Camboya y Los Jemeres Rojos

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Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot Samuel Benito de la Fuente Samuel Benito de la Fuente Presente, pasado, ¿…y futuro? La verdad es que hacer o crear una imagen, siquiera una historia en un sentido narrativo, me cuesta por la complejidad y la duración de este ensayo; no sé si podría aproximarme, después de leer sobre la cuestión 1 , y todavía menos se acerca, creo yo, Gritos del Silencio. Y es que, para mí, posiblemente la visión que realiza desde la actualidad Mark Aguirre, es mucho más interesante debido a la actualidad del tema, puesto que es un tema sin cerrar similar a la Memoria Histórica en España, aunque con muchas más connotaciones políticas de actualidad y de mayor cercanía temporal con los hechos criminales: lo que ha supuesto para Camboya los jemeres rojos en una población que en sus estratos más bajos es quien lo sufre más, aunque sus problemas actuales sean más coyunturales, propios del ambiente económico de los países asiáticos con el fenómeno económico de los “tigres asiáticos”, sobrepasados los típicos como Taiwán, y con un Japón en retroceso 2 —, en pleno “éxtasis” del crecimiento —y también de la explotación del neoliberalismo. Mucho tiempo después de la actualidaddel tema de Gritos del Silencio. El caso que Kiernan nos presenta en su libro para denunciar el genocidio, haciendo una gran “crónica” de los “hechos”, que a pesar de la “oscuridad”, llega a parecer en algunos momentos una historia tan personal, de personajes desconocidos para nosotros, personas normales de un tiempo ya lejano, que hoy revive todo esto, crea el mismo efecto “novelesco” de la narrativa por el que uno empatiza y siente una realidad que ya no existe (más que en abstracto, la abstracción del pasado, es decir, de la Historia). Quizás se haya repudiado dentro de la Historia (como disciplina) a las historias (como narración) por creerse impropias para ésta, así como hacía Tucídides atacando a Heródoto; pero éstas pudieran explicar realidades que se alejan de una realidad “oficializada”, fundamentada en espacios elevados en torno al poder, y que tampoco la niegan, al menos en el relato de Kiernan sobre la Camboya de Pol Pot. 1 El trabajo de Kiernan (Kiernan, B., 2010: El Régimen de Pol Pot. Raza, poder y genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979. Prometeo. Buenos Aires, Argentina.) patrocinado por la ONU es muy exhaustivoHablar de todo sería un gusto, pero inviable quizás. 2 Ríos, Á. de los, “Nuevas perspectivas económicas en el mundo actual”, en: Martín de la Guardia, R.M. y Pérez Sánchez, G. A. (coor.), 1993: El sueño quedó lejos. Crisis y cambios en el mundo actual. Universidad de Valladolid.

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Trabajo propio presentado en Hª del Mundo Actual que trata el tema, de actualidad, de los Jemeres Rojos y los juicios recientes. La locura de un sincretismo del comunismo maoísta y del nacionalismo más racista.

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Gritos del Silencio y la Kampuchea de Pol Pot — Samuel Benito de la Fuente

Samuel Benito de la Fuente

Presente, pasado, ¿…y futuro?

La verdad es que hacer o crear una imagen, siquiera una historia —en un sentido

narrativo—, me cuesta por la complejidad y la duración de este ensayo; no sé si podría

aproximarme, después de leer sobre la cuestión1, y todavía menos se acerca, creo yo,

Gritos del Silencio. Y es que, para mí, posiblemente la visión que realiza desde la

actualidad Mark Aguirre, es mucho más interesante debido a la actualidad del tema,

puesto que es un tema sin cerrar —similar a la Memoria Histórica en España, aunque

con muchas más connotaciones políticas de actualidad y de mayor cercanía temporal

con los hechos criminales—: lo que ha supuesto para Camboya los jemeres rojos en una

población que en sus estratos más bajos es quien lo sufre más, aunque sus problemas

actuales sean más coyunturales, propios del ambiente económico de los países asiáticos

—con el fenómeno económico de los “tigres asiáticos”, sobrepasados los típicos como

Taiwán, y con un Japón en retroceso2—, en pleno “éxtasis” del crecimiento —y también

de la explotación del neoliberalismo—. Mucho tiempo después de la “actualidad” del

tema de Gritos del Silencio.

