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LA NARRACIÓN BREVE DE PUNO APUNTES PARA UN ESTUDIO SISTEMÁTICO DEL
CUENTO PUNEÑO
Por: Feliciano Padilla
2
CONTEN IDO Pág.
Presentación 4
CAPÍTULO I: La literatura oral 8
1.1. Generalidades 8 1.2. Características de la literatura oral 11 1.3. Principales especies vigentes de la literatura oral altiplánica 13 1.4. Articulación de la oralidad y la literatura escrita 15 1.5. Algunas recopilaciones de la literatura oral altiplánica 17 Acero Ppatjata 17 Khapía Kota 19 Kota Anchancho 22
El zorro y la wallata 24 El zorro y el cóndor 26 El origen del lago Titicaca 28 Del zorro y el cuy 30 CAPÍTULO II: La narrativa escrita 34 2.1. La narrativa puneña de la etapa de iniciación 34 2.1.1. Alberto Rivarola y Miranda 38 A la descuidada se clavan las banderillas 39 2.1.2. Emilio Romero Padilla 44 Balseros del Titicaca 52 2.1.3. Román Saavedra: Eustaquio Kallata 58 Estepa en llamas 59 2.1.4. Mateo Jaika 69 Los pescadores del Titicaca 70 2.1.5. Vicente Achata Vargas 77 El trompo 77 2.2. La narrativa puneña de la etapa de consolidación 80 2.2.1. Omar Aramayo 81 Los mil días 82 2.2.2. Luis Gallegos 87 El cojudiómetro 91 2.2.3. Jorge Flórez-Áybar 96 En un rincón de la tierra 99 2.2.4. Feliciano Padilla 110 Réquiem por Amadeus 115 2.2.5. Zelideth Chávez Cuentas 120 La Merciquita 122 2.2.6. Jovin Valdez 129 Aniquilina 130 2.2.7. Waldo Vera 144 Felipe II 146
3
2.3. Los narradores de fin de siglo 149 2.3.1. Elard Serruto Dancuart 150 Refugio de arena 152 2.3.2. Adrián Cáceres Ortega 156 El cangrejo 161 2.3.3. Vladimiro Centeno 173 Aguardando la noche 180 2.3.4. Édward Huamán Frisancho 183 El beso de la muerte 185 2.3.5. Christian Reynoso Torres 192 Una larga espera 192
Bibliografía básica 197 Obras citadas 202 Revistas puneñas consultadas 209
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PRESENTACIÓN
La convocatoria al Concurso “EL AUTOR DE CREACIÓN LITERARIA EN LA
MACRORREGIÓN SUR” , que busca identificar a los autores de cada región y recopilar las obras,
en todos los géneros literarios posibles, que hayan sido publicados o no en los Departamentos de
Cusco, Puno, Arequipa, Tacna, Moquegua y Apurímac, nos impone la tarea de revisar, corregir y
ampliar los materiales de un trabajo anterior relacionado con la literatura puneña, elaborado en más
veinticinco años de investigación. El tiempo con que se cuenta para preparar un libro general, como
quisiera el autor, es cortísimo. Por esta razón, se opta por llamar la atención de los miembros del
Jurado y de los lectores, sobre la narración breve de Puno, dejando para otra oportunidad lo
concerniente a la poesía.
Hacer una selección literaria de lo mejor que ha producido Puno en narrativa es muy complejo,
cuando no, riesgoso. Los criterios de selección varían de un antólogo a otro. No obstante ello, siempre
se impone la calidad, aunque este concepto, también, puede ser relativo; por cuanto, lo que tiene
calidad para uno, pueda que no lo tenga para otro. Se impone decir algo más en este preámbulo:
Sucede que en una antología están varios que no deberían estar y no están otros que deberían. Ése es
el riesgo que cargo sobre mi responsabilidad. La ausencia de los que merecen y no están es por falta
de materiales en mi biblioteca y en las que he consultado y revisado durante el período de recolección
de datos. Sin embargo, los críticos, especialistas; en fin, los lectores en general, coincidirán conmigo
en que en este libro está todo lo mejor que ha producido Puno.
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La obra es una selección y no la historia de la literatura puneña que, con seguridad, debe estar
escribiéndose, en este momento, por parte de algún estudioso. Si fuera historia aparecerían los cientos
de nombres que están consignados en otros trabajos y habrían sido agrupados por escuelas,
tendencias o de modo generacional. Pero, el lector advertirá que no es así. Lo mío es una antología
comentada; por eso no están todos los nombres que aparecen en “El Cuento Puneño” de José
Portugal Catacora, o en la Antología de Narrativa del Dr. Samuel Frisancho Pineda, principalmente.
Los intelectuales que han elaborado antologías con criterio de selección son José Luis Ayala y
Édwin Tito Quispe, de quienes se da cuenta en el contenido de este libro y en la bibliografía.
El presente trabajo aborda la narrativa puneña en sus dos vertientes: oral y escrita. La literatura
oral altiplánica es muy rica. Se aborda ese tema en la primera parte; primero, sentando posición
teórica acerca de la oralidad y; en segundo lugar, presentando una muestra de 4 ó 5 textos, solamente,
debido al poco espacio que el proyecto preveía para este tópico. Soy consciente de que hay un
material exuberante sobre literatura oral. Conozco la literatura oral que han recopilado,
sucesivamente, José Portugal Catacora, Samuel Miranda, Héctor Estrada Serrano, Julián Palacios,
Jorge Aguilar, Samuel Frisancho, José Luis Ayala, Víctor Ochoa Villanueva, Crónwell Jara, Cecilia
Granadino, Marcelino Villagra Cruz, Dionicio Condori, Édwin Tito y otros. No obstante este
riquísimo material, sólo se ha seleccionado pocos textos, debido a que el propósito del proyecto es
centrar el trabajo en la literatura escrita.
Por otra parte, este libro delimita su objetivo solamente a narración breve; particularmente, al
relato y cuento. La novela no ha sido abordada en esta obra: primero, porque ya existe un ensayo
literario con el título de “La novela puneña en el siglo XX”, de Jorge Flórez-Áybar y; segundo, por la
inconveniencia de presentar solamente fragmentos. Jorge Flórez-Áybar descubrió hasta 32 ó 33
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novelas escritas por puneños durante todo el siglo XX; específicamente hasta 1998, año en que se
publica aquel ensayo en la Editorial Sagitario de La Paz – Bolivia. Pero, luego aparecen otras novelas
como “Más allá de las nubes”, de Jorge Flórez-Áybar; “Las plagas y el olvido”, de Luis Gallegos;
“Las Leyendas del Ekeko”, de Omar Aramayo; “Por qué lloras Candelaria”, de Zelideth Chávez;
“Caserío”, de Miguel Cáceres Calvo y; “Cábala para Inmigrantes”, de José Luis Ayala, cuya primera
novela es “Wancho Lima”. En el año 2005 se han registrado otras publicaciones de novelas: Te es
esperaré en el cielo, de Fidel Mendoza y; El coronel de la espada virgen, de Luis Gallegos; ésta
última basada en la vida y andanzas del coronel Angelino Lizares Quiñónez. Se sabe que Omar
Herrera y Hugo Bonet, también, han publicado sendas novelas recreando la vida de este coronel y
sanguinario gamonal.
La narrativa puneña es menos pródiga que la poesía. A eso se debe la poca cantidad de
narradores antologados. La narrativa ha sido dividida en dos etapas o fases: etapa de la iniciación y
etapa de la consolidación. Se llama período de iniciación no para subestimar o desdeñar la narrativa
de aquel tiempo que, dicho sea de paso, fue de gran calidad, sino, sólo para destacar que con esos
grandes escritores comienza la verdadera narración breve de Puno. En cuanto a lo segundo, porque
esta narrativa tiene la virtud de haber ganado un espacio en la historia de la narrativa peruana y,
andina, en particular. De la etapa de la iniciación hemos podido rescatar a Alberto Rivarola y
Miranda, Emilio Romero Padilla, Román Saavedra (Eustaquio Kallata), Mateo Jaika y Vicente
Achata Vargas. De la fase de consolidación se tiene a Omar Aramayo, Luis Gallegos, Jorge Flórez-
Áybar, Feliciano Padilla, Zelideth Chávez, Jovin Valdez y Waldo Vera Béjar.
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De los llamados “Narradores de fin de siglo” se ha antologado cuentos de Elard Serruto
Dancuart, Adrián Miguel Cáceres Ortega, Bladimiro Centeno, Édward Huamán Frisancho y
Christian Reynoso Torres.
Ésta es la antología que se ha preparado. Como toda propuesta o acto humano es probable que
divida la opinión de las personas. Es el riesgo que se corre; pero, nadie podrá negar que es la primera
vez que se hace una antología comentada de narración breve, cuyo criterio de selección es la calidad
de los textos.
Puno, febrero del 2006.
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APUNTES PARA UN ESTUDIO SISTÉMICO DEL CUENTO PUNEÑO
La narrativa puneña, tal como la narrativa andina en general, se desarrolla bajo dos
modalidades o vertientes: oral y escrita.
CAPÍTULO I
LA LITERATURA ORAL
1.1. GENERALIDADES:
Se entiende la oralidad como un fenómeno sociocultural que registra e influye a la
vez, en una determinada concepción del mundo y sistema de valores concernientes a un
grupo étnico. La oralidad, además, interviene substancialmente en los procesos de
adquisición, preservación y difusión del conocimiento. Toda oralidad está en
correspondencia con una racionalidad; vale decir, con una forma de conceptuar y
representar el mundo. Por eso, Bronislaw Malinowski desautorizó cualquier análisis textual
e interpretación del mito que no tuviera en cuenta su función y conceptualización al
interior de la comunidad.
“¿Cómo se decía “oralidad” en quechua precolonial? Desde la perspectiva de las
sociedades americanas que solemos calificar de orales al sistema de comunicación
elaborado a lo largo de su historia -rico repertorio de medios y códigos expresivos que
apuntaban a todos los sentidos de percepción- no sufría ninguna ‘deficiencia’. Nada ciegas
ni ágrafas, esas sociedades (que dejaron magníficos testimonios de sus capacidades
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gráficas y plásticas) prescindieron, simplemente, de rendir culto especial a la notación
gráfica de su discurso. La reproducción constante de la sociedad garantizaba –mejor que
cualquier soporte gráfico- la reproducción discursiva gracias a la memoria colectiva del
conjunto de sus prácticas semióticas. Al instalarse, con la conquista, el grafocentrismo
europeo en la cúpula del poder continental, los sistemas de comunicación autóctonos,
marginados por el nuevo poder recién adquirieron la deficiencia o el hándicap que parece
caracterizarlos ahora (...) Su recuperación, estudio, conocimiento, forma parte, por
consiguiente, de cualquier programa serio de descolonización cultural” (LIENHARD,
Martin; 1995:11)
Cuando la literatura se aborda desde su perspectiva etimológica, se cae fácilmente
en la cuenta de que literatura que proviene de la palabra literae, significa letra o escritura.
Por tanto no sería posible hablar de literatura oral; pero como dice Ricardo Vírhuez:
“La literatura es un viejo oficio que puede rastrearse desde los tiempos más remotos
de todos los pueblos. El reciente invento de la escritura, y luego de la imprenta, no hizo
más que acelerar su desarrollo, establecer niveles y diferencias y sancionar la división del
trabajo intelectual. Surgió así la literatura moderna con las peculiaridades que todos
conocemos, pero no surgió la literatura. Los criterios etimológicos de que la literatura es
principalmente escritura aparecen cuando ésta (la escritura) es entronizada por los grupos
dominantes como el principal medio de cohersión ideológica (...) Por tanto, la etimología
no puede darnos la significación ni el sentido de la literatura, sino apenas el origen de su
nombre. La literatura ágrafa, oral y colectiva se ha practicado y se practica en todos los
países del mundo...” (VÍRHUEZ, Ricardo, en Apumarka No 04, Puno-UNA 2003).
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La literatura oral andina hace alusión a todas las expresiones orales que desde hace
siglos hasta nuestros días se han difundido en el área de los Andes, bajo la forma de mitos,
tradiciones, cuentos, fábulas, leyendas, adivinanzas, canciones, etcétera, a pesar de la
paradoja que significa la frase “literatura oral” debido a los argumentos ya esgrimidos
líneas arriba. A ellos se agrega las conclusiones de investigaciones realizadas por
distinguidos estudiosos de la materia, como Martín Lienhard, de la Universidad de Zurich;
Silvia Spitta, de un Centro de Investigación de Literatura Latinoamericana de los Estados
Unidos; Carlos Pacheco de la Universidad Simón Bolívar de Caracas; así, como las de
Ricardo Valderrama y de Antonio Cornejo Polar -sólo por citar algunos nombres-. Estos
criterios permiten reconocer caracteres de expresión artística en la oralidad o literatura oral
de cualquier cultura ágrafa o cultura que ha interrumpido su proceso escriturario (creación
alfabética).
Es necesario hacer referencia a la antigüedad y vigencia de la oralidad en la
sociedad peruana. Ella aparece con la formación de las primeras organizaciones tribales en
el territorio peruano, hace 15,000 años, aproximadamente y; se va sistematizando en un
proceso prolongado para pasar por formaciones superiores como las de Chimur, Muchic,
Tallán, Nazca, Paracas, Chavín, Tiwanaku, Wari y, finalmente, Inca. Y decimos: "se va
sistematizando" porque va adquiriendo formas diversas que van desde las canciones y las
representaciones teatrales, hasta los cuentos, las adivinanzas y otras especies.
La invasión española no anuló el desarrollo de la literatura oral, la que, por el
contrario, siguió su propio curso, un camino autónomo, con sus características tan
peculiares, y con seguridad, seguirá desarrollándose en el futuro, mientras haya peruanos
enraizados a una cultura milenaria y, entre tanto se siga hablando las lenguas nacionales
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como el quechua, el aimara y las lenguas amazónicas. Algo más, la literatura oral
altiplánica comparte -con algunas diferencias de matices- los mismos rasgos y las mismas
características de la literatura oral producida en Los Andes y en sus estribaciones ubicadas
en la Costa y Selva peruanas. Estas características recurrentes que se presentan en muchos
lugares con ciertas diferencias se llaman “constantes culturales”, aunque a decir verdad, no
sólo se refieren a la oralidad, sino, a toda clase de expresiones como las costumbres, las
tradiciones, los valores, las actitudes y los conocimientos creados y acumulados en miles
de años.
1.2. CARACTERÍSTICAS BÁSICAS DE LA LITERATURA ORAL
a. Son utilitarias: Las diferentes formas de expresión de la oralidad altiplánica tienen
carácter didáctico. Sirven, principalmente, para interiorizar en las generaciones
jóvenes los valores reverenciados en la comunidad y fijar pautas de
comportamiento orientadas a consolidar las relaciones interpersonales. “Más que
para la fruición espiritual, están orientadas a ser utilitarias, es decir que, sirven para
algo" (CÁCERES, Juan Luis, 1994: 17).
b. Son anónimas porque no tienen autor conocido. Pertenecen a la memoria colectiva;
son discursos que pertenecen a la comunidad que las crea en un proceso complejo
y, a veces, prolongado.
c. Son populares porque las crean los pueblos que utilizan estas formas de expresión
artística para exteriorizar su forma de conceptuar y representar el mundo, sus
problemas, sus aspiraciones y, finalmente, su proyecto histórico.
d. Son tradicionales porque se difunden de generación en generación apoyadas por
algunos recursos literarios como la aliteración y la onomatopeya.
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f. Son mutables porque están sujetas a transformaciones de acuerdo al tiempo y el
espacio. Aunque respetan la matriz básica, varían en matices de un tiempo a otro o,
de un lugar a otro. Un mismo cuento o mito puede tener varias versiones, tal como
sucede con el mito de Incarrí que tiene versiones diferentes en Sicuani, Apurímac,
Ayacucho y Puno, lo cual demuestra la mutabilidad de la literatura oral. Los
cambios pueden obedecer, también, a que el narrador oral varíe algunas partes de
su relato, en concordancia con los requerimientos de su auditorio.
“La mutabilidad es otra característica básica de la literatura oral. Consiste en una
especie de metamorfosis que permite transformarse al hombre en animal o planta, o
viceversa” (CÁCERES, Juan Luis, 1994: 18). Gracias a un mimetismo básico que
permite al emisor sustituir a los personajes transformados se mantiene la tensión y el
interés entre los oyentes.
g. Unidad hombre-naturaleza: Se refiere a la comunión de los personajes con el
mundo que los rodea, porque el hombre se siente parte de la naturaleza. El mundo
andino es animado: Tienen vida los cerros, los ríos, las plantas, los lagos, etcétera.
El mundo andino es inmanente: todo lo que nos rodea incluido los Dioses tienen
carácter de inmanencia; no hay nada sobrenatural. El mundo es panteísta: todo
cuanto rodea al hombre es sagrado.
Los cerros, los ríos, así como los animales y las plantas cuidan del hombre, de
la misma manera que el hombre cuida de ellos, bajo un equilibrio que no se puede
romper so pena de sanción. Mucho de lo que hoy, en plena etapa de la
globalización, se llama ecología, cuyo desequilibrio preocupa al mundo, se
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encuentra como fundamento de la cultura andina y, por tanto, se manifiesta en sus
relatos.
h. Reproducen los valores básicos de la cultura, como son el valor trabajo, la
reciprocidad, el valor sabiduría, los valores de la honestidad (No seas ladrón, no
seas mentiroso, no seas ocioso), etcétera.
1.3. PRINCIPALES ESPECIES VIGENTES DE LA LITERATURA ORAL
ALTIPLÁNICA.
- El huayño: Es una mezcla de música, canto y danza como expresión de la poesía
indígena que se practica en distintas ocasiones y tonos, igualmente, diferentes. Debe
distinguirse del huayño mestizo pandillero que en Puno adquiere características de
música semiculta o culta. El huayño como una vertiente de la literatura oral cumple
distintas funciones dentro del proceso de la producción y de las relaciones familiares
y comunales, en general.
- Wifalas y kaswas: Se expresan a través de una mezcla de música, canto y danza que
se interpreta durante los carnavales y acciones importantes de la comunidad.
- Ayataqui: Igualmente, mezcla de música y canto que se interpreta como despedida en
los funerales de algún miembro de la familia o de la comunidad. Lo más
representativo de esta especie en Puno son los Ayarachis de Paratía: los campesinos
al tiempo que cantan, arrancan de sus sicuris tristísimas melodías para despedir a sus
muertos.
- Q’axilunaka (Kajelos): Por la presencia de la guitarrilla y del charango y más aún del caballo,
el kajelo, poema cordillerano por antonomasia, no es poesía aimara prehispánica. Es una
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creación posthispánica que recrea la iniciación sexual de los jóvenes aimaras, a través de la
danza, la canción y las palabras. Los kajelos y sus cultores representan la pervivencia y la
continuidad de la lengua y cultura aimaras. Se afirma con mucha razón que se trabaja en favor
de la lengua aimara o quechua solamente cuando elaboramos textos con escritura quechua o
aimara.
- Mitos: Son relatos que se expresan como formas de concepción del mundo y del
proyecto histórico andino. El mito de Incarrí, el mito de Qollari, Watiacuri,
Wirakocha, Wallallo Karwincho, Pariaqaqa, etc., tienen ese sentido.
- Leyendas: Son discursos referidos al origen del hombre y de las sociedades; por
ejemplo, la leyenda de Mallqu Qápac y Mama Uqllu o la leyenda del Puma Uta.
- Adivinanzas: Son expresiones cortas llenas de gracia y agudeza. He aquí una
adivinanza en aimara: ¿Qunas qunasa? Ch´iqi jinchu kheti, jaken ch´amapa arumay
uro tururi. Qhutirara sunkha tuto itiqo. ACHACO. Traducción del aimara al español:
¿Qué será, qué será? Vivaracho, orejudo, tragón de día y noche del trabajo ajeno;
ocioso y bigotudo. RATÓN.
- Cuentos: Se constituyen en especímenes de gran valía de la literatura oral altiplánica.
Se tiene como ejemplos, los clásicos cuentos de: "El granizo, la lluvia y el viento",
"El pleito del pucu-pucu y el gallo", "El zorro y el ratón", "La sapa y la perdiz", "La
apuesta entre el zorro y el cóndor", "Kota anchancho", "Acero P'atjata", "El burro y
el buey", "La wallata y la zorra", "Khapiya Kota", "Auka Konkori" y "Pisi Mara" -
estos últimos recopilados por Héctor Estrada Serrano, con prólogo del poeta
cusqueño Luis Nieto Miranda-. A estos cuentos podemos añadir, “Del zorro y la
wallata”, “El zorro y el cuy”, “Del origen del lago Titikaka”, etcétera.
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- El teatro: Son representaciones de la vida social y económica de los pueblos. No está
hecha para el escenario formal tal como sucede con el teatro occidental. No se
representa con el fin de generar una fruición espiritual o algo parecido, sino, que las
mismas actividades festivas, relacionadas casi siempre con el sistema productivo, la
fertilidad, etc., adquieren ribetes de teatralidad; por ejemplo “el velata fukuy” y el
“kasarasiri” que tienen estos rasgos por ser ritos ceremoniales con participación de
muchísimas personas. Igual puede hablarse del “tupay” donde cientos de jóvenes
indígenas demuestran su valor participando en verdaderas luchas cuerpo a cuerpo, al
ritmo de música y participación de toda la comunidad.
1.4. ARTICULACIÓN DE LA ORALIDAD Y LA LITERATURA E SCRITA .
La narrativa escrita, por su parte - y esta frase no hace referencia a las recopilaciones
que algunas personas o especialistas hacen de la literatura oral, sino a la literatura escrita
cuya base es la creación- está íntimamente ligada a la oralidad. De una u otra manera, al
expresar el mundo que representa su foco narrativo, exterioriza algunos aspectos de la
cultura y, junto con ella, elementos de la oralidad, en un proceso de recreación compleja e
intrincada, habida cuenta de que la oralidad y la escritura asumen códigos y racionalidades
distintas, aunque no contrapuestas. Al respecto, el Dr. Cornejo Polar manifiesta:
"Es obvio que la oralidad y la escritura tienen en la producción literaria sus propios
códigos, sus propias historias y que inclusive remiten a dos racionalidades fuertemente
diferenciadas; pero, no lo es menos que, entre una y otra hay una ancha y complicada
franja de interacciones. Todo hace suponer que en América Latina esa franja es
excepcionalmente fluida y compleja, especialmente cuando se asume, como debe asumirse
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que su literatura no sólo es la que escribe en español o en otras lenguas europeas la élite
letrada -que por lo demás- resulta ininteligible si se mutilan sus entreverados vínculos con
la oralidad" (Cornejo Polar Antonio, 1994: 26).
Para demostrarlo baste citar sólo un caso: La presencia de los Chullpatullus en la oralidad
andina y que luego aparecen complementariamente en diversos cuentos escritos, hasta llegar a la
pluma de Gamaliel Churata en "El pez de oro"; y, luego de muchos años, al cuento "La agonía de un
viejo qolla" de Padilla, de igual manera, en otros autores. La explicación es que es imposible pensar
en la sobrevivencia de una cultura oral que no utilice la escritura como otra forma alternativa de
conservar la memoria.
