Cardos Morados

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    [email protected]

    ISBN - PAPEL

    ISBN EBOOK

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    Autor: Gagliano, Oscar

    CARDOS MORADOS

    Primera Edicin Buenos Aires - Argentina

    262 pginas 15cm x 21cm

    ISBN: 978-987-05-6964-0

    Diseo de cubierta: Juan Agustn Gagliano

    2009, Textos, imgenes interior, imgenes cubierta.

    Queda hecho el depsito que marca la Ley 11.723

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    Cardos morados[NOVELA]

    Autor:Oscar Gagliano

    [email protected]

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    AUTOR

    Nace en marzo 27 de 1949, en la ciudad de Buenos Aires.Arquitecto y pintor. La escritura, aparece como canalexpresivo de las imgenes que necesitan expandirse msall de la pintura.Desde la plstica, genera caminos de bsqueda, virtualesy reales, medios habituales para verificar sus

    realizaciones con la opinin, en el mbito nacional einternacional.Publica diversas notas en medios, reflexiones sobre latarea de artes plsticas, opiniones del mbito social ycultural.

    DEDICATORIA

    A Graciela, mis hijos, familia, amigos y todos los que de

    una u otra manera me empujaron hasta aqu con suentusiasmo y afecto.

    Oscar

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    Cardos moradosINDICE

    Cap. 1 Aquella historia Pag. 9

    Cap. 2 Arde Los cardos Pag. 33

    Cap. 3 La "abue" Pag. 55

    Cap. 4 Descubriendo galpones Pag. 71

    Cap. 5 Fantasmas en transicin Pag. 91

    Cap. 6 Conectando al pasado Pag.115

    Cap. 7 El gusano del horror Pag.139

    Cap. 8 Buscando identidad Pag.161

    Cap. 9 La isla Pag.183

    Cap. 10 Por el poder Pag.205

    Cap. 11 Por la gloria Pag.223Cap. 12 Cardos azules Pag.248

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    CAPITULO 1

    AQUELLA HISTORIA

    Por aquel entonces, era difcil encontrar a

    alguien que se acordara de aquella historia o al

    menos que quisiera nombrarla si al descuido

    alguien intentaba volver el tiempo atrs.

    Con seguridad no se diferenciaba de otras

    historias de pueblo, o leyendas que por ah se

    contaban, pero en todo caso pareca que se

    haban empeado en borrarla de la memoria

    colectiva. Haban hecho tan bien su trabajo que

    ya iban tres generaciones y pareca que aquello

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    se haba convertido en una danza de fantasmas

    indeseables.

    La historia tenia que ver con las vidas de los

    vecinos y haba sido tan intensa que los haba

    agotado, decan: el olvido es sanador, cuando

    en realidad olvidar es comparable con la

    amnesia, temporaria por cierto, porque es difcil

    sacrsela de encima en forma definitiva. Como

    la amnesia, que debe ser una enfermedad.

    Mi nombre es Adrin, y por aquel entonces no

    llegaba a los diez aos, con dos hermanos y un

    mundo por conocer. Los vecinos iban y venan,

    y tenan un solo tema que los convocaba, el

    trabajo. Ms que un pueblo, aquello era un

    campamento de trabajo, incluso hasta el

    nombre de la empresa le haban puesto,

    cargndolo de intencin lo llamaban: Los

    cardos, porque se form a orillas de un riacho

    y en sus costas haban nacido sin que nadie los

    cultivara ni los cuidara, una larga fila de

    cardos. Hermosos cardos azules, altos y

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    salvajes. Era su esencia ser salvajes, alejaban

    al que se acercara, por eso y por algunas otras

    cosas, aquel campo se conserv verde y

    frondoso. Cualquiera que lo vea a la distancia

    envidiaba el paisaje, era digno de una postal,

    as a lo lejos y con mirada de visitante. Visto de

    cerca, eran un inocente ro y su costa verde. En

    realidad la costa era un alambrado de pa,

    literalmente hablando y el riacho ya era un

    espejo casi quieto y congelado. Se le haban ido

    hacia un tiempo, las veleidades de torrentes

    cristalinos. Desde hacia unos aos, el espejo

    estaba surcado por vetas grises, marrones,

    ocres y hasta rojas.

    Los funcionarios evitaban hablar del tema y los

    del pueblo, ni mencionarlo. En parte porque lo

    imaginaban y en parte porque tales

    comentarios encerraban un cierto temor a ser

    despedidos, por preguntones.

    Mi abuela siempre deca: no te acerques a los

    cardos, aunque luego y contradiciendo esta

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    prevencin, aparecan de vez en cuando en la

    cocina despojados de sus espinas y listos para

    preparar algn guiso. Los cardos eran as

    salvajes, silvestres, espinudos, dispuestos a

    agredir al paso de un descuidado paseante,

    pero se dejaban cosechar si uno los saba

    tratar.

    Recuerdo que la abuela deca que: cuanto ms

    azules son, ms nutritivos y por aquellos das

    la palabra nutritivos era el ttulo de una ley

    no escrita, que deba intentar cumplirse en

    todos los platos.

    A esa edad, corramos y descubramos un

    mundo en cada rincn. El pueblo era todo

    nuestro, a disposicin y nadie como nosotros

    para conocer sus secretos. A pesar de todo, no

    abordbamos nada fuera de nuestro planeta.

    La costa de alambre verde no estaba lejos, era

    casi de paso para el colegio, pero aun as era un

    territorio casi prohibido, por aquellas

    advertencias de los mayores. En realidad estas

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    advertencias, las historias y sus fantasas,

    enriquecan una leyenda. All se mezclaba todo.

    Los misterios de un ro que cambiaba con el

    tiempo y eso a los chicos los confundan y los

    tentaba a imaginar. La imposibilidad de que

    nos metiramos en esa jungla, las

    recomendaciones y las espinas. Las leyendas de

    cuerpos abandonados en el lugar, hasta alguna

    desaparicin acontecida por esos das, fue

    atribuida a las fauces del misterioso lugar y que

    por supuesto nadie se ocup en verificar.

    Pero lo ms extrao e incompresible para

    nosotros era la relacin oscura y temerosa que

    hacan los grandes, sobre el color del ro y el

    miedo a perder el trabajo.

    Pese a todo esto el pueblo creca, la gente

    compraba cosas: televisores, heladeras y hasta

    equipos de msica comparables a los de los

    ms finos departamentos de la capital.

    Ocupaban un lugar de privilegio en las casas.

    En la pared mas larga del comedor, mi madre

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    sola poner el equipo. Lucia como un altar y

    hasta dos floreros le pona, para coronar la

    decoracin. Nunca aquellos chinos o coreanos

    que los parieron, se iban a imaginar que los

    bordes metalizados o marcos plateados, iban a

    combinar con los floreros rabes de mi madre y

    mucho menos ser protegidos por aquellas

    mantillas bordadas, iguales a los de la capilla.

    Todo el pueblo era una familia. En realidad lo

    era en cuanto a que vivamos juntos, pero

    estbamos lejos de compartir en el sentido de

    conocer nuestros proyectos, esperanzas y

    sueos.

    Nos empujaba el carro del progreso y hacia all

    ramos llevados. Especialmente los mayores,

    que tomaban las decisiones.

    Vivamos ajenos a todo eso, eso pensaban los

    mayores. Nos deban ocultar lo que los

    preocupaba, que el fantasma del trabajo estaba

    siempre presente y amenazante.

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    Por debajo y de noche, la atemorizante estela de

    dudas se escurra debajo de las puertas.

    Mientras dormamos, los grandes se juntaban

    en una casa y en otra. Hablaban en silencio, o a

    los gritos.

    Las conversaciones se acaloraban cada vez

    ms. Sin embargo al da siguiente, todo volva a

    la normalidad, a los trabajos y callados. En

    especial mucho silencio al llegar a la jornada

    laboral. Aparentemente lo que charlaban en las

    casas, deba estar muy oculto para la

    empresa, tratada hasta ese momento como

    una madre. Al parecer los inquietaba ocultar

    cosas a la madre.

    La preocupacin de los mayores, era trabajar,

    juntar toda la plata posible y hacerlo rpido,

    porque como deca mi mam: Quin sabe

    cuanto puede durar esto!

    Nuestra aventura diaria se matizaba, entre

    patrullajes en la tarde en pequeos grupos y

    acuerdos importantes con chicos de otras

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    cuadras, para intercambiar informacin y estar

    actualizados.

    Nuestra patrulla se animaba cada vez ms y

    despus de merodear varias veces la costa,

    tomaba fuerzas y se acercaba a las filas de

    cardos.

    Pareca que se acomodaban con nuestra

    presencia y sea por el viento o vaya a saber por

    qu misteriosa causa, se ordenaban formando

    entradas y senderos selvticos, como

    invitndonos a conocerlos.

    Al caer el sol, el brillo de las pequeas copas

    azules que coronaban aquellos cardos, les daba

    un aspecto de ceremonia mstica. Era como si

    todos ellos ya hubieran sido noticiados que su

    fuerte personalidad, haba dado nombre a una

    comunidad de humanos y brillaban orgullosos.

    Las espinas eran como una guardia pretoriana

    que los custodiaba, y con todo aquello

    conformaban una dura proteccin.

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    La selva verde y aquella coraza, hacan

    infranqueable el lugar. Toda esa masa y

    conglomerado de agresivas armas, no impedan

    darse cuenta de que por arriba, por sobre todo

    ello, flotaban unas coloridas coronas. Con

    frgiles y brillantes vellones azules, convertan

    lo salvaje en glamoroso.

    Claro que su naturaleza era diferente, suaves

    cabellos, finos y sensibles, se sacudan con el

    viento. Cuando el sol los atravesaba cambiaban

    de colores. Todos juntos eran azules, muy

    azules. En los ltimos tiempos se los vea ms

    oscuros, como violceos o mejor dicho morados.

    De localidades vecinas se hablaba de los

    cardos morados, aprovechndose de la jugada

    del destino para ironizar con nuestro nombre,

    mejor dicho del pueblo. Cosas de las localas,

    especialmente a la hora del ftbol.

