CAPITULO XXVI - Universidad Nacional De Colombia · bejuco negro fijaban la balaustrada. Adento se...

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CAPITULO XXVI LA TUMBA DE ROSA La gratitud era la cualidad más sobresaliente en don Demóstenes. Tenía la ventaja de no ser desmemoriado para con los pobres que le servían, y era porque él no creía que valía más que todos. Don Demóstenes había quedado muy reconocido de Rosa desde que posó en su casa, y en prueba de ello, fué á visitarla cuando supo que estaba en cama, asistió á su entierro, y todavía quiso perpetuar su gratitud erigiéndole un sepulcro, según las escasas proporciones de la parroquia. Había hecho la contrata con el maestro Pacho para una tum- ba, y al día siguiente deL entierro de flosafué al cemen- terio á recibir la obra. Allí encontró á Manuela, la familia de Marta y otras personas. La tumba consistía en una verja de astillas de guadua con puntas agudas, de las cuales se habían formando ángulos obtusos hacia la parte de arriba. Dos atravesaños amarrados con bejuco negro fijaban la balaustrada. Adento se veía la tierra del sepulcro recientemente aplanada, y en la mi- tad estaba clavada una cruz de diomate, trabajada con esmero, en cuya base se leía: Ros*, VÍCTIMA DE DOS TIRANOS. Cerca de la cruz se veía un rosal, grande y

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  • CAPITULO XXVI

    LA TUMBA DE ROSA

    La gratitud era la cualidad más sobresaliente en donDemóstenes. Tenía la ventaja de no ser desmemoriadopara con los pobres que le servían, y era porque él nocreía que valía más que todos. Don Demóstenes habíaquedado muy reconocido de Rosa desde que posó en sucasa, y en prueba de ello, fué á visitarla cuando supoque estaba en cama, asistió á su entierro, y todavíaquiso perpetuar su gratitud erigiéndole un sepulcro,según las escasas proporciones de la parroquia. Habíahecho la contrata con el maestro Pacho para una tum-ba, y al día siguiente deL entierro de flosafué al cemen-terio á recibir la obra. Allí encontró á Manuela, lafamilia de Marta y otras personas. La tumba consistíaen una verja de astillas de guadua con puntas agudas,de las cuales se habían formando ángulos obtusos haciala parte de arriba. Dos atravesaños amarrados conbejuco negro fijaban la balaustrada. Adento se veía latierra del sepulcro recientemente aplanada, y en la mi-tad estaba clavada una cruz de diomate, trabajada conesmero, en cuya base se leía: Ros*, VÍCTIMA DE DOSTIRANOS. Cerca de la cruz se veía un rosal, grande y

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    florido, que había sido transplantado de la huerta deManuela.

    Don Demóstenes dió por recibida la obra, y sequedó callado por algunos instantes. Del grupo degente que lo rodeaba tampoco se oyó ni un acento,con excepción de un ¡ay! lastimoso de Manuela, quetité seguido de lágrimas y de suspiros de sus colatera-les. Don Demóstenes se había quedado cogido de laverja y parecía que meditaba. Por cierto que la tumbaofrece puntos de meditación, cualquiera que sean lasideas religiosas que uno tiene, y más si la tumbaencierra el cuerpo de una joven de diez y seis años, quepocos días antes no despertaba sino recuerdos de amory dicha.

    El grupo sefué disipando, y don Demóstenes convidó,á Manuela á pasear el cementerio.

    El área estaba cercada de guadua, y sobre su suelo, ex-uberante como el de todas las tierras calientes de NuevaGranada, se levantaban grupos de ambuque, michú,guásimo y algunos otros árboles, y también matorralespequeños de venturosa y de tabaquillo que no es posi-ble arrasar, porque la vegetación se burla de la manodel hombre en aquellos terrenos. Los árboles que seencontraban no eran cultivados como lo son los cipre-ses y sauces babilónicos de los cementerios de Bogotá.La grama, más espontánea todavía, ocüpaba algunoslugares pequeños, en donde se notaban las sepulturasmás recientes decoradas con una cruz de palo; las másantiguas con el mástil sin brazos; y las que ya pasabande diez ó veinte años no eran visibles sino por tres 6cuatro piedras que se divisaban por entre las ramas delos arbustos y bejucales.

