Capítulo 3 La politización de la maternidad, 1920-1940 · imposición de coerciones, los médicos...

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1 Capítulo 3 La politización de la maternidad, 1920-1940 En el capítulo anterior, intentamos reconstruir algunos de los esfuerzos más importantes y sistemáticos de maternalizar a las mujeres. Es decir, por volverlas exclusivamente madres, comprendiendo por maternidad un vínculo natural, simbiótico, incompatible con otras actividades, ideas y sentimientos. Dichos esfuerzos no disminuyeron en las décadas de 1920 y 1930. Sin embargo, fue la politización de la maternidad la que dominó el escenario en estas dos décadas. Emergente años antes, la consideración de la maternidad como un "asunto publico", como un problema de Estado, se amplió y consolidó en este período, aunque de forma diversa y contradictoria. En su interior convivían distintos objetivos, supuestos e intenciones. Tuvo repercusión en la vida social y en la identidad de las mujeres, aunque no siempre de la forma esperada. La politización de la maternidad no implicaba su socialización. No pretendía modificar su organización privada, aislada y feminizada lo cual conllevaba una fuerte tensión interna: si, por un lado, se consideraba que determinadas decisiones con respecto a la procreación y a la crianza de los niños eran “cuestiones de estado” o “asuntos públicos” y, por lo tanto, no podían quedar al arbitrio de las personas (es decir, a lo privado), por otro y por razones diversas, se prescindía casi totalmente de intervenir en las condiciones materiales y afectivas necesarias para realizar la maternidad. Para analizar el proceso de maternalización de las mujeres, comenzamos por los contenidos de las ciencias médicas. Como sosteníamos anteriormente, éstos no presentaron grandes variantes frente a los textos de la medicina occidental. Por el contrario, frecuentemente los citaron, los copiaron, aunque también es cierto que sólo en lo que resultaba operativo y significativo para las realidades locales. Entre 1890 y 1920, habíamos destacado el peso de la medicina social y la eugenesia en las tres especialidades que intentaron abordar científicamente el cuerpo femenino: la ginecología, la obstetricia y la puericultura. En los años 20 y „30, la centralidad estratégica de estos cuerpos en la herencia, la salud de los niños, el futuro de la población y la “raza”, se mantuvo e incluso el peso de la eugenesia fue mayor, puesto que estas décadas fueron las de su consolidación en el ambiente local. También el aparato reproductivo, el embarazo, el parto, los hijos, continuaron siendo centrales para otorgar determinado sentido al cuerpo de las mujeres. Continuidades y logros cada vez mayores pueden observarse en el campo de la medicalización de la reproducción. Desde el inicio de nuestro período de estudio, nos encontramos con enconados y decididos esfuerzos por parte de los médicos para legitimar su lugar en el acceso científico a las cuerpos de las mujeres, al mundo de las concepciones, embarazos y partos, a las prácticas de cuidado y crianza de los bebés. Para ello, era necesario apropiarse y descalificar los conocimientos de las mujeres en general y excluir a algunas, en particular, hasta entonces dueñas de esos espacios: las comadronas. La ginecología, la obstetricia, la puericultura, como ramas o especialidades de la medicina eran tareas de varones (aunque después veamos que fue uno de los primeros campos de educación superior en el que las mujeres lucharon por entrar). Las parteras y las auxiliares, operadoras manuales, educadas y diplomadas por instituciones controladas por médicos, debían, en algunos casos, o podían, en otros, ser mujeres. Este desplazamiento fue lento pero exitoso a largo plazo. La otra cara de este proceso de medicalización de la reproducción fue tanto o más dificultoso: la aceptación de estos especialistas por parte de las mujeres. Entre la búsqueda de un consenso y la imposición de coerciones, los médicos precisaban atraer a las mujeres, madres reales o potenciales, a sus consultorios, a sus hospitales, a sus instituciones. La resistencia de las mujeres fue fuerte, la encontramos hasta fines del periodo estudiado, pero fue selectiva. Estaba cr uzada por las “diferentes” especialidades: el parto institucional tuvo más éxito que la consulta ginecológica, y obviamente por las distinciones sociales entre mujeres. Por cuestiones materiales e ideológicas, las mujeres trabajadoras, las más preciadas por los médicos, fueron las más reacias. La distancia entre ellas y estos médicos era casi abismal. En los años „20 y „30, ante el constatado fracaso de dos o tres décadas de prédicas, los médicos emprendieron estrategias más firmes y activas: intensificaron la conexión a través de otras mujeres del sistema de salud (enfermeras, parteras, visitadoras). Organizaron con estas últimas un sistema cada vez más acabado y completo de servicios sociales con lo cual si las mujeres no concurrían a las instituciones médicas, las instituciones médicas golpeaban en las puertas de sus casas. También, para las más educadas y con recursos, comenzaron a editar o escribir para revistas de divulgación que agilizaron la transmisión de conocimientos, prácticas, valores y sentimientos, a través de un lenguaje más ameno, más periodístico, menos acartonado que el de los manuales de puericultura que, cuando se poseían, raras veces escapaban de los estantes de las bibliotecas. Todos estos esfuerzos dejaron profundas huellas en las prácticas, ideas,

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Capítulo 3

La politización de la maternidad, 1920-1940

En el capítulo anterior, intentamos reconstruir algunos de los esfuerzos más importantes y

sistemáticos de maternalizar a las mujeres. Es decir, por volverlas exclusivamente madres,

comprendiendo por maternidad un vínculo natural, simbiótico, incompatible con otras actividades, ideas y

sentimientos. Dichos esfuerzos no disminuyeron en las décadas de 1920 y 1930. Sin embargo, fue la

politización de la maternidad la que dominó el escenario en estas dos décadas. Emergente años antes, la

consideración de la maternidad como un "asunto publico", como un problema de Estado, se amplió y

consolidó en este período, aunque de forma diversa y contradictoria. En su interior convivían distintos

objetivos, supuestos e intenciones. Tuvo repercusión en la vida social y en la identidad de las mujeres,

aunque no siempre de la forma esperada.

La politización de la maternidad no implicaba su socialización. No pretendía modificar su

organización privada, aislada y feminizada lo cual conllevaba una fuerte tensión interna: si, por un lado,

se consideraba que determinadas decisiones con respecto a la procreación y a la crianza de los niños eran

“cuestiones de estado” o “asuntos públicos” y, por lo tanto, no podían quedar al arbitrio de las personas

(es decir, a lo privado), por otro y por razones diversas, se prescindía casi totalmente de intervenir en las

condiciones materiales y afectivas necesarias para realizar la maternidad.

Para analizar el proceso de maternalización de las mujeres, comenzamos por los contenidos de

las ciencias médicas. Como sosteníamos anteriormente, éstos no presentaron grandes variantes frente a

los textos de la medicina occidental. Por el contrario, frecuentemente los citaron, los copiaron, aunque

también es cierto que sólo en lo que resultaba operativo y significativo para las realidades locales. Entre

1890 y 1920, habíamos destacado el peso de la medicina social y la eugenesia en las tres especialidades

que intentaron abordar científicamente el cuerpo femenino: la ginecología, la obstetricia y la puericultura.

En los años 20 y „30, la centralidad estratégica de estos cuerpos en la herencia, la salud de los niños, el

futuro de la población y la “raza”, se mantuvo e incluso el peso de la eugenesia fue mayor, puesto que

estas décadas fueron las de su consolidación en el ambiente local. También el aparato reproductivo, el

embarazo, el parto, los hijos, continuaron siendo centrales para otorgar determinado sentido al cuerpo de

las mujeres.

Continuidades y logros cada vez mayores pueden observarse en el campo de la medicalización

de la reproducción. Desde el inicio de nuestro período de estudio, nos encontramos con enconados y

decididos esfuerzos por parte de los médicos para legitimar su lugar en el acceso científico a las cuerpos

de las mujeres, al mundo de las concepciones, embarazos y partos, a las prácticas de cuidado y crianza de

los bebés. Para ello, era necesario apropiarse y descalificar los conocimientos de las mujeres en general y

excluir a algunas, en particular, hasta entonces dueñas de esos espacios: las comadronas. La ginecología,

la obstetricia, la puericultura, como ramas o especialidades de la medicina eran tareas de varones (aunque

después veamos que fue uno de los primeros campos de educación superior en el que las mujeres

lucharon por entrar). Las parteras y las auxiliares, operadoras manuales, educadas y diplomadas por

instituciones controladas por médicos, debían, en algunos casos, o podían, en otros, ser mujeres. Este

desplazamiento fue lento pero exitoso a largo plazo.

La otra cara de este proceso de medicalización de la reproducción fue tanto o más dificultoso: la

aceptación de estos especialistas por parte de las mujeres. Entre la búsqueda de un consenso y la

imposición de coerciones, los médicos precisaban atraer a las mujeres, madres reales o potenciales, a sus

consultorios, a sus hospitales, a sus instituciones. La resistencia de las mujeres fue fuerte, la encontramos

hasta fines del periodo estudiado, pero fue selectiva. Estaba cruzada por las “diferentes” especialidades: el

parto institucional tuvo más éxito que la consulta ginecológica, y obviamente por las distinciones sociales

entre mujeres. Por cuestiones materiales e ideológicas, las mujeres trabajadoras, las más preciadas por los

médicos, fueron las más reacias. La distancia entre ellas y estos médicos era casi abismal. En los años „20

y „30, ante el constatado fracaso de dos o tres décadas de prédicas, los médicos emprendieron estrategias

más firmes y activas: intensificaron la conexión a través de otras mujeres del sistema de salud

(enfermeras, parteras, visitadoras). Organizaron con estas últimas un sistema cada vez más acabado y

completo de servicios sociales con lo cual si las mujeres no concurrían a las instituciones médicas, las

instituciones médicas golpeaban en las puertas de sus casas. También, para las más educadas y con

recursos, comenzaron a editar o escribir para revistas de divulgación que agilizaron la transmisión de

conocimientos, prácticas, valores y sentimientos, a través de un lenguaje más ameno, más periodístico,

menos acartonado que el de los manuales de puericultura que, cuando se poseían, raras veces escapaban

de los estantes de las bibliotecas. Todos estos esfuerzos dejaron profundas huellas en las prácticas, ideas,

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valores y sentimientos de las mujeres con respecto a sus hijos y a sí mismas aunque, como sosteníamos en

la primera parte, los resultados no siempre fueron exactamente los deseados por los médicos o se llegó a

aquellos por caminos no ideados conscientemente por éstos.

Específicamente con respecto a los contenidos de la ciencia, en los años „20 y „30 encontramos

tanto continuidades como novedades: la centralidad otorgada a la lactancia como condición para ser una

“buena” madre, como lazo constitutivo del “binomio madre-niño”. La construcción de esta relación

durante la primeras décadas del siglo XX tuvo su consagración en los años „20 y „30. Alrededor de ella,

se afianzó un conjunto de saberes, prácticas y políticas que consideraban el comienzo de la existencia del

niño, incluso, antes de la concepción. En una “etapa ideal” constituida por el deseo de las mujeres de ser

madres. Por otro lado, se acentuó la legitimidad de la maternidad biológica. La madre era la que había

concebido, gestado y parido, además de criado y cuidado, al niño. Ambas proposiciones tendrían

profundas influencias en las concepciones y políticas alrededor de la maternidad: si la existencia del niño

comenzaba antes de la concepción, pocas dudas parecían caber que la vida de éste arrancaba en el

momento mismo de la concepción. A pesar de la insistencia educativa en imponer determinado tipo de

cuidado, crianza y sentimientos por parte de las mujeres hacia los niños, no se descuidó el vinculo

biológico. Por el contrario, aunque no fuera suficiente, la procreación biológica era necesaria para ser la

“verdadera” madre, o simplemente la madre en estas décadas que no aceptaron ningún tipo de adopción

legal.

También se prolongó y acentuó, en términos paradójicos con la idea de construir el deseo, la

identificación entre maternidad y sufrimiento. Ser madre era una recompensa sufriente. Ser madre, en

última instancia, requería de la construcción de una personalidad masoquista. Desde el cuerpo hasta el

alma, ser madre era comenzar a sufrir desde el deseo, si esto no podía cumplirse, pasando por el parto y

no acabar nunca, incluso cuando el hijo se convirtiera en adulto.

Desde la ciencia, los médicos cuestionaron al derecho. Desde la medicina, se imponían nuevas

legitimidades que los códigos no contemplaban, más vinculados a otra moral y otras tradiciones. Los

médicos creyeron ser, por lo tanto, idóneos consejeros y reformadores del derecho. Sus éxitos en este

plano fueron contradictorios e inconclusos. También en las décadas de 1920 y 1930 y a pesar de los

avances del Estado en la materia, éste siempre quedó a la zaga de sus demandas.

Sin embargo, las continuidades fueron sumando nuevas contradicciones. El afianzamiento de una

imagen “nueva” de mujer, de una “mujer nueva”, debía ser incorporado. Los cuerpos y las vidas

femeninas, aún destinados a la maternidad, fueron pasibles de nuevos enfoques: la preparación física y la

gimnasia se introdujeron con reticencias. La separación entre reproducción y sexualidad, con la

emergencia de la legitimidad del placer femenino y la elección de la cantidad de hijos, fueron aún más

difíciles de compatibilizar pero no estuvieron ausentes. El peso de las explicaciones psicológicas para

determinados comportamientos sexuales también se fue imponiendo: la frigidez o la insatisfacción sexual

femeninas comenzaron a abordarse desde las experiencias culturales y sociales de las mujeres. Sin

abandonar el lazo anatómico, el ginecólogo pretendió erigirse en consultor psicológico de las mujeres y

las parejas.

Finalmente, el viraje fundamental de estas últimas décadas, desde el punto de vista de los

contenidos de las ciencias médicas, fue el desplazamiento del foco de atención desde la mortalidad

infantil hacia la disminución de los nacimientos, proceso que se estaba dando fundamentalmente en

ámbitos urbanos, en especial la ciudad de Buenos Aires, pero considerado indicador del rumbo de los

“nuevos tiempos”. El pronatalismo, enlazado a la eugenesia, caracterizó el pensamiento médico de la

época, en algunos casos, no exento de influencia y admiración por las políticas fascistas contemporáneas.

La consideración de la maternidad como un asunto publico se basó en (y reforzaba a) diferentes

posiciones frente a las relaciones de poder entre los sexos. Por un lado, estaban las que pretendían, de esta

manera, la subordinación de las mujeres. A las mujeres, no les correspondía ni debía interesarles ejercer

otro tipo de actividades (laborales, comerciales, sociales, políticas) más allá de la maternidad. Ellas

habían nacido para ser madres: era su función natural. Para algunos, la más sublime y, por ello, no debían

rebajarse a la arena de las miserias y disputas humanas (=masculinas). Otros (y, muchas veces, los

mismos), sostenían que las mujeres debían ser tuteladas. Eran seres débiles, necesitados de protección.

Estas posiciones no siempre pretendían basarse en la inferioridad de un sexo con respecto al otro.

Frecuentemente, usaban la idea de complementariedad entre un sexo fuerte (masculino) y un sexo débil

(femenino). Los resultados, en ocasiones, no diferían de los primeros: como seres que debían ser

protegidos, las mujeres no gozaban (ni podrían hacerlo) de las mismas libertades y derechos que los

varones. Finalmente, sin abandonar esta idea de la complementariedad, emergieron quienes consideraron

que la diferencia sexual "natural", incluso la debilidad de un sexo, no justificaba la desigualdad social,

económica y política entre aquellos. Retomaron, también, la maternidad, intentado extraer de ella la

fuerza para sus reclamos. Puesto que eran madres y que la maternidad era la tarea humana más sublime,

las mujeres tenían el derecho y la obligación de intervenir en las decisiones de los pueblos, en las políticas

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sociales, económicas y militares.

A continuación, comenzaremos por analizar los contenidos de la ciencia y las prácticas médicas

con respecto a la maternidad y a la maternalización de las mujeres en el Buenos Aires de las años „20 y

„30. Más adelante, profundizaremos en la ampliación y consolidación de algunas políticas de la

maternidad y en el maternalismo político contemporaneo.

1. Las ciencias médicas

Como vimos en la primera parte, la eugenesia se consolidó en las décadas de 1920 y 1930. Si

bien es cierto que durante estos años ganaron terreno algunas posiciones de la eugenesia positiva (como,

por ejemplo, el "matrimonio eugénico" con certificado de salud pre-nupcial), el peso del transformismo se

mantuvo, así como muchas de las ideas con respecto a la herencia y a la relevancia específica dentro de

ésta de la salud orgánica y psíquica femenina.1 La mujer continuaba ocupando un lugar fundamental

dentro del pensamiento y práctica eugenésica. A la transmisión de enfermedades, se le sumaban las

posibles acciones externas (por ejemplo, el trabajo físico o intelectual) que podían afectar el desarrollo del

embrión o el feto y los "estados de ánimo", transmitidos por el cordón umbilical o, después de nacido el

niño, a través de la leche2.

En estos años se consolidaron las miradas sobre el cuerpo de las mujeres que pretendían

constituirlo como base y reflejo de un conjunto de actitudes, actividades y valores definidos como

“femeninos”. Estas consideraciones y perspectivas se enmarcaban en una perspectiva científica que

vinculaba estrechamente lo corporal y lo mental, lo físico y lo psíquico, lo biológico y lo moral. Para el

ilustre e influyente médico español Gregorio Marañón, de la existencia de caracteres sexuales

anatómicos primarios -como los ovarios- se derivaban caracteres funcionales secundarios -como el

instinto de maternidad y cuidado de la prole, mayor sensibilidad a estímulos sensitivos y emocionales,

menor disposición para la labor abstracta y creativa, menor aptitud para la impulsión motora activa y

mayor predisposición para la resistencia pasiva. La presencia de testículos, en cambio, generaba un

instinto de actuación social, menor reacción ante los estímulos afectivos, mayor capacidad para la labor

abstracta y creativa, mayor aptitud para la impulsión motora activa y menor predisposición para la

resistencia pasiva3.

El cuerpo femenino sólo aparecía adquiriendo sentido a través de la procreación, la crianza de los

niños, la maternidad. La marca de la procreación en el cuerpo femenino parecía plenamente instalada, al

menos en el nivel de las teorías. Todas otras posibles facetas de la vida sexual y social de las mujeres

quedaban oscurecidas por la maternidad. La insistencia en estas premisas, en cambio, puede considerarse

un indicio de su cuestionamiento práctico.4 Por otro lado, la mayoría de los trabajos asalariados, el

estudio, la lucha por la igualdad de derechos con los varones, la diversión y el ocio, eran considerados

patologías o situaciones que predisponían a adquirir patologías. Todo comportamiento no maternal o no

maternalizable era frecuentemente percibido como una afrenta a la Naturaleza y como un "desorden"

social5.

Sin cuestionar la "esencia" básicamente reproductora del cuerpo femenino, en los años ‟30,

algunas voces comenzaron a insistir en la necesidad de que la mujer argentina practicara gimnasia

específicamente femenina. En medio de un ambiente que calificaba como bastante frío, Ruth Schwarz de

Morgenroth traía de Francia estas propuestas. En Buenos Aires, a su juicio, contó con la “benévola

colaboración de unos pocos, demasiado pocos profesionales”. De todas maneras, fue responsable de

organizar ejercicios con mujeres embarazadas dentro de una Maternidad por primera vez en América del

Sur. En su instituto particular, la gimnasia femenina no se reducía al embarazo. Por el contrario, era

considerada necesaria en cada una de las etapas del ciclo vital femenino: la niñez, la “ingrata” edad del

desarrollo, la futura madre y la madre, la “edad crítica”. La diferencia sexual cruzaba la propuesta más en

sus formas (tipos de ejercicios y movimientos) que en las finalidades últimas, idénticas para todos los

seres humanos: “La finalidad máxima de la gimnasia es el perfeccionamiento del cuerpo humano y su

1Pérez Sotomayor, Rodolfo: "El embarazo y el parto desde el punto de vista espiritual”, p. 12.

2Mandolini, Hernani: "La degeneración", Revista de Ciencias Médicas, tomo IV, n° 40, 15 de agosto de

1921, p. 172.

3Marañón, Gregorio: Tres ensayos sobre la vida sexual, Madrid, 1926, p. 17.

4Araya: "Climaterio y menopausia" en La Semana Médica, tomo II, septiembre de 1939, p. 713.

5Busco, Juan: "Sobre la cuestión sexual en nuestro ambiente", La Semana Médica, año XXIX, n° 50, 14

de diciembre de 1922, p. 1236.

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conservación en perfectas condiciones, vale decir: en estado de salud”6.

En medio de continuidades y algunos cambios, la sexualidad femenina continuaba presentándose

como problemática. La insistencia en ordenarla, en normativizarla, arrancaba tanto de la existencia de

prácticas sociales que contradecían las teorías hegemónicas (que la vinculaban a la pasividad, al

sufrimiento) como de mitos populares acerca de fuerzas desconocidas y peligrosas contenidas en ella.

Pero, además, constituía una reacción frente a la emergencia de una serie de publicaciones, en su mayoría

traducciones, sobre sexología en los años „20 y „30. En dichas publicaciones, aparecían otras lecturas de

la sexualidad femenina que, aunque en su mayoría respetuosas de la castidad prenupcial y la fidelidad

matrimonial, le otorgaban ciertas posibilidades más allá de la procreación. La separación entre sexualidad

femenina y reproducción comenzaba a adquirir cierta legitimidad en medio de un campo de anatemas y

anuncios de calamidades.

Desde el centro de las explicaciones más biologistas de las conductas femeninas, también

emergían otro tipo de racionalizaciones. La insatisfacción sexual femenina, por ejemplo, empezó a

percibirse total o parcialmente como el resultado de una falta de educación sexual adecuada por parte de

las mujeres. Algunos médicos, que percibían claramente una contradicción entre un “deber ser” sexual

femenino y la reproducción biológica, afirmaron que el pasaje de la castidad al ejercicio de la vida

matrimonial provocaba un importante “trauma psíquico”, al menos entre las mujeres de su clase y/o las

que concurrían a sus consultorios. Esta experiencia podía engendrar angustia, resentimiento e, incluso,

odio contra el esposo durante toda la vida. Puesto que, abruptamente, en la "noche de bodas" se producía

“el paso de un acto considerado hasta ese momento prohibido y vituperado, convertido ahora en acto

lícito y aún sacramental”7. Así, la impotencia sexual femenina podía tener causas orgánicas obstructivas,

neuróticas (vaginismo, frigidez) y fóbicas. La coitofobia, común en mujeres casadas, consistía en un

“terror ansioso, exagerado, injustificado, de practicar la cópula, cuya tentativa o iniciación por parte del

hombre desencadena una crisis, a veces con gritos, negativa absoluta y fuga del lecho conyugal”8.

De más estaría insistir en que estas generalizaciones no introducían variables de clase ni

tradiciones culturales diversas, y "la mujer" era el resultado de una abstracción basada en el

comportamiento impuesto a las mujeres de una clase social que intentaba difundirse como “natural” a las

otras. De todas maneras, estas abstracciones se basaron e influyeron en algunas experiencias femeninas.

Estas apreciaciones, a mitad de camino entre el biologismo y el psicologismo, generaban

tendencias contradictorias. Por un lado, socialmente la sexualidad era considerada un tema-tabú y, de

alguna manera también, esta creencia era incentivada por los médicos quienes consideraban a la familia,

al ámbito de "lo privado", como el mejor lugar para la educación sexual. Pero, por otro, se constituía

como una problemática científica y, por ello, exigía el consejo y la dirección de un profesional: el

ginecólogo. Más aún, el ginecólogo pretendía erigirse no sólo como un especialista que atendía las

patologías de los órganos genitales femeninos sino, además, sus derivaciones psíquicas. Se percibían a sí

mismos como profesionales que no podían “limitarse al mero tratamiento de las enfermedades orgánicas

y funcionales de los órganos que integran el aparato genital. Su campo de acción es mucho más amplio y

en múltiples ocasiones debiera penetrar en el espíritu de los cónyuges”. Estas atribuciones eran

aparentemente rechazadas por sus destinatarios. A juicio de los ginecólogos, muy pocas parejas, muy

pocas mujeres, confiaban en la ciencia a través suyo. Sólo algunas mujeres fecundas dedicadas al hogar y

a su prole vencían todos los prejuicios (y pudores) y se dejaban examinar por un ginecólogo. Si la guía

del médico-ginecólogo era considerada importante, por lo menos, desde la pubertad, en la menopausia,

aquella época signada por la esterilidad y, consecuentemente, por las patologías físicas y psíquicas, se

volvería imprescindible. Durante esta etapa del “ciclo vital”, las mujeres padecían con mayor intensidad

“trastornos de orden vascular: llamaradas de calor, mareos, vértigos, hiperdrosis, zumbidos de oídos;

sensaciones dolorosas: parestesias, picor, dolores óseos, articulares, musculares, neuralgias, vasalgias,

etc.; transtornos de orden psíquico: hipermotividad, hipererotismo, tristeza sexual, etc.” 9

La ginecología avalaba científicamente una concepción del cuerpo femenino ligado a la

debilidad, al padecimiento, la inestabilidad. Era menester que las mujeres, desde jóvenes, se habituaran a

“soportar con coraje, dignidad, discreción, las pequeñas miserias inherentes a la vida de la mujer”.10 La

6Schwarz de Mongenroth Ruth: "La mujer argentina necesita gimnasia especificamente femenina" en

Archivos de la Clínica de Obstetricia y Ginecología Eliseo Cantón, vol. I, n° 1, 1942, p. 195

7Sirlin, Lázaro: "La falacia del amor", La Semana Médica, año XLVIII, n° 23, 5 de junio de 1941, p.

1310.

8Rojas, Nerio: "Fobia sexual femenina y matrimonio", La Semana Médica, tomo II, 1939, p. 1002.

9Araya: “Climaterio y menopausia", op. cit., p. 722-723

10Leroy Allais, Jeanne: De cómo…, op. cit., p. 10.

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mujer había nacido para sufrir y ese destino estaba escrito en su misma constitución física. La maternidad

no sólo formaba parte de ese destino de padecimientos sino que lo reforzaba. Por sus hijos, soportaría

privaciones y sacrificios a lo largo de toda la vida. La única recompensa presentada era la intensa alegría

de dar a luz a un niño bello, robusto y sano. Formar a un hombre útil y honrado para el mañana y/o a otra

madre que repetiría su tarea.

Durante los años „20 y en especial los „30, se consolidó un cuerpo de saberes, prácticas y

políticas alrededor de este vínculo entre mujer y niño: el binomio madre-hijo. Algo que, en principio,

constituía una relación social, fue considerado un único organismo biológico, al menos durante la primera

infancia del niño. Aunque se reconocía integrado por dos entidades autónomas, formaba, a la vez, una

entidad única, un complejo inseparable, una verdadera “unidad funcional que durará por mucho tiempo

aún, después de la separación que el nacimiento pareciera imprimirles”11.

En su mayoría, los médicos avalaron la idea (como vimos, novedosa) de que la vida del niño

comenzaba en una etapa ideal, es decir, antes de la concepción. Al suponerse que la existencia de un

nuevo ser humano comenzaba antes de la concepción, quienes iban a concebirla debían cumplir ciertos

requisitos prescriptos por la ciencia de la eugenesia. Más adelante, producida la concepción, era la

puericultura intra-uterina o la feticultura la que se ocupaba de la "vida embrionaria y fetal". El mismo

doctor nos advierte que, en una y otra etapa, siempre antes del nacimiento, “la acción preponderante que

tiene la madre en la formación y desarrollo del niño, con relación al padre, (...) nos dice ya algo de la

intimidad que existe entre los términos del complejo madre-hijo”.

La separación producida por el nacimiento, la ruptura del cordón que los unía, fueron percibidas

como realidades más aparentes que reales: el niño no podía despegarse de la madre sin sufrir perjuicios.

La lactancia ocupaba el lugar de un nuevo “cordón líquido”, las mamas constituían una “verdadera

placenta externa”12. El nacimiento era considerado, entonces, “una prolongación de la vida intrauterina

durante el primer año y mismo durante toda la primera infancia”. Entendido de esta manera, el binomio

madre-niño biologizaba y reforzaba la biologización de la maternidad. Evidentemente, la dependencia del

recién nacido de otros seres humanos para sobrevivir era indiscutible. Lo que resultaba controversial a

ciertas tradiciones y prácticas sociales, era que dicha persona sólo pudiera ser, exclusivamente y en todo

momento, una única mujer, su progenitora: “No sólo la alimentación, sino también todos los cuidados y

atenciones que exige esa frágil existencia, moral y materialmente, están supeditados al cariño y a la

vigilancia de la madre, la única capaz de satisfacer sus necesidades en forma integral”.13

Más problemático resultaba demostrar la dependencia de la mujer con respecto al niño. Para ello,

se recurrió y se buscó naturalizar una idea de madre, basada en la abnegación y el altruismo, dentro de

una ideología de la maternidad que reformulaba la esencia de la femineidad en la dependencia material y

subjetiva de las mujeres hacia los otros y en el deseo del hijo. Basándose en estos desarrollos de la

ciencia, algunos médicos intentarían generar efectos más allá de su campo. Creían que estos

conocimientos científicos debían repercutir en las leyes y en la política. El Código Civil, por ejemplo,

mantenía tradiciones y una moral arcaicas con respecto a la ilegitimidad que en nada beneficiaba a las

políticas natalistas y eugenistas. Apoyándose y sosteniendo la centralidad del binomio madre-niño en la

familia moderna, y de la organización familiar en la sociedad, el Estado debía emprender políticas

dirigidas universalmente a las mujeres, madres o potenciales madres, puesto que “La grandeza nacional

sólo puede fraguarse en el taller romántico del hogar.” Por ello mismo, construir, mantener y reforzar un

específico y estrecho vínculo entre la mujer-madre y el hijo durante la primera infancia constituía tanto

“el apotegma indiscutible para los que tienen cabal concepto de la defensa del capital humano” como

“hacer la labor más eficaz para cuidar y defender la demografía nacional”.14

La medicalización de la reproducción, paralela a la maternalización de las mujeres, había

obtenido importantes logros en estos años en la ciudad de Buenos Aires, aunque no exentos de

contradicciones. Alrededor del médico-obstetra se cruzaban, por lo menos, dos procesos: la legitimación

de su intervención y el desplazamiento de las comadronas. Justo en el medio, debía construirse el vínculo

con la mujer-madre. Estos objetivos debían sobrellevar múltiples contradiccciones, incluso internas. Por

ejemplo, la necesidad de legitimar la intervención profesional frecuentemente chocaba con la tendencia a

imponer una corriente "abstencionista" entre los especialistas que consideraban al parto un “hecho

11Rueda, Pedro: "La unidad funcional madre-hijo", Madre y Niño, año 2, n° 9, 1936, p. 8 (subrayado en

original).

12Marfán cit. en Rueda, P.: "La unidad…", op. cit., p. 35.

13Morquio: "Sobre asistencia de lactantes. El binomio madre e hijo es el eje de la organización de la

familia", Madre y Niño, año 2, n° 3, 1935, p. 10.

14Bambarén, Carlos: "Defendamos el binomio madre-hijo", Hijo Mío!, vol. II, n° 2, 1937, p. 116.

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natural”. Por otro lado, estaba la compleja relación entre los médicos y las mujeres involucradas: madres

y parteras. Para llegar a las primeras, aquéllos intentaron triangular la relación a través de la presencia

subordinada de estas últimas, auxiliares y visitadoras sociales.

A pesar de estas dificultades y contradicciones, el índice de partos atendidos en hospitales (y, por

lo tanto, con algún grado de vigilancia médica) de la ciudad de Buenos Aires aumentó significativamente

a lo largo del período estudiado, pero especialmente en la década de 1930. Si recordamos que la primera

Maternidad pública comenzó a funcionar hacia fines del siglo XIX, en 1940 casi el 60% de los

nacimientos ocurridos en Buenos Aires eran atendidos en las maternidades dependientes de los

hospitales15. En esta última década el crecimiento se había duplicado, pasando de un 30 a un 60%.

Con respecto a la puericultura, los logros de las décadas de 1920 y 1930 se basaron en las raíces

enterradas hacia fines del siglo XIX. La puericultura intrauterina se vinculó a un movimiento eugenésico

más sólido mientras que la extrauterina, sin menguar su insistencia en la lactancia materna, la encaminó

decididamente a fortificar el "binomio madre-niño". Efectivamente, se consideraba que el amor maternal

emergería del frecuentemente amenazado o amenguado instinto a través del alimento natural. A través de

la lactancia, se fortalecería el vínculo madre-niño y se evitarían los abandonos e infanticidios16.

Aunque la insistencia en la lactancia continuaba enlazándose a la mortalidad infantil,

especialmente a nivel nacional, en la ciudad de Buenos Aires el foco de atención de la puericultura se iría

desplazando hacia la disminución de los nacimientos, hacia la “denatalización”. Esto se debía a la

reducción de las tasas de mortalidad infantil y de natalidad urbanas. En su fundamentación para el estudio

y aplicación de la puericultura, el Dr. Saúl Bettinotti explicaba la “denatalidad” a partir de “la frivolidad

femenina” fomentada por una “insuficiente educación escolar … la influencia de revistas innumerables y

muy económicas que llegan a todos los hogares” y por “el cinematógrafo y la radiotelefonía, donde reina

el desorden y la barahunda”.17

La gran transformación de la puericultura en este período fue la inclusión del pro-natalismo a un

movimiento eugenésico transformista que gradualmente iba adoptando políticas positivas. El Dr. Víctor

Delfino, como vimos, uno de los principales difusores de la eugenesia en Argentina, sostenía: “El

problema de la raza debe estar principalmente en el niño”18. Así, la protección a la mujer embarazada y a

la puérpara se enlazaba al discurso pro-natalista y eugenésico, puesto que contribuía al aumento de la

población y al "vigor" de la raza. Si bien todas las mujeres debían de pasar por controles médicos y

eugenésicos, se consideraba que las solteras y las indigentes eran las más vulnerables (y, a la vez, las más

difíciles de atraer al sistema de consultorios y hospitales19. Entre las enfermedades posibles de transmitir

por la madre, en estas décadas se integraron y reforzaron especialmente los esfuerzos por atender y

prevenir la sífilis a través de consultorios o secciones especiales en los flamantes Institutos de

Puericultura. Los Institutos de Puericultura, dependientes de una Maternidad, tenían el objetivo de vigilar

la evolución del embarazo, la dieta alimenticia y el cumplimiento, por la mujer, de las exigencias

particulares de la terapéutica20. Formaban parte de las políticas de control y vigilancia de la reproducción

de la población. Como veremos más adelante, la escasa concurrencia de las mujeres a los controles pre o

post natales intentó subsanarse a través de los "servicios sociales" de los hospitales. Reformulando la

vieja práctica de la "visita a los pobres", los médicos intentaron atraer a la población, y en especial a las

mujeres, a los hospitales.

Otro cambio dentro de las políticas de difusión de la puericultura, aunque por su alcance más

focalizado en los sectores medios de la población, fueron las revistas de divulgación científica que

comenzaron a aparecer en la década de 1930. Mientras que algunas contenían información variada sobre

la salud (Viva 100 años, Vida Natural), otras eran más específicas (por ejemplo, Hijo Mío! o Madre y

Niño) . No desplazaron a los antiguos manuales, pero intentaban ser más amenas y menos técnicas.

15Incluye las Maternidades dependientes de los hospitales municipales, el militar, de la UBA, de la

Sociedad de Beneficencia, del Francés, Italiano, Israelita, y la Sardá. Cf. las Revistas de Estadística

Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1930-1940.

16Acuña, Mamerto: "Protección a la mujer embarazada, a las madres solteras y a las madres

abandonadas", La Semana Médica, año XXIX, n° 48, noviembre de 1922, p. 1112.

17Bettinotti Saúl" "Introducción a la Puericultura" en Servicio Social, año IV, nros. 3-4, 1940, pags. 208-

209.

18Delfino, Víctor: “Puericultura intrauterina” en La Semana Médica, año XXIX, n° 44, 1922, p. 909.

19Peralta Ramos, A. y J. Garrahan: "Acción médica…", op. cit., págs. 900-901; y Acuña, M.: "Protección

a la mujer embarazada…”, op. cit., p. 1111.

20Peralta Ramos, A. y J. Garrahan: “Acción médica …” op. cit., p. 901.

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Especialmente en los años „20, las constataciones cada vez más evidentes de la reducción de la

natalidad provocaron, entre algunos médicos predispuestos, cierta admiración por las políticas

poblacionistas italianas contemporáneas. Así, algunos comentaban elogiosamente los propósitos y

acciones de la "nipiología"21. De acuerdo con su fundador, el Dr. Ernesto Cacace, de la Real Universidad

de Nápoles, se trataba “de la ciencia de la primera edad; el estudio completo de la edad en que no se

habla, desde todos los puntos de vista; el estudio del fenómeno del lactante y la salvaguardia integral de la

primera edad”.22

Efectivamente, se trataba de una reformulación, más acorde al clima de entreguerras, de las

teorías y prácticas de la puericultura. En 1923, se fundó la Sociedad Argentina de Nipiología, presidida

por el Dr. Mamerto Acuña, y fue propagandizada y aceptada por prestigiosos médicos y eugenistas

locales, como los doctores Víctor Delfino y Gregorio Aráoz Alfaro. El Instituto Nipiohigiénico se

presentaba como superior al de Puericultura puesto que el primero debía comprender, además de la

sección de higiene, secciones de biología, psicología, clínica, historia, jurisprudencia y sociología de la

primera infancia. Frente al recorte de "especialidad" de la puericultura, la nipiología pretendía ser un

estudio más coordinado e integral de la primera edad puesto que, otra vez según Cacace, “durante el

primer período de la existencia humana, la unidad de la ciencia se impone”.

2. Instituciones

Muchas de las instituciones encargadas de la salud de las madres y los niños surgieron durante el

periodo anterior, especialmente las dependientes del Estado. Preexistían las vinculadas a las

organizaciones de caridad, en especial las dependientes de la Sociedad de Beneficencia. En los años „20 y

„30, estas instituciones se afianzaron, consolidaron y transformaron. Los debates en torno a la caridad y la

asistencia social apuntalaron finalmente a esta última, aunque incorporando metodologías de la primera.

En la década de 1930, la Asistencia Publica de la Capital contaba con „20 Dispensarios de

Lactantes equipados con cocinas y consultorios, 5 Institutos de Puericultura para la internación de los

niños junto a sus madres, la Oficina de Inspección de Nodrizas y, desde 1922, un Jardín de Infantes para

niños entre 2 y 6 años cuyas madres trabajaran en fábricas. Otra innovación importante en la Asistencia

Pública y, como veremos, muy acorde a los tiempos, fue la inclusión de "visitadoras de higiene" en 1933.

