbitrio histrico, puraherencia, y se desprende as de cualquier intentode naturalizacin. Lo que Diderot arroja al abis-mo de ese magma de corpsculos sin inteligencia

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    suprema es el carcter tradicional del poder cl-sico, las leyes naturales de la monarqua y lareligin. Al menos esta fue la lectura de los cen-sores que lo mandan encarcelar, y que no toma-ron en serio las disculpas del autor ni las obser-vaciones que hace sobre lo inslito de las deduc-ciones de su personaje.

    Qu sabe el ciego, more geometrico, ms allde la discusin ilustrada acerca del sensualismo,es decir, acerca de si las ideas se forman exclusi-vamente o no por obra de las sensaciones? Qui-zs sepa que la sustancia existente no es ms queuna, como quera Spinoza, slo que esa unidadno se ajusta a las categoras del entendimiento,desconoce las modalidades de la extensin y elpensamiento. Adems, esa sustancia nica, ilimi-tada y de infinitos atributos, tiene una dinmicanihilista, por as decir, se mueve contra todo aque-llo que quiere perseverar en su ser. De todos mo-dos, el punto en comn es que un Dios separadode esa sustancia se vuelve impensable. Sin em-bargo, el ciego de Diderot tiene otra experiencia,aparte de su materialismo, llammosla una expe-riencia de lo invisible. Si los que ven la extensindel mundo pueden engaarse con las aparien-cias, pueden llegar a creer que estn ante la obrade un pensamiento supremo, que se revela en labelleza y las ilusiones ordenadas de lo natural, elciego, que slo conoce lo tangible, puede palpar

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    el oscuro germen de destruccin que acecha encada objeto o ser vivo. La arcilla se deshace entrelas manos. Cualquier cambio de lugar nos poneen otro mundo. La piel suave se marchita y loscuerpos con los que ayer conversbamos tienenhoy la rigidez de los cadveres. El ciego, mons-truo proftico que viene a anunciar una verdadque todos saben pero que es imposible aceptar,expresa la resignacin definitiva del deseo. Claroque antes ha vivido, ha soportado su invalidez,ha amado, ha enseado. Lo rodean en su agonalos amigos, los hijos. Pero ahora, despus de ha-ber superado mil obstculos, haber inventado for-mas de calcular con el tacto, llegando a transfor-marse en un matemtico clebre, qu consuelole vienen a ofrecer? Aceptemos la nada, dice, sea-mos moscas felices de afanarse en sus bsquedasefmeras. Que Newton crea en un Dios legisladory regente, autor de reglas matemticas, el ciegosabe que el mundo slo respeta las leyes que elobservador formula. Le asombra a Diderot que elverdadero ciego, el matemtico histrico y no suelocuente personaje, diera lecciones de ptica. Enefecto, las leyes del clculo se lo permitan, el res-to era salvar los fenmenos. Lstima que slo losfenmenos pueden convertirse en experiencia,como las moscas y la putrefaccin!

    Contra la perspectiva habitual, casi prejuicio-sa, que define a los ciegos por aquello que les fal-

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    ta, y que se prolonga en nuestro eufemismo dellamarlos no videntes, Diderot procura pensarla interioridad mental de un ser que nunca hagozado de la vista, la riqueza de sus percepcio-nes, lo que escucha, lo que toca y lo que huele.As, el problema abstracto de Locke y Condillac,que formulaban su pregunta sobre los cuerposgeomtricos como si un ciego de nacimiento queadquiere la capacidad de ver fuera un autmata,una mquina registradora de percepciones inde-pendientes entre s, se convierte en Diderot en unarapsodia que recorre diferentes vidas. El que veno define al que no ve como un trmino marcadoa su negacin, sino que cada ciego, en su particu-laridad, se afirma en s mismo, como existenciadistinta. Y en el caso de un ciego filsofo, que senecesitara para resolver el problema del sensua-lismo y las ideas verdaderas, esa existencia afir-mativa va a poder pensar y compartir una am-plia zona del saber con cualquier otro, como elgemetra del que venimos hablando. Pero esaverdad de una experiencia, cualesquiera sean lossentidos a travs de los que se haya formado, nose limita a la abstraccin matemtica, sino queobtiene de ella un mtodo para razonar y dedu-cir una visin general de las cosas a partir de al-gunos datos. Cuando el gemetra ciego pone elejemplo de la mosca, minando as la concepcinhumanista del tiempo que les da un sentido a las

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    vidas en la historia sentido que no puede dejarde ser religioso, construye una figura donde elinsecto insignificante es tambin un ser interior,una analoga de la mente. El mismo Diderot pormomentos parece describirnos la experiencia cie-ga como una especie de interior forrado, conmejor acstica que el de los videntes, y con cier-tas cualidades que permiten desarrollar otro tipode pensamiento. Los muebles, adornos, instru-mentos de medicin, mapas, entran a la casa dela mente a travs de las ventanas de los sentidos.Pero Diderot, con su desfile de ciegos nada pat-ticos, parece intuir que hay algo ms all de lassensaciones. Parece admitir que la casa mismatiene una estructura previa a todo amoblamien-to. Desde Platn a Descartes, se pens que eranlas ideas, algunas, o la capacidad de formarlas oreconstruirlas a partir de huellas indelebles, divi-nas. Diderot, cuando seala la necesidad de unlenguaje de signos para los sordomudos, o lasventajas de que el gemetra hubiese hallado unsistema de notaciones matemticas para ciegosen lugar de tener que inventarlo, delata sin llegara expresarlo que la casa es lenguaje. Los ciegosentonces, fuera de las diferencias en el tapizadode las paredes y en la disposicin de las abertu-ras, son nuestros semejantes, y tienen mucho quedecir sobre las relaciones entre las palabras y lassensaciones.

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    Por otro lado, los ciegos, con su conducta queno se deja guiar por el aspecto, los indicios declase, la ropa y la belleza, apuntan hacia una uto-pa igualitaria, tanto en lo social como en el m-bito del pensamiento. Por supuesto, no es ms queuna idealizacin momentnea de Diderot, perotodo ideal poltico en ese tiempo prerrevolucio-nario era igualmente una meta inalcanzable quese tomaba como modelo. En cuanto a lo pensa-ble, Diderot afirma que un ciego siempre ser msrealista, tender menos a postular la existenciade seres invisibles, puesto que la invisibilidad esya una condicin para l, mientras que lo exis-tente debe poder tocarse. El vidente muchas ve-ces se engaa, cree en cosas que aparecen y des-aparecen, juega al fort-da con lo que desea y queantes era puro tacto. Lo visto asume as el estatu-to de evidencia, como si no pudiera desapareceren un instante. Mientras que el ciego palpa, seaferra a la materia, construye una utopa dentrodel extraordinario mpetu con que Diderot esta-blece continuidades, ideas e imgenes alternadasy mutuamente consecuentes. La frmula de esautopa reza: pensar con las yemas de los dedos,no pintar imgenes conceptuales en pizarronesde la mente.

    Pero el materialismo del joven Diderot, queencuentra en las matemticas un suelo consistentey que puede sobrepasar el nivel primario de la

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    idea-sensacin, se ver matizado con el tiempo,sin olvidar la prudencia que lo obliga luego a ha-blar de manera ms solapada. Aunque no se des-entiende del problema de los sentidos y de cmose forma la experiencia a partir de ellos, cuandoen su vejez le aade un suplemento a la Cartasobre los ciegos el tono es muy distinto. La jovenciega, cuya vida cotidiana y cuya educacin noscuenta entonces Diderot, parece un emblema dela unicidad. El misterio de esa chica, su carcter,su alegra, su belleza, se esconde ms all de laceguera que determin su vida. Ya no asistimos auna serie de ejemplos, que apenas se esbozan paraanularse en rpidas enumeraciones, sino que elejemplo de una ciega en particular se transformaen un caso excepcional. La muchacha ciega esun ejemplo para todos. El afecto con que Diderotla recuerda, muerta en plena juventud, se traslu-ce en una serie de ancdotas que parecen refor-zar su temprana refutacin de una afirmacinde Condillac. Este haba dicho, en el lmite de sureduccin de toda experiencia a la percepcin delos sentidos, que el hombre siente alegra o dolorpor simple contraste. Entonces, si una vida hu-mana estuviera en un perpetuo sufrimiento y noconociera otra sensacin que el dolor, ese desdi-chado ser no podra saber que lo es. Tampoco unavida de alegra ininterrumpida podra ser reco-nocida como felicidad. Diderot, tras elogiar la

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    retrica de una de sus principales fuentes filos-ficas, se niega a aceptar esas conclusiones. No,dice, ante la vida entera de sufrimiento, aun sinconocer la alegra o la mera ausencia de dolor,uno podra matarse, darle un final cuya simpleidea ya se encuentra ms all del infierno conoci-do incluso la nocin de un estado anterior, fue-ra de la memoria y de la conciencia, tambin ser-vira como negacin del padecimiento actual. Yal revs, una vida de completa alegra no seraindiferente. No vinimos al mundo a sufrir, diceDiderot, ni todo lo que nos complace va a serpagado con dolor para poder ser percibido. Eldolor existe, pero no es fatal, es una condicinque puede reducirse. Y la alegra o el placer sonlos orgenes de todo pensamiento que construyealgo.

    La formacin de la muchacha ciega entonces,que por el placer de saber se dedica a las mate-mticas o a la geografa, que por la alegra de es-cuchar se consagra a la msica, es una prueba deque la existencia puede ser dichosa. La nica in-felicidad sera no existir, y esa posibilidad, queme ofrece como espectculo la muerte de alguien,de otro que yo no soy, vela con cierta melancolala mirada del anciano Diderot cuando piensa enla joven ciega y en sus potencialidades trunca-das. Todo lo que hubiera podido hacer, lo quehubiese podido ser, con tanta energa, tanta ne-

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    cesidad de aprender! Pero enseguida la perspec-tiva se invierte: lo que haca, lo que era, la ener-ga misma que viva en ella, en su mundo sonoro-tctil sin imgenes pintadas en la mente! Esa esla maravilla invisible. Y cuando ella deca: Meparezco a los pjaros, aprendo a cantar en lastinieblas, estaba afirmando su propia naturale-za. No le faltaba la vista, tena una percepcinilimitada de todo lo que hay. Los recuerdos sobresu vida no podran resolver el problema de losslidos de Locke y Condillac, pero dan una solu-cin de estilo, una escritura de la experiencia, parapensar la felicidad posible ms all de los senti-dos que faltan. Y aunque no tenga un sentido, lavida nica, irrepetible, no puede ms que afir-mar su felicidad de ser, cantar en las tinieblas.

