Bubinzana

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    Lima, 26 de febrero de 1960.

    Sr. Dr. Arturo D. Hernandez Ciudad.

    Mi estimad9 amigo:-

    He leido con mucho inters su tercera novela, y me complace expresar a usted, como lo hiciera al conocer las primicias de "Sangama", que su obra literaria nos esta reve-

    ' lando el misterio de la selva amaz6nica, con una intensidad dramatica nunca hasta ahora alcanzada. .

    En "Bubinzana" penetra uste a.Un mas iprofunda-mente en aquel mundo desconocido del alma primitiva que conjuga con la naturaleza virgen aun no dominada por el hombre moderno. Aquel xodo hacia "El Paraiso" es la expresiva pintura de la angustia humana que busca una sa-lida por la ruta inexplorada que conduc.e al seguro refugio, lejano, aislado, sin posibles contaminaciones con "este mundo en que vivimos" . . . Las relaciones entre el brujo y el sacerdote entraiian la antigua vinculaci6n entre religion y magia, en que se acentua el influjo per_turbador de st, que no .s6lo trastorna sino que puede conducir a un radical cambio de vida. La mgia, tan antigua como el hombre, tiene una tremenda persistencia que vence a la raz6n y . a la fe. El climax de la nove/a se alcanza pre_cisamente en el momento en que domina Io magico, cuando aparece el Ayahuasca o cuerda de la muerte con sus letales efectos.

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    Parece que ha jugado mucho la fantasia; pe,ro, en la atm6sfera creada, ya todo es posible. Se vive en la novela fera de la realidad corriente, se padece una continua alu-cinaciqn que transforma el basque en mostruoso conjunto de seres animados que se entreveran y enlazan en lubrico torbellino: maelstrom de Io organico.,

    En la nueva obra novelesca que comento se puede comprobar que Ud. ha superado sus concepciones anterio-res~ pues se sumerge-Ud. en las profundidades de la subcon-dencia que mas intimamente se relaciona con la esatada vida organica de la jungla.

    Estoy seguro que su novela sera leida con el mismo inters que despertaron "Sangama" y "Selya Tragica", que llevan el nombre del Peru y el suyo por todos los Con-nentes.

    Reciba mi enhorabuena y los sentimientos de cordial amistad de su amigo.

    LUIS E. V ALCARCEL

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    La fragil canoa, tras vencer un recodo del canal. comenz6 a surcar las aguas transparentes del lago. Sus tres ocupantes, extnuados, dieron muestras de reani-maci6n. Acababan de atravesar los grandes pantanales del Zancudo, en el coraz6n de la selva amaz6nica. Tras un breve descanso, continuaron la navegaci6n siguiendo el contorno de una de las orillas.

    En cuanto atracaron, en el punto seiialado por el popero, salt6 Durand a tierra seguido de sus dos bogas indlgenas. SI, allf habla vestigios que delataban la pre-sencia remota de gente civilizada. Pugnaban por sobre-vivir bajo la maraiia asfixiante, troncos de paltos, man-gos, guayabos y cana dulce; divisabanse horcones di~persos que, mutilados por el tiempo, permanedan auri en pie.

    Hasta ese momento Durand se vio acometido por frecuentes dudas acerca de ese viaje. Crefa estar si-guiendo la ruta mprecisa que le indicaba el espejismo de una leyenda. En la ciudad de Iquitos habla recogido, con sumo inters, versiones casi olvidadas referentes a un sacerdote desaparecido en la 'selva en circunstancias misteriosas. Y fue la informaci6n de su gufa actual Io que le determin6 a emprender esa fantastica aventura a travs de na de las zonas- mas hostiles de la Amazo-nla. Este afirmaba, dentro de su laconismo aborigen,

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    h4iber acompaiiado al Padre Sandro a fundar un caserio mas'alla d los pantanales.

    Repetidas veces habia tratado de obtener mayor informaci6n al respecto, pero su guia, ~61o pudo cori-cretar algo que resultaba espantosamente inverosimil: que tuvieron que abandonar al Padre Sandro porque habia sida endemoniado por un brujo. Pero c6mo s~- cedieron los' hechos, qu inflwencias siniestras pudieron haber transformado al sacerdote, y, sobre todo, qu ho-rrible determinaci6n Io lley6 a establecerse eh un lugar fan remoto e inaccesible? Eso no podfa decirlo el gufa, cuyas frases incompletas, como sr sus pensamientos es-tuviesen dominados por un terror lejano, encerraban una . sugesti6n invencible para un reporter viajero que, corno Durand, iba por el mundo en busca de noticias sen-sacionales.

    Durand tuvo la impresi6n de la llegada. Sigui6 tras el guia que se adelant6 abrindose paso a machetazos

    :entre lianas y espinosas enredaderas. Sus ojos bien abier-tos fueron divisando restas de construcciones venidas abajo. Su ansiedad se acentuaba.

    El gufa cambiaba frecuentemente de direcci6n y, resumiendo lejanos recuerdos, iba hablando consigo

    1mismo: "la capilla, techo de .zinc, Cristo, caja de ma-dera". Al cabo de cierto trecho se detuvo y, sefialando un punto donde el suelo marc3ba ligeros desniveles, dijo:

    - .Allf vivfa el Padre. Los pies de Durand se posaron en una superficie

    dura, y la punta del machete toc6 bajd la hojarasca algo metalico. Eran planchas de zinc acanalado.

    -La capilla del Padre Sandro. jTal vez est debajo en compafifa del brujo! -dijo el guia estrernecido de superstiioso temor.

    -Descubran ese zinc y levantenlo. !...os indfgenas no se movieron. Rafagas de aire

    liefado azotaron de pronto los rostros agarenos y fueron a rmecer fa fronda circundahte produaiendo rtnores misterlosos.

    -Los brujos no se mueren nunca, seilor . 1

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    Durahd reaccion6, y mientras los indigenas retroce-dian, fevant el zinc dejando al descubierto un reseco fondo de tierra. Distinguiase bajo el armazn caido, restos de una caja, carcomida y frascos rotos que hacian suponer un botiquin destrozado por fa carda del techo. En uno de los extremos divisabase un f echo aplastado y cubierto de mantas rafdas. El tech de zinc era dema-siado pesado para que pudiera soportarlo mas tiempo. Dej caer fa palanca y volvi la vista en pas de los bogas para pedirles ayuda, mas stos estaban lfvidos, dispues-

    . tos a huir. En aquel instante, como si brotara de la malza,

    un hombre se proyect envueho por la densa penumbra reinante. Flaco, la cara borrada por espesa barba hir.su-ta, irradiaba un marcado aire de misterio. S voz reson6 coma si partiera de Io mas hondo de la selva.

    -Qu buscan? -Vengo por el Padre Sandro -contest Durand

    reaccionando de la impresin. -Su cuerpo esta enterrado; sus pensamientos es-

    tan bajo una aleta. . . Cada vez que el Padre pensaba, escribia en los papeles que dej. Estan aprisionados sus pensamientos. Estan cubiertos por la aleta del arbol -inform el hombre.

    -~Cmo muri el Padre? La interrogacin qued sin respuesta. De pronto

    Durand observ que el hombre tenia fija la mirada en los machetes, que relucian pendientes en las manos de los bogas.

    --Quieren los pensamientos.del Padre? Esperen. Y desapareci como una sombra. Durand y los

    bogas se miraron intrigados. Fue corta la espera. Comb brotado de un grueso tronco volvi6 a proyectarse ante ellos el extrafio personaje, portando un grueso atad de papels.

    -Aqui esta Io que escribi el Padre Sandro. Es Io que pueden llevarse. . . St,1s pensamiehtos aprisionados. c:Qu me dan por ellos? Y sus ojos volvieron a fljars con codicia en los mahetes de los bogas.

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    La transacci6n fue rapida. Los bogas se quedaron " sin machetes y Durand ,recibi6 el grueso fajo de l')'.lanus-

    critos. En cuanto el hombre se dio vuelta para marchar-se Dur~nd Io detuvo.

    -lY tu quin eres? La espesa barba que cubrla esa cara se entreabri6

    para esbozar una sonrisa. -Yo soy el loco.

    Ya en ls orillas del lago y dentro de una choza itnprovisada para resguardarse de las lluvias que sorpre-

    ' sivamente se desenadenaban, Durand templ6 su hama-ca y se puso a leer los manuscritos. La caligraffa de las primeras paginas era nltida, en !as siguientes se noc taban rasgos temblorosos, y las ultimas resultaban casi ilegibles. Cerro la noche, y mientras los bogas descon-fiados se acurrucaban en la obscuridad para esperar vi-

    . gilantas el nuevo dia, Durand se acost6. . Al otro dia, muy temprano, reinici6 la lectura. Des~ de las primeras paginas no pudo evitar exclamaciones de incredulidad y asombro. Despus le asaltaron deseos de arrojar al fuego esos papeles que estrujaba con ner-viosidad entre las manos, pero las circunstancias que rodearon. el hallazgo, mitigaban sus lmpetus destructo-res. Los indlgenas sentados junto a la hoguera, le obser- , vaban indiferentes gesticular, levantarse de la hamaca, dar paseos nerviosos de un lado a otro y monologar en alta voz entre los arboles.

    -j No puede ser ! -exclamaba apretandose las sienes con ambas manos como si pretendiera evitar su estallido-. j Fen6menos como stos hace tiempo que han quedado relegados a.I pasalo como pertenecientes a una mentalidad barbara en que imperaba la mas pro-terva fantasia!

    A los dos dlas, tras !argas noches en vela, qued6se pasmado al observar que los bogas no estaban solos. Var.ios salvajes de rostro tatuado rodeaban en cucl illas la fogata. "Son los mismos" -murmur acercandose a ellos. Los examin6 de cerca y descubri6 caracterfsticas

    que le parecieron inconfundJbles: frente aplastada y dientes afilados en serrucho.

    -lQuines son stos? -interrog6. -Gentes del pantano ... -Ya nada tenemos que hacer aqul -dijo subita-

    mente demudado- Nos vamos hoy mismo. i La historia es cierta !

    Parece que el Padre Sandro inici6 el relato de su tremenda historia cuando se vio ya vencido por la serie de circunstancias que incidieron en su extraordinaria vida. Desde las primeras paginas que dej6 escritas se notaba la amargura de sus ultimos dlas.

    Valindose de esos manuscritos y con pocas correc-ciones, Durand escribi6 esta obra resuelto a publicarla aun a sabiendas de que iba a ser victima del escepticis-mo humano, como ocurre siempre con quienes escriben sobre hechos que se adelantan a su tiempo y que las gentes no estan en aptitud de comprender.;

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    Lo primera que viene a mi memoria -comenzaba el manuscrito- es el rostro de mi madre contrafdo por la sorpresa y el lolor frente al hecho ins61ito de su pe-quefio rebelde. Coma alumbrado por el enfocamiento de una luz en las pem.rmbras impreciss del mundo in-fantil, se me revela su imagen cuando abrazados en es-trecha comunin emocional, lloramos juntos.

    -Vas a ser muy desgraciado, hijo mfo. -Soy culpable madre, perdname. Mi vida estuvo gobernada por sucesivos actos de

    rebeldfa y de soberbia, seguidos de_ hondas promesas de arrepentimiento, hasta aquel _dia en que quise libe'rarme para siempre y caf en la tragedia mas espantosa. Em-prendf el arduo camino de los soiiadores, obsesionado por ideales modernos de redenci6n. Y fracas. Fui un desadaptado del medio y de la vida. Los hombres como yo, slo se han asomado al m1.mdo por. la ventana de la ilusi6n y del sueiio.

