Camus William - El Gran Miedo
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Transcript of Camus William - El Gran Miedo
Una colección que pone al alcance de niños y jóvenes la aventura del libro y
el placer de leer
WILLIAM CAMUS EL GRAN MIEDO
TRADUCCION DE SALUSTIANO MASO ILUSTRACIONES DE CARLO WIELAND
ESPASA·CALPE, S.A.
Ü Con •• jo Neclonel
. p.r. l. , Cullur. y l •• A"o.
EL GRAN MIEDO
TItulo original: Lo Grande-Peur
Traducción: Salustiano Maso
Disef!.o de la maqueta de la colección Botella al Mar: Carlos Bernal G.
Ilustraciones: Cario Wieland
Disef!.o: (Espasa-Calpe, S.A., Madrid): Miguel Ángel Pacheco
© 1980, Bordás, Paris
© 1989, Ed. cast: Espasa-Calpe, S.A., Madrid Carretera de lrún, Km. 12,200 28049 Madrid, Espafta
D.R. © 1992, Espasa-Calpe Mexicana, S.A. Pitágoras 1139, Col. Del Valle México, 03100 D.F.
Primera edición en Botella al Mar, 1992
Coedición: Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Espasa-Calpe Mexicana. S.A.
Todos los derechos reservados
La presentación y disposición en conjunto y de cada página de EL GRAN MIEDO, son propiedad del editor. Queda estrictamente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier sistema o método electrónico incluso el fotocopiado, sin autorización escrita del editor.
ISBN 968-29-4010-9
IMPRESO EN MÉXICO
WiIliam Carnus, el autor, nació en 1923 de padre iroqués y madre de origen europeo. Fue educado a la manera india en la provincia de Yukón, al noroeste del Canadá. A los doce años su madre decidió llevarle a Francia. Desarraigado, no conociendo ni siquiera la lengua de este país, el joven William recordaba con nostalgia los lagos, los bosques y los espacios inmensos de su país natal. Ya adulto, volvió a conectar con su pasado, frecuentó las reservas de Estados U nidos y Canadá, profundizó en el conocimiento de los pueblos indios, se adhirió a un movimiento en defensa de los derecho.s de los indios y decidió dedicarse a escribir para dejar constancia de su rico pasado y de su heroica lucha por la supervivencia. Ha publicado muchos libros: unos recogen leyendas y tradiciones de transmisión oral como Leyendas de los pieles rojas (AJ 57), y otros están inspirados o ambientados en el mundo de su infancia del que guarda un maravilloso recuerdo.
Cario Wieland, el ilustrador, nació en 1942 en Sorengo (Suiza). Estudió Bellas Artes en St. Gall y trabajó en París, Londres y Nueva York en el campo de la publicidad. Un buen día volvió a París con la ilusión de dedicarse a ilustrar libros para niños. Actualmente es un ilustrador de reconocido prestigio y vive en el campo dedicado por completo a su trabajo como ilustrador, pintor, autor y también grafista.
Cronología
DICIEMBRE 1866: El teniente coronel Fatterman declara que puede atravesar el territorio de los ~Ul{ con cien hombres. Es aniquilado por Caballo-Loco.
JULIO 1867: El ejército norteamericano acaba de recibir el nuevo fusil de repetición Spring-field. Nube-Roja ataca al mayor Powell. Tiene que replegarse dejando gran cantidad de muertos sobre el terreno.
NOVIEMBRE 1868: A la cabeza del 7.° regimiento de caballería, George Custer derrota a los cheyennes del Sur en el río Washita y hace entre ellos una verdadera carnicería. El jefe CalderoNegro sucumbe en la matanza. Entre los muer~ tos se contará un 60 por 100 de mujeres y de niños.
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ABRIL 1871: Es atacado el poblado del apache Cochise y pierden la vida 108 ancianos, mujeres y niños. Veintinueve niños son hechos «prisioneros». Los hombres capaces de luchar estaban de caza con su jefe.
1874: El general Sheridan encomienda a George Custer que conduzca a una misión de geólogos a las Black Hills. A su regreso, Custer declara que ha encontrado oro.
SEPTIEMBRE 1875: Reunión oficial de blancos e indios. Están presentes Caballo-Loco, Nube-Roja y Cola-Manchada. Los enviados de Washington proponen comprar las Black Hills. Los indios se niegan a ello, pretextando el 'carácter sagrado de esas alturas. Los buscadores hacen ca,so omiso y se lanzan a las montañas.
MAYO 1876: El general Crook, con qúince compañías de caballería y cinco de infantería, parte en guerra contra los siux. Objetivo: someter o destruir a los rebeldes que se niegan a ir en vivir a una reserva.
COMIENZOS DE JUNIO 1876: Los siux, los cheyennes y varias tribus más se congregan el el río Little Big Horn para celebrar la danza del sol.
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25 JUNIO 1876: George Custer, con el 7.0 regimiento de caballería, ataca a los indios concentrados en el río Little Big Horn. Es derrotado y perece en la refriega con sus soldados. Las órdenes dadas a Custer estipulaban que debía reconocer al enemigo y esperar los refuerzos de Crook.
Después de esta batalla, los indios se dispersan. La caza de los últimos indios libres se pone en marcha.
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Ocupación de las tierras indias por el hombre blanco
_ Territorios indios.
Territorios invadidos por el hombre blanco.
Cuando, después del periplo atlántico de Cristóbal Colón, Europa descubrió América;, varios millones de pieles rojas ocupaban el norte del continente y vivían· en plena libertad en las tierras d.e sus antepasados. Ochenta millones de bisontes pacían en las llanuras centrales.
Afluyen los colonos. Ingleses, franceses y holandeses se asientan en la costa Este y penetran hacia el interior del país rechazando a los pieles rojas más y más lejos hacia el Oeste. Numerosas tribus son aniquiladas al querer resistir al invasor implacable. En 1820 el hombre blanco ocupa la mitad del vasto territorio.
Un blanco descubre oro en el Colorado. Los colonos del Este dejan el arado por el pico y la pala y se precipitan sobre la costa Oeste. San Francisco y Los Ángeles conocen una súbita expansión. Los pieles rojas que habitan en esta comarca son expulsados de sus terrenos de caza. La tenaza se cierra. Sólo las tribus del centro se hallan a salvo.
Se efectúa el enlace entre el Este y el Oeste. El hombre blanco ha cazado muchos, bisontes, que están desapareciendo. Los conquistadores dominan todo el país, pero algunas tribus indias subsisten todavía acá y allá. En el Sur, los apaches oponen una resistencia encarnizada; en el Norte, los siux y los cheyen!1es ven acercarse el último enfrentamiento. La batalla de Little Big Horn es un grito de victoria ... y
1860 también un canto de muerte.
El genocidio llega entonces a su apogeo. Los pieles rojas agotados y famélicos no tienen ya fuerza para combatir. Algunos ponen su miseria y su vergüenza en manos del hombre blanco. Otros creen hallar la salvación en la huida y son perseguidos, acosados, capturados. Se los confina en reservas, víctimas del deshonor y del hambre. Hoy no sobreviven más que doscientos cin-cuenta mil ... Así nacieron y pros
Las reservas indias en la actualidad peraron los Estados Unidos.
Toro-Sentado (Sitting-Bull)
fotografiado en 1885, cinco años antes de ser asesinado
Caballo-Loco (Crazy-Horse)
Nube-Roja (Red-C1oud)
fotografiado en 1884 en Washington
Caballo-de-Otro (llamado inexactamente
American-Horse por los norteameri.:anos)
Capítulo 1
La Luna-de-Ia-Hierba-Creciente 1 ocultaba un poco más cada noche su triste rostro. Pronto íbamos a ver asomar el de la Luna-en-quelos-Ponis-Pelechan 2. Las cacerías de la BellaEstación se anunciaban fructuosas. Nuestros acechadores habían localizado una manada de bisontes y podríamos hacer provisión de carne.
Normalmente, Alma-Teñida. nuestro hechicero, habría debido ordenar ya las festividades y las danzas. Pero Alma-Teñida parecía dominado por otras preocupaciones. Hacía ya varios soles que permanecía encerrado a ' o s ti i y los lúgubres conjuros que de él escapaban eran como para dar escalofríos.
I Abril. Mayo.
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Muchos, entre nosotros, decíanse bien informados. Aseguraban éstos que el Hechicero preparaba una gran medicina destinada a alegrar a los Malos Espíritus de la tribu. Sin embargo, como nadie había recibido realmente las confidencias de Alma-Teñida, la totalidad de los habitantes del poblado esperaba sus resultados con la mayor ansiedad.
Nosotros, los miembros del clan O-gla-Ia, formábamos parte de la gran familia del Pueblo-Culebra 3. Vagábamos a nuestro antojo al este del río Powder 4, en la llanura inmensa, a la sombra de las Black Hills 5. El Gran-Espíritu nos había dado ese lugar maravilloso para que viviéramos en él libres y felices. Pero, ¡ay!, desde hacía algún tiempo no saboreábamos ya nuestra dicha como en el pasado: conocíamos nosotros también el Gran Miedo.
Sí, había hecho su aparición el Gran Miedo, había arraigado en el espíritu de todos y en él se mantenía, como un árbol sin hojas. Pese a los esfuerzos de Alma-Teñida por restaurar la confianza, los viejos Sabios se perdían en refle-
3 Los siux. 4 Estado de Wyoming. 5 Eran las montaña, sagradas de los siux, donde reposaban sus
antepasados.
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xiones y mostraban caras sombrías. En contra de su costumbre, las mujeres o-gla-la no reñían ya a los hombres. Hasta los mismos ponis andab~n taciturnos y postrados en las corralizas. Sólo los niños y los perros mostraban aún alguna, despreocupación.
Yo no había visto caer más que una decena de nieves cuando nació el Gran Miedo entre los O-gla-la. Hacía de esto cuatro inviernos. Entre tanto había recibido la Iniciación-de-losJóvenes-Valientes, y. a pesar de ello. la inquietud no había hecho más que crecer en mí.
Hay que decir también que nuestros aliados, los Nubes-Azules 6 y los Cortadores-de-Dedos 7, no hacían n.ada por arreglar las cosas. Estos hombres, pesimistas en grado sumo. se pasaban el tiempo lamentándose, y las previsiones macabras que se placían en comentar contribuían muy poco a devolver la paz a mi ánimo.
De esta manera, andábamos todos cuando menos muy desasosegados: el Pájaro-Negro nos recubría con su sombra y añorábamos los buenos tiempos de antaño.
En verdad, fue uno de los nuestros quien in-
6 Los arapaho. 7 Los shoshone.
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trodujo el Gran Miedo entre los O-gla-l~. Lo debíamos a Nube-Roja. Los otros pueblos lo conocían desde hacía ya muchas estaciones, pero ninguno de nosotros había oído hablar de él todavía. Yo era pequeño por entonces, pero recuerdo muy bien cómo empezó todo.
Toca-las-Nubes, el jefe de nuestra tribu, había organizado un gran pow-pow 8, Y NubeRoj a había venido pata asistir al mismo con los hombres de su clan, los. Rostros-Siniestros. Tras haber fumado la pipa, Toca-las-Nubes habló de cosas agradables para llamar la inspiración. Luego abordó el tema serio y la conversación giró en torno a los Rostros-Pálidos. El-que-no-va-a-la-guerra-con-sus-hombres 9 nos había hecho saber que quería encerrar al Pueblo-Culebra en una reserva, y Tocalas-Nubes se negaba a admitir esta degradación para los O-gla-Ia. Dijo que nosotros debíamos seguir siendo libres y continuar viviendo como el Gran-Espíritu había previsto para nosotros, que no estábamos hechos para ser metidos en corrales como rebaños.
Por su parte, Caballo-Loco 10, que profesaba
" Consejo , conferencia . 9 El presidente de los Estados Unidos 10 El famoso Crazy Horse.
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un odio feroz a los Guerreras-Azules 11, decretó que debíamos defender la tierra sacrosanta de nuestros antepasados y rechazar al invasor más allá del Agua-que-Hiede 12.
Nube-Roja no era: de esta opinión. Afirmó que los Rostros-Pálidos representaban ahora una fuerza demasiado grande para que fuese posible rechazarlos. Explicó que los Guerreras-Azules poseían desde hacía poco tiempo unos fusiles que disparaban varios tiros sin que fuera preciso recargarlos y que pereceríamos todos en el combate. Según él, era preferible vivir en una reserva que morir bajo el fuego de aquellas nuevas armas.
Como ninguno de nosotros compartía su punto de vista y Caballo-Loco continuaba clamando que él prefería la muerte a la vergüenza, Nube-Roja hizo una pausa y murmuró como para sí mismo:
-De todas formas, nuestra existencia toca a su fin.
Alma-Teñida, que hasta el momento no había hecho más que escuchar, le preguntó qué quería insinuar con aquellas palabras. Y fue entonces
11 Los soldados norteamericanos. 12 El mar.
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cuando Nube-Roja pronunció la frase fatídica: -Los Guerreras-Azules han recibido orden
de EXTERMINARA TODOS LOS INDIOS. Ante tal enunciado, todos fuimos presa de·
estupor. Nube-Roja no tenía reputación de hablar en vano, pero de ahí a imaginar semejante propósito ...
¡Exterminar a todos los indios! Nuestros Sabios no tomaron estas palabras
en serio. A decir verdad, el respeto que profesábamos a Nube-Roja había bajado mucho en los últimos años. Este jefe, por supuesto, pertenecía al Pueblo-Culebra; sin embargo, parecía haberlo olvidado desde hacía varias nieves. Hacía ya mucho tiempo que no llevaba armas y predicaba la paz con los Rostros-Pálidos. Además, en compañía de sus partidarios, había levantado su campamento en las proximidades de un vasto edificio cuadrado que nuestros enemigos llamaban Fuerte Laramie. ÁguilaMoteada, uno de nuestros mejores oradores, había ido allí una vez en delegación. A su regreso, había contado pestes. Aquello no era más que un montón de barracas exiguas y sucias. El aire hedía a estiércol de caballo a diez tiros de flecha a la redonda.
Nuestro Jefe-de-Guerra, Caballo-Loco, por
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~.
su parte, no estaba lejos de creer que NubeRoja había perdido el juicio. Otros, en cambio, como Luna-Negra y Lluvia-en-la-Cara, pretendían que el pobre hombre no era ya en absoluto como nosotros, que de vivir a la sombra de aquel fuerte se había convertido, a su vez, en hombre blanco.
Pero, durante los soles siguientes, los O-glala tuvieron que rendirse a la evidencia. Los Seres-Humanos 13, que acampaban con nosotros,
13 Los cheyennes.
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rememoraron los hechos acontecidos en el río Washit unos cuantos inviernos antes 14. Al exterminar al jefe Caldero-Negro y a la casi totalidad de su pueblo, el Matador-de-Mujeres 15,
al frente de su banda de asesinos, nos mostraba que la carnicería había comenzado ya.
Y, sin embargo, en esa época Caldero-Negro estaba en paz con los Rostros-Pálidos. Pero el Matador-de-Mujeres quebrantó el tratado sin el menor aviso. Sin otro deseo que el de aniquilar a los Seres-Humanos, atacó traicioneramente al rayar el día, sorprendiéndolos en pleno sueño. Y sin consideración alguna por las mujeres, los ancianos y los niños, sus soldados dispararon a ciegas a través de las tiendas, haciendo una verdadera carnicería. Los fugitivos fueron perseguidos con una saña implacable. Se encontraron víctimas mutiladas y despojadas del cuero cabelludo por los cerros de alrededor.
Por otra parte, conocíamos las batallas que tenían que librar Los-que-nos-Obligan-a-Bajar-la-Cabeza 16. Los tambores nos contaban. bastante bien los violentos combates que Ge-
14 La matanza de los cheyennes del sur en 1868. 15 George Custer, que mandaba el regimiento. 16 Los apaches, de talla más baja que los siux.
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rónimo y Cochise se veían obligados a sostener para sobrevivir con sus guerreros Chiri-Cahua.
Sí, asistíamos a una destrucción deliberada. A la vuelta de una expedición de caza, Cochise había tenido ocasión de comprobar de lo que los Rostros-Pálidos eran capaces. En su ausencia, una tropa de Guerreras-Azules había caído sobre su poblado matando a más de un centenar de inocentes indefensos. La esposa del jefe Chiri-Cahua había muerto, así como sus más próximos parientes.
Los Rostros-Pálidos querían apoderarse del país entero y no retrocedían ante ninguna mortandad con tal de conseguir sus fines.
A nadie se perdonaba ya~ Las mujeres, los niños y los viejos caían baj.o las balas. Los Guerreras-Azules estaban por todas partes, y nuestros territorios de caza mermaban un poco más cada temporada. Por nuestro lado, no pasaba una luna sin que tuviéramos que repeler un ataque. Caballo-Loco sabía algo de esto, él que participaba en todos los choques.
Entonces no tuvimos otro remedio que rendirnos a la evidencia. Los dichos de Nube-Roja no estaban desprovistos de sentido. Pese a sus numerosas promesas de paz, los RostrosPálidos habían decidido, sin más, aniquilarnos)
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'~.
Después de a los otros pueblos, nos llegaba la vez a nosotros. La obra iba realizándose lentamente y seríamos los últimos en sucumbir.
El Gran Miedo fue, pues, imponiéndose, a medida que se sucedían las nieves, y todo 0-gla-la lo llevó pronto en sus entrañas. Nada en el mundo era capaz de detener la sed de conquista de los Rostros-Pálidos. Y si nos era imposible oponernos a sus fusiles que disparaban varios tiros, no nos quedaba ya sino entonar nuestro Canto-de-Muerte.
¡ Pero no vayáis a creer que nos pasábamos el tiempo lamentándonos! ¡Qué va! Nosotros no pensábamos en nuestra desgracia más que en ciertos momentos, cuando no podíamos por menos. Nosotros, los O-gla-la, éramos los indios más animosos de la tierra. El Gran-Espíritu lo había querido así, lo sabíamos, y esto nos reconfortaba.
Me hallaba en este punto de mis reflexiones, viendo titilar una estrella por el orificio de salida de humos del tipi, cuando rascaron en la piel que cerraba la entrada. Una alta silueta se plegó en dos y penetró en la tienda. ¡Reconocí al instante a Caballo-de-Otro!
Caballo-de-Otro era mi padre. Debía su nombre a que cierto día, en el curso de un
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combate, se había apoderado de la montura de un Guerrera-Azul. Le había quitado también la cabellera y su revólver de seis tiros. La cabellera omaba la camisa de guerra de Caballode-Otro. El seis-tiros, envuelto en una piel de gamo, daba fe de su temeridad. Por lo que hace al caballo, no valía gran cosa, piafaba por cualquier nadería y no sabía mantenerse en silencio durante una emboscada, pero mi padre le había conservado como testimonio de su bravura.
Yo estaba todavía soltero, y como no tenía ni tío ni tía, vivía con Caballo-de-Otro. Mi madre, Antílope-Salvaje, había muerto una decena de nieves atrás: había recibido un sablazo en el vientre cuando trataba.de arrancar su fusil a un Guerrera-Azul en la Batalla de los Cien Muertos 17. Con objeto de no atraer la maldición sobre nuestra tienda, no hablábamos nunca de Antílope-Salvaje con mi padre, pero pensábamos en ella a menudo.
Caballo-de-Otro no parecía con ganas de entablar conversación. Dejó su arco, sus flechas y se quitó del cabello su aderezo de plumas. Se
17 A~aque a la columna Fatterman lanzado en diciembre de 1866 por Caballo· Loco y sus guerreros siux.
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quitó también los mocasines y miró detenidamente sus suelas con un mohín de añoranza ...
