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Manuel BLANCO. Caminos en ambas direcciones. Ferrán nº 34, Diciembre del 2014. Págs. 9-23. ISSN 1135-2736 CAMINOS EN AMBAS DIRECCIONES Manuel BLANCO Un hombre sale de viaje y es otro cuando vuelve Peter Matthiessen 1 Mi primer contacto con Oriente se produjo allá por mis años de bachiller con la lectura de los libros de las colecciones "tierras lejanas" y "lejanas tierras”. Recuerdo, además, que en el internado representamos una obrita de teatro de la que sólo permanece en mi memoria un puñado de versos: ¡Oh dios benigno, paz de los mortales, multiforme Visnú. El mundo cuelga de tus cuatro manos y su rey eres tú. Más adelante recorrí los caminos de la India pisándole los talones a KIM, aunque no conseguí reflejarme en las aguas del Ganges, buscando el toro rojo y dándome de bruces con el lama Teshoo y supe que el río de mi pueblo no era sagrado. A pesar de esto le agradecí a Rudyar Kipling el descubrimiento de un universo innumerable. Después, de la mano de Foster, en Pasaje a la India, conocí otro país y otras gentes. Con Tagore, Zenobia y Juan Ramón, en Ofrenda Lírica, constaté la existencia de muchas Indias.

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Manuel BLANCO. Caminos en ambas direcciones. Ferrán nº 34, Diciembre del 2014. Págs. 9-23. ISSN 1135-2736

CAMINOS EN AMBAS DIRECCIONES

Manuel BLANCO

Un hombre sale de viaje y es otro cuando vuelve

Peter Matthiessen 1 Mi primer contacto con Oriente se produjo allá por mis años de

bachiller con la lectura de los libros de las colecciones "tierras lejanas" y "lejanas tierras”. Recuerdo, además, que en el internado representamos una obrita de teatro de la que sólo permanece en mi memoria un puñado de versos:

¡Oh dios benigno, paz de los mortales, multiforme Visnú. El mundo cuelga de tus cuatro manos y su rey eres tú.

Más adelante recorrí los caminos de la India pisándole los

talones a KIM, aunque no conseguí reflejarme en las aguas del Ganges, buscando el toro rojo y dándome de bruces con el lama Teshoo y supe que el río de mi pueblo no era sagrado. A pesar de esto le agradecí a Rudyar Kipling el descubrimiento de un universo innumerable.

Después, de la mano de Foster, en Pasaje a la India, conocí otro país y otras gentes. Con Tagore, Zenobia y Juan Ramón, en Ofrenda Lírica, constaté la existencia de muchas Indias.

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Nunca, en cualquier viaje, he intentado atiborrarme previamente de datos y programar encuentros. Siempre he intentado recorrer el camino en ambas direcciones. Andar y desandar. Explorar el anverso y el reverso.

Bien es cierto que algunos destinos van forzosamente ligados a lugares y monumentos míticos: Agra-Taj Mahal, Irán-Persépolis, etc. Sin embargo me agrada darle oportunidades al azar para que me sorprenda, me deslumbre o me agreda.

2 Pero en mis correrías por el Himalaya todo sucedió al revés. De

pronto cae un libro en tus manos y el Dolpo, Shey Gompa, Lomanthang, el lago Manasarovar, de la noche a la mañana, acaban formando parte del círculo más íntimo de tus amistades y trasmutas las ausencias en exilio, la curiosidad en urgencias. De esto ya hablaremos.

Señalé que mis primeros contactos con Oriente ocurrieron hace muchos años. Y allí se quedaron hasta que, peregrinando por el camino de Santiago, por los pagos de Puente la Reina, aún sumido en el asombro que siempre provoca Eunate, topé con una joven romera madrileña quien, a lo largo de los días, me fue regalando el oído con las aventuras y desventuras de sus recientes viajes a la península Indostánica. Corría el mes de julio. En agosto, por primera vez, tomaba tierra en Dheli e iniciaba el particular aprendizaje para extranjeros de la cotidianidad hindú: no comas de esto, no bebas de aquello, cuidado con la malaria, con el tifus... y, a pesar de todo, en seguida pagas la novatada y descubres que no se ve el mundo de la misma manera compuesto que descompuesto.

