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Carta a las Familias del Papa Juan Pablo ll Catholic.net Amad?mas familias: 1. La celebraci?el A?e la familia me ofrece la grata oportunidad de llamar a la puerta de vuestros hogares, deseoso de saludaros con gran afecto y de acercarme a vosotros. Y lo hago mediante esta carta, citando unas palabras de la enc?ica Redemptor hominis, que publiqu?l comienzo de mi ministerio petrino: El «hombre es el camino de la Iglesia»1. Con estas palabras deseaba referirme sobre todo a las m?ples sendas por las que el hombre camina y, al mismo tiempo, quer?subrayar cu?vivo y profundo es el deseo de la Iglesia de acompa?e en recorrer los caminos de su existencia terrena. La Iglesia toma parte en los gozos y esperanzas, tristezas y angustias2 del camino cotidiano de los hombres, profundamente persuadida de que ha sido Cristo mismo quien la conduce por estos senderos: es ?quien ha confiado el hombre a la Iglesia; lo ha confiado como «camino» de su misi? de su ministerio. La familia - camino de la Iglesia 2. Entre los numerosos caminos, la familia es el primero y el m?importante. Es un camino com?aunque particular, ?o e irrepetible, como irrepetible es todo hombre; un camino del cual no puede alejarse el ser humano. En efecto, ?viene al mundo en el seno de una familia, por lo cual puede decirse que debe a ella el hecho mismo de existir como hombre. Cuando falta la familia, se crea en la persona que viene al mundo una carencia preocupante y dolorosa que pesar?osteriormente durante toda la vida. La Iglesia, con afectuosa solicitud, est?unto a quienes viven semejantes situaciones, porque conoce bien el papel fundamental que la familia est?lamada a desempe? Sabe, adem? que normalmente el hombre sale de la familia para realizar, a su vez, la propia vocaci?e vida en un nuevo n?o familiar. Incluso cuando decide permanecer solo, la familia contin?iendo, por as?ecirlo, su horizonte existencial como comunidad fundamental sobre la que se apoya toda la gama de sus relaciones sociales, desde las m?inmediatas y cercanas hasta las m?lejanas. ?No hablamos acaso de «familia humana» al referirnos al conjunto de los hombres que viven en el mundo? página 1 / 23

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Carta a las Familias del Papa Juan Pablo ll Catholic.net

Amad?mas familias:

1. La celebraci?el A?e la familia me ofrece la grata oportunidad de llamar a lapuerta de vuestros hogares, deseoso de saludaros con gran afecto y de acercarmea vosotros. Y lo hago mediante esta carta, citando unas palabras de la enc?icaRedemptor hominis, que publiqu?l comienzo de mi ministerio petrino: El «hombrees el camino de la Iglesia»1.

Con estas palabras deseaba referirme sobre todo a las m?ples sendas por las queel hombre camina y, al mismo tiempo, quer?subrayar cu?vivo y profundo es eldeseo de la Iglesia de acompa?e en recorrer los caminos de su existencia terrena.La Iglesia toma parte en los gozos y esperanzas, tristezas y angustias2 del caminocotidiano de los hombres, profundamente persuadida de que ha sido Cristo mismoquien la conduce por estos senderos: es ?quien ha confiado el hombre a la Iglesia;lo ha confiado como «camino» de su misi? de su ministerio.

La familia - camino de la Iglesia

2. Entre los numerosos caminos, la familia es el primero y el m?importante. Es uncamino com?aunque particular, ?o e irrepetible, como irrepetible es todo hombre;un camino del cual no puede alejarse el ser humano. En efecto, ?viene al mundoen el seno de una familia, por lo cual puede decirse que debe a ella el hechomismo de existir como hombre. Cuando falta la familia, se crea en la persona queviene al mundo una carencia preocupante y dolorosa que pesar?osteriormentedurante toda la vida. La Iglesia, con afectuosa solicitud, est?unto a quienes vivensemejantes situaciones, porque conoce bien el papel fundamental que la familiaest?lamada a desempe? Sabe, adem? que normalmente el hombre sale de lafamilia para realizar, a su vez, la propia vocaci?e vida en un nuevo n?o familiar.Incluso cuando decide permanecer solo, la familia contin?iendo, por as?ecirlo, suhorizonte existencial como comunidad fundamental sobre la que se apoya toda lagama de sus relaciones sociales, desde las m?inmediatas y cercanas hasta lasm?lejanas. ?No hablamos acaso de «familia humana» al referirnos al conjunto delos hombres que viven en el mundo?

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La familia tiene su origen en el mismo amor con que el Creador abraza al mundocreado, como est?xpresado «al principio», en el libro del G?sis (1, 1). Jes?frece unaprueba suprema de ello en el evangelio: «Tanto am?os al mundo que dio a su Hijo?o» (Jn 3, 16). El Hijo unig?to, consustancial al Padre,«Dios de Dios, Luz de Luz»,entr? la historia de los hombres a trav?de una familia: «El Hijo de Dios, con suencarnaci?se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabaj?n manos dehombre, ...am?n coraz?e hombre. Nacido de la Virgen Mar? se hizoverdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en elpecado»3. Por tanto, si Cristo «manifiesta plenamente el hombre al propiohombre»4, lo hace empezando por la familia en la que eligi?cer y crecer. Se sabeque el Redentor pas?an parte de su vida oculta en Nazaret: «sujeto» (Lc 2, 51)como «Hijo del hombre» a Mar? su Madre, y a Jos?el carpintero. Esta «obediencia»filial, ?no es ya la primera expresi?e aquella obediencia suya al Padre «hasta lamuerte» (Flp 2, 8), mediante la cual redimi? mundo?

El misterio divino de la encarnaci?el Verbo est?pues, en estrecha relaci?on lafamilia humana. No s?con una, la de Nazaret, sino, de alguna manera, con cadafamilia, an?gamente a cuanto el concilio Vaticano II afirma del Hijo de Dios, que enla Encarnaci?se ha unido, en cierto modo, con todo hombre»5. Siguiendo a Cristo,«que vino» al mundo «para servir» (Mt 20, 28), la Iglesia considera el servicio a lafamilia una de sus tareas esenciales. En este sentido, tanto el hombre como lafamilia constituyen «el camino de la Iglesia».

El A?e la familia

3. Precisamente por estos motivos la Iglesia acoge con gozo la iniciativa,promovida por la Organizaci?e las Naciones Unidas,de proclamar el 1994A?nternacional de la familia. Tal iniciativa pone de manifiesto que la cuesti?amiliares fundamental para los Estados miembros de la ONU. Si la Iglesia toma parte enesta iniciativa es porque ha sido enviada por Cristo a «todas las gentes» (Mt 28,19). Por otra parte, no es la primera vez que la Iglesia hace suya una iniciativainternacional de la ONU. Baste recordar, por ejemplo, el A?nternacional de lajuventud, en 1985. Tambi?de este modo, la Iglesia se hace presente en el mundohaciendo realidad la intenci?an querida al Papa Juan XXIII, inspiradora de laconstituci?onciliar Gaudium et spes.

En la fiesta de la Sagrada Familia de 1993 se inaugur? toda la comunidad eclesialel «A?e la familia», como una de las etapas significativas en el itinerario depreparaci?ara el gran jubileo del a?000, que se?r?l fin del segundo y el inicio deltercer milenio del nacimiento de Jesucristo. Este A?ebe orientar nuestrospensamientos y nuestros corazones hacia Nazaret, donde el 26 de diciembrepasado ha sido inaugurado con una solemne celebraci?ucar?ica, presidida por ellegado pontificio.

A lo largo de este a?er?mportante descubrir lostestimonios del amor y solicitud dela Iglesia por la familia: amor y solicitud expresados ya desde los inicios del

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cristianismo, cuando la familia era considerada significativamente como «iglesiadom?ica». En nuestros d? recordamos frecuentemente la expresi?iglesia dom?ica»,que el Concilio ha hecho suya6 y cuyo contenido deseamos que permanezcasiempre vivo y actual. Este deseo no disminuye al ser conscientes de las nuevascondiciones de vida de las familias en el mundo de hoy. Precisamente por esto esmucho m?significativo el t?lo que el Concilio eligi?n la constituci?astoral Gaudiumet spes, para indicar los cometidos de la Iglesia en la situaci?ctual: «Fomentar ladignidad del matrimonio y de la familia»7. Despu?del Concilio, otro puntoimportante de referencia es la exhortaci?post?a Familiaris consortio, de 1981. Eneste documento se afronta una vasta y compleja experiencia sobre la familia, lacual, entre pueblos y pa?s diversos, es siempre y en todas partes «el camino de laIglesia». En cierto sentido, a?o es m?all?onde la familia atraviesa crisis internas, oest?ometida a influencias culturales, sociales y econ?as perjudiciales, que debilitansu solidez interior, si es que no obstaculizan su misma formaci?br>Oraci?b>

4. Con la presente carta me dirijo no a la familia «en abstracto», sino acada familia de cualquier regi?e la tierra, dondequiera que se hallegeogr?camente y sea cual sea la diversidad y complejidad de su cultura yde su historia. El amor con que «tanto am?os al mundo» (Jn 3, 16), elamor con que Cristo «am?sta el extremo» a todos y cada uno (Jn 13, 1),hace posible dirigir este mensaje a cada familia, «c?la» vital de la grandey universal «familia» humana. El Padre, creador del universo, y el Verboencarnado, redentor de la humanidad, son la fuente de esta aperturauniversal a los hombres como hermanos y hermanas, e impulsan aabrazar a todos con la oraci?ue comienza con las hermosas palabras:«Padre nuestro».