    Silvio Mattoni

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    DIDEROT

    CARTA SOBRE LOS CIEGOSPARA USO DE LOS QUE VEN

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    INTRODUCCIN

    En 1749, el inters que numerosos filsofos mani-festaban por la psicologa de los ciegos no reflejabaninguna preocupacin humanitaria. Se trataba de unproblema abstracto, ciertamente central en toda teo-ra del conocimiento, el pasaje de la sensacin al jui-cio, que se procuraba resolver estudiando las reaccio-nes de un ciego que recupera la vista. El futuro delsensualismo poda parecer que dependa de ello, ytambin el futuro de la ilustracin en la medida enque el sensualismo era su substrato filosfico.

    Ya en el Ensayo sobre el entendimiento huma-no (1690), traducido al francs en 1700 por PierreCoste, Locke haba transcripto el interrogante de suamigo William Molyneux: Supongamos a un cie-go de nacimiento que ahora sea un hombre adul-to, al cual se le haya enseado a distinguir por eltacto un cubo y una esfera del mismo metal yaproximadamente del mismo volumen, de modoque cuando los tocara pudiera decir cul es el cuboy cul es la esfera. Supongamos que, habiendocolocado sobre una mesa el cubo y la esfera, elciego llegue a gozar de la vista, nos preguntamossi podra discernir y decir cul es la esfera y cules el cubo vindolos pero sin tocarlos (II parte,

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    IX, 8). La respuesta de Locke y de Molyneux estabade acuerdo con su filosofa: el ciego no distinguiranada; Berkeley en 1709, en su Nueva teora de lavisin, aade en tal sentido argumentos terminan-tes. En 1728, en las Philosophical transactions, eloculista Cheselden, tras haber operado a un ciego denacimiento, pretende confirmar la hiptesis filosficamediante una investigacin minuciosa. Voltaire re-sume la totalidad de la cuestin en los Elementos dela filosofa de Newton (en Obras, ed. Moland, Gar-nier, t. XXII, p. 469) publicados en 1738, y su con-clusin sigue la orientacin lockeana. En 1746, en elEnsayo sobre el origen de los conocimientos hu-manos, Condillac critica los datos del problema deMolyneux y acusa a la experiencia de Cheselden deobedecer a un prejuicio; lejos de intentar dilucidar unproblema de psicologa, se dedica a probar en contrade Locke la ausencia de todo juicio en el nivel de lapercepcin; numerosos argumentos de Condillac ha-ban sido sugeridos en 1745 por La Mettrie en el Tra-tado del alma (dificultad de adaptacin del ojo ope-rado, colaboracin mutua de los sentidos en la elabo-racin de las ideas). El mismo ao de la Carta sobrelos ciegos, Buffon tambin resuma la cuestin en suHistoria natural del hombre (2 parte De los sen-tidos, del sentido de la vista).

    Diderot pues, al abordar este problema, no aspi-raba a la originalidad; aunque parece tratar de tomardistancia de sus antecesores en dos puntos. Mientras

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    que todos lo vean como un problema abstracto desti-nado a justificar una filosofa, el sensualismo, Dide-rot lo ve como un problema humano: el ciego vive enun mundo original; para llegar a l hacen falta unalarga paciencia, preguntas atinadas y algo que losdems no advierten un sujeto excepcional. Lo quehace falta es un ciego filsofo, no la muchacha deSimoneau de la cual Raumur no extraer nada, ni elinglesito del cual Cheselden extraer demasiado, sinoel sorprendente ciego del Puiseaux, el genial Saun-derson, y luego en fin la pequea Mlanie de Salig-nac. Penetrar en el mundo de los ciegos es entoncescuestin de tiempo, de mesura y de delicadeza. Ensegundo lugar, Diderot acepta las crticas de Condi-llac (o de La Mettrie) contra el esquematismo de Loc-ke, pero critica a su vez el Ensayo sobre el origen delos conocimientos humanos recordndole a su au-tor la aventura de Berkeley, incapaz de descubrir alser pensante en el caleidoscopio de las sensaciones. Yas, el problema humano del ciego de nacimiento dapaso al problema gnoseolgico del ciego que recuperala vista. Al contrario que Niklaus, quien ve en Dide-rot a un escptico que trata de deslumbrarnos con laelegancia de su dialctica, nosotros destacamos el as-pecto en buena medida mdico de sus observaciones;debido a la importancia que se le otorga el sensoriumcommune, Diderot en suma permanece fiel a la op-cin racionalista. No solamente el ojo experimenta,sino tambin el cerebro. Desde la Carta de los cie-

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    gos, Diderot comprendi la insuficiencia del sensua-lismo con el que Voltaire se contentaba y que Condi-llac no dejar de consolidar hasta el Tratado de lassensaciones (1754).

    Problema de Molyneux, experiencia de Cheseldon,sesin mundana de Raumur, entrevista al ciego delPuiseaux, todo ello le permiti a Diderot desarrollarcon virtuosismo un Ensayo a la manera de Mon-taigne y mostrar su brillantez ante una mujer erudi-ta. Por un instante, podramos creer que el interscentral est en el caso de Saunderson, cuyos Elementsof algebra (1740) Diderot pudo conocer a travs deVoltaire, que aprob la obra, o a travs del abad Sa-llier, que le dio acceso a la Biblioteca del rey; en unmomento, Diderot se apasion por las curiosas ta-blas de clculo del gemetra ciego, que revelan su ex-traordinario genio de suplencia para integrarse almundo de los videntes. Pero resulta que en el lecho demuerte de Saunderson el tono cambia y se eleva dra-mticamente; ya no se trata del gemetra de Cam-bridge, sino del monstruo que es el ciego privado delespectculo del mundo. Toda una apologtica basadaen las maravillas del mundo se derrumbar ante losojos vacos, apologtica que Diderot defenda pocoantes en los Pensamientos filosficos; y el ciego evo-car un universo en flujo perpetuo, presa del azar,que elimina a sus monstruos y salva a sus mejoresintentos. Diderot adhiere as a las generaciones es-pontneas; ms all de la poesa de Lucrecio, acepta-

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    ba las experiencias de Needham; propona la idea dela seleccin natural. Todo en cinco pginas entusias-tas, de un ardor tan poco contenido que el teniente depolica Berryer ver en ellas fanatismo.

    As es la extraa Carta sobre los ciegos, dondeDiderot nos muestra su genio desconcertante: fro oexaltado segn el caso; preocupado por la tcnica, porla experimentacin exacta, pero tambin un dialcti-co temible y digno del bonete de doctor de la Sorbona;investigador sutil y poeta inspirado; genial en la hi-ptesis aunque siempre dispuesto a la mistificacin.Diderot, en todo caso, no era tan ingenuo como paracreer que un tema tan serio y una dialctica tan sutilpudieran llevar a un xito financiero. Mme. de Pui-sieux, a pesar de todo lo que dice de ella Mme. deVandeul, depositaba ms expectativas en El pjaroblanco o Las joyas indiscretas. La Carta sobre losciegos, si pensamos en la incidencia de Shaftesburyen los Pensamientos filosficos, es la primera obraoriginal de Diderot; no una intemperancia de es-pritu, como le dir hipcritamente a Berryer, sinotan slo un delito de imprudencia. Voltaire la ley el9 de junio de 1749, apenas saliera de la imprenta deDurand; un mes y medio ms tarde, el 23 de julio,una lettre de cachet* encerraba a Diderot en Vin-cennes. Tres meses de prisin iban a recordarle que elfilsofo vive en la tierra y que si no tiene vocacin por

    * Carta cerrada, lacrada con el sello real, que exiga el encarce-lamiento de una persona [T.].

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    el martirio debe actuar astutamente frente a los pode-res de este mundo. En tal sentido, la Carta sobre losciegos cerrar la larga adolescencia de Diderot. Des-de 1749, Diderot va a combatir bajo una mscara.

    Ninguna duda es posible acerca del texto mismode la Carta. Ni el archivo Diderot de Leningrado niel archivo Vandeul de la Biblioteca Nacional han con-servado copias manuscritas de ella. Niklaus, en suedicin crtica (Droz, 1951, p. LV), estudi riguro-samente la tradicin impresa. Diderot nunca intervi-no en el establecimiento de las ediciones realizadasdurante su vida. De las tres ediciones de 1749 debi-das probablemente a Durand, seguiremos el texto dela edicin princeps, corrigiendo sus numerosas erra-tas y actualizando la ortografa (Londres, 1749 in8 de 221 pginas L I de la edicin Niklaus).

    PAUL VERNIRE**

    ** Al mismo editor pertenecen las notas, el establecimiento deltexto y la bibliografa.

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    BIBLIOGRAFA

    Franco Venturi. Jeunesse de Diderot, Skira, 1939, p. 142 sq.Jean Pommie. Diderot avant Vincennes, Boivin, 1939, p. 81 sq.A. Vartanian. From deist to atheist, en Diderot studies (Syra-

    cuse University Press, 1949, p. 46-63).H. Lefebvre. Diderot (Paris Hier et Aujourdhui, 1949,

    p. 99-112).Pierre Villey. propos de la lettre sur les aveugles, en Revue

    du XVIIIe sicle (oct-dic. 1913, p. 410-433).Le Monde des aveugles, essai de psychologie (Paris, Flam-

    marion, 1914).Voltaire. Lettre Diderot de juin 1749 (cf. Niklaus, op. cit.,

    p. 87-88).Diderot. Lettre Voltaire de 11 juin 1749 (cf. R. H. L., 1951,

    3er. trimestre).DAlembert. Artculo Aveugle de la Encyclopdie.R. Niklaus. Edicin de la Lettre sur les aveugles (Droz,

    1951, Introduccin, p. VII-LXVIII).

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    Possunt, nec posse videntur.

    En verdad dudaba, seora1, que la ciega denacimiento a quien M. de Raumur acaba de ex-tirparle las cataratas2 no le informara sobre lo queusted quera saber; pero no me cost trabajo adi-vinar que no sera por culpa de ella ni de usted.Yo mismo se lo ped a su benefactor por medio desus mejores amigos, por los cumplidos que yo lehiciera; pero no hemos obtenido nada y el primeraparato se construir sin usted. Personas de lams alta distincin tuvieron el honor de compar-

    1 Hay que ver aqu una dedicatoria convencional segn Niklaus(ed. citada, p. IX)? Un homenaje a Mme. de Puisieux cuyasnecesidades de dinero habran impulsado a Diderot a escribirla carta, segn la biografa de Mme. de Vandeul? Las curiosi-dades matemticas del texto haran pensar ms bien en Mme.de Prmontval, erudita hija del seor Pigeon cuyas aventurasrelata en Jacques el fatalista. Despus de la marquesa de Fonte-nelle y las dedicatorias de Voltaire a Mme. du Chtelet sehaban vuelto habituales las mujeres eruditas. En su prefacioal Tratado de los sistemas (1754) a Mme. de Vass, Condillacelogiar a una mujer gemetra, Mlle. Ferrand. (Obras de Con-dillac, P. U. F., 1947, t. I, p. 222).

