Carbonero - La Historia

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Material publicado por Revista “EL GRÁFICO” Agradecimiento: Sr. Alesis Pereira www.blogcarbonero.com 2008

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“El gráfico” Peñarol – La Historia

La historia se remonta a fines del siglo XVIII. En esa época la palabra `Peñarol´ ya era conocida debido a que se la identificaba con una zona en la que se asentaban residencias patricias, a las que luego se agregaron granjas y viñedos. La vinculación provenía de un hecho anecdótico, digno de esos tiempos de colonialismo. Giovanni Battista Crosa, natural de Pinerolo -Piamonte-, se radicó en el paraje de campo abierto -propiedad de Manuel Francisco Artigas, hermano del prócer, José Gervasio-. Casado con Francisca Pérez -gallega-, Crosa se encontró con la obligación de castellanizarse. En su afán de lograr su cometido, incluyó en su objetivo a su apellido, al que agregó "Piñerol" -tal cual el dialecto piamontés-, deformado luego a "Peñarol". Por esa razón, desde el siglo pasado, al paraje se lo llama popularmente "lo de Peñarol". Las raíces del Club Atlético Peñarol se remontan al siglo pasado, más precisamente a 1890, cuando surgió en escena nada menos que la empresa del Ferrocarril Central (recientemente adquirida por los británicos, que la bautizaron Central Uruguay Railway), que adquirió varias hectáreas de terreno para instalar sus talleres, anteriormente con base en Bella Vista. El 1o. de mayo de 1891 quedaron habilitados en la Villa Peñarol, a 10 kilómetros de Montevideo. Las chacras del Miguelete -arroyo que cruza la zona donde hoy se levanta Peñarol- ofrecían un paraje en el que las distintas etapas fueron evolucionando a partir de la construcción de la importante central férrea. Con esto se produjo un importante desarrollo urbanístico. La cantidad de habitantes creció con una velocidad inusitada para la época y el pueblo cambió su denominación cuando el Estado uruguayo oficializó el nombre del apartado lugar donde había nacido Juan Bautista Crosa Peñarol en 1890. La influencia inglesa en la zona provocó que, años después y a instancias de Roland Moore, altos directivos de la empresa del Ferrocarril, a los que se adhirieron obreros y empleados, fundaran una institución deportiva con carácter gremial. Los habitantes de la zona tenían necesidad de contar con un lugar común de reunión y desarrollo social . Es por eso que se fundó el Centro Artesano, donde funcionó el club. Allí se practicaban las actividades más comunes de esos tiempos: fútbol y cricket. Nace Peñarol La tradición indica que, al finalizar la ceremonia -iluminada por lámparas de kerosene-, alguien recordó en voz alta unas palabras del Libro de las Profecías; "Serás eterno como el tiempo y florecerás en cada primavera". Hoy, aquella frase añeja aún permanece en la memoria de todos los hinchas de Peñarol y están incorporadas como lema oficial del club. El crecimiento de esta histórica institución fue vertiginoso. Pasó muy poco tiempo para que se diseñara la camiseta, que en sus orígenes fue cuadriculada, siempre en amarillo y negro. Los colores llegaron a la Villa de Peñarol de la mano del ferrocarril, que los había tomado como identificatorios. Por qué? El 6 de octubre de 1829 se realizó una carrera de locomotoras por una licitación pública. La prueba fue en Rain Hill, Inglaterra, y participaron cinco máquinas , sobre un trayecto de una milla de extensión. El triunfo de "La Rocket", diseñada por George Stephenson, sirvió para que los colores de la locomotora -amarillo dorado y negro carbón- fueran adquiridos definitivamente por los fundadores de Peñarol. Stephenson, acompañado por su hijo Robert, manejó vestido de un elegante y lujoso frac y obtuvo -además de un importante y suculento premio en libras esterlinas- el contrato con la compañía Liverpool-Manchester, que con mucha rapidez abriría líneas por todo el mundo. Y los colores de la Rocket, por extensión, pasaron a ser los del ferrocarril en cualquier lugar. No obstante, hay un dato curioso digno de destacar. En los inicios no se sabía a ciencia cierta cuál era la actividad deportiva madre de la institución. Se produjeron discusiones sobre cuál sería el deporte practicado. Finalmente, en la asamblea del 29 de mayo de 1892 se decidió que fuera el fútbol, después de una votación en la que el resultado fue de 14 para la "Association" (como se llamaba al fútbol) y 6 para el rugby. El pronunciamiento favoreció al "football association", que es el que en la época se estaba difundiendo masivamente por todo Montevideo. A partir de ese momento, se aceleraron los pasos para conformar el equipo. Si bien la mayoría de los fundadores fueron de origen inglés, el plantel contó con jugadores oriundos de la zona desde tempranas formaciones. No obstante, la elección de los capitanes recayó, en un primer momento, en ingleses. Al primero (John McGregor), lo sucedió otro británico (H. A. Craven). Y a él, Jackson. Pero apareció una figura que cambió radicalmente la tradición. Julio Negrón fue el primer obrero de los talleres "de Peñarol" que aventajó a los maestros ingleses con sus esquives como insider izquierdo, mérito que le valió ser el primer capitán criollo, allá por 1895. Después en 1904, la cinta -que por entonces no se estilaba usar- pasó para E.N. Acevedo. Y su sucesor fue Juan Pena. Si se habla de leyendas, la historia le hace un importante lugar al recuerdo de Juan Buchanan, un aguerrido back izquierdo que había sido enviado como maquinista desde Londres, donde -se decía- fue futbolista profesional, además de motivo de varios dolores de cabeza de dirigentes e hinchas. El motivo? Su particular vínculo con la bebida, ya que solía llegar a los partidos envuelto en los vapores del whisky. Las primeras competencias La actividad oficial de Peñarol comenzó allá por 1892, cuando dieron inicio los cotejos del CURCC contra instituciones y colegios de origen británico. Y también con equipos que, en su mayoría integraban los marineros de los barcos ingleses que visitaban Montevideo. Con el transcurrir del tiempo, las confrontaciones se fueron haciendo más cotidianas, sobresaliendo dos nombres como los tradicionales adversarios: el Albion F.C. (nacido en 1891) y el propio Central Railway. Estas formalidades aumentaron hasta que, junto al siglo, nació The Uruguay Association Football League, que luego se transformaría en la Liga Uruguaya de Football.

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Albion F.C. cuyo nombre inicial fue Football Association, se convirtió en el primer rival del CURCC. Aunque después aparecieron otras instituciones como Montevideo Cricket Club, Uruguay Athletic Club, Deutscher Fussball Klub -de la colonia alemana-, entre otros. Esto originó, por lógica, los primeros roces entre los diferentes equipos. Paralelamente, surgieron clubes con nombre en español, como Montevideo, Defensa, Titán o Internacional. Pero el 14 de enero de 1899 se fundó el Club Nacional de Football, fruto de la unión de los elementos nativos de Montevideo y el Uruguay Athletic. Resultado: primera entidad criolla desde su nacimiento, pese a mantener su característica universitaria, al menos hasta 1911. Por el contrario, el CURCC había sido fundado por los ingleses del ferrocarril y comenzó recurriendo a sus funcionarios y obreros, hasta lograr en 1902 un equipo mayoritariamente criollo y netamente popular. Ese choque de idiosincrasias, en parte, potenció la rivalidad. El primer choque tiene la fecha grabada a fuego: fue el 15 de julio de 1900, día de Santa María -por entonces feriado en las orillas del Plata- día en el que jugaron en el parque Central (casa tricolor) el primer clásico de la historia. La victoria fue para Peñarol, por 2 a 0. En es año también comenzaron las competencias oficiales más precisamente el 30 de marzo, cuando se fundó The Uruguay Association Football League. Los clubes pioneros fueron Albion F.C., CURCC, Uruguay A. C. y Deustcher Fussball Klub. De inmediato participó en la Argentine Association Football League Cup Tie Competition -también conocida como Copa de Oro Argentina o Copa Competencia-, un torneo de eliminación con final en Buenos Aires. Y acto seguido, empezó la primera edición de la Copa Uruguaya. El primero en ser el mejor El Central Uruguay Cricket Club se clasificó Campeón Uruguayo en los dos primeros torneos, de 1900 y 1901. Se coronó evitando el sueño secreto del fundador de la liga, Enrique Lichtenberger, quien la organizó para el triunfo de su club, el Albión. Sin embargo, CURCC se impuso con sendas victorias ante ese equipo (2-1 y 2-1), y tras superar también al Deutscher (9-0 y 8-0) y al Uruguay Athletic Club (9-0 y 6-0), con un total de 36 goles a favor y 2 en contra. Es decir, terminó invicto, con todos los partidos ganados y un promedio de 6 goles por partido. Por su parte, Nacional no intervino en el Campeonato Uruguayo de 1900. Recién lo hizo en 1901 y fue segundo del CURCC, el campeón. Recién en la siguiente temporada -1902-, conquistó el certamen. Y lo hizo de modo invicto, repitiendo la campaña en 1903, año en el que, además, derrotó -el 13 de septiembre- a la selección argentina en Buenos Aires. En ese partido se presentó como un conjunto combinado. Es decir representando al fútbol de todo el Uruguay. Esta sucesión de hechos, en los que Nacional copó la parada, permite deducir en qué forma comprendió el Central Railway -Peñarol- cuánto era lo que le molestaba la existencia de su adversario, de qué manera ya desde sus orígenes, pesó la rivalidad. Así luchó para quitarle protagonismo y, en 1905, alcanzó una recuperación consagratoria. Porque tras un 1904 en el que no hubo campeonato, por estar el país en Guerra Civil, el resplandecer aurinegro -que ya había adoptado las rayas verticales en su camiseta- se dio en ese torneo: se consagró campeón invicto sin perder un sólo punto y además, sin tener un sólo gol en contra. Encima, culminó su campaña el 1o de octubre batiendo por 1 a 0 -gol de Aniceto Camacho- nada más y nada menos que a Nacional. Esa recordada tarde para la historia del club, el CURCC había formado con "Pancho" Carbone; Irisarri y Guillermo Davies; Ceferino Camacho, Lorenzo Mazzucco y Luis Carbone; Juan Pena, Acevedo, Aniceto Camacho, E. Mañana y Pedro "Perucho" Zibechi. Mazzuco, centre-half de ese team, fue uno de los pioneros en eso de ser "boquilla", en calentar partidos y hablar durante los partidos. "Come on, fellows!", fue el grito que sentenció el triunfo, lo que reflejó que el jugador se había tomado el trabajo de aprender esa frase en inglés para lanzarla a quién quisiera escuchar del banco contrario. Cómo se jugaba por esos tiempos? Sin duda, la aparición de Juan Pena propició un sentido técnico en el equipo. Hábil para el ataque y aún en los puestos de retaguardia, su fama se solventó en la llamativa facilidad de desplazamientos que tenía y la fuerza con la que remataba. Era un forward ingenioso y "artillero" a la vez. La campaña realizada en 1906 no fue la esperada, pero tampoco la peor, ya que la coronación del Montevideo Wanderers permitía un oxígeno y relegaba a su tradicional rival, Nacional. Pero al año siguiente , el CURCC revalidó su condición de coloso en crecimiento. En 1907, otra vez de la mano de Juan Pena, obtuvo el torneo, desplegando un juego depurado en lo técnico y aguerrido en lo anímico, a punto tal de consagrarse, otra vez, campeón invicto. Para la campaña del año posterior, incrementó su potencia futbolística, ya que sumó a sus filas a quien pronto sería una figura preponderante, una auténtica gloria del fútbol oriental: José Antonio Piendibene. El recordado Piendibene -bautizado como "Maestro" por los hermanos Jorge y Juan Brown, del legendario Alumni de Buenos Aires- debutó en primera división el 26 de abril de 1908, con solo 17 años de edad. Esa tarde, Peñarol -como lo llamaba su gente- goleó 6 a 1 al French. Según crónicas de la época, formó ala con Felipe Canavessi -históricamente conocido como "Rama Seca"-, ya que "Piendi" empezó jugando como wing derecho. Su habilidad, su maestría con la pelota quedó evidenciada con el correr de los partidos, cuando desplegó su enorme jerarquía para una rápida y brillante consagración. En 1910, por ejemplo, ya era el centre-forward de todos los seleccionados uruguayos que participaban en eventos internacionales. Por aquel tiempo Piendibene era el director de una orquesta que contaba con exquisitos y dotados intérpretes. Uno era John Harley, británico acriollado y llamado "Yoni" en el Uruguay, donde se sintió un charrúa más. Harley, empleado ferroviario con oficio de "centrojás", fue elegido por el mismo Piendibene. Fue durante un encuentro amistoso entre Peñarol-CURCC- y Ferrocarril Oeste, de Buenos Aires. Allí el "Maestro" notó la facilidad y eficiencia con

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la que Harley "pasaba la pelota dominada a sus compañeros de ataque". Sin dudarlo, sugirió que lo invitaran a jugar, aunque más no sea por unos meses, vistiendo la casaca aurinegra. "Es de Ferrocarril y hablando a la empresa se podrá conseguirlo". Esta frase era común en el ambiente, sobre todo si se tenía en cuenta que las compañías ferroviarias -e incluso las de los tranvías- se preocupaban por fomentar el deporte, un poco por la extensión y acogida a sus líneas, y en otro grado por la propaganda que significaba. Como ejemplo, vale comentar que también pertenecían al ferrocarril los terrenos del Parque Central, escenario de intensas batallas entre el CURCC y Nacional, cedidos al tricolor por la empresa. John Harley, nacido en Glasgow (Escocia) en 1886, tenía apenas 20 años cuando desembarcó en Buenos Aires contratado por la empresa del Ferrocarril Oeste. Empleado de la compañía, además, defendió la casaca del club de Caballito hasta 1909, año en el que viajó a Montevideo. La intención era trabajar en el ferrocarril y jugar al fútbol por unos meses. Se quedó para siempre. Desde las filas aurinegras, Harley desplegó lo mejor del fútbol británico para enriquecer el vernáculo. Amplió el repertorio de recursos de los players orientales jugando al ras del suelo y con pases certeros, evitando al máximo posible el bochazo frontal o bombazo. Además, desarrolló un juego aéreo impecable: saltaba con precisión y elegancia para despejar situaciones de riesgo. Su juego, entonces , se constituyó en un baluarte en el cual Piendibene podía apoyarse. Juntos, impulsaron la técnica a las más altas cumbres. Desde su aparición, las líneas delanteras pasaron a jugar en abanico, avanzando en armonía con un juego de pases cortos y al pie, guiados por su director. Con ellos terminó el reinado del fútbol inglés de pase largo desde atrás para la estampida de los wings y el centro cruzado al área a la carrera. Era el nacimiento de un estilo. Pasión amarilla y "negra" Hacia 1911, el presidente de la nación José Batlle y Ordoñez creó la Comisión Nacional de Educación Física para propiciar e impulsar a las Plazas de Deportes, idea gracias a la cual la práctica fue cediendo su carácter de exclusiva para algunas clases. Así, se quebró cualquier barrera discriminatoria y todos, sin distinción de raza o color, pudieron sumarse a su práctica. El "Cuadro del Pueblo", desde entonces, se reconoció siempre con algún jugador de piel negra destacado en sus equipos campeones. Además, existía una tendencia en transformarlos y reconocerlos como ídolos de la afición. El primero fue Isabelino Gradín, quien era la expresión típica del barrio del Sur, maravillando con sus aptitudes físicas, ya que unía sus condiciones de futbolista con las de atleta excepcional. El segundo fue Juan Delgado, también surgido de Palermo y su Central F.C. del que luego pasó a Peñarol. En rigor de verdad, el "negro Juan" fue la primera estrella negra. Agregó al fútbol los embrujos del carnaval -era escobero y tocaba el tamboril- y la picaresca alegría de sus dichos. Definió a Piendibene diciendo: "Le puso el mango a la pelota". Otras veces, cuando un arquero se tiraba y la pelota seguía, gritaba: "Tiráte que hay arenita". Y si la pelota entraba por el ángulo: "Bajáme ese racimo". Gradín, en cambio, fue un hombre netamente aurinegro. Debutó en primera en 1915, cuando también irrumpían el puntero Antonio Campolo y el arquero Roberto Chery. Isabelino se convirtió en un delantero de arranque extraordinario, gambeteador imparable y, a la vez, con un notable sentido del gol. Su felina velocidad era característica propia y llevaba la pelota al pie con un control poco común. Escurridizo, sus esquives eran incontenibles para cualquier defensa. En el campo de juego, contaba con el apoyo de Piendibene a quien, cuando levantaba la cabeza y lo veía a la carrera, le bastaba un simle "Entrá, Isabelino!" para que el moreno invadiera el área como disparado y, casi al unísono la pelota sacudiera la red. Como atleta, Gradín fue campeón Sudamericano de 400 metros, con una marca que por años gravitó en los récords. Victorioso en Argentina, Chile y Brasil, donde se lo llamó "O terror das pistas". Original y formidable, inspiró al poeta peruano Juan Parra del Riego para su "Polirritmo al jugador de fútbol". Después del Campeonato Uruguayo de 1905, el CURCC fue superado por el Montevideo Wanderers, que obtuvo el título de 1906. Como quedó dicho, CURCC volvió a reconquistarlo en 1907. Luego, fue el turno de River Plate de los Módena, Raymonda, Oscar Sanz, Cavalloti, campeones de 1908, en un torneo al que los dos grandes -Nacional y CURCC- habían desertado. Al año siguiente, repitió Wanderers. Y el posterior, otra vez River. La transición en las filas del Central Railway hacia el estilo de Piendibene y Harley resaltó en 1911, ya que Peñarol se ubicó una vez más en lo más alto del incipiente fútbol vernáculo. Además cerró el año del mejor modo: el 1o de noviembre, por la Copa de Honor -y en pleno Parque Central- se dio el gusto de apabullar al histórico rival por 7 a 3. Sin embargo, 1912 fue para Nacional, que se había recuperado de la crisis de la temporada anterior. Los torneos de 1913 y 1914 quedaron en manos de River. Y los tres años siguientes, de pleno dominio de Nacional. En el ´15, el tricolor obtuvo las tres copas jugadas ese año: Uruguaya, Honor y Competencia. Además se alzó con los títulos de 1916 y 1917. Por entonces -1915-, vale señalar que la Liga Uruguaya de Football había cambiado su nombre por el de Asocación Uruguaya de Football. Ahora si Peñarol ! En diciembre de 1913, en una numerosa y entusiasta asamblea surgió la propuesta de cambiar la denominación y los reglamentos para consolidar en el viejo CURCC la organización netamente uruguaya . Esto no fue del desagrado de la vieja dirigencia. Muy por el contrario, la propuesta tuvo quórum. La dirigencia vigente, a esa altura, ya era criolla y entendía que para crecer había que cambiar.

