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172 MURALLAS MANCHADAS DE OLVIDO Poetajc Aquellas murallas siempre me hacían que me detuviera para contemplarlas, para aspirar el aroma de aquellos guerreros que la defendieron hasta la muerte. Con sangre y arena, con coraje y sudor. Una armadura cubriendo sus heroicos cuerpos, una fe inquebrantable para sentir el peso del deber y una espada para luchar hasta el final por su rey y su ciudad. Sin importarles sus vidas, sin importarles el tiempo, solo el juramento que hicieron con su acero al arrodillarse inclinados a los pies de su amo y señor. Sus esbeltas e imponentes torres de gigantes oteando el horizonte, una al lado de la otra como centinelas mudos de la historia, siempre alerta por si el enemigo estuviera pensando en escalarlas. Por si un ejército de hombres armados hasta los dientes planeara penetrarla y arrancarles su piel de roca con algún artilugio macabro. Sentí el ruido de las piedras golpeando las murallas con catapultas y torres de asedio que se iban acercando poco a poco hasta alcanzar los muros. Miles de hombres con espadas y flechas estaban preparados para conquistar aquel lugar inexpugnable. La lucha se había desatado sin cuartel, un dios se había quedado rezando fuera y otro dentro encendía velas postrado en el altar. Desde las murallas centenares de flechas salían disparadas hacia el enemigo con su extremo ardiendo, que, apostado a los pies del castillo, se protegía levantando sus escudos y otros eran atravesados como mantequilla por puntas afiladas. La tarde se estaba fundiendo en la noche, destapando el silencio de quejidos que se llevaba el viento. Un reguero de bultos caídos que tapaba las sombras y el vasto verde de aquel paisaje donde el infierno parecía haberse puesto sus botas negras y un manto rojo que lo iba cubriendo todo. La victoria no estaba clara… Pero sí era patente que las murallas no habían cedido ni un ápice de su enclave. Solo me pregunto cuánto tiempo aguantarán en pie para seguir sintiendo esta pasión que me hace soñar despierto.

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MURALLAS MANCHADAS DE OLVIDO

Poetajc

Aquellas murallas siempre me hacían que me detuviera para contemplarlas, para aspirar el aroma de aquellos guerreros que la defendieron hasta la muerte. Con sangre y arena, con coraje y sudor. Una armadura cubriendo sus heroicos cuerpos, una fe inquebrantable para sentir el peso del deber y una espada para luchar hasta el final por su rey y su ciudad. Sin importarles sus vidas, sin importarles el tiempo, solo el juramento que hicieron con su acero al arrodillarse inclinados a los pies de su amo y señor.

Sus esbeltas e imponentes torres de gigantes oteando el horizonte, una al lado de la otra como centinelas mudos de la historia, siempre alerta por si el enemigo estuviera pensando en escalarlas. Por si un ejército de hombres armados hasta los dientes planeara penetrarla y arrancarles su piel de roca con algún artilugio macabro.

Sentí el ruido de las piedras golpeando las murallas con catapultas y torres de asedio que se iban acercando poco a poco hasta alcanzar los muros. Miles de hombres con espadas y flechas estaban preparados para conquistar aquel lugar inexpugnable. La lucha se había desatado sin cuartel, un dios se había quedado rezando fuera y otro dentro encendía velas postrado en el altar.

Desde las murallas centenares de flechas salían disparadas hacia el enemigo con su extremo ardiendo, que, apostado a los pies del castillo, se protegía levantando sus escudos y otros eran atravesados como mantequilla por puntas afiladas.

La tarde se estaba fundiendo en la noche, destapando el silencio de quejidos que se llevaba el viento. Un reguero de bultos caídos que tapaba las sombras y el vasto verde de aquel paisaje donde el infierno parecía haberse puesto sus botas negras y un manto rojo que lo iba cubriendo todo.

La victoria no estaba clara… Pero sí era patente que las murallas no habían cedido ni un ápice de su enclave.

Solo me pregunto cuánto tiempo aguantarán en pie para seguir sintiendo esta pasión que me hace soñar despierto.

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CASA

María Villaverde Alfonso

Cada vez que regreso a ti me siento renacer. Comienzo a vibrar, tal que debió hacer Santa Teresa intramuros en sus momentos de éxtasis más intensos.

Recorro tus calles, me paro en cada uno de los nueve arcos. Toco con mis manos la fría piedra y las alzo al cielo porque aquí me encuentro más cerca de tocarlo que nunca.

Tú sabes a qué me refiero. Me conoces bien. Me crié con otros chiquillos entre tus abrazos de nieve y tus tardes veraniegas de sol abrasador.

Y fui feliz. Osada y feliz. Como cuando burlando a la muerte vadeábamos los ríos de esa manera inconsciente que tan solo sientes cuando eres un niño.

Viví en tu seno hasta que desde tus almenas me lanzó Cupido una flecha certera; enamorándome así de aquel dulce extranjero que te visitaba. E hice el equipaje para volar con él allende tus fronteras.

Pero tú, tú me abrigaste la infancia con tu muralla.

Fuiste mi lugar seguro. Ése que llamo casa.

Y eso, eso no tiene precio.

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CAMBIO DE PASIÓN

Late

Había quedado con ella en una taberna de la calle Vallespín en la que,una década antes, cuando éramos estudiantes, nos reuníamos para hablar sobre lo humano y lo divino, confrontando casi siempre en torno al dominio de lo racional sobre lo pasional. En aquellas tardes de cafés y palabras, soñábamos también con tomar el palacio de invierno. Lucía era sólida en sus argumentaciones, y combinaba muy bien calidez y vehemencia. Yo disfrutaba provocándola, y ella me respondía: “… sé por dónde vas, pero no lo vas a conseguir”.

Hace unos días me enteré que venía a dar una conferencia sobre “Los consejos de Schopenhauer para vencer a las pasiones”. La llamé para quedar en “nuestro” bar y recordar viejos tiempos.

La taberna había cambiado, ya no tenía el encanto de entonces. Estaba abarrotada de bulliciosos turistas italianos, no cabía un alfiler. Nos sentamos en la única mesa que quedaba libre, de dimensiones diminutas.

—lo que no entiendo es porqué te has especializado en Schopenhauer, un filósofo engreído, iracundo, solipsista y misógino.

Otro grupo de turistas japoneses entró en el bar como un tornado.

—Lo elegí porque su pensamiento ayuda a controlar las emociones y los deseos.

—¡No me digas que te has convertido en una filósofa de clausura!

El empuje de los cuerpos sobre nuestra espalda provocó que nuestras piernas se acoplaran como un sándwich.

—Oh!

—Lo siento, ha sido involuntario. La estrechez….

El encuentro fue largo. Nuestro deseo fue creciendo en la misma medida en que nuestras piernas se rozaban.

¿Te vienes a mi casa antes de dar la conferencia?

—Sé por dónde vas, … ¡pero esta vez lo has conseguido!

-—No, han sido los japoneses.

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EL MANUAL

Marco Pinedo

—Con eso concluimos la homilía de hoy —El sacerdote cerró el libro—. Y recuerden siempre el mensaje más importante que nos dejó el Señor Jesucristo a través de su pasión: Amen a Dios y a su palabra; amen a sus enemigos y al prójimo; y ámense los unos a los otros como a ustedes mismos —Quitó su caja bajo el podio—. Que tengan un buen fin de semana y no olviden llevar sus manuales anti-maricas.

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DEJAR ÁVILA

Marco Pinedo

No había manera de consolarlo. Jamás entenderían lo que se sentía dejar sus calles, sus yemas, su gente, sus yemas, sus vistas y, por supuesto, sus yemas. Lo habían extirpado del vientre de su madre. Le habían cortado el cordón umbilical.

—¿Qué podemos hacer para que te sientas como en casa? —le preguntaron, exhaustos, al resolver que nada servía.

—Traigan las piedras y preparen el fuego—respondió—. Necesitamos dos kilómetros de murallas, nueve entradas y un chuletón.

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LA NOCHE

Estela Saguier

Pasó por la entrada, la misma por la que su padre lo había traído décadas atrás. Caminó un poco más y cruzó por la casa de Doña Lucinda, donde jugaba al trompo con el pequeño Martín y robaba mandarinas por las tardes. Para allá, la esquina en la que había dado su primer beso, que recordaba como si hubiera sido esa misma noche; al cabo de algunas cuadras, el local en el que se había desempeñado casi toda su vida como un humilde contador. ¿Quién pensaría que lo recordaría todo tan bien? Unas calles por aquí, su esposa daba a luz en la casa de su suegra. Unas calles por allá, su hija daba a luz en la casa de su madre. En una esquina enseñaba a su nieto a caminar; en la otra, lo cargaba él a cuestas.

—Un hombre mayor no debe andar solo a estas horas —le llegó la voz de un extraño desde atrás.

—Tienes razón —respondió el otro—. Ya casi amanece.

Y con eso, al despuntar el alba, volvió a su tumba para dormir un año más.

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ADULTERIO

Estela Saguier

Me encontró con ella en la oficina, justo después del almuerzo. Traté de explicarlo, pero la verdad es que me descubrió in fraganti. Era la tercera vez que la engañaba; ¿qué le podía decir? No había manera de resistir sus curvas, su tacto, su esencia por las noches.

—Es ella o yo —dijo la pobre, finalmente.

Y con el perdón de los santos, escogí a la yema.

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BUEN CLIENTE

Francisco Acevedo

—Quiero veinte cajas de yemas, nueve barcos de judiones, siete platos de chuletón y tres de patatas revolconas.

—Pero ¿dónde es la fiesta? —El empleado abrió bien los ojos—. ¿Quiere que se lo llevemos a algún lugar, señor?

—No —replicó el otro—. Comeré aquí.

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LA MÁQUINA DEL TIEMPO

Francisco Acevedo

Vio una cruz, una copa, un castillo. Vio una batalla lejana, un bosque oscuro, un trono perdido. Vio catapultas y honores y estrellas y colores; la sangre y la espada; el barco, el yelmo, el reloj de arena.

—Se hace tarde —notó el niño.

Y bajó de la muralla.

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¡MI NOCHE!

Sr Sparcio

La mejor manera de no perder su rastro es seguir corriendo.

Pasa la muralla de Ávila, la necesidad de alcanzarla se vuelve una afición casi demente, estoy tras de ella, está cerca. Lo intuyo.

Luz con grises y tristes nubes sobre nosotros.

Comienza a llover. Preocupado me detengo, todo apestara a humedad pronto… sus huellas se perderán entre el fango.

Y así me pierdo. Buscándolas.

No creo, que me espere… aunque lo hiciera. No sé hacia dónde ir, corro, la ansiedad llena la visión, cada vez más furioso avanzo hasta que llego al límite, el cuerpo está a punto de colapsar, la calma la deje atrás, la arranque de mí y paso entre los árboles buscándola, ¡Pasara rápido la noche!

Me hundo por un momento en el fango, la furia finalmente cede, me rindo.

Pero la hermosa luna, aparece para mí… su pálida figura apenas es notable ¡Alegre la veo! entre el claro del bosque.

Bajo aquella aura, se vuelve un extraño baldío sin fin. Corro por ella, cada vez más feliz.

¡Te encontré!

Cuando me ve, carezco de nombre.

Desfigurado su rostro por la angustia…

Él querría besarla…

¡¿Besos?!

¡Me burlo de los besos!

Primera mordida: Cuello… instantánea. Letal.

¡Mi luna sigue iluminándola inerte! mientras se acaban todas sus partes...

Las campanadas de la catedral lastiman el tímpano de súbito, dejo a un lado el ansia por ella…

Recuerdo que el hombre recuperara su forma, su nombre.

Mañana cuando despierte con su sangre…

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O la busque o cuando la encuentren y le digan que su esposa fue encontrada destrozada en el bosque…

Morirá.

Cuando sepa quién lo hizo. ¡Su parte inútil morirá!

Sigo devorando… ¿Es solo su ropa empapada que se confunde con piel?... ¿carne? Devorando.

No importa el patético hombre. Es… ¡Mi noche! llego mi momento, pronto seremos uno solo.

El lobo El hombre.

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DIABETES EN GRADO DE ASESINATO

Milindres de la Fuente

La gente pensaba que era por las yemas, pero lo que no sabían es que su auténtica pasión eran las monjas.

Quince kilos llevaba ya engordados en el último año de tanto ir al convento de las Gordillas.

Y es que cada vez que giraba el torno le embriagaba la extraña emoción de intentar, aunque sea por un segundo, ver a aquellas mujeres misteriosas, con sus identidades secretas, uniformadas, como si de unas superheroínas se trataran.

En ésta ciudad con olor a Varón Dandy y pipas en el suelo, lo más estimulante era el misterio que se desprendía de la clausura. Tal vez los conventos fueran un centro de entrenamiento de la CIA, y las monjas, espías entrenadas para liquidar a satanás en todo el mundo…

Y allí estaba él, disfrazado de cura para comprobarlo.

Picó nervioso la ventanilla. Una. Dos. Tres veces… y esperó respuesta.

—Buenos días padre. — La emoción brotaba en él como el agua de La Sierpe, irregular y cuando le da la gana.

Su ágil mente cayo rápido en la cuenta que no iba a resultar tan sencillo entrar como parecía, y más sin saber el santo y seña que la hábil discípula de Dios le reclamaba.

—Ehhhh…Sin pecado concebida hija, sin pecado concebida…—Exclamó dubitativo.

—Viene usted pronto padre, aún no está todo preparado.

—¡Y con su espíritu! —Apresuró a decir envalentonado porque la estrategia parecía funcionar.

De repente, el crujir de la madera despertó en él una emoción punzante e indescriptible. A medida que la puerta se abría su tez se volvió pálida.

Una luz cegadora le envolvió como si del cielo se tratase y dejando atrás vida y preocupaciones se dejó llevar por el éxtasis…

Cuando llegó el 112 no pudieron hacer nada por él. Cerraron la bolsa del cadáver ocultando la fría sonrisa de su cara, la que ocultaba el más grande secreto de la humanidad. Por fin descubrió que hay detrás de ese misterioso torno.

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PARECIDOS RAZONABLES

Simón Sastre

Esa noche, después de revisar otra vez el informe médico, supo por primera vez en su vida cómo debía pintar el cuadro. Y en cada pincelada fue perfilando entonces el límite exacto del tiempo que se destierra: ahí estaba la precisa caligrafía de ciertos atardeceres desgranados entre besos ante la mirada de estatuas pensativas en el Jardín del Rastro. Y cómo la consistencia milenaria de la ciudad formaba los abrazos con los que se protegían cada vez que temblaban de frío. Estableció de ocres la melodía paciente de campanadas que cubrían los versos con los que ahuyentaba su tristeza. Reconstruyó calles adoquinadas hambrientas de sus huellas girando en un baile interminable que la nieve cubría avergonzada. Con manos nerviosas de grises, dispersó el silencio intolerable que se extendía como una fiebre sobre todos los rostros perpetuados que fueron el público callado de cada sueño al que regresaban, de cada revelación. Y dibujó muy despacio el temblor de su piel sobre lechos extensos como navíos, cuando cada latido no era sino deriva y olvido.

—Ya he terminado —dijo.

Ella se levantó del sofá vistiéndose con una bata de seda y se acercó, maravillosamente lenta y sonriente, con sus pasos tan leves como el sueño inquieto de un ángel; y contempló largo rato el lienzo.

—Nunca me has pintado tan guapa como hoy —dijo pensativa, acariciándole el pelo, como cada día de los últimos treinta y cinco años.

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PASIÓN ÉPICA

Carlos Torres Martín de San Pablo

Yo era viejo y seguía los pasos de Conan, tú eras joven y retratabas con tus pinceles Juego de Tronos en tus láminas.

Tú miraste mi viejo libro con sus fotos en blanco y negro, yo tu tablet que superponía las escenas de la serie a la muralla que pintabas.

En aquellas murallas sin tiempo, hubo una pasión no soñada. Para las almas iguales, sobraban las palabras. Yo sabía que tenía que ser en Ávila.

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LA DESHONRADA

Gabriela Blanca Fernández Rosman

Por las nueve puertas pasé casi desnuda, mis cabellos rasgados por la furia de tus uñas, deambulando extramuros tu corazón de piedra, mi mirada helada de granito intentando detener tu cobardía de caballero, desterrado por el amor de aquella intrusa.

Nadie escuchó la fuga, ni torreones ni colmenas espiaron de soslayo. Solamente la noche fue testigo y alguno que otro clérigo de paso. Regresé mis pasos a la puerta de las Leales y como loba herida salí a buscarte, no importaba dónde, ni cuándo, ni aquí, ni ahora, ni nunca.

Nadie te había visto, sólo en la puerta de la Mala dicha quedó el recuerdo del último beso que me diste y te vi partir.

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EDELMIRO Y LAS YEMAS

Amel

Edelmiro llevaba años lejos de Ávila, vivió la mayor parte de su vida en Iberoamérica soñando cada día con su pasión, las “Yemas de Santa Teresa”. Su familia le mandaba a veces una caja de yemas, cuando llegaba a su poder, se parecía más a una tortilla que a las yemas que esperaba.

Con el tiempo sus familiares fueron dejando Ávila, eran los tiempos más duros de la posguerra. Unos emigraban a Madrid, otros emigraban más lejos, buscando la compañía de Teresa de Jesús en el cielo. Todas estas desgracias de la vida, en realidad avatares del destino, hicieron que nadie le mandara yemas.

Pasaron los años y Edelmiro llegó a edades en que la añoranza por su ciudad le impulsó a vender sus negocios y volver a España. No le fueron mal las cosas y se aseguró la vejez.

Al llegar a Ávila, un frio que ya no era recordado por Edelmiro lo indispuso.

No tenía ningún familiar conocido y a los desconocidos, pues eso, los desconocía. Se alojó en un hotel fuera de las murallas, solo pensaba en llegarse a “Las Yemas de Ávila” para comerse las que tenía pendientes hacía tantos años.

Pese a su malestar, no todo lo abrigado que su ciudad exigía, marchó a satisfacer su pasión.

En el camino, si estaba indispuesto, se indispuso más.

Al llegar a la “Plaza Mayor”, sus ojos buscaron la tienda, se acercó con devoción de penitente, entró, después de santiguarse y compró diez cajas de las más grandes. “Para regalar”, dijo ante el asombro de las empleadas.

Regresó al hotel, el frio arreciaba, pero en el hotel se sintió mejor.

En su habitación, tendido sobre la cama, rodeado por cajas vacías de yemas, lo encontraron las camareras de piso.

El doctor certificó su fallecimiento. Por los síntomas parece que murió por un coma diabético.

Edelmiro sació su pasión y decidió que ya no valía la pena vivir. Pero quizás fue el destino quien decidió por él.

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NOCHE DE RONDA

Tania N.

—Pásame la sal.

—¿Qué?

—Que si tienes las llaves del coche.

—Cariño ya no sabes ni lo que dices— le dijo su mujer sonriendo mientras cogía del mueble de la entrada un manojo de llaves.

La falta de sueño estaba empezando a pasar factura. Eran demasiadas noches en vela, demasiadas noches dando vueltas alrededor de la muralla esperando a que la niña se durmiera. Porque si algo tiene bueno el empedrado de Ávila es que es terriblemente efectivo para dormir a bebes insomnes.

Era la cuarta noche seguida que les tocaba salir de madrugada. La media solían ser siete vueltas a la muralla y en ese trayecto, que se antojaba infinito, se cruzaban una y otra vez con los mismos coches: la ranchera azul, el Mercedes negro, el Xsara plateado…

Parecía que la ciudad por la noche se tornaba en una realidad paralela de padres en pijama y con ojeras, dando vueltas en coche esperando a que sus vástagos se durmieran.

—Parece que se ha dormido.

—Solo llevamos 5 vueltas. Yo daría otras dos más para asegurarnos, no vaya a ser que nos toque volver a salir.

—Como quieras, tú conduces, a mi se me están cerrando los ojos.

—Venga damos una más y a casa.

No tenían fuerzas ni para hablar, había que disfrutar del momento de paz que ofrecía la ausencia de llanto del bebe. Llegaron a casa, aparcaron en el mismo sitio de antes, cogieron todos los bártulos, arroparon a la niña y avanzaron hasta la puerta. Por fin iban a poder dormir.

Sigilosos como gatos entraron, cerraron la puerta, dejaron las llaves en el mueble de la entrada, a la niña dormida y se quitaron los abrigos. Sonó un gruñidito. En la oscuridad de la casa buscaron sus miradas sabiendo lo que se avecinaba; un llanto rasgó de nuevo la tranquilidad del hogar.

Estaba claro que la paternidad era apasionante pero también agotadora…

—Cogeré las llaves.

—Y yo los abrigos.

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CAMINEMOS …

Juan José Rodríguez Bragado

—¡Vamos, no necesitamos nada más!

Y con esas alegres palabras despachó los intentos de su hermano por frenar tan loca iniciativa.

Después de repasar los precarios mapas, y hacer acopio de todas las esperanzas de un futuro mejor, pusieron rumbo y dirección hacia su destino. Apenas llevaban nada. Unos mendrugos, poco más. Quizás el ímpetu les hizo descuidar esa parte del viaje, pero allá donde se dirigían no les hacía falta nada, solo su arrojo y su firme convicción.

Mientras caminaban calle abajo, ella no paraba de evocar tiempos mejores. Parecía que algo moviera su boca en un afán inefable de transmitir algo que una persona de su edad difícilmente entendería. Su hermano, cabizbajo, miraba el suelo pensando una y otra vez que no era buena idea. Ni esa, ni muchas otras que día tras día colmaban de fantasía sus sueños. Pero no iba a abandonarla, no ahora que la decisión ya estaba tomada.

No es extraño pensar que existen razones para no realizar tal acto, pero el caos es una pasión difícilmente refrenable en la mente de un chiquillo. Total, un pequeño esfuerzo que encumbra una obra mayor, así se construye el relato de la historia.

Mantuvieron el paso hasta pasado el molino, más allá del río. Giraron la cabeza atrás con la certeza de que no volverían nunca más, pero también, que nunca se irían del todo de esos muros.

Se agarraron a la enorme cruz que vigilaba la ciudad, un recuerdo de tiempos negros de enfermedad y deshonra. Cuando la soltaron uno sintió pena, la otra regocijo.

Sin mediar palabra dejaron la ciudad a sus espaldas con la intención de viajar más lejos que nadie. Solo de esa manera llegarían a todos los corazones del mundo.

Atrás dejaban una vida mísera y un lejano ruido de caballos que se acercaban a buen ritmo.

Para cuando Teresa y Rodrigo quisieron escuchar sus nombres de la boca de su tío, su aventura, ya se había transformado en historia.

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1873

Fernando Delgado Jiménez

Nunca nadie sabrá lo que pasó en mil ochocientos setenta y tres. Miro y siento tan largo el tiempo de ese año grabado en piedra, bajo el acceso enrejado a la muralla de la ciudad, tan insalvable como el soñado camino a tu habitación, que presiento escuchando la música sedosa, una canción de Vetusta Morla, que suena en la cafetería palaciega del rincón sonrosado del otro lado de la calle, a la sombra del cedro gigante, verde y podado, madera para lanzas, arcos, escalas y escudos, casi todo insignificante en este tiempo de verano, de persianas bajadas, gafas de sol, aromas en la piel, aire caliente, tu rostro, y tu rostro, aunque aquí, en este año escrito para siempre, crezca entre las piedras la hierba, de tanto esperar y esperarte, y buscarte, entre terrazas y humidificadores y largos tragos de cerveza fría y humo de cigarrillos impregnados de tonos de carmín entre los que no encontré el tuyo, el color exacto, el sabor exacto, el lugar exacto, que tus labios hubieran manchado y, entonces, el helado se derritiera sobre el mantel de papel, como tu vestido, en mil ochocientos setenta y tres. Fue ahí, bajo la inscripción, junto a la fuente. Nadie sabrá lo que pasó, antes en la discoteca Amadeus, y luego aquí, con el año como testigo, al lado de tu casa, nadie lo sabrá, salvo tú y yo. Y sigo donde me dejaste, junto al año grabado, con la corona y el rastro de carmín con las letras de tu nombre escrito también. Si te vuelvo a ver, no te lo contaré, ni siquiera recordaré conocerte, aunque no olvidaré lo que pasó donde tú sabes, en el año en el que se besan los amantes, junto a la Puerta de San Vicente, aunque, seguro, nos verían desde el espacio, la dulce luz de las estrellas nos iluminó, la sombra de nuestros cuerpos, un paisaje dibujado, mi cabeza en tu hombro también, para siempre, en mil ochocientos setenta y tres.

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ESCUCHAR AL CORAZÓN

C.R.Toska

Jesús empujaba la silla de ruedas de su abuelo Francisco rumbo a la plaza de la Catedral. Hoy iba a contarle la noticia a su abuelo. Aunque no sabía cómo plantear el tema. Como cada domingo, abuelo y nieto salían a dar una vuelta. Francisco era un poco cascarrabias y le costaba entender la vida de su nieto. Jesús solía evitar temas complicados y aunque quería mucho a su abuelo no disfrutaba mucho de estas salidas. Pero así contentaba a sus padres.

—Tu padre me ha dicho que querías contarme algo.

—Ah, sí. Claro, veras yo...—No le salían las palabras a Jesús. Su padre se había llevado un buen disgusto. Su abuelo había sido médico, y luego su padre. Se esperaba de Jesús que continuarán con la tradición familiar y algún día llevase la consulta.

—Me estas asustando muchacho. ¿Qué sucede?

—Veras abuelo. No voy a seguir estudiando medicina. Voy a hacer una carrera de letras. Algún día quiero ser escritor.

—¿Escritor? —La fina línea que se había dibujado en la boca de su abuelo cambió por una expresión de sorpresa. —¿Eso es lo que quieres hacer?

—Si. Quiero que mis palabras hagan pensar, reír o llorar. Quiero que la gente sienta la dureza de estos adoquines o vea la majestuosa muralla estando a miles de kilómetros de distancia. Que los límites solo vengan impuestos por la imaginación. En definitiva... he encontrado mi pasión.

Por primera vez en la vida, Francisco vio madurez y sentido común en las palabras de su nieto. Y por primera vez, estuvo orgulloso de la decisión de Jesús. A partir de ese día, Jesús y Francisco empezaron a disfrutar del tiempo que compartían. Jesús le leía pequeños fragmentos de textos que él mismo escribía y de otros grandes autores a los que admiraba.

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ODISEA 3001

C.B. Encinas

Cerebro 10003 cerró la conexión y dio por finalizada su sesión de supervisión de macrobases de datos, además de la monitorización de post de escritores automáticos.

Tenía derecho a una revitalización por fluidos en su corteza y a un paseo virtual. Descanso merecido.

Tras alimentarse, activó los hologramas que le situaron directamente en la Puerta del Alcázar.

< El frío le azotó la cara, aquella de la que se había despojado por propia voluntad junto a todo su cuerpo en 2074. Giró a la derecha y caminó por el Rastro durante un rato, donde saludó a sus antiguos conocidos, ahora ya casi todos muertos; sus pasos se detuvieron, se inclinó sobre una barandilla y quiso vislumbrar allá a lo lejos la carretera al Tiemblo, su pueblo natal, que le traía tantos recuerdos. Para quitarse el mal sabor de su hipotética boca decidió tomarse un café en una terraza a pesar del viento. Añoraba compartir una taza con su único hijo, que en misión de reconocimiento extraterrenal sin retorno cierto, no había contactado desde hacía tres años…>

Proceso concluido, reiniciando sistema, modo trabajo. Veinticuatro horas para su siguiente vivificante paseo por Ávila.

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UNA NOCHE

Miguel Costa

Ocurrió una noche, cuando dos viajeros caminaban bajo las estrellas, que la luz refulgente de la Luna acarició con sus rayos plateados las altas murallas de la ciudad y sus asombrosos torreones. Ambos contemplaron con pasión aquel mágico espectáculo, como dos amantes entre las suaves sábanas de un fogoso lecho al alba.

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SILENCIOS

Cromosoma # 21

En las calles no se escucha ni como fue ni por qué, el murmullo del viento parece lamentarse, todos miran desde los balcones, pero nadie quiere ver lo que en realidad sucede, nadie quiere salir a untarse la ropa y menos las manos de una sangre que no viene de su linaje o no lleva algo de sus nombres.

Los bosques son testigos encubiertos de lamentos estremecedores, de lágrimas mudas que se derramaron en esa tierra dejándola maldita.

Las mujeres caminan más rápido de lo normal, ya no saben de qué color es el cielo al anochecer, porque las sombras están atentas para en un descuido desnudarlas, para arrancarles sin piedad su poca fe.

El día se traga a bocanadas los rostros, las gentes se lavan la memoria cada vez que la maldad amenaza con la muerte y las calles solo cosechan para sí una cantidad innumerable de pájaros desolados.

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RETRASO EN EL VUELO

Cromosoma # 21

Siente la garganta pesada, seca, demasiado agria, un tanto estrecha; tiene los huesos de las palabras ciertas, pero nunca ni siquiera musitadas amurallando el miedo que se atoró en su pecho.

El silencio es la zona de confort de la mujer que se mece en el antejardín de su casa, esa que con cada pájaro entrometido dice mandar lejos cada recuerdo que quiere atormentarla. Pero miente, sus lágrimas le hacen escribir de nuevo ese nombre tantas veces musitado.

La soledad es el único espacio que ahora desea, beber ese vino barato y mojar sus viejas sábanas con su sexo húmedo a consecuencia de un buen sueño.

No sabe cómo definirse. Aún no sabe entre cuál de sus dos vidas escoger.

