BROWN_relativismo Cultural 2.0

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 En Textos de la Antropología Contemporánea , Francisco Cruces Villalobos y Beatriz Pérez Galán, compiladores. Madrid: Univ . Nacional de Educación a Distancia, 2010.

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En Textos de la Antropología Contemporánea , Francisco CrucesVillalobos y Beatriz Pérez Galán, compiladores. Madrid: Univ.Nacional de Educación a Distancia, 2010.

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cano al de los regalos entre esposos el dia de San ValentÃn na expresióritualizada de compromiso. Si no lo hiciéramo sà tememos- nuestrosestudiantes nos tomarÃapor negligentes.

Dado el equÃvoc estatus del relativismo cultural entre antropólogo

profesionales, resulta chocante asistir a la polémic ue aú provoca máallà de nuestras trincheras disciplinares. A poco de ser nombrado PapaBenedicto XVI, el cardenal Joseph Ratzinger denuncià el relativismo moral-comúnment asociado al relativismo cultural- como una de las fuerzascorruptoras de la humanidad. Y tras los ataques de Al-Qaeda del 2001 sobreel Pentágon y las torres del World Trade Center, el critico conservadorWilliam Bennett declarÃque la expansió del relativismo cultural es uno de

los mayores peligros a los que se ha de enfrentar la sociedad norteamerica-na. Segú éll relativismo ((implica que carecemos de base para juzgar aotros pueblos y culturas, y que en realidad no existe base alguna para decla-rar a unos mejores que otros, por no hablar de "el bien" o "el m a r ~2002:

46). Y sin tales distinciones, añadeos norteamericanos seremos incapacesde resistir al terrorismo. La denuncia de Bennett sigue los pasos de la deDinesh D'Souza, cuyo libro El final del racismo (1995) vitupera explÃcitamente el relativismo boasiano por lo que dicho autor considera su compli-

cidad con la perpetuació de la injusticia racial en América1

En otros campos, trabajos menos polémico ue ésto etornan conregularidad a argumentos contra el relativismo cultural, a menudo comoparte de reflexiones má amplias sobre los dilemas prácticoy ético e lavida en sociedades pluralistas. Son incontables los filósofo y politólogoque lo han declarado muerto en virtud de argumentos lógicoy éticos2§Lincoherencia interna del relativismo y sus consecuencias absurdas e inde-

' Tras una presentació esquemátic de la emergencia del relativismo cultural a p artir d e la obrade Boas y sus discÃpulosD'Souza arguye q ue el triunfo del p ensam iento relativista e n cÃrculo ntelec-tuales y politicos estado unide nses volvià imposible la crÃticde rasgos de la cultura afroamericana q ueD'Souza considera disfuncionales: #Un a inicial ape rtura a las verdades d e otras culturas degenera enuna negació cerril de todo estánd a tra nsc ult ur al~ 1995: 384). Citando el trabajo de Elijah Anderson,D'Souza insiste en qu e una ubicu a ideologà relativista m antien e a los negros de los centros urb an osatrapados en un conflicto entre a m a cultura hegem6nica d e patologÃy un a cultura d e decencia sitia-d a ~n su s propias comun idades (phg. 528).

Para debates sobre relativismo y pluralismo, véasAppiah, 2006; Howard, 1995; Lukes, 2003;Moody-Adams, 1997 y Rorty, 1986. En tre qu ienes con sideran el relativismo cultural en b ancarrota inte-lectual -o al men os gravemente errado- debe n incluirse Arkes, 1986; Aya, 1996; Boudon, 2004; Cook,1999; Gellner, 1985; Jarvie, 1984, 1993; Li, 2006 y Zeche nter, 1997.

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seables se han expuesto desde hace mucho)>, scribe con marcada acritud 1.C. Jarvie (1993: 546). Y, sin embargo, ni totalmente asumido ni repudiadopor completo, el relativismo cultural sigue en pie. A sus crÃticodebe pare-cerles algo asà omo la persistencia banal de zombis asesinos en una pelÃ

cula de terror de bajo presupuesto.En ningú lugar cuenta el relativismo con mayor crédit ue entre estu-

diantes de licenciatura. No soy el únic en haber observado el rápid giroque suele producirse en los valores del alumnado tras comenzar a estudiarantropologÃhacia una aceptació acrÃticde casi cualquier conducta jus-tificable en término e la cultura del actor (ver, p. e., Cronk, 1999: 11).Muchos lectores encontrará familiar el comentario de clase, del tipo ((Le

estaba contando a mi compañerde piso sobre el sacrificio humano entrelos aztecas. Reaccionó"Eh, ¿quiénomos nosotros para decir que esoestaba mal? A fin de cuentas, era su cultura"^. A propósit de actitudessimilares entre sus alumnos, Richard Handler escribe:

Tan persistentes como son los estudiantes en su ansiedad en relació con

los valores de otros, asà ambih lo son en reinterpretar el relativismo antro-

pol6gico como una regla de libre elecció por parte del consumidor (el

mundo està hecho de individuos soberanos, cada uno de los cuales tiene elderecho inalienable de ver el mundo desde su propio punto de vista, y de

actuar en consonancia, sin criticar los puntos de vista o decisiones de com-

pra de otros) (2005: 12).

En una mordaz rumia sobre la solidez del relativismo en sociedadesorganizadas en torno al consumo conspicuo, el crÃtic cultural ingléRichard Hoggart observa que el relativismo ofrece un terreno perfecto para

sus demandas interminables y perpetuamente cambiantes (1998: 6). Deacuerdo con Hoggart, el relativismo es un arma tanto de la derecha comode la izquierda -y tal vez sobre todo de aquella, dada la creencia de la dere-cha en la sacralidad inherente al mercado-. Basta con preguntarse si lanecesidad obsesiva de atacar al relativismo cultural por parte de las dere-chas no podrÃser sino una forma de sobrecompensació por su complici-dad en la propagació del relativismo a nivel popular.

Un rasgo llamativo de los planteamientos crÃticocontra el relativismoes la medida en que sus valoraciones se basan en la antropologÃde los afioscuarenta y cincuenta, en particular en el trabajo de Melville J. Herskovits.Es posible que, como ha argumentado James Fernandez (1990), el retrato

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contenido en esos libros y ensayos malinterprete muchos aspectos de lo queHerskovits estaba tratando de transmitir. Pero todavÃresulta má signifi-cativa esa necesidad de rebuscar en la antropologà de hace medio siglopara encontrar una versió de relativismo buena para demolició analÃtica

Estoy cansado de que se me achaquen versiones del relativismo que no sus-cribimos, ni yo ni la mayorÃde los antropólogo que conozco. Y no es sólque la teorà antropológic se haya desarrollado significativamente desdemediados del siglo XX, époc n que se formulà a versió clásic del rela-tivismo cultural. El propio mundo social se ha transformado de manerasque precisan un recalibrado del pensamiento relativista, lejos ya del alcan-ce omniabarcante de las formulaciones tempranas. El punto principal esque la humanidad esta má interconectada. La pretensió relativista de quecada sociedad representa un universo conceptual autónom podrà servircomo una metáfor útil pero tiene poco que ver con la experiencia coti-diana de la mayorÃde la gente.

Mi objetivo en este ensayo es revisar de forma sucinta la historia delrelativismo cultural clásicocon la intenció de documentar su progresivamodificació en antropologÃdesde las primeras década el sigloXX. Tras

sopesar los argumentos a favor de un abandono absoluto del relativismocultural, acabo proponiendo una versió corregida y defendible que resul-te consistente con la práctic antropológic contemporáneaEn una disci-plina notablemente fragmentada, puede parecer que esta últim metaapunta demasiado lejos, pero creo que la empresa merece la pena. Este pro-yecto està dirigido a dos amplias audiencias: primero, a no antropólogosmuchos de los cuales persisten erróneament en ver en la obra deHerskovits y otros boasianos la expresió definitiva del relativismo antro-

pológic prevalente en la profesión Segundo, a mis colegas antropólogoscuyo apego a ciertos elementos del relativismo cultural -un apego vigente,si bien altamente selectivo- puede minar el papel históric de la antropo-logÃcomo la disciplina mejor cualificada para arrojar luz sobre ampliospatrones transhistórico de la vida humana. Maurice Bloch ha expresadocon elocuencia esta preocupaciónen su ensayo ¿Adondha ido la antropo-logÃaO de la necesidad de ({la naturaleza humana^ (2005). En é ace un

seguimiento de la persistente -y para éamentable- retirada de los antro-pólogo de aquellas formas de comparació y generalizació que nos per-mitirÃa equilibrar con una visió de la naturaleza humana en su sentidoamplio el estudio de historias culturales particulares.

