Carta Salvador Mas
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Transcript of Carta Salvador Mas
Una vez finalizados, y calificados, los exámenes me es grato ponerme en
contacto con ustedes para, al margen de la nota obtenida, hacerles llegar algunos
comentarios generales sobre los ejercicios. Tratándose de observaciones que sirvan
para todos ellos, o para el mayor número posible, no es posible descender a
cuestiones puntuales, como, por ejemplo, errores de atribución (atribuir a un filósofo las
ideas de otro) o confusiones en la explicación de las diversas teorías (afirmar que un
pensador sostiene "A" cuando en realidad mantiene "no-A"). Debo constatar que este
tipo de fallos, si bien se producen en mayor número del que sería deseable, tampoco
son excesivamente frecuentes. Estos errores, aunque graves en la medida en que
demuestran un estudio superficial de la asignatura, tienen la ventaja de ser fácilmente
solucionables con sólo repasar (y, en algunos casos, estudiar) la bibliografía utilizada
para preparar este ejercicio. En todo caso, creo más provechoso comentar en otro tipo
de problemas, comunes a gran número de ejercicios, y que, precisamente por ser más
sutiles, son de más difícil corrección sin algún tipo de orientación. Es obvio que, de
estas observaciones, cada cual sabrá cuál es aplicable a su caso particular y en qué
grado.
En primer lugar, son muy frecuentes los planteamientos excesivamente
generales en los que, por querer decir todo, no se dice nada, nada que vaya más allá
de unas líneas vagas que en modo alguno consiguen atrapar el problema que se
plantea en la pregunta a contestar o en el texto a comentar. Si se pregunta: “Exponga
aquel aspecto de la filosofía de x que más le haya interesado”, uno no espera leer una
breve y sucinta exposición de la totalidad del pensamiento de x, sino justamente aquel
aspecto qué más ha interesado, y porque ha sucedido así. Es cierto que en ocasiones
puede ser adecuado un breve planteamiento introductorio, donde se esbocen dos o
tres ideas generales pertinentes para la cuestión más concreta que a cuestión se va a
esbozar, pero tal planteamiento no debe ser el cuerpo del ejercicio y sería además
conveniente que ya de entrada esté orientado al aspecto o problema que se desea
exponer.
Aprovecho la ocasión para hacer un breve comentario sobre las
“contextualizaciones históricas”: es obvio y es cierto que Epicuro nació en Samos (y
luego fue a Atenas) y es bastante probable que Zenón tuviera origen oriental, acaso
semita; nadie duda de que el ambiente político de la Roma imperial se refleja de alguna
manera en las reflexiones de Séneca o de Marco Aurelio. Pero estos datos son
irrelevantes a menos que se hagan entrar en juego a la hora de exponer el problema
que, en efecto, ha interesado, pues este problema puede exponerse atendiendo, o no,
a tales, o semejantes, contextualizaciones históricas. Todo depende.
Sobre lo mismo pero más en general, o sea, sobre la famosa y celebrada
“muerte de la pólis”, la consecuencias de las actividades de Alejandro y un largo etc.:
aunque yo mismo recurro a este tópico es exactamente eso, un tópico que debería ser
examinado con detalle; en la ciudad de Atenas, por ejemplo, hay sorprendentes
continuidades que, al menos en algunos aspectos, desmienten este lugar común. Pero
a lo que iba: si uno desea exponer un tema abstracto como, digamos, las críticas
escépticas al criterio de verdad estoico, no se acaba de ver la pertinencia de exponer, a
modo de introducción, las hazañas de Alejandro; no digo que no sea pertinente, pero sí
que tal pertinencia (o impertinencia, que para lo que ahora interesa da lo mismo) debe
ser expuesta y analizada. Hay ejercicios que versan sobre el estoicismo romano o
sobre Plotino y en los que la “contextualización histórica” se refiere a la ya citada
“muerte de la pólis”, sin caer en la cuenta de los muchos siglos que separan estos
fenómenos. En otros ejercicios la “contextualización histórica” se lee dos veces con
muy pocas variaciones, como introducción a la parte “obligada” y como introducción a
la parte “libre” o “autoformulada”.
