Cardos Morados
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[ Cardos morados Oscar Gagliano ]
ISBN - PAPEL
ISBN EBOOK
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Autor: Gagliano, Oscar
CARDOS MORADOS
Primera Edicin Buenos Aires - Argentina
262 pginas 15cm x 21cm
ISBN: 978-987-05-6964-0
Diseo de cubierta: Juan Agustn Gagliano
2009, Textos, imgenes interior, imgenes cubierta.
Queda hecho el depsito que marca la Ley 11.723
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Cardos morados[NOVELA]
Autor:Oscar Gagliano
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[ Cardos morados Oscar Gagliano ]
AUTOR
Nace en marzo 27 de 1949, en la ciudad de Buenos Aires.Arquitecto y pintor. La escritura, aparece como canalexpresivo de las imgenes que necesitan expandirse msall de la pintura.Desde la plstica, genera caminos de bsqueda, virtualesy reales, medios habituales para verificar sus
realizaciones con la opinin, en el mbito nacional einternacional.Publica diversas notas en medios, reflexiones sobre latarea de artes plsticas, opiniones del mbito social ycultural.
DEDICATORIA
A Graciela, mis hijos, familia, amigos y todos los que de
una u otra manera me empujaron hasta aqu con suentusiasmo y afecto.
Oscar
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Cardos moradosINDICE
Cap. 1 Aquella historia Pag. 9
Cap. 2 Arde Los cardos Pag. 33
Cap. 3 La "abue" Pag. 55
Cap. 4 Descubriendo galpones Pag. 71
Cap. 5 Fantasmas en transicin Pag. 91
Cap. 6 Conectando al pasado Pag.115
Cap. 7 El gusano del horror Pag.139
Cap. 8 Buscando identidad Pag.161
Cap. 9 La isla Pag.183
Cap. 10 Por el poder Pag.205
Cap. 11 Por la gloria Pag.223Cap. 12 Cardos azules Pag.248
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CAPITULO 1
AQUELLA HISTORIA
Por aquel entonces, era difcil encontrar a
alguien que se acordara de aquella historia o al
menos que quisiera nombrarla si al descuido
alguien intentaba volver el tiempo atrs.
Con seguridad no se diferenciaba de otras
historias de pueblo, o leyendas que por ah se
contaban, pero en todo caso pareca que se
haban empeado en borrarla de la memoria
colectiva. Haban hecho tan bien su trabajo que
ya iban tres generaciones y pareca que aquello
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se haba convertido en una danza de fantasmas
indeseables.
La historia tenia que ver con las vidas de los
vecinos y haba sido tan intensa que los haba
agotado, decan: el olvido es sanador, cuando
en realidad olvidar es comparable con la
amnesia, temporaria por cierto, porque es difcil
sacrsela de encima en forma definitiva. Como
la amnesia, que debe ser una enfermedad.
Mi nombre es Adrin, y por aquel entonces no
llegaba a los diez aos, con dos hermanos y un
mundo por conocer. Los vecinos iban y venan,
y tenan un solo tema que los convocaba, el
trabajo. Ms que un pueblo, aquello era un
campamento de trabajo, incluso hasta el
nombre de la empresa le haban puesto,
cargndolo de intencin lo llamaban: Los
cardos, porque se form a orillas de un riacho
y en sus costas haban nacido sin que nadie los
cultivara ni los cuidara, una larga fila de
cardos. Hermosos cardos azules, altos y
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salvajes. Era su esencia ser salvajes, alejaban
al que se acercara, por eso y por algunas otras
cosas, aquel campo se conserv verde y
frondoso. Cualquiera que lo vea a la distancia
envidiaba el paisaje, era digno de una postal,
as a lo lejos y con mirada de visitante. Visto de
cerca, eran un inocente ro y su costa verde. En
realidad la costa era un alambrado de pa,
literalmente hablando y el riacho ya era un
espejo casi quieto y congelado. Se le haban ido
hacia un tiempo, las veleidades de torrentes
cristalinos. Desde hacia unos aos, el espejo
estaba surcado por vetas grises, marrones,
ocres y hasta rojas.
Los funcionarios evitaban hablar del tema y los
del pueblo, ni mencionarlo. En parte porque lo
imaginaban y en parte porque tales
comentarios encerraban un cierto temor a ser
despedidos, por preguntones.
Mi abuela siempre deca: no te acerques a los
cardos, aunque luego y contradiciendo esta
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prevencin, aparecan de vez en cuando en la
cocina despojados de sus espinas y listos para
preparar algn guiso. Los cardos eran as
salvajes, silvestres, espinudos, dispuestos a
agredir al paso de un descuidado paseante,
pero se dejaban cosechar si uno los saba
tratar.
Recuerdo que la abuela deca que: cuanto ms
azules son, ms nutritivos y por aquellos das
la palabra nutritivos era el ttulo de una ley
no escrita, que deba intentar cumplirse en
todos los platos.
A esa edad, corramos y descubramos un
mundo en cada rincn. El pueblo era todo
nuestro, a disposicin y nadie como nosotros
para conocer sus secretos. A pesar de todo, no
abordbamos nada fuera de nuestro planeta.
La costa de alambre verde no estaba lejos, era
casi de paso para el colegio, pero aun as era un
territorio casi prohibido, por aquellas
advertencias de los mayores. En realidad estas
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advertencias, las historias y sus fantasas,
enriquecan una leyenda. All se mezclaba todo.
Los misterios de un ro que cambiaba con el
tiempo y eso a los chicos los confundan y los
tentaba a imaginar. La imposibilidad de que
nos metiramos en esa jungla, las
recomendaciones y las espinas. Las leyendas de
cuerpos abandonados en el lugar, hasta alguna
desaparicin acontecida por esos das, fue
atribuida a las fauces del misterioso lugar y que
por supuesto nadie se ocup en verificar.
Pero lo ms extrao e incompresible para
nosotros era la relacin oscura y temerosa que
hacan los grandes, sobre el color del ro y el
miedo a perder el trabajo.
Pese a todo esto el pueblo creca, la gente
compraba cosas: televisores, heladeras y hasta
equipos de msica comparables a los de los
ms finos departamentos de la capital.
Ocupaban un lugar de privilegio en las casas.
En la pared mas larga del comedor, mi madre
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sola poner el equipo. Lucia como un altar y
hasta dos floreros le pona, para coronar la
decoracin. Nunca aquellos chinos o coreanos
que los parieron, se iban a imaginar que los
bordes metalizados o marcos plateados, iban a
combinar con los floreros rabes de mi madre y
mucho menos ser protegidos por aquellas
mantillas bordadas, iguales a los de la capilla.
Todo el pueblo era una familia. En realidad lo
era en cuanto a que vivamos juntos, pero
estbamos lejos de compartir en el sentido de
conocer nuestros proyectos, esperanzas y
sueos.
Nos empujaba el carro del progreso y hacia all
ramos llevados. Especialmente los mayores,
que tomaban las decisiones.
Vivamos ajenos a todo eso, eso pensaban los
mayores. Nos deban ocultar lo que los
preocupaba, que el fantasma del trabajo estaba
siempre presente y amenazante.
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Por debajo y de noche, la atemorizante estela de
dudas se escurra debajo de las puertas.
Mientras dormamos, los grandes se juntaban
en una casa y en otra. Hablaban en silencio, o a
los gritos.
Las conversaciones se acaloraban cada vez
ms. Sin embargo al da siguiente, todo volva a
la normalidad, a los trabajos y callados. En
especial mucho silencio al llegar a la jornada
laboral. Aparentemente lo que charlaban en las
casas, deba estar muy oculto para la
empresa, tratada hasta ese momento como
una madre. Al parecer los inquietaba ocultar
cosas a la madre.
La preocupacin de los mayores, era trabajar,
juntar toda la plata posible y hacerlo rpido,
porque como deca mi mam: Quin sabe
cuanto puede durar esto!
Nuestra aventura diaria se matizaba, entre
patrullajes en la tarde en pequeos grupos y
acuerdos importantes con chicos de otras
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cuadras, para intercambiar informacin y estar
actualizados.
Nuestra patrulla se animaba cada vez ms y
despus de merodear varias veces la costa,
tomaba fuerzas y se acercaba a las filas de
cardos.
Pareca que se acomodaban con nuestra
presencia y sea por el viento o vaya a saber por
qu misteriosa causa, se ordenaban formando
entradas y senderos selvticos, como
invitndonos a conocerlos.
Al caer el sol, el brillo de las pequeas copas
azules que coronaban aquellos cardos, les daba
un aspecto de ceremonia mstica. Era como si
todos ellos ya hubieran sido noticiados que su
fuerte personalidad, haba dado nombre a una
comunidad de humanos y brillaban orgullosos.
Las espinas eran como una guardia pretoriana
que los custodiaba, y con todo aquello
conformaban una dura proteccin.
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La selva verde y aquella coraza, hacan
infranqueable el lugar. Toda esa masa y
conglomerado de agresivas armas, no impedan
darse cuenta de que por arriba, por sobre todo
ello, flotaban unas coloridas coronas. Con
frgiles y brillantes vellones azules, convertan
lo salvaje en glamoroso.
Claro que su naturaleza era diferente, suaves
cabellos, finos y sensibles, se sacudan con el
viento. Cuando el sol los atravesaba cambiaban
de colores. Todos juntos eran azules, muy
azules. En los ltimos tiempos se los vea ms
oscuros, como violceos o mejor dicho morados.