    Despus de mi madre, recuerdo la venerable ima-gen del Padre Agustfn que lleg a influir decisivamente en mi destina. Pariente nuestro, a quien mi mad_re augu-raba un gran porvenir en la carreta eclesiastica, fue quien me ampar cuando qued hurfano y sin fortuna. A su ladp pas aiios venturosos, inolvidables, en los que llegu a conocer a fondo su sabidurfi;i,' sus sentimientos humanos y su singular elevacin espiritual. El logr6, 6

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    oportunamente, que la Comunidad corriera con los gas-tos de mis estudios en el Seminario de una metr6poli lejana. Comprend[ que me querra mucho, aunque hasta entonc:es nunca exteriorizara nada que no fuera el in- -ters de :umplir con su deber de velar por mf. Sin- em-bargo, al despedirme en el barco que debfa alejarme de la patria por largos aiios, vi radar dos lagrimas por su rostro. Me arrodill a sus pies y recibf su bendici6n.

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    Mi vida en los claustros fue un modelo de consa-graci6~ a los estudios y ejemplo de persever~mci'a y de humildad. Pasados los afios recibi las 6rdenes en un esplndido dia que permanece en mi memoria con la nitidez de los sucesos inolvidables. Regres a la patria decidido a cumplir abnegadamente la funci6n a que me destinara la Comunidad.

    Poco despus de mi llegada fui designado para ocu-par el argo de Capellan en Lin hospital de caridad. Allf choque con el tremendo drama humano. El mundo que forjaron mis suefios, el reino de Dios sobre la tierra, no existfa.

    El escenario hurnano, en general, me llen6 de hon-das preocupaciones. Metido en ese fondo a travs de la comuni6n espiritual, encontr por todas partes la vir-td en derrota. y el vicio triunfante y enaltecido. Pre-senci hechos que me llenaron de incredulidad y' luego de espanto. Vi gentes que en los templos se daban gol-pes de pecho y que al salir a las calles se convertlan en vampiros dispuestos a sccionar la sangre del pr6ji-mo. l.a caridad habla perdido su concepto cristiano. Trat en vano de infundir valor a esa mayorfa hundida en un mundo insospechado de temores y de necesidades. j Un mundo sin esperanzas !

    Por otro lado -y eso era Io mas peligroso- mas alla de las fronteras, 'algunos centros de la mas avanzada

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    civilizaci6n habfan dado' nacimiento a regfmenes cuyas tendencias de dominio u.niversal imprilq'lian en el mundo una tension que, no tenfa paralelo en la historia. Debo recordar que corrlan las postrimerias de la tercera d-cada del presente siglo. ~Qu significaba todo eso? i Evi-dentemente que la civilizaci6n se sustentaba sobre ba- . ses en desequilibrio! Poco a poco fue despertandose n mi la rebeldia dormida. J

    Fue un despertar violento. Mas, aqui cumplo con hacer una advertencia para comprender mejor los la-mentables sucesos que siguieron. Fui un trasgresor del precepto contenido en el Index. En el orden de las ideas ' me fascinaba Io prohibido. Llegaron subrepticiamente a mis manos obras a cual mas revolucionarias contra los .conceptos clasicos del hombre y de la vida que lei y relef con . avidez noches fntegras. Lentamente iba for-mandose en mi espfritu u.na volcanica reacci6n qe te-nfa que estallar alguna vez. Pero dentro del caos tumul-tuoso que se habla formado y bullla en mi cerebro, sur-gfa persistentemente la con".'icci6n de que la justicia so-cial, por mas avanzada que estuviese en la IE\Y nunca llegarfa a calmar sus fines humanos sin el cumplimiento del r:nandato mas grandioso de todas las edades: "Amaos los unos a los otros".

    Un dia fui en busca del Padre Agustfn en cuya sa-bidurfa confiaba. Y con acentQ de profunda amargura .le expuse mis preocupaciones.

    -Lo que dices es muy cierto, -asinti6 con el ros-tro contrafdo- todo ello constituye la mortal ~menaza que gravita sobre la obra de Dios. i Y nada podemos ha-cer para evitarlo ! Confiemos en 1 El. Oremos, nijo, ore'-mos. Lo que siento es que te has colocado en la pen-diente peligrosa en cuyo fondo esta el martirio.estril.

    -Empufiemos la espada y la cruz -le dijo con un gesto de entusiasmo-. El mundo requiere una nueva cruzada.

    -La violencia no es el arma de Dios, aunque mu-chas veces mancillaron la fe empleandola en su nombre.

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    -j Fustiguemos a la civilixaci6n! j Organicemos nuestras fuerzas !

    - -Oremos, hijo mio ... Me pareci6 que el Padre Agustin estaba poseido de

    un conformismo culpable. Me senti desilusionado. El catat:lismo era inevitable. El impulsa heroico que

    lanzaba el verbo flagelador incitando al combate, per-tenecia a edades desaparecidas. En mi cerebro obce-cado gravitaba ra seguridad de que la civilizaci6n esta-ba condenada a destruirse. Habla que salvar la simien-te sobre la que iria a fundarse la Humanidad futura bus-

    c~ndose la isla destinada a perpetuarla, o mejor ~por qu no establecer la comunidad ideal en un lugar inaccesi-ble a la civilizaci6n? AIH estaba la Amazonia. , .

    ! Acudieron de golpe a mi memoria los trabajos y la historia de las Misiones en el Amazonas, cuyo siste-ma fluvial de infinitas margenes inexploradas esperaba la culminaci6n de la idea sahiadora. Una gran determi-naci6n se apoder6 de mf. j Nunca debf pensar en ello ! Me ergui rebelde, vestime d~ seglar y mE\ encamin ha-cia la tierra fascinante de los basques en un viaje que no admitia retorno.

    Habla examinado con detenimiento en los mapas la inmensa regi6n amaz6nica. , Hacla alla me dirigf. Atraves la cordillera siguiendo un itinerario de cumbres, descendi al valie estrecho en cuyo fonda carre el rio en scesivas cataratas y, penetrando en la llanura de los basques, fui a detenerme en las orillas de un caudaloso rio. Habia llegado al pais sorltbrf~ donde mora el salva-je bravo y se yergue la planta ind6mita; tierra de heroi-

    , cos misioneros y de caucheros audaces, de sangre mez-clada con sudor y lodo en cuyas entranas, de humedad y fuego, perdbese la eclosi6n de la vida que brota y el estertor de los cuerpos que se hunden eh la muerte.

    j No sefior, no!, no fui expulsado de la Comunidad como pudo creerse entonces. Yo s que aun esperan an-siosos mi retorno para escuchar mi larga historia y brin-darme la paz de los claustras. Pero ya no volver jamas. Vine dejando una civilizaci6n que se hundia para con-10

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    tribuir a form. ar la simiente d la Humanidad futura; . :

    vine a buscar un nuevo mundo donde poder ij)acentar un rebano d'e gentes buenas, como Io son los de esta$ tierras, y hacer de ellos los fetices pre~esti~ados del . Reiho del Sefior. Sin embargo, debo confesar que, de vez en cuando, venia a mi mente, como una sombra, como algo indefinible que tratara de perturbar la sere nidad de mi conciencia, la imagen bondadosa del Padre Agustin con dos lagrimas surcando su venerable rostro.

    Tal el monte con mis propias manas, desbroc la tierra de sus malezas y, poco a poco, la selva me abri6 su entrana ubrrima. La choza donde colgu el crucifijo de marfil que me acompana tantos anos, se convirti6 en capilla con techo de .'zinc a donde acudian las gen-tes humildes de los alrededores para asistir a los servi-cios dominicales. Al contorno de ese rustico templo, se multi'plicaron las casitas de canas y de bambues. Puse al lugar el nombre pr,omisor de "Esperanza". Ya estaba en proceso de formaci6n el caserio cuando aquello vino a destruirlo todo.

    Yo ignoraba que, en la selva, imperaba entonces un gnero peculiar. de esclavitud. Un hombre valia Io que adeudaba al patron. Al libro de cuentas estaban su-jetos los buenos riberefios, generaci6n tras generaci6n, los hijos cargando Io que adeudaban sus padres como un pecado original. El libro de cuentas corrientes era el vinculo que unia a los peones con los patrones, Io que los radicaba en determinado sitio sin derecho a trasla-darse de un lugar a otro. Una persona que llegaba a fi-gurar en ese libro se habia convertido practicamente en esclavo. Las cuentas eran eternas pues los articulas te-nian para el pe6n el precio arbitrario que les fijaba el patron y, el valor del trabajo tambin estaba fijado por la misma voluntad, aparte de que era un signa de legl-tima viveza usar unas balanzas.groseramente adultera-das. El comercio, pues, no era libre.. El ribereiio s6fo debia trabajar para el patr6ri a quien entregaba todos sus productos sin conocer el precio en que iban a ser tomados; inversamente, tenia que reibir Io indispensa-

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    ble para aliviar sus elementales necesidades sin conocer el precio de Io que compraba. Por este sistema, nadie sacaba saldo favorable por mas trabajador que fuese. El libro de cuentas correntes era un pulpo cuyos ten-taculos estaban conectados con las rterias vitales de la peonada.

    El trabajador, ademas, era materia de transacciones entre los patrones como cualquier mercancia o produc-to. El valor de cada uno de ellos estaba relacionado con el saldo en contra que arrojaba su cuenta. Los que con mayor facilidad cambiaban de amo eran los que tenfan mayor numero de hijos.

    Cuando me di cuenta de la existencia de este sis-tema, promet! luchar para aboli rio. Las autoridades del lugar no podfan seguir tolerando esa forma simulada de. esclavitud.

    ~ -La libertad de comercio y de trabajo esta garan-

    ti:.tada por nuestras leyes. Uno debe comprar donde le venden mas barato, y vender sus productos donde le pa-guen mejor -predicaba al grupo cada vez mas nume-roso de mis oyentes-. Ademas, las dudas gravan a los bienes de los deudores y no a sus personas, ni mu-cho menos a la de sus hijos. jYo los defender!

    No puedo me nos de confesar que a los pocos df as defraud a esa pobre gente, pues cuando irrumpieron los patrones en "Esperanza", seguidos de una multitud de peones y empleados a quienes las autoridades del distrito habfan conferido tftulos de policfa para utilizar-

    ' los como instri.lmentos de opresi6n, me vi imposibilita-do para defenderlos. No pude hacer nada contra la vio-fencia empleada. No sirvieron mis gritos, mis amenazas. m.is exhortaciones, mis supl icas desesperadas. Destru-yeron y quemaron las casitas y empleando la violencia se llevaron a los hombres, a las mujeres, a los nifios. Ante tanta iniquidad reaccion; sf, reaccion. Ataqu con los pufios, y tal fue mi denuedo en la lucha, que puse fuera de combate a cuatro antes que me reduje-ran, sangrante, a la impotencia. En mi desesperaci6n lanc !-'na mirada al cielo impetrand9 piedad para las fa

    gentes que se habfan confiado a mi protecci6n, y como viera que nada podfa venir en mi ayuda, que estaba abandonado, arroj una imprecaci6n contra '--el destino.

    -jTal vez me valdrfa mas invocar al demonio! -rugi al contemplar el cuadro de desolaci6n dejado par la turba vandalica.

    Todo qued6 en la nada despus del incendio, todo menos la Capilla cuya cru:Z: se erguia espectral sobre la negra humareda. Al volver la vista hacia el rio por donde acababan de marcharse mis atacantes llevandose mis es-peranzas, crei, de pronto, que era objeto de

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    una aluci-naci6n. El ser mas estrafalario que puede concebirse tenfa fija la mirada en ml. Era una figura baja y al~o rechoncha en la que predominaba el rojo. Rojos eran sus ojos inyectados de sangre, rojo su rostro, casi amo-ratado, sus pufios y sus pies de piel tostada. Vestia pan-takmes de un .color indefinido y chaquetilla de algod6n azul. Su expresi6n denotaba siniestra ironfi.

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    -~Para _qu invocarias al d~monio? -escuch su voz.

    Quise hablar, mas, casi instantaneamente, esa ex-presi6n cargada al rojo renegrido --color de carne en descomposici6n -me produjo un efecto escarapelante coma si, en realidad, me encontrara frente al mismo de-monio.