“El reconocimiento de la cultura andina como esencialmente oral no nos dice nada sobre la
posibilidad de ser referida a una escritura, sólo afirma que opera y procede su trasmisión por medio
de la voz. De hecho desde la invasión española se desarrolló una relación entre modos orales y
escritos de pensamiento. Es absurdo suponer capacidad de sobrevivencia a dicha cultura que no
involucre esta relación” (HUAMÁN, Miguel Ángel; 1994:37).
En consecuencia no es raro que muchos textos escritos, particularmente, narrativos, recreen
elementos básicos de la oralidad o los presenten a nivel de sustrato, aunque en esa transposición
pierdan matices y rasgos que no pueden ser reproducidos por la escritura.
“Al contar un cuento, lo oral: timbre, tonos, cadencias, ritmos, onomatopeyas que
enriquecen de por sí la historia, se complementa además con gestos, ademanes, actitudes,
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movimientos de manos y cuerpo. La fuerza que de esta manera adquiere el relato no tiene
comparación con la simple lectura. Por eso el cuento ya escrito pierde, porque ese otro
lenguaje, el fónico y gestual ya no se percibe” (GRADADINO, Cecilia; 1993: 13).
Otro aspecto que es necesario remarcar es la inserción de la oralidad en los textos escritos, tal
como sucede, por ejemplo, en el cuento “Tus trenzas olían a romero” de Sócrates Zuzunaga o en la
novela “Obdulia de los Alisos” de Miguel Arribasplata, o en “Canto de Sirena” de Gregorio
Martínez. De modo que, en la era postmoderna, no solamente hay una interrelación entre oralidad y
escritura, sino, la inclusión del discurso oral en la propia escritura.
“Uso la expresión ‘ilusión de la oralidad’ precisamente por su carácter ambiguo y hasta
controversial. No es una manera de pasar juicio sobre las lecturas que encuentran ‘oralidad’ en la
escritura, sino, un recurso para continuar planteando la incómoda pregunta de cómo podemos
conocer la oralidad a través de la escritura si es que asumimos las ‘limitaciones’ de la escritura
alfabética que han ido apareciendo... Si puedo ‘recuperar’ una oralidad en la escritura, si de alguna
manera aquélla llega a manifestarse en la escritura a pesar de ésta, entonces, ni en ella ni en mi lectura
de tal escritura ocurrirían las exclusiones presupuestas por la dicotomía entre oralidad y escritura.
Leer en un determinado texto escrito un texto oral subyacente muestra por ese mismo gesto, que
aquello que llamamos ‘oralidad’ o ‘texto oral’ no es excluyente de la escritura, a pesar que ambas
categorías sean pensadas como tales” (MARCONE, Jorge, “La oralidad escrita”, 1997: 27).
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1.5. ALGUNAS RECOPILACIONES DE LITERATURA ORAL ALTI PLÁNICA
ACERO PPATJATA (*)
Entre Pomata y Yunguyo, pueblos fronterizos de la provincia de Chucuito, existe una
colina que desde las alturas desciende hacia la costa del Altiplano y se asemeja mucho a
una culebra que tiene la cabeza separada hacia el lago Titicaca. Adelante y más cerca al
lago, se destaca una enorme roca granítica de color verdoso, con el lomo arrugado, que
tiene también mucha semejanza con un sapo. Seguramente por estas semejanzas, la
fantasía creadora del aymara ha tejido una fantástica tradición; pues, le llaman a este sitio
Acero Ppatjata, esto es, culebra chancada. Con respecto a este lugar, sus habitantes han
conservado y cuentan la siguiente tradición:
En tiempo de los “Anchanchos” (demonios), cuando el mundo estaba en eterna
oscuridad y sus pobladores eran los gentiles, la culebra de los cerros, estaba en constante
lucha con el sapo del lago. La primera, simbolismo de la belicosidad del pastor
cordillerano, persiguiendo al pacífico sapo, habitante de las verdes y alegres riberas del
histórico lago, en su afán de exterminarlo y tragarlo, para así dominar Cordillera y
Altiplano y quedarse como dueña absoluta del mundo.
El Dios Sol, que contemplaba de lo alto esta riña a muerte, colérico arrojó una
enorme roca sobre la iracunda culebra, mutilándole la cabeza. De esta manera, el batracio
pudo refugiarse en las tranquilas aguas del lago, librándose para siempre de su voraz
enemigo. El Sol, satisfecho de haber devuelto la tranquilidad al paso, dio también fin a las
luchas del reptil y el batracio.
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Esta tradición concuerda con las terribles luchas que actualmente sostiene el indio
cordillerano con los del lago. Casi toda fiesta celebrada en capillitas de parcialidades,
terminan siempre en temerarias luchas de los “Kota-jjakes” y “Suni-jjakes”, gente de la
cordillera contra indígenas de la meseta (lago).
Ejemplarmente castigada la culebra, el sapo dicen que vivió tranquilo, iniciando
una era de muchos años de bonanza para la humanidad
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* Tradición referida por un anciano de Keñuani, de 72 años de edad, provincia de Chucuito, distrito de Yunguyo, Departamento de Puno.
(*) Este relato ha sido extraído del libro “Cuentos, leyendas y tradiciones aymaras” de
Héctor Estrada Serrano, con prólogo de Luis Nieto, Editorial Garcilaso, Cusco 1976.
KHAPIYA KOTA (*)
“Khapiya” es un cerro majestuoso que se halla situado en el tránsito de Pomata a Yunguyo,
distrito de la provincia de Chucuito, cuyas aguas procedentes de su misteriosa laguna,
riegan y dan vida a muchos cientos de hectáreas de terrenos de cultivo de sus alrededores;
por eso, los naturales le rinden culto pagano en fechas determinadas del año. Así, el 24 de
junio, en San Juan, día de la suerte; el 3 de mayo, día de la Cruz; el 24 de diciembre,
navidad del Niño; en Espíritu Santo y cualquier otra ocasión que el campesino practica la
“marca” del ganado y levanta cosechas abundantes, el “Tata Khapiya” (padre Khapiya) es
motivo de fervorosos homenajes. Le ofrendan “Mesas”, tributos de dulces acompañados de
sahumerios de incienso y libaciones de variedad de licores; “aytus” (ritual) de coca
mezclados con “untu” (sebo) de llama o alpaca, la “kkowa” que es la yerba infaltable para
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estas ceremonias, todo a cargo del diabólico “Qayuni” (brujo) y de su pícaro “Yanapiri”
(secretario), personajes especializados para practicar estos ritos que tienen mucho de
paganismo indiano y algo de sentido místico mestizo.
La fantasía creadora del habitante aymara ha tejido muchas leyendas y tradiciones
con respecto al “Khapiya”, altura gigante de las cumbres del Altiplano; pues, ha servido de
argumento para protagonizar la siguiente tradición:
Los pobladores campesinos de las cercanías del “Khapiya”. Afirman a pie juntillas,
que en la cima del cerro, existe una laguna encantada, cuyas cristalinas y tentadoras aguas
invitan al visitante a revolcarse en su regazo. En las riberas de la apacible laguna, se dice
que existen evidentes restos de la flora de los valles de clima cálido; pues, crecen esbeltos
naranjos, arbustos de la codiciada coca y otras plantas exóticas que jamás las manos del
hombre han tocado. En estos pequeños bosques se solazan apaciblemente pumas y gatos
monteses, tan imponentes y grandes como los jaguares de la Selva. Se dice, también, que
estos felinos son los celosos guardianes de la laguna y sus intocables plantas. Si acaso
algún humano intentara siquiera acercarse a las orillas, y mucho más pretender arrancar las
tentadoras naranjas y beber de sus frescas aguas, entonces, estos incautos serían devorados
de inmediato por los feroces animales, casos sucedidos con más de dos pastores
campesinos, quienes desaparecieron en cuerpo y alma víctimas de su atrevimiento.
A las doce del día, seis de la tarde y doce de la noche, son horas aciagas de
encantamiento de la laguna, pues, en sus relucientes remansos nadan hermosos “unqayllas”
de “kori” (patillos de oro) brillantes, así como “keyllas” (gaviotas de plata) que deslumbran
con su brillo a los humanos. Precisamente, afirman los naturales, en estas horas se
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multiplica la vigilancia, los guardianes pumas y gatos han cambiado también de pelaje y
ahora rodean a veloz carrera las costas del lago encantado, lanzando espantosos maullidos,
que muchas veces se dejan oír en las faldas del cerro.
Las personas que desde lejos han presenciado estas espeluznantes escenas, han
tenido luengos años de existencia, y en caso contrario, los imprudentes que han pretendido
cazar a los felinos y “unqayllas” (patillos) han sido severamente castigados por el celoso
Achachila del Khapiya.
Para infundir mayor seriedad a sus relatos, cuentan que en cierta ocasión, dos
hermanos desertores del ejército, armados de sendos fusiles, se habían refugiado en la cima
del cerro Khapiya para burlar la persecución de que eran objeto. Obligados por el hambre y
la sed bajaron de sus escondites a la orilla de la laguna y al ver que los pumas les
mostraban los dientes en actitud de ataque, los desconocidos, en defensa propia, dispararon
sus fusiles para dar cuenta de sus circunstanciales enemigos, pero, grande fue la sorpresa
que se llevaron, al ver que las balas eran rechazadas a manotada limpia por los pumas,
proyectiles que a su vuelta llegaron a herir de muerte a los desertores.
Éstos y otros hechos inverosímiles, tejidos por la sorprendente fantasía del indio
aymara, han influido grandemente para que el campesino agricultor de las cercanías del
Khapiya, temerosos de provocar el enojo del Dios de las cumbres, le rinden pleitesía de
admiración para que desde las alturas mire con bondad a los hombres y evite el hambre y
la miseria, porque siempre de sus nevados nacen y luego bajan la granizada devastadora, la
tendida nevada, los vientos huracanados y la mortal helada, plagas que matan sin
misericordia a la humanidad.
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-0 –
* Tradición relatada por los campesinos de las inmediaciones del cerro Khapiya, distrito de Yunguyo, provincia de Chucuito.
(*) Este relato ha sido extraído del libro “Cuentos, leyendas y tradiciones aymaras” de Héctor Estrada Serrano, con prólogo de Luis Nieto, Editorial Garcilaso, Cusco 1976.
KOTA ANCHANCHO (*)
Cuentan los “Aukis” (ancianos) que, en tiempos remotos, hace muchísimos años: cuando
los hombres andaban semidesnudos, habitaban en “Ttojos” (cuevas), cuando en las
pampas y cerros no se conocían casa ni se cultivaban las tierras, cuando las llamas, las
alpacas y las vicuñas eran “salljas” (salvajes), cuando los seres humanos se alimentaban de
carne cruda, de animales y peces que cazaban, e incluso, de carne humana de guerreros
enemigos que aprisionaban en sus constantes luchas, cuando las mujeres eran de uso
común y los hijos no tenían padres conocidos, ocurrió un hecho que escuchamos de
nuestros abuelos y, ellos, igualmente, de sus bisabuelos.
En un mundo sin animales domésticos, sin fuego y muy pocas fuentes de agua,
donde el hombre era lobo de sus semejantes; en medio de este maremagnum humano,
dicen que el algo llegó a agitarse salvajemente, bramaba con olas gigantes anunciando
algún suceso extraordinario. De entre las espumas blancas de esa masa enmarañada, ante
la atónita mirada de salvajes, surgió una pareja de “Anchanchos” (demonios) , hombre y
mujer, vestidos con lujosos mantos y coronas de brillantes metales, que al comienzo
llenaron de terror a los chunchos; pero, con el transcurso del tiempo y con la bondad
demostrada por los visitantes, llegaron a domesticarse los salvajes, tanto humanos como
animales. Pues, ya no eran “Anchanchos”, sino semidioses sin nombre ni estirpe. Nadie
sabía cómo se llamaban ni de dónde venían. Por eso les llamaron “Kota wawas” (hijos del
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lago). Dicen que la pareja divina se quedó mucho tiempo, al cabo del cual enseñó
costumbres útiles de vida civilizada. Todos se sometieron a su bondadosa autoridad, todos
aprendieron las sabias enseñanzas impartidas, y en señal de gratitud, le rindieron culto
como a hijos del lago.
En lo sucesivo cubrieron su desnudez con pedazos de jergas tejidas por ellos
mismos. Aprendieron a guarecerse de las inclemencias del clima en casuchas de barro y
paja que también ellos mismos construían. Los “Chokelas” (cazadores de vicuñas)
hicieron el chaco de los animales cerreros y tras de mucha porfía llegaron a amansarlos.
Ahora, la tierra había cobrado nueva vida, los campos estaban cultivados, el problema del
hambre había desaparecido, todo tenían a la mano y ya no había necesidad de ambular en
busca de sustento. Cada día se enseñaban y aprendían nuevas costumbres, los “Kota
wawas” se habían convertido en Dioses, razón por la cual, eran motivo de mil rogaciones,
de admiración y respeto. Los visitantes forasteros enviados por una divinidad ignorada,
conforme pasaban los años (amautas hijos del lago) vieron la conveniencia de enseñar a
contar a sus creyentes y para ello utilizaron los dedos de las manos. Era necesario que los
“Urus”, ya semicivilizados , aprendieron a contabilizar hasta llegar a la decena, para llevar
la cuenta del ganado que se multiplicaba, de las abundantes cosechas, de la procreación
humana, de los hechos más notables como las guerras y todo acontecimiento sucedido en
aquellos tiempos remotos.
Es sumamente interesante, cómo ha podido conservarse a través de los siglos
transcurridos, los números del uno al diez de la proto cultura Tiwanako. Es un hecho
innegable que todo pueblo, por más bárbaro que haya sido, tiene sus modalidades de vida,
su historia y su sentido filosófico, característicos y muy propios. Así las muchas
tradiciones aymaras han sido transmitidas de generación en generación...
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Se dice que los “Kota wawas”, convencidos de que la misión encomendada por
sus Dioses se había cumplido en las tierra de los aymaras; entonces, sin anunciar su viaje
desaparecieron junto con la lluvia, quien sabe envueltos por la niebla de los siglos.
Finalmente, prosiguen los “Auquis” que cuando la gente conoció la ausencia de
sus benefactores, hubo consternación general: Todos lloraron con lágrimas amargas la
repentina desaparición de sus Dioses. El lago volvió a agitarse y con sus tremendas “ojjes”
(olas) lamió todo lo que se hallaba en sus orillas.
El mito de la aparición y la fuga de la pareja de “Anchanchos” aymaras, es quizá el
agua que se personifica, el espíritu mítico del lago sagrado. Del líquido brujo que es la
vida misma se hace presente en forma de mito; por eso, en las serranías, hoy planicies del
Altiplano, la historia de los “Kota wawas” se ha convertido en la mítica leyenda de los
hijos del lago.
Es posible aseverar que el mito referido concuerda con la aparición en las riberas
del Titicaca, de Manco Cápac y Mama Ocllo, pareja que, después de haber cumplido su
cometido en el Collao, habría tomado rumbo al Norte, para iniciar una nueva etapa
civilizadora en el valle del Cusco, esto es, en un medio de habla quechua.
- 0 -
* Mito referido por Modesto Luna, vecino mestizo de Juli, capital de la provincia de Chucuito y recopilado por Estrada Serrano..
(*) Este relato ha sido extraído del libro “Poemas y Relatos Aymaras” de Héctor Estrada
Serrano, con prólogo de Luis Nieto, editado por Omar Aramayo, Lima 2000.
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DEL ZORRO Y LA WALLATA (*)
En la orilla de una laguna, una wallata madre estaba sacándose los piojos. Sus crías
jugaban alrededor de ella, sin alejarse.
Una zorra vieja que pasaba por la pampa se detuvo y se quedó mirándolas.
Saboreaba a las crías de la wallata desde lejos y pensaba en cómo atraparlas.
- Mi estimada señora, permítame una pregunta - dijo la zorra, acercándose a la wallata -
¿Cómo hace para que sus crías tengan patitas rojas?
La wallata, sabiendo que los zorros nunca hacen preguntas con buena intención, le
mintió:
- Es fácil - le dijo - pongo a mis crías al horno y cuando están asándose y sonando "chiss,
chiss", yo digo "pinta, pinta, pinta". Después las saco del horno y ya tienen las patitas
rojas.
La zorra se fue a su casa y construyó un horno. Lo calentó y puso dentro a sus crías.
"Que lindo, mis hijos también tendrán las patitas rojas", pensaba.
De dentro del horno empezó a salir un ruido: "chiss-pum, chiss-pum". La zorra,
saltando decía "pinta, pinta, pinta". Después abrió el horno y encontró a sus hijos como los
tenia que encontrar: achicharrados.
La zorra, furiosa, salió a buscar a la wallata. Quería vengarse. La encontró nadando
tranquilamente en medio de la laguna seguida de sus crías. La zorra la miró sin poder hacer
nada, no sabía nadar. Entonces empezó a gritar así:
26
- ¡Zorros de los cerros, zorros de las pampas, vengan a ayudarme!
Al rato aparecieron cientos de zorros, venían de todas partes, machos y hembras,
chicos y grandes. La zorra les dijo:
- Hermanos y hermanas, aquella wallata me ha hecho matar a mis crías, ayúdenme a
castigarla. Bebamos todos el agua de la alguna. Cuando esté seca yo la atraparé.
Todos los zorros se acercaron a la orilla y empezaron a beber. La wallata se reía a
carcajadas. "ni todos los zorros podrán secar esta laguna", les decía a sus crías. Los zorros
ya tenían las barrigas hinchadas, pero seguían bebiendo. Algunos empezaron a reventar.
Otros reventaron después. Murieron tantos que no se podía ni contar.
La wallata, en el medio del agua, siguió riéndose.
- 0 -
* Este cuento fue recopilado desde hace unos 80 años en las riberas del Titicaca. (*) Cuento extraído de la obra “Relatos de la Literatura Oral y Escrita del Altiplano
Puneño, de Édwin P. Tito Quispe, Impresiones Gráficas REPSA, Puno 1997.
EL ZORRO Y EL CONDOR (*)
Un zorro hambriento que andaba buscando donde robar algo, vio a un cóndor que también
estaba en los mismos apuros.
El zorro le dijo al cóndor ¿De dónde vienes hermano? ¿del espacio?
- Vengo de las altas cumbres nevadas, cumbres que eternamente están cubiertas de helada
nieve; he bajado a buscar alimentos para resistir mejor el rigor de las nevadas- dijo el
cóndor.
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El zorro se rió a carcajadas y le respondió burlonamente:
- Es raro que todo un señor cóndor, llamado rey de las alturas no pueda resistir el frío. Yo,
con ser un habitante de la llanura, me siento más fuerte que tú para soportar ese frío que
tanto miedo te infunde, y para demostrarte con hechos, te desafío a permanecer durante una
noche en la cumbre más elevada de la cordillera de los Andes.
El cóndor aceptó el reto y ambos ascendieron al cerro. El cóndor se posicionó de la
punta más elevada, tendió una de sus alas a manera de colchón y se acurrucó
cómodamente. El zorro, por su parte, de igual modo, tendió su traposa cola y se sentó
frente al cóndor. Así comenzó la desigual apuesta. No tardó en desencadenarse una terrible
tempestad que es muy frecuente en aquellas regiones.
El zorro, de primera intención, invocó a los dioses tutelares para que calmen sus
iras, y desde un comienzo había alegado que la apuesta no era con la tempestad, ni con los
rayos, sino contra el frío únicamente.
Las condiciones de la apuesta, de común acuerdo, eran demasiado severas; pues, el
ganador debía comerse al derrotado. El cóndor ya saboreaba su desayuno y temeroso de
que el zorro desistiera de su apuesta, hizo cesar la tempestad. Cayó una fuerte nevada. El
cóndor sacudía a menudo las alas para eliminar la nevada, de lo que, también, protestaba el
zorro.
- La apuesta, amigo mío, no está en sacudirse la nevada sino en aguantarla - gritó el zorro
porque él estaba casi totalmente cubierto de nieve y sólo se le veía la cabeza.
A la media noche, el cóndor exclamó: ¡Zorrito ...!
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- ¡Cóndor!- contestó el zorro y agregó -. Señor cóndor ¿no tienes frío?
- No tengo frío- contestó el rey de los cielos; más bien estoy un poco fatigado por el calor.
Así transcurrieron las horas y el pobre zorro no podía soportar por más tiempo
aquel mortífero frío. Ya se sentía desfallecer. Precisamente cuando el día empezaba a
clarear, el zorrito había sucumbido víctima de su vanidad.
El cóndor, después de dormir un momento, preguntó por última vez:
- Zorrito, ¿sientes frío todavía?
El zorro ya no contestó, había pagado con su vida la desigual apuesta. Al poco rato el
cóndor tenía a su lado un excelente y sabroso desayuno.
-0-
(*) Cuento extraído de la obra “Relatos de la Literatura Oral y Escrita del Altiplano Puneño, de Édwin P. Tito Quispe, Impresiones Gráficas REPSA, Puno 1997.
EL ORIGEN DEL LAGO TITICACA (*)
Cuentan los abuelos que la zona en la que ahora viven los puneños era antiguamente un
inmenso valle llamado Tierra Eterna. En la parte en la que ahora está el lago se desarrolló
un pueblo también muy grande llamado Pueblo Eterno.
Aquéllos eran tiempos felices. Nadie sabía qué era el sufrimiento. La tierra era
generosa: daba abundantes frutales y plantas maravillosas que no había que cuidar. Bastaba
con recoger los frutos y servirse lo que uno necesitase. Había también plantas de las que
brotaba la lana con la que se confeccionaban hermosos vestidos como los que jamás nadie
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ha visto. El clima siempre era perfecto: no había exceso de lluvias, ni existía la sequía. Los
animales vivían entre los hombres porque eran muy mansos.
Los hombres eran poderosos porque convertían las montañas en llanuras con sólo
disparar sus hondas. Todos poseían oro y joyas. Las calles del pueblo estaban llenas de
palacios, templos y santuarios revestidos de oro y plata con incrustaciones de piedras
preciosas. Pero, ocurrió que estas personas desobedecieron el mandato divino cometiendo
una falta grave y el Dios padre muy enojado se dirigió a ellos:
- Ustedes ya no viven según mi mandato, por lo tanto les prohíbo escalar la cumbre
sagrada. Nadie tendrá derecho a subir al santuario, y si alguien lo intentase, perecerá.
Esta sentencia fue escuchada por el diablo que desde ese momento se dedicó a tentar a los
hombres:
- Si escalan el santuario podrán poseer el mismo poder que el Dios supremo, les decía.
Entonces los hombres intentaron subir a la cumbre sagrada, cuando en eso el Dios
supremo encolerizado les envió miles de pumas para que devoren a toda la población.
Aterrados pidieron protección al diablo, quien se los llevó a las profundidades de la tierra,
debajo del lago, en donde siguen viviendo convertidos en espíritus malignos.