El caso que Kiernan nos presenta en su libro para denunciar el genocidio, haciendo una

gran “crónica” de los “hechos”, que a pesar de la “oscuridad”, llega a parecer en

algunos momentos una historia tan personal, de personajes desconocidos para nosotros,

personas normales de un tiempo ya lejano, que hoy revive todo esto, crea el mismo

efecto “novelesco” de la narrativa por el que uno empatiza y siente una realidad que ya

no existe (más que en abstracto, la abstracción del pasado, es decir, de la Historia).

—Quizás se haya repudiado dentro de la Historia (como disciplina) a las historias

(como narración) por creerse impropias para ésta, así como hacía Tucídides atacando a

Heródoto; pero éstas pudieran explicar realidades que se alejan de una realidad

“oficializada”, fundamentada en espacios elevados en torno al poder, y que tampoco la

niegan, al menos en el relato de Kiernan sobre la Camboya de Pol Pot.

1 El trabajo de Kiernan (Kiernan, B., 2010: El Régimen de Pol Pot. Raza, poder y genocidio en Camboya

bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979. Prometeo. Buenos Aires, Argentina.) patrocinado por

la ONU es muy exhaustivo… Hablar de todo sería un gusto, pero inviable quizás. 2 Ríos, Á. de los, “Nuevas perspectivas económicas en el mundo actual”, en: Martín de la Guardia, R.M. y

Pérez Sánchez, G. A. (coor.), 1993: El sueño quedó lejos. Crisis y cambios en el mundo actual.

Universidad de Valladolid.

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La obra de Kiernan para la ONU es tan amplia y descriptiva de la situación camboyana,

con tantos temas, que uno se empequeñece. Y luego siente desasosiego al saber que las

“miserias” —morales, éticas— han llevado a la inutilidad realmente, en la raíz del

problema —porque la justicia, verdaderamente social, no es sólo punitiva, que

también—, sin conseguir acabar con el problema subyacente que es terminar con los

restos de los verdugos o manos hacedoras de Pol Pot; la intención de condena de

Kiernan, para simple papel, decorativo, de una fallida y quizás no más que idílica ONU

—en parte por un Bush, dentro de un ambiente de verborrea del “Imperio americano”,

que la propia opinión pública se dio para sí, interesado (/s) más por el “honor” de su

país, pero sobre todo, por los intereses económicos: dos elementos indisolubles,

enlazados por la estructura político-empresarial en las relaciones internacionales

norteamericanas. Es decir, por parte de lo que se ha llamado, aun con problemas

semánticos, el neoliberalismo y, concretamente, el neoconservadurismo.

Unos juicios paródicos en los que el gobierno camboyano ha jugado una bonita partida

de ajedrez en la opinión pública, en estos tiempos, que desde los débiles, en

comparación a los actuales con las Redes Sociales o Internet, que ya fueron utilizados

potentemente en los tiempos del Watergate —de los que hablaré después—, los poderes

mediáticos —muy de actualidad— pueden usar o ser usados para una política tan de

despacho, cada vez más, como en la guerra, la cual ya no ve a quienes están por debajo

de su torre de ébano, o lo hace sino deshumanizada, propia de los supraestados o los

estados con enormes estructuras administrativas nunca antes vistas, cuyo fenómeno

quizás J. Ortega y Gasset esbozo para el arte en su famoso ensayo. Con polémicas como

las del “exmonarca”, en cuyo pasado, tremendamente oscuro, toqueteó con Pol Pot en

algún momento, y, sin lugar a dudas, tuvo una gran culpa en el proceso de degradación

en Camboya, y tienen la misma esencia que en España con la memoria histórica —

término problemático—.

Parece ser que el lavado de cara del nuevo régimen (que por muy antitético se hubiera

de considerar del de Pol Pot), con el genocidio de su propio pasado “nacional”, nos debe

de pretender hacer olvidar que pasado y presente, y por tanto el futuro, están unidos.

