Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

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Annotation

Amor, lujo, poder e influencia: historia dela mujer más poderosa de la EspañafranquistaHa pasado ya el tiempo suficientecomo para hacer un retrato de doña CarmenPolo desde la perspectiva y eldesapasionamiento que otorgan el paso de losaños. Una mujer que ejerció una graninfluencia en la vida pública española durantelos cuarenta años de poder absoluto de sumarido, el general Franco, del que quedóprendada cuando ella era una joven de la altaburguesía asturiana y él un joven comandanteque fue ascendiendo en la carrera militargracias a sus hazañas de guerra en Marruecos.El ego de la Señora, trato que exigió desde quese instaló en el Palacio de El Pardo, fuecreciendo al mismo ritmo que los ascensosmeteóricos de su marido. Ella fue la artífice dela creación de un clan familiar, que se

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comportaba a imagen y semejanza de unafamilia real, en torno al cual giraba toda la vidapolítica y social del franquismo, y favoreció laexistencia de una camarilla que complacía entodo a la Señora y con la que se dedicaba asatisfacer sus caprichos, como coleccionarjoyas y antigüedades que almacenó en lasfincas y casas que le regalaron a su marido.Ejerció, especialmente en el declive delrégimen franquista, un poder determinante quetrató de perpetuar a su familia en el poder. Conese fin participó en los planes para casar a sunieta mayor, María del Carmen, con Alfonso deBorbón Dampierre, con la esperanza de que sumarido le nombrara su sucesor en lugar de alpríncipe Juan Carlos. Y ella fue, con un Francoya en decadencia, la responsable delnombramiento de Arias Navarro comopresidente del Gobierno después del asesinatode Carrero Blanco. Cuando se cumplenveinticinco años de su muerte, en febrero de

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1988, la figura de doña Carmen, la Collares,cobra fuerza como una mujer que aunque notuvo papel alguno ni estatus institucional,manejó desde el Palacio de El Pardo muchosde los hilos de la sociología del franquismo.

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Carmen Enríquez

Carmen Polo, señora de El Pardo

Carmen EnríquezCarmen Polo, Señora de El Pardo

Amor, lujo, poder e influencia: historia dela mujer más poderosa de la España franquista

Para mis amigas Catalina,Magüisa, Laura y Ana, por elgeneroso cariño que siempre herecibido de ellas.

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Agradecimientos

Gracias a José Antonio Vaca de Osma,historiador recientemente fallecido, poratenderme amablemente desde el inicio de laelaboración de este libro. Y a su esposaBegoña, por facilitarme contactos de granutilidad para mi trabajo.

Mi más cálido agradecimiento a SoledadGarcía-Conde y a su hermano Pipo, porrecibirme en su casa y contarme algunosdetalles de la amistad de su madre con CarmenPolo.

Mi honda gratitud al matrimonio AntonioOyarzábal y Beatriz Lodge, que confiaron enmí desde el principio y me abrieron las puertasde su casa para ayudarme y darme claves paraacceder a otros contactos.

Gracias asimismo a Mayte Spínola, cuyacolaboración ha sido fundamental a la hora de

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elaborar el perfil humano de doña Carmen yque me recibió en su casa con un sentido de lahospitalidad y una confianza encomiables.

Al anterior presidente de PatrimonioNacional, Nicolás Martínez Fresno, tengo queagradecerle una completísima visita guiada porel Palacio de El Pardo que me permitióconocer todos sus rincones y detallesinteresantes sobre la que fue residencia de losFranco.

En tierras de Galicia, dar las gracias a miamigo y compañero periodista FedericoCocho, que me guio y acompañó en elrecorrido y las entrevistas que hice allí; alfotógrafo Alberto Martí, por enseñarme sustesoros fotográficos; a Paco Vázquez, antiguoalcalde de La Coruña, por darme informacióninestimable de la ciudad; a Carlos FernándezSantander, autor concienzudo y minucioso alque robé un buen rato de su precioso tiempopara hablar de las estancias de los Franco en

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Meirás; a los responsables de la memoriahistórica, por darme documentos de granutilidad para escribir este libro; y a RamónRodríguez Ares, antiguo alcalde de Sada, queme facilitó el acceso al Pazo de Meirás paravisitarlo sin tener que guardar una larga espera.

Y gracias finalmente a fray Anselmo,actual abad del Valle de los Caídos, por aceptarrecibirme en la abadía y charlar conmigoacerca del pasado, presente y futuro de aquellugar.

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1. Adiós a El Pardo, adiós

La tarde del último día de enero de 1976amenazaba lluvia en la localidad madrileña deEl Pardo. Un cielo color ceniza, acompañadode ráfagas de viento húmedo y frío, servían detelón de fondo a una escena de grantrascendencia histórica para el futuro de unpaís, España, que intentaba dar los primerospasos de una nueva era: los Franco dejaban elPalacio de El Pardo, residencia oficial delrecientemente fallecido jefe del Estado y sufamilia durante treinta y cinco años, diez mesesy quince días.

El autoproclamado Caudillo yGeneralísimo de todos los Ejércitos, que habíadetentado un poder omnímodo durante casicuarenta años, había fallecido dos meses yonce días antes de que su viuda, Carmen Polo,conocida por todos como la Señora desde su

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llegada a El Pardo, abandonara para siempre lasinstalaciones de un palacio en el que habíaejercido todo su poder y capacidad deinfluencia. Durante apenas setenta días, doñaCarmen había hecho un gran esfuerzo paraconseguir empaquetar en un tiempo récordtodos los bienes que ella había aportado a esaresidencia del que fuera jefe del Estado, eso sí,por la gracia de Dios y no por la voluntadexpresada por los ciudadanos españoles, nuncaconsultados en las urnas sobre el liderazgo deFranco.

Ella prefirió que fuera así a pesar de queel rey Juan Carlos le dijo que se tomara todo eltiempo necesario para desmantelar muebles,enseres, pertenencias y objetos que habían idoacomodándose en las amplias habitaciones quehabían servido de vivienda a la familia FrancoPolo.

Todos los integrantes del personal deservicio del Palacio de El Pardo se pusieron a

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la tarea de envolver los cuadros, prendas devestir, uniformes del general, objetos de arte,lámparas, muebles antiguos, documentos ycientos de objetos de gran valor adquiridos porla Señora en tiendas de anticuarios —una desus aficiones más destacadas—. Todo hechobajo la batuta de doña Carmen, flamante señorade Meirás por deferencia de Juan Carlos I,apoyada en esa para ella ingrata y penosa tareapor su hija, Carmencita, distinguida con eltítulo de duquesa de Franco, y por su nietapreferida, María del Carmen, aún entoncesduquesa de Cádiz por su matrimonio conAlfonso de Borbón Dampierre.

Fueron dos meses y pico de auténticocalvario, para una mujer acostumbrada a estaren primera fila, el llevar a cabo la ingente tareade embalar toda una vida, desmantelar pieza apieza su casa, labor que compaginaba con tratarde asumir que todo lo que antes había sidorecorrer un camino de rosas se iba a convertir

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en un caminar por un sendero lleno de espinas.Ella ya sospechaba que iba a llegar pronto elabandono de los hasta hacía nada«incondicionales» de toda la vida, elalejamiento de sus más «fieles» servidores, elrechazo de los que habían ejercido de «leales»cortesanos, el sentir que hasta había quienes seavergonzaban ya de haber sido amigos eíntimos colaboradores de su marido duranteaños y años. Algunos de ellos ya habíanempezado a marcar distancias con los Franco,sabedores de que en la nueva era que se iniciabano estaría bien visto mantener una connivenciasimilar a la que habían tenido con ellos en vidadel Generalísimo.

La Señora recorría las habitaciones quehabían sido escenario de su vida con los ojosvelados por las lágrimas de la nostalgia y lamelancolía, sentimientos que ya empezaban adominar su ánimo. No podía evitar romper enllanto abierto cuando reparaba en un pequeño

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detalle que le llevaba inevitablemente arecordar algún hecho agradable que significabamucho para ella o para alguien de su familia.Un regalo que habían hecho a Paco, su marido,en la visita a alguna de las provincias españolasque recorrían en loor de multitudes durante loslargos e interminables años de la dictadura, conmiles de personas enfervorizadas ante el pasodel victorioso ganador de la Guerra Civil. Unadelicada figura de porcelana que le habíanobsequiado a ella, la Generalísima, lasautoridades de una ciudad para agradecerle supresencia y a quienes alguien del entorno de ElPardo había puesto en antecedente del gusto dela Señora por los objetos finos y delicados.

¡Cómo había disfrutado todos esos largosaños doña Carmen en los aledaños del poderomnímodo de su marido, el todopoderosoFrancisco Franco! Y ahora, tener que dejarlotodo, pasar a un plano de discreción y olvidodespués de tanto elogio, tan incondicionales

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halagos, tanta gente pendiente del más mínimogesto suyo para materializar cualquiera de susdeseos, por nimios e insignificantes quefueran. Y además, echaba de menos a su Paco;abría una puerta y aún esperaba encontrarlosentado en el que era el cuarto de estar, dondele gustaba ver la televisión o leer alguno de loslibros a los que era tan aficionado.

Es verdad que los últimos años, desde quela enfermedad de párkinson hizo presa en sufrágil cuerpo, haciendo que su mano izquierdatemblara sin control y que su rostro adquirierael aspecto rígido e hierático característico delos aquejados de ese mal, su marido ya no erael mismo de antes. Sus silencios se habíanhecho más profundos y prolongados, apenashablaba con nadie, era como si desconfiara detodo el mundo que tenía a su alrededor, ellaincluida.

No es que antes de ser devastado por elpárkinson su Paco fuera una persona

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extrovertida y dicharachera, su dificultad paracomunicarse con los demás venía de lejos yestaba basada, según decía él mismo, en eltemor de que sus palabras se malinterpretaran,dieran pábulo a rumores y comentarios, fueranpasto de personas que se dedicaran a torcer laintención con la que habían sido dichas. Portodo ello, se refugió en el silencio, una actitudque sorprendía a todos, propios y extraños, queno sabían cómo interpretar su mutismo. Pero, apesar de todo, doña Carmen lo echaba demenos muchísimo y, además, había quereconocerlo, gracias a él, ella se habíaconvertido en la «primera dama» de España,una persona admirada y a veces también unpoco temida, ya que, aunque no gozaba depoder real, sí tenía una capacidad de influenciaenorme, y sus deseos se convertían en órdenes,y todos se peleaban por complacerla para que laesposa del Caudillo estuviera contenta ysatisfecha.

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Además, Paco había sido su primer yúnico amor, el hombre por el que apostócuando todos estaban en contra de aquel oscuroy mediocre militar —el «comandantín»— quela pretendía, que bebía los vientos por ella, quemadrugaba cada día en Oviedo para acudir a laprimera misa de la mañana en la capilla delconvento en el que ella estaba interna paratratar de entreverla o contentarse con intuirlaentre las maderas entrelazadas de la celosía trasla que se situaban las alumnas del centro. Nadieentendía su firme e inquebrantable amor por elmilitar bajito, poco atractivo y de voz aflautadaque se enamoró de ella la primera vez que lavio.

A cada paso que daba por las dependenciasdel Palacio de El Pardo, llegaban a su memorialos recuerdos de toda una vida compartida consu marido, al que apoyó incondicionalmente enlos momentos buenos y en los malos, en lostiempos felices y en los de incertidumbre,

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como los que pasaron cuando todos los paísesretiraron sus embajadores de Madrid, despuésde la Segunda Guerra Mundial, porque elgobierno franquista había formado parte del ejenazi-fascista y no cumplía con los mínimosrequisitos democráticos exigibles a un paísoccidental.

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El hogar de los Franco

En los últimos días, doña Carmen habíatenido ocasión de recorrer despacio,lentamente, cada una de las estancias del quehabía sido su hogar y el de su familia durantetantos años. Después de la muerte de su maridoy pasadas las primeras semanas de visitas depésame y condolencia de amigos y familiares,ella no tuvo más remedio que asumir que, conel fallecimiento del Generalísimo, su vida dabaun giro de 180 grados. Su etapa como Señorade El Pardo había finalizado, no solo porquedebía abandonar en breve el que había sido elcentro neurálgico del franquismo, tantopolítica como familiarmente, sino tambiénporque su «reinado» había llegadoirremediablemente a su fin.

Así que al mismo tiempo que dirigía lasoperaciones de embalaje y traslado de todoslos objetos acumulados durante sus años de

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estancia en El Pardo, doña Carmen hizo unejercicio de memoria para evocar lo que habíapasado en cada uno de sus salones yhabitaciones para grabarlo a fuego en su mentey poder rememorarlo cuando ya lo hubieraabandonado. Recordó su llegada al palacio, un15 de marzo del año 1940, casi un año despuésde finalizada la Guerra Civil y posteriormente aque su marido, asesorado por suscolaboradores, decidiera que el antiguopabellón de caza, construido por los Austrias yampliado al doble en época de los Borbones,iba a ser la residencia del vencedor de la que,gracias al papa Pio XII, se dio en llamar SantaCruzada.

Con la llegada a El Pardo, que tanto gustóa doña Carmen por ser uno de los edificioshabitado por los distintos monarcas españolescuando se organizaban monterías en losalrededores, finalizaba una larga etapa erranteque comenzó justo la víspera del Alzamiento

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militar. Los Franco habían vivido durante loscuatro años anteriores en varias residencias deSalamanca, Burgos y Madrid, desplazándose deun lugar a otro conforme iba evolucionando lacontienda. El Palacio de El Pardo fue el lugardonde se asentó la familia y también laestructura de la Jefatura del Estado.

Al principio, la grandiosidad de lossalones impresionó a los Franco. Ellos habíanvivido en lugares más o menos amplios, enfunción del destino militar que había ocupadoel general a lo largo de su carrera, pero el verseen uno de los reales sitios, caracterizado porlos hermosos y valiosísimos tapices queornamentan sus salas, fue algo que les dejómuy impactados. Contemplar los pañosdiseñados por Goya, en la estancia decoradaíntegramente por el genio aragonés, fue algoque la Señora no había podido imaginar ni en elmás ambicioso de sus sueños.

Deambular por los espaciosos patios

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construidos de forma simétrica en el ala de losAustrias, la más antigua, y la de los Borbones,la más nueva, mirar los más nimios detalles delantiguo comedor del palacio, con sus paredescubiertas de tapices alusivos a las distintasregiones españolas, entrar a rezar en la capilladesde el edificio principal a través del pasillotechado que mandó construir Fernando VII paraevitar las corrientes de aire frío que bajaban delmonte cercano, disfrutar viendo el pequeñoteatro en el que se celebraban sesiones de ciney actuaciones los fines de semana para losFranco y su hija Carmencita... Era como siestuviera en una nube, en un mundo que, a pesarde sus aspiraciones juveniles de triunfar ensociedad y ocupar un puesto destacado,superaba todo lo imaginado.

Allí, pensaba doña Carmen en esosúltimos días en El Pardo, habían ocurridohechos muy importantes y de gran valor socialy sentimental a su familia. La maravillosa fiesta

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de puesta de largo de Carmencita, su única hija,celebrada un frío 22 de diciembre de 1944,rodeada de otras nueve jóvenes de la buenasociedad madrileña; la ostentosa boda deNenuca —nombre con el que la llamaban suspadres y amigos cercanos— con CristóbalMartínez-Bordiú, marqués de Villaverde; elbautizo de todos y cada uno de sus siete nietosen la capilla; el matrimonio de su nietapreferida María del Carmen con Alfonso deBorbón que casi la convierte en «reina» deEspaña... De los últimos acontecimientos, laenfermedad de su marido, el Generalísimo, laoperación a vida o muerte en las dependenciasdel palacio y el urgente traslado al Hospital deLa Paz, doña Carmen prefería pasar página,porque eso pertenecía al fin de una era en laque ella se sintió la dueña y señora de suglorioso destino.

También pasaron por la cabeza de laSeñora las reuniones que mantenía con

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frecuencia con el grupo de sus amigas íntimas,en las que merendaban y jugaban a las cartas —bridge y canasta habitualmente— y en las quecomentaban los últimos cotilleos de la vidasocial madrileña. Pura, marquesa de Huétor deSantillán, mujer del jefe de la Casa Civil deljefe del Estado; Lolina Tartiere, asturiana yamiga de la infancia, con la que mantuvo suestrecha relación a pesar de que tanto ellacomo su marido, Alfonso García Conde, eranprofundamente monárquicos; Emilia Boelo,mujer del incondicional almirante franquistaPedro —Pedrolo— Nieto Antúnez; y Ramona,la esposa del general Camilo Alonso Vega, eranel núcleo duro de un clan que cada semanacelebraba sus reuniones en la casa de una deellas, de manera que así doña Carmen podíasalir de su residencia de El Pardo. También,aunque con menos frecuencia, la Señorainvitaba a tomar el té en El Pardo a las mujeresde los ministros de su marido, un

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acontecimiento social de tal importancia que,si alguna de ellas no recibía el tarjetón de laGeneralísima, se podía echar a temblar, porqueeso podía querer decir que no contaba con elvisto bueno de la todopoderosa mujer deFranco.

Desmontar todo lo que decoró y formóparte de la vida cotidiana de El Pardo se le hizomuy cuesta arriba a la viuda de Franco. Erantantas las cosas que ella había aportado a laspoco acogedoras habitaciones del palacio,llenas de objetos valiosísimos, sí, pero nodemasiado confortables para el día a díafamiliar. Se propuso llevarse todo lo que ellaconsideraba suyo, faltaría más, no iba a dejarlos incontables obsequios recibidos durante lostreinta y cinco años que llevaban viviendo allí.Y no se iba a poner a hacer distingos entre loque habían sido regalos personales y lospresentes que ella o su marido recibieron enfunción del cargo o la posición que detentaban.

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Al fin y al cabo, los obsequios recibidos se loshacían a ella, a la Señora, con motivo de sucumpleaños o de la celebración del día de suSanto, en el que se recibían tantos ramos deflores en El Pardo que ella, conforme llegaban,los mandaba enviar a sus hermanas, Isabel yZita, o a sus amigas, Pura Huétor, LolinaTartier, doña Ramona, o Carmen, la mujer deCarrero Blanco.

Aún recuerda, con una sonrisa mordaz enlos labios, aquella vez que Pura, la más íntimade sus amistades, la llamó emocionada despuésde recibir uno de esos ramos de flores paraagradecerle no tanto las orquídeas que loformaban, sino el broche de brillantes de laJoyería Aldao que estaba escondido dentro delramo y que doña Carmen no había visto cuandollegó a El Pardo. Tuvo que usar el tono máscortante y firme para pedirle que le devolvierainmediatamente la alhaja, alegando su despisteal mandársela junto con las flores que ella no

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sabía dónde poner en su residencia, dada laenorme cantidad que recibía cada 16 de julio.

En cualquier caso, reflexionaba la Señora,El Pardo no fue plenamente un hogar familiarhasta que no empezaron a nacer sus nietos.Aunque su hija y su marido, marqueses deVillaverde, tenían su vivienda en el centro deMadrid, los niños pasaban casi más tiempo enEl Pardo con sus abuelos, ya que sus padresestaban frecuentemente de viaje. Los fines desemana, los niños se trasladaban encantados aaquel palacio donde todos les mimaban por elhecho de ser los nietos del Generalísimo, elhombre más incuestionablemente poderoso deEspaña. Tantos caprichos se les daban que,años más tarde, el mayor de ellos, Francisco, alque se cambió el apellido por el de Franco paraque se llamara igual que su abuelo, haconfesado que se convirtió en un chicomalcriado que creía que tenía bula paramaterializar todos sus deseos y antojos.

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En la capilla del palacio, el obispo deMadrid-Alcalá, monseñor Eijo y Garay, habíabautizado a los hijos de los marqueses deVillaverde, asistido por el padre José MaríaBulart, capellán y confesor de la familiaFranco; en el mismo lugar, todos ellos habíanrecibido la primera comunión, se habíanconfirmado y, años más tarde, se casaron lasdos nietas mayores, María del Carmen y Maríade la O, Mariola, ambas apadrinadas por suabuelo, el Generalísimo Franco. También lacapilla había sido el escenario de la ceremoniade acristianar de los dos hijos de los entoncesduques de Cádiz, Fran, muerto prematura ytrágicamente en accidente de tráfico cuandovolvía de esquiar con su padre, y su hermanoLuis Alfonso.

¡Cuántos recuerdos para la señora deMeirás, título que le acababa de conceder elrey Juan Carlos I inmediatamente después de lamuerte del dictador, recogiendo por una parte

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el tratamiento de Señora que la camarilla deFranco pidió a todos que le dispensaran desdesu llegada al Palacio de El Pardo, y por otra elnombre de Meirás, del pazo que recibieron en1937 como regalo, según algunos forzado, y enel que pasaron largas temporadas de descansotodos los veranos!

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El desfile de camiones en ElPardo

Según testigos presenciales que vivíancerca del palacio esos últimos días de laSeñora en su residencia de los últimos treinta ycinco años, fueron muchos los camiones yfurgonetas de mudanza que salieron entoncespor los grandes portalones de El Pardo. Habíaque desalojar todas las estancias en las queellos habían hecho su vida familiar y recogersus pertenencias personales, que eran muycuantiosas, pues habían sido cientos de milesde objetos los que habían recibido durante esosaños en los que cualquiera que quería obtenerun favor se volcaba por mandar a El Pardo elregalo más original, el más valioso, el quepensaban que podía gustar más a Franco oagradar más a doña Carmen.

La práctica totalidad de esos enseresfueron a parar a fincas y propiedades de los

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Franco, como la de Valdefuentes, próxima aMadrid y comprada por el propio Caudillo,aunque a través de un testaferro, José MaríaSanchiz, que la puso en explotación agrícola yganadera, y que visitaba con mucha frecuenciatanto para vigilar su desarrollo como para cazarcon amigos y empresarios. Por las tardes, elCaudillo dejaba El Pardo y se iba a recorrer susposesiones como cualquier otro empresarioagropecuario, lleno de orgullo por lo que habíalevantado allí. Otros objetos fueron a parar a lafinca de Canto del Pico, otra extensa propiedadregalada a Franco terminada la Guerra Civil enla localidad madrileña de Torrelodones que,según el exmarido de Mery Martínez-Bordiú,Jimmy Giménez-Arnau, era como un almacénde los horrores, en el que se guardaban bustosde Franco de dudoso gusto y cero valorartístico, guiones y banderas militaresentregados al Caudillo de todos los Ejércitos,armaduras antiguas, cuadros del Generalísimo y

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de su mujer de gran formato, y animalesdisecados tras ser abatidos en las frecuentescacerías y monterías a las que asistió a lo largode los años... En esta ocasión, la finca, en laque se hallaba la imponente Casa del Viento,fue un donativo de José María del Palacio yAbárzuza, conde de las Almenas, al Caudillo enagradecimiento por lo que él consideró la«grandiosa reconquista de España».

También viajaron los vehículos detransporte —camiones del Ejército la mayoríade ellos— a Galicia, al Pazo de Meirás, dondetodavía hoy se conservan, en un batiburrilloabsurdo y de un gusto horrendo, los restos delnaufragio tras la travesía vital de una familiaque actuó en muchos casos como si el paísentero fuera el patio de su casa. Hoy en día, enel caserón de Meirás que la familia Francovisita todos los veranos y donde pasa parte desus vacaciones, se pueden contemplar óleos degran formato con los retratos del matrimonio

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Franco, las famosas pinturas que el dictadorrealizaba en sus ratos de ocio y que estánhechas con gran meticulosidad pero con escasovalor artístico, antigüedades de valor, comojarrones de porcelana, junto a ánforas sacadasdel fondo del mar, y tapices de los que a doñaCarmen le gustaba obtener en sus frecuentesvisitas a los más prestigiosos anticuarios.

Al Palacio Cornide, otra propiedad de losFranco a la que doña Carmen le echó el ojodurante la etapa en que su marido fuegobernador militar de La Coruña, tambiénfueron a parar algunos de los muebles ypropiedades de los Franco. Situado en laCiudad Vieja de la capital coruñesa, la tambiénllamada Casa Cornide era sede delConservatorio de Música que salió a públicasubasta en junio de 1962 de forma subrepticiay que el conde de Fenosa, Pedro Barrié de laMaza, amigo personal de Franco, compró poruna cifra ridícula por debajo del valor de

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tasación y escrituró a nombre de doña CarmenPolo. Fue esa mansión, situada frente a laColegiata de Santa María, la que ocupaba confrecuencia doña Carmen después de la muertede Franco y después también de que el pazosufriera serios daños en el transcurso de unincendio que tuvo todas las trazas de serintencionado.

Y por último, el trayecto más corto quehicieron los camiones de trasporte para lamudanza de doña Carmen fue para llevar laspertenencias más personales de la Señora a laque iba a ser la nueva residencia madrileña dela viuda de Franco: la casa de la calle HermanosBécquer, en un edificio que se había compradoaños atrás, en 1945, por medio de una sociedadque pertenecía al hermano de doña Carmen,Felipe Polo, a un tío del marqués de Villaverde,el poco escrupuloso conseguidor PepeSanchiz, y a Ramón Díez de Rivera, marqués deHuétor, jefe de la Casa Civil de Franco y

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marido de Pura, la íntima amiga de la Señora.El edificio pasó en 1978 a estar a nombre dedoña Carmen, única accionista de la sociedad,y en 1982 se convirtió en propiedad individualde la viuda de Franco.

La recién nombrada señora de Meirássufrió lo suyo al tener que embalar todoaquello en un plazo tan corto de tiempo.Muchas veces le surgían dudas cuando lepreguntaban adónde iba uno u otro mueble, oeste o aquel cuadro, el contenido de losarmarios abarrotados de modelos que se habíaido haciendo para cumplir adecuadamente conlos incontables compromisos oficiales en sucalidad de primera dama del país. ¡Con lo que aella le gustaba ir a la moda, vestir condistinción y también, por supuesto, con decoro,usar aquellos sombreros a juego con bolsos eimprescindibles guantes largos que le hacíansalir luego en las revistas de sociedad y sernombrada como la mujer más elegante!

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Siempre con su inseparable collar de perlas devarias vueltas, que llevaba cada vez que salía deEl Pardo y que le valió el mote que le adjudicóla ciudadanía de «la Collares».

Le gustaban las joyas a la Señora, lo cuales fácil de entender; nadie desprecia unosbuenos pendientes de perlas como los que ellallevaba como complemento de su collar, ni unasortija que adornara sus finas y largas manos.Hay quien dice que la afición por el oro y laspiedras preciosas fue más allá de lo normal yse convirtió en una obsesión que llenó decenasde cajones de los armarios que forraban lasparedes de una de las habitaciones de su últimacasa madrileña. Y también hay quien aseguraque los joyeros de Madrid, La Coruña, SanSebastián e, incluso, los de la vecina Portugalse echaban a temblar cuando aparecía doñaCarmen, porque mostraba su entusiasmo poralgunas joyas, que los orfebres se veíanobligados a rebajarle, o incluso regalarle, pero

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que les dejaban un agujero considerable. Peroesto último nunca ha podido ser probado, yaque algunos de los dueños de las joyerías,como es el caso de la Casa Aldao o los PérezFernández, han manifestado que esa historiaformaba parte de la leyenda negra de CarmenPolo, pero que no se correspondía con larealidad.

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La partida

El día 31 de enero, la Señora siguió surutina de siempre, a pesar de que la hora para lapartida del palacio se había fijado para las seisde la tarde de aquella fría y desapacible jornada.Temprano, acudió como buena cristiana —unpoco beata, según su propio nieto mayor— a lamisa que el capellán de la familia decía cadadía en la iglesia del palacio. Era una costumbrede la piadosa señora de El Pardo que no habíadejado de conservar en los casi treinta y seisaños de estancia en su residencia oficial, salvolos veranos, en los que también acudía a misadiaria, pero en la capilla del Pazo de Meirás,aunque el oficiante también era el padre Bulart.

Después de cumplir con ese ritual, doñaCarmen dio un último repaso a las habitacionesdonde había vivido para constatar que no sehabía olvidado de nada, que todo lo que ellacreía que era suyo se había sacado de allí y

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estaba ya a buen recaudo. Al mediodía,compartió un frugal almuerzo —ella no habíasido nunca de mucho comer— con su hijaCarmencita y su nieta María del Carmen, queaún permanecía casada con el duque, a pesar deque la pareja dejaba entrever ya los primerossíntomas de su alejamiento. El personal deservicio, aunque se había prescindido ya dealgunos de ellos, se mantenía en su puesto paraatender los últimos deseos y las postrerasnecesidades de la Señora. Ella dejaba salir desu pecho frecuentes suspiros y las lágrimasvelaban sus ojos, entristecidos por tener queabandonar aquel lugar. Pero no había másremedio.

Algunos de sus incondicionales todavíaafectos le acompañaron en aquellas últimashoras en El Pardo. El entonces alcalde deMadrid, Miguel Ángel García Lomas, fue adespedir a la viuda de Franco. Y losexministros más próximos al Caudillo, José

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Antonio Girón de Velasco, José Utrera Molina,Gonzalo González de la Mora —ideólogo delrégimen, que lo justificaba apoyándose enargumentos de tipo intelectual— estaban allí,junto a ella, en esas horas tan bajas. También,cómo no, mandando y dando órdenes, elinefable Cristóbal Martínez-Bordiú, su yerno,por quien según muchos de los testigos que losrodeaban profesaba ya una profunda antipatía,debida a sus autoritarios modales, a su fama demujeriego y a su constante actitud de metersepor medio y actuar en nombre de la familia.

Antes de marcharse, doña Carmen sereunió con todos los militares del regimientode la Guardia de Franco, oficiales ysuboficiales, a los que agradeció su trabajo detantos años al servicio del Generalísimo y desu familia. Era el cuerpo de total y absolutaconfianza, encargado de la seguridad de Franco,formado por personas cuyo historial había sidoexaminado con lupa antes de entrar en esa élite

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que custodiaba al jefe Supremo del Ejércitoespañol y que le profesaban una obediencia yfidelidad ciegas. Ella se emocionó en ladespedida, en la que también estuvieronpresentes los jefes de la Casa Militar y Civildel dictador. El último de estos, eltodopoderoso Fuertes de Villavicencio, quecontrolaba cualquier movimiento que seproducía en El Pardo, aliado incondicional delmatrimonio Franco y cumplidor de los deseosde la Generalísima, temido por su poder y granfactótum de los últimos años del régimenfranquista. Fue el momento en que ella serompió por la emoción de la despedida y lesdijo adiós entre sollozos y abierto llanto.

Pasados diez minutos de las seis de latarde, doña Carmen bajó la escalinata delPalacio de El Pardo sin abandonar ese porte yempaque tan característicos de su figura. Deluto riguroso, negro todo de los pies a lacabeza, pero con su sempiterno collar de

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perlas, tres vueltas en el cuello, pendientes ajuego —las perlas son la única joya que seadmite en el luto— y el pelo perfectamentepeinado. En el rostro, el velo de la tristeza quese apoderó de ella antes incluso de la muertede su marido, cuando empezó a intuir lo que sele venía y tuvo claro todo lo que iba a perderdespués de años y años de ser la Señora, laprimera dama, la número uno en el escalafónsocial de España.

Las tres Cármenes subieron al coche quelas iba a sacar de El Pardo, en un viaje que parala Señora no tenía retorno. Es el del traslado asu nuevo hogar, el inicio de una nueva etapa desu vida que nada tenía que ver con la anterior; elpaso de la luz a la sombra, del protagonismo auna ausencia total de la vida pública, de lapresencia permanente ante los focos a ladesaparición total en un mutis propio de unaactriz de teatro.

En la explanada delantera del palacio, un

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regimiento de la Guardia de Franco le rindióhonores ante el aún ondeante guion del anteriorjefe del Estado y en presencia de un pequeñogrupo de vecinos de El Pardo, autorizados pordoña Carmen a estar allí por tratarse depersonas con las que los Franco habíanmantenido un cierto contacto. De fondo, labanda del regimiento interpretaba el himnonacional, esos acordes de la Marcha Real queel Generalísimo recuperó durante la GuerraCivil, en febrero del año 1937, para sustituir alhimno republicano.

Al llegar la comitiva a la altura de lacancela del palacio, los músicos terminaroncon el toque de oración antes de arriar el guionfranquista. Y doña Carmen, llorando ya alágrima viva, según se pudo ver a través de laventanilla del coche, vivió la posiblemente mássentida demostración de homenaje de losincondicionales de su marido. Unamuchedumbre, llegada hasta allí en autobuses,

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coches particulares y a pie, desde las casas delpequeño pueblo de Mingorrubio y El Pardo,quisieron decir adiós a la Señora, a lacompañera de tantos años de su añoradoGeneralísimo, expresarle su adhesiónincondicional, su nostalgia de un régimen quela muerte de Franco había dado por capitulado.

Los gritos de «Franco, Franco» semezclaban con el canto del Cara al sol y Yotenía un camarada. Las lágrimas corrían por losrostros de aquellos partidarios de un sistemaque la mayoría de los españoles daban ya porconcluido. Era el canto final de los que noquerían admitir que todo lo relacionado conuna familia que fue intocable, cuyo poder seextendió por todas las arterias y venas delcuerpo del Estado, había entrado ya en undeclive que nunca se enderezaría, que solo iríamás y más hacia abajo.

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La llegada a Hermanos Bécquer

La llegada a la nueva casa de la Señoraestuvo rodeada también de manifestaciones deadhesión. Diez minutos antes de las siete de latarde ya estaba la comitiva que acompañaba adoña Carmen ante el portalón del número 8 dela calle Hermanos Bécquer, un edificioseñorial de seis plantas ubicado en el límite delbarrio de Salamanca con el de Buenavista, en elque iba a ocupar provisionalmente la plantaprimera hasta el mes de junio, cuando setrasladaría definitivamente a la cuarta. Lascasas, con una extensión de 600 metroscuadrados habitables, eran de una espaciosidadconsiderable, típicas de un barrio en el que sealojaba la clase alta y adinerada madrileñadesde principios del siglo xx.

También tenía un comité de recepcióndoña Carmen en la puerta de su nuevaresidencia para darle la bienvenida. Los

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exministros Nieto Antúnez y Castañón deMena, ambos del círculo íntimo de los Franco,la mujer del alcalde García Lomas y losconcejales del distrito de Buenavistaestuvieron a pie de calle para saludar a su nuevae ilustre vecina. Ella vislumbró a su llegadaalgo que le emocionó y le hizo pensar quetodavía había mucha gente que la quería: losinnumerables ramos de flores depositadosjunto a la puerta, en la escalinata ubicada dentrodel portal, en las inmediaciones de su nuevacasa. Desde primera hora de la mañana, segúnle explicaron después, habían ido llegandodecenas de plantas ornamentales, macetas,centros y adornos florales de todos loscolores, junto con incontables telegramas ytarjetones de bienvenida de sus amigos másqueridos y de sus familiares. Tal era la cantidadde flores que la Señora ordenó al día siguienteque se llevaran a la tumba de su marido, en labasílica del Valle de los Caídos.

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De su boca solo salió una palabra: gracias.Eso sí, repetida muchas veces, porque susentimiento de gratitud era inmenso. Habíatenido que dejar su casa de tantos años, elPalacio de El Pardo, en el que ella se sintiódueña y señora. Pero ese tiempo había pasadoya a la historia. Los días felices en los que ellabrillaba en todo su esplendor junto a su maridosolo quedaban en el recuerdo. Atesorados en sumemoria seguían aquellos momentos que leproducían una inevitable nostalgia de lo que fuey nunca volvería a ser. La Señora de El Pardohabía dejado su mansión, aquel palacio que fueel eje de la vida política española, donde elGeneralísimo dictaba órdenes e imponía supensamiento único a todos los españoles. Ydonde, ella, sumisa al principio y activa ydecidida al final, creó su propio mundo en elque todo giraba a su alrededor. Adiós, El Pardo,adiós, se despidió la Señora aquel sábado 31 deenero de 1976. Había terminado una época

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llena de luces y comenzaba otra, que duró treceaños, en la que iban a predominar las sombras.

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2. El romance entre la señorita deprovincias y el comandantín

Finales de verano en Oviedo del año 1917.La vida recupera su ritmo normal después de lahuelga general de agosto, que en Asturias tomóunas dimensiones extraordinarias debido a lalucha revolucionaria de los mineros de lascuencas carboníferas.

En aquel tiempo, estaba destacado en lacapital asturiana un joven comandante delEjército de Tierra que había alcanzado esa altagraduación debido a los méritos conseguidosen valerosas acciones de guerra en el norte deÁfrica. Su nombre era Francisco Franco, habíanacido en Galicia, concretamente en Ferrol,tenía veinticinco años y era, desde el añoanterior, el comandante más joven del Ejércitoespañol. Su fama de luchador arriesgado,valiente y decidido ante el feroz enemigo del

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territorio magrebí había llegado a la prósperacapital ovetense, cuyos ciudadanos vivíanpendientes de cualquier novedad que acontecíaen su ciudad.

Las jóvenes casaderas se mostrabancuriosas ante aquel militar, cuya escasa estaturay delgada complexión le hizo acreedor delapelativo de «el comandantín». A su endeblez yfalta de presencia se unía una voz aguda yatiplada que no contribuía a dar una impresiónmuy varonil, algo que contrastaba con el relatode sus hazañas ante los moros, que casi lecuestan la vida un par de años antes por lasgravísimas heridas recibidas en combate en elBiut, cuando era capitán de Regulares enTetuán, y que le habían valido para ascender deforma meteórica en el escalafón militar.

El comandantín, cuando terminó su misiónde meter en cintura de forma expedita a losmineros asturianos, volvió a su vida cotidianaen Oviedo, que consistía en cumplir con sus

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deberes castrenses y pasear luego por la calleUría montado a caballo y acudir por las tardesal Real Automóvil Club para participar en lastertulias en las que se debatía sobre la guerramundial. Las discusiones en el local subían detono cuando unos u otros se declarabananglófilos o germanófilos y apostaban por unou otro bando como posibles vencedores de laguerra. También se organizaban partidas deajedrez, un juego que el joven comandantedominaba con destreza, pero cuyo desenlacenegativo de la partida, o sea cuando perdía, leprovocaba un fuerte enfado que le duraba variosdías.

Franco centraba sus diversiones en estosmenesteres, y llamaba la atención entre labuena sociedad ovetense el que el joven militarno acostumbrara a frecuentar locales dediversión en los que se alternaban las partidasde cartas, con grandes sumas de dinero sobre eltapete, con tomar copas y dedicar algunas

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noches a las señoritas de alterne quefrecuentaban estos establecimientos. Elcomandantín llevaba una vida tranquila yordenada, sin grandes dispendios nidespilfarros, centrado en su carrera, que no ibaa prosperar mucho en aquel destinoprovinciano, y con el pensamiento puesto enregresar cuanto antes a la acción bélica paraseguir escalando puestos en el escalafónmilitar.

Hay que aclarar que, hasta hacía un par deaños, los ascensos de los oficiales se podíanobtener de forma automática al sufrir heridasde guerra. Pero eso terminó, ya que se pensabaque era un agravio comparativo para otrosmilitares, que veían cómo jóvenes reciénllegados les pasaban por delante por el hechode dejarse herir levemente en un brazo o unapierna. El propio Francisco Franco, después deresultar lesionado gravemente en el abdomen yser desahuciado por creer que estaba a las

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puertas mismas de la muerte, tuvo que reclamara Alfonso XIII para que se le reconociera elascenso, ya que la nueva disposición entró envigor poco después de la acción que le hizomerecedor del nombramiento de comandante.

La vida social de la Vetusta de Claríndiscurría plácidamente en un escenario en elque la clase alta y la aristocracia de la ciudadgozaban de una situación económica muydesahogada. La Primera Guerra Mundial habíaservido para enriquecer a muchas familias, yaque los países involucrados en la contiendatuvieron que tirar de las materias primasespañolas, cuya comercialización dio pingüesbeneficios a los más avispados hombres denegocios. Las familias acomodadas de lacapital asturiana no eran tantas, y formaban uncogollito en el que era muy difícil entrar si nose reunían las condiciones requeridas por eseselecto grupo.

Sus costumbres eran las habituales de la

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alta burguesía, en la que la educación de loshijos, a los que se formaba para continuar conla administración de los bienes familiares yampliarlos en la medida de lo posible, era muyimportante. Pero esas mismas familias nodescuidaban en absoluto la preparación de sushijas, a las que había que formar paradesempeñar su papel de esposas y madresejemplares, sin olvidar la importancia de queadquirieran un barniz indispensable paradesenvolverse con soltura en la vida social. Deahí que las chicas de clase alta asistieran acolegios de élite en los que en clases de unnúmero muy bajo de alumnas aprendíannociones básicas de geografía, historia, lenguay aritmética, esta última ciencia aplicable másadelante en sus propias casas, cuando llevaranel control de los gastos del hogar.

En el centro de enseñanza o en sus propiascasas recibían clases de música, especialmentede piano o de canto, ya que se consideraba de

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buen tono que en meriendas o reunionessociales las chicas casaderas hicierandemostración pública de sus destrezas yhabilidades musicales. También era costumbreen aquel tiempo, en las casas de las familias dela alta burguesía, que las jóvenes tuvieran unainstitutriz extranjera que las adiestrara en elaprendizaje de un idioma —el francés si erauna mademoiselle , el inglés si era una nany oel alemán si era una fraulein —. Pero lainstitutriz también servía para enseñar a laschicas buenos modales, completar una sólidaformación moral y ampliarles su estrechavisión provinciana con relatos de cómo eran lascosas en otros países del exterior.

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La primogénita de la familia Polo

Una de las familias distinguidas de esa altasociedad asturiana era la formada por FelipePolo Flórez, un viudo joven, y sus cuatro hijos,la mayor de los cuales era María del CarmenPolo y Martínez Valdés, Carmina en casa y parasus amigas más íntimas, que acababa decumplir en aquella época quince años. Teníaotras dos hermanas, Isabel y Ramona, a la quetodos llamaban Zita, y un hermano varónllamado Felipe, como su padre.

Carmina, nacida el 11 de junio de 1902, sehabía convertido en esos momentos en unaespléndida joven, alta, esbelta, de pelo negro yojos oscuros, cuya imagen recordaba más que alas chicas del norte —de tez blanca, rubias y deojos claros— a la típica mujer andaluza, cuyosrasgos tan bien captó el pintor cordobés JulioRomero de Torres. Destacaba la primogénitade Felipe Polo ya entonces por su empaque, un

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aire distinguido en su porte que conservó a lolargo de todos sus años de vida. Tal y comocorrespondía a las personas de su clase y a losusos y costumbres de la época antes descritos,Carmina había sido educada con mimo yesmero para atraer a un joven de su mismocírculo, a ser posible uno de aquellosmuchachos formados para ser los patrones dealguna gran empresa surgidos a semejanza delos influyentes hombres de negocios quecogían fuerza en las naciones del entorno,donde florecía la revolución industrial.

Las hermanas Polo y Martínez Valdés, alquedar huérfanas de madre muy pequeñas,habían sido educadas bajo la estricta vigilanciade su tía Isabel, hermana de su padre. Ella fue laencargada de escoger el colegio donde seeducaron, el de las Salesas, el más selecto deOviedo, y también de elegir a la institutriz,primero una inglesa, que no cuajó en la casa delos Polo, y una francesa después —madame

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Claverie, a la que sus pupilas llamaban Memé—, que ejerció de segunda madre para ellas y ala que las hermanas tomaron un gran cariño.

La tía Isabel, una señora de gran belleza ycasada con un sobrino de los condes deCanillejas, se vanagloriaba del pasadoaristocrático de la familia Polo, que, aunqueafincada en Oviedo, hundía sus raíces en laantigua nobleza castellana de Palencia, unaciudad en la que es raro no encontrar blasonesen las casas solariegas y títulos en losantecedentes de cualquier familia.

La tía Isabel se esforzó en que sussobrinas recibieran la formación más exquisita,les inculcó la idea de que estaban destinadas aser las esposas de hombres acaudalados eimportantes y a alcanzar altos puestos en elescalafón social de la rancia sociedad ovetense.Una labor que era completada por la institutrizgala, que les hablaba en sus charlas de figurasde mujeres que habían alcanzado importantes

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puestos en la sociedad, como Josefina, esposade Napoleón, una viuda con dos hijos queconsiguió gracias a sus encantos ser coronadaemperatriz de los franceses. O las doshermanas Montijo, las españolas Eugenia yPaca, que gracias al apoyo de su madre llegarona ser, una, Eugenia, emperatriz de los francesespor su matrimonio con Napoleón III; y la otra,Paca, duquesa de Alba.

Madame Claverie no solo enseñaba a susalumnas la historia pura y simple de aquellasmujeres que habían alcanzado tan altas cotas enla historia. También las adoctrinaba sobre elpapel que desempeñaron por ellas mismas, lasdecisiones importantes que tuvieron queasumir en momentos claves y el apoyo quededicaron a sus maridos en las tareas degobernar.

Carmen se apasionó con la historia deEugenia de Montijo, hasta el punto que lepareció un modelo a seguir por su personalidad

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y su participación en la vida social y política deFrancia, que la llevó al final a tomar parte endecisiones de estado que fueron bastantecriticadas. Nadie podía sospechar, y Carminamenos que nadie, que dos décadas después ellase iba a ver en una posición tan importantecomo la de ser la esposa del hombre máspoderoso de España.

Y en ese contexto, por mucho que la jovenPolo Martínez Valdés se quedara impresionadapor el comandantín Franco cuando coincidiócon él en una romería popular cerca de Oviedo,no es probable que en ese instante ella intuyeraa las altas esferas que le iba a llevar su relaciónsentimental con aquel joven de ojos caídos ymirada tristona, más bajo de estatura que ella,en cuyo rostro no destacaba especialmenterasgo alguno salvo unas espesas cejas negras yun bigotito ancho y corto pegado a la nariz queparecía estar ahí para disimular su juventud yhacerle parecer mayor de lo que era.

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Pero en lo que sí coinciden todos loscronistas de la época, y los historiadoresdespués, es en que lo de Carmen Polo yFrancisco Franco fue amor a primera vista. Élse acercó a la romería por curiosidad, tampocohabía tantas diversiones en aquella época, y ellafue con su tía y sus hermanas porque eratradicional que la gente bien y las clasessencillas alternaran juntas en festejospopulares en los que se mezclaba el elementoreligioso y el popular.

Según parece, él se fijó inmediatamenteen aquella chica joven, espigada, de profundosojos negros, que se movía con tanta elegancia ydestacaba por su armoniosa figura. Ella, que yatenía referencias de quién era él porque susamigas le habían contado sus hazañas de guerra,también se sintió atraída por el militar yhalagada porque un héroe de la campaña deMarruecos se interesara por una muchachacomo ella. Y en ese mismo instante se inició el

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cortejo, que estuvo jalonado por fuertesdificultades, ya que la familia Polo se opusodesde el primer momento a la relación deCarmina, en la que tenían puestas tantasesperanzas, con el que consideraban unaventurero, un cazadotes, un militar sin fortunaque lo que buscaba era prosperar a costa deella.

La tía Isabel afirmó tajantemente que susobrina, para quien ella había planeado algomuy distinto, no iba a ser para ese militar. Elpadre, Felipe Polo, de profundas conviccionesliberales, no experimentaba ninguna simpatíapor los miembros del Ejército que solobuscaban hacer carrera a base de exponerse asufrir graves heridas en combate o incluso aperder la vida, dejando tras de sí una estela deviudas y huérfanos con pensiones de miseria.

Pero, contra viento y marea, ellossiguieron adelante, lucharon contra loselementos para demostrar que su amor era

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serio y firme y convencer a su familia de laautenticidad de sus sentimientos.

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De balcón a balcón

«Cuando Franco, el comandantín, seenamoró de doña Carmen, la familia se opusoterminantemente a aquella historia», cuentan ala autora Soledad y Pipo, dos de los hijos deDolores (Lolina) Tartiere, una amiga de lainfancia, que mantuvo la relación con la mujerde Franco durante toda su vida a pesar de susfuertes diferencias políticas, ya que ella eraabiertamente monárquica. «Felipe Polo noquería ni en pintura a Franquito —otroapelativo del luego Caudillo— y no dejaba a suhija que lo viera».

Hay que tener presente, cuentan, que lafamilia Polo era una de las más distinguidas deOviedo en aquella época, tenían dinero ypropiedades y consideraban que Franco no eraun buen partido para su hija.

«Lo que hacía Carmina entonces, parapoder ver a su pretendiente, era ir a casa de

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nuestra familia y asomarse al balcón. Enfrenteestaba Paco, en el mirador de la casa de unamigo suyo que le permitía estar allí, para verasí, a distancia, a su amada. De balcón a balcón,los enamorados se dedicaban sonrisas y gestosde cariño, pelaban la pava y tonteaban parademostrarse el uno al otro que se querían».

Eran encuentros clandestinos los deaquella primera época, debidos a la postura dela familia de Carmina. Los novios secomunicaban mediante cartas que se mandabanpor medio de amigos que hacían de cómplicesde la pareja. Y se veían a escondidas, de lejos ocontando con el apoyo de personas como eldoctor Federico Gil, médico de los Polodurante sus estancias en la finca que tenían enSan Cucao de Llanera, donde pasaban parte delverano. Un hijo del médico conocía a Francode la Academia Militar de Toledo y eso facilitólos encuentros de Carmina y Paco en la casadel doctor, por la que correteaba el hijo

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pequeño, Vicente, que años más tarde seconvertiría en médico de Franco durantecuarenta años.

Cuando la familia de Carmen Polo seenteró por ella misma de que, a pesar de laprohibición, la muchacha se veía a espaldas deellos con el comandantín, pusieron el grito enel cielo, al tiempo que redoblaron su vigilanciay aumentaron el control para evitar que seencontraran. Adelantaron su regreso alinternado de las Salesas, donde Carmina y sushermanas completaban su educación. Pero lossentimientos de Franco eran tan firmes quemadrugaba cada mañana para oír misa ycomulgar en la iglesia del convento en el queestaba recluida su amada. Así, al mismo tiempoque cumplía con sus profundos sentimientosreligiosos, podía entrever la cara de su noviacuando dejaba la zona de clausura paracomulgar junto al resto de las alumnas internasde las Salesas. Toda una proeza.

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La situación se prolongó durante dosaños, hasta que los Polo no tuvieron másremedio que ceder y reconocer el noviazgo desu primogénita. La relación se normalizó y sedejó entrar al novio en la casa de los Polo,aunque persistieran el desprecio hacia Franco yel disgusto del padre y la tía de la novia haciaaquel joven militar. En 1919, Carmina empezóa preparar su ajuar de novia sin intuir en esemomento que la boda tardaría en llegar ysufriría tres aplazamientos, debido a lasobligaciones castrenses del novio, que seguíaen su propósito de ascender rápidamente en sucarrera militar.

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La visita a Ferrol

Una vez aceptada la relación entreCarmina y Paco, se imponía que la noviaconociera a la familia de su futuro marido. Asíque se programó una visita de Carmen con supadre a la ciudad de Ferrol, donde vivían lamadre y los hermanos de Franco. En la casafamiliar, había nacido Francisco el 4 deseptiembre de 1892, segundo hijo de unmatrimonio formado por Nicolás FrancoSalgado-Araujo, perteneciente al cuerpo navalde intendencia, y Pilar Bahamonde Pardo deAndrade. Era una familia sencilla y humilde,con lazos fuertemente ligados a la Armada, aligual que cientos de familias oriundas de estalocalidad coruñesa.

El matrimonio pronto empezó a sufrir lasconsecuencias de la falta de sentimientoscomunes entre los integrantes. Doña Pilar eramujer extremadamente piadosa, entregada en

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cuerpo y alma a sus hijos y sin aspiracionessociales de ningún otro tipo. Don Nicolás eraun vividor, que se casó cuando ya tenía treinta ycinco años, de ideas liberales y amigo de losmasones, además de crítico acérrimo de laIglesia católica, que no pisaba una iglesia apesar de las profundas creencias religiosas desu mujer.

De vida licenciosa, en la que noescaseaban juergas y francachelas frecuentes,no evitaba dar escándalos al alternar conmujeres sin moral ni freno alguno. De entretodos sus hijos —Nicolás, Paco, Pilar, Paz,que murió de niña, y Ramón—, el que sellevaba todas sus invectivas era Paquito, quecon frecuencia era el blanco de las iras de supadre, ya que este le consideraba débil yapocado por refugiarse entre las faldas de sumadre cuando se veía en riesgo de sermaltratado. El padre despreciaba tanto a su hijoque se dedicaba en aquellos tiempos en que

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Francisco quería ser marino a decir que nuncaconseguiría llevar a buen puerto navío alguno.

En 1907, don Nicolás salió del hogarfamiliar para ir a Madrid destinado comointendente de la Marina. Nunca pensó llevarconsigo a su mujer y a sus hijos. Los primerosaños volvía a Ferrol algunos veranos. Después,el abandono y la separación fueron completos.Todo ello dio lugar a crear unos vínculos muyestrechos entre Francisco y su madre, a la queveneraba. Con ella compartió rezos ydevociones religiosas y un sentimientoprofundo de la honestidad y la decencia quedefendió a su manera a lo largo de su vida.

En aquellos años de infancia yadolescencia, hasta su paso por la AcademiaMilitar de Toledo, se fraguó el carácter del quellegaría a ser caudillo de España por la graciade Dios. Entre la influencia de una madre muybeata y resignada y un padre disoluto que sepuso siempre el mundo por montera. Un joven

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de firmes convicciones que le hacían poner eldeber por encima de todo y que tenía quedemostrar al mundo valor y arrojo, cualidadesque su padre no solo no le concedía, sino concuya falta le hacía burla y público escarnio.

La primera impresión de la flamante noviade Francisco Franco al llegar al hogar familiarde su novio no fue precisamente buena. Lacasa, situada detrás del arsenal de la Armada,tenía tres pisos, era de aspecto y dimensionesmodestas y estaba amueblada con un gusto másbien vulgar, en el que destacaban cuadros yretratos de tiempos pasados mejores yantepasados ilustres, sobre todo de parte de lafamilia materna, los Bahamonde. Nada que vercon la casa de los Polo en Oviedo, decoradacon el buen gusto y el exquisito detalle con losque la alta burguesía ponía sus residencias, enlas que periódicamente celebraban bailes,cenas y todo tipo de festejos.

La casa de los Franco en Ferrol era muy

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corriente, con una primera planta ocupada porunos salones para recibir y estar, cocina ycomedor, y una segunda con una ampliahabitación donde la familia hacía la vida, junto acuatro dormitorios para los integrantes de lafamilia. La planta baja estaba alquilada paraconseguir un ingreso extra a la escuetaeconomía familiar.

Pilar Bahamonde se quedó fascinada conla buena planta, los exquisitos modales y labelleza de la novia de su hijo Paquito. Hasta elpunto de que a los vecinos y amigos curiososque se acercaron a ver de cerca a la muchacha,les decía con gran orgullo señalando aCarmina: «¿No os parece una princesa decuento?». A la novia de Paco le impresionó elfuerte influjo que ejercía sobre toda la familiala ausencia del padre, don Nicolás, sobre todosobre la madre, que se negaba a admitir que supartida a Madrid había sido el primer paso deun abandono definitivo.

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En aquella primera visita a la casa deFerrol, Carmen tuvo oportunidad de conocer auno de los miembros más genuinos de lafamilia de su novio, su hermana Pilar, una jovenque hablaba por los codos, no se cortaba a lahora de contar cualquier tipo de detalle pormuy privado e íntimo que fuera y que miró concierto recelo a una señorita tan fina y elegantecomo Carmen, de la que pensó que era un pocoestirada y altanera. No se cayeron demasiadobien la una a la otra. Prueba de ello, las frasesque dedicó años más tarde Pilar a su cuñada, enel libro Nosotros, los Franco, al rememorarese primer encuentro:

Finalmente apareció Carmen Polo, queera, no voy a decir una belleza porque no seríaverdad, pero sí una chica muy atractiva y muymorena, como siempre le habían gustado aPaco.

Y sobre la posición social y económica delos Polo, el juicio de Pilar Franco tampoco fue

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benevolente.En realidad, don Felipe Polo era un

agricultor que vivía de sus rentas. Estaban bienaposentados simplemente. La familia no sesituó económicamente bien hasta que Felipe, elhermano de Carmen, trabajó al lado delCaudillo.