Tanto dolor produjo al Señor supremo el hecho de que los hombres hubiesen pedido
ayuda al demonio que eclipsó el sol e hizo temblar a la tierra como si fuera el fin del
mundo. Al mismo tiempo todos los seres celestiales empezaron a llorar amargamente
provocando terribles tormentas de lluvia que duraron todo el día y toda la noche. Poco a
poco, el pueblo fue desapareciendo debajo de las aguas, quedando al final en lo más
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profundo del lago. No quedó ni un animal vivo. Sólo se salvó, por obra divina, una pareja
de humanos que logró cogerse de un tronco de sauce que se mantuvo a flote. Sólo ellos
dos, porque los demás no pudieron escapar de la muerte. Finalmente, el Dios supremo
sintió compasión e hizo que la lluvia cesara. Pasada la tormenta la pareja de sobrevivientes
contempló millares de pumas muertos (titis) que flotaban sobre las aguas con sus vientres
de color gris (qaqa) hacia arriba.
Así cuentan la historia del origen del lago llamado Titicaca y del Pueblo Eterno que
está sumergido en sus profundidades, el que -según dicen - puede verse en las lúgubres
noches de luna nueva.
-- O --
(*) Cuento extraído de la obra “Relatos de la Literatura Oral y Escrita del Altiplano Puneño, de Édwin P. Tito Quispe, Impresiones Gráficas REPSA, Puno 1997.
DEL ZORRO Y EL CUY (*)
Alguien, un desconocido hacía destrozos en una chacra, de noche. Esto sucedió hace
mucho tiempo. Las plantas amanecían rotas y a medio comer. Entonces, el dueño de la
chacra construyó una trampa, la puso en el lugar adecuado y esperó atento, sin cerrar los
ojos en ningún momento. A la media noche escuchó unos gritos; alguien había caído en la
trampa. Era un cuy grande y gordo. El dueño lo amarró a una estaca y regresó a su casa.
-Mañana temprano hiervan agua para pelar un cuy. Almorzaremos cuyecito - les dijo a sus
tres hijas, antes de irse a acostar.
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El cuy, amarrado a la estaca, forcejeaba y mordía inútilmente la soga. Y, así lo
encontró un zorro que pasaba por allí.
- Compadre - le dijo el zorro - ¿Qué has hecho para que te tengan así?
-Ay, compadre, si supieras mi suerte -le dijo el cuy -. Yo enamoraba a la hija más gorda
del dueño de esta chacra y ahora él quiere que me case con ella. Pero esa joven ya no me
gusta. También quiere que aprenda a comer carne de gallina que a mí me da asco.
Así le mintió el cuy. Después, haciéndose el sonso, exclamó el muy ladino:
- Creo que a ti sí te gusta la carne de gallina.
- A veces, le dijo el Zorro, también haciéndose el sonso.
-¿Por qué entonces no me desatas y te pones en mi lugar? Así te casarás con una joven
gorda y comerás carne de gallina todos los días.
-Te haré ese favor, compadre - le dijo el zorro.
Al día siguiente, muy temprano, cuando el dueño de la chacra vino a llevarse al cuy,
encontró al zorro.
- ¡Desgraciado! ¡Anoche eras cuy y ahora eres zorro! Igual te voy a zurrar - dijo el dueño
dándole latigazos.
- ¡Sí me voy a casar con tu hija! ¡Te lo prometo! También te prometo que comeré carne de
gallina todos los días- gritaba el zorro.
Al oír este atrevimiento, el dueño lo azotaba con más fuerza, hasta que en una tregua
de la tunda, el zorro le explicó toda la mentira del cuy. El dueño se puso a reír y después lo
soltó, un tanto arrepentido de haber descargado su ira en otra persona.
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Desde ese día, el zorro comenzó a buscar al cuy. Quería cobrarse la revancha de
todos los latigazos que recibió del chacarero. Un día se topó con él y pensó que había
llegado la hora de la venganza. El cuy, viendo que ya no podía huir se puso a empujar una
enorme roca y el zorro se le acercó para cumplir su cometido; pero, el cuy reaccionó:
- Compadre zorro - le dijo - a tiempo has venido. Tienes que ayudarme a sostener esta
roca. La santa tierra se va a voltear y esta roca puede aplastarnos a todos.
Al comienzo el zorro dudaba, pero la cara de asustado que ponía el cuy terminó por
convencerlo. Y empezó a ayudarlo, es decir, a sostener la gigantesca roca.
Después de un rato, el cuy le dijo:
- Compadre, mientras tu empujas yo voy a buscar una piedra grande o un palo para acuñar
esta roca.
Paso un día, dos días, y el cuy no volvía con la cuña. El zorro ya no podía más.
"Soltaré la roca aunque me mate", pensó. Dio un salto hacia atrás, pero la roca ni se
movió.
- Otra vez me ha engañado- dijo-. Pero, ésta será la última porque lo voy a matar.
Día y noche le siguió el rastro hasta que lo encontró junto a un corral abandonado. El
cuy lo vio de reojo, calculó que ya no podía escapar. Entonces se puso a escarbar el suelo.
- Rápido, rápido -decía como hablando para sí mismo -. Ya viene el juicio final, va a caer
lluvia de fuego.
- Bueno, compadre mentiroso, hasta aquí has llegado - le dijo el zorro-. Te voy a comer.
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- Está bien, compadre - le dijo el cuy- pero ahora hay que hacer algo más importante.
Ayúdame a hacer un hueco porque va a llover fuego.
El zorro se puso a ayudar. Cuando el hueco ya estuvo hondo, el cuy saltó dentro de él.
- Échame tierra, compadre zorro - le rogaba el cuy-. Tápame por favor, no quiero que me
queme la lluvia de fuego.
El zorro, asustado, le contestó:
- Viendo bien las cosas, tú eres menos pecador que yo. A ti no te castigará demasiado la
lluvia de fuego. Mejor entiérrame tú.
- Tienes razón compadre. Cambiemos, pues, de lugar - le dijo el cuy, saliendo del hueco.
El cuy no solamente le echó tierra, sino también, ortigas y espinas. Y mientras lo
tapaba iba diciendo:
-¡Achacau, achacau, ya empezó la lluvia de fuego! Cuando terminó, se limpió las manos y
se fue riendo.
Pasaron los días y dentro del hueco el zorro empezó a sentir hambre. Quiso sacar una mano y
se topó con las ortigas.
- Achacau- dijo-. Deben ser las brasas de la lluvia de fuego
Guardó su mano y esperó. Días después, el hambre le hizo arriesgarse: salió entre el
ardor de la ortigas y los pinchos de las espinas. Vio que afuera todo seguía igual. "Ya se
habrá enfriado el fuego ", pensó. Estaba más flaco que una paja. Finalmente, se convenció
de que había sido burlado, nuevamente.
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Lo buscó, entonces, sin descanso, día tras día y noche tras noche. Una noche que
andaba buscando comida, encontró al cuy al borde de un pozo de agua. El cuy, al verlo, se
puso a lloriquear.
-¡Qué mala suerte tienes, compadre! - le dijo -. Yo estaba llevando un queso grande, pero
se me ha caído en este pozo. El zorro se asomó al pozo y vio en el fondo el reflejo redondo
de la luna.
- Ése es el queso - le dijo el cuy.
- Tenemos que sacarlo - dijo el zorro.
- Hagamos esto, compadre: Usted entra de cabeza y yo lo sujeto de los pies.
-
Y así lo hicieron por un buen rato. El cuy, sosteniéndolo, le decía:
- Es usted muy pesado, compadre. Ya casi no puedo sostenerlo.
Dicho esto, lo soltó. El zorro, gritando, cayó de cabeza al fondo del pozo. Así dicen
que murió.
- O –
(*) Cuento extraído de la obra “Relatos de la Literatura Oral y Escrita del Altiplano Puneño, de Édwin P. Tito Quispe, Impresiones Gráficas REPSA, Puno 1997.
CAPÍTULO II
LA NARRATIVA ESCRITA
La narrativa escrita en Puno, acorde con lo que manifesté en artículos y sucesivas
conferencias, se divide en dos etapas de desarrollo:
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2.1. LA NARRATIVA PUNEÑA DE LA ETAPA DE INICIACIÓN
Puno fue muy fértil y rica en narrativa, tanto en cuento como en novela. Jorge Flórez-
Áybar nos habla de 34 novelas en un ensayo que publicó en 1998 (Léase "La novela
puneña en el siglo XX", Jorge Flórez-Áybar, Editorial Sagitario, La Paz-Bolivia, 1998).
Puede discutirse sobre la calidad de las novelas, porque al fin al cabo, el autor no ha
afirmado que tales novelas sean un dechado de perfección y virtudes, sino, solamente que
ha descubierto que existen 34 novelas, lo cual estaría convirtiendo a Puno en el pueblo
provinciano que más novelas y cuentos ha producido en el Perú. Todas estas obras, por sus
características y temática, pueden ser consideradas dentro del indianismo idealista-
realista- romántico, indianismo modernista y del indigenismo ortodoxo, según el
"paradigma" de Tomás Escajadillo.
José Portugal Catacora elaboró la principal antología sobre el cuento puneño y
demostró que desde 1875 a 1940 hubo en Puno 106 personas que cultivaron el cuento
(Portugal Catacora, 1955). Este mismo autor cuando habla del cuento diferencia tres etapas
de evolución del indigenismo, cánones en los cuales fueron producidos dichos textos.
Helos: Los cuentos indigenistas sociales, los cuentos indigenistas folklóricos, y los cuentos
indigenistas histórico-legendarios y románticos ( Portugal Catacora, José, 1955: XXI).
El Dr. Samuel Frisancho ha publicado una magnífica antología del cuento puneño
en 1978. Cruza dos variables para clasificar a los narradores: las escuelas o tendencias y el
aspecto cronológico. En el fondo, reproduce la misma antología de Portugal Catacora, con
algunos agregados.
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José Luis Ayala, por encargo de CORPUNO, también elaboró la última antología
de la narrativa puneña, en 1987, como parte del II Festival del Libro Puneño. Este trabajo
tuvo un criterio de selección personal -quizá arbitrario o segregacionista-, porque el
abundante muestrario de cuentos de Portugal Catacora y Samuel Frisancho, bajó
enormemente en cantidad y, finalmente, otros narradores no fueron considerados.
El Dr. José Tamayo Herrera respecto del cuento puneño tradicional expresa frases
realmente halagadoras:
"Puno es una tierra extraordinariamente rica en cuentistas; su producción debe ser la
más profusa del Perú, en este género y; casi toda ella se realiza dentro de los cánones
literarios del indigenismo" (Tamayo Herrera, 1982: 356).
Se menciona a una cantidad admirable de escritores que cultivaron el cuento.
Leamos lo siguiente:
"... En Puno puede señalarse a los siguientes: Adrián Cáceres Olazo, con Una
tragedia del alcohol; Vicente Cuentas Zavala, con El destino; Víctor Echave Cabrera, con
LLipllej- uma; Benjamín Dueñas Tovar, con Los quibios; Ernesto More, con Kilisani; J.A.
Cuentas Zavala, con La última suerte; Francisco Chukiwanka Ayulo, con Un drama en la
puna; Lizandro Luna, con el Ylla; José Franco Hinojosa, con La leyenda de la honda;
Federico More, con Sólo en los Andes la noche tiene plano y tiempo; Manuel Núñez
Butrón, con Ha muerto doña Jesusa Paza Ccalla;... Román Saavedra, con Estepa en llamas;
Mario Franco Hinojosa, con Todo avisaba que tenía que ser así;...Inocencio Mamani, con
El último beso de la tarde; Daniel Castillo, con La lección aprendida; Emilio Frisancho
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Smith, con Tiburcio Huanca; ...José Portugal Catacora, con La Katita; Héctor Estrada
Serrano, con El cóndor y el joven;...Enrique Cuentas Ormachea, con El Quillhua; ... Óscar
Cano Torres, con La escuela; Luis A. Rodríguez, con Cromos andinos; Julián Palacios, con
Pleito entre el pucu-pucu y el gallo" (Tamayo Herrera, 1982: 358).
El Dr. Samuel Frisancho Pineda, en su "Antología del cuento puneño", agrega otros
autores que faltan en la relación ofrecida por Tamayo Herrera, cuya base es la antología de
Portugal Catacora. Entre los principales citamos a Gamaliel Churata, con Tojjras; Aurelio
Martínez, con Nobleza; Lizandro Luna, con El pongo; Emilio Romero Padilla, con T.B.C.;
Alejandro Peralta, con un cuento sin título; Mateo Jaika (Víctor Enríquez), con Los
pescadores del Titikaka; Emilio Armaza, con Historia de dos ambiciones y recuerdo de un
encanto; Emilio Vásquez, con La hora; Mario Gilt Contreras, con Duelo andino; Óscar
Cano Torres, con La venganza de los kollis; Mercedes Bueno Morales, con Kollana; José
Parada Manrique, con Yana Mollete; Efraín Miranda, con Pollera de fiesta y luto; José
Paniagua Núñez, con Ella (...)" (Léase Antología del cuento puneño, de Samuel Frisancho
Pineda, Edit. Los Andes, Puno 1978)
Es realidad la lista sería larga de enumerar. Se trata, pues, en la mayoría de los
casos, de cuentistas de gran calidad; pero, que por circunstancias de sus profesiones no se
han dedicado a escribir un libro orgánico, ni se han orientado a trabajar el cuento como un
oficio. Han escrito cuentos esporádicamente, en algunos periódicos y revistas locales o
regionales, pero, sin mucha pretensión. Por esta razón, el prestigio de los narradores
puneños indigenistas, salvo el caso de tres escritores (Emilio Romero, Mateo Jaika y
Román Saavedra (Eustaquio Kallata), no ha pasado de ser local o regional, a lo más.
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Y, no se puede cambiar de página sin citar al Dr. Vicente Achata Vargas, quien
cierra todo un ciclo de la narrativa de esta época. Sus bellos cuentos "El trompo", "El
mendigo de la catedral", pasarán necesariamente a la historia, como pertenecientes a una
etapa importante de la narrativa puneña.
Entre los cuentistas que han destacado a nivel regional y; en algunos casos,
nacional (Romero Padilla, por ejemplo); por la innegable calidad de sus trabajos, por su
dedicación y por haber publicado libros orgánicos, tenemos a los siguientes:
2.1.1. ALBERTO RIVAROLA Y MIRANDA
Alberto Rivarola y Miranda nació en Puno el 7 de Agosto de 1892. Fue compositor y
periodista. Inició sus estudios en el colegio Seminario, y completó la secundaria en 1903.
Trabajó como tipógrafo en el diario El Siglo, más tarde colaboró con El Eco de Puno y,
finalmente, el diario “Los Andes” con el seudónimo Este Bandido, con el que escribió
crónicas amenas y festivas. Sus biógrafos dicen que sus conocimientos musicales eran
intuitivos. En 1924 fundó la “Estudiantina Dunker”. Entre las composiciones están los
valses “Siempre vivas” y “Cuando te marches” y, los huayños: “Me voy con mi palomita”,
“Zampoñas de mil recuerdos”, “Con mi corazón” y otras muchas piezas musicales. En
1934 conquistó el segundo premio en un concurso de música convocado por “La Cabaña”
de Lima.
Alberto Rivarola es un narrador importante de la literatura puneña, de estilo festivo
y satírico. En sus textos trata de explotar las relaciones sociales complejas y sencillas a la
vez, del sector popular de la ciudad; particularmente, de la chola mestiza que se abre
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campo en la urbe, a fuerza de trabajo, perseverancia y dulce coquetería que, a veces, la
lleva a situaciones comprometidas que conspiran contra las supuestas “buenas costumbres”
de la gente citadina, tal como ocurre en su cuento “A la descuidada se clavan las
banderillas”, que ha sido incluido en las famosas antologías de cuento puneño publicadas
por José Portugal Catacora y Samuel Frisancho Pineda.
El cuento “A la descuidada se clavan las banderillas” es una verdadera fiesta de la
ironía, donde el autor pone de manifiesto su gran capacidad de inventar un lenguaje
apropiado para esta narración y de desplegar con éxito las alas de un humor contundente
que no tendrá dificultades para arrancar una sonrisa inevitable de sus lectores, por su tono
festivo e irónico. De todos los narradores antologados en este trabajo, es el único escritor
conocido que, al escribir un cuento, hace gala de tanto humor y un lenguaje coloquial
propio de las clases emergentes de Puno. Este texto fue escrito en la década del 30 ó 40
probablemente; pero, por la estructura y la manera cómo presenta la historia del cuento,
con un tono socarrón y usando un diálogo coloquial bien medido, tengo la sensación de
que es un narrador que se adelantó a su tiempo en cuanto al tema, al ritmo y otros
elementos de la narrativa. Su referente no es lo rural, ni su personaje es el indio. El
escenario de “A la descuidada se clavan las banderillas” es Juliaca, una ciudad en proceso
de formación y sus personajes son “cholas” emergentes ligadas a la presencia del
ferrocarril, que es el principal signo de la penetración capitalista en la Región de Puno. Es
una lástima que Rivarola y Miranda no nos haya dejado más cuentos publicados.
A LA DESCUIDADA SE CLAVAN LAS BANDERILLAS.... (*)
Juliaca, en una mañana alborotada por el viento rezongón y el trajín de mercaderes.
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- Güen día nos dé el tatito, comadre Rosaria, ¿de dónde tan de mañana, si son las
cinco?
- Güenos los tenga Ud. comadrita Hermelinda. Vengo de Misaicuatro de San
Francisco.
- Acá no hay ningún San Francisco. Dirá Ud. de la Merced chiquita.
- Sí eso mesmo... Alalaucito ... ayayaucito ¿Qué convida Ud. pue pal frío? ¿Tiene
Usted café?
- ¡No falta! ¿Quere Ud. bien cargadito?
- ¿Cómo con perdigones?
- Qué contenta la noto, de seguro que anoche llegó mi compadre José y la hizo
alegrar con las ricuras que trajo...
- Sí; estuvo acá, llegó en el tren de carga, pero ya se fue en la mañana a tomar el
desayuno ande la otra... ande la “Pocconti”, pue, a Puno.
- Y eso lo dice Ud. tan satisfecha, como si no le doliera ... y más bien le gustara.
- ¡Qué quiere Ud. comadre!, si ella también ayuda a trabajar en algo, mandando las
chocas, bogas, indios, muetos, ullucos y todo lo que puede. Sí, parece una verdadera
hermana de familia ... ¿Y Ud. ande se queda, si mi compadre Pablo es un bandiu? ¿Acaso
no sé lo que a Ud. le mandan de Arequipa?
- Efectivamente, yo recibo los camarones, la fruta, la verdura ...
-¡A pue, aguante Ud. que entre la verdura vienen malogrados los camotes y
verdeonas las calabazas; y los rábanos que dan gusto ¡asina de grandes!
- ¡Quimus de hacer! Así será nuestra suerte. No hay más que seguir la corriente ...
como dijo alguno anoche.
- ¿La corriente de la llojlla?
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- De fijo que tuvusté en la junción de tiatro de anoche.
- Sí, estuve allí, porque me invitaron desde temprano.
- ¿Y le agradó lo que presentaron?
- Ay, bastante. Si le digo que mey reyiu hasta mearme de risa ...¡Jesús! ¿Y a Ud. no
le pasó igual cosa?- preguntó doña Hermelinda.
- Yo me divertí de alma; pero tomé mis precauciones no tomando chicha ...
-
- A ver. ¿Cuál de los números le agradó más?
- Casi tuitos. Esos chicos parecían mesmamente que gente grande; estaban tan
salidosos y se lucían con una gracia que daba gusto; bien enseñados, no hay duda; al
menos ese queiso de doctor; luego el otro de ayudante...
- Cierto que causaba de admiración cómo trabajaba; si parecía que toda la vida
habían sido del teatro......
- ¿Y los grandes?
- ¡Ah!. Esos lo hicieron como propios maestros. ¡Ese doctor Arce!. ¡Ese coronel
Castro!. ¡Qué antiojudo Barbaluza...! ¡El empresario del cine!. ¡El maistro mayor don José
ah!
- Nunca me había reyido como anoche.
- Todos ellos fueron los que ocasionaron mi resfrío, porque tuve que seguir la
corriente ... la meadera que me causaba tanta risa pue; y yo que quería evitarla
pellizcándome, y ¡nada!.... Cuando salieron los cocineros estaban para freír monos.¿no?
Yo ya no tenía naíta de agua cristalina de tanta risa...
- Sí; todo el público estuvo contento. ¿Y que le pareció la chica Juliecita?.
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- Le digo, comadre, que ella ha derramau lisura como dicen los entendius. Estuvo
como como si juera artista experienciada. No se asustaba nadita de la gente... ¡Qué
resabida y encantadora qui estaba! A mi lau habían algunos jóvenes que decían: ¡Quí
hermosa qui está! ¡Y ya parece casamentera! ¡Ese lunarcito, qué bien le sienta!
- Cierto, estaba bonita como es la chica, y con esa actuación les ha dao ejemplo a
esas otras chicas lisas que no tienen gracia más que pa mirarse en el espejo, preguntándose
si están lindas como pa que se las coman los hombres con los ojos...
- Le digo a usté que la junción mi ha hecho recordar a las que daban en otros
tiempos los señores Migueles.
¡Qué güenas!
- ¿Y por qué se olvidó usté de los orquesteros?... ¿Acaso no lo hicieron también?
¡Cómo no!; yo me muero por la música y más que nada por los músicos; aunque
son unos “bandas”, que tienen varias mujeres en todas partes.
- Yo no voy a eso, comadre. No sea usté tan adelantada. Lo que a mí me entró en
curiosidá jue cuando les clavaron las banderillas ... al Albertito, a los Pepes y a toditos.
- ¿Banderillas? Ja, ja, jaaaa. Si fueron escarapelas.
- Ah, pero les hizo escarapelar el corazón como si les hubiera golpeado con la
chaquena, sin duda.
- ¿Por qué así comadrita?
- Por la buena moza que les hizo la tentación, que ellos no esperaban, ni soñaban...
- Se sentirían honraos y orgullosos de tener cerquita a la neñita linda clavándoles
con un alfilercito, para hacerles una ligera sangría...
- Sería ese rato cuando tocaron esa cuequita que se llama “Mentirosita”, no?
- A mi me parece que tocaron esa linda musiquita incaica que decían era “Lulú”,
que es una palabra salida del concho del cariño, según oí a una linda ilustrada......
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- Bueno, yo adivino que a ese rato ya se habría emocionado...
- ¿Cree usté? Quizás pue, la música tiene tanto poder y juerza como el encanto de
las mujeres...como dijo un qalita diestro.
- Cuando se acabó la junción me dio mucha pena.
De seguro; igualito que a mí; pues ya me había acostumbrado a pasar ratos tan
agradables.
- Las tijeras cortaban duro por todas partes. ¿No notausté?.
- Cuando la estudiantina tocaba esa musiquita de “Tu ya no soplas”, se decían: tú ya
no soplas como soplete; otra decía: más bien tú ya no soplas como juelle de acordión-
añadió doña Hermelinda.
- Si todo era hablar de la sopladera y otras cuchicosas que se decían entre los
malcriados de contraltecho.
- Ciertamente escuché tantas cosas... tildaban juerte a esas personas lustrosas que
no asistieron a ayudar a los ministros que se desviven.
- ¿Qué importa que no asistieran los ilustrados y los jije lifes, si el tiatro estaba
lleno?
- Pero siempre se hicieron notar... aunque le diré a usté que Juliaca ya necesita un
local güenazo y grande, pa que los de galería no estemos como en lata de portola.