Tiene el alma rota, no sabe en qué parte de esa historia inventada se atoró, cómo deshacerse de eso que tal vez nunca tuvo, cómo ser alguien, si ni siquiera encuentra sus raíces.

Hoy está angustiada, ni aquí ni allá logra encontrar el porqué de esas tinieblas forzadas en una que otra época del año, no sabe quién es ella, qué hace en ese jardín, con ese pan en las manos, esperando esas aves que quizá ya jamás volverán.

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MATCH

Bluth

Ella me dijo que tenía veintiséis, yo no le confesé que peso casi cien kilos. El restaurante junto a la muralla en el que nos citamos era, en realidad, una cervecería. Yo fingí no ver sus canas, y ella disimuló ante mi mal aliento. Charlamos de trivialidades. Tienes una voz preciosa, mentí yo. Me encantan tus manos, susurró ella tomando entre las suyas mi rolliza colección de dedos. No se llamaba Clara ni yo Fernando, pero la urgencia del deseo aplazado pudo más, y antes de la medianoche ya nos dirigíamos hacia el hotel con el que fantaseábamos en el chat, convertido en esta parte de la existencia en una pensión de veinte euros por cama, ínfima y maloliente, a las afueras de Ávila. La madrugada de sexo salvaje que nos prometimos quedó reducida a diez minutos de sudor excesivo y jadeos torpes. Estás hecho un semental, gritó ella con voz impostada. Todo su cuerpo sabía a colonia barata, y en su mano izquierda se podía adivinar la huella reciente de un anillo. Nos vestimos en silencio. Al otro lado de la pared se escuchaban gemidos profundos.

—Quedaremos otro día, ¿no? – pregunté por compromiso.

—Por supuesto – respondió ella, agachando sus ojos tristes.

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SOLO LE PIDO A DIOS

José Ávila

Soy Vicente Aparicio, administrador de la catedral de Ávila, así comenzaba una carta a mi nombre que llegó al buzón de mis padres en Barcelona.

No sé si usted recordará haber paseado por el interior de este templo sagrado, sí, estuve de niño veraneando. Bajo la capilla de San Nicolás hay una rareza arquitectónica que nunca me pasó desapercibida, y veo que a usted tampoco. Justo a ras de suelo, en la escalera de caracol, identifiqué lo que al principio pensé era una vulgar grieta entre dos sillares.

¿Jose, es importante? Gritó mi madre desde la cocina, no, respondí en voz alta; no estoy seguro murmuré.

El agujero era en realidad una saetera fuera de lugar delatando una estancia secreta que coincidiría con el relato de algunas leyendas que han adornado de misterio esta joya medieval. Pues bien, estaba en lo cierto y se ha podido verificar la existencia de un pasadizo de más de diez metros que comunicaba la capilla con el antiguo Palacio Episcopal.

¿Adivina qué tiene que ver con usted lo que acabo de explicar? Pues no...

Fui el primero en acceder a esa estancia olvidada, encontrando un espacio húmedo y oscuro lleno de telarañas, salvo un papel doblado con descuido a los pies de la saetera en su cara interior. ¿Sabe de qué le hablo? Se me encogió el estómago recordando aquel niño que improvisó un mensaje de amor secreto. Treinta años después volví a sentir aquella misma emoción cuando rogaba por un amor no correspondido, salí del comedor ruborizado esquivando la mirada de mi mujer.

No he querido adjuntarle la nota que encontré con su nombre y dirección con la petición que le hacía usted a Dios, por cuidado que pudiera caer en manos ajenas. Como quiera que no me encuentro bien de salud, le ruego se ponga en contacto conmigo a la mayor brevedad para hacerle entrega del mensaje, deseando que en el paso del tiempo su ruego se haya visto satisfecho.

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NARCISO RODRÍGUEZ, NOMBRE DE PERFUME

Alfredo Vázquez Oliveira

Siempre he sido un tipo infeliz. Extremadamente taciturno, solitario y desprovisto de toda pasión. Si a todo esto sumamos mi escaso atractivo físico, háganse ustedes una idea de cómo puede ser mi vida. La época menos infeliz y la única vez que sentí nacer en mí un fogoso arrebato de apetitos y de pasiones fue la del Servicio Militar. Me destinaron a Ávila y por una de esas casualidades de la vida me ascendieron al grado de suboficial. En las noches de verano me dejaba caer por su zona de vinos. Ataviado con el uniforme de paseo recorría los locales en busca de alguna aventura. De algo extraordinario que me apartase de la rutina.

En uno de tantos bares de la Plaza del Mercado Chico la conocí. Era bailarina, morena con rizos de azabache, exuberante en sus formas y con una sonrisa tan blanca que en su boca nunca se ponía el sol. Con ojos rasgados y oscuros y con cutis de porcelana morena, llevaba tatuada alrededor del ombligo una flor azul de cristal. Mientras bailaba por entre unas mesas, pedí una cerveza helada, no quería que se me notase el rubor. Se acercó, con movimientos de gata persa, y percibí su olor. Olía a flores y a naranjas africanas, a olivo y bergamota; y con una voz de pantera encendida me preguntó el nombre. “Narciso”, le dije, “Narciso Rodríguez”. Sucedió en Ávila y fue la única vez en mi vida que me sacudió eso que llaman “pasión”. Y yo, que jamás he creído en nada, estuve a punto de convertirme al Islám.

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EN LA NOTARÍA

Alfredo Vázquez Oliveira

Centro de Ávila, en plena canícula de agosto. Me dirijo a la notaría. Me sientan en una sala a esperar mi turno. Mientras hojeo una revista de leyes, no puedo dejar de escuchar la conversación que se produce en la habitación contigua:

—VOZ DE NOTARIO: ¿Y ustedes qué régimen matrimonial tienen?

—VOZ DE MUJER (ligeramente entrecortada): Pero ¿eso hay que decirlo?

—VOZ DE NOTARIO (paciente y explicativo): Por supuesto, señora. Es importantísimo. De su régimen matrimonial pueden depender varios efectos que hemos de dar cuenta en esta escritura de compra-venta.

—VOZ DE MUJER (casi susurrando): Pues, uno a la semana.

—VOZ DE NOTARIO (se nota cierta perplejidad y mucha risa contenida): ¿Cómo dice?

—VOZ DE HOMBRE (resignada y resolutiva): Mi mujer dice que uno a la semana, pero a veces son dos. Poquitos ¿no?

El notario carraspea y no pierde la compostura, pero en la inflexión de su voz se le nota cierta algarabía. Una señora de mediana edad, sentada enfrente de mí, que también ha escuchado la conversación, me guiña un ojo picarón y me dice: “Menudas preguntas hace el notario. Menos mal que yo ya estoy viuda y me han jubilado para esto de la pasión. Si hubiese venido a hacer la escritura cuando vivía mi difunto Ramón, salimos en el Diario de Ávila”.

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CIUDAD AMURALLADA

Ascensión Blasco

Quizá para los historiadores sean esos verracos de piedra de origen vetón, o para los ciclistas la subida de adoquines de la Ronda Vieja, o para los viejos aficionados el recuerdo de las gestas de Julio Jiménez. Quizá no exista devoción más mística, o un éxtasis tan vivo como el de Santa Teresa, quizá mi pasión por Ávila sea por aquel primer beso que me diste cuando estábamos en Primero de Enfermería, cuando cayeron las primeras nieves en la ciudad amurallada.

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SOBRE(LA)MESA

Ana

Se hizo el silencio en la mesa. “Me declaro esclava y te entregas solo a ratos. Quiero no salir de tu habitación y perder la cordura, escaparnos muy temprano para que no puedan encontrarnos, y estando bien lejos del ruido, decirte flojito y al oído: “Gitana, quédate conmigo” pensó Ana. Pero en cambio:

—¿Murmuras algo?

—Nada, que si quedan más patatas meneás.

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ANHELO POR RETORNAR

María Jesús Bueno Muñoyerro

Sueña con volver a Ávila, su mente desempolva, una y otra vez, los recuerdos del tiempo allí vivido.

Sueña con volver a Ávila, a esa tierra de pasiones, de intensos aromas y deliciosos sabores.

Sueña con volver a Ávila, a tocar sus murallas, a caminar por sus calles y renacer de nuevo en ellas…

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DAÑO COLATERAL

Benito Yucatán

Era muy temprano, hacía frío en Ávila cuando su padre la levantó de la cama, tengo que hacer algo, se dijo para sí misma, la pareja estaba en crisis; hoy le tocaba tenerla el fin de semana, se despidió con un beso de la madre. El padre en el coche, la preguntó: ¿Qué es eso de que no quieres venir conmigo? Su madre había dejado a Manuel por hablar continuamente de platillos volantes; cuando ella le hubo abandonado, él compró una cabaña al lado de un acantilado junto al mar. En el coche que conducía deprisa, Nines iba recordando algunos instantes felices de risa entre sus padres, antes que ella conociera a otro hombre y su nueva vida comenzara.

Al llegar a la cabaña, su padre tomó unas copas, ella se fue a la cama, estaba cansada y a la mañana siguiente al cuello, miró el horizonte espléndido donde el azul marino se mezclaba con el color de las nubes en el horizonte; pensó que su padre sabía que ella era lo más importante para la madre; escuchó unos pasos detrás y un empujón, mientras caía pensó en su madre que la esperaba sonriente a la salida del instituto.

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FUSIÓN

Zyanya Citli Mendoza Cruz

Camino cabizbaja por conveniencia sobre las rocas cálidas encendidas en la pasión de una historia levantada en columnas, en la muralla que estas sostienen, en el lugar de las espadas y los caballeros. Me emociono y siento los ríos corriendo bajo el vuelo de las cigüeñas, la mirada impetuosa de las águilas, los reyes del pasado, el arte del futuro, los arcos que enmarcan el presente vivaz.

Recorro nuevamente las calles en mis recuerdos, intento sentir de nuevo cada paso excitado por los colores añejos, escucho los tejados como campanillas, la lluvia suave sobre ellos, acariciándolos. Los palacios me hablan, las catedrales me escuchan, la España actual y la medieval se fusionan en un sólo espacio, en Ávila de mis sueños y de mis cantos.

Los Santos aquí se deleitan, yo me entusiasmo, abro los ojos y vuelvo a caminar, maravillado en los espacios, seducido por los susurros de los rincones españoles, saboreando mi mirada en esta ciudad antigua llena de vida. Se complacen los sentidos al ser testigos, se conmueve el Alma al rodearse de gran belleza, yo vuelvo a soñar despierta en una ciudad de esta patria que destella.

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LA VENGANZA DEL DIOS CELTA

David López-Cepero

La diosa Morrigan tomó forma animal, como cada noche, y huyó a hurtadillas para encontrarse con el viril Cernunnos. El profundo sueño del rey Sucellus, con quien ella compartía lecho, siempre fue su aliado.

Pero en cierta ocasión Sucellus despertó. Se halló solo. Se asomó desde lo alto a contemplar la tierra y descubrió a los amantes retozando en una ribera.

Decidió castigarlos y los convirtió en estatuas de piedra. A él lo arrojó al Adaja para aplacar su fogosidad; lo dejó sepultado bajo la corriente. Luego pensó que la venganza es un plato que se sirve frio... y tras varios siglos de implacable espera eligió la condena para ella: La emparedó en un lienzo de la muralla de Ávila, en el Cubo de Mula, para que nunca más pudiera acercarse al río donde duerme Cernunnos.

Ella, movida por su pasión, trata incansablemente de escapar de su prisión, pero la cárcel es recia: no logra más que asomar su cabeza pétrea a través del torreón.

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UNA NOCHE EN NUESTRO ADARVE

Rubén Juy

Cuando viajas en diciembre por la geografía española, te expones, irremediablemente, a que el frío sea tu compañero de travesía, con independencia del destino donde vayas o con quien lo hagas.

Sí, estamos de acuerdo, pero también es cierto que, en Ávila, es otro nivel.

Allí, parados en mitad de nuestro adarve, disfrutábamos de la ciudad y de las luces caprichosas de su vida nocturna. Y digo nuestro, no porque nos perteneciera una parte de aquella muralla, sino porque en ese pequeño rincón del mundo, nuestras vidas se habían cruzado, por primera vez, justo cinco años antes. Por entonces, ella era guía turística y yo un mero espectador. Nunca presté tanta atención a una explicación de ese tipo, he de reconocerlo.

Un lustro más tarde, nuestros caminos habían cambiado por completo. Yo, por fin, vivía de lo mío, la escritura, y ella, aunque ya no trabajaba de guía, mantenía despierta esa curiosidad por explorarlo todo y a todas horas.

Quizás fuera ese espíritu aventurero que aún conservaba, la magia de la ciudad o ese gorro navideño que tan bien le quedaba, no puedo estar seguro, pero el caso es que, en ese momento, me encontraba hincando mi rodilla derecha en el gélido suelo de piedra, mientras sacaba un anillo muy especial de mi bolsillo y esperaba, con la mejor de mis sonrisas, a que mi guía preferida se girase y decidiera si quería pasar el resto de su vida a mi lado.

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QUERIDO HERMANO, DOS PUNTOS

María José Aguilar Suárez

Querido hermano, dos puntos

Quiero volver. Tan solo hace unas horas que he emprendido mi viaje de vuelta a casa y ya estoy deseando poder volver a esta bella ciudad. La muralla me dejó sin palabras. Tuve la gran suerte de verla nevada, y no se puede comparar ese toque mágico que le da la nieve a esta ciudad ya de por sí encantadora. Rebosa historia mires donde mires. Da igual si crees en las leyendas que todavía perduran en sus calles, no hay quien se resista a escucharlas e imaginar que todavía recorren estos lugares sus singulares personajes. Tengo ganas de volver a perderme una y otra vez por cada una de las culturas que han dejado impregnada parte de ellas en los edificios y construcciones que esperan a la vuelta de cada esquina. No me hubiera ido de allí, pero el deber me llama. Eso sí, te invito a que la próxima vez seas mi compañero para redescubrirla y disfrutar de todos y cada uno de sus rincones. Estoy segura de que te va a gustar tanto o más que a mí.

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GALLINA MUERTA

James

Ávila, abulia, libérrimo, la verdad no me miento. En Ávila nieva, pero nunca llueve, Barbate. Siempre miro hacia el sur, borboteando, azahar en los naranjos, te voy silbando, otras al norte, desde una plazuela de Ávila donde está mi alma, vaya matanza, vomito azúcar. Lejana como un tesoro de otro, enorme como un Haiku;

Estoy en ti,

no soy tú tampoco yo,

camina sola.

Una yema recia, una muralla vieja, dos rombos sepia, seca como la pata de una gallina muerta, ordenada como una filípica lechuguilla. Se ahorca bajo buitres que planean su perímetro de aire, qué dulce ciudad tan sin algodones, sin apellido en los colores. No me disgusta Castilla la Vieja y a pesar de mis muchos venenos, desde las murallas, las plazas y el canal de Castilla se ve el resto de España que es una maravilla, paisanos listos, sosainas y algo aviesos, a veces claros como el sol de invierno. Vértices geodésicos, ojos cansados. ¿Pasión? Con muslos de alabastro, sin un buen badajo, pongan látex detrás de esta minúscula frase: Pasión ninguna, por fortuna. Premien a un becerro poco crítico, yo reviento acero corten contra bolos graníticos, ausculto los bastoncillos de mi perro mientras mueve el rabito, me capta el swing los muslos, las nubes de este recinto y los cantos del afluente del Duero.

No hay pasión en Bernini ¿cómo haberla en la Ahumada? ¿en el peón bajo el guardainfantes, en las aceitunas negras? A pleno pulmón, pura sangre y sin enroque. Su cuerpo es una gallina muerta, entren y jueguen de una vez, dense un toque.

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TUS OJOS

Virginia Alba Pagán

Están mis ojos en tu muralla, con la pasión anclada en tus piedras. Y sigo soñando en mi baranda con que llegues de la batalla a rescatarme.

—¡Guiomar! Baja a cenar —grita mi madre desde la cocina. Eso significa que mi hermana ya ha llegado de la universidad.

Suspiro, dejo el libro sobre la cama, y me adentro en la luz de mi casa. Al fondo, las murallas sonríen y tiemblan en la emoción de la historia no olvidada.

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CUPIDO, BACO Y LA VETUSTA DAMA

Emy Barraca

Ramaje heroico, grano exuberante, jugo misterioso dispuesto sobre la mesa de debate en un restaurante de Ávila antiguo y nuevo al mismo tiempo. Sentados frente a frente, dos enemigos que hace poco se amaban. Pero apareció la desgana, luego el resentimiento que mata el corazón, aunque parezca que sigue vivo. Es la última oportunidad, el fin de semana romántico en su punto culminante que es la cena del sábado, un todo o nada para un amor agonizante bajo la atenta mirada de la muralla.

Los contendientes se observan y agitan su copa de líquido rojo con la frialdad del hielo, después miran esquivos a cualquier parte. Demasiado daño demasiado tiempo, y una deslealtad tan grave que parece la muerte. Al principio toman apenas un sorbo de pájaro mientras los bellos alimentos, que descansan artísticos sobre el mantel de hilo, parecen olvidados de su apetito. Beben de nuevo un trago mayor de Vino de la Tierra y fluye la palabra poco a poco, después avenida incontenible.

Salta la queja por el golpe infligido al amor, momento en que Cupido revolotea desorientado. Un sorbo más fuerte y la parte ofensora estalla en llanto, se levanta y se lanza de rodillas a pedir clemencia.

—No sucederá jamás, amor mío. Perdóname.

Se juega la última oferta y la parte ofendida murmura una palabra de perdón y ofrece un brindis.

—Por nosotros, cariño, que valemos más que un error.

Ondula y brilla el caldo de Baco como un alegre océano y Cupido les hiere de nuevo. Entrechocan sus copas en tierna complicidad y prueban aquellas viandas, que son ya divina ambrosía para ellos. Son miradas que saltan de mesa en mesa, que extienden su simpatía por toda la ciudad donde los enamorados vencen en una dura contienda. Algo más allá, la muralla vetusta, que es dama muy sabia, observa y sonríe porque ha obrado su magia en Ávila una vez más.

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EL MAESTRO DE ÁVILA

Mariano de Meer

— ¿Quería verme? —el Rey cambió de postura y se acomodó sobre su trono.

El maestro escultor atravesó la estancia, sobria y sin adornos, y se armó de valor. No se atrevía a iniciar aquella conversación.

—Estoy al tanto de sus trabajos en el Reino de Aragón —rompió el silencio el monarca, con una voz cargada de autoridad—, y quiero que se encargue de la continuación de las obras en San Vicente de Ávila. Vivimos tiempos convulsos y solamente la serenidad que ansiamos habremos de encontrarla en la quietud de la piedra.

Al escultor no le pasó desapercibido el brillo que iluminó los ojos del Rey. El artista había hecho del rayo de inteligencia que los seres humanos demostraban en ocasiones, la seña de identidad de sus talleres. Sus tallas representaban figuras de cabeza desproporcionada y ojos globulosos, remarcados por la curva que se suspendía sobre las cejas. Así dotaba de inteligencia a las figuras humanas que colgaba de capiteles y tímpanos y que servían de modelo a aprendices y artistas.

—La brutalidad de las bestias son la verdadera amenaza de nuestros anhelos de elevarnos —concluyó el monarca, dejando pensativo al maestro, que abandonó la estancia.

Esa noche, mientras el artista dibujaba el boceto de la Anunciación, se vio sorprendido por una pasión creadora salvaje. A la mañana siguiente, los dibujos de arpías, leones y basiliscos llenaban la estancia del artista. El maestro escultor ya no pudo dejar de trabajar.

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EL ENCUENTRO

Mariano de Meer

—¿Quería verme, don Miguel? —La priora del convento de san José levanta los ojos de los folios y hace reposar la pluma de ganso. El visitante descubre su cabeza con torpeza.

El antiguo soldado atraviesa el umbral de la celda y se acerca hasta aquella mujer extenuada. ¿Cómo ha osado pedir audiencia a la religiosa? Ella, acostumbrada a tratar asuntos de rango, no debía ser molestada con minucias. Sin embargo, las recomendaciones requeridas para solicitar un puesto en las Indias lo han llevado hasta la ciudad de Ávila. Allí, se ha enterado de que la madre Teresa de Cepeda ha regresado no hace mucho para dirigir su fundación.

El hombre tiene una curiosidad que le aguijonea el cerebro. Él ha empezado a sentir la necesidad de escribir y lleva tiempo dándole vueltas a un libro de pastores. Miles de versos y aventuras se le han asentado en el magín.

—Observo que es parco en palabras. ¿Le duele mucho?

—Nada. No siento el brazo izquierdo desde la herida en Lepanto.

—Guerras —ataja la priora—, guerras inagotables. Yo tengo suficiente con las que se libran dentro de mi alma. Pero no creo que haya viajado desde Madrid para hablar de batallas con una religiosa.

—Desde luego que no, madre Teresa. El asunto que me trae hasta su presencia tiene que ver con una curiosidad que ha despertado en mí cierto comentario acerca de su infancia…

La conversación concluye una hora después. El prometedor escritor alcalaíno abandona el convento preso de un éxtasis, de un arrebato literario. Ya sabe de las aventuras de aquella mujer de fábula que, siendo una niña, se escapó con su hermanito a tierra de moros para morir como mártir, que se empeñó en hacer penitencia por aquellos caminos y quiso remedar lo que había leído en los libros de caballerías.

Solamente habría faltado que se le hubiera ocurrido acabar convertida en una pastora… Como su Galatea…

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PASIÓN DE LEYENDA

Bioko

Desde pequeños teníamos la costumbre de subir a la muralla y pasar allí las tardes de verano charlando de nuestras cosas hasta el anochecer. Ayer por la tarde confieso que volví a hacerlo, después de tantos años, para recordar aquellos felices tiempos.

Me quedé sentado en la zona del Rastro, esperando la caída de la tarde, recordando los viejos temas que solíamos tratar, y entre ellos recordé uno de los más populares, tal vez el que más. Desde mi posición en la muralla se veía nítidamente el Castillo de “Manque os pese”, en el valle Amblés, al pie de la Paramera. Decía la leyenda que allí habitaban los fantasmas de un caballero y su amada, muertos los dos por su amor imposible, el a manos de los soldados del padre de ella, contrario al enlace de ambos, ella despeñada desde las almenas del castillo al conocer la muerte de su amado.

Durante mucho tiempo habían mantenido un idilio a distancia, encendiendo velas en la noche, el desde el Castillo, ella desde la estancia de la casa de su padre no muy lejos de donde ayer estuve. Al final el caballero raptó a la Doncella y la hizo suya, el resto ya lo sabéis.

Era ya de noche, me levanté para retirarme de las murallas, pero al dirigir una última mirada al castillo… ¡una luz salía de una de sus ventanas!, atónito estaba cuando al mirar tras de mí, en la regia fachada del casón que se alzaba en la muralla, desde otro estrecho ventanuco, la luz de una vela dejaba entrever la silueta de una dama. Cerré los ojos, los volví a abrir, todo había terminado, no estaban ya aquellas luces. ¿Era aquello una leyenda?, volví tranquilo a casa, muy seguro de que la pasión vivida por aquellos amantes de antaño seguía muy presente en sus errantes almas.

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A PRIMERA VISTA

José Antonio Palomares

Cien veces, mil veces se habían cruzado sin verse por las calles de Ávila. En ocasiones él miraba un escaparate mientras ella pasaba al lado, sin reparar en su existencia. En ocasiones ella hablaba con una amiga en una esquina y él entraba en el Yakarta antes de llegar a su altura. Pero el 7 de septiembre de 2019, a las 11:27 de la mañana, él caminaba apresuradamente por la plaza del Mercado Chico, resguardándose de la lluvia bajo los soportales, cuando alzó la vista y la descubrió caminando en sentido contrario.

Sus miradas se cruzaron. Ella se sonrojó de inmediato y el rubor calentó sus mejillas. Él sintió como un soplido de fuego en el pecho que lo estrujaba, que lo volvía frágil. Sus pasos se hicieron lentos mientras sus respiraciones se aceleraban como caballos salvajes desbocados. Sus ojos no se separaban. La primera llama nació en los hombros de ella, prendió su vestido, llenó de llamas su cabello, y ella sintió el sofoco apoderarse de su cuerpo. Él ya ardía como una tea, de pies a cabeza, con llamas azules y rojas y blancas y naranjas que bailaban en su cuerpo.

Salieron de los soportales y se abrazaron bajo el aguacero, sin palabras: no hacían falta. Las gotas de lluvia al tocar sus cuerpos desprendían volutas de vapor, chisporroteaban en sus pieles. A su alrededor la ciudad se convirtió en un borrón, desdibujada por completo. Se besaron mientras sus cuerpos arrebatados ardían en una llama conjunta que siseaba bajo la lluvia. Las llamas los rodeaban y se mezclaban como si también se estuvieran besando.

Al cabo de algunos minutos, de ellos sólo quedaba un montón de cenizas que humeaban lentamente, apagándose poco a poco.

La gente los miraba con poca curiosidad, camino de sus quehaceres. Habían visto muchos milagros y muchos prodigios como para preocuparse por uno más.

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ANUNCIO INMOBILIARIO

Converse

Vendo, por traslado, ciudad situada junto al río Adaja. Cuenta con un casco histórico medieval perfectamente conservado y declarado Patrimonio de la Humanidad. Cercada por una impresionante muralla de 2516 metros de perímetro, 2500 almenas, 87 torreones y 9 puertas, construida sin taludes ni contrafuertes. Mirador, llamado de los Cuatro Postes, con hermosas vistas. Catedral gótica rodeada de casas señoriales y valioso conjunto de iglesias, ermitas y conventos. El espíritu de Santa Teresa impregna cada rincón de la ciudad; pero también podrá disfrutar de placeres más mundanos. En los alrededores de la plaza del Mercado Chico, tendrá ocasión de degustar un tierno chuletón o deleitarse con la dulzura de unas yemas de la Santa.

Precio: el comprador ha de sentir por Ávila al menos la misma pasión que siento yo.

Oferta con fecha de caducidad limitada. La muerte me reclama y tengo que firmar el trato antes de emprender el viaje ineludible.

No deje pasar la oportunidad de ocupar la vacante que dejaré libre en un futuro cercano.

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OBILA DESCALZA

Ora Bail

En Obila había días que el aire se quebraba como un junco y dejaba en los cabellos de mi madre un olor verde, a tierra fértil y a esperanza, que me hacía sonreír. Yo entonces caminaba descalzo, porque me gustaba notar el peso de mi cuerpo sobre los guijarros y las arenas blandas de la orilla del Adaja, o arañar los campos de escarcha como una caricia esquiva. Saber que podía elegir ser una cosa o ser otra. O ser cosas distintas cada día, sin dejar de ser el mismo. Porque Obila era un vasto espacio de indefinición y conocimiento donde siempre acabábamos encontrándonos.

Después de los vetones, los arévacos, los romanos y visigodos se impuso el calendario gregoriano y llegaron esos extraños mamíferos a los que les disgusta la incertidumbre —el no saber qué hay para comer mañana, o cuántos países recomienda la OMS o la comunidad de vecinos visitar antes de los 40—. Sin embargo, no saben calibrar el efecto de su peso sobre la tierra, y olvidan continuamente qué espacio ocupan y cuál es su sitio.

Esos mamíferos tampoco saben que ha existido Obila ―porque si lo supierais, tal vez podríais escuchar cómo, a veces, el aire todavía se quiebra como un junco en el corazón de la Plaza del Mercado Chico y deja un olor verde a tierra fértil y a esperanza que os haría sonreír―.

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EXPEDIENTE 1864

Tomás

…El tal Schmit, otrora arbitrario inversor, deambulaba con la mente nublada, presagiando su más que probable ocaso; en su desdicha mascullaba expresiones ininteligibles: “Fuck, fuck, …”.

…Desde la Comandancia exigían premura, antes de que toda la ciudad se congregara en la plaza, y las viperinas deshuesadas comenzaran a ingeniar embustes.

Ni uno, ni otra, le importaban una mínima a Chaves que ordenó a cada uno de sus tres hombres revisar cada palmo de la 333.

Desde la ventana podía observar la portada de la catedral, y al propio campanero que, de manera recíproca, hacía lo mismo con la fachada de La Fonda del Inglés.

La suntuosidad de aquella estancia no dejaba dudas de la calaña de su huésped, algo que le remangaba las suspicacias al ahora detective. Chaves era un hombre venido a más en una familia que ya no podía ir a menos; rumiantes todos ellos de las tierras de Arévalo. Le asqueaba tanto esa gente que le dieron ganas de descerrajar sus esputos sobre el reloj dorado de la cómoda; para luego limpiarse con la servilleta contigua a éste… Pero no podía, ahora había cambiado el querer por el deber.

En la plaza, la muchedumbre ya eran unas decenas; entre los que algunos barruntaban repugnancia, otros charlaban ojipláticos, y los más comían anacardos como si aquello fuera un acto de las festividades…

Chaves llamó a uno de sus subordinados para que les vociferara desde la ventana…

“¡¡¡Por Dios, muévanse que aquí no hay nada que ver!!!”.

Nada, mierda, no había servido la treta, todos seguían…

Chaves hizo un ademán de echar mano a la pistolera: “Acabemos con esto… Subir el colgajo”.

Dos de los suyos comenzaron a tirar de esa cuerda, con uno de sus bordes atado a las barras del balcón, y otro anudado al cuello del presuntuoso huésped.

Junto a la cómoda, otro de los suyos, advirtió que la servilleta, junto al reloj, estaba escrita con letra de mujer: “Ésta será la última noche que pasemos juntos”.