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La petición de mano

Un año más tarde, la petición de mano deCarmina selló el compromiso de los novios,ella con diecisiete años y él con diez más, perolo que podía haber sido el momento idóneopara fijar la fecha de la próxima boda seconvirtió en el inicio de una etapa decisiva enla brillante carrera militar de Franco. En 1920,le llamó Millán Astray, a quien ya conocía porhaber coincidido con él en unas prácticas detiro en Valdemoro, para que formara parte desu equipo y le ayudara a crear la Legión, uncuerpo en el que tenían cabida lo peor de cadacasa y los miembros sin escrúpulos de lasociedad —aventureros, delincuentes,buscavidas, criminales y pistoleros—,dispuestos a matar o morir en combate. Lainiciativa había partido del rey Alfonso XIII,que quería emular a los franceses al fundar laLegión extranjera que tan útil había resultado

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ser en las guerras coloniales.Los tres años siguientes fueron

determinantes para forjar una leyenda en tornoal valor y el arrojo de Francisco Franco comomilitar. A pesar de que él aceptó elrequerimiento de Millán Astray con lacondición de que fuera una etapa breve, al finalfueron tres largos años los que estuvo elcomandante Franco en África, ya que la guerrase endureció enormemente, ocurrió el desastrede Annual, en el que el caudillo Abd el Krim ysus hombres eliminaron a más de diez milsoldados españoles, y hubo que reconquistar elterritorio perdido.

En la guerra librada aquellos años, en laque España sufrió graves pérdidas humanas y dematerial bélico, el cuerpo que sobresalió porsu valor y fiereza en la lucha fue el de la reciénfundada Legión. Y las proezas de uno de susjefes, Francisco Franco, empezaron atrascender, dándole fama de modelo de militar

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valiente y arriesgado, siempre dispuesto a ircon sus hombres más allá de los límitesrazonables. Su nombre salía destacado en todoslos periódicos, los cronistas de campañahablaban de sus hazañas y de la disciplina desus hombres, y todo ello llegaba a Oviedo, endonde la figura del comandantín se agrandaba yadquiría un prestigio que a todos sorprendíamenos a su prometida, Carmina Polo. Ellasiempre confió en su Paco, contra viento ymarea le defendió frente a su familia, que no loquería ver ni en pintura, y frente a todas lasfamilias bien de Oviedo, que la habíandespreciado por haber elegido a un hombre taninsignificante como marido.

En la primavera de 1923, Franco volvió ala capital asturiana, destinado a su antiguoregimiento del príncipe y desilusionado por nohaber conseguido el ascenso a teniente coroneldebido a su juventud. Pero en lo personalestaba feliz, ya que por fin iba a poder realizar

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su sueño de casarse con su novia, la joven quehabía sabido entender la necesidad de aguardarpara celebrar ese matrimonio, que habíaaguantado sin quejarse la dura espera, siempreinquieta por la amenaza de que su amadoresultara herido o muerto en combate en laguerra contra los marroquíes.

Esta vez, parecía que la boda se celebraríade forma inminente. Pero, una vez más, lascircunstancias se pusieron en contra para que elenlace sufriera un nuevo aplazamiento —enesta ocasión de tan solo unos meses—, ya quela guerra de África exigía el nombramiento deun nuevo jefe del Tercio de la Legión. MillánAstray se tuvo que retirar después de perder unojo y sufrir graves heridas y su sucesor, elteniente coronel Valenzuela, perdió la vida enuna heroica acción de guerra. Los jefesmilitares pensaron que Francisco Franco era elhombre ideal para el puesto, pero paranombrarlo hubo que ascenderle a teniente

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coronel, rango imprescindible para el cargo, unascenso en el que intervino personalmente elrey Alfonso XIII, que conocía perfectamente lahoja de servicios de Franco.

A Carmina no le contrarió excesivamenteel nuevo aplazamiento. La contrapartida eraimportante, nada más y nada menos que sunovio ascendiera a teniente coronel, fueradesignado jefe del Tercio de la Legión ynombrado gentilhombre del rey. Sus sueños degloria para la carrera castrense de Paco se ibancumpliendo, todo empezaba a encajar, y lo quemás la satisfacía era el prestigio que adquiríadía a día su prometido, el reconocimiento queiba recibiendo de todos los que lo despreciabanal principio. La admiración era ahora elsentimiento general de todo Oviedo haciaFranco. Ella no se había equivocado.

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La boda se celebra por fin

Después de tomar posesión en Ceuta de sucargo en junio de 1923, y viajar por elterritorio norteafricano para estudiar sobre elterreno la situación de las distintas banderas dela Legión, Franco obtuvo al fin permiso de sussuperiores para celebrar su enlace matrimonialcon su prometida. La boda se ofició el 16 deoctubre de 1923, seis años después de aquelencuentro en una romería —un auténticoflechazo— en el que ambos quedaronprendados de forma instantánea el uno del otro.

«La boda fue un auténtico acontecimientosocial que salió en varios periódicos y revistasde Madrid, a la que estuvieron invitados losintegrantes de las mejores familias de Oviedo yde todo Asturias», cuenta Soledad, una de lashijas de Lolina Tartiere, íntima de Carmina yuna de las asistentes al enlace. «Se celebró enla iglesia de San Juan de Oviedo y tuvo una

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repercusión enorme, porque él, por eseentonces, era ya un prestigioso militar quehabía escalado rápidamente una alta posiciónen su carrera gracias a las victorias conseguidasen África, y ella era una joven de la mejorsociedad asturiana».

«Doña Carmen era una mujer de aspectoestupendo, con muy buena planta, alta ydelgada, con un físico espectacular, se vestíamuy bien, se cuidaba mucho y, como tenía muybuen tipo, lucía mucho lo que se ponía»,recuerdan los hijos de su amiga al evocar lafigura de la mujer de Franco. Las fotos que seconservan de la boda corroboran esetestimonio, ya que reflejan a una noviaexquisitamente vestida y arreglada, con una finamantilla de encaje que le cubría parte de lafrente y luego caía a lo largo del traje blancobordado y con un espectacular ramo de floresblancas en su regazo. Las instantáneas de laceremonia y el típico retrato de boda, en el que

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el novio mira a la que es ya su mujerembelesado, reflejan a una joven feliz ysonriente, satisfecha de haber alcanzado sumeta: casarse con el hombre elegido y,además, cuando él ya ha demostrado que no esun don nadie, que tiene un futuro por delante yque su brillante carrera militar no ha hecho másque empezar.

Los periódicos locales de la época no selimitaron a publicar una nota del enlace, sinoque le dieron una cobertura más amplia, conmayor repercusión social y popular. En ElCarbayón, por ejemplo, salía al día siguientedel festejo una nota en la que se reflejaba esesentimiento.

Ayer ha gozado Oviedo de unos momentosde íntima, deseada satisfacción, de jubilosaalegría. Fue la boda de Franco, del bravo ypopular Jefe de la Legión. Si grande y legítimoera el afán de los novios de ver bendecido suamor ante el altar, inmenso era también el

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interés del pueblo por verles felices, realizandosu sueño de amor... Del rey al último de losadmiradores del héroe, era unánime el deseode que esos amores tan contrariados por el azartuvieran la divina sanción que habría dellevarles a la suprema dicha.

La crónica del diario no hizo más querecoger el sentimiento de apoyo popular a unapareja que había tenido que superar muchosobstáculos, soportar el prolongado alejamientodurante el tiempo que él participó en la guerrade Marruecos y llevar con dignidad lossucesivos aplazamientos impuestos por lasobligaciones castrenses del novio. De ahí que,según todos los testimonios, es verdad que lascalles de Oviedo se llenaron de gente de todaslas clases para ver llegar la comitiva nupcial,para fisgonear el traje de novia de Carmina y elatuendo de sus familiares, para aclamar al jefede la Legión por sus proezas en África y parano perderse uno de los acontecimientos

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sociales del año en la capital asturiana.La boda fue de postín, desde luego. De

padrino hizo el gobernador militar de Oviedo,general Antonio Losada, pero nada más y nadamenos que en representación del rey AlfonsoXIII, dada la condición de gentilhombre decámara del novio. La familia Polo al completo,con don Felipe, un hombre ya maduro pero degran atractivo y buen porte, al frente. Sus otrasdos hijas, Isabel y Zita, arregladas para laocasión y felices de ver a su hermana casarsecon el hombre de sus sueños, y su hermanoFelipe, tan unido desde siempre a su hermanamayor, encantado de verla tan feliz y satisfecha.

Por parte de los Franco, estaban su madre,doña Pilar Bahamonde, deslumbrada por unaceremonia tan fastuosa; sus otros doshermanos varones, Nicolás y Ramón, ambosperfectamente uniformados, de marino elprimero y de aviador el segundo; y otrosfamiliares y amigos de la familia. Y eso sí, la

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nota discordante fue la ausencia del padre delnovio, Nicolás Franco Salgado-Araujo, que poraquel entonces ya residía en Madrid después dehaber abandonado a su familia en Ferrol yhaberse desentendido totalmente de ella.

La entrada en la iglesia fue apoteósica.Nada menos que bajo palio, dado el rangomilitar y social de la pareja, un honor del queluego, una vez alcanzada la Jefatura del Estado,seguirían disfrutando de por vida. Durante laceremonia se alternó la música sacra con lamilitar, por deseo expreso del novio. La salidade la iglesia, ya del brazo los contrayentes,transcurrió entre los achuchones y vítores delpúblico congregado en los alrededores deltemplo y cerca de la casa de los Polo, donde sesirvió el banquete nupcial. Todo era como uncuento de hadas para Carmina. Por fin,empezaban a realizarse sus sueños. Para él erala culminación de una decisión acertada, la decasarse con una mujer de alto rango que le

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serviría de apoyo en su ambiciosa carrera dellegar a los puestos más altos.

El viaje de novios fue corto, ya que elpermiso de Franco era tan solo de diez días. Laluna de miel la pasaron en San Cucao, en lafinca familiar de los Polo en la que el jovenmatrimonio se encontraba de forma clandestinacuando iniciaron su relación. Fueron días derelax y descanso de todos los avatares pasados.Días para hacer proyectos de futuro, aunqueeste se presentara oscuro e incierto.

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Los Franco, en palacio

El colofón de aquellos días felices para lanueva pareja fue la audiencia concedida en elPalacio Real por los reyes Alfonso XIII yVictoria Eugenia. Al entrar por el zaguán delrecinto y subir la amplia escalinata que lleva alas zonas nobles del palacio, Carmina, yaesposa de uno de los militares más destacadosdel Ejército por su brillante hoja de servicios,no podía creer que todos los sueños que ellahabía imaginado se estuvieran cumpliendo tanrápidamente. Iba como en una nube, comoflotando en el aire, al pensar que ella, unajovencita de provincias, iba a ver en unosinstantes a los mismísimos soberanosespañoles. Iba a ser presentada a don Alfonso ya su bella esposa en su condición de cónyugede Francisco Franco, gentilhombre de cámaradel monarca y persona en la que el rey confiabay con quien contaba para sus planes de futuro.

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Ello, a pesar de que Alfonso XIII sabía queFranco no estaba de acuerdo con los proyectosdel dictador Primo de Rivera de retirarse delnorte de África. Y sin sospechar el soberanoque, años más tarde, el ya general Franco iba aser uno de los militares que lo dejarían solo enlos momentos más difíciles de su reinado.

La entrevista con la pareja real fue cordialy amable. La reina, de la que impresionaban sutez pálida, su cabello rubio y sus claros yhermosos ojos azules, se interesó por lafamilia de Carmina, le preguntó por su pacienteespera durante las ausencias de su marido paraatender sus obligaciones en el frente de guerray derrochó simpatía y calidez con ella. El reyhabló con Francisco de asuntos militares, de laestrategia a seguir en una España con seriosproblemas de orden público, en la queanarquistas y extremistas campaban por susrespetos. Y una nación desolada también porlas pérdidas humanas de la guerra y por la

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sangría económica que este conflicto bélicoprovocaba.

A pesar de mantener posicionesdivergentes, a Carmen lo que le impresionó fuela soltura con la que su Paco se desenvolvíaante el rey. Al mirarlo y oírle hablar con laprimera autoridad del país, se sintió orgullosade él y pensó que había acertado plenamente enla defensa a ultranza de su marido ante todossus detractores, los primeros de ellos, supropia familia. Pasadas quedaban lashumillaciones de los que le despreciaban, laspalabras de su padre en las que comparaba elcasar a su hija con un militar a hacerlo con untorero. También los malos ratos en los que noles dejaban verse e interceptaban sucorrespondencia.

Todo había valido la pena. Carmen veía elfuturo con esperanza. Su perseverancia habíasido fundamental para no desfallecer. Sedespidieron de los reyes e iniciaron una nueva

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etapa de su larga vida juntos. Todavía habría queesperar para que su marido consiguieraascender al máximo nivel de la escala militar,el generalato. Antes tendrían que pasar denuevo por largas temporadas de separación eincertidumbre, por riesgos enormes al seguirsu marido en primera línea de batalla al mandode la Legión. Pero lo conseguirían, aunquehubiera que sortear muchos obstáculos en elcamino en el que ella, Carmina, siempre,siempre estaría junto a él. Ese había sido supropósito desde que le conoció y lo cumplió alo largo de toda su vida.

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3. Doña Carmen inicia su carreraascendente

Una vez terminada la guerra de Marruecos,Francisco Franco fue recompensado por sushazañas en ella con el ascenso a general deBrigada. A principios de 1926, con solo treintay tres años, se convirtió en el general másjoven del Ejército español, lo cual era unaauténtica proeza, pero ese ascenso significótambién el final de su carrera norteafricana y elinicio de otra etapa de su vida castrense.

Madrid fue el nuevo destino de la parejaformada por Franco y Carmen Polo, donde élestaría al mando de la I Brigada de la I Divisiónde Infantería, un puesto de representación en elque no se encontró cómodo, ya que a él lo quele gustaba era la acción y no la vida socialmadrileña. Para doña Carmen tampoco fue undestino adecuado a sus expectativas, porque

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aunque a ella sí le gustaba organizar cenas en sucasa, asistir a actos sociales y brillar como laesposa del general más joven de España, sabíaperfectamente que su marido no reunía losrequisitos necesarios para esa vida palaciega dela época de la dictadura de Primo de Rivera. Nole gustaba bailar, ni perder el tiempo enconversaciones banales y frívolas, ni tampocole interesaba mucho cuidar su aspecto físico.

Doña Carmen era consciente de que, enMadrid, ella y su marido eran unos más entrelos matrimonios de la familia militar queestaban destinados en la capital de España yque, a pesar de la fama de bravura de su maridoen las campañas de África, sobresalir ydestacar iba a ser muy difícil. A esta situación,se unió una circunstancia que hizo máscomplicado aún que Paco y Carmina concitaranla atención de los habituales de los salones dela sociedad madrileña.

Ese mismo año de 1926, Ramón Franco

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culminó con sus compañeros Ruiz de Alda,Durán y Rada la hazaña de cruzar el AtlánticoSur a bordo del avión Plus Ultra, lo que leconvirtió en un auténtico héroe nacional. Esohizo que, de golpe y porrazo, Carmen Polopasara de ser la esposa del general más jovendel país a ser tan solo la cuñada del aviador.Ella y su marido eran invitados a todos lossaraos que se celebraban en la capital españolapara homenajear al piloto, pero comopersonajes secundarios, solo por ser elhermano y la cuñada del hombre que habíaconseguido sobrevolar los miles de kilómetrosque separan los continentes europeo yamericano.

A pesar de todo ello, Carmen trató deatraer a la aristocracia madrileña a su casa deentonces, en el paseo de la Castellana, quearregló con buen gusto y muebles caros yvaliosos adquiridos gracias a la cuantiosaherencia recibida de su padre. Aunque no tuvo

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demasiado éxito en su empresa.

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La llegada al mundo deCarmencita

Pero, por encima de pequeñas cuitas,había una sombra que de verdad empañaba lafelicidad de la pareja. La tardanza en quedarseembarazada de Carmina preocupabaenormemente al matrimonio, que veía cada mescómo se frustraban sus enormes deseos de serpadres. Pasaron tres largos años desde la bodaantes de que por fin se vieran colmados losanhelos de Franco y su esposa de tenerdescendencia. Lo normal era que, al cumplirseel primer año de casados, los matrimoniostuvieran ya un hijo, y, si los niños no venían,empezaban los comentarios de por qué nollegaban.

En el caso de Carmen y Paco, el fallo sesospechaba más en él, porque todos sabían quela gravísima herida de guerra sufrida enMarruecos que casi acaba con su vida había

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afectado a sus órganos reproductores, de talmanera que el semen no producía la ansiadafertilización que diera paso al embarazo yposterior nacimiento de un hijo. Los doctoresque le trataron hablaron de esterilidadtemporal, y así debió de ser, ya que, en 1926,Carmina se quedó por fin embarazada de la queiba a ser su única hija.

Sobre este asunto, sin embargo, no hanfaltado intensos rumores y especulaciones queponen en duda la veracidad del embarazo deCarmen Polo y apuntan a que Carmencitahubiera podido ser adoptada, ya que no seconservan fotografías de la madre en eseestado. Tan solo hay dos testimonios, el dePilar Franco, que asegura en su libro dememorias que ella vio a su cuñada con lasevidencias propias de estar encinta, y el de unanieta de Isabel Polo Flórez, Margarita SuárezPazos de Vereterra, que afirmó recordar a doñaCarmen de visita en su casa en avanzado estado

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de gestación y yendo después a la ClínicaMiñor de Oviedo para dar a luz.

Historiadores como Paul Preston yautores de libros sobre Carmen Polo comoAsumpta Roura recogen el rumor que corrió enaquella época de que Carmencita era hija deRamón Franco, al que habrían recurrido parasalvar el expediente ante la incapacidad de suhermano para tener hijos. Una hipótesis que nocuenta con prueba de alguna clase y que podríahaber salido, como se ha citado antes, de lafalta de fotos de Carmen embarazada.

Lo que sí es cierto es que, en aquellosaños, las mujeres encinta se comportaban deforma diametralmente opuesta a la de ahora.Disimulaban con ropas muy holgadas suprogresivo aumento de volumen y trataban deque sus amigos y familiares no se dieran cuentade que su vientre iba creciendo hasta losúltimos meses, en que se hacían muy evidenteslas señales de embarazo.

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Carmen se trasladó a Oviedo a principiosde verano porque le avisaron de que su padreestaba muy enfermo y quería estar junto a élpara cuidarle. Felipe Polo murió el 21 de juniode 1926 y su hija decidió permanecer en lacapital asturiana para tener allí a la que luegoresultó ser una niña, que nació el 14 deseptiembre, casi dos meses después delfallecimiento.

La llegada de esa hija, a la que sus padres yamigos llamaron Nenuca, un diminutivo queaún hoy siguen empleando sus allegados detoda la vida, llenó de alegría a la pareja yprovocó las más expresivas declaraciones deFranco: «Cuando nació Carmencita, creívolverme loco de alegría». Un sentimientoprofundo de cariño unió siempre al padre y a lahija, y entre ellos se crearon unos vínculos muyintensos que hicieron que Carmencita fuera sumás firme defensora y que el dictadordepositara siempre una confianza ilimitada en

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ella. Fue la única persona a la que Franco llamóen su lecho de muerte para dictarle sutestamento y también la que defendió ante supropia madre y su marido, el marqués deVillaverde, que debían dejar morir a Franco yno prolongar inútil y cruelmente su agonía.

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La corte de Zaragoza

Las tornas cambiaron pronto y para bienpara el matrimonio Franco Polo. El dictadorPrimo de Rivera decidió en 1927 que había querestablecer la Academia Militar General deZaragoza para dar una formación adecuada a losaspirantes a formar parte de la milicia.Francisco Franco obtuvo ese puesto gracias a lainfluencia decisiva del rey Alfonso XIII, quientenía en mucha estima a su joven general. Elmonarca decidió confiar la importante misiónde refundar el centro castrense a Franco,debido a sus cualidades personales —fiel yestricto cumplidor del deber, austero einteresado en las nuevas técnicas militares—,pero también por sus dotes organizativasdemostradas cuando ayudó a Millán Astray aformar la Legión.

Para Carmen, la etapa de Zaragoza fue otracosa. Se convirtió en la esposa del director de

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la academia, todo un personaje en laprovinciana vida social de la capital aragonesa.Según el historiador Ramón Garriga, alrededorde los Franco se creó «una especie de cortepresidida por el general Franco y su esposa». Elgrupo de militares destinados también aZaragoza por sus méritos en campaña, paracrear un centro de formación profesionaldisciplinado, en el que se cuidaban todos losdetalles hasta los más nimios, como laalimentación adecuada de los cadetes, suscitóuna gran expectación en la sociedad zaragozana.

Para cumplir esa misión, Franco se rodeóde oficiales de prestigio y con los quemantenía unos vínculos de amistad muyestrechos por haber sido compañeros suyos enlas campañas de África. Era el caso de CamiloAlonso Vega, Pedro Pita da Veiga, su primoFrancisco Franco Salgado-Araujo y otros más.Como subdirector de la academia se nombró alcoronel Miguel Campins, responsable de una

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columna militar en Alhucemas y militar de granprestigio que llegó a tener una gran amistad conFranco, y cuya esposa, Dolores Roda, se hizoíntima de Carmen Polo.

Franco creó un círculo de colaboradorescon los que mantendría una relación muyestrecha a lo largo de los años venideros, y quele acompañaron en todo el proceso depreparación previa del golpe militar del 18 dejulio de 1936. Solo hubo una excepción, la deMiguel Campins, que fue fusilado en Sevilla alprincipio del alzamiento por mantenerse fiel algobierno de la República.

Carmen se encontró en su salsamanejando al grupo de esposas de los oficialesdestacados en Zaragoza. Ella atendía con lahabilidad y elegancia aprendidas desde sujuventud a todas las mujeres de los militares dela academia, quienes trataban de agradar a laesposa del director por aquello de que nadamejor para adorar al santo que hacerlo por la

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peana. De ahí ese concepto de pequeña corteque se formó en la capital zaragozana, en lacual los dos miembros de la pareja Franco Poloestaban encantados: él, porque se sentía comopez en el agua organizando y ejerciendo susdotes de mando en una misión tan trascendentalcomo marcar las pautas de la formación de losnuevos miembros del Ejército. Ella porque porprimera vez podía ejercer su liderazgo entre ungrupo de mujeres a las que había que orientarpara que desempeñaran correctamente un papelcomplementario al de sus maridos.

El director de la Academia de Zaragoza,que fue inaugurada en 1928, tenía porcostumbre acudir al Casino militar de la capitalaragonesa para alternar con la élite de lasociedad local. Allí, en 1929, conoció Franco aRamón Serrano Súñer, un joven apuesto ybrillante abogado que tenía pasión por lapolítica y que encandiló con su inteligencia ydon de gentes al matrimonio Franco. Se fraguó

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una estrecha relación de amistad que llevó aSerrano a conocer a la guapa hermana menor dedoña Carmen, Zita, que pasaba frecuentestemporadas en Zaragoza en casa de su hermanay su cuñado. La historia acabó en boda enOviedo, en febrero de 1932, con testigo de lujopara aquel entonces, nada menos que el hijo deldictador Miguel Primo de Rivera, JoséAntonio, fundador del partido FalangeEspañola, hecho a imagen y semejanza defuerzas políticas extranjeras de caráctertotalitario, como el Partido Fascista italiano.

La proclamación de la República en abrilde 1931 terminó con la pequeña cortearagonesa de los Franco. Dos meses despuésde la caída de la monarquía y la salida de laFamilia Real española del país, Manuel Azañadecidió cerrar la Academia General Militar quecon tanto empeño y dedicación había vuelto aponer en pie Francisco Franco. Fue un mazazopara la pareja, que vio cómo su sueño se

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desmoronaba como un castillo de naipes.Franco se sintió totalmente desolado por ladecisión del nuevo ministro de la Guerra yCarmen se enfadó enormemente al ver cómo sumarido y ella eran privados de una posiciónprivilegiada de la que tanto habían disfrutadoambos. A ella, además, le asaltó el temor deque la carrera ascendente de su marido, para elque imaginaba un puesto importante en lapolítica, se truncara para siempre. Y culpó ensu fuero interno a los responsables delgobierno republicano de arrebatarles de formainjusta una posición en la que se sentíanfrancamente cómodos y echar por tierra eltrabajo desarrollado por Franco durante losúltimos tres años.

Dejaron Zaragoza con lágrimas en losojos. Franco se despidió de sus hombrescompungido y desmoralizado. Recogieron suspertenencias y se refugiaron en un lugar muyquerido para los dos, la finca La Piniella,

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próxima a Oviedo, donde se veían de formaclandestina en los años de su noviazgo, cuandola familia de Carmina no quería que la relacióncon el entonces «comandantín» prosperaraporque lo consideraban poca cosa para unajoven como ella.

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El odio a la República

La llegada de la República supuso paraFrancisco Franco el final de unos años en losque había obtenido el reconocimiento públicode sus méritos, su designación comogentilhombre de cámara del rey, la imposiciónpor parte del monarca de la Medalla Militarindividual y en los que era considerado uno delos generales con un futuro profesional másbrillante del país.

En la finca de San Cucao de Llanera, elmatrimonio se lamió sus heridas mientras en suinterior iba creciendo un profundo odio haciael sistema que les había arrebatado todo loconseguido hasta entonces. Carmen se sentíaterriblemente humillada por ver a su marido sindestino, mientras que él iba alimentando unprofundo rencor contra los que habían actuadode forma tan injusta. Azaña, al cerrar laAcademia de Zaragoza de forma tan brusca y,

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según Franco, tan arbitraria, se convirtió en labestia negra de la pareja, el culpable de suprofundo sentimiento de humillación, elresponsable máximo de su caída en desgracia.

Para colmo, se enteraron de que, durantela temporada en la que vivieron en Oviedo,Franco estuvo bajo vigilancia policial, ya que elgobierno republicano no se fiaba de él y queríatenerlo bajo control las veinticuatro horas deldía. Una situación de afrenta total para elgeneral, que se desplazó a Madrid para hablarcon Azaña y explicarle que su antigua fidelidadmonárquica se había transformado en lealtad alrégimen republicano.

A principios de 1932, la situación cambióaparentemente con el nombramiento de Francocomo jefe de la Brigada de Infantería de LaCoruña, cargo que llevaba aparejado el degobernador militar de la ciudad. Aunque no eraun puesto de tanta relevancia como el deZaragoza, la pareja aceptó el nuevo destino con

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agrado. Vivir en la ciudad gallega supuso paraCarmen volver a mantener un alto nivel de vida,ocupar un puesto importante en la sociedad dela ciudad, abrir los salones de su casa a lasfuerzas vivas gallegas y recuperar el prestigioperdido.

Fue en esta etapa cuando doña Carmen seaficionó a las reuniones con las señoras de labuena sociedad coruñesa en el Club Náutico,con las que quedaba para merendar, jugar unrato a las cartas, charlar y ponerse al día de loscotilleos que circulaban por la ciudad. El Clubse convirtió en el lugar favorito y punto deencuentro para el grupo de amigas de la Señora,y años más tarde, cuando empezaron losveraneos en el Pazo de Meirás, también fuemuy frecuentado por el matrimonio FrancoPolo, ya que él atracaba el Azor en su muelle.

Para Franco, el mando de la brigada deinfantería de La Coruña supuso recobrar partedel orgullo perdido y volver a pensar en su

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futuro. Todo ello sin dejar de sentir unprofundo rencor por las autoridadesrepublicanas que, según su opinión, le habíantratado de forma ignominiosa. Una razónañadida para estar contento en su nuevo destinoera la posibilidad de ver con mayor frecuenciaa su madre, que seguía viviendo en la casa deFerrol y que andaba ya bastante delicada desalud. El general siempre sintió adoración pordoña Pilar, una mujer muy beata, de carácterconformista, con especial debilidad por su hijoPaquito y en cuyo carácter influyó de formadecisiva.

La habilidad del general para ganarse laconfianza de Manuel Azaña, a quien convencióde su lealtad a la República, le valió elnombramiento como comandante general deBaleares, adonde se trasladó el matrimonio consu hija Nenuca en marzo de 1933. Fue otroparéntesis agradable para la pareja en el quedoña Carmen estuvo muy volcada en la

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educación de su pequeña y encantada dealternar con la adinerada y exquisita sociedadmallorquina. La mujer de Franco estabacontenta porque, poco a poco, la carrera militarde su marido se iba reencauzando y tomando denuevo el rumbo adecuado a sus méritos. Parauna mujer como Carmen Polo, convencida deque su marido estaba destinado a las más altastareas en el Ejército español, ver cómo elgobierno republicano le devolvía la confianzafue una gran satisfacción. Por fin, pensó ella,los demás reconocían los méritos que ellasiempre había visto en su Paco.

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La muerte de Pilar Bahamonde

Hay quien dice que la muerte de doñaPilar desencadenó una auténtica crisisexistencial en Francisco Franco. Él y Carmenestaban en Madrid cuando ocurrió elfallecimiento, en febrero de 1934, a causa deuna pulmonía. La madre estaba en casa de suhija Pilar pasando unos días antes de viajar enperegrinación a Roma cuando enfermó degripe, que luego degeneró en una mortalneumonía. Desaparecida la figura materna, quehabía sido también su guía en el terrenoreligioso y espiritual, Carmen Polo ocupó eseespacio vacío y pasó a ser la persona másinfluyente para Francisco. Ella le hizorecapacitar sobre el abandono de las prácticasreligiosas que se había producido durante sujuventud, cosa habitual en los cuarteles, y lehizo volver al redil de la Iglesia católica.

La ausencia de su padre durante la

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enfermedad, muerte y entierro de doña Pilaraumentó el sentimiento de rencor de Franciscocontra él, que vivía en Madrid con su amante ysin mantener apenas trato con sus hijos ynietos.

La carrera militar de Franco, mientrastanto, seguía su imparable línea ascendente. Seganó la confianza del nuevo ministro de laGuerra, Diego Hidalgo, que le llamó pronto aMadrid para que se encargara de acabar con larebelión de Asturias, en la que los mineros deesa región se levantaron en armas contra elpoder central. Franco terminó efectivamentecon la huelga general de los trabajadores, peroa base de ejercer una represión brutal, que fuellevada a cabo por tres banderas del Tercio dela Legión y dos tabores de Regularesintegrados por población marroquí.

La lucha fue feroz y en ella murieron másde mil civiles, pero Franco salió victorioso alaplastar a los rebeldes, lo que le valió el

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ascenso a general de División, su permanenciaen el cargo de consejero ministerialextraordinario hasta 1935 y ser nombradoprimero jefe superior de las fuerzas deMarruecos y meses más tarde jefe del EstadoMayor Central del Ejército con el dirigente dela CEDA Gil Robles de ministro de la Guerra.

Carmen y su hijita apenas veían al cabezade familia, ya que estaba dedicado en cuerpo yalma a la tarea de mejorar la efectividad de lastropas a base de reorganizar las distintasunidades y crear otras nuevas. Pero, eso sí, lamujer del general casi no se creía que sumarido se hubiera convertido en el militar másdestacado del país. Para la opinión públicaconservadora, Francisco Franco era el generalque había conseguido doblegar a los minerosasturianos y aplastar una rebelión que, sihubiera seguido activa, se hubiera convertidoen una amenaza para la gobernabilidad deEspaña. Poco importaba a los partidos de

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derechas que esa victoria se hubieraconseguido a base de derramar la sangre detantos obreros con tal de que la calma sehubiera restablecido en una región tanconflictiva laboralmente como el norte deEspaña.

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El triunfo del Frente Popular

El triunfo del Frente Popular en laselecciones de 1936 supuso un nuevo y durorevés para la carrera de Franco, que pocodespués fue apartado de su cargo de jefe delEstado Mayor del Ejército por el gobierno deizquierdas presidido por Manuel Azaña, quienle destinó a Canarias como comandante generalde las islas. En el fuero interno de CarmenPolo fue otro parón en la curva ascendente dela carrera de su marido, aunque este llevaderopor la rica y atractiva vida social que llevaba lafamilia en Tenerife. No era el mismo estatusque en Madrid, desde luego, pero la actividadcotidiana de la capital tinerfeña era entreteniday, además, hicieron buenas amistades entre loscompañeros del general, especialmente con elcomandante Lorenzo Martínez Fuset, delcuerpo jurídico militar, y su mujer. Este oficialse convertiría, poco después, en hombre de

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confianza de Franco y miembro de su círculomás próximo durante los años de la GuerraCivil.

La situación se agravaba en Madrid a causade los continuos desórdenes civiles, difícilesde controlar por el gobierno frentepopulista.Pero el detonante de la mecha que desencadenóel golpe de Estado del 18 de julio por parte delos conjurados fue el asesinato en Madrid dellíder de la ultraderecha, José Calvo Sotelo,cinco días antes del levantamiento militar.

Los militares golpistas manejaban loshilos de la rebelión desde hacía tiempo y soloesperaban el momento idóneo para levantarseen armas contra el gobierno republicano.Únicamente era cuestión de días, durante loscuales la familia Franco diseñó con precisiónlos pasos a seguir por el general, uno de losartífices del golpe, y por su mujer, a la que,junto con su hija, Francisco consideró quehabía que poner a salvo sacándolas fuera de

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España.Una cuestión histórica importante acerca

de la gestación del golpe de Estado es siCarmen Polo estaba enterada o no de los planesde su marido. Un asunto abordado por elhistoriador Paul Preston en un capítulo de sulibro Palomas de guerra.

Hay buenas razones para suponer que laobsesión de Carmen por el éxito de su maridofue un factor que contribuyó en su cautela paracomprometerse con la conspiración militar quese urdió en la primavera de 1936, aunquesimplemente tuvo que haber sido laconfirmación de sus propias inclinaciones. Sinduda comentaron la cuestión y estaban deacuerdo con el papel que debía corresponderlea Franco.

Preston se apoya al hacer esta afirmaciónen el testimonio de Franco Salgado-Araujo, elprimo Pacón, que estuvo muy cerca de Francoy su esposa durante muchos años.

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Leí más tarde en algún periódico que lamujer de Franco no estaba enterada de losproyectos de su marido. Esto no es verdad, losconocía perfectamente y estaba tranquila.Jamás le noté el menor sobresalto.

Franco Salgado-Araujo afirma también ensu libro de memorias que su cuñada, con la queno simpatizaba demasiado, era una mujer quetenía una gran fe en las condiciones personalesde su marido y que creía que todo había deresultar con éxito.

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La huida al extranjero de Carmeny su hija

Las jornadas previas al golpe de Estadodel 18 de julio estuvieron dedicadas a prepararcada uno de los pasos a dar por los integrantesde la familia Franco. Mientras el general y suscolaboradores seguían viendo los pros y loscontras de una fecha u otra para el inicio dellevantamiento, el avión Dragon Rapide,alquilado por el empresario Juan March, salíael 11 de julio de Inglaterra con destino alaeropuerto de Gando de la isla grancanaria parallevar a Franco desde el archipiélago a Tetuánpara que liderara el golpe desde el norte deÁfrica.

Simultáneamente, se diseñaba con tododetalle, como si de una película de espías setratase, la huida de Carmen Polo y su hijaCarmencita, que estaba a punto de cumplir diezaños. El primo y fiel seguidor de los planes del

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militar golpista, Franco Salgado-Araujo,compró dos pasajes con todo tipo deprecauciones para que las dos mujeres viajaranen un barco alemán, el Waldi, desde LasPalmas al puerto francés de Le Havre en pocosdías.

El 16 por la noche, los tres miembros dela familia Franco se desplazaron juntos a lacapital grancanaria para que Francisco asistieseal funeral y entierro del general AmadeoBalmes, muerto en extrañas y dudosascircunstancias, cuando manipulaba unas armas.Así lo hizo en la mañana del día 17acompañado de sus colaboradores, con los quecenó esa noche en un restaurante junto a suesposa y su hijita. A la mañana siguiente,Franco se despidió de ellas antes de partir enun remolcador hacia la base de Gando, donde leesperaba el Dragon Rapide y su piloto, elcapitán Bebb, para llevarle a Tetuán a tomar elmando de las tropas africanas y ponerlas al

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servicio del golpe de Estado.Era el día 18 de julio, fecha histórica en la

que se inició una nueva etapa que evolucionóhacia una cruenta guerra civil que duraría tresaños, costaría la vida a un millón de personas ycercenaría de raíz el régimen democráticovigente para dar paso a una dictadura que seprolongaría durante cuarenta inacabables años.

La aventura para Carmen Polo y su niñatambién empezó ese mismo día, cuandoquedaron a cargo del comandante MartínezFuset, que las llevó al barco de guerra UadArcila para que permanecieran allí hasta lallegada del transatlántico alemán que lasllevaría a Le Havre. La historia se complicóhasta el punto de que madre e hija corrieron ungrave riesgo debido a que la marinería sesublevó contra los oficiales del Uad Arcilamientras ellas estaban escondidas en uno de loscamarotes. El motín fue controlado y la mujery la hija de Franco pudieron finalmente

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trasladarse al Waldi y viajar hasta el puertofrancés después de una breve escala en Lisboa.

Toda la operación de traslado estuvosupervisada por el leal Martínez Fuset y losoficiales fieles a Franco y su causa golpista,algo que no olvidó el general, quien contódurante un tiempo con el militar del cuerpojurídico como uno de sus más estrechoscolaboradores, aunque acabó apartándolo de sulado cuando dejó de serle útil.

Al analizar con la perspectiva del tiempotranscurrido la decisión y la firmeza con lasque actuó en aquella ocasión Carmen Polo, apesar de lo que suponía apoyar a su marido enun hecho tan grave como el de enfrentarse algobierno legalmente constituido y traicionar sujuramento como militar de alta graduación, esimposible pensar que ella fuera ajena a losplanes de Franco. Su rencor y odio a laRepública se sumaron a los de su marido, y deahí nació el apoyo a ultranza al proyecto

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pergeñado por los generales y oficiales quequerían terminar con lo que ellos considerabanun régimen arbitrario e injusto, cuya deriva —pensaban— iba a llevar a España a unarevolución de clara inspiración soviética.

De ahí la indulgencia de Carmen Polo antela desobediencia y deslealtad de su marido ysus colaboradores al régimen constitucional.Ella, como él, estaba convencida de que habíaque salvar a la patria de todos esos malestraídos por el régimen republicano, sobre tododespués de la victoria electoral de lasizquierdas agrupadas en el Frente Popular.

La odisea de Carmen y Nenuca siguió enFrancia. El agregado militar de la Embajada deEspaña en Francia recogió a las dos en LeHavre y las llevó a Bayona, a casa de la antiguainstitutriz de Carmen, madame Claverie. Fue unreencuentro muy emotivo con su mentora, lapersona que le inculcó la idea de que ella podíaser capaz de convertirse en una gran mujer,

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influyente y con poder. Allí permaneciódurante más de dos meses, aislada y en mediode severas medidas de seguridad, por el riesgode que alguien se enterara de dónde estaban yllevara a cabo una acción contra la familia delque estaba a punto de ser nombradoGeneralísimo, jefe de Estado y jefe supremode todos los ejércitos controlados por losmilitares golpistas.

La esposa y la hija de Franco no pudieronvolver a España hasta los últimos días deseptiembre de 1936. El general estaba en esosmomentos de la guerra en Cáceres, alojado enel Palacio de los Golfines de Arriba, y sentíauna fuerte incertidumbre sobre el estado de sumujer y su hija, de quienes no sabía nada desdeque las dejó en Canarias para volar aMarruecos. Por ello, encomendó a suscolaboradores que se encargaran de traer devuelta a territorio español a Carmen y aCarmencita. No fue fácil cumplir con esa

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misión, porque madame Claverie se tomó tanen serio su papel protector sobre su antiguapupila y su niña que no se fiaba de que viajaranya a España por temor a que sufrieran unpercance que les impidiera reunirse con el yamuy poderoso general Franco. Para conseguirarrancarlas de la enérgica institutriz, tuvieronque mediar un familiar del líder de la CEDA,José María Gil Robles, y un abogado dePamplona, que transmitieron a la señoraClaverie la impaciencia de Franco por volver areunirse con su querida familia.

La llegada de Carmen y Carmencita alantiguo palacio cacereño se produjo en unmomento crucial para la carrera de Franco,justo una semana antes de que fueraproclamado Generalísimo y jefe del Estado.Desde Bayona las dos mujeres viajaron aValladolid, donde se alojaron en un hotel conidentidad falsa, y luego al cuartel general de losmilitares rebeldes en donde se preparaba el

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ataque final al Alcázar de Toledo para socorreral contingente que resistía al mando delcoronel Moscardó.

El auxilio a los sitiados llegó a tiempo, yel día 29 Franco entregaba en la explanada delfortín la Cruz Laureada de San Fernando aMoscardó, cuya gesta fue elevada a heroica porparte de los golpistas. Lo hizo ya con eldecreto firmado el día anterior, 28 deseptiembre de 1936, en el que FranciscoFranco había sido elegido por la Junta deDefensa Nacional del bando alzado en armascomo jefe del Gobierno del Estado españolpara asumir todos los poderes. En el segundoartículo del decreto se le nombrabaGeneralísimo de las fuerzas nacionales detierra, mar y aire, que le confería el cargo degeneral jefe de los Ejércitos de Operaciones.

El único que se mostró disconforme conel nombramiento que dejaba todo el poder enmanos de Franco fue el general Cabanellas.

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Este recelaba de la persona a la que seentregaba esa autoridad sin límites, hasta elpunto que, según escribió un hijo suyo añosmás tarde, hizo una advertencia a suscompañeros de la Junta de Defensa entérminos premonitorios de lo que pasaría en elfuturo.

Ustedes no saben lo que han hecho porqueno le conocen como yo, que lo tuve a misórdenes en África como jefe de una de lasunidades de la columna a mi mando; y si, comoquieren, va a dársele en estos momentosEspaña, va a creerse que es suya y no dejaráque nadie le sustituya en la guerra, ni despuésde ella, hasta su muerte.

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Carmen, primera dama deEspaña

Carmen Polo vivió con una intensidadinusual la ceremonia de investidura de sumarido como Caudillo de España, celebrada el1 de octubre en Burgos, un título que leentroncaba con la tradición de la historiaantigua de la península en la que los héroeslocales se enfrentaban a luchas desigualescontra los pueblos invasores arropados siemprepor el pueblo. Una gran cantidad de genteentusiasmada se agolpaba en los alrededores dela Capitanía General de Burgos, ciudad natal deotro de los mitos de la lucha contra losinvasores, el Cid Campeador; ese fue el primerbaño de multitudes para la mujer que se habíaconvertido ya en primera dama.

La jovencita de buena familia asturiana erala consorte del hombre con más poder del país,aunque, eso sí, un país enzarzado en una guerra

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fratricida y sanguinaria que tenía partido en dosel territorio nacional. Pero eso no era lo queimportaba. Ella, con su fe religiosa, estabaconvencida de que Dios estaba de su parte y dela de su marido y, de que, por tanto, las tropasque Franco mandaba resultarían victoriosas enla contienda en la que no solo se pretendióganar las batallas que fueran precisas, sinotambién exterminar la semilla de todo aquelque se opusiera a su pensamiento ideológico ya su poder omnímodo.

Carmen, además, veía con gran agrado quesu marido cada vez se mostrara más respetuosocon las prácticas religiosas; asistía al rezo delrosario que ella dirigía cada tarde y aceptabaencantado las consignas lanzadas por lapropaganda que igualaba la guerra contra lasfuerzas de izquierda que él lideraba con la delos cruzados que se desplazaban en la EdadMedia a Tierra Santa para liberar los SantosLugares del dominio de los sarracenos.

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Los planes de escalar a los primerospuestos de poder empezaban a cumplirse. Sussueños de convertirse en una mujer que pasaríaa la historia por su influencia social y políticase hacían realidad. Todo empezaba a encajarcomo en un rompecabezas perfecto en el quelas piezas estaban en el sitio que lescorrespondía.

En Salamanca, siguiente etapa del periplode los Franco durante la Guerra Civil, la familiay sus colaboradores se establecieron en elPalacio Episcopal de la ciudad, cedidogustosamente por el obispo Pla y Deniel,exponente claro de la complicidad de lajerarquía de la Iglesia católica con el régimendel 18 de julio desde sus comienzos. Lasautoridades eclesiásticas concedieron a lafamilia del dictador el privilegio de entrar enlos templos bajo palio, un honor reservado a laSanta Custodia y a los altos dignatarios enocasiones muy especiales. La mujer de Franco,

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que disfrutó de ese favor por primera vez el díade su boda en Oviedo, vio en ello elreconocimiento de la Iglesia a la gesta de sumarido para acabar con los comunistas y todoslos enemigos del clero, que tantos ataquessufrió antes y durante el alzamiento militar.

Alrededor de Franco y su esposa se fuecreando una camarilla en la que doña Carmenejercía encantada su influencia como consortedel jefe del Estado. Miembros de la familiaFranco, su hermano Nicolás y su mujer, a losque se unieron más tarde Serrano Súñer y sumujer, Zita Polo, además de incondicionalescomo Martínez Fuset, Franco Salgado-Araujo yel capellán militar José María Bulart, seconvirtieron en el núcleo duro del poder por elque pasaban todas las cuestiones importantesdel Estado franquista, incluidas las numerosassentencias de muerte que se dictaban enaquellos días.

Los testimonios de aquella época,

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incluido el del cuñadísimo Serrano Súñer,coinciden en señalar que Carmen Polo nointercedió casi nunca a favor de ninguno de lossentenciados a la pena capital. Solo en un caso,el del poeta Leopoldo Panero, cedió a lassúplicas de su madre, que era prima de doñaCarmen, para que le conmutaran la pena demuerte. Pero no hizo nada por salvar la vida delmarido de su íntima amiga Dolores Roda, elgeneral Miguel Campins, que fue fusilado enagosto en Sevilla por permanecer fiel a laRepública.

Hay un detalle digno de ser relatado y quees de los pocos favorables que se conservanrespecto a la actitud de la mujer de Franco.Ocurrió el 12 de octubre en Salamanca, durantelos actos del Día de la Raza y la apertura delaño académico en la universidad de la que erarector don Miguel de Unamuno. Doña Carmenasistió junto al general Varela, enrepresentación de Franco, al acto en el que

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estaba presente el exaltado general MillánAstray, que lanzó una de sus consignas másatrabiliarias al gritar: «¡Viva la muerte! ¡Muerala inteligencia!».

El anciano escritor y pensador reaccionócon energía a la provocación del militarmutilado, rechazó de plano su bravuconada y leacusó de profanar el templo de la inteligenciaque era el recinto universitario del que él era elsumo sacerdote. Y pronunció la frase quequedó para la historia.

Venceréis porque tenéis sobrada fuerzabruta. Pero no convenceréis porque convencersignifica persuadir. Y para persuadir, necesitáisalgo que os falta: razón y derecho en la lucha.

Los partidarios de Millán Astray seunieron al militar y sacaron las armas paraactuar. Pero Unamuno no se dio por vencido yplantó cara al grupo de facinerosos. En esemomento, Carmen Polo cogió por el brazo alpensador, y protegidos por la escolta de la

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mujer de Franco salieron del Paraninfosalmantino, y de esa manera sacó de aprietos alintelectual. Un gesto noble, sin duda, que quizáestuvo influido por el hecho de que donMiguel, junto con otros ocho rectoresespañoles, había escrito una carta de adhesión aFranco el día de la proclamación delGeneralísimo que fue remitida a la Sociedad deNaciones.

A la estancia en Salamanca le siguió la deBurgos, alojados los Franco en el Palacio deMuguiro, en el que permanecieron hasta elfinal de la guerra. También en la capitalburgalesa los colaboradores de Franco seguíanalrededor de la pareja, especialmente losmiembros de la familia Polo, que habíandesbancado a Nicolás Franco, al que doñaCarmen culpaba del desorden y el caos quereinaban en el cuartel general de Francodurante los primeros días de la guerra.

De la familia Franco solo quedaba junto a

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él su leal primo Pacón, que en esos días fueascendido a coronel y destinado al frente deguerra. Su traslado provocó el enojo de doñaCarmen, que le mandó llamar para reprocharlesu ambición de llegar a general al mismotiempo que su marido y abandonarle en elmomento más inoportuno. Franco Salgado-Araujo alegó que su primo no se había opuestoa su nuevo destino, por lo que no hizo caso delenfado de su cuñada. Pero esta habló enseguidacon su marido, quien llamó al día siguiente a suprimo para decirle que tenía que volver junto aél porque había cambiado de planes. Así era defuerte la influencia de la primera dama delrégimen autoritario español.

Por aquellos años la Señora estabaencantada con tener cerca de su Paco a RamónSerrano Súñer, que se convirtió en la segundaautoridad del país. Cuentan testigospresenciales que tanta era la admiración dedoña Carmen por su cuñado que mandaba callar

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en público a su marido para prestar atención alpolítico falangista: «Calla, Paco, y escucha loque dice Ramón», era una frase que se oía confrecuencia en Salamanca y Burgos. Todo ellosin advertir el profundo desprecio que leprofesaba Serrano Súñer, que comentóagriamente sobre Carmen sin piedad alguna:«Incluso su esposa, una fanática terrible, quepiensa simplemente que como es pura ya hahecho todo lo que se le podía pedir, ejerce unainfluencia nefasta sobre su marido».

En el momento que Carmen advirtió queel poder y la inteligencia de su cuñado tornabanen amenaza al liderazgo de su marido, laadmiración se transformó en odio cerval. Eso ysu lío amoroso con la marquesa de Llanzolprecipitaron la caída en desgracia de SerranoSúñer, ocurrida una vez terminada la guerra einstalados los Franco ya en Madrid, en elPalacio de El Pardo.

Por cierto que precisamente fue el

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«cuñadísimo» el que desa- consejófervientemente al matrimonio que se instalaranen el Palacio Real al mudarse a la capital deEspaña, una idea que encantaba a Carmen Poloen sus delirios de grandeza pero que hubierasupuesto una grave ofensa a los monárquicosque aún soñaban con el regreso del rey AlfonsoXIII.

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4. La Señora de El Pardo

La elección de residencia para elmatrimonio Franco, una vez terminada laguerra, fue un capítulo que se dilucidó durantevarios meses entre las diversas opcionesexistentes. El jefe de Estado, en una postura desoberbia alimentada por todos los que leaclamaban y elogiaban sin recato, encomendó asu primo Franco Salgado-Araujo que viajara aMadrid para preparar su instalación nada menosque en el Palacio Real. Una idea que SerranoSúñer consideró completamente descabelladaal tener conocimiento de ella y que intentóenseguida quitar de la cabeza al Generalísimo.No fue fácil, porque, como ya se ha citadoanteriormente, doña Carmen levitaba tan solocon la idea de ocupar el lugar de residencia delos reyes españoles desde hacía varios siglos.

Fue una tarea muy difícil para elcuñadísimo disuadir a Franco y a su mujer de

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que no podían establecerse en la residenciareal. Franco se resistía con el argumento deque, si él era el jefe del Estado, le correspondíaresidir en el mismo lugar que habían ocupadoantes el rey y el presidente de la República. ASerrano le costó mucho persuadir a la pareja deque con ese traslado se daría una malaimpresión a la gente, ya que le verían como unvencedor ambicioso de poder y deseoso deinstalarse en el mismo lugar que el monarcadepuesto y que Azaña en la última etapa depresidente de la República. Serrano Súñerinsistía con su cuñado en que él, como caudillode un nuevo Estado y jefe de una revolución, nopodía residir en un palacio que se identificabacon el epicentro de la decadencia española quehabía llevado al país a la Guerra Civil.

Tras arduas conversaciones y analizar prosy contras, Franco se resignó a no ocupar elpalacio de la plaza de Oriente como viviendahabitual, aunque se reservó el derecho de usar

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el recinto en las ocasiones importantes de sumandato. Algo que hizo con frecuencia, sobretodo el gran balcón que da a la plaza, desde elque lanzó sus grandes arengas patrióticas yconvocó las masivas manifestaciones deadhesión a su figura y al régimen políticosurgido del golpe militar del 18 de julio.

Comenzó entonces la tarea de buscar uncastillo o palacio no muy lejano a Madrid parainstalar la residencia de la familia Franco.Provisionalmente, el matrimonio y su hija seestablecieron en el castillo de Viñuelas, unedificio propiedad de los duques del Infantadoque fue cedido gustosamente por sus dueños,mientras se llegaba a una solución definitiva yse encontraba una ubicación para la Jefatura delEstado. Serrano Súñer, entonces en plenoapogeo de su poder, sugirió la posibilidad deque se construyera un edificio nuevo, modernoy apropiado para albergar a la primera familiadel país e incluso propuso el lugar: unos

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terrenos amplios, muy cerca de Madrid, antesde llegar al Palacio de El Pardo.

El argumento a favor de la construcciónde la nueva residencia del jefe del Estado era,según el número dos del Régimen, que losmonarcas o gobernantes que habían dejadoconstrucciones hechas durante sus mandatoseran apreciados por los ciudadanos. DecíaSerrano Súñer:

Carlos III es querido por todos losmadrileños porque dejó muchas piedras. Dejarbuenas piedras sirve mucho para que la historiarecuerde con agrado a un personaje. El nuevopalacio recordará siempre a los españoles queel edificio preside un nuevo y esperanzadorgran período de nuestra vida nacional que nadatenga que ver con el viejo régimen político queha imperado en España y que nos llevó a laGuerra Civil.

Finalmente, la tesis del cuñadísimo noprosperó, a pesar de que a Franco empezó a

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gustarle la idea de construir una nuevaresidencia que pasara a la posteridad como obrasuya. Se impusieron las propuestas del primodel Caudillo, Franco Salgado-Araujo, y de JulioMuñoz Aguilar, gobernador de La Coruña yjefe de la Casa Civil de su Excelencia, queaconsejaron a los Franco instalarse en elPalacio de El Pardo, un real sitio construido entiempos de los Austrias como pabellón de cazay ampliado en tiempo de los Borbones. Elprimo Pacón y el responsable de la Casa Civildel jefe del Estado convencieron a Franco deque era la elección más conveniente. Seevitarían las suspicacias de los monárquicos,que apreciarían el que se reservara el lugar deresidencia de la Familia Real española por si serestauraba la monarquía, y al mismo tiempo seelegía un lugar en el que Franco podríadisfrutar de su afición a la caza sin tener quedesplazarse lejos de su residencia habitual.

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La instalación en El Pardo

Una vez tomada la decisión deestablecerse en El Pardo, se comenzaron lasobras de acondicionamiento del palacio. Eledificio había sufrido desperfectos seriosdurante la Guerra Civil, durante la cual estuvoallí instalado el acuartelamiento de las BrigadasInternacionales. La rehabilitación del edificiofue profunda, pero desde el principio se dio unritmo rápido a las obras, ya que corría prisa quetodo estuviera dispuesto para que Franco y sufamilia pudieran mudarse lo antes posibledesde el castillo de Viñuelas y establecerse allíde manera definitiva.

El 15 de marzo de 1940, tan solo seismeses después de la llegada de los Franco aMadrid, la familia del Caudillo arribó aledificio histórico, donde Carmen Polo pasó aser la Señora. Nada de Carmina, ni doñaCarmen ni otros tratamientos, ella dispuso que

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a partir del momento de la entrada en el Palaciode El Pardo, en el que viviría durante casitreinta y seis años, para dirigirse a ella habíaque llamarla Señora. Igual trato que se dispensaa los miembros de las familias reales y noblescuando no se quiere usar el más protocolariode Majestad. Ni más ni menos. Fue en esemomento cuando la que había sido unajovencita de la alta burguesía del Principado deAsturias se transformó en la Señora de ElPardo.

El propio Francisco Franco fue elencargado de transmitir a todo el personal deservicio de El Pardo, incluidas las personas queya formaban parte del núcleo más próximo aljefe del Estado desde hacía años y que habíantratado con asiduidad a doña Carmen, que paratodos era obligatorio dispensar a su mujer eltratamiento de Señora. E incluso quisoimponer una ley, que se aplicaba en tiempos dela monarquía, por la cual había que interpretar

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el himno nacional, es decir la Marcha Real, ala llegada de la esposa del Generalísimo a unacto oficial.

Otro detalle que llama poderosamente laatención de aquel momento de la vida de losFranco es el interés de la pareja por establecerun sueldo para el nuevo jefe del Estado. Laausteridad del Caudillo, que siempre se habíaaireado a los cuatro vientos como una de susmayores virtudes, dio paso al interés porconocer cuál había sido la cantidad asignada alrey Alfonso XIII y a los presidentes Azaña oAlcalá Zamora para establecer sus propiosemolumentos. Es de justicia reconocer que,dado el ruinoso estado de la economíaespañola después de la Guerra Civil, Francorenunció a percibir cantidades millonarias, yfinalmente se estableció en 700.000 pesetas laasignación anual del jefe del Estado.

