Cardín. Cuentos Con Sida

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Cuentos con SIDA. Alberto Cardín. La primera misa alemana. Hemos dejado que permanezcan los ornamentos de la misa, el altar y las velas, mientras sigan en uso y hasta que nos parezca más conveniente cambiarlos. En ésto damos libertad a quienes quieran hacer otros experimentos. No obstante, en la misa verdadera entre cristianos sinceros no debería permanecer el altar, y el sacerdote debiera estar siempre de cara al pueblo. LUTERO, La “Misa Alemana” y la ordenación del oficio divino. Apoyado en la cajonera de flamígera ebanistería, Andreas Bodenstein, conocido deo todos los reformados con el apodo de Karlstadt, clavaba la vista en el lacerado Cristo gótico que imponentemente dominaba la sacristía, intentando abstraerse del sordo rumor de los fieles que llenaban la colegiata de Todos los Santos, para la Misa del Gallo de aquel turbulento año de 1571. Por dos veces había hecho amago de colocarse el amito, y había vuelto a depositarlo sobre los restantes ornamentos. Varias veces, con la mano vacilante, había desnudado y revestido el cáliz con el blanco cubrecáliz de la fiesta. Y, aunque la tercera llamada de la misa había sonado hacía tiempo, y los impacientes murmullos de los fieles crecían por momentos, ya bien pasada la medianoche, el torturado arcediano no sabía aún si celebrar la misa de Navidad revestido conforme al uso canónico, o con simple traje talar, como los más radicales le exigían. De todo tenía la culpa el maldito Zwilling y toda la camarilla de agitadores venidos de Zwickau, que llevaban semanas solviantando a la ya de por sí inquieta Wittenberg con nuevas iniciativas litúrgicas. Aunque tampoco él estaba libre de culpa: sus predicaciones sobre el carácter simbólico de la eucaristía, y su tesis ampliamente comentada de que las palabras de Cristo en la Cena estaban referidas a su propio cuerpo carnal, y no al pan, habían provocado por de pronto la supresión de las misas privadas por parte de los inquietos agustinos, que ya estaban desmantelando los altares de su convento, en un apresurado afán de coherencia teológica. Como tantas veces desde que diera comienzo la Reforma, Karlstadt se debatía entre su irrefrenable tendencia a sacar consecuencias radicales de cualquier intuición teológica, y su vacilante comedimiento a la hora de convertirlas en hechos. Al final, los acontecimientos terminaban siempre por arrastrarlo, y se veía obligado a acometer innovaciones que por sí solo jamás hubiera osado llevar a cabo. Un niño asomó la cabeza por la puerta y la escondió de inmediato. Karlstadt, por el rabillo del ojo, creyó reconocer en sus rizos castaños apenas entrevistos a uno de los antiguos monaguillos de la colegiata, y se dió cuenta de cuán solo estaba con sus dudas: acólitos y sacristanes habían abandonado sus sobrepellices, y formaban ahora parte de aquella masa inquieta de fieles que exigía de él una clara determinación. Las burlonas voces de un coro, probablemente estudiantil, comenzaron a entonar una parodia del Adeste fideles, en la que se le conminaba a salir a celebrar “sin los perendengues romanos”: sin duda el ejemplo de Melanchton, quien se había atrevido a repartir la comunión bajo dos especies en la capilla de la Universidad sin estar ordenado, había hecho cundir en ellos la idea de una Reforma incendiaria, capaz de acometer irreflexivamente cualquier innovación.

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Transcripción de unos cuentos inéditos de Cardín, del estilo pequeña epifanía histórica, bajo un título equívoco: lo central no es la enfermedad sino lo religioso; diría más, lo clerical.

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  • Cuentos con SIDA.

    Alberto Cardn.

    La primera misa alemana.

    Hemos dejado que permanezcan los ornamentos de la misa, el altar y las velas, mientras sigan en uso y hasta que nos parezca ms conveniente cambiarlos. En sto damos libertad a quienes quieran hacer otros experimentos. No obstante, en la misa verdadera entre cristianos sinceros no debera permanecer el altar, y el sacerdote debiera estar siempre de cara al pueblo.LUTERO, La Misa Alemana y la ordenacin del oficio divino.

    Apoyado en la cajonera de flamgera ebanistera, Andreas Bodenstein, conocido deo todos los reformados con el apodo de Karlstadt, clavaba la vista en el lacerado Cristo gtico que imponentemente dominaba la sacrista, intentando abstraerse del sordo rumor de los fieles que llenaban la colegiata de Todos los Santos, para la Misa del Gallo de aquel turbulento ao de 1571.

    Por dos veces haba hecho amago de colocarse el amito, y haba vuelto a depositarlo sobre los restantes ornamentos. Varias veces, con la mano vacilante, haba desnudado y revestido el cliz con el blanco cubrecliz de la fiesta. Y, aunque la tercera llamada de la misa haba sonado haca tiempo, y los impacientes murmullos de los fieles crecan por momentos, ya bien pasada la medianoche, el torturado arcediano no saba an si celebrar la misa de Navidad revestido conforme al uso cannico, o con simple traje talar, como los ms radicales le exigan.

    De todo tena la culpa el maldito Zwilling y toda la camarilla de agitadores venidos de Zwickau, que llevaban semanas solviantando a la ya de por s inquieta Wittenberg con nuevas iniciativas litrgicas. Aunque tampoco l estaba libre de culpa: sus predicaciones sobre el carcter simblico de la eucarista, y su tesis ampliamente comentada de que las palabras de Cristo en la Cena estaban referidas a su propio cuerpo carnal, y no al pan, haban provocado por de pronto la supresin de las misas privadas por parte de los inquietos agustinos, que ya estaban desmantelando los altares de su convento, en un apresurado afn de coherencia teolgica.

    Como tantas veces desde que diera comienzo la Reforma, Karlstadt se debata entre su irrefrenable tendencia a sacar consecuencias radicales de cualquier intuicin teolgica, y su vacilante comedimiento a la hora de convertirlas en hechos. Al final, los acontecimientos terminaban siempre por arrastrarlo, y se vea obligado a acometer innovaciones que por s solo jams hubiera osado llevar a cabo.

    Un nio asom la cabeza por la puerta y la escondi de inmediato. Karlstadt, por el rabillo del ojo, crey reconocer en sus rizos castaos apenas entrevistos a uno de los antiguos monaguillos de la colegiata, y se di cuenta de cun solo estaba con sus dudas: aclitos y sacristanes haban abandonado sus sobrepellices, y formaban ahora parte de aquella masa inquieta de fieles que exiga de l una clara determinacin.

    Las burlonas voces de un coro, probablemente estudiantil, comenzaron a entonar una parodia del Adeste fideles, en la que se le conminaba a salir a celebrar sin los perendengues romanos: sin duda el ejemplo de Melanchton, quien se haba atrevido a repartir la comunin bajo dos especies en la capilla de la Universidad sin estar ordenado, haba hecho cundir en ellos la idea de una Reforma incendiaria, capaz de acometer irreflexivamente cualquier innovacin.

  • Melanchton era, no obstante, un caso aparte: poda llegar a ser incluso ms pusilnime que l, pero su juventud lo disculpaba de todo, y su lacrimosa fidelidad le haba ganado la voluntad de Lutero, quien lo animaba a cometer nuevas audacias (peca fuerte, pero confa y algrate ms fuerte an en Cristo, le haba escrito poco antes de su hazaa en el comulgatorio), para librarlo de su timidez.

    A l, en cambio, respetable arcediano, doctor en derecho cannico, y hasta vizconde curial (hecho, ste, de su vida romana, que prefera no mencionar) le estaba permitido actuar tan irreflexivamente? Poda imaginar a Lutero, con su elegante disfraz deCaballero Jorge, empuando la pluma para reprocharle sus peligrosas innovaciones; o aSpalattino, desde la corte de Sajonia, acusarlo de soliviantar al populacho alindose con Mnzer y los profetas de Zwickau; o, al mismo Melanchton, despus de haber sido el pionero, acusarlo de aprovechar el destierro de Lutero para introducir novedades y minar su liderazgo. El agustino, escondido en Wartburg tras el edicto de Worms, vea enemigos por todas partes, y l resultaba demsiado independiente como para no herir su suspicacia.

    Airados siseos empezaron a competir con el desacompasado canturreo de los estudiantes, cansados ya de reiterar su parodia sin resultado. Luego, los diversos ruidos contrapuestos entraron en sordina, y Karlstadt pudo or casi con total nitidez un quedo arrastrar de pies, que por el presbiterio se acercaban a la sacrista. La puerta se abri sin el menor chirrido, y en el umbral se hizo patente una doncella de plido rostro enmarcado en generosas tocas de lino. Tena toda la apariencia de una novicia exclaustrada, o tal vezuna de las muchas jvenes devotas que la influencia de Erasmo tanto haba hecho proliferar fuera de los claustros. Sus mansos ojos se alzaron hacia l y lo interrogaron confijeza:

    Acaso esperis, padre, que Cristo nazca de nuevo el ao que viene?Y, sin decir ms, escondi recatadamente las manos en las bocamangas de

    estamea, se di la vuelta, y desapareci de su vista. Ante l se abra ahora la perspectiva de un presbiterio desnudo, en cuyo borde haban colocado una mesa corriente, cubierta con un simple mantel blanco: todas las alfombras haban desaparecido del suelo, y el altar haba sido despojado de los candelabros, los floreros y las sacras. El sagrario apareca abierto, y por un instante la idea de una profanacin de las formas relampague angustiante en la cabeza de Karlstadt.

    Como hipnotizado por el espectculo, el arcediano tom el cliz y la patena, cubrindolos simplemente con la hijuela, y tal como estaba, con su negro traje talar, avanz hacia la mesa. Antes de volverse hacia los fieles, pudo ver de reojo que el copn permaneca intacto en el interior del tabernculo, y se asombr de considerarlo un buen augurio.

    En aquel mismo momento, un grupo desde el fondo de la nave comenz a entonar Jesus Christus, unser Heiland, el himno de Huss traducido al alemn por Lutero: y al llegar a los versos que dicen verborgen mi Brot so klein / und zu trinken sein Blutt mi Wein, todos los fieles comenzaron a seguirlos con la naturalidad de un uso inveterado. Karlstadt, no sabiendo qu hacer de cara al pblico, junt las manos bajo la barbilla y simul recogerse en oracin. En realidad, meditaba qu hacer de seguido. Y entretanto, del blanco mantel sobre el que haba depositado el cliz desnudo, empez a subirle un olor de manzanas maduras, bien distinto del olor de cera e incienso que solan exhalar loslienzos en el altar.

    Terminado el himno, todos imitaron perplejos su recogimiento. Y as se estuvieron, esperando tensos alguna iniciativa que enderezara la liturgia, hasta que Karlstadt, abriendo las manos como para ir a decir Dominus vobiscum, se vi a s mismo gritar el alborozo inicial del salmo 117:

    Este es el da que hizo el Seor: alegrmonos y regocijmonos en l.Y todos, cual si estuviera establecido, respondieron a una:Aleluya!