    Desde los aiios de la infancia llevamos arraigada la idea de que el mal es rojo, coma es el color de las llamas y' el de los antros infernales en que imper'a Luci-fer. Roja es la excitaci6n de la locura, el impulsa de la fiera en el ataque, el arreoato del que comete un cri- . men pasional; raja es la irritaci6n del toro de lidia y el impetu asesino y suicida. Muchas veces, al contemplar los rojos ocasos tropicales que tiiien de sangre el paisa-je llenandolo de desolaci6n, pens en el, espectaculo ttrico del Juicio Final.

    Ahi, frente a mi, estaba, sin lugar a dud~s. et-de-monio. lnstintivamente mis manas se deslizaron para . extraer del fonda de la camisa la pequena cruz de oro pendiente de su cadenilla -recuerdo unico de la autora de mis dias- y Io puse frente a aquel hombre conven-cido de que iba a explosionar. Pero el hombre, al com-pren~er mi intenci6n, acentu6 su expresi6n ir6nica has-ta el sarcasmo. 14

    -No soy el demonio; soy solamente el brujo. -c::T u nombre? -Hace tiempo que olvid mi nombre" Me llaman

    el brujo, pero si tu quieres ser para ti el curandero. La ciencia del brujo y la del curandero -y, si tu aceptas, la del sacerdote- se complementan en el mundo pri-mitivo donde estamos.

    la fluidez de sus expresiones indicaba aprecia-ble grado de cultura.

    -c::De d6nde apareciste? -le interrogu. -Yo sabla Io que iba a suceder. Acechaba desde

    el 1 inde del basque porque me atraen los sucesos coma el q'ue acaba de ocurrir. No; no soy el demonio. Yo ten-go una ciencia y un arte incomprensibles para tods ... Conozco el lugar en que pudieras vivir en paz. le puse por nombre "El Paralso", al descubrirlo muy joven, hu-

    'yendo de la muerte, a travs de la selva virgen. -c::D6nde queda eso? -Es inutil explicarte. Nadie podrla llegar alla.

    Mas valdrfa senalarte un punto geografico en las anti-podas. P.uedo conducirte si tu quieres.

    Fue asi coma aquel .hombre entr6 en mi vida. Cons-truy6 una covacha, prolonganclo el alero de la Capilla, y alli se estableci6. Desde enfonces, empezamos a vivir juntos: yo en el fonda, y l al costado de esa pequena construcci6n que mis mana~ fervorosas levantaron al ejercicio del cuita. Sin embargo nestras alm.as perma-necieron completamente distintas y separadas; mientras yo oraba y me golpeaba el pecho pidiendo perd6n al Senor por la blasfemia de aquel momento funesto, l roncaba sin cesar en el dia y deambulaba en las noches coma un fantasma. En realidad, dudo que ese hombre sirviera para compafa de alguien; pero yo Io sentia, sentla que era alguien que estaba junto a ml. Al escu-charle roncar tenia la impresi6n de que no me encon-traba solo. Si hubiera queridcr'marcharse, le hubiese ro-gado que no se fuera, pues, en esas circunstancias, la s9ledad me habrfa vueJto loco.

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    En cuanto la calma hubo descendido, como un bal-samo, a mi agitado esplritu y pude ver los sucesos in-: . mediatos a travs del lente de la resignaci6n, empec a planear el fturo. Y cada vez que pensaba en ello, co-braba mayor importancia el brujo como base de mis pla-nes: "El Paraise" debia ser. necesariamente alguna tierra inaccesible a la civilizaci6n en la amplitud de esa Ama-zonia inexplorada. 1 nterrumpi .una noche su deambular

    de fantasma bajo la luna, cuyo fulgor mate trasmitia li-videz cadavrica a su cardena piel. Bajo la noche, tal vez a causa del paisaje espectral o de mis desvelos, su sonrisa sarcastica me result6 repulsiva y siniestra.

    -Tienes miedo a la soledad y al silencio de la no-che -me dijo antes que le dirigiera la palabra-. Yo vi hombres extraviados, enloquecidos por la soledad en el interior de la selva, enloquecidos por el espanto, por-que no hay nada mas espantoso que el vacio producido por la soledad. j Tienes miedo a la soledad ! Hace un ins-tante vi que te levantabas insomne y prendras la mirada en el fondo de la noche. Sabla que temblabas. iPero, es que hay soledad? c:Hay silencio? 2Hay vacio?

    Y, de pronto aquel hombre lanz6 una sonora car-cajada.

    -No hay nada de eso -prosigui6-. Lo que hay es ineptitud para percibir el mundo de Io que esta fuera del alcance de los sentidos y del raciocinio, todo aquello que la ciencia rechaza y que, sin embargo, a veces hace temblar. El hombre primitive Io percibi6, mucho antes de que al civilizarse se anularan en l, sus grandes po-deres intuitives y ocultos. La civilizaci6n quem6 a los brujos en vez de procurar la interpretaci6n de su ciencia incomprendida. j Hasta en el idioma ha degenerado 1.a tremenda acepci6n de la palabra brujo !

    Comprend! que estaba frente a un descarriado que, inclusive, era capaz de negar la existencia de Dios, y una honda pena oprimi6 mi coraz6n.

    -Senor -clam mirando al cielo--, dame / fuer-zas para seguir tu camino, para apacentar tu rebano y retornar tus ovejas descarriadas a tu santo redil. 16

    -Yo te seguir .. .- como la oveja al pastor -es-cuch la voz del brjo, impregnada de cierto tonillo sarcastico-. En "El Pa.raiso" seras feliz, sacerdote. Alti nada perturbara tu obra. . . ni la mia.

    Estaba muy lejos de comprender entonces la in-tenci6n de su ultima frase pronunciada con cierta ento-naci6n enigmatica. Al .d~jar la civilizaci6n tenia el pro-p6sito de buscar un l1,.1gar inaccesible donde vivir en paz, ' dedicado a la obra que me habla impuesto en la vida, y esa idea lleg6 nuevamente a obsesionarme.

    -c'.Cuando partimos? -le pregunt. -Cuando reunas Io que debe ir con nosotros. -c'.Qu es Io que debe ir con nosotros? -Tu rebano; la gente que te rodeaba. Sin el,los,

    no tendrias obra que realizar. Naturalmente que asi tenia que .ser .. Comenc a vi-

    sitar los contornos. Subi al fundo del gobernador del distrito, el cu~I me vio llegar con desconfianza. Segun supe despus, habla acordado con el J uez de Paz sacar-me del medio en la forma acostumbrada. Erari duchos en el empapelamiento tinterillesco de las personas que se oponian a sus planes, imputandoles supuestos delitos.

    Al avanzar por el patio vi el cepo lleno de peones riberenos con los pies sujetos entre los gruesos tablones bajo un sol inclemente que parecia der~etirlos en copio-so sudor. Una caritativa mujer les repartia agua fresca que bebian con avidez. Pregunt al gobernador el deli-to que habian cometido aquellos infelices.

    -Unos vendieron su caucho burlando los derechos de su patron. Hay que reprimir a estos picaros que viven de Io que s~ les da y luego venden el pr:oducfo de su trabajo a, otros. . . Pero para eso estamos aqui para garantizar la ho11radez de los trabajadores. -Y di-ciendo esto, el gobernador se som6 al patio y un gesto autoritario irradi en su rostre al posar su mirada en el cepo. Luego agreg6:

    -Ese indio taciturne que esta en el extremo iz-quierdo es un falso curandero reincidente. Lo llamaron para que curara a una muchacha afectada de ciertos de-

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  • i' ! 1

    1

    l !

    \

    sarreglos internos. El curandero diagnostic6. El demonio estaba alojado en el vientre de la joven y habla que ex-pulsarlo. Se estableci6 en la habitacin de la paciente a fin de librar dura batalla con el."maligno" sin darle tregua ni de noche ni de dia. Resultado: la joven aca-ba de dar a luz los efectos de las curaciones de este brib6n. j Pero ya la justicia le quitara las mafias al muy taimad' '1! El juez de Paz es el llamado .a instaurar el sumario.

    -~Y aquel otro de mirada huidiza que esta en el centro? -pregunt aprovechando el entusiasmo infor-mativo de la autoridad.

    -j El muy bellaco ! -vocifer6 el goJ:>ernador-. Ha-ciMdose el fantasma perseguia a las muchachas que suelen ir a la playa a tomar su bano nocturno. La que se quedaba sin poder correr, muerta de miedo, era vio-lada por el fascineroso.

    -'-Faita de educacin religiosa, sefior gobernador -repuse- .Faita de gufa espiritual. Todas estas gentes son muy afectas a la ensefianza religiosa. Yo les he tra-tado, y puedo asegurarle que en inteligencia y condicio-es fisicas, pocos son los pueblos que los aventajan ....

    ~y esos otros? -Los dos que estan a la derecha del cepo, han

    huido y se les ha capturado. Su patron esta deseoso de cedE?rlos a quien pague sus cuentas. Da un veinte por ciento de. rebaja sobre Io que adeudan, pues es la se-gunda vez .que intentan fugarse ... Tal vez Ud. quiera hacerse de ellos.

    -Un pobre sacerdote como yo --dije adoptando un aire de humildad- no tiene para pagar cuentas. Yo estoy mas bien para apelar a la caridad de las personas acaudaladas como Ud: -

    Lo de acaudalado parece que le gust6 al goberna-aor, pues asumiendo una expresi6n protectora, exclam:

    -Ya trataremos de ayudarle a Ud. Venga siem-pre a visitarme. . . Creo que Ud. tiene razn, j a estas gentes. les fait a gui a espiritual y ensefian.za religiosa ! a .

    Salf de ~ casa del gobernador dejandolo en la creencia de que ya no iria a interferir mas .en sus in-:-tereses. Lo mismo hice con el Juez de Paz, de tal suerte que, sin obstaculos, fui poco a poco ponindome en con-

    /tacto con mi rebafio disperse. Cuando les pedf que me siguieran a fundar un pueblo en el interior de la selva virgen, nadie se asust6 ante la magnitud de la empresa. Todos estuvieron conformes en seguirme. Por Io visto, aun no habia perdido mi ascendiente moral.

    El dia sefialado, todos acudieron con Io que podian conducir sus embarcaciones: herramientas, alimentas,

    hiju~los, semillas. Tuve que vencer, al principio, la re-sistencia de muchas, entre ellos Juan Rosales, que se oponia a incluir en la expedicin al brujo, a quien _atri-buian todas las muertes que por esos alrededores habian ocurrido. T odes quedaron conformes en cuanto les in-form de que era indispensable su compafila, tanto por-que el brujo ya se habla convertido en cura.ndero, cuan-to porque era el (mico conocedor del lugar ado!'1de fbamos.

    Yo conocfa por su nombre a cada una de las cin-cuenta personas que debian seguirme entre hombres, mujeres y nin9s; podia nombrarlos uno por uno, inclu-sive a ese viejo que se acopl6 a ultima hora acompafia-_ do de su hijo enclenque y paliducho. Me dijeron que se llamaba Claudio y -hubo que buscarle un acompafiante que le ayudara a conducir su canoa. Se ofrci6 Pancho, un joven risuefjo que no pudo lograr admodo en las otras embarcaciones repletas.

    No. me agrad6 mucha la t:ompafa del viejo Clau-dio, por su disonancia en ese conjunto homogneo. Es-taba siempre silencioso, abstraido en sus pensamientos. Cuando se le hablaba, habia que hacerlo dos veces y, al responder, parecia despertar de un suefio. Frecuente-

    ' ' mente sus respuestas no correspondian a las preguntas que se le hada. Su hijo era un ninoque nunca se reia.