- Cuando hay llenos y si una se acomoda tempranito, ya no puede ni menearse, ni
salir con libertad, y corre riesgo de que le pase lo que a mí... Si cuando me acuerdo, sudo
breya. Tamié me puso el condenau como una buena banderilla, comadrita, ¡asina de
grande!
- Dejesusté de acordarse de la humedá y tomemos un resacado, que eso nos hará
bien sobre el cuche de queso.
¡Salú!
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- Salú, comadrita Hermelinda.
- ¿Va usté a los maches de esta tarde?
- Si, estoy invitada por mi amiguita doña Analana y su vecina doña Santusa.
- Ambas gustan de la pelotera, no?
- El fútbol. Ah, sí, mucho. No fallan. Y esta tarde juegan los antonianos que ha
traído ese simpático padrecito Peralta, que tanto se hace querer con los chicos.
- Pero, yo creo que acá les darán la tanda nomás....ya hey apostao a la de acá.
- Ojala no suceda así, porque yo mei ladeado pa los de allá; cuento con San
Antoñito paque haga el milagro...
- Bueno, allá nos veremos; y dispués podemos pasar ande la comadre viajerita a
tomar la chicha con nata.
- Adiós, hasta entonces... comadre meacha.
(*) Tomado de la Antología del Cuento Puneño, publicado por el Dr. Samuel Frisancho Pineda.
2.1.2. EMILIO ROMERO PADILLA
Nació en Puno en 1899 y murió en Lima en 1993. Fue un distinguido jurista puneño,
parlamentario, ensayista, periodista, decano de la Facultad de Economía de San Marcos,
Presidente de la Sociedad Geográfica del Perú y narrador exquisito, dueño de un lenguaje
definitivamente literario y pulcro. Escribió el hermoso libro de cuentos: Balseros del
Titicaca (primera edición, 1934; segunda edición, 1989). Mucho antes de este libro, desde
1918 las principales revistas de Lima y el extranjero, aparte de Puno, publicaron sus
cuentos. Por ejemplo, "El pututu" fue publicado por José Gálvez en La Crónica de Lima.
Variedades, por intermedio de Clemente Palma, publicó sus relatos desde aquel año. Otro
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cuento suyo fue publicado por la prestigiosa revista Zig Zag en Santiago de Chile. En los
años 30 viajó a Lima. Allá, la política, el estudio metódico de la sociedad peruana y las
convulsiones socioeconómicas de entonces lo separaron por un tiempo de la narrativa y lo
llevaron por el camino de las preocupaciones sociopolíticas. Sin embargo, la publicación
de sus libros “Balseros del Titikaka” y “Memorias Apócrifas del General José Manuel de
Goyeneche” es suficiente para ser considerado entre los mejores narradores puneños de la
etapa en que se lo menciona.
Omar Aramayo, en diferentes disertaciones y; últimanente Hugo Lipa, en un trabajo
de tesis, lo han considerado como el padre de la narrativa escrita en Puno, porque
Balseros del Titikaka fue publicado en 1934 y muchísimos cuentos suyos en revistas de
Lima desde 1918. Romero Padilla, además, escribió la novela “Memorias Apócrifas del
General José Manuel de Goyeneche”, publicada por la Editorial Minerva, Lima 1971.
“Memorias Apócrifas del General José Manuel de Goyeneche está considerada entre las
mejores novelas puneñas escritas en el siglo XX. Podría añadirse a esta gran obra, la de
Jorge Flórez y Zelideth Chávez, para formar la trilogía de novelas más importantes de la
Región, hasta el momento de escribirse esta antología.
“Memorias Apócrifas del General José Manuel de Goyeneche” del narrador Emilio Romero
Padilla, por la estructura, por el lenguaje, el trabajo de los personajes y la acción principal tan
contundente, en cuya base se encuentra 20 años de historia (1805-1825) de la guerra de la
emancipación americana, es una de las novelas más acabadas de la narrativa puneña del siglo XX.
En concreto, es la recreación literaria de una parte esencial de nuestra historia. Un análisis intertextual
entre las acciones de la novela y los datos de la misma historia, nos permite trazar líneas de
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coincidencia entre ambas. En efecto, existe una relación de similaridad entre la realidad y la ficción,
en lo relacionado a las acciones, fechas y nombres de algunos personajes, como es el caso del
movimiento revolucionario del Sudeste de Latinoamérica llevado a efecto desde 1805 hasta 1824, así
como nombres de Gabriel Aguilar, Manuel Ubalde, los virreyes Avilés y Abascal, el conde Ruiz de
Castilla, de los argentinos Juan José Castelli, Ildefonso de las Muñecas, Manuel Belgrano y los
hermanos Angulo, etc. Estos personajes históricos han sido recuperados, creados o recreados por la
poderosa imaginación de Romero. El poder creativo de personajes tan verosímiles, la atmósfera que
satura las páginas de la obra, así como el trabajo de un lenguaje plenamente literario, hacen que el
texto sea, con toda justicia una novela histórica. De esta novela se puede decir que tiene por
fuente a la realidad; pero que, habiendo emergido de ella, para convertirse en literatura, ha
incorporado a su naturaleza el “elemento agregado” del que nos habla Mario Vargas Llosa.
Un análisis detallado de “Memorias....” permite valorar otros aspectos como el lenguaje
utilizado por Romero Padilla. En cuanto al lenguaje, se puede afirmar que es plenamente literario,
porque alcanza una belleza notable no sólo cuando emplea el lenguaje figurado (pleno de símiles y
metáforas artísticamente labrados), sino, incluso cuando el narrador está haciendo uso del castellano
culto no tropológico. Es realmente importante la cadencia del lenguaje, el ritmo logrado sobre la base
del uso adecuado de las palabras y la concatenación de vocablos utilizados con precisión y elegancia.
Eso sí, se advierte una serie de faltas de ortografía en construcciones tan sencillas que nos hace pensar
que se trata de yerros cometidos por los digitadores. Llegamos a esta conclusión al contrastar estos
párrafos con los que corresponden a otros libros y artículos de carácter científico-social de su autoría,
que se caracterizan por la limpieza de la escritura. No se puede olvidar que Romero Padilla es uno de
los puneños más cultos del siglo XX.
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Por otra parte, se debe remarcar el hecho de que la mayor parte de sus personajes están bien
trabajados. Naturalmente, como en toda novela, hay personajes planos; es decir, trazados apenas con
suaves pinceladas o simplemente mencionados con el objeto de sustentar algunas acciones de la
novela. En cuanto al título de la novela y la importancia de los personajes debe decirse que el autor
utiliza un ardid o artificio con el objeto de desviar al lector. Deduciendo del título, “Memorias
Apócrifas del General José Manuel de Goyeneche”, podría pensarse que Goyeneche es el
protagonista de la obra; sin embargo, no lo es. Los protagonistas son Ernesto Loayza, Daniel
Echevarría, Monsieur Pellerand, José María Salinas y un grupo notable de revolucionarios
argentinos. José Manuel de Goyeneche es, contrariamente, antagonista en la medida en que realiza
todo tipo de acciones -fuego, sangre y terror, dice el narrador- para liquidar el movimiento de
emancipación de la América del Sur. El autor, de manera muy creativa, ha utilizado la palabra
apócrifa, justamente para decirnos que Goyeneche no es el protagonista; que la vida de este general es
sólo un pretexto para hablar de otros que sí son importantes. Memorias apócrifas significa, también,
memorias falsas; vale decir, es la negación para que el texto no sea considerada como memoria - que
es una especie diferente y distante de lo que se ha escrito -. Con este artificio, Romero Padilla, nos
advierte desde el título que “Memorias Apócrifas del General José Manuel de Goyeneche” es una
novela y no una memoria o historia. Recuérdese que la palabra “apócrifo (a)” significa falso, incierto,
fingido. Por tanto, también debe concluirse que el título nos ha sido presentado apócrifamente.
“Fue hijo de Eladio Romero Ramírez y Honorata Padilla Álvarez. Sus orígenes son
quechuas. Su mayor biógrafo, Mauro Paredes, nos manifiesta: ‘Su niñez la vivió en la
península de Capachica, tierra de sus ancestros donde aprendió a amar la tierra y admirar el
azulino lago’. Fue alumno de José Antonio Encinas en el Centro Escolar No 881, en el cual
destacó juntamente con Gamaliel Churata, Alejandro Peralta, Luis de Rodrigo, Emilio
Armaza, fundadores del Grupo Orqopata y escritores de renombre nacional. Leyendo los
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libros de Encinas se advierte que éste lo trata con mucha consideración.Romero vivió en
Lukina, perteneciente a la península de Chucuito. Terminó su educación secundaria en el
Glorioso Colegio Nacional ‘San Carlos’, donde reinaba una obscuridad sin nombre, según
dice Romero en “Perú Vivo” (1966). Se inicia literariamente escribiendo ”Noche de San
Juan” (1917), una obra de teatro de factura indigenista; obra inspirada en su admirado amigo
Enrique Ibsen. Romero Padilla presenta su obra como una actividad del grupo Bohemia
Andina; por tanto, es miembro activo de Bohemia Andina, donde formó grupo con Gamaliel
Churata, Alex Franco Hinojosa, José Rosell y Puga, Rafael Arias, Víctor Villar, Luis de
Rodrigo y otros. Bohemia Andina publica el periódico La Tea, desde 1917 a 1920.
Posteriormente, abandona Puno y marcha hacia la gloria, aunque todavía no a Lima; sino,
hacia Arequipa donde estudia en la Facultad de Letras y Ciencias de la Universidad Nacional
San Agustín. En Arequipa publica ‘Ritmos Andinos’; luego, escribe y publica un cuento de
factura ficcional notable titulado La Raza, en el diario El Pueblo, decano de la prensa
arequipeña, participando activamente en las ‘Universidades Populares’, especie de
seminarios de culturización e ideologización de trabajadores, conducidos por intelectuales
progresistas. Por esta época gana el prestigioso premio literario “Contenta” de Arequipa.
Desde 1918 empiezan a publicarse sus cuentos en Lima, particularmente, en La Crónica y en
Variedades” (LIPA, Hugo, tesis universitaria sobre Romero Padilla, UNA-Puno 1999).
“Por los años ‘20’ se establece en Lima: ‘Todos llevábamos un fuego encendido
en el alma’ (Romero; en Perú Vivo: 1966). En la capital escribe en la revista ‘Variedades’
dirigida por el temible Clemente Palma, donde colabora con creaciones literarias: cuentos
y artículos de cultura. Posteriormente, se incorpora como catedrático de la Universidad
Mayor de San Marcos. En 1928 escribe en Lima su monumental: ‘Monografía del
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Departamento de Puno’. Ni antes ni después de la publicación de este libro, se trató el
problema de Puno con tanta seriedad, orden y sistematización. Todos los especialistas han
coincidido en catalogarla como la mejor ‘monografía jamás escrita en Puno’. En 1930
publica: ‘Geografía Económica del Perú’, una obra que ha circulado por las universidades
nacionales y particulares, como un manual obligado de formación de profesionales de
distintas generaciones. Por esta época es elegido Asambleísta Constituyente en las filas del
Partido Descentralista, en pleno Gobierno de Sánchez Cerro, pero, pronto es destituido y
puesto bajo vigilancia policial, por ‘separatista’ y ‘entreguista’” (LIPA, Hugo, Op. Cit.).
Sucede que fue el ideólogo o doctrinero de la descentralización; fue quien lo
planteó en aquella época como un proceso de redistribución del poder y de la economía
para enfrentar el asfixiante centralismo. En 1932 publicó su obra cumbre sobre
descentralización: “El Descentralismo”, que actualmente es una obra básica y de consulta
entre los políticos que sostienen el regionalismo y la descentralización con autonomía. En
su tiempo, su pensamiento descentralista mereció palabras elogiosas del amauta peruano
José Carlos Mariátegui. Posteriormente, completó este trabajo con “Regionalismo y
Descentralismo”, 1969. Como se dijo, ingresó a trabajar como catedrático en la
Universidad Mayor de San Marcos, ostentando en los años siguientes el grado más alto de
la Universidad: "Profesor Emérito". Sus cátedras principalmente fueron "Geografía
Económica del Perú" y "Historia Económica del Perú".
Luego publicó el ensayo "Tres ciudades del Perú" referente a Puno, Cusco y
Arequipa; en 1941, "Nuestra Tierra: un ensayo de Geografía para el Pueblo”. Andando el
tiempo es invitado para ser miembro del Instituto de Estudios Económicos y Sociales de
México. Por 1942 fue Presidente del Instituto Peruano Norteamericano, institución rectora
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de actividades culturales de Lima. Fue, asimismo, miembro de GAET. Luego, se le
nombra miembro de la Comisión Consultiva de Relaciones Exteriores del Perú. En 1945
publicó "El Pensamiento Económico Latinoamericano", México, 1945, por la Editorial
Fondo de Cultura Económica y contribuye activamente a la integración latinoamericana
junto con intelectuales de México, Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Chile, Haití y
Paraguay. Entre 1945 y 1949 fue Presidente de la Sociedad Geográfica del Perú. En 1947
publica "Geografía del Pacífico Sudamericano”; México, Colección Tierra Firme, Fondo
de Cultura Económica. Fue, igualmente, miembro de la Academia Nacional de Historia y
miembro del Instituto Histórico de Argentina y Uruguay. Entre 1952 y 1955 fue
Embajador del Perú en México y; posteriormente, embajador en Ecuador, Uruguay y
Bolivia. En 1961 fue miembro del Instituto de Estudios Económicos y miembro honorario
de la Sociedad Geográfica de Chile. En marzo de 1962 fue delegado ante la UNESCO en
representación del Perú, llegando a publicar "Mercado Común Europeo", separata de la
Revista de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos. En 1964 fue fundador de la Facultad de Ciencias Económicas en la Universidad
Inca Garsilaso de la Vega y en 1965 publicó "Biografía de los Andes" en Buenos Aires,
Argentina, Edit. Sudamericana, edición que fue traducida por el polaco André Diembier.
En 1966, a pedido de Juan Mejía Baca, publicó su biografía con el título sugerente de
"Perú Vivo". En 1975 fue Presidente de la Delegación de la XVI Reunión del Consejo
Directivo especializado de la OEA (Léase la tesis de Lipa, Hugo).
Su faceta literaria fue opacada por su labor intelectual en el campo económico, político,
diplomático, histórico y geográfico. Sin embargo, se dio tiempo para dejarnos dos obras grandes:
Balseros del Titicaca, un conjunto de relatos y cuentos y, la novela Memorias Apócrifas del General
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José Manuel de Goyoneche. Es el primero que organiza y sistematiza su obra literaria en un libro
orgánico. Muchos narradores puneños habían publicado cuentos juntamente con él o por la misma
época, en revistas y periódicos; pero ninguno los dio conocer a través de un libro. Por esta razón, a
decir de Omar Aramayo y Hugo Lipa “Es el padre del Cuento Puneño”. Porque fue el primero en
merecer publicaciones de sus cuentos en Arequipa y Cusco y, particularmente desde 1918 en Lima,
a través de “La Crónica” y la revista “Variedades”. Mientras los Orqopatas se sumergían en la poesía
indigenista asidos de las luces del vanguardismo, Romero Padilla se orientaba hacia la narrativa. Sin
embargo, la primera novela puneña publicada Madre Mía (1936) de Carmela Chevarría. Estuardo
Núñez dice de Balseros del Titicaca: “son en su mayor parte estampas captadas con singular
dominio formal y riqueza léxica descriptiva (...) conformando cuentos de buena factura en los cuales
se elabora la visión dramática de la realidad andina”(Núñez:1989). Creemos que se trata de cuentos
de la mayor fuerza telúrica y emotividad puneña; cuentos en los que la presencia de los indios no es
borrosa; los indios son de carne y hueso y claman y se mueven en una dinámica reivindicativa. Por
estas consideraciones y, teniendo como base, las consideraciones de los doctores Omar Aramayo y
Juan Luis Cáceres, se trata de un narrador de cuentos indigenista, acorde con los planteamientos del
grupo Orqopata al cual perteneció. Romero es el iniciador de un camino brillante de la cuentística
puneña que posteriormente se nutrió con el gran Mateo Jaika, Eustaquio Kallata, Óscar Cano Torres,
Vicente Achata y que, actualmente, continúan Luis Gallegos, Jorge Flórez, Zelideth Chávez,
Feliciano Padilla, Omar Aramayo, José Luis Ayala, Elard Serruto, Adrián Cáceres Ortega y otros.
Recordemos que Balseros del Titicaca lo edita el prestigioso poeta Enrique Bustamante Ballivián y
que la tapa del libro ha merecido el arte de Sabogal. Bustamante Ballivián y Sabogal no eran artistas
que podían apoyar a cualquier escritor. Eso significa que la prosa y el indigenismo de Romero Padilla
era muy apreciado por escritores y críticos de reconocido criterio. Por 1937 publicó la "Decadencia
del Cuento en el Perú", en la revista “Letras” No 08 de Lima. Posteriormente, este trabajo de carácter
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crítico literario va a influir en el enfoque literario de Tomás Escajadillo, Alberto Escobar y Antonio
Cornejo Polar.
“Romero, en el campo político, destaca como Senador, Ministro de Hacienda y
Comercio y, Ministro de Educación Pública; sin embargo, su presencia intelectual en Lima
no solamente es como político, economista o literato, sino, también como geógrafo e
historiador. Políticamente es un demócrata y, a nivel latinoamericano, un integracionista.
Ha sido un diplomático en toda la extensión de la palabra. Fue uno de los peruanos más
cultos de su tiempo y un político demócrata respetado por tirios y troyanos, lo cual era muy
difícil de lograr en una época en que las disputas entre apristas y comunistas eran
realmente fratricidas. Más aún, en una etapa en que las contradicciones entre estos
políticos de izquierda y la derecha peruana eran irreconciliables. Romero Padilla era
respetado por su capacidad, por su amplia cultura y por ser un hombre talentoso. Entre sus
principales obras destacan “El Perú por los senderos de América”(1954), “Biografía de los
Andes”(1965), “Geografía Económica del Perú” (1930) reeditada un sinnúmero de veces;
“Historia Económica y Financiera del Perú Antiguo y el Virreinato” (1957),
“Regionalismo y Descentralismo”(1969).
Emilio Romero Padilla dejó de existir el 27 de Mayo de 1993, en su residencia de Chosica-
Lima. Dejó tres hijos: Raúl, José Emilio y Rocío Romero Cevallos, hijos de Emilio Romero y de
Catalina Cevallos” (PADILLA Feliciano; Apuntes biográficos en “Valoración de Memorias
Apócrifas...”).
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B A L S E R O S D E L T I T I C A C A (*)
Los cerros que bordean la bahía de Puno, en el Titicaca, cortan bruscamente la tarde. Ocultan el sol
sin crepúsculo, pero por los flancos de las montañas, se proyectan los dorados rayos del sol de los
gentiles sobre las penínsulas de Capachica y Chucuito.
Precisamente a la caída del sol deja de soplar aquel viento constante que los aimaras llaman
khota-thaya o viento del lago. Hay una ligera calma antes que las chihuanqueras alcen vuelo hacia
el Oeste anunciando el viento de ese lado, el suni-thaya.
Bautista, el pescador, tiene sus aparejos listos. Su balsa se balancea al pie de las rocas
donde tiene su cabaña. Aprieta el nudo de su incuña de fiambre y envuelve la chuspa de coca
descendiendo rápidamente de la peñolería.
Su balsa es frágil, apenas del ancho de sus caderas. Movible como una lagartija, con dos
puntas filudas de totora amarilla, levanta la vela corta y romboidal que se hincha con la brisa del
sur, que empuja su balsa hacia el totoral.
Centenares de chugllas humean en los cerrros. La bosta arde pesadamente y despide humo
espeso. Allá lejos, el puerto de Puno parece achatado, sumergido en las orillas del lago. Ilusión
óptica, curvatura de este mar dulce. Parece una ciudad encantada de plata y sangre. Tejas y
calaminas se reflejan en largas ondas movibles en el lago. El vapor Ollanta calienta calderas,
enciende luces rojas y verdes. La balsa hace pliegues en el agua, como sobre una tela de seda,
camino del totoral.
De pronto, un rumor de trueno repercute en todos los cerros. Redoble de tambores,
maquinaria sorda y terrible. Aparece al extremo del golfo el tren de Arequipa. Jadeante,
incendiario, arrojando chispas avanza a la ciudad. Su ojo gigante deslumbra con el sol. El viento
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trae sonidos de campanas; los cien ojos rojizos del barco no pestañean siquiera. Esperan a los
pasajeros para Bolivia.
Soberbio espectáculo. Bautista se siente un Dios lacustre sobre su veloz balsa. Una muralla
negra son los cerros; el lago todavía está tranquilo. Las luces del muelle se alargan. Chorrean como
oro fundido en el agua. Aquella soberbia visión panorámica es un regalo a sus ojos, mientras la
balsa llega al totoral. Ya está llegando. Sus ojos ven mejor en la noche. Las totoras forman una
barrera inmensa, pero Bautista ya conoce la entrada. Mueve los remos traseros como timones y
endereza la balsa hacia el bosque espeso e inmenso de los totorales, donde hay lagunas llenas de
peces.
Aquí el lago cubierto de totorales se aprisiona en canales de agua cristalina. La brisa no
llega a estos callejones inmensos que siguen por misteriosas curvas que sólo la experiencia aimara
puede descubrir en la noche.
Se cruzan algunas balsas rezagadas que van a Puno desde las islas de Takili o Amantaní.
- ¡Uúh!
Apenas un grito a boca entreabierta, es el saludo entre balseros. Un aullido con U francesa.
Las balsas pasan con la gallardía de un lujoso paquebote trasatlántico.
Por fin ha llegado. Una claridad plateada se abre ante sus ojos. Ahí está la laguna pletórica de
peces sabrosos. Hay que cogerlos con red porque están voltejeando a millares en el fondo escaso de
la laguna. Pero antes hay que cegarlos. Y Bautista amontona totoras secas sobre su balsa, enciende
un fósforo y hace una hoguera. Los peces quedan ciegos ante la deslumbrante llamarada. Bautista
sumerge la red y recoge centenares de peces. Trabaja hasta la media noche. En su balsa ya no cabe
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más. Toma un puñado de coca y con el remo empuja su balsa entre un macizo totoral donde sube
como a un dique y duerme hasta el amanecer.
No hay amanecer más bello en paraje alguno de la tierra. Se insinúan en la lejanía las
nieves de la cordillera. En las riberas, el golfo verdecido y cubierto de eucaliptos, mentas silvestres
y matorrales. Miles de cabañas humeantes y rodeadas de fragantes flores del Inca. Allá, la ciudad
de plata y sangre todavía duerme. El muelle está desierto; se ha ido a Bolivia el vapor. Todavía se
ven brillar algunas estrellas a pesar de la luz del día. Las nubes con todos los colores del arco iris,
aurora boreal, oro, sangre, esmeraldas fundidas. Millares de pájaros entonan sus cánticos
mañaneros. Bandadas de flamencos vuelan en escuadrillas tendidas hacia la aurora, rosada como
sus alas. Patos, parihuanas, huallatas blancas como la nieve y dominicos de capuchón negro y alas
blancas graznan con alegría.