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A partir de entonces, entre otras cosas, Jorge Clulow se convirtió en el nuevo presidente de la entidad, por cuanto existía el consenso necesario entre todos los socios. Clulow se transformó así en el primer presidente criollo de la historia de la institución. A su vez, la nueva comisión directiva demostró agilidad a la hora de tomar decisiones. En su medida inicial, adquirió un predio en la Avenida Las Acacias para utilizarlo como campo de juego. El parque cubría un área de 37 mil metros cuadrados. El precio pagado ascendió a 20.207,88 pesos. En 1918 se vio, por primera vez en la historia, el nombre "Peñarol" inscripto en el cuadro de honor. Recién en 1914, el presidente José Batlle y Ordoñez le otorgó la personería jurídica con el nuevo nombre, dejando al CURCC para los libros de historia. Finalmente, el conjunto carbonero -que desde el 12 de marzo del 1914 se llamaba oficialmente "Club Atlético Peñarol"- obtuvo el campeonato de 1918, con una formación base que contaba entre sus titulares a Roberto Chery; José Benincasa y Pedro Rimolo; Jorge Pacheco, Juan Delgado y J. Delacroix; José Pérez, Armando Artigas, Piendibene, Gradín y Campolo, alternando Alfredo Granja como back izquierdo, Aristides Pittamiglio (wing derecho), Valverde (insider) y A. Ferrero (centre-forward). Al año siguiente, César Batlle Pacheco asumió la presidencia del club y continuó con el proceso de crecimiento, sustentado en la compra de Las Acacias. Una de las medidas más esperadas, durante ese ejercicio fue mudar a Peñarol a un nuevo local. De una pequeña sede en la calle Rió Negro se pasó a una imponente casa en la calle Paysandú. Constituido el consejo directivo de 1921, cuya presidencia ocupó Julio María Sosa, se estimuló la evolución con otra iniciativa: construir el campo de juego en Pocitos detrás de la vieja estación de tranvías. Se trataba de un predio de magnas dimensiones entre las calles Fructuoso Rivera y Gabriel Pereyra que pertenecían a la compañía "La Comercial". Sus directivos encabezados por Juan Cat, apoyaron a Peñarol -como años antes lo hicieron cuando Nacional pidió los terrenos del Parque Central-. Y la inauguración del panorámico escenario fue en abril de 1921, ante el River Plate argentino. Ya en su nueva casa, Peñarol recuperó el título de Campeón Uruguayo, afines de aquella temporada, tras una brillante disputa nada menos que frente a Nacional. En la etapa inicial, con gol del insider izquierdo Andrés Mazali, los tricolores vencían 1 a 0. Pero en el complemento, el local lavó la afrenta que significaba dejar escapar el título y, encima, caer derrotado en la propia casa por el huésped menos grato de recibir. Dos escapadas a fondo -con sus posteriores y precisos centros- de Juan P. Arremón habilitaron al Maestro Piendibene para que con dos formidables cabezazos -de acuerdo a las crónicas de entonces- el resultado no se moviera del 2 a 1 final. Fue precisamente el campo de juego de Pocitos donde se cumplieron memorables etapas. Entre ellas, las históricas visitas de 1923, cuando los escoceses del Motherwell y los ingleses del Chelsea se rindieron ante la grandeza de un coloso que, si bien estaba en gestación, ya daba muestras al mundo de su poder. Volvió el campeón. Con todo su brillo. Con todo su esplendor. Pero a la dulzura casi empalagosa que significó el máximo título uruguayo de 1921, le siguió un año más tarde un trago amargo casi imposible de digerir: debido a un incidente, y tras una decisión adoptada el 14 de noviembre por el Consejo de la Asociación Uruguaya de Football, los clubes Peñarol y Central fueron descalificados de la competencia. Y como si lo ocurrido no hubiera sido lo suficientemente doloroso para la afición aurinegra, encima el certamen terminó siendo ganado por Nacional. La respuesta no se hizo esperar y los dirigentes de las instituciones sancionadas, tocados en su orgullo doblaron la apuesta y resolvieron la escisión de sus entidades de la Liga madre para fundar una federación paralela que, a decir verdad, careció de trascendencia. La autoexclusión de Peñarol y la ausencia de otra fuerza deportiva de jerarquía allanó el camino de Nacional hacia la doble corona en los torneos de 1923/24. La férrea determinación mirasol no conoció excepciones y afectó también a los seleccionados uruguayos, que debieron prescindir de sus figuras para afrontar los Sudamericanos y los Juegos Olímpicos de 1924, en París, donde pese a todo, se produjo el primer gran logro oriental. La flamante conquista aquietó las agitadas aguas del conflicto y en 1925, aprovechando que durante los doce meses no hubo competencias oficiales locales, un arbitraje del mismísimo presidente del Uruguay -luego conocido como "laudo Serrato"- provocó la reunificación del fútbol vernáculo, con obedientes y rebeldes nuevamente conviviendo debajo del mismo techo. La mediación del primer Mandatario, quedó dicho, le abrió la puerta del regreso a Peñarol. Y, como si nunca se hubiera ido apareció el campeón. La hora del recambio Los años fueron apartando a algunos de los campeones. Después del centre-half Cabrera, que defendió a los aurinegros en 1921 y 1922, se incorporó la excelsa figura de Liverpool F.C., Antonio Aguerre, quien tuvo muy buenas actuaciones acompañado por el "Gaucho" José Bonini. De los cracks tan identificados con el emblema, únicamente quedaban Piendibene, Campolo y José Benincasa, capitán entre 1920 y 1928. En ese período, y de manera alternada, los subcapitanes fueron Juan Delgado, Armando Artigas y Pascual Ruotta. La fuerza de Peñarol no se resintió con el recambio de estrellas. La seguidilla de éxitos continuó en esa década, con la obtención del bicampeonato de los años 1928/29. El primero de éstos, sin embargo, mezcló el éxtasis de la gloria con la pena de la despedida para las viejas glorias, como Piendibene y Benincasa, quienes pasaron a retiro. Pero no hubo tiempo para detenerse en la nostalgia del aún fresco recuerdo. Y el segundo halago se interpretó, entonces, como el relevo de posta en manos de una nueva generación que irrumpía para mantener la tradición ganadora del club. Ese campeonato fue el escenario propicio para la consolidación en sus puestos de Lorenzo Fernández, Alvaro Gestido y Alberto Nogués. Los Juegos Olímpicos fueron, quizás, la inmerecida asignatura pendiente de Piendibene, que ausente en la cita de París a raíz de la ruptura de Peñarol con la liga madre, tampoco pudo estar en Amsterdam, aunque ahora por una simple y fatídica cuestión de edad. El Maestro y Benincasa habían sido convocados por los responsables del equipo, Félix Polleri, José Usera Bermúdez y Arturo Maccio para integrar el plantel celeste, pero por propia voluntad no viajaron. En un

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ejercicio de autocrítica severo estimaron que, cumplidas veinte temporadas en Primera División, había pasado el momento de someterse a semejante exigencia. No obstante la segunda medalla de oro conseguida por Uruguay en los JJ.OO. de Amsterdam, en 1928, luego de derrotar a Argentina de la final, contó con el aporte de tres jugadores aurinegros: Juan P. Anselmo, Juan P. Arremón y Antonio Campolo. La Cortina Metálica La renovación del plantel se profundizó. La idea era conservar la envergadura futbolística necesaria para pelear todos los títulos. Los dirigentes realizaron enormes esfuerzos para incorporar a Lorenzo Fernández, procedente de Club Capurro, y a Alvaro Gestido, Solferino Sporting Club. Ya en 1925 también llegó Gideón Silva, proveniente de Wanderers. Y así se constituyó una excelente línea media, tan eficiente para contener rivales como para auspiciar ataques, que el ingenio de la multitud bautizó "La Cortina Metálica". Fernández se erigió rápidamente en uno de los referentes del conjunto. En su barrio había moldeado dos cualidades imprescindibles para ser considerado un verdadero caudillo, carácter y personalidad. Siempre perteneció a esa clase de futbolistas que se entregaba entero en cada partido, pero eso si, exigía la misma pasión de sus compañeros. Con él patrullando el centro de la cancha, Gideón Silva sobre la derecha y Alvaro Gestido por la izquierda, "La Cortina Metálica", esa línea media por la que "no pasa nadie", estiró la hegemonía aurinegra hasta 1938. Ese mediocampo fue digno heredero de una mística ganadora que había germinado en los inicios mismos de las competencias de los mirasoles: aquella que portaban el campeón invicto de 1905 -Camacho, Mazzucco y Carbone-, el de 1912 -Pacheco, Harley y Savio- y el de 1918 -Ruotta, Harley y Juan Delgado-. Gideón Silva era negro carnavalero, habitué de murgas y corsos de Montevideo, y Alvaro Gestido, un reconocido oficial del ejército que sería valorado como uno de los más sobresalientes -sino el mejor- laterales izquierdos que vistiera la aurinegra. Fernández, por su parte, se llevaba la idolatría. Era un "gallego metedor" que la rompía parado en el medio del campo. Hacía la del tradicional volante tapón, el viejo centrojás que desde John Harley extendiera su vigencia hasta Obdulio Varela y Néstor Goncalvez. Junto a 1920 se asomó a la vida de Peñarol una personalidad llamada Bernardo Glücksmann. Y cambiarían algunas cosas. Por aquella época los futbolistas no firmaban contratos con las instituciones y sus ingresos estaban atados a los premios (reservados e individuales) o a los obsequios de particulares. "Don Bernardo", propietario de una cadena de grandes cines en Montevideo, asumió el rol de benefactor y distribuía tarjetas de libre acceso entre el plantel y sus familias, pero, además, aprovechando su rol de importador de radios y aparatos eléctricos, estimulaba a los autores de goles espectaculares y protagonistas de lucidas actuaciones, con inolvidables regalos. Ejemplo que conoció imitadores en el ámbito directriz. Las inquietudes mirasoles por sostener un estilo pionero en lo dirigencial quedaron de manifiesto 1928 y 1929, cuando buscaron anticiparse a la construcción del propio Estadio Centenario. Los impulsores de la idea formalizaron un concurso para levantar una cancha, que habría sido magnífica, en el Parque Rodó, donde años más tarde se instaló la Facultad de Ingeniería. Con proyecto original del arquitecto Julio Villamajó, aquella propuesta de estadio, como otras de tal magnitud, sirvió para mostrar la mentalidad progresista que imperaba en la comisión directiva. El sueño de algún modo, se hizo realidad cuando, finalmente, se edificó el Estadio Centenario -aunque no como propiedad de Peñarol- para albergar en 1930 la primera Copa del Mundo "Jules Rimet". Uruguay, que ese año no tuvo competencia local, se consagró campeón al golear por 4-2 a la Argentina en la final, con una escuadra en la que Peñarol también se vio representado: Juan P. Anselmo; el arquero suplente Miguel Capuccini; Lorenzo Fernández y Alvaro Gestido, ilustres campeones que lucieron la celeste. Una vez concluída la Copa del Mundo se decidió que Peñarol y Nacional jugaran sus partidos de local en el Centenario. Y así el coloso de Montevideo fue el testigo natural del clásico y añejo enfrentamiento. Peñarol pese a que conservó su viejo estadio de Pocitos, pasó a utilizar el Centenario como hogar propio, donde empezó a hilvanar títulos y hechos consagratorios en las décadas posteriores. Pero, volviendo a su clase dirigente desde Rolan Moore, en la fundación, el club aurinegro resaltó siempre por la capacidad de sus máximos conductores. Sucesor de Jorge Clulow, Francisco Simón fue presidente en varios ejercicios, y a él, en 1918, lo sucedió Félix Polleri, quien le dejaría el sillón César Batlle Pacheco, y éste, a su vez, a Julio María Sosa, en 1921. En los ciclos posteriores descollaron otros presidentes, como el ingeniero Abella, el químico farmacéutico Vicente Rubino, el coronel Teodoro Schinca, Alberto Delegado, Pablo Perazzo y Antonio D´Angiolillo. También tuvo importancia una camada de jóvenes delegados: Constante Roque Tururiello, Enrique Aubriot, Héctor Gardil, Alberto Demicheli, el Arquitecto Juan Scasso, el contador Eduardo Eazzio (gerente del club) Julio César Pereira Bustamante. Ya en 1931 se disputó el último torneo amateur, ganado por el Montevideo Wanderers. Hacia el fin de esta etapa de la Asociación de Football, Peñarol -sumando los del CURCC- y Nacional se dividieron el mote de "grandes" del fútbol oriental, pues ambos acumulaban 11 campeonatos. Detrás y bien lejos se encolumnaban Wanderers y River Plate, con 4, y Rampla Juniors, que se había adjudicado el torneo de 1927. La nueva era El fútbol del Uruguay plantó bandera en el profesionalismo en 1932, y Peñarol, ni lerdo ni perezoso, se alzó con el primer campeonato disputado en la flamante era. Las estadísticas, Observadas a la distancia, son impactantes: sobre un total de 27 partidos disputados, ganó 50 puntos, 92.5 por ciento-, dejando apenas 4 en la banquina. La felicidad duró un año: en 1933 no pudo revalidar la conquista de un título que, para mayor dolor, fue a parar a manos de Nacional. La final se programó para el 13 de julio, pero el partido no terminó al desatarse un escándalo por la agresión de dos futbolistas tricolores contra el juez. La Asociación procuró escaparle a las presiones del ambiente y definió que el 25 de agosto y a puertas cerradas se jugarían un pico de 20 minutos y otros 60´ de alargue, entre 9

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hombres de Nacional y los 11 titulares de Peñarol. El resultado fue cero a cero, empate que condujo a otra instancia saldada el 18 de noviembre a favor de Nacional: venció 3 a 2, con goles de Héctor "Manco" Castro, campeón mundial del ´30 y luego, en la Argentina, componente del Estudiantes de La Plata de Gualta, Zozaya, Lauri y Scopelli. Peñarol se juró revancha y vaya si la tuvo. La consolidación de esfuerzos del plantel que comenzó a alumbrar en 1932 derivó en la obtención en propiedad de la segunda Copa Uruguaya en el ciclo 1935/36/37. En el primero de esos torneos cosechó 31 puntos sobre 36 posibles, redondeando un 86.11 por ciento de eficacia. En el certamen de 1936, la marca bajó a 83.33 por ciento, y en el del ´37, 80.55 por ciento. Los registros hablan por sí solos... En estos campeonatos, a diferencia de los anteriores de la nueva era, los encuentros jugados fueron 18. Entre los integrantes de esos gloriosos planteles se hallaban figuras de la talla de Homero Fernández, Alberto Nogués, Ernesto Mascheroni, Erebo Zunino, Lorenzo Fernández y Alvaro Gestido. Más tarde se fueron incorporando Aizcorbi, Galileo Chanes, Braulio Castro, Luis Mata, Oscar Carbone, Juan Pedro Young, Anselmo y Santos Iriarte, Enrique Ballestero, Héctor Cazenave, Barradas, L. Mainardi, Luis Mattozo (Feítico), Severino Varela, Leónidas, Miguel Angel Lauri, Pedro Lago, Sebastián Guzmán, Oscar Chirimini, Alberto Taboada, Adelaido Camaiti, Rogelio Barrios. Y a ellos, con el tiempo también se sumaron Roque Gastón Máspoli, Agustín Prado, Raúl Rodriguez, Pedro W. Vigorito, José Antonio Vázques, Gelpi, Liztherman. A instancias del consejo directivo presidido por el doctor Bolívar Baliñas y la tesorería de Antonio D´Angliolillo, comenzó en Peñarol otro período destacado al que también contribuyó el doctor Alvaro Macedo. Las nuevas proezas se conocieron a partir de 1943, mientras el club era conducido por el general Armando Lema y el equipo se reforzaba con la incorporación de Obdulio Jacinto Varela, campeón sudamericano de 1942 cuando aún lucía en el viejo Montevideo Wanderers. El brillante Obdulio escribió un inmenso capítulo cuyo punto culminante llegó en 1950, cuando con la celeste en su pecho se consagró Campeón del Mundo en el Maracaná de Brasil. Después que en 1938 Peñarol diera la vuelta olímpica como consecuencia de una campaña en la que abrochó 34 puntos en 20 partidos -85 por ciento de efectividad-, se inició una racha negativa que se prolongó hasta 1943. Las riendas del fútbol uruguayo pasaron entonces a Nacional, que ganó los cinco títulos en forma consecutiva, una seguidilla que no conocía antecedentes. Dentro de ese "Quinquenio de Oro", hubo un torneo, el de 1941, que el tricolor logró con un invicto perfecto, al lograr tantas victorias como partidos jugó: veinte, incluida una goleada por 6 a 0 sobre Peñarol en un 14 de diciembre que nadie olvida, pues marca la mayor diferencia de goles producida en un clásico en toda la historia. Claro que esta superioridad no sería eterna. La década de 1940. aunque comenzó mal pisada, reservaba para Peñarol momentos majestuosos. Tras el envidiable arranque de Nacional, los campeonatos uruguayos supieron gozar de una perfecta máquina de fútbol: "La escuadrilla de la muerte" de Peñarol, formada por Alcides Ghiggia, Juan Eduardo Hohberg, Oscar Omar Míguez, Juan Alberto Schiaffino y Ernesto Vidal, acompañados por Roque Máspoli y el centrojás Obdulio Varela. La gestación de La Máquina A mediados de esa década, en silencio -como todo proceso de germinación- empezó a armarse esa maquinita futbolera que culminaría con la obtención, en forma invicta, del torneo local de 1949. Al año siguiente, la mayor parte de sus integrantes fueron convocados para honrar la Celeste en la Copa del Mundo desarrollada en Brasil, donde enmudecieron a todo un pueblo que descontaba el triunfo verdeamarelho en la final del Maracaná, al imponerse 2-1 con tantos de dos exponentes aurinegros: Juan Alberto Schiaffino y Alcides Ghiggia. 1943 fue el año del arribo de una leyenda del fútbol uruguayo, Obdulio Varela, a Pocitos. Todavía hoy existen, como siempre cuando de ídolos se trata, quienes afirman que nunca lo vieron jugar bien un solo partido. Quizás lo digan porque nunca comprendieron ni comprenderán que su trascendencia en la cancha excedía la impaciencia que podían causar un par de pases mal dados. Pasaba en realidad, por su modo de entender la vida; siempre se la jugó por los demás para responder a una íntima convicción. Peñarol festejó por partida doble en los campeonatos de 1944 y 1945. En el primero, el porcentaje de eficacia trepó hasta el 75 por ciento -27 puntos sobre 36 posibles, en el segundo, fue del 86 por ciento -31 unidades contra 36 en juego-. Los dos torneos posteriores fueron para Nacional. Y el de 1948 no concluyó debido a una huelga de futbolistas que sufrió el Uruguay -ecos de lo ocurrido en la Argentina-, y dejó el certamen inconcluso y sin definición. pero en 1949, la historia sería distinta. La llegada del húngaro Emérico Hirsch a la dirección técnica coincidió con la maduración del formidable plantel que luego fue la base de la selección uruguaya que dio el Maracanazo: Roque Gastón Máspoli, Enrique Hugo, Mirto Davoine, Sixto Possamai, Juan C. Gonzáles, Obdulio J. Varela, Washington Ortuño, Alcides Ghiggia, Juan Eduardo Hohberg, Oscar O. Míguez, Juan Alberto Schiaffino y Alberto Vidal. Máspoli, uno de los pilares que debe tener todo gran equipo, estaba en el club desde mediados de los ´40. Y con el desembarco de Obdulio Varela ya se tenían dos partes fundamentales del futuro andamiaje. Hasta que en 1948 llegaron al club Omar Míguez de Sud América, y con él Alcides Ghiggia. Años después, Ghiggia reconoció: "Peñarol fue todo para mí. Sigo siendo hincha, claro. Nunca podré olvidarme de aquella delantera que hizo furor. Me sirvió como plataforma para integrar el combinado uruguayo. Tuve excelentes compañeros y grandes satisfacciones cada vez que salíamos campeones". Y detalló puntualmente su Foja de servicios aurinegra. "A Peñarol pasé en 1948. Comencé a jugar en la tercera división especial, pero al poco tiempo empezó la huelga de jugadores y debí esperar. En 1949, el húngaro Hirsch me puso en primera. Tenía 22 años y fue un momento imborrable en mi trayectoria. Ese año, Peñarol hizo tabla rasa con todos sus rivales y no le quedó ni un campeonato por ganar. Salimos invictos en el Honor, en el Competencia y en el Uruguayo. Tuvimos muchísimos goles a favor, y muy pocos en contra . Fue una campaña excepcional", remató Ghiggia. El mismo año, tras dos apariciones notables en amistosos jugados en el estadio Centenario fue contratado Juan Eduardo Hohberg del equipo argentino Rosario Central. Pese a ser un futbolista nacido en la provincia de Córdoba,