Por aquel entonces formaba parte de la normalidad que, en cualquier esquina, algún leproso extendiera su mano carcomida pidiéndote limosna; que, por las noches, niñas y niños de corta edad durmiesen sobre las aceras; que el parto callejero de una vaca estuviera en un tris de hacerte perder el viaje de vuelta.

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Regresas renegando del fortasec, no teniendo muy claro si las casi perennes descomposiciones te han afectado al cuerpo o al espíritu. Se ha producido un choque tan profundo que Agra, Jaisalmer, Jaipur, Benarés se acaban empadronando en el mundo de los sueños o en el de las pesadillas como en el caso de las piras funerarias a orillas del Ganges y en el de algún que otro cadáver flotando sobre las aguas.

Pero al año siguiente, contraviniendo las más elementales pautas de " tu" sentido común; con la memoria todavía en desazón y el desasosiego pisándote los talones otra vez la India se tropieza contigo, regresas. Vuelves. Pero esta vez al Sur.

3 Volví al sur. Más amable y, posiblemente, menos interesante

artísticamente. Madrás, Mahabalipuram, Cochín, Hassan, Bombay... Otro país.

Recuerdo que, una tarde, deambulaba por las calles de Trivandrum, capital de Kerala. Alguien me había encargado una baraja india de tarot y un ejemplar del Kamasutra. En todo ese tiempo nadie se acercó a pedirme limosna. En mi Ourense cotidiano, seguro, me hubiese tropezado con 3 ó 4 pobres mendicantes.

Lo bueno de andar por los caminos del mundo es que aquí y acullá, te trasmiten, unos y otros, anécdotas, sensaciones, sentimientos... Te hacen partícipe de múltiples experiencias. Te deletrean páginas del universo. Y un día te decides y cambias el autobús a la puerta del hotel, el desayuno a las 9 por los senderos, la mochila y la compañía de los sherpas.

Mi primer contacto con el Himalaya, la casa de las nieves, aconteció en el Ladak, el pequeño Tibet. Ruta del Zanskar.

Partimos de Dheli en un vuelo interior, que nos vimos forzados a interrumpir por el monzón a mitad de trayecto, tomando tierra en un pequeño aeropuerto de una ciudad cuyo nombre no recuerdo. A partir de ahí curvas y sustos continuados hasta que, casi al amanecer, llegamos a

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un lugar de nombre Kulu. El Kulu del mundo. Hubo quien se trabucaba llamándole Anu. De Kulu a Manali, donde la marihuana campaba a sus anchas por calles y descampados. Y finalmente, en Darchen, con caballos, porteadores, cocinero, guía nativo, iniciamos la marcha.

Enseguida me sorprendió la toponimia: Palamo, Reru, Padum... y también la desolada belleza del paisaje.

En la alta montaña, igual que en el desierto, las noches estrelladas superan en hermosura a los textos más sublimes y confirman que la música de los astros, de la que nos hablan los poetas, no es una metáfora. Si no resultara cursi podríamos afirmar que esas noches pertenecen a la misma familia que el arrobamiento, el orgasmo, el delirio...

En el Ladakh todos los caminos son angostos y los escasos cultivos se apretujan al socaire de las aldeas. Patatas, guisantes y cebada mantienen una lucha con el clima para encontrar su sazón antes de la llegada del invierno.

No se deben cruzar estas tierras sin desviarse hasta el monasterio del Phuktal, un Gompa budista literalmente excavado en la roca. El día de nuestra llegada se encontraba vacío de monjes y de mantras. Todos habían acudido a Leh, la capital, a recibir las bendiciones del Dalai Lama.

4 Por estas altitudes el que más y el que menos es víctima del mal

de altura o del insomnio. Nos preparaba el cocinero copiosas infusiones de ajo. Tashi, el caballista jefe, nos recomendaba, no sé si en serio o en broma, que chupásemos piedras. Tashi y dos hermanos menores eran los dueños de los caballos y, según nos confesaron, estaban los tres casados con la misma mujer. No fue el único caso de poliandria que conocí en el Himalaya, sin embargo no eran situaciones muy frecuentes.

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Cuando años más tarde me volví a encontrar con el mal de altura en el altiplano argentino el remedio empleado no fue el ajo ni las piedras. Mucho más efectivo el té de hojas de coca.

Recorría el Cono Sur y me pareció una buena manera de llevarlo a cabo siguiendo las huellas de las lenguas prehispánicas, y dicho y hecho.

