Camus William - El Gran Miedo

85

description

miedosos

Transcript of Camus William - El Gran Miedo

Page 1: Camus William - El Gran Miedo
Page 2: Camus William - El Gran Miedo

Una colección que pone al alcance de niños y jóvenes la aventura del libro y

el placer de leer

WILLIAM CAMUS EL GRAN MIEDO

TRADUCCION DE SALUSTIANO MASO ILUSTRACIONES DE CARLO WIELAND

ESPASA·CALPE, S.A.

Ü Con •• jo Neclonel

. p.r. l. , Cullur. y l •• A"o.

Page 3: Camus William - El Gran Miedo

EL GRAN MIEDO

TItulo original: Lo Grande-Peur

Traducción: Salustiano Maso

Disef!.o de la maqueta de la colección Botella al Mar: Carlos Bernal G.

Ilustraciones: Cario Wieland

Disef!.o: (Espasa-Calpe, S.A., Madrid): Miguel Ángel Pacheco

© 1980, Bordás, Paris

© 1989, Ed. cast: Espasa-Calpe, S.A., Madrid Carretera de lrún, Km. 12,200 28049 Madrid, Espafta

D.R. © 1992, Espasa-Calpe Mexicana, S.A. Pitágoras 1139, Col. Del Valle México, 03100 D.F.

Primera edición en Botella al Mar, 1992

Coedición: Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Espasa-Calpe Mexicana. S.A.

Todos los derechos reservados

La presentación y disposición en conjunto y de cada página de EL GRAN MIEDO, son propiedad del editor. Queda estrictamente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier sistema o método electrónico incluso el fotocopiado, sin autorización escrita del editor.

ISBN 968-29-4010-9

IMPRESO EN MÉXICO

WiIliam Carnus, el autor, nació en 1923 de padre iroqués y madre de origen europeo. Fue educado a la manera india en la provincia de Yukón, al noroeste del Canadá. A los doce años su madre decidió llevarle a Francia. Desarraigado, no conociendo ni siquiera la lengua de este país, el joven William recordaba con nostalgia los lagos, los bosques y los espacios inmensos de su país natal. Ya adulto, volvió a conectar con su pasado, frecuentó las reservas de Estados U nidos y Canadá, profundizó en el conocimiento de los pueblos indios, se adhirió a un movimiento en defensa de los derecho.s de los indios y decidió dedicarse a escribir para dejar constancia de su rico pasado y de su heroica lucha por la supervivencia. Ha publicado muchos libros: unos recogen leyendas y tradiciones de transmisión oral como Leyendas de los pieles rojas (AJ 57), y otros están inspirados o ambientados en el mundo de su infancia del que guarda un maravilloso recuerdo.

Cario Wieland, el ilustrador, nació en 1942 en Sorengo (Suiza). Estudió Bellas Artes en St. Gall y trabajó en París, Londres y Nueva York en el campo de la publicidad. Un buen día volvió a París con la ilusión de dedicarse a ilustrar libros para niños. Actualmente es un ilustrador de reconocido prestigio y vive en el campo dedicado por completo a su trabajo como ilustrador, pintor, autor y también grafista.

Page 4: Camus William - El Gran Miedo

Cronología

DICIEMBRE 1866: El teniente coronel Fatterman declara que puede atravesar el territorio de los ~Ul{ con cien hombres. Es aniquilado por Caba­llo-Loco.

JULIO 1867: El ejército norteamericano acaba de recibir el nuevo fusil de repetición Spring-field. Nube-Roja ataca al mayor Powell. Tiene que re­plegarse dejando gran cantidad de muertos sobre el terreno.

NOVIEMBRE 1868: A la cabeza del 7.° regimien­to de caballería, George Custer derrota a los cheyennes del Sur en el río Washita y hace entre ellos una verdadera carnicería. El jefe Caldero­Negro sucumbe en la matanza. Entre los muer~ tos se contará un 60 por 100 de mujeres y de niños.

7

Page 5: Camus William - El Gran Miedo

ABRIL 1871: Es atacado el poblado del apache Co­chise y pierden la vida 108 ancianos, mujeres y niños. Veintinueve niños son hechos «prisione­ros». Los hombres capaces de luchar estaban de caza con su jefe.

1874: El general Sheridan encomienda a George Custer que conduzca a una misión de geólogos a las Black Hills. A su regreso, Custer declara que ha encontrado oro.

SEPTIEMBRE 1875: Reunión oficial de blancos e in­dios. Están presentes Caballo-Loco, Nube-Roja y Cola-Manchada. Los enviados de Washington proponen comprar las Black Hills. Los indios se niegan a ello, pretextando el 'carácter sagrado de esas alturas. Los buscadores hacen ca,so omiso y se lanzan a las montañas.

MAYO 1876: El general Crook, con qúince compa­ñías de caballería y cinco de infantería, parte en guerra contra los siux. Objetivo: someter o des­truir a los rebeldes que se niegan a ir en vivir a una reserva.

COMIENZOS DE JUNIO 1876: Los siux, los che­yennes y varias tribus más se congregan el el río Little Big Horn para celebrar la danza del sol.

8

25 JUNIO 1876: George Custer, con el 7.0 regimien­to de caballería, ataca a los indios concentrados en el río Little Big Horn. Es derrotado y perece en la refriega con sus soldados. Las órdenes da­das a Custer estipulaban que debía reconocer al enemigo y esperar los refuerzos de Crook.

Después de esta batalla, los indios se dispersan. La caza de los últimos indios libres se pone en marcha.

9

Page 6: Camus William - El Gran Miedo

Ocupación de las tierras indias por el hombre blanco

_ Territorios indios.

Territorios invadidos por el hombre blanco.

Cuando, después del periplo atlántico de Cristóbal Colón, Eu­ropa descubrió América;, varios millones de pieles rojas ocupa­ban el norte del continente y vi­vían· en plena libertad en las tie­rras d.e sus antepasados. Ochenta millones de bisontes pacían en las llanuras centrales.

Afluyen los colonos. Ingleses, franceses y holandeses se asien­tan en la costa Este y penetran hacia el interior del país recha­zando a los pieles rojas más y más lejos hacia el Oeste. Nume­rosas tribus son aniquiladas al querer resistir al invasor implaca­ble. En 1820 el hombre blanco ocupa la mitad del vasto terri­torio.

Un blanco descubre oro en el Colorado. Los colonos del Este dejan el arado por el pico y la pala y se precipitan sobre la costa Oeste. San Francisco y Los Án­geles conocen una súbita expan­sión. Los pieles rojas que habitan en esta comarca son expulsados de sus terrenos de caza. La tena­za se cierra. Sólo las tribus del centro se hallan a salvo.

Se efectúa el enlace entre el Este y el Oeste. El hombre blanco ha cazado muchos, bisontes, que es­tán desapareciendo. Los con­quistadores dominan todo el país, pero algunas tribus indias subsisten todavía acá y allá. En el Sur, los apaches oponen una re­sistencia encarnizada; en el Nor­te, los siux y los cheyen!1es ven acercarse el último enfrenta­miento. La batalla de Little Big Horn es un grito de victoria ... y

1860 también un canto de muerte.

El genocidio llega entonces a su apogeo. Los pieles rojas agota­dos y famélicos no tienen ya fuer­za para combatir. Algunos ponen su miseria y su vergüenza en ma­nos del hombre blanco. Otros creen hallar la salvación en la huida y son perseguidos, acosa­dos, capturados. Se los confina en reservas, víctimas del desho­nor y del hambre. Hoy no sobre­viven más que doscientos cin-cuenta mil ... Así nacieron y pros­

Las reservas indias en la actualidad peraron los Estados Unidos.

Page 7: Camus William - El Gran Miedo

Toro-Sentado (Sitting-Bull)

fotografiado en 1885, cinco años antes de ser asesinado

Caballo-Loco (Crazy-Horse)

Nube-Roja (Red-C1oud)

fotografiado en 1884 en Washington

Caballo-de-Otro (llamado inexactamente

American-Horse por los norteameri.:anos)

Page 8: Camus William - El Gran Miedo

Capítulo 1

La Luna-de-Ia-Hierba-Creciente 1 ocultaba un poco más cada noche su triste rostro. Pron­to íbamos a ver asomar el de la Luna-en-que­los-Ponis-Pelechan 2. Las cacerías de la Bella­Estación se anunciaban fructuosas. Nuestros acechadores habían localizado una manada de bisontes y podríamos hacer provisión de carne.

Normalmente, Alma-Teñida. nuestro hechi­cero, habría debido ordenar ya las festividades y las danzas. Pero Alma-Teñida parecía domi­nado por otras preocupaciones. Hacía ya va­rios soles que permanecía encerrado a ' o s ti i y los lúgubres conjuros que de él escapa­ban eran como para dar escalofríos.

I Abril. Mayo.

15

Page 9: Camus William - El Gran Miedo

Muchos, entre nosotros, decíanse bien infor­mados. Aseguraban éstos que el Hechicero preparaba una gran medicina destinada a ale­grar a los Malos Espíritus de la tribu. Sin em­bargo, como nadie había recibido realmente las confidencias de Alma-Teñida, la totalidad de los habitantes del poblado esperaba sus re­sultados con la mayor ansiedad.

Nosotros, los miembros del clan O-gla-Ia, formábamos parte de la gran familia del Pue­blo-Culebra 3. Vagábamos a nuestro antojo al este del río Powder 4, en la llanura inmensa, a la sombra de las Black Hills 5. El Gran-Espíri­tu nos había dado ese lugar maravilloso para que viviéramos en él libres y felices. Pero, ¡ay!, desde hacía algún tiempo no saboreábamos ya nuestra dicha como en el pasado: conocíamos nosotros también el Gran Miedo.

Sí, había hecho su aparición el Gran Miedo, había arraigado en el espíritu de todos y en él se mantenía, como un árbol sin hojas. Pese a los esfuerzos de Alma-Teñida por restaurar la confianza, los viejos Sabios se perdían en refle-

3 Los siux. 4 Estado de Wyoming. 5 Eran las montaña, sagradas de los siux, donde reposaban sus

antepasados.

16

xiones y mostraban caras sombrías. En contra de su costumbre, las mujeres o-gla-la no reñían ya a los hombres. Hasta los mismos ponis an­dab~n taciturnos y postrados en las corralizas. Sólo los niños y los perros mostraban aún algu­na, despreocupación.

Yo no había visto caer más que una decena de nieves cuando nació el Gran Miedo entre los O-gla-la. Hacía de esto cuatro inviernos. Entre tanto había recibido la Iniciación-de-los­Jóvenes-Valientes, y. a pesar de ello. la inquie­tud no había hecho más que crecer en mí.

Hay que decir también que nuestros aliados, los Nubes-Azules 6 y los Cortadores-de-De­dos 7, no hacían n.ada por arreglar las cosas. Estos hombres, pesimistas en grado sumo. se pasaban el tiempo lamentándose, y las previsio­nes macabras que se placían en comentar con­tribuían muy poco a devolver la paz a mi ánimo.

De esta manera, andábamos todos cuando menos muy desasosegados: el Pájaro-Negro nos recubría con su sombra y añorábamos los buenos tiempos de antaño.

En verdad, fue uno de los nuestros quien in-

6 Los arapaho. 7 Los shoshone.

17

Page 10: Camus William - El Gran Miedo

trodujo el Gran Miedo entre los O-gla-l~. Lo debíamos a Nube-Roja. Los otros pueblos lo conocían desde hacía ya muchas estaciones, pero ninguno de nosotros había oído hablar de él todavía. Yo era pequeño por entonces, pero recuerdo muy bien cómo empezó todo.

Toca-las-Nubes, el jefe de nuestra tribu, ha­bía organizado un gran pow-pow 8, Y Nube­Roj a había venido pata asistir al mismo con los hombres de su clan, los. Rostros-Siniestros. Tras haber fumado la pipa, Toca-las-Nubes habló de cosas agradables para llamar la ins­piración. Luego abordó el tema serio y la conversación giró en torno a los Rostros-Pá­lidos. El-que-no-va-a-la-guerra-con-sus-hom­bres 9 nos había hecho saber que quería ence­rrar al Pueblo-Culebra en una reserva, y Toca­las-Nubes se negaba a admitir esta degrada­ción para los O-gla-Ia. Dijo que nosotros de­bíamos seguir siendo libres y continuar vivien­do como el Gran-Espíritu había previsto para nosotros, que no estábamos hechos para ser metidos en corrales como rebaños.

Por su parte, Caballo-Loco 10, que profesaba

" Consejo , conferencia . 9 El presidente de los Estados Unidos 10 El famoso Crazy Horse.

18

Page 11: Camus William - El Gran Miedo

un odio feroz a los Guerreras-Azules 11, decre­tó que debíamos defender la tierra sacrosanta de nuestros antepasados y rechazar al invasor más allá del Agua-que-Hiede 12.

Nube-Roja no era: de esta opinión. Afirmó que los Rostros-Pálidos representaban ahora una fuerza demasiado grande para que fuese posible rechazarlos. Explicó que los Guerre­ras-Azules poseían desde hacía poco tiempo unos fusiles que disparaban varios tiros sin que fuera preciso recargarlos y que pereceríamos todos en el combate. Según él, era preferible vivir en una reserva que morir bajo el fuego de aquellas nuevas armas.

Como ninguno de nosotros compartía su punto de vista y Caballo-Loco continuaba cla­mando que él prefería la muerte a la vergüen­za, Nube-Roja hizo una pausa y murmuró como para sí mismo:

-De todas formas, nuestra existencia toca a su fin.

Alma-Teñida, que hasta el momento no había hecho más que escuchar, le preguntó qué quería insinuar con aquellas palabras. Y fue entonces

11 Los soldados norteamericanos. 12 El mar.

20

cuando Nube-Roja pronunció la frase fatídica: -Los Guerreras-Azules han recibido orden

de EXTERMINARA TODOS LOS INDIOS. Ante tal enunciado, todos fuimos presa de·

estupor. Nube-Roja no tenía reputación de ha­blar en vano, pero de ahí a imaginar semejante propósito ...

¡Exterminar a todos los indios! Nuestros Sabios no tomaron estas palabras

en serio. A decir verdad, el respeto que profe­sábamos a Nube-Roja había bajado mucho en los últimos años. Este jefe, por supuesto, per­tenecía al Pueblo-Culebra; sin embargo, pare­cía haberlo olvidado desde hacía varias nieves. Hacía ya mucho tiempo que no llevaba armas y predicaba la paz con los Rostros-Pálidos. Ade­más, en compañía de sus partidarios, había le­vantado su campamento en las proximidades de un vasto edificio cuadrado que nuestros enemigos llamaban Fuerte Laramie. Águila­Moteada, uno de nuestros mejores oradores, había ido allí una vez en delegación. A su re­greso, había contado pestes. Aquello no era más que un montón de barracas exiguas y su­cias. El aire hedía a estiércol de caballo a diez tiros de flecha a la redonda.

Nuestro Jefe-de-Guerra, Caballo-Loco, por

21

Page 12: Camus William - El Gran Miedo

~.

su parte, no estaba lejos de creer que Nube­Roja había perdido el juicio. Otros, en cam­bio, como Luna-Negra y Lluvia-en-la-Cara, pretendían que el pobre hombre no era ya en absoluto como nosotros, que de vivir a la som­bra de aquel fuerte se había convertido, a su vez, en hombre blanco.

Pero, durante los soles siguientes, los O-gla­la tuvieron que rendirse a la evidencia. Los Se­res-Humanos 13, que acampaban con nosotros,

13 Los cheyennes.

22

rememoraron los hechos acontecidos en el río Washit unos cuantos inviernos antes 14. Al ex­terminar al jefe Caldero-Negro y a la casi tota­lidad de su pueblo, el Matador-de-Mujeres 15,

al frente de su banda de asesinos, nos mostra­ba que la carnicería había comenzado ya.

Y, sin embargo, en esa época Caldero-Ne­gro estaba en paz con los Rostros-Pálidos. Pero el Matador-de-Mujeres quebrantó el tra­tado sin el menor aviso. Sin otro deseo que el de aniquilar a los Seres-Humanos, atacó trai­cioneramente al rayar el día, sorprendiéndolos en pleno sueño. Y sin consideración alguna por las mujeres, los ancianos y los niños, sus soldados dispararon a ciegas a través de las tiendas, haciendo una verdadera carnicería. Los fugitivos fueron perseguidos con una saña implacable. Se encontraron víctimas mutiladas y despojadas del cuero cabelludo por los cerros de alrededor.

Por otra parte, conocíamos las batallas que tenían que librar Los-que-nos-Obligan-a-Ba­jar-la-Cabeza 16. Los tambores nos contaban. bastante bien los violentos combates que Ge-

14 La matanza de los cheyennes del sur en 1868. 15 George Custer, que mandaba el regimiento. 16 Los apaches, de talla más baja que los siux.

23

Page 13: Camus William - El Gran Miedo

rónimo y Cochise se veían obligados a sostener para sobrevivir con sus guerreros Chiri-Cahua.

Sí, asistíamos a una destrucción deliberada. A la vuelta de una expedición de caza, Cochise había tenido ocasión de comprobar de lo que los Rostros-Pálidos eran capaces. En su ausen­cia, una tropa de Guerreras-Azules había caí­do sobre su poblado matando a más de un cen­tenar de inocentes indefensos. La esposa del jefe Chiri-Cahua había muerto, así como sus más próximos parientes.

Los Rostros-Pálidos querían apoderarse del país entero y no retrocedían ante ninguna mor­tandad con tal de conseguir sus fines.

A nadie se perdonaba ya~ Las mujeres, los niños y los viejos caían baj.o las balas. Los Guerreras-Azules estaban por todas partes, y nuestros territorios de caza mermaban un poco más cada temporada. Por nuestro lado, no pa­saba una luna sin que tuviéramos que repeler un ataque. Caballo-Loco sabía algo de esto, él que participaba en todos los choques.

Entonces no tuvimos otro remedio que ren­dirnos a la evidencia. Los dichos de Nube-Ro­ja no estaban desprovistos de sentido. Pese a sus numerosas promesas de paz, los Rostros­Pálidos habían decidido, sin más, aniquilarnos)

24

'~.

Después de a los otros pueblos, nos llegaba la vez a nosotros. La obra iba realizándose lenta­mente y seríamos los últimos en sucumbir.

El Gran Miedo fue, pues, imponiéndose, a medida que se sucedían las nieves, y todo 0-gla-la lo llevó pronto en sus entrañas. Nada en el mundo era capaz de detener la sed de con­quista de los Rostros-Pálidos. Y si nos era im­posible oponernos a sus fusiles que disparaban varios tiros, no nos quedaba ya sino entonar nuestro Canto-de-Muerte.

¡ Pero no vayáis a creer que nos pasábamos el tiempo lamentándonos! ¡Qué va! Nosotros no pensábamos en nuestra desgracia más que en ciertos momentos, cuando no podíamos por menos. Nosotros, los O-gla-la, éramos los in­dios más animosos de la tierra. El Gran-Espíri­tu lo había querido así, lo sabíamos, y esto nos reconfortaba.

Me hallaba en este punto de mis reflexiones, viendo titilar una estrella por el orificio de sali­da de humos del tipi, cuando rascaron en la piel que cerraba la entrada. Una alta silueta se plegó en dos y penetró en la tienda. ¡Reconocí al instante a Caballo-de-Otro!

Caballo-de-Otro era mi padre. Debía su nombre a que cierto día, en el curso de un

25

Page 14: Camus William - El Gran Miedo

combate, se había apoderado de la montura de un Guerrera-Azul. Le había quitado también la cabellera y su revólver de seis tiros. La cabe­llera omaba la camisa de guerra de Caballo­de-Otro. El seis-tiros, envuelto en una piel de gamo, daba fe de su temeridad. Por lo que hace al caballo, no valía gran cosa, piafaba por cualquier nadería y no sabía mantenerse en si­lencio durante una emboscada, pero mi padre le había conservado como testimonio de su bravura.

Yo estaba todavía soltero, y como no tenía ni tío ni tía, vivía con Caballo-de-Otro. Mi ma­dre, Antílope-Salvaje, había muerto una dece­na de nieves atrás: había recibido un sablazo en el vientre cuando trataba.de arrancar su fu­sil a un Guerrera-Azul en la Batalla de los Cien Muertos 17. Con objeto de no atraer la maldición sobre nuestra tienda, no hablába­mos nunca de Antílope-Salvaje con mi padre, pero pensábamos en ella a menudo.

Caballo-de-Otro no parecía con ganas de en­tablar conversación. Dejó su arco, sus flechas y se quitó del cabello su aderezo de plumas. Se

17 A~aque a la columna Fatterman lanzado en diciembre de 1866 por Caballo· Loco y sus guerreros siux.

26

quitó también los mocasines y miró detenida­mente sus suelas con un mohín de añoranza ...

