Carlos Astrada Temporalidad (1)

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  • Este libro del ,pr ser devuelto a ms tai vena ,miento indicada a contint

    TEMPORALIDAD

    REGISTR RE yr. DE

    N ACI idif 2F F a3o essivat1 f. ay d Lid9.1 r: 1411

  • DEL AUTOR

    EL PROBLEMA EPISTEMOLGICO EN LA FILOSOFA ACTUAL (1927)

    HEGEL Y EL PRESENTE (1931)

    PROGRESO Y DESVALORACIN EN FILOSOFA 'Y LITERATURA (1931)

    EL JUEGO EXISTENCIAL (1933)

    GOETHE Y EL PANTESMO SPINOZIANO (1933)

    IDEALISMO FENOMENOLGICO Y METAFSICA EXISTENCIAL (1936)

    LA ETICA FORMAL Y LOS VALORES (1938)

    EL JUEGO METAFSICO (1942)

    QUEDA HECHO EL DEPOSITO QUE INDICA LA LEY N9 11.723

    Copyrigkt bu Ediciones Cultura Viva

    s

    17Eis, ru:

    Acabse de imprimir el 20 de Octubre de 1943

    ARTES GRAFICAS ROVITO & Ca. Av. Juan B. Justo 4065 Buenos Aires

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  • PRLOGO

    EL presente libro es el periplo, an abierto, de una problemtica que, en la preocupa- cin del autor y a lo largo de ms de veinticinco aos, se ha venido desplazando de planos y hasta de puntos de enfoque a medida que aguzaba sus aristas y concretaba sus aporas. Por su carcter y por su continuidad de desarrollo, a travs de las etapas de la labor personal, ella est dos veces inscripta en la estructura esencialmente precaria de la temporalidad, dimensin de nuestra existen-cia y, a la vez, rumbo de la inquietud filosfica.

    Su ttulo, TEMPORALIDAD, trasunta, pues, no obstante la diversidad de sus temas mejor dira-mos, aspectos de un solo problema, la unidad espiritual, el estilo especulativo de este conjunto de ensayos. Desde el primero hasta los ltimos, late en distintos estratos y con diversas motiva-ciones la misma temtica, y siempre bajo el signo del Fugit Tempus.

    En "La Noluntad de Obermann", el problema del destino del alma individual toma el camino del ideal moral y desemboca en la antinomia de

    Queda prohibida la reproduccin total o parcial

  • 8 CARLOS ASTRADA PRLOGO 9

    accin y contemplacin, decidindose, en la vida del personaje del poema filosfico de Snancour, por una actitud contemplaitva llena de dolorosa incertidumbre. El mismo problema, la antinomia de lo general y Za singularidad individual, en fun-cin del tiempo, se hace presente en las conside-raciones sobre lo esttico y lo vital; se remplantea, temporalizndose en una proyeccin metafsica fundamental, en Zas reflexiones acerca de la exis-tencia humana y el significado de las estructuras objetivas (ideas, valores, etc.); en los ensayos re-lativos a la cosmovisin potica, reaparece deter-minando el ncleo de una apetencia ontolgica SUI GENERIS; para, finalmente, en las elucidacio-nes sobre el misticismo telrico rilkeano, definir el llamado de una posibilidad insobrepasable, el imperativo de fidelidad a un destino terreno con-substanciado con nuestra finitud, avatar, este l-timo, que no supone ciertamente un ensalmarse de la inquietud metafsica que aguijonea el esp-ritu, ya que sta nos lleva a un reiterado plantea-miento del problema, al constante hacerse y des-hacerse de Zas respuestas que le damos.

    Las aspiraciones de la vida moral, vidas de un orden permanente, el ideal de la belleza, apun-tando a una intemporalidad indesplazable; el im-pulso de las creaciones del pensamiento y del arte y la congoja de la vivencia mstica, urgidos de eternidad, todas estas direcciones del afn espiri-tual, tan pronto tratan de lograr concrecin se

    sienten vulnerados, en el propio despliegue del es-fuerzo que los lleva a su meta, por la mutabilidad y acabamiento del tiempo de la existencia huma-na, quedan apresados en su rbita finita. Y as surge la antinomia, que se transforma en lucha agoniosa en la intimidad del espritu, el que a pe-sar de su anhelo de permanencia no consigue tras-cender la estructura mvil y transitoria en que va implicado. Este es su sino en tanto es espritu humano, en tanto est adscripto al destino del hombre, para recordarle que es el junco pascalia-no, floreciendo desde Za raz de su fragilidad misma.

    Est, sin duda, en la esencia de Zas aspiracio-nes morales, del anhelo religioso, del ideal de la belleza que por ellos, alentndolos en su espritu, el hombre siempre trate de trascender su finitud, el lmite de su propia existencia. As, l va, en Za idea, ms all de su fin, se proyecta hacia el ms remoto futuro y, an por encima del tiempo, a la eternidad; pero esto no significa que pueda &aseen edj realmente como ~ad conclusa de duracin. Suponerlo es ignorar o-escamotear los trminos del problema, considerar que el fin, la muerte, es una mera re-presentacin que cabe sobrepasar, superar, abo-liendo el tiempo existencial, el que de hecho se temporaliza como finito. Hay que distinguir, para no caer en semejante error, entre una totalidad real de duracin y una totalidad ideal. Precisa-mente, de esta antinomia, aguzada en una situa-

  • `7:;f. 7"

    10 CARLOS ASTRADA

    cin lmite como insupei .able posibilidad existen-cial, se engendra en el seno del espritu del hom-bre un combate, una escisin agonal. De este com-bate, de su substancia espiritual, de sus dramti-cas tensiones y peripecias tenemos que vivir y mo-rir. Slo merced a l podemos totalizar en cada instante nuestra existencia y, as, defenderla de las situaciones y posibilidades aisladas que, al des-perdigar y desintegrar sus momentos en un mero transcurrir, amenazan su unidad, su totalidad conclusa.

    CARLOS ASTRADA

    TEMPORALIDAD

    EDICIONES

    CULTURA VIVA

    tk.

  • II

    ..............: 9 .....,.... ..... .1

    EL FUGIT TEMPUS

  • LA NOLUNTAD DE OBERMANN
  • 16 CARLOS ASTRADA LA NOLUNTAD DE OBERMANN 17

    (-1.1 4": 4

    corriente, y quiso poseer lo que haba perdido: la vida simple, exenta del dolor de la incertidumbre.

    Brand y Obermann constituyen una antinomia viviente, y por lo mismo comprendemos una vida por la otra. Se nos hacen sensibles una y otra for-ma de vida por el divorcio absoluto entre el volun-tarismo del mstico noruego voluntarismo que en l es rgida norma de accin y la ausencia de voluntad determinante de Obermann; entre la afirmacin de fe y vida del uno y la postracin moral que reduce a la inaccin la vida del otro.

    Estamos en el punto en que se bifurcan los caminos; por ste spero de la fe combativa, segu-ra de s misma, se aleja Brand practicando su "to-do o nada" (1); por aquel tortuoso, lleno de la obscuridad de los enigmas no rselts, marcha Obermann otro Hamlet-- y monologando nos dice: "ser o no ser". Uno, con su pensamiento fijo en Dios, se esfuerza pThcer partcipes a los hom-bres de la verdad absoluta de que es poseedor; y as, Por un rapto de fe, llevarlos al seno de una vida de beatitud. El otro siguiendo las inflexiones de la duda desemboca en el escepticismo; cruza

    (1) Brand "Sabed que mis exigencias son duras ; yo pido todo o nada. Un desfallecimiento y habrs arrojado tu vida al mar. Nada de concesin que esperar en los momentos difciles, nada de indulgencia para el mal! Y si la vida no es suficiente seria necesario aceptar librepmente la muerte" "Escoged: aqu los caminos se separan" (Ibsen, Brand. Act. I, g. 84, tr. cit.). Es el dilema cristiano de Kierkegaard a este res-pecto puede consultarse el hermoso estudio de Henri Delacroix. "Sren Kierkegaard Le christianisme absolu a travers le paradoxe et le desea-poir". (Revue de Mtaphisique et de Morale Julio de 1900).

    mudo por entre los hombres, y va solo. El, que slo quiere certidumbres, no tiene ninguna verdad que comunicarles; ni siquiera una palabra de aliento para ellos, y menos para s mismo. Su existencia toda est problematizada. Sabe, como el prncipe, que "en el cielo y en la tierra hay ms cosas que las que ha soado la filosofa" (1), mas, envuelto por las sombras del cielo y de la tierra, no ha encon-trado el sendero que torne menos incierto su paso; ni an ha logrado, penetrando las tinieblas de su propio ser, dar con un sentimiento que lo liberte del mundo aparencial y fantasmtico en que vive.

    Qu extraa afinidad asocia en nuestro esp17 rito el voluntarismo de Brand y 4,< la noluntad de Obermann? Es quiz por la antino-,

  • 18 CARLOS ASTRADA LA NOLUNTAD DE OBERNIANN 19

    tico por lo religioso. A mi me basta hacer notar que nosotros slo a travs del pecado contemplamos la beatitud" (1) . Es ms que la enunciacin de una mera hiptesis esta comprensin por medio del con-traste; as, teniendo en cuenta la realidad de la vida psquica, comprobaremos que la alegra muy a me-nudo se siente merced a un fondo de tristeza. Ello no implica una imposibilidad pnue la contradiccin es lo puramente lgico que no corresponde _a la realf-

    -

    dad de nuestros sentimientos. Por esta razn se in-

    'curre en un paralogismo al llevar esa categora del orden lgico a la vida psicolgica y con*S-ic mo propia de sta; mediante este procedimiento sim-plemente lo que se hace es substituir a la realidad concreta y viviente su explicacin intelectiva.

    Es muy probable que el delincuente empeder-nido, y a quien parece estarle vedado todo senti-miento noble por definicin experimente, en su carrera de crmines, arrobos msticos. As tam-bin el santo, en el transcurso de su vida de bea-tifica contemplacin, se siente asaltado por terri-bles tentaciones, lazos que le tiende el demonio de la carne y contra los cuales tiene que afirmar en momentos angustiosos su castidad. Es como si al hombre se le hubiese deparado una finalidad se-creta y contra la cual deba ejercitar su voluntad de dominio para ser libre; su aspiracin no sera otra cosa que le negacin inconsciente de esa fi-

    (1) Siiren Rerkegaard Entweder - Oder, Erster Teil, Dapsalmatas, pg. 18. Diederichs, Jena.

    nalidad. Es en lucha abierta con la fatalidad que pesa sobre l que el hombre aspira a realizarse a s mismo en su paso por la vida. Sin incurrir en paradoja se puede decir que en todo criminal duerme un santo capaz de vivir puros momentos de xtasis, as como en todo santo alienta un cri-minal capaz de matar. Y si no fuese de este modo qu heroismo realizara el hombre con ser santo? Y si as no fuese, se condenara el crimen? No es acaso que los hombres condenan al criminal porque, ante todo, es un desertor del bien que lleva en s mismo? .. Tal vez sea el santo el que puede saber del pecado, y el pecador de la santidad... (1).

    Preguntad a Brand por el desaliento de Ober-mann, y a ste por los minutos de fe que encendie-ron la vida de aqul, llevndola hasta el sacrificio.

    Brand, el creyente, el fantico, orienta el con-tenido moral de su vida hacia una finalidad que ha de lograrse en el combate que se empella en medio de los hombres que viven la vida de todos los das tal cual se da en sus impurezas y viriles excelencias. El quiere redimirlos, se interesa por sus almas y trata de hacerlos participar de la aus-tera religiosidad de su ideal. Mas su esfuerzo les molesta y ellos se vengan dejndolo solo; aban-

    , -(3

    (1) Dostoyevsky en su creacin de Los Hermanos Karamasov, ha-ce decir a uno de sus personajes, el padre Zossirna, lo siguinte: "Nosotros no somos ms santos que los mundanos porque estemos encerrados aqu, Y cuanto ms vive en estos muros el monje, ms debe comprenderlo si

    y, se viene aqu es porque se siente uno peor que los otros".