Desde Bariloche crucé la frontera con Chile por Peulla para encontrarme con la lengua Mapuche. Tengo un límpido recuerdo del río Limay y llevo el maitén, árbol que siempre crece en la cercanía del agua, bien enraizado en mi memoria.

Desde Iguazú me acerqué a Paraguay ante el asombro de mis amistades argentinas que me repetían, una y otra vez, la misma pregunta: ¿Qué vas a hacer en Asunción? Conocí a D. Lino Sanabria Trinidad, profesor de Guaraní, quien me obsequió con un ejemplar de Platero y yo traducido a esta lengua: Platero ha che.

Finalmente arribé a Salta, Tilcara, Humahuaca... “a zaga de la huella" del quechua. En esta última población, Fortunato Ramos, "maestro normal nacional regional en actividad. Escritor, músico regional, recitador costumbrista, labrador de la tierra", virtuoso del erque, instrumento musical propio de los collas, me dedicó sus libros y me narró la historia de su alumno Veronico (sin tilde) Cruz. Llegó del altiplano a vivir con él a Humahuaca, una población aproximadamente de 1.000 habitantes, y a los dos días le dijo: "maistro me vuelvo al cerro". No soportaba tanto ruido.

Además del mapuche, el guaraní y el quechua también me percaté de la existencia del chiloé y del nivacle, y en Ushaia tuve noticias de las dos últimas mujeres yámanahablantes.

El té de coca y el mal de altura me han desviado de los senderos del Zanskar indio, pero quizás no sea casualidad, porque los paisajes desolados de una y otra cordillera y sus gentes comparten muchos rasgos comunes.

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5 Y en el Zanskar me tropecé con el Gumburanjon, el primer monte

sagrado de una serie que luego fue creciendo. Sin embargo, nunca más volví a tener noticia de su sacralidad en ninguna fuente oral o escrita. El guía Kandel me explicó que lo que le confería esa representación de las deidades era su estructura muy parecida a un gigantesco Gompa. Contrasta su humildad con otras montañas sagradas que fueron emergiendo en mis viajes. Pongamos por caso, la Montaña de Cristal en el Alto Dolpo y, por encima de todas, El Monte Kailash, en el suroeste del Tíbet. El Monte Meru para los hinduistas. El ombligo del mundo. El trono de Shiva. Kam Rimpoché para los tibetanos. Su sacralidad se remonta a más de 3.500 años de antigüedad y permanece en nuestros días para budistas, hinduistas, jainistas, taoístas y bonpos. Su parentesco con la divinidad es anterior a los lugares más señalados del universo: Roma, Jerusalén, Stonehenge... En su entorno tienen sus fuentes el Indu, el Sutlej, el Bramaputra, el Karnali... Dos lagos se arrodillan a sus pies: el Sagrado Manasarovar (Mapam Tso en lengua tibetana) y el Rakshas Tal.

En la actualidad miles de personas, cada año, peregrinan rodeando la montaña en la dirección de las agujas del reloj. Son 53 kilómetros que los bonpos transitan en dirección contraria. Algunos devotos realizan este recorrido (kora) avanzando postración a postración.

6 Llegué al Kailash por primera vez después de cruzar la meseta

tibetana a lomos de un todoterreno sorteando tormentas (todas las noches se vaciaba el cielo entre truenos y relámpagos), intuyendo un camino que jugaba constantemente al escondite, apareciendo y desapareciendo, con Tashi, el más veterano de los conductores, cavilando sobre qué lugar de las corrientes debíamos vadear.

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El camino de las nubes blancas, de Anagarika Govinda, había

atizado mi curiosidad por la Montaña Sagrada. Recuerdo que me recomendó su lectura, en una tertulia literaria, Luz Pozo Garza. Luz es una de las cumbres de la poesía gallega actual. Místicos y Magos del Tibet, de A. David-Neel, después, cautivó para siempre mi interés por aquellas tierras y aquellas gentes.

Volé de Kathmandu a Lhasa con un grupo de expedicionarios

expertos en el Himalaya. Llevaban a cuestas 10,15 y algunos hasta 20 incursiones en aquellos mundos. Hablaban del Gurla Mandata, de Song Kappa, de Padma Sambaba, del Langtang, del Kumbu, como si pertenecieran a su familia.