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EL TIEMPO TODO LO CURA

Josefa Bel.

Veinticinco años después, en el autobús de antiguos alumnos que los llevaría a Ávila, Luisa recordaría desconcertada el momento de arrebato que había vivido allí con la mujer que estaba sentada tres asientos más atrás. Tendría que mirarla varias veces antes de reconocerla y cuando lo hizo, una sensación de vértigo la dejaría aturdida.

Cuando atravesaron sin rumbo la Plaza de la Catedral, aquella noche oscura de diciembre de 1984, olía a leña. Un frío intenso las envolvía al empezar a acariciarse con las manos heladas. Apremiadas por la afanosa labor de amarse de pie en aquel gélido rincón y sofocadas por el deseo de descubrirse enteras bajo las ropas de invierno, parecían inmersas en un torpe forcejeo cuerpo a cuerpo. Por la mañana, de camino al autocar que las traería de vuelta y al cruzar la Puerta del Rastro donde aquel pronto había ocurrido, como en un sueño, se miraron. De la vehemencia inexplicable bajo el mirador pasaron a un hondo retraimiento a la luz del día de modo que, por falta de coincidencias y rumbos diferentes, no se volverían a encontrar hasta aquel viaje del veinticinco aniversario.

La sacudida que sentirían al rozarse en el paseo de grupo por el adarve las despojaría de cualquier reparo antiguo y cada una por su lado, como en desbandada, se precipitarían al hotel donde, con la urgencia y convicción de los momentos decisivos, descubrirían la avidez insólita que parecían haber acumulado durante tantos años.

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LA PASIÓN DE SANCHO

Javier L.

—Y esta es la muralla de Ávila, vuesa merced, mi gran pasión.

—Pero aquí no hay molinos mi querido amigo Sancho.

—Lo sé, pero admire la puerta de San Vicente, o la del Alcázar ¿No le parece una auténtica maravilla esta muralla?

—¿Muralla amigo Sancho? ¡Eso es un gigante de piedra! ¡Lucharé contra este vil monstruo!

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JAVIER VENDE IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

Javier L.

Javier tiene un puesto en Ávila donde vende “Igualdad de Oportunidades entre Mujeres y Hombres”. Javier coloca su puesto en las zonas donde se necesita más conciliación de la vida personal y familiar, reparto equitativo de responsabilidades domésticas, e incluso, cuidado de mayores y menores. La gente compra cada día más estos productos. Es un apasionado de la “Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mujeres”. Los vende a todo tipo de personas. La conciliación de la vida personal y familiar es muy solicitada, el reparto equitativo de las responsabilidades domésticas y familiares lo compran maridos que quieren implicarse en eso de la igualdad y madres que tuvieron un pasado confuso, fruto de una educación machista. Incluso vende sus productos a mujeres cuyas parejas no saben qué significa compartir las tareas del hogar y el cuidado de los niños y quieren ofrecerles a sus maridos este hermoso regalo. La “Igualdad de Oportunidades”, la vende en cajas cerradas de color verde, como la esperanza. Tiene clientes por todo el mundo, y ahora intenta introducir su producto en los países árabes y en todas aquellas regiones donde a la mujer se la ha tenido discriminada por razones culturales o religiosas desde tiempos ancestrales. Javier se está haciendo mayor y, antes de retirarse, ha decidido experimentar con un producto que crea adicción y es contagioso: “Igualdad de oportunidades permanente”. Cuando los clientes lo prueban, se dan cuenta de la ventaja que este producto supone para la convivencia, y luego no quieren ningún otro. Le están llegando pedidos de todo el mundo. Pero antes quiere terminar con las existencias de “Igualdad de oportunidades” pasajeras, aunque ya le quedan pocas. En cuanto las acabe, se va a dedicar al nuevo producto. Javier está seguro de que en unos años se podrá jubilar porque ya todo el mundo se habrá hecho adicto a la “Igualdad de oportunidades permanente” y nunca más la tendrá que volver a comprar, ese es su deseo y su pasión.

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PASIÓN DE MADRE

María Begoña Herranz Zazo

Julia se quedó sola en el andén de la estación. Era una tarde lluviosa de otoño. El tren se alejaba hacia la capital y con él, la razón de su vida. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos y los últimos dieciocho años pasaron por su mente a la velocidad de un rayo. Durante esos años, Julia había vivido por y para él, esa dulce necesidad mutua era su único motivo para sobrevivir dentro de toda la maraña de circunstancias adversas que rodeaban su vida.

Sin duda sabía que aquello tenía que llegar, el proceso vital normal así lo exige, pero eso no impide que Julia no acepte el hecho de que, desgraciadamente, nuestra pequeña ciudad no pueda ofrecer un futuro adecuado a su hijo y tenga que separarse de él tan temprano. Aún es un niño y ya debe volar sólo.

En su mente aún permanecen sus primeras palabras, sus primeros pasos, y sabe que será duro imaginar su vida sin él, pero, el verdadero amor, no puede ser egoísta y Julia lo sabe.

En su querida ciudad, atrapada en el pasado y en sus quehaceres diarios, Julia paseará por El Soto recordando cuántas veces lo llevó cogido de su mano, cómo aprendió a montar en bici con su ayuda, cómo disfrutaba de las meriendas con sus amigos, cómo le gustaba subirse al columpio que mamá empujaba…mirará jugar a otros niños en los campos de Sancti Espíritu donde tantos partidos disputó su pequeño con esa pasión que le ponía, la misma que ha puesto a todo en su vida…. paseará por el camino verde que lleva a Fuentes Claras y descansará en el banco de madera junto al río, lugar en el que ambos compartían confidencias.

Él es su pasión, siempre lo será, y eso, la mantendrá viva.

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SENSACIONES

Estanislao Lengua Martínez

Siempre que viajaba a tan majestuoso lugar me sucedía lo mismo. Aunque no sabría explicar por qué, yo me sentía arropado y protegido por el enorme e impresionante cinturón pétreo. En su acogedora seguridad podía pasear relajadamente mientras me trasladaba en el tiempo contemplando los soberbios y antiquísimos edificios que impertérritos te contemplan. Además de disfrutar con los variados placeres gastronómicos que se ofrecen y que son mi pasión. Comer un buen chuletón bien regado con el caldo apropiado y saborear los dulces autóctonos era un verdadero deleite para el paladar. Entendía perfectamente los éxtasis que ya desde antiguo algún lugareño experimentaba. Sin duda alguna, la amalgama de agradables sensaciones que uno podía vivir intramuros hacía que desease volver allí cíclicamente

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EL MARTIRIO

José Manuel Maguilla Luna

Don Manuel fue el mejor profesor de religión que tuvimos en el instituto. Además de nuestro profesor de religión era el párroco de “La Victoria”, en todo el pueblo conocido con el apodo de “El Chachelo”. Por aquellos tiempos, algunos profesores fumaban en clase y él era un fumador empedernido que empalmaba un cigarro con otro, siempre estaba fumando. Fumando y contando historias de santos. A mí la historia que más me impactó fue “La Pasión de los santos y hermanos, Vicente, Sabina y Cristeta”. Una historia que nosotros no sabíamos discernir si era historia o leyenda, o si se trataba de otra invención más de don Manuel. Al Chachelo, entre bocanada y bocanada de humo de aquellos “Celtas” sin boquilla, se le iluminaban los ojos con la pasión que le ponía a sus narraciones. En el caso de San Vicente y sus santas hermanas Sabina y Cristeta, con entusiasmo nos contaba cómo habían llegado a Ávila desde Talavera de la Reina, allá por el siglo IV huyendo del pretor Daciano, que terminó condenándolos a cruel martirio por no renunciar a sus creencias cristianas.

La parte de la historia, que en resumen más me impresionó, fue el estiramiento que sufrieron sus cuerpos en el potro, crucificados en aspa y desencajados todos los miembros, para terminar colocando sus verdugos las cabezas de los tres hermanos sobre unas piedras para reventárselas a mazazos.

Desde aquellos años de mi niñez siempre quise venir a Ávila. Quería comprobar con mis propios ojos aquel magnifico monumento, la basílica de los Santos Hermanos Mártires, Vicente, Sabina y Cristeta. El lugar donde aquel judío delator había mandado construir, allá por el siglo IV, la primera tumba para ellos. Una serpiente salida de la tierra rodeó el cuello del judío para estrangularlo, entonces éste viéndose morir prometió recoger sus cuerpos y darles sepultura, arrepintiéndose de su vida anterior. Tres sepulcros donde unos siglos más tarde se construiría esta espectacular basílica románica que podemos ver hoy en Ávila.

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TRES PASIONES

Jose Luis Robas Durán

Sonidos de tambores sordos, cornetas y pies arrastrándose por el suelo empedrado de la Plaza de la Catedral, eran exhalados por la Puerta de los Leales. Al otro lado esperaban Andrés y Claudia, expectantes, emocionados como si fuera la primera vez. Y desde luego no lo era.

Habían descubierto Ávila en una de aquellas escapadas de fin de semana que hacían en su etapa de novietes, cuando gustaban de montar en su viejo Ford Fiesta y lanzarse a la carretera sin destino fijo ni plan previo establecido. Una de aquellas aventuras había desembocado en tierras abulenses, y rápidamente quedaron prendados. Andrés, amante de la fotografía, encontró en la vieja ciudad amurallada un paraíso donde dar rienda suelta a su gran pasión, no dejando escapar del encuadre de su cámara a ningún rincón de la hermosa ciudad.

De aquella primera visita ya habían pasado más de treinta años. Habían conocido la ciudad como novios en una escapada de fin de semana y ahora pasaban unos días de vacaciones familiares junto a su hijo Saúl. Sin embargo, su hijo no los acompañaba en aquél emocionante instante.

—Qué pena que el niño haya querido perderse esto —dijo Claudia con la cabeza apoyada sobre el hombro de Andrés.

—Bueno —respondió él con una leve sonrisa dibujándose en su boca—. Yo creo que él estará ocupado en otro tipo de pasión…

Una pareja observaba desde el humilladero de Los Cuatro Postes el atardecer, absortos en la belleza del momento. El cielo perdía su tonalidad azul tornándose negro mientras la ciudad, con la muralla en primer plano, comenzaba a iluminarse.

Se miraron fijamente por un instante y entonces se besaron apasionadamente.

Era su primer beso de amor.

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DETECTOR DE METALES

Bolboreta

¿En qué momento sabemos que tenemos pasión por algo? ¿Acaso cuando se padece por ese amor que nos oprime el pecho? ¿O cuando un sermón que en lugar de ser la pasión de Jesucristo es de nuestra madre recordándonos que empieza el frio?

Son las 23:10 de un sábado cualquiera y quizás no tenga nada mejor que hacer que preguntarme sobre una pasión perdida en mitad de la Plaza del Mercado Chico, puede que sus arcos consigan disminuir mis dudas o al menos guiarme hacia Las Cogotas donde pueda desenterrar los viejos pasos que un día di pensando que eran los correctos.

Siempre pasa igual, miramos al pasado y creemos que fue el mejor momento vivido, ahora recuerda ¿realmente lo sentías así?, puede que la pasión por encontrar unas huellas que me digan que hacer me hagan buscar excusas entre tantas proposiciones decentes para vivir, cuando siempre me he perdido entre la muralla pera conquistarme delante de mí reflejo.

Pero sigo aquí, y si os soy sincera no sé qué hacer, siempre he defendido que todos somos como ese anciano con un detector de metales a primera hora de la mañana pisando la arena, despertándola con sus gotas del café que se precipitan por el acantilado de su boca hasta terminar a los pies de su vieja máquina, buscando un metal oxidado, uno que, aunque no lo sepamos, nunca encontrará. Posiblemente detecte algún que otro corazón roto o deseo no cumplido. ¿Otra excusa para seguir buscándonos? ¿Otra pregunta a una pasión que creemos perdida?

Tranquilos, mi pasión estará oculta entre las ruinas de San Pelayo, y si alguna vez preguntas por mí, recuerda que me escondo detrás de una muralla construida con mis miedos, sigue a las aguas de las Fuentes Claras, seguro que mi corazón se quedó entre esos metales enterrados, entre un amor a destiempo y una pasión caducada con fecha de un pasado lleno de sonrisas.

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PASIÓN EN UN SÁBADO DE PASIÓN

Agustín Pascual Pino

El pasado trece de abril, Sábado Santo, me encontraba en Ávila con un grupo de amigos, apasionados todos de estas celebraciones populares tan sentidas. Habíamos llegado muy tarde para la Procesión de los Estudiantes, así que dejamos el coche donde pudimos y nos dirigimos presurosos a la Plaza del Mercado Chico.

Antes de llegar, casi nada más dejado el coche, recibí una llamada de mi novia que, con otras amigas, ya estaban en la ciudad desde el día anterior.

—¿Dónde estás?, me preguntó.

—Camino del Mercado Chico ¿habéis visto la salida desde San Pedro?

—Claro, os habéis perdido lo mejor ¡Qué emoción! Hemos visto la salida de la Academia de Policía, de los estandartes bordados con las Siete Palabras de Cristo en la Cruz, han desfilado también las Damas de la Soledad, los miembros de la UCAV, las autoridades... y hemos visto el paso de la Hermandad de Estudiantes, que lleva grabado “Fides et ratio”. Por cierto ¿qué significa?

—“Fé y razón”. Es por una carta encíclica publicada por Juan Pablo II.

—¡Cuánto sabes! Siempre has sido un apasionado del latín, me dijo.

—Y tu una enamorada de las procesiones. Oye, venid hacia aquí, que nos han dicho unas señoras, muy agradables y entusiasmadas, que va a haber un emotivo acto de consagración al Santísimo Cristo de los Estudiantes y a María Santísima Sede de la Sabiduría. Daos prisa. A ver si os da tiempo.

—Por supuesto ¿Cómo no voy a ir, con la pasión que tengo por tí?

Colgamos. Mientras mi novia y sus amigas llegaban pensé en los sentimientos tan enfrentados de la pasión, que llevan desde el odio hasta el amor hacia alguien o algo. No en vano, el passio latino es sufrir y enraíza con paciencia

¡Cómo somos los seres humanos!

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EL SECRETO

Marta Miguel Gimenez

Algo dio un vuelco cuando recibió aquella carta. No había remitente pero la letra le resultaba familiar. Comenzó a leer: “sé que han pasado muchos años, pero algo dentro de mi me hace recordarte. Vuelvo una y otra vez al lugar donde nos conocimos. ¿Recuerdas? Tú estabas sumergida en los personajes de tu próxima novela, yo calculaba las probabilidades de que un ser como tú se percatase de mi existencia. Parecíamos a simple vista como el agua y el aceite, aún así, sentía que esa mezcla era perfecta. Estábamos asediados por aquellas impresionantes murallas. Tú parecías sentirte a salvo, yo libre. De repente, el café que con tanta sutileza disfrutabas se desparramó entre tus papeles. Tu rostro pareció odiarlo todo. Sin embargo, fue gracias a tu torpeza que tus ojos levantaron la vista por primera vez. Y allí estaba yo frente a ti, sin poder parar de reír. Dejaste de fruncir el ceño y una ligera mueca se dibujó en tu cara. Me sonreíste. Lo que vino después, ya lo sabes. Dos amantes desconocidos viviendo la pasión de una aventura. Debo reconocerte que me arrepiento. No de que nuestros destinos se cruzaran, sino de prometernos que todo empezaría y terminaría en aquel icónico lugar. ¿Por qué lo hicimos? ¿Por qué renunciamos a querernos? La Catedral fue testigo de nuestro romance, pero también de nuestra despedida. La recuerdo casi como a ti. Perfecta. Allí frente a ella, te bese por última vez y supe que nunca más lo volvería hacer. Sin embargo, tuve la sensación de que algo nos uniría para siempre”.

Una voz interrumpió su lectura,

—Mama, ¿Qué ocurre?

—Nada hijo, sigue comiendo. Viejos recuerdos.

Aquellos ojos azules que ahora la observaban parecían los mismos que diez años antes le habían conquistado. ¿Debía seguir manteniendo aquel secreto? Se preguntó tras aquella carta.

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EL VIAJERO

Silvia Asensio García

Por fin estamos solos. Descorro las cortinas para verte mejor. A lo lejos la Plaza del Mercado Chico me trae tantos recuerdos... Me tumbo a tu lado y te miro con nostalgia. Bajo la palidez de tu rostro se ha quedado dibujada una sonrisa. Es la del viajero que acaba de llegar a su destino. Te cuento lo mucho que te quiero, aunque ya lo sabes, te lo he dicho mil veces. Mañana es nuestro aniversario. Ya sé que prometí llevarte junto al mar, pero tendrás que esperar un poco más. Nadie me dijo que el amor doliera tanto.

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ANTES DE PARTIR

Miguel Ibáñez

Hace años que las cosas no van bien. Sus libros ya no se venden como antes, y en el pueblo costero donde se ha recluido apenas saben quién es esa excéntrica. Se dice de ella que es escritora, y también lesbiana y alcohólica. Una vieja arruinada, en cualquier caso. ¡Si además supieran que habla sola! Estos ingleses lo toleran todo menos la demencia: les parece impúdica.

—¿Pero quién está loca?

—Tú, quién va a ser, le responde la voz.

—Vaya, no eres nadie dando ánimos…

—¿Te asustas por eso? También a mí me llamaron loca.

—Pero a ti te respetan. Tú eres una santa.

La voz se ha callado, y a la escritora le ha parecido que ese silencio estaba lleno de misericordia y de ironía.

Puede que ella necesite ambas cosas. Y un poco de cielo azul. Si sólo pudiera asomarse de nuevo a aquel cielo inmenso. Ha cerrado los ojos para verlo. Y entonces ha visto también la blancura de la nieve, y hasta la ha sentido caer sobre las murallas, blanda y casi acogedora.

¿Por qué no es su patria irlandesa sino España lo que le viene a la memoria en estos momentos? ¿Por qué se le hace tan real de pronto la vieja ciudad que tanto amó, sus calles empedradas, la catedral, el olor de las flores de acacia en el patio del hotel? ¿Qué le está pasando?

Y la voz, después de un suspiro de paciencia, ha dicho:

—Cuántas preguntas. Tú déjate llevar. Yo te acompaño.

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TERESA

Raquel González Gómez

Alzó la vista al cielo. Apretó los puños con firmeza, con la misma fuerza que la muralla aprieta la ciudad. Inspiró profundamente y musitó:

“Soy tu sierva. Hágase en mí tu voluntad. Aquí empieza mi pasión”

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EL BANCO

Juan R. Évora

Como todo buen animal de una gran urbe, mis pies no están hechos para guerrear con esta ciudad. Los dedos llevan tiempo mordiéndome, implorando que pare un poco. ¡Esto es tan distinto a Nueva York!

Cuando me presenté voluntario para este viaje solo tenía en mente aquella ciudad inventada a base de las historias que noche tras noches me contaba mi abuelo. Está claro que esto es mucho más grande que el parque temático medieval con murallas y castillos que un niño de ocho años puede imaginar.

Durante mi adolescencia, me esperaba con las historias más socarronas a la hora del desayuno. Yo me reía sin poder parar, siempre me imaginaba la cara del buen Eusebio en un cuerpo de adolescente, "hablando" a alguna chica sin que se enterara su posible suegro por miedo a perder sus preciados atributos.

Está claro que somos los mejores compañeros para esta travesía y que necesito un banco para descalzarme un poco. Ese banco en el Paseo del Rastro donde entendí de donde salía la pasión con la que me relataba sus vivencias.

Desde ahí comenzaremos nuestro último camino juntos. Él llegará al mausoleo familiar algún que otro año tarde para celebrar esa cena que tenía pendiente con sus hermanos. Yo, haré como que discuto conmigo mismo para nunca poder marcharme de Ávila.

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JUAN, GONZALO Y ELLA

Andrea Pereira

Juan se lo daba todo. Seguridad, una familia, paz, y hasta un alto nivel social.

Ella caminó orgullosa de su mano, bajo la luz.

Gonzalo se lo daba todo, amor, complicidad, sueños y sobre todo pasión.

Ella caminó enamorada de su mano, bajo la oscuridad.

Todos en Ávila murmuraban, algunos juraban saberlo, otros sospechaban y la mayoría lo negaba.

Ella, hasta hoy no quiso soltar ninguna de las dos manos.

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LA CASUALIDAD

Emma Pérez Méndez

Al entrar sonrió a la dependienta.

Le conocía, más que de sobra, además le caían bien, por lo que le devolvió una amplia sonrisa.

Cuando volvía a casa, tras una temporada en la capital, acostumbraba a recorrer las catorce librerías de su ciudad natal.

Se acercó a una de las estanterías reservadas a novela negra. Su mano se dirigió hacia un libro concreto, al tiempo que otra. Al tocarse ambas la sorpresa dio lugar a disculpas rápidas de los dueños.

—Usted estaba antes.

—No, por favor...

—Insisto, rogó ella.

—Ya lo he leído, pero cuando lo veo, en una librería, no me resisto a sostenerlo entre mis manos. Como si fuera la primera vez..., confesó emocionado.

—Yo también soy una apasionada del género. Estoy totalmente enganchada. Entiendo, por tanto, que le gustó ese en particular, indagó ella.

—No soy quién para responder a esa pregunta, se ruborizó.

—¡Mójese! No he leído aún a este autor. Lo de las críticas en ocasiones no es muy fiable. Ya sabe, por eso de ser abulense a la gente de aquí le parece que va a defraudar. ¿Me lo compro?

—No deje de hacerlo, se lo imploro. De algo tengo que comer.

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POR UNA PUNZADA

Laura González Capilla

Alicia siempre se ha dejado llevar por las pasiones, algunas veces de manera acertada y otras no tanto. Poco le han importado los consejos de sus amigos o familiares ni las consecuencias que de sus actos pudieran derivarse, sólo escuchaba las razones de su corazón.

Ella era así: impulsiva, irracional, apasionada. O, como decían sus padres: una locuela cabezota e inquieta.

Cuando, una tarde de verano en la que se divertía con sus amigas paseando por el casco histórico, conoció a Philip, supo que sus destinos estarían entrelazados. No fue su físico, ni las muecas graciosas que hacía mientras observaba el escaparate de la pastelería, ni sus rizos despeinados, ni su sonrisa amplia y sincera; fue el conjunto de todo. Fue, sobretodo, la punzada en el estómago que sintió al acercarse a él. Le siguió con los ojos cerrados hasta Francia y lo habría hecho hasta el fin del mundo.

Hoy, Alicia vuelve a su ciudad natal acompañada de su hija, Marie. Esta vez, recorre el camino con los ojos bien abiertos, no quiere perderse ningún detalle del paisaje que le acerca a casa.

Desde que Philip murió en un accidente camino del trabajo, Alicia se había sentido algo vacía, sin esa espontaneidad ni la energía vital que tanto la caracterizaban. Cuando apenas unos días atrás había visto unas imágenes de la muralla, “su” muralla, en la televisión y había sentido de nuevo esa punzada en el estómago, comprendió que debía volver a su hogar.

Alicia se siente nerviosa y emocionada, imagina cómo será su nuevo futuro. Decide que lo primero que hará al llegar allí será llevar a la pequeña Marie a la pastelería donde conoció a Philip, seguro que las muecas que hace al ver las yemas de Ávila son similares a las que hacía su padre. Sonríe al imaginar la foto que tomará de su hija en ese momento, <<con los rizos despeinados que lleva>>, piensa, <<seguro que quedará muy graciosa>>. Final de trayecto. Inicio de etapa.

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¿DÓNDE MIRARÉ QUE MÁS ME CONFORTE?

David San Juan

Maniatada, de rodillas y obligada a mirar al frente por la mano firme del soldado romano que le aferraba el cabello por detrás, la niña Cristeta no podía hacer otra cosa que contemplar con horror el tormento de muerte al que estaba siendo sometido su hermano Vicente en el potro. El caserío ocre de Abula, lejano e inmutable, era testigo de este nuevo rigor de Daciano.

Cuando cesaron los gritos del infeliz, Cristeta se vio obligada a humillar la cabeza para encontrarse con la mirada de piedad y de dócil aceptación de Sabina, que le sonreía cuando era arrastrada por los pies para ocupar el lugar de los despojos aún calientes del hombre que había consumado su vida por un ideal sublime y apasionado. Como lo iba a hacer su hermana. Como lo iba a hacer ella misma.

Al poco, con el cuello de nuevo arqueado hacia atrás, sus ojos se encontraron con los de un hombre menudo e inmóvil que, medio oculto tras unas peñas, observaba la escena con el alma oprimida por un espanto indecible. La pequeña, casi transfigurada por ese supremo momento de cruda verdad, le entregó la suya con una mirada infinitamente serena y llena de ternura.

Al día siguiente, luego de sepultar los restos desfigurados de los tres forasteros, aquel hombre doliente, de hinojos, tocó el suelo con la frente mientras una lluvia menuda limpiaba su zozobra. Era pronto para levantar los ojos al cielo. Ya lo haría a su tiempo, como lo hizo la niña Cristeta desde el potro, con una última mirada dirigida a lo Alto transida de amor y de esperanza.

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CUANDO FUERA MAYOR

Nife

Atravesaba la calle Teatro, en Ávila, camino del Colegio Santa Teresa y al volver a casa después de las clases y siempre se detenía en el mismo punto cómo si hubiera un resorte en sus piernas, unido al corazón, que le paraba en seco. Allí estaba su tentación, como la que debió sentir Eva por la manzana, según le contaban en el colegio. Solo que para ella debió ser más fácil conseguir el objeto de sus anhelos, no tenía más que alargar el brazo. Sin embargo, para Juanito era casi una tarea titánica y fuera de su alcance.

No podía, ni siquiera, seguir las clases con mucha atención porque su mente estaba en otro sitio y no anhelaba otra cosa que salir rápidamente de la escuela; siempre pensando en el objeto de sus deseos. Cualquiera diría que estaba enamorado: la misma pasión en su corazón y los mismos síntomas físicos.

Cuando se paraba en aquel lugar todos los días, sentía un cosquilleo en el estómago y en los labios e, incluso, se le aceleraba el corazón. Pegaba su nariz al escaparate de aquella tienda y su aliento iba dibujando una mancha blanquecina en el cristal.

Tan blanca y espumosa, la montañita culminaba en esa esferita roja tan chillona y apetecible. La boca le salivaba, las pupilas se le agrandaban y emitía un sordo suspiro. Ese era el objeto de sus deseos: un pastel de blanco merengue coronado por una guinda roja y suculenta. ¿Tendría, cuando fuera mayor, el suficiente dinero como para comprarlo?

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CONVERSACIÓN EN EL MY OLD DUTCH KENSINGTON

Lázaro Domínguez Gallego

—Ávila es encantadora, formidable, bellísima. Está dotada de una atracción especial. Todo el que la ve se queda prendado de ella. Yo no me canso de contemplarla. Me quedo extasiado mirándola, midiéndola de arriba abajo con los ojos, sin pestañear. Es alta, dulce y callada como una primavera. Por las noches parece un arcángel luminoso, brillante, espectacular. Por el día representa la eterna juventud andante, garbosa, lozana, con mucho donaire. En verano estrena vestidos resplandecientes, que parecen tejidos con hilos de oro. Y en invierno suele arroparse con mantos de plata, una hermosura que te deja ensimismado.

—Cuando vaya a España me la tienes que presentar. You already know that I am single.

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YA NO HAY TORRES NI DAMAS

Andrea Jiménez Calzada

Beatriz observaba la ciudad desde la muralla. La noche era cómplice de su obsesión con las estrellas, que parpadearon como si le guiñasen un ojo, alentándole a terminar su cometido.

Habían pasado tantas personas por aquellos muros que podía caber la ínfima posibilidad de que su amado estuviera entre ellas. Se asomo por última vez, con la esperanza de que su mente le diese algún motivo para pararse a sí misma.

Pero la realidad era otra, las calles estaban solitarias, desnudas ante lo que sería la última declaración de intenciones que recibiría aquella historia.

Con la angustia de un corazón roto, pero la pasión del latido de su pecho más fuerte que nunca, lo que a ella le parecieron un caudal de lágrimas cayeron sobre la antigua piedra que protegió la ciudad, y deseó tener un muro propio que le protegiese de aquellos vaivenes que le azotaban el alma.

No había amor, no había nadie, no quedaba nada que tuviera sentido. Había llegado el momento de acabar aquello.

Y cayó. Una lenta caída libre, incluso en la que parecía sortear los árboles, hasta chocar violentamente contra el suelo. Todo se manchó de rojo.

Desparramados sobre la acera, yacían los pétalos de una docena de rosas que había arrojado desde su altura. Nunca más significarían una promesa, nada de aquello merecía ser guardado.

Empezaba de cero.

Jamás le llamó la muerte, y a pesar de su nombre, tampoco se consideraba una dama.

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¿VERDADES DULCES VERDADES?

Grafitti

¡Estúpido!

¿Deseas sobredosis del más poderoso de los sentimientos?

¡Traidor!

¿Practicas culto a deidades foráneas?

¡Cobarde!

¿Invocas a una musa para convertirte enamorado sin límites?

—Solo… ¡Quiero ser el hombre más romántico de Ávila! Tengo el derecho…

¿Derecho? ¡Pides demasiado! Consuélate con el honor que estoy aquí para ganarme un lugar en la historia del Romanticismo.

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SER O NO SER

Grafitti

Cupido está triste. Sus certeras y siempre pasionales flechas que hieren sutilmente, sin avisar a dioses y mortales, ya no son efectivas.

