El Infierno de Los Jemeres Rojos - Affonco, Denise

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  • Denise AffonoEl infierno de los jemeres rojosTestimonio de unasupervivienteTraduccin de Daniel Gascn

  • Ttulo original: La digue des veuves rescape delenfer des Khmers rouges

    Queda rigurosamente prohibida, sin la autorizacinescrita de los titulares del copyright, bajolas sanciones establecidas en las leyes, la reproduccintotal o parcial de esta obra por cualquier medioo procedimiento, incluidos la reprografa yel tratamiento informtico, y la distribucin deejemplares mediante alquiler o prstamo pblicos.

    2005 ditions Presses de la Renaissance 2007 Denise Affono de la traduccin, Daniel Gascn, 2010 de esta edicin: Libros del Asteroide S.L.U.

    Publicado por Libros del Asteroide S.L.U.Avi Plus Ultra, 2308017 BarcelonaEspaawww.librosdelasteroide.com

    ISBN: 978-84-15625-50-6Depsito legal: B. 13.967-2013

  • Diseo de coleccin y cubierta: Enric Jard

    Actividad subvencionada por el Ministerio deEducacin, Cultura y Deporte

  • A mi hija Jeannie

  • Agradezco especialmentea David Chandler susnimos y le expreso todomi reconocimiento.Tambin le doy lasgracias a mi amigaColette Ledannois, sin laque no existira este libro;a Martine Legrand, por sucolaboracin; a Ccile

  • Benoliel; a ValryG i s c a r d dEstaing; aMichel Deverge y a todossus amigos, y, porsupuesto, a mi familiafrancesa.

  • Prlogo

    El 7 de enero de 1979, el ejrcitovietnamita entra en Phnom Penh y liberaCamboya del yugo de los jemeres rojos;el pas sale de cuatro aos de horror.A finales de ese mismo mes,

    moribunda, demacrada, ms muerta queviva, consigo, con la ayuda de mi jovenhijo, escapar de la selva en la que hafallecido el resto de mi familia y ms dedos millones de camboyanos. Hacecuatro aos que me alimento decucarachas, de sapos, de ratas, de

  • escorpiones, de saltamontes y termitaspara calmar mi estmago hambriento porel rgimen forzado de los jemeres rojos;hace cuatro aos que voy descalza, hagael tiempo que haga, por los arrozales,para labrar, sembrar, replantar y segar,cavar fosas o construir diques, todas lasmaanas, con tan slo unos granos de salgruesa y agua fra en el estmago comodesayuno, el cuerpo inflado de edemas,enfebrecido por el paludismo, con laprohibicin absoluta de quejarme y dellorar a mis muertos.Por fin libre, arrastro mis treinta kilos

    hasta el pueblo ms prximo, donde lossoldados vietnamitas que liberan el

  • sector nos conducen a Siem Riep, unaprovincia situada en el noroeste deCamboya. Los refugiados exiliados enesta regin reciben tratamiento en unhospital improvisado. Un mdico militarvietnamita me pide que escriba el relatode todo lo que he visto y vivido; el textoservir ms tarde como prueba de cargoen el proceso abierto por el gobiernojemer provietnamita para juzgar enrebelda a Pol Pot y sus esbirros.

    En cuanto estoy ms o menosrecuperada, intento abandonar lo antesposible los lugares malditos de esecrimen organizado, y consigo regresar al

  • pas de mi padre, Francia.Desde 1980, tanto por miedo a las

    represalias como por falta de tiempo,puesto que he tenido que empezar decero al llegar a Francia, no puedoretomar la escritura de mi testimonio deesos cuatro aos de presidio. Un da, enel trabajo, conozco a un profesoruniversitario europeo con el que hablode los genocidios que ocurren por todoel mundo y evoco el caso de Camboya.C o n aire contrariado, el eminenteprofesor me interrumpe y me dicesecamente que nunca ha existido unproblema camboyano: No entiendo porqu se sigue hablando del genocidio

  • jemer. Los jemeres rojos slo hicieronbien en su pas. Visit Phnom Penh en1978 y todo era normal, los camboyanosvivan felices y gozaban de perfectasalud. Escandalizada por esasafirmaciones, le respondo secamente:Profesor, yo tambin estuve all, no en1978 sino desde abril de 1975 hastaenero de 1979, no en Phnom Penh sinoen los bosques, donde nos deportaron ynos trataron como animales. Los jemeresrojos no tuvieron en cuenta minacionalidad francesa y me mandaron ahacer trabajos forzados. Viv encerradaen ese infierno durante cuatro aos. Elhombre se qued boquiabierto y no dijo

  • una palabra ms.

    Cmo es posible que semejante cabezapensante se dejara manipular de esaforma? Gracias a este incidente, caigoen la cuenta de que tengo que armarmede valor y poner en negro sobre blancoese lento descenso a los infiernos quesufr durante cuatro aos, que debocombatir las tesis negacionistas deciertos intelectuales que no pierden laoportunidad de afirmar que el rgimende terror de los jemeres rojos no existiy lograr que ese periodo macabro de lahistoria de Camboya no caiga en elolvido.

  • He vuelto a leer mis notas escritas enestado de shock en Siem Riep, me hezambullido con dolor en los recuerdosde un pasado de pesadilla y he puesto unpoco de orden.Dedico esta obra a mi hija de nueve

    aos, que muri de hambre, y a todos losseres queridos desaparecidos oenterrados en algn lugar, en lasprofundidades de una jungla inhspita.

  • Mi juventud en el pas de ladulzura de vivir

    Euroasitica, nacida en Phnom Penh ennoviembre de 1944, hija de un padrefrancs y de una madre vietnamita: unproducto puro del colonialismo.Mi padre, Maurice Lucien Affono,

    haba nacido en Pondichry, entoncescolonia francesa, lo que explica sunacionalidad, pero sus orgenes eranmuy mestizos: si un antepasadoportugus le haba transmitido suapellido, un abuelo hind le haba dado,

  • sin duda, su tono de piel, colorchocolate. De su primer matrimonio conuna alsaciana, que falleci de disenteraamebiana en 1931, tuvo tres hijos: doschicos, Henri y Bernard, a los que envia Francia para que cursaran estudiossuperiores, y una chica, Lydie, queestudiaba en el liceo francs de Dalat,en Vietnam.Contratado por el Ministerio de

    Cultura, mi padre lleg a Camboya en1921 en calidad de director de la colede Marbre de Pursat. En marzo de 1945,bajo la ocupacin japonesa, fueagrupado como todos los franceses encampos de concentracin. Cuando

  • termin la guerra, se instal en el pas yf u e contratado por el Ministerio deEducacin francs para que ensearafrancs, ingls y latn en el principalinstituto de Camboya, el Sisowath,donde conoci a mi madre, que formabaparte de la numerosa comunidadvietnamita.Mi padre tambin fue preceptor del

    prncipe Norodom Sihanouk,1 que leguardaba respeto y amistad. En lasgrandes ocasiones, recuerdo que el reymandaba a una de sus hijas con cestas defrutas exticas de tierras lejanas:manzanas, peras, melocotones, cerezas,albaricoques. Cuando llegu a Francia,

  • me alegr de volver a encontrar el saborde las frutas de Samdech Euv.2Mi padre era muy severo con sus hijas.

    Recib la mayor bofetada de mi vidapor regresar del colegio sin matrculasde honor en mi cuaderno mensual denotas! Y mi hermana Lydie me contque, en el liceo donde lo tena comoprofesor de latn, le haca recitar laslecciones delante de toda la clase, agolpe de vara. Sin duda, no slo nosdej buenos recuerdos.Aun siendo mestizo, a veces mostraba

    un comportamiento bastante racista. As,cuando mi hermana se comprometi consu profesor de gimnasia, de origen

  • antillano, insinu que se habaequivocado. El da en que aquel jovencultivado y muy simptico fue a PhnomPehn para conocer al seor Affono,ste dio a entender a su hija que habradeseado que se casara con un blanco. Mihermana, indignada, le respondi: Oye,pap, cunto hace que no te miras alespejo?. Y l le respondi que era unainsolente. Desde entonces, mi cuadoslo se dirigi a su suegro como seorAffono.Cuando se jubil, decidi abandonar el

    pas para reunirse con sus dos hijosmayores en Francia, especialmenteilusionado por conocer a su primer

  • nieto, rubio y con los ojos azules, delque se senta muy orgulloso. Mi madre,ligada a su familia, no pudo hacer elviaje y, como yo todava era muy joven,mi padre no quiso que me separase deella. Por eso se fue de Camboya l solo.E n esa poca, no haba vuelo directoentre Phnom Penh y Pars, as queprimero haba que ir a Vietnam paratomar un barco con destino a Marsella.Como ltimo favor, el rey Sihanouk lefacilit el viaje poniendo a sudisposicin un pequeo avin privadoCessna y un piloto militar francs que lollevaron directamente a Saign.No volv a ver a mi padre. Apenas dos

  • aos despus de su llegada a Pars,enferm y muri; me dej hurfana a losdoce aos de edad.Crec por tanto con una madre sola, una

    mujer sin profesin, pero valiente ytrabajadora. Pap le haba dejado unpequeo peculio, que se fundi comonieve al sol. Tena cinco bocas quealimentar en casa: su madre, anciana ysin recursos; su hija mayor, de padrevietnamita; sus dos sobrinos, de cuatro ydos aos, que su hermana le habaconfiado en su lecho de muerte; y yo, susegunda hija. Sola verse en apuroseconmicos para alojar y alimentar atanta gente y educar debidamente a los

  • cuatro nios.Mi madre hablaba francs, pero no lo

    lea. Cuando mi padre muri, pidi almarido de nuestra vecina, el seorGauthier, que se convirtiera en mi tutor yse ocupara de mi educacin. l y sufamilia eran refugiados de Vietnam delNorte que haban tenido que abandonarel pas a causa de la guerra deIndochina. Se quedaron unos aos enPhnom Penh antes de regresardefinitivamente a Francia.

    Mi madre era budista practicante; yo eracatlica, bautizada al nacer. Ella nuncase opuso a que yo me educara en la

  • religin cristiana y nuestras dosprcticas convivieron armoniosamente.3Para mi primera comunin, quisocomprarme un vestido nuevo, pero comolos precios eran desorbitados, la mujerde mi tutor se prest a confeccionar unocon un vestido de boda. Aun as, mamse endeud para ofrecerme ese da unapequea comida festiva compuesta depollo asado, ensalada y tarta.Curs todos mis estudios en el liceo

    francs de Phnom Penh, el liceoDescartes. Nunca estudi jemer. Pese amis rasgos de nhac,4 ya que fsicamentehaba heredado el tipo vietnamita de mimadre, yo era y me senta francesa. La

  • mayora de mis compaeros de claseeran euroasiticos como yo, aunquetambin haba vietnamitas y franceses.Tambin haba camboyanos, hijos ohijas de altos funcionarios que tenanrecursos para llevar a sus hijos a esainstitucin (gratuita para nosotros, losmestizos franceses), pero yo no losfrecuentaba, pues era muy tmida y mecostaba relacionarme con los dems.Apenas hablaba jemer, no tena motivospara aprenderlo y jams haba pensadoen Camboya como mi patria.Nunca tena vacaciones: en los meses

    de julio y agosto, trabajaba de canguropara nuestra vecina a fin de poder

  • comprar los libros y los materialesescolares cuando empezara el curso. Eltiempo libre estaba consagrado a lalectura, a los dictados y a los ejercicios.Mi prima y yo trabajbamos juntas alborde de la cama sobre un escabel demadera que haca de escritorio. Cuandomi madre no poda pagar el alquiler, laduea nos cortaba la electricidad yterminbamos los deberes de noche,bajo la luz de la luna y al resplandor deuna vela.ramos pobres pero honrados y

    trabajadores. Todava hoy admiro elcoraje de mi madre, una mujer que supoinculcarnos contra viento y marea las