De localidades vecinas se hablaba de los
cardos morados, aprovechndose de la jugada
del destino para ironizar con nuestro nombre,
mejor dicho del pueblo. Cosas de las localas,
especialmente a la hora del ftbol.
Los lmites infantiles eran incontenibles en
nuestra imaginacin. Para nosotros un universo
ideal, controlado y conocido, aunque en
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realidad enmarcado por bordes contundentes.
Los mayores no necesitaban esforzarse para
explicarnos hasta donde estbamos autorizados
a llegar con permiso. Las vas del ferrocarril, la
ruta de asfalto y su consabido pasaje a otro
mundo, ya que ah se iba solo en mnibus; y el
ro, que para colmo estaban custodiados por
sus cardos morados.
Los grupos de chicos, las barras que
interactuaban, en especial cuando llegaban
pocas de picados y campeonatos, y todo
aquello de lo que disfrutbamos cuando
hacamos actividades juntos.
Recuerdo aquellas campaas de cacera de
mariposas, actividad no solo extinguida, sino
olvidada y desconocida en estos das. Entonces
el plan consista en: luego de reunirnos y
distribuir los puestos y tareas para la batalla,
nos ubicbamos en una estratgica posicin de
fila diagonal.
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Pertrechados con ramas deshojadas, nos
preparbamos para la cacera. La mejor era sin
dudas, la rama mas elstica y firme. As
esperbamos las rfagas de vientos que venan
del oeste, del lado de los cardos.
Con cada rfaga, el viento levantaba un
remolino de colores alados y los diriga justo
hacia nosotros. Ah estbamos esperndolas en
un enfrentamiento deportivo por excelencia.
Ellas como si lo supieran, se dirigan hacia
donde estbamos; como una jugada inexorable
del destino y all las tratbamos de voltear.
Era curioso ver cmo y a pesar de la rutina, del
acto natural y repetido de un circuito inevitable,
aun as lo repetan sin modificaciones,
construyendo una metfora del destino, para
transmitirnos un mensaje. Cada uno a su
tiempo, sin atropellarnos ni superponernos,
como un batalln perfectamente entrenado. Las
que superaban a las primeras lneas, se deban
imaginar que otros de nuestros compaeros las
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atraparan. Cientos de mariposas caan en cada
partida. Por supuesto, como un anticipo de
conciencia ecologista, en el suelo las
desplegamos y metamos en unas cajas
transparentes y as armbamos nuestras
colecciones. Si por desgracia alguna estaba
herida, le dedicbamos el tiempo que hiciera
falta para rehabilitarla.
No se ven mariposas hace rato y mucho menos
de colores y en rfagas. Siempre me qued la
duda si aquello no era por culpa de nuestros
operativos, o de cientos de pibes como nosotros.
Pero despus me resigne, si Norteamrica no se
siente culpable del calentamiento global, quin
podra sentirse culpable de la desaparicin de
las mariposas?
Era muy lindo ver aquel paisaje de mi infancia.
Chicos en la calle, siempre y a toda hora sin
temores. Entre postales verdes de plantas y
rboles que nadie cuidaba, pero tampoco nadie
destrua.
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Los cardos, pese a que con su presencia
imponan respeto, eran el marco imaginado por
un artista. Pareca que saban y se ponan de
acuerdo, para florecer cuando nos acercbamos
a fin de ao. Por entonces las materias del
colegio estaban cerrndose y las horas del da
invitaban a curiosear la naturaleza, en el fondo,
aquellos das me ayudaron a comprender lo
sabia que era. Para todo tiene su respuesta,
incluso para el hombre cuando quiere abusar
de ella. Pero lo que mas me llamaba la atencin,
era su sabidura al momento de tener que
florecer, como si supiera que tena que
acompaarnos, esperar el momento adecuado
para hacerlo, que debamos estar juntos. As
estbamos entonces.
-Dale Ramoncito!, apura que se nos viene la
noche.
La verdad es que ese da se nos haba hecho
bien tarde, pero la ocasin lo mereca.
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Ramoncito, que viva enfrente. El Yani, una
cuadra al norte y el Chiche una al oeste, de
ah no pasaba nuestro universo. A veces se nos
pegaba el Polaco, pero esto era cuando lo
dejaban y se animaba. La cosa era as y eso uno
lo aprenda. No solo era lo que a uno le venia
ordenado como sino fatal, sino que tambin se
lo estableca. Dado los pocos aos no muchos
por la edad- uno sola decir que tal o cual eran
las normas de su casa cuando en realidad, se
anticipaba a algo que luego le impondran.
Tambin tenamos nuestras normas, pero lo
que trambamos nos hacia delirar. Navegar
mas all del horizonte, pensar en mundos
fantsticos, que suponamos mucho mejores a
los de los adultos.
-A vos te parece Cholo?, Nunca supe porque,
pero Cholo, reemplazo sin mucho trabajo al
Adrin, sofisticado para esos das y que me
haban puesto vaya a saber por qu-. Dnde
vamos a guardar las ramas a esta hora?
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-Apuremos, no podemos dejarlas en la calle.
Los de la otra cuadra nos las van a afanar.
Al parecer todo estaba tranquilo en el barrio,
hasta que se acercaban las fechas de las
fogatas, ah nos alterbamos. Despus con el
tiempo nos dimos cuenta de que tambin los
mayores se alteraban, porque todo era una
fiesta.
En nuestro ingenuo mundo, ponamos tanta
energa sobre lo que nos pasaba, que no nos
dbamos cuenta que a ellos tambin les
pasaban cosas. En una palabra que hasta que
no llegbamos al da designado, la noche de la
fogata, no nos encontrbamos. Los mayores y
nosotros ramos dos universos, hasta ah
planetas en rbitas diferentes.
Buscando refugio y escondite de las otras
barras, nos habamos acobachado en el
rincn de un lote vaco. A la distancia, visto con
ojos rigurosamente legales, era inquietante
saber que estbamos ocupando un terreno
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ajeno, pero eso a qu chico poda importar?
Tan alocada era la idea; nuestro refugio se
haba convertido en club y tan organizado
estaba, que tenia hasta responsables por rea,
entre ellas: la tesorera. Es decir, que alguien
deba hacerse cargo de las monedas que
conseguamos para pensar en fsforos, pilas
para linternas y dems importantes
implementos. A nadie se le poda pasar por la
cabeza que tocaramos ese dinero del grupo
para algo deshonesto. Tampoco a ninguno se le
ocurrira que dentro de ese montn de ramas,
casi una montaa de basura, podra funcionar
un club barrial y concretamente su sede
central. Adems una caja fuerte es decir una
lata- con monedas, todo con un perfecto
balance de tesorera.
-Estamos todos, el polaco seguro que no
viene. Ramoncito era el que menos lo tragaba,
pero lo toleraba por el grupo. Alguien con una
visin sociolgica opinara en algn momento,
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que Ramoncito y el polaco (hijo de un
comerciante), representaban extremos del
abanico social, pero que la niez y nuestro
mundo, haban decidido obviarlo.
-No esperemos ms, maana le contaremos el
plan agrego el Chiche, practico y expeditivo.
Faltaba el Yani que era el hijo del verdulero y
que se agreg al final. Segn el mismo deca de
su padre; lo haban perjudicado, porque era
gringo. Tena la verdulera en el saln ms
grande de la antigua escuelita, en realidad
una simple ocupacin de hecho. Cuando
vinieron los del ministerio, le dijeron que se
tena que ir y as fue. En menos de un mes tuvo
que largar su local. Todo fue en vano, los del
ministerio no volvieron. Despus hubo cambio
de gobierno, entraron los milicos. Pas el
tiempo y la escuelita estaba abandonada y peor
que con la verdulera. Antes estaba sucio era
verdad, pero al menos se llenaba de gente. Se
saludaban, hablaban, incluso de vereda a
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barras. En cambio Chiche siempre tena
salidas prcticas.
As tomamos coraje y visitamos a una barra
amiga, cinco cuadras al oeste.
Dems esta decir, que la estructura del campo
de operaciones, era una cuadrcula barrial
separada en cuadrantes de mas o menos
quinientos metros, rea en la cual toda barra
sabia que no poda entrar porque se jugaba
quin sabe que. De esta manera dentro del
territorio propio, toda rama cada de un rbol y
sin utilidad para el frentista de un lote, pasaba
a ser propiedad de la barra de esa zona.
Entonces nos arrimamos muy despacio al lugar
de la barra del oeste, llevando una imaginaria
bandera blanca, por si esto llegara a ser
necesario. Adems, llevbamos un discurso
rpido de esgrimir. En este caso, el polaco y yo
ramos los que tenamos la labia fcil.
Habamos preparado un discurso para
calmarlos si hiciera falta. El polaco era hijo de
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comerciantes y rpido para la sugestion oral y
yo me la rebuscaba. No fue necesario, por
suerte.
De aquella incursin pre-blica, sacamos
algunas conclusiones. En primer lugar, estaba
confirmado que debamos estar preparados
para posibles robos de ramas nico capital de
las barras- para lo cual, nuestros asesores
planteaban medidas extremas para cuando est
cerca la noche de la quema de fogatas, tales
como dejar guardias nocturnas en el rincn del
club. A esta altura era ya, un bunker muy
bien fortificado.
No me poda imaginar a la madre del polaco, a
quien apenas dejaba acercase un rato al grupo
y solamente despus de la leche, toda una
institucin barrial- permitindole hacer
guardias nocturnas.