Las opiniones de sus vecinos en el Olimpo son diversas. Algunos dicen:

—Es hora de ceder paso a los jóvenes dioses. No te estamos diciendo viejo, pero cuarenta mil años no se cumplen todos los días.

Otros aconsejan:

— ¡Abre los ojos! En Ávila…Enamorarse es una sensación obsoleta.

Zeus, el que lo sabe casi todo le sugiere:

— Habla contigo mismo y triunfarás.

Después de tanta búsqueda, el Dios del amor encuentra la felicidad. Se casa con Andrea... un hermoso ángel italiano.

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ÁVILA Y NUBE

Salai

— ¿Hoy se vio la nube acorazonada?

—Ah, triste y triste; invisible hoy pasó.

Así conversaban dos hermanitos, en tanto, a través de la ventana, saltaban ansiosos por ver la nube que, decían, el amor suscitaba y el sosiego familiar difundía entre aquellos que en Ávila habitaban.

—Quizá hoy no vióse porque, molestos dos ciudadanos, que negáronse el saludo, le enfriaron el corazón a la nube.

—Mas ello en duda coloco; cuando llueve he visto la enrojecida nube bailar en el alto cielo; no le dan escalofríos.

Así a conversar volvían, inquietos, con la mirada en el cielo que, despejado, con su azulado les entristecía sobremanera.

Y por la noche, en tanto buscaban la nube, hacíanse promesas:

—Si mañana la nube ausentase, ¡ay compañero!, niégome a regalarte la golosina.

—Y yo, si de parecer cambiaras, a recibírtela me negaré, porque mi ánimo está muy frágil.

Cuando hízose perceptible el sol, cual campaneara, con sus luces de su aparición dio aviso.

— ¡Miradles!, díjole un hermanito al otro, situado desde la ventana.

— ¿Acaso son ya pareja de nubes las que nos deleitaran?, interrogóle el otro, en tanto se retiraba del lecho y a la ventana se acercaba.

—No, son los mismos que se esquivan para no saludarse. La nube no se ve.

Y ambos cruzáronse de brazos, como vencidos. Pero la lluvia torrencial hizo su descenso, e hizo conversar a los esquivos:

—Llevo un abrigo de más, puesto que iba a reunirme con mi hermano; úselo usted caballero.

—Esto acepto, cual deberá vuestra persona mi mano estrechar.

Cuando estrecháronse las manos, una nube inmensa acorazonada alumbró Ávila; los niños sonreían.

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ESCAPE ROOM

III

Mis alumnos necesitaban motivación extra para memorizar datos sobre la historia de Ávila. Durante el fin de semana preparé la sala. Debían encontrar diversión mientras atravesaban el laberinto (un viaje por la Sierra, a la vera del Río Adaja). Dejé pistas en mapas cartografiados, dentro del libro “Camino de Perfección” de Santa Teresa de Jesús y reproduje en miniatura parte de la Batalla de las Navas de Tolosa en tiempos de su majestad Alfonso VIII. El escape room debía completarse en una hora como máximo. En algunas piedras de La Muralla grabé con tinta invisible rompecabezas y acertijos con objeto de que por fin retuvieran fechas y acontecimientos para el examen. Trabajaron en grupo, algunos con gran habilidad y la mayoría atentos al pensamiento deductivo. El director del Instituto, al principio contrario a mis métodos de enseñanza, terminó por felicitar a los estudiantes. Salieron en tiempo récord. Aprendidos.

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REENCUENTRO

José Luis Zárate González

Lo que más recuerdo de mi padre eran sus manos, el sol y el campo habían transformado su piel en una lija, la lenta desolación y abandono transformaron sus ojos de avellana en hielo. Suyo era un gesto pétreo, pero él era un hombre enamorado del mundo, detrás del muro de su cuerpo yacía el hombre más cálido que he conocido, el mundo era su hermano y el lento crecer del verde su música. Cuando regresé a Ávila reencontré a mi padre. Ahí estaba, plasmado en esa muralla nacida por la necesidad, que protege al amor y pasión que por dentro crecen.

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Y TODO COMENZÓ CON UNA PIEDRA

José Luis Zárate González

La primera piedra, una pequeña nada en medio de los prados, poco puede hacer contra el fuego y el acero. Una sola piedra, minúscula barrera no detiene las mareas de sangre ni protege el sueño de nuestros amores; pero ésta no será una sola piedra, ni un sólo ladrillo, miles vendrán atraídos por el deseo y el fuego que es plantado al colocar esta piedra. La muralla se alzará en un parpadeo y el mundo cambiará a su alrededor. Y un día, un glorioso día, mucho después de que dejemos este mundo, los niños de los niños que hemos dejado atrás harán el verdadero acto de valentía, contagiados por nuestra pasión, dejarán este muro que construimos y plantaran su primera piedra fuera de nuestra muralla.

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NO TE PARES

Montse Vázquez Suárez

Apoyó la espalda contra la piedra caliente. El corazón golpeaba en sus sienes como un caballo enloquecido. La respiración le quemaba en la garganta, áspera y costosa. Deslizó las manos por la rugosa piel de la muralla, buscando un asidero. Su certeza sólida se apretaba contra sus dedos, abriéndose como una amante apasionada, devolviendo ansiosa la caricia. Cerró los ojos un momento, olvidando por un instante la angustiosa necesidad de correr de nuevo, la vibración en su piel que le instaba a seguir, a ignorar el ardiente dolor en el costado. Con la mirada húmeda miró de reojo las sombras que se aproximaban. Si, tan sólo por un instante, pudiera fundirse, introducirse como un fluido vivo entre las grietas antiguas del muro...Un instante bastaría. Un mágico instante de pasión que uniera su esencia a la de la piedra, dejándole ser, sin más pretensión que su sobria presencia. Los latidos retumbaban aún en sus sienes, escondiendo el sonido de los pasos que se acercaban rápidos. Tan rápidos. La sombra le envolvió un instante en la oscuridad, al interponerse en la luz de la farola, que temblaba entre la bruma helada.

—Vamos, no te pares, o te quedarás frío.

Mientras corría de nuevo se preguntaba, una vez más, porqué, porqué demonios, había salido de nuevo a correr.

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LOCA

Alma Malion

Créanme si les digo que, aunque todos la llamaban loca, no lo estaba. Que cuando algún turista despistado pasaba frente a ella, le sonreía y le señalaba la cigüeña sobre la espadaña. Y continuaba tarareando.

Díganme y tal vez les crea mientras se quitan las sandalias, que de Ávila, ni el polvo. Que en algún momento de la historia un rey mandó hervir a varios caballeros porque un niño mostrado desde las murallas se había convertido en su mayor enemigo. Y ni les diré, ni me creerán, la extraordinaria historia de Paula. Santa Paula Barbada. Y ella no dejaba de cantar.

Vivo sin vivir en mí después que muero de amor, recita a las nubes. El grupo de chiquillos se esconde tras el verraco, como cada tarde, y comienzan a tirarle piedrecillas del camino. Y la llaman loca. Ella parece no darse cuenta, como cada tarde. Entonces, deja de cantar. Se levanta del banco y mira hacia atrás. Sonríe. No se mueven, no se atreven. Silencio. No hay música, no hay insultos.

Déjenme que les diga, y créanme, que con los dedos comenzó a trazar líneas en el aire, círculos y más círculos, y dibujó un cielo de nubes. De todas las formas, de todos los colores. Después recogió un puñado de piedras y sopló. No me llamen loco, no lo estoy. Recogió otro puñado y volvió a soplar. Aquellas piedras abrazaron Ávila.

Hoy, mis viejos pies me llevan hasta el banco donde ella se sentaba. La muralla sigue ahí. Las nubes también. Con el bastón que me ayuda a caminar trazo una raya en el suelo. Sonrío recordando sus palabras.

—Solo tienes que soplar para que la línea que separa la pasión de la locura, se borre.

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PARAMERA

Miguel Ángel Muñecas Vidal

Camino por el paseo del rastro, a escasos metros de la vieja muralla. Sé que está viva, superviviente del tiempo eterno, latiendo sobre la áspera roca de granito gris en la que se erige. Desea ser tocada, sentida, contar al viajero historias acalladas de las que ha sido testigo ¡Son tantas las que atesora! El rey niño, la princesa mora, Jimena Blázquez… Suspira y mira embelesada a riscos aún más antiguos que ella, silueta inconfundible cuyo tiempo se cuenta por eones: la sierra Paramera. Acomodado en su falda, Sotalbo; alzado en el risco, el castillo de Manqueospese.

Se acuerda de Don Álvar Dávila y de Doña Guiomar, la hija del abulense don Diego de Zúñiga, aunque quizá tampoco se llamaran así; pudieron haber sido la hija del musulmán, señor del castillo y un caballero cristiano... Señor don Diego: “Manqueospese, a vuestra hija veré cada día”. Y encendía una hoguera en lo alto del castillo para su amada. O acaso el cristiano construyera un túnel secreto desde la muralla al castillo para verla cada noche. Ella murió, consumida por la pena, pero su alma se transmutó en pájaro que vuela hacia su amado, quien poco después se dejaría la vida en el campo de batalla.

La vieja muralla sonríe tímidamente. No le importa el detalle sino la esencia de la leyenda: un amor imposible, cuyas almas sólo alcanzan la felicidad en su reencuentro final tras la muerte. Y en los días de lluvia, por sus muros resbalan lágrimas de compasión por aquellos desdichados. Amor y pasiones que trascenderán los siglos y a sus propios protagonistas.

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TRES CINEASTAS

Per Abat

No he visitado Ávila, mis ojos de cineasta contumaz no han visto a Ávila, y no pienso ir. Tuve un amor de allá que me hizo conocerla, habiéndome descrito en castizo español el valle de Amblés y la Sierra de Ávila, con tanta viveza, que bien podría ir allá y reconocer cada templo, cada piedra. Del mismo modo me contó de un encuentro que ella tuvo de paseo por esa planicie generosa en cereales de la meseta donde posa la ciudad sureña y los ganados cantábricos de sus provincias norteñas… y cómo no enamorarse, bajo esos cielos claros de final de primavera, cómo no sentir un poco de envidia de la buena, al oírla recordar esos parajes de ensueño por donde anduvo junto a su galán; del que nunca supe el nombre pero al que ella aludía, asociándolo a aquellas caminatas suyas a lo largo del Adaja en cuyas orillas crecen espesas frondas duplicadas por los espejos traslúcidos del agua, bajo las altas sombras de las torres de antiguos castillos que evocan gestas ancestrales de su ciudad. También me habló del puente del ferrocarril sobre la represa de Fuentes Claras, donde bajo sus arcos posó desnuda para la cámara de su amado, lo cual me despertaba celos retrospectivos, aunque igual me describiera la vetusta muralla medieval X, que según me dijo es el símbolo de la alianza entre las tres viejas ciudades de Ávila, donde una noche la asustaron unos caballeros por arriesgarse a grabar sola aquellos imponentes torreones, muros y alcázar levantados hace cientos años, y debió correr sus dos kilómetros y medio, huyendo de aquellos fantoches, que sin embargo, no se atrevieron cruzar los umbrales de sus principales puertas, acaso por no dejarse filmar de ella, María de los Ángeles, la bella abulense que me visitara en mi casa de Tuluá, Valle del Cauca, Colombia, cuando coincidimos en un congreso de cine y nos enamoramos a primera vista, para regresarse a Ávila, junto a su amado, un mes después.

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DOS HERMANOS

Raul A. Mazzeo

Luego de 12 horas de vuelo aterricé en Madrid, tomé un auto y ya caía la noche cuando atravesé las murallas por la Puerta Grande.

Aposentado en el hotel, saqué las fotos que había traído conmigo y que me habían acompañado los últimos años.

Dos adolescentes con ropa de campesino elegante en lo que parecía una fiesta local. Un joven con boina y fusil en blanco y negro. Otra del mismo joven en un perdido pueblo francés.

Cuando era niño mi abuelo cantaba canciones raras que me encantaban. A medida que la noche avanzaba, la melancolía lo iba atravesando como un puñal. Y comenzaba a insultar.

Nunca hablaba de su familia en España. Su silencio era infranqueable. Las consultas con mi padre fueron pobres. Lo único que él sabía era de un tío, Juan Antonio; de unos padres muertos tempranamente y de una ciudad, Ávila.

Poco antes de morir, el abuelo me llamó. Fui a su solitaria casa donde hacía rato el aroma de los guisados de la abuela no perfumaban el comedor. Su enfermedad le hacía dispersarse, a veces me confundía con mi padre y a veces con otra persona. En un momento su semblante cambió, corrieron pequeñas lágrimas y me dijo:

—Juani, te perdono. Espero que tú me perdones también.

Y me entrego el sobre con esas ajadas fotos sepia.

Tardé unos años, luego de su muerte, en tener el panorama completo. Yo tenía niños pequeños y responsabilidades; mucha ignorancia; un país que se desangraba. Y una pelea irreconciliable con mi hermana por si las cosas se hacían de un modo u otro en mi tierra.

Internet me consiguió lo que quería. Y aquí estoy, en el cementerio de Ávila. Unos bellísimos arboles rodean la tumba de Juan Antonio Gonzales Herrero.

Deposito las fotos apretadas contra el borde de su lápida, una flor roja y le digo al tío abuelo las palabras que le fueron destinadas.

Cuando voy saliendo, marco en el móvil el teléfono de mi hermana.

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EMBELESO

Salinas

Marisa no comprende la mitad de las cosas, por eso no se las cuento, aunque sea mi mejor amiga. Sé que le había prometido un fin de semana glorioso en Ávila. De día, cien por cien cultural (le entusiasman las piedras). Con ese fin, buscamos un free tour y visitamos todos los palacios, conventos y recovecos. No faltó, por supuesto, un paseo por la muralla. Reconozco que fue maravilloso… La cuestión llegó cuando fuimos a pagar al guía y me propuso una cena para dos. Lamenté que Marisa no entrara en nuestros planes. Le dije a mi amiga que, si no tenía nada mejor que hacer, me esperara en el hotel, que no me podía negar a una cita así.

Me acicalé y fuimos caminando hacia Pedro de Lagasca. Nos hartamos de patatas revolconas, lechón asado y unas sublimes yemas de la Santa. Lo de después no se lo conté. La pasión de Santa Teresa fueron migajas comparado con el éxtasis que yo viví. A Marisa no le podía contar que aún centelleaban en mis retinas las vistas desde Los Cuatro Postes, con la ciudad iluminada enmarcada en una luna mora, inspirada para escribir el mejor de los microrrelatos.

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LA RENDICIÓN

Eduardo Neftalí

— ¡Adelante, soldados! gritó desde el otro lado de la puerta.

Y entramos los dos al salón con un estrafalario paso militar. Mi madre con un ridículo tricornio de plástico en la cabeza y yo con una casaca roja sin botones y las botas de agua negras.

— Soldados, las tropas avanzan peligrosamente, Ávila está en peligro, han declarado el estado de guerra. Varias centurias del ejercito romano han sido avistadas desde la Muralla de nuestra ciudad, apostadas en la ribera del Adaja así que quiero a nuestros mejores hombres repeliendo el ataque. ¡Defendamos nuestra tierra!, ¿entendido?

Mi madre me dio un codazo en el costado y yo cumplí con mi parte del trato.

— ¡Sí, mi coronel!

Mientras entraba de nuevo en la cocina para cobrar mi recompensa en forma de helado de chocolate, le pregunté:

— Mamá, ¿hasta cuándo vamos a jugar a las guerras con el abuelo?

Ella, mientras espumaba unos judiones con chorizo, con el aroma de la panceta tiñendo las paredes de la cocina de una nostalgia repentina, dejó caer una lágrima en la olla y respondió:

Le devolveré todas las horas que él jugó conmigo cuando era pequeña hasta que las tropas del Alzheimer invadan definitivamente su cabeza.

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SOÑAR DESPIERTO

Jacinto Benito Martín

¡Quién dijo que sólo se puede estar en la época medieval, si estás soñando! Nada más lejos de la realidad, si te encuentras en la maravillosa ciudad de Ávila. Con los ojos abiertos, te verás paseando por sus murallas, como si fueras un caballero de las cruzadas. Podrás entrar por alguna de sus nueve puertas gloriosas y, encontrarás a Santa Teresa de Jesús entre sus muros. Quiero seguir soñando, contemplando el convento Santa Ana. Con Isabel de Castilla, refugiándose dentro del convento, huyendo de la peste. Cuanta historia, emociones y pasiones se aglutinan en ésta fantástica ciudad. No puedo, ni debo olvidarme de San Juan de la Cruz, entrando al convento de la Encarnación. Me froto los ojos, no me lo acabo de creer, al ver por estas calles a Tomás de Torquemada, inquisidor General de los reinos de Castilla y Aragón. Innumerables leyendas, muchos y grandes personajes. Milenarios edificios históricos, hay entre murallas. Imposible describir todo, en un solo sueño, aunque en ésta bella población de Ávila, sueñe uno; hasta despierto.

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GALLITOS

Manuel Serrano Funes

Se encontraban cerca de la muralla. Tango, Rosa y Coco se conocían desde hacía mucho tiempo. Infinitas correrías juntos había forjado algo más que amistad. En alguna ocasión habían intercambiado fluidos corporales y les encantaba mearse a los pies de aquella hermosa construcción que ya era vieja cuando ellos eran pequeños.

En cuanto se juntaban, la aventura estaba asegurada. Lo que más les gustaba era buscar a algún desprevenido paseante y atacarle. Aunque no le hicieran nada, el desgraciado corría despavorido. Lo perseguían durante un rato y después se reían con ganas y se iban a por otra víctima.

Tenían especial fijación con Estéreo y su banda. En más de una ocasión los habían sorprendido al pie del árbol centenario de la plaza y tras un primer contacto de bravuconadas y enseñarse los dientes, les hacían poner pies en polvorosa. Con estos se divertían todavía más: les encantaban verlos correr mirando hacia atrás.

Eran los reyes de la noche. Nadie se atrevía a decirles ni mu. Cuando aparecían por cualquier lugar de la ciudad, los demás salían disparados a esconderse. No querían líos con aquellos tres cuya fama les precedía.

Con el tiempo acabaron por no tener rival. Cada noche recorrían la muralla, su territorio adorado, esperando la confrontación. Cuando se cansaron de pavonearse por lugares desiertos decidieron buscar otras víctimas. Aquello fue su perdición: el primer ataque a un humano dio con sus huesos en la perrera.

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EL CANTONAL DEL OLMO EN EL CENOTAFIO

J.S. Reyes

Desde un ancho y místico cielo levantan las miradas, acorazonados por un imperio que se extiende más allá de su propio ser, de aquel antiguo y descendiente que abriga un gran santuario, el palacio de cruces donde al posarse en el balcón una plegaria en el dolmen de la catedral resuena; pero acaso qué más pretenden los verracos y murallas que no lastiman el pie descalzo que aterriza en lo más profundo del inquisidor cimiento, inspirado por la más bella de todas las aves que aún sigue sin ser enjaulada. Por esas razones soy leal, un silencioso caballero para las veces que he estado, y no en la incontable imaginación de nuestra eterna batalla.

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ÁVILA

Walter Pucheta

Una por una tus piedras, mi Alcázar milenario, atestiguan el coraje y la pasión de tu pueblo.

Entre ellas, ahora late mi niño…

Ocho de Octubre de mil novecientos noventa y…

En silencio, sobre tu cama, tu camiseta encarnada…

En silencio, las gradas…

En silencio esperan los muñecos de nieve, que tus manitos de tul, vengan a darles vida…

En silencio, el corazón, también…

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MENSAJE

Zarco

Ese sábado no tenía por qué salir a trabajar. Jorge se deleitaba con un vinillo cuando sonó el teléfono.

Su esposa pasó el inalámbrico, y anunció: ¡es para tí de mi madre! Él con la misma devolvió el aparato. En voz baja tapando la bocina respondió:

— "No tengo ganas hablar".

Mayte insistió:

— "Pasa mijo quiero escuchar de que trata".

Jorge celebraba la independencia. Allí lejos de la metida suegra. Por eso lo menos deseaba: ¡Sería escucharla! Así determinado enarbolando dedos imbatibles, espetó:

— ¡Joda cierra!

Ella hace caso. Sabe que cuando pone tono grueso no hay caso. La despide: nos vemos de nuevo en Ávila.

Mayte arde por saber de aquello. Puesto tras trastear no recordaba haber dejado nada.

Al fin curiosa pregunta:

— Bueno papi habla ya no tienes excusas.

— Está bien. Seré franco. Esa botella con mensajes en la etiqueta la dejé escondida. Se la pensaba regalar cuando fuéramos en agradecimiento por los años nos hospedó. Es idéntico al licor que tomo, dice: "Gracias ".

Tras la confesión, y haber derrotado sus prejuicios ella lo mira orgullosa:

— "Eres tan noble vida, eso me enamora de ti".

«Sienten mares de emociones que solo la palabra pasión describiría en sus múltiples acepciones».

El teléfono al rato repica. Alcanza a escuchar la doña ratifica lo dicho empero sostiene no cree dicho regalo fuese para ella. ¡Jamás se llevó con su yerno!. Se detestaban. Incluso expresó enconadas sospechas que se traía cosas con su jardinero.

Ella sin osar tomar partido observaba desconfiada mientras él tras otro sorbo con indiferente alegría se aplicaba mascarillas.

¡Bueno lectores el secreto!:

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El mensaje efectivamente no era para la suegra. Tampoco para el empleado quien tal vez la merecía. Menos para alguna amante. Deseó obsequiar dicha litrona igual a la que bebía a su propia cónyuge.

Dicha misiva era una despedida. ¡Había determinado abandonarla! Casi lo hace porque hasta último momento puso trabas para mudarse allí, en aquél modesto piso donde finalmente estaban solos para emborracharse a lo salvaje sin molestas presencias.

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ROMANCE INFINITO

Miguel A. Moreno

Nació de entre las sombras de sus columnas un atardecer, cuando la noche se abre paso inexorable y las luces artificiales se elevan por encima de los muros. Surgió allí, en Los Cuatro Postes, con un beso de adolescentes que poco a poco se hizo mayor. Decidimos que nuestro amor sería digno de nobles y reyes y lo paseamos por los palacios de Núñez Vela, de los Bracamonte, de los Velada, de los Almarza y de los Verdugo, tal era nuestro compromiso con el espléndido patrimonio. Y aún dejamos muchos otros pendientes de visitar.

Rogamos a Dios que nos concediera su gracia divina en la Catedral, y elevamos nuestras plegarias por las iglesias de Santo Tomé, San Pedro, San Andrés, San Segundo, San Nicolás y varias más de tantos siglos en pie. También pedimos la bendición de Santa Teresa

Éramos dos cautivos enamorados de la histórica ciudad que podíamos recorrer los 2,5 kilómetros de muralla agarrados de la mano, contemplando con los ojos de par en par la solemnidad de los paisajes de Castilla. Y si el hambre acudía a nuestros estómagos, lo calmábamos con unas yemas de la Santa.

Cada puesta de sol añadía un eslabón a un romance que aspiraba a ser eterno. Más allá de la muerte, nos juramos. Y al cielo pusimos por testigo. Y en él dibujamos un mensaje de agradecimiento infinito: ‘Pasión por Ávila, siempre nuestra’.

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CUANDO CAE LA NOCHE

Miguel A. Moreno

Por entre las sombras de la noche emerge la amurallada fortaleza que sirviera de cobijo y disputa a judíos, moros y cristianos. De las ochenta torres surgen destellos de luz que se extienden a través de la ciudad, otorgándole el encanto sereno de la nocturnidad. El silencio del río Adaja confunde al viajero, sabedor de que su agua limpia fluye briosa por sus cauces para alimentar los cultivos y manantiales. En la llanura que se extiende a sus pies la vida es otra, incorporada al transcurrir de los tiempos.

Adentro, tras las piedras que vigilan las colinas de alrededor, disfruto el placer de deambular por sus calles, de evocar al medievo en cada tramo, de perderme en un laberinto que me resulta, sin embargo, conocido. Las farolas despliegan sus haces dorados, creando figuras que se alargan hasta desaparecer sin dejar rastro. Es fría la noche en este otoño de vendimias y recolectas por los campos de Castilla. Mas no supone impedimento para quien se ve rodeado de tanta belleza.

Mis pasos me conducen hacia la Catedral, desde la Puerta del Alcázar, como si una fuerza superior quisiera mostrarme una vez más la majestuosidad de su construcción. ¡Si las piedras hablaran! Una voz dulce susurra entonces mis oídos: “Saborea la calma de la vida ancestral, así podrás gozar de la quietud de sus gentes, de los perfumes de incienso esparcidos por la villa, de los acordes de la música sacra que surgen de sus incontables iglesias, conventos y palacios. Avanza sin temor, sumérgete en la historia”.

Siento perturbada mi razón, dominado por lo que ven mis ojos. Queda aún noche y eso me reconforta pues, os aseguro, Ávila despierta mi pasión.

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SOMBRAS Y SOL

Alejandro Guardiola Pardell

El frío de la mañana se le calaba en los huesos, sobre el campo empañado de una densa niebla, apenas se veía a dos pasos. Su faena había terminado, era sábado y no tendría que volver hasta el día siguiente, se dirigía a su casa cuando vio algo que brillaba, era una cartera, estaba caída al pie de un portón como si alguien la hubiera abandonado a toda prisa, las deudas le agobiaban, cogió la cartera para mirar lo que había dentro y su vista se deslizó sobre un montón de billetes. Estaba repleta, nunca había visto tanto dinero junto, pensó que era la solución a todas sus penas, sus hijos pedían pan, la madre había muerto hacía tiempo, la llevó a su casa. Hasta el lunes no podría ingresar parte del dinero, no demasiado para que no sospecharan. El domingo pasando por un kiosco vio una noticia en primera página de una persona suplicando por la cartera perdida, se acercó a las señas escritas y vio un anciano muy viejecito que al verle le miró con pena. Que le pasa buen anciano, ayer perdí una cartera que no era mía y me han denunciado por ello. Pensó y pensó y aquella misma tarde se plantaba en casa del anciano con la cartera en la mano. El anciano agradecido le estrechó la mano. Para sorpresa suya al regresar a su casa entristecido por no poder pagar las deudas se encontró la cartera y una nota que decía que aquel anciano le había nombrado su heredero, porque según decía por fin había encontrado un hombre honrado.

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DE DOBLE SENTIDO

Sejóbaro

No es más que una carretera comarcal que nace en mi pueblo, en plena montaña, y desemboca en Ávila capital. Estrecha, sin línea continua que delimite los carriles en un sentido u otro, serpenteante en algunos tramos, con cambios de rasante pronunciados -si aceleras durante la subida el coche despega y salta y aterriza-. Atraviesa dos provincias, se nota por el cambio de firme en la frontera imaginaria y por nada más; también un campo de golf rural y un pantano surcado por el viaducto que traza su exacto diámetro. Hay a ambos lados bosques marchitos, prados casi siempre yermos, aldeas de nombres afrancesados de cuando Bonaparte las ocupó, apáticos molinos eólicos, silos abandonados, casas solariegas y refugios de piedra para los pastores que emigraron a la ciudad. En agosto, si coincides a la ida o a la vuelta con la luna llena, esta se posa sobre el asfalto aun con el ocaso en llamas y te permite circunvalarla sin salir de esa misma carretera ya para entonces más pasional que comarcal, más vuelo o singladura o ascensor o máquina del tiempo que recorrido, partida y destino. Más relato que camino. No es más que eso.

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RECITACIÓN

Lázaro Domínguez Gallego

Los santos no mueren nunca. Soy fan de Teresa de Jesús, a quien leí desde niño. Amor entrañable a Dios emana su poesía por cada verso. Paseo con la santa cada vez que visito Ávila. Recito mentalmente el “Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero” ante las murallas, en la catedral, en la basílica de San Vicente, junto a la fuente en el parque de San Antonio, en la ribera del río Adaja. A veces recito el “Dichoso el corazón enamorado que en sólo Dios ha puesto el pensamiento” frente al Torreón de los Guzmanes, en la Plaza de Santa Teresa, o en la ermita de San Segundo. Finalmente recito el “Nada te turbe, nada te espante…” en el museo teresiano, en la sala de reliquias de la santa. Y siento que está viva y que soy fan de una mujer que me está mirando con amor infinito.

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UN NUEVO HOGAR

Elisa Rivero Bañuelos

Ablega cruzó las puertas de la muralla, abiertas de par en par, y ascendió por las calles de Ulaca. Silenciosas y desnudas como las ramas del roble en invierno. Lo encontró en el mismo sitio donde lo dejaran cuando abandonaron la ciudad: sentado junto al altar de sacrificio con la mirada perdida en el cielo. La muchacha se estremeció y, por un momento, pensó si su abuelo no habría muerto ya de sed, hambre o pena. Como una última ofrenda a los dioses vettones.

—No pienso irme —pronunciaron de pronto sus labios resecos—. Ulaca es mi hogar, por Cosus.

Ablega suspiró y se acuclilló junto a Ablonius. Su cuerpo, antaño poderoso, se había resumido y temblaba como una hoja a merced de la brisa de finales de otoño.

—Ya nada te ata a este pedregal, abuelo. Abajo, en la vega, la tierra es fértil. Los romanos nos permiten vivir bajo nuestras normas. Hasta hemos construido un altar a Ataecina…

—¿Os permiten? —Sus ojos azabache centellearon con pasión, despertando de su letargo—. ¿Cuándo caímos tan bajo? Abandonar nuestro hogar, nuestras raíces, para que esos romanos nos controlen. Solo los dioses podrían exigirnos algo así.

