Capítulo · 2017-05-18 · pensa, con las manos aún manchadas con la sangre de Kystennin,...

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3 Capítulo Myrddin, el loco

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CapítuloMyrddin, el loco

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A modo de preámbulo…

Este álbum es el primero de una serie que tiene como ambición llevar al cómic el ciclo artúrico primitivo, es decir, anterior a los relatos corteses de la Edad Media. Está basado fundamentalmente en textos y leyendas galesas, por lo que en la gran mayoría de los casos se han mantenido los nombres galeses,

como Myrddin para Merlín o Peredur para Perceval. Los autores, que en ningún momento pretenden hacerse pasar por los creadores originales de estas historias,

invitan a todos los que deseen ampliar sus conocimientos sobre los mitos y leyendas celtas a consultar las numerosas obras especializadas disponibles en

librerías y bibliotecas en las que ellos mismos se basaron. Por último, quieren dejar claro a los malpensados que se oponen totalmente a los que intentan recuperar el imaginario celta con fines políticos o ideológicos. Por lo que

sabemos, Arturo podría haber sido negro, amarillo o rosa con motas verdes…

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Los invasores venidos de abajo y sus incapaces emperadores se habían extinguido, envenenados

por el cáliz mortal de su arrogancia.

Eran tiempos difíciles para la isla de Bretaña y sus habitantes, los britanos,

que se llamaban a sí mismos cymry.

Una sangre que ya corría a raudales antes de su llegada: piernas,

brazos, torsos y cabezas cercenados en enfrenta-mientos con los pictos, venidos de la derecha, y los gaélicos, venidos de

detrás, que atacaban las costas britanas

por barco.

Aquí y allá florecía un

nuevo culto a un nuevo dios y su nueva trinidad

que sustituía la palabra por el

texto y el templo natural por el edificio de piedra.

Sin embargo, en el corazón y el alma de los cymry

perduraba el recuerdo de tiempos mejo- res en los que eran los amos indiscutibles de la isla, suquerida isla.

Durante un tiempo,

ese esplendor perdido renacería, y con él grandes maravillas, antes

de apagarse de nuevo.

Al comienzo de esta his-toria, ese hombre era Vortigern

Gwrtheyrn.

Pero en tiempos de guerra, los caudillos más

prestigiosos se reunían para elegir a uno de los suyos,

el más querido y el más sabio, para dirigir el ejército

britano.

Por tradición y por elección, los cymry

no tenían rey.

En su lugar habían llegado los sajones, venidos

del este, que ansiaban las tierras britanas y no pararon

hasta sentar las bases de lo que luego sería una

invasión irrefrenable que derramaría la sangre de nume-rosos guerreros

britanos.

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Antes de ser elegido, Vortigern

estaba enfren-tado con otro famoso caudi-llo llamado Kystennin.

Vortigern tenía a sus órdenes a una guardia de feroces guerreros pictos. Se había ganado su

fidelidad prometién-doles parte de las riquezas arrebata-das a los sajones

después de derrotarlos.

Dispuesto a todo con tal de encabezar el ejército britano, Vortigern ordenó a

sus pictos asesinar a su rival...

...Pero cuando estos reclamaron la recom-pensa, con las manos aún manchadas con la sangre de Kystennin, Vortigern, para su

sorpresa, los acusó.

Ante la ira de los cymry, que clamabanvenganza, los pictos no tu-vieron más

remedio que emprender la huida sin tan siquiera inten-tar aclarar la verdad.

En cuanto fue nombrado, Vortigern

llevó al ejército britano a una batalla

que se saldó con la derrota absoluta

de los ejércitos sajones.

Humillados y llenos de legítimo rencor, los pictos reunieron un

ejército y empezaron a descender por Bretaña y arrasarla a su paso.

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Vortigern temía por su vida, pues los temibles

guerreros tatuados habían jurado matarlo.

Ante la imposibilidad de apelar a los jefes y guerreros britanos sin tener que explicar la razón del odio de los pictos, Vortigern entró en pánico y con-cibió lo inconcebible.