-¡Hoo-Kit 18 -dije yo por cortesía. Se volvió hacia mí y alzó un hombro. Hoo-ki -respondió blandamente. Hice como que me enfrascaba en la contem
plación de mi ombligo, pero observaba a Caballo-de-Otro con el rabillo del ojo.
¡Era un verdadero coloso, un gigante! El más alto de los O-gla-la le llegaba a los hombros. Infortunadamente, yo no había heredado su estatura. Al decir de quienes la habían conocido, me parecía a mi madre, era bajo y achaparrado.
Yo envidiaba en secreto la fuerza de mi padre, desde luego. Sin embargo, me consolaba viendo que su recia complexión le hacía un poco pesado.
Caballo-de-Otro dio una vuela por el tipi, se golpeó con todo, refunfuñando, según su costrumbre, y finalmente advirtió que había una marmita calentándose entre las piedras del hogar. Levantó la tapadera, aspiró el vaho e hizo una mueca horrible. Exasperado por su actitud vejatoria, consideré oportuno precisar.
18 Término de bienvenida.
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-Es una sopa de ortigas. Gruñó, llenó una escudilla y se puso a comer
adoptando un aire cada vez más asqueado. A todas luces, engullía mi sopa con un pensamiento que se reservaba para él solo. Yo no era idiota y sabía muy bien lo que le atormentaba. Así que procurando mostrar gran desenvoltura, añadí:
-Mira, Caballo-de-Otro, sin querer influir en tu ánimo, yo creo sinceramente que deberías tomar una mujer. Un buen cazador como tú podría incluso alimentar a varias. Hay dos v tres viejas en la tribu que se considerarían dichosas de casarse contigo y venir a vivir a tu tipi.
La mirada negra de mi padre se deslizó hacia mí, su boca se crispó y no respondió palabra. Yo insistí:
-Al meno,s podrías reflexionar sobre ello en serio. Yo estoy fatigado de cocinar. He visto caer catorce nieves y pareces olvidar que he pasado la Iniciación-de-Ios-Jóvenes-Valientes. Ya soy un hombre, y me aguardan tareas más importantes.
Caballo-de-Otro dejó de mascar y escupió en el hogar una gruesa bola de ortigas. Poniendo calor en la voz añadí:
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-Además, si consideramos que sólo has visto caer cincuenta nieves, es probable que una vieja no demasiado vieja pueda darte todavía un hijo. Un hermanito no me disgustaría.
Me pareció que mi padre iba a atragantarse y de pronto me sentí responsable de aquel ahogo. Sin duda, no había cortado las ortigas lo bastante fino. Al cabo, deglutió penosamente, me mostró dos ojos encarnados despavoridos y se dignó responder:
-Lo pensaré.
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Tranquilizado a medias, fui a sentarme frente a él.
Era un verdadero placer contemplar a mi padre y yo habría podido hace~lo~definid~mente. Todo en su persona respIraba el domInio de sí. Y además sus brazos musculosos y su cuello de toro eran impresionantes. Que yo supiera, era el indio más hermoso de t?~a la creación y estaba orgulloso de ser su hIJO. A veces viéndole tan firme y tan sereno, me , . preguntaba si experimentaría él el Gran MIe-do. Éramos dos hombres y jamás habíamos abordado el tema; o al menos no de un modo franco y resuelto. En la circunstancia, nada en su aspecto permitía suponer que abrigara temor alguno. Sus ojos oblicuos proclamaban su lealtad y su bondad. Su entereza era absoulta-. Sólo mi sopa parecía desconcertarle.
Caballo-de-Otro se enjugó los labios carnosos de un manotazo, me miró con un esbozo de sonrisa y me preguntó:
-¿ Tienes Chacun-cha-cha 19?
Me apresuré a echar mano a una pipa, la ataqué bien, la encendí y se la tendí. Mi padr.e me dio las gracias con un guiño de reconOCI-
19 Mezcla de tabaco y corteza de sauce rojo.
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miento y desapareció tras una nube de humo. Yo seguía perplejo, conteniendo la respi
ración. Si pensaba salir del paso con las escasas pa
labras que había pronunciado, Caballo-deOtro se equivocaba groseramente. Los bisontes subían desde el Sur y se había señalado la posición de una importante manada. Ningún O-gla-la, aparte de los acechadores, debía acercárseles, pues siempre era de temer que los animales se asustaran y huyeran antes de que comenzase la caza. Ahora bien, mi padre era uno de esos acechadores que, durante todo aquel último sol, había tenido ocasión de observarlos, y sin duda alguna tendría montones de cosas interesantes que contar sobre el particular y que yo ardía en deseos de saber.
Me era imposible hacer a mi padre una pregunta directa sin incurrir en descortesía y atentar contra su libertad. Por eso, a fin de satisfacer mi curiosidad, di el consabido rodeo y, con tono voluntariamente despreocupado, dije:
-Dicen que los bisontes suben en dirección al río Powder ...
Caballo-de-Otro disipó con un movimiento del brazo el humo que le envolvía y concedió:
-Es verdad.
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Yo proseguí: -y dicen también que es una manada muy
grande y que bastará para nuestras necesidades ...
Mi padre se limitó a inclinar la cabeza. Yo, aplicándome a disimular mi irn,paciencia, precisé:
-Me gustaría saber si son muy numerosos ...
Consideró él su dedo gordo del pie, lo retorció entre los dedos, lanzó un largo suspiro y respondió con esfuerzo:
-Son MUCHOS.
Eso era lo que horripilaba en Caballo-deOtro. Pese a sus inmensas cualidades, siempre le faltaba precisión. En cuanto se trataba de contar, no sabía más que decir: UNO, DOS o MUCHOS.
Para darme tiempo a recobrar la calma, agarré su pipa, la limpié, la llené de nuevo y se la deslicé entre los dientes. Luego elevé la voz para sacarle de su mutismo:
-¿De veras no puedes decirme más sobre la importancia de esa manada? ¡Es irritante, tener que arrancarte las palabras de la boca!
Caballo-de-Otro tomó un tizón de entre las brasas, lo puso sobre la cazoleta de su pipa,
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aspiró con ansia y, por último, pareció percatarse de mi impaciencia. Entonces salió de su letargo, agitó los brazos y dijo con irritación:
-¿ y para qué querer contar todos esos bisontes si todos sabemos que hay de sobra para cubrir nuestras necesidades? Unas cabezas de más o de menos no cambian en nada la cosa. ¡Así que basta con saber que hay MUCHOS!
¡Tenía razón! A fin de no hacerle ver que me había con
vencido, me levanté y fui a tumbarme en mi catre. Pero Caballo-de-Otro se había lanzado. Continuó perorando como si yo estuviera todavía frente a él escuchándole y me arrolló con un torrente de palabras. Se lamentó de mi curiosidad excesiva, aprovechó para reprocharme mis principales defectos, me prodigó sus más preciosos consejos, me recomendó más reflexión y qué sé yo cuántas otras cosas ...
¡Mi padre era asombroso! O se pasaba tres soles sin pronunciar palabra, o se lanzaba a un discurso que nada era capaz de detener. Y para decirme ¿qué? ¡Cosas que me había vociferado ya más de cien veces en las orejas!
Estaba yo fatigado, y como seguía declamando, me envolví en una cálida piel de oso y cerré los ojos ...
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¡Ay!, aparecieron bisontes en la pantalla de mis párpados ... un macho corpulento parecía incluso provocarme. Le espanté ... ¡volvió!
Entonces, sin poder ya más, me levanté de un salto, me planté delante de Caballo-deOtro y grité más fuerte que él:
-Cállate un instante, ¿quieres? ¡Y haz un esfuerzo! ¡Si no me dices nada más sobre la importancia de esa manada, no voy a cerrar el ojo de la noche!
Mi tono enérgico tuvo por efecto interrumpir su monólogo. Cayeron sus brazos a lo largo del cuerpo y su boca quedó entreabierta. Luego se recobró.
-Está bien -dijo al cabo de un momento-, voy a decirte lo que quieres saber ...
Mi padre se concentró para representarse mejor la escena a la que había asistido y añadió:
-Fíjate, si esos bisontes pasaran delante de ti en fila de a uno, podrías estar viendo bisontes el tiempo de fumarte cinco pipas.
Resignado, no pude menos que murmurar: -Gracias, Caballo-de-Otro, por tu gran
precisión. Si hubiera insistido, habríamos estado dan
do vueltas a lo mismo toda la noche. Me eché
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la manta sobre los hombros y salí del tipi. Todavía me llegó la voz de mi padre: -j Ya ves si tengo razón cuando te digo que
hay MUCHOS! No respondí. Caballo-de-Otro era más terco
que una mula, pero el respeto que le debía me impedía decírselo.
El rocío me humedeció los pies descalzos. Un viento fresco me azotó el rostro. La luna mordida por la mitad alumbraba débilmente el río Powder. Nuestros tipis alineados en círculo se amoldaban al meandro del río. Sólo el del Hechicero estaba iluminado: un gran fuego ardía sin duda en su interior. Mientras que los O-gla-la dormían, él preparaba la medicina que servía para tener a raya al Gran Miedo. Una siniestra melopea llegó a mis oídos. Asustado, un búho abandonó su rama y voló con un rumor afelpado. Su grito me hizo pensar en el Mal-Espíritu-de-Ia-Noche ...
Me alejé, con objeto de desentumecerme las piernas, y di algunos pasos en dirección al río. Unos perros ladraron al verme y se escabulleron en un rincón oscuro. Haciendo eco, una hiena rió burlonamente en las alturas. En la lejanía, un coyote aulló a la muerte. Pasó una nube, acentuando las sombras.
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Bruscamente sentí un escalofrío. Quise tararear una canción alegre, pero el
Gran Miedo me subió desde el vientre y se me atravesó en la garganta.
Volví sobre mis pasos y me acomodé junto a Caballo-de-Otro .
Dormía. Habría preferido que siguiese hablando.
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1
1'1
Capítulo 2
Era un amanecer gris, una mañana triste, sin sol. Los tipis se escondían en la espesa bruma y el río Powder era invisible. El aire frío y húmedo no invitaba a la inacción, conque decidí ir a liberar a las monturas del cercado.
Además del caballo negro grande que había quitado al Guerrera-Azul, mi padre poseía tres ponis. La yegua estaba especialmente ejercitada para la caza; el caballo padre, para el combate. El tercero, un potro fogoso de manchado pelaje, servía a Caballo-de-Otro cuando, por no tener nada que hacer, alardeaba por el campamento como un pavo exhibiendo los trofeos que omaban su camisa de guerra.
Yo no tenía más que un solo caballo, pero tan inteligente que valía por unos cuantos. Sabía esquivar la embestida del bisonte y galopar
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I
ajustándose al trote de la manada. Sabía también agazaparse sin chistar entre la maleza, y acudía a mi llamada. En realidad, aquel poni sólo me daba satisfacciones, y yo tenía tiempo de sobra de ejercitar a otro para medirme con los Rostros-Pálidos. Era joven entonces, todavía no formaba parte de ningún clan guerrero y
. no había participado en ninguna batalla. La gran montura negra de mi padre relinchó
al acercarme. Mi poni, mejor educado, esperó a que le soplara en los ollares para manifestar su alegría. Reuní a nuestra pequeña yeguada y la conduje hacia una espesura en la que crecían álamos de las ciénagas. A los caballos les gustaba mucho comer su corteza, que les nutría bien y les daba lustre al pelo.
Una voz salió de pronto de entre la niebla. -¡Hoo-Ki, Colmillo-Chico! Te he visto yo
el primero, y si hubiera sido un Absa-Rokee 1,
estarías muerto. Contrariado por no haber percibido su acer
camiento, contesté: -¡Es que tengo el oído tan fino que he reco
nocido el paso de Pata-de-Cuervo! ¿Qué tengo que temer de mi hermano?
J Un corneja, enemigo de los siux.
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La delgada silúeta de Pata-de-Cuervo se destacó entre la niebla. ¡Y el muy pretencioso parecía encantado! Su enorme boca, hendida en una sonrisa de oreja a oreja, decía la satisfacción que experimentaba por la broma que acababa de gastarme.
Irritado, hice como que no me percataba de su aire jocoso y puse toda mi atención en los poms.
Pata-de-Cuervo era mi amigo, pero había veces que me ponía nervioso. So pretexto de que había visto caer dos nieves más que yo, tenía tendencia a considerarme un niño . Yo era mejor cazador que él, él lo sabía, y creo que eso le daba un poco de envidia. Pero estaba de visita entre nosotros, y las leyes de la hospitalidad me obligaban a conservar la calma.
Aunque pertenecía al Pueblo-Culebra, Patade-Cuervo no era un O-gla-la. En realidad, era el hijo de Toro-Sentado 2, el famoso hechicero de la tribu de los Hunk-pa-pa. Esto me indujo a pedirle noticias de su padre.
-Se encuentra bien -me respondió--. Aparte de sus reumatismos, claro.
2 Sitting-Bull.
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El viejo jefe padecía de ellos desde su más moza edad. Esa detestable enfermedad le había valido su nombre, por otra parte. Los huesos de las rodillas le rechinaban a más y mejor. Tanto que no perdía nunca la ocasión de sentarse a fin de aliviar sus dolores.
-Hemos venido a participar en la caza -siguió diciéndome Pata-de-Cuervo--. ¿Son muy numerosos los bisontes que habéis localizado?
Esta pregunta me recordó otra, y dije con desenvoltura:
-Si desfilaran delante de ti, tendrías tiempo de fumar cinco pipas antes de verles el fin.
Con no poca estupefacción mía, Pata-deCuervo pareció satisfecho con esta definición. Su indiferencia por el detalle habría llenado de contento a Caballo-de-Otro. El Hunk-pa-pa se limitó a mover la cabeza y propuso:
-¿ y si fuéramos a bañarnos? El río Powder venía crecido con el deshielo
de las últimas nieves. A pesar de ello, corrí a la orilla, me desnudé y me zambullí valerosamente en el helado elemento. Pata-de-Cuervo me imitó y desapareció bajo el agua. Cuando subió a la superficie resoplando, vi que tenía carne de gallina. Le miré directo a los ojos y observé:
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-Cualquiera diría que estás aterido. ¿Es que un Hunk-pa-pa va a ser menos resistente que un O-gla-la?
-¡De ninguna manera! -respondió dando diente con diente-o En el Norte, la temporada pasada, rompía el hielo todas las mañanas de tanto como me gusta nadar.
Salí del río y monté en mi poni. -¡Pues sígueme! -le grité-o Una carrera
nos secará. Arreé a mi montura, que arrancó como una
exhalación. Después de unos cuantos trancos, eché una mirada por encima del hombro y vi a Pata-de-Cuervo vestirse a escape. Le envidiaba en secreto: el frío me azuleaba la piel y mis miembros estaban ya tan duros como leños.
Cuando volví hacia los álamos de las ciénagas, mi amigo ya no estaba allí. Me puse a toda prisa mi camisa de ante y mis polainas. Tiritaba, pero había cerrado el pico a Pata-de-Cuervo ¡yeso era lo que importaba!
Para calentarme, hice corriendo el camino de regreso. Volvió a circular la sangre por mis venas y mi piel recobró su aspecto normal.
Los tipis de los Hunk-pa-pa, que la bruma me ocultara al partir, formaban un círculo al oeste de nuestro campamento. Me vino la idea
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de hacer una visita a Toro-Sentado y di un rodeo para cambiarme de indumentaria.
Caballo-de-Otro no estaba en nuestra tienda. Sin duda, había vuelto a su vigilancia tras las colinas. Me puse un traje ornado de bordados en perlas, me calcé mis mejores mocasines y sujeté en mi cabello la pluma de bienvenida. ¡ Estaba magnífico!
Como para hacerme honor, un rayo de sol se abrió paso entre las nubes. Varias chicas levantaron los ojos a mi paso y se alisaron las trenzas. Estaban todas demasiado flacas y eran demasiado jóvenes para que me interesara por ellas.
Caballo-Loco pulía el asta de su lanza delante de su tipi. Aminoré el paso y le sonreí. Sus labios se distendieron y me devolvió el saludo. Me invadió una oleada de orgullo.
Todavía no había intercambiado yo nunca una sola palabra con Caballo-Loco. Le respetaba demasiado para sobrepasar mis derechos. Era el Jefe-de-Guerra de los O-gla-Ia, yo no era más que un joven valiente, y las costumbres establecidas exigían que él me dirigiese la palabra el primero. Y además creo yo que me daba un poco de miedo.
y es que Caballo-Loco pasaba por un ser ex-
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traordinario. Se murmuraba que una poderosa medicina le protegía y le hacía inmortal. Según decían, se trataba de una piedra que colocaba bajo su silla de montar y que le advertía del peligro. Mirándole bien, se me parecía bastante. Al igual que yo, era bajo y achaparrado, y una cierta elegancia emanaba de su persona. En cambio, era más viejo, había visto caer treinta y dos nieves.
y él no era un Vaga-en-torno-a-los-fuertes, como Nube-Roja. Dirigía todos los ataques del clan guerrero de los O-gla-la contra los Guerreras-Azules y no se le veía jamás sin sus armas.
Fuera de eso, Caballo-Loco hablaba poco, no bromeaba más que con sus guerreros, jugaba solamente con los niños y no bailaba nunca durante las fiestas. Eso nos diferenciaba, pues a mí me gustaba mucho bailar.
El poblado de los Hunk-pa-pa hormigueaba de actividad. Las mujeres encendían fuegos, los hombres construían los cercados de las cabalgaduras. Algunos chiquillos transportaban paquetes. Una gruñidora jauría de perros se disputaba un hueso.
No vi a Pata-de-Cuervo, pero divisé a su padre. Toro-Sentado no había cambiado desde
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nuestra última conversaClOn, tres estaciones antes. Aunque en sus cabellos negros se habían deslizado algunas hebras blancas, parecía que iba superando sus incesantes crisis de reumatismo. Ahora fumaba, beatíficamente sentado sobre un fardo de pieles, en la proximidad de su tipi. Iba yo a acercarme cuando dos mujeres vociferantes y gesticulante s salieron de la tienda. Surgieron en tromba y se plantaron delante del viejo Hechicero tomándole por testigo a propósito de utensilios de cocina. En medio de aquel estrépito y aquellos gritos como para reventarle los tímpanos, él permaneció impasible, como perdido en un pensamiento profundo. Esas dos arpías eran sus esposas, y me figuro que Toro-Sentado se había acostumbrado a oírlas reñir.
Por lo que a mí respecta, decidí volver más tarde. Ya soportaba los relinchos del gran caballo negro de mi padre, como para tener que oír, además, los chillidos de dos urracas encolerizadas. Éstas no debían de tener el Gran Miedo atravesado en la garganta. O si lo tenían, se habían acostumbrado a convivir con él.
Me escabullí y volví al campamento de los O-gla-la.
Antes de llegar, el son grave de los grandes
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tambores me alertó los sentidos. Convocaba a los miembros de la tribu a una gran asamblea.
Corrí. En el poblado reinaba Una efervescencia
poco habitual. Todos se apresuraban por llegar a la plaza grande y yo seguí la corriente.
Alma-Teñida había salido al fin de su tienda. Erguido en medio de la muchedumbre, blandía sus dos sonajeros sagrados. Sus pies golpeaban el suelo al compás, dando el ritmo a los voceadores situados a ambos lados. Éstos proclamaban la noticia salmodiando una letanía sincopada ...
¡Las festividades iban a comenzar! ¡La danza del bisonte se celebraría esa misma tarde! ¡La caza se iniciaría mañana al amanecer!
He ahí ya el momento que yo esperaba .. . y que más temía.