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RELATIVISMOULTURAL 2.0

ASCENSO Y D E CL IV E D E L R E L A T M S M O C UL TU RA L CLASICO

Diversos estudiosos han relatado la historia del ascenso del relativismocultural hasta su prominencia, usualmente atribuyéndola la obra de

Franz Boas y sus discÃpulo ver esp. Hatch, 1983). Aquà implemente repa-sarà us trazos mágruesos. Franz Boas redirigià la antropologÃen un sen-tido distinto al de los enfoques evolucionistas previos, estrechamente liga-dos a la teorà acial decimonónicay profundizà a noció de Tylor de quela cultura es un sistema integrado de comportamientos, significados y dis-posiciones psicológicas3Con ello, y aunque su posició en relaci6n con elrelativismo cultural fuera, de hecho, un tanto ambigua, dejà preparado elterreno para una elaboració mácompleta del mismo. El florecimiento del

relativismo cultural clásic esperarà hasta el trabajo de sus discÃpulosincluyendo a Ruth Benedict, Margaret Mead y Melville Herskovits. Su arti-culació de una doctrina relativista comprehensiva resultà atractiva paraintelectuales desilusionados por la brutalidad sin sentido de la primera gue-rra mundial, la cual minà la fe en la superioridad cultural de Occidente einspirà una búsqued romántic de alternativas al materialismo y la guerraindustrializada (Stocking, 1992: 162-64).

Tal y como lo formularan los boasianos, el relativismo cultural incluyevarios axiomas. Primero, cada cultura constituye un mundo social total quese reproduce a sÃmismo a travé e la enculturación el proceso medianteel cual se transmiten de una generació a la siguiente valores, disposicio-nes emocionales y comportamientos incorporados4. Tales prácticay valo-res son usualmente percibidos por los miembros de una sociedad como losmásatisfactorios, superiores a cualquiera otros; de ahÃa universalidad del

etnocentrismos. Puesto que las formas de comprensió tambié ependende la enculturaciónel etnógraf debe interpretar una cultura dada sobre la

Para la discusi6n so bre las complejidades y ambigà ¼edad e e la posici6n de B oas sobre el relati-vismo, ver Stocking, 1968: 230-33 y Lewis, 1999. Robert Lowie evoca que en su s clases Boas ~ p ro c la -maba p ersisten teme nte la necesidad de ver al nativo desde den tro >. çE cu an to a los juicios m oralessobre la co stumbre aborigen)>, scribe Lowie, ((aprendimos pron to a contemp larlos como una exhibi-ci6n de anac r6nica ingen uidad )) (1956: 1009).

Herskovits declara: çE rincipio del relativismo cultura), brevemente enu nciad o, es com o sigue:

Los juicios s e basan en experiencia, y la experiencia es interpreta da p or cada individuo en té rmin o esu propia enc ul tu rac i6n ~1972: 15).Convencionalmente se atribuye al soci6logo William Graham Su m ne r (1840-1910) el haber acu-

ñadel términ~ e t n o c e n t r i s m o ~ .ara un análisi de cà ³m encajan etnocentrismo y relativismo en laobra d e Su mne r, ver Shon e, 2004.

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base de su propia trama lógic interna, má que mediante la aplicació deuna vara de medir universal. Este principio se aplica a todo: desde el len-guaje y los sistemas de parentesco a la moralidad o la ontologÃaAcom-pañand a sensibilidad al contexto cultural va esa combinació de empa-

tÃy distancia que Robert Lowie llamara (<verdesde dentro)) (1981: 149).Para un cientÃficsocial profesional, dice Lowie, ((lamentarsepor la depra-vació de los canÃbaleserÃun anacronismo del mismo tamañque hacercomentarios en un manual de fÃsicacerca de la benevolencia de Dios apropósit de una exposició sobre la gravedad^^.

Complementando el principio central de la coherencia cultural, viene lainsistencia en que sociedades y culturas no pueden ser puestas en un ran-

king segú una escala evolutiva. Cada una debe verse como sui generis;como capaz de ofrecer un modo de vida satisfactorio, por má repugnanteso bizarros que algunos aspectos particulares puedan parecer a los extrañosDada la integridad presupuesta a cada cultura, los antropólogo está obli-gados a mostrar tolerancia ante las práctica tradicionales de otros pueblosy a estimular esa misma tolerancia entre sus compatriotas. ((Debemos eco-nocer que la naturaleza pluralista de los sistemas de valor de las culturasdel mundo... no puede juzgarse sobre la base de uno sól de esos sistemas):,

insiste Herskovits (1972: 109).

Finalmente, algunos crÃticohan hecho notar que los impulsores delrelativismo cultural clásic se inclinaban a contradecir sus propios axio-mas al someter a las instituciones y práctica sociales de las sociedadesindustriales occidentales a crÃtica que hubieran considerado inacepta-bles de haberse tratado de pueblos no occidentales o preindustriales.Como Lévi-Straus eclara, el destino del antropólog es mostrarse ~ c r Ã

tico en casa y conformista fuera)) (1972: 384). La justificació para unasensibilidad de este tipo se halla en que la dominació económic y tec-nológic proporciona a nuestra sociedad una capacidad inmensamentemayor para imponer sobre otras sus propias variedades de etnocentrismo(Herskovits, 1972: 103).

Kroeber invoca una analogÃsimilar cuando afirma: ((Eneste punto nos referimos a los valorestal y com o existen e n las sociedades hum anas e n t iempos y lugares dad os; a los valores tal y co mo hacenaparici6n en la historia de nuestra especie; en su ma , a los valores considerados como un fen6menonatural q ue tiene lugar en la naturaleza -de un mo do m uy similar a com o se definen las formas, cuali-dades y habilidades carac terà stica e los animale s en la zoologà comparada^ (1952: 137).

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Hasta aquà a historia es bien conocida. Al revisar los debates de laépoca o obstante, llama la atenció hasta quà punto, incluso por aquéentonces, prominentes antropólogo se resistieron a abrazar en su totalidadestos preceptos. Como aclara Clyde Kluckhohn en su ensayo de 1955~Relativismoéticoic et nonÈya en los año uarenta Ralph Linton cues-tionà a negació relativista de los universales éticosrguyendo a favor delreconocimiento de principios formulados en un nivel de abstracció lo sufi-cientemente elevado como para abarcar la considerable variabilidad éticque los etnógrafo encuentran a lo ancho del mundo (1955: 668-72).Kluckhohn concluà que c o m o hipótesi guà para su ulterior investiga-ció empÃrica i el relativismo ni el absolutismo extremos resultan soste-n i b l e ~ ~1955: 676-77). El distanciamiento clÃnic propuesto por Lowie

parecà desvanecerse a finales de los añocincuenta, desplazado por lasetnograf'as memorablemente apasionadas de Jules Henry, Colin Turnbull,Elizabeth Marshall Thomas y otros7.

Hasta aquÃhemos enfatizado la dimensió norteamericana del debate.EstÃclaro, sin embargo, que los boasianos cristalizaron un pensamiento rela-tivista con hondas raÃceen la teorà social europea8. El pensador del sigloXVIII Johann Gottfried von Herder (1744-1802) es conocido como artÃficde

una importante lÃnede relativismo cultural. Algunos elementos de sus ideassenan refinados con posterioridad por Adolf Bastian (1 826-1905) y, de mane-ra má influyente, por Edward Westermarck (1 862-1939); ambos autoresafirmaron que la moral no se halla enraizada en principios universales, sinoen emociones culturalmente condicionadas9. La antropologÃbritánicaquemantuvo lazos má estrechos con la filosofÃacadémic ue su contrapartenorteamericana, dedicà considerable energà al llamado (<problemade losmodos de pensamiento)), encarnado en el trabajo de Levi-Bruhl, Malinowski

y Evans-Pritchard, culminando en los añoochenta y noventa con vigorososdebates sobre el estatus transcultural de la racionalidadlO.

' Para una discusi6n m i s detallada del pluralismo en la antropologÃ- americana respecto a lasideas d e Herskovits, vkase Lewis, 1999: 720.

En fecha tan tem prana como 1830, Augusto Compte argu me nt6 qu e uno de los aspectos en losque la sociologÃ- se diferenciaba de la teologÃ-y la rnetaf'sica era e n qu e tenÃ-una utendencia a volverrelativas ideas consideradas en principio como absolutas~1976: 89). Esta transici6n de lo absolu to alo relativo constituà -a ara Cornpte, un p aso decisivo e n la creac i6n de un a ciencia social.