  • reglas de la buena conducta y que sesacrific para que sus cuatro hijosestudiaran. Quiz fuera su ejemplo loque me dio fuerza moral para luchar ysobrevivir veinte aos ms tarde en elinfierno de los bosques de Camboya.En 1964 termin los estudios

    secundarios. A los veinte aos, almismo tiempo que me incorpor a lavida profesional, conoc al que seconvertira en el padre de mis hijos,Phou Teang Seng, un chino de la isla deHainan cuya familia se habaestablecido en la provincia de Kampot.Abandon el domicilio materno parainstalarme con l en el apartamento

  • medianero al que ocupaba su familia su hermana, con su marido y sus cuatrohijos, y su hermano, un chico un pocosimpln. No hubo matrimonio; en esapoca el concubinato era monedacorriente y yo no quera legalizar unasituacin que poda perjudicarmelaboralmente: la embajada de Francia,por ejemplo, no contrataba a francesescasados con camboyanos o chinos. Alprincipio encontr un trabajo desecretaria-mecangrafa bilinge deingls y francs en el consulado generalde Corea del Sur. Cuando se produjo laruptura de las relaciones diplomticase n t r e Corea del Sur y Camboya,

  • abandon ese puesto para ensear en uncolegio privado francs; cuando mequed embarazada, perd ese trabajo,porque la directora, una francesa que notena ningn tipo de seguro mdico parasu personal, no quera mantenerme pormiedo a un accidente. Hay que decir queen aquel pas los trabajadoresestbamos a merced de los empleadoresdel sector privado: no haba proteccinsocial, ni seguro mdico, ni cotizacionespara la jubilacin, ni baja pormaternidad, de manera que si una noquera perder su empleo, deba trabajarhasta la vspera, o incluso el mismo da,del parto, y volver a su puesto de

  • trabajo dos semanas ms tarde.Trabajbamos ms de cuarenta y cincohoras semanales y slo tenamos quincedas de vacaciones al ao. Cuando nacimi hija Jeannie, encontr trabajo en laempresa Comin Jemer, cuyo presidente ydirector general era dans. Ms tarde, lacompaa me nombr secretaria dedireccin de una empresa que fabricabaleche en polvo, Sokilait. Me qued alldesde que se construy la fbrica hastaque se produjo y se lanz el producto.Finalmente, en 1973, dej Sokilait porun puesto de secretaria del agregadocultural en el servicio de cultura de laembajada de Francia en Phnom Penh y

  • continu all hasta que los jemeres rojosllegaron al poder.

    En los negocios, Seng era muyemprendedor, quiz demasiado. Tras sergerente del comedor de oficialesestadounidenses de Phnom Penh, montun sinfn de comercios y de restaurantesque nunca funcionaron, as que solamosestar endeudados. Despus, cuandoempezaron la guerra y los bombardeos,encontr otro filn: la construccin.Podra haber tenido xito comoarquitecto-decorador, pues Seng tenatalento y mucho gusto. En particular,hi zo los planos de las villas de los

  • nuevos ricos de Phnom Penh, la mayorao fi c i a l e s del ejrcito camboyano:generales, coroneles..., y se ocup detoda la decoracin. Este negocio sprosper.Ante sus clientes militares, Seng

    esconda sus opiniones comunistas. Encasa, en cambio, me recitaba todos losdas los pensamientos de Mao, aunqueyo era anticomunista. Cuandohablbamos del tema, siempreterminbamos discutiendo. l eraantiimperialista, anticapitalista, pero legustaba vivir con comodidad, conducirhermosos coches estadounidenses, ir arestaurantes y el buen whisky, tanto que

  • yo le aconsejaba, con aspereza, quevolviera a China. Con todo, habra sidoimposible y l lo saba, ya que slo eracomunista ideolgicamente y, adems,China no aceptaba a sus ciudadanosresidentes en el extranjero. Tambin semostraba, sistemticamente, contrario alos occidentales, en particular a losfranceses. Y, sin embargo, me habaelegido a m.Pese a esto, nos entendamos bastante

    bien cuando no hablbamos de poltica.Era un hombre guapo. Con l, form unafamilia. Tuvimos tres hijos: Jean-Jacques, que naci el 25 de agosto de1964 y vivi el periodo de los jemeres

  • rojos entre los diez y los catorce aos;Jeannie, que naci el 30 de mayo de1967 y muri de inanicin a los nueveaos bajo el rgimen de los jemeresrojos, y Franoise, que naci el 19 dediciembre de 1970 y cuya desaparicinprematura, unos das ms tarde, no tuvorelacin alguna con el rgimen de losjemeres rojos. Mis hijos fueronreconocidos por su padre, que les dio suapellido, pero tenan nacionalidadfrancesa.Tras el nacimiento de Jeannie, enferm.

    Me senta tan fatigada que no podacuidar al beb. La ta de mi marido, laseora Champion, casada con un

  • francs,5 se ocup de ella y siguihacindolo cuando volv a trabajar.Poco a poco, se convirti en su segundamadre. Jeannie termin eligiendo viviren su casa y slo vena a la nuestra losfines de semana. Si el fin de semanafatdico en que los jemeres rojostomaron Phnom Penh, los dos das quepreceden el ao nuevo jemer, mipequea Jeannie se hubiera quedado encasa de su ta, su suerte habra sidodistinta...Con nuestras alegras y nuestras penas,

    nuestra vida era un largo ro tranquilo.Habra podido y debido desarrollarseas, de la manera ms banal del mundo,

  • en un pas donde siempre hace sol,apacible y relajado. Cmo imaginarque, de la noche a la maana, el 17 deabril de 1975, se encaminara hacia elhorror?

  • Exposicin de la tragedia:Camboya entre 1970 y 1975

    En realidad, el infierno empez en 1970.El 18 de marzo de 1970, Norodom

    Sihanouk, acusado de haber autorizadoque las tropas de Vietnam del Norteestablecieran destacamentos en lafrontera entre Camboya y Vietnam, fuedestituido de sus funciones por elgeneral Lon Nol, quien, con el apoyo deEstados Unidos, proclam la Repblicajemer, y la dirigi hasta el 17 de abrilde 1975. A partir de ese golpe de

  • Estado, la guerra se extendi por toda lapennsula indochina. El miedo y elcrimen reinaban en Camboya. El pueblojemer, pacfico, budista en su mayorparte, dulce, sonriente y creyente, seconvirti en vctima y autor de actos deuna barbarie extrema.Cuando lleg al poder, Lon Nol

    declar la guerra a las fuerzascomunistas vietnamitas y denunci lainfiltracin en la comunidad vietnamitadel pas de elementos del Vietcong; laruta H Chi Minh atravesaba realmentee l noreste de Camboya.6 Losvietnamitas y los camboyanos de origenvietnamita no tardaron en sufrir

  • verdaderos pogromos ordenados porL o n Nol, una operacin de limpiezaradical, una oleada de terror brbaro ysangrante en la historia de Camboyaentre 1970 y 1975, a la que sigui elmaremoto del salvajismo de los jemeresrojos.De la noche a la maana, todos los

    vietnamitas fueron arrestados yagrupados en el norte de la ciudad, encampamentos creados a toda prisa enescuelas y pagodas chinas, para unasupuesta repatriacin a Vietnam quenunca se produjo.Las detenciones se producan sobre

    todo de noche, por sorpresa. En Phnom

  • Penh se decret el toque de queda: encuanto se apagaban las luces, loscamiones militares recorranlgubremente las calles. Los habitantesde mi edificio tenan orgenes muyvariados: camboyanos, chinos,vietnamitas..., pero los vietnamitas eranel nico objetivo. Todos los das,cuando caa la noche, oa a los soldadosgritar rdenes y golpear puertas deapartamentos con sus culatas; acontinuacin, oa los gritos de angustia,el llanto de mujeres o nios arrancadosdel sueo y transportados manu militari.Se organiz una especie de caza debrujas vietnamita, las mujeres ya no se

  • atrevan a llevar moo y se cortaban elpelo muy corto para parecerse ms a lascamboyanas. Todas mis amigasvietnamitas tuvieron que abandonar elpas de un da para otro. Aqul fue elpreludio de la pesadilla.7Los vietnamitas partieron

    precipitadamente y slo pudieronllevarse algunos efectos personales;tuvieron que abandonarlo todo: casas,muebles y otros bienes que confisc elEstado o saquearon vecinosdeshones tos . Algunos consiguieronvender sus posesiones a toda prisa porun pedazo de pan, presas fciles deaprovechados de todo pelaje... El

  • pnico se instal incluso entre losvietnamitas que tenan nacionalidadcamboyana o un cnyuge jemer. Concontroles en cada esquina, no se sentanseguros y dejaron de salir.Los campamentos improvisados,

    lugares de infortunio, se llenaron deinmediato. Con el calor y la falta dehigiene, los nios y las personasmayores fueron las primeras vctimas deepidemias, sobre todo de clera y dedisentera. A continuacin llegaron lasmasacres programadas: se ejecut atodos los que haban subido a los barcoscon destino a Vietnam y sus cuerposfueron arrojados al agua sin juicio

  • previo alguno. Las mujeres sufrieronviolaciones; se extermin a los monjes ylas monjas budistas acusados decomplicidad con el Vietcong; suspagodas fueron saqueadas y quemadas.Una vieja amiga de mi madre, una monjade una pagoda de la provincia deKompung Speu, fue salvajementedegollada.

    En la poca de Lon Nol, Camboya sevio irresistiblemente envuelta en elconflicto de Indochina: incursiones delas tropas norvietnamitas en el pas,bombardeos de la aviacinestadounidense... Durante ese tiempo,

  • los jemeres rojos comenzaron a vendersu movimiento nacionalista en el campo,sumaron a su causa al campesinado,joven y en su mayora analfabeto, ycrearon un ejrcito.Tras la proclamacin de la Repblica

    jemer, en Phnom Penh las escaramuzasentre los proestadounidenses delgobierno y los rebeldes jemeres erandiarias; la guerra devoraba el pas.Ante una situacin que empeoraba cada

    da, en junio de 1970 se decret elservicio militar obligatorio. El nuevorgimen necesitaba carne de can.Los camboyanos ricos y acomodados seapresuraron a enviar a sus hijos al

  • extranjero (Francia o Estados Unidos)para que continuaran sus estudios,escapando as al servicio militar y a lamuerte, porque en el pas un grannmero de jvenes llamados a filasmora rutinariamente en los campos debatalla.Al miedo al servicio militar

    obligatorio se aada el terror a loscohetes que llovan noche y da sobre laciudad. Esos obuses asesinos no sloapuntaban a las escuelas, los cines o losmercados, sino tambin a los hospitales,atestados de enfermos y heridos. Lasaulas de las guarderas se convirtieronen objetivo en dos ocasiones y murieron

  • numerosos nios. La psicosis se instalde manera definitiva en la ciudad.A los jemeres rojos no les cost

    socavar la moral de los habitantes, quepronto se dieron cuenta de que losdirigentes locales no eran ms que unospeleles ineficaces e ineptos a sueldo deEstados Unidos. A esta ineficiencia sesumaban la codicia y la corrupcin. Lamagnitud de esta ltima hizo que elgobierno de Lon Non no tardara envolverse impopular. Estados Unidosfinanciaba la guerra sin preocuparse delos costes, pero los altos funcionarios sebeneficiaban ampliamente hinchando elnmero de soldados para embolsarse

  • s u s sueldos, o elaborando listas desoldados fantasmas asesinados parallevarse la pensin de sus viudas oincluso vendiendo armas al enemigo.Con ese dinero fcil, vivan a lo grande:ocio y restaurantes, villas suntuosasequipadas con aire acondicionado ycadenas de alta fidelidad de ltimomodelo. Aqullos eran los nuevos ricosde Phnom Penh.Por supuesto, esta depravacin no

    llevaba a la victoria. Al contrario de loque decan los mensajesdeliberadamente tranquilizadores quedifunda sin cesar la radio local y pese ala masiva ayuda militar y econmica

  • estadounidense, las tropas de Lon Nolencadenaban una derrota tras otra yperdan terreno da a da.Entre 1971 y 1975, con la llegada

    masiva de refugiados procedentes de lasprovincias limtrofes conquistadas yocupadas por los jemeres rojos, lapoblacin de Phnom Penh casi setriplic, alcanzando entre los dos y tresmillones de habitantes.La capital se asfixiaba a fuego lento: el

    abastecimiento de productos de primeranecesidad se volva cada vez msdifcil, los principales ejes decomunicaciones quedaron cortados y elTonl Sap, el nico ro que atravesaba

  • el pas y que serva para transportar elpetrleo y las materias primas, sufra elacoso diario del enemigo. Elhundimiento de un gran nmero debarcos de mercancas y petrolerosconllev la falta de existencias en todoslos terrenos y el alza vertiginosa de losprecios de productos de primeranecesidad como el arroz, el azcar, lasal, las materias primas para lafabricacin de leche condensada,gasolina, etctera. La especulacin vivasu mejor momento. Los billetes de bancono eran sino papel, de manera que parahacer la compra diaria haba que salirde casa con una cesta llena de billetes.