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para el hincha de Peñarol fue siempre el Verdugo, proveniente de los puntos más bajos e inhóspitos del infierno para vengar las derrotas sufridas ante Nacional a principios de la década. En síntesis, se trató de un símbolo para los mirasoles. Y de las inferiores, surgió un superdotado: Juan Alberto Schiaffino. El Pepe fue elevado de la tercera de Peñarol a la selección de Uruguay en diciembre de 1945, en un amistoso frente a la Argentina organizado por el Círculo de Periodistas Deportivos del Uruguay. También figuraba Ernesto Patrullero Vidal, procedente en 1944 desde Rosario Central y nacido en los alrededores de Trieste, Italia. Llegó a la Argentina para radicarse en San Francisco, Córdoba, lugar donde falleció. Los artistas estaban. Ahora faltaba quien organizara la orquesta. Y fue el Húngaro Emérico Hirsch quien se encargó de extraerle los mejores acordes a La Máquina, como se le llamó a ese formidable equipo. Sin embargo hay quienes prefieren definirlo por sus terribles delanteros cuya alineación fue bautizada "La escuadrilla de la muerte". Alcides Ghiggia tenía temperamento, fuerza, pique, velocidad, personalidad y un juego objetivo, claro y contundente. En las inferiores de Sudamérica había empezado ocupando la posición de marcador de punta izquierda y, a veces, de centre-half. Hasta que un día lo pusieron de centrodelantero, desplazando a Oscar Míguez -compañero suyo entonces y, luego, en Peñarol- como wing derecho. Cuando ambos jugaban en la reserva se Sudamérica, un dirigente -Tito Lacoste- les sugirió intercambiar posiciones, por una cuestión de características. "Así yo pasé de puntero y Míguez al medio. Anduvimos como balas. Incluso yo hice dos goles. Después siempre seguimos ahí. Fue un gran acierto", comentó Ghiggia con el tiempo. Juan Eduardo Hohberg era pura potencia: una fuerza desatada de la naturaleza que inspiraba temor al rival y despertaba hasta cierta por su destino. Goleador excepcional, se vanagloriaba desafiando las iras contrarias, aquellas que demolía prolijamente como si tuviera un hacha. No pateaba al arco sino que fulminaba. No esquivaba sino que pasaba por encima de cualquiera. Oscar Míguez -"El mejor delantero y mi mejor compañero en el fútbol", distinguió Ghiggia- era la personificación del mismísimo diablo; un insaciable curioso que quería sorprender y sorprenderse creando jugadas inverosímiles. Lo peor -o lo mejor- era que lo conseguía. Fueron famosos sus goles de chilena. Tanto como sus remates de tijera, a los que recurría simplemente para evitar el tedio de tener que patear siempre de la misma manera. Era un inconformista. En síntesis: un creador. Cuando se habla de Juan Alberto Schiaffino, se tiene que hacer referencia, sin duda, a una figura que marcó un antes y un después en la historia del fútbol uruguayo. Desde su aparición, los equipos en los que participó pasaron a "armar" juego ofensivo desde la izquierda del campo. Así los insiders izquierdos elevaron su categoría, anticipando lo que Pelé y Maradona harían universal: el vínculo de la camiseta número 10 con el mejor de todos. Elegante, brillante y talentoso, tal vez haya sido en su momento el mejor delantero del mundo. Y también puede aspirar a estar entre los grandes de todas las épocas. Fue distinto a Pelé, como este lo fue a Di Stéfano y la saeta rubia a Diego. Y ninguno opaca la gloria del otro. Schiaffino se destacó como estratega: inteligente, articulador del juego ofensivo de su equipo, al que tenía pergeñado -con todas las opciones posibles- segundos antes de que ocurriera. El Peñarol del ´49 perdió un solo encuentro en el año: un amistoso en la Argentina contra Huracán en el viejo parque de los Patricios. Ganó invicto los tres torneos oficiales, con el impresionante promedio de 3,25 goles por partido. En el campeonato perdió apenas dos puntos, ambos por empates. En total, obtuvo 34 sobre 36 unidades posibles, sellando un porcentaje de eficacia del 94.44 por ciento. El equipo alineaba a Roque Máspoli; Enrique Hugo y Sixto Possamai; Juan Carlos Gonzáles, Obdulio Jacinto Varela y Washington Ortuño ; Alcides Ghiggia, Juan Eduardo Hohberg, Oscar Míguez, Juan Alberto Schiaffino y Ernesto Vidal. "Esa delantera fue la mejor que integré -concedió Ghiggia-. En el mundial del 50 fue casi la misma, excepto ante Brasil, que jugó Morán en lugar de Vidal. Después solo hubo un cambio: Julio Pérez por Hohberg que era Argentino. Y nadie puede negar que Julito también fue un jugador excepcional". Y de entre sus recuerdos Ghiggia extrajo el mejor gol de su vida: "Fue contra River Plate, en 1949. Vidal mandó el centro desde la izquierda y yo salté con mi marcador que, si mal no recuerdo, era Vanoli. La pelota quedó prensada entre nuestras cabezas y cuando la vi caer, giré y, de media vuelta, le metí un derechazo que se clavó en el ángulo. El estadio pareció venirse abajo". Banda en Fuga El 9 de octubre, Peñarol ganaba por 2 a 0 el primer tiempo contra Nacional. El árbitro había expulsado al zaguero tricolor Eusebio Tejera y luego, a Walter Gómez, quien lo agredió, en una reacción que le costó una suspensión por un año y la marginación del histórico plantel celeste que participó del Maracanazo, siendo entonces transferido, a River Plate de Argentina. Así estaban las cosas al fin de la etapa inicial: Nacional perdía por 2 goles, con nueve jugadores y ante un equipo temible. En ese clima, sus dirigentes decidieron no presentarse a disputar los 45 minutos finales. El árbitro aguardó el tiempo reglamentario y Peñarol dio la vuelta olímpica como campeón uruguayo. Cada año se reverencia aquel domingo inolvidable. Ese clásico se hizo lugar en la historia como "el del túnel" o "el de la fuga". La historia demuestra que, pese al gran dominio que ejerció Peñarol, no siempre hubo motivos para el festejo. También los adversarios pusieron su granito para llevarse sus laureles. Así y todo, los aurinegros se las ingeniaron para aún en la mala pegar algún grito. En los años 50, el dominio del fútbol uruguayo fue alternado: los campeonatos de 1951, 53 y 54 fueron para Peñarol. Y los de 1950, 52, 55, 56 y 57, para Nacional. Pero ante la abrumadora campaña tricolor de la década, lo que inclinó la balanza para Peñarol fue el glorioso período aurinegro que se inició en 1958 y culminó en 1962, cuando los mirasoles obtuvieron, por primera vez en su historia, el Quinquenio, al lograr todos los campeonatos locales disputados

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hasta ese año. Los primeros campeonatos de es década -la del 50- fueron los últimos en los que brilló la generación de héroes de Maracaná. Por ejemplo, Schiaffino -después del mundial de Suiza 54- fue transferido al Milan de Italia. Igual suerte corrió Alcides Ghiggia. Y otros quizás menos brillantes en lo futbolístico, pero más importantes en lo anímico como Obdulio Varela, se retiraron. Ese fue el caso del arquero Roque Máspoli. Parecía un ciclo cumplido. Agotado el buen momento de aquellos fenómenos -que habían dado el Maracanazo en el mundial de Brasil-, a mediados de la década del 50 comenzó a formarse otra legión de honor. En los campeonatos de 1953 y 1954 descolló Julio César Abbadie, un puntero derecho con endiablada habilidad. El Pardo también había sido integrante del conjunto uruguayo que defendió el título en el mundial de Suiza. William Martínez -capitán de Peñarol en el Quinquenio y suplente del plantel que dio el Maracanazo- destacó que en ese torneo "teníamos equipo para repetir. Perdimos la semifinal con Hungría porque en el partido anterior los ingleses nos lesionaron al Pardo Abbadie. Los húngaros eran malos en defensa. Con el Pardo no era partido: era robo. El destino quiso otra cosa. Nunca me cansé de repetir que el cuadro que fue a Suiza era mejor que el de Maracaná". Pero Abbadie no estaba solo, ya que formaba parte de un plantel rico. Del fútbol de Salto -pese a ser natural del departamento de Artigas- llegó Néstor "Tito" Goncalves, llamado a marcar época recogiendo el bastón que dejara vacante el retiro del "Negro Jefe". Goncalves era "de afuera" y substituía al caudillo de la ciudad, su antecesor. Y, a diferencia del gran Obdulio, recurría a otros argumentos: su fútbol tuvo mucho de la presencia soberana de los conductores de las viejas montoneras gauchas. Cuando el partido no se podía ganar, según los manuales técnicos y tácticos, aparecía su grito: "A la carga!", como si comandara la arremetida de las huestes gauchas, poncho al hombro. Era un jugador digno de admirar. Tenía la astucia, la sagacidad y transmitía ese respeto que genera el baqueano cuando en una cortada es necesario conocer bien el terreno que se pisa para no extraviarse. En 1959 -en rigor a la verdad en 1960- llegó al club Alberto Pedro Spencer, proveniente de un puerto petrolero ecuatoriano -Ancón-, que no figuraba en ninguna geografía del fútbol mundial. Felino, astuto, veloz, capaz de llegar al gol por el ojo de una cerradura de las más cerradas defensas, de potente capacidad para elevarse y aplicar el frentazo, estuvo en el marcador de todos los partidos siguiendo el primer gol, el gol más importante o el que desnivelara faltando poco. Se podría decir que Spencer fue un goleador atípico, casi dramático. Por qué? Porque en él convergían todas las angustias de los partidos. No era el autor del segundo ni del quinto, sino exactamente del que se necesitaba para ganar o empatar sobre la hora. Pero se sabía que su gol iba a aparecer. Con él nació en Peñarol una segunda categoría de goles. Creó una segunda categoría de goleadores cuya trascendencia histórica no se mide por su estética -como Piendibene-, su inverosimilitud -Míguez- o su furia -Hohberg-, creó la categoría refinada del gol decisivo, que acompañó al prolífico Peñarol de la década de 60, por América y el mundo. Tres años consecutivos de postergaciones en los Campeonatos Uruguayos de las temporadas 1955, 56 y 57 crearon condiciones para que la pasión amarilla y negra resplandeciera, de manera tal que eclipsara todo lo anterior y apagara el brillo de otras conquistas que, en su momento parecía lo máximo. Nada de lo que se consiguió a partir de 1958 tiene relación alguna con cualquier antecedente de toda la historia del fútbol uruguayo. El camino al Quinquenio Peñarol ganó el campeonato de 1958, obteniendo 24 puntos de 36 posibles (66.66 por ciento). Luis Maidana -arquero de ese equipo- recuerda de aquel conjunto que "los únicos que jugamos los cinco años en que salimos campeones fuimos el Tito Goncalves y yo. El llegó de Salto en 58 y yo ya estaba en el 54 y jugué hasta el 65. Todavía no habían llegado las figuras del exterior, que después desequilibraron, como Spencer, Joya, Linazza. Antes era diferente, siempre se definía con Nacional porque las diferencias con los demás equipos eran muy grandes. Algunos partidos parecían de práctica. Cuando logramos el Quinquenio de aquellos años, no lo festejamos tanto porque, además veníamos de ser campeones de América y del mundo. Nos acostumbramos a la gloria". Fue una etapa de éxitos permanentes porque Peñarol repitió la campaña al año siguiente: en 1959, dio la vuelta olímpica después de ganar 26 de los 36 que disputó (72.22 por ciento). La final del torneo es digna del recuerdo: se jugó en forma diferida, el 20 de marzo de 1960. Ganó Peñarol 2 a 0. Para ese partido, por ejemplo, la habilidad del por entonces delegado del club ante la AUF, Washington Cataldi, permitió que jugaran Alberto Spencer y Carlos Linazza, quienes no integraron el plantel durante 1959, pero fueron incorporados en el verano del 60. Aunque más allá de la victoria sobre el histórico rival y la posterior consagración, el partido es recordado por la trifulca que se generó entre los jugadores aurinegros y tricolores, que llevó al juez a expulsar nada menos que a ocho jugadores. Entre los manyas, los que se fueron al vestuario antes de tiempo fueron William Martinez, Walter Aguerre, Carlos Borges y Juan Hohberg. Y entre los bolsos, el ex-Vélez, Rubén González, Walter Gómez -que había retornado fugazmente a Nacional, después de haber jugado en Palermo (Italia), tras su brillo en River-, Carlos Collazo y Guillermo Escalada. Otra de las recordadas figuras de ese conjunto fue Oscar Omar Míguez, un centrodelantero de La Máquina de 1949 que participó parcialmente en este proceso. En el campeonato de 1959, fue protagonista dos partidos. en 1997, rememoró que "en realidad, yo participé poco, porque en septiembre de 1958 tuve una grave lesión en la rodilla que me tuvo seis meses afuera de las canchas. Ya, de ahí en adelante, jugué poco. Y alternaba, hasta que me fui para Perú. Pero en aquel momento se empezó a formar uno de los equipos más ganadores que vi en mi vida". En aquel equipo, Hugo Bagnulo se constituyó en el conductor que moldeó al conjunto que obtuvo los dos títulos iniciales del Quinquenio. Conformó un elenco con jugadores maduros como Maidana, el brasileño Milton Alves Da

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Silva (Salvador) y Hohberg, que retornó en 1958 tras un breve pasaje por el fútbol europeo. A ellos les sumó jóvenes como Roberto García, Albert Hein, Néstor Goncalves, Oscar Leitch, Walter Aguerre y Luis Cubilla, a quien Bagnulo había ascendido desde la quinta división a la tercera. En aquellos años, un destacado protagonista de los clásicos ante Nacional era Elío Montaño, Montaño -rica fuente de anécdotas- era un personaje que le encantaba relatar los partidos al mismo tiempo que jugaba, lo que no era tomado de muy buena gana por sus rivales. El mundo futbolero recuerda más de una historia en torno a este inolvidable y querido jugador. Un domingo -en tiempos en que no se admitía el cambio de jugadores-, antes de mover para iniciar el segundo tiempo de un clásico ante Nacional, se acercó al juez y le preguntó: "Autorizó el ingreso de Carballo?". Carballo, volante de Nacional era el encargado de marcarlo. "No -fue la contestación-, porqué pregunta?", "Porque a ese señor -dijo Montaño, señalando a Carballo-, no lo vi en todo el primer tiempo". El mismo Montaño, según alguna vez contó el cordobés Juan Eduardo Hohberg, protagonizó otro episodio de esos en un clásico en el que faltaban pocos minutos para finalizar e iban empatados. Llevaba la pelota por la derecha, en plena área de Nacional, y Hohberg le gritó: "Vení!". Entonces, Montaño dejó la pelota y fue corriendo hasta la posición de su compañero, y le preguntó: "Que querés? Justo ahora me venís a llamar?" En 1960, el rendimiento del equipo -como en una suerte de meta de autosuperación- aumentó: 77,77 por ciento del puntaje disputado, alcanzando 16 sobre 28 posibles. "Tuvimos la suerte de asistir a la formación de un excelente plantel que después logró grandes cosas -señala Luis Cubilla. Hubo aspectos que fueron fundamentales, como los aciertos en la conducción y en la elección de futbolistas, sobre todo los llegados del exterior, como Spencer y Linnazza. Recuerdo que Linazza, por ejemplo tuvo un gran rendimiento pese a no ser un excelente jugador. También estaban surgiendo jóvenes notables como Rocha. Había tantos futbolistas, y tan buenos, que muchas veces jugábamos en la reserva porque no teníamos lugar. Hubo gente que fue fundamental, como Tito Goncálves. Su poderío dentro y fuera de la cancha era impresionante". Cubilla se mete en el recuerdo y enriquece su relato: "También recuerdo la primera vez que vi a Spencer. Estaba en las Acacias: recién llegado, extrañaba mucho tenía frío y le llamaba la atención esa manera de jugar tan dura que tenemos en el Uruguay. El Tito lo recibió, le cubrió la espalda con una frazada y lo hizo sentirse mejor. El técnico Scarone también tuvo incidencia. Le dio personalidad a los que la necesitaban y frenó a los que tenían demasiada". "Cuando Spencer vino a Peñarol -recuerda Tito Goncalves-, cobraba y no se defendía. Hasta que un día lo agarré y le dije: `Mirá Alberto, tenés que hacerte acreedor a una falta, que te expulsen una vez, para que todos los defensores uruguayos se enteren de la noticia que vos también metés de vez en cuando!´.Ese domingo jugábamos con Fénix y la ligó un indio de pelo duro que jugaba para ellos, Gómez Lugo. A los quince minutos, Alberto andaba por el suelo, a los golpes. Entonces le pedí a Lito Silva que le tirara una pelota larga para dividir, y a Spencer se le fue la mano: metió un planchazo y le rompió ligamentos rodilla. Yo no le había pedido tanto, porque una cosa es meter y otra lesionar. Pero desde ese día lo trataron distinto". "Una de las cosas que más recuerdo -dice Cubilla- es la final del tercer año contra cerro. El estadio estaba lleno. Incluso hubo avalanchas. Ellos tenían un gran equipo y un excelente jugador como Miguel de Britos: hábil, maniobrero. Pero la marca recia de Tito Goncalves sobre él fue fundamental para que ganáramos el partido. Cierro los ojos y aún hoy veo las motos de la policía que nos acompañaron de vuelta a Los Aromos, haciendo sonar las sirenas". El técnico de ese equipo fue Roberto Scarone. Scarone había sido marcador lateral derecho de Peñarol de la década del 40 y fue contratado como técnico una vez concluido -pero no definido- el Torneo Uruguayo de 1959, después que cumpliera una exitosa campaña como entrenador en Perú. Bajo su conducción, los aurinegros ganaron la final del 59 -jugada en marzo del 60- y obtuvieron luego, los títulos de las dos temporadas posteriores: 1960 y 1961. En 1961, la batalla por la continua superación siguió su marcha: 30 puntos sobre 36 (83,33 por ciento de efectividad) para dar la cuarta vuelta olímpica consecutiva en el ámbito local. Peñarol seguía dominando y cosechando títulos. De ese equipo, Alberto Spencer -el histórico ecuatoriano- recuerda: "Cuando llegué a Uruguay se estaba por jugar la final de 1959, que terminó siendo en los primeros meses de 1960. Ese fue mi debut oficial, en un clásico a estadio lleno. Me impresionó mucho porque en mi país nunca había visto una fiesta así. Aquello fue el despegue porque al año siguiente -1961-, ya vinieron el Pepe Sacía y el peruano Juan Joya. Entonces, no solo salimos campeones uruguayos de nuevo sino que también de América y del Mundo". El equipo base de estos años (incluyendo 1962) fue: Maidana; William Martínez y Cano; Santiago Pino (Edgardo González), Néstor Goncalves y Gonzalvo (Aguerre); Cubilla, Ledesma (Linazza, Rocha), Hohberg (Sasía, Cabrera), Spencer y Borges (Joya). La curva de triunfos seguía en escala ascendente. Y alcanzó su punto más alto en 1962. El equipo que obtuvo el torneo uruguayo de ese año fue el de mayor efectividad: 91,66 por ciento, ya que logró 33 de 36 puntos posibles, tras una campaña en la que ganó 16 partidos, empató uno y perdió uno. En toda esta catarata de éxitos, apareció una figura desconocida para el medio uruguayo. Bela Guttman había sido el técnico húngaro que sacó campeón de Europa al Benfica portugués en 1961. En 1962 desembarcó en tierras sudamericanas, ya que lo contrató Peñarol, en el marco de una política innovadora. Pero solamente estuvo al frente del plantel durante la mitad de la temporada. Fundamentalmente, porque la diferente idiosincrasia le habría impedido establecer una comunicación más fluida con los futbolistas de mayor nombre. Tal vez eso determinó que Peñarol no lograra los mismos resultados de años anteriores -léase copa libertadores, ganada por el Santos de Pelé-, igual, su paso dejó frutos, como la base del elenco que ganó el torneo de 1962. El fugaz pasó del húngaro le abrió la puerta a Juan Pelegrín Anselmo, un crack de Peñarol en la década del 20. Una gloria. Apareció como sucesor de Bela Guttman luego de dirigir a Fénix en una campaña exitosa, tal vez de la misma forma en la que luego surgiría Roque Máspoli en varias ocasiones: era de la casa. Era propio. Con ese sello, desde afuera de la cancha, "acompañó" la obra que culminaron los grandes jugadores aurinegros de entonces. Edgardo Gonzáles fue uno de los pilares del Peñarol del 62.