Sob re Herd er, ver p. e., Denby, 2005; sob re Bastian, Koepping, 1995; sobre el relativismo m orale n Westermarck, Stocking, 1995: 156.

l o Dos compilaciones mu y citadas q ue siguen esta lÃ-nede investigacibn son las de Wilson, 1970 yHollis y Lnkes, 1982.

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El relativismo cultural clásic tiene, pese a todo, un sabor inequÃvocamente americano. Primero, se edificà sobre el concepto de cultura, al cualcomplementa, y cuya influencia fue mayor en Norteaméric ue en cualquierotro sitio. Segundo, tanto el legado estadounidense de esclavitud y segrega-

ció racial como el permanente desafÃde asimilació de grandes cifras deinmigrantes en una sociedad hÃbrid e dieron al relativismo cultural -y enparticular a su tema de la tolerancia intercultural- una resonancia polÃticde la cual ha carecido en buena parte de Europa hasta finales del sigloXX.

EL RELATIVISMO CULTURAL CLASICO Y LOS DERECHOS HUM ANOS

Un momento pivotal en la historia del relativismo cultural clásic fueronlos reparos de la Arnerican Anthropological Association a la DeclaracióUniversal de los Derechos Humanos por parte de la ONU (AAA, 1947)". Losactuales crÃtico achan de embarazosa, incluso de vergonzosa, aquella resis-tencia de la AAA ante la Declaració Universal. Marc Goodale afirma que elimpacto de la respuesta de la disciplina a la Declaració Universal fue quela antropologÃse volviera çsinóni de relativismo cultural, y relativismo

cultural se volviera sinónim de un rechazo categorial de los derechoshumanos universales)) (2006: 25). Sin embargo, Goodale y otros observado-res cuidadosos hacen notar que algunas de las preocupaciones expresadaspor los oponentes a la Declaració Universal desde la antropologÃeran legÃtimas y precisaban airearse públicamente La miis significativa es la tenden-cia de dicho documento a privilegiar los derechos individuales sobre los delos grupos (~cul tu ras~) .i la respuesta de la AAA a la Declaració Universalresult6 o no sensata desde un punto de vista tácticoes una cuestió que dejo

a los historiadores; pero parece razonable reconocer que contribuyà a ungiro gradual en el discurso de los derechos humanos, desde su inicial domi-nio por parte de expertos occidentales a la discusió de má amplia base quehoy incluye a pensadores de paÃse n desarrollo en general, y a pueblos indÃgenas en particular (Merry, 2001: 34-39).

La posició del relativismo cultural en los debates público sobre dere-chos humanos se desgastÃmá cuando los propios violadores de esos dere-

chos comenzaron a apropiarse de la lógic relativista para defender sus polÃ

" Muchas obras recientes presentan el debate de ntro de la antropologÃ- sob re la D eclaració delos Derechos Hum anos, entre ellos'las d e M esser, 1993; Engle, 2001 y Glendon, 2001.

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ticas y prácticacuestionables (Messer, 1993: 240-41). Glendon observa que,durante las deliberaciones vinculadas con la adopció de la DeclaracióUniversal, &rabia Saudà izo el reclamo aislado de que la libertad de matri-monio y el cambio de religió eran ideas occidentales, inapropiadas para

una aplicació universal)), una posició que concità poco apoyo en sumomento (2001: 22). Proclamas má recientes a favor de la noció de ((valo-res asiáticosampoco han conseguido ralentizar el giro hacia visiones ple-namente universalizadas de los derechos humanos. La atenuació del rela-tivismo cultural clásic y su reemplazo por una lÃne má modulada haceque este tipo de ardid retóric resulte má difÃci e sostener.

Los antropólogo de hoy son actores significativos en los debates sobrederechos humanos, ya sea que contribuyan a ellos como etnógrafoscomodiseñadore e polÃtica como activistas.A l considerar los factores que hancontribuido a ese desplazamiento de la disciplina desde su recelosa descon-fianza inicial a una activa adopció de la idea de derechos humanos globa-les, sena difÃci obreestimar el impacto del feminismo. Basta volver sobre elensayo de Gayle Rubin El tráfic de mujeres (1975) para recordar cuan deci-sivamente las practicantes pioneras de una antropologà eminista barrieronde golpe la visió normativa de la cultura prevaleciente en el trabajo de

Herskovits, Kroeber, Benedict y otros boasianos. Má que como totalidadesmoralmente homogéneasas sociedades (incluso las ~tribales e pequeñescala)))pasaron a ser imaginadas como lugares en pugna, donde a menudohombres y mujeres se encuentran atrapados en tomo a conflictos entre inte-reses y desigualdades de género sto llevóa su vez, a una mayor sensibili-dad hacia los derechos de las minorÃadentro de unidades sociales mayores.

La rápid globalizació del movimiento de las mujeres ha fomentado

debates que evocan discusiones anteriores en tomo a si el concepto de dere-chos humanos es o no inherentemente etnocéntrico ¿DeberÃam erter losderechos de las mujeres en términondividualistas, tales como el derecho ala educació formal, a escoger pareja marital, a protecció ante la violenciadoméstic similares?¿ se trata de derechos culturales con una base grupal,que deben beneficiar particularmente a las mujeres como colectivo, ofreciéndoles asà na garantÃde igualació real con los hombres? Tales debates con-tinúa vigorosamente en la actualidad12.En ellos, la antropologÃha jugado

l 2 Para una discusió informativa sobre este tema, con atenció particular al estatus de las mujeresy las minorÃ-as kase Nagengast, 1997. '

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un doble papel que refleja el legado del debate de los añocuarenta sobre laDeclaració Universal. Por una parte, los antropólogoestá bien representa-dos entre aquéllo ue llaman la atenció sobre el sufrimiento experimentadopor las mujeres, tanto como resultado de costumbres patriarcales como por el

impacto destructivo de polÃticaneocoloniales. Por otra parte, los antropólogos no vacilan en cuestionar el moralismo simplista que tan frecuentementerecurre a la invocació retóric de derechos universales. Un buen ejemplo deeste últim tipo de intervenció es el cauto ensayo de Lila Abu-Lughod sobremujeres musulmanas, en el cual advierte contra asunciones fácileacerca delestatus oprimido de la mujer en el mundo musulmá (2002). Abu-Lughodpide a sus lectores y lectoras ser ((respetuososcon otras vÃade cambio socialque pudieran dar a las mujeres mejores vid as^, vÃaque pueden tener varian-

tes islámicasdifÃcilede apreciar por parte de no musulmanes. Un ejemplomápolémic s la critica por parte de Richard Shweder del movimiento glo-bal contra la mutilació genital femenina (2003). Siguiendo la lógic de doblenegació propia del ~anti-antirrelativismo~e Geertz (2000), Shweder nodefiende la circuncisió femenina; simplemente argumenta contra un ~libera-lismo imperial)) que organiza campañamediante la propagaci6n de hechoscuestionables y la exclusió de toda voz que sostenga puntos de vista diferen-

tes13. Incluso quien no se sienta convencido por los argumentos de este autorconcederÃque su llamada en favor de un diálog abierto y una atenció escru-pulosa a la evidencia se deberà omar en serio. Má aú si lo miramos contrael teló de fondo de los esfuerzos previos por parte de Occidente Ñe çfricyel resto del mundo- para imponer sin má su visió moral, tan a menudocoloreada por autointeréconómic y polÃtico

En lo que se refiere a los derechos humanos, por consiguiente, la antro-pologÃha recorrido un gran trecho desde las posiciones enunciadas a finesde los año uarenta. En tanto que comunidad ocupacional, los antropólogos han adoptado posiciones explÃcitaen apoyo de los esfuerzos globalespara proteger derechos básicos anto a nivel individual como comunitario.Lo que si queda, empero, es un relativismo rebajado, que limita la fáciinvocació de los derechos humanos para justificar intervenciones externas(Dernbour, 2001) y que, de modo má general, sirve de contrapeso a la retórica civilizatoria (civilizació vs. barbarie) a la que los ataques terroristas

recientes en Norteamkrica y Europa han dado nuevo oxÃgeno

l 3 Para ensa yos recientes en contra de las propuestas de un imperialismo moral (o liberal), ver

Stoll, 2006 y Wilson, 2006.

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Muchos han señaladque e1 apoyo a los derechos humanos y las inter-venciones humanitarias cuadran difÃcilmentcon la amplia tolerancia invo-cada por los seguidores del relativismo cultural clásico Alison DundesRenteln sostiene que la tolerancia no mantiene una conexió necesaria conel relativism~~ú cuando en el trabajo de Herskovits y otros aparecieran

estrechamente ligados (1988). Una reciente revisió crÃticde la tolerancialiberal por parte de la politólog Wendy Brown va má allá dentificandolo que ella considera las implicaciones perniciosas de ese discurso. La ret6-rica de la tolerancia puede) entre otras cosas, servir {(no ól para bendecirla superioridad occidental) sino t ambih para legitimar el imperialismo cul-tural y polÃticde 0ccidentenl4 (2006: 7).