  • Karlstadt prosigui, como en rapto:Hermanos, librmonos de toda vacilacin y toda duda. Despojmonos, como dice

    el Apstol, del hombre viejo que teme mirar de frente a la luz de la Verdad, y vistmonos del hombre nuevo, que es imagen de Cristo santificado. Hoy es un da grande, porque un hijo nos ha nacido, un nio se nos ha dado, que lleva por nombre Emmanuel, sto es, Dios con nosotros.

    Y todos rubricaron:Amn!El arcediano, escindido entre el hombre entusiasta que vea brotar de sus labios

    involuntarias retahlas de citas bblicas, y el cauto hombre interior que observaba sin saber qu hacer, se dej arrastrar por la inspiracin del primero, sin ofrecerle resistencia: por primera vez senta en su carne el poder del Espritu, y no quera renunciar a la experiencia de aquel nuevo Pentecosts.

    Arrebatado, vi brotar de sus labios el cntico de Joel, que Pedro recitara para explicar el estruendo del cenculo y la incontenible verborrea de los discpulos:

    Y sobre mis siervos y siervas / derram mi espritu en aquellos das / y profetizarn.

    Como impelidas por sus palabras, varias mujeres se alzaron nerviosas de entre los bancos, y comenzaron a proferir frases inconexas. Una joven devota, vestida de lino y parda estamea como la de la sacrista, cay al suelo presa de convulsiones. Todos los fieles, elevando exaltados los brazos al cielo, clamaban:

    Aleluya! Aleluya! El Seor ha bajado entre nosotros!El yo curial de Karlstadt sinti miedo, viendo agitarse frente a l aquella asamblea

    de frenticos, y una tromba de citas de Agustn, Hilario de Poitiers y el Aquinate invadi sucabeza, bramando contra el espritu de profeca. Fue el hombre de iglesia, el arcediano, elque esta vez habl por su boca:

    Hermanos, santa es la efusin del Espritu, pero ms digna de alabanza a los ojos de Dios es la obediencia de sus ritos.

    La devota convulsa se incorpor del suelo, limpindose con la manga la espuma dela boca. Todos callaron, se serenaron y atendieron. Karlstadt tena prisa por concluir aqueltrmite introductorio, hecho de tanteos a ciegas en una situacin indita. Su intuicin de canonista le deca que el peligro y la confusin surgen siempre all donde los ritos no estn bien establecidos. Era preciso inventar ritos nuevos, acordes con los signos de los tiempos. Pero, en aquel preciso momento lo nico factible era salir del paso cuanto antes, salvando en lo posible su conciencia. Y nada mejor que el depurado ritual romano para serenar los nimos con la fuerza de su inercia.

    Recogindose de nuevo hasta que todos los murmullos se hubieron apagado, decidi abreviar, acometiendo sin ms el canon de la misa, cuyos altisonantes altines demostraron bien pronto su efecto apaciguador: no habra recitado an medio prefacio, cuando ya las misas beatas exaltadas se vean repasando rutinariamente las cuentas de sus rosarios, sumidas en sus particulares bisbiseos.

    Al llegar a la consagracin, se crey obligado a hacer una breve admonicin sobre el carcter colectivo del sacerdocio cristiano, y sobre la funcin que all cumpla l de mero ejecutor en nombre de la asamblea. Pero, arrodillados y recogidos en la habitual y humillada espera del ms sacro de todos los misterios, apenas hubo quien escuchara sus palabras. Ni uno solo levant la vista al or decir en voz alta y lmpido tono la siempre secreteada frmula que, segn el mgico concepto romano, transforma el pan y el vino enel cuerpo y la sangre del Seor.

    Karlstadt, fiel a su interpretacin teolgica de la anfora de la Cena, exhibi la forma en la patena, sealndose a s mismo, al tiempo que deca: Este es mi cuerpo. Y otro tanto hizo con el cliz, queriendo sealar la escenificacin puramente conmemorativadel gesto. Pero todos permanecan sumidos en una especie de estupor reverencial, sin

  • atreverse a levantar la vista, cual si estuvieran escuchando an el tradicional repiqueteo de la elevacin.

    Inmediatamente, el arcediano consumi la forma, ech un corto trago del cliz, y depositando unas cuantas formas del copn sobre la patena, bajo al comulgatorio dispuesto a distribuir bajo la comunin bajo dos especies. Pero, slo las beatas habituales, unas cuantas jvenes devotas, y tres o cuatro piadosos menestrales, como en cada Navidad, se acercaron a recibir las formas remojadas en vino, a la manera griega, que Karlstadt, sin formulismo ni ornamento alguno, distribua.

    De vuelta a la mesa, Andreas Bodenstaein, incapaz de calibrar las consecuencias del paso que acababa de dar, slo senta ganas de terminar. Vi los ojos de todos los asistentes interrogantemente clavados en l, y abriendo invitadoramente las manos quiso decir en alemn el acto ha terminado, pero se oy decir:

    Consumatum est.Y vi en ello un claro signo de que nada estaba decidido, de que incluso era

    posible dar vuelta atrs. Pues los actos de los hombres, sometidos a un continuo pendularentre la audacia y la inercia, resultan del todo impredecibles. Y slo Dios en su omnisciencia sabe cunto hay de viejo en cada novedad, y qu pequea parte de lo nuevo superar el crisol del tiempo.

    El erizo y la zorra.

    Postquam hic homo Dei ad castrum Fumonis pervenit et in turrim illius castri fuisset reclussus, gratias egit Deo et dixit: cellam desideravi, cellam habeo, sicut tua placuit pietati, Domine Deus meus.Vita et miracula sancti Petri Celestini.

    Presintiendo prxima la hora de su bito, en uno de los escasos momentos de lucidez que an le acudan, Pedro de Morone, el que efmeramente reinara bajo el nombre de Celestino V, expres su deseo de confesarse por ltima vez con su saudo enemigo, Bonifacio VIII.

    Los dos espirituales que voluntariamente lo acompaaban en la fortaleza de Fumone, para compartir su encierro y servirle de apoyo, intentaron disuadirlo, representndole todo el mal que su sucesor en el pontificado le haba hecho, y recordndole los crmenes e infamias que, en apenas un ao de reinado, haban convertido a Benedicto Gaetani, alevsamente elevado a la Silla de Pedro con el nombre de Bonifacio VIII, en la imagen misma del Anticristo.

    Pero, el ermitao insisti de tal modo, y an amenaz con morir sin recibir los ltimos sacramentos si sus discpulos no cumplan su postrera voluntad, que stos no tuvieron ms remedio que llamar al alcaide. Este no tard en bajar al hmedo y estrecho calabozo, pensando ya en ver agonizante al quebrantado ex-papa, lo que no dudaba causara a su amo la mayor de las alegras.

    Pero el anciano, aun postrado en un duro lecho de tablas y apenas cubierto por una rada cobija, pareca haber recobrado parte de aquel milagroso vigor que lo llevara a recorrer los Abruzzos como el ms decidido bandolero, de cueva en cueva, de matorral enmatorral, estrechamente acosado por las tropas del usurpador Bonifacio, y se negaba a morir sin haber visto por postrera vez a su archienemigo.

    Saboreaba Bonifacio de Agnani una de esas placidas tardes veraniegas de Campania, en que ni su hgado ni su gota lo condenaban a estarse en el lecho, acalambrado con dolores que slo el mgico saber de Arnau de Vilanova lograba atemperar.

  • Recostado bajo un dosel de seda en la terraza de palacio, se dejaba ungir plcidamente los pies con una pocin preparada por el fsico cataln, mientras contemplaba ensoador las evoluciones que un grupo de rubios monacillos trenzaban al son de un tro de lades, cuando el sudoroso mensajero de Fumone vino a postrarse antel.

    Celestino insiste en veros, Santidad. Quiere recibir de vos los ltimos consuelos, antes de entregar su alma.

    El rostro hasta entonces apacible se le demud al soberano pontfice. El paje que masajeaba sus pies sinti la sbita rigidez de sus tendones. Ces la danza de los blandosdonceles, quedando como congeladas sus flotantes albas. Se apag el son de los lades con un leve chirrido.

    Qu trampa era aquella?, pens para s Bonifacio. Acaso pretenda el de Morone, en su lecho de muerte, maldecirlo de nuevo como cuando se lo trajeran cargado de cadenas? Nuevamente revivan aquellas hirientes palabras del hermitao, tonante como nunca se le viera durante su triste y breve pontificado: Penetraste como un zorro, reinars como un len, y morirs como un perro.

    Encendido de clera, lo haba hecho encerrar como a una alimaa, en el ms infecto de los castillos papales, donde los ms jvenes discpulos del viejo eremita enfermaban de fiebres, mientras l pareca revivir, considerndose devuelto al yermo de donde nunca hubiera querido salir. Su fama de santidad, un tanto deteriorada tras sus meses de confuso pontificado, haba vuelto a crecer desde entonces, multiplicada por las prdicas de Jacopone de Todi y los celestinianos radicales, que propalaban calumnias contra l, su pastor supremo, haciendo correr coplas obscenas que los ms osados venan a cantarle al pie de los muros de su propio palacio.

    Haba fracasado en domear al viejo testarudo, y no haba sido lo bastante audaz como para convertirlo en mrtir, apropindose de sus milagros con fingida penitencia, como Enrique Plantagenet hiciera con el taimado Beckett. Tal vez si con compuncin simulada se allegaba a l a pedirle perdn y administrarle humildemente los ltimos sacramentos, lograra atraerse el favor del populacho, y hasta puede que la intercesin deCelestino en la otra vida.

    En aquel mismo momento, en Fumone, el moribundo ex-papa, con resuello cada vez ms trabajoso, fij los ojos en la claraboya de su mazmorra, y dijo en un susurro:

    Nunc denioue scio eum non venturum.Cruz las manos sobre el pecho, y cerrando los ojos con plcido semblante, ces

    de jadear.Los discpulos, creyndolo muerto, se miraron con congoja sin saber qu hacer,

    hasta que uno de ellos, Mauricio de Bari, que haba estudiado medicina en Montpellier, acercndole un plato de latn a las narices, vio que se empaaba.

    Abri los ojos de nuevo Pedro de Morone, y con voz clarsima, no muy alta, pero deextrao timbre juvenil, dijo como consolndolos:

    Multum laboravistis pro me, sed spero in Deo quod cito quiescetis.Todos, agrupndose a sus pies, empezaron a rezar la encomendacin del alma con

    las lgrimas en los ojos:Ut speret Christum Dominum Nostrum pro sua inmensa clementia sibi foret

    propitium, et merito eius sanctissimae Passionis, et per intercessionem beatae Mariae, et omnium sanctorum, se vitam aeternam consecuturum.

    Y, mientras siguindolos con los labios, el Morone una su propio acto de contricin a la piadosa plegaria de sus seguidores, Bonifacio de Agnani, reunido apresuradamente en consejo con varios de sus cardenales, sopesaba la conveniencia de personarse l mismo en Fumone para dar la extramauncin a su prisionero.