Bautista se desespera y hace crujir su balsa alzándose para observar sobre la barrera de
totorales. Las islas y las penínsulas están teñidas de púrpura. Las casas de calamina de Puno,
lejanas y borrosas, brillan como espejos de plata bruñida. El lago es un cristal, una masa de azogue
inmóvil, una plancha gigantesca de acero. No hay ni una leve brisa.
Este bello amanecer es sin embargo para desesperar al pescador. ¿A qué hora vendrá el
viento? La pesca abundante empieza a transpirar sobre la balsa, porque el sol quema ese estanque
cercado de totorales de verde oscuro. Bautista cambia de coca arrojando el pigcho que ha rumiado
en toda la noche. Se le escapa una interjección de rabia al ver esa inmensa naturaleza viva y de
fiesta en descanso dominical y con la brisa de vacaciones.
Arde el sol. Se levanta una vaga niebla cálida de estanque; el aire está espeso y caldeado.
Mientras más asciende el sol, la prisión lacustre es más insoportable. Bautista toma su merienda de
papas frías, chuños congelados y bogas ahumadas. Renueva otra vez la coca. Se inclina sobre el
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lago para beber agua en el hueco de sus manos. Hace un gesto de asco, el agua está amarga, pues
hay pantanos en el fondo.
La brisa no llega en todo el día. El lago es un inmenso espejo para incendiar los cielos, para
quemarlos como papel. Está en fiesta el sol achicharrante y terrible.
-- ¡Karaspa! ¡Ahora va a granizar!...! – exclama Bautista. A sol espléndido, tempestad segura.
Y en la tarde de aquel día granizó. Y luego un fuerte viento agitó el mar dulce. Nublado el
cielo y plomo oscuro, ceniciento y terrible el Titicaca, agitaba sus olas como un mar. La balsa
parecía formar un solo cuerpo con la frágil embarcación. Las olas del Titicaca no tienen el ciclo
amplio y profundo de las olas del mar, pero su embate es más rápido, más corto, de curva leve y
espumosa. Las olas pequeñas atacan con furia y rapidez.
Bogueros del Titicaca, en todas las bahías y en el Gran Lago, luchaban aquella noche con
la tempestad. Un viento helado cortaba la piel como vidrio de botella. Negrura absoluta por todas
partes, los bogueros ven a través de la noche como búhos. Ni una queja, ni una interjección, ni una
palabra de misericordia. Bautista empuñaba con mano dura los dos remos que arrastraba como
timones luchando por mantener derecha la balsa. Imposible arriar la vela. No había manos para
desenvolver la soga; y aunque hubieran habido, era el viento tan fuerte que habría pegado el
velamen de totora contra la achihua clavada como un compás abierto sobre los flancos de la balsa.
El viento arrastraba como una hoja seca la balsa de Bautista. Las olas la levantaban por
detrás y la hacían sentar bruscamente al retirarse, inundándola. Pero no había ola capaz de
despegarlo de su balsa. Su propio cuerpo era como un caracol, que dirigía la balsa pegado a su
concha.
57
De pronto una masa negra se interpuso. Cerró los ojos. Ni una luz roja había en el muelle.
Los carros de plataforma y las bodegas abandonadas, resistían al embate del viento que silbaba en
los hilos del telégrafo. La balsa paró en seco y reventaron algunas sogas de paja de las puntas.
Otras balsas más grandes iban atracando a media noche. Hasta la hora del amanecer
centenares de balsas cubrían las aguas del muelle.
Ahí estaba a pocos pasos, durmiendo todavía, la ciudad con sus calles estrechas para ser
más afectuosas. Las torres de la catedral velaban su sueño. Las torres de San Juan parecían
minaretes. La techumbre de zinc de San Juan de Dios parecía un zepellín de plata. El camposanto
cerca; el mercado, la estación, todo cerca; unido, cariñoso, lleno de ternura.
Pero los ojos de Bautista que no habían temblado al sol achicharrante del día ni a la
tempestad horrible de la noche, miraban con temor la ciudad.
Del barrio de Mañazo comenzaron a bajar al muelle las cholas ckateras, alcanzadoras de
provisiones. Bajaban soldados y mercachifles. Todos los balseros se pusieron de pie como
aprestándose a una batalla. A los pocos minutos, mercachifles, soldados y ckateras hacían saqueo
de las provisiones.
- ¡Indio animal, esto es para el comandante! – Le decía un soldado a uno, quitándole la
canasta de huevos.
- ¡Ladronazo! ¡Conténtate con cuatro reales por esta talega de quesos o te mando preso! –
chillaba una ckatera.
Otra más práctica, le quitó el sombrero y el poncho a uno de ellos para obligarlo a seguirla
cargando la pesca hasta el puesto del mercado. Cuando llegó, le alcanzó un pan y una peseta.
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-Toma tatay y di que es tu santo.
Soldados, mercachifles y mayordomos de casas ricas hicieron tabla rasa con cuanta
provisión había en el muelle.
Los indios invadieron después la ciudad con algunas pesetas en las manos para comprar
añil, chancaca, agujas, tocuyo. A algunos les alcanzó para un trago de aguardiente
Los policías les pedían libretas de Conscripción Vial, de Registro Electoral, de Servicio
Militar, Carnet de Ocupación, Certificado de Vacuna y de Asistencia Escolar.
Los bogueros los miraban boquiabiertos. Los policías, cuando se habían cansado de llevar
gente al cuartel, les daban de varazos y los dejaban libres.
Discurrían por la ciudad como idiotas, ahogados al peso del poncho. Pero en la tarde, al
retornar a sus islas y a las penínsulas azules, ya solos en el muelle, se reían con risa sardónica y
fuerte:
- Al turco de la plaza le saqué esta vara.
- Al gringo bachiche le tiré esta cuchilla...
- ¡Mistis desgraciados, cochinos!
Y después de haber guardado bien sus compras, el periódico del día para que lean los chicos,
el cuaderno de escritura, los lápices y la tinta para que escriban sus hijos en las escuelas de los
evangelistas, levantaban sus velas y se alejaban con una canción de vida y de esperanza en los
labios.
-0-
59
(*) Tomado del libro “Balseros del Titicaca”, segunda edición, publicado por encargo de CONCYTEC, Lima 1989.
2.1.3. ROMÁN SAAVEDRA: EUSTAQUIO KALLATA
Nació en Puno en 1902 y murió en el Cusco en 1978. Fue periodista de estilo fustigante.
Radicó en el Cusco donde realizó gran actividad cultural y literaria con el seudónimo de
Eustaquio Kallata. En aquella ciudad, también, desempeñó el papel de crítico literario y
como tal fue exigente, muchas veces lapidario, inmisericorde, desleal, Fue sepulturero de
poetas y narradores jóvenes cusqueños. Más tarde, aquellos jóvenes cusqueños -ahora
distinguidos intelectuales-, en una actitud parecida a la de Eustaquio Kallata, en sus
trabajos de historia de la literatura cusqueña y artículos varios, no han reconocido ni pizca
de autoridad a sus comentarios, ni mucho menos, valoran su labor de corifeo en las letras
cusqueñas de su tiempo. Le ofrecemos la versión completa de su relato “Estepa en Llamas”
que se encuentra en la “Antología del cuento puneño” del Dr. Samuel Frisancho Pineda.
Lamentablemente, es casi ilegible en su primera parte, probablemente por la falta de
cuidado de los linotipistas y cajistas de la Imprenta Los Andes de aquel entonces.
ESTEPA EN LLAMAS (*)
Colmadas nuestras balsas de rebullentes suchis, humantos coletudos y diversas bogas, que
se asfixiaban abriendo con avidez sus bocas anfibias y lacres, y mientras en los estertores
de la agonía, se daban de coletazos unos a otros, nos dirigimos, como una bandada de patos
salvajes, hacia el atracadero. Los fornidos y terreros qollanas –todos los hombres del ayllu
de qollanas somos recios balseros- con nuestro jilakata Crucito Lión a la cabeza, no
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halaban nuestras sapuras, pujando como cuando, en viento contrario, hace crujir las
lloqeñas y enfurecer las límpidas aguas de nuestro amado río Ramis. Al otro lado viven los
malditos tomaqayas Zapanas, allá donde verdean los tarhuis y están ya desgranando las
mazorcas moradas de las quinuas, allá donde el viento que sopla de Ácora sacude con furia
las varillas del precioso fruto. Nosotros somos de esta banda; no tenemos sino hirsutas,
moyas y arena. En la rinconada, es cierto, crecen qollis retorcidos y muy duros. Ahí están
cerca de la estancia de don Prudencio Cuentas, los putucos de ch’ampas de mis tíos Cisco
y Jancho Qari, y no muy lejos de ellos, vive mi padrino, el jilakata. En pequeños huertos
crecen las espigadas ambarinas: menuditas y aromáticas; los chunquitos de finos pétalos de
crema, los geranios llameantes y las qantutas largas y bermejas. Con esas flores silvestres,
nuestras hermanas y otras imillas casaderas del ayllu se adornan las monteras floridas para
las fiestas. Da gusto verlas así, y a solas, hacerles la sunqa. Pero, esto no tiene importancia.
Aquí bajo mi balsa nueva y liviana se encrespa, por momentos, el agua color azul de
anilina como bayeta recién batanada.
A la madrugada, antes de que el alba cayera del todo y cuando el frío se nos
infiltraba como azogue en los huesos, con las bufandas subidas hasta los ojos y a la voz de
¡orden! seca y tajante del alcalde de nuestro ayllu, formamos como lloqeñas viejas una
carpa de tolderas amplias para el Tata-cura, que es muy comodón, y para los otros
badulaques, sus allegados. De un brinco el sol triscó en las moyas y extendió su oro líquido
sobre la superficie bruñida del agua. Ahora, el Tata está sentado a mujeriegas sobre un
apero y pellón lanudo y; a sus pies calzados con botines de elástico, se extienden los chusis
floreados, con sus ojillos aguanosos de qarachi. Escrutaba nuestras balsas y calculaba
cuánto de primicias recogería del prolífero ayllu de la otra ribera, cuando la parva de las
quinuas sea majada con los cayedos cosechadores. Ahora está ahí obeso, jadeante,
61
bebiendo - con su “mula” vieja miserable de cara amorcillada y su “sobrina” la pizpireta
que hace encalabrinar al viejo gotoso del gobernador y a su niño, un barbilindo trabucador
de indios mansos - espumosos vasos de chicha de quinua, que nuestras hermanas hicieron
mascando para darle levadura.
- Apuren, apuren... ¡Ahí tienen una botella de alcohol y una estalla de coca, de lo
mejorcito de Pelechuco, apuren...! – Nos gritaba el cholo Incayupanqui, que es firmado y
teniente gobernador.
- Eres jodido – le retrucaba a la sordina Crucito -. Recién estamos llegando y ya
quieres que regresemos. Habías de ser alcahuete y lambón.
Nos reíamos a todo trapo porque el cholo era un adulón sin remedio. El awicho
Ticona nos repartía, cautelosamente, acullis y pedazos de llipta para echarle un mordisco,
mientras bajo nuestras balsas somormujaba el agua frizada a contrapelo por el viento. En
las orillas, junto a las lajas rebrillantes, se arremolinan los layos de un verdor claro, se
pudren en los rebalses de aguas muertas con coloraciones de bronce verdoso y bordes
violáceos y, en donde se agitan los renacuajos de piel negruzca y viscosa. Contra todo esto
golpea y brama el agua, sin descanso, como un congosto.
Como primera faena llevamos, parsimoniosamente, nuestras canastas de chillihua
con plateados y rebullentes suchis, al toldo del cura.
- ¿Qué es esto? ¡Y tan poco desde enantes! El año pasado fue ... –, bostezó
malhumorado el bendito personaje.
Y es cuando platicó nuestro viejo.
- Tata - le dijo con el sombrero entre las manos y la mirada recogida -. No es
nuestra culpa. El río, nuestro padre y madre, el que nos cría a todos, el río Ramis está
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enojado. Tiene razón porque no le hemos hecho t’inkasqa. Aplacaremos su cólera: Dadnos,
Tata, coca de la verde; dadnos una botella de alcohol. Algunos remontarán hasta el
remolino y harán el k’intu para que retornen los suchis huidizos y entonces, nuestras balsas
se colmarán y aún serán rotas nuestras redes por los hijos de la Mamaqoya.
- Tendrán todo lo que piden- rezongó con la faz arrebolada-; pero no me
mangoneen con el pretexto del k’intu.
Y fue dura la jornada. Los leqeleqes volaban azorados hacia los páramos lejanos. El
sol se volcaba sobre el mundo y las piedras aristadas de pátinas de cobre parecían aflorar
de sus propias sombras como corolas monstruosas.
En una resaca hicimos el “pago”. La diminuta fogata de bostas chisporroteaba
vivazmente y las flámulas parecían crestas rutilantes. El k’intu de Wiraqoya, alcohol y
coca ha humeado toda la tarde.
El regalo del Tata estaba pagado con creces. Los pequeños cestos de chillihua
rebozaban de suchis y bogas plateadas y húmedas, qarachis escamosos y regordetes.
Fueron las garridas mozas de mi ayllu las que guisaron sabrosamente los pescados
frescos para el Tata y sus convidados. Unas traían las chúas humeantes y grasosas con el
caldo de los suchis gordos; otras, servían las tuntas blanduzcas, albas y reventonas. Janita
fue la última. Traía el queso tierno y albino. El Tata, el gobernador Camacho Deza, el faite
cortejeador de la niña Hortensia, todos, hasta la arpía curial, la desnudaron con sus miradas
lascivas los unos y, enfurruñadas y celosas, las otras. Ella era apenas una linda wallatita,
que triscaba en las moyas a medio quemar, tras la majada de sus ovejas o juntaba gozosa
sus labios con el belfo tibio y sedoso de la “chitaca” predilecta. Ella corrió cohibida y fue a
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ocultar su pudor de imilla codiciada. Reparé que al Tata rijoso le susurraba taimadamente
el gobernador.
- Señor doctor- le dijo aquél-, usted está ya de vuelta, mientras que yo recién...
- Es que, amigazo, yo también soy pescador...pero de almas- guiñó cazurro.
Cuando el sol se hunde tras los cerros granates que se apeñuzcan al Oriente, nuestro
ayllu es acongojador; el río hondo y plúmbeo tiene estertores de pesadilla. Gasta el
atracadero, que se abre en rampa; parece un bostezo de la pesadumbre acuática.
Los alqamaris con tardo vuelo aterrizaban hambrientos y grotescos. La cabalgata de
los mistis se perdió, polvorienta y vibrante, detrás de unos médanos de paja rala. Sentí un
odio terrible por estos otros alqamaris que iban tramando contra Janita alguna felonía.
Pero, también tuve repugnancia de mí mismo; me odié y eché en mi cara mi condición
servil y cobarde. Reventó en mi paladar un sabor agrio y envenenador como el fruto de la
taqachila. Blasfemé contra mis padres, que nunca alzaron sus puños crispados contra sus
explotadores y, más bien, ahinojados recibieron zurriagazos y golpes y; el cura mismo, en
vez del asperjeo del agua bendita, les mandó echar con orinales porque pidieron un poco de
tierra en el cementerio para la sepultura de mi abuelo. Escupí con rabia contra esta tierra
yerma y el horizonte lontano en cuyas lindes se alzan, como pechos tetones, las montañas
azules, guarida de hombres brunos y tal vez felices. Mi odio les ha ido mordiendo los
talones como un perro hambriento; se agazapará en un rincón cualquiera para
estrangularles a dentelladas feroces. Así pensé aquella tarde lejana; así nació un clamor
bronco en mi sangre y desgarró con terquedad de rebeldía vital mis vísceras de indio
siempre humildoso y servicial para con los condenados mistis.
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Janita, la linda wallatita de mi ayllu, aquélla para quien recogí los más dulces
sankayos y le di todo mi cariño veinteañero junto con los pichones de las choqas y el
cestillo de mimbres con los apetitosos pasanqallas; aquélla por la que se derramó, como un
río de música y ensueño, por las abras y los riscos, la voz melodiosa de mi pinkillo, fue
llevada como “camani” donde el cura, y no a vuelto más al ayllu. Ha olvidado la almilla de
bayeta color ayrampo y el rebozo de cordellate por algún trapo costoso que merca con sus
caricias de barragana.
Me han llovido después muchas injurias y mis espaldas sufridas conocen los
chicotazos del rabioso gobernador y la apaleadura de los sayones del gamonal Bragazas,
porque no dije quién fue el que incendió la finca Kamqata.
Los días se queman como manojos de t’olas secas. Y el cuerpo se consume
queriendo darle un poco de calor a los surcos resecos y remojar las pequeñas semillas, tan
desnudas como nosotros, con el sudor y las lágrimas salinas de nuestra brega miserable.
Vienen las heladas con sus anchas patas de cristal y de silencio a aplastar los brotes
anhelosos de vida, los gérmenes que rompen la parénquima. Viento, heladas, hambre...
siempre hambre. ¡Y en las fiestas de San Taraco algún ajo....! Viril contra el destino, contra
los hombres sumisos. Miserable desquite que rebota contra el rollo de la plaza y las casas
de calamina. Luego, la vida jadeante y pisoteada, filtrándose por todos los rincones,
rezumando hasta de las piedras.
II La estepa en llamas
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Una mañana fresca de Chullunkus y de trinos se perfiló la recia silueta de Sotelo Jallasi en la puerta
de mi putuko. Me traía la gran noticia: mi corazón se abrió de par en par y por él entró una frescura
de alba que me remojó de rebeldía y coraje el cuerpo y el espíritu, de una sola vez y para siempre.
Hemos vencido en Huancané –explicaba serenamente Jallasi-. En total somos 70
mil indios de todos los ayllus. En Samán hemos incendiado los trojes de la hacienda
Esperanza después de coger todo lo que necesitábamos. El gamonal Dueñas y su machona
han fugado a Juliaca. El cura y algunos paniaguados de Dueñas nos han fogueado desde la
torre de la iglesia; por eso hemos metido fuego, todavía está humeando. Llegaremos a
tomar a sangre y fuego este nido de explotadores. ¿Qué te parece? ¿Que piensas hacer?
- ¿Quién los guía, quién es el jefe?- le grité casi con sofoco.
- Es Rumi Maki, nuestro hermano. Es como nosotros indio.
- ¡Rumi Maki, Rumi Maki...! La mano de piedra, la mano justiciera, la que cundirá
como una galga a todos los gamonales, pensé con venganza fila como una cuchilla. Me
alisté sin titubeos en las fuerzas del Gran Inka.
La venganza recién me sabía dulce; tantos años de humillación debía de reventar de
algún modo y he aquí que ha estallado en oleadas de sangre y de fuego.
Entrábamos a saco en las haciendas, requisábamos ganado para el rancho de las
tropas indígenas; en caso de resistencia, quemábamos caseríos y capillas, guindábamos a
los pobres diablos mistis, lambones de los gamonales que no pudieron ganar camino a
Juliaca. Todo el Collao tembló de coraje y rabia. Sólo los gamonales se cagaban de miedo.
Con el rifle cordial entre mis manos me sentí hombre de veras: macho, fuerte y vengador.
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La corneta de los milicianos indios hizo galopar mi sangre con furor marcial, y fue un
clamor de mi raza, el bronco sonido del pututo desgalgado desde los cerros riscosos.
A la madrugada de un jueves, Samán quedó en escombros humeantes. Otro día
caían Taraco y Chupa; fueron capturadas las majadas de ovejas, y las tropas de burros que
una pandilla de ladronzuelos del pueblo habían arreado de todos los ayllus aprovechando
de que los indios estaban alzados. El Tata Cura, mi rival, y el gobernador han
desaparecido. Se los tragó la tierra.
III La ruta de los huesos.
En Ayabaca están todavía blanqueando la pampa, los huesos de los que fueron copados.
Regimientos de soldados se echaron sobre el Kollao para terminar con los indios
revoltosos. Las ametralladoras tabletearon días enteros barriendo como a briznas a los que
bajaron de las alturas para enfrentarse, heroicamente, contra sus hermanos y parientes
armados de fusiles y previamente envenenados de odio y de alcohol contra nosotros. Nos
aplastaron sin misericordia, a hierro y fuego. La pampa se encharcó de sangre. La
venganza fue bestial y tremenda. A las madres les cortaron las tetas, a los prisioneros les
arrancaron la lengua porque supieron alentar a sus camaradas; los niños, llokallitos
hambrientos y pavoridos, fueron castrados y las chukllas eran montones de cenizas que
esparcía el viento como un mensaje de muerte y desolación sobre el yermo infinito. Gleba
arrasada y ensangrentada. De todas partes manaba sangre, corroía la gangrena de los
mutilados ululantes. Miseria jadeante, hambre que tritura las entrañas. Gritos de dolor que
se arrastran entre las piedras filudas y los espinos hasta caer desfallecidos. Alguno que ha
zafado del círculo de la muerte, vaga como una sombra entre los riscos y las apachetas
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haciendo vida de alimaña, mientras patrullas de gamonales asesinos galopan por la ruta de
los huesos husmeando carne fresca de indio.
Éste fue el saldo de nuestra justicia armada y es también la primera enseñanza
revolucionaria. Para la próxima, que viene a rastras, ya sabemos cómo se debe pelear y con
quiénes debemos estar codo a codo. ¡Aplastaremos a todos los gamonales y con la cal de
sus huesos amarillentos y carcomidos construiremos hogares limpios y alegres!
IV Mandato
Esta llovizna de abril me esponja el alma. Siento que todo el Kollao está con los oídos
alertas, venteando todos los ruidos que traen mensajes de esperanza y libertad. Está listo
para el galope como el Sunicho trotón del qarabotas. Espera con ansia la voz de orden.
¡Otra vez se han levantado los indios! ¡Arriba todos los ayllus! Ahora no vamos
solos. Los trabajadores de las fábricas están en huelga. Se arman. Y los soldados
desertados de sus cuarteles, con fusiles y ametralladoras, van a sus ayllus a formar
guerrillas de indios. Arriba los luchadores del Perú nuevo, del Perú sin explotados. ¡Arriba
los indios! Y este mandato vendrá como viene el sol a tostarnos el cuerpo magro, y como
está llegando este aguacero tableteante y el olor pugnaz de esta tierra húmeda, después del
hedor que nos asfixiaba: hedor a chamusquina, a sangre podrida de matanza, al tufo de los
alqamaris hartos de carroña. Sólo estas palabras malditas me están quemando la lengua:
Los gamonales son fuertes. Son fuertes porque nuestros hermanos disfrazados de soldados
nos asesinan. Por eso los gamonales todavía nos escupen su rabia en plena cara, nos
queman con su odio cavernario. Mientras que nosotros ávidamente miramos el cielo
68
siempre fosco, las nubes, el sol. O atisbamos una hilacha de luz desde las rejas de las
mazmorras con los bofes molidos, o contemplamos el zanjón de la vera del camino que
está lleno de huesos pulverulentos; o mirando los wachos de matas raquíticas de papas
pensamos, acongojados, en las garras del hambre que nos ha de despedazar. Así y todo,
nuestros corazones son puños erguidos hacia el destino y ¡nuestro destino es triunfar!
