Capítulo II: Accidentado - PILDORAS CONTRA LA APATÍA

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CAPÍTULO II: ACCIDENTADO De pronto una llave en la puerta y la silueta de una mujer regordeta, teñida de un tono pelirrojo, caoba casero que deja traslucir ya sus canosas raíces se perfila en el marco de la puerta de la cocina. ─¿Qué haces, Emilio? ─Nada, buscaba un brick de zumo. ─¿Aún no sabes que no los guardo ahí? Están en el armario de abajo, junto al horno, ya lo sabes… ─Es verdad, se me había olvidado…─balbuceó Emilio como un niño al que han pillado con las manos en el chocolate. ─A mi me parece que esta rata estaba buscando otra cosa. ¡Ven aquí, imbécil! ¡Enséñame tus bolsillos!─bramó una voz aguardentosa que se había colocado al lado de ella. ─No tengo por qué hacerlo, ¡borracho de mierda!. Tú no eres mi padre y además, más vale que no hables muy alto, que yo ya te he visto otras veces meter la mano donde no debes. El tono y la mirada de Emilio era un desafío, mientras se bajaba con calma del taburete y mirando de soslayo al hombre de ojos vidriosos y enrojecidos, pasó rozándole el cuello con el aliento, donde se hinchaba una vena sanguinolenta, empujándolo con el hombro para apartarlo de su camino, ante la mirada atónita y asustada de su madre. ─¿Dónde vas?─ Espera, Emilio…¿Has comido ya?

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CAPÍTULO II: ACCIDENTADO

De pronto una llave en la puerta y la silueta de una mujer regordeta, teñida de

un tono pelirrojo, caoba casero que deja traslucir ya sus canosas raíces se

perfila en el marco de la puerta de la cocina.

─¿Qué haces, Emilio?

─Nada, buscaba un brick de zumo.

─¿Aún no sabes que no los guardo ahí? Están en el armario de abajo, junto al

horno, ya lo sabes…

─Es verdad, se me había olvidado…─balbuceó Emilio como un niño al que han

pillado con las manos en el chocolate.

─A mi me parece que esta rata estaba buscando otra cosa. ¡Ven aquí, imbécil!

¡Enséñame tus bolsillos!─bramó una voz aguardentosa que se había colocado

al lado de ella.

─No tengo por qué hacerlo, ¡borracho de mierda!. Tú no eres mi padre y

además, más vale que no hables muy alto, que yo ya te he visto otras veces

meter la mano donde no debes.

El tono y la mirada de Emilio era un desafío, mientras se bajaba con calma del

taburete y mirando de soslayo al hombre de ojos vidriosos y enrojecidos, pasó

rozándole el cuello con el aliento, donde se hinchaba una vena sanguinolenta,

empujándolo con el hombro para apartarlo de su camino, ante la mirada atónita

y asustada de su madre.

─¿Dónde vas?─ Espera, Emilio…¿Has comido ya?

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─No mamá, luego vendré. Tengo cosas que hacer.

─Pero hijo, nunca sé dónde estás ni qué haces…Espera un minuto.

─Tengo prisa, joder

─¿En qué lío te has metido ahora? ¡Estás sudando, cariño!

─Mamá, tú ya me has ayudado en lo que necesito. Te lo devolveré cuando

pueda, de verdad. Y mucho más. No quiero ver a las peques sufrir.

─Emilio, yo no quiero que me dés nada. Sólo quiero que entres en razón, que

escuches al tío Rober y le hagas caso, por favor, cariño, te lo pido por favor.

─El tío Rober es un pringao que no ha llegao a nada en la vida, que le

machacan todos los días por cuatro duros. ¿Quieres que sea como él?. Yo te

traeré algo mejor, para que te puedas deshacer de este mamarracho que te

amarga la vida.¡Ya lo verás!. Te lo prometo por éstas─le dice juntando dedo

pulgar e índice y llevándoselos a los labios. Recoge su monopatín, se dirige a

la puerta y la cierra de un golpe, dirigiendo una última mirada a su madre.