  • 20 CARLOS ASTRADA

    donado de los hombres sigue imperturbable su ru-ta, llevado por su fe que es spera como las mon-taas porque peregrina.

    Brand descubre las miserias y bajezas huma-nas pero no las comprende, y por eso no las tolera. Con su lema "todo o nada", lleva al plano de la accin la realidad espiritual de su fe y la afirma contra la realidad de los hombres que, aferrados a las manifestaciones de su vida material, son inca-paces de perseguir una finalidad que est fuera del orden de los bienes terrenos.

    Obermann no es el creyente, sino el espritu torturado por la duda y la inquietud, que, a fuerza de ser constantes, han coloreado con su tinte som-bro todos sus estados de alma: desde el ms hon-do, que no trasciende del mbito de la concien-cia, hasta la impresin fugaz que se origina del contacto con las cosas exteriores. Su espritu, des-cubriendo en todas partes el misterio de la vida, y palpando la fugacidad de las cosas, se inclin vido sobre el abismo de la nada. Mas no sali ileso, desde entonces fue su existencia un vrtigo entre el ansia de permanencia y el sentimiento de su mortalidad. Dirase que senta la verdad de la sentencia del Kempis: "todas las cosas pasan y t tambin con ellas" (1); y en la roca de esta ver-dad quera echar races su voluntad de no morir. Posea en alto grado esa secreta aspiracin que

    (1) Kempis, Imitacin de Cristo, Libro II, cap. I, 4.

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    induce al espritu a buscar ms all del hecho pa-sajero, del accidente efmero de las cosas lo per-manente, lo que no pasa; esa aspiracin vehemen-temente trgica que lo lleva a tratar de percibir en la voz de los hombres y de las cosas y hasta en su silencio mismo algo as como los acentos de una lengua eterna.

    Obermann siente las miserias humanas y se aleja de ellas; huye de los hombres porque los comprende y los perdona. Incapaz de la vida acti-va, no conoce los alicientes de la lucha que amor-tiguando la inquietud de los hombres les torna lle-vaderos sus dolores. No lucha porque ha sentido la inutilidad de todo esfuerzo, y as, sin quererlo, es-catima el rico contenido espiritual de su vida; tampoco sabe de las solicitaciones del ideal que, vivificando toda esperanza, da un significado a la vida de los dems hombres. Buscando el reposo para su fatigado corazn quisiera ahogar su an-helo fundamental y disolverse en el nirvana b-dico. El deseo de liberarse de la angustia le hace mirar la nada, que l tanto teme, como una su-prema piedad.

    Sin fuerza para afirmar los valores de su con-ciencia moral no busca hacer el bien, que slo es un objetivo de esos valores en el terreno de la accin, sino que trata nicamente de no incurrir en el mal. Ha conocido "en usiashiel-rtr-dr W-tudes difciles" (1); mas perdida la ilusin que

    (1) De Senancour, Oberniann, Lettre IV, pg. 45.

  • 22 CARLOS ASTRADA

    lo haca posible nos dice: "Desde este momento yo no pretendo emplear mi vida, trato solamente de llenarla; no quiero gozarla sino nicamente tole-rarla; no exijo que ella sea virtuosa sino que no sea jams culpable" (1). Esta actitud_negtiva es lo que lo separar definitivamente de los dems hombres que lo vern pasar a su lado como som-bra annima, sin sospechar siquiera el drama de _u_. lraa,

    Porque Obermann ha perdido la vida sencilla, libre de toda trascendente preocupacin, es que la suya se ha precipitado en desesperacin huma-na. "Quien jIw.Iareu_vida

    la,persier", nos dice la sentencia evanglica. Obermann perdi su vida, y al perderla estaba lejos de esa fe que da al cre-yente la seguridad de alcanzar la vida a que aspi-ra. El la perdi sin la esperanza de encontrar otra; la que buscaba no era objeto de creencia, sino de

    .....conocimiento; por eso su prdida es irreparable. En cambio el creyente Brand lo que ha perdi-do en el tiempo espera poserlo eternamente... Y esto de la posesin despus del presente del es-pritu es algo que no puede menos que interesar no slo al psiclogo, sino tambin a aquellos que, al margen de la fe, no esperan poseer nada en la ter-

    , nidad; y que por lo mismo se sienten marchar so-los por la.

    vida al llevar en el alma el vaco de lo que se ha frustrado. Antes que las cosas sean las posee-

    (1) 11.11d, Lettre IV, pg. 46.

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    mos temporalmente anhelndolas; por el anhelo sl verifica la posesin espiritual, la sola verdadera. ES l el que perfilando nuestros sueos y dndoles formas tangibles a la imaginacin hace que ellos obren en nuestro espritu, es decir, que sean una realidad en l. Una vez que las cosas han. sido, y cuando se han identificado con nuestro ser por el amor, comenzamos a poseerlas por el dolor de ha-berlas perdido. He ah la parte de verdad de la aparente paradoja ibseniana.

    La vida del ser que se manifiesta en el tiem-po correspondera, ni ms ni menos, que a las ra-mas y hojas de una planta que hunde su raigam-bre en una realidad que est fuera del tiempo. El momento presente no es para el hombre ms que un punto de resistencia sobre el cual gravitan la tristeza de todo su pasado y la nostalgia de lo desconocido, que es la inversin de esa tristeza hacia el porvenir. Tambin l est triste por todo lo que no ha sido. Cuando ese punto de resistencia cede ante el impulso de la vida interior es que ha crujido la norma del tiempo, y nuestro espritu, libre de lo finito que lo aprisionaba, se vierte ha cia la eternidad, que no sera ms que la aspira-cin inmanente por colocarnos ms all de nues-tro ser perecedero y caduco. Es ese instante en que culmina la e eriencia 'sic. ic; instante de absoluto silencio en que el espritu, libertado de la sensacin y de la idea y recogido en s mis-

  • 24 CARLOS ASTRADA

    mo, se alimenta de su propia esencia y no se sien- .........

    f durar. Es la savia de la vida que pugna por vol ver a las races de la planta, es el ser que busca su fuente, su origen. En el conato por romper aquella norma est toda la grandeza del hombre, y tambin todo su infortunio.

    II

    EN LA MORADA DE LA SOLEDAD Obermann., como todo hombre que empieza a

    vivir, no sospechaba que la ilusin de su perma-nencia individual iba a desvanecerse en presencia del curso de las cosas, iba a ser desmentida cate-gricamente por el espectculo de los fenmenos efmeros; viendo que personas y cosas se esfuma-ban en danza de sombras, despert a esa realidad cuyas manifestaciones todas dicen al hombre, en la lengua de las consecuencias lgicas, que tam-bin pasar. Desde el momento en que descubre racionalmente su mortalidad se adentra en su es-pritu el terror de la nada; no le preocupa ningn problema sino es el de su fin ltimo, y cuando se ve solicitado por las cuestiones morales las de su preferencia las aborda siempre en vista de aqul. El ltimo misterio ha proyectado su som-bra a todas las ideas, a todos los sentimientos que germinan en su conciencia. Nada puede satisfa-cer sus necesidades ilimitadis. Qu es lo que

    LA NOLUNTAD DE OBERMANN 25

    puede aquietar a un hombre que para vivir le es necesario, ante todo, saberse eterno? Los comba-tes en que transcurre la existencia de los hom-bres no tienen fragores para l; en torno a su es-pritu se ha hecho el silencio de las pasiones, y el de las ideas, en cuanto incentivos de la accin, y ante la incertidumbre de su destino slo alienta . en l, como la palpitacin de un mundo de extra-as sensaciones, el dolor de la vida.

    "Yo he visto las vanidades de la vida y llevo en mi corazn el ardiente principio de las ms vastas pasiones. Tambin llevo en l el sentimiento de las grandes cosas sociales y el del orden filo-sfico. Yo he ledo a Marco Aurelio y l no me ha sorprendido; yo concibo las virtudes difciles y hasta el herosmo de los monasterios. Todo eso puede animar mi alma y no la llena" (1). Todas esas cosas pueden, seguramente, animar su alma desde que ella es sensible a la excelencia de los ideales; todas ellas pueden decirle elocuentemente que an en medio de la incertidumbre del destino" humano, que an en el mundo de las sombras que pasan, se conciben y practican las virtudes ms austeras; se ensayan las formas de vida ms dif-ciles, habiendo el hombre llevado hasta el ltimo grado su voluntarioso ascetismo, su difcil renun- ciamiento; que ha habido Marco Aurelios y Elle-

    , tetos, que existen fakires, anacoretas y monjes

    (1) Ibid, Lettre IX, pg. 66.

  • 27 26 CARLOS ASTRADA LA NOLUNTAD DE OBERMANN

    penitentes todas formas en que el hombre, lle-vado por el ansia de una nueva y personal expe-riencia de la vida, ha aspirado a realizarse, ha tratado de alcanzar su verdad desvindose de las rutas conocidas...

    El ha visto icreedlo! las vanidades de la vida y lleva en su corazn la aspiracin de valo-res ticos ms altos. No pueden sorprenderlo ni la austeridad de Marco Aurelio ni el herosmo del monje; de ambos hubiese sido capaz: su espritu, que ignora las verdades definitivas, es una vi- viente posibilidad. El creyente posee, de uno 'u otro modo, dentro de las alternativas de la fe, la certi-dumbre de lo que espera; la fuerza de su mstico anhelo ha tornado invulnerable su verdad a los embates de la duda .El estoico, a su vez, escucha la voz de la virtud y no 'teme ninguna desviacin; su vida toda gira en torno de una afirmacin de la conciencia moral; su fe en s mismo se ali-menta del fondo incorruptible de su espritu; con tales armas y escudado en su propia austeridad, l, en todo , podr ser ms fuerte que el

    destino. en cambio, ignora esa espe- ranza q mo un rayo de luz en el xtasis del monje, y est te de la serenidad de s ue se

    nutre la resi nacion delje194,.. Busca ansiosa-9.0~45~0~ mente su verdad porq e la necesita en absoluto para vivir; por eso du y se desespera: Mas su desesperacin ha alcanzado tal grailo de intensi-

    ydad, que no puede mitigarla el hecho de quien la padece se sepa solidario con los dems hombres en la misma tribulacin. Su sentimiento le dice que es el nico hombre posedo por el sobresalto de la muerte; an ms le dice su sentimiento: que est solo sobre el planeta y que es el nicp_lioxnbre-

    que sufre por no ser eterno.i 1:1,211%1 ha podido decir: se muere solo, Obermann parece afirmar con Amiel: se duda se sufre solo. Tratad e gmaros por un momen o a la, tierra despoblada, privada de la humanidad; pues bien: la vida de Obermann sera el poema elegaco del "primer hombre" que ha descubierto su linitusl.

    UI

    LA VOZ DEL ECLESIASTES Y LA DEL AMOR

    Nos toca hacer un esfuerzo para percibir la estela interior de esta vida; tratar de averiguar cmo ha llegado hasta aqu, por qu caminos, im-pulsada por qu fuerza. Para esto examinaremos el espritu de Obermann i precisando, en cuanto sea posible su reaccin temperamental, su psicologa; sealaremos el lugar que a su pensamiento le co-rresponde entre las diversas concepciones de la vi _ida' y sobre todo mostraremos el alcance y sig-nificacin espiritual de la suya propia.