-¡Hoo-Kit 18 -dije yo por cortesía. Se volvió hacia mí y alzó un hombro. Hoo-ki -respondió blandamente. Hice como que me enfrascaba en la contem­

plación de mi ombligo, pero observaba a Ca­ballo-de-Otro con el rabillo del ojo.

¡Era un verdadero coloso, un gigante! El más alto de los O-gla-la le llegaba a los hom­bros. Infortunadamente, yo no había heredado su estatura. Al decir de quienes la habían co­nocido, me parecía a mi madre, era bajo y achaparrado.

Yo envidiaba en secreto la fuerza de mi pa­dre, desde luego. Sin embargo, me consolaba viendo que su recia complexión le hacía un poco pesado.

Caballo-de-Otro dio una vuela por el tipi, se golpeó con todo, refunfuñando, según su cos­trumbre, y finalmente advirtió que había una marmita calentándose entre las piedras del ho­gar. Levantó la tapadera, aspiró el vaho e hizo una mueca horrible. Exasperado por su actitud vejatoria, consideré oportuno precisar.

18 Término de bienvenida.

27

Page 15: Camus William - El Gran Miedo

-Es una sopa de ortigas. Gruñó, llenó una escudilla y se puso a comer

adoptando un aire cada vez más asqueado. A to­das luces, engullía mi sopa con un pensamiento que se reservaba para él solo. Yo no era idiota y sabía muy bien lo que le atormentaba. Así que procurando mostrar gran desenvoltura, añadí:

-Mira, Caballo-de-Otro, sin querer influir en tu ánimo, yo creo sinceramente que debe­rías tomar una mujer. Un buen cazador como tú podría incluso alimentar a varias. Hay dos v tres viejas en la tribu que se considerarían di­chosas de casarse contigo y venir a vivir a tu tipi.

La mirada negra de mi padre se deslizó hacia mí, su boca se crispó y no respondió palabra. Yo insistí:

-Al meno,s podrías reflexionar sobre ello en serio. Yo estoy fatigado de cocinar. He vis­to caer catorce nieves y pareces olvidar que he pasado la Iniciación-de-Ios-Jóvenes-Valientes. Ya soy un hombre, y me aguardan tareas más importantes.

Caballo-de-Otro dejó de mascar y escupió en el hogar una gruesa bola de ortigas. Ponien­do calor en la voz añadí:

28

-Además, si consideramos que sólo has visto caer cincuenta nieves, es probable que una vieja no demasiado vieja pueda darte todavía un hijo. Un hermanito no me disgus­taría.

Me pareció que mi padre iba a atragantarse y de pronto me sentí responsable de aquel aho­go. Sin duda, no había cortado las ortigas lo bastante fino. Al cabo, deglutió penosamente, me mostró dos ojos encarnados despavoridos y se dignó responder:

-Lo pensaré.

29

Page 16: Camus William - El Gran Miedo

Tranquilizado a medias, fui a sentarme fren­te a él.

Era un verdadero placer contemplar a mi padre y yo habría podido hace~lo~definid~­mente. Todo en su persona respIraba el domI­nio de sí. Y además sus brazos musculosos y su cuello de toro eran impresionantes. Que yo supiera, era el indio más hermoso de t?~a la creación y estaba orgulloso de ser su hIJO. A veces viéndole tan firme y tan sereno, me , . preguntaba si experimentaría él el Gran MIe-do. Éramos dos hombres y jamás habíamos abordado el tema; o al menos no de un modo franco y resuelto. En la circunstancia, nada en su aspecto permitía suponer que abrigara te­mor alguno. Sus ojos oblicuos proclamaban su lealtad y su bondad. Su entereza era absoulta-. Sólo mi sopa parecía desconcertarle.

Caballo-de-Otro se enjugó los labios carno­sos de un manotazo, me miró con un esbozo de sonrisa y me preguntó:

-¿ Tienes Chacun-cha-cha 19?

Me apresuré a echar mano a una pipa, la ataqué bien, la encendí y se la tendí. Mi padr.e me dio las gracias con un guiño de reconOCI-

19 Mezcla de tabaco y corteza de sauce rojo.

30

miento y desapareció tras una nube de humo. Yo seguía perplejo, conteniendo la respi­

ración. Si pensaba salir del paso con las escasas pa­

labras que había pronunciado, Caballo-de­Otro se equivocaba groseramente. Los bison­tes subían desde el Sur y se había señalado la posición de una importante manada. Ningún O-gla-la, aparte de los acechadores, debía acercárseles, pues siempre era de temer que los animales se asustaran y huyeran antes de que comenzase la caza. Ahora bien, mi padre era uno de esos acechadores que, durante todo aquel último sol, había tenido ocasión de ob­servarlos, y sin duda alguna tendría montones de cosas interesantes que contar sobre el par­ticular y que yo ardía en deseos de saber.

Me era imposible hacer a mi padre una pre­gunta directa sin incurrir en descortesía y aten­tar contra su libertad. Por eso, a fin de satisfa­cer mi curiosidad, di el consabido rodeo y, con tono voluntariamente despreocupado, dije:

-Dicen que los bisontes suben en dirección al río Powder ...

Caballo-de-Otro disipó con un movimiento del brazo el humo que le envolvía y concedió:

-Es verdad.

31

Page 17: Camus William - El Gran Miedo

Yo proseguí: -y dicen también que es una manada muy

grande y que bastará para nuestras necesi­dades ...

Mi padre se limitó a inclinar la cabeza. Yo, aplicándome a disimular mi irn,paciencia, pre­cisé:

-Me gustaría saber si son muy nume­rosos ...

Consideró él su dedo gordo del pie, lo retor­ció entre los dedos, lanzó un largo suspiro y respondió con esfuerzo:

-Son MUCHOS.

Eso era lo que horripilaba en Caballo-de­Otro. Pese a sus inmensas cualidades, siempre le faltaba precisión. En cuanto se trataba de contar, no sabía más que decir: UNO, DOS o MUCHOS.

Para darme tiempo a recobrar la calma, aga­rré su pipa, la limpié, la llené de nuevo y se la deslicé entre los dientes. Luego elevé la voz para sacarle de su mutismo:

-¿De veras no puedes decirme más sobre la importancia de esa manada? ¡Es irritante, te­ner que arrancarte las palabras de la boca!

Caballo-de-Otro tomó un tizón de entre las brasas, lo puso sobre la cazoleta de su pipa,

32

Page 18: Camus William - El Gran Miedo

aspiró con ansia y, por último, pareció perca­tarse de mi impaciencia. Entonces salió de su letargo, agitó los brazos y dijo con irritación:

-¿ y para qué querer contar todos esos bi­sontes si todos sabemos que hay de sobra para cubrir nuestras necesidades? Unas cabezas de más o de menos no cambian en nada la cosa. ¡Así que basta con saber que hay MUCHOS!

¡Tenía razón! A fin de no hacerle ver que me había con­

vencido, me levanté y fui a tumbarme en mi catre. Pero Caballo-de-Otro se había lanzado. Continuó perorando como si yo estuviera to­davía frente a él escuchándole y me arrolló con un torrente de palabras. Se lamentó de mi cu­riosidad excesiva, aprovechó para reprochar­me mis principales defectos, me prodigó sus más preciosos consejos, me recomendó más reflexión y qué sé yo cuántas otras cosas ...

¡Mi padre era asombroso! O se pasaba tres soles sin pronunciar palabra, o se lanzaba a un discurso que nada era capaz de detener. Y para decirme ¿qué? ¡Cosas que me había vo­ciferado ya más de cien veces en las orejas!

Estaba yo fatigado, y como seguía decla­mando, me envolví en una cálida piel de oso y cerré los ojos ...

34

¡Ay!, aparecieron bisontes en la pantalla de mis párpados ... un macho corpulento parecía incluso provocarme. Le espanté ... ¡volvió!

Entonces, sin poder ya más, me levanté de un salto, me planté delante de Caballo-de­Otro y grité más fuerte que él:

-Cállate un instante, ¿quieres? ¡Y haz un esfuerzo! ¡Si no me dices nada más sobre la importancia de esa manada, no voy a cerrar el ojo de la noche!

Mi tono enérgico tuvo por efecto interrum­pir su monólogo. Cayeron sus brazos a lo largo del cuerpo y su boca quedó entreabierta. Lue­go se recobró.

-Está bien -dijo al cabo de un momento-, voy a decirte lo que quieres saber ...

Mi padre se concentró para representarse mejor la escena a la que había asistido y añadió:

-Fíjate, si esos bisontes pasaran delante de ti en fila de a uno, podrías estar viendo bison­tes el tiempo de fumarte cinco pipas.

Resignado, no pude menos que murmurar: -Gracias, Caballo-de-Otro, por tu gran

precisión. Si hubiera insistido, habríamos estado dan­

do vueltas a lo mismo toda la noche. Me eché

35

Page 19: Camus William - El Gran Miedo

la manta sobre los hombros y salí del tipi. To­davía me llegó la voz de mi padre: -j Ya ves si tengo razón cuando te digo que

hay MUCHOS! No respondí. Caballo-de-Otro era más terco

que una mula, pero el respeto que le debía me impedía decírselo.

El rocío me humedeció los pies descalzos. Un viento fresco me azotó el rostro. La luna mordida por la mitad alumbraba débilmente el río Powder. Nuestros tipis alineados en círculo se amoldaban al meandro del río. Sólo el del Hechicero estaba iluminado: un gran fuego ardía sin duda en su interior. Mientras que los O-gla-la dormían, él preparaba la me­dicina que servía para tener a raya al Gran Miedo. Una siniestra melopea llegó a mis oídos. Asustado, un búho abandonó su rama y voló con un rumor afelpado. Su grito me hizo pensar en el Mal-Espíritu-de-Ia-Noche ...

Me alejé, con objeto de desentumecerme las piernas, y di algunos pasos en dirección al río. Unos perros ladraron al verme y se escabulle­ron en un rincón oscuro. Haciendo eco, una hiena rió burlonamente en las alturas. En la lejanía, un coyote aulló a la muerte. Pasó una nube, acentuando las sombras.

36

Bruscamente sentí un escalofrío. Quise tararear una canción alegre, pero el

Gran Miedo me subió desde el vientre y se me atravesó en la garganta.

Volví sobre mis pasos y me acomodé junto a Caballo-de-Otro .

Dormía. Habría preferido que siguiese hablando.

37

Page 20: Camus William - El Gran Miedo

1

1'1

Capítulo 2

Era un amanecer gris, una mañana triste, sin sol. Los tipis se escondían en la espesa bruma y el río Powder era invisible. El aire frío y húme­do no invitaba a la inacción, conque decidí ir a liberar a las monturas del cercado.

Además del caballo negro grande que había quitado al Guerrera-Azul, mi padre poseía tres ponis. La yegua estaba especialmente ejercita­da para la caza; el caballo padre, para el com­bate. El tercero, un potro fogoso de manchado pelaje, servía a Caballo-de-Otro cuando, por no tener nada que hacer, alardeaba por el cam­pamento como un pavo exhibiendo los trofeos que omaban su camisa de guerra.

Yo no tenía más que un solo caballo, pero tan inteligente que valía por unos cuantos. Sa­bía esquivar la embestida del bisonte y galopar

38

I

ajustándose al trote de la manada. Sabía tam­bién agazaparse sin chistar entre la maleza, y acudía a mi llamada. En realidad, aquel poni sólo me daba satisfacciones, y yo tenía tiempo de sobra de ejercitar a otro para medirme con los Rostros-Pálidos. Era joven entonces, toda­vía no formaba parte de ningún clan guerrero y

. no había participado en ninguna batalla. La gran montura negra de mi padre relinchó

al acercarme. Mi poni, mejor educado, esperó a que le soplara en los ollares para manifestar su alegría. Reuní a nuestra pequeña yeguada y la conduje hacia una espesura en la que crecían álamos de las ciénagas. A los caballos les gus­taba mucho comer su corteza, que les nutría bien y les daba lustre al pelo.

Una voz salió de pronto de entre la niebla. -¡Hoo-Ki, Colmillo-Chico! Te he visto yo

el primero, y si hubiera sido un Absa-Rokee 1,

estarías muerto. Contrariado por no haber percibido su acer­

camiento, contesté: -¡Es que tengo el oído tan fino que he reco­

nocido el paso de Pata-de-Cuervo! ¿Qué tengo que temer de mi hermano?

J Un corneja, enemigo de los siux.

39

Page 21: Camus William - El Gran Miedo

La delgada silúeta de Pata-de-Cuervo se destacó entre la niebla. ¡Y el muy pretencioso parecía encantado! Su enorme boca, hendida en una sonrisa de oreja a oreja, decía la satis­facción que experimentaba por la broma que acababa de gastarme.

Irritado, hice como que no me percataba de su aire jocoso y puse toda mi atención en los poms.

Pata-de-Cuervo era mi amigo, pero había veces que me ponía nervioso. So pretexto de que había visto caer dos nieves más que yo, tenía tendencia a considerarme un niño . Yo era mejor cazador que él, él lo sabía, y creo que eso le daba un poco de envidia. Pero es­taba de visita entre nosotros, y las leyes de la hospitalidad me obligaban a conservar la calma.

Aunque pertenecía al Pueblo-Culebra, Pata­de-Cuervo no era un O-gla-la. En realidad, era el hijo de Toro-Sentado 2, el famoso hechicero de la tribu de los Hunk-pa-pa. Esto me indujo a pedirle noticias de su padre.

-Se encuentra bien -me respondió--. Aparte de sus reumatismos, claro.

2 Sitting-Bull.

40

.", "

El viejo jefe padecía de ellos desde su más moza edad. Esa detestable enfermedad le había valido su nombre, por otra parte. Los huesos de las rodillas le rechinaban a más y mejor. Tanto que no perdía nunca la ocasión de sentarse a fin de aliviar sus dolores.

-Hemos venido a participar en la caza -si­guió diciéndome Pata-de-Cuervo--. ¿Son muy numerosos los bisontes que habéis localizado?

Esta pregunta me recordó otra, y dije con desenvoltura:

-Si desfilaran delante de ti, tendrías tiempo de fumar cinco pipas antes de verles el fin.

Con no poca estupefacción mía, Pata-de­Cuervo pareció satisfecho con esta definición. Su indiferencia por el detalle habría llenado de contento a Caballo-de-Otro. El Hunk-pa-pa se limitó a mover la cabeza y propuso:

-¿ y si fuéramos a bañarnos? El río Powder venía crecido con el deshielo

de las últimas nieves. A pesar de ello, corrí a la orilla, me desnudé y me zambullí valerosamen­te en el helado elemento. Pata-de-Cuervo me imitó y desapareció bajo el agua. Cuando su­bió a la superficie resoplando, vi que tenía car­ne de gallina. Le miré directo a los ojos y ob­servé:

41

Page 22: Camus William - El Gran Miedo

I

1

1I I

-Cualquiera diría que estás aterido. ¿Es que un Hunk-pa-pa va a ser menos resistente que un O-gla-la?

-¡De ninguna manera! -respondió dando diente con diente-o En el Norte, la tempora­da pasada, rompía el hielo todas las mañanas de tanto como me gusta nadar.

Salí del río y monté en mi poni. -¡Pues sígueme! -le grité-o Una carrera

nos secará. Arreé a mi montura, que arrancó como una

exhalación. Después de unos cuantos trancos, eché una mirada por encima del hombro y vi a Pata-de-Cuervo vestirse a escape. Le envidia­ba en secreto: el frío me azuleaba la piel y mis miembros estaban ya tan duros como leños.

Cuando volví hacia los álamos de las ciéna­gas, mi amigo ya no estaba allí. Me puse a toda prisa mi camisa de ante y mis polainas. Tirita­ba, pero había cerrado el pico a Pata-de-Cuer­vo ¡yeso era lo que importaba!

Para calentarme, hice corriendo el camino de regreso. Volvió a circular la sangre por mis venas y mi piel recobró su aspecto normal.

Los tipis de los Hunk-pa-pa, que la bruma me ocultara al partir, formaban un círculo al oeste de nuestro campamento. Me vino la idea

42

de hacer una visita a Toro-Sentado y di un ro­deo para cambiarme de indumentaria.

Caballo-de-Otro no estaba en nuestra tien­da. Sin duda, había vuelto a su vigilancia tras las colinas. Me puse un traje ornado de borda­dos en perlas, me calcé mis mejores mocasines y sujeté en mi cabello la pluma de bienvenida. ¡ Estaba magnífico!

Como para hacerme honor, un rayo de sol se abrió paso entre las nubes. Varias chicas levan­taron los ojos a mi paso y se alisaron las tren­zas. Estaban todas demasiado flacas y eran de­masiado jóvenes para que me interesara por ellas.

Caballo-Loco pulía el asta de su lanza delan­te de su tipi. Aminoré el paso y le sonreí. Sus labios se distendieron y me devolvió el saludo. Me invadió una oleada de orgullo.

Todavía no había intercambiado yo nunca una sola palabra con Caballo-Loco. Le respe­taba demasiado para sobrepasar mis derechos. Era el Jefe-de-Guerra de los O-gla-Ia, yo no era más que un joven valiente, y las costum­bres establecidas exigían que él me dirigiese la palabra el primero. Y además creo yo que me daba un poco de miedo.

y es que Caballo-Loco pasaba por un ser ex-

43

Page 23: Camus William - El Gran Miedo

traordinario. Se murmuraba que una poderosa medicina le protegía y le hacía inmortal. Según decían, se trataba de una piedra que colocaba bajo su silla de montar y que le advertía del peligro. Mirándole bien, se me parecía bastan­te. Al igual que yo, era bajo y achaparrado, y una cierta elegancia emanaba de su persona. En cambio, era más viejo, había visto caer treinta y dos nieves.

y él no era un Vaga-en-torno-a-los-fuertes, como Nube-Roja. Dirigía todos los ataques del clan guerrero de los O-gla-la contra los Gue­rreras-Azules y no se le veía jamás sin sus armas.

Fuera de eso, Caballo-Loco hablaba poco, no bromeaba más que con sus guerreros, juga­ba solamente con los niños y no bailaba nunca durante las fiestas. Eso nos diferenciaba, pues a mí me gustaba mucho bailar.

El poblado de los Hunk-pa-pa hormigueaba de actividad. Las mujeres encendían fuegos, los hombres construían los cercados de las ca­balgaduras. Algunos chiquillos transportaban paquetes. Una gruñidora jauría de perros se disputaba un hueso.

No vi a Pata-de-Cuervo, pero divisé a su pa­dre. Toro-Sentado no había cambiado desde

44

nuestra última conversaClOn, tres estaciones antes. Aunque en sus cabellos negros se ha­bían deslizado algunas hebras blancas, parecía que iba superando sus incesantes crisis de reu­matismo. Ahora fumaba, beatíficamente sen­tado sobre un fardo de pieles, en la proximidad de su tipi. Iba yo a acercarme cuando dos mu­jeres vociferantes y gesticulante s salieron de la tienda. Surgieron en tromba y se plantaron de­lante del viejo Hechicero tomándole por testi­go a propósito de utensilios de cocina. En me­dio de aquel estrépito y aquellos gritos como para reventarle los tímpanos, él permaneció impasible, como perdido en un pensamiento profundo. Esas dos arpías eran sus esposas, y me figuro que Toro-Sentado se había acostum­brado a oírlas reñir.

Por lo que a mí respecta, decidí volver más tarde. Ya soportaba los relinchos del gran ca­ballo negro de mi padre, como para tener que oír, además, los chillidos de dos urracas encole­rizadas. Éstas no debían de tener el Gran Mie­do atravesado en la garganta. O si lo tenían, se habían acostumbrado a convivir con él.

Me escabullí y volví al campamento de los O-gla-la.

Antes de llegar, el son grave de los grandes

45

Page 24: Camus William - El Gran Miedo

tambores me alertó los sentidos. Convocaba a los miembros de la tribu a una gran asamblea.

Corrí. En el poblado reinaba Una efervescencia

poco habitual. Todos se apresuraban por llegar a la plaza grande y yo seguí la corriente.

Alma-Teñida había salido al fin de su tien­da. Erguido en medio de la muchedumbre, blandía sus dos sonajeros sagrados. Sus pies golpeaban el suelo al compás, dando el ritmo a los voceadores situados a ambos lados. Éstos proclamaban la noticia salmodiando una leta­nía sincopada ...

¡Las festividades iban a comenzar! ¡La dan­za del bisonte se celebraría esa misma tarde! ¡La caza se iniciaría mañana al amanecer!

He ahí ya el momento que yo esperaba .. . y que más temía.