    De todos los pupurados, eran Giacomo y Pietro Colonna los ms decididos partidarios de su marcha. Aducan para ello la creciente exaltacin milenarista que los

  • celestinianos fomentaban por toda Italia:Hasta en Miln han venido a unrseles ahora los cirstercienses, con esa nueva

    santa, Gugliemina, de quien dicen que es la encarnacin del Espritu Santo... Una conveniente reconciliacin pstuma, Santidad, puede tener ms efecto apaciguador que mil hogueras...

    Nada poda causar mayor recelo a Bonifacio que aquel afn de comprometerlo de los Colonna, cuya proteccin a Fra Jacopone, escondido en su feudo de Tusculum, era detodos conocida.

    Los dems, sin embargo, callaban. Orsini, como siempre, agazapado en espera de su hora. Y el fiel Stefaneschi, el nico que activamente lo defenda con la pluma, encerrado en un terco y ausente silencio.

    Tal vez recordaba a Celestino cuando, delegado por el cnclave de Npoles, subiera a buscarlo a su cueva de los Abruzzos, para comunicarle su inesperada eleccin. Joven an, y poeta como era, el bisoo cardenal haba quedado impresionado por aquel anacoreta reseco y sarmentoso, que se negaba obstinadamente a aceptar la tiara de S. Silvestre, y rechazaba a gritos la dignidad pontificia, huyendo despavorido entre los peascos.

    La imponente figura de Bonifacio se alz con renqueante majestad en el estrado, y mirando cejijunto a Stefaneschi, dijo con voz teatralmente solemne:

    T impondrs a Celestino en mi nombre el leo de la extramauncin, y lo reconciliars con la Iglesia. Le dirs que Felipe de Francia me importuna, que Carlos de Anjoy me presiona, que Aragn y el Imperio me impacientan, que ni un slo instante puedo dejar de la mano el timn de la nave de Pedro: este anillo sellar mi renovada amistad con l y mi perdn.

    Arrancndose del anular el sello papal de amatista con el escudo de los Gaetani rematado por la tiara, lo entreg al joven purpurado. Y ste, movido por un morboso deseo de ver al Santo Varn en su lecho de muerte, tom el anillo sin protestar, y parti para Fumone.

    Era el momento en que, terminado el lacrimoso canto del salmo 118, el ermitao deMorone, fiel al ritual romano de la expiacin, repeta por tres veces con fervor el nombre de Jess, y con voz an firme deca a sus discpulos:

    Filii, usque ad diem dominicum de me scietis.El sol, muy bajo ya en el horizonte, tea de un extrao color rojo la mazmorra, y

    los discpulos creyeron ver que el cuerpo de Celestino se cubra de lenguas de fuego, en aquella vspera del domingo de Pentecosts, y que un dulcsimo aroma empezaba a desprenderse de su cadver, sobre el que, a falta de otro rito cannico, y no siendo presbtero ninguno de los presentes, cantaron la antfona Exultabunt domino ossa humiliata.

    Esa noche, Bonifacio hubo de llamar con urgencia a Arnau de Vilanova, quien le aplic su remedio ms efectivo: un taparrabos bordado con signos cabalsticos, que indefectiblemente consegua devolver el vigor a las entumecidas piernas del Pontfice, y restaurar su macerado hgado.

    Cuando, ya de madrugada, Giacomo Stefaneschi lleg a las puertas de la fortaleza de Fumone, vi el rastrillo y el foso invadidos por una multitud de campesinos, llegados detodos los contornos, que con velas y hachones encendidos entonaban las fnebres monodias difundidas por los lderes celestinianos en espera del Milenio: el ttrico Dies irae de Tommaso de Celano, y el lastimero Stabat mater, del propio Jacopone de Todi. Lasvoces chillonas y mal acordadas de la multitud daban un cierto aire de zambra a los solemnes cantos, sin quitarles por ello un pice de honda devocin.

    Por fortuna para el joven legado, su sencillo traje de jinete y su falta de squito lo libraron de ser reconocido como miembro de la odiada camarilla de Roma. Lo que nada hubiera resultado ms peligroso en el momento mismo en que la turba empezaba a verse

  • agitada por un airado rumor: que el Santo Ermitao haba muerto envenenado por rden de Bonifacio.

    An tuvo la tentacin de penetrar de incgnito en el castillo, para orar junto al cadver de Celestino y, ms que otorgarle el perdn papal, impetrar su santa intercesin para la Iglesia. Pero ms pudo en l el instinto de supervivencia que la piedad curiosa.

    A una prudente distancia de la frvida masa, baj del caballo y recit en voz baja el salmo 145. Luego, con los ojos puestos en la iluminada arpillera, que atraa las miradas de todos, rez vocalizando el responso de pontfices:

    Deus, qui inter Summos Pontifices famulum tuum Celestinum, infalibili tua dispositione connumerari voluiste: praesta quaesumus, tu qui Unigeniti Filii tui vices in terra gerebat, sanctorum tuorum Pontificum consortio perpetuo agregetur. Per eundem Christum Dominum Nostrum. Amen.

    Acto seguido, se acerc al agreste y negro precipicio que por todas partes rodeaba el presidio papal, y arrojando al vaco el sello que Bonifacio le confiara, dijo entre dientes, como quien zanja un litigio:

    Nemo dat quod non habet.

    El obispo sidoso.

    Para I.G.M.padre de la Compaa.

    Nuevas de estas partes de la India, os hago sabercomo Dios N.S. movi, en este reino donde ando, a mucha gente a hacerse cristiana: fu de esta suerte que en un mes bautic a diez mil personas.FRANCISCO JAVIER, Carta a sus compaeros de Roma.

    Cual si quisiera imitar a Agustn en la Hipona cercada por los vndalos, Mons. Eugenio Salgado, jesuita y obispo sirio-malabar de Jaffna, entreg su alma a dios mientras la ciudad era asaltada por las tropas cingalesas del gobierno de Colombo, y los fieles tamiles volvieron de inmediato sus ojos a l en la desdicha, consagrndolo espontneamente santo.

    Cuando casi tres meses despus, el vicario apostlico enviado por el arzobispo siro-malabar de Trivandrum pudo llegar a la ciudad, cruzando el Elephant Pass con un salvoconducto de las tropas de pacificacin indias y otro del LTTE, se encontr con que elcentro de la minscula catedral de Jaffna estaba ocupado por una stupa, recubierta de calics amarillos y guirnaldas multicolores, ante la que, entre el humo de las varillas de incienso, se extendan numerosas bandejas de peltre, llenas de trozos de meln y pastelillos de comino. Una imagen de papel mach, slo distinta de las del Seor Krishna por el traje talar morado que la cubra de pies a cabeza, remataba el monumento, con esta inscripcin en la peana: Sri Mar Evgenios Deva.

    Escandalizado ante tan irregular canonizacin, el vicario que por ser indio se mostraba menos tolerante que un europeo frente a los sincretismos, orden como primeraprovidencia retirar las bandejas y los incensarios, limitndose a arrinconar en uno de los brazos del crucero la stupa, sin atreverse a desmontarla por temor a la reaccin negativa que ello pudiera desatar entre los fieles. Al mismo tiempo empez a hacer averiguaciones sobre lo ocurrido en la dicesis durante los meses de sede vacante, as como a recabar detalles sobre los ltimos das del obispo difunto, a resultas de lo cual envi a su superior jerrquico en el Trivandrum el siguiente informe:

  • Debo informar a Vuestra Beatitud que el estado en que esta dicesis se encuentra, en lo tocante a doctrina y disciplina, desde la muerte de Mons. Salgado, a quien Dios tenga en su Gloria, es lamentable y, por desgracia, difcil de enderezar.

    Movido por un indudable, pero mal entendido, celo misionero, el finado ordinario empez a admitir en la liturgia elementos tomados del ritual hindusta, como la pradakshina en torno al altar antes del trisagion, o el darshan referido a su persona como si de un rishi indio se tratara, al tiempo que disolva los puntos fundamentales del dogma en confusos paralelos budistas que, si bien lo hacen ms familiar a las gentes de aqu, porlo mismo la vuelven indistinguible de las ideas paganas circundantes, de modo que resulta hoy del todo habitual or a los fieles hablar del cielo como del nirvana, llamar al infierno samsara, y concebir la salvacin como una mera liberacin del dolor y de las redes de la ilusin, haciendo con ello tambalear peligrosamente la catlica idea de pecado.

    Todo sto, unido al afable trato del difunto obispo y sus muy meritorias obras de caridad, hizo que que, durante el ao escaso que estuvo al frente de esta dicesis, las conversiones de tamiles a nuestra f crecieran de forma inusitada, si bien a costa de un sincretismo disolvente, tanto ms peligroso en una comunidad reducida como la nuestra, cuanto que las actuales condiciones de cerco hacen que los lazos tnicos y culturales primen sobre los religiosos.

    Por fortuna, son pocos los sacerdotes de la dicesis que se sintieron animados a seguir a su obispo por la dudosa va del experimentalismo. Y hay que decir en descargo de Mons. Salgado que tampoco l nunca los exhort, ni mucho menos oblig a ello, considerando al parecer su afn por tender puentes hacia otras religioes y otros ritos como una bsqueda estrictamente personal, tras las huellas del venerable P. Nobili, que slo por el ejemplo deba imponerse.

    A pesar de lo cual, la estima que su actitud de servicio hacia los ms humildes y de comprensin hacia todos le ganaron en vida, y la veneracin en que los cristianos de Jaffna, y an muchos no cristianos, lo tienen despus de muerto, hasta llegar a rendirle honores de santo, han hecho que muchos de los sacerdotes de aqu, presionados por susfieles, se hayan visto llevados a aceptar el irregular culto de este nuevo santo, y a celebrarla liturgia segn algunos de los usos por l establecidos.

    Lo que me induce a recomendar fervientemente a Vuestra Beatitud la pronta, y a poder ser solemne, instalacin de un nuevo ordinario en esta dicesis, as como una gira pastoral de V.B., como cabeza y guardin de nuestro venerable rito, que venga a subsanar los abusos que, tras la muerte de Mons. Salgado, y en parte inducidos por l en vida, vienen producindose en estas partes, al amparo de la crisis poltica que padece la regin.

    Por lo que hace a la enfermedad y muerte de Mons. Salgado, he podido saber que estaba aquejado de alguna mortal afeccin de la piel, probablemente lepra, y que al poco de empezar a manifestrsele un mdico de su rden vino a visitarlo, sin que al parecer pudiera hacer nada por curarlo. Supo sobrellevar tan terrible enfermedad con cristiana paciencia y resignacin ejemplares, y mientras su cuerpo iba visiblemente consumindose, ni una sola vez se le oy quejarse o desesperar de la Justicia Divina, dando hasta el ltimo momento muestras de un nimo y una caridad dignos de todo encomio.

    Los detalles que he podido recoger de los ltimos meses de su agona, en situacintan trgica como la de una ciudad cercada, parecen extrados del menologio cristiano, y de los muchos milagros que tras su muerte se le atribuyen, varios de ellos he podido comprobarlos personalmente, sin que hasta donde llegan mis luces tenga otra explicacinque una intercesin divina. Pero es sto algo que toca a V.B. Definir, conforme establece el derecho cannico.