    2 La muchacha de Simoneau (cf. infra). Sobre Raumur y el mo-tivo de la Carta sobre los ciegos, cf. Prefacio. La hostilidad deRaumur hacia Buffon y los enciclopedistas ir en aumento.Ms tarde acusar a Diderot de haber utilizado sus propiosdocumentos para las lminas de la Enciclopedia (cf. J. Torlais,Raumur, Descle de Brouwer, 1936).

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    tir su rechazo de los filsofos; en una palabra, noha querido dejar caer el velo sino ante algunasmiradas inconsecuentes. Si usted siente curiosi-dad de saber por qu ese hbil acadmico realizatan secretamente experiencias que no pueden te-ner, segn usted, un nmero demasiado grandede testigos ilustrados, le responder que las ob-servaciones de un hombre tan clebre tienen me-nos necesidad de espectadores cuando se efec-tan, que de oyentes cuando ya se efectuaron.He vuelto pues, seora, a mi primera intencin; yforzado a prescindir de una experiencia en la queno vea una ganancia para mi instruccin ni parala suya, pero de la cual M. de Raumur sin dudasacar mucho mejor partido, me puse a filosofarcon mis amigos sobre la importante materia quetiene por objeto. Sera dichoso si el relato de unade nuestras conversaciones pudiera sustituir anteusted el espectculo que muy a la ligera le habaprometido.

    El mismo da en que el prusiano3 realizaba laoperacin de cataratas a la muchacha de Simo-neau, fuimos a interrogar al ciego de nacimien-to del Puiseaux4: es un hombre que no carece debuen sentido, al que muchas personas conocen,

    3 El oculista Hilmer se contentaba con eliminar las cataratas.La primera extraccin del cristalino fue llevada a cabo porJacques Daviel en 1745. Diderot parece ignorarlo en 1749.

    4 Amplio cantn del distrito de Pithiviers, departamento delLoiret.

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    que sabe un poco de qumica y que sigui concierto xito los cursos de botnica en el Jardndel Rey. Naci de un padre que profes con bue-na repercusin la filosofa en la universidad dePars. Gozaba de una honesta fortuna, con lacual pudo satisfacer cmodamente los sentidosque le quedaban; pero el gusto por el placer loarrastr en su juventud: abusaron de sus incli-naciones; sus asuntos domsticos se vieron alte-rados y se retir a una pequea ciudad de pro-vincia desde donde realiza todos los aos un via-je a Pars. Trae los licores que destila y que tie-nen una buena acogida. Estas son, seora, cir-cunstancias bastante poco filosficas, pero poresa misma razn ms apropiadas para hacer queusted advierta que el personaje del cual le hablono es imaginario.

    Llegamos a casa de nuestro ciego cerca de lascinco de la tarde y lo encontramos ocupado enhacer leer a su hijo con caracteres en relieve; nohaca ms de una hora que se haba levantado,porque sabr usted que el da comienza para lcuando termina para nosotros. Su costumbre esdedicarse a sus asuntos domsticos y trabajarmientras los dems descansan. A medianoche,nada lo molesta y l no le resulta incmodo anadie. Su primera ocupacin es poner en su lu-gar todo lo que ha sido desordenado durante elda, y cuando su mujer se despierta, por lo ge-

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    neral encuentra la casa arreglada. La dificultadque tienen los ciegos para recobrar las cosas per-didas los vuelve amigos del orden, y not quequienes estn cerca de ellos familiarmente com-partan esa cualidad, ya sea por un efecto delbuen ejemplo que ellos dan, ya sea por un senti-miento humanitario que se tiene hacia ellos.Cun desdichados seran los ciegos sin las pe-queas atenciones de quienes los rodean! Cun-to sufriramos nosotros mismos sin ellas! Losgrandes servicios son como gruesas piezas de oroo de plata que rara vez tenemos ocasin de em-plear, pero las pequeas atenciones son unamoneda corriente que siempre tenemos al alcan-ce de la mano.

    Nuestro ciego percibe muy bien las simetras.La simetra, que quizs sea una cuestin de puraconvencin entre nosotros, en muchos aspectoses ciertamente as entre un ciego y aquellos queven. A fuerza de estudiar con el tacto la disposi-cin que les exigimos a las partes que componenun todo para llamarlo bello, un ciego llega a dar-le una justa aplicacin al trmino. Pero cuandodice: esto es bello, no juzga; simplemente refiere eljuicio de quienes ven. Y qu otra cosa hacen lastres cuartas partes de quienes deciden sobre unaobra de teatro, despus de haberla visto, o sobreun libro, despus de haberlo ledo? Para un cie-go, la belleza no es ms que una palabra, cuando

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    est separada de la utilidad5; y con un rganomenos, cuntas cosas hay cuya utilidad se le es-capa! No son dignos de compasin los ciegos porno estimar bello sino lo que es bueno? Cuntascosas admirables que se pierden! El nico bienque los resarce de tal prdida es tener ideas de lobello, en verdad menos extendidas pero ms cla-ras que las de los filsofos videntes que las hantratado muy ampliamente6.

    Nuestro ciego habla de espejos a cada momen-to. Usted creer que no sabe lo que quiere decir lapalabra espejo, sin embargo l nunca pondr unespejo a contraluz. Se expresa tan sensatamentecomo nosotros sobre las cualidades y los defectosdel rgano que le falta; y si no enlaza alguna ideaa los trminos que emplea, al menos tiene la ven-taja sobre la mayora de los dems hombres de

    5 Niklaus plantea una muy acertada relacin de esta frmula(p. 94) con la esttica de la Enciclopedia en los artculos sobrelo Bello y la Belleza. Me parece que un ciego tiene ideas derelaciones, de orden, de simetra, y que esas nociones hanentrado en su entendimiento por el tacto, como en el nuestropor la vista, quizs menos perfectas y menos exactas; peroesto prueba que los ciegos de nacimiento son menos afecta-dos por lo bello que nosotros los videntes. El ejemplo delciego le permite pues a Diderot criticar la doctrina esttica delsentido interno de lo bello sostenida por Hutchenson y su-gerir el criterio emprico de la utilidad.

    6 Siguiendo la lnea del artculo sobre lo Bello de la Enciclopedia,probablemente contemporneo de la Carta, Diderot apunta ala esttica de Crouzas, de Hutchenson cuyas Investigacionessobre el origen que tenemos de la belleza acababan de ser traduci-das en 1749 por Eidous, del Padre Andr (Ensayo sobre lo bello,1741) y del Padre Batteux (Las Bellas artes reducidas a un soloprincipio, 1746).

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    no pronunciarlos nunca inoportunamente. Dis-curre tan bien y tan acertadamente sobre tantascosas que le resultan absolutamente desconoci-das que su trato le quitara mucha fuerza a lainduccin que hacemos todos, sin saber por qu,de lo que pasa en nosotros a lo que sucede en elinterior de los otros.

    Le pregunt lo que entenda que era un espejo:Una mquina, me respondi, que pone las cosasen relieve lejos de ellas mismas, si stas se hallanubicadas convenientemente con relacin a ella. Escomo mi mano, que no hace falta que la apoye allado de un objeto para sentirlo. Si Descartes hu-biese nacido ciego, me parece que habra debidofelicitarse por una definicin as. En efecto, le rue-go que considere la agudeza con la que le fue pre-ciso combinar determinadas ideas para llegar aella. Nuestro ciego no tiene otro conocimiento delos objetos sino mediante el tacto. Por los relatosde los dems hombres, sabe que los objetos se co-nocen por medio de la vista, as como a l le sonconocidos cuando los toca; cuanto menos, es lanica nocin que hubiera podido darse al respec-to. Sabe adems que uno no puede ver su propiorostro, aunque se lo pueda tocar. La vista, debeconcluir, es por lo tanto una especie de tacto queslo se extiende sobre los objetos distintos de nues-tro rostro y alejados de nosotros. Por otra parte, eltacto slo le brinda la idea del relieve. Entonces,

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    aade, un espejo es una mquina que nos pone enrelieve fuera de nosotros mismos. Cuntos filso-fos renombrados han empleado menos sutilezaspara arribar a nociones igualmente falsas! Pero,cun sorprendente debe ser un espejo para nues-tro ciego! Y cunto debi aumentar su asombrocuando le informamos que existen mquinas queagrandan los objetos, que hay otras que sin dupli-carlos los desplazan, los acercan, los alejan, loshacen perceptibles revelando sus ms pequeaspartes ante los ojos de los naturalistas, que existenotras que los multiplican por miles y otras final-mente que parecen desfigurarlos por completo.Nos hizo cien preguntas extravagantes sobre talesfenmenos. Nos pregunt, por ejemplo, si solamen-te los naturalistas podan mirar por el microsco-pio, y si los astrnomos eran los nicos que mira-ban por el telescopio; si la mquina que agranda-ba los objetos era ms grande que la que los empe-queeca, si la que los acerca era ms corta que laque los aleja; y no entenda cmo ese otro igual anosotros que el espejo, segn l, repite en relieve sesustrae al sentido del tacto: Resulta pues, deca,que hay dos sentidos que una pequea mquinapone en contradiccin; quizs una mquina msperfecta los pondra de acuerdo sin que por ellolos objetos fuesen ms reales; y quizs una terceramquina an ms perfecta, y menos prfida, loshara desaparecer y nos advertira del error.

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    Y qu son para usted los ojos?, le dijo M. de...Y el ciego le respondi: Es un rgano sobre elcual el aire produce el efecto de mi bastn sobremi mano. Tal respuesta nos hizo caer de las nu-bes, y mientras nosotros nos mirbamos con ad-miracin l continu: Tan cierto es que cuandocoloco mi mano entre sus ojos y un objeto, mimano est presente ante ustedes, pero el objetoest ausente. Lo mismo me sucede cuando buscouna cosa con mi bastn pero me encuentro conotra.

    Seora, abra la Diptrica de Descartes y verusted los fenmenos de la vista relacionados conel tacto y lminas de ptica colmadas de figurasde hombres ocupados en ver con bastones7. Des-cartes, y todos los que le siguieron, no han podi-do darnos ideas ms claras de la visin, y ese granfilsofo no tuvo al respecto mayor ventaja sobrenuestro ciego que el pueblo que tiene ojos.