    En stiluventud, al dar los primeros pasos que deban introducirlo en el mundo, se le impone la

    1

  • 28 CARLOS ASTRADA

    eleccin, y ante ella vacila, y vacilando se descu-bre a s mismo: "Yo interrogaba a mi ser, consi-deraba rpidamente todo lo que me rodeaba; pre-guntaba a los hombres si ellos sentan como yo; preguntaba a las cosas si ellas eran segn mis in-clinaciones, y v que no haba acuerdo ni entre m y la sociedad, ni entre mis necesidades, y las cosas que ella ha hecho"... "Este da de irresolucin fu por lo menos un da de luz: l me hizo recono-cer en m lo que yo no vea distintamente. En la mayor ansiedad en que hubiese jams estado, he gozado por la primera vez de la conciencia de mi ser. Perseguido hasta en el triste reposo de mi apa-ta habitual, forzado de ser algo, yo fu, en fin, yo mismo" (1). Como vemos, en el espritu _de-. Ober-. mann exista algo primordial e irreductible, y en su vida toda un sentimiento tan peculiar, tan di-

    ferente del de los dems hombres, que merced a l haba de ahondarse el abismo que, al separarlo de ellos, necesariamente deba hacerle reconocer como ajenos a su realidad psicolgica los senti-mientosque informan. la_moral social. Y ese disfru-te doloroso de la conciel7e-ra-15775pio ser no es ms que la comprobacin intelectiva del senti-miento a que nos referimos; ahora no slo se sien-te sino que tambin se sabe distinto de los dems hombres y casi del todo ajeno a la sociedad. Mas Obermann en vez de llevar adelante la pugna , se

    (1) Ibid. Lettre I, pgs. 24 y 25.

    LA VOLUNTAD DE OBERMANN 29

    aleja del choque en direccin a su ser ntimo, y se encierra en s mismo. Ningn halago logra traer-lo h_ acia fu_era; no asiiira a la fama que otorgan las letras; su alma no se siente agitada por la as-piracin del renombre ni de la gloria. Sobre todas estas finalidades que llevan al combate a los hom-bres, y a las cuales aplican sus afanes, l entonael "vanidad de vanidades y todo vanidad" del Eclesiasts: "Buscar la gloria sin alcanzarla es de-( masiado humillante; merecerla y perderla es triste quiz, y obtenerla no es el primer fin del hom-bre... ; en cuanto atmosotros, busquemos solamen-te hacer lo que debera dar la gloria, y seamos in-diferentes ante estas fantasas del destino, que la acuerdan frecuentemente a la dicha, la rehusan a veces al herosmo, y la dan tan raramente a la pureza de intenciones" (1).

    Obermann no poda hallar satisfaccin alguna en el hecho de haberse descubierto a s mismo; an-tes, por el contrario, con su hallazgo no hizo ms que descubrir las ja192.9...es esa inetuill que lo liaba de inhibir en la accin, dejndolo perplejo ante los hombres e indciso en frente de las cir-cunstancias

    cunstancias que se originan en las necesidades pri-mordiales de la vida. Por otra parte no crea que afirmar la propia personalidad fuese un fin en que el hombre encontrase su satisfaccin: "Se habla de hombres que se bastan a s mismos y se alimen-

    (1) Ibid. Lettre LI, pgs. 243 y 244.

  • 30 CARLOS ASTRADA

    LA NOLUNTAD DE OBERMANN 31

    espera, y no me permite salir de ella; l no dispone de m, pero me impide disponer de m mismo" (1). Obermann nos dice que no ha podido "renunciar a z t ser hombre para ser hombre de negocios" (2); en LL-0_,,,,t realidad, l renunci a ser al o or ue e uera serlo todo . su vida honda y dolorosa, siempre fluctuante, que jams cristaliz en el simplicismo de la reso-lucin fcil, r_epreslulke1,-iatenta do por realizar al hombre en su inte ralida

    Al comprobar su estado de indecisin y, como consecuencia de l, el transcurso de su existencia en el aislamiento y la esterilidad, sospecha cul pueda ser el remedio de su mal: "Yo tengo nece-sidad de un exceso que me arranque de mi apata inquieta y que trastorne un poco esta razn divi-na cuya verdad tortura nuestra imaginacin y no llena nuestros corazones" (3). Mas l tambin sa-be que cuando el espritu se escruta a s mismo, no es una verdad halagadora y til para la exis-tencia lo que encuentra: "El vaco y la abruma-dora verdad estn en el corazn que se busca a s mismo: la ilusin arrebatadora no uede venir ms que draTireir1717.17777( ). eocupado

    co emen e ltimo del ser, bordeando siempre el abismo en que el hombre suele ver reflejada su propia nada; slo en medio

    (1) lbid. Lettre LXV, pg. 307. (2) Ibid. Lettre I, pg. 28. (3) Ibid. Lettre LXIV, pg. 298. (4) Ibid. Lettre LIX, pg. 264.

    tan de su propia sabidura; si ellos tienen la eter-nidad ante s, yo los admiro y los envidio; si ellos no la tienen yo no los comprendo" (1). Cuando Obermann ve a los hombres complacerse en sus ideales, sin saber algo respecto a las cuestiones fun-damentales, piensa de ellos que son, ni ms ni me-nos, que los monjes de Bizancio... aquellos c-lebres monjes de la leyenda que no sintieron acer-carse la muerte merced al rumor de sus sutilezas casusticas. El triunfo que conquistan los hombres en la vida social tendra, en la mayora de los ca-sos, el mismo fundamento que la celebridad de los monjes bizantinos.

    Dejemos en este punto que l mismo nos in-forme de su indecisin; as concretaremos mejor su posicin espiritual: "Hay un camino _ que me place seguir; describe un crculo como la floresta misma, de modo que no va ni a la llanura ni a la

    ciudad; no sigue ninguna direccin ordinaria; no est ni en los valles ni sobre las alturas; parece no tener fin; pasa a travs de todo y no llega a nada: yo creo que marchar por l toda mi vida" (2). "La suerte, que no me ha dado ni mujer, ni hijos, ni pa-tria; yo no s qu inquietud me ha aislado, me ha impedido siempre asumir un papel en la escena del mundo, as como hacen los otros hombres; mi des-tino, en fin, parece retenerme, l me deja en la

    (1) Ibid. Lettre LXXVIII, pg. My. (2) Ibid. Lettre XXII, pg. 74.

  • 32 CARLOS ASTRADA LA. NOLUNTAD DE OBERMANN 33

    que l tiene en las grandes em resas del hombre. En ese sen imien o ace residir el ideal ms alto_ de la vida moral, y su exaltacin es la exaltacin

    (1) Amiel, cuyos puntos de contacto con Obermann con sensibles en ciertos aspectos, tambin hace del amor el nico puerto a que le es dable acudir al hombre cuando el anlisis ha desvanecido sus otras realidades.

    (2) Ibid. Letre LXIII, pg. 277. (3) Ibid. Lettre LXIII, pg. 290. (4) Ibid. Lettre LXIII, pg. 270.

    indiferencia ante los dolores que nacen de las as-piraciones contrariadas y luchas de los hombres; de ella se - nutre la resignacin filosfica con que el hombre se arma ante la vida. Es dominando su afn combativo y acallando el rumor de sus pa-siones como el hombre llega a su soledad, y 1/ler-. ced a ella siente la gravitacindr illpio enig-ma es el momento ms filosfico de su vida.

    Obermann no poda aceptar el silencio del corazn porque l implicara la muerte del amor y de todo sentimiento generador del herosmo; mas tampoco poda otorgar su consentimiento a sus impulsos desmedidos porque ellos llevan insensi-blemente al triunfo del instinto, donde tambin reside la muerte del amor porque se lo desvirta en su sigm lea o ea . No hay que apresurarse por llevar a plenitud todo lo qu

    menos Tad lo que SueilaiTet .brlzbrv. es necesario -trjrali -6inuchO 67 se anhela sin trNr

    --drirellzari, as podremos destacar de nuestro propio espritu, como un centinela avanzado ha-cia el mundo del azar, nuestra estrella, pequea o grande.

    Platonizan o un poco nuestros sentimientos nos po emos defender de la llamada realidad, que siempre est en acecho para materializar lo me-jor de nosotros. Pero es el fracaso de nuestras as-piraciones lo que, frecuentemente, nos torna con-templativos. Cuando nos sentimos defraiidados en nuestras ms justificadas esperanzas; cuando

    de tanta negacin,cmo_acogindose a un refugio, sinti toda la fuerza creadora _de esa ilusin: (1). "All est el poder del hombre fsico; all est la grandeza del hombre moral; all el alma toda en-tera; y quien no ha plenamente amado no ha po-sedo su vida" (2).,ppermvp_

    con la penetracin que le es natural, 12 ...2m ja, tora del amor sobre la vida del"112112azte

    del hombre en loque;t1""serii747WIiier9,39u TITIi."Aiireiglie 'es incapaz de amar es necesa- riamente incapaz de un sentimiento magnnimo, de una afeccin sublime. Puede ser probo, bueno, industrioso, prudente; puede tener cualidades dul-ces y an virtudes por reflexin; pero no es hom-bre, no tiene ni alma ni genio: yo quiero conocer--lo, l tendr mi confianza y hasta mi estima, pero l no ser mi amigo"... (3). "Es bello ser ms fuerte que sus pasiones; pero es estupidez aplau-dir el silencio de los sentidos y del corazn; es creerse ms perfecto por lo mismo que se es me-nos capaz de serlo" (4). No de otra cosa que de esta fortaleza est hecha la serenidad y liasta la 1 CArt..4-e~,- -4,

  • LA NOLUNTAD DE OBERMANN 35

    me ordena, que me absorbe, que me lleva ms all de los seres perecederos" (1). Obermann en su recogimiento escucha desde lo ms hondo una voz que le sopla a su conciencia lo terrible de la na- -

    da; y he aqu que al sortilegio de esa voz su esp-ritu se desliga de lo que pasa, para reposar en el sentimiento de perma-nencia. Mas aqu comienza la accin disolvente del anlisis, plantendose en toda su crudeza la antinomia fundamental ntre la razn y el sen imien o. ermann no puede Fifera7TarriZrlrarclun n e ugio de una creencia no ha renuncia zdo a .pen:

    7s211235irej95.32.135L,su yerak4,,z busca,_ a costa de su tran uilidad . y hasta, le, xu . vida. Es-

    absoluta sinceridad para consigo mis- e in1i ae espritu' t

    El temor de la muerte, la visin del anonada-miente que esta -posedo provienen -d -SU potencia para verificar su propia coi-icpela de l vida; Vifirdet6-nq---ue, por otra parte, consti-tuy el imperativo de su conciencia. legn_Ober7 mann, la vida, en virtud de sus ms altos atrib-tos, debe implicar la afirmacin de principios eter-nos: "La moralidad del hombre y su entusiasmo, la inquietud de sus anhelos, la necesidad de ex-pansin que le es habitual; parecen anunciar que Su fin no est en las cosas fugitivas; que su accin

    (1) Ibi. Lettre XVIII, pg. 85.

    34 CARLOS ASTRADA

    nuestras mejores aspiraciones se quiebran en la arista de la dura realidad, volvemos sobre nos-otros mismos y contemplamos el propio anhelo lo sentimos vivir con una vida ms rica y lo per-cibimos hasta en sus matices ms tnues; no por frustrado ha dejado de pertenecernos. Es as como el espritu, replegndose en su subjetividad, se nutre de todo aquello que, constreido por el sino adverso, no pudo realizarse. A travs del duro aprendizaje de la dece cin alcanzamos eseesta-o a ma en que contemplarnos desinteresada-

    mente las cosas, embellecindolas rffio-arn.

    Cko, cuery

    IV

    LA ABISMTICA INQUIETUD En medio de la a atea a aren

    ma en que rrnTcrre la vida de Obermann y quiz merced a ellas se perciee netamente una nota

    _

    constante, idntica a s misma en su amplitud e intensidad, que lo trabaja en todos los momentos. Es una i", es un,,majaque pugna por cua-jar en una certidumbre acabada, absoluta. Tal una lengua de fuego que, luchando contra la tiniebla, quisiese esculpir en lo ignoto la eterna verdad que seale el destino de todos los seres y todas las al-mas...