  • El arzobispo de Trivandrum, que nunca haba visto con buenos ojos el nombramiento de aquel extranjero un tanto estrafalario, impuesto directamente desde Roma, con la aparente intencin de elevar el nivel cultural del clero siro-malabar, consider el informe del vicario de Jaffna como poco menos que un castigo divino, destinado a probar su paciencia, por si no fueran pocos los problemas que cada da le planteaba una grey escindida por los embates del modernismo, y agitada por todo tipo de problemas sociales, enfrentamientos tnicos, y disputas partidistas.

    Perplejo sobre lo que hacer con un asunto que pareca exceder su capacidad de maniobra, y antes de pedir auxilio a Roma, decidi ganar tiempo escribiendo al provincial de los jesuitas del Sur de la India en Madras: le peda no solamente detalles sobre la vida y obras de Mons. Salgado, que pudieran aclarar aspectos de su personalidad que a l se le escapaban, sino informacin sobre el tipo de enfermedad que haba conducido a la muerte del obispo de Jaffna, e incluso veladamente algn consejo que pudiera orientarle en una situacin tan indita como la planteada en Jaffna. A pesar de los recelos que senta hacia los jesuitas, como tropa de lite y como agentes de una modernizacin de la Iglesia no siempre bien encauzada, confiaba precisamente en el aspecto mundano de la rden, que en el fondo tanto le desagradaba, para recibir algn consejo til.

    La carta del provincial de la Compaa, escrita en latn para mayor desnimo del Arzobispo, no se hizo esperar:

    Pax Xti.Reverencia (el tratamiento disgust profundamente al arzobispo, quien pens que

    al menos poda haberlo tratado de Ilustrsima),Nada puede causarme mayor pesar que el estado de confusin religiosa que Vd.

    me describe en Jaffna. Es, sin embargo, experiencia probada de nuestra Santa Iglesia que toda situacin de crisis en el mbito de la f desemboca siempre en un aumento de las gracias y una clarificacin de las conciencias para mayor Gloria de Dios. Y de esta accin misteriosa, pero eficaz, de la Providencia Divina, creo poder interpretar como primer y prometedor fruto el olor de santidad que nuestro ya bienaventurado hermano en Xto., Mons. Salgado, exhala para los fieles de la Iglesia de Jaffna, que ven en l un trasunto viviente de la persona de Cristo, tanto mejor encarnado cuanto que la veneracinque le tributan muestra tener hondas races indias y cingalesas. Con ello, y de manera espontnea, se sitan de pleno dentro de los lineamientos sobre la inculturacin de nuestra f trazados por el Concilio Vaticano II, el ltimo Sinodo de los Obispos, y la Congregacin para la Evangelizacin de los no Creyentes, as como en el espritu de las exhortaciones de los tres ltimos papas, en el sentido de la encarnacin tnica y cultural de la f cristiana (al llegar aqu, el enojo del arzobispo por sentirse aleccionado, ms que aconsejado, se troc en admiracin por la habilidad sofstica del jesuita).

    Igual pesar, pero transido esta vez de cristiano gozo, me produce tener que revelarle a estas alturas las causas de la muerte de nuestro hermano, Mons. Salgado, queen Gloria est. Pesar por no haber tenido ocasin hasta ahora de poner en conocimiento de Vd., su metropolita, las circunstancias que condujeron a la muerte puntual y directa porlas cuentas de conciencia que Mons. Salgado me enviaba peridicamente como a su superior religioso (esta vez el arzobispo no saba si admirar ms la duplicidad o la cauteladel provincial: en cualquier caso se senta relegado a un papel ms bien desairado). Gozo, en cambio, porque tales circunstancias harn resplandecer la gloria de Dios en nuestros das de forma desusada, ya que el sacrificio de la vida de nuestro bienaventurado hermano se consum en aras de una plaga actualsima (enarc aqu las cejas el arzobispo), que supo sobrellevar hasta el final con singular f y caridad cristianas.

    La enfermedad que condujo a la muerte de Mons. Salgado no fu la lepra, como suvicario en Jaffna parece haberle informado. Nosotros y l mismo as lo cremos en un principio. De ah que enviramos a visitarlo a un padre de la Compaa que trabaja como

  • mdico en la clebre leprosera del Dr. Brand en Vellore, cerca de esta ciudad. Dicho padre descubri que la maligna afeccin drmica que padeca nuestro difunto hermano noestaba producida por el bacillus leprae, sino que era una especie de cncer de piel degenerativo, el sarcoma de Kaposi, que normalmente se manifiesta en la vejez, pero queen edades ms tempranas aparece actualmente asociado con esa terrible plaga de nuestros das llamada SIDA (un ligero respingo recorri la columna vertebral del metropolita siro-malabar).

    Las pruebas de sangre llevadas a Vellore por el padre mdico reveleraon la presencia de anticuerpos del SIDA, y confirmaron el avanzado desarrollo de la enfermedad. Fu entonces cuando la vida pasada de nuestro hermano Salgado se le hizopresente con su peso insospechado, lo que tal vez sirva para explicar su inters por ideas de la tradicin hinduista, como la idea de karma, que explican mucho mejor las consecuencias individuales y csmicas del pecado de lo que lo hace nuestra propia tradicin teolgica (el alma india del arzobispo reconoci que en sto el provincial tena toda la razn).

    Nuestra rden, como Vd. bien sabe, ha sido desde su fundacin criticada por su irrestricta apertura al mundo, as como por la flexibilidad de sus mtodos de apostolado, loque ha dado lugar a toda una serie de infundios histricos, tachndonos de laxistas, maquiavlicos y hasta cnicos (an sin haber ledo a Pascal, el arzobispo reconoci que, por lo que haca a la evangelizacin de la India y China, tales crticas no eran del todo desacertadas). Es posible que el anlisis pramente mundano de nuestra actuacin cotidiana conduzca a tales conclusiones, pero en lo que hace a la estrategia general para la construccin del Reino de Dios, esta flexibilidad apostlica, perfectamente paulina por otro lado, ayuda a no desaprovechar esfuerzos ni personas, viniendo los ms enfoques y actitudes a contribuir por igual, en el marco de la Compaa, a acelerar la venida del Reino Ad maiorem Dei Gloriam.

    Esta variedad de elementos enriquece la vida de la Iglesia, al multiplicar los dones del Espritu. De ah nuestro inters por preservar las vocaciones individuales, fomentando en nuestra formacin el discernimiento de espritus antes que la obediencia ciega (el prelado capt que el jesuita quera reformular aqu alguna cuestin muy debatida en el seno de la orden sobre la famosa obediencia cadavrica, pero prefiri no profundizar ms en el caso), de modo que ni un solo sujeto con vocacin de servir a Dios deje de encontrar su lugar en la milicia ignaciana: tales son las peculiares caractersticas de nuestra orden como el mismo S. Ignacio las concibiera (magnfico propagandista penspara s el arzobispo. No es extrao que haya llegado a provincial).

    La peculiar historia de Mons. Salgado encuentra su perfecto enmarque en este cuadro general de actuacin de la Compaa, y resulta tanto ms comprensible en el contexto concreto de la crisis purificadora que para nuestra orden supuso el generalato deP. Arrupe, tan injustamente tratado bajo el actual pontificado (An les sangra la herida por lo de Dezza se dijo el Arzobispo, con cierto malvolo regocijo).

    Habiendo ingresado en uno de nuestros noviciados de Espaa, a mediados de los 60, abandon la Compaa recin terminado el juniorado, como consecuencia de una profunda crisis personal que lo llev a cuestionar radicalmente su f, conducindolo a aquel tipo de inquietud inconcreta, tan propia de la poca, que a tantos jvenes llev a buscar sus ltimas metas en el sexo, las drogas y el activismo revolucionario.

    En medio de este trfago activista y ciegamente experimentalista, habria de revelarsele con claridad el recndito plan de Dios respecto a su persona, en forma de un destino sexual tan trgico como insospechado. An resistindose a admitirlo, en un principio, la evidencia de los hechos y un marcado afn de coherencia moral revolucionaria, sola decirse por aquel entonces (Habr pasado l tambin por estos trances? se pregunt su Beatitud, entre ingenuo y malicioso), lo llevaron a aceptar sus tendencias sexuales como un fatal destino: descubrirse homosexual y empezar a

  • militar en los movimientos de liberacin gay de la poca fu todo uno.Pero, una creciente sensacin de vaco, de descontento interior ante un modo de

    vida sumido en un praxismo sin metas ltimas, alimentado por el frgil goce de los sentidos (como un resorte, el alma naturaliter india del prelado malabar, resumi: el samsara), lo hicieron volver los ojos de nuevo hacia la religin. Primero, en forma de un inters mstico por las doctrinas esotricas y orientalistas, siguiendo una pauta muy tpica de los jvenes de su generacin; luego, regresando de una forma aorante al seno del cristianismo.

    La relacin epistolar que, an en tan diversa situacin, haba seguido manteniendo con su antiguo padre maestro, destinado por entonces en la Curia Generalicia, lo llevaron a efectuar varias visitas a Roma, donde una clara vocacin religiosa empez a perfilarse de nuevo. Se trataba de un compromiso de entrega a Cristo y a la Iglesia mucho ms maduro, y por lo mismo, mucho ms cauto que el anterior. En primer lugar, sus concepciones religiosas eran mucho ms amplias, firmes y probadas, menos aferradas al dogma a la vez que mucho ms arraigadas en la experiencia del misterio de la Salvacin que lo haba conducido de nuevo a Cristo (al Arzobispo sto le son a puro y simple eclecticismo modernista). Por otro lado, su vuelta a la Iglesia apareca indesligablemente unida a un compromiso misional, una entrega total al servicio de Dios que slo poda darse para l en tierras de misin. Finalmente, su cautela se manifest en forma de un deseo, concebido ms como prueba de humildad que como huida ante el miedo a comprometerse, de postergar al mximo la profesin de votos, quedando en un principio tan slo moralmente vinculado a la Compaa. Frmula, sta, que no haca ms que retornar al estilo de vinculacin previsto para nuestros escolsticos en la primitiva concepcin ignaciana.

    Se le admiti, pues, en el Ges de Roma, e inici filosofa en la Gregoriana, mientras decida el enfoque de su orientacin misionera, que l prevea habra de hacerseen alguno de los ritos orientales (haba elegido en principio el rito etope, pero las cartas de S. Francisco Javier acabaron por decidirlo hacia el rito que Su Reverencia tan dignamente rige). Era la poca de la gran eclosin posconciliar, a mediados de los 70, y laIglesia bulla de euforia experimentalista. Nuestros escolsticos, como movidos por el soplo del Espritu, volvan al mundo, despus de siglos de estar encerrados en un falso conventualismo por completo ajeno al espritu de nuestra orden (mene irnico aqu Su Beatitud la cabeza).