La oraci?ace que el Hijo de Dios habite en medio de nosotros: «Dondeest?dos o tres reunidos en mi nombre, all?stoy yo en medio de ellos» (Mt18, 20). Esta carta a las familias quiere ser ante todo una s?ca a Cristopara que permanezca en cada familia humana; una invitaci?a trav?de lapeque?amilia de padres e hijos, para que ?est?resente en la gran familiade las naciones, a fin de que todos, junto con ? podamos decir de verdad:«¡Padre nuestro!». Es necesario que la oraci?ea el elementopredominante del A?e la familia en la Iglesia: oraci?e la familia, por lafamilia y con la familia.

Es significativo que, precisamente en la oraci? mediante la oraci?elhombre descubra de manera sencilla y profunda su propia subjetividadt?ca: en la oraci?l «yo» humano percibe m?f?lmente la profundidad de suser como persona. Esto es v?do tambi?para la familia, que no essolamente la «c?la» fundamental de la sociedad, sino que tiene tambi?supropia subjetividad, la cual encuentra precisamente su primera yfundamental confirmaci? se consolida cuando sus miembros invocanjuntos: «Padre nuestro». La oraci?efuerza la solidez y la cohesi?spiritual

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de la familia, ayudando a que ella participe de la «fuerza» de Dios. En lasolemne «bendici?upcial», durante el rito del matrimonio, el celebranteimplora al Se? «Infunde sobre ellos (los novios) la gracia del Esp?tuSanto, a fin de que, en virtud de tu amor derramado en sus corazones,permanezcan fieles a la alianza conyugal»8. Es de esta «efusi?el Esp?tuSanto» de donde brota el vigor interior de las familias, as?omo la fuerzacapaz de unirlas en el amor y en la verdad.

Amor y solicitud por todas las familias

5. ¡Ojal?ue el A?e la familia llegue a ser una oraci?olectiva e incesante decada «iglesia dom?ica» y de todo el pueblo de Dios! Que esta oraci?leguetambi?a las familias en dificultad o en peligro, las desesperanzadas odivididas, y las que se encuentran en situaciones que la Familiarisconsortio califica como «irregulares»9. ¡Que todas puedan sentirseabrazadas por el amor y la solicitud de los hermanos y hermanas!

Que la oraci?en el A?e la familia, constituya ante todo un testimonioalentador por parte de las familias que, en la comuni?om?ica, realizan suvocaci?e vida humana y cristiana. ¡Son tantas en cada naci?di?is yparroquia! Se puede pensar razonablemente que esas familiasconstituyen «la norma», aun teniendo en cuenta las no pocas«situaciones irregulares». Y la experiencia demuestra cu?importante es elpapel de una familia coherente con las normas morales, para que elhombre, que nace y se forma en ella, emprenda sin incertidumbres elcamino del bien, inscrito siempre en su coraz?En nuestros d?, ciertosprogramas sostenidos por medios muy potentes parecen orientarse pordesgracia a la disgregaci?e las familias. A veces parece incluso que, contodos los medios, se intenta presentar como «regulares» y atractivas—con apariencias exteriores seductoras— situaciones que en realidad son«irregulares».

En efecto, tales situaciones contradicen la «verdad y el amor» que debeninspirar la rec?oca relaci?ntre hombre y mujer y, por tanto, son causa detensiones y divisiones en las familias, con graves consecuencias,especialmente sobre los hijos. Se oscurece la conciencia moral, sedeforma lo que es verdadero, bueno y bello, y la libertad es suplantadapor una verdadera y propia esclavitud. Ante todo esto, ¡qu?ctuales yalentadoras resultan las palabras del ap?l Pablo sobre la libertad con queCristo nos ha liberado, y sobre la esclavitud causada por el pecado (cf. Ga5, 1)!

Vemos, por tanto, cu?oportuno e incluso necesario es para la Iglesia unA?e la familia; qu?ndispensable es el testimonio de todas las familias queviven cada d?su vocaci?cu?urgente es una gran oraci?e las familias, queaumente y abarque el mundo entero, y en la cual se exprese una acci?e

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gracias por el amor en la verdad, por la «efusi?e la gracia del Esp?tuSanto»10, por la presencia de Cristo entre padres e hijos: Cristo, redentory esposo, que «nos am?sta el extremo» (cf. Jn 13, 1). Estamos plenamentepersuadidos de que este amor es m?grande que todo (cf. 1 Co 13, 13); ycreemos que es capaz de superar victoriosamente todo lo que no seaamor.

¡Que se eleve incesantemente durante este a?a oraci?e la Iglesia, laoraci?e las familias, «iglesias dom?icas»! Y que sea acogida por Dios yescuchada por los hombres, para que no caigan en la duda, y los quevacilan a causa de la fragilidad humana no cedan ante la atracci?entadorade los bienes s?aparentes, como son los que se proponen en todatentaci?br>En Can?e Galilea, donde Jes?ue invitado a un banquete de bodas, suMadre se dirige a los sirvientes dici?oles: «Haced lo que ?os diga» (Jn 2,5). Tambi?a nosotros, que celebramos el A?e la familia, dirige Mar?esasmismas palabras. Y lo que Cristo nos dice, en este particular momentohist?o, constituye una fuerte llamada a una gran oraci?on las familias ypor las familias. Con esta plegaria la Virgen Madre nos invita a unirnos alos sentimientos de su Hijo, que ama a cada familia. ? manifest?te amor alcomienzo de su misi?e Redentor, precisamente con su presenciasantificadora en Can?e Galilea, presencia que permanece todav?

Oremos por las familias de todo el mundo. Oremos, por medio de Cristo,con Cristo y en Cristo, al Padre, «de quien toma nombre toda familia en elcielo y en la tierra» (cf. Ef 3, 15).

I

LA CIVILIZACI? DEL AMOR

«Var? mujer los cre?r>6. El cosmos, inmenso y diversificado, el mundo de todos los seresvivientes, est?nscrito en la paternidad de Dios como su fuente (cf. Ef 3,14-16). Est?nscrito, naturalmente, seg?l criterio de la analog? gracias alcual nos es posible distinguir, ya desde el comienzo del libro del G?sis, larealidad de la paternidad y maternidad y, por consiguiente, tambi?larealidad de la familia humana. Su clave interpretativa est?n el principiode la «imagen» y «semejanza» de Dios, que el texto b?ico pone muy derelieve (Gn 1, 26). Dios crea en virtud de su palabra: ¡«H?se»! (cf. Gn 1,3). Es significativo que esta palabra de Dios, en el caso de la creaci?elhombre, sea completada con estas otras: «Hagamos al hombre a nuestraimagen y semejanza» (Gn 1, 26). Antes de crear al hombre, parece comosi el Creador entrara dentro de s?ismo para buscar el modelo y lainspiraci?n el misterio de su Ser, que ya aqu?e manifiesta de algunamanera como el «Nosotros» divino. De este misterio surge, por medio de

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la creaci?el ser humano: «Cre?os al hombre a imagen suya: a imagen deDios le cre?ar? mujer los cre?Gn 1, 27).

Bendici?olos, dice Dios a los nuevos seres: «Sed fecundos y multiplicaos yhenchid la tierra y sometedla» (Gn 1, 28). El libro del G?sis usaexpresiones ya utilizadas en el contexto de la creaci?e los otros seresvivientes: «Multiplicaos»; pero su sentido anal?o es claro. ?No esprecisamente ?a, la analog?de la generaci? de la paternidad ymaternidad, la que resalta a la luz de todo el contexto? Ninguno de losseres vivientes, excepto el hombre, ha sido creado «a imagen ysemejanza de Dios». La paternidad y maternidad humanas, aun siendobiol?amente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen ens?ismas, de manera esencial y exclusiva, una «semejanza» con Dios,sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vidahumana, como comunidad de personas unidas en el amor (communiopersonarum).