Segn nuestros aliados, debamos reforzar
nuestro sitio de reserva de ramas con alguna
construccin ms slida. Igual que los cerditos
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del cuento, debimos reconocer que nuestra
choza de ramas iba a ser fcilmente soplada
y como cualquier otra construccin precaria
tampoco nos iba a dar tranquilidad, entonces
decidimos consultar al to de Chiche. Era
constructor y justo en aquel momento estaba
trabajando en su casa. Como era lgico
pensarlo y despus de analizar la situacin, no
lo podamos consultar para una estrategia
fantasiosa, ilegitima por donde se la mirara y
absurda para el mundo adulto. De modo tal,
que la cosa consisti en apoderarse de ladrillos
sueltos y materiales varios, con lo cual
reforzamos nuestro bunker.
Sentamos que lo nuestro se consolidaba, no
solo por el arsenal de ramas juntadas, sino
como institucin, en definitiva no tena tanta
diferencia con algunos clubes de los mayores.
As pasbamos las tardes, esperando el evento.
Cada vez mas ramas, todo ordenado, y hasta
estbamos preparando un mueco para
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quemar en la punta de la fogata. La hoguera no
iba a ser en ese mismo lugar, sino exactamente
frente a la escuelita. Por algn motivo no
dicho, ese lugar con sus idas y venidas
institucionales se haba convertido en una
especie de cabildo barrial.
Claro que todo tena su justificacin: era el
lugar donde los vecinos se encontraban por
cualquier motivo. Con la excusa de la
verdulera, salan a ponerse al da con la
informacin. Ah nos enteramos de las primeras
escaramuzas de los milicos, cuando estos
salieron de los cuarteles y dejaron excluida a la
gente de sus ocurrencias. Era solo un juego de
milicos. En esa ocasin los vecinos salieron a
compartir informacin. Estaban seguros y
saban que all afuera, en el espacio de todos
habra gente, crecan como plantas silvestres.
Todo mi paisaje era ocre por aquel entonces.
Las calles de tierra, hasta acercarse al ro y de
barro casi siempre cerca de la costa, que se
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conservaba verde. Unas huellas profundas y
paralelas, indicaban la casi nica direccin
posible y bordeaban las casas como un trabajo
de costura de las abuelas. Esta mantilla
geogrfica se coronaba con su borde azul,
aunque morado por esos das.
Por esas trochas y casi sin torcerlas, cada
maana y casi entrada la noche al volver,
recorran los hombres y algunas mujeres su
destino al trabajo. Ese era el mundo de los
adultos, parece que la plata que deban juntar,
lo justificaba todo. Entonces, nosotros
amasbamos nuestro mundo, que no tena
bordes largos ni anchos, pero que lo queramos
armar y cuidar nosotros. Solo en la noche de la
fogata, los planetas se encontraban, adultos y
chicos se mostraban juntos pblicamente.
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CAPITULO 2
ARDE LOS CARDOS
La gran noche haba llegado. Todo el barrio se
ocup de la preparacin del evento, era casi lo
nico que los una. Pareca como si contemplar
el gran fuego, exorcizara los deseos ocultos de
resentimientos, miedos o dudas sobre el futuro.
Entonces se dispuso la ceremonia.
Por supuesto haba un grupo encargado. Aqu
s, deberan intervenir algunos mayores, en
realidad eran jvenes pero tenan autoridad.
Claro que como para todo aquello deban
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manejarse instrumentos para manipular fuego,
los chicos no deban intervenir.
All se formaba una larga fila, formando una
custodia y un sendero que iba desde la esquina
y hasta pasos antes de la montaa de ramas.
Arriba y coronando el monte de espinas verdes,
estaba Gabriel el ngel desconocido, un
mueco del que todos haban hablado. Lo
vieron nacer, algunos incluso colaboraron con
sus vestidos. Lo haban cuidado desde su
nacimiento y casi dira que se encariaron, ya
que tuvieron que albergarlo unos das hasta su
destino final, el cadalso.
Estaba en su trono, casi cumpliendo su rol con
cierta displicencia de mueco destinado a
sacrificarse por todos. Quizs el atuendo, o la
postura o la imaginacin de los vecinos que
ponan en l ms personalidad de la que
corresponda, hacia que se asemejara a alguien
conocido, o recordado, aunque nadie se atreva
a mencionar quin. Aquella historia de pueblo,
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produjo vctimas y en los resentimientos de
hallaban.
-Y pap, donde est? Nunca lo encontraba en
casa, o porque era muy temprano o porque ya
no era hora.
-No lo s, y menos desde hace un tiempo ella
tampoco era de darme mucha informacin
sobre estas cuestiones caseras.
Ella soaba con pintar, hacer obras de arte,
pero nunca encontraba el tiempo. Eran tan
diferentes que nadie hubiera dicho que cuando
se conocieron, compartiran un proyecto en
comn. Claro que esto dur poco y las
circunstancias no ayudaron. La crisis
econmica, la situacin poltica, los milicos:
todo se puso en contra. Venir a este pueblo fue
una salida de emergencia. Ante una crisis
parece que la primera actitud es escapar, luego
adaptarse y pensar que eso, la nueva vida era lo
mejor que nos poda haber pasado.
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Nos adaptamos rpidamente. Luego de la
adaptacin viene la etapa de la hipocresa,
aquella donde nos convencemos, casi como que
era nuestro destino y nos confundimos al
decir: es lo que me toco y me la aguanto o
pensar con conviccin: no me poda pasar
nada mejor, era el destino. Todo esto fue antes
de la invasin extraterrestre de los milicos,
incluso antes del aterrizaje en tierras de nadie
de aquellos tanques y maquinas ruidosas en
nuestro valle de lgrimas. Una estrafalaria
maquina pretenda hacernos creer que extraera
riquezas al suelo y que todo sera para bien y
as perforo y castigo el suelo por das. Para bien
nuestro y de quienes sigan, decan, aunque en
realidad todos sospechaban que no daba para
que por all disfrutaran muchas generaciones.
Recuerdo aquel domingo en que jugbamos la
final contra los chicos de la barranca. Sin que
nadie lo imaginara -aunque despus alguien
coment que por la radio haban repetido cosas
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raras e importantes-, ni tampoco lo pensara
como algo razonable y de este planeta, vimos
aparecer en el horizonte del barrio, unos
tanques de guerra. No los conocamos, excepto
entre nuestras tropas de juguete, pero ah
estaban y sin duda parecan naves de otro
planeta.
Dejamos de jugar; corrimos a mirarlos y a
tocarlos cuando se detuvieron. No era lgico,
andar subindose a aquellas maquinas de
guerra. Los que iban adentro estaban serios y
gritaban.
Nunca supimos si jugaban o hacan algo en
serio, me parece que ellos tampoco lo supieron.
El asunto es que rompieron todo: calles,
terrenos y hasta algunas cosas que los vecinos
con mucho cuidado haban preparado para
adornar el barrio.
Aquello paso rpido y mejor olvidarlo, pero las
roturas siguieron. Saltbamos de juegos a
cuestiones polticas, porque los milicos
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llamaban as a sus juegos. Nos dejaron el barrio
destruido y nadie nunca explic por qu. Era
comn destruir todo por aquella poca, sin
explicar razones.
Puede ser que despus de la gran explosin
quedara la duda en todos sobre lo salubre y
digno que era extraerle cosas a la madre-
tierra. Por otra parte, la cantidad de tambores
qumicos que llegaron en aquellos tiempos al
final de los das tiles, nos hizo sospechar
ms an del inevitable final.
El asunto es que nosotros habamos encontrado
una ntima relacin entre las crisis polticas y
econmicas, y la disgregacin familiar; que no
necesitbamos mucha intuicin para darnos
cuenta, se aproximaba.
Aquello, lo de la fogata, fue cinematogrfico.
La noche de la gran fiesta estaba empezando.
Desde el fondo de la calle, apareci casi como
un fantasma heroico imitando al Mo Cid,
cabalgando picamente, cuando en realidad
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solo era la corrida al trote, de un loco vecino y
con escandalosos ademanes. l mismo se debi
de imaginar que era un hroe de las historietas
mexicanas que nos llegaban a los quioscos.
Cmo hubieran disfrutado esos dibujantes, si
hubieran podido captar aquellos movimientos,
luces y sombras en medio de la noche
convirtindolos en dramticos trazos negros y
blancos.
A todo esto haba que agregar para completar la
pintura, las llamaradas y luces que produca
ese fuego. As lleg hasta el borde de las ramas
y sin pensar, casi como sabiendo que en un
solo acto se jugaba la batalla final, con decisin
lanzaba la antorcha que despus de esforzados
ensayos acertaba a ubicar sobre las faldas
mismas de Gabriel, sentado y esperando con
resignacin.
Aprend de golpe la magia del fuego frente a la
gente. El mundo se par por un momento, nada
de lo individual ni de lo privado tenia sentido,
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era solo un grupo frente a los temores
ancestrales del fuego; esto era lo contenido
dentro de aquella ceremonia. Nada se
cuestionaba, era slo ponerse a disposicin de
lo mgico. Los cuerpos en las sombras, los
rostros iluminados, concentrados, el momento
era solo de contemplacin.
El frente de la escuelita observaba el
escenario, como si fuera un protagonista ms.
All estallaba su digna estatura histrica.
Recuperaba frente a esa casual vivilia nocturna,
el sentido original de su creacin, su valor
arquitectnico. Columnas, cornisas, grgolas:
todas recrearon con las luces y sombras y los
beneficios del contraste, una dramtica
presencia. Frente a ese mundo, distante y
cercano a lo que todos los das vivamos,
seguamos el rito.