    A ninguno de nosotros se le ocurri interro-garlo sobre la pintura y la escritura, pero es evi-dente que no haba preguntas que su compara-cin no hubiese podido satisfacer; y no dudo enabsoluto que no nos hubiera dicho que intentar

    7 La figura de la Diptrica de Descartes que reproduce la obrade Diderot fue extrada a juzgar por la ropa de una edicindel siglo XVIII; la nica posible es la edicin del Discurso delmtodo (Pars, Compagnie des libraires, 1724, con observacio-nes del Padre Poisson e ilustraciones grabadas. La Diptricaest en el tomo II).

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    leer o ver sin tener ojos era buscar una aguja conun grueso bastn. Solamente le hablamos de esasespecies de perspectivas que les dan relieve a losobjetos y que tienen tantas analogas y tantas di-ferencias a la vez con nuestros espejos, y nos di-mos cuenta de que enturbiaban la idea que l sehaba formado de un espejo al coincidir con ella,y que l se vea tentado a creer que si el espejopintaba los objetos, el pintor quizs pintara unespejo para representarlos.

    Lo vimos enhebrar agujas muy finas. Podrausted, seora, hacerme el favor de suspender eneste momento su lectura y pensar cmo se lasarreglara en su lugar? En caso de que usted noencontrara una solucin, le dir cul era la denuestro ciego. Dispone el ojo de la aguja trans-versalmente entre sus labios y en la misma direc-cin que su boca, luego, con ayuda de su lenguay de la succin, atrae el hilo que sigue su aliento,a menos que sea demasiado grueso para pasarpor el orificio, pero en tal caso aquel que ve noest menos impedido que quien est privado dela vista.

    Tiene memoria de los sonidos en un grado sor-prendente, y los rostros no nos ofrecen una di-versidad mayor de la que l percibe en las voces.Tienen para l una infinidad de matices delica-dos que se nos escapan, porque no tenemos elmismo inters que el ciego en percibirlos. Para

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    nosotros, esos matices son como nuestra propiacara. De todos los hombres que hemos visto, elque menos recordaramos sera uno mismo. Noestudiamos los rostros ms que para reconocer alas personas, y si no nos fijamos en nosotros esporque nunca estaremos expuestos a tomarnospor otro, ni tomar a otro como uno mismo. Ade-ms, las colaboraciones que nuestros sentidos seprestan mutuamente les impiden perfeccionarse.Esta no ser la nica oportunidad que tendr dehacer tal observacin.

    Nuestro ciego nos dijo al respecto que se en-contrara muy mal si estuviera privado de las mis-mas ventajas que nosotros y que se vera tentado aconsiderarnos como inteligencias superiores, si nohubiera experimentado cien veces hasta qu pun-to ramos inferiores a l en otros aspectos. Dichareflexin nos condujo a otra. Este ciego, nos diji-mos, se aprecia tanto y tal vez ms que nosotrosque vemos: por qu entonces, si el animal razo-na, cosa que no podemos dudar8, al evaluar susventajas sobre el hombre, que le resultan ms co-nocidas que las del hombre sobre l, no llegara aun juicio semejante? Tiene brazos, tal vez dijera lamosquita, pero yo tengo alas. Si tiene armas, dice

    8 Diderot no va tan lejos en el artculo sobre el Animal, contem-porneo de la Carta: Los animales son incapaces de formarla asociacin de ideas que es lo nico que puede producir lareflexin, en la cual sin embargo consiste la esencia del pensa-miento.

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    el len, acaso nosotros no tenemos uas? El ele-fante nos ver como insectos; y todos los anima-les, concedindonos de buen grado una razn conla cual tendramos gran necesidad de su instinto,pretendern estar dotados de un instinto con elque pueden prescindir perfectamente de nuestrarazn. Tenemos una inclinacin tan fuerte a so-brestimar nuestras cualidades y aminorar nues-tros defectos que casi pareciera que al hombre lecorresponde hacer la defensa de la fuerza y al ani-mal la defensa de la razn.

    A uno de nosotros se le ocurri preguntarle anuestro ciego si estara contento de tener ojos: Sila curiosidad no me dominara dijo, me gusta-ra igualmente tener largos brazos; me parece quemis manos me informaran mejor sobre lo quepasa en la luna que sus ojos o sus telescopios; yadems los ojos dejan de ver antes que las manosde tocar. Sera mucho mejor entonces que per-feccionaran en m el rgano que tengo antes queconcederme el que me falta.

    Nuestro ciego se dirige al ruido o a la voz contal seguridad que no dudo que semejante ejerci-cio no vuelva a los ciegos muy hbiles y muy pe-ligrosos. Le voy a contar un dato que la persuadi-r de cun errado sera exponerse a recibir unapedrada o un disparo de pistola de su mano, porms que l no tuviera la costumbre de servirse detal arma. En su juventud, tuvo una disputa con

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    uno de sus hermanos, que se las vio muy mal.Irritado por las frases desagradables que aguan-taba de l, agarr el primer objeto que le vino a lamano, se lo arroj, lo hiri en medio de la frente ylo hizo caer al suelo.

    Esa aventura y algunas otras lo hicieron llegara la polica. Los signos exteriores del poder, quetanto nos impresionan, no afectan para nada alos ciegos. El nuestro compareci ante el magis-trado como ante un igual. Las amenazas no lointimidaron. Qu me har usted?, le dijo a M.Hrault9. Lo arrojar en una mazmorra, le res-pondi el magistrado. Pero seor le replic elciego, hace veinticinco aos que estoy all. Qurespuesta, seora, y qu texto para un hombre alque le gusta tanto moralizar como yo! Nosotrossalimos de la vida como de un espectculo en-cantador, el ciego sale de ella como de un calabo-zo: si tenemos ms placer en vivir que l, conven-dr en que l tiene mucha menos pena de morir.

    El ciego del Puiseaux mide la proximidad delfuego por los grados de calor, la plenitud de lasbotellas por el ruido que hacen al caer los licoresque trasvasa, y la cercana de los cuerpos por laaccin del aire sobre su cara. Es tan sensible a lasmenores vicisitudes que ocurren en la atmsfera

    9 Hrault de Vaucresson sucede en agosto de 1725 a RavotdOmbreval en el cargo de teniente de polica; tuvo manodura contra los jansenistas aunque tambin contra el bandi-dismo. Muri siendo muy popular en 1739.

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    que puede distinguir una calle de un callejn sinsalida. Mide maravillosamente el peso de los cuer-pos y la capacidad de las botellas, y ha hecho desus brazos unas balanzas tan exactas y de susdedos compases tan expertos que en las ocasio-nes en que esa clase de esttica tiene lugar, apos-tara siempre por nuestro ciego contra veinte per-sonas que ven. La textura de los cuerpos no tienemenos matices para l que el sonido de la voz yno habra que temer que tomara a su mujer porotra, a menos que ganara con el cambio. Sin em-bargo, ms bien parece que las mujeres serancomunes en un pueblo de ciegos, o que sus leyescontra el adulterio sera muy rigurosas. Sera tanfcil para las mujeres engaar a sus maridos,ponindose de acuerdo con sus amantes con unasimple sea.

    l juzga la belleza por el tacto, es comprensi-ble; pero lo que no es tan fcil de entender es quehace entrar en dicho juicio la pronunciacin y elsonido de la voz. Los anatomistas debern infor-marnos si hay alguna relacin entre las partes dela boca y del paladar y la forma exterior del ros-tro. Hace pequeas tareas en el torno y con laaguja; nivela a escuadra; arma y desarma lasmquinas ordinarias; sabe bastante de msicacomo para ejecutar un fragmento si se le dan lasnotas y sus valores. Estima con mucha mayorprecisin que nosotros el transcurso del tiempo

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    por la sucesin de las acciones y de los pensa-mientos. La belleza de la piel, la redondez, la fir-meza de la carne, las ventajas de la conforma-cin, la dulzura del aliento, los encantos de la voz,los de la pronunciacin son cualidades a las queles presta mucha atencin en los otros.

    Se cas para tener ojos que le pertenecieran.Antes, haba tenido intenciones de asociarse conun sordo que le prestara sus ojos y a quien l leaportara a cambio sus odos. Nada me sorpren-di tanto como su aptitud singular para un grannmero de cosas, y cuando le mencionamos nues-tra sorpresa por ello, nos dijo: Me doy perfectacuenta, seores, de que ustedes no son ciegos, es-tn sorprendidos de lo que hago, y por qu no lossorprendera tambin que yo hable?. Creo que enesa respuesta hay ms filosofa de la que l mismopretenda poner en ella. Resulta bastante sorpren-dente la facilidad con que aprendemos a hablar.No llegamos a vincular una idea con cantidadesde trminos que no pueden ser representados me-diante objetos sensibles y que, por as decir, no tie-nen cuerpos, sino por una serie de combinacionesfinas y profundas de las analogas que observa-mos entre esos objetos no sensibles y las ideas quelos suscitan; y debemos admitir por consiguienteque un ciego de nacimiento debe aprender a ha-blar ms difcilmente que otros, dado que el n-mero de objetos no sensibles es mucho mayor para

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    l y tiene mucho menos campo que nosotros paracomparar y para combinar. Cmo supondramos,por ejemplo, que la palabra fisonoma se fija en sumemoria? Es una especie de atractivo que consisteen objetos tan poco perceptibles para un ciego, sinmencionar que en parte tambin lo es para noso-tros, que nos veramos en grandes dificultades paradecir con precisin lo que es tener una buena fiso-noma. Si principalmente reside en los ojos, el tac-to es impotente; y adems, qu significaran paraun ciego una mirada fra, una mirada intensa, unamirada inteligente, etc.

    De all deduzco que sin duda extraemos gran-des servicios de la convergencia de nuestros senti-dos y de nuestros rganos. Pero sera algo muydistinto si los ejerciramos separadamente, y sinunca empleramos dos en las ocasiones en que elauxilio de uno solo nos bastara. Agregar el tacto ala vista, cuando ya se tiene bastante con los ojos,es como enganchar a dos caballos que ya son muyfuertes un tercero en otro aparejo que tirara de unlado, mientras que los otros tiran del otro.