    "...Hay en m una inquietud que no me aban-donar; es una necesidad que yo no conoca, que

  • 1\

    36 CARLOS ASTRADA

    no est limitada a los espectros visibles; que su pensamiento tiene por objeto los conceptos nece-sarios y eternos" (1). Ante el espectculo de las empresas y del esfuerzo humanos no se puede me-nos que concebir la vida de acuerdo con las exi-gencias de la a ec ividact El hombre con sus an-rroS",7ris d-olore,tnon sus dudas, se siente solidario del mundo moral que el esfuerzo de las generaciones ha ido plasmando segn las normas ideales. Su sentimiento como pesada ancla se ad-hiere a esta realidad y se resiste a dejarlo zarpar. Qu mucho entonces que l se inquiete por su propio destino personal, cuando todas las realida-des de ese mundo creado por sus sentimientos le hablan de eternidad? Qu mucho, pues, que l tema virilmente a la muerte, se resista al pereci-miento, cuando la vida de la idea y del arte, con sus superiores alicientes, prende en su espritu el fuego de los grandes afanes y de las sublimes an-sias?

    En todos los tiempos ha habido hombres que llamndose furtes o creyndose

    -tareS; ue es lo

    1 -Mismo, han ridiculizado el _emorqueirlyade al, ..52,11--61L---...ter----,2usg,4eaan muerte; se han bur-1 ado del calofro que experimenta el espritu al imaginar el aletazo del misterio. Tales hombres, desde Epicuro hasta los bilogos modernos, sos-

    (1) Ibid. Lettre XLII, pg. 171.

    LA NOLUNTAD DE OBERMANN 37

    tienen que no existe tal problema de la muerte (1); as, entre estos ltimos, hay quien afirma que di-cho problema no es tal, desde que la muerte es el fenmeno ms natural porque deben pasar to-dos los seres que viven. La repeticin indefinida ni meno se les antoja una explicacin. Va

    Gu au on la penetracin que le es peculiar, re- acabadamente al estudiar la moral de Epi-

    curo las argucias sofsticas de ste: "...hay dos temores de muerte muy diferentes que no ha dis-tinguido Epicuro: un temor pueril y cobarde, en que la imaginacin tiene un papel principal; un temor intelectual y viril, donde la razn juega principal papel, y que es ms bien el horror des-interesado de la muerte que un terror verdadero. Epicuro ha demostrado la vanidad del primero, no la del segundo' (2). Y Guyau, agrega: "Temer ser castigado por un poder exterior es pueril; pedir una recompensa mercenaria poco digno; pero, por otra parte, se puede pedir el no perecer; se puede

    (1) Epicuro en su epstola a Meneceo, negaba la muerte razonando as: "...aq151"11artrsr8emal que nos causa ms horror, la muerte, no es nada para nosotros, ya que en tanto existimos la muerte no es, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos. Por consiguiente, la muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos, desde que ella no tiene nada que hacer con los primeros, y los segundos ya no son". (Trois Lettres D'Epicure, pg. 40, Revue de Metaphysique est,41,(L~. Los biolgos

    ^"111Wiilos particularinen Le Dan -- piensan, ni ms ni menos, co-mo Epicuro, aunque no llega a sutileza de su sofisma. Mas ante sus argucias, que revelan su insensibilidad espiritual, podemos decir con Obermann: "Es poca cosa no ser como el vulgo de los hombres ; pero es haber dado un paso hacia la sabidura no ser como el vulgo de los sabios". (Lettre XXXVI, pg. 133).

    (2) Guyau, La Moral de Epicuro, pg. 149, trad. eso.

  • 38 CARLOS ASTRADA LA NOLUNTAD DE OBERMANN 39

    br muerto" (1). Estas palabras nos dicen bien claro que cuando la inquietud de la vida cuaja en tmpanos el entusiasmo que lleva a la accin no pede vivir, porque l necesita, en vez de estas sombras anticipaciones, el calor de una sencilla incomprensin o una firme voluntad que diga al pensamiento: no ms all, que en tu osada em-presa nos llevas a donde imperan las sombras y la muerte... Ya dijo Amiel, que para vivir es ne-cesario "velreLabismo". Obermann siente el flu-jo del tiempo y pugra, po7MMIer7117,e ; mas 4, pron o comprueba que su ser es constreido por tc

    la tiniebla que le precedi y por aquella que le seguir; entonces su lamento es una elega: "Ac-cidente efmero e intil, yo no exista, no exis-tir: yo encuentro con -asombro mi idea ms vas-ta que mi ser; y si considero que mi vida es rid-cula a mis propios ojos, me pierdo en tinieblas impenetrables. Ms feliz, sin duda, aquel que cor-ta madera, hace carbn, y toma agua bendita cuando el trueno ruge! El vive como el bruto. No; pero l canta trabajando. Yo no conocer su paz, y pasar como l. El tiempo habr hecho correr su vida; la agitacin, la inquietud, los fantasmas de una grandeza desconocida extravan y preci-pitan la ma" (2). Como se ve, Obermann admira la dicha y tranquilidad en que se desliza la vida del hombre simple; vida sin mayores afanes, que no conoci el rbol de la ciencia del bien y del

    (1) Ibid. Lettre XLVIII, pg. 224. (2) Ibid. Lettre XVIII, pg. 86.

    desear, sin contar con ello en absoluto, una exis-tencia que sea un progreso sobre sta; se puede pensar que la muerte es un paso hacia adelante, no una brusca detencin en el desarrollo de nues-tro ser; se puede esperar, por ltimo, no perder all, como en un naufragio, todas las riquezas in-teriores que se han acumulado, sino atravesar la muerte llevando gloriosamente el mundo de pen-samientos y de deseos generosos que se ha creado dentro de s" (1). Digamos que en Obermann no siempre encontramos el horror desinteresado de la muerte; ste es el resultacie'ri~ conviccin filosfica, es la protesta racionaldelhombre ante la idea de que pueda morir lo que es grande y be-llo, lo que deber11-ier 'norma 'eterna, arquetipo viviente. En cambio, en 9emp4992222F

    ....92 omito42411af,ed,~ por eso algunas notas de su desesperacin lo llevan a identificarse con todo

    lo que debe morir; entonces es el sentimiento del aniquilamiento absoluto el que lo invade, y su queja est llena de una infinita desolacin: "...para qu siglo es nuestra esperanza? La re-volucin de un astro ms, una hora ms de su duracin, y todo lo que sois no ser ms; todo lo que sois estar perdido, ms aniquilado, ms impo-sible que si no hubiese jams sido. Aquel cuya des-gracia os abruma habr muerto; aquella que es bella habr muerto. El hijo que os sobrevivir ha-

    (1) Gayau, La Moral de Zpiour-o,-pg. 150.

    ,ek

  • 40 CARLOS ASTRADA

    mal; pero que tampoco nunca se sinti rondada por ,fantasmas de grandeza. Es el hombre que no pretendi ser como uno de los dioses, y que es di-choso porque ignora; no obstante l tambin es un fantasma que el tiempo arrastra en su corriente sin que jams haya tentado un esfuerzo por re-montarla. Es una apariencia que se ignora a s misma porque no anhel lo substancial.

    Mas en Obermann no todo es protesta que-jumbrosa por la huda de las cosas. La duda ham-letiana suele matizar su desazn; entonces es un filsofo resignado que no desespera

    - del problema

    ni sofoca su ntimo anhelo, y piensa que el hom-bre debe hacer

    posible por no merecer el eciiiniento, aunque ste le _es nn ^ - o:

    "Contemos por poca cosa lo que se disipa rpida-mente. En medio del gran juego del mundo bus-quemos otro patrimonio: es de nuestras fuertes resoluciones que algn efecto subsistir quiz El hombre es perecedero. Es posible; pero perezcamos

    resistiendo, y si la nada nos est reservada, nol

    hagamos que ella sea una justicia" (1). En el fon-

    'do es quiz la desesperacin, y no otra cosa, lo que' le suscita ese sentimiento de justicia desintere-sado y relativo ante lo absoluto del enigma. Lo mejor de lo humano es lo nico que dignamente podemos oponer al impenetrable reino donde lo humano quiz ya no impera. De tal sentimiento parece derivarse una norma moral que reposando

    (1) Ibid. Lettre XC, pg. 412.

    LA NOLUNTAD DE OBERMANN

    en la realidad conocida no va ms all de sus l-mites. Ella podra expresarse por estas palabras: ya que es probable que las cosas sean lo que a nues-tros ojos parecer ser, es decir cosas perecederas; ya que es posible que la vida humana sea el trnsito fu-gaz de una sombra, es bueno que el hombre, para aferrarla con el pensamiento, la eleve hasta el pla-no de su ms lcida inteleccin, y le d el lastre de sus nobles sentimientos.

    Al recogerse en s mismo, Oberm9,nn percibe la duracin de su ser L.22.2.11.1.2.12122.2.11.221.11 ralTlrcrr=so rinci io de la vida; enton-

    ces, al sentir que algo muere en lo profundo de,tp (, su conciencia, se cerciora que lo mismo :q las /...-) csas exteriores, tambin pasa la realidad inte- rior, clao,flula.1,1rza_drALLIWap. "Yo siento, es la sola palabra del hombre que no quiere ms que verdades. Y lo que hace la certidumbre de mi ser es tambin su suplicio. Yo sientdsto para

    consumirme ensleseos_14,domables2.2ara abrevar-me de la seduccgnAle4m niunclq fantstic o, a

    .error"Y (irrlir que u a expresado hondamente en su poe- sa

    Nous ne pouvons penser le tempe sane en souffrir En se sentant durer, l'homme se sent mourir.

    Des profondeurs en moi s'ouvraient a mon regard, Vivre! est-il done au fond rien de plus implacable? S'ecouler sana savoir vera cruel but, au hasard, Se sentir maitris par l'eure insaisissable.

    (1) Ibid. Lettre LXIII, pg. 274.

  • 42 CARLOS ASTRADA

    Sentir el tiempo es identificarse con el lento illesdalel ser. Es como l el alMa con la pie

    --

    nitud de sus estados 'tendiese hacia ra riniert-e

    viiesiiliiriendo,edirreihtigrndose al misterio en el rpido curso de los fenmenos; es lo que le p,, dice al hombre el dato ltimo de su conciencia; cuando en torno a su espritu logra el silenelo de-t; 24'14

    las cosas exteriores. La eternidad no sera ms ' que el resultado de una pesadilla en que el hom-bre intenta 'vanamente prolongar lo efmero, fijar Io Ca-Mbian

    t, inmovilizar lo fugitivo. De esta pe-sadilla est hecha la trama de esas almas trgi-cas que vivieran encendidas en sed de infinita:

    __

    Pascal, Spinoza, ...130.9,thove&_Kierkegaard Para Obermann "vida" debe ser sinnimo de

    eternida,..d .. su alma, atormentada._/ triste, _ busc., como ninguna quiz, la esencia indestructible del ser. Por eso, transcurriendo sus das en constante sobresalto y dolor, tiene el sentimiento de que su. vida es una balda palpitacin; est henchido de su propia negacin y cree que no ha vivido: "Que una da, subiendo el Grimsel o el Titlis, solo con el hombre de las montaas, yo escuch sobre el csped, cerca de las nieves, los mugidos romnti-cos, bien conocidos, de las vacas de Underwalden y de Hasly; y que all, una vez antes de la muerte, yo pueda decir a un hombre que me escuche: Si hubisemos vivido!" (1).

    (I) Ibid. Lettre XII, pg. 78.