La ceremonia tena dos partes, cada una tan
valiosa y diferente.
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El ataque y comienzo del fuego, donde solo
habra una antorcha acertada y luego la
contemplacin. La segunda parte y dedicada a
los vecinos era el disfrute de la consumicin del
fuego, el desarrollo de la quemazn; y entonces
con toda la gente paseando y en diferentes
actitudes aquello continuaba por varias horas.
Primero esperar que las llamas amenguaran,
proceso rpido y donde no haba mucho por
hacer. En esa parte de la ceremonia, se hacan
necesarias las ancdotas acerca de los hechos y
leyendas, propias y ajenas. El momento
llamaba a la memoria de los presentes, a
recordar hechos ampliados del pasado. La
exageracin era una virtud heredada de los
andaluces, los escoceses y bien adaptada a
nuestras necesidades. Todo el mundo saba
esto, pero a nadie le interesaba destruir su
existencia, en realidad la buscbamos. Quizs
hubiera sido diferente sin estas exageraciones.
No se exiga nada a quienes quisieran hablar,
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pero en cambio se les rogaba por un principio
no dicho, que no dejaran de inventar; se
valoraba la ficcin como parte del evento.
-Alcanzme esas papas Ramoncito?empezaba
la segunda noche, nos reunimos alrededor de
una miniatura de fogata.
-Traje un poco de carne Cholo.
-Dale, pongmosla. Tenemos para rato.
Chiche y el polaco tambin se arrimaron, y al
rato unos muchachos ms grandes que los
veamos de lejos. Estas oportunidades dan para
reunir generaciones diferentes, aunque estos
muchachos no eran para confiarles cosas de
nuestro grupo. Al fin y al cabo, cada generacin
trataba de diferenciarse y eso no era tan bueno.
Los muchachos pusieron la pava para el mate y
como estaban en un costado, casi no
molestaban a las papas y cebollas que
habamos puesto. Preferimos ignorar la cosa y
juntarnos.
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-Qu sabes negro del piquete de maana? el
menor interrog al mayor, casi como deseando
que los chicos escuchramos sus noticias.
-Tranquilo tano, creo que nos pasaran a
buscar en camin, a todos juntos.
-Se pudre todo no?
-No s si ya, pero que no da para ms: eso es
cierto.
Los conflictos de mayores se complicaban,
cuando llegaban a los piquetes era que ya se
cortaba el dilogo. Los reclamos eran muchos y
los medios para solucionarlos casi inexistentes.
Al menos esto era lo que escuchbamos.
Sabamos que nuestro mundo era diferente, el
universo era ms chico, inmensamente chico al
lado del de los adultos que cargaban con
responsabilidades, pero esas responsabilidades
haban provocado fracturas. Tenamos pocos
problemas, pero casi la intencin para el futuro
que ninguno de estos problemas que nos
mostraban, nos llevara a desunirnos.
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Las dos grandes ventanas del frente de la
escuela se iluminaron con una de las ltimas
llamaradas. Solas en el centro de la fachada
parecan dos ojos, con sus alfizares pegados
como si fueran cejas, nos miraban y con una
guiada de complicidad. Prefera creer que se
esperaba algo especial de nuestra generacin y
que ella lo saba.
Los edificios eran lo permanente, estaban ah
desde los abuelos de nuestros abuelos. Sin
ninguna duda se plantaron a custodiar el
futuro y nosotros lo ramos. Lo inerme, el
patrimonio mostraba su presencia; estaban
escritas en sus paredes como en capas de
cebolla, el paso del tiempo y sus acciones.
En las capas de un rbol, se podan leer sus
alteraciones y momentos vividos a lo largo de
sus vidas, cada da me convenca ms de que
con los edificios pasaba lo mismo.
Si sabemos mirar lo descubriremos.
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Esa escuelita alberg infinidad de momentos
del barrio. Diurnos y nocturnos, alegres y
tristes y todos llevaban su huella. Recuerdo la
gran inundacin del sesenta y siete. Cuando
miro la diferencia de color, aquel borde oscuro
cerca del zcalo. Tambin los estragos de las
cornisas rotas, cuando en un momento de
bonanza pasajera, vinieron atropelladamente a
instalar equipos electrnicos de importacin, en
un gran baile en la calle. Como poda imaginar
cualquiera, aquellas instalaciones y artefactos
se cayeron en muy poco tiempo.
-Qu te parece tano? Nos quedaremos sin
laburo? la ocasin del evento de la fogata,
estaba funcionando una vez ms, como atrio
del cabildo. Los adultos intrigaban y algn
motivo tenan.
-No s qu pasar, pero me parece que este
pueblo se evapora. Qu te parece? Lo
imaginas? Poco a poco o de golpe, las casas, la
gente, estas calles, nada, nada por ningn lado.
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-Cmo decs eso? Qu haremos? Ac vinimos
a quedarnos, cmo que desaparece?
-No seas gracioso. Para nosotros ser todo eso,
para ellos es un lugar ms en la tierra. Algunos
de los directivos ni saben bien en qu pas
estn, ni se preocupan en averiguarlo.
No los viste? -sonro socarronamente sin
mirarlo-. Se mantienen encerrados, ese es su
mundo, reconstruyen su pas adentro de su
casa y no quieren saber nada con los de afuera.
-Bueno tano, si es por eso, tambin nos lo
contagiaron. Nada de lo que hago se parece a lo
que hacia cuando era chico, no se parece en
nada a mi barrio de la infancia.
-Estamos ac por el progreso era el to del
chiche y ahora entenda el parentesco-,
sabamos que nos tenamos que sacrificar un
poco, unos aos, para llegar a tener una vejez
tranquila.
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sustancias con las que despiertan algunos
sensores en las plantas, que les indican si estn
en el lugar y momento adecuados para florecer,
o sino esperar a una ocasin mas propicia.
En cambio, nunca supo explicarnos los
cambios de colores, del azul al morado. Aunque
en realidad tampoco entendimos con claridad,
si no supo o no quiso decirnos.
La noche se extendi hasta horas impensadas.
ramos demasiado chicos para tan avanzada
noche, pero se vea que el hecho de compartir el
acontecimiento con el barrio, nos daba cierta
impunidad para manejar los horarios. Era un
tiempo en el que hasta fumar para los chicos
era casi imposible, a nadie se le ocurrira, pero
para eso exista la zarzaparrilla, o algo parecido.
Unas ramitas con un conducto interno, nos
daba la estructura necesaria para poner en
funcionamiento, algo semejante a un cigarrillo.
Aquello era lo ms cercano a una convencin
entre adultos.
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La pausa entre pitada y pitada se pareca
bastante a una conferencia entre grandes, esas
pausas generaban un pensamiento maduro.
Rara vez los chicos nos preguntbamos sobre lo
nuestro, nuestras cosas. En realidad tenamos
un filtro interno que nos hacia tener una cierta
prudencia.
El peso de los adultos sobre nuestras cabezas
se haca sentir y bien a fondo. Siempre
deslizaban alguna crtica sobre nuestros amigos
y esas crticas destacaban discretamente o no
tanto, algn juicio de valor, claro que este juicio
no nos importaba, pero conseguan alguno de
sus objetivos.
Creo que la coraza que se creaba en nuestras
almas frente a estos comentarios, tenan que
ver con la percepcin acerca de que todo lo que
dijeran los adultos conduca a diferenciarnos
entre nosotros y era lo que no queramos.
-Qu te imaginas que vas a ser cuando seas
grande, Ramoncito? todo estaba ms
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tranquilo. Algunos grupos charlaban o
fumaban, cada uno en la suya pero
manteniendo pequeos fuegos, en los cuales se
entretejan, secretas conversaciones.
-No s Cholo. Grande?! A qu edad uno es
grande? siempre deba recordarme que
Ramoncito no avanzaba sino preguntaba, todo
por esa inseguridad. Esto se haba hecho un
hbito, donde yo era el ms beneficiado,
aunque no me gustaba el sistema. El hecho de
tener a mi lado una permanencia constante que
requiere afirmaciones, muletas, reforzaba mi
ego y me ayudaba a afirmarme, incluso a
investigar o responder con firmeza, aunque no
estuviera tan seguro de las cosas.
Lo nico que me peda a la hora de hacer
pblica sus preguntas y dudas, era una
confidencia que me hizo secretamente. Me pidi
que no le dijera a nadie las cosas que me
preguntaba, o dicho de otra manera, que no
hiciera publico su estado de duda e
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inseguridad. En un principio no supe qu
hacer, me pareca que incentivar su secreto, le
complicara aun ms su salida de las
inseguridades, pero un pedido de un amigo era
determinante y as lo hara.
-Ponele a los cuarenta. Supongamos que a los
cuarenta ya sos grande, o sea tens hijos y
ests establecido. Me parece que a los dieciocho
me van a dar ganas de ir a ver otros lugares,
ac No s, Ser que cada vez es ms difcil
que algo te ate al lugar? Qu es lo que les
gusta a todos y por eso lo buscan en otro lado?
-Yo voy a ser contador y tener una empresa
propia Chiche si la tenia clara, copiaba
modelos con toda rapidez. Qu pasara cuando
se preguntara si l haba elegido eso?
-No s qu quisiera ser, me parece que tendra
que hablar un poco de todo eso con mi padre o
mi madre, qu se yo? No s en que momento
tendra que decidirlo. a la hora de estas
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afirmaciones vocacionales yo tampoco estaba
tan seguro.