A la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir que el modelooriginario de la familia hay que buscarlo en Dios mismo, en el misteriotrinitario de su vida. El «Nosotros» divino constituye el modelo eterno del«nosotros» humano; ante todo, de aquel «nosotros» que est?ormado porel hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza divina. Las palabrasdel libro del G?sis contienen aquella verdad sobre el hombre queconcuerda con la experiencia misma de la humanidad. El hombre escreado desde «el principio» como var? mujer: la vida de la colectividadhumana —tanto de las peque?comunidades como de la sociedad entera—lleva la se?de esta dualidad originaria. De ella derivan la «masculinidad»y la «femineidad» de cada individuo, y de ella cada comunidad asume supropia riqueza caracter?ica en el complemento rec?oco de las personas. Aesto parece referirse el fragmento del libro del G?sis: «Var? mujer loscre?Gn 1, 27). ?ta es tambi?la primera afirmaci?e que el hombre y lamujer tienen la misma dignidad: ambos son igualmente personas. Estaconstituci?uya, de la que deriva su dignidad espec?ca, muestra desde «elprincipio» las caracter?icas del bien com?e la humanidad en todas susdimensiones y ?itos de vida. El hombre y la mujer aportan su propiacontribuci?gracias a la cual se encuentran, en la ra?misma de laconvivencia humana, el car?er de comuni? de complementariedad.

La alianza conyugal

7. La familia ha sido considerada siempre como la expresi?rimera yfundamental de la naturaleza social del hombre. En su n?o esencial estavisi?o ha cambiado ni siquiera en nuestros d?. Sin embargo, actualmentese prefiere poner de relieve todo lo que en la familia —que es lam?peque? primordial comunidad humana— representa la aportaci?ersonaldel hombre y de la mujer. En efecto, la familia es una comunidad de

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personas, para las cuales el propio modo de existir y vivir juntos es lacomuni?communio personarum. Tambi?aqu?salvando la absolutatrascendencia del Creador respecto de la criatura, emerge la referenciaejemplar al «Nosotros» divino. S?las personas son capaces de existir «encomuni? La familia arranca de la comuni?onyugal que el concilio VaticanoII califica como «alianza», por la cual el hombre y la mujer «se entregan yaceptan mutuamente»11.

El libro del G?sis nos presenta esta verdad cuando, refiri?ose a laconstituci?e la familia mediante el matrimonio, afirma que «dejar?lhombre a su padre y a su madre y se unir? su mujer, y se har?una solacarne» (Gn 2, 24). En el evangelio, Cristo, polemizando con los fariseos,cita esas mismas palabras y a?: «De manera que ya no son dos, sino unasola carne. Pues bien, lo que Dios uni? lo separe el hombre» (Mt 19, 6). ?revela de nuevo el contenido normativo de una realidad que existe desde«el principio» (Mt 19, 8) y que conserva siempre en s?isma dichocontenido. Si el Maestro lo confirma «ahora», en el umbral de la nuevaalianza, lo hace para que sea claro e inequ?co el car?er indisoluble delmatrimonio, como fundamento del bien com?e la familia.

Cuando, junto con el Ap?l, doblamos las rodillas ante el Padre, de quientoma nombre toda paternidad y maternidad (cf. Ef 3, 14-15), somosconscientes de que ser padres es el evento mediante el cual la familia, yaconstituida por la alianza del matrimonio, se realiza «en sentido pleno yespec?co»12. La maternidad implica necesariamente la paternidad y,rec?ocamente, la paternidad implica necesariamente la maternidad: es elfruto de la dualidad, concedida por el Creador al ser humano desde «elprincipio».

Me he referido a dos conceptos afines entre s?pero no id?icos: «comuni?y«comunidad». La «comuni?se refiere a la relaci?ersonal entre el «yo» y el«t?La «comunidad», en cambio, supera este esquema apuntando haciauna «sociedad», un «nosotros». La familia, comunidad de personas, es,por consiguiente, la primera «sociedad» humana. Surge cuando se realizala alianza del matrimonio, que abre a los esposos a una perennecomuni?e amor y de vida, y se completa plenamente y de maneraespec?ca al engendrar los hijos: la «comuni?de los c?ges da origen a la«comunidad» familiar. Dicha comunidad est?onformada profundamentepor lo que constituye la esencia propia de la «comuni? ?Puede existir, anivel humano, una «comuni?comparable a la que se establece entre lamadre y el hijo, que ella lleva antes en su seno y despu?lo da a luz?

En la familia as?onstituida se manifiesta una nueva unidad, en la cual serealiza plenamente la relaci?de comuni?de los padres. La experienciaense?ue esta realizaci?epresenta tambi?un cometido y un reto. Elcometido implica a los padres en la realizaci?e su alianza originaria. Los

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hijos engendrados por ellos deber? consolidar —?e es el reto— estaalianza, enriqueciendo y profundizando la comuni?onyugal del padre y dela madre. Cuando esto no se da, hay que preguntarse si el ego?o, quedebido a la inclinaci?umana hacia el mal se esconde tambi?en el amor delhombre y de la mujer, no es m?fuerte que este amor. Es necesario que losesposos sean conscientes de ello y que, ya desde el principio, orientensus corazones y pensamientos hacia aquel Dios y Padre «de quien tomanombre toda paternidad», para que su paternidad y maternidadencuentren en aquella fuente la fuerza para renovarse continuamente enel amor.

Paternidad y maternidad son en s?ismas una particular confirmaci?elamor, cuya extensi? profundidad originaria nos descubren. Sin embargo,esto no sucede autom?camente. Es m?bien un cometido confiado aambos: al marido y a la mujer. En su vida la paternidad y la maternidadconstituyen una «novedad» y una riqueza sublime, a la que no puedenacercarse si no es «de rodillas».

La experiencia ense?ue el amor humano, orientado por su naturalezahacia la paternidad y la maternidad, se ve afectado a veces por una crisisprofunda y por tanto se encuentra amenazado seriamente. En talescasos, habr?ue pensar en recurrir a los servicios ofrecidos por losconsultorios matrimoniales y familiares, mediante los cuales es posibleencontrar ayuda, entre otros, de psic?os y psicoterapeutasespec?camente preparados. Sin embargo, no se puede olvidar que sonsiempre v?das las palabras del Ap?l: «Doblo mis rodillas ante el Padre, dequien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3, 14-15). Elmatrimonio, el matrimonio sacramento, es una alianza de personas en elamor. Y el amor puede ser profundizado y custodiado solamente por elamor, aquel amor que es «derramado» en nuestros corazones por elEsp?tu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5). La oraci?el A?e la Familia,?no deber?concentrarse en el punto crucial y decisivo del paso del amorconyugal a la generaci?, por tanto, a la paternidad y maternidad?

?No es precisamente entonces cuando resulta indispensable la «efusi?e lagracia del Esp?tu Santo», implorada en la celebraci?it?ca del sacramentodel matrimonio?

El Ap?l, doblando sus rodillas ante el Padre, lo invoca para que«conceda... ser fortalecidos por la acci?e su Esp?tu en el hombre interior»(Ef 3, 16). Esta «fuerza del hombre interior» es necesaria en la vidafamiliar, especialmente en sus momentos cr?cos, es decir, cuando el amor—manifestado en el rito lit?co del consentimiento matrimonial con laspalabras: «Prometo serte fiel... todos los d? de mi vida»— est?lamado asuperar una dif?l prueba.

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Unidad de los dos

8. Solamente las «personas» son capaces de pronunciar estas palabras;s?ellas pueden vivir «en comuni? bas?ose en su rec?oca elecci?que es odeber?ser plenamente consciente y libre. El libro del G?sis, al decir que elhombre abandonar?l padre y a la madre para unirse a su mujer (cf. Gn 2,24), pone de relieve la elecci?onsciente y libre, que es el origen delmatrimonio, convirtiendo en marido a un hijo y en mujer a una hija.?C?puede entenderse adecuadamente esta elecci?ec?oca si no seconsidera la plena verdad de la persona, o sea, su ser racional y libre? Elconcilio Vaticano II habla de la semejanza con Dios usando t?inos muysignificativos. Se refiere no solamente a la imagen y semejanza divinaque todo ser humano posee ya de por s?sino tambi?y sobre todo a una«cierta semejanza entre la uni?e las personas divinas y la uni?e los hijosde Dios en la verdad y el amor»13.