Al respecto, el citado Dr. Bortagaray consideraba que se trataba del “primer paso serio dado en el sentido

de dotar a nuestra Repartición de un servicio de Asistencia social del cual es imposible prescindir en la

actualidad”. Las visitadoras debían de realizar inspecciones domiciliarias de las niños que concurrían a

los dispensarios, asistencia preventiva y concurrir a los hogares de los recién nacidos para invitar a las

madres a que lleven a sus hijos al Dispensario mas próximo, recorrer la Maternidades para realizar,

también, tareas de propaganda y ofrecer eventualmente a aquellas madres que carecían de hogar una

internación, para ella y el niño, en alguno de los Institutos de Puericultura. Los objetivos eran claros:

llevar a los niños a través de atraer a las madres a las instituciones de asistencia médica y evitar, así

“cualquier tratamiento o alimentación inapropiada indicada por la vecina comedida que siempre está

preparada a relatar los éxitos obtenidos en la crianza de sus hijos, pero que olvida muy fácilmente el

número de niños fallecidos por estas mismas causas.” Se buscaba “erradicar el curanderismo tan

arraigado aún en el pueblo”.23

Estos esfuerzos parecerían contradecir la confianza que sostenía gozar de las madres. De acuerdo

al Dr. Bortagaray, la propaganda efectuada a favor de la alimentación al pecho había provocado su

crecimiento, entre los niños atendidos por la Asistencia Publica, de un 38% en 1908 a un 57% en 1932.

En 1932, más de la mitad de los niños recién nacidos pasaron por los Dispensarios de lactantes.

La lactancia continuaba siendo un punto clave para la puericultura, para combatir la mortalidad

infantil, para construir el vinculo entre un niño y su madre biológica. La principal amenaza a la lactancia

materna no parece provenir, a partir de los años „20, de las nodrizas cuya presencia era, sin dudas, mucho

menos relevante que años atrás. La alimentación "artificial", basada en leche animal, pasaría a constituir

la preocupación de médicos y eugenistas.

Los Dispensarios de lactantes ofrecían raciones alimenticias para niños. Todos los días se le

entregaba a la madre, en quien no confiaban, un frasco con la alimentación ya preparada a base de leche

de vaca pura, diluida o modificada (babeurre, leche albuminosa, cremil y papillas a base de harinas y

leche, caldo de legumbres). Sin embargo, otros factores podían tornar desconfiable este producto: el

control municipal de la calidad de la leche, deficiencias en las técnicas de pasteurización y envasado

21Bambarén, Carlos: "Nipiología y refectorios maternales", Madre y Niño, año 2, n° 4, 1935, p. 5.

22Cacace, Ernesto: "Formación…", op. cit., p. 1689.

23Dr. Bortagaray, Mario: "Proteccion de la primera infancia" en BMSA año XXII, 145-146, 1934, p. 225.

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empleadas o negligencias habituales en los Dispensarios.24 Los inconvenientes y trabas para lograr un

eficaz control de la calidad de la leche animal (fundamentalmente bovina) se prolongaron en la década de

1930. Continuaron las denuncias de transmisión de enfermedades (por ejemplo, tuberculosis bovina) al

hombre por medio de la leche. Los médicos exigían una intervención fiscalizadora del Estado a través de

una legislación que obligue el consumo de leche pasteurizada25.

Una solución parcial a este problema había sido que las instituciones ofrecieran leche humana.

Como habíamos visto, desde 1914, el Instituto de Puericultura del Hospital Güemes empleaba a cuatro

amas de leche para alimentar a los niños internados. Hacia fines de la década de 1920, se extenderían en

la ciudad de Buenos Aires los lactarios que suministraban leche humana aunque no de manera gratuita.

La primera venta de leche de mujer se hizo en 1928 en la Sección de puérparas del Instituto de

Maternidad de la Sociedad Beneficencia. Un año después, surgió otro "centro de recolección y venta de

leche" en la Cátedra de Pediatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. En

ambos casos funcionaron de la siguientes manera: se colocaban avisos en los periódicos solicitando amas

de leche y se les pagaba una determinada suma de dinero (4$ en este caso particular) por litro. Luego, esa

leche era vendida, bajo receta médica, a una suma superior (10$ por litro).

Como era de suponer, la comercialización de leche humana generó un álgido debate no

restringido al circulo médico. De acuerdo a sus impulsores, los lactarios no podían ser empresas privadas;

debían ser instituciones sin fines de lucro y dependientes del Estado nacional, provincial, municipal o de

instituciones de beneficencia controladas o amparadas, a su vez, por el estado En la década de 1930,

existía en Buenos Aires un Lactario Municipal y otro en el Hospital de Clínicas, dependiente de la

Universidad de Buenos Aires (mencionado anteriormente). El dinero obtenido en la venta de la leche

debía ser invertido en la atención médica de la primera infancia. Sus objetivos eran tanto de orden médico

como social: evitar los peligros de la alimentación artificial precoz y proteger a los recién nacidos, hijos

de receptoras y dadoras, puesto que sólo debía extraerse, conservar y distribuir el excedente de la leche

materna. La dadora no se convertía en nodriza profesional (sino en nodriza científica) y, por lo tanto, no

abandonaba a su propio hijo para alimentar ajenos. Una parte importante de las receptoras, entonces, eran

empleadoras de nodrizas y, por lo tanto, se consideraba injusto que recibieran la leche gratuitamente. De

acuerdo al Dr. Bettinotti, el lactario se proponía “suprimir el ama de las familias pudientes, factor, o razón

principal del fracaso de los sistemas preconizados, aún por leyes especiales, para combatir o evitar el

abandono y la muerte de los hijos de las nodrizas”26.

Los lactarios estatales repartían una parte significativa de la leche gratuitamente, de manera

directa o a través de otros Institutos Municipales: durante los primeros años de funcionamiento (fines de

la década de 1930), osciló entre un tercio a un poco más de la mitad (Cuadro 15); o la vendían más barata

de acuerdo a la situación económica de la familia. Casi la mitad de las familias que obtenían leche del

Lactario Municipal tenían una situación económica "buena" o "muy buena" y, por lo tanto, pagaban el

precio estipulado. Un poco más de la mitad era vendido a un costo menor o entregado gratuitamente a

familias "menesterosas", de manera directa o a través de instituciones municipales (cuadro 16).

Estas prácticas se justificaban fundamentalmente en dos principios: “el hijo era el dueño de la

leche de su madre y el excedente de leche humana podía justicieramente disponerse en beneficio de los

demás”27. En ambos casos, la mujer quedaba en una posición de total enajenación con respecto a su

leche. En primer lugar, no podía negársela a su hijo (como veremos más adelante, esto quedaría

legalmente establecido) y, de no poder o no ser totalmente apropiada por el hijo, era considerada un

producto social. Estas instituciones se focalizaban en un aspecto fundamental de la construcción y

atención del binomio madre-niño; pero su centro integral era la Maternidad, dependiente de hospitales

públicos, privados o de la Sociedad de Beneficencia. Basicamente, contenían la sala de parto y

consultorios externos. Algunas llegaron a contar con un asilo temporario para puérparas (algo similar a

una Maternidad-refugio). En este periodo, se sumarían servicios de asistencia maternal y atención de

partos a domicilio, los Consultorios de Eugenesia destinados a tratar la sífilis de la gestante, y los

servicios sociales con la colaboración de las visitadoras. Indudablemente, estas últimas representaron la

24Dr. Foster, Enrique:"Nuestra protección a la primera infancia. Lo que debe ser y lo que no se hace", La

Semana Médica, ano XXXII, n° 51, diciembre, 1925, p. 1256

25La provincia de Buenos Aires contaba con una ley de este tipo, pero pocas veces aplicada. Cf. Dr.

Aguilar Carlos: "La leche y la salud" en BMSA año XXVIII, 211-212, 1940.

26Dr. Bettinotti, Saúl: "El Lactarium. Su orígen y su definición. Leche materna. Alimento medicamento",

en Campos Urquiza de Travers, Lucrecia: Egredere Sal. Gen. XII -I, Buenos Aires, 1940, p. 59; cf.

tambien, "La nodriza Científica", en Hijo Mío!, vol. II, n° 8, 1937, p. 494-495

27Bettinotti, 1940, op. cit., p. 62-63; "La Nodriza Científica", op. cit.

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gran novedad de los años „30. Los primeros servicios sociales de los hospitales emergieron como

servicios de asistencia maternal y el primero fue dentro del Instituto de Maternidad del Hospital

Rivadavia, dependiente de la Sociedad de Beneficencia en 1928. Hacia fines de la década de 1930, dichos

servicios eran considerados “la obra social más completa del continente.”28

Con la idea de ampliar esas obras de asistencia social, en 1929 los doctores Germinal Rodríguez

y Manuel González Masedo, presentaron al Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires un

proyecto para un "servicio social familiar" dentro del radio del municipio. Dicho servicio social realizaría

las siguientes prestaciones: mucamas a domicilio (para cuando las mujeres, por estar enfermas o próximas

al parto, no pudieran ocuparse de los quehaceres domésticos), asistencia familiar (ayudas materiales

concretas) y un dispensario maternal29. En el proyecto, además, se distinguía entre "obras de asistencia"

y "obras de previsión". Mientras que las primeras estaban destinadas a satisfacer las necesidades de los

"desvalidos" (enfermedad, alimentos, casa, trabajo, etc.), las segundas debían cubrir las necesidades antes

de que aparecieran (seguros obligados o facultativos).

Entre 1932 y 1936, se organizaron en la ciudad de Buenos Aires los servicios sociales

correspondientes a la Clínica Obstétrica y Ginecológica Eliseo Cantón, la Maternidad del Hospital

Alvear, la Maternidad del Hospital Rawson y la Maternidad Sardá. En 1936, por Ordenanza Municipal, se

fundaron los Institutos de Maternidad y Asistencia Social, en base a las Maternidades existentes. En el

interior del país, en cambio, la situación era muy diferente. A excepción del Instituto de Maternidad de la

Ciudad de Córdoba, la previsión y asistencia social eran casi nulas.

Los servicios sociales no se redujeron a los ámbitos sanitarios. En la década de 1930, por

ejemplo, la Compañía Hispanoamericana de Electricidad de Buenos Aires creó un servicio social cuyos

objetivos eran la asistencia médica pero fundamentalmente la intervención en situaciones aflictivas que

perturbaran los hogares de empleados y obreros30. Por los mismos años, la policía de la Capital Federal

también resolvía incorporar un servicio de asistentes sociales, adscriptas a la División Judicial, dado que

“tratar la miseria equivale a prevenir el delito”31. Dentro de las Maternidades, los servicios sociales se

vinculaban estrechamente con los esfuerzos de atraer a las mujeres a los hospitales: “¿Y cómo conseguir

ésto? No esperando la inspiración individual de concurrir a ella, sino yendo a acicatear hasta las propias

viviendas los sentimientos elementales de protección médica para la conservación de la salud y los de

índole moral para la solución de problemas de la vida íntima”32.

Los servicios sociales se vertebraban, entonces, alrededor de la visitadora social y de las visitas

domiciliarias. De acuerdo a las finalidades y funciones que debían cumplir, en algunos casos,

encontramos la distinción entre las "visitadoras de higiene social" y las "asistentes sociales". Las primeras

eran agentes de medicina preventiva, desempeñaban funciones fundamentalmente sanitarias en hospitales,

dispensarios, maternidades y asociaciones contra las denominadas "enfermedades sociales" (sífilis,

tuberculosis, alcoholismo). Incumbían a las segundas, en cambio, las “obras sociales especialmente

dedicadas a la elevación espiritual y moral, ayuda económica, y orientación profesional que procura el

reajuste del individuo y de la familia en el ambiente en que viven”33. Si las funciones de las primeras

parecían acercarlas a las enfermeras modernas, las segundas intentaban constituirse en la reformulación

científica de la dama de caridad.

Así, se suponía que las visitadoras y asistentes sociales debían reunir un largo listado de

cualidades morales e intelectuales que frecuentemente recuperaban actitudes, valores, hábitos,

maternalizados socialmente y feminizados en el mercado de trabajo. Para la realización de visitas e

informes, era necesario “orden y método; diplomacia, tacto y discreción” para penetrar en lo más íntimo

de los espíritus sin provocar desconfianzas ni recelos; “talento” para comprender la esencia de los

problemas y “juicio” para analizarlos; “conocimiento de las necesidades” de las familias obreras;

“equilibrio de espíritu” para apreciar las cuestiones sin ingenuidad; “simpatía personal” para ser

solicitadas por las familias obreras; “cariño a los niños” para fomentar la amistad de sus padres;

28Moragues Bernat, Jaime: "La asistencia social de la matenidad", SS, año III, n° 2, 1939, p. 78-79

29BMSA, n° 86, 1929.

30Vehils, Rafael: "Servicio de Asistencia social a cargo de visitadoras sociales", BMSA, año XX, n° 121-

123, 1932.

31Spurr, Mercedes Isabel: "Servicio Social en la Policía", SS, año VIII, n° 1-2, enero-junio, 1944, p. 3.

32Dres. Pérez, Luis y Ernesto Bazona:"La influencia obstétrico-social de la visitadora en su recorrido

periódico por las casas de la vecindad", Anales de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social, año 2, n°

30, 1934

33Spurr, op. cit., p. 10

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“paciencia y humor constantes”; no dejarse llevar por “irascibilidades y nerviosismos”; “no ofrecer

nunca” para hacerse agradable, más de lo que humanamente está dentro de sus posibilidades, pues con

ello ganará prestigio y autoridad; mantener la memoria despierta siempre a fin de “obtener todos los

datos” que en cada caso sean precisos, mediante “hábiles conversaciones”, sin que los asistidos puedan

darse cuenta de la importancia de las contestaciones, y trasladarlas luego reservadamente a sus informes;

“resistencia física” por las distancias que deben recorrer; “espíritu de adaptación; concepción práctica” de

la asistencia social y “confianza ilimitada” en su eficacia; “poder sugestivo; instinto maternal” para

erigirse en apoyo moral, consoladoras y psicoterapeutas de las personas que asistan; “lealtad absoluta;

reserva plena” con respecto a los asuntos en que intervengan; y fundamentamente “vocación” a toda

prueba y espíritu de sacrificio. Además, debía conocer la legislación del trabajo y las instituciones

sanitarias, organizaciones de extensión social, públicas, privadas34.

En su mayoría, estas cualidades formaban parte y reforzaban la idea de femineidad maternal

construida durante el periodo estudiado. Por ello, las mujeres eran consideradas colaboradoras esenciales

de los servicios sociales, como asistentes y visitadoras35. Al mismo tiempo, se reconocía la necesidad de

formarlas en la profesión, y no sólo desde un punto de vista intelectual, puesto que algunas de las

cualidades no eran tan "femeninas". Se imponía acallar el "nerviosismo", fomentar la "reserva". En la

década de 1930, funcionaban en Buenos Aires dos escuelas: la "Escuela de Visitadoras Sociales" del

Instituto de Higiene de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires; y la "Escuela

de Servicio Social" del Museo Social Argentino. Esta ultima admitía a alumnos de ambos sexos, en tanto

cumplieran las cualidades de "abnegación", "sacrificio", "simpatía". Su plan de estudios incluía: Higiene

y Medicina Sociales; elementos de Economía Política; Economía y Legislaciones sociales; organización y

técnica del Servicio Social; organizacion de los Servicios Sociales en la Industria y el Comercio;

Asistencia a la Infancia abandonada y delincuente. Algunas instituciones (como Instituto de Maternidad

del Hospital Rivadavia) contaban con una escuela propia para formar a sus "visitadoras".36

Se suponía que el éxito de la visita domiciliaria dependía más de las cualidades de las visitadoras

que de una técnica particular. La difícil tarea de la visitadora consistía en “granjearse con facilidad la

confianza y el afecto de aquéllos a quienes deberán ayudar y dirigir, sin mengua de la autoridad moral

necesaria para ello”37.

La visita posibilitaba confeccionar la ficha social y la anamnesis social (antecedentes

patológicos) del individuo o la familia en cuestión, así como recoger los testimonios de otros (vecinos,

conocidos, amigos). Este material era el insumo necesario tanto para el diagnóstico social como para el

pronóstico social38. La constancia, la inteligencia y el corazón de la visitadora eran considerados

imprescindibles para la elaboración de las fichas e informes. La clave del sistema era obtener los datos a

través de la observación directa. Las averiguaciones no podían hacese de modo abierto, con un libro de

notas en la mano, sino por medio de conversaciones amistosas, llevadas con prudencia y discreción, que

deberían después consignarse en notas breves y expresivas, insumos elementales del informe escrito que

debería realizarse en cada caso39.

El Servicio Social de Instituto de Maternidad del Hospital Alvear, por ejemplo, se organizó en

1931. Dentro de su radio de acción (unas 300 manzanas alrededor del hospital), la población era

calificada como “eminentemente obrera aunque no de las pobres”. El Servicio incluía una sección de

educación que ofrecía clases y cursos de puericultura, higiene, profilaxis de enfermedades, labores,

cocina, economía doméstica, para mujeres embarazadas y madres y contaba, también, con una biblioteca

con material de enseñanza y divulgación, libros sencillos y novelas interesantes. Como parte del

programa de educación extra-hospitalaria, emitían programas de radio, películas cinematográficas,

realizaban campañas de propaganda con carteles y cartillas. El tronco del Servicio estaba constituido, sin

embargo, por las visitas domiciliarias. Cada visitadora tenia adjudicado un recorrido particular para

levantar la encuesta social, visitar las viviendas de los enfermos y buscar a las mujeres embarazadas sin

atención médica. Además, estaban las "cuidadoras del hogar" que eran mujeres que se enviaban desde las

8.00 de la mañana hasta las 17.00 horas a la casa de una parturienta, que no podía internarse por tener

otros hijos, para ocuparse de la higiene personal de la madre y los niños, de la limpieza de la vivienda y

34Vehils, op. cit., p. 200-202

35Moragues Bernat, op. cit., p. 75

36BMSA, n° 137-138, 1933, p. 312-314.

37Vehils, op. cit., p. 200

38Moragues Bernat, op. cit., p. 72

39Vehils, op. cit., p. 202-203

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de preparar los alimentos. Para las parturientas que debían ser internadas por razones médicas y que

tenían otros hijos, el Hospital contaba con un "refugio" en donde podían permanecer un periodo de

tiempo con los niños después del parto. Allí, había talleres de encuadernación, planchado y telares que les

permitirían “obtener un pequeño caudal y además de aprender una manualidad que pueda servirles en su

orientación profesional en la lucha por la vida”40.

Especial atención merecían las madres solteras. El principal objetivo del Servicio Social era

mantener el "binomio madre-hijo". En la mitad de los casos, la "solución" obtenida era que las madres

regresaran con el hijo al hogar de sus padres o conseguirles empleo sin que deban abandonar al niño.

Otras, solteras, pero en concubinato, retornaban a esa situación. Solo en algunos casos, se obtenía la

legalización de la unión. Finalmente, la resolución menos buscada era la separación del binomio y la

colocación del hijo en la Casa de Expósitos o bajo la guarda de otra familia. De acuerdo a los datos de

1939, un tercio de estas mujeres era menor de edad41.

A diez años de funcionamiento, el Servicio Social de la Maternidad del Hospital Alvear había

realizado las siguientes acciones de orden "moral", económico y profiláctico: legalización de uniones

ilegitimas, reconocimiento de hijos ilegítimos, restitución al hogar, gestiones ante juzgados y defensorías,

ubicación de la madre con su hijo en el trabajo, distribución de ropas y medicamentos, colocación de

familiares, internación de madres sin trabajo, internación de niños, ayuda pecuniaria, prevención de

enfermedades, internación de bacilosas e infecciosas y embarazadas enfermas42.

Estos eran, aproximadamente, los objetivos, las actividades, el funcionamiento, de los servicios

sociales dependientes de la Maternidades de la ciudad de Buenos Aires en la década de 1930. El Servicio

Social de la Clínica Obstétrica y Ginecología Eliseo Cantón también se había organizado en 1931. Desde

1932, funcionaba una Escuela para Madres de Puertas Abiertas. Para las madres solteras, las desválidas,

las indigentes y las menores de edad, se había creado especialmente un Hogar que contaba con dos

secciones: una, para embarazadas y, otra, para puérparas, en donde también se suponía que, además de

poder permanecer por algún tiempo, las mujeres obtendrían algunas de las herramientas necesarias “para

afrontar de nuevo la vida que le espera al salir de la Maternidad”43. Existía una Oficina de Trabajo

encargada de conseguir trabajo "honesto" para las mujeres o sus maridos y/o familiares. Finalmente, todo

giraba alrededor de la tarea de las visitadoras dentro y fuera de la Maternidad, tratando de atraer la

confianza de las mujeres. Como sostenía su director, el Dr. Josué Beruti: “Indagar respecto a estas [las

madres] y a sus hijos, verificar los datos ambientales y sanitarios, atraer al consultorio externo a las

reacias, guiarlas, servirles de lazo de unión entre la Maternidad y el Hogar es tarea principalísima del

Servicio Social”44.

En las décadas de 1920 y 1930, también crecieron otras instituciones privadas vinculadas al

binomio madre-niño, a la previsión y asistencia de la infancia, a la protección de la maternidad. Por lo

general, cumplían funciones de asilo (diurnos y nocturnos), educación, capacitación laboral, alimentación,

y asistencia médica de menores y madres "desvalidas" (solteras y pobres). Nos referimos, por ejemplo, a

la Obra de don Bosco, Sociedad san Vicente de Paul, las Cantinas Maternales, Escuelas y Patronatos,

Conservación de la fe, Damas de caridad, Madres Argentinas, Damas de la Providencia, Liga Damas

Católicas, Amparos maternales, Sociedades mutualistas, diversos asilos y obras de extranjeros residentes

en Argentina, Asociaciones Cristianas y Filantrópicas, Asilo Naval y de Huérfanos militares, Casa del

Niño, Cruz blanca y Cruz verde, etc.45

Muchas de ellas, aunque no todas, eran organizaciones de caridad (en su mayoría, vinculadas a la

40Rodríguez de Ginocchio, Mercedes: "El Servicio Social del Instituto de Maternidad del Hospital Alvear

en su decimo aniversario" en Anales del Instituto de Maternidad Prof U. Fernandez del Hospital T. de

Alvear, tomo III, 1941, p. 212

41Perez Mauel y E. Baldi: "Los distintos aspectos del problema maternal de la soltera (reflexiones que

sugiere nuestra estadística)" en Anales del Instituto de Maternidad Prof. U. Fernandez del Hospital T. de

Alvear, tomo III, 1941.

42Rodriguez de Ginocchio Mercedes: "El Servicio…" op. cit.

43Beruti Josue, D. Ledesma y M. Zurano: "Diez años de Servicio Social en la Clínica Obstétrica y

Ginecológica Eliseo Cantón" en Archivos de la Clínica Obstétrica y Ginecológica Eliseo Cantón, vol. I, 1,

1942, p. 93.

44Beruti J., D. Ledesma y M. Zurano: "Diez años…" op. cit. , p. 93.

45Cf. Lapalma de Emery, Celia: "La acción de la mujer en las obras de previsión y asistencia de la

infancia" en BMSA año XIX, 113-114, 1931; Guía de Asistencia Social, Secretariado de Asistencia

Social, Buenos Aires, 1947.

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Iglesia Católica). Analizaremos un par de ejemplos para conocer los objetivos y actividades de algunas de

estas intituciones. Ambas surgieron en la segunda década del siglo XX pero tuvieron su apogeo después

de la Gran Guerra. Nos referimos a las Cantinas Maternales, fundadas en 1915 por una dama de la elite,

Julia Acevedo de Martinez de Hoz y la Asociación Bibliotecas y Recreos Infantiles, creada en 1913 por

mujeres del partido Socialista, en especial Fenia Chertcoff.

Las Cantinas Maternales distribuían dos comidas diarias a las madres que amamantaran a sus

hijos y daban premios anualmente a aquellas que presentaran a su hijo “más hermoso y bien tenido

habiendo sido alimentado a pecho solo hasta los seis meses”46. Desde 1916, se estableció un servicio de

protección maternal a domicilio que realizaba asistencia médica y distribuía alimentos y ropas.

Finalmente, en 1928, el Consejo Nacional de Educación solicitó a la presidenta de las Cantinas que se

ocupara de instalar y organizar Cantinas Escolares, anexas a las Maternales. Con una comprobación de

pobreza, podían concurrir niños a los almuerzos y comidas. En 1930, existían 6 Cantinas Maternales en

los distintos barrios en la ciudad.

La Asociación Bibliotecas y Recreos Infantiles tenía como objetivo contener a los niños en los

horarios en que no concurrían a la escuela y que sus madres trabajaban. Se les daba una ración alimenticia

(leche y pan), se les enseñaba a realizar labores y artesanías que luego se exponían y se organizaban

fiestas infantiles. Recibieron reconocimiento estatal a través de algunos subsidios. En 1929, existían en

distintos barrios de la capital 9 recreos infantiles47.

La presencia importante de instituciones de caridad o religiosas en las tareas de asistencia social

no implicaba la prolongación ni el reforzamiento de las antiguas ideas en torno a la limosnas y la

salvación. Como ya habíamos visto, desde fines del XIX el concepto de caridad cristiana había ido

incorporando ideas "científicas" de la asistencia y control social. La asistencia se vinculaba cada vez

menos al benefactor que al beneficiario. La caridad tradicional, las "limosnas" no se proponían dar

soluciones estructurales a las necesidades, sólo eran paliativos temporales y no se vinculaban a la "justicia

social". Eran crecientemente percibidas como "degradaciones" del individuo. La asistencia social debía

considerar al asistido como a todo ciudadano de una nación libre, “con el valor económico real del

hombre (...) y con su importancia social y con los derechos que, como ciudadano contribuyente, le

corresponden ...”48.

La "medicina social" era la disciplina que había organizado científicamente a la caridad y dado

técnicas a la filantropía. La asistencia social era un producto de una sociedad de alta cultura que ofrecía a

algunos de sus miembros inaptos (transitoria o definitivamente) los medios para satisfacer sus

necesidades sin esperar nada a cambio49. La obra caritativa, entonces, era incapaz (al menos, de manera

autónoma y exclusiva) de remover los índices de los problemas médico-sociales. Por eso, era necesario

recurrir a la ciencia, “la única que alumbra los senderos de la humanidad” y al servicio social brindado

por el hospital público. La madre y el niño protegidos por acciones caritativas no contribuían, luego, al

“progreso y al engrandecimiento de la patria. Quedaban yacentes, en estado de inferioridad”50.

Efectivamente, cada vez adquiría más fuerza la idea que el principal benefactor debía ser el

Estado. O, por lo menos, este debía mantener la dirección de la asistencia. Esta no podía quedar librada a

la acción de múltiples y dispersas, aunque bien intencionadas, instituciones privadas; mientras que, por

otro lado, se consideraba que las tareas de asistencia social entrañaban “un deber para la sociedad (sea

esta oficial o privada) que las otorgaba y un derecho para el que las recibe, que las puede y debe

reclamar”.51

Aun cuando las opiniones con respecto a las obras de caridad no eran homogéneas (mientras

algunos pensaban en establecer una colaboración provechosa, otros deseaban su total erradicación),

básicamente se acordaba que la asistencia social brindada por el Estado debía ser diferente a la realizada

por las sociedades de beneficencia “por cuanto esta última se inspira en un principio ético y religioso;

aquélla, en vez, se apoya en normas extraídas de principios biológicos atingentes a la conservación y

mejoramiento moral y material de la raza a través del individuo…”52

46“La Asociación Cantinas Maternales de Buenos Aires” en BMSA año XVIII, 91, enero 1930, p. 30

47Barrancos Dora: “Socialistas…”, op. cit. Sobre Fenia Chertcoff, cf. Escliar Myriam: Fenia, Buenos

Aires, Acervo Cultural Editores, 1997.

48González, Juan B.: La maternidad moderna, Buenos Aires, 1923, p. 6-7

49Moragues Bernat, op. cit., p. 68

50Bambarén, Carlos: "Defendamos…", en Hijo Mío!, vol. II, n° 2, mayo. 1937, p. 77

51 BMSA, n° 86, 1929, p. 369.

52Beruti, Josué: Maternidad y educación femenina, Buenos Aires, 1934, p. 6.

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Uno de los problemas detectados durante el periodo anterior en este sistema institucional de

asistencia y protección a la maternidad e infancia era su total desmembración, falta de coordinación,

circunstancia agravada por esta enmarañada estructura publica, privada y semi-pública. Pero hacia fines

del período estudiado, se creó la Dirección Nacional de Maternidad e Infancia (1937), dependiente del

Departamento Nacional de Higiene, a cargo de un Director, designado por el Poder Ejecutivo (Ley

12.341). El objetivo de esta Dirección era “propender al perfeccionamiento de las generaciones futuras y

amparando a la mujer en su condición de madre o futura madre”.

Para ello, se proponía: estudiar la higiene social de la infancia en el país, en particular todo lo

referente a la eugenesia y a la morbimortalidad, censar las instituciones oficiales y privadas que se

ocuparan de la protección y asistencia de la maternidad e infancia y realizar campañas de difusión y

práctica de los postulados de la higiene social, la eugenesia y la puericultura. También debía estimular la

creación y gestión de instituciones públicas y privadas que aseguraran, especialmente, la asistencia

preconcepcional, la normalidad y mejores condiciones de orden médico, económico, moral y social del

embarazo y parto, la vigilancia del niño desde su nacimiento, la lactancia maternal o natural, la

alimentación racional, la producción y el expendio de leche de vaca en las mejores condiciones de

higiene, el bienestar, la asistencia y protección de los niños necesitados. El radio de acción de esta

institución se extendía a toda la República y debía vigilar el funcionamiento de todas las instituciones

oficiales y privadas, excepto las dependientes de la Sociedad de Beneficencia en la Capital Federal.

Finalmente, se establecía una reglamentación específica acerca de la lactancia materna. Toda madre tenía

el deber de amamantar a su hijo, salvo por razones de salud que la inhabilitaran para tal tarea. Ninguna

madre podía amamantar a un niño ajeno, mientras el suyo no hubiera cumplido cinco meses de edad y sin

previa autorización de la Dirección. La lactancia mercenaria pasaba a estar vigilada y controlada por

autoridades sanitarias. Las madres que no cumplieran estas disposiciones podían ser detenidas y

condenadas a prisión, o debían redimir su pena en dinero. Si una madre abandonaba a su hijo, las

autoridades podían detenerla e internarla en un hospital, clínica o casa de corrección, con la obligación de

cuidar de su hijo.53

3. Prácticas maternales

La ideología maternal con su idea de madre "natural", la madre "ideal" propuesta desde los

contenidos científicos, las prácticas institucionales y profesionales médicas, prácticamente no se modificó

con respecto al período anterior. Por el contrario, se suponía que era necesario reforzarla puesto que

muchas mujeres no se comportaban "naturalmente". En estas décadas, entonces, aun cuando se

reformularan algunos aspectos y se incorporaran otros, continuó insistiéndose en la femineidad

maternalizada, en la madre "naturalmente" amorosa.

En las prácticas sociales, cotidianas, heterogéneas y contradictorias, las mujeres difícilmente

respondían a esta Naturaleza inventada. En su mayoría, las prácticas maternales eran muy diferentes a las

ideales (amamantamiento, higienismo, altruismo y abnegación, todo ello respondiendo a un mandato

biológico). Y muy diferentes entre sí, puesto que dependían estrechamente de las condiciones materiales

de existencia (la clase social a la que estas madres pertenecían). Las tradiciones culturales y la edad

complejizaban aún más dichas variaciones.

De todas maneras, con respecto a la adaptación de las prácticas maternales al modelo, los años

bajo estudio fueron ambivalentes. Mientras que, por un lado, algunas mujeres comenzaban a comportarse

(o deseaban hacerlo) "de manera natural" con sus hijos, acudían y confiaban en los servicios y consejos

médicos, por otro, éstas o las otras tenían cada vez menos hijos. La sombra de la "denatalización" creció

en los años „20 y alcanzo la cúspide en los „30. En realidad, ambos fenómenos no resultarían

contradictorios. Efectivamente, el ideal maternal comenzó a encarnarse conjuntamente con el aumento en

la práctica y en la eficacia del control de la natalidad. La devoción por los hijos se tornaba más posible

cuando éstos eran pocos.

La transformación efectiva de las prácticas maternales, así como el deseo de hacerlo y/o la culpa

de no poder hacerlo, no siempre respondió directa ni fundamentalmente a las políticas médicas.

Indudablemente, en tal proceso complejo, intervinieron muchas más variables que se entrelazaron con los

discursos y prácticas de la medicina. La casita en el barrio, la alfabetización y educación, la salida del

mercado de trabajo, la reducción del índice de natalidad y de mortalidad infantil, fueron creando las

condiciones materiales y subjetivas de posibilidad, por lo menos, para algunas mujeres y para algunos

rasgos del ideal maternal. Si podían serlo, las mujeres fueron madres más amorosas e higiénicas. Si sus

condiciones sociales de vida les negaban el tiempo y los recursos materiales para serlo, se sintieron

53Boletín Sanitario del Departamento Nacional de Higiene (suplemento especial), 1938, p. 340. Véase

también p. 340 a 363

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culpables. Mujeres y varones de diversas clases sociales aceptaron que la maternidad era una función muy

importante (fundamental y única en algunos casos) para la felicidad de las mujeres. Esta convicción, sin

embargo, no se desplazó del ámbito "privado" al "público". La maternidad fue considerada una actividad

de "realización personal", no de "prestigio social". No se constituyó como una "carrera abierta al talento"

para escalar posiciones en la sociedad sino como una "condición natural" de todas mujeres.

La mayor resistencia al ideal maternal forjado en la medicina, seguramente inconsciente e

inconexa, se dio en el número de hijos. La disminución de la tasa de natalidad en las décadas estudiadas

no se explica a partir de ningún cambio/descubrimiento importante en las técnicas o métodos

anticonceptivos sino fundamentalmente por un aumento de su difusión y conocimiento. Esto se sumaba a

otras prácticas sociales, extendidas desde el siglo XIX, para regular el tamaño de las unidades domésticas:

abortos, infanticidios y abandono de niños.

Todas estas prácticas eran unánimemente condenadas por los médicos (excepto entre los

anarquistas). Recién en la década de 1930, con el descubrimiento de los periodos de infertilidad femenina,

algunos comenzaron a aceptar el control de la natalidad y a aconsejar el método de abstinencia periódica.

La pobreza fue el principal justificativo para la restricción de los nacimientos. Desde la medicina, la

demografía o la economía política, el deseo de varones o mujeres de tener menos hijos (o no tenerlos)

sólo podía ser leído en términos de "egoísmo". Se suponía que las familias más pequeñas podían ahorrar

más y, por lo tanto, gozar de mayores posibilidades de ascenso social.

La percepción de la compatibilidad menos hijos-madre amorosa no fue inmediata. Quizás, solo

aparecería como consuelo en décadas siguientes. En estas décadas, el trabajo asalariado femenino

continuaba siendo demonizado aunque, en las ciudades, se lo percibiera menos como el motor de la

disminución de los nacimientos que de la mortalidad infantil. Pero, además, la denatalización era

vinculada a la expansión de las posibilidades públicas de las mujeres: otros empleos, educación superior,

la "nueva" mujer que aparecía en las calles urbanas, la "mujer moderna".

Como veíamos en la "cuestión de la mujer", las amenazas a la matrona criolla, no amenguaron,

cambiaron de forma. Estas nuevas jóvenes intentaron ser conjuradas incorporando algunos de sus rasgos a

la "madre moderna". Se redoblaron la campañas educativas para madres, decididamente ya, desde los

hospitales y los servicios sociales de las maternidades.

Entre los rasgos emergentes del periodo, debemos destacar cómo de una manera muy leve, casi

imperceptible, comenzaría a reformularse la paternidad desde el ángulo del amor, desde la atención y el

cuidado más directo de los niños durante su primera infancia. Esto se acompañaría (lo cual no implica que

se relacionara directamente) del agudizamiento de la crisis de aspectos fundantes de la paternidad

tradicional. La reorganización del patronato de menores por parte del Estado tornó más débil e inestable

la patria potestad de algunos varones (pobres, delincuentes, sin trabajo). Aquéllos que no cumplían con el

precepto del Código Civil: proveer económicamente a la familia. Este proceso no esta exento de

contradicciones, en especial cuando paralelamente se intentaba reforzar el ideal de familia doméstica y

privada. Sin introducir la categoría de clase social y el impacto diferencial de las políticas del Estado,

resulta imposible entender estas contradicciones teóricas y sus resoluciones prácticas.

La reformulación del poder del padre no desterraba a la familia patriarcal. El Estado le

confirmaba a éste, si cumplía con sus obligaciones (proveer materialmente a la familia), toda la autoridad

dentro de la familia. Sin embargo, también era cierto que la inestabilidad doméstica volvía, en la práctica,

al vinculo madre-hijo el eje articulador de la familia. Las incapacidades civiles de las mujeres (y, para

algunos, también las políticas) se tornaban cada vez más inaceptables y más inadecuadas. En los años „20,

las mujeres obtendrían una ley de derechos civiles que, si bien era bastante tímida, intento ser revertida 10

años después por los sectores más conservadores. La justicación para que las mujeres gozaran de ciertos

derechos se baso fundamentalmente en la maternidad. Pero indudablemente estos derechos eran

individuales y contradecían la lógica anti-individualista de la familia y de la maternidad propuesta.

Antes de abordar las políticas maternales de este periodo, nos introduciremos en las prácticas

médicas y femeninas con respecto a la natalidad y maternidad, así como en los conflictos emergentes.

a. El control de la natalidad

Las viejas prácticas de regulación del tamaño de la unidad doméstica y del control de la natalidad

(abandono, infanticidios, abortos) no desaparecieron a lo largo de las décadas de 1920 y 1930. En

realidad, es posible que algunas se hayan profundizado. De todas maneras, la extensión de la práctica de

métodos anticonceptivos fue aparentemente el elemento de mayor peso a la hora de comprender la

drástica disminución de los nacimientos.

A juicio de los médicos, los abortos continuaban realizándose “desenfrenadamente”. Además,

“es raro el día en que no se presentan uno, dos o más abortos en curso o incompletos en las guardias de

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nuestros hospitales”.54 Aún cuando no parece haber habido un mayor celo en su aplicación, la reforma

del Código Penal de 1921 aumentó las penas a las personas que realizaban abortos. Por otro lado, se

contemplaron determinados casos en que un aborto, realizado por un médico diplomado, no era punible:

“Si se ha hecho con el fin de evitar un peligro para la vida o salud de la madre y si este peligro no puede

ser evitado por otros medios” o “si el embarazo proviene de una violación o de un atentado al pudor

cometido sobre una mujer idiota o demente”. [art. 86, 1-2].

En ambas excepciones, se mezclaban supuestos de diferentes orígenes: la valoración de la

capacidad reproductiva de la mujer, el honor familiar y la transmisión de enfermedades. Las prevenciones

con respecto a esto último eran claramente insuficientes para los médicos eugenistas. Algunos

consideraban necesario “evitar el nacimiento de seres enfermos o débiles, con graves defectos o

enfermedades hereditarias que imposibiliten la vida individual como cantidades positivas para la sociedad

o que acarreen consigo mismo el peligro de contraer o de propagar las enfermedades sobre los que le

rodean (lepra, imbecilidad, sífilis mal tratada, etc.)”.55 Cuando por fuera de estas razones médicas o

eugenésicas las mujeres igualmente abortaban, abandonaban a sus hijos o cometían infanticidio, las

justificaciones retornaban a los patéticos cuadros vinculados a la maternidad, aunque en un contexto más

sombreado por la disminución de la natalidad que por la mortalidad infantil.