La noche se estiraba y cada tanto, pequeos
fogonazos hacan revivir la confianza sobre un
fuego que nos convocaba. All estaban todos,
aunque en el aire se volva a respirar un aroma
de despedida.
Cada tanto, era una maravilla ver cmo los
fogonazos en las inestables brasas, disparaban
petardos de colores: rojos, azules y violceos.
Eran un imn para acercarse. Preguntbamos
si alguien haba tirado algo raro, para provocar
semejante arcoiris de colores, pero nadie
confesaba, si hubiera algo para confesar.
Quizs entre tanto aporte y tanta generosa
contribucin popular, tiraron algo especial.
Tambin advertimos que algunas viejas
hablaban mas tarde, como ocultndose del
grupo, como si la confidencia las implicaran:
A no ser por ese manojo de cardos secos, que
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hoy a la tarde arrimamos a la fogata...?, sin
dudas eso aclaraba todo. As se apag la noche.
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CAPITULO 3
LA ABUE
-Hola abuela buen da -rara vez nos
encontrbamos a esta hora con la abuela, eran
las seis. Haba llegado tarde de la noche de las
fogatas y no haba podido casi dormir.
-Buen da Cholito, dormiste bien? La abue
era espaola y con escasa instruccin. En
Sevilla todo haba sido duro, la promesa fue
Amrica, pero apenas despegaban del suelo.
Chiquitos, descalzos, de rodillas peladas y la
depresin los seguira acompaando. La
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situacin no estaba para opinar. Pese a todo,
pareca que el futuro iba a ser bueno, decan.
All en Amrica, todo ser mejor que el pasado.
Todava sus descendientes, estbamos por
verlo.
Como en el caso de Ramoncito, me haba
convertido en una especie de tutor que tapaba
sus carencias, pero lo ms importante era que
esos vacos estaban cubiertos con una porcin
de cario, capaz de disimularlas frente al resto
de la gente.
Ella no saba leer ni escribir de modo que yo le
contaba las noticias, les agregaba un poco de
ficcin, despus de todo a los inmigrantes les
fascinaba el teatro. A veces, alguna cuestin
domestica les interesaba mucho, segn las
fotos con que se la acompaaba: una torta, un
tejido, una de esas cosas mgicas para la
mujer moderna. Me las ingeniaba como poda,
para tomar recetas, para que las recordara o
programas radiales sobre artistas de moda.
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Esto ltimo me avergonzaba de tal manera, que
entonces era yo el que deba pedir secreto
absoluto, sobre la tarea realizada. De aquello si
que nadie se debera enterar.
Estas pequeas complicidades en el universo de
los chicos, adems los secretos cruzados con
los viejos, creaban un espacio peculiar bien
diferenciado de los adultos en edad de producir
econmicamente. Padres y madres, jvenes que
empezaban a trabajar, todos ellos ya entraban
como decan: al sistema, lo cual
aparentemente era un mundo donde existan
tal cantidad de secretos y transas, que era
imposible entenderlas. En realidad estaban
llenos de ingenuidades, porque ms tarde
pudimos entender que vivan un mundo de
fantasa, que las decisiones sobre el poder y el
dinero no las tomaban ellos, ni siquiera las
conocan. Sin embargo, a nosotros pretendan
convencernos de que estaban muy seguros,
sabiendo donde iban. Cuando despertaban a la
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realidad eran momentos en que se sintieron
chicos, pero chicos engaados y maltratados.
Pareca que cuando los mayores entraban al
mundo productivo, sin darse cuenta
recomenzaban la infancia. Entonces todo el
mundo de los negocios les era vido de
aprender, todo era arrojo y creacin. Competan
y vean ante sus ojos como se generaba su
nuevo juego. El juego estaba astutamente
preparado.
Desde la niez que no los entusiasmaba tanto
jugar de ese modo. Haba una dramtica
diferencia, estaba en juego sus propias vidas,
su tiempo y sus frustraciones, en resumen: su
padecimiento que seguramente en juegos tan
violentos como en este pueblo, apareca, tarde o
temprano.
-Cholito, tens un poco de tiempo? La abue
rara vez me peda algo tan temprano, pero ah
estbamos -, Quiero pedirte algo.
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Fue hasta la alacena, en un lugar al alcance de
todos, pero era sabido que para esas cosas de
su despensa solo ella revolva a gusto. Entre
unos tarros de caf y t, como al fondo apareci
un cuaderno. Un viejo cuaderno mo que yo
casi haba descartado, solo de vez en cuando y
para algunos dibujos, supe desplegar. Era
grande y de tapas duras, el aspecto era el de un
respetable cuaderno de escribana. Seguro que
para ella encerrara una imagen de cosa muy
formal. Adems, cuando uno no est muy
seguro del contenido de lo que quiere expresar,
tena la sensacin que depositndolo en un
soporte rgido, se haca ms permanente y
seguro. Al abrirlo y presentrmelo, creo que
debi tener la misma sensacin que un escriba
del renacimiento al repasar sus pstumos
escritos.
-Mira, esto es lo que quiero all, sin dudas y
con un trazo que no era el suyo, bailaban
distintos dibujos de una firma.
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-De qu se trata abue? Qu es esto?
-No lo conoces? Una firma, bah! Son varias
firmas. Tu to Miguel me las hizo a la pasada.
-Para qu te las hizo?
-Bueno, como vos sabes, cuando cobro la
jubilacin tengo que poner el dedo, la huella
digital o lo que es peor, a veces el empleado
firma por m. No te parece una vergenza?
Siempre me dio calor, pero ya me parece
mucho, tengo miedo por esas cosas que
escuche, de cmo engaan a los viejos. Quiero
que me ensees a firmar.
-Mira vos? Y empezaramos ahora con esto?
-Por qu no? Si guardamos el secreto los
secretos en este pueblo ya eran cosa
complicada, separaban los universos. Era una
gran sombra de bochorno, entre unos y otros.
Todos teman que se enteren de sus falencias,
porque una debilidad significaba una grieta por
donde se colaba la discriminacin.
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As empezaron nuestras sesiones, a cambio de
un silencio en comn. En cierto modo para m
tambin aquello gener un comienzo de camino
sin quererlo. Saber qu se senta, siendo tan
chico, al tener la responsabilidad de guiar a
alguien, implicaba paciencia y compromiso,
porque la seguira viendo todos los das y
debera verificar sus adelantos.
Mientras trabajbamos entre mate y mate,
frente a aquel cuaderno, veamos pasar por
delante de nuestra ventana una gruesa
columna de obreros.
-Qu pasa abue, dnde va la gente?
-A nada bueno me parece.
-Pero abue, en todos lados la gente est
siempre enojada?
-Esto es como una coliflor.
-Lo decs porque huele mal?
-No te hagas el gracioso Cholito.
Entonces fue hasta la alacena, busc en el
cajn de las verduras, apartando unos cardos
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tom una planta de coliflor, hermosa y entera,
pareca que buscaba un ejemplo ideal.
Limpio la mesa y puso un mantel blanco.
Entonces dispuso la planta de coliflor sobre el
mantel, extendindola como un abanico abierto.
Luego corto una rama de una esquina de la
misma planta. Uso la misma tcnica y la abri
como lo haba hecho con la planta grande,
colocndola al lado de la otra.
-Qu ves Cholito?
-No s? A ver? Se parecen. Una grande y otra
chiquita, como si fueran el padre y el hijo o algo
as, est bien?
-Est bien, eso mismo era lo que te quera
explicar. La planta crece, se hace grande y cada
parte por ms chiquita que sea, es igual a la
mayor, exactamente igual.
-Que me decs con eso?
-Lo que pasa ac, en la esquina, entre diez o
veinte personas, es lo que pasa en la ciudad y
en los pases. Las cosas no se repiten por
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casualidad, ni por contagio, sino por qu todas
las cosas suelen tener la misma raz y por lo
tanto, crecen igual. Lo que ves ac en
chiquito... Bueno sigo o entendiste? Adems,
es medio tonto cuando la gente cree que tiene
que empezar todo de vuelta, con cada persona
que se hace grande, que piensa en su futuro.
Recuerdo en Espaa estbamos mal, pero haba
algo que se mantena las ganas de hacer lo
mismo que tus padres y tus abuelos. Nadie
tena la loca idea de imaginarse haciendo algo
distinto. Es cierto, a lo mejor la guerra y la
pobreza, te habituaba a juntarte, no pensar en
volar ni hacer castillos en el aire.
Sal a dar una vuelta, despus de que los
revoltosos se haban ido. Todo estaba tranquilo,
en silencio. Era temprano, todava haba luz, o
sea, que no me llamaran de casa para volver
tan pronto. Camine hasta la costa del ro a
visitar los cardos. Desde all poda ver la
empresa, grandes galpones plateados, grises y
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negros. Al otro lado del pueblo estaban las
casas la mayora de chapa, pintadas de varios
colores. Eran as por los ferrocarriles, en esa
poca los trenes hicieron posible que se
hicieran nuestras casas. El secreto tambin era
que reciban un descuento en los impuestos si
utilizaban cierta pintura. Pero en general fue la
misma gente que las hizo y cre sus modelos y
estilos.
El aire soplaba y se escuchaba, haba silencio
en las casas. Extraamente ese silencio se
escuchaba como metales, si prestabas atencin.
Volv a casa. La calle se nos propona como una
parte de la casa, a veces para divertirnos y
juntarnos y otras para pensar, como si fuera un
gran cuarto en el que encontrbamos la
soledad.