Parece ser que el cinismo político, tan cercano por nuestra actualidad política y

mediática, eso sí, en España, igual de semejante en eso como con un pasado

problemático, será olvidado gracias a velados juegos y/o un boom que, precisamente, a

esos hijos de las víctimas de la miseria, aún mísera para éstos, no sólo no beneficiará

sino que empobrecerá, salvo quizás sueños como el que relata Khim Deab3 a lo cuento

de la lechera esperando salir de la miseria —un bálsamo que vivimos en Occidente,

aunque últimamente en retroceso, y en miras de conseguir quizás la misma realidad—;

y, mientras, al lado de esta “historia” algún “hijo de papa” de la nueva élite —como en

la China, híbrido monstruoso del distopismo comunista orwelliano y del El Mundo Feliz

3 M. Aguirre (Aguirre, M., 2009: Camboya. El legado de los Jemeres Rojos. El Viejo Topo. España. Pp.

10-30) hace de “poeta” de las experiencias de algunos camboyanos de la Camboya pos-polpoltiana, como

el de esta trabajadora textil, dentro de ese tipo de explotación típica del actual “Tercer Mundo”, desde

Marruecos y el Magreb, a Camboya, Indochina o toda Asia.

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de nuestros días, lo cual se da de distintas formas en otras partes de Asia—, estrellando

coches de lujo, algún Ferrari, como el que estrellara algún “estrellado” futbolista de vez

en cuando en nuestro mundo occidental.

La realidad, como la del propio mundo, parece estar en una sólida “paz”4 llena de

inestabilidad y que denota un caos profundo dentro de sus más hondas raíces; unas

grandes contradicciones a niveles políticos, sociales, económicos, y hasta históricas: un

inmenso lugar como el del Tercer Mundo (Asia y África, en gran medida, aunque

también de América—en España aliviado por ser protagonistas, ¿orgullosos?, de la

conquista—), que desconocemos, y con una Historia que no suele estudiar su pasado,

eurocéntrica, y complica comprender, seguramente, la realidad de una forma profunda.

—Aunque a veces puede que pase con nuestra propia historia, debido a estudiar un

momento histórico con causas y consecuencias, sólo inminentes, y en el que no

veríamos (más allá5) a largo plazo como un territorio parapetado por ciclópeas

montañas “históricas”.

Gritos de Silencio.

Que Los Gritos del Silencio tiene un carácter de denuncia, yo creo que está más que

claro, y aún más, por lo problemático que es tratar un problema imbricado con dos

hechos traumáticos para EE.UU.: la guerra de Vietnam y por ende después Camboya (es

decir, Indochina, problema “heredado” por culpa del imperialismo francés, dado que

EE.UU. copó el espacio de superpotencia de ésta); y el caso Watergate y Nixon,

personaje que hasta Oliver Stone ha intentado quitar un poco de esa “oscuridad”, puesto

que la opinión pública tiñó de este mantra turbio, realizando documentales o ríos de

tinta sobre la “epopeya” de la anticorrupción y (como dirían los norteamericanos,

habituados por su idealización a su cultura democrática anglosajona y

posindependentista) la libertad frente a la «tiranía». —Es doloroso para ellos mismos

que permitieran, como muchas veces, cínicos, que un «tirano» tuviera culpa de muchos

de los males que, si no eran reales, serían imaginarios pero muy simbólicos de esta

«tiranía», como lo fue el trato indigno de EE.UU. a países subdesarrollados y míseros

como Camboya y Vietnam. Y también importante como crisis de un país como EE.UU.,

superpotencia enfrentada a la URSS, cuya crisis ésta última sí que no soportaría, y que

en forma de fénix agónico vive Rusia ahora, en un tiempo en el que ambas, antiguas

rivales antitéticas, de nuevo enfrentadas, andan pisando el terreno mundial con pies de

barro.

Es muy interesante el inicio de la película, cuando se nos muestra a Nixon y sus

contradicciones, como la de su informe televisivo de sus no-bombardeos a Camboya:

para muchos autores actuales y de la época, determinantes en lo que luego sucedería;

cayendo por mano de los norteamericanos, 161.000 toneladas de bombas, una cantidad

4 Creo que está bien recordar este artículo de Arturo Pérez-Reverte muy poco después de las Torres

Gemelas: http://arturoperez-reverte.blogspot.com.es/2011/01/el-siglo-xxi-empezo-en-septiembre.html. 5 Plus ultra: el lema de España cambiado por la acción de Colón, pues era Non plus ultra.