    Los lmites infantiles eran incontenibles en

    nuestra imaginacin. Para nosotros un universo

    ideal, controlado y conocido, aunque en

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    realidad enmarcado por bordes contundentes.

    Los mayores no necesitaban esforzarse para

    explicarnos hasta donde estbamos autorizados

    a llegar con permiso. Las vas del ferrocarril, la

    ruta de asfalto y su consabido pasaje a otro

    mundo, ya que ah se iba solo en mnibus; y el

    ro, que para colmo estaban custodiados por

    sus cardos morados.

    Los grupos de chicos, las barras que

    interactuaban, en especial cuando llegaban

    pocas de picados y campeonatos, y todo

    aquello de lo que disfrutbamos cuando

    hacamos actividades juntos.

    Recuerdo aquellas campaas de cacera de

    mariposas, actividad no solo extinguida, sino

    olvidada y desconocida en estos das. Entonces

    el plan consista en: luego de reunirnos y

    distribuir los puestos y tareas para la batalla,

    nos ubicbamos en una estratgica posicin de

    fila diagonal.

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    Pertrechados con ramas deshojadas, nos

    preparbamos para la cacera. La mejor era sin

    dudas, la rama mas elstica y firme. As

    esperbamos las rfagas de vientos que venan

    del oeste, del lado de los cardos.

    Con cada rfaga, el viento levantaba un

    remolino de colores alados y los diriga justo

    hacia nosotros. Ah estbamos esperndolas en

    un enfrentamiento deportivo por excelencia.

    Ellas como si lo supieran, se dirigan hacia

    donde estbamos; como una jugada inexorable

    del destino y all las tratbamos de voltear.

    Era curioso ver cmo y a pesar de la rutina, del

    acto natural y repetido de un circuito inevitable,

    aun as lo repetan sin modificaciones,

    construyendo una metfora del destino, para

    transmitirnos un mensaje. Cada uno a su

    tiempo, sin atropellarnos ni superponernos,

    como un batalln perfectamente entrenado. Las

    que superaban a las primeras lneas, se deban

    imaginar que otros de nuestros compaeros las

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    atraparan. Cientos de mariposas caan en cada

    partida. Por supuesto, como un anticipo de

    conciencia ecologista, en el suelo las

    desplegamos y metamos en unas cajas

    transparentes y as armbamos nuestras

    colecciones. Si por desgracia alguna estaba

    herida, le dedicbamos el tiempo que hiciera

    falta para rehabilitarla.

    No se ven mariposas hace rato y mucho menos

    de colores y en rfagas. Siempre me qued la

    duda si aquello no era por culpa de nuestros

    operativos, o de cientos de pibes como nosotros.

    Pero despus me resigne, si Norteamrica no se

    siente culpable del calentamiento global, quin

    podra sentirse culpable de la desaparicin de

    las mariposas?

    Era muy lindo ver aquel paisaje de mi infancia.

    Chicos en la calle, siempre y a toda hora sin

    temores. Entre postales verdes de plantas y

    rboles que nadie cuidaba, pero tampoco nadie

    destrua.

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    Los cardos, pese a que con su presencia

    imponan respeto, eran el marco imaginado por

    un artista. Pareca que saban y se ponan de

    acuerdo, para florecer cuando nos acercbamos

    a fin de ao. Por entonces las materias del

    colegio estaban cerrndose y las horas del da

    invitaban a curiosear la naturaleza, en el fondo,

    aquellos das me ayudaron a comprender lo

    sabia que era. Para todo tiene su respuesta,

    incluso para el hombre cuando quiere abusar

    de ella. Pero lo que mas me llamaba la atencin,

    era su sabidura al momento de tener que

    florecer, como si supiera que tena que

    acompaarnos, esperar el momento adecuado

    para hacerlo, que debamos estar juntos. As

    estbamos entonces.

    -Dale Ramoncito!, apura que se nos viene la

    noche.

    La verdad es que ese da se nos haba hecho

    bien tarde, pero la ocasin lo mereca.

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    Ramoncito, que viva enfrente. El Yani, una

    cuadra al norte y el Chiche una al oeste, de

    ah no pasaba nuestro universo. A veces se nos

    pegaba el Polaco, pero esto era cuando lo

    dejaban y se animaba. La cosa era as y eso uno

    lo aprenda. No solo era lo que a uno le venia

    ordenado como sino fatal, sino que tambin se

    lo estableca. Dado los pocos aos no muchos

    por la edad- uno sola decir que tal o cual eran

    las normas de su casa cuando en realidad, se

    anticipaba a algo que luego le impondran.

    Tambin tenamos nuestras normas, pero lo

    que trambamos nos hacia delirar. Navegar

    mas all del horizonte, pensar en mundos

    fantsticos, que suponamos mucho mejores a

    los de los adultos.

    -A vos te parece Cholo?, Nunca supe porque,

    pero Cholo, reemplazo sin mucho trabajo al

    Adrin, sofisticado para esos das y que me

    haban puesto vaya a saber por qu-. Dnde

    vamos a guardar las ramas a esta hora?

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    -Apuremos, no podemos dejarlas en la calle.

    Los de la otra cuadra nos las van a afanar.

    Al parecer todo estaba tranquilo en el barrio,

    hasta que se acercaban las fechas de las

    fogatas, ah nos alterbamos. Despus con el

    tiempo nos dimos cuenta de que tambin los

    mayores se alteraban, porque todo era una

    fiesta.

    En nuestro ingenuo mundo, ponamos tanta

    energa sobre lo que nos pasaba, que no nos

    dbamos cuenta que a ellos tambin les

    pasaban cosas. En una palabra que hasta que

    no llegbamos al da designado, la noche de la

    fogata, no nos encontrbamos. Los mayores y

    nosotros ramos dos universos, hasta ah

    planetas en rbitas diferentes.

    Buscando refugio y escondite de las otras

    barras, nos habamos acobachado en el

    rincn de un lote vaco. A la distancia, visto con

    ojos rigurosamente legales, era inquietante

    saber que estbamos ocupando un terreno

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    ajeno, pero eso a qu chico poda importar?

    Tan alocada era la idea; nuestro refugio se

    haba convertido en club y tan organizado

    estaba, que tenia hasta responsables por rea,

    entre ellas: la tesorera. Es decir, que alguien

    deba hacerse cargo de las monedas que

    conseguamos para pensar en fsforos, pilas

    para linternas y dems importantes

    implementos. A nadie se le poda pasar por la

    cabeza que tocaramos ese dinero del grupo

    para algo deshonesto. Tampoco a ninguno se le

    ocurrira que dentro de ese montn de ramas,

    casi una montaa de basura, podra funcionar

    un club barrial y concretamente su sede

    central. Adems una caja fuerte es decir una

    lata- con monedas, todo con un perfecto

    balance de tesorera.

    -Estamos todos, el polaco seguro que no

    viene. Ramoncito era el que menos lo tragaba,

    pero lo toleraba por el grupo. Alguien con una

    visin sociolgica opinara en algn momento,

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    que Ramoncito y el polaco (hijo de un

    comerciante), representaban extremos del

    abanico social, pero que la niez y nuestro

    mundo, haban decidido obviarlo.

    -No esperemos ms, maana le contaremos el

    plan agrego el Chiche, practico y expeditivo.

    Faltaba el Yani que era el hijo del verdulero y

    que se agreg al final. Segn el mismo deca de

    su padre; lo haban perjudicado, porque era

    gringo. Tena la verdulera en el saln ms

    grande de la antigua escuelita, en realidad

    una simple ocupacin de hecho. Cuando

    vinieron los del ministerio, le dijeron que se

    tena que ir y as fue. En menos de un mes tuvo

    que largar su local. Todo fue en vano, los del

    ministerio no volvieron. Despus hubo cambio

    de gobierno, entraron los milicos. Pas el

    tiempo y la escuelita estaba abandonada y peor

    que con la verdulera. Antes estaba sucio era

    verdad, pero al menos se llenaba de gente. Se

    saludaban, hablaban, incluso de vereda a

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    barras. En cambio Chiche siempre tena

    salidas prcticas.

    As tomamos coraje y visitamos a una barra

    amiga, cinco cuadras al oeste.

    Dems esta decir, que la estructura del campo

    de operaciones, era una cuadrcula barrial

    separada en cuadrantes de mas o menos

    quinientos metros, rea en la cual toda barra

    sabia que no poda entrar porque se jugaba

    quin sabe que. De esta manera dentro del

    territorio propio, toda rama cada de un rbol y

    sin utilidad para el frentista de un lote, pasaba

    a ser propiedad de la barra de esa zona.

    Entonces nos arrimamos muy despacio al lugar

    de la barra del oeste, llevando una imaginaria

    bandera blanca, por si esto llegara a ser

    necesario. Adems, llevbamos un discurso

    rpido de esgrimir. En este caso, el polaco y yo

    ramos los que tenamos la labia fcil.

    Habamos preparado un discurso para

    calmarlos si hiciera falta. El polaco era hijo de

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    comerciantes y rpido para la sugestion oral y

    yo me la rebuscaba. No fue necesario, por

    suerte.

    De aquella incursin pre-blica, sacamos

    algunas conclusiones. En primer lugar, estaba

    confirmado que debamos estar preparados

    para posibles robos de ramas nico capital de

    las barras- para lo cual, nuestros asesores

    planteaban medidas extremas para cuando est

    cerca la noche de la quema de fogatas, tales

    como dejar guardias nocturnas en el rincn del

    club. A esta altura era ya, un bunker muy

    bien fortificado.

    No me poda imaginar a la madre del polaco, a

    quien apenas dejaba acercase un rato al grupo

    y solamente despus de la leche, toda una

    institucin barrial- permitindole hacer

    guardias nocturnas.