Alrededor de doña Carmen y a lo largo detres décadas y media, ahora sí, se fue creando

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una auténtica corte semejante a la queacompañaba siempre a los miembros de larealeza allá donde iban. Los afectos yadhesiones a unos y a otros miembros de lanueva casta dominante se administraron desdeel centro neurálgico de El Pardo. También allíse fraguaron las caídas en desgracia de algunosde los íntimos colaboradores de Franco, cuyascartas de cese salían de los despachos, víamotorista, a sus domicilios particulares. Y ensus salas se organizaban semanalmente lasmeriendas y tés de la Señora, seguidas a vecesde sesión de cine, a las que eran invitadas lasesposas de los ministros franquistas y la flor ynata de la buena sociedad madrileña.

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Historia del palacio

La residencia elegida finalmente por elmatrimonio Franco para establecer suresidencia está ligada a dos dinastíasespañolas: los Austrias y los Borbones. Y elpalacio, cuya fachada principal alargada rematados pabellones casi gemelos construidos entiempos del emperador Carlos V y del reyCarlos III, está sobre todo lleno de recuerdosde monarcas, como Carlos IV, en cuya épocasus estancias se llenaron de obras de Goya, quepasó mucho tiempo diseñando los tapices queembellecen hoy día sus paredes.

Una visita actual al palacio, que se usaahora de residencia para los jefes de Estadoque visitan oficialmente Madrid, da una idea delo que fue ese lugar en los tiempos en que elgenio aragonés andaba por los salones dejandouna impronta que aún hoy se percibe. Goyatuvo el acierto de dejarnos a través de sus

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tapices y pinturas testimonio vivo de lospersonajes que se movían por el palacio, elblando e indolente Carlos IV, a quien no leinteresaban los asuntos de gobierno, su frívolaesposa, María Luisa de Parma, pendiente solode presumir con sus atrevidos y escotadosvestidos demasiado ajustados y juveniles parasu edad, y el ambicioso Manuel Godoy, quellegó a la cima de su éxito al ser nombradoPríncipe de la Paz en pago de los serviciosprestados a la soberana.

Los dos últimos reyes que habitaron elSitio de El Pardo, Alfonso XII y Alfonso XIII,se ocuparon de restaurar algunos desperfectosde aquel lugar que frecuentaron con asiduidad.El primero se preocupó de reparar los frescosdel techo de la estancia que usó su segundaesposa, María Cristina de Habsburgo, los díasprevios a su boda con el monarca español. Y enuna de sus habitaciones, Alfonso XII expiró el25 de noviembre de 1885, dejando a su esposa

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viuda y embarazada al frente de una largaregencia que tuvo que asumir hasta que su hijocumplió la mayoría de edad.

El Palacio de El Pardo también fue ellugar de alojamiento de la princesa inglesaVictoria Eugenia de Battemberg la víspera decasarse con Alfonso XIII. Y con ocasión de suboda, para que su prometida se sintiera a gustoantes del día de la ceremonia, el monarcamandó acondicionar otros salones del palacioque se habían deteriorado con el uso, entreellos el teatrito en donde se celebrabanconciertos y recitales de música así comorepresentaciones de obras dramáticas.

Hay una nota curiosa a tener en cuenta alver el resultado de las obras que se llevaron acabo antes de la llegada de la familia Franco asu nueva residencia. Es la desaparición de todahuella del paso por el Palacio de El Pardo delos dos últimos monarcas españoles. Como sino hubieran estado nunca allí y el último rey

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que hubiera habitado el palacio hubiera sidoFernando VII. Aunque no se sabe bien a qué sedebió ese empeño de borrar los vestigios delos dos últimos soberanos, cuya memoriaformaba parte de la historia, es fácil suponerque lo que se trató de evitar es que el palaciorecordara a los últimos Borbones queestuvieron en el trono, dado el mal recuerdoque dejaron en los ciudadanos. También sedebió buscar el que se evitaran lascomparaciones, siempre odiosas, entre losnuevos inquilinos del palacio y los dosmiembros anteriores de la dinastía borbónica.

Lo que sí parece evidente es que laresidencia elegida por la familia Franco para lanueva era inaugurada por el Generalísimo noera un lugar funcional ni el más adecuado parainstalar el aparato del Estado. Cada una de lashabitaciones de El Pardo era una piezamaravillosa, por la riqueza de su decoración, elmobiliario, la colección de relojes y tantos

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objetos de valor, pero era como estarinstalados en un museo, en el que casi no seatrevían a tocar ningún elemento por temor adañarlo o romperlo. El despacho mismo deFranco, enteladas sus paredes y sillones encolor rojo, con una enorme esfera terrestreantigua y abarrotado de muebles históricos delos siglos xvii y xviii, era agobiante y pocopráctico como lugar de trabajo. Aunque vivir enun sitio así debió parecer a doña Carmen lomáximo a lo que ellos podían aspirar, la verdades que el ambiente en el que se desarrolló lavida de los Franco durante más de treinta ycinco años fue fiel reflejo de su espíritupretencioso.

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La guerra mundial lo complicatodo

Los primeros años de vida en El Pardo,que tenían que haber sido para el régimenfranquista de calma y recuperación después dela victoria de las tropas nacionales, secomplicaron enormemente por el comienzo dela Segunda Guerra Mundial. Franco contaba conel apoyo económico de Alemania e Italia nosolo para la reconstrucción de una España enruinas por los daños de la guerra, sino tambiénpara poner en marcha algunos de los planessoñados por el Caudillo en sus delirios degrandeza de hacer del país una gran potencianaval que le ayudara a recuperar su imperio.Unos planes que se vieron frustrados a pesar delas promesas veladas a los alemanes de que esanueva fuerza naval podría ponerse a su servicioen la contienda.

Lo peor de todo fue el choque emocional

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que debió sufrir Franco, vencedor de la cruzadacontra el comunismo, cuando vio que su amigoHitler pactaba con el peor de sus enemigos,Stalin. El gobierno militar español, en vista delos hechos, se declaró neutral en septiembre de1939, una postura que lo situaba al margen delos bandos en guerra. Pero mantener laneutralidad no fue algo fácil para el generalFranco, quien se vio asediado por lasconstantes demandas del régimen nazi de queEspaña entrara en guerra o prestara una ayudaestratégica al ejército del Führer. Por el tira yafloja que mantuvo con los nazis para noenojarlos pero tampoco darles el apoyo queellos solicitaban, Franco se ganó una merecidafama de ambigüedad, ya que su posición fuecambiando conforme evolucionaba la contiendahacia la victoria o el fracaso de las tropas delEje.

De resultas de todo ello, Franco no gozabade muy buena fama entre los mandatarios del

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Tercer Reich. Pero no solo era el Caudillo elblanco de las iras de los generales alemanes,como el todopoderoso Goebbels, que leconsideraba un beato fanático, sino también sumujer, a la que el responsable de la propagandanazi atribuía un gran poder: «[Franco] permiteque España hoy día esté prácticamentegobernada no por él, sino por su mujer y supadre confesor. ¡Menudo revolucionariohemos puesto en el trono!».

Algo de razón tenía el influyente miembrodel gobierno de Hitler sobre el papelpreponderante de Carmen Polo desde el primermomento que el matrimonio Franco se asentóen el Palacio de El Pardo. Si bien es verdad queCarmen no se sentaba en la mesa del Consejode Ministros ni hablaba directamente con sumarido de las leyes que había que aprobar enlas reuniones de gobierno con suscolaboradores, la Señora de El Pardo sí fue laresponsable de crear ese ambiente de moralina

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y beatería, de mujeres sometidas a la voluntadde sus maridos, como si eso fuera lo másnatural, y de relegar el papel de la mujer al demera comparsa del hombre.

Carmen Polo inundó los años de laposguerra española, en los que la preocupacióninmediata de la población era comer ysobrevivir a las purgas políticas, de un tuforancio a incienso y a sotana, y de unas normashipócritas en las que había que guardar antetodo las apariencias y en las que toda diferenciade criterio con las reglas del régimen seinterpretaba como una deslealtad que había quecastigar con severidad y dureza.

Por aquellos años la mujer del Caudilloideó crear una siniestra institución, que sellamó Patronato de Protección a la Mujer, queen realidad eran cárceles camufladas en las quese encerraba a todas las jóvenes descarriadasque se apartaban del camino de la moral al usoy de las buenas costumbres. Las familias de las

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pobres chicas las denunciaban para que en esoscentros las metieran en cintura y corrigieran elrumbo equivocado que habían tomado sus vidas.Los padres conservaban la patria potestad hastalos veintitrés años, por lo cual el período deencierro se prolongaba hasta esa edad en la quelas jóvenes eran ya mujeres hechas y derechas.

En algunos casos, las muchachasingresaban en los centros del Patronatoembarazadas, algo que había que ocultar a losojos de amigos y vecinos, y se las manteníaencerradas hasta después de dar a luz, momentoen que muchas de ellas, persuadidas de lapérdida del honor que suponía ser madresoltera, daban a sus hijos en adopción paraevitar la vergüenza y el deshonor a sus familias.

Peor aún fue la práctica que comenzóinmediatamente después de terminar la GuerraCivil de dejar que las presas embarazadas ycondenadas a muerte por pertenecer a partidosde izquierdas dieran a luz en las cárceles y

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después sus hijos fueran entregados enadopción a familias afectas a las ideasfranquistas sin permiso de sus familiares. Laspersonas encargadas de llevar a cabo estosrobos de niños actuaban convencidas —tal erasu grado de fanatismo— de que estabanhaciendo lo mejor para salvar a esas pobrescriaturas de mujeres descarriadas al darlas enadopción a personas de bien y orden.

Aunque no se puede asegurar que estasprácticas se hicieran con el conocimientoexplícito de la Señora de El Pardo,probablemente ella estuvo al tanto de esasadopciones ilegales y éticamente reprobablesque degeneraron más tarde en algo peor: elrobo de recién nacidos en clínicas regentadaspor religiosas, como la tristemente famosa sorMaría, en connivencia con ginecólogos pocoescrupulosos que actuaban de cómplices en laoperación.

Lo que sorprende enormemente es la

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absoluta impunidad con la que actuaron esasmafias, que engañaban a las madres reciénparidas diciéndoles que sus hijos habían muertoal nacer y vendían por cantidades considerablesa los bebés a familias pudientes, que podíanpermitirse pagar esas cifras para hacerse conellos.

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La muerte del padre de Franco

Las relaciones de Franco con su padre, apartir de que este abandonara a su familia y seuniera a Agustina Aldana, una mujer que loacompañó hasta que exhaló su último suspiro,eran prácticamente inexistentes. Liberal ymasón, dos de los pecados más odiosos para suhijo Francisco, don Nicolás adoptó lacostumbre de criticar con dureza y poner enridículo en público a su hijo, al que ya hacíaobjeto de sus burlas cuando era un niño porestar pegado siempre a las faldas de su madre.

El marino ya jubilado, según testimoniode personas de la familia como Pilar Jaraiz,hija de Pilar Franco, llamaba a su hijo Paquito«inepto» y comentaba que era para reírse quese considerara un estadista y un político deprimera clase, como le hacían creer susaduladores de turno. Al reconvenirle sucompañera Agustina por decir esas cosas en

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presencia de sus nietos, el padre de Francocontestaba que «los niños, y su nieta mayor yano era tan niña, debían escuchar que su hijoestaba completamente loco y nos tenía a todosnosotros en sus manos».

La salud del viejo marino se fuedeteriorando, hasta que murió el 22 de febrerode 1942, en su piso madrileño. Unos díasantes, Pilar llamó a su hermano a El Pardo paraavisarle de que su padre estaba en las últimas.Él mandó a un médico militar a ver a donNicolás y dio instrucciones precisas a suhermana de que en el momento que muriera lepusieran el uniforme de general y lo trasladaranal Palacio de El Pardo para velarlo.

Como no podía ser de otra manera, Pilarmandó buscar un sacerdote para que acudiera aldomicilio del moribundo, que fue rechazadopor Agustina y su hija. Después, el que llegó alpiso fue el padre Bulart, capellán del generalFranco, quien dio los óleos al padre del

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Generalísimo para que muriera en paz con elSeñor. Durante todo este proceso, la mujer quehabía vivido durante treinta años como esposade Nicolás, Agustina, fue sacada del dormitoriode su marido y apartada por la fuerza de su lado.Las «buenas costumbres» imperantes no podíantolerar que la concubina de aquel hombre, conla que había permanecido más tiempo que consu esposa, estuviera junto a él a la hora de sumuerte. Ni que le dejaran el cuerpo de sucompañero para velarlo y darle sepultura.

El cadáver de Nicolás Franco fuetrasladado al Palacio de El Pardo, donde se leveló toda la noche, y al día siguiente fueenterrado en el cementerio de la Almudena.

El Generalísimo cumplió formalmentecomo hijo con un padre que lo ignoró en vida yno se recató en expresar públicamente sudesprecio hacia él, ridiculizándole comomilitar y manifestando su incredulidad de quealguien como él hubiera llegado a convertirse

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en el hombre más poderoso de España.Agustina Aldana, gracias a las gestiones

del mayor de los Franco, Nicolás, y también dePilar, obtuvo una pensión de viudedad tiempodespués de la muerte de su pareja de hecho. Ycuriosamente, meses después del fallecimientode su padre, Franco dictó una ley por la que sepenalizaba el abandono del hogar de los padresy el desamparo en que dejaban a sus hijos.

La actitud de doña Carmen ante la muertede su suegro fue de indiferencia total. Es más,seguro que pensó que la desaparición de donNicolás les liberaba de un problema por suscontinuas salidas de tono y emitió un suspirode alivio al quitarse ese peso de encima.

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El aislamiento del régimen.Surgen voces críticas

El final de la Segunda Guerra Mundial,con el hundimiento de los regímenes fascista ynazi, creó muchos problemas al régimenfranquista no solo en el exterior, donde serecrudecieron las críticas al único gobiernosimilar a los anteriores que seguía en el poder,sino también en el interior, al alzarse algunasvoces de políticos y militares en contra de lapermanencia de Franco y a favor del retorno dela monarquía.

A la Señora de El Pardo, instalada más quenunca en el carácter providencial del régimenimpuesto por su marido para salvar y proteger alos españoles, todo aquello le parecía undespropósito, y consideraba una imperdonabletraición que alguien osara discutir el poderomnímodo de su Paco. El gobernar de unaforma paternalista el país, como si de un

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inmenso cortijo familiar se tratara, era para ellala forma correcta de hacer las cosas, y no cabíasobre ese asunto discusión alguna.

En 1943, tres meses después de laconstitución de la parodia de las Cortesfranquistas, en las que sus integrantes erandesignados a dedo y no elegidosdemocráticamente, un grupo de veintisieteprocuradores recién incorporados escribieronuna carta al dictador para instarle a restaurar lamonarquía tradicional, que sería, según ellos,«el instrumento de suprema reconciliaciónentre los españoles». Su requerimiento recibiórespuesta de forma indirecta en el discurso queel Caudillo pronunció ante el Consejo Nacionaldel Movimiento en vísperas del séptimoaniversario del alzamiento del 18 de julio.

«Cuando un pueblo como España hapasado por los últimos y oprobiosos días de lamonarquía liberal y bajo la República por losdel Frente Popular, solo un régimen de

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autoridad y unidad puede salvarlo».Eso fue lo que dijo Franco. Y por si no

había quedado suficientemente claro, esemismo día añadió la guinda al culpar a losresponsables de «un vasto plan de acción,urdido por la masonería internacional, para,aprovechando las circunstancias apasionadas dela guerra, provocar en España situaciones dedebilidad que la pongan de momento al serviciode intereses extranjeros y, posteriormente, enel mismo estado de aniquilamiento que seencontraba en julio de 1936».

La protesta no quedó solo en el ámbitopolítico, sino que a Franco le aguardaba unpoco más de la amarga medicina deldescontento a su regreso del veraneo en elPazo de Meirás. Ocho de sus tenientesgenerales más destacados le hicieron llegar unacarta instándole a restaurar la monarquía enEspaña y a dejar su puesto de jefe del Estado.En el escrito, los militares se identificaban

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como los compañeros de armas que le habíaninvestido, hacía siete años, «con los poderesmáximos en el mando militar y en el Estado».Los tenientes generales Dávila, Orgaz, Varela,Solchaga, Kindelán, Saliquet, Monasterio yPonte reclamaban dotar a España de un régimenestatal «que refuerce el actual con aportacionesunitarias, tradicionales y prestigiosasinherentes a la forma monárquica».

«Parece llegada la ocasión de no demorarmás el retorno a aquellos modos de gobiernogenuinamente españoles que hicieron lagrandeza de nuestra patria», era la coletilla finaldel escrito de la flor y nata castrense que habíaacompañado al Generalísimo en su recorridoreciente.

Fue un golpe durísimo para Franco quesolo sirvió para que todos los firmantesrecibieran su correspondiente correctivo y eljefe del Estado se reafirmara en su voluntadinamovible de seguir en el mando mientras

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«Dios le diera vida útil». Una voluntad apoyadade forma inquebrantable, cómo no, por laSeñora.

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El pretendiente al trono reclamasus derechos

Mientras se producían estasmanifestaciones a favor de la restauración de lamonarquía en España, Juan de Borbón, el hijode Alfonso XIII depositario de los derechosdinásticos de la corona española, llevaba ya untiempo reclamando a Franco el retorno delsistema monárquico. El problema entre ambossurgió enseguida, porque Franco exigió desdeel principio que el candidato jurara losprincipios del Movimiento Nacional y aceptarala legalidad surgida del golpe militar del 18 dejulio. El conde de Barcelona rechazótotalmente formalizar esa adhesión, ya que secontradecía con la neutralidad y no adscripcióna un determinado partido que está en la basemisma de la esencia de la monarquía. Y ahíempezó la historia de un largo antagonismopersonal y político que llevó a Franco a

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nombrar sucesor finalmente, en el año 1969, asu hijo Juan Carlos.

En esos casi treinta años, el ocupante dela Jefatura del Estado por la fuerza de las armasy el rey in pectore pero nunca de hechointercambiaron cartas en las que ninguno semovió un milímetro de su posición: don Juandefendiendo siempre el retorno de unamonarquía constitucional en un régimen deplenas libertades democráticas; Franco,encastillado en defender lo indefendible de sulegalidad como gobernante y empeñado en queera el hijo del último monarca, al que dejó caersin piedad a pesar de lo mucho que le debía, elque tenía que aceptar sus inaceptablescondiciones.

Don Juan movió todos sus peones duranteesos años de frontal rechazo internacional alrégimen franquista para tratar de conseguir quelos países aliados vencedores de la contiendamundial se unieran y presionaran para derribar

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el régimen de Franco. Y estuvo a punto deconseguirlo, pero, al final, pesó más en losmandatarios extranjeros la condición de Francocomo furibundo anticomunista, sobre todo enun momento en que Europa empezaba esatrágica etapa de enfrentamiento soterrado yferoz que se dio en llamar guerra fría.

Una vez que don Juan vio perdida lapartida, y que los americanos, sin escrúpulospor apoyar a un sistema dictatorial yautoritario, empezaron a aceptar a Franco,escogió la vía del pacto para tratar de mantenerabierta una puerta al posible retorno de lamonarquía española. Franco y el conde deBarcelona, a pesar de su feroz enemistad, sevieron en varias ocasiones para establecer lasreglas que regirían la vida de don Juanito —hoyJuan Carlos I— en España.

Hay una anécdota sucedida durante unavisita de la esposa del Caudillo a Lisboa queevidencia cómo doña Carmen, en el fondo, se

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sentía atraída por los representantes de lamonarquía española, a pesar de que veía en donJuan y doña María a unos rivales que aspirabana ocupar el trono de España y a desplazarla desu posición de poder e influencia en la que ellatan cómoda se sentía.

En febrero de 1958, durante una escala enLisboa de su viaje a la isla de Madeira, laSeñora recibió una invitación de la condesa deBarcelona para tomar el té en Villa Giralda.Doña Carmen, encantada al recibir la tarjetajunto con un ramo de flores enviado por el«pretendiente» don Juan de Borbón, acudió a laresidencia de la Familia Real española enEstoril acompañada de su séquito. Durante unahora, doña Carmen y sus acompañantespermanecieron en Villa Giralda en animadacharla, que giró en torno a la travesía delAtlántico proyectada por el conde deBarcelona con su velero Saltillo. Según laversión difundida por algunos de sus

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acompañantes, la Señora de El Pardo realizóuna profunda reverencia ante don Juan y doñaMaría, a los que dio el tratamiento de Majestad.Un gesto que obligó al resto del séquito, entrelos que estaban el ministro de AsuntosExteriores, Fernando María Castiella, y sumujer, a darles el mismo tratamiento.

Algunos monárquicos, al enterarse de loocurrido en Villa Giralda, interpretaron el tratode doña Carmen a los condes de Barcelonacomo un signo de que Franco iba a designarsucesor y futuro rey a don Juan. Tal era lainfluencia de la Señora en todos los ámbitos dela vida pública española.

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La puesta de largo de Carmencita

Y mientras todo esto sucedía, ¿qué pasabaen el interior del Palacio de El Pardo? Puesdoña Carmen seguía su vida como la mujer másinfluyente del país, tratando de poner al maltiempo buena cara y ocupada en asuntos tanrelevantes como la preparación de lapresentación en sociedad de su hija Nenuca.

A finales de 1944, en uno de losmomentos más difíciles por los que atravesó elrégimen franquista, con todo el mundo encontra de la permanencia del militar español ensu cargo, con la invasión por los Pirineos de uncontingente de guerrilleros españolesprocedentes de Francia, que trataron deempezar en el Valle de Arán la reconquistademocrática de España, la máximapreocupación de doña Carmen era preparar labrillante puesta de largo de su hija Carmencitaque había cumplido ese verano los dieciocho

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años.Por aquel entonces, Carmen Franco Polo

era ya una guapa jovencita, morena como sumadre pero de un carácter diametralmenteopuesto al de doña Carmen. Mimada por suspadres y por todos los que la rodeaban por serla hija del Caudillo, a Nenuca —como laseguían llamando sus amigas íntimas y supropio padre— le hacía una ilusión tremendaesa presentación en sociedad que eraceremonia obligada para cualquier chica debuena familia que se preciara.

En su caso, el ser hija de quien era laobligaba a hacer un auténtico despliegue depoderío, y más teniendo una madre como laque ella tenía, pendiente siempre del brillo yoropel social. Poco importó a la esposa deFranco y a él mismo el momento de miseria yescasez que atravesaba la población española.Ni tampoco las amenazas y la inseguridad quese cernían sobre el régimen, que se veía

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acorralado por los mandatarios de los paísesvencedores de la guerra europea. En vísperas dela Navidad, el día 22 de diciembre para serexactos, el Palacio de El Pardo se iluminócomo un ascua para celebrar la puesta de largode la «ninísima», como se llamaba entonces aCarmencita.

Ataviada con un traje blanco de tul yencaje, luciendo un espléndido collar de perlasy acompañada de otras nueve jóvenes de sumisma edad pertenecientes a familiasconocidas, Carmencita celebró por todo lo altosu entrada en la vida de sociedad, en la que suobjetivo primordial sería conseguir un buennovio y casarse con un buen partido, a poderser miembro de la aristocracia o de la altasociedad.

Los grandes capitostes del régimen —Girón de Velasco y Esteban Bilbao, presidentede las Cortes, entre otros— estaban allí, al ladode Franco, que miraba embelesado a su única

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hija, ataviado con el uniforme de gala decapitán general de la Armada que usaba en lasgrandes ocasiones quizá para superar sufrustrada vocación de marino.

Entre las jovencitas que acompañaron aNenuca estaban su prima Mercedes JaraizFranco, hija de la hermana de Franco, Pilar,Belén Careaga Muguiro, de la alta sociedadvizcaína, María del Carmen Suanzes, hija delministro e íntimo amigo de Franco JuanAntonio Suanzes, Elena Giménez Caballero,hija de uno de los más enfervorizadosideólogos del régimen, Ernesto GiménezCaballero, y Soledad García Conde, hija de laíntima amiga y compañera de colegio de doñaCarmen, Lolina Tartiere.

Esta última ha contado a la autora algunosrecuerdos que tiene de aquella noche: «Lafiesta fue magnífica, se prolongó hasta lamadrugada y fue el acontecimiento social de latemporada. Recuerdo que había una orquesta

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tocando música de baile y actuaciones deartistas como Raquel Rodrigo, Gracia deTriana, Miguel Ligero, Roberto Rey y otros. Lopasamos estupendamente».

Las crónicas de la prensa rosa, un tantoalmibaradas, elogiaron la sencillez del traje deCarmencita, salido del taller de CristóbalBalenciaga, que vestía por aquel entonces a labuena sociedad madrileña, a la que atendía ensu taller de la Gran Vía. Y los gacetilleroscontaron que, después del desfile de lasdebutantes y de bailar sin parar durante horas,los invitados pasaron al teatro del Palacio de ElPardo para disfrutar con las actuaciones de loscantantes y bailarines antes mencionados.

La cena se sirvió ya tarde, y entre lasviandas que se ofrecieron a los invitados nofaltaron el caviar, el jamón serrano y elchampán francés. Fue un auténtico derrocheorganizado por la dueña y señora de El Pardo.

Solo una cosa no resultó como doña

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Carmen hubiera querido. Fue la ausencia de losgrandes nombres de la aristocracia de solera,como Cayetana de Alba y otros jóvenespertenecientes a las familias nobles del solarpatrio. Según algunas fuentes, doña Carmenintentó que se celebrara la puesta de largo de suhija junto a la de la hija única del duque deAlba, el título más grande y paradigmático de lanobleza española. Pero, por lo que se ve, elintento fue vano. En aquellos tiempos deincertidumbre, los aristócratas prefirieronquedarse en sus palacios. Estaba muy recienteaún la reclamación de los veintisieteprocuradores de las Cortes franquistas para queFranco dejara su puesto y restaurara lamonarquía, encabezada por el duque de Alba.

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Un gesto caritativo con los pobres

Como no podía ser de otra manera, a lasuntuosa fiesta de El Pardo le siguió otra decarácter benéfico para que se notara que lafamilia Franco era caritativa y se acordaba decompartir su celebración con los másdesfavorecidos. Así que, al día siguiente, la hijade Franco y un grupo de las amigas que habíanestado con ella en el sarao de la noche anterioracudieron al Asilo para AncianosDesamparados que tenían las Hermanas de laCaridad, conocidas también como Hermanitasde los Pobres, y sirvieron personalmente unalmuerzo a 350 viejecitos acogidos en lainstitución.

El obispo de Madrid y patriarca de lasIndias Occidentales, monseñor Eijo-Garay,presidió el acto, en el que se ofreció un menúconsistente en sopa de pescado, arroz conpollo y cigalas, ternera asada con patatas, fruta,

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pasteles, vino, café y coñac. Un banquetepantagruélico para aquellos viejitos, queademás recibieron caramelos las mujeres ycajetillas de tabaco los hombres.

Pero la cosa no quedó en eso. Carmencita,que acababa de recibir como obsequio uncoche Fiat «Topolino» por su cumpleaños,decidió entregarlo a Eijo-Garay para que lovendiera y lo que obtuviera lo repartiera entrelos pobres de Madrid, que, por cierto, enaquellos tiempos eran muchísimos... Tambiéninformó el obispo a los periodistas convocadosquién había regalado el automóvil a la hija deFranco: nada menos que la hija delcorreligionario de su padre, el dirigentefascista italiano Benito Mussolini, quienmantuvo una estrecha amistad con el Caudillo ycon el que simpatizaba mucho más que con elFührer, de carácter seco y poco simpático.

El almuerzo ofrecido a los ancianos deMadrid no fue un gesto aislado. En otras

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capitales de provincia, como Toledo y Zamora,se distribuyeron también alimentos y ropa paralos más necesitados e incluso dinero donadopor los dignatarios eclesiásticos para socorrera los pobres. El régimen llegó aún más allá ensu magnanimidad y, según cuenta el historiadorFernández Santander en su biografía de Franco,en Burgos se distribuyó un aguinaldo especialentre todos los considerados «rojos» ensituación de libertad vigilada consistente enarroz, garbanzos, castañas, turrón, vino,sardinas y un cigarro puro para los hombres. Yademás, Franco dio un donativo para quealgunas familias de presos pudiesen rescatarbienes empeñados para poder seguir viviendo.

Como colofón, un detalle revelador. Apartir de su puesta de largo, la hija de Francodejó de ser para todos Nenuca o Carmencitapara ser llamada tan solo Carmen. O doñaCarmen, como su madre, la Señora de ElPardo.

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La visita de Eva Perón

En 1947, plena época de aislamientointernacional de España, con los embajadoresextranjeros retirados de Madrid, excluida delPlan Marshall que los americanos pusieron enmarcha para reconstruir Europa y vetada en laONU, el gobierno de Franco estaba más soloque nunca. Y pese a propugnar una fórmula parasostenerse sin ayuda exterior —la autarquía—,la situación de la población española eradesesperada, ya que un par de años de pertinazsequía provocó que las despensas quedaranvacías y que la gente pasara hambre extrema.

Solo un país acudió en ayuda de España, laRepública Argentina, regida por el general JuanDomingo Perón y su esposa Eva Duarte, cuyopapel de primera dama iba mucho más allá delhabitual de las consortes de los gobernantes.Ella había sido actriz de cine y de radio, eramuy guapa y atractiva, y apoyó sin fisuras el

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programa de lo que se convirtió más tarde entodo un régimen, el peronismo, que llegó a serun referente a imitar por muchos de sussucesores. Argentina se negó a la hegemoníaestadounidense, lo que supuso un problemapara Washington, que vio cómo Perón y Evitaactuaban según sus propias reglas.

El presidente argentino fue el único quese atrevió a defender a Franco en la AsambleaGeneral de Naciones Unidas y también el únicoque se saltó el bloqueo contra España almandar generosas cantidades de trigo y carnede su país para paliar el hambre de losespañoles. No había dinero en las exiguas ycasi vacías arcas del Banco de España parapagar los víveres argentinos, por lo que elrégimen franquista insistió en invitar a laprimera dama a visitar España para poderexpresarle su gratitud personalmente.

Ella aceptó finalmente venir a España enjunio de 1947, dentro de una gira europea que

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denominó del «arco iris», y que incluyótambién a Italia, Portugal, Francia y Suiza,terminó con visitas a Brasil y Uruguay. Dentrode las condiciones previas que se pactaronestaban el que ella recibiría trato de jefa deEstado y que se alojaría durante su estancia enMadrid en El Pardo, residencia oficial del jefedel Estado español. De lo que se trataba era deque el general Perón estuviera seguro de que suesposa, la líder indiscutible de los«descamisados» argentinos, a los que ella sacóde la miseria, iba a ser tratada de formaespectacular e inolvidable.

Del 8 al 24 de junio, Eva Duarte de Perónpermaneció en territorio español, en una largagira triunfal que la llevó por varias capitales deprovincia, como Toledo, Segovia, Sevilla,Granada y Barcelona. El régimen franquista seaplicó hasta el fondo en motivar a la poblaciónespañola para que saliera a la calle a recibir asu benefactora. Y lo consiguió. Decenas de

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miles de personas con banderitas españolas yargentinas cubrieron en Madrid el recorridodesde el aeropuerto de Barajas hasta el Palaciode El Pardo, aclamando al matrimonio Franco ya la señora de Perón de forma entusiástica.

Fue una apoteosis sin precedentes ver atantos ciudadanos de la empobrecida Españallenar las calles y plazas por donde iba a pasaresta peculiar defensora de los pobres y de losderechos de la mujer que hizo un auténticoalarde de joyas valiosísimas, modelos de altacostura, sombreros espectaculares, zapatos dealto tacón y guantes hasta el codo, en su girapor el país.

En una recepción celebrada en el PalacioReal, Evita recibió la Gran Cruz de Isabel laCatólica de manos de Franco. Después salió albalcón principal junto con el matrimonioFranco para dirigirse a la muchedumbrecongregada a sus pies para verla. Sus discursos,pronunciados de forma vehemente y persuasiva,

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entusiasmaban a la multitud, que se quedabafascinaba con aquella señora rubia, ataviada aveces con costosos abrigos de piel totalmenteinnecesarios en el cálido mes de juniomadrileño.

Sé que mi presencia no colma vuestrosanhelos. Deseabais os visitara el general Perón,quien en horas amargas de vuestra vida nacionalse presentó ante el mundo batallando por losfueros de España, con la valentía de hijo biennacido que se juega entero por su madre.

La defensora de los humildes, como se lellamaba, encandiló a los prebostes del régimen,incluido el propio Franco, hasta el punto de quese rumoreó en aquellos días que la propiaCarmen Polo, oficialmente la mujer máselegante de España entonces, se sintió celosa yun poco ninguneada ante la arrolladora figurade Evita. Aunque la Señora de El Pardo hizo unalarde para quedar bien ante la espectacularEvita, sacando de armarios y cajas fuertes sus

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mejores vestidos y joyas, la argentina eclipsó ala mujer de Franco, siempre recatada ymojigata en sus estilismos. La competiciónentre las dos primeras damas, si es que la hubo,fue ganada ampliamente por la joven y bella EvaDuarte, que no solo lució palmito en su visita,sino que supervisó cómo se distribuían losalimentos enviados por su país entre las capasmás pobres de la población española.

Según testimonios de allegados a laprimera dama argentina, Eva Duarte no se sintióen absoluto cómoda con doña Carmen, dequien dijo que lo único que quería eraenseñarle el Madrid de los Austrias y de losBorbones en lugar de los hospitales públicos ylos barrios de los obreros.

A la mujer de Franco no le gustaban losobreros y cada vez que podía los tildaba de«rojos» porque habían participado en la GuerraCivil. Yo me aguanté un par de veces hasta queno pude más y le dije que su marido no era un

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gobernante por los votos del pueblo sino por laimposición de una victoria. No le gustó a lagorda.

Como epílogo del viaje de Evita, que fueun éxito total, decir que años más tarde larelación se enturbió a causa de variosincidentes hasta llegar al borde de la ruptura,cuando Franco firmó el primer acuerdo conEstados Unidos. Un gesto que disgustó muchoa Perón y le llevó a criticar duramente a suantiguo aliado.

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El Valle de los Caídos

La idea de levantar un gran monumentopara honrar a los caídos durante la pasadacontienda nació como proyecto en la mente delgeneral Franco probablemente cuando aún nohabía terminado la Guerra Civil. El día 1 deabril de 1940, después de presidir el primerdesfile militar conmemorativo de la Victoriafranquista, el Caudillo explicó a un grupo degenerales sus planes para construir unmausoleo en un paraje de la sierra deGuadarrama conocido como Cuelgamuros. Yhacia allí se trasladaron los invitados alalmuerzo, militares, ministros del Gobierno,altos cargos del Movimiento y diplomáticos,para presenciar el acto de fundación del Valle yla explosión del primer barreno que daba paso alas obras de construcción del mausoleo y lacripta que albergarían los restos de losfallecidos en la guerra, pero solo de los del

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bando franquista.Los planes eran que el año siguiente

estaría terminada la cripta y en tres años máslos edificios y jardines que rodearían almonumento. Una utopía, pues al final necesitóveinte años para ser concluido, un tiempo en elque Franco supervisó personalmente las obrascon frecuentes visitas al lugar. Su megalomaníase concentró en las de la basílica detrás decuyas paredes se prepararon los nichos paraalbergar los restos —muchos de ellos sinidentificar— de decenas de miles de víctimasde la guerra civil más cruenta ocurrida enEspaña. Lo que quería Franco era dejar unahuella gigantesca que perpetuara en los siglosvenideros su victoria en la contienda civil quedejó una ingente lista de muertos ydesaparecidos.

El monumento del Valle de los Caídos, encuya construcción participaron presospolíticos del bando republicano y otros

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comunes que querían reducir pena, costó,según documentos de la época, una sumaequivalente a 200 millones de dólares, muchomás dinero del presupuestado, y no fueinaugurado hasta el año 1959.

El 1 de abril de ese año, vigésimoaniversario de la victoria de Franco sobre lastropas republicanas, se inauguró el conjuntomonumental de Cuelgamuros con toda lapompa y boato del régimen franquista. Fue unaoportunidad para que el Caudillo proclamara denuevo el carácter de cruzada de la contienda yrechazara que se denominara simplementeguerra civil.

Franco estaba contento con sumonumento, que, en su interior, él equiparabanada más y nada menos que al monasterio de ElEscorial que Felipe II levantó para celebrar suvictoria sobre los turcos infieles.

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5. Una semblanza de la Señora

La imagen que la mayor parte de laopinión pública conserva en la actualidad deCarmen Polo dista mucho de ser positiva yejemplar. Se conoce mucho más su faceta demujer ambiciosa, amante de la ostentación y lasjoyas, con unos aires de grandeza que tratabande imitar los modos y maneras de lospersonajes de la realeza, y cabeza visible de unacorte que se creó a su alrededor en el Palaciode El Pardo, que cualquier otro rasgo amablede su carácter, como el de mujer familiar quevolcó gran parte de sus desvelos primero en suúnica hija, Carmencita, y después en sus sietenietos.

Lo cierto es que casi ninguno de lostestimonios que se conservan de las personasque la trataron —amigos, familiares yallegados— hablan de ella como una mujeramable, cálida, sencilla y generosa con los

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demás. Más bien la describen como unapersona exigente, de gustos exquisitos, pocosimpática, de carácter altanero y con tendenciaa mirar por encima del hombro a los queestaban por debajo de ella, es decir,prácticamente a todos los que la rodeaban yestaban a su servicio. Esa característica de supersonalidad, el tratar con distancia y ciertodesapego a los que estaban cerca de ella, se fueacentuando con los años, cuando se produjo suencumbramiento y se vio rodeada de una legiónde aduladores dispuestos a satisfacercualquiera de sus deseos.

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Una visión en positivo

Mayte Spínola, artista plásticadescendiente de una familia monárquica yaristocrática extremeña que hizo una buenaamistad con doña Carmen, a pesar de ladiferencia de edad entre ellas de más decuarenta años, ha sido una de las pocaspersonas que ha accedido a hablar con la autorade su relación con la mujer de Franco. Mayte,casada con uno de los hermanos Barreiros,Graciliano, conoció a los Franco por laestrecha relación de la familia de su maridocon el Generalísimo y su esposa y congeniódesde el primer momento con doña Carmen, ala que visitó con asiduidad en el Palacio de ElPardo.

Fue una amistad peculiar en la que laentonces jovencísima mujer del consejerodelegado de la factoría de motores BarreirosDiésel ponía al día a la Señora de lo que se

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cocía en la buena sociedad madrileña. A pesarde que su familia era partidaria de don Juan deBorbón y su padre formaba parte del círculo denobles que rodeaban al conde de Barcelona,ella no tuvo ningún problema en ser amiga de laesposa del hombre que impidió reinar allegítimo heredero de la Corona española.

Mayte Spínola ha abierto las puertas de sucasa a la autora para describir, desde el cariñoque la unió a ella, algunos rasgos del carácter yla forma de ser de Carmen Polo. Su punto devista es positivo, lo que ayudará a tener unavisión más completa de una mujercontrovertida.

«Doña Carmen era una gran señora, unapersona de gran humanidad, muy educada yatenta. Yo la quise mucho».

La pintora admite, sin embargo, que no erauna persona de la que se pueda decir queposeyera una especial simpatía en el trato.

«No era una mujer cálida o acogedora en

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absoluto. Lo que pasaba es que ella era unamujer tremendamente elegante, tenía un granporte y, al ir tan rígida andando, te dabasensación de altivez, pero luego ella no era asíen absoluto. Era solo una impresión que dabapor el hecho de ser una mujer muy distinguida.Su físico le condicionaba para dar esasensación, tenía un cuello largo y estilizado...pero era una gran señora y prueba de ello es eltítulo que nuestro rey le concedió después dela muerte de su marido: señora de Meirás. Lepudo haber dado un marquesado o cualquierotro título nobiliario, pero no, le dio el quemás le iba, el de señora de Meirás».

Mayte habla con gran emoción de la mujerde Franco, a la que empezó a tratar a raíz de sumatrimonio con un Barreiros. Tenía diecinueveaños cuando se casó con Graciliano, diecisietemayor que ella, y desde entonces rara era lasemana que no coincidía con el matrimonioFranco en alguna de las cacerías que

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organizaban los Barreiros y otros hombresimportantes del régimen así como el propiojefe del Estado español.

«Hubo un buen feeling desde el principio.Doña Carmen venía solo a almorzar, ella nocazaba, y ahí empezamos a hablar y a establecernuestra amistad.

Es verdad que había una gran diferencia deedad, yo estaba generacionalmente entre la hijade doña Carmen y su nieta. Sin embargo, desdeel principio nos caímos bien, quizá por miforma de ser, ya que yo siempre he estadoabierta a personas de todas las edades. Fue unmomento de mi vida en el que me tocórelacionarme con gente mucho mayor que yo,normalmente era con los padres de mis amigose incluso con los abuelos con los que memovía, porque ellos eran los responsables delas empresas que tenían relación con mimarido, consejero delegado de Barreiros».

Pero no eran solo esos hombres de

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negocios, ministros y personajes influyenteslos que conformaban el universo de MayteSpínola. Ella compaginaba ese mundo oficialcon el del arte, ya que surgieron entonces susinquietudes artísticas que más tarde cuajaronen una brillante carrera como artista plástica ypromotora de arte.

«Después de conocernos y simpatizar enlas cacerías, doña Carmen me empezó a invitara merendar a El Pardo, donde coincidía condoña Ramona, la mujer de don Camilo AlonsoVega, ministro e íntimo amigo de la infancia deFranco. Se servía una merienda cena y luegoveíamos cine en el salón destinado a ese fin enel palacio. A ella le encantaba que le contaracosas de lo que pasaba en la sociedadmadrileña, que le dijera con quién andaban susnietas. En esos momentos, Mary Carmen, lamayor, empezaba a salir, a ir a guateques, averse con su novio Jaime Rivera; todo eseambiente de la gente joven le interesaba, le

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divertía mucho lo que yo le pudiera contar».También le entretenía mucho lo que yo le

narraba de las personas de mi mundo, de losartistas, de mi vida, mis viajes al extranjero, endonde conocía a personas como Valéry Giscardd’Estaing o Fidel y Raúl Castro, de los que lecontaba anécdotas de cuando viajaba con mimarido a Cuba, isla en la que los Barreirosestablecieron fábricas de sus motores diésel».

Con el tiempo, la amistad de MayteSpínola con doña Carmen se hizo extensiva alpropio general Franco, con el que la pintorahablaba de arte, ya que él también eraaficionado a la pintura.

«A Franco le encantaba recordar sus añosde batallas en la guerra de África. Le gustabahablar de sus hazañas junto a Millán Astray,todo lo que tenía que ver con su etapa demilitar en activo. Sobre su faceta de pintor, undía comentamos una de sus pinturas, un cuadroque refleja una liebre que es extremadamente

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larga, algo que él atribuía a que tardó mucho enpintarla, y como era sacada del natural y lapieza estaba colgada, fue descolgándose con elpaso de los días. Yo le hice una broma, con laque se rio mucho, pues le dije que era unaliebre del Greco por lo alargada de la figura».

Mayte Spínola defiende a capa y espada almatrimonio Franco, a los que define como unapareja humanamente estupenda, cariñosa ycomprensiva, a pesar de que ella provenía deuna familia monárquica, partidaria de que donJuan fuera rey.

«Yo les contaba mis historias con losartistas, que no eran precisamente partidariosde Franco, mi amistad con Joan Miró, que fuemi maestro, y ellos estaban encantados deoírme hablar de todo eso, no había ningúnproblema. Es verdad que cuando hablaba de lapintura de Miró, ella expresaba su opinión deque no le gustaba el pintor mallorquín, pero esono creaba problemas entre nosotras. Podía

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hablar de lo que quisiera e incluso a ellos lesinteresaba saber qué pensaban personas que notenían sus mismas ideas».

Cuando se plantea la posibilidad de que laconversación entre ellos tratara de temaspolíticos, la artista plástica es tajante.

«De política no hablábamos nunca. Yocreo que doña Carmen no se metió en políticaporque Franco no aprobaba que las mujeres semetieran en política ni opinaran sobre esosasuntos. Pero era lo normal en aquella época»,razona Mayte.

«Ningún hombre dejaba que su esposa semetiera en su terreno y ni mis cuñadas ni yosabíamos lo que pasaba en la empresa Barreirospor lo que nos contaban nuestros maridos, sinoque lo poco de lo que nos enterábamos era porlo que publicaba la prensa de entonces».

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La afición a las joyas

Que a doña Carmen le gustaban las joyases algo que no tiene discusión, pero que esaafición por las alhajas sobrepasaba lo normalpara convertirse en una auténtica obsesión porcoleccionarlas y adornarse de forma excesivacon ellas es algo que sus detractores siemprehan subrayado y sus partidarios han tratado deminimizar.

Sobre esta afición a las joyas de la Señorahay una oscura leyenda que incluye el rumor deque, en su época, los joyeros de Madridhicieron un acuerdo sindicado para costearentre todos las pérdidas que suponían losregalos o donaciones que se hacíanobligatoriamente a la primera dama en lasfrecuentes visitas a sus establecimientos. Alparecer, una de las íntimas amigas de doñaCarmen, Pura Huétor, se pasaba por adelantadoa ver a los joyeros y les dejaba caer la

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conveniencia de que obsequiaran o rebajaransensiblemente el precio de las piezas quegustaran a la mujer de Franco, como detalle auna persona de tan alta posición.

Los propietarios de las elegantes tiendasfrecuentadas por doña Carmen, los Aldao o losPérez Fernández, nunca han confirmado esosrumores, pero sí han hablado de esostrapicheos abiertamente algunos de losallegados del propio jefe del Estado. Es el casodel general Franco Salgado-Araujo, quien en sulibro Mis conversaciones privadas conFranco alude a la marquesa de Huétor entérminos muy críticos por «las trapisondas quedicha señora hace con joyeros y comerciantespara conseguir que hagan regalos a la señora deS. E.».

Lo que está claro y nítido, porque para esoestán las fotografías y reportajes de la época,es la costumbre de la mujer de Franco de irhabitualmente muy enjoyada, con su eterno

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collar de perlas de varias vueltas de muy buentamaño y de excelente calidad que le hizoacreedora del apodo de «la Collares». En suatuendo tampoco faltaban los pendientes, confrecuencia también de perlas, a juego con elcollar que usaba siempre, los anillos de piedraspreciosas encajados en los dedos de sus largasy finas manos, las pulseras que cubrían susdelicadas muñecas y relojes de alta gama demateriales preciosos. Eso, en el día a día,porque en las ocasiones especiales, laostentación era muy superior, al lucir ella y suhija tiaras espectaculares que no tenían nadaque envidiar a las que lucían reinas y princesase incluso los marajás indios y sus esposas, lasmaharanís, en fiestas dignas de Las mil y unanoches. Y todo ello en una época de la historiade España en la que la población tenía quecontentarse con los escasos alimentos que serepartían por medio de las cartillas deracionamiento, que ni siquiera estaban al

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alcance de todos los ciudadanos.Todo el que quiera ver y comprobar cómo

eran las joyas de la Señora y las que más tardelució su hija Carmencita no tiene más quebuscar en la red las imágenes de doña CarmenPolo en las cenas oficiales que se celebraronen el Palacio Real, con motivo de alguna de lasescasas visitas de los jefes de Estado que searriesgaban a venir a Madrid y a aparecer juntoal dictador. O en la boda de Carmencita con elmarqués de Villaverde, en la que la hija deFranco lució una diadema de brillantes y perlasespectacular, más propia de una princesa desangre real que de la hija de un general queascendió a la Jefatura del Estado de un régimenautoritario mediante un ilegal y violento golpede Estado. Tampoco hay que pasar por alto ladiadema de esmeraldas y brillantes que regalóla Señora a su nieta mayor, Mary Carmen, conmotivo de su boda con Alfonso de Borbón, enla que su abuela combinó de forma peculiar el

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atuendo clásico de peineta y mantilla con unatiara de piedras preciosas digna de lamismísima emperatriz de China.

El nieto mayor de doña Carmen, Francis,defiende a su abuela en el libro recientementeescrito sobre el Caudillo La naturaleza deFranco. Y lo hace con firmeza para desterrar loque él cree ser solo prejuicios.

La percepción que hoy tienen losespañoles de Carmen Polo no puede ser máserrónea. Los medios se han encargado depropagar una serie de clichés que consideroterriblemente injustos. Además de la collares,expoliadora de joyerías, a menudo la retratancomo un ser intrigante.

Una afirmación la de Francis que contrastacon lo que cuenta en su libro acerca de la firmenegativa de su abuelo, el Generalísimo, a que suesposa cambiara varias de las valiosas alhajasque había recibido con motivo de sus bodas deoro por un diamante al que ya le había echado

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el ojo en una de sus joyerías favoritas, queestaba valorado en unos 8 o 9 millones depesetas. Para efectuar el trueque, la Señorapidió a su esposo el dinero que había queponer, además de entregar las otras piezasregaladas, dado el alto valor de la piedrapreciosa. El dictador, que no era precisamentedespilfarrador en temas de dinero, se lo negócon una frase ciertamente ilustrativa: «¿Cómose te ocurre comprarte una cosa así? Nosotrosno tenemos posición para comprarnos esediamante». A doña Carmen, la objeción de sumarido le frustró el capricho de aumentar sucolección de alhajas con un solitario de grantamaño y valor.

Jimmy Giménez-Arnau, marido de Mery,una de las nietas de doña Carmen, cuenta en sulibro Yo, Jimmy la impresión que le causódescubrir una auténtica cámara del tesoro en suprimera visita a la casa de la señora de Meirás,cuando era novio de la hija de los marqueses de

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Villaverde. Jimmy describe el momento en quealguien de la familia, no su futura esposa, leintrodujo en un cuarto de unos cuarenta metroscuadrados, cuyas paredes estaban cubiertas porarmarios estrechos entelados que iban delsuelo al techo. Su guía tiró de una de laspuertas al azar y descubrió el interiorenteramente compartimentado en cajones queal abrirlos dejaban al descubierto una serieingente de alhajas amontonadas.

En aquel cajón... había una mezcladesordenada de joyas: collares, diademas,pendientes, guirnaldas, broches, camafeos ytodo con lo que sueña un cazador de fortuna.De seguido, tras cerrar este cajón, se abrió otroen el otro lado de la habitación y volvieron losdestellos de perlas, aguamarinas, brillantes,diamantes, oros y platas... allí reposaba parte dela colección privada de la Señora, que, deseguro, habría enloquecido al joyero másequilibrado.

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La cueva de Alí Babá que describe elescritor y periodista solo se puede entender enel contexto de una España corrupta, en la quepara obtener prebendas y favores de lospoderosos había que pagar un peaje. Y comoera pública y notoria la afición desmedida de laesposa de Franco por las alhajas, cualquiera quedeseaba obtener una licencia o un permiso parainstalar cualquier tipo de negocio sabía quehabía que complacer a la Señora para tener enella una aliada que le apoyara en su demanda.

Así que, si es cierta la descripción de lacueva del tesoro de Giménez-Arnau y no frutode su imaginación, hay que deducir que laafición por las joyas de la mujer de Franco noes una quimera inventada por sus detractores,como dice su nieto Francis, sino una realidadque supera lo imaginado por cualquier autor deficción.

El historiador gallego Carlos FernándezSantander, autor de una completísima biografía

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crítica de Francisco Franco, relató a la autoracómo era el modus operandi de la Señora.

«Ella lo hacía todo con disimulo. Cuandoiba a un acto, a inaugurar un lugar, le hacíanregalos cuantiosos, algunos de 300.000 o400.000 pesetas. Alguien del séquito le decía alos dueños del negocio que iba a inaugurar queera costumbre que se le hiciera un regalo a laSeñora y, por supuesto, se lo hacían. A veceseran joyas y otras veces, objetos valiosos.

»Pero lo que verdaderamente le gustaba adoña Carmen era irse de viaje con una amigasuya a un pueblo de Portugal, a la joyeríaGomes de Poboa de Varzim, a comprar joyascomo inversión. Iba mucho a esos viajes conInés Lastres, madre de José María OteroLastres, una señora que tenía mucho dinero,casada con un notario».

El historiador gallego, que posee unabiblioteca de 7.500 volúmenes dedicadaíntegramente a la historia del siglo xx que

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ocupan las paredes de todas las habitaciones desu casa de La Coruña, excepto cocina y cuartode baño, ha dedicado gran parte de su tiempo arecopilar testimonios de sus paisanos gallegosque luego vuelca en sus libros, escritos conrigor y minuciosidad.

«Muchos regalos que le hacían a doñaCarmen los regalaba a su vez a familias quecelebraban una boda y así cumplía con ellas singastar ni un duro. Uno de los regalos quehabitualmente hacía Franco era una pitilleracon el escudo de los dragones que empezósiendo de plata y después, por ahorro, pasó aser de alpaca».

«Eran muy tacaños», añade FernándezSantander, quien precisa que «Franco era muyaustero consigo mismo, pero el resto de laspersonas que le rodeaban vivían de otra maneramuy cerca de él. A doña Carmen le gustabaregatear cuando iba de compras, algo que noera muy digno en una persona de su nivel».

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El propio historiador, sin embargo, afirmaque se ha exagerado a veces sobre el afán de laSeñora por obtener regalos valiosos sinpagarlos.

«Doña Carmen tenía fama de aprovechadaa la que le gustaba el lujo y el dinero.

»Pero, por ejemplo, cuando iba a lafábrica de Sargadelos, porque era una fanáticade la cerámica de Castro, sobre todo de laantigua, siempre pagaba lo que compraba allí.El responsable de la fábrica, ubicada cerca deMeirás, Isaac Díaz Pardo siempre defendió elcomportamiento de doña Carmen cuando iba asu tienda y aseguró que abonaba el importe delas piezas que se llevaba. Una actitud quesorprende de alguna manera, ya que a su padrele dieron el paseo y lo fusilaron los franquistasa principios de la Guerra Civil, exactamente el18 de agosto de 1936, el mismo día quemataron a Lorca».

La única persona que quita importancia a

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la desmesurada afición de Carmen Polo por lasalhajas es Mayte Spínola.

«A doña Carmen le gustaban las joyas, esverdad, pero como a cualquier mujer, lasalhajas son parte de la indumentaria femenina.Además, ella tenía que arreglarse de acuerdocon su rango de mujer del jefe del Estado paracumplir adecuadamente con su labor derepresentación.

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La afición a las antigüedades

Otra de las aficiones más conocidas de laSeñora eran las antigüedades.

José Antonio Vaca de Osma, diplomáticoe historiador que ocupó el puesto degobernador civil de Ávila en los años sesenta,cuenta una anécdota divertida que ocurriódurante una visita de doña Carmen Polo a laciudad castellana.

«Doña Carmen vino a hacer una visitaoficial a la ciudad y después se acercó a casa adescansar antes de emprender el regreso aMadrid. Desde que llegó empezó a fijarse en uncapitel bizantino antiguo que yo tenía en unlugar destacado de la habitación en la queestábamos y comentó repetidas veces que eraprecioso y que le gustaba mucho».

El embajador Vaca de Osma le explicóque se trataba de una pieza arqueológica de granvalía cuya antigüedad se remontaba al siglo x o

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xi de la era cristiana. La mujer de Franco siguióalabando la exquisita escultura y cada vez lamiraba con ojos más ansiosos. Pero Vaca deOsma supo resistir la presión que él interpretócomo un deseo de Carmen Polo para que se loregalara, y no lo hizo. Aunque para paliar unpoco la historia y contentarla, el diplomáticoprometió a la Señora que le conseguiría otrocapitel antiguo y que se lo mandaría al Palaciode El Pardo. Y así lo hizo.

Según contó a la autora el historiador,recordaba aquel momento como muy tenso,porque vio peligrar la propiedad de esa valiosapieza debido a la afición desmesurada de doñaCarmen por las antigüedades.

Episodios parecidos a los que cuenta eldiplomático circulan por toda España, peroespecialmente abundantes son los querecuerdan algunas familias bien de Oviedo, laciudad natal de la Señora, que mandabanguardar la plata que había en sus casas cuando

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doña Carmen anunciaba su visita, porque, si seencaprichaba de alguna pieza, era obligadoregalársela por deferencia a alguien de tanelevada posición.

Sobre la afición de la mujer de Franco porlas antigüedades opina así su amiga MayteSpínola.