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elevadísima para “ser un error” o algo incuestionable por necesidades “tácticas” debido

a la presencia de la guerrilla vietnamita, lo que justificaría todo, como incluso luego

también hizo Bill Clinton en los 90. Nos remarca la visión occidental, lo que es

importante para este ensayo, y también nos induce a una cuestión: la culpa es

norteamericana. No me gustaría decir que esto es mentira, porque no lo es, y si es

verdad que para mí, gran parte, de forma activa con los bombardeos, o indirectamente

con sus “oscuros” vínculos con los jemeres, ellos mismos o por influencia china,

tuvieron la culpa; aun con todo ello, es faltar a la verdad. Tampoco, como luego querrá

hacernos ver la película, unos jemeres vacíos y malvados —como son todos los

«enemigos» de este Occidente “norteamericanizado”, con ese no tan desactualizado

«Eje del Mal» de J. Bush hijo, que quiso hacernos creer en su tiempo, ¡como si las cosas

fueran así de fáciles y ramplonas!— fueron los causantes directos de su propia masacre,

de su propia locura, de su neurosis diría yo. Para mí, que desde muy pronto en la vida he

pensado que uno se labra lo que tiene, aunque con el tiempo he entendido que eso no

siempre es así, y que muchas veces lo que te rodea, la coyuntura, influye mucho en

cómo eres, creo yo que en este caso se dieron el “hambre” (la miseria camboyana-

jemer) y las “ganas de comer” (las ansías y las utopías tornadas distopias de los más

radicales comunistas camboyanos, que arrasarían con los antiguos comunistas de

Camboya y que harían cualquier cosa por conseguir cumplir sus megalómanos

objetivos, hasta puntos que rozan la locura sicótica —al menos desde mi punto de

vista—).

Son unas expresiones que ya he utilizado alguna vez para hablar del periodo de

Entreguerras, concretamente con Hitler6, y es paradigmático porque es también un

“bonito” y “alocado” refrito de ideas en plena contradicción. Un Pol Pot que mintió

sobre casi todos sus aspectos de vida, como si fuera no más que un «actor» de un

«teatro» de la vida —quizás un esperpento valle-inclanesco—, criado en un ambiente

palaciego, que se formó en una Francia revolucionaria donde estuvo cerca de Ho Chi

Ming y que, como nos cuenta Kiernan, le rechazó ya que consideraba que su

federalismo indochino era no más que alguna especie de «imperialismo» vietnamita.

Combinó (y el régimen en general) elementos nacionalistas y elitistas, clasistas y

racistas, sobre todo contra los vietnamitas, pero también, contra etnias rivales, como la

china o la tailandesa, supuestamente porque eran enemigas de Camboya, o contrarias

por su etnia a la ideología de la revolución camboyana —aunque realmente diera igual,

mientras se los considerasen «enemigos» del régimen pol-potiano—, y en cambio

defendiera a otras del norte, aliadas suyos desde el inicio de la revolución; o al igual que

Mao, renunciando del marxismo-leninismo por el viraje de la URSS, pasarse primero al

Maoísmo, y finalmente a una paranoia total, en la que unía elementos de un

6 Que se puede encontrar aquí, en este enlace de internet a Google Drive:

https://drive.google.com/file/d/0B0hah8bqLLKvQnVSRG9MdkxKS0U/view?usp=sharing.

En el escrito hablaba de la cuestión no sólo israelí sino de la zona llamada como «Canaán», aunque en

este caso, el caso particular del genocidio judío, también polémico, y que también está publicado (con un

corte al final y sin notas a píe de página) en la revista universitaria de Filosofía de la UVa, «Gárgolas-

Vacas», en este mismo año (2015), con el nombre de «Israel, Canaán, Palestina, y la locura humana».

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comunalismo primitivista (cercano al anarquismo de corte agrario, que en algunos de

sus más radicales quisieron eliminar la moneda) y un triunfalismo sobre su “pureza

socialista” y los logros que iban… a conseguir mucho más que los otros «camaradas»,

viendo el internacionalismo desde una óptica ultranacionalista; y gracias a todo ello,

desconfiando de todos, «Los jemeres por sí solos están en ahora en pugna con todo el

mundo»7, tanto en el interior, como en el exterior, con su propia aliada, China, por

ejemplo… Yo lo veo como lo que nosotros llamaríamos «una sicosis», una paranoia

convertida en una sicosis generalizada, en la sique colectiva y que se extendió como un

mal. Para nosotros, debemos pensar que, Franco o, en general para los europeos, Hitler,

o Stalin en el caso soviético, fueron unos genocidas o unos asesinos despiadados, pero

casi no conocemos —y yo mismo no lo conocía—, éste del que hoy hablamos; cuando

en el segundo caso, se asemejan, Pol Pot y Hitler, en ser igual de racistas y de

implementar un sistema totalitario totalmente organicista y deshumanizado, a la vez que

creaban todo un complejo represivo y que iba a destruir a etnias de una forma

escalofriante (fueran judíos o vietnamitas, gitanos o chinos han).