─¡Nooo, Emilio, nooo!─clama ella entre lágrimas y golpeando la puerta ya

cerrada.

Lentamente se desliza al suelo como un trapo y sentada apoyada en la puerta

se echa a llorar.

Emilio sale a la calle en busca del Zeta surfeando a toda velocidad Rambla de

Prim abajo. Frena al llegar a Diagonal en un semáforo. No se da cuenta de que

detrás de él como sombras se han acercado tres hombres de tez cetrina y

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poderosos bíceps tatuados como un comic gore. Uno de ellos se acerca a su

oído y le susurra:

─Güey, queremos platicar un momentito contigo. Síguenos si no es molestia. Y

no te des la vuelta, que te puede salir muy caro. Vete al edificio abandonado

donde te encuentras normalmente al Zeta ¿sí?. Despacito, sin prisa,güey,

agarra tu monopatín y ves andando, ¿está claro?.

En su espalda Emilio nota el leve pinchazo de un objeto punzante que le

resulta tan convincente como la pasmosa y fría tranquilidad de la orden del

desconocido.

Emilio no titubea, sigue sus órdenes sin pestañear. Suda profusamente y su

pulso está acelerado. No sabe qué le va a decir al Zeta, ni cómo justificar su

retraso en los pagos que tiene pendientes con él. Son cinco minutos que se

asemejan a los que un preso de una cárcel norteamericana tarda en traspasar

el Corredor de la Muerte…

Al llegar a la fábrica textil abandonada sus acompañantes le invitan a dirigirse

al hangar principal. Sus pasos son como un eco, la penumbra le hace perder el

sentido de la orientación de manera que no sabe si lo que le llega a los oídos

es la voz o el eco de su torturador.

─¡De rodillas y con los ojos mirando al suelo! ¡Brazos cruzados delante de tu

cabeza!. ─le espetan desde algún sitio de la nave.

De repente, cientos de golpes se ceban sobre su cuerpo, su espalda, su

estómago, sus pies, su cabeza a través de puntadas, puñetazos y algo

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parecido a un bate de beisbol, cuyo golpe seco es lo último que recuerda antes

de caer en la inconsciencia.

Segundos, minutos, horas más tarde Emilio despierta mareado, magullado, sin

poderse mover. Sangre seca en sus sienes. No puede abrir el ojo derecho.

Junto a él suena su móvil, logra cogerlo pero no acierta en apretar la tecla

correcta. Sigue sonando hasta que para. Vislumbra en el sitio de donde ha

cogido el móvil una nota escrita en rojo que dice:

LA PRÓXIMA VEZ NO PODRÁS LEER ESTA NOTA. ESTARÁS MUERTO.

CON EL ZETA NO SE JUEGA.

Intenta levantarse pero sus piernas flaquean. El dolor en el tobillo derecho es

insoportable. El teléfono vuelve a sonar. Esta vez si acierta a cogerlo, una vez

que sus ojos se han acostumbrado a la penumbra y logra enfocar su ojo

izquierdo en la pantalla y deslizar su dedo pulgar por ella para atender la

llamada.

─¿Sí…?─Apenas reconoce su propia voz y escucha su debilidad mezclada con

la molesta sensación de su boca hinchada, como quien acaba de salir de una

larga sesión en el dentista.

──¿Dónde estás?─dice una voz fuerte sin preámbulos.

─En un hangar. No me puedo mover tío. Me han pegado una paliza…

─Joder, Emilio. ¿Dónde cojones estás?

─En una fábrica abandonada entre Paraguay y Camí Ca l'Isidret.

─¡Qué imbécil eres! Dame media hora, ahora voy para allá. ¿Podrás aguantar?

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─Si no me muevo, creo que sí. ¡Gracias tío!