En el transcurso de la danza, Toca-las-Nu­bes entregaría las cinco flechas rojas. Cinco jó­venes valientes, escogidos entre los mejores cazadores, recibirían una. ¿Iría a gozar yo de semejante honor7

Con arreglo a nuestra costumbre, estos cin­co cazadores no traerían carne para ellos mis­mos. La totalidad del producto de sus capturas se distribuiría a las viudas, a los ancianos y a

46

Page 25: Camus William - El Gran Miedo

los impedidos. Y aparte del placer que una abnegación así procuraba, para un joven va­liente era una auténtica consagración. De esta suerte se convertía en casi un hombre y podía llevar en el cabello su primera pluma de águila.

Los Sabios valerosos harían su elección un poco más avanzado el día. Cola-Manchada, Bebe-Agua y Trueno-de-Fuego celebrarían un pequeño pow-wow en el tipi del Hechicero a fin de debatir la cuestión. No-Quiero-Ir y Oso­de-Pie también tendrían algo que decir ...

¿Pero no irían a olvidarse todos de mí? ¡Quia! Cola-Manchada conocía muy bien mi

habilidad, y yo hablaba con No-Quiero-Ir to­das las mañanas ... Todas menos esta última, que había malgastado haciendo befa de Pata­de-Cuervo ... ¿Cómo ibaa reparar ese error?

Una idea ingeniosa me pasó por las mientes: ¡la mejor manera de obligar a los Sabios a pen­sar en mí sería dejarme ver por ellos!

Acudí precipitadamente a la orilla del río, eché el guante a mi poni, volví sobre su lomo a todo galope y lo amarré bien a la vista delante de mi tienda. Luego me zambullí en su inte­rior. Me quité camisa y polainas, quedándome en taparrabo y mocasines. Me anudé a los tobi­llos dos aderezos de plumón de ganso para te-

48

ner la ligereza del ave. Me pinté el rayo en el pecho, a fin de- gozar de su impetuosidad. Tomé mi aljaba con mi arco y mis flechas, me lo puse en bandolera y salí al aire libre.

Ahora podían verse en mí los signos del ca­zador consumado y advertirse mi impaciencia por perseguir la caza. Lo importante, desde luego, era que me viesen los Sabios.

Erguido y altivo, sin exagerar la nota, con una chispa de importancia en la mirada. co­mencé a deambular por el campamento.

Fue Bebe-Agua el primero con quien topé. Pero estaba tan ocupado con sus propios pre­parativos que no se fijó en mí. Tosí inútilmente para llamar su atención. Estaba bruñendo su fusil y ninguna otra cosa parecía existir para él. Habría que abordarle de forma más directa.

-¡Hoo-Ki, Bebe-Agua! -le espeté-o Ma­ñana será un buen día para morir.

Sin lanzarme una sola mirada, levantó su larga nariz al cielo y gruñó:

-No si las nubes siguen así de negras. Bebe-Agua tenía un carácter execrable, era

bien sabido. Peor que el de Caballo-de-Otro. Proseguí mi camino y fui a arrastrar mis mo­

casines por las inmediaciones de la tienda de Trueno-de-Fuego.

49

Page 26: Camus William - El Gran Miedo

Precisamente estaba reparando su tocado de ceremonia, sentado junto a la entrada. True­no-de-Fuego me acogió más amablemente. Me examinó por todas partes y me preguntó con interés:

-¿Adónde vas con ese atavío? ¡La caza no empezará hasta el próximo sol!

-El olor a bisonte me da hormiguillo por las piernas -respondí, abombando el pecho para que viese mejor el rayo que llevaba pinta­do en él-o ¿No es una cualidad digna de un buen cazador?

Trueno-de-Fuego no carecía de buen senti­do. Rumió mi pregunta y me dijo con una son­rIsa:

-¡Desde luego! Bajé los ojos por modestia. -Vamos -añadió--, déjame reparar el to­

cado. Si no, voy a parecer un wach-panne, 3

esta tarde, en la fiesta. Me alejé, no descontento de mí. Más allá,

Oso-de-Pie estaba hablando, ¡ay!, con Caba­llo-Loco. Me disponía a dar un rodeo cuando la mirada de ambos hombres se cruzó con la mía. No di crédito a mis ojos ... Caballo-Loco

3 Un pobre hombre, un indigente.

50

, en persona me hacía señas de que me acercara. Las piernas se me quedaron de pronto tan flojas como una vieja piel mojada. Me adelanté, ocul­tando mi emoción bajo una palidez mortal.

-Aquí tienes a un joven valiente que no anda con retraso para la caza -observó Caba­llo-Loco.

-Sólo un verdadero cazador conoce la im­paciencia de enfrentarse con el bisonte --co­mentó Oso-de-Pie, como entendido que era.

Luego me volvieron la espalda y reanudaron su conversación. Yo tragué saliva por tres ve­ces y sentí aflojárseme las piernas más todavía. Ninguno de los dos hombres me había dirigido la palabra directamente, pero el hecho de que hablaran de mí en mi presencia decía el interés que se tomaban por mí.

Tras una prolongada aspiración, noté que mis miembros se fortalecían. A pocos pasos de allí, un tocón de árbol me ofrecía asiento. Me acomodé en él y aguardé a que la sangre torna­ra a mis mejillas ...

Ante mí surgió un chiquillo y me azotó el pecho con un manojo de ortigas. Volví a la realidad sobresaltado, y brinqué, soltando un grito. El pequeño escapó riendo, muy conten­to de sí mismo.

51

Page 27: Camus William - El Gran Miedo

Durante ci tiempo de las cacerías y desde el momento .en que se anunciaban las festivida­des , los niños· podían permitirse las peores dia­bluras sin que se les riñera por ello. ¡Y no se privaban! Las madres tenían que aguantarlo todo. Valiéndose de pequeños arcos que ellos mismos confeccionaban, los críos se divertían disparando sobre los odres de agua colgados de los árboles , deslizaban abejorros por el cue­llo de los adultos y los azotaban las pantorrillas con ramas de mimbrera.

No se libraban de ello nuestros varones más respetados. Toca-las-Nubes y Caballo-Loco sufrían estas bromas sin rechistar , pues debía aceptarlas todo el mundo sin excepción. Y, al decir de algunos , esto resultaba a veces más duro de arrostrar que el enfrentarse con los Rostros-Pálidos . Aquellos bribonzuelos no conocían ley alguna durante las fiestas, y yo creo que eso nos procuraba mucha felicidad a todos.

Lo cual no obsta para que yo necesitara tranquilidad. No había conseguido la admira- . ción de Cola-Manchada y No-Quiero-Ir, pero renuncié a ella y fui a refugiarme bajo mi tipi.

Caballo-de-Otro afilaba su cuchillo en una piedra del hogar. No tenía el aire ceñudo y pa-

52

Page 28: Camus William - El Gran Miedo

11

l.

11'

1

1

recía dispuesto a hablar. Sin necesidad de que le preguntara, me dijo:

-La manada es tranquila y van en ella bas­tantes chotos.

No le pregunté cuántos. Si me hubiera res­pondido MUCHOS no lo habría podido sopor­tar. Tenía demasiadas cosas entre ceja y ceja para desear enzarzarme con Caballo-de-Otro.

Del exterior nos llegaban gritos y fragor de caballos. -' Los niños se lo pasan bien -dije sin pen­

sarlo. Mi padre dio su opinión observando mi cara

sombría. Me quité mis aderezos de plumón de ganso y

colgué mi aljaba en un larguero de la tienda. Luego me acomodé frente a Caballo-de-Otro y le hice la pregunta que me abrasaba los labios:

-¿ Tú crees que soy digno de recibir una fle­cha roja esta noche durante la danza?

El gigante de mi padre hizo chascar la len­gua y me examinó con mucha atención.

-¿Es eso tan importante para ti? Guardé silencio. No quería oírle colmarme

de reproches, vituperar mi pretensión. Entonces Caballo-de-Otro se levantó, fue a

revolver entre sus cosas y regresó con un pa-

54

quete en las manos. Desenvolvió la piel con cuidado y descubrió el seis-tiros que había qui­tado al Guerrera-Azul.

-No sé si tendrás una flecha -murmuró--. Corresponde a los Sabios decidirlo. De todos modos, dentro de poco serás un hombre, y por ese motivo mereces algunas consideraciones. Quisiera decirte ...

Se le ahogó la voz, evitó mi mirada, arrojó el seis-tiros sobre mis rodillas y ladró:

-¡Toma, es tuyo, yo no sé qué hacer con él! Encontrarás munición en el saco que está ahí abajo. Y no me importunes más con tus histo­rias de flechas rojas. Te aconsejo un poco más de humildad.

Tomé el arma preciosa, la hice girar entre mis dedos. Aquel objeto era uno de los raros trofeos de mi padre. Uno de los que le compla­cía exhibir en los desfiles, que tanto amaba.

Sólo acerté a decir tontamente: -¿ y no crees que ... que te va a hacer falta? -¡No! -declaró él con sequedad. y se tendió sobre su catre, cubriéndose los

ojos con el antebrazo. Comprendí que no pronunciaría ya una sola

palabra más y respeté su silencio. Su mutismo era, en cierta manera, un modo de ocultar sus

55

Page 29: Camus William - El Gran Miedo

sentimientos. Lo sabía yo ahora, que había vis­to brillar dos lágrimas en la comisura de sus párpados. Sabía también que Caballo-de-Otro podía rebosar de ternura y que su aparente ru­deza no le ponía al abrigo del Gran Miedo.

56

f

Capítulo 3

Hacía una noche oscura y el rumor de las voces ahogadas sólo dejaba trascender un rui­do débil. íntimamente mezclados por la fiesta, los O-gla-la y los Hunk-pa-pa formaban un amplio círculo alrededor del montón de leña apilada en mitad de la plaza del poblado.

Sentado a mi derecha, Pata-de-Cuervo se mantenía tieso como una púa de puercoespín, apoyadas en las rodillas sus huesudas manos de crispados dedos. A mi izquierda, el hombro macizo de Caballo-de-Otro rozaba el mío. Lo mismo que yo mi padre contenía la respira­ción. Esperábamos el comienzo de la danza di­siItlulando nuestra excitación.

De improviso, una voz chillona dominó los cuchicheos. Alma-Teñida, alzados los brazos hacia la bóveda del cielo, cantaba con tono

57

Page 30: Camus William - El Gran Miedo

agudo y exaltado para invitar al espíritu de Wane-Kia 1 a descender entre nosotros. El He­chicero desafinaba en su cántico, pero ningún O-gla-Ia dudaba del resultado.

Al final de este piadoso conjuro, los tambores redoblaron con ritmo sostenido. Tres mujeres entraron en el círculo llevando el compás. A pe­sar de la oscuridad, reconocí a Vaca-Blanca­que-Ve, Pluma-de-Águila-Abundante y Mujer­Águila-Roja. Ligeras, sus mocasines no levan­taban ni mota de polvo. Lo que en Pluma-de­Águila-Abundante era una proeza, ya que ella sola pesaba lo que las otras dos juntas.

Vaca-Blanca-que-Ve sostenía una caja de corteza de árbol de la que se escapaba un hili-' 110 de humo. Esta mujer era la guardiana del fuego y le incumbía transmitirlo a la pila de leña. Mientras que sus compañeras ejecutaban un paso en redondo prefigurando las dimensio­nes del universo, Vaca-Blanca-que-Ve se acer­có al alto montón de leña, sopló en su caja, extrajo una brasa incandescente con ayuda de una rama ahorquillada y prendió un manojo de hierbajos secos que arrojó a la base de la pila de

I Literalmente: EI-que-hace-vivir. El hijo del Gran-Espíritu, dios de la Caza.

58

leños. La madera ardió de inmediato. Brotó un surtidor de chispas, crepitando. Una luz ví­vida iluminó la plaza. i Y la asamblea se hizo visible a mis ojos maravillados!

Los miembros del clan Hota-Mita-nio 2 esta­ban presentes. Todos los que contaban varias vidas cobradas a los Guerreras-Azules. Yesta­ba allí Gran-Pie, con su escudo a prueba de balas. Y Cariacuchillado 3, con toda la cara lle­na de cicatrices. Y también Camino-Grande , cuya lanza poseía un poder mágico. Dos-Lu­nas, que jamás había mostrado la espalda al enemigo. Lluvia-en-Ia-Cara, cuyas cabelleras adornaban los palos de su tipi.

y no faltaban los poseedores de trofeos que daban testimonio de su bravura: Oreja-de-Bi­sonte, Hueso-Roto, Cálida-Niebla. Sin olvidar a mi padre.

Todos llevaban sus vestimentas más hermo­sas, sus más ricos aderezos. Algunos hombres fumaban pipas finamente decoradas. Las mu­jeres, con largos vestidos de piel ornados de conchas raras, se abanicaban con alas de fai­sán. Los jefes, a cada movimiento, hacían

2 Literalmente: Perro-Guerrero. 3 Más conocido por su nombre inglés: Gall.

59

'1

¡

:1 :1

Page 31: Camus William - El Gran Miedo

ondear las plumas de águila de su soberbio to­cado. Los jóvenes valientes, que no podían os­tentarla todavía, llevaban gorros de piel. El de Pata-de-Cuervo estaba hecho de una piel de nutria. El mío, una habilidosa combinación de patas y colas de armiño, me parecía de un bo­nito efecto.

A Caballo-Loco no lo veía por ninguna par­te. Dado su recatado carácter, debía de andar por algún rincón oscuro.

Callaron los tambores. Toca-las-Nubes, con la pipa sagrada en la mano, dio tres pasos hacia el interior del círculo. Iba sobriamente vestido, pero un collar de uñas de osos mostraba su inmenso valor. Toro-Sentado, a su vez, se ade­lantó hacia la luz. Llevaba un espléndido toca­do de castor, ornado con dos cuernos de bison­te. En virtud de los honores de la hospitalidad, de que gozaba, Toro-Sentado tenía el privile­gio de encender la pipa. Lo hizo así, mientras Toca-las-Nubes aspiraba, y el humo se elevó hacia las nubes. El jefe de los O-gla-la 10 sopló seis veces en seis direcciones diferentes, rin­diendo tributo de esta suerte al cielo, a la tierra y a las cuatro partes del mundo 4.

4 Los cuatro puntos cardinales.

60

Cumplido el ritual, podían comenzar las fes­tividades.

Con gran estrépito de cascabeles, salieron al descubierto los Heyo-Kas 5. Grotescamente ataviados de oropeles , cubierto el rostro por máscaras ridículas, se entregaron a la ejecu­ción de cabriolas, bufonadas, que nos hicieron reír hasta saltársenos las lágrimas. Fueron de uno en otro contorsionándose, burlones, cos­quilleando la nariz a los jefes con briznas de hierba.

La misión de estos danzantes consistía en dí-

~ Payasos. bufones.

61

Page 32: Camus William - El Gran Miedo

vertimos, en relajamos y sosegamos el ánimo. La ceremonia siguiente tenía un carácter serio y convenía aligerar su gravedad.

Los silbatos de hueso dejaron oír un son quejumbroso, los tambores adoptaron un rit­mo lento y profundo. La llegada del Hechicero provocó la huida precipitada de los Heyo-Kas.

¡La danza del bisonte comenzaba! Alma-Teñida, recubierto por entero con una

piel de este animal, avanzaba al compás, do­blado hacia adelante, imitando el pesado modo de andar del rumiante en cuestión. De­trás de él, con igual atavío, venía una docena de hombres que reprc;,sentaban la manada. És­tos dieron tres veces la vuelta a la hoguera y a continuación anduvieron de un lado para otro a cuatro patas, haciendo como que pacían la hierba, revolcándose en el polvo o rascando el suelo con furia.

Pero yo no tenía ojos más que para Alma­Teñida. Bajo su envoltura de bisonte, traía cinco flechas rojas apretadas en la mano y no iba a tardar en adjudicarlas.

Tras el borde inferior de la enorme cabeza peluda que le ceñía el cráneo, la mirada del Hechicero giraba a un lado y a otro, en busca del primer elegido. Se me hizo un nudo en

62

el vientre cuando le vi alejarse hacia el lado opuesto dei punto en que yo me encon­traba.

Blandía ahora una de sus saetas y no tenía traza de querer volver en dirección a mí. Todo lo contrario, se adelantó hacia un joven valien­te petrificado de esperanza, amagó el gesto, hizo una pirueta, saltó lejos de él y lo hincó finalmente en el suelo delante de Rayo-de-la­Tarde.

Un «¡Oh!» admirativo brotó de todos los pe­chos, subrayando la elección. Caballo-de-Otro no se extasió con el resto de la concurrencia, y yo se lo agradecí en el alma. Pata-de-Cuervo no parecía mucho más sosegado que yo. Le deslicé al oído:

-No se ha perdido nada, todavía quedan cuatro.

Mi amigo no respondió. Su rigidez le hacía semejar un bloque de piedra.

Reanudando su ronda titubeante, el Hechi­cero se acercó por fin. Su pesquisa le llevó a la inmediación de Pata-de-Cuervo, pero el brillo de sus pupilas se fijó en mí.

Mi corazón dejó de latir. El Hechicero levantó el brazo, dio una vuel­

a sobre sí mismo, se alejó, volvió, amagó un

63

Page 33: Camus William - El Gran Miedo

paso de lado ... ¡y plantó su flecha entre las pantorrillas de Pequeño-Zorro!

El «¡Oh!» que estalló entonces me hizo el efecto de un puñetazo. No quedaban ya más que tres, la cosa empezaba a ser más que in­quietante. Tenía los nervios de punta, al extre­mo de envidiar la impasibilidad de Pata-de­Cuervo. Y Alma-Teñida que reanudaba su za­rabanda ...

Decidí cerrar los ojos. No quería seguir viéndolo.

Dos «¡Oh!» me hicieron sobresaltarme de nuevo. Me ganaba la desesperación. Los tam­bores me martilleaban el cerebro. De poco me servía saber que aquella ceremonia tenía como fin inculcarnos la paciencia, el dominio de no­sotros mismos y la humildad; la encontraba de­masiado exasperante para mí.

Se desencadenó el último «¡Ohb>, semejante al trueno. Los hombros me desfallecieron. Se me quedó el cuerpo sin gota de sangre.

y el codo de Caballo-de-Otro se hundió en mis costillas.

-¡Mira, imbécil! Entreabrí los párpados ... La última flecha es­

taba allí, hincada en el suelo, ¡DELANTE DE Mí! Pata-de-Cuervo continuaba tan derecho

64

, como un mástil de tipi. Mi padre trituraba ner­viosamente su collar de dientes de alce. Y yo, por mi parte, nadaba en una dulce beatitud.

No tardaron mucho en espabilarme los tam­bores y los cantos. Las mujeres lanzaron tré­molos 6 y los silbatos de hueso desgarraron la noche. Me levanté, arranqué la flecha del sue­lo y, estrechándola en la mano como un precia­do tesoro, me uní al grupo de los cuatro jóve­nes valientes elegidos antes que yo.

Acogiéndonos al ritmo impuesto por el gri­terío de las mujeres. remedamos el andar de los cazadores, cuando avanzan entre la maleza al acecho de sus presas. Dando vueltas en tor­no a la falsa manada, hacíamos como si no la viéramos. Cada uno de nosotros oteaba, espia­ba, escudriñaba como lo había visto hacer en muchas ocasiones.

De repente, Pequeño-Zorro hizo gesto de descubrir el rebaño. Imitó la risa sardónica de la hiena. A esta señal pasamos al ataque, to­mando cada uno un rumiante como blanco. Los hombres disfrazados de bisontes regruñe­ron, rascaron el suelo con furor, apuntaron los

b Gritos guturales modulados. destinados a excitar el ardor de los cazadores o de los guerreros.

65

Page 34: Camus William - El Gran Miedo

cuernos en dirección a nosotros, lo mismo que los bisontes verdaderos cuando reconocen el olor del hombre.

y se inició la caza, una combinación de ama­gos y cargas reales.

Yo fui el primero en gritar «¡Yuhoo!» 7. El bisonte que conseguí tocar con mi flecha se desplomó y permaneció inanimado. A mi alre­dedor, varios jóvenes valientes cayeron arro­llados, pero volvieron a levantarse con denue­do y reanudaron el combate. Estallaron otros «¡Yuhoo!» y cayeron otros brutos .

Cuando ca,da uno de nosotros hubo abatido dos o tres y no quedó en pie ni uno solo, volvi­mos a nuestros sitios. Nuestros padres y ami­gos nos felicitaron como si hubiéramos partici­pado en una caza de verdad.