    Como nunca dud de que el estado de nuestrosrganos y de nuestros sentidos tiene mucha in-fluencia en nuestra metafsica y nuestra moral, yque nuestras ideas ms puramente intelectuales,por decirlo de alguna manera, se vinculan muyestrechamente a la conformacin de nuestro cuer-po, empec a preguntarle a nuestro ciego sobre los

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    vicios y sobre las virtudes. En primer lugar, notque senta una prodigiosa aversin al robo, que seoriginaba en dos causas: la facilidad con que po-dan robarle sin que se diera cuenta, y tal vez anms la facilidad con que podan verlo cuando lrobaba. No es porque no sepa ponerse muy bienen guardia contra el sentido de ms que nos reco-noce con respecto a l y que ignore la manera deocultar un robo. No le presta mucha atencin alpudor10: sin los embates del aire contra los cualesnos protege la ropa, casi no entendera su uso; yconfiesa francamente que no adivina por qu cu-brimos ms una parte del cuerpo que otra, y me-nos an por qu extravagancia le damos preferen-cia entre dichas partes a algunas cuyo uso y lasindisposiciones a que estn sujetas exigiran quese mantuvieran libres. Aunque estemos en un si-glo en que el espritu filosfico nos ha liberado deun gran nmero de prejuicios, no creo que nuncalleguemos a desconocer las prerrogativas del pu-dor tan completamente como mi ciego. Para l,Digenes no hubiera sido un filsofo.

    Como de todas las demostraciones exterioresque despiertan en nosotros la conmiseracin y lasideas del dolor, los ciegos slo son afectados porel lamento, sospecho que en general tienen algode inhumanidad. Qu diferencia hay para un

    10 Cf. Suplemento al viaje de Bougainville.

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    ciego entre un hombre que orina y un hombreque sangra sin quejarse? Y nosotros mismos nodejamos acaso de compadecernos cuando la dis-tancia o la pequeez de los objetos produce ennosotros el mismo efecto que la privacin de lavista en los ciegos? A tal punto nuestras virtudesdependen de nuestra manera de percibir y delgrado en que nos afectan las cosas exteriores! Asque no dudo que, sin el temor al castigo, muchaspersonas sentiran menos pena matando a unhombre a una distancia en que no lo viesen msgrande que una golondrina que degollando a unbuey con sus manos. Si sentimos compasin porun caballo que sufre y si aplastamos a una hor-miga sin ningn escrpulo, no es acaso el mis-mo principio lo que nos determina? Ah, seora,cun diferente de la nuestra es la moral de losciegos! Cmo la de un sordo diferira tambin dela de un ciego, y un ser que tuviera un sentidoms que nosotros considerara imperfecta nues-tra moral, por no decir nada peor!

    Tampoco nuestra metafsica coincide con lasuya. Cuntos principios suyos que no son msque absurdos para nosotros, y recprocamente!Al respecto, podra brindar detalles que sin dudala divertiran, pero que algunas personas que vencrmenes en todo no dejaran de acusar de irreli-gin, como si dependiera de m hacer que los cie-gos perciban las cosas de manera distinta a como

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    las perciben. Me contentar con observar una cosasobre la que creo que es preciso que todo el mun-do acuerde: que el gran razonamiento que se ex-trae de las maravillas de la naturaleza es muydbil para los ciegos11. La facilidad que tenemospara crear, por as decir, nuevos objetos por me-dio de un pequeo cristal es algo ms incompren-sible para ellos que los astros que estn condena-dos a no ver nunca. El globo luminoso que avan-za de oriente a occidente los sorprende menos queun pequeo fuego que tienen la comodidad deaumentar o disminuir; como ven la materia deuna manera mucho ms abstracta que nosotros,son menos reacios a creer que ella piensa12.

    Si un hombre que slo hubiera visto duranteun da o dos se viera inmerso en un pueblo de cie-gos, sera preciso que tomara la decisin de callar-se, o pasar por loco. Todos los das les anunciaraun nuevo misterio, que slo sera tal para ellos, yque las mentes fuertes estaran predispuestas a nocreer. Acaso los defensores de la religin no po-dran sacar partido de una incredulidad tan obsti-nada, tan exacta en algunos aspectos y sin embar-go tan poco fundada? Si por un instante ustedacepta esta suposicin, bajo otros rasgos le recor-

    11 Hbil preparacin para el discurso de Saunderson.12 Derivacin hacia la metafsica. Diderot ya est pensando en

    explotar el problema psicolgico del ciego para sustentar sumaterialismo; sobre el punto de la materia que piensa, corres-ponde adems a la interpretacin de Locke que hace Voltaire.

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    dar la historia y las persecuciones de aquellos quetuvieron la desgracia de encontrar la verdad ensiglos de tinieblas y la imprudencia de revelrselasa sus ciegos contemporneos, entre los cuales notuvieron enemigos ms crueles que aquellos que,por su rango y su educacin, pareca que debanser los menos ajenos a sus sentimientos.

    Dejo pues la moral y la metafsica de los ciegos ypaso a cosas que son menos importantes, pero quesiguen ms de cerca la finalidad de las observacio-nes que se realizan por aqu en todas partes desdeel arribo del prusiano. Primera cuestin. Cmo unciego de nacimiento se forma ideas de las figuras?Creo que los movimientos de su cuerpo, la existen-cia sucesiva de su mano en varios lugares, la sensa-cin ininterrumpida de un cuerpo que pasa entresus dedos, le dan la nocin de direccin. Si deslizasus dedos a lo largo de un hilo tenso, adquiere laidea de una lnea recta; si sigue la curvatura de unhilo flojo, capta la de una lnea curva. Ms en gene-ral, por experiencias reiteradas del tacto, tiene me-moria de sensaciones experimentadas en diferen-tes puntos: es dueo de combinar esas sensacioneso puntos y formar figuras con ellos. Una lnea rec-ta, para un ciego que no es gemetra, no es otracosa que la memoria de una serie de sensacionesdel tacto ubicadas en la direccin de un hilo tensa-do; una lnea curva, la memoria de una serie desensaciones del tacto, referidas a la superficie de un

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    cuerpo slido, cncavo o convexo13. El estudio rec-tifica en el gemetra la nocin de esas lneas a par-tir de las propiedades que descubre en ellas. Peroya sea gemetra o no, el ciego de nacimiento remitetodo a la extremidad de sus dedos. Nosotros com-binamos puntos de color, l no combina sino pun-tos palpables o, para hablar con mayor precisin,sensaciones del tacto que tiene en la memoria. Ensu cabeza, no sucede nada anlogo a lo que sucedeen la nuestra: l no imagina, porque para imaginares preciso pintar un fondo y destacar puntos sobreese fondo, asignndoles un color diferente al delfondo. Si a esos puntos les otorgamos el mismo co-lor que al fondo, de inmediato se confunden con ly la figura desaparece; al menos, es as como se pro-ducen las cosas en mi imaginacin y presumo quelos dems no imaginan de manera distinta a la ma.Por lo tanto, cuando me propongo percibir en micabeza una lnea recta ms all de sus propieda-des, empiezo por tapizar el interior con una telablanca donde destaco una serie de puntos negrosen la misma direccin. Cuanto ms firmes son loscolores del fondo y de los puntos, ms distintamen-te percibo los puntos, y una figura de un color fuer-te cercano al del fondo no me cuesta menos es-

    13 Diderot no slo comenta a Condillac: Ensayo sobre los orgenesde los conocimientos humanos (op. cit., p. 57 sq.), sino que re-construye ingeniosamente la gnesis de las ideas en el ciegode nacimiento. Condillac ofrece un esquema, Diderot imagi-na, revive una experiencia.

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    fuerzo en mi imaginacin que fuera de m y sobreuna tela.

    Ver entonces, seora, que se podran estable-cer leyes para imaginar fcilmente varios objetosde diversos colores a la vez, pero esas leyes cierta-mente no seran aplicables para un ciego de naci-miento. El ciego de nacimiento, al no poder colo-rear ni por consiguiente representar tal como no-sotros lo entendemos, slo tiene memoria de sen-saciones adquiridas por el tacto que refiere a dife-rentes puntos, lugares o distancias, y con los quecompone las figuras. Es tan constante el hecho deque no representamos en la imaginacin sin colo-rear, que si nos dan a tocar en la oscuridad peque-os glbulos cuya materia y cuyo color descono-cemos los supondremos blancos o negros o de al-gn otro color, o bien, si no les aadimos color al-guno, slo tendremos memoria, como el ciego denacimiento, de pequeas sensaciones suscitadas enla extremidad de los dedos tales como las que pue-den causar pequeos cuerpos redondos. Si dichamemoria es muy fugaz en nosotros, si casi no te-nemos ideas sobre la manera en que un ciego denacimiento fija, recuerda y combina las sensacio-nes del tacto, es a consecuencia del hbito que he-mos adquirido mediante la vista de ejecutar todoen nuestra imaginacin con colores. Sin embargo,a m me ha ocurrido, en la agitacin de una pa-sin violenta, llegar a sufrir un temblor en toda

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    una mano, sentir la impresin de cuerpos que ha-ba tocado mucho tiempo atrs y que se desperta-ban tan intensamente como si todava hubiesenestado presentes y en contacto conmigo, y darmecuenta muy claramente de que los lmites de lasensacin coincidan precisamente con las de aque-llos cuerpos ausentes. Aun cuando la sensacinsea indivisible por s misma, ocupa un espacio ex-tenso, por decirlo de algn modo, que el ciego denacimiento posee la facultad de ampliar o recor-tar mediante el pensamiento, aumentando o dis-minuyendo la parte afectada. Por tales medios,construye puntos, superficies, slidos; incluso ten-dr un slido grande como el globo terrestre, sisupone que la punta de su pulgar es grande comoel globo y est ocupado por la sensacin en largo,ancho y profundidad.

    No conozco nada que demuestre mejor la reali-dad del sentido interno14 que la facultad, dbil ennosotros pero fuerte en los ciegos de nacimiento,de sentir o recordar la sensacin de los cuerposaun cuando estn ausentes y ya no actan sobreellos. No podemos hacerle entender a un ciegocmo la imaginacin nos pinta los objetos ausen-tes como si estuvieran presentes, pero perfectamen-te podemos reconocer en nosotros la facultad de

    14 La distincin entre sentidos externos y sentido interno o sen-sorium commune, que se remonta a los escolsticos, fue reela-borada anatmicamente por La Mettrie (Tratado del alma, 1745,edit. Berlin, 1796, p. 115).

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    sentir en la punta de un dedo un cuerpo que ya noest, tal como le sucede al ciego de nacimiento.Para tal fin, apretemos el ndice contra el pulgar,cerremos los ojos, separemos los dedos, y exami-nemos inmediatamente lo que sucede luego de laseparacin, dgame usted entonces si la sensacinno perdura por mucho tiempo despus de que lapresin ha cesado y si mientras dura la presin nole parece que su alma est ms en su cabeza queen la extremidad de sus dedos; y si dicha presinno le da la nocin de una superficie por el espacioque ocupa la sensacin. No distinguimos la pre-sencia de seres fuera de nosotros de sus represen-taciones en nuestra imaginacin sino por la fuer-za o la debilidad de la impresin que nos produ-cen; de manera similar, el ciego de nacimiento nodiferencia la sensacin de la presencia real de unobjeto en la punta de su dedo sino por la fuerza ola debilidad de la misma sensacin.