    No habla rosales, pero había narcisos de monte y

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    flores preciosas de algunas enredaderas. Las aves vlsi-laban este paraje con toda libertad y hasta anidabanen las ramas. Un firigüeo, que es un ave negra suma-mente perezosa en sus actitudes, estaba sobre la cúspidede una cruz, á tiempo que todas las flores eran revisadaspor una diminuta tomineja. Los afanes de la vida y lainercia de Ja muerte estaban pintados en aquelloshuéspedes y en aquel silencio, que era interrumpidosolamente por un chillido lúgubre que sonaba al ladoopuesto de los matorrales; el aire no movía las hojasde los árboles, y las pisadas no sonaban porque la gra-ma servía de alfombra.

    - ¡Oh! exclamó don Demósterle8, después de caminarmuchos pasos en el más absoluto silencio: en este cimen-teno es en donde está precisamente verificada la igual-dad de la tumba, porque todas las sepulturas son deuna figura de pato que siempre es la misma. ¡ Santaigualdad de los sepulcros, recibe los votos del másferviente adorador de la repúbica perfecta!

    - Así dice usted, repuso Manuela, después de unosinstantes de profunda meditacióti; pero usted es el pri-mero que ha venido á echar á perder la igualdad denuestro cementerio, poniendo una mata de rosa y unacerquita deguadua,que no se usaban. Así son sus cosas.

    - ¿Te pesa?- No, don Demóstenes 1 Por el contrario, yo te

    ofrezco que todas las noches de verano vendrel á rociarla mata y á rezar por el alma de la difunta Rosa. Loque me pesa es que usted no sea consecuente en lo quehace con lo que dice, porque usted nos relata siemprecosas muy nuevas y muy bonitas, y luego salimos conque usted es el primero que no las cumple. La graciaestá en ser liberales de deveras como yo. Y estemos en

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    que usted es uno de los hombres de mejor corazón queyo conozco, porque usted no es ingrato ni déspota. Elhombre de botas y espuelas de plata, que ha vividoagradecidó ti una pobre estanciera porquele dió de cenary que después de su muerte todavía la quisiera servir,ése tiene mucho de liberal. ¡ Ilios le guarde su buencorazón!

    - ¡ Gracias, Manuela, gracias!- Aquí está el padrastro de Rosa, añadió Manuela,

    mostrándole una sepultura que no tenía grama porencima. ¡Cuándo pensaría Rosa que no le había dellevar ni un mes completo: Bien nos dice el señor curaque sirvamos á Dios y que no hagamos mal á nuestrosprójimos, porque ninguno sabe el día ni la borai.

    - Cierto, Manuela!- Mire aquí la sepultura de un peón socorrano que

    murió quemado en el trapiche del Retiro, habiendocaído una noche en uno de los fondos de la miel. ¡ Po-bre! Dios lo haya recibido en su santa gloria. Su familiano sabrá nunca en qqé parte del mundo quedaron sushuesos. Vea otra sepultura más vieja; ya no tiene sinoel palo principal de la cruz, porque se solté el atrave-saño, que estaba amarrado con un bejuco: ahí estáenterrado don Bonifacio. Era un hombre que nuncatuvo que ver con los jueces, que sangraba y sacabamuelas de balde ti todos los pobres, que enseñó á algu-nos muchachos ti leer, que hacía lo que previenen losmandamientos de Dios y de la Iglesia y lo que ordenanlas autoridades. ¿ No le parece á usted que ese hombreera muy bueno? Pues ha de saber usted que murió muypobre, y que el entierro se lo hizo el cura de balde.