Esta formulaci?particularmente rica de contenido, confirma ante todo loque determina la identidad ?ima de cada hombre y de cada mujer. Estaidentidad consiste en la capacidad de vivir en la verdad y en el amor;m?a?consiste en la necesidad de verdad y de amor comodimensi?onstitutiva de la vida de la persona. Tal necesidad de verdad yde amor abre al hombre tanto a Dios como a las criaturas. Lo abre a lasdem?personas, a la vida «en comuni? particularmente al matrimonio y ala familia. En las palabras del Concilio, la «comuni?de las personas deriva,en cierto modo, del misterio del «Nosotros» trinitario y, por tanto, la«comuni?onyugal» se refiere tambi?a este misterio. La familia, que seinicia con el amor del hombre y la mujer, surge radicalmente del misteriode Dios. Esto corresponde a la esencia m??ima del hombre y de la mujer,y a su natural y aut?ica dignidad de personas.

El hombre y la mujer en el matrimonio se unen entre s?an estrechamenteque vienen a ser —seg?l libro del G?sis— «una sola carne» (Gn 2, 24). Losdos sujetos humanos, aunque som?camente diferentes por constituci??cacomo var? mujer, participan de modo similar de la capacidad de vivir «enla verdad y el amor». Esta capacidad, caracter?ica del ser humano encuanto persona, tiene a la vez una dimensi?spiritual y corp?. Es tambi?atrav?del cuerpo como el hombre y la mujer est?predispuestos a formaruna «comuni?e personas» en el matrimonio. Cuando, en virtud de laalianza conyugal, se unen de modo que llegan a ser «una sola carne» (Gn2, 24), su uni?ebe realizarse «en la verdad y el amor», poniendo as?erelieve la madurez propia de las personas creadas a imagen y semejanzade Dios.

La familia que nace de esta uni?asa su solidez interior en la alianza entrelos esposos, que Cristo elev?sacramento. La familia recibe su propianaturaleza comunitaria —m?a?sus caracter?icas de «comuni? de aquella

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comuni?undamental de los esposos que se prolonga en los hijos. «?Est?dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos, y aeducarlos...?», les pregunta el celebrante durante el rito delmatrimonio14. La respuesta de los novios corresponde a la ?ima verdaddel amor que los une.

Sin embargo, su unidad, en vez de encerrarlos en s?ismos, los abre a unanueva vida, a una nueva persona. Como padres, ser?capaces de dar lavida a un ser semejante a ellos, no solamente «hueso de sus huesos ycarne de su carne» (cf. Gn 2, 23), sino imagen y semejanza de Dios, estoes, persona.

Al preguntar: «?Est? dispuestos?», la Iglesia recuerda a los novios que sehallan ante la potencia creadora de Dios. Est?llamados a ser padres, osea, a cooperar con el Creador dando la vida. Cooperar con Dios llamandoa la vida a nuevos seres humanos significa contribuir a la trasmisi?eaquella imagen y semejanza divina de la que es portador todo «nacido demujer».

Genealog?de la persona

9. Mediante la comuni?e personas, que se realiza en el matrimonio, elhombre y la mujer dan origen a la familia. Con ella se relaciona lagenealog?de cada hombre: la genealog?de la persona. La paternidad y lamaternidad humanas est?basadas en la biolog?y, al mismo tiempo, lasuperan. El Ap?l, «doblando las rodillas ante el Padre, de quien tomanombre toda paternidad 1 en los cielos y en la tierra», pone ante nuestraconsideraci?en cierto modo, el mundo entero de los seres vivientes, tantolos espirituales del cielo como los corp?s de la tierra. Cada generaci?allasu modelo originario en la Paternidad de Dios. Sin embargo, en el casodel hombre, esta dimensi?c?ca» de semejanza con Dios no basta paradefinir adecuadamente la relaci?e paternidad y maternidad. Cuando de launi?onyugal de los dos nace un nuevo hombre, ?e trae consigo al mundouna particular imagen y semejanza de Dios mismo: en la biolog?de lageneraci?st?nscrita la genealog?de la persona.

Al afirmar que los esposos, en cuanto padres, son colaboradores de DiosCreador en la concepci? generaci?e un nuevo ser humano15, no nosreferimos s?al aspecto biol?o; queremos subrayar m?bien que en lapaternidad y maternidad humanas Dios mismo est?resente de un mododiverso de como lo est?n cualquier otra generaci?sobre la tierra». Enefecto, solamente de Dios puede provenir aquella «imagen y semejanza»,propia del ser humano, como sucedi? la creaci?La generaci?s, porconsiguiente, la continuaci?e la creaci?.

As?pues, tanto en la concepci?omo en el nacimiento de un nuevo ser, los

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padres se hallan ante un «gran misterio» (Ef 5, 32). Tambi?el nuevo serhumano, igual que sus padres, es llamado a la existencia como persona ya la vida «en la verdad y en el amor». Esta llamada se refiere no s?a lotemporal, sino tambi?a lo eterno. Tal es la dimensi?e la genealog?de lapersona, que Cristo nos ha revelado definitivamente, derramando la luzdel Evangelio sobre el vivir y el morir humanos y, por tanto, sobre elsignificado de la familia humana.

Como afirma el Concilio, el hombre «es la ?a criatura en la tierra a la queDios ha amado por s?isma»17. El origen del hombre no se debe s?a lasleyes de la biolog? sino directamente a la voluntad creadora de Dios:voluntad que llega hasta la genealog?de los hijos e hijas de las familiashumanas. Dios «ha amado» al hombre desde el principio y lo sigue«amando» en cada concepci? nacimiento humano. Dios «ama» al hombrecomo un ser semejante a ? como persona. Este hombre, todo hombre, escreado por Dios «por s?ismo». Esto es v?do para todos, incluso paraquienes nacen con enfermedades o limitaciones. En la constituci?ersonalde cada uno est?nscrita la voluntad de Dios, que ama al hombre, el cualtiene como fin, en cierto sentido, a s?ismo. Dios entrega al hombre as?ismo, confi?olo simult?amente a la familia y a la sociedad, comocometido propio. Los padres, ante un nuevo ser humano, tienen o deber?tener plena conciencia de que Dios «ama» a este hombre «por s?ismo».

Esta expresi?int?ca es muy profunda. Desde el momento de la concepci?,m?tarde, del nacimiento, el nuevo ser est?estinado a expresarplenamente su humanidad, a «encontrarse plenamente» como persona18.Esto afecta absolutamente a todos, incluso a los enfermos cr?os y losminusv?dos. «Ser hombre» es su vocaci?undamental; «ser hombre» seg?ldon recibido; seg?l «talento» que es la propia humanidad y, despu?seg?os dem?«talentos». En este sentido Dios ama a cada hombre «pors?ismo». Sin embargo, en el designio de Dios la vocaci?e la personahumana va m?all?e los l?tes del tiempo. Es una respuesta a la voluntaddel Padre, revelada en el Verbo encarnado: Dios quiere que el hombreparticipe de su misma vida divina. Por eso dice Cristo: «Yo he venido paraque tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).

El destino ?mo del hombre, ?no est?n contraste con la afirmaci?e que Diosama al hombre «por s?ismo»? Si es creado para la vida divina, ?existeverdaderamente el hombre «para s?ismo»? ?ta es una pregunta clave, degran inter? tanto para el inicio como para el final de la existencia terrena:es importante para todo el curso de la vida. Podr?parecer que,destinando al hombre a la vida divina, Dios lo apartara definitivamentede su existir «por s?ismo»19. ?Qu?elaci?ay entre la vida de la persona ysu participaci?n la vida trinitaria? Responde san Agust? «Nuestrocoraz?st?nquieto hasta que descanse en ti»20. Este «coraz?nquieto»indica que no hay contradicci?ntre una y otra finalidad, sino m?bien una

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relaci?una coordinaci? unidad profunda. Por su misma genealog? lapersona, creada a imagen y semejanza de Dios, participandoprecisamente en su Vida, existe «por s?isma» y se realiza. El contenido deesta realizaci?s la plenitud de vida en Dios, de la que habla Cristo (cf. Jn6, 37-40), quien nos ha redimido previamente para introducirnos en ella(cf. Mc 10, 45).

Los esposos desean los hijos para s?y en ellos ven la coronaci?e su amorrec?oco. Los desean para la familia, como don m?excelente21. En el amorconyugal, as?omo en el amor paterno y materno, se inscribe la verdadsobre el hombre, expresada de manera sint?ca y precisa por el Concilio alafirmar que Dios «ama al hombre por s?ismo». Con el amor de Dios ha dearmonizarse el de los padres. En ese sentido, ?os deben amar a la nuevacriatura humana como la ama el Creador. El querer humano est?iempre einevitablemente sometido a la ley del tiempo y de la caducidad. Encambio, el amor divino es eterno. «Antes de haberte formado yo en elseno materno, te conoc?—escribe el profeta Jerem?—, y antes quenacieses, te ten?consagrado» (1, 5). La genealog?de la persona est?pues,unida ante todo con la eternidad de Dios, y en segundo t?ino con lapaternidad y maternidad humana que se realiza en el tiempo. Desde elmomento mismo de la concepci?l hombre est?a ordenado a la eternidaden Dios.