De acuerdo con el Dr. Juan Bautista González, la procreación representaba un verdadero “sismo

orgánico” que dejaba trastornos funcionales e “injurias anatómicas” de todo tipo en el cuerpo de la mujer.

La maternidad, sostenía, “se cumple a costa de vida, de salud y de belleza”56. La pobreza, la miseria, el

trabajo agotador, eran circunstancias límites que podían rodear a la maternidad. Tal cuadro pavoroso

podía explicar que las mujeres no se comportaran como tales, es decir, que no desearan y amaran a sus

hijos. Esta argumentación era reforzada desde los momentáneos, pero frecuentes, “trastornos psíquicos”

femeninos que la miseria y el deshonor producían en sus “débiles” organismos. Sólo cuando -por la

asistencia social y las leyes del Estado- la maternidad dejara de ser una “pesada carga” para las mujeres,

se restablecería la ley natural del deseo del hijo en las mujeres y, en consecuencia, se acabaría con el

flagelo del neo-malthusianismo57.

Finalmente, para los médicos poblacionistas, las madres solteras seguían constituyéndose en

heroínas de la maternidad. A pesar de la situación social y su “debilidad constitutiva” tenían a sus hijos.

En el contexto de denatalización y florecimiento nacionalista, algunos las consideraban “obreras de la

patria” porque engendraban y formaban a sus futuros ciudadanos58.

Sin embargo, fueron los métodos anticonceptivos los que generaron mayor debate, especialmente

en los „20, más por su extensión social que por su novedad. Frente a las otras prácticas, la anticoncepción

suponía una premeditación. Por lo tanto, no podía alegarse frente a ella locura o trastornos psíquicos. Las

prácticas anticonceptivas utilizadas eran muy variadas e incluían desde la prolongación del

amamantamiento hasta el uso del condón, diafragmas, productos químicos, esterilizaciones temporarias o

permanentes. Aparentemente, el método más utilizado era el "coitus interruptus". Los preservativos

constituyeron la segunda técnica más empleada, fundamentalmente entre los sectores medios59. De todas

maneras, dadas las técnicas más populares (coitus interruptus y condón), las prácticas anticonceptivas

estaban muy vinculadas a la decisión y voluntad del varón. El aborto, por lo tanto, debió continuar siendo

una alternativa fundamental, especialmente cuando -al menos de acuerdo a los testimonios médicos que

disponemos- las mujeres se mostraban más interesadas en controlar la natalidad.

En la cruzada contra la anticoncepción y la denatalización, los médicos apelaban a razones

científicas, aunque muchos de ellos no desecharon las religiosas. El Dr, Juan B. González sostenía que la

religión “impone desde luego, la procreación, como obra de Dios, respecto de la cual al hombre no le está

54Dr. Padilla Roqué, Carlos: "El problema del aborto voluntario (criminal). Su solución", La Semana

Médica, tomo II, 1939, p. 230

55Peralta Ramos cit.en Zavala Sáenz, A.: El problema de los hijos. Método moral y científico para la

fecundación, Buenos Aires, 1934, p. 23-24.

56González, Juan B.: La maternidad moderna, Buenos Aires, 1939, p. 148

57Acuña, Mamerto: "Protección a la mujer embarazada, a las madres solteras y a las madres

abandonadas", La Semana Médica, año XXIX, n° 48, noviembre, 1922. Dr. Iraeta, Domingo: "La

asistencia social de la madre soltera y su hijo" en Lucrecia Campos Urquiza de Travers: Egredere. "Sal"

Gen XII-I, Buenos Aires, 1940.

58Iraeta, op. cit., p. 55

59Barrancos, Dora: “Contracepcionalidad y aborto en la década de 1920: problema privado, cuestión

pública”, en Estudios Sociales, n° 1, Universidad del Litoral, 1991, p. 77-78.

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permitido interrumpirla por medios artificiales sin cometer grave pecado”60

Por otro lado, el rechazo de la anticoncepción se enmarcaba en el pensamiento "pro-natalista",

exasperado ante la denatalización, y cada vez más alejado de sus fuentes francesas y más cercano a los

influjos italianos, en los años „20, y alemanes en los „30. Efectivamente, el clima vitalista y belicista,

vinculado al nacionalismo, tuvo un impacto no despreciable en las intenciones y políticas médicas del

período de entreguerras (el Dr. Berutti es un ejemplo). Por motivos diversos, la mayoría de los médicos

reprobaron las prácticas anticonceptivas y se alarmaban por su extensión: “En algunas farmacias, en los

diarios, es decir, al alcance de todos los ojos, se aconsejan y recomiendan procedimientos

anticoncepcionales...”61

En los años „30, el Dr. Juan Lazarte, médico y anarquista, publicaba los resultados de algunas

encuestas realizadas. De acuerdo a un médico de la ciudad de Buenos Aires, el 100% de su clientela

masculina había utilizado alguna vez algún tipo de técnica y el 35% lo hacía de manera corriente. Entre su

clientela femenina, el 85% las había empleado alguna vez y el 68% declaró aplicarlas de manera

permanente. Entre los obreros sindicados y agremiados de la Capital Federal, el 78% usaba y conocía

diferentes medios contracepcionales y entre los varones de clase media y clase media acomodada, las

respuestas fueron afirmativas en un 70%: “El uso de los preventivos se va extendiendo paulatinamente a

todas las clases sociales y el avance de la conciencia social marca sincrónicamente una práctica colectiva

neo-malthusiana científica o empírica”62.

En los años „20, las posiciones anarquistas con respecto al control de los nacimientos se

consolidaron y, por lo tanto, se distanciaron más de las hegemónicas. Aunque continuaban rechazando las

justificaciones neo-malthusianas, defendieron más firmemente el derecho de controlar la natalidad

utilizando las técnicas más modernas. Las distancias, sin embargo, eran frecuentemente oblicuas. Se

aceptaban amplios paradigmas pero desde perspectivas, motivaciones y fines diferentes. El Dr. Juan

Lazarte, por ejemplo, apoyaba el control de la natalidad, la procreación consciente, desde justificaciones

eugenésicas puesto que consideraba a la multiparidad como un factor fundamental de la degeneración.

Por otro lado, Al mismo tiempo que se apelaba al derecho a la maternidad, a la libertad de embarazo, a la

emancipación biológica femenina, se reforzaba -por otros caminos- una idea de maternidad no

contradictoria con la hegemónica. La "mejor" madre no era la que más hijos tenía sino la que ofrecía a

cada uno de ellos mayor dedicación psíquica y afectiva. Quizás, de manera no premeditada, quienes

impulsaban el control de los nacimientos estaban en mejores condiciones de predicar este nuevo modelo

absorbente y excluyente de maternidad puesto que su práctica insumía un tiempo de trabajo y una carga

emocional mucho mayor, sólo realizable de manera acabada para dos o, a lo sumo, tres hijos.

En los años „30, otras voces, frecuentemente a través de publicaciones extranjeras traducidas, se

sumaron a la predica anarquista en favor del control de la natalidad. Las motivaciones eran diversas y no

siempre antagónicas a la moral sexual de la época. Sin embargo, en algunos, generaron un reforzamiento

de la reacción, de la condena. Otros, en cambio, comenzarían a aceptar las prácticas anticonceptivas, al

mismo tiempo que las técnicas permitían ofrecer métodos considerados "más naturales".

La difusión de prácticas para controlar la natalidad a través de una literatura accesible al gran

público, la investigación y el descubrimiento de nuevas técnicas, constituían emergentes de una

transformación social y cultural más amplia. En los años „30, ya no era posible rechazar la anticoncepción

y parecía muy difícil pensar en una vuelta atrás. En su mayoría, estas publicaciones eran traducciones de

obras extranjeras puesto que, como vimos, pocos médicos locales estaban dispuestos a aconsejar sobre

estas prácticas. Un ejemplo es la publicación en Buenos Aires, en 1932, de uno de los libros de mayor

repercusión a nivel mundial al respecto, el de la Dra. Mary Carmichael Stopes. 63.

Sin embargo, al mismo tiempo, algunos sectores conservadores endurecían sus posiciones dentro

del campo de la medicina y más allá de él. Las argumentaciones más comunes en contra de las prácticas

anticoncepcionales hacia fines del período estudiado pueden ser ilustradas a través de un caso judicial. En

1936, una mujer iniciaba un juicio de divorcio alegando que su marido la obligaba a mantener relaciones

sexuales incompletas para evitar que quedara embarazada. En el fallo -favorable a la mujer, el juez

60González, 1919:154).

61Zavala Sáenz, op. cit., p. 49.

62Lazarte, J.: Limitación de los nacimientos, Buenos Aires, 1934, p. 84

63La obra más conocida y difundida fue la trilogía de Van der Velde "El matrimonio perfecto". En el

último tomo (Fertilidad y esterilidad en el matrimonio) se puede encontrar un amplio repertorio de

técnicas anticonceptivas, temporarias y permanentes. Amor sin Peligros del Dr. W. Wasroche, publicado

también por Editorial Claridad, ofrecía -en menos páginas- medios fisiológicos, químicos y mecánicos

para prevenir un embarazo.

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recurría a una serie de argumentos en donde mezclaba, a conveniencia, elementos científicos, religiosos y

políticos. Esgrimiendo las Sagradas Escrituras y la encíclica Castii Connubii, legitimaba el derecho de la

mujer a ser madre, ubicando la acción dentro de la órbita del "pecado". Basándose en la autoridad de

publicaciones científicas, consideraba que el "coitus interruptus" (método empleado por el cónyuge en

cuestión) provocaba inconvenientes a la salud sexual de la mujer, acarreándole trastornos psíquicos y

físicos64. Finalmente, se refería a la dramática reducción de la natalidad en Argentina y, en especial, en la

ciudad de Buenos Aires. Un año después del juicio, 1937, la tasa alcanzaría el pico más bajo del período.

La denatalización era más grave aún por la paralela disminución de la inmigración y, en el fallo, el juez

no dejaba de invocar, con admiración, políticas pronatalistas tan disímiles como las implementadas en

Italia y en Rusia (fundamentalmente, la prohibición del aborto que la revolución había legalizado). De

esta manera, el "coitus interruptus" fue considerado una injuria causal de divorcio por un juez de Buenos

Aires en los años ‟30.65

Entre el consejo aprobatorio y la condena, algunos médicos comenzarían a articular un discurso

más abierto a la anticoncepción. Hasta la década del 1930, la única respuesta oficial, dada por la mayoría,

al deseo de regular la natalidad por parte de la población, había sido la contención absoluta. En aquellos

años, comenzó a difundirse el método "Ongino-Smulders" que se basaba en el descubrimiento de un

período agenésico dentro del ciclo menstrual. La posibilidad de la continencia periódica, como forma de

controlar la natalidad, impactó fuertemente sobre el discurso médico porque, por primera vez, permitía

aceptar una práctica social difundida (la anticoncepción) desde un técnica “con arreglo a la marcha

moral de la naturaleza misma”. Este método se presentaba como una ayuda especialmente apta para los

matrimonios religiosos que querían “limitar los nacimientos sin incurrir en pecado”66.

Obviamente no fue este método el que modificó las actitudes ni los valores de la medicina

moderna. Por el contrario, respondía a cambios sociales y culturales que volvían cada vez más obsoleto el

rígido discurso en contra de la anticoncepción. El “clamor de los padres” (¿un eufemismo, quizás del

deseo?) comenzaría a legitimar, o en algunos casos a denunciar, las causas económicas en la limitación de

nacimientos67. En realidad, la continencia periódica y otros métodos para controlar la natalidad solo

comenzaron a ser aceptados para evitar "mayores males" entre las familias obreras numerosas: abortos,

infanticidios y abandonos. Sin embargo, en donde eran más utilizados, en los sectores medios, eran

considerados frecuentemente como síntomas de "egoísmo" y "arribismo" social. Otros médicos solo

aceptaron el método de contención periódica para mujeres que, por razones de salud, debían evitar quedar

embarazadas. El resto sólo lo utilizaba para escalar socialmente, aumentar su nivel de gastos y ocio,

alejándose de su función "natural". Así opinaba el doctor Nardulli, que sólo dedicaba sus “desvelos”

científicos “a aquellas mujeres que, por causas graves, necesitan realmente” y recriminaba “de todo

corazón a las que usen de sus beneficios con fines de frivolidad y egoísmo”.68

b. La educación de las mujeres: el "oficio" de madre

Entre el modelo de maternidad propuesto y las reales y heterogéneas prácticas maternales de las

mujeres, el "instinto natural" aparecía debilitado, degenerado, tardío... inexistente. Para los médicos, urgía

su resurgimiento a través de la educación. Pretendidamente, la educación constituía el mejor o el único

camino para volver maternales a las mujeres, para que éstas respondan a los llamados de sus cuerpos y

espíritus, cuando, en realidad, era la educación la que promovía la idea de "instinto", de una única forma

"natural" y universal de criar y cuidar la prole humana. Más que un correctivo para una femineidad

desviada, la educación intentaba construir en las propias mujeres la idea de una naturaleza maternal.

La familia supuestamente era el ámbito "natural" de transmisión de estos conocimientos y

prácticas acerca de los cuerpos, de la reproducción, de las sexualidades. Sin embargo, para quienes

reprobaban la multiplicidad y complejidad de las prácticas sociales, culpaban a las familias del estado de

"des-orden natural": mujeres que abortaban o abandonaban a sus hijos, que no los amamantaban, varones

que no proveían económicamente los hogares, que no reconocían a sus hijos, mujeres que "preferían"

trabajar, estudiar, antes que quedarse en el hogar.

64Al parecer, el orgasmo femenino incompleto “generaba” neurastenias sexuales en las mujeres. Ver

Guitarte, Arturo y Ramón Melgar: "Coito interrumpido", La Prensa Médica Argentina, año XX, n° 37,

septiembre, 1933.

65Relación Jurídica Internacional, 1936

66Cabot, José: Procreación regulada, Buenos Aires, s/f.; y Zavala Sáenz, op. cit..

67Zavala Sáenz, op. cit.

68Nardelli, Honorato: El problema de las madres, Buenos Aires, 1942, p. 45

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1188

El instinto maternal debía sentirse desde niña y, si la familia no se presentaba como un ámbito

apropiado, la escuela podía ser la cuña. Lo fundamental era no descubrirlo demasiado tarde, puesto que

“(E)ste letargo de la ignorancia biológica, (...), casi siempre desaparece ante el incontrastable

impulso del instinto maternal, cuando la mujer llega a ser madre. Pero, desgraciadamente, tal

despertar arriba demasiado tarde: las enfermedades anteriores al matrimonio, la falta de

profilaxis durante la gestación, el mal parto, etc., etc., se encargan de llevar a aquélla a la

reflexión y de grabar indeleblemente en su memoria el reproche de no haber sabido lo que debió

saber”69.

En el siglo XX, especialmente, además se había comenzado a insistir en la aplicación de la

ciencia y la técnica a la vida doméstica. Por lo tanto, aún cuando la familia actuara como cadena de

transmisión, era necesario que determinados profesionales (médicos, economistas) capacitaran a las

mujeres en su oficio "natural" pero que la modernidad había enriquecido. Así, ser madre era una tarea

simple y compleja a la vez:

“(S)imple, porque hasta las bestias la conocen, sin necesidad de explicación alguna. Difícil,

porque, en la especie humana, llegar a dominarla en su amplitud es algo que demanda toda una

vida. Una madre puede hacer mucho por sus hijos sin más que dejarse llevar por el instinto

ancestral de la raza. Pero ese mucho es algo insignificante si se compara con lo que esa misma

madre es capaz si se dedica con conciencia a aprender su profesión de madre”70.

Por sí sólo, entonces, el "instinto" también era insuficiente. Por lo tanto, urge “que en todos los

países se creen escuelas de madres, en las cuales las actuales y las futuras progenitoras puedan guiarse, no

sólo por su instinto, sino con los modernos conocimientos de la ciencia, desechando los errores

tradicionales para mejorar constantemente, como signo de progreso y de educación”71.

Ya fuera porque no existía, había sido sepultado, había "degenerado", era incompleto, tardío o

insuficiente, la educación de la mujeres en el oficio de ser madres era imprescindible. Incluso, en relación

al resto de la unidad doméstica, y con objetivos un tanto alejados de la crianza de niños. A través de la

procreación y la salud infantil, se intentaba construir un lazo, que desbordara el binomio madre-niño, que

llegara a los padres, hermanos, abuelos, varones de "clases peligrosas". El agente-mediador de ese lazo,

pensado como moderador y controlador, era la mujer: “es indispensable conseguir la ayuda de la mujer

que, en cualesquiera de sus posiciones (hija, hermana, madre) está constantemente en contacto con el

hombre, actuando sobre su espíritu y en los actos cotidianos de su vida con toda eficacia, que puede ser

para el mal o para el bien, según sea su educación y sus aptitudes.”72

Todas las posibilidades dejaban abiertas las puertas a la intromisión. Siempre, y en cualquier

caso, había algo que enseñar y la enseñanza era el camino para observar, intentar modificar y controlar

prácticas e ideas.

c. Las prácticas maternales de las mujeres y los "consejos" de los médicos

Como veíamos para el anterior período, la mayoría de las experiencias, tradiciones y saberes

femeninos con respecto al embarazo y parto, a la crianza, alimentación y cuidado del bebé, eran

desconocidos y rechazados por los profesionales médicos: “como consecuencia del más lamentable

desconocimiento de la enseñanza sexual, nuestras futuras madres crecen envueltas en la bruma tradicional

de los hogares, obligando al tocólogo [u obstetra] a actuar como a escondidas para no herir sentimientos

erróneamente inculcados”73. En este testimonio de un médico podemos observar cómo se

entremezclaban la supuesta ignorancia femenina, originada y reforzada en el hogar, los tabúes sociales

que interactuaban con las prácticas populares y, finalmente, la resistencia de muchas mujeres a ser

observadas y atendidas por extraños, en un ámbito de sus vidas tradicionalmente vinculado a las

69Beruti, op. cit., p. 5-6

70"La profesión de madre", 1938, p. 35

71"Escuelas de Madres", Hijo Mío!, 1938, p. 364

72Amadeo, Tomás: "La educación de las madres", en Hijo Mío!, vol. II, n° 2, 1937, p. 75.

73Berutti, Josué: "Concepto y orientación actual de la obstetricia", Revista Argentina de Obstetricia y

Ginecología, año IX, n° 2, marzo-abril, 1925, p. 131

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relaciones entre mujeres de su comunidad. Todavía en los años „30, la sociedad entera parecía ir a la zaga

de los deseos de iluminación científica de los médicos:

“En la Argentina, hasta la misma palabra „maternidad‟ suele molestar y ruborizar a ciertos oídos

que se consideran demasiado sensibles. Sin traer ejemplos extraños, se ha de convenir que

todavía existen círculos entre nosotros donde no se pueden proferir los términos „parto o

embarazo‟ porque son indecorosos y malsonantes; donde para anunciar que fulana de tal dio a

luz, se requiere la precaución obligatoria de usar un eufemismo: „guardó cama‟”74.

Para el Dr. Beruti, esta gazmoñería era exclusivamente resultado de la deficiente educación

femenina doméstica y oficial (es decir, aquélla impartida en hogares y escuelas). Más allá de los tabúes,

los médicos debían enfrentarse a la escurridiza presencia de las mujeres en los hospitales y su resistencia

a escuchar y obedecer los "consejos" médicos:

“Muchas buenas madres que en ningún momento se atreverían a discutir con el zapatero o con el

mueblero sobre el mejor método para clavetear una suela o cepillar una tabla -pues de antemano

se les concede la debida competencia en sus respectivos oficios- no tienen el más mínimo

escrúpulo de discutirle al médico, de igual a igual, sus diagnósticos y sus tratamientos”.75

En esta lucha, recién en la década de 1930, comenzaron a escucharse algunas satisfacciones en

las voces de los médicos. Por ejemplo, análisis de la experiencia del Servicio Social de la Clínica

Obstétrica y Ginecología Eliseo Cantón sostienen que en 1940 se había vencido la desconfianza inicial de

las madres frente al personal del hospital, éstas “confiaban sin temor”76.

Obviamente, la lactancia estaba en el centro de los intentos de transformación y control por parte

de los médicos de las prácticas femeninas, de la lucha contra la mortalidad infantil y de fortalecer el

binomio madre-niño. Las imposibilidades o los deseos por los cuales las mujeres no lactaban a sus hijos

eran rechazados por los médicos como “falsos prejuicios” o “artimañas”. Fundamentalmente, no creían en

las incapacidades fisiológicas alegadas por las mujeres. Suponían que se trataba de “las imposiciones y

compromisos de la vida moderna, los prejuicios más o menos arraigados sobre la lactancia, la idea de

muchas mujeres de considerarse débiles o demasiado nerviosas para tal función, el temor de perder con

ella la elegancia femenina de la figura, la necesidad de salir a trabajar fuera del hogar, la ilegitimidad de

los hijos, etc..” Para lograr sus objetivos con respecto a la lactancia "natural" materna los médicos tenían

dos opciones: trabajar con el deseo de las mujeres o con el peso de la ley. Por un lado, afirmaban que

“siempre debe tener confianza en su aptitud de tener buena leche para criar a su hijo, así como la íntima

satisfacción de poder llenar debidamente su rol de madre.” 77

Por otro lado, como vimos cuando analizamos la creación de la Dirección de Maternidad e

Infancia, la persuasión se convertía en coerción. La lactancia de hijo pasaba a ser un “deber de toda

madre” y quienes no lo cumplieran serían castigadas con la prisión, redimible en dinero. Se prohibía,

además, el abandono del hijo puesto que las autoridades podían detener a la mujer e internarla en un

hospital o en la casa de corrección al solo efecto de obligarla a criarlo. Indudablemente, estas

disposiciones eran difíciles de controlar y hacer cumplir. Pero no dejan de constituir valiosos indicios de

los deseos máximos de los médicos y de algunas prácticas socialmente extendidas. Más efectivos

debieron resultar los "consejos" médicos, especialmente cuando se organizaron a través de otras mujeres

(visitadoras, asistentes sociales) como intermediarias e inmersos en una red de contraprestaciones

materiales (los servicios sociales).

El diagnóstico de la experiencia médica con respecto a la atención de la salud de las mujeres y,

por su intermedio, de niños, era bastante negativo a principios de la década de 1920. Los médicos creían

que esto se debía fundamentalmente a la falta de una "correcta" (y "femenina") educación a las mujeres

en los hogares, a la cual se le sumaba, por entonces, la decepción con respecto al sistema educativo en

todos sus niveles.

d. La educación maternal de las mujeres

74Beruti, op. cit., p. 4

75"Conversando con las Madres", Madre y Niño, año 2, n° 11, 1936.

76Beruti, Ledesma y Zurano: “Diez años…”, op. cit., p. 93

77Dr. Schiavone, Generoso: "Falsos prejuicios sobre la lactancia", Hijo Mío!, vol. II, n° 6, 1937, p. 364.

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La puericultura era un contenido más y bastante marginal dentro de "Economía Doméstica y

Labores", materia obligatoria para niñas por la ley 1420. En las escuelas normales y liceos de señoritas, se

enseñaban algunas nociones elementales de puericultura en "Higiene y Economía Domésticas", aunque

esta última no estaba considerada como materia de examen. En general, los médicos encontraban

altamente insatisfactoria este tipo de preparación maternal recibida por niñas y jóvenes. Y, a pesar de

algunos intentos de reforma, en los años „30, todo continuaba más o menos igual.

Entonces, muchos consideraban necesario que las mujeres recibieran una educación e instrucción

más cruzada por el genero; es decir, más "femenina", más maternal. Se percibía a la educación impartida

a niñas y jóvenes “demasiado igualitaria” con respecto a la masculina, derivándose supuestamente de ello

nefastas consecuencias para el “porvenir de la raza y del ambiente: La falta de planes, textos y escuelas

especializadas para orientar eficazmente a la mujer son causa de que hayan tan pocas buenas madres,

esposas, ciudadanas conscientes”78. Entre los círculos médicos, era habitual suponer que los

conocimientos acumulados, por las mujeres, en la escuela, no sólo eran totalmente inútiles para fortalecer

su femineidad y capacitarlas para su función social máxima (la maternidad) sino que, incluso, podían

llegar a resultar contraproducentes al obstaculizar el casamiento y/o la procreación, ya fuera porque los

varones no deseaban casarse con mujeres más inteligentes o educadas que ellos, ya porque estas mujeres

viriles tenían otros intereses79.

La mayor inclusión de las mujeres en el sistema educativo en los años „20 y „30, especialmente

en niveles medios o superiores, acentuó los llamados a cumplir con la supuesta misión fundamental de sus

vidas: “formar una raza fuerte, sana y varonil para el engrandecimiento de todas las naciones del orbe”. A

pesar de ciertos logros -como veíamos antes- de la predica maternalista, se tornaba cada vez más

necesario insistir a las propias mujeres (obviamente de la clase media) que el “porvenir nos reclama

mujeres madres, mucho, muchísimo más que intelectuales”80. Para las trabajadoras lo fundamental, y

también incumplido por el sistema educativo, era enseñarle los efectos negativos que sus tareas

asalariadas producían a su descendencia, provocando fetos mal gestados, nacimientos prematuros, abortos

naturales, altos índices de mortalidad infantil. En síntesis, todo aquello que inevitablemente conducía a la

“degeneración racial”81. De todas maneras, en estos años, se intentaron algunas transformaciones

aisladas e informales, dentro del sistema educativo, por ejemplo, a través de la capacitación docente:

desde la publicación de artículos especializados en El Monitor de la Educación, hasta la exhibición de

películas -de origen estadounidense- a las docentes ("Cómo comienza la vida" y "Madres educad vuestras

hijas") bajo el estímulo de la Liga Argentina de Profilaxis Social82.

Frente a estas criticas, el Estado mantuvo una actitud pasiva. En lo formal, la escuela argentina

fue desde sus orígenes relativamente igualitaria para varones y mujeres, puesto que las materias

"domésticas" para niñas nunca tuvieron un peso decisivo a la hora de la evaluación y aprobación de los

cursos. Era y continuó siendo ineficaz en la educación maternal pretendida por los médicos. Pero, como

ya habíamos adelantado, todo esto no implica que la escuela no se haya constituido en uno de los

engranajes más aceitados, quizás, de transmisión, reproducción y reforzamiento del ideal de femineidad

maternalizada, fundamentalmente a través de los textos de lectura, del curriculum oculto, de la ideología

de la maestra como "segunda madre", sus actitudes y valores.

Preocupados por los contenidos, los médicos decidieron tomar en sus manos, o bajo su directa

supervisión, la educación maternal de las mujeres desde las maternidades y los dispensarios. En esta

empresa, los médicos se valieron de otros recursos, tales como la difusión a través de revistas, cartillas,

programas radiofónicos, conferencias escolares y públicas, en teatros, plazas y cinematógrafos. Pero el

medio más representativo, y efectivo, para lograr esta maternalización de las mujeres fueron los flamantes

servicios sociales de los hospitales y sus agentes fundamentales, las visitadoras o asistentes sociales.

Los pilares sobre los que se erigía la acción de los servicios sociales eran dos: la mediación

78Santolalla, S. De: "Preocupaciones de una novia", Viva 100 años, vol. VIII, n° 1, 1939, p. 40.

79González Cogolludo, Manuel: "A qué edad debe casarse la mujer?", Viva 100 Años, año 6, vol. VIII,

n° 4, 1939.

80Maura, María Elena: "El rol de la mujer en el futuro", Vida natural, año 1, n° 8, diciembre, 1936, p. 16.

81Dr. Busco, Juan: "Sobre la cuestión sexual en nuestro ambiente", La Semana Médica, año XXIX, n°

50, 1922.

82Fernández Verano, Alfredo: Los prejuicios sexuales y sus consecuencias, Buenos Aires, LAPS, 1924 y

Por la salud y el vigor de la raza, Buenos Aires, LAPS, 1924. Cf., también, las propuestas de

modificación planes de estudios, realizadas por la Dra. Mercedes Rodríguez de Ginocchio: “Educación

sexual eugénica maternológica”, en Anales del Instituto de maternidad Prof. Fernandez, tomo III, 1941,

pp. 72-73

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(mujeres como nexo hacia otras mujeres) y la negociación (una mujer aceptaba ir al hospital o recibir

parte de su personal en su casa a cambio de una contraprestación material). Las visitadoras, las parteras a

domicilio, aún cuando pertenecieran a una clase social superior a la visitada, tenía más posibilidades de

pactar con ésta que un médico de quien la separaba una distancia social y cultural mucho mayor. Por ello,

aquellas eran piezas claves del sistema. En los „20 y los „30, la práctica de ir a las casas no era nueva en

Buenos Aires, pero se volvió más abarcativa y decidida. Estas mujeres visitadoras no sólo aconsejaban a

las otras mujeres sobre problemas inherentes al niño que iba a nacer o recién nacido. Aparentemente,

también se hablaba (como consulta, como prescripción, como consejo) acerca de todo tipo de incidentes

médico-sociales, relacionados a otros hijos de edad pre-escolar o escolar, de asuntos conyugales y

familiares83.

Los servicios sociales pretendían prevenir y curar enfermedades, supervisar y controlar todo el

proceso de la reproducción biológica y “moralizar” la población (casamientos, reconocimientos de niños,

trabajos asalariados). Todo esto implicaba una intromisión muy fuerte en ciertos aspectos de la vida

doméstica. Las mujeres, responsables para los médicos de la atención de la salud de la familia y, para el

grupo familiar, encargada de obtener ciertos bienes indispensables para la supervivencia doméstica,

concurrían al hospital o recibían la visitadora (quizás, no de manera exclusiva, pero era seguramente un

motivo muy válido) a cambio de remedios y recetas, ropa para niños y adultos.

Entre los ejemplos más ambiciosos de estos servicios sociales, encontramos el Servicio de

Acción Social del Instituto de Maternidad de la Sociedad de Beneficencia y la Escuela de Madres de la

Clínica de Obstetricia y Ginecología Eliseo Cantón, del Hospital Ramos Mejía. La acción social de una

Maternidad, en conjunto con la acción médica, debía de ocuparse de la educación, de la protección moral

y económica, y de la asistencia e inspección domiciliaria de las madres. Las visitadoras sociales del

Servicio (generalmente pocas y en algunos casos no rentadas) recorrían las salas del hospital y las cuadras

del barrio. Su tarea consistía fundamentalmente en atraer la confianza de las mujeres y a ellas mismas al

hospital. También debían evacuar consultas y aconsejar a las madres sobre cuestiones elementales de

puericultura. Finalmente, la prédica del médico, en todo momento, completaba la obra de educación, ya

sea para inculcar nuevos principios, ya sea para desterrar "prejuicios" tradicionales84. Como sostenía el

Director de la Clínica Obstétrica y Ginecológica del Hospital Ramos Mejía: “La maternidad es solo un

centro que irradia hacia todas direcciones y, en especial, hacia el domicilio de las madres. Indagar

respecto a estas y sus hijos, verificar los datos ambientales y sanitarios, atraer al consultorio externo a las

reacias, guiarlas, servirles de lazo de unión entre la Maternidad y el Hogar es tarea principalísima del

Servicio Social”85.

Entre los objetivos últimos de los servicios sociales figuraban legalizar la situación de los niños a

través del casamiento de los padres o por reconocimiento de éstos, reintegrar a las madres solteras al

hogar paterno o conseguirles trabajo asalariado para que pudiera trabajar “honesta y productivamente” y

obtener trabajo para las mujeres o los varones del núcleo familiar a través de la oficina o agencia de

trabajo. Pero, evidentemente, la tarea educativa era pensada como fundamental para los servicios sociales:

“El estado de ignorancia en que llegaban las madres, determinó la necesidad de crear esos cursos en sus

distintos aspectos, donde debe comenzarse por las nociones más fundamentales como ser vocabulario,

interpretación de lecturas, nociones de historia, etc.”86

Según la misma autora, en el Hospital Alvear, por ejemplo, esos cursos se daban tres veces por

semana e incluían contenidos de puericultura y profilaxis de enfermedades, nociones de obstetricia y

ginecología. Por otro lado, en la biblioteca, se daban clases -aparentemente más concurridas- de labores,

economía doméstica y cocina. Fuera del hospital, se utilizaba la radio para dar conferencias, se

desplegaban carteles de propaganda por el barrio, se realizaban diferentes funciones con rifas y películas

cinematográficas. En los consultorios o a través de las visitadoras se entregaban cartillas y tarjetas con los

consejos considerados fundamentales y expresados “de manera simple”.

Para 1940, la Clínica Eliseo Cantón contaba con una escuela primaria con clases dictadas por

maestras normales para las analfabetas internadas; un Taller de Madres en donde se enseñaba a coser,

tejer, corte y confección; y, finalmente, desde fines de 1932, funcionaba una Escuela Para Madres de

Puertas Abiertas cuyo objeto era “capacitarlas técnicamente para la función específica que, como mujeres,

83Dr. Sala, Silvestre y Srita. María Zurano: "La obra social de la maternidad en la profilaxis del

abandono moral o material de niño", Anales de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social, año 2, n° 35,

1934, p. 22.

84Peralta Ramos, A. y J. Garrahan: "Acción médica…", op. cit., p. 901-902.

85Beruti, Ledesma y Zurano: “Diez años…”, op. cit., p. 93

86Rodríguez de Ginocchio, Mercedes: “El Servicio Social…”, op. cit., p. 210

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están llamadas a desempeñar en la vida”.87

Hacia fines de la década de 1930, concurrían a las clases diariamente alrededor de 90 oyentes

(mujeres internadas, mujeres que concurrían a los consultorios externos, así como otras, extrañas a la

clínica, pero interesadas en los temas tratados). De acuerdo a los médicos, se trataba de un sistema de

conversaciones fáciles, prácticas y breves (entre las 8.30 y 9.00 horas de la mañana) sobre puericultura,

maternología, economía doméstica, profilaxis de enfermedades y eugenesia, primeros auxilios, higiene

general y odontología. El objetivo de la Escuela para Madres era triple: transmitir nociones científicas

básicas, maternalizar la identidad femenina, y atraer y generar confianza en las mujeres respecto de la

institución. Se suponía que idealmente la Escuela de Madres debía surgir de una acción concertada entre

personal sanitario y educativo. El analfabetismo era un obstáculo importante (para lo cual las clases

elementales en la Maternidad solo podían constituir un una medida extraordinaria y coyuntural): “Sin una

educación previa de la mujer para sus futuras funciones maternales, toda obra eugenésica, como ser la

consulta o el certificado prenupcial, está, desde luego, condenada al fracaso”.

Por ello, algunos sostenían que la acción debía plantearse mediante “equipos especiales y

volantes” (como las cátedras ambulantes de la puericultura italiana) de maestras nacionales agregadas a

los servicios maternales quienes, en cooperación con los técnicos y las visitadoras, ampliarían

considerablemente la zona de influencia de cada institución. Estas experiencias podían, además, ser muy

útiles en áreas rurales en donde la situación de “ignorancia y desamparo” de las mujeres era aún peor que

en las ciudades.

Otra iniciativa tomada como modelo por los médicos argentinos fue la Escuela de Madres de la

Asociación Uruguaya Pro Educación de Madres. Se hallaba integrada por un médico, un educador o

educadora y las madres y futuras madres. Semanalmente, estas últimas recibían lecciones prácticas de

puericultura y, mensualmente, debían exponer los frutos de sus experiencias para discutirlos entre todos.

La Escuela brindaba, además, protección y ayuda mutua a sus asociadas; ofrecía reuniones culturales para

“elevar la capacidad” intelectual, social, estética y moral de las mujeres y organizaba anualmente la

Semana de la Madre88.

El gran ausente de estos emprendimientos, prácticas, proyectos era el padre. Sólo en los años „30

y „40, y de manera muy marginal, comenzaron a escucharse algunas voces más allá de las preocupaciones

eugenésicas en torno a la transmisión de enfermedades. Dos elementos claves de la maternidad: el amor y

la preparación o educación necesaria para ejercer dicha "función natural" prácticamente estaban

invisibilizadas en el varón, para quien la paternidad representaba sólo cierta autoridad y la obligación de

proveer económicamente a la familia.

Durante el período estudiado, en pocas ocasiones los médicos se pronunciaron acerca del "amor

paternal" o la "educación para la paternidad". Sin dejar de constituir opiniones excepcionales entonces, lo

hallado en los años „30 y „40 estaba indicando, sin dudas, el comienzo de una serie de transformaciones

importantes en el concepto de paternidad, cuando resultaba innegable que su lugar de autoridad y de

proveedor económico eran muy inestables para algunos varones.

En un editorial de Viva 100 años, publicación periódica que se autodefinía como la “revista de

los padres” y dirigida por el Dr. Arturo León López, se sostenía que el "amor paterno" era diferente al

materno. En la explicación de la diferencia, se colaban las categorías mentales de género adjudicadas a

uno y otro sexo. El cariño del padre era calificado como menos intenso y más recio que el de la madre. El

hijo provocaba al varón una ternura hasta entonces desconocida y este sentimiento lo cohibía. La

provisión económica era reformulada desde el amor y no como obligación moral. Las relaciones entre los

varones y los niños continuaban planteándose como un problema, puesto que se consideraba que sólo con

el tiempo, cuando el niño se convirtiera en hombre, el cuidado e interés por parte del padre adquiría “casi

tanto relieve como el de la mujer”.89

Se presionaba más sobre los márgenes de la ideología hegemónica, en un texto más temprano,

pero traducido, aparecido en el Boletín del Museo Social Argentino. Allí, se sostenía que la función de

proveedor material no acababa con las tareas de la paternidad. Junto a la madre, debía encargarse de la

educación de los hijos (lo cual era aceptado por la mayoría) y, también (aquí, sí se separaba de la

mayoría) debía cumplir “funciones de asistencia” con respecto a los hijos para lo cual debía tener una

87Beruti, Ledesma y Zurano: "Diez años....", op. cit., p. 95-96. El Patronato de la Infancia había

habilitado, en la década de 1920, una "Escuela de Madres"; pero, a pesar de llevar el mismo nombre, sus

objetivos y funciones eran diferentes. Se trataba, más bien, de un asilo que podía albergar hasta 60

mujeres puérparas que no tenían adónde ir con sus hijos, durante semanas o meses. Cf. Peralta Ramos, A.

y J. Garrahan: "Acción médica…", op. cit., p. 898).

88"Escuela de Madres", Hijo Mío!, vol. III, n° 6, 1938, p. 364-365.

89"El amor paterno", Viva 100 años, vol. VIII, n° 8, 1940.