    - Allí veo unos montoncitos de piedras, dijo donDemóstenes, en un sitio que me atrae por la triste heY

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    mosura de un árbol que descuelgá sus ramas hasta¿legar á la tierra. ¿Quieres que nos arrimemos unpoco?

    Entró el caballero, guiado por Manuela, por unparaje que las matas tenían muy estrechado, no comocallejón, porque los árboles y matorrales no guarda-ban simetría, pues sucedía con frecuencia que los parro-quianos tuvieron que rozar con los machetes el trechonecesario de terreno para excavar la sepultura de unode sus deudos; ¡tales la exuberancia deL terreno 1 DonDemóstenes se quedó observando unas semillas de laparásita llamada pajarito, que tenía invadido el árbolM guásimo, formando una enramada muy tupida y deun aspecto sumamente funerario; y cuando volvió ámirar á Manuela, la vi6 arrodillada rezando, con lacabeza inclinada á la tierra, con tal devoción, que sehubiera quitado inmediatamente el sombrero, y hastase hubiera arrodillado, si no hubiera terminado la pia-dosa Manuela su oración.

    - ¿Qué rezaste? le preguntó don Demóstenes 4 sucasera.

    - El Padre nuestro; ¿tendrá algo de malo?- ¿Por qué me lo preguntas?- Porque los señores se ríen de que uno rece, bien

    es que usted me ha dicho que es tolerante.- Te hablo con franqueza, dijo don Demóstenes á la

    piadosa Manuela; no ha sido risa, sino ternura y piedadlo que me ha inspirado el acto verdaderamente reli-gioso que acabas de ejecutar; y si yo escribiera tu his-toria, esta pintura figuraría en una lámina del capítulloque yo llamaría « el cementerio de la parroquia ». Allíestaría Manuela triste, pero más hermosa que nunca,hincada sobre la grama bajo la sombra de un árbol

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    funerario, junto de un pequeñotúmulo de piedras toscasy al lado se vería un viajero contemplándola. Por otraparte, esa oración es tan buena, que hasta me pareceuniversal: un mahometano podría usar de ella sinescrúpulo ninguno,

    - Es la mejor, dice la doctrina cristiana,. porque ladijo Cristo por su boca á petición de los Apóstoles.

    - Sea de ello lo que lucre, eso de perdonar tlos deudores, es la fraternidad elevada basta lo su-blime.

    - Siempre que vengo al cementerio rezo en estemismo lugar, le interrumpió Manuela, porque aquíestá enterrado un hermanito mío, y allí debajo deaquellas piedras mi abuelita, que me quería tanto. De-bajo de aquel otro piloncito de piedras me han dichoque están los huesos de mi bisabuela: 1 polvo será loque hay! i Ojalá que yo no tenga que volver á huir demi parroquia, no vaya á ser que me muera lejos, yno me entierren junto á los míos! Dicen que lo mismosale que lo boten á uno al mar, ó que lo entierrenaquí ó allí; pero yo no sé en qué consiste que todavíadespués de la muerte, quisiera yo estar en la mismaparte donde están los de mi pueblo y los de mi familia.Ojalá que hubieran enterrado á mi padre en este

    mismo lugar! pero las revoluciones...Y volviendo la cara para otro lado, quiso ocultar

    ssu lágrimas de la vista de don Demóstenes, aunque.inútilmente, porque los gemidos no pueden pasar inad-vertidos; él tampoco pudo disimular una lágrima querodó por su larga barba.

    Después que enjugó' Manuela sus lágrimas, volvióla cara hacia su huésped, y le 'hizo esta sencilla . pre-gunta -0

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    - ¿ De qué les sirve á los liberales haber hecho larevolución de 1854, don Demóstenes?

    - Ésa la combatí yo, y no con peroratas, sino 6balazos, como' lo hicimos casi todos los gólgolas.