El bien com?el matrimonio y de la familia

10. El consentimiento matrimonial define y hace estable el bien que escom?l matrimonio y a la familia. «Te quiero a ti, ... como esposa —comoesposo— y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegr? y en laspenas, en la salud y en la enfermedad, todos los d? de mi vida»22. Elmatrimonio es una singular comuni?e personas. En virtud de estacomuni?la familia est?lamada a ser comunidad de personas. Es uncompromiso que los novios asumen «ante Dios y su Iglesia», como lesrecuerda el celebrante en el momento de expresarse mutuamente elconsentimiento23. De este compromiso son testigos quienes participanen el rito; en ellos est?representadas, en cierto modo, la Iglesia y lasociedad, ?itos vitales de la nueva familia.

Las palabras del consentimiento matrimonial definen lo que constituye elbien com?e la pareja y de la familia. Ante todo, el bien com?e los esposos,que es el amor, la fidelidad, la honra, la duraci?e su uni?asta la muerte:«todos los d? de mi vida». El bien de ambos, que lo es de cada uno,deber?er tambi?el bien de los hijos. El bien com?por su naturaleza, a lavez que une a las personas, asegura el verdadero bien de cada una. Si laIglesia, como por otra parte el Estado, recibe el consentimiento de losesposos, expresado con las palabras anteriormente citadas, lo haceporque est?escrito en sus corazones» (cf. Rm 2, 15). Los esposos se dan

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mutuamente el consentimiento matrimonial, prometiendo, es decir,confirmando ante Dios, la verdad de su consentimiento. En cuantobautizados, ellos son, en la Iglesia, los ministros del sacramento delmatrimonio. San Pablo ense?ue este rec?oco compromiso es un «granmisterio» (Ef 5, 32).

Las palabras del consentimiento expresan, pues, lo que constituye el biencom?e los esposos e indican lo que debe ser el bien com?e la futurafamilia. Para ponerlo de manifiesto la Iglesia les pregunta siest?dispuestos a recibir y educar cristianamente a los hijos que Dios lesconceda. La pregunta se refiere al bien com?el futuro n?o familiar,teniendo presente la genealog?de las personas, que est?nscrita en laconstituci?isma del matrimonio y de la familia. La pregunta sobre loshijos y su educaci?st?inculada estrictamente con el consentimientomatrimonial, con la promesa de amor, de respeto conyugal, de fidelidadhasta la muerte. La acogida y educaci?e los hijos —dos de los objetivosprincipales de la familia— est?condicionadas por el cumplimiento de esecompromiso. La paternidad y la maternidad representan un cometido denaturaleza no simplemente f?ca, sino tambi?espiritual; en efecto, porellas pasa la genealog?de la persona, que tiene su inicio eterno en Dios yque debe conducir a ?

El A?e la familia, a?e especial oraci?e las familias, deber?concientizar acada familia sobre esto de un modo nuevo y profundo. ¡Qu?iqueza deaspectos b?icos podr?constituir el substrato de esa oraci?Es necesarioque a las palabras de la sagrada Escritura se a? siempre el recuerdopersonal de los esposos-padres, y el de los hijos y nietos. Mediante lagenealog?de las personas, la comuni?onyugal se hace comuni?egeneraciones. La uni?acramental de los dos, sellada con la alianzarealizada ante Dios, perdura y se consolida con la sucesi?e lasgeneraciones. Esta uni?ebe convertirse en unidad de oraci?Pero para queesto pueda transparentarse de manera significativa en el A?e la familia,es necesario que la oraci?e convierta en una costumbre radicada en lavida cotidiana de cada familia. La oraci?s acci?e gracias, alabanza a Dios,petici?e perd?s?ca e invocaci?En cada una de estas formas, la oraci?e lafamilia tiene mucho que decir a Dios. Tambi?tiene mucho que decir a loshombres, empezando por la rec?oca comuni?e personas unidas por lazosfamiliares.

«?Qu?s el hombre para que te acuerdes de ?» (Sal 8, 5), se pregunta elsalmista. La oraci?s la situaci?n la cual, de la manera m?sencilla, semanifiesta el recuerdo creador y paternal de Dios: no s?y no tanto elrecuerdo de Dios por parte del hombre, sino m?bien el recuerdo delhombre por parte de Dios. Por esto, la oraci?e la comunidad familiarpuede convertirse en ocasi?e recuerdo com? rec?oco; en efecto, la familiaes comunidad de generaciones. En la oraci?odos deben estar presentes:

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los que viven y quienes ya han muerto, como tambi?los que a?ienen quevenir al mundo. Es preciso que en la familia se ore por cada uno, seg?amedida del bien que para ?constituye la familia y del bien que ?constituyepara la familia. La oraci?onfirma m?s?amente ese bien, precisamentecomo bien com?amiliar. M?a?la oraci?s el inicio tambi?de este bien, demodo siempre renovado. En la oraci?la familia se encuentra como elprimer «nosotros» en el que cada uno es «yo» y «t?cada uno es para elotro marido o mujer, padre o madre, hijo o hija, hermano o hermana,abuelo o nieto.

?Son as?as familias a las que me dirijo con esta carta? Ciertamente nopocas son as?pero en la ?ca actual se ve la tendencia a restringir el n?ofamiliar al ?ito de dos generaciones. Esto sucede a menudo por la escasezde viviendas disponibles, sobre todo en las grandes ciudades. Peromuchas veces esto se debe tambi?a la convicci?e que varias generacionesjuntas son un obst?lo para la intimidad y hacen demasiado dif?l la vida.Pero, ?no es precisamente ?e el punto m?d?l? Hay poca vidaverdaderamente humana en las familias de nuestros d?. Faltan laspersonas con las que crear y compartir el bien com?y sin embargo el bien,por su naturaleza, exige ser creado y compartido con otros: «el bientiende a difundirse» («bonum est diffusivum sui»)24. El bien, cuantom?com?s, tanto m?propio es: m?—tuyo— nuestro. ?ta es la l?a intr?ecadel vivir en el bien, en la verdad y en la caridad. Si el hombre sabeaceptar esta l?a y seguirla, su existencia llega a ser verdaderamente una«entrega sincera».

La entrega sincera de s?ismo

11. El Concilio, al afirmar que el hombre es la ?a criatura sobre la tierraamada por Dios por s?isma, dice a continuaci?ue ?« no puede encontrarseplenamente a s?ismo sino en la entrega sincera de s?ismo ».25 Estopodr?parecer una contradicci?pero no lo es absolutamente. Es, m?bien, lagran y maravillosa paradoja de la existencia humana: una existenciallamada a servir la verdad en el amor. El amor hace que el hombre serealice mediante la entrega sincera de s?ismo. Amar significa dar y recibirlo que no se puede comprar ni vender, sino s?regalar libre yrec?ocamente.

La entrega de la persona exige, por su naturaleza, que sea duradera eirrevocable. La indisolubilidad del matrimonio deriva primariamente de laesencia de esa entrega: entrega de la persona a la persona. En esteentregarse rec?oco se manifiesta el car?er esponsal del amor. En elconsentimiento matrimonial los novios se llaman con el propio nombre: «Yo, ... te quiero a ti, ... como esposa (como esposo) y me entrego a ti, yprometo serte fiel... todos los d? de mi vida ». Semejante entrega obligamucho m?intensa y profundamente que todo lo que puede ser «

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comprado » a cualquier precio. Doblando las rodillas ante el Padre, delcual proviene toda paternidad y maternidad, los futuros padres se hacenconscientes de haber sido « redimidos ». En efecto, han sido comprados aun precio elevado, al precio de la entrega m?sincera posible, la sangre deCristo, en la que participan por medio del sacramento. Coronamientolit?co del rito matrimonial es la Eucarist?—sacrificio del « cuerpoentregado » y de la « sangre derramada »—, que en el consentimiento delos esposos encuentra, de alguna manera, su expresi?br>Cuando el hombre y la mujer, en el matrimonio, se entregan y se recibenrec?ocamente en la unidad de « una sola carne », la l?a de la entregasincera entra en sus vidas. Sin aqu?a, el matrimonio ser?vac? mientrasque la comuni?e las personas, edificada sobre esa l?a, se convierte encomuni?e los padres. Cuando transmiten la vida al hijo, un nuevo «t?humano se inserta en la ?ta del « nosotros » de los esposos, unapersona que ellos llamar?con un nombre nuevo: « nuestro hijo...; nuestrahija... ». « He adquirido un var?on el favor del Se?» (G?4, 1), dice Eva, laprimera mujer de la historia. Un ser humano, esperado durante nuevemeses y « manifestado » despu?a los padres, hermanos y hermanas. Elproceso de la concepci? del desarrollo en el seno materno, el parto, elnacimiento, sirven para crear como un espacio adecuado para que lanueva criatura pueda manifestarse como « don ». As?s, efectivamente,desde el principio. ?Podr? quiz? calificarse de manera diversa este ser fr?le indefenso, dependiente en todo de sus padres y encomendadocompletamente a ellos? El reci?nacido se entrega a los padres por elhecho mismo de nacer. Su vida es ya un don, el primer don del Creador ala criatura.