  • Los ricos se apresuraron a reunir oro ydivisas, que cambiaban a tasasexorbitantes, para ponerlos a salvo en elextranjero. La vspera de la cada de laciudad, un franco francs vala 560rieles en el mercado negro; un dlar,2.500 rieles, y un tael de oro (36gramos), 450.000 rieles. Para quienesqueran abandonar el pas, el visado desalida se negociaba en torno a lossetecientos mil rieles y los billetes deavin estaban sujetos a recargosdisparatados de ltima hora, pero elaeropuerto tambin se convirti en elobjetivo de los cohetes, que a menudoimpedan el despegue de los aviones.

  • En abril de 1975, el gobiernoproestadounidense de Lol Non sehundi; haba aguantado cinco aos. Losltimos das del gobierno fueronsiniestros. Se palpaba su agona: laciudad estaba desierta a partir de lassiete de la tarde, cuando comenzaba eltoque de queda. Los habitantes seencerraban en sus casas por miedo a loscohetes y no haba ms que dos o treshoras de electricidad y agua corriente alda por la escasez de combustible. Losextranjeros abandonaban el pas poco apoco.Qu debamos hacer? A qu santo

    podamos encomendarnos? Los

  • camboyanos maldecan a Lon Nol y a subanda de marionetas. No aspiraban msque a una sola cosa, la paz, y deseabanla victoria de los jemeres rojos, que,pensaban, los liberaran del yugo de losfantoches estadounidenses y pondran fina sus desgracias.Desafortunadamente, an no saban que

    la palabra liberacin quedaragrabada para siempre en su historiacomo sinnimo de un cortejo macabrode males: encarcelamientos, torturasmorales y fsicas, ejecuciones sumarias,masacres, trabajos forzados, familiasseparadas, hambre, muerte... Ni siquieraimaginaban que quienes se proclamaban

  • los liberadores jemeres rojos, incultose n su mayora, iban a eliminarsistemticamente a los otros jemeres,sus propios hermanos, que considerabanciudadanos podridos, corrompidos porl o s imperialistas; no saban que sequitaran de encima a los extranjeros,sin distincin de raza (franceses, chinoso vietnamitas), de edad o religin(musulmanes comnmente llamadoschams, catlicos, budistas), ni sabanque instauraran la reestructuracin msbrutal y radical que una sociedad hayaintentado jams para construir una nuevanacin, una nacin pura. Ignoraban queabsolutamente todo el mundo iba a ser

  • sometido a una clasificacin infernal ydespiadada entre el trigo y la cizaa!Ignoraban que quienes escaparan a lasprimeras ejecuciones programadasterminaran siendo diezmados a fuegolento por los trabajos forzados, lasprivaciones, las enfermedades, la faltade sueo y de medicamentos! No sabanque su pas iba a transformarse en unag i g a n t e s c a cooperativa agrcoladominada por los campesinos, bajo lagida de un loco sanguinario, un maostapartidario de una revolucin agrariaextrema, y con la complicidad abierta delos comunistas chinos!

  • En 1975, el pueblo camboyano todavano saba nada, se contentaba con esperare, irnicamente, con rezar a Buda por lavictoria del enemigo.

  • Una ciudad se vaca

    En cambio, en la oficina cultural de laembajada de Francia donde trabajaba,no haba lugar para la esperanza. Todoslos das recibamos de la AFP, laAgencia de Prensa Francesa, noticiasalarmantes sobre los combates en lasprovincias, las destrucciones deciudades y pueblos y losdesplazamientos de poblacin.Cuando le contaba las noticias a mi

    marido, no les daba crdito. Para l,aquello era mera propaganda

  • imperialista, porque todas las nochesescuchaba a escondidas Radio Pekn,que no dejaba de proclamar la victoriad e las tropas revolucionarias jemeres:por dondequiera que pasaban, regresabala paz y la poblacin viva feliz... Seng,partidario inveterado e idealista delmovimiento comunista, siempre demanera terica, repeta infatigablementea quien quisiera escucharle que loscomunistas no eran salvajes, que tenanleyes y se poda confiar en ellos! Creaque esa verdad era tan firme como elhierro. Cuando pienso en la suerte que letoc, todava hoy me compadezco de laobstinacin y el entusiasmo que

  • mostraba por esas convicciones.Las autoridades de la embajada de

    Francia me ordenaron, como a todos losfranceses, que abandonara el pas, perola administracin francesa slo estabadispuesta a hacerse cargo de los gastosde mi viaje y de los de mis hijos, perono de los del de su padre, porque eraextranjero, ni, naturalmente, de los de mifamilia poltica. Me encontraba ante undilema trgico: no tenamos medios parapagar los billetes de avinsuplementarios y me senta incapaz dedejar al padre de mis hijos y a toda sufamilia a merced de las angustias de laguerra. Y qu pasara si los jemeres

  • rojos ganaban la guerra? Lodesconocido me inquietaba y me dabamiedo, pero me repeta que antes odespus la vida volvera a su cauce yque tal vez Seng tuviera razn y no fueranecesario ceder ante el pnico.Mi conciencia me prohibi y me

    impidi seguir los consejos de lasautoridades francesas, que fueronrepatriando poco a poco a todos susc i ud a d a no s (peritos, cooperantes,profesores, mdicos civiles, etctera).El 15 de marzo de 1975, un primercontingente se embarc en Bangkok, unsegundo contingente el 30 de marzo y untercero a principios de abril. Ciertas

  • personalidades camboyanas y algunosdiplomticos extranjeros todavaatrapados aprovecharon estasevacuaciones, costendose su viaje.Destrozada, observaba cmo miscolegas hacan las maletas uno tras otroy me persuadan de que volvera la pazpara animarme.Antes de abandonar sus puestos, el

    encargado de negocios y el agregadocultural me aconsejaron por ltima vezque abandonara el lugar con mis hijos.Seng, cuyas ideas eran ms rojas que lasde los propios rojos, me convenci delo contrario, con su beatfico optimismo:Las tropas gubernamentales van a

  • rendirse, ser el fin de la guerra civil ytodo volver al orden, ya vers.Michel Deverge, el agregado cultural,

    me propuso otra solucin: llevara aJean-Jacques y Jeannie a Pars, donde seocupara de ellos hasta que la situacinse estabilizara y yo pudiera reunirmecon ellos o traerlos de vuelta siterminaba la guerra. Seng se negcategricamente: no quera, en ningncaso, separarse de sus hijos. Era humanoy yo lo comprenda; pero, de maneraegosta, tambin dijo que si ocurra algo,si finalmente ocurra algo, todosmoriramos juntos y punto!Quiz los nios deberan haber partido.

  • An pienso con amargura en suspalabras. Pero para qu? El mal ya esthecho.Veinticinco aos ms tarde, con el

    corazn roto y asesinado, sigo llorandopor los seres queridos que perd, sobretodo por mi hija Jeannie, pero, porparadjico que pueda parecer, lamentoun poco menos haberme quedado,porque cuando llegu a Francia mereencontr con varias amigas francesasde origen euroasitico como yo que,durante el xodo, quisieron abandonarCamboya con sus maridos y serefugiaron en la embajada de Francia.Ellas fueron aceptadas, pero solas, con

  • sus hijos, mientras que sus esposos denacionalidad camboyana o china fueronrechazados, arrojados al infierno comosi estuvieran sucios, con la excusa deque los jemeres rojos vigilaban laembajada. Hoy esas mujeres estn sanasy salvas, pero no tienen la concienciatranquila y no son felices. Algunas sehan enterado de que sus maridosmurieron en el infierno, otras nunca hansabido qu fue de ellos. Una situacinas me habra llenado de remordimientosy me parece todava ms cruel. Por lainercia de las cosas, segu a Phou TeangSeng, pero escap de milagro con mihijo, y pude ver y vivir lo que pas

  • realmente, hasta el final. Por desdicha,no pude ayudar a toda la gente cercana am que perdi la vida, sobre todo a miquerida y llorada hija, una frgil nia denueve aos que muri de inanicin.

    Abril de 1975. Mientras las ratasabandonaban el barco, yo permanec enmi puesto de trabajo, en la oficinacultural, hasta el sbado 15, vspera delas vacaciones de Chhaul Chhnam, elao nuevo camboyano, segn elcalendario lunar jemer. Ese da, elpnico reinaba en Phnom Penh; haba unbaile incesante de helicpteros militaresy de sirenas de ambulancias que corran

  • a atender a los heridos. Esa mismamaana, los cohetes seguan cayendosobre varios puntos de la ciudad; uno deellos, que explot cerca de la embajadafrancesa, caus varios muertos yheridos. Las tiendas y los ultramarinosestaban cerrados por la escasez oporque los comerciantes ya habanhecho las maletas; se vean escenas depillaje en todos los lugaresabandonados. Al volver del trabajo, amedioda, me enter de que la embajadaestadounidense estaba evacuando a todosu personal en helicptero. Qudebamos hacer? Marcharnos nosotrostambin? S, pero adnde? Por otra

  • parte, ya era demasiado tarde.Quedarnos? S, pero qu iba aocurrir?Mi hija Jeannie lleg a regaadientes a

    nuestra casa el fin de semana. Ojalaquel da se hubiera quedado en casa desu ta abuela, habra podido abandonarla capital con ella, hacia el oeste, ytodava seguira con vida..., porque en elxodo, la ta se llev joyas que lesirvieron de moneda de cambio paraarroz y, adems, slo tena dos bocasque alimentar, a su hijo y a s misma,mientras que nosotros ramos nueve entotal. Los dos consiguieron irse y ahoraviven en Francia. He vuelto a ver a la

  • vieja seora. Sigue desconsolada por ladesaparicin de su sobrina nieta, mihija, a la que sigue llorando. Todavame reprocha su muerte.Desgraciadamente, no se puede rehacer

    el pasado. El sbado 15 de abril,Jeannie lleg para pasar el fin desemana con nosotros, sus padres, que sinsaberlo ni quererlo bamos a conducirlaa un destino trgico y funesto: primero elhambre y despus la muerte.El domingo 16 de abril por la maana,

    el Estado Mayor del ejrcito fuebombardeado y se decret un toque dequeda general durante todo el da.Afortunadamente, la vspera, por la