    LA NOLUNTAD DE OBERMANN 43

    Desesperado ya de lograr la certidumbre ari-helwie.,__ Obermann formula un cTeii5 Tof 16 das otofiales,y espera apresar la sombra de aquel sue-o que en todos los momentos lo obsediera: "Si llego a la vejez, si, un da, pleno de pensamien-tos todava, pero renunciando a hablar a los hom-bres, yo tengo cerca de m un amigo para recibir mis adioses a la tierra, que se coloque mi silla so-bre el csped, y que tranquilas margaritas estn all ante m, bajo el sol, bajo el cielo inmenso, a fin de que dejando la vida que pasa, yo encuentre algo de la ilusin infinita" (1).

    ACCIN, CONTEMPLACIN Y NOLUNTAD

    Estando ya en posesin de la reaccin espiri-tual y temperamental de Obermann averigemos la causa, el por qu de esa disposicin de _ alnia constante que se acusa por la indecisin; debemos buscar las races ismas del sentimiento que lo inhibe en r."-Elaolo a e1" 57~-21

    miento total que hace de l un inadaptado a la vi-da que viven los dems hombres. Ante todo la

    d~a de Obermann_ se nos aparece como una afir- _ _ _

    macio de es ritu cu a vida se hace ms intensa a medida ue se aleja del plano de la amo ; mien- tras ste mas se es rec a, la eicpeciinteilla

    (1) Ibid. Lettre XCI, pg. 425.

  • 44 CARLOS ASTRADA LA NOLUNTAD DE OBERMANN 45

    se torna ms compleja, enriquecindose con es-tados cada vez ms profundos. La luz de cada da le aporta una nueva angustia, un nuevo dolor, y su vida espiritual encuentra abierta para su propia experiencia una perspectiva indefinida; en lonta-nanza se perfilan, cual fantasmas llegados de un mundo desconocido, extraos sentimientos que viven su hora, y paSan dejando un misterio que la inteligencia intenta disipar proyectando en vano su cla,ridad.

    Un penetrante filsofo de nuestros das, al in-veSaarl4--reUCTMael aumpcc92..2192Itu-; 'ha considerado, desde su punto de vista, la compli-cacin de la vida psicolgica como "una mayor di-latacin de nuestra personalidad toda entera que, normalmente estrechada por la accin, se extien-de tanto ms cuanto se afloja ms el tornillo con que se deja comprimir y, siempre indivisa, se os-tenta sobre una superficie tanto ms considera-ble" (1). Y, llevando ms lejos sus apreciaciones,, el mismo filsofo considera a lo que se ha llamado t "un desorden interior", una enfermedad de la per- 1

    sonalidad, "como una alteracin o una disminu-cin de su atencin a la vida exterior". En Ober-mann, esta disminucin se manifiesta de modo in-contestable; l ha forjado su propia realidad, ca-rece de presente, y no conoce esa "actualidad" propia del honibre de accin. Su testimonio a este respecto es altamente sugestivo: "Yo no puedo

    (1) Bergson, Metiere et Mrnoire. pg. IX (Avant-Props).

    buscar algo en m sin encontrar el fantasma de lo que no me ser jams dado" (1). Y este fantasma no es otra cosa que el sentimiento magnnimo que no se continu por la accin bella; la concepcin profunda que no cuaj en sistema; la idea lumi-nosa, en fin, que siendo rico polen no busc otro espritu para germinar. Es el espritu triunfando sobre la materia y negndose a aceptar, para acu-sar su existencia, las formas tangibles que esa materia le ofrece para atraparlo y desvirtuarlo (2). Teniendo en cuenta esta caracterstica nos es permitido creer que Obermann se , ha refugiado en el mund del reduerdo uro, ya que a ste se lo st-d t-Lmn ha considerado la manifestacin genuina del es- &--1A---). -;4,- e/ pritu? Su misma vida se encarga de desechar tal suposicia.; eil ri tiene pasado ni presente: ,la eternidaade que est henchida, en su afn de ex- presion, en su vano afn de encajar en lo tempo-s s' e. 0-;_ ral y perecedero le hace confi

    (1) Ibid. Lettre LXXXIX, pg 404. (2) Esta tendencia del espritu por emanciparse de la forma, por

    no dejar solidificar en la expresin su contenido viviente, ha sido expre-sada admirablemente por Arniel, quien la conoca por propia experiencia: "Vuelvo de mi mismo nos diceal estado flido, vago, indeterminado, como si toda forma fuese una violencia y una desfiguracin..., mi per-sonalidad tiene el mnimum posible de individualidad... Examinando bien, esta imperfeccin tiene algo de bueno. Siendo menos hombre, estoy qui-z ms cerca del hombre, acaso sea un poco ms hombre". (Fragmenta d'un Journal Intime, pg. 186, t. I.

    pro- xlino; mas, cuando llega el momento en que va a telre-s-1-Dordar-. su plenitud, se le brinda p-rt-o odo tinente el efmero vaso del minuto que luego ro-(&:7 -i-- , 7 t-dar a la nada, al no Ser; y he aqu que Obermann

  • 46 CARLOS ASTRADA

    renuncia a volcar su espritu en el molde finito del presente y queda indeciso y vacilante... Es que l quera obrar en la conciencia de que sus actos deban-

    poseer V alor para siempre; de acuerdo con las exigencias de su corazn todo lo haba concebido "sub specie aeternitatis"; en tanto su razn le deca que todo era relativo y perecedero; buscando lo esencial y permanente slo encon-traba lo fenomnico y pasajero. En estas condicio-nes no pudo entregarse a la accin_ , y se limit a anhelarla, convencido de que slo por ella poda realizarse el contenido moral de la existencia; fu

    ' un contemplativo porque no supo "velar el abi.t-

    .1 mo"; no estuvo en l poseer esta ciencia porque la mirada de la Esfinge se clav muy hondo en su ser. Quiz el hombre dude siem re; tambin es

    proba le que en' sus 'intentos por lograr una ade-cuada concepcin del mundo y de su propia vida siempre se insine a su espritu el enigma que ellos encierran; y es que tal vez la naturaleza humana no est hecha para Soportar la certidumbre, favo-rable o adversa, de su destino ltimo. Encarado el problema desde este punto de vista, y en la ig-norancia de toda finalidad, podramos concluir en esta frmula comprensiva: vivir es dudar. La du-da, ganando planos cada veis"-elevados y sa-turando un mayor nmero de elementos psicol-gicos, constituye el resorte ntimo de la vida espi-ritual, tornando a sta ms rica y compleja.

    LA NOLUNTAD DE OBERNIAN.N

    Hemos notado en Obermann su incapacidad paral, vida de T accin y analizado, en la medida eh que-nosa- ha- sido posible; su renunda- miento y las probables causas que han podido originario; no helnos de enjUiciar, en modo alguno, su vida por haberle desviado de los fines ms o menos comu-nes que se propone la mayora de los hombres.

    No la podremos juzgar por este hecho desde el momento qUe_ignoramos la e~cia--cl terminado fin en la vida del hombre : verdad filal sfica,inOral o religioi cuyo servicio deba po-ner ste sus ideas y voliciones; mas _ s podemos comprobar que Obermann, a pesar del desconten-to de s mismo, vivi .su vida de acuerdo con ls dictados de su conciencia. El - puede " decir lo que Amiel, ya prximo a morir, al contemplar retros-pectivamente su vida: "No creo haber equivocado la ruta, puesto que he estado de acuerdo conmi-go mismo" (1). No habr fundado una nueva re-ligin, ni hecho de apstol ni plasmado un sis-tema filosfico; pero por las modalidades ntimas de su espritu; por su facultad desarrollada en grado mximo de tener presente todos los as-pectos y posibilidades de las cosas; por su afn de llevar un pensamiento hasta sus ltimas conse-cuencias pertenece sin pertenecer del todo al mundo de las filosofas; es decir, se cuenta entre los hombres que no se han rendido a la ilusin de una fe fcil, ni han cado en el dogmatismo de la

    ( 1) Fragmenta d'un Journal Intime, pg. 318, t. II.

  • 48 CARLOS ASTRADA LA NOLUNTAD DE OBERMANN 49

    negacin. Fu un filsofo demasiado sensible para no ser infortunado y que con las osadas y com-plejidades de su pensamiento nos di tambin las vicisitudes de sus sentimientos.

    Si, como ha dicho Remy de Gourmont, la dife-rencia existente entre el hombre y la hormiga con-siste en que "la hormiga ha encontrado" y "el hombre todava busca"; si tal diferencia se apro-xima a la verdad tendremos que la vida de Ober-mann la caracteriza mejor que cualquiera otra. La constante bsqueda, excluyendo todo dogma-tismo, supone una elevada actitud especulativa an-te los esenciales problemas; es esta actitud la que Obermann certeramente expresa con estas pala-bras que podran ser el lema de una intrpida fi-losofa: "En cuanto a m no s ms que dudar, y si digo positivamente: Todo es necesario, o bien: Hay una fuerza secreta que se propone un fin que a veces podemos presentir, yo no empleo estas ex-presiones afirmativas ms que para evitar repe-tir sin cesar: Me parece, yo supongo, yo imagi-no" (1). Encarada la investigacin de la verdad con el espritu que supone esta actitud, compren-deremos que cada sistema filosfico an aquel ms afirmativo no es ms que la cristalizacin en principios y conclusiones de una duda que no llega a ser abolida y que, al incidir de nuevo sobre el pensamiento, ofrece a ste una posibilidad de superarse; es as como el espritu, siempre curioso

    (1) Ibid. Lettre LXXXI, pg. 365.

    en lo que atae a su propia esencia, abre desde nuevos puntos de vista y con nuevos datos las mis-mas emocionantes interrogaciones sobre el destino de las cosas humanas.

    Desde que la constante interrogacin no es ajena a la naturaleza misma del espritu humano, comprendemos perfectamente la duda de Ober-mann; el ansia de certidumbre que su desazn su-pone y la necesidad, para obrar en la vida moral, de verdades firmes y claras nos explican su larga y dolorosa inhibicin. Su duda no es una simple actitud racional; el escepticismo que se manifies-ta en el plano puramente intelectivo no es ms que el eco de una reaccin vital ms honda. Las nor-mas de la razn prctica han perdido su sentido subordinndose a las necesidades de la razn espe-culativa. El lmite que Kant establece haciendo margen a la fe y a los postulados de la moralentre las dos actividades de la razn, ha desapa-recido; las realidades espirituales, especulativas en el ms alto sentido, han invadido la esfera de la vida moral neutralizando la ilusin y haciendo im-posible el entils,lsmo que son el principio de la vida activa. Esto quiere decir que la duda, una du-da vital, matizando hasta los sentimientos mora-les ms simples, normas bsicas de toda accin, ha problematizado la vida en su conjunto. El im-perativo de "saber" que gravita sobre su espritu lo lleva inevitablemente a preguntarse por la fina- lidad, el para qu de sus esfuerzos. Obermann re-

    _

  • 50 CARLOS ASTRADA LA NOLUNTAD DE OBERMANN 51

    1

    clama de la vida una adecuada respuesta a sus,in-.

    qprendelmis. n timas; en esto estriba lo trgico del problema. La vida parece no tolerar que se la interrogue, sobre sus realidades ltimas, de un mo- do tan persistente y tan hondo; ella slo reclama que se la viva ntegralmente~ufr tiene de irra- cional, wista creacin. Pero Ober 7