    - ¿ Y si hubiera triunfado?Te digo la verdad que estaríamos lo mismo.

    - ¡ Ay, don Demóstenes! exclamó Manuela, con ungrito como el que causa una punzada material sobrelos mienibros más delicados del cuerpo humano; ¿con-que la república ha quedado lo mismo después deperder yo mi apoyo y el de toda mi familia? ¿Y loshuesos de mi padre se hallan botados, quién sabedonde, sin provecho para nadie?... ¿Y así tiene ustedvalor de santificarla revolución? -

    - Yo nunca estuve por la revolución de los draco-nianos, que querían ejército, nombramientos de go-bernadores por el poder ejecutivo y una constituciónque echase por tierra la de 21 de mayo, la más liberalde cuantas hay en el mundo.

    - Pero estará por otra revolución y todo salelo mismo. ¡Oh! ¡Si ustedes se compadecieran de las lá-grimas que hacen derramar por llevar adelante suscalaveradas! Mire, don Demóstenes, esta piedra yesta tierra santa del cementerio han recibido encimalos pozos de lágrimas que yo he derramado por causade La revolución.

    • Manuela se volvió á limpiar los ojos, que de nuevoe habían humedecido, y convidó al viajero bogotano

    á terminar el paseo. Pasaron por junto de una tumbaque yacía oculta debajo de los árboles y matorrales,y poseído el viajero de la más ansiosa curiosidad sepuso á examinarla por los costados, y vió que era unsepulcro de calicanto medio arruinado, y á fuerza de

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    trabajo vió la inscripción que decía: » Aquí están de-positados los restos humanos del señor Cura N. N. añode XXX.»

    Siguieron su camino, hasta detenerse al pie de unmichú 6 jaboncillo, debajo del cual estaban algunasquinientas pepas negras ydel tamaño de una bala depistola, duras como una pieza de vidrio, de las cualeshabla muchas cubiertas con una cutícula carnosa, quese usan como jabón, por entre las cuales pasaba unconvoy que llamó la atención al viajero, y éste pusouna rodilla en tierra para observar.

    Iban llevando unas cuantas hormigas negras y muypequeñas un abejón muerto, y era admirable la prisaque se daban y las carreras que emprendian; las queno tiraban, cargaban, y eran de verse los esfuerzos delas que llevaban cogidas las patas y las alas delmuerto.

    - Un entierro, dijo Manuela á su huésped.- ¿Cómo un entierro?- Se Llaman entierra-muertos esas hormigas.-. ¿ Ejercen pues las obras de misericordia de los

    católicos?- Por su propio interés. Siempre las verá usted

    ocupadas en recoger cuantas polillas ycucarachas encuentran muertas, y las llevan á enterrará sus cuevaspara comérselas.

    - Entonces no es sino caridad con uñas. ¡ Muy bien!Al volver de un matorral, dieron los ojos de don

    Demóstenes con un espectáculo sumamente raro. Unamula de veinte años de edad, blanca como la nieve,llena de cicatrices como los inválidos de la guerra dela independencia, pues había perdido en el trapichetina oreja y el uso de uno de sus cascos, pues que no

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    caminaba sino eón la muñeca de una de sus manos, sehabía entrado por un portillo de la cerca, atraída porlas tentaciones de la crecidá grama, y cuando sentíaruido se metía en un matón de michúes. Un ave des-carnada, flaca y de apariencia lastimosa, caminabalentamente por encima del espinazo (le la mulo, dandolos sonidos de guir, guir, en su voz lamentable, lamisma que don Demóstenes había oído desde lejos, yterminando su viaje en la nuca de la inválida, se pusoá sacarle de la oreja alguna cosa existente allí.

    - Es la tolerancia más calmada que yo he visto enmi vida, dijo don Demóstenes.

    - Es porque le tiene cuenta, di, o Manuela; ¡ mirequé gracia!