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preparación especial. La asistencia a la prole implicaba la alimentación, la higiene, el cuidado, y debía

realizarla fundamentalmente en caso de tener que reemplazar a la madre pero, también, en algunas

ocasiones, como actividad cotidiana. Para esto era necesario “una intima convivencia de padre y prole, y

además, un interés diario en la vida del niño”. Las resistencia a estas prácticas por parte de los varones

quedaron manifestadas en el mismo texto y expresaban la fuerte adhesión a determinadas y rígidas ideas

en torno a los géneros, así como a las relaciones de poder y prestigio entre ellos: “no pocos hombres se

sentirán ofendidos en su dignidad, ante la simple hipótesis de que se les acostumbre a una actividad

reservada desde hace siglos a la mujer.”90

Los años „30, conforme a lo que sucedía en otras áreas de la sociedad local, trajeron aires más

conservadores a la medicina, la eugenesia fue levantada con más énfasis por la derecha, el orden familiar

se reafirmó como reflejo y origen del orden social, la maternidad era la "función natural" de la mujer y

cualquier reformulación social o política de la misma era combatida. En los años „20, un sector no

despreciable de médicos, eugenistas y poblacionistas, admiraron las políticas fascistas italianas. Una

década más tarde, algunos desplazaron su admiración hacia las preocupaciones demográfico-raciales

alemanas.

Uno de sus más fervientes defensores fue el Dr. Beruti, quien creía que el sistema educativo

femenino implantado en Alemania señalaba el comienzo de una nueva era, caracterizada por la

disminución del número de establecimientos de enseñanza científica y el aumento de los de enseñanza

doméstica y rural para las mujeres, la creación de un ejército de empleadas en funciones médico-sociales

y la ampliación de la protección maternal, brindando asilo en la campaña a madres que necesitaran

recuperar sus fuerzas. También creía el Dr. Beruti, que se reduciría el número de mujeres dedicadas a las

vida académica, se fomentaría el matrimonio temprano a través de créditos y otras facilidades, se

prohibiría el matrimonio en caso de existir enfermedades hereditarias entre los futuros cónyuges o sus

familias y se esterilizaría a ciertas mujeres amorales, incapaces y enfermas. Habría también una

modificación de los derechos civiles de las mujeres, una prohibición del empleo permanente de mujeres

menores de 35 años, mientras que se debería asegurar y defender el empleo de las solteras de edad y

viudas, auspiciar y estimular el empleo doméstico, cuyo calificativo de "sirvienta" quedaría radicalmente

extirpado y se crearía una nueva función de asesoras de vivienda. Entre otras cosas, estaba el fomento de

la vida campesina y sencilla, con el propósito de reducir el urbanismo, el reforzamiento de la obra de la

Iglesia Evangélica con su ya enorme cantidad de escuelas maternales, el impulso de conferencias y

congresos anuales de madres y la implantación de agencias matrimoniales oficiales y escuelas paternales.

Por último, tendría lugar también la orientación y reglamentación, en forma totalmente nueva, de la

educación de la joven y el futuro establecimiento del servicio obligatorio femenino91.

La idea del servicio obligatorio femenino no era nueva. Se hallaba ya en el mencionado libro de

Ellen Key, "El siglo del niño". El “servicio general obligatorio de trabajo para las mujeres” pretendía

enseñar fundamentalmente economía doméstica y cuestiones relacionadas a la vida agrícola, así como una

sólida preparación para el matrimonio (educación e higiene sexual). Después de la enseñanza escolar, las

niñas de 14 años deberían ser sacadas de sus hogares y quedaban a cargo del Estado por el lapso de un

año, sin gastos para los padres. Algunas niñas serían alojadas en otros hogares, otras, en establecimientos

especiales en el campo. La instrucción sería impartida por un médico y una religiosa92. Siguiendo con

Beruti, este servicio obligatorio femenino estaba tan justificado como el servicio militar de los varones

puesto que

“(T)odo él tiende a la preparación de la mujer para cuando llegue a su maternidad. (P)ropende

entre las jóvenes trabajadoras, al retorno de la vida sencilla, al abandono de esa supercivilización

típica de las décadas pasadas. Enseñarles, por primera vez, el verdadero significado de su

responsabilidad; ... [subrayado original] ... reconoce y no dificulta la labor intelectual femenina

ya iniciada, pero no quiere desarrollar en masa la vida académica de la mujer, porque entiende

que son tareas más en armonía con su sexo y su misión, el trabajo manual, la economía

doméstica, los conocimientos prácticos de la vida diaria, los idiomas, la iglesia”. (p. 11)

Indudablemente, estas ideas no hegemonizaban el campo, sonaban extremas para muchos, aún

entre aquéllos que estaban de acuerdo con la necesidad de acentuar la educación maternal de las mujeres.

Sin embargo, también era evidente que el clima ideológico con respecto a las mujeres no era el mismo en

la Argentina de los años „20 que en la de los `30. Como veremos más adelante, sus recortados derechos

90Wackmann, J.: "La educacion para la paternidad" en BMSA año XIX, n°. 106-108, 1931, p. 185 y 186

91Beruti, op. cit., p. 9

92

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civiles logrados en 1926 serian amenazados diez años más tarde durante la presidencia de Justo. Si bien

esta amenaza no se concretó en un retroceso, no caben dudas que el clima ideológico de los años „30 fue

mucho más maternalista y conservador que el de los „20. La natalidad alcanzó los índices más bajos (en

los „40 tendría un suave repunte); la crisis económica y la desocupación, volvía “más intolerable y

nefasta” la incorporación o presencia de la mujer en el mercado de trabajo (aunque siempre había sido

considerada competidora del varón); la miseria, la desnutrición, y el malestar social acentuaban los

temores por la “degeneración racial”. Para más, el movimiento eugenésico alcanzó su cenit. Todo este

contexto actuaba como una gran caja de resonancia tanto de las exaltaciones de la “naturaleza maternal”

femenina como -contradictoriamente- de los esfuerzos conscientes, a través de la educación, por

maternalizar a las mujeres.

La amenaza a los derechos civiles, la negación de los derechos políticos, la sanción de una ley

que otorgaba a las mujeres trabajadoras la licencia maternal paga, puede comprenderse dentro de un clima

maternalista conservador. Todo ello redituaría en beneficio de la raza y la sociedad. Siguiendo de nuevo a

Beruti, “…para asistir a la madre y mejorar la estirpe, es ineludible permitir que aquélla domine

soberanamente en el hogar doméstico, porque, como alguien dijo „concediendo a la mujer todos los

derechos compatibles con su especial naturaleza, mucho habrá ganado la humanidad en la realización de

sus más caros ideales‟ [subrayado original]”. (p. 12)

Sin embargo, este clima maternalista y conservador puede leerse más desde la incompletud y

parcialidad de sus logros que con su triunfo total. Desde la medicina, desde los hospitales, desde la

educación, era necesario insistir en el “instinto maternal”, en los “comportamientos maternales naturales”.

Otra vez, el Dr. Beruti es un buen testigo de la hora: “el maravilloso ejemplo de Italia y Alemania podrá

simplificarnos la tarea, pero no debemos olvidar jamás que para la aplicación de dichos principios, será

imprescindible inculcar previamente en nuestros cerebros y en nuestros corazones la idea de que la mujer

es la madre [subrayado original]”. (p. 12) Desde la política, se intentaba tanto fortalecer como reformular

estas posiciones. Ese era el campo de las políticas de control y de liberación, de las políticas de

maternidad y del maternalismo politico.

4. Políticas de maternidad

Como habíamos visto, durante el primer período una serie no siempre muy articulada de leyes

regulaban directa o indirectamente la procreación y la maternidad. En las décadas de 1920 y 1930,

algunas de dichas leyes fueron modificadas, mientras surgían otras nuevas. La reforma del Código Penal,

en 1921, introdujo modificaciones significativas con respecto a los infanticidios y abortos. El

ocultamiento de la "deshonra" continuaba siendo el motivo fundamental para considerar al infanticidio

como un homicidio atenuado, pero la pena era disminuída, tanto para la madre como para sus familiares

(“padres, hermanos, maridos o hijos”) en caso de que fueran éstos quienes cometieran el delito. Por otro

lado, se modificaba el lapso en que cabía la atenuación del crimen para la madre: en lugar de ser durante

el nacimiento y en los tres días posteriores al mismo, sería durante el nacimiento o “mientras se

encontrara bajo la influencia del estado puerperal” (art. 81, 1). Esta modificación, más de acorde a los

dictados de la ciencia, era calificada como más justa por la Comisión de Códigos de Cámara Senadores

de la Nación93. En caso de los familiares, debía considerarse que actuaran bajo “un estado de emoción

violenta y que las circunstancias hicieren excusable”.

Con respecto al aborto, en cambio, las penas aumentaban notablemente. Sin embargo, la gran

“innovación en legislación criminal” estuvo constituida por la introducción de "casos" en los que el

aborto, realizado por un médico diplomado, no era punible. El propósito y la justificación era

fundamentalmente eugenésico. En su análisis de la legislación europea y, por lo tanto, del anteproyecto

suizo de 1916, Jiménez de Asúa sostenía: “es la primera vez que una legislación va a atreverse a legitimar

el aborto con un fin eugenésico, para evitar que de una mujer idiota o enajenada, o de un incesto, nazca un

ser anormal o degenerado”94. El proyecto de la Comisión decía que el aborto realizado por un facultativo

no sería punible

“... si se ha hecho con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la madre y si este

peligro no puede ser evitado por otros medios; si el embarazo proviene de una violación, de un

atentado al pudor cometido sobre una mujer idiota, demente, inconciente o incapaz de

93Diario de Sesiones de la Camara de Senadores, 23 de septiembre de 1920, p. 957.

94Jiménez de Asúa: La política criminal en las legislaciones europeas y norteamericana, p. 206 cit. en

Diario Sesiones Camara Senadores, 23 de septiembre de 1920, p. 958.

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resistencia, o de un incesto. Si la víctima es idiota o demente, el consentimiento de su

representate legal deberá ser requerido para el aborto...”95

En el Informe de la Comisión, se sostenía que la primera excepción no debía ser explicada dada

su obviedad; con respecto a la segunda, se aclaraba que otros autores (por ejemplo, se mencionaba a

Gautier) justificaban agregar “consideraciones de origen étnico” y que, si el embarazo de una mujer

idiota, demente, inconciente, no era resultado de un acto de violencia, “más justamente aun podría

argüirse, que en caso de incesto, el interés de la raza. ¿Que puede resultar de bueno de una mujer demente

o cretina?”96

Quienes redactaron el informe creían que era fundamental introducir la eugenesia dentro de la

legislación criminal. Sabían que el Congreso de Antropología Criminal, realizado en Colonia en 1911, se

había ocupado de la esterilización de criminales y que en trece estados de Norte América se habían

dictado leyes de esterilización a criminales y enfermos mentales. La no inclusión de estas

consideracioones en la legislación local no se debía a su condena por parte de muchos de los legisladores,

por lo menos, sino porque “no se admite hoy en día ni por la ciencia, ni por el derecho penal, ni por

consenso social, la esterilización de delincuentes, aunque sean incorregibles, con fines eugenésicos,

sintiéndose por esta medida ... repugnancia afectiva.” 97

Lo que aparecía como indiscutible era la práctica del aborto, por parte de los médicos, a los fines

de perfeccionamiento de la raza cuando se trataba de mujeres embarazadas con "taras" consideradas

transmisibles por herencia (pero que, además, nunca podrían cumplir con el modelo culturalmente

impuesto de la "madre moderna"). El problema de la violación parecía estar más impulsado por una

posible degeneración vía paterna: en el texto de la Comisión se mencionaban las violaciones de mujeres

belgas realizadas por “soldados ebrios, desenfrenados o criminales”. La redacción final del artículo del

Codigo Penal mantuvo muchas de estas propuestas, aunque cayó la figura del "incesto". Finalmente, esta

parte del artículo 86 quedaría redactada de la siguiente manera: “El aborto practicado por un médico

diplomado, con el consentimiento de la mujer encinta, no es punible: 1. si se ha hecho con el fin de evitar

un peligro para la vida o la salud de la madre y si este peligro no puede ser evitado por otros medios; 2. si

el embarazo proviene de una violación o de una atentado al pudor cometido sobre una mujer idiota o

demente. En este caso, el consentimiento de su representante legal debera ser requerido para el aborto.”

Estas reformas pueden comprenderse a partir de algunas transformaciones sociales, ideológicas y

científicas, ocurridas durante las décadas precedentes. La disminución de la pena para el infanticidio y el

aumento para el aborto podría corresponder a un cambio en la percepción y experiencia de ambos tipos de

prácticas. Efectivamente, la utilización del aborto como método de control de la natalidad se había

revelado evidente, mientras que el infanticidio posiblemente haya disminuido su importancia relativa. El

anhelo de la ley en contrarrestarlo, endureciendo el castigo, no pareció tener demasiadas consecuencias en

su efectiva condena ni en su disminución práctica. Por otro lado, aparecieron algunos motivos que

permitían la realización de abortos. La influencia de la medicina y la eugenesia era evidente y

significativa, aunque limitada y tímida para algunos contemporáneos.

En un contexto en donde las prácticas de control de la natalidad se hallaban cada vez más

socialmente extendidas, abortos, infanticidios y abandonos eran los signos extremos de la "ignorancia",

"malicia", la "incapacidad" de las mujeres. Mientras que las mismas mujeres aparecían como la principal

amenaza para la procreación, cada vez con más fuerzas, se perfilaba un biologicismo para comprender

fenomenos sociales como la maternidad y paternidad desde la medicina y desde el Estado. Muy

tardíamente, el Estado argentino aceptaría una ley de adopción.

Así, se fueron dibujando dos tendencias aparentemente contradictorias: por un lado, se afirmaba

la procreación como la base de la "verdadera" paternidad y maternidad, por otro, el Estado avanzaba

sobre los derechos de los padres sobre los hijos. A traves de la ley 10.903 de 1919, el Estado se arrogaba

el derecho de quitar la Patria Potestad y ejercer la tutela de los menores. Desde la colonia y a lo largo de

todo el periodo estudiado, los niños o niñas que no tenían padres y/o familiares o habían sido

abandonados por éstos, eran alojados en establecimientos de beneficencia, más tardíamente aparecieron

algunos dependientes del Estado y, desde fines del siglo XIX, se sumó la figura del "defensor de

menores". En cualesquiera de estos casos, los niños y niñas podían ser entregados a otras familias para

que fueran educados o aprendieran un oficio, pero en ningunos de ellos podían otorgar la patria potestad

sobre aquellos. Se suponía que las instituciones, el defensor de menores o las familias particulares a las

que eran asignados debían actuar "como si" fueran una "madre cariñosa", un "buen padre de familia", un

95DSS, 23 septiembre 1920, p. 961

96DSS 23 septiembre 1920, p. 958

97DSS, op. cit., p. 958. Subrayado original

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"hogar". Pero legalmente no podían constituirse como tales. En definitiva, parecía que la unica familia

comprensible y aceptada en la epoca se había reducido a la estrictamente biológica.

Sin embargo, ésto no obstaculizó que, ante determinadas circunstancias el Estado asumiera la

patria potestad. Como vimos anteriormente, ésto había respondido fundamentalmente en el siglo XIX a la

necesidad de mano de obra. A principios del XX, los causales serían otros. En 1910, se presentaba al

Congreso Nacional un proyecto de tutela de menores por parte del Estado que, con modificaciones, sería

sancionado en 1919 (la mencionada ley 10.903). El problema que acuciaba por entonces eran los niños y

niñas en la calle. La calle asociada a la "vagancia" (aun cuando se trabajara en ella) y la vagancia a la

delincuencia. Estos niños y niñas generalmente tenían una familia, aunque muy alejada del modelo

nuclear y habitacional naturalizado. En Dr. Luis Agote apoyaba la necesidad de modificar la legislación

ante “ese elevadísimo numero de niños que vagan por nuestras calles y que viven como los pájaros, en los

terrenos baldíos, en las plazas públicas, en los terrenos ganados al río, en el hueco de los portales y en los

tugurios más inmundos, y que van a constituir, por la natural evolución de su vida irregular, el mayor

contingente de las carceles de la Nación”.98

Estos menores "vagabundos", supuestamente al borde de la delincuencia, no habían sido

formalmente abandonados por sus padres, madres u otros parientes. En realidad, el abandono urbano de

niños había comenzado a disminuir a partir de la segunda década del siglo XX99. Pero la presencia de

estos niños y niñas en la calle fue pensada desde el "abandono material y moral", el "peligro moral" y se

constituyeron en amenazas al "orden" social, "racial" y nacional. La "vagancia", percibida en intima

conexión con la delincuencia, constituyó uno de los detonantes más claros para una "legítima"

intromisión del Estado en la "privacidad" de las familias y el depojamiento de la patria potestad.

Así, de acuerdo a la ley de tutela de menores sancionada en 1919, si se consideraba que los

menores se hallaban abandonados "moral" y/o "materialmente" o en "peligro moral"100, jueces de la

jurisdicción criminal y correccional podían disponer preventivamente del menor para entregarlo a un

pariente "honesto", a una institución de beneficencia pública o privada o a un reformatorio público de

menores. Solo en caso de que el padre no existiera (por muerte, abandono) o que hubiere perdido la patria

potestad, ésta podía ser ejercida por las madres (siempre y cuando no contrajera nuevas nupcias). Estos

conceptos en general englobaban un amplio marco de posibilidades: los niños de hogares pobres, los que

no tenían vivienda y/o padre o madre, los que medigaban, los maltratados, los que cometían algun delito,

los que no iban a la escuela o asistían al trabajo "útil", los hijos de madres o padres delincuentes

Las instituciones de beneficencia podían colocar al menor bajo la guarda de un particular pero

sin perder la tutela del mismo. La Sociedad de Beneficencia de la Capital, por ejemplo, exigía a la

"guardadora" que procediera como madre cariñosa, además de quedar obligada a la educación moral y

religiosa y a satisfacer todos los gastos de mantenimientos del menor que recibía101. Sin embargo, los

guardadores no adquirían nunca los mismo derechos que los padres biológicos. Si bien el Estado

argentino destituía el poder de algunos padres, se mostraba muy reacio a adjudicársela a otros y prefería

reservársela a una institución.

Recien en la década de 1930 algunas voces comenzarían a abogar por las ventajas de introducir

la adopción en la legislación argentina. Si por un lado, estas voces se apoyaban en los viejos

cuestiomientos al sistema de guarda que, en la mayoría de los casos, solo ocultaba contratos de trabajo de

pesimas condiciones laborales y "morales"102, por otro, se justificaban en la alarma por la infancia

"desvalida", "descarriada", "delincuente", "peligrosa", que lejos de disminuir con las reformas legales

parecía continuar creciendo. Seguramente, los casos más comunes era las niñas colocadas en casas de

familia para el servicio doméstico. Existía una abundante literatura de diversos tintes ideológicos acerca

de las nefastas consecuencias para esta niñas de la explotación y fundamentalmente los "perjuicios

morales" que sobrevenían a la guarda.

Bien entrada la década del `30 y a principios de los años `40, comenzaron a debatirse algunos

proyectos de ley de adopción. En el Codigo Civil, Velez Sarsfield había descartado esta posibilidad al

98Diario de Sesiones de la Camara Diputados, 3 junio 1918, cit. en Infancia, adolescencia y control

social, op. cit., p. 119

99Guy Donna:"Mujer, familia y niñez: imágenes de lo oculto" en Temas de Mujeres. Perspectivas de

género, San Miguel, Universidad Nacional de Tucumán, p. 130

100Cf. "Asistencia y protección de menores abandonados", BMSA, año XVII, 89, 1929.

101Copia de un contrato, art. 2, cit. en Botet, Julio: "Menores amparados por la Sociedad de

Beneficencia" en Revista Argentina de Ciencias Políticas, tomo XXVIII, 1924, p. 29

102La prensa del 1-8-1930.

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considerar que era una práctica ajena a las costumbres, ni la exigía ningún bien social103. Medio siglo

después, muchos ya no pensaban lo mismo. La corriente más novedosa de opinión sostenía que la

adopción debía implementarse para satisfacer el "deseo" de tener hijos de los matrimonios estériles. Si

bien ésto concordaba plenamente con el principio tradicional (que aceptaba como fin primero y último del

matrimonio la procreación) contenía, a su vez, la posibilidad de de pensar el "amor maternal" o "paternal"

por fuera de la biología. Y si dichos amores no emanaban naturalmente de la biología, ya no se podía

condenar como "desnaturalizados" o "degenerados" a los procreadores que no los tenían. Por el momento,

para la mayoría, continuaba siendo prácticamente inaceptable la posibilidad de amar maternal o

paternalmente a hijos biológicos de otras personas. Lo cual no impedía, de todos modos, estar a favor de

la adopción.

La corriente más conservadora con respecto a la adopción la justicaba en terminos de "protección

a la infancia". Conforme al resto de las ideas en boga, la adopción comenzaba a ser vista no solo como un

acto de beneficiencia sino como un modo de asistencia social. Y ésto no ocurría solamente desde sectores

laicos, sino desde dentro mismo de las propias instituciones religiosas104. Si el justificativo era beneficiar

a la infancia, solo deberían poder ser adoptados los menores de edad, abandonados o huerfanos. Para el

resto, se mantenía firmemente el principio de la paternidad biológica puesto que “desatarle a ese niño los

lazos que le unen a sus verdaderos progenitores para entregarlo a un padre de adopción, es "algo contrario

a la naturaleza", algo que lastima nuestra sensibilidad moral, pese a la generosidad de los móviles y a los

problemas económicos o ventajas materiales que con ellos se puedan solucionar o alcanzar”.105

Entonces, si el biologismo fue fundamental para definir la maternidad y la paternidad, fueron

especialmente los cuerpos femeninos los considerados imprescindibles para generar niños fuertes y

moralmente sanos. Y dentro de los cuerpos femeninos, los considerados más "vulnerables" y "peligrosos"

eran los de las mujeres trabajadoras. Por ello, las leyes que mayores preocupaciones demostraron en la

capacidad reproductiva, de cuidado y amorosa, con respecto a los hijos de las mujeres fueron, como

durante el primer periodo, las referidas a los trabajos asalariados realizados por mujeres. El trabajo

femenino para el mercado continuaba siendo la principal preocupación y amenaza para la consolidación

de la "maternidad natural" impulsada por médicos, filántropos, legisladores e, incluso, como veremos más

adelante, por muchas feministas. En las décadas de 1920 y 1930 estas leyes fueron ampliadas, si bien no

cubrían toda la realidad del espectro laboral femenino (quedaban afuera, por ejemplo, extensos sectores

como las mujeres que trabajan dentro del servicio doméstico). Por otro lado, el subsidio maternal que se

obtendría en los años `30 no abarcaría a todas las madres. Así, mientras no aparecía urgente la protección

de todas las trabajadoras y la regulación de todos los trabajos realizados por mujeres, sucedía lo mismo

con las mujeres-madres. Finalmente sólo algunas madres trabajadoras se beneficiarían del régimen de

protección maternal.

La idea de un subsidio maternal y una licencia pre y post parto paga para las trabajadoras no era

nueva ni mucho menos. Sin embargo, a partir de 1920, cobro un fuerte impulso tanto a nivel internacional

como nacional. La Conferencia Internacional del Trabajo realizada en Washington al finalizar la guerra

recomendó la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres y la indemnización o subvención por

maternidad. Si lo primero era contemplado por la ley 5291 de 1907, la legislación nacional no establecía

nada con respecto a lo segundo. Un año después de la Conferencia, el Boletín de Departamento Nacional

de Trabajo publicaba informes de lo discutido en la Conferencia con respecto al trabajo de mujeres. Allí,

se reconocía que era necesario acompañar la prohibición del trabajo en un cierto número de días

posteriores al parto de una serie de medidas tendientes a “asegurar la situación económica de la madre

durante el periodo de alejamiento del trabajo”.106

En 1920 en Argentina, la principal preocupación de la cuestión del empleo de mujeres era su

supuesta y determinante influencia sobre la mortalidad infantil. Sin embargo, a medida que pasaban los

años, y especialmente en los centros urbanos, se registraba otra tendencia no menos preocupante: la

denatalización, un fenómeno tan nuevo para el cual se crea, precisamente, un neologismo. La mortalidad

infantil no desapareció del horizonte de las preocupaciones en torno a la reproducción social, al

mejoramiento de la raza, al crecimiento vegetativo de la población, a la formación de la nacionalidad

103Cit. en Rayces, Alejandro: "Sobre la ley de adopción", en Servicio Social, año VI, n°. 1-4, 1942, p.

25.

104cf., por ejemplo, articulo citado de Alejandro Rayces, abogado asesor de la Sociedad de Beneficencia

de Capital, "Sobre la ley de adopcion", op. cit.

105Rayces, A.: op. cit., p. 28

106"Protección de la maternidad obrera" BDNT 45, febrero 1920, p. 119. Cf., además. "Trabajo nocturno

de las mujeres", en la misma publicación.

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argentina, pero sí fue eclipsada a lo largo de las décadas de 1920 y 1930 por la disminución de los

nacimientos. Y la denatalización pasó a primer plano como fundamento de la reglamentación del trabajo

femenino y , como veremos más adelante, del "salario familiar".

La alarma había comenzado ya a principios de siglo entre quienes percibían y combatían la

difusión de prácticas anticonceptivas y abortos entre sectores cada vez más extensos de la población. Pero

recién en la década del „20 y, especialmente, en los años „30, la problemática comenzó a adquirir una

relevancia social significativa, evidenciada en políticas públicas, en publicaciones académicas y de

difusión, en el perfeccionamiento estadístico, etc.

En 1921, un proyecto de ley del diputado nacional Cafferata proponía implementar una

“bonificación a la remuneración del padre de hogar” para obreros y empleados del Estado con la finalidad

de amparar la natalidad y detener su disminución107. En 1925, un informe sobre las políticas de

Protección a la Infancia, llevadas a cabo por la comuna de Buenos Aires, consideraba que la mortalidad

infantil podía dejar de ser considerada como un “flagelo” o “calamidad” que arrebataba a los niños al

nacer: “No es esta la prédica que se impone; es otra, y es de lamentar que se la pase por alto, me quiero

referir a lo que sin demora plantea la disminución de la natalidad...”108.

Hasta los „30, sin embargo, esta percepción no se generalizaría entre los intelectuales, políticos y

estadístas. Por el contrario, aún algunos continuaban considerando extraordinario el crecimiento

vegetativo o, por lo menos, decoroso a nivel nacional109. La tendencia aparecía, sin embargo,

claramente. Para los años „20, Argentina había dejado de ser tierra de inmigración y muchos, incluso, no

deseaban volver a serlo. Por otro lado, la demografía comenzaba a reclamar su lugar dentro del espacio

científico, lo cual permitió encuadrar el descenso de la natalidad dentro de un marco referencial:

geográfico, social, económico y psicológico110.

Una re-evaluación de la teoría malthusiana planteaba que el desarrollo económico y el

crecimiento de la riqueza no estimulaba los nacimientos a largo plazo. Efectivamente, desde fines del

siglo XVIII, la disminución de la natalidad se había consolidado como tendencia, con diferentes ritmos y

tiempos, a nivel mundial. El aumento de la riqueza, de la disponibilidad de mayor cantidad de bienes

consumibles, se traducía en el mejoramiento del standard de vida de la población existente, y no en el

nacimiento de nuevos individuos. Para Prebisch, esto señalaba la presencia de la acción volitiva de

restringir la prole.

El reconocimiento de la voluntad implicaba, para algunos, introducir una variable psicológica o

moral al problema; para otros, la nueva variable no podía entenderse sin remitirla a lo social.

Efectivamente, la fertilidad no era uniforme en las diferentes clases sociales. Los más pobres

precisamente eran los más prolíficos (lo cual reforzaba la correlación entre mayor riqueza y menor

cantidad de hijos a nivel familiar). Pero, dentro de las clases pobres, el trabajo femenino era el factor

fundamental de una intensa mortalidad infantil y comenzaba a aparecer como el principal estímulo para la

disminución de la natalidad. Las familias productoras agrícolas aparecían, en cambio, caracterizadas por

una mayor fertilidad y menor mortalidad infantil. Finalmente, de todas maneras, se suponía que la

disminución de la natalidad, iniciada por las clases superiores, contagiaría gradualmente a las diferentes

clases sociales. Estas teorías comenzaban a manejarse aunque con pocos posibilidades de contrastarlas

estadisticamente con la realidad local. Los censos y estadisticas locales no lo permitían al no introducir

variables de clase y manejarse con cifras globales. De ellas se extraía que la mortalidad infantil, por

ejemplo, era más alta en el interior que en las grandes ciudades. Las familias campesinas aparecían más

como una utopía que como una realidad en las zonas rurales. Las impresiones de época, finalmente,

avalaban las suposiciones que la denatalización había comenzado en estratos medios y medios bajos antes

que en las clases altas tradicionales.

De todas maneras, lo que resultaba evidente era el reconocimiento de la voluntad como un factor

clave entre las múltiples variables que intervenían en la natalidad. Su disminución produjo una lluvia de

sanciones morales por parte de los sectores más tradicionales; pero, también, una serie de intentos de

107Cafferata, J.: "Sueldo y Salario familiar", REA, tomo VII.48, 1921, 248

108BMSA, 43-44, 1925:12)

109REA, XIV, 1925, p. 199; Bunge, Alejandro: "¿Cuál es hoy el significado de „gobernar es poblar‟?",

REA, tomo XXV, 1930

110Vieytes, J: "¿Cuál es la población de la ciudad de Buenos Aires?", REA, tomo XIV, 1925 y "Tres

acontecimientos vienen actualmente en auxilio de la natalidad en Francia", REA, tomo XIV, 1925;

Prebisch, Raúl: "Anotaciones demográficas. A propósito de los movimientos de población", REA, tomo

XVIII, 1927; Bunge, op. cit.; García Mata, Carlos: "La natalidad en Alemania y Francia", REA, tomo

XXVI, 1931

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reformar actitudes a través de la propaganda, de la educación y de las políticas públicas. Muy pocos, en la

sociedad argentina de las primeras décadas del siglo XX, festejaron esta tendencia y no vieron en ella

signos de declinación, degeneración y decadencia.

En la década del „30, la preocupación llegó a niveles extremos de alarma social entre

intelectuales y politicos relevantes. Obviamente, no sucedía lo mismo con el grueso de la población que,

por el contrario, profundizaba las prácticas de control de la natalidad. Pero continúan siendo destacables

las apreciaciones catastrofistas en personajes tales como Alfredo Palacios o Alejandro Bunge. Para

Palacios, la denatalización era un fenómeno de los países de raza blanca, síntoma y efecto de la

decadencia de la civilización occidental. Insistía en que tanto Malthus como Marx habían abordado

unilateralmente el problema en el cual influían factores tanto psicológicos-morales como económicos.

Con respecto al neo-malthusianismo, destacaba la afirmación del egoísmo individual y no rechazaba las

categóricas consideraciones acerca de la desviación que implicaba en la función natural de la familia. Por

ello, sus soluciones pasaban por el subsidio de maternidad, el salario familiar (que intentaban atemperar

las consecuencias negativas o erradicar el trabajo asalariado femenino) e, incluso, por una vuelta al

campo111.

El análisis de Bunge era más atento a la realidad local. No se le escapaba que el comportamiento

reproductivo de las diferentes clases sociales no constituía simplemente un contagio de conductas. Bunge

aceptaba que la fertilidad decaía a medida que aumentaba y se difundía el grado de bienestar económico y

que la voluntad era un factor decisivo. Sin embargo, percibía que el comienzo del declive, en nuestro país,

no estaba en la “clase superior” sino en el confuso conglomerado de las clases medias. Entre las causas

del “mal” figuraba el trabajo femenino, no tanto por razones de orden biológico-orgánico, sino por el

modo de vida que el trabajo abría a las mujeres112.

Todas estas ideas estuvieron presentes en el I CONGRESO ARGENTINO DE POBLACIÓN,

organizado por el Museo Social Argentino en el año que cierra nuestro período de estudio (1940). Entre

las razones aducidas para convocar el congreso figuraban explícitamente la ausencia del factor

inmigratorio, la pervivencia de altas tasas de mortalidad infantil y la "alarmante" disminución de la

población113.

¿Cuáles eran las salidas que se percibían para frenar esta denatalización? Fundamentalmente, se

trataba a atacar al trabajo femenino para el mercado y, para ello, se continuó pensando en la

reglamentación como una forma de paliar sus más "nefastas" consecuencias en el organismo y "espíritu"

femeninos. Pero, además, y cada vez con mayor fuerza, se fue imponiendo la idea de establecer una

salario familiar para que los varones pudieran sostener económicamente sus hijos y esposa y, así, esta

dejaría de trabajar en el mercado.

En los años „20 y „30, para muchos, el salario familiar resolvería a mediano plazo el problema de

la denatalización y el trabajo asalariado femenino. Desde principios de siglo, algunos habían insistido,

esgrimiendo los derechos de los trabajadores o las conveniencias de los empresarios, en que el salario

debía cubrir la subsistencia diaria y la reproducción generacional de la fuerza de trabajo. En términos

histórico-culturales, ésto se tradujo en la reivindicación de un salario para los varones que garantizara su

subsistencia y la reproducción de su familia. En caso de existir, el salario femenino sólo era un

complemento del masculino. Hacia los años „20 y „30, la disminución de la natalidad y la visibilización

del problema de la competencia sexual en el mercado de trabajo, reforzaron las propuestas del salario

familiar. La contradicción mujer-trabajo podría resolverse vía la disolución del segundo término: si los

varones ganaban lo suficiente para mantener a sus familias, las mujeres ya no saldrían a trabajar por un

salario.

Sin embargo, otros sospechaban que las transformaciones posteriores a la Gran Guerra, la

posición alcanzada por muchas mujeres en la sociedad, la economía y la política, volvían ilusorios los

deseos de suprimir radicalmente el trabajo femenino: “Ello trastocaría no sólo la economía nacional ...

sino que constituiría un problema de imposible solución para millones de hogares”114. La solución

ampliamente aceptada era perfeccionar la legislación social, basada en estudios científicos. Sin embargo,

esta protección legal no debía privar a las mujeres y menores de la “posibilidad de trabajar y de obtener

111Palacios, Alfredo: La Defensa del Valor Humano, Buenos Aires, 1939, p. 63-82.

112Bunge, Alejandro: Una Nueva Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1984 [1era. edición 1940], p.

35-53

113BMSA, año XXVIII, nros. 219-220, sept.-oct., 1940, p. 337

114Vallejos, Carlos:"Si Ud. es mujer y trabaja...", en Viva 100 años, vol. 5, n° 6, 1938, p. 390

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3300

un salario indispensable para su subsistencia, dentro de normas morales...”115 sostenía un delegado en el

VI CONGRESO NACIONALISTA DE TRABAJADORES, organizado por la Liga Patriótica Argentina.

La aceptación del trabajo femenino reglamentado presuponía su prohibición en tareas que

perjudicaran el aparato reproductivo de la mujer, su descendencia (real o potencial) y/o que atentaran o

dañaran su "moral" (por ejemplo, los trabajos nocturnos). Para muchos, la apuesta por la reglamentación

no era sino una negociación obligada de una tendencia más radical que rechazaba todo tipo de trabajo

femenino asalariado. Una transacción con una realidad que permanentemente amenazaba extenderse.

Las transformaciones sociales y económicas del período de entre-guerras hicieron, incluso, dudar

a algunos del salario familiar como solución definitiva del trabajo asalariado de la mujer. Para el

Monseñor Franceschi, el salario familar para obreros y empleados debía ser complementado por una

“incensante y activa propaganda moral” puesto que, como reconocía la Comisión católica del XIV

Congreso de Natalidad en Francia sobre "El trabajo de la madre fuera del hogar", ninguna solución legal

podría encontrarse al problema si las mujeres no querían volver a sus casas116.

a. La reglamentación del trabajo femenino

Una nueva legislación en el año 1924 reformaba la ley 5291 de 1907. Sin embargo, sólo en parte

consideraba las críticas y las demandas locales y los tratados internacionales. La nueva ley (11.317) que

derogaba a la anterior, prohibía el trabajo femenino durante las seis semanas posteriores al parto y

autorizaba su abandono seis semanas antes a través de la presentación de un certificado médico. Ninguna

mujer podía ser despedida por motivo de su embarazo. Permitía a las madres amamantar a sus hijos 15

minutos cada tres horas y, a tal fin, los establecimientos, que contaran con más de 50 obreras, debían

habilitar salas-cunas para niños/as menores de 2 años. La ley no obligaba al pago del salario ni

contemplaba ningún tipo de indemnización durante los períodos de descanso (obligatorio u optativo) post

y pre parto.

Como habíamos visto con la ley anterior, la insatisfacción y las expectativas incumplidas por la

nueva ley abrieron otro período de pedidos y proyectos de modificaciones que lograrían, por lo menos,

algunos de sus objetivos diez años más tarde. En el mismo año que se promulgaba esta nueva ley en la

Argentina, en España se lograba el subsidio maternal, lo cual no pasó inadvertido por los atentos

reformistas locales117. Unos años después, el "Congreso Internacional de Economía Social" realizado en

Buenos Aires emitía una declaración a favor del Seguro de Maternidad, por “razones de humanidad,

sociales y económicas”118. Nuevamente, comenzaron a generarse proyectos de ley. Una comisión

especial encargada del estudio de la mortalidad infantil propuso, a partir de los proyectos de los diputados

Bard y Dickman sobre seguros de maternidad, la sanción de una ley que prohibiera el trabajo de las

mujeres 30 días antes y 45 días después del parto, debiendo recibir durante ese período un subsidio

formado a partir de los aportes de las obreras, patrones y Estado119. En el "Primer Congreso Nacional del

Trabajo", reunido en 1931, también se recomendaba la creación de un seguro social por maternidad120.

Por otro lado, lo percibido como incompleto, tímido o escaso en la letra de la ley resultaba,

incluso, dificil de poner en práctica. Con respecto a la prohibición del trabajo femenino antes del parto,

diez años después de sancionada la legislación, un médico observaba:

“Yo he visto esas mujeres, que por sus condiciones, no podían realizar el trabajo habitual del

taller, pero que ante la amenaza de la miseria del hogar, continúan frente a la máquina hasta el

instante mismo de ser madres. Para regresar a los pocos días y tener ya sobre sí, la otra función

noble de la mujer: amamantar a su hijo. Y las he visto hacerlo en el taller mismo, casi escondidas

del capataz, como si fuera un crimen ser madres, y entre el ruido infernal de la fábrica.”121

115González, Andrés: "El derecho al trabajo en la mujer", VI Congreso Nacionalista de Trabajadores,

Liga Patriótica Argentina, Buenos Aires, 1925, p. 81

116Franceschi, Gustavo: "La desarticulación de la familia", SS, año VII, n° 1-4, 1943, p. 277

117Posada, Adolfo: 1924 "El subsidio de maternidad", BMSA, año XIII, 32, 1924, p. 1375-1379

118BMSA, n° 40, 1924, p. 454.

119CMDNT, n° 82, 1924, p. 1447-1448; Bard, Leopoldo: "Seguro de Maternidad", BMSA, año XV, n°

63, 1926, p. 198-199

120BDNT, 106-108, 1931, p. 152

121Rietti, Dardo: "La mujer y el niño en la fábrica y la función de la escuela", Anales de Biotipología,

Eugenesia y Medicina Social, año 2, n° 33, 1934, p. 16

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3311

Paralelamente a estas críticas que pretendían demostrar la necesidad de ampliar la protección, se

producían otras en sentido inverso que caracterizaban como “restrictiva” la ley y su aplicación. Nos

referimos, fundamentalmente, a los dueños de talleres y fábricas. El punto álgido de la disputa era aquí la

jornada de trabajo. El problema, como vimos, había precedido a la sanción de la primera ley en 1907.