    Si alguna vez un filsofo ciego y sordo de naci-miento concibe un hombre a semejanza de Descar-tes, me atrevo a asegurarle, seora, que ubicar elalma en la punta de los dedos15; porque de all pro-

    15 Cf. La Mettrie (op. cit. X, 7, p. 119): En dnde est su almacuando su olfato le comunica olores,... sino en aquellas capasdonde tienen su origen los nervios olfativos? En dnde estcuando percibe un cielo claro, si no en las capas pticas?Pero Diderot no comprendi el inters de tales localizacionescerebrales, su paralelismo fisio-psicolgico carece de expe-riencia mdica. Niklaus relaciona acertadamente el texto conel artculo Invisible de la Enciclopedia: El ciego ve los objetosen su cabeza o en la punta de sus dedos?.

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    vienen sus principales sensaciones y todos sus co-nocimientos. Y quin le advertira que su cabezaes la sede de sus pensamientos? Si los trabajos de laimaginacin agotan la nuestra se debe a que el es-fuerzo que hacemos para imaginar se asemeja bas-tante al que hacemos para percibir objetos muyprximos o muy pequeos. Pero no ocurrir lo mis-mo con el ciego y sordo de nacimiento: las sensacio-nes que haya captado mediante el tacto sern, poras decir, el molde de todas sus ideas y no me sor-prendera que, luego de una profunda meditacin,tuviera los dedos tan fatigados como nosotros sen-timos la cabeza. No temera que un filsofo le obje-tara que los nervios son las causas de nuestras sen-saciones y que todos parten del cerebro: cuando esasdos proposiciones estn tan demostradas como seaposible16, sobre todo la primera, le bastara con ha-cerse explicar todo aquello que los fsicos han pen-sado al respecto para persistir en su sentimiento.

    Pero si la imaginacin de un ciego no es msque la facultad de recordar y combinar sensacio-nes de puntos palpables, y la de un hombre queve, la facultad de recordar y combinar puntos vi-sibles o coloreados, se deduce que el ciego percibelas cosas de una manera mucho ms abstracta quenosotros, y que en cuestiones de pura especula-16 El filsofo en cuestin parece ser La Mettrie, pero Diderot no

    refuta el argumento de las enfermedades del cerebro que, deacuerdo al sitio en que atacan, suprimen o bien un sentido, obien otro (op. cit., p. 118).

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    cin, tal vez est menos sujeto a engao, pues laabstraccin slo consiste en separar mediante elpensamiento las cualidades sensibles de los cuer-pos, bien separndolas entre s, o bien del mismocuerpo que les sirve de base. Y el error surge deesa separacin mal hecha o hecha inoportunamen-te; mal hecha, en las cuestiones metafsicas; y he-cha inoportunamente, en las cuestiones fsico-ma-temticas. Un medio casi seguro de engaarse enmetafsica es no simplificar suficientemente losobjetos de los que nos ocupamos, y un secreto in-falible para arribar a resultados defectuosos en f-sico-matemtica es suponerlos menos complejos delo que son.

    Hay una clase de abstraccin de la que soncapaces tan pocos hombres que parece reserva-da a las inteligencias puras, es aquella mediantela cual todo se reducira a unidades numricas.Hay que admitir que los resultados de tal geome-tra seran en verdad exactos y sus formulas muygenerales, dado que no existen objetos, ya sea enla naturaleza, ya sea en lo posible, que esas uni-dades simples no pudieran representar, puntos,lneas, superficies, slidos, pensamientos, ideas,sensaciones y... si por ventura era ste el funda-mento de la doctrina de Pitgoras, podramosdecir que fracas en su proyecto porque tal ma-nera de filosofar est muy por encima de noso-tros y se acerca demasiado al Ser supremo que,

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    segn la ingeniosa expresin de un gemetra in-gls17, geometriza perpetuamente en el universo.

    La unidad pura y simple es un smbolo dema-siado vago y demasiado general para nosotros.Nuestros sentidos nos remiten a signos ms an-logos a la extensin de nuestra mente y a la con-formidad de nuestros rganos. Hemos actuadoincluso de manera que esos signos pudieran sercomunes entre nosotros y que sirvieran, por asdecir, de depsito para el comercio mutuo denuestras ideas. Los hemos instituido para los ojos,y son los caracteres, para el odo son los sonidosarticulados, pero no tenemos signos para el tac-to, aunque haya una manera de hablar propiade ese sentido y obtener respuestas de l. A faltade dicha lengua, la comunicacin est enteramen-te rota entre nosotros y aquellos que nacen sor-dos, ciegos y mudos. Crecen, pero permanecenen un estado de imbecilidad. Tal vez llegaran aadquirir ideas si uno se hiciera entender por ellosdesde la infancia de una manera fija, determina-da, constante y uniforme; en una palabra, si lestrazramos en la mano los mismos caracteres que

    17 El ndice temtico de la edicin princeps nombra al gemetraingls, un tal Rapson. Niklaus logr identificarlo. Se trata deJoseph Raphson o Ralphson, muerto hacia 1712, autor de unaHistory of fluxions y de una Demonstratio de deo (1710). Estedato sobre un discpulo bastante oscuro de Newton es unaprueba del inters de Diderot por la vida intelectual inglesa.En cuanto a la expresin geometrizar es corriente dentrodel lenguaje cientfico del otro lado del canal de la Mancha.

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    trazamos sobre el papel y que invariablementeestuvieran ligados a la misma significacin18.

    No le parece, seora, que ese lenguaje es tancmodo como cualquier otro? Y no est ya inven-tado en su totalidad? Se animara a asegurarnosque nunca le han dado a entender nada de esa ma-nera? Slo se trata pues de fijarlo y convertirlo enuna gramtica y en diccionarios, si consideramosque la expresin mediante los caracteres ordinariosde la escritura es demasiado lenta para ese sentido.

    Los conocimientos tienen tres puertas para en-trar en nuestra alma, y en una levantamos unabarricada por la carencia de signos. Si se hubierandescuidado las otras dos, nos veramos reducidosa la condicin de animales. As como slo dispo-nemos del apretn para hacernos entender con elsentido del tacto, tampoco tendramos ms que elgrito para hablarle al odo. Seora, es preciso ca-recer de un sentido para conocer las ventajas delos smbolos destinados a los restantes, y las perso-nas que tuvieran la desgracia de ser sordas, ciegasy mudas, o que llegaran a perder esos tres senti-dos por algn accidente, estaran encantadas deque hubiese una lengua clara y precisa para el tacto.

    Es mucho ms fcil usar smbolos ya inventa-dos que inventarlos, como se ve uno forzado a

    18 Diderot muestra ser al respecto un genial precursor de losmtodos perfeccionados por el abad de lpe (1774, Instruc-cin de los sordomudos por medio de signos metdicos).

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    hacerlo cuando es tomado de improviso. Quventaja hubiera sido para Saunderson19 disponerde una aritmtica palpable ya preparada a loscinco aos de edad en lugar de tener que imagi-narla a los veinticinco! El tal Saunderson, seora,es otro ciego de quien no ser inoportuno hablar-le. Se cuentan prodigios sobre l, y no hay ningu-no de ellos que sus progresos en las artes litera-rias y su habilidad en las ciencias matemticasno puedan hacer creble.

    La misma mquina le serva para los clculosalgebraicos y para la descripcin de las figurasrectilneas. Seguramente no le molestar que sela explique, dado que usted est en condicionesde entenderla, y ver que no supone ningn co-nocimiento que no tenga ya y que le sera muytil si alguna vez tuviera usted la intencin dehacer largos clculos a tientas.

    19 Nicholas Saunderson, nacido en enero de 1682 cerca de Pen-niston, Yorkshire, perdi la vista y los ojos a los doce mesesde edad a consecuencia de una viruela. A los veinticinco aos,estudia en Cambridge con Josuah Dunn. Se convierte en pro-fesor y para vivir ensea matemticas y la filosofa de Newton.El 20 de noviembre de 1711, por recomendacin de la reinaAna, es nombrado Lucasian professor of mathematics enCambridge. En 1728, Jorge II le hace una visita y lo nombradoctor en derecho. Lord Chesterfield sigue sus cursos en Tri-nity Hall. En 1719, es miembro de la Royal Society. Muere deescorbuto el 19 de abril de 1739. La biblioteca universitaria deCambridge conserva un curioso retrato de Saunderson pinta-do por I. Vanderbanck.La descripcin de su aritmtica tctil (palpable arithmetic) apa-rece en sus Elements of algebra (Cambridge, 1740, p. XII-XIII yXX-XXVI).

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    Figura 1 y 2

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    Imagine un cuadrado, tal como el que ve us-ted en las fig. 1 y 220, dividido en cuatro partesiguales por lneas perpendiculares a los lados, demanera que le quedaran los nueve puntos, 1, 2,3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. Suponga que ese cuadrado estperforado con nueve agujeros capaces de alojaralfileres de dos clases, todos del mismo ancho ylargo, pero unos con la cabeza un poco ms gran-de que los otros.

    Los alfileres de cabeza grande nunca se ubica-ban sino en el centro del cuadrado, los de cabezapequea, nicamente en los lados, excepto un solocaso, el cero. El cero se indicaba mediante un al-filer de cabeza grande, ubicado en el centro delpequeo cuadrado, sin que hubiese ningn otroalfiler en los lados. La cifra 1 era representadapor un alfiler de cabeza pequea, colocado en elcentro del cuadrado sin que hubiese ningn otroalfiler en los lados. La cifra 2, por un alfiler decabeza grande ubicado en el centro del cuadra-do y por un alfiler de cabeza pequea ubicado enuno de los lados, en el punto 1. La cifra 3, por unalfiler de cabeza grande ubicado en el centro delcuadrado y por un alfiler de cabeza pequea ubi-cado en uno de los lados, en el punto 2. La cifra4, por un alfiler de cabeza grande ubicado en el

    20 Diderot ofrece seis grabados, mientras que los editores deSaunderson se contentaban con dos figuras de bacos (op.cit., p. XXIV).