  • tarde, habamos hecho la compra para elfin de semana y el ao nuevo. A pesarde este ambiente apocalptico y a fin dealegrarnos un poco, decidimos, con ungrupo de amigos y vecinos camboyanosq u e vivan en el mismo inmueble,celebrar juntos el ao nuevo, sin saberque sera nuestra ltima fiesta en muchotiempo. Cenamos a la luz de las velas,porque la electricidad estaba cortadadesde poco despus del medioda. Cadauno llev algo de sus provisiones. Alfinal de la velada nos sorprendi que laradio local ya no difundiera ningunainformacin, as que decidimos subir ala terraza del edificio para ver qu

  • ocurra en los alrededores. Frente alespectculo de pesadilla que sedesplegaba ante nuestros ojos,comprendimos que las tropas de LonNol haban capitulado. Phnom Penhestaba sumida en la oscuridad; al norted e la capital, a unos cinco kilmetros,flameaba la refinera de petrleo, aligual que varios hangares y depsitos demuniciones. Las detonaciones estallabana lo lejos. La capital agonizaba, pero,ironas del destino, todo el mundo sesenta aliviado, tranquilo, casi contento.Algunos incluso rogaban a Buda queconcediera la victoria a las tropas de losjemeres rojos! Por mi parte, yo rezaba a

  • Dios para que la victoria llegase muyrpido.Al da siguiente, el lunes 17 de abril,

    sin contar con ninguna informacinprecisa, porque no haba radio, meprepar como de costumbre para ir atrabajar, impaciente por enterarme delas novedades en la embajada, peroapenas haba subido al coche cuandosonaron granadas o petardos, y despusunos disparos de fusil, esta vez muycerca, que llegaban de todas partes. Losjemeres rojos estaban entrando en lacapital y anunciaban su presencia condisparos.Despus se levant un tremendo

  • guirigay; de todas las casas surgangritos de alegra y en nuestra calle ocon claridad ovaciones: Cheyoyautheas pakdewat! (Vivan lossoldados revolucionarios!). Abril es unmes clido y muy seco. Sentacuriosidad por ver lo que pasaba fuera,as que baj rpidamente del coche paraechar un vistazo y me qued petrificadaante el espectculo: hombres, mujeres yn i o s gritaban Cheyo yautheaspakdewat!. Se presentaron a todocorrer ante sus benditos liberadores,para acogerlos y ofrecerles algo debeber. La ciudad era un delirio. Losguerreros vestan un uniforme negro,

  • llevaban una gorra negra y un pauelo acuadros rojos y blancos alrededor delcuello y, en los pies, las sandalias HChi Minh,8 hechas de la gomareciclada de neumticos de coches. Lamayor parte de los yautheas eran muyjvenes, casi nios, con aspecto pocoafable, pero muy orgullosos de suvictoria, y se alegraban de estar enPhnom Penh. Iban armados hasta losdientes. Slo de verlos se me pona lacarne de gallina. Todava veo alatontado de mi marido, entusiasmado,yendo a aclamarlos y felicitarlos en lacalle, ofrecindoles unas botellas decerveza Tsin Tao. Ellos aceptaron las

  • bebidas como si fueran el dinero de unadeuda, sin dar las gracias a nadie; yaentonces causaron la desagradableimpresin de ser los amos del lugar.Veinticuatro horas despus de su

    llegada, todo el mundo estabadesencantado y la euforia de la ciudadse haba esfumado, porque los soldadosa los que haban recibido triunfalmenteempezaron a recorrer todas las calles ytodas las casas para dar con firmezala orden de abandonar Phnom Penh.Tenis que evacuar la ciudad nosdijeron en los prximos dos o tresdas..., porque Angkar quiere poneros asalvo de los bombardeos

  • estadounidenses. (Angkar? Quin esAngkar? Qu quieren decir? Ms tarde,aprendera el significado de laOrganizacin o el Partido. Todapersona dotada de poder para dirigir unpueblo o un equipo de trabajadoreshablaba en su nombre; Angkar estabapor todas partes.) Llevaos lo mnimo,cerrad bien las puertas y dejadnos lasllaves, nosotros guardaremos vuestrosbienes hasta que volvis. No ospreocupis, marchaos tranquilos.Todo el mundo sigui

    escrupulosamente las consignas.Desconcertados por ese giro inesperadode los acontecimientos, obedecimos sin

  • rechistar y Seng, los nios, mi familiapoltica y yo preparamos el equipaje.Hicimos bien, porque ms tarde nosenteramos de que quienes no quisierond e j a r su casa fueron acusados detraicin y asesinados all mismo.El marido de mi cuada se haba

    marchado, a primera hora de la maana,para ver a sus padres, que vivan en laparte oeste de la ciudad. Nuncavolvimos a saber de l. Mi madre vivams o menos en la misma zona. Yestando yo atrapada con mis hijos,desgraciadamente no pude ir a verla,pero si hubiera ido sola, sin duda mehabra tenido que separar de mis hijos...

  • Cargamos con arroz, sal, azcar,pescado seco, medicamentos,mosquiteras, esteras, velas, cerillas,cigarrillos, una botella de whiskyJohnnie Walker para Seng, ropa paracambiarnos, libros del colegio para quelos nios pudieran hacer los deberes y,por supuesto, todos nuestros documentosd e identidad y billetes de banco (unosdos millones de rieles que habamoscambiado haca unos das), y guardamosuna pequea reserva de arroz, pescadoseco, sal, azcar y caf para la vuelta,por si las tiendas no abran deinmediato. Pobres crdulos! Antes deirnos, mi marido les dio las llaves de

  • nuestros apartamentos a los yautheas yles agradeci su valiosa ayuda. Hoy,cuando lo recuerdo, me digo que esosmonstruos debieron de rerse mucho denosotros. Sacarnos de nuestra casa conla excusa de protegernos y fingir quecuidaban de ella fue la primera ygrotesca mentira de ese Angkar invisibley omnipresente, pero no fue la nica: alo largo de nuestro calvariodescubrimos que todas las promesas deAngkar eran mentira.Hacia las nueve de la maana,

    abandonamos la ciudad con nuestro granChevrolet atestado de bolsas. En elasiento trasero viajaban mi cuada Li y

  • sus cuatro hijos tres chicas: Ling, dedieciocho aos; Hoa, de diecisis; Phan,de doce aos, y un chico, Ha, que tenacinco aos, delante, junto a Seng, queconduca, puse a mi hijo Jean-Jacques,que tena diez aos, y sent en misrodillas a Jeannie, de siete. El hermanomenor de Seng, un chico alto y algosimpln, prefiri seguirnos con subicicleta, arrastrando tras l un gallinerocon dos pollos y una pata. En medio delpnico general, al rato lo perdimos ynunca volvimos a verlo. Intentamosllegar a la embajada de Francia, situadaal norte de Phnom Penh, pero se revelimposible. Cordones de soldados

  • cortaban la ciudad en cuatro partes: loshabitantes del sector norte eranevacuados hacia el norte, los del estehacia el este, etctera. Nosotros ramosdel sector sur.Nada ms salir, me qued petrificada

    de terror ante el espectculo dedesolacin que tena ante m y me ech allorar. Una multitud de hombres, demujeres, de ancianos y de nios corra,empujaba, tiraba o impulsaba carroscargados de muebles, de maletas.Apenas eran las diez de la maana, peroel sol pegaba con fuerza, un solpesadsimo y, ms tarde, el calor sevolvi hmedo. Los que no disponan de

  • coche ni de carreta tenan que evacuar laciudad a pie; las madres llevaban a losms pequeos a la espalda, mientras losnios mayores, descalzos, corrandelante de ellas y lloraban. Sus maridoscargaban las pertenencias y la comidacon ayuda de prtigas (tallos de bambapoyados en equilibrio con un cesto demimbre a cada lado). Los ancianos seafanaban por mantener el paso de losjvenes. Las calles estaban llenas debicicletas, de bici-taxis, de coches quecirculaban lentamente, si tenan la suertede conservar un poco de combustible, oque eran remolcados o empujados poradultos si no les quedaba ni una gota en

  • el depsito. Incluso los hospitalesfueron evacuados sin miramientos y losenfermos fueron arrojados al tumulto,tendidos en camillas, con el goterotodava colgando del brazo. Los locosliberados de los manicomios noe nte nd a n qu ocurra, rean ofarfullaban frases incomprensibles. Losprisioneros, ebrios de una libertadrecin estrenada, aprovechaban parasaquear todo lo que se encontraban en sucamino: casas, comercios, anticuarios,la fbrica de Seven Up; todo vala.Para apaciguarme, me deca: Esto no

    es ms que una pesadilla, Denise, un malsueo, tan slo un mal sueo; te

  • despertars.Mi adepto al comunismo intentaba

    calmarme, me deca que no haba nadaque temer: No te preocupes, est muybien lo que hacen en este momento. Esnormal que quieran protegernos de losbombardeos y, adems, tenemos queayudarles a limpiar la ciudad. Despusvolveremos a instalarnos. Esaconfianza ciega, ese optimismo beatficopor un rgimen sin fe ni ley me sigueasombrando.En la multitud, identifiqu enseguida a

    los refugiados que ya haban sidoevacuados de una ciudad o un pueblo:apenas llevaban un poco de comida,

  • especialmente todo el arroz que podancargar. Nosotros, gente de ciudad, notenamos ni idea de lo que nos esperaba.Muchos iban cargados de colchones,muebles, aparatos de radio, billetes debanco (un dinero que no tardara en serla causa de numerosos suicidios), esdecir, de montones de cosas intiles quenos confiscaron a medida que avanzabala expedicin. Desde que habaempezado la guerra entre las tropas deLon Nol y los jemeres rojos, losrefugiados llegaban todos los das aPhnom Penh y, cuando tuvo lugar laevacuacin general, la poblacin totalrondaba los tres millones de personas.

  • Tres millones de personas arrojadas alos caminos de la noche a la maana;tres millones de personas atemorizadas,agotadas por el calor del mes de abril;tres millones de seres humanos queavanzaban hacia lo desconocido atientas; esa incertidumbre resulta muydura moralmente. No sabamos quocurra ni qu sucedera; no sabamosadnde nos dirigamos; no tenamosninguna directriz precisa. Cada grupo deyautheas en bicicleta con el que noscruzbamos se contentaba con gritar:No os preocupis por vuestra casa, lavigilamos, seguid en esta direccin.Angkar os espera, Angkar os recibir,

  • Angkar se ocupar de vosotros. Notemis! Volveris en dos o tres das.Mentan... y seguiran mintiendo hasta elfinal del infierno.Avanzbamos al paso cuando un grupo

    de soldados jemeres rojos conuniformes verdes, cargados con sacos demedicinas y diversos artculos quehaban robado a un anticuario y unfarmacutico, detuvieron nuestrovehculo y pidieron a mi marido que losllevara. l, todava bajo el shock de laliberacin y agradecido a quienesvenan a librarle del yugo del rgimenproestadounidense, los acogi condiligencia:

  • Hacia dnde van y hasta dnde?A unos veinte kilmetros de Phnom

    Penh, hacia el sur.Seng les dijo que no quedaban ms que

    unos litros de carburante. Tuvimos queesperar bajo la vigilancia de uno deellos; los otros dos se marcharon y, alcabo de media hora, regresaron dealguna parte con un bidn de gasolina.Desde haca casi cinco aos, elcarburante escaseaba y haba quecomprarlo a un precio muy alto en elmercado negro, a menudo mezclado conqueroseno. En la embajada, me dabanuna cuota mensual en forma de bonos yn o s abastecamos en el surtidor del

  • puesto diplomtico.En cuanto llenaron el depsito, los

    soldados me ordenaron con grosera quefuera a la parte trasera con mis doshijos, mientras dos de ellos seamontonaban delante con Seng y eltercero se encaramaba al techo delvehculo con el botn y nos mandabaarrancar. A continuacin despej lacarretera disparando al aire. Los adultosse callaron. Solamente Ha y Jeannie,asustados por los disparos e incmodospor viajar tan apretados y por el calor,se echaron a llorar. Li y yo intentamoscalmarlos como pudimos, convencidasde que esos jvenes soldados nos hacan

  • un favor al facilitar nuestra salida de laciudad.