Los intentos de Ablega por convencer a su abuelo se esfumaron con el viento. Cuando alcanzó Obila, su nueva ciudad, la luz de los hogares ya chisporroteaba en la noche. Sabía que desde Ulaca también se alcanzaba a ver las luces. Pero los ojos de Ablonius seguirían perdidos en el firmamento.

De pronto, un destello cruzó el cielo, iluminando durante unos instantes el valle Amblés. Ablega respingó, preguntándose qué querrían decirles los dioses. Ablonius sabría interpretarlo.

A la mañana siguiente, una pequeña silueta se acercaba renqueando por el camino del suroeste. Se paró unos instantes junto al verraco que señalaba el camino a Ulaca. Al cabo, sus pasos cruzaron decididos la frontera, dejando atrás el pasado. Ablega, que le esperaba junto al río Adaja, sonrió.

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CAMBIO DE AIRES

Jericho

Llevaba tiempo bloqueado en su vida, en diferentes facetas, y notó que necesitaba un cambio de aires en su vida, pues se sentía fuera de sitio en su Madrid natal. Llegó por casualidad a Ávila, donde encontró empleo en un periódico local. No imaginaba que la ciudad amurallada cambiaría su vida por completo, ya que no se cansaba de descubrir nuevos rincones en la ciudad, y también en la provincia, desconocida para él hasta entonces, a pesar de tener raíces en Cebreros por parte de su abuela paterna.

Pronto se adaptó a la vida de una ciudad pequeña, donde no notaba el estrés y las prisas a las que estaba acostumbrado, y tampoco notaba la soledad que conocía de la gran ciudad. Había recuperado las ganas para hacer ejercicio, y todas las mañanas a la hora del alba salía a correr a orillas del Adaja hasta el monumento de los Cuatro Postes, y los fines de semana salía con la bicicleta por esas carreteras que el Chaba, Sastre o Mancebo tanto transitaban. Ávila fue su inspiración para volver a escribir, y aquí ambientó una novela que pronto vería la luz, más varios relatos y alguna poesía que escribió mirando hacia Gredos. En cierto modo, Diego en Ávila recuperó la pasión por la vida que estaba perdiendo.

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SOMBRA

Francisco Javier Aguirre

Me apasionan las gestas históricas, los guerreros, sus alardes, sus hazañas. Aquella noche, contemplando el panorama de la ciudad desde el humilladero de San Sebastián, me sorprendió una sombra que corría sobre la muralla. Hacía mucho frío. La seguí con unos prismáticos de gran alcance, unos prismáticos de combate. Tenía mi perfil y reproducía exactamente mis movimientos. Llevaba yelmo y empuñaba una espada. ¡Era mi propia sombra! Enseguida se quedó quieta, inmóvil. Observándola atentamente, pensé que se había congelado. También soy un apasionado de los fenómenos paranormales.

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EL CUARTETO

Julia Sala Costa

Rosita y yo empezamos a planificar la vida el día en que, en la escuela de adultos, fuimos elegidos para formar parte del grupo que cantaría en Semana Santa, la “Pasión según San Mateo”.

Hasta tal extremo nos conmovió aquella pieza que la entonábamos a diario. Pero como había días en los que el coro no se reunía, obligamos a mi suegra a asistir a clases de solfeo para poder tener una tercera voz.

Ni que decir tiene que para la cuarta buscamos apasionadamente un único hijo con el fin de poder ensayar en casa la obra sublime de nuestro paisano Tomás Luis de Victoria.

Quedamos hundidos en la más absoluta miseria cuando comprendimos que Paquito no iba a participar en el proyecto, no por nosotros sino por culpa divina ya que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, el Creador no lo había dotado para sacar una sola nota de sus cuerdas vocales. Eso nos produjo una gran perturbación del ánimo viendo frustradas nuestras ilusiones.

No obstante, descubrimos que el niño mostraba una afición vehemente hacia la música el día en que, saliendo de su estado de natural pasivo, siguió a los miembros de la banda desde la Plaza del mercado chico a la del grande. Así que le compramos un casco negro con penacho azul de plumas y año tras año lo llevábamos al Certamen de toques de Pasión” para que siguiera a la formación con paso de procesión.

La verdad es que no sabíamos por qué siempre nos miraban mal. Lástima que pasaran dieciocho años hasta que nos dimos cuenta que era mejor que cambiara el pito por una corneta.

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CICONIA CICONIA

Amparo Paniagua Muñoz

Cuando sientes dentro de ti auténtica pasión por las aves no tienes alternativa. El destino insiste en reclamarte, te embauca de tal manera que acabas anillando patas y midiendo cuerpecitos llenos de plumas, día sí, día también. Y tú tan feliz. A otros les da por escribir novelas.

Empiezas a soñar con el crotoreo incansable de sus llamadas y te ves luchando por la conservación sostenible de sus nidos. Incluso dormido. La de veces que he sido una cigüeña y he surcado los cielos… pero no los que van a dar al vertedero, sino los de la auténtica y larga emigración, los de llegar hasta África. Ida y vuelta. Por eso estudié Veterinaria.

Gracias a SEO Birdlife he viajado por todo el mundo. Gracias a SEO te conocí un día de suerte. Trabajo de campo durante una semana en las murallas de Ávila y contabilizando ejemplares en el Monasterio de Santo Tomás.

Me fijé en ti porque soltaste a los chiquillos que todas las cigüeñas saben hablar francés de tanto ir a París a por niños. Se partían de la risa.

Una vez más no he podido escapar a mi destino. Aquí me he quedado, viviendo contigo, en la ciudad de los Caballeros, sin intención alguna de emigrar.

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TESORO

José Sanchez del Viejo

En Ávila, cuando la luna platee los tejados, todo el paisaje será metal precioso.

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IMPACTO

José Sanchez del Viejo

Era la primera vez que coincidíamos en un espectáculo. El movimiento de su cuerpo, en la ejecución de su danza, no pasaba desapercibido.

Salí al escenario a darlo todo al público, y a ella. Canté entregando todo a mi voz.

Unas copas, miradas, tanteos, y lo demás. Como estábamos en la ciudad de Ávila, su ciudad, acabamos en su casa. Recuerdo haber atravesado un jardín a oscuras en su propio coche y haber subido unas escaleras.

Cuando el sol me despertó estábamos desnudos. Ella aún dormía. Me entraron ganas de fumar y salí a la terraza.

Lo que por la noche me pareció un jardín normal era un campo lleno de cruces de piedra colocadas en hilera. La impresión fue de espanto.

Bajé las escaleras huyendo y no volví a saber de ella nunca nada más.

Un amigo me contó mucho tiempo después que una de sus aficiones era la de coleccionar cruces de piedra y exponerlas en el jardín alrededor de su casa.

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PASIÓN EN ÁVILA

Leo Mazzola

Hoy me despido de este mágico lugar, el teatro Lienzo Norte de Ávila. Hoy me abrazarás por última vez y mis lágrimas serán más auténticas que nunca. Hoy me siento morir tanto como los personajes que interpretamos, vencidos por la adversidad, incapaces de vivir su amor, en esta versión libre de Romeo y Julieta.

Tercer acto, escena final. Como único decorado el lecho donde nos hemos amado furtivamente en la clandestinidad. Un foco de luz fría ilumina las dos copas de vino que yacen sobre la desvencijada mesilla, conteniendo el mortal líquido que nos hará libres.

Lentamente coges las copas y te acercas a mí. Extiendo mi mano y noto su estremecimiento, y después el de todo mi cuerpo. Ojalá esa copa contuviera un veneno real. La bebería sin titubear.

Cierro los ojos, soy incapaz de mirarte en este instante, y siento como depositas una copa en mi mano abrazándola suavemente, mientras un escalofrío recorre todo mi ser. Mi cuerpo parece desfallecer, no puedo alargar por más tiempo esta terrible agonía.

Intento acercar la copa a mis labios, beber ese vino rancio que en los tuyos se convierte en un mágico elixir, pero no puedo, tu mano sigue abrazando la mía y me lo impide. Te escucho pronunciar mi nombre, el real, no el de mi personaje de ficción, «Beatriz…»

Asombrado alzo la vista y contemplo tus ojos, acuosos, reflejan una tristeza infinita pero también determinación.

—Beatriz…, te amo. Me enamoré de ti desde el primer beso que nos dimos en el ensayo general. Te he amado cada noche, y hoy, en nuestra despedida, no puedo evitar decírtelo.

Me abrazas fuertemente mientras tus labios se funden con los míos. Las copas caen al suelo rompiéndose en mil pedazos. En la lejanía oigo murmullos entre las bambalinas, y la voz del director: «Pero ¡qué hacéis!».

Vuelo entre las nubes mientras escucho el atronador sonido de los aplausos, y unos gritos que permanecerán siempre en mi memoria: ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo…!

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LA DECISIÓN DE TERESA

Miguel Nombela Blázquez

Cuando abrió los ojos, recogió la toca y volvió al claustro, y en el patio emparrado de la Encarnación observó caminos de musgo que se perdían por los pilares. A esa hora, el silencio que habitaba el convento serpenteaba hasta los naranjos, y una calma uniforme aguardaba el inevitable trajín de los gorriones. Afuera la muralla se abría paso entre la niebla a dentelladas. Adentro, la humedad recorría serenamente las heridas profundas de la piedra, como en su ánimo el recuerdo de una vida agotada en sus entrañas. Estimó entonces que no encontraría mejor lugar para comenzar a sanar, aun presintiendo que hay cansancios que el reposo no alivia.

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LO PRIMERO

Ginger Fastner

Nos aferramos a ser convencidos que el futuro superará claramente al presente y que ante nosotros se abrirá un auténtico abanico de posibilidades para ser más valientes, y que la ciencia y la tecnología se desarrollará con tal fuerza que llegaremos donde queramos ir.

Pero no se trata de esperar al futuro sino de buscar un camino digno que nos haga ser felices, por eso cuando encuentras una joya en ese trayecto, sabes que eres lo suficientemente inteligente para querer llegar al destino. Y en ese punto, el viaje me llevó a descubrir que sus nueve puertas nos adentran a una ciudad de otra época y sin embargo en lo más profundo de mi corazón, mi alma me recuerda una y otra vez que merece la pena dejarse sumergir en esa vorágine cadenciosa y solemne.

Tras los arcos encontramos a Ginger, una historiadora americana que al llegar quedó cautivada por los muros de sus templos, en la sobriedad de sus lienzos, en la generosidad de su gente y en la escrupulosa variedad del buen comer a la que cayó rendida y abrumada.

En toda esa esencia se encuentra el verdadero enigma de la soledad más placentera, en buscar un camino que detenga el tiempo y que tras releer una vez más a Santa Teresa, “que muero porque no muero”, mi pasión es Ávila lo primero y lo que más quiero.

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VISITA DE MEDIANOCHE

Ted Brautigan

Recuerdo los días en que mi abuela solía narrarme historias, llegaba de noche oliendo muy mal. Siempre estaba completamente llena de tierra, su cuerpo robusto había pasado a ser cada vez más delgado. Me despertaba zarandeándome con delicadeza, a pesar de haber tenido unas manos gigantes, las sentía diminutas y algo huesudas. Era impactante verla rodeada de varios insectos, pero a ella parecía no importarle. Me decía que eran sus nuevas mascotas; que algún día también tendría amiguitos corriendo por todo el cuerpo y sería una sensación agradable. Nunca sentí miedo, ni tampoco molestia por sus visitas…, simplemente era la fragancia que ella despedía lo que me incomodaba. Ella se sentaba sobre la silla mecedora, como tantas veces lo había hecho antes y me abrazaba. Cubría mi rostro con besos y, debía aguantar la respiración. No soportaba ese olor. Su ojo derecho desapareció de un mes a otro. Primero fue como siempre lo recordaba; verde, con pequeñas motitas miel, luego de un tiempo pasó a ser blanco para después desaparecer sin más. La fragancia que ella despidió también fue cambiando mes a mes, en un primer momento fue dulzón, en otro agrio y finamente nauseabundo.

Mi abuela hizo que le prometiera algo: Jamás debía confiarle sus visitas nocturnas a nadie, salvo al niño más pequeño de nuestra familia. Esto tenía un requisito, podría al pequeño, sí, pero una vez que yo tuviese los insectos nocturnos habitando en mí.

Mis días en el pueblo de Ávila quedaron marcados por esto, Fran. Espero que, cuando tú crezcas y seas un adulto hecho y derecho, cumplas con la voluntad de tu bisabuela y abuelo. Confía plenamente mis visitas al descendiente pequeño de nuestra familia cuando los insectos nocturnos caminen sobre ti.

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LA MURALLA, ARTE Y ANTIGÜEDADES

Serafín Barrero

La tienda estaba llena de obras antiguas: de bronce, de madera negra, de hierro carcomido y, sobre todo, de cristal y de barro que habían sobrevivido a los siglos como por milagro.

Isabel, la dueña, zigzagueaba entre las piezas, con sus vestidos de gasas vaporosas, con aire de ingravidez, como una mariposa gigante. Atendía, en su horario de apertura, a curiosos y coleccionistas que se dejaban atrapar por la llamada de otro tiempo, mientras vagaban hipnotizados contemplando la muralla centenaria.

Después de cerrar, nos recibía al fondo, en un despacho amplio. La luz tenue y el olor a madera antigua y óxido creaban una atmósfera mística, como de santuario pagano abandonado. Nos ofrecía licores en coloridas botellas estilizadas. Entre la luz y la bebida nos mareaban, nos hacían sentir como embarcados una tarde de niebla. Leíamos poemas y ella nos conducía, como una sacerdotisa, por laberintos iniciáticos.

Salir, sortear escollos entre brumas de alcohol y poesía, exigía pericia de práctico. Una noche, Xoan, un gallego ojeroso y vestido de negro, tropezó y arrastró con estruendo en su caída un gran jarrón del siglo XV, color de cuero viejo con escudo vidriado de castillos y leones.

Isabel llegó gritando, amenazando con no dejarnos volver más, pero Baltasar, que era el más ingenioso, le explicó:

—No puedes castigarnos por algo que hizo otro hace seiscientos años.

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PRINCIPIO Y FINAL

Rosalía Guerrero Jordán

La primera vez que nos escapamos de nuestras vidas aburridas fuimos a Ávila, donde nadie pudiera conocernos. Apenas salimos el hotel, tan solo unos pocos minutos paseamos sobre la muralla, mientras nuestros cuerpos ardían contra las piedras centenarias y nuestros labios suplicaban volver a las sábanas revueltas.

Hubo otros fines de semana, en otros lugares.

Una sola vez regresamos a la ciudad amurallada, y fue para despedirnos: me dijiste que la pasión se había acabado, que tu convencional familia te necesitaba, que intentara vivir sin ti.

Hoy he vuelto a la misma habitación sin más compañía que mis recuerdos. Intento buscar el olor de tu piel en el lecho que un día compartimos, pero solo encuentro mis lágrimas en la almohada. Y imagino que, al saber de mi caída accidental desde una de estas torres, podría colarme, por última vez, en tus pensamientos.

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LECCIÓN DE VIDA

Javier Roa Gil

— ¿Qué escribe? — me preguntó mi compañero de banco en la Plaza Chica.

— Algunas notas, soy escritor — respondí con cierta desgana.

— Si quiere le cuento una historia.

No me dio tiempo a declinar su ofrecimiento, el anciano comenzó de inmediato su relato:

«No le quedaban al maestro más conocimientos que enseñar a su brillante discípulo. Antes de dejarle partir, le contó una leyenda sobre una ciudad amurallada que escondía un tesoro más valioso que el oro y los diamantes.

Aquella historia se convirtió en una obsesión para el joven. Estuvo buscando la ciudad durante años, hasta que un día, por fin, la encontró.

Deseoso de poseer en sus manos la preciada fortuna, se aproximó corriendo a las imponentes murallas, pero se encontró todas las puertas cerradas. Llamó insistentemente, nadie contestó.

Confiado en su inteligencia, ideó durante semanas todo tipo de planes para asaltar las murallas. Fracasó.

Impotente y desesperado, empezó a golpear la muralla con todas sus fuerzas. Cuando ya no pudo más se derrumbó de rodillas en suelo. Se miró las manos. Sus lágrimas enjuagaban la sangre que de ellas brotaba.

Fue entonces cuando las puertas se abrieron.»

— Tengo que marcharme — me dijo el anciano levantándose.

— Espere, ¿qué pasó con el muchacho?

Me contestó sin palabras mientras me daba la mano para despedirse. Nunca vi tanta pasión en una mirada.

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SIMBIOSIS DE PIEDRA

Eva Ruiz

Su pasión eran las murallas. De joven, se había dejado seducir por la Gran Muralla China. Pero desde hace años le venía siendo infiel con la de Ávila. Quizá fuera por su carácter más cercano. O por entenderse con más fluidez en la lengua que hablan las piedras castellanas. Tal vez, ella se sintiera baluarte de sus emociones. Siempre escondida tras el parapeto de su más profundo yo. Porque cimentada, no sobre roca pero sí sobre sólidos valores , estaba macizada con proyectos e ideales. Y también ella, en su lienzo existencial, daba sensación de agotamiento. Con puertas para que corriera el aire de los malos presentimientos. Desterrada, a veces, en las torres de la incomprensión. Personalidad siempre a la defensiva.

Su corazón estaba encerrado en el recinto de la muralla de Ávila. Solo esta era capaz de silenciar los secretos y entresijos de su pasión, edificando esa bella simbiosis de arquitectura y alma.

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LUNA LLENA

Tigre Cervantes

Luna llena en esa Noche de San Juan; yo, como otros vecinos, encendí una hoguera cerca de la Plaza Teniente Arévalo. Pronto empezaríamos a sembrar y era ritual de fertilidad. De pronto la vi, bella y glamurosa, extranjera. Dijo: “Soy hada”. Dije: “Hola Hada”. “No me llamo Hada, soy hada”. “¿Y cómo es que puedo verte?”. “Hay Luna llena y te he hechizado”. Ya no pude hablar, sólo emití un fuerte rugido y sentí sed; ella, no sé cómo, lo supo, “Hay una fuente cerca”. Pero no tenía sed de agua, sino de... ¡sangre!

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EL CONCURSO DEL POEMA BREVE

Tigre Cervantes

—Querida, ¿saldrás?

—Sí, a dar un corto paseo.

—¿Podría leerte un nuevo poema que escribí anoche?

—Será más tarde, voy saliendo.

—Será un segundo.

—Por favor, qué exagerado, ¿un segundo?

—Sí, o menos…

—¡Ah, bien!, un poema en menos de un segundo… dale pues, a ver de qué va.

—Atención: ¡Nieva!

—¿Y…?

—¡Ya!

—Sí, ya… el título, ahora el poema.

—Ya, ese es el título y el poema.

—¿Es todo?

—Sí, es todo. Participará en un concurso de poema breve…

—¡Es ridículo!, no es un poema, no significa nada.

—¿Cómo que no?... ¡Nieva!

—¿Qué significa?

—Mucho: ¡Nieva!

—¿Qué sentido tiene?,

—El que quieras: está oscuro, hace frío, no se secará la ropa, se desbordarán las quebradas, habrá resbalones, se ensuciarán los coches, se venderán todas las bebidas calientes, la gente ya mojada, correrá para no mojarse… ¿qué se yo cuántas cosas podría significar ¡Nieva!?

—¡Ajá! ¿quién nieva?

—Nadie llueve… sólo ¡Nieva!

—¿Cuándo?

—Ahora mismo… ¡Nieva!

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—¿Dónde?

—Aquí, en Ävila o en cualquier parte... ¡Nieva!

—¿Por qué llueve?

—Porque sí, porque ¡Nieva!

—Y, ¿qué moraleja o enseñanza podría dejar eso?

—Simplemente, que no puedes salir a dar el paseo.

—¿Por qué no?

—¡Nieva!

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UNA PASIÓN TRAS LA DESPENSA

Alakxter Oyola

En La Cacharra nunca se había escuchado un grito así. Isabel vivía en ese barrio hacía más de tres años y siempre los veranos habían sido apacibles. Solamente los domingos, un lerdo bullicio juvenil se escuchaba tras la misa del padre Fernando. Ella lo lamentaba, pero no pudo contenerse. Aún el pánico la invadía. La enorme cucaracha seguía pataleando, a pesar de haber quedado estampada contra la baldosa de la cocina. Tenía medio tripero por fuera. El olor era asqueroso. Quiso ir a la sacristía del lado y pedirle auxilio a su Fernando, pero recordó que habían terminado, luego de que su hermana Juana le contara que ella era una avara y compulsiva que tenía una despensa repleta de cosas y alimentos que nunca compartía. Luego intentó moverse, pero no pudo, se cayó de bruces. Si no coloca las manos se rompe la cara. La fetidez emanada de la espichada cucaracha le paralizó las piernas. No entendía nada. A medida que buscaba alejarse del animalejo, más intensa era su podredumbre. Pensó y decidió entonces gritar al tío Fernando que, aunque se odiaban, la podía socorrer porque estaba en la otra casa del lado. Hubo un silencio, después escuchó unos ruiditos afuera de la puerta de la cocina. Gritó que estaba sin cerrojo. Otro silencio. Luego se abrió de golpe y una montaña de cucarachas se derrumbó adentro. La forajida plaga huía de las vetustas alcantarillas recién fumigadas al descuido. Isabel quiso volver a gritar, pero la acallaron echándosele encima. Mientras unas derribaron la puerta roja de la despensa, otras levantaron el cadáver de la muerta y la condujeron adentro para que probara del enorme banquete que ella había acumulado durante trescientos treinta y tres días. Ni los tarros, ni los frascos impidieron que las cucarachas se tragaran todo. Junto con Isabel, otras trece personas igual de avaras del Ayuntamiento de Ávila, fueron saqueadas y devoradas vivas. A esa hora Fernando terminaba la misa… un presentimiento agitaba su corazón.

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LA PIEDRA SUELTA

Barlovento

—Eloísa, ¿Crees que hay algo que pueda igualar la pasión por estas piedras?

—Creo que no Pedro, de hecho, en cuanto puedes, terminamos aquí o en cualquier otra zona de la muralla, a mí también me gusta, pero lo tuyo es algo obsesivo.

—Es algo que no puedo evitar Eloísa, al ser albañil me encantan los trabajos bien hechos, en sueños veo como si se destruyera y se volviera a levantar piedra a piedra, sé que es una tontería y algo absurdo quizás, pero en cuanto termino de trabajar y te recojo algo me atrae hacia aquí como un imán.

—Eso está muy bien Pedro, a continuación, me dirás que sientes verdadera devoción y hasta pasión por las líneas de esta puerta del Alcázar y me contaran que el resto de este alcázar se destruyó y me relataras su historia.

—Perdóname, pero es que no deja de impresionarme cada detalle.

—Lo se cariño, pero vamos al bar que está nevando y me estoy quedando helada.

— ¡Mira Eloísa esta piedra se mueve!

—Yo ya no vuelvo que no me siento los pies de este frio, te espero en la cafetería del Hostal puerta de Alcázar.

Me pongo a moverla, la hundo, entonces pasa.

La pared frente a mí, cede y caigo, sin poder evitarlo.

Aterrizo en un suelo de tierra, la puerta que se ha abierto se cierra de inmediato. Intento salir con desesperación, pero no cede, con la linterna del móvil veo que estoy en un túnel.

El corazón parece querer salirse de mi pecho.

Oigo golpes más adelante, avanzo y veo que entra luz, la rendija es tan ancha que salgo por ella.

Hace un sol radiante, no lo entiendo.

Veo que construyen la muralla, miles de obreros, en andamios y porteando piedra.

— ¿Quién eres así vestido forastero? Si quieres trabajar, aquí sobra el trabajo.

— ¿Usted quién es?

—Debes venir de muy lejos si no me conoces, soy Casandro Romano, maestro cantero del Conde de Borgoña.

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DOS NIÑOS EN LA RIVERA

Lechermeier

Elena sintió su propia sonrisa al asomarse sobre los crujientes ladrillos que acariciaban el pozo de la primavera. Mi canto endulzó el aire cargado de pliegues en una fantástica enredadera que rodeaba el banco, y allí en ese mismo instante ella rozó sus mejillas ruborizadas de estrellas, música y multitudes. Se perdió en el costado de su alma resbalando por el cielo y sus pecas.

Junto a su boca, la tierra dejaba un rojizo farol de almendras flotando trenes y veladas. Como una fabulosa bruma el paseo ocultó otros miles de crepúsculos intactos para dos inocentes árboles que ondularon junto al mar.

Y así, nació la rivera.

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EL TROVADOR ABULENSE

Eduardo José Viladés Fernández de Cuevas

De una bolsita sacó una rama de incienso que clavó en la hierba del parque de San Antonio.

—Yo no hablo con cualquiera. Con el paso de los años casi nadie me impresiona. La gente me aburre porque no apuesta por la magia.

Me miró y me acarició la mejilla.

A lo lejos se oía el repicar de campanas de alguna iglesia, quizá la de San Juan Bautista.

—La magia existe. Se encuentra muy pocas veces, pero existe. No importa lo que dure la oportunidad mágica. ¿Por qué no intentar que cinco segundos se conviertan en toda una vida?

Me sentí cómodo y me invadió una pequeña sensación de optimismo.

Tuve la certeza de que las cosas siempre pueden ir a mejor.

Desde pequeño me habían entusiasmado los libros de segunda mano porque se abrían por la página que más solía ojear su último dueño, quien me hablaba desde su Ávila de nunca jamás.

Y así, desde estas páginas escritas con tinta blanca, se convirtió en el trovador que me recuerda que un instante puede durar para siempre y que me incita a pasar las páginas de la novela de mi vida a los pies de Los Cuatro Postes.

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TEITH

Natalia Angulo Haynes

El teith es el número 9 en hebreo, la cábala lo interpreta como luz interior, sabiduría y bondad. Los números, aunque no lo crean, nos rodean, sienten una incontrolable atracción por nosotros.

¿Alguna vez has pensado que un número te de suerte? Pitágoras ya atribuía una realidad numérica a la naturaleza, pero ¿qué significan en nuestra vida?, vivimos rodeados de ellos, números de teléfono, DNI, matriculas, fechas, nos rodean continuamente pero no les prestamos atención, no vemos su sentido y significado propios. Cada número impregna algo, personas, conceptos, ciudades.

La muralla rodea Ávila, pero hay algo más que lo hace.

Ávila tardó 9 años en construir su muralla, desde el año 1090 al 1099, y tiene 9 puertas o arcos, Santa Teresa vivió 9 meses en el Convento de San José, Ávila tiene 9 piscinas naturales y 9 Iglesias declaradas patrimonio de la humanidad, su prefijo telefónico empieza por 920 y cuando la lotería tocó allí lo hizo dejando un premio de 9 millones de euros.

El 9 rodea Ávila, es un número ligado a esta ciudad y a todos los que allí viven.

Pero no, no todo son cosas agradables, en el accidente de autobús que conmocionó a España fallecieron 9 personas y cuando ETA cometió un atentado allí, llamaron a las 9 de la noche para avisar de que habían colocado el artefacto con 9 kg de explosivos.

Ávila se encuentra rodeada por una muralla, una de las más increíbles obras arquitectónicas que se han hecho para proteger una ciudad, pero cuenta también la leyenda, que esta muralla solo es la representación de lo que de verdad protege a la ciudad, Ávila está rodeada del número 9. No se dan cuenta conscientemente, pero todos los abulenses perciben este número como parte de su legado.

Créanme, podría seguir hasta convencerlos, con cientos de datos, pero no hace falta, como abulense que es, lo sabe, siempre lo ha sabido y además sólo dispongo de 333 palabras para hacerlo. Es decir, de 9.

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DESEO

Crispín

Al salir de la habitación me di cuenta de que no me había despedido, no dije adiós al salón que nos acogió al reencontrarnos, una vez más, mientras nos dábamos los primeros besos, los más castos. No dije adiós a la inmensa cama y a sus sábanas de satén de la que tanto disfrute en tu compañía, ni siquiera a la gran lámpara de araña que contemplaba nuestra pasión y fantasías. No dije adiós a la bañera de mármol, que tanto alivió mi cuerpo de tu deseo, ni a las maravillosas vistas que daban a la majestuosa muralla cuando me asomaba desnuda y exhausta a la ventana, para recobrar el aliento y volver a tu lado. No dije adiós a tu perfume ni al placer de tenerte tan dentro, pero sobre todo no te dije adiós a ti. Podría haberme dado media vuelta y enmendar mi olvido, pero nunca me gustaron las despedidas.

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OTRO TIEMPO, EL MISMO LUGAR

Ricardo José Gómez Tovar

La ciudad había cambiado mucho desde la última vez que puse el pie en ella. Junto a príncipes de azul desvaído y Julietas desbalconadas, ahora deambulaban por sus plácidas avenidas espías infiltrados que no creían ni por asomo en la miel del corazón humano. Habían llegado de madrugada en el último expreso de medianoche y, al no poder escalar la muralla por sí solos, vagaban desorientados por el paseo del Rastro, con los ojos perdidos en la belleza del inmenso valle al que se asomaban. Crooners desengañados, poetas asonantes, oscuros financieros, cínicos y cínicas mezclados con auténticos enamorados. ¿Qué buscaban en la Ávila donde nací a la vida? ¿Quién les dejó entrar con semejante impunidad? Los recuerdos me fueron conduciendo hasta una trasnochada sala de baile donde aún solían tocar cada noche “Strangers in the night”. El vigilante no se inmutó al oír cómo la palabra “Sinatra” salía de mis labios con reverencia. Ninguno de los sonámbulos que abarrotaban la sala de baile parecía vibrar con pasión ante los acordes y la letra de aquella vieja melodía. Es más, todos disimulaban la carne de gallina mordiéndose los labios. El orgullo y la pasión de Frank Sinatra, artífice del himno que ahora retumbaba desapercibido en los cavernosos interiores de la discoteca, me devolvió al esplendor atávico de la ciudad. Aquella metrópoli se erguía tan esbelta en busca del cielo que a veces sufría el trastorno de la altitud. Entonces empecé a cantar la canción en voz alta. Pasaron unos minutos hasta que los funambulistas apartaron los ojos del alambre que tensaba su atención. Los extraños en la noche intercambiaron miradas, preguntándose si antes de que terminara la velada sabrían lo que era vivir un gran amor. Y Sinatra les fue guiando de la mano como un maestro ciego, mientras yo salía a recuperar la ciudad de la que me enamoré perdidamente al nacer. Me bastó una mirada para reconocerla.