En el transcurso de la danza, Toca-las-Nubes entregaría las cinco flechas rojas. Cinco jóvenes valientes, escogidos entre los mejores cazadores, recibirían una. ¿Iría a gozar yo de semejante honor7
Con arreglo a nuestra costumbre, estos cinco cazadores no traerían carne para ellos mismos. La totalidad del producto de sus capturas se distribuiría a las viudas, a los ancianos y a
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los impedidos. Y aparte del placer que una abnegación así procuraba, para un joven valiente era una auténtica consagración. De esta suerte se convertía en casi un hombre y podía llevar en el cabello su primera pluma de águila.
Los Sabios valerosos harían su elección un poco más avanzado el día. Cola-Manchada, Bebe-Agua y Trueno-de-Fuego celebrarían un pequeño pow-wow en el tipi del Hechicero a fin de debatir la cuestión. No-Quiero-Ir y Osode-Pie también tendrían algo que decir ...
¿Pero no irían a olvidarse todos de mí? ¡Quia! Cola-Manchada conocía muy bien mi
habilidad, y yo hablaba con No-Quiero-Ir todas las mañanas ... Todas menos esta última, que había malgastado haciendo befa de Patade-Cuervo ... ¿Cómo ibaa reparar ese error?
Una idea ingeniosa me pasó por las mientes: ¡la mejor manera de obligar a los Sabios a pensar en mí sería dejarme ver por ellos!
Acudí precipitadamente a la orilla del río, eché el guante a mi poni, volví sobre su lomo a todo galope y lo amarré bien a la vista delante de mi tienda. Luego me zambullí en su interior. Me quité camisa y polainas, quedándome en taparrabo y mocasines. Me anudé a los tobillos dos aderezos de plumón de ganso para te-
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ner la ligereza del ave. Me pinté el rayo en el pecho, a fin de- gozar de su impetuosidad. Tomé mi aljaba con mi arco y mis flechas, me lo puse en bandolera y salí al aire libre.
Ahora podían verse en mí los signos del cazador consumado y advertirse mi impaciencia por perseguir la caza. Lo importante, desde luego, era que me viesen los Sabios.
Erguido y altivo, sin exagerar la nota, con una chispa de importancia en la mirada. comencé a deambular por el campamento.
Fue Bebe-Agua el primero con quien topé. Pero estaba tan ocupado con sus propios preparativos que no se fijó en mí. Tosí inútilmente para llamar su atención. Estaba bruñendo su fusil y ninguna otra cosa parecía existir para él. Habría que abordarle de forma más directa.
-¡Hoo-Ki, Bebe-Agua! -le espeté-o Mañana será un buen día para morir.
Sin lanzarme una sola mirada, levantó su larga nariz al cielo y gruñó:
-No si las nubes siguen así de negras. Bebe-Agua tenía un carácter execrable, era
bien sabido. Peor que el de Caballo-de-Otro. Proseguí mi camino y fui a arrastrar mis mo
casines por las inmediaciones de la tienda de Trueno-de-Fuego.
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Precisamente estaba reparando su tocado de ceremonia, sentado junto a la entrada. Trueno-de-Fuego me acogió más amablemente. Me examinó por todas partes y me preguntó con interés:
-¿Adónde vas con ese atavío? ¡La caza no empezará hasta el próximo sol!
-El olor a bisonte me da hormiguillo por las piernas -respondí, abombando el pecho para que viese mejor el rayo que llevaba pintado en él-o ¿No es una cualidad digna de un buen cazador?
Trueno-de-Fuego no carecía de buen sentido. Rumió mi pregunta y me dijo con una sonrIsa:
-¡Desde luego! Bajé los ojos por modestia. -Vamos -añadió--, déjame reparar el to
cado. Si no, voy a parecer un wach-panne, 3
esta tarde, en la fiesta. Me alejé, no descontento de mí. Más allá,
Oso-de-Pie estaba hablando, ¡ay!, con Caballo-Loco. Me disponía a dar un rodeo cuando la mirada de ambos hombres se cruzó con la mía. No di crédito a mis ojos ... Caballo-Loco
3 Un pobre hombre, un indigente.
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, en persona me hacía señas de que me acercara. Las piernas se me quedaron de pronto tan flojas como una vieja piel mojada. Me adelanté, ocultando mi emoción bajo una palidez mortal.
-Aquí tienes a un joven valiente que no anda con retraso para la caza -observó Caballo-Loco.
-Sólo un verdadero cazador conoce la impaciencia de enfrentarse con el bisonte --comentó Oso-de-Pie, como entendido que era.
Luego me volvieron la espalda y reanudaron su conversación. Yo tragué saliva por tres veces y sentí aflojárseme las piernas más todavía. Ninguno de los dos hombres me había dirigido la palabra directamente, pero el hecho de que hablaran de mí en mi presencia decía el interés que se tomaban por mí.
Tras una prolongada aspiración, noté que mis miembros se fortalecían. A pocos pasos de allí, un tocón de árbol me ofrecía asiento. Me acomodé en él y aguardé a que la sangre tornara a mis mejillas ...
Ante mí surgió un chiquillo y me azotó el pecho con un manojo de ortigas. Volví a la realidad sobresaltado, y brinqué, soltando un grito. El pequeño escapó riendo, muy contento de sí mismo.
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Durante ci tiempo de las cacerías y desde el momento .en que se anunciaban las festividades , los niños· podían permitirse las peores diabluras sin que se les riñera por ello. ¡Y no se privaban! Las madres tenían que aguantarlo todo. Valiéndose de pequeños arcos que ellos mismos confeccionaban, los críos se divertían disparando sobre los odres de agua colgados de los árboles , deslizaban abejorros por el cuello de los adultos y los azotaban las pantorrillas con ramas de mimbrera.
No se libraban de ello nuestros varones más respetados. Toca-las-Nubes y Caballo-Loco sufrían estas bromas sin rechistar , pues debía aceptarlas todo el mundo sin excepción. Y, al decir de algunos , esto resultaba a veces más duro de arrostrar que el enfrentarse con los Rostros-Pálidos . Aquellos bribonzuelos no conocían ley alguna durante las fiestas, y yo creo que eso nos procuraba mucha felicidad a todos.
Lo cual no obsta para que yo necesitara tranquilidad. No había conseguido la admira- . ción de Cola-Manchada y No-Quiero-Ir, pero renuncié a ella y fui a refugiarme bajo mi tipi.
Caballo-de-Otro afilaba su cuchillo en una piedra del hogar. No tenía el aire ceñudo y pa-
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recía dispuesto a hablar. Sin necesidad de que le preguntara, me dijo:
-La manada es tranquila y van en ella bastantes chotos.
No le pregunté cuántos. Si me hubiera respondido MUCHOS no lo habría podido soportar. Tenía demasiadas cosas entre ceja y ceja para desear enzarzarme con Caballo-de-Otro.
Del exterior nos llegaban gritos y fragor de caballos. -' Los niños se lo pasan bien -dije sin pen
sarlo. Mi padre dio su opinión observando mi cara
sombría. Me quité mis aderezos de plumón de ganso y
colgué mi aljaba en un larguero de la tienda. Luego me acomodé frente a Caballo-de-Otro y le hice la pregunta que me abrasaba los labios:
-¿ Tú crees que soy digno de recibir una flecha roja esta noche durante la danza?
El gigante de mi padre hizo chascar la lengua y me examinó con mucha atención.
-¿Es eso tan importante para ti? Guardé silencio. No quería oírle colmarme
de reproches, vituperar mi pretensión. Entonces Caballo-de-Otro se levantó, fue a
revolver entre sus cosas y regresó con un pa-
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quete en las manos. Desenvolvió la piel con cuidado y descubrió el seis-tiros que había quitado al Guerrera-Azul.
-No sé si tendrás una flecha -murmuró--. Corresponde a los Sabios decidirlo. De todos modos, dentro de poco serás un hombre, y por ese motivo mereces algunas consideraciones. Quisiera decirte ...
Se le ahogó la voz, evitó mi mirada, arrojó el seis-tiros sobre mis rodillas y ladró:
-¡Toma, es tuyo, yo no sé qué hacer con él! Encontrarás munición en el saco que está ahí abajo. Y no me importunes más con tus historias de flechas rojas. Te aconsejo un poco más de humildad.
Tomé el arma preciosa, la hice girar entre mis dedos. Aquel objeto era uno de los raros trofeos de mi padre. Uno de los que le complacía exhibir en los desfiles, que tanto amaba.
Sólo acerté a decir tontamente: -¿ y no crees que ... que te va a hacer falta? -¡No! -declaró él con sequedad. y se tendió sobre su catre, cubriéndose los
ojos con el antebrazo. Comprendí que no pronunciaría ya una sola
palabra más y respeté su silencio. Su mutismo era, en cierta manera, un modo de ocultar sus
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sentimientos. Lo sabía yo ahora, que había visto brillar dos lágrimas en la comisura de sus párpados. Sabía también que Caballo-de-Otro podía rebosar de ternura y que su aparente rudeza no le ponía al abrigo del Gran Miedo.
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Capítulo 3
Hacía una noche oscura y el rumor de las voces ahogadas sólo dejaba trascender un ruido débil. íntimamente mezclados por la fiesta, los O-gla-la y los Hunk-pa-pa formaban un amplio círculo alrededor del montón de leña apilada en mitad de la plaza del poblado.
Sentado a mi derecha, Pata-de-Cuervo se mantenía tieso como una púa de puercoespín, apoyadas en las rodillas sus huesudas manos de crispados dedos. A mi izquierda, el hombro macizo de Caballo-de-Otro rozaba el mío. Lo mismo que yo mi padre contenía la respiración. Esperábamos el comienzo de la danza disiItlulando nuestra excitación.
De improviso, una voz chillona dominó los cuchicheos. Alma-Teñida, alzados los brazos hacia la bóveda del cielo, cantaba con tono
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agudo y exaltado para invitar al espíritu de Wane-Kia 1 a descender entre nosotros. El Hechicero desafinaba en su cántico, pero ningún O-gla-Ia dudaba del resultado.
Al final de este piadoso conjuro, los tambores redoblaron con ritmo sostenido. Tres mujeres entraron en el círculo llevando el compás. A pesar de la oscuridad, reconocí a Vaca-Blancaque-Ve, Pluma-de-Águila-Abundante y MujerÁguila-Roja. Ligeras, sus mocasines no levantaban ni mota de polvo. Lo que en Pluma-deÁguila-Abundante era una proeza, ya que ella sola pesaba lo que las otras dos juntas.
Vaca-Blanca-que-Ve sostenía una caja de corteza de árbol de la que se escapaba un hili-' 110 de humo. Esta mujer era la guardiana del fuego y le incumbía transmitirlo a la pila de leña. Mientras que sus compañeras ejecutaban un paso en redondo prefigurando las dimensiones del universo, Vaca-Blanca-que-Ve se acercó al alto montón de leña, sopló en su caja, extrajo una brasa incandescente con ayuda de una rama ahorquillada y prendió un manojo de hierbajos secos que arrojó a la base de la pila de
I Literalmente: EI-que-hace-vivir. El hijo del Gran-Espíritu, dios de la Caza.
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leños. La madera ardió de inmediato. Brotó un surtidor de chispas, crepitando. Una luz vívida iluminó la plaza. i Y la asamblea se hizo visible a mis ojos maravillados!
Los miembros del clan Hota-Mita-nio 2 estaban presentes. Todos los que contaban varias vidas cobradas a los Guerreras-Azules. Yestaba allí Gran-Pie, con su escudo a prueba de balas. Y Cariacuchillado 3, con toda la cara llena de cicatrices. Y también Camino-Grande , cuya lanza poseía un poder mágico. Dos-Lunas, que jamás había mostrado la espalda al enemigo. Lluvia-en-Ia-Cara, cuyas cabelleras adornaban los palos de su tipi.
y no faltaban los poseedores de trofeos que daban testimonio de su bravura: Oreja-de-Bisonte, Hueso-Roto, Cálida-Niebla. Sin olvidar a mi padre.
Todos llevaban sus vestimentas más hermosas, sus más ricos aderezos. Algunos hombres fumaban pipas finamente decoradas. Las mujeres, con largos vestidos de piel ornados de conchas raras, se abanicaban con alas de faisán. Los jefes, a cada movimiento, hacían
2 Literalmente: Perro-Guerrero. 3 Más conocido por su nombre inglés: Gall.
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ondear las plumas de águila de su soberbio tocado. Los jóvenes valientes, que no podían ostentarla todavía, llevaban gorros de piel. El de Pata-de-Cuervo estaba hecho de una piel de nutria. El mío, una habilidosa combinación de patas y colas de armiño, me parecía de un bonito efecto.
A Caballo-Loco no lo veía por ninguna parte. Dado su recatado carácter, debía de andar por algún rincón oscuro.
Callaron los tambores. Toca-las-Nubes, con la pipa sagrada en la mano, dio tres pasos hacia el interior del círculo. Iba sobriamente vestido, pero un collar de uñas de osos mostraba su inmenso valor. Toro-Sentado, a su vez, se adelantó hacia la luz. Llevaba un espléndido tocado de castor, ornado con dos cuernos de bisonte. En virtud de los honores de la hospitalidad, de que gozaba, Toro-Sentado tenía el privilegio de encender la pipa. Lo hizo así, mientras Toca-las-Nubes aspiraba, y el humo se elevó hacia las nubes. El jefe de los O-gla-la 10 sopló seis veces en seis direcciones diferentes, rindiendo tributo de esta suerte al cielo, a la tierra y a las cuatro partes del mundo 4.
4 Los cuatro puntos cardinales.
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Cumplido el ritual, podían comenzar las festividades.
Con gran estrépito de cascabeles, salieron al descubierto los Heyo-Kas 5. Grotescamente ataviados de oropeles , cubierto el rostro por máscaras ridículas, se entregaron a la ejecución de cabriolas, bufonadas, que nos hicieron reír hasta saltársenos las lágrimas. Fueron de uno en otro contorsionándose, burlones, cosquilleando la nariz a los jefes con briznas de hierba.
La misión de estos danzantes consistía en dí-
~ Payasos. bufones.
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vertimos, en relajamos y sosegamos el ánimo. La ceremonia siguiente tenía un carácter serio y convenía aligerar su gravedad.
Los silbatos de hueso dejaron oír un son quejumbroso, los tambores adoptaron un ritmo lento y profundo. La llegada del Hechicero provocó la huida precipitada de los Heyo-Kas.
¡La danza del bisonte comenzaba! Alma-Teñida, recubierto por entero con una
piel de este animal, avanzaba al compás, doblado hacia adelante, imitando el pesado modo de andar del rumiante en cuestión. Detrás de él, con igual atavío, venía una docena de hombres que reprc;,sentaban la manada. Éstos dieron tres veces la vuelta a la hoguera y a continuación anduvieron de un lado para otro a cuatro patas, haciendo como que pacían la hierba, revolcándose en el polvo o rascando el suelo con furia.
Pero yo no tenía ojos más que para AlmaTeñida. Bajo su envoltura de bisonte, traía cinco flechas rojas apretadas en la mano y no iba a tardar en adjudicarlas.
Tras el borde inferior de la enorme cabeza peluda que le ceñía el cráneo, la mirada del Hechicero giraba a un lado y a otro, en busca del primer elegido. Se me hizo un nudo en
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el vientre cuando le vi alejarse hacia el lado opuesto dei punto en que yo me encontraba.
Blandía ahora una de sus saetas y no tenía traza de querer volver en dirección a mí. Todo lo contrario, se adelantó hacia un joven valiente petrificado de esperanza, amagó el gesto, hizo una pirueta, saltó lejos de él y lo hincó finalmente en el suelo delante de Rayo-de-laTarde.
Un «¡Oh!» admirativo brotó de todos los pechos, subrayando la elección. Caballo-de-Otro no se extasió con el resto de la concurrencia, y yo se lo agradecí en el alma. Pata-de-Cuervo no parecía mucho más sosegado que yo. Le deslicé al oído:
-No se ha perdido nada, todavía quedan cuatro.
Mi amigo no respondió. Su rigidez le hacía semejar un bloque de piedra.
Reanudando su ronda titubeante, el Hechicero se acercó por fin. Su pesquisa le llevó a la inmediación de Pata-de-Cuervo, pero el brillo de sus pupilas se fijó en mí.
Mi corazón dejó de latir. El Hechicero levantó el brazo, dio una vuel
a sobre sí mismo, se alejó, volvió, amagó un
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paso de lado ... ¡y plantó su flecha entre las pantorrillas de Pequeño-Zorro!
El «¡Oh!» que estalló entonces me hizo el efecto de un puñetazo. No quedaban ya más que tres, la cosa empezaba a ser más que inquietante. Tenía los nervios de punta, al extremo de envidiar la impasibilidad de Pata-deCuervo. Y Alma-Teñida que reanudaba su zarabanda ...
Decidí cerrar los ojos. No quería seguir viéndolo.
Dos «¡Oh!» me hicieron sobresaltarme de nuevo. Me ganaba la desesperación. Los tambores me martilleaban el cerebro. De poco me servía saber que aquella ceremonia tenía como fin inculcarnos la paciencia, el dominio de nosotros mismos y la humildad; la encontraba demasiado exasperante para mí.
Se desencadenó el último «¡Ohb>, semejante al trueno. Los hombros me desfallecieron. Se me quedó el cuerpo sin gota de sangre.
y el codo de Caballo-de-Otro se hundió en mis costillas.
-¡Mira, imbécil! Entreabrí los párpados ... La última flecha es
taba allí, hincada en el suelo, ¡DELANTE DE Mí! Pata-de-Cuervo continuaba tan derecho
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, como un mástil de tipi. Mi padre trituraba nerviosamente su collar de dientes de alce. Y yo, por mi parte, nadaba en una dulce beatitud.
No tardaron mucho en espabilarme los tambores y los cantos. Las mujeres lanzaron trémolos 6 y los silbatos de hueso desgarraron la noche. Me levanté, arranqué la flecha del suelo y, estrechándola en la mano como un preciado tesoro, me uní al grupo de los cuatro jóvenes valientes elegidos antes que yo.
Acogiéndonos al ritmo impuesto por el griterío de las mujeres. remedamos el andar de los cazadores, cuando avanzan entre la maleza al acecho de sus presas. Dando vueltas en torno a la falsa manada, hacíamos como si no la viéramos. Cada uno de nosotros oteaba, espiaba, escudriñaba como lo había visto hacer en muchas ocasiones.
De repente, Pequeño-Zorro hizo gesto de descubrir el rebaño. Imitó la risa sardónica de la hiena. A esta señal pasamos al ataque, tomando cada uno un rumiante como blanco. Los hombres disfrazados de bisontes regruñeron, rascaron el suelo con furor, apuntaron los
b Gritos guturales modulados. destinados a excitar el ardor de los cazadores o de los guerreros.
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cuernos en dirección a nosotros, lo mismo que los bisontes verdaderos cuando reconocen el olor del hombre.
y se inició la caza, una combinación de amagos y cargas reales.
Yo fui el primero en gritar «¡Yuhoo!» 7. El bisonte que conseguí tocar con mi flecha se desplomó y permaneció inanimado. A mi alrededor, varios jóvenes valientes cayeron arrollados, pero volvieron a levantarse con denuedo y reanudaron el combate. Estallaron otros «¡Yuhoo!» y cayeron otros brutos .
Cuando ca,da uno de nosotros hubo abatido dos o tres y no quedó en pie ni uno solo, volvimos a nuestros sitios. Nuestros padres y amigos nos felicitaron como si hubiéramos participado en una caza de verdad.