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    Fue impresionante aquef la madrugada en que una flotilla de canoas cargadas se desprendi6 del puerto con destino 'a Io ~esconocido. La emoci6n me condujo a re-memorar el momento hist6rico de la partida de aquellos puritanos que, a borda de1 "Mayflower", se lanzaron en pos de un mundo donde vivir en paz. Formose una lar-ga cola detras de mi canoa, que era la embarcaci6n mas grande, en cuyo fonda iban las planchas de zinc, techo de la Capilla. En la proa se acomod6 el curandero-brujo conocedor de la ruta. A continuaci6n de a mfa surcab la del viejo Claudio, en la que iba el jovial Pancho, cantor de endechas y de sentimentales canciones de amor.

    . Penetramos por unos anchos cauces de agua que se adentraban en fa floresta\ atravesamos sectores de selva inundada y, por ultimo, arribamos a una zona de pantanales que pareda no tener fin. El brujo calculaba la orientaci6n examinando los contornos y los perfiles de montes yertos como si hubiese realizado anterior-mente ese viaje dejando senales para fijar la ruta.

    En los primeras dfas, nos esforzamos por evitar las huellas que delataran nuestro

    1

    paso a las comisiones que no tardarfan en perseguirnos en cuanto los patrones y las autoridades tuvieran conocimiento del xodo pro-ducido. 20

    La naturaleza ex6tica era deslumbrante. Brotes en floraci6n reverberaban al sol entre variedades de plan-tas acuaticas en que alternaba el helecho con el nenu-far y la victoria-regia con las beg()flias. Entre musaceas y canabravas, sobre alfombras de un verde claro inten-so, variedad de aves devoradoras de peces y de cara-coles expresaban su sorpresa, en estridente algarabfa, al notar nuestra presencia. Garzas y grullas estaticas, ejemplares rezagados de grandes migraciones, proyecta-ban su quietud de extrafias flores blancas en media de esa naturaleza que derrochaba el verde en todos sus matices, desde el chocante glauco hasta el gris opaco. Alli, en ese caudal infinito de plantas, ocultaba su vir-tud inviolada la hoja que enferma o cura, y la raiz que nutre o envenena. j AIH estaba encerrado el secreto de la larga vida o de la muerte instantanea !

    Un extenso lago, de superficie alfombrada por una capa compact a de huamas ( lechuga acuatica) en la' que saltaban aves zancudas color canela, se extendia ante nosotros en cuanto transpusimos una angosta restinga. Sobre la verde superficie distinguianse puntos que se mo-vian con velocidad de saetas. Saqu mis prismaticos y descubrf que esos puntos, en veloz desplazamiento, eran cabezas de serpientes que reptaban sumidas entre las verdes hojas. Con frecuencia descend{an sobre ellas, en raudas picadas, aves de rapifia que volvian a levantar el vue Io con una vibora contorsionandose, pendiente del corvo pica. Las gentes, al notar el movimiento ondu-lante de esa gruesa alfombra, expresaron su entusias-mo diciendo:

    -j Mucho paiche ! j Mucha vacamarina ! -Tambin hay boas y caimanes fYlOnstruosos

    -agreg6 el brujo. El entusiasmo no decay6 por Io que dijo. Se habla

    despertado en ellos el poderoso instinto de los pescado-res, propio de los riberefios que viven de la abundante pesca en los rios y en los lagos de que esta cubierta esa parte de la Amazonfa. Hubo que detenerse el tiempo suf iciente para pescar alguno~ ejemplares de vacama-

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  • : 1

    rinas, gordo mamHero 'que habita en las aguas dulces del Amazonas.

    Las canoas, abundantemente provistas de pescado, reiniciaron la navegaci6n pegadas a la orilla para avan-zar entre los arbustos cuyos tupidos ramajes, parcial-mente sumrgidos, contenfan la invasora alfombra de huamas. Por entre los espacios libres que dejaban esos ramajes navegabamos con alguna facilidad no obstante las curvas cerradas y los movimientos en. zigzag que nos vefamos obligados a realizar. El prop6sito visible del brujo-gufa era ganar la orilla opuesta circundando el

    . lago, pero, antes de alcanzar la otra margen tuvimos que detenernos desalentados ante un ancho canal que se extendfa cubierto de huamas hasta perderse tras un dis-tante recodo. El brujo expres6 su contrariedad con gru-fiidos y gestos, pues esos obstaculo~ a la navegaci6n no estaban previstos en sus calculos. Los heroicos bogas

    r cornenzaron ardorosos la ruda faena de cortar con remos y machetes, bajo un ~andente sol, pedazos de esa castra acuatica y hundirlas a los costados para formar una via que permitiera el paso de las canoas. Aquellos doscien-tos metros nos demoraron casi todo el dl a.

    Al iniciarse la tarde tuvimos un gran contratiempo. El hijo de Claudio que remaba con desgano levant6 el remo y se desplom6 en el fonda de la canoa atacado de insolaci6n. Acudf en su auxilio con el botiqufn que lie-

    . vaba previsoramente. Ardfa con la fiebre y sus pupilas muy .dilatadas revelaban un final irremediable.

    'I -Ejercita tu arte -le orden al brujo. -Es. inutil, hace tiempo que este muchacho esta

    muerto -contest mirando al chico como si fuera ya un cadaver.

    Ya bien tarde, alcanzamos la banda opuesta que no result6 propiamente la otra orilla del lago sino la con-tinuaci6n del mismo, pero cubierto de alta vegetaci6n. A poco de penetrar en esa selva sumergida, se detuvie-ron las canoas con gran disgusto del brujo qe pareda tener prisa. 22

    -.-No es prudente seguir avanzando ... --dijo Ro-sales, con su voz de barftono.

    -c:Es que aquf hay alguien que manda mas que tu, sacerdote? -me pregunt6 insidioso el brujo.

    Le impuse silencio. Todos callaron despus y, coma estabn agotados de cansancio, muy pronto quedaronse dormidos. Estaba acomodandome a mi vez cuando un grito de mujer rompi6 el silencio de l! noche.

    -Esta ya muerto -exclam6, y n coro de .llori-queos cubri6 la flotilla. Algunas empezaron a llorar ha-blando con entonaci6n sentimental. Son las lloronas, pens, y luego pedf silencio. Improvis una mezcla d.e arenga y de sermon. En cuanto hube terminado les invi- t que me acompaf\aran a orar par el a~ma del que acababa de fallecer.

    Las ultimas frases de la oraci6n fueron absorbidas par el estruendo que produjo un fuerte golpe de viento, anuncio de una tempestad que se aproximaba. Se apag6 la velita que alumbraba el cadaver del nif\o, al cual ha- ' bfan cubierto con una sabana sobre la carga de la canoa mas pr6xima a la mfa. i Fue una noche espantosa ! Se desencaden6 recio ventarr6n que parecfa destrozar la selva entera .. Sigui6 despus lluvia torrencial que lavan-do la alta fronda, venra a cubrirnos de une castra que-mante de materias or~nicas en descomposici6n. Los ni- nos chillaban, lloraban las mujeres y los hombres guar-daban silencio hostil. Sentfme enfermo Y desalentado, y lament haber inducido a esa gente a emprender tan desdichada aventura.

    Pasaron las horas. El fragor de la tempestad devino en calma; el embate de la lluvia se habla aplacado con-virtindose en fina llovizna tenaz, y cierto friecillo ca-laba la piel y entumeda los musculos. Eri el fondo del rumor apagado y enervante, escuchabanse voces plafii-deras que partfan desde alguna parte imprecisable, coma exhalaciones dolorosas de la tierra ante el casti.go del cielo.

    Yo me encontraba despierto y sentfa correr el agua sobre el impermeable que apenas me cubda. Oraba. Mis

    23

    "

  • pensamientos, huyendo de la realidad aplastante, se re-fugiaban en Dios impetrando su misericordia divina. Las canoas permanecfan en silencio y estaban agrupadas al-rededor de la mia. Podia extender la mano y tocar cuer-

    , 1 pos extenuados que dormian, o simulaban dormir. Alli junto estaba el ,cadaver del niiio. Por momentos me acometian temblores escarapelantes al percibir el grito del monstruoso caman negro o el de la boa constrictora que lanzaban su desafio de machos junto a la hembra en celo. Entonces, me irritaba contra mi mismo a causa e que ~is pensamiE;mtos se apartaban del cielo, a mi

    ,. pesar, atraidos por conflictos sexuales de bestias y de reptnes. j Pecador de mi!

    Una forma se irgui6 en la canoa proxima. Yo la intufa, la presentia, pues, no escuch ruido alguno que la delatara. 'Qu buscaba? 'Qu hacfa? 'Es que no sen-tia el contacto frio de la lluvia? Hallabame envuelto en tales conjeturas, cuando me parecio que otra forma se levantaba, a su vez.

    .-~Qu estas queriendo hacer con el guagua muer-to? -pregunto alguien acusador.

    -Nada . . . -La respuesta fue la de una voz aho-gada, y un f'1trvalo de silencio se produjo antes de que el otro hablara.

    -Yo Io s ... quieres hundirlo en la huama para que se Io coman los hambrientos que esperan debajo de la canoa.

    -Ya l no siente ... -Parece que Io odiaras ... -'Por qu habia de odiarlo? -Porque es hijo de ella .. . -'Conotes la historia ... ? La pregunta quedo sin respuesta. Evidentemente,

    estaba tejindose una historia llena d pausas y de pun-tos suspensivos. Sabia que uno de ellos era Claudio, el hombre silencioso que miraba sin ver, como si su vista permanec1iera. ~lavada en el pasado; pero del otro no estaba seguro. Podia ser la de Pancho, mas la voz era 2f:

    . \

    . insegura y temblorosa, distinta a la jovial que le carac-terizalra.

    -~Sabes quin fue ... ? -volvi a escuchar la primera voz, interrogando. ~. \ -No. . . Se fue con alguien, dejando conmigo a

    su hijo ... todos creian que tambin era mi hijo, pero no; era de otro hombre ... cuando entro en mi vida ya estaba con ese hijo, pero todos creian que era mio. Des-pus de un aiio regreso ... Yo no sabia si vino subiendo o bajando el rio ... La vi un dia en la puerta ... El chico corrio a abrazarla. . . No le pregunt ni adonde fue ni

    1 de donde vino. . . Pero 'por qu tengo que contar todo eso? ... Yatodo paso ... Todoseolvida ... Ella mu-rio ... el .chico tambin murio ... ahi esta bajo la llu-via ... Todo se acabo.

    -'Ya no Io odias? -No ... -'Quieres saber quin fue? -'Por qu no? Con el tiempo quise saberlo, pero

    fue por pi.ira curiosidad. Solo s que ella me dejo por-que yo era viejo ...

    -'De veras que ya no te importa? -Ya no me importa . . . todo se olvida. -Era muy bonita. -jLa conociste! -Yo fui ... -jPancho! En aquel momento me di cuenta quin era el otro

    interlocutor. Era nada menos que el compaiiero de viaje que le cupo en suerte al vieio Claudio. Pancho siguio hablando ...

    -Me siguio porque tu eras viejo, y me dejo cuan-do mas la queria. Regreso a tu casa porque extraiiaba mucho a su hijo y no podia vivir sin l. Ella no supo Io que hacia cuando Io dejo contigo ... 'Amigos, viejo?

    -Amigos ... ya todo paso. _,Qu fue de ella? -Mu rio. -La mataste viejo. jYo vi su cuerpo comido por

    25

  • ".'

    !

    ' l 1 1:

    la tangarana ! -jAh! la exclamaci6n del viejo tenfa un extraiio sonido

    coma del viento cuando cruza la fronda anunciando tem-pestad. Yo me estremed involuntariamente. No cabla duda, acababa de escuchar una historia entrecortada cuyo contenido tragico podfa adivinarse.

    Al otro dia, bien temprano, al reiniciar la navega-i6n, mir con ansiedad el interior de la canoa que el viejo Claudio se esforzaba por hacer avanzar por el surco que iba dejando la mfa. Remaba solo en la proa; el sitio correspondiente a Pancho estaba vacio. Alguien dijo que al amanecer habla escuch!dO un golpe, un ge-n;tido y la cafda de un cuerpo al agua. El brujo intervino y, al hacerlo, su rostro cardeno adquiri6 U11a expresi6n maligna.