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"Llegué al club en el 61 -recordó. Esos dos últimos campeonatos de aquel Quinquenio se ganaron bien, siempre estábamos arriba. Para mí, que venía de Liverpool, fue una locura. Además yo era hincha. En mi primer año en Peñarol, toqué el cielo con las manos: fuimos campeones uruguayos, de América y del Mundo, y después lo remachamos con el Quinquenio. Cuando lo ganamos, la gente salió enloquecida a festejar por la 18 de Julio. Nosotros hicimos un festejo interno, íntimo, porque volvimos a la concentración de Los Aromos y no dejaron libres al otro día. En aquellos momentos era muy común ya que se jugaban muchos partidos y estábamos siempre concentrados. Además, aún recuerdo lo que era estar dentro de la cancha y mirar para las tribunas..." El origen del Proceso Todo se remonta al 18 de enero de 1958, fecha en la que según disponen los estatutos del club, se debían llevar a cabo las elecciones presidenciales. El 31 de ese mes, se procedió a la distribución de cargos electos, para cuyos primeros puestos figuraban el contador Gastón Güelfi, Washington Cataldi y Fernando Parrabere, quienes encabezaban la lista 1. Washington Cataldi relató su llegada a Peñarol de esta manera: "íbamos desde muy jóvenes a ver a Peñarol. En una racha mala mirasol, un grupo de gente nos invitó a que trabajáramos por el club. Trabajamos ya en 1956 en divisiones inferiores. Después, dejamos porque nos llevaba mucho tiempo y no estábamos satisfechos con nuestra propia labor... La ciudad vieja nos llevó después a delegar a River Plate en la Divisional "B" (sin entrar en colisión con Peñarol claro) y, más tarde, sí: en una mala racha, yo salí a confeccionar una lista. Busqué al contador Güelfi y a Parrabere para hacerla, y ganamos las elecciones. Eso fue en el 58, y estuvimos en Peñarol continuamente... 28 años! Es un buen mandado: he cumplido con la institución de mis amores, y tuve la felicidad de contribuir a hacer algunas cosas y vivir momentos muy importantes en Peñarol". Lo que pocos sabrían y se imaginaban fue que ese comando estaría destinado a revolucionar el fútbol del continente a través de una acción pujante, inteligente, inclaudicable, plena de ideas y realizaciones de nivel como jamás había conocido el medio, habida cuenta del volumen que adquirirían sus espectaculares iniciativas. La etapa que culminaría en el 62 tiene hondas raíces, como todos los procesos que realmente importan. Así como el memorable "Peñarol del 49" tiene una larga foja, también los espectaculares triunfos de los 60 comienzan mucho antes. En el aspecto directivo, fue vital el funcionamiento del trío Güelfi-Parrabere-Cataldi para el consolidamiento deportivo en todas las fases del club. Se trató de un ciclo distinto al del 49, ya que en este aparecieron el proyecto del palacio Peñarol y la compra de la concentración de Los Aromos. En este proceso, el énfasis estuvo puesto en la cancha y en la mesa dirigente, entre las rayas de cal y entre las paredes de los despachos. El club se movió con soltura, con metas fijas y consiguió los mayores títulos y los mejores triunfos políticos. Por un lado, se creó un gran equipo, de alto nivel competitivo, capaz de dar respuesta al desafío que entrañaba responder al planteo que el consejo directivo tenía entre ceja y ceja: proyectar al fútbol a una dimensión desconocida., dar un vuelto total a lo ya visto. Pero esos planteos teóricos de nada servirían si no se tenía un equipo capaz de estar a la altura de esa responsabilidad. Por primera vez en la historia de Uruguay aparecía un movimiento directriz que se ponía delante del equipo que lo guiaba y lo obligaba a seguirle los pasos, marcándole los rumbos. Todo un acontecimiento y una novedad para ese entonces. Hasta el momento, las cosas marchaban a la inversa. Primero, aparecía un equipo que se armaba según las mil iniciativas que conducen a esto. Y después con el éxito en la mano, con los títulos en el bolsillo, recién se comenzaba a pensar cómo sacarle partido a ese capital deportivo. Ese fue uno de los méritos incuestionables del periodo de 1958 que marcan Güelfi, Parrabere y Cataldi: proyectar nuevas fronteras para el fútbol, teniendo como capital a la inteligencia, la claridad de metas y la obsesión por el trabajo. Si bien fue presidente de Peñarol más adelante en el tiempo, tras la muerte de Gsatón Güelfi, sería injusto referirse a la conducción institucional del club, en la época del primer Quinquenio sin mencionar la incidencia que tuvo la gestión de Washington Cataldi en la faz dirigente. El entonces delegado del club ante la Asociación Uruguaya de Fútbol, por ejemplo, fue el artífice de la acción política que permitió la habilitación de Carlos Abel Linazza y Alberto Spencer para que jugaran en marzo de 1960 la final del campeonato uruguayo de 1959, pese a que habían arribado a Peñarol con el comienzo de la década. Este proceso tuvo sus picos de gloria más altos en los años 60 con las participaciones a nivel continental y mundial. No eran tiempos de globalización, ni nada que se le pareciera. La integración de los países no resultaba una cuestión de Estado para ningún mandatario. Sin embargo, el fútbol iba a ser el precursor. Y el puntapié inicial lo daba nada menos que la famosa Copa Libertadores de América. "La idea la trajo el presidente de la CSF, el brasileño de Freitas -señaló alguna vez Washington Cataldi-. Y encontró rápido eco en el Uruguay. Peñarol fue pionero en la Copa. Pusimos enseguida todo nuestro empeño, todo nuestro empeño, todo nuestro afán por concretarla. Creímos en ella. Nos jugamos a muerte, sin desvelos, ni conseciones. Y sin pensar en fracasos. Estuvimos seguros desde el principio que era el gran certamen que el continente necesitaba. Vencimos la abuña y el descreimiento de mucha gente". En el congreso de Santiago de Chile de 1959, Fermín Sorhueta (presidente de la AUF) y Washington Cataldi representaron a Uruguay y sentaron las bases del nuevo torneo. A principios de 1960, se concretó la reglamentación. Las bases eran bien específicas desde el arranque: "Deportivamente se llenará una necesidad evidenciada por la relación en Europa, desde hace muchos años, de un certamen de características similares -dijo entonces Cataldi-. El enfrentamiento posterior con el campeón europeo será una nota de repercusión mundial. Al margen de los resultados económicos que arroje el torneo en sí, la obtención del título de Campeón de América ha de mejorar la cotización internacional del equipo que lo logre".

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El 19 de abril de 1960 el estadio centenario fue el escenario del debut aurinegro en la copa Libertadores de América. El rival fue Jorge Wilsterman, campeón de Bolivia, por el sistema de partido y revancha como local y visitante respectivamente. Participaron sólo siete equipos: Peñarol, San Lorenzo, Bahia (Basil), Millonarios de Bogotá, Olimpia, Universidad de Chile y Jorge Wilsterman. En su debut, Peñarol apabulló a los bolivianos de una manera contundente, jugando siempre a voluntad. Ese día frmó con: Maidana, William Martínez y Salvador, Pino Goncalves y Aguerre, Cubilla, Linnaza, Hohberg, Spencer y Borges. Spencer hizo cuatro goles, Borges dos y Cubilla, el restante. La revancha se disputó el 30 de abril, en La Paz. Peñarol pasó a la siguiente fase después de empatar en un sólo gol (Cubilla), jugando contra el crecimiento de su rival (ambientado por el entorno) y la famosa altura boliviana. El rival siguiente fue San Lorenzo de Almagro, que había eliminado al Bahía, campeón brasileño. El primer partido fue el 18 de mayo en el Centenario. Hubo una gran asistencia de público. Peñarol no pudo doblegar a la azulgranas: 1 a 1 con goles de Linazza y Boggio. El 24 de mayo se jugó la revancha en Parque Patricios. San Lorenzo era el favorito. Pero Peñarol, con juego astuto y conservador, logró mantener cerrado el marcador los 90 minutos, forzando un tercer partido. Ese día, Cubilla y Reinoso fueron expulsados y quedaron inhabilitados para participar del siguiente, que se jugó en el Centenario. Ganó Peñarol 2 a 1 (Spencer (2) y Sanfilippo). Peñarol pasó así a la final. El adversario que esperaba era Olimpia de Paraguay, verdugo de Millonarios de Bogotá en la semifinal. La primera vez La primera final se jugó el 12 de junio, en el Centenario, con arbitraje del chileno Carlos Robles. Ese día Peñarol alineó a Maidana, William Martínez y Salvador, Pino, Matosas y Aguerre, Cubilla, Linazza, Spencer, Crescio y Borges. Olimpia formó con Arias; Juan Lezcano, Rojas; Arévalo, Claudio Lezcano y Osorio; Rodriguez, Recalde, Doldán, Cabral y Melgarejo. El único gol del partido lo anotó Spencer. Poco hizo el campeón guaraní: nervioso, violento rozando la mala intención. Luego de un comienzo defensivo flojo, Peñarol pasó a ser dominador neto, pese a la escasa diferencia en el marcador. El 19 de Junio se jugó el partido de vuelta. En Asunción, en el estadio de Puerto Sajonia, los uruguayos sacaron un empate angustioso, con un gol de Cubilla cuando faltaban siete minutos para el final. Al día siguiente, hubo un cálido recibimiento, con clima de festejo y euforia, en el aeropuerto de Carrasco. Ese mismo día, Sorhueta y Cataldi viajaron a Europa a gestionar el partido por la Copa Intercontinental. Después de negociar en la sede de la UEFA (en Berna, Suiza) con el representante del Real Madrid (Raimundo Saporta), el 3 de Julio se jugó el primer partido del certamen. En el Centenario, el Madrid de Di Stéfano -dueño absoluto de Europa desde hacía 5 años- hacía su aparición: Rogelio Domínguez; Santamaría y Zárraga; Marquitos, Vidal y Pachín; Canario, Del Sol, Di Stéfano, Puskas y Bueno. Durante toda la tarde la lluvia cayó sobre las 80 mil personas que estaban en el estadio. Hubo recaudación récord en el fútbol uruguayo: $ 891.943. El resultado fue 0 a 0. Dos meses después, Peñarol viajó a Europa para jugar la revancha. En un partido nocturno -para el que desde hacía semanas ya no había más entradas-, el Santiago Bernabeu lo recibió el 4 de septiembre. Los locales -a diferencia del partido en Uruguay- incluyeron a Francisco Gento. El resultado final fue 5 a 1 (Puskas -2-, Herrera, Di Stéfano y Gento; Spencer para Peñarol). El fútbol espectáculo Para la temporada de 1961, los dirigentes de Peñarol dieron rienda suelta a lo que se llamó "fútbol espectáculo". El optimismo de Güelfi y Cataldi era manifiesto: "Vamos a ser campeones de América y a ganar la copa con los europeos. Peñarol será campeón del mundo". El 21 de enero fueron reelectos en sus cargos. Y después, llegaron las contrataciones: José Sacía, de Boca, y el peruano Juan Joya, de River. A ellos, les siguió Juan Vicente Lezcano, zaguero de Olimpia y la selección paraguaya. En el orden nacional, se contrató a Edgardo González (Liverpool) y Rótulo (Central), como marcadores de punta. La nueva versión de la Copa Libertadores había traído un nuevo rival: Universitario de Lima. El 19 de abril, Peñarol goleó 5 a 0 y se aseguró el pasaje a la siguiente ronda por la abrumadora diferencia de goles, pese a perder 2 a 0 en Lima. En la semifinal, ya le tocaba el turno de espera a Olimpia. El primer partido (21 de mayo) fue en el Centenario y ganó Peñarol 3 a 1. El clima fue áspero. Y los paraguayos, muy temperamentales, vehementes y descontrolados, terminaron furiosos con el árbitro, el argentino Carlos Nal Foino. La prensa paraguaya fustigó la actuación del juez y la actuación de Sacía, condenada por sus brusquedades. Así, crearon un clima de gran revancha, con un fanatismo imponente. La batalla de las naranjas En Asunción había un clima irrespirable, de "vendetta". Sacía fue el principal objetivo de los naranjazos que partieron continuamente desde los cuatro costados. Sin embargo, Pepe se convirtió en el eje conductor de su equipo, que ganó 2 a 1. Pero la salida tuvo que prolongarse por varios minutos, ante la lluvia de proyectiles que caía de las tribunas. Uno de ellos dio en la cabeza de Gastón Güelfi, presidente de Peñarol, que debió salir del campo con una gran venda en la frente y perdiendo abundante sangre. Peñarol estaba otra vez en la final de América, El rival era el Palmeiras de Brasil, que contaba con varios campeones mundiales. El primer partido fue en Montevideo (4 de junio), y los brasileños, entre otros, alinearon a Djalma Santos, Chinezinho y Julinho. La visita mantuvo el cero hasta el último minuto del partido. Pero una corajeada de Cubilla -peleó una pelota imposible- y la infalibilidad de Spencer hicieron que los dos primeros puntos quedaran en casa. El campeón del Brasil aguardaba la revancha en el estadio Pacaembú. De Montevideo, Peñarol partió en un clima de confianza y tranquilidad inusitadas. El 11 de junio, el mirasol retuvo su título. El "Equipo espectáculo lo integraron: Maidana; Martínez, Cano; Goncalves, Matosas, Aguerre; Cubilla, Ledesma, Spencer, Sacía y Joya. A los 4 minutos un remate de Sacía entró junto al travesaño y perforó la red en la parte superior.

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El juez (el argentino Praddaude) no dudó en conceder el gol, ante las protestas vehementes del público y los jugadores locales. A partir del gol, los uruguayos se refugiaron y escalonaron hombres, mandando a Ledesma a trabajar atrás, en decidida colaboración con su defensa. Palmeiras llegó al empate. Pero no alcanzó. Peñarol se consagró una vez más, en un clima violento como el que imperaba en el Pacaembú. De inmediato, se iniciaron los contactos con el nuevo campeón europeo. Era un club casi desconocido para la afición sudamericana: Benfica de Lisboa, que destronó al Real Madrid después de cinco años de supremacía en el Viejo Mundo. Viajaron Cataldi y Parrabere con dos objetivos adicionales: oficializar la Copa América-Europa y conseguir una nueva plaza en la Copa Carranza, que se disputaba en Cádiz. La misión fue un éxito rotundo, ya que se logró la admisión en el trofeo y la promesa de la FIFA de una futura oficialización del torneo Intercontinental. La cita fue el 4 de septiembre en el estadio Da Luz de Lisboa. Un gol del internacional Coluna selló la derrota aurinegra. Previamente Peñarol había llegado a la final del trofeo Carranza, en la que había por 2 a 1 ante Barcelona, después de vencer al Atlético de Madrid. De todos modos, la vuelta a Montevideo fue en un clima de confianza y optimismo, ya que viajaron con la sensación de que se pudo obtener un mejor resultado. El 17 de septiembre goleó 5 a 0 en el Centenario. Dos de Spencer, dos de Joya y uno de Sacía hicieron que se tuviera que jugar un tercer partido. Dos días después, en la noche del 19 de septiembre, Maidana, William Martínez, Cano, Gonzáles, Goncalves, Aguerre, Cubilla, Ledesma, Sacía, Spencer y Joya salieron a la cancha. Benfica tenía un as en la manga y se jugó con cambios que le cambiaron la cara a su equipo. En ese momento se produjo una presentación de lujo, un delantero joven y moreno de Mozambique: Eusebio. Dos tantos de Sacía le dieron la victoria a Peñarol. Eusebio hizo el único gol del Benfica. Por primera vez, Montevideo festejó eufóricamente el título de campeón mundial de clubes. Como muestra de la resonancia que tuvo el triunfo, en 1962 Peñarol salió de gira por Europa para estrenar el flamante título. "Tenemos que imitar al Real Madrid dentro de nuestras posibilidades -sostuvo Cataldi- Debemos seguir nuestra actividad de acuerdo al molde madrilista". Choque de escuelas En enero de 1962, la CSF modificó el reglamento de la Copa Libertadores. Entre las modificaciones, estableció que el campeón entrara a jugar directamente en semifinales, sin participar de la serie eliminatoria. Otra indicaba que el subcampeón del país al que perteneciera el dueño de América también quedaría habilitado para participar del certamen. En ese año, Peñarol contrató a Moacyr Claudino Pinto, brasileño campeón mundial en 1958, y al delantero central Olimpia, Cabral, que gozaba fama de goleador. Pero la incorporación más resonante fue la del húngaro Bela Guttman, entrenador del Benfica . El 8 de julio debutó en la Copa, jugando en semifinales ante Nacional. Hubo tres partidos. El primero fue 2-1 para Nacional (Escalada y Gonzáles; Moacyr). El segundo 3-1 para Peñarol (Spencer -2-, Cabrera; Douskas). Finalmente, el 22 de julio empataron 1 a 1 (Spencer; Acosta), después de un alargue a los 90 minutos de juego. Como Peñarol tenía mejor diferencia de goles, pasó a la final. Los partidos decisivos se jugaron ante el Santos de Pelé. El 28 de julio, los brasileños ganaron en el Centenario, con dos goles de Coutinho. Spencer descontó para Peñarol. Para la revancha, en Villa Belmiro, Peñarol no tenía chances: los brasileños iban a jugar en un campo de reducidas dimensiones, con tribunas pequeñas, y con el público "metido" en el terreno de juego, con ansias enormes de obtener el título, al que se llegaría con un sólo empate. Ya los dirigentes de Peñarol habían expresado su preocupación por la falta de garantías que presentaba el campo de juego fijado por la Confederación Brasileña de Deportes para una final de América. El manya sorprendió a todos con una actuación sensacional. Ganaba 3 a 2 (Spencer -2-, Sacía; Dorval y Mengalvio), cuando comenzaron a caer proyectiles sobre el terreno de juego. Uno golpeó en la cabeza al juez Robles. Posteriormente , una piedra impactó al zaguero de Peñarol, Lezcano, y uno de los líneas también acusó lesión por un proyectil. El juego debió suspenderse por una hora y treinta y cinco minutos, tiempo en el que el juez y los equipos permanecieron en los vestuarios. Mientras, los dirigentes negociaban y el enfervorizado público seguía a la espera de los acontecimientos. Robles decidió volver a la cancha y dirigir los minutos que faltaban en forma "amistosa" (así lo hizo constar en su informe). El 8 de agosto, el juez se expidió: según dejaba claro en su informe, Peñarol había efectivamente, ganado el partido. La CBD se dirigió a la FIFA para reclamar y el Santos no acató la decisión inicial de la CSF de presentarse a jugar un desempate el 17 de agosto en cancha de River. La Comisión Organizadora resolvió que los clubes acordaran los detalles del partido. Pero eso no se logró y nuevamente, tuvo que fijar las condiciones del juego definitorio. Cruzando el Charco El 30 de agosto, más de diez mil uruguayos cruzaron el Río de la Plata para alentar a Peñarol. Los brasileños jugaron bajo protesta, pero vencieron 3 a 1 y la Copa Libertadores, por primera vez, cambió de manos. En 1963, Peñarol quedó afuera en semifinales, después de caer ante el Boca Juniors de Valentim y Sanfilippo. Y en 1964, no participó porque -por entonces- los subcampeones no jugaban el torneo y el título uruguayo quedó en manos de Nacional. El proyecto de Washington Cataldi de incluir a los vicecampeones en la disputa de la Libertadores recién fue tratado en el congreso de la CSF de diciembre de 1964. Las gestiones fueron fructíferas. La modificación no salió para la edición de 1965. Pero sí para la de 1966. El año 1965 arrancó para Peñarol con un nuevo triunfo político. Campeón del torneo uruguayo, Julio César Abbadie fue habilitado por la CSF para participar del continental. Abbadie estaba suspendido por su expulsión en 1963 ante Boca. Peñarol argumentó que, al no haber participado de la edición de 1964, el jugador había purgado la pena (un partido). Y