Bueno, cuando digo «nos», me excluyo del número. Pata-de-Cuervo se había ido. Sin duda, no había querido asistir a mi éxito y prodigarme elogios. Mi padre, perdido en sus divagaciones, no pensaba en dirigirme cumplidos. Tuve que acuciarle para volverle a la realidad:
-Qué, ¿has visto, Caballo-de-Otro? ¡He
7 Grito del cazador que acaba de abatir una pieza .
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matado tres! ¿Esperabas una hazaña semejante por parte de tu hijo?
El resultado fue el contrario del que yo esperaba. Hizo una mueca displicente y dijo sin mover apenas los labios:
-¡Bah! A ninguno de ellos le has tocado bajo el omóplato.
Desconcertado, exclamé: -¡Exageras! Se trataba de un simulacro y
no me exponía a los arranques de un animal heride.
-Pues procura acordarte de esto mañana -replicó mi padre-o No tengo ganas de ver el cuerpo de mi hijo pateado por un viejo macho resabiado que haya simulado la muerte.
Una vez más, tenía razón. En el ardor de la acción, había descuidado un poco mis competencias.
Alma-Teñida dio la danza por terminada. Los O-gla-la y los Hunk-pa-pa se dispersaron, comentando los acontecimientos a que acababan de asistir. Caballo-de-Otro aprovechó la ocasión para lanzarse a uno de sus discursos sin fin. Me recordó las reglas de la caza, los peligros a que me exponía y la prudencia de que debería dar prueba absoluta. Me reprochó no tener más cabeza que un chorlito y mayor cla-
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rividencia que un topo. Cuando llegamos a nuestro tipi, quiso verificar el estado de mi arco, el de mis flechas, y halló motivo para lamentarse de todo.
Estimé inoportuno el momento para sufrir estas censuras y le dije con franqueza:
-¿Sabes, Caballo-de-Otro, que a veces me obligas a añorar tus largas crisis de silencio? Eres tú quien me ha enseñado lo que sé, y no comprendo tu insistencia en dudar de mis capacidades.
Mi padre se calmó, se quitó los mocasines y me preguntó:
-¿Cuántas nieves has visto caer ya? -¡Catorce! -proclamé, irguiéndome en
toda mi estatura. Caballo-de-Otro aceptó la cifra balanceando
la cabeza, para responder a continuación con ironía:
-¡Es MUCHO! -Lo suficiente para que no me tomes por
un niño -precisé-o ¡A fe mía que eres peor que Pata-de-Cuervo!
Mi padre abandonó su aire sarcástico y una expresión de benevolencia distendió sus rasgos. Se desnudó y se envolvió en su manta totalmente en cueros.
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-No va a tardar en despuntar el día -añadió-. Los cazadores necesitan descanso.
Me acosté yo a mi vez y puntualicé: -Créeme, Caballo-de-Otro, que no te guar
do ningún rencor. Refunfuñas para ocultar las cosas amables que hay en ti, lo sé muy bien, ve ...
Un sonoro ronquido hizo eco a mis palabras. Mi padre no dormía, estoy seguro. No convenía que un hijo sacase a luz los sentimientos de su padlie. Lo mejor era hacer creer que no me había oído. En mi fuero interno, honré la delicadeza de Caballo-de-Otro y cerré los ojos ...
Una manada de bisontes desfiló entonces ante mis párpados. Sus mugidos hostiles poblaron mis sueños hasta el amanecer ...
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Capítulo 4
La columna avanzaba en la hora temprana, el sol empezaba a mostrar sus primeros rayos. Yo cabalgaba con los cazadores, una treintena de hombres en total, alIado de Toca-las-Nubes y de Gran-Pie. Toro-Sentado no nos acompañaba, un ataque de reumatismo le retenía en su tipi. Su hijo, en cambio, caminaba en compañía de Toro-Blanco y Trueno-de-Fuego. Pata-de-Cuervo montaba una pequeña yegua que había capturado dos nieves antes.
Los jóvenes valientes, que no tenían aún derecho a participar en una gran cacería, nos seguían respetando cierta distancia. Tenían la custodia de los ponis de recambio y debían velar por mantenerlos bien agrupados. Detrás de ellos, las mujeres llevaban las acémilas y los travois destinados a acarrear la carne.
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Delante de nosotros, a un tiro de flecha, Caballo-de-Otro, Hueso-Roto y Cálida-Niebla marchaban como batidores. El que se hubiera permitido adelantarlos habría sido derribado de su caballo. Importaba sorprender a la manada y nadie debía alertarla por causa de un ardor excesivo.
El corazón me latía en el pecho más fuerte que un tambor. ¡El momento tan esperado había llegado por fin!
Hasta entonces sólo había matado yo un ternero aislado, hallado por casualidad. Pero esta vez iba a medirme con toda una manada y, por supuesto, tenía la intención de abatir un macho grande. Esto, sin duda" pondría fin a las burlas de Pata-de-Cuervo y tal vez a los incesantes reproches con que me abrumaba Caballo-de-Otro.
También mi po ni hervía de impaciencia, lo sentía bullir debajo de mí. Domado por mi padre, sabía yo que no daría la espantada durante el ataque, y esta confianza reforzaba mi intrepidez.
El caballo de Gran-Pie, en cambio, se puso a relinchar. El cazador se apeó de él al momento y le asestó un fustazo en la grupa. Mientras que el poni regresaba solo al poblado, Gran-
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Pie aguardó el paso de los jóv.enes valientes y tomó otra montura. La aproximación debía efectuarse en silencio, un caballo nervioso podía comprometer la operación.
Los batidores se detuvieron al pie de una colina en la que crecían algunos arbustos. CálidaNiebla y Hueso-Roto se deslizaron calladamente de su montura al suelo y subieron a rastras hasta la cima, donde permanecieron emboscados.
Nosotros, dejando atrás a los jóvenes valientes y a las mujeres, nos reunimos con Caballode-Otro. Éste hizo el gesto de cortarse la lengua con los dedos y nos señaló una oropéndola posada en una rama. Este ave particular sólo vivía en la vecindad inmediata de los bisontes: les libraba de las moscas, comiéndoselas. Su presencia nos decía que la manada no estaba lejos.
A partir de este momento no se pronunció ni una palabra más. Cola-Manchada, que tenía la responsabilidad de organizar la batida, clavó su lanza en el suelo. A esta señal, descendimos todos de los caballos y cada cual procedió a despojarse de la ropa. Era importante tener plena libertad de movimientos durante la caza, y yo sólo conservé el taparrabo y los mocasines.
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Mi padre, ya desnudo, se acercó a mí, recogió mi arco y me lo tendió, animado el semblante por una sonrisa de oreja a orej1. Yo abrí la boca para darle las gracias, pero él se apresuró a ponerme el pulgar sobre los labios y me mostró la oropéndola con su mano libre. Con los ojos hice seña de que había comprendido. Caballo-de-Otro retiró su pulgar, dio media vuelta y fue a montar en su poni.
Entonces sentí una mirada posada en la nuca. Me volví. Caballo-Loco clavaba su mirada en la mía. Su aire cargado de malicia me desconcertó.
Reunimos todas nuestras cosas en un montón y volvimos a nuestras monturas. Caballode-Otro se puso de nuevo al frente de la columna y nos hizo dar un largo rodeo para situarnos con respecto al viento.
Varios cazadores sostenían un fusil entre los brazos. Caballo-Loco iba armado con un arco. Poseía un fusil, ¡claro! Pero sólo se servía de él para tirar sobre los Rostros-Pálidos. CaminoGrande empuñaba su lanza mágica, la que clavaba delante de su tipi para que fuese la admiración de todos.
Caballo-de-Otro se detuvo, volvió sobre sus pasos y se incorporó a nuestro grupo. Incum-
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bía ahora a Cola-Manchada tomar el relevo y organizar la caza. Por medio de gestos, éste nos hizo entonces desplegarnos en una línea en forma de media luna, frente a la colina. Luego apuntó con el brazo hacia la cresta, trepamos por la pendiente hasta la cima ...
¡Y los vi! La otra pendiente descendía en suave decli
ve, y allí, en mitad de una inmensa llanura, ¡pacía la manada de bisontes!
Sin la menor vacilación, continuamos nuestra marcha en dirección a ellos, tranquilamente, sin tropiezos, sin prisa, al paso regular de nuestros ponis. La táctica consistía en acercar-
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nos al rebaño, en envolverlo sin espantarlo. Nuestra línea fue curvándose y, cuando estuvimos lo bastante cerca, nuestras alas se cerraron sobre la manada. Estrechando nuestro cerco, proseguimos aún el avance hasta que nuestra formación vino a semejar la huella dejada por el casco del caballo sobre la tierra blanda. Cercadas por tres lados, las reses sólo podían huir en una dirección, la que nosotros habíamos escogido.
Evitando todo gesto brusco, desprendí el arco de mi aljaba y tomé una flecha. La tensión era enorme, un frenesí repentino podía animar a la manada, y todos reteníamos el aliento ...
Los bisonte~ no temían a los caballos, pero nuestra presencia les inquietaba. Respiraban nuestro olor y varios machos adultos gruñeron. Como Illovidos por una misma aprensión, se pusieron en marcha todos juntos, lentamente. Nosotros seguimos el movimiento, cabalgando de concierto con ellos, flanqueándolos hasta to~arlos.
Yo iba alIado de una hembra vieja .. Volvió la cabeza para husmearme y sentí la presión de su cuerno en la pantorrilla ... mi poni no rechistó y yo encomié la doma de mi padre.
De pronto, Cola-Manchada gritó:
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-¡Hoka-Hey! 1.
Inconscientemente, yo murmuré: -¡Het-chetu-Aloh! 2.
La llamada de Cola-Manchada fue repetida por todas las gargantas. Yo grité a mi vez:
-¡Hoka-Hey! y la manada, presa de pánico, 'arrancó a ga
lope tendido. Era la avalancha salvaje en la que cada cual
no podía contar ya más que consigo mismo, en la que nuestros alaridos se mezclaban con los de los rumiantes. La manada se había lanzado y nada podía ya detenerla. No nos quedaba sino seguir su desplazamiento abatiendo el mayor número de reses posible.
Mi caballo no se había apartado del flanco de la hembra. Ajusté mi flecha y le apunté bajo el omóplato. Se hundió en el punto justo hasta las plumas. La hembra vaciló, le salió sangre por la nariz, salpicó sobre mis piernas y sobre el pelaje de mi poni. Pero continuó corriendo con la manada. Mi caballo evitó una cornada, hizo un extraño y estuve a punto de caer. Puse una segunda flecha en la cuerda de
I Grito de guerra siux, 2 Así sea,
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mi arco y disparé por segunda vez. Ésta penetró más profundamente que la primera y desapareció por completo en el vasto pecho. La hembra lanzó un prolongado mugido, dio un traspié y cayó patas arriba, por fin, entre las altas hierbas.
Loco de alegría por este triunfo, grité hasta desgañitarme:
-¡Yuhoo! ¡Yuhoo! ¡YuhooL .. A cada pieza cobrada, los cazadores no de
bían lanzar este grito más que una vez. Pero, enloquecido de orgullo, yo no cesaba de repetir:
-¡Yuhoo! ¡Yuhoo! ¡Yuhoo!... Cola-Manchada surgió a mi altura y voci
feró: -¿Es que vas a exterminar la manada tú
solo? -¿Qué dices? ¡No te oigo! ~hillé a mi vez
para dominar el tumulto, y también para no reconocer abiertamente mi ligereza.
Furioso, Cola-Manchada hizo encabritarse su caballo y se escabulló por detrás del rebaño.
Gracias a los «Yuhoo» proferidos por los cazadores era como Cola-Manchada estimaba el número de reses abatidas. Mis gritos reiterados podían falsear su juicio e inducirle a inte-
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1
rrumpir la caza demasiado pronto. Me prometí controlarme mejor y me lancé de nuevo en persecución de la manada.
Un macho corpulento me llevó hasta la cabeza de la misma. Hueso-Roto y Cálida-Niebla, que se nos habían reunido, hacían todo lo que podían por modificar el rumbo de la. carrera de los animales. La treta consistía en hacerles adoptar un movimiento giratorio, a fin de que los primeros se juntaran con los últimos y el conjunto no formara sino un vasto círculo vortiginoso.
¡ y se consiguió! Los bisontes galopaban ahora alrededor de
un punto central; no teníamos más que disparar sobre ellos al paso y gritar:
-¡Yuhoo! Pero el poni de Hueso-Roto metió el pie en
un bache y se desplomó, precipitando a su jinete a tierra. Aprovechando el espacio libre dejado por el cazador, una veintena de animales se abalanzaron por el hueco, embistiendo en dirección a Hueso-Roto ...
Adelantando a los brutos enfurecidos, lancé yo mi montura y grité al desventurado:
-¡Pronto! ¡Monta a la grupa! Saltó detrás de mí. Mi poni acusó la carga y
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partió al galope. El caballo de Hueso-Roto pereció reventado bajo las pezuñas.
Cuando estuvimos a salvo, el cazador echó pie a tierra y me anunció con voz solemne:
-Te debo una vida, Colmillo-Chico, y te la devolveré.
Tuve la impresión de que se me venía el cielo .encima de la cabeza. Pues sabía muy bien lo que esa promesa significaba. En adelante, Hueso-Roto iba a velar por mí como un padre, hasta el pago de su deuda. Pero padre yo tenía ya uno, ¡y era más que suficiente!
Hueso-Roto no añadió una palabra más. Se dirigió a pie hacia las colinas, donde se encontraban los jóvenes valientes que le procurarían una nueva montura. Yo le dejé ir y partí al galope hacia la manada.
Ésta continuaba girando sobre sí misma, describiendo un amplio círculo y levantando una espesa nube de polvo pardusco. Los hombres, caracoleando en el sentido del torbellino mugiente, afinaban su tiro . Restallaban disparos de fusil. Siseaban flechas. Caían animales al suelo. Brotaban los «¡Yuhoo!», dominando la inmensa barahúnda.
Divisé a Caballo-de-Otro y decidí cazar en su compañía. Llegaba a su lado cuando un bi-
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sonte atrajo mi atención. Formaba parte de las reses escapadas y volvía a unirse al grueso de los rumiantes. Era enorme y parecía querer tomar a mi padre como blanco. Ocupado en la manada, Caballo-de-Otro no le vio llegar sobre él. Pero su poni se percató del peligro. Se encabritó, espantado, y cayó sobre sus cuartos traseros. Mi padre se vino abajo, dejando escapar su arco. No obstante, tuvo tiempo de percibir .al animal furioso, .rodó como una bola y se aplastó contra la hierba ... las pezuñas del bisonte le rozaron la cabeza.
Le di voces: -¡No te muevas aún, Caballo-de-Otro! Al cabo de su carrera, el animal frustrado se
dio la vuelta y, jadeando, pareció medir la causa de su fracaso. Luego, distinguiendo la mancha insólita que formaba mi padre, rascó con el pie, apuntó sus cuernos y volvió a tomarle por blanco.
Caballo-de-Otro, que no me había oído, se levantaba ya. Mi poni no dio más que un brinco hasta él y, una vez más, grité:
-¡Rápido! ¡Monta a la grupa! Advirtiendo entonces esta segunda embesti
da, mi padre saltó y vino a caer detrás de mi espalda. Mi montura arrancó a escape, sal-
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vándonos de los cuernos mortíferos de la fiera.
Un poco más lejos, pudimos al fin respirar. Caballo-de-Otro se deslizó a tierra y me consideró detenidamente. Creí que iba a darme las gracias. Pero, en vez de ello, me preguntó secamente:
-¿Cuántos has matado? -Uno -respondí, estupefacto ante esa fal-
ta de reconocimiento. Una mímica de conmiseración me hizo saber
lo que pensaba de ese mísero resultado . Me solivianté:
-¿Cómo querías que se me diese mejor?
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-1 1/
¡Me he pasado todo el tiempo salvando a los cazadores!
-¡No haces más que exagerar! -exclamó mi padre.
En este momento, el silbato de Cola-Manchada emitió un son estridente. La caza había terminado. Me encogí de hombros y renuncié a disculparme.
Los hombres deshicieron su cerco y fueron a reunirse en lo alto de una loma. Liberados, los bisont,~s salieron a la desbandada, dejando sobre el terreno sólo los cuerpos inertes.
El po ni de mi padre se había incorporado a los rumiantes y galopaba de concierto con ellos. Su instinto le llevaría quizá a nuestro poblado, pasados unos días. O bien, apreciando su nueva libertad, continuaría viviendo entre los bisontes.
Caballo-de-Otro recuperó su arco y me invitó a ir junto a los cazadores. Desde el altozano, mi padre contempló un largo momento la manada que huía, llevándose consigo su montura predilecta. Como la tristeza le hacía olvidar sus éxitos en la caza, atraje su mirada hacia el lugar que acabábamos de abandonar.
Las mujeres se desplegaban por el llano lanzando trémolos de alegría. Los jóvenes valientes
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galopaban en todos los sentidos, extasiándose en voz alta, apreciando las piezas cobradas.
Armados con su cuchillo, unos y otros desollaban, despedazaban los animales. Los jóvenes estibaban los cuartos de carne sobre el lomo de los ponis. Las pieles servían para envolver las asaduras, de las que todos éramos tan golosos.
Entonces, tras de nosotros, estallaron gritos de «¡Hoka-Hey!» De entre los cerros surgían niños montados en caballitos y bajaban a todo correr por las pendientes. No tardaron en reunirse con las mujeres y, huroneando acá y allá, consiguieron birlar pedazos de hígado crudo que engulleron con fruición.
Las mujeres los rechazaban sin convicción, zarandeándolos y riñéndolos por guardar las formas. Aquel sol deparaba una caza fructuosa y aquella era una manera de dejar participar a los niños en el entusiasmo general.
En nuestro grupo, cada cual comentaba sus victorias. Rojos de la sangre de los bisontes, o heridos en sus propias carnes, los cazadores tenían mucho que decir sobre la lucha que acababan de librar ... Una sola sombra venía a empañar aquel gran sol. Luna-Negra nos notificó la muerte de Rayo-de-Ia-Tarde. "Su madre no
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pudo hallar su cadáver. Pisoteado por miles de pezuñas, su cuerpo se había diluido en la tierra.
Cargadás los travois y las acélimas, emprendimos el camino de regreso. Mi padre había encontrado un caballo de repuesto y cabalgaba a 'mi derecha. Su mirada se detuvo en mi pierna manchada de sangre. Titubeó y acabó por decirme:
-Veo que has combatido cuerpo a cuerpo. -Sí -repuse, sin dejar entrever mi orgu-
ll~. Era una hembra muy corpulenta. -Está bien -añadió lacónicamente. Este cumplido que no quería serlo me con
tentó y dirigí una sonrisa furtiva a mi padre. Hueso-Roto vino a colocarse a mi derecha,
ajustó su marcha a la mía y clavó sus ojos en mí. Yo oculté mi embarazo e hice como que no
reparaba en él. Mi padre le miró y me interrogó silenciosamente. Fingí interesarme por las orejas de mi poni y él no insistió.
Pero cuando llegamos a terreno accidentado, Hueso-Roto impulsó su montura hacia adelante, se ,deslizó entre las rocas desprendidas de las laderas a fin de indicarme los mejores pasos, contorneó un tocón escondido entre los matorrales, indicándomelo con la mano para que lo evitase ... Más allá, fue no sé qué otra cosa ...
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Al cabo, Caballo-de-Otro terminó por advertir su tejemaneje . Inquieto, se inclinó hacia mí y me deslizó al oído:
-¿Qué te quiere? -¡Nada! --contesté, irritad~. Vela por mí. Mi padre abrió unos ojos como platos. -¿Pero por qué? -Me debe una vida --confesé entre dientes. Caballo-de-Otro meneó la cabeza, me miró
de arriba abajo como si me viera por primera vez y, poniéndose la mano ante la boca, me dijo confidencial:
-Pues si no quiere que mueras, pídele que cocine por ti.
y se alejó con una risa atronadora.