En el reci?nacido se realiza el bien com?e la familia. Como el bien com?elos esposos encuentra su cumplimiento en el amor esponsal, dispuesto adar y acoger la nueva vida, as?l bien com?e la familia se realiza medianteel mismo amor esponsal concretado en el reci?nacido. En la genealog?dela persona est?nscrita la genealog?de la familia, lo cual quedar?aramemoria mediante las anotaciones en el registro de Bautismos, aunque?as no son m?que la consecuencia social del hecho « de que ha nacido unhombre en el mundo » (Jn 16, 21).

Ahora bien, ?es tambi?verdad que el nuevo ser humano es un don paralos padres? ?Un don para la sociedad? Aparentemente nada pareceindicarlo. El nacimiento de un ser humano parece a veces un simple datoestad?ico, registrado como tantos otros en los balances demogr?cos.Ciertamente, el nacimiento de un hijo significa para los padres ulterioresesfuerzos, nuevas cargas econ?as, otros condicionamientos pr?icos. Estosmotivos pueden llevarlos a la tentaci?e no desear otro hijo.26 En algunosambientes sociales y culturales la tentaci?esulta m?fuerte. El hijo, ?no es,pues, un don? ?Viene s?para recibir y no para dar? He aqu?lgunascuestiones inquietantes, de las que el hombre actual no se libra f?lmente.

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El hijo viene a ocupar un espacio, mientras parece que en el mundo cadavez haya menos. Pero, ?es realmente verdad que el hijo no aporta nada ala familia y a la sociedad? ?No es quiz?una « part?la » de aquel biencom?in el cual las comunidades humanas se disgregan y corren el riesgode desaparecer? ?C?negarlo? El ni?ace de s?ismo un don a los hermanos,hermanas, padres, a toda la familia. Su vida se convierte en don para losmismos donantes de la vida, los cuales no dejar?de sentir la presencia delhijo, su participaci?n la vida de ellos, su aportaci? su bien com? al de lacomunidad familiar. Verdad, ?a, que es obvia en su simplicidad yprofundidad, no obstante la complejidad, y tambi?la eventual patolog? dela estructura psicol?a de ciertas personas. El bien com?e toda la sociedadest?n el hombre que, como se ha recordado, es « el camino de la Iglesia».27 Ante todo, ?es la « gloria de Dios »: « Gloria Dei, vivens homo »,seg?a conocida expresi?e san Ireneo,28 que podr?traducirse as?« Lagloria de Dios es que el hombre viva ». Estamos aqu?puede decirse, antela definici??profunda del hombre: la gloria de Dios es el bien com?e todolo que existe; el bien com?el g?ro humano.

¡S?el hombre es un bien com? bien com?e la familia y de la humanidad,de cada grupo y de las m?ples estructuras sociales. Pero hay que haceruna significativa distinci?e grado y de modalidad: el hombre es biencom?por ejemplo, de la Naci? la que pertenece o del Estado del cual esciudadano; pero lo es de una manera mucho m?concreta, ?a e irrepetiblepara su familia; lo es no s?como individuo que forma parte de la multitudhumana, sino como « este hombre ». Dios Creador lo llama a la existencia« por s?ismo »; y con su venida al mundo el hombre comienza, en lafamilia, su « gran aventura », la aventura de la vida. « Este hombre », encualquier caso, tiene derecho a la propia afirmaci?ebido a su dignidadhumana. Esta es precisamente la que establece el lugar de la personaentre los hombres y, ante todo, en la familia. En efecto, la familia es—m?que cualquier otra realidad social— el ambiente en que el hombrepuede vivir « por s?ismo » a trav?de la entrega sincera de s?Por esto, lafamilia es una instituci?ocial que no se puede ni se debe sustituir: es « elsantuario de la vida ».29

El hecho de que est?aciendo un hombre —« ha nacido un hombre en elmundo » (Jn 16, 21)—, constituye un signo pascual. Jes?ismo, comorefiere el evangelista Juan, habla de ello a los disc?los antes de su pasi?muerte, parangonando la tristeza por su marcha con el sufrimiento deuna mujer parturienta: « La mujer, cuando va a dar a luz, est?riste 1,porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al ni?ya no seacuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16, 21). La « hora » de la muerte de Cristo (cf. Jn 13, 1) separangona aqu?on la « hora » de la mujer en los dolores de parto; elnacimiento de un nuevo hombre se corresponde plenamente con lavictoria de la vida sobre la muerte realizada por la resurrecci?el Se? Esta

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comparaci?e presta a diversas reflexiones. Igual que la resurrecci?eCristo es la manifestaci?e la Vida m?all?el umbral de la muerte,as?ambi?el nacimiento de un ni?s manifestaci?e la vida, destinadasiempre, por medio de Cristo, a la « plenitud de la vida » que est?n Diosmismo: « Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia »(Jn 10, 10). Aqu?e manifiesta en su valor m?profundo el verdaderosignificado de la expresi?e san Ireneo: « Gloria Dei, vivens homo ».

Esta es la verdad evang?ca de la entrega de s?ismo, sin la cual el hombreno puede « encontrarse plenamente », que permite valorarcu?profundamente esta « entrega sincera » est?undamentada en laentrega de Dios Creador y Redentor, en la « gracia del Esp?tu Santo »,cuya « efusi? sobre los esposos invoca el celebrante en el rito delmatrimonio. Sin esta « efusi? ser?verdaderamente dif?l comprender todoesto y cumplirlo como vocaci?el hombre. Y sin embargo, ¡tanta gente lointuye! Tantos hombres y mujeres hacen propia esta verdad llegando aentrever que s?en ella encuentran « la Verdad y la Vida » (Jn 14, 6). Sinesta verdad, la vida de los esposos no llega a alcanzar un sentidoplenamente humano.

He aqu?or qu?a Iglesia nunca se cansa de ense?y de testimoniar estaverdad. Aun manifestando comprensi?aterna por las no pocas y complejassituaciones de crisis en que se hallan las familias, as?omo por lafragilidad moral de cada ser humano, la Iglesia est?onvencida de quedebe permanecer absolutamente fiel a la verdad sobre el amor humano;de otro modo, se traicionar?a s?isma. En efecto, abandonar esta verdadsalv?ca ser?como cerrar « los ojos del coraz? (cf. Ef 1, 18), que, encambio, deben permanecer siempre abiertos a la luz con que el Evangelioilumina las vicisitudes humanas (cf. 2 Tim 1, 10). La conciencia de laentrega sincera de s?mediante la cual el hombre « se encuentraplenamente a s?ismo », ha de ser renovada s?amente y garantizadaconstantemente, ante muchas formas de oposici?ue la Iglesia encuentrapor parte de los partidarios de una falsa civilizaci?el progreso.30 Lafamilia expresa siempre un nueva dimensi?el bien para los hombres, ypor esto suscita una nueva responsabilidad. Se trata de laresponsabilidad por aquel singular bien com?n el cual se encuentra elbien del hombre: el bien de cada miembro de la comunidad familiar; es unbien ciertamente « dif?l » (« bonum arduum »), pero atractivo.

Paternidad y maternidad responsables

12. Ha llegado el momento de aludir, en el entramado de la presenteCarta a las Familias, a dos cuestiones relacionadas entre s?Una, lam?gen?ca, se refiere a la civilizaci?el amor; la otra, m?espec?ca, serefiere a la paternidad y maternidad responsables.