    Segn nuestros aliados, debamos reforzar

    nuestro sitio de reserva de ramas con alguna

    construccin ms slida. Igual que los cerditos

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    del cuento, debimos reconocer que nuestra

    choza de ramas iba a ser fcilmente soplada

    y como cualquier otra construccin precaria

    tampoco nos iba a dar tranquilidad, entonces

    decidimos consultar al to de Chiche. Era

    constructor y justo en aquel momento estaba

    trabajando en su casa. Como era lgico

    pensarlo y despus de analizar la situacin, no

    lo podamos consultar para una estrategia

    fantasiosa, ilegitima por donde se la mirara y

    absurda para el mundo adulto. De modo tal,

    que la cosa consisti en apoderarse de ladrillos

    sueltos y materiales varios, con lo cual

    reforzamos nuestro bunker.

    Sentamos que lo nuestro se consolidaba, no

    solo por el arsenal de ramas juntadas, sino

    como institucin, en definitiva no tena tanta

    diferencia con algunos clubes de los mayores.

    As pasbamos las tardes, esperando el evento.

    Cada vez mas ramas, todo ordenado, y hasta

    estbamos preparando un mueco para

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    quemar en la punta de la fogata. La hoguera no

    iba a ser en ese mismo lugar, sino exactamente

    frente a la escuelita. Por algn motivo no

    dicho, ese lugar con sus idas y venidas

    institucionales se haba convertido en una

    especie de cabildo barrial.

    Claro que todo tena su justificacin: era el

    lugar donde los vecinos se encontraban por

    cualquier motivo. Con la excusa de la

    verdulera, salan a ponerse al da con la

    informacin. Ah nos enteramos de las primeras

    escaramuzas de los milicos, cuando estos

    salieron de los cuarteles y dejaron excluida a la

    gente de sus ocurrencias. Era solo un juego de

    milicos. En esa ocasin los vecinos salieron a

    compartir informacin. Estaban seguros y

    saban que all afuera, en el espacio de todos

    habra gente, crecan como plantas silvestres.

    Todo mi paisaje era ocre por aquel entonces.

    Las calles de tierra, hasta acercarse al ro y de

    barro casi siempre cerca de la costa, que se

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    conservaba verde. Unas huellas profundas y

    paralelas, indicaban la casi nica direccin

    posible y bordeaban las casas como un trabajo

    de costura de las abuelas. Esta mantilla

    geogrfica se coronaba con su borde azul,

    aunque morado por esos das.

    Por esas trochas y casi sin torcerlas, cada

    maana y casi entrada la noche al volver,

    recorran los hombres y algunas mujeres su

    destino al trabajo. Ese era el mundo de los

    adultos, parece que la plata que deban juntar,

    lo justificaba todo. Entonces, nosotros

    amasbamos nuestro mundo, que no tena

    bordes largos ni anchos, pero que lo queramos

    armar y cuidar nosotros. Solo en la noche de la

    fogata, los planetas se encontraban, adultos y

    chicos se mostraban juntos pblicamente.

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    CAPITULO 2

    ARDE LOS CARDOS

    La gran noche haba llegado. Todo el barrio se

    ocup de la preparacin del evento, era casi lo

    nico que los una. Pareca como si contemplar

    el gran fuego, exorcizara los deseos ocultos de

    resentimientos, miedos o dudas sobre el futuro.

    Entonces se dispuso la ceremonia.

    Por supuesto haba un grupo encargado. Aqu

    s, deberan intervenir algunos mayores, en

    realidad eran jvenes pero tenan autoridad.

    Claro que como para todo aquello deban

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    manejarse instrumentos para manipular fuego,

    los chicos no deban intervenir.

    All se formaba una larga fila, formando una

    custodia y un sendero que iba desde la esquina

    y hasta pasos antes de la montaa de ramas.

    Arriba y coronando el monte de espinas verdes,

    estaba Gabriel el ngel desconocido, un

    mueco del que todos haban hablado. Lo

    vieron nacer, algunos incluso colaboraron con

    sus vestidos. Lo haban cuidado desde su

    nacimiento y casi dira que se encariaron, ya

    que tuvieron que albergarlo unos das hasta su

    destino final, el cadalso.

    Estaba en su trono, casi cumpliendo su rol con

    cierta displicencia de mueco destinado a

    sacrificarse por todos. Quizs el atuendo, o la

    postura o la imaginacin de los vecinos que

    ponan en l ms personalidad de la que

    corresponda, hacia que se asemejara a alguien

    conocido, o recordado, aunque nadie se atreva

    a mencionar quin. Aquella historia de pueblo,

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    produjo vctimas y en los resentimientos de

    hallaban.

    -Y pap, donde est? Nunca lo encontraba en

    casa, o porque era muy temprano o porque ya

    no era hora.

    -No lo s, y menos desde hace un tiempo ella

    tampoco era de darme mucha informacin

    sobre estas cuestiones caseras.

    Ella soaba con pintar, hacer obras de arte,

    pero nunca encontraba el tiempo. Eran tan

    diferentes que nadie hubiera dicho que cuando

    se conocieron, compartiran un proyecto en

    comn. Claro que esto dur poco y las

    circunstancias no ayudaron. La crisis

    econmica, la situacin poltica, los milicos:

    todo se puso en contra. Venir a este pueblo fue

    una salida de emergencia. Ante una crisis

    parece que la primera actitud es escapar, luego

    adaptarse y pensar que eso, la nueva vida era lo

    mejor que nos poda haber pasado.

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    Nos adaptamos rpidamente. Luego de la

    adaptacin viene la etapa de la hipocresa,

    aquella donde nos convencemos, casi como que

    era nuestro destino y nos confundimos al

    decir: es lo que me toco y me la aguanto o

    pensar con conviccin: no me poda pasar

    nada mejor, era el destino. Todo esto fue antes

    de la invasin extraterrestre de los milicos,

    incluso antes del aterrizaje en tierras de nadie

    de aquellos tanques y maquinas ruidosas en

    nuestro valle de lgrimas. Una estrafalaria

    maquina pretenda hacernos creer que extraera

    riquezas al suelo y que todo sera para bien y

    as perforo y castigo el suelo por das. Para bien

    nuestro y de quienes sigan, decan, aunque en

    realidad todos sospechaban que no daba para

    que por all disfrutaran muchas generaciones.

    Recuerdo aquel domingo en que jugbamos la

    final contra los chicos de la barranca. Sin que

    nadie lo imaginara -aunque despus alguien

    coment que por la radio haban repetido cosas

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    raras e importantes-, ni tampoco lo pensara

    como algo razonable y de este planeta, vimos

    aparecer en el horizonte del barrio, unos

    tanques de guerra. No los conocamos, excepto

    entre nuestras tropas de juguete, pero ah

    estaban y sin duda parecan naves de otro

    planeta.

    Dejamos de jugar; corrimos a mirarlos y a

    tocarlos cuando se detuvieron. No era lgico,

    andar subindose a aquellas maquinas de

    guerra. Los que iban adentro estaban serios y

    gritaban.

    Nunca supimos si jugaban o hacan algo en

    serio, me parece que ellos tampoco lo supieron.

    El asunto es que rompieron todo: calles,

    terrenos y hasta algunas cosas que los vecinos

    con mucho cuidado haban preparado para

    adornar el barrio.

    Aquello paso rpido y mejor olvidarlo, pero las

    roturas siguieron. Saltbamos de juegos a

    cuestiones polticas, porque los milicos

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    llamaban as a sus juegos. Nos dejaron el barrio

    destruido y nadie nunca explic por qu. Era

    comn destruir todo por aquella poca, sin

    explicar razones.

    Puede ser que despus de la gran explosin

    quedara la duda en todos sobre lo salubre y

    digno que era extraerle cosas a la madre-

    tierra. Por otra parte, la cantidad de tambores

    qumicos que llegaron en aquellos tiempos al

    final de los das tiles, nos hizo sospechar

    ms an del inevitable final.

    El asunto es que nosotros habamos encontrado

    una ntima relacin entre las crisis polticas y

    econmicas, y la disgregacin familiar; que no

    necesitbamos mucha intuicin para darnos

    cuenta, se aproximaba.

    Aquello, lo de la fogata, fue cinematogrfico.

    La noche de la gran fiesta estaba empezando.

    Desde el fondo de la calle, apareci casi como

    un fantasma heroico imitando al Mo Cid,

    cabalgando picamente, cuando en realidad

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    solo era la corrida al trote, de un loco vecino y

    con escandalosos ademanes. l mismo se debi

    de imaginar que era un hroe de las historietas

    mexicanas que nos llegaban a los quioscos.

    Cmo hubieran disfrutado esos dibujantes, si

    hubieran podido captar aquellos movimientos,

    luces y sombras en medio de la noche

    convirtindolos en dramticos trazos negros y

    blancos.

    A todo esto haba que agregar para completar la

    pintura, las llamaradas y luces que produca

    ese fuego. As lleg hasta el borde de las ramas

    y sin pensar, casi como sabiendo que en un

    solo acto se jugaba la batalla final, con decisin

    lanzaba la antorcha que despus de esforzados

    ensayos acertaba a ubicar sobre las faldas

    mismas de Gabriel, sentado y esperando con

    resignacin.

    Aprend de golpe la magia del fuego frente a la

    gente. El mundo se par por un momento, nada

    de lo individual ni de lo privado tenia sentido,

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    era solo un grupo frente a los temores

    ancestrales del fuego; esto era lo contenido

    dentro de aquella ceremonia. Nada se

    cuestionaba, era slo ponerse a disposicin de

    lo mgico. Los cuerpos en las sombras, los

    rostros iluminados, concentrados, el momento

    era solo de contemplacin.

    El frente de la escuelita observaba el

    escenario, como si fuera un protagonista ms.

    All estallaba su digna estatura histrica.

    Recuperaba frente a esa casual vivilia nocturna,

    el sentido original de su creacin, su valor

    arquitectnico. Columnas, cornisas, grgolas:

    todas recrearon con las luces y sombras y los

    beneficios del contraste, una dramtica

    presencia. Frente a ese mundo, distante y

    cercano a lo que todos los das vivamos,

    seguamos el rito.