    Al iniciar teologa, y estando ya en el Orientalium, Mons. Salgado pas a vivir en unpiso del Trastevere, junto con otros dos telogos, un junior y un filsofo. Este ltimo, procedente del Zaire, y muerto ya tambin, aunque no en olor de santidad como quien aqu nos ocupa, sera la ltima prueba que Dios mismo no son stas tentaciones del Demonio (otro a quien Ratzinger debiera recordar que el Tentador s existe, se dijo el arzobispo con aire resignado, al tiempo que fugazmente imaginaba a Mons. Salgado siendo tentado por un yaksha de rasgos negroides) interpondra como prueba en el camino de su santificacin. Lo que empez como una simple relacin de camaradera, algo que tal vez en el malsano ambiente conventual hubiera sido tal vez contemplado con suspicacia, e inmediatamente calificado de amistad particular, termin en turbadora relacin carnal (Lo que seguramente en el convento nunca hubiera ocurrido replic para s el Arzobispo, sabiendo en el fondo que no siempre sto era cierto), reviviendo en ambos escolsticos tendencias de su vida pasada que crean haber sublimado en la vida religiosa.

    Finalmente, la sabia mano de la Providencia y el sano desasosiego que su irregularsituacin (Magnfico eufemismo! estuvo a punto de exclamar en voz alta Su BeatitudAhora resultar que el pecado es una pura irregularidad!) removi en las almas de ambos sometidos a una lucha titnica en la que slo la gracia sacramental, continuamente insuflada en ellos por la confesin y la eucarista, consegua mantenerlos

  • continuamente a flote consiguieron hacer triunfar el buen sentido. Su inmediato superior, tras consultar el caso con varios padres de la Curia, decidi mantenerse fiel al principio ignaciano de no imponer la autoridad, salvo en caso de pblico escndalo que no hubo, dejando lucha a solas a aquellas almas combativas, con la sola ayuda de sus oraciones y su consejo. Hasta que la decisiva e indudable accin de la Gracia logr desatar el nudo: el filsofo zaireo, a peticin propia, fu trasladado a nuestro teologado de Dakar, y Mons. Salgado, fortalecido por tan ardua prueba, pudo terminar sus estudios de teologa, pronunciar sus ltimos votos, y ordenarse para ser destinado apenas ao y medio mas tarde a la dicesis de Jaffna, como obispo electo impuesto por Roma, como a Su Reverencia en verdad consta para dicha silla, bajo la disciplina del rito que Vd. preside.

    Nunca, de esta historia que slo a las conciencias de los implicados concierne ambos por igual elevados hoy a la Gloria del Padre tras una muerte ejemplar, trascendi la menor noticia, fuera del mbito disciplinar de nuestra orden, como corresponde a la reserva y la prudencia que, tanto las reglas penitenciales como la disciplina interna de las rdenes imponen. Si ahora lo hace, y doy a Vd. tan reservada informacin (gru aqu, con cierto aire molesto el Arzobispo) es porque las especiales circunstancias que concurren en la muerte de nuestro hermano, Mons. Salgado, con la espontnea veneracin que sus fieles le dedican, aconsejan que Su Reverencia, pueda disponer, con toda verdad, para tranquilidad de su conciencia, de todos los datos atinentes a las providencias que irrenunciablemente deber adoptar.

    Se trata de un caso tan peculiar como ejemplarizante, en el que el escndalo que pueda surgir de determinados episodios de la vida del encausado y me adelanto a considerarlo digno de ser elevado a los altares, de acuerdo con las medidas que en este sentido empieza a adoptar ya nuestra orden, no debe ser considerado sino como manifestacin y prueba de la Misericordia Divina, que elije y perdona por encima de toda iniquidad.

    Dios, Nuestro Seor, inspire a Vuestra Beatitud (Por qu este cambio de tratamiento al final de la carta? Se trata de un puro halago?) las decisiones ms justas, en tan delicado caso, teniendo siempre como Norte y gua la mayor Gloria de la Iglesia.

    Afectuosamente suyo, en Xto.,

    Rupert Rajna Singh, S.I.

    Fij su Beatitud los ojos en la imagen hinduizada de la Virgen (ms prxima a Sita que a la Inmaculada Concepcin) que presida su despacho sobre una dorada peana de sndalo, y suspir, dando unos nerviosos golpecitos con la mano sobre la carta del provincial jesuita.

    Haban iniciado una causa cannica de beatificacin en Roma, sin comunicrselo, mientras los fieles de Jaffna daban ya por canonizado aquel estrafalario obispo, que encima resultaba ser homosexual. Slo Dios poda saber lo que Roma acabara decidiendo en tan espinoso caso. En otro tiempo, tal vez hubiera optado por echar tierra sobre el asunto, y hacer la vista gorda sobre el culto iniciado en Jaffna, dejndole a l la decisi sobre el grado de permisividad de las causas perdidas, y a atizar con burlona taimera todo tipo de dificultades, sin duda daran al caso de Mons. Salgado una publicidad imposible de orillar. Incluso era posible que la misma Roma, obsesionada por presentar al mundo nuevos ejemplos de santidad, eligiera apropiarse de tan peliaguda causa, para elevar a los altares a un santo verdaderamente a la altura de los tiempso.

    Como quiera que fuera, ni poda rehuir sus responsabilidades ni intervenir ms que pasivamente en el desarrollo de los hechos. Frente a un aparato de propaganda tan formidable como el de los jesuitas, y frente a las decisiones tcticas de los dicasterios romanos, poco era lo que un arzobispo, cabeza de un rito sin patriarcado propio,

  • minoritario y profundamente latinizado, poda hacer ante un hecho en el que las complejasdecisiones humanas, entrelazadas por confusos azares, contaban tanto como la providencia divina, ms opaca en este caso que en ningn otro imaginable.

    Agitando la campanilla de latn acostada a una barroca escribana de repujado panyab, hizo entrar a su secretario, a quien encarg enviar una copia del informe del vicario y otra de la carta del Provincial a la Congregacin para las Causas de los Santos, as como un informe completo del estado de la dicesis de Jaffna a la Congregacin para las Iglesias Orientales, pidiendo instrucciones sobre el nombramiento de un nuevo obispo,que l sugera fuera indio, y a poder ser no tamil (di al secretario los nombres de dos o tres posibles candidatos), para retrotraer las aguas a su cauce sin despertar suspicacias tnicas.

    Luego, de su puo y letra, escribi estas breves instrucciones para su vicario en la ciudad tamil:

    Querido hijo en Xto.,en medio de las tribulaciones que acongojan a nuestra muy querida grey en Jaffna,

    tal vez la caridad fraterna y la comprensin paternal resulten mas aconsejables que el fro rigor disciplinario. Son stos por lo dems tiempos confusos para la f, en los que resulta difcil distinguir la luz de las tinieblas, ya que Dios parece querer negarnos su ayuda, proporcionndonos indicios claros de su Santa Voluntad. Pecaramos de orgullo, en tales circunstancias, queriendo zanjar de modo aventurado entre lo justo y lo injusto, lo digno de todo encomio y lo reprobable. Dejemos, pues, que la Luz de Dios nos gue por algn tiempo entre estas tinieblas, y no queramos torcer su inspiracin, que puede ser signo de la Voluntad Divina.

    Mantengmonos, pues, en una espera vigilante. Limitmonos a confortar, aconsejar, y dar f con nuestra presencia del paternal cuidado que nos gua. Y, mientras Roma dice la ltima palabra en este asunto, dejemos que se rinda libre culto a Mons. Seor Salgado, de cuya veneracin parece desprenderse frutos no del todo deleznables, ya que al menos sirve de alivio a los pesares de ese pueblo atribulado por el hambre y lasluchas fratricidas.

    Yo mismo no tardar en hacer acto de presencia en esa querida dicesis, para observar de cerca los frutos de ese culto y consolar con mi humilde presencia a ese pueblo que tanto a sufrido, mientras se provee un nuevo pastor para ellos.

    Su afmo, en Xto. N.S.

    Mar Gregorios Bahro.

    El infierno de Sunna.

    Tunc deinde navigans Mauritanieae regionis contigit littus, atque in eadem pronvincia aliquamdiu cmmoratus, multos perfidia impii dogmatis maculavit; deinde protinus Averno mulctatus iudicio, crudeli exitu vitam finivit.PAULO DIACONO, Vitas S. S. Patrum Emeritensium.

    Conociendo Massona por Gaudencio, conde de Tingi, la cruel enfermedad que lentamente iba consumiendo a su viejo enemigo, Sunna, en los ardientes roquedos del pas gtulo, mand hasta l al joven lector Paulo, con una carta en la que por ltima vez instaba al refractario obispo arriano al arrepentimiento.

    En prueba deca Massona, entre otras razones de la especial caridad que me mueve a exhortarte de este modo, prxima ya la hora de tu trnsito, a que, abjurando de

  • la secta arriana en que tenaz persistes, reconozcas a Jesucristo como Hijo Ungnito del Padre, engendrado por l antes de todos los siglos, y en nada inferior a l en divinidad, por mi discpulo muy querido, Paulo, a quien pongo en trance de correr grandes peligros por llegar al lugar de tu destierro, te envo unas hebras de la bendita tnica de la virgen Eulalia, que yo mismo salv de la sacrlega codicia de Leovigildo, cindola a mi cuerpo, mientras t con hertico designo usurpabas la silla apostlica que slo a m en justicia corresponda. Quiera la Santa Patrona de esta Iglesia, que t tirnicamente secuestraste, despertar en t, si no un amor filial que mueva tu alma a la obediencia, o el temor de atar ydesatar, al menos la aoranza de cuanto en otro tiempo te fu propio y familiar, y por ello te reconduzca al redil de la nica y Verdadera Iglesia de Cristo, en cuyo seno viven hoy reconciliados quienes, regenerados por un mismo agua y una misma promesa, desgarraban alevsamente el cuerpo nico de Cristo, arrancados de l en cismtico desvo.

    Cuatro largos meses tard el imberbe clrigo emeritense en costear frica hasta el casi cegado puerto de Sal, y retornar por tierra a Tingi, desde las trridas faldas del Antiatlas, pasando por la otrora florenciente y ya arruinada Volubilis. Gaudenco, vindolo tan dbil y abatido, quiso retenerlo por algn tiempo en el bien fortificado presidio godo, pero Paulo, urgido de volver junto a su obispo, abord la primera lancha de pesca que acert a cruzar el Estrecho, y a pie desde la atunera Baelo lleg casi sin detenerse a Mrida.

    Una corta de bulliciosos chicuelos persigui al recin llegado desde las puertas de la ciudad hasta el atrio episcopal, haciendo burla de su pesada capa de negra lana africana. Y Massona, que en aquel momento repasaba ante el atril la Apologia pro fuga sua de Atanasio, leyendo en voz baja con los labios, como el venerable Ambrosio haba enseado a hacer a sus contemporneos, apenas pudo reconocer en aquel joven curtido y demacrado que, arrojado a sus pies, imploraba su bendicin, al mismo Paulo que mesesantes enviara a la brbara Mauritania a buscar la abjuracin de Sunna.

    Cuando hubo odo de sus labios las penalidades que haba tenido que sufrir, para alcanzar desde la costa el inaccesible alczar donde el renegado obispo tena sentados sus reales, venerado como un juez del Antiguo Testamento, y cmo slo gracias a la proteccin de su estandarte haba podido llegar sano y salvo a la ms segura costa Norte,atalayada por las guarniciones godas e imperiales, di gracias al Cielo de que an hubierapodido volver vivo.