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    centro del cuadrado y por un alfiler de cabezapequea ubicado en uno de los lados, en el punto3. La cifra 5, por un alfiler de cabeza grande,ubicado en el centro del cuadrado, y por un alfi-ler de cabeza pequea ubicado en uno de los la-dos, en el punto 4. La cifra 6, por un alfiler decabeza grande ubicado en el centro del cuadra-do y por un alfiler de cabeza pequea ubicado enuno de los costados, en el punto 5. La cifra 7, porun alfiler de cabeza grande ubicado en el centrodel cuadrado y por un alfiler de cabeza pequeaubicado en uno de los lados, en el punto 6. Lacifra 8, por un alfiler de cabeza grande ubicadoen el centro del cuadrado y por un alfiler de ca-beza pequea ubicado en uno de los lados, en elpunto 7. La cifra 9, por un alfiler de cabeza gran-de ubicado en el centro del cuadrado y por unalfiler de cabeza pequea ubicado en uno de loslados del cuadrado, en el punto 8.

    Tenemos all diez expresiones diferentes parael tacto, cada una de las cuales corresponde a unode nuestros diez caracteres matemticos. Imag-nese ahora una tabla tan grande como quiera,dividida en pequeos cuadrados alineados hori-zontalmente y separados unos de otros por lamisma distancia, tal como se ve en la fig. 3, y ten-dr usted la mquina de Saunderson.

    Advertir usted fcilmente que no hay nme-ros que no se puedan escribir en esa tabla, y por

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    consiguiente no hay ninguna operacin aritmti-ca que no se pueda realizar con ella.

    Supongamos, por ejemplo, que se trata de en-contrar la suma, o hacer la adicin de los nuevenmeros siguientes:

    1 2 3 4 52 3 4 5 63 4 5 6 74 5 6 7 85 6 7 8 96 7 8 9 07 8 9 0 18 9 0 1 29 0 1 2 3

    Los escribo en la tabla a medida que me losdictan: la primera cifra desde la izquierda del pri-mer nmero, en el primer cuadrado desde la iz-quierda de la primera lnea; la segunda cifra des-de la izquierda del primer nmero, en el segundocuadrado desde la izquierda de la misma lnea. Yas sucesivamente.

    Ubico el segundo nmero en la segunda hile-ra de cuadrados, las unidades debajo de las uni-dades, las decenas debajo de las decenas, etc.

    Coloco el tercer nmero en la tercera hilera decuadrados, y as sucesivamente, como puede ver-lo en la fig. 3. Luego, recorriendo con los dedos

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    Figura 3

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    cada hilera vertical de arriba abajo, empezandopor la que est ms a mi derecha, realizo la adi-cin de los nmeros all expresados, y escribo elsobrante de las decenas debajo de esa columna.Paso a la segunda columna avanzando hacia laizquierda con la cual opero de la misma manera,de all a la tercera y as hasta concluir mi adicin.

    Y he aqu cmo la misma tabla le serva parademostrar las propiedades de las figuras rectil-neas. Supongamos que tuviera que demostrar quelos paralelogramos que tienen la misma base y lamisma altura tienen igual superficie: colocaba susalfileres como puede verlo en la fig. 4. Les dabanombres a los puntos angulares y conclua la de-mostracin con sus dedos.

    Suponiendo que Saunderson slo emplearaalfileres de cabeza grande para indicar los lmi-tes de sus figuras, poda disponer en torno a ellasalfileres de cabeza pequea de nueve maneras di-ferentes, todas las cuales le resultaban familiares.As no encontraba obstculos, salvo en los casosen que el gran nmero de ngulos que estabaobligado a nombrar en su demostracin lo forza-ba a recurrir a las letras del alfabeto. No se nosdice cmo las empleaba.

    Slo sabemos que recorra su tabla con unaagilidad de dedos sorprendente, que emprendacon xito los clculos ms extensos, que poda in-terrumpirlos y reconocer cuando se equivocaba,

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    Figura 4

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    que los verificaba con facilidad y que ese trabajono le requera, ni con mucho, tanto tiempo comose podra imaginar, debido a la pericia con quepreparaba su tabla.

    Dicha preparacin consista en colocar alfile-res de cabeza grande en el centro de todos loscuadrados. Hecho lo cual, no le quedaba sino de-terminar sus valores mediante los alfileres de ca-beza pequea, excepto en los casos en que debaescribir una unidad. Introduca entonces en elcentro del cuadrado un alfiler de cabeza peque-a en lugar del alfiler de cabeza gruesa que loocupaba.

    A veces, en lugar de formar una lnea enteracon sus alfileres, se contentaba con ubicarlos entodos los puntos angulares o de interseccin, entorno a los cuales fijaba hilos de seda que termi-naban de conformar los lmites de sus figuras. Veala fig. 5.

    Dej algunas otras mquinas que le facilita-ban el estudio de la geometra; ignoramos el ver-dadero uso que haca de ellas, y tal vez hicierafalta ms sagacidad para descubrirlo que pararesolver un problema de clculo integral. Que al-gn gemetra intente decirnos para qu le ser-van cuatro pedazos de madera, slidos, con for-ma de paraleppedos rectangulares, cada uno deonce pulgadas de largo por cinco y media de an-cho, y con poco ms de media pulgada de espe-

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    Figura 5

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    sor, donde las dos grandes superficies de ambascaras estaban divididas en pequeos cuadradossemejantes a los del baco que acabo de descri-bir, con la diferencia de que slo estaban perfora-dos en algunos sitios donde haba alfileres hun-didos hasta la cabeza. Cada superficie represen-taba nueve pequeas tablas aritmticas de dieznmeros cada una, y cada uno de esos nmerosestaba compuesto de diez cifras. La fig. 6 repre-senta una de esas pequeas tablas y estos son losnmeros que contena:

    9 4 0 8 42 4 1 8 64 1 7 9 25 4 2 8 46 3 9 6 87 1 8 8 07 8 5 6 88 4 3 5 88 9 4 6 49 4 0 3 0

    Es autor de una obra muy completa en su g-nero. Son unos Elementos de lgebra21, donde no

    21 Se trata de The elements of algebra (Cambridge University Press,1740-41, vol. in 4). Para nuestras citas, utilizaremos el ejem-plar de la Biblioteca Nacional (B. N. Y. 6994-6995) que tal vezfue el que consult Diderot, muy amigo del abad Sallier,encargado de la biblioteca del rey.

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    Figura 6

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    advertimos que era ciego sino por la singulari-dad de algunas demostraciones que un hombreque ve acaso no hubiera sabido encontrar. A l lepertenece la divisin del cubo en seis pirmidesiguales que tienen sus vrtices en el centro delcubo y sus bases corresponden a cada una de suscaras. Se utiliza para demostrar de una maneramuy simple que toda pirmide es el tercio de unprisma de igual base e igual altura.

    Su gusto lo condujo al estudio de las matem-ticas, la escasez de su fortuna y los consejos desus amigos lo llevaron a dar lecciones pblicassobre el tema. Es indudable que tuvo xito msall de sus esperanzas por la prodigiosa facilidadque tena para hacerse entender. En efecto, Saun-derson les hablaba a sus alumnos como si hubie-ran sido privados de la vista; pero un ciego quese expresa claramente para los ciegos debe ganarmucho con personas que ven, que tienen un te-lescopio ms.

    Quienes escribieron sobre su vida22 dicen queera fecundo en expresiones felices, lo cual es muyverosmil. Pero acaso usted me pregunte qu en-tiendo por expresiones felices23. Le responder,

    22 Cf. Memoirs of the life and character of Dr Nicholas Saunderson (p.1); son los intimate friends of the deceased: Thomas Nittle-ton, Richard Wilkes, John Boldero, Gervase Holmes, GranvilleWheeler, Richard Davies.

    23 Los bigrafos se limitan a elogiar su latn ciceroniano: Veryelegant latin, style truly ciceronian (p. VII). Diderot se dedi-ca a extraer de all una doctrina sensualista del lenguaje.

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    seora, que son las propias de un sentido, el tac-to, por ejemplo, y que al mismo tiempo son meta-fricas para otro sentido, como la vista, de donderesulta una doble iluminacin para aquel a quiense habla, la luz verdadera y directa de la expre-sin y la luz reflejada de la metfora. Es evidenteque en tales ocasiones Saunderson, con todo elingenio que tena, no se entenda l mismo sino amedias, dado que no perciba ms que la mitadde las ideas ligadas a los trminos que empleaba.Pero, quin no est en igual situacin de tantoen tanto? Dicho accidente es comn a los idiotasque a veces tienen excelentes ocurrencias y a laspersonas que detentan el mayor ingenio, a las quese les escapa una tontera, sin que ni unos ni otrosse den cuenta de ello.

    He notado que la escasez de palabras tambinproduca el mismo efecto en los extranjeros a quie-nes la lengua an no les resulta familiar: se venforzados a decir todo con una muy pequea can-tidad de trminos, lo que los conduce a ubicaralgunos muy felizmente. Pero como toda lenguaen general es pobre en palabras adecuadas paraescritores que tienen imaginacin vivaz, stos sehallan en el mismo caso que los extranjeros quetienen mucho ingenio; las situaciones que inven-tan, los matices delicados que perciben en los ca-racteres, la ingenuidad de las pinturas que tie-nen que hacer, los apartan en todo momento de

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    las maneras ordinarias de hablar y los hacenadoptar giros, frases que son admirables en lamedida en que no resultan rebuscadas ni oscu-ras; defectos que se les perdonan ms o menosdifcilmente de acuerdo al grado de ingenio queuno mismo tenga y al grado de conocimiento dela lengua. Tal es el motivo de que M. de M...24 seael autor francs que ms les gusta a los ingleses; yque Tcito sea el autor latino que ms aprecianlos pensadores. Las licencias de la lengua se nosescapan y slo nos afecta la veracidad de los tr-minos.

    Saunderson profes las matemticas en la uni-versidad de Cambridge con un sorprendente xi-to. Dio lecciones de ptica, pronunci discursossobre la naturaleza de la luz y los colores, explicla teora de la visin, trat acerca de los efectos delos cristales, los fenmenos del arco iris y variasotras materias relativas a la vista y a su rgano.

    Tales cosas perdern mucho de su carctermaravilloso si usted considera, seora, que se de-ben distinguir tres puntos en toda cuestin don-de se vinculan la fsica y la geometra: el fenme-no a explicar, las suposiciones del gemetra y elclculo que resulta de las suposiciones. Pero esevidente que, cualquiera sea la penetracin de unciego, los fenmenos de la luz y los colores le re-

    24 Marivaux, cuyo estilo rebuscado y oscuro fue muy critica-do por Voltaire.

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    sultan desconocidos. Entender las suposicionesporque todas son relativas a causas palpables,pero de ninguna manera la razn que tena elgemetra para preferirlas antes que otras, puessera preciso que pudiera comparar las mismassuposiciones con los fenmenos. El ciego tomaentonces las suposiciones como lo que viene dado:un rayo de luz como un hilo elstico y delgado ocomo una serie de corpsculos que van a golpearnuestros ojos a una velocidad increble, y calculaen consecuencia. El paso de la fsica a la geome-tra se ha cruzado y la cuestin se vuelve pura-mente matemtica.