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Nuestro retorno al poblado provocó la ira de los perros. Tuvimos que ponerles bozal para que no devoraran toda la carne. Los jefes de los O-gla-la y de los Hunk-pa-pa hicieron la distribución y cada cual recibió su parte. La madre de Rayo-de-la-Tarde, que se había cortado ya las coletas en señal de duelo, recibió ración doble.
Luego, los jóvenes valientes fueron a buscar ramas ahorquilladas y montaron los secaderos. Las mujeres cortaron la carne en tiras delgadas, que pusieron encima. Los hombres trituraron los huesos para extraerles el tuétano. Todo el mundo se deslomó trabajando y la tarde vino como una recompensa.
Caballo-de-Otro, llena la barriga a reveptar, se quedó dormido en seguida, una vez terminada su cena. Dominando la exaltación que todavía me embargaba, decidí hacer otro tanto. Me deslizaba ya bajo mi piel de oso cuando un ruido extraño llegó a mis oídos a través del cuero de la tienda ... ¿Un perro comiéndose las tres lenguas de bisonte que había colgado yo en el exterior? Salí a ver ...
¡Hueso-Roto había desmontado su tipi y venía a instalarlo junto al mío!
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Capítulo 5
Transcurrió algo de tiempo, sin aportar grandes cambios. Nos hallábamos ahora en la época de la Luna-de-Engorde-de-los-Terneros 1 y el aire se hacía más suave.
Tras la caza de comienzos de la Bella-Estación, Toca-las-Nubes nos había guiado hacia el Noroeste. Habíamos asentado nuestro campamento en una orilla del río Yellowstone 2, en las inmediaciones de las Little Big Horn Mountains. Los Hunk-pa-pa habían seguido nuestra pista durante cierto tiempo. Luego, tras declarar que prefería dirigirse a las Black Hills, Toro-Sentado había partido en dirección Oeste con toda su tribu.
1 Finales de mayo. 2 Estado de Montana.
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Su hijo, Pata-de-Cuervo, se había quedado con nosotros. Compartía el tipi de una joven viuda O-gla-la y yo sólo le veía muy raramente. Había abatido tres machos de diez nieves en la última caza, y, sin duda, se pasaba todo el tiempo refiriéndole sus proezas.
Hueso-Roto, por su parte, continuaba siguiendo cada uno de mis movimientos, al acecho del instante propicio en que le fuera dado, por fin, salvarme la vida. Era demasiado orgulloso Hueso-Roto para deber nada a nadie y no pararía hasta saldar su deuda conmigo.
Aparte de eso, la rutina de la vida había vuelto a adueñarse de los O-gla-la. Teníamos reservas de carne seca y pasiones de largos soles en que meditar. Las veladas alrededor del fuego, dedicadas a la reflexión y el ensueño, nos incitaban a pensar en nuestro destino. Muchos recordaban los dichos de Nube-Roja y sentían volver el Gran Miedo a sus almas. La obsesión de los Rostros-Pálidos dominaba de nuevo a los O-gla-la y nadie podía ya conjurarla. ¡Ni siquiera nuestro Hechicero!
Alma-Teñida había terminado su medicina destinada a alejarla de nuestros espíritus, sí, pero el resultado no era concluyente. El remedio mágico consistía en una pasta espesa, con la
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que el Hechicero nos había recomendado friccionarnos el pecho. Como los demás, yo lo había probado y había tenido que renunciar a ello. Su olor repulsivo impedía dormir a CabaUo-de-Otro y mi poni huía cuando me acercaba.
y en esas estábamos. Para no incomodarle, nadie se atrevía a decir a Alma-Teñida que su medicina no valía para nada, y seguíamos con el temor del futuro. Aparte de HuesoRoto, por supuesto, que sólo se interesaba por el mío.
Cierta mañana, por si algo faltaba, mi padre se levantó con un aire extraño. Parecía ausente, como vaciado de toda sustancia. Jamás le
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visto unos ojos tan desprovistos de expresión. Alarmado, le pregunté:
-¿Has dormido con la boca abierta? Sus pupilas extraviadas se volvieron hacia mí
sin verme; le temblaban las manos, y respondió con una voz sin timbre:
-No ... no creo. ¿Por qué? Suspiré, aliviado. -Por un instante he creído que se te había
escapado el alma. Caballo-de-Otro registró mis palabras ba
lanceando la cabeza, huroneó por el tipi en busca de sus mocasines, se puso su camisa de ceremonia al revés y, tomando un palo medio carbonizado de la chimenea, se cruzó la frente con dos trazos negros.
Estos trazos significaban que mi padre se disponía a marchar al País-de-las-Sombras 3.
Cada vez más intranquilo, le insté: -Sigue mi consejo, Caballo-de-Otro. Ve a
consultar al Hechicero. Pero movió negativamente la cabeza y vino
a sentarse sobre mi piel de oso. -Aunque no pertenezco ya al mundo de los
mortales, no estoy enfermo, Colmillo-Chico
3 El reino de los muertos.
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I :
-me dijo con dulzura-o Esta noche he tenido un sueño. Wa-kan-da 4 se me ha aparecido y me ha notificado mi nuevo destino ...
-¿Cómo es eso? -murmuré yo, todavía un poco escéptico.
-Era un pájaro grande y hermoso, un águila, Colmillo-Chico. De sus alas blancas y negras se.escapaban rayos de luna. Sus ojos brillaban como el fuego del sol. Se me posó en el hombro y, al hablarme, sentí un intenso calor.
Tragué saliva. Mi padre cerró los ojos como acostumbraba
cuando quería concentrarse y prosiguió: -Declaró que no quería que siga siendo un
O-gla-la ordinario, que fundaba grandes esperanzas en mí. ..
Caballo-de-Otro abrió los ojos de nuevo y añadió con tono convencido:
-Creo que la elección del Gran-Espíritu no es mala. Un hombre dotado de mis cualidades no está hecho para una vida corriente.
Salí de mi estupor y observé: -¿Y eres tú el que así habla? Tú, que me
predicas constantemente la humildad. Esta reflexión disgustó a Caballo-de-Otro,
4 El Gran-Espíritu, dios supremo de los siux.
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lo vi claramente, pero añadió sin encolerizarse:
-Yo no hago más que seguir el camino trazado para mí por el Gran-Espíritu ... Ahora tengo que dejarte, Colmillo-Chico, a fin de dirigirme a la montaña. Allí ayunaré durante tres soles, en el más perfecto aislamiento. En ese lugar es donde Wa-kan-da hará de mí otro hombre.
Maravillado por tan hermosas palabras, torné a inquirir: -¿ y a tu regreso qué serás? -¡ Inmortal! --espetó, irguiéndose de re-
pente. La palabra me hirió en choque frontal y me
dejó anonadado. Cuando volví en mí, Caballo-de-Otro se ha
bía ido. ,No quería yo contrariar las decisiones del Gran-Espíritu, pero me pregunté, eso sí, qué iba a poder hacer yo con un padre inmortal. Se aseguraba que Caballo-Loco disfrutaba de esa cualidad mágica. Ahora bien, no había hombre más ensimismado y solitario que él. Ya como O-gla-la corriente, Caballo-de-Otro no hablaba mucho; ¿en qué iban a venir a parar nuestras relaciones si me volvía provisto de esa extraordinaria particularidad?
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Mi mirada recorrió los objetos usuales desperdigados por el tipi y se detuvo en el hogar apagado ... Nuestra tienda me pareció, de pronto, triste y vacía ...
Salí. ¡Hueso-Roto estaba allí, junto a la entrada, naturalmente!
-¿Has visto a Caballo-de-Otro? -le pregunté.
-Sí -respondió-. Ha montado en su po ni y ha tomado la dirección de las montañas. Es extraño ... Me ha parecido ...
Me impacienté: -¿ Qué has visto en él, tan extraño? Hueso-Roto se pasó la mano por la frente;
parecía realmente asombrado. -Me ha parecido que se había puesto la ca
misa al revés y que los cascos de su caballo no tocaban el suelo.
Sentí un escalofrío. No me interesaba revelar el sueño de mi padre. En consecuencia, oculté mi turbación y declaré con desenvoltura:
-¡Es el sol, Hueso-Roto! El sol, que te hace ver lo que no es.
-Tal vez tengas razón -admitió el cazador. Dado que parecía en excelente disposición,
aventuré:
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-Sabes, Hueso-Roto, sin querer herirte en tu amor propio, estoy convencido de que podrías saldar tu deuda de otro modo que empeñándote en preservar mi vida. Soy de constitución robusta y tengo esperanzas fundadas de no morir antes de cien nieves. Conque no querrás vivir pegado a mi sombra todo ese tiempo, a pesar de todo ... Si me regalaras dos buenos ponis estimaría que quedábamos en paz. Er~ no conocer a Hueso-Roto. Me dijo con
firmeza: -'No! ¡Sólo una vida vale una vida! B~eno, puesto que lo tomaba así, debía ple
garme a la evidencia. Sutilme.nte: añad.í: -y si no me expongo a mngun pehgro du
rante cien nieves, ¿cómo vas a saldar esa deuda? Para que puedas salvar mi vida es preciso que me encuentre a punto de perded.a, ¿no?
El astuto personaje me guiñó un oJo: , -No tendré que esperar cien nieves, Colml
llo-Chico. ¡Olvidas el Gran Miedo! Se ha dicho que los Guerreras-Azules van a atacar ,pronto al Pueblo-Culebra. Tú eres joven, vahente y fogoso' . no te unirás a nuestros guerreros
, (, , , 1 ? cuando las mujeres profleran sus tremo os.
Se me cayeron los brazos a lo largo del cuerpo. Así que Hueso-Roto me vigilaba en la es-
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pera de un desenlace inexorable ... Y esta idea hizo nacer otra. Solté la carcajada en las narices del cazador.
Estupefacto, inquirió él: -¿Cuál es la razón de ese regocijo, Colmi
llo-Chico? ¿No tendrás la intención de quedarte en tu tipi cuando ... ?
-¡No temas! -le atajé-o Combatiré con los Bravos, llegado el momento. Pero, entre tanto, tienes mucha suerte. ¿Concibes que el Gran-Espíritu se me haya aparecido en sueños y haya decidido transformarme en un ser inmortal?
Hueso-Roto no comprendió el sentido de mis palabras. Y nada tiene de extraño ... Le dejé allí plantado y me encaminé hacia la tienda de Caballo-Loco. Ya no tenía miedo de nada. No tenía ya miedo de Caballo-Loco. Y antes de que el sol llegara a su cenit y que mi padre descendiera de las montañas, quería ver de cerca a qué se parecía un hombre inmortal. Quería hablarle y tocarle.
No tuve tiempo de llegar a su tipi. Un jinete hizo irrupción en el campamento vociferando:
-¡Traigo la noticia! ¡Ha llegado una gran desgracia!
Detuvo delante de mí su caballo cubierto de
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espuma, me lo confió con autoridad y se precipitó bajo la tienda de Toca-las-Nubes. Este mensajero no era otra cosa que un Rostro-Siniestro, un guerrero del clan de Nube-Roja.
Tendí la brida a un joven valiente y le pedí que se ocupara del animal. Montó él a sus lomos, me dirigió una sonrisa cómplice y lo llevó al cercado donde se encontraba ya el caballo negro de mi padre. La idea no estaba mal: la montura de un Vaga-en-to.rno-a-los-fuertes haría, sin duda, buenas migas con la de un Guerrera-Azul.
Los O-gla-la habían oído la llamada del mensajero. Se reunieron, inquietos e indecisos. Algunos hombres habían echado mano de sus armas, pero muchos permanecían con los brazos caídos, en espera de más información. Las mujeres, petrificadas, estrechaban contra sí a sus hijos ... El silencio se cargaba con el peso de una interrogación muda ...
y los perros se pusieron a ladrar todos al mismo tiempo, erizado el pelo, alargado el hocico, los colmillos al descubierto, dispuestos a morder. El tumulto estalló como una liberación. La jauría salió disparada. Los ojos se volvieron hacia la aparición que acababa de descubrir ...
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Allá abajo, por el vado del río Yellowstone, un centenar de hombres llegaban. Las salpicaduras de agua levantadas por los cascos de sus ponis nos decían su precipitación.
-¡Son los Hunk-pa-pa! -gritó el Cariacuchillado.
-¡Sí, es Toro-Sentado! ¡Nube-Roja le acompaña! ---clamó Águila-Moteada.
Los O-gla-la se tranquilizaron, sin mostrar por ello demasiado optimismo. El Rostro-Siniestro había hecho alusión a una «gran desgracia», y esas dos palabras fomentaban un sentimiento de incertidumbre. Tanto más cuanto que ahora las mujeres, los niños y los viejos Hunk-pa-pa atravesaban a su vez el vado. Nosotros sabíamos que Toro-Sentado había formulado el deseo de pasar la Bella-Estación en las Black Hills. Y para que la tribu en pleno hubiese abandonado este paraje idílico era preciso que un acontecimiento importante la hubiese persuadido a partir.
Toca-las-Nubes salió de su tipi y saludó brevemente a Toro-Sentado y Nube-Roja. LOS
tres hombres intercambiaron algunas frases en voz baja. Luego, tras esta corta conversación , nuestro jefe mandó organizar un pow-wow en el acto.
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Toca-las-Nubes no había invitado a los visitantes a tomar algo. Esta infracción de las reglas de la' hospitalidad nos hizo comprender que iban a ventilarse asuntos urgentes.
Los jóvenes valientes fueron a buscar leña. Las mujeres levantaron la pira . Formamos todos el círculo y Vaca-Blanca-que-Ve prendió fuego a las ramas. Un grato aroma a savia de pino se difundió por el aire. Algunos hombres encendieron su pipa, y unas cuantas mujeres también. Nub~-Roja mostraba un semblante enigmá
tico en el que no se translucía ningún sentimiento. En cambio, el nerviosismo de las manos de Toro-Sentado contrastaba con su aparente calma. Toca-las-Nubes estaba ensimismado y parecía reflexionar intensamente. El tic que agitaba la mejilla izquierda de CaballoLoco revelaba que el guerrero estaba sobre ascuas. En cuanto a Alma-Teñida, los ojos bajos, se contentaba con salmodiar un conjuro .. . Yo lamentaba en mi fuero interno la ausencia de Caballo-de-Otro. Su aplomo tranquilo me habría resultado saludable en un momento como ése: me sentía nervioso como un zorro cuando se acerca la tormenta.
Desechando, al cabo, la tristeza que encerra-
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ba su mirada , Toro-Sentado se levantó , se plantó en el interior del círculo y anunció con voz potente:
-¡Los Hunk-pa-pa han venido a buscar re-
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fugio junto a sus hermanos O-gla-la! Las Black Hill.s no pertenecen ya al Pueblo-Culebra. Los Rostros-Pálidos las profanan, remueven allí la tierra y los ríos en bus~a del metal amarillo 5.
La consternación fue general y sobre la concurrencia se cernió un murmullo semejante a una larga queja ... En una contracción convulsiva, Cola-Manchada quebró el tubo de su pipa entre los dientes.
En Ja Bella-Estación que precedió a la última nieve, Cola-Manchada, acompañado por Caballo-Loco y Nube-Roja, había asistido a un pow-wow organizado por los Rostros-Pálidos. Éstos habían decidido que El-que-no-va-a-Iaguerra-con-sus-hombres quería comprar las Montañas-Sagradas al Pueblo-Culebra. Pero los tres O-gla-Ia se habían negado a ello rotundamente, pretextando el venerado carácter de dichas alturas. Caballo-Loco explicó entonces que el Gran-Espíritu velaba por esas montañas donde los O-gla-Ia enterraban los huesos de sus guerreros muertos. Nube-Roja había, incluso, precisado a Tres-Estrellas 6 que noso-
s El oro. 6 El general Crook.
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tros llamábamos al lugar el País-de-Ias-Sombras y que ningún extranjero debía poner allí los pies.
Entonces, hablando en nombre de El-queno-va-a-la-guerra-con-sus-hombres, Tres-Estrellas había afirmado que los Guerreras-Azules respetarían las Black Hills y procurarían que nadie las profanase 7.
j y he aquí que hoy, a pesar de la palabra dada, los buscadores de metal amarillo desenterraban los huesos de los Guerreros-Mudos! 8
Toro-Sentado esperó a que volviera el silencio y prosiguió:
-¡Los Rostros-Pálidos no respetan nada! No contentos con haber removido las entrañas de las Montañas- Resplandecientes 9 en las tierras de Los-que-nos-Obligan-a-Bajar-la-Cabeza, ahora van y saquean el suelo de nuestros antepasados ... ¿Y qué pueden fabricar con ese metal que ni siquiera es bueno para hacer cuchillos? ..
Pensativo, el Hechicero de los Hunk-pa-pa
7 Eran las montañas sagradas de los siux donde reposaban sus antepasados.
8 Los guerreros muertos en combate. 9 Las montañas Rocosas del Colorado. Alusión a la fiebre del oro
de 1859.
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hizo una pausa, el tiempo en que una libélula se quema las alas en las llamas del fuego, y prosiguió:
-Son centenares los que huellan el País-delas-Sombras. Los he visto. Están por todas partes. ¡Tanto que no queqa ya sitio para nosotros! A vosotros, O-gla-la, os lo pregunto, ¿qué debemos hacer? Mi corazón se encoge y mis ojos se llenan de lágrimas. ¿Habrá abandonado Wa-kan-da a sus hijos? Los RostrosPálidos saquean sin vergüenza nuestros bienes más preciados, hacen escarnio de nuestras tradiciones. ¿Vamos a soportar la deshonra sin reaccionar?
Lbs trémolos de las mujeres se sobrepusieron a los sollozos contenidos en estas últimas palabras. Los hombres de los clanes guerreros acompasaron su grito:
-¡Stack! ¡Stack! ¡Stack! 10 •••
Nube-Roja vino a apostarse alIado de ToroSentado y levantó los brazos para reclamar silencio.
-Que hable, ¡él, que conoce tan bien a los Rostros-Pálidos! -clamó Pluma-de-ÁguilaAbundante.
10 Literalmente: matanza, destrucción.
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Nube-Roja ignoró la injuria de la mujer y lanzó como un desafío:
-La potencia invencible de los GuerrerasAzules se extiende por todo el país. ¡Transijamos si todavía estamos a tiempo!
Caballo-Loco se irguió con brusquedad. -Tú eras aún un O-gla-la cuando te oponías
a vender las Black Hills a Tres-Estrellas, y hoy hablas de transigir. ¿Es que tu espíritu sigue los meandros de los caprichos del viento y tu lengua va en todos los sentidos?
Los dedos de Nube-Roja se crisparon sobre el tubo de su pipa) pero se dominó y respondió con calma:
-Mi espíritu va derecho delante de mí y mi lengua traduce la realidad. Si resistimos, los Guerreras-Azules nos exterminarán sin piedad. Las cosas han cambiado desde nuestra reunión con Tres-Estrellas. En Fuerte Laramie he sabido que este jefe está reuniendo un gran ejército destinado a expulsarnos de nuestras tierras.
-¡Destruiremos ese ejército! -rugió Caballo-Loco.
Por las pupilas de Nube-Roja pasó como la sombra de un mal sueño. Sin levantar el tono de voz, añadió:
105
-Tres-Estrellas llevará consigo muchos fusiles-carretillas 11. ¿Qué tendremos nosotros para oponerles cuando escupan el fuego? ¿Puede uno frenar la embestida del bisonte con la sola fuerza de su brazo? Hablemos una vez más con los Rostros-Pálidos y alarguemos el plazo de nuestra destrucción ...