El tío Rober cuelga el teléfono y llama a Radiotaxi. Indica la dirección de su

casa y durante la espera mete algo de ropa de Emilio en una mochila y llama a

urgencias del Hospital del Mar para avisar de la llegada. Por suerte el teléfono

no está colapsado y puede explicar rápidamente el caso.

Quince minutos más tarde el taxista y él aparcan delante de la fábrica que les

ha indicado Emilio. El taxista, un hindú fortachón y discreto le acompaña

dentro. Entre los dos cogen a Emilio que, como un náufrago abandonado en

una isla desierta, no es capaz de oponer ningún tipo de resistencia. Lo

acomodan en el asiento de atrás y se dirigen al Hospital del Mar. A la llegada,

un camillero les espera con una silla de ruedas.

─Chaval, ¿dónde te duele? ¿Puedes mover el hombro? Te han dejado bonito,

¿eh?. ¿Cómo tienes las costillas?

─El hombro parece que está bien, pero el lado derecho no me deja respirar.

─Vale, agárrate fuerte a mi cuello con el brazo izquierdo y yo te saco. No te

preocupes de lo demás.

Emilio sigue sus instrucciones y en cinco segundos está sentado en la silla de

ruedas. El tío Rober de mientras paga la carrera al hindú añadiendo una

generosa propina. Se despiden con un apretón de manos. Tras los trámites

administrativos de rigor, el camillero les acompaña a una sala de espera.

─Emilio, ahora enseguida vendré a buscarte para hacerte placas. Si quieres te

llevo al baño para que te puedas lavar un poco la sangre seca, que pareces un

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cromo….Has tenido suerte, hoy es un día tranquilo y no hay mucha gente

esperando, así que te tocará enseguida.

─Pero bueno, supongo que eso lo tendrá que hacer una enfermera,

¿no?─observa el tío Rober.

─Mire…¿cómo era que se llama Vd.?

─Roberto

─Mire, Roberto, aquí a veces ya no tenemos ni para gasas, y hoy andamos

cortos de ATS’s. Hoy una está enferma y otra está de vacaciones, así que se lo

recomiendo para que el chaval no esté incómodo mientras espera. Es lo único

que le puedo ofrecer. Sí que te puedo dar unas gasas esterilizadas y agua

oxigenada.

─Joder, ¡cómo anda el patio…!. Es surrealista…─se resigna Rober, pero

comenzando a remangarse las mangas de la camisa─ Venga, vamos, ya le

ayudo yo al chaval a limpiarse.

El celador conduce a Emilio al servicio, acompañado por su tío y antes de

marchar los mira con una sonrisa cómplice en la mirada.

─En diez minutos vengo a buscarte, chavalote. ¿Necesitas algo más?

Abrumado por tanta amabilidad, Emilio musita un quedo y avergonzado “no,

gracias”.

Cuando el celador cierra la puerta tras de sí, al tío Rober se le quita la sonrisa

agradecida de la cara y espeta a su sobrino:

─¿Y tú de qué vas, niñato? ¿Cómo has llegado a ésto?

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Avergonzado, Emilio baja la mirada. Es la primera vez que se ve inerme,

vulnerable, indefenso.

Su tío, le coge la cabeza entre las manos y le obliga a mirarse al espejo.

─Mira la cara de idiota que se te ha quedado. Para que luego digas que soy un

pringao. Menos mal que tu madre me llamó cuando saliste de su casa, que si

no a ver quién cojones te hubiera encontrado en ese hangar… Pero claro tú

eres más listo que nadie. Pues ya ves, te ha salido el tiro por la culata.

─Vale, tío, lo siento…¿Qué quieres que te diga? ─se defiende Emilio entre

lágrimas de dolor y gritos de impotencia. Los moratones, su cara hinchada, las

heridas con sangre seca en la cabeza y las posibles costillas rotas no le duelen

tanto como la humillación a la que le somete su tío en ese momento.