Una revisió a fondo de la tolerancia y sus implicaciones politicas exce-

de el propósit de este análisisEs claro, no obstante) que éstesulta máfácide invocar cuando las apuestas son bajas que cuando las diferenciasculturales amenazan de forma seria poderosos intereses; un punto queDiamond subrayÃhace tiempo cuando apostillaba que el relativismo de losaño etenta se hallaba ((deacuerdo con el espÃritde los tiempos: una pers-pectiva amable en una civilizació imperial convencida de su poder)) (1974:109). Hoy dÃa uestra no menos imperial civilizació se muestra má inse-

gura en cuanto al grado de diferencia acomodable al interior de sus propiasfronteras) o en los mercados globales vitales para el mantenimiento de suprosperidad. Esa inseguridad garantiza que tanto el alcance como los lÃmites de la tolerancia continuará siendo objeto de polémica

UNDESGLOSEDELmLATMSMOCULTUMLENSUSPARTES

COMPONENTES

El pensamiento relativista adolece de una tendencia vira1 a extendersem& allÃde su zona de legÃtimutilidad. En vista de la creciente evidenciade que los boasianos desplegaron la lógic implacable del relativismo conliberalidad excesiva) muchos estudiosos han intentado distinguir entre suspartes componentes) con el objetivo de demostrar que algunas de ellasvalen máque otras15.El númer de subvariedades de relativismo puesto de

Id Procedente de un ento rno te6rico distinto, MacIntyre tambié nsiste en q ue la tolerancia] noes, en sÃmism a, una virtud; si es dem asiado inclusiva s e convierte en vicio>.

Pued en enc ontra rse discusiones, de las principales categorÃ-adel relativismo en Hatch, 1983 ySpiro, 1986.

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relieve en tales análisi resulta mareante. Una obra filosófic lista hastaveinte en su Ãndicencluyendo relativismo conceptual, relativismo histórico, relativismo objetivo, relativismo ontológicometaéticelativista y rela-tivismo vulgar (Meiland y Krausz, 1982:259). En general, no obstante? loselementos principales del relativismo cultural clásic caen dentro de tresgrandes categorÃas elativismo metodológicorelativismo cognitivo o epis-temológic y relativismo étic moral.

Pocos filósofo -o incluso pocos cientÃficosociales- ponen objecio-nes al relativismo metodológic descriptivo^^), la práctic de suspender eljuicio hasta que una creencia o práctic haya podido ser comprendida ensu contexto total, Los antirrelativistas má resolutos, sin embargo, insistenen que el relativismo metodológic no es para nada relativismo. Para Jarvie

es ~~contextualismo~~1993: 540), mientras que Tilley prefiere llamarloxsituacionismob) (2000: 520-21). Irónicamente los defensores del relativis-mo metodológic pocas veces dejan ver que se trata de la expresió de rela-tivismo con una mayor carga de autointeré rofesional. Si los antropólogos se sintieran libres de expresar desagrado cada vez que se topan conpráctica chocantes?repugnantes o ilógicasel trabajo de campo se volverÃimposible. En calidad de forasteros y huéspede uspendemos cualquier

juicio abierto; ciertamente, por respeto hacia nuestros anfitriones? perotambié por quÃno decirlo- para que nos permitan seguir adelante connuestra investigaciónPese a sus complejidades éticasabe esperar que elrelativismo metodológic siga siendo un rasgo incontestable de la prácticantrop016gica~y asà o hace pensar el hecho de que se hayan incorporadovariantes de1 mismo a la práctic profesional en campos como la psicolo-gÃaa medicina y el derecho.

El relativismo cognitivo sostiene que los miembros de sociedades dife-rentes viven en mundos de conocimiento diferentes e inconmensurables.Este principio general abarca dos subtemas interrelacionados: el primerosostiene que las sociedades pueden exhibir modos de pensamiento radical-mente diferentes del nuestro; el segundo desafia la asunció de que el posi-tivismo y el métod ientÃfic engan una validez transcultural. En las últimas tres décadas mbas propuestas han recibido serios reveses en elterreno empÃrico El trabajo de la ciencia cognitiva ha mostrado que

muchos rasgos de la cognició humana son universales) posiblemente por-que se basan en una arquitectura neural compartida, aú cuando la expre-sió de tal arquitectura està significativamente modulada por herzas cul-

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turales. En una de sus varias crÃtica l relativismo, Ernest GeLlner observaque ((ningúantropólogo que yo sepa! ha vuelto de su trabajo de campocon el siguiente informe: sus conceptos son tan ajenos que resulta imposi-ble describir su tenencia de tierra! su sistema de parentesco, su ritual>>(1985: 86; ver tambiéSpiro, 1986: 265-69). En otro lugar! Gellner argu-

menta que la persistente expansió por todo el mundo de la ciencia y la tec-nologÃconstituyen la evidencia má sólid de la validez transcultural delpositivismo. Puede que elementos clave de la ciencia hayan surgido enOccidente! pero su lógic resulta accesible a miembros de todas las socie-dades. Y una vez éstoe han familiarizado por completo con ella! general-mente la reconocen como superior; si no moral, al menos materialmente(1992: 58-60).

Desde un observatorio má distante, la persistencia del relativismo cog-nitivo -pese a tanta evidencia en su contra- ilustra un dilema de fondo yFigura caracterÃstic del debate relativista. Convencionalmente) suele asu-mirse que la perfecta traducció de una cultura a otra es imposible, o almenos tan comprometida por cuestiones de poder relativo que deberÃamoverla con escepti~ismo'~.sin embargo, como observa Gellner) con esher-zo suficiente podemos aproximarnos a esa perfección o al menos llegar lo

bastante cerca como para alcanzar un elevado nivel de comprensió mutua.En un planeta crecientemente in te rconectad~~abrÃesperar que las decla-raciones de diferencia cultural radical se fueran volviendo cada vez máinsostenibles. Pero hay poca evidencia de que la frecuencia de tales reivin-dicaciones està disminuyendol y algunos estudiosos sostienen má bien locontrario: a pesar de la miriada de fuerzas que empujan a la humanidadhacia una mayor similitud culturall siguen proliferando (<mundos adica-les>>Povinelli, 2001: 320). Es difÃci esistirse a la conclusió de que este

proceso es má polÃtic que ontológicoY! en ese aspecto, resulta plena-mente moderno. Lo que los proveedores de alteridad estratégicestáhaciendo es oponer resistencia a los esfuerzos foráneo por traducir susvalores y sentimientos; un acto de conmensura inseparable de relaciones depoder (Harrison, 2003). En este contexto, la alteridad radical constituye

l b El libro de Clifford y Marcus Writing Culture (1986) es probablem ente la med itació m á influ-yente sob re los dilem as polÃticode la traduccibn intercu ltural. De particu lar relevancia resulta el capÃ

tulo de Talal Asad qu e disecciona las optim istas pretensiones d e traducibilidad de G ellner, concluyen-do que d a em presa antropol6gica de la traducci6n cultural puede hallarse viciada po r el hecho de queexisten tendencias y presiones asim6tricas en los lenguajes de las sociedades dom inan te y dom inada))(1986: 164).

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una táctic retóricaque viene a decir: asomos definitivamente incognosci-b l e ~ ]l menos para ti)).Un acto que encuentra la siguiente réplica (Si oistan imposibles de entender) entonces ¿parquÃhablar?)).En todo caso) nose ve cóm podrÃa justificarse pretensiones fuertes de inconmensurabili-

dad cognitiva en vista de la cantidad ingente de seres humanos que cruza adiario formidables barreras culturales1'.

Sin embargo) negar el carácteabsoluto de las diferencias entre grupos noequivale a declarar que todos somos lo mismo. L a semejanza radical resultatan poco plausible como la diferencia radical. Con refrescante sentido comúnla filósof AméliOksenberg Rorty observa que) al discutir entre ellos) relati-vistas y antirrelativistas tienden a intercambiar exageraciones] (<conos relati-

vistas negando la posibilidad de comprensió transcultural y sus oponentesnegando la posibilidad de intraducibilidad sistemática>1989: 41 8). Bajo talescircunstancias, hace notar] sus puntos de vista resultan a un tiempo irrecon-ciliables y ({salvajemente mplausibles)).El desafÃpara el antropólog resideen cultivar una flexibilidad de mente que facilite la navegació a travé elamplio terreno que media entre esos extremos igualmente insostenibles.