    La ceremonia tena dos partes, cada una tan

    valiosa y diferente.

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    El ataque y comienzo del fuego, donde solo

    habra una antorcha acertada y luego la

    contemplacin. La segunda parte y dedicada a

    los vecinos era el disfrute de la consumicin del

    fuego, el desarrollo de la quemazn; y entonces

    con toda la gente paseando y en diferentes

    actitudes aquello continuaba por varias horas.

    Primero esperar que las llamas amenguaran,

    proceso rpido y donde no haba mucho por

    hacer. En esa parte de la ceremonia, se hacan

    necesarias las ancdotas acerca de los hechos y

    leyendas, propias y ajenas. El momento

    llamaba a la memoria de los presentes, a

    recordar hechos ampliados del pasado. La

    exageracin era una virtud heredada de los

    andaluces, los escoceses y bien adaptada a

    nuestras necesidades. Todo el mundo saba

    esto, pero a nadie le interesaba destruir su

    existencia, en realidad la buscbamos. Quizs

    hubiera sido diferente sin estas exageraciones.

    No se exiga nada a quienes quisieran hablar,

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    pero en cambio se les rogaba por un principio

    no dicho, que no dejaran de inventar; se

    valoraba la ficcin como parte del evento.

    -Alcanzme esas papas Ramoncito?empezaba

    la segunda noche, nos reunimos alrededor de

    una miniatura de fogata.

    -Traje un poco de carne Cholo.

    -Dale, pongmosla. Tenemos para rato.

    Chiche y el polaco tambin se arrimaron, y al

    rato unos muchachos ms grandes que los

    veamos de lejos. Estas oportunidades dan para

    reunir generaciones diferentes, aunque estos

    muchachos no eran para confiarles cosas de

    nuestro grupo. Al fin y al cabo, cada generacin

    trataba de diferenciarse y eso no era tan bueno.

    Los muchachos pusieron la pava para el mate y

    como estaban en un costado, casi no

    molestaban a las papas y cebollas que

    habamos puesto. Preferimos ignorar la cosa y

    juntarnos.

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    -Qu sabes negro del piquete de maana? el

    menor interrog al mayor, casi como deseando

    que los chicos escuchramos sus noticias.

    -Tranquilo tano, creo que nos pasaran a

    buscar en camin, a todos juntos.

    -Se pudre todo no?

    -No s si ya, pero que no da para ms: eso es

    cierto.

    Los conflictos de mayores se complicaban,

    cuando llegaban a los piquetes era que ya se

    cortaba el dilogo. Los reclamos eran muchos y

    los medios para solucionarlos casi inexistentes.

    Al menos esto era lo que escuchbamos.

    Sabamos que nuestro mundo era diferente, el

    universo era ms chico, inmensamente chico al

    lado del de los adultos que cargaban con

    responsabilidades, pero esas responsabilidades

    haban provocado fracturas. Tenamos pocos

    problemas, pero casi la intencin para el futuro

    que ninguno de estos problemas que nos

    mostraban, nos llevara a desunirnos.

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    Las dos grandes ventanas del frente de la

    escuela se iluminaron con una de las ltimas

    llamaradas. Solas en el centro de la fachada

    parecan dos ojos, con sus alfizares pegados

    como si fueran cejas, nos miraban y con una

    guiada de complicidad. Prefera creer que se

    esperaba algo especial de nuestra generacin y

    que ella lo saba.

    Los edificios eran lo permanente, estaban ah

    desde los abuelos de nuestros abuelos. Sin

    ninguna duda se plantaron a custodiar el

    futuro y nosotros lo ramos. Lo inerme, el

    patrimonio mostraba su presencia; estaban

    escritas en sus paredes como en capas de

    cebolla, el paso del tiempo y sus acciones.

    En las capas de un rbol, se podan leer sus

    alteraciones y momentos vividos a lo largo de

    sus vidas, cada da me convenca ms de que

    con los edificios pasaba lo mismo.

    Si sabemos mirar lo descubriremos.

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    Esa escuelita alberg infinidad de momentos

    del barrio. Diurnos y nocturnos, alegres y

    tristes y todos llevaban su huella. Recuerdo la

    gran inundacin del sesenta y siete. Cuando

    miro la diferencia de color, aquel borde oscuro

    cerca del zcalo. Tambin los estragos de las

    cornisas rotas, cuando en un momento de

    bonanza pasajera, vinieron atropelladamente a

    instalar equipos electrnicos de importacin, en

    un gran baile en la calle. Como poda imaginar

    cualquiera, aquellas instalaciones y artefactos

    se cayeron en muy poco tiempo.

    -Qu te parece tano? Nos quedaremos sin

    laburo? la ocasin del evento de la fogata,

    estaba funcionando una vez ms, como atrio

    del cabildo. Los adultos intrigaban y algn

    motivo tenan.

    -No s qu pasar, pero me parece que este

    pueblo se evapora. Qu te parece? Lo

    imaginas? Poco a poco o de golpe, las casas, la

    gente, estas calles, nada, nada por ningn lado.

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    -Cmo decs eso? Qu haremos? Ac vinimos

    a quedarnos, cmo que desaparece?

    -No seas gracioso. Para nosotros ser todo eso,

    para ellos es un lugar ms en la tierra. Algunos

    de los directivos ni saben bien en qu pas

    estn, ni se preocupan en averiguarlo.

    No los viste? -sonro socarronamente sin

    mirarlo-. Se mantienen encerrados, ese es su

    mundo, reconstruyen su pas adentro de su

    casa y no quieren saber nada con los de afuera.

    -Bueno tano, si es por eso, tambin nos lo

    contagiaron. Nada de lo que hago se parece a lo

    que hacia cuando era chico, no se parece en

    nada a mi barrio de la infancia.

    -Estamos ac por el progreso era el to del

    chiche y ahora entenda el parentesco-,

    sabamos que nos tenamos que sacrificar un

    poco, unos aos, para llegar a tener una vejez

    tranquila.

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    sustancias con las que despiertan algunos

    sensores en las plantas, que les indican si estn

    en el lugar y momento adecuados para florecer,

    o sino esperar a una ocasin mas propicia.

    En cambio, nunca supo explicarnos los

    cambios de colores, del azul al morado. Aunque

    en realidad tampoco entendimos con claridad,

    si no supo o no quiso decirnos.

    La noche se extendi hasta horas impensadas.

    ramos demasiado chicos para tan avanzada

    noche, pero se vea que el hecho de compartir el

    acontecimiento con el barrio, nos daba cierta

    impunidad para manejar los horarios. Era un

    tiempo en el que hasta fumar para los chicos

    era casi imposible, a nadie se le ocurrira, pero

    para eso exista la zarzaparrilla, o algo parecido.

    Unas ramitas con un conducto interno, nos

    daba la estructura necesaria para poner en

    funcionamiento, algo semejante a un cigarrillo.

    Aquello era lo ms cercano a una convencin

    entre adultos.

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    La pausa entre pitada y pitada se pareca

    bastante a una conferencia entre grandes, esas

    pausas generaban un pensamiento maduro.

    Rara vez los chicos nos preguntbamos sobre lo

    nuestro, nuestras cosas. En realidad tenamos

    un filtro interno que nos hacia tener una cierta

    prudencia.

    El peso de los adultos sobre nuestras cabezas

    se haca sentir y bien a fondo. Siempre

    deslizaban alguna crtica sobre nuestros amigos

    y esas crticas destacaban discretamente o no

    tanto, algn juicio de valor, claro que este juicio

    no nos importaba, pero conseguan alguno de

    sus objetivos.

    Creo que la coraza que se creaba en nuestras

    almas frente a estos comentarios, tenan que

    ver con la percepcin acerca de que todo lo que

    dijeran los adultos conduca a diferenciarnos

    entre nosotros y era lo que no queramos.

    -Qu te imaginas que vas a ser cuando seas

    grande, Ramoncito? todo estaba ms

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    tranquilo. Algunos grupos charlaban o

    fumaban, cada uno en la suya pero

    manteniendo pequeos fuegos, en los cuales se

    entretejan, secretas conversaciones.

    -No s Cholo. Grande?! A qu edad uno es

    grande? siempre deba recordarme que

    Ramoncito no avanzaba sino preguntaba, todo

    por esa inseguridad. Esto se haba hecho un

    hbito, donde yo era el ms beneficiado,

    aunque no me gustaba el sistema. El hecho de

    tener a mi lado una permanencia constante que

    requiere afirmaciones, muletas, reforzaba mi

    ego y me ayudaba a afirmarme, incluso a

    investigar o responder con firmeza, aunque no

    estuviera tan seguro de las cosas.

    Lo nico que me peda a la hora de hacer

    pblica sus preguntas y dudas, era una

    confidencia que me hizo secretamente. Me pidi

    que no le dijera a nadie las cosas que me

    preguntaba, o dicho de otra manera, que no

    hiciera publico su estado de duda e

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    inseguridad. En un principio no supe qu

    hacer, me pareca que incentivar su secreto, le

    complicara aun ms su salida de las

    inseguridades, pero un pedido de un amigo era

    determinante y as lo hara.

    -Ponele a los cuarenta. Supongamos que a los

    cuarenta ya sos grande, o sea tens hijos y

    ests establecido. Me parece que a los dieciocho

    me van a dar ganas de ir a ver otros lugares,

    ac No s, Ser que cada vez es ms difcil

    que algo te ate al lugar? Qu es lo que les

    gusta a todos y por eso lo buscan en otro lado?

    -Yo voy a ser contador y tener una empresa

    propia Chiche si la tenia clara, copiaba

    modelos con toda rapidez. Qu pasara cuando

    se preguntara si l haba elegido eso?

    -No s qu quisiera ser, me parece que tendra

    que hablar un poco de todo eso con mi padre o

    mi madre, qu se yo? No s en que momento

    tendra que decidirlo. a la hora de estas

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    afirmaciones vocacionales yo tampoco estaba

    tan seguro.