El error de caer en planteamientos excesivamente generales suele obedecer a
que no se ha estudiado ningún punto con suficiente detenimiento, pues en tal caso lo
único que se retiene en el momento del examen son, como ya indicaba, unas pocas
ideas vaporosas que no resultan suficientes para hacerse con la complejidad de los
problemas planteados. Por otra parte, no es suficiente con saber qué dice un autor, es
necesario saber además el cómo y el por qué, saber, en definitiva cuáles son los
problemas a los que se intenta dar solución con las diferentes respuestas que
ofrecieron estoicos, epicúreos, escépticos y neoplatónicos. Hay ejercicios, y no pocos,
que son una mera transcripción de lo aprendido y memorizado en alguno de los
manuales que andan por ahí, incluido desde luego el mío. Nada tengo contra la
memoria, sino todo lo contrario, pero sí creo que uno debe esforzarse en hacer suyo de
algún modo lo memorizado. Más que las respuestas o soluciones interesa el por qué
de éstas y aquéllas. Hay que evitar, pues, los ejercicios "meramente expositivos":
aquellos en los que se expone (con mayor o menor fortuna) lo que el autor dice, pero
no por qué dice lo que dice. Lo cual no debe confundirse con lo de la “opinión personal”
con la que finalizan algunos exámenes. Por varias razones: en primer lugar, porque es
muy difícil tener una “opinión personal” acerca de estas cuestiones, mas no pasa nada,
sin embargo, por recurrir a “opiniones personales” de estudiosos que se han dejado los
mejores años de su vida en estas cuestiones; quiero decir: todos vamos de la mano de
quienes saben más que nosotros (pero hay que molestarse en dedicar algún tiempo a
estudiar a quienes saben más que nosotros). En segundo lugar: porque decir, por
ejemplo, “me ha interesado mucho la teoría epicúrea de la felicidad, porque, a
diferencia de las tesis estoicas, tiene mucho que ver con lo que sucede en esta
sociedad globalizada”, o “me ha interesado el escepticismo por su crítica al
dogmatismo”, o “me ha interesado Plotino por su proximidad al pensamiento
cristiano”…decir esto, o algo parecido o lo contrario, no es decir nada a menos que se
especifiquen de algún modo los múltiples matices que hay en estas frases, sólo en
apariencia ingenuas.
Hay temas cuyo título apunta a una cuestión concreta y delimitada; luego, sin
embargo, se lee que tal cuestión sólo puede entenderse si se atiende a la totalidad del
pensamiento del filósofo que se trate y, en efecto, el ejercicio versa sobre esta
totalidad, olvidando el problema apuntado en el título o dedicándole a lo sumo dos o
tres líneas.
No se puede decir, sin más, que Epicuro afirma el principio del placer; sin lugar
a dudas, esto es correcto, pero hay que explicar además qué supone que Epicuro
acepte tal principio, qué consecuencias tiene esta aceptación, qué implicaciones
epistemológicas y metafísicas hay detrás de ella, etc.. Por otra parte, y por ejemplificar
ahora con los estoicos, no se puede, una vez que se ha concluido de exponer su teoría
ética, poner un punto y, en párrafo aparte, comenzar con la exposición de su teoría
sobre el lógos, como si una y otra estuvieran absolutamente desconectadas. Al
contrario, hay que esforzarse por ver y exponer la continuidad y coherencia de su
pensamiento. Y si, por el contrario, se entiende que tal pensamiento es inconexo e
incoherente hay que dar las razones que justifiquen esta interpretación.
No hay duda de que el estoicismo de Zenón y de Crisipo “influye” en el de
Panecio y Posidonio, ni de que el de estos está en la raíz del estoicismo romano; el
hedonismo de los cirenaicos (y las consideraciones críticas de Aristóteles sobre el
hedonismo) “influye” en los planteamientos epicúreos; el atomismo de Demócrito
“influye” en el de Epicuro; el lógos estoico está “influido” por el lógos de Heráclito y en
el escepticismo hay “influencias” de la práctica dialéctica socrática y del relativismo de
los sofistas; en el neoplatonismo se aprecian, en efecto, “influencias” tanto de la
filosofía de origen helénico como de formas de religiosidad orientales… Todas estas
“influencias”, y otras muchas que pudieran señalarse, son muy ciertas; no basta con
enunciarlas, hay que intentar explicarlas en concreto. Lo mismo que digo sobre las
“influencias” podría aplicarse a las “relaciones” o a los “apoyos” (v.g. Epicuro “se apoya”
en Demócrito, Marco Aurelio y Epícteto “se apoyan”, o “recuperan”, la perspectiva más
cósmica del primer estoicismo, etc.)