Si el relativismo cognitivo enhenta a un antropólog contra otro] el rela-

tivismo moral o étic arece enfrentar a los antropólogo contra el resto delmundo. Se entiende por tal la insistencia en que los valores de cada puebloson sui génen se autovalidan] requiriendo que los extraño os juzguensegú el propio estándade ese grupo y no segú uno universal. Sena tareahercúle hacer un inventario de todos los libros y ensayos en los que alguiensostiene alegremente que los antropólogo defenderá cierta práctic por elsolo hecho de haber sido considerada costumbre dentro de una comunidad ocultura. Resulta sorprendentemente dificil] sin embargo] encontrar de verdad

uno sól de esos antropólogosEl sentimiento en la disciplina se acerca, mábien] a1 expresado en la máxim piadosa de Richard Shweder: ((Si algo esmoral) es porque posee má de un 1adon1*1 990: 2 17).

l7 Heru-ieta Moore plantea mAs sutilme nte la cuestión ((Si as verdades so n realm ente in conm en-sura ble s, ¿cuAes entonces el propósit de la com prensió y la com paració cr os scd tu m le s?~ 2005:54). De mo do semejante, Kwame A. Appiah se pregunta: ((Y,in un mun do com partido, iqu.6 habn aentonces que discutir?>>2006: 31).

l e E n el original: ((What it is moral is not anything, but it is more tha n on e thing>>; e trata d e unjuego de palabras d e difÃci raducció al castellano, que en todo caso trata cuestionar cualquier visióde la moralidad monológic o basada en principios absolutos. En aclaració del autor: ((Elsignificado deesta Frase pod rÃgl os as e de mane ra quizAs algo pedante de la m ane m siguiente: la moral es mà ¡ampbade lo que estamos ac ostumbrado s a reconocer, pero eso no implica que todo sea m or ah [N. del T.]

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~ L A T M S M O ULTURAL 2.0

Frente al relativismo ktico, disponemos de un abanico de alternativas.Una es despreocupadamente absolutista y anti-ilustrada (<<Laseglas mora-les universales vienen de Dios y está dadas en e1 libro sagrado Xn). Comotal, esta lógic puede ser objeto de investigació antropológica pero no esalgo con lo que podamos implicarnos directamente en tanto que antropó1ogosI9.Una posició universalista má sofisticada insiste en que la unidadpsÃquicde la humanidad implica una moralidad comúnun conjunto deprincipios de ley natural que se encuentran en todas partes! aunque ensociedades especÃficapuedan aplicarse de modo desigual o entenderse demanera imperfecta. Los principios morales ofrecidos por los universalistastienden a ser tan abstractos que rayan en la trivialidad! por ejemplo <<Todaslas sociedades, en todas partes, mantienen que la vida humana es sagrada

y no puede quitarse sin ju s t i f i~ ación~)~~o es que una afirmació de estetipo sea exactamente falsa; pero tampoco resulta particularmente útildadoel rango tan amplio de circunstancias que valen como justificació endiversos contextos culturales. Una aplicació contextualmente sensible dela ley natural requerirÃproezas heroicas de casuÃsticpara lograr abarcarlas variadas circunstancias de la humanidad. El resultado, sospecholcomenzarÃa parecerse un montó a-.. el relativismo.

Por si este últim comentario parece hecho a la ligera, ofrecerÃun ejem-plo. En muchas sociedades la gente piensa que la brujerÃes un fenómenreal y que los brujos acusados de matar a sus presuntas vÃctima onl puray llanamente! asesinos. Si intentamos aplicar en tales casos el principio deley natural ((Es nmoral tomar una vida humana inocenten1 nos enhenta-mos a un inesperado laberinto de complejidades morales. Con anterioridada la imposició de1 poder estatal en regiones remotas, las comunidades notenÃaherza policial o judicial que permitiera juzgar sobre una acusació

l 9 Los fundamentalistas rechazan consistentemente el relativismo cultural por sus postuladossupuestamen te nibiiistas, trayendo a la mem oria la declaració d e Te ny Eagleton d e que ((el funda-mentalismo teme al nihilismo, sin c aer en cuenta de qu e ést s simplemente la imagen especular de supropio ab solutismo))(2003: 214).

20 Este tipo de enfoque puede ilustrarse mediante una obra del politólog Hadley k k e s , en particularel capà tul itulado u ia s falacias del relativismo cultu ral, o Abbott y Coste110 se juntan con el antrop ólog o>>Arkes declara: uJ..a verdad ... es que e n toda s esas sociedades, distantes com o han estado e n el tiempo y elespacio, nunca ha ha bido m áqu e un solo conjunto de prem isas morales, una sola Forma de com prensià ³de la lógic m oral>. ContinúauSi esta s sociedades no han estado d e acuerdo, he sugerido que las causashan d e buscarse e n cosas menos serias que una diferencia d e premisas morales. Los desacuerdos puedenatribuirse a un razonamiento e r 6 n e o o incompleto a pa rtir de premisas ciertas, o a un sentid o insuficien-temente cultivado de los cánoney requerim ientos d el razo nam iento moral)) (pAgs. 154-155).

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de asesinato por brujerÃa i tampoco una buena alternativa a la imposicióde la pena capital. Las familias dependÃa de sus propios medios, sin quehubiera un monopolio en el uso de la fuerza. La presencia de un brujo acti-vo en la comunidad era percibida como una amenaza permanente, pues

podrÃvolver a matar. No es solo que los miembros de la familia de una vÃctima de brujerà se encontraran bajo una fuerte presió moral para saldarcuentas con el presunto asesino, sino que ademá se sentÃa obligados aproteger a su prole sobreviviente de futuros asaltos mágicosBajo tales cir-cunstancias, la reluctancia a actuar serÃconsiderada un fallo moral; tanimperdonable como la negligencia de, pongamos, unos padres norteameri-canos que permitieran a sus niñoentrar en contacto regular con un cono-cido pedófilo

Por lo que conozco, pocos antropólogo aceptan la verdad literal de losataques mágicos Cualquiera que sea la verdad inherente a las creenciassobre brujerÃaést eside en otro nivel - e l social y polÃtico uizás o enla visió sobre los poderes ocultos de ést aquéll ategorÃde personas2'.Las muertes basadas en una creencia fundamentalmente erróne se con-templan como una tragedia humana de grandes proporciones. Sobre estabase, pienso que pocos antropólogo protestarÃa si los gobiernos suprimie-

ran vigorosamente las acusaciones y ajusticiamientos por brujerÃa iempreque dicha intervenció se emprendiera de una forma equilibrada, con sen-sibilidad hacia las condiciones locales: francamente, una dura misión

Un defensor honesto de una moral basada en la ley natural estarÃobli-gado a admitir que, por intranquilizadoras que puedan resultar las muertespor brujerÃa o son primariamente el producto de una cruda depravaciómoral, sino en todo caso de una comprensió equivocada del mundo. Una

vez se acepta la realidad de la brujerÃa a ejecució de los brujos puede jus-tificarse por referencia a axiomas de ley natural como el derecho a la auto-defensa, la lealtad al parentesco y la obligació de defender a quienesdependen de uno. Es másen ausencia de una estructura superior de auto-ridad que pueda restaurar el orden, dictando justicia sobre demandas enconflicto, la violencia asociada a la brujerà es, una vez se desata, notoria-mente incontrolable. A menos que apliquemos una particular versió de ley

2 1 La cues tió de a qu6 nivel se ubica la verdad de la brujerà es bas tante mà ¡ compleja de lo queaquà uedo desa i~ol lar .Un inten to sutil, epistemológicam ent matiz ado d e hace r justicia a estas cues-tiones es el d e Wesi, 2007. Los dilemas ético ue enfrentan los antropólogo cuand o son confrontadoscon acusaciones de brujerà socialmente destructivas se hallan vividamente descritos en Wesch, 2007.