    , para mann, es decir, el superhombre, la desafa pr-a arrancarle la palabra de su enigma; se coloca al margen de la corriente para verla pasar atnito y abismado. La, interrogacin persistente lo ha in- movilizado en la contemplacin del gran flujo de las cosas. Aunque parezca, no ha renunciado a la vida, puesto que est tocado de su misterio; y es por ello que vive una vida ms honda que aquella que se manifiesta a los ojos del comn de los hu- manos y que no es ms que la delgada corteza de una realidad insospechada que encierra en s to- dos los posibles. Entre estos posibles se cuenta, co- mo es natural, la inhibicin de Obermann. El se haba dicho: ya que ignoramos el destino de la vida, estemos ciertos, por lo menos, de las cosas que se relacionan con sus afanes y agitaciones. Mas esta era tambin ardua tarea, y no solamente para Obermann; la certeza que ste exiga en lo que atae a las cosas del orden moral tampoco es patrimonio como suele suponerse de los hom- bres de accin. Acaso stos saben, al fin de cuen- tas, por qu se afanan y por qu luchan?; alguna vez, dndose una tregua en su constante afanarse, no han sentido la inutilidad de su propio esfuer-

    zo, la vanidad de sus propsitos? Evidentemente, ellos han tenido momentos de desaliento en que, merced a una sbita iluminacin intelectiva, han entrevisto la vanidad de sus ideales, han sentido el absurdo del vivir. As Don Quijote, el tipo de ac-cin por excelencia, que a fuerza de rudos golpes de su fe inquebrantable modelara la realidad al unsono de sus sueos de caballero andante. En un momento de comprensin, el caballero siente la vanidad de sus hazaosas empresas y nos dice: "hasta agora no s lo que conquisto a fuerza de mis trabajos" (1). Estas palabras tan humanas se escapan de la boca de Don Quijote casi en las pos-trimeras de sus andanzas; ya muchas veces ha-ba. cruzado su magra figura por los senderos de la Mancha imponiendo a las gentes reacias los pu-ros ideales de la caballera; haba padecido ya mu-chos "encantamentos", venganzas de la aviesa realidad vencida por sus generosos sueos; haban en fin, cado sobre l muchas desventuras 'que ja-ms lograron hacerlo cejar en sus empresas, aun-que s entristecerlo. Y todo por su ideal caballe-resco que, en resumidas cuentas, no fu ms que un pretexto para las andanzas de su vida trgica. Don Quijote no saba lo que conquistaba a fuerza de sus trabajos Y acaso lo sabe alguien?; sabe el hombre, en ltima instancia, lo que conquista en las eternas bataholas de la vida? Qu signifi-ca tan luego en Don Quijote, el hombre simple y

    (1) Don Quiote de le Mancha, cap. LVII, segunda parte.

  • 52 CARLOS ASTRADA

    de fe inalterable, esta ignorancia de la finalidad del esfuerzo? Es que el~iento tenido tan en olvido, por la preponderancia de la voluntad y de las fuerzas instintivas, se vengaba brindndole, junto con el desaliento, la ms profunda decep-cin de la vida. .. ; aunque decepcin moment-nea porque el hidalgo, desesperado ante la nada entrevista, quiere aturdirse y emprende nuevas aventuras... As el hombre que se crea afanes para poder vivir. Mas el perIlsmi nto se vengar siempre; y es que no basta vivir, es necesario tam-bin comprender la vida. La espiritualizacin pro-gresiva de la vida consiste en una mayor y ms ntima comprensin de la vida misma. Para el hombre que tiene que filosofar para vivir, la vida es ms grave, ms contradictoria, quiz ms bella, quiz tambin ms dolorosa; ms dolorosa tal vez por aquello de Boutroux, de que "un dolor anali-zado es un doble dolor". En este sentido, Obermann representa, dentro de las posibles. direcciones del espritu y concreciones de la conciencia moral, una experiencia MXiMa; l es el pensamiento, siempre sobresaltado e inquieto, constantemente vuelto sobre el dolor de la vida.

    En este punto se insina a nuestra reflexin otro tipo representativo de la moral humana: Hamlet, el prncipe ablico e indeciso. Se ha sos-tenido que Hamlet es un Quijote superado (2).

    (1) Dromard, en su obra Le Rve et

    LA NOLUNTAD DE OBERMANN 53

    Estimamos que no es posible establecer con tal criterio una comparacin entre ambos tipos. Ham-let y Don Quijote se nos imponen como realidades cualitativainente distintas. Indudablemente Ham-let es ms filsofo que Don Quijote, ha sutilizado ms sus sentimientos a fuerza de mirar dentro de s; por lo mismo el prncipe sufre ms que el ca-ballero. Adems Hamlet conoce la irona, una iro-na triste, refinamiento que Don Quijote ignora en absoluto. Por lo tanto Hamlet podr haberse elevado ms que Don Quijote en ciertos aspectos, hmdamentales por lo dems; pero no podr ser nunca un Quijote superado porque tendra que poseer los mismos caracteres intrnsecos de ste en un grado mximo, y tal cosa no sucede. Ham-let es, simplemente, distinto de Don Quijote; son recprocamente irreductibles uno al otro; ambos son dos momentos de la psiquis humana, son dos aspectos exagerados naturalmente de lo que debera ser el hombre inte4W. En fin, Hamlet y Don Quijote son dos momentos del drama huma-no. Es que ambos son hondamente humanos: Hamlet, porque no se content con slo razonar sus sentimientos y permanecer constantemente perplejo e indeciso; Don Quijote, porque no logr mantenerse en la perpetua ilusin del esfuerzo y afirmar sin desfallecimientos las normas simples de la accin. Por medio de una enrgica decisin y con el sacrificio de su vida, Hamlet reivindica los eternos fueros de la voluntad; Don Quijote, des-

  • 54 CARLOS ASTRADA LA NOLUNTAD DE OBERMANN 55

    pertando a la decepcin y renegando de su ideal de caballero andante afirma los fueros no menos eternos de la razn. Ahora bien, dentro de las al-ternativas de la pugna entre la voluntad y la ra-zn, Obermann representa el intento por realizar el hombre integral. En l parece afirmarse la ne-cesidad de una natural y plena expansin de to-das las fuerzas del ser: desde los sentimientos pro-fundos y las voliciones ms pujantes hasta las ideas simples y las concepciones ms ambiciosas y razonadas.

    Obermann 114, demaldo sus ansias porque las quiso mas puras; razon tambin de-masiado su ideal porque so realizarlo en su per-feccin y plenitud. As, percibiendo atentamente las voces de su yo profundo, torturado siempre por un imperativo de verdad, contena sus ansias, am-plificaba desmesuradamente sus pensamientos, prolongaba indefinidamente su espera; es que, to-cado del misterio de la existencia, desafiaba todas sus vanidades y acumulaba tesoros para la muerte en austera contemplacin. Susdudas, sus

    perple-jidades, sus nostalgias de algo indefinible son qui-z el preanuncio de la posibilidad de una sntesis

    armnica de las fuerzas aparentemente antag6-

    ilicas del espritu. Y si este intento que es la vida

    de Obermann es sla una trgica especulacin, cabe preguntar si existe alguna otra manera de vivir que no lo sea. Inspirado por la precaria ver-dad humana, Walt Whitman nos dice en uno de

    sus cantos, que la esperanza y la fe no son ms que especulaciones; y efectivamente la esperanza y la fe maneras de cerrar deliberadamente los ojos en la mayora de los hombres son modos de especular, de eludir las situaciones cruciales, que responden a una mnima profundizacin de la vi-da, y que por lo mismo no implican riesgos ni an-gugtias. La creencia en el tipo del hombre comn, la difundida fe del carbonero, est en funcin de un contenido espritu( pobre y rudimenta-rio; en l la inteligencia ha sufrido una verdade-ra disminucin, casi una amputacin; la prepon-derancia de lo puramente sensitivo es en detri-mento del desarrollo armnico de todas las ten-dencias del espritu. El estado de equilibrio se ha roto en favor de una de estas y entonces el hom-bre, sin saberlo, renuncia a realizarse de un modo integral. Es por esto que Obermann representa una actitud ms comprensiva ante la vida y sus problemas, y que tiende a una mayor elevacin del alma individual; pues esta aspira a afirmarse en la plenitud de sus posibilidades esenciales.

    Obermann y sus hermanos de la vida y de la creacin espiritual constituyen ese extrao linaje de espritus que en el mundo de las cosas inesta-bles y fugaces, en medio de la relatividad e incons-tancia de todos los fenmenos, buscan en vano un asidero, suean despiertos con la verdad absoluta. Ellos quieren ver a Dios aunque tengan que mo-rir, como reza la sentencia blblica. Es que el hom-

  • 56 CARLOS ASTRADA

    bre siempre interrogar sobre las cuestiones l-timas, las que ataen a su destino. Los problemas que lo atormentan y lo atormentarn siempre, han sido planteados por la vida misma; los ha engen-drado su fuerza expansiva que no reconoce en la muerte un lmite a su accin y menos una nega-cin de sus atributos creadores. Si es legtimo y vital el problema, si es tal la magnitud de lo que el hombre ignora, qu de extrao que ante ellos su espritu tome el camino solitario de la contem-placin? Dentro de la ignorancia de toda finalidad, son ms o menos legtimas todas las hiptesis, ca-ben todas las oscilaciones del espritu, todas las experiencias que la conciencia moral pueda ins-tituir; en una palabra, las ms radicales variacio-nes del hombre, siguiendo la ruta de su destino. Estas diversas experiencias son otros tantos es-fuerzos por dar un significado a la vida humana;, el hombre no se contenta ni se contentar jams con vivir en vano, con que su vida sea una vibra-cin que el silencio de la muerte apaga; por eso trata de justificar en una u otra forma su breve trnsito por la tierra.

    Al lado de la accin, de la concepcin volun-tarista de la vida, que implican, ante todo,' afir-macin de valores morales, debemos hacer lugar a la contemplacin, a la noluntad, que tambin

    / entraan una concepcin de la vida y una mane-ra de vivirla. Obermann representa la posibilidad, entendemos decir tambin legitimidad, de esta ex-

    LA NOLUNTAD DE OBERMANN 57

    periencia humana, de esta manera de vivir y con-cebir la vida. En l se nos manifest Senancour mismo (1), su creador, o por lo menos encarn en l su ideal contemplativo y su peculiar filosofa y, con ellos, su dolor humano que es el fondo he-roico de todo ideal que aspira a realizarse. El pro-ceso de este ideal y las alternativas e intensifica-cin de ese dolor, constituyen la realidad espiri-tual de Obermann, la que hemos intentado desen-traar en este ensayo.

    El imperativo de verdad defraudado constan-temente es el acicate de la decepcin de Ober-mann, el antecedente de su dolor. La incertidum-bre lo ha tornado profundamente triste, ensom-brecindole su visin de los hombres y de las co-

    (1) Que Obermann es una produccin ms o menos autobiogrfica, no hay duda; mas, en qu medida Obermann es Senancour es tal vez difcil precisarlo, desde que ste en una poca posterior no aceptaba tal identificacin. Cuando en 1833 reaparece "Obermann", Sainte-Beuve "busc y descubri en l al mismo Senancour" (G.- Michaut Senancour A propos d'un libre recent; Revue des Deux-Mondes, pg. 131, septembre de 1909). Merlant, en su estudio sobre la novela personal, considera que Obermann no es una novela sino un diario filosfico (Joachin Merlant, Le Reman Peraonnel de Rousseau a Fromentin, ed. iiachette). Remitimos al lector al captulo V, pg. 91 de esta importante obra donde podr in-formarse ms a fondo del lugar que a "Obermann" corresponde en el Pensamiento y en la obra de Senancour. Prescindimos de consideraciones a este respecto, porque en el presente ensayo slo nos propusimos desen-traar, en Obermann, su pauta de vida como posibilidad espiritual.

    En su hermoso estudio de Senancour, nos dice Merlant acertadamente que Obermann es una filosofa derivada de la vida ("une philosophie issue de la vie", cap. V, pg. 149). No obstante, respecto al punto de vista Psicolgico del autor y a sus conclusiones, no podemos menos que hacer nuestras reservas. .

  • 58 CARLOS ASTRADA

    sas. Por eso su queja es un grito agorero que per-sistiendo llega a ser imponente monodia. Mas no hay que ver en esta reaccin de su sensibilidad sino una protesta viril por la impotencia de nues-tras facultades para conocer y decidir acerca de aquello que sobrepasa la experiencia humana.