    El coche, pues, abandon Phnom Penhsin demasiados problemas en direccinsur, lentamente. Cuando pasamos junto aChascar Mon, la residencia del Jefe deEstado, un olor nauseabundo meprovoc una arcada. Conforme nosacercbamos al palacio, vi decenas oveintenas no tena ni el tiempo ni elvalor de contarlos de cadveres demilitares gubernamentales, tendidos pore l suelo, inflados, descomponindosebajo el sol. Los jemeres rojosautoestopistas no despegaron los

  • labios y yo, acurrucada en la partetrasera entre las bolsas y el resto de mifamilia, temblaba y lloraba en silencio.En el habitculo haca un calor

    agobiante. Circulamos durante horas conlas ventanillas bajadas, hasta la salidade la ciudad y la entrada de unapoblacin llamada Takhmau. All, nosencontramos con la primera barrera dejemeres rojos vestidos de negro y con elprimer registro: nos hicieron bajar delcoche y nos pidieron la documentacin.Nuestros tres autoestopistas no semovieron; de hecho, no haban abierto laboca desde que comenzara el viaje. Conserenidad y totalmente confiado, mi

  • esposo sac todos los papeles ydocumentos oficiales que tenamos ennuestro poder (carns de identidad,partidas de nacimiento de los nios, mitarjeta de la embajada francesa y mipasaporte francs) y explic que losnios y yo ramos franceses. Losjemeres rojos nos miraron con crueldady desprecio, confiscaron todos losdocumentos, los rompieron en miltrocitos sin mirarlos siquiera como lamayor parte de los jemeres rojos,aqullos tampoco saban leer y lostiraron por los aires: A partir de hoy,ya no hay chinos ni franceses nivietnamitas; todos somos hermanos

  • jemeres y slo hablaremos una lengua:el jemer. Atnita, segu con los ojoslos restos de mi identidad hecha aicos.Estupefacta, descubr al mismo tiempobilletes de banco por el suelo, de todotipo, sobre todo de quinientos rieles. Lacalle estaba cubierta de billetes. Losyautheas nos explicaron, mientras reancon ferocidad, que desde del 17 deabril, la fecha de su victoria, el dinerode A Nol (forma despectiva de designara Lon Nol) no tena curso legal en deyromdoch (la zona liberada).Cuando termin el registro, nos

    hicieron seas para que continuramosnuestro camino hacia el sur. Yo cada vez

  • estaba ms desesperada y paralizada porla inquietud, al contrario que mi cuada,que mantena la serenidad; ella tambinera una adepta idealista del comunismoy, en ese preciso momento, pareca teneruna confianza absoluta en el desarrollode los acontecimientos.En nuestra desgracia, al menos tuvimos

    la suerte de abandonar la capital sinmuchas dificultades, con la preciosaayuda de los soldados que habanrequisado nuestro vehculo. Paraquienes marchaban a pie, en bicicleta oen carreta, el esfuerzo fsico de cargarcon los nios o los fardos se sumaba ala conmocin moral. El calor sofocante

  • y hmedo era agotador, especialmentepara las personas mayores y los nios,que no tardaban en sentirse dbiles. Amedida que avanzbamos hacia el sur,de vez en cuando se distinguan en lascunetas cadveres de personas muertasde agotamiento o que, desesperadas, sehaban quitado la vida, pero nadie tenael tiempo ni la voluntad de detenersep a r a enterrarlos. La consigna delmomento era Cada cual a lo suyo yBuda para todos. Ese espectculo dedesolacin me conmocion tanto quellor y maldije interiormente a Seng porhabernos embarcado en ese viaje, queno haba hecho ms que empezar, porque

  • estaramos inmersos en l durante cuatroaos, cuatro aos que me parecieroncuatro siglos.Hacia las tres de la tarde, llegamos a

    un pueblo llamado Sabih Aloum, a unosveinticinco kilmetros de Phnom Penh.Nuestros soldados autoestopistas nosordenaron que nos detuviramos;bajaron, descargaron su botn y semontaron en una piragua amarrada en laorilla del Tonl Sap, que habamos idobordeando desde Takhmau. Antes demarcharse, simplemente nos dijeron:Ahora, continuad hacia el sur; Angkaros espera. Ni gracias ni adis.Angkar, Angkar otra vez, siempre

  • Angkar... A partir de entonces, nodejaramos de or esa palabra en todaslas ocasiones en que una orden o uncambio de orden rigieran nuestra nuevavida. Los nios estaban cansados, eldesayuno pareca un imposible,empezaron a tener hambre y sueo. Losm s pequeos, Jeannie y Ha,comenzaron a lloriquear. Decidimosdetenernos a la sombra de un mangopara comer algo. Nos quedaba un pocode pescado seco y arroz; todo el mundose alegr de poder llevarse algo a laboca.Al contrario de lo que decan los

    yautheas, nos enteramos de que, no muy

  • lejos, en Kien Sabih, el dinero todavaserva y se poda adquirir fruta, verduray otras provisiones. Aquello resultabaextrao, quiz los habitantes del pueblose enteraran pronto de la noticia. Porcuriosidad, Seng decidi presentarseall con cien mil rieles. Al cabo de unrato, volvi con doscientos gramos desalsa de soja que le haban costadotreinta mil rieles, un kilo de pepinos porel que haba pagado veinte mil rieles ytrescientos gramos de carne que habacomprado por cincuenta mil rieles, unosprecios exorbitantes! Sin duda, la viejamoneda estaba perdiendo todo su valory los alimentos se haban encarecido

  • muchsimo. Unos das despus, noquedaba ningn lugar en el pas dondepudieran utilizarse los billetes que hastaentonces haban estado en vigor, peronosotros conservamos cuidadosamenteel milln de rieles que nos quedaba, conla insensata esperanza de que muypronto todo terminara volviendo a lanormalidad.Tras esta breve pausa, retomamos la

    carretera hasta Pey Touch, pero nosquedamos sin gasolina a la entrada delpueblo, frente a un grupo de yautheas.Nuevo registro, nuevas requisas: esa vezdesaparecieron los libros escolares delos nios, dos o tres libros y revistas en

  • francs, nuestros relojes y las cintas delradiocasete del coche. No necesitisleer ni escuchar msica, no volveris ahablar francs ni chino, hablaremos unasola lengua: el jemer. En ese momentoslo me angustiaba la idea de que losnios ya no pudieran estudiar jams;entonces desconoca la suerte muchoms trgica que les esperaba. Cuandoconsideraron que ya nos habandesvalijado lo suficiente, los yautheasnos dieron la orden de seguir, siempreen direccin al sur, pero como no nosquedaba gasolina, tuvimos que empujarel coche para avanzar.Afortunadamente, el sol era menos

  • abrasador y, al anochecer, llegamos a lapagoda de Prey Touch, que paraentonces ya estaba ocupada porrefugiados en tres cuartas partes. Losbonzos seguan all, repartieron un pocode arroz mezclado con maz molido, conuna tartera de sopa de papaya verde.Una comida frugal pero providencial,porque los nios pudieron cenar;nosotros nos contentamos con lassobras. Despus de comer, intentamospreguntar a las personas que estaban anuestro alrededor y que se disponan areanudar el camino, pero no saban grancosa. Estaba claro que todava nohabamos llegado, que haba que seguir

  • avanzando, pero hasta dnde? Nadie losaba. Entonces nos encontramos con unvecino de nuestro edificio, que, alvernos en apuros con el coche, propusoremolcarnos con el suyo.Nos pusimos en camino otra vez. Era

    noche cerrada cuando llegamos a otropueblo, donde el viejo jefe jemer, queno se haba convertido por completopero viva en la zona liberada por losjemeres rojos desde 1972, nos acogiafablemente. Nos ofreci un tentempi ynos autoriz a acampar bajo su casasobre pilotes. Era un jemer romdoch, unjemer liberado. Como a otroscamboyanos, los jemeres rojos lo haban

  • adoctrinado, sin duda, pero su edad leconceda cierta cordura y humanidadhacia sus semejantes.Los dos pequeos durmieron largo

    rato, agotados, y nosotros agradecimospoder echar un sueo al fin, aunquefuera en el suelo, sin mosquitera,apretados los unos contra los otrossobre una estera desplegada a todaprisa.Al da siguiente, el 19 de abril,

    retomamos la carretera a primera hora,con el estmago vaco. Los nios, sobretodo los ms pequeos, se quejaban.Ante su llanto, el viejo nos ofreci unpuado de pltanos y unas papayas

  • maduras y nos volvi a decir, con lamirada llena de piedad, como si supieralo que nos esperaba: Seguid un poco,nios, Angkar os espera.... Remolcadospor nuestro vecino, llegamos a ltimahora de la maana a Tukveal, a unoscuarenta y ocho kilmetros de PhnomPenh. Nos detuvimos en la pagoda,donde acampaban numerosos refugiados,y decidimos quedarnos hasta la maanasiguiente. Lo cierto es que seguamos sinsaber qu debamos hacer ni adndetenamos que ir, nadie lo saba, y Angkarpareca ms invisible que nunca.Enfrente, al otro lado del ro Tonl

    Sap, se vea una isla, Koh Tukveal.9

  • La maana del 20 de abril, tras undesayuno frugal, pensamos en partir.Cuando empezamos a meter las esterasen el vehculo, lleg el jefe del pueblode Koh Tukveal, un tal seor Thin, contres esbirros, completamente vestidos denegro, cubiertos con una gorra delmismo color, un pauelo a cuadros rojosy blancos enrollado alrededor del cuelloy calzados con sandalias H Chi Minh.El seor Thin tambin era un jemer queviva en zona liberada desde 1970. Sumirada de acero pareca poco inclinadaa la compasin. Con sus aclitos,sopes el aspecto de los refugiados, losjuzg por lo que posean y escogi

  • rpidamente a los que parecan msacomodados, es decir, a los que tenanun coche. Nos hizo una seal para quenos pusiramos en fila y nos explic quebamos a Koh Tukveal. Unas piraguasesperaban a las familias escogidas, quesufrieron un nuevo registro y nuevasconfiscaciones antes de embarcar, porrazones de seguridad. Todo lo queinteresaba a los jemeres rojosdesapareci rpidamente en susbolsillos: joyas, colonia, pastillas dej a b n , medicamentos, jeringuillas,termmetros. Yo consegu disimular enuna cesta algunos objetos, pero la bonitamueca de Jeannie, un regalo de la

  • embajada de Francia a los hijos de sustrabajadores las Navidades anteriores,fue brutalmente arrancada de los brazosde la nia, pese a sus gritos y su llanto.Con lgrimas en los ojos, implor alseor Thin que no se la quitara, pero lse mantuvo inflexible y me responditajante que los nios ya no necesitaranjuguetes, porque tendran otrasocupaciones. Con el corazn roto,impotente, no pude hacer otra cosa queintentar consolar a mi hija. En esemomento todava no entenda el mensajeque queran transmitir esos monstruos:No os aferris a vuestros bienesmateriales, no vais a necesitarlos,

  • pronto no necesitaris ms que dosmudas, una tartera y una cuchara, porqueAngkar vela por vosotros y os lo dartodo!. Cada vez que nos confiscaban unobjeto personal o un recuerdo senta unapunzada en el corazn, pero a medidaque nos hundamos en el infierno,desprovistos de todo, slo contaban elestmago y la supervivencia.Antes de embarcarnos, los jemeres

    rojos pidieron a mi marido las llavesdel coche y le dijeron que Angkar lonecesitaba. Angkar lo toma prestado yos lo devolver cuando volvis a PhnomPenh. Otra mentira, un enorme engaoque Seng, orgulloso de poder resultarle

  • til a ese Angkar invisible ytodopoderoso, se trag sin un atisbo deduda.