«Doña Carmen estaba acostumbrada desdeniña a valorar las obras de arte y lasantigüedades, porque las había visto en su casay en la de su familia asturiana. De ahí quizá levenía esa afición a las piezas antiguas, porque lahabían rodeado desde siempre, desde la cuna.Ella era muy buena conocedora del mundo delarte, lo valoraba mucho, era muy entendida ydistinguía enseguida la valía de una pieza dearte antigua. Eso es así a pesar de que ella noera una experta en arte ni tenía unconocimiento a fondo de los museos. Pero sítenía una sensibilidad especial para todo lo quefuera bello, era una mujer exquisita en sus

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gustos».Las que sí están confirmadas son sus

frecuentes visitas a anticuarios muy conocidospor la valía de los objetos que tenían en susalmonedas. La hija de un conocido anticuariode Jerez de la Frontera recuerda perfectamenteel revuelo que se armaba en la almoneda de suspadres cuando iba la esposa del Caudillo con lamujer de Carrero Blanco y otras señoras a verlas piezas antiguas que había en elestablecimiento. Maruja conserva en sumemoria esa imagen y la de la gente del barrioque se arremolinaba en los alrededores para vera personas tan distinguidas. Esas visitascoincidían con los desplazamientos delmatrimonio Franco a la provincia gaditana paraque el Caudillo fuera de caza a cotos privadosde los Terry y otras familias de postín de esaregión andaluza.

El historiador Carlos Fernández Santanderhabla de Eutiquiano, cuyo establecimiento de la

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plaza de Santa Ana de Madrid era muyfrecuentado por la Señora, que posteriormenteobtuvo de la Administración una licencia deimportación de café que le produjo pingüesbeneficios. También refiere el historiadorcoruñés su afición a pasarse por LaEsperanzona de Oviedo, en donde adquiríajarrones y porcelanas, y por sus numerosasvisitas a La Doloriñas de Santiago deCompostela y a Loureiro, en San Sebastián,para obtener tapices y otros objetos de granvalor.

Cuando la viuda de Franco tuvo quedesalojar el Palacio de El Pardo después de lamuerte de su marido, todas esas piezas de granvalor acumuladas a lo largo de más de tresdécadas salieron en camiones con destino a lasnumerosas fincas propiedad de los Franco.Eran tantas que muchos de esos objetos sealmacenaron en las grandes estancias de lospazos de Meirás y Cornide, en la casona de la

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finca de Valdefuentes, en la de Torrelodones yen tantas otras además del espléndido piso deHermanos Bécquer, en el que la Señora vivióhasta su muerte.

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Una señora de misa diaria

Un rasgo que caracterizaba la personalidadde doña Carmen, según todos los testimonios,era su profunda religiosidad y sus firmescreencias en el credo católico. Asistía todoslos días a misa en la iglesia del Palacio de ElPardo donde oficiaba el padre Bulart, capellánde la familia Franco, que también celebraba elSanto Sacrificio durante los veranos en lacapilla del Pazo de Meirás. Cuando estaba enLa Coruña, iba a cumplir con su devoción en lacolegiata de Santa María del Campo, enfrentejusto del Pazo Cornide, donde oficiaba la misade diez el abad, Rafael Taboada. Terminado eloficio religioso, la Señora tenía el detalle deinvitar a desayunar al padre Taboada, al quehacía partícipe de algunas confidencias y que laconsideraba una persona «amable, discreta ybuena creyente», según el historiadorFernández Santander. Practicaba la religión con

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una disciplina y rigor que exigía con igualintensidad a su familia y a todos los que larodeaban. Era lo que se conoce como unamujer muy piadosa, algo que ha dado lugar acomentarios irónicos por parte de algunos desus familiares, los más recientes los de sunieto mayor, Francis, que la califica en su librode «persona de misa diaria y pacata», y describeasí lo que pasaba cuando iba con sus abuelos depesca:

La pesca en La Granja tenía para mí supenitencia, ya que mi abuela, que casi siemprenos acompañaba, nos hacía rezar el rosario enel viaje de ida desde Madrid... y también a lavuelta. Aquello era una auténtica tortura,porque rezábamos todas las letanías hasta quellegábamos a nuestro destino. Todavía meacuerdo: Salve Regina, Mater Salvatoris, Orapro nobis... Esos viajes me parecían eternos ysolo sentía alivio cuando empezaban las SieteRevueltas de Valsaín... que indicaban la

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proximidad del fin del viaje... y del rosario.Otro pasaje que ilustra bien las prácticas

devotas que regían la vida de doña Carmen seencuentra en el libro de Ramón Garriga LaSeñora de El Pardo. En uno de sus capítulos,dedicado a los años de la Guerra Civil,concretamente a la etapa en la que los Francoresidieron en Salamanca, el autor describecómo todas las tardes, a última hora, doñaCarmen congregaba a toda su familia para rezarel rosario. A esa misma hora, Francisco Francoregresaba de sus viajes al frente de guerra ydedicaba su tiempo a recibir a las personas queacudían al cuartel general, porque necesitabanver al general que detentaba ya el cargo de jefedel Estado.

Un día, acudió a ver a Franco el abad deMontserrat, Antoni M. Marcet, que seencontraba en la denominada zona nacional. Elreligioso tuvo que esperar un largo rato, ycuando por fin pudo ver al dictador, este le

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pidió disculpas por haberle hecho esperar tantotiempo. El abad quiso restar importancia a lademora, achacándola a la fatiga que debía sentirdespués de una dura jornada y a la necesidad detomar un baño y descansar un rato. La sorpresapor parte del fraile fue enorme cuando escuchóde boca del Caudillo las razones de su tardanzaen recibirle:

Mi demora no se debe a lo que usted dice.Sucede que Carmen, mi esposa, tiene el hábitode rezar el rosario a última hora de la tarde, ycuando estoy en Salamanca asisto a la plegaria.Mi regreso, hoy, ha coincidido con el iniciodel rosario, y he tenido que sumarme al grupofamiliar para dar satisfacción a mi esposa, queconsidera que todos los asuntos, seanguerreros o políticos, pueden esperar, pues loimportante es implorar la ayuda divina.

El mismo autor reflexiona en su obrasobre la mujer de Franco acerca de la paradojaque suponía que doña Carmen fuera tan devota

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y piadosa y, sin embargo, no fuera capaz deejercer la influencia que, como esposa, teníasobre su marido para conseguir que seindultaran a muchos de los condenados a lapena de muerte después de juicios sumarísimossin garantías procesales de tipo alguno.

Lo cierto es que, por una parte, seinvocaba la ayuda divina para ganar la guerraque los militares levantados en armas habíanprovocado con su golpe de Estado y, por otra,se olvidaban los más elementales sentimientosde caridad y piedad cristiana de los que hacíangala los pertenecientes al bando nacional.

Muchas de las esposas, madres e hijos delos condenados sumariamente a la pena capitalacudían a unas monjas próximas a la esposa deFranco para intentar que doña Carmen seapiadara de sus hijos, maridos o padres yconvenciera a su esposo de que les indultaran ycambiaran la ejecución por penas de prisión.Aunque en algún caso concreto la esposa de

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Franco trasladó a su marido alguna petición declemencia, no consta que ella ejerciera deforma significativa esa labor de mediadora paraevitar que se derramara tanta sangre.

La razón de ese comportamientoposiblemente esté relacionada con el rechazototal y absoluto de Franco a que las mujeresintervinieran en modo alguno en la vidapolítica. Así lo aseguran su nieto Francis,cuando escribe que su abuela ni pinchaba nicortaba en asuntos políticos, porque su abuelono lo hubiera permitido, y su hija Carmen, en ellibro de Jesús Palacios y Stanley G. PayneFranco, mi padre, en el que afirma que sumadre nunca se metía en nada y nunca interfirióen los asuntos profesionales:

Mi padre ... era de las generaciones queeran muy machistas, o sea que a las mujeres seles podía pedir una opinión pero nada más ... Ymi madre se sentía satisfecha con ese papel. Sí,mamá estaba encantada, no le importaba nada.

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Las obras de caridad ybeneficencia de la Señora

En la época franquista, en la que lasmujeres tenían un papel nulo o de simpleacompañamiento de sus maridos, el únicohueco que se les dejaba era el de las obras decaridad. Visitas a hogares para niñosdesamparados, inauguraciones de comedoressociales organizados por la Sección Femeninade Falange, que dirigía la hermana de sufundador, Pilar Primo de Rivera, conciertoscuya recaudación se destinaba a obras debeneficencia, eran los actos a los que acudíacon frecuencia la esposa del jefe del Estado.

Todas las vísperas de las fiestas deNavidad, se montaban recitales benéficos enlos que actuaban los artistas de la época, comoCarmen Sevilla, Lola Flores, Lucero Tena yotros, en un teatro de la Gran Vía madrileña.Doña Carmen, arreglada con esmero y luciendo

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un atuendo en el que no faltaban el sombrero,el collar de perlas de tres vueltas, el abrigo depieles y todos los complementos obligadossegún la moda de la época, presidía desde elpalco de autoridades la gala en la que ademásde esos otros artistas siempre estaba presenteun cantante que era el favorito de la Señora:Raphael. El artista jienense hacía las delicias dela esposa de Franco en esos saraos en los queejercía encantada su papel de primera dama, a lamanera de otros países extranjeros.

Con el tiempo, la amistad personal entredoña Carmen Polo y el matrimonio formadopor Raphael y su mujer, Natalia Figueroa, seafianzó mucho y se prolongó después de lamuerte de Franco, en el período en el que ellavivía en Hermanos Bécquer. Aunque NataliaFigueroa declinó la posibilidad de contar a laautora de este libro algunos pormenores de laamistad que mantuvieron ella y su marido conla esposa de Franco, testimonios como el de

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Jimmy Giménez-Arnau aseguran que las visitasde la Señora a la casa de la pareja eran muyfrecuentes y que doña Carmen se sentía muyarropada por Raphael y Natalia.

En cualquier caso, lo que es evidente esque doña Carmen cumplió con su papel dedama caritativa en un país devastado por laguerra en la forma y costumbre que se hacíaentonces. Desde una posición de distancia ylejanía, pero nunca metiéndose hasta el fondoen los problemas tremendos que teníanplanteados las mujeres en un país en el que sefomentaba la sumisión femenina al hombre, supapel único de ama de casa, su rol de reposodel guerrero, su falta de ambicionesprofesionales y su no intervención encuestiones políticas.

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El brazo incorrupto de santaTeresa

Hay una historia, propia de la Españanegra, que ilustra perfectamente la clase dereligión que practicaba el matrimonio Franco;es la del apego total del Caudillo y su esposa ala reliquia del brazo incorrupto de santa Teresa,hallada después de la toma de Málaga por lastropas de Queipo de Llano. Es posible quemuchas personas hayan oído hablar sobre la feque el Caudillo y su esposa sentían por esareliquia, rescatada en el transcurso de la GuerraCivil española después de haber sido sacada deun convento de Carmelitas descalzas de laciudad de Ronda. Al recuperar las tropasfranquistas la mano de la santa de Ávila, se laenviaron a Franco, quien ya no quisodesprenderse de la reliquia en toda su vida porla gran fe que puso en ella.

Todavía hoy, los visitantes que acuden a

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ver el Palacio de El Pardo, escenario de la vidade los Franco durante casi cuatro décadas,pueden ver en el antiguo dormitorio de lapareja una cómoda encima de la cual estuvocolocado el brazo ennegrecido por el paso delos siglos de una de las mujeres mássignificativas de los llamados escritoresmísticos del Siglo de Oro español.

La reliquia de la santa que pensaba que aDios se le servía mejor en las cocinas que enlos templos y que reformó su propia orden, a laque impuso las reglas de la humildad y lacaridad cristiana, presidió la estancia en la quese desarrolló la vida íntima del Caudillo y laSeñora, e incluso viajó con el matrimonio ensus desplazamientos habituales. Un ayudantedel general era el encargado de custodiar lareliquia y responsable de que no se extraviarani nadie la robara. Y cuando Franco agotaba susúltimos días de vida, la mano de santa Teresafue llevada a la habitación del Hospital de La

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Paz donde el dictador exhaló su último suspiro.En esa ocasión, la santa no pudo ejercer suprotección por el moribundo, invadido portubos y aparatos, que lo único que debía dedesear era que le dejaran morir en paz en vez deempecinarse en prolongar su ya improrrogablevida.

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6. Los Polo y los Franco en lavida de la Señora

No hay más que repasar un poco la vida dedoña Carmen a lo largo de las distintas épocaspara darse cuenta del papel preponderante queella dio a su familia por delante de la de sumarido. Algo que, hasta cierto punto, se puedeconsiderar normal, ya que son siempremayores los lazos afectivos con los de tupropia sangre que con los parientes que surgende la familia política, a los que conoces porrazones sobrevenidas y con los que puede haberciertas afinidades o, por el contrario, profundasdiferencias.

La pertenencia de la familia Franco a unaclase social más humilde siempre pesó en elánimo de los Polo, quienes, de alguna manera,se consideraban superiores a elloseconómicamente y también en el plano de suposición social. Cuando el comandantín visitó

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por primera vez la casa de su novia en Oviedo ofue con ella a la finca de La Piniella, se quedóadmirado de la exquisitez y el buen gusto quederrochaba la familia de Carmina. Hasta elpunto de que hay quien afirma que ese puntofue determinante a la hora de mantenerse firmeen sus propósitos de cortejar a la jovencita debuena familia asturiana, ya que sus modales, suposición y su buena educación podrían ayudarlemucho en su ambición de escalar puestos deimportancia en la carrera militar.

Las hermanas de doña Carmen, Isabel yZita, y su hermano Felipe, permanecieron cercade la Señora y compartieron con ella muchosaños de su vida. Isabel se casó con uningeniero, Felipe Guezala, que murió pronto,pero con el que no tuvo hijos, y eso favorecióque la relación entre ambas hermanas fuerasiempre muy estrecha. Acudía con muchafrecuencia al Palacio de El Pardo, a lasmeriendas y celebraciones que organizaba doña

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Carmen, permanecía en el Pazo de Meirás granparte de las vacaciones de verano delmatrimonio Franco y ejerció de tía abuelacariñosa y amable con los nietos de suhermana, quienes también tomaron un granafecto a la tía Isabelina.

En el caso de su hermana pequeña Zita,Carmen la protegió mucho, y desde sumatrimonio con Franco, pasó frecuentestemporadas con ellos. Zita era una jovenpreciosa y de modales exquisitos, aunque nodemasiado inteligente, según el testimonio depersonas que la conocieron de cerca. Duranteuna de esas estancias con su hermana y sumarido, concretamente en Zaragoza, dondeFranco había sido destinado por Alfonso XIIIpara restablecer y dirigir la Academia GeneralMilitar, Zita conoció en 1929 en la residenciade los Franco a Ramón Serrano Súñer, un jovenabogado del Estado, apasionado políticofalangista, brillante e inteligente, con el que se

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casó más tarde.

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Ascensión y caída del«cuñadísimo»

El recién nombrado general Franco, quese convirtió en el general más joven de Españacon tan solo treinta y tres años, había conocidoal que luego se convirtió en su cuñado en elambiente social de la capital aragonesa, en lasreuniones del Casino Militar, que SerranoSúñer frecuentaba tras ser destinado a Zaragozay después de haber cursado sus estudios deleyes en Madrid. En la capital española,Serrano se hizo muy amigo de José Antonio,hijo del dictador Primo de Rivera y fundadordel partido de Falange Española.

Con el tiempo, Franco y Serrano Súñer seconvirtieron en uña y carne y entre ellos seestableció una relación muy estrecha en la queel militar aportaba su punto de vista comoestratega y experto en cuestiones operativas, yel político añadía su experiencia e ideario en

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los asuntos de naturaleza política. Unasimbiosis fructífera que funcionó durantemuchos años y que se rompió por razones detipo familiar y también de carácter político.

Después de la boda de Zita Polo conSerrano Súñer, conocido popularmente comoel «cuñadísimo» por la gran influencia queejerció en la vida pública española, laadmiración por el joven político era enorme enel seno del hogar de los Franco; todo lo quedecía era escuchado con atención y la propiadoña Carmen llamaba la atención de su maridocuando este se mostraba escéptico frente a lasideas de aquel.

A pesar de las diferencias que hubo aveces entre los dos hombres, debidas a laestricta visión autoritaria y castrense de Francofrente al punto de vista político e ideológico deRamón Serrano, como falangista ynacionalsocialista que era, el marido de ZitaPolo se incorporó al núcleo de poder cercano a

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Franco en Salamanca, después de escaparse dela cárcel Modelo de Madrid. Era el 20 defebrero de 1937 cuando el matrimonio SerranoPolo llegó a la capital salmantina acompañadode su familia, después de pasar enormespenalidades en la zona republicana ypermanecer en prisión durante varios meses.

El historiador Paul Preston, en subiografía de Franco, cuenta que a pesar de queSerrano Súñer hizo de enlace entre Franco ylos conspiradores militares en la primavera de1936, a pesar también del importante papel quedesempeñaron él y su familia en el intento deacercar a Franco y a José Antonio Primo deRivera, el cuñado del general no sabía la fechadel levantamiento. Eso causó grandespenalidades a su familia, parte de la cual fueencarcelada por encontrarse en zonarepublicana, y dos de sus hermanos, José yFernando Serrano Súñer, fueron víctimas de lasterribles sacas que cada noche costaban la vida

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a miles de ciudadanos por el hecho solo de sermiembros de partidos de derechas.

Ramón Serrano quedó muy traumatizadopor la experiencia en la que él logró salir de lacárcel Modelo de Madrid, asegurando alministro de Justicia que no tenía nada que vercon la Falange y que no existía relación deningún tipo con su cuñado el general Franco.Cuando por fin logró dejar atrás los muros dela Modelo, cogió a su familia y logró llegar aHendaya, lugar en el que fue recogido por unautomóvil enviado en su búsqueda por su yatodopoderoso cuñado y que los trasladó a lacapital salmantina.

Doña Carmen recibió con los brazosabiertos a su hermana, su cuñado y a los hijosde ambos en el Palacio Arzobispal deSalamanca, convencida de que la habilidadpolítica de Serrano Súñer sería de gran utilidada su marido. Él ayudaría a su Paco a poner unpoco de orden en el caos reinante en esos

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momentos en la zona nacional. El cuñadísimotenía amplio conocimiento de la estructura yfuncionamiento de los regímenes fascistasimplantados en Italia y Alemania, y de lo que setrataba era de establecer un régimen similar enEspaña que pudiera alinearse y tener un puestoimportante en el denominado Nuevo Orden,cuyas cabezas visibles eran Hitler y Mussolini.

Serrano cooperó con Franco para unificarlas distintas facciones políticas en un solomovimiento que lideraría él y que tantodisgustó a los dirigentes falangistas que vieroncómo su partido quedaba subsumido en un todoen el que ellos asumían un papel secundario.Pero el prestigio adquirido como íntimo amigoy colaborador de José Antonio y su condiciónde familiar de Franco hizo de Serrano Súñer lapersona idónea para limar asperezas yconseguir hacer franquistas a los jefes de laFalange, aunque nunca logró hacer falangista aFranco, obsesionado por consolidar su poder

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personal más que por adoptar una ideologíaconcreta.

Una de las personas con las que SerranoSúñer contó en esos primeros tiempos delrégimen franquista fue Dionisio Ridruejo,falangista de pura cepa que aceptó colaborar entodas aquellas operaciones de ensalzar la figurade Franco como sucesor de José Antonio,desde su puesto de responsable de propagandadel nuevo orden político. La amistad entreSerrano y Ridruejo se prolongó durantemuchos años, una vez que ambos se situaron almargen del régimen de Franco.

Pero no quedó en eso la colaboración deSerrano Súñer con su cuñado, sino que fue másallá hasta conseguir sustituir a las personas queformaban parte del círculo más próximo del yadesignado jefe del Estado. Serrano consiguiódeshacerse de los más estrechos colaboradoresdel general que formaban el ineficaz y débilequipo de apoyo a la Jefatura del Estado, entre

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ellos Nicolás Franco, su hermano mayor, aquien logró quitar de en medio y mandarlo deembajador a Lisboa. Y consiguió acontinuación ser nombrado ministro deGobernación, uno de los cargos de mayorresponsabilidad dentro del aparato delincipiente Estado. Cuenta Carmen Franco en ellibro Franco, mi padre de Jesús Palacios yStanley Payne:

Papá siempre decía que no le gustaba lapolítica, y el tío Ramón, como era abogado yhabía sido diputado en Cortes, se creía muchomás capacitado que mi padre para dirigir laparte política del Movimiento. Papá no conocíaa casi ninguno de los ministros que tuvo en elprimer gobierno... Fue el tío Ramón el quepuso a casi todo el mundo en esas carteras.

La estrecha colaboración de SerranoSúñer con Franco se prolongó a lo largo decinco años. Durante ese tiempo, la relación dedoña Carmen con la familia Serrano Polo fue

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muy estrecha: por un lado, pesaban los lazos desangre que había con su hermana y sus hijos;por otro, el que la mujer del Caudillo veía lautilidad de que su marido tuviera a su lado a unapersona que se ocupara de asuntos que él nocontrolaba y que le hiciera de guía en elintrincado laberinto de la política.

Pero las grietas entre Franco y elcuñadísimo aparecieron pronto, pordiscrepancias de tipo político, tal y comorefleja claramente Carmen Franco Polo:

Hubo un momento en que se distanciaronmucho, porque el tío Ramón opinaba de formadiferente, y entonces se alejó mucho, perodurante la guerra y la primera parte de laposguerra tuvo muchísima influencia.

La realidad es que Serrano Súñer era ungermanófilo convencido que abogó durante laSegunda Guerra Mundial por alinearse con eleje italoalemán, cuya ideología y estrategiadefendió con ardor frente a la ambigüedad

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calculada de Franco. Eso fue una fuente dedesavenencias entre los dos cuñados, según eltestimonio de la hija del Caudillo:

...una muy fuerte era que era muyproalemán el tío Ramón. Mi padre tenía a losalemanes mucha admiración, por una parte,pero, por otra, no creía que iban a ganar laguerra. Él además pensaba que si EstadosUnidos tomaba parte, no había solución,ganaban los aliados seguro. Y el tío Ramónquería que se hubiera metido en el tripartito [elEje]. Ideológicamente, pues, sí podría haber idocon Mussolini y Hitler, pero prácticamente nocreía en la victoria de Alemania.

En agosto de 1942, hubo unos gravesincidentes en la bilbaína basílica de Begoña, ala salida de una ceremonia religiosa en la queunos falangistas lanzaron unas bombas de manocontra los asistentes, muchos de ellostradicionalistas, que provocaron unenfrentamiento serio entre la Falange y el

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Ejército. La crisis se saldó con el cese de losministros de Gobernación y del Ejército, perotambién con la de Serrano Súñer, que defendióa ultranza a los falangistas implicados en losatentados.

Según los historiadores y el propiocuñado de Franco, quien sugirió al Caudillo queSerrano debía ser cesado fue el marino LuisCarrero Blanco, ya instalado en el círculo depoder del jefe del Estado. El que años mástarde sería jefe de Gobierno de Franco sugirióal dictador que si no cesaba a su cuñado,entonces ministro de Exteriores, todo elmundo pensaría que quien mandaba en elgobierno no era Franco sino Serrano Súñer.

La hija de Franco cuenta en otros pasajesdel libro de Palacios y Payne cómo la grietaentre las dos familias se fue agrandando a partirde la crisis de 1942.

Detalla que a su padre no le gustaba hablarde su cuñado, y que el trato entre las dos

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familias «se enfrió bastante. Cuando llegaba laprimera comunión de un hijo de Serrano Súñer,íbamos mi madre y yo —mi padre no, porqueno salía de El Pardo».

Carmen Franco cuenta asimismo que sutía Zita quería mucho a su madre, porque habíavivido mucho tiempo con ella después de morirsu padre. Un día, según la hija de Franco, Zita ysu hermana Carmen tuvieron una fuertediscusión por causa de las diferencias políticasentre Serrano Súñer y Franco, lo que causó un«disgusto horroroso» a su madre que le hizollorar. Y que su padre le decía que no hicieracaso de su hermana Zita, porque ella hablabapor lo que le decía su marido y no por ellamisma.

Pero la gota que colmó el vaso de lapaciencia de la familia Franco respecto aSerrano Súñer fue un asunto de carácter moralque constituyó un auténtico escándalo en lamojigata España franquista. Cuatro días antes

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del cese del cuñadísimo, el 29 de agosto de1942, Sonsoles Icaza, esposa del tenientecoronel Díez de Rivera, marqués de Llanzol,había dado a luz a una hija, Carmen, que enrealidad era fruto de la apasionada relaciónamorosa entre Sonsoles y Ramón SerranoSúñer. Una relación que, todo hay que decirlo,era conocida en los corrillos madrileños y queera materia prohibida en el seno de un régimentan puritano y estricto como el franquista. Lahistoria de los amores prohibidos entre la bellaaristócrata y una persona tan próxima a lafamilia del general se convirtió en la comidillade todos y fue considerada como un hechototalmente reprobable al que había que darpúblico escarmiento.

Y eso fue lo que hicieron.«Aunque es cierto que doña Carmen no se

metía nunca en política», afirma Mayte Spínola,«lo que sí es cierto es que ella intervino cuandosu cuñado, Ramón Serrano Súñer, un cerebro

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privilegiado, cayó en desgracia porque tuvo elaffaire con la marquesa de Llanzol. Creo queaquello no fue una cuestión política sino másbien un asunto familiar».

Mayte rechaza la teoría de que hubo unacuestión de celos entre Franco y su cuñadodebido a que Serrano Súñer era muy brillante ypodía hacerle sombra a aquel. Ella cuenta queese asunto sí lo habló con doña Carmen en unmomento determinado de la larga relación deamistad que hubo entre ellas, ya que fue untema «muy fuerte» que la Señora reprobódesde un punto de vista familiar.

El historiador Carlos Fernández Santanderinsiste en su biografía del general Franco queel escándalo provocado por la relación entreSerrano y Sonsoles Icaza, que culminó con elnacimiento de una hija de ambos —que porcierto se mantuvo en secreto durante años y noconoció la propia Carmen Díez de Rivera hastaque ya adulta contó a su familia sus planes de

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boda con Fernando, uno de los hijos de SerranoSúñer, que en realidad era su hermano— fue elmotivo real del cese del cuñadísimo.

Aunque Zita Polo era la principal afectada,fue doña Carmen Polo la que reaccionó deforma más contundente e instó a su marido acortar de raíz con una situación que leavergonzaba profundamente y que ofendía yatentaba a sus más íntimas creencias religiosas.

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La relación con los Franco:Nicolás, Pilar y Ramón

Los hermanos Franco forjaron unos lazosde cariño y unión a lo largo de su infancia yjuventud, exacerbados por el abandono delhogar del padre de todos ellos, que provocóque Nicolás, Francisco, Ramón y Pilarformaran una auténtica piña cuyo núcleo era sumadre, doña Pilar. Ella fomentó entre sus hijosunos profundos sentimientos religiosos juntocon un sentido de la familia como clan en elque lo primordial era que siempre debíanayudarse entre ellos y colaborar los unos conlos otros.

Los lazos de sangre, pues, eran muyfuertes entre los hermanos y, de hecho, al irescalando Francisco puestos en la vida militar ysocial, siempre contó con Nicolás y Ramón yayudó a Pilar en todo lo que pudo.

La relación de doña Carmen con su

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familia política fue correcta, desde luego, ysiempre respetó el entrañable cariño que sumarido sentía por su madre. Pero también tuvociertos prejuicios y prevenciones hacia suscuñados, especialmente hacia Pilar, una mujerparlanchina, vivaz, sin pelos en la lengua, quesoltaba las cosas tal cual las sentía y que leparecía demasiado espontánea para moverse enel nivel social que requería la Jefatura delEstado.

Con Nicolás, ingeniero Naval de laArmada, la relación que se estableció duranteel tiempo posterior al golpe de Estado del 18de julio fue muy estrecha. Mientras Franciscose dedicaba a visitar los distintos frentes deguerra, su hermano mayor trabajó comosecretario general y se dedicó a despachar losasuntos políticos y a crear una estructura deEstado que asegurara el liderazgo único de suhermano menor. De la cabeza y las manos deNicolás Franco salió el decreto de

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nombramiento de su hermano Francisco comojefe del Estado y Generalísimo de losEjércitos, después de la reunión que celebrarontodos los generales implicados en elAlzamiento a finales de septiembre de 1936. Eldía 1 de octubre, Franco juró en Burgos sunuevo cargo, que suponía dejar en sus manos elpoder absoluto, algo que debió parecer unsueño a la joven asturiana, que puso toda suconfianza en un insignificante comandante delEjército que la pretendió con tesón hasta que laconvenció de que era el hombre de su vida.

La colaboración de Nicolás con suhermano menor fue muy intensa en esostiempos, y se puede decir que la actuación delmarino fue determinante para que Francoalcanzara el poder; pero pronto empezaron asurgir ciertos problemas debidos a la peculiarforma de organizar el trabajo de NicolásFranco. Los horarios en los que desarrollaba sutarea eran francamente extravagantes:

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empezaba a recibir a las personas que le pedíanaudiencia a partir de la una de la madrugada, asíque, a veces, las actividades de la SecretaríaGeneral se prolongaban hasta primeras horasdel día. A esa hora, Nicolás Franco se retiraba adescansar, con lo cual todas las gestionespendientes se demoraban y el caos y laprovisionalidad se instalaron en la marcha delaparato del Estado.

La forma desordenada de trabajar de unnoctámbulo creaba un serio ambiente dedescontento en Burgos y luego en Salamanca,algo que sirvió de motivo para que Francoechara mano de Serrano Súñer cuando llegó alcuartel general salmantino y le encomendaraponer un poco de orden en la creación de unnuevo aparato en el que asentar sólidamente lasbases del nuevo Estado. Una operación en laque Serrano actuó con plena libertad y queacabó con el cese de Nicolás Franco, que fuedesignado embajador en Lisboa.

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Pero no solo fueron los hábitosdesordenados y caóticos del hermano delCaudillo los que provocaron su caída endesgracia y su envío a Portugal, paísestratégico en aquellas vísperas de la invasiónnazi. Cuenta el historiador Ramón Garriga quela relación de doña Carmen con su cuñada,Isabel Pascual de Pobil, perteneciente a lafamilia de banqueros Coca, no era demasiadofluida, ya que la Señora sentía celos de lanotoriedad de la mujer de Nicolás Franco.Fueron varias las veces que se recibieron en elcuartel general de Salamanca regalos queCarmen Polo esperaba y que no llegaron alfinal a sus manos, sino a las de su cuñadaIsabel, por la confusión que creaba el queambas fueran señoras de Franco.

En cualquier caso, el alejamiento que se leimpuso a Nicolás hizo que este perdierainfluencia con su hermano y que se les apartaradurante largos años. Pero a doña Carmen le

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pareció que desembarazarse de su cuñado,propenso a meterse en líos, como se demostróaños más tarde cuando vivió una vida deplayboy, haciendo conquistas sonadas en laCosta Azul francesa, fue una medida acertada,ya que su presencia podía poner en peligro elpoder y los logros alcanzados por su marido.

Lo curioso es que durante su largoperíodo como embajador de España enPortugal —nada menos que veinte años—,Nicolás tuvo que tratar frecuentemente con elconde de Barcelona, don Juan de Borbón, conel que llegó a tener una muy buena relación. Aambos les gustaba mucho el güisqui, y hacíanmuy buenas migas, según contó Pilar Franco ensu libro sobre la familia.

Nicolás fue el encargado de canalizar losfrecuentes desencuentros entre su hermanoPaco y el heredero de Alfonso XIII, y conocióa fondo los mil y un episodios ocurridos entrelos dos en esa dura pugna mantenida entre don

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Juan para recuperar el trono perdido por supadre y Franco para permanecer en el poder abase de mantener una postura de totalambigüedad. Nicolás, según reconoció supropia hermana, tenía tendencias monárquicascomprensibles «ya que la Marina de Guerrasiempre se manifestó en ese sentido». Lalocuaz miembro del clan de los Franco afirmótambién que su hermano Colás y ella mismaeran partidarios de la vuelta de Alfonso XIII aEspaña, algo que su hermano Paco tenía quehaber permitido, ya que el monarca, según ella,no había sido culpable de nada.

Cuando terminó su mandato comoembajador, el hermano mayor del Caudillo fuedesignado diputado en Cortes, y se dedicó enMadrid a ejercer de miembro de la familia deljefe del Estado y a poner en práctica lo que hoyen día se conoce como tráfico de influencias.Aceptaba ser presidente o consejero de algunaempresa de nueva creación a cambio de ir al

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ministerio correspondiente para conseguir,gracias a su apellido, el éxito de sus gestiones.Las puertas de los despachos a los que acudíanunca se cerraban para él, sino más bien se leabrían de par en par para llevar a cabo cualquiertipo de operación financiera. Es verdad quealgunas de las operaciones que patrocinófueron un fiasco y provocaron ciertosescándalos, como el de ManufacturasMetálicas Madrileñas y el de REACE, perocomo la censura actuaba inmediatamente paraproteger a los familiares del dictador, lahistoria quedaba solo en los corrillosmadrileños y no trascendía a la opiniónpública.

Nicolás fue un bon vivant que disfrutabaenormemente con la compañía de hermosasjovencitas, los viajes a la Costa Azul y lascomidas en los mejores y más selectosrestaurantes. Siendo aún embajador, en 1950,se tomaron ciertas fotografías suyas en las

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playas del sur de Francia en compañía de unachica inglesa espectacular, Nina Dyer, que fueuna de las esposas del barón Thyssen. Tambiéntrascendió el romance de Nicolás Franco conuna nieta de Isaac Albéniz, de gran belleza ymucho más joven que él, cuya muerte enaccidente de tráfico sumió en una profundadesesperación al hermano del Caudillo.

Nicolás murió en 1977, dos años despuésque su hermano, a quien quiso enormementeaunque la disparidad de caracteres entre ambosfue siempre muy evidente.

La relación de Francisco Franco conRamón, el menor de los cuatro hermanos,atravesó tantos altibajos que si se trazara unacurva en un papel, el perfil podría sersemejante a la línea de evoluciones de unamontaña rusa.

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La proeza del Plus Ultra

Todos los que los conocieron aseguranque Ramón fue el más simpático y encantadorde los hermanos. Tenían un conceptototalmente distinto en muchas cosas, mientrasque para Francisco el deber y la fidelidad eranlas más preciadas cualidades del caballero, parasu hermano lo importante era ir alcanzadocotas en su carrera de aviador. Sus proezas enel aire pronto le dieron una gran notoriedad,pero la gran hazaña que lo catapultó a la fama ya la gloria fue cruzar el Atlántico en 1926 abordo del avión Plus Ultra, acompañado deRuiz de Alda, Durán y Rada. Aquello fue elacabose. De repente, la familia Franco pasó aser el centro de atención de toda la ciudadaníaespañola, que consideraba a Ramón Franco unhéroe nacional.

Los periodistas buscaban al piloto que

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inició el vuelo desde La Rábida y consiguióculminarlo llegando primero a Montevideo —lo que le valió una buena reprimenda de Primode Rivera, ya que Uruguay no había reconocidoal gobierno militar del dictador— y aterrizandodespués en Buenos Aires.

La relación de Franco con su hermano noatravesaba entonces un buen momento, debidoa la alineación de Ramón con los partidarios dela República frente a la entonces fidelidadabsoluta con la monarquía de Francisco. Esainclinación política de su hermano menor conlas ideas izquierdistas y su abiertoenfrentamiento con los monárquicos y con elgeneral Primo de Rivera dio muchosquebraderos de cabeza al que luego sería unode los cabecillas militares que se levantaroncontra el orden constitucional y provocaron laGuerra Civil. El héroe del Plus Ultra, además,fue un rebelde que no aceptaba con frecuencialas órdenes de sus superiores, lo cual le causó

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serios problemas en el seno del Ejército de losque le tenía que sacar su hermano Paco, eincluso el propio Alfonso XIII, que le profesóuna gran simpatía y afecto.

La popularidad de Ramón Franco nosentaba muy bien a doña Carmen, que veíacómo el prestigio de su marido en lascampañas de África quedaba desdibujado y enel olvido debido al protagonismo del aviador.La repercusión de su hazaña no fue solo muynotoria en España, sino también en el exterior,mientras que la estrella de Francisco ibapalideciendo y su prestigio como triunfador enla guerra de Marruecos pasaba al recuerdo.

La Señora tenía celos de su cuñado, cuyoaura de aventurero temerario, que nuncaretrocedía ante el riesgo y el peligro,despertaba pasiones multitudinarias.

A esta circunstancia se unió pronto otra,de carácter moral, que disgustabaprofundamente a Carmen Polo: el matrimonio

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del hermano de su marido con Carmen Díaz,una mujer de mala fama a la que conoció unanoche de farra y copas en el Paralelo deBarcelona y con la que se casó pocos días mástarde en la ciudad francesa de Biarritz, en unaboda relámpago que dio paso a una etapa deescándalos, en la que la bebida y la drogaestaban, al parecer, presentes cada día.

El matrimonio con una mujer taninadecuada provocó que la familia Franco lorechazara y que le negaran la entrada a suscasas. Carmen Polo, entre otros, no solo cerrólas puertas a Ramón y a su mujer, sino queestaba horrorizada por la mancha que causabaen el honor de su familia una boda comoaquella, y además, estaba profundamentepreocupada por la repercusión negativa quepudiera tener el asunto en la carrera de su Paco.Este llegó a intentar que el matrimonio de suhermano se anulara, ya que consideraba unaofensa para todos los Franco que una mujer de

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tan escasa cultura, bebedora y malhablada,vulgar y escandalosa, entrara a formar parte dela familia. Pero Ramón dijo que no, porque élsiempre hacía frente a las consecuencias decualquiera de las decisiones, buenas o malas,que tomaba.

Lo que se puede decir, sin temor aequivocación, es que la vida de Ramón Franco,de no ser real, hubiera sido digna de serinventada por un escritor dotado de una granimaginación. En apenas ocho o diez años,desde el vuelo del Plus Ultra a su muerte enaccidente de aviación en aguas de Mallorca, elhermano rebelde del Caudillo pasó de ser unhéroe nacional a ser un proscrito.

De monárquico a conspirador contra lamonarquía, de agitador republicano a anarquistapartidario de Durruti, de diputado por Sevillaque levantó a las masas campesinas contra laRepública burguesa a ser jefe de la base aéreade Mallorca, en el lado franquista y morir

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cuando se dirigía a bombardear a losrepublicanos en Valencia. Sin olvidar, en estesurrealista recorrido vital y profesional, supertenencia durante unos años a la masonería,en grado 33, lo que debió producir un fuerteenojo en su hermano Francisco, que odiabaprofundamente a los masones e hizo de ellos,junto a los comunistas, unos enemigos a batirdurante todo el tiempo que detentó el podercomo Caudillo de España.

Según Pilar Franco, su hermano Pacoperdonó a Ramón todos sus desvaríos y celebróenormemente su adhesión al bando de losnacionales antes de morir en aguas baleares,dándole el mando de la base aérea de las islas.Pero resulta cuando menos curiosa la creenciade Pilar de que a Ramón lo mataron losmasones, porque cuando sufrió el accidente deaviación estaba terminando un libro en el quese mofaba de la masonería, libro cuyomanuscrito no apareció posteriormente

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. La incontinencia verbal de doñaPilar Franco

Si hay alguna característica esencial quedefine la forma de ser y el carácter de la únicahermana de Francisco Franco es la de sucampechanía y espontaneidad para decir lo quepensaba en todo momento. Como ella mismaexpresaba con frecuencia, no tenía pelos en lalengua a la hora de contar las cosas referentes asu familia, de la que se erigió en portavoz ehistoriadora en el libro Nosotros, los Franco.

Publicado cinco años después de lamuerte de su hermano Paco, en 1980, la obraes una auténtica joya para los que quieranadentrarse en la vida de los Franco y en la quela tía Pila, como la llamaban los suyos, cuentatodo lo relativo a sus padres, hermanos,sobrinos y demás familia, sin obviar opinionesnegativas o controvertidas.

De lo escrito por doña Pilar sobre su

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relación con Carmen Polo se deduceclaramente que su cuñada no era precisamentesanto de su devoción. Empieza por decir queera «no voy a decir una belleza, porque no seríaverdad, pero sí una chica muy atractiva y muymorena, como siempre le habían gustado aPaco». Pero para ser ecuánime, le da a sucuñada una de cal y otra de arena al afirmar que«en verdad he de decir que el Generalísimo fuemuy feliz con ella. Carmen siempre fue laesposa perfecta para Paco».

Lo que es fácil notar en toda la obra es unresquemor constante contra los Polo por habersido beneficiados con cargos y prebendas porsu hermano y su cuñada. Se queja de que ni ellani su hermano Nicolás recibieron favor algunopor ser hermanos del Caudillo y de que, másbien, fueron apartados de él por influencia desu cuñada Carmen. De Felipe Polo, hermano dela Señora, cuenta que llegó a ser secretarioprivado de Franco por influencia de su

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hermana, lo que le mejoró sustancialmente lavida social y económicamente. Sin embargo,una viuda como ella, se quejaba, tuvo que sacaradelante a su numerosa prole de diez hijoshaciéndose representante de una fábrica detornillos. Pilar estuvo casada con un ingeniero,Alfonso Jaraiz, que era tradicionalista y queactuó de enlace en Madrid, donde le sorprendióel comienzo de la guerra, con los hombres delgeneral Mola. Enviudó pronto, en febrero de1941, porque su marido salió muydesmejorado físicamente a causa de lospadecimientos sufridos en la zona republicana.

Doña Pilar cuenta cómo en El Pardo secontaba poco con ella en recepciones y tésorganizados por Carmen Polo, pero que sí teníamás contacto con su hermano Paco, con el queiba a almorzar de vez en cuando para ponerle aldía de lo que se decía en la calle e inclusocontarle los chistes que la gente inventabasobre él.

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Hay dos hechos que Pilar criticaespecialmente de su cuñada: la remodelaciónde la casa en la que vivieron los Franco en elpaseo de la Herrera de Ferrol, que elGeneralísimo compró a la muerte de su madre,y la influencia de determinadas amigas deCarmen en la corte de El Pardo, que teníanfama de cometer chanchullos y fomentarcorruptelas.

El primer episodio es una historia bastantechocante que da idea exacta de la mentalidad dela mujer del Caudillo en su afán de borrar larealidad de que los Franco eran una familianormal y corriente y sustituirla por otra en laque los padres y hermanos de su marido erangente de posición holgada y distinguida.

¿Que cómo se trató de dar el cambio?Muy fácil, sacando los enseres de la casa deFerrol en la que nació y vivió de niño sumarido, vulgares y sencillos, y sustituyéndolospor muebles antiguos y de valor adquiridos por

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doña Carmen en sus frecuentes visitas a losanticuarios o provenientes del patrimonio delos Polo.

Pilar Franco considera que las reformasborraron toda la historia de su hogar y de suinfancia, y que fue una lástima, porque aquelsitio tenía su encanto por haber sido el primerhogar del Caudillo y que hubiera sido muyinteresante para las futuras generaciones elpoder ver la auténtica casa donde FranciscoFranco vivió sus primeros años de vida.

Respecto a las amigas de doña Carmenque la adulaban y complacían en todo lo que aella le gustaba, Pilar las denomina «Las brujasde El Pardo», que, apelando a su condición degallega asegura que «aunque no cree en ellas,haberlas, haylas». Aunque de entrada Pilardescarta que su cuñada Carmen perteneciera aese gremio: «Puedo asegurar que no fue unabruja de El Pardo. Nada. ¡En absoluto!», unpárrafo más abajo deja caer que su cuñada sí

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pudo hacer desistir a su hermano de su intentode retirarse del gobierno de España cuando aúnestaba a tiempo.

En un ejercicio pícaro de dobles sentidosy medias palabras, Pilar dice primero que ellaes un pedazo vivo de la historia de España que,además, no se calla, y a continuación afirmacon cierta hipocresía: «Yo no puedo aceptarque mi cuñada fuera el espíritu de El Pardo,que obligara al Caudillo a permanecer en elpoder en beneficio de su hija».

Respecto a las amigas «peligrosas» querodeaban a doña Carmen, no cita por su nombrea ninguna, aunque alude a una cierta marquesa—Pura Huétor de Santillán, sin duda— queacompañaba a su cuñada a todas horas, «conella entraba, salía, compraba, hacía visitas adispensarios, exposiciones, rifas benéficas...».Una descripción que va unida a la afirmación deque Carmen, su cuñada, era una persona muyinfluenciable y confiada, seguida de un largo

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interrogante en el que se pregunta cómo esposible que consintiera que la citada marquesala mezclara en asuntos de poca monta quecontribuían a poner en entredicho el nombre dela primera dama del país.

La hija de Pilar Franco, Pilar Jaraiz, vamás lejos a la hora de definir el papel quedesempeñó la Señora de El Pardo en lasrelaciones de su marido con su familia. Pilar esautora del libro Historia de una disidencia.

Creo sinceramente que nosotros, lafamilia de su marido, le parecíamos muy pocacosa comparados con su categoría. Y muchasveces hemos oído de ella que la familia unasveces se trata mucho y otras poco.

Pilar Jaraiz disculpa a su tía por esaafirmación que no cree tuviera por objeto eladvertir que doña Carmen no deseaba que lavisitaran.

Pero sí era como una manera de tenernosa raya, o por lo menos ese es el sentido que

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nosotros le dábamos. Quería decir que elhecho de ser familia no implicaba un trato másfrecuente o un cariño sincero. El derecho apertenecer a su círculo lo otorgaba, como lasreinas, a las personas de su agrado.

Dentro de este capítulo de las relacionesfamiliares merece una atención especial unapersona que estuvo largos años cerca deFranco, y, por tanto, cerca también de suesposa: Francisco Franco Salgado-Araujo.Primo del Generalísimo y militar como él, elprimo Pacón, como le conocían en familia,escribió un libro, Mis conversacionesprivadas con Franco, que se publicó despuésde su propia muerte y la del dictador. Lasmemorias de Franco Salgado-Araujo levantaronampollas entre los familiares de su primo, quelas calificaron de infamantes e insidiosas. Perola verdad es que son un testimonio valiosísimosobre la personalidad del Caudillo, que noelude, por cierto, comentarios muy críticos

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hacia su mujer y el carácter insufrible de esta.Hay días que no se aguanta a sí misma,

adopta un aire de severidad y empaque absurdo.La realidad es que con la presencia de los dos,en sociedad, como nunca hay confianza, falta laespontaneidad, la alegría, estando todo elmundo en plan de teatro.

La frialdad, la falta de afecto y la distanciaen el trato de Carmen Polo son puestos demanifiesto a lo largo del libro del primo delGeneralísimo, quien reprocha, entre otrascosas, a la esposa del jefe del Estado que lesalude protocolariamente con un «¿qué tal, migeneral?», cuando se conocían desde que eranmuy jóvenes y hubiera sido más apropiado unsaludo más cálido y afectuoso.

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7. La boda de la «ninísima»

Carmen Franco Polo era, desde su puestade largo, una jovencita casadera a la que habíaque buscar un novio apropiado a su rango socialy, sobre todo, a su condición de hija deltodopoderoso Generalísimo Franco. Esa fue laprincipal tarea a la que se dedicó su madredurante los años que mediaron entre lapresentación en sociedad y la fastuosa boda deCarmen, que contrajo matrimonio el 10 deabril de 1950, a la edad de veintitrés años.

Por aquel entonces ya habían pasado losmomentos más críticos del régimen franquista,en 1945 y 1946, cuando los mandatarios deEstados Unidos, Gran Bretaña y Rusiacondenaron el sistema impuesto por Francocon la ayuda de Alemania e Italia; se rechazó suingreso en las Naciones Unidas; se le negó laayuda económica y entrar en el Plan Marshall;

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se decretó el cierre de las fronteras con Españay la ONU recomendó a los países miembros dela organización que retiraran a sus embajadoresde España.

A pesar de que la situación política noestaba en absoluto normalizada —no lo estuvonunca durante la larga vida de Franco—, doñaCarmen decidió que la boda de su única hija ibaa ser una celebración más parecida a la decualquier princesa de sangre real que a la de lahija de un militar, por muy Caudillo de Españaque se hiciera llamar.

En la boda de Carmencita, segúntestimonios de la época y de personas queestuvieron en ella, se tiró la casa por la ventana.O mejor, el palacio, ya que la residencia deljefe del Estado se engalanó y decoró de formasuntuosa para celebrar el enlace de Carmen —nada de Nenuca o Carmencita— con un jovendoctor en Medicina que, según su hijo Francis,acudía a visitar a sus enfermos en los primeros

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tiempos en una moto que le facilitaba lostraslados de un barrio a otro de Madrid.

Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués deVillaverde, fue el elegido de la hija de Franco yCarmen Polo entre los numerosospretendientes que la rondaron. Y debieron sermuchos, entre ellos se habló del hijo del duquede Veragua, Cristóbal Colón de Carvajal, unguardiamarina descendiente directo de suhomónimo el navegante que descubrióAmérica. Un enlace que hubiera complacidoenormemente a su padre, ya que hubiera sido elvínculo perfecto entre el almirante de la MarOcéana y el Caudillo de España. Otro de losque sonaron como posibles maridos de lahijísima fue otro marino hijo de Juan AntonioSuanzes, ministro del gobierno franquista.

El historiador Juan Antonio Vaca de Osmaha contado a la autora lo que él vio meses antesde anunciarse el compromiso.

«Cristóbal Martínez-Bordiú era, como se

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decía en aquellos tiempos, un “pinta”. Yo le vicoqueteando y haciéndole cucamonas aCarmencita en la fiesta del 18 de julio que sehacía siempre en La Granja de San Ildefonso.Él le daba golpecitos en la espalda, ella seencogía sonriendo de soslayo, tonteaba y senotaba que estaba encantada con los coqueteosque mantenía con Cristóbal. Me sorprendióporque en ese momento se decía que él eranovio de otra chica muy guapa de la buenasociedad madrileña. Pero era evidente que aella le encantaba que él jugara y coqueteara conella».

Un mes y pico después de la fiesta de LaGranja, Vaca de Osma se encontró al marquésde Villaverde en San Sebastián, en el Palacio deAyete, algo que le sorprendió enormemente.

«Le pregunté qué hacía allí —cuenta eldiplomático e historiador— y me dijo conmucha picardía que estaba saliendo conCarmencita Franco. Pensé en ese momento que

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había conseguido su propósito al aspirar a unachica de más posición que sus noviasanteriores para adquirir así un mejor nivelsocial y económico».

Unos meses más tarde, el general Francollevaba ante el altar de la iglesia del Palacio deEl Pardo a su amada hija Carmen paraentregarla a uno de los hombres másdenostados de la época franquista, del cual hanhablado pestes hasta sus propios hijos, que hansido unos de sus más encarnizados detractores.Fue el prototipo de persona prepotente queejerció un poder paralelo al del gobierno, queobtuvo toda clase de prebendas para él y para sufamilia y que maquinó las operaciones másenrevesadas y maquiavélicas para perpetuarseen el poder cuando Franco entró en francadecadencia.

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Un título de origen aragonés

Cristóbal Martínez-Bordiú era hijo de loscondes de Argillo. La madre, una señora de laaristocracia aragonesa, y el padre, un ingenierode Minas que tenía una finca en el pueblo deMancha Real, en la provincia de Jaén. LosArgillo eran, según cuentan, descendientes deuna familia aragonesa de la que fue miembro elfamoso papa Luna, Benedicto XIII.

El padre llegó a ocupar durante laRepública un cargo de importancia, el dedirector general de Minas, y además firmó eldocumento de adhesión a don Juan de Borbónen 1946, junto con otros muchos miembros dela aristocracia. Los Argillo tenían otros treshijos que, al igual que Cristóbal, tuvierontítulos de nobleza. El mayor, Andrés, era condede Morata de Jalón; José María, barón deGotor; y Tomás, barón de Illueca. Cristóbalheredó el título de marqués en 1943, y se

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decantó por estudiar Medicina en laUniversidad Complutense de Madrid y empezóa ejercer su profesión en el Hospital de SanJosé y Santa Adela para especializarse añosmás tarde en cirugía torácica.

Lo que cautivó a Carmencita de su futuromarido fue, sin duda, su buena estampa yatractivo personal, junto con su carácterabierto y simpático que le hacía imprescindibleen los saraos que se organizaban entre la nuevaalta sociedad de Madrid surgida en torno alrégimen político que detentaba el poder. Entodas las fiestas y cacerías que se montaban enaquellos años finales de los cuarenta estabasiempre la figura de Cristóbal, una persona muyechada para delante y con un comportamientoque rayaba a veces en lo chulesco.

Los Martínez-Bordiú hicieron buenasmigas desde el principio con el Generalísimo ysu esposa. Ellos estaban encantados deemparentar con la primera familia de España y

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adquirir así una relevancia y protagonismo conel que nunca habían soñado en su condición demiembros de la aristocracia rural y de segundafila a la que pertenecían. De hecho, el Caudilloy su esposa iniciaron después de la boda de suhija con el marqués de Villaverde la costumbrede pasar la semana de Nochevieja en la fincaque los condes de Argillo tenían en la provinciade Jaén, en la que Franco podía dedicarse a lacaza, una de las aficiones a la que más tiempole brindó en su vida.

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Una ceremonia suntuosa

La ceremonia del enlace matrimonial de lahija de Franco y el marqués de Villaverde fueun auténtico derroche de lujo y esplendor. Lanovia iba ataviada con un traje de faya de sedanatural rematado por una larga cola de cuatrometros de largo. El vestido era espectacular,pero lo que más llamaba la atención en elatuendo de la novia era una esplendorosadiadema de perlas y brillantes, a juego con unospendientes del mismo estilo, colocada comoremate de un moño con el que llevaba recogidasu melena oscura. El impresionante aderezo,que no tenía nada que envidiar a las joyas decualquier familia real, fue un regalo de lospadres de Carmen a su hija con ocasión de suboda.

Pero si las crónicas de la épocadestacaron todos los detalles del traje y loscomplementos que lucía la novia, los

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gacetilleros no se quedaron atrás a la hora dedescribir el inefable atuendo del novio, vestidocon el uniforme de la orden del SantoSepulcro, de la que se le había nombradocaballero poco antes de la boda, por aquello dedarle un poco más de postín. Cristóbal, peinadocon el pelo engominado hacia atrás, conbigotito recortado pegado a la nariz, según elgusto de la época, y con su figura de buenaplanta, llamó la atención de los ochocientosinvitados a la boda cuando desfiló por losjardines del Palacio de El Pardo con subrillante uniforme, que llevaba aparejados unsombrero rematado por un penacho de plumasy un espadín.

Según el testimonio de Pilar JaraizFranco, prima de Carmencita, «el marqués ibatan peripuesto con sus uniformes de caballería,plumeros, botas y demás que todo el mundocomentó sus galas». La hija de doña Pilarcomentó también que «la novia iba muy guapa y

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muy bien vestida, se la veía feliz y muysimpática con todos», al mismo tiempo quecalificó de «muy agradable» la boda de suprima.

De padrino actuó, claro está, elGeneralísimo de todos los Ejércitos vestidocon uniforme de gala de la Armada, supreferido en las grandes ocasiones aunque élera militar del Ejército de Tierra. Y de madrina,la condesa de Argillo, una dama rubia y deaspecto distinguido vestida con un elegantetraje largo. Doña Carmen, como era previsible,ofreció una imagen impecable y muy refinadavestida con un traje largo oscuro y mantillanegra y, por supuesto, con su sempiterno collarde perlas de tres vueltas y otras joyas y alhajasdistribuidas en su atavío. Lo que no usó aún enesa ceremonia fue una de las tiaras que poseía yque lució posteriormente en los enlaces de susnietas Mery, Carmen y Mariola.

Los oficiantes de la boda fueron el

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cardenal Pla y Deniel, un purpurado que cuandoera obispo de Salamanca cedió a Franco y sufamilia durante la guerra el uso del PalacioEpiscopal de la ciudad. Era un príncipe de laIglesia de ideas absolutamente reaccionariasque por su baja estatura era llamado a susespaldas «Su Menudencia», según cuenta elhistoriador Fernández Santander. Y la misa develaciones fue oficiada por el obispo deMadrid-Alcalá, monseñor Eijo Garay, unprelado con gran predicamento dentro de lacorte de El Pardo. Como detalle a destacar, enla homilía pronunciada por Pla y Deniel, estehizo un paralelismo en el modelo a seguir porlos novios entre la familia de Nazaret y la delGeneralísimo y su esposa Carmen Polo.