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Hemos dicho ya que el matrimonio entra?na singular responsabilidadpara el bien com?primero el de los esposos, despu?el de la familia. Estebien com?st?epresentado por el hombre, por el valor de la persona y portodo lo que representa la medida de su dignidad. El hombre lleva consigoesta dimensi?n cada sistema social, econ?o y pol?co. Sin embargo, en el?ito del matrimonio y de la familia esa responsabilidad se hace, pormuchas razones, m?« exigente » a?No sin motivo la Constituci?astoralGaudium et spes habla de « promover la dignidad del matrimonio y de lafamilia ». El Concilio ve en esta « promoci? una tarea tanto de la Iglesiacomo del Estado; sin embargo, en toda cultura, es ante todo un deber delas personas que, unidas en matrimonio, forman una determinada familia.La « paternidad y maternidad responsables » expresan un compromisoconcreto para cumplir este deber, que en el mundo actual presentanuevas caracter?icas.

En particular, la paternidad y maternidad se refieren directamente almomento en que el hombre y la mujer, uni?ose « en una sola carne »,pueden convertirse en padres. Este momento tiene un valor muysignificativo, tanto por su relaci?nterpersonal como por su servicio a lavida. Ambos pueden convertirse en procreadores —padre y madre—comunicando la vida a un nuevo ser humano. Las dos dimensiones de launi?onyugal, la unitiva y la procreativa, no pueden separarseartificialmente sin alterar la verdad ?ima del mismo acto conyugal.31

Esta es la ense?a constante de la Iglesia, y los « signos de los tiempos »,de los que hoy somos testigos, ofrecen nuevos motivos para confirmarlocon particular ?asis. San Pablo, tan atento a las necesidades pastoralesde su tiempo, exig?con claridad y firmeza « insistir a tiempo y adestiempo » (cf. 2 Tim 4, 2), sin temor alguno por el hecho de que « no sesoportara la sana doctrina » (cf. 2 Tim 4, 3). Sus palabras son bienconocidas a quienes, comprendiendo profundamente las vicisitudes denuestro tiempo, esperan que la Iglesia no s?no abandone « la sanadoctrina », sino que la anuncie con renovado vigor, buscando en losactuales « signos de los tiempos » las razones para su ulterior yprovidencial profundizaci?br>Muchas de estas razones se encuentran ya en las mismas ciencias que,del antiguo tronco de la antropolog? se han desarrollado en variasespecializaciones, como la biolog? psicolog? sociolog?y sus ramificacionesulteriores. Todas giran, en cierto modo, en torno a la medicina, que es, ala vez, ciencia y arte (ars medica), al servicio de la vida y de la salud de lapersona. Pero las razones insinuadas aqu?mergen sobre todo de laexperiencia humana que es m?ple y que, en cierto sentido, precede ysigue a la ciencia misma.

Los esposos aprenden por propia experiencia lo que significan lapaternidad y maternidad responsables; lo aprenden tambi?gracias a la

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experiencia de otras parejas que viven en condiciones an?gas y se hanhecho as??abiertas a los datos de las ciencias. Podr?decirse que los «estudiosos » aprenden casi de los « esposos », para poder luego, a suvez, instruirlos de manera m?competente sobre el significado de laprocreaci?esponsable y sobre los modos de practicarla.

Este tema ha sido tratado ampliamente en los Documentos conciliares, enla Enc?ica Humanae vitae, en las « Proposiciones » del S?do de losObispos de 1980, en la Exhortaci?post?a Familiaris consortio, y enintervenciones an?gas, hasta la Instrucci?onum vitae de laCongregaci?ara la Doctrina de la Fe. La Iglesia ense?a verdad moral sobrela paternidad y maternidad responsables, defendi?ola de las visiones ytendencias err?s difundidas actualmente. ?Por qu?ace esto la Iglesia??Acaso porque no se da cuenta de las problem?cas evocadas por quienesen este ?ito sugieren concesiones y tratan de convencerla tambi?conpresiones indebidas, si no es incluso con amenazas? En efecto, sereprocha frecuentemente al Magisterio de la Iglesia que est?a superado ycerrado a las instancias del esp?tu de los tiempos modernos; quedesarrolla una acci?ociva para la humanidad, m?a?para la Iglesia misma.Por mantenerse obstinadamente en sus propias posiciones —se dice—, laIglesia acabar?or perder popularidad y los creyentes se alejar?cada vezm?de ella.

Pero, ?c?se puede sostener que la Iglesia, y de modo especial elEpiscopado en comuni?on el Papa, sea insensible a problemas tan gravesy actuales? Pablo VI ve?precisamente en ?os cuestiones tan vitales que loimpulsaron a publicar la Enc?ica Humanae vitae. El fundamento en que sebasa la doctrina de la Iglesia sobre la paternidad y maternidadresponsables es mucho m?amplio y s?o. El Concilio lo indica ante todo ensus ense?as sobre el hombre cuando afirma que ?« es la ?a criatura en latierra a la que Dios ha amado por s?isma » y que « no puede encontrarseplenamente a s?ismo sino es en la entrega sincera de s?ismo ».32 Y estoporque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y redimido por elHijo unig?to del Padre, hecho hombre por nosotros y por nuestrasalvaci?br>El Concilio Vaticano II, particularmente atento al problema del hombre yde su vocaci?afirma que la uni?onyugal —significada en la expresi??ica «una sola carne »— s?puede ser comprendida y explicada plenamenterecurriendo a los valores de la « persona » y de la « entrega ». Cadahombre y cada mujer se realizan en plenitud mediante la entrega sincerade s?ismo; y, para los esposos, el momento de la uni?onyugal constituyeuna experiencia particular?ma de ello. Es entonces cuando el hombre y lamujer, en la « verdad » de su masculinidad y femineidad, se convierten enentrega rec?oca. Toda la vida del matrimonio es entrega, pero esto sehace singularmente evidente cuando los esposos, ofreci?oserec?ocamente en el amor, realizan aquel encuentro que hace de los dos «

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una sola carne » (G?2, 24).

Ellos viven entonces un momento de especial responsabilidad, incluso porla potencialidad procreativa vinculada con el acto conyugal. En aquelmomento, los esposos pueden convertirse en padre y madre, iniciando elproceso de una nueva existencia humana que despu?se desarrollar?n elseno de la mujer. Aunque es la mujer la primera que se da cuenta de quees madre, el hombre con el cual se ha unido en « una sola carne » toma asu vez conciencia, mediante el testimonio de ella, de haberse convertidoen padre. Ambos son responsables de la potencial, y despu?efectiva,paternidad y maternidad. El hombre debe reconocer y aceptar elresultado de una decisi?ue tambi?ha sido suya. No puede ampararse enexpresiones como: « no s?, « no quer?», « lo has querido t? Launi?onyugal conlleva en cualquier caso la responsabilidad del hombre yde la mujer, responsabilidad potencial que llega a ser efectiva cuando lascircunstancias lo imponen. Esto vale sobre todo para el hombre que, aunsiendo tambi?art?ce del inicio del proceso generativo, queda distanciadobiol?amente del mismo, ya que de hecho se desarrolla en la mujer.?C?podr?el hombre no hacerse cargo de ello? Es necesario que ambos, elhombre y la mujer, asuman juntos, ante s?ismos y ante los dem? laresponsabilidad de la nueva vida suscitada por ellos.

Esta es una conclusi?ompartida por las ciencias humanas mismas. Sinembargo, conviene profundizarla, analizando el significado del actoconyugal a la luz de los mencionados valores de la « persona » y de la «entrega ». Esto lo hace la Iglesia con su constante ense?a,particularmente con la del Concilio Vaticano II.

En el momento del acto conyugal, el hombre y la mujer est?llamados aratificar de manera responsable la rec?oca entrega que han hecho des?ismos con la alianza matrimonial. Ahora bien, la l?a de la entrega totaldel uno al otro implica la potencial apertura a la procreaci?el matrimonioest?lamado as? realizarse todav?m?plenamente como familia.Ciertamente, la entrega rec?oca del hombre y de la mujer no tiene comofin solamente el nacimiento de los hijos, sino que es, en s?isma, mutuacomuni?e amor y de vida. Pero siempre debe garantizarse la ?ima verdadde tal entrega. « ?tima » no es sin?o de « subjetiva ». Significa m?bienque es esencialmente coherente con la verdad objetiva de aqu?os que seentregan. La persona jam?ha de ser considerada un medio para alcanzarun fin; jam? sobre todo, un medio de « placer ». La persona es y debe sers?el fin de todo acto. Solamente entonces la acci?orresponde a laverdadera dignidad de la persona.