En otro orden de cosas es lamentable la deficiente argumentación de algunos
ejercicios; sobre todo en el sentido de estar plagado de "saltos", esto es, que no existe
en ellos ligazón entre los diversos momentos constitutivos del razonamiento, con lo
cual (es obvio) éste se esfuma y sólo queda un conjunto de afirmaciones inconexas sin
ningún sentido para aquél que las lee: antecedente y consecuente deben guardar la
debida relación. En esta misma dirección también conviene evitar las explicaciones
tautológicas: si se dice, sin mayor aclaración y sin más, que el lógos es la razón, se
está diciendo lo mismo, una vez en griego y otra en castellano. Hay que huir al máximo
de las simplificaciones y las perspectivas unilaterales. La exposición de cualquier autor
debe expresar la complejidad de su pensamiento. Y aprovecho la ocasión para hacer
una breve observación sobre la teoría epicúrea del “clinamen” que, por alguna razón
misteriosa, a tantos ha interesado: si yo soy borracho y pendenciero porque los átomos
de mi alma se han desviado, por azar, en este dirección, no seré libre para cambiar mi
forma de ser, sino que deberé aguardar a que otro azar me modifique en una dirección,
digamos, morigerada y contenida. Epicuro y, sobre todo, Lucrecio eran perfectamente
conscientes del problema y, por eso, decir, si más, que el “clinamen” soluciona el
problema del determinismo es una de esas abusivas simplificaciones a la que me
refería más arriba, incluso aunque se acepte el planteamiento epicúreo. A este
respecto, y puesto que parece que el tema ha interesado, me atrevo a recomendar (a
modo de lectura veraniega) las investigaciones de Cicerón “Sobre el destino” y “Sobre
la adivinación” (ambas espléndidamente traducidas en Gredos). Y dado que Epicuro ha
interesado mucho (raro es el ejercicio que no le dedique o bien el tema libre o el
obligado), y puesto que muchos estudiantes aprueban sin reservas sus tesis, a modo
de saludable (y escéptico) ejercicio también recomiendo la lectura de los tratados anti-
epicúreos de Plutarco (vol. XII de las “Obras morales y de costumbres”,
extraordinariamente bien traducidas, asimismo en Gredos): Plutarco insulta y
malinterpreta sin rubor alguno, pero, además de ser una fuente imprescindible, pone en
muchas ocasiones, no en todas, el dedo en la llaga. Tanto Cicerón como Plutarco,
cada uno a su manera, son un buen ejemplo de “no simplificar” y, también, de “opinión
personal” extraordinariamente pertinente: ir, pues, de su mano (quien esté interesado
en estas cuestiones, pues la filosofía es infinita).
Los textos a comentar están tomados de obras de Plutarco y de Cicerón.
Quiero decir: en sentido estricto no versan sobre Epicuro, sino que ofrecen una lectura
crítica de algunas tesis epicúreas. Poquísimos ejercicios han atendido a esta
importante circunstancia. La mayoría han tomado los textos como excusa para contar
(mejor o peor), no las críticas de Cicerón y de Plutarco, sino las tesis criticadas.
En general, no puede decirse que el comentario de texto haya sido resuelto de
una manera especialmente brillante. El error ha sido en este punto unánime (salvo
raras excepciones) y puede expresarse con pocas y sencillas palabras: comentar un
texto no es contar lo que se sepa (poco o mucho) del autor del texto en cuestión. Es
cierto que los conocimiento adquiridos sobre los epicúreos deben entrar en juego en el
momento de comentar sus textos, pero el comentario ni puede ni debe reducirse a
poner de manifiesto estos conocimientos, pues no se trata de contestar el tema "los
epicúreos", sino de capturar el problema que late, oculto, en el texto propuesto para
comentario. Muy pocos han sido capaces de hacerlo. En ocasiones, pero sólo como
momento previo, no viene mal intentar traducir el texto a lo que tal vez pudiera ser un
tema; en el caso que ahora nos ocupa se me ocurren los dos siguientes: “Que los
epicúreos no son capaces de superar los vaivenes del destino” (Cicerón) y “Que los
epicúreos sólo pueden superar el miedo a la muerte al precio de abusivas
simplificaciones” (Plutarco). Los textos de Cicerón y de Plutarco propuestos para
comentario son comentarios de textos; también el libro I de la República platónica es un
comentario a unos versos de un poema de Simónides, y la Metafisica de Aristóteles es,
igualmente, un comentario a muchos de los textos de su tradición intelectual (que, en
algún sentido, sigue siendo la nuestra). Las Enéadas de Plotino son asimismo un
comentario de texto a algunos textos de Platón y de Aristóteles, o más bien a la lectura
helenística y romana de algunos textos de Platón y de Aristóteles.