    La noche se estiraba y cada tanto, pequeos

    fogonazos hacan revivir la confianza sobre un

    fuego que nos convocaba. All estaban todos,

    aunque en el aire se volva a respirar un aroma

    de despedida.

    Cada tanto, era una maravilla ver cmo los

    fogonazos en las inestables brasas, disparaban

    petardos de colores: rojos, azules y violceos.

    Eran un imn para acercarse. Preguntbamos

    si alguien haba tirado algo raro, para provocar

    semejante arcoiris de colores, pero nadie

    confesaba, si hubiera algo para confesar.

    Quizs entre tanto aporte y tanta generosa

    contribucin popular, tiraron algo especial.

    Tambin advertimos que algunas viejas

    hablaban mas tarde, como ocultndose del

    grupo, como si la confidencia las implicaran:

    A no ser por ese manojo de cardos secos, que

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    hoy a la tarde arrimamos a la fogata...?, sin

    dudas eso aclaraba todo. As se apag la noche.

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    CAPITULO 3

    LA ABUE

    -Hola abuela buen da -rara vez nos

    encontrbamos a esta hora con la abuela, eran

    las seis. Haba llegado tarde de la noche de las

    fogatas y no haba podido casi dormir.

    -Buen da Cholito, dormiste bien? La abue

    era espaola y con escasa instruccin. En

    Sevilla todo haba sido duro, la promesa fue

    Amrica, pero apenas despegaban del suelo.

    Chiquitos, descalzos, de rodillas peladas y la

    depresin los seguira acompaando. La

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    situacin no estaba para opinar. Pese a todo,

    pareca que el futuro iba a ser bueno, decan.

    All en Amrica, todo ser mejor que el pasado.

    Todava sus descendientes, estbamos por

    verlo.

    Como en el caso de Ramoncito, me haba

    convertido en una especie de tutor que tapaba

    sus carencias, pero lo ms importante era que

    esos vacos estaban cubiertos con una porcin

    de cario, capaz de disimularlas frente al resto

    de la gente.

    Ella no saba leer ni escribir de modo que yo le

    contaba las noticias, les agregaba un poco de

    ficcin, despus de todo a los inmigrantes les

    fascinaba el teatro. A veces, alguna cuestin

    domestica les interesaba mucho, segn las

    fotos con que se la acompaaba: una torta, un

    tejido, una de esas cosas mgicas para la

    mujer moderna. Me las ingeniaba como poda,

    para tomar recetas, para que las recordara o

    programas radiales sobre artistas de moda.

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    [ Cardos morados Oscar Gagliano ]

    Esto ltimo me avergonzaba de tal manera, que

    entonces era yo el que deba pedir secreto

    absoluto, sobre la tarea realizada. De aquello si

    que nadie se debera enterar.

    Estas pequeas complicidades en el universo de

    los chicos, adems los secretos cruzados con

    los viejos, creaban un espacio peculiar bien

    diferenciado de los adultos en edad de producir

    econmicamente. Padres y madres, jvenes que

    empezaban a trabajar, todos ellos ya entraban

    como decan: al sistema, lo cual

    aparentemente era un mundo donde existan

    tal cantidad de secretos y transas, que era

    imposible entenderlas. En realidad estaban

    llenos de ingenuidades, porque ms tarde

    pudimos entender que vivan un mundo de

    fantasa, que las decisiones sobre el poder y el

    dinero no las tomaban ellos, ni siquiera las

    conocan. Sin embargo, a nosotros pretendan

    convencernos de que estaban muy seguros,

    sabiendo donde iban. Cuando despertaban a la

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    [ Cardos morados Oscar Gagliano ]

    realidad eran momentos en que se sintieron

    chicos, pero chicos engaados y maltratados.

    Pareca que cuando los mayores entraban al

    mundo productivo, sin darse cuenta

    recomenzaban la infancia. Entonces todo el

    mundo de los negocios les era vido de

    aprender, todo era arrojo y creacin. Competan

    y vean ante sus ojos como se generaba su

    nuevo juego. El juego estaba astutamente

    preparado.

    Desde la niez que no los entusiasmaba tanto

    jugar de ese modo. Haba una dramtica

    diferencia, estaba en juego sus propias vidas,

    su tiempo y sus frustraciones, en resumen: su

    padecimiento que seguramente en juegos tan

    violentos como en este pueblo, apareca, tarde o

    temprano.

    -Cholito, tens un poco de tiempo? La abue

    rara vez me peda algo tan temprano, pero ah

    estbamos -, Quiero pedirte algo.

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    Fue hasta la alacena, en un lugar al alcance de

    todos, pero era sabido que para esas cosas de

    su despensa solo ella revolva a gusto. Entre

    unos tarros de caf y t, como al fondo apareci

    un cuaderno. Un viejo cuaderno mo que yo

    casi haba descartado, solo de vez en cuando y

    para algunos dibujos, supe desplegar. Era

    grande y de tapas duras, el aspecto era el de un

    respetable cuaderno de escribana. Seguro que

    para ella encerrara una imagen de cosa muy

    formal. Adems, cuando uno no est muy

    seguro del contenido de lo que quiere expresar,

    tena la sensacin que depositndolo en un

    soporte rgido, se haca ms permanente y

    seguro. Al abrirlo y presentrmelo, creo que

    debi tener la misma sensacin que un escriba

    del renacimiento al repasar sus pstumos

    escritos.

    -Mira, esto es lo que quiero all, sin dudas y

    con un trazo que no era el suyo, bailaban

    distintos dibujos de una firma.

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    -De qu se trata abue? Qu es esto?

    -No lo conoces? Una firma, bah! Son varias

    firmas. Tu to Miguel me las hizo a la pasada.

    -Para qu te las hizo?

    -Bueno, como vos sabes, cuando cobro la

    jubilacin tengo que poner el dedo, la huella

    digital o lo que es peor, a veces el empleado

    firma por m. No te parece una vergenza?

    Siempre me dio calor, pero ya me parece

    mucho, tengo miedo por esas cosas que

    escuche, de cmo engaan a los viejos. Quiero

    que me ensees a firmar.

    -Mira vos? Y empezaramos ahora con esto?

    -Por qu no? Si guardamos el secreto los

    secretos en este pueblo ya eran cosa

    complicada, separaban los universos. Era una

    gran sombra de bochorno, entre unos y otros.

    Todos teman que se enteren de sus falencias,

    porque una debilidad significaba una grieta por

    donde se colaba la discriminacin.

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    As empezaron nuestras sesiones, a cambio de

    un silencio en comn. En cierto modo para m

    tambin aquello gener un comienzo de camino

    sin quererlo. Saber qu se senta, siendo tan

    chico, al tener la responsabilidad de guiar a

    alguien, implicaba paciencia y compromiso,

    porque la seguira viendo todos los das y

    debera verificar sus adelantos.

    Mientras trabajbamos entre mate y mate,

    frente a aquel cuaderno, veamos pasar por

    delante de nuestra ventana una gruesa

    columna de obreros.

    -Qu pasa abue, dnde va la gente?

    -A nada bueno me parece.

    -Pero abue, en todos lados la gente est

    siempre enojada?

    -Esto es como una coliflor.

    -Lo decs porque huele mal?

    -No te hagas el gracioso Cholito.

    Entonces fue hasta la alacena, busc en el

    cajn de las verduras, apartando unos cardos

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    tom una planta de coliflor, hermosa y entera,

    pareca que buscaba un ejemplo ideal.

    Limpio la mesa y puso un mantel blanco.

    Entonces dispuso la planta de coliflor sobre el

    mantel, extendindola como un abanico abierto.

    Luego corto una rama de una esquina de la

    misma planta. Uso la misma tcnica y la abri

    como lo haba hecho con la planta grande,

    colocndola al lado de la otra.

    -Qu ves Cholito?

    -No s? A ver? Se parecen. Una grande y otra

    chiquita, como si fueran el padre y el hijo o algo

    as, est bien?

    -Est bien, eso mismo era lo que te quera

    explicar. La planta crece, se hace grande y cada

    parte por ms chiquita que sea, es igual a la

    mayor, exactamente igual.

    -Que me decs con eso?

    -Lo que pasa ac, en la esquina, entre diez o

    veinte personas, es lo que pasa en la ciudad y

    en los pases. Las cosas no se repiten por

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    casualidad, ni por contagio, sino por qu todas

    las cosas suelen tener la misma raz y por lo

    tanto, crecen igual. Lo que ves ac en

    chiquito... Bueno sigo o entendiste? Adems,

    es medio tonto cuando la gente cree que tiene

    que empezar todo de vuelta, con cada persona

    que se hace grande, que piensa en su futuro.

    Recuerdo en Espaa estbamos mal, pero haba

    algo que se mantena las ganas de hacer lo

    mismo que tus padres y tus abuelos. Nadie

    tena la loca idea de imaginarse haciendo algo

    distinto. Es cierto, a lo mejor la guerra y la

    pobreza, te habituaba a juntarte, no pensar en

    volar ni hacer castillos en el aire.

    Sal a dar una vuelta, despus de que los

    revoltosos se haban ido. Todo estaba tranquilo,

    en silencio. Era temprano, todava haba luz, o

    sea, que no me llamaran de casa para volver

    tan pronto. Camine hasta la costa del ro a

    visitar los cardos. Desde all poda ver la

    empresa, grandes galpones plateados, grises y

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    negros. Al otro lado del pueblo estaban las

    casas la mayora de chapa, pintadas de varios

    colores. Eran as por los ferrocarriles, en esa

    poca los trenes hicieron posible que se

    hicieran nuestras casas. El secreto tambin era

    que reciban un descuento en los impuestos si

    utilizaban cierta pintura. Pero en general fue la

    misma gente que las hizo y cre sus modelos y

    estilos.

    El aire soplaba y se escuchaba, haba silencio

    en las casas. Extraamente ese silencio se

    escuchaba como metales, si prestabas atencin.

    Volv a casa. La calle se nos propona como una

    parte de la casa, a veces para divertirnos y

    juntarnos y otras para pensar, como si fuera un

    gran cuarto en el que encontrbamos la

    soledad.