Bueno, cuando digo «nos», me excluyo del número. Pata-de-Cuervo se había ido. Sin duda, no había querido asistir a mi éxito y pro­digarme elogios. Mi padre, perdido en sus di­vagaciones, no pensaba en dirigirme cumpli­dos. Tuve que acuciarle para volverle a la rea­lidad:

-Qué, ¿has visto, Caballo-de-Otro? ¡He

7 Grito del cazador que acaba de abatir una pieza .

66

Page 35: Camus William - El Gran Miedo

matado tres! ¿Esperabas una hazaña semejan­te por parte de tu hijo?

El resultado fue el contrario del que yo espe­raba. Hizo una mueca displicente y dijo sin mover apenas los labios:

-¡Bah! A ninguno de ellos le has tocado bajo el omóplato.

Desconcertado, exclamé: -¡Exageras! Se trataba de un simulacro y

no me exponía a los arranques de un animal heride.

-Pues procura acordarte de esto mañana -replicó mi padre-o No tengo ganas de ver el cuerpo de mi hijo pateado por un viejo macho resabiado que haya simulado la muerte.

Una vez más, tenía razón. En el ardor de la acción, había descuidado un poco mis compe­tencias.

Alma-Teñida dio la danza por terminada. Los O-gla-la y los Hunk-pa-pa se dispersaron, comentando los acontecimientos a que acaba­ban de asistir. Caballo-de-Otro aprovechó la ocasión para lanzarse a uno de sus discursos sin fin. Me recordó las reglas de la caza, los peli­gros a que me exponía y la prudencia de que debería dar prueba absoluta. Me reprochó no tener más cabeza que un chorlito y mayor cla-

68

rividencia que un topo. Cuando llegamos a nuestro tipi, quiso verificar el estado de mi arco, el de mis flechas, y halló motivo para la­mentarse de todo.

Estimé inoportuno el momento para sufrir estas censuras y le dije con franqueza:

-¿Sabes, Caballo-de-Otro, que a veces me obligas a añorar tus largas crisis de silencio? Eres tú quien me ha enseñado lo que sé, y no comprendo tu insistencia en dudar de mis ca­pacidades.

Mi padre se calmó, se quitó los mocasines y me preguntó:

-¿Cuántas nieves has visto caer ya? -¡Catorce! -proclamé, irguiéndome en

toda mi estatura. Caballo-de-Otro aceptó la cifra balanceando

la cabeza, para responder a continuación con ironía:

-¡Es MUCHO! -Lo suficiente para que no me tomes por

un niño -precisé-o ¡A fe mía que eres peor que Pata-de-Cuervo!

Mi padre abandonó su aire sarcástico y una expresión de benevolencia distendió sus ras­gos. Se desnudó y se envolvió en su manta to­talmente en cueros.

69

Page 36: Camus William - El Gran Miedo

-No va a tardar en despuntar el día -aña­dió-. Los cazadores necesitan descanso.

Me acosté yo a mi vez y puntualicé: -Créeme, Caballo-de-Otro, que no te guar­

do ningún rencor. Refunfuñas para ocultar las cosas amables que hay en ti, lo sé muy bien, ve ...

Un sonoro ronquido hizo eco a mis palabras. Mi padre no dormía, estoy seguro. No conve­nía que un hijo sacase a luz los sentimientos de su padlie. Lo mejor era hacer creer que no me había oído. En mi fuero interno, honré la deli­cadeza de Caballo-de-Otro y cerré los ojos ...

Una manada de bisontes desfiló entonces ante mis párpados. Sus mugidos hostiles pobla­ron mis sueños hasta el amanecer ...

70

Capítulo 4

La columna avanzaba en la hora temprana, el sol empezaba a mostrar sus primeros rayos. Yo cabalgaba con los cazadores, una treintena de hombres en total, alIado de Toca-las-Nubes y de Gran-Pie. Toro-Sentado no nos acompa­ñaba, un ataque de reumatismo le retenía en su tipi. Su hijo, en cambio, caminaba en com­pañía de Toro-Blanco y Trueno-de-Fuego. Pata-de-Cuervo montaba una pequeña yegua que había capturado dos nieves antes.

Los jóvenes valientes, que no tenían aún de­recho a participar en una gran cacería, nos se­guían respetando cierta distancia. Tenían la custodia de los ponis de recambio y debían ve­lar por mantenerlos bien agrupados. Detrás de ellos, las mujeres llevaban las acémilas y los travois destinados a acarrear la carne.

71

Page 37: Camus William - El Gran Miedo

Delante de nosotros, a un tiro de flecha, Ca­ballo-de-Otro, Hueso-Roto y Cálida-Niebla marchaban como batidores. El que se hubiera permitido adelantarlos habría sido derribado de su caballo. Importaba sorprender a la ma­nada y nadie debía alertarla por causa de un ardor excesivo.

El corazón me latía en el pecho más fuerte que un tambor. ¡El momento tan esperado ha­bía llegado por fin!

Hasta entonces sólo había matado yo un ter­nero aislado, hallado por casualidad. Pero esta vez iba a medirme con toda una manada y, por supuesto, tenía la intención de abatir un ma­cho grande. Esto, sin duda" pondría fin a las burlas de Pata-de-Cuervo y tal vez a los ince­santes reproches con que me abrumaba Caba­llo-de-Otro.

También mi po ni hervía de impaciencia, lo sentía bullir debajo de mí. Domado por mi pa­dre, sabía yo que no daría la espantada duran­te el ataque, y esta confianza reforzaba mi in­trepidez.

El caballo de Gran-Pie, en cambio, se puso a relinchar. El cazador se apeó de él al momento y le asestó un fustazo en la grupa. Mientras que el poni regresaba solo al poblado, Gran-

72

Pie aguardó el paso de los jóv.enes valientes y tomó otra montura. La aproximación debía efectuarse en silencio, un caballo nervioso po­día comprometer la operación.

Los batidores se detuvieron al pie de una co­lina en la que crecían algunos arbustos. Cálida­Niebla y Hueso-Roto se deslizaron calla­damente de su montura al suelo y subieron a rastras hasta la cima, donde permanecieron emboscados.

Nosotros, dejando atrás a los jóvenes valien­tes y a las mujeres, nos reunimos con Caballo­de-Otro. Éste hizo el gesto de cortarse la len­gua con los dedos y nos señaló una oropéndola posada en una rama. Este ave particular sólo vivía en la vecindad inmediata de los bisontes: les libraba de las moscas, comiéndoselas. Su presencia nos decía que la manada no estaba lejos.

A partir de este momento no se pronunció ni una palabra más. Cola-Manchada, que tenía la responsabilidad de organizar la batida, clavó su lanza en el suelo. A esta señal, descendimos to­dos de los caballos y cada cual procedió a despo­jarse de la ropa. Era importante tener plena li­bertad de movimientos durante la caza, y yo sólo conservé el taparrabo y los mocasines.

73

Page 38: Camus William - El Gran Miedo

Mi padre, ya desnudo, se acercó a mí, reco­gió mi arco y me lo tendió, animado el sem­blante por una sonrisa de oreja a orej1. Yo abrí la boca para darle las gracias, pero él se apresuró a ponerme el pulgar sobre los labios y me mostró la oropéndola con su mano libre. Con los ojos hice seña de que había compren­dido. Caballo-de-Otro retiró su pulgar, dio media vuelta y fue a montar en su poni.

Entonces sentí una mirada posada en la nuca. Me volví. Caballo-Loco clavaba su mira­da en la mía. Su aire cargado de malicia me desconcertó.

Reunimos todas nuestras cosas en un mon­tón y volvimos a nuestras monturas. Caballo­de-Otro se puso de nuevo al frente de la co­lumna y nos hizo dar un largo rodeo para si­tuarnos con respecto al viento.

Varios cazadores sostenían un fusil entre los brazos. Caballo-Loco iba armado con un arco. Poseía un fusil, ¡claro! Pero sólo se servía de él para tirar sobre los Rostros-Pálidos. Camino­Grande empuñaba su lanza mágica, la que cla­vaba delante de su tipi para que fuese la admi­ración de todos.

Caballo-de-Otro se detuvo, volvió sobre sus pasos y se incorporó a nuestro grupo. Incum-

74

bía ahora a Cola-Manchada tomar el relevo y organizar la caza. Por medio de gestos, éste nos hizo entonces desplegarnos en una línea en forma de media luna, frente a la colina. Luego apuntó con el brazo hacia la cresta, trepamos por la pendiente hasta la cima ...

¡Y los vi! La otra pendiente descendía en suave decli­

ve, y allí, en mitad de una inmensa llanura, ¡pacía la manada de bisontes!

Sin la menor vacilación, continuamos nues­tra marcha en dirección a ellos, tranquilamen­te, sin tropiezos, sin prisa, al paso regular de nuestros ponis. La táctica consistía en acercar-

75

Page 39: Camus William - El Gran Miedo

nos al rebaño, en envolverlo sin espantarlo. Nuestra línea fue curvándose y, cuando estuvi­mos lo bastante cerca, nuestras alas se cerra­ron sobre la manada. Estrechando nuestro cerco, proseguimos aún el avance hasta que nuestra formación vino a semejar la huella de­jada por el casco del caballo sobre la tierra blanda. Cercadas por tres lados, las reses sólo podían huir en una dirección, la que nosotros habíamos escogido.

Evitando todo gesto brusco, desprendí el arco de mi aljaba y tomé una flecha. La tensión era enorme, un frenesí repentino podía animar a la manada, y todos reteníamos el aliento ...

Los bisonte~ no temían a los caballos, pero nuestra presencia les inquietaba. Respiraban nuestro olor y varios machos adultos gruñeron. Como Illovidos por una misma aprensión, se pusieron en marcha todos juntos, lentamente. Nosotros seguimos el movimiento, cabalgando de concierto con ellos, flanqueándolos hasta to~arlos.

Yo iba alIado de una hembra vieja .. Volvió la cabeza para husmearme y sentí la presión de su cuerno en la pantorrilla ... mi poni no rechis­tó y yo encomié la doma de mi padre.

De pronto, Cola-Manchada gritó:

76

-¡Hoka-Hey! 1.

Inconscientemente, yo murmuré: -¡Het-chetu-Aloh! 2.

La llamada de Cola-Manchada fue repetida por todas las gargantas. Yo grité a mi vez:

-¡Hoka-Hey! y la manada, presa de pánico, 'arrancó a ga­

lope tendido. Era la avalancha salvaje en la que cada cual

no podía contar ya más que consigo mismo, en la que nuestros alaridos se mezclaban con los de los rumiantes. La manada se había lanzado y nada podía ya detenerla. No nos quedaba sino seguir su desplazamiento abatiendo el ma­yor número de reses posible.

Mi caballo no se había apartado del flanco de la hembra. Ajusté mi flecha y le apunté bajo el omóplato. Se hundió en el punto justo hasta las plumas. La hembra vaciló, le salió sangre por la nariz, salpicó sobre mis piernas y sobre el pelaje de mi poni. Pero continuó co­rriendo con la manada. Mi caballo evitó una cornada, hizo un extraño y estuve a punto de caer. Puse una segunda flecha en la cuerda de

I Grito de guerra siux, 2 Así sea,

77

Page 40: Camus William - El Gran Miedo

mi arco y disparé por segunda vez. Ésta pe­netró más profundamente que la primera y de­sapareció por completo en el vasto pecho. La hembra lanzó un prolongado mugido, dio un traspié y cayó patas arriba, por fin, entre las altas hierbas.

Loco de alegría por este triunfo, grité hasta desgañitarme:

-¡Yuhoo! ¡Yuhoo! ¡YuhooL .. A cada pieza cobrada, los cazadores no de­

bían lanzar este grito más que una vez. Pero, enloquecido de orgullo, yo no cesaba de re­petir:

-¡Yuhoo! ¡Yuhoo! ¡Yuhoo!... Cola-Manchada surgió a mi altura y voci­

feró: -¿Es que vas a exterminar la manada tú

solo? -¿Qué dices? ¡No te oigo! ~hillé a mi vez

para dominar el tumulto, y también para no reconocer abiertamente mi ligereza.

Furioso, Cola-Manchada hizo encabritarse su caballo y se escabulló por detrás del rebaño.

Gracias a los «Yuhoo» proferidos por los ca­zadores era como Cola-Manchada estimaba el número de reses abatidas. Mis gritos reitera­dos podían falsear su juicio e inducirle a inte-

78

1

rrumpir la caza demasiado pronto. Me prometí controlarme mejor y me lancé de nuevo en persecución de la manada.

Un macho corpulento me llevó hasta la ca­beza de la misma. Hueso-Roto y Cálida-Nie­bla, que se nos habían reunido, hacían todo lo que podían por modificar el rumbo de la. carre­ra de los animales. La treta consistía en hacer­les adoptar un movimiento giratorio, a fin de que los primeros se juntaran con los últimos y el conjunto no formara sino un vasto círculo vortiginoso.

¡ y se consiguió! Los bisontes galopaban ahora alrededor de

un punto central; no teníamos más que dispa­rar sobre ellos al paso y gritar:

-¡Yuhoo! Pero el poni de Hueso-Roto metió el pie en

un bache y se desplomó, precipitando a su ji­nete a tierra. Aprovechando el espacio libre dejado por el cazador, una veintena de anima­les se abalanzaron por el hueco, embistiendo en dirección a Hueso-Roto ...

Adelantando a los brutos enfurecidos, lancé yo mi montura y grité al desventurado:

-¡Pronto! ¡Monta a la grupa! Saltó detrás de mí. Mi poni acusó la carga y

79

Page 41: Camus William - El Gran Miedo

partió al galope. El caballo de Hueso-Roto pe­reció reventado bajo las pezuñas.

Cuando estuvimos a salvo, el cazador echó pie a tierra y me anunció con voz solemne:

-Te debo una vida, Colmillo-Chico, y te la devolveré.

Tuve la impresión de que se me venía el cie­lo .encima de la cabeza. Pues sabía muy bien lo que esa promesa significaba. En adelante, Hueso-Roto iba a velar por mí como un padre, hasta el pago de su deuda. Pero padre yo tenía ya uno, ¡y era más que suficiente!

Hueso-Roto no añadió una palabra más. Se dirigió a pie hacia las colinas, donde se encon­traban los jóvenes valientes que le procurarían una nueva montura. Yo le dejé ir y partí al ga­lope hacia la manada.

Ésta continuaba girando sobre sí misma, describiendo un amplio círculo y levantando una espesa nube de polvo pardusco. Los hom­bres, caracoleando en el sentido del torbellino mugiente, afinaban su tiro . Restallaban dispa­ros de fusil. Siseaban flechas. Caían animales al suelo. Brotaban los «¡Yuhoo!», dominando la inmensa barahúnda.

Divisé a Caballo-de-Otro y decidí cazar en su compañía. Llegaba a su lado cuando un bi-

80

Page 42: Camus William - El Gran Miedo

sonte atrajo mi atención. Formaba parte de las reses escapadas y volvía a unirse al grueso de los rumiantes. Era enorme y parecía querer to­mar a mi padre como blanco. Ocupado en la manada, Caballo-de-Otro no le vio llegar so­bre él. Pero su poni se percató del peligro. Se encabritó, espantado, y cayó sobre sus cuartos traseros. Mi padre se vino abajo, dejando es­capar su arco. No obstante, tuvo tiempo de percibir .al animal furioso, .rodó como una bola y se aplastó contra la hierba ... las pezuñas del bisonte le rozaron la cabeza.

Le di voces: -¡No te muevas aún, Caballo-de-Otro! Al cabo de su carrera, el animal frustrado se

dio la vuelta y, jadeando, pareció medir la cau­sa de su fracaso. Luego, distinguiendo la man­cha insólita que formaba mi padre, rascó con el pie, apuntó sus cuernos y volvió a tomarle por blanco.

Caballo-de-Otro, que no me había oído, se levantaba ya. Mi poni no dio más que un brin­co hasta él y, una vez más, grité:

-¡Rápido! ¡Monta a la grupa! Advirtiendo entonces esta segunda embesti­

da, mi padre saltó y vino a caer detrás de mi espalda. Mi montura arrancó a escape, sal-

82

vándonos de los cuernos mortíferos de la fiera.

Un poco más lejos, pudimos al fin respirar. Caballo-de-Otro se deslizó a tierra y me consi­deró detenidamente. Creí que iba a darme las gracias. Pero, en vez de ello, me preguntó se­camente:

-¿Cuántos has matado? -Uno -respondí, estupefacto ante esa fal-

ta de reconocimiento. Una mímica de conmiseración me hizo saber

lo que pensaba de ese mísero resultado . Me solivianté:

-¿Cómo querías que se me diese mejor?

83

lO I

I I 1

~I

-1 1/

Page 43: Camus William - El Gran Miedo

¡Me he pasado todo el tiempo salvando a los cazadores!

-¡No haces más que exagerar! -exclamó mi padre.

En este momento, el silbato de Cola-Man­chada emitió un son estridente. La caza había terminado. Me encogí de hombros y renuncié a disculparme.

Los hombres deshicieron su cerco y fueron a reunirse en lo alto de una loma. Liberados, los bisont,~s salieron a la desbandada, dejando so­bre el terreno sólo los cuerpos inertes.

El po ni de mi padre se había incorporado a los rumiantes y galopaba de concierto con ellos. Su instinto le llevaría quizá a nuestro po­blado, pasados unos días. O bien, apreciando su nueva libertad, continuaría viviendo entre los bisontes.

Caballo-de-Otro recuperó su arco y me invi­tó a ir junto a los cazadores. Desde el altoza­no, mi padre contempló un largo momento la manada que huía, llevándose consigo su mon­tura predilecta. Como la tristeza le hacía olvi­dar sus éxitos en la caza, atraje su mirada hacia el lugar que acabábamos de abandonar.

Las mujeres se desplegaban por el llano lan­zando trémolos de alegría. Los jóvenes valientes

84

galopaban en todos los sentidos, extasiándose en voz alta, apreciando las piezas cobradas.

Armados con su cuchillo, unos y otros deso­llaban, despedazaban los animales. Los jóve­nes estibaban los cuartos de carne sobre el lomo de los ponis. Las pieles servían para en­volver las asaduras, de las que todos éramos tan golosos.

Entonces, tras de nosotros, estallaron gritos de «¡Hoka-Hey!» De entre los cerros surgían niños montados en caballitos y bajaban a todo correr por las pendientes. No tardaron en reunirse con las mujeres y, huroneando acá y allá, consiguieron birlar pedazos de hígado crudo que engulleron con fruición.

Las mujeres los rechazaban sin convicción, zarandeándolos y riñéndolos por guardar las formas. Aquel sol deparaba una caza fructuosa y aquella era una manera de dejar participar a los niños en el entusiasmo general.

En nuestro grupo, cada cual comentaba sus victorias. Rojos de la sangre de los bisontes, o heridos en sus propias carnes, los cazadores te­nían mucho que decir sobre la lucha que aca­baban de librar ... Una sola sombra venía a em­pañar aquel gran sol. Luna-Negra nos notificó la muerte de Rayo-de-Ia-Tarde. "Su madre no

85

Page 44: Camus William - El Gran Miedo

pudo hallar su cadáver. Pisoteado por miles de pezuñas, su cuerpo se había diluido en la tierra.

Cargadás los travois y las acélimas, emprendi­mos el camino de regreso. Mi padre había encon­trado un caballo de repuesto y cabalgaba a 'mi derecha. Su mirada se detuvo en mi pierna man­chada de sangre. Titubeó y acabó por decirme:

-Veo que has combatido cuerpo a cuerpo. -Sí -repuse, sin dejar entrever mi orgu-

ll~. Era una hembra muy corpulenta. -Está bien -añadió lacónicamente. Este cumplido que no quería serlo me con­

tentó y dirigí una sonrisa furtiva a mi padre. Hueso-Roto vino a colocarse a mi derecha,

ajustó su marcha a la mía y clavó sus ojos en mí. Yo oculté mi embarazo e hice como que no

reparaba en él. Mi padre le miró y me interro­gó silenciosamente. Fingí interesarme por las orejas de mi poni y él no insistió.

Pero cuando llegamos a terreno accidenta­do, Hueso-Roto impulsó su montura hacia adelante, se ,deslizó entre las rocas desprendi­das de las laderas a fin de indicarme los mejo­res pasos, contorneó un tocón escondido entre los matorrales, indicándomelo con la mano para que lo evitase ... Más allá, fue no sé qué otra cosa ...

86

Al cabo, Caballo-de-Otro terminó por ad­vertir su tejemaneje . Inquieto, se inclinó hacia mí y me deslizó al oído:

-¿Qué te quiere? -¡Nada! --contesté, irritad~. Vela por mí. Mi padre abrió unos ojos como platos. -¿Pero por qué? -Me debe una vida --confesé entre dientes. Caballo-de-Otro meneó la cabeza, me miró

de arriba abajo como si me viera por primera vez y, poniéndose la mano ante la boca, me dijo confidencial:

-Pues si no quiere que mueras, pídele que cocine por ti.

y se alejó con una risa atronadora.