La celebración de la boda se hizo en eljardín del Palacio de El Pardo, en donde sesirvió un exquisito banquete al que asistieronministros y autoridades estatales, el cuerpodiplomático, jefes militares, familias de la

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nobleza española y amigos del novio y de lanovia.

Pilar Jaraiz Franco, en su libro Historiade una disidencia, comenta lo exultante queapareció en la boda la familia del novio, que«iba a tener tanta importancia en el futuro y quecasi iba a expulsar de El Pardo a todos los queno perteneciesen al clan». Una premonición deesta mujer, que años más tarde militó en elPartido Socialista Obrero Español, decisiónque la etiquetó como la «roja» de la familiaFranco.

La lista de regalos que hicieron a la nuevapareja no se dio a conocer a los medios decomunicación, aunque corrió el rumor de quefue un auténtico torrente de objetos valiososlos que llegaron los días anteriores al enlace ala residencia de los Franco. Algunos hicieronun regalo colectivo, como el gobierno, y otros,como los banqueros, fueron de lo másespléndido con la pareja para tener contentos a

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los inquilinos de El Pardo.Como no podía ser de otra manera, al

igual que con ocasión de la puesta de largo deCarmencita, hubo un detalle con los «pobres»,que aún seguían siendo muchos en ese tiempo.Y como la principal escasez era la dealimentos, el día de la boda se entregaron pororden de la Casa Civil del Generalísimo a milesde necesitados bolsas con aceite, azúcar, arroz,harina, patatas, cordero, pan, chocolate y elconsabido tabaco para los hombres y dulcespara las mujeres. Para paliar la falta de ropa, seregalaron lotes de vestidos y zapatos de lafamosa fábrica Segarra, un calzado que pesabaenormemente y que producía dolorosasampollas a quienes lo usaban, aunque uno deellos, según aseguran, era el propio generalFranco, a quien se los regalaban los dueños dela fábrica.

Los empleados de Patrimonio Nacional,así como los integrantes del regimiento que

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guardaba El Pardo y la Guardia Mora de Francofueron invitados a disfrutar de una comidaextraordinaria para agradecerles sucolaboración en los preparativos de la boda deCarmencita Franco.

Pero lo más bonito de todo fue la coplillaque se inventó alguien del pueblo y que secantaba en los festejos populares que secelebraron en Madrid por la boda de la hija deFranco.

La niña quería un marido.La mamá quería un marqués.El marqués quería dinero.Ya están contentos los tres.

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El «yernísimo»

El nuevo miembro de la familia se integrópoco a poco en el núcleo de la vida de losFranco, pero su peculiar carácter, en el que ladiscreción y la prudencia no tenían cabida, y suconducta prepotente, en la que quería hacervaler siempre su condición de yerno del jefedel Estado, hicieron que la relación deCristóbal Martínez-Bordiú con sus suegrosfuera siempre conflictiva y que no terminara deencajar del todo con ellos.

Su matrimonio con la hija de Franco lesirvió para adquirir fama y notoriedad para él ypara toda su familia. Los condes de Argillo ysus hijos empezaron a formar parte de losconsejos de administración de las grandesempresas, algo que les proporcionaba pingüesbeneficios. Cristóbal no tuvo ningún escrúpuloal obtener la concesión exclusiva de la venta delas Vespas, unas motos que se hicieron

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famosas en los años sesenta y setenta y de lasque se vendieron cientos de miles en todo elterritorio nacional. Y surgió una figuraemergente, la del tío Pepe Sanchiz, casado conuna hermana de la madre del marqués deVillaverde, que se convirtió en un auténticoconseguidor de cualquier tipo de negocio alestrechar su relación de amistad con el propioFranco.

Pero lo que más llama la atención delyernísimo es que han sido sus propios hijos losque más le han criticado por sus manerasdespóticas, su desapego afectivo y suintolerancia ante cualquier atisbo deindependencia de alguno de los miembros de lanumerosa prole familiar. Los hijos que máschocaron con el carácter del marqués fueronFrancis, María del Carmen, Cristóbal y Mery.Mariola, al parecer, siempre estuvo más unida asu padre, a pesar de que se opusoterminantemente a su boda con Rafael Ardid,

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hijo de unos íntimos amigos de Carmen yCristóbal, pero cuya familia había sido detendencia republicana.

Francis Franco, en su libro La naturalezade Franco, confiesa sin ningún pudor que«Cristóbal Martínez-Bordiú no eraprecisamente el yerno ideal». En otro pasaje dela obra comenta que «el carácter vitriólico demi padre contrastaba en grado sumo con lagelidez que había adoptado el abuelo “despuésde ser persona”». Francis habla sin tapujos deque para su padre «lo que había sido un hito,conquistar a la hija del jefe del Estado, seconvirtió en su calvario. No estaba hecho parapermanecer en un segundo plano, y cualquiermérito quedaba difuminado por laomnipresente sombra de su suegro. Ambostenían una fuerte personalidad y defendieron suespacio de actuación».

Al hablar de la vida que llevaban sus padresdespués de casados, comenta Francis también

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que viajaban mucho al extranjero, y en muchoscasos aprovechaban sus compromisosprofesionales para la práctica de la caza quetanto gustaba a ambos. En esas salidas alexterior —cuenta su hijo—, lejos de la sombrade su abuelo, Cristóbal se sentía más libre.

Mi padre podía adoptar ese papelprotagonista consustancial con su carácter, queera diametralmente opuesto al secundario quese veía obligado a asumir en España, donde porencima de todas las cosas siempre sería elyerno de Franco.

Pero la falta de entendimiento delmarqués no era solo con el Generalísimo, sinoque también se extendía a Carmen Polo.Cuando se refiere a su abuela, Francis dicetextualmente: «Quien no tragaba a mi padre,aunque tratase de ocultarlo, era mi abuelaCarmen». Fue precisamente ella la que seplantó ante su yerno, cuando se negaba a que suhija Mariola se casara con su novio de toda la

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vida, y le dijo que su nieta se casaría en lacapilla del Palacio de El Pardo, igual que suhermana mayor, y que su abuelo la llevaría anteel altar como padrino. Y que si a él no legustaba y no quería ese enlace, que no fuese.

Jimmy Giménez-Arnau, que fue marido deMery, cuenta en su libro que doña Carmen, alhablar de Cristóbal con su hija, se refería a élcomo «ese señor con el que te has casado». Ynarra también el escritor y periodista losintentos y maniobras del marqués por abortarsu boda con Mery, que le llevó a montar unespectáculo infame el día de la petición demano al inventar que el matrimonio de los dosno se iba a poder celebrar porque estaban apunto de publicarse unas fotos de su hijadesnuda en la revista Interviú.

Según testimonio de sus nietos, Francollegó a no dirigir la palabra a su yerno nicuando este le preguntaba algo. Simplemente,le ignoraba. Todo se debía a que el

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Generalísimo, con todo el poder que tenía, nopodía evitar que su yerno pusiera en evidencia ala familia y a su mujer cada dos por tres. Lasaventuras extramatrimoniales del marquésestaban en boca de todos, lo que humillabaenormemente a doña Carmen y a su marido.Pero no tenían más remedio, de acuerdo con sumentalidad, que disimular y aguantarse.

Es verdad que el yernísimo se convirtiócon el paso de los años en uno de lospersonajes más denostados de la familiaFranco. Pero creo no equivocarme al asegurarque ese sentimiento, mezcla de desprecio ydescrédito generalizado hacia el marqués deVillaverde, se lo ganó principalmente él solo apulso.

El nuevo matrimonio se instaló en un pisoen la calle General Mola, hoy Príncipe deVergara, en pleno barrio de Salamancamadrileño. A doña Carmen y a su marido lescostó mucho separarse de su única hija, aunque

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les consolaba pensar que no estaba muy lejosde ellos. Además, Carmencita iba día sí, díatambién, a almorzar con sus padres mientras sumarido ejercía su profesión de médico e ibasubiendo en el escalafón hasta llegar a ser eljefe de Cirugía cardíaca del Hospital de La Paz,puesto en el que pronto empezó a poner enmarcha algunos de sus experimentos, que lellevaron a ser el primer médico español querealizó un trasplante de corazón a un pobrehombre que apenas sobrevivió un par de días ala intervención.

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Los nietos de Franco y doñaCarmen

Los nietos empezaron a llegar para granalegría de los abuelos, que veían compensadade esa manera su condición de padres de hijaúnica. Siete en total, que pasaban casi mástiempo con sus abuelos en El Pardo que en supropia casa. En el palacio recibían todo tipo demimos, atenciones y regalos por parte delpersonal adscrito al servicio de la Jefatura delEstado.

Cada nacimiento de un nuevo hijo deCarmen y Cristóbal que ocurría en lasdependencias de El Pardo se convertía enportada de las revistas del corazón, quehicieron de la familia Franco, de sus hijos y susnietos el eje de la vida social que había quereflejar puntualmente en las páginas del papelcuché de sus publicaciones de evasión.

El escenario para hacer las fotos de la

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llegada de un nuevo bebé era cuidadosamentepreparado: la madre, en la cama de clásico yvalioso diseño, aparecía vestida con delicadaspiezas de lencería y adornada con un fino collarde perlas y pendientes a juego. Y losfamiliares, al lado de la madre, vestidos depontifical como si fueran a acudir a una fiestapor todo lo alto, con traje oscuro, abundantesjoyas, tocado emplumado en la cabeza y gestoserio y circunspecto.

Bautizos, comuniones, cumpleaños ycualquier acontecimiento familiar se exponíana la luz pública para propio lucimiento de losFranco, y también con el propósito de hacer dela primera familia del país un ejemplo a seguir,modelo de familia cristiana a la que veníantodos los hijos que Dios mandase.

Sin embargo, algo debía fallar cuandoalgunos de los nietos han revelado muchosaños más tarde, y una vez desaparecidos elgeneral y su esposa, que a sus padres apenas los

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veían, ya que viajaban con mucha frecuenciapara cumplir con sus múltiples compromisos yque verdaderamente los que estuvieron siempremás pendientes de ellos fueron sus abuelos. Ytambién, todos hablan con un gran cariño deuna persona que estuvo siempre junto a ellos,de la señorita Beryl Hibbs, Nani, que para ellosfue una segunda madre, e incluso algunos leprofesaban más afecto que a su progenitora.

Nani hizo que todos ellos sefamiliarizaran con el inglés desde pequeños,pero su labor más importante fue inculcar enlos niños el sentido de la realidad y hacerlesver que la posición que tenían no iba a durartoda la vida. José Cristóbal, el quinto hijo delos marqueses de Villaverde, cuenta en su libroCara y cruz. Memorias de un nieto de Francoque la señorita Hibbs les decía con insistenciauna frase que quedó grabada en la mente detodos:

Recordad que todo esto que tenéis, vivir

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en El Pardo, disfrutar del monte, tener loscaballos, los criados, chófer a la puerta, esporque vuestro abuelo es el jefe del Estado.Cuando él falte, todo cambiará.

José Cristóbal, el único de los nietos deFranco que decidió dejar los estudios deArquitectura para hacer la carrera militar, queabandonó posteriormente, asegura en su libroque Nani fue la que llevó la voz cantante en sucasa en lo tocante a la educación de todos loshermanos Martínez-Bordiú. La señorita BerylHibbs era la que controlaba a los nietos deFranco y doña Carmen, y fue capaz en muchasocasiones de enfrentarse al mismo general y asu esposa para que se cumplieran susinstrucciones y no dejar que los niños seconvirtieran en unos seres caprichosos yconsentidos.

El único que se escapó a la influencia deNani fue Francisco, al que cambiaron elapellido al nacer, a propuesta del conde de

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Argillo, para que se llamara como su abuelo,después de consultar y recibir el permisopertinente de los procuradores franquistas.Francis fue el ojito derecho de su abuelo, y,según cuenta él mismo en su libro, la razón deque fuera un chico mimado se debe en parte aque él sufrió una patología cardíaca en suinfancia que necesitaba de un tratamientomédico estricto que aconsejaba que no hicieramucho ejercicio.

Pero en general, todos los hermanosadoraban a Beryl Hibbs, y su presencia fuedeterminante en sus años de infancia yjuventud. José Cristóbal atribuye el ascendenteque ejerció Nani sobre ellos a que ella seentregó a los chicos completamente. Y afirmaen un párrafo de sus memorias que «Nani hasido la persona que más cariño me ha dado».

Una afirmación similar se hace por partede Mery, la cuarta de los Martínez-Bordiú, enel libro que su exmarido escribió después de su

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breve vida en común. La hija rebelde de losmarqueses de Villaverde, que profesaba unfuerte rechazo hacia el comportamiento de supadre, aseguró a Jimmy que «Nani es la personamás buena que he conocido en mi vida y a laque quiero más en el mundo».

Por encima de sus padres, abuelos ydemás familia.

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Los nietísimos

Los nietos de Franco y Carmen Polocrecieron como los niños más mimados deEspaña. Recibían todo tipo de regalos,invitaciones y distinciones habidos y por haber.Rodeados de personas que se desvivían porcomplacerlos y concederles todo tipo deprivilegios.

María del Carmen, la mayor, era lapreferida de doña Carmen, que veía en ella a lacontinuadora de una estirpe inaugurada por ellamisma. Además, según los hermanos, Carmensiempre fue una chica complaciente ysimpática a la que le gustaba agradar y tenerdetalles con todo el mundo. Fue elegida falleramayor infantil de la fiesta de las Fallas deValencia, reina de los juegos florales y lasfiestas más señeras de todo el territorioespañol y foco de atención de la prensa rosa,en la que su hermana Mariola siempre figuraba

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en una discreta segunda fila. Vestidas siemprecon exquisito gusto, la indumentaria de lasnietas de la Señora de El Pardo era imitada porlas niñas de familias bien de toda España.

Francis fue el preferido de su abuelo, poralgo se decidió que se llamara como él, ungesto que él consideró un honor al principio,pero del que luego se quejó amargamente porlos problemas que le suponía presentarse encualquier lado llevando como nombre el deFrancisco Franco.

Mery, un espíritu libre que hizo de larebeldía ante su familia su bandera, fue la quemás gracia le hacía a su abuelo, que la llamabala «ferrolana» quizá por recordarle su caráctera las decididas mujeres gallegas que conociódurante su infancia. Según ella, su abuelo leanimó siempre a que hiciese su vida y no dabaimportancia a su espíritu independiente que lehacía chocar con frecuencia con su padre, elmarqués de Villaverde. Mery era, según

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testimonio de José Cristóbal, su amiga de lainfancia, la que marcaba sus juegos y la másloca y atrevida a la hora de planificar algunastrastadas. Cuenta el cuarto de los Martínez-Bordiú que tanto él como Mery se cansaronpronto de los juegos que organizaba Francis, enlos que él siempre era el general que designabacabo a Mery y a Cristóbal soldado raso, aunquea veces alteraba el orden de los dos pequeños,según los favores que le hiciesen.

Cristóbal cuenta en su libro como elsúmmum de los privilegios que tenían loshermanos el que el día de Reyes se organizabacada año una cabalgata particular para ellos enEl Pardo.

Miembros de la Casa Militar dedisfrazaban de Melchor, Gaspar y Baltasar consus respectivos pajes y acompañantes.Recorrían en cabalgata el pueblo de El Pardo yluego nos repartían a los nietos regalos. Losregalos eran buenos, cajas de soldados, una

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tienda de campaña, una bicicleta...Esos obsequios se unían a los que les

hacían sus padres en Navidad y a los de losabuelos, que preferían esperar a la fiesta de losReyes Magos.

En sus memorias, José Cristóbal refieretambién una anécdota curiosa que ocurriócuando su abuela tuvo que recoger todos susenseres después de la muerte de Franco. Elnieto descubrió en una habitación que hacía dealmacén en el Palacio de El Pardo una cantidadenorme de regalos que ni él ni sus hermanoshabían visto nunca. Supuso Cristóbal que eranjuguetes y objetos que había ido mandando lagente a lo largo de los años, pero que laseñorita Hibbs había preferido apartar y nodárselos porque pensaba que ya les sobrabancon los que tenían.

Los pequeños, Aránzazu y Jaime, comosuele ocurrir en las familias numerosas, fueronlos que menos interés suscitaron en los medios

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de comunicación de la época. Su infanciacoincidió con otros acontecimientos queacapararon la atención de los periodistas y suscaras eran menos familiares para losciudadanos españoles.

Los nietísimos gozaron de una infanciadorada, en la que todo eran atenciones yhalagos de la gente que les rodeaba. Y aunquese acordaban poco en esos años de larecomendación de miss Hibbs respecto a loque pasaría en el futuro, cuando su abuelofaltara, cuando cayó el régimen y la genteempezó a darles la espalda, las advertencias deNani se hicieron realidad de golpe. Fue unbrusco despertar de un sueño que les costó atodos asimilar. Amigos de toda la vida dejaronde llamarles y les evitaban. La gente que sevolcaba antes con ellos para satisfacer suscaprichos desapareció de escena. Lasfacilidades que les daban para cazar encualquier finca o pasear en moto por el monte

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de El Pardo se tornaron en dificultades que seobstinaron algunos de ellos en no aceptar. Losperiódicos se llenaron de críticas haciacualquiera de ellos cuando cometían el másmínimo fallo.

La adaptación a la nueva realidad llenó derencor a algunos de los nietos. No entendíannada de lo que estaba ocurriendo. En definitiva,les costó lágrimas, muchas y muy amargaslágrimas, darse cuenta de que el tiempo doradohabía pasado, que su abuelo se había convertidode héroe en dictador autoritario en cuestión demeses. Y que los Franco eran una familia cuyotiempo de gloria y esplendor había acabado.

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8. Los veraneos en el Pazo deMeirás

El Pazo de Meirás fue durante casicuarenta años el lugar elegido por la familiaFranco para pasar sus vacaciones de verano. Lacondición de gallego del general y su amor almar propiciaron que disfrutara enormementeen un paraje hermosísimo de su tierra, endonde el clima era húmedo y suave. La fincaestaba rodeada de una vegetación espesa y teníaunas vistas que hacían que la sensación dedescanso y reposo fuera perfecta.

Cada año, la corte de El Pardo setrasladaba a aquel caserón en el que secompaginaban las tareas de esparcimiento de lafamilia Franco: el Generalísimo se dedicabacasi a tiempo completo a la faena de la pesca,para la que fue adiestrado por pescadores de lazona, algunos de ellos antiguos furtivosreconvertidos en guardas por el Caudillo, y por

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amigos suyos que eran auténticos maestros enel arte de capturar peces. Lo que al principioera simplemente pesca de ejemplares detamaño mediano se fue convirtiendo en pescade altura, en la que los peces a capturar eranenormes cachalotes y atunes que costaban aFranco horas y horas de persecución hastaconseguir la pieza.

A doña Carmen, que sufría de mareoscuando se embarcaba, lo de la pesca no legustaba demasiado, por lo que se organizó supequeña corte particular con la presencia desus amigas íntimas en el pazo, a las que invitabaa compartir con ella sus días de vacaciones.Eran las de siempre, las que también acudían aEl Pardo con frecuencia para merendar y jugaralgunas partidas de canasta o bridge o veralguna película de las que estaban reciénestrenadas. Las esposas de Camilo AlonsoVega y Nieto Antúnez, la marquesa de Huétorde Santillán, Lolina Tartiere y su hermana

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Isabel Polo se instalaban en las ampliasdependencias del pazo para acompañar ydistraer a la Señora, abandonada cada día por sumarido, que no esperaba siquiera a que salierael sol para hacerse a la mar.

A la hija de doña Carmen y más tardetambién a su marido lo que les gustaba era ir ala playa de Bastiagueiro, próxima a Meirás,para tomar el sol, bañarse, practicar deportesacuáticos y jugar con su numerosa prole en lazona acotada para que la familia del dictadorpudiera disfrutar de los baños sin la presenciani la mirada de curiosos y extraños.

Ramón Rodríguez Ares, antiguo alcalde deSada, a cuyo término municipal perteneceMeirás, ha contado a la autora algunasanécdotas de las estancias del general Francoen el pazo y lo que supuso para ese municipiocoruñés el que la primera familia de Españaveraneara allí durante tantos años.

«Una de las historias que recuerdo es que

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cuando empezaron a venir al pazo, Francodejaba el barco con el que pescaba en aguas dela bahía de Sada. El puerto que hay hoy noexistía, y como no había suficiente calado, aFranco y sus acompañantes había que llevarlosen una chalupa desde la playa al Azor, unantiguo dragaminas acondicionado despuéscomo barco de pesca.

»Para facilitar el traslado del Caudillo a suembarcación, se construyó una rampa en dondehoy está el puerto, que la gente de aquí bautizócomo la rampa del Generalísimo», cuentaMoncho Ares, quien añade que Franco salía apescar todos los días al mar o también a la ríade Betanzos o a la de Lugo.

«En Betanzos, había un guardarríos,apodado Lindrín, que había sido primerofurtivo, pero que cuando se puso al servicio delCaudillo lo llevaba a lugares en donde él sabíaque había muchos peces, y así Franco quedabaencantado».

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Rodríguez Ares recuerda con nostalgia lostiempos en que era niño, cuando lo que más legustaba a él y a sus amigos era ir a la playa paraver cuándo llegaba Franco con su Guardia Moray contemplarles con sus uniformes depantalones anchos, botas y los gorros rojos queusaban.

«Todos nosotros éramos del Frente deJuventudes, cuyo hogar vino Franco a visitar, ynos gustaba ir con nuestros uniformes decamisa azul y boina roja al Pazo de Meirás paracumplimentar a Franco cuando estaba allí deveraneo. La impresión que nosotros teníamosera la de una gran familia unida, que se queríanmucho aunque luego cada uno haya hecho suvida».

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Historia del pazo y su cesión a losFranco

El pazo se construyó en el siglo xiv por unnoble de aquellas tierras, Ruy de Mondego,cuyo título era el de señor de las Mariñas, yposteriormente perteneció a un puñado defamilias gallegas, hasta llegar, a finales delsiglo xix, a manos de los condes de PardoBazán, padres de doña Emilia, la prestigiosaescritora. Su madre, doña Amalia de la RúaFigueroa, se encargó de hacer una restauraciónintegral del pazo, que con el paso de los añosse hallaba en muy mal estado de conservación.

A la muerte de sus padres, doña Emiliaheredó la propiedad, que pasó a llamarse lasTorres de Meirás, y luego fueron los hijos dela autora, Jaime, Blanca y Carmen Quirogaquienes conservaron la finca, que en unaocasión fue visitada por los reyes Alfonso XIIIy Victoria Eugenia, a quienes les encantó, y lo

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que provocó que el monarca exclamara deforma premonitoria que el lugar era «digno deun jefe de Estado».

El edificio del pazo tiene tres torres, lamás alta de ellas es la del homenaje y las otrasdos, de menor altura, sirven de residencia a sushabitantes. La fachada principal es de estilorománico y su gran portalón da acceso alzaguán, en cuyo interior hay una escalinatacentral que asciende y se desdobla hacia las dosalas del edificio en donde se ubican losdormitorios.

Tras la Guerra Civil, en la que cayeronasesinados varios miembros de la familia PardoBazán, las dos únicas supervivientes, BlancaQuiroga y su cuñada Manuela EstebanCollantes, decidieron donar el pazo a losjesuitas para que establecieran allí sunoviciado. Pero los religiosos rechazaron laoferta, momento que coincidió con la búsquedapor parte del gobernador civil, Julio Muñoz

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Aguilar, y otras autoridades coruñesas de unpazo para regalárselo a Franco, con el fin deexpresarle su gratitud por su actuación en laguerra y para que pasara las vacacionesveraniegas en su tierra.

La comisión encargada de buscar un pazopara Franco estaba compuesta por una serie denotables de la zona, entre ellos Pedro Barrié dela Maza, que contactaron con la familia PardoBazán para comprar Meirás. El precio seestableció en un poco menos de medio millónde pesetas de entonces, un auténtico capital quehabía que tratar de obtener por todos losmedios. Y la fórmula elegida fue hacer unasuscripción popular a la que se apuntara toda lagente que quisiera de forma voluntaria, ademásde «sugerir» a los funcionarios públicosgallegos que sería un detalle por su parte quedonaran módicas cantidades deducibles de sussueldos para contribuir al regalo delGeneralísimo.

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El historiador Carlos Fernández Santanderha contado a la autora que Muñoz Aguilar dijo alos prohombres que habían puesto en marcha lainiciativa que convenía que todos ellos,personas adineradas y con numerosaspropiedades en Galicia, donaran una cantidadimportante.

«Barrié de la Maza, que era muy tacaño,puso 200 pesetas», cuenta el historiadorgallego, «pero el gobernador dijo que esedinero era una ridiculez y que se dieran cuentadel valor que el regalo de ese pazo tendría paraLa Coruña, porque era una inversión. Y logróque pusieran 1.500 pesetas».

Fernández Santander aclara una cuestiónimportante que se ha puesto sobre el tapetedurante muchos años: la obligatoriedad o no deaportar dinero por parte de los ciudadanos deGalicia.

«No se obligó a la gente a poner dinero,sino que, además del que aportaron los

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funcionarios, se iba por los pueblos haciendo lacolecta, y la mayoría de la gente decía que sí,unos ponían 2 pesetas, otros más, cada uno loque podía. A nadie se le puso una pistola en elpecho. Iba una pareja de la Guardia Civil por lasaldeas, ponían un puesto y preguntaban: ¿quiénquiere poner dinero para regalar el pazo alCaudillo? Y claro que lo daban. Pero lo que síes cierto es que cualquiera decía que no queríaaportar nada en aquellos tiempos...».

Fernández Santander precisa también unpunto interesante sobre las habladurías acercade que los Franco no pagaban en ningún sitio.El autor niega terminantemente que fuera así.

«Otro bulo que se ha perpetuado es queFranco no pagaba los libros que mandabacomprar en la librería Arenas de La Coruña,algo que no es verdad. Como él era muyaficionado a la lectura, encargaba cada veranoun gran número de obras, entre ellas laspublicaciones de la Editorial Ruedo Ibérico que

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eran profundamente críticas con el régimenfranquista. El intendente de la Casa Civil de SuExcelencia, José Catoira, se pasabapuntualmente por la librería para pagar loslibros adquiridos, incluidos los que denostabana Franco y su sistema antidemocrático y faltode libertades».

La escritura de propiedad del Pazo deMeirás se entregó a Franco en diciembre de1938, en un acto en el que este dijo aceptar elobsequio «gustoso y exclusivamente portratarse de una donación de mis queridospaisanos».

En total eran casi tres mil metroscuadrados de finca, a la que había que añadirunos primorosos jardines y, más tarde, otraspequeñas propiedades de los alrededores quese fueron expropiando para añadir al pazo ycontrolar la seguridad de la residenciaveraniega del jefe del Estado.

Y un detalle curioso para rematar la

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historia de la donación del pazo a Franco. Lacotización que se hacía a Hacienda de lapropiedad era tan solo de 1.560 pesetas, segúnFernández Santander, sobre una base imponiblede 4.740 pesetas. Y además se le daba lafacilidad de pagarlo en dos veces. Sin embargo,las casas de alrededor, que eran mucho másmodestas comparadas con el pazo, cotizabandiez veces más que el histórico edificio. Poralgo su inquilino era nada más y nada menosque el «fundador del Nuevo Imperio», según eldocumento de propiedad de Meirás.

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Los días de ocio en Meirás

Doña Carmen disfrutaba enormemente enel pazo, ya que, además de estar rodeada de susamigas de siempre, las señoras bien de LaCoruña se volcaban en agasajos de toda clase ala primera dama de España. La invitaban amerendar en sus fincas, iba de excursión conellas a los alrededores de Sada e incluso hacíaincursiones en las tiendas de antigüedades, lafactoría de porcelana y loza de Sargadelos y lasjoyerías de la capital coruñesa. Algunas vecesse atrevía a cruzar una de las pocas fronterasque podía atravesar sin problemas, la dePortugal, y entraba en las localidades del nortedel país vecino en busca de objetos dedecoración antiguos y también en algunasjoyerías.

La gente que la agasajaba se desvivía porpreparar para la Señora sus platos favoritos,entre los que ocupaba el primer lugar el

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tradicional pulpo a feira, que le gustabamuchísimo. También era golosa y disfrutabamucho con una tarta capuchina casera, contocinillo de cielo y merengue, que preparabauna señora que se dedicaba a dar clases decocina y repostería a las damas de la altasociedad coruñesa, después de quedarse viuda ycon el fin de obtener un dinero extra para elmantenimiento de su familia.

Franco, cuando no estaba pescando, sededicaba a practicar otros deportes, como eltenis, al que jugaba con su capellán, el padreBulart, quien lo hacía vestido con la sotana, quese le enredaba entre las piernas y le hacía caery perder el partido con mucha frecuencia.También se aficionó mucho al golf, un deporteque practicó especialmente en los últimosaños de su vida. Jugaba en el Club de LaZapateira, cerca de La Coruña, y se hacía losnueve hoyos de su recorrido, que incluía lasubida de una fuerte pendiente en uno de los

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hoyos del campo.Alberto Martí, fotógrafo en cuyo archivo

está una gran parte de la historia gráfica de LaCoruña durante la segunda mitad del siglo xx,eso sí, guardado en modestas cajas de zapatos,contó a la autora en su estudio algunasanécdotas de aquellos años, treinta y siete entotal, en los que la familia Franco veraneó en elPazo de Meirás.

«Con los fotógrafos, el matrimonioFranco era el más atento del mundo. Cada unode nosotros llevaba tres cámaras para sacarblanco y negro, color y diapositivas, y comoéramos muchos, casi no podíamos movernos.Así que le pedíamos que en una entrega detrofeos, por ejemplo, los entregara tres vecespara que pudiéramos hacer los tres tipos deimágenes. Y él, siempre lo hacía.

»El año en el que sufrió la tromboflebitis,una vez que estuvo ya prácticamenterecuperado, el Generalísimo fue un día a jugar

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al golf a La Zapateira y los fotógrafos fuimostambién para hacer unas fotos. Pero cuandollegamos nos dijeron que Franco no estaba muybien y que no se podían tomar imágenes suyas.Nos estábamos yendo ya del club cuandovolvió uno de los ayudantes del Caudillo paradecirnos que el propio Franco había pensadoque sí quería que se le hicieran unas fotosjugando al golf».

El periodista gráfico sacó la conclusiónde que él era más inteligente que suscolaboradores, porque, nos dice, «se dio cuentaque lo mejor para demostrar que se encontrababien era dejar que le hiciéramos las fotos».

De doña Carmen, Alberto cuenta que conlos fotógrafos era extraordinariamente amablesiempre y que le gustaba hablar con los que leseguían siempre en los actos a los que asistía.Uno de ellos, que trabajaba para el IdealGallego, Juan Cancelo, siempre intercambiabafrases de amabilidad con la señora de Meirás,

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que elogiaba el trabajo del fotógrafo conentusiasmo: «Qué hombre tan trabajador esteCancelo, cómo trabaja, no para nunca». A loque contestaba Cancelo: «Es que usted se lomerece todo». Alberto concluye con una frasellena de la típica socarronería gallega:«Parecían dos novios...».

Ramón Rodríguez Ares recuerda tambiénde aquellos veraneos la cena que se celebrabaen el Ayuntamiento de La Coruña a la queasistía la familia Franco cada verano.

«El Generalísimo y su señora sedesplazaban a la capital coruñesa en unimponente Rolls Royce, que dejababoquiabiertos a todos los habitantes de Sada,que salían a la calle para ver pasar la caravanacon la escolta que protegía la seguridad del jefedel Estado».

Pero con quien Moncho Ares hizo másamistad después fue con el marqués deVillaverde, que les invitaba a él y a su mujer a

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unas cenas que organizaba el matrimonio, enlas que la esposa de Ramón cantaba muy biencopla española, lo que entusiasmaba al resto delos invitados.

«Yo casé por lo civil a Mery, una de lashijas de los marqueses antes de la bodareligiosa en la capilla del Pazo de Meirás. Undía se lo recordé a su padre y él me dijo: “Vayaflaco favor que me hiciste al casar a mi hija conese pájaro”. Tuvimos una relación desenfadada,amistosa, muy normal. Los invitábamos mimujer y yo a venir a cenar a nuestra casa y otrasveces éramos nosotros los que íbamos a lasuya.

»Este pueblo tendría que estar muyagradecido a la familia Franco, porque ellospropiciaron que Sada se conociera en todaspartes. Aquí se celebraban los consejos deMinistros cada verano, los escoltas se alojabanaquí en el pueblo y las casas de huéspedesestaban llenas, los bares y las casas de comidas

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también. Venían los turistas, unos porobligación y otros por devoción, pero Sadaestaba llena de gente que llegaba de Madridpara pasar dos meses de vacaciones en verano yno como ahora que vienen una semana o diezdías tan solo».

El exalcalde recuerda también en laconversación que mantiene con la autora unencuentro que tuvo con doña Carmen, añosdespués de morir Franco, en el que ella serefería a su marido como Paco, un detalle quele llegó al alma por tratar de forma tan familiarante él al Generalísimo.

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El pazo, escenario de hechosimportantes

A lo largo de los treinta y siete años queFranco y su familia veranearon en el Pazo deMeirás, el antiguo caserón fue escenario deencuentros históricos entre el general ypersonalidades relevantes, algunas de ellasjefes del Estado extranjeros, como elpresidente portugués Oliveira Salazar o el reyAbdullah de Jordania.

Pero una de las visitas que más llama laatención es la que efectuó en agosto de 1943 elembajador británico en Madrid, Sir SamuelHoare, quien en sus memorias cuenta como unaauténtica aventura el viaje a la residencia deverano de Franco, adonde se desplazó en unavión americano puesto a su disposición por elministro del Aire español, Juan Vigón. Elaparato aterrizó en un aeródromo cerca delbalneario de Guitiriz, entonces «una barraca de

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gran tamaño humeante de azufre y llena de grancantidad de personas con la piel amarilla...».

A la entrevista de Hoare con Francoasistieron el ministro español de AsuntosExteriores, conde de Jordana, y el barón de lasTorres, jefe de Protocolo e intérprete delencuentro. Lo más curioso de esta entrevista,en que el embajador del Reino Unido pidió aFranco que se desmantelara la Falange,depusiera la posición de no beligerancia yretirara las tropas de la División Azul, es que elGeneralísimo le dio largas en los asuntos y nose inmutó lo más mínimo.

«Mis palabras no parecían tener efectosobre este pequeño e insulso gallego, ymientras las pronunciaba recordaba cómo sucarrera de jefe había sido una serie deinesperados y sorprendentes éxitos a expensasde sus amigos y enemigos», escribió Hoare ensus memorias años más tarde. También calificóla entrevista de «desconcertante» y añadió que

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después de regresar a Madrid se enteró de quela embajada española en Washington, en uncomunicado oficial, había calificado laentrevista con el Caudillo de «amistosa ysatisfactoria». Un comunicado que fue seguidode otro del Foreign Office en el que se decíaque Inglaterra estaba seriamente disconformecon las graves faltas cometidas contra laneutralidad por el gobierno de Franco.

Otra de las visitas que Franco recibió en elpazo gallego fue la del rey Abdullah deJordania, en agosto de 1949. El régimenfranquista invitó a numerosos monarcas árabesa visitar al jefe del Estado para visualizar losfraternales lazos de amistad con los paísesmusulmanes, entre ellos al fundador de ladinastía Hachemita, que fue recibido con todapompa y boato en tierras gallegas. En aquellosaños cuarenta, en los que el llamadoMovimiento Nacional era repudiado por todaslas naciones democráticas, solo los

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gobernantes de poca monta y de escasascreencias en regímenes de libertades plenasvenían de visita oficial a España.

Otro de ellos fue el jefe del Gobierno dePortugal, Antonio Oliveira Salazar, quien firmócon España un tratado de amistad ycooperación en el año 1939 y con el que se vioen varias ocasiones. En agosto del año 1950,Oliveira fue agasajado por Franco durante suestancia en el Pazo de Meirás, y desde allí lollevó a la Escuela Naval de Marín, donde el jefede Estado portugués asistió a diversos actosorganizados en su honor.

En 1946, se inició la costumbre decelebrar un Consejo de Ministros a mitad deldescanso veraniego de Franco en una de lasestancias del pazo. Meirás fue, durante todosaquellos años en los que el dictador y sufamilia pasaron allí sus días de verano, el lugardonde los Franco compaginaron el ocio y eldescanso con las tareas oficiales del entonces

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jefe del Estado. Se aprovechaba que estaban enGalicia, la tierra natal y muy querida delCaudillo, para visitar lugares olvidados de laregión, inaugurar edificios nuevos orecuperados del abandono, asistir a eventossociales como corridas de toros, recepciones opartidos de fútbol, presidir actos castrenses yapadrinar la botadura de nuevos barcos de laArmada...

Todo un abanico de actividades que hacíanlas delicias de doña Carmen, que tenía asíoportunidad de lucir los modelos veraniegos dealta costura diseñados por sus modistospreferidos. Y también una ocasión perfectapara ejercer de primera dama y dejarse halagarpor todos los que la rodeaban, deseosos decongraciarse con la poderosa señora deMeirás. Años de esplendor en los que ella nose paraba a pensar aún qué pasaría cuandomuriera su marido y todo se desplomara comoun castillo de naipes.

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La decadencia del Pazo de Meirás

Tres años después de la muerte de Franco,en febrero de 1978, el hermoso pazo que tantoesplendor conoció durante casi cuarenta añossufrió un incendio que algunos apuntan fueintencionado y que destruyó gran parte de lasestancias de una de las torres del edificio.Entre ellas, las que albergaban las habitacionesdel matrimonio Franco, que quedaronfrancamente dañadas. El techo del dormitoriode la pareja se desplomó sobre el comedorprincipal del pazo, en el que se celebraban cadaaño los consejos de Ministros. Las demáshabitaciones de la residencia quedaronahumadas a causa de las llamas, que alcanzarongrandes proporciones en poco tiempo, ya quelos materiales eran muy inflamables. Lossuelos eran de tarima de madera y ardieronrápidamente, facilitando que el incendio sepropagara y que tardara en ser sofocado por los

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bomberos de La Coruña, que acudieron encuanto fueron avisados.

La familia Franco cogió aprensión al lugary no quiso volver a habitarlo. Doña Carmen,según cuentan, fue una vez después delincendio y se quedó tan desolada al comprobarlos daños causados por las llamas que prometióno volver. Ella prefirió, durante los añosposteriores, ocupar otra de sus propiedades, laCasa Cornide, obtenida gratis et amore comotantas otras, y ubicada en pleno centro de laparte antigua de La Coruña. Se trata de unmagnífico edificio de tres plantas situadofrente a la iglesia de Santa María, que le regalóy puso a su nombre Pedro Barrié de la Maza,urdidor de la operación de la compra del Pazode Meirás.

La Casa Cornide era la sede del antiguoConservatorio de Música de la capitalcoruñesa, a cuyos alumnos desalojaron de allípara mandarlos a otro lugar mucho más alejado

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del centro, en el tercer piso de un edificio sinascensor. Doña Carmen le había echado el ojoal inmueble en los tiempos en que vivió en LaCoruña, cuando su marido fue gobernadormilitar de la ciudad.

Rodríguez Ares ha contado a la autora quecuando visitó una vez muerto Franco a doñaCarmen en Cornide y le alabó la belleza de lacasa, ella le comentó que ya le pareció unamaravilla cuando lo vio por primera vez antesde la Guerra Civil. Entonces, ella le habíapreguntado a su marido: «Paco, esta casa megusta mucho, ¿la podemos comprar?». A lo queél le contestó: «En este momento, no esconveniente».

Solo hubo que esperar unos cuantos añospara hacerse con la casa y, además, con ventaja,ya que no pagó ni un duro por ella.

Durante casi veinte años, nadie quisometerse a restaurar el Pazo de Meirás a fondo,y no fue hasta finales de los noventa cuando se

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emprendió la rehabilitación del edificio, que seprolongó durante ocho años y que fue pagadaíntegramente por la duquesa de Franco. LuisFernando Quiroga, padre del marido deAránzazu Martínez-Bordiú y miembro de unade las más ilustres y adineradas familias de LaCoruña, fue una de las personas que másinfluyó para que el edificio fuera restaurado, ycolaboró activamente a la hora de llevar a cabotodos los arreglos.

Fana Quiroga, como se le conoce por loscoruñeses, tiene muy a gala presumir de tenerun auténtico pazo, el de San Julián, cuyomantenimiento anual le cuesta alrededor deunos 30.000 euros, unos cinco millones de lasantiguas pesetas, y que es mucho mayor y másantiguo que el de Meirás, que él no considerademasiado valioso.

En el año 2004, el pazo recobró parte desu viejo esplendor y fue escenario de nuevo deimportantes acontecimientos en la vida de la

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familia Franco. Francis celebró ese verano laprimera comunión de una de las hijas que tuvode su segundo matrimonio con MirianGuisasola. Días más tarde se produjo allí lapetición de mano de Luis Alfonso de Borbón ala familia de su prometida, la rica herederavenezolana Margarita Vargas con la que se casópoco después en República Dominicana. Y el17 de julio se casó en la capilla de MeirásJaime Ardid, hijo de Mariola Martínez-Bordiúy Rafael Ardid.

A partir de ese año, la familia Franco havuelto a veranear en el pazo. La duquesa deFranco va todos los años y sus hijos y nietosacuden por turnos a pasar unos días a la fincaque ha recuperado en parte el aspecto de losaños de poder y gloria.

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El pazo, hoy

Desde el inicio de la preparación de estelibro, tuve claro como autora que deseabavisitar personalmente el mayor número delugares en donde se desarrolló la vida de laSeñora. Recorrer con detenimiento, fuera delas horas de visita habituales, todas lasestancias del Palacio de El Pardo fue posiblegracias a las facilidades del entoncespresidente de Patrimonio Nacional, NicolásMartínez Fresno, que accedió amablemente ami petición. El Palacio Real, por motivos de mitrabajo como corresponsal de TVE ante elPalacio de La Zarzuela, me resulta familiar porla cantidad de actos celebrados en sus distintossalones y por la exhaustiva visita guiada quetuvimos oportunidad de hacer hace unos años.Por el monumento del Valle de los Caídos y suimpresionante basílica-panteón me acompañódándome al tiempo una completísima

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explicación una funcionaria amabilísima dePatrimonio Nacional, que no estaba conformecon el silencio al que le obligaban sussuperiores en la reciente etapa en la que estelugar solo quedó destinado al culto. Ella mismame facilitó el contacto con el abad de losbenedictinos que tienen a su cargo la basílica yel convento, fray Anselmo, con el que pudemantener una charla sobre el futuro delmonumento.

Pero lo más difícil fue, sin lugar a dudas,poder visitar el Pazo de Meirás, a pesar deestar ya en vigor la decisión oficial de abrirloal público tras ser declarado Monumento deInterés Cultural.

Tras fracasar en el intento de hacerlo porla vía oficial, mediante la que obtuve cita paraocho meses más tarde y un día tan inapropiadocomo el 23 de diciembre, víspera de Navidad,tuve que buscar la complicidad de alguien paraque se acortaran los trámites y pudiera recorrer

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sin trabas aquel mítico lugar de los añosdorados del nacionalcatolicismo.

En un día gris de otoño, salpicado de gotasde lluvia suaves en contraste con el temporal dejornadas anteriores, el matrimonio boliviano deguardeses que cuida ahora la finca nos abrió laspuertas del Pazo de Meirás para la visita.Acompañada de Federico Cocho, un periodistagallego amigo y buen conocedor de la historiadel lugar, y de una persona de la región que nosfacilitó el que pudiéramos entrar sinproblemas, recorrimos el sendero jalonado deescudos y blasones antiguos esculpidos enpiedra hasta llegar a una rotonda en la que seencuentra un cruceiro que es réplica de otroque figura en la catedral compostelana.

Macizos de hortensias, ocres después delazul violáceo que lucen en verano, poblaban losalrededores de la entrada al pazo, cuyo portónestá enmarcado por un espesa y tupidabuganvilla en la que sobrevivían aún algunas de

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sus flores color fucsia. La vista que secontempla desde la explanada es de una bellezaincreíble, con ese toque de melancolía que elpaisaje adquiere en Galicia en la época otoñal.Por fin estaba ante la fachada del caserón quealbergó a la familia Franco durante más de tresdécadas y media.

Al acceder al zaguán del pazo, enseguidase ve la estructura del edificio: un portal que dapaso a un amplio hall del que arranca unaescalinata de mármol que se abre en dos para ira cada una de las torres en donde están losdormitorios de la familia Franco. Pero laexpectación que te podía hacer pensar que ibasa visitar un lugar decorado con exquisitez ylleno de obras de arte, acorde con el buen gustoque se atribuyó siempre a la Señora, sedesvanece al ver la disparatada distribución deuna cantidad desproporcionada de objetos queno guardan relación estética alguna entre sí,salvo que todos ellos pertenecieron en su día al

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hombre más poderoso de España y a su esposa.Tal y como apuntaba en otro capítulo, la

primera planta del pazo es un auténtico museode glorias pasadas, en el que se amontonanpiezas tan diversas como un par de barcos devela colgados del techo y suspendidos a mediaaltura, que recuerdan a las carabelas quepartieron hacia América al mando de Colón, allado de ánforas que yacieron durante siglos enel fondo del mar. Como si de una almoneda setratara, un par de bargueños de aspecto valiosolucen junto a una panoplia de mosquetonesantiguos con las culatas adornadas conincrustaciones de marfil, bronce y nácar; unacolección de platos de cerámica con apliquesdorados trata de sobresalir por encima de dosparejas de colmillos de elefante, una de ellasadornada con incrustaciones de metal y colgadadel techo, y la otra puesta simplemente sobreun par de peanas, seguros trofeos deincursiones del marqués o de su hijo Francis en

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la jungla africana.En la estancia de la que arranca la

escalera, rematada en el primer rellano por unabandera española de la etapa franquista, con eláguila imperal, lo que más llama la atenciónson los paños de pared cubiertos por decenasde cráneos de corzos o gamos abatidos por lapasión cinegética de la estirpe franquista. Yjusto debajo de la escalera, entre el acceso alcomedor y la zona de servicio a la derecha y lade la preciosa biblioteca creada por doñaEmilia Pardo Bazán a la izquierda, una urna decristal guarda una pieza que le regalaron alCaudillo y que, al parecer tenía un gran valor:se trata de un faisán blanco disecado, unejemplar raro de hallar, que resulta inquietantepor su rigidez y sus inexpresivos ojos decristal.

En la misma entrada al pazo, la primerapuerta a la izquierda da a la antigua sacristía,hoy usada como dormitorio por la duquesa de

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Franco, que prefiere tener su habitación allípara evitar subir y bajar las escaleras que danacceso a los dormitorios de la primera planta.De ahí se pasa a la capilla, que también tieneentrada por el exterior, en la que destaca unbello retablo de madera en cuyo centro estácolocada una figura de san Francisco de Asís,patrón de los pobres y cuyo nombre llevó elGeneralísimo.

Según uno de nuestros guías, el retablollegó a Meirás procedente del Pazo de losPose en tiempos de la Pardo Bazán, a la quedonaron el altar en pago de una deuda quetenían contraída con la escritora.

En esa capilla se casaron dos de las nietasde Franco y la Señora: Mery, con el periodistay escritor Jimmy Giménez-Arnau, y Arancha,con un hijo de Luis Fernando Quiroga. Despuésde la restauración del pazo, Leticia, la hija deMery, y Jaime, hijo de Mariola y Rafael Ardid,han elegido su iglesia para contraer

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matrimonio.El ala derecha de la planta baja alberga una

primera sala, en cuyas paredes abundan pinturasdel siglo xvii y xviii, y encima de los mueblesbustos de doña Carmen, delicados jarrones deporcelana y otros adornos traídos al pazogallego a lo largo de los años que la familiaFranco veraneó entre sus muros. Y acontinuación, se pasa al amplio comedor, lugaren el que se celebraban los consejos deMinistros veraniegos, decorado en gran partepor cuadros pintados por el propio Franco queeran meras copias de obras de artistasconocidos.

Merece una parada especial la bibliotecadel pazo que los herederos de la Pardo Bazándejaron prácticamente intacta y cuyos librosprimorosamente alineados en libreríasnutrieron de lectura, al parecer, al dictador ensus veraneos. En los huecos de las paredes dela biblioteca se pueden leer algunas

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inscripciones alusivas a la importancia de lalectura y al gran valor de los libros comofuente de conocimiento y sabiduría.

La torre de la izquierda, la derecha segúnse mira desde fuera el edificio, está ocupadapor los dormitorios que usan los hijos y nietosde la duquesa de Franco cuando van a visitarla.Amplios y todos con un baño incorporado, noofrecen apenas interés, puesto que sonestancias nuevas rehechas durante larehabilitación del pazo. Al fondo, el dormitoriomás amplio, que era el que ocupaba elmatrimonio Franco en vida y que da a un lateraly a la parte trasera del edificio. Allí, según lafamilia del general, se inició el fuegodevastador que casi acaba para siempre con lafinca y que sus descendientes insisten en quefue intencionado.

Francis es ahora el señor de Meirás, yaque él ha heredado el título que otorgó el reyJuan Carlos a la viuda de Franco. Y lo usa

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cuando llama a personas como el exalcalde deSada para pedirle algo.

Como curiosidad, hay un dormitorio en laplanta baja en cuyo dintel hay un rótulo con lainscripción «Los señoritos de Meirás». En suinterior, varias camas de tamaño infantil sealinean unas junto a otras. Es el lugar dedescanso de los benjamines de la saga de losFranco, aunque en su carné de identidad ya nofigura el apellido del mítico abuelo que alcanzóla categoría de héroe de la guerra de África,Caudillo de España y Generalísimo de losEjércitos. Salvo en los de los hijos de FrancisFranco, el único al que cambiaron el orden desus apellidos para que se llamara como suabuelo y lo perpetuara.

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9. Las cacerías del franquismo

Si hay una afición que Franco cultivó contotal dedicación, además de la pesca, fue la dela caza, a la que dedicó gran parte de su tiempode ocio e incluso días o semanas que restó asus tareas de gobernante absoluto. La caza fuesu gran pasión, hasta el punto de que algunos desus colaboradores y sobre todo su primo yayudante Franco Salgado-Araujo criticaron confrecuencia el que el dictador dejara de lado susobligaciones oficiales para irse durante largosfines de semana, que empezaban los jueves yterminaban los lunes, a cazar perdices o piezasmayores en monterías que se celebraban encotos privados y estatales.

Doña Carmen no compartió con su maridoesta afición, pero como esposa fiel yconsciente de su obligación de estar junto a éltodo el tiempo que pudiera, siempre le

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acompañaba en sus excursiones cinegéticas.Mientras que Franco madrugaba para estarpreparado al alba y salir hacia los puestos desdedonde iban a tirar perdices, la Señorapermanecía en las dependencias de las fincasque frecuentaban y esperaba a que se terminarala cacería para recibirle y charlar con él y conlos otros invitados acerca de las incidencias dela jornada.

Doña Carmen desempeñaba al pie de laletra su modelo tradicional acorde con laépoca, en la que las mujeres tenían un papelcompletamente secundario respecto a susmaridos. Y a pesar de que ya en ese tiempo, loscuarenta y cincuenta, en España había bastantesmujeres de la clase alta que tomaban susescopetas y salían a la par que los hombres aabatir sus piezas, la Señora prefirió mantenerseen un segundo lugar y compartir con las dueñasde las fincas y cotos de caza labores másfemeninas, como la costura, la supervisión de

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las comidas que se iban a servir más tarde enlas cenas o cuidar del arreglo y preparación delos cuartos que iban a usar sus ilustreshuéspedes.

Franco se aficionó a cazar desde muyjoven, en sus primeros destinos como militar,en los que socialmente ir de cacería estaba muybien visto, y formaba parte de las relacioneshabituales entre las primeras autoridadesprovinciales y los hombres de empresaadinerados, poseedores de fincas en las que unaparte estaba dedicada a ese menester. Lafinalidad era halagar y tener contentos a lospolíticos y hombres influyentes con capacidadde decisión, para tenerlos a su favor cuando losnecesitaban, y, al mismo tiempo, practicar undeporte que ha guiado siempre el instinto delos humanos desde los albores de la Historia.En aquellos tiempos, se cazaba para subsistir,luego como afición que en algunos casos llegaa ser una auténtica obsesión.

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Las cacerías en tiempos de Franco seconvirtieron, al estilo de lo que narró Berlangaen La escopeta nacional, en ocasionesinmejorables para oportunistas y arribistaspróximos al régimen que aprovechaban laproximidad con el Generalísimo y su entornopara obtener prebendas y favores. Sin llegar alos extremos de lo que sucedía en los prediosdel inefable marqués de Leguineche,magistralmente interpretado por Luis Escobar,marqués de las Marismas del Guadalquivir,seguro que algunas de las escenas que ocurríanen las que se organizaban en torno al Caudillose parecieron bastante a las que luego vimosreflejadas en la película dirigida por el genialdirector, Luis García Berlanga. Hay que creersiempre que la realidad, normalmente, superacon creces a la ficción.

Sin embargo, en las cacerías a las queasistía Franco, los hombres de negocios que seatrevían a proponerle directamente sus planes y

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trataban de obtener alguna prebenda eranrechazados de forma tajante por él, que lescontestaba que no era el momento ni el lugarde tratar asuntos de esa índole. Le molestabaenormemente que le importunaran en sutiempo de ocio y descanso, que él dedicaba a lacaza y a olvidar los asuntos de Estado que ledaban bastantes quebraderos de cabeza.

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Las Navidades en Arroyovil

Cuenta Francis Franco en su libro Lanaturaleza de Franco que hasta que no se casócon la hija de Franco, su padre, el marqués deVillaverde, no era en absoluto aficionado a lapráctica de la caza. Y que en la finca deArroyovil, que la familia Martínez-Bordiúposeía en Mancha Real, nunca hasta entoncesse había cultivado la afición cinegética. Era uncortijo con tierras que aportó al matrimonioJosé María Martínez, el abuelo paterno deFrancis, después de recibirlo en herencia de sufamilia.

Estuvo dedicado por completo a laagricultura durante muchos años,especialmente al olivar, motivo por el cual enla finca había una almazara en la que seprensaba la aceituna para transformarla enaceite y que años más tarde desapareció alquedar obsoleta. Arroyovil tenía en origen

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cerca de mil hectáreas de terreno, aunquesegún el testimonio del nieto preferido deldictador «con el correr de los años, según ibaaumentando la familia, se le fueron haciendoañadidos y remedos para que cupiésemostodos, incluidos el abuelo Franco y la abuela,que solían pasar en Arroyovil una semana alaño».

Era esta una semana larga en plenasNavidades, que iba desde el 27 de diciembrehasta el 5 de enero, fecha en la que regresabana Madrid para pasar allí la festividad de losReyes Magos. El matrimonio Franco sedesplazaba a la finca de sus consuegros, endonde pernoctaban, junto con su hijaCarmencita y su marido, Cristóbal, además delos niños que iban añadiéndose a la familiaconforme fueron naciendo. Pasar la Nocheviejaen la finca de los condes de Argillo seconvirtió con el tiempo en una tradición que semantuvo hasta los años setenta, en los que la

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enfermedad de párkinson avanzó de tal maneraen el cuerpo de Franco que el temblor que leprovocaba en las manos le impedía seguirmanejando la escopeta.

Al principio, las cacerías en la finca de losMartínez-Bordiú tenían un carácterestrictamente familiar. Pero, con el tiempo, lasbatidas de perdices se convirtieron en unacontecimiento de tipo social e incluso a vecespolítico, ya que se organizaban paracorresponder a las numerosas amistades de losmarqueses de Villaverde que con frecuencia lesinvitaban a cazar en sus fincas. Los que asistíana Arroyovil, españoles y extranjeros, eranpersonas de muy diversa extracción social, yaque al lado, por ejemplo, de miembros de larealeza, como el rey Simeón de Bulgaria y suesposa Margarita Gómez-Acebo, se podíaencontrar a toreros como Luis MiguelDominguín o Manuel Benítez el Cordobés.

Doña Carmen, que ejercía de primera

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dama en los días dedicados a la caza en la sierrajienense, disfrutaba hablando y socializandocon ilustres personalidades de la nobleza y laaristocracia, como la duquesa de Alba y suprimer marido, Luis Martínez de Irujo, elconde de Teba, el marqués de Santa Cruz y suesposa Casilda, los marqueses de Aledo,además de miembros de la aristocraciaforánea, de Italia, Hungría e incluso inglesa.Para ella era todo un logro conseguir que gentetan distinguida acudiera a las cacerías sinningún problema, aunque luego muchos deellos fuesen con asiduidad a Estoril a rendirpleitesía a don Juan de Borbón y se declararanmonárquicos leales y fieles ante el depositariode los derechos dinásticos de la Coronaespañola.