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RELATIVISMOULTURAL 2.0

natural opuesta al asesinato bajo cualquier circunstancia -incluida laautodefensa-, es difÃci er cóm nuestro abogado de la ley natural podnaencontrar estas muertes moralmente equivalentes a la variedad de homici-dio en serie propia del Occidente industrial. Es asesinato, es deplorable,

debe evitarse siempre que se pueda; pero su valor moral distintivo vienedefinido por un contexto cultural particular que tiene que ser tenido encuenta. Esto aproxima razonablemente el punto de vista iusnaturalista queestamos presentando a la variedad de relativismo étic revalente en antro-pologÃhoy dÃa

Hasta aquà e hecho énfasi n el argumento en contra de los universa-les éticosMas si los antropólogo defienden la idea de derechos humanos

universales, debemos adscribirnos a algunos principios cercanos a estenivel de generalidad -ideas, digamos, sobre justicia fundamental, equidad,compasió y responsabilidad compartida-. Como Todorov apunta, si lahumanidad no compartiera conceptos ético ásico serÃamo ncapaces dereconocer el contenido moral de las enseñanza eligiosas de otras épocay lugares (2000: 138).Bastante despué e que el relativismo cultural clásico haya dejado de ser una doctrina o teorÃcoherente, la escasez de inten-tos de formular tales principios desde la antropologÃde una manera explÃ

cita dice bastante de su efecto ~aralizante*~.na excepció a tal timidez esel capÃtul final de la historia del relativismo antropológic por ElvinHatch. Tras concluir que el relativismo cultural clásic ya no es defendible,Hatch ofrece un conjunto de estándare por medio de los cuales podrà uz-garse la moralidad de otras culturas (1983: 133-44). El má importante esel ((principio humanista)), basado en la idea de que instituciones exitosaspromocionan el bienestar, medido por Ãndice ales como justicia hacia los

demásausencia de coerció f'sica, etcétera laramente, Hatch busca, máque un modelo basado en la ley natural, un modelo funcional de moralidad,con la esperanza de que produzca medidas razonablemente objetivas quepuedan aplicarse crossculturalmente.

El propio Hatch establece el lÃmitde ese intento de llevar a cabo juiciossumarios sobre si una sociedad tiene o no má éxit ue otra respecto a lapromoci6n del bienestar humano: los libros de contabilidad en los que

2 2 Un ejemplo muy citado de intento altamente formalizado de de finir conceptos com o justicia,equidad, responsabilidad social y los contornos de una sociedad bien ordena da es Una. eorÃ-de la jus-ticia de Rawls, 1971.

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habrÃamode anotar el debe y el haber de cada una serian tan complejosque cualquier cálcul con pretensió de pertinencia de conjunto se acercaal sinsentido (1983: 139). Volviendo al ejemplo de la brujerÃa star'amostentados de regodearnos en nuestra superioridad moral como miembros de

una sociedad en la que la razó ha triunfado desde hace mucho sobre talescreencias. Y aú asÃcomo observà Michel de Montaigne (2004) en sufamoso De los can'bales, ((Podemos entonces llamar bárbar a esta gentepor lo que ataña las reglas de la razónpero no en cuanto a nosotros mis-mos, quienes les superamos en toda suerte de barbarie^. Nuestra propiabarbarie se manifiesta en extremos de inequidad y alienació social quecontinúa sorprendiendo a los miembros de muchas sociedades indÃgenas

Robert Edgerton (1 992) reencuadra el proyecto de distinguir sociedadespeores y mejores por la vÃde tratar de identificar ejemplos de ((sociedadesenferrnas~. u intenció es contradecir la pretensió del relativismo cultu-ral clásic de que todas las sociedades son exitosas por igual y, má especi-ficamente, la creencia comú de que las gentes tribales viven má felices ysanas que sus contrapartes en sociedades industriales. Mientras Edgertonno tiene problemas para identificar ejemplos de culturas echadas a perder,comparte la resistencia de Hatch a colocar las sociedades en un ranking res-

pecto a criterios como el bienestar o el éxit daptativo. En su lugar, argu-menta en favor de investigació adicional sobre ((necesidadesy predisposi-ciones~humanas comunes que puedan usarse para ((distinguir lo queresulta dañina los seres humanos de lo que les es beneficioson (1992: 208).

Si las versiones duras del relativismo son insostenibles, o al menos muycuestionables, y los principios de ley natural de limitada utilidad, ¿co quÃquedarse? Una aproximació prometedora que refleja los cambios globales

desde la époc e Herskovits es la que podemos denominar una ((moraldia-lógica^ Dicho enfoque rechaza el modelo de las culturas-como-mundos-discretos propia del relativismo clásicopara sustituirlo por otro que con-temple las sociedades como parte de una comunidad moral en expansión({Nos hemos vuelto moralmente contemporáneos estamos atrapados enuna red de interdependencias~, scribe la filosofa Seyla Benhabib (1995:250), ((ynuestras acciones contemporánea tendrá tambié onsecuencias

no contemporánea de tremendo alcance^. Esta circunstancia crea lo queella denomina una ((comunidad de interdependencia)), la cual nos obliga asu vez a ((traducir a comunidad de interdependencia en una comunidad deconversació entre culturas~. a posició de Benhabib invoca tanto la de

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Kant como la de Rawls, pero evita la tentació de imponer por fiat unamoral de primeros principios, argumentando por el contrario que sól pue-den emerger regÃmenerobustos de justicia tras un diálog democráticque los invista de legitimidad. Un énfasi n la interdependencia ilumina

los vÃnculo morales complejos entre lugares aparentemente distantes.Tales vÃnculo ncluyen, por supuesto, los efectos distorsionantes que lasrelaciones coloniales han tenido sobre los valores y práctica de comunida-des subalternas, pero en absoluto se limitan a ellos.

Hay que admitir que el enfoque dialógic suscita cuestiones complica-das. Imaginar la moral como un conjunto de principios en permanente pro-ceso de definiciónemergiendo de un consenso global, deja mucho Ñdema

siado, quizás por definir. La globalizació y el progreso tecnológic conella entrelazado pueden ofrecer nuevas oportunidades para la creació devÃnculomorales entre comunidades, pero tambié eneran nuevos desafÃoéticoan pronto como los anteriores comienzan a parecer manejables. Lasinjusticias asociadas al tráfic global de órgano para transplante acuden deinmediato a la mente, pero es fácipensar en otros muchos ejemplos. Máinsidiosa aú es la tendencia de las instituciones modernas, por su escala ycomplejidad, a esconder de la mirada públic polÃticaéticamenteproba-

bles. En conjunto, sin embargo, esta propuesta me impresiona como uncamino potencialmente productivo para repensar la moral de una maneratranscultural, despué e que tantos axiomas relativistas se hayan mostradoinviables. Una moralidad dialógic es consistente con el (a-elacionalismo~identificado por Mark Taylor, un estudioso de la religión como elementoclave del orden moral emergente en una red global que combate contraabsolutos enraizados en dicotomÃa gotadas: Dios y Satán ien y mal, indi-

viduo y grupo, cooperació y competencia. Taylor està convencido de quetales absolutos deben ser reemplazados por una ~co-dependencia reativa))y por una ((toma luida de decisión)que abarque la relacionalidad de todaslas cosas y promueva una ((étice la vida)) (2007).

Una moral dialógic tendrÃpoco sentido sin la convicció subyacentede que la humanidad en su conjunto se està moviendo hacia mayor igual-dad, compasió y justicia (Ignatieff, 2001: 3-5). Los antropólogo han pele-

ado durante mucho tiempo con la cuestió de si en la evolució culturalhay alguna evidencia de progreso moral (ver, por ejemplo, Hatch, 1983:106-26).Y es justo decir que nos mantenemos máescéptico ue otros pro-fesionales sobre las virtudes morales de la vida en sociedades de gran esca-

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la jerárquicament organizadas. Dicho esto, el compromiso de tantosantropólogo en su trabajo sobre derechos humanos sugiere una creenciaimplÃciten que el progreso moral es una posibilidad por la cual merece lapena luchar.

Una contradicció lógic sobre la que a menudo se llama la atenciónyque es inherente al relativismo tanto cognitivo como ético uede formu-larse en forma de pregunta: si los miembros de todas las sociedades son pordefinició etnocéntricos ¿n serà el propio relativismo cultural sencilla-mente otra forma de etnocentrismo? ¿N nos deberÃpreocupar el hechode que el relativismo cultural sea una sensibilidad asociada má a menudocon un cosmopolitismo desarraigado^ (Denby, 2005: 62) que con las

comunidades locales cuyas culturas pretende defender?