-¡Proponiéndole cambiar las Black Hills por estampas verdes 12, por ejemplo! --exclamó irónicamente Toca-las-Nubes.
-¡No tengo nada más que decir! -zanjó Nube-Roja para poner fin a los sarcasmos que suscitaba.
y a continuación, con ánimo de demostrar que no pronunciaría una palabra más, sacó su cuchillo, se cortó un mechón de pelo y lo arrojó al fuego.
Al volver Nube-Roja a su sitio, se adelantó Toca-las-Nubes y reasumió la idea que acababa de emitir: -¿ Qué íbamos a hacer nosotros con un gran
montón de estampas verdes? Parece ser que con ellas los Hombres-Blancos obtienen todo lo que codician. A eso le llaman «comprar».
11 Los cañones. 12 Los dólares en papel moneda.
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¿Pero de qué nos servirían a nosotros, si no tenemos los mismos deseos? ¿Tenemos necesidad de comprar el soplo del viento?, ¿la onda que danza en la superficie del agua?, ¿la ligereza del pájaro?, ¿el perfume de las flores o el cariño de un ser amado? ¿Puede comprar un O-gla-la lo que no puede recoger en la palma de su mano? ..
Los hombros de Toca-las-Nubes se encorvaron imperceptiblemente. Y, enderezándose, dijo con voz segura y firme:
-Yo sé lo que voy a hacer cuando Tres-Estrellas venga con sus fusiles-carretillas. Vestiré mi ropa de guerra y marcharé a su encuentro. Prefiero la muerte al deshonor, aunque mis huesos no hayan de descansar jamás en las Black Hills.
Un solo grito de aprobación surgió unánime de todas las gargantas. Los «¡Stack!» se confundieron con los trémolos.
El círculo se deshizo antes de que cesara el tumulto. Se formaron grupos, nacieron animadas discusiones.
Sabía yo que estas conversaciones se prolongarían hasta bien entrada la noche. Me encaminé a mi tipi, tenía necesidad de poner orden en mis ideas ... ¿Quién estaba en posesión de la verdad, Nube-Roja o Toca-las-Nubes?
107
Una mano se posó en mi hombro. Volví la cabeza. Hueso-Roto estaba radiante de alegría.
-¿No tenía yo razón, Colmillo-Chico? No tendré que aguardar cien nieves para saldar mi deuda contigo.
Esbocé un movimiento afirmativo ... Esa casi certeza resultaba bien poco tranquilizadora.
Me introduje en el tipi y miré el catre vacío de Caballo-de-Otro. Una concavidad en las pieles conservaba la forma de su cuerpo ... ¿ Comprendería mi padre mi estado de ánimo a su regreso de la montaña? ¿Podía un ser inmortal compartir las aprensiones de un vulgar O-gla-la?
Esa noche, a solas en mi piel de oso, descubrí que el Grar Miedo no había sido hasta entonces más que un espantajo esgrimido ante mis ojos, que yo había sido capaz de apartar con un gesto tantas veces como había querido.
Ahora, en cambio, se había incrustado en mí por completo, no sólo en mi vientre, sino también en mi sangre, en mi mente. ¡Por doquiera!
y pasé la noche alejando de mis sueños una multitud de Genios-Malos.
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Capítulo 6
Mi padre volvió una buena mañana, tras cuatro largos soles de ausencia. Tantas cosas habían cambiado en él que me costó bastante reconocerle. No tenía ya su aire gruñón; al contrario, una afable sonrisa relajaba sus labios y su fisonomía irradiaba contento. En suma, parecía todo iluminado desde el interior.
Sus primeras palabras fueron: -Tengo hambre. Pero las pronunció con tono amable. Acaba
ba yo precisamente de preparar un guiso de mi . repertorio. Le serví una escudilla y se lo comió . sin quejarse ni hacer muecas.
¡No estaba yo acostumbrado a eso, desde luego!
Después de haber fumado una pipa, Caba-
109
llo-de-Otro me habló de las montañas de donde venía, de un oso al que había sorprendido en su caverna y de la belleza del lugar .
No era lo que yo esperaba. Dije: -¿ Qué, ya está? -¿Cómo, ya está el qué? -preguntó él, in-
genuamente. -¿ Que si eres ya inmortal? -¡Eso es un hecho cierto! -aseguró Caba-
llo-de-Otro--. No puedo revelarte los detalles de esta transformación, el Gran-Espíritu quiere que lo guarde en secreto, pero has de saber que además de la inmortalidad he adquirido el don de volar.
Di un respingo, a pesar mío. -¡Pero, cómo! ¿Volar? -Como un pájaro -precisó mi padre. Di una vuelta a su alrededor, le inspeccioné
de pies a cabeza y no pude reprimir un principio de hilaridad.
-¿ y puedes volar sin alas, sin plumas? Caballo-de-Otro despachó la cuestión con
un gesto y dijo con lógica: -¡La serpiente se desplaza perfectamente
sin patas! Luego, adoptó un semblante contrito para
explicarme:
110
-Sabes, Colmillo-Chico, mi nueva condición me impide entregarme a ciertas faenas. Así que de aquí en adelante te dejaré cortar la leña, arreglar la casa, cocinar. ..
-¡Lo de la leña, vaya! -exclamé yo-. ¿Pero has tocado siquiera un nabo desde que estoy yo en edad de preparar las comidas? ¡Y del arreglo de la casa, no hablemos! Hasta la fecha te has limitado a sacudir tu piel de bi'sonte las raras veces en que hemos mudado el campamento.
Mi padre eludió mi reflexión y completó su idea:
-Ahora estoy consagrado a la guerra. A nada más.
-¿ y significa eso que tendré también que cazar para dos?
-Mucho me temo que sí -confirmó Caballo-de-Otro-. De todas formas, yo ya no como mucho. Mi nuevo estado me dispensa en gran parte de esa necesidad natural. Soy más un alma que un cuerpo, ¿comprendes, Colmillo-Chico?
Yo ya no comprendía nada de todo aquello, si no es que, en adelante, tendría que hacerme cargo de nuestras dos existencias. Mi padre se había vuelto loco y yo empezaba a percatarme
112
I
1:
I .
de ello. ¿Sería VÍCtima del Gran Miedo? ¿Lo habría acusado más fuertemente que los demás sin confiar ni una palabra a nadie? .. ¿De qué habría servido que le contara los hechos acontecidos en su ausencia? Le abandoné a sus dulces ensueños y decidí ir a consultar al Hechicero.
Alma-Teñida estaba en su tipi. Rasqué la piel del lado de la entrada. El Hechicero me rogó que no pisara los tarros esparcidos por el suelo y me hizo sentarme a su izquierda, el sitio de los visitantes distinguidos. Halagado por tanta solicitud, le di las gracias y le comuniqué mis temores sin más preámbulo:
-Alma-Teñida, creo que Caballo-de-Otro ha perdido la razón. A raíz de un sueño, se dirigió a la montaña para conversar allí con el Gran-Espíritu. y ha vuelto declarando que es inmortal. Eso no tiene nada de extraordinario , puesto que parece que Caballo-Loco lo es tam-bién. Pero Caballo-de-Otro afirma, además, que puede volar.
La mirada interesada del Hechicero se filtró entre sus párpados. -¿ Volar como un pájaro? -Eso pretende. Perplejo, Alma-Teñida se rascó la cabeza. -¿ y ha volado delante de ti?
113
-No -repuse-o Y no tengo ninguna intención de provocarle; le creo capaz de arrojarse desde lo alto de un precipicio para hacerme la demostración.
El Hechicero se formó su opinión y sus ojos chispearon de malicia. Me tendió un dedo y me pidió que lo estrechara en mi mano.
-¿Has tocado alguna vez el amor que tienes a tu padre lo mismo que tocas mi dedo?
-¡No, claro que no! Eso es imposible -respondí, creyendo que iba de broma.
-Y, sin embargo, ese amor existe realmente --{;oncluyó Alma-Teñida con seriedad.
Retiró el dedo y lo hizo oscilar bajo mi nanz.
-Negarse a admitir lo impalpable se llama «incredulidad». Desconfía de la incredulidad , Colmillo-Chico, priva a los hombres de la ilusión, de la que tanta necesidad tienen. Los Rostros-Pálidos son incrédulos, y por eso dan más importancia al metal amarillo que a nuestras tradiciones. Y si el Gran-Espíritu quiere conceder poderes extraordinarios a algunos de nosotros, no es nada prudente por tu parte dudar de ello .
Estas extrañas palabras me sumieron en gran incertidumbre.
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-Entonces, Alma-Teñida, ¿sería posible que Caballo-de-Otro no estuviese loco y pudiera volar? -¿ Quién sabe? -respondió el Hechicero-.
Te aconsejo paciencia, acaso tengas ocasión de comprobarlo dentro de poco.
Más inquieto y confuso que a mi llegada, me quedé sin saber qué decir . Alma-Teñida respetó mi recogimiento. Luego me empujó sin brusquedad fuera de su tienda.
-Déjame ahora, Colmillo-Chico -me dijo afablemente-o Tengo que mejorar mi medicina, sabes, la que huele tan mal.
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Eché a andar, sin reparar en Hueso-Roto, pegado a !llis pasos. Un torbellino de preguntas me daba vueltas y vueltas en la cabeza ... ¿Estaba loco Caballo-de-Otro o era yo quien perdía el juicio? ¿Es que empezaba yo a poner en duda las posibilidades de Wa-kan-da? Trastornado en lo más profundo de mi ser, no acertaba a desenredar la madeja de pensamientos que oscurecía mi razón ...
Mi padre no se había movido, estaba a punto de ~~rminarse la marmita de guisote. Tranquilizado al menos respecto a lo que él llamaba sus «necesidades naturales», súbitamente relajado, le dije:
-Da gusto verte. Temía que te hubieras convertido en una especie de fantasma.
Adoptando un aire culpable, Caballo-deOtro se limpió la boca con la manga y alzó los oJos.
-Es que ... he ayunado durante cuatro soles en la montaña ...
Empujé hacia él un cesto lleno de bayas secas.
-¡Come hasta que te hartes! -exclamé-o Me encanta verte devorar como el más común de los mortales.
Comió, pues, y le miré con placer. ¿Qué ne-
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cesidad tenía de preocuparme, después de todo? Que Caballo-de-Otro pudiera volar o estuviera loco no cambiaba en nada las cosas. ¡Era mi padre yeso era lo que importaba!
Algún tiempo después, a comienzos de la Luna-de-las-Cerezas-Rojas 1, recibimos la visita de Cuchillo-Embotado y Oso-Polar. Estos dos jefes pertenecían al pueblo de los SeresHumanos, con el que estábamos en buena relación de amistad.
A la tarde, cuando nos acomodamos en torno al fuego para celebrar un pequeño powwow, Caballo-de-Otro vino a sentarse en el círculo. A fin de mostrarnos que nos hacía obsequio de su cuerpo pero que su espíritu se hallaba en otra parte, se recubrió por entero con su piel de bisonte y se mantuvo en perfecta inmovilidad. Mi padre no pensaba ahora más que en la guerra, oír hablar de trivialidades no le interesaba, y sólo la curiosidad le empujaba a unirse a nosotros.
Tras haber abordado asuntos ligeros para entrar en materia, Oso-Polar nos notificó la muerte de su tercera esposa. La había matado
1 Mediados del mes de jl\nio.
117
un Guerrera-Azul, de un balazo en la cabeza, cuando re~ogía bayas para la cena. -j Los Rostros-Pálidos son unos verdaderos
salvajes! -declaró Cuchillo-Embotad 0-. No hacen ninguna diferencia entre las mujeres y los guerreros.
Oso-Polar lloró un momento, y pudimos así compartir su tristeza.
Luego, secándose los ojos con los puños, nos dijo:
-LJS Guerreras-Azules ejercen sobre nuestros poblados una presión que con cada estación se acentúa más y más. Hemos tenido que abandonar el Monte-de-la-Punta-de-Flecha 2,
un lugar abundante en caza, donde la hierba es buena para los ponis. Así que pasaremos la Bella-Estación en el río Little Big Horn 3, varios de nuestros Valientes quieren velar allí el sol.
A estas palabras, la manta de Caballo-deOtro tembló y escapó de ella una especie de rugido.
Cuchillo-Embotado añadió: -Hemos pensado que a los O-gla-la les gus-
2 Lugar de Dakota del Sur, cerca del Cheyenne River. 3 Afluente del Yellowstone (Estado de Montana).
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taría mostrarnos su valor participando en esta ceremoma ...
-¡Yo iré! -tronó la voz de mi padre bajo la piel de bisonte.
Toca-las-Nubes asestó los ojos sobre la manta y los volvió de nuevo sobre el Ser-Humano.
-En efecto, creo llegado el momento de demostrarnos que sabemos sufrir en nuestra carne. Sangrientos combates se perfilan en el horizonte y es importante que nos endurezcamos ...
Su mirada recorrió en redondo la asamblea a
119
fin de descubrir una eventual desaprobación en ella, pero, como nadie desautorizara sus palabras, dijo con autoridad:
-¡Los O-gla-la velarán el sol con los SeresHumanos!
Apenas si oí las aclamaciones; no pensaba más que en mi padre. Admirado por su valentía, hice votos porque alcanzara la meta que acababa de imponerse. Esa proeza era el atributo de los grandes guerreros. Sólo los hombres más valerosos podían velar el sol con éxito. Caballo-Loco lo había hecho, Cariacu-chillado, Cola-Manchada y Toca-las-Nubes también. Todos llevaban las cicatrices en el pecho.
Volvimos a nuestros tipis en medio de un concierto de trémolos. Mi padre quemó corteza de sauce rojo y se frotó el rostro con hojas de salvia. Le dejé purificarse sin pronunciar una palabra. Me quedé dormido antes de que él se acostara.
Al día siguiente levantamos el campamento con el alba. Caballo-de-Otro fue a bañarse mientras yo desmontaba el tipi. Partimos en dirección al Sur. Los cazadores formaron varios grupos y abandonaron las pistas. Teníamos que hacer acopio de carne en previsión de las
120
próximas festividades. Yo me uní a los hombres dirigidos por Gran-Pie. Caballo-de-Otro permaneció con los Perros-Guerreros de Caballo-Loco, que aseguraban la protección de las mujeres y de los niños.
Desde su regreso de la montaña, mi padre consideraba la caza una actividad infamante y nada le habría hecho disparar sobre un bisonte. Creo que si hubiera avistado uno le habría vuelto la espalda con desdén.
Por fortuna, no nos hizo ninguna falta contar con él. Gran-Pie mató un ciervo. Yo abatí otro. Camino-Grande fulminó a un oso con ayuda de su lanza mágica y No-Quiero-Ir capturó una cabra montés.
Esta batida retrasó la marcha de la tribu y no llegamos al río Little Big Horn hasta el sol siguiente. El sitio escogido por los SeresHumanos no me agradó. Esas gentes distaban de tener tan buen gusto como los Q.-glala. Hacía demasiado calor en aquel valle y el río no era más que un flaco arroyuelo. En las altur?s de los alrededores, la hierba, quemada en parte por el sol, salpicaba el terreno de feos manchones amarillos, y por ninguna parte distinguía yo álamos de las ciénagas para los ponis. ¡En fin, no estábamos allí por el
121
paisaje, sino para admirar el coraje de nuestros Valientes!
Los tipis de los Seres-Humanos se extendían por la orilla Este. Reconocí, por las pinturas que los adornaban, las tiendas del clan de los Arterias-Quemadas, las de los Cuerdas-de-Caballos y de los Caras-con-Cicatrices.
Nosotros levantamos los nuestros a cierta distancia, no demasiado cerca del agua a causa de los mosquitos, no demasiado lejos para poder bañarnos con facilidad.
Cuchillo-Embotado no había avisado únicamente a los O-gla-la. El sol siguiente vio llegar a los Yan-Ta-nai, los Sis-ton, los Wah-pe-kute, los Da-ko-ta y los Minne-conju. La gran familia del Pueblo-Culebra se hallaba reunida casi . al completo. ¡Jamás había visto tantos tipis juntos!
Nube-Roja no estaba con nosotros. Y era lástima, pues aquella gran concentración le habría convencido de nuestra fuerza.
Cuando todo el mundo quedó instalado, hubo que pensar en el árbol. Se reunieron los Hechiceros de varias tribus. Además de ToroSentado y Alma-Teñida, estaban Cazador-deTorbellino, Reptante y Ojo-de-Chivo. Este último pertenecía al pueblo de los Seres-Hu-
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1
í 1: ~,
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l'
1
manos y tenía la reputación de hacer llover cuando quería.
Los santos varones se encaminaron hacia un bosquecillo que crecía en un recodo del río, aguas arriba. Les acompañaba un grupo del que también yo formaba parte. Buscaron allí el árbol adecuado a nuestras necesidades y lo señalaron adornando su pie con una corona de flores.
Entonces llegaron las doncellas. Cada una, sin excepción, era una Mi-ti-li 4 Y traía un hacha. Cortaron el árbol cantando una tonada sacra que les haría fecundas antes de la próxima nieve. Cuando cayó, le despojaron de sus ramas. A continuación, los guerreros más valerosos tuvieron el privilegio de llevarlo hasta el lugar designado para la ceremonia. Como recompensa por este honor, los guerreros debían ofrecer regalos a las personas indigentes de su vecindad.
La cima del árbol fue provista de largas correas de cuero crudo mojado. Se plantó enhiesto en el suelo y los Hechiceros danzaron a su alrededor para excusarse por haberlo cortado.
4 Literalmente: La-que-no-ha-conocido-nunca-var6n.
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El árbol permaneció así, derecho, durante tres soles. Y a lo largo de estos tres soles se humedecieron regularmente las correas de cuero tirando de ellas para alargarlas. La gente se relevó para danzar al son de los tambores y de las flautas de hueso. Los que querían tocar el árbol podían hacerlo, pero debían hacer también regalos a los necesitados de su tribu.
Durante todo este tiempo, aislados en una tienda-medicina reservada al efecto, los hombres destinados a velar el sol ayunaban e imploraban al Gran-Espíritu que les diese la fuer.,. za necesaria para llevar a buen término la prueba.
Entre nosotros, los O-gla-la, sólo mi padre y Toro-Blanco iban a conocer el sufrimiento. Los demás hombres lo compartirían en espíritu y su bravura se vería con ello reforzada.
Al cuarto sol, antes de aparecer los primeros arreboles del alba, Alma-Teñida fue a buscar a Caballo-de-Otro y le situó delante del árbol , de cara al oriente.
Al haber expresado su deseo el primero en el pequeño pow-wow en presencia de CuchilloEmbotado, mi padre gozaba de esta prerrogativa.
Ojo-de-Chivo, el Hechicero de los Seres-
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l
Humanos, se acercó a él armado de un cuchillo de filo bien cortante. Le practicó dos incisiones bajo la piel de cada pectoral e insertó en ellas unas estaquitas de madera.
¡Mi padre no rechistó, yeso que las estacas eran del grosor de un dedo!
Una vez hecho esto, Ojo-de-Chivo tomó las dos correas sujetas al árbol, las estiró y anudó sus extremidades a las estaquitas. Mi padre, una leve sonrisa en los labios, se dejó caer hacia atrás, acentuando la tensión de las correas, conservando el equilibrio gracias a ellas.
Así suspendido, Caballo-de-Otro entornó los párpados y miró el sol naciente. Ahora debía seguir el curso del astro por el cielo y permanecer en esa posición hasta el ocaso.
A la primera queja, al más pequeño gemido, mi padre sería desatado y conocería la vergüenza. No la que sienten los cobardes, sino la de un hombre que ha presumido demasiado de sus fuerzas.