Las fotos que se conservan de aquellasestancias en la finca de los Argillo muestran auna Carmen Polo sonriente y satisfecha,vestida adecuadamente para la ocasión con

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ropas típicas usadas por las mujeres quepracticaban la caza, pero, eso sí, con susempiterno collar de perlas de tres o cuatrovueltas alrededor del cuello. Las comidas deesas jornadas cinegéticas se hacían al aire libre,siempre que la temperatura lo permitiera, y laSeñora ocupaba siempre el lugar de honor en elcentro de la larga mesa en la que se servía elalmuerzo. Frente a ella, su marido, acompañadode las damas de más rango presentes en lacacería, y junto a ella, los personajes másdistinguidos de los que habían dedicado lajornada mañanera a obtener el mayor númeroposible de perdices desde su puesto asignado.

Por cierto, que Francis Franco explica enel libro antes citado que su padre tuvo querecurrir a alquilar algunas fincas próximas aArroyovil para poder tener suficientes puestosde tiro disponibles para sus cada vez másnumerosos invitados. Pero, como era tanahorrativo, logró que sus vecinos de las tierras

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colindantes le alquilaran las fincas a un preciomuy razonable y además corrieran con losgastos de mantenimiento y cuidado de las aves,que eran bastante considerables. A cambio decontrolar a las alimañas para que no secomieran a las perdices, sus pollos y huevos, elmarqués de Villaverde los invitaba a cazar conFranco cuando se ojeaba en sus terrenos.Cristóbal Martínez-Bordiú sabía muy bien, sinduda, cómo manejar eso que se ha dado enllamar el tráfico de influencias.

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Las fiestas flamencas de Arroyovil

Andrés Martínez-Bordiú, conde de Moratade Jalón y hermano de Cristóbal, relata en ellibro Franco en familia. Cacerías en Jaéncómo eran esos días de cacería y la celebraciónde Nochevieja en la finca de sus padres durantelos años que el jefe de Estado y su familia lospasaron allí. El hermano del «yernísimo» relatacon detalle cómo disfrutaban el general Francoy doña Carmen esos días de Fin de Año enArroyovil, en los que la mitad de la jornada sededicaba al ojeo de perdices y su captura en lospuestos que se preparaban con todo cuidado yla otra mitad, noche y madrugada, a festejar lasalida del año viejo y la llegada del nuevo.

Las señoras se vestían de tiros largos ylos señores de esmoquin para la celebración,que se iniciaba con todos los invitadosalrededor de la radio, primero, y después, deltelevisor, para ver y escuchar el mensaje de fin

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de año que Franco dirigía a los españoles cada31 de diciembre. En esos mensajes, que sehacían bastante largos a los telespectadoresdada la poca capacidad oratoria de Franco, sehacía por una parte un repaso de losacontecimientos más importantes ocurridosdurante el año, siempre desde un punto de vistatriunfalista, y, por otra, se lanzaban lashabituales invectivas contra los enemigosseculares de España, que eran, para él, elcomunismo y la masonería.

Después de los comentarios siempreelogiosos de los invitados a la finca de loscondes de Argillo, todos se trasladaban a lacapilla para asistir a la celebración de la santamisa, oficiada por el párroco de Mancha Real,en la que el matrimonio Franco-Polo ocupabados sitiales en el lado del Evangelio y cercanosal altar. Una vez cumplidas las obligacionesreligiosas, imprescindibles para la devota doñaCarmen, era el momento de la cena en el

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comedor y los salones de la finca, en la que sereunían a veces unas treinta o cuarentapersonas, todas ellas pertenecientes a lasfamilias de la aristocracia del más rancioabolengo, o de la otra, la económica, presentesiempre en los eventos organizados por lafamilia Franco.

El momento culminante de las fiestas deNochevieja de cada año era, sin duda, el tiempodedicado al flamenco. Ahí todos los asistentesse desinhibían de su timidez y demostraban sushabilidades en el arte del baile, que algunosdominaban en sus distintos palos: sevillanas,alegrías, seguiriyas, fandangos, tangos eincluso soleás y bulerías. La organización de lafiesta, con la contratación y transporte de losartistas, corría a cargo de Miguel Ardid, amigoíntimo de los Villaverde y padre del marido deMariola Martínez-Bordiú, a pesar de lo cualCristóbal no quería que su hija se casara conRafael por considerarlo poca cosa para ella. Y

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hasta el cortijo de Arroyovil se desplazabanartistas de la talla de Luisa Ortega y ArturoPavón, el Beni de Cádiz y Maleni, una bailaorade gran talento y belleza que más tarde seconvirtió en la madre del famoso torero JulioAparicio. Los guitarristas se colocaban justodebajo del arco de la chimenea y, después detomar las doce uvas que marcan el comienzodel nuevo año, comenzaba la fiesta.

Franco se sentaba siempre en el mismosillón, y desde él se dedicaba a filmar imágenesdel sarao con uno de sus tomavistas. Lafotografía fue una de las grandes aficiones delGeneralísimo, y en sus períodos de descanso leencantaba captar con sus cámaras de cine paraaficionados películas, sobre todo de sus nietos,como todo buen abuelo que se precie. DoñaCarmen, a su lado, sonreía feliz de ver cómolos hijos de Carmencita se incorporaban alfestejo y hacían pública demostración de suhabilidad a la hora de bailar flamenco. Las

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niñas, María del Carmen, Mariola e Isabel, hijaesta última del autor del libro citado, eran yaguapas adolescentes que tomaban clases deflamenco en Madrid, lo que les permitíamoverse con gran desenvoltura en aquellasocasiones. Y los chicos, Francis Franco, JoséLuis Aznar y Paco Martínez-Bordiú, no seachicaban ante ellas, aunque se movían con lasobriedad habitual de los varones.

La juerga se prolongaba durante toda lanoche. Los artistas contratados no solobailaban ellos, sino que animaban el cotarroechando sus mantones o pañuelos por encimade la cabeza de algunos de los invitados paraincorporarlos a la danza. Era un lance que no sepodía rechazar y al que había que responder sino querías desairar a los bailaores. Pero doñaCarmen y su marido, recatadamente, seretiraban de la fiesta a una hora prudencial,antes de que los asistentes se tomarandemasiadas libertades y las copas produjeran un

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efecto liberador de complejos e inhibiciones.Entre los que mejor se desenvolvían a la

hora de bailar, según el conde de Morata deJalón, destacaban Cary Lapique, vizcondesa deCasa Miranda, Cayetana de Alba, que estuvotambién un Fin de Año en la finca de loscondes de Argillo, Miguel Ardid, el propiomarqués de Villaverde... y entre los peores,aunque muy osado a pesar de su evidentetorpeza, José Sanchiz, tío de los Martínez-Bordiú y uno de los personajes que actuó deconseguidor de muchos favores debido a lacercanía que consiguió con el propio Franco.

Al amanecer, ya con el día clareando, seservía a todos los que aún quedaban en pie unreconfortante chocolate caliente con churrosantes de irse a la cama a descansar, después depasar la noche en vela. La ventaja era que el día1 de enero, en consideración a los trabajadoresde Arroyovil, que tanto se esmeraban para quetodo estuviera a gusto de los Franco, los

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Martínez-Bordiú y sus ilustres huéspedes, nohabía jornada de caza. Todos se dedicaban adescansar y a dormir hasta la hora delalmuerzo.

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Incidentes y anécdotas de lascacerías

Una de las circunstancias que más llama laatención de aquellos años en que los Francoacudían a Arroyovil a cazar es que uno de losasiduos invitados a la finca de los condes deArgillo era Alfonso de Borbón Dampierre, elhijo del infante don Jaime de Borbón. Así pues,el que luego se convirtió en duque de Cádiz ymarido de María del Carmen, coincidió duranteaños con la nieta mayor del general Franco,cuando ella aún era una niña y en aquellasprimeras fiestas flamencas de Nochevieja setenía que contentar con cenar en una mesa consus hermanos, bajo la supervisión de missHibbs, y abandonar los salones después de lacena. Tan solo cuando María del Carmen seconvirtió en una jovencita, ella y sus doshermanos mayores se quedaban en lacelebración que terminaba a altas horas de la

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madrugada.Andrés Martínez-Bordiú relató en su libro

Franco en familia su relación con donAlfonso, al que llamaba «príncipe de los tristesdestinos», pero al que tenía gran afecto yconsideraba una persona seria, consciente dequién era y con un espíritu de señorío ycaballerosidad. El hermano del marqués deVillaverde hablaba con frecuencia con él acercade su fría relación con su tío el conde deBarcelona, que negaba terminantemente lalegitimidad de que fuera tratado de Alteza Realasí como cualquier tipo de derecho dinásticoen la línea sucesoria de la Corona española.

Alfonso, según el conde de Morata deJalón, mantenía sus aspiraciones a que sereconocieran sus inexistentes derechos a laCorona, apoyado en estas pretensiones por loshombres más integristas del Movimiento,como José Solís o Girón de Velasco, enemigosacérrimos de los Borbones de Estoril.

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Una de las preocupaciones que BorbónDampierre le trasladó también a Andrés fue ladifícil situación que le había creado en 1961 supadre, el infante don Jaime, ante Franco, almandarle una carta con copia a la ONU en laque se nombraba a sí mismo heredero de laCorona y reclamaba la restauración de lamonarquía en España.

Una curiosa anécdota que se cuentatambién en el libro y de la que se da testimoniográfico es la entrega cada año por parte de unode los invitados a las cacerías, José Jorro, unamigo de la familia March que habíadesarrollado un lucrativo negocio de venta detabaco en Marruecos, de un mueble de cajonesrepleto de cigarros habanos en cuya vitolaestaba impreso el escudo de Franco y la fechadel día de entrega del regalo.

Normalmente el presente se hacía altérmino de la cacería que Jorro organizaba ensu finca, próxima a la de los Martínez-Bordiú, a

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la que convidaba a todos los invitados deArroyovil. En la foto, publicada en el libroantes citado, se ve al matrimonio Franco Polocon cara satisfecha y sonriente ante el mueblelleno de cigarros y a un solemne José Jorroencantado de posar con la ilustre pareja.

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Accidentes de caza

Como es lógico en una vida tan dedicada ala práctica de la caza, también se produjeronalgunos accidentes en esas jornadas. El másgrave, sin duda, ocurrió la víspera del día deNavidad del año 1961, en el monte de El Pardo,el amplio espacio natural que rodeaba laresidencia del jefe del Estado al que el generaliba con frecuencia con su familia a tirar.

Mientras doña Carmen supervisaba lospreparativos de la cena de Nochebuena, que sehacía siempre en el Palacio de El Pardo, sumarido decidió ir por la tarde con su yerno, elmarqués de Villaverde, su tío, Pepe Sanchiz, yel arquitecto Manolo Cabanyes a probar unnuevo reclamo o cimbel que había llevado esteúltimo para usar en la caza de palomas.

Aunque el día era gris y amenazaba lluvia,la pasión de los cazadores pudo más que lasinclemencias climatológicas. Las escopetas se

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colocaron en los puestos en posición verticalpara que las palomas, poseedoras de una vistamuy aguda, no los vieran y se alejaran. Juanito,escopetero del Caudillo, estaba como siemprejunto a él para prepararle y cargar las armas. Yempezó la cacería a pesar de que comenzó allover con intensidad en ese momento. No pasóapenas tiempo cuando la escopeta Purdey,hecha especialmente para Franco, sonóanormalmente fuerte, como si se hubierandisparado los dos cañones a la vez. El generalsalió despedido hacia atrás y no cayó al sueloporque lo sujetó Juanito, su secretario.

El marqués de Villaverde y los otros doscompañeros de cacería fueron avisados por unode los escoltas que estaban cerca del jefe delEstado y acudieron corriendo a donde este seencontraba para ver lo que había pasado. Juanitoles explicó que el cañón derecho de laescopeta había reventado a lo largo de unosdoce centímetros y los bordes de la chapa

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habían herido la mano izquierda del general,que sangraba de forma abundante y sentíaintensos dolores. Su yerno aconsejó que se letrasladara de forma inmediata al hospital máscercano, que era el del Aire y estaba entoncesen la calle de la Princesa, para que pudiera serexaminado a fondo y probablemente entrar enel quirófano para ser operado.

Doña Carmen acompañó a su maridodurante todo el tiempo que estuvo internado,dos largos días en los que se le intervinoquirúrgicamente para curarle la mano ysalvarle, in extremis, la falange del dedo índicede la mano herida, una decisión que retrasó larecuperación del Caudillo pero que se la dejóíntegra.

La investigación que se abrió terminó conlos rumores de que el accidente pudieradeberse a un acto intencionado. Los expertosdeterminaron que el agua de la lluvia pudoentrar en el cañón y formar una especie de

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tapón que estalló al disparar o bien que sehubiera cargado el arma con un cartucho decalibre superior al adecuado, que estuvieramezclado con los apropiados para ella.

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El perdigonazo de Fraga aCarmen Franco

Otro accidente ocurrido durante lascacerías fue el que sufrió la marquesa deVillaverde, una excelente tiradora, según todoslos testimonios consultados, que se fueaficionando más y más y que ha continuadopracticando esta actividad hasta hace muypocos años. Manuel Fraga Iribarne, que habíasido nombrado ministro recientemente, fueinvitado a asistir a una de las cacerías deFranco, un deporte en el que el político gallegono era entonces muy ducho. Según testigospresenciales, el flamante titular de Informacióny Turismo se presentó vestido como unauténtico novato en la práctica cinegética, encuya indumentaria no faltaba ninguna de lasprendas típicas que se exhiben en las tiendas deartículos de caza y pesca. Según testigospresenciales de aquella ocasión, a Fraga no le

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faltaba ni un solo detalle en su atuendo,rematado por el clásico sombrero tirolésadornado, por supuesto, con unas plumas deave. El propio Fraga, en su libro Memoriabreve de una vida pública , relata cómo fue elincidente en el que no solo hirió a la hija únicade Franco, sino que estuvo a punto de que lahistoria pasara a mayores porque, segúnreconoce, también tuvo a tiro al propio general.

Era un fin de semana. Concretamente, el 1de febrero de 1961, sábado. Yo había sidoinvitado a una cacería de perdices en Santa Cruzde Mudela. Aquel día tuve la desgracia de darleun plomazo «en salva sea la parte» a lamarquesa de Villaverde. Yo tiraba entonces sinpantallas y una perdiz baja que pasó entre losdos dio lugar al monumental error. CarmenFranco estaba, además, entre su padre y yo.Siguieron unos minutos indescriptibles. Debodecir que la actitud de ambos ante milamentable gafe fue ejemplar, de generosidad y

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buen estilo. Me compré un juego de pantallas yno he vuelto a plomear a nadie.

La reacción de Franco, a pesar de laversión del protagonista de tan inoportunolance, no fue, según otros testigos del suceso,tan benevolente, sino que se acercó más a lapropia del carácter frío y sentencioso delgeneral, que dijo después de que se comprobaraque las heridas de Carmen Franco no erangraves una frase tan tajante como: «¡Quien nosepa cazar, que no venga!». En cualquier caso,la perdigonada de Fraga en el trasero deCarmencita pasó a la historia de las anécdotasde las cacerías de Franco como una prueba másdel carácter impulsivo del inolvidable donManuel.

Otro de los incidentes ocurrió en un viajede vuelta del matrimonio al Palacio de El Pardodespués de una de las cacerías de fin de semanaen la provincia de Jaén, a finales de febrero de1960. Doña Carmen y su marido iban

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instalados en uno de los Rolls-Royce queusaban para sus desplazamientos cuando ambossufrieron mareos e incluso un ligero desmayo acausa de las emanaciones de gas que semetieron en la parte trasera del automóvil.

El propio general se lo contó a su primoFranco Salgado-Araujo, quien lo relató a su vezen el libro publicado tras su muerte Misconversaciones privadas con Franco.

Solo tuve un desvanecimiento y un fuertedolor de cabeza debido a las emanaciones degasolina que se metieron por la parte posteriordel coche por defecto del tubo de escape, queno expulsaba bien los gases. Carmina tambiénestaba enferma y se acostó nada más llegar a ElPardo. Ya está el coche arreglado y se hantomado las medidas para que no vuelva aocurrir el incidente.

Siempre quedará la duda de si aquello fuealgo que ocurrió de forma accidental o másbien un acto intencionado para atentar contra la

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vida del jefe del Estado y su esposa. Lo únicoque se puede añadir es que la casa matriz deRolls-Royce en Londres fue consultada sobrelo ocurrido y manifestó que era del todoimposible que las emanaciones delcombustible se metieran por la parte de atrásdel auto de forma casual, a menos que el tubode escape de esos gases se manipulara confines criminales. Queda pues la duda, en la quesolo cabe pensar en dos posibilidades: o bienque alguien quiso atentar de esa manera contrael dictador, haciéndolo parecer un accidentefortuito, o bien que fallara el coche, unaposibilidad que nunca admitirían losresponsables de la marca de superlujo, porantonomasia, que es la casa Rolls-Royce.

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Facilidades que se daban aFranco

El cronista de la revista ¡Hola! durantemuchos años, Jaime Peñafiel, dedicó en sulibro El General y su tropa varios capítulos alas cacerías que se organizaban en la fincaestatal de Santa Cruz de Mudela, a las queinvitaban a participar a ministros, militares,aristócratas, empresarios y toreros. Perotambién contó con todo detalle las queorganizaban algunos personajes para agasajar aFranco y tenerle contento en un ambiente quese hacía propicio para todo tipo de negociosentre los asistentes.

Entre otras cosas, Peñafiel narra en ellibro cómo todos los asistentes a las jornadasde caza tenían que someterse a un sorteo paraobtener el puesto desde donde tirar contra todobicho viviente. Todos menos el general Franco,claro está, al que siempre se le excluía del

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sorteo y al que se le adjudicaban los mejorespuestos. Durante la jornada cinegética, que elperiodista tuvo oportunidad de compartir dadasu cercanía a la familia Franco, protagonistacada semana de las portadas y reportajes de¡Hola!, el Caudillo se comportaba como uncuerpo glorioso. No comía nada de la bolsa quese facilitaba a todos los cazadores con lo quellamaban el «taco», jamón, embutidos, cerveza,agua, pan y otros alimentos para matar elhambre durante las ocho horas que había queestar en el puesto. Pero tampoco dejaba suposición para satisfacer otras necesidades, apesar de que su fiel secretario Juanito síaprovechaba cualquier momento deconcentración de su señor para aliviar la vejigadesde cualquiera de las esquinas del puestoasignado.

La preocupación principal de losanfitriones, entre ellos Antonio GuerreroBurgos, un pariente lejano de Peñafiel apodado

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«el montero mayor de la dictadura» que leinvitaba con frecuencia a las cacerías que seorganizaban en El Cerrón del Castillo de Prim,era que Franco cobrara las mejores piezas paraque se fuera contento. Y se cuenta en la obracitada que un día Guerrero Burgos mandóllenar una charca casi vacía de agua, enfrentedel puesto del Caudillo, la víspera de la cacería,para que los ciervos y corzos fueran a beberjusto al lado de donde se iba a situar Franco. Lomalo fue que por la noche llovió a cántaros,con lo cual los animales pudieron saciar su seden las numerosas pozas, que se llenaron por esacausa.

El que fue fundador del club de debateSiglo xxi tenía un bárbaro poder deconvocatoria a la hora de planificar suseventos, en los que lograba atraer a lo másgranado de la sociedad madrileña. En ElCerrón, cuenta Peñafiel, su pariente Guerrerologró reunir en torno al general en un frío día

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de invierno de 1968 a los hombres y mujeresmás influyentes de la época. Hombres delrégimen, como Fraga, Solís, Romeo Gorría,Manuel Arburúa, Muñoz Grandes, AriasNavarro, García Valiño y González Gallarza.Empresarios como Eduardo Barreiros, AlfonsoFierro y Pepe Sanchiz. Políticos como PíoCabanillas y Juan Antonio Samaranch.Miembros de la realeza y la aristocracia comola infanta Alicia de Borbón y sus hijos losduques de Calabria, las hermanas OrleánsBraganza, Gloria y Cristina, los marqueses deSanta Cruz, Aldama, Griñón, Peñaranda, Cubas,Corduera, Valdeza, Comillas y Soto de Aller,además de algunos condes, como el deMayalde, que fue alcalde de Madrid duranteaños. Y para remate, también estuvo en ElCerrón el armador y multimillonario griegoStavros Niarchos, quien quiso llevarse a la islaque poseía en Grecia parejas de perdices deEspaña para repoblar el terreno con esas aves

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idóneas para la caza.Ese día, doña Carmen seguro que vio

colmadas sus aspiraciones de ser una mujerinfluyente al codearse con la flor y nata de lasociedad, cuyos integrantes le rendían pleitesíaa ella y a su marido, el Caudillo de España.

El entretenimiento que se ofrecía a losinvitados a las cacerías era bastante limitado, yaque se reducía a organizar partidas de mus, enlas que muy pocas veces participaba elCaudillo, o a celebrar sesiones de cine despuésde la cena, en las que, con mucha frecuencia, lapelícula elegida era Raza, una cinta basada enun guion del propio Franco y que él no secansaba de ver una y otra vez.

Por cierto, hay una anécdota que cuentaAndrés Martínez-Bordiú acerca de una partidaen la que participaba el general en la que uno delos jugadores cantó mus. Cuando llegó suturno, contento por las cartas que tenía,exclamó: «Ni mus, ni... gallináceas», en vez de

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usar la frase más común, pero más grosera, quetodo el mundo utiliza en el juego, que es «nimus, ni pollas». Hasta esos límites llegaba lapacatería del general.

Franco mantuvo su afición por la cazahasta los últimos meses de su vida, a pesar deque su salud se encontraba por entoncesbastante mermada. A Arroyovil, la finca de losMartínez-Bordiú, fue por última vez en losprimeros días de enero de 1972, dos añosdespués de la muerte del conde de Argillo trasuna larga enfermedad y agonía que su hijoCristóbal se empeñó en prolongar, al igual queharía cinco años más tarde con su suegro.

Según el conde de Morata de Jalón, elCaudillo se encontraba ya muy envejecido y sucuerpo estaba ya sensiblemente afectado por laincurable enfermedad de párkinson. Suexpresión facial se había vuelto muy rígida,apenas hablaba y se quedaba ensimismado enlargos ratos de silencio. El temblor de su mano

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era continuo, con movimientos incontroladosque dificultaban el ejercicio del tiro a lasperdices en los ojeos.

En la última jornada de caza, Franco secolocó en su puesto, pero apenas tiró a lasabundantes perdices que pasaban delante de él.Andrés Martínez-Bordiú se acercó a laposición en la que se encontraba el jefe delEstado cuando acabó el ojeo para saber si seencontraba bien y todo estaba correcto.Juanito, su secretario de caza, estabarecogiendo las pocas aves que había abatido.

El hermano de Villaverde empezó a hablarcon él de la recogida de la aceituna que habíacomenzado ya en esas fechas, cuando Franco,cogiéndole con la mano el antebrazo, lepronunció una frase terrible: «Andrés, yo ya nopuedo con la escopeta».

Esa confesión marcó el momento final deun cazador que no tenía más remedio quereconocer que daba por terminada la práctica

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de una de sus grandes pasiones, porque,literalmente, ya no podía con su alma.

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10. Los Franco y los Borbón: unarelación complicada

Analizar cómo fue la relación de la Señorade El Pardo con los príncipes Juan Carlos ySofía no es tarea fácil. Aparentemente, CarmenPolo fue una persona amable que en losprimeros tiempos en los que la pareja seestableció en el Palacio de La Zarzuela trató deayudarles en asuntos tan personales como ladecoración de su residencia o el arreglo de lashabitaciones para las infantas Elena y Cristina yel príncipe Felipe antes de sus respectivosnacimientos. Según testigos de aquellostiempos, corrían los años sesenta, eranfrecuentes las visitas de doña Carmen a LaZarzuela para aconsejar a la joven esposa delpríncipe y orientarla en cuestiones domésticas.Doña Sofía era extranjera, no conocía apenas elpaís ni tampoco los lugares apropiados donde

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elegir, por ejemplo, la ropa de sus bebés. Perotambién doña Carmen llamaba a la princesapara que la acompañara a algunas de susactividades de carácter benéfico y presentarla alas damas de la alta sociedad española.

El embajador Vaca de Osma ha relatado ala autora lo que ocurrió un día en el que élestaba en el Palacio de La Zarzuela.

«Fuertes de Villavicencio, jefe de la CasaCivil de Franco, llegó al palacio para ver a doñaSofía y transmitirle el ofrecimiento de doñaCarmen Polo de ayudarla a decorar lahabitación que estaba preparando para cuandonaciera su primer bebé. Yo fui testigo de larespuesta de la princesa Sofía, que le contestó,con una educación exquisita, que estabaencantada con el ofrecimiento, ya que confiabaabsolutamente en su buen gusto».

La relación que habían de mantener losrecién casados príncipes con el clan de ElPardo fue una preocupación constante de don

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Juan Carlos desde el día de su boda. Su idea eraque fuera fluida, sin roces, en la que lacordialidad estuviera presente todo el tiempo.De ahí, la anécdota que la reina cuenta en ellibro de Pilar Urbano de cómo se puso aredactar en la isla de Spetsopoula, en plena lunade miel, una carta a Franco para agradecerle losregalos que le había enviado por su boda ytambién para anunciarle que su marido y ellairían a Madrid para saludarle después de visitaral papa en Roma.

Esa carta la redactó el príncipe encastellano. Y yo la copié en limpio, con miletra y encabezándola con un Mi Generalporque mi marido me dijo que él le trataba así yyo también podría hacerlo.

Doña Sofía tuvo siempre muy claro que,dada la situación de su marido en su caminohacia la restauración monárquica, ellossiempre tendrían que «nadar entre dos aguas»,lo que suponía mantener las buenas maneras

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con los Franco, pero sin ceder un centímetroen sus aspiraciones y derechos dinásticos.

El primer encuentro de la pareja con elGeneralísimo y su esposa fue el 5 de junio de1962, menos de un mes después de la boda.Doña Sofía se quedó sorprendida al verle, yaque su figura difería mucho de la idea que sehabía hecho de él como consecuencia de lasopiniones muy críticas que había oído, en lasque le tachaban de dictador, generalísimosoberbio, y hombre duro, seco y antipático.

Lo que encontró fue «un hombre sencillo,con ganas de agradar y muy tímido». Franco sequedó impresionado por la hija de los reyes deGrecia, a pesar de que, la primera vez que oyóhablar de ella como posible esposa de don JuanCarlos, el general rechazó de plano a lacandidata por profesar la fe ortodoxa, pero,sobre todo, porque le dijeron que su padre, elrey Pablo, era masón, lo peor de lo peor para eldictador.

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«La princesa es muy agradable», comentóFranco tras esa primera visita, «y pareceinteligente y muy culta». Una primeraimpresión que la joven princesa griegapercibió, y de ahí que siempre pensara que ellaa Franco le caía bien. Un detalle a anotar es quealgo que pareció normal a doña Sofía entonces,que la hija de Franco y su yerno asistieran alalmuerzo al que les invitaron al día siguiente,con el paso del tiempo le pareció una señal deque «Franco había extendido la Jefatura delEstado, la institución, a toda su familia, comosi se tratara de una familia real en unamonarquía».

Lo que tiene cierta gracia es que lasorpresa que la princesa tuvo al conocer algeneral fue un sentimiento parecido al queexperimentó don Juan Carlos cuando llegó aMadrid en 1948 y fue presentado al dictador.En el libro El rey, que recoge las confidenciasdel monarca al escritor José Luis de

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Vilallonga, don Juan Carlos narra lo que sintióal encontrarse por primera vez con el hombreque causaba tantas preocupaciones a su padre,que no le dejaba regresar a España y quepermitía que se hablara tan mal de él en losperiódicos.

«Me pareció más bajito que en las fotosque había visto de él, tenía barriga y me sonreíade una forma que me resultó poco natural.Dicho esto, fue muy amable conmigo y mepidió noticias de su Alteza el conde deBarcelona». El tratamiento sorprendió al niñode diez años que era entonces el príncipe donJuanito, acostumbrado como estaba a que lagente que iba a ver a don Juan a Estoril serefiriera a él siempre como el rey.

Lo más divertido de ese momento es laanécdota que contó el rey a Vilallonga sobre loque más le interesó en ese primer encuentro.

Para ser sincero, no presté muchaatención a lo que me decía Franco, porque

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desde el comienzo de la visita habíadescubierto yo un ratón que se paseaba entrelas patas del sillón en el que estaba sentado elgeneral, como si tuviera la costumbre dehacerlo desde hacía tiempo. Para un niño comoyo, un ratón tan valiente era mucho másinteresante que aquel señor demasiado amableque me preguntaba por la lista de los reyesgodos, que sabía de memoria.

Aparte de esas primeras impresiones, locierto es que a lo largo de los años que elpríncipe permaneció en España, educado bajoel control estricto de Franco, don Juan Carlosse ganó la confianza del dictador y también suafecto y cariño. Incluso hay quien piensa que elCaudillo lo vio, en parte, como al hijo varónque nunca tuvo. Pese a la ambigüedad calculadacon la que siempre trató Franco el tema de susucesión y sus veleidades a favor de uno u otropretendiente al trono, la relación entre los doshombres fue cordial y amistosa. Mucho más

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que la de doña Carmen con la pareja, que con eltiempo se tornó en desconfianza al serconsciente de que ellos serían los que lessustituirían en su posición y, pensaba ella, learrebatarían el protagonismo de primera líneaque había detentado durante tantos años.

Los sentimientos de la Señora hacia lospríncipes eran, en el fondo, los que enfrentannormalmente a los rivales. Ella, que era laprimera dama, tenía que sonreír y poner buenacara a unas personas que tenían plenaconciencia de que estaba usurpando un puestoque, en buena ley, correspondía a la familiareal. Y además era consciente de que en cuantosu marido desapareciera, ella debería renunciara todo lo que había conseguido con granesfuerzo.

Los príncipes y los Franco estabancondenados a entenderse. Pero todos sabíanque, de verdad, de verdad, nunca podríanlograrlo, porque el cúmulo de diferencias era

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tan enorme que jamás podrían ser superadas.

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Cuando los príncipes «no erannadie»

Tanto el rey Juan Carlos como la reinaSofía se refieren a aquellos años en quetuvieron que convivir con el franquismo conuna frase muy expresiva: «Cuando no éramosnadie». Al pronunciarla, a lo que se refierenambos es a la época en la que vivieron en unpalacio de Patrimonio Nacional, sí, pero sin unestatus definido, sin funciones oficialesasignadas, sin un lugar en el protocolo delEstado, con un presupuesto más que exiguopara sus gastos y teniendo que mantenerse de lafuerte cantidad que la Diputación de laGrandeza de España les entregó como regalode bodas.

A esa escasez de medios se unía lasospecha de saberse vigilados todo el tiempopor los funcionarios y personal de servicio quepuso a su disposición Patrimonio Nacional.

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Franco decidía a qué actos debía acudir donJuan Carlos y enviaba a alguno de susministros, que se desplazaba a la residencia delos príncipes para comunicárselo a suscolaboradores, el marqués de Mondéjar oAlfonso Armada.

Pero no había una regularidad ni unprograma a seguir sobre lo que tenían que hacerellos. Lo único que el príncipe consiguió deFranco, después de preguntarle muchas vecescuáles eran sus obligaciones y a qué debíadedicarse, una vez establecido en Españadespués de su boda, fue que el general le dijera:«Salid, Alteza, viaje por España y que la genteos conozca».

Y los príncipes tomaron el consejo deFranco al pie de la letra. Pero no hay quepensar que los viajes tenían carácter oficial nique contaban con la cobertura de seguridadprecisa para unos príncipes que podíanconvertirse en reyes más adelante.

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Simplemente, el príncipe se ponía al volante desu coche, con doña Sofía en el asiento delacompañante, y se desplazaban por los pueblosde toda la geografía española, en los quevisitaban fábricas, bajaban a los pozos minerosen Asturias y León, y trataban de hablar con lagente para darse a conocer y saber de susproblemas e inquietudes de forma directa.Sufrieron muchas veces el rechazo de laspersonas, que llegaron incluso a tirarlesobjetos como patatas, huevos, tomates o cosasmás blandas. Pero no se arredraban.

El rey cuenta en el libro La reina de PilarUrbano:

Una vez, en Llodio, rodearon el cochenuestro en plan de gresca dura. Conducía yo.Entonces apareció una chica joven quevociferaba delante del coche. La princesa bajóla ventanilla, sacó la cabeza y le dijo: «¿Quéquieres? Ven, acércate y dinos lo que quieres,pero no grites». Bueno, la descuajaringó, la

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desarmó.Doña Sofía cuenta también en el citado

libro cómo en una visita a Medina del Campolos carlistas empezaron a gritarles: «¡FueraBorbones de Estoril!», pero también losfalangistas «les mandaban a la porra... y máslejos».

La verdad es que oposiciónantimonárquica tuvimos en casi todos losviajes. Íbamos encontrándonos de todo:aplausos, gritos, abucheos, vivas, pitadas...división de opiniones. Había falangistas,carlistas, comunistas... ninguno de ellos nospodía ver.

La conclusión de la princesa fue que habíasido muy interesante comprobar con suspropios ojos cómo estaba el patio, que ellaconsideró que estaba... para ganárselo. Y sobretodo, doña Sofía pensaba años más tarde queviajar por todas las provincias españolasresultó muy útil, porque si se hubieran

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encerrado cómodamente entre los adictoshabría sido estúpido y fatal.

Para la reina, la adaptación a esa vida fuebastante dura, puesto que ella estabaacostumbrada a la de una corte reinante, lagriega, en la que las normas protocolarias eranmuy estrictas. Si quería algo, se lo llevaban apalacio, no salía por ahí a cenar o al cine sinmover al servicio de escolta, no iba al médicoo a la peluquería, no actuaba como unaciudadana de a pie.

Ante esa situación, lo que hizo doña Sofíafue decirse para sus adentros «tengo quevalerme por mí misma», porque no quería seruna inútil y tampoco apoyarse en unas damas decompañía que se lo hicieran todo, mientras ellano era capaz ni de escribir una carta, hacer unallamada de teléfono o saber qué ropa tenía en elarmario.

A los pocos años de vivir en Madrid, lajoven princesa se matriculó en unos cursos en

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la universidad, llevaba a sus hijos al colegio alvolante de su propio coche, salía de compras alas tiendas y grandes almacenes y se dio cuentaademás de que todo eso le suponía disfrutar deuna gran libertad.

Mientras tanto, el príncipe inició, con elvisto bueno de Franco, un programa de estadíasen los distintos ministerios para conocer afondo el funcionamiento de la Administraciónpública del país. La historia era que había queinventarse el trabajo, ya que el pretendiente quecontaba con más probabilidades de sernombrado sucesor no tenía asignada una tareaconcreta.

Uno por uno, el príncipe empezó a ir cadadía a los distintos ministerios, donde se reuníacon los ministros, subsecretarios y directoresgenerales, que explicaban a don Juan Carlos lascompetencias de cada departamento y susmétodos de actuación. También, a veces, lascharlas se hacían en La Zarzuela, en cuyo caso

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la princesa se apuntaba a muchas de ellas paraestar mejor informada y conocer más a fondola situación que se vivía en España en aquellosaños de inicio del desarrollismo.

Pero no se limitaban a eso, sino que seprogramaban visitas a las empresas públicas,enmarcadas dentro del Instituto Nacional deIndustria (INI), los polos de desarrolloindustrial, las fincas afectadas por laconcentración parcelaria, todos los puntos deinterés que contribuyeran a dar una idea exactaal príncipe Juan Carlos de cuál era el tejidoindustrial del país.

Siempre que a la reina se le pregunta porsu relación con la esposa de Franco respondecon palabras de respeto hacia ella.

«Doña Carmen Polo era muy amableconmigo. No tuve el menor problema con ella.Era una mujer de su época, por cultura, porformación. Era discreta. No se entrometía en lavida nuestra». Pero la reina tampoco quiso

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dejar cabos sueltos que dieran pie a laespeculación cuando afirmó a continuación queamistad no hubo ni con Franco y doña Carmen,ni con los marqueses de Villaverde.

«Nunca nos tuteamos. Ellos nos llamabanAlteza y la relación era correcta, sin tiranteces.Y llegada la hora difícil, cuando ellos teníanque dejar todo el poder que habían disfrutado,la verdad es que lo hicieron con grandiscreción y sin crear una sola dificultad».

Para doña Sofía, lo embarazoso era eltema de fondo sobre quién iba a reinar, el padreo el hijo, o en el caso de que fuera su marido,si lo haría antes o después de la muerte deFranco. Ella dijo asimismo que nunca entrabanen conversaciones de hondura y siempre semantenían flotando en la superficie. El tratocon los Franco, según la entonces princesa, fue«un poquito banal».

Y para completar esas elegantesdeclaraciones, doña Sofía se remite a la norma

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de su marido, el rey, quien prohibió desde elprincipio que en presencia de él se hablara malde Franco. Con ello, según la reina, quiso evitarque el Palacio de La Zarzuela se convirtiera enun nido de habladurías y conspiraciones contrael régimen franquista. Una norma, la de nocriticar al dictador ni a su familia, que siguevigente hoy en día para los reyes y sus hijos,que evitan pronunciarse respecto a ellos, almenos en público.

Lo que tanto él como ella hicieronsiempre fue asumir su presencia junto a losFranco en los desfiles de la Victoria —donJuan Carlos junto al general, doña Sofía junto ala Señora—, en el balcón del Palacio Realcuando las manifestaciones de adhesión alCaudillo o en las fiestas del 18 de julio en elPalacio de La Granja. Negar los hechos que lesinvolucraban con el régimen y loscolaboradores del dictador hubiera sido negarla realidad y hubiera supuesto una gran tontería.

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Pero nunca se sintieron humillados por vivirbajo la autoridad de Franco ni dominados porél. Simplemente, jugaron su papel, conscientesde que los malos tragos de entoncesmerecerían la pena si lograban alcanzar suobjetivo, que no era otro que restaurar lamonarquía en España.

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Los cinco pretendientes al trono

Que Franco siempre pensó que a sumuerte España tenía que volver a ser un reinoes una verdad incuestionable. Pero que él secreyó con total derecho a decidir cómo debíaser ese reino y quién iba a ser el rey también loes. Su idea fue siempre que España era un reinoy que debía ser el sistema monárquico el quevolviera a regir en España. De ahí que La ley deSucesión del año 1947, que él mismopromulgó con sus adláteres, estableciera lascondiciones por las cuales él decidiría elpretendiente que mejores condiciones reunierapara ser el sucesor.

Esa premisa desató una especie de tira yafloja durante casi tres décadas que muchoscronistas españoles y extranjeros definieroncomo un juego del gato y del ratón. Losaspirantes a ser los sucesores del Caudilloiniciaron, de alguna manera, una surrealista

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carrera para ser elegidos por el dictador, en laque tenían que demostrar que eran los queposeían más méritos para llegar a alcanzar lameta.

Está claro que el mejor posicionadodebería ser el designado por el último rey deEspaña, Alfonso XIII, en su testamento, comolegítimo depositario de los derechosdinásticos de la Casa Real española. Larealidad es que el monarca tuvo un duro ycomplicado panorama al nombrar sucesor, yaque dos de sus tres hijos, Alfonso, el mayor ypríncipe de Asturias, y Gonzalo, heredaron desu madre, Ena de Battemberg, tenían el mal dela hemofilia. Esta terrible enfermedad queafecta únicamente a los hombres pero quetransmiten las mujeres fue una espada deDamocles que al final provocó la muerte de losdos afectados por ella. A esa desgracia se unióla sordomudez del infante don Jaime, que bienfuera de nacimiento o debida a una infección

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que sufrió durante su niñez, le imposibilitabapara ejercer algún día las tareas de rey. Lascomplicaciones de salud de sus hijosamargaron la vida del monarca y fue uno de losmotivos del alejamiento de su esposa, a quien,de alguna manera, reprochaba ser laresponsable de la trasmisión de la hemofilia asus hijos varones.

A todas estas circunstancias se unió elhecho de que sus dos hijos mayores, Alfonso yJaime, se casaron con mujeres plebeyas, lo quehizo que perdieran automáticamente susderechos sucesorios al celebrar matrimoniosmorganáticos, causa directa de exclusión,según las leyes internas de los Borbones.

Una vez excluidos Alfonso y Jaime,Alfonso XIII designó a Juan como su sucesor ycomunicó su decisión al responsable del Gothapara que quedara claro ante las otras casasreales europeas. A pesar de que don Juanintentó luchar en la Guerra Civil española del

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lado de los nacionales, propuesta rechazada porFranco, la historia se complicó con el paso deltiempo por el rechazo total del candidato aaceptar ser el sucesor de una monarquía denuevo cuño, inventada por Franco, en la que éltenía que aceptar las leyes del MovimientoNacional como principio inamovible deactuación. Siempre se mostró fiel a larestauración de una monarquía constitucional ydemocrática en la que el rey tendría que serlode todos los españoles.

Ese rechazo frontal del conde deBarcelona, título usado por don Juan por irunido a la condición de rey de España, provocóuna reacción en cadena de desencuentros entreFranco y el heredero de Alfonso XIII, quienhizo públicos varios manifiestos para expresary dejar bien claro ante los ciudadanos de todoel mundo su no aceptación del régimenfranquista.

Exiliado en Portugal, país en el que

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estableció su residencia y la de su familia apartir de 1946, y consciente de que su hijomayor no debía educarse fuera de España, en1948 se entrevistó con Franco en SanSebastián para acordar que su primogénito, donJuanito, fuera a vivir a Madrid a partir de esemismo otoño.

En ese instante se empezó a gestar elconflicto de rivalidad que estallaría años mástarde entre don Juan y su hijo y que alimentó deforma maliciosa Franco dando esperanzas alpríncipe de ser el elegido como sucesor enlugar de su padre.

El hecho real es que a partir del año de1964, momento en que dentro del régimen seempezó a presionar a Franco para queresolviera la incógnita de quién iba a ser susucesor, en la cabeza del general creció la ideade que el príncipe Juan Carlos, criado de algunamanera a su sombra, tenía muchos más puntosen su haber para el puesto que su padre. Ello a

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pesar de que, según las leyes de la Casa Realespañola, era don Juan el legítimo heredero.

Pero el panorama se complicó más aúncuando don Jaime, sordomudo desde sunacimiento o desde su primera infancia,anunció en el año 1964 que anulaba su renunciaa los derechos sucesorios, hecha ante su padreen Roma. El infante entró así en la carrera paraser proclamado sucesor de Franco, y tan prontose autodesignaba jefe de la Casa Real españolay también de los Borbones como se dedicaba arepartir el Toisón de Oro a diestro y siniestro,incluido el propio Franco.

También don Jaime tuvo que competir enun momento determinado con su primogénito,Alfonso de Borbón Dampierre, quien desde losdieciocho años vivía en España y estaba muybien visto en El Pardo por sus buenasrelaciones con los prebostes franquistas. Ello,unido a la frustración y el resentimiento quesentía por la exclusión de su padre de la línea

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sucesoria de la Familia Real española, que loapartaba también a él, hizo que entrara de llenoen la competición por lograr la corona. Unpensamiento que dejó entrever en unaentrevista realizada después de aprobarse laLey de Sucesión de 1966, en la queconsideraba como un deber suyo «estar a ladisposición de mi país si algún día quieredisponer de mi persona».

El panorama de pretendientes se completócon la aparición de un príncipe de la ramacarlista, Carlos Hugo de Borbón Parma, nacidoen Francia, que logró el apoyo de lostradicionalistas, que tanta ayuda prestaron aFranco durante la Guerra Civil, aunque, segúndiferentes testimonios, Franco apenasconsideró en serio su candidatura.

Como supremo hacedor y dueño de losdestinos de los españoles, el todopoderosoGeneralísimo jugó la baza de la ambigüedadcon todos ellos, aunque con unos más que con

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otros. Manejó los hilos a su conveniencia,dando esperanzas en un momento determinadoa don Juan Carlos, pero sin soltar prenda sobrela decisión que iba a tomar hasta el últimomomento. Enfrentó a don Juan de Borbón consu propio hijo en el juego de decir mediaspalabras y proponiendo a este último, aespaldas de aquel, ser el candidato elegido.Acogió y alimentó los pasos erráticos delinfante don Jaime, al que mandaba cada dos portres dinero para mantener su tren de vida y alque daban carrete en el Palacio de El Pardo. Yya, en el colmo de los colmos, consintió lafarsa de boda amañada principalmente por elmarqués de Villaverde y doña Carmen Polo —con la ayuda inestimable de los falangistas másrecalcitrantes— de Alfonso de Borbón con sunieta María del Carmen, una operacióndisparatada que trataba de implantar unamonarquía que llevaría al trono español a lanieta del dictador y al nieto del rey Alfonso

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XIII, quien ordenó al responsable del Gotha queni Alfonso ni su hermano Gonzalo tuvierantratamiento de altezas reales.

En toda esta pugna, doña Carmen tuvopoco que ver al principio. Es verdad que ellacubría las apariencias en su trato con la FamiliaReal española, pero, en el fondo, la miraba conbastante recelo porque sabía la desconfianza yla falta de apego que sentían hacia su marido, alque consideraban un usurpador. La Señoraguardaba las formas con los príncipes JuanCarlos y Sofía porque así se lo indicaba sumarido, pero era consciente de que, bajo elclima de cortesía, se escondía una situación detirantez y antagonismo.

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La proclamación del sucesor

En el mes de julio de 1969, como si de unparto se tratara, Franco alumbró el nombre desu sucesor. A pesar de que algunos miembrosde su familia, como doña Carmen y el marquésde Villaverde, aliados con el sector másintegrista del régimen, trataron de hacercambiar de idea al general de designar al hijode don Juan de Borbón, el dictador decidió quehabía llegado el momento de desvelar laincógnita y hacer oficial que el príncipe JuanCarlos era su elegido. A pesar de las dudas quea veces le surgían acerca de la lealtad de este asu padre y la influencia real que las ideasliberales del conde de Barcelona ejercían sobresu hijo, Franco se decantó por el joven JuanCarlos, al que, como se ha indicado en otraspáginas de este libro, había tomado un granafecto y cariño.

La ansiedad que se había apoderado de la

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esposa de Franco a mediados de los sesenta,desde que el mal de párkinson fuera minando elfrágil cuerpo del Caudillo, era enorme. LaSeñora veía que las presiones de ampliossectores de la sociedad crecían y la posibilidadde que Franco se retirara a descansar losúltimos años de su vida estaba en boca demuchos de sus colaboradores, que, en voz baja,se preguntaban: «¿Y después de Franco, qué?».

Ese fue el momento en que los llamadostecnócratas, miembros del influyente OpusDei, junto con amigos de Franco como AlonsoVega o Carrero Blanco, pusieron todo suempeño en que el general nombrara ya sucesory en vencer las reticencias de doña Carmenpara que aceptara ese importante paso de sumarido y así quedara aclarado el futuro del paíscuando falleciera.

Fue el momento también en que comenzóa gestarse una fuerte alianza de intereses entrela Señora de El Pardo y su yerno, a pesar de la

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antipatía que aquella sentía por el marqués, aquien le preocupaba tanto o más que a susuegra el perder todo lo que había conseguidodesde que se integró en el «clan de El Pardo»cuando su suegro falleciera.

Según don Juan Carlos, en conversacionescon José Luis de Vilallonga, a finales de juniose fue a Estoril con la princesa y sus tres hijospara pasar San Juan y otros días de vacacionesjunto a sus padres. Antes de emprender el viajea Portugal, fue a despedirse del general, quienle preguntó cuándo iba a volver. El príncipe ledijo que el 12 o 13, antes del desfile del 18 deJulio, para el que estaría de vuelta en Madrid. Yen ese instante Franco le pidió algo que dejó adon Juan Carlos intrigado: «Venid a verme encuanto regreséis, porque tengo algo importanteque deciros».

Cuando llegó a Estoril, don Juan lepreguntó a su hijo acerca de los rumores quecirculaban por todo Madrid, y que él sabía de

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muy buena tinta, de que Franco tenía intenciónde nombrarle «sucesor a título de rey muypronto». El hijo le confirmó que él tambiénestaba al tanto de los rumores, pero que Francono le había dicho nada cuando fue a despedirsede él.

A su regreso a Madrid, recibió la noticiabomba cuando fue a saludar al general, tal ycomo le había prometido días antes.

«Bien. Tengo que anunciaros algo», le dijoFranco sin cambiar de tono. «El próximo día 22de julio voy a nombraros mi sucesor a título derey».

El príncipe cuenta que se quedó«estupefacto» y que, cuando preguntó a Francopor qué no le había dicho nada antes de ir aEstoril, este le contestó que no quería que losupiera antes de ver a su familia, y, acontinuación, sin más, le preguntó: «¿Quédecidís, Alteza?». A lo que don Juan Carlos,después de darse cuenta que le exigía una

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respuesta inmediata, le contestó: «De acuerdo,mi general, acepto».

Más tarde llamó a su padre, el condeBarcelona, para contarle lo que acababa deocurrir. Pero don Juan le reprochó que no se lohubiera contado días antes, cuando estuvo enEstoril, y dio por sentado durante muchotiempo que su hijo le había engañado. La simaque se abrió en la relación entre ambos fueinsondable, e hizo falta que pasaran años paraque don Juan aceptara la versión de don JuanCarlos.

De repente, se convirtieron en rivales, porno decir enemigos. Los dos luchaban por elretorno de la monarquía a España, pero desdefrentes distintos: el padre condenando elrégimen de Franco y el hijo con una estrategiade aceptación de los Principios delMovimiento que pensaba abandonar en cuantollegara al trono.

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La operación nietísima

Tres años antes de la designación de donJuan Carlos, se produjo un hecho un tantosorprendente al coincidir en Lausana Alfonsode Borbón Dampierre con María del Carmen,nieta mayor de Franco y ojito derecho de suabuela, como ya se ha referido en otra parte deeste libro. Ella estudiaba en un elitista colegiosuizo, en el que enseñaban a las chicas de labuena sociedad idiomas y otras materias paradarles un barniz cultural, y él estaba visitando asu abuela Victoria Eugenia, que le queríamucho así como a su hermano. Coincidieron enel cine, en el que también estaba el infante donJaime, y Alfonso presentó a la jovencita de tansolo dieciséis años a la antigua reina deEspaña.

Ese encuentro dio pábulo a unasespeculaciones que fueron tomando cuerpo enlos medios de comunicación que daban por

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segura y cierta una relación sentimental entreMary Carmen y Alfonso, y se empezó a hablarcon fuerza en periódicos extranjeros de laposibilidad de una boda entre la nieta de Francoy el nieto mayor de Alfonso XIII.

El asunto tenía mucho morbo, ya que seespeculaba con la posibilidad de crear unanueva dinastía en España que surgiría de laalianza entre un Borbón y una Franco, lo másde lo más para la gente del régimen. Surgieronlas habladurías, entre ellas la de la satisfacciónenorme que embargaba a doña Carmen ante laposibilidad de que su nieta preferida seconvirtiera en reina de España, con lo que esosignificaba a todos los niveles para la familiaFranco y sus posibilidades de perpetuación.Alfonso se vio en el primer plano de laactualidad, concediendo entrevistas enperiódicos como Le Figaro, en las queexpresaba sin ambages su identificación conlos ideales franquistas.

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Los rumores llegaron a tomar tantocuerpo que la hija de Franco, Carmen, quesegún la mayoría de testimonios siempre hasido una mujer de gran prudencia y la mássensata de la familia, hizo unas declaraciones aldiario Ya en las que desmentía rotundamente elsupuesto flirt (sic). Alegó, principalmente, quesu hija era aún una niña que iba a cumplir enunos meses los diecisiete años y Alfonso unhombre de treinta. Pero no hay que dejar delado el mensaje laudatorio que la marquesa deVillaverde quiso incluir en sus declaraciones:

María del Carmen y Alfonso se conocen yalgunas veces salen juntos. Pero como buenosamigos. Alfonso, desde hace muchos años, esíntimo de la casa. Lo queremos mucho. YMaría del Carmen muestra por él los mismossentimientos.

Y como dice el historiador RamónGarriga, lo que no pudo ser en 1966 seconvirtió en un hecho real en 1972, cuando, en

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una suntuosa ceremonia en la capilla delPalacio de El Pardo, se celebró la boda de lanieta del Caudillo con Alfonso de BorbónDampierre, un hombre profundamente triste,ambicioso, frustrado, rencoroso, insatisfecho yen desacuerdo con un destino, que, según él, lehabía apartado del futuro que merecía comonieto mayor de Alfonso XIII.

El noviazgo y compromiso matrimonial dela pareja fue muy rápido. María del Carmenacompañó «casualmente» a sus padres a unviaje a Estocolmo, en donde Alfonso ejercía deembajador de España, y, según palabras de lamadre de la novia, ella sí se dio cuenta de quedurante la visita Mary Carmen «había flirteadoun poquito, pero yo no creí que él nunca sefuera a decidir, ni ella tampoco, por elmatrimonio».

Pero sí se decidieron, y el 22 dediciembre de 1971 se efectuó la petición demano de la novia en el Palacio de El Pardo en

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la que se acordó que la boda se celebrara en elmes de marzo del año siguiente. No había queperder tiempo si se quería intentar influir en elánimo de Franco para revocar la designación desucesor a título de rey, hecha hacía dos años afavor de don Juan Carlos, y poner en su lugar aAlfonso de Borbón Dampierre.

Carmen Franco, en las declaraciones quehizo para el libro Franco, mi padre, de JesúsPalacios y Stanley Payne, da una visióninteresante y muy personal sobre la boda de suhija con Alfonso, en la que exonera a su familiade cualquier tipo de aspiración para que Maríadel Carmen se convirtiera en reina. Ella cargatoda la responsabilidad de la conspiración en elentonces prometido de su hija, Alfonso deBorbón.

Don Alfonso era un chico muy triste y unapersona muy buena y muy capaz, perodemasiado seria para mi hija, que era un pocoinmadura y no la consideraba preparada. A mí

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me preocupó.La preocupación de Carmen Franco, según

contó a los dos historiadores, no estabamotivada por las complicaciones políticas enlas que esa unión podía derivar, sino porque suhija era una chica muy alegre y ella no veía quepudieran congeniar bien los dos caracteres. Lahija de Franco también explicó que laaspiración de ser nombrado príncipe de Borbóny tener tratamiento de Alteza Real fue cosa desu yerno, aunque a ellos les hacía ilusiónemparentar con la familia de Alfonso XIII.

Don Alfonso sí tenía clavada la espina deque el conde de Barcelona y, por consecuencia,todos sus seguidores monárquicos en España, aél y a su hermano no les consideraran niinfantes, ni príncipes ni nada.

En la sociedad española les llamaban los«doños», explica Carmen, porque cuandovinieron aquí y se le preguntó a don Juan cómohabía que llamar a estos chicos, a Alfonso y a

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Gonzalo, dijo que de «don» nada más. Y poreso les llamaban los doños, y además porquesiempre iban los dos juntos a todos lados.

Carmen Franco asegura que a su padrenunca le pasó por la cabeza modificar ladesignación y también afirma que a ella, a suspadres y a toda su familia les daba la risa por elempeño del luego nombrado duque de Cádizpor conseguir ser príncipe de Borbón. Eincluso critica el decreto por el que se leconcedió ese ducado de la Casa Real contratamiento de Alteza Real para él y susdescendientes, ya que ese término erademasiado amplio, porque los descendientespueden ser montañas de personas y esosignificaría dar el rango de Alteza Real a todo«quisqui».

En contraste con las declaraciones de lahija de Franco, están las de Mayte Spínola,amiga personal de doña Carmen, que, en suamplia charla con la autora, ha afirmado que a

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esta le hizo «muchísima ilusión» el noviazgo desu nieta con Alfonso de Borbón Dampierre.

«Doña Carmen conocía mejor que nadie asu marido y sabía que el príncipe Juan Carlosestaba preparado para reinar y que aquello noiba a ser de otra manera. A lo que sí aspiródoña Carmen es a que su nieta fuera princesa,pero no por ella sino porque lo deseó donAlfonso.

»Ella me llamó a mí al Palacio de ElPardo para que hablara con Nicolás Cotoner,marqués de Mondéjar, y le hiciera llegar sudeseo de que el príncipe accediera a otorgar asu primo Alfonso el título de príncipe deBorbón. Doña Carmen estaba un poco irritadaporque el entonces ministro de Justicia,Antonio María de Oriol y Urquijo, se habíanegado en redondo a conceder esa distinciónque haría princesa a su nieta».