El tío Rober comienza a limpiarle la cara con destreza y con cuidado de no

irritar las brechas abiertas en las sienes, los pómulos y en el cuello,

peligrosamente junto a la yugular.

─Menos mal que estos carniceros no te han pinchado con más profundidad, si

no no lo cuentas, chaval…Ahora dime, ¿pudiste ver cuántos y cómo eran?

─La verdad es que no. Se me acercaron por la espalda y no me atreví a darme

la vuelta por miedo a que me metieran una puñalada en el costado. Lo único

que sé es que el jefe de la banda era un panchito mexicano, por la forma de

hablar.

─Panchitos mexicanos hay unos cuantos metidos en estas bandas. ¿No

reconociste la voz?

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─No, otras veces he hablado con otra gente. Ninguno es mexicano.

─Ya, lo más probable es que los que trapichean y los matones no sean los

mismos. Así que no hay base para presentar una denuncia, me estás diciendo,

¿no?.

─Eso es.

─Hmm, ya veo. ¿Y se puede saber en qué estás metido exactamente para que

te hayan dado esta paliza?

─Bueno…es que les debo un montón de pasta.

─¿Cuánto es mucha pasta?

─2.000 €

─Mira que eres pringao…¿Y estás cagao, no?

─Un poco…Me dejaron una nota debajo del teléfono avisándome de que la

próxima vez me matarían si no pago mis deudas.

─Ya, y la deuda ¿de qué es?

─Es que le compré unos cuantos móviles para venderlos de segunda mano y le

dije al Zeta que le pagaría hace ya más de una semana.

─¿Y de dónde pensabas pagarle tanto dinero de una vez?

─Normalmente no hay problema, siempre hay gente que quiere I-phones y si

no lo adelanto con lo que saco de las papelinas.

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─¡Qué listo eres! Tienes el negocio diversificado,¿eh? Y ahora te ha salido mal,

¿no? Te pillaron con las manos en la masa con la droga y ahora no tienes para

pagarle al Zeta ese. Lo tienes complicado, chaval…

─Por favor, tío, ¿tú no podrías ayudarme? Tengo miedo…

─Ahora sí que te tiembla el pulso, ¿eh?. Pero cuando le robas a tu madre los

últimos euros que tiene para comprar papillas y pañales, no, ¿verdad?

¡Cobarde de mierda!…Me das asco…

─¡Ayúdame, tío, tú no conoces a esta gente, son capaces de cualquier cosa!

─Ahora sí que lloriqueas como una nenaza… Lo haré por tu madre, tú en

realidad no lo mereces ni de coña. ¿Dónde puedo encontrar al Zeta ese?

─No hay un sitio fijo, las pocas veces que he visto a alguno de sus sicarios ha

sido en sitios diferentes.

─¿Y a él? ¿Lo has visto alguna vez?

─No, siempre me manda a alguno de los de la banda, tampoco nunca el

mismo.

─Es listo este tío…¿Y cómo podemos contactarle para devolverle la pasta?

─Cuando quiero contactarles, cada semana me dicen un bar donde dejar un

recado para ellos y luego me llaman.

─Dejan realmente pocos rastros…¿Y cuál es el punto de encuentro de esta

semana?

─Un restaurante chino que hay en el Clot.

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─Dime el nombre.

─Li Xiu, o algo así. La dirección está apuntada en una libreta que llevo en un

bolsillo del pantalón.

La puerta se abre y entra nuevamente el celador silbando alegremente.

─Bueno Emilio y Rober, ¿cómo lo lleváis? Ah, mira, ¡si estás limpito como una

patena!.Tengo buenas noticias, te llevo ahora mismo a rayos. Rober, Vd. puede

esperar en la salita de aquí enfrente. En cuanto tenga noticias vengo a

informarle. Ahora me llevo al chaval,¿vale?.

─¡A toda ruedaaaa!