Aún no sancionado el proyecto original (que establecía una jornada de trabajo máxima de 6 horas diarias,

para los varones menores de 16 y las mujeres menores de 18 y de 8 horas para las mujeres mayores de 18

años), la ley 5291 había prohibido el trabajo de los menores de 16 años más de 8 horas por día y 48

semanales. La 11.317 daba un paso más y establecía que no podría ocuparse en la industria ni en el

comercio a mujeres mayores de 18 durante más de 8 horas diarias o 48 semanales, ni a los o las menores

de 18 años durante más de 6 horas diarias o 36 por semana. De acuerdo a la Unión Industrial Argentina,

la ley 11.317 adolescía de “defectos serios” y afectaba la organización y funcionamiento de los

establecimientos industriales. Los “inconvenientes industriales de orden técnico y práctico” se

desprendían fundamentalmente de la restricción horaria para los y las menores de 18 años. La UIA

proponía bajar el límite de edad a 14 años. Su argumentación permamentemente se basó en la adhesión a

la propiedad y conveniencia de una legislación protectora, siempre y cuando ésta no lesionara los

intereses patronales. Puesto que “si la protección obrera hiere los intereses patronales también hiere los

intereses de los obreros”. Constantemente, destacaban que las leyes argentinas no debían de adelantarse a

las extranjeras puesto que ésto colocaba a la industria nacional en inferioridad de condiciones.

De acuerdo a los empleadores, reducir la jornada de los y las menores (aprendices) implicaba

obstaculizar y, de hecho, suspender la actividad de los mayores (oficiales), cuyo trabajo dependía del

realizado por menores-ayudantes. También aducían que, dadas las características de las tareas confiadas

(que, a su juicio, requerían poco esfuerzo físico), los y las mayores de 14 años podían trabajar 8 horas

diarias, sin perjuicio alguno en la salud. De otra forma, los patrones se verían forzados a contratar a

mayores de 18 años y echar a los y las menores, lo cual supuestamente no sólo aumentaría la clientela de

los sitios de diversión en horas antes dedicadas al “trabajo honesto, educativo y bien remunerado” sino

que, además, no favorecería el proceso de aprendizaje, realizado entre los 14 y 18 años dentro de los

talleres y fábricas122.

Estas argumentaciones se repitieron una y otra vez en publicaciones y/o revistas que

representaban intereses patronales. El Boletín del Trabajo, autorizado por el Gobierno de la Nación y que

comenzó a salir en los primeros años de la década de 1920, se hizo eco de muchas de ellas. La ley,

además de provocar trastornos en las fábricas y empresas, desorganizar el trabajo, disminuir el

rendimiento de la jornada de los obreros adultos, perjudicaba las posibilidades de empleo de mujeres y

menores, cuyos salarios eran indispensables para la sobrevivencia de muchos hogares. Razón por la cual,

toda legislación que obstaculizara el trabajo era una protección mal entendida puesto que perjudicaba, en

primer término, a los mismos protegidos y protegidas. Por otro lado, se destacaba la “fortaleza” de las

jóvenes de 16-17 años para trabajar durante 8 horas en tareas “sencillas y no agotadoras”. Finalmente, la

desocupación de los y las menores les aportaría un grave “perjuicio moral” al fomentar la “vagancia” y

forzarlos a la holgazanería varias horas diarias. Las propuestas de modificaciones generalmente pasaban

por limitar el trabajo de menores a 6 horas sólo en determinadas industrias, bajar el tope de edad a 16 o 14

años y autorizar el trabajo de menores con la presentación de un certificado médico que lo evaluara como

apto para realizar el trabajo123.

Los esfuerzos, infructuosos, se extendieron durante la década de 1930. En 1939, el diputado

Arias Uriburu insistía en el Congreso Nacional con la modificación de la ley. El proyecto autorizaba a los

menores, bajo determinadas circunstancias, a trabajar en fábricas y talleres la jornada legal de 8 horas.

También se prolongaban los argumentos que presentaban la reforma como un beneficio social y no

corporativo. En nota dirigida a la Cámara de Diputados, la Unión Industrial Argentina manifestó su

satisfacción.124

El Departamento Nacional del Trabajo era el espacio formal para la recepción de pedidos de

excepción, de modificación o interpretación del texto de la ley. En las páginas del Boletín se suceden

pedidos de autorización de trabajo de mujeres o menores en empresas consideradas insalubres o

122De acuerdo a datos aportados por la UIA, las industrias textiles de Buenos Aires empleaban entre un

30% a un 40% de menores de 18 años, de los cuales un 80% tenian entre 14 y 18 años (BUIA, 670, 1924,

p. 37). BUIA, 670, 1924, p. 35-37

123Hroncich, Héctor: "La ley de trabajo de mujeres y menores. Razones que hacen impostergable su

necesaria reforma", BT, agosto, 1928; BT, febrero 1929, p. 9; BT, marzo 1929, p. 9; BT, abril 1930, p.

111.

124Cit. en BT, septiembre 1939, p. 19.

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peligrosas, en teatros, en despachos de bebidas, o en horarios nocturnos. Frecuentemente, el

Departamento accedía a estos pedidos, aunque no siempre en los mismos términos exigidos por el

demandante. La ley 11.317, por ejemplo, disponía un descanso obligatorio de dos horas al mediodía para

las mujeres y menores que trabajaran durante la mañana y la tarde. El objetivo explícito de la interrupción

de la jornada de trabajo, tal como sostenía el Departamento Nacional del Trabajo, frente a una queja

elevada por el Centro de Tiendas, Sastres y Anexos, era que las trabajadores pudieran alimentarse

apropiadamente y, en la medida de lo posible, volver a sus hogares al mediodía. Los empleadores

sostenían que el personal prefería el horario continuado, lo cual también les evitaría paralizar durante dos

horas la producción. La solución propuesta por el Departamento fue alternar los descansos de los

trabajadores entre las 10.00 y 14.00 horas, interpretando, además, que al personal que ingresara

almorzado al establecimiento igualmente le correspondía el descanso de dos horas señalado por el artículo

7 de la ley125.

Con la sanción de la ley 11.544, que establecía la jornada legal máxima de 8 horas para todos los

trabajadores, se produjeron algunos inconvenientes con la legislación específica de mujeres y menores.

Aquélla autorizaba a trabajar más de 8 horas diarias, en tanto no se sobrepasaran las 48 horas semanales.

En cambio, la jurisprudencia sentada por la Cámara en lo Criminal había impedido terminantemente que

las mujeres mayores de 18 años trabajaran más de 8 horas diarias. La nueva ley, entonces, ¿regía para las

mujeres adultas o éstas seguían bajo lo dispuesto por la 11.317? ¿La especificidad del sujeto mujer-

trabajadora escapaba a la universalidad de las leyes obreras? Esto último hubiera implicado reconocer que

éstas eran leyes para los varones obreros exclusivamente. En un pedido de interpretación al Departamento

Nacional del Trabajo, el presidente de la Cámara Argentina de Comercio, Dr. Tomás Amadeo, sostenía

que la incompatibilidad entre ambas leyes perjudicaba a las mujeres, por impedirles el goce de descansos

extraordinarios como el sábado inglés y a los patrones por tener que establecer horarios diferenciados

para uno y otro sexo. El Departamento Nacional del Trabajo consideró que el exceso de protección,

otorgado a las mujeres, podía actuar efectivamente en su perjuicio, así como traducirse en una paulatina

substitución de aquéllas por varones. Finalmente, en junio de 1930, el Ministro del Interior, González,

resolvió autorizar el trabajo de mujeres mayores de 18 años dentro del régimen de la ley 11.544126.

Hacia fines de la década de 1930, algunas de las reivindicaciones de los que proponían ampliar la

protección a la maternidad se habían trasladado a la letra de la ley. Después de casi 40 años de campaña,

se obtuvo la licencia maternal paga para las mujeres trabajadoras. En 1934, el Régimen de Protección a la

Maternidad para empleadas y obreras de empresas privadas (ley 11.933) modificó la regulación del

trabajo femenino: prohibía su trabajo 30 días antes y 45 días después del parto, establecía cuidados

gratuitos de un médico o partera y, finalmente, otorgaba un subsidio por maternidad. Como el sistema de

asistencia gratuito para el parto no fue organizado inmediatamente, se le entregaban a la trabajadora $100

para que contratara una partera particular. El subsidio en dinero, por otro lado, no podía exceder los $200

mensuales, cualquiera fuera el salario percibido. Las obreras y empleadas del Estado fueron incluídas en

el Régimen de Protección de la Maternidad por la ley 12.111, que estipulaba una licencia de seis semanas

anteriores y otras seis posteriores al parto con goce de salario íntegro durante dicho período127.

El subsidio por maternidad sería pagado por un fondo constituído por aportes de las trabajadoras

(el jornal de un día de trabajo por cada trimestre), de los empleadores (una suma equivalente a los aportes

de las trabajadoras) y del Estado (el tercio restante). En un primer momento, fue administrado por la Caja

Nacional de Jubilaciones y Pensiones. En 1936, se creó la Caja de Maternidad, cuya afiliación era

obligatoria para todas las mujeres, cualquiera fuera su estado civil, entre 15 y 45 años de edad, empleadas

en establecimientos comerciales o industriales, privados o públicos (Dec. 80229/36). Un año después, las

obreras con salarios muy bajos eran exceptuadas de realizar su aporte a la Caja de Maternidad, debiendo

los empleadores efectuar una doble contribución (ley 12.339).

Estas leyes de protección a la maternidad no deben descontextualizarse de otras reformas

logradas por el movimiento obrero contemperáneo. Para Alejandro Unsain, las conquistas del sistema de

seguro de maternidad quedaban opacadas en relación a la ley de despido de empleados de comercio, por

la cual los beneficiados y beneficiadas tenían derecho a una licencia paga, por enfermedad, de 3 a 6 meses

con el sueldo íntegro: “Una cajera de una tienda con un sueldo de $300 se va una noche a un baile y al

salir toma una pulmonía; está enferma 6 meses y recibe cada mes $300, pero esa misma cajera tiene un

125CMDNT, 94, 1925, p. 1661-1662.

126CMDNT, 147, 1930, p. 3139-3142.

127BT, marzo, 1937

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bebé y debe dejar de ir al trabajo 30 días antes y 45 después y no recibe los $300 mensuales. Todo lo que

recibe son $200 y todavía ella ha tenido que aportar cada trimestre un día de sueldo.”128

Un poco contradictoriamente, algunos pasaban del orgullo por la legislación nacional, que

colocaba al país “entre los más evolucionados en esta especie”, a considerar la “insignificancia” de la

asistencia legal en vigencia en relación a otras acciones privadas, tales como los jardines de infantes,

hogares infantiles, salas de reposo, proveedurías de consumo, asistencia familiar, etc.129 Estas

contradicciones, quizás, encuentren una explicación en la escasa aplicación de algunas disposiciones

legales, fundamentales para el trabajo femenino, más allá de la licencia y del subsidio por maternidad.

En 1938, se agregó una norma por la cual las madres-nodrizas podrían disponer de dos descansos

de media hora, para amamantar a su hijo, durante el transcurso de su jornada de trabajo, salvo

presentación de un certificado médico que aconsejara establecer un intervalo menor (ley 12.568). La

tenaz reticencia a establecer lugares adecuados para la lactancia (obligatorios por la reglamentación de ley

11.317 en todos los establecimientos que emplearan a más de 50 mujeres) y guarderías no sólo volvían

inaplicables tales disposiciones sino que obstaculizaban el trabajo y la contratación de obreras con

hijos130. Como sugería un estudio realizado por un grupo de médicos a partir de la experiencia recogida

en el Dispensario de Lactantes nro. 1 de Avellaneda y en el Instituto de Puericultura nro. 3, la mayoría de

las madres interrogadas “dicen que después del parto han hecho abandono del trabajo, y esperan para

reanudarlo que el niño sea más grande. Reconocen que hacen esto, a pesar de tener mayor necesidad de

trabajar, por no tener con quién dejar al niño”131. Las únicas alternativas con que contaban las madres

trabajadoras para atender sus hijos/as pequeños/as reposaban en redes domésticas informales o en algunas

pocas instituciones privadas.

Otro de los problemas de aplicación de la ley provenía del desconocimiento de los derechos por

parte de las propias beneficiadas. De acuerdo al citado estudio, seis años después de sancionada, era

necesario instruir a las obreras acerca de los beneficios dispuestos por la ley, así como de los requisitos y

trámites necesarios para efectivizarlos (por ejemplo, aclarar a la mujer que había trabajado durante el

embarazo su derecho a cobrar el subsidio, a pesar de haber pagado solamente muy pocos trimestres; o a la

madre que había abandonado el trabajo antes de la concepción del hijo, y no teniendo pagos los aportes

correspondientes a ocho trimestres de los tres años anteriores, la pérdida de su derecho a cobrarlo).

Por otro lado, algunos criticaban el uso que las mujeres hacían del subsidio por maternidad: pago

de deudas anteriores, gastos de alquiler, ropas, muebles etc. Desde esta perspectiva, consideraban urgente

la creación de una Maternidad, dependiente de la Caja, o, en su defecto, la utilización de los servicios

municipales, a través de un convenio “abandonándose la práctica de pagar a la mujer $100 más, que casi

siempre son utilizados en otras cuestiones y no en lo que interesa a la sociedad, que es una perfecta y

gratuita asistencia médica antes, durante y después del parto.” 132

Más allá de todos los problemas emergentes en la aplicación de la ley, se señalaban también

algunas limitaciones intrínsecas, emanadas del mismo texto. Por ejemplo, todas las prevenciones de

maternal tutela no regían para las mujeres menores de 12 años ni para las madres solteras. Tampoco

incluía a las mujeres que trabajaban dentro del servicio doméstico. El aviso de embarazo no era

obligatorio sino facultativo de la mujer133.

Finalmente, la ambición máxima de quienes bregaban por la protección era la sanción de una ley

amplia, integral, que abordara a la maternidad en su conjunto y no solamente para algunas mujeres que

trabajaban en determinadas tareas y dentro de determinadas jurisdicciones. En tal sentido, las leyes de la

década de 1930 continuaban siendo incompletas.134 Por ello, hacia fines de la década, muchas

expectativas rodearon la creación de la Dirección Nacional de Maternidad e Infancia, dependiente del

128Unsain, Alejandro: "El trabajo de la mujer y el niño", Infancia y Juventud, n° XXVII-XXIX, 1943, p.

110-111

129Cf. por ejemplo, Rodríguez de Ginocchio y Bernaldo de Quirós, op. cit., p. 37-38.

130Marpons, Josefina: La mujer en el trabajo, Santiago de Chile, 1938, p. 78

131Carreño, Carlos, Abraham Cosin y Bernardo Maas: "Observaciones médicas sobre la ley 11,933", en

Anales de la Sociedad de Puericultura de Buenos Aires, tomo VII, 1941, p. 379

132Carreño, Cosin y Maas, op. cit., p. 377-379

133Rodríguez de Ginocchio y Bernaldo de Quirós, op. cit.; Carreño, Cosin y Maas, op. cit. p. 378

134Beruti y Zurano, op. cit., p. 5

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Departamento Nacional de Higiene, entre cuyos objetivos figuraban -como veíamos anteriormente- la

protección de la mujer “en su condición de madre o futura madre”135.

b. El salario familiar

Incipientes y aislados durante la primera década del siglo XX, los reclamos y el debate en torno

al salario mínimo se profundizan y difunden en la década de 1920. La ley de trabajo a domicilio (10.505)

había iniciado un debate que involucraba a sectores cada más amplios de la población. Quienes se

oponían a establecer "salarios minimos" sostenían que éstos eran inconstitucionales porque coartaban la

libertad de contratar tanto del obrero como del patrón136. Para los sectores empresariales, no sólo se

trataba de una medida extraordinaria que desencajaba dentro del cuadro legal general. Afirmaban que su

universalización perjudicaría los intereses de la industria y del comercio y, consecuentemente, de los

trabajadores, puesto que podrían perder sus lugares de trabajo. En los años „20, las organizaciones

patronales consideraban posible la aplicación del salario mínimo a trabajos o sectores delimitados

(industria domiciliaria, empleados estatales). Pocos años antes, en el momento de la sanción de la ley de

trabajo a domicilio, habían sostenido lo contrario. En realidad, la resistencia se había desplazado desde las

"comisiones de salarios", integradas por patrones y obreros, a la fijación del monto unilateralmente por

parte del Estado. La aceptación de las negociaciones, de todas maneras, no tenía el espíritu otorgado por

los defensores del salario mínimo. El monto convenido del salario debía de depender más de la

“capacidad de la industria para soportarlo” que de la subsistencia y reproducción de la fuerza de

trabajo137.

Otros, se oponían más a la forma que a la sustancia de tales emprendimientos. Alejandro Bunge

compartía absolutamente la preocupación de atender la necesidades de los obreros casados y de las

familias numerosas. Sin embargo, consideraba que debía de realizarse por fuera del monto salarial. Es

decir, a modo de salario indirecto: a través de una política fiscal y de un sistema de asistencia y previsión

social.138

En las décadas de 1920 y 1930, los argumentos a favor del salario mínimo se tiñeron, cada vez

más, de nociones familiaristas. El "salario familiar" aparecía como la reformulación del salario minimo

del padre de familia que debía cubrir la reproducción diaria de su fuerza de trabajo y la de su esposa,

desgastada en las tareas domésticas indispensables para producir y mantener la vida de sus hijos hasta que

éstos ganaran sus propios salarios. Cada vez con mayores ímpetus, algunos afirmaban que el salario

familiar era la clave para resolver la "crisis" de la institución familiar y sus repercusiones sociales; el

"problema" del trabajo asalariado femenino y el consecuente "abandono" de los hijos; la "degeneración"

de la raza y la denatalización. Se suponía que si la mujer no necesitaba ganar un salario para la

manutención de la familia, no iría a trabajar. Se suponía que si la mujer no trabajaba, ocuparía su lugar

"natural" en la familia: la madre que cuida a sus muchos hijos, la esposa que vigila al marido, el ama de

casa higienica, ahorrativa y conservadora.

A diferencia del salario mínimo, el salario familiar tenía claramente una connotación sexuada.

Era el salario necesario para reproducir la fuerza de trabajo diaria y generacional en una sociedad que,

historica y culturalmente, entiende a la familia patriarcal como la unidad básica de reproducción de la

vida. Desde esta perspectiva, el salario familiar se presentaba como una derivación más integrada del

salario mínimo. El salario debía de tomar en cuenta al individuo como obrero y como padre de familia.

De acuerdo con el diputado Cafferata, no era justo que las remuneraciones de los obreros solteros y

casados, que realizaban igual tarea, fueran iguales. Desde esta perspectiva, el valor social de un padre de

familia era superior al del hombre sin hijos. Esta preocupación por el padre de la familia se derivaba de la

“alarmante disminución de la natalidad” que atribuía a la miseria y, por ello, proponía la obligación de

bonificar la remuneración del padre de familia puesto que él daba a la nación sus hijos, “la vida y la

fuerza del futuro”.139

135BSDNH -suplemento especial, 1938, p. 340

136Terán Sisto (h): "La ley de salario mímimo de Tucumán", RACP, tomo XXXI, 1923 y REA, XI,

1923, p. 391

137REA, XXI, 1928, p. 240-242

138REA, VI, 1921, p. 387

139En 1921, Cafferata presentó al Congreso Nacional un proyecto de ley por el cual se proponía bonificar

a los empleados y obreros del estado con un 5% sobre el total de la remuneración mensual por cada hijo

menor de 15 años a su cargo. Cafferata, op. cit., p. 248

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Como sosteníamos para principios del siglo XX, también en el período de entreguerras, quienes

más insistieron en la necesidad de establecer un salario mínimo para el obrero, que satisfaciera las

necesidades materiales y morales de toda su familia, fueron socialistas y católicos. Ambos partían de

premisas diferentes pero llegaban a conclusiones similares, quizás porque compartían ciertos supuestos

básicos alrededor de la organización familiar, el trabajo, la diferencia sexual. En la década de 1930, la

problemática por el salario se vinculó estrechamente a lo que se percibía como una crisis de la institución

familiar: padres alcoholicos y desocupados, madres asalariadas y ausentes, niños en la calle y

delincuentes: “Nosotros, los sociólogos católicos -afirmaba Monseñor Franceschi- sostenemos que el

salario no es un hecho individual sino que es un hecho social”. Casi parafraseando a Bialet Massé,

agregaba: “El hombre no trabaja solamente con sus músculos, el hombre trabaja también con su cabeza, y

trabaja también con su corazón, y trabaja también con el aliento que ha encontrado en el hogar, y trabaja

también con el aporte moral de todos los suyos”. Basándose en la doctrina de la Iglesia, renovada por las

Encíclicas sobre el Matrimonio y Quadragésimo Año, afirmaba que el salario debía alcanzar al padre para

sostener a la familia decentemente y suprimir éso que se había denominado “la vergüenza del siglo XIX,

que desgraciadamente es la vergüenza del siglo XX: la mujer obrera.”140 Estas ideas encontraron eco

entre los católicos sociales, orgánicamente o no vinculados a la Iglesia. Uno de esos ámbitos fue la

Escuela de Servicio Social del Museo Social Argentino. Una serie de estudios e investigaciones avalaban

la noción de la familia como “célula social y agrupación natural”, la visión del obrero como padre de

familia; las obligaciones de la sociedad y el Estado con respecto a la familia (protección de la propiedad y

salario familiar) y el enraizamiento de la teoría del salario familiar en la doctrina social cristiana.141

Por otro lado, desde el Congreso Nacional, el diputado socialista Alfredo Palacios

impulsó varios proyectos vinculados a la problemática de la familia, la natalidad y el salario. A

su juicio, el salario familiar superaba el liberalismo económico y la fórmula “a trabajo igual,

salario igual” defendida también por el movimiento obrero. “El empleador” sostenía, “ya no sólo

debe contemplar el trabajo realizado, sino la condición de padre de familia del obrero. El salario en

función de la familia...”. Y agregaba, “este fundamento social ha sido admitido, lo mismo en los

documentos pontificios, que en los manifiestos revolucionarios, lo que demuestra que se trata de un

asunto que afecta, no sólo a la nacionalidad, sino, también a los más hondos sentimientos humanos de

justicia social”142.

En diversos lugares del mundo, contemporaneamente, el salario familiar estaba adquiriendo

contenido a través de las "asignaciones familiares". Hacia 1940, éstas habían adoptado diferentes

caracteres: estatal (Nueva Zelandia), patronal (Hungría), de seguro social (Italia, España, Chile), y de

solidaridad nacional (Francia, Bélgica). En los sistemas de carácter estatal, las asignaciones familiares

eran consideradas "subsidios" por cargas de familia, estaban a cargo del Estado y eran pagadas a todos los

ciudadanos que tuvieran una entrada familiar limitada. En los sistemas de carácter patronal, las

asignaciones eran consideradas "sobre-salarios" por cargas de familia, estaban a cargo de los empleadores

y eran pagadas sólo a los trabajadores asalariados. En los sistemas de carácter de seguro social, las

asignaciones eran consideradas "indemnizaiones mensuales" para hacer frente al nacimiento de los hijos.

Su financiación estaba a cargo de trabajadores, empleadores y, en algunos casos, del Estado, y sus

beneficios alcanzaban sólo a los trabajadores asalariados. Finalmente, en los sistemas de carácter de

solidaridad nacional, las asignaciones eran consideradas "primas a las familias numerosas". Su

financiación estaba a cargo de todos los ciudadanos y sus beneficios se extendían a todos los ciudadanos

con hijos143.

En las décadas de 1920 y 1930, se presentaron a nuestro Congreso Nacional varios proyectos de

ley a cargo de Cafferata, Lencinas, Palacios. Votos favorables al salario familiar, también, se emitieron en

el Congreso Internacional de Economía Social, reunido en Buenos Aires en 1926144. En general, las

140Franceschi, Gustavo: "La familia en el abandono y la delincuencia infantil", BMSA, año XIX, nros.

112-114, octubre-diciembre, 1931, p. 467-468 y 470

141Torres Blaksley, María Felicia y Elena Ferrer Pirán Basualdo: "El salario familiar", SS, año 1, n° 2,

1937; Nevin, María Winifreda: 1938 "El salario obrero", SS, año II, n° 3, 1938; Valsecchi, Francisco:

"Los albores de la legislacion sobre las asignaciones familiares", SS, año IV, n° 2, 1940

142Palacios, op. cit., p. 83-84

143Valsecchi, op. cit., p. 153

144BMSA, 55-56, 1926, p. 41.

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propuestas locales sostenían la necesidad de dividir en dos partes el salario: una básica y otra

complementaria, en relación a las necesidades familiares de cada obrero y al costo de la vida145.

Una serie de proyectos vinculados a la “protección de la familia argentina” fueron presentados

por Alfredo Palacios en el Congreso Nacional hacia fines de la década de 1930. Además, de las

asignaciones familiares, a través del sistema de sobresalarios y sobresueldos, se incluían exenciones

impositivas y subsidios a familias numerosas (seis hijos o más). Los sobresalarios y sobresueldos

mensuales, por cada hijo menor de 16 años, debían de ser pagados a todos los obreros y empleados del

Estado nacional, provincial o municipal, cuyas remuneraciones no excedieran un máximo fijado por ley.

Los obreros, empleados y funcionarios estatales, solteros y casados sin hijos después de tres años de

matrimonio, debían contribuir a los gastos que demandara la ejecución de la ley. Un proyecto similar era

presentado para los obreros y empleados de establecimientos industriales o comerciales, rurales o

urbanos, públicos o privados.

Previendo el riesgo de que el sobresalario y sobresueldo no tuvieran como destino la crianza y la

educación de los hijos, Palacios sostenía la necesidad de constituírlos en bienes propios de los hijos y

entregarlos a la madre para su inversión y administración. Pensado como salario familiar correspondiente

sólo al varón-jefe de familia, otro de los flancos que el proyecto se disponía a atacar era el trabajo

asalariado de la mujer-madre. “Yo abrigo la persuasión -sostenía Palacios- de que algún día, la mujer no

irá al taller, a la fábrica, a la oficina, concretándose a su noble labor de madre que sugiere ideales a sus

hijos, dentro del hogar...”146 Por ello, disponía que, en la administración pública, debía darse preferencia,

en la provisión de cargos, en igualdad de condiciones de idoneidad, a los padres de familia numerosas “y

especialmente a aquéllos cuyas esposas sean empleadas u obreras siempre que éstas dejen su trabajo y se

dediquen por entero al hogar” (art. 10).

Hacia fines de la cuarta década del siglo XX, el salario familiar, a través del sistema de

asignaciones mensuales por cargas de familia, se había impuesto en algunas jurisdicciones y en

determinados sectores de obreros y empleados. Entre ellas, la Municipalidad de Buenos Aires. Como la

mayor parte de las concreciones legales de muchos proyectos, la Ordenanza 9145 fue menos dadivosa y

más proxima a las realidades sociales existentes. Dicha ordenanza y su reglamentación establecía un

sobresalario familiar para todos los empleados y obreros que fueran jefes de una familia con hijos

menores de 15 años a su cargo, y percibieran salarios inferiores a los $300 mensuales. La asignación por

cónyuge solo se realizaba en caso de que este estuviera incapacitado para el trabajo y podía ser cobrada

por varones o mujeres. Si ambos cónyuges trabajaban ellos debían decidir a cual se le liquidaría el

beneficio por los hijos147.

145Torres Blaksley y Ferrer Pirán Basualdo, op. cit., p. 94-95

146Palacios, op. cit., p. 84

147SS, 1, 1938, p. 42-43).

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Cap. IV

El feminismo resultante

1. Los derechos de las mujeres y la emergencia del feminismo

Tanto y tanto nos cargan a las mujeres, repitiéndonos en multitud de

horas diarias los deberes de las madres, y que la mujer ha nacido para ser

madre y nada más que para ser madre, y que el ser madre nos inhabilita para

casi todos los derechos, porque implica renunciar a nuestra libertad, al

descanso, a las diversiones, y estar enteramente sometidas a un hombre; que ya

la palabra madre y las obligaciones consiguientes se nos habían subido a la

cabeza y tentadas estábamos de aconsejar a todas las jóvenes que evitaran ser

madres, si querían tener derecho a la libertad y al goce de la vida, pero de

pronto cruzó por nuestra mente otra idea: puesto que la mujer ha nacido para

ser madre, y como cada deber tiene su derecho correlativo tendrá también el

derecho de ser madre.

María Abella, La Plata, agosto de 1904.

Si la política y las leyes podían impulsar, reforzar y legitimar la desigualdad de las mujeres con

respecto a los varones, también constituyó el ámbito desde donde simultáneamente se intentó transformar

dicha situación. A excepción de los y las anarquistas, quienes deseaban la emancipación de las mujeres

interpelaron directamente al Estado y pensaron a la política parlamentaria como el resorte fundamental

para sus objetivos en la Argentina de principios del siglo XX.

Por entonces, el término “feminismo” comenzó a generalizarse rápidamente. Ya fuera

considerado una “aberración” o un movimiento "justo" y “legítimo”, pocos dudaban de que se trataba de

una "cuestión" indelegable e ineludible de los tiempos contemporáneos. De acuerdo a una de las

integrantes de un grupo de mujeres conformado por universitarias y profesionales ("Unión y Labor"),

“Cada período de la vida social humana tiene su orden de cuestiones, sus problemas que

resolver. De tales estudios y de las soluciones consiguientes se forma el progreso o, como la

palabra lo expresa, la marcha hacia adelante, "pro-gresus". Una de las cuestiones de más

actualidad que atrae la atención de esta época es el feminismo”1.

Efectivamente, atraía la atención no sólo de quienes simpatizaban con él. Del feminismo también

se ocuparon y preocuparon sus enemigos. Algunas estrategias pretendieron neutralizarlo a partir de la

utilización del término con otros contenidos. Esto trajo aparejado una disputa acerca del uso y abuso del

mismo. En ciertas oportunidades, por ejemplo, podemos hallar a católicos y católicas autodenominándose

“feministas cristianos” o “verdaderos feministas”, demarcándose de otros feminismos “socialistas” y/o

“revolucionarios”2. Feministas librepensadoras o socialistas recelaron de este uso y, a su entender, abuso

del término: “La verdad es que pocas “modas” se han abusado tanto como de la de llamar feminismo a

todas las cosas que conciernen a la mujer: hasta la que enseña a cocinar se cree que hace obra

feminista!”3. Tampoco faltaron otras estimaciones, más claras y negativas, del feminismo como fruto de

la “masculinización” de la mujer, determinada por su inserción en el mercado de trabajo, como una

“manifestación neurótica”, como expresión del “odio al hombre” o el nefasto producto de “mujeres

envanecidas por la admiración a sí mismas”4.

No sólo sus detractores vincularon el feminismo con el mercado de trabajo. Incluso cuando las

feministas expresaron fuertes contradicciones en la evaluación del papel del trabajo asalariado en la

liberación de las mujeres, no dejaron de reconocer que, en la mayoría de los casos, aún junto a la

explotación, las lanzaba a la vida social, pública. Así, el feminismo, para bien o para mal, era una parte

1Basaldua M. T. de: "La eterna menor", Union y Labor, año I, 4, 21-01-1910, p. 18.

2Cf., por ejemplo, la conferencia dada por Laura Carreras de Bastos sobre el tema “Influencia de la mujer

en la Moral y en la política”, en el Segundo Congreso Franciscano Argentino Uruguayo (1906), con el

título Feminismo Cristiano y publicado en Montevideo, 1907.

3Burgos Meyer, Justa: “Los dos feminismos”, Nosotras, n° 63-64, año III, La Plata, 1904, p. 763.

4Cf., por ejemplo, "Las sufragistas desde un punto de vista médico", La Semana Médica, año XIX, nro,

34, 22 de agosto 1912, p. 396.

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necesaria de la "evolución natural" de las sociedades. Por ello, también la necesidad y la justicia de que

las mujeres tuvieran la capacidad civil de administrar sus bienes y, fundamentalmente, sus salarios. El

"feminismo" era una "necesidad histórica" que tendía a convertirse en un "hecho universal". Con respecto

a los derechos políticos, se los reconocía como "el término de la evolución feminista" que, en Argentina,

de acuerdo con Elvira López, "estaba sólo en sus comienzos5.

Mucho menos conflictiva y con un largo camino tras de sí, la educación fue una de las consignas

más importantes del feminismo del siglo XX, retomada del anterior. Educación que frecuentemente

aceptaba la “especificidad” femenina y la diferencia sexual. Mucho menos habituales eran las voces que

reivindicaban la necesidad de una educación no sólo equivalente sino idéntica para varones y mujeres. “A

nuestro juicio –sostenían las editoras de la revista Nosotras- hay que desconfiar de todo el que al hablar

de educación de la mujer, quiere un programa distinto del que para el varón se haga, ese tal, consciente o

inconscientemenre, ayuda a que se eternicen las cadenas femeninas y los prejuicios respecto de nuestro

sexo”.6

Desde el feminismo, la educación fue vista como medio y como fin. Como veremos más

adelante, las feministas aceptaron la necesidad de educar a la mujeres para ser “mejores madres”, aunque

fundamentalmente la insuficiencia educativa remarcada era de tipo intelectual y no (sólo) práctica. La

educación era también esencial para convertirse en ciudadanas, para liberarse de la opresión ideológica,

para tener mejores oportunidades en el mercado de trabajo. Si el trabajo asalariado se presentaba como

una conflictiva consigna en el caso de las obreras (dada la explotación, las extensas jornadas, la

“degeneración” y/o la incompatibilidad con la enaltecida función maternal), para un número creciente de

mujeres de clase media podía percibirse como una oportunidad de liberación, de autonomía intelectual y

económica.

Esta diferencia nos remite directamente a una problemática presente en aquel feminismo de

principios de siglo: la homogeneidad-heterogeneidad de las mujeres como grupo social, como objeto de

reformas, como sujeto de acciones. ¿Qué unía y qué separaba a las mujeres? ¿Cómo vincular sexo y clase

social? ¿Era la opresión común a todas las mujeres? ¿O lo común era definido a partir de la diferencia

sexual o la maternidad? ¿Cómo era la experiencia de opresión en las diferentes clases sociales? ¿Era

posible construir un movimiento de mujeres, una solidaridad femenina, tomando como base lo común, a

pesar de las diferencias?

El feminismo constituyó una actitud personal y un compromiso social que emergió entre algunas

mujeres que comenzaron a reconocer, rechazar y buscar explicaciones a sus desventajas sociales frente a

los varones. Por ello, simúltaneamente, también fue una forma de percibir el mundo. Dichas desventajas,

en principio, eran sentidas dentro de su ámbito social, especialmente entre las mujeres de clase media.

Aunque existía y se mantenía una fuerte tradición igualitaria en la herencia de bienes por parte de hijos e

hijas, la administración y el uso de dichos bienes era diferente, especialmente para las mujeres casadas.

Tanto o más sentidos debieron haber sido los impedimentos sociales y materiales para emprender una

carrera profesional, intelectual o en los negocios. Si bien el recorte de los derechos civiles y políticos

afectaba a todas las mujeres por igual, su impacto debió ser más profundo entre las mujeres de clase

media, de sectores propietarios, quienes, de haber nacido varones, habrían podido llegar al mundo de los

grandes negocios, la política o la ciencia como sus hermanos, sus padres y sus esposos7. Obviamente, no

todas ni aún la mayoría de estas mujeres debieron haber sentido estas discapacidades. Ellas también

participaban, habían sido educadas y transmitían ese “sentido común” patriarcal de la época.

Disponemos menos testimonios directos de mujeres trabajadoras, pero sería esperable en estos

casos que la experiencia de opresión sexual se hallara confundida, superpuesta o agregada a la

explotación de clase. De todas maneras, de acuerdo con algunas mujeres anarquistas, la opresión sexual

era experimentada en las relaciones con sus compañeros de clase e ideología. Frente al patrón, en cambio,

lo determinante era su situación de clase, aunque además percibieran y denunciaran la conexión de la

subordinación de clase y sexo (por ejemplo, en la discriminación salarial o en el acoso sexual en los

lugares de trabajo). Igual opinión encontramos en la socialista Justa Burgos Meyer quien afirmaba que,

para las obreras, la condición de clase era más vital que la opresión de su marido. Sólo después de superar

su situación de clase éstas podrían ilustrarse y liberarse de la opresión sexual8.

La relación teórica y política entre la clase social y el sexo fue muy debatida en la época. De

5Moreau, Alicia: "El feminismo en la evolución social", Humanidad Nueva, tomo IV, 7, 1011, pp. 356-

375; Lopez, Elvira: El movimiento feminista, Buenos Aires, 1901, p. 241.

6“La educación de la mujer. Vista por diversos prismas”, en Nosotras, n° 54, año II, La Plata, 1904, p.

607.

7Sobre las limitaciones sentidas en la vida intelectual y artística, son ilustrativos, por ejemplo, los textos

(ensayos y diarios) de Delfina Bunge. Cf., Las mujeres y la vocación, op. cit..

8Nosotras, n° 48, La Plata, 5 de diciembre de 1903.

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acuerdo con Fenia Chertkoff, también una reconocida socialista, los esfuerzos realizados por las mujeres

burguesas para liberarse dentro de la sociedad capitalista eran “vanos”, no sólo para las obreras sino

incluso para ellas. Sólo conseguirían reformas y mejoras. Desde esta perspectiva, la emancipación

femenina era comprendida en relación a la supresión de las clases sociales porque consideraba que ambas

opresiones estaban políticamente vinculadas pero, además, porque la situación de la mujer, cualquiera

fuera su clase social, era asimilable a la de una “proletaria” frente al varón: “Y no tendrá razón Engels al

decir que “en la familia actual el hombre es el burgués y la mujer es el proletario?” Y bajo este punto de

vista, el Partido Socialista es el partido de todas las mujeres, como es el partido de todos los

proletarios...”9.