Mayte, en su relato, cuenta cómo, en lacacería del sábado siguiente, ella abordó

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directamente a don Juan Carlos, a quien letransmitió la petición de la Señora y sudisgusto por la negativa de Oriol.

«El príncipe Juan Carlos me dijo que esoque doña Carmen pedía no podía ser, porque eltítulo de príncipe de Borbón en España noexistía, y, además, el único que puede llevar eltratamiento de príncipe en nuestro país es elheredero del rey, que es el príncipe deAsturias».

También el general Franco abogó a favorde que se hiciera príncipe de Borbón a Alfonsode Borbón y se sentía muy dolido, según contóa su primo Pacón Franco Salgado-Araujo,porque le negaran ese privilegio a su nieta.

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La boda de Alfonso y María delCarmen

El enlace matrimonial se celebró el 8 demarzo de 1972 en El Pardo. Después de tantostiras y aflojas en los que el padre del novio, donJaime de Borbón, concedió la víspera de laboda un Toisón de Oro a Franco que el generalno se atrevió a lucir nunca, fue una ceremoniafastuosa en la que el clan de El Pardo quisodejar claro su poderío.

«La boda de Mary Carmen y Alfonso fuepreciosa, muy espectacular», afirma MayteSpínola, que estuvo invitada a la ceremonia.«Yo llegué temprano a El Pardo y pude entraren la capilla y verlo todo desde una posiciónprivilegiada. La novia estaba radiante yguapísima y Alfonso también, con su uniformedel cuerpo diplomático. El banquete fueespléndido, estuvimos en mesas repartidas enlos patios y en las galerías, hubo más de mil

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invitados... Todo fue perfecto».María del Carmen entró en la capilla del

Palacio de El Pardo del brazo de su abuelo, elgeneral Franco, dejando a un lado a su padre, elmarqués de Villaverde, que tuvo que ceder a susuegro el honor de llevar a su hija al altar,debido al rango de jefe de Estado del abuelo dela novia. Ella, con solo veintiún años, lució unprecioso vestido cuyo diseño fue hecho porCristóbal Balenciaga, que había cerrado todossus talleres y casas de costura en 1968, peroque accedió a hacer los bocetos del traje. Laconfección la efectuaron Felisa Irigoyen y JoséLuis, elegidos por el propio Balenciaga para elcometido, y el resultado fue realmenteespléndido. Un recogido culminado por unaespectacular tiara de esmeraldas y brillantes,regalo de sus abuelos, convirtió a la nietapreferida de doña Carmen en la novia del año,además de, a partir del «sí, quiero», en SuAlteza Real, la duquesa de Cádiz.

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Los invitados desempolvaron todas susgalas de las arcas de sus casas blasonadas ysacaron de las cajas fuertes las joyas de familiapara lucirlas ante la pareja, que, en caso de queFranco cambiara su decisión, algo posibledesde el punto de vista legal, podía convertirseen los próximos reyes de España. Embajadores,aristócratas con sus pecheras repletas decondecoraciones, medallas y bandas, y grandesprebostes del régimen franquista fuerontestigos del enlace de una jovencita muysimpática y alegre, aunque inmadura, según supropia madre, con uno de los personajes de ladinastía Borbón más amargados, ambiciosos yresentidos.

Los príncipes de España, nombre asignadopor Franco a don Juan Carlos y doña Sofía paraevitar el de príncipes de Asturias, queimplicaba reconocer a don Juan como rey,asistieron estupefactos a la ceremonia, en laque los integrantes del clan de los Franco se

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pavoneaban del rango alcanzado por uno de lossuyos. Desde ese día, Alfonso de BorbónDampierre trató por todos los medios derecuperar lo que reivindicaba como suyo y queera hacerse con los derechos dinásticos de laFamilia Real española en tanto que hijoprimogénito del hermano mayor de don Juan,hijo de Alfonso XIII.

En virtud de eso, el duque de Cádiz seproclamó único heredero legítimo de ladinastía e incluso hizo saber en su desvarío quedon Juan Carlos solo podría instaurar una nuevamonarquía, mientras que él, Alfonso, era elúnico que podía restaurarla.

Como dice José Luis de Villalonga en sulibro sobre el rey, Alfonso de BorbónDampierre fue más una espada de Damoclesencima de la cabeza de don Juan Carlos en sucamino hacia la corona que un auténticoobstáculo. Pero además de eso, hay queafirmar que el duque de Cádiz fue también el

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instrumento utilizado por el clan de El Pardo,especialmente por el marqués de Villaverde yla Señora, para tratar de perpetuar el poder dela familia después de la desaparición deFrancisco Franco.

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11. Decadencia del franquismo.La muerte del dictador

Los años setenta marcaron el principiodel fin de la era franquista. Franco entró en unafranca decadencia física, debido al avance de laenfermedad de párkinson. Los movimientosincontrolados de sus manos eran cada vez másevidentes, la rigidez de sus miembros seacentuaba y la inexpresividad de sus faccionesllegó a hacer de su cara una máscara hierática.

Esta situación preocupaba mucho a doñaCarmen, que veía cómo su marido perdíafacultades a pasos agigantados, lo que le hacíatemer que el fin de su época de esplendorestaba cada vez más cerca.

Franco, una vez que había dado el paso denombrar sucesor a don Juan Carlos, centró suobsesión en el control del poder y su tarea sevolcó en esos últimos años en repetir como un

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mantra en cada aparición pública o encualquiera de sus discursos una frase que sehizo famosa: «Todo está atado y bien atado».Era un mensaje de seguridad para susseguidores y entusiastas, para que estuvierantranquilos de que nada iba a cambiar en elmomento que él desapareciera. Pero tambiénera una advertencia dirigida a los que pudieranpensar que las cosas iban a variarsustancialmente después de su muerte. El nudogordiano pergeñado por los de su régimen era,según pensaba el dictador, imposible dedeshacer.

Aquella fue una época en la que doñaCarmen ejerció más que nunca su poderosainfluencia, a pesar de que sus partidarios, entreellos su propia familia, siempre han negado quela Señora desempeñara clase alguna de controlpolítico. Pero los numerosos testimoniosdejados por los propios políticos quemanejaron los hilos en ese tiempo desmienten

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que Carmen Polo se quedara al margen de todo,y afirman, por el contrario, que fue ella laencargada de guardar las esencias del sistema.

Ejerció más que nunca no solo de primeradama, sino también en algunos momentos deconsejera áulica de Carrero Blanco o de AriasNavarro, a los que se permitió aconsejarlespara incluir o desechar a algunas personascomo ministros de sus gobiernos. Para estatarea se apoyó, en los últimos dos años antesde la muerte de su marido, en su inefableyerno, Cristóbal Martínez-Bordiú, una personaque se movía por afanes tales como mantenerel poder de su suegro más allá de sudesaparición física o el de incrementar su yaabultado capital económico.

Fue la época en la que doña Carmenejerció más que nunca de Señora,incrementando a niveles muy altos laprotección de su marido ante los envites dealgunas personalidades que empezaban a hablar

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ya sin tapujos del declive vital del dictador y laconveniencia de su retirada al Pazo de Meirás adisfrutar los años que le quedaran de vida. Algoque tanto Franco como su esposa rechazaban deplano expresándolo en cada ocasión que sepresentaba, él en las aparicionesmultitudinarias, como en la manifestación del 1de octubre de 1971 en la que bajo el lema«Esta vez porque sí» lanzó su mensaje depermanencia.

«Dios ha estado a nuestro ladoconservando mi salud y mi clarividencia»,proclamaba el dictador desde el balcón delPalacio Real ante una multitud cifrada en unmillón de manifestantes. «Mientras Dios me dévida y claridad de juicio, seguiré empuñando eltimón de la nave». O sea que había Franco pararato y nada de retirada a tiempo.

En medio de esta situación, una anécdota:la aparición en la escena pública de la hermanade Franco, Pilar, que siempre había sido muy

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espontánea al decir lo que pensaba sin pelos enla lengua. Ella hizo, sin encomendarse a nada nia nadie, de portavoz oficiosa de la familia, yrealizó frecuentes declaraciones sobre la buenasalud de su hermano.

«Aunque les parezca a ustedes mentira,Paco nunca está quieto, tiene una salud aprueba de bomba. Corrió en tiempos el rumorde que tenía el mal de párkinson, pero no habíatal». Y finalizó su debut en los medios decomunicación con una tajante afirmación: «Suidea es la de seguir al pie del cañón hasta quese canse».

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Matesa, el Proceso de Burgos y elOpus en el poder

El régimen vivía ya algunos hechosconvulsos que, al contrario que en décadasanteriores, trascendieron a los medios decomunicación. El escándalo de Matesa dejó aldescubierto la corrupción latente del sistema ytambién la lucha por el poder dentro delfranquismo entre los pertenecientes a la viejaguardia —Solís, Castiella, Nieto Antúnez yFraga Iribarne, que se encargó de que la estafase publicara con lujo de detalles en la prensa—y los tecnócratas del Opus Dei, a cuyo frenteestaba el poderoso y también miembro de laObra Carrero Blanco.

En una nota al Caudillo, el almirantesubrayó la mala salud y la falta de condicionesfísicas de los ministros partidarios de aclarar elfiasco de Matesa para pedirle al general que loscesara a todos ellos, y nombrara como

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sustitutos a destacados seguidores de ladoctrina de monseñor Escrivá de Balaguer,fundador del Opus.

El nombramiento del nuevo gobiernomonocolor, del que fueron descabalgadoshombres que llevaban mucho tiempo junto aFranco y estaban considerados como fieles alrégimen y a sus principios desde hacía años, nosentó bien a los guardianes de la ortodoxiafalangista. Lo consideraron una traición a susecular fidelidad y un signo de debilidad deFranco, que se dejaba mangonear por lospertenecientes a una secta, y prueba también desu ocaso físico y mental.

Doña Carmen y su camarilla deprohombres del régimen, cuyas mujeres eransus íntimas amigas, empezaron a encerrarse enun búnker que propugnaba volver a las esenciasdel franquismo de los años cuarenta ycincuenta. Ella se alzó como cabeza visible deun grupo de resistencia contra los hombres del

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Opus en el gobierno, considerados demasiadoindulgentes contra los auténticos enemigos deEspaña.

La situación en el País Vasco, en donde laorganización terrorista ETA empezaba ahacerse notar por medio de atentados en losque quitaron la vida a personas como elinspector Melitón Manzanas, el guardia civilJosé Pardines y el taxista Fermín Monasterio,empezó a ser un auténtico problema para elgobierno autoritario del general Franco.

Cuando se apresó a sus autores, dieciséishombres todos ellos miembros de ETA, sedecidió juzgarlos en Burgos ante un Consejo deGuerra. Un hecho que provocó un aluvión decríticas en el extranjero, movilizaciones dentrodel país y peticiones previas de clemencia porparte de organizaciones como la AsambleaPlenaria del Episcopado español. No valió denada, porque seis de los acusados fueroncondenados a la pena capital tras un juicio,

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celebrado del 3 al 9 de diciembre de 1970, enel que uno de los miembros de ETA, MarioOnaindía, lanzó una proclama en la sala que fuemuy aplaudida por familiares y seguidores delos acusados. Algunos intentaron atacar a losmiembros del tribunal que los juzgabanmientras entonaban el Eusko gudariak, himnoindependentista vasco.

La condena a muerte de los acusadosdesató una campaña en el exterior paradenunciar las irregularidades del proceso ypedir la conmutación de la pena de lossentenciados. El papa Pablo VI fue uno de losque intercedió y solicitó clemencia a lasautoridades españolas para los militantes deETA, algunas de las cuales estaban en contra deun castigo tan desproporcionado. Un gesto esteque dolió profundamente a doña Carmen, quetan religiosa se consideraba.

La respuesta fue una defensa a ultranza delmantenimiento del orden público, la

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proclamación del estado de excepción porparte del gobierno de Franco y una muestramás de adhesión al Caudillo en la plaza deOriente.

Pero, por fin, el día 30 de diciembre, seprodujo la conmutación de la pena capital paralos condenados. Una decisión que se tomó enun Consejo de Ministros en el que no todo elmundo estaba de acuerdo, pero que se ofreció ala opinión pública como una muestra de lagenerosidad y clemencia de Franco y sugobierno.

En la vida pública, los tecnócratas delOpus Dei tuvieron que salir en defensa de losmúltiples ataques que se lanzaban contra laasociación fundada por Escrivá de Balaguer,que era acusada de ser un ambicioso grupo depoder cuyo fin era hacerse con el control de lapolítica española. Sus representantes máscarismáticos —López Bravo, López Rodó y elpropio Escrivá de Balaguer— rechazaron de

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plano las insinuaciones de que el Opus era másun partido que una organización encargada develar por la salud espiritual de sus asociados.

Pero lo que sí estaba sobre el tapete eranlos primeros y tímidos intentos de abordar lacreación de asociaciones de carácter político,aunque evitando en todo momento llamarlaspartidos, una posibilidad constantementedenostada por los franquistas másrecalcitrantes. Tendrían que pasar aún treslargos años para que se produjera unamenguada apertura política que terminó pocodespués abruptamente y quedó en agua deborrajas.

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Los celos de la Señora de lospríncipes

La designación del príncipe como sucesorde Franco no supuso el fin de la incertidumbreanterior a su nombramiento. Las pretensionesde Alfonso de Borbón Dampierre no cesaron yen un tris estuvo de conseguir que Francoimpusiera su voluntad de nombrarle príncipe deBorbón en contra de la opinión, entre otrosmuchos, del ministro de Justicia, responsablede tramitar ese nombramiento y que se opusotajantemente a ello.

Al final fue el propio don Juan Carlos,advertido por Carrero, el que cogió el toro porlos cuernos al pedir audiencia con el generalpara explicarle que no se podía crear ese títulode nuevo cuño pero sí darle el de duque deCádiz y otorgarle el tratamiento de Alteza Realpara él y sus descendientes. Pero la negativa dedon Juan y su hijo a las aspiraciones de Borbón

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Dampierre influyó enormemente en lasrelaciones del clan de los Franco con lospríncipes Juan Carlos y Sofía. Se creó un climaenrarecido, producto del resentimiento, por noacceder a sus deseos, que provocó que de ElPardo salieran instrucciones concretas para queno se invitara al sucesor y a su esposa a losactos oficiales que se celebraban en losministerios.

Doña Carmen empezó a sentir celosenfermizos de la pareja formada por losjóvenes príncipes de España y comenzó unacampaña por su cuenta para ningunearlos yrelegarlos a un segundo plano, con el fin de queno destacaran y pasaran casi inadvertidos. Algodifícil de lograr, puesto que don Juan Carlos ydoña Sofía eran unas personas jóvenes, debuena planta, atractivos, con capacidad deactuar con mucha desenvoltura y, además,contaban con el apoyo firme de los tecnócratasdel Opus, que veían con esperanza el futuro del

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príncipe Juan Carlos al frente de Españacuando Franco desapareciera.

De aquel tiempo se cuenta y no se acabaacerca de la parafernalia que doña Carmenmontó en torno a su nieta Carmen y a sumarido, a los que recibió en Barajas a suregreso de la luna de miel, ante una nube defotógrafos, con una aparatosa reverenciasimilar a la que el protocolo reserva a losmiembros de la realeza.

A pesar de que no consiguió que su nieta ydon Alfonso fueran nombrados príncipes,ordenó a todo el personal de servicio de ElPardo, donde se instalaron a su regreso deEstocolmo, que fueran tratados como tales.Dispuso asimismo que al servir la mesa sediera preferencia a la flamante duquesa deCádiz por delante de ella misma. Y en lasmeriendas que organizaba para recibir a lasmujeres de los ministros del Gobierno,guardaba un lugar destacado para su nieta, que

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llegaba a la estancia dándose gran importancia.En ese momento, su abuela se levantaba y hacíauna gran genuflexión ante María del Carmen, ala que llamaba con mucha ceremonia «Alteza».Un gesto que, a no ser que quisieran despertarlas iras de la Señora, tenían que imitar todassus invitadas, a pesar de que en su fuero internoconsideraran ridículo inclinarse ante una chicaa la que conocían desde niña, cuando andabapor los salones del Palacio de El Pardo.

En el colmo de la cursilería y lapretenciosidad, cuando nació el primer hijo deMary Carmen y Alfonso, la bisabuelapreguntaba al personal que estaba al serviciodel pequeño: «¿Le han dado ya el biberón alseñor?».

Pero todo lo anterior queda en pequeñasanécdotas ante los feos que le hicieron enpúblico a los príncipes en actos oficiales,como el que ocurrió en una cena oficial en elPalacio Real. El marqués de Villaverde pidió en

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presencia de don Juan Carlos y de su primoAlfonso a un camarero que trajera un güisquipara el príncipe. Don Juan Carlos, extrañado, ledijo al marqués que él no quería esa bebida. YCristóbal Martínez-Bordiú respondió que elgüisqui lo había pedido para el príncipe donAlfonso, su yerno. Algo que dejó muysorprendido a don Juan Carlos.

En otra ocasión, los duques de Cádizllegaron invitados al banquete en honor delemperador de Etiopía, Haile Selassie, alPalacio de Oriente. A la entrada, fueronanunciados como Sus Altezas Reales el duque yla duquesa de Cádiz mientras que nadie semolestaba en hacer la presentación de don JuanCarlos y doña Sofía a su llegada a la mismacena.

Desde el año de la designación de donJuan Carlos, los príncipes eran invitados a pasarunos días de descanso en el Pazo de Meirásjunto a Franco y su familia. Un gesto de

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cortesía que no estaba desprovisto de grandesdosis de hipocresía, dado el fondo de antipatíaque doña Carmen sentía por la pareja y la faltade afecto sincero que reinaba entre ellos.

El príncipe acompañaba a Franco a LaZapateira a jugar al golf, un deporte en el quedon Juan Carlos llegó a tener un hándicaprealmente bajo, pero que le parecía sumamenteaburrido. La princesa iba con doña Carmen a LaCoruña al Club Náutico y a cumplir con algúncompromiso oficial, y sus hijos iban a la playade Bastiagueiro con los hijos pequeños de losmarqueses de Villaverde, Aránzazu y Jaime, delos que el príncipe Felipe y las infantas sehicieron muy buenos amigos. La reina cuentaen una de sus charlas con la escritora yperiodista Pilar Urbano que los nietos deFranco iban siempre con su Nani, miss Hibbs, yque, como eran los tiempos en los que la gentellamaba al marqués de Villaverde el«yernísimo», sus hijos llamaban en broma a

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Nani «Nanísima».El rey reveló también en una conversación

con Pilar Urbano una anécdota que ocurrió laprimera noche que pasaron él y la reina en elPazo de Meirás. Cuando se retiraron adescansar a su dormitorio, que se conserva aúnen el caserón con el nombre de Habitación delos Príncipes, don Juan Carlos se dejó caer enuna de las camas, que debía tener pocaestabilidad, y se rompió del todo, los barrotes,el cabecero, el somier, con gran estrépito enmitad de la noche. La reina, muy apurada, lepreguntó: «¿Qué vas a hacer?». A lo que elpríncipe contestó: «¿Que qué voy a hacer?¡Pues dormir!». Y así lo hizo, como un lirón,toda la noche encima del colchón tendido en elsuelo.

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Carrero, presidente del Gobierno

El general Franco cumplió ochenta añosel 4 de diciembre de 1972, en unascondiciones físicas preocupantes para unhombre que se mantenía en la primera línea delpoder. A pesar de que el cumpleaños fuemotivo para que se pusiera en marcha elincensario de la maquinaria oficial y sealabaran de nuevo las innumerables virtudes delCaudillo, lo cierto es que sus propios ministrosaludían en los mentideros madrileños a queFranco estaba ya un poco gagá y que en losconsejos se quedaba adormilado confrecuencia.

Los comentarios sobre el estado de saludde Franco llegaron a oídos de doña Carmen,que empezó a ver enemigos por todas partes.Su afán por neutralizarlos empezó a ser unaauténtica obsesión de la Señora, quien no secortó nada a la hora de abordar a Carrero en el

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antedespacho del Caudillo para decirle que erapreciso que convenciera a su marido de quehiciera crisis de gobierno y cambiara a algunosministros, que ella calificó de incapaces ytraidores. Le dijo:

Carrero, estoy muy preocupada, noduermo de lo preocupada que estoy; por eso hequerido verle. Las cosas cada vez van peor...ese ministro de la Gobernación me quita elsueño... Y el ministro de Asuntos Exteriores noes leal... En la embajada de París habló mal dePaco, con toda indiscreción. Habló delante delembajador Cortina, que sí es leal, que me locontó todo. Llegó a decir que Paco ya nopintaba nada.

Carrero confesó haber quedado aterrado yno saber qué decir a doña Carmen. Nunca habíavisto a la Señora intervenir así, tandirectamente, con tanta irritación y seguridad,lo que le preocupó mucho. Y recordó elalmirante que, cuando Franco estaba en su

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plenitud, si la mujer del Caudillo se atrevía adecir algo, él la paraba en seco y le decía:«Calla, Carmen, que tú de eso no sabes nada».

Durante los primeros meses de 1973, sepreparó cuidadosamente el nombramiento deLuis Carrero Blanco como primer presidentedel Gobierno de España en la era de Franco. Sudesignación se produjo el 8 de junio despuésde que el general diera su nombre al Consejodel Reino y este incluyera, como erapreceptivo, dos nombres más para completar laterna de la que salió elegido el almirante, fielcolaborador de Franco desde hacía treinta años.

El nuevo jefe del Ejecutivo remodeló elgabinete gubernamental, del que salió, porimperativo de El Pardo, o más bien de doñaCarmen Polo, el responsable de la diplomaciaespañola, Gregorio López Bravo, por habercomentado en París la franca decadencia físicade Franco. Y también por exigencias del clande El Pardo, entró como ministro de la

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Gobernación Carlos Arias Navarro, quien en sutoma de posesión dedicó un caluroso elogio alque definió como su maestro, Camilo AlonsoVega, bajo cuyo mandato él fue directorgeneral de Seguridad

El 22 de octubre de ese mismo año,Francisco Franco y Carmen Polo celebraronuna fecha especial en su vida como pareja, yaque cumplieron cincuenta años de casados. Lajornada de estas bodas de oro del matrimonioFranco se inició con una misa y un Te Deum enla capilla de El Pardo, a la que asistieron elgobierno en pleno, los miembros del Consejodel Reino y una representación muy amplia dela familia del jefe del Estado y su esposa.Después hubo una recepción en el palacio.

La foto del acontecimiento refleja a unaCarmen Polo sonriente, vestida de oscuro ycon su eterno collar de perlas de tres vueltas, yun Franco muy desmejorado, en cuyo rostroson evidentes las huellas de la devastadora

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enfermedad de párkinson.Aquella, sin embargo, fue una de las

últimas ocasiones de celebración festiva deFranco, tan solo dos meses antes de recibir unode los mayores golpes de su vida política, lamuerte de Carrero Blanco en un atentadoterrorista, que le dejó completamentenoqueado.

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El asesinato de Carrero

El período de tiempo que tuvo Carreropara ejercer su autoridad como presidente delGobierno fue el más efímero de la recientehistoria de España. Ciento noventa y cinco díasestuvo en el poder, hasta que una potente cargaexplosiva lanzó el coche en el que volvía de sumisa diaria hacia el gris y nublado cielo quecubría el día 20 de diciembre la ciudad deMadrid. El atentado terrorista, minuciosamentepreparado por un comando de la bandaterrorista ETA para desestabilizar el régimenfranquista, se llevó por delante al más fiel ydevoto de los colaboradores del Generalísimo.

Desde la destitución de Serrano Súñer, enla que él tuvo mucho que ver, Carrero fue pasoa paso convirtiéndose en el hombreimprescindible de Franco. Su integrismo, sucarácter poco simpático, su lealtad casiperruna al dictador y su intransigencia hacia

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todo lo que fuera innovador le mantuvo en losaledaños del poder durante tres décadas. Yjusto en el momento que vio todos susservicios recompensados, fue enviado al otromundo por unos jóvenes vascos que loconsideraban un hombre clave para «mantenerel equilibrio interno del franquismo».

Sobre la autoría del magnicidio hancorrido ríos de tinta y se han hecho cientos deespeculaciones. La visita a Madrid, la vísperade la muerte de Carrero, del secretario deEstado norteamericano Henry Kissinger y laexistencia de muchos puntos oscuros en lainvestigación de los días previos al atentado,han propiciado teorías diversas sobre laimplicación de la CIA en el asesinato de aquel.Su conservadurismo y fidelidad a un régimenconsiderado en el exterior ya caduco loconvirtieron en un objetivo a abatir por ser unobstáculo para la democratización de Españadespués de la era de Franco.

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La noticia de la muerte de Carrero cayócomo un mazazo en el Palacio de El Pardo.Franco se derrumbó y, encerrado en sudespacho, dio rienda suelta a sus sentimientosy su cara se convirtió en un mar de lágrimas. Elvicepresidente del Gobierno, TorcuatoFernández Miranda, contó que cuando llegó aEl Pardo se encontró con un Franco vestidocon una bata a cuadros, con síntomas de gripe ytambaleándose al andar. Al principio, no podíacreer que fuera un atentado y prefería pensarque había sido un accidente provocado por elgas, versión que circuló minutos después de laexplosión debido al fuerte olor que había en lacalle Claudio Coello provocado por la roturade tuberías del combustible. Pero cuando lassospechas de que había sido un atentado seconfirmaron, el otrora poderoso jefe de Estadose encerró en su despacho, se negó a comer yno quiso ver a nadie. Tal era su abatimiento queno acudió a la capilla ardiente de Carrero,

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instalada en la sede de la Presidencia delGobierno.

Doña Carmen se sintió cercada por esos«enemigos de España» a los que aludía contanta frecuencia en los últimos tiempos y a losque había que eliminar con mano dura y dejarsede blandenguerías. Estaba aterrada, perotambién furiosa por la ineficacia de loscolaboradores más cercanos a su marido, yculpaba de la situación a los que no habíantenido suficiente sentido de la autoridad paraenfrentarse a los crecientes desórdenespúblicos y las revueltas estudiantiles, y a lapermisividad de ciertos políticos...

Fue en esos momentos cuando decidióque aquello no podía volver a pasar y seconvenció que ella era la única que podíapararlo, dada la vulnerabilidad y deterioro de sumarido. ¿Cómo? Pues la única manera eratomando el control de cualquier decisión yrecurriendo, como pasó días más tarde, a la

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presión sobre Franco para corregir su rumbo siella pensaba que no era el adecuado.

Para llevar a cabo esa tarea, la Señora deEl Pardo se rodeó de una camarilla de personasde ideología ultraconservadora, entre las que secontaban el médico del Generalísimo, elfanático falangista Vicente Gil; su yerno, elmarqués de Villaverde; el general Gavilán,segundo jefe de la Casa Militar de SuExcelencia; y un ayudante de Marina, AntonioUrcelay, amigo íntimo de José Antonio Girónde Velasco. Todos ellos jugaron un papeldeterminante en los días posteriores a lamuerte de Carrero a la hora de decidir quién ibaa ser el sucesor del asesinado presidente delGobierno.

Franco no fue capaz tampoco de asistir alentierro de Luis Carrero Blanco. El príncipeJuan Carlos, al comprobar lo hondamenteafectado que estaba el general, aceptó ser él elque desfilara detrás del féretro, a pesar de la

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firme oposición a que lo hiciera de algunos delos encargados de su seguridad. Sí estuvopresente Franco en los funerales que seoficiaron en la basílica de San Francisco elGrande, donde estalló en lágrimas al dar elpésame a la viuda, Carmen Pichot. El llanto deldictador en público sorprendió enormemente atodos los presentes, que lo interpretaron comoun signo de debilidad y de su estado senil. Unaopinión que no compartió don Juan Carlos.

«Franco estaba muy lejos de estar senil.Era un hombre viejo que se dejó ganar por laemoción cuando decía adiós al más fiel de susfieles».

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El nombramiento de AriasNavarro

Hay un dicho que asegura que más valeuna imagen que mil palabras. Pues si hay uncaso concreto que demuestra la validez de esaaseveración, ese es el de la serie de fotostomadas de doña Carmen Polo en animadacharla con el nuevo presidente del Gobierno,Carlos Arias Navarro, el día de su toma deposesión —2 de enero de 1974— en el Palaciode El Pardo.

Una indiscreta cámara de fotos, provistacasi seguro de motor que aceleraba la capturade imágenes, tomó la secuencia completa delmomento en el que una exultante Carmen Poloríe de forma abierta ante Carlos Arias, quesucumbe a la contagiosa carcajada de la Señoray ríe él también indisimuladamente.

No era para menos la ocasión. La jura deArias era la culminación de más de diez días de

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esfuerzos de la esposa de Franco para cambiarla decisión de su marido sobre quién iba a serel nuevo presidente del Gobierno. Horas yhoras de charla de doña Carmen y algunos desus aliados, Antonio Urcelay y Vicente Gil,entre los más activos, noches en vela y algúnque otro enfrentamiento con su marido,costaron que Franco aceptara que el favorito dela Señora fuera designado para figurar en laterna de candidatos enviada al Consejo delReino.

La presión para elegir al sucesor deCarrero empezó el día mismo de su entierro,en el almuerzo y luego en la merienda en la queUrcelay y doña Carmen empezaron su labor deconvencer a Franco de que había que escoger aun hombre duro para el puesto, y que ladesignación de Carrero había sido un error, porno estar capacitado para ejercer esaimprescindible firmeza. El primer nombre quedoña Carmen le sugirió fue el de Girón de

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Velasco, al mismo tiempo que descartó de raízal vicepresidente Torcuato Fernández Miranda,por considerarlo totalmente fiel al príncipeJuan Carlos.

Poco después, el nombre de Carlos AriasNavarro entró a formar parte de los favoritosde la camarilla de El Pardo, que no contaroncon la maniobra que Franco hizo por su cuentaal pedirle a Pedro Nieto Antúnez, su amigoíntimo, que aceptara ser él el nuevo jefe deGobierno. Mientras el presidente del Consejodel Reino, Alejandro Rodríguez de Valcárcel,proponía a Franco el día 22 de diciembre unaterna que incluyera los nombres de Girón,Arias y el suyo propio, Pedrolo Nieto Antúnezhabía aceptado, aunque de mala gana, el encargode Franco de formar gobierno y ya habíacontactado con Fraga para que fueravicepresidente y con López Bravo paraencargarse de la cartera de Exteriores.

Doña Carmen y el resto de la camarilla

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montaron en cólera cuando se enteraron de lasgestiones hechas por Franco a sus espaldas y seemplearon a fondo para descabalgar a NietoAntúnez, y lograr que el Generalísimo seinclinara por uno de sus candidatos. Pero nofue fácil la negociación, ya que a pesar de suabatimiento por la muerte de Carrero, elCaudillo no daba su brazo a torcer y seguíamostrando su interés por incluir en todas laslistas de futuribles a su amigo Pedrolo. El día27 de diciembre por la tarde, Franco comunicóa Rodríguez de Valcárcel que Nieto Antúnezera su elegido. Una decisión que consternósobremanera a Carmen Polo, que se permitióhacer lúgubres presagios a su marido durante lacena de esa noche. «Nos van a matar a todoscomo a Carrero. Hace falta un presidente duro.Tiene que ser Arias. No hay otro».

El matrimonio Franco pasó la madrugadadel 28 de diciembre en blanco, según contaronel propio Franco y la Señora, quien dijo en voz

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baja a Urcelay que, a pesar de sus llantos ysúplicas, el general seguía en sus trece denombrar a Nieto Antúnez. El doctor VicenteGil presionó esa misma mañana del día de losSantos Inocentes a Franco, al que se atrevió adecir que la elección de Pedrolo significaríauna hecatombe. Su ayudante le repitió lomismo. Y al final, agobiado por todos, Francocedió y comunicó ese mismo día al presidentedel Consejo del Reino que incluyera a CarlosArias en la terna y le dio las razones de laexclusión de Nieto Antúnez. «Pedrolo tienecasi tantos años como yo y las mismas lagunasde memoria». Así quedó zanjado el asunto.

Como detalle de la frialdad de Franco, lainclusión en su mensaje de Fin de Año de lafrase «no hay mal que por bien no venga» alaludir al almirante asesinado.

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La era Arias

El 2 de enero de 1974, Arias juró su cargode presidente del Gobierno. Las risas del nuevomandatario y la Señora dieron lugar a amplioscomentarios en la prensa del día siguiente. Ellaera una persona que no se mostraba tanexpresiva en público, y su incontenible alegríales pareció a muchos inoportuna e incluso queestaba fuera de lugar en un momento comoaquel.

El nuevo gobierno era un híbrido de laspersonas más integristas del búnker,resistentes a todo tipo de cambio, junto conalgunas otras de corte más liberal. Pero lo másimportante es que doña Carmen empezó aejercer su poder real y a vetar a algunos de loshombres que Arias le proponía para nombrarministros. Fue el caso de Manuel Fraga, al quequiso nombrar responsable de Exteriores y quefue tachado de la lista y sustituido por Pedro

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Cortina Mauri, amigo y confidente de doñaCarmen. Tampoco pudo incluir Arias a HerreroTejedor como ministro Secretario General delMovimiento debido a las presiones de Girón deVelasco, que colocó a Utrera Molina en esepuesto.

Arias, sin embargo, no se plegótotalmente a las indicaciones de la camarilla deEl Pardo. Sabía que tenía que hacer algún guiñoa los que reclamaban cualquier tipo de cambiopara poder subsistir políticamente. Y así, el 12de febrero, hizo un discurso programático en elque apuntó la necesidad de llevar a cabo ciertasinnovaciones en el terreno político y asumir éldirectamente esa iniciativa sin involucrar aFranco.

Una decisión que sentó fatal a doñaCarmen y al resto de sus adláteres, que seafanaron en boicotear cualquier aperturismo deArias por tibio que fuera. Una táctica para laque contaron con la utilización de Franco por

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parte de los sectores más retrógrados delsistema. Un Franco, todo hay que decirlo, delque Fraga comentó en sus memorias que estabadistante del mundo real. «Escucha, pero nooye», fueron las palabras usadas por el políticogallego.

El diplomático Antonio Oyarzábal, queestaba destinado en la Presidencia delGobierno en ese tiempo, cuenta a la autora quefue una época terrible, porque «no solo veías ladecadencia física de Franco, sino también ladicotomía entre la España real y la Españaoficial que nos llevaba al abismo».

La familia de Franco era la imagen viva deesa dicotomía.

«Era la corte de los milagros», cuentaOyarzábal, «y los que dirigían esa corte eranCarlos Arias y doña Carmen. A ella, losantiguos ministros de su marido le mandabantoda clase de propaganda contra personas comoAntonio Carro o Pío Cabanillas, en la que

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decían de todo contra ellos, como que eranmasones o que su padre había sido fusilado porlos nacionales, una cosa tremenda. Ambos,Carro y Cabanillas, cayeron pronto, y en elcaso de este último, se cebaron contra sumujer, a la que doña Carmen no invitaba nuncaa los tés que organizaba en El Pardo con lasesposas de los ministros de su marido».

Antonio Oyarzábal aclara que «desde elpunto de vista familiar, hubo dos clases demujeres en la familia Franco: Carmen Polo,volcada a los collares, al lujo, la apariencia ytodo lo que se quiera añadir; y Carmen Franco,una persona muy inteligente que ha sabidomantener una clase y una categoríaadmirables».

Aquel verano de 1974 comenzó laauténtica debacle del franquismo, cuando el 9de julio el Caudillo fue ingresado en elHospital Francisco Franco para ser tratado deuna tromboflebitis que lo puso en algunos

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momentos a las puertas de la muerte. Ladecisión de hospitalizarlo partió de su médicopersonal, Vicente Gil, que consideró necesariointernar al Generalísimo para ser tratadoadecuadamente.

El marqués de Villaverde, ausente en esemomento de Madrid, montó en cólera alenterarse y desató una guerra abierta contra elmédico del Caudillo.

«Vaya flaco servicio has hecho a misuegro», le echó en cara Cristóbal a Vicentón,que tuvo que soportar todo tipo de reprochespor haber causado alarma social entre losespañoles y desatar una tormenta mediática enlos periódicos de todo el mundo con lahospitalización de Franco.

Arias Navarro, viendo la gravedad delCaudillo, activó la Ley Orgánica del Estadopara que el príncipe de España asumiera elcargo de jefe de Estado de forma interina, unamedida que hacía ya irreversible la condición

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de sucesor de don Juan Carlos, y que causóotro berrinche al marqués de Villaverde, queculpó textualmente a Vicente Gil de hacer unbuen servicio «a ese niñato de Juanito».

En esa tesitura, doña Carmen se puso departe de su yerno y le dijo al médico que lehacía responsable de las consecuencias de loque había hecho. Cuando Gil intentódefenderse de las acusaciones alegando quetoda su intención estaba puesta en velar por lasalud del enfermo, la mujer de Franco leespetó: «Nada, has hecho lo peor que habíaspodido hacer a Paco». Una frase que le llegó aVicentón, que había dedicado toda su vidaprofesional al Caudillo, al alma.

Las diferencias entre Villaverde y Gil seenconaron hasta el punto de que ambosllegaron a las manos y se liaron a puñetazos enlos pasillos de la Ciudad Sanitaria FranciscoFranco. Un escándalo que dejó a los médicosdel centro atónitos y estupefactos y que se

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saldó con la orden de doña Carmen de cesarinmediatamente a Vicente Gil con una frase yaacuñada para la historia de: «Médicos haymuchos, Vicente, y yernos solamente hay uno».Y le despachó tal cual, después de cuarentaaños al servicio del Generalísimo, sin másdetalle que mandarle un televisor en colorelegido de entre los muchos regalos que serecibían a diario en el Palacio de El Pardo.

Según contó el doctor Vicente Gil en sulibro Cuarenta años junto a Franco, doñaCarmen le llamó varios meses después del cesepara decirle que le iba a mandar un regalo quequerían hacerle ella y su marido.

«-No sabía qué enviarte, y entonces, comotú eres muy casero y muy familiar, te hemosmandado un televisor —le anunció la Señora.

—Señora, no haga eso. Yo ya tengo untelevisor Telefunken que va muy bien. No memande usted nada —le respondió el médico.

—De ninguna manera, porque lo tienes

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que aceptar. A Paco no le puedes hacer esedesprecio.

—Señora, no es mi intención hacerningún desprecio. No sé qué decirle; vuelvo arepetir que hemos sufrido mucho en esta casa.

—Nosotros también hemos sufrido,porque tú sabes que hemos tenido muy malasuerte.

Cuando llegó el regalo a casa deldefenestrado médico, que idolatraba a Franco,al que había dedicado su vida entera, él y sufamilia quedaron estupefactos.

—Mirad, hijos —dijo el doctor Gil—, unavida consagrada a un hombre; una vida delealtad y sacrificio se resume en un televisor.

El aparato permaneció encima de unamesa, sin desembalar, durante mucho tiempo,por la incapacidad de superar su destinatario laprofunda tristeza que le había causado elrecibirlo como pago de todos sus desvelos».

A partir de finales de julio se encargó de

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la salud de Franco el doctor Vicente Pozuelo.Lo trató desde una óptica gerontológica, lecambió la dieta y lo sometió a un tratamientode ejercicio y rehabilitación que le hizomejorar sensiblemente, hasta el punto queautorizó que se trasladara a Galicia en avión el16 de agosto para descansar unas semanas en elPazo de Meirás.

Durante ese tiempo, la paranoia delmarqués de Villaverde y doña Carmen Polo seacentuó de tal manera que empezaron a verconspiraciones por todos lados, especialmentepor parte del príncipe, que seguía ejerciendo latarea de jefe de Estado en funciones. Seenteraron de que don Juan Carlos hablaba conmucha frecuencia con su padre y pensaron queel príncipe iba a aprovechar su cargoprovisional para traer a don Juan de Portugal.

La única persona, según todos lostestimonios, que mantuvo la sensatez fueCarmen Franco, que hubiera preferido que su

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padre dejara ya su cargo y se dedicara adescansar el tiempo que le quedara de vida.Pero no le dejaron. Esposa y yerno le metieronen la cabeza todos sus temores, hasta quelograron que Franco retomara sus poderes, unavez que los doctores declararon que ya estabaplenamente recuperado de la tromboflebitissufrida.

Esa decisión se tomó después de unConsejo de Ministros en el Pazo de Meirás,celebrado el 30 de agosto, presidido por elpríncipe como jefe de Estado en funciones. Elpresidente del Gobierno, Carlos Arias, despuésde hablar con Franco en su despacho del pazo,salió diciendo: «No hay mal que por bien novenga, y ya le he convencido para que no vuelvaa tomar los poderes. Hemos dado un paso muyimportante, él se queda como está, aquí enMeirás, el príncipe se queda con los poderes yya está».

Oyarzábal, que vivió esa historia muy de

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cerca, cuenta cómo se enteró en el aeropuertode La Coruña de que «Arias, nada más llegar asu casa de Salinas, había recibido una llamadade Cristóbal Martínez-Bordiú, en la que elyerno de Franco le había dicho, mira te voy aleer el último parte médico. Lo hace y le dice aArias, llama tú a Alejandro Rodríguez deValcárcel y dile que mi suegro vuelve arecuperar los poderes a partir de hoy».

Arias exigió que eso se lo tenía que decirel Caudillo, quien se puso al teléfono paraconfirmarle con una voz que no se le entendíanada que sí, que volvía a tomar los poderes.

«No hay duda de que la camarilla le forzóa dar ese paso, doña Carmen y otros que larodeaban le convencieron de que no podíaabandonar el timón en un momento como ese»,comenta el diplomático Oyarzábal en la largatarde que él y su esposa, Beatriz, hija del quefue embajador estadounidense en España,Cabot Lodge, dedicaron a la autora con total

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generosidad y simpatía.Carmen Franco, en sus declaraciones a

Palacios y Payne, asegura que ella no entendiópor qué su padre quiso recuperar los poderes.«Quizás porque cuando has mandado siemprees muy difícil no mandar, no seguir mandando».

Quizás también porque, como dice elrefrán, «genio y figura hasta la sepultura».Losúltimos meses del dictador

Un Franco deteriorado, ausente, incapazde controlar la avalancha de acontecimientosque se sucedían, todos ellos en contra delrégimen, fue manejado como una marionetapor el clan de El Pardo, que vivía enpermanente alarma y aterrorizado por laevidencia de que los años de poder absolutoestaban llegando a su fin.

La visita del presidente Gerald Ford, enmayo de 1975, fue uno de los últimos actosoficiales del régimen en práctica extinción, yregistró momentos de un gran patetismo en los

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encuentros entre el mandatario norteamericanoy el español, según relato del diplomáticoOyarzábal, que hizo de intérprete entre ambos.

«Lo pasé fatal, porque los dientes —teníadentadura postiza— le hacían ruido y leentendía muy mal. Ford le decía, hace muybuen día. Y él no contestaba nada. Cuánta gentejoven sonriente, comentó Ford. Y Franco lecontestó: la gente joven siempre estásonriente... si no fuera por la gente que laenvenena. Y ¡ni una palabra más!».

Antonio Oyarzábal cuenta con muchaironía cómo Franco le enumeró una listainterminable de tipos de peces que se comíanen España a Betty Ford, la esposa delpresidente, mientras trataba inútilmente decontrolar las sacudidas de su mano al llevarse ala boca cucharadas de la crema de guisantes quese sirvió como entrante.

Mientras tanto, el terrorismo de ETAincrementaba sus ataques, y también el del

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FRAP (Frente Revolucionario AntifascistaPatriótico), que atacaba a las fuerzas de ordenpúblico de forma indiscriminada, lo que dejóun largo reguero de víctimas y provocó lapromulgación de una durísima LeyAntiterrorista. El resultado fue la celebraciónde varios consejos de guerra sumarísimos paraenjuiciar a los culpables que desembocaron enonce condenas de muerte para los acusados.

El escándalo internacional y laindignación por esas penas capitales, quefinalmente quedaron reducidas a cinco, fueronmayúsculos.

Manifestaciones, llamadas a consulta delos embajadores de los países democráticos,ataques a las representaciones españolas en elextranjero y llamadas de mandatarios de todo elmundo, entre ellos el papa Pablo VI, trataron deevitar los fusilamientos. Pero no hubo manera,y el día 27 de septiembre, los cincocondenados fueron ejecutados.

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Después de la reacción de rechazo delexterior, los fieles al dictador organizaron eldía 1 de octubre, aniversario de suproclamación, una de sus multitudinariasconcentraciones en la plaza de Oriente endesagravio a su viejo y renqueante Caudillo. Ensus palabras de agradecimiento, apareció denuevo el viejo mantra de que todo era productode «una conspiración masónica-izquierdista dela clase política en contubernio con lasubversión terrorista-comunista». De nuevo, laclave era sacar a colación los viejos demoniosfamiliares.

Pero parece ser que en esa concentraciónempezó a resentirse otra vez la salud delanciano jefe de Estado. Unos días después deasistir a un acto en el Instituto de CulturaHispánica, Franco oficialmente sufría unagripe, que lo retiraba de la vida oficial, pero sinque trascendiera que tras esa dolencia común,Villaverde y otros miembros del clan de El

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Pardo ocultaban síntomas de problemascardíacos.

Antonio Oyarzábal, destinado en laPresidencia del Gobierno, se enteró por JoséJoaquín Puig de la Bellacasa de que algopasaba. Este diplomático, luego secretariogeneral de la Casa de S. M. el rey, le preguntó aOyarzábal con cierta sorna: «¿Qué le pasa aFranco?». A lo que aquel le contestó con otrapregunta: «¿Qué le pasa?». Y Puig de laBellacasa solo le respondió: «Tú pregunta,pregunta».

Al día siguiente, 16 de octubre, lecomentó lo sucedido al presidente Arias, quien,alarmado, habló con Fuertes de Villavicenciopara indagar qué le pasaba en realidad alCaudillo. El jefe de la Casa Civil de SuExcelencia quitó importancia al asuntodiciendo que tenía una gripe, pero que ya lohabía visto el doctor Pozuelo. Arias Navarro,escamado, llamó a Vicente Pozuelo, quien le

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informó que creía que Franco había tenido unataque al corazón y habían llamado a otromédico para consultar con él.

Había empezado la larga y lenta agonía deFranco. El día 17, en plena reunión del Consejode Ministros que se empeñó en presidir, elgeneral sufrió un nuevo síncope cardíaco que leprovocó un desvanecimiento del que fueatendido por el equipo médico que locontrolaba desde una habitación contigua.Cuatro días más tarde, se hacía público uncomunicado oficial para acallar los intensosrumores en el que se hablaba de que elGeneralísimo sufría una insuficienciacoronaria aguda...

Las dolencias se agravaban eintensificaban día tras día: edema pulmonar,insuficiencia cardíaca, parexia intestinal ehipotensión arterial.

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La muerte del dictador

La vida empezaba a irse a chorros deldébil cuerpo de un Franco terriblementedevastado por una cadena de fallosmultiorgánicos a los que iban poniendo parchetras parche para intentar parar lo imparable. Lasalud del dictador empeoraba de formainexorable, mientras que el equipo de médicos,capitaneado por el inefable marqués deVillaverde, empezaba una carrera contrarrelojpara mantener con vida al jefe del Estado. El 3de noviembre, se le operó en unasdependencias anejas al Palacio de El Pardo paracortar una hemorragia intestinal y se precisóhacerle una trasfusión de siete litros de sangre.Cuatro días más tarde, se le trasladó a la CiudadSanitaria La Paz para operarle otra vez ante unanueva hemorragia.

Doña Carmen y su hija Nenuca le visitabantodos los días en La Paz. La Señora, entregada

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a las decisiones de su yerno en su voluntad demantener con vida, si es que aquello podíallamarse vida, al enfermo. Su hija, angustiadaante el encarnizamiento de los doctores con elcuerpo exhausto de su padre, pidió que lodejaran morir en paz. Quizá porque habíaquedado conmovida por la frase «Qué difícil esmorirse», pronunciada en dos ocasiones porFranco en presencia de Carmencita. Ella, detodas maneras, guardaba con esmero la cartatestamento que su padre le dictó el 17 deoctubre en su pequeño despacho de El Pardo,en la que dirigía un último mensaje a todos losespañoles.

La habitación contigua a la de Franco seconvirtió en esos días previos a su muerte enun inmenso relicario en el que al brazoincorrupto de santa Teresa se añadieron unfragmento del cuerpo incorrupto de san Diego,los mantos de la Virgen del Pilar y deGuadalupe, un altar de la Virgen de la Peña

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traído de Francia, además de las imágenes de laMacarena de Sevilla y de la Virgen deChamorro, de Ferrol del Caudillo.

Nada logró arrancar al Caudillo de lasgarras de la muerte. El día 19 se le retirarontodos los aparatos que lo mantenían con vida.En la madrugada del 20 de noviembre,Francisco Franco Bahamonde moría.

Como dato curioso, unos días antes deperder la consciencia, doña Carmen visitó a suesposo en el lecho de muerte y él permaneciótodo el rato con los ojos cerrados. Solo losabrió cuando ella abandonó el cuarto delhospital. Lo contó el doctor Vicente Pozuelo,quien advirtió al levantar los párpados Franco,que sus ojos estaban cuajados de lágrimas.

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Los funerales de Franco. Entierroen el Valle de los Caídos

La falta de transparencia informativa quemarcó toda la era franquista se agudizó deforma significativa en las horas posteriores a lamuerte del dictador y en los siguientes días, enlos que se produjo el primer pulso deldenominado búnker político, aglutinador de lasfuerzas más integristas que no querían dejar elpoder ni a tiros, y los hombres que rodeaban alrey, partidarios de empezar cuanto antes sulabor renovadora.

El primer asunto en el que se manipularonlos datos fue en la hora exacta de la muerte deFranco y en cómo se informó a los medios decomunicación nacionales y extranjeros queseguían minuto a minuto la agonía del jefe delEstado.

Curiosamente, a última hora de la nochedel 19 de noviembre, Fuertes de Villavicencio,

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factótum de la familia Franco, dijo a todas lasautoridades y amigos que se encontraban en laprimera planta de La Paz que se marcharan asus casas y desocuparan las salas reservadashabitualmente a las visitas. Así lo hicieron, y larazón, según todos los indicios, era que pocoantes se había tomado la decisión dedesenchufar todos los aparatos que mantenían aFranco con vida.

La razón era que la fecha del 20 denoviembre, aniversario del fusilamiento enAlicante del fundador de la Falange, JoséAntonio Primo de Rivera, era el día idóneo paraque Franco también abandonara este mundo,con lo cual, en el futuro, se fundirían en unamisma fecha los aniversarios de las muertes deambos.

La víspera, los doctores que atendían aFranco, con Hidalgo Huerta a la cabeza,negaron la posibilidad de cualquier otraintervención quirúrgica ante la nueva

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hemorragia digestiva que se había presentado,porque, según la opinión casi unánime, elgeneral no la toleraría. Así lo comunicaron almarqués de Villaverde, quien desistió al fin deseguir su encarnizada lucha por mantener convida a su suegro por medio de un tratamientoque tan solo lograba prolongar su intensosufrimiento.

Doña Carmen, que había dejado hacer a suyerno sin meterse demasiado en los mediosempleados para conservar vivo a su marido,abandonó también el hospital a eso de las diezde la noche del 19, con gesto apenado yentristecido. Su hija Carmencita se sorprendióal depositar un último beso en la frente de supadre por la frialdad que percibió, fruto delintento de los médicos de rebajar latemperatura corporal de Franco a base deponerle bolsas de hielo y sábanas especialesque mantuvieran la hipotermia de su cuerpo.

En el libro de los periodistas Javier

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Figuero y Luis Herrero La muerte de Francojamás contada, escrito diez años después, sedescribe paso a paso, de forma pormenorizada,lo que pasó aquella noche histórica en lahabitación de la Ciudad Sanitaria La Paz, en laque Franco estuvo internado sus últimos días.En sus últimos capítulos se narra cómo, a lasonce y media de la noche, Cristóbal Martínez-Bordiú se encargó personalmente dedesenchufar todos los aparatos que manteníancon vida a Francisco Franco, lo que provocóque en un espacio de tiempo de tres horasescasas su suegro dejara de respirar y que sucorazón dejara de latir.

Cuando el yerno de Franco llevó a cabotan trascendental tarea, ya había perpetrado labochornosa y repugnante labor de tomar unasfotos del general en su lecho de muerte, en lasque se podía apreciar el grado horrendo dedegradación a la que se puede llevar a un serhumano cuando se aplican sin escrúpulos los

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métodos más cruentos para prolongarartificialmente su vida. Lo que pasó por lamente del marqués de Villaverde a la hora detomar esas fotos, que se publicaron años mástarde en la revista que dirigió el periodistaJaime Peñafiel, es difícil de imaginar. Fue unaacción reprobable desde el punto de vista éticoque llenó los bolsillos del vendedor de lascrueles imágenes, cuyo nombre no se hadesvelado hasta ahora. Y un motivo de dura yfuerte crítica de la propia familia Franco,algunos de cuyos miembros condenaron sinpaliativos la pésima idea del «yernísimo» detomar esas fotos terribles de la agonía de susuegro.

Pero volvamos de nuevo a la CiudadSanitaria La Paz aquella noche del 19 al 20 denoviembre de 1975.

Uno de los auxiliares de cámara de Francollevó pasada la medianoche el uniforme decapitán general que le iba a servir de mortaja,

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signo evidente de que todo estaba programado.La familia del jefe del Estado cambió lodispuesto en los planes de la «operaciónLucero», puesta en marcha desde días antes porla Presidencia del Gobierno, que preveía vestirel cadáver de Franco con el uniforme militar dediario. Es de suponer que, dado el rango delfallecido y que su cuerpo se iba a exponer alpúblico en el Palacio Real, la Señora de ElPardo, que pronto se convertiría en señora deMeirás con grandeza de España, o su hija, lamarquesa de Villaverde que también ascenderíaen el escalafón de la nobleza a duquesa deFranco, prefirieron que el cuerpo de su padrese vistiera con el atuendo de gala utilizable enlos momentos más importantes de su vidacastrense.

El único ministro que, según losperiodistas Herrero y Figuero, permaneció enLa Paz, a pesar de las indicaciones delpoderoso jefe de la Casa Civil de Franco, fue

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José Solís. Lloroso y compungido, el ministrose mantuvo en la habitación contigua a la deldictador junto a un íntimo amigo de la familiaFranco, Mariano Calviño, quien le tuvo al tantode lo que pasaba en cada momento.

Los que no intuyeron el momento críticoque se estaba viviendo fueron los periodistasque estaban en la sala destinada a la prensa en laciudad sanitaria. Salvo el redactor de la agenciaEuropa Press, Mariano González, queabandonaba con frecuencia la estancia de losinformadores y recorría otras dependencias delhospital para ver si detectaba algún movimientoo presencia anormal. Esa actitud vigilante levalió a su agencia dar la primicia de la muertede Franco antes que ningún otro medio decomunicación.

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La hora de la muerte de Franco

Después de la desconexión de todos losaparatos que mantenían con vida al Caudillo, seestablecieron unos turnos de guardia para quedieran el aviso cuando su maltrecho cuerpodejara de respirar. El marqués de Villaverdehabía advertido de que la muerte se podíademorar aún unas horas a pesar de habérseleretirado ya las ayudas que lo mantuvieron convida en los últimos días. Uno de los oficialesde esos turnos, Quintana, avisó a su compañeroel comandante Llaneras a las 2.25 de lamadrugada del ya día 20 de que Franco habíamuerto. Inmediatamente se llamó al doctorPozuelo, su médico de cabecera, al ayudantemilitar del general, al responsable de seguridad,al marqués de Villaverde, único miembro de lafamilia que se encontraba en el centrosanitario... y la rueda se puso en marcha deforma inmediata.

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Se supone que a esas horas de lamadrugada, la primera persona de la familiaFranco que fue informada de la muerte delgeneral fue su hija Carmencita, y que ella setuvo que encargar de transmitir la noticia a sumadre, a quien ya por entonces se le habíadetectado una delicada dolencia cardíaca, y alresto de la familia. También, como es lógico,se llamó por teléfono al presidente delGobierno, Carlos Arias, y se dio la orden de ira buscar al embalsamador, doctor Antonio Pita,para que procediera a hacer lo necesario para laconservación del cadáver de Franco.