87

Page 45: Camus William - El Gran Miedo

Nuestro retorno al poblado provocó la ira de los perros. Tuvimos que ponerles bozal para que no devoraran toda la carne. Los jefes de los O-gla-la y de los Hunk-pa-pa hicieron la distribución y cada cual recibió su parte. La madre de Rayo-de-la-Tarde, que se había cor­tado ya las coletas en señal de duelo, recibió ración doble.

Luego, los jóvenes valientes fueron a buscar ramas ahorquilladas y montaron los secaderos. Las mujeres cortaron la carne en tiras delga­das, que pusieron encima. Los hombres tritu­raron los huesos para extraerles el tuétano. Todo el mundo se deslomó trabajando y la tar­de vino como una recompensa.

Caballo-de-Otro, llena la barriga a reveptar, se quedó dormido en seguida, una vez termi­nada su cena. Dominando la exaltación que to­davía me embargaba, decidí hacer otro tanto. Me deslizaba ya bajo mi piel de oso cuando un ruido extraño llegó a mis oídos a través del cuero de la tienda ... ¿Un perro comiéndose las tres lenguas de bisonte que había colgado yo en el exterior? Salí a ver ...

¡Hueso-Roto había desmontado su tipi y ve­nía a instalarlo junto al mío!

88

Capítulo 5

Transcurrió algo de tiempo, sin aportar grandes cambios. Nos hallábamos ahora en la época de la Luna-de-Engorde-de-los-Terne­ros 1 y el aire se hacía más suave.

Tras la caza de comienzos de la Bella-Esta­ción, Toca-las-Nubes nos había guiado hacia el Noroeste. Habíamos asentado nuestro campa­mento en una orilla del río Yellowstone 2, en las inmediaciones de las Little Big Horn Mountains. Los Hunk-pa-pa habían seguido nuestra pista durante cierto tiempo. Luego, tras declarar que prefería dirigirse a las Black Hills, Toro-Sentado había partido en dirección Oeste con toda su tribu.

1 Finales de mayo. 2 Estado de Montana.

89

Page 46: Camus William - El Gran Miedo

Su hijo, Pata-de-Cuervo, se había quedado con nosotros. Compartía el tipi de una joven viuda O-gla-la y yo sólo le veía muy raramen­te. Había abatido tres machos de diez nieves en la última caza, y, sin duda, se pasaba todo el tiempo refiriéndole sus proezas.

Hueso-Roto, por su parte, continuaba si­guiendo cada uno de mis movimientos, al ace­cho del instante propicio en que le fuera dado, por fin, salvarme la vida. Era demasiado orgu­lloso Hueso-Roto para deber nada a nadie y no pararía hasta saldar su deuda conmigo.

Aparte de eso, la rutina de la vida había vuelto a adueñarse de los O-gla-la. Teníamos reservas de carne seca y pasiones de largos so­les en que meditar. Las veladas alrededor del fuego, dedicadas a la reflexión y el ensueño, nos incitaban a pensar en nuestro destino. Mu­chos recordaban los dichos de Nube-Roja y sentían volver el Gran Miedo a sus almas. La obsesión de los Rostros-Pálidos dominaba de nuevo a los O-gla-la y nadie podía ya conjurar­la. ¡Ni siquiera nuestro Hechicero!

Alma-Teñida había terminado su medicina destinada a alejarla de nuestros espíritus, sí, pero el resultado no era concluyente. El reme­dio mágico consistía en una pasta espesa, con la

90

que el Hechicero nos había recomendado fric­cionarnos el pecho. Como los demás, yo lo ha­bía probado y había tenido que renunciar a ello. Su olor repulsivo impedía dormir a Caba­Uo-de-Otro y mi poni huía cuando me acer­caba.

y en esas estábamos. Para no incomodarle, nadie se atrevía a decir a Alma-Teñida que su medicina no valía para nada, y seguíamos con el temor del futuro. Aparte de Hueso­Roto, por supuesto, que sólo se interesaba por el mío.

Cierta mañana, por si algo faltaba, mi padre se levantó con un aire extraño. Parecía ausen­te, como vaciado de toda sustancia. Jamás le

91

Page 47: Camus William - El Gran Miedo

visto unos ojos tan desprovistos de expresión. Alarmado, le pregunté:

-¿Has dormido con la boca abierta? Sus pupilas extraviadas se volvieron hacia mí

sin verme; le temblaban las manos, y respon­dió con una voz sin timbre:

-No ... no creo. ¿Por qué? Suspiré, aliviado. -Por un instante he creído que se te había

escapado el alma. Caballo-de-Otro registró mis palabras ba­

lanceando la cabeza, huroneó por el tipi en busca de sus mocasines, se puso su camisa de ceremonia al revés y, tomando un palo medio carbonizado de la chimenea, se cruzó la frente con dos trazos negros.

Estos trazos significaban que mi padre se disponía a marchar al País-de-las-Sombras 3.

Cada vez más intranquilo, le insté: -Sigue mi consejo, Caballo-de-Otro. Ve a

consultar al Hechicero. Pero movió negativamente la cabeza y vino

a sentarse sobre mi piel de oso. -Aunque no pertenezco ya al mundo de los

mortales, no estoy enfermo, Colmillo-Chico

3 El reino de los muertos.

92

I :

-me dijo con dulzura-o Esta noche he tenido un sueño. Wa-kan-da 4 se me ha aparecido y me ha notificado mi nuevo destino ...

-¿Cómo es eso? -murmuré yo, todavía un poco escéptico.

-Era un pájaro grande y hermoso, un águi­la, Colmillo-Chico. De sus alas blancas y ne­gras se.escapaban rayos de luna. Sus ojos bri­llaban como el fuego del sol. Se me posó en el hombro y, al hablarme, sentí un intenso calor.

Tragué saliva. Mi padre cerró los ojos como acostumbraba

cuando quería concentrarse y prosiguió: -Declaró que no quería que siga siendo un

O-gla-la ordinario, que fundaba grandes espe­ranzas en mí. ..

Caballo-de-Otro abrió los ojos de nuevo y añadió con tono convencido:

-Creo que la elección del Gran-Espíritu no es mala. Un hombre dotado de mis cualidades no está hecho para una vida corriente.

Salí de mi estupor y observé: -¿Y eres tú el que así habla? Tú, que me

predicas constantemente la humildad. Esta reflexión disgustó a Caballo-de-Otro,

4 El Gran-Espíritu, dios supremo de los siux.

93

Page 48: Camus William - El Gran Miedo

lo vi claramente, pero añadió sin encoleri­zarse:

-Yo no hago más que seguir el camino tra­zado para mí por el Gran-Espíritu ... Ahora tengo que dejarte, Colmillo-Chico, a fin de di­rigirme a la montaña. Allí ayunaré durante tres soles, en el más perfecto aislamiento. En ese lugar es donde Wa-kan-da hará de mí otro hombre.

Maravillado por tan hermosas palabras, tor­né a inquirir: -¿ y a tu regreso qué serás? -¡ Inmortal! --espetó, irguiéndose de re-

pente. La palabra me hirió en choque frontal y me

dejó anonadado. Cuando volví en mí, Caballo-de-Otro se ha­

bía ido. ,No quería yo contrariar las decisiones del Gran-Espíritu, pero me pregunté, eso sí, qué iba a poder hacer yo con un padre inmor­tal. Se aseguraba que Caballo-Loco disfrutaba de esa cualidad mágica. Ahora bien, no había hombre más ensimismado y solitario que él. Ya como O-gla-la corriente, Caballo-de-Otro no hablaba mucho; ¿en qué iban a venir a pa­rar nuestras relaciones si me volvía provisto de esa extraordinaria particularidad?

94

Mi mirada recorrió los objetos usuales des­perdigados por el tipi y se detuvo en el hogar apagado ... Nuestra tienda me pareció, de pronto, triste y vacía ...

Salí. ¡Hueso-Roto estaba allí, junto a la en­trada, naturalmente!

-¿Has visto a Caballo-de-Otro? -le pre­gunté.

-Sí -respondió-. Ha montado en su po ni y ha tomado la dirección de las montañas. Es extraño ... Me ha parecido ...

Me impacienté: -¿ Qué has visto en él, tan extraño? Hueso-Roto se pasó la mano por la frente;

parecía realmente asombrado. -Me ha parecido que se había puesto la ca­

misa al revés y que los cascos de su caballo no tocaban el suelo.

Sentí un escalofrío. No me interesaba reve­lar el sueño de mi padre. En consecuencia, oculté mi turbación y declaré con desenvol­tura:

-¡Es el sol, Hueso-Roto! El sol, que te hace ver lo que no es.

-Tal vez tengas razón -admitió el cazador. Dado que parecía en excelente disposición,

aventuré:

95

Page 49: Camus William - El Gran Miedo

-Sabes, Hueso-Roto, sin querer herirte en tu amor propio, estoy convencido de que po­drías saldar tu deuda de otro modo que empe­ñándote en preservar mi vida. Soy de constitu­ción robusta y tengo esperanzas fundadas de no morir antes de cien nieves. Conque no que­rrás vivir pegado a mi sombra todo ese tiempo, a pesar de todo ... Si me regalaras dos buenos ponis estimaría que quedábamos en paz. Er~ no conocer a Hueso-Roto. Me dijo con

firmeza: -'No! ¡Sólo una vida vale una vida! B~eno, puesto que lo tomaba así, debía ple­

garme a la evidencia. Sutilme.nte: añad.í: -y si no me expongo a mngun pehgro du­

rante cien nieves, ¿cómo vas a saldar esa deu­da? Para que puedas salvar mi vida es preciso que me encuentre a punto de perded.a, ¿no?

El astuto personaje me guiñó un oJo: , -No tendré que esperar cien nieves, Colml­

llo-Chico. ¡Olvidas el Gran Miedo! Se ha dicho que los Guerreras-Azules van a atacar ,pronto al Pueblo-Culebra. Tú eres joven, vahente y fogoso' . no te unirás a nuestros guerreros

, (, , , 1 ? cuando las mujeres profleran sus tremo os.

Se me cayeron los brazos a lo largo del cuer­po. Así que Hueso-Roto me vigilaba en la es-

96

pera de un desenlace inexorable ... Y esta idea hizo nacer otra. Solté la carcajada en las nari­ces del cazador.

Estupefacto, inquirió él: -¿Cuál es la razón de ese regocijo, Colmi­

llo-Chico? ¿No tendrás la intención de quedar­te en tu tipi cuando ... ?

-¡No temas! -le atajé-o Combatiré con los Bravos, llegado el momento. Pero, entre tanto, tienes mucha suerte. ¿Concibes que el Gran-Espíritu se me haya aparecido en sueños y haya decidido transformarme en un ser in­mortal?

Hueso-Roto no comprendió el sentido de mis palabras. Y nada tiene de extraño ... Le dejé allí plantado y me encaminé hacia la tienda de Caballo-Loco. Ya no tenía miedo de nada. No tenía ya miedo de Caballo-Loco. Y antes de que el sol llegara a su cenit y que mi padre descendiera de las montañas, quería ver de cerca a qué se parecía un hombre in­mortal. Quería hablarle y tocarle.

No tuve tiempo de llegar a su tipi. Un jinete hizo irrupción en el campamento vociferando:

-¡Traigo la noticia! ¡Ha llegado una gran desgracia!

Detuvo delante de mí su caballo cubierto de

97

Page 50: Camus William - El Gran Miedo

espuma, me lo confió con autoridad y se preci­pitó bajo la tienda de Toca-las-Nubes. Este mensajero no era otra cosa que un Rostro-Si­niestro, un guerrero del clan de Nube-Roja.

Tendí la brida a un joven valiente y le pedí que se ocupara del animal. Montó él a sus lo­mos, me dirigió una sonrisa cómplice y lo llevó al cercado donde se encontraba ya el caballo negro de mi padre. La idea no estaba mal: la montura de un Vaga-en-to.rno-a-los-fuertes ha­ría, sin duda, buenas migas con la de un Gue­rrera-Azul.

Los O-gla-la habían oído la llamada del mensajero. Se reunieron, inquietos e indeci­sos. Algunos hombres habían echado mano de sus armas, pero muchos permanecían con los brazos caídos, en espera de más información. Las mujeres, petrificadas, estrechaban contra sí a sus hijos ... El silencio se cargaba con el peso de una interrogación muda ...

y los perros se pusieron a ladrar todos al mismo tiempo, erizado el pelo, alargado el ho­cico, los colmillos al descubierto, dispuestos a morder. El tumulto estalló como una libera­ción. La jauría salió disparada. Los ojos se vol­vieron hacia la aparición que acababa de des­cubrir ...

98

Allá abajo, por el vado del río Yellowstone, un centenar de hombres llegaban. Las salpica­duras de agua levantadas por los cascos de sus ponis nos decían su precipitación.

-¡Son los Hunk-pa-pa! -gritó el Cariacu­chillado.

-¡Sí, es Toro-Sentado! ¡Nube-Roja le acom­paña! ---clamó Águila-Moteada.

Los O-gla-la se tranquilizaron, sin mostrar por ello demasiado optimismo. El Rostro-Si­niestro había hecho alusión a una «gran des­gracia», y esas dos palabras fomentaban un sentimiento de incertidumbre. Tanto más cuanto que ahora las mujeres, los niños y los viejos Hunk-pa-pa atravesaban a su vez el vado. Nosotros sabíamos que Toro-Sentado había formulado el deseo de pasar la Bella-Es­tación en las Black Hills. Y para que la tribu en pleno hubiese abandonado este paraje idílico era preciso que un acontecimiento importante la hubiese persuadido a partir.

Toca-las-Nubes salió de su tipi y saludó bre­vemente a Toro-Sentado y Nube-Roja. LOS

tres hombres intercambiaron algunas frases en voz baja. Luego, tras esta corta conversación , nuestro jefe mandó organizar un pow-wow en el acto.

99

Page 51: Camus William - El Gran Miedo

Toca-las-Nubes no había invitado a los visi­tantes a tomar algo. Esta infracción de las re­glas de la' hospitalidad nos hizo comprender que iban a ventilarse asuntos urgentes.

Los jóvenes valientes fueron a buscar leña. Las mujeres levantaron la pira . Formamos to­dos el círculo y Vaca-Blanca-que-Ve prendió fuego a las ramas. Un grato aroma a savia de pino se difundió por el aire. Algunos hombres encendieron su pipa, y unas cuantas mujeres también. Nub~-Roja mostraba un semblante enigmá­

tico en el que no se translucía ningún senti­miento. En cambio, el nerviosismo de las ma­nos de Toro-Sentado contrastaba con su apa­rente calma. Toca-las-Nubes estaba ensimis­mado y parecía reflexionar intensamente. El tic que agitaba la mejilla izquierda de Caballo­Loco revelaba que el guerrero estaba sobre as­cuas. En cuanto a Alma-Teñida, los ojos ba­jos, se contentaba con salmodiar un conjuro .. . Yo lamentaba en mi fuero interno la ausencia de Caballo-de-Otro. Su aplomo tranquilo me habría resultado saludable en un momento como ése: me sentía nervioso como un zorro cuando se acerca la tormenta.

Desechando, al cabo, la tristeza que encerra-

100

ba su mirada , Toro-Sentado se levantó , se plantó en el interior del círculo y anunció con voz potente:

-¡Los Hunk-pa-pa han venido a buscar re-

101

Page 52: Camus William - El Gran Miedo

fugio junto a sus hermanos O-gla-la! Las Black Hill.s no pertenecen ya al Pueblo-Cule­bra. Los Rostros-Pálidos las profanan, remue­ven allí la tierra y los ríos en bus~a del metal amarillo 5.

La consternación fue general y sobre la con­currencia se cernió un murmullo semejante a una larga queja ... En una contracción convul­siva, Cola-Manchada quebró el tubo de su pipa entre los dientes.

En Ja Bella-Estación que precedió a la últi­ma nieve, Cola-Manchada, acompañado por Caballo-Loco y Nube-Roja, había asistido a un pow-wow organizado por los Rostros-Pálidos. Éstos habían decidido que El-que-no-va-a-Ia­guerra-con-sus-hombres quería comprar las Montañas-Sagradas al Pueblo-Culebra. Pero los tres O-gla-Ia se habían negado a ello rotun­damente, pretextando el venerado carácter de dichas alturas. Caballo-Loco explicó entonces que el Gran-Espíritu velaba por esas montañas donde los O-gla-Ia enterraban los huesos de sus guerreros muertos. Nube-Roja había, in­cluso, precisado a Tres-Estrellas 6 que noso-

s El oro. 6 El general Crook.

102

tros llamábamos al lugar el País-de-Ias-Som­bras y que ningún extranjero debía poner allí los pies.

Entonces, hablando en nombre de El-que­no-va-a-la-guerra-con-sus-hombres, Tres-Estre­llas había afirmado que los Guerreras-Azules respetarían las Black Hills y procurarían que nadie las profanase 7.

j y he aquí que hoy, a pesar de la palabra dada, los buscadores de metal amarillo desen­terraban los huesos de los Guerreros-Mudos! 8

Toro-Sentado esperó a que volviera el silen­cio y prosiguió:

-¡Los Rostros-Pálidos no respetan nada! No contentos con haber removido las entrañas de las Montañas- Resplandecientes 9 en las tierras de Los-que-nos-Obligan-a-Bajar-la-Ca­beza, ahora van y saquean el suelo de nuestros antepasados ... ¿Y qué pueden fabricar con ese metal que ni siquiera es bueno para hacer cu­chillos? ..

Pensativo, el Hechicero de los Hunk-pa-pa

7 Eran las montañas sagradas de los siux donde reposaban sus an­tepasados.

8 Los guerreros muertos en combate. 9 Las montañas Rocosas del Colorado. Alusión a la fiebre del oro

de 1859.

103

Page 53: Camus William - El Gran Miedo

hizo una pausa, el tiempo en que una libélula se quema las alas en las llamas del fuego, y prosiguió:

-Son centenares los que huellan el País-de­las-Sombras. Los he visto. Están por todas partes. ¡Tanto que no queqa ya sitio para noso­tros! A vosotros, O-gla-la, os lo pregunto, ¿qué debemos hacer? Mi corazón se encoge y mis ojos se llenan de lágrimas. ¿Habrá aban­donado Wa-kan-da a sus hijos? Los Rostros­Pálidos saquean sin vergüenza nuestros bienes más preciados, hacen escarnio de nuestras tra­diciones. ¿Vamos a soportar la deshonra sin reaccionar?

Lbs trémolos de las mujeres se sobrepusie­ron a los sollozos contenidos en estas últimas palabras. Los hombres de los clanes guerreros acompasaron su grito:

-¡Stack! ¡Stack! ¡Stack! 10 •••

Nube-Roja vino a apostarse alIado de Toro­Sentado y levantó los brazos para reclamar si­lencio.

-Que hable, ¡él, que conoce tan bien a los Rostros-Pálidos! -clamó Pluma-de-Águila­Abundante.

10 Literalmente: matanza, destrucción.

104

Nube-Roja ignoró la injuria de la mujer y lanzó como un desafío:

-La potencia invencible de los Guerreras­Azules se extiende por todo el país. ¡Transija­mos si todavía estamos a tiempo!

Caballo-Loco se irguió con brusquedad. -Tú eras aún un O-gla-la cuando te oponías

a vender las Black Hills a Tres-Estrellas, y hoy hablas de transigir. ¿Es que tu espíritu sigue los meandros de los caprichos del viento y tu lengua va en todos los sentidos?

Los dedos de Nube-Roja se crisparon sobre el tubo de su pipa) pero se dominó y respondió con calma:

-Mi espíritu va derecho delante de mí y mi lengua traduce la realidad. Si resistimos, los Guerreras-Azules nos exterminarán sin pie­dad. Las cosas han cambiado desde nuestra reunión con Tres-Estrellas. En Fuerte Laramie he sabido que este jefe está reuniendo un gran ejército destinado a expulsarnos de nuestras tierras.

-¡Destruiremos ese ejército! -rugió Caba­llo-Loco.

Por las pupilas de Nube-Roja pasó como la sombra de un mal sueño. Sin levantar el tono de voz, añadió:

105

Page 54: Camus William - El Gran Miedo

-Tres-Estrellas llevará consigo muchos fu­siles-carretillas 11. ¿Qué tendremos nosotros para oponerles cuando escupan el fuego? ¿Puede uno frenar la embestida del bisonte con la sola fuerza de su brazo? Hablemos una vez más con los Rostros-Pálidos y alarguemos el plazo de nuestra destrucción ...