    Cada vez que me sentaba en aquella cocina,

    observaba los estantes. La preocupacin de

    aquella mujer para que los objetos estuvieran

    ordenados. Cada mercadera en su tarro ms

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    apropiado. Su forma de identificarlo, aun en su

    analfabetismo, se las ingeniaba para buscar un

    orden con sus cdigos para archivarlos.

    La simetra era algo que la preocupaba. Cmo

    intentar tanta simetra, con todo lo que te invita

    a quebrarla a su alrededor? A lo mejor, todos

    aquellos cuidados eran una forma de buscar el

    orden, en un mundo que no lo tena. Aquel

    haba sido su mundo: pobreza, miseria y la

    lucha por mantener unida la familia, con todo

    lo que ello costaba. En este pueblo y en nuestro

    barrio, las cosas eran diferentes: mucho por

    hacer, pero cada uno pensando su mundo y la

    familia dispersa.

    Tal vez, buscando una forma de evitar esa

    dispersin, en su propio universo en aquella

    cocina, todo estaba ordenado, responda a

    alguna razn de funcionamiento que solo ella

    entenda. Era uno de los pocos lugares en los

    que a nadie interesaba inmiscuirse, a su modo

    haba conseguido su lugar en el mundo,

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    creando su propio universo. Tena la seguridad

    que ah nadie la desplazara. En aquel lugar,

    propona sus propias reglas y hasta deban

    consultarla si queran algo, porque solo ella

    haba conseguido crear un catlogo que no

    cualquiera tenia acceso a descifrar.

    De a poco y negociando favores, pude ir

    conociendo parte de sus normas de

    funcionamiento.

    Entre todos los objetos que adornaban su

    cocina, haba uno en especial que siendo suyo,

    ya me lo haba apropiado, al menos ese era mi

    deseo. Me haba jurado a m mismo que

    vigilara con cuidado a ese viejo reloj, para

    protegerlo, que nadie lo tocara hasta que lo

    heredara. Era de la abuela y ella lo cuidaba con

    mucho esmero.

    Casi todos los das lo lustraba, lo tomaba con

    cuidado y mucho cario, lo miraba y volva a

    dejar en una especie de pequeo altar que

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    haba formado en un estante, entre dos tarros

    de harina, como dndole un prestigioso marco.

    Lo ms curioso de aquel reloj de bolsillo era que

    no funcionaba. Desde que el abuelo haba

    muerto, su viejo como deca ella, el reloj no

    funciono ms.

    En parte por desconocer cmo hacer para

    hacerlo funcionar y otro poco por respetuoso

    ritual, as haba quedado. Pese a poder ponerlo

    en marcha si hubiera querido, o tal vez si ella

    me lo hubiera pedido, no lo hice. No lo hicimos.

    Dejar aquel reloj congelado en el tiempo, se

    convirti en una metfora a la hora de retener

    escenas del pasado.

    Mi abuela y yo, de vez en cuando lo mirbamos

    y mentalmente repasbamos las viejas charlas,

    con nuestros pensamientos.

    Marcaban las ocho, y de acuerdo con los

    recuerdos de la historia familiar y de aquel da,

    cuando el viejo se fue, las ocho eran de la

    noche, temprano para irse a dormir.

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    Sin darme cuenta, as caminando ya haba

    pasado un tiempo desde aquella charla con la

    abuela, algunas cosas haban cambiado mucho

    y otras estaban igual.

    Lo que estaba igual, eran las casas, la escuelita

    y el ro.

    Lo que no era nada parecido, era la forma en

    que haban cambiado las cosas entre nosotros.

    Mis padres ya no estaban, se haban ido muy

    lejos despus de la separacin. Mi abue se

    haba quedado conmigo, o yo con ella. A esta

    altura no saba quin dependa de quien.

    Irse fue inevitable, la fuerza y la tentacin de lo

    deseado, encubierto por la fuerza prepotente del

    destino, era una muy bien pensada excusa. Era

    un pretexto que casi hablaba por s mismo. Se

    hacia muy fcil entonces, dar vuelta la cara a

    rostros inquisidores, el destino lo haba

    querido as.

    Los chicos haban crecido y algunos empezaron

    su camino. Los cardos ya eran morados.

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    Intensa y decididamente morados. Tanto

    cambiaron que no los reconocimos, hubiramos

    dicho que eran otros cardos.

    Entonces record aquella explicacin, acerca de

    que ellos tenan sensores para decidir cundo y

    cmo florecer.

    El pueblo pensado como ser vivo, haba dejado

    de florecer y estaba deshojado. Los pocos que

    quedaban caminaban como zombis, de un

    lado a otro. La tierra no era frtil, pareca que

    no era lugar apropiado para crecer.

    Todos caminaban hacia ningn lugar y los que

    seguan andando, eran chicos o muy mayores,

    esa era la conformacin de mi barrio. Nos

    quedamos a vivir, con lo poco que nos haban

    dejado los buenos aos, pero no se senta ni un

    golpe en los talleres, nada de movimiento en

    camiones, ni siquiera bicicletas. Tampoco

    echaban humo las chimeneas. Algunos decan

    que mirramos a los cardos. Hacia algn

    tiempo que la abue, no los usaba ni para

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    alimento de gallina. Me acorde del coliflor que

    me mostr y pens, que haba olvidado

    preguntarle; qu pasaba si por algn lado, en

    un rincn la planta de pudra, se cortaba, o no

    creca en ese lugar. Apur los pasos, quera

    verla.

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    CAPITULO 4

    Descubriendo galpones.

    Algunos aos atrs, mis padres haban decidido

    salir a buscar en el mundo lo que en Los

    cardos no se les daba. Por entonces era bien

    visto que no pertenecer a algo, no quedarse,

    era lo usual era seguir la corriente de lo que

    se estilaba afuera. No estaba de moda sentirse

    con excesivo amor al suelo, o tener identidad.

    Tena un poco nublado el momento de las

    despedidas, tal vez por la bronca que me daban.

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    No tanto por el abandono, o la inevitable

    destruccin de la familia, sino por la disolucin

    del barrio, de lo que habamos caminado en ese

    lugar todos juntos.

    Cada vecino pasaba en aquellos momentos por

    mi mente. Vea las noches que habamos

    pasado juntos, arreglando el coche de alguien,

    sacando a otro del barro sin pensar quin era,

    ni cunto nos costara todo eso. Volvamos

    sucios y cansados, pero felices por sentirnos

    ms unidos. Sabamos que cuando lo

    necesitramos, estaramos juntos.

    Solo bastaba por las noches asomar la cabeza

    por la ventana para escuchar los movimientos y

    comentarios de cada vecino. Tal vez no eran

    ntidos los dilogos, no podramos sacar

    conclusiones, ni entender qu pasaba, pero

    conoceramos el tono, la tendencia y el clima

    que se viva. Sabamos que de haber una

    emergencia, saldramos a la calle, para ayudar

    a solucionarla.

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    Ser maestro era una forma de ejercer liderazgo,

    aunque no eran las estructuras todo lo

    tradicionales y acadmicas que deban serlo. En

    poco tiempo, y cuando apenas abandonaba la

    adolescencia, me convert en lder de un sector

    de mi barrio. A maestro llegu por necesidad,

    en cambio lo de ser lder surgi con el tiempo,

    ni fui yo el que lo decidi, mas bien lo adjudico

    a un llamado. Alguna vez sabr si oportuno.

    -Buenos das chicos, cmo se levantaron hoy?

    mi sala de escuela era un viejo galpn de una

    fbrica abandonada y un corrodo pedazo de

    riel, como campana reciclada.

    -Buen da Cholo, cmo estas? en

    desordenado coro, como se esperaba de ese

    grupo.

    -Tenemos ganas de trabajar hoy?, qu

    haremos?

    -Maestro, por qu no hacemos una redaccin?

    -la voz de Blanca siempre se adelantaba. Ella y

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    su hermana Mnica, eran una especie de

    custodias del grupo.

    -Una redaccin, sobre qu les gustara

    trabajar?

    -Por qu no hablamos de los fantasmas seor?

    -Por qu ese tema? Qu estuvieron leyendo

    por ah?

    -Los fantasmas dan miedo o risa? el ms

    chico de los hermanos Gmez se asustaba

    rpido, pero sabia disimular, sugiriendo que

    otros eran los miedosos.

    -Nosotros queremos escribir sobre los

    fantasmas, pero no hace falta hablar sobre los

    personajes de los cuentos, los fantasmas con

    sbanas.

    -A qu se refieren entonces?

    -Fantasmas pueden ser las cosas, que estaban

    y ya no estn aclaraba Mnica-, las que se

    supone que dejan sus espritus. Como algo que

    sabias que estaba all y ahora no la ves.

    Fsicamente digo.

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    -Me gusta, a ver explicte un poco ms.

    -En este pueblo por ejemplo, muchas cosas se

    pueden decir que dejaron sus espritus o almas,

    como le quieran llamar.

    -Entonces, qu piensan ustedes sobre esto de

    las almas?

    -Maestro? se escuch desde el fondo; era

    Ramiro.

    Ramiro era un chico grande; por su cuerpo

    podra considerarse un adulto, aunque por su

    madurez era uno ms de los chicos, que pareca

    se empeaban en no crecer. Como si el

    mantenerse en esa edad, congelados en el

    tiempo, los protega de enfrentar al mundo.

    -Qu pasa Ramiro? Contnos deba ir con

    cuidado, Ramiro era muy callado y una

    oportunidad como esta no era para

    desperdiciar.

    -Deca maestro Cholo -lentamente empez a

    hablar. En realidad imponindole misterio a la

    narracin, aunque dude acerca de qu ese

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    misterio fuera una dramatizacin. Lo que

    pasaba era que Ramiro senta sobre su frente,

    la plenitud de una marquesina encendida

    enfrentando a la clase. Luego bajara su cara,

    para no levantarla por un buen rato, y soportar

    as todo el peso de las miradas. Un poco con

    atraccin por lo que contaba, otro poco porque

    daba curiosidad una narracin de un

    compaero casi siempre callado.