A las tres horas y cuarenta minutos, segúnel relato de los periodistas Herrero y Figuero,llegó a La Paz el ministro de Información yTurismo, León Herrera Esteban, cuyodomicilio estaba muy próximo y que se habíaacostado vestido para poder salir de formainmediata cuando lo llamaran. Para entonces,los periodistas se habían movilizado y andaban

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inquietos, al sospechar que algo pasaba cuandovieron llegar al hospital a Fuertes deVillavicencio y al segundo jefe de la CasaMilitar, José Ramón Gavilán. Ninguno de ellos,sin embargo, se fijó en el detalle de que elministro de Información y Turismo llegó a LaPaz con una corbata negra, señal evidente deluto, lo que le valió una seria reprimenda porparte de uno de los ayudantes de seguridadpresentes en el hospital.

Mientras todo esto ocurría, la agencia denoticias Europa Press confirmaba a las 4 de lamadrugada la noticia de la muerte de Francopor medio de una llamada a un confidente queprometió contestar la verdad cuando leconsultaran y que, según se supo más tarde, fueNicolás Franco. El director de la agencia,Antonio Herrero, ante la evidencia de la noticiay la fiabilidad de la fuente, dio orden de dar laprimicia antes de que una fuente oficial laconfirmara.

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El comunicado oficial

El primero en transmitir oficialmente lanoticia a los españoles fue León HerreraEsteban, responsable de Información, quienleyó un comunicado en el que se informabaoficialmente de la muerte de Franco. Unanoticia que andaba ya de boca en boca delpueblo soberano, pendiente desde hacía más deun mes de la inminente muerte del jefe delEstado. Aunque en ese primer texto no figurabala hora exacta de su muerte, más tarde sereconoció como hora del fallecimiento las5.25 de la madrugada. Tres horas y media mástarde del momento en que el corazón de Francodejó de latir.

Las causas de la muerte, según el equipomédico habitual compuesto por treinta y seisdoctores eran apabullantes: enfermedad depárkinson, infarto de miocardio, úlcerasdigestivas agudas con hemorragias masivas

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reiteradas, peritonitis, fracaso renal,tromboflebitis, bronconeumonía, choqueendotóxico y parada cardíaca. Todo ello, mortalde necesidad.

A las 10 de la mañana, se emite porTelevisión Española, la única entonces, unaalocución del presidente del Gobierno, CarlosArias Navarro, quien con voz compungida yentre sollozos da cuenta a los ciudadanos delfallecimiento de Franco. Lee también acontinuación el testamento de Franco que suhija Carmen pasó a máquina y mantuvoguardado hasta el día anterior, en el que se loentregó al segundo jefe de la Casa Militar deFranco, José Ramón Gavilán, quien a su vez selo dio en mano al presidente de las Cortes y delConsejo del Reino, Alejandro Rodríguez deValcárcel.

Al rechazar este, máxima autoridad de lanación hasta la jura del príncipe Juan Carloscomo nuevo jefe del Estado, ser él quien lo

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diera a conocer a los españoles por pensar queera una tarea que debía efectuar el presidentedel Gobierno, Arias fue finalmente elresponsable de difundir el último mensaje deFranco a su pueblo.

El contenido del testamento político deFranco, leído entre sollozos por Arias Navarro,tenía tres ejes fundamentales. El primero, pedirperdón a todos de corazón y perdonar él a suvez a todos los que se consideraron susenemigos a los que él no tuvo como tales. Elsegundo, agradecer a todos los que habíancolaborado en la empresa de hacer de Españauna, grande y libre, a los que solicitó querodearan al futuro rey de España, Juan Carlosde Borbón, del mismo afecto y lealtad quehabían tenido hacia él junto con el mismoapoyo de colaboración que le habían dado. Ytercero y último, alertar contra los enemigosde España y la civilización cristiana y hacer unllamamiento para mantener la unidad de la

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patria.

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El traslado al Palacio Real

Al día siguiente de la muerte de Franco,con una España declarada oficialmente en lutooficial durante veinte días y los espectáculospúblicos suspendidos hasta el día 23, los restosmortales del todopoderoso Generalísimo delos Ejércitos fue trasladado al Palacio Real.Antes de ese desplazamiento, el féretro sellevó a la capilla de El Pardo, donde fueoficiada una misa de corpore insepulto a la queasistió la familia Franco, el gobierno de lanación en pleno, el Consejo de Regencia y lostodavía príncipes de España, en un sitialpreferente en el lado izquierdo del altar, el delEvangelio.

Durante ese día empezaron también lasintrigas políticas para saber quién iba a sucederen el Consejo del Reino y las Cortes aRodríguez de Valcárcel, un puesto clave paralas reformas políticas que planean los hombres

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del Palacio de La Zarzuela y que el rey quiereque ocupe Torcuato Fernández Miranda.También Arias Navarro inició su propia batallapara mantenerse al frente del gobierno y no serdestituido por don Juan Carlos, con el quesimpatizaba poco y al que despreciaba bastante,refiriéndose a él cada dos por tres como «elniñato ese». Con Franco de cuerpo presente, sedesencadenó entre las distintas facciones delfranquismo una lucha encarnizada en la quetodos aspiraban a mantener su parcela de podere, incluso, si era posible, aumentarla.

En la madrugada del día 21, el féretro conel cadáver de Franco fue trasladado al PalacioReal, el lugar donde tantas veces habíaaparecido en el balcón principal para recibir elhomenaje enfervorizado de los ciudadanosespañoles y cuyas estancias quiso usar devivienda habitual al término de la Guerra Civil.Ahora entró de nuevo al palacio en el ataúd,llevado a hombros por su guardia personal y

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hombres de confianza hasta el Salón deColumnas, donde se destapó el féretro y seinstaló la capilla ardiente, que abrió sus puertasal público a partir de las 8 de la mañana. Desdela madrugada anterior, una interminable fila depersonas esperaban pacientemente para entrar ydar su último adiós a Franco.

Durante los dos días siguientes, el flujo degente que desfiló por el Palacio Real ante elcuerpo sin vida del Caudillo fue impresionante.Militares, monjitas y religiosos con sushábitos, falangistas con la reglamentaria camisaazul, hombres que saludaban brazo en alto almodo fascista al paso ante el féretro, mujeres yhombres de edad que enjugaban sus lágrimasante los restos mortales de Franco... e inclusomás de un puñado de sus enemigos no dejaronpasar la ocasión de comprobar que el hombreque les causó tanto daño y desdichas, querompió sus vidas por la mitad por lasrepresalias de la posguerra yacía, por fin,

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muerto.Una doña Carmen desolada y vestida de

pies a cabeza de luto riguroso, con un velonegro sobre su perfecto peinado, acudió a rezarante el cuerpo de Franco. Con el rostroescondido tras sus manos, permaneció enactitud de recogimiento orando durante largosratos. No perdió la compostura ni siquieraentonces, aunque por su cabeza ya empezaron adesfilar negros pensamientos de lo que podíaocurrir en el futuro, si iba a ser necesarioabandonar el país si se ponían las cosas muy ensu contra y con temor ante las represalias quepodrían sufrir ella y su familia cuando pasaranestos primeros días de pesar y abatimiento.

En los alrededores del palacio, losaltavoces difundían obras de música sacra quecontribuían a mantener la atmósferapermanente de duelo. Mientras, en el Salón deColumnas, los políticos y hombres destacadosdel régimen se turnan para velar el cuerpo del

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Caudillo.

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Actividad en el Palacio de LaZarzuela

En el Palacio de La Zarzuela, la actividadestaba centrada en la jura del rey en las Cortesprogramada para el día siguiente, 22 denoviembre. Don Juan Carlos de Borbón dabalos últimos toques a su primer discurso comomonarca. Llevaba casi un mes desde queasumiera de nuevo de forma interina la jefaturadel Estado después de que Carmen Franco leasegurara que esta vez no se volvería a retomarel poder por parte de su padre. Y sabíaperfectamente que de esas primeras palabrasque iba a dirigir a los ciudadanos españoles ibaa depender el que pudiera empezar a ganarse suconfianza. Torcuato Fernández Miranda,decidido partidario suyo, le había insistidosobre ese tema muchas veces: «Tododependerá de vuestro primer discurso. Espreciso decir a los españoles lo que queréis

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hacer y cómo lo queréis hacer».No era fácil, porque, por otra parte, era

consciente de que iba a tener a todo el búnkerbuscando palabra por palabra cualquier indicioque a ellos les pareciera una deslealtad a suCaudillo.

Los hombres próximos al sucesor semovían con sigilo y habilidad para asegurarsede que los líderes sindicales iban a mantener asus afiliados tranquilos y sin manifestacionesen la calle, mientras otros habían contactado enel último año con los responsables de lospartidos políticos de izquierdas paraasegurarles que iba a haber cambio político ypedirles paciencia y tiempo para ir cambiandolas cosas. Carrillo, aún en París, no acababa decreerse del todo las buenas palabras que letransmitían desde Madrid hombres del PCE,como Jaime Sartorius o Armando LópezSalinas, pero de forma prudente, decidióesperar acontecimientos. Felipe González,

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instalado ya con su familia en el madrileñobarrio de la Estrella, prefirió también confiaren lo que socialistas de primera fila como LuisSolana le decían acerca de la voluntadinequívoca del príncipe Juan Carlos dereformar de arriba abajo el aparato del Estado.

La reina, por su parte, ultimaba con sumodista el llamativo traje de ceremonia debrillante color fucsia elegido para el solemneacto de la jura de su marido como rey. No fuecasual que, entre tanta gente enlutada, doñaSofía escogiera un tono para su atuendo comoese, sino que, con ello, la princesa queríaseñalar distancias entre el escenario de lasCortes en un día de júbilo que marcaba elinicio de una nueva etapa en la vida de España yel de la plaza de Oriente, donde el sentimientopredominante era la nostalgia.

Pero la noticia más importante de esavíspera para el príncipe fue el manifiesto hechopúblico desde París por su padre, el conde de

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Barcelona. Pese a que en las semanasanteriores al fallecimiento de Franco seinsistía en que el padre de don Juan Carlos iba aemitir un comunicado beligerante hacia su hijo,finalmente don Juan de Borbón hizo un gestode generosidad y no cuestionó la legitimidaddel sucesor del general.

A la mañana siguiente, antes de que donJuan Carlos se convirtiera en nuevo rey, en elPalacio de El Pardo se dirimía una cuestiónimportante para el futuro de la familia Franco.Lo que estaba en cuestión era el decreto quedebía aprobar el Gobierno sobre los títulosnobiliarios que se iban a otorgar a la viuda y a lahija del Caudillo. El jefe de la Casa Civil de SuExcelencia, Fernando Fuertes de Villavicencio,logró que la Señora saliera de la burbujasilenciosa y aislada en la que se habíaencerrado desde que supo que su marido habíafallecido para tratar un asunto tan importantepara el futuro como el de su estatus. Para él era

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crucial el que el tema se cerrara cuanto antes,con Franco todavía de cuerpo presente y sinenterrar, ya que temía que, si se dejaba paramás adelante, el rey podría ceder a laspresiones de los que se opusieran a otorgartítulos nobiliarios para evitar la protesta de losantifranquistas.

En principio, doña Carmen quería que suhija fuera nombrada duquesa de Ferrol, perosus colaboradores le explicaron que los títuloscon nombres de ciudades son privativos de laCorona y para uso exclusivo de la Familia Real.Por tanto, quedó descartado y se le propuso a laSeñora el de duquesa de Franco paraCarmencita y para ella el del Señorío deMeirás. Ella aceptó, pero todavía quedaba uninconveniente, doña Carmen exigía que los dostuvieran carácter hereditario, algo que noestaba contemplado por parte del ministro deJusticia, que tuvo que consultar ese detalle.Según los periodistas Herrero y Figuero, la

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Señora expresó su disconformidad con unafrase muy expresiva: «Si no se pueden heredar,¿para qué nos sirven?».

El Consejo de Ministros del día 26 denoviembre aprobó que el Señorío de Meirástuviera carácter vitalicio en la persona deCarmen Polo Martínez Valdés y se extinguieracon la desaparición de la viuda del dictador,mientras que el de su hija fuera hereditario parasus hijos y descendientes. Sin embargo,posteriormente, se restableció el caráctervitalicio del título nobiliario mediante un realdespacho, lo que permitió que la distinciónpasara a la muerte de doña Carmen a su nietoFrancisco Franco.

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La jura del rey en las Cortes

A las doce y cuarto del día 22 denoviembre, la Familia Real llegó al palacio dela Carrera de San Jerónimo para que elpresidente del Consejo de Regencia, de lasCortes y del Consejo del Reino tomarajuramento al nuevo rey. Por deseo expreso deLa Zarzuela, se colocó una plataforma en la queestuviera no solo don Juan Carlos, sino tambiéndoña Sofía y sus hijos Elena, Cristina y Felipe,ya que era la institución de la Corona la quedebía estar representada por medio de todossus integrantes.

En primer lugar, Alejandro Rodríguez deValcárcel tomó juramento al príncipe paraasegurar el cumplimiento de las LeyesFundamentales del Reino y guardar lealtad a losprincipios del Movimiento Nacional. Después,se produjo la proclamación de Juan Carloscomo rey, en la que Valcárcel, franquista

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acérrimo, había pactado pronunciar alguna fraseque aunara la etapa anterior con la nueva eraque se abría. Pero la promesa se quedó en aguade borrajas cuando sus palabras no fueronexactamente las acordadas. «Desde la emociónen el recuerdo a Franco, ¡viva el rey! ¡VivaEspaña!». Lo que omitió decir fue «nueva era»antes de los vivas, para establecer ante todosque eso era lo que se iniciaba exactamente enesos momentos, una etapa totalmente diferentea la vivida en los últimos cuarenta años.

En los palcos de invitados, pocas personasde peso, el dictador chileno Augusto Pinochet,que visitó la capilla ardiente de Franco paraelogiarle, el hermano de la reina, el destronadorey Constantino de Grecia, el vicepresidentenorteamericano Rockefeller y todos losegregios representantes de lo más rancio delrégimen franquista. Los invitados de mayorrango, miembros de la realeza y políticosinternacionales, prefirieron esperar a la misa

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de la Coronación celebrada en la iglesia de losJerónimos cinco días más tarde y evitar laceremonia de unas Cortes que no considerabande verdad representativas del pueblo español.

El discurso de don Juan Carlos a losprocuradores presentes en las Cortes, elprimero como rey, estuvo plagado de palabrasque antes se usaban poco en el hemiciclo:concordia nacional, integración, consenso, todauna serie de conceptos que abrían la puerta a laesperanza de todos los españoles que ansiabanuna normalización de la vida pública, unademocratización de las instituciones, unaconstitución en la que se reconocieran losderechos de los ciudadanos, un sistemapolítico basado en la libertad como principioinamovible.

Los procuradores y consejerosaplaudieron con entusiasmo. No todo estabaperdido. El nuevo rey había jurado guardar yhacer guardar las Leyes Fundamentales dictadas

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por ellos mismos en ese remedo de unauténtico parlamento que eran las Cortesfranquistas y también había jurado lealtad a losprincipios del Movimiento Nacional. Lavoluntad de Franco de que la institucióninstaurada a su muerte fuera la monarquía delMovimiento se empezaba a cumplir. Laspalabras del nuevo monarca habían sido unpoco audaces, es verdad, pero no se habíapronunciado ni una vez la palabra democracia,que era como mentar a la bicha para ellos. Asíque no había nada que temer. Y siempre,además, estaba el recurso a atar en corto laspretensiones del Borbón si de repentedecidiera salirse del guión preconcebido por elpropio Franco y sus incondicionales. Si esoocurría, ya se encargarían todos ellos de meteren cintura al que muchos llamaban «el niñato»y dejarle claro que no iban a permitirlo.

Esa misma mañana, al término de lasesión de las Cortes, estaba programado un

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responso ante el cuerpo sin vida del anteriorjefe del Estado en el Palacio Real, que loshombres del régimen siempre prefirieronllamar de Oriente. Los reyes se desplazaronhasta allí en uno de los Rolls Royce dePatrimonio Nacional por las calles de Madridcontroladas por las fuerzas de seguridad en lasque algunas personas que se atrevieron a salirlanzaron tímidos vivas al rey y a la reina.

Una vez llegados al interior del palacio, sereunieron con la familia Franco y otrasautoridades para estar presentes en el oficio enmemoria del desaparecido jefe del Estado.Hábilmente, la reina había previsto que teníaque evitar lo que hubiera sido un escándalo:aparecer en la capilla ardiente de Franco con eltraje de ceremonia color fucsia que habíalucido en las Cortes. Por eso, cubrió suatuendo con un abrigo de color negro queocultaba por completo el tono brillante de suvestido.

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Después del responso, en el que seencontraron con la apenada familia Franco, donJuan Carlos le repitió a doña Carmen que setomara su tiempo para recoger todas suspertenencias antes de abandonar el Palacio deEl Pardo. No había prisa por dejar el lugar deresidencia durante más de treinta años de losFranco, que habían llegado a comportarsecomo los miembros de una dinastía, pero sedescartaba de raíz la posibilidad de que su viudasiguiera viviendo allí ni que se cediera su uso ala familia del general para instalar un museo ofundación que sirviera de recordatorio a todo elmundo de la figura del Caudillo.

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La decisión de enterrar a Francoen el Valle de los Caídos

El porqué se decidió enterrar a Franco enla basílica del Valle de los Caídos y de quiénfue esa decisión se ha convertido con los añosen objeto de una fuerte controversia. La orden,según el documento oficial que se conservadirigido al abad mitrado del Valle de losCaídos, Luis María de Lojendio, está firmadapor el rey Juan Carlos a las cuatro de la tardedel mismo día de su jura. En el escrito,encabezado por el escudo de armas del nuevomonarca, el rey decide que los restos mortalesse le entreguen al prior de la basílica.

«Y así encarezco los recibáis y loscoloquéis en el Sepulcro destinado al efecto,sito en el Presbiterio entre el Altar Mayor y elCoro de la Basílica, encomendando al Excmo.Señor Ministro de Justicia, Notario Mayor delReino, don José María Sánchez Ventura y

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Pascual, que levante el Acta correspondiente atan Solemne Ceremonia».

Pero es difícil aceptar que la decisiónpudo ser suya, puesto que ese es un asunto quenormalmente se dirime en el ámbito familiar.Más bien, la decisión fue tomada por otra uotras personas allegadas a Franco, y el rey selimitó a cumplir con su obligación oficial deponerlo por escrito en un decreto firmado porél.

Los miembros de la familia Franco, casicuarenta años más tarde, nieganterminantemente que fueran ellos los quedecidieran que el cuerpo del general fueraenterrado en el presbiterio de la basílica, justoen la parte de atrás del altar mayor. Ni siquieraadmiten que fuera el propio Franco el quequiso que su última morada fuera elmonumento alzado por voluntad suya enmemoria y homenaje a los caídos en la GuerraCivil, en defensa de la religión católica y de la

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civilización cristiana.Hay un solo testimonio de uno de los

arquitectos del valle, Diego Méndez, queaseguró que Franco le señaló con el dedoíndice de su mano el lugar donde quería serenterrado. «Yo, aquí», manifestó, al parecer, alarquitecto.

Pero la hija y los nietos de Franco noadmiten esa tesis, porque, aun en el caso de quesea cierta, no les parece válida, y siguen en sustrece de que de ellos no salió la idea ni ladecisión de enterrarle en la basílica deCuelgamuros.

El actual abad de la basílica, fray Anselmo,accedió a mantener una conversación con laautora en el verano de 2011 acerca de lapolémica, justo en el momento en que estabasiendo planteada la posibilidad de trasladar losrestos mortales de Franco desde su actualubicación hasta el lugar que su familiadesignara.

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El prior de los benedictinos, que respirabapor la herida de que la basílica solo estuvieraabierta al culto por decisión de los socialistas yno pudiera ser un lugar de visita de los miles deviajeros y turistas como había sido durantetodos los años anteriores, corroboró la versiónde la familia Franco.

«No había ninguna clase de tumbapreparada en la parte de atrás del altar mayor dela basílica. Hubo que excavarla deprisa ycorriendo en los dos o tres días después de lamuerte de Franco. Desde que me ordené comomonje benedictino, he estado siempre aquí, enla abadía del valle, y sé con seguridad que nuncase habló de que Franco iba a ser enterrado allí asu muerte.

»Según lo que yo sé, el presidente AriasNavarro preguntó después de la muerte deFranco a su familia si había dejado unadisposición especial sobre dónde quería serenterrado y ellos contestaron que no, que no

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había dispuesto nada», prosiguió fray Anselmo.Pero el religioso dejó caer a continuación unafrase que apunta en la misma dirección que losque responsabilizan de la decisión al rey JuanCarlos. «Pero esos días, los que decidían todoeran los integrantes del Consejo del Reino ydaban cuenta de todo al príncipe JuanCarlos...».

Fray Anselmo estaba francamentedisgustado con el gobierno socialista deRodríguez Zapatero por cómo había dejado enmanos de una comisión de expertos, de los quedudaba sobre su neutralidad e independencia decriterio, el futuro del monumento alzado pororden del propio Franco.

«Este es un lugar de culto y está sometidoa las leyes internacionales sobre los lugares deculto. Y el gobierno sabe que cualquier cambioen este lugar debe ser consensuado».

El religioso rechazó también durante laconversación con la autora el que existiera una

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utilización política del lugar por los falangistasy los franquistas. Los funerales en memoria deJosé Antonio y de Franco cada 20 denoviembre y las ceremonias de exaltación delMovimiento Nacional que se hacían en laexplanada de la basílica eran para el actual abaddel valle más «historietas» que historiasverdaderas.

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El funeral de Franco y el entierroen el Valle de los Caídos

A las siete y media de la mañana del día23 de noviembre se cerró la capilla ardiente,aunque todavía quedaba público que permanecíaen la cola para desfilar ante el cuerpo deFranco. Entre trescientas mil y quinientas milpersonas se calcula que habían pasado por elSalón de Columnas del Palacio Real para rendirtributo al fallecido jefe del Estado.

Después, el féretro fue llevado a hombroshasta la Puerta del Príncipe del palacio, dondese celebró un solemne funeral al aire libre alque asistieron decenas de miles de personas.En el lado de la Epístola, a la derecha, laSeñora, de luto riguroso con velo por delantede la cara, igual que su hija Carmen. A laizquierda, los ya reyes Juan Carlos y Sofía en ellado del Evangelio.

La familia de Franco al completo asistió,

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como es natural, a la ceremonia religiosa, trasla cual se enfiló el cortejo fúnebre hacia lacarretera de La Coruña, con destino aCuelgamuros.

Uno de sus nietos, José Cristóbal, quecambió poco después su carrera deArquitectura por la militar para seguir los pasosde su abuelo, nos dejó su testimonio de cómovivieron aquella jornada de funeral y entierro.

«A lo largo de la interminable ceremoniadel funeral, yo mantenía una conversación,imaginada o recreada, como se quiera llamarla,con mi abuelo. Él era lo que más admiraba, ydesde entonces nadie ha suplantado al abueloen el pedestal en el que yo le había puesto. Enmi conversación le contaba las divergencias ydiscusiones en el seno de la familia. Entreotras estaba la de salir de España o quedarse».

A eso de las dos de la tarde, llegaron a laexplanada de la basílica los restos mortales delgeneral a hombros de sus familiares varones.

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Doña Carmen y su hija prefirieron orar por elfallecido en la capilla de El Pardo. Tampocoasistió la reina Sofía, pero sí todos los nietosdel Caudillo.

El cuerpo de Franco recibió sepulturapoco después de que el abad de la basílica delvalle rezara un último responso ante su féretroen la tumba situada en la parte posterior delaltar mayor, al pie de un Cristo tallado enmadera por el artista vasco Julio de Beobide.Bajo la cúpula sobre la que se apoya la cruz de150 metros, construida por deseo del Caudillopara que fuera vista desde una distancia devarios kilómetros, en cuyo primer basamentoestán las esculturas de los cuatro evangelistas,Juan, Marcos, Lucas y Mateo, hechas por elescultor Juan de Ávalos.

Una losa de granito con el nombre deFrancisco Franco cubrió la fosa donde sedepositó el féretro.

Lo que no deja de ser una gran paradoja es

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que Franco fuera enterrado tan cerca delfundador de la Falange, José Antonio Primo deRivera, con el cual mantuvo una relaciónconflictiva desde el primer momento que seconocieron personalmente en 1931, en la bodade Ramón Serrano Súñer y Zita Polo. Elcuñado de Franco intentó de formaperseverante el acercamiento entre el militar yel líder político de derechas, a quienes puso encontacto en varias ocasiones. Pero fracasó entodos los intentos, uno de ellos celebrado encasa del padre y hermanos de Serrano antes delas elecciones, que terminó como el rosario dela aurora. Primo de Rivera quiso convencer aFranco de la necesidad de un golpe militar deprecisión que atajara el peligro de unarevolución comunista. La propuesta recibió unarespuesta evasiva y cauta del general, que teníaclaro que no quería ser cómplice de unaconspiración de un joven jefe falangista a quienno respetaba y que contaba, según su opinión,

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con escaso apoyo popular.Pero la brecha principal que se abrió entre

Franco y Primo de Rivera fue a propósito de larepetición de las elecciones de 1936 en laprovincia de Cuenca, a las que se presentabaaquel, en las listas de la derecha, y JoséAntonio, en las de Falange. El veto de Primo deRivera a Franco, por considerarle pocoadecuado, fue tajante, y Serrano Súñer, íntimocorreligionario de José Antonio, tuvo queviajar a Canarias para convencer a su cuñado deque se retirara de la candidatura.

Franco aceptó no ir de candidato al darsecuenta de la hostilidad del líder falangista, perofue un hecho que no olvidó ni perdonó.

También está probado por documentoshistóricos que Franco no actuó de forma claraen los intentos de liberación de José Antoniode la prisión de Alicante. Aunqueaparentemente dio su visto bueno a los planesdel cónsul alemán en la ciudad levantina, Von

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Knobloch, después puso trabas a la posibilidadde ofrecer un rescate dinerario para obtener lalibertad del fundador de la Falange y a laintervención directa del diplomático germano,que tan buenos resultados había conseguido enla gestión para liberar a la familia de la mujerde su hermano Nicolás, los Pascual de Pobil.

No tuvo, sin embargo, Francisco Franconingún escrúpulo a la hora de presentarse apartir de 1937 como heredero político de JoséAntonio ante las masas falangistas. Ni alabortar los intentos de rebelión de losdirigentes de Falange al ver cómo el general seiba apoderando de la herencia ideológica de sulíder ya desaparecido y la adaptaba a esacreación que se dio en llamar MovimientoNacional.

Sin embargo, el destino es caprichoso.Allí, en el altar mayor de la basílica del Vallede los Caídos, se juntaron los restos mortalesde ambos hombres que no solo no fueron

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amigos, sino que más bien llegaron a serclaramente adversarios. Uno de ellos, muertoel mismo día pero treinta y nueve años antes,en la parte delantera del altar mayor. El otro, elhombre que detentó el poder durante casicuarenta años con mano dura y con espíritu derevancha, en el presbiterio o parte posterior.Acompañados ambos en ese inmenso y fríomausoleo por muchos de los que murieron pordefender la legalidad del régimen constituidopor la República española en la Guerra Civil —hermanos contra hermanos— provocada por elgolpe de Estado franquista, cuyos familiaresreclaman ahora sus cuerpos. Ironías de la vida.

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Epílogo

La viuda de Franco, señora de Meirás, sushijos, los marqueses de Villaverde y duques deFranco, y sus nietos empezaron a vivir esa vidade la que Nani les había hablado tan a menudo alos chicos cuando les advertía que los tiemposen que ellos eran los niños más mimados ybien tratados de España no iban a durarsiempre. Pero lo que nunca sospecharon fueque iba a ser un trago tan amargo, en el que ibana comprobar cómo mucha gente les daba laespalda y emitía los juicios más severos yduros sobre su abuelo.

Afortunadamente para ellos, nadie leshostigó tanto como para verse obligados aabandonar el país, una hipótesis que barajaronen el último año de la vida del dictador,atemorizados de que pudiera desencadenarseuna venganza por parte de los oprimidos yrepresaliados durante el régimen de Franco y

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que pudieran caer en la tentación de hacerles lavida imposible.

El rey, como ya se ha dicho en otraspáginas de este libro, trató con guante de seda ala familia Franco Polo, a la que otorgó títulosnobiliarios, y nadie exigió su salida del país apesar de haber sometido a los ciudadanos deEspaña durante cuarenta años a un régimen enel que faltaba lo más importante: la capacidadpara elegir libremente a sus gobernantes. Comola situación política no cambió de golpe yapenas variaron las cosas en los mesesposteriores a la muerte del Caudillo, la viuda deFranco tan solo mudó de domicilio desde elPalacio de El Pardo a una casa señorial en lacalle Hermanos Bécquer.

Doña Carmen conservó a sus amigas desiempre, que la siguieron visitando en su nuevohogar, con las que podía explayarse a fondo yquejarse por el trato que recibía de muchos delos aduladores de antes. Sus apariciones en

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público, tan frecuentes en vida de su marido alejercer plenamente de primera dama, sehicieron muy escasas. Siempre enlutada, con unrictus de amargura permanente por lo que ellaconsideraba la ingratitud de tantos y tantosespañoles que pronto habían olvidado la obrade su marido y se dedicaban a borrar todas lashuellas dejadas por ella tras cuatro décadas depoder absoluto.

Fue un aprendizaje duro para toda lafamilia. Tuvieron que ver las páginas de losperiódicos de una prensa que empezaba aarrancarse la mordaza de la censura y a iniciarel camino de lo que es habitual en un país libre;acostumbrarse a las manifestaciones de losciudadanos que reclamaban cada día en la callela restauración de la democracia y de la libertadpara todos, después de cuarenta años derepresión; contemplar cómo el edificio delrégimen franquista empezaba a desplomarsehasta quedar completamente destruido en una

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oleada imparable que arrollaba a su paso todolo que trató de afianzar el patriarca para hacerpervivir un régimen caduco y obsoleto.

Ante esa situación, las reacciones dentrode la familia Franco fueron variadas: algunosfueron incapaces de asumir el rechazo yoptaron por seguir comportándose comocuando Franco vivía y seguir con susprerrogativas. Otros, por llevar una vida de lomás discreta dentro del círculo de sus propiasfamilias sin dar el más mínimo pie a escándalo.Y unos pocos por estar permanente en elcandelero mediático, después de ponerse elmundo por montera y vivir sin prejuicios unavida muy alejada del rigor y puritanismoimpuesto por Franco y doña Carmen.

Ella, la Señora de El Pardo, eligióreplegarse como un caracol en su concha yadoptar un espíritu de resignación ante todo loque pasaba a su alrededor, muy acorde con subeata visión de la religión cristiana que

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practicó a lo largo de su vida. Retirada en surefugio, en el que todos los días asistía a lacelebración de la misa en la capilla de su casa,la antes todopoderosa Señora de El Pardo seapoyó en su familia, su hija Carmen y susnietos, y no tuvo más remedio que soportar almarqués de Villaverde, su yerno, a quiendespreciaba profundamente y al que se referíacomo «el señor con el que está casada mihija».

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El intento del marqués de entraren política

Cristóbal Martínez-Bordiú siguióenredando en los círculos de la política, y trató,por todos los medios, de ser elegido miembrodel Consejo Nacional, al quedar una vacante enel organismo a la que también aspiraba AdolfoSuárez, entonces ministro secretario generaldel Movimiento. El yernísimo, tan prepotenteen sus formas de actuación, pretendió ganar esepuesto con una estrategia totalmenteequivocada, ya que se presentó ante los quetenían que votarle nada menos que comoheredero político de Franco y representante delclan de El Pardo. Mandó a los que tenían quevotar un telegrama con un texto tanrimbombante como este: «En nombre delCaudillo Franco, te pido tu voto para micandidatura. Espero que cumplas con tu deberen conciencia».

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En el intento por hacerse con el sillón enel Consejo, el marqués y duque de Francoconsorte utilizó toda clase de presiones,creyendo que podía seguir ejerciendo suinfluencia como cuando su suegro estaba vivo.Llamó al presidente del Gobierno, CarlosArias, a la desesperada, a las tantas de lamadrugada para pedirle que se retirara AdolfoSuárez y amenazarle con que su derrota si no seefectuaba su petición sería tan estrepitosa quesu gobierno tendría que dimitir. La votación,finalmente, dio la victoria al que luego seríapresidente del Gobierno, Adolfo Suárez, yhacedor en primera persona de la transiciónpolítica de la dictadura a la democracia. Elmarqués se llevó un gran disgusto que le hizodejar de lado sus aspiraciones de entrar enpolítica como sucesor de su suegro.

Esa derrota no hizo que el yerno deFranco cejara en sus tejemanejes. Fuevendiendo en los círculos editoriales unas

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supuestas memorias de Francisco Franco, porlas que pedía 500 millones de pesetas, pero queno terminaron de aparecer, no se sabe si porqueno existían más que en la imaginación deVillaverde o porque su hija Carmen las tenía otiene guardadas bajo siete llaves para impedirque se especule con el legado escrito de supadre. De alguna manera, al ver que la gente lesdejaba de lado y que él ya no formaba parte dela élite del país, Cristóbal se convirtió en unparanoico que veía enemigos por todas partesque querían arrebatarles a él y a su familiatodos los bienes conseguidos en vida deFranco. Un temor infundado, porque nunca seles ha exigido que devuelvan las propiedades,adquiridas a veces de forma más que dudosa,algo que sucede casi siempre cuando cae endesgracia o desaparece un gobernanteautoritario.

Es verdad que la muerte de Franco marcóel inicio de una serie de hechos que sacaron de

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quicio al marido de Carmen Franco. Además desu frustrada entrada en política, el marqués sellevó un enorme disgusto cuando su hijoFrancis le anunció que no iba a ejercer lacarrera de Medicina, que acababa de finalizar,alegando que su apellido le iba a condicionar deforma negativa en todos sus intentos de llegar aser un buen médico. En palabras de JoséCristóbal, el nieto de Franco que cambió decarrera para hacerse militar como su abuelo,«la postura de Francis llegaba a ser unaconstatación atroz del descrédito en el quehabía caído la familia a los nueve meses dehaber muerto el abuelo».

Por otra parte, al enterarse el marqués deVillaverde de que el matrimonio de su hijaCarmen hacía aguas y parecía irseirremediablemente a pique, fue presa de ladesesperación, por haber sido uno de losinspiradores de la idea de ese enlace comoforma de crear una nueva dinastía: la de los

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Borbón Franco. La ruptura de su hija mayor conel duque de Cádiz y su huida a Francia para vivircon el anticuario Jean Marie Rossi fue algosuperior a la capacidad de encaje del marqués,que nunca perdonó a Carmen su forma deactuar.

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La detención de Carmen Franco

Tres años después de la muerte de Franco,se produjo un hecho que conmocionó a laopinión pública española: Carmencita Franco,la hija única del Caudillo, fue detenida enBarajas con una valija que intentaba sacar aSuiza que contenía una colección de medallasde oro y brillantes con un valor estimado de25.000 dólares. Las joyas fueron retenidas porla policía aduanera.

La explicación de la duquesa de Franco,grande de España, fue que las más de treintamedallas de oro y brillantes estaban destinadas«a adornar un reloj de oro que iba a encargarpara mi madre». Una justificación que noconvenció a los expertos, que consideraban lasmedallas como objetos de gran valor históricoy artístico, además del intrínseco como alhajas.Un tribunal dedicado a juzgar los casos decontrabando y defraudación condenó a la

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duquesa a pagar una multa de 6.800.000 pesetaspor exportación ilegal.

Lo curioso del caso es que, a día de hoy,sus hijos siguen tratando de minimizar laimportancia de este delito, cuyo eco mediáticoatribuyen a la revancha que existía contra lafamilia Franco en esos momentos. Quizá seaesa una consecuencia de la falta dediferenciación entre los bienes pertenecientesal Patrimonio Nacional y los que eranpersonales de los Franco.

Prueba de esa confusión es la pertinaciaen el uso del coto de caza del monte de ElPardo por parte de algunos de los nietos deldictador, como Francis y José Cristóbal, esteúltimo muy aficionado a recorrerlo en su motoespecial para campo a través. Francis fuecondenado como furtivo en varias ocasiones. Yno es de extrañar, porque, según cuenta suhermano José Cristóbal en su libro Cara ycruz, a su hermano le encantaba cazar sin

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permiso, ya que a la emoción de abatir la piezase une la de despistar al guarda. Un alicientemás.

Por aquel tiempo, a Carmen Franco ledieron también bastantes dolores de cabeza lasentrevistas realizadas a sus hijos que aparecíanen los medios, algunas inventadas, es cierto,pero otras «exclusivas», que concedían acambio de buenos pellizcos de dinero. Unapráctica totalmente innecesaria, dada laposición económica de la familia del Caudillo,y éticamente reprobable, ya que se trataba desacar provecho del interés de la opiniónpública por leer el testimonio directo de lafamilia Franco sobre los nuevos tiempos que seestaban viviendo. Fue algo que hicieron confrecuencia y, todo hay que decirlo, sin ningúntipo de escrúpulos.

Mery, la cuarta hija de los Villaverde, unachica con una fuerte personalidad rebelde eindependiente, causó también ciertos

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problemas a sus padres con su boda con JimmyGinénez-Arnau, hijo de un diplomático yperiodista independiente, que no terminó deacostumbrarse a una familia tan particularcomo la de los Franco. Después de divorciarsede Mery, aireó con su ácido e irónico estilo enun libro las interioridades de la familia de sumujer, en un ejercicio de acerada crítica que nodejó títere con cabeza, en el que los que peorparados salieron fueron su suegro, el marquésde Villaverde, auténtico villano de la historiasegún el yerno, y su cuñado Francis Franco.Eso sí, una de las que mejor quedó en laspáginas del libro de Jimmy fue la Señora de ElPardo, a la que siempre describió como mujerde gran empaque y dignidad.

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El incendio del Corona de Aragón

Durante muchos años, el incendio delHotel Corona de Aragón de Zaragoza, lamañana del 12 de julio de 1979, en la que JoséCristóbal Martínez-Bordiú iba a recibir suestrella de alférez en la Academia GeneralMilitar, estuvo considerado como un hechofortuito. Pero casi treinta años más tarde, enfebrero de 2009, el Tribunal Supremo admitióen una sentencia que fue intencionado yprovocado por al menos tres personas, queusaron productos químicos para propagarrápidamente el fuego. Asimismo, el gobiernodel Partido Popular de José María Aznarreconoció la condición de víctimas deterrorismo a los 83 fallecido en el siniestro.

La familia Franco sostuvo desde elprincipio que el incendio fue un acto terroristade ETA, que lo reivindicó al día siguiente pormedio de una llamada telefónica. Lo cierto es

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que el establecimiento hotelero de cincoestrellas estaba lleno aquella mañana defamiliares de los cadetes que iban a recibir susdespachos de oficiales. Los más conocidoshuéspedes alojados en el Corona eran doñaCarmen Polo, los marqueses de Villaverde ydos de sus hijos, Arancha y Jaime.

José Cristóbal, en su libro, mantiene confirmeza que «a mí, nada ni nadie me quitará laíntima y profunda convicción que elholocausto», como lo llama él, «fue unatentado en toda regla contra mi familia y losaltos estamentos del Ejército». El nieto militardel Caudillo también afirmó en sus memoriasque según el chófer de doña Carmen las llamascomenzaron simultáneamente justo debajo yencima de la habitación de su abuela.

Ninguno de los miembros de la familiaFranco sufrió lesiones de importancia. Laseñora de Meirás tuvo que ser hospitalizadapor una crisis nerviosa y todos ellos pasaron

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momentos de agobio por el avance de lasllamas; el marqués de Villaverde tuvo queescapar en paños menores saltando por laventana de su habitación, pero fueronrescatados con fortuna por los bomberosaragoneses, que actuaron con eficacia.

Para los Franco, aquello fue «milagroso».Así lo afirmaba doña Carmen cuando la sacaronde aquel infierno al repetir «ha sido un milagroque nada nos ha ocurrido a ninguno».

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Los nietos más discretos ... y losmás díscolos y escandalosos

Indudablemente, los que se llevan la palmaen cuanto a discreción son Mariola Martínez-Bordiú, la segunda hija de los Villaverde, yArancha, la más pequeña de las chicas, seguidasde Mery y José Cristóbal, que, aunque algo handado que hablar en momentos concretos,prefirieron después alejarse de los focosmediáticos y adoptar una vida al margen deellos.

María de la O, casada con Rafael Ardid, sunovio de toda la vida e hijo de unos íntimosamigos de sus padres cuya familia había sidorepublicana durante la guerra, ha sido unmodelo de discreción y elegancia en sucomportamiento. Licenciada en Arquitectura,no ejerció nunca su carrera y es madre de treshijos que ya la han hecho abuela. Tímida decarácter, en contraste con su hermana mayor,

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Mariola se enfrentó con firmeza a su padre paracasarse con su novio, que a él le parecía pocacosa para ella.

Arancha, la penúltima de los nietos deFranco, no ha dado que hablar en absoluto almundillo de los medios de comunicación rosa.Muy retraída y silenciosa, está casadaactualmente con Claudio Quiroga, hijo de lailustre familia gallega amiga muy próxima desu madre, la duquesa de Franco. Antes, tuvo unefímero matrimonio con su primo AlejoMartínez-Bordiú, para el que tuvo que insistirmucho a la hora de obtener el visto bueno desus respectivas familias por su condición deprimos carnales y que duró apenas un año.

Mery, la preferida de su abuelo, optó poreludir la exposición pública y huir al extranjerodespués del fiasco de su boda con JimmyGiménez-Arnau. Su exmarido pugnacontinuamente contra ella en los medios decomunicación por considerarla responsable de

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que él no tenga relación alguna con Leticia, lahija de ambos.

José Cristóbal, quien se ganó laadmiración total de su abuela al seguir lacarrera militar como su abuelo, se dio cuentapronto de que el Ejército no era lo que él habíapensado y decidió dejarlo, con gran tristeza desu familia. Casado con la modelo ypresentadora Jose Toledo, lleva una vidafamiliar discreta, alejada de los medios decomunicación y centrada en su trabajo yfamilia.

A la hora de hablar de los nietos másrebeldes y díscolos de doña Carmen y sumarido, la palma se la lleva sin duda la mayor,Carmen. Mimada desde la cuna por sus padres ysobre todo por su abuela, la primogénita de losVillaverde ha sido la que ha llevado una vidamás alejada de los clichés impuestos por elpuritanismo obligado durante la épocafranquista.

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Carmen, de quien todos los que laconocen afirman que es una persona de tratoagradable y encantador, rompió ataduras con lascostumbres de su familia cuando abandonó a sumarido y a sus hijos en España y se fue a vivir aParís con el anticuario Rossi, que le doblaba laedad. Pasó por la experiencia terrible de lamuerte de su hijo Fran en accidente de tráficocuando ella vivía lejos de sus hijos. Pero serehízo y tuvo una tercera hija, Cinthya, quien sequedó junto a su padre cuando Carmen sedivorció de él y se enamoró de un arquitectoitaliano, con el que mantuvo una relación deaños sin llegar a casarse de nuevo. Pero conquien sí decidió volver a pasar por laexperiencia del matrimonio por la Iglesia fuecon José Campos, un cántabro más joven queella y con el que, de momento, sigue unida.

Colabora con la revista ¡Hola!, quepublica de vez en cuando exclusivas de Carmen,sola o con su marido, en tierras exóticas,

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participa en programas de televisión y lleva unaintensa vida social en la que hace gala de unafalta total de prejuicios que contrastavivamente con las normas estrictas que respiróde niña y jovencita en casa de sus abuelos.

El caso más triste y patético de los nietosde la Señora lo ha protagonizado el benjamínde la familia, Jaime, que hace un tiempo salióen los medios de comunicación al ser acusadopor su pareja de entonces de ser un presuntomaltratador. A raíz de ese episodio, trascendiótambién que el hijo menor de la duquesa deFranco tenía ciertos problemas con las drogas,concretamente con la cocaína, una adicción dela que ha tenido que rehabilitarse en un centroespecializado en ese tipo de tratamientos. Sushermanos declararon su total apoyo a Jaime ysu disposición a ayudarle a salir del laberintode la droga, pero su principal protectora entoda esa difícil etapa ha sido su madre, CarmenFranco, que le ha dado siempre su amparo.

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Y Francis, el más mimado por Franco,dejó España por un tiempo para irse a vivir aChile, donde emprendió el camino de losnegocios, de los que de vez en cuando nosllegan noticias conflictivas. Hace poco,escribió un libro sobre los aspectos máshumanos de su abuelo en el que contó lasexperiencias que vivió junto al general durantesu niñez y adolescencia. Participa de vez encuando en programas de televisión en los querechaza de plano su responsabilidad y la de sufamilia en cuestiones polémicas, como elorigen dudoso de la fortuna de los Franco, sucuantía y quién la tiene en la actualidad.

Es común a todos ellos una característica:ninguno de los nietos ha admitido, ni siquierade forma somera, el carácter dictatorial delrégimen de su abuelo. Ni una crítica alsecuestro de la libertad y la democracia al quesometió al pueblo español.

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La muerte de la Señora

La Señora sobrevivió a su marido treceaños. Murió el 6 de febrero de 1988 en sudomicilio de Hermanos Bécquer de Madrid alos ochenta y seis años. Desde que Francofalleció, ella desapareció de la vida pública y seconvirtió en una sombra de sí misma que solovolvía a las páginas de los periódicos cada 20de noviembre, cuando asistía al funeral que seoficiaba en la basílica del Valle de los Caídos ypresidía el acto de exaltación de la figura deFrancisco Franco.

Quienes la trataron en su última épocaafirman que la Señora aceptó resignada, no sindosis elevadas de amargura, eldesmantelamiento del régimen franquista y viocómo, a pesar de lo que decía su Paco, nadaestá nunca atado y bien atado.

Sus restos descansan en el panteónfamiliar adquirido por ella en el cementerio de

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El Pardo, en el que le hubiera gustado estar allado de los restos de su marido. Entre loselogios dedicados a Carmen Polo el día de sumuerte de sus aún incondicionales, que antes lofueron de su marido, uno de su controvertidocuñado Ramón Serrano Súñer, totalmenteacertado: «Fue la mujer más absolutamenteincondicional, más adicta a su marido».

Esa fue la gran verdad de la Señora de ElPardo.

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Table of ContentsCarmen Enríquez Carmen Polo, señora de El

PardoAgradecimientos1. Adiós a El Pardo, adiósEl hogar de los FrancoEl desfile de camiones en El PardoLa partidaLa llegada a Hermanos Bécquer2. El romance entre la señorita de provincias y

el comandantínLa primogénita de la familia PoloDe balcón a balcónLa visita a FerrolLa petición de manoLa boda se celebra por finLos Franco, en palacio3. Doña Carmen inicia su carrera ascendenteLa llegada al mundo de CarmencitaLa corte de Zaragoza

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El odio a la RepúblicaLa muerte de Pilar BahamondeEl triunfo del Frente PopularLa huida al extranjero de Carmen y su hijaCarmen, primera dama de España4. La Señora de El PardoLa instalación en El PardoHistoria del palacioLa guerra mundial lo complica todoLa muerte del padre de FrancoEl aislamiento del régimen. Surgen voces

críticasEl pretendiente al trono reclama sus derechosLa puesta de largo de CarmencitaUn gesto caritativo con los pobresLa visita de Eva PerónEl Valle de los Caídos5. Una semblanza de la SeñoraUna visión en positivoLa afición a las joyasLa afición a las antigüedades

Page 563: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

Una señora de misa diariaLas obras de caridad y beneficencia de la

SeñoraEl brazo incorrupto de santa Teresa6. Los Polo y los Franco en la vida de la SeñoraAscensión y caída del «cuñadísimo»La relación con los Franco: Nicolás, Pilar y

Ramón. La incontinencia verbal de doña Pilar Franco7. La boda de la «ninísima»Un título de origen aragonésUna ceremonia suntuosaEl «yernísimo»Los nietos de Franco y doña CarmenLos nietísimos8. Los veraneos en el Pazo de MeirásHistoria del pazo y su cesión a los FrancoLos días de ocio en MeirásEl pazo, escenario de hechos importantesLa decadencia del Pazo de MeirásEl pazo, hoy

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9. Las cacerías del franquismoLas Navidades en ArroyovilLas fiestas flamencas de ArroyovilIncidentes y anécdotas de las caceríasAccidentes de cazaEl perdigonazo de Fraga a Carmen FrancoFacilidades que se daban a Franco10. Los Franco y los Borbón: una relación

complicadaCuando los príncipes «no eran nadie»Los cinco pretendientes al tronoLa proclamación del sucesorLa operación nietísimaLa boda de Alfonso y María del Carmen11. Decadencia del franquismo. La muerte del

dictadorMatesa, el Proceso de Burgos y el Opus en el

poderLos celos de la Señora de los príncipesCarrero, presidente del GobiernoEl asesinato de Carrero

Page 565: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

El nombramiento de Arias NavarroLa era AriasLa muerte del dictadorLos funerales de Franco. Entierro en el Valle

de los CaídosLa hora de la muerte de FrancoEl comunicado oficialEl traslado al Palacio RealActividad en el Palacio de La ZarzuelaLa jura del rey en las CortesLa decisión de enterrar a Franco en el Valle de

los CaídosEl funeral de Franco y el entierro en el Valle de

los CaídosEpílogoEl intento del marqués de entrar en políticaLa detención de Carmen FrancoEl incendio del Corona de AragónLos nietos más discretos ... y los más díscolos

y escandalososLa muerte de la Señora

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Bibliografía

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Table of ContentsCarmen Enríquez Carmen Polo, señora de El

PardoAgradecimientos1. Adiós a El Pardo, adiósEl hogar de los FrancoEl desfile de camiones en El PardoLa partidaLa llegada a Hermanos Bécquer2. El romance entre la señorita de provincias y

el comandantínLa primogénita de la familia PoloDe balcón a balcónLa visita a FerrolLa petición de manoLa boda se celebra por finLos Franco, en palacio3. Doña Carmen inicia su carrera ascendenteLa llegada al mundo de Carmencita

Page 568: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

La corte de ZaragozaEl odio a la RepúblicaLa muerte de Pilar BahamondeEl triunfo del Frente PopularLa huida al extranjero de Carmen y su hijaCarmen, primera dama de España4. La Señora de El PardoLa instalación en El PardoHistoria del palacioLa guerra mundial lo complica todoLa muerte del padre de FrancoEl aislamiento del régimen. Surgen voces

críticasEl pretendiente al trono reclama sus derechosLa puesta de largo de CarmencitaUn gesto caritativo con los pobresLa visita de Eva PerónEl Valle de los Caídos5. Una semblanza de la SeñoraUna visión en positivoLa afición a las joyas

Page 569: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

La afición a las antigüedadesUna señora de misa diariaLas obras de caridad y beneficencia de la

SeñoraEl brazo incorrupto de santa Teresa6. Los Polo y los Franco en la vida de la SeñoraAscensión y caída del «cuñadísimo»La relación con los Franco: Nicolás, Pilar y

Ramón. La incontinencia verbal de doña Pilar Franco7. La boda de la «ninísima»Un título de origen aragonésUna ceremonia suntuosaEl «yernísimo»Los nietos de Franco y doña CarmenLos nietísimos8. Los veraneos en el Pazo de MeirásHistoria del pazo y su cesión a los FrancoLos días de ocio en MeirásEl pazo, escenario de hechos importantesLa decadencia del Pazo de Meirás

Page 570: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

El pazo, hoy9. Las cacerías del franquismoLas Navidades en ArroyovilLas fiestas flamencas de ArroyovilIncidentes y anécdotas de las caceríasAccidentes de cazaEl perdigonazo de Fraga a Carmen FrancoFacilidades que se daban a Franco10. Los Franco y los Borbón: una relación

complicadaCuando los príncipes «no eran nadie»Los cinco pretendientes al tronoLa proclamación del sucesorLa operación nietísimaLa boda de Alfonso y María del Carmen11. Decadencia del franquismo. La muerte del

dictadorMatesa, el Proceso de Burgos y el Opus en el

poderLos celos de la Señora de los príncipesCarrero, presidente del Gobierno

Page 571: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

El asesinato de CarreroEl nombramiento de Arias NavarroLa era AriasLa muerte del dictadorLos funerales de Franco. Entierro en el Valle

de los CaídosLa hora de la muerte de FrancoEl comunicado oficialEl traslado al Palacio RealActividad en el Palacio de La ZarzuelaLa jura del rey en las CortesLa decisión de enterrar a Franco en el Valle de

los CaídosEl funeral de Franco y el entierro en el Valle de

los CaídosEpílogoEl intento del marqués de entrar en políticaLa detención de Carmen FrancoEl incendio del Corona de AragónLos nietos más discretos ... y los más díscolos

y escandalosos

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La muerte de la SeñoraBibliografía

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ÍndiceCarmen Enríquez Carmen Polo,señora de El Pardo 5

Agradecimientos 61. Adiós a El Pardo, adiós 9El hogar de los Franco 18El desfile de camiones en El Pardo 29La partida 37La llegada a Hermanos Bécquer 442. El romance entre la señorita deprovincias y el comandantín 48

La primogénita de la familia Polo 55De balcón a balcón 63La visita a Ferrol 67La petición de mano 74

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La boda se celebra por fin 79Los Franco, en palacio 863. Doña Carmen inicia su carreraascendente 90

La llegada al mundo de Carmencita 94La corte de Zaragoza 99El odio a la República 106La muerte de Pilar Bahamonde 111El triunfo del Frente Popular 115La huida al extranjero de Carmen ysu hija 119

Carmen, primera dama de España 1284. La Señora de El Pardo 138La instalación en El Pardo 143Historia del palacio 147

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La guerra mundial lo complica todo 152La muerte del padre de Franco 159El aislamiento del régimen. Surgenvoces críticas 163

El pretendiente al trono reclamasus derechos 168

La puesta de largo de Carmencita 173Un gesto caritativo con los pobres 179La visita de Eva Perón 182El Valle de los Caídos 1895. Una semblanza de la Señora 192Una visión en positivo 194La afición a las joyas 202La afición a las antigüedades 214Una señora de misa diaria 220Las obras de caridad ybeneficencia de la Señora 226

Page 576: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

El brazo incorrupto de santa Teresa 2296. Los Polo y los Franco en la vidade la Señora 232

Ascensión y caída del«cuñadísimo» 236

La relación con los Franco:Nicolás, Pilar y Ramón 250

. La incontinencia verbal de doñaPilar Franco 265

7. La boda de la «ninísima» 274Un título de origen aragonés 279Una ceremonia suntuosa 282El «yernísimo» 289

Los nietos de Franco y doñaCarmen 296

Los nietísimos 302

Page 577: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

8. Los veraneos en el Pazo deMeirás 308

Historia del pazo y su cesión a losFranco 313

Los días de ocio en Meirás 320El pazo, escenario de hechosimportantes 327

La decadencia del Pazo de Meirás 332El pazo, hoy 3379. Las cacerías del franquismo 347Las Navidades en Arroyovil 352Las fiestas flamencas de Arroyovil 358Incidentes y anécdotas de lascacerías 365

Accidentes de caza 369El perdigonazo de Fraga a Carmen 373

Page 578: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

FrancoFacilidades que se daban a Franco 37810. Los Franco y los Borbón: unarelación complicada 386

Cuando los príncipes «no erannadie» 395

Los cinco pretendientes al trono 405La proclamación del sucesor 414La operación nietísima 419La boda de Alfonso y María delCarmen 428

11. Decadencia del franquismo. Lamuerte del dictador 433

Matesa, el Proceso de Burgos y elOpus en el poder 438

Los celos de la Señora de lospríncipes 444

Page 579: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

Carrero, presidente del Gobierno 451El asesinato de Carrero 456El nombramiento de Arias Navarro 462La era Arias 467La muerte del dictador 484Los funerales de Franco. Entierroen el Valle de los Caídos 487

La hora de la muerte de Franco 494El comunicado oficial 497El traslado al Palacio Real 501Actividad en el Palacio de LaZarzuela 506

La jura del rey en las Cortes 512La decisión de enterrar a Franco enel Valle de los Caídos 518

El funeral de Franco y el entierro 524

Page 580: Carmen Polo, Senora de El Pardo - Carmen Enriquez

en el Valle de los CaídosEpílogo 531El intento del marqués de entrar enpolítica 536

La detención de Carmen Franco 541El incendio del Corona de Aragón 545Los nietos más discretos ... y losmás díscolos y escandalosos 548

La muerte de la Señora 554Bibliografía 556