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la tesis fue compartida por las autoridades. Por esas fechas, se incorporaba también -después de pagar 500 mil pesos a Racing de Montevideo- un arquero de apenas 19 años de edad: Ladislao Mazurkiewicz. En el comienzo de la Copa , el Deportivo Galicia le arrancó un punto en Caracas. Además del resultado (empataron en uno), se fueron expulsados Lezcano y Pedro Rocha. El primero quedó inhabilitado para el resto del torneo. El segundo, suspendido por una fecha . Al día siguiente, Cataldi viajó a Buenos Aires -a la sede de la CSF- para denunciar que el jugador uruguayo Roberto Leopardi no estaba habilitado para actuar en el Deportivo Galicia. Comprobado esto, la CSF falló a favor de Peñarol. Entonces recuperó el punto dejado en Caracas. La revancha fue el 1o. de marzo, en Montevideo: 2-0 (Joya y Abbadie). Pero también hubo un saldo negativo: en un choque resultó fracturado el lateral Edgardo Gonzáles. Una semana después, en Puerto Sajonia y bajo 40 grados de un insoportable calor, perdió ante Guaraní de Paraguay por 2-1. En la revancha, ganó Peñarol 2-0 (Sacía y Silva). En semifinal le tocó el turno al Santos. El 25 de marzo, en el Pacaembú, se jugó un partido cargado de dramatismo o interés. Santos arrasó, marcando 3 goles en los primeros 10 minutos. Pero faltaba media hora cuando el partido estaba 5 a 2 y surgió la garra de Peñarol: se puso 4-5 y metió al Santos bajo los tres palos de Gilmar. El 28 de marzo, el Santos -con Pelé y compañía- debió claudicar en el Centenario ante el amor propio de los uruguayos. El resultado final 3-2 (Silva -2- y Sacía) y a definir otra vez, en Nuñez. Un día después de la revancha, el arquero Luis Maidana fue separado del plantel por un problema disciplinario. Y Mazurkievicz tuvo la oportunidad de su vida para un debut absoluto en el plano internacional. La noche del 1o. de abril, los aurinegros ganaron 2-1 tras un dramático alargue, en el que Sacía definió el juego. El Monumental festejó como si fuera uruguayo. El turno de Independiente Por su parte Independiente le había ganado a Boca y fue el otro finalista. Además ostentaba el título del año anterior. Peñarol por diversos motivos, no contaba con medio equipo: Gonzáles, Abbadie, Spencer, Lezcano y Maidana. El primer partido, con arbitraje del peruano Yamasaki, se jugó en Avellaneda el 9 de abril. Ganó el rojo con gol de Bernao y Peñarol tuvo otra baja: Sacía se fue expulsado y luego se lo suspendió por un partido. Tres días más tarde, ganó Peñarol 3-1 en el Centenario (Goncálves, Reznik y Rocha). Los dos equipos viajaron a Santiago de Chile, donde el 16 de abril disputaron el partido final. Ganó Independiente 4-1 (Bernao, Avallay, Mura y C. Pérez en contra; Joya para Peñarol). Rocha erró un penal y Sacía fue otra vez expulsado por agredir a Mori sobre el final del partido. Poco tiempo después, se desvinculó del club y pasó al fútbol rosarino. La Copa vuelve a su viejo dueño La Copa Libertadores de 1966 comenzó mal para Peñarol. Cayó 4-0 ante un juvenil equipo de Nacional. La serie de la Copa se completaba con equipos ecuatorianos y bolivianos. Perdió 1-0 en Cochabamba con el Jorge Wilsterman. El 6 de febrero venció al 9 de Octubre de Ecuador con goles de Rocha y Spencer. Tres días después, un nuevo traspié, esta vez ante el Emelec por el mismo resultado 2-0. Y cuatro días más tarde, Peñarol ganó en La Paz 2-1 ante el Municipal. La serie de triunfos vendría en las revanchas. Comenzó el 2 de marzo en Montevideo: 2-0 al Jorge Wilsterman; 3-1 al Municipal; 2-0 al 9 de Octubre; 4-1 al Emelec y 3-0 a Nacional. En el clásico -jugado el 20 de marzo- anotaron Joya y Rocha en dos oportunidades. En semifinales, los rivales fueron la Universidad Católica de Chile y, por disposición reglamentaria, Nacional. El 30 de Marzo ganaron los chilenos 1-0 en Santiago: floja actuación y el local, jugando de memoria al offside complicó todo lo previsto por Máspoli. Por todo esto el nuevo clásico era decisivo para el futuro: el que perdía, quedaba sin chances de clasificar. Rocha convirtió los tres goles del partido. El 19 de abril cayó también la "U" Católica, con tantos de Joya y Rocha. Cuatro días más tarde, Peñarol se clasificó otra vez finalista. De esta manera, obtuvo el derecho después de vencer a Nacional por 1-0, con un gol de Cortés, tras recibir un pase de Silva. Nacional había intentado jugar al achique, pero una desinteligencia permitió que el gol fuera faltando veinte minutos para el final. El 14 de mayo, en el Centenario Peñarol le ganó a River 2-0 con goles de Abbadie y Joya. Los argentinos esperaban la revancha en su concentración de Castelar. Peñarol se alojó en el lujoso Hotel Alvear de Buenos Aires. El 18 de mayo, en un clima absolutamente anormal (había cinco mil personas adentro del campo porque al borde se habían instalado tribunas prefabricadas, la policía festejaba como si fueran hinchas millonarios y el plantel mirasol fue hostigado en el hotel), ganó River 3 a 2. Al día siguiente, ambas delegaciones viajaron a Chile, donde se jugó el partido definitivo. El 20 de mayo, 50 mil chilenos asistieron a la consagración. Ganaba River 2-0, con holgura. Amadeo Carrizo bajó una pelota con el pecho, tras un remate de Spencer. Eso despertó la garra charrúa. En media hora, Spencer y Cortés llegaron al empate. Y en el alargue Spencer y Rocha fueron los máximos responsables de lo que sería una nueva hazaña aurinegra. En Madrid, esperaba otra vez el Real para jugar la Intercontinental. "De los dos, prefiero a Peñarol. Es más lento", había dicho Miguel Muñoz. técnico del equipo merengue. La primera final se jugó en el Centenario: 2-0 para Peñarol. El Real había hecho una marca pegajosa, tipo básquet, a la que Peñarol respondió con una circulación precisa y eficiente. La prensa española ya daba por ganada la revancha. Culpaban al mal estado del campo de juego por la derrota inicial y decían que, en el Bernabeu, los merengues lo pasarían por arriba. Incluso, los pasajes a Lausanna para el tercer partido ya estaban sacados y se anunciaban excursiones para los fanáticos madrileños. Además en la vuelta estaba anunciada la presencia del veloz y peligroso puntero merengue Francisco Gento.

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Días antes, Máspoli había dicho: "a Gento lo marcaremos en forma escalonada. Abbadie en el arranque, luego Tabaré Gonzáles y, si pasa, lo cruzará Lezcano. Caetano irá a muerte con Serena, que es hábil y peligroso. Lezcano y Varela esperarán en el fondo a Grosso y Amancio, Goncálves, Rocha y Cortés en el mediocampo, y el contragolpe de los morenos (Spencer y Joya) arriba. Trataremos de aguantar el empuje inicial local, que será muy bravo, para (poco a poco) hacer nuestro juego. Traer al Madrid al ritmo que más nos conviene". Toda Europa (televisión mediante) vio el partido final. Real Madrid venía envalentonado. Sin embargo Ferenc Puskas advertía: "Peñarol es un cuadro que mete miedo". El 25 de octubre, el último pitazo del árbitro italiano Concetto Lo Bello consagró a Peñarol. Mazurkiewicz, Lezcano, Varela, Gonzáles, Goncálves, Caetano, Abbadie, Rocha, Spencer, Cortés y Joya fueron los héroes. Rocha (de penal) y Spencer, los goleadores. El planteo se basó en una defensa excepcional y en la vigencia de los piques ofensivos de Spencer y Joya. La prensa mundial reconoció al campeón. ABC de Madrid dijo: "Peñarol estuvo genial. Todos son hombres de clase". Marca: "Una escuadra de clase internacional, formada en cien combates". Y la Gazzeta dello Sport: "Un primer tiempo que es una lección de cómo se debe jugar de visitante". Mientras tanto, la 18 de Julio se llenaba de trompetas, banderas y gritos sin final. En el Hotel Luz Palace de Madrid, cien roncas gargantas seguían gritando su euforia, que prolongó la manifiesta del Bernabeu, en la que banderas argentinas y brasileras se unieron a las uruguayas. Cuatro días después, fue el recibimiento apoteótico en Montevideo: el pueblo volcado en la rambla al paso de los campeones y el Estadio Centenario lleno en un mediodía de domingo. Toda una hazaña para un equipo que seguía haciendo historia. La catarata de triunfos no se detuvo con el paso de los años. Peñarol siempre se caracterizó por ser un equipo ganador, ya sea en el ámbito local como internacional. Por eso, al tiempo que paseaba su prestigio por el mundo, fronteras adentro el mirasol consolidaba su poder. En 1964 recuperó el título uruguayo, que el año anterior había sido de Nacional. Y lo hizo de una manera contundente: invicto, ganando 16 partidos y empatando sólo 2. En la temporada siguiente -la de 1965-. volvió a dar la vuelta olímpica a nivel nacional, tras retener el título uruguayo, logrado con 32 puntos sobre 36 posibles (88,88 por ciento de efectividad). No importó mucho que el torneo de 1966 haya quedado en manos de Nacional, que aprovechó que Peñarol se había abocado a la obtención de la Copa Libertadores de América de ese año, amén de que la base de la selección uruguaya que participó en el Mundial de Inglaterra fuera el plantel aurinegro. Porque en 1967 Peñarol volvió a coronarse campeón invicto, condición que repitió al año siguiente (1968). En ambas campañas, curiosamente, tuvo el mismo desempeño: ganó 15 partidos y empató tres. La base fue: Mazurkievicz; Forlán, Lezcano, Caetano y Varela; Rocha, Goncálves, Spencer; Abbadie, Silva y Joya. Antes de Mazurkiewicz, el arco lo ocupó Maidana (el polaco debutó recién en 1965, tras una pelea de Maidana con el técnico, Roque Máspoli). Al paraguayo Lezcano, a partir de 1967, lo reemplazó el chileno Elías Figueroa. A Varela, el lateral Tabaré Gonzáles. Y a Silva, Cortés. Así el plantel aurinegro se fue renovando continuamente. Sobre esta época, Néstor Goncálves -que se retiró en 1970- dijo: "Nunca me gustó Elías Figueroa, lo digo con franqueza. El que juega en la zona de definición no puede ser amigo de los delanteros. Ni siquiera se debe saludarlos. Elías se abrazaba con Artime, y Luis pum! adentro. Con Figueroa nunca ganamos nada: no lo digo yo, lo dice la historia". Tiempo de copas Llegó la hora de la Copa Libertadores de 1967, en la que Peñarol -último campeón de América- ingresó directamente en semifinales. Allí, integró la zona B, en la que se enfrentó con Cruzeiro de Brasil y su clásico rival, Nacional. El equipo aurinegro debutó el 11 de junio, con una derrota en el Centenario por 1-0 ante Nacional. Después cayó por el mismo resultado en Belo Horizonte. En las revanchas, derrotó a los brasileños 3-2 en Montevideo. Pero empató 2-2 el clásico y finalizó último en el grupo, con sólo 3 unidades, a una del Cruzeiro y a dos de Nacional, el finalista que perdió la Copa ante Racing. En 1968 llegó a semifinales del torneo, donde cayó ante el Palmeiras (la copa la ganó Estudiantes). Había compartido el grupo IV en la primera fase, en la que superó a Nacional y los paraguayos Guaraní y Libertad. En la segunda etapa, integró la Serie II, que logró tras ganar cuatro partidos y empatar dos, ante el Sporting Cristal (Perú), Emelec (Ecuador) y Portugués (Venezuela). En semifinales, Tupazinho (delantero del Palmeiras) fue el verdugo del aurinegro, ya que hizo tres goles (uno en San Pablo y dos en Montevideo) para las victorias 1-0 y 2-1 de su equipo. La temporada 1969 comenzó con un empate 1-1 ante Nacional, por la copa Libertadores, en un clásico jugado el 23 de febrero. Ambos integraban el grupo IV, junto al Deportivo Quito y el Barcelona, de Ecuador. El grupo lo ganó Peñarol, tras vencer en tres partidos y empatar en otros tantos, que le dieron 9 puntos, uno más que Nacional. Igual ambos clasificaron. En la segunda, los manyas integraron la zona 3, con Olimpia de Paraguay. Dos partidos -empate en uno en el Centenario; victoria 1-0 en Puerto Sajonia (gol de Ermindo Onega)- bastaron para que Peñarol llegara a semifinal. Allí el rival fue Nacional. Tres partidos se jugaron para definir al finalista: había ganado el bolso 2-0 el 26 de abril. Luego, triunfó Peñarol 1-0 en la revancha del 30 de abril. Y en el tercer partido, disputado el 4 de mayo, igualaron 0-0 luego de 120 minutos de juego, pero clasificó Nacional por diferencia de gol. Finalmente, Nacional fue el campeón uruguayo de ese año. Sin embargo, Peñarol tuvo motivos de festejo. Esa temporada de forma no oficial -por llamarlo de algún modo-, se organizó una primera edición de la Supercopa, disputada entre los campeones de América hasta entonces. Y el trofeo fue para el pionero en conquistas: Peñarol. Pero no fue lo mismo. Algo se había quebrado. "Después que me retiré de las canchas -contó alguna vez Goncálves-, tardé como un año en volver al fútbol. Y reaparecí en un Peñarol-Nacional.

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Cuando terminó el partido vi. que Daniel Quevedo, un argentino que jugaba para Peñarol, estaba cambiando la casaca con uno de ellos. No aguanté y me fui para los vestuarios. Le quité la camiseta y la tiré por el inodoro. No le dije ni una palabra, no hacía falta..." Más allá de este mal momento, llegarían mejores tiempos para Peñarol. Sobre el final de la década, la copa de 1970 fue la más propicia, ya que Peñarol llegó a la semifinal de dicho torneo. Terminó segundo en su grupo (el II), atrás de Nacional y adelante de los venezolanos Valencia y Deportivo Galicia. Precisamente, el 15 de marzo, en el Centenario, goleó 11-2 al Valencia. Spencer hizo dos goles, al igual que Losada y Onega, Rocha hizo tres y Acuña y Cáceres los restantes. La segunda fase lo encontró en la zona 2, junto al Guaraní y la Liga Deportiva Universitaria de Ecuador, equipos a los que superó para llegar a la semifinal. Allí, jugó con la Universidad de Chile. Fue victoria trasandina en el estadio Nacional de Santiago por 1-0. En la revancha, ganó Peñarol 2-0. Luego, en cancha de Racing jugaron 120 minutos, en los que igualaron 2-2. Por diferencia de gol, pasó a la final. Y allí al cabo de dos durísimos partidos (0-1 en La Plata y 0-0 en el Centenario) sucumbió ante el Estudiantes de La Plata que orientaba Osvaldo Zubeldía. "Daba gusto jugar por Peñarol -sostuvo Elías Figueroa-, porque siempre era candidato al título. Por uno u otro motivo nunca pude ganar la Copa. Pero la temporada que menos posibilidades tuvimos fuimos finalistas. A comienzos del ´70 nos quedamos exclusivamente los titulares que éramos extranjeros: Ermindo Onega, Alberto Spencer, Juan Joya y yo. El resto fue llamado a la selección para el mundial de México. El técnico (el brasileño Osvaldo Brandao) decidió armar un equipo con juveniles. Poco a poco fuimos pasando fases, con un equipo muy improvisado. Recuerdo que no teníamos arquero y que para dos partidos utilizamos a un muchacho que jugaba en las playas de Montevideo. Para la final clasificamos de suerte, en un desempate con Universidad de Chile en cancha de Racing. Perdíamos 2-1 y en el último minuto hubo un rebote en el área de ellos que fue gol. En La Plata, Estudiantes nos ganó la final 1-0 sobre el término del partido, y en el Centenario aguantaron una y mil veces nuestros ataques. Apenas sonaron los pitazos finales, se armó una pelea con los que entraron a festejar. Era habitual en esa época: jugar la Copa Libertadores era dejar el espíritu en la cancha y no perder contra los rivales tradicionales". Una década de ostracismo Hay un antes y un después de la Copa Libertadores en la historia de Peñarol. Como si el ámbito local le quedara chico, el mirasol daba valor a sus triunfos con mayor fuerza cuando tenían alcance internacional. Pese al subcampeonato del ´70, la Copa de 1971 no fue buena para Peñarol. Debutó con una derrota 1-2 ante Nacional, por el grupo II del torneo. Sin embargo se recuperó y superó al Chaco Petrolero y el The Strongest, los equipos bolivianos con los que compartían la zona. Pero quedó a cuatro puntos de distancia de Nacional (que había obtenido 11), que fue el único clasificado a la segunda instancia. En 1972, ganó los cuatro partidos que jugó por el grupo V, ante el Deportivo Italia y el Valencia, de Venezuela. 12 goles a favor y solo 3 en contra . Y el pasaje a semifinales, donde compartió grupo con Universitario de Perú y Nacional, el último campeón del torneo. Sólo ganó en Perú (3-2, goles de J. C. Giménez, Viera y Amoroso). Luego, empató con Nacional y los peruanos y cayó en el clásico definitivo, goleado 3-0 con goles de Luis Artime. Grupo particular el de semifinales: todos quedaron iguales. Jugaron 4, ganaron 1, empataron 2 y perdieron 1. Fue la diferencia de gol lo que definió las posiciones: Universitario (9 a favor y 7 en contra), Nacional (7;7) y Peñarol (5;7). La Copa de 1973 tampoco le dio una actuación muy destacada último en el grupo II, abajo del Botafogo, Palmeiras, y Nacional. Seis partidos jugados, ninguna victoria, dos empates y cuatro derrotas. Cuatro goles a favor y ... 13 en contra. Puntos? Dos. En el ámbito local, después de cuatro años de hegemonía de Nacional, Peñarol recuperó el trono en 1973. El equipo ahora lo dirigía Hugo Bagnulo, un ex-back de Danubio de los años ´30, llamado a conducir a la gloria al plantel aurinegro nueve años más tarde. De los viejos campeones, poco quedaba: Pedro Rocha, hacía tres años que jugaba en el fútbol brasileño, transferido al San Pablo en enero de 1971. Abbadie, Spencer, Joya y Goncálves eran nombres del pasado, y otros, como Mazurkiewicz, se desempeñaban en Europa (el arquero actuaba en España). Sin embargo, la renovación fue exitosa. En verano de ese año, Peñarol contrató a un centrodelantero joven, que en 1969 había debutado en la primera de River Plate de Montevideo y que, decían sus amigos, de chico era fanático de Nacional. Sin embargo, Fernando Morena se entregó por la camiseta de Peñarol: campeón uruguayo en 7 oportunidades, goleador en 6, estableció récords, ganó una Copa Libertadores y una Copa Intercontinental y gritó 450 veces con la casaca aurinegra sobre el pecho. Walter Corbo, el indio Walter Olivera, Sandoval, Luis Garisto, Hugo Fernández, Peruena, Mario Gonzáles, Nelson Acosta, Lamas, Zoryez, Quevedo, Julio César Giménez, Unanue, Fernando Morena, Ramón Silva y Rúben Romeo Corbo son los nombres que obtuvieron también los torneos de 1974 y 1975. Todos estos títulos le servían para mantener en alto su prestigio, ya que, aún sin grandes victorias en la Copa, mantenía cierto prestigio a nivel internacional. Por la gloria alcanzada la década anterior, era continuamente invitado a disputar trofeos internacionales. En 1972, ganó la primera edición de la Copa Atlántico Sur. Ese tipo de conquistas se repitieron en estos años: campeón del Trofeo Teresa Herrera, de España, en 1974 y 1975: ganador del Trofeo Tap, en Africa, en 1974: Campeón del Trofeo Mohamed V, en Casablanca, en el mismo año: y ganador de la Copa Costa de Sol de 1975. Además, en 1974 ganó un novel torneo a nivel nacional: la Liguilla Pre-Libertadores que, más allá de quien saliera campeón, decidiría cuáles serían los equipos uruguayos que representarían al fútbol oriental en la Copa. El trofeo continental de 1974 lo devolvió a los primeros planos. En el grupo V, clasificó primero, tras superar a los paraguayos Cerro Porteño y Olimpia, y a Nacional. Ocho puntos (contra 7 de Cerro Porteño) y el pasaje a la zona Semifinal A, donde jugó contra Huracán e Independiente. Allí terminó segundo, con cuatro unidades, a dos del Rojo que clasificó y, luego, ganó la final. La ilusión se renovó para la Copa Libertadores de 1975. Había ganado el campeonato y la liguilla. Sin embargo no

