Carta

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19 de febrero: El médico me ha hecho una sangría, he recobrado un poco el aliento, le dije a Julie que se retirara de mi dormitorio, apenas sentí que cerró la puerta, tomé fuerzas pensando en mi amando Armand, me senté. Aquí me encuentro, mientras escribo me acuerdo de todos los momentos que pasé con Armand, nunca alguien me había hecho tan feliz, él me amó de verdad, porque él me quería por mí y no por él, mientras que los demás nunca me quisieron más que por sí mismos. Ahora me siento más muerta que viva, ya no soy sólo una mujer que escupe sangre, con una alegría más triste que la misma tristeza, pienso en Armand y en lo feliz que hubiese sido él, si desde el día que me pidió que fuese su amante le hubiese dicho que no, quizá otro fuera mi final, y no estaría aquí sin aire para respirar. El veneno de la sociedad, como lo son los prejuicios también fueron acabando conmigo, escuchaba a la gente decir que yo abusaba del duque, pero en realidad lo que él y yo habíamos hecho era un acuerdo, porque según él, yo era igual que su hija que ya había muerto. Quizá mis ideas en esta carta sean inconclusas, siento morir y como poco a poco mis días en la tierra se acaban, ¡oh! si tan sólo pudiera ver a mi amado por última vez, decirle cómo amé los días en Bougival con él, donde nada ni nadie podía atormentarnos en nuestra tarea de amarnos, yo lo amé con los sentidos, pero lo amé más como mi corazón. En mi afán de escribir escucho a los acreedores llevando las cuentas de las cosas que hay en mi casa, las cosas que tengo serán embargadas, espero que algo le quede a mi hermana y mi sobrino, que son la única familia que tengo. Escribo esta, mi última carta, para despedirme de todos los que alguna vez me conocieron, y para aquellos que me conocerán por mi historia, mi nombre es Marguerite Gautier, conocida como la dama de las camelias, ¡Ah!, las camelias, esas hermosas flores que me acompañaron siempre, con mis espejuelos y mi bolsa de bombones.

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Page 1: Carta

19 de febrero:

El médico me ha hecho una sangría, he recobrado un poco el aliento, le dije a Julie que se

retirara de mi dormitorio, apenas sentí que cerró la puerta, tomé fuerzas pensando en mi

amando Armand, me senté.

Aquí me encuentro, mientras escribo me acuerdo de todos los momentos que pasé con

Armand, nunca alguien me había hecho tan feliz, él me amó de verdad, porque él me quería

por mí y no por él, mientras que los demás nunca me quisieron más que por sí mismos.

Ahora me siento más muerta que viva, ya no soy sólo una mujer que escupe sangre, con una

alegría más triste que la misma tristeza, pienso en Armand y en lo feliz que hubiese sido él,

si desde el día que me pidió que fuese su amante le hubiese dicho que no, quizá otro fuera mi

final, y no estaría aquí sin aire para respirar.

El veneno de la sociedad, como lo son los prejuicios también fueron acabando conmigo,

escuchaba a la gente decir que yo abusaba del duque, pero en realidad lo que él y yo

habíamos hecho era un acuerdo, porque según él, yo era igual que su hija que ya había

muerto.

Quizá mis ideas en esta carta sean inconclusas, siento morir y como poco a poco mis días en

la tierra se acaban, ¡oh! si tan sólo pudiera ver a mi amado por última vez, decirle cómo amé

los días en Bougival con él, donde nada ni nadie podía atormentarnos en nuestra tarea de

amarnos, yo lo amé con los sentidos, pero lo amé más como mi corazón.

En mi afán de escribir escucho a los acreedores llevando las cuentas de las cosas que hay en

mi casa, las cosas que tengo serán embargadas, espero que algo le quede a mi hermana y mi

sobrino, que son la única familia que tengo.

Escribo esta, mi última carta, para despedirme de todos los que alguna vez me conocieron, y

para aquellos que me conocerán por mi historia, mi nombre es Marguerite Gautier, conocida

como la dama de las camelias, ¡Ah!, las camelias, esas hermosas flores que me acompañaron

siempre, con mis espejuelos y mi bolsa de bombones.

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Le he dicho a Julie que para mi entierro quiero que me pongan el camisón cubierto de

encajes, pues hasta moribunda tengo vanidad, en el afán de escribir quizá se me olvide

mencionar a tantas personas que hicieron parte de mi vida, todas los personas que pasaron

por ella, me volvieron más fuerte.

Mientras escribía me dieron varios ataques de tos, la tisis me ha matado lentamente, espero

me perdone si mi caligrafía no es la más clara y si me redacción es difícil de comprender, tal

vez algún día entienda qué es escribir antes de morir.

Termino esta carta llorando, hundida en lágrimas escribo mis últimas palabras, hasta aquí

llegó mi historia, escucho entrar al sacerdote, ¡Ah!, si tan sólo los hombres supiesen cuánto

puede conseguirse con una lágrima, se verían más amados y nosotras seríamos menos

ruinosas.

Guardaré esta carta dentro del mejor libro que me han podido regalar, llamado Manon

Lescaut, que por cierto espero y alguna vez lea, y a la persona que reciba esta carta deseo

que comparta mi historia, que no es habitual y le enseñe a las personas la importancia de no

despreciar a la ligera a una mujer.