    -Silencio! Habla Ramiro, nos interesa a todos.

    -Cuando terminan las clases, usted sabe, es de

    noche al volver a casa Ramiro vive junto con

    su abuelo en una de las ltimas casas del

    pueblo-. No tengo miedo, a pesar de que est

    muy oscuro. Pero hace unos das...

    -Qu pas? pareca que todos haban

    olvidado que la intencin del tema era, en

    principio, hablar de la ficcin, algo inventado.

    -S, que hace unos das, a medida que me

    acercaba a la vieja fabrica de tambores, no

    haba ms oscuridad.

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    -Algn farol olvidado que funcionaba? Cmo

    es eso? A esa altura de tu recorrido, por esas

    calles, no hay iluminacin, nunca se volvieron a

    colocar desde que se quemaron.

    -No maestro, no era luz del alumbrado pblico.

    -Entonces, qu era?

    -No s.

    -Ahora? No te vas a quedar en lo mejor? Nos

    vas a dejar asi?

    -Es que me van a tomar el pelo.

    -Nadie lo va a hacer. Adems mirles las caras,

    estn todos muy interesados, conseguiste

    darles algo para llamar su atencin.

    El trabajo de hoy tena sentido. Este era mi

    mejor logro, casi en el umbral de la juventud en

    el que me encontraba.

    -Entonces, fue as: era la noche del viernes, me

    acercaba tranquilo a casa. Terminaba la

    semana e imaginaba lo que iba a hacer el fin de

    semana. Estaba a unos doscientos metros de

    los galpones y empece a notar reflejos. Lo

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    primero que pens, era que una tormenta

    estaba cerca, los relmpagos iluminaban todo y

    no quera mojarme, no haba trado nada para

    cubrirme. Corr unos metros y vi algo, los

    reflejos eran luces que salan por los ventanales

    altos de los viejos galpones.

    -Fuego, viste fuego entonces.

    -Pareca fuego sin duda, como llamaradas. Esa

    era la forma de la luz de un fuego. Ms ntidas

    a medida que me acercaba. Tuve miedo, pero no

    poda detenerme. Pens que si despus alguien

    me preguntaba y no saba explicar lo que vi, eso

    no me gustara.

    -Eso pas este ltimo viernes? Qu les parece

    chicos? Hoy es viernes, si para sacarnos las

    dudas y acompaarlo a Ramiro, esta noche al

    salir de clases, el que quiera venir, vamos con l

    hasta su casa.

    Pronto terminamos las clases aquel da y

    escribieron bastante, sobre vidas extraas y

    fantasmas, pero la mayor inquietud estaba en

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    nuestra excursin. Sea por prolongar nuestra

    compaa, esta vida en grupo que se haba

    dado o sea por otro motivo, pero all estbamos,

    todos muy entusiasmados.

    El pueblo estaba muy abandonado, quedaban

    los edificios como nico testigo de que aquello,

    alguna vez fue un campamento de trabajo. Se

    vean las huellas de carromatos que seguan

    paralelas a la fila de casas. Todo el escenario

    era de un gris plomizo que nunca ms se

    quitara de aquellos frentes, como una ptina

    convertida en piel urbana. En su momento la

    percibamos agradable, quizs no por ser algo

    estticamente lindo, pero s porque su color que

    indicaba produccin, trabajo y eso era vida.

    Para nosotros no pasaba de ser el refugio de los

    mayores, que algn da ocuparamos. Sin

    embargo, pasado el tiempo, nunca lo ocupamos

    para saber lo que los mayores hacan.

    Quedaron all como estatuas, smbolos del

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    pasado, testigos para que decodificramos sus

    mensajes y quizs este intentaba decirnos algo.

    Caminbamos despacio, algunos pateaban

    piedras a su paso. Entrecruzaban pequeos

    juegos entre grupos, pero siempre

    acompaando al conjunto. All estaba yo, un

    precipitado adulto a mis diecisis aos. Un

    poco alto para mi edad, parte por ese motivo y

    por la resignacin de aceptar una autoridad,

    uno de los pocos, un poco ms grande de los

    que todava quedaban.

    -Maestro?

    -S, Sergio.

    -Cuando era ms chico y mi padre todava viva

    en casa, pensaba que algn da bamos a

    trabajar juntos, ah ve? mientras Sergio

    sealaba un viejo, pero completo galpn.

    El exterior de chapa pintada de rojo, aunque ya

    todo o casi todo, estaba cubriendo al manto rojo

    en otro manto, rojizo tambin, pero de

    herrumbre. El xido haba cubierto el frente.

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    ellos... hizo una pausa que advert cmo, si

    una pena lo atravesara.

    -S, cont, contale a todos- me pareci que

    alguno mas pudo sentir lo mismo, porque yo

    tambin lo sent y lo recuerdo muy bien.

    -Eso!, que no pense que la mayora de ellos,

    iban a buscar solos su futuro y lejos de

    nosotros.

    -Dnde estarn maestro? O que estarn

    haciendo? Habrn logrado lo que queran?

    -Nos dijeron que iban a llamarnos sentencio

    un enojado- Que cuando solucionaran el

    futuro, nos llevaran con ellos.

    Pensaba en silencio, para no atormentar ms

    sus propios pensamientos. Aquella generacin

    de gente haba luchado mucho en su juventud,

    consolidando una idea de un mundo en la que

    todo se resolviera, en nuestro lugar y entre

    todos. Coincido con los chicos, sonaba

    incomprensible ver a un grupo de abandonados

    menores tratando de armar un universo, que se

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    lo mostraron de otro modo y de un golpe, todo

    se transform. Para colmo ese cambio, era casi

    opuesto a lo que sus padres les haban dicho, al

    menos que iban a vivir una dispora antes de

    tiempo.

    Muchas de las maquinas y construcciones

    haban quedado clavadas en la tierra, queran

    recordarnos un abandono imprevisto en un

    estilo apocalptico, como si la precipitada

    desgracia de Pompeya hubiera pasado por estos

    campos. Sin un orden, sin pensar con

    antelacin que esto debi de ser abandonado a

    tiempo. Algo que era la prolongacin del

    hombre de aquellos tiempos y as era sentido,

    como parte de su cuerpo, as con esa urgencia y

    esa inexplicable dejadez histrica que no dejaba

    de sorprenderme.

    Todo era barro y piedras, sin ningn orden ni

    rastros de ciudadanos que demostraran

    cuidado por el lugar donde vivan y gozaban.

    Solo una hilera de cardos, morados algunos y

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    marchitos la mayora, atravesaban los muros.

    All se confundan las grietas que cada vez

    crecan como arrugas en el rostro de un

    anciano. Telaraas infinitas en esos trazos

    oscuros, haban conseguido aduearse aquellos

    cardos morados, para ayudar cuando podan a

    empujar y abrir los tajos. Era una nefasta

    sociedad, que se haba propuesto acelerar las

    ruinas.

    La noche era plena y la calle se estrechaba. El

    barrio era conocido y el camino varias veces

    recorrido por mi grupo, pero algo, la charla o la

    expectativa de los chicos, hizo que cambiara.

    Los juegos no siguieron, tal vez por la falta de

    iluminacin, pero lo mas seguro deba ser la

    necesidad de estrechar el grupo, apiarse como

    un cuerpo de temerosos corderitos, en selva

    desconocida. La falta de luz no era absoluta, los

    ojos de los chicos brillaban y los vea, como

    preguntndome desde el silencio de sus labios.

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    Mas all, poda distinguir el borde de la

    banquina de la bodega Torres, en su tiempo

    apiada de obreros que iban y venan. Un

    pasillo y su vereda, no muy anchos, pero que

    ocupaban todo el largo de aquellas barracas.

    Solamente unas pequeas ventanas al

    comenzar el recorrido de las oficinas tenan sus

    vidrios todos completos, sin embargo, se

    mantenan cerradas. Una persistente suciedad

    cubra y protega todo. La misma suciedad en

    los vidrios que en las chapas que tapaban todo

    el frente de aquel corrodo y solitario edificio.

    Vi aquel borde de banquina y ahora tambin

    vea el paredn.

    Las herramientas y carruajes abandonados

    enfrente, se comenzaban a dibujar en un claro

    oscuro elemental, recordando a las historietas

    de la infancia. Un blanco y negro recortaba el

    paisaje, o mejor dicho la escenografa en aquel

    viejo paredn, que ya se asuma como teln

    teatral.

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    Toda la especulacin, mi descripcin solo sirvi

    para demorar lo que intua. Aquel claro oscuro

    se debera, a algn reflejo producido enfrente.

    Fcil deduccin, recordando las proyecciones

    cinematogrficas, o de simples sombras

    chinescas.

    -Maestro, esas sombras son por las luces que

    estn enfrente? un alarmado viga lanz el

    alerta.

    La situacin entonces, era la siguiente: a

    nuestra derecha veamos un escenario de

    teatro, donde bailaban sombras de figuras,

    reconocibles, ya que nos retrotraan a los

    paisajes de trabajo agotador, aquel de los

    tiempos de la gran produccin. Las familiares

    formas, nos recordaban a gente y herramientas,

    que se movan y danzaban.

    Desde la izquierda, la realidad de figuras

    quietas nos explicaba que all estaban los

    objetos, los mismos que danzaban a derecha,

    pero ah estaban quietos.

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    Algo converta en dinmicas las mgicas piezas.

    Era la luz. Desde las pequeas ventanas del

    galpn de depsito de la vieja bodega,

    destellaba en naranja y amarillo, la fuente de

    luz que nos estremeca tanto. Nos acercamos de

    a poco y en fila indiasin saber por qu, dentro

    de una ilgica cautela. La razn deca que all

    no habra nada ni nadie desde hace varios

    aos, sin embargo una mezcla de curiosidad y

    miedo nos empujaba a descifrar la incgnita.