El buen humor del celador es francamente encomiable, entre las paredes de

este hospital que vio tiempos mejores y donde la abundancia y el optimismo de

los tiempos olímpicos no son más que un recuerdo borroso en el colectivo de

sus trabajadores. Al llegar a rayos aparca al joven delante de la ventanilla de

admisiones.

─Hola, Mª Paz, ¿te han dicho que venía con este pibe para que le reviséis las

costillas y la cabeza?. Parece que lo tiene todo un poco flojo, je, je.

─Menos guasa, Leo, y llévalo a la sala 2─responde secamente la funcionaria.

─¡Marchando!

En la sala 2 les recibe una chica morena, muy joven, ojerosa, que parece haber

empalmado una guardia con la siguiente.

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─A ver…tú eres…Emilio Giralt Sánchez, ¿no?─le pregunta sin mirar más que

al listado que lleva fijado a su carpeta con un clip y sin esperar respuesta. Pasa

aquí. ¿Te puedes mover?

─No mucho…

─Vale, Leo, ¿puedes quitarle la camiseta?. ¿Aparte de los golpes en la cabeza

y las costillas, hay algo más?. Te han dejado como un cromo….

─Bueno…me duele el tobillo derecho.

─Vale, te haremos también una radiografía del pie, que también tiene pinta de

estar roto. Leo, ayúdale a desvestirse, por favor.

En los quince minutos en que recibe órdenes de la radióloga, que de vez en

cuando entra para colocarlo con ayuda de Leo, Emilio repasa mentalmente

todos sus dolores y empieza a darse cuenta de que está más maltrecho incluso

de lo que parecía. Pide un calmante y la doctora le administra una inyección.

Muchas horas más tarde el tío Rober y Emilio abandonan el hospital con un

balance poco halagüeño: dos costillas, un brazo y el tobillo roto, además de

moratones, contusiones y un pequeño coágulo cerebral. Han pasado la noche

en un box en observación, para ver la evolución del hematoma en la cabeza. El

tío Rober lo ha mantenido despierto a base de sujetarle el móvil a su sobrino

para que pudiera escuchar música y jugar a algún juego sencillo que no

necesita demasiada destreza. El informe médico recomienda diez días de

reposo total y después un mes de paulatina incorporación a la rutina. El

traumatólogo que les ha atendido también ha preguntado si querían avisar a los

mossos para hacer la oportuna denuncia. Mientras han estado en el baño han

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acordado que resolverían la situación sin intervención de la policía, por lo que

declinan la oferta del médico. Sin ellos saberlo, no obstante, el doctor ha hecho

un informe pericial, por si finalmente cambian de opinión o por cualquier otra

circunstancia la policía decide indagar.

El tío Rober y Emilio están ahora en un taxi camino a casa del primero.

Ninguno de los dos rompe el silencio hasta que el Rober cierra tras de sí la

puerta de su casa en la C/ Pallars, después de que de nuevo un corpulento

taxista hindú le haya ayudado a Emilio a apoyarse en su brazo hasta el

ascensor.

─Bien, chaval, ya has oído al doctor. Reposo absoluto durante 10 días. Hasta

en eso tienes suerte, cabronazo, y te vas a librar de ir al instituto este tiempo.

Avisaré a la directora de que te incorporarás más tarde. Tu móvil me lo voy a

quedar yo de momento para que no haya tentaciones raras.

El tío Rober lo ha conducido hasta la habitación de invitados que Pilar ha

preparado en previsión del largo descanso que tendrá que hacer su sobrino.

Pilar le pregunta si tiene hambre y el muchacho musita brevemente:

─No, tía, gracias, no quiero comer nada. Tengo mucho sueño. Voy a dormir.

─Perfecto, ya verás cómo mañana lo ves todo diferente─le sonríe ella.

─Tío Rober, dame el móvil, no puedes hacerme eso…lo necesito…

─Ni lo sueñes chaval. De momento a dormir y mañana ya veremos el siguiente

paso.