Recurrió los sajones, el odiado enemigo,

prometiéndoles tierras en Bretaña si le

ayudaban a derrotar a los pictos.

Aceptaron rápidamente la oferta del traidor y, en cuanto aniquilaron

a los pictos, le exigieron la recompensa prometida.

A espaldas del resto de los cymry, Vortigern decidió

conceder a Hengist, su jefe, y a sus hom-bres, una tierra que pudieran rodear con una única correa.

Hengist, que era tan astuto como temido

en el combate, mandó fabricar una correa extremadamente fina

con la piel de un toro.

Con esa correa, el guerrero

consiguió cercar un gran peñasco en el que se pro-puso construir una fortaleza inexpugnable. Así fue como Vortigern se

cubrió de vergüenza y oprobio, convirtiéndose en uno de los hombres

más odiados de la isla de Bretaña y precipitando su propia caída.

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En esos tiempos convulsos, lejos de la traición de

Vortigern, tuvo lugar meses más tarde un acontecimiento

decisivo para el futuro del país.

Sucedió en algún lugar a la derecha de la isla, en una tierra cerca de los territorios pictos,

de la que el invierno se había tragado todos los colores.

¡¡Empuja!!

¡¡Otra vez!!

¡Ya viene! ¡Ya viene!

Eh… ¡Qué recién nacido tan extraño!

Era extraño, no había duda, pero ni siquiera su propia madre, que acababa de quedarse

huérfana, podía sospechar nada.

Solo sabía que el niño había nacido

sin padre y que tendría que dar explicaciones de

ello a la asamblea de los hombres.

Tras negarse a hacer público

su cuerpo, esperaba el

juicio que debía celebrarse

cuando destetara al niño.

Que era un niño insólito saltaba a la vista:

a los pocos meses ya aparentaba varias primaveras,

jamás lloraba y miraba a la gente con una insolencia incómoda.

No llores, madrecita

de Myrddin.

Mientras yo viva, ten por seguro

que nadie te hará daño.

La joven madre, asustada por tal prodigio, corrió a buscar testigos, pero el niño, que se había

autobautizado Myrddin, no tuvo a bien volver

a hablar.

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Pasaron los meses, hasta que una noche de verano fueron a buscar

a madre e hijo.

Acércate.

Y ahora, ya que te negaste

a entregarte a los que te deseaban,

explícanos el misterio del

nacimiento de este niño.

Yo… No puedo deciros más de lo que ya sabéis. Yo…

Entonces repítelo.

Queremos oírlo de tu boca.

Yo… Juro que no he conocido varón. Jamás.

Una mañana como otra cualquiera me desperté al

amanecer y estaba embarazada…

Tal vez un hombre me tomó mientras dormía sin que me

diera cuenta…

¡¡Debía de ser un hombre muy pequeño, si lo que hizo no

bastó para despertarte!!

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¡Ja, ja, ja, ja!

¿Qué pasa? ¿Acaso no

puedo reírme yo también?

¡Ja, ja, ja! ¡Sí que tiene

gracia! ¡Qué bonito

espectáculo!

¡Los guerreros de cabeza y

dedos grasien-tos y los sabios de mirada pene-trante con sus

magníficos oráculos!

¡Qué bonito espectáculo

veros ensañaros con dos seres in-significantes como

mi madre y yo!

¿Vamos a dejar que este…?

¡Silencio!

¡Conozco a mi padre mejor

que tú al tuyo, consejero sin consejo, sabio sin sabiduría!

Manda llamar a tu madre.

¡Te demostraré que no miento y

acabaremos con esta farsa!

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¿Me… me habéis

hecho llamar?

¡Acércate! Vamos…

No tengas miedo.

Mírame, madre. Y

responde a mi pregunta sin temor ni vergüenza.

¿Mi padre es realmente

mi padre?

Por supuesto,

¿a qué viene…?

¡¡Mentira!!

¡Ni hoy ni mañana dejaré que olvides el día en el que llenaste un

cesto de avellanas!

Te acuerdas, ¿verdad? Viste a los salmones saltar en el río y tus ojos se cruzaron con los de un hombre que volvía

de caza con la espalda arqueada bajo la carne y las pieles.