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superó la primera instancia, en la que quedó escoltando al Universitario de Lima, que lo superó por dos puntos y ganó el grupo V. Aparece el Potro: Fernando Morena Fue precisamente en esa temporada cuando, se dijo, repitió el título en el ámbito uruguayo. Con un agregado: en lo personal, Fernando Morena batió un récord. Hasta entonces, la marca de más goles anotados en una temporada la tenía Juan Pedro Young -también de Peñarol- que hizo 33 en 1933. En el ´75 el Potro lo superó por uno: 34 en un año. Como muestra de lo que era Morena, vale comentar una anécdota. El 16 de julio de 1975, le hizo 7 tantos a Huracán Buceo y marcó un record sobre goles convertidos por un jugador en un partido. Pero sobre la hora marró un penal. En la crónica de ese partido, el diario La Mañana tituló: "...Y al séptimo descansó". Además, Peñarol repitió la conquista de la Liguilla. Por eso, clasificó para la Copa Libertadores de 1976. En ese torneo, ganó el grupo V tras igualar el primer lugar con la Unión Española de Chile. Ambos tenían ocho puntos. Fue la diferencia de gol (+4 Peñarol; +2 Unión Española) lo que decidió la clasificación. En el camino quedaron Palestino y Nacional. El equipo no tenía gran lucimiento. Lo dirigía Juan Alberto Schiaffino y, además de Morena, se destacaba Julio César Giménez. Había polémicas sobre el arquero: la gente pedía a Mazurkiewicz (repatriado del Granada de España), pero el técnico confiaba en Corbo. Y otro regreso el de Mario Forlán, era discutido, porque el jugador quería actuar como volante y, ante una lesión del titular, Schiaffino lo ponía a marcar punta. En semifinales lo esperaban los equipos argentinos para conformar la zona B, ganada por River (superó a Independiente por diferencia de gol). Peñarol ganó un solo partido (15 de junio, 1-0 sobre River en Montevideo, gol de Julio César Giménez) y cayó en dos, logrando sólo dos unidades. Al ingresar al año 1977, en los primeros meses Peñarol ganó la Liguilla y clasificó para el grupo I de la Copa Libertadores, integrado por argentinos y uruguayos: Boca Juniors, River Plate, Defensor -que desde hacía ya algunas temporadas terciaba en el ámbito local entre Nacional y el aurinegro- y Peñarol. El manya quedó último: sobre seis partidos, ganó uno, empató otro y perdió los restantes. Hizo siete goles y le convirtieron diez. En 1978, la fortuna tampoco estuvo del lado de Peñarol en la Copa, por cuanto no superó la primera fase. Por el grupo IV, quedó a dos puntos del Deportivo Cali, que pasó a la siguiente etapa con ocho puntos. Tres victorias (ante el Júnior de Barranquilla y los dos partidos ante Danubio) y tres derrotas, con siete goles a favor y siete en contra, fue el saldo de la campaña. Fernando Morena había sido el goleador del campeonato uruguayo en los años 1973, ´74, ´75, ´76, ´77 y ´78. Y ese año superó su propio récord: hizo 36 goles, estableciendo una nueva marca en cuanto a tantos anotados en una temporada. Eso, en cierta forma, fue uno de los motivos que le valieron dejar el club para pasar al fútbol español, donde jugó para el Rayo Vallecano. Al año siguiente, fue transferido al Valencia de Mario Kempes. A nivel nacional, en 1978 se consagró campeón con Peñarol, en un equipo que obtuvo 39 de 44 puntos posibles y, además, se adjudicó otra vez la Liguilla Pre-Libertadores. La era post Morena En 1979, ya sin Morena, Peñarol repitió la vuelta olímpica con 41 unidades sobre un ideal de 48 puntos posibles. Ganó la Liguilla 1980 para jugar la Copa. Pero en 1981 y 1982, recuperó el galardón del título uruguayo al consagrarse bicampeón de esos torneos. En los torneos del ´78, ´79 y ´81 se destacó un joven y talentoso zurdo, traído del fútbol de Artigas. Máximo goleador del campeonato de 1981, participó en los mundiales juveniles de Túnez (´77) y Japón (´79). Luego en el ´82, no estuvo por haber sido transferido al Internacional de Porto Alegre. Su nombre? Rúben Walter Paz, alias "El Cabeza". Con su aporte, en el ámbito regional, en 1979 Peñarol accedió a las semifinales de la Libertadores. Ganó el grupo V, tras vencer a Nacional, Nacional de Ecuador y Técnico Universitario, del mismo país, con una notable campaña: cuatro victorias, dos empates, diez goles a favor y dos en contra. Sin embargo en la siguiente etapa cayó ante Boca e Independiente con un pobre desempeño: dos empates y dos derrotas, dos goles en contra y ninguno a favor. Volvió a la Copa Libertadores en 1981. Ganó el grupo II con números casi redondos: cinco victorias, un empate, 13 goles a favor, 3 en contra y 11 puntos sobre 12 posibles. Superó a Bella Vista y a los venezolanos Estudiantes de Mérida y Portuguesa. No obstante, volvió a desmoronarse en la semifinal: por el grupo II, el Cobreloa chileno abatió la mediocridad uruguaya que pese a contar con el último campeón intercontinental (Nacional) y a que había ganado el Mundialito de selecciones de ese año, comenzó a sentir el golpe por no estar en España ´82. Ni Nacional ni Peñarol ganaron un solo partido en la zona, empataron los dos clásicos y a los dos, les hicieron más goles de los que marcaron (5-6, Nacional; 4-7, Peñarol). En lo institucional, ese año se inauguró la moderna edificación de la concentración de Los Aromos. El complejo era la base de operaciones del equipo y las reformas hechas las estrenó la selección de Brasil que, dirigida por Telé Santana, participó en la Copa de Oro 1980/81. La Copa dieciséis años después La gran revancha internacional de Peñarol fue en la Copa Libertadores de 1982. El 5 de agosto, comenzó con el pie derecho. Por el grupo II, goleó a Defensor Sporting por 3-0, con goles de Fernando Morena (2) y Ernesto Vargas. El siguiente partido también fue en el Centenario: 1-0 al San Pablo (20 de Agosto). Siete días más tarde, repitió el resultado ante el Gremio, también en Montevideo. En las revanchas, empató sin goles ante Defensor y ganó 1 a 0 (gol de Morena) en el Morumbí, ante el San Pablo. Ya clasificado, perdió 3-1 ante el Gremio, en el estadio Olímpico de Porto Alegre. Nueve puntos en seis partidos (tres de distancia de su escolta, el San Pablo), cuatro victorias, un empate, una derrota. Siete goles a favor y tres en contra, la campaña de la primera fase. En la zona semifinal A, su suerte pareció echada. Enfrentaría quizás, a los dos equipos más fuertes del continente:

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Flamengo (último campeón de América) y River Plate (uno de los dos campeones argentinos). Sin embargo, Peñarol ganó los cuatro partidos que jugó: 1-0 con los brasileños en Montevideo y en el Maracaná; y 4-2 (en el Monumental) y 2-1 (en el Centenario) ante River. Morena había retornado del Valencia en agosto de 1981, tras que Peñarol se comprometiera a pagar U$s 1.029.000 por su transferencia. La suma -inédita para el mercado local- recién pudo ser reunida y abonada horas antes del partido contra River, en Buenos Aires, en el que comenzó la escalada hacia el máximo título de América. El capitán, Walter Olivera (alias El Indio, aguerrido zaguero) afirmó: "Fuí a Buenos Aires, a Río de Janeiro, a San Pablo, y no saqué a nadie. Se puede jugar a cara de perro sin lastimar". El técnico, Hugo Bagnulo, comentó que "cuando volvíamos de Río después de ganarle al Flamengo, me enteré que en Montevideo estaban preparando una caravana triunfal. Me pregunté si estaban todos locos e impedí su realización. Porque no correspondía: los festejos hay que dejarlos para la hora debida, cuando un equipo tiene el título en las manos. Y eso se produce cuando el juez da por concluido el partido decisivo". En la final esperaba el verdugo del año anterior: el Cobreloa. Duro empate 0-0 en el Centenario, en un partido jugado el 26 de noviembre ante 55.248 espectadores. Todo indicaba que en la revancha, los chilenos tendrían por primera vez el trofeo. Pero en el estadio Nacional de Santiago, un gol de Fernando Morena sepultó esa sensación. Las 70.400 personas que estaban en el estadio chileno eran testigos de una nueva consagración aurinegra. Los héroes de ese día fueron Gustavo Fernández, Diogo, Nelson Gutiérrez, Walter Olivera, Juan Vicente Morales, Mario Saralegui, Jair, Ernesto Vargas, Fernando Morena y Venancio Ramos, luego reemplazado por Daniel Rodríguez. El arbitraje fue del argentino Jorge Eduardo Romero. "El partido con Flamengo nos llevó a la final con Cobreloa -comentó Morena-. Tuve la fortuna de convertir y Peñarol fue otra vez campeón de la Copa, como manda la historia de la competencia, creada a iniciativa de Peñarol". "Es que Peñarol -continuó- siente la Copa como pocos; se vive intensamente, las concentraciones no le pesan a nadie y, si le pesan, no están aptos para jugar por el club. Un año estuvimos concentrados 11 días en Asunción porque teníamos como rivales a Cerro Porteño y Olimpia, con sólo una mañana libre". El 12 de diciembre se jugó la Copa Intercontinental, en Tokyo. Por Sudamérica, Peñarol. Por Europa, el campeón inglés, Aston Villa. Fue un partido hecho a la medida de Peñarol. Sustentado en el coraje del arquero Gustavo Fernández y la resistencia de Saralegui, Bossio, Olivera y Gutiérrez, aguantó cada uno de los embates británicos. El Aston Villa tenía internalizada la característica de juego inglesa: la lucha frontal para defender y el pase en líneas rectas como argumentos ofensivos. En la cancha, lo que prevalecía era ese estilo. El centrodelantero, Peter Withe, aprovechaba su fortaleza para elevarse -siempre solo- y bajar la pelota que, por suerte para Peñarol , nadie recogía. El susto fue tempranero. Iban 3 minutos cuando Cowans reventó un pelotazo en el poste. Recién en los 17´ apareció Morena, maniobrando en el área chica y sacando un remate débil, de derecha. De a poco, comenzó la recuperación mirasol. Juan Vicente Morales cortó un pase de Withe a Morley y salió jugando. Pasó de largo a Shaw, levantó la cabeza y cortó para Jair. El brasileño la pasó por encima de Mortimer. Fue un síntoma: Peñarol comenzó a salir del terreno al que Aston Villa quería llevar el partido. El de la lucha. A los 27 minutos, Ken McNaught empujó al Potro Morena a siete metros del área, de frente al arco de Rimmer, Jair que ya manejaba los hilos del partido, la acarició por encima de la barrera. Voló Rimmer, la manoteó, la pelota dio en el palo, se elevó y giró hacia el medio del arco, por el efecto que llevaba, y pasó la línea antes que llegara la zurda de Morena. Era el 1-0. Aston Villa salió con todo por el empate. Saralegui, Bossio, Olivera y Gutiérrez se erigieron en columnas que evitaban que llegaran pelotas complicadas para Gustavo Fernández que, como actividad principal, sólo bajó algunos centros. En el segundo tiempo, apareció la habilidad de Walkir Silva y Venancio Ramos. A partir de ahí -10 minutos del complemento-, en Peñarol coincidieron las aptitudes con las funciones. Los que desarmaban, atrás. Los que hacían, en el medio. Y los que desequilibraban, en las puntas. Iban 67´ cuando Walkir Silva recibió de Ramos entre Williams y Evans. Arrancó hacia adelante, aguantó el desesperado cruce de McNaught -cometiendo foul- y remató sobre la salida de Rimmer. Rebotó en el arquero y la devolución lo encontró con la pelota, el arco libre y la gloria a apenas un puntapié de distancia. Entonces, sobrevino la parte más dramática de aquella final. Los ingleses -que perdían por dos- siguieron atacando con persistencia pero sin ideas, como al principio. Peñarol, consciente de lo poco que faltaba para la gloria, acomodó las piezas para aguantar el resultado. Esa tarde, en Japón, los héroes fueron Gustavo Fernández, Diogo, Walter Olivera, Nelson Daniel Gutiérrez, Juan Vicente Morales, Saralegui, Bossio, Jair, Venancio Ariel Ramos, Fernando Morena, Walkir Silva. En el banco, estuvieron Arias, Montelongo, Falero, Ortíz y Daniel Gregorio Rodríguez, que acompañaron a Hugo Bagnulo en su momento cumbre. Al término del partido, los periodistas japoneses eligieron a Jair como el mejor jugador y le otorgaron el Toyota Carina, premio a la figura de cada final y que se exhibía detrás de uno de los arcos. En la reunión previa al partido, el brasileño había sido claro y contundente: si se ganaba el auto, no aceptaba dividir su valor entre todos e iba a dejar su parte si lo ganaba otro. En el Tokyo Prince (hotel donde estaban alojados) los dirigentes resolvieron que el club aportaría el valor del auto y que lo dividirían entre los demás jugadores. Pero los días de Jair en Peñarol estaban contados. En especial porque uno de los hombres con más peso en el plantel lo reclamó a voz viva desde la cancha hacia donde estaban los técnicos, jugadores y dirigentes: "Si Jair se queda, yo no juego más en Peñarol". Walter Olivera sobre por qué Peñarol fue campeón del Mundo de ese año: "Porque apretamos los dientes, nos unimos, buscamos nuestros defectos más evidentes y tratamos de corregirlos. Porque nos sacrificamos en Los Aromos trabajando con la mente puesta en la Copa, un título que Peñarol no ganaba desde hacía 16 años, lo que mucha gente olvidó y ya le estaba haciendo cosquilla al club. La importancia de Bagnulo? Yo diría que mucha. Nos ordenó sobre la cancha y trabajó sobre las virtudes de cada uno, sin pedir nada extraordinario".

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Otro de los responsables de esa hazaña fue el entrenador Hugo Bagnulo, quien hizo su descarto frente a los críticos: "No admito que se diga de mí que mando a mis jugadores a dar patadas. Pero lo que muchos no advierten es que el buen fútbol debe ir acompañado de temperamento. Tampoco creo en el fútbol total. Acepto a un hombre dúctil que en una emergencia pueda cubrir varios puestos. Pero todo tiene su límite: el defensor debe ser defensor; el volante, volante y el atacante, atacante. Primero hay que atender las responsabilidades propias de cada puesto. Después si se puede algo más". Sobre la campaña, Bagnulo asumió un bajísimo perfil: "Todo el mérito debe recaer sobre los muchachos. No son los técnicos quienes ganan partidos. Entiendo que este equipo tiene una espina dorsal, que pasa por Morena, Olivera y la seguridad que transmitió Fernández en el arco. Son los tres puestos centrales. No tenemos el tradicional líder de la mitad de la cancha. Pero Bossio y Saralegui lo suplieron con un despliegue conmovedor de energías. Los demás aportaron lo suyo. Todos hicieron lo que debían. En un partido se lució uno, en el siguiente otro. Y así hasta el final". Lo que se dice un equipo un verdadero campeón. La historia de Peñarol en la Copa Libertadores de América tuvo varios capítulos. En la edición 1983, comenzó la disputa en semifinales, por haber sido el ganador de la edición anterior. En el grupo B de esa instancia, empató 0-0 con el San Cristóbal de Venezuela el 14 de junio. El 5 de julio, en el Centenario, derrotó a Nacional por 2-0, en el primer choque de la semifinal por la Copa de ese año. El equipo era prácticamente el mismo que había conquistado el trofeo de la temporada anterior. Montelongo y Salazar, algunos de los nuevos apellidos. Diogo y Walkir Silva, de penal, anotaron en ese clásico, que dirigió el argentino Abel Gnecco. Siete días más tarde, con arbitraje del argentino Arturo Ithurralde, se impuso 1-0 al San Cristóbal, en la revancha, con anotación de Venancio Ramos. Y el 15 de julio, se jugó el partido que decidió el pasaje del mirasol a la final. En el Centenario, ante 70 mil espectadores y con arbitraje del argentino Jorge Romero, se midieron otra vez los grandes del fútbol oriental. Nacional alistó a Rodríguez; Moreira, Torales, Aguirregaray y Luzardo; González, Moreira y Miguel Brindisi; Alzamendi, Abalde y Aguilera. Ingresaron Rúben Perdomo por Torales y Villazán por Brindisi. Por su parte, Peñarol -que figuraba como visitante- formó con Gustavo Fernández; Montelongo, Olivera, Nelson Gutiérrez y Diogo; Saralegui, Bossio y Salazar; Venancio Ramos, Morena y Walkir Silva. El partido -duro y trabado, como todo clásico- finalizó con una victoria 2-1 para Peñarol. Los goles, los hicieron Luzardo -para Nacional-, Salazar -Peñarol- y Aguirregaray -por entonces zaguero bolso- en contra, para poner números definitivos y decretar el pasaje del campeón a la final. Las finales fueron con el Gremio de Porto Alegre. El partido de ida se jugó ante un Centenario lleno, con arbitraje de Teodoro Nitti, el 22 de julio. El Gremio venía con un equipo vistoso. Sus figuras más importantes eran Renato Portluppi, hábil extremo derecho y el zaguero uruguayo Hugo De León, identificado íntimamente con Nacional. El resultado fue 1-1. con goles de Morena (Peñarol) y Tita (Gremio). La revancha fue en el Estadio Olímpico de Porto Alegre seis días más tarde, 80 mil personas presentes en la cancha. Duro partido, característico de final de Copa Libertadores. El peruano Pérez expulsó a los punteros de ambos equipos: Venancio Ramos y Renato. 2-1 ganó el Gremio. Marcaron Caio y César para el local, en tanto que el descuento quedó en los pies de Morena. "Se lo dedico a todos los hinchas de Nacional", dijo Hugo De León. En Peñarol no hubo palabras. Sólo la sensación de que un ciclo terminaba. Un mal 1984 En septiembre de 1983, Fernando Morena sufrió una fractura jugando para la selección uruguaya que lo alejó de las canchas por un largo tiempo. El 1984 no fue el mejor año, sin duda. Peñarol se preparaba a iniciar una gira por los países árabes en el momento más crítico de su historia. Tenía una deuda que llegaba a los 2 millones de dólares, atrasos en los pagos de sueldos y premios a los jugadores de fútbol, bástquetbol y empleados; una hipoteca sobre sus bienes -la sede social en 80 mil dólares-, conflictos permanentes con el plantel y la ida de muchos de sus principales dirigentes. Corría febrero cuando promediaba un ciclo adverso: la no clasificación para la Copa Libertadores; la grave lesión de Morena, la distancia en puntos del campeón -Nacional-; la imposibilidad de pagar sueldos y primas en fecha; la negativa de sus jugadores a concentrar antes de los partidos y hasta, a veces, de practicar en serio; los choques entre miembros del plantel -Morena vs. Jair-; peleas a nivel dirigente y el alejamiento de Hugo Bagnulo, sustituido por Hugo Fernández, el técnico de las inferiores, quien tenía un muy buen futuro, pero aún no estaba preparado para enfrentar tamaña responsabilidad. En febrero disputaban un cuadrangular amistoso en Montevideo con Nacional, Boca y River. Horas antes de la derrota 4-1 en el clásico, Ramos y Alves se retiraron de la concentración y no jugaron. Salvo Morena (que había dicho que seguiría en Peñarol), los jugadores del plantel buscaban con desesperación, el arreglo por su cuenta de sus pases al exterior, principalmente Brasil, Colombia y la Argentina. Venancio Ramos, por ejemplo, fue al hotel donde se alojaba River Plate con la excusa de saludar a Francéscoli y Bica -aunque con éste nunca había sido compañero-, pero la verdad es que fue a negociar sus servicios con los dirigentes. Hoy estamos de remate La solución de la crisis fue la de ofrecer, casi como subasta, a los integrantes de su plantel; Walter Olivera, por ejemplo, había pasado a un equipo a un equipo brasileño a cambio de que el jugador le perdonara al club la deuda que mantenía con él. Victor Diogo, uno de los valores más cotizados, tenía el cartel "en venta" colgado en el cuello. Algo similar ocurría con Gustavo Fernández. Morena, en tanto, había optado por resignar dinero y seguir en Peñarol, ya que económicamente estaba bien (venía de ganar buena plata en el Valencia) y su familia se había radicado en Montevideo, por lo que no quería viajar al extranjero.