    Conservbamos una disciplinada formacin,

    donde ninguna cabeza superaba el borde

    inferior de las ventanas, entonces la curiosidad

    pudo ms. Se supona que el maestro era

    disciplinado, deba ser ejemplo, pero sea por

    sentimiento de proteccin a los ms dbiles o

    por curioso no superado, me detuve y asome

    con mucho cuidado mi vista.

    Un galpn inmenso, derruido, pero algo

    ordenado para los aos de abandono y saqueo,

    se presentaba a la vista.

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    La gran luz estaba sobredimensionada para

    nuestra visin. En parte por la imaginacin

    colectiva, que no dud en armar inmensos

    escenarios ante lo desconocido. Por otro lado, la

    misma realidad: un exterior oscuro y la bveda

    de la noche que todo lo envolva en su negra

    incertidumbre. Todo esto contrastado con una

    fuente mgica de luz en la noche que surga

    desde all, aumentaba la energa visual.

    Todas las ventanas de aquel galpn estaban

    iluminadas como en una gran fiesta, en cambio,

    la verdad es que desde adentro solo se vea una

    pequea fogata que comenzaba a arder,

    destellante pero bajo control. Al menos era

    producida por una serie de maderas, bien

    acomodadas, seal que no se trataba de un

    fuego espontneo. As, agitados y confundidos,

    estbamos apoyados en los bordes de las

    ventanas,en silencio y sin saber cmo actuar.

    Unas redondas y brillantes esferas brillaron

    entre las sombras alrededor del fuego, se nos

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    acercaban a gran velocidad. Se separaron, pero

    no dejaron de moverse. Se acercaron ms, se

    iluminaron, se definieron como dos bultos entre

    las penumbras.

    Las pequeas esferas brillantes eran un par de

    ojos y los bultos informes eran dos individuos,

    an no definidos como personas, con

    adjudicacin de sexo o personalidad.

    De pronto se adhirieron a los vidrios, nos

    sobresaltamos, tenamos sus caras frente a

    frente. Hicimos seas entre nosotros y ordene

    silencio, pero que no huyera nadie. Ni aquellos

    personajes ni nosotros quisimos tomar con

    excesivo dramatismo lo que suceda. A medida

    que nos reconocamos, nuestros cuerpos se

    tornaban confiables, nos remitan a seres con

    los cuales podramos entablar contacto y hasta

    ya los veamos como imgenes conocidas.

    Cuando los tena a menos de un metro sin

    vidrio de por medio, reconoc en sus rostros

    imgenes que volvieron desde mi infancia.

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    CAPITULO 5

    Fantasmas en transicin.

    Somos amigos. -De este modo intent

    apaciguar los nimos.

    -Cmo creerle? el ms joven habl.

    Aquellos dos personajes eran fantasmas en

    transicin hacia otra vida. Su aspecto de

    abandono, no eran algo de corto plazo,

    denunciaban un estado y modo de vida, algo ya

    incorporado a su personalidad. Desde haca

    mucho tiempo, estbamos acostumbrados a ver

    un perfil de habitante tpico en Los cardos.

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    Deban responder, segn nuestros cnones de

    vida, a muy jvenes, o nios, quizs con un velo

    de experiencia en sus rostros por asumir

    responsabilidades que no le eran propias para

    su edad, pero dar una imagen aniada al fin.

    Por otro lado, poda encontrarme con viejos,

    caras desgastadas por el tiempo, resignadas,

    pero apostando a una esperanza de vida, a una

    renovacin generacional, por ejemplo mi

    abuela. Eso se deba a una jugada que

    hacamos con el destino, desebamos la

    construccin de un puente entre las edades

    para que nada se perdiera. Sin embargo, estos

    personajes en su indefinida personalidad,

    transmitan energas propias de la generacin

    intermedia, aquella que haba decidido

    construir un mundo ajeno promisorio de

    excitantes nuevas experiencias; en deuda con

    nosotros pero convencidos que estaban en la

    construccin de algo trascendental que nunca

    vimos.

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    -Ustedes me resultan caras conocidas, puede

    ser? este comentario intentaba tranquilizar las

    almas, aunque en realidad en parte lo senta

    as. En especial sus miradas me resultaban

    cercanas en algn lugar de mi remota memoria.

    -Basta! Vyanse.

    -Tranquilos, mis compaeros no son ms que

    chicos, nadie les har dao.

    -Es cierto lo que decs, pero no queremos que

    nadie nos vea.

    -Cometieron algn delito? Estn escapando?

    -No hicimos nada, pero parece que no hay lugar

    para nosotros en este pueblo.

    -Callte, dejlo, no hables ms el mayor de los

    personajes, cubierto por una blanca y mal

    recortada barba, pareca cruzado por el

    resentimiento. Toda su actitud corporal

    demostraba expulsin, me recordaba lo que

    sucede con los imanes, cuando se enfrentan

    con el mismo polo y se rechazan. Ahora debera

    entender la razn por la que suceda esto.

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    [ Cardos morados Oscar Gagliano ]

    -Soy Adrin, el maestro. Soy... era el hijo de...

    -Sabemos de quin eras el hijo.

    -Pero cmo?

    -Seguro que no te acords, pero nosotros

    eramos personas muy cercanas a tu familia, en

    otros tiempos.

    -Podemos charlar un rato tranquilos?

    propuse.

    El mayor, baj la vista y refunfu. Con un

    gesto demostr su reprobacin y se alej hacia

    la fogata. Un rotoso tanque de chapa, cortado

    al medio y ya curtido para aquellos menesteres.

    -Entendlo, los recuerdos no son generosos, se

    ensaaron con l -el menor de ellos explic-. Mi

    nombre es Joaqun y mi hermano mayor

    Manuel. Si no nos records, es porque tal vez

    eras muy chico, fuimos compaeros de tu padre

    en la empresa.

    -Ahora si, recuerdo muy bien. Siempre estaba

    con ustedes una mujer.

    -Era Magdalena, la esposa de mi hermano.

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    [ Cardos morados Oscar Gagliano ]

    -Recuerdo que vivan en la casa de chapa, la

    ms cercana al borde del pueblo.

    -S, cerca del campo de cardos. Los cardos que

    tanto le gustaban a ella! -su voz era clida y

    receptiva. Manuel se acomod en un rincn

    cerca de la fogata, pero en un ngulo tal, que

    quera dejar claro que no era de su inters

    participar en la charla.

    Interrump y ped un momento para demorar la

    charla. Me tome el tiempo suficiente para reunir

    a los chicos, calmarlos, explicarles que todo

    estaba bajo control y a los ms grandes que

    tomaran la responsabilidad, para que todos

    llegaran bien y rpido a sus casas. Blanca se

    hara cargo de las chicas. Maana nos veramos

    y hablaramos de esto.

    Todo estaba en paz, pero ms an en este

    tramo de lo ocurrido. Me tocaba de cerca,

    necesitaba intimidad, dedicacin de cuerpo y

    alma para desentraar cosas del pasado.

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    [ Cardos morados Oscar Gagliano ]

    -Un poco de vino?... hummm... hizo una

    pausa para recordar mi nombre.

    -Adrin o Cholo, como ms te guste... Si,

    tomemos un poco, vendr bien para calmar las

    aguas.

    -Y vos, Manuel? -se sonri. Su hermano

    protest, aunque a pesar de eso, acepto el vaso

    y se incorpor al grupo.

    -Recuerdo todo -la quietud y el silencio,

    actuaban en m como si estuviera en una

    cpsula del tiempo. Por un momento, traslade

    al tro a travs del espacio y los aos pasados.

    Manuel y Joaqun vivan con la esposa de

    Manuel. Magdalena era una dulce mujer que se

    desvivi por la casa. La casa de chapa como la

    llamaba. Era un tpico hogar del ferrocarril, de

    las primeras casas en el barrio. Se levant junto

    con las vas, al mismo tiempo, y en realidad de

    hecho junto casi al trazado del ferrocarril. No

    muy lejos de la hilera de cardos, por aquellos

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    tiempos azules, del azul ultramar ms elctrico

    que pueda recordar.

    Para la gente que no saba valorarlos, era casi

    un pasto salvaje, con desprecio denominado

    cizaa. Sin embargo, para Magdalena era una

    flor, de entre las flores, la ms hermosa. As

    como para la abuela era un excelente alimento

    siempre presente en la mesa, para ella era el

    marco ms bello que poda adornar a su linda

    casa de chapa.

    La vivienda estaba en el medio de la parcela.

    Cuando iba a visitarlos la recorra en su

    permetro, entre las plantas. Fuera por ajena o

    por entraable, recuerdo que all me senta en

    libertad. Por eso, las figuras de los hermanos

    me remitieron hacia algo amigable. Esa energa

    positiva se mantena con los aos.

    Las casas de chapa deban protegerse. Eran

    vulnerables al tiempo y el agua. Esto y la

    presencia de pinturas varias que el ferrocarril

    traa y distribua gratis, hizo que los cardos se

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    [ Cardos morados Oscar Gagliano ]

    sintieran acompaados en la creacin

    multicolor que les daban a las casas.

    Los cardos brillantes y azules, los crisantemos

    celestes y algunas rosas. Un verde intenso

    contena la plataforma verde que ah se

    formaba. En el centro, la casa alta y atrayente.

    Tena una impronta digna de un cuadro

    impresionista. Un gozo para el artista que

    hubiera deseado llevar a un lienzo semejante

    obra. Trazos verticales rayados en color rojo,

    chispazos de un ocre brillante, las ventanas con

    sus cuadriculas blancas, destacando sus

    bordes. El techo inclinado aunque no mucho,

    esto era caro y no tenamos nieve para tanta

    pendiente, pero era suficiente para ver a lo lejos

    esos trazos azules y el rayado que formaban las

    chapas en cada inclinada. En sus bordes las

    columnas de cada de agua, en un rojo oscuro y

    al fin sus pasillos, rodeados de mil plantas Y

    macetas. Aquella galera con una proteccin de

    madera, en varillas con rombos que dejaban

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    pasar el aire al placentero lugar de descanso,

    que hacia lento el paso a ocasionales paseos.

    Alegra, reuniones, fiestas y todo