    LA ESFINGE Y LA SOMBRA

    Bajo un prtico en ruinas, iluminado por tenue claridad, y - que no se hubiera sa-bido decir si era del alba, la que precede al da, o aquella postrera del ocaso, cuan-do el sol ya ha ocultado su disco de fuego, la Esfinge, encadenada a una metfora, y una Sombra peregrina dialogaron as:

    [1918]

    L ESFINGE. - Yo he ganado mi vida porque impero envuelta por la luz de panorams de alegra y serenidad constantes. Jams opacidad alguna empa mi visin de los seres y las cosas, ni alter la armona de mi alma que, en su diafani-dad, atesora gozos an no sentidos, como la cuer-

    ,\ da tensa de la lira posibilidades de nuevos soni-

    C2,_, dos. El mundo, en su multiforme esplendor, se ha rendido a mi contemplacin y lo he gustado como una primavera eterna.

    LA SOMBRA. - Yo no s si ganar mi vida. A pesar de la melancola que ensombrece un poco mi camino y del dolor que subraya todas mis eta-pas, creo que la ganar. Para eso lucho; hasta aho-ra no me he rendido. A veces he pagado la ilusin de la victoria con la "ilusin" del vencimiento. As, muchas tardes me he sentido declinar en la-situd, viendo deslizarse mi vida, en ondas de sutil tristeza, rumbo hacia el ocaso. Otras veces que

  • 60 CARLOS ASTRADA

    han sido bienvenidas con la primera luz de cier-tos das serenos, he visto renacer todas mis viriles esperanzas. Entonces, fortificado mi Rujsp,...yitali , empujaba, ansioso de plenitud, el bajel de mis sueos hacia el incendio del medioda. Estas al-ternativas de vida y muerte aguijonean mi paso por la senda desconocida, y, mientras ms cami-no, ms amplias son las perspectivas pero tambin ms arduas las nuevas jornadas. Marchando siem-pre, he atravesado colinas iluminadas y valles sombros.

    Aunque el azar espolea mis pasos, no marcho sin norte. Una tarde, venciendo la fatiga, llegu a una colina baada en suave luz. En ella me so-brecogi una inquietud hasta entonces no experi-mentada; con paso ligero descend a un valle en-vuelto en la penumbra. A medida que me internaba en l senta ms viva la nostalgia de la claridad que haba dejado a mis espaldas. De pronto un estreme-cimiento agit mi ser; ms all de los valles en som-bra y de las altas cumbres, adivin el sol invisible cuya luz brillaba en la colina y tambin en mi nos-talgia. Haba presentido la_ine-~elleza. Este presentimiento ha encendido una estrella en mi ruta. Guiado por ella voy al encuentro de mi serte con la esperanza de llegar a la contemplacin de la belleza plena antes de que se cierre la curva de mi destino.

    LA ESFINGE. - Me repugna el esfuerzo que se debate en la sombra. Mis ojos estn hechos slo

    LA ESFINGE Y LA SOMBRA 61

    para la luz, y mi alma templada para que vibre en ella la alegra de vivir. Eso que t llamas vida no es ms que un estado de semiconciencia en el limbo del ser, interrumpido apenas por fulgores que hacen ms densa su lobreguez. Arrastrando esa vida subterrnea no presientes lo que es la verdadera vida. En medio de tu mbito de som-. bras ignoras los paisajes soleados donde la natu-raleza triunfa en el canto del pjaro, en la verdu-ra de los rboles y en el agua cristalina. Y si un relmpago te los revela, un instante, atentas con-tra su belleza poniendo en ellos jct- ede,49,10 ma en que se vela tu alm Porque la vida carece de una finalidad a alcanzar a travs de contin-gencias externas y desazones y por ello adverti-/mis de que es belleza, suprema belleza es nece-sario, de toda necesidad, que se nos brinde como pura actualizacin esttica. Esto es ella para m, y como tal la disfrutar en la gloria de un peren-ne medioda hasta que el Tielnp cierre mis..9jos. con un sueo ms profundo; sueo que no puede ser sino la nostalgia, exenta de dolor, de una diante vigilia la posesin por el recuerdo puro de toda la belleza temporalizadi

    Yo tambin marcho pero como peregrino del sol y la armona. Mi viaje terminar en la visin exttica del camino recorrido. Atravieso la vida como una selva, en primavera, abierta al cielo y llena de la msica de sus fuentes. Sin esfuerzo

  • I 1

    62 CARLOS ASTRADA

    recojo el sazonado fruto, percibo el trino del ave y aspiro el perfume de la flor.

    LA SOMBRA. - El lenguaje que hablas no me es desconocido; me parece escuchar yfiLuro p a

    ___

    _piracin. Te me presentas comb una esperanza plenamente lograda, pero sin ese esfuerzo que, arrancando desde el fondo obscuro del dolor y la inquietud, precede a toda realizacin, y no te com-prendo.

    Cmo en tus cuerdas, siempre tensas, puede vi-brar la alegra si alguna vez la tristeza o la con-goja no ha sonado en ellas su silencio letal? C-mo puedes haber alcanzado la cumbre si no has afrontado la ascensin? Cmo te es dable admi-rar el prodigio del rbol florecido si no lo has visto desnudo, cual fantasma desolado, en el poniente otoal? Y de ese azul del cielo, de cuya abismtica profundidad desciende, como blsamo, el deliquio del olvido, cmo puedes gustar su secreto si no has paladeado el tedio de los das grises en que el alma y las cosas, envueltas en plmbea mortaja, parecen suspensas sobre la nada?

    Yo conozco el encanto fugaz de la primavera. Envuelto en el aliento de la naturaleza, y con el pasod~nmbulo, he recorrido las frondas.

    Inmvil, en xtasis, en la pradera iluminada, he atesorado luz en mis pupilas y, cerrando los ojos para ver mejor, me he sentido arder en la floracin de los rboles, brotar con las plantas y pasar en la nube peregrina por el infinito azul.

    LA ESFINGE Y LA SOMBRA 63

    Pero tambin s de la tristeza del otoo; conozco esa soledad en cuya imperceptible bruma nuestro ser se siente languidecer. Las rfagas del otoo, que arrastran las hojas muertas, tambin han sa-cudido la fronda de mi alma, llevndose en su soplo fro, todo aquello que, verdecido en la ilu-sin, no pudo ser en la vida. As, he visto pasar en las rfagas otoales, hacia la sima sin fondo del pasado, las muertas esperanzas; y en el con-torno desolado he vertido la melancola que des-bordaba mi alma. Si nuestra tristeza es la pers-pectiva con que contemplamos los paisajes del otoo, es porque el otoo tambin est en el alma. Cuando nos alejamos de las cosas que lo evocan, sus notas se prolongan en nuestro silencio inte-rior. En vano grandes pensamientos laboran febril-mente. Su fuego no logra fundir el hielo de la pe-na ni su luz disipar la bruma que nos vela la ilu-sin; son peregrinos mudos que pasan a travs de nuestra melancola, fantasmas que recorren el

    ra yermo d nuestra --Solee-fa-drY sin -embargo el alma, incansable, contina hilando un ensueo que se resiste a morir. En el recuerdo paladea la dulzura de la extinta primavera y en su esperanza pre-siente la nueva floracin. Es una viajera en pos de la luz; el camino es la sombra que proyecta su tristeza, bruma otoal.

    LA ESFINGE. - Dices, sombra amiga, que mi lenguaje no te es desconocido y que e es-cuchar tu propia aspiracin. Entonces, cmo es

  • 64 CARLOS ASTRADA

    que impugnas mi vida luminosa, recoleta y triun-fante en la cripta del misterio? Te honrar pen-sando que en tu ms ntima aspiracin encierras en germen, como el capullo a la crislida, la vida que quisieras vivir.

    No ignorars que los sueoSson una categora esttica y que, siguiendo los hilos de su trama, la imaginacin esta creadora de mundos pro-

    . _ _.. _________ _

    yecta hacia el porvenir, en un miraje de belleza, 1 nuestras vidas. Fracasas al tratar de comprenderme

    a travs de los contrastes e impurezas de la exis-tencia;

    es natural que as sea. Debes, nicamente, contemplarme. Soy_ tu propia vida transmutada en belleza; y sta slo reclama el tributo desintere-sado de la pura contemplacin.

    La belleza no es la gestacin del fruto, sino el frto Iin-iiiWunrri-ISTTbbi 6-13-SCr de la savia en el interior de-11 planta, sino la flr que, al eclosionar, alcanza su frgil plenitud.yo____ sntesis, el esfuerzo penoso, sino la realizacin feliz.

    .., ....._ ...

    Todo pensamiento grande pugna por la luz, desde la fuente obscura y catica de su concep-cin, porque en l vive una partcula de belleza. No os habis complacido en lo esttico ,

    de una disquisicin filosfica, desarrollndose, hasta en sus ms recnditas sinuosidades, a travs de la clari-dad de una lgica flexible y austera? Muchos tie-nen por confusas y aburridas tales disquisiciones

    irra- dia la pura idea: no saben sorprender su desnuda porque su intelecto es ciego para la luz que irra-

    LA ESFINGE Y LA SOMBRA 65

    belleza. No sera eterno Platn si esto digo no fuera verdad. El esfuerzo e comprensin a que nos obliga el pensamiento en - que ha florecido la meditacin de los filsofos no es ms que la adaptacin de nuestra retina espiritual a su luz invisible.

    Todo aquello venido a la plena claridad de la belleza, cobra, purificado, nueva vida. No me acu-ses de caer en una paradoja intelectualista si os digo que la pasin amorosa esunac~a es-ttica algo ms que apetito primario, que ins-tinto desde que, en el Fedro platnico, Scrates,

    recostado a orillas del Illiso, bajo un "copudo pl-tano" y mientras le hacan coro las cigarras, dijo para siempre y en un verbo an no superado lenguaje cristalino como la corriente que moja-ba sus pies la belleza del amor.

    Sintindote sumergido en la corriente vital, me explico que respetes su misterio y que no re-pudies sus impurezas. Bien s que estas impure-zas contienen el limo que fecundar tierras cuya existencia ni siquiera presentimos; y que la vida creadora guarda en su catico y nebuloso seno las formas de la belleza desconocida. La vida sera cambio e incesante fluir, pero la belleza es lo que permanece incorruptible e invariable, idntica a s- misma, en medio del vaivn de los instantes. Muda "como un ensueo de piedra" vierte sobr el turbin su luz estelar. Recuerda cuando Bau-

  • 66 CARLOS ASTRADA

    delaire, uno de tus poetas predilectos, me exalta en su soneto famoso, es decir, hace que la belleza se exalte a s misma:

    .

    Je trone dans l'azur comme un sphinz incompris; J'unis un coeur de neige a la blancheur des manca: Je hale le mouvement qui dplace les lignes; Et jamais je ne pleure; et jamais je ne ris.

    Avidos de mi secreto de "esfinge incompren- dida" os sustraeis, por la contemplacin, al flujo del

    -

    j tiempo. Este camino y no otro, nos ha trado has-1

    ta el mrmol de este prtico simblico en donde! el puro espritu respira la serenidad de la bellezC

    LA SOMBRA. Dime, mscara inmutable y

    obsesionante, qu ser ocultas, que as me atraes; -treftle as me hablas. Dmelo pronto por-

    que te vas haciendo imperceptible a medida que la luz es ms viva; parece que viene el da. Por qu me has trado a este prtico que lo veo esfu-marse, como un sueo, en la naciente claridad? Dmelo, porque ya el mrmol cede bajo mis pies y mi alma empieza a sentirse presa del rodar de los instantes.