    - ¿Y qué gana la mula con permitir esa libertadtan amplia á ese animal de rapiña?

    - Porque ese animal le saca las garrapatas de lacrin, de las orejas y del rabo. ¿No ha visto usted unabestia empedrada de garrápatas, las cuales se llenande sangre hasta ponerse del tamaño de un grano demaíz? Pues bien, esa ave por tener ese destino, sellama el garrapatero.

    - Es proteccionista. ¡ Bien, bien!- Con uñas; porque es gavilán y porque las ga-

    rrapatas que quita se las come todas; por lo menos élno se queda sin pagarse con usura por el bien quehace.

    - ¡ Oh! es cosa admirable cómo se concilian los in-tereses mutuos, dijo don Demóstenes, sacando de aquelpasaje una meditación social.

    - No se admire usted de esa mula que ya está paraentregar el carapacho á los gallinazos; habla de verun potro de esos que el día que sienten encima el rejo

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    de enlazar, brincan como la ira mala, y cuando el ga-rrapatero se les monta, aguantan como aguantamos enesta parroquia la protección de los gamonales.

    Ayacucho, que se había ido por el rastro de su amo,le latió á la mula y espanté al proteccionista, de lo quese molesté el caballero, porque ese latido le pare-cié una profanación del santo silencio de los sepul-cros, y lo llamó para castigarlo. Habían llegado al ex-tremo del cementerio, y el viajero se volvió para lapuerta.

    Cuando pasaba don Demóstenes por junto del gué-simo que prestaba su sombra á las cenizas de los deu-dos de Manuela, se sintió como detenido por unamano invisible; su corazón se agitaba, y la angustiade una emoción extraordinaria lo privé de la aptitudde caminar. Fué que se le vino la idea de que tal vezMan uela habla de venir 4 buscar su puesto de familia,tan hermosa, tan joven como Rosa.

    La tarde estaba muy avanzada, y don Demóstenes yManuela caminaban lentamente hacia la puerta del ce-menterio. Era profunda la tristeza de sus corazones,según lo expresaban los ojos de entrambos, y hasta lospasos y las miradas de Ayacucho, que caminaba de-tk'ás, parecían ejecutados conforme 4 la situación. Alpasar por junto á la tumba de Rosa se volvieron á de-tener los dos visitadores de los sepulcros para tribu-tarle nuevos recuerdos y para esparcir sobre ella lasflores que Manuela habla recogido durante su largopaseo en el cementerio. Don Demóstenes se dirigió &la puerta, mientras que Manuela se quedé inmóvilteniéndose de la reja de guaduas, seguramente medi-tando en lo que nunca deja de meditar quien dirigeuna despedida eterna; al separarse, se limpié las me-

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    jillas y balbuceé estas palabras, con una expresión deverdadero dolor:

    - ¡ Cuándo yo pensaba que no la había de volverit ver!

    Al llegar Manuela á la puerta del cementerio, encon-tró á su huésped leyendo, recostado en la grama, y comotenía el libro abierto por una de las láminas, Manuelase sentó junto, por curiosidad, y se quedó mirando.

    - Este no es lugar de leer novelas, dijo Manuela ásu huésped. ¿ Qué libro es ese que está leyendo?- El Diablo en París.

    • - Eso será alguna cosa mala.—¡Cosa muy buena¡ le contestó distraído el caba-

    llero y siguió leyendo en una hoja que decia:

    Dans (avenir inconnu que nota ouvre ¡a rnort, ay a quelque e/tose de grand a de saint...

    - ¿Qué me suplo con oír inglés? No sea tan...- ¡ Es francés, majadera- Las mismas yucas arranco.- ¡ Cierto! dijo don Demóstenes y le tradujo el pa-

    sajé asía En el porvenir ignoto que la muerte nos abre, hay

    algo de grande y de santo; por eso el culto de los ante-pasados es de todos los paises y de todos los tiempos.))