Si la esperanza de los camboyanos que creían ver, como por ejemplo el personaje

camboyano que está con el grupo de periodistas en la película, el final de la guerra con

la toma de la capital, pronto se vino abajo; cuando sufrieron en sus carnes otra de las

paranoias pol-potianas, es decir, las evacuaciones. En el caso de la propia capital, fueron

contradictorias las órdenes hasta el caos más absoluto, nada bien mostrado en la

película, como también con muy pocas palabras —quizás ante el desconocimiento de la

época—, se nos cuentan estos enfrentamientos entre las dos facciones comunistas: de la

más “razonable” —o más “realista”—, cercana a Vietnam, y la pol-potiana,

acaparadora del poder. Y todo ello, para realmente construir una organización social y

productiva totalmente organicista, anacrónica, puesto que se basaba en una imagen

idílica del campo y el mundo rural camboyano, y que recrudecería la muerte, la

desesperación y miseria camboyana —casi histórica, como nos cuentan Kiernan como

Aguirre sobre las condiciones de vida—. Un aspecto que en la película sólo se ve muy

parcialmente, y de forma vana en esa “tercera parte” final, y con una escena muy

dramática con cadáveres, cuando intenta escapar el personaje antes citado, quizás

exagerada a una forma un tanto hollywoodiense; pues, lo más terrible debió de ser el

miedo que, igual que en la posguerra española, estuvo causado por el silencio y la

“culpa” y la muerte cercana que pudieran provocarles los “vencedores” con sus propios

“paseíllos” secretos y no tan secretos, entre visillos, que aumentaban el ambiente

“neurótico” y delirante para la sique colectiva, en una regla “primitiva” en la que la

guerra, en su estado más salvaje, es así de bestial, o al menos según nos parece a

nosotros, que nos creemos idealmente también, a pies puntillas, ese argumento de la

ONU en el que un ataque contra un país que ataca a otro ha de ser proporcional8. Un

efecto poético y dramático que quiere explicarnos la sensación de caos,

7 Entrevista a un testigo por Kiernan (Kiernan, B., 2010: El Régimen de Pol Pot. Raza, poder y genocidio

en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979. Prometeo. Buenos Aires, Argentina.)

sobre la «sicosis jemer». 8 También dije esto en ese artículo, citado anteriormente, contra el ataque israelí sobre Gaza.

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deshumanización y terror, pero también exagera, al menos desde mi punto de vista y

desde la historia que yo he podido documentar.

Y es que, como decía, la película es un buen botón para explicar en cierta manera la

situación de la capital o los últimos años del régimen de Lon Nol, con esa “segunda

parte” en la que llegan las tropas pol-potianas, pero que tiene en su estructura

argumental un importante error: pasamos de una primera parte en 1973, luego a otra en

los últimos compases del régimen del (también golpista) Lon Nol, apoyado por EE.UU.

y prooccidental, y después, de pronto, a los años en el que Pol Pot se ha instaurado ya

en el poder y quizás ya a punto de caer. Como digo, esta parte central de los años finales

de la Camboya de Lon Nol se nos muestra decentemente la situación previa; pero, en

cambio, cuando llegamos a la reclusión en las aldeas, no se nos habla siquiera de Pol

Pot, de las matanzas étnicas (que quizás fueran menos conocidas en época, pero no

excluye lo demás), la tensión entre los “puros”, antiguos (campesinos primigenios), y

los nuevos (la población urbana o bajo el gobierno golpista, considerada burguesa sin

más y posible enemigo encubierto —temor propio de un clasismo marxista heredado del

totalitarismo estalinista o vislumbrado levemente con Lenin—), la final confrontación

entre los comunistas moderados de corte vietnamita, que ayudarían en la invasión, etc.,

etc.