Al concluir nuestras reflexiones sobre este tema tan importante ydelicado, deseo alentaros particularmente a vosotros, queridos esposos,y a todos aqu?os que os ayudan a comprender y a poner en pr?ica la

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ense?a de la Iglesia sobre el matrimonio, sobre la maternidad ypaternidad responsables. Pienso concretamente en los Pastores, entantos estudiosos, te?os, fil?os, escritores y periodistas, que no se pleganal conformismo cultural dominante, dispuestos valientemente a ir contracorriente. Mi aliento se dirige, adem? a un grupo cada vez m?numerosode expertos, m?cos y educadores —verdaderos ap?les laicos—, paraquienes promover la dignidad del matrimonio y la familia resulta uncometido importante de su vida. En nombre de la Iglesia expreso a todosmi gratitud. ?Qu?odr? hacer sin ellos los Sacerdotes, los Obispos e inclusoel mismo Sucesor de Pedro? De esto me he ido convenciendo cada vezm?desde mis primeros a?de sacerdocio, cuando sentado en elconfesionario empec? compartir las preocupaciones, los temores y lasesperanzas de tantos esposos. He encontrado casos dif?les de rebeli?rechazo, pero al mismo tiempo tantas personas muy responsables ygenerosas. Mientras escribo esta Carta tengo presentes a todos estosesposos y les abrazo con mi afecto y mi oraci?br>Dos civilizaciones

13. Amad?mas familias, la cuesti?e la paternidad y de la maternidadresponsables se inscribe en toda la tem?ca de la «civilizaci?el amor», dela que deseo hablaros ahora. De lo expuesto hasta aqu?e deduceclaramente que la familia constituye la base de lo que Pablo VI calific?mo«civilizaci?el amor»33, expresi?sumida despu?por la ense?a de la Iglesia yconsiderada ya normal. Hoy es dif?l pensar en una intervenci?e la Iglesia,o bien sobre la Iglesia, que no se refiera a la civilizaci?el amor. Laexpresi?e relaciona con la tradici?e la «iglesia dom?ica» en los or?nes delcristianismo, pero tiene una preciosa referencia incluso para la ?caactual. Etimol?amente, el t?ino «civilizaci?deriva efectivamente de«civis», «ciudadano», y subraya la dimensi?ol?ca de la existencia de cadaindividuo. Sin embargo, el significado m?profundo de laexpresi?civilizaci?no es solamente pol?co sino m?bien «human?ico». Lacivilizaci?ertenece a la historia del hombre, porque corresponde a susexigencias espirituales y morales: ?e, creado a imagen y semejanza deDios, ha recibido el mundo de manos del Creador con el compromiso deplasmarlo a su propia imagen y semejanza. Precisamente delcumplimiento de este cometido deriva la civilizaci?que, en definitiva, noes otra cosa que la «humanizaci?el mundo».

Civilizaci?iene, pues, en cierto modo, el mismo significado que «cultura».Por esto se podr?decir tambi? «cultura del amor», aunque es preferiblemantener la expresi?ue se ha hecho ya familiar. La civilizaci?el amor, conel significado actual del t?ino, se inspira en las palabras de laconstituci?onciliar Gaudium et spes: «Cristo... manifiesta plenamente elhombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocaci?4. Poresto se puede afirmar que la civilizaci?el amor se basa en la revelaci?eDios, que «es amor», como dice Juan (1 Jn 4, 8. 16), y que est?xpresada

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de modo admirable por Pablo con el himno a la caridad, en la primeracarta a los Corintios (cf. 13, 1-13). Esta civilizaci?st?ntimamenterelacionada con el amor que «ha sido derramado en nuestros corazonespor el Esp?tu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5), y que crece graciasal cuidado constante del que habla, de manera tan sugestiva, laalegor?evang?ca de la vid y los sarmientos: «Yo soy la vid verdadera, y miPadre es el vi?r. Todo sarmiento que en m?o da fruto, lo corta, y todo elque da fruto, lo limpia, para que d??fruto» (Jn 15, 1-2).

A la luz de estos y de otros textos del Nuevo Testamento es posiblecomprender lo que se entiende por «civilizaci?el amor», y por qu?a familiaest?nida org?camente a esta civilizaci?Si el primer «camino de la Iglesia»es la familia, conviene a?r que lo es tambi?la civilizaci?el amor, pues laIglesia camina por el mundo y llama a seguir este camino a las familias ya las otras instituciones sociales, nacionales e internacionales,precisamente en funci?e las familias y por medio de ellas. En efecto, lafamilia depende por muchos motivos de la civilizaci?el amor, en la cualencuentra las razones de su ser como tal. Y al mismo tiempo, la familia esel centro y el coraz?e la civilizaci?el amor.

Sin embargo, no hay verdadero amor sin la conciencia de que Dios «esAmor», y de que el hombre es la ?a criatura en la tierra que Dios hallamado «por s?isma» a la existencia. El hombre, creado a imagen ysemejanza de Dios, s?puede «encontrar su plenitud» mediante la entregasincera de s?ismo. Sin este concepto del hombre, de la persona y de la«comuni?e personas» en la familia, no puede haber civilizaci?el amor;rec?ocamente, sin ella es imposible este concepto de persona y decomuni?e personas. La familia constituye la «c?la» fundamental de lasociedad. Pero hay necesidad de Cristo —«vid» de la que reciben savia los«sarmientos»— para que esta c?la no est?xpuesta a la amenaza de unaespecie de desarraigo cultural, que puede venir tanto de dentro como defuera. En efecto, si por un lado existe la «civilizaci?el amor», por otroest?a posibilidad de una «anticivilizaci?destructora, como demuestranhoy tantas tendencias y situaciones de hecho.

?Qui?puede negar que la nuestra es una ?ca de gran crisis, que semanifiesta ante todo como profunda «crisis de la verdad»? Crisis de laverdad significa, en primer lugar, crisis de conceptos. Los t?inos «amor»,«libertad», «entrega sincera» e incluso «persona», «derechos de lapersona», ?significan realmente lo que por su naturaleza contienen? Heaqu?or qu?esulta tan significativa e importante para la Iglesia y para elmundo —ante todo en Occidente la enc?ica sobre el «esplendor de laverdad» (Veritatis splendor). Solamente si la verdad sobre la libertad y lacomuni?e las personas en el matrimonio y en la familia recupera suesplendor, empezar?erdaderamente la edificaci?e la civilizaci?el amor yser?ntonces posible hablar con eficacia —como hace el Concilio— de

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«promover la dignidad del matrimonio y de la familia»35.

?Por qu?s tan importante el «esplendor de la verdad»? Ante todo, lo espor contraste: el desarrollo de la civilizaci?ontempor?a est?inculado a unprogreso cient?co-tecnol?o que se verifica de manera muchas vecesunilateral, presentando como consecuencia caracter?icas puramentepositivistas. Como se sabe, el positivismo produce como frutos elagnosticismo a nivel te?o y el utilitarismo a nivel pr?ico y ?co. Ennuestros tiempos la historia, en cierto sentido, se repite. El utilitarismoes una civilizaci?asada en producir y disfrutar; una civilizaci?e las «cosas»y no de las «personas»; una civilizaci?n la que las personas se usan comosi fueran cosas. En el contexto de la civilizaci?el placer, la mujer puedellegar a ser un objeto para el hombre, los hijos un obst?lo para lospadres, la familia una instituci?ue dificulta la libertad de sus miembros.Para convencerse de ello, basta examinar ciertos programas deeducaci?exual, introducidos en las escuelas, a menudo contra el parecer ylas protestas de muchos padres; o bien las corrientes abortistas, que envano tratan de esconderse detr?del llamado «derecho de elecci?(«prochoice») por parte de ambos esposos, y particularmente por parte de lamujer. ?tos son s?dos ejemplos de los muchos que podr? recordarse.

Es evidente que en semejante situaci?ultural, la familia no puede dejar desentirse amenazada, porque est?cechada en sus mismos fundamentos. Loque es contrario a la civilizaci?el amor es contrario a toda la verdad sobreel hombre y es una amenaza para ? no le permite encontrarse a s?ismo nisentirse seguro como esposo, como padre, como hijo. El llamado «sexoseguro», propagado por la «civilizaci??ica», es en realidad, bajo elaspecto de las exigencias globales de la persona, radicalmente no-seguro, e incluso gravemente peligroso. En efecto, la persona seencuentra ah?n peligro, y, a su vez, est?n peligro la familia. ?Cu?es elpeligro? Es la p?ida de la verdad sobre la familia, a la que se a? el riesgode la p?ida de la libertad y, por consiguiente, la p?ida del amor mismo.«Conocer? la verdad —dice Jes?y la verdad os har?ibres» (Jn 8, 32). Laverdad, s?la verdad, os preparar?ara un amor del que se puede decir quees «hermoso».

La familia contempor?a, como la de siempre, va buscando el «amorhermoso». Un amor no «hermoso», o sea, reducido s?a satisfacci?e laconcupiscencia (cf. 1 Jn 2, 16) o a un rec?oco «uso» del hombre y de lamujer, hace a las personas esclavas de su

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