    Nada le extrao a Massona, godo de estirpe como era, que Sunna hubiera logrado infeccionar a los gtulos de la hereja arriana, erigindose en profeta y gua religioso de aquellos rudos somontanos. Buen conocedor de la historia de su pueblo por la continua lectura de Jordanes, saba cun afn era a la barbarie la hebrica simplicidad de la doctrina de Arrio, al punto de verse obligado el impo apstol de la Gocia, el maldecido Ulfilas, a ocultar a su brbara grey el belicoso Libro de los Reyes, por temor a que en l hallaran nuevos argumentos con que perpetuar sus violentas inclinaciones.

    Domeando con trabajosa caridad su justiciero contento, escuch acto seguido de labios de Paulo cmo Sunna, cubierto de terribles pstulas y llagas, se ocultaba en lo msprofundo de su torreado castillo de adobe, para que sus lastimeros gritos no fueran odos de sus fieles. Y cmo slo dos jvenes sirvientes, privados de la voz, el olfato y el odo desde la cuna, tenan comercio con l, para curarlo, darle alimento y trasmitir sus rdenes:

    Tanto era el hedor que despedan sus carnes, que ni todos los perfumes de Arabia bastaran para opacarlo. Y tan ptridas y purulentas estaban sus lceras, que en el pesado silencio de su cubil podan orse rebullir los gusanos...

    Le hablaste? Te pregunt algo?Le tend tu carta, maestro, conteniendo apenas el asco. Y l, desde la penumbra,

    se me qued mirando lrgamente, con los ojos como ascuas, y dijo: bravos gerifaltes cra

  • para s Massona... Luego, a un gesto imperceptible suyo, fui sacado de la habitacin por sus fornidos servidores...

    Y no hubo ms?S. Al da siguiente, el mismo jefe de escolta que habra de acompaarme hasta

    las puertas de Tingi me entreg esta carta para t, escrita por Sunna de su puo y letra.Como si temiera el contagio, antes de abrir el rollo que Paulo acababa de

    entregarle, Massona lo pas varias veces sobre el pebetero. Luego, antes de romper el sello, tendi autoritario su anillo al joven lector, quien devtamente se retir sin volver la espalda.

    Al da siguiente, a la hora de laudes, las sonoras campanas de Santa Eulalia empezaron a voltear a rebato, invitando a pueblo a acudir extramuros a un acto solemne en la baslica martirial. Massona, desde el bside, presida pontifical en su ctedra. A su izquierda, un jven dicono, envuelto en rico humeral de seda, sostena un grueso evangeliario de repujadas tapas, y flanquendolo a su diestra, un aclito casi nio, con pao de hombros de blanco lienzo, le sujetaba el bculo. En torno, ocupando todo el presbiterio, la clereca de Mrida al completo formaba un amplio semicrculo de encendidos cirios.

    Del lado del evangelio, vistiendo toga senatorial y bajo dosel purpreo, tomaba asiento el duque Claudio, que tanta parte haba tenido en el aplastamiento de la conjura arriana. En medio, ante el altar y vuelto de cara al pueblo, luca Witrico para la ocasin galas de saco y ceniza, con soga de penitente al cuello, como cmplice de Sunna que fuera, por ms que reconciliado ya y devuelto a su rango de gardingo.

    Paulo, revestido con rutilante dalmtica de brocado sirio, ocupaba el ambn ornadocon geomtricos relieves de la epstola. Tena desplegado ante s en el atril el pergamino que trajera de frica, y por su palidez y compuncin, ms pareca que fuera a leer su propia sentencia de muerte que las palabras del cismtico moribundo.

    Nadie se adelant del crculo de los presbteros para anunciar el acto que de seguido iba a tener lugar. Massona, con los ojos circudos de profundas ojeras, no mova un msculo. El silencio de los fieles que atestaban la baslica era tan sobrecogedor que rezumaba un mnito de apocalipsis prximo. Todos parecan esperar con temor la respuesta de Sunna, como si de cierto supieran que de su mano slo poda salir algn perverso augurio.

    A una leve seal de Massona, Paulo, procediendo hasta l con reverencial parsimonia, hinc la rodilla dos escalones ms abajo de su solio, y humill la cabeza para recibir la apenas esbozada bendicin de su obispo. Las bvedas de arcos fajones del edificio, y la atimpada cripta donde yacan los sagrados restos de la mrtir Eulalia, dieron al susurro de su venia un reverbero de trueno.

    Vuelto al atril, la voz de Paulo fu tomando volumen poco a poco, a partir de un hiloinicial nervioso y apenas audible:

    En el nombre de Dios, Seor del Universo, Uno en sustancia y Trino en personas, estas son las palabras que a m, Paulo, humilde lector de esta Iglesia de Mrida, me fueron entregadas en propia mano por Sunna, obispo falsario de la ponzoosasecta arriaba, en las lejanas tierras de Mauritania, adonde por la caridad de Massona, pastor y padre nuestro, viaj, buscando devolverlo al seno de la Universal Iglesia, donde por la misericordia de Jesucristo, Nuestro Seor y Salvador, pervive la nica esperanza deser salvos.

    Un general amn respondi a este prolijo exordio, y un tenso silencio se extendi de seguido por toda la nave de la iglesia. Luego, con voz como prestada, Paulo di comienzo a la carta de Sunna:

    Caiga mi sangre sobre t, Massona, y sobre toda la afeminada estirpe de los godos que habitan hoy la desdichada Hispania, adonde para nuestra desgracia vino a desparramarse en suelo infrtil la viril simiento de los baltos.

  • Cmo t, el ms infame de los godos, el primero que renunciando a la f que nos legara el glorioso Ulfilas, escalaste con codicia los peldaos de la catlica impostura, te atreves a adoptar conmigo ese tono insolente de caridad fingida?

    No es por ventura mi sacerdocio tan alto como el tuyo, pues recibido lo tengo porsucesin apostlica? No pudiera yo acaso igualarme contigo en dignidad mundana, con solo haberme abajado a perjurar en la farsa de Toledo? Y sin embargo tan de menos me haces que no encontraste mejor mensajero que enviarme que un joven imberbe, clrigo apenas por licencia, sin facultad para recibir mi reconciliacin ni poder para imponer las manos?

    Acaso no fuera ms digno de la caridad que pregonas remitirme por l, si no unafraccin de la eucarista del Seor Jess, pues que no mantenemos comunin de f, siquiera una porcin de pan bendito que fuera sacramento de tu sincera intencin de sellar nuestra concordia en un mismo cuerpo?

    Pero no es perdn ni concordia lo que has mandado trasmitirme, sino intimacin yamenaza revestidas de hipcritas mieles, y has venido a estrellarte contra el muro de firmeza de quien, habiendo perdido patria y amigos, no tiene otro sostn que la f de nuestros padres, de todos ahora traicionada.

    Sea sobre t la vergenza, Massona, traidor a la f goda, que con tanta premura abandonaste, tornndote su ms frvido enemigo. Que tu negra inquina y tu artera se vuelvan contra t y te priven del sueo. Que tu celo de perseguidor impo te ate a m hastala muerte, y mi alma te persiga y atormente, sabiendo que la doctrina que en m creste destruir, la f que Ulfilas legara a nuestros padres en la Mesia, echa ahora races en esta alejada tierra.

    Dios Todopoderoso, que ha querido probarme en mis das postreros, afligiendo micuerpo, como a Job, con bubas pestilentes, no ha dejado de premiarme a un tiempo, dndome a saborear en vida un desquite no lejano

    Vive en estas soledades, a donde tu odio quiso desterrarme, un pueblo incorruptible y fiero, al que la molicie y la doblez romanas no han alcanzado an a malograr. Y quiso Dios Altsimo, en su infinita presciencia, que a este pueblo acrisolado por la dureza del yermo, viniera a prender con mi palabra la f de Arrio, de Ursacio y de Valente.

    Ellos son la mano vengadora que el Seor Supremo ha preparado para renovar lamuerta Gocia arriana. Ellos son la nueva Gocia que caer sobre el prfido Reino Toledano, como Alarico en otros das sobre la arrogante Roma, para purgar vuestra traicin a sangre y fuego.

    Ay de t, Massona, espejo de la Hispania soberbia y altanera! Ay de t, sangre delos vesios y tervingios, diluida ahora en la insulsa savia de Romania! Cun poco falta para el Da de la Ira! Gozad mientras podis de vuestro efmero triunfo! No ha de pasar mucho tiempo sin que la furia del Dios de los Ejrcitos se abata sobre vuestros campos. Ytened por cierto que no ha de quedar entonces piedra sobre piedra.

    Cristo, el Ungido de Dios, as lo confirme. Y Dios Todopoderoso quiera sellarlo consu mano justiciera. Amn. Marana Tha!1.

    Como si un rayo lo hubiera fulminado, cay Paulo sobre el atril, resbalando hasta elsuelo sin que nadie acudiera a socorrerlo.

    Un silencio mortal pesaba sobre la asamblea, y todos los ojos se hallaban fijos en el solio del obispo que, impvido, con los msculos del rostro contrados, y las manos lvidas sobre el regazo, permaneca con los ojos extraviados en el fondo del templo.

    Luego de un instante eterno, y como arrebatado de una sbita inspiracin, requiri del aclito su bculo, se puso en pie, y llamando ate s al dicono que sostena el

    1 Una expresin que en arameo significa El Seor viene. San Pablo la utiliza en la Primera epstola a los corintios (16:22) a pesar de que el resto de la carta est escrita en griego, lo que parece indicar la ampliaaceptacin que tena en poca la frmula mesinica original.

  • evangeliario, abri el libro por aquella parte del Evangelio de Juan que dice:El que me aborrece a m, aborrece al Padre. Si no hubiera hecho entre ellos obras

    que ninguno hizo, no tendran pecado. Pero ahora, no slo han visto, sino que nos aborrecieron a m y a mi Padre. Pero es para que se cumpla la palabra que en la Ley estescrita: Me aborrecieron sin motivo.

    Su voz tranquila, casi suave, se cargaba de acentos apocalpticos en el sepulcral silencio del templo, y ante una asamblea profundamente sobrecogida por la profeca de Sunna.

    Recogidos sobre s, de hinojos y sin atreverse a levantar la vista, los fieles de Mrida oyeron a continuacin tronar sobre sus cabezas la condena definitiva del que fuerasu obispo cismtico. La voz de Massona era esta vez tan fuerte, como si quisiera hacerla llegar al corazn mismo de frica.

    Sea Dios testigo de la contumacia con que t mismo te condenas, Sunna. Y puesque habiendo sido llamado a la gracia de Dios en el seno de su Santa Iglesia persistes en tu soberbia, que tu alma arda para siempre en la llama eterna, y en compaa de los rprobos se consuma por los siglos de los siglos.

    Amn! respondi el presbiterio, al tiempo que volteando los cirios, los arrojaban con fuerza contra el suelo.

    El ltimo duque de Bristol.

    Cuando el Dr. Wellmann, uno de los ms jvenes ayudantes del Dr. Gallo en el National Health Center de Bethesda, tom el avi para Kenya en el aeropuerto de Washington, no imaginaba que iba a hacer uno de los ms importantes descubrimientos en la cadena de transmisin del SIDA.