Los tambores marcaron el ritmo de una endecha monótona. Hacinada alrededor del árbol, una multitud de hombres, de mujeres, de niños y de ancianos animaba con sus salmodias la tenacidad de Caballo-de-Otro, exhortaba su valentía y glorificaba su dolor.
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Todo estaba· montado para ayudar al que velaba al sol a soportar mejor la tortura. Un joven valiente gritó:
-¡Sufre, Caballo-de-Otro! Después de esto, ya no tendrás nada que temer.
Mi padre le dio las gracias con una sonrisa. Caballo-Loco quiso hacerle olvidar sus tor
mentos. Le habló de un cervatillo al que había domesticado cuando era niño. Sin apartar la mirada del sol a través de sus párpados entornados, Caballo-de-Otro conversó un momento con el jefe de los Perros-Guerreros y pidió de beber.
Una mujer se precipitó, tendiendo un cacillo lleno de agua hacia la boca de mi padre. Todos se desvivían por prodigarle pequeñas atenciones, por distraerle y colmar sus deseos.
A la mitad del curso del sol, vinieron a divertirle grupos de danzarines .. Los Reyo-Kas ejecutaron cabriolas y se entregaron a payasadas inéditas.
Caballo-de-Otro sonreía y parecía holgarse mucho. Nada denunciaba su cansancio, ni el más leve estremecimiento, ni el menor rictus ...
Por momentos alzaba yo los ojos y contemplaba la marcha del disco ardiente, observando sus progresos. Y pese a la aparicencia serena
126
de mi padre, lo encontraba lentísimo. Sobre todo ahora que las correas mojadas empezaban a secarse, el cuero se encogía y tiraba más fuertemente de los espetones. De modo imperceptible, Caballo-de-Otro se empinaba sobre las puntas de los pies. No convenía que la tirantez arrancara sus carnes, no había llegado el momento, pues todavía no había sufrido bastante.
En realidad, el desfallecimiento de Caballode-Otro no se me hizo evidente hasta la tarde. Aquel sol, que no concluía nunca su avance, no estaba aún más que en los tres cuartos de su carrera cuando los ojos de mi padre se pusieron en blanco.
Las voces de ánimo y aliento se hicieron más apremiantes. Unos y otros se llegaron a depositar presentes a sus pies, le sedujeron con las delicias de la noche de descanso que sucederían a las angustias de su dolor. Pero Caballode-Otro no reaccionaba. No tenía ya fuerzas para sonreír, para parecer indiferente. Su máscara ausente e impenetrable no reflejaba ya ninguna emoción.
Atento el oído, los Hechiceros estaban al acecho de sus quejas. ¡Pero mi padre aún las retenía! Sumido en una semiinconsciencia, ¿acaso
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no tenía ya bastante energía para gemir? Me acerqué a él. La piel de sus pectorales,
aunque desmesuradamente estirada, no parecía a punto de romperse. El desgarramiento le habría liberado y habría consagrado su triunfo.
Avancé hasta tocarle y le musité al oído: -Haz un último esfuerzo, Caballo-de-Otro.
Sacúdete. Tienes que arrancar esos espetones de tu carne.
Caballo-Loco me había oído. Gritó a su vez: -¡Arranca, Caballo-de-Otro! ¡Ya has pasa
do bastante! Mi padre volvió la cabeza hacia mí y me dijo
con voz exhausta: -No lo conseguiré ... Ayúdame, Colmillo
Chico. -¡Sí! ¡Ayúdale, Colmillo-Chico! -gritaron
los hacinados en derredor del árbol-o ¡ Su ejemplo ha servido suficientemente a los demás!
Entonces hice lo que sólo un hijo podía hacer por su padre. Estreché fuertemente su cintura con mis brazos y me dejé colgar, gravitando con todo mi peso ...
El ruido de la desgarradura me produjo escalofrío. Caímos los dos, él encima de mí. Caballo-de-Otro me inundaba con su sangre.
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\
Surgieron aclamaciones de la concurrencia. Caballo-Loco me levantó y me dijo:
-En la última gran cacería ganaste tu primera pluma de águila. Hoy con tu acto, te has hecho hombre.
Quise responder, pero, en lugar de ello, me desvaneCÍ.
Desperté en mi tipi, confortablemente instalado sobre mi piel de oso. Mujer-ÁguilaRoja me propinaba cachetadas en las mejillas a todo meter.
-¡Ya basta, ya basta! ~lamé yo-. ¿Estás loca? ..
Y, acordándome, quise saber: -¿Dónde está Caballo-de-Otro? -En la tienda del Hechicero -me dijo la
mujer-o Pluma-de-Águila-Abundante se ocupa de él. No temas, sus heridas están ya cubier.! tas de pomada cicatrizante. Antes de que tengas tiempo de fumarte diez pipas, se habrá restablecido ...
Ya sabía lo principal, pero Mujer-ÁguilaRoja me dijo aún:
-Mañana velará el sol Toro-Blanco. Y después, les tocará a los Valientes del pueblo de los Seres-Humanos. A continuación se amarrará al árbol a los guerreros de otras tribus. La
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l'
fiesta durará la mitad de una luna. Entonces ya podrán venir los Guerreras-Azules. ¿Quién de nosotros va a temer aún la mordedura de las balas? Lástima que Nube-Roja no esté aquí. Ese Vaga-en-torno-a-Ios-Fuertes desconoce el sufrimiento desde hace demasiado tiempo. Es probable que se haya vuelto tan blandengue como un Hombre-Blanco ...
Mujer-Águila-Roja me entontecía con su cháchara. Yo me arrellanaba en mi piel de oso, cerraba los ojos y pensaba en mi padre ...
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Capítulo 7
Acababa de concluir la ceremonia sagrada. De los veinte Valientes que se habían impuesto la tortura, quince habían triunfado, cinco habían fracasado.
Caballo-de-Otro no deliró más de una noche. Pluma-de-Águila-Abundante se había ocupado de él con abnegación, y, gracias a sus cuidados, al día siguiente marchaba ya mejor.
Ahora mi padre estaba totalmente restablecido. Había amarrado su gran caballo negro delante del tipi. Cada tarde montaba y se dirigía al campamento de los Seres-Humanos o al de los Hunk-pa-pa. Lo hacía so pretexto de visitar a Toro-Sentado y Cuchillo-Embotado. Pero, a la vista de los grandes rodeos que daba para ir a ver a sus amigos, yo creo que lo que buscaba sobre todo era hacerse admirar.
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Por lo demás, mi padre no se quitaba ya sus atavíos de guerra y se pasaba todo el tiempo atendiendo a sus armas. Yo cortaba leña, cuidaba del tipi, preparaba las comidas y cazaba para dos. ¡Caballo-de-Otro parecía feliz!
Debíamos dispersarnos sin tardanza. Nuestra concentración constituía un blanco demasiado tentador para los Rostros-Pálidos. No es que diéramos mucha importancia a los argumentos derrotistas de Nube-Roja, pero Tocalas-Nubes recordaba que aquél había hablado de un fuerte ejército y de numerosos fusilescarretillas. Estábamos dispuestos a morir, sí, pero no tan pronto. ¿Qué sería de nuestros dos inmortales sin amigos y sin mujeres? .. Esto me recordó que Caballo-de-Otro era viudo y que Pluma-de-Águila-Abundante también lo era. Dos lunas atrás, cuando aconsejé a mi padre que tomara una esposa, me repuso que lo pensaría. Pero, ahora que no pensaba ya más que en la guerra, dudo que se aviniera a buscarse una mujer. ¿No debía yo favorecer un encuentro puesto que me incumbía la misión de mirar por su vida material?
Tomé la decisión en tal sentido y me fui a ver a Pluma-de-Águila-Abundante.
La mujer estaba cociendo una lengua de bi-
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sonte en un vasija de barro. Su tipi estaba bien ordenado. tenía una buena reserva de leña y su cocina olía bien. ¡Pluma-de-Águila-Abundante era la esposa que mi padre estaba necesitando!
Tras haberla saludado, le declaré: -Pluma-de-Águila-Abundante, eres tan
buena que me gustaría tenérte por madre. Ella me lanzó una mirada de asombro y se
echó a reír. -Para eso sería preciso que yo fuera la mu
jer de tu padre ... -Es lo que quería decir -afirmé yo-. Ca
ballo-de-Otro es inmortal y parece ser que puede volar. Juzga tú misma las ventajas que presenta.
Pluma-de-Águila-Abundante se quedó desconcertada. Pero se recobró rápidamente.
-¿Es Caballo-de-Otro quien te manda a contarme esas pamplinas?
Yo evité responder a esta pregunta y puse calor en mi voz:
-Ayer mismo me hablaba todavía de ti. Se acuerda de la solicitud con que le cuidaste y no tiene más que alabanzas en los labios cuando te evoca.
Pluma-de-Águila-Abundante se pasó las ma-
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nos gordezuelas por sus amplias caderas y me preguntó casi con timidez:
-¿No me encuentra demasiado gorda? Desde luego, era menester que contara con
la demasiado visible obesidad de Pluma-deÁguila-Abundante. Pero Caballo-de-Otro me había repetido muchas veces que no había que dar excesiva importancia a la apariencia de los seres, que las cualidades morales estaban por encima del aspecto del cuerpo ...
Aseguré con descaro: -¡Todo lo contrario! Mi padre estima que
eres la más agradable de las mujeres. Pluma-de-Águila-Abundante borró con
una sonrisa la arruga que la incredulidad había marcado en su frente y me dijo, muy jovial:
-¡Está bien! Puesto que tu padre está enamorado de mí, dile que puede venir a tocarme la flauta de seis agujeros 1.
Encantado de la vida, incliné la cabeza, di media vuelta y me alejé. Ya sólo me quedaba convencer a Caballo-de-Otro para que fuese a tocar una tonadilla de flauta delante del tipi de
1 Instrumento utilizado por los hombres para seducir a una mujer deseada.
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Pluma-de-Águila-Abundante cuando cayera la noche. No sería precisamente lo más fáciL ..
Mi padre limpiaba su viejo fusil con un pedazo de piel empapado en grasa de oso. Decidí no molestarle y charlar con él sobre el proyecto después de la comida de la tarde, el momento sería mucho más favorable. Y, además, eso me dejaría tiempo para reflexionar acerca de la mejor manera de inducirle a aceptar. Sin embargo, no debía descuidar lo principal. So pretexto de poner en orden sus cosas, revolví entre sus trastos en busca de su flauta de hueso ...
Un incidente me impidió encontrarla. Por entre los tipis apareció un jinete del clan de los Perros-Guerreros, erguido sobre su montura, gritando:
-¡Absa-Rokee! ¡Absa-Rokee! 2 • ••
Inmediatamente se armó el tumulto. Los hombres empuñaron sus armas y las mujeres corrieron a encerrarse en las tiendas. Los perros, excitados por esta súbita agitación, se pusieron a ladrar ferozmente.
Pero pronto nos tranquilizamos. Se presentó ante nosotros un hombre solo, montado en un po ni pequeño, manchado. Pertenecía a la tri-
2 . La tribu de los Cornejas, enemiga de los siux.
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bu de los Cornejas, sí, pero no ostentaba ninguna pintura de guerra y traía la mano levantada para mostrarnos que estaba vacía. Venía en son de paz.
Toca-las-Nubes recibió al forastero y le invitó a comer. Éste aceptó, echó pie en tierra. Su po ni fue a olfatear al caballo negro de mi padre y se quedó en su compañía. Tratándose de la montura de un Absa-Rokee, este repentino entendimiento me chocó sólo a medias. Corría el rumor de que los Cornejas, llegado el caso, no tenían reparos en fraternizar con los Rostros-Pálidos.
Hoja-Ligera, la esposa de Toca-las-Nubes, colocó una piel de bisonte en el suelo, ante la
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entrada de su tipi y se la señaló al desconocido. Éste se sentó en ella, cruzadas las piernas, y miró sin decir nada a los hombres que acudían.
La noticia de esta visita imprevista se había difundido con prontitud. Los jefes de las diferentes tribus llegaban uno tras otro y formaban corro alrededor del Absa-Rokee.
Hoja-Ligera le trajo una escudilla llena de guisado. El visitante comió, lamió el plato para mostrar su agradecimiento y se lo devolvió a la mujer de Toca-las-Nubes.
A fin de cumplir en todo con las conveniencias, Toro-Sentado ofreció su pipa al forastero. Éste fumó, recorriendo con la mirada el poco atractivo decorado del valle. Luego inquirió:
-¿No habéis encontrado 'sitio mejor donde plantar vuestras tiendas? Este lugar es siniestro.
Yo compartía su opinión, pero no lo dije. Caballo-Loco se propuso acelerar las cosas;
preguntó insidiosamente: -¿Vamos a hablar con un hombre que no
tiene nombre? -Lo tengo ~ijo el Absa-Rokee-. Me lla
mo Pequeño-Jefe y pertenezco al Pueblo-CorneJa ...
El Corneja vaciló un momento y luego, como a pesar suyo, prosiguió:
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-Sin embargo, no vivo entre los míos. Soy batidor de un ejército de Guerreras-Azules. He venido a avisaros de un gran peligro y, tal vez, a evitaros lo peor.
Un largo murmullo prolongó estas palabras. Intrigado por la diligencia del batidor, Cuchillo-Embotado preguntó: -¿ y por qué íbamos a confiar en ti? El Absa-Rokee alzó la frente con altivez. -Guiar a los Rostros-Pálidos por las pistas
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de esta región es una cosa, y ayudarlos a exterminar a mis hermanos es otra. ¿No somos de la misma raza?
Se hizo un silencio. Cada cual en su interior se preguntaba, intentaba sondear las razones que animaban al Corneja. Caballo-Loco, más preocupado por la presencia de los GuerrerasAzuleS en aquellos parajes, dijo, suspicaz:
-Háblanos de ese ejército al que acabas de referirte.
-Se trata del ejército más grande que jamás he visto --explicó Pequeño-Jefe-. El que lo manda se llama Tres-Estrellas. Su objetivo es aniquilar todas las tribus de esta vasta región. Los supervivientes, si los hay, serán confinados en una reserva.
¡Así se materializaba el Gran Miedo! ¡La muerte () la reserva! Toca-las-Nubes interrogó con voz sorda:
-¿ y tú abres la pista para este ejército? -No -dijo Pequeño-Jefe-. Soy el batidor
del regimiento que lo precede. Los RostrosPálidos llama a eso una «vanguardia». Esa tropa tiene como misión localizar vuestros poblados y esperar al grueso del ejército de Tres-Estrellas. Pero el jefe de nuestra vanguardia sueña con cubrirse de gloria y, ahora que os ha
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encontrado, quiere alzarse con la victoria él solo. Atacará el próximo amanecer.
-¡Está loco! -comentó Toro-Sentado. -Sí -confirmó el Corneja-o Mocasines-
Peludos, el segundo batidor de este regimiento, ha intentado ayudarme a disuadirle de su plan. Le hemos dicho que había más tipis a la orilla del río Little Big Horn de los que hemos visto en toda la vida, pero no nos ha hecho caso. -¿ Cuántos hombres integran ese regimien
to? -preguntó Cuchillo-Embotado. -Aproximadamente doscientos cincuenta
-dijo Pequeño-Jefe. Caballo-de-Otro no pestañeó. Ese número
no debía de decirle gran cosa. En cambio, Caballo-Loco frunció el entrecejo. Debía de pensar que una cantidad semejante de GuerrerasAzules bien armados no era de despreciar.
-¿Y cómo se llama el jefe de esa ... vanguardia? -preguntó Toca-las-Nubes.
-Tiene varios nombres -dijo el Corneja-o Los Seres-Humanos le llaman el Matador-deMujeres, los Da-ko-ta le llaman Pelo-Amarillo, y sus propios hombres, Culo-Duro 3.
3 George Custer, comandante del 7.0 regimiento de caballería.
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Esta última apelación suscitó cierto regocijo. -¿Por qué Culo-Duro? -preguntó Toro
Sentado riéndose. -Porque se pasa montado a caballo de la
mañana a la noche -respondió Pequeño-Jefe. -¡Pues Culo-Duro le llamaremos! -deci
dió Toro-Sentado con tono de buen humor. En el corro, las cabezas asintieron al unísono. Mi padre, que todavía no había dicho nada,
pero a quien interesaban las primicias de una próxima batalla, inquirió:
-¿Tiene Culo-Duro muchos fusiles-carretillas?
-Ninguno -dijo Pequeño-Jefe-. CuloDuro se los ha dejado a Tres-Estrellas. Esos fusiles tan grandes pesan mucho y son difíciles de arrastrar ...
-¡Pues bien, se ha equivocado desembarazándose de ellos! -terció Caballo-Loco--. ¡Se lo haremos lamentar!
Toca-las-Nubes no se mostraba tan entusiasmado como el jefe de los Perros-Guerreros. ¿No se había referido Nube-Roja, pocas nieves antes, a otra arma temible?
-Al parecer, los Guerreras-Azules poseen un nuevo fusil. ..
-Es cierto -admitió el Corneja-o Pueden
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disparar varios tiros sin necesidad de recargarlos. Pero se calientan en seguida y tienen tendencia a encasquillarse.
-¿A eneas ... qué? -dijo Caballo-Loco, que no comprendía esa palabra.
-A atrancarse, si lo prefieres -aclaró Pequeño-Jefe-. Como si quisieras introducir dos huesos gordos en el gaznate de un perro.
-¡Tanto mejor! -exclamó el jefe de los Perros-Guerreros, que, tengo para mí, no había captado la imagen.
-¿ y cuándo llegará el ejército de Tres-Estrellas? -preguntó Toro-Sentado mostrando sumo interés.
-No antes de dos soles -dijo el batidor-o Tenéis tiempo de huir esta noche. Así escaparéis a Culo-Duro y a Tres-Estrellas.
Toro-Sentado sonrió imperceptiblemente. Era evidente que concebía un plan distinto.
-¿ y aseguras que Culo-Duro atacará al amanecer próximo?
Pequeño-Jefe se limitó a asentir con un movimiento de la cabeza.
-En ese caso -decretó el Hechicero Hunkpa-pa-, ¡presentaremos batalla a Culo-Duro! Partiremos después de haber aplastado a ese regimiento, antes de la llegada de Tres-Estrellas.
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Las mujeres prorrumpieron en trémolos. Los hombres lanzaron «¡Hoka-Hey!» y los chicos imitaron el graznido del águila.
Estas incitaciones a la guerra debieron de conmover al Corneja: cuando se hizo de nuevo la calma, declaró:
-¡Yo combatiré con vosotros! Toro-Sentado se inclinó hacia él. -¿ Con qué pretexto te has llegado hasta
nosotros? -Les he mentido diciendo que iba de caza
-dijo Pequeño-Jefe. -Entonces la prudencia aconseja que vuel-
vas con Culo-Duro. Si no lo hicieras, pensaría que nos has dado la alarma. Dejémosle creer
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que goza del efecto de la sorpresa. Así, la batalla será más igual.
El Hechicero hizo una pausa, brillándole los ojos de astucia.
-¿Puedo hacerte una última pregunta? -¡ Puedes hacerla! -¿Eres tú quien normalemente debe con-
ducir a los Guerreras-Azules hacia nosotros? -Yo soy -repuso el batidor. -Entonces, mira bien aquella cresta. Arré-
glatelas para llevar a Culo-Duro por aquella elevación y nosotros haremos lo demás.
Pequeño-Jefe grabó en su memoria el sitio que acababa de señalarle Toro-Sentado. Se levantó, dio tres pasos y se volvió.
-De acuerdo, pues. ¿Debo partir? -¡De acuerdo! -ratificó Toro-Sentado-.
Mañana será un buen día para morir, pero tú vivirás para contar nuestras hazañas.
El Corneja recuperó su poni, montó en él y desapareció por donde había venido.