Muchos alumnos y alumnas han decidido realizar ejercicios “transversales”, esto
es, ejercicios en los que se comparan dos o tres autores o el tratamiento de un tema en
dos o tres autores. Se trata desde luego de una opción muy interesante, pero también
muy difícil. Si se dice “voy a tratar el tema x” en estoicos, epicúreos y escépticos uno
esperaría leer una reflexión sobre cómo el “tema x” se matiza, se complica y adquiere
nuevas dimensiones en virtud, precisamente, del diálogo entre estoicos, epicúreos y
escépticos; uno desearía encontrar este o similar planteamiento, no tres pequeños
temas sobrepuestos sobre cómo estoicos, epicúreos y escépticos abordan tal “tema x”.
Los temas o autores comparados o relacionados deben imbricarse y entrelazarse entre
sí, no yuxtaponerse.
Una última cuestión sobre un asunto tal vez marginal pero que sin embargo
conviene que quede claro. El examen constaba de dos partes: una libre y otra
obligada, en principio ambas con igual valor e importancia, si bien me he permitido la
libertad de aplicar lo que podríamos llamar una “media razonada”, en la que, por
razones obvias, primaba algo más el tema libre. Aún en este caso, quien haya obtenido
una calificación muy baja en una de las partes (generalmente, aunque
sorprendentemente no siempre, la obligada) no puede esperar aprobar el ejercicio (o
tener una calificación elevada) a menos que la otra esté perfecta, lo cual siempre es
difícil. Hay también exámenes en los que el tema libre y el obligado versan sobre un
mismo grupo temático, en contra de lo claramente especificado en la Guía de la
asignatura y en la misma hoja del ejercicio. Puedo admitir que este requisito acaso sea
arbitrario, pero dado que absolutamente todos los estudiantes deben someterse a esta
arbitrariedad, no puedo hacer excepciones.
No ha sido objeto de valoración, pero debo reconocer que se agradecen mucho
los exámenes correctamente redactados y escritos con una letra lo más legible posible.
Las faltas de ortografía (pocas, todo debe decirse) son muy feas, pero peores son,
creo, las sintaxis dislocadas (los estoicos, siempre exagerados, decían que los defectos
estilísticos son, o delatan, errores morales, y Epicuro exigía prestar atención al sentido
primario de las palabras).
Algunos alumnos, en correos personales, me han solicitado consejos para
obtener un resultado más favorable en la convocatoria de Septiembre. Me remito a lo
ya indicado en el “Plan de trabajo” y me permito remarcar que hay exámenes en los
que el único problema que puedo detectar desde mi experiencia (discúlpenme si lo
expreso sin rodeos) es que se ha estudiado poco. La solución es sencilla: dedicar más
tiempo a preparar la asignatura. Al margen de elucubraciones pedagógicas más o
menos pertinentes (“contenidos mínimos”, “secuenciación del estudio”, “objetivos
específicos”, “objetivos concretos”, “metodología de trabajo”…), a estas alturas el
momento de la verdad llega cuando uno puede (si puede) distraer una o dos horas a
sus obligaciones familiares y laborales y dedicarlas a trabajar; entonces: encender el
flexo, abrir el libro y tomar notas. Recomiendo escribir y dejar pasar unos días antes de
leer lo escrito. En más de una ocasión uno se lleva muy desagradables sorpresas.
Trabajar despacio y con calma, encariñándose con los textos. Cuando se simplifica
(pues es inevitable simplificar) hay que ser al menos consciente de que se está
simplificando.
Espero que estos comentarios generales, más o menos pertinentes, les sean
de alguna utilidad. Al margen de los mismos, tienen ustedes todo el derecho de solicitar
observaciones más concretas acerca de su caso particular (y yo la obligación de
satisfacerlas, en la medida de mis posibilidades). Por razones de calendario,
agradecería que estas consultas tuvieran lugar a lo largo de la próxima semana.
La filosofía es muy hermosa, y hace 2000 o 2500 años hubo individuos que
pensaron con sorprendente y aterradora lucidez; de esto trata, o hubiera querido tratar,
esta asignatura, de adueñarse de esta lucidez. Un saludo y suerte: Salvador Mas.