Cada vez que me sentaba en aquella cocina,
observaba los estantes. La preocupacin de
aquella mujer para que los objetos estuvieran
ordenados. Cada mercadera en su tarro ms
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apropiado. Su forma de identificarlo, aun en su
analfabetismo, se las ingeniaba para buscar un
orden con sus cdigos para archivarlos.
La simetra era algo que la preocupaba. Cmo
intentar tanta simetra, con todo lo que te invita
a quebrarla a su alrededor? A lo mejor, todos
aquellos cuidados eran una forma de buscar el
orden, en un mundo que no lo tena. Aquel
haba sido su mundo: pobreza, miseria y la
lucha por mantener unida la familia, con todo
lo que ello costaba. En este pueblo y en nuestro
barrio, las cosas eran diferentes: mucho por
hacer, pero cada uno pensando su mundo y la
familia dispersa.
Tal vez, buscando una forma de evitar esa
dispersin, en su propio universo en aquella
cocina, todo estaba ordenado, responda a
alguna razn de funcionamiento que solo ella
entenda. Era uno de los pocos lugares en los
que a nadie interesaba inmiscuirse, a su modo
haba conseguido su lugar en el mundo,
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[ Cardos morados Oscar Gagliano ]
creando su propio universo. Tena la seguridad
que ah nadie la desplazara. En aquel lugar,
propona sus propias reglas y hasta deban
consultarla si queran algo, porque solo ella
haba conseguido crear un catlogo que no
cualquiera tenia acceso a descifrar.
De a poco y negociando favores, pude ir
conociendo parte de sus normas de
funcionamiento.
Entre todos los objetos que adornaban su
cocina, haba uno en especial que siendo suyo,
ya me lo haba apropiado, al menos ese era mi
deseo. Me haba jurado a m mismo que
vigilara con cuidado a ese viejo reloj, para
protegerlo, que nadie lo tocara hasta que lo
heredara. Era de la abuela y ella lo cuidaba con
mucho esmero.
Casi todos los das lo lustraba, lo tomaba con
cuidado y mucho cario, lo miraba y volva a
dejar en una especie de pequeo altar que
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haba formado en un estante, entre dos tarros
de harina, como dndole un prestigioso marco.
Lo ms curioso de aquel reloj de bolsillo era que
no funcionaba. Desde que el abuelo haba
muerto, su viejo como deca ella, el reloj no
funciono ms.
En parte por desconocer cmo hacer para
hacerlo funcionar y otro poco por respetuoso
ritual, as haba quedado. Pese a poder ponerlo
en marcha si hubiera querido, o tal vez si ella
me lo hubiera pedido, no lo hice. No lo hicimos.
Dejar aquel reloj congelado en el tiempo, se
convirti en una metfora a la hora de retener
escenas del pasado.
Mi abuela y yo, de vez en cuando lo mirbamos
y mentalmente repasbamos las viejas charlas,
con nuestros pensamientos.
Marcaban las ocho, y de acuerdo con los
recuerdos de la historia familiar y de aquel da,
cuando el viejo se fue, las ocho eran de la
noche, temprano para irse a dormir.
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Sin darme cuenta, as caminando ya haba
pasado un tiempo desde aquella charla con la
abuela, algunas cosas haban cambiado mucho
y otras estaban igual.
Lo que estaba igual, eran las casas, la escuelita
y el ro.
Lo que no era nada parecido, era la forma en
que haban cambiado las cosas entre nosotros.
Mis padres ya no estaban, se haban ido muy
lejos despus de la separacin. Mi abue se
haba quedado conmigo, o yo con ella. A esta
altura no saba quin dependa de quien.
Irse fue inevitable, la fuerza y la tentacin de lo
deseado, encubierto por la fuerza prepotente del
destino, era una muy bien pensada excusa. Era
un pretexto que casi hablaba por s mismo. Se
hacia muy fcil entonces, dar vuelta la cara a
rostros inquisidores, el destino lo haba
querido as.
Los chicos haban crecido y algunos empezaron
su camino. Los cardos ya eran morados.
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Intensa y decididamente morados. Tanto
cambiaron que no los reconocimos, hubiramos
dicho que eran otros cardos.
Entonces record aquella explicacin, acerca de
que ellos tenan sensores para decidir cundo y
cmo florecer.
El pueblo pensado como ser vivo, haba dejado
de florecer y estaba deshojado. Los pocos que
quedaban caminaban como zombis, de un
lado a otro. La tierra no era frtil, pareca que
no era lugar apropiado para crecer.
Todos caminaban hacia ningn lugar y los que
seguan andando, eran chicos o muy mayores,
esa era la conformacin de mi barrio. Nos
quedamos a vivir, con lo poco que nos haban
dejado los buenos aos, pero no se senta ni un
golpe en los talleres, nada de movimiento en
camiones, ni siquiera bicicletas. Tampoco
echaban humo las chimeneas. Algunos decan
que mirramos a los cardos. Hacia algn
tiempo que la abue, no los usaba ni para
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alimento de gallina. Me acorde del coliflor que
me mostr y pens, que haba olvidado
preguntarle; qu pasaba si por algn lado, en
un rincn la planta de pudra, se cortaba, o no
creca en ese lugar. Apur los pasos, quera
verla.
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CAPITULO 4
Descubriendo galpones.
Algunos aos atrs, mis padres haban decidido
salir a buscar en el mundo lo que en Los
cardos no se les daba. Por entonces era bien
visto que no pertenecer a algo, no quedarse,
era lo usual era seguir la corriente de lo que
se estilaba afuera. No estaba de moda sentirse
con excesivo amor al suelo, o tener identidad.
Tena un poco nublado el momento de las
despedidas, tal vez por la bronca que me daban.
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No tanto por el abandono, o la inevitable
destruccin de la familia, sino por la disolucin
del barrio, de lo que habamos caminado en ese
lugar todos juntos.
Cada vecino pasaba en aquellos momentos por
mi mente. Vea las noches que habamos
pasado juntos, arreglando el coche de alguien,
sacando a otro del barro sin pensar quin era,
ni cunto nos costara todo eso. Volvamos
sucios y cansados, pero felices por sentirnos
ms unidos. Sabamos que cuando lo
necesitramos, estaramos juntos.
Solo bastaba por las noches asomar la cabeza
por la ventana para escuchar los movimientos y
comentarios de cada vecino. Tal vez no eran
ntidos los dilogos, no podramos sacar
conclusiones, ni entender qu pasaba, pero
conoceramos el tono, la tendencia y el clima
que se viva. Sabamos que de haber una
emergencia, saldramos a la calle, para ayudar
a solucionarla.
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Ser maestro era una forma de ejercer liderazgo,
aunque no eran las estructuras todo lo
tradicionales y acadmicas que deban serlo. En
poco tiempo, y cuando apenas abandonaba la
adolescencia, me convert en lder de un sector
de mi barrio. A maestro llegu por necesidad,
en cambio lo de ser lder surgi con el tiempo,
ni fui yo el que lo decidi, mas bien lo adjudico
a un llamado. Alguna vez sabr si oportuno.
-Buenos das chicos, cmo se levantaron hoy?
mi sala de escuela era un viejo galpn de una
fbrica abandonada y un corrodo pedazo de
riel, como campana reciclada.
-Buen da Cholo, cmo estas? en
desordenado coro, como se esperaba de ese
grupo.
-Tenemos ganas de trabajar hoy?, qu
haremos?
-Maestro, por qu no hacemos una redaccin?
-la voz de Blanca siempre se adelantaba. Ella y
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su hermana Mnica, eran una especie de
custodias del grupo.
-Una redaccin, sobre qu les gustara
trabajar?
-Por qu no hablamos de los fantasmas seor?
-Por qu ese tema? Qu estuvieron leyendo
por ah?
-Los fantasmas dan miedo o risa? el ms
chico de los hermanos Gmez se asustaba
rpido, pero sabia disimular, sugiriendo que
otros eran los miedosos.
-Nosotros queremos escribir sobre los
fantasmas, pero no hace falta hablar sobre los
personajes de los cuentos, los fantasmas con
sbanas.
-A qu se refieren entonces?
-Fantasmas pueden ser las cosas, que estaban
y ya no estn aclaraba Mnica-, las que se
supone que dejan sus espritus. Como algo que
sabias que estaba all y ahora no la ves.
Fsicamente digo.
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-Me gusta, a ver explicte un poco ms.
-En este pueblo por ejemplo, muchas cosas se
pueden decir que dejaron sus espritus o almas,
como le quieran llamar.
-Entonces, qu piensan ustedes sobre esto de
las almas?
-Maestro? se escuch desde el fondo; era
Ramiro.
Ramiro era un chico grande; por su cuerpo
podra considerarse un adulto, aunque por su
madurez era uno ms de los chicos, que pareca
se empeaban en no crecer. Como si el
mantenerse en esa edad, congelados en el
tiempo, los protega de enfrentar al mundo.
-Qu pasa Ramiro? Contnos deba ir con
cuidado, Ramiro era muy callado y una
oportunidad como esta no era para
desperdiciar.
-Deca maestro Cholo -lentamente empez a
hablar. En realidad imponindole misterio a la
narracin, aunque dude acerca de qu ese
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misterio fuera una dramatizacin. Lo que
pasaba era que Ramiro senta sobre su frente,
la plenitud de una marquesina encendida
enfrentando a la clase. Luego bajara su cara,
para no levantarla por un buen rato, y soportar
as todo el peso de las miradas. Un poco con
atraccin por lo que contaba, otro poco porque
daba curiosidad una narracin de un
compaero casi siempre callado.
-Silencio! Habla Ramiro, nos interesa a todos.