-¡Proponiéndole cambiar las Black Hills por estampas verdes 12, por ejemplo! --excla­mó irónicamente Toca-las-Nubes.

-¡No tengo nada más que decir! -zanjó Nube-Roja para poner fin a los sarcasmos que suscitaba.

y a continuación, con ánimo de demostrar que no pronunciaría una palabra más, sacó su cuchillo, se cortó un mechón de pelo y lo arro­jó al fuego.

Al volver Nube-Roja a su sitio, se adelantó Toca-las-Nubes y reasumió la idea que acaba­ba de emitir: -¿ Qué íbamos a hacer nosotros con un gran

montón de estampas verdes? Parece ser que con ellas los Hombres-Blancos obtienen todo lo que codician. A eso le llaman «comprar».

11 Los cañones. 12 Los dólares en papel moneda.

106

¿Pero de qué nos servirían a nosotros, si no tene­mos los mismos deseos? ¿Tenemos necesidad de comprar el soplo del viento?, ¿la onda que danza en la superficie del agua?, ¿la ligereza del pája­ro?, ¿el perfume de las flores o el cariño de un ser amado? ¿Puede comprar un O-gla-la lo que no puede recoger en la palma de su mano? ..

Los hombros de Toca-las-Nubes se encorva­ron imperceptiblemente. Y, enderezándose, dijo con voz segura y firme:

-Yo sé lo que voy a hacer cuando Tres-Es­trellas venga con sus fusiles-carretillas. Vestiré mi ropa de guerra y marcharé a su encuentro. Prefiero la muerte al deshonor, aunque mis huesos no hayan de descansar jamás en las Black Hills.

Un solo grito de aprobación surgió unánime de todas las gargantas. Los «¡Stack!» se con­fundieron con los trémolos.

El círculo se deshizo antes de que cesara el tumulto. Se formaron grupos, nacieron anima­das discusiones.

Sabía yo que estas conversaciones se prolon­garían hasta bien entrada la noche. Me enca­miné a mi tipi, tenía necesidad de poner orden en mis ideas ... ¿Quién estaba en posesión de la verdad, Nube-Roja o Toca-las-Nubes?

107

Page 55: Camus William - El Gran Miedo

Una mano se posó en mi hombro. Volví la cabeza. Hueso-Roto estaba radiante de alegría.

-¿No tenía yo razón, Colmillo-Chico? No tendré que aguardar cien nieves para saldar mi deuda contigo.

Esbocé un movimiento afirmativo ... Esa casi certeza resultaba bien poco tranquiliza­dora.

Me introduje en el tipi y miré el catre vacío de Caballo-de-Otro. Una concavidad en las pieles conservaba la forma de su cuerpo ... ¿ Comprendería mi padre mi estado de ánimo a su regreso de la montaña? ¿Podía un ser in­mortal compartir las aprensiones de un vulgar O-gla-la?

Esa noche, a solas en mi piel de oso, descu­brí que el Grar Miedo no había sido hasta en­tonces más que un espantajo esgrimido ante mis ojos, que yo había sido capaz de apartar con un gesto tantas veces como había querido.

Ahora, en cambio, se había incrustado en mí por completo, no sólo en mi vientre, sino tam­bién en mi sangre, en mi mente. ¡Por do­quiera!

y pasé la noche alejando de mis sueños una multitud de Genios-Malos.

108

Capítulo 6

Mi padre volvió una buena mañana, tras cuatro largos soles de ausencia. Tantas cosas habían cambiado en él que me costó bastante reconocerle. No tenía ya su aire gruñón; al contrario, una afable sonrisa relajaba sus la­bios y su fisonomía irradiaba contento. En suma, parecía todo iluminado desde el inte­rior.

Sus primeras palabras fueron: -Tengo hambre. Pero las pronunció con tono amable. Acaba­

ba yo precisamente de preparar un guiso de mi . repertorio. Le serví una escudilla y se lo comió . sin quejarse ni hacer muecas.

¡No estaba yo acostumbrado a eso, desde luego!

Después de haber fumado una pipa, Caba-

109

Page 56: Camus William - El Gran Miedo

llo-de-Otro me habló de las montañas de don­de venía, de un oso al que había sorprendido en su caverna y de la belleza del lugar .

No era lo que yo esperaba. Dije: -¿ Qué, ya está? -¿Cómo, ya está el qué? -preguntó él, in-

genuamente. -¿ Que si eres ya inmortal? -¡Eso es un hecho cierto! -aseguró Caba-

llo-de-Otro--. No puedo revelarte los detalles de esta transformación, el Gran-Espíritu quie­re que lo guarde en secreto, pero has de saber que además de la inmortalidad he adquirido el don de volar.

Di un respingo, a pesar mío. -¡Pero, cómo! ¿Volar? -Como un pájaro -precisó mi padre. Di una vuelta a su alrededor, le inspeccioné

de pies a cabeza y no pude reprimir un princi­pio de hilaridad.

-¿ y puedes volar sin alas, sin plumas? Caballo-de-Otro despachó la cuestión con

un gesto y dijo con lógica: -¡La serpiente se desplaza perfectamente

sin patas! Luego, adoptó un semblante contrito para

explicarme:

110

Page 57: Camus William - El Gran Miedo

-Sabes, Colmillo-Chico, mi nueva condi­ción me impide entregarme a ciertas faenas. Así que de aquí en adelante te dejaré cortar la leña, arreglar la casa, cocinar. ..

-¡Lo de la leña, vaya! -exclamé yo-. ¿Pero has tocado siquiera un nabo desde que estoy yo en edad de preparar las comidas? ¡Y del arreglo de la casa, no hablemos! Hasta la fecha te has limitado a sacudir tu piel de bi'­sonte las raras veces en que hemos mudado el campamento.

Mi padre eludió mi reflexión y completó su idea:

-Ahora estoy consagrado a la guerra. A nada más.

-¿ y significa eso que tendré también que cazar para dos?

-Mucho me temo que sí -confirmó Caba­llo-de-Otro-. De todas formas, yo ya no como mucho. Mi nuevo estado me dispensa en gran parte de esa necesidad natural. Soy más un alma que un cuerpo, ¿comprendes, Colmi­llo-Chico?

Yo ya no comprendía nada de todo aquello, si no es que, en adelante, tendría que hacerme cargo de nuestras dos existencias. Mi padre se había vuelto loco y yo empezaba a percatarme

112

I

1:

I .

de ello. ¿Sería VÍCtima del Gran Miedo? ¿Lo habría acusado más fuertemente que los demás sin confiar ni una palabra a nadie? .. ¿De qué habría servido que le contara los hechos aconte­cidos en su ausencia? Le abandoné a sus dulces ensueños y decidí ir a consultar al Hechicero.

Alma-Teñida estaba en su tipi. Rasqué la piel del lado de la entrada. El Hechicero me rogó que no pisara los tarros esparcidos por el suelo y me hizo sentarme a su izquierda, el si­tio de los visitantes distinguidos. Halagado por tanta solicitud, le di las gracias y le comuniqué mis temores sin más preámbulo:

-Alma-Teñida, creo que Caballo-de-Otro ha perdido la razón. A raíz de un sueño, se dirigió a la montaña para conversar allí con el Gran-Espíritu. y ha vuelto declarando que es inmortal. Eso no tiene nada de extraordinario , puesto que parece que Caballo-Loco lo es tam-bién. Pero Caballo-de-Otro afirma, además, que puede volar.

La mirada interesada del Hechicero se filtró entre sus párpados. -¿ Volar como un pájaro? -Eso pretende. Perplejo, Alma-Teñida se rascó la cabeza. -¿ y ha volado delante de ti?

113

Page 58: Camus William - El Gran Miedo

-No -repuse-o Y no tengo ninguna inten­ción de provocarle; le creo capaz de arrojarse desde lo alto de un precipicio para hacerme la demostración.

El Hechicero se formó su opinión y sus ojos chispearon de malicia. Me tendió un dedo y me pidió que lo estrechara en mi mano.

-¿Has tocado alguna vez el amor que tienes a tu padre lo mismo que tocas mi dedo?

-¡No, claro que no! Eso es imposible -res­pondí, creyendo que iba de broma.

-Y, sin embargo, ese amor existe realmen­te --{;oncluyó Alma-Teñida con seriedad.

Retiró el dedo y lo hizo oscilar bajo mi nanz.

-Negarse a admitir lo impalpable se llama «incredulidad». Desconfía de la incredulidad , Colmillo-Chico, priva a los hombres de la ilu­sión, de la que tanta necesidad tienen. Los Rostros-Pálidos son incrédulos, y por eso dan más importancia al metal amarillo que a nues­tras tradiciones. Y si el Gran-Espíritu quiere conceder poderes extraordinarios a algunos de nosotros, no es nada prudente por tu parte du­dar de ello .

Estas extrañas palabras me sumieron en gran incertidumbre.

114

I~ /' 11 ~ . ',' .. _:...,.,

-Entonces, Alma-Teñida, ¿sería posible que Caballo-de-Otro no estuviese loco y pu­diera volar? -¿ Quién sabe? -respondió el Hechicero-.

Te aconsejo paciencia, acaso tengas ocasión de comprobarlo dentro de poco.

Más inquieto y confuso que a mi llegada, me quedé sin saber qué decir . Alma-Teñida respe­tó mi recogimiento. Luego me empujó sin brusquedad fuera de su tienda.

-Déjame ahora, Colmillo-Chico -me dijo afablemente-o Tengo que mejorar mi medici­na, sabes, la que huele tan mal.

115

Page 59: Camus William - El Gran Miedo

Eché a andar, sin reparar en Hueso-Roto, pegado a !llis pasos. Un torbellino de pregun­tas me daba vueltas y vueltas en la cabeza ... ¿Estaba loco Caballo-de-Otro o era yo quien perdía el juicio? ¿Es que empezaba yo a poner en duda las posibilidades de Wa-kan-da? Tras­tornado en lo más profundo de mi ser, no acer­taba a desenredar la madeja de pensamientos que oscurecía mi razón ...

Mi padre no se había movido, estaba a pun­to de ~~rminarse la marmita de guisote. Tran­quilizado al menos respecto a lo que él llamaba sus «necesidades naturales», súbitamente rela­jado, le dije:

-Da gusto verte. Temía que te hubieras convertido en una especie de fantasma.

Adoptando un aire culpable, Caballo-de­Otro se limpió la boca con la manga y alzó los oJos.

-Es que ... he ayunado durante cuatro soles en la montaña ...

Empujé hacia él un cesto lleno de bayas secas.

-¡Come hasta que te hartes! -exclamé-o Me encanta verte devorar como el más común de los mortales.

Comió, pues, y le miré con placer. ¿Qué ne-

116

cesidad tenía de preocuparme, después de todo? Que Caballo-de-Otro pudiera volar o es­tuviera loco no cambiaba en nada las cosas. ¡Era mi padre yeso era lo que importaba!

Algún tiempo después, a comienzos de la Luna-de-las-Cerezas-Rojas 1, recibimos la visi­ta de Cuchillo-Embotado y Oso-Polar. Estos dos jefes pertenecían al pueblo de los Seres­Humanos, con el que estábamos en buena re­lación de amistad.

A la tarde, cuando nos acomodamos en tor­no al fuego para celebrar un pequeño pow­wow, Caballo-de-Otro vino a sentarse en el círculo. A fin de mostrarnos que nos hacía ob­sequio de su cuerpo pero que su espíritu se ha­llaba en otra parte, se recubrió por entero con su piel de bisonte y se mantuvo en perfecta in­movilidad. Mi padre no pensaba ahora más que en la guerra, oír hablar de trivialidades no le interesaba, y sólo la curiosidad le empujaba a unirse a nosotros.

Tras haber abordado asuntos ligeros para entrar en materia, Oso-Polar nos notificó la muerte de su tercera esposa. La había matado

1 Mediados del mes de jl\nio.

117

Page 60: Camus William - El Gran Miedo

un Guerrera-Azul, de un balazo en la cabeza, cuando re~ogía bayas para la cena. -j Los Rostros-Pálidos son unos verdaderos

salvajes! -declaró Cuchillo-Embotad 0-. No hacen ninguna diferencia entre las mujeres y los guerreros.

Oso-Polar lloró un momento, y pudimos así compartir su tristeza.

Luego, secándose los ojos con los puños, nos dijo:

-LJS Guerreras-Azules ejercen sobre nues­tros poblados una presión que con cada esta­ción se acentúa más y más. Hemos tenido que abandonar el Monte-de-la-Punta-de-Flecha 2,

un lugar abundante en caza, donde la hierba es buena para los ponis. Así que pasaremos la Bella-Estación en el río Little Big Horn 3, va­rios de nuestros Valientes quieren velar allí el sol.

A estas palabras, la manta de Caballo-de­Otro tembló y escapó de ella una especie de rugido.

Cuchillo-Embotado añadió: -Hemos pensado que a los O-gla-la les gus-

2 Lugar de Dakota del Sur, cerca del Cheyenne River. 3 Afluente del Yellowstone (Estado de Montana).

118

taría mostrarnos su valor participando en esta ceremoma ...

-¡Yo iré! -tronó la voz de mi padre bajo la piel de bisonte.

Toca-las-Nubes asestó los ojos sobre la man­ta y los volvió de nuevo sobre el Ser-Humano.

-En efecto, creo llegado el momento de demostrarnos que sabemos sufrir en nuestra carne. Sangrientos combates se perfilan en el horizonte y es importante que nos endurez­camos ...

Su mirada recorrió en redondo la asamblea a

119

Page 61: Camus William - El Gran Miedo

fin de descubrir una eventual desaprobación en ella, pero, como nadie desautorizara sus pa­labras, dijo con autoridad:

-¡Los O-gla-la velarán el sol con los Seres­Humanos!

Apenas si oí las aclamaciones; no pensaba más que en mi padre. Admirado por su valen­tía, hice votos porque alcanzara la meta que acababa de imponerse. Esa proeza era el atri­buto de los grandes guerreros. Sólo los hom­bres más valerosos podían velar el sol con éxi­to. Caballo-Loco lo había hecho, Cariacu-chi­llado, Cola-Manchada y Toca-las-Nubes tam­bién. Todos llevaban las cicatrices en el pecho.

Volvimos a nuestros tipis en medio de un concierto de trémolos. Mi padre quemó corte­za de sauce rojo y se frotó el rostro con hojas de salvia. Le dejé purificarse sin pronunciar una palabra. Me quedé dormido antes de que él se acostara.

Al día siguiente levantamos el campamento con el alba. Caballo-de-Otro fue a bañarse mientras yo desmontaba el tipi. Partimos en di­rección al Sur. Los cazadores formaron varios grupos y abandonaron las pistas. Teníamos que hacer acopio de carne en previsión de las

120

próximas festividades. Yo me uní a los hom­bres dirigidos por Gran-Pie. Caballo-de-Otro permaneció con los Perros-Guerreros de Ca­ballo-Loco, que aseguraban la protección de las mujeres y de los niños.

Desde su regreso de la montaña, mi padre consideraba la caza una actividad infamante y nada le habría hecho disparar sobre un bison­te. Creo que si hubiera avistado uno le habría vuelto la espalda con desdén.

Por fortuna, no nos hizo ninguna falta con­tar con él. Gran-Pie mató un ciervo. Yo abatí otro. Camino-Grande fulminó a un oso con ayuda de su lanza mágica y No-Quiero-Ir cap­turó una cabra montés.

Esta batida retrasó la marcha de la tribu y no llegamos al río Little Big Horn hasta el sol siguiente. El sitio escogido por los Seres­Humanos no me agradó. Esas gentes dista­ban de tener tan buen gusto como los Q.-gla­la. Hacía demasiado calor en aquel valle y el río no era más que un flaco arroyuelo. En las altur?s de los alrededores, la hierba, quema­da en parte por el sol, salpicaba el terreno de feos manchones amarillos, y por ninguna par­te distinguía yo álamos de las ciénagas para los ponis. ¡En fin, no estábamos allí por el

121

Page 62: Camus William - El Gran Miedo

paisaje, sino para admirar el coraje de nues­tros Valientes!

Los tipis de los Seres-Humanos se extendían por la orilla Este. Reconocí, por las pinturas que los adornaban, las tiendas del clan de los Arterias-Quemadas, las de los Cuerdas-de-Ca­ballos y de los Caras-con-Cicatrices.

Nosotros levantamos los nuestros a cierta distancia, no demasiado cerca del agua a causa de los mosquitos, no demasiado lejos para po­der bañarnos con facilidad.

Cuchillo-Embotado no había avisado única­mente a los O-gla-la. El sol siguiente vio llegar a los Yan-Ta-nai, los Sis-ton, los Wah-pe-kute, los Da-ko-ta y los Minne-conju. La gran fami­lia del Pueblo-Culebra se hallaba reunida casi . al completo. ¡Jamás había visto tantos tipis juntos!

Nube-Roja no estaba con nosotros. Y era lástima, pues aquella gran concentración le ha­bría convencido de nuestra fuerza.

Cuando todo el mundo quedó instalado, hubo que pensar en el árbol. Se reunieron los Hechiceros de varias tribus. Además de Toro­Sentado y Alma-Teñida, estaban Cazador-de­Torbellino, Reptante y Ojo-de-Chivo. Este último pertenecía al pueblo de los Seres-Hu-

122

1

í 1: ~,

l

l'

1

manos y tenía la reputación de hacer llover cuando quería.

Los santos varones se encaminaron hacia un bosquecillo que crecía en un recodo del río, aguas arriba. Les acompañaba un grupo del que también yo formaba parte. Buscaron allí el árbol adecuado a nuestras necesidades y lo se­ñalaron adornando su pie con una corona de flores.

Entonces llegaron las doncellas. Cada una, sin excepción, era una Mi-ti-li 4 Y traía un ha­cha. Cortaron el árbol cantando una tonada sa­cra que les haría fecundas antes de la próxima nieve. Cuando cayó, le despojaron de sus ra­mas. A continuación, los guerreros más vale­rosos tuvieron el privilegio de llevarlo hasta el lugar designado para la ceremonia. Como re­compensa por este honor, los guerreros debían ofrecer regalos a las personas indigentes de su vecindad.

La cima del árbol fue provista de largas co­rreas de cuero crudo mojado. Se plantó en­hiesto en el suelo y los Hechiceros danzaron a su alrededor para excusarse por haberlo cor­tado.

4 Literalmente: La-que-no-ha-conocido-nunca-var6n.

123

Page 63: Camus William - El Gran Miedo

El árbol permaneció así, derecho, durante tres soles. Y a lo largo de estos tres soles se humedecieron regularmente las correas de cuero tirando de ellas para alargarlas. La gente se relevó para danzar al son de los tambores y de las flautas de hueso. Los que querían tocar el árbol podían hacerlo, pero debían hacer también regalos a los necesitados de su tribu.

Durante todo este tiempo, aislados en una tienda-medicina reservada al efecto, los hom­bres destinados a velar el sol ayunaban e im­ploraban al Gran-Espíritu que les diese la fuer.,. za necesaria para llevar a buen término la prueba.

Entre nosotros, los O-gla-la, sólo mi padre y Toro-Blanco iban a conocer el sufrimiento. Los demás hombres lo compartirían en espíritu y su bravura se vería con ello reforzada.

Al cuarto sol, antes de aparecer los primeros arreboles del alba, Alma-Teñida fue a buscar a Caballo-de-Otro y le situó delante del árbol , de cara al oriente.

Al haber expresado su deseo el primero en el pequeño pow-wow en presencia de Cuchillo­Embotado, mi padre gozaba de esta prerro­gativa.

Ojo-de-Chivo, el Hechicero de los Seres-

124

l

Humanos, se acercó a él armado de un cuchillo de filo bien cortante. Le practicó dos incisiones bajo la piel de cada pectoral e insertó en ellas unas estaquitas de madera.

¡Mi padre no rechistó, yeso que las estacas eran del grosor de un dedo!

Una vez hecho esto, Ojo-de-Chivo tomó las dos correas sujetas al árbol, las estiró y anudó sus extremidades a las estaquitas. Mi padre, una leve sonrisa en los labios, se dejó caer ha­cia atrás, acentuando la tensión de las correas, conservando el equilibrio gracias a ellas.

Así suspendido, Caballo-de-Otro entornó los párpados y miró el sol naciente. Ahora de­bía seguir el curso del astro por el cielo y per­manecer en esa posición hasta el ocaso.

A la primera queja, al más pequeño gemido, mi padre sería desatado y conocería la ver­güenza. No la que sienten los cobardes, sino la de un hombre que ha presumido demasiado de sus fuerzas.