Dime, vieja, ¿quieres que siga desgranando los

recuerdos de ese día?

¡Hijo! ¡¡Hijo!! ¿Podrás perdonar

algún día mi debilidad?

¿Ese… ese niño dice la verdad?

Sí, y quiero morir mil veces ahora que la vergüenza cae sobre nosotros.

Así fue como la intervención del niño Myrddin permitió a su madre y a él salir de allí libres e ilesos.

Y mientras el pequeño caminaba a su lado

canturreando, su madre no sabía a qué sentimiento entregarse; si al amor o al miedo que le inspiraba.

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Pasó el tiempo y, en solo tres años, Myrddin alcanzó prácticamente la estatura

de un adulto.

Un guerrero llamado Morvryn, que no tenía miedo del niño y que había enviudado el

invierno después de que este naciera,

ofreció a la madre de Myrddin ser su concubina.

La joven aceptó sin dudarlo y

al otoño si-guiente nació una niña sana

y hermosa a la que

sus padres llamaron Gwendydd.

A Myrddin le encantaba

cuidar de su hermanita, igual que disfrutaba ayudando a su madre o

acompañando a Morvryn a cazar.

Pero, por encima de todo amaba

la soledad, de la que le gustaba

disponer a su antojo.

Algunas noches desaparecía y no volvía hasta el día

siguiente, o varios días des-pués o, en raras ocasiones, algunas semanas más tarde.

Aunque la gente del clan, como todos los cymry, lo respetaba como respetaba

a todos aquellos cuya alma parecía habitada por lo invisible, murmuraban a sus espaldas

y emitían todo tipo de teorías sobre él.

Algunos contaban que desaparecía en lo más profundo de los bosques

más profundos para encontrar en sus

tinieblas los secre-tos perdidos de la antigüedad.

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Otros juraban haberlo visto dar órdenes a los animales salvajes,

y hasta conversar con ellos en una lengua incomprensible.

Incluso les gustaba decir que se convertía en uno de ellos cuando desaparecía de repente en las noches

en las que la luna era redonda y luminosa.

Otros lo veían como un ser

maléfico venido de otro mundo y

contaban a quienes les escucharan

que robaba recién nacidos de los clanes vecinos

para alimentarse de su sangre y su carne.

Pero, dijeran lo que dijeran, Myrddin era tan temido como respetado.

Temido porque no se mordía la lengua y le gustaba dejar

caer palabras llenas de malicia e insinuaciones cuando se encontraba

frente a una persona cuya conciencia no estaba libre de mácula.

Y respetado porque, a pesar de esos

pequeños actos de malicia, no dudaba en ayudar

a todo aquel que pareciera necesitarlo.

Susurraba al oído, dando valiosos consejos

aquí y allá, y de esta forma una madre podía curar a su hijo de unas

malas fiebres…

…o el cazador volvía con la espalda encorvada por el peso de un gran venado ensangrentado.

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Los cymry finalmente se enteraron de la traición

de Vortigern y del establecimiento de Hengist y los suyos

en su fortaleza.

Muchos se pusieron furiosos y quisieron

tomar las armas para expulsar al tirano y

los sajones, mientras que otros, también

numerosos, preferían la paz mientras la amenaza invasora

no fuera acuciante.

Hengist decidió invitar a los trescientos jefes cymry más

poderosos a un gran banquete para sellar la paz.

Estos aceptaron de buen grado la invitación y, desde toda Bretaña,

acudieron con sus mejores galas a lomos de sus mejores caballos a la

fortaleza construida por los sajones en la roca

cedida por Vortigern.

Hengist de la barba trenzada los recibió

con los brazos abiertos en la llanura frente a las fortificaciones.

Como venían a celebrar la paz, los guerreros

dejaron sus armas antes de acudir al banquete celebrado en su honor.

Mientras la carne se guisaba

en numerosos calderos, se

sentaron en un inmenso círculo. Cada jefe britano

tenía al lado a un sajón.

La noche cayó lentamente sobre la llanura mientras los cymry se llenaban el

estómago alegremente con carne y cerveza.

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