Por otro lado, estaría interesante ver la opinión pública del momento: cómo se reaccionó

con el asunto camboyano. Los americanos se escandalizaron en cierta manera, así como

en Occidente, como se nos enseña en la película cuando el periodista recibe su premio;

pero su reacción no fue la misma que con Vietnam. Los jemeres rojos intentaron aislar

al país hasta casi el final de la guerra y sólo parece que entonces dejaron entrar a algún

occidental, informando así, aun cuando intentaran no enseñar la parte “negra”; que fue

lo que debió marcar la ignorancia general, gracias a ellos, de Occidente, pero también

una “dulce” ignorancia global —puesto que había mucho idealismo con los proyectos

autóctonos, independientemente en algunos casos, aunque a veces no, en la búsqueda de

un sistema frente al capitalismo, pero que importaba poco si eran «capitalistas» o

«comunistas» mientras se llevase el feliz proyecto «descolonizador» y de

«independencia» para la «libertad de los pueblos», cuando esta libertad utopía había

conllevado al fracaso como hoy vemos, no sólo en Camboya—. En cambio, sí que hubo

en Vietnam acciones de intelectuales como las que satiriza Milán Kundera en La

Insoportable Levedad del Ser. En ella, los intelectuales franceses van a Camboya —

pues el conflicto vietnamita sería preludio del camboyano realmente— para pasar a

Vietnam a copar el protagonismo (de las cámaras, el del flash de la fotografías, y el de

los periodistas, se sobreentiende), pero las estrellas norteamericanas (expertas y más

“bonitas” ante éstas) les eclipsan a los ególatras franceses frente a unos “gringos”

estúpidos (representados por la mujer que los encabeza). Así, uno de los protagonistas,

Franz, muere en aquella «Gran Marcha» estúpida y sin sentido: la guerra y la muerte, la

realidad, parecía lejana a los intelectuales de la época, sobre todo a unos franceses algo

“metafísicos”… El Imperialismo norteamericano de Sartre no tenía su mano negra

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directamente actuando en este caso, y fueron los propios «patriotas» de los jemeres

rojos…

En cambio, en el terreno cinematográfico, podríamos comparar esta película con Los

Años que Vivimos Peligrosamente, en el caso indonesio, de mayor calidad en mi

opinión, y en la que no hay visión tan banalizada de la realidad, aunque también es

desde el punto occidental, principalmente. En ella también trabaja curiosamente un

periodista, y también hay algo que en este caso, en la película, se explicita: el fetiche de

la noticia; unas noticias para un público deseoso de conocer, pero que, al igual que

niños, como dice el protagonista enano, lo hacen como niños. En un punto de vista

nietzscheano nos sería malo; es más, el protagonista parece representar, al principio, esa

pureza, que se rompe con el paso del tiempo, y finalmente se endurece ante la tempestad

que desde el principio asomaba pero que nadie creía ver. En ella, quizás

idealísticamente, como es nuestro protagonista enano, un tanto tolstoyano, un personaje

que quiere cambiar la realidad aunque parezca imposible, se nos muestra la antítesis de

dos mundos: el Occidental (y capitalista) y el nativo del Tercer Mundo (dividido y que

desea las ventajas de ese otro mundo, del que vienen los extranjeros; considerados a

veces enemigos, aunque no sepan por qué realmente) —pero que en ambos casos son

seres “extraños” o raros, pues el protagonista posee una moral diferente a la de unos

occidentales “amorales”—.

Quizás no llega a la rudeza de películas como Katin o Roma, ciudad abierta, que he

visto y provocan mucho más; quizás, porque éstas tocaban temas muy cercanos (al

punto de vista de quienes dirigían o protagonizaban éstas) en tiempo o espacio. Ambas

películas, tanto Gritos de Silencio como Los Años que Vivimos Peligrosamente son al

final películas occidentales para un público occidental, al igual que las noticias que

publicaban ambos protagonistas; y también ambos, de alguna manera notan la “traición”

hacia un compañero que los ayuda en su tarea (en la segunda consiguiendo su muerte,

de manera dramática), de una forma que quizás debemos percibir los occidentales en un

mundo globalizado (al que nos llega información de todo el mundo, pero que no

conocemos de verdad; en los que nos palpamos su realidad; de países que no somos y

no podemos comprender).

Sobre la historia y el mundo actual.