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UNA LUZ GÉLIDA

Rodrigo Martínez Puerta

Cuánta placidez en la viscosa oscuridad de mi letargo, tan sublime que me encuentro casi flotando, desnudo, con el sepulcral silencio de la mente en blanco, como haciéndome a fuego lento. Arropado por el caliente baño del tiempo quedo, permanezco inmutable, ataráxico, hecho un ovillo de calma, alimentándome del sueño y de la nada, sólo latiendo...

Mi sosegado lecho, envuelto en la serenidad de lo inmaculado, apenas agita su marea con la levedad de un suspiro, incapaz de desvelarme; sin embargo, de pronto ya no me siento buceando, ni en la mansa soledad de mi burbuja, ahora rompo a tiritar. Una luz gélida me duele y me invade, me arrastra hacia un enjambre ruidoso e insufrible. Quiero regresar, pero no puedo. Lloro de miedo. Algo extraño me llena el pecho, como un aire helado que me azota la piel mientras mi vientre sangra entre multitud de manos... Chillo a la claridad borrosa, pero voy cayendo rendido, agotado...

Cuando despierto, limpio y apacible, me desperezo percibiendo una suerte de calor nuevo, diferente a todo lo conocido, piel con piel, además de un eterno aroma a dulces caricias. Me gusta. Al suave abrigo de unos acogedores brazos —desde su seno mullido hasta la comodidad del regazo— bajo el sufrido brillo de un rostro resplandeciente, descubro unos ojos que me sonríen una promesa indestructible:

—Bienvenido al mundo, hijo mío. Mamá nunca dejará de quererte...

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EL HOMBRE DEL ESPEJO

Rodrigo Martínez Puerta

El hombre del espejo por fin se ha vuelto un extraño, ya no me representa a mí, sino a un ser irreconocible abandonado desde otro tiempo, alguien enloquecido por un ayer incierto, tan fuera de su alcance que en sueños lo añora sin apenas saberlo.

Al margen del presente, que le repudia como si no pudiera digerirle, y frente a un turbio mañana que aguarda desencantado, ¿por qué intentar asomarse, una y otra vez, a aquel reflejo vacío que le rehúye?

Pues por los instantes que compusieron una vida, por la melodía añeja de aquel baile eterno, por ese petricor estival con sabor a nostalgia, por el regusto inmarcesible de tal beso, por cada recuerdo, todos veleidosos e imprevisibles, aunque mágicos a su peculiar manera, como un céfiro helado fundiéndose en la vieja luz de aquella farola de barrio, con esa anaranjada calidez tan familiar, donde el parque de siempre, cuando la felicidad se antojaba profundamente inevitable...

Sin embargo, hoy languidecen los retales de aquello: la nada. El vitrificado azogue le escupe reverberante hacia lo desconocido, ante un enjambre de rostros llorosos y ajenos que alguna vez pudieron significar algo:

—¿Quiénes sois?

—Somos nosotros, papá...

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EXTRAMUROS

Germán Vayón

Estaban en las inmediaciones de San Vicente y ella le pidió que se concentrara en la muralla y que no volviera la cara por nada.

—Por nada, ¿queda claro? Por nada.

—Sí —dijo él.

Y fue entonces cuando Laura, con una voz fría que nunca le había escuchado, le dijo que si quería hacerla feliz desapareciera de su vida.

—Así de simple. Y no me preguntes el motivo, porque ni yo misma lo sé, pero es lo mejor.

Él cerró los ojos y sintió sus pasos alejarse. Y allí se quedó hasta que una lágrima resbaló por su mentón y se puso en marcha para sacudirse el frío que lo había inundado.

Primero recurrió al láser para que borraran su nombre que, al poco de conocerla, se había hecho tatuar en los huesos. Después le cambiaron toda la sangre, porque era el único modo de eliminar por completo la lauricina que corría por ella. Más tarde le sustituyeron la piel, sin duda contaminada por su contacto, por una sintética con mejor efecto termorregulador y cien veces más resistente a la abrasión como pudo comprobar cuando la añoranza y el recuerdo lo llevaban a dar furiosos puñetazos en las paredes.

Más tarde no le quedó más remedio que recurrir a Harvard y someterse al programa experimental de un irreversible borrado de memoria. Fue el proceso más doloroso, porque muchos recuerdos se amotinaban, se resistían a desaparecer, y hubo que extirparlos directamente del cerebro de manera quirúrgica.

Y ya de paso, como le habían aconsejado, se cambió el corazón por uno biónico, garantizado contra infartos y amores por cincuenta años.

Deambulaba por la plaza del Mercado Grande convertido en un hombre nuevo, con visos de ser feliz; aunque algunos decían que hablaba solo, su mano buscaba otra que nunca encontraba, y el hombro y la cintura a la que durante años se ajustaba como si fueran su molde natural.

Y otros afirmaban que su sonrisa era un poco estúpida.

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FRAGORES POR UNA PINTADA

Pademecum sum

El empleado de la gasolinera fue el primero en verlo, estaba amaneciendo. ¡Dios, Mercedes, que noche más agotadora me diste!, figuraba escrito con spray en el lienzo de la muralla, engalanada para la fiesta medieval. Hizo una foto y la colgó en el grupo de wassap. Diez minutos después el obispo llamaba al Presidente de la Diputación: Haga algo, a Dios no puede mezclársele en asquerosidades. El presidente llamó al alcalde. Nosotros ahí pintamos poco; la muralla es del Ministerio, pero alguien tiene que quitarlo ¡ya! por la imagen de la ciudad, replicó. El Delegado reunió a la Comisión de Patrimonio por si acaso; por reunirlos que no quedara. La prensa empezó a llamar insistentemente a todos. La local estaba controlada, el problema era la nacional. No atenderles implicaba un riesgo. Las redes sociales empezaron a excretar de todo. Se había liado gorda. La gente acudía a hacer fotos con los móviles. A las diez estaban enterados en la UNESCO. Llamó de allí un señor un tanto despistado con acento inglés. El Ministerio mandó de urgencia a dos técnicos. Hay que borrarla, dijeron a su jefe. El jefe dijo: Vaya dos genios, coño. El alcalde pensó en un trampantojo de urgencia. Lo propuso para que se viera que tenía soluciones. Las redes seguían excretando. La asociación de hosteleros propuso dejarla un mes para atraer turismo. El feminismo instó a borrarla inmediatamente porque era heteropatriarcalismo y chulería machista. Los ecologistas dijeron que ni el trampantojo ni borrarlo ahora, que se molestaba a los vencejos en sus guaridas. Los veganos estuvieron reunidos, pero no encontraron motivos para pronunciarse, así que secundaron la opinión feminista. Un señor fue y sin más, puso una denuncia en comisaría contra el ayuntamiento. Una asociación con fama de rara dijo de musealizarla como testimonio de la vida misma. A las dos de la tarde el alcalde explotó ante su secretario: ¡Iros todos a tomar por el culo, hombre! Y se fue a comer.

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15 DE OCTUBRE

Mario C. Herranz

¡Salta! ¡Ven rápido que te lo pierdes! ¡Corre!

Esas frases eran las que más escuchaba cuando subía a los jardines de la muralla para ver los fuegos artificiales de mi ciudad. Aquellos días de octubre con la noche cayendo y el cielo plomizo brillando. La vieja muralla atestiguaba un magnífico espectáculo que retumbaba por toda la urbe.

Recuerdo ir acompañado por mis padres, impresionados ante ello y exclamando con pasión cada fogonazo que iluminaba el cielo y, por momentos, hacía olvidar el cada vez más presente frío abulense.

Aquellos momentos significaron gran parte de mi infancia en esta vetusta y amurallada ciudad castellana, que ha ocupado gran parte de mi vida, vagando entre sus calles.

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HASTA SIEMPRE (basado en hechos reales)

Cloud and Star

Nunca pensé que te fueses a marchar.

Has formado parte de mi anatomía. Siempre conmigo; por arena, agua salada, dulce y clorada, por sábanas sucias y limpias, nieve, nubes, cascadas, piedras, rocas, barro hasta el codo, harina, aceite, fuego, heladas, bodas y funerales, nacimientos de mis hijos y tú… sin perder tu brillo, tus muescas misteriosas… Y te he perdido...

No te ensuciabas, ni te mojabas, ni te caías.

Eras un talismán, un tesoro mágico, un brazalete encantado que vivió conmigo más de un cuarto de siglo.

Me gustaría hablar contigo antes de dejarte ir, y abrazarte, como has hecho tú con mis muñecas todos estos años, y besarte… jamás te limpié...Siempre estabas bien, mi pulsera, mi corazón…

Entre el Parador y la Plaza Zurraquín decidiste quedarte. Debiste sentir que tu tiempo conmigo había terminado. Yo te busqué con toda mi alma, por los dos Marqueses de Brieva y Canales y Chozas, miraba al cielo por si volvías conmigo. Incluso por donde no pasé, te busqué…

Quiero que seas feliz en tu nueva muñeca. Que te cuiden y te quieran y sientan que eres extraordinaria.

Estoy muy triste, mi brazalete de plata . Te echo de menos. Ni siquiera me siento la misma persona sin ti. Pero no te preocupes. Soy muy afortunada por haber podido llevarte conmigo. Siento gratitud infinita hacia tu inquebrantable poder invisible.

Soñaré contigo. Y si alguien sueña conmigo me verá luciéndote en mi muñeca derecha, resplandeciente.

Si dentro de muchos, muchos años, quieres volver a estar conmigo, ven a buscarme, seremos dos viejas de plata, y te cuidaré y te querré como si fuese una niña.

Te dejo aquí, en el corazón de Ávila. No te buscaré más si tú no quieres que te encuentre, pero vendré a sentirte, a desprender mi pasión por tu magia por las calles empedradas.

Te quiero, mi brazalete de plata bonito.

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EL ASCENSO DE LA PASIÓN

Cloud and Star

En la primavera verde y lluviosa del año pasado, mi inspiración se esfumó a causa de las preocupaciones terrenales de nuestro tiempo. Un vacío profundo se adueñó de mi interior, como un ogro de hielo que estruja tu corazón y lo tira al suelo cual servilleta usada.

Busqué mi pasión por lugares sombríos, por playas varadas, por frondosos bosques llenos de mensajes… Y de repente una mañana, en una de tantas excursiones, me encuentro subiendo rumbo a un Oeste incierto por la Laguna Grande de Gredos.

¡Oh, cielos! ¡Fue un reto casi imposible! Pero quizá encontrarme en la Portilla de los Cobardes hizo que me revolviera y pensase: ¡Yo no soy una cobarde! ¡Si consigo hacer cima el ogro de hielo me devolverá mi corazón!

No quise ni descansar en el Rellano de Ameal. Mis fuerzas eran sobrenaturales, sólo quería llegar arriba y encontrarme a mí misma. Y lo logré…

Ignoro qué hora sería, me encontraba yo sola sentada en una roca plana, con un tábano pesado zumbando a mi alrededor y un montón de mariposas de colores que se posaban en mis botas embarradas me daban la bienvenida al paraíso de los mil sentidos.

Fue como renacer. Estar en aquella montaña que me mostraba lo maravillosa que es la vida. Lo importante que es tener una mirada limpia y abierta al mundo, a las nubes, al olor a sol y a tierra e incluso al vacío que acecha si miras hacia abajo.

El Moro Almanzor me lo mostró todo. Me hizo comprender todo. Y me devolvió la pasión por la vida.

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HOSPEDAJE

Anclo

Me encontraba en Ávila hacía unas semanas. Tenía buenos datos, el sujeto no podría tardar mucho más en llegar. Cuestión de esperar. Sabía que siempre se hospedaba en "Las Moradas" lo cual me daba una increíble ventaja. Solo debía alojarme en frente, en el hotel "Niño rey", desde allí el trabajo podría hacerse mucho más fácil si se daban algunos elementos en mi favor.

Hubiese sido un encargo como tantos otros pero ... la recepcionista del hotel, una muchacha llamada Ariana. Nunca creí en el amor y por ello no diré nada al respecto, solo que no volveré a sentir algo así en mi vida. Si alguna vez sospeché que me iría del mundo sin nada, ahora estoy seguro.

Mientras el sujeto no llegaba algo nacía entre Ariana y yo. Ella me mostró la ciudad y su misterio, la gran muralla de piedra, sin tiempo, infinita como su sonrisa ¿quién sabe cuántos amores contuvieron? ¿Cuántos crímenes?

La quise mucho en poco tiempo. Me invitó a su vida sin reparos, transparente, y una fuerza insólita en mí me impidió resistirme. Hubiésemos sido normales... Pero el sujeto apareció, se hospedó en la habitación donde solía hacerlo, primer piso, balcón arriba del banco. Yo lo vigilaba desde el frente, en el tercero, justo sobre el cartel verde de hotel. Mientras Ariana dormía.

Habíamos comenzado a compartir las noches, ella se deslizaba en mi habitación y entonces ya nada importaba.

Pero el trabajo debía hacerse y... una noche sin viento y pegajosa de calor me levanté para asomarme a mi balcón. Había notado que el infeliz salía al suyo, a eso de las tres a fumar un cigarrillo.

Preparé el arma y esperé hasta que el sujeto apareció fumando, tenía una sonrisa estúpida. Las calles estaban vacías. El mosquito plateado lo picó entre las cejas y cayó, mudo como el disparo. Solo un ruido quebró el perfecto silencio nocturno. Un vaso estallando en el suelo. Volteé y entendí. Ariana lo había visto todo.

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ÚNICAMENTE ALLÍ

Silvia Gabriela Vázquez

El anciano sabe que esta tarde abandonará su hogar… ese oasis de música y de libros en la amada ciudad amurallada en la que ha pasado —como suele contar cuando bromea — sus primeras nueve décadas de vida.

Tiene que hacerlo —según su médico— y alojarse, involuntariamente, en la habitación ajena de una clínica, junto a personas aún desconocidas. Equívoco consejo indescifrable para paliar la soledad de la vejez.

Ha permitido que sus hijos eligieran qué zapatos guardar en la valija. Las camisas, las medias, el abrigo.

Accedió a que descolgaran de la pared central, la pintura en la que un sol crepuscular arrulla, con sus últimos rayos agónicos, el puente románico y el agua cristalina del río Tormes.

Dejó que colocaran con sus cosas, la foto de su boda. ¡Como si él no hubiera conservado intacta en su mente esa imagen, mucho más nítida, incluso, que la que ahora le muestra la ventana que da al jardín!

Su silencio ha consentido que fueran otros quienes decidieran qué llevar.

De pronto, su nieto más pequeño, le pregunta qué siente. Sólo a un niño se le podría ocurrir interesarse en ello, mientras los adultos abren los cajones tratando de seleccionar objetos con la intención de hacer menos penosa la mudanza.

No encuentra ninguna frase que sirva como respuesta. Ha experimentado en esa casa todos los modos de pasión hasta hoy conocidos: el ímpetu, el arrebato, la manía; el fanatismo, la irritación, la intransigencia; la furia, el fervor, el entusiasmo; la euforia, el frenesí, la soberbia, la ira…

—Apasionado, murmura, apenas cede el nudo marinero en su garganta.

El niño no comprende, pero llega el abrazo antes de que pueda explicarle algo o nada. Y el coraje —otra acepción de aquella palabra— lo empuja hasta la sala para decir que no, que no está dispuesto a renunciar al aire que lo envuelve, porque solo es libre allí, en Ávila, entre sus murallas.

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MI PROPIO FUKUSHIMA

Chus Pando

Lenny Carl Tomilson, cincuenta y tres años, peregrino, llegó a la ciudad de Ávila desde la ruta jacobea del Camino del Sureste. Era junio y el sol le golpeaba quemándole la parte trasera del cuello, rojo como una nécora hervida. Torturado por las ampollas, caminaba despacio y con las piernas separadas en una posición parecida a la de un cowboy en un rodeo.

No quedaban plazas en el albergue. Se quedó un rato callado, de pies con los ojos clavados en el vacío, como si fuese una estatua o un loco. Los últimos años las desgracias habían pesado demasiado. Se divorció, su exmujer murió en un accidente de tráfico, sus hijos no le hablaban…

En la recepción del hotel Sercotel Cuatro Postes le atendió una mujer de pelo rubio y fino como el trigo que le recordó a su exmujer. A ella cuando tenían treinta años menos y se conocieron en la universidad, cuando eran jóvenes y guapos, soñadores y hasta medio hippies. Pidió que le subiesen la cena a la habitación y se duchó.

Cuando se enteró de la muerte de su exmujer sufrió el infarto, que le golpeó pero no le mató. Ahora hacía el camino de Santiago y ese era su propio Fukushima. Tras ese terremoto, había decidido caminar y caminar hasta que su corazón explotase.

Imaginó a la mujer de recepción en su habitación. Paseó la mirada por su cuerpo desnudo como si fuesen las paradas del autobús urbano: rostro, pechos, pubis, piernas y pies. Y acariciaba a esa mujer que a veces era su exmujer y otras solo se le parecía. Con suavidad, entrega y paciencia.

Se corrió, la abrazó con fuerza y lloró unos minutos. Se asomó a la ventana. Disfrutó de la ciudad iluminada, protegida por una muralla igual que un erizo se protege con sus púas.

No supo si se había enamorado de la mujer que imaginaba dormida sobre la cama, o de la ciudad.

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PASIÓN VS. PASIÓN

Flor Gonsalves

Estaba yo mirando el libro de grabados y litografías de Gutiérrez Solana

que tiempo ha me habían regalado, cuando me picó la curiosidad de buscar en

Internet información sobre este pintor y mi ciudad, pues sabía de su pasar por

ella. Me informo de que en Ávila hizo unas cuantas pinturas retratando lo que,

seguramente en aquel entonces, mejor representaba el espíritu abulense.

Vaya, hay una mancha roja en el cristal del ordenador y un post—it pegado

sobre la mesa. Luego me arranco y los atiendo. Sigamos… Que para Solana,

por lo que veo, ese espíritu debían de ser las procesiones trágicas con sus

pasos de morados paños y hieráticos cofrades, los expresivos disciplinantes

con las huesudas espaldas sangrando por la dicha disciplina aplicada y las

masculinizadas beatas y monjas de grave expresión adusta. Todas, escenas

de la Semana Santa de Pasión de hace justo cien años. O sea, que para el

pintor esta ciudad debía representar a las mil maravillas esa España negra que

tan explícitamente retrató. Sigo buceando en la Red y leo las palabras que

escribió diciendo que Ávila era una inmensa sepultura apartada del mundo.

¡Bueno, qué inyección de optimismo! Y yo que quería recrearme mirando viejas

estampas de aquel entonces y pasar un buen rato… La mancha roja es un

fastidio, distorsiona las imágenes. Voy a tener que arrancarme y levantarme a

por un paño húmedo. Me estiro antes de leer la nota y veo que es su letra: “No

tardes, te espero despierta”. Miro con detalle la mancha roja de la pantalla y

distingo la huella de sus labios pintados de carmín. Ya lo tengo claro y, puestos

a elegir, elijo la pasión que se escribe con minúsculas y que es cálida y

auténtica. La otra Pasión, la que se escribe con mayúsculas, la dejaremos para

cuando toque… O toquen las cornetas y tambores, esos mismos de hace cien

años.

—Cariño —grito —¿sigues despierta?

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PASIÓN DE APRENDIZ

Fernando Botias

Maestro pensé en la tarea de la semana y creo que los dos podemos

apasionarnos con la misma fuerza, pero me doy cuenta viéndole agitar sus

brazos con la música donde nadie canta, o cuando lee durante horas los libros

de su amigo, y en todo su cuerpo cuando trabaja; que usted lo hace con más

finura. Yo al ser joven, menos estudiado y haber visto poco mundo, me cuesta

menos apasionarme, porque tengo menos donde elegir, y si no llego aún a

sentir esas pasiones suyas, si sé que compartimos otras, como cuando nos

embobamos mirando las casas, las plazas y la muralla que vimos ayer, o

ahora, usted terminando su Aixa y yo cambiándole mentalmente la cara por la

de Elena la panadera.

—Pero ¿la panadera no es mayor para ti?

—Seguro D. Güido, pero no pensaba en casamiento.

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SEQUÍA

Maribel Cid Miranda

Ese año fue seco, muy seco en Ávila. Al llegar el verano el ayuntamiento decidió regar tan solo los árboles. Beatriz echaba de menos la frescura de los jardines y parques de la ciudad. Le gustaba salir en sus ratos libres con su cámara de fotos y su cuaderno y sentarse bajo los castaños del Jardín del Recreo o ir al paseo del Rastro a fotografiar las rosas de los rosales que crecían junto a la estatua de la santa. Esto y escribir eran dos de sus grandes pasiones. Pero el secano que invadía toda la ciudad no invitaba a ello. Parecía que incluso se hubiera secado su corazón.

Hasta que llegó aquella tormenta en los últimos días de agosto. Los truenos partían el aire con gran estruendo. Los rayos iluminaban la ciudad una y otra vez. Beatriz regresaba del trabajo bajo la lluvia desatada empapándose a cada paso. En un paso de cebra un camión pasó con prisa terminando de mojarla del todo. Se quedó paralizada. El frío invadía su cuerpo. El camión frenó unos metros más adelante. El conductor se bajó con un gran paraguas en la mano.

—Lo siento, no la he visto. Si me lo permite la llevo a su casa —dijo el suavemente mirándola a los ojos — Mi nombre es Andrés.

Beatriz le miró, suspiró y acepto. Aquel hombre tenía luz en su mirada…

Unos días después los rosales que estaban en un jardín municipal cercano comenzaron a echar nuevas hojas y brotes de flores. En su pensamiento aparecía con frecuencia la imagen del amable y educado camionero al que no había vuelto a ver. Aquella mañana de primeros de septiembre se dirigió al bar cercano a los rosales. Aún hacía bueno. Hizo fotos a las rosas deleitándose en cada una. Después se sentó a tomar un café en la terraza. Estaba concentrada escribiendo cuando Andrés dejo una rosa en su mesa. Ella levantó la mirada y sonrió. La sequía había terminado…

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CORAZÓN ABULENSE

Iván Borjes Hernández

Él siempre ha sido mi favorito. No es tan solo porque lo llevo en mis venas, o porque lo ves en casi todas mis camisas, en algunos pantalones, en no pocos calcetines, en al menos dos pares de zapatillas, en mi portafolios, incluso en el paraguas que me acompaña al trabajo durante las lluvias de otoño, o porque lo escuchas mientras me ves gritando en las gradas del Estadio Adolfo Suárez observando a los Rojillos jugar, o porque lo percibes en mi boca cuando miro un chuletón, o yemas, o patatas revolconas, o porque lo hueles en mis suspiros mientras paseo por la calle contemplando el brillo del sol, o una noche estrellada, o nubes encapotadas adornando el techo de esta amurallada ciudad tierra de mis ensueños, o porque lo sientes cuando me ves trabajando por el bienestar de la gente o simplemente pensando en cómo hacer mi Ávila un mejor lugar para vivir, o porque lo notas cada vez que estoy con Rosa y ella me dice “te amo” o sus labios han tocado los míos en un encuentro abrumadoramente sincero. Es porque el color rojo, en su tono más encendido, es quien mejor pinta mi corazón abulense.

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TE QUIERO

Eiko

He pasado la mayor parte de mi vida sin ser consciente siquiera de que

este momento llegaría. Tanto tiempo en silencio sólo sirve para que uno

custodie demasiados pensamientos que, en un futuro, le resultarán inviables de

expresar en el trascurso de una tarde. Corriendo, así, el riesgo de dejarse

alguno en el tintero. Sin embargo, heme aquí, embutido en unos pantalones

croppe de franela, sintonizados con una camisa beige de cuello Mao mediante

unos tirantes Brioni en Y. De seguro estarás perpleja. ¿Y quién no? El chico de

camiseta lisa y Levi’s varado, de punta en blanco, al pie de uno de los arcos de

San Vicente. ¿Cuáles serán sus pretensiones?, te preguntarás, mientras él,

asfixiado por sus palabras, trata de vomitar 18 años de estrecha relación.

Simplemente, quiere declararse. Él ha contemplado la forma en que muchos

otros recorrían tu silueta día sí y día también. Siente la culpa de no haber

sabido apreciarte como, en verdad, merecías. Asimismo, ha oído de tus gestas,

de la valentía de Ximena Blázquez, de la lealtad de Blasco Ximeno y del amor

intemporal de Don Alvar y Doña Guiomar. Es consciente de todas aquellas

miradas foráneas que, en un solo día, creyeron haber desnudado tus secretos,

pero lo es, en cierto modo, de que muchos de ellos anhelarían hacerlo desde

su perspectiva frágil e involuntaria. Una perspectiva fraguada a lo largo de una

infancia que, en un parpadeo tuyo, derivó en adolescencia y, tras otro parpadeo

consecutivo, amenaza con arrastrarlo de tu lado, a la metrópolis de los

rascacielos y el bullicio. Es entonces que el zagal concibe su propia

insignificancia y, cohibido por la misma, susurra de entre estos labios

cuarteados y a modo de despedida: te quiero.

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¿GRANDES REMEDIOS?

El rapsoda

Cuando en el anterior certamen, Ávila 2069, yo fantaseaba con una solución positiva a las crisis de FADISA, ponía toda mi pasión en alentar un sueño de prosperidad para la fábrica y para la ciudad.

Dos años después tengo que proclamar mis temores ante la solución que se ha aplicado.

De fabricar los vehículos al completo, como resultado de la Formación Profesional que yo preconizaba, se ha pasado a elaborar diversos componentes (entre el primer tornillo y el último remache) para que otros trabajadores, en otras fábricas y en otras ciudades completen la producción, creando riqueza allí en detrimento del empleo aquí.

Ojalá que en el próximo certamen me vea apasionadamente obligado a reconocer mi error, porque se consiga que los mozos y mozas de Ávila no tengan que seguir emigrando ni los abulenses sigamos siendo, por ello, dignos de compasión.

Continuará en 2021...

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NOSTALGIAS

El rapsoda

En aquellos tiempos de mi juventud, en Ávila sobraban personas y faltaban recursos; tuve que emigrar. Ávila, como tantos pueblos de la España Profunda, sufrió los efectos de la despoblación. Yo, desde lejos sigo profesando una gran pasión hacia la tierra que me vio nacer; nacer y vivir mi niñez en el apasionante enclave de la Plaza de la Santa, entonces jalonada por un frondoso olmo centenario.

Esa pasión por mi Ávila, por mi placita y por mi árbol es la que me empuja a volver con no tanta frecuencia como desearía.

En uno de mis anteriores viajes, este lugar me reservaba una sorpresa: la imagen lastimera de un tronco muerto; eran los restos del entrañable Negrillo de la Santa, el que fue fiel amigo y confidente de mis juegos infantiles.

Entonces el Padre Segundo, otrora testigo y vigía de mis juegos junto al árbol, me contó que este había muerto víctima de la grafiosis.

Ahora, en mi última visita, descubro nuevos cambios en la plaza de mis añoranzas: han arrancado el viejo tronco, plantado un árbol nuevo y colocado una imagen de Santa Teresa.

Ya no está el Negrillo, tampoco el Padre Segundo, pero sigo sintiendo la misma pasión por el enclave. Y es que los sentimientos arraigados no son fáciles de borrar cuando los sustenta la pasión.

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CUALIDADES DE UN ADECUADO MAQUILLAJE

Piedrahita

Comenzó pintándose las uñas de los pies. Lo hizo con suma delicadeza.

Utilizó un producto que ella misma había logrado desarrollar. ¿El color? un rojo rabioso.

Se incorporó frente al espejo, lavó su cara con parsimonia pasando con suavidad sus manos sobre una piel que había ganado la aspereza de los años perdidos.

Con la misma delicadeza se secó, observando cada detalle de su rostro.

Sabía que la ceremonia precisaba calma, paciencia y dedicación.

Casi con devoción maquilló sus ojos. Con gran refinamiento utilizó el delineador importado que tenía celosamente guardado. Arqueó sus largas pestañas.

Puso en sus mejillas el rubor que la vida le había robado hacía ya mucho tiempo. Ocultó, con experiencia, el negro lunar que blandía bajo su pómulo derecho.

Se contempló con orgullo.

Acondicionó su corto cabello con firmes cepilladas descendentes que enmarcaban el rostro anguloso. Sus frondosos labios se tornaron rosas y se volvieron anhelados. Apretó unos con otros con pasión.

Fantaseó.

A las veintidós horas en punto su imagen desapareció del espejo.

La luz se apagó para todas, inclusive para ella: la reclusa de la celda 616 de la prisión de Brieva.

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LA CITA

Piedrahita

En este parque hace cincuenta años quedamos en volvernos a ver.

El viernes a la misma hora, en este mismo banco.— me dijiste, y yo aún te espero.