En el aeropuerto de Gongar, cuando tomamos tierra a más de 3.500 m., muchos pasajeros caían al suelo noqueados por el mal de altura. Lhasa, no sé si en sí misma o en la mente del viajero, conserva

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ese aire místico y esotérico que se ha ido acumulando sobre ella a través de las lecturas. La ciudad prohibida. El sueño, hasta no hace mucho, tan pocas veces cumplido de cientos de aventureros. Y te adentras en los salones del Potala con una respetuosa perplejidad. Penetras en el Jokhang, el santa santorum del budismo, casi en actitud orante. A lo largo de cientos de años ningún profano osó prosternarse en su interior.

Norbulingka era la residencia veraniega del Dalai Lama. Cuentan que, con cuatro años de edad, recién llegado de su remota aldea, al pisar por primera vez su nueva casa, dijo: "mi dentadura postiza está en aquel cajón". Y estaba, pero era la del anterior Dalai Lama. No es difícil entender lo que nos quieren demostrar.

Una vez llevadas a cabo las obligadas visitas a Sera y Drepung, partimos cruzando la inmensa meseta tibetana hacia el KAILASH. Estos monasterios llegaron a estar habitados por miles de monjes. En nuestra visita, el de Sera no alcanzaba los setecientos.

Gyantse fue el primer alto en el camino. Ciudad doblemente amurallada que guarda la famosa stupa de Khumbum.

Después Shigatse, el feudo histórico del Panchem Lama. Alexandra David-Neel, en su libro ya citado Místicos y Magos del Tibet, se explaya narrándonos la magnífica acogida que le dispensa la máxima autoridad espiritual del país de las nieves y la impresión que le producen el Tashilumpo, los templos y los palacios de los altos cargos. Cuenta que "reinaba una suntuosidad bárbara, de la que ninguna descripción puede dar idea".

Al séptimo día, por fin, la silueta, a lo lejos, del Kan Rimpoché. Un fervor repentino se encendió en el personal nativo que nos acompañaba y en un grupo, no pequeño de los nuestros: postraciones, murmullo de plegarias, llanto silencioso.

Un servidor, entre perplejo e interesado, contemplaba la escena. Se me acercó un asiduo de aquellas expediciones, gallego de Vigo por más señas, para preguntarme, no sin cierta sorna:

— ¿Qué? ¿Tú también te emocionas?

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— Todavía lo estoy pensando, y ¿tú? — Yo vengo a estos viajes para adelgazar... En tres días completamos la caminata entorno a la Montaña

Sagrada (Kora) acompañando a miles de peregrinos autóctonos fervorosos, rezadores, recogidos en sí mismos. En el punto más elevado, Dolma La, casi 6.000 metros, lugar donde se concentran la sacralidad, la devoción y el poder de los dioses, ellos oficiaban sus ritos y recubrían con mantequilla de yak la cara de las rocas.

Casi en ruinas, en los aledaños del Monte, se encuentran pequeños monasterios donde, siempre, un afamado eremita había meditado durante años: Drira Phuk, Chuku, Zutrul Phuk. En este último el santo poeta Milarepa y el mago bonpo Naro Bönchung tuvieron sus más y sus menos para mostrar, cada uno, sus poderes. Se retaron a quién podía alcanzar primero la cima del Kailash. Naro lo intentó subido a su tambor. Milarepa, a lomos de un rayo de sol, logró la victoria. El budismo derrotó a la primitiva religión de aquellas tierras. Los bonpos debieron abandonar la Montaña Sagrada.

Otra manera de llegar a este rincón del noroeste del techo del mundo, obviando Lhasa y los días mesetarios, consiste en seguir la ruta clásica, la senda trazada, paso a paso, por millares de peregrinos desde tiempos inmemoriales. En mi segundo encuentro con Kan Rimpoché éste fue el camino a seguir.

Vuelos Kathmandú-Nepalganj-Simicot y, a partir de aquí, carretera y manta, remontando el curso del río Karnali y ganando paulatinamente altura: Muchu-Yari-Sip-Sip, el paso del Nara La, son topónimos que van unidos a marchas, de vez en cuando, muy forzadas. La primera panorámica del Tibet, al amanecer, desde el citado paso (4.500 m.) roza la iluminación.

Creo recordar que fue por aquel entonces cuando prolongamos el viaje hasta Gugé, un reino en ruinas, en la misma frontera con la India, a espaldas del Ladakh, sitio por el que, en el siglo XVII, el jesuita Antonio de Andrade entró con fines evangelizadores.