    --Aquf debajo de nuestras canoas --dijo- hay sec res hambrientos que estan siguindonos. Devoran todo Io que cae y se hunde. . . "como un curpo atravesado por un cuchillo".

    Todos lamentaron la desaparici6n de Pancho. Su voz habla sido el calmante de nuestros sufrimientos. No ei entonces prudente efectuar ninguna investigaci6n. Dsde ese dia, me dediqu a vigilar estrechamente a Claudio, resuelto a descubrir Io ocurrido esa noche. Era indispensable someterlo a severo interrogatorio, mas por las circunstancas habla que dejarlo para el fin del via je.

    Fue necesario, sin embargo, conducir con nosotros el cadaver del muchacho pues no habla donde enterrar-lo. Alguien sugiri6 la idea de lanzarlo a las aguas, pero los demas protestaron. Lo enterramos bajo el aguacer, en un lodazal que en verano se convertfa en restinga. Fue la oraci6n mas triste que pronunci en mi vida por la primera vfctima de aquel viaje.

    21

    VI

    Soportamos dfas de sol alternados con dfas lluvio-sos, sombrfos, que daban al panorama tonalidad mustia e imprimfan en el alma sensaciones de intensa tristeza. los pantanales alumbrados por las primeras luces del amanecer y bajo el c_respusculo vespertino, tenfan un as-pecto ttricamente bellu.

    A los veinte dias de navegaci6n sin sombra, cuya lentitud centuplicaba las distancias, se advertfa en los semblantes signas inequfvocos de desaliento, y hasta lie-gu a escuchar veladas frases originadas por la deses-peraci6n. / Veinte dfas en los pantanales .eran mucho peores que igual tiempo en alta mar metido en un bote de naufragos. Si en ste la'\\ansiedad no permite el re-posa, aquf el minuta significa esfuerzo agotador. Tenia-mos que luchar contra la estatica de la embarcaci6n aprisionada por las plantas que flotan, o no s.alir nunca y perecer. Con ese motivo, antes de .que cerrara la no-

    .che y, no obstante, el cansancio general ~n la fmproba tabor efectuada, al detenernos ordenaba que las canoas tomaran posiciones en circula alrededor de la mfa, con el fin de exhortar a mi gente a seguir adelante hacia la tierra inaccesible en que fbamos a . vivir libres, sin preocupaciones, bajo el amparo de Dios. Les contaba, entre otras, las penalldades del xdo en pas de la tierra prometlda, les inculcaba el significado de la libertad cuya conquista requiere el sacrificio, ihdusive de ta

    ri

  • 1; 1 i

    propia vida, y terminabamos implorando la mis~ricordia divina. Seguimos avanzando asf sin la menor idea de cuando terminar.fa nuestro peregrinaje. No habla nada mas desesperante que tener a la vista, al anochecer, el punto de partida del mismo dia. A mi pesar, llegaba a dominarme el desaliento en los momentos en que me invadfa cierta funesta duda acerca de nuestro gufa, duda que se acentuaba despus de las cortas conversaciones. que sostenfa con l.

    -~Fa~ta mucho todavfa para llegar? -Ya no queda distante. -~No estamos extraviados? ~Conoces bien la ruta? -Vamos bien. He venido por aquf muchas veces. - ~Has venido muchas veces por aquf? ... j No es

    posible! -Sf vine. Recuerdo bien todo est~. He venido en

    las noches de luna. -j En las noches de luna ... ! ~y qu hacfas en los

    dfas de "sol y de lluvia como los que estamos sufriendo? . -Es que no he venido como venimos ahora ...

    pero he venido. Su reticencia era desconcertante y no encontraba

    forma de hacerlo entrar en explicaciones. Estos dialo-gos cambiaban muy poco. No podfa continuar interro-gando y conocer mas detalles, pues aquel hombre se ha-cfa cada vez mas extrano y enigmatico. Termin por su-poner que el locuaz brujo asumfa su papel de tal para imponerse en la expedici6n. j Estabamos a su merced ! Entonces estaba yo muy lejos de imaginar que mucho de Io que me rodeaba en ese medio se habla tornade inexplicable. Acababa de penetrar en un mundo en que ta naturaleza participa de Io irreal. En Io sucesivo, ya no podrfa separar el sueno de la realidad ni Io misterioso de Io ,alucinante.

    i Qu largos me parecieron los ultimes dfas de ese memorable via je! El interior de los lugares sumergidos de vegetaci6n mas o menos alta, ostentaba parajes som-brfos de marana indescriptible que hacfa pensar en la existencia de una locura vegetal. Vefase con frecuencia 28

    que de la descomposici6n de los arboles muertos sobre-salf ar-i delicadas orqufdeas, y de los ramajes rugosos de troncos centenarios brotaban cataratas luminosas y multi-colores de parasitas en floraci6n que descen~fan hasta el agua .. Escuchabase, en la fronda cruzada de rayos do-rados y de sombras detenidas, el batir languido de alas que se dirigian a la propicia restinga en donde se habian aglomerado los animales de la selva para invernar. En los lugares poco profundos cardumenes compactos obs-taculizaban la navegaci6n,

    En un recodo formado por la vegetaci6n alta des-cubrimos un arbol de la punga. El estrfado tallo, de .un verde apagado y lustroso, emergia de las aguas estanca-das, solitario sobre un espacio descubierto. Extendfanse sus pocas ramas como brazos de candelabro gigante .que remataban en grandes flores de grana reverberando al sol. Suele tenerse su encuentro como indicio de buena-suerte, por Io que los viajeros prorrumpieron en excla-maciones de jubilo al divisarlo .

    Experimentamos de inmediato un gran alivio, ver-dadera compensaci6n a nuestras penalidades, al desli-zarnos sobre las aguas claras y profundas de un extenso Iago, al que penetramos siguiendo un canal torrentoso que impedfa la invasion de las plantas acuaticas. Hada varies dfas que venfamos observando, a la distancia, un fondo de alta vegetaci6n de matiz azulino y perfil uni-forme como de una cordillera sin picos. Del infierno de los pantanales estabamos llegando al paraiso terrenal. Sobre ambas orillas del lago se erguian arboles milena-rios, y, eh una atm6sfera diafana poblada de liblulas. las mariposas se confundian por el tamafio con las aves. L.:os mamiferos miraban curiosos la flotilla bulliciosa que irrumpia en sus dominios de silencio y de quietud. La sensaci6n opresiva, propia de los bajios, habla desapa-recido y el aire embalsamado nos produda una intenSJ sensaci6n de euforia.

    Quien mas feliz se manifestaba era el brujo. Aban-donando su mutismo enigmatico y reticente, adopt una.

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  • i 1

    \ ' extravagante actitud de jubilo. Reia extrafiamente cau-sando una sensaci6n .esclofriante.

    -jTerminarbn nuestras penalidades! jAqui vivi-remos felices! -y batia l.as manos como un nifio frente a la golosina.

    -~Por qu te alegras de ese modo? -Porque me siento cerca de ella.

    -~De quin? -No pude reprimir un gesto de asombro. '

    El brujo quiso decir algo, pero subita reflexin le acal16, y al volver la cara para cerciorarse del efecto que me habian producido sus palabras, observ en 1 su rostro una expresi6n demoniaca que me cr:sp los nervios.

    Continuamos la navegacin pegados a una de las orillas. En aquel preciso momento, una manada de bu-feos, esas inias amaz6nicas que han dado origen a mul-titud de leyenda's, comenzaron a emerger, alrededor de las canoas, con persistencia de tiburones tras el barco ballenero. Daban su resoplido estridente y volvian a su-mergirse, lentos, dejando ver el lomo plomizo y el resta del cuerpo .que pasando por varios matices iba a re-matar en .el blancuzco pecho. El brujo se reanim.

    -'-Ellos saben que en una de estas canoas va una muthacha. ..

    El popero de esa canoa protest: -Mordi6 mi remo uno de estos. endemoniados. -Ha pasado rozando el, mio -exclam otro. En la canoa prxima, un hombre, tom6 su escopeta

    con animo de disparar contra el primer bufeo que irrum-piera fuera de la superficie.

    -Ya puedes esperar toda la vida que no volveran a salir -dijo el brujo sarcastico-. Son mas brujos que los hombres mas brujos. .

    -Son los demonios del agua -dijeron varias voces. -Ellos estan aqui en el aire mirandonos en la cara

    y le:yendo nuestros pensamientos ... -j No puede ser ! -exclama una mujer-. Si .los

    bufeos estan dentro del agua, no s cmo puedan estar mirandonos. 30

    Todos dejaron de remar incrdulos. En el punto donde indic6 el brujo, atracamos. Ha-

    biamos llegado. La orilla explayada de areha gruesa y sonrosada se extenda hasta penetrar, en suave declive. en las aguas claras donde discurrian abundantes peces. Subimos. En Io alto, en terreno piano, se levantaba unl' vegetaci6n asombrosa por su exuberancia. A travs del rumor de la fronda se perciban dulces trines. El brujo se tom locua:z.

    -Estamos en un nuevo Paraiso Terrenal -dijo con expresin placentera-. Fueron tierras propicias coma stas dond nacieron las culturas, se desarrollaron las civilizaciones y fluy6 la histor_ia. ~Quin puede pre-decir Io que ira a ocurrir aca coi'i el tiempo? Aqu, en este mismo sitio, es muy posiDle que gentes exaitadas por una pasin imprevisible victimen a un martir des-tinado a la canonizacin. Quiza algo mas alla levanten-los creyentes un temple que con el tiempo desaparezca demolido por los proslitos de un nuevo materialismo.

    ~y por qu no podra erigirse aqui una ciudad destinada a desaparecer lrrasada por turbas de gentes oprimidas en sus afanes de conquistar una libertad ut6pica? ~Escuchas, sacerdote?

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  • 1 1

    l

    VII 1'

    Tras el descanso e unos dfas para recobrarnos de las fatigas del viaje, emprendimos, vigorosos, la tala de 1a selva. Gruesos troncos -que, aserrados mas tarde, 1iabrian de servirnos para la fabricaci6n de nuestros rus-ticos muebles- cayeron al golpe de las hachas; la ma-1eza fue desbrozada y muy pronto una buena extension

  • 1

    rle encontrar una parte vcilnerable del reptil para ata-carlo. El ave y la serpiente formaban un solo cuerpo

    de aspecta impresionante. El- huancahui ya empezaba - a dar sefiales de asfixia, Io que me obi ig6 a proceder de

    fomediato y, sin pensarlo mas, metf la punta de un palo 'en la boca' abierta de la serpiente, cuya cabeza logr su-jetar contra el suelo blando donde la hundf. Los anillos

    'dejaron de presionar y el ave libertada, jadeante, 'foe a .:posarse en un ramaje cercano.

    - Ya esta tu enemiga muerta, -le dije coma si :hubiera de entenderme-. Yen y llvate su cuerpo para ttu festin de nafiana.

    Pero el ave asustada volvi6 a levantar el vuelo y se perdi6 en la obscuridad.

    -j Otra vez no elijas una presa tan grande! -le grit mientras se alejaba-. En vez de cazar podrfas ser cazala.

    Desde aquel dia, se estrech6 mas nuestra amistad. 'El ave parecfa reconocerme y, en cuanto me vefa senta-

  • i i 1

    VIII

    En el suero pr6digo aparecieron vigorosos los brotes: de las plantaciones destinads a satisfacer las necesida-des del caserfo, aparte de la abundante caza y pesca. La vida empez6 a transcurrir placida para todos. La ense-nanza religiosa y la instrucci6n alternaban con el tra-bajo suave, ~n tal forma que nadie sentfa la influencia de mi autoridad.