Tales preguntas subrayan una de las ironÃa ersistentes del relativisrnocultural clásicoel hecho de que, al tiempo que valida la integridad de cul-turas particulares, establece -asà sea tácitamente la superioridad de lamisió universalizante del relativista. Las implicaciones de este bucle dis-cursivo han enredado durante década la academia postestructuralista enun debate que genera má calor que luz23.Pero acaso la contradicció sea

menos egregia de lo que parece. La pretensió de que el relativismo cultu-ral es una doctrina cient'fica ha quedado ya como cosa del pasado de laantropologÃa con ello buena parte de la presunta legitimidad institucio-nal del concepto ha quedado atrás24 oy es máprobable que se perciba,de hecho, como un prejuicio anticientÃfico gual de dudosa es la noció deque el relativismo cultural es un producto únic de la historia intelectual deOccidente. Su canonizació por los boasianos pudo proporcionarle unnuevo suelo, pero algunas facetas del relativismo cultural se remontanhasta Herodoto, y no es difÃci ncontrar expresiones de relatividad folk entextos etnográfico procedentes de Õfrica Asia o Sudaméric prácticamente, dondequiera que diferentes sociedades se hayan rozado de formaamistosa durante largos periodos de tiempo-. PodrÃamo rgumentar que

23 Pa ra debates sobre el tema, ver Webster, 1995 y, con mayor ge neralidad, las observaciones d eLa tou r 2004 sob re los excesos de la teorà crÃtic conic mp orà ¡neaStrang, 2006 argumen ta que la dis-

tinció en tre con ocimiento indÃgeny antropológic se ha exagerado. Los antropólogo y sus sujetosha n estado desde hace tiempo implicados en un proceso dialógic que, a su juicio, apu nta a u na sÃntesis com ún

24 La excepció obvia a esta afirrnaci6n es el relativismo metodológico qu e continú d om ina ndo enantropologÃy ot ra s ciencias sociales.

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RELATIVISMOULTURAL 2 .0

ideas sobre la relatividad de las culturas se encuentran probablemente tanampliamente diseminadas como el propio etnocentrismo, aunque haciendobalance tiendan a desplegarse con menor consistencia y se mantengan m6ssilenciadas.

NATURALEZA, CULTURA Y UNIVERSALES

La llamada de Edgerton a la que antes aludimos en el sentido de aten-der a los universales humanos lleva a otra de las principales quejas frenteal relativismo cultural: la de que, al explicar el pensamiento y el compor-tamiento humanos exclusivamente por referencia a culturas particulares,

ha marginalizado el estudio de la naturaleza humana en su sentido amplio.Este tema es desarrollado a fondo por Donald E. Brown (1991), cuyo ale-gato a favor de universales incluye varios puntos: (1) aunque el relativismocultural clásic afirma la plasticidad inherente a las práctica y valoreshumanos, la investigació comparativa ha mostrado que esta plasticidadtiene lÃmitedefinidos. Una comprensió de tales lÃmiteayuda a enmar-car la investigació sobre diferencia cultural. (2) El reconocimiento de ten-dencias o predisposiciones panhumanas arroja luz sobre aquellas situa-ciones en las cuales pautas preprogramadas de comportamiento vienen aser conformadas por la cultura. Brown, junto con otros que abogan por elestudio de la naturaleza humana, insiste en que los esfuerzos por com-prender y mejorar las instituciones humanas no tendrá éxit asta que setengan en cuenta los impulsos innatos y fuerzas psicológica que influen-cian la conducta. Por supuesto, el problema es que, debido a que el relati-vismo cultural se orienta primariamente hacia las diferencias, tiende a

minusvalorar los universales, que son usados como constantes y por tantovistos como de utilidad limitada en la interpretació de la conducta encontextos especÃficos

La biÃsqued de tales impulsos innatos o disposiciones comunes decomportamiento parece haber sido abandonada desde hace mucho por losantropólogos dejando el campo a académico e otras disciplinas. El tra-bajo de estos último ha producido una oleada de libros, muchos con las

palabras moral^, ((cerebro)) ~evoluciónn el tÃtulo eclarando obsole-to el relativismo cultural por la investigació en ciencia cognitiva, socio-biologÃy psicologia evolucionista. Lo que se aspira a demostrar es que elpensamiento moral es un legado de nuestra herencia primate inscrito en

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nuestro equipamiento biológic [hardwired]. Esto lo vuelve un aspecto denuestra conducta má natural que cultural, explicable en término e suvalor de supervivencia (ver, p. e., Hauser, 2006 y Joyce, 2006).

Nociones como la de que la moralidad reside en nuestros genes y es acti-vada por Iocalizaciones especÃficade nuestro cerebro -cualificando asÃcomo una ((gramáticmoral universal)) (Hauser, 2006: xvii) o como un ~ d i s -positivo~del mismo tipo que la visió estereoscópic o las disposicionesnumérica Pinker, 2002: 270)- entusiasman a los recensores de libros ylos lleva a jalearlas como revolucionarias. Por muy exaltadas que sean estaspretensiones, sin embargo, resultan de limitada utilidad cuando tratamosde aplicarlas para dar sentido a la práctic moral cotidiana en un entorno

dado. Si es verdad que todos tenemos el mismo sustrato étic moral, ¿poquà los valores difieren tanto entre grupos humanos? ¿Debemoconcluirque algunos principios morales son genuinos porque está codificados ennuestros genes, mientras que otros son espurios por haber surgido en con-textos culturales especÃficos

No dudo de que la psicologÃevolucionista atrae una buena cantidad deacadémico erios, abocados a sustanciar sus teorÃamediante evidencia

que cumpla estándarecientÃfico ceptables. Sin embargo, el campo comotal parece afligido, como antes la sociobiologÃa or un pavoneante triunfa-lismo destinado a provocar má que a iluminar. Los antropólogo han res-pondido a este desafio en múltiple sitios, ofreciendo sus crÃticadevaluati-vas de esta psicologÃy llamando la atenció sobre su uso de la evidencia,tan limitado como selectivo; su canonizació de mecanismos psicológicode existencia siempre inferida y nunca probada; sobre la problemáticcorrespondencia entre estas teorÃa universalizantes y los principios que

subyacen al capitalismo m ~ d er n o * ~ .ales crÃticavienen normalmente pre-cedidas de declaraciones en el sentido de que la antropologÃno rechaza porprincipio intentos empÃricamentbien sustentados de generalizació sobrela conducta social humana. Y, sin embargo, dado el compromiso interno denuestro campo con el particularismo y la retirada de la comparaciónhayalgo poco inocente en estas declaraciones (Yengoyan, 2006). Como ha obser-vado Maurice Bloch (2005), hace mucho que abandonamos el territorio que

Un ejemplo reciente se encu entra en M cKinnon y Silverrnan, 2005, qu e ofrece má de un a doce -na de ensay os desafia ndo diversas pretensiones universalistas -procedentes principalmente d e la psi-cologfa evolucionista- que los auto res considera n reduccionistas. Ver tarnbibn McKinnon, 2005.

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ahora reclama la psicologÃevolucionista, por lo que estamos mal prepara-dos para ofrecer otra cosa que crÃticasEs una lástimaporque aproxima-ciones matizadas, no reduccionistas, de corte evolutivo (ver p. e., Bloch ySperber, 2002; Richerdson y Boyd, 2005) plantean cuestiones importantes,que merecen atenció dentro de nuestra disciplina y má allÃde ella.

Para ofrecer una visió convincente de la condició humana, deberÃamoser capaces de alcanzar un equilibrio sensato entre elementos comunes a lamayor parte de los sistemas culturales y aquéllo ue vuelven distintivo a cadagrupo26.La reluctancia de la antropologà hacerlo contribuye a la tan lamen-tada ausencia de antropólogo en el elenco de los intelectuales públicos Enconsonancia con nuestro prolongado papel como <mercaderes del asombro^(Geertz, 2000: 64), se nos conf'a la defensa de las pretensiones identitarias de

comunidades o subculturas particulares. Mas cuando de lo que se trata es dearticular una visió de cóm podnan encajar juntos en una sociedad nacionalviable múltiple sistemas de valor e identidades distintivas, nos vemos tÃpicamente abocados a traficar con blandos lugares comunes sobre las virtudes dela tolerancia. El debate sobre el margen de diversidad de comportamientosque puede acomodarse al interior de un estado liberal se ha dejado, desde hacemucho tiempo, a los politólogoy juristas, igual que hemos dejado la discu-

sió sobre la naturaleza humana a los psicólogo evolucionistas. Si deseamoscontribuir a los debates público sobre estos temas de una forma efectiva, ten-dremos que recuperar de nuestros ancestros una doble visió que atiendasimultáneament a los valores de sociedades especÃfica a aquéllo e lascomunidades politicas y morales a gran escala donde éstae insertan.

CONCLUSIONES: RELATIVISMO CON R A Z ~ N

El relativismo cultural clásicouna abarcante doctrina con componen-tes metodológicos cognitivos y éticos a sido debatido académicamentdurante má de medio siglo. El consenso actual es que, tal y como fue con-cebido originalmente, tiene defectos significativos. Tiende a exagerar lacoherencia interna de las culturas individuales. Sobredimensiona las dife-

26 Herskovits (1972: 57) reconocià la legitimidad de u na investigació em pà ricam ent orienta da

sobre la naturaleza hum ana . < Po r o q ue yo conozco)), escribi6, à §nhay ningú relativista que excluyadel repertorio antropológic el estudio de los valores, o qu e niegue a la cond ucta h um an a s u base psi-col6gica co m à ~ ni niegan los relativistas la importan cia de una investigació qu e refine nues tro cono -cimiento de la naturaleza y funcion am iento de esta base comà ºn...))