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7 Tolin era el nombre del pueblo donde pernoctamos. Oferta de

alojamientos muy escasa. Compartimos masivamente habitación en la única posada disponible. Al atardecer apareció un grupo de franceses que ante la pregunta: ¿Dónde vais a dormir?, nos respondieron:

— En el hospital. En las camas libres entre los enfermos. Los aeropuertos, por llamarles de alguna manera, de montaña de

Nepal acostumbran ser bastante rudimentarios. Si exceptuamos Lukla, con pistas de cemento, pero peligrosamente breves, y algún otro lugar, la cosa suele consistir en una pista de tierra no exenta de piedras que recuerda unas roderas de carro mal trazadas. Éste es el caso de Juphal a las puertas del Dolpo. Hay quien se asusta mucho, quien cierra los ojos y quien piensa que puede suceder cualquier cosa. De hecho, a veces, desgraciadamente sucede. El Dolpo es una región del oeste de Nepal, en otro tiempo reino, como Jumla y Musthang que paisajísticamente nos puede evocar el verde de Suiza. Tierras difícilmente accesibles conservan la práctica de la religión de los bonpos y muchas costumbres de la vida tibetana.

Tiempo atrás había caído en mis manos El leopardo de las nieves, un libro del escritor norteamericano Peter Matthiessen. En la contraportada, el autor afirma: “Un hombre sale de viaje y es otro cuando vuelve". Palabra de Dios, sobre todo si con él y con el zoólogo George Schaller vas en busca de los bharal o corderos azules y alimentas la esperanza, como ellos, de encontrarte con el leopardo de las nieves. Y constatas, de primera mano, entre otras muchas cosas, que los granados silvestres crecen al borde de los caminos y que Tarakot y su entorno son tal cual él los describe. Puedes o no acompañar a Peter Matthiessen en su peregrinaje interior pero le agradeces que te vaya desmigando el tiempo y las cosas y que el deseo por llegar hasta la Montaña de Cristal se torne cada vez más vivo.

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Aldeas con cultivos de alforfón, de patata, de trigo sarraceno se repiten en un ambiente de trasparencia y de pájaros. Lujuriosas plantas de marihuana sobresalen entre los sembrados. Y llegamos a Dho Tarap, en el corazón del bajo Dolpo, rodeado de campos de cebada con cientos de yaks pastando plácidamente en sus alrededores. Es necesario ascender a los altos pasos de Numa La (5.150 m.) y Baga La (5.090 m.) para acabar con nuestro cansancio en Ringmo a las orillas del lago Phoksumdo, el lago más profundo de Nepal y el más azul turquesa del universo. El lago Phoksumdo es un lago sagrado, la Montaña de Cristal es una montaña sagrada como el Kailash, el Manasarovar y el humildísimo Gumburamjon.

Nos acompañaban en esta excursión 25 porteadores. Existen varios trayectos escalonados difíciles para los caballos. Al poco de acampar en Ringmo, en menos que canta un gallo, habían desaparecido. Pocos sitios había a donde ir y pocos donde esconderse. Embriagados con aguardiente de patata dormían todos al abrigo de una tapia.

Por aquí, por mis pagos ourensanos, en alguna capilla románica de no recuerdo dónde, alguien me contó, supongo que el hecho se repetirá en muchos lugares, qué digo, de España, del católico mundo, un rayo de sol, un día señalado, penetra por una rendija del techo y va a posarse sobre la cabeza, el corazón, el vientre u otro lugar cualquiera de una virgen o de un santo. A orillas del lago Phoksundo, un lama bonpo me contó la misma historia, solo que el destinatario del haz de luz era Buda.

8 Para continuar hasta la Montaña de Cristal es necesario transitar

por un sendero que bordea peligrosamente el lago. Además, conseguir el permiso para realizar esta travesía resulta caro.

Años más tarde regresé al Dolpo y, en esta ocasión, sí crucé el

Kan La, puerto de montaña de casi 5.000 m., y fui a dar con mi

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impaciencia a los pies de la Montaña de Cristal y al abrigo de los muros del Shey Gompa, monasterio kalyupa del que el escritor americano, en su libro, nos ofrece amplias referencias y también de su lama reencarnado a quien yo no pude conocer. El monasterio estaba desierto. Los monjes moran en Saldán y acuden a él puntualmente en fechas señaladas para oficiar sus ritos. Una cosa resulta sencilla: divisar rebaños de corderos azules en los alrededores.