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Además, estaba en recuperación tras la fractura. Hasta el momento había vuelto a jugar oficialmente sólo un rato y no con demasiada suerte: lució poco y erró un penal decisivo para la clasificación aurinegra a la Libertadores. Finalmente, no llegó a un acuerdo y cruzó el Río de la Plata para jugar en Boca Juniors durante 1984. En el ámbito dirigente, las renuncias se sucedieron, por discrepancias con Washington Cataldi, centro de las críticas. "Irme me voy a ir -dijo-. Pero me van a sacar muerto de la sede, si no es con Peñarol saneado económicamente y campeón". En el ámbito local, los torneos de 1983 y 1984 le fueron esquivos. El primero lo ganó Nacional, que obtuvo 38 puntos en 24 partidos. Y el segundo fue para Central Español, un modesto club que la temporada anterior había ascendido a primera y, sin embargo, al cabo de 24 jornadas, dio la vuelta olímpica tras alcanzar 35 unidades. Pero Peñarol recuperó terreno y ganó los campeonatos de 1985 y 1986, con rendimientos similares. En el primero, consiguió 32 unidades. Y en el segundo, 34. Ambos, sobre 48 posibles, con porcentajes de efectividad del 66 y 70,8 por ciento, respectivamente. Por otra parte, había ganado las liguillas de 1984, 1985, y 1986. Además, en 1985, en Italia, se jugó de forma amistosa la llamada Primera Super Copa de Campeones Intercontinentales, ganada por Peñarol. En el mismo período, fue el XIII ganador del trofeo Ciudad de Sevilla y del VII Ciudad de Marbella, ambos durante la gira europea de ese año. También obtuvo la primera y única edición de la Copa de Oro de los Grandes, jugada en el Uruguay en la temporada 1985/86. Fue la única vez que Nacional y Peñarol aceptaron medirse frente a frente y sin intermediarios. La Copa fue pactada para resolverse en ocho partidos. Comenzó el 18 de julio de 1985, ganando Peñarol que acumuló cinco resultados favorables consecutivos, por lo que la disputa perdió su sentido y dejó de serlo con el triunfo del 19 de noviembre de 1986. Vuelta a la Copa Peñarol volvió a la Copa para la edición de 1985. Encabezó el grupo IV, con Bella Vista y los chilenos Colo Colo y Magallanes. Ganó la zona en forma invicta: cinco triunfos, un empate, diez goles a favor y tres en contra, totalizando 11 puntos. Comenzó con una victoria ante Bella Vista por 1-0 el 23 de abril con gol de Revetria. Ya contaba con un plantel renovado, cuya mayoría integraba o integró la selección celeste, ya sea el equipo mayor o los juveniles. En el arco estaba Fernando Alvez. Los zagueros eran Rotti y Nelson Daniel Gutiérrez, uno de los sobrevivientes del equipo de 1982. Mario Saralegui, Bossio, Walkir Silva eran otros de los que se habían quedado. Y José Batista, Rivero, Salazar, Hurtado, Revetria, Viera, Guelmo, J. Rodríguez, José Herrera, Oddine, Eduardo Da Silva y Vidal, los hombres nuevos del plantel. La campaña en la primera fase se completó con un empate de visitante ante Magallanes (30/4, 1-1, gol de Hurtado), una victoria en el estadio Nacional ante Colo Colo (3/5, 2-1, dos de Revetria), y los triunfos en el Centenario ante Bella Vista (15/5, 2-0, Rotti y Salazar) y Colo Colo (31/5, 3-1, Revetria, Viera y Vidal). En la semifinal, esperaban América de Cali y Nacional de Ecuador. El equipo colombiano iba en camino de convertirse en el gran conjunto que disputó tres finales consecutivas del torneo. Por eso fue el verdugo de un Peñarol que aflojó en esta instancia, en la que quedó último con un sólo partido ganado, un empate y dos derrotas: tres goles a favor y siete en contra. Resultados: Peñarol 1-América 1 (18/9), Peñarol 2-Nacional E. 0 (25/9), América 4-Peñarol 0 (29/9) y Nacional E. 2-Peñarol 0 (2/10). La obtención del título de 1985 y la Liguilla de 1986 le permitieron al equipo mirasol volver a disputar la Copa Libertadores. Además, el partido que decidiría al Campeón Uruguayo lo enfrentó con Nacional. Fue el 6 de enero de 1986. Y ganó Peñarol por penales, 4-3. El último lo remató Gustavo Matosas, hijo del crack aurinegro de los ´60 que, a pesar de haber nacido en Buenos Aires mientras su padre jugaba para River, se sentía bien uruguayo y de Peñarol. El manya acompañó a Wanderers en el grupo I, compartido con River y Boca. No fue un buen desempeño. Debutó el 9 de julio, con una derrota 3-1 ante Wanderers. El siguiente partido, en el Centenario y ante Boca, también lo perdió: 1-2 el 17 de julio, con gol de Fernando Morena -había retornado al club en 1985 para dar sus últimos destellos- y la dupla Tapia-Graciani, para el xeneize. Peñarol siguió en caída. El 24 de julio, en su casa, cayó 2-0 ante River Plate. Había finalizado la primera ronda con los tres partidos perdidos. En las revanchas, la campaña no mejoró. 29 de julio, en el Centenario, derrota 0-1 con Wanderers. Y ya eliminado viajó a Buenos Aires. El 1o de agosto igualó 1-1 con Boca en la Bombonera (Rinaldi y Vidal). El 6 del mismo mes cayó 3-1 en el Monumental (Centurión, Héctor Enrique y Alonso; Diego Aguirre) para cerrar una de sus peores participaciones en la historia del trofeo; 6 jugados, un empate, 5 derrotas, 4 goles a favor y 12 en contra. El cansancio y la victoria Determinismo histórico? Peñarol había jugado la primera final de Copa que se disputó en el Estadio Nacional de Santiago de Chile para definir el torneo de 1965 con Independiente . En aquella ocasión, perdió 4-1. Al año siguiente viajó allí otra vez para medirse con River. Perdía 0-2, empató y en tiempo suplementario logró dos goles más. El tercero, con un formidable cabezazo de Alberto Spencer que dejó inmóvil a Amadeo Carrizo. Y lo hizo en el mismo arco dónde, 16 años más tarde, Fernando Morena definió en el último minuto ante Cobreloa de Chile, por la Copa de 1982. Pasaron cinco años y Peñarol se consagró Campeón de América en el mismo estadio, con un tanto anotado en el mismo arco, defendido ahora por otro argentino -Julio César Falcioni-, pero del América de Cali. "Es una Alegría extra. Porque Morena fue mi ídolo", comentó Aguirre. Tabárez, por qué Peñarol fue Campeón de América? "Será porque a fuerza de machacar conceptos se graban en la mente y en el alma de cada jugador. Siempre les repito que al vestuario deben llegar únicamente el cansancio y la victoria. Si la victoria no puede llegar, por esas cosas del fútbol, deben traerse de la cancha el cansancio de haber hecho todo, absolutamente todo, para conseguir la victoria. Es lo que hicieron a lo largo de la Copa y lo que hicieron hoy hasta el último segundo de juego".

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Tiempo de Crisis La crisis seguía: estaba al borde del caos económico -una deuda de 2.500.000 dólares que continuaba creciendo- y la imposibilidad de generar mayores ingresos a raíz de las magras recaudaciones -por un lado- y porque desde hacía dos años tenía embargados los ingresos por venta de entradas y por transferencias. El único modo de juntar dinero era mediante partidos amistosos. Washington Cataldi ya no estaba. En su lugar asumió el contador José Pedro Damiani, un hombre del mundo de las finanzas. El director del departamento de fútbol de entonces, Amadis Errico, era muy claro en sus conceptos: "Necesitamos conseguir una refinanciación a largo plazo. Únicamente aliviamos el panorama en 400 mil dólares. El resto, los 2.100.000 dólares, hay que pagarlo a instituciones bancarias. No es sencillo: este es un club grande y no desaparecerá, pero los recursos se agotan. Antes pasaba lo mismo, pero aparecía algún dirigente salvador y ponía el billete. Y hoy, ya no hay mecenas". Todo el fútbol uruguayo vivía una situación similar. Inclusive, por no poder pagar los sueldos, Nacional y Peñarol amagaron con retirar sus equipos del torneo -en el que retrasaron su participación-, ya que la banca estatal no aportaba el dinero para la solución. El pronto lanzamiento del PRODE, con sus correspondientes ingresos, alivió la situación. El proyecto del concurso de Pronósticos Deportivos fue impulsado por el ahora diputado del partido Colorado, Washington Cataldi. Peñarol retuvo el torneo en el ámbito local en 1986 y se clasificó para la edición del año siguiente de la Copa Libertadores. Encabezó el grupo V, junto a Progreso (Uruguay), Alianza Lima y San Agustín (ambos de Perú). Terminó la zona en forma invicta, ganando 4 partidos y empatando dos, con diez puntos, diez goles a favor y cuatro en contra. El plantel había alcanzado una renovación total. Con un técnico nuevo -Oscar Washington Tabárez- y un plantel joven, hambriento de gloria: Eduardo Pereira, Jorge Miguel Goncálves, Obdulio Eduardo Trasante, José Herrera, José Batlle Perdomo, Alfonso Enrique Domínguez, Daniel Alejandro Vidal, Juan Carlos Paz, Diego Aguirre, Eduardo Da Silva, Daniel Gregorio Rodríguez, Oscar Julio Ferro, Gustavo Cristian Matosas, Miguel Santos, Ricardo Viera, Jorge Daniel Cabrera, Marcelo Gustavo Rotti, Jorge Milton Villar, Fabián Costelo, Luis Carlos Sánchez, Alvaro Izquierdo, Robert Siboldi, Walter Leonardo Hernández, Walter Cavallero y Sergio Daniel Píriz. El Promedio de edad era de 22 años y medio. Trasante, un ejemplo Una muestra de la ambición y el sacrificio de ese equipo fue Obdulio Trasante. Además de jugar en Peñarol, tenía otro trabajo para sobrevivir: todos los días debía presentarse a las 7 de la mañana a tomar servicio en la conserjería del banco Pan de Azúcar de Montevideo. Si hubiera actuado en un medio más poderoso económicamente, no habría necesitado un trabajo extra para complementar sus ingresos. El zaguero había llegado de Peñarol de Juan Lacaze, uno de los tantos Peñarolenses que el influjo de su popularidad desparramó por el territorio uruguayo, para enrolarse en Central Español. Ganó el ascenso de 1983, el Campeonato de 1984 y pasó a Peñarol de Montevideo en 1985. "Conmigo van a ganar todo", le repetía a sus compañeros. Y ellos le creían y lo seguían. Por su condición de caudillo. Porque asimilaron su fibra combativa, su fiereza y su determinación para jugarse en cada salto, en cada cruce, en cada choque... Y por eso fueron al frente: porque el Loco Trasante los empujaba desde el fondo. Una nueva Copa Debutó el 5 de mayo, en el Centenario, con una victoria 3-2 ante Progreso, con goles de Diego Aguirre, José "Pepe" Herrera y Viera. El camino a la victoria siguió con la serie en Perú. Allí en el estadio La Victoria de Lima derrotó al Alianza de Lima con un gol de Juan Carlos Paz, el 20 de mayo (1-0). Y en el estadio Nacional, empató 1-1 con el San Agustín, dos días más tarde, con un tanto del mismo jugador. Igualó por el mismo marcador ante Progreso (26/5: gol de Herrera) en el inicio de las revanchas. En el Centenario le ganó 2-0 al Alianza Lima (2 de junio, Gustavo Matosas y José Herrera) y al San Agustín (9 de junio, José Herrera y Viera). Por el sistema de juego (clasificaba el primero de cada grupo) pasó directamente a semifinales. Allí los esperaban Independiente y River, campeón de la edición anterior. Por el grupo semifinal B los recibió primero en el Centenario. El 2 de septiembre, con tantos de Aguirre, Cabrera y Viera, goleó a los rojos por 3 a 0. Y el 16 igualó con River 0-0. Pero fue en los partidos de vuelta donde Peñarol mostró su grandeza. El 30 de septiembre, en Avellaneda, el equipo de José Omar Pastoriza -comandado por Claudio Marangoni, Ricardo Giusti y Ricardo Enrique Bochini y apoyado por 50 mil hinchas que habían llenado el estadio de la doble visera- debía ganar o ganar. "Todos fueron momentos difíciles -aseguró Oscar Tabárez-. No hubo fáciles: la exigencia fue siempre al máximo. Ganarle a Independiente en Avellaneda fue terrible. Esa noche comprendí la comunión equipo-hinchada que ha hecho la tradición copera de Independiente. Para resistir esa presión de adentro y de afuera de la cancha había que tener una fortaleza enorme. Y mi equipo la tuvo. Me causaron gracia algunas declaraciones de la gente del América, diciendo que ellos eran "el gran equipo" de la Copa. Fue una falta de respeto para Independiente y River. Mi gran orgullo es que Peñarol llegó a la final eliminando a dos rivales de esa categoría". Fue un partidazo, una epopeya. Se impuso 4-2, en un encuentro histórico. Barberón y Percudani habían anotado para el local. Pero Cabrera en dos ocasiones, Diego Aguirre y Eduardo Da Silva pusieron cifras definitivas y a Peñarol a un paso de la final. El equipo base era: Pereira; José Herrera, Goncálves, Trasante y Domínguez; Gustavo Matosas, Perdomo y Ricardo

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Viera; el "Pollo" Vidal, Diego Aguirre y Cabrera. Alternaban el zaguero Rotti y el volante Eduardo Da Silva, principalmente y de acuerdo al rival. Todavía quedaba River. Ya sin chances, se enfrentaron el 7 de octubre, en el Monumental. Con gol de Oscar Ruggeri, ganó el equipo argentino por 1-0. Peñarol ya había dejado en el camino a su verdugo de la edición anterior (River). Y en la final tendría la oportunidad de desquitarse de quien lo había dejado afuera en la edición de 1985: América de Cali, que venía de ser finalista de Argentinos Juniors y River en las ediciones anteriores. "La tercera es la vencida", reza el dicho y así lo sentían los colombianos. El primer choque fue el 21 de octubre, en el estadio Pascual Guerrero de Cali. Ganó el América 2-0. Los colombianos tenían un conjunto poderoso , en el que se destacaban el volante Willington Ortiz -uno de los más exquisitos jugadores que dio el fútbol de su país-, el centrodelantero paraguayo Roberto Cabañas y los argentinos Julio César Falcioni -en el arco- y Ricardo Gareca. En este primer duelo, los goles los hicieron Cabañas y su compatriota Jorge Battaglia. Una semana más tarde, Peñarol se desquitó en el Centenario. Ante 60 mil personas y con arbitraje del argentino Ricardo Calabria, ganó 2-1. Había abierto la cuenta Diego Aguirre. Pero igualó Cabañas. A cuatro minutos del final, un tiro libre de Jorge Villar forzó un tercer partido. El técnico, Oscar Tabárez, comentó: "Nosotros estábamos siempre preparados para responder a los desafíos. Alguien tuvo el mal gusto de regalarle a Battaglia una camiseta de Nacional. Y él se paseó con la camiseta puesta por el hotel Carrasco para provocar a mis hombres. Tal vez esa sea gran parte de la explicación de nuestra victoria. Allí puede estar el secreto de todo lo que lucharon sin dejarse derrotar por ese terrible enemigo que es el reloj. Estoy seguro que de allí sacó Aguirre la fuerza interior para pegarle a la pelota con un vigor que ya no tenía. Casi como con rabia...". En Santiago de Chile se midieron el 31 de octubre. 25 mil espectadores y el arbitraje del chileno Silva. Al equipo colombiano le bastaba el empate para ser Campeón de América. Fueron 90 minutos de durísimo trámite y otros 29 de alargue en los que el marcador se mantuvo 0-0. Pero a segundos del final, Diego Aguirre anotó el gol consagratorio, el de la gloria, el de la euforia. "Esta final ha sido dramática -manifestó Tabárez-, como para destrozar a cualquiera. En Montevideo estábamos perdiendo la Copa hasta que el botija Villar acertó ese tiro libre a cuatro del final. Y en Santiago, lo de Aguirre..." Faltaban segundos. El reloj del estadio marcaba 14 minutos y 58 segundos de los últimos quince de juego. Pero Diego Aguirre -montevideano, nacido el 13 de septiembre de 1965- en un esfuerzo supremo, con el último aliento, se metió por la izquierda, pegó el medio giro y asestó un zurdazo cruzado implacable, que terminó en la red. La Copa volvía a Montevideo. Apenas minutos antes, los suplentes del América pugnaban por meterse a la cancha a festejar una Copa que creían suya. Los colombianos estaban más enteros, física y psicológicamente. Willington Ortíz manejaba los hilos del partido. Pero perdieron dos piezas importantes: Gareca (salió desgarrado) y Cabañas, expulsado por agresión mutua con José Herrera. A Aguirre lo marcaban como podían, agarrándolo de la camiseta y frenándolo con fuertes y desleales infracciones. En su cara se veía un moretón debajo del ojo derecho, producto de una trompada de Cabañas. Por un golpe de Aponte le costaba mover el cuello. Además, del banco del América, con intervalos de medio minuto o menos, Roberto Cabañas -ya expulsado- tiraba una pelota extra para que el juego se detuviera porque había dos balones en el campo. Cada vez que aparecía una, se paraba el juego. Pero si Trasante estaba cerca, el zaguero la reventaba a las tribunas. Jorge Goncálves -hijo del histórico capitán- tenía un golpe en la boca, marca del codo de Cabañas. Pero seguía empujando. Aguirre también. Y así todo Peñarol. "Me jugué todo lo que me quedaba adentro -dijo el goleado-. Había visto el reloj del estadio y sabía que era la última. Le pegué con alma y vida al otro palo, y, cuando la vi adentro, fue una emoción terrible. En la Copa había hecho seis goles, todos de cabeza. Este fue el primero que hice pateando con mi pierna hábil. No lo puedo creer...". Diego Aguirre había llegado a Peñarol en 1986, proveniente de Liverpool. Hasta entonces había hecho 41 goles en su actual equipo sin ser un goleador característico. "Fiera", "Matador", "Diegol", algunos de los apodos del estudiante de abogacía, con muy buen nivel intelectual y perteneciente a una distinguida familia uruguaya (la de Martinez Pereyra). Querido y respetado dentro del plantel, sin embargo, no gozaba de la confianza total de los dirigentes. "Anduvimos buscando otro centroforward y vea el goleador que nos salió", fue la espontánea declaración de Damiani, presidente aurinegro, en un sincero mea culpa. Y concluyó: "Cuando tomé la presidencia, le debíamos tres meses a los jugadores. Apenas había para comprar. Trajimos dos jugadores: Cabrera y Paz. Contratamos al mejor técnico uruguayo. Esta tarde cada jugador ganó 9.500 dólares. Peñarol jugará la final de Tokio y por eso recibirá 240.000 dólares. Ha sido como saltar de infierno al cielo...". Llegaba el Día D. Llegaba la hora de las definiciones. El 12 de diciembre de 1987, en el Estadio Nacional de Tokio, debían enfrentarse el Campeón de América y el de Europa por la Copa Intercontinental de clubes. Peñarol -ganador de la Libertadores- enfrentaba al Porto de Portugal, flamante -y sorpresivo- campeón de Europa. "Peñarol cayó vencido pero no se arrodilló", tituló El País, de Montevideo, en su edición del día siguiente. Había ganado el Porto 2-1, en alargue, con un decisivo gol del argelino Rabbah Madjer, uno de los mejores jugadores que dio el fútbol africano, en tiempo suplementario. Gomes (Porto) y Viera (Peñarol) habían anotado en los 90 reglamentarios. El partido se desarrolló en un campo de juego cubierto de nieve, lo que hacía imposible un trámite prolijo. En ese combate, Peñarol puso su alta dosis de lucha, entrega y esfuerzo, en tanto que los portugueses mostraron su inteligencia, dejando que su rival gastara energías peleando contra su sistema defensivo y el lodo. En el vestuario, Oscar Tabárez elogió a sus hombres: "La entrega de todos los muchachos no da para ponerse triste sino para estar conforme. La lástima es que nos tocó perder luego de una reacción fabulosa en la que logramos empatar y si seguía el partido un poco más, yo creo que podíamos (quizás) obtener el triunfo. En fin... Son cosas del fútbol". Pero, sin dudas, esa derrota cerraba otro ciclo. Tabárez, al poco tiempo, se haría cargo de la Selección Uruguaya. Y en su reemplazo llegaría el crack que hacía solo dos años se había retirado del fútbol profesional: Fernando Morena.