Los tambores marcaron el ritmo de una en­decha monótona. Hacinada alrededor del ár­bol, una multitud de hombres, de mujeres, de niños y de ancianos animaba con sus salmodias la tenacidad de Caballo-de-Otro, exhortaba su valentía y glorificaba su dolor.

125

Page 64: Camus William - El Gran Miedo

Todo estaba· montado para ayudar al que ve­laba al sol a soportar mejor la tortura. Un jo­ven valiente gritó:

-¡Sufre, Caballo-de-Otro! Después de esto, ya no tendrás nada que temer.

Mi padre le dio las gracias con una sonrisa. Caballo-Loco quiso hacerle olvidar sus tor­

mentos. Le habló de un cervatillo al que había domesticado cuando era niño. Sin apartar la mirada del sol a través de sus párpados en­tornados, Caballo-de-Otro conversó un mo­mento con el jefe de los Perros-Guerreros y pidió de beber.

Una mujer se precipitó, tendiendo un cacillo lleno de agua hacia la boca de mi padre. Todos se desvivían por prodigarle pequeñas atencio­nes, por distraerle y colmar sus deseos.

A la mitad del curso del sol, vinieron a di­vertirle grupos de danzarines .. Los Reyo-Kas ejecutaron cabriolas y se entregaron a payasa­das inéditas.

Caballo-de-Otro sonreía y parecía holgarse mucho. Nada denunciaba su cansancio, ni el más leve estremecimiento, ni el menor rictus ...

Por momentos alzaba yo los ojos y contem­plaba la marcha del disco ardiente, observando sus progresos. Y pese a la aparicencia serena

126

de mi padre, lo encontraba lentísimo. Sobre todo ahora que las correas mojadas empeza­ban a secarse, el cuero se encogía y tiraba más fuertemente de los espetones. De modo imper­ceptible, Caballo-de-Otro se empinaba sobre las puntas de los pies. No convenía que la ti­rantez arrancara sus carnes, no había llegado el momento, pues todavía no había sufrido bastante.

En realidad, el desfallecimiento de Caballo­de-Otro no se me hizo evidente hasta la tarde. Aquel sol, que no concluía nunca su avance, no estaba aún más que en los tres cuartos de su carrera cuando los ojos de mi padre se pusie­ron en blanco.

Las voces de ánimo y aliento se hicieron más apremiantes. Unos y otros se llegaron a depo­sitar presentes a sus pies, le sedujeron con las delicias de la noche de descanso que sucede­rían a las angustias de su dolor. Pero Caballo­de-Otro no reaccionaba. No tenía ya fuerzas para sonreír, para parecer indiferente. Su más­cara ausente e impenetrable no reflejaba ya ninguna emoción.

Atento el oído, los Hechiceros estaban al ace­cho de sus quejas. ¡Pero mi padre aún las rete­nía! Sumido en una semiinconsciencia, ¿acaso

127

Page 65: Camus William - El Gran Miedo

no tenía ya bastante energía para gemir? Me acerqué a él. La piel de sus pectorales,

aunque desmesuradamente estirada, no pare­cía a punto de romperse. El desgarramiento le habría liberado y habría consagrado su triunfo.

Avancé hasta tocarle y le musité al oído: -Haz un último esfuerzo, Caballo-de-Otro.

Sacúdete. Tienes que arrancar esos espetones de tu carne.

Caballo-Loco me había oído. Gritó a su vez: -¡Arranca, Caballo-de-Otro! ¡Ya has pasa­

do bastante! Mi padre volvió la cabeza hacia mí y me dijo

con voz exhausta: -No lo conseguiré ... Ayúdame, Colmillo­

Chico. -¡Sí! ¡Ayúdale, Colmillo-Chico! -gritaron

los hacinados en derredor del árbol-o ¡ Su ejemplo ha servido suficientemente a los demás!

Entonces hice lo que sólo un hijo podía ha­cer por su padre. Estreché fuertemente su cin­tura con mis brazos y me dejé colgar, gravitan­do con todo mi peso ...

El ruido de la desgarradura me produjo escalofrío. Caímos los dos, él encima de mí. Caballo-de-Otro me inundaba con su sangre.

128

'.

\

Page 66: Camus William - El Gran Miedo

Surgieron aclamaciones de la concurrencia. Caballo-Loco me levantó y me dijo:

-En la última gran cacería ganaste tu pri­mera pluma de águila. Hoy con tu acto, te has hecho hombre.

Quise responder, pero, en lugar de ello, me desvaneCÍ.

Desperté en mi tipi, confortablemente insta­lado sobre mi piel de oso. Mujer-Águila­Roja me propinaba cachetadas en las mejillas a todo meter.

-¡Ya basta, ya basta! ~lamé yo-. ¿Estás loca? ..

Y, acordándome, quise saber: -¿Dónde está Caballo-de-Otro? -En la tienda del Hechicero -me dijo la

mujer-o Pluma-de-Águila-Abundante se ocu­pa de él. No temas, sus heridas están ya cubier.! tas de pomada cicatrizante. Antes de que tengas tiempo de fumarte diez pipas, se habrá restablecido ...

Ya sabía lo principal, pero Mujer-Águila­Roja me dijo aún:

-Mañana velará el sol Toro-Blanco. Y des­pués, les tocará a los Valientes del pueblo de los Seres-Humanos. A continuación se amarra­rá al árbol a los guerreros de otras tribus. La

130

l'

fiesta durará la mitad de una luna. Entonces ya podrán venir los Guerreras-Azules. ¿Quién de nosotros va a temer aún la mordedura de las balas? Lástima que Nube-Roja no esté aquí. Ese Vaga-en-torno-a-Ios-Fuertes desconoce el sufrimiento desde hace demasiado tiempo. Es probable que se haya vuelto tan blandengue como un Hombre-Blanco ...

Mujer-Águila-Roja me entontecía con su cháchara. Yo me arrellanaba en mi piel de oso, cerraba los ojos y pensaba en mi padre ...

131

Page 67: Camus William - El Gran Miedo

Capítulo 7

Acababa de concluir la ceremonia sagrada. De los veinte Valientes que se habían impues­to la tortura, quince habían triunfado, cinco habían fracasado.

Caballo-de-Otro no deliró más de una no­che. Pluma-de-Águila-Abundante se había ocupado de él con abnegación, y, gracias a sus cuidados, al día siguiente marchaba ya mejor.

Ahora mi padre estaba totalmente restable­cido. Había amarrado su gran caballo negro delante del tipi. Cada tarde montaba y se diri­gía al campamento de los Seres-Humanos o al de los Hunk-pa-pa. Lo hacía so pretexto de visitar a Toro-Sentado y Cuchillo-Embotado. Pero, a la vista de los grandes rodeos que daba para ir a ver a sus amigos, yo creo que lo que buscaba sobre todo era hacerse admirar.

132

Por lo demás, mi padre no se quitaba ya sus atavíos de guerra y se pasaba todo el tiempo atendiendo a sus armas. Yo cortaba leña, cui­daba del tipi, preparaba las comidas y cazaba para dos. ¡Caballo-de-Otro parecía feliz!

Debíamos dispersarnos sin tardanza. Nues­tra concentración constituía un blanco dema­siado tentador para los Rostros-Pálidos. No es que diéramos mucha importancia a los argu­mentos derrotistas de Nube-Roja, pero Toca­las-Nubes recordaba que aquél había hablado de un fuerte ejército y de numerosos fusiles­carretillas. Estábamos dispuestos a morir, sí, pero no tan pronto. ¿Qué sería de nuestros dos inmortales sin amigos y sin mujeres? .. Esto me recordó que Caballo-de-Otro era viudo y que Pluma-de-Águila-Abundante también lo era. Dos lunas atrás, cuando aconsejé a mi pa­dre que tomara una esposa, me repuso que lo pensaría. Pero, ahora que no pensaba ya más que en la guerra, dudo que se aviniera a bus­carse una mujer. ¿No debía yo favorecer un encuentro puesto que me incumbía la misión de mirar por su vida material?

Tomé la decisión en tal sentido y me fui a ver a Pluma-de-Águila-Abundante.

La mujer estaba cociendo una lengua de bi-

133

Page 68: Camus William - El Gran Miedo

sonte en un vasija de barro. Su tipi estaba bien ordenado. tenía una buena reserva de leña y su cocina olía bien. ¡Pluma-de-Águila-Abundan­te era la esposa que mi padre estaba necesi­tando!

Tras haberla saludado, le declaré: -Pluma-de-Águila-Abundante, eres tan

buena que me gustaría tenérte por madre. Ella me lanzó una mirada de asombro y se

echó a reír. -Para eso sería preciso que yo fuera la mu­

jer de tu padre ... -Es lo que quería decir -afirmé yo-. Ca­

ballo-de-Otro es inmortal y parece ser que puede volar. Juzga tú misma las ventajas que presenta.

Pluma-de-Águila-Abundante se quedó des­concertada. Pero se recobró rápidamente.

-¿Es Caballo-de-Otro quien te manda a contarme esas pamplinas?

Yo evité responder a esta pregunta y puse calor en mi voz:

-Ayer mismo me hablaba todavía de ti. Se acuerda de la solicitud con que le cuidaste y no tiene más que alabanzas en los labios cuando te evoca.

Pluma-de-Águila-Abundante se pasó las ma-

134

nos gordezuelas por sus amplias caderas y me preguntó casi con timidez:

-¿No me encuentra demasiado gorda? Desde luego, era menester que contara con

la demasiado visible obesidad de Pluma-de­Águila-Abundante. Pero Caballo-de-Otro me había repetido muchas veces que no había que dar excesiva importancia a la apariencia de los seres, que las cualidades morales estaban por encima del aspecto del cuerpo ...

Aseguré con descaro: -¡Todo lo contrario! Mi padre estima que

eres la más agradable de las mujeres. Pluma-de-Águila-Abundante borró con

una sonrisa la arruga que la incredulidad había marcado en su frente y me dijo, muy jovial:

-¡Está bien! Puesto que tu padre está ena­morado de mí, dile que puede venir a tocarme la flauta de seis agujeros 1.

Encantado de la vida, incliné la cabeza, di media vuelta y me alejé. Ya sólo me quedaba convencer a Caballo-de-Otro para que fuese a tocar una tonadilla de flauta delante del tipi de

1 Instrumento utilizado por los hombres para seducir a una mujer deseada.

135

Page 69: Camus William - El Gran Miedo

Pluma-de-Águila-Abundante cuando cayera la noche. No sería precisamente lo más fáciL ..

Mi padre limpiaba su viejo fusil con un peda­zo de piel empapado en grasa de oso. Decidí no molestarle y charlar con él sobre el proyecto después de la comida de la tarde, el momento sería mucho más favorable. Y, además, eso me dejaría tiempo para reflexionar acerca de la me­jor manera de inducirle a aceptar. Sin embargo, no debía descuidar lo principal. So pretexto de poner en orden sus cosas, revolví entre sus tras­tos en busca de su flauta de hueso ...

Un incidente me impidió encontrarla. Por entre los tipis apareció un jinete del clan de los Perros-Guerreros, erguido sobre su montura, gritando:

-¡Absa-Rokee! ¡Absa-Rokee! 2 • ••

Inmediatamente se armó el tumulto. Los hombres empuñaron sus armas y las mujeres corrieron a encerrarse en las tiendas. Los pe­rros, excitados por esta súbita agitación, se pu­sieron a ladrar ferozmente.

Pero pronto nos tranquilizamos. Se presentó ante nosotros un hombre solo, montado en un po ni pequeño, manchado. Pertenecía a la tri-

2 . La tribu de los Cornejas, enemiga de los siux.

136

bu de los Cornejas, sí, pero no ostentaba nin­guna pintura de guerra y traía la mano levanta­da para mostrarnos que estaba vacía. Venía en son de paz.

Toca-las-Nubes recibió al forastero y le invi­tó a comer. Éste aceptó, echó pie en tierra. Su po ni fue a olfatear al caballo negro de mi padre y se quedó en su compañía. Tratándose de la montura de un Absa-Rokee, este repentino entendimiento me chocó sólo a medias. Corría el rumor de que los Cornejas, llegado el caso, no tenían reparos en fraternizar con los Ros­tros-Pálidos.

Hoja-Ligera, la esposa de Toca-las-Nubes, colocó una piel de bisonte en el suelo, ante la

137

Page 70: Camus William - El Gran Miedo

entrada de su tipi y se la señaló al desconocido. Éste se sentó en ella, cruzadas las piernas, y miró sin decir nada a los hombres que acudían.

La noticia de esta visita imprevista se había difundido con prontitud. Los jefes de las dife­rentes tribus llegaban uno tras otro y formaban corro alrededor del Absa-Rokee.

Hoja-Ligera le trajo una escudilla llena de guisado. El visitante comió, lamió el plato para mostrar su agradecimiento y se lo devolvió a la mujer de Toca-las-Nubes.

A fin de cumplir en todo con las convenien­cias, Toro-Sentado ofreció su pipa al forastero. Éste fumó, recorriendo con la mirada el poco atractivo decorado del valle. Luego inquirió:

-¿No habéis encontrado 'sitio mejor donde plantar vuestras tiendas? Este lugar es siniestro.

Yo compartía su opinión, pero no lo dije. Caballo-Loco se propuso acelerar las cosas;

preguntó insidiosamente: -¿Vamos a hablar con un hombre que no

tiene nombre? -Lo tengo ~ijo el Absa-Rokee-. Me lla­

mo Pequeño-Jefe y pertenezco al Pueblo-Cor­neJa ...

El Corneja vaciló un momento y luego, como a pesar suyo, prosiguió:

138

-Sin embargo, no vivo entre los míos. Soy batidor de un ejército de Guerreras-Azules. He venido a avisaros de un gran peligro y, tal vez, a evitaros lo peor.

Un largo murmullo prolongó estas palabras. Intrigado por la diligencia del batidor, Cuchi­llo-Embotado preguntó: -¿ y por qué íbamos a confiar en ti? El Absa-Rokee alzó la frente con altivez. -Guiar a los Rostros-Pálidos por las pistas

139

Page 71: Camus William - El Gran Miedo

de esta región es una cosa, y ayudarlos a exter­minar a mis hermanos es otra. ¿No somos de la misma raza?

Se hizo un silencio. Cada cual en su interior se preguntaba, intentaba sondear las razones que animaban al Corneja. Caballo-Loco, más preocupado por la presencia de los Guerreras­AzuleS en aquellos parajes, dijo, suspicaz:

-Háblanos de ese ejército al que acabas de referirte.

-Se trata del ejército más grande que jamás he visto --explicó Pequeño-Jefe-. El que lo manda se llama Tres-Estrellas. Su objetivo es aniquilar todas las tribus de esta vasta región. Los supervivientes, si los hay, serán confina­dos en una reserva.

¡Así se materializaba el Gran Miedo! ¡La muerte () la reserva! Toca-las-Nubes interrogó con voz sorda:

-¿ y tú abres la pista para este ejército? -No -dijo Pequeño-Jefe-. Soy el batidor

del regimiento que lo precede. Los Rostros­Pálidos llama a eso una «vanguardia». Esa tro­pa tiene como misión localizar vuestros pobla­dos y esperar al grueso del ejército de Tres-Es­trellas. Pero el jefe de nuestra vanguardia sue­ña con cubrirse de gloria y, ahora que os ha

140

encontrado, quiere alzarse con la victoria él solo. Atacará el próximo amanecer.

-¡Está loco! -comentó Toro-Sentado. -Sí -confirmó el Corneja-o Mocasines-

Peludos, el segundo batidor de este regimien­to, ha intentado ayudarme a disuadirle de su plan. Le hemos dicho que había más tipis a la orilla del río Little Big Horn de los que hemos visto en toda la vida, pero no nos ha hecho caso. -¿ Cuántos hombres integran ese regimien­

to? -preguntó Cuchillo-Embotado. -Aproximadamente doscientos cincuenta

-dijo Pequeño-Jefe. Caballo-de-Otro no pestañeó. Ese número

no debía de decirle gran cosa. En cambio, Ca­ballo-Loco frunció el entrecejo. Debía de pen­sar que una cantidad semejante de Guerreras­Azules bien armados no era de despreciar.

-¿Y cómo se llama el jefe de esa ... van­guardia? -preguntó Toca-las-Nubes.

-Tiene varios nombres -dijo el Corneja-o Los Seres-Humanos le llaman el Matador-de­Mujeres, los Da-ko-ta le llaman Pelo-Amari­llo, y sus propios hombres, Culo-Duro 3.

3 George Custer, comandante del 7.0 regimiento de caballería.

141

Page 72: Camus William - El Gran Miedo

Esta última apelación suscitó cierto regocijo. -¿Por qué Culo-Duro? -preguntó Toro­

Sentado riéndose. -Porque se pasa montado a caballo de la

mañana a la noche -respondió Pequeño-Jefe. -¡Pues Culo-Duro le llamaremos! -deci­

dió Toro-Sentado con tono de buen humor. En el corro, las cabezas asintieron al unísono. Mi padre, que todavía no había dicho nada,

pero a quien interesaban las primicias de una próxima batalla, inquirió:

-¿Tiene Culo-Duro muchos fusiles-carre­tillas?

-Ninguno -dijo Pequeño-Jefe-. Culo­Duro se los ha dejado a Tres-Estrellas. Esos fusiles tan grandes pesan mucho y son difíciles de arrastrar ...

-¡Pues bien, se ha equivocado desembara­zándose de ellos! -terció Caballo-Loco--. ¡Se lo haremos lamentar!

Toca-las-Nubes no se mostraba tan entusias­mado como el jefe de los Perros-Guerreros. ¿No se había referido Nube-Roja, pocas nie­ves antes, a otra arma temible?

-Al parecer, los Guerreras-Azules poseen un nuevo fusil. ..

-Es cierto -admitió el Corneja-o Pueden

142

Page 73: Camus William - El Gran Miedo

disparar varios tiros sin necesidad de recargar­los. Pero se calientan en seguida y tienen ten­dencia a encasquillarse.

-¿A eneas ... qué? -dijo Caballo-Loco, que no comprendía esa palabra.

-A atrancarse, si lo prefieres -aclaró Pe­queño-Jefe-. Como si quisieras introducir dos huesos gordos en el gaznate de un perro.

-¡Tanto mejor! -exclamó el jefe de los Pe­rros-Guerreros, que, tengo para mí, no había captado la imagen.

-¿ y cuándo llegará el ejército de Tres-Es­trellas? -preguntó Toro-Sentado mostrando sumo interés.

-No antes de dos soles -dijo el batidor-o Tenéis tiempo de huir esta noche. Así escapa­réis a Culo-Duro y a Tres-Estrellas.

Toro-Sentado sonrió imperceptiblemente. Era evidente que concebía un plan distinto.

-¿ y aseguras que Culo-Duro atacará al amanecer próximo?

Pequeño-Jefe se limitó a asentir con un mo­vimiento de la cabeza.

-En ese caso -decretó el Hechicero Hunk­pa-pa-, ¡presentaremos batalla a Culo-Duro! Partiremos después de haber aplastado a ese re­gimiento, antes de la llegada de Tres-Estrellas.

144

Las mujeres prorrumpieron en trémolos. Los hombres lanzaron «¡Hoka-Hey!» y los chi­cos imitaron el graznido del águila.

Estas incitaciones a la guerra debieron de conmover al Corneja: cuando se hizo de nuevo la calma, declaró:

-¡Yo combatiré con vosotros! Toro-Sentado se inclinó hacia él. -¿ Con qué pretexto te has llegado hasta

nosotros? -Les he mentido diciendo que iba de caza

-dijo Pequeño-Jefe. -Entonces la prudencia aconseja que vuel-

vas con Culo-Duro. Si no lo hicieras, pensaría que nos has dado la alarma. Dejémosle creer

145

Page 74: Camus William - El Gran Miedo

que goza del efecto de la sorpresa. Así, la bata­lla será más igual.

El Hechicero hizo una pausa, brillándole los ojos de astucia.

-¿Puedo hacerte una última pregunta? -¡ Puedes hacerla! -¿Eres tú quien normalemente debe con-

ducir a los Guerreras-Azules hacia nosotros? -Yo soy -repuso el batidor. -Entonces, mira bien aquella cresta. Arré-

glatelas para llevar a Culo-Duro por aquella elevación y nosotros haremos lo demás.

Pequeño-Jefe grabó en su memoria el sitio que acababa de señalarle Toro-Sentado. Se le­vantó, dio tres pasos y se volvió.

-De acuerdo, pues. ¿Debo partir? -¡De acuerdo! -ratificó Toro-Sentado-.

Mañana será un buen día para morir, pero tú vivirás para contar nuestras hazañas.

El Corneja recuperó su poni, montó en él y desapareció por donde había venido.