Y aquí vuelvo todos los viernes al Parque de San Antonio, a las seis y cuarto de la tarde, con la esperanza que se realice el milagro.

Recuerdo con gran nitidez nuestro encuentro, ibas apurada, llevabas una pila de libros, yo leía el diario de la tarde.

Por causa de aquella baldosa floja los libros fueron a dar junto a la fuente de Los Angelitos. De inmediato me encontraba ahí, en cuclillas junto a ti, muy cerca de tu pelo rojizo, rizado, oliendo perfume de rosas.

Después, corriendo y entre risas, me ayudaste a recoger las hojas del diario desparramadas por todo el parque. Agitados nos sentamos, nunca olvidaré la sonrisa de tus ojos, tu dulce voz, tu blanca piel y aquella flor amarilla cayendo sobre tu pelo.

Cincuenta años…

Lo realmente extraño es que, en todo este tiempo, cada viernes que he venido, nunca encontré a nadie sentado en “nuestro” banco, como si estuviera reservado para nosotros.

—¿Sabe que pasa maestro? —me contestó el guardián, que, evidentemente, escuchó mi pensamiento expresado en voz alta, nadie se sienta en ese banco porque está debajo del Castaño de Indias, un árbol muy sucio.

—¿Cómo?, ¿no es un Tilo? ̶

—No, el único Tilo de la plaza es el que está allá a lo lejos, al lado del banco en donde está sentada aquella ancianita pelirroja, la que tiene esa pila de libros.

—¿La ve abuelo?

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ACCIÓN DE PADECER

María Jesús Carrera

Un aire ligero alborotó las primeras hojas caídas de los álamos del paseo. Una brisa que ya anunciaba el otoño inminente a pesar del calor que aún respiraba la ciudad. El sol desaparecía lentamente por el horizonte, inundando con la luz de la pasión el cielo de Ávila. Las piedras de la muralla se tiñeron de oro y el contraste con la cúpula celeste fue tan indescriptible que de mis ojos se desprendieron unas lágrimas de emoción. Había pasado muchas horas tratando de plasmar el alma de la población en el blanco lienzo que tenía delante de mí. Más no lograba encontrar colores y formas que se acomodaran a mis sentimientos. Recogí con pesadumbre los pinceles, las brochas y el lienzo. Desterré de mi cabeza la idea de tirarlo todo al río Chico con la idea de volverlo a recoger si me arrepentía, total, fijo que no se lo llevaría la corriente, —pensé. Pero ni ese pequeño atisbo de humor me consoló. La noche se acercaba, el día se despedía con colores imposibles que yo ya nunca tendría ocasión de pintar porque las esquivas musas parecían haberme abandonado. Tomé el sendero que lleva al centro de la ciudad y me perdí entre la gente que caminaba presurosa. La pasión es difícil de plasmar sobre un lienzo.

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PASION INVISIBLE

Caridad Gil

Mamá siempre me regañaba cuando me decía que no podía ir sola a un sitio y yo le contestaba que ya me acompañaba mi amigo invisible. Me llamaba mentirosa y novelera y hasta me daba algún azote. Por eso, dejé de decírselo.

Y ya no le contaba que cuando volvía a casa corriendo por la Calle de la Muerte y la Vida, ya anochecido, después de pasar los domingos de invierno en casa de la abuela, mi amigo invisible iba a mi lado sonriendo y compartiendo mi miedo. Ya no le decía que, si me enviaba al Mercado Chico los viernes a por fruta, mi amigo invisible me ayudaba a llevar las bolsas tan cargadas, y en ocasiones me ruborizaba porque sus dedos se rozaban con los míos. No me atrevía a hablarle de las noches oscuras en las que me despertaba sobresaltada por una pesadilla, y mi amigo invisible me calmaba emanando un destello de luz. Y mucho menos confesaba a mamá que él y yo nunca hablábamos, pero sentíamos algo muy bonito el uno por el otro.

Por eso, el día en que la maestra me impuso el castigo de darme con la regla por no haber llevado los deberes, y me hizo juntar los dedos de la mano derecha para recibir el golpe sobre ellos, cuando la regla bruscamente se quebró en el aire sin llegar a rozarme, ante el grito fascinado de los niños de mi clase, tampoco le conté que oí por primera vez la voz de mi amigo invisible, susurrándome al oído: "No permitiré que padezcas ninguna otra pasión que por mí".

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ENTRE CRISTALES

Caridad Gil

Siempre me alegraba cuando él aparecía ante mi vista. Era bonito verle aplastarse contra el cristal, buscando enfocar y localizarme. No lograba captar su sonido nítidamente, pero los ecos que llegaban hasta mí junto con el redondeamiento de su boca me llevaban a imaginar que me llamaba Ávila. Quizá fuese por las preciosas piedras que conformaban el entorno en el que yo vivía tan feliz, y que seguramente él podía vislumbrar desde su ángulo.

Solía fijarme en la lentitud y torpeza de sus movimientos, y en su gran tamaño que al principio me sobrecogía, pero al que ya me había acostumbrado. Le tenía cierta lástima por tener que vivir su existencia en un entorno tan limitado, intuía su insatisfacción vital mientras yo podía dar todas las vueltas que quisiera, nadar, saltar, comer a discreción y tener parejas sin comprometerme. Verle más allá del cristal me hacía valorar el concepto de libertad y mi propia existencia.

Creo que, aunque no compartiésemos el mismo lenguaje, nuestros ojos y nuestros corazones se entendían y compartíamos una pasión silenciosa. Quizá por eso, él siempre sonreía cuando esparcía la comida de pez por encima de mi pecera.

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DECLARACIONES PROFANAS

Juan J. Ariza

Donde, otrora, solía hospedarse Torquemada, iluminado por la tenue luz de un candil, decido escribirte. En esta nívea noche carente del lunar influjo, te diviso, nacarada, desde mi modesto ventanuco. Pese a la gélida madrugada, la temperatura no es culpable de mi desesperado desvelo, ni el monótono crepitar de los leños llameantes; son mi única compañía en la rotundidad nocturna del silencio monacal. La razón, o mi condena, radica en el infame atrevimiento de compartir la fervorosa pasión hacia el Redentor contigo, milenaria dama amurallada. Nunca pensé, como humilde clérigo, acabar sucumbiendo a los encantos de la carne, integrada en la colectividad de quienes te habitan. En sueños, abandono estas santas paredes y paseo por tus históricas callejuelas, donde el, perenne, pasado da fe de tus fieles amadores; ojalá fuese la vida como postulaba Calderón. Impregnas con ilusiones la quietud de mis rezos, al sentir las melódicas campanas de tu magna catedral, los bisbiseos, de las completas, tornan en cantos, deseando acompañar el eco expandido entre los senos de tus recintos. Las piadosas miradas de los hermanos, sobre mí se clavan; creen compartir rezo con un poseído por una entidad del Averno, cuando, en verdad, solo anhela expresar el sentir de sus adentros.

Te lo imploro, si soy correspondido, despiértame con la luz especial de tu alba castellana.

Post Scriptum: en una ligera duermevela, creo haber gozado de la

presencia de santa Teresa; me advirtió de mi ausencia de pecado; son

pasiones sinceras. Llaman a vigilias; he de marchar.

Real Monasterio de Santo Tomás, 16 de enero de 1749

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A SU MANERA

Miguel Conde

Alonso y Tomás Farrasco estaban separados por miles de leguas. Dos cosas les unían. Ser hermanos y haber cometido un crimen de sangre años atrás. Su primera intención no era matar aquel hombre, pero lo habían hecho. Aunque la justicia oficial desconociese sus acciones, la conciencia no entiende de tiempo ni de distancia. Ambos lo sabían muy bien.

Alonso decidió buscar fama y fortuna en las Indias. Enriquecerse y regresar, para con parte del dinero poder compensar a la familia del difunto. Era una forma como otra cualquiera de expiar sus pecados. Los conquistadores necesitaban hombres fuertes y con arrojo. Tras algunos fracasos encontró una expedición para explorar tierras desconocidas. La promesa de ganar una gran cantidad de oro no podía faltar. Cuando se adentraron en la selva las cosas fueron de mal en peor. Prácticamente cada jornada fallecía un compañero. Las fiebres, las escaramuzas con los indígenas, e incluso las fieras, cobraban su fatal tributo. Cada vez el grupo menguaba más. Llegó el momento en que él mismo, consumido por la fatiga, vio perecer al último de sus acompañantes. Entonces, vencido, se quitó la coraza y al pie de un gran árbol esperó su final.

Tomás, de cuerpo más endeble y de carácter apocado, escogió quedarse en Ávila. Sobrevivía con muy pocos medios. Sin embargo, por un giro del destino acabó siendo campanero en la Basílica de San Vicente. Llegó a sentir una gran pasión por su trabajo, por ayudar a sus vecinos. Se hizo un especialista en el toque de Tentenublo. Esa forma de repicar las campanas protegía contra los rayos y las granizadas. Cuando subía a la torre para ahuyentar las tormentas estaba convencido de que salvaba vidas. Cierto día sintió una inexplicable sensación de tristeza. Una voz interior le decía que Alonso ya no estaba entre los vivos. Mientras ascendía por la estrecha escalera de caracol sus ojos se llenaron de lágrimas. Cada persona, pensó, afronta el destino a su manera.

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DESAHUCIADOS

Sofía Veloso

Llegó el día. Hasta entonces, habían intentado infructuosamente desalojarnos de nuestra casa, con todo tipo de sistemas. Siempre lográbamos hacerles frente y burlar sus métodos, con la ayuda de numerosos abulenses que venían a expresarnos apoyo, a dejarnos alimentos y agua o a hacer fotos a nuestra causa para visibilizarla.

¿Cómo podían pretender que cediéramos a sus presiones y abandonásemos la morada ancestral de nuestra familia? ¿Qué sería de nuestros pequeños? ¿Cómo acostumbrarnos a vivir en otro lugar, lejos de la muralla, del Rastro, sin las vistas del valle Amblés que tanto amábamos?

Defendíamos nuestra pasión por habitar en Ávila sin desfallecer, hasta aparentemente conseguir cada vez que desistieran de su propósito y se retiraran.

Pero esa mañana todo fue diferente. Más allá del puñado de personas con uniformes y chalecos verdes que en las ocasiones anteriores solían congregarse bajo nuestra vivienda, tratando de hacernos desistir de nuestro empeño de mantenernos ocupando nuestro hogar de tantas generaciones, ese día aparecían ante nuestros ojos un grupo muy nutrido de autoridades y operarios provistos de maquinaria, arropados por gran cantidad de curiosos e incluso fotógrafos y cámaras de televisión.

Sin miramientos, las máquinas y escalas ascendieron hasta nuestras puertas y ventanas, para bloquear cruelmente cualquier oquedad por la que pudiéramos entrar o salir de nuestro edificio. La mayoría observábamos inmóviles e incrédulos nuestro aciago destino, mientras algunos de nosotros preferían descolgarse ágilmente desde su balcón para huir de la escena, entre gritos y murmullos de los asistentes.

Con dignidad, aturdidos por el ruido, fuimos claudicando y bajando uno a uno de nuestros últimos reductos de resistencia al desahucio. Me parece recordar que, antes de salir volando, les escupí estas palabras a la cara: "¡Insensatos! ¡Si nos echáis, Ávila se quedará sin verano!".

Pero, lamentablemente, los restauradores de la muralla no entendían nuestra lengua de vencejos.

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EL FRUTO DE LA PASIÓN

Sofía Veloso

Muchos años después, meditando sobre ello en sus dominios de Ávila, el Gran Duque de Alba nunca llegaría a saber a ciencia cierta qué fue lo que le sedujo de la molinera de La Aldehuela, por más que hubiese deseado saciar la curiosidad insistente del hijo nacido de aquel encuentro furtivo, cuya compañía llegó a serle tan querida.

Si fue el color sonrosado de sus mejillas, como las judías de El Barco que la joven cocinó sazonadas con pimentón de Candeleda. Si fue el nombre transgresor de las patatas revolconas, que ella pronunció con labios humedecidos. Si fue la ternura del chuletón de avileño que le sirvió, que le llevó a soñar el roce de sus carnes bajo la saya. Si fueron sus formas redondeadas, como las de las castañas de Casillas que le puso en el plato. Si fue su textura, que se le antojó jugosa y le recordó poderosamente a la de las cerezas del Hornillo. Si tal vez sería el vino de Cebreros que paladeó mientras se asomaba a la mirada de sus ojos oscuros.

O si fue la manzana del Corneja, fruta de la pasión prohibida, que mordió sin remedio en el postre, como parte inexcusable de su experiencia en el Paraíso.

A cada pregunta, solo acertaba a decir confusamente al hijo de ambos que, finalizada aquella inolvidable sobremesa con la molinera, la lúcida digestión le aconsejó no volver a ser su comensal.

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PASIÓN SILENCIOSA

Gabriel Cano

El tiempo que tardó en florecer, sin tristeza, y dar su fruto de pasión al aire, y por un inconsciente miedo se encerró y enfermó. En la ciudad de la oración y paseo, camino por sus cuadrículas. reclinado en la excéntrica dispersión voy pisando páginas alrededor de la noche amurallada. Página de los sujetos vociferantes, que entre la química del granito y el embrujo borrachín, fermentan su odio racial. Página del silencio, la puerta que busco y poco encuentro, sino deambulando ansioso por atravesarlo todo. Plazas, calles y casas me abren su silencio, l las mismas viejas cosas, entro en ellas y me hago, de ellas, parte callada en el puro eco de su naturaleza. Qué lejos quedaron las chillonas voces, amargas! Qué lejos las abotargadas caras, infectadas! Y los tachones de este gran cuaderno cuadriculado. Pasión cerrada en fuertes cajas de insoportable tormento. Pasión que me brota, como las gotas de sudor, frente a la belleza incrustada en esta peñascosa tierra, de silencio rodeada.

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LOLITA

Ángel Roba Rodríguez

Nos habíamos conocido dos horas antes en aquella vetusta estación de tren. Tenías la edad de los sueños por cumplir y del corazón abierto a la vida apenas estrenada. Entablamos conversación de inmediato, como dos amigos que se hubiesen encontrado en algún lugar ignoto y fuera del tiempo, en algún lugar donde la edad no importase.

— Tu sonrisa es como una mañana clara de primavera; si no tuviese la edad para poder ser tu padre ahora mismo estaría intentando seducirte como un adolescente enamorado.

—Es lo más bonito que me han dicho en mi vida — respondiste.

El trayecto transcurrió sin darnos cuenta y antes de que te fueses te pregunté desde la ventanilla del vagón: ¿cómo te llamas ?, pero de inmediato rectifiqué, no me lo digas: “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas”.

Sonreíste bajo la fina lluvia de aquella tarde. El tren se fue alejando poco a poco mientras tu figura se iba empequeñeciendo en la distancia; de fondo la silueta pétrea de la muralla abulense enmarcó para siempre tu recuerdo.

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UN DÍA DE PLAYA

José Luis Chaparro

Una: Del Alcázar. Alguna gente se detiene. Dos: Del peso de la harina. Nos mira y hace fotografías con sus teléfonos móviles. Tres: de San Vicente. No hacemos caso a la gente que se va acumulando a nuestro alrededor. Cuatro: del Mariscal. Me parece algo exagerado. Cinco: del Carmen. No debería resultar tan extraño que un padre juegue con sus hijos. Seis: de la malaventura. Estamos en la playa. Siete: de la Santa. Hacemos un bonito castillo de arena. Ocho: del rastro. Estamos a punto de terminar. Y nueve: del puente. Los niños recogen las palas y los cubos. Mamá nos reprende rodeada por la muralla, intentando, sin conseguirlo, disimular que se siente orgullosa: «Es que no podemos salir de Ávila».

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ENTRE LAS SOMBRAS

David Caraballo

La noche tocaba a su fin. Una ligera bruma rodeaba los edificios, dándoles un aspecto mágico y atemporal.

Rondé la Plaza del Mercado Chico. Era uno de los principales sitios en que se reunían.

Allí estaban, decenas de ellas. Algunas vivieron aquí toda su vida, otras sólo un tiempo. Pero en todas, se quedó grabada a fuego en su alma la pasión por esta tierra. Incluso aquellos que solo estuvieron un día aquí, se enamoraron perdidamente. El sabor de la piedra antigua, el ruido de lo nuevo, el sentimiento de la gente. Caminé entre ellas mientras se disipaban junto a los últimos vestigios de oscuridad. Distintos rostros, algunos de renombre, la mayoría anónimos. Variopintas vestiduras, nuevas unas, antiguas otras. Todas se despedían de la noche en la que vagan y miraban a la ciudad que protegen y aman.

Miro con ellas alrededor. Observo las calles aún dormidas, la muralla allá a lo lejos desperezándose en la temprana mañana, algunos humanos inmersos en sus vidas vertiginosas y suspiro.

Es verdad que Ávila desata pasiones más allá del tiempo. Cuando llegue mi momento yo también me quedaré. Rondaré junto a las sombras la ciudad que amo y seré feliz.

Un rayo de sol rompe el horizonte.

Sacudo la cabeza, me atuso las orejas y, estirando la cola todo lo que puedo, me doy la vuelta con dignidad agitando mis bigotes.

Hora de ir a dormir.

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DESPEDIDA

Borja José García Menéndez

Y allí, subida a la muralla, mirando al infinito castellano únicamente roto por la Sierra de Gredos, imponente pese la distancia, lloró. Sus ojos se humedecieron como lo hacía la tierra que admiraba con las primeras lluvias del otoño. Las lágrimas serpenteaban por su mejilla viajando como quien lo hace por las carreteras de la comarca de San Esteban del Valle. Su corazón latía fuerte recordando la boda de su mejor amiga en la preciosa parroquia de San Pedro Apóstol, no muy lejos de donde se encontraba ahora. Se le escapó una sonrisa al recordar el fervor con el que su hermano le contaba lo vivido en el Adolfo Suárez (“Este año es el año”, decía siempre). Cerró los ojos y jugó con la cadena que le había regalado un gran amigo, asturiano, que había conocido de casualidad una tarde de nieve y café cuando él aún vivía en la academia de policía. Su estómago rugió cuando rememoró una vez cualquiera de las que, con sus amigas, había ido a Arévalo a comer cochinillo (siempre regado con un vino D.O. Cebreros, como no podía ser de otra forma). Cerró los ojos e inspiró muy fuerte para llenar sus pulmones con el aire de la ciudad que la había visto nacer y crecer. Una oportunidad profesional irrechazable la llevaría al día siguiente a miles de kilómetros de la ciudad que sentía como suya, su casa, su hogar, su vida, su pasión. Pero eso sería al día siguiente y, en el fondo, la distancia no era importante porque estuviera donde estuviera, Ávila iría siempre con ella.

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PASIÓN ES MI NOMBRE

María Jesús Carrera

Sabía que tenía que hacer algo con su roto corazón. Pero no era tiempo de poner parches, de arreglar descosidos. No. Era tiempo de hacerse con un nuevo músculo, uno que no llevara dentro las emociones desbordadas que habían roto el anterior. Ese que apasionadamente amaba y apasionadamente odiaba. Con su nuevo corazón alcanzaría la cúspide de las murallas y desde allí, con solo el cielo por encima, obraría el milagro de poner remedio a su desasosiego. A ese estado de perturbación en que lo tenía sumido el descubrimiento de un nuevo amor, más fuerte que la razón y más alto que las altas almenas desde las que contemplaba allá, a lo lejos, las sobrecogedoras cumbres de Gredos. Una pasión había rasgado su corazón de parte a parte, sin remedio, y esta nueva que ahora surgía, se le escurría entre aquellos desgarrones como un río desbordado.

Descendió lentamente de los mundos insondables a los que su exaltación lo había llevado. Se descubrió de pronto caminando por las calles de su ciudad, Ávila de los Leales, Ávila de los Caballeros, Ávila del Rey, Ávila de Santa Teresa…Ávila. Anclada en una atmósfera de intemporal decadencia, sus calles y plazas ejercían un fuerte influjo en el ánimo del paseante. Supo de pronto que su corazón había sanado. Y liberado de todo mal, lloró.

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LA BELLEZA DE LA IMPERFECCIÓN

Irene Coello Aller

Las calles de Ávila se tiñen de color púrpura y el sonido queda mudo, dando paso a un silencio ensordecedor provocado por cientos de personas, que atentas se concentran frente a la catedral de Cristo Salvador. Entonces, las bandas tocan, los pasos salen y la emoción aflora. No puedo evitar darme la vuelta y verle, mirarle e imaginarle años atrás. Testigo mudo de la historia, el Hotel Continental se apodera de mí, no es la primera vez, tampoco la segunda, ni la tercera. Me acerco y a través de las ventanas de la planta baja logro ver su interior. Mi imaginación me lleva al pasado, a un pasado en el que el Hotel Continental era el Hotel Inglés, un pasado en el que sus paredes eran el marco perfecto para la vida social y en el que sus habitaciones se convertían en el refugio de tantas parejas. Ambos eran jóvenes, ella había nacido en el Oso, él era de Madrid. Una de las calles empedradas que conducen a la plaza del Mercado Chico fue el lugar elegido por el destino para que ambas vidas se cruzaran. Él trabaja en la construcción de las vías férreas que unirían, años más tarde, Ávila y Madrid, ella en el servicio de habitaciones del Hotel Inglés. Cada tarde esperaba a aquella joven, ataviado con su único traje y sosteniendo una orquídea del mismo color que el que hoy viste las calles de la ciudad. Entonces, el ruido de los tambores me trae de nuevo a 2019, me tomo un segundo para mirar hacia arriba, para sentir una vez más ese algo que me atrapa, para observar la belleza de la imperfección de aquel edificio.

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NUEVE LÍNEAS

Angel Bernal

Nueve líneas dibujan el deseo. Ocho minutos de preámbulos Siete palabras susurradas al oído Seis caricias húmedas Cinco penetraciones Cuatro gemidos Tres temblores Dos gritos contenidos en la noche Un orgasmo compartido. Nada era cierto. Había vida tras las almenas

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ENAMORADA

Chus Pando

No creía en las historias de amor hasta que le conocí. Mi chico es ancho de hombros, calvo y con pendientes en las orejas. Se parece un poco a Jason Statham cuando era joven.

Le conocí en el mirador de Los Cuatro Postes una fría tarde de enero. Estaba solo, sentado en un banco y fumaba un cigarro. Me acerqué por un costado y le acaricié el brazo con delicadeza, como si fuese un juguete que pudiera romperse, y él sonrió. Pasado un rato subí a su coche y fuimos a su casa.

Hablábamos idiomas distintos y a veces no conseguíamos entendernos. Le decía: eres el hombre más guapo del mundo, y me contestaba: sí, enseguida salimos a dar una vuelta. Y otras situaciones parecidas.

Me gusta ver como se viste y se desviste, besarle las manos cuando las trae sucias y arañadas del trabajo y acurrucarme en el sofá con la cabeza sobre sus piernas. A veces sale unos minutos a tirar la basura y ya le echo de menos.

Sin embargo, ahora estoy muy angustiada. Anoche llegó muy tarde y acompañado de una morena despampanante. Tenía el pelo rizado recogido en un moño, labios carnosos rojo burdeos y unas piernas interminables como las vías de un tren. No conseguiría parecerme a una mujer así ni en mil vidas.

Entraron abrazados, directos a la habitación. Arrodillados sobre la cama, se quitaban el uno al otro la ropa muy despacio, todo ello acompañado de susurros al oído, caricias y morreos.

Temí perderle para siempre. Me acerqué a él y le chupé el pie con insistencia, varios lametones seguidos. A ella la miré con los ojos achinados, como queriendo asustarla.

Ahora no, dijo él. Me cogió del collar de nylon, me llevó a la cocina y llenó el bol del agua y el del pienso. Cerró la puerta y volvió a la habitación con la chica de las piernas largas. Me quedé ladrando con las orejas gachas.

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SIN PALABRAS

Samnita214

La única perspectiva para esa tarde era dormir, a salvo de toda molestia e intromisión y sin necesidad de ponerse encima ni un mísero trapo, porque en Ávila aquel agosto, el calor era sofocante.

Cuando acomodó el cojín bajo su cabeza, estirada cuan larga era en el balcón del quinto piso y antes de cerrar los ojos, contempló la muralla de la ciudad, allá a sus pies, un sitio mágico que no se cansaba de mirar y cuyas luces a la noche la hipnotizaban.

De pronto, por el rabillo del ojo vio en el balcón siguiente al suyo hacia la izquierda, al nuevo vecino que dormía plácidamente. Se habían mudado la tarde anterior; lo sabía porque oyó ruidos al otro lado de la pared y trajinar en el ascensor toda la tarde. Sin pensárselo dos veces cruzó la breve barandilla y se presentó ante él.

Al encontrarla a su lado en cuanto abrió los ojos, despedirse de la siesta y despertársele el deseo fue todo uno y de ahí a la pasión hubo solo un brevísimo instante. Ella tenía debilidad por los pelirrojos y él por las morenas de ojos verdes. Acercó su cara a la suya y creyó morir de placer, cuando ella respondió con tanta o más lujuria que la propia.

La miró a los ojos, profundamente excitado y muy lentamente la rodeó para acoplarse a su espalda y abrazarla contra sí. Ella había visto lo que surgía de entre sus ingles y se dijo que iban a pasar un buen rato, si además de ser tan guapo sabía usar lo que le tocó en suerte.

La penetró sin más preliminares y ella acalló un grito, que se transformó en un ronroneo de placer y éxtasis. Estaban tan ensimismados en su mutua pasión, que el chorro de agua los cogió totalmente desprevenidos y también el grito de doña Eva, que protestaba airada: anda que tú te soliviantas con cualquiera Dulcinea, gata tenías que ser.

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TERAPIA

Tomás Sánchez Salinero

Desaproveché la ocasión de estudiar cuando la vida me lo brindó. No

terminé la escolaridad obligatoria.

Tal vez escribiendo lo que pienso me equivoque. Quizá no sepa contar

historias. Puede que se me muevan las comas y los puntos y no sepa poner

bien las tildes, pero lo que escribo, lo escribo con el corazón, que para mí, es lo

que cuenta. No está en mi intención llegar a ser un escritor. De esto estoy

seguro, pero escribo por despejar mi mente, igual que ando por mantener la

salud y pesco por distraerme.

Lo que en mi juventud suponía una pesada carga, ahora es una

auténtica pasión por la lectura y la escritura.

Y pese al tremendo esfuerzo que me supone diariamente aprender a

escribir correctamente, estoy orgulloso de haber participado en varios

proyectos colectivos. Es inevitable la sensación de no estar bien considerado,

pero mi creatividad surge espontáneamente y las historias fluyen solas

intentando ser contadas. Es en este punto donde el amor a lo escrito vence a

los temores.

Me jubilaron muy pronto debido a mi enfermedad. Me costó aceptarlo.

Yo, que no había agarrado un bolígrafo más que para hacer facturas, comencé

con esta afición que pasó por devoción hasta convertirse en pasión.

Seguro estoy de que con la escritura consigo vencer los escollos que, desgraciadamente, la vida me va poniendo.

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LADRÓN

Tomás Sánchez Salinero

Algo fascinante me retiene en Ávila. Algo que me impide disfrutar de

algunas vacaciones. Algo que me llevó a estar sentado en el parque de San

Antonio disfrutando de un sabroso helado.

Un pequeñajo, que correteaba no lejos de mí, se acercó y, extendiendo

sus bracitos a la par que movía ágilmente los pequeños dedos, hacía ademán

de solicitar parte de mi helado. Considerándolo demasiado pequeño para tal

cosa, hice un gesto negativo con mi mano diciéndole:

—No… ¡Que te pones malito!

Pareció entenderme y desistió de su propósito. Siguió jugando

despreocupadamente y yo continué con mis pensamientos.

Fui a tirar el envoltorio a una papelera cercana. Estaba en ello cuando

me di cuenta de que alguien cogía mi móvil, que estaba sobre el banco, y salía

corriendo intentando esconderse entre los setos del parque. Me lancé en su

persecución, pero el ladrón era muy hábil. No sólo corría más que yo, sino que,

además, se permitía hacer ciertas paradas, provocándome para que lo cogiera.

Tras recobrar un poco el resuello, decidí hacer un último esfuerzo para

atrapar al ladronzuelo burlón. ¡Todo fue inútil!

Ante mi imposibilidad física, no me quedaba más remedio que tomar una

drástica solución.

Sin importarme nada de lo que ocurría a mí alrededor me paré y,

mientras sacaba mi arma del bolsillo grité:

—¡Para, canalla! ¡Mira lo que tengo!

Al ver lo que tenía en la mano, el ladrón, como hipnotizado, se dirigió

mansamente hacía mí con una boba sonrisa en sus labios. Cuando estuvo a mi

alcance, lo agarré y le quité el teléfono. Mientras, él chillaba y pataleaba a la

vez que soltaba grandes carcajadas.

Y es que no hay nada mejor para atraer a un niño que una bolsa de

golosinas.

Así fue como conseguí atrapar a este nieto pillastre que tiene comida el alma y

devora el corazón de este abuelo que no puede vivir sin él.

Y esta pasión me ata.

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SALIR DEL PASO

Memento mori

—¡Buenas noches queridos oyentes! En esta Semana de Pasión, les estamos retransmitiendo la procesión de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Batallas, una pequeña imagen florentina del siglo XV que Fernando el Católico entregó como obsequio al convento dominico de la Beata Sor María de Santo Domingo. ¿No es así, compañero?

—En efecto. Este busto nazareno es famoso en toda Ávila por sus milagros.