Post data
Los papelones de las ciudades, con motivo de nuestra insurrección fracasada, volcaron toda
la bacinica de mentiras y calumnias masticadas y para no averiar la digestión de sus
lectores colocaron, en letras de molde, esta lápida de siglos: “Puno 1914”. En todos los
ayllus del Departamento reina absoluta tranquilidad. Los temores de nuevos
levantamientos han quedado descartados para siempre. Todos los cabecillas y agitadores,
pagados por los enemigos de la Patria, serán sometidos a un juicio sumario y castigados
como subvertores del orden social y de la estabilidad del gobierno. Los vecinos notables
han acordado premiar pecuniariamente a los valientes defensores de la propiedad
sacrosanta y del orden establecido, amenazado por la actitud criminal de las hordas de
indios antropófagos e incendiarios.
De un momento a otro se retirarán las guarniciones de los distritos de Huancané -
El corresponsal de “El Comercio”, Lima -... Rumiando estas cacas se duermen
plácidamente los gamonales. Pero no saben que despertarán con la soga al cuello. Ahí es
cuando quisiera ver las caras de estos hijos de pu...na.
- 0 -
(*) Extraído de la Antología del Cuento Puneño del Dr. Samuel Frisancho Pineda
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Escribió varias narraciones en la revista Kúntur del Instituto Americano de Arte del
Cusco; pero, la que goza de mayor prestigio es "La estepa en llamas", que es el relato más
representativo de su creatividad, de notable contenido político-social y amor por el terruño.
2.1.4. MATEO JAIKA
Nació en Puno el 23 de marzo de 1900 y murió en Lima en 1977. Es el seudónimo
de Víctor Enríquez, un narrador puneño talentoso, dedicado a la producción de cuentos de
factura real-maravillosa, en cuanto y en tanto, reproducen una característica básica del
pensamiento andino, poblado de seres extraordinarios, espacios alucinantes, acciones
increíbles y desaforadas y de aparente irracionalidad, desde una mirada occidental; pero,
que se condicen exactamente con la sustancia misma de la forma de ser, pensar y hacer de
los antiguos peruanos y pobladores actuales de los Andes. Toda la literatura oral y, la
narrativa escrita de muchos escritores anteriores a Mateo Jayka tienen esta característica.
Podemos citar los textos escritos por Adrián Cáceres Olazo, Vicente Cuentas Zavala,
Víctor Echave Cabrera, Benjamín Dueñas Tovar, Francisco Chukiwanka Ayulo, Lizandro
Luna, José Franco Hinojosa, Román Saavedra, Mario Franco Hinojosa, José Portugal
Catacora, Julián Palacios, Emilio Romero, por citar algunos nombres. Sin embargo, no
vaya a creerse que la literatura puneña contemporánea lo haya abandonado. Bastará con
que se lea Los Dioses de Omar Aramayo, algunos cuentos de Zelideth Chávez, Feliciano
Padilla, Jorge Flórez-Áybar, para confirmar la presencia de lo real-maravilloso en la
narración puneña.. Jayka perteneció al Grupo Orqopata y anduvo de la mano de todos los
integrantes de este prestigioso grupo literario. Publicó el libro de cuentos "Kancharani", y
muchos de sus relatos han sido traducidos a lenguas extranjeras. "Los pescadores del
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Titikaka", "Las Lechuzas", son cuentos dignos de una antología nacional, por su
profundidad y por el manejo del lenguaje. Sin ninguna duda, Mateo Jaika, junto con Emilio
Romero son los narradores más dotados y talentosos de esta etapa. Toda su producción ha
sido reimpresa en Lima, en 1969, con el título de “Relatos del Collao”, con un esclarecedor
prólogo del maestro de la crítica literaria en el Perú, don Estuardo Núñez.
Creo que la narrativa puneña anterior a la contemporánea, con un criterio
jerarquizante puede mencionarse en este orden: Mateo Jaika, Emilio Romero y Román
Saavedra (Eustaquio Kallata). De los tres, por falta de publicidad y fallas de comunicación,
sólo Emilio Romero ha sido conocido a nivel nacional. Por esta razón, la crítica
especializada de Lima y las ciudades cosmopolitanas, desconoce la producción de Mateo
Jaika. Ha faltado divulgar estas producciones. En general, se ha dicho que Puno es tierra de
poetas, pero no de narradores. En un sentido lato esto tendría algo de verdad, no obstante la
presencia de Jaika, Romero y Saavedra en la etapa de iniciación de la narrativa puneña.
Contrariamente, Puno cuenta con poetas de merecido reconocimiento por la crítica
nacional, tal como Alejandro Peralta, Luis de Rodrigo, Carlos Dante Nava, Carlos
Oquendo de Amat, Gamaliel Churata, Efraín Miranda, sin contar a los poetas que vienen
del Grupo Oquendo para adelante. Desgraciadamente, de narrativa no podemos decir lo
mismo. Ninguno de los mencionados, salvo Romero Padilla ha sido conocido, pero no se
ha convertido en un gran exponente de la narrativa peruana. Ha continuación el texto
completo de uno de sus cuentos más representativos:
LOS PESCADORES DEL TITICACA (*)
I
Esto sucede en uno de los veranos de la meseta del Titicaca.
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Después de una noche de lluvia torrencial, aún amaneció encapotado el cielo. Una
claridad turbia iluminaba el ambiente dando al lago una tonalidad lechosa. Los cerros
azulinos de la bahía y su raquítica flora, se mostraban como entre tules.
El viejo Timoteo, de tez cobriza y ralísima barba cana, vestía pantalón de cordellate
negro, camisa de tocuyo con mil remiendos y sombrero ovejón de falda caída.
El anciano pescador paró su balsa entre las temblorosas totoras de la orilla. Sus
ojillos vidriosos avizoraban la superficie tersa del lago, que el céfiro matutino hacía
ondular levemente.
Escuchaba atento la música semidivina que la brisa mañanera, mezclada con el canto
de las aves lacustres, sinfonizaba en los totorales.
Después de embutirse un acullico en la boca y guardar la chuspa en el pecho se
paró, y cogiendo el remo hizo surcar su balsa por entre el totoral. En medio del lago
extendió sus redes. La ligera embarcación surcaba el agua, como un cincel sobre una
lámina de metal bruñido.
La luz solar se habría paso entre las nubes, aumentando la claridad lacustre y
tornándola en claridad.
De pronto comenzó a tirar la red. El diestro pescador la cobró. Los peces se movían
como una sola masa viva; y al ser vaciado sobre la balsa, las bogas, los umantos y los
carachis, se retorcían y saltaban ofreciendo sus vientres blancos a la alba claridad del día.
72
Al dar las últimas remadas en la opuesta orilla, recibiéronle chillando y voloteando una
bandada de gaviotas. A esa hora poblaban ya la orilla cenagosa los patos huraños y las
rosadas pariwanas garbosas.
El viejo Timoteo se arremangó los pantalones hasta las rodillas; chimbando el agua
empujó su balsa a tierra, donde lió sus aparejos.
De su vivienda salieron a recibirlo, su perro peludo, sus seis nietecillos harapientos,
y su vieja de pollera colorada y montera de cuatro puntas, con las mangas de su camisa de
tocuyo remangadas hasta los codos.
El perro ladraba saltando de contento, los chicos le pidieron el remo y la malla, y la
anciana el atado de pececillos.
Al descubrir el bulto, los rapazuelos que vieron que los peces aún se movían,
cogieron a los más saltones y los sumergieron en la palangana de barro cocido, donde
aquéllos tomaron su posición normal y comenzaron a mover sus aletas o bogar con
agilidad. Los muchachos se maravillaban con esas cosas a la vez que se miraban en el
espejo del agua.
La anciana cogió los peces más rollizos y después de destriparlos y desescamarlos,
los embutió en una olla de agua hirviente, agregando papas peladas, rajas de cebolla y ají
molido. Revolvió y avivó las brasas del fogón con un palito y sopló fuertemente con un
tubo de lata.
73
La viejecita hizo cocer el almuerzo y lo sirvió en platos de barro cocido. El caldo
sabroso de las bogas despedía un olor de lo más provocativo. Reunidos todos alrededor de
la olla, engullíanse la carne blanca y delicada de los peces, arrojando solamente las
espinas. Cuando estuvieron ya hartos, los chiquillos fueron a despircar los corralones de las
ovejas que balaban desesperadamente; la vieja desató las vacas que estaban atadas a las
picotas, para llevarlas a apacentar en la orilla. El anciano cansado se metió en su vivienda a
recobrar el sueño perdido.
II
Por el borde de las chacras floridas y los habales perfumados, los mozos y mozas de la comarca,
batiendo al aire sus banderas peruanas y wichiwichis floreados, bailaban cantando la alegre wifala al
son de la música alegre de sus charangos. Esta fiesta la ofrecen los indígenas en los días siguientes al
carnaval, época en que toda la meseta gris, árida y silenciosa, se torna verdusca, florida, rumorosa y
perfumada; época en que el cielo, perennemente pardo se deshace en lluviecitas con sol y cambia en
azul turquí; época en que los arroyos, las vertientes, los manantiales y las olas cantan con más alegría,
así como los pajarillos a los totorales.
El viejo Timoteo enfiló las bogas en una lata que luego colocó sobre unas piedras
que hacía de fogón improvisado, donde embutió cuanto charamusca encontró a la mano. Al
comienzo una humareda espesa lo asfixiaba, pero después le llenó de contento una llama
viva chisporroteante, clara y el agradable olor a pescado que se asa en ese olor a frituras
que el viento colecta e impregna en el espacio.
Al atardecer las nubes iban haciéndose más espesas y los chorlitos se cruzaban en
bandadas. Cuando el vientecillo que anuncia tormentas corría por las pampas, los cerros y
74
el lago, volvieron la anciana y los chiquillos con sus rebaños, que fueron apresuradamente
a encerrarlos en los corralones. Apenas llegaron a la cabaña se asomaron al asado y se
pusieron a saborearlo. La viejecita, después de embutirse un bocado se dirigió a la cocina.
Los chiquillos y el viejo al ver que arreciaba más el viento y que se aproximaba la
tormenta, se apresuraron a recoger y a guardar todas sus cosas en las habitaciones. Poco
después se embozaron con sus ponchos y sus bufandas.
El lago se puso furioso, cambió de color y arrojaba a su orilla copos de espuma. Las
gaviotas, que revoloteaban capeando las olas, de improviso descendían para hacerse mecer
por ellas. Los patos y las wallatas, por parejas, apresuradamente volaban hacia occidente y
parvadas de pajaritos también volaban luchando contra el viento.
III
Cuando ya todo se hallaba lóbrego y sólo los lejanos relámpagos iluminaban intermitentemente el
espacio, sopló con más furia el viento y los truenos hicieron temblar la tierra; comenzó una lluviecita
menuda, cantarina; después, se deshicieron nuevamente las lluvias en chaparrones.
A esa hora de borrasca en que parece que a todo el orbe conmueve un cataclismo,
una lechuza comenzó a aletear y graznar en la puerta de la vivienda. De los ancianos que
velaban, el viejo salió a atisbar. Volvió lleno de estupor y dijo a la anciana.
- La lechuza ha graznado en nuestra puerta. Mala señal, ¡malagüero! La
aludida contestó:
-¡Ay! Dios mío qué será.
Y ambos tuvieron la evidencia de una tragedia.
75
Y así fue, aunque parezca mentira. En los días siguientes comenzaron a enfermarse
los chiquillos. El dolor de cabeza, el estómago, las calenturas, los tiró en cama uno tras
otro. Los viejos no sabían con qué sanarlos. El curandero del ayllu recetó pegarles a las
plantas de los pies, papeles untados con clara de huevo, darles cocimiento de ñujcho,
ponerles unas hojas frescas de llantén a las axilas, bañarlos con orines frescos... Todo lo
pusieron, mas, sin resultado alguno. Los muchachos se asaban lanzando ayes que
desgarraban el alma. Tenían los labios secos y las barriguitas hinchadas con manchas
moradas. Los abuelos se pasaban todas las noches en vela y transidos de dolor, sólo
atinaban a interrogarse:
¿Qué tendrán? ¿Qué hacer? ¿Qué darles? ¿Qué ponerles?. ¿Pero qué? Las
preguntas no tenían respuesta, ni el alivio daba esperanzas.
Finalmente apelaron a los rezos y los sahumerios; pero nada, nada.
Todo era inútil y quizás debido a su fatal ignorancia, los remedios que les daban,
acentuaban más la fiebre que los consumía.
Un día se murió el menorcito, le siguió otro, y así fueron desfilando todos los
chiquitos a la apacheta, envueltos en unos jergones con coronitas de papel blanco y
crucecitas labradas en madera bruta.
Después de la muerte de sus hijos, les quedaba el consuelo de sus nietecitos: esos
majtitos rechonchos, vivarachos y traviesos.
76
Pero ahora que se han muerto, ¿qué quedaba? Ya no les quedaba nada en la vida.
Todo les resultaba innecesario: la buena cosecha, la abundante pesca, la pródiga parición
del ganado, el consuelo de su perro, el maullar del gato, la alegría del verano y toda la
maravilla lacustre que otrora constituían su encanto. Las frases consoladoras de su
compañera, tampoco tenían ya esa paz saludable de otros días, ni sus oídos, esa
sensibilidad aguda para escucharla.
No a mucho cayó la compañera de toda su vida; esa naturaleza desgastada había de
resistir menor aún que la de los chiquillos.
Con ese golpe más el pobre viejo perdió el sentido y la conciencia de la vida;
caminaba como un autómata y cuando dejaba de hacerlo se inmovilizaba como los
monolitos. Enmudeció para siempre la comida, la sabía amarga, el agua del manantial se le
ofrecía como hiel, el sol le resultaba quemante y la luna sin poesía y, aunque el lago en la
brisa mañanera, le enviaba algún consuelo, él lo veía negro, negro como el hollín de su
cocina.
Este viejo, perteneciente a la raza de bronce, después de una larga y conmovedora
agonía dejó de existir; sus amigos, envuelto en unos pobres jergones lo sepultaron en una
cumbre, dejándole como recuerdo una cruz de irus.
Hoy sólo el viento lamenta su muerte, y en las noches se lamenta más quejumbroso
aún; tiene razón, porque en la cabaña que antes era un nido de amor y de consuelo, hoy no
existe sino un montón de piedras, terrón y totora.
77
--- 0 --
(*) Tomado de la obra “Relatos de la literatura oral y escrita del Altiplano puneño” de Édwin P. Tito Quispe, Editorial Impresiones Gráficas Repsa, Puno 1997.
2.1.5. VICENTE ACHATA VARGAS
Nació en Puno en ¿1935?. Abogado de profesión y exquisito narrador. Puede decirse de él
que cierra todo un ciclo de narrativa en la región de Puno. Perteneció en los 80, al Grupo
Titikaka, conformado además por Jorge Flórez-Áybar, Luis Gallegos y Alberto Cáceres;
Grupo al cual, se incorporó luego Feliciano Padilla. Sus bellos cuentos "El trompo", "El
mendigo de la catedral", pasarán necesariamente a la historia, como pertenecientes a una
etapa importante de la narrativa puneña. ¿Por qué se dice que cierra un ciclo si perteneció
al "Grupo de los Ochenta"? Por su actitud literaria, por el aparato formal, por el lenguaje,
por la caracterización de los personajes que aunque ya no son indios necesariamente,
todavía mantienen las características de su generación. No obstante ello, todos sus cuentos
son hermosos y encierran una ternura peculiar. Leamos un cuento de su autoría:
EL TROMPO (*)
Vivía en una casona solariega de este querido Puno de antaño, donde nací, crecí y me
formé. Tenía un patio enorme adornado con eucaliptos, con flores de geranios, claveles,
rosas, bocaisapos, girasoles. En un extremo del patio había un manzano y ciruelo, cuyos
frutos eran pocos, pero sazonados y; en el otro extremo, un kolli que nos prodigaba su
sombra plácida.
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Mi padre tenía en una habitación grande su taller de zapatería, y su hermano
llamado Domingo, tenía un torno enorme de madera de color azul con el que construía
muebles de estilo antiguo, con altorrelieves tallados en el mismo torno.
Un día que no recuerdo cuándo fue, pero que me proporcionó la mayor alegría de
mi vida, me dijo mi tío: ¿Quieres un trompo o un bolero? Sin pensar dos veces, le respondí,
los dos. Bueno, vamos a hacerlos, fue su respuesta compasiva. Haber sobrino al torno;
agarras la manivela y haces dar vueltas.
Mientras alborozado agarraba el manubrio del enorme torno, que me pareció en ese
instante, un gigante, como al Quijote las aletas del molino de viento contra las que se
estrelló creyéndolos gigantes con quienes combatir, así mismo, esperaba yo la hora de
batallar. Mi personaje inolvidable se parapetó en el otro extremo de la habitación y colocó
un pequeño tronco en forma de lloque al borde de una pieza de fierro pequeño que formaba
parte del torno y al cual estaba conectado mediante un lazo largo que hacía impulsar el
torno.
Dio la voz de mando: ¡Mueve el manubrio! Me costó un gran esfuerzo que no lo
sentí en ese momento por la emoción que me embargaba de hacer un trompo. Y, ¡suaz!, el
torno se puso en movimiento de rotación como el molino de viento, pero sentía el chirriar
del contacto de un pincel con la madera. Era que estaba tallándolo y dándole forma
simétrica. Seguía moviendo la manivela y seguía el grandioso torno dando vueltas y
vueltas; y ese chirrido era ya agudo, fino, casi imperceptible. A los pocos minutos, a la
orden de basta ¡Qué alegría! ¡Qué gozo! Me mostró en la palma de su mano, mi tío lindo,
un hermoso trompo bien torneado.
79
Sólo faltaba ponerle la púa. Agarró un tornillo y lo colocó en la parte inferior del
juguete que es delgado, a diferencia de la parte superior o cabeza que es ancha. Con dos
golpes de martillo zafó y afiló el tornillo clavado cabeza abajo del trompo. Sólo faltaba un
cordel con qué hacer bailar. Se hizo el cordel bien torcelado. Con él envolvió el cuerpo del
trompo comenzando de la base hasta cubrir parte de la cabeza y; con un tiro de la mano
derecha, el trompo salió de su envoltura como un bólido y al caer al suelo bailó
estrepitosamente para luego clavarse en un solo punto, donde seguía su baile rítmico hasta
dormirse, arrullarse en ese vertiginoso movimiento de rotación sobre su mismo eje,
produciendo un ruido, o más bien, un sonido casi musical como el zumbido del
moscardón, ante lo absorto de mi ser, al espectar este bellísimo juguete de mis recuerdos.
Hoy no existen el taller de zapatería ni el torno; ni mi padre ni mi tío Domingo. Sólo
queda el recuerdo de aquellos mis días juveniles, alegres al lado de estos dos seres
queridos.
-- O –
(*) Tomado de la Revista de Literatura y cultura “Torres de Arena”, publicado por la Editorial Universitaria de la UNA, Puno 2003.
“Este artífice de la palabra, cultor de la expresión telúrica, ha escrito variados cuentos
cargados de honda nostalgia, de recuerdos de la infancia, de sus seres queridos y de las
vivencias con sus semejantes; demostrando en su temática una nítida cosmovisión humana.
Los ha narrado basándose en la realidad antes que en la imaginación; de ahí que escribe
con la naturalidad del agua que corre, siendo la estructura de la composición corta al estilo
de Anton Chejov. Entre sus relatos más logrados está “El trompo”, donde nos presenta las
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escenas más febriles y angustiosas de un niño cuando no tiene a su alcance el juguete más
preciado, y al fin, cuando menos lo piensa lo ve cantar en sus manos... “ (VALDEZ, Jovin;
en Apumarka No 05, UNA - Puno 2004).
2.2. LA NARRATIVA PUNEÑA DE LA ETAPA DE
CONSOLIDACIÓN
La narrativa puneña de la etapa de consolidación oscila entre el neoindigenismo y el
andinismo literario, que según Juan Alberto Osorio pertenecería a lo que la crítica llama
post modernismo. El neoindigenismo ha sido ya caracterizado por el Dr. Tomás Escajadillo
y, adherimos sus explicaciones teóricas respecto a este tópico. En cambio la narrativa
andina, necesita más teorización. Comparte las características del neoindigenismo; pero,
agrega a ellas, el hecho de que sus referentes se sitúan, en la mayoría de los casos, en las
ciudades serranas, donde los personajes ya no son los indios, exclusivamente; sino,
mestizos o personas citadinas con fuerte raigambre cultural terrígena. La narrativa andina
está unida por un cordón umbilical a la cultura andina. ¿Cuáles son los constituyentes
inmediatos de la cultura andina?
"Tiene tres elementos: El elemento indio recreado, el componente cristiano feudal y
los constituyentes derivados de la penetración capitalista" (PADILLA, Feliciano; en
Aportes a la Educación Bilingüe Intercultural, Puno 1994: 42).
En esencia, esta es la cultura andina. La ciudad de Puno, así como otras de la
Sierra, tienen estas características. Lo indio puro no existe; no era posible conservarlo
81
cerrado en un balón para que no se contaminara con otros elementos, como si se tratara de
un elemento químico. Como es un proceso social, naturalmente, en quinientos años, ha
sufrido modificaciones; asimilando, en algunos casos, elementos de la cultura occidental.
Lo cristiano-feudal, supervive en nuestros pueblos, representado por las relaciones
semiserviles aún subsistentes en nuestro país y en las costumbres y tradiciones que se
enseñorean durante las fiestas religiosas, en las que participan "indios", mestizos y toda
índole de habitantes y visitantes, tal como sucede en las famosas fiestas de la Candelaria,
en Puno; de Tata Pancho, en Yunguyo; de Santiago, en Pucará y en todo el Altiplano; de la
virgen de la Concepción, en Lampa, Macusani, Parcaucolla, etc. Lo derivado de la
penetración capitalista se expresa en la utilización por parte del indio y los mestizos, de
maquinarias, insumos y capitales de los países que promueven la globalización de la
economía: radio, televisión, camiones, automóviles, tractores, computadoras, celulares, etc.
El mismo hecho de que el campesino puneño esté dando más importancia al comercio - a
veces ilícito- que a las actividades agropecuarias abonan en favor de la caracterización de
la cultura andina. Entonces, una narrativa que responda a esta nueva situación sociocultural
tiene que llamarse narrativa andina; sin embargo, como se ha dicho, todavía hay discusión
al respecto.
2.2.1. OMAR ARAMAYO
Omar Aramayo nació en Puno en 1947. Su formación profesional la hizo en la Universidad
Nacional San Agustín de Arequipa, donde se graduó de Dr. en Literatura. Fue profesor de
la Facultad de Ciencias Sociales de la UNA-Puno y actualmente es decano de la Facultad
de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Alas Peruanas de Lima. Desde su
adolescencia sorprendió con una poesía nueva y fulgurante. Por esa época, juntamente con
82
José Luis Ayala, Gerardo García, Gloria Mendoza, Serapio Salinas y Percy Zaga,
fundaron, en la década del sesenta, el Grupo Intelectual Carlos Oquendo de Amat.