    Al pie de la escalerilla del avi, ya en Nairobi, el Dr. Muchona, del Mount Carmel Anglican Hospital, lo esperaba en una ambulancia. Visiblemente preocupado, no lograba entender la desenfadada flema de su colega americano, quien ni siquiera haba preguntado por el paciente que motivaba su venida.

    Con la americana en un brazo y su maletn mdico en el otro, a modo de pesas, Wellmann hizo unos cuantos ejercicios de respiracin, aspir ansiosamente el socarrado aire otoal de la sabana, y pregunt a su colega africano por qu lado quedaba el Kilimanjaro.

    Es curioso sabe? Esto me recuerda un montn a mi pueblo, al Sur de Illinois, enAgosto. Si no fuera por los rboles sos que salen siempre en las pelculas con un len echando la siesta a la sombra, y un leopardo repantigado en las ramas... Cmo se llaman?

    Creo que acacias. Pero no me haga mucho caso, la botnica no es mi fuerte...Bueno, no importa... aunque la verdad es que el nombre me suena... Sabe? La

    pena es que para una vez que vengo a frica, tenga que hacerlo en estas condiciones, deprisa y corriendo, y por motivos de trabajo... Podr creerlo o no, pero el ao pasado, cuando v Memorias de frica, tuve la premonicin de que iba a venir por aqu pronto. Y ya ve!

    Lo que nunca debi imaginar es que tendra que venir hasta aqu para un caso de SIDA...

    Bueno, en cierto modo es lgico. Aunque la verdad es que nunca se me hubiera ocurrido... De hecho es as como he conocido Espaa, Suecia y Austria en los ltimos dosaos... All donde no llaman a los del Pasteur, nos llaman a nosotros. Y aunque no se lo crea, Gallo me desina aqu por ser de Illinois, lo mismo que Hemingway. Yo le dije: no creo que me d mucho tiempo para cazar, como no sea algn que otro retrovirus...

    Muchona ri con una mueca el chiste del americano, mientras ste se parta de risadndose palmadas en la rodilla.

  • Aqu es nuestro primer caso declarado, y an no estoy muy seguro de que se trate de SIDA... Aunque a juzgar por los casos que empiezan a conocerse en Zaire y Rwanda...

    Yo, en cambio, empiezo a estar ms que harto de la enfermedad, he visto cientosde casos, con toda la gama de las oportunistas, y en todas las fases del desarrollo. He llago a acostumbrarme hasta al contagio... Sabe? Me he pinchado tres o cuatro veces con muestras de sangre infectada, y seguro que si me hacen el kit de anticuerpos, doy positivo...

    El Dr. Muchona trag saliva, y mir con cierta aprensin teida de admiracin a su colega americano. Hubo un rato de silencio, durante el cual Wellman se dedic a contemplar el paisaje, sacando casi medio cuerpo fuera de la ventanilla.

    La verdad es que me imaginaba sto de otra manera, con nativos tpicos, y algnque otro rinoceronte, o cebras, corriendo a lo lejos.

    Doctor...No ir Vd. a decirme que cierre la ventanilla como en los Safari Parks? Porque

    lo que es leones, aqu no hay ni uno.Los leones estn bastante lejos, en Tsavo y Massai Mara. Tal vez, si no tiene que

    marcharse muy pronto, podamos llevarle hasta all... Pero, lo que iba a preguntarle es si se ha ledo Vd. alguna vez a Villiers de lIsle Adam.

    Es francs?As parece...Bueno, no se crea que la cosa es tan simple. A veces, ya sabe, los aristcratas

    ingleses usan esos nombres largusimos y raros llenos de guiones.Se trata de un escritor francs del pasado siglo.La verdad es que no suelo leer mucho. Y autores franceses mucho menos... De

    vez en cuando me compro alguna cosa de Michener, pero son unos libros tan gordos que nunca consigo terminarlos... De Follet me le hace poco esa cosa que escribi sobre Irn, porque haba pasado la serie por la TV... Ah, y antes de salir para aqu, me le Los perros de la guerra, de Forsythe. Aunque creo que no me va a ser de mucha ayuda aqu.

    La verdad es que Karen Blixen le hubiera hecho mejor avo.Pues, lo cierto es que ni se me ocurri leer su libro. Y eso que v la pelcula,

    como ya le dije... Pero, y ese Villard de Nosecuntos qu pinta en todo sto?Al parecer, tiene bastante que ver con nuestro paciente.Es escritor, por lo que veo...No, aristcrata. Y precisamente de sos de muchos guiones y apellidos que

    suenan a francs... Un duque...Un duque? Y qu demonios pinta aqu un duque con SIDA?Bueno, Karen Blixen cogi aqu la sfilis. Claro que ella era slo baronesa. Pero

    Kenia estaba entonces llena de pares ingleses y nobles de toda Europa, que se dedicaban a cultivar caf y a criar ganado. Aparte de los que venan a cazar...

    Y ste que es, granjero, ganadero o cazador?Se trata de un caso bastante raro, que no llegu a comprender del todo hasta

    leerme al tal Villiers. A quien confieso que no conoca ni de odas con anterioridad.Vaya lo!Casi un cuento gtico. Muy a la Villiers, por cierto...Lo que me faltaba! Venir a frica para recibir lecciones de literatura de un

    colega.No se burle. La cosa tiene su miga... Ver. Hay un cuento de Villiers, titulado El

    duque de Bristol, donde habla de un noble ingls que contrae la lepra por dar limosna a un mendigo en Tierra Santa.

    Pues ste debi hacer algo ms que dar limosna a los pobres de aqu, si es que de verdad tiene el SIDA...

  • Pues el caso es se, que se trata de un tipo totalmente abstinente, ingenuo en materia de sexo. Yo dira que hasta con terror de mantener ningn tipo de contacto fsico, y no digamos ya sexual...

    Oh, vamos, doctor. Vd. sabe como son estos aristcratas ingleses. Ambos hemosvisto montones de pelculas sobre colegios ingleses y sabemos lo que pasa all. Luego, claro, se casan y se hacen muy respetables. Pero en cuanto entran en contacto con nativos en alguna de sus antiguas colonias...

    No me puedo creer lo que estoy oyendo!El qu? Lo suyo... Es posible que crea Vd. a pies juntillas todas esas

    bobadas? No pensar tambin que los negros somos antropfagos porque hay un montn de pelculas que lo dicen?

    No es lo mismo!Esas pelculas de colegios ingleses cuentan lo que ocurre en la realidad. No ha

    odo Vd. hablar de Anthony Blunt, y de Kim Philby, y de se que llamaban el 5 hombre? Pues el otro da v una pelcula en que lo explicaban todo con pelos y seales. Los los de los dormitorios, los emparejamientos, las zurras disciplinarias, y luego el por [qu] se hacan comunistas... Another Country se llamaba, creo...

    Si por so fuera, yo tambin he visto pelculas americanas de colegio donde hay sus ms y sus menos...

    Dgame una.Carnal Knowledge, por ejemplo.No la he visto, debe ser muy vieja. Dgame otra.Class...Esa s la v, y ah no haba nada turbio...Hombre, explcito no. Pero no me diga que la relacin entre los dos chicos, con la

    mam por el medio, no resultaba un tanto sospechosa.Ha visto Vd. la serie Porky?No tengo el gusto.Y Los increbles albndigas?Debe ser que no las pasan por aqu. Son divertidas?Son comedias sobre fraternidades universitarias... Bastante atrevidas, si le he de

    ser sincero. Y puedo asegurarle que no hay en ellas ni rastro de sexo gay.Creo que es mejor que no siga. Podra decir algo que le costara el puesto... Su

    trabajo tiene una clara proyeccin sobre lo gay, y tal como funciona la presin de las minoras en su pas...

    No ir Vd. a pensar que tengo algo contra los gays...?En absoluto. Pero, por lo que respecta a nuestro paciente, ser mejor que

    dejemos de hacer cbalas y que Vd. mismo lo vea... Ya hemos llegado.Los blancos edificios de una planta, con marquesinas de estilo georgiano,

    resaltaban sobre el verde intenso del csped que circundaba el entorno hospitalario, comouna mancha inslita en la sequedad del otoo keniata.

    Es como un trozo de Inglaterra trasplantado al pas del Mau-Mau dijo socarrn Wellman, mientras se dejaba salpicar por el chorro de uno de los aspersores.

    Le veo a Vd. muy informado replic con idntica sorna Muchona... En realidad sobrellevamos los restos coloniales con bastante dignidad, y hasta con cario. Si le sirve de ejemplo, el barrio donde estamos se llama Karen, y un poco ms all est el Karen Blixen Museum, lleno de recuerdos de la baronesa y sus amigos colonialistas.

    Me descubro ante semejante ejemplo de modernidad y breve convivencia.El Monte Kenya nos protege de los malos espritus...Creo que v una pelcula con Rock Hudson y Sidney Poitier que deca algo de

    so...Tambin yo la v, y era terriblemente mala. Entre otras cosas, porque Sidney

  • Poitier tiene la cara menos kikuyu que pueda imaginarse... Pero, mire por donde, ah sale a saludarle el director...

    Una figura alta y delgada, de entrecano cabello de pelirrojo, sala en aquel momento de una de las marquesinas georgianas, y avanzaba hacia ellos con las manos metidas en los bolsillos de la bata mdica, de la que asomaba un alzacuellos protestante.

    El Rvdo. Pasley... El Dr. Wellman dijo ceremonioso Muchona, mediando entre ambos.

    Lo esperbamos con cierta ansiedad, Dr. Wellman. Mucho gusto en conocerlo.Lo mismo digo... Es Vd. mdico, adems de pastor?Digamos que ambas cosas son para m indistinguibles...Curar almas, al mismo tiempo que los cuerpos, y viceversa. No?Algo as, pero con menos irona de la que Vd. le pone... Es Vd. catlico?Mi familia lo es...Ya... Pues aqu no necesita exhibir su agnosticismo. Ya ve, si yo fuera un cura

    catlico, Vd. ni se hubiera dado cuenta por la ropa. Andan vestidos ahora de paisano, sin dejar de hacer de prrocos. Yo, en cambio, llevo alzacuellos, y slo me considero un mdico... Aunque mi Iglesia sea la propietaria de este hospital... Pero no nos metamos en teologas. Lo llevar al pabelln donde tenemos a Lord Bristol...

    Lord Bristol? El mismo que el del cuento?No me di tiempo de terminarle la historia se disculp Muchona. ste es

    descendiente del otro, aunque por una lnea bastante colateral...Ya... El leproso muri sin descendencia y...No slo el leproso. Todos los Bristol mueren sin descendencia desde hace cinco

    generaciones. Lo que ha hecho que el ttulo se haya ido desplazando hasta las ramas ms lejanas de la familia.

    Fascinante. Suena algo as como lo de la hemofilia de los Zares, pero en este caso con un problema de impotencia gentica.

    Gentica no subray con voz apenada el Rvdo. Pasley, psicolgica, o familiarmente inducida. Lo ms parecido al hado griego que pueda hallarse en nuestros das.