—¿Ah sí? ¿Y podrías mencionar alguno para nuestros queridos escuchantes que a estas horas de la madrugada han sintonizado nuestra emisora?

La camisa que con tanto esmero eligió para su estreno radiofónico no le llegaba al cuello. Sabía de la rivalidad profesional pero no que el juego sucio llegara a esos extremos.

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EN LA MAGIA DEL RASTRO

Teresa de Cepeda

Desde niño, siempre me encantaba ir a pasear por el paseo del Rastro contando las murallas. El punto de inflexión en aquella posguerra, que era lenta y tan fría y en ecos de la luna, estaba ahí, como estaban los ojos de mi madre de color violetas, las manos de mi padre, callosas del trabajo, las trenzas de mi hermana rubias como los trigos. Me parece increíble que el aire que baja de la sierra, o que sube, tararee en él sus canciones: suaves al alba y dulces en el atardecer dejando entre las murallas los olores tan ciertos que se enredan sin prisa, y hasta el Adaja torna su cabeza de río para quedarse allí cinco minutos. Todo en él es disciplina de las piedras y el tiempo, un gozo (Ávila abierta) que los ojos disfrutan y también los oídos.

Hace cuatro segundos, Teresa de Cepeda, me ha mandado un mensaje con un enlace incrustado en el que me decía: “Escucha de estos versos”. En ese momento iba dando un paseo por la octava muralla de un Rastro que miraba donde el valle de Amblés que sube hasta las nubes el cielo azul de Ávila y la hace tan hermosa, tan abierta en pasiones, los escuché. Si Teresa, que es mística y sigue ahí en su plaza, la haría caso, porque sus versos son de los que vuelan. Con el otoño ahí mismo y su voz melodiosa recitando (hoy los cambió un poquito) eso de:

Vivo sin vivir en mí

y tan larga vida espero,

que eres Ávila primero

y después el buen morir…

Luego vino el atardecer de golondrinas en todos los alambres dispuestas a partir y el paseo olía a rosas, a todos los perfúmenes de las yemas en hornos de una ciudad sencilla que se va sucediendo en todas las pasiones de esta noche estrellada por sobre las murallas que abrazan el paseo.

Y me muero de gozo…

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LA MURALLA

Margaran

—¡Llamad inmediatamente a Maese Florín!—bramó Maese Casandro—quiero que veamos de nuevo los planos de la muralla, el Conde Raimundo de Borgoña me ha hecho llegar su malestar por la tardanza en empezar las obras y, sabiendo que es un encargo del Rey Alfonso de León, no tardará Doña Urraca en enviar a sus esbirros a presionarnos, los emisarios me dicen que las obras de las murallas de Segovia y Salamanca, encargadas al mismo tiempo que la de Ávila, ya están iniciadas. —Mi Señor, debéis tranquilizaos, no son horas de andar molestando a nadie, mirad que son las tres de la noche y Maese Florín andará descansando, que no lo ha hecho desde que recibisteis el encargo de la construcción de la muralla—decía cauteloso el secretario de Casandro Romano mirando por la ventana la noche cerrada. —¿Cómo se puede descansar cuando el futuro de la ciudad pende de nuestra vigilia? —atronó de nuevo.

Nunca le había visto así, desde que el Conde le encargara por petición del Rey la fortificación de la ciudad, debido a la repoblación de las “tierras de nadie”, no dormía ni de día ni de noche, era tal la pasión que ponía en su trabajo que ya podían durar las obras poco tiempo pues, de esta guisa, no duraría su señor más de diez años…

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PERTENECER A LA TIERRA

Ana Mª Parra Jiménez

Pasión es por trabajo estar lejos de tu casa, de tu provincia, de tu país… y sentir ese deseo, ese anhelo de volver. Necesitarlo con intensidad, porque te gusta estar allí. Donde naciste. Porque ya desde pequeña te llevaron a ver esa gran muralla, esos campos… y te hicieron sentir que esa tierra te pertenecía; como tú la pertenecías a ella. Pasión por vivir aquí, en Ávila.

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PASIÓN POR MI TIERRA: ÁVILA

Ana Mª Parra Jiménez

Corría el año 1971, tiempos duros en los que no había mucho trabajo por Ávila, y en los que unos padres intentaban sacar a su familia adelante. Una llamada telefónica de un familiar les anunciaba que en San Sebastián había mucha demanda de mano de obra.

Costó mucho esfuerzo personal, dejar atrás su casa, su tierra, aquella que le vio nacer, en tiempos en que siendo niño ya tenía que trabajar, puesto que antes las familias eran de muchos hijos. Pero se abría una luz entre tanta tiniebla, y veían un porvenir para sus hijos.

Así que, aquella mañana, se limpiaron las lágrimas que corrían por sus mejillas, él cogió a su niño de tres años; ella llevaba en sus brazos a su bebé de dos meses, y se encaminaron rumbo a un futuro mejor…

Aún, antes de partir, tenían que hacer una última cosa en esa matinal mañana: una última foto a sus retoños con el fondo de la muralla. Con gran nostalgia, sabiendo y pensando que algún día volverían, esa era su gran pasión.

“Donde se nace se pace”— solían decir.

Y fueron felices allí. Y era verídico la gran cantidad de trabajo que había por allí, en las vascongadas.

Y pasaron nueve años, y de repente, él le dijo a ella:

“Ha llegado la hora de volver. Porque es ahora, o nunca”.

Ella le miró, tenía allí todo, pero al mirar los ojos emotivos de él, supo que no habría marcha atrás. Y ella, que le quería tanto, sólo tenía que decirle: “volvemos a nuestra ciudad natal, cariño”.

Cuarenta años después quien escribe este relato, es la bebé.

Felicidad, amor y tranquilidad, cuando uno vive donde quiere. Aunque sea con menos.

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LECTURAS APASIONANTES

Mari Jose Olite Merino

El coche se acercaba lentamente a la ciudad, miró por la ventanilla y su corazón se aceleró desbocado. Preguntó entusiasmado:

- ¿Eso es un castillo de verdad?

- ¡Claro hijo! Vamos a entrar en una ciudad bellísima fortificada, se llama Avila. ¡Seguro que te va a gustar!

En ese instante sus sueños se hicieron realidad. Desde que era muy pequeño devoraba cuentos y libros de historias medievales. Admiraba al Capitán Trueno, con su larga melena, espada en mano luchando por sus ideales. Sus fieles compañeros: el fortachón Goliat y el simpático Crispín. Su eterna amada Sigrid, rubia y elegante…

Nunca se cansaba de leer; se sumergía en otro mundo y disfrutaba enormemente.

Pero, ahora. ..todo era real.

Cuando subió despacito, peldaño a peldaño la imponente y majestuosa muralla, se convirtió en el protagonista de sus lecturas. Miraba cada rincón con una mezcla de temor y ansiedad porque quizá aparecieran sus personajes favoritos.

De repente, sintió un escalofrío y una mano se posó en su espalda. Se giró tembloroso y allí estaban. Tal como lo había imaginado en multitud de ocasiones.

- Vamos Daniel ¡Que te quedas el último y te puedes perder! Dijo su madre algo preocupada.

- Tranquila mamá que estoy muy bien acompañado respondió.

Se miraron con complicidad. El esbozó una sonrisa, los saludó con una reverencia. Ellos respondieron antes de iniciar su marcha.

Plenamente feliz continuó su visita a aquel lugar mágico cuyo embrujo no dejaba a nadie indiferente.

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EL ASPA DE LA MUERTE

Isidro Hidalgo Gasch

De pronto aquellas gotas de sangre sobre el pecho comenzaron a

petrificarse, todos cubrían sus rostros ocultando su presencia tras reconocer

haber cometido el delito.

Cirios encendidos tapaban con su olor la pureza del aire y silencios

eternos nos evocaban el fin de la palabra.

Tristeza empañada por golpes de tambor y a grandes intervalos de

trompeta.

Mientras me pregunto de qué derribo sale la madera vieja para construir

el aspa de la muerte.

Pasión.

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SIN PASION ALGUNA

Manuel Manteca Jiménez

Esperó prudente a que pasaran unos días para acercarse al nicho. La noticia voló malintencionada, dirigida a carcomer la poca conciencia que decían le quedó tras abandonarla. Vano intento. Estaban allí, cada uno a un nivel distinto del suelo, como lógica consecuencia del extremo hastío que anidó muchos años atrás en su lecho; cierto, la coyunda con aquella insaciable mujer supuso la experiencia más increíble que se pueda conocer y más aún si se sobrevive. No era una cuestión de pasión desbordada, que también; ni siquiera dejar una posibilidad de que surgiese el deseo, abordado, atajado y consumado incluso antes de ser concebido: era la sensación y el temor a ser devorado, en cualquier momento, literalmente. Encima de su cuerpo, enésimamente cabalgado, ella esperaba cual mantis el más leve gesto dotado de sentimiento, del tipo que fuere, para encontrar la razón que diese inicio a la posesión, incapaz de calmar sus ansias. Quería robarle el alma, apropiarse de ella, tomando su ser hasta el último aliento, tan obcecada en sus fines que se olvidó por completo de vivir.

Ya no paseaban por el Rastro, como siempre habían hecho, rehuyendo de cualquier acto social donde hubiese presencia de otras mujeres; cualquier tipo de mirada hacia él era considerada una afrenta, dirimida con una grosera invectiva hacía la descocada de turno, la consabida trifulca hogareña posterior y su correspondiente reconciliación entre sábanas. De este modo, lo que en razón debiera haber sido el sustento fundamental de su vida en común acabó siendo un penoso ejercicio de supervivencia, manteniendo los latidos de aquel corazón muerto de manera artificiosa.

La última mañana de sus días tristes amaneció sin aire, asfixiándose, con una opresión que atenazaba su pecho amenazando con fulminarle. Quiso gritar y no pudo, golpear, pero no tuvo fuerzas. Se miró en el espejo y no fue capaz de reconocerse, reducido como estaba al mínimo.

Abrió la puerta y salió. Nunca la volvió a ver. Hasta hoy, indiferente frente a su nicho.

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LA PASION

Manuel Manteca Jiménez

Giró una vez más sobre su cuerpo, agitada y bañada en sudor, envuelta en el cálido recuerdo que, recurrente, daba paso cada noche al encuentro con su amado: entregada a la solitaria pasión que desencadenaba los restos de olor a romero y almizcle que aún impregnaban aquella camisa con la que cubría su piel; gastada por el tiempo y el uso, pero de él, convertida en una autentica reliquia; la única digna de ser venerada, como lo hizo con quien lo fue todo, sin límites ni mesura; gozosamente esclavizada, a cada instante, por su idolatrada carne.

Todos murmuraban a su paso sin disimulo alguno: ella, orgullosa y altiva, les retaba devolviendo las miradas, caminando cada tarde por el Rastro, puntual y sin falta, como si nada pasara.

Lo conocía perfectamente, cada desdén y palabra hiriente: abandonada, repudiada, engañada, inequívocamente relegada al olvido, todo dolorosamente cierto, pero fue suya. Amó y fue amada como nadie en aquella ciudad lo fue nunca; se entregó a la pasión sin mesura, con la certeza de que todo placer es perecedero y ninguna sensación venidera podría superarlo. Idealizó aquellos momentos hasta hacer de ellos el justificante de su existencia, capaz de olvidar cómo respirar pero recordando cada pedacito de su piel.

Fue el último amanecer del postrero día de su vida. Se había acostado la noche antes presa de escalofríos y una fiebre muy alta; una calentura distinta a la habitual, desconocida hasta ahora. Giró sobre su cuerpo, buscando entre las sábanas la impregnación del único motivo para continuar levantándose cada mañana; hundió su nariz en el hueco dejado por su cuerpo, en la almohada, en la camisa, para comprobar, aterrada, que ya no quedaba ningún rastro de él. Se había marchado, diluido por el copioso sudor, como si nunca hubiera existido. Quiso gritar, bajar las escaleras y recorrer las calles, salir a buscarle, pero se contuvo.

A nadie habían amado como a ella y nunca lo harían. Abrió la ventana y voló. No les daría ese gusto.

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ÁVILA

Ana Isabel Velasco Ortiz

A las siete de la tarde, minutos antes, minutos después, el anciano se acomoda en un banco del paseo. Agradece los rayos de sol que se cuelan entre las ramas de los árboles.

Sus pupilas recorren la llanura y regresan a la muralla. Contempla el ir y venir de gentes. Escucha los sonidos que le trae el bullicio de la ciudad y siente que, en esta tierra, ha sido feliz

La infancia se fue en juegos, gritos y risas repartidos por plazas y callejuelas. La juventud llegó impetuosa, ardiente. Descubrió el amor en una morena de ojos negros y, este afecto, perduró hasta el día que ella emitió un último suspiro, hace ya, diez años.

Luego, le decían que conociese mundo, que viajase ¡Hay tanto que ver! Insistían hijos, familiares y amigos. Pero él, no quería otro horizonte que no fuera la muralla. Se entretuvo en recorrer la ciudad. Conocer su historia. Detener el tiempo en palacios, iglesias, conventos que siempre estuvieron allí. Y, todo le resultó un universo por descubrir.

Aún le conmueve el cielo raso, la elaborada sillería de las torres, los poemas de Santa Teresa, la perfecta asimetría de la catedral, el aroma de la sopa castellana… Es una pasión que le viene de muy adentro. Una especie de amor que se le agolpa en la garganta y toma forma cuando pronuncia Ávila.

A las siete de la mañana, minutos antes, minutos después, el operario de limpieza municipal observa una sombra en el banco. Se acerca. Comprueba que el hombre no respira y, para mayor asombro, descubre la amplia sonrisa en el rostro del anciano. Es, como si hubiera decidido elegir aquel lugar apacible y sereno para dejar de existir.

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EL REGRESO

Ana Isabel Velasco Ortiz

Él, decidió volver a la ciudad que tanto le gustaba. Se me antojó una buena idea pero, sabía que, este viaje, tenía algo de definitivo que me entristecía sin remedio.

Conduje atenta a la carretera y sus palabras. Todo en él transmitía un arraigado entusiasmo. No cesaba de recordar los días pasados en Ávila. Éramos jóvenes, vitales… Se lamentaba.

Al fin, contemplamos la muralla y nos vino el mismo sentimiento de antaño. Entrábamos en la historia y la imaginación se detenía en leyendas de coraje y pasión. Encarnizadas batallas en las que, los abulenses, defendían el territorio frente al asedio del enemigo. La dama despidiendo al caballero que partía a la conquista de hazañas imposibles. Relatos de intriga, aventuras, amor, se adivinaban en cada rincón de la ciudad.

Un pequeño hotel. Caminar dejando que el aire frío de la mañana despeje mente y espíritu. Volver a contemplar la Catedral, el convento de San Vicente, de Santa Teresa, la casa de las Carnicerías. Pararse en la plaza del Mercado chico, las impresionantes construcciones de los Velada, Verdugo, Dávila… Lugares mágicos que perduran en la mirada y el corazón.

Pasear siguiendo la muralla al tiempo que el sol se esconde y, la noche aparece. Clara. Serena. Un beso a la luz de la luna. El último. Único. Inolvidable.

Los días pasan en un suspiro. Ahora, giro la llave de contacto e inicio el retorno a lo cotidiano. La urna con tus cenizas ya no viaja a mi lado. Al cabo de los años, he cumplido tu deseo. Te quedas en esta ciudad donde fuimos y hemos vuelto a ser felices por y para toda la eternidad.

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TERESA Y JUAN

Ángel Roba Rodríguez

Cuando conocí a Juan él tenía 25 años y yo ya había superado la cincuentena. Había llegado a Medina del Campo a fundar una nueva sede y sin dudarlo se unió a la causa reformista que tantos problemas posteriores le dio en su agitada vida. Desde aquel momento nuestra amistad fue perpetua. Ambos éramos abulenses: él de Fontiveros y yo de Gotarrendura.

Por defender sus ideas, que eran también las mías, fue apresado y estuvo recluido durante nueve meses en una cárcel conventual toledana, húmeda y angosta, al lado de la ribera del Tajo; incomunicado y hambriento. Otro hombre se hubiese desesperado, él se dedicó a alumbrar y recitar en voz alta sus poemas en la oscura soledad de su mísera reclusión: “su claridad nunca es oscurecida y sé que toda luz de ella es venida, aunque es de noche”. Tanto sufrí por su vida que llegué a remitir una carta suplicando a su majestad para que pusiese remedio ante tal injusticia.

Tantas horas compartidas hollando los caminos, él con sus pies descalzos, con su fe inquebrantable, con su bondad; tantas horas conversando de lo humano y lo divino: “la música callada, la soledad sonora”; hasta hoy que tan cerca veo el umbral de la morada de mi padre. Conmigo me llevo su eterno recuerdo y su amistad infinita.

“¡Señor mío y esposo mío, ya toda me entregué, vuestra soy, para vos nací”!

Alba de Tormes a 4 de octubre de 1582

Teresa de Jesús

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INSOMNIO

Paula Velasco Cornejo

No podíamos dormir y… bueno, hemos vuelto a hacerlo.

Primero, en la cama. Luego, en el sillón. En la terraza, también, protegidos por la oscuridad y frente al mar. Luego, en la cama otra vez…

Yo he recorrido cada una de sus curvas con la lengua. Saboreándola lentamente. Deleitándome con los pequeños detalles; imperfecciones, si acaso.

Aún retengo su tacto.

Y su sabor.

Ella, por su parte, ha empezado con los mordisquitos… Muy despacio, sin prisa. No puede resistirse a hacerlo así; si no, todo acabaría muy rápido.

La primera vez — y la segunda, quizás—, nos hemos tomado nuestro tiempo.

El resto, no. Nos las hemos metido enteras en la boca.

No podemos remediarlo. Nos enloquecen. A veces me pregunto si será la promesa del sabor de las yemas de Ávila que guardamos en la alacena lo que nos produce el insomnio.

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CASUS BELLI

El trovador de la villa

En el año de Nuestro Señor de mil y novecientos setenta y cuatro, dos cuerpos expedicionarios corrieron para batirse al pie de la muralla. El campo de batalla estaba cubierto de noche espesa, debido a la escasa iluminación de esa arcaica época y a lo apartado del lugar, que alejó testigos del combate que estaba a punto de producirse.

El brío guerrero confirió al choque inicial un carácter heroico. En un frente, él, armado poderosamente, en el otro, ella, cubierta de potente armadura. De un lado la hidalguía, el arrojo y la tenacidad y del otro la gallardía, la pasión y la firmeza. No tardaron las cabezas de ambos ejércitos en tomar contacto, dejando bañada de fluidos corporales la primera línea de batalla.

Siguió un movimiento ofensivo por parte del atacante, que fue detenido con una respuesta contundente de las defensas. Pero en su empeño belicoso, el agresor logró desarmar las protecciones e introducirse por los resquicios de la indumentaria de su oponente.

La contraofensiva fue fulminante. La ardiente pasión de ella dejó al descubierto el oculto rejón del antagonista. Por su parte, esto produjo el descuido que permitió que las suaves colinas y el monte boscoso de ella quedaran igualmente al descubierto y al alcance del adversario.

Se produjo el punto álgido de la lucha, en el que ambos contendientes elevaron el ardor guerrero y cayeron, rodando por la campa, la cual había sido testigo de innumerables batallas en tiempos pretéritos.

En una ofensiva desesperada y sorpresiva, él logró clavar su lanza en las entrañas de ella y ambos llegaron al clímax de la batalla, con un toma y daca épico, quedando a continuación exhaustos. El sudor bañó ambos cuerpos de ejército desnudos, que hubieron de cubrirse raudos, pues el relente nocturno de Ávila no es cosa menor.

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LAS PUERTAS INFRANQUEABLES

Isidro Hidalgo Gasch

Las Puertas seguían cerradas y desde dentro nadie hizo nada por abrirlas.

Comenzó el día en que todos poníamos una pasión desbordada en intentar conseguir que alguna de las puertas del muro se abriera. Eran muchos los cerrojos e impedimentos de nuestra mente para que alguien pudiera abatirlos sin ayuda de los demás.

Creímos haberlo conseguido porque empezaba a asomarse tibiamente un nuevo cielo y entre las rendijas se colaba un aire fresco. De pronto, llegó, una vez más, el fuerte viento del norte que nos impidió seguir avanzando, junto con él llegaban los estandartes y las trompetas del mal.

Nos quedamos helados. Otra vez esas famosas puertas invisibles eran infranqueables. Tendremos que esperar varios años para volver a intentarlo.

De nuevo nuestra pasión porque entraran aires cálidos se había desvanecido.

¿Conseguiremos aguantar para volver a empezar otro año? Muchos se cansarán después de tantos intentos. Es entonces cuando vuelve otra vez la pasión, pero la pasión por salir.

¿Franquearemos las puertas de salida? Quizás quedemos atrapados en esta ciudad para siempre. Alguno de los más jóvenes lo conseguirán e intentarán sujetarla para que pasen sus mayores. No todos volverán

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6

PASIÓN EN ÁVILA

María

La pasión es juzgada a la ligera, como si se tratara de flor de un día. Los

poetas ponen un énfasis especial en su definición, como si por su cortedad

fuera un capricho de su pluma.

Buscando un marco idóneo para apasionarme, dentro de mi impuesta

soledad he vuelto a Ávila, allí junto a mi compañero pasábamos veranos

estudiando la mística.

Me apasioné de nuevo: Sus recoletas calles, su noche que en simbiosis

con el celaje es una amalgama de austeridad y belleza, sus murallas

abrazando el entorno, en las esquinas a la luz del Neón es obligado leer a

Santa Teresa.

Perdido el seso, (afectada por mi duelo), recité a viva voz los ecos que

en su rebote duplicaban su hermosura, su grandeza, su paz, su alma, su

apasionado significado.

La tela de mi blusa se empapaba, el sudor de la emoción que en mi

sembraban recuerdos y nostalgias, caminar en esa noche abulense es

perderse en un recóndito paraíso de casas castellanas.

Mi voz cortaba el frio de la noche, mis pasos se perdieron hasta que de

bruces me encontré con la catedral, ¡Qué pena que estuviera cerrada!, no

obstante, descansé ¡Su estampa, en la oscuridad es mágica!

Caminé hasta los cuatro postes, la ciudad apasionante su esplendor

mostraba.

Volví a abrir mi libro de poemas, aquellos donde Teresa volcó su saber,

dotada de una gracia espiritual que contagiaba.

Desde allí enajenada grité: ¿A dónde te escondiste Amado? Una fuerza

interior me hizo elevarme, unos brazos me rodearon y por unos instantes me

rendí junto a aquella abstracción, que besé apasionada.

De regreso pensé si fue un sueño, un milagro, magia….

Solo supe que esa sensación volví a vivirla arropada en el encanto de la

ciudad.

Aunque parezca un contrasentido, es una pasión abierta custodiada por

murallas, ¿Será el fluir de la mística? Sus calles, iglesias, historia, gentes.

Para descubrir su hechizo, hay que rezar, estudiar, caminar, volar, amar, meditar…Ávila es.

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LAS TROPAS DE JIMENA BLÁZQUEZ

El trovador de la villa

Abú Abd’Allá se adelantó a su ejército y, emboscado, llegó a la muralla. No podía creerse que las almenas de la ciudad estuviesen llenas de guerreros, cuando él mismo, haciendo de avanzadilla, había sido testigo de cómo las tropas cristianas abandonaban esas tierras hacía unos días, colmadas de pendones, petos, arneses, lanzas y espadas. Algo había de sospechoso.

Como era de noche, aprovechó para acercarse a campo descubierto, cual sombra en las tinieblas. En el pie rocoso de la muralla escuchó voces… femeninas. Por las almenas aparecían lanzas, espadas, escudos, cascos y sombreros, pero bajo los atuendos varoniles había mujeres, sin duda. Él tenía razón, no había guerreros en Ávila y sus tropas ya estaban alejándose por el valle hacia el Puerto del Pico. Correría para hacerlas regresar.

Iniciando una loca carrera se topó con un destacamento armado. Cinco mujeres, pero armadas, así que lo dejaron desarmado. Y desvestido.

La pasión hizo arder la oscuridad de la noche y hubo de satisfacer a las cinco hembras recias, una tras otra. Al parecer eran ya demasiadas las lunas que habían pasado desde que no había hombres en la ciudad.

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GRABADO EN EL CEREBRO

Guillermo Ruiz Marcos

Un ictus es un enemigo silencioso, taimado, casi invisible. Cuando golpea lo hace con la fuerza de mil tormentas estallando a un tiempo en el cerebro. Éste queda entonces dañado, perdido, confundido tambaleante entre mil impulsos, reflejos, emociones, recuerdos que se disipan, funciones que controlar y ordenes que procesar.

Eso mismo sufrí yo, hace ya siete años, una mañana de enero en el momento que iba a empezar a trabajar. Quedé prácticamente sin memoria, con dificultades para hablar y con mi movilidad muy reducida.

Pero hoy estoy aquí, vivo, y he venido hasta Ávila con el amor de mi vida, encontré un buen hotel adaptado y tengo muchas ganas de disfrutar. Me dejaré lleva por pasiones que dejaron huella indeleble entre los pliegues de mi cerebro.

Amar con todo mi ser y salir de tapas por Ávila.

—Camarero, dos cervezas fresquitas y tortilla de patatas, por favor.

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JODER CON LA PASIÓN

Martín Vilches

Supongamos que de la persona que hablo no se salía del modelo clásico

de niño bien de Ávila: estudió en el Colegio Puritano, militó en el Partido de

Trincar desde Nuevas Degeneraciones y era trabajador de la antigua Caja. Se

presentó a unas municipales por este partido en su pueblo y fue elegido

concejal. Supongamos que participó en el resultado de unas elecciones

agrarias con olor chamusquina y que, en agradecimiento, el partido le propuso

como diputado provincial. Supongamos que en el acto de investidura se alió

con otros compañeros convenciéndoles para que le votaran a él en lugar de al

candidato oficial. Supongamos que fue Presidente de la Diputación.

Supongamos ahora que finalizando la legislatura decidió que después

quería presentarse a alcalde —volver a su trabajo no, que eso sí le estresaba—

. Que a los miembros de rancio abolengo de su partido la idea les horrorizaba y

que, tras manejos y órdenes desde Madrid, decidieron presentar a otra

candidata. Supongamos que, entre que el partido de toda la vida caía en

picado y que los trabajadores que él había puesto a dedo se quedaban sin

asiento, decidió fundar uno nuevo. Supongamos que ni querían ni pensaban en

ganar las siguientes elecciones, sólo en que les necesitasen para gobernar.

Supongamos que, pese a su intención, ganaron de largo. Y que,

además, en Ávila, Izquierda Juntita también se había peleado por sus asientos;

que Pacto Ciudadano se desvaneció en su mundo virtual; y que el otro partido

de la oposición presentaba una candidata sospechosa, perdedora

anteriormente de unas primarias.

Supongamos que tras las elecciones la mayoría de los vecinos estaban

desbordados por el júbilo y la pasión; convencidos de que se había producido

un cambio histórico en la ciudad.

En realidad, el resultado para Ávila fue mejor que el que el protagonista

y los de rancio abolengo habrían soñado: más concejales y diputados afines,

sin rastro de oposición.

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TIERNA PASIÓN DE ÁVILA

Carlos del Solo

Un día te vi: grueso, color rojo sangre, tierno y con esas líneas blancas

que te cruzaban de lado a lado. Desde aquel momento lo tuve claro: deberías

ser mío. Otros te tenían y los celos me invadían. ¡Cuánta gente disfrutaba

contigo en Ávila! Yo lo veía y la envidia me corroía.

No podía dejar de pensar en ti, necesitaba que vinieses conmigo; intimar

contigo en la cocina.

Por fin vi un cartel que me permitía llevarte a casa: "Chuletón de Ávila,

10 euros el kilo". No lo dudé un instante y me abalancé sobre el mostrador. ¡Al

fin eras mío!

Creo que cometí una equivocación. Desde que te noté en mi boca, como

si fueses mantequilla, eres mi pasión. ¡Ay, chuletón de Ávila! ¿Cuándo

encontraré otro ofertón?

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ALTAS ACCIONES

Diógenes el Cínico

En la segunda mitad del siglo XIX, la lánguida Aurora gozaba de una posición acomodada pero muy aburrida dentro de la encorsetada sociedad abulense. Estaba casada con don Nicomedes, diputado a Cortes y miembro de una estirpe de rancio abolengo en la ciudad amurallada. No tenían descendencia; no estaba de Dios. Todo cambió, cuando por su casa empezaron a parar pintores y literatos que llegaban a la ciudad a través de la recién inaugurada línea de ferrocarril. La dama guardó la venda en el punto más recóndito de su pensamiento y despertó sus sentidos en las tertulias compartidas con tan ínclitos visitantes. Casi nunca salía de su gabinete, pero a partir de entonces voló con su imaginación y frecuentó las más suntuosas fiestas de las capitales europeas, se sentó en las primeras filas de los teatros más afamados y también corrió descalza por los más líricos jardines.

Aquella mañana se levantó con la sangre incendiada. Decidió dar un paso más y desatar sus instintos que pugnaban desbocados por aflorar.

El retratista francés y su esposa llegaron puntuales a la cita con don Nicomedes, que quería ser plasmado en un lienzo como correspondía a todo un señor diputado.

Una ligera inclinación de cabeza y una mirada encendida bastaron. Con la excusa de contemplar las vistas desde las estancias del piso superior, subieron y se encerraron con llave en la biblioteca.

A veces, las palabras y la ropa, sobran.

Dejaron a sus maridos absortos con el retrato. Y es que ellos no pintaban nada allí.