No todas las feministas tenían esta visión del lugar que debía ocupar el Partido Socialista en la

emancipación femenina. Más aún, desconfiaban de su “oportunismo” con respecto a la cuestión de la

mujer, pensaban que idealizaban lo doméstico puesto que pretendían mantener a la mujer allí encerrada,

denunciaban su hipocresía moral, la aceptación de dos clases de moral, una para cada sexo. Desde este

ángulo, las diferencias de clase entre las mujeres eran irrelevantes frente a la diferencia sexual: “para las

feministas no hay obreras ni burguesas, ni marquesas, ni reinas, ni siquiera prostitutas: hay simplemente

un sexo oprimido y maltratado al que deseamos redimir, venga la opresión de monarcas o de obreros”.10

Estas posiciones, aunque no mayoritarias dentro del feminismo local, fueron radicales al extremo

de afirmar que “el mundo no se divide en ricos y pobres; sino en hombres y mujeres”. Obviamente, estas

opiniones suscitaron acusaciones de “elitismo” dentro y fuera del feminismo hacia estas mujeres

educadas, de clase media, quienes supuestamente desconocían o no se interesaban en la situación de las

obreras. Como muchas otras, Carolina Muzilli distinguía dos tipos de feminismos:

“Yo llamo feminismo de diletantes a aquel que sólo se interesa por la preocupación y el brillo de

las mujeres intelectuales ... Es hora de que el feminismo deportivo deje paso al verdadero que

debe encuadrarse en la lucha de clases. De lo contrario será un movimiento „elitista‟ llamado a

proteger a todas aquellas mujeres que hacen de la sumisión una renuncia a su derecho a una vida

mejor”.11

Las “feministas” enfrentadas a las socialistas se encargaron de desmentir estas posiciones. Las

redactoras de “Nosotras”, revista cuyo título era todo un programa político, sostenían: “„nosotras‟

pensamos en todas las mujeres y a todas les tendemos nuestros brazos cariñosos: lo mismo a las que

arrastran sus cadenas entre doradas jaulas, que a las que suspiran en oscuros calabozos”.12 Estos debates

expresan las dificultades teóricas y políticas de armar un movimiento feminista compacto que, para

algunas, además o fundamentalmente reflejaban las relaciones sociales entre las mujeres en general: “Una

de las causas de la desunión y aún de la antipatía entre mujeres es la desinteligencia, si no fuera por ésta,

los celos que tanto nos hacen odiarnos unas a otras, pocas veces se producirían13.

A pesar de estas polémicas, desde diversas perspectivas, la idea de construir una corriente de

opinión favorable, un movimiento feminista, se basó en el supuesto origen común de la opresión de las

mujeres, aún cuando sus manifestaciones y vivencias fueran diferentes. A fines del siglo XIX y principios

del XX, dicha raíz fue comprendida en términos de diferencia sexual más que de situación social. Una

diferencia sexual que homogeneizaba a las mujeres tomando como eje su capacidad biológica y cultural

de gestar, criar, cuidar y educar a otros seres humanos. La maternidad, hecho y proceso biológico-cultural

que involucraba todas estas características, también era esgrimida como la base que justificaba y

legitimaba la subordinación social de las mujeres ya sea en términos de inferioridad o de necesidad de

protección. Entonces, tanto la igualdad como la desigualdad buscaban asentarse en la diferencia sexual.

Sin embargo, es necesario marcar dos diferencias: por un lado, frente a los discursos de la opresión, los de

la emancipación introdujeron y acentuaron la historia y la cultura en el devenir oprimido de la mujer; por

otro, a pesar de asumir una fuerte impronta biologista, las feministas intentaron reformular la femineidad

y la maternidad tradicionales dentro de la ideología de la complementariedad y equivalencia (cuando no

la superioridad) de lo femenino y de las mujeres con respecto a lo masculino y los varones.

En sus explicaciones de la opresión, las feministas locales eran deudoras tanto de las nuevas

teorías antropológicas en torno al origen de la familia y del patriarcado, como de los desarrollos

intelectuales y políticos feministas contemporáneos, fundamentalmente europeos y estadounidenses. Por

ejemplo, si en la historia y las costumbres podían hallarse las causas de la opresión femenina, Alicia

9Chertkoff, Fenia: “Carta abierta a Justa Burgos Meyer” Nosotras, año I, n° 36, 1903, p. 359.

10“Feminismo y Socialismo” en Nosotras, año II, n° 47, La Plata, 1903, p. 484.

11Entrevista en PBT, cit. en Cosentino, José: Carolina Muzilli, Buenos Aires, 1984, Ceal, p. 18-19.

12“Redacción”, en Nosotras, año I, La Plata, 1903, p. 249.

13Dominga de Martinetti en Nosotras, año I, n° 36, La Plata, 1903, p. 358.

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Moreau estaba esperanzada en la evolución que traería su liberación. En definitiva, el Estado moderno y

la “gran industria” (a veces, por perversos caminos) habían disminuído el Poder del Padre. La

desestructuración de la familia patriarcal aumentaría los derechos de los otros oprimidos por ella: las

mujeres y los niños14. Como veíamos anteriormente, estas ideas eran compartidas por otros intelectuales

locales. Para José Ingenieros, la "primacía social del hombre" también se vinculaba a la evolución de las

formas familiares, a la "constitución de la familia paternal" y no a un fatalismo biológico15.

Hallar algo en común desde un punto de vista teórico (la diferencia sexual, la maternidad, causa

y el orígen de la opresión) era más simple que realizarlo políticamente. La solidaridad no surgía

espontáneamente y la organización no estaba exenta de divisiones y conflictos. ¿Cuáles eran los caminos

para liberar a las mujeres? ¿La liberación era urgente para todas por igual? ¿Cuales eran las situaciones

contra las cuales había que luchar? Lo único que aparecía como indiscutible para las feministas era que

aún, sin rechazar el apoyo y la ayuda de varones esclarecidos, eran las mujeres quienes debían

organizarse para liberar a las mujeres. Por otro lado, se reconocía que quienes se organizaban estaban un

poco más cerca de la libertad que las otras. De manera intencional o no, ésto recreó al interior de las

mujeres relaciones de tutela, aún cuando dichas relaciones intentaron pensarse más desde la sororidad que

desde la maternidad o paternidad.

Si la solidaridad no era espontánea había que estimularla. Los intentos de crear lazos de

solidaridad generaron organizaciones de mujeres, de manera independiente o dentro de otras estructuras.

Muchas de ellas enfocaron especialmente la situación de las obreras, ya fuera porque las creyeran el

sector femenino más vulnerable, ya fuera porque sostuvieran que la opresión de las mujeres sólo se

resolvería finalmente junto a su liberación de clase. En estas luchas, para estas feministas era fundamental

diferenciarse de las "damas" caritativas de la élite. Diferencias que se alojaban más en el nivel de las

justificaciones y objetivos que en el de las prácticas, y que manifestaban conflictos y contradicciones

sociales que amenazaban o imposibilitaban la expresión política de la solidaridad femenina. En Por la

Salud de la Raza, de la militante socialista Carolina Muzilli, hallamos la reproducción de una

conversación entre una mujer de la élite porteña y una médica del Hospital de Niños en donde la primera

sostenía la imposibilidad de que la solidaridad reemplazara paulatinamente la caridad, la imposibilidad de

la existencia de una solidaridad entre la "chusma" y la aristocracia. Coincidiendo, aunque desde otra

perspectiva, Carolina Muzzilli acotaba que, en efecto, la solidaridad entre la "clase social alta" y la clase

social que fomentaba su riqueza era imposible. Esta oposición de intereses, obviamente, iba más allá de

las mujeres. Sin embargo, fue muy recurrente entre las feministas, puesto que algunas, basándose en la

existencia de una opresión común en tanto mujeres, pensaron que la solidaridad sería "más natural" entre

ellas.16

A pesar de ciertos rechazos y conflictos, las feministas heredaron una tradición asociacionista

femenina vinculada a la caridad y asistencia de los pobres, especialmente mujeres y niños. Con respecto a

las actividades de beneficencia, no todas las feministas fueron tan rígidas y ni compartían las opiniones de

Carolina Muzilli quien sostenía: “Solemne caridad que perpetúa la inconciencia característica de los

vencidos y no permite volver nuestra atención hacia las clases pobres que gimen por falta de leyes

benéficas que las amparen”.17 Mayor radicalidad en la critica puede hallarse entre las anarquistas.

Frecuentemente, por la urgente necesidad de la asistencia o por la cercanía de parentesco con mujeres que

se dedicaban a ellas, algunas consideraban que donde “el sexo femenino se muestra en toda la grandeza

de que su alma generosa es capaz, es en la tarea de aliviar la miseria y el sufrimiento; son innumerables

las instituciones creadas en toda la república y sostenidas por un sólo esfuerzo”18.

Diversas investigaciones han puesto de manifiesto la amplia participación pública de las mujeres

de la élite a partir de estas organizaciones de beneficencia. Participación pública que podría ser

considerada "política", si adoptamos un concepto amplio -no exclusivamente partidario- de la misma. Por

otro lado, si bien los supuestos y las ideas sobre las que se asentaba la beneficencia no podrían ser

consideradas "feministas" (es decir, no percibían o no consideraban injusta la subordinación de las

mujeres con respecto a los varones y, por lo tanto, no pretendían una modificación de la situación de las

mujeres en tanto sexo, menos aún de las trabajadoras en tanto clase), las diferencias se acortaban en el

campo de las prácticas y las estrategias. Nótese, por ejemplo, cómo Carolina Muzilli parece cuestionar

más los objetivos y la dirección de la beneficencia que las actividades de asistencia social. De hecho,

como vimos entre algunos médicos, cada vez más eran quienes reclamaban que el Estado asumiera dichas

actividades (en principio, a través de la promulgación de “leyes benéficas”).

14Moreau Alicia: "El feminismo en la evolución social" Humanidad Nueva 7, tomo IV, 1911, p. 367

15Ingenieros, J.: Tratado del Amor, op. cit., p. 83.

16Por la salud de la raza, op. cit., págs. 89-92

17Muzilli, C.: Por la salud..., op. cit., p. 214.

18López, Elvira: El movimiento feminista, op. cit., p. 233.

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Desde las últimos años del siglo XIX y fundamentalmente a partir del XX, las feministas

comenzaron a organizar instituciones propias, autónomas o dentro de organizaciones mayores. Las

expectativas siempre superaron la realidad. El “movimiento” feminista durante estas décadas no fue

numéricamente importante. Muchas de las instituciones fundadas se dividieron o se extinguieron, aunque

siempre resurgían. Sus objetivos, a corto o largo plazo, no siempre eran los mismos y muchas veces eran

antagónicos lo que provocó las fracturas o la incomunicación entre estos grupos. Objetivos comunes que,

sin embargo, no estaban exentos de tensiones y conflictos. A pesar de todo esto, su impacto no fue

despreciable. Como decíamos antes, el feminismo se constituyó como una “cuestión” en la época y no

sólo para las feministas. Prestigiosos intelectuales le dedicaron algunas líneas o artículos, mientras que,

por otro lado, el término se popularizaba, especialmente después de la primera guerra mundial. El

movimiento feminista, entonces, puede comprenderse como emergente y productor de este contexto.

Las organizaciones de mujeres que comenzaron a fundarse a principios del siglo XX con

objetivos feministas fueron variadas e, incluso, sus relaciones fueron frecuentemente conflictivas. Si los

focos de atención a veces coincidían, las aproximaciones, las formas ideadas de solución, divergían. Por

lo general, no había conflictos en el reclamo por el derecho de las mujeres a educarse (aunque sí podían

enfrentarse los objetivos y contenidos de dicha educación). Existía pleno consenso en la defensa de la

maternidad (aunque no quizás en la concepción y alcances de la maternidad), en la igualdad civil con los

varones, en la abolición de la prostitución. Pocos cuestionamientos se realizaron a la necesidad de

proteger legalmente a las obreras y obtener, por lo menos para ellas, la licencia maternal paga19. Aunque

no estuvieron totalmente ausentes: en Nosotras una articulista, que firma “una feminista”, sostenía que el

“proteccionismo” y las prohibiciones de ciertos trabajos en el mercado para las mujeres defendían más la

posición de clase de los obreros, su nivel de ocupación y salarial, que a las mujeres, en crítica abierta a la

política al respecto del Partido Socialista. Más conflictivos resultaron los derechos políticos. En esta

etapa, nos encontramos con anarquistas que rechazaban la participación política partidaria y en elecciones

tanto de varones como de mujeres, con socialistas que defendían el derecho y la justicia del sufragio

femenino (aunque algunas creían que las mujeres argentinas no estaban aún preparadas para votar) y

también con quienes sostenían que la "verdadera" y "más importante" participación política de las

mujeres debía darse desde el hogar.

El siglo XX se abrió con la fundación de una importante institución de mujeres que intentó,

precisamente, emprender el camino de “mejorar” la situación de la mujer desde una compleja alianza

entre poderosas mujeres de la elite, acostumbradas a las actividades de beneficencia, y mujeres “nuevas”,

universitarias y profesionales, que carecían de poder y tenían perspectivas diferentes de y para las

mujeres. Nos referimos al Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina (CNM). En 1896, una

residente norteamericana en Buenos Aires, Isabel King, había intentado infructuosamente conseguir el

apoyo del gobierno argentino para la formación de una filial del International Council of Women (ICW),

fundado años antes a partir de la Exposición de París (1889). En 1899, Cecilia Grierson y Jean Raynes,

activo miembro del movimiento filantrópico y cultural de las mujeres angloparlantes de Buenos Aires,

asistieron al II Congreso del International Council of Women, realizado en Londres. Allí, la Dra. Grierson

fue nombrada vice-presidenta honoraria del ICW encomendándosele la tarea organizar el Consejo

Nacional de Mujeres en la Argentina, campaña que inició ni bien llegó a Buenos Aires. Después de varios

meses de peregrinar, consiguió el apoyo de Alvina Van Praet de Sala (presidenta, por entonces, de la

Sociedad de Beneficencia) quien persuadió a asistir a representantes de treinta y tres organizaciones de

caridad y culturales al primer encuentro del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina en

septiembre del 1900. En este encuentro se decidió que el Consejo funcionaría como centro de

coordinación de múltiples asociaciones y grupos filantrópicos de mujeres en el país y como órgano

nacional de enlace con organismos de otros países. Todas sus integrantes aceptaban que el hogar y la

familia eran los intereses fundamentales del sexo femenino. El "mejoramiento del hogar" y la "futura

elevación de la mujer" eran tópicos lo suficientemente amplios como para incluir, en sus inicios, diversos

grupos y personas. Se concertó, además, que el objetivo principal sería la educación de las mujeres tanto

para que éstas lograran respeto por parte de la sociedad como para que pudieran cumplir correctamente

sus roles en la vida. También sostenían que los hombres eran más inteligentes y racionales que las

mujeres, pero que éstas eran moralmente superiores. Su principio fundamental era "no estar organizado en

interés de ninguna propaganda, no tener poder alguno sobre sus miembros, sino por el consejo y la

simpatía".

Los acuerdos y la concordia no duraron mucho tiempo. Su presidenta (Alvina Van Praet de Sala)

estableció la presencia de un sacerdote en todas las reuniones lo cual provocó divergencias con otras

mujeres (entre ellas, Cecilia Grierson) que comenzaban a identificarse con el "feminismo" y a pensar en

campañas más decididas a favor del sufragio femenino. Ante una propuesta realizada por el International

19Nosotras, n° 39, La Plata, 1903; n° 47, 1903.

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Council of Women en 1907 de enviar delegadas para una conferencia internacional de sufragistas, la filial

de la Argentina respondió que la situación civil de la mujer en el país era tan primitiva que no estaban,

aún, en condiciones de discutir el tema de sufragio. Algunas de sus miembros más destacadas fueron

dimitiendo (por ejemplo, en 1901 renunció Gabriela Laperrieri, hasta entonces secretaria de prensa del

CNM). Pero la ruptura definitiva devino en 1910 ante la organización de una conferencia para las fiestas

del Centenario. La Asociación de Universitarias Argentinas y otras organizaciones se desgajaron del

CNM y comenzaron a organizar su propio congreso. Entre las acciones de este primer período de fusión,

podemos destacar la elevación de un proyecto de ley (redactado fundamentalmente por las médicas Elvira

Rawson y Cecilia Grierson) al Congreso Nacional en 1906, finalmente rechazado, que proponía

reglamentar la creación de fondos para beneficios, servicios sociales y licencias maternales para mujeres

obreras. Igual suerte corrió otro proyecto elaborado y elevado en 1908 contra la trata de blancas20.

La Asociacion de Mujeres Universitarias Argentinas (AMUA) había sido creada en 1902 por un

grupo de aproximadamente unas treinta mujeres universitarias, profesionales, disconformes con la línea

"moderada" y católica del Consejo. Entre ellas figuraban: Ernestina y Elvira López, Ana Pintos, Elvira

Rawson, Sara Justo, Cecilia Grierson, Petrona Eyle. Esta institución pretendía abordar tanto la

problemática de las mujeres egresadas universitarias como la de las mujeres obreras. Su propósito no era

revolucionar el orden social, sino proveer un "soporte moral" a las mujeres profesionales y combinar la

lucha por un feminismo racionalista de estilo europeo, con el trabajo social hacia las mujeres obreras.

Como sosteníamos más arriba, fueron quienes, además, se encargaron de la organización del Primer

Congreso Femenino Internacional, realizado en Buenos Aires, junto a las celebraciones del Centenario en

1910, con delegaciones y visitantes de Chile, Uruguay, Perú, Estados Unidos e Italia. Entre sus

principales resoluciones y declaraciones podemos destacar la de propiciar la igualación de los derechos

civiles y jurídicos del hombre y la mujer (a través de las reformas de los códigos civiles), apoyar la

sanción de los derechos políticos femeninos, el establecimiento del divorcio absoluto y la lucha por el

mejoramiento en las condiciones de vida de mujeres y niños. Muchas ideas socialistas y de

librepensamiento impregnaban estas resoluciones21.

Paralelamente a la AMUA surgía un Centro socialista femenino (CSF) dentro del Partido

Socialista Argentino, primer partido político local que incluyó en su “programa mínimo” el sufragio

femenino. Además, desde las posiciones ocupadas en el Congreso Nacional, propulsó y apoyó la sanción

del divorcio vincular, la abolición de la prostitución reglamentada, la trata de blancas y la protección del

trabajo de la mujer. Las mujeres fueron admitidas como miembros del partido, llegando algunas a lugares

destacados (por ejemplo, Gabriela Laperrieri).

Las socialistas intervinieron en huelgas de tejedoras, alpargateras, telefonistas, consiguieron que

las modistas de sombreros gozaran del descanso dominical en el año 1903 y alentaron a las esposas de los

ferroviarios a sostener la huelga de 1912. Apoyaron activamente la sanción del proyecto de ley de

divorcio presentado en 1902 por el diputado Olivera al Congreso Nacional, la legislación protectora del

trabajo femenino en 1906, así como a los subsiguientes proyectos presentados por representantes

socialistas referentes a estos temas (abolición de la prostitución reglamentada, contra la trata de blancas, a

favor de los derechos civiles y políticos de las mujeres). Con respecto al alcoholismo, el Centro desarrolló

en septiembre de 1909 una campaña a favor del impuesto a las tabernas y entregó a la mesa de la cámara

parlamentaria una solicitud pidiendo el pronto despacho de los proyectos referentes a la prohibición de la

importación, elaboración y expendio del ajenjo y a la implantación de una patente elevada a los despachos

de bebidas alcohólicas. En 1913, por iniciativa de Fenia Chertcoff, se establecieron los "recreos

infantiles" en locales cedidos por los centros socialistas y la "Sociedad Luz", atendidos por las afiliadas al

CSF.22

La lucha contra la prostitución reglamentada y, más aún, contra el tráfico de mujeres para ejercer

la prostitucion constituía un elemento aglutinador para las feministas. En 1902, también, un grupo de ellas

20Sobre el Consejo Nacional de Mujeres: Grierson, C.: Decadencia del Consejo Nacional de Mujeres de

la República Argentina, Buenos Aires, 1910; Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina:

Historia de la Biblioteca del Consejo Nacional de Mujeres, Buenos Aires, 1936; La Palma de Emery,

Celia: “Protección a la familia obrera", en Acción Pública y Privada de la mujer y el niño en la República

Argentina, Discursos y Conferencias, Buenos Aires, 1910; Elvira López: El movimiento feminista, op. cit.,

p. 237.

21Sobre la Asociación de Mujeres Universitarias Argentina y el Primer Congreso Femenino Internacional

de la R.A., cf. Primer Congreso Femenino Internacional: Historia, Actas y Trabajos, Buenos Aires, 1911;

"Federación Femenina Pan-Americana", en Unión y Labor, n° 9 y 11, 1910; La Prensa, desde 18 al 23 de

mayo de 1910.

22Sobre el CSF, ver Chertcoff, Fenia: "El movimiento socialista femenino", op. cit. También pueden

seguirse sus actividades a través del periódico La Vanguardia.

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había fundado una organización específica: la Asociación Argentina Contra la Trata de Blancas (AATB),

presidida por el Dr. Arturo Condemí hasta 1917 y, a partir de entonces, por la Dra. Petrona Eyle. Esta

Asociación realizó campañas y apoyó las iniciativas del Partido Socialista y, en particular, las

presentaciones realizadas al Congreso Nacional por el diputado Alfredo Palacios en 1907 y 1913 para

penalizar a las organizaciones internacionales que comerciaban mujeres.

En 1905, se fundó la Asociación Argentina de Libre Pensamiento (AALP) a la cual podían

afiliarse mujeres y en donde éstas jugaron un papel importante. En 1902, Carolina de Argerich había

fundado una organización de librepensadores (“Dios, País y Ciencia”) cuya admisión al Consejo Nacional

de Mujeres había sido rechazada por su anticlericalismo. Cecilia Grierson y Elvira Rawson apoyaron

calurosamente a la AALP, la cual propugnaba, entre otras cosas, el racionalismo universal, el anti-

clericalismo, la observación científica y la ciudadanía e igualdad total para las mujeres. Dentro de este

campo, se destacaron María Abella y Julieta Lanteri. La primera editó una revista en La Plata,

“Nosotras”, entre 1902 y 1904. Un año después, organizó una Liga Feminista Nacional de la Republica

Argentina, filial de la "Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer" con sede en Berlín. La

segunda, como vimos, junto a Raquel Camaña, fundó en 1911 la Liga por los Derechos de la Madre y el

Niño y organizaron el Primer Congreso del Niño dos años más tarde. Pero las relaciones entre varones y

mujeres librepensadores no fueron fáciles. Aquellos desconfiaban de las mujeres y del sufragio femenino,

en particular por la supuesta influencia de la Iglesia sobre éstas. Por ello, hacia fines de la segunda década

del siglo XX, muchas simpatizantes y miembros de la AALP pasaron al Partido Socialista (en el cual

algunas ya participaban)23. En 1905, también, Elvira Rawson había fundado un Centro Feminista para

grupos de mujeres interesados en reformas políticas y sociales. Aparentemente, ante los recelos que causó

el término "feminista" y dada su línea más moderada, cambió su nombre por el de Centro Juana M.

Gorriti.

En este cuadro general sobre las organizaciones feministas, no podemos dejar de nombrar los

esfuerzos organizativos y editoriales anarquistas. Las posiciones a favor de la liberación de las mujeres

comenzaron tempranamente: en 1895, Questione Sociale, dirigida por Erico Malatesta, publicó unos

escritos de una prestigiosa feminista italiana, Ana Maria Mozzoni, de Soledad Gustavo y Juan Rossi.

Entre 1896 y 1897, un grupo de mujeres editaron el polémico periódico anarco-comunista, La Voz de la

Mujer. Además de contener muchas de las cuestiones claves del feminismo contemporáneo, puede

hallarse allí una visión y críticas más radicales con respecto a la familia patriarcal, a la explotación sexual

femenina (no sólo de la prostituta sino de la esposa, de la joven amante) y al machismo de sus

compañeros anarquistas. Durante este período, se destacaron varias mujeres en las filas de los diferentes

grupos libertarios, como Virginia Bolten, Juana Rouco Buela, Teresa Caporaletti, María Collazo. Con

Pietro Gori, Bolten fundó una organización de anarquistas y socialistas dedicada a la disolución del

matrimonio legal y otros conceptos autoritarios. En 1902, se formó un grupo de mujeres llamado Las

Libertarias que llamaba a la unión de todas las proletarias para combatir junto a los esposos e hijos la

"batalla contra el capital". En 1904, se organizó otro grupo femenino denominado Alcalá del Valle.

Mayor perduración en el tiempo y relevancia tuvo el Centro Anarquista Femenino (CAF), fundado en

1907. Dicho Centro llevó a cabo reuniones, conferencias y actos públicos con oradoras, en los cuales

frecuentemente tuvo que enfrentar incidentes con la policía. Repartía folletos de propaganda para mujeres

a la salida de las fábricas o talleres. Además, participó activamente en la huelga de inquilinos de 1907,

colaboró con el Comité Pro-presos y apoyó activamente las protestas en contra de los deportados y

deportadas por la ley de residencia (dos de sus miembros fueron deportadas a raíz de la huelga de

inquilinos)24.

Finalmente, en estas primeras décadas del siglo XX, es importante destacar los esfuerzos de un

grupo de mujeres universitarias, muchas de ellas médicas y vinculadas al Partido Socialista, que se

nuclearon alrededor del proyecto de establecer una "Casa de niños" en donde las mujeres podrían cuidar a

sus hijos, legítimos o ilegítimos, al mismo tiempo que se les brindaba la posibilidad de aprender un oficio

para poder trabajar. De esta iniciativa derivó también una publicación, “Unión y Labor”, entre 1911 y

1913.

Este arco de organizaciones, revistas, actividades, cuestiones claves, nos ofrece una primera

aproximación a este mundo intermitente del feminismo local. Si analizamos sus ideas, sus supuestos, sus

utopías, a través de sus textos, encontraremos fuertes puntos en común entre ellas, entre ellas y su época,

23Cf. Album biográfico de los librepensadores de la R.A., Buenos Aires, 1910 y Carlson, M.:

Feminismo!, op. cit., págs. 107-120.

24La Protesta Humana, 4-1-1902, p. 4; La Protesta, 18-1-1902, p. 4; La Protesta, 17-5-1904. Las

actividades del CAF pueden seguirse a través del periódico La Protesta Sobre la vida de Juana Rouco

(además de su biografía anteriormente citada) y María Collazo, cf., Sapriza, Graciela: Memorias de

Rebeldía. 7 historias de vida, Montevideo, Grecmu-Punto Sur editores, 1988.

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entre ellas y otros movimientos feministas occidentales contemporáneos. Estos transfondos comunes no

deben impedir destacar también las diferencias y los intentos por diferenciarse entre ellas, entre ellas y

otros pensadores locales, entre ellas y otras feministas europeas y estadounidenses.

La diferencia sexual y la maternalización de la femineidad eran parte de esos supuestos escasa o

nulamente cuestionados, profundamente arraigados y naturalizados, aunque no siempre los contenidos o

las valorizaciones de las diferencias o de las ideas detrás de la maternidad eran las mismas. Para algunas

feministas, la diferencia debía insertarse en una relación de complementariedad y equivalencia entre

mujeres y varones. Otras, en cambio, retomando la diferencia, exaltaron los atributos femeninos sobre los

masculinos revirtiendo la jerarquía patriarcal de los valores. De acuerdo con Julieta Lanteri, por ejemplo,

las "almas de mujer" era tiernas, buenas, sensibles, llenas de sublime amor, y sus cuerpos contenían la

"flor más bella de la creación". Equivalente a amor y vida, la mujer había sido esclavizada por el varón,

amante de las posesiones, de las riquezas, de las guerras, de la sensualidad. Desamarrar a las mujeres de

las cadenas de sus amos, entonces, transformaría no sólo la situación de éstas sino a la sociedad toda. La

"femineidad" liberada se presentaba como desafiante y cuestionadora de la opresión sexual y, además, de

la explotación económica, de la desigualdad racial, de la propiedad privada, del principio de las

nacionalidades modernas (todo ello vinculado a la “masculinidad”), puesto que “ella [la mujer] no quiere

ser patrón ni admite amos. Para ella todos son iguales, todos son uno en la raza y en la especie, porque

ella es la madre de todos. Para ella no existe la propiedad ni quiere matar para conservarla, la tierra entera

es su patria”25.

Así, las feministas aceptaron plenamente y reforzaron la idea de una diferencia sexual, basada en

la capacidad física pero especialmente espiritual de las mujeres para ser madre. El feminismo de las

primeras décadas del siglo XX formó parte del clima maternalista imperante, aunque los supuestos, las

ideas, los valores, los fines en torno a la maternidad no fueran los mismos. Al respecto, tampoco el

feminismo fue enteramente homogéneo pero estaba unido por una formulación más política de la

maternidad. Aceptada, y exaltada en algunos casos, como "función natural" femenina, no justificaba la

desigualdad jurídica, social, política. Por el contrario, la volvía más injusta.

Menos habitual fue la reformulación “privada”, enteramente doméstica, de la maternidad. Es

decir, qué significaba la maternidad en la vida de las mujeres. Por lo general, aceptaron que constituía el

destino ideal y buscado por estas. Sólo algunas se animaron a plantear que “la grande importante y

hermosa misión de madre no es suficiente para hacer la felicidad de la mujer: ella quiere también un poco

de libertad, un poco de verdadero amor, y (aunque sea muy prosaico) un poco de dinero para recompensar

sus sacrificios”26. Estas opiniones, a veces, eran matizadas al reformular las obligaciones en derechos, al

cuestionar más la situación de opresión en que se ejercía la maternidad que a la maternidad misma, como

puede verse en la cita que encabeza este acápite. Para María Abella, autora de estas líneas, ésto implicaba

el derecho a la maternidad “natural”, a la maternidad “por amor”, aunque no reivindicaba el “amor libre”

puesto que, dadas las condiciones materiales de su ejercicio, sus consecuencias eran que sólo en la mujer

recaía la “carga” de los hijos, además de ser perjudicial para éstos por la “tacha” de ilegitimidad. Para que

el “amor libre” pudiera realizarse institución social era necesario que el Estado se hiciera cargo del

sostenimiento de los niños: “Opinamos que en una sociedad más perfecta la mujer en sus funciones de

madre no debe estar protegida por un hombre determinado porque esas protecciones particulares pueden

fácilmente cambiarse en tiranas; sino que debe estarlo por el estado, en representación de todos los

hombres y mujeres”. Y, aceptando la importancia para las mujeres y para la sociedad, de la maternidad,

de todas maneras, finalizaba: “la mujer no ha nacido solamente para ser madre, como no ha nacido el

hombre sólo para ser padre, uno y otro tienen el deber de conservar la especie; pero al mismo tiempo

tienen el derecho de ser libres, de perfeccionar la sociedad y gozar de la vida”.27

Estas opiniones podemos situarlas en un extremo no tan transitado al menos explicitamente por

las feministas locales. De todas maneras, lo que compartían era la necesidad de extraer derechos de la

maternidad. El maternalismo político, propulsado por el feminismo a principios de siglo, se basaba

fundamentalmente en dos premisas: porque eran madres (real o potencialmente), las mujeres debían tener

derechos sociales (gran parte de las “políticas maternales” que vimos en el apartado anterior), derechos

civiles e, incluso, para algunos, derechos políticos. La igualdad, entonces, se basaba en la diferencia

biológica, espiritual y moral, producida por la maternidad. Por otro lado, las mujeres-madres

transformarían radicalmente la política, introduciendo la diferencia sexual, es decir, el pensamiento y la

moral maternales:

25Lanteri, Julieta: La mujer librepensadora, Buenos Aires, Conferencia de la Logia 12 de octubre, 1905,

p. 11.

26“Carta abierta a la Sra. De Chertkow Repetto de una feminista”, en Nosotras, año II, n° 41, La Plata,

1903, p. 427.

27Abella María: “Ser madre!...”, en Nosotras, año III, n° 63-64, La Plata, 1904, p. 742-743.

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“El instinto maternal, más fuerte que cualquier educación, subsistirá siempre intacto a pesar de

todo y por consiguiente, entonces como ahora, su papel en la vida será el sacrificio contínuo y

constante, la noble abnegación del cariño que se inmola por la felicidad de los demás; esa es

también la esencia de su alma y las feministas lo están probando: sus ligas a favor de la paz

responden de ese sentimiento maternal que vibra en todo corazón de mujer; todas sus

propagandas están impregnadas de filantropía, y en ese movimiento que han operado no es otra

cosa que un sentimiento de inmensa compasión hacia las mujeres y los niños que sufren y cuya

suerte anhelan mejorar.”28

El "instinto maternal" postulado, caracterizado por el sufrimiento y altruísmo, no parecía muy

diferente al sustentado por otros. La diferencia radicaba en que dichas actitudes y valores eran

consideradas necesarias e imprescindibles para la "política" nacional e internacional. La abnegación, el

cuidado del otro -fundamentalmente del otro "débil": anciano, niño, mujer, trabajadores-, la ética de la

responsabilidad, que habían sido erigidos como premisas morales “privadas” eran extendidos a lo

público-político por las feministas.

El grupo "Unión y Labor" analizaba la necesidad de conquistar derechos para las mujeres

tomando la experiencia de otros Estados en donde las mujeres participaban de la cosa pública: “Es, por

cierto, esa misión de amor que tanto pregonan, la que impulsa a la mujer a conseguir sus derechos civiles

y políticos, pues teniéndolos podrá trabajar con más eficacia en la conquista de mejoras para los que

sufren y trabajan, puesto que ésto es amor a la humanidad, es amor a su prole”.29 Así , los derechos de las

mujeres se justificaban porque “este interés de la mujer por contribuir al bienestar social, sacrificando en

aras de él las horas de reposo, su talento y su corazón, ha hecho que tranquilamente se le conceda la

intromisión en la legislación del país”.30

Las feministas locales veían esta lucha por los derechos de las mujeres, su introducción como

mujeres a la política, como parte de una ola mundial en la que estaban inmersas. Efectivamente, el

maternalismo político o feminismo maternal no era un fenómeno local. Desde fines del siglo XIX,

europeas, norteamericanas, australianas, neozelandesas y latinoamericanas, habían peleado conjuntamente

por obtener “derechos” sociales que por justicia correspondían a las mujeres y por derechos políticos que

permitirían llevar a cabo las transformaciones sociales necesarias que, en especial, mejorarían la situación

social de las mujeres más vulnerables. Las políticas maternales eran percibidas como un derecho, no

como una concesión paternalista por parte de los estados. Por otro lado, reforzaron la maternidad como

una “función” social y política, no sólo ni exclusivamente “natural”. Finalmente, la reivindicación de la

ciudadanía provenía de una base natural-moral propia (femenina) que se entendía como contribución

única, imprescindible e intransferible, a la política. Así, las feministas reforzaron la politización de una

identidad social de género basada en la maternidad, identidad que, paralelamente, era construida y

retomada por médicos y los propios Estados. Sus luchas coincidieron con ciertas políticas estatales con

respecto a la mortalidad infantil, la reproducción y la familia, que tomaban a las mujeres como su

principal objeto-agente.

Entonces, esta maternalización de la política se lograría a través de la conquista del sufragio

femenino y la participación de las mujeres como electoras y elegidas. Pero, para las feministas, esta forma

de hacer política no excluía otra, específicamente femenina, también vinculada a su posición social como

madres: la influencia ejercida sobre los varones de la familia desde el "hogar", en especial sobre sus hijos.

Nuevamente, aquí la división entre feministas y anti-feministas se borroneaba peligrosamente.

Efectivamente, quienes negaban la legitimidad del sufragio femenino o, incluso, de la capacidad civil de

las mujeres, sostenían que la influencia femenina sobre la política debía darse en el "seno del hogar",

detrás de sus muros, y su representación debía quedar en manos de aquellos varones sobre los que ella

había ejercido sus influencias. En el caso del feminismo, en cambio, lo que intentaba politizarse era la

función maternal, elevarla a una categoría de ciudadanía igual o superior a la de los varones en tanto

individuos. Una forma de introducir la maternidad en un nuevo pacto social.

Para las feministas, una forma de hacer política (el sufragio) no excluía a la otra (la influencia

sobre los hijos). Ambas se fusionaban en la idea de las mujeres-madres como representantes del pueblo o

funcionarias del Estado. Ambas eran fundamentales para lograr los objetivos del feminismo: transformar

28López, Elvira: El movimiento feminista, op. cit., p. 262. En 1902, en Argentina y en ocasión del

conflicto limítrofe con Chile, Gabriela Laperrieri realizó un llamado a las "madres argentinas" para

impulsar, junto a las chilenas, una Liga Internacional por la Paz.

29Sara Justo: "La mujer y la política", en Unión y Labor, año I, n° 4, 1910, p.25

30Flairoto, Matilde: "La mujer y su influencia en los destinos humanos", en Unión y Labor, año I, n° 4,

21-1-1910, p. 5.

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la sociedad. En realidad, en esta etapa, muchas feministas locales privilegiaron incluso la participación

desde el “hogar” en la política puesto que consideraban que muchas argentinas "aún" no estaban

preparadas para votar (al mismo tiempo que reconocían el "recelo" de muchas mujeres hacia las ideas

sufragistas). De todas maneras, es importante destacar que, a diferencia de sectores anti-feministas, la

influencia femenina en el hogar no se reducía a la ternura ni a crear el "reposo del guerrero". Por el

contrario, la tarea inmediata de la mujer argentina, que todavía no podía o no estaba preparada para votar,

era ejercer sobre los varones de su familia una determinante, eficiente y moralizadora influencia

"política":

“que eduque a sus hijos en los deberes cívicos; que les enseñe a no hacer de la política el medio

de satisfacer necesidades que no saben llenar con el trabajo; que no sea para ellos la política una

carrera ... Que la mujer misma se eleve hasta su misión de madre de ciudadanos libres y coopere

a la organización definitiva de esta república ...; que la esposa del comerciante o ciudadano rico

haga que este no se retraiga con indiferencia de sus deberes cívicos, y que todas sean en sus

hogares para el padre, el hermano o los hijos, consejeras e inspiradoras bien intencionadas, libres

de bajos egoísmos y ambiciones condenables”.31

En las primeras décadas del siglo, un problema inquietante se planteaba para las feministas.

Algunas aceptaban que las mujeres aún no estaban preparadas para votar. Pero, ¿estaban preparadas para

ejercer este tipo de relación maternal? ¿lo habían hecho en el pasado? ¿con qué resultados? De acuerdo

con Alicia Moreau, la mujer, "eje" y "centro" del hogar, estaba llamada a ser lo que raramente era: la

"primera educadora de sus hijos". Y la maternidad ejercida de esta manera, la maternidad como una

práctica política al mismo tiempo que doméstica, sólo podría cumplirla en el futuro. Sólo cuando se

emancipara a través de la educación, cuando dejara de ser la "esclava" que educaba a sus hijos como

"esclavos", la mujer cumpliría acabadamente con su rol de madre, el más "puro" y más "noble" de todos

los que estaba capacitada para ejercer32.

Si, para las feministas, el maternalismo político era imprescindible para transformar la sociedad,

la educación lo era para transformar a la mujer, protagonista del cambio. El interés feminista por la

educación no era nuevo, pero su vinculación a la política y y a la obtención de una ciudadanía era cada

vez más fuerte. Una aproximación iluminista al poder de la razón era la base para imaginar los cambios

subjetivos necesarios para que las mujeres desearan y protagonizaran su lucha por la igualdad y la

libertad. Una tensión entre un pensamiento determinista (el feminismo era una cuestión de la “evolución

natural”) y otro de tipo voluntarista (el énfasis colocado en la educación y en la posibilidad de

transformación de las propias mujeres) comenzaba a emerger en los textos y prácticas feministas.