La crítica especializada sabe, sin duda, que Aramayo es un buen poeta. En general, hay
coincidencia para calificarlo de gran poeta nacional. Se trata de un escritor muy apreciado en la
ciudad de Lima y el país, por los poetas de su generación y las promociones más jóvenes. Sin
embargo, casi nadie ha hablado de la otra faz de su arte: la narración. Sabíamos que escribió una
novela – aún inédita -, cuyo fragmento se publicó en la Revista de Literatura Latinoamericana con el
título sugestivo de Glu Ekerekedá; y nada más.
Sin embargo, husmeando en el quehacer literario de Aramayo encontramos un libro de
cuentos titulado “Antes de los mil días de la muerte que estuve bajo un árbol de diamantes y
perfume”, editado en 1971, por Ediciones Lámpara Azul, en los talleres gráficos “Cantuta” de la
ciudad de Lima, con unas palabras de presentación de Dora Bazán, la esposa del prestigioso escritor
Ciro Alegría. Se trata de un libro de muchos cuentos, 9 de ellos llevan títulos como los siguientes: Yo
no la maté, Los abuelos, Soy una niña, Ladro, La ballena, La lluvia, Animal en tantos tiempos,
Diario: 7-13 de junio, 69, Los mil días. Otros títulos de cuentos están ilegibles en la copia fotostática
que tengo a la mano, salvo que se trate de textos sin título. Una primera mirada de los cuentos nos
habla de un estilo surrealista, que ya había observado en la escritura de su novela, de la que hice
alusión anteriormente, y en Los Dioses. Para comprobarlo léase el siguiente cuento:
83
LOS MIL DÍAS (*)
Les voy a contar algo de los mil días de la muerte que estuve sentado bajo un árbol de
diamantes y perfume.
Primero fue una capa delgadísima de aceite que nubló mis ojos, y se fue
descomponiendo en colores, millones de colores, tres veces más fuerte que el rojo vivo,
docenas de matices de violeta, rosado, colores, colores, y luego fueron apareciendo
monstruos pequeños.
Y, luego un pez me dijo buenos días lo nombro ministro cuánto cuesta este perro pague su
boleto pague su boleto, suba a mis agallas, agárrese fuerte, el viento le abrirá la cara como una fruta,
como una fruta, en qué país le gustaría vivir bajo qué árboles anidan los relojes que son pirámides y
ruedan como ruedas y ya nada, pero hay una posibilidad, es una fiesta, ha muerto un niño, aquí hay
maíz, carne de llama, chicha de quinua, hártate hermano, quinua, tantos granitos de quinua como ojos
de gorrión hinchando tu estómago mirando a través de tu estómago, bosques que se venían como
flores cayendo por cataratas y ruiseñores de la edad media y conquistadores con corazón plegable de
acero como un abanico y con gemas en las uñas, reyes, la tierra está poblada de reyes y hay un
súbdito, sólo un súbdito, todos son reyes, todos tienen imperios, palacios, pero sólo hay un súbdito, y
ese eres tú, te partirán con hachas y luego te asarán.
Te gustan las prostitutas? y después me entregaron a una mujer de ojos bellísimos,
incandescentes, que me quemaban la piel, me quemaba con su mirada y comencé a derretir
y después fui agua deslizándome por entre sus labios, y era agua, agua, agua deslizándome
84
por entre sus entrañas y saliendo por su sexo, por sus senos y enroscándome entre sus
cabellos como cientos de miles de millones de gusanillos, comiéndola, carcomiendo su
nariz y sus orejas y después estuve solo.
Solo. Y muy lejos, muy lejos, había un árbol, lejos, un árbol, y después caminé
siglos, lejos hacia ese árbol y en el camino nada, no había ni casas ni cielo, y después no
había piso, sin piso, me ahogaba, pero caminaba hacia ese árbol, del horizonte, no hay
horizonte, sólo el árbol.
-0-
(*) Cuento extraído del libro “Antes de los mil días de la muerte que estuve bajo un árbol de diamantes y
perfume, de Omar Aramayo, Ediciones Lámpara Azul, Lima 1971.
“Los mil días” es el último cuento del libro “Antes de los mil días de la muerte que
estuve bajo un árbol de diamantes y perfume”. Desde el título hay una intención de
comenzar con metáforas y símbolos, y a esta orientación se adecuan todos los cuentos. Por
eso, el lenguaje es surrealista. El mundo formalizado, los personajes y las acciones,
también lo son.
En la obra “Los mil días”, emergen imágenes espectrales de una conciencia alucinada:
Primero una delgadísima capa de aceite que nubla los ojos del narrador-personaje que
luego se descompone en millones de colores y monstruos. Segundo, un pez lo saluda y lo
nombra ministro y, sucesivamente, aparecen un perro con agallas, un niño muerto, granitos
de quinua como ojos de gorrión, ruiseñores de la edad media, la tierra poblada de reyes con
un solo súbdito. Y ése eres tú, exclama el narrador.
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Luego, con un despropósito propio del surrealismo, le entregan una prostituta, ante
quien el narrador se convierte en agua que se desliza por sus entrañas, por su sexo y sus
senos. En medio de este drama alucinante, a lo lejos observa un árbol, que parece ser su
tabla de salvación. Camina y camina muy lejos en pos de su sombra protectora, pero, no
alcanza al árbol que al final aparece solo en el horizonte. El narrador queda atrapado en sus
propios delirios.
Como se ve no hay un espacio físico determinado. Más bien, se trata de un mundo
psicológico aturdido, confuso y atormentado. De él emergen personajes disímiles y asombrosos que
parecen no tener relación alguna, o una analogía que los vincule. Por lo visto, no se trata de un cuento
clásico indigenista ni andino, sino de una escritura distinta y compleja. Los textos son prosas poéticas
donde el universo narrativo es un caos enajenado y, en el que, el tiempo y el espacio juegan al
absurdo para lograr el objeto enmarañado de su proyecto estético. De este mundo onírico, de esta
pesadilla sobrecogedora irrumpen desenfrenadamente sus personajes espectrales, una acción
incoherente y un tono misterioso, que el autor arranca de su lira para hilar los textos por medio de
imágenes que, a veces, enredan la comprensión del lector no cultivado. Todos los cuentos tienen estas
características, salvo: Ladro y La lluvia, que son de fácil comprensión. Debe hacerse una aclaración
necesaria: No confundir al autor con el narrador que el primero crea para contar la historia. La
irracionalidad y el casos no vienen del autor, sino, del narrador que es un elemento inventado
El libro de cuentos “Antes de los mil días de la muerte que estuve bajo un árbol de
diamantes y perfume” fue publicado en 1971. Hay tres aspectos básicos que anotar:
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1) Esta obra aparece mucho antes de los libros publicados en la década del 80 por Luis
Gallegos, Feliciano Padilla, Jorge Flórez-Áybar y otros de la generación, cuya
característica fue la de desbrozar un camino para allanar el comienzo de lo que ha
venido en llamarse “narrativa andina”, que traslada el centro de interés de los
cuentos, de las zonas rurales a las urbes serranas, donde el protagonista ya no es
obligatoriamente el indio, sino, el poblador citadino que lucha denodadamente por
abrirse un camino en un mundo cada más complejo.
2) En “Antes de los mil días de la muerte que estuve bajo un árbol de diamantes y
perfume” no hay alusión al indio; su referente es la ciudad industrial. El estilo es
distinto y distante del que utilizó la narrativa indigenista puneña hasta los setentas,
época en que los escritores todavía se regodeaban con el telurismo, paisajismo y
cosmogonía indígena.
3) Postulo la idea de que Luis Gallegos es la bisagra entre la etapa de iniciación y la
de la consolidación de la narrativa puneña. Así lo planteo en mis disquisiciones y
amplío este concepto en el acápite correspondiente a este narrador. Si esto es así,
quiere decir que Omar Aramayo se adelantó a los narradores que aparecieron en los
ochentas. Tiene las características de las narraciones puneñas de fines del 80, la
década del 90 y del siglo que comienza. El cuento “El cangrejo” del joven narrador
Adrián Miguel Cáceres sería un texto con el cual se podría trazar una relación de
similaridad, de acuerdo a los rasgos estilísticos de ambos textos, con la aclaración
de que la línea argumental del texto de Cáceres es más definida. Por esta razón, aún
habiendo editado en 1971, se le ubica en una época posterior a la que le
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corresponde por el año de publicación; vale decir a la etapa de consolidación de la
narrativa.
Y, husmeando más en el arte de Aramayo, se conoce que muy pronto, nos sorprenderá
con un libro extenso de cuentos intitulado El Gallo de Cristal que, al momento de
concluirse este trabajo, se encuentra en edición.
2.2.2. LUIS GALLEGOS
Este narrador puneño nació en Ilave, en 1923. Publicó Q’oñi K’ucho (Cuentos del rincón
caliente), Las Voces del Viento, Barlovento, Las Minas del Diablo, Las Plagas y el
Olvido”, La Orgía del Moro, Tiempo de Amores en Saucamarca”, “El coronel de la espada
virgen”, entre otros.
El estancamiento de la narrativa o, más propiamente dicho, el ensombrecimiento de
la narrativa de iniciación por parte de la poesía puneña, que siempre fue de primera
categoría y de gran aceptación a nivel del país, fue quebrantado con la edición de "Dicen
que nos van a dar tierras (Cuentos de Q`oñi K`ucho) y otros relatos", impreso en la
editorial "Samuel Frisancho Pineda", Puno 1983. Anteriormente, sólo Omar Aramayo se
había atrevido a romper esta hegemonía con la publicación de su libro de cuentos “Antes
de los mil días de la muerte que estuve bajo un árbol de diamantes y perfume”, editado en
Lima por Ediciones Lámpara Azul, 1971, de circulación restringida; por lo que se conoció
más en Lima que en la ciudad de Puno. Por el contrario, Luis Gallegos publica en Puno; en
la práctica, es quien rompe ese predominio poético con su libro de cuentos “Dicen que nos
van a dar tierras”. El libro de cuentos de Aramayo no se conocía en la ciudad lcaustre.
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En esta obra hay cierta preocupación por el uso de técnicas narrativas, tales como la
inserción de algunos monólogos interiores y racontos en la estructura de los cuentos,
aunque, lastimosamente, el trabajo ficcional aún no sea adecuadamente elaborado y el
trabajo del lenguaje todavía deje mucho que desear y no muestre sus excelencias. Luis
Gallegos, desde su primer libro (1983) hasta su última publicación: la novela “El coronel
de la espada virgen” (2005), no ha podido aún deslindar la línea que separa la ficción de la
realidad. Sus narraciones pretenden reflejar la realidad tal cual es y con esta actitud hace de
que su literatura abdique a su condición literaria o artística. Sin embargo, Gallegos intenta
ensayar algunas técnicas que significan no solamente una modificación de la forma, sino
también de la temática. Gallegos aborda los problemas económicos y políticos tanto de la
ciudad como del campo, con una vena y sonrisa sarcásticas, utilizando todos sus recursos
para satirizar las lacras de la burocracia y las mezquindades de los politiqueros, que a decir
del discurso político inserto en el texto, "con su demagogia han sumido en el atraso al
Departamento de Puno".
Es cierto que sus planteamientos y preocupaciones narrativos no alcanzan en él su
máxima expresión estética como después va a suceder desde Jorge Flórez-Áybar hasta
Christian Reynoso, pasando por José Luis Ayala, Omar Aramayo, Zelideth Chávez, Elard
Serruto, Adrián Cáceres Ortega, Bladimiro Centeno, etc. No obstante, nadie puede negar
que Luis Gallegos desbrozó un camino y puso a la narrativa en el centro de interés de los
intelectuales y críticos, después de una larga etapa en que la narrativa había sido anulada
por la poesía: indigenista de los Orqopatas, poesía surrealista de Oquendo de Amat, poesía
mixtificada (cholista la llama el Dr. Juan Luis Cáceres Monroy) de Dante Nava, poesía
esencial de Efraín Miranda, la poesía del Grupo Oquendo y el trabajo poético de fin de
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milenio. Vale decir, Gallegos lo desempolvó y tuvo la virtud de reiniciar el cultivo de este
género, luego de muchísimos años en los que nadie lo practicó, salvo Vicente Achata.
Léase algunos criterios que Jorge Flórez-Áybar escribe en el prólogo de aquella primera
obra:
"El libro encierra una fuerza testimonial increíble, leerlo es una forma de recrear la
realidad vivida, es una forma de adentrarnos al universo andino de Luis Gallegos, no para
tomar al aborigen como un pretexto para restaurarlo, de ninguna manera; en cada uno de
sus relatos donde aparece, es un personaje más en la escena de la vida altiplánica. Luis
Gallegos tiene la particularidad de mostrarnos cuadros vivientes de miseria, de
humillación, de explotación, de corrupción política y administrativa (...) Por eso creemos
que el relato es el vehículo idóneo para dar a conocer nuestra realidad, achicando de este
modo el campo visual para escrutar mejor el trasfondo social que encierra la obra de arte"
(FLOREZ-ÁYBAR, Jorge, 1983 :4).
En 1986, en la editorial Santa María de Tacna, ha impreso la segunda edición de
"Cuentos de Q`oñi k`ucho, volúmenes I y II. Posteriormente publicó "Las voces del
viento", "Barlovento" y "Las minas del Diablo y otros cuentos". En estas últimas obras
Gallegos, sigue en lo suyo. Su vena humorística parece inagotable, porque se luce a
chorros dentro de un realismo social propicio para las puyadas y para la captación rápida
de sus argumentos e intenciones. A nuestro criterio, sus cuentos relacionados con
problemas indígenas y con la cultura andina son más sólidos tales como: Caminante
fundador de pueblos, El músico Juan Chili, Cleto Foraquita, el narrador --todos ellos
publicados en el libro "Las voces del viento"--. Aunque, también, es digno de ser mencio-
nado el cuento: El cojudiómetro, cuyos personajes son burócratas y técnicos de la ciudad.
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La segunda edición de "Dicen que nos a dar tierras" o Cuentos de Qoñi k'ucho, trae
el prólogo de Enrique Cuentas Ormachea, de quien se toma algunas líneas para conocer sus
impresiones:
"Hay denuncia y protesta en el cuento inicial ‘Dicen que nos van a dar tierras’, en
el que se refiere al fracaso de la reforma agraria instaurada en la época del septenato, que la
presenta como una farsa que montaron los ingenieros y técnicos que, convertidos en
burócratas engañaron al campesino diluyendo el propósito de reivindicación del agro en
favor de éste. Hítler Díaz representa al burócrata de extracción burguesa que por sus
vinculaciones personales con la cúpula del gobierno es designado jefe, a cuyo cargo está la
reforma agraria en la zona; Lorenzo Quispe y Toribio Huallpacondori personalizan a
quienes, pese a su origen campesino, luego de adquirir una profesión, ingresan al aparato
burocrático y dejando de lado sus ideales de juventud, sólo buscan su acomodo,
convirtiéndolos en los 'hombres-corcho' que flotan en todas las aguas... (CUENTAS
ORMACHEA, Enrique, 1986:6).
Luis Gallegos, en todos sus libros de cuentos, se muestra como cultor de un
realismo decimonónico. Utiliza el relato para reflejar la realidad, sea para denunciar y;
muchas veces, a guisa de testimonio, para zaherir, como se ha podido colegir de los
comentarios que anteceden a este párrafo. Todo lo dicho confirma que Luis Gallegos es el
puente, la bisagra entre aquella etapa y la narrativa de consolidación. Últimamente publicó
una novela titulada "Las plagas y el olvido". Léase algunos fragmentos de un artículo
publicado por Padilla sobre esta obra:
91
"Leer el libro Las plagas y el olvido de Luis Gallegos es aproximarnos a la historia
de Puno de los últimos cien años; vale decir, a nuestra propia vida. Los lectores según sus
edades, tendrán oportunidad de retornar a los acontecimientos que conocieron, o que
protagonizaron, en algunos casos. Es más podrán reconocer a los principales personajes de
nuestra historia, o reconocerse a sí mismos, quizá no sin avergonzarse, por haber
participado voluntaria o involuntariamente en estos hechos que ahora, después de tantos
años, nos causa cólera o simplemente risa, ya que Gallegos, haciendo uso de un humor
punzante, fustiga duramente, en tanto y en cuanto, ha conocido plenamente los hechos, sea
porque participó, como en el caso de la reforma agraria, sea porque confidentes dignos de
crédito se lo contaron. Este libro es un testimonio de la época que le tocó vivir a Luis
Gallegos. No conocemos a ningún otro escritor puneño que haya sintetizado en un libro de
211 páginas la historia de un siglo de nuestro pueblo. En mi criterio se requiere gran
esfuerzo y audacia para acometer gigantesca empresa y, Gallegos lo ha logrado para
satisfacción de sus paisanos, lo cual es sumamente meritorio. En este libro se registra
nuestra historia desde la llegada de la locomotora a la ciudad de Juliaca en 1874 hasta
nuestros días (...) La gran mayoría de las secuencias de esta obra ya nos habían sido
narradas en relatos anteriores que conformaron libros publicados desde 1983 a la fecha,
salvo la historia del Frenatraca(...) Ahora, los señores críticos tendrán oportunidad de
discutir acerca de las relaciones entre una realidad histórica y la fabulación literaria;
tendrán que reflexionar sobre los presupuestos distintos de cada entidad; sobre la necesaria
distancia que debe haber entre la realidad y la ficción y; la manera cómo esta materia -la
realidad-, al admitir un "elemento agregado", se convierte en literatura... (Padilla, “Opinión
sobre dos novelas puneñas”, en Apumarka No 02, Puno 1999).
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EL COJUDIÓMETRO (*)
Illinois, 4 de julio de 1992.
Señor:
Felisario Inkawanaku
QOLLASUYU
Dear Felisario:
Hace tiempo que no te escribo, no es que no piense en ti, sino que es por falta de
tiempo. Regresando a los Estados Unidos de Norteamérica, después de haber permanecido
seis años en el Qollao, que es para mi una experiencia de truenos y rayos, precipitándose a
diario en todo el ámbito de ese mundo altiplánico, te escribo esta carta.
Aquí, en Illinoes, más de dos millones de personas habían llegado como inmi-
grantes desde el año 1980, en que viajé a tu país. No solo norteamericanos de Nueva York
y del Este, sino también mexicanos, vietnamitas, coreanos, persas y chinos de Taiwán;
inclusive refugiados como los Zomosa y los parientes de los dictadores caídos en Medio
Oriente, en América Central y en el Asia; también encontré a unos peruanos parientes de
los De la Piedra, dueños de Pomalca. ¡Imagínate! todo esto ha pasado en seis años que
permanecí en el Qollasuyo.
Ahora estoy tratando de integrarme de nuevo a la vida norteamericana, aunque esto
es difícil. Acá, nosotros, no tenemos la psicología de la inflación, lo que es muy necesario
para saber explicar y comprender, cómo en el Qollasuyo los precios se multiplicaban por
mil, en tiempo del gobierno del Apra.
93
Te contaré: yo vivo en un tugurio por el que pago cien dólares al mes. Aquí no
construyen más alojamientos, ni casas, sólo especulan con la llegada de tanto dinero
robado en Irán, en Nicaragua y en el Perú. Los refugiados han invertido su dinero en
propiedades urbanas. Las casas que antes se vendían en tres mil dólares, ahora las venden
en 540 mil dólares.
Me tienes constantemente escribiendo mi tesis que me robaron en tu país; ahora
escribo otra tesis a la que le puse el título de, "Qollasuyu, Tierra de Hombres Soñadores".
Para concluir este trabajo lloro, agonizo, no como, he perdido peso, he perdido, también
cabellos y, sobre todo, maldigo a la persona que me ha robado mi tesis ya concluida, junto
con mi ropa y algunas pertenencias de mi esposa, todo el robo, en la víspera de mi salida
del Qollasuyo. Tuve que abandonar tu país de miedo.
Acá no hay trabajo para los profesores universitarios. Famosos doctores están
trabajando como guardianes de las cárceles públicas. Y si un sociólogo o un antropólogo
encuentra trabajo, le pagan menos que a los recolectores de basura. Por eso, siempre he
dicho, que los pastores de las punas en el Perú viven mejor que la mayor parte de los
gringos norteamericanos.
Mi querido Felisario, los recuerdos que he traído de tu tierra maravillosa nunca los
olvidaré. El Qollasuyu es cuna de hombres soñadores, porque ustedes vivían cerca a las
estrellas del cielo. Tienen gran capacidad creadora, imaginación y, sobre todo, inventiva y
fantasía. Recuerdo: cómo en seis años que viví en el Qollasuyo ustedes han elaborado una
cantidad fabulosa de programas, proyectos, subproyectos y han celebrado convenios con
otros países. Recuerdo los proyectos Colza, Trigo de Invierno, los Waru-warus o campos
elevados, el Aeropuerto Internacional, el Cristo del Altiplano, la Basílica de Cancharani, la
94
Planta Pasteurizadora de leche en Illpa, el Ferrocarril Internacional, el Parque Industrial, la
Empresa Regional, la Central de Cooperativas, El Malecón, las Microrregiones, las Islas
Flotantes, las Empresas Mineras del Padre León, los convenios con diferentes países del
mundo, las ONGs, en una cantidad verdaderamente fabulosa. Escríbeme si estos proyectos
se han concretizado.
Para inventar proyectos, a tus políticos y planificadores nadie los iguala. Para lo
sucesivo, para cuando estén elaborando más proyectos los políticos y los rastacueros, te
envío un aparato muy eficaz, de nueva invención por los sabios de la Nasa y perfeccionado
y fabricado por los japoneses de la firma Tokosiki, que sirve, precisamente, para detectar la
eficacia o falsedad de los Proyectos. El aparato se llama COJUDIÓMETRO. Su funcio-
namiento es muy sencillo, pues, anda con corriente eléctrica, con pilas y con guaycuna, en
casos de apagones que, en tu pueblo son frecuentes.
Para su correcto funcionamiento es cuestión de mover una palanquita que va
adherida al costado derecho del aparato. Las instrucciones para su funcionamiento se
encuentran en el folleto que lleva incluido. Las instrucciones están en inglés, con
traducciones al japonés, portugués, francés, español, chino, coreano, quechua y aymara.
Estoy seguro que no vas a tener problemas con el funcionamiento.
Cuando algún político, con su demagogia les quiera vender un proyecto a cambio
de votos, no tienes más que coger el cordón eléctrico y enchufar en un tomacorrientes, o si
lo haces funcionar con pilas, mueve la palanquita azul y verás cómo al instante brotan tres
antenas como los ojos de los trilobites. Si el proyecto ofrecido por el político es pésimo,
enciende luz roja y si es regular enciende luz amarilla y, si es buena, luz verde. Cualquier
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falla que tengas me avisas para solucionarte por teléfono. Conserva la caja de las
instrucciones. Te deseo que tengas éxito y buena suerte con el Cojudiómetro.
Te abraza tu amigo.
Richard Charkibill.
Richard charkibill 36284-Colwater Canyon Avenue Illinois, USA. Qollasuyo, 18 de enero de 1993.
Señor
Richard Charkibill
36284-Colwater-Canyon Avenue
ILLINOIS, USA.