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Tiempos malos El ´88 también fue una temporada de adversidad para Peñarol: no consiguió resultados en el ámbito local. Y en la Copa Libertadores -que para colmo de males- ganó Nacional (luego obtendría la Intercontinental)-, Peñarol empezó a jugar en la tercera fase, por haber sido el último campeón. En esa instancia, enfrentó a San Lorenzo de Almagro. Igualaron 0-0 en el Centenario. el 21 de septiembre. Pero siete días más tarde ganó el equipo argentino por la mínima diferencia, 1-0, con un gol convertido por Norberto Ortega Sánchez, en el estadio de Vélez Sarsfield. Esto provocó el alejamiento de Morena y su lugar, interinamente lo tomó Ladislao Mazurkiewicz. En la Copa Libertadores de 1989, Peñarol participó por haber ganado la Liguilla. Lideró el grupo V, que lo enfrentó con Danubio -campeón uruguayo-, Bolívar y The Strongest (ambos de Bolivia). En la segunda fase, fue goleado por Internacional de Porto Alegre 6-2, en un partido en el que se fueron expulsados los mirasoles Goncalves y Perdomo. La revancha fue el 11 de abril, en el Centenario. Y ganó otra vez el Inter 2-1. Pero más allá del resultado , como detalle, en Peñarol quedó la aparición de un juvenil valor en el mediocampo: Nestor Gabriel Cedrés. Otro dato: Diego Aguirre, héroe de la Copa de 1987, anotó el segundo gol del equipo brasileño. Otra vez, Peñarol afuera del trofeo. Pasarían cinco ediciones para que volviera a la competencia. El bochorno del Centenario El 19 de abril de 1990, jugando por el primer torneo oficial del año -la Copa Competencia-, el árbitro Eduardo Dluzniewski debió expulsar, a los 82´, a veinte de los veintidós futbolistas que estaban disputando una nueva edición del clásico. Todos los medios uruguayos catalogaron el incidente de "bochornoso" y "vergonzoso". La trifulca había comenzado cuando el capitán de Nacional, Enrique Peña, veía la tarjeta roja por una jugada violenta. Los peñarolenses Obdulio Trasante y Sergio Peluffo se abalanzaron sobre él cuando abandonaba el campo de juego y no tardó mucho para que todos los jugadores se trenzaran a puñetazos ante 65 mil espectadores presentes en el estadio. Dluzniewski expulsó a todos los futbolistas de Peñarol y a nueve de Nacional, además de denunciar a los suplentes de los tricolores que saltaron a la cancha para sumarse a la pelea. Durante la batahola, las hinchadas vivaban los nombres de ambos equipos. Los fanáticos de Peñarol derribaron un alambrado, pero no llegaron a invadir la cancha. Por suerte la gresca no se trasladó fuera del campo de juego. En el partido habían proliferado las jugadas violentas, desenlace de una guerra de declaraciones entre los capitanes de ambos equipos que había comenzado en la semana. Enrique Peña dijo que Nacional ganaría el encuentro "de cualquier manera", porque sus jugadores "eran más hombres". Trasante le respondió que "en la cancha veremos quien es más hombre". Tras la pelea, Trasante mantuvo su actitud: "Peña se hace el guapo acá. Vamos a ver afuera". El clásico, que correspondió a la 7a. fecha del Campeonato Competencia , fue terminado por el juez debido a la inferioridad numérica de ambos equipos. Y según el reglamento, a ambos se les dio por perdido el cotejo. Proyecto 100 años: Menotti y el fracaso A mediados del año, llegó César Luis Menotti. El Flaco causó una revolución en Montevideo. Con él, Peñarol hizo una gira europea en la que ganó 5 partidos y perdió solo ante el Real Madrid. "Llegué a Peñarol con un proyecto claro: mi equipo debe dar espectáculo, ganar por dos goles y respetar la historia de su camiseta", anunció. En el torneo local, debutó con un empate 1-1 ante Defensor. Sin embargo -aunque los resultados no se dieron a lo largo del torneo-, su parcialidad fue la líder en venta de entradas. Es que en Montevideo, a pesar de que Nacional había contratado 8 refuerzos, no se hablaba de otra cosa que no fuera "El Peñarol del Flaco". La ilusión era grande: de su mano, Peñarol debía ganar el título y la Copa Libertadores del año de su centenario. En la Supercopa, en tanto, eliminó al Santos de Brasil y a Boca Juniors. Precisamente ante los argentinos, había caído 1-0 en el Centenario. Pero ganó 2-0 en la histórica Bombonera, en un encuentro donde todo parecía perdido, pero el excelente rendimiento del equipo torció el rumbo de ese pronóstico desfavorable. En semifinal, fue eliminado por Olimpia -a la postre, el campeón- que lo goleó 6-0 en Asunción, resultado que luego no pudo remontar. En el ámbito local había conseguido cuatro victorias al hilo, tras derrotar a Huracán Buceo 3-1. Pasó de estar antepenúltimo en la tabla a colocarse a cuatro puntos del líder, Nacional. Paralelamente , se había reavivado la vieja polémica. Peñarol había nombrado una comisión -presidida por el entonces ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti- para organizar los actos por sus 100 años, que cumpliría en septiembre de 1991. Pero Nacional nominó una "Comisión del Decanato", encabezada por su presidente en ejercicio, Roberto Recalt, rechazando en varios frentes esa celebración, argumentando que Nacional era el auténtico decano del fútbol uruguayo, ya que "Peñarol fue fundado en 1913", sin considerar los años en los que fue el CURCC. El tema quedó en el tapete, se mantuvo latente durante semanas y, finalmente, pasó al olvido. "Peñarol es un equipo de pibes con mucho futuro: Adrián Paz, Paolo Montero, Sánchez, Cedrés, Blanco...", dijo Menotti sobre su equipo. Venía el clásico contra Nacional y los bolsos se confiaban: "Cuando estuvo en Boca, perdió siempre con River. Y cuando estuvo en River, lo hizo contra Boca. Ese no gana un solo clásico", decían. Sin embargo, no tuvieron en cuenta la historia de la camiseta. Y Peñarol le ganó con un categórico 2-0 el 18 de diciembre. Pero pese al triunfo, el conjunto no levantó cabeza. Bella Vista fue el campeón de 1990. En poco tiempo, Menotti dejó Peñarol: en cuatro partidos del torneo uruguayo de 1991, empató los dos primeros y fue derrotado en los siguientes (1-3 con Danubio y 1-4 con Huracán Buceo). Además en el año de su Centenario, Peñarol no participó de la Copa Libertadores, porque perdió su oportunidad en la Liguilla. El sábado 27 de abril, tras la goleada de Huracán Buceo, Menotti renunció y regresó a Buenos Aires. Una vez más, como desde hacía cuatro años, el fracaso. Pero ahora, en dimensiones mayores, por la ilusión que se había generado.

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En septiembre de 1991, el fútbol uruguayo se interrumpió porque la Asociación Uruguaya de Árbitros de Fútbol había exigido aumentar las medidas de seguridad en las canchas para evitar actos de vandalismo y advirtió que sus afiliados no dirigirían hasta que sus afiliados no dirigirían hasta que se aceptaran sus condiciones. La decisión había sido motivada por distintos incidentes que protagonizaron en la semana las hinchadas de Nacional y Peñarol, en forma separada. Peñarol había vencido a Racing 2-1. Para festejar el segundo gol, los hinchas invadieron el campo de juego, ya que el tanto se había anotado a solo segundos del final del partido. La policía reprimió a los invasores a bastonazo limpio, pero al ser agredidos con piedras desde las tribunas recurrieron a los gases lacrimógenos. Así, se provocaron escenas de pánico y caos entre el público. El partido fue suspendido antes del tiempo reglamentario, alegando "falta de garantías" para su continuación. En ese clima general, Peñarol celebró su centenario el 28 de septiembre. Para el evento, se organizó una multitudinaria cena, en la que estuvo invitado todo aquel que había contribuido a la historia del club. Entre los presentes, por ejemplo, estuvo Washington Cataldi y el entonces presidente de la República, Jorge Lacalle que, pese a ser un reconocido hincha de Nacional, asistió al acto. Una nueva era En febrero de 1993, resumió la conducción del club José Pedro Damiani, quien había sido el presidente del club cuando el equipo obtuvo la última Copa Libertadores, en 1987. Reconocido hombre de las finanzas y del deporte uruguayo, había sido nombrado Presidente Honorario. En su administración se optimizaron las condiciones del club. En su administración se optimizaron las condiciones del club. En pleno centro de Montevideo se inició el proyecto de construcción de una moderna y lujosa sede, contigua al Palacio Peñarol Contador Gastón Güelfi, principal estadio cerrado del Uruguay, con capacidad para 5000 personas sentadas. También se remodeló la concentración de los Aromos y se refaccionó el estadio de las Acacias donde, con capacidad para 12000 espectadores, Peñarol hace de local cuando no juega en el Centenario. Damiani contrató a quien había sido técnico alterno del Maestro Tabárez en la selección uruguaya. Venía de dirigir a Gimnasia y Esgrima de La Plata (llevó al club argentino a la final de la Copa Conmebol): Gregorio Pérez. De su mano, Peñarol recuperó el título uruguayo después de seis años, situación que se repetiría en 1994 y 1995. Con él, llegó otro ídolo de los uruguayos: Pablo Javier Bengoechea. Promisorio talento del fútbol uruguayo de mediados de los años ´80, el "Profesor" había sido el hombre que anotó el gol decisivo en la final de la Copa América 1987 -ante Chile-. En 1995, además, hizo el tanto consagratorio para los celestes, en la Copa jugada ese año en el Centenario. De su mano, Peñarol se consagró en 1993 después de haber ganado 16 de los 24 partidos que disputó. Empató tantos como perdió: 4. Hizo 50 goles y sólo le convirtieron 19. La campaña comenzó el 4 de abril, con el empate 0-0 con Defensor Sporting. Siete días más tarde fue la primera victoria: 3-2 ante Danubio, con goles de Darío Silva, Néstor Gabriel Cedrés y Marcelo Otero, juveniles delanteros que tuvieron destacada tarea. El primer clásico del año se jugó el 9 de mayo, y lo ganó 1-0, con gol de Bengoechea. La paternidad se prolongó con el de la segunda rueda: 3-1 el 24 de octubre: (Darío Silva 2; Bengoechea). En ese equipo, se destacaban la solidez de Nelson Daniel Gutiérrez -había retornado de Italia- en la zaga, la laboriosidad de Diego Dorta y Andrés Martinez en el medio, la inventiva de Bengoechea y Cedrés, y la profundidad de Marcelo Otero y Darío Silva en el ataque. Además ese año ganó la primera Copa Parmalat, disputada en Parma (Italia), entre los conjuntos que auspiciaba la empresa láctea: Parma, Palmeiras, Boca y el manya. En el año 1994, por primera vez, el Campeonato Uruguayo dejó de jugarse a dos ruedas y se disputaron los Torneos Clausura y Apertura. El Clausura quedó en manos de Peñarol, que buscaba revancha. Es que el Apertura había sido suyo también. Pero una resolución del Tribunal de Penas cambió la historia. Crónica de un absurdo El domingo 12 de junio de 1994, a las 15 horas, Diego Posadas (16) iba de la sede de Nacional con una entrada para asistir al clásico con Peñarol. Caminaba a 300 metros del Centenario. Su destino la Tribuna Colombes, lugar al que iba acompañado de un grupo de hinchas bolsos. En su camino se cruzaron con unos fanáticos de Peñarol, que iban a la Amsterdam, para unirse a la barra brava. Intercambiaron insultos y rápidamente pasaron a la acción. Tras 10 minutos de combate, Posadas terminó con su cuello ensangrentado y se arrastró a la comisaría instalada en el interior del estadio. Finalmente, por la hemorragia producida por el corte que le atravesó la yugular, falleció cuando ingresaba al hospital. El partido lo ganó Peñarol 1-0, con gol de Darío Silva. Sin embargo el proceso siguió: declararon desde los más altos dirigentes de ambos clubes hasta los identificados jerarcas de las barras bravas. Finalmente se llegó a la detención de Tatín, tal era el apodo de un muchacho de 15 años, cuya identidad fue protegida por la ley. Si bien se comprobó que no era drogadicto, se supo que estaba bajo un tratamiento de psicofármacos. Por su edad se lo declaró "inimputable", pero fue internado en un establecimiento para menores. La historia no quedó ahí. El 11 de julio, Peñarol le ganó 1-0 a Central Español en el último minuto de juego. Al día siguiente, Defensor igualó con Nacional y el final del Campeonato Apertura consagraba a Peñarol campeón con 18 puntos sobre Defensor (17), Basañez (16) y Nacional (15). Sin embargo, los resultados fueron "modificados" por una jurisprudencia existente en la Asociación Uruguaya de Fútbol. El 19 de septiembre de 1992 jugaron Basañez y Villa Teresa por el Campeonato de la "B". Ambos equipos tienen hinchadas muy "pesadas". Y Basañez, además está muy identificado con el empresario Paco Casal, por entonces enfrentado al presidente de la AUF, Hugo Batalla, y al entrenador de la selección, Luis Cubilla. El partido terminó con normalidad y en un descampado -a 100 metros del estadio-, las hinchadas se enfrentaron a balazos, hecho que arrojo un muerto como saldo.

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La AUF desafilió a los clubes hasta el 31 de diciembre por los antecedentes registrados, lo que provocó una huelga de la Mutual de futbolistas que, básicamente, argumentó la imposibilidad de sancionar a los clubes y sus jugadores por incidentes ocurridos afuera del estadio y en los que no tuvieron nada que ver. La huelga se solucionó con un acuerdo aprobado el 13 de noviembre de 1992, por el que se dispuso que "cuando sucedan incidentes colectivos de inusitada gravedad de los que deriven lesiones o muerte de alguna persona promovidos por la parcialidad de un club, se procedería a la quita de puntos obtenidos en el certamen". En 1994, el novel gobierno de la AUF -presidido por Carlos Maresca- quedó prisionero del pasado. Así fue como el Lunes 1 de agosto se resolvió aplicarles a Peñarol y Nacional una sanción que, entre otras cosas implicó la pérdida de 4 puntos . Como el fallo es inapelable, según lo que también se determinó en 1992, Peñarol pasó a tener 14 puntos, con lo que simultáneamente, se proclamó campeón a Defensor. Damiani les pidió entonces a los dirigentes que renunciaran. Además amenazó con no presentar al equipo a disputar el Clausura. Y llamó a una Asamblea General de socios para decidir que posición adoptar. "Esto es una barbaridad -dijo-. Es una sanción injusta. Nosotros ganamos los puntos en la cancha. Ni hablo del perjuicio económico que significa tener que pagar a los jugadores por ser campeones. Además, aquí pagan todos por culpa de un desequilibrado y alcohólico de 15 años, que está internado en un psiquiátrico". En tanto Nacional apoyó la decisión, porque eso significaba humillar a su rival y privarlo del título. Al domingo siguiente, comenzó el Clausura, Peñarol postergó su partido por la primera fecha -ante Progreso- para poder participar en la Copa Parmalat (ganada en San Pablo) y esperar la decisión de la Asamblea General. El fuego sagrado Después de tantas idas y venidas, finalmente Peñarol jugó y ganó el Clausura. Arrancó con una goleada 5-1 ante Rampla (con 3 goles de Darío Silva, Andrés Martínez y Pablo Bengoechea) el 14 de agosto. Y concluyó su campaña, en la que ganó 10 partidos y perdió 2, el 30 de octubre, con la victoria 3-1 ante Central Español, con tantos de Bengoechea, José De Los Santos y Aguirregaray. Para definir el título, se jugaron 3 finales con Defensor. La primera fue un empate 1-1 (Bengoechea). La segunda terminó con el mismo resultado (gol de Washington Tais). El partido definitivo se ganó el 20 de noviembre, con goles de Baltierra y Darío Silva para poner el definitivo 2-1 ante los violetas y cerrar una campaña en la que, al cabo de un año, ganó 20 partidos sobre 27 jugados, anotando 66 goles y recibiendo sólo 21. Durante el Apertura de 1995, Peñarol perdió un solo encuentro: ante Nacional, 1-2 el 21 de mayo. Aunque fue el equipo que logró más puntos, como le quitaron dos por el fallo del año anterior, debió disputar una final con Liverpool, en la que venció 2-0 (Pacheco y Darío Silva). En el Clausura igualó la primera posición con Nacional, por lo que los dos grandes debieron disputar una final, que terminó empatada 2-2 y fue ganada en los penales por los tricolores. Esa situación obligó a definir el Campeonato Uruguayo al mejor de tres clásicos. Peñarol contaba con un conjunto renovado, por la aparición de juveniles como Federico Magallanes. El primer partido lo ganó Peñarol (1-0; Bengoechea), mientras que Nacional ganó el segundo (1-2). La finalísima se jugó el 15 de noviembre. Con goles de Robert Lima, Luis Romero y Pablo Bengoechea, Peñarol ganó 3-1 y obtuvo el tricampeonato, que significó la partida de Gregorio Pérez a Independiente de Avellaneda. En las puertas del Quinquenio El Peñarol de 1996 fue distinto. Llegó Jorge Fossatti, un técnico de la casa -había sido arquero a finales de los ´70- pero con un fútbol diferente: de carreras y de toque. No fue fácil el cambio. Sin embargo salió campeón del Apertura. Sin buenos resultados en el Clausura, en algún momento se desentendió del torneo para preparar el equipo para las finales. El Campeonato Uruguayo se definió el 20 de octubre, después del clásico que Nacional y Peñarol igualaron 1-1. Fue la trigésima tercera vuelta olímpica de su historia. Entre los 45 mil espectadores, estuvo presente Julio María Sanguinetti, presidente de la República y fanático de Peñarol. El mirasol había ganado el encuentro de ida 1-0, con gol de Washington Tais. Siete días más tarde, el autor del tanto decisivo en la final fue Antonio Pacheco, quien se vanagloriaba de haber perdido un solo partido ante Nacional en toda su trayectoria como futbolista -jugaba desde la Séptima División-: el 1-2 del Clausura de ese año. "Que nacieron hijos nuestros hijos nuestros morirán...!!!", cantaba el público. La final se jugó con dientes apretados, con pechos que se juntaban en cada jugada fuerte, con los choques permanentes entre Aguirregaray (de Peñarol) y Ostolaza (Nacional). Peñarol llegó a ese partido disminuido por las ausencias. Todos lo daban sin posibilidades y como perdedor. Sin embargo, la concentración de Los Aromos había rebalsado de paz durante toda la semana, en contrapartida a lo que ocurría con Nacional. El técnico, Miguel Angel Puppo, había acusado a sus jugadores por "falta de... ganas". Incluso, se dijo que la barra brava fue a apretarlos a la concentración de Los Céspedes´: los tricolores iban a matar o morir. El Pato Carlos Aguilera -campeón mundial en 1980 con Nacional y ahora emblema de Peñarol- comentó que "la semana de ellos fue difícil. Nosotros llegábamos mejor y teníamos que demostrarlo. Por eso controlamos la pelota e intentamos jugar con su desesperación. Al final se dio...". Expulsados Aguirregaray y Jorge Rodríguez, los nueve que quedaron en la cancha cargaron sobre el arco de Carlos Nicola para alcanzar un empate consagratorio. Por el nuevo título, cada jugador se llevó 13 mil dólares como premio. Navarro; Olveira, Aguirregaray, Jose De Los Santos; Tais, Gonzalo De Los Santos, Rotundo, Lima; Bengoechea; Jorge Rodríguez y Pacheco fueron los titulares del campeón. "Yo sabía que se tenía que dar, lo sabía", dijo Fossatti. El entrenador, pese al triunfo, estaba distanciado con los jugadores. Sin embargo, salieron campeones.

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Nosotros ganamos y no dijimos que éramos los mejores, como ellos. Los de Nacional nos dedicaron el triunfo del Clausura y siempre quisieron mostrar que eran superiores. Pero la demostración fue esta: el verdadero campeón es Peñarol", declaró el arquero Sergio Navarro. El ´97 se inició con una sola ilusión el segundo Quinquenio. Los peñarolenses no hablaban de otra cosa. Tras un paso por Independiente y el Cagliari italiano, había retornado Gregorio Pérez al club. El plantel -que pese a las ventas conservó la base: Aguirregaray, Olveira y Bengoechea- mantuvo una unidad inquebrantable. Desde los incidentes en el estadio de Las Acacias -que no le permitieron finalizar su partido con Rampla-, hasta la posterior ruptura de contacto con el periodismo. Otro hecho que fortaleció esa unidad fue la muerte del juvenil Fabián Perea. Con esa mística formada, dieron vuelta partidos imposibles y desarrollaron una campaña digna de un pentacampeón. La consagración "Quinqueeenio / Quinqueeenio!", se gritaba desde la tribuna Amsterdam, bajo una inclemente lluvia. Es que Peñarol acababa de golear 3-0 a Defensor Sporting en la segunda final del campeonato uruguayo de fútbol. Peñarol alcanzó su quinta consagración luchando contra la adversidad. Para se campeón, debía ganar los últimos ocho partidos. Y, en menos de dos meses lo hizo: 4-0 a Liverpool, 2-1 a Danubio, 4-3 a Nacional, 4-3 a Cerro, 1-0 a Huracán Buceo, 3-2 a Nacional, 1-0 y 3-0 a Defensor Sporting. 22 goles en 53 días para obtener estas victorias. Encima, en ambos clásicos iba perdiendo por dos goles de diferencia . Los clásicos de ese año fueron favorables. El 11 de mayo ganó Peñarol 2-0 con goles de Pacheco y Bengoechea. El 19 de octubre, perdía 3-1 en el primer tiempo, pero descontó a los 44 minutos y, en los veinte finales, llegó la remontada, con tantos de Jorge Goncalves y Juan Carlos De Lima. A partir de ahí los goles de Juan Carlos De Lima -quien había sido delantero de Nacional- comenzaron a tomar importancia; una semana después, hizo el cuarto sobre la hora para vencer a Cerro. En el último clásico -miércoles 5 de noviembre- ganaba Nacional -otra vez- 2-0 el primer tiempo. Pero la furia del equipo de Gregorio Pérez se lanzó sobre el arco que da a la Colombes y, en quince minutos, Marcelo Zalayeta, Luis Romero y Juan Carlos De Lima pusieron el definitivo 3-2. Esa noche, Peñarol alargó la paternidad a 62 clásicos ganados, contra 39 de Nacional. Peñarol tuvo la posibilidad de enfrentar a Defensor en la final gracias a un favor de Nacional que, con un gol de Juan Ramón Carrasco, derrotó a los violetas, forzando esta definición. El Centenario se llenó. Las entradas, que habían sido puestas a la venta en un shopping, se "evaporaron" en poco tiempo. Era la histórica posibilidad de acceder por segunda vez, al Quinquenio. El Profesor Bengoechea a los 29´, dio una clase magistral de cómo pegarle a la pelota en movimiento. A los 77´, Pacheco la picó sobre cuerpo del arquero. Y De Souza, a los 85´, selló la victoria: 3-0. A las 22:58 del 12 de noviembre de 1997, Peñarol conquistó su segundo Quinquenio. "Este es un triunfo del grupo; de los que arrancamos en el ´93 y de los que se fueron mechando, porque la sangría fue grande -reconoció Bengoechea-. Y lo conseguimos. En silencio, concentrándonos en no cometer errores y aprovechando las principales armas del equipo: la solidez defensiva y las jugadas de pelota quieta".