La educación, entonces, fue fundamental para el feminismo de principios de siglo. Aparecía

como el camino más claro y confiable para la emancipación de las mujeres. La educación, el

esclarecimiento de su situación de subordinación, les otorgaría la libertad para luchar por sus derechos y

la igualdad. La educación las volvería "mejores madres" para ejercer esa función desde el Estado y en sus

familias. Esta posición con respecto a la educación maternal de las mujeres no implicaba abandonar la

otra, la maternología y educación doméstica pregonada por médicos, sociólogos y economistas. También

para las feministas era necesario enseñar a las madres higiene infantil y economía doméstica pero, entre

éstas últimas, aparecía más evidente el objetivo de "elevar" unos saberes tradicionalmente considerados

"femeninos" al nivel de ciencia y de promover simultaneamente a sus portadoras33. Por otro lado,

insistieron en la "educación sexual" femenina y masculina, entendiéndolas como preparación para la

procreación. La propuesta, a cargo generalmente de mujeres médicas, no se diferenciaba de la de sus

colegas masculinos. Como sostenía la Dra. Paulina Luisi, “es, pues, necesario que en la adolescencia, ella

que ya en la familia suele hacer un aprendizaje forzado de su futuro oficio, reciba nociones prácticas de

maternología y puericultura, complemento imprescindible de su educación e instrumento necesario para

el mejor cumplimiento de la función para que ha sido creado nuestro sexo”.34

Pero, a diferencia de otros que pregonaban la necesidad de enseñar higiene infantil y economía

doméstica a las mujeres, las feministas consideraban que estos saberes no eran suficientes. Una madre

debía estar intelectualmente formada para educar a sus hijos como futuros ciudadanos. De acuerdo con

Elvira López, las mujeres debían instruirse para ser "buenas esposas", "buenas madres" y para

31Lopez, E: El movimiento feminista, op.cit., p. 241

32Moreau, Alicia: "El feminismo en la evolucion social", op. cit., p. 368 a 373.

33cf., por ejemplo, la ponencia presentada por Cecilia Grierson al Primer Congreso Femenino

Internacional, realizado en 1910 en Buenos Aires, op. cit., p. 159; o López Elvira: "Ciencias y artes

domésticas" en Unión y Labor año I, n° 6, 21-03-1910, pp. 4-6.

34Luisi, Paulina: Enseñanza Sexual, op. cit., p. 22.

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desempeñar un mejor papel en la sociedad, para lo cual era necesario saber algo más que labores, idiomas

y música. Se suponía que, como esposa, la mujer tenía una gran influencia en la vida del hombre y que,

como madre, "decidía el porvenir de los hombres del mañana"35. Pero, a juicio de muchas feministas, en

la situación de subordinación social e intelectual en la que que se hallaban la mayoría de las mujeres,

éstas sólo podían ofrecer "ternura" a sus hijos. Ternura que, incluso, resultaba contraproducente y dañina

cuando no se hallaba hermanada a los "sabios dictados de la mente". Como sostenía la socialista Juana

Begino, las madres, incapacitadas para ofrecer un "sólido apoyo" a sus hijos, no podían prepararlos para

la lucha de clases, “de adelanto, de civilización, de progreso cada vez más firme...”.36 En esta educación

para la maternidad, algunas, aunque muy pocas, incluyeron la educación fisica puesto que consideraban

que la "debilidad" femenina no devenía directamente de la naturaleza sino de la inactividad y mujeres

orgánicamente débiles carecían de autoridad moral sobre los hijos37.

Entonces, en la preparación para la maternidad, la educación intelectual jugaba un rol

fundamental para las feministas. Sostenían que negar tal educación a las mujeres no era sino una forma de

mantener la opresión y control sobre ellas, bajo pretexto que las alejaba o que no era necesaria para

cumplir su rol de madre. Por otra parte, también sostenían que por diversos motivos muchas mujeres

nunca serían madres y, por lo tanto, menos aún, podía negárseles el derecho a educarse y a capacitarse

para ejercer una profesión. No quedaban dudas en el caso de las mujeres sin hijos. Como sostenía Elvira

López,

“la condición de esposa y madre es accidental; la muerte o la separación la destruyen; muchas

mujeres no se casan; y por eso no se dirá que son inútiles a la sociedad. Ciertas mujeres tienen

aptitudes especiales para tal o cual orden de estudios; la naturaleza dota a algunas de talentos

viriles; y esas fuerzas deben ser desenvueltas armoniosamente en beneficio de las familias y la

sociedad”.38

Así, al mismo tiempo que se defendía la educación intelectual para las mujeres, se separaba, aún

tímidamente, la condición de madre de la de mujer. No es casual que ésto sucediera más tempranamente

en relación a la educación y entre mujeres de clase media. Si comenzaba a entretejerse cierta legitimidad

para el trabajo femenino asalariado, éste era de tipo profesional y, por lo general, en el sector "servicios".

En realidad, muchas de estas mujeres hablaban de sus propias experiencias, aunque en tercera persona.

Alicia Moreau sostenía que “nada impide a estas profesionales formar un hogar, ser madres, ninguna ley

natural ni social las condena al ejercicio de su profesión que pueden muy bien abandonar ... y pueden

siempre serles de gran utilidad ... si las circunstancias de la vida lo exigen.”39

El objetivo final era compatibilizar en la vida de las mujeres educación intelectual,

emancipación, ciudadanía, incluso trabajo asalariado, y maternidad. En gran medida, pretendieron hacerlo

reformulando políticamente a la maternidad, pero, al no intentar transformar su organización social,

frecuentemente quedaron atrapadas en las redes del tiempo completo y el altruismo. Por otro lado, era

también importante presentarlos como compatibles ante los ataques que recibían. Una y otra vez,

encontramos la insistencia en que el feminismo no convertía a las mujeres en enemigas del hombre, no las

separaba de él. Por el contrario, sólo el feminismo podría hacer de la mujer la "verdadera compañera del

hombre", dejar de ser su "súbdita" o "esclava" puesto que no podría existir compañerismo donde no

hubiera igualdad.40

Se pretendía, así, construir una “nueva mujer” entre la maternidad y la educación intelectual,

entre la maternidad y la ciudadanía, entre la maternidad y el trabajo. Modelo inestable y conflictivo

puesto que, si bien se reconocía la capacidad y la vocación de las mujeres por la educación, la ciencia y el

ejercicio de determinadas profesiones, se suponía que "naturalmente" podían ser subyugados por el "amor

maternal", salvo excepciones. Las cientificas o las mujeres dedicadas a una profesión no eran

consideradas “desnaturalizadas” sino “excepcionales”. 41

Los alcances y límites de las reformulaciones llevadas a cabo por las feministas del concepto y

las prácticas de maternidad también pueden observarse en los vínculos establecidos con el cuerpo

femenino, la capacidad de gestar, parir y amamantar. La maternidad, entendida como una actividad

formativa, educativa y política y como una actitud moral sólo podía ser ejercida por mujeres. Esta

35Lopez, Elvira: El movimiento feminista, op. cit., p. 76

36Begino, Juana Maria: La mujer y el socialismo, Buenos Aires, s/f, p. 27

37Primer Congreso Femenino Internacional: Historia, Actas y Trabajos, op. cit., pp. 94-95.

38Lopez, op. cit., 87

39Moreau Alicia: "Feminismo e intelectualismo" en Humanidad Nueva, tomo III, 1 y 2, 1910, p. 26.

40Justo Sara: "La mujer y la politica" en Unión y Labor, año I, 4, 21-01-1910, p. 25

41cf. Moreau, A,: "Feminismo e intelectualismo", op. cit.

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exclusividad presuponía el cuerpo pero lo sobrepasaba. Para ser madre no era necesario parir hijos pero

era necesario ser mujer. La capacidad de maternar era femenina pero iba más allá de sus propios hijos y

su familia. En realidad, pretendía ser ejercida por las mujeres desde el Estado.

Estas perspectivas no eran compartidas por otros sectores incluídos en el debate en torno a la

maternidad. Como vimos, los médicos insistían en el carácter biológico de los sentimientos maternales a

punto tal que consideraban una amenaza el amamantamiento por parte de una nodriza. Recién a fines de

la década de 1940, Argentina tendría una legislación de adopción de hijos. También generaba debates y

contradicciones entre las propias mujeres. En el Primer Congreso Femenino Internacional, organizado por

la Asociación de Mujeres Universitarias Argentinas, algunas participantes no estuvieron de acuerdo en

impulsar la fundación de Casas Maternales dirigidas por mujeres laicas y educadas. Sostenían que, de esta

manera, se incentivaba una "inmoralidad": a saber, la crianza y el cuidado de niños por quienes no eran

sus madres biológicas. Desde esta perspectiva, sólo éstas podían y debían criar a sus hijos. Sin embargo,

en las declaraciones generales del Congreso, la mayoría apoyó la fórmula que toda mujer es madre natural

de todo niño42.

A pesar de presentar importantes contradicciones y tensiones con las ideas y prácticas

dominantes, estas reformulaciones o intentos de reformular la maternidad tenían sus límites. Por un lado,

el replanteo de la maternidad fue exclusivamente político. No se basaba ni se proyectaba (salvo

excepciones) en un cambio de las relaciones sociales establecidas entre madres e hijos, de las prácticas

aprendidas y transmitidas para maternar. Si en el plano político se pretendía llevar a cabo una

desbiologización del vínculo maternal, ésto no se basaba ni repercutía en un intento de transformación de

las relaciones sociales, culturales y biológicas con los hijos, cuando éstas existían. Por otros caminos, se

reforzaba la maternidad como una práctica privada, privilegiada y femenina. En otras palabras, la

extensión de la maternidad en el plano político no se correspondía con una extensión social de la

maternidad, con una "maternidad social", que habría implicado redefinir colectivamente las relaciones y

prácticas maternales, los trabajos domésticos43. En cambio, excepto en algunas pocas utopías de

izquierda, no encontramos propuestas de reformulación social de la relación madre-niño dentro de la

familia nuclear. Sí, en algunos casos, fue considerada beneficiosa la socialización de ciertos trabajos

domésticos pero, precisamente, para que las mujeres pudieran reconcentrarse más profundamente en ese

vínculo con el niño. Alicia Moreau analizaba las transformaciones del trabajo doméstico en los "hogares"

desde los pueblos primitivos hasta su presente. En esta "evolución", las mujeres habían dejado de realizar

muchos de ellos: construcción de las viviendas, fabricación de la vajilla, la elaboración del pan, la

confección de la ropa. Esta disminución de las faenas domésticas continuaría con la organización

cooperativa.44 Paralelamente y a medida que avanza el período estudiado, nos encontramos con la

retracción de cierta socialización forzada de algunas tareas domésticas y maternales, determinadas por las

condiciones de existencia (por ejemplo, la vida en el conventillo).

Si se mantenía y reforzaba la organización aislada y privada de la maternidad y las tareas que

ésta implicaba sólo podían ser llevadas a cabo por mujeres, resultaba muy difícil la propuesta de

compatibilizarla con otras ocupaciones y deseos. Vimos algunas dificultades con respecto a las

actividades intelectuales. Mucho mayores fueron las que se presentaron con el trabajo asalariado puesto

que se sumaba, en la mayoría de los casos, una situación de explotación, leída frecuentemente desde el

paradigma de la "degeneración". Efectivamente, desde el feminismo muchas mujeres lamentaron y

denunciaron los efectos que determinados trabajos asalariados tendrían sobre la capacidad reproductiva

femenina y fundamentalmente sobre la composición del “hogar”, entendido como lugar propio de la

mujer, dónde ejercía sus influencias y su política. De acuerdo a Gabriela Laperrieri, la mujer que

trabajaba en su casa era mucho más feliz que la que lo hacía afuera, puesto que la primera “puede criar a

sus hijos con su leche, trabajar al lado de la cuna, vigilar la comida del esposo... cuyo carácter no se agria,

al encontrar a su nido caliente, forzosamente más cuidado”45.

En parte, nos encontramos ante los límites de una reformulación de la maternidad que no

modificaba ni cuestionaba profundamente la división sexual del trabajo. Se mantuvieron y reforzaron

42Primer Congreso Femenino Internacional de la República Argentina: Historia, Actas y Trabajos, op.

cit., págs. 215 a 219.

43Tomamos el concepto de Beatriz Schmucler y Graciela Di Marco en Madres y democratización de la

familia en la Argentina contemporánea, Buenos Aires, Biblos, 1997. Las autoras sostienen que es a través

del trabajo colectivo fundamentalmente desde donde se reformula socialmente la maternidad. Se la vuelve

pública, se la transforma en un problema de la comunidad, se compromete la solidaridad y se apela al

Estado de igual a igual. Si bien incorpora elementos del "cuidado del otro" de la maternidad tradicional,

lo realiza despreciando el aislamiento (la "privacidad") y la devaluación de la mujer-madre (p. 18)

44 Cf. "El feminismo en la evolución social", op. cit.

45Laperrieri, Gabriela en Almanaque socialista La Vanguardia para 1904, Buenos Aires, 1903, p. 21.

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muchos supuestos con respecto a la "naturaleza maternal" de las mujeres. Los deseos, sentimientos,

valores y moral femeninas quedaron fundidos en dicha "función". Las madres continuaron percibiéndose

como proveedoras afectuosas de la familia y a los padres como proveedores económicos. Por otro lado, el

peso del pensamiento y las prácticas de la izquierda política (fundamentalmente el socialismo y el

anarquismo) en el feminismo de las primeras décadas del siglo, hizo que el trabajo asalariado femenino

difícilmente pudiera haber sido considerado, sin más, un camino de liberación. Efectivamente, en su

inmensa mayoría, la mayoría de las mujeres insertas en el mercado de trabajo se hallaban en situaciones

de explotación, aún más graves que las de los obreros.

Pero a las feministas no se les escapaba el costado económico de la dependencia femenina,

incluso frecuentemente considerado fundacional. Por ello, los lamentos y las denuncias se superponían a

tímidas defensas de la independencia económica de las mujeres, sólo posible a través del trabajo

asalariado. Al respecto, Carolina Muzzilli afirmaba:

“La emancipación económica es la base de toda emancipación. Algunas mujeres, bien

intencionadas, por cierto, recordando ésto, aconsejan a aquellas que desean obtener una relativa

independencia, se aseguren una profesión que pueda darles libertad económica y, por lo tanto,

libertad de acción. Son estas ideas un tanto egoístas. Y las mujeres obreras, ¿como asegurarán su

independencia?”46

Efectivamente, los salarios “complementarios” de las obreras (inferiores en un 25 o 50% a los

percibidos por los varones por igual trabajo) no les aseguraban ninguna posibilidad liberadora de

independencia económica. Esto no quiere decir que todas las mujeres tuvieran que tener el salario de un

varón para sobrevivir. Por el contrario, como veíamos, existía un alto porcentaje de unidades domésticas

con mujeres como jefas. Pero el costo era la mayor pobreza y explotación. La perspectiva podía ser un

poco diferente para mujeres profesionales de clase media, aunque, aún así, fueron pocas las que en esta

época lograron o desearon mantenerse solas.

Las feministas intentaron transformar, antes que cuestionar, la división sexual de tareas en el

mercado, la división entre trabajos “femeninos” y “masculinos”. A diferencia de otros que defendían la

división "tradicional" (en la que sólo las tareas domésticas y de cuidado de los otros eran realizables por

mujeres), éstas cambiaron su percepción de la femineidad y masculinidad de ciertos trabajos.

Obviamente, en la mayoría de los casos, se trataba de "profesiones" vinculadas a una capacitación

intelectual. Por ejemplo, las que habían estudiado y ejercían varias entre ellas, la medicina:

“Pues si la ciencia del médico, (...), estriba en el conocimiento del temperamento del enfermo,

edad y carácter, la mujer con su maravilloso sentimiento de individualidad puede emplear en el

tratamiento delicadeza y penetración y un arte de dirigir los ánimos que nunca tendrá el hombre.

Las enfermedades nerviosas hallarán en la mujer un adversario poderoso, porque las conoce. La

mujer, asistiendo a mujeres, disminuirá la mortalidad de éstas y de los niños”.47

Durante estas primeras décadas del siglo XX, las defensas del "derecho a trabajar" por parte de

las mujeres son escasas. Más raro aún, encontrar concepciones acerca del trabajo asalariado como

beneficioso para la moral de las mujeres, a excepción de los casos de moralización de prostitutas o

delincuentes. Además de las inquietudes vinculadas a la eugenesia, entre las feministas, en especial las

socialistas, también hallamos los temores de que el trabajo de las mujeres en el mercado hiciera bajar, aún

mas, el nivel de salarios o la ocupación masculina.

En su mayoría, las feministas apoyaron la reglamentación del trabajo asalariado femenino, en

especial el fabril, demandaron el reposo obligatorio antes y después del parto, la licencia maternal paga, la

implementación de salas-cuna y guarderías en los lugares de trabajo. En estos aspectos, sus voces sólo

constituían ecos de las propuestas de muchos otros sectores reformistas, católicos o socialistas. Sin

embargo, fue sólo dentro del feminismo donde pudieron escucharse algunas voces disonantes. Al respecto

es interesante, y excepcional, el debate generado entre Fenia Chertcoff y “una feminista”,

presumiblemente Maria Abella, en las páginas de la revista dirigida por esta última, Nosotras. Chertcoff

y, en parte, la subdirectora de la revista, Justa Burgos Meyer, defendían el programa y accionar del

Partido Socialista en relación a la emancipación de las mujeres. La “feminista”, en cambio, como veíamos

más arriba, dudaba de las reales intenciones del partido, de su compromiso sincero con la causa femenina

y, específicamente con respecto al trabajo femenino, cuestionaba su posición reglamentarista y

prohibicionista por entender que ésta sólo terminaba perjudicando a las mujeres al cerrarles, dificultarles

46Muzzilli, Carolina: Por la salud de la raza, op. cit., págs. 55-56

47López, Elvira: El movimiento feminista, op. cit., p. 101

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y aumentar la discriminación en el acceso y permanencia en el mercado de trabajo.

“…en el programa del Partido Socialista veo demasiadas prohibiciones a la mujer y una

protección tan grande, que más bien parece opresión: con el artículo que dice “prohibición del

trabajo a la mujer donde quiera que peligre su salud o moralidad” hay pretexto para cerrar las

puertas a la industria a la mujer.”48

En su respuesta, Fenia Cherkoff afirmaba que esta “feminista” hablabla como aquellas otras “de

Francia, Inglaterra y de los países escandinavos” que se oponían a la reglamentación del trabajo femenino

en nombre de la “libertad individual y la igualdad de los sexos”. La socialista justificaba la

reglamentación y determinadas prohibiciones en la, a su parecer, innegable “debilidad física” femenina y

en la “imposibilidad de algunos trabajos para las mujeres” (como el de herrero, carpintero, albañil,

minero). En cuanto al trabajo nocturno, si era perjudicial para el hombre más lo era aún para la mujer que

tenía además que realizar las “tareas de dueña de casa, esposa y madre”. Y finalizaba

“No creo que deba temer se cierren las puertas de la industria a la mujer por la reglamentación

del trabajo. En Bélgica, el número de obreras no disminuyó al suprimirse el trabajo nocturno.

Aumentaron las trabajadoras diurnas. Además, las mujeres no serán despedidas porque, como

asevera la Sra. S. Webb, las mujeres son irremplazables por sus cualidades positivas”.49

Detrás de las posiciones de la autodenominada “feminista” latía un cuestionamiento hacia la

división sexual del trabajo en el mercado. Cuestionamiento que parecía más legítimo especialmente para

las jóvenes educadas que buscaban trabajo. Meses más tarde, presumiblemente, María Abella sostenía:

“No puede ser que se deje siempre exclusivamente para el hombre las profesiones y carreras, es decir, el

medio de adquirir capital y el derecho de gastarlo y que se dedique a todas las mujeres a ser eternamente

las humildes y gratuitas servidoras del hombre. “La división del trabajo no debe hacerse según el sexo,

sino según las aptitudes de las personas y en habiendo inclinación, tan bien sientan al hombre una

espumadera o una escoba como a la mujer un título de Doctora; tan injusto e impropio es poner en la

cocina a un ser inteligente e ilustrado, sólo porque sea mujer, como sería darle un ministerio a un patán,

porque pertenezca al sexo masculino.”50

En una de las secciones del Primer Congreso Femenino Internacional se debatió acerca de la

conveniencia de acortar la jornada de trabajo de las mujeres en las fábricas. Debate que, pocos años atrás,

se había hecho público ante la sanción de la ley 5.291. La argumentación a favor se basaba en considerar

que la jornada de trabajo de las mujeres obreras no terminaba cuando salían de la fábrica. Las tareas del

hogar, el cuidado de los hijos y la atención del esposo debían ser considerados, aún cuando los

legisladores no lo hubieran hecho. Sin embargo, la mayoría no votó dicha proposición. La doctora Elvira

Rawson sostuvo que no era conveniente pedir consideraciones especiales para la mujer: “desde el

momento que gestionamos igualdad de derechos cabe aceptar igualdad de deberes”51.

Una posición igualitaria, con respecto a la licencia maternal, fue defendida por María Abella.

Pero, a diferencia de lo ocurrido con la duración de la jornada de trabajo, quedó en minoría en el

Congreso. Abella votó en contra del descanso pre y post parto con goce de sueldo completo

argumentando que dicha proposición terminaría siendo perjudicial para las obreras puesto que los

patrones las echarían o dejarían de darles trabajo al resultarles más caro que tener obreros varones. Así, la

protección se tornaría en discriminación.

En realidad, como ya habíamos adelantado, muchas de estas posiciones y estrategias que hemos

denominado "feministas" no incluyen al feminismo anarquista. Obviamente, al rechazar la legitimidad del

Estado no reconocían ni, por lo tanto, participaron en la lucha por obtener una legislación laboral. El

problema del trabajo femenino, como el de los varones, se solucionaba a través de la lucha revolucionaria

y la organización en sociedades de resistencia. Esto no implicaba, obviamente, un desconocimiento

dentro del anarquismo de la opresión de las mujeres, ni mucho menos. Más aún, sus posiciones más

vinculadas a los “oprimidos” en general, al “pueblo”, que estrictamente a la clase obrera favorecieron

48“Una feminista: Carta abierta a la Sra. F. Cherkow”, en Nosotras, año II, n° 39, La Plata, 1903 p. 394.

49“Carta abierta de la Sra. Chertkow”, Nosotras, año II, n° 40, La Plata, 1903, p. 404.

50“La educación de la mujer vista por diversos prismas”, en Nosotras, año II, n° 54, La Plata, 1904, pág.

607-608

51Primer Congreso Femenino Internacional de la República Argentina: Historia, Actas y Trabajos, op.

cit., p. 427.

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perspectivas más radicales en planos más allá de la explotación económica (como el de la sexualidad), al

tiempo que además permitían ciertas visiones de la liberación femenina menos encuadradas en la lucha de

clases.

Si bien la maternidad será un faro compartido entre quienes luchaban por la emancipación de las

mujeres dentro y fuera del anarquismo, el cuerpo femenino aparecería además vinculado a la sexualidad,

al menos dentro de algunas perspectivas anarquistas. Durante estos primeros años, emergería una visión

de la sexualidad femenina más ligada al “peligro” que al “placer”, a los padecimientos y la explotación

que al goce y al derecho personal. Aún desde esta posición victimizada, la sexualidad era un tema tabú no

sólo para la sociedad sino para gran parte de las feministas de la época. Como vimos, la educación sexual

no era sino maternología. Algunas anarquistas, en cambio, colocaron este tema como debate público

puesto que entendían que tanto en el origen como en el mantenimiento de la opresión femenina la

sexualidad jugaba un papel fundamental. En la "prostituta" y en la "madre soltera" seducida, engañada y

abandonada, se expresaba al quintaesencia de la subordinación femenina: la "explotación sexual". Las

anarquistas no negaban la explotación económica de las mujeres por el capitalista. Sostenían, incluso, que

los propios maridos explotaban económicamente a sus esposas. Pero iban más allá. La sexualidad

permitía saltar las clases sociales y las relaciones de producción económicas. Todos los varones

explotaban sexual y amorosamente a todas las mujeres. Más que en ningún otro análisis contemporáneo,

entre las anarquistas encontramos la búsqueda de una "especificidad" de la opresión femenina que en su

mayoria colocaban en la sexualidad. En un artículo denominado: "Amemos? no, luchemos!", Pepita

Guerra aconsejaba a las jóvenes anarquistas:

“Pero no, niña, no se lo digas, ..., porque el creerá que eres una loca, ..., y lo contará a sus amigos

en la calle, en el taller, en el hogar, en fin, y entonces, ay de ti! niña... Oculta pues tu amor,...,

ocúltalo cual si fuese un crimen!... Hazlo todo, todo, menos amar hasta que te amen, ¿sabes?

porque nosotras no somos seres que puedan y deban sentir hasta que nos lo permitan... Si no

queréis convertiros en prostitutas, en esclavas sin voluntad de pensar ni sentir, no os caséis!

Vosotras las que pensáis encontrar amor y ternezas en el hogar, sabed que no encontraréis otra

cosa que un amo, un señor, un rey, un tirano.”52

Pensar la subordinación de las mujeres a partir de la sexualidad conducía, por lo menos, a dos

conclusiones. Por un lado, todas las mujeres eran oprimidas, incluso las burguesas (aunque ésto no se

tradujo en ningún tipo de alianza política). Postulado teórico al que también conducía la identificación de

lo femenino con lo maternal. Pero, por otro lado y a diferencia de la maternidad, la sexualidad generaba,

al menos, la posibilidad de un campo de conflictos mucho mayor con sus propios compañeros de clase e

ideología.

Este interés por la sexualidad no oscureció a la maternidad dentro de las anarquistas. Sus

posiciones aquí se acercaron y separaron constantemente de las concepciones hegemónicas. Como para el

resto de las feministas, la maternidad no acababa en la reproducción saludable ni mucho menos. No faltan

exaltaciones a la "bella" experiencia de la maternidad aunque, a renglón seguido, hallamos los

padecimientos y gastos producidos por el hijo, el hijo no deseado, otro tema tabú. Aún cuando aceptaran

que sólo condiciones excepcionales podían conducir a una mujer a no desear ser madre, esto quedaba

planteado a principios de siglo. Sin dudas, sería lo que abriría las puertas para los reclamos de

“maternidad conciente” y de control de la natalidad de la década del 1920. Sin embargo, junto a estos

desvíos, la maternidad también fue considerada la “base” del "poder" femenino, un poder sobre sus hijos,

un poder para transformar la sociedad: “Tu educarás a los hijos de ambos sexos, en la idea que el trabajo

no es ni santo, ni de deber, y que éste sólo es necesario; los educarás en el principio de una digna

independencia, tanto como te será posible, respecto de los demás”.53

Las anarquistas, en tanto madres, debían educar "correctamente" a sus hijos e hijas como

hombres y mujeres libres. No debían transmitir los valores de la sociedad burguesa. Aquéllos y aquéllas

debían aprender a odiar las desigualdades sociales y todo tipo de autoridad, despreciar el dinero y la

moral burguesa, no creer en Dios ni en la Patria. Por el contrario, debían aprender a amar la igualdad, la

libertad y la fraternidad. Debían amarse libremente, varones y mujeres, y así éstas ya no tendrían que

temer ser tituladas de “adúlteras, ni prostitutas, porque no se reconocerá en el hombre y la mujer más que

unos tantos seres humanos que necesitan el goce mutuo para el desarrollo y conservación de sus

cuerpos”.54

52Guerra, P.: “Amemos? no, luchemos!”, en La Voz de la Mujer, año I, n°2, 31-01-1896.

53Mozzoni, Ana María: "A las muchachas que estudian", en La Questione Sociale, Propaganda

Anarquista para mujeres, agosto 1895.

54Luisa Violeta: "Madres, educad bien a vuestros hijos", en La Voz de la Mujer n° 15, 15-05-1896.

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Este feminismo de principios de siglo, entonces, reforzó -incluso en su intento de reformulación-

una identidad femenina vinculada a una maternidad. Intentó reformularla políticamente y allí podemos

situar tanto sus alcances como sus límites. A pesar de ciertos matices y excepciones que destacamos, el

feminismo local no desafió la división sexual del trabajo. Más bien se basó en lograr una

complementariedad sexual y de género. Detrás de la primera, se hallaba la heterosexualidad, entendida

como la única forma "natural" de la sexualidad que, por lo menos, para las mujeres, se encontraba muy

unida a la reproducción. La complementariedad de género suponía una oposición armoniosa y equivalente

entre "lo masculino” y “lo femenino", que incluía actitudes, comportamientos, sentimientos, valores,

diferentes, en gran parte emanados de la división sexual de trabajo; competencia–altruismo, razón–

sentimientos, fortaleza–debilidad. Pero esta complementariedad fácilmente se transfomaba en desigualdad

puesto que los términos de la oposición operaban en una sociedad que los valorizaba jerarquicamente y,

por lo tanto, ofrecía distintas (desiguales) oportunidades a sus portadores.

Los intentos de reformular la maternidad necesariamente conllevaron replanteos o repercutieron

en la paternidad. Aquí, también se asumieron algunos fundamentos del modelo y prácticas tradicionales,

mientras que se pretendía transformar otros. Estos replanteos se apoyaban y profundizaban una verdadera

"crisis de la paternidad", es decir, de una forma cultural y socialmente determinada de entender y ejercer

la paternidad y de una forma de organización de la familia patriarcal. Como vimos, gran parte de la

"autoridad paterna" y del lugar del padre en relación a la educación de los hijos debió resignarse ante las

transformaciones socio-económicas y políticas del siglo XIX, aunque no se trataba de un proceso

uniforme ni exento de contradicciones.

Las feministas fueron plenamente concientes de esta "crisis de la paternidad". En una lectura

evolucionista, Alicia Moreau, por ejemplo, percibía la pérdida del "carácter sagrado" de la autoridad

paternal y la existencia de un poder superior al del padre en las sociedades contemporáneas: el Estado que

se infiltraba en la familia y destituía a su "magistrado", y la "gran industria" que había dispersado los

pequeños talleres y le había quitado el rango de "pequeño patrón"55. Frente a estas transformaciones,

muchas feministas experimentaron sentimientos contradictorios: por un lado, la pérdida del poder paternal

implicaba o posibilitaba la "liberación" de sus dependientes (mujeres y niños) pero, por otro, fieles a una

ideología intimista del hogar, recelaban de toda intromisión política o económica. Adoptaron, por lo

tanto, posiciones ambivalentes. Sin cuestionar la división sexual de trabajo, sostuvieron que el deber del

varón era proveer económicamente a la unidad doméstica. Esta tarea era entendida como parte

constitutiva de la virilidad: “Las exigencias de la sociedad actual han quitado al proletariado, el orgullo

del sexo más fuerte, esa satisfacción de proporcionarlo todo a los seres que ama...”.56

Frente a este involuntario abandono económico por parte de los padres, las feministas

demandaron al Estado que se hiciera cargo, que suplantara también en las obligaciones al padre, al menos

temporalmente, a través de subsidios y primas. Para algunas, las más radicales, esto sería beneficioso para

las mujeres puesto que su dependencia económica se despersonalizaría y el rol del Estado no era pensado

desde la caridad sino desde la justicia: ellas le daban sus hijos, correspondiéndoles a cambio bienestar y

derechos. Ante el abandono fisico y económico vinculado a la ilegitimidad y, por lo tanto, supuestamente

voluntario, las feministas exigieron una ley de investigación forzada de la paternidad.57

Finalmente, la defensa de los débiles y la denuncia de la opresión de las mujeres, por parte de las

feministas, también conllevaban recortes a la autoridad paternal y acentuaban esa "crisis de la

paternidad". En defensa de los niños, estas mujeres consideraron que los varones violentos o alcohólicos

no podían ejercer la patria potestad. Por la liberación de las mujeres, las demandas de derechos

desplazaban la figura del padre como eje central de la familia. Por otros caminos, con otras intenciones,

las feministas apoyaron y reforzaron un lugar “clave” para la mujer dentro de la familia moderna. Tanto

desde la perspectiva de "vigilancia" y control de las clases populares como desde los propósitos de

otorgar mayor poder a las mujeres, éstas, agentes subordinados o sujetos autónomos, la mujer-madre era

el centro deseado de la unidad doméstica.

A diferencia de la maternidad, la paternidad no era definida a partir de los sentimientos sino de la

presencia (a veces, abusiva) o ausencia de poder, del reconocimiento jurídico y de la manutensión

económica de los hijos. Por otro lado, la paternidad, si bien se hallaba incluída, no rebalsaba la virilidad.

Lo viril, lo masculino, se vinculaba más a la sexualidad que a la reproducción, al trabajo mas que a la

familia. Por ello, resulta bastante aislada, aún dentro del feminismo, la posición de Raquel Camaña quien,

no renegando de la diferencia sexual, consideraba que “el más humano ideal del hombre, es ser padre; el

más humano ideal de la mujer, ser madre”58.

55Moreau Alicia: "El feminismo en la evolución social", op. cit., p. 367.

56Laperrieri Gabriela: Almanaque socialista La Vanguardia para 1904, op. cit., p. 21.

57Muzilli, Carolina: Por la salud de la raza, op. cit., p. 216.

58Camaña, Raquel: Pedagogía social, op. cit., p. 22

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La "crisis de la paternidad" no implicó la desaparición de la autoridad paternal, ni de la familia

patriarcal, mantenida tanto por los códigos como por las costumbres. Al mismo tiempo que las regulaba y

en parte las recortaba, el Estado moderno garantizó un poder al padre y las relaciones asimétricas de

poder entre los sexos. Desde el Estado, la politización de la maternidad, que las políticas de maternidad

implicaron, no traía aparejada una mayor libertad o derechos para las mujeres. El "binomio madre-niño",

la afirmación de la madre en la procreación y hacerse cargo de parte de la educación de los hijos, no

fueron pensados para otorgar un poder doméstico, mucho menos político, a las mujeres. Más allá de

algunas intenciones individuales y de los resultados prácticos, se consideró que facilitaría la penetración

del poder público en el ámbito doméstico. Las propuestas feministas mantuvieron muchos elementos

tradicionales entremezclados con otros emergentes. Entre estos últimos, muchos de ellos, en sus formas

más que en sus contenidos, parecían reforzar las transformaciones que se operaban o pretendían

provocarse en la sociedad. El maternalismo político, que pretendía liberar a las mujeres y transformar a la

sociedad y al estado, fue mucho más debil que las políticas de maternidad, repercutió mucho menos en las

vidas de las mujeres, en la sociedad y en la política, y además fue una alternativa que muchas veces

quedaría entrampada reforzando las propuestas de sectores que tenían objetivos y fines antagónicos.

2. La consolidación del maternalismo político

Ya desde la segunda década del siglo XX pero fundamentalmente a partir del fin de la I guerra

mundial, el sufragismo comenzó a cobrar fuerzas dentro del feminismo local. Prueba y resultado de esta

tendencia, fueron las diversas organizaciones feministas que emergieron o empresas tales como la de

realizar una "encuesta feminista nacional". Pocos años atras, había sido sancionada la ley de sufragio

secreto y obligatorio para los varones adultos. Contempóraneamente, entre 1918 y 1945, las mujeres

obtuvieron derecho a votar a nivel nacional en igualdad de condiciones con los varones en cuarenta y seis

estados. El primer país latinoamericano en reconocer la ciudadanía femenina fue Uruguay (1932). Lo

siguieron Brasil y Cuba (1934), República Dominicana (1942), Guatemala (1945), Panamá y Trinidad y

Tobago (1946). En este contexto, la discriminación establecida por el sistema político argentino pasó a ser

para algunas mujeres inadmisible.

La ideología hegemónica en torno a la maternidad, la femineidad maternalizada, dejaba pocos

espacios para defender la posibilidad de las mujeres a educarse, trabajar o a participar en cualquier

"espacio público", sin tener que hacerse cargo de la maternidad. Y no sólo porque se considerara de

manera generalizada que "ser madre" era la "función natural" de cualquiera y toda mujer sino porque (y si

no lo anterior hubiera sido impensable) la maternidad formaba una parte fundamental de la experiencia de

vida de las mujeres. Por otro lado, las primeras políticas del Estado que interpelaron a las mujeres fueron

en tanto estas eran madres y no individuos o ciudadanas.

Como puede apreciarse en el analisis de la Encuesta Feminista Nacional, realizada en 1919, por

Miguel Font, un abogado y "publicista" prácticamente desconocido59, el pensamiento feminista local

continuaba basándose y reforzando la idea de una diferencia natural entre varones y mujeres, sobre la cual

se apoyaban los reclamos de igualdad legal, política y socio-económica. Mujeres y varones no eran

"identicos" sino equivalentes; no eran superiores ni inferiores con respecto al otro sino complementarios.

Pero históricamente, las mujeres habían sido injustamente subordinadas por los varones. La incorporación

de las mujeres a espacios, hasta entonces vedados, se basaba en la crítica a la sociedad patriarcal, basada

en la explotación, las guerras y la pobreza. La simple inclusión de las mujeres naturalmente modificaría

dicha sociedad injusta. Las mujeres que, a pesar de sus diferencias de lenguas, religiones, "razas", edades,

clases sociales, eran homogeneizadas por su capacidad reproductiva y amorosa. La maternidad aparecía

para las feministas (así como, también, para los antifeministas) en aquello que diferenciaba a las mujeres

de los varones y aquello que unificaba a las mujeres diferentes entre sí. La centralidad de la maternidad en

el pensamiento feminista y antifeminista fue un punto conflictivo puesto que obligaba a las feministas a

reformular necesariamente la piedra que había servido y servía como anclaje de la subordinación pasada y

presente.

La "cuestión maternal", entonces, no estuvo reservada al feminismo. Por el contrario, desde otros

espacios se propusieron propuestas, normativas y políticas (asumidas como tales o no): el estado, la

corporación médica y las sociedades de caridad. Si, en algunos casos, estos espacios coincidían y se

influían, en otros, se enfrentaban. Las feministas aceptaron e intentaron reformular la "politización" de la

maternidad y, para ello, interpelaron al estado y, frecuentemente, confluyeron con algunas damas de

caridad y médicos. Las feministas no cuestionaban que la maternidad fuera una "misión natural" para las

mujeres (con lo cual coincidían con amplios y contradictorios espectros ideológicos). Pero,

59Font, Miguel: La Mujer. Encuesta Feminista Argentina, Buenos Aires, 1921

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fundamentalmente, era considerada una "función social" y, para algunas, incluso, una "posición política".

Como sosteníamos páginas atrás, precisamente porque las mujeres eran madres, no podía privárselas de

derechos civiles, sociales y, en la tercera y cuarta década del siglo, la desigualdad política se tornaba cada

vez más cuestionable. Pero los derechos no sólo, ni principalmente, eran pensados como "individuales".

Los derechos no solo cambiarían la vida de las mujeres al volverla más "digna", más "justa", sino que se

pensaba que, a través de ellos, se transformaría la sociedad. Las reformas legales eran vistas sólo como un

medio para un cambio más radical, una transformación social más amplia, para la construcción de una

sociedad diferente y justa donde varones y mujeres continuarían siendo diferentes pero iguales. La

excepción a estas prácticas y propuestas seguía estando representada por las anarquistas.