Algunas cosas han cambiado desde mi primera visita a estas latitudes. La principal, la ausencia de la guerrilla. Con frecuencia te podías dar de bruces con grupos armados que te provocaban un repentino desasosiego. Nunca, sin embargo, le crearon problemas al viajero. Un NAMASTE por saludo y adiós muy buenas.

En los últimos tiempos se ha abierto una ruta nueva entre el Alto Dolpo y el Musthang. Una ruta larga y muy dura. Resulta penoso que uno ya no esté para esos trotes porque el antiguo Reino de Lo fue uno de los lugares más deseados por quien esto escribe.

Alguien, allá por los últimos ochenta, me sorprendió con un librito, edición rústica, de la editorial Juventud S. A., titulado Mustang. Reino prohibido del Himalaya. Su autor, Michel Peissel, fue el primer extranjero en conseguir un permiso lo suficientemente prolongado como para ofrecernos un extenso relato sobre paisaje, historia, costumbres de aquel territorio acurrucado entre los últimos límites de Nepal y el Tibet.

El Musthang se abrió al mundo exterior, creo recordar, en 1992. Poco tiempo después, inicialmente formamos un grupo de diez que se acabó resumiendo en dos. Con Joan, un médico de Cataluña, dermatólogo, emprendí la aventura en Jomson, Previamente habíamos atravesado el valle del Kali Gandaki en un vuelo interior entre el Anapurna y el Dhaulagiri. Día soleado, limpísimo con la nieve avecindada sobre nuestras cabezas. Sin palabras.

Y después los nombres de las aldeas: Kagbeni, Tangbe, Chusan, Chaini, Samar, Gueling, tan musicales, siempre con un acompañamiento de desolación y aire. El paisaje resulta doloridamente hermosísimo.

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Parece el reverso de la eternidad. Y de pronto te asalta una certeza: amaré estas tierras ya por siempre.

Joan no cesaba de explicar las clases de lepra (por entonces muy visible) y otras enfermedades que aparecían en rostros y miembros de pastores, caminantes y lugareños.

Con las películas me suele ocurrir, supongo que como a otra mucha gente, que, si con anterioridad he leído las obras en las que se basan, me acaban, si no decepcionando, sí desencantando. Con el Reino prohibido sucedió todo lo contrario.

Joan era un tipo singular. Nunca más lo tuve como compañero de viaje pero guardo de él un grato recuerdo. Habíamos coincidido anteriormente en la Montaña Sagrada, en Kan Rimpoché. Grupo numeroso. Mi relación con él no pasó de lo superficial. Pero sí había reparado en la beligerancia con la que defendía sus ideas más bien conservadoras. La jornada anterior a abandonar Katmandú lo sometí a un breve interrogatorio:

— ¿Qué piensas de Felipe González? — ¿Qué opinión tienes del Sr. Aznar? — Y ¿el aborto? — ¿Te parece correcta la postura de la conferencia episcopal

en asuntos que no le competen? Las respuestas fueron las esperadas pero sellamos un pacto. No

volveríamos a mencionar aquellos temas. Y dicho y hecho. No hubo una sola refriega dialéctica en todo el casi mes que compartimos camino. No mucho tiempo después alguien me comunicó la noticia: Joan había fallecido. No supe más. Ni cómo, ni dónde, ni la fecha exacta.

Pero un servidor sí ha sido fiel a su promesa. He seguido amando la capital amurallada, el Kali Gandaki, Samar, tierra bermeja en lengua tibetana. He mantenido la primitiva costumbre de pedir audiencia a Su Majestad Jigme Dorji Trandul para presentarle mis respetos. La última vez lo vi un poco achacoso. Y no he dejado de personarme en Logekar, en Tsarang, en Muktinat...

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Tan sólo dos años ha, muy cerca de Lo Manthang, sufrí una rotura de menisco. Peter Matthiessen no se equivocaba: "Un hombre sale de viaje y es otro cuando vuelve”. Seguro que también quiso decir: una mujer... Y un servidor añade: y las golondrinas y las cigüeñas, y las lampreas cuando regresan del mar de los sargazos y y y...