  • Primer campo: Koh Tukveal

    Con varias familias de Phnom Penh,entre ellas los vecinos que nosremolcaron, ocup un sitio en laspiraguas, con un nudo de inquietud en lagarganta pese a la calma de Seng. Latravesa no era larga, al cabo de unosminutos desembarcamos en la isla ydescubrimos un pueblecito de chozasconstruidas sobre pilotes, rodeado decampos de maz, de plataneros y de caade azcar que se extendan hasta dondealcanzaba la vista. Con una lista en la

  • mano, el seor Thin distribuy a lasfamilias en las casas de los lugareos.Nosotros recibimos un tratamientoespecial, pues en lugar de asignarnosuna familia local, nos asign una chozavaca, junto a la suya. Mi maridointerpret como una distincin lo que noera sino una forma de vigilarnos y, sobretodo, una manera de poder confiscartodos nuestros objetos de valor.Thin era un hombre pequeo, de

    rasgos finos, que sin duda tena sangrechina. Se mostr amable con nosotros,quiz demasiado para mi gusto, y sufalsa complacencia fue nuestraperdicin. Su madre, una anciana de

  • ochenta aos, mostraba en cambio unaverdadera amabilidad hacia losrefugiados. Mis pobres nios, mispobres nios, me dais pena..., nosrepeta a menudo, al saber la suerte quenos estaba reservada. A partir de esemomento, tuve que adaptarme a unanueva vida, una vida sin comodidades,en la que la luna y las velas hacan lasveces de electricidad, el ro de aguacorriente, sin zapatos ni nada.Para nuestra primera comida en nuestra

    nueva residencia, el seor Thin nosofreci una pequea cacerola de sopa depescado y una tartera de arroz mezcladocon maz que compartimos con mi

  • cuada y sus cuatro hijos.Afortunadamente, nos quedaban algunospltanos y una papaya. Al atardecer,agotados, nos acostamos pronto.Desenrollamos las esteras sobre el suelode la choza, hecho de listones de bambatados con lianas, y antes de caer en unsueo agitado de pesadillas, rec a Diospara que pusiera fin a esa situacin.

    A las seis de la maana, el taido de unacampana nos arranc del sueo; el hijodel jefe del pueblo que, comodescubrira ms tarde, tambin eraespa, un schlop, convoc una reunin.Grandes y pequeos deban presentarse

  • ante la casa del jefe. El Tonl Sap fluacerca de la choza y corr a lavarme lacara a toda prisa. Los nios, arrancadosdel sueo de manera brutal, empezaron allorar. Jeannie peda leche: habamosterminado la ltima botella durante elviaje. Desesperada, comenc abombardear a mi marido con reproches:por qu no me haba escuchado?, porqu nos haba arrastrado hasta all? Alor los gritos de la pequea, la madredel seor Thin nos ofreci un cuencode arroz con pescado salado asado;aqul sera el ltimo desayuno deJeannie y de Ha. Al da siguiente miseria obliga, tuvimos que

  • acostumbrarnos a comer tan slo dosveces al da.Cuando estuvimos reunidos todos los

    recin llegados, el seor Thin nosinculc, por primera vez, los diezmandamientos de Angkar, que debamosaprender de memoria:Todo el mundo ser reformado por

    el trabajo.No robaris.Diris siempre la verdad a Angkar.Obedeceris a Angkar en cualquier

    circunstancia.Est prohibido expresar los

    sentimientos: alegra, tristeza.Est prohibido sentir nostalgia del

  • pasado, el espritu no debe vivoat(extraviarse).Est prohibido pegar a los nios,

    porque de ahora en adelante son losnios de Angkar.Los nios sern educados por

    Angkar.Jams os quejaris de nada.Si cometis un acto contrario a las

    directrices de Ankar, haris autocrticaen pblico en las reuniones diarias deadoctrinamiento, que son obligatoriaspara todos.El seor Thin hablaba en jemer; yo

    entenda lo que deca, pero como nosaba leer ni escribir en esa lengua, tuve

  • que transcribir fonticamente lossonidos que oa para memorizar estaleccin de buena conducta que a partirde entonces tendramos que recitar encada reunin.A continuacin, apunto las

    instrucciones sobre nuestraapariencia:Nunca llevaris ropa de colores.Teiris de negro todas vuestras

    prendas, con la ayuda de un zumo defruta llamada makhoeur que crece en laisla, para lo que debis machacar lasfrutas para sacarles el zumo que luegoherviris con la ropa durante una horaaproximadamente.

  • Las mujeres se cortarn las uas y elpelo; ni hablar de uas largas ymanicura; el pelo se llevar corto,rapado.Iris descalzos; ni zapatos ni

    sandalias.Las personas que tengan problemas

    de visin no tendrn derecho a utilizarcristales correctores; porque ya no sernnecesarios.Cuando os sentis en un banco o una

    silla, est prohibido cruzar una piernapor encima de otra, porque es un signoexterno del capitalismo.Despus nos explic nuestra nueva

    forma de vida, tanto los horarios de

  • trabajo como los nuevos trminos queadoptar en la lengua de todos los das.Trabajaris todos los das desde el

    amanecer al anochecer; los sbados,domingos y festivos quedan abolidos yel trabajo se repartir de la manerasiguiente: las mujeres irn a plantar mazcuando sea la temporada; los hombres seencargarn de desbrozar los terrenostodava invadidos de maleza o rboles,donde se plantar caa de azcar.No habr ms que dos comidas al

    da: medioda y noche, para ayudar aque Angkar ahorre.El comercio ya no existe; no hay

    nada que comprar ni que vender. Angkar

  • os distribuir vuestra racin de arrozcada da y una botella de lecheconcentrada por familia a la semana(cuyo color nunca vimos). Para lodems, ya os apaaris vosotros solos.Para comer, queda prohibida la

    expresin pisa bai, a partir de ahora sedir hp bai.10Los ttulos de seor o de seora

    quedan abolidos, todo el mundo sermit, camarada (mit para los hombres,mit neary para las mujeres casadas,neary para una chica joven).Todo el mundo hablar jemer; a

    partir de ahora est prohibido hablar enfrancs, chino o vietnamita.

  • Tras este discurso, el resto de laprimera jornada se dedic a poner enprctica las nuevas directrices. Lasmujeres del pueblo nos cortaron el pelo.Yo no pude contener el llanto al vercmo caan los mechones de mi largacabellera, bajo los golpes secos de lastijeras oxidadas, pero ms tarde, cuandoya no me quedaba jabn ni champ y micabeza estaba cubierta de piojos, mealegr de estar totalmente afeitada.Despus nos indicaron dnde encontrarlos rboles que daban makhoeurs parateirnos la ropa. Para cogerlos, habaque golpear las ramas con una largavarilla de bamb, a continuacin

  • machacarlos en un mortero y finalmente,encontrar los recipientes adecuados parateir nuestra ropa. Nada era gratis: ellasnegociaban sus servicios einformaciones a cambio demedicamentos o arroz. A partir de aquelda, el arroz, la sal, el azcar y losmedicamentos se convirtieron en lamoneda ms valiosa, una leccin queaprend a medida que me hunda en elinfierno.Desde el segundo da, todo el mundo se

    puso a trabajar. Haba que adaptarse yrpido! Entonces, para nosotros, que noconocamos el trabajo agrcola, quenunca habamos vivido en el campo, y

  • especialmente para m, comenzaron lostrabajos forzados. Los lugareosdistribuyeron picos entre los hombres ylos llevaron al otro lado de la isla paraque empezaran a limpiar la tierra; lasmujeres del pueblo reunieron a lasmujeres y los nios y los condujeron alos campos ya roturados para quesembraran maz.Cmo se anda descalzo, sin estar

    acostumbrado, sobre la tierra removida,ardiente y endurecida por el sol? Elprimer da sufra un martirio cada vezque pona un pie delante de otro en lossurcos. Los lugareos, inmisericordes,se burlaban de m perversamente:

  • Mirad cmo andan los de ciudad!. Ylas mujeres imitaban mi forma de andar.Intentaba aguantar, con los ojos llenosde lgrimas, pero no, no se poda llorar,aunque perdieras a un ser querido. Hede confesar que no toda la gente dePhnom Pehn era tan torpe como yo;algunos eran de campo y caminardescalzos les resultaba muy sencillo.

    Los siguientes das, aprendimos a meterlos granos de maz en la tierra,depositando tres o cuatro en cadaagujero, dejando unos treinta o cuarentacentmetros de separacin. Tambin tuveque aprender a sacar agua del ro, a

  • cargar los cubos llenos con una prtigacolocada en equilibrio sobre la espaldapara regar los surcos.A partir de los ocho aos, los nios

    participaban en todas las faenas. Losms jvenes, entre los que se contabanJeannie y Ha, se quedaban en casa todoel da. Dos o tres veces por semana ibana buscar madera para la cocina conotros nios de su edad. Ni hablar dejugar, ellos ya eran capaces de trabajar;Angkar se encargara de convencerlos.Los jemeres rojos pensaban que losnios eran como una hoja de papel enblanco sobre la que podan escribir loque quisieran. En poco tiempo, Angkar

  • remodel el espritu de nuestros hijos yles transmiti su ideologa. Esosmonstruos se sirvieron de los nios paraespiar a los adultos, sus padres, aquienes consideraban podridos,corruptos e irrecuperables. El objetivode Angkar era crear una nueva nacin,con los buenos granos que hubieranquedado tras la seleccin.

    Despus de esa primera jornada detrabajo, estaba tan cansada y entumecidaque apenas pude tragar mi preciosocuenco de arroz. Precioso, porque era elltimo cuenco de arroz blanco al quetendramos derecho. A partir del da

  • siguiente, vendra mezcladosistemticamente con maz; comoAngkar careca de existencias, haba queapretarse el cinturn y dar prioridad a laalimentacin de los nios.En unas semanas, grandes y pequeos

    perdieron varios kilos. Los nios ya notenan ninguna vitalidad, ningunas ganasde jugar ni de rer. Mi marido, denaturaleza ms bien recia, acostumbradoa su whisky diario y a sus cigarrillos,vio cmo su reserva de grasa se fundaen unos das y se vio forzado a unrgimen de agua de lluvia y tabacoconseguido mediante el trueque,enrollado en hojas secas de pltano. Su

  • cara se vaci de una maneraimpresionante.Unos das despus de llegar a la isla de

    Tukveal, nos convocaron, una maana,en la pagoda que se encontraba en tierrafirme. Todos debamos festejar lavictoria y la liberacin del pas porparte de los valientes yautheas! As quepartimos con nuestro almuerzo en unatartera hecha con una hoja de palmera,llamada smok. Haba que utilizar laspiraguas para volver a cruzar el ro.Convencidos de que volvamos a casa,

    los nios estaban contentos... Yotambin abrigaba esperanzas: acaso nocirculaban rumores que decan que

  • Angkar haca regresar a la poblacin acasa?Los refugiados llegaban de todas

    partes, la pagoda se llen enseguida; losespectadores, sentados en el suelocomo nios buenos, esperabanpacientemente la llegada de Angkar.Termin por aparecer... representadopor un grupo de tres o cuatro hombres,con su ineludible pauelo a cuadrosblancos y rojos alrededor del cuello ysus sandalias H Chi Minh. Uno deellos, que pareca el jefe del grupo,pronunci un largo discurso elogiando alos yautheas pakdevat, los soldados del a revolucin, y repas la historia de

  • Camboya desde el reinado de Sihanoukhasta la victoria de los jemeres rojos.Camaradas, antes de nuestra

    victoria, les pedimos a los extranjerosque hay entre vosotros que abandonaranla capital y a nuestros compatriotas quese unieran al frente de liberacin. Porqu no lo habis hecho? Sabed que apartir de hoy sois prisioneros, soisprisioneros de guerra de Angkar. Enprincipio, deberamos fusilaros a todos,pero las municiones son caras... Portanto, Angkar va a hacer una seleccinpara eliminar a los malos elementos pormedio del trabajo y las privaciones.Angkar necesita un pueblo nuevo, puro y

  • trabajador. Todos os convertiris enkamakors (campesinos) y kaksekors(obreros). No habr ms escuelas, nims libros, la selva y los arrozales sernvuestra universidad, lo conseguiris conlgrimas y con el sudor de vuestrafrente. Vuestro dinero, el de losimperialistas de Lon Nol, ya no tieneningn valor, ser sustituido por lanueva moneda de Angkar.11 De todosmodos, vosotros no tendris: vivirisdel fruto de vuestro trabajo, del truequey de lo que os distribuir Angkar.Escuchad, camaradas! No esperis

    recuperar vuestras casas en PhnomPenh! Vuestra ciudad se ha convertido

  • en un gigantesco almacn. Ya no hayembajadas, ni estadounidenses, nifranceses... El pas ya no necesita laayuda extranjera! A partir de ahora, lamedicina occidental ser reemplazadap o r plantas... Ya no necesitaremoscombustible, las mquinas funcionarncon carbn vegetal! Al marcharse, losfranceses han abandonado sus coches, yse lo agradecemos! Pero nosotros nosserviremos de nuestras piernas,recuperaremos los motores para lasmquinas agrcolas o para las piraguas ylos neumticos servirn para fabricarsandalias...