Paulina Luisi, feminista uruguaya, con una militancia significativa en ambas orillas del Río de la

Plata, sostenía que el propósito del feminismo era

“(H)acer de la mujer un ser completo, desenvolver sus capacidades intelectuales y volitivas (...);

darle el sentimiento de la personalidad, enseñarle la libertad (...); darle conciencia de su valor

social y de las consecuencias que entraña el ejercicio de la libertad frente a la colectividad en que

vive; libertarla económicamente, (...); libertar el sexo de la esclavitud que las costumbres

sociales han anexado a la maternidad.”60

Así, las feministas eran plenamente concientes del doblez de la maternidad: valiosa para la

libertad; valiosa para la opresión. En general coincidían que, dadas las condiciones materiales y psiquicas

de realización vigentes, aparecía más vinculada a la "esclavitud" y el dominio que a un ejercicio

consciente y liberador. Si, para las mujeres de la clase obrera, se insistía en las condiciones materiales

inadecuadas en que se veían forzadas a ser madres, para las mujeres de sectores medios o, incluso, de la

elite, la opresión parecía venir de la mano del afianzamiento del modelo maternal hegemonico, impulsado

fundamentalmente por los médicos.

En 1919, una norteamericana, Katherine Dreier, visitaba Argentina. Dreier relataba, con

asombro, el tiempo que las madres argentinas dedicaban a sus hijos, sin reservarse nada para ellas.

Excesivamente enfáticas en el cuidado higienico de sus hijos, luego, se mostraban demasiado indulgentes

con ellos. Las jóvenes eran educadas para el casamiento, se avergonzaban de tener que trabajar para ganar

un salario y las solteras causaban horror. A su juicio, las mujeres argentinas se interesaban en dos cosas:

el amor y la maternidad. Buscaban más el casamiento que la felicidad.61

Obviamente, cuando esta viajera relataba sus percepciones, especialmente comentaba sus

vivencias entre la "gente decente" de Buenos Aires. Fuera del casamiento, para estas jóvenes quedaba el

ostracismo. Los trabajos eran vergonzosos. La separación del marido era la des-honra. Las profesiones

eran para las más audaces y, entre ellas, para quienes contaban con recursos para estudiar y para vivir sin

la necesidad de trabajar, puesto que muy pocas mujeres profesionales se mantenían a si mismas. De todas

maneras, su testimonio arroja una mirada hacia ese ambiente limitado, recortado, encorsetado, del cual

emergerían precisamente la mayor parte de las feministas de la epoca.

Pocos años después, otra mirada, desde adentro de la elite, nos la ofrece Delfina Bunge. En su

ensayo, Las mujeres y la vocación, sostenía que la excesiva abnegación, cualidad considerada femenina-

maternal por excelencia, “perjudica al abnegado y a la persona objeto de abnegación... Es bueno darse a

los otros -proseguía- pero hay el deber primordial de cultivar nuestro propio y exclusivo jardín, sin lo cual

nunca podremos ofrecer frutos saludables a los demás.” Hallaba a las madres “en exceso preocupadas por

los afanes domésticos; por los detalles del peso y del alimento de sus bebés”. Sin quitar ningún mérito ni

valor a la maternidad, consideraba “cuánto más saludable será mantener el espiritu a flote, en medio de

los intereses materiales, dando a cada cosa su verdadero significado y su valor espiritual!”62.

Por supuesto, estas descripciones y consideraciones no pueden extenderse a las experiencias de

vida de mujeres de las clases trabajadoras puesto que, aun cuando feministas y antifeministas coincidieran

en señalar que la maternidad unificaba las mujeres, las condiciones materiales y psíquicas para llevarla a

cabo eran muy diferentes. De todas maneras, estos testimonios marcan una tendencia: aun, o precisamente

porque, la mujeres tenían menos hijos, al menos en algunos sectores sociales, el ideal maternal impulsado

por médicos y otros, parecía comenzar a extenderse. Por lo tanto, si la maternidad realizada bajo

determinadas circunstancias conducía a la opresión de las mujeres, era necesario reformularla, cambiar su

signo, para hacer de ella la fuente de la liberación. La maternidad, entonces, se presentaba como el nudo

que sujetaba a las mujeres y del cual se pretendía desencadenar su liberación.

60cit. en Font, M.: op. cit., p. 37.

61Dreier, K.: Five months in the Argentine from a woman point of view 1918 to 1919, New York, 1920,

p. 50-51 62

Bunge, Delfina: Las mujeres y la vocacion, Buenos Aires, 1922, pp. 23, 26 y 21.

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¿Cuales fueron los alcances de esta reformulación? En primer lugar, como veíamos para las

décadas anteriores, las feministas pensaban que las mujeres debían ser educadas intelectualmente para

cumplir su rol maternal puesto que eran las educadoras de los futuros soberanos. La relación madre-niño

no era sólo producto de la Naturaleza, el "binomio madre-niño", sino una relación social, un vínculo

político. Estas posiciones eran afirmadas por sufragistas pero también por mujeres que se oponían al

sufragio femenino, dentro del anarquismo pero no exclusivamente.

En "Cartas a las mujeres argentinas", Herminia Brumana no compartía la pasión por el sufragio

femenino lo cual no la excluía del campo de la lucha por la liberación de las mujeres. De acuerdo con

Brumana, la mayor virtud de las argentinas era el anhelo de tener un hijo. Y allí estaba el nudo de la

acción "politica" de las mujeres: formar hombres en la idea de resolver los problemas del porvenir del

país. Obviamente, desde esta perspectiva, el ejemplo maternal no podía dejar de ser el de la madre de

Tiberio y Cayo Graco. Desde el "hogar", las mujeres debían de realizar lo que los varones proyectaban

desde las tribunas. Y, para ello, era fundamental, a su entender, emplear todo el tiempo psible para

capacitarse, logrando, así, perfilar en sus hijos lo que hasta entonces eran utopías63.

Esta creencia en el poder de la mujeres-madres como "moldeadoras" de los hombres era

compartido por Victoria Ocampo, para quien la unica modificación lenta de la humanidad provendría de

las mujeres: “Creo que el gran papel de la mujer en la historia (...) comienza hoy a aflorar a la superficie.

Pues es ella, hoy, quien puede contribuir poderosamente a crear un nuevo estado de cosas, ya que está,

con todo su ser fisico y espiritual, inclinada sobre las fuentes mismas de la vida, inclinada sobre el

niño.”64

Solo formalmente estas opiniones se acercaban a las de sectores conservadores, antifeministas y

antisufragistas, quienes también sostenían que el lugar "natural" de la mujer era la unidad doméstica y la

familia y que éstas no debían rebajarse a la arena partidaria puesto que su labor más grande y más moral

se encerraba dentro de los muros del hogar65. Al implicar, para las feministas, una función social y

politica tan importante para la especie, la sociedad y la nación, la maternidad debía de tener una

contrapartida por parte del Estado y la comunidad. Dios o la Naturaleza había asignado a las mujeres

determinados deberes con respecto a la reproducción que éstas asumían honrosamente en diversas

situaciones sociales. Pero, de estas "cargas", debían de emanar derechos. Derechos que el Estado y la

sociedad les habían, hasta entonces, negado. Y la contraprestación no solo debía ser honorífica, simbólica,

entronizando la sacralidad de la maternidad. Para la Dra. Luisi, se trataba de una reparación también

económica: “...porque nadie quiso reconocer, ni en leyes ni en decretos, que el primer deudor de una

mujer que engendra, es el Estado, el Estado que se beneficia de un ciudadano más, y que tiene el deber

(...) de amparar ampliamente a quien, jugando su vida, y dando sus dolores y su sangre, aumenta el capital

nacional con la riqueza de una abundante población”.66 La contribución de las madres a la sociedad era

“... tan dolorosa, tan peligrosa, y por cierto mucho más eficaz, ineludible y permanente que el cacareado

servicio militar con que los hombres pretenden escudar el abuso que vienen cometiendo por siglos y

siglos, de arrogarse todos los derechos y todas las prerrogativas nacionales”.67

Finalmente, la apuesta mayor del feminismo radicaba en la transformación futura, cuando las

mujeres participaran del poder del estado. Allí, ellas llevarían su "naturaleza" sexual, junto a sus valores y

formas de vincularse a los otros. Creían estar asistiendo a un doble movimiento: por un lado, se

transformaba la maternidad en tanto vínculo entre una madre y su hijo, mientras que, por otro, las madres

transformarían la política ejerciendo su maternidad desde el estado. De acuerdo con Alicia Moreau, la

maternidad se había vuelto una tarea que ya no podía realizarse "privadamente", en el hogar. Si, para

beneficio de las madres y niños, los partos habían sido institucionalizados en hospitales, si en la

educación moral e intelectual del niño también actuaban positivamente las guarderías, escuelas e

universidades, en un sistema democrático, ningún ciudadano estaba más capacitado que las madres para

proteger y defender la vida y la paz: “Lejos pues, de ser la maternidad, plenamente cumplida, un

obstáculo para la función política, diremos que es casi su mayor razón de ser, y que tanto más alta sea la

conciencia de su responsabilidad materna, más querrá la mujer poseer los medios de acción colectiva que

le permita sobrellevarla mejor”.68

Los limites de estas propuestas fueron decantando con el tiempo. A pesar de las criticas al

vinculo exclusivo y excluyente entre la madre y el hijo, no pudieron transformarlo. En este sentido, como

decíamos anteriormente, su reformulación de la maternidad acabo siendo más "pública" que "privada",

63Bruman, Herminia: Obra Completas, Buenos Aires, 1958, p. 261.

64Ocampo, Victoria: Testimonios. II serie, Buenos Aires, 1941, p. 260.

65cf. por ejemplo este tipo de opiniones en Font, Miguel: La mujer..., op. cit., 1921.

66cit. en Font, M.: op. cit., p. 37.

67Luisi en cit. en Font, M.: op. cit., p. 38.

68Moreau, Alicia: la mujer, op. cit., p. 196.

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más "politica" que "social". No incidieron en las formas de organización material y psíquica de la

maternidad que se estaban imponiendo. Quizas, incluso, en algunas circunstancias, las reforzaron.

Luego, los derechos que fueron ganando del Estado siempre fueron más recortados, más

limitados, que los reivindicados. Si en 1926, el Estado sancionó una ley de derechos civiles femeninos,

las feministas querían también el divorcio vincular, la patria potestad, la igualdad salarial con los varones.

Si el Estado legisló una licencia maternal paga en 1933, las feministas querían, además, subsidios para

todas las madres (y no sólo quienes trabajaban), protección a las madres solteras, la efectivización de las

salas-cuna, guarderías y jardines infantiles. Durante este período, el Estado no otorgó los derechos

políticos a las mujeres: los diversos proyectos fueron rechazados u olvidados en comisiones

parlamentarias. Sin embargo, las feministas no se hubieran contentado tampoco solo con ello: el sufragio

era el medio para acceder al poder y desde la "naturaleza femenina" ese poder sería ejercido de manera

diferente. El sufragio era el primer paso de la transformación social. Por otro lado, los derechos obtenidos

fueron en tanto se consideró a las mujeres individuos, "idénticas" a los varones. Que culturamente nunca

hayan sido aceptadas como tales, posibilitó colar la discriminación en una legislación formalmente cada

vez más igualitaria.

Es decir, las mujeres no reformularon el pacto social, como algunas pretendían. No entraron al

estado en tanto madres, sino en tanto individuos. Su entrada, por lo tanto, no transformó al estado

moderno, garante de la reproducción de desigualdades de clase y sexo, en un "estado maternal". Las

feministas sufragistas obtuvieron el "medio", el voto, pero fracasaron en su "fin", transformar la sociedad

a traves de modificar radicalmente la maternidad y la política.

A pesar de su fracaso o de lo utópicas que parecieran sus proposiciones, las feministas fueron

percibidas con temor, como "peligrosas" para el "orden familiar" y el "orden social". Para los sectores

más conservadores, tanto la igualdad como la "guerra" entre los sexos, acarrearía la "disolución" de la

familia y, por extensión, de la sociedad. El feminismo era otra de las ideologías "disolventes" de la

sociedad. Otros, menos temorosos, quizas, a estos cataclismos, se oponían, de todas maneras, al sufragio

femenino. Si bien parecía, cada vez, más dificil sostener la incapacidad intelectual y racional de las

mujeres o su nula experiencia política, algunos afirmaban que el sufragio femenino era simplemente

inutil: sin voluntad propia, las mujeres sólo duplicarían los votos de sus hombres69.

Frente al feminismo, desde principios del siglo XX, algunas organizaciones de derecha habían

creado sus propias "secciones" femeninas para re-encauzar a las mujeres y a la sociedad. Nos referimos,

por ejemplo, a la "Sociedad Pro-Patria, destinada a "propender el desenvolvimiento del amor patrio y de

los sentimientos cívicos", fundada por Carmen Pujato de Crespo y la "Comisión de Señoras de la Liga

Patriótica Argentina" -con propósitos similares- cuya presidenta en Capital Federal era Matilde Zeballos.

La Liga Patriótica Argentina, fundada alrededor de la "semana trágica" de 1919, tenía diversas "brigadas

femeninas": la "Junta de Señoras", la "Comisión Central de Señoritas"(formadas por mujeres de la élite

porteña) y una tercera integrada fundamentalmente por maestras (provenientes de las clases medias). El

objetivo de estos grupos era contrarrestar las influencias de las doctrinas de izquierda, "disolventes de la

familia y de la sociedad", en los varones a través de las mujeres. Estas, sin distinción de procedencia

social, eran vistas como el "fundamento de la familia y custodias de los valores criollos argentinos de

nacionalismo y catolicismo". Las brigadas de "señoras" llevaban un mensaje anti-izquierdista, familiarista

y católico a la clase trabajadora a traves de obras de beneficiencia mientras que las maestras lo hacían a

través de su profesión en las escuelas. Las "señoras" instalaron maternidades, hospitales, guarderías para

los niños de las mujeres obreras, jardines de infantes vecinales y brindaban algunos servicios médicos

gratuitos. Todos los años realizaban una exposición con textiles confeccionados por mujeres indígenas del

noroeste argentino. Las "señoritas" se dirigieron fundamentalmente a las mujeres obreras a través de la

creación de "escuelas" para obreras, cuyo objetivo principal era brindar una educación nacionalista que

transformara el "odio" de la clase trabajadora hacia los patrones en amistad y armonía. Por otro lado,

pretendían hacer de ellas "mejores madres y amas de casa" a través de sus cursos de moralidad, religión y

economía doméstica. Las señoritas también abrieron asilos para delincuentes juveniles.70

Se comprenden, de esta manera, los esfuerzos de Alicia Moreau, por ejemplo, para aclarar y

demostrar que la intervención en politica de las mujeres no las alejaría de su "misión natural" que era, sin

lugar a dudas, la formación de una familia, la maternidad. El decrecimiento vegetativo en Argentina o en

Francia se había producido sin el sufragio femenino. Por otro lado, a nadie podía ocurrirsele que el voto

desviaba al varón de su "misión natural" que también era la formación de una familia y la paternidad.

Votar cada dos o tres años no socavaría la dedicación “fisiológica y mental” que implicaba la maternidad.

En realidad, tras estos absurdos argumentos, se ocultaba para Moreau el miedo a la “elevación” de las

69Font, Miguel: La mujer..., op. cit..

70Cf. Mc Gee, Sandra: "Right-wing female activicts in Buenos Aires, 1900-1932", in Harris, B. y J.

McNamara: Women and the structure of society, Duke Press Policy Studies, 1984, pp. 92 a 95.

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mujeres, a una nueva conciencia de sí mismas y de la sociedad, al fin del “milenario sojuzgamiento”71.

Durante este periodo, entonces, las feministas apostaron más fuertemente a la maternidad que al

trabajo asalariado. Como veíamos para las décadas previas, el trabajo para el mercado presentaba fuertes

contradicciones para las feministas. Mientras que algunas temían la competencia que aquel podía

representar a la maternidad y, así, al lugar desde el cual consideraban que las mujeres podrían

legítimamente reivindicar mayor poder social y político, para otras, era muy complejo considerar el

beneficio de una relación que era la base de la explotación de la mayoría de las mujeres y de la

humanidad. Sin embargo, en los años „20, algunas tímidas defensas persistieron, en algunos casos se

consolidaron y no solamente entre mujeres profesionales de clase media. Si bien no podían negarse las

pésimas condiciones de trabajo y la discriminación salarial, desde el feminismo se consideraba que la

subordinación de las mujeres contenía un fuerte componente económico. En la sociedad contemporánea

el trabajo asalariado podía dar a la mujer una mayor presencia social y una mayor independencia de la

familia y de los varones. El salario entonces era un elemento de autonomía.

Para Alicia Moreau la modificación de la situación social de la mujer argentina en los últimos 25

años se debía básicamente a su inserción en el campo intelectual y del trabajo. En su obra "La

emancipación civil de la mujer"72 de 1919, desarrolló una visión evolucionista e inevitable de tales

transformaciones. ¿Convicción o respuesta defensiva a la indiferencia femenina? De una manera u otra,

las mujeres no podrían escapar a la transformación social. Aún cuando las mujeres trabajaran no por

deseo sino por presión económica, el trabajo las vincularía a los grandes “problemas sociales”, las sacaría

de la fragmentada visión del mundo del hogar. El trabajo les daría un “valor social” y sólo, entonces, el

matrimonio dejaría de ser su único objeto para transformase en una verdadera aspiración moral. ¿Qué

debían hacer las mujeres en esta evolución? Luchar por las reformas legales: derechos civiles, divorcio

vincular, protección a las madres naturales, sufragio. El feminismo debía luchar para vencer el poder de

inercia de las leyes. Por un lado, las leyes debían ponerse a la altura de la evolución de los tiempos, pero,

por otro, Moreau también confiaba en el poder de anticipación y transformación de algunos cambios

juridicos.

Finalmente, no podemos dejar de considerar a las anarquistas quienes no sólo rechazaban este

reformismo o transformación gradualista sino el rótulo "feminista", por considerarlo vinculado a aquellas

prácticas e ideas. Sin embargo, como hemos visto, desde fines del siglo XIX, las mujeres anarquistas no

sólo habían sido concientes de la opresión sexual sino que, además, habían demostrado hallarse entre las

más ardientes y virulentas defensoras de las mujeres. En esta lucha, sin embargo, se encontraron y

colocaron entre dos fuegos: por un lado, el "machismo" de sus compañeros de ideales, por otro, el

enfrentamiento con las "feministas" burguesas o socialistas, siempre reformistas. Para las anarquistas, la

emancipación femenina no era posible. Como se sostenía, repetidamente, en todos los números de

Nuestra Tribuna, periódico anarquista dirigido por mujeres que salió durante la primera mitad de la

década de 1920: “La emancipación que nosotras mujeres libres, propiciamos, es social, netamente social”.

Esta aseveración, así como su enfrentamiento con las feministas, no les ahorró conflictos con los

compañeros anarquistas, más angustiantes por esperar de ellos actitudes diferentes a la de los demás

varones.

A las "feministas", les criticaban el separatismo, rechazaban la lucha por el sufragio puesto que

para ellas las leyes no modificarían las relaciones de poder entre mujeres y varones. Sin embargo, en la

percepción de la "naturaleza femenina", existían importantes confluencias. Para las anarquistas, la

maternidad también era fundamental. En ella, radicaba la potencialidad del poder social de las mujeres.

Esta apelación fuerte a las madres en la lucha no desplazaba las prédicas y los esfuerzos destinados a las

"obreritas" de los talleres, ni a olvidar la explotación económica y sexual ejercida por los varones

cualquiera fuera su clase social. Pero, en la maternidad, se depositaban profundas esperanzas de poder

socavar, desde la primera piedra, una sociedad injusta: “cada hijo que de a la vida una mujer educada

racionalmente, será, no lo dudéis, una fuerza propulsora del porvenir, una palanca formidable del

presente”.73

Racionalmente educadas, las madres debían ser anarquistas para poder llevar a cabo esta función

maternal revolucionaria: “Desprejuiciemos pues a nuestros hijos de todos los malos hábitos presentes ...

preparémosle para el nuevo y sonriente avenir ... Madres: no contribuyais a cultivar la ignorancia de

vuestros hijos, porque en ellos lleváis vuestra parte de responsabilidad en este colectivo crimen social!

Debe amarse al hijo con el fin de formar su integridad de hombre y no de bestia... Madres: haced saneante

obra en el mundo!”74

71Moreau, Alicia: La mujer..., op. cit., p. 176

72Humanidad Nueva, 1919.

73Zinno, Luisa: "Las funciones de la mujer" en Nuestra Tribuna, n° 3, 15/9/1922, p. 4.

74Biagiotti Clementina: "Un consejo a las madres", Nuestra Tribuna, n° 5, 15/10/1922, p. 3

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Si bien el amor y la dedicación a los hijos, la identidad femenina cruzada por la maternidad,

parecían responder a las expectativas de quienes impulsaban el modelo hegemónico de la maternidad,

algunos y algunas anarquistas se separaban en el control de la natalidad. Los y las anarquistas fueron

pioneros en la idea de la maternidad voluntaria y conciente. La maternidad tenía menos que ver con la

cantidad de hijos que con la calidad del cuidado: “(E)l noventa por ciento de la mujeres creen cumplir el

deber de maternidad haciendo de incansables máquinas de parir hijos [sin tener en cuenta la] grave

responsabilidad que dimana de la delicada misión de la maternidad.”75

Nuevas prácticas y organizaciones con propósitos feministas emergieron en las décadas de 1920

y 1930. Si bien las y los feministas continuaban conformando un grupo estrecho, el feminismo como

problemática, ensalzada o detractada, tuvo un periodo de auge en los años `20. Pero, por lo general, las

feministas no actuaban solas. En muchas de sus campañas o luchas, tejían alianzas con otros grupos

reformistas: por ejemplo, ante la prostitución, la protección de la maternidad, el abandono de niños y

niñas, el alcoholismo de los padres. Estas alianzas incluían, muchas veces, a organizaciones de mujeres de

la élite.

Entre las organizaciones emergentes a partir del fin de la I guerra mundial, nos encontramos con

la Asociación Pro-Derechos De La Mujer, fundada en 1918 por la Dra. Elvira Rawson, cuyo objetivo

prioritario era lograr la igualdad civil entre varones y mujeres. Esta asociación se hallaba integrada por

mujeres provenientes de la Asociación de Mujeres Universitarias Argentinas, de la Unión Cívica Radical,

del Consejo Nacional de Mujeres, del catolicismo. Todas ellas concordaban en la necesidad de obtener los

derechos civiles femeninos, pero no los políticos y muchas de ellas no se reconocían como "feministas".

La moderación de sus objetivos y estrategias, así como los contactos personales de su fundadora

permitieron que la asociación reuniera un amplio número de adherentes.

Por otro lado, más determinada a lograr los derechos políticos pero sin abandonar el proyecto de

reforma del Código Civil, Alicia Moreau fundaba la Unión Feminista Nacional. La Dra. Moreau realizó

giras por el interior y viajó a otros países de América Latina con la finalidad de organizar a las mujeres

para la lucha por el sufragio. Fue invitada al Congreso Internacional de Mujeres Trabajadoras y al

Congreso Internacional de Mujeres Médicas, realizados en Estados Unidos. En Nueva York visitó a

Carrie Chapman Catt, con la cual posteriormente mantuvo un fluído intercambio de correspondencia y

periódicos. La Unión Feminista Nacional pasó a ser miembro, de esta manera, de la International

Women's Suffrage Association. Su objetivo era lograr el sufragio universal femenino, posición no

generalizable a todas las sufragistas ni a todos los miembros del Partido Socialista Argentino. Sara Justo,

por ejemplo, sostenía la conveniencia del sufragio femenino calificado. La Unión Feminista tenía un

periódico, denominado Nuestra Causa.

Finalmente, la Dra, Julieta Lanteri fundó el Partido Feminista Nacional, sin dudas, la

organización más radical en sus ideas y formas de acción de las surgidas durante aquel año de 1918. La

Dra. Lanteri había sido una precursora en la lucha sufragista, iniciando acciones incluso antes de la

sanción de la ley Saenz Peña. Como extranjera, había obtenido la ciudadanía argentina en 1911 para

ejercer un cargo docente en la Facultad de Medicina y, a partir de entonces, había presentado su

candidatura como diputada e intentado votar en las sucesivas elecciones. Sus boletas no serían

oficializadas y tampoco pudo ejercer su cargo docente en la universidad, en razón de su sexo.

Aparentemente, logró votar en las elecciones de la provincia de Buenos Aires desde 1911 hasta 1916,

momento en que la legislatura provincial incluyó como pre-requisito para el sufragio al servicio militar. A

partir de 1920, aunque no se le permitía votar, participaba como candidata en las elecciones nacionales de

diputados, obteniendo, ese año, 1.303 votos, 1.313 en 1924 y 684 en 1926.

En marzo de 1920, estas tres agrupaciones feministas decidieron llevar a cabo un simulacro de

elecciones en Buenos Aires, semejante a otro realizado por las sufragistas francesas. El objetivo era

fundamentalmente generar o ampliar el debate acerca de los derechos femeninos en la opinión pública. La

Dra. Moreau llevó el programa del Partido Socialista, la Dra. Rawson el de la Unión Civica Radical,

aunque de manera más inorgánica, mientras que la Dra. Lanteri presentaba una propuesta autónoma que

incluía derechos politicos y civiles iguales para ambos sexos, igualdad de hijos legitimos e ilegitimos,

divorcio absoluto, reconocimiento de la madre como funcionaria de estado, protección de las mujeres en

el mercado de trabajo, igual pago por igual tarea, co-educación profesional en artes industriales,

agricultura y economía domestica, abolición de la pena capital, protección frente a los accidentes de

trabajo, abolición de la venta, manufactura e importación de bebidas alcohólicas y representación

proporcional de la minoría en gobiernos nacional, provinciales y municipales. Del simulacro, participaron

aproximadamente 4000 personas, una cifra inferior a la que ansiosamente esperaban sus impulsoras. La

Dra. Moreau obtuvo el mayor caudal de sufragios, luego, le siguió la Dra. Lanteri y, finalmente, la Dra.

Rawson.

75Nuestra Tribuna, Necochea, 15-4-1923.

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Los años „20 se cerraron con algunos logros y muchas deudas pendientes para las feministas. En

1924, se modificó la legislación de trabajo de mujeres que databa de 1907. A partir de entonces, las

trabajadoras podrían descansar 4 semanas antes y cuatro después del parto sin perder su puesto y los

patrones que emplearan a 50 mujeres o más debían instalar salas cuna. Esto último, sin embargo, nunca se

cumplió y el descanso maternal no era utilizado por las obreras puesto que no podían dejar de cobrar sus

salarios por dos meses.

Después de varios proyectos frustrados, en 1926, se sancionó la ley de derechos civiles

femeninos (n° 11.357) mediante la cual las mujeres solteras, viudas o divorciadas, mayores de edad,

pasaron a ser consideradas jurídicamente iguales a los varones. Para las mujeres casadas, en cambio,

subsistieron incapacidades de hecho. Por ejemplo, podían ejercer una profesión, empleo, comercio o

industria honestos pero sólo podían administrar y disponer de lo producido en dichas ocupaciones y de

sus bienes propios, si expresaban su voluntad de hacerlo. En caso contrario, el marido los administraba

por mandato tácito. Por otra parte, la ley modificaba algunas de las limitaciones establecidas por el

Código Civil con respecto al ejercicio de la Patria Potestad por parte de las madres. Las mujeres casadas,

por ejemplo, podrían mantener la patria potestad sobre los hijos de un matrimonio anterior, no obstante

contraer nuevas nupcias, y se permitía ejercer la Patria Potestad de sus hijos a las madres solteras.

Como había ocurrido con la legislación protectora de ciertos trabajos realizados por mujeres, la

obtención de los derechos civiles femeninos frecuentemente fue justificada y legitimada en función del

bienestar de los hijos. Se consideraba que una mayor independencia económica de las mujeres, así como

un mayor poder legal sobre sus hijos, redundaría en beneficio de estos últimos, puesto que los padres no

siempre habían demostrado cumplir con sus deberes de manutención.

A pesar de la existencia de diversos proyectos sobre derechos politicos femeninos, en la década

de 1920 las mujeres sólo pudieron votar, en algunas ocasiones, a nivel municipal o provincial, en San

Juan, Mendoza y Santa Fe. El sufragio femenino, por otro lado, re-introducía en el debate la cuestión de

la calificación del voto: dada su nula experiencia política, algunos sostenían la conveniencia de calificar

el sufragio femenino, a diferencia del masculino. La calificación podía ser por estado civil o educación

(suponiéndose la inconveniencia del voto de las menos ilustradas y las casadas). En 1916, por ejemplo, un

diputado nacional por la Democracia Progresista, Francisco Correa, propuso conceder el voto municipal a

las mujeres solteras o viudas. En 1922, el diputado Frugoni proponía el voto para las mujeres mayores de

„20 años y diplomadas en universidades, liceos, escuelas normales y especiales. En 1919, en cambio, el

diputado Dr. Rogelio Araya, por la Unión Civica Radical, había presentado un proyecto igualitario por el

cual las mujeres nativas y naturalizadas, mayores de 22 años, gozarían de los “derechos políticos

conforme a la Constitución y a las leyes de la República”. En 1929, el senador socialista, Mario Bravo

tambien presento un proyecto de ley por el cual se establecía la igualdad de derechos politicos entre

mujeres y varones. Este proyecto caducó en la comisión correspondiente. En 1932, dada la cantidad de

proyectos sobre sufragio femenino, se formó una comisión interparlamentaria con la misión de

unificarlos. Emergió, así, un nuevo proyecto que obtuvo media sanción en la Camara de Diputados. Sin

embargo, a pesar de este éxito, el proyecto nunca obtuvo la otra media sanción, proveniente de Senadores.

El proyecto quedó trabado en la Comisión de Presupuesto y de Negocios Constitucionales, alegándose

que debía estudiarse cuidadosamente el costo del empadronamiento femenino76.

Los años „30 fueron ambivalentes y contradictorios para el feminismo: fracasos y peligros se

entremezclaron con algunos logros. En los años „30, continuaron presentándose proyectos para obtener el

sufragio femenino (1935, 1938, 1939). Las mujeres socialistas se organizaron para apoyar estos

proyectos, en especial los presentados por diputados de su partido. Surgió, así, una nueva organización

fundada por la Dra. Moreau: el Comite Pro Sufragio De Mujeres Socialistas. A partir de 1933, estas

campañas fueron secundadas ademas por una publicación, Vida Femenina, dirigida por María Berrondo.

Otra organización sufragista contemporánea fue la de Carmela Horne de Burmeister, la

Asociación Argentina Del Sufragio Femenino, la cual -de acuerdo a su fundadora- contaba con más de

100.000 miembros hacia mediados de la década77. A pesar de perseguir aparentemente los mismos fines,

tenía grandes diferencias con algunas de las mujeres socialistas: no aceptaba el rotulo de "feminista" y

consideraba la posibilidad de obtener un voto recortado para las mujeres. Sus propuestas contaron con el

apoyo del Consejo Nacional de Mujeres, hasta entonces, opositor a los derechos políticos femeninos.

Ambas organizaciones consideraban conveniente que las mujeres votaran voluntariamente en las

elecciones municipales y provinciales puesto que la política local, que rodeaba directamente al "hogar",

aparecía mas femenina que la nacional.

76Moreau , op. cit., págs. 205 a 217.

77Horne de Burmeister, C.: Cómo se organizó en Argentina el movimiento feminista en favor de los

derechos políticos de la mujer, Buenos Aires, 1933; y Asociación Argentina del Sufragio femenino: fines

y propósitos de los estatutos, Buenos Aires, 1932.

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Contemporáneamente a estos infructuosos intentos de obtener el sufragio, las mujeres

trabajadoras conseguían la licencia maternal paga. A traves de la leyes 11.933 y 12.111, las obreras y

empleadas de empresas privadas y del Estado obtuvieron el derecho a una licencia maternal con un

subsidio igual a un sueldo íntegro, antes y después del parto, y a cuidados gratuitos por parte de un

médico o partera.

Hacia mediados de la década, los derechos civiles, conseguidos 10 años antes, fueron puestos en

peligro por el Poder Ejecutivo Nacional. De acuerdo al proyecto de reforma del presidente Agustín Justo,

las mujeres casadas debían volver al estatus de menores de edad: no podrían trabajar fuera de sus hogares

sin un permiso escrito de sus maridos, no podrían administrar sus propiedades o dinero, ni podrían

participar de asociaciones comerciales o cívicas. Ante esta amenaza, las organizaciones de mujeres

crearon la Unión De Mujeres Argentinas, presidida por Ana Rosa Schlieper, una dama de la sociedad y de

gran labor en la filantropía. Victoria Ocampo y María Rosa Oliver formaron parte de esta última

organización. En sus memorias, Oliver consideraba que la intención última de este intento de reacción era

frenar la creciente afluencia de las mujeres a las fabricas, fenómeno que supuestamente provocaba el

desempleo masculino y bajaba el nivel general de salarios78.

En la década de 1930 las mujeres se movilizaron no solo por sus derechos sino por la paz: la

guerra civil española, la II guerra Mundial. Con una amplia participación de mujeres comunistas, en 1937

se creo el Comite Argentino de Mujeres pro-Huérfanos Españoles y en 1941 la Junta de la Victoria, una

agrupación femenina de solidaridad con los aliados79. Desde la década de 1920 el PC habia creado, en su

interior, una "agrupacion femenina" impulsada por Ida Bondareff. Más adelante, y alrededor de Alcira de

la Pena, mantendrá una estructura de mujeres. En 1947, se funda una organización que si bien no era parte

del PC mantendría con él y fundamentalmente con las mujeres del partido una estrecha relación, nos

referimos a la Union de Mujeres Argentinas.

Los logros, los fracasos, los peligros y las luchas de estos años, se apoyaban y reforzaban las

nociones de "diferencia sexual" en el debate de los derechos y, en especial, del sufragio femenino. La

maternidad continuaba constituyendo el núcleo fuerte de las argumentaciones tanto a favor como en

contra de la igualdad de las mujeres con respecto a los varones.

De ambas cuestiones (educación y trabajo), emergió el feminismo en Argentina y se consolidó

alrededor de los reclamos por la igualdad civil y la igualdad política. Mientras que la primera había

promovido la emergencia de un grupo de mujeres docentes y profesionales, la segunda había extendido

socialmente el problema. En la década de 1930, Alfonsina Storni conectaba el surgimiento de mujeres de

sectores medios en la vida intelectual con la profesión docente y la "cultura normalista". Muchas

escritoras eran “feministas a pesar suyo” puesto que “el mayor número de escritoras sudamericanas son

maestras y más están, por vía de la fermentación intelectual, contra su medio social que sirviendo sus

formas tradicionales”.80

La popularidad del termino feminismo, aunque no su homogeneidad, era remarcable desde fines

de la segunda década del siglo XX. Grandes y prestigiosos filósofos, sociólogos, médicos, economistas,

creyeron necesario ocuparse del tema. El feminismo no implicaba la igualdad absoluta entre los sexos.

Por el contrario, la diferencia sexual, física y psíquica, debía respetarse y mantenerse. La igualdad que se

quería obtener era, para algunas, la igualdad jurídica; otras, agregaban la cívica. Finalmente, había

quienes buscaban una igualdad más profunda, social y económica, en una sociedad distinta sin ningún

tipo de explotación. Pero ninguna de estas tendencias cuestionaba que la diferencia biológica produjera

percepciones, valoraciones, actitudes y aptitudes distintas, sexuadas, frente al mundo. Pero dichas

diferencias no eran jerárquicas, no podían justificar ninguna relación de poder.

La "cuestión de la mujer", entonces, en los años `20 fue reformulada a partir de la emergencia de

un nuevo sector de mujeres educadas en el mercado de trabajo, muchas de las cuales no habían sido

"arrancadas" del hogar para asalariarse por necesidad. Muchas de ellas habían estudiado para trabajar,

para incursionar en el mundo "público". Muchas de ellas, además, se vincularon al feminismo, al

activismo social, gremial y/o político. Tempranamente, Gina Lombroso había percibido el fenómeno: “En

América se mide la condición de la mujer por su grado de masculinización, o sea, sus aptitudes para

ejercer profesiones reservadas hasta ahora al otro sexo... Así mirada ocupa en Argentina un lugar de

primer orden ... Si en la Argentina la mujer quiere masculinizarse tiene todas las puertas abiertas y no solo

en teoría ... lo cual no ocurre a la gran mayoría de graduadas europeas.” Y que no era solamente un

78Oliver, Maria Rosa: La Vida Cotidiana, Buenos Aires, 1969

79Edelman, fany: Banderas Pasiones. Camaradas, Buenos Aires, Dirple, 1996, págs. 46-47 y 85-86.

80cit. en Kirkpatrick, Gwen: "The journalism of A. Storni: a new approach to women`s history in

Argentina", en Women…, op. cit., p. 110.

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fenómeno burgués: “Las feministas argentinas se han dado cuenta de que, por lo menos en las clases

bajas, la mujer puede, aprendiendo los oficios europeos ensanchar su campo de trabajo propio”.81

Tambien las mujeres se volvieron mas visibles en el consumo, comprando o publicitando

articulos: electrodomésticos, moda, productos de belleza, novelas sentimentales, cigarrillos, bebidas

alcohólicas. Fue más habitual verlas en las calles, caminando solas. Era una nueva mujer, urbana, que

administraba, por lo menos, un dinero para gastos personales y que, como sabemos, se casaba con más

años y tenía menos hijos. Así, para los años „20 y „30, la amenaza parecía estar más centrada en la

subversión del sistema de género que de las relaciones de clase. De manera general, para los sectores más

conservadores, estas mujeres simbolizaban la "caída en la modernidad". Para otros, su "modernidad" era

un buen presagio. Pero, para todos, era inevitable, un paso en la evolución descendente o ascendente de la

"raza".

Fue esta "nueva mujer" la que intentó ser domesticada en estos años. Una vez casada, la esposa

feliz en la casita familiar y la madre higiénica. Eran, como sostiene Kathleen Newman, mujeres públicas,

pero no prostitutas aunque tampoco políticas. Bellas mujeres que no amenazaban el orden social porque

su independencia provenía del trabajo asalariado y su femineidad podía ser compatibilizada con los

ideales de la maternidad y el hogar reconfigurados. Antítesis e intento de conjura de la "mujer imposible",

aquella por fuera del sistema de genero normalizado y que se erige en símbolo de la amenaza al orden

social: fuera del poder del padre, fuera del poder del Estado.

Esta "mujer imposible", las lobas que "rompían con el rebaño", diría Alfonsina, se encontraban

lejos de la "mujer muy moderna" de Gálvez aunque ésta, quizas por parecer más real, tambien inquietaba.

Próxima a la "nueva mujer" occidental: fumaba, hablaba por telefono, salía, bailaba y flirteaba con

amigos, causaba escándalos. Sin embargo, eran muñecas, juguetes, con solo una patina de filosofía y

raciocinio. Más renuentes a aceptar el dominio del varón, aparentemente sólo prolongaban un poco más la

niñez.

Las "otras", las que no podían ser modernas sino que eran atravesadas por la "modernidad", eran

las trabajadoras. Los "residuos de fabrica" (Evaristo Carriego) o Rosalinda Corrales de Historia de

Arrabal (para continuar con Gálvez), fabriqueras irremediablemente devenidas en prostitutas.

81Lombroso Ferrero Gina: “La mujer en la República Argentina” en Revista de Derecho, Historia y

Letras, tomo 31, 1908, p. 518.