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rencias entre sociedades y subestima la posibilidad de trascenderlas. Sucarácte otalizante invita al minimalismo moral y alimenta la hostilidad alanálisicomparativo. Su lógic inherente es tan poderosa que, al usarse deforma indiscriminada, lleva a subvertir casi cualquier argumento.

Si todo lo que el relativismo cultural tuviera que ofrecer fueran estasfallas, yo propondrÃsu inmediato abandono. Pero queda mucho por decirsobre la claridad y precisió de la afirmació por parte del relativismo cul-tural clAsico de que las culturas constituyen mundos de vida distintivos,siempre y cuando no tomemos semejante afirmació de una forma dema-siado literal. Son innumerables los etnógrafo que han dado testimonio delos momentos decisivos de su trabajo de campo, cuando de repente se topa-ron con creencias o conductas má allà de la comprensió inmediata: laavidez con que el anfritió consume una delicia local que para el gusto delvisitante serà epulsiva má allà de toda medida; las vidas nativas trágicamente segadas por la violació de tabúe o reglas de decoro que parecerÃatriviales al forastero; el reconocimiento que va abriéndos amino en unode que la gente con la que convives experimenta el paisaje circundante demodos que desafÃauna descripció convencional. Es en esto, en el choquefrente a lo verdaderamente diferente, donde el relativismo cultural clásic

nos ayuda a entender, aunque no siempre a articular esa comprensió connuestra propia visió de la lógic o la moral.

Al proponer este enfoque revisionista, quiero ofrecer una versió corregi-da del relativismo cultural -versió 2.0- que mantenga los elementos defen-dible~ e la formulació clásicaal tiempo que corrija aquellos presupuestosque desde tiempo a t r h han sido abandonados por la mayor parte de los antro-pólogos Si nos van a denunciar, que sea por el relativismo que suscribimos,

no por el relativismo obsoleto de la adolescencia de la antropologÃaRELATIVISMO CULTURAL 2.0

1. La enculturació alimenta el convencimiento entre los miembros de

una sociedad de que sus valores y práctica son superiores y má

satisfactorios que cualquiera otros. Los antropólogo han llegado a la

conclusió de que esta extendida tendencia, convencionalmente eti-

quetada como etnocentrismo, es difÃci pero de ninguna manera

imposible- de transcender. En el sigloXXI es razonable asumir quebuena parte de la humanidad se halla a caballo entre como mÃnim

dos sistemas culturales que se solapan de manera simultfinea.

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2. Los sistemas culturales son campos de acció y sentido moralmente

cargados, que demuestran una considerable coherencia, aú cuando

nunca se trate de sistemas totalmente cerrados. Debido a ello, las ins-

tituciones y práctica deben ser entendidas primeramente en su pro-

pio contexto. Este principio no milita contra el uso juicioso de la

comparació crosscultural, siempre que ést ontribuya a ampliar

nuestra comprensió de la condició humana.

3 . El registro etnográfic demuestra que la vasta mayoria de las socie-

dades estables, no importa cuá aisladas o sometidas a restrictivas

condiciones ambientales, han sido capaces de proporcionar a sus

miembros vidas satisfactorias; vidas que permiten la expresió de

todas las emociones humanas, proporcionan algú espacio de liber-

tad y autoexpresió personal y ofrecen a los individuos roles sociales

satisfactorios. Esta observació general no impide que prhcticas par-

ticulares puedan ser valoradas como disfuncionales de cara al bien-

estar humano. Con todo, la experiencia ha demostrado que tales con-

sideraciones han de tomarse con suma precaución

4. Todas las sociedades poseen algú grado de diversidad interna en

materia de comportamiento e ideologÃaRecÃprocamenteninguna

sociedad carece de algú grado de tensió interna a lo ancho de sus

lheas de fractura en terminos de géneroango, orientació sexual o

devoció religiosa. Los etnógrafo deben resistirse a aceptar sin má

la pretensió de que una costumbre dada, por el hecho de haber sido

asumida durante largo tiempo, es parte incontestable de la sociedad

en cuestióno que las práctica dominantes expresan las normas cul-

turales de modo transparente.

5. Las interacciones entre sistemas culturales tienen efectos complejos, deamplio alcance, especialmente cuando las relaciones se caracterizan

por desigualdades de poder significativas. Un elemento clave de la sen-

sibilidad contextual distintiva del relativismo cultural es la atenció sis-

temátic que se presta a los modos en que los contactos interculturales

desafÃao distorsionan la dinámic interna de una sociedad dada.

6 . Aunque las disposiciones socialesy psicológica de los seres humanos

son extremadamente plásticas no lo son hasta el infinito. Existenrazones legÃtimapara el estudio de aspectos ampliamente extendi-

dos -y quizá universales- de la cognición la vida familiar, la

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expresió sexual, los valores ético la producció ideológic entre

seres humanos. Como a menudo han hecho notar estudiosos aboca-

dos al trabajo comparativo, los universales son de un valor limitado

para dar cuenta de las diferencias culturales. Sin embargo, el deseo

de tomarlos en consideració no resulta por principio inconsistentecon los supuestos bAsicos del relativismo cultural.

A pesar de sus defectos, y revisado en las lÃnea quà ropuestas, el rela-tivismo cultural es un conjunto de ideas que merece la pena conservar: nocomo una filosofà o doctrina comprehensivas, un estatus al que ya nopuede aspirar, pero sà omo una regla práctica2 una herramienta intelec-tual. Los lÃmitede su utilidad, como los de cualquier otra herramienta, vie-

nen determinados por el problema entre manos y la habilidad de quien lausa. ¿Cuál on esos lÃmitesNo hay respuesta sencilla: sól una llamadaal buen juicio y a someter cada cuesti6n a un escrutinio minucioso y al pesode la evidencia. Eso deja, ciertamente, sustantivas zonas grises sobre lascuales los antropólogo podemos y debemos seguir discutiendo.

Por encima de todo, debemos recordar el importante papel históricque el relativismo cultural ha tenido en animar a una comprensió cross-

cultural, asà omo su contribució a una expansió de la libertad humana-que es, por supuesto, lo que Herstkovits y otros boasianos pretendÃa alformularlo-. El pensamiento relativista ha generado beneficios concretospara los pueblos indÃgenasque lo han utilizado con eficacia para ampliarel rango de evidencia que los tribunales está dispuestos a aceptar en casosjudiciales sobre reclamaciones de tierras o sobre el derecho al libre ejerci-cio religioso (Cove, 1999: 113). De un modo má general, la simplicidad delos axiomas del relativismo cultural actú como un freno úti ante la com-

placencia analÃticaAlasdyre Madntyre, quien no es precisamente amigodel postulado relativista de la inconmensurabilidad entre mundos sociales,reconoce encontrarse a sÃmismo aceptando a regañadienteel papel delrelativismo como prueba de contraste ante conclusiones que parecerÃa deotro modo autoevidentes. La racionalidad, insiste, debe estar dista paraaceptar y hasta dar la bienvenida en el futuro a una posible derrota de teo-rÃaexistentes por parte de alguna otra tradició de práctic y pensamien-

to extraña uizà ncluso ininteligible aun en buena medida^ (1985: 17-20)..--- -27 ~ R u l ef t h u m b ~ n el original. PodrÃamo raducir esta expresi6n idiomáticapara la qu e care-

cem os de un equivalente exacto en castellano, tambikn co m o una ((regla caseraÈ un ((a pa ñ o))s decir,una regla eminentem ente práctic qu e sirve a usos de la vida cotidiana [N . del T.]

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Las faltas del relativismo cultural se ven redimidas por una productivaparadoja: al forzamos a actuar como si los mundos sociales estuvieran divi-didos en islas discretas, el relativismo cultural disciplina la imaginacióninvitándonoa observar cuidadosamente mientras evitamos la tentació de

dar por sentado má de la cuenta. Al proceder de ese modo, pone loscimientos para tender puentes entre esas islas y, acaso, acabar reconocien-do que despué e todo lo que parecÃa islas no eran tales.

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Textos de AntropologÃ-

Contemporáne

FRANCISCO CRUCES VILLALOBOS

BEATRIZ PEREZ GALAN

(Compiladores)

UNIVERSIDAD NACIONAL D E E D U C A C I ~ N DISTANCIA