El corro no se deshizo. Los jefes tenían que organizar el combate del día siguiente. De su resultado dependía la suerte del Pueblo-Cule­bra, la de los Seres-Humanos y todos los demás. El Gran Miedo alcanzaba ya el paroxis­mo y lo experimentaban todos más que nunca.

146

Capítulo 8 - ,: '.'<' .

Comenzaba apenas a palidecer el cielo por ~oriente. Las mujeres avivaban los fuegos. Los niños, con los ojos llenos de sueño, empezaban a salir de los tipis, Merodeaban los perros a la busca de algún tesoro. Un viejo se desperezó y oí crujir sus huesos.

Aquel amanecer se parecía a todos los de-. más. Cada cual atendía a sus ocupaciones y ha­cía los gestos naturales. Todo estaba tranquilo. En la corraliza, los penis. no manifestaban nin­guna - impaciencia .. Abrevarían más tarde, como todas las mañanas'.

El humo de los fuegos subía derecho al cie­lo. Volaban rapaces en círculo, al acCchode algún desperdicio. Sí, el campamentopresen­taba su apariencia habitual..: Y, sin embargo, al primer resplandor del dfa, el lobo n'O había

147

Page 75: Camus William - El Gran Miedo

lanzado su aullido bronco en el collado. Al lobo no le gusta la compañía de los hombres, y había hombres en las colinas.

Caballo-de-Otro había partido hacía ya tiempo, fundiéndose en la noche como una sombra. Cuando empuñó su viejo fusil, yo me había levantado, con ademán de seguirle. Pero él me había dicho:

-Las mujeres te encesitarán si se ponen mal las cosas. Coge tu seis-tiros, Colmillo-Chico, y vela por ellas.

y ahora, con el seis-tiros en el cinto, yo:es­peraba ... esperaba no sé muy bien qué.

_Pata-de;._Cuervo chartaba,' un poco más allá con Pequeño-ZOrro-.-Me dirigí- hacia los dos jó­venes valientes. Pequeño-Zorro decía:

- ... Yo he visto caer quince nieves. Soy bas­tante mayor para morir. Si los Guerreras-Azules me matan, se hablará de mí Y seré conocido.

-Sabes perfectamente que no se habla nun­ca de los Guerreros-Mudos, eso trae mala suerte -rectificó Pata-de-Cuervo-. Envie­mos mejor a un buen número de Rostros-Páli­dos al País-de-las-Sombras ...

Singulares ideas, las que abrigaban aquellos dos. Me acerqué y pregunté a Pata-de-CuerVo, para desviar la conversación:

148

j

-¿Dónde está tu padre? Me señaló con el dedo un punto opuesto al

que Toro-Sentado indicó al Corneja la tarde anterior.

-Hablando con Wa-kan-da. Está allá arri­ba, en aquel montículo.

Comprendí que el Hechicero de los Hunk­pa-pa elevaba una plegaria al Gran-Espíritu y me figuré por qué.

Mi mirada volvió a posarse sobre la colina que Toro-Sentado había indicado al batidor. Desde la orilla opuesta del río, una pendiente suave ascendía hasta la cima. La cresta tapaba el horizonte y ocultaba lo que había detrás. Por cada lado de este vasto plano inclinado cu­bierto de hierbas amarillentas, quebradas to­rrenteras horadaban el suelo. Las lluvias de tormenta debían de hallar en ellasun lecho a la medida de su impetuosidad ... El lugar estaba desierto. ¡Demasiado desierto para mi gusto! Un Hombre .. Blanco a caballo podía bajar la pendiente,~saltar;el río y caer sobre el poblado en-nada-de tiempo.

¿Y quéljabria encontrado en este poblado? Únicamenle mujeres, niños y ancianos... ¡y, desde luego, un puñado de jóvenes valientes para defenderlos!

149

Page 76: Camus William - El Gran Miedo

No estaba yo nada tranquilo. Y Toro-Senta­do que ,oraba completamente solo, aislado en lo alto' de un cerro ...

Fue.en ese momento cuando sentí el codazo de Pata-'de-Cuervo en el costado.

-¡Mira, Colmillo-Chico! Los primeros rayos del sol alzaban una corti­

na de viva claridad detrás de la colina. Nume­rosos jinetes, perfilándose a contraluz, recu­brían la cima, se extendían por ella, ocupán­dola" por completo, formando una ' inmensa mancha azul oscuro.

'-' ¡AhHos.- tenéÍs! '- "gruñó Pequeño-Zorro. «Ya», pensé-yo. EntonceS todo sucedió con mucha rapidez.

Oí un aire de música 1. Yun clamor salvaje. La mancha azúl se deslizó por la pendiente, dere­cha sobre nosotros.

- '¡Es Culo-Duro! -exultó Pequeño-Zorro. ,Mi mano se cerró instintivamente sobre-la

culata de mi seis-tiros. Las mujeres, estupefac­tas, contemplaban la escena sin moverse. Los niños, echando mano de sendos palos, jugaron a disparar sobre los Rostros-Pálidos.

y. la ola' avanzaba: Estaba ya a medio ' cami-. ','

I La corneta tocando al ataque,

150'

Page 77: Camus William - El Gran Miedo

no de nuestras vidas. Grité a pleno pulmón: -¡Escondeos! Entonces fue el pánico. Las mujeres agarra­

ron a los niños, los estrecharon en sus brazos y corrieron a ponerse al abrigo.

La horda descendía, ganaba terreno. Estaba ya sólo a un tiro de flecha, y nada parecía ca­paz de detenerla. ¿Por qué no atacaban nues­tros hombres? ¿Nos habían abandonado?

Me avergoncé de este pensamiento, pues de pronto partieron clamorosos «¡Hoka-Hey!» desde el río. Los Perros-Guerreros de Caballo­Loco, ocultos hasta ese momento a lo largo de la orilla, salieron de los matorrales, oponiendo su cuerpo a la acometida insensata. Estos hom­bres eran numerosos y bien armados. Sonaron disparos, silbaron flechas, quebrando el ímpe­tu de los atacantes. Y cuanto más violentamen­te me latía el corazón en el pecho, más guerre-

. ros salían del lecho encajonado del río. Cayeron algunos Guerreras-Azules. La con­

fusión reinó un instante en sus filas. Luego, frente al espeso muro que el Pueblo-Culebra erigía .al borde del curso de agua,lós Rostros­Pálidos titubearon y refluyeron hacia la iz­quierdapara rodearlo.

Culo-Duro había sido muy justamente apo-

152

dado el Matador-de-Mujeres por los Seres-Hu­manos: huía de los hombres para ir a atacar a las mujeres del poblado.

Pero los Valientes de Cuchillo-Embotado saltaron de pronto del fondo de los barrancos, interceptando toda esa parte del valle.

Ante el fracaso de esta segunda tentativa, los Guerreras-Azules volvieron sobre sus pa­sos y se dirigieron hacia la derecha.

Tras un breve galope, sus monturas se en­cabritaron y dieron media vuelta. También allí el terreno acababa de cubrirse de guerreros. Los O-gla-la de Cariacuchillado, surgiendo de las anfractuosidades, gritaban:

- ¡Stack! ¡Stack! ¡Stack! ... La línea de nuestros combatientes adoptaba

la forma de la luna mordida. Los Guerreras­Azules se encontraban cercados por tres lados; sólo la cresta les ofrecía una esperanza de reti­rada.

Fue entonces cuando nuestros hombres, apostados a la orilla del río, empezaron a subir la pendiente, rechazando, poco a poco, a los Rostros-Pálidos hacia la cima.

Caballo-Loco disparaba hasta quemarse las manos, sus Perros-Guerreros soltaban flechas y más flechas. Apremiados a escapar a la tena-

153

Page 78: Camus William - El Gran Miedo

za que los amenazaba, los Guerreras~Azules se precipitaron en dirección a la cumbre.

Un último chasco les aguardaba. Antes de que los soldados de Culo-Duro la alcanzasen, la cresta se cubrió de Hunk-pa-pa, de Da-ko-ta y de Min­ne-conju. ¡Una barrera infranqueable!

¡Los Guerreras-Azules estaban cercados! Los Hombres-Blancos se pusieron a girar en

redondo, en medio de una gran confusión. Luego, al son de la música, se reagruparon, saltaron de sus caballos.

y asistimos al drama ... ¡Aquellos hombres sin entrañas abatieron salvajemente sus mon­turas de un balazo entre las orejas para hacerse con ellas parapetos!

-Pobres animales- suspiró Pata-de-Cuervo. N adie disparaba ya ni de una parte ni de

otra. Después de los gritos y las detonaciones, un pesado silencio paralizaba toda vida ... Los nuestros se concertaban. Los soldados cobra­ban aliento ...

Aquel regimiento de Guerreras-Azules, eri­zado de fusiles, representaba una fuerza consi­derable que vencer. ¡Lo más peligroso queda­ba por hacer, todavía!

Entonces me acordé de mi padre... ¿ Cón qué grupo se batía? ¿Sería Caballo-de-Otro

154

realmente inmortal? Un frío tremendo se me agarró a la nuca. ~ mis espaldas se habían congregado las

mUJeres. Sus trémolos vibraban en el aireJ

re­percutiendo por todo el valle.

De pronto, volvieron a oírse los «¡Hoka­Hey!», como el brusco estallido de un trueno , Y nuestros guerreros pasaron al ataque.

El poblado no corría ya peligro, y una fuerza me empujaba a cruzar el río. Me volví hacia Pata-de-Cuervo y decreté:

-¡Éste es un hermoso día para morir! Inclinó él la cabeza y se lanzó hacia adelante

al mismo tiempo que yo. _ Al poner pie en la otra orilla, vi que Peque­no-Zorro nos había seguido... ¡y las mujeres también!

Hueso-Roto, agazapado en un hoy ser ir-guió delante de mí. '

-¡Te esperaba, Colmillo-Chico! -Muy bien -dije yo-. Vamos, vas a tener

ocasión de saldar tu deuda. Escalaba yo la pendiente, y me volví. -Vamos, ¿no vienes? Hueso-Roto dio tras pasos, agitó los brazos

y se desplomó. Una bala perdida acababa de herirle en plena frente.

155

Page 79: Camus William - El Gran Miedo

Pata-de-Cuervo me tiró de la manga: -Sígueme, el Gran-Espíritu se ocupará de él. Aturrullado, dejé atrás los soldados caídos

en el primer choque. Todos estaban ya despo­jados de sus cabelleras. Las mujeres se arroja­ron sobre ellos, los despojaron de sus vestidu­ras y se apoderaron de sus armas, lanzando trémolos.

-¡Yo quiero matar también mi Hombre­Blanco! -me gritó Mujer-Águila-Roja.

Allá ~n lo alto , el estruendo se había vuelto ensordecedor. Nuestros jinetes galopaban al-

156

rededor de los Guerreras-Azules en un corro infernal. La densa polvareda levantada por los cascos ocultaba los rostros. Reconocí , no obstante , a Lluvia-en-la-Cara, Toca-las-Nubes y Caballo-Loco. Suspendidos al flanco de su montura , disparaban por debajo del pescuezo de los ponis para ocultarse del enemigo. Nu­bes de flechas partían de aquel círculo vertigi­noso, se remontaban en el cielo y descendían, silbando , sobre los Hombres-Blancos. Mu­chos habían muerto ya y colgaban por encima de los caballos sacrificados ... Varios de los nuestros , por desdicha , yacían en el suelo también.

y yo seguía pendiente arriba , aproximándo­me a la matanza. Una cuestión me inquietaba. Divisando a Cariacuchillado, le interpelé:

-¿Has visto a Caballo-de-Otro? Entontecido, cubierto de sangre , el guerrero

balbució: -Está .. . con Toro-Blanco, más arriba le en-

contrarás .. . Continué el ascenso. Pata-de-Cuervo no

andaba ya por allí, Pequeño-Zorro tampo­co. ¿Habrían sido alcanzados, ellos también , por alguna bala perdida sin que yo lo advir­tiese?

157

Page 80: Camus William - El Gran Miedo

Un Valiente venía hacia mí con ojos despa­voridos. Le agarré por los hombros:

-Cuchillo-Embotado, ¿sabes dónde está Caballo-de-Otro ?

Alucinado, me señaló el centro de la hogue­ra donde un hombre se aferraba al asta de una bandera azul y roja:

-¿ Ves ese Hombre-Blanco que no está ves­tido como los demás, el que lleva la chaqueta de ante con flecos? ¡Es Culo-Duro!

Dejé a Cuchillo-Embotado con su obsesión y me refugié en la mía. ¡Tenía que encontrar a mi padre!

Un acre olor a pólvora se me agarró a la gar­ganta. La nube de polvo se difuminaba . El co­rro aullador de nuestros jinetes acababa de detenerse. Los ponis , cubiertos de espuma, se retiraban. Quedaban muchos muertos sobre el terreno. ¡Demasiados muertos! Bien parapeta­dos tras sus' monturas , los Guerreras-Azules, no fallaban un tiro.

Pero nuestros hombres , a pie, rehicieron el cerco. Disimulados entre los matorrales, se arrastraron sobre el vientre, se acercaron a una distancia conveniente e hicieron llover sobre el enemigo un chaparrón de proyectiles. Cayeron algunos Rostros-Pálidos lanzando gritos inhu-

158

J

manos. Otros se desplomaron sin pronunciar palabra, con una flecha en la garganta o una bala en el cráneo.

Yo estaba cerca ahora del lugar de la heca­tombe , silbaba plomo en mis oídos, pero no me precavía. Una mano me agarró del tobillo, me tiró al suelo. Caí al lado de Trueno-de­Fuego. Me mantuvo aplastado en tierra y me dijo:

-Mira, Colmillo-Chico, no quedan más que un puñado.

Era verdad. Nuestras flechas causaban vícti­mas y los tiros de los Guerreras-Azules iban

159

Page 81: Camus William - El Gran Miedo

espaciándose. Debían de estar empezando a calentarse.y encasquillarse sus fusiles.

¡Sin embargo, Culo-Duro seguía allí aferra­do a su bandera!

Repté yo a mi vez, dejando atrás a Cálida­Niebla y a Oreja-de-Bisonte. Los dos habían entregado el alma. Corrían moscas por sus ojos abiertos. Algunas balas segaron la hierba a ras de mi cabeza. Me dejé rodar de lado, me deslicé en una torrentera y me di de narices con Caballo-de-Otro. Tenía sangre y tierra por toda la cara, sus manos estaban negras de pól­vora. Me miró, asombrado, y me preguntó con tono desabrido:

-¿ Qué haces por aquí? ¿No debías prote­ger a las mujeres y los niños?

-Las mujeres no tienen necesidad de mí -repuse-o Vengo a matar Rostros-Pálidos yo también.

Mi padre refunfuñó, se irguió hasta el borde de la excavación, se apoyó el fusil en el hom­bro y disparó ... Un Guerrera-Azul se desplo­mó detrás de su caballo.

Mientras cargaba de nuevo el arma, dije: -¿Ves aquel hombre, el de la bandera? Cu­

chillo-Embotado le conoce. Parece que es Culo-Duro.

160

En mala hora pronuncié esas palabras. Mi padre localizó el Hombre-Blanco que acababa de señalarle, dejó su fusil y esgrimió su cu­chillo.

-¡Ese hombre no vale una bala! -excla­mó--. ¡Voy a rebanarle el cuello!

Me agarré a su camisa de guerra e intenté retenerle.

-¡Eso es imposible, Caballo-de-Otro! No llegarás vivo hasta él.

Mi padre me miró despacio, con una sonrisa. -¿Cómo que es imposible? ¿Qué tengo que

temer? ¿Has olvidado que soy inmortal? -No tenemos prueba de ello -me alar­

méyo. -¡ Pues vamos a tenerla! -rugió él. Y, zafándose de mis dedos crispados, saltó

fuera del hoyo ... No alcanzó a ir más allá. Vol­vió a caer a la torrentera, fulminado, traspasa­do el pecho en el lugar del corazón.

Petrificado de horror, tomé su cabeza entre mis manos, la zarandeé como un loco y me puse a chillar:

-¡No! ¡Levántate, Caballo-de-Otro! ¡Tú no puedes morir! ¡Acuérdate, eres inmortal!

Una mano estrechó mi brazo. Dijo a mi oído una voz:

161

Page 82: Camus William - El Gran Miedo

-Déjale, Colmillo-Chico, ya no puedes ha­cer nada por él.

Era Toro-Blanco. Dos lágrimas rodaban por sus mejillas sucias. Tomó la cabeza de su ami­go de entre mis manos y la depositó en el suelo con precaución. Luego, reparando en la culata que sobresalía de mi cintura, empuñó mi seis­tiros.

-Quédate aquí, Colmillo-Chico -dejó des­lizarse entre sus labios apretados-o Voy a vengar a Caballo-de-Otro.

Entonces asistí a algo imposible . Toro-Blan­co salió del hoyo, lanzó un formidable «iStack!» Y marchó sobre el enemigo, tranqui­lamente! apuntando con su arma.

Las balas silbaban a su alrededor, despeda­zaban su tocado de plumas, agujereaban su vestimenta. Y él continuaba avanzando, avan­zando, sin apresurarse, hacia el Rostro-Pálido de la chaqueta de ante .

Su aparición tranquila creó una viva reac­ción entre nuestros guerreros. Al grito de «iHoka-Hey!» se levantaron todos a un tiempo y, galvanizados, arremetieron contra los Gue­rreras-Azules .

Esta acometida súbita desbordó a los super­vivientes. Restalla.ron aún algunos tiros, y se

162

Page 83: Camus William - El Gran Miedo

entabló un horroroso cuerpo a cuerpo. Cente­llearon los cuchillos y no tardaron en verse em­pañados por la sangre.

Paralizado de estupor, yo no acertaba a mo­verme: sólo tenía ojos para Toro-Blanco. Lle­gado ante la muralla de caballos muertos, pasó por encima de los cadáveres, abatió a quema­rropa al soldado que se le oponía y avanzó ha­cia Culo-Duro.

Éste tenía también un seis-tiros. Encañonó con él a Toro-Blanco. Su dedo apretó el gatillo varias veces ... el arma vacía sólo emitió una serie de repiqueteos. La del guerrero se estre­meció dos veces en su mano: una primera bala alcanzó a Culo-Duro en el pecho y una segun­da le destrozó la sien izquierda.

Era el último en entregar el alma. Sólo la bandera azul y roja permanecía enhiesta. Toro-Blanco se apoderó de ella y quebró el asta contra su rodilla.

Este gesto ponía fin a la batalla. Llegaron las mujeres, precedidas por sus

trémolos. Acordándose de las atrocidades co­metidas por los hombres de Culo-Duro en el río Washita, remataron a los moribundos y se pusieron a arrancarles las cabelleras. Aquellas mujeres, pertenecientes en su mayoría al Pue-

164

blo de los Seres-Humanos, vengaban la muerte de centenares de inocentes 2.

Toro-Blanco volvió hacia mí. Sangraba por todas partes y su cuerpo no era más que una sola herida. Pero, sin apiadarse, me dijo:

-Levantaremos a Caballo-de-Otro un mag­nífico túmulo funerario. Sus huesos no podrán descansar en el País-de-las-Sombras, y ya es lástima.

Asentí en silencio. Toro-Blanco añadió: -Todo ha terminado. Vamos a llevarnos a

nuestlios muertos queridos. Los buitres se ocu­parán de los Guerreras-Azules.

Incliné una vez más la cabeza y eché a andar detrás del guerrero.

Esa misma tarde, los jefes ordenaron la dis­persión. Con el próximo sol llegaría Tres-Es­trellas, descubriría los restos de su vanguardia y querría vengar a Culo-Duro. ¡Teníamos que huir una vez más!

Los Hunk-pa-pa decidieron refugiarse en las Tierras-de-la-Gran-Madre 3. Los Seres-Huma­nos prefirieron partir hacia el Sur. Muchas otras tribus no sabían qué nimbo tomar. Toca-

2 En la matanza de Washita, el 60 por 100 de los exterminados eran mujeres y niños.

3 El Canadá. La gran-madre era la reina de Inglaterra.

165

Page 84: Camus William - El Gran Miedo

las-Nubes se mostró partidario de volver al río Yellowstone. En esa región había álamos de las ciénagas para los ponis, y ninguna otra cosa les ponía tan lustroso el pelo.

Dejamos tras de nosotros a nuestros muer­tos. Aquellos que no podrían descansar ya nunca en nuestras montañas sagradas, junto a sus antepasados. Acabábamos de obtener una victoria, pero perdíamos la guerra ...

j Partíamos y nos llevábamos con nosotros el Gran Miedo!

166

/

(

\

. ,

Page 85: Camus William - El Gran Miedo