    Y qu debemos pensar de los resultados delclculo? 1 Que a veces hay una extrema dificul-tad en obtenerlos, y que en vano un fsico seramuy fecundo en imaginar las hiptesis ms acor-des con la naturaleza si no supiera convalidarlasmediante la geometra, as los mayores fsicos,Galileo, Descartes, Newton, fueron grandes ge-metras; 2 Que tales resultados son ms o menosciertos de acuerdo a que las hiptesis de las que seha partido sean ms o menos complicadas. Cuan-do el clculo est basado en una hiptesis simple,entonces las conclusiones adquieren la fuerza dedemostraciones geomtricas. Cuando hay un grannmero de suposiciones, la probabilidad de quecada hiptesis sea verdadera disminuye en razndel nmero de las hiptesis, pero aumenta por otro

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    lado debido a lo poco verosmil de que tantas hi-ptesis falsas pudieran corregirse exactamenteentre s y que obtengamos un resultado confirma-do por los fenmenos. En tal caso, sera como unaadicin cuyo resultado fuera exacto, aunque lassumas parciales de los nmeros aadidos hubie-sen sido hechas todas incorrectamente. No pode-mos negar que una operacin as sera posible, peroal mismo tiempo ver usted que habr de ser muyrara. Cuantos ms nmeros haya que sumar, msposibilidades habr de que uno se equivoque en laadicin de cada uno; pero tambin ser menor esaposibilidad si el resultado de la operacin es co-rrecto. Hay pues un nmero de hiptesis tal que lacertidumbre que resultara de ellas sera la ms pe-quea posible. Si digo que A ms B ms C es iguala 50, podr concluir del hecho de que 50 es enefecto la cantidad del fenmeno que las suposicio-nes representadas por las letras A, B, C son verda-deras? En absoluto, porque hay una infinidad demaneras para restarle a una de esas letras y aa-dirle a las otras dos por las cuales obtendra siem-pre 50 como resultado, pero el caso de tres hipte-sis combinadas quizs sea uno de los ms desfa-vorables.

    Una ventaja del clculo que no debo omitir esque excluye las hiptesis falsas por la contradic-cin que se muestra entre el resultado y el fen-meno. Si un fsico se propone descubrir la curva

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    que sigue un rayo de luz al atravesar la atmsfe-ra, est obligado a tomar una decisin acerca dela densidad de las capas de aire, acerca de la leyde refraccin, acerca de la naturaleza y las figu-ras de los corpsculos luminosos y quizs acercade otros elementos esenciales que no llega a to-mar en cuenta, sea porque los deja de lado vo-luntariamente, sea porque le resultan desconoci-dos. Luego determina la curva del rayo. Es dife-rente en la naturaleza de como la define su cl-culo? Entonces sus suposiciones son incompletaso falsas. El rayo asume la curva determinada?Entonces hay dos posibilidades: o que las suposi-ciones se han adecuado a los hechos o que sonexactas; y qu es lo cierto? Lo ignora; no obstan-te, esa es toda la certeza a la que puede llegar.

    He recorrido los Elementos de lgebra de Saun-derson con la esperanza de encontrar lo que de-seara saber de aquellos que lo vieron familiarmentey que nos han informado sobre algunas particula-ridades de su vida, pero mi curiosidad se vio de-fraudada; y pens que unos elementos de geome-tra de su autora hubieran sido una obra ms sin-gular en s misma y mucho ms til para nosotros.Hubisemos hallado en ella las definiciones delpunto, la lnea, la superficie, el slido, el ngulo,las intersecciones de las lneas y de los planos, enlas cuales no dudo que l habra empleado princi-pios de una metafsica muy abstracta y bastante

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    cercana a la de los idealistas. Llamamos idealistas25

    a los filsofos que slo tienen conciencia de su exis-tencia y de las sensaciones que se suceden en elinterior de s mismos y que no admiten otra cosa:un sistema extravagante que, me parece, slo po-da haber surgido de unos ciegos; un sistema que,para vergenza del espritu humano y de la filo-sofa, es el ms difcil de combatir, aunque sea elms absurdo de todos. Es expuesto con tanta fran-queza como claridad en tres dilogos26 del doctorBerkeley, obispo de Cloyne; habra que invitar alautor del Ensayo sobre nuestros conocimientos paraque examinara dicha obra, encontrara materia deobservaciones tiles, agradables, agudas, en unapalabra, tales como las que suele hacer. El idealis-mo bien merece que sea denunciado, y esa hipte-sis tiene con qu estimularlo, no tanto por su sin-gularidad cuanto por la dificultad que presentarefutarla en sus principios, ya que son precisamen-

    25 Son los partidarios del idealismo absoluto de Berkeley; Dide-rot los llama egotistas en el Paseo del escptico (A. T., t. I, p.218-219): Son personas, cada una de las cuales sostiene queest sola en el mundo.

    26 Diderot conoca desde haca poco a George Berkeley (1685-1753); en 1747, en el Paseo del escptico, hace una alusin pocoprecisa a su sistema y escriba por entonces Barclay (I, p.185), como Voltaire (Elementos de la filosofa de Newton, edit.Moland, t. XXII, p. 469). Su iniciacin en el idealismo debiefectuarse por medio de la traduccin de Jaucourt del Alci-frn y de la Nueva teora de la visin (La Haya, 1734). En 1749,acaba de asimilar los Three dialogues between Hylas and Philo-nous (1713), cuya traduccin el abad Gua de Malves, su pre-cursor en la obra enciclopdica, an no haba publicado (Ams-terdam, Pars, 1750).

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    te los mismos que los de Berkeley. Segn ambos, ysegn la razn, los trminos de esencia, materia,sustancia, agente, etc., no esclarecen por s mis-mos nada en nuestra mente; adems, seala jui-ciosamente el autor del Ensayo sobre el origen de losconocimientos humanos27, ya sea que nos elevemosal cielo, ya sea que descendamos a los abismos,nunca salimos de nosotros mismos y no percibi-mos ms que nuestro propio pensamiento; perotal es el resultado del primer dilogo de Berkeley yel fundamento de todo su sistema. No siente cu-riosidad por ver enfrentarse a dos enemigos cuyasarmas se parecen tanto? Si la victoria le corres-pondiera a uno de los dos, slo podra ser aquelque se sirviese mejor de ellas; pero el autor del En-sayo sobre el origen de los conocimientos humanosacaba de ofrecer, en un Tratado de los sistemas, nue-vas pruebas sobre la destreza con que sabe mane-jar las suyas y demostrar cun temible puede serpara los sistemticos28.

    Dir usted que nos hemos alejado mucho delos ciegos, pero es preciso que tenga la bondad,seora, de disculparme todas estas digresiones:

    27 Condillac public esa primera obra en 1746 (Amsterdam,Pierre Mortier). Condillac no sabe ingls, segn l mismo con-fiesa (Ensayo sobre el origen..., II, 156, op. cit., p. 102, nota). Enel Tratado de los sistemas (1749) todava desconoce el idealis-mo de Berkeley.

    28 Alusin al ataque de Condillac contra Descartes, Malebran-che, Leibniz, Spinoza y el Padre Boursier en el Tratado de lossistemas (1749).

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    le promet una conversacin y no puedo cumplirmi palabra sin su indulgencia.

    Le con toda la atencin de la que soy capaz loque ha dicho Saunderson sobre el infinito. Le pue-do asegurar que tena al respecto ideas muy exac-tas y muy claras y que la mayora de nuestros infi-nitistas slo habran sido ciegos para l. Podr us-ted juzgarlo por s misma; aunque esa materia seabastante difcil y se extiende un poco ms all desus conocimientos matemticos, no voy a deses-perar, disponindome a ponerla a su alcance, depoder iniciarla en la lgica infinitesimal.

    El ejemplo del ilustre ciego prueba que el tactopuede volverse ms delicado que la vista cuandoes perfeccionado por el ejercicio; pues al recorrercon las manos una coleccin de medallas distin-gua las verdaderas de las falsas29, aun cuandostas hubiesen sido imitadas lo bastante bien comopara engaar a un conocedor con ojos expertos; yapreciaba la exactitud de un instrumento de ma-temtica haciendo pasar la extremidad de sus de-dos sobre sus divisiones. Ciertamente son cosas msdifciles de hacer que juzgar por el tacto la seme-janza de un busto con la persona representada,con lo cual vemos que un pueblo de ciegos podra

    29 Cf. Elements of algebra, p. XII: He distinguished in a set ofroman medals the genuine from the false, thought they hadbeen counterfeited with such exactness as to deceive a con-noisseur who had judged by the eye.

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    tener artes escultricas y obtener los mismos bene-ficios que nosotros de las estatuas, es decir, perpe-tuar la memoria de las buenas acciones y de laspersonas que ms apreciaran. Tampoco dudo queel sentimiento que experimentaran tocando lasestatuas no fuese mucho ms intenso que el quetenemos nosotros vindolas. Qu dulce sera paraun amante que hubiese amado muy tiernamenteel pasar sus manos por encantos que reconoceracuando la ilusin, que debe actuar ms fuertementeen los ciegos que en los que ven, llegara a revivir-los! Pero tambin es posible que cuanto ms pla-cer haya en el recuerdo, hubiese menos pesar.

    Saunderson tena en comn con el ciego delPuiseaux que lo afectaba la menor vicisitud quese produca en la atmsfera30, y, sobre todo en lostiempos de calma, perciba la presencia de obje-tos que no estaban ms que a unos pasos de dis-tancia. Cuentan que un da en que asista a ob-servaciones astronmicas que se realizaban en unjardn, las nubes que de tanto en tanto les oculta-ban a los observadores el disco del sol ocasiona-ban una alteracin bastante notable en la accinde los rayos sobre su rostro para indicarle losmomentos favorables o adversos para las obser-

    30 Ibid., p. XII: Saunderson era very accurate in distinguishingthe least variation in the atmosphere.

    31 Ibid., p. XII: I have been present with him in a garden, ma-king observations on the sun, when he has taken notice ofevery cloud that disturbed our observation.

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    vaciones31. Tal vez usted crea que en sus ojos seproduca alguna conmocin capaz de advertir lapresencia de la luz, pero no de los objetos, y tam-bin lo hubiera credo, si no fuera por el hecho deque Saunderson estaba p