    No entiendo muy bien lo que me cuenta. Quiere decir que los eunuquizan, o algo as, a los herederos de los Bristol? Pero es monstruoso!

    Es bastante ms complicado que so intervino Muchona, con cierto tono de voz solemne. Por so le dije que no haba entendido bien la historia de nuestro pacientehasta leer el cuento de Villiers... La lepra del decimocuarto duque del ttulo, al que hace referencia el cuento, dej tan afectada a toda la familia, que los matrimonios de todas las ramas terminan infrtiles, debido a las dificultades que el contacto fsico tiene para todos los Bristol. Los pocos hijos que han ido naciendo durante las ltimas generaciones, en las diferentes ramas de la familia, son los que han ido heredando el ttulo, y Geoffrey Bartholomew, nuestro enfermo, es el ltimo descendiente en trminos absolutos.

    O sea, que no quedan ms Bristol...A menos que alguna rama bastarda reinvidique el ttulo...A lo mejor sas tienen menos problemas para reproducirse... Quiero decir, si

    resultan menos hipocondracos, al ser de ms bajo nivel social...En todo caso se trata de una historia desgraciada dijo el Reverendo con leve

    tono de prdica, que ha venido a confluir con la ms horrible peste de nuestro siglo...Tampoco hay que exagerar, Reverendo, se trata, por ahora, de una epidemia

    virulenta por su agente, pero limitada en cuanto a su modo de transmisin... Nada que vercon la peste bubnica, o con las grandes epidemias de viruela del pasado...

    Evidentemente, no creer que estoy pensando en castigos divinos...Nada ms lejos de m replic Wellmann con velada sorna.En fin, aqu est nuestro enfermo. Lo tenemos en un ala de aislamiento del

  • pabelln de infecciosos. Sin que ello quiera decir que lo tengamos en cuarentena. Son simples precauciones, atenidas a las recomendaciones de la OMS sobre la enfermedad...

    Nada que objetar dijo Wellmann, sin abandonar su velado tono sarcstico...El hombre que yaca en la cama, tapado con el embozo hasta la barbilla, no deba

    tener ms de veinticinco aos. Sus rasgos regulares y su nacarada piel, levemente moteada de pecas, deban haber hecho de l un tipo hermoso. Pero sus facciones tremendamente demacradas, y el leve tono verdoso que empezaba a adquirir su piel lo convertan en algo prximo a un espectro, en absoluto atractivo. Slo sus rubios cabellos sedosos, largos y levemente ondulados, extendidos como una aureola sobre la almohada parecan conservar su aspecto original. Su tensa mandbula y sus ojos fijos y carentes de expresin, le otorgaban una rigidez cadavrica. Dijrase de l que estaba ya amortajado, si no momificado.

    Desde luego, si no es SIDA lo suyo, es ciertamente algo muy gordo dijo Wellmann, al acercarse al enfermo, con tono que quera ser despreocupado.

    Al menos es portador de anticuerpos le inform con tono neutro y levemente confidencial al Reverendo.El ELISA le ha dado positivo por dos veces, y lo hemos confirmado con el Westernblot. Es la sintomatologa la que no parece tpica. No aparece ninguna de las oportunistas clsicas...

    Bueno, ya saben... una cosa son los manuales, y otra muy distinta la experiencia clnica.

    Wellmann se inclin sobre el yaciente y le observ las pupilas. Le palp luego los ganglios de la zona submaxilar y occipital, y sacndole un brazo de debajo de las sbanasle tom el pulso.

    Tiene siempre el pulso tan acelerado?Puede llegar a veces a alcanzar 200 pulsaciones durante algunos minutos le

    respondi Muchona. En varias ocasiones hemos estado a punto de ingresarlo en la unidad coronaria...

    Pues, como siga as, de lo que va a morir es de un sncope dijo Wellmann, mientras intentaba abrirle la boca.

    El enfermo, finalmente, destens las mandbulas, y abri la boca para decir en un susurro:

    Soy el ltimo descendiente de una estirpe desgraciada...Eso ya lo sabemos replic Wellmann con tono formulario, mientras acercaba

    su cara a la del paciente. Ahora dgame... puede orme?Reponde raramente a nuestras preguntas. La mayor parte del tiempo se

    mantiene en un estado de rigidez autista como el que demostraba antes de abrir la boca inform el Pastor... La verdad es que yo, personalmente, nunca le haba odo una sola palabra hasta ahora...

    Ser que no quiere saber nada con la Iglesia... Es una broma, perdone... Bien, vayamos al grano. Estn Vds. totalmente seguros de que el interfecto no era homosexual?

    Un poco molesto, el reverendo se tom algn tiempo para responder.Se lo he dicho ya, Dr. Wellmann respondi Muchona con tono de reproche.

    Lord Bristol parece ser la persona que menos contactos corporales haya mantenido en su vida, si es que lleg a tener alguno... y me refiero a simples roces y toques, sin implicar para nada el sexo.

    Eso es lo que hemos podido recabar de su servidumbre en Inglaterra corrobor el Director. En cuanto a sus relaciones aqu con los boys y guas todos coinciden en describirlo distante, obsesionado por la limpieza, y aterrorizado ante el ms mnimo roce cutneo...

    Tenemos el testimonio de un gua massai del parque de Tsavo que un da alcanz a tomarlo del brazo para advertirle sobre un len. Dice que Lord Bristol

  • Muchona emple un cierto tono admirativo se ech a temblar como una hoja, y pidi inmediatamente alcohol para limpiarse la parte del brazo tocada por el gua.

    Hay que entenderlo medi el Reverendo, como intentando disculpar a su compatriota. Ha sido educado en un obsesivo temor al contagio corporal, debido al precedente ocurrido en su familia...

    No, si eso ya logro entenderlo. Lo que no me explico, como no sea por obra del Espritu Santo, y perdneme de nuevo la irona, es cmo lleg el virus a instalarse en el interior de un cuerpo tan reacio al contacto con otros cuerpos.

    Lo curioso del caso intervino Muchona es que todo el horror que le inspiraban los cuerpos humanos, pareca convertirse en deseo de contacto con cualquier tipo de animal, aunque pareca sentir una especial debilidad por los monos...

    Cmo es so? exclam Wellmann, mirando fijamente a su colega negro, como quien ha entrevisto un inslito atisbo de explicacin. Reptalo de nuevo!

    S, parecan gustarle excepcionalmente los animales. Lo cual es lgico, si bien semira... Hay mucha gente que rechaza el contacto humano, y encuentra una cierta calidez,y hasta ternura en el contacto con los animales...

    Muy ingls, por otro lado dijo Wellmann, mirando de reojo al Reverendo, quien torci ligeramente el gesto... Pero esa aficin concreta suya a los monos...?

    Al parecer, su intencin al venir a frica era dedicarse al estudio de los monos, o algo as... De hecho la meta ltima de su viaje eran los montes Virunga, donde la Dra. Fossey tiene una especie de parque natural para la proteccin de los ltimos gorilas plateados...

    A decir verdad aadi el Reverendo Gorilas en la niebla, de la Dra. Fossey era algo as como su libro de cabecera. Y el resto de la pequea biblioteca que traa consigo eran todos libros de etologa de los antropoides, primatologa, y temas afines... Los hemos instalado en unos estantes vacos de la biblioteca del hospital. Si quiere Vd. verlos...

    No, no hace falta... As que monos y gorilas...Le dice a Vd. algo so? pregunt el Reverendo intrigado.No mucho, por ahora, pero es una pista... al fin y al cabo, algunas de las grandes

    epidemias de la historia se han producido por mutaciones provocadas en el paso de agentes infecciosos de una especie a otra...

    Hombre, tratndose de especies inmundas, como las ratas o los insectos objet el Reverendo, la cosa parece cierta. Pero en lo que hace a los animales domsticos, y las especies prximas al hombre, yo no s de ninguna enfermedad infecciosa, como no sea la psitacosis de los loros, la rabia y la equinococus...

    No es una cuestin de inmundicia, Reverendo, sino de adaptacin y coevolucin... En sto no hay animales puros e impuros. Eso son categoras religiosas dijo Wellmann, con aire triunfal, como si acabara de derrotar a la religin con un argumento definitivo... Dganme una cosa tena el paciente algn animal en especial, algn perro, gato, loro, o algo as, que llevara constantemente consigo... precisamente en sustitucin del contacto humano...?

    S dijo con entusiasmo de converso Muchona. Tena un mono verde que haba comprado en Zanzbar. Un mono muy simptico, que ahora est al cuidado de nuestro jardinero.

    Un mono verde? Es alguna especie concreta, o se trata de algn tipo de chimpanc de feria?

    Es una especie muy extendida en el frica Central y Oriental el tono del Reverendo pretenda ser neutro y profesoral. Cercopithecus Aethiops es su denominacin tcnica.

    Pues vamos a meterle mano a ese cercopiteco verde, que estoy seguro va a revelarnos algunas cosas...

  • El mono, a quien su amo haba bautizado con el nombre de Rudolph, y que iba vestido con un multicolor faldetn massai cuajado de abalorios, fu inmediatamente expedido a Washington, mientras el Dr. Wellman se iba a Serengueti de safari, en compaa de Muchona. A las dos semanas, y mientras Lord Bristol entraba en agona, sin que el tratamiento masivo con interfern le hiciera experimentar la menor mejora, el Dr. Gallo envi un afectuoso tlex a su ayudante, felicitndolo por su encomiable intuicin cientfica: haban hallado en la sangre de Rudolph virus de una cepa muy semejante al HTLV-III (denominacin que entonces se daba an al VIH), a la que dieron el nombre de STLV (hoy denominada VIS), y que sin embargo pareca no atacar frontalmente a las defensas inmunolgicas del portador simiesco. Lo que, en palabras de Gallo abre prometedoras perspectivas sobre los orgenes de la enfermedad, y permite abrigar razonables esperanzas sobre la creacin de una prxima vacuna.

    Rudolph morira dos aos despus, de un atragantn de dulces, en el laboratorio del National Health Center de Washington. El Dr. Muchona orient su actividad profesionalal seguimiento de la transmisin del VIH de los monos verdes de epidemilogos, antroplogos y bioqumicos, que por el momento se dedican fundamentalmente a recontarcadveres. El Revdo. Pasley es hoy obispo de Mombasa, y se halla un tanto alejado de lamedicina, aunque no deja de prestar ayuda pastoral a los afectados de SIDA de su dicesis. El Dr. Wellman, convertido en jefe de laboratorio del centro de Bethesda, pasa hoy al menos un mes de vacaciones en Kenya, donde suele reunirse con el Dr. Muchna para ir a cazar gacelas Thompson, de cuyos trofeos tiene llena la chimenea de su casa. En cuanto a Lord Bristol, ltimo representante de tan ilustre ttulo (ninguna lnea bastarda o colateral ha reivindicado hasta el momento la sucesin), yace sepultado en una sencilla tumba de cemento anglicano de Nairobi, junto con otros aristcratas de la dorada poca de las White Highlands. Sobre su lpida, el obispo Pasley mand grabar el siguiente epitafio: asbtinens periit.