    Antes de cerrar los ojos por las noches, para dor-mir el sueiio profundo de los justos, reflexionaba en que a cubierto de la incomprensi6n y del ataque de los hom-bres, inaccesible a las influerfcias funestas de la civili-

    . zaci6n, podfa ya apacentar aimas buenas y puras que . tuvieran la .mirada puesta en el cielo y el pensamiento-en las cosas santas de la tierra. ' El viejo Claudio y el brujo disonabari en ese con-junto armonioso. No reaccionaban a ese ambiente vital, ni se amoldaban al ritmo cooperativo de los trabajos. Claudio comenz6 a construir su casa al mismo tiempo que los demas y termin6 mucho despus, cuando todos estaban ya confortablemente instalados. Nadie se ofre-ci6 a ayudarle, todos se apartaban de l, murmuran-do. Tuve que ir personalmente en auxilio del hombre silencioso.

    Entre los dos clavamos los pesados horcones, le~ vantamos las vigas, sujetamos los tijerales y acondicio-namos el armaz6n para recibir la techumbre de entre-36

    tejidas hojas de la resistente palmera irapay. Todo Io hi-dmos en silencio. Me parecfa estar trabaj.ando con una sombra.

    -Ahora que esta hecho Io mas pesado, ya puedes terminar tu casa soio, -le dije un dia-. Tengo que ayudar tambin a los demas.

    -Gracias, Padre, -me contest6, y su voz semeja. ba un lamento.

    -Esta noche, despus de la cena, vienes a la ca-pilla que debo hablar contigo -le orde.n al dspedirme.

    -Asf sera, Padre ... E::sa noche me encontraba, como siempre, sentado

    en el atrio de la Capilla, en ese estdo de transici6n en-tre la vigilia y el sueiio, cuando senti a mi fado los pasos vacilantes de alguien. Era Claudio. lnstantaneamente vino a mi memoria Io ocurrido en el viaje baj_o la lluvia y la noche.

    -Sintate aquf junto, Claudio -dfjele-. Ahora estamos solos ante Dias y ~s necesario ~ue me digas toda la verdad ... ~Qu historia es esa relacionada con la que fue tu mujer y Pancho? Yo Io s tod6 .. r pero es necesario que tu me Io digas. Cuando un cristiano se arrepiente y pide perd6n a Dios, esta salv~o. Habla.

    -~Lo sabes todo, Padre? -Todo, inclusive que tu mataste a Pancho . El hombre se puso a temblar, quiso decir algo, bal-

    buce6 frases ininteligibles. Tuve que calmarle y, enton-ces, refiri6 una tragica historia con frases i,nconexas, se-paradas unas de otr~s por intervalos de silencio que era necesario cubrir deductivamente para dar ilaci6n Y, uni-' dad al relata. He aqui en sfntesis la historia.

    37

  • 1 i 1 Il

    ' ,,

    I~

    Viejo estaba ya Claudio cuando cierto dfa, pescan-do en un remanso, el viento llev a sus oidos una voz de mujer pidiendo auxilio. Dej6 el sedal y su vista agu-da descubri6 a Io lejos, en- el centro del ancho rio, tur-b'ulento y arremolinado en esa poca del ano, una pe-quena canoa que bajaba arrastrada por la corriente.

    Claudio supuso que se trataba de alguna extran-jera en trance diffcil, pues las mujeres lugprenas, aun-Que estn en peligr'o, ni gritan ni piden auxilio. La ley de la selva, fatal e inexorable, es la ley del salvese quien pueda. Cobr6 precipitadamente sus sedales y rem6 has.-ta dar al~ance a la fragil embarcaci6n que, juguete de los rem~linos, llevaba una mujer entumecida con su tierno hijo en brazos. La recogi6 y condujo a su morada donde le brind6 albergue. Estaba muy extenuada y ape-nas pudo subir la rustica escalera de la solitaria casa construida de canas y hojas de palmera~ Despus de alimentarla con miel de avejas silvestres y huevos de perdiz y de pava, le ofreci6 su lecho en el cual no tar- ' daron, madre e hijo, en quedarse profundamente dor-midos.

    Levant6se ella temprano al otro dia y 'procedi, co-medida y diligente, al arreglo de la casa. Claudio no. cesaba de mirarla como si dudara de su existencia. Cuan-do el sol empez a subir difundiendo caler, not que sus . ojos brillaban, se tefan sus mejillas y que su voz reso-38

    ,

    naba d~lce, muy dulce, en los ambitos de esa casa has-ta entonces silenciosa.

    Claudio habia envejecido esperando. En la selva habia mucha mayor cantidad de hom.bres que de muje-res. La bonanza del caucho atrajo ~na gran influencia de hombres a las margenes del sistema fluvial amaz-nico. Cuando joven, Claudio sonaba .con. una m1.1chacha bonita que, enamorada de l, Io siguiera complaciente por todos los ca111fnos; cuando hombre aspir tener una uena mujer a quien amar, y, cuando viejo, quiso una mujer ai.mque fuese entrada en anos que le acompaiiara simplemente .. Nunca logr encontrarla. El y la soledad se hicieron inseparables a trvs del tiempo.

    ' Mas, he aqui que el destine le habla reservado uoa gran sorpresa. Escuch6 la voz de la mujer sonada entre el viento que recorre el anche rio modulando ;centos peregrinos. Y, despus de haber sido salvada, joven, bella, como una ilusi6n convertida en realidad, no ex-pres6 las frses de gratitud y de despedida como temia Io hiciera, sino que se qued.

    -A causa de que no me preguntas de d6nde ven-go y de quin huia es por Io que te quiero-- le habia dicho. Y en esa sola--frase estaba resumida toda una sos- . pechosa historia, pero es'o no interesaba a Claudio. Ella se llamaba Marina, un nombre que no habia scuchado nunca en esas tierras. El chico se llamaba Juanacho.

    Fueron felices. -Has entrado en mi vida en tal forma que ya no

    podria vivir sin ti -solfa decirle Claudio-. Eres la luz en mis ojos, el trino en mis oidos, la sangre en mi co-raz6n.

    Ella sonreia sin mirarle. Un dia, siguiendo esa mi-. rada, l vio que iba a perderse en la lejania como. sL quisiera traspasar el recodo donde terminaba el horizon-te. Eso Io mantLlvo silencioso por varies dias, pero des-pus' el acento acariciante de esa voz y esas pupilas bri-nantes le sustrajzron de sus n~gras cavilaciones. Volvi6 a repetirle, con palabras entr~cortadas, su inrrienso amor . Y otra vez torn6 a quedarse callado l observar esa mi-

    39

  • 11

    rada huidi:z:a que, atravesando las distancias y el tiempo,. iba a posarse en alguna escena que' guardaban sus re-cu,rdos.

    El pequefio J uanacho fue creciendo y le llamaba--papa. Los vecinos de los alrededores creian que efecti-vamente era su hijo. El Io amaba porque era parte de ella. Proyectab.;i hacer de l un gran ca:z:ador y, por eso, acostumbraba llevarlo consigo en sus excursi6nes por et interior de la selva, las veces que el chico no terifa. obligaci6n de asistir a la cercana escuela. De pronto et raye presentido cay6 sobre l. Una tarde al volver con su pequeno, cargado con las abundantes piezas cobra-das en la caceria, ya no encontraron a Marina.

    Su instihto de hombre suft-ido le indic6 Io que ha-9.ia pasado. El era viejo y aparentaba tristeza aunque es- tuviese alegre; ella vivia nostalgica rer_nemorando los es-tallidos de loca alegria que llenaban sus recuerdos, aun-que no Io deda. Eso Io not6 l mas de una vez en las. fiestas a las que asistfan. Bailando, Marina se transfigu-raba, y bebia como si tuviera en el coraz6n algo muy sensible y doloroso que trataba de ahogar.

    Claudio crey6 morir de amargura. Ell~ se habla marchado con . alguien que bailaba como ella y sabia vivir algre aunque estuviese triste. Trat6 de hacerse el indiferente si.n conseguirlo. Contagi6 su tristeza al niiio, el cual se torn6 silencioso, mirando diariamente a su padre. Otros hombres hubieran averiguado el paradera de ella con el fin de tomar venganza, pero l tenia mie-do de hacerlo. El descubrimiento de la realidad le ate-rraba. Prefirio sustraerse al contacta de las gentes que podfan darle informaciones. La dio por muerta.

    Pero el tiempo paso, y estando cierta maiiana pu-fiendo el fino mimbre con que tejfa las primorosas ca-nastas que los mercaderes ambulantes de los rios le com-praban para hacer sus trueques en Iquitos, la vio parada en el umbral de su puerta. En ese niomento creyo que era su alma, pero no, era ella misma quien le hablaba.

    -Vengo por mi hijo ... -Entra nomas; aqui esta tu hijo -le col'ltest6,

    "1>

    ..

    Claudio aparentando indiferencia. Y sigui6 raspando el mimbre con su afilada cuchilla. El muchacho avan:z:6 alegre al encuentro de su madre.

    No; el cora:z:6n de Claudio no se alegr6 con la pre-'Sencia de Marina; antes bien, una llamarada paso por sus pupilas predisponindole al crimen.

    -Entra nomas -le repiti6 al notarla cohibida e indecisa. Pareces cansada. . . Sintate y descansa ... Ahi hay carne asada, si acaso tienes hambre. Ya es tar-de, manana partiras con tu hijo, s~ quieres marcharte ...

    Comi6 Marina ydespus se acost6 en la cama de -Claudio como cuando le dio albergue al salvarla del rio; pero ahora l no le habia ofrecido su lecho. Ai verla dormida, Claudio hubiera querido hundir su cuchillo afi-lado en la parte mas sensible de ese cuerpo palpitante que am6 mas que a su vida. Pero no; da rie una muerte asi, sin verla llorar, sufrir y pedir misericordia, no. En la selva las pasiones de .los hom,bres son sombrf as e im-petuosas como sus tempestades.

    Al dia siguiente, al despertar Marina y no encon-trar a Claudio en el lecho junto a ella, se incorpor de-cepcionada. Lo vio en el patio con la mirada fija en el rio. Se levant6 inquieta y fue hacia l.

    -iNo me preguntas d6nde he estado? iCon quin .. estuve? -le dijo, provocativa.

    -No quiero preguntarte nada -le contest l, sin volver la vista .

    -\guai que la primera ve:z: ... Yo entonces creia que era nobleza tuya. Tu eres asL Los hombres buscan a la mujer infiel para castigarla, perdonarla despus y luego olvidar; pero tu no entiendes eso ~es que no te importa? taC:aso ya no te gusto? Anda, si te dol.i6, olvida y ven que soy la misma de antes. . . .

    Estaba equivocada en todo. Ella ya no era para l la misma de antes. El muchacho habia partido temprano hacia la escuelita rural, y no regresaria hast la noche.

    -Sigueme -pidi6la l simulando una s\'.lplica-. He descubierto alla en la restinga la collpa de la huan-~ana. Vamos a cazarlas ...

    U

  • Claudio crey6 que se negarfa con cualquier pre-texto, como solfa hacerlo antano, pero fue tras l con-fiada, sonriente. Siguieron par la orilla de una restinga, y luego de caminar largo trecho l se volvi6 hacia ella. con los brazos abiertos. Marina supuso que habia lle-gado el momento de la reconciliaci6n, pues no advirti6, e4h ese momento, que su acompaf\ante blandia en sus manos una soga con la. que la at6 eri un' instante al arbol a cuyo pie se habian detenido. Ella Io dej6 hacer sin oponer resistencia, un tanto sorprendida .POr 'el extraf\o proceder de Claudio. Pase6 luego una mirada inquieta por todo Io que la rodeaba, examina el arbol donde es-taba atada, y de pronto sus pupilas se dilataron de terror.

    -Me tienes amarrada al arbol de la tangarana .. ~ El arbol en que los hombres desalmados matan a la mu-jer infiel .. . -clijo, intensamente palida, y una suplica angustiada brot6 de su pecho.