    - Eso no es cosa del Diablo, don Demóstenes.- El Diablo en París es un libro que trata de las

    costumbres de París y de muchos pueblos del mundo.Es una crítica muy ingeniosa, y por otra parte muyinstructiva. ¿Quieres que te lea un capitulo entero?

    - No, no me lea. Señáleme todas las láminas, queme gusta tanto ver las pinturas de los libros.

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    - Pues entonces, dijo don Demóstenes, aquí tienesel cementerio del padre Lachaise, que fué edificado,por un jesuíl.a confesor del rey Luis XIV. Ahí tienesla capilla, y éstos son los sauces babilónicos que ador-nan las callejuelas. - -

    — ¡Qué lindo! Pero es polvo lo que encierran lastumbas de Francia, como el que encierran las sepul-turas de la parroquia, ¿no es esto?

    - Sin duda, dijo don Demóstenes.- Y esta pintura, ¿qué es lo que representa? dijo

    Manuela, mostrándole una lámina con el dedo.- La tumba de Casimiro Perier.- ¿ Y ésta que se parece á Ja tumba de Rosa?- La de Moliére, y de esa fué que tomé Ja idea de

    la que fabricó el maestro Pacho.- ¿Y aquélla era de guaduas?- De verjas de hierro.- ¿Y de qué sirvió ese hombre en el mundo?- Pe corregir las costumbres con su inmortales

    obras literarias. En Francia se premia á los que tra-bajan para la sociedad. Mira el cementerio de los is-raelitas, cubierto de sauces babilónicos, tilos y e¡-preces. -

    - Y esta casita con cuatro estantillos por el frente¿qué viene siendo? preguntó Manuela, apuntando consu dedo sobre otra lámina.

    - La tumba de Eloisa y Abelardo, que hoy tienemás de 608 'años y todavía es visitada con veneración;y algunos días amanece adornada con ramilletes dellores. Los granadinos que han estado en París no sehan venido sin ir á tributarle sus respetos.

    - ¿ Son los huesos de algunos santos?¿De dos amantes muy desgraciados?

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    - ¿Amantes? Cuénteme; que todo lo que es desgra-cia, tristeza y melancolía es lo que hoy recibe mi co-razón con agrado. Rosa murió también por resultadosM amor, según lo que me ha parecido: por la penade verse desechada sin dar motivo ninguno, y Rosatiene también un monumento sobre su sepultura. Laseñora Eloisa de allí de Francia seria desgraciada porla persecución, y Rosa porque fué primero burladapor un rico y después traicionada y abandonada porun pobre. Yo no sé cuál merezca más las flores y losrecuerdos por 600 años. Ya se ve que Rosa no erasino una pobre peona del Retiro, y la igualdad no al-canza hasta la pobreza, ni aun siquiera en la tumba,porque los ricos no quieren que los entierren en elsuelo; ni aun en los sufragios de la iglesia, porquepara los pobres no hay canto, pero ni siquiera doblesde campanas, corno usted lo sabe. Gracias ¡1 que ustedse apersoné por la desdichada estanciera, y que hizosembrar esa mata de rosa y poner tinas letras, que sino, de aquí á tres años ya no habría quien se acordasede ella. Yo sí creo que no la olvidaré nunca, porqueesas personas con las cuales una se cría, juega, llora,y padece, jamás se olvidan. Nunca iré al charco deGuadual sin dar un suspiro por Rosa, ni vendré aléementerio sin rezarle un Padre nuestro. 1 Ah Rosa,que me parece que la estoy viendo venir y que me miracon esos ojos tan hermosos que tenía! ¡ Ah miseria Lade esta vida!

    Diciendo esto Manuela, se puso la mano en la frentey se quedó con los ojos fijos en la alfombra de gramasobre que estaba sentada. Un rato después se volvióella para su casa, y don Demóstenes prolongó su paseopor las inmediaciones, hasta cerca de la noche.

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