-Cuando terminan las clases, usted sabe, es de
noche al volver a casa Ramiro vive junto con
su abuelo en una de las ltimas casas del
pueblo-. No tengo miedo, a pesar de que est
muy oscuro. Pero hace unos das...
-Qu pas? pareca que todos haban
olvidado que la intencin del tema era, en
principio, hablar de la ficcin, algo inventado.
-S, que hace unos das, a medida que me
acercaba a la vieja fabrica de tambores, no
haba ms oscuridad.
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-Algn farol olvidado que funcionaba? Cmo
es eso? A esa altura de tu recorrido, por esas
calles, no hay iluminacin, nunca se volvieron a
colocar desde que se quemaron.
-No maestro, no era luz del alumbrado pblico.
-Entonces, qu era?
-No s.
-Ahora? No te vas a quedar en lo mejor? Nos
vas a dejar asi?
-Es que me van a tomar el pelo.
-Nadie lo va a hacer. Adems mirles las caras,
estn todos muy interesados, conseguiste
darles algo para llamar su atencin.
El trabajo de hoy tena sentido. Este era mi
mejor logro, casi en el umbral de la juventud en
el que me encontraba.
-Entonces, fue as: era la noche del viernes, me
acercaba tranquilo a casa. Terminaba la
semana e imaginaba lo que iba a hacer el fin de
semana. Estaba a unos doscientos metros de
los galpones y empece a notar reflejos. Lo
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primero que pens, era que una tormenta
estaba cerca, los relmpagos iluminaban todo y
no quera mojarme, no haba trado nada para
cubrirme. Corr unos metros y vi algo, los
reflejos eran luces que salan por los ventanales
altos de los viejos galpones.
-Fuego, viste fuego entonces.
-Pareca fuego sin duda, como llamaradas. Esa
era la forma de la luz de un fuego. Ms ntidas
a medida que me acercaba. Tuve miedo, pero no
poda detenerme. Pens que si despus alguien
me preguntaba y no saba explicar lo que vi, eso
no me gustara.
-Eso pas este ltimo viernes? Qu les parece
chicos? Hoy es viernes, si para sacarnos las
dudas y acompaarlo a Ramiro, esta noche al
salir de clases, el que quiera venir, vamos con l
hasta su casa.
Pronto terminamos las clases aquel da y
escribieron bastante, sobre vidas extraas y
fantasmas, pero la mayor inquietud estaba en
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nuestra excursin. Sea por prolongar nuestra
compaa, esta vida en grupo que se haba
dado o sea por otro motivo, pero all estbamos,
todos muy entusiasmados.
El pueblo estaba muy abandonado, quedaban
los edificios como nico testigo de que aquello,
alguna vez fue un campamento de trabajo. Se
vean las huellas de carromatos que seguan
paralelas a la fila de casas. Todo el escenario
era de un gris plomizo que nunca ms se
quitara de aquellos frentes, como una ptina
convertida en piel urbana. En su momento la
percibamos agradable, quizs no por ser algo
estticamente lindo, pero s porque su color que
indicaba produccin, trabajo y eso era vida.
Para nosotros no pasaba de ser el refugio de los
mayores, que algn da ocuparamos. Sin
embargo, pasado el tiempo, nunca lo ocupamos
para saber lo que los mayores hacan.
Quedaron all como estatuas, smbolos del
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pasado, testigos para que decodificramos sus
mensajes y quizs este intentaba decirnos algo.
Caminbamos despacio, algunos pateaban
piedras a su paso. Entrecruzaban pequeos
juegos entre grupos, pero siempre
acompaando al conjunto. All estaba yo, un
precipitado adulto a mis diecisis aos. Un
poco alto para mi edad, parte por ese motivo y
por la resignacin de aceptar una autoridad,
uno de los pocos, un poco ms grande de los
que todava quedaban.
-Maestro?
-S, Sergio.
-Cuando era ms chico y mi padre todava viva
en casa, pensaba que algn da bamos a
trabajar juntos, ah ve? mientras Sergio
sealaba un viejo, pero completo galpn.
El exterior de chapa pintada de rojo, aunque ya
todo o casi todo, estaba cubriendo al manto rojo
en otro manto, rojizo tambin, pero de
herrumbre. El xido haba cubierto el frente.
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ellos... hizo una pausa que advert cmo, si
una pena lo atravesara.
-S, cont, contale a todos- me pareci que
alguno mas pudo sentir lo mismo, porque yo
tambin lo sent y lo recuerdo muy bien.
-Eso!, que no pense que la mayora de ellos,
iban a buscar solos su futuro y lejos de
nosotros.
-Dnde estarn maestro? O que estarn
haciendo? Habrn logrado lo que queran?
-Nos dijeron que iban a llamarnos sentencio
un enojado- Que cuando solucionaran el
futuro, nos llevaran con ellos.
Pensaba en silencio, para no atormentar ms
sus propios pensamientos. Aquella generacin
de gente haba luchado mucho en su juventud,
consolidando una idea de un mundo en la que
todo se resolviera, en nuestro lugar y entre
todos. Coincido con los chicos, sonaba
incomprensible ver a un grupo de abandonados
menores tratando de armar un universo, que se
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lo mostraron de otro modo y de un golpe, todo
se transform. Para colmo ese cambio, era casi
opuesto a lo que sus padres les haban dicho, al
menos que iban a vivir una dispora antes de
tiempo.
Muchas de las maquinas y construcciones
haban quedado clavadas en la tierra, queran
recordarnos un abandono imprevisto en un
estilo apocalptico, como si la precipitada
desgracia de Pompeya hubiera pasado por estos
campos. Sin un orden, sin pensar con
antelacin que esto debi de ser abandonado a
tiempo. Algo que era la prolongacin del
hombre de aquellos tiempos y as era sentido,
como parte de su cuerpo, as con esa urgencia y
esa inexplicable dejadez histrica que no dejaba
de sorprenderme.
Todo era barro y piedras, sin ningn orden ni
rastros de ciudadanos que demostraran
cuidado por el lugar donde vivan y gozaban.
Solo una hilera de cardos, morados algunos y
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marchitos la mayora, atravesaban los muros.
All se confundan las grietas que cada vez
crecan como arrugas en el rostro de un
anciano. Telaraas infinitas en esos trazos
oscuros, haban conseguido aduearse aquellos
cardos morados, para ayudar cuando podan a
empujar y abrir los tajos. Era una nefasta
sociedad, que se haba propuesto acelerar las
ruinas.
La noche era plena y la calle se estrechaba. El
barrio era conocido y el camino varias veces
recorrido por mi grupo, pero algo, la charla o la
expectativa de los chicos, hizo que cambiara.
Los juegos no siguieron, tal vez por la falta de
iluminacin, pero lo mas seguro deba ser la
necesidad de estrechar el grupo, apiarse como
un cuerpo de temerosos corderitos, en selva
desconocida. La falta de luz no era absoluta, los
ojos de los chicos brillaban y los vea, como
preguntndome desde el silencio de sus labios.
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Mas all, poda distinguir el borde de la
banquina de la bodega Torres, en su tiempo
apiada de obreros que iban y venan. Un
pasillo y su vereda, no muy anchos, pero que
ocupaban todo el largo de aquellas barracas.
Solamente unas pequeas ventanas al
comenzar el recorrido de las oficinas tenan sus
vidrios todos completos, sin embargo, se
mantenan cerradas. Una persistente suciedad
cubra y protega todo. La misma suciedad en
los vidrios que en las chapas que tapaban todo
el frente de aquel corrodo y solitario edificio.
Vi aquel borde de banquina y ahora tambin
vea el paredn.
Las herramientas y carruajes abandonados
enfrente, se comenzaban a dibujar en un claro
oscuro elemental, recordando a las historietas
de la infancia. Un blanco y negro recortaba el
paisaje, o mejor dicho la escenografa en aquel
viejo paredn, que ya se asuma como teln
teatral.
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Toda la especulacin, mi descripcin solo sirvi
para demorar lo que intua. Aquel claro oscuro
se debera, a algn reflejo producido enfrente.
Fcil deduccin, recordando las proyecciones
cinematogrficas, o de simples sombras
chinescas.
-Maestro, esas sombras son por las luces que
estn enfrente? un alarmado viga lanz el
alerta.
La situacin entonces, era la siguiente: a
nuestra derecha veamos un escenario de
teatro, donde bailaban sombras de figuras,
reconocibles, ya que nos retrotraan a los
paisajes de trabajo agotador, aquel de los
tiempos de la gran produccin. Las familiares
formas, nos recordaban a gente y herramientas,
que se movan y danzaban.
Desde la izquierda, la realidad de figuras
quietas nos explicaba que all estaban los
objetos, los mismos que danzaban a derecha,
pero ah estaban quietos.
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Algo converta en dinmicas las mgicas piezas.
Era la luz. Desde las pequeas ventanas del
galpn de depsito de la vieja bodega,
destellaba en naranja y amarillo, la fuente de
luz que nos estremeca tanto. Nos acercamos de
a poco y en fila indiasin saber por qu, dentro
de una ilgica cautela. La razn deca que all
no habra nada ni nadie desde hace varios
aos, sin embargo una mezcla de curiosidad y
miedo nos empujaba a descifrar la incgnita.
Conservbamos una disciplinada formacin,
donde ninguna cabeza superaba el borde
inferior de las ventanas, entonces la curiosidad
pudo ms. Se supona que el maestro era
disciplinado, deba ser ejemplo, pero sea por
sentimiento de proteccin a los ms dbiles o
por curioso no superado, me detuve y asome
con mucho cuidado mi vista.