    -Claudio, jdjame vivir! El tap6 sus ojos para no verla y huy6. No podia ex-

    plicarse despus por ,qu corri6 a ocultarse, par qu no permaneci6 allf deleitandose hasta el delirib con la con-

    . sumaci6n de su venga_nza, insensible a los ruegos de esa mujer -Odiada. Huy6, pero no fue lejos. Se detuvo tras un corpulente roble aguzando el oido y, coma no oyera nada,. se impacient6; pero yo estoy ~eguro que no fue impaciencia Io que domino en aquel momento a ese desdichado, Si su victima hubiera proferido gritos de doler pidiendo misericordia, seguramente 'se habria sen-tido satisfecho, mas su silencio, el silencio que acen-tuaba su tensin, iba produciendo en su espiritu las di-versas manifestaciones de la incertidumbre, la ansiedad, la angustia. Una fuerza irresistible le hizo regresar. Ahi estaba .ella llorando sin exhalar una sola queja mientras una gruesa capa de hormigas voraces empezaba a cu-Brirla. Al. distinguir a Claudio, a travs de sus lagrimas. ,expres6 su ultima suplica.

    -Perd6name Claudio, djame vivir ... El avan:z6 con animo de libertarla de sus ligaduras

    y hasta lleg6 a tocar sus carnes temblorosas, pero al ins-42

    "'

    tante se contuvo. Si no castigaba a esa mujer que im-pudicamente se habla entregado a otro, era un cobarde,. j era un cobarde ! Y retrocedi6 riuevamente a OC!Jltarse:

    tras el roble. Las palabras de el la seguian repercutiend en sus oidos: "Perd6name Claudio, dame vivir". Su mente reflej6 la imagen de ella, sus labios trmules, SU. voz mas dulce que los mas dulces trinos de los pa-~ jaros, su cuerpo que fue suyo. . . Record la soledad' de, su nido. . . La llama raja que Io devoraba se apag6 de-pronto y comprendi6 que aun la amaba. Nq pudo con-tenerse mas y avanz6 gritando:

    -jMarina mia, vivirs! jYo soy quien tiene que-pedir perd6n ! j Marina, te amo con toda el alma!

    Mas, al llegar al rbol fatal, casi trans_tornado par el dolor, ya era tarde. Encontr6 un cuerpo dforme, me-dia devorado por las hormigas. Atin6 a desatarla, puso el cuerpo sin vida a un, lado fuera del contacto del rbI y huy6 enloquecido par la selva hasta chocar con una rama baja y perder l conocimiento. Tal vez ese acci~ dente fue Io que le salv6 de quedar sin raz6n aquel aciago dia.

    Al volver Claudio en si, ya la t'arde se iniciaba. Reflexion6 un instante y .resolvi6 regresar en busca de Io que aun quedaba de ella para darle sepultura y llorar; No encontr6 nada. Habla desaparecido. Solo qu~daba de ella una mancha de sar\gre en la hojarasca.

    Al llegar a este punto de su narraci6n, Claudio en-mudeci6. - '

    -Continua, hijo mio -dijele compasivo-. ~Qu: pas6 con Pancho?

    . Claudio permaneci6 en silencio como si de subit' se hubiese vuelto sordo. Quise sacarlo de su abstracci6n remecindolo. Su mirada tenfa la vaguedad de quien ve sucesos remotos. Dio media vuelta dispuesto a mar-charse. iA d6nde vas? -le pregunt sujetandolo.

    No me contesta. Temblaba. -Ya estara esperandonos Marina con la merienda.

    J uanacho. Estos venados que hemos cazado p~san mu-c;,ho -termin6 por decir. ' 43.

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    1 1 i !

    X

    Noche sin luna i luna verde ! Los extractores de madera se abstienen de cortar arboles para sus propias construcciones, y las madres temerosas aconsejan a sus _giles pequeiios que no se aventuren subiendo a los altos

    ' ramajes del zapotero o del caimito a coger sus frutos marranes y dorados. Las fibras de los arboles reverde-cen y son- poco duradero~. y las ~a~_as que durante el plenilunio podrtan soportr grandes pesos, se desgajan vidriosos a la menor presi6n. Las cicatrices y los tumo-res se vuelven dolorosos, y el cerebro de los insanes se excita con el debilitamiento de los filamentos misteriosos que encauzan la raz6n.

    Del fonda obscuro de la noche partian los gritos del loco encerrado en la casucha, que nos vimos obli-gados a construir con fuertes palos a manera de jaula vara mantener la tranquilidad en el caserfo.

    , Pero estas crisis eran peri6dicas y breves. El resta del tiempo era un loco manso que se complacfa razu-1'ando las barbas de los hombres con su machete.

    Pasapa dfas fntegros afilando su machete y asen-tandolo delicadamente en las suaves fibras de la topa. Aquel largo acero tenfa n fila superior a las navajas de .afeitar y los hombres se sometfan complacidos a la suave rasuraci6n de Claudio. Al priricipio las mujeres se in-quietaban al ver las ~argantas de sus maridos bajo la

    44:'

    1

    acci6n de ese machete manejado por un)oco cuya crisis. podrfa producirse en cualquier momento. Con el tiem-po, sin embargo, llegarori a acostumbrarse, pues el loc0t sabia pedir a tiempo que Io encerraran. El machete que--daba prendido en el toc6n frente a su casucha. ,

    -Ya se hace sentir la luna nueva --decfan las;._ gentes.

    Aquel dfa la obscuridad y los gritos me pusieron coma nunca con un humor poco propicio a soportar la. presencia de alguien. En ese momento se me acerc6 et brujo con su habituai sarcasmo.

    Ya tenemos un loco ... nuestro loco, --dijo-. En la selva virgen no hay locos, y los que hay, viehen de-otras partes; son efectos de las tensiones de la civiliza-ci6n. En la selva_, enloquecen los hombres de terror a~ extraviarse, pero es una locufa que solo dura breves ho:.. ras y termina 'con la muerte. No hay duda que la civifj:.. ' :z:aci6n nos penetr6 por donde menas Io esperabamos ...

    ~Me escuchas, sacerdote? Me abstuve de contesta rie; Io que aquel hombre-

    decia, aumentaba mi zozobra. -Nosotros hemos hufdo de la civilizaci6n -pra-

    sigui6-, pero sus grandes inconvenientes nos llegan ... poco a poco. ~Sabes cuando nos akanzaran plenamen-te? Pues, cuando desaparezcas ... ' ~O es que te crees. eterno? Cuando desaparezcas (y que Dias te conserve por muchas alios) o cuando te depongan como resultado de un motfn fraguado por el que ahora aparenta mayor humildad. ~Te imaginas Io que sera sto cuando tat ocurra? .

    .-jVete a tu covacha, brujo endemoniado! -grit sin poderme contener.

    -Yo s que me escuchas, sacerdote -s~gui6 di-. ciendo el brujo como si no le importara mi enojo- y haras sier'npre bien en escucharme. Estamos en una isla paradisfaca. Yo cumplf con traerte aca, pero de Io que-suceda despus no r~spondo. Lo positiva es que ya te-nemos un loco. Lo restante vendra despus. . . cuando-te maten o te mueras.

    46.

  • i 1:

    -Preparar a la persona destinada a continuar mi ,obra -dije a mi pesar.

    -jMalo ... ! ~Valieron algo los sucesores que fue-ron preparados para la continuaci6n de un gobierno y 'de una obra? No valieron nada, nada, sacerdote.

    No a.guant mas. Cogi al brujo del cuello y con un sacud6n Io puse de rodillas.

    -j Fuera de aqui ! -grit, contenindome apenas

  • ; 1

    1 i 1.

    elasticidad antes de ponerla en funcionamiento. -Y (a expresion de candida inocencia, que asuma en tales oca-

    /

    siones, podia convencer a cualquiera que no obraba con mala intencion.

    Envuelto por las primeras sombras del anochecer, solfa situarse en cualquier parte, especialmente en los pasos obligados de la gente.

    Al notar que alguien se detena a mirarle sin com-prender Io que era, abria un ojo, luego el otro, movia un .dedo y, en cuanto habia logrado poner en tension los nervios de la persona que le observaba, se ponia de golpe

    en movimiento. Su inmovilidad resultaba asi espantosa. Era la ri-

    gidez cadavrica que, al desplazarse bruscamente, se volvfa espectral.

    Pero, no siempre a esa hora acostumbraba el brujo jugar malas pasadas. Deciase que se situaba a medio dia, contraido y agazapado sobre las ramas que cubrian los caminos en el interior del bosque. Las gentes se ponian a temblar cuando al pasar por debajo distinguian un bulto monstruoso que les miraba con una boca muy abierta, amenazadoramente a.bierta, como si estuviese

    , en acecho para devorar a sus vfctimas. Alguna vez ocurrio que un cazador poco paciente

    se ponia el arma al pecho en actitud de disparar. En-tonces esa cosa informe se desenvolvfa revelando la in-confundible figura del brujo.

    -No, Jacinto, no dispares. Soy yo, descansando. -jValiente manera de descansar! Aquel hombre poi;eia en grado sumo el arte diabo-

    lko de asustar a la gente asumiendo posturas y actitu-des inverosimiles a la hora en que podia mimetizarse con el medio.

    Cierta vez se me acerco sigiloso, y su mirada re-lampagueo al hablarme.

    -El miedo es el instrumenta del orden. El temor a Dios hace dociles a los hombres ... y el temor al dia-ble tambin. Los hace dociles y crdulos. Aqy_ellos que nos temen son como si nos pertenecieran. Los grandes 48

    -conquistadores fracasaron porque no supieron imprimir en tos pueblos el terror definitivo ...

    Tales palabras me hicier()n cavilar largas haras, y no fue sino mucha tiempo despus que pude compren-derlas.

    Con el transcurso del tiempo los vestidos del brujo se le caian ya en pedazos. lndiferente a todo, np parti-cipaba de Io que constituia el bienestar comun. Nadie se le acercaba ofrecindole un pescado o una . perdiz asada. El brujo vivia de los alimentas que yo le brindaba.

    j La caridad andaba mal en "El Paraiso" ! Un domingo abord- en la prdica el tema de la

    caridad, la virtud cristiana que mas acerca a los hom-bres entre si. No era el caso de dar al projimo Io que a uno le sobraba. Habi que hacerle participe de Io que uno tenia, aun cuando ese projimo fuese un enemigo. Dar sin mirar a quien. Y reproch directamente a mis

    oyent~s su falta de caridad para con ese pobre brujo. -Pensad solamente que es nuestro projimo -les

    repetl-. Nunca os vi acercaros a l con el fin de cum-plir el mandata de nuestra Santa Madre lglesia, Lo ha-bis visto hambriento y no acudistis .a aplacar su ham-bre; ro vis desnudo y no os preocupais de cubrir su cuerpo.

    Miraronse mis oyentes !in comprender o, mejor dicho, C:omo si yo hubiese expresado a,lgun desatino. En sus rostros se veia Io que querian decir: "Pero si puede cazar y pescar cuanto quiera como Io hacemos nosotros, puede vestirse de seda, si quisiera, con solo recoger la flor de la huimba y tejer".

    Sin embargo, creo que Io pensaron mejor, pues al otro dia muy temprano vinieron las buenas gentes tra-yendo. mantas para el lecho del brujo y ropas para cu-br ir su cuerpo. Dejo ste su covacha con desgano en cuanto Io !lam, y se detuvo sin comprender la expre-sin' de forzada cordialidad que le rodeaba. Hizo un gesto y quiso hablar al darse-cuenta de Io que ocurria. Aquello carecia de sentido para l, y recibio casi meca-nicamente las cosas que le entregaban con una expre-

    49

  • L

    1' 1' !

    sin de extraneza en el rostro. Seguia creyendo que todo ello- no era racional.

    -j Agradece ! -le grit amenazante. ,-~Por qu tengo que agradecer estas cosas? Yo

    no s por qu me dan. . . T ambin un tiempo ~e dieron sin que pidiera nada.