  • Yo pensaba en nuestro hermoso coche,que Seng le haba confiado al seorThin, creyendo que as lo pona aresguardo y al mismo tiempo prestaba unvalioso servicio a Angkar. El discursocontinu. Me preguntaba si no estaba enmitad de una espantosa pesadilla. Enlugar de progresar, Camboya iba a irhacia atrs! Empezaba a desesperarme,pero mi marido, un optimistaimpenitente, segua confiando en elrgimen e intentaba tranquilizarme:Angkar tiene razn, as se obtendr unanacin fuerte y pura, y me murmur alodo: Hay que to sou.12

  • Cuando termin la primera arenga, otrohombre tom la palabra: Angkar va anecesitar mano de obra, sobre todoobreros en Phnom Penh, porque va aabrir de nuevo los talleres textiles, lasfbricas de bateras, de redes parapescar o de leche condensada, comoSokilait....Yo reaccion ante este nombre, porque

    haba trabajado en Sokilait comosecretaria de direccin.El jemer rojo continu: Ahora tenis

    que decirnos toda la verdad sobrevuestra identidad, vuestro pasado yvuestras competencias. No le ocultisnada a Angkar, l debe elegir.

  • Cada uno recibi un cuestionario en elque haba que consignar el apellido, elnombre, la profesin que tena bajo elantiguo rgimen, el nmero de personasque formaban su familia. Algunoscamboyanos comprendieron laestratagema, que consista en localizarmilitares, profesores, mdicos; en unapalabra, los intelectuales, a los que seconsideraba traidores. Todosdeclaraban ser campesinos, vendedoresambul antes , culis, barrenderos oconductores de bici-taxis... Todos, ocasi todos, con la excepcin de Seng,que pensaba que haba que decirle laverdad a Angkar por encima de todo y

  • dio datos exactos sobre toda la familia:yo era francesa, haba trabajado en laembajada de Francia, l era unempresario autnomo y haba trabajadomucho con los militares. En resumen,confes orgullosamente todo lo quehaba que ocultar.

    Cuando hubo reunido todas las hojas,Angkar dio por terminada la reunin.Tuvimos entonces derecho a comer elcontenido de nuestra tartera en unrepentino ambiente de relajacin yfiesta. Todos nos imaginbamos der e gr e s o a Phnom Penh y nosalegrbamos, aunque furamos a trabajar

  • como obreros. Por un instante, meimagin como obrera en Sokilait, pensque le dira a Angkar que conoca lafbrica, que haba trabajado all: unsimple sueo que durante unos minutosme ayud a olvidar que nuestra situacinno poda ser peor.De vuelta a la isla al atardecer, el jefe

    del pueblo nos reuni como todos losdas despus del trabajo, pues debaneducarnos. Nos anunci que a partir deese momento estaba formalmenteprohibido expresarse en una lenguadistinta al jemer. Yo, que an no lodominaba, tendra que permanecercallada hasta que lo aprendiera. El

  • seor Thin tambin nos recomend quen o intercambiramos recuerdos por lanoche, porque a Angkar no le gustabaque el espritu se extraviara en la vidacorrupta que habamos conocido. Demo me n t o , todava no tenamoscostumbre ni ganas ni tiempo deemocionarnos recordando nuestraantigua felicidad. Los recuerdosllegaran ms tarde, cuando tuviramoshambre de verdad: en voz baja, mientrastrabajbamos en los campos, evocarac o n mi cuada nuestros platospreferidos y salivaramos con lasconnotaciones a todas luces surrealistasde nuestros cuchicheos.

  • Pero segn el jefe, no tenamos derechoa evocar nuestro pasado.Por otra parte, nuestro futuro pareca

    muy sombro.Segn las rdenes de Angkar, cada

    pueblo recibi la orden de acoger entrecincuenta y cien familias. En la isla, elseor Thin segua acogiendo a losrefugiados, entre cinco y diez familias,que llegaban cada da; siempre demedios acomodados, ms rentables enlos cacheos.

    Pasaron los das, las semanas, losmeses. Cuntos? Ya no tenamoscalendario. Desde nuestra llegada,

  • intentaba orientarme escribiendo lafecha sobre el muro de la choza concarbn vegetal.Seguamos sin tener noticias de nuestro

    regreso a Phnom Penh. Mi vida decampesina continu. Sin electricidad niagua corriente, me despertaba todos losdas a las cinco de la maana y measeaba rpidamente en el ro; despus,en ayunas, iba a los campos de maz, decaa de azcar o de tabaco, para regar,desbrozar o plantar mandiocas,boniatos, cacahuetes y verduras:calabazas, pepinos, judas y berenjenas.Aprend a plantar tabaco, un productomuy valioso y demandado. La isla lo

  • cultivaba para cambiarlo por el azcarde palma que necesitaba. El cultivo deltabaco predominaba y exiga muchotrabajo: cosecha, secado y corte. Yadems estaba el cultivo del arroz,primordial, para el que tuve queaprender a remover la tierra, sembrar,arrancar, replantar, recolectar, golpearlos tallos para obtener el grano de arrozblanco. No haba tiempo para eldescanso. Cuando las tierras de la isladejaron de ser suficientes, sus habitantesexplotaron en tierra firme, al oeste,varias hectreas de arrozales donde nosenviaron a todos, hombres, mujeres ynios.

  • Aprend a trabajar la tierra.Poco a poco, tambin aprend a

    responder correctamente a miscarceleros, a navegar sobre sus aguasturbulentas, a fingir sumisin paraescapar a la muerte. A causa de minacionalidad francesa, los campesinosjemeres convertidos y los jemeres rojos,especialmente sus mujeres, se burlabande m de manera perversa y me llamabany barang (francesa vieja) o y ponso(vieja ponso, una deformacin de miapellido, que resultaba impronunciablepara los camboyanos):Entonces, y barang, trabajaras as

    en tu pas?

  • Oh, no, camarada!Ests contenta de estar aqu?S, camarada. Gracias a Angkar

    aprendo muchas cosas. En mi pas,nunca habra aprendido todo esto. S, s,estoy muy contenta de hacer lo que hagoaqu porque si no nunca lo hubieraaprendido.Les chapurreaba lo que ellos queran

    or y en jemer, por supuesto.Doblaba la espalda en la direccin del

    viento, como los juncos.

    Al cabo de un mes, la comida empez aescasear de verdad. No nos quedabanada ms que arroz, maz y sal.

  • Reunamos las papayas y los mangospodridos, picoteados por los pjaros ocados de los rboles, a vecesconseguamos huevos de pata a cambiode algunas tabletas de aspirina. Encuanto a la carne y al pescado, debamosaguzar el ingenio para conseguirlos.A los treinta y un aos, me haba

    convertido de la noche a la maana enuna anciana, completamente reseca. Enlos primeros meses, bajo el shockemocional y el rgimen forzoso, perd laregla, que no recuperara hasta un aodespus de que me liberaran losvietnamitas. El mismo sntoma se repitien mi cuada Li, mis sobrinas y todas

  • las dems refugiadas. Slo las mujeresde los jemeres rojos o las lugareasafectas al Partido conservaron unperiodo regular, porque se alimentabancon normalidad; pero vivamos en unparaso, segn nos decan, y por tanto notenamos derecho a quejarnos.Los trabajadores fueron distribuidos

    por categoras y los alimentos serepartieron en funcin de surendimiento: en lo ms alto de lajerarqua, los hombres y los jvenes,considerados la primera fuerza det r a b a j o (yuvachuon); despus, lasmujeres (yutneary) que gozaban debuena salud, que tenan lo justo para

  • sostenerse y, por ltimo, los ancianos,l o s nios pequeos y los adultosenfermos, fsica o mentalmente, que notenan el coraje de trabajar y que,considerados bocas intiles, debancontentarse con una porcin minscula,cuando no se les privaba por completode su racin diaria y deban tomar algode la de los otros miembros de sufamilia.Mi hijo, Jean-Jacques, de diez aos,

    trabajaba. Reciba la racin de unadulto; su hermana, Jeannie, una nia desiete aos, como no era productiva, slotena derecho a media racin. Asfuncionaba la igualdad del rgimen.

  • De todas formas, para los jemeresrojos, los ancianos y los enfermos nocontaban, no servan para nada.Cada grupo de trabajadores estaba a

    las rdenes de un responsable que almismo tiempo desempeaba el papel deschlop. Ni siquiera haca falta quehub i e r a yautheas para vigilarnos;a d nd e podramos haber huido?Estbamos registrados all, cmobamos a encontrar comida en otro sitio?Cmo rebelarse sin armas, cuando sellevaban a los hombres, uno tras otro?Los refugiados ramos seres pasivos,estbamos agotados desde las primerassemanas. Nuestra resistencia fsica y

  • moral consista, esencialmente, en seguircon vida.