El corro no se deshizo. Los jefes tenían que organizar el combate del día siguiente. De su resultado dependía la suerte del Pueblo-Culebra, la de los Seres-Humanos y todos los demás. El Gran Miedo alcanzaba ya el paroxismo y lo experimentaban todos más que nunca.
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Capítulo 8 - ,: '.'<' .
Comenzaba apenas a palidecer el cielo por ~oriente. Las mujeres avivaban los fuegos. Los niños, con los ojos llenos de sueño, empezaban a salir de los tipis, Merodeaban los perros a la busca de algún tesoro. Un viejo se desperezó y oí crujir sus huesos.
Aquel amanecer se parecía a todos los de-. más. Cada cual atendía a sus ocupaciones y hacía los gestos naturales. Todo estaba tranquilo. En la corraliza, los penis. no manifestaban ninguna - impaciencia .. Abrevarían más tarde, como todas las mañanas'.
El humo de los fuegos subía derecho al cielo. Volaban rapaces en círculo, al acCchode algún desperdicio. Sí, el campamentopresentaba su apariencia habitual..: Y, sin embargo, al primer resplandor del dfa, el lobo n'O había
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lanzado su aullido bronco en el collado. Al lobo no le gusta la compañía de los hombres, y había hombres en las colinas.
Caballo-de-Otro había partido hacía ya tiempo, fundiéndose en la noche como una sombra. Cuando empuñó su viejo fusil, yo me había levantado, con ademán de seguirle. Pero él me había dicho:
-Las mujeres te encesitarán si se ponen mal las cosas. Coge tu seis-tiros, Colmillo-Chico, y vela por ellas.
y ahora, con el seis-tiros en el cinto, yo:esperaba ... esperaba no sé muy bien qué.
_Pata-de;._Cuervo chartaba,' un poco más allá con Pequeño-ZOrro-.-Me dirigí- hacia los dos jóvenes valientes. Pequeño-Zorro decía:
- ... Yo he visto caer quince nieves. Soy bastante mayor para morir. Si los Guerreras-Azules me matan, se hablará de mí Y seré conocido.
-Sabes perfectamente que no se habla nunca de los Guerreros-Mudos, eso trae mala suerte -rectificó Pata-de-Cuervo-. Enviemos mejor a un buen número de Rostros-Pálidos al País-de-las-Sombras ...
Singulares ideas, las que abrigaban aquellos dos. Me acerqué y pregunté a Pata-de-CuerVo, para desviar la conversación:
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j
-¿Dónde está tu padre? Me señaló con el dedo un punto opuesto al
que Toro-Sentado indicó al Corneja la tarde anterior.
-Hablando con Wa-kan-da. Está allá arriba, en aquel montículo.
Comprendí que el Hechicero de los Hunkpa-pa elevaba una plegaria al Gran-Espíritu y me figuré por qué.
Mi mirada volvió a posarse sobre la colina que Toro-Sentado había indicado al batidor. Desde la orilla opuesta del río, una pendiente suave ascendía hasta la cima. La cresta tapaba el horizonte y ocultaba lo que había detrás. Por cada lado de este vasto plano inclinado cubierto de hierbas amarillentas, quebradas torrenteras horadaban el suelo. Las lluvias de tormenta debían de hallar en ellasun lecho a la medida de su impetuosidad ... El lugar estaba desierto. ¡Demasiado desierto para mi gusto! Un Hombre .. Blanco a caballo podía bajar la pendiente,~saltar;el río y caer sobre el poblado en-nada-de tiempo.
¿Y quéljabria encontrado en este poblado? Únicamenle mujeres, niños y ancianos... ¡y, desde luego, un puñado de jóvenes valientes para defenderlos!
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No estaba yo nada tranquilo. Y Toro-Sentado que ,oraba completamente solo, aislado en lo alto' de un cerro ...
Fue.en ese momento cuando sentí el codazo de Pata-'de-Cuervo en el costado.
-¡Mira, Colmillo-Chico! Los primeros rayos del sol alzaban una corti
na de viva claridad detrás de la colina. Numerosos jinetes, perfilándose a contraluz, recubrían la cima, se extendían por ella, ocupándola" por completo, formando una ' inmensa mancha azul oscuro.
'-' ¡AhHos.- tenéÍs! '- "gruñó Pequeño-Zorro. «Ya», pensé-yo. EntonceS todo sucedió con mucha rapidez.
Oí un aire de música 1. Yun clamor salvaje. La mancha azúl se deslizó por la pendiente, derecha sobre nosotros.
- '¡Es Culo-Duro! -exultó Pequeño-Zorro. ,Mi mano se cerró instintivamente sobre-la
culata de mi seis-tiros. Las mujeres, estupefactas, contemplaban la escena sin moverse. Los niños, echando mano de sendos palos, jugaron a disparar sobre los Rostros-Pálidos.
y. la ola' avanzaba: Estaba ya a medio ' cami-. ','
I La corneta tocando al ataque,
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no de nuestras vidas. Grité a pleno pulmón: -¡Escondeos! Entonces fue el pánico. Las mujeres agarra
ron a los niños, los estrecharon en sus brazos y corrieron a ponerse al abrigo.
La horda descendía, ganaba terreno. Estaba ya sólo a un tiro de flecha, y nada parecía capaz de detenerla. ¿Por qué no atacaban nuestros hombres? ¿Nos habían abandonado?
Me avergoncé de este pensamiento, pues de pronto partieron clamorosos «¡Hoka-Hey!» desde el río. Los Perros-Guerreros de CaballoLoco, ocultos hasta ese momento a lo largo de la orilla, salieron de los matorrales, oponiendo su cuerpo a la acometida insensata. Estos hombres eran numerosos y bien armados. Sonaron disparos, silbaron flechas, quebrando el ímpetu de los atacantes. Y cuanto más violentamente me latía el corazón en el pecho, más guerre-
. ros salían del lecho encajonado del río. Cayeron algunos Guerreras-Azules. La con
fusión reinó un instante en sus filas. Luego, frente al espeso muro que el Pueblo-Culebra erigía .al borde del curso de agua,lós RostrosPálidos titubearon y refluyeron hacia la izquierdapara rodearlo.
Culo-Duro había sido muy justamente apo-
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dado el Matador-de-Mujeres por los Seres-Humanos: huía de los hombres para ir a atacar a las mujeres del poblado.
Pero los Valientes de Cuchillo-Embotado saltaron de pronto del fondo de los barrancos, interceptando toda esa parte del valle.
Ante el fracaso de esta segunda tentativa, los Guerreras-Azules volvieron sobre sus pasos y se dirigieron hacia la derecha.
Tras un breve galope, sus monturas se encabritaron y dieron media vuelta. También allí el terreno acababa de cubrirse de guerreros. Los O-gla-la de Cariacuchillado, surgiendo de las anfractuosidades, gritaban:
- ¡Stack! ¡Stack! ¡Stack! ... La línea de nuestros combatientes adoptaba
la forma de la luna mordida. Los GuerrerasAzules se encontraban cercados por tres lados; sólo la cresta les ofrecía una esperanza de retirada.
Fue entonces cuando nuestros hombres, apostados a la orilla del río, empezaron a subir la pendiente, rechazando, poco a poco, a los Rostros-Pálidos hacia la cima.
Caballo-Loco disparaba hasta quemarse las manos, sus Perros-Guerreros soltaban flechas y más flechas. Apremiados a escapar a la tena-
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za que los amenazaba, los Guerreras~Azules se precipitaron en dirección a la cumbre.
Un último chasco les aguardaba. Antes de que los soldados de Culo-Duro la alcanzasen, la cresta se cubrió de Hunk-pa-pa, de Da-ko-ta y de Minne-conju. ¡Una barrera infranqueable!
¡Los Guerreras-Azules estaban cercados! Los Hombres-Blancos se pusieron a girar en
redondo, en medio de una gran confusión. Luego, al son de la música, se reagruparon, saltaron de sus caballos.
y asistimos al drama ... ¡Aquellos hombres sin entrañas abatieron salvajemente sus monturas de un balazo entre las orejas para hacerse con ellas parapetos!
-Pobres animales- suspiró Pata-de-Cuervo. N adie disparaba ya ni de una parte ni de
otra. Después de los gritos y las detonaciones, un pesado silencio paralizaba toda vida ... Los nuestros se concertaban. Los soldados cobraban aliento ...
Aquel regimiento de Guerreras-Azules, erizado de fusiles, representaba una fuerza considerable que vencer. ¡Lo más peligroso quedaba por hacer, todavía!
Entonces me acordé de mi padre... ¿ Cón qué grupo se batía? ¿Sería Caballo-de-Otro
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realmente inmortal? Un frío tremendo se me agarró a la nuca. ~ mis espaldas se habían congregado las
mUJeres. Sus trémolos vibraban en el aireJ
repercutiendo por todo el valle.
De pronto, volvieron a oírse los «¡HokaHey!», como el brusco estallido de un trueno , Y nuestros guerreros pasaron al ataque.
El poblado no corría ya peligro, y una fuerza me empujaba a cruzar el río. Me volví hacia Pata-de-Cuervo y decreté:
-¡Éste es un hermoso día para morir! Inclinó él la cabeza y se lanzó hacia adelante
al mismo tiempo que yo. _ Al poner pie en la otra orilla, vi que Pequeno-Zorro nos había seguido... ¡y las mujeres también!
Hueso-Roto, agazapado en un hoy ser ir-guió delante de mí. '
-¡Te esperaba, Colmillo-Chico! -Muy bien -dije yo-. Vamos, vas a tener
ocasión de saldar tu deuda. Escalaba yo la pendiente, y me volví. -Vamos, ¿no vienes? Hueso-Roto dio tras pasos, agitó los brazos
y se desplomó. Una bala perdida acababa de herirle en plena frente.
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Pata-de-Cuervo me tiró de la manga: -Sígueme, el Gran-Espíritu se ocupará de él. Aturrullado, dejé atrás los soldados caídos
en el primer choque. Todos estaban ya despojados de sus cabelleras. Las mujeres se arrojaron sobre ellos, los despojaron de sus vestiduras y se apoderaron de sus armas, lanzando trémolos.
-¡Yo quiero matar también mi HombreBlanco! -me gritó Mujer-Águila-Roja.
Allá ~n lo alto , el estruendo se había vuelto ensordecedor. Nuestros jinetes galopaban al-
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rededor de los Guerreras-Azules en un corro infernal. La densa polvareda levantada por los cascos ocultaba los rostros. Reconocí , no obstante , a Lluvia-en-la-Cara, Toca-las-Nubes y Caballo-Loco. Suspendidos al flanco de su montura , disparaban por debajo del pescuezo de los ponis para ocultarse del enemigo. Nubes de flechas partían de aquel círculo vertiginoso, se remontaban en el cielo y descendían, silbando , sobre los Hombres-Blancos. Muchos habían muerto ya y colgaban por encima de los caballos sacrificados ... Varios de los nuestros , por desdicha , yacían en el suelo también.
y yo seguía pendiente arriba , aproximándome a la matanza. Una cuestión me inquietaba. Divisando a Cariacuchillado, le interpelé:
-¿Has visto a Caballo-de-Otro? Entontecido, cubierto de sangre , el guerrero
balbució: -Está .. . con Toro-Blanco, más arriba le en-
contrarás .. . Continué el ascenso. Pata-de-Cuervo no
andaba ya por allí, Pequeño-Zorro tampoco. ¿Habrían sido alcanzados, ellos también , por alguna bala perdida sin que yo lo advirtiese?
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Un Valiente venía hacia mí con ojos despavoridos. Le agarré por los hombros:
-Cuchillo-Embotado, ¿sabes dónde está Caballo-de-Otro ?
Alucinado, me señaló el centro de la hoguera donde un hombre se aferraba al asta de una bandera azul y roja:
-¿ Ves ese Hombre-Blanco que no está vestido como los demás, el que lleva la chaqueta de ante con flecos? ¡Es Culo-Duro!
Dejé a Cuchillo-Embotado con su obsesión y me refugié en la mía. ¡Tenía que encontrar a mi padre!
Un acre olor a pólvora se me agarró a la garganta. La nube de polvo se difuminaba . El corro aullador de nuestros jinetes acababa de detenerse. Los ponis , cubiertos de espuma, se retiraban. Quedaban muchos muertos sobre el terreno. ¡Demasiados muertos! Bien parapetados tras sus' monturas , los Guerreras-Azules, no fallaban un tiro.
Pero nuestros hombres , a pie, rehicieron el cerco. Disimulados entre los matorrales, se arrastraron sobre el vientre, se acercaron a una distancia conveniente e hicieron llover sobre el enemigo un chaparrón de proyectiles. Cayeron algunos Rostros-Pálidos lanzando gritos inhu-
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J
manos. Otros se desplomaron sin pronunciar palabra, con una flecha en la garganta o una bala en el cráneo.
Yo estaba cerca ahora del lugar de la hecatombe , silbaba plomo en mis oídos, pero no me precavía. Una mano me agarró del tobillo, me tiró al suelo. Caí al lado de Trueno-deFuego. Me mantuvo aplastado en tierra y me dijo:
-Mira, Colmillo-Chico, no quedan más que un puñado.
Era verdad. Nuestras flechas causaban víctimas y los tiros de los Guerreras-Azules iban
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espaciándose. Debían de estar empezando a calentarse.y encasquillarse sus fusiles.
¡Sin embargo, Culo-Duro seguía allí aferrado a su bandera!
Repté yo a mi vez, dejando atrás a CálidaNiebla y a Oreja-de-Bisonte. Los dos habían entregado el alma. Corrían moscas por sus ojos abiertos. Algunas balas segaron la hierba a ras de mi cabeza. Me dejé rodar de lado, me deslicé en una torrentera y me di de narices con Caballo-de-Otro. Tenía sangre y tierra por toda la cara, sus manos estaban negras de pólvora. Me miró, asombrado, y me preguntó con tono desabrido:
-¿ Qué haces por aquí? ¿No debías proteger a las mujeres y los niños?
-Las mujeres no tienen necesidad de mí -repuse-o Vengo a matar Rostros-Pálidos yo también.
Mi padre refunfuñó, se irguió hasta el borde de la excavación, se apoyó el fusil en el hombro y disparó ... Un Guerrera-Azul se desplomó detrás de su caballo.
Mientras cargaba de nuevo el arma, dije: -¿Ves aquel hombre, el de la bandera? Cu
chillo-Embotado le conoce. Parece que es Culo-Duro.
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En mala hora pronuncié esas palabras. Mi padre localizó el Hombre-Blanco que acababa de señalarle, dejó su fusil y esgrimió su cuchillo.
-¡Ese hombre no vale una bala! -exclamó--. ¡Voy a rebanarle el cuello!
Me agarré a su camisa de guerra e intenté retenerle.
-¡Eso es imposible, Caballo-de-Otro! No llegarás vivo hasta él.
Mi padre me miró despacio, con una sonrisa. -¿Cómo que es imposible? ¿Qué tengo que
temer? ¿Has olvidado que soy inmortal? -No tenemos prueba de ello -me alar
méyo. -¡ Pues vamos a tenerla! -rugió él. Y, zafándose de mis dedos crispados, saltó
fuera del hoyo ... No alcanzó a ir más allá. Volvió a caer a la torrentera, fulminado, traspasado el pecho en el lugar del corazón.
Petrificado de horror, tomé su cabeza entre mis manos, la zarandeé como un loco y me puse a chillar:
-¡No! ¡Levántate, Caballo-de-Otro! ¡Tú no puedes morir! ¡Acuérdate, eres inmortal!
Una mano estrechó mi brazo. Dijo a mi oído una voz:
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-Déjale, Colmillo-Chico, ya no puedes hacer nada por él.
Era Toro-Blanco. Dos lágrimas rodaban por sus mejillas sucias. Tomó la cabeza de su amigo de entre mis manos y la depositó en el suelo con precaución. Luego, reparando en la culata que sobresalía de mi cintura, empuñó mi seistiros.
-Quédate aquí, Colmillo-Chico -dejó deslizarse entre sus labios apretados-o Voy a vengar a Caballo-de-Otro.
Entonces asistí a algo imposible . Toro-Blanco salió del hoyo, lanzó un formidable «iStack!» Y marchó sobre el enemigo, tranquilamente! apuntando con su arma.
Las balas silbaban a su alrededor, despedazaban su tocado de plumas, agujereaban su vestimenta. Y él continuaba avanzando, avanzando, sin apresurarse, hacia el Rostro-Pálido de la chaqueta de ante .
Su aparición tranquila creó una viva reacción entre nuestros guerreros. Al grito de «iHoka-Hey!» se levantaron todos a un tiempo y, galvanizados, arremetieron contra los Guerreras-Azules .
Esta acometida súbita desbordó a los supervivientes. Restalla.ron aún algunos tiros, y se
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entabló un horroroso cuerpo a cuerpo. Centellearon los cuchillos y no tardaron en verse empañados por la sangre.
Paralizado de estupor, yo no acertaba a moverme: sólo tenía ojos para Toro-Blanco. Llegado ante la muralla de caballos muertos, pasó por encima de los cadáveres, abatió a quemarropa al soldado que se le oponía y avanzó hacia Culo-Duro.
Éste tenía también un seis-tiros. Encañonó con él a Toro-Blanco. Su dedo apretó el gatillo varias veces ... el arma vacía sólo emitió una serie de repiqueteos. La del guerrero se estremeció dos veces en su mano: una primera bala alcanzó a Culo-Duro en el pecho y una segunda le destrozó la sien izquierda.
Era el último en entregar el alma. Sólo la bandera azul y roja permanecía enhiesta. Toro-Blanco se apoderó de ella y quebró el asta contra su rodilla.
Este gesto ponía fin a la batalla. Llegaron las mujeres, precedidas por sus
trémolos. Acordándose de las atrocidades cometidas por los hombres de Culo-Duro en el río Washita, remataron a los moribundos y se pusieron a arrancarles las cabelleras. Aquellas mujeres, pertenecientes en su mayoría al Pue-
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blo de los Seres-Humanos, vengaban la muerte de centenares de inocentes 2.
Toro-Blanco volvió hacia mí. Sangraba por todas partes y su cuerpo no era más que una sola herida. Pero, sin apiadarse, me dijo:
-Levantaremos a Caballo-de-Otro un magnífico túmulo funerario. Sus huesos no podrán descansar en el País-de-las-Sombras, y ya es lástima.
Asentí en silencio. Toro-Blanco añadió: -Todo ha terminado. Vamos a llevarnos a
nuestlios muertos queridos. Los buitres se ocuparán de los Guerreras-Azules.
Incliné una vez más la cabeza y eché a andar detrás del guerrero.
Esa misma tarde, los jefes ordenaron la dispersión. Con el próximo sol llegaría Tres-Estrellas, descubriría los restos de su vanguardia y querría vengar a Culo-Duro. ¡Teníamos que huir una vez más!
Los Hunk-pa-pa decidieron refugiarse en las Tierras-de-la-Gran-Madre 3. Los Seres-Humanos prefirieron partir hacia el Sur. Muchas otras tribus no sabían qué nimbo tomar. Toca-
2 En la matanza de Washita, el 60 por 100 de los exterminados eran mujeres y niños.
3 El Canadá. La gran-madre era la reina de Inglaterra.
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las-Nubes se mostró partidario de volver al río Yellowstone. En esa región había álamos de las ciénagas para los ponis, y ninguna otra cosa les ponía tan lustroso el pelo.
Dejamos tras de nosotros a nuestros muertos. Aquellos que no podrían descansar ya nunca en nuestras montañas sagradas, junto a sus antepasados. Acabábamos de obtener una victoria, pero perdíamos la guerra ...
j Partíamos y nos llevábamos con nosotros el Gran Miedo!
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