    LA ESFINGE. Yo no existo sino en tu anhelo,

    en tu profunda aspira,cin;SrH_irq-*p-err--a

    tu alma. Como ya no puedes verme, dirase que te abla la luz de este nuevo da, que es ya plenitud

    de transparencia.

    LA ESFINGE Y LA SOMBRA 67 /014

    Adentrndote en el instante fugaz has con-templado, por encima deurit"T-Vo-m no de-

    la~ vida que quisieras vivir, has hecho pie en lo que no transcurre ni declina. Desde este pr-temo, 'que-se des-Vaiiee-rit-tiis ojos atnitos, y a travs del cual slo pasan aquellos instantes san-tificados por la emocin de la belleza o henchidos por el ensueo, has aorado la vida que no has vivido, todo lo que no has logrado realizar, y que quizs no realizars jams. En el mrmol de esta - I ruina milenaria, constariteliiente batida en su ba-se por una gran corriente, est la morada de lo

    Ogay._L/.._ Aqu, lo que alguna vez y h sido, en el tiempo, es an en el puro recuerdo actualidad perfecta del espritu y .lo que an no ha sido, es en el puro anhelo presencia perfecta del objeto ) del querer esttico.

    Ahondando en lo temporal, en pos de un imposible, has anclado en la contemplacin, ante la cual se detienen, dciles, los presurosos instan-tes, y hacen silencio los vitales clamores.

    No te aflija, pues, tu destino efmero, ya que te es dable incursionar en mi dominio de "esfin-ge incomprendida". A fin de cuentas, todos vos-otros no sois ms que desazonados perecirios que mi/1qt jailspbre la Qlueurajurcilralare claridad de vuestros sueos. Sombras trashuman-,

    tes, que vais a la nada a travs del resplandor que irradia la inaccesible belleza. ..

  • LA SOMBRA. Soy nada ms que una som-

    bra en medio de este da radiante. Por eso, en pos de una pausa en la bsqueda o de un miraje en el yermo, me es grato acogerme, como a morada transparente, al verso del poeta puro y maldito, donde la belleza se exalta a s misma:

    "Mea ~ex, mea largea yessz aux elarts eterielles". N. te ( 1

    "Somos los aventureros de la tierra. Nues- tra vida es atravesada a cada instante por las tensiones que constituyen la aventura".

    Geosu SIALMEL

    "Vivimos un instante; y, en seguida, la tierra ya no 57 -conoce ms... Lo que importa es ...colmarlo de intensidad".

    aose=.... WALTER PATEE

    Mi amigo, el esteta, callaba. "Mi vida es mi cnon, mi norma", pareca decirme. Sent su fuerza y comprend su destino de peregrino alucinado. Tocado por su silencio habl, y mi palabra fu el eco de

    su propia vida.

    NADA soy en este momento en que, identifi-cado con lo raudo ,z,pasajero, me siento rizna- en p viento del azar.

    Seducido por una vida bella y distante, vengo arriesgando mis propias emociones; y en este oca-so, cuya luz se hermana coi m fragilidad y rni abandono, es mi vida una emocin ms, suspensa en el vuelo del minuto...

    Gota de una corriente que jams remontar, entre lo que una vez he sido y el presente est el olvido; y entre losue soy y el fut-go est la suer-te... la casualidad esttica.

    68 CARLOS ASTRADA LA AVENTURA FINITA

    S, en contra de lo que afirman los mercade-res de ultramundos, que "la eternidad es slo la [1922]

  • No podra dar una frmula de mi propio vi-vir. Intentarlo, sera recoger la espuma de la den-

    70 CARLOS ASTRADA

    substancia del momento fugaz", y la busco en el eiitiodeltiempo. Por eso me he embarcado, de-finitivamente, en el terri presente.

    En pos de una plnituclaitig,,me_h,LaJdado de la realidad utilitaria,. No s ni quiero aplicar ra-S -Viejasablas de los valores comunes, que per-miten a cualquier hombre prosperar entre los hombres.

    Acaso me he sustrado a la vida y a los afa-nes del cotidiano existir porque me repugnen sus impurezas? No, constantemente me sumerjo en su -turbin, buscando la gota cristalina que refle-ja la imagen de la mltiple belleza. Con vehemen-cia mi abrazo al instante fugaz y, ahondando en l, siento la sugestin de la idea y la nostlgica resonancia de los humanos ensueos.

    t.7, Alguna vez quise colocarme al margen de la corriente para contemplar el juego de sus ondas y gozar del mpetu de su carrera. Un instante tu-ve la Wisi,ade _la estabilidad de sus riberas; pero al punto v que stas eran parte de su inquieto caudal, y tambin marchaban... Y fu fiel a este pasar sin sentido sin ms sentido que el de su fugitiva plenitud y libr al oleaje y a los vien-

    L tos mi bajel empavesado.

    LA AVENTURA FINITA 71

    sa corriente o cuajar en tmpanos su fluir in-dcil. Slo s que afirmo la vida en la negadad todo lo ue le es exterior, y me a o a su ;lar proffflid.'

    No es que carezca de un ideal: Precisamente, en iiiiinlie---de--e-iikir:lcreaesroy sacrificando lo habitual y utilitario del presente a las vitales posibilidades, al fervor del entusiasmo, a lo - alea-.

    torio del empeo. Aunque tengo la ilusin de mi libertad, y sol'

    el artfice de mi destrii,frabajo con la levadura del azar. Y por extraa paradoja, mi vida es una avltra, una tensin entre la necesidad de mi querer y esa vida distante, imn de mis mpetus, tentacin de mi riesgo!

    No obstante toda el ansia de vuelo que me infunde la imaginacin, a veces estoy triste sin saber porqu, como en verso de Verlaine.

    Segregado de mi pasado, y sin proyeccin al-guna hacia el porvenir, soy conato en el vackG--en-mera palpitacin; y sin embargo voluptuosamen-te me complazco en mi pena, pensando que tal vez es una floracin de la vida total de la vida qe anima toda cosa. As sta me brinda su mis-terio, y hace presentir que tambin ella es intil aventura, fluir sin finalidad, hlito que va crean-do y destruyendo sobre una quimrica ruta de mundos...

  • 72 CARLOS ASTRADA

    Bienvenida, entonces, esta tristeza por cuyo milagro dejo, por un momentod

    ratalar en el tiempo y, alejndome de la periferia, me imbuyo en ese soplo, me identifico con el supremo azar; con el azar de que est tocada toda vida, y por el cual es frfil y contingente todo ser azar que es luz en el astro ms remoto y pena inmo-tivada en el alma ms humilde!

    Inmerso en la corriente del tiempo, quiero sentirme pasar, al ac117,riarviaii -a-cida ple-nitud, en tanto mi fantasa, obstinado arquitecto, se complace en levantar ilusorios castillos obras de un da sobre la arena del eterno fluir.

    Como Aristipo, de Cirene, proclamo la "sobe-rana_del instante"; pero a condicin de no en-cadenarnos, por vanos deseos, a los sucesivos ins-tantes y terminar deslizndonos en la superficie del tiempo.

    Es para mi soberano el instante porque lo vivo en su transitoria medularidad; porque ahon-do en l a fin de retomar la fuente de la vida ori-ginal.

    Si en cada emocin apuro, hasta el dolor del anhelo frustrado, el vaso de la vida es para que de nuevo vuelva a llenarse; y si en cada riesgo de la suerte hago gravitar ntegro mi ser es porque es-

    LA AVENTURA FINITA 73

    pero reencontrarme, enriquecido, en un nuevo albur.

    Y ya que aqu abajo, y hasta en el ms lejano confin de lo que emerge y fluye, todo es alma_ mudanza, me acojo al renovado espejismo de la

    in todoPoderosa; y pido a la potencia proteica y creadora me deje gozar, una vez nitud del instante y apurar, en la crdena copa de un ocaso, la voluptuosidad de sentirme rodar a la nada a travs de la constante belleza.

    [1925;

  • PRESENTISMO Y FUTURL

    1 A SISTIMOS al advenimiento de un nuevo cla-

    .._

    sicismo, en lo que atae ara forx-41,en que

    ha de moldearse la vida misma La sensibilidad ya noSanuncia la presencia, en nuestro mbito es-piritual, del conquistador invisible que ajustar nuestros pasos hasta aqu apresurados y vaci-lantes por la seduccin de una engaosa leja-na al ritmo creador del instante plenamente vivido.

    Hasta ahora, a la vida se la ha supeditado ex-clusivamente a la bsqueda penosa de la belleza, de las normas, de los ideales. Y no obstante el ingente afn, puesto al servicio de la empresa, se ve condenada a la insatisfaccin que necesaria-mente resulta de un logro relativo, de la obra im-perfecta. Entonces se refugia en la esperanza siempre incumplidade una belleza futura, de an--maana. -Ciiie traer consigo la obra acabada: norma lograda o mundo esttico perfecto y con- cluso, que vendr a sumarse a las formas eternas.

    .0.--..,....~M~S e--, ---

    La vida, trabajada as por un hondo futurismo, se proyecta en detrimento de su _interna elaboracin, I-s fluir uir inquieto, por encima de un-tiempo an

    no transcurrido.

  • 76 CARLOS ASTRADA PRESENTIS1V10 "Y FUTURISMO 77

    Frente a esta supeditacin, casi absoluta, de la vida a lo ideal, al cnon de la belleza, el nuevo clasicismo, que, sin sospecharlo, trae oculto el

    11 .a,--kuljn crIinquietud romntica, afirma que la vida misma es susceptible de una.

    elaboracin es-ttica, de recibir el sello de una forma. Se trata de una "esttica y una pragmtica vital" que nos invita a vivir en su plenitud emotiva el momento presente; a pulir, afinar, sutilizar los sentimien-tos primarios y durables, a intensificar las fugiti-vas emociones. Su exigencia central parece decir-nos: El presente no ha de ser un trnsito hacia un instarle futuro, sino una morada en la que la vida, cada vida individual, se exalte a si misma en la armona de sus relaciones y_ posibilidades

    in- manentes.

    r- El nuevo clasicismo nos exige que, permane- L ciendo fieles al tiem o esencia d vamos el presente nicamente como awaente. Pe-

    ro, en esta pretensin reside una dificultad que parece insalvable. Si la vida griega supo de la em-briaguez de una gozosa perfeccin fu, precisa-mente, porque para ella el presente tena, en de-finitiva, un sentido extratemporal. En cambio, para el alma occidental el alma f ustida que Spengler analiza y define en su dimensin hist-rica el presente es fugacidad, inquietud del fu-turo; esquife en el que surcamos, en pos de nue-vas realidades, de quimricas conquistas, la rpi-da corriente del tiempo. Orientados hacia el ma-

    ana, esperamos del instante 'prximo un goce ms pleno, una mayor perfeccin. El futuro es la direccin en que se mueve nuestro afn, dcil al imperativo de un vital dinamismo. r La actitud y concepcin de la vida, implci-

    tas en lo que se ha llamado futurismo nos plan-tean un problema que nos enfrenta con la fluen-cia misma de la vida histrica. Cabe, pues, su- brayar lo sue el futurismo tiene de actitud per-

    _

    manente, de modalidad esencial de la existencia humana. "El hombre nos advierte un filsofoes producto de su pasado, pero tambin de su por-venir". Solo que en su impaciencia por apurar nuevas vivencias, por forjar nuevas realidades indeclinable actitud futurista una fecunda ilusin de su inquieta vitalidad lo induce a hacer tabla rasa del pasado. Por ello "en toda activi-dad espiritual verdaderamente productiva re-mata la advertencia, se coloca frente a su ob-jeto, cuyo creador l se reconoce, casi como si no existiese pasado alguno" (Natorp)j

    El futurismo no se limita a negar frmulas de las cuales se ha evaporado toda realidad hu-mana, esas frmulas vacas o habitculos inertes en los que el arcaista pretende apresar lo inesta-ble, dete