Un galpn inmenso, derruido, pero algo
ordenado para los aos de abandono y saqueo,
se presentaba a la vista.
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La gran luz estaba sobredimensionada para
nuestra visin. En parte por la imaginacin
colectiva, que no dud en armar inmensos
escenarios ante lo desconocido. Por otro lado, la
misma realidad: un exterior oscuro y la bveda
de la noche que todo lo envolva en su negra
incertidumbre. Todo esto contrastado con una
fuente mgica de luz en la noche que surga
desde all, aumentaba la energa visual.
Todas las ventanas de aquel galpn estaban
iluminadas como en una gran fiesta, en cambio,
la verdad es que desde adentro solo se vea una
pequea fogata que comenzaba a arder,
destellante pero bajo control. Al menos era
producida por una serie de maderas, bien
acomodadas, seal que no se trataba de un
fuego espontneo. As, agitados y confundidos,
estbamos apoyados en los bordes de las
ventanas,en silencio y sin saber cmo actuar.
Unas redondas y brillantes esferas brillaron
entre las sombras alrededor del fuego, se nos
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acercaban a gran velocidad. Se separaron, pero
no dejaron de moverse. Se acercaron ms, se
iluminaron, se definieron como dos bultos entre
las penumbras.
Las pequeas esferas brillantes eran un par de
ojos y los bultos informes eran dos individuos,
an no definidos como personas, con
adjudicacin de sexo o personalidad.
De pronto se adhirieron a los vidrios, nos
sobresaltamos, tenamos sus caras frente a
frente. Hicimos seas entre nosotros y ordene
silencio, pero que no huyera nadie. Ni aquellos
personajes ni nosotros quisimos tomar con
excesivo dramatismo lo que suceda. A medida
que nos reconocamos, nuestros cuerpos se
tornaban confiables, nos remitan a seres con
los cuales podramos entablar contacto y hasta
ya los veamos como imgenes conocidas.
Cuando los tena a menos de un metro sin
vidrio de por medio, reconoc en sus rostros
imgenes que volvieron desde mi infancia.
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CAPITULO 5
Fantasmas en transicin.
Somos amigos. -De este modo intent
apaciguar los nimos.
-Cmo creerle? el ms joven habl.
Aquellos dos personajes eran fantasmas en
transicin hacia otra vida. Su aspecto de
abandono, no eran algo de corto plazo,
denunciaban un estado y modo de vida, algo ya
incorporado a su personalidad. Desde haca
mucho tiempo, estbamos acostumbrados a ver
un perfil de habitante tpico en Los cardos.
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Deban responder, segn nuestros cnones de
vida, a muy jvenes, o nios, quizs con un velo
de experiencia en sus rostros por asumir
responsabilidades que no le eran propias para
su edad, pero dar una imagen aniada al fin.
Por otro lado, poda encontrarme con viejos,
caras desgastadas por el tiempo, resignadas,
pero apostando a una esperanza de vida, a una
renovacin generacional, por ejemplo mi
abuela. Eso se deba a una jugada que
hacamos con el destino, desebamos la
construccin de un puente entre las edades
para que nada se perdiera. Sin embargo, estos
personajes en su indefinida personalidad,
transmitan energas propias de la generacin
intermedia, aquella que haba decidido
construir un mundo ajeno promisorio de
excitantes nuevas experiencias; en deuda con
nosotros pero convencidos que estaban en la
construccin de algo trascendental que nunca
vimos.
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[ Cardos morados Oscar Gagliano ]
-Ustedes me resultan caras conocidas, puede
ser? este comentario intentaba tranquilizar las
almas, aunque en realidad en parte lo senta
as. En especial sus miradas me resultaban
cercanas en algn lugar de mi remota memoria.
-Basta! Vyanse.
-Tranquilos, mis compaeros no son ms que
chicos, nadie les har dao.
-Es cierto lo que decs, pero no queremos que
nadie nos vea.
-Cometieron algn delito? Estn escapando?
-No hicimos nada, pero parece que no hay lugar
para nosotros en este pueblo.
-Callte, dejlo, no hables ms el mayor de los
personajes, cubierto por una blanca y mal
recortada barba, pareca cruzado por el
resentimiento. Toda su actitud corporal
demostraba expulsin, me recordaba lo que
sucede con los imanes, cuando se enfrentan
con el mismo polo y se rechazan. Ahora debera
entender la razn por la que suceda esto.
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[ Cardos morados Oscar Gagliano ]
-Soy Adrin, el maestro. Soy... era el hijo de...
-Sabemos de quin eras el hijo.
-Pero cmo?
-Seguro que no te acords, pero nosotros
eramos personas muy cercanas a tu familia, en
otros tiempos.
-Podemos charlar un rato tranquilos?
propuse.
El mayor, baj la vista y refunfu. Con un
gesto demostr su reprobacin y se alej hacia
la fogata. Un rotoso tanque de chapa, cortado
al medio y ya curtido para aquellos menesteres.
-Entendlo, los recuerdos no son generosos, se
ensaaron con l -el menor de ellos explic-. Mi
nombre es Joaqun y mi hermano mayor
Manuel. Si no nos records, es porque tal vez
eras muy chico, fuimos compaeros de tu padre
en la empresa.
-Ahora si, recuerdo muy bien. Siempre estaba
con ustedes una mujer.
-Era Magdalena, la esposa de mi hermano.
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[ Cardos morados Oscar Gagliano ]
-Recuerdo que vivan en la casa de chapa, la
ms cercana al borde del pueblo.
-S, cerca del campo de cardos. Los cardos que
tanto le gustaban a ella! -su voz era clida y
receptiva. Manuel se acomod en un rincn
cerca de la fogata, pero en un ngulo tal, que
quera dejar claro que no era de su inters
participar en la charla.
Interrump y ped un momento para demorar la
charla. Me tome el tiempo suficiente para reunir
a los chicos, calmarlos, explicarles que todo
estaba bajo control y a los ms grandes que
tomaran la responsabilidad, para que todos
llegaran bien y rpido a sus casas. Blanca se
hara cargo de las chicas. Maana nos veramos
y hablaramos de esto.
Todo estaba en paz, pero ms an en este
tramo de lo ocurrido. Me tocaba de cerca,
necesitaba intimidad, dedicacin de cuerpo y
alma para desentraar cosas del pasado.
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[ Cardos morados Oscar Gagliano ]
-Un poco de vino?... hummm... hizo una
pausa para recordar mi nombre.
-Adrin o Cholo, como ms te guste... Si,
tomemos un poco, vendr bien para calmar las
aguas.
-Y vos, Manuel? -se sonri. Su hermano
protest, aunque a pesar de eso, acepto el vaso
y se incorpor al grupo.
-Recuerdo todo -la quietud y el silencio,
actuaban en m como si estuviera en una
cpsula del tiempo. Por un momento, traslade
al tro a travs del espacio y los aos pasados.
Manuel y Joaqun vivan con la esposa de
Manuel. Magdalena era una dulce mujer que se
desvivi por la casa. La casa de chapa como la
llamaba. Era un tpico hogar del ferrocarril, de
las primeras casas en el barrio. Se levant junto
con las vas, al mismo tiempo, y en realidad de
hecho junto casi al trazado del ferrocarril. No
muy lejos de la hilera de cardos, por aquellos
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[ Cardos morados Oscar Gagliano ]
tiempos azules, del azul ultramar ms elctrico
que pueda recordar.
Para la gente que no saba valorarlos, era casi
un pasto salvaje, con desprecio denominado
cizaa. Sin embargo, para Magdalena era una
flor, de entre las flores, la ms hermosa. As
como para la abuela era un excelente alimento
siempre presente en la mesa, para ella era el
marco ms bello que poda adornar a su linda
casa de chapa.
La vivienda estaba en el medio de la parcela.
Cuando iba a visitarlos la recorra en su
permetro, entre las plantas. Fuera por ajena o
por entraable, recuerdo que all me senta en
libertad. Por eso, las figuras de los hermanos
me remitieron hacia algo amigable. Esa energa
positiva se mantena con los aos.
Las casas de chapa deban protegerse. Eran
vulnerables al tiempo y el agua. Esto y la
presencia de pinturas varias que el ferrocarril
traa y distribua gratis, hizo que los cardos se
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[ Cardos morados Oscar Gagliano ]
sintieran acompaados en la creacin
multicolor que les daban a las casas.
Los cardos brillantes y azules, los crisantemos
celestes y algunas rosas. Un verde intenso
contena la plataforma verde que ah se
formaba. En el centro, la casa alta y atrayente.
Tena una impronta digna de un cuadro
impresionista. Un gozo para el artista que
hubiera deseado llevar a un lienzo semejante
obra. Trazos verticales rayados en color rojo,
chispazos de un ocre brillante, las ventanas con
sus cuadriculas blancas, destacando sus
bordes. El techo inclinado aunque no mucho,
esto era caro y no tenamos nieve para tanta
pendiente, pero era suficiente para ver a lo lejos
esos trazos azules y el rayado que formaban las
chapas en cada inclinada. En sus bordes las
columnas de cada de agua, en un rojo oscuro y
al fin sus pasillos, rodeados de mil plantas Y
macetas. Aquella galera con una proteccin de
madera, en varillas con rombos que dejaban
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[ Cardos morados Oscar Gagliano ]
pasar el aire al placentero lugar de descanso,
que hacia lento el paso a ocasionales paseos.
Alegra, reuniones, fiestas y todo