    Trabajbamos cinco o seis dasseguidos, hasta que nos daban unamaana libre para ir a pescar. Y hacafalta aprender!Una maana, tuve la oportunidad de

    pescar con algunas mujeres del pueblo.Otro descubrimiento para la urbanitaque era yo. Salimos en piragua, a lascinco de la maana, para llegar a la islade Taloun, al este de Tukveal. All,cuando bajaban las aguas, aparecanunos pantanos llamados bengs, en cuyobarro se enterraban los peces para

  • desovar. Nos metamos en el agua hastalas rodillas. Pescbamos con ayuda deuna nasa de mimbre abierta por la partesuperior, que ponamos sobre el agua.Haba que remover el barro para quesalieran los peces y atraparlos en lanasa. Para m, aqul era un ejerciciodifcil y fsicamente exigente; para loslugareos, un juego de nios. En unajornada, con su ayuda, consegu capturarvarios kilos de peces, incluso unaculebra de agua, cuya carne es muyapreciada, y pude alimentar a toda mifamilia durante varios das.Despus, mi cuada encontr otro

    mtodo de pesca milagroso, del que me

  • permiti beneficiarme. A los peces deagua dulce les encantaba comer losexcrementos humanos; armadas con estaverdad biolgica, nos levantbamospronto por la maana, antes que nadie,bamos a la orilla del ro, sobre unpequeo pontn bastante bajo, metamosun cesto de mimbre en el agua,sostenindolo con las dos manos,despus hacamos nuestras necesidadesy enseguida oamos cmo coleaban lospeces en el cesto, que haba que retirarrpidamente. As atrapbamos cuatro ocinco peces cada vez.Era el sistema D, una solucin de

    supervivencia provisional para nosotras

  • y nuestros hijos.Me llevaba muy bien con Li. Era una

    mujer amable, valiente, trabajadora,como todos los chinos, y su actitud zenfrente a nuestras dificultades todava medeja atnita. Supongo que su fe ciega enel rgimen le permita guardar esadistancia con la realidad. Por fortuna,ella estaba all, conmigo. Aunque nodebamos evocar nuestras impresiones onuestra vida pasada, nos sostenamosmoralmente y nos comprendamos sinpalabras.No tengo recuerdos precisos de nuestro

    estado de nimo entonces. Cmoreaccionaban ante la situacin Jean-

  • Jacques, Jeannie, nuestras sobrinas ynuestros sobrinos? Qu hacan los mspequeos durante todo el da, cuandonosotros estbamos en los campos? Yano podan jugar con muecas, a larayuela, al escondite o a saltar a lacomba como todos los nios de su edad,ya no iban a la escuela y ya no comancuando tenan hambre. Slo recuerdoque lloraban todas las maanas, antes deque nos marchsemos, y mendigaban undesayuno que no llegaba. Despus, sinenerga para hacer preguntas, con lamirada perdida, se callaban, pues sinduda entendan la situacin. Era comosi, pese a su presencia, estuvieran

  • ausentes. Nunca preguntaron: Mam,pap, qu pasa, qu vamos a hacer?.Por nuestra parte, ya no los abrazbamosni les acaricibamos como antes. Pormiedo a las represalias, dej dedivertirme con Jeannie, de prodigarle elmenor cuidado. Todos los pequeosgestos cotidianos que crean lacomplicidad entre padres e hijos habandejado de existir. Todo se habadestruido entre nosotros. Los nios selas arreglaban, se lavaban solos en elro, coman solos la primera comida dela jornada, que Angkar les daba amedioda. Cuando lo pienso, an sufrolo indecible.

  • Al principio, cuando me di cuenta deque ya no iran a la escuela, de que yano aprenderan nada, me preguntaba,angustiada, cmo podran recuperar eseretraso. Me arrepent amargamente porno haberlos confiado a Michel Deverge,el agregado cultural de la embajada.Pero poco a poco las preocupacionesd e l estmago alejaron esospensamientos. ramos prisioneros de unengranaje infernal: una trampa mortal secerraba sobre nosotros un poco mscada da. Haba que trabajar, trabajarcada vez ms por nuestra supervivenciay la de nuestros hijos.

  • Mientras a Li y a m nos enviaban a loscampos de mandioca o de boniatos, mimarido desbrozaba un bosque con loshombres. Yo no lo vea durante el da,pues sala al alba con su tartera demimbre y no regresaba hasta la noche,pero segua parloteando.Seng crea que haba hecho amistad con

    el seor Thin. En ningn momentodesconfi de l, ni por un segundo se leocurri que fuera un espa de Angkarque buscaba desenmascarar a lostraidores. La depuracin acometida porlos jemeres rojos no slo era tnica,sino tambin social. Seng todava nosaba que ya estaba en una lista de

  • personas que eliminar, an no sabanada.Cuando andbamos cortos de arroz, el

    seor Thin nos echaba una mano.Cuando el seor Thin enferm, mimarido busc en nuestra preciosareserva de medicamentos para darlealgunos comprimidos de aspirina. Unda, al volver de un campo en tierrafirme, mi marido se encontr en lapagoda a dos viejos amigos queacababan de llegar con su familia. Setrataba del antiguo propietario denuestro apartamento de Phnom Penh. Eracomisario de polica; su yerno, soldadogubernamental, y otro vecino, maestro.

  • Seng fue a hablar con el jefe del pueblopara que se alojaran cerca de nuestracasa. ste acept inmediatamente supeticin. Pensando que haca bien, Sengrevel la identidad y la profesin de suscamaradas, pero, sin saberlo, habacometido un error monumental: habafirmado su sentencia de muerte y la desus amigos.Adems, Seng hablaba demasiado.

    Cada vez que tena la oportunidad, lerepeta al seor Thin que admirabamucho el trabajo de Angkar; elogiaba alos comunistas chinos, declamaba lospensamientos de Mao. Tambin entablamistad con un lugareo, jorobado y

  • enano, al que repeta machaconamentes us convicciones polticas; le contabaque escuchaba Radio Pekn en elpequeo aparato de radio porttil quehabamos logrado conservar. Segn lasinformaciones chinas, SamdechSihanouk iba a volver a Phnom Penh ytoda la poblacin podra regresar a lacapital y retomar su vida anterior. Qumetedura de pata! El jorobado enanoresult ser un schlop! Un da, haciamedianoche, algunos yautheasacudieron silenciosamente a la choza delseor Thin, donde celebraron unareunin secreta. Nosotros nosalojbamos justo al lado. Preocupada

  • por nuestra situacin, yo no podadormir; aguc el odo para intentarentender lo que contaban y distinguunos fragmentos de frases: no dejar quelos nuevos escucharan radiosextranjeras, confiscar los aparatos deradio, repatriar a los vietnamitas.Aunque todava no hablaba demasiadojemer, entend perfectamente qu decan.Muy inquieta, despert a Seng paracompartir con l lo que haba odo, perome ignor, diciendo que no lo habaentendido bien y que, de todos modos,no haba nada que temer.Al da siguiente, el seor Thin le

    pidi a mi marido que sintonizara en su

  • radio la emisora nacional. Un da mstarde, se la pidi prestada, con la excusade que la suya estaba rota. Nuncavolvimos a ver el aparato.Pero mi marido todava no haba

    entendido que el silencio es oro. Con suamigo, el comisario de polica,continuaba intercambiando grandesi d e a s cuando iban a los campos,comentando las noticias que haban idorecogiendo aqu y all. Al cabo de poco,los schlops los localizaron y empezarona seguirlos de cerca. As fue como ele na no jorobado comenz a hacerlepreguntas a Jean-Jacques: Tu paptiene un fusil? Lo has visto vestido de

  • militar?. Ese interrogatorio meinquietaba muchsimo, pero Seng no ledaba importancia e intentabatranquilizarme.El comisario no le trajo suerte. Era un

    bocazas que se jactaba mucho, seburlaba de las prohibiciones y seguahablando francs e ingls. Dos mesesdespus de su llegada, cuatro schlops selo llevaron una noche, tras la cena,argumentando que Angkar necesitaba susservicios. Fue el primer admitido como decan los isleos en un campode reeducacin.13Unas dos semanas despus de su

    arresto, el 15 de julio de 1975, los

  • schlops volvieron para embarcar a otrosveinte hombres, a las cinco de lamaana, antes de que fueran a trabajar.Entre ellos, el yerno del comisario,antiguo militar de Lon Nol, junto con elprofesor, nuestro vecino en Phnom Penh,y Seng. Los espas mintieron a los nios:No os preocupis, vuestro padrevolver. Angkar lo lleva a un campo dereeducacin para riengsoth (aprender).Ese da, me enviaron a las cuatro de la

    madrugada, como a las dems mujeres, alos campos de maz del oeste de la isla.Cuando volv por la tarde, encontr alos nios llorando ante la choza. Lespregunt qu pasaba. El seor Thin

  • intervino, intentando tranquilizarme:Angkar slo quiere obtener unasinformaciones, porque su marido ha sidodenunciado por su amigo el comisario,pero estar de vuelta en veinticuatro, ocuarenta y ocho horas como mucho, nose preocupe.Pero nunca ms volvimos a saber nada

    de Seng.Sin la presencia de mi cuada, me

    habra sentido muy sola.Todas las tardes, despus del trabajo,

    desde mi choza situada en la orilla, veapasar por el ro cadveres desnudosatados a troncos de pltano.Secretamente, rezaba a Dios para que

  • entre esos cuerpos no estuviera el de mimarido.Ese mes de julio tambin fue el de las

    primeras cosechas de maz en tierrafirme. En una jornada, el equipo demujeres deba recoger las mazorcas demaz de entre dos y tres hectreas,cargarlas en carretas y llevarlas hasta laorilla del ro, donde despus haba quetransportarlas a las piraguas. Al final dela tarde, cuando volvimos a la isla, senos distribuy lo que habamosrecogido: unos veinte kilos por personapara toda la temporada. De golpe,quedamos privadas de arroz y slocomimos maz, preparado de todas las

  • maneras, por la maana y por la noche.Con ese rgimen mononutricional,nue s t r o s intestinos empezaron adesordenarse.Dos semanas despus de la detencin

    de los traidores, Angkar investig porsegunda vez nuestro domicilio. Eseda, nos hicieron abandonar la isla a lastres de la madrugada para trabajar en uncampo situado a tres kilmetros delpueblo. Cuando volvimos, los nios nosinformaron de que dos schlopsacompaados por el seor Thin habanregistrado nuestras bolsas.Decididamente, haba que evitar comol a peste a esos espas que merodeaban

  • por la noche en torno a las casas paraescuchar las conversaciones de unos yotros, pero no se saba nunca quin eraschlop. En el primer registro, habalogrado esconder algunas cosas, peroesa vez haban arramblado con casitodo, todo lo que los jemeres habanjuzgado intil para nosotros pero tilpara ellos: medicamentos, jabn... y mipreciosa agenda de direcciones. Laprdida de ese pequeo cuadernosupuso la ruptura total y definitiva conmi vida de corrupta.

    A finales del mes de agosto, empez acorrer el rumor de que Angkar

  • autorizaba a la poblacin a regresar a suciudad o provincia de origen y, como siconfirmara esta noticia, por el Mekongbajaban barcos que volvan acontracorriente cargados de refugiados.Nadie saba dnde desembarcaban,algunos crean que en Phnom Penh, otrosen Kompung Chhnang... Se distribuyeroncirculares en los pueblos: se peda a losindividuos originarios de las provinciasde Kompung Cham, Kompung Chhnang,Kompung Thom, Svay Rieng y PreyVeng que regresaran a sus casas. Qualegra! Todo el mundo quera partir deinmediato, salvo los que venan dePhnom Penh, que no haban recibido

  • autorizacin para regresar a la capital.Una ltima formalidad antes deabandonar el lugar: los moulakhans14decan que Angkar todava debaconfiscar algunos bienes.Una vez ms, los refugiados fueron

    engaados por el famoso Angkar: no seprodujo ninguna reintegracin en lasprovincias de origen sino una segundadeportacin a regiones todava mspobres y ms hostiles, donde lesesperaba un trato an ms brbaro.Ms tarde, a mediados de septiembre,

    lleg a casa del seor Thin una lista denombres de todas las familias quehaban residido en Phnom Penh. Mi

  • cuada y yo debamos abandonar la islaese mismo da, con nuestros hijos. A mla idea no me entusiasmaba, porqueconservaba la esperanza en buenamedi da alimentada por el jefe delpueblo de que Seng volvera algnda, a lo que se me contest: Vaya sintemor; su marido sabr dndeencontrarla. Esas palabras no metranquilizaron en absoluto,especialmente porque la madre delseor Thin en persona me aconsej convehemencia que no fuera: Pobrecita, noir a Phnom Pehn, porque la ciudad estreservada a las familias de losyautheas, sino a las regiones

  • montaosas donde no hay nada. Intenteobtener la autorizacin para quedarsecon nosotros, yo la quiero como a unahija y necesitamos a gente como usted,con ganas de trabajar. Yo le ped quedefendiera nuestra causa ante su hijo,pero fue en vano, porque la lista venade arriba; aqulla era una ordenirreversible.Dejamos a la madre del seor Thin

    los objetos que nos sobrecargaban,como la ropa de color que no nos serva,ollas y cacerolas, pero conservamos unacacerola y un hervidor. El 15 deseptiembre de 1975, cinco mesesdespus de