    -j Desgraciado ! -rugi Rosa les. El brujo se encogi de hombros con un aire de su-

    perioridad y desprecio por quienes le rodeaban. -La gratitud coacta la libertad. Los hombres su-

    periores la desconocen -termin por decir-.

    -,

    XI

    Aquella funesta noche me sent, como de costuln-bre, en el angulo del atrio de la capilla sumido en la obscuridad que proyecta~a el frontispicio de zinc. En el exterior, a travs de la atmsfera diafana, la luna irra-diaba magi'cos fulgores.

    Reflexionaba en la obra cumplida y me sentla feliz. El caserfo pareda dormitar a esa hora de la noche. Abrigaba Lina gran confianza en el destino de aquellas gentes. No me inquietaba el porvenir, pues tenfa fe en que el Senor iluminarfa mis pasos.

    '

    Vencidos los temores que al principio intranquili-zaban a las gentes, los planes hapfan resultado mejor de Io esperado. Poco a poco, esos cuerpos iban cubrin-dose con los tejidos preparados en nuestros rusticos te-lares, y el trabajo de los improvisados artesanos satisfa.: da las necesidades de las gentes mucho mas alla de Io que estaban acostumbrados. Era alentador verlos a to-dos en sus casas sentados alrededor de blancas mesas. Nuestra aserradero produda Io suficiente para atender el bienestar de las familias. Era un armazn al que se subi an los gruesos froncos de made ras f inas para ser aserrados con la sierra de mano que tanto me habla cos-tado _adquirir. En realidad, yo no tenla suficiente pre- paracin tcnica. para esos menesteres, pero, disponla de un manual de conocimientos industriales practicos.

    51

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    i 1 '1

    En Io demas, me ingeniaba de tal suerte que todo saHa bien.

    Todo era seguridad y abundancia en esa tierra pri-vilegiada a la que alguna savia cosmica nutrfa tan pro-,digamente formando una isla paradisiaca rodeada de pantanales. Tenia, pues, motivos mas que suficientes para estar orgulloso de mi obra a pesar de los vatici-

    . nias insidiosos del brujo. Despus de las faenas cuoti-dianas y tras la novena que nos daba ocasion de estar juntos en santa comunion, mi rebaf\o dormia placida-

    lmente a los pies de Dias. Encontrabame embebido en estas alentadores pen-

    samientos cuando llamo mi atencion el furtive desliza-miento de un bulto entre los plantanares con drreccion al lago. Salt del sillon y me escurri amparandome en las sombras, . tras el bulto que se alejaba hacindose visible cada vez que en su marcha le herfan los rayas de la luna al filtrarse por las anchas hojas de los platanes., No me cabfa duda de que era el brujo en su deambu-lar nocturno bajo la luna llena. Muchas veces, a eso de 1a media noche, su mon6tono cantico, sugestivo y ador-mecedor a la vez, me producia graves preocupaciones, pero, como a esas horas me encont.raba muy cansado y somnoliento para levantarme y averiguar Io que hacia, -siempre iba postergando la oportunidad de realizar una debida investigacion. En aquel momento, al verle diri-girse hacia el lago, experiment la sensacion indesci'ip-tible que produce Io sobrenatural. Juzgu que habla lle-gado el dia de ajustar cuentas al brujo. Estaba en la obli--gacin de inquirir Io que llevab entre manos aquel sa-tanico- individuo.

    Lleg un momento en que Io perdf de vista. Ya en la 'orilla, me det~ve indeciso ante la alternativa de !?e-guir por la dereha o por la izquierda y, antes de tomar -una decision, me puse a escrudrif\ar detenidamente los contornos. En aquel instante, empezo a perturbarse la quietud dormida del lago. La superficie barnizada de las aguas se agito er:i ondas violentas de las que se des- . prendfa un sonoro batir de colas y de aletas. Erari los

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    '

    bufeos que salian del fonda azogado, resoplaban ruido-samente, saltaban algunos j nunca habla visto casa se-mejante ! formando argentadas medias lunas en el espa-cio y luego recorrian la extension bruf\ida en bandadas bulliciosas, Era la fiesta del plenilunio. Los Hijos det Lago estaban regocijados afinando sus poderes misterio-sos en el sortilegio lunar .

    lnstintivamente, segui por la orilla derecha y me detuve al escuchar palabras suplicantes, temblorosas,. alli donde las olas calmadas penetraban en la sombra de los arboles inclinados. i La pluma tiembla en mis ma-nos al' escribir estas lineas !

    -Clotilde, ven ... El mes pasado te llam en vano. La lluvia, el viento, la nube empenaron la f.az de la lu~a llena. Hoy lia vuelto el plenilunio y los Hijos del Lago estan embriagados de luz. Clotilde, ven ...

    Una forma blanca que despedia vfvidos reflejos de cromo se deslizo desde el centro del lago con direcc;in al punto donde se encontraba el brujo. Not, con el con-siguiente estupor, que dos cuerpos se juntaban. Me acerqu sigilosamente, casi a rastras para que mi pre-sencia no fuese advertida; mas, parece que en sus actos pecaminosos esos seres, posefdos de facultades sobrena-t~rales, se olvidan de todo hasta de cuidarse de que al~ guien penetre en el campo prohibido de SU$ misterios tenebrosos. No debi detenerme sino avanzar armado de un latigo profiriendo mi verbo admonitorio. En vez de proceder asf, avanzba cauteloso, acechante, hasta dete-nerme alli junto con las pupilas dilatadas, observanda el cuadro mas horrorosamente sugestivo. El brujo tenia abrazado a un pez en contubernio demoniaco.

    -jQu feliz me siento, Clotilde! -decfa, prodi-gandole caricias con voz entrecortada. Lueg,o sus pala-bras se convirtieron en anhelante murmullo y a poco -en ese. momento estaba yo viviendo una eternidad- el cuerpo desnudo del hombre media sumergido en el agua se hundfa en el del pez. j Era un horrible concubito en-tre un hombre y un pez ! Mas, estoy seguro, Io juraria sino fuera sobre un acta tan pecaminoso, de haber escu-

    53.

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    ~hado una voz como arrullo tierno y apasionado, j de haber visto, antes de cubrir el hombre al paz, unos bra-zos torneados, pechos y vientre palpitantes de mujer !

    En aquel instante el estrpito en el agua se hizo estruendoso. Pareda que los Hijos del ,Lago se agitaban electrizados por aquel espasmo bestial. Se nublaron mis

    ojos y senti i pobr pecador de mf ! que algo como la envoltura que guardaba la pureza de mi .alma y la casti-dad de mi cuerpo se rasgaba con sonoridad tragica.

    Experiment una sensaci6n abominable y cala des-vanecido confundiendo mi respiraci6n jadeante con los gemidos de aquellos dos seres que se h'abfan quedado inm6viles, entre las olas. que parloteaban con rumor de vidri0s que se rompen al chocar con la arena de la orilla.

    A poco me recobr. El brujo habla, desaparecido. Desde el oleaje tumultuoso que se produda en el centro del lago llegaban rafagas de aire calido ,y vaporoso im-pregnados de un olor acre, penetrante, que me hizo re-cordar el de los t6picos de los hospitales en que me mez-cfan el desinfectante con la sangre. Regres con la im-presi6n de estar cargando mi propio cuerpo, bajo cuyo

    , peso mis piernas flaqueaban. Desde aqoel dfa, advertf una inquietante realii!ad.

    Aquel hombre empez6 a ejercer sugesti6n diab61ica so-b~e mi. P~rdi la paz espiritual en que hasta entonces habla vivido desde que fund el caserfo. L conmisera-ci6rt piadosa que me hada ver en l a una criatura de

    Di~ que tendrfa que volver a la postr 'al buen camino, se habla convertido en obcecante tortura. En las noches, no pudiendo conciliar el sueiio, salfa sofocado en busca de una rafaga de aire que mitigara la calentura de mi frente sudorosa:

    ,Aquel noctambulo, lquel a quien espiaba con afan, soif a situarse en el" exterior iluminado por la luna llena: junto a un recipiente que contenfa espeso lfquido al que cantab extraiia canci6n que, mas tarde, llegu a saber era la canci6n magica de la bubinzana. De vez en cuan-do levantaba las manas hacia la luna para formular in-vocaciones dirigidas a algo invisible que pareda flotar :54

    en el spacio. Sin luga'r a dudas, el brujo rearizaba prac-ticas magicas; Io que presenciaba era un espectaculo de refinada hechicerfa que, sin embargo, no me produjo, entonces, el efecto de Io abominable y repelente que obliga a un cristiano a apartarse de tales seres. Senti

    - una atracci6n fascinante que me sujetaba !argas horas a una especie de mirador muy disimulado a travs del cual realizaba mi labor de espionaje. c::Qu influencia era aquella que pareda haberme despojado de mis impe-tus espirituales, que me mantenfa cohibido coma aplas-tado contra mf mismo, incapaz de expandirme en un acto de rebeldla?

    Yo no s hasta qu punto puede admitirse, en otros mundos y, en distinto myedio, el estado espiritual que habla producido en ml ese spectaculo execrable. La raz6n no puede justificarlo, mas Io cierto, Io rigurosa-mente cierto es que me encontraba sujeto a influericias siniestras imponderables. Me obsesionaba, me apasio-naba el misterio monstruoso que encerraba el brujo. Lo vi varias veces dirigirse al lago, escuch el estrpito de las aguas, pero ya no Io segul, pues, ante la sala idea de hacerlo, temblaba. Par momentos, me,asa(taban de-seos 'irrefrenables de ir a sorprenderlo, armada de ,un latigo, e,.,impedir la consumaci6n del acta bestial, pero, algo me contenia y ese algo era la recia persom1lidad de aquel hombre singular distinto a los demas, cuyos pen-samientos y conducta, . sin embargo, eran, a mi juicio, susceptibles de modelarse. Habla que combatirlo en el terreno .de la persuaci6n y para ello requerfa la oportu-tunidad aunque, a veces, consideraba que estabamos ff-sica y sicol6gicamente situados en extremos irreductibles.

    Una de aquellas noches, ya no pude contenerme. No fue en la orilla del lago .adonde fui a sorprenderlo, sino junto a su recipiente bajo la luna. No pareci6 alte-rarse con mi presencia y sigui6 practicando. Io que yo suponia una ritualidad magica, coma si contim.1ara solo. Tal vez con ello, trataba de darse mayor importancia o de excitar mi curiosidad.

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    -Debo conocer el secreto de tu vida -le dije con voz recia pero temblorosa-. j Dime Io que haces en el lago!

    -Ya s que Io sabes. lQu voy a decirte si tu no podrlas comprenderme?

    -Dime la composici6n,de ese brebaje y para qu Io utiliza~.

    -Es el ayac-huasca (la soga de los espiritus que se desprenden de los muertos) la planta misteriosa del Amazonas.

    -j La planta infernal, querras decir ... ! -La planta en si no es mas que un medio; son los

    espiritus que acuden a la invocaci6n los que le prestan poderes misterioses -y, con un ademan, indic6 el reci-piente lleno que tenia ante si.

    -j Embustes ... ! ly cuales son los efectos de ese - bebedizo?

    Antes de contestarme, el brujo me miro cor:i una expresi6n de lastima.

    -Cuidado, sacerdote. Estas en el errer de l~s que niegan o cambaten Io que desconocen ... Sin embargo, te dir que nos desprende de la tierra y nos lleva a ver cosas maravillosas. . . Io que mas nos gusta.

    -lY qu es Io que mas te gusta? -Desde que llegamos no he utilizado el jugo por-

    que Io que mas me 'gusta es esar aca ... , irme al lago bajo el plenilunio ... acompaiiarte ... para conocer tu des-tina ... Antes mi mayor placer era hacer sufrir y eli-minar a aquellos a quienes odiaba. j Hacerme temer!

    Al hablar asi, el br1,1jo asumi6 una arrogante pose mirandome fijamente con la i