Pero quizás sea difícil crear un relato “vivo” desde un punto de vista histórico o

colectivo, a veces no siempre lo mismo a pesar de estar interrelacionados —como pasa

con el concepto de memoria histórica—, ya no por la estructura o la narración de esta

película; nos adentraríamos en una especie de metafísica histórica, que está muy bien

pero no tiene una práctica útil como personas, seres que vivimos en nuestros propios

tiempos históricos y que hemos heredado de los que nos preceden y por tanto debemos

actuar con respecto a ellos. —Tanto que todo ello no consigue juzgar a los criminales de

un genocidio en toda regla—. Y es de una complicación enorme en muchos terrenos. No

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es nada fácil actuar con el peso del pasado como dice André Gide en Los Alimentos

Terrestres:

«Hay extrañas posibilidades en cada hombres. El presente estaría lleno

con todos los porvenires si el pasado no proyectase ya en él una

historia. Pero, ¡ay!, un pasado único propone un único porvenir —lo

proyecta ante nosotros, como un puente infinito en el espacio.»9

Creo que resume muy bien este tiempo tan “extraño”, entre la paz y la locura, que

supura por cada poro del globo donde existe la miseria o los conflictos armados, otra de

sus frases (escritas poco después): «Y la humanidad entera me pareció como un

enfermo que se revuelve en su lecho para poder dormir —que busca el descanso y ni

siquiera encuentra el sueño.». La Razón ilustrada parece no haber acabado con ellos;

aun cuando, quizás, solamente sea que hayamos dejado de usar nuestra racionalidad de

una manera coherente, equivocados en pensar que eso era «racionalidad», una banderita

como la de la «Gran Marcha» de Kundera. El tiempo lo dirá y podremos escribir una

historia que sea mejor que ésta. Pues, quizás debiéramos pensar en el aguafuerte de

Goya con su: «El sueño de la Razón produce monstruos».

Probablemente la actualidad, el estar vivos, nos haga pensar que estamos en una «Edad

de Hierro» (como dirían los clásicos o el Quijote), pero realmente estamos o podríamos

estar, o a punto de ello, de una «Edad de Oro» (como lo demuestran los avances

científicos, los proyectos de cooperación global, la paz occidental o en amplias parcelas

del globo —aun hipócrita y no tan dulce y frágil a veces…— y el Estado del Bienestar

—que también tiene sus defectos, claro—). Vivimos en estos tiempos,

desaprovecharlos, también, sería absurdos. Cambios trascendentales (para nosotros hoy,

al menos) como la Revolución de 1789 o la propia caída de Roma no creo que se las

esperasen unos pocos años antes (o que fueran a ser importantes), ni siquiera cuando

hubo preludios de ellos, o que fueran tan importantes (quizás porque no eran más que la

punta del iceberg) para quienes vivieron igual su vida antes o después de ellos. La

realidad es muy volátil, realmente, y nosotros la vemos desde quien estamos escribiendo

ya sucedida. —Y es que además, hoy vivimos para algunos en una realidad líquida;

mas, Internet y la «nube» incide aún más en ella, cada vez más, en una utopía de la

información y del mundo.

Así, ¿quién habría esperado a los jemeres rojos con el príncipe Sihanouk reprimiendo a

todo aquel en su contra en su reciente independencia, o si acaso el golpe de Lon Nol, o

los bombardeos norteamericanos para luchar contra la guerrilla vietnamita, o el ataque

camboyano a Vietnam ya acabados supuestamente los conflictos? Nosotros los

historiadores, como los oráculos, conocemos ya lo sucedido del pasado, y sabemos los

porqués; vemos los movimientos de un ajedrez de acontecimientos, de personas, de

situaciones…; y, en cambio, en la realidad actual a veces, ésta misma, nos sorprende

con un giro copernicano. Y hoy sabemos que hasta el giro de los diferentes planetas y

9 André Gide, 1953: Los alimentos terrestres y los nuevos alimentos. Losada, S.A. Buenos Aires,

Argentina.

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los elementos de la Vía Láctea que van torno al sol no hacen una circunferencia circular

sino elíptica. Y que varían sus órbitas… Los humanos igual. Hay «extrañas

posibilidades» en el ser humano, como dice André Gide.

Bibliografía:

- Kiernan, B., 2010: El Régimen de Pol Pot. Raza, poder y genocidio en

Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979. Prometeo. Buenos

Aires, Argentina.

- Aguirre, M., 2009: Camboya. El legado de los Jemeres Rojos. El Viejo Topo.

España.

- Rivas Moreno, 12/01/2015: «Pol Pot y el genocidio de Camboya». Aventuras

de la Historia (online), obtenido en: http://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-

historia/2015/01/12/54b3a210ca4741563b8b457a.html.