Hermanón:
Te abraza tu amigo y te comunico que he recibido el gran aparato, llamado
COJUDIÓMETRO. Gracias por el envío, nuevamente gracias. El domingo llevé el Coju-
diómetro al mitin político en la plaza de armas, donde cuatro políticos expusieron sus
proyectos para desarrollar el departamento. El primero habló sobre la necesidad de
defender y proteger las aguas del Lago Titicaca, el Cojudiómetro dio luz roja: pésimo
proyecto. El segundo político habló referido al tren eléctrico y subterráneo, el
Cojudiómetro dio luz, también, roja: cojudez de proyecto. El tercer político planteó
industrializar el chuño para extraer vitaminas, el Cojudiómetro dio luz amarilla: proyecto
regular. Sólo dio luz verde, cuando los cansados oyentes acordaron sacar a pedradas a los
cuatro farsantes.
Hermanón, además, te comunico que el Cojudiómetro ya se vende en los mercados
de Bellavista en Puno y Chupeqhatu en Juliaca. Han ingresado vía Arica y Desaguadero.
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Son buenos aparatos de fabricación japonesa, marca Tokosiki; las cojudeces se ven en
pantalla e imágenes a colores. Los japoneses han superado a sus inventores, tus paisanos.
Todos los bancos comerciales han adquirido el Cojudiómetro para detectar dólares
falsificados o lavados. Los ministerios, también, han comprado para detectar a los cojudos,
luego los han despedido pagándoles los incentivos. Los convenios y las ONGs aún no han
adquirido, por lo que están llenos de cojudos.
Amigo gringo, te agradezco y recibe mi abrazo.
Felisario Inkawanaku.
Felisario Inkawanaku Jirón Sojtapichu 390 QOLLASUYU. - 0 -
(*) Tomado de APUMARKA No 08, Revista de Arte y Literatura- Grupo Sur de Escritores Andinos, Puno- diciembre del 2005.
2.2.3. JORGE FLÓREZ-ÁYBAR
Poeta, narrador, periodista y ensayista de gran actividad cultural en el Sur del país, nació
en Puno en 1942. Luego de la fase de iniciación de la narrativa puneña, puede decirse que
con él empieza a consolidarse la narrativa puneña contemporánea, en la que el uso de las
técnicas narrativas y el perfeccionamiento del aparato formal, así como la expansión del
discurso narrativo hacia otras latitudes, definen el nuevo rumbo de la narrativa en Puno.
Empezó como poeta en la ciudad del Cusco, donde estudió Educación -
Especialidad de Lengua y Literatura- en la Universidad Nacional San Antonio Abad.
97
Publicó: Obaydina, 1969; El vuelo de Aytié, 1970; Oración prohibida, 1972 y; Poemas sin
rostro, 1977. En marzo del 2000 publicó el poemario “Las huellas del tiempo” en la
Editorial Sagitario de La Paz-Bolivia. Es un volumen de 121 páginas que reúne toda su
producción poética. Falta hacer una investigación valorativa de dicha obra, aunque por lo
manifestado en la presentación del libro, se trata de una obra orgánica, sustancial y
polifónica; esto último, en tanto representa diferentes estaciones de la vida del poeta,
expresadas con un tono poético fino, tierno y pleno de símiles y metáforas muy propios de
su estilo. Se conoce que, actualmente, existe en la Facultad de Ciencias de la Educación,
un proyecto de investigación dirigido por el Dr. Juan Luis Cáceres, cuya ejecución dará
mayores luces al respecto. Jorge Flórez, en su ejercicio de poeta ha sido maltratado
sucesivamente por antólogos de poesía puneña; es el caso de la Antología de Poesía
Puneña publicada por José Luis Ayala y; la última antología, de Omar Aramayo. Estas
omisiones quizá se deban a que este escritor ha alcanzado más éxitos en narrativa que en
poesía; sobre todo, prestigio a nivel regional y nacional. Claro está, aparte del criterio
personal de cada antólogo que, a veces, suele ser arbitrario.
Jorge Flórez, es con su trabajo narrativo, que ha logrado mostrarse como un cultor
tierno de la palabra. En tal condición ha sido invitado a diferentes certámenes de narrativa
nacional e internacional; por ejemplo, fue asistente, juntamente con Padilla, del II
Encuentro Nacional de Narradores del Perú, realizado en Arequipa en 1993. Fue asistente,
otra vez con Padilla de la JALLA 95 (Jornadas Andinas de Literatura latinoamericana) de
Tucumán (Argentina) y de la JALLA 99 realizada en el Cusco. Como para contradecir a
los antólogos locales, como narrador, se encuentra entre los narradores peruanos de la
Antología titulada "Los narradores peruanos de los sesentas" elaborada por el Dr. José
Antonio Bravo. Y como tal, ha publicado libros de cuentos: "La tierra de los vencidos",
98
"Dos narradores en busca del tiempo perdido" y "Alay Arusa", los tres, al alimón con
Feliciano Padilla. En 1999 publicó su novela "Más allá de las nubes". Léase algunos
comentarios para comprender mejor la obra de este narrador.
"De la literatura de Jorge Flórez-Áybar, quiero decir que su narrativa no está más
bien en la ética del pasado, sino en la ética de su pasado personal. Él va y recupera qué es
lo que ocurrió en su infancia como un niño andino sesgado, partido como lo fue Arguedas,
partido entre dos mundos, un mundo escindido entre dos realidades: la realidad occidental
y la realidad andina...una realidad golpeada por una serie de mitos, de prejuicios, de taras
que muchas veces no las comprendemos; no las entendemos mientras vivimos la infancia y
que, con el transcurrir del tiempo vamos a entender qué es lo que realmente ocurre en
nuestra sociedad. Por eso, Jorge Flórez, yo pienso, se encuentra, más dentro de la ética de
Marcel Proust, es decir, cómo ve a su infancia a través de la memoria no dirigida por la
inteligencia, sino, por el corazón, y va a encontrar qué es lo que ocurrió, cómo ocurrió,
cómo fue, y cómo a través de ese espejo nosotros podemos ver qué es lo que ocurrió en
nuestro propio mundo. La literatura de Flórez-Áybar no busca la precisión, más bien busca
la imprecisión; se deja llevar, no busca un tema...por el contrario, el tema lo busca (...)"
(ARAMAYO, Omar, en Universidad y Pueblo No 05, 1993 : 75).
"Los Pájaros del Negro Manuel es un relato urbano -de urbe serrana- En los demás
predomina la figura de Petrova, una especie de alter ego del autor. Quiero Bajarme de la
Tierra es una anécdota colegial que retrata a un profesor abusivo...Muy remota es la
relación de La Tierra que el Tiempo Olvidó, que cuenta la historia de Petrova, recién
llegado a su pueblo de París, y su auxilio a una inquietante mujer cuyo padre está
agonizante. Finalmente muere el viejo, a pesar del sacrificio ritual de dos animales. Dice
99
Petrova: 'Un pequeño temblor le hizo estremecer todo su cuerpo. Raras creencias, se dijo a
sí mismo. Finalmente en La Tierra de los Vencidos, Petrova , frente al mar y su mundo/
dividido, se suicida. ¿Problemas de identidad? aparentemente... (ESCAJADILLO, Tomás:
1994: 200-201).
Como ensayista, Jorge Flórez-Áybar publicó en 1998 el libro: “La novela puneña
del siglo XX". Se trata de un libro fundamental y único para el conocimiento de la
producción novelística en Puno, que se creía que era tierra sin novelistas. La investigación
ha dado conocer hasta 34 novelas escritas a lo largo del siglo que concluye, aparte de dos
últimas más (la suya y la de Luis Gallegos). El ensayo, como era de esperarse, ha generado
una gran discusión, lo cual habla por sí mismo, de su calidad, ya que ensayo que no genere
debate es mal ensayo. La discusión se centra en si las treinta y tantas novelas descubiertas
por Flórez-Áybar, son o no son novelas, realmente. Y si lo son ¿cuáles son las de mejor
calidad? Nadie ha hecho esta investigación todavía. Pero, queda para los puneños el hecho
incontrovertible de que ha producido 36 novelas -buenas, regulares o malas- a lo largo del
siglo XX.
En esta misma línea de investigación, últimamente, nos ha entregado otro libro:
Literatura y Violencia en los Andes (Arteidea Editores, Lima 2004, 510 páginas). Se trata
de una seria reflexión acerca de la literatura peruana, desde una perspectiva democrática,
integradora, desprejuiciada, que cuestiona la visión sesgada, reduccionista y miope de la
crítica oficial u oficiosa, que ha conducido a los peruanos a creer que la buena literatura
sólo es producida por los limeños. Esta obra demuestra lo contrario: lo vigente, fresco y
vigoroso de la literatura andina que, al igual que la literatura amazónica o afro-peruana
corroboran firmemente al desarrollo de la literatura nacional.
100
EN UN RINCÓN DE LA TIERRA (*)
Cuando salieron de la mina estaban ensangrentados. Se sacaron la mierda sin que nadie les molestara.
Anónimo Estaba condenado a vivir en el último piso. Desde allí podía ver toda la ciudad, sin
necesidad de levantarse de su sillón forrado con cuero de venado. Desde allí, podía oír los
pasos de alguien que corre siempre hacia abajo, incluso, podía diferenciarlos e
identificarlos.
La mañana del sábado oyó voces en el patio. Anhelaba que su nieto subiera para
conversar o acariciarlo. Aguzaba el oído para reconocer la voz de Alexánder. “Sí, está en el
patio”, se dijo a sí mismo. Ahora, la voz venía desde la calle. Cuando se incorporó hasta la
ventana vio a Alexánder conversando con otros niños.
El grupo de niños se encaminó hacia el cenizal. Allí otros niños jugaban a los
dados. Alexánder vio un montón de monedas en el suelo, repartidas para cada jugador.
- Juguemos a la manguera. A ver quién gana –dijo el Bombero.
El negro Manuel subió sobre una piedra y orinó cinco metros. “Nadie puede romper
esta marca”, dijo orgullosamente.
- Yo si sé, quien puede romper esa marca –dijo el Bombero.
- Quién –inquirió el Negro Manuel.
- Ella –dijo el Bombero, señalando a una chiquilla.
- ¿Ella?
101
- Sí, ella. Se llama Juana la Loca.
- Está bien, te doy mis veinte centavos si me ganas –le dijo colérico el Negro
Manuel a Juana la Loca.
- Pero, me prometen no mirarme.
- Está bien -Dijeron todos.
Juana la Loca no quiso subir a la piedra, levantó la falda y orinó ocho metros. “Mis
veinte centavos”, dijo y se fue.
- No entiendo cómo pudo suceder esto –dijo amargamente el Negro Manuel.
- Yo te explico –dijo el Bombero.
- ¡Ah!, tú sabías huevón...
- Deja que te explique, además, tú dijiste que nadie podía romper esa marca.
- Está bien, explica.
- El tendero me dijo que las mujeres tienen la uretra hacia arriba, por eso la curva
de la meada; y, te cuento, el otro día, ella se orinó hasta la cara, bañándose.
- Y qué es eso de uretra.
- Qué sé yo, pregúntale a tu abuela.
Al oír todo esto, Alexánder se sonrojó hasta las orejas.
“...Yo estoy aquí, diríamos en el cielo, preparando o tejiendo mi muerte. Cuánto
tiempo llevo aquí arriba, no lo sé” –pensaba el anciano, mirando las ventanas-. “Entre la
una y las tres de la tarde, las moscas se hallan siempre adheridas a los cristales, es más
fácil, matarlas”. Miraba el blanco del techo, moteado de puntitos negros por el excremento
de las moscas.
- Abuelito –dijo Alexánder, rompiendo el silencio.
102
- ¿Pero, tú? Cómo subiste. Si no te escuché.
- Es que soy como los gatos, abuelito.
El abuelo lo atrajo hacia él. Lo abrazaba. Lo estrujaba contra su pecho, lloraba.
- Qué te sucede abuelito.
- Nada, nada hijo.
- Puedes hacerme un favor.
- Sí, abuelito.
- Tráeme esa cajita blanca y un vaso de agua. En ese vaso grande.
Desde la ventana veía cómo se iba cargando el cielo de nubes negras y largas. Oía
el silbido del viento que corría por todas las calles de la ciudad.
- Abuelito, mira las balsas, están regresando rapidito porque va a llover.
- Así es, mi hijo.
-Ya vuelvo, abuelito –dijo y desapareció por la puerta. Oyó los pasos de Alexánder:
“Siempre los mismos golpes, claro está que, a veces, esos golpes se acentúan más en
el pie izquierdo”.
El anciano hacía espuma en un platillo con una pequeña brocha. Se enjabonó toda
la cara, incluso, la frente. Cuando se miró en el espejo, se vio todo de blanco. “Mientras
remoja, afilaré la navaja” –se dijo a sí mismo-. Afilaba la navaja en el antebrazo izquierdo,
iba y venía la navaja, rapidísima. Cuando creyó que estaba lista, la llevó hasta la punta de
la lengua: “Ya está lista”, dijo en voz baja. Comenzó a afeitarse, llevando la navaja desde
las blancas patillas hasta el mentón. Abría surcos en su carne. A veces, hacía una inmensa
O, para afeitarse mejor.
103
Desde su ventana, secándose la cara con una pequeña toalla, veía oscurecerse la
tarde. Los relámpagos, a veces, iluminaban las colinas. El agua de la lluvia empezaba a
formar pequeños charcos en las calles.
Al día siguiente, Alexánder iba solo a la playa, iba con las manos en los bolsillos.
Subió por el vericueto de una pequeña loma; y, al bajar se abrió paso por entre los arbustos
hacia el acantilado y vio con mucha alegría al Bombero y al Negro Manuel. Se deslizó
gatunamente por la espesura de los matorrales y por entre las rocas. Cuando ganó la playa,
corrió hacia ellos.
- Dijeron que vendría Felipe. Dónde está –preguntó Alexánder.
- Ahí, ahí está –dijo el Bombero.
- Dónde.
- Allí-
Y arrojó una piedrecilla hasta el arbusto de donde salió Felipe casi desnudo. Le
decían el Tritón. Era el más alto de todos.
- Quién arrojó la piedra.
- Él –dijo señalando al Negro Manuel.
- ¿Yooo? –respondió sorprendido.
- Mejor dicho, yo –repuso el Bombero.
- En otra vez no lo hagas, te puede costar la vida.
- Está bien –dijo el Bombero, resignado.
- Por qué no vamos a nadar –propuso Alexánder.
104
- Vamos –dijo el Tritón.
Fueron corriendo los niños hacia el mar. Felipe subió a una enorme peña, desde allí
se arrojó al mar, clavándose hasta el fondo de sus aguas. Nadaban como verdaderos peces.
Felipe se zambullía una y otra vez. A veces increíblemente se sostenía encima del agua.
Apenas movía los tobillos y los codos: “Esto, hacen sólo los dioses”.
Después que se bañaron se sacaron las truzas y las pusieron encima de las rocas
para que se secaran. Cuando Felipe se sentó en la arena adoptó la posición de Buda y
empezó a respirar hondo, y a botar el aire poco a poco, despacio, repitiendo la palabra
“Karma”. El Bombero y el Negro Manuel estaban de pie, arrimados contra una roca,
miraban sorprendidos cada cosa que hacía Felipe. Más allá estaba Alexánder, sentado
sobre una piedra, junto al único árbol que existía en la isla. Todo estaba tranquilo, no había
olas, ni brisas. El calor era sofocante.
- ¿Quieren tomar un helado? –dijo Felipe-. Yo invito –agregó.
Cuando llegaron a la pista, Alexánder, gritó: “Allí hay una heladería”. Llegaron
corriendo a la nevería. “Cuatro adoquines para cuatro sedientos”, dijo el Bombero. Felipe
puso cuatro monedas de diez centavos en el mostrador. Iban despacio, pateando piedrecitas
o dando pequeños brincos sobre el asfalto.
- Son las doce –dijo el Negro Manuel.
- Te dejamos, Felipe.
- Gracias por el helado –dijeron todos.
105
Felipe quedó perplejo por esta actitud. Los tres se perdieron por una bocacalle. A
las doce con quince minutos llegaron al terminal ferroviario. Ingresaron en fila india por el
boquerón de un viejo muro. Caminaban agachados. “Esperen –dijo en voz baja, el Negro
Manuel-, hay dos brequeros, están sentados en la grada de una puerta”. Estaban tendidos
en la yerba, agazapados como pequeñas fieras al acecho. “Por qué no se van, ya pasó más
de media hora: ¿No tienen hambre estos cabros? –se preguntaba el Negro Manuel-.
Esperen , parece que ya se van”. Por debajo de los coches veían el caminar lento de los
brequeros. “Parece que están conversando, vamos”, ordenó el Bombero. Entraron en un
vagón y vieron en todos los rincones de éste la blancura del azúcar, había miles de
montoncitos como pequeños cerros. “Recojan sólo lo de encima –ordenó el Negro Manuel-
. Dejen el resto para otros compañeros”, agregó. Después pasaron a otro vagón, hicieron lo
mismo con el arroz. “Creo que tenemos para toda la semana”, dijo satisfecho, el Negro
Manuel. Cuando salieron por el mismo boquerón iban cargados de pequeños saquillos.
Habían dejado atrás el terminal ferroviario. Estaban junto o muy cerca de sus casas.
Cuando pasaron por una ventana, cuyas persianas estaban abiertas, el Bombero vio a una
muchacha tendida al borde de la cama, con las piernas entreabiertas, balanceándolas. El
Bombero se detuvo para ver mejor, pero una mano cerró las persianas y se quedó
pensativo, por un instante. “Apúrate”, le gritó el Negro Manuel. Al llegar a la esquina se
perdieron los tres por un callejón.
Alexánder almorzaba apresuradamente; el Negro Manuel le había dicho: “Vengo
por ti a las dos, iremos a la matiné”. Alexánder no sabía cómo decirle a su madre, pero la
idea se le había metido en el cerebro. “Mamá –se atrevió a abrir la boca-, hoy iré al cine
con Manuel”. Ella, no dijo nada, sólo atinó a decir “¿Y?”. “Tú sabes que casi nunca voy al
106
cine”. Ella siguió corrigiendo unos papeles. No respondía; y eso lo desesperaba. “Está
bien, pero vuelve temprano”, dijo preocupada: “Creo que estoy perdiendo a mi hijo. Y esos
muchachos, no me gustan nada. Mi sueldo de profesora no me permite darle otra
educación. No me quejo de su comportamiento, toda la semana no sale. Está conmigo, ya
estudiando, o ya ayudándome en la casa. Esto, sólo ocurre los sábados y los domingos...” ,
lloraba por dentro, pero a veces, como hoy, se le escapaban las lágrimas hasta gritar.
Cuando Alexánder cruzó la pista, vio al Bombero, que estaba sentado en el sardinel
de la acera. ¿Y Manuel? –preguntó Alexánder-. Se paró el Bombero y escupiendo lejos,
dijo: “Ya viene”.
- Hola muchachos.
- Qué tal, señor –respondió el Bombero- ¿Van al cine?
- Sí, señor.
- ¡Ah!
Cuando dijo ¡Ah!, la parte extrema de su labio izquierdo se arremangó como una U
invertida, achinando los ojos. “Buena suerte muchachos”, dijo esto y se marchó; parecía un
payaso por su enorme y redonda nariz.
- ¿Quién es, ah?
- El tendero, el de la uretra.
Desde ese momento, para Alexánder, el tendero se había convertido en una
obsesión. Miraba y remiraba la tienda de la esquina; desde allí, vio al tendero, descolgar
una botella y envolverlo en un papel blanco para luego ponerlo entre las manos de un
cliente. Cuando llegó el Negro Manuel, Alexánder vio al tendero en una esquina de la
tienda, detrás del mostrador, alumbrándose con una pequeña lámpara, escribía y fumaba.
107
Cuando llegaron al parque Pino, Alexánder le dijo al Negro Manuel: “Yo no tengo
para mi entrada”. “Nadie tiene plata, no te desesperes, ya tendremos” –respondió
tranquilamente. Ingresaron al templo de San Juan . Allí, vio Alexánder a un cura que con el
dedo gordo de la mano hacía la cruz en las cabecitas de los niños, aún calvas, diciéndoles:
“Yo te bautizo con el nombre de Jorge Luis, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo...”
- Llegamos a tiempo –dijo el Negro Manuel.
- ¿Qué vamos a hacer? –preguntó Alexánder.
- Lo que todo el mundo hace, ya lo verás.
Una nube de niños esperaban cerca de la puerta del templo, gritaban: “¡Sebo
padrino, sebo!”. Una lluvia de monedas de todo tamaño caía sobre el pavimento. Los niños
se arremolinaban bruscamente, dándose de patadas y puñetazos. Alexánder veía con los
ojos agrandados, asombrados, cómo los niños se disputaban las monedas. Vio cómo el
Bombero se escabullía por entre las piernas y, cómo el Negro Manuel pasaba por encima
de los cuerpos. Algunos aullaban de dolor. Alexánder guardó tímidamente la única moneda
que cayó junto a sus zapatos. Cuando se reunieron los tres, Alexánder no salía de su
asombro, jamás había visto tantas monedas juntas en las manos del Bombero y del Negro
Manuel.
Las pocas veces que Alexánder había ido al cine, lo había hecho con su madre;
pero, hoy, no estaba en la platea, sino, en un lugar oscuro, donde sólo habían gradas de
madera, niños que gritaban desaforadamente, que golpeaban el techo del cine, o
simplemente, zapateaban. Sólo cuando escuchaban las rancheras de Jorge Negrete, Pedro
Infante o Luis Aguilar, se calmaban como el mar en pequeñas oleadas.
108
Cuando salieron del cine, Alexánder preguntó al Bombero.
- Por qué aplaudías y zapateabas cuando llegó John Wayne con un pelotón de
soldados.
- Porque había que matar a los apaches que atacaban el cuartel.
- Yo no estoy de acuerdo contigo.
- Por qué.
- Mi madre dice que está mal eso. No podemos matar a los apaches porque ellos
fueron invadidos por los gringos, pelean por sus tierras.
- Quién demonios es tu mamá para decir esas cosas, yo siempre he aplaudido, toda
mi vida.
- La historia de los apaches, es como la nuestra, sólo que nosotros fuimos invadidos
por los españoles.
- Espera, espera un momento –dijo el Negro Manuel-. No me gusta esta
conversación, vamos al parque Pino. Les invito a comer unos pastelitos.
“...Alexánder ya entró a su habitación. Eso me alegra. Lo sé por sus pasos, siempre
apurados. Desde que me desahuciaron me encerré aquí arriba, para siempre, creo. Ya eché
muchas raíces con poco fruto. De qué me sirvió trabajar en la Universidad 36 años... De
nada. A quién le importa los libros que escribí, las revistas que edité. A nadie...
Simplemente a nadie. Pero, tengo una corazonada. Sé que Alexánder será el fruto que no
di... Florelva, ella será la responsable de su formación. Eso me alegra... Me alegra
mucho...”. El anciano de 80 años lloraba copiosamente.
109
El Lunes Santo amaneció con mucho ruido. La gente entraba y salía de la pequeña
sala. Cuando se levantó Alexánder vio mucha gente que abrazaba a su madre . Vio flores y
candelabros encendidos. Cuando su madre lo vio, lo llamó y le dijo: “Álex, tu abuelito se
ha ido al cielo... Nos ha dejado...”. Alexánder se volvió a su habitación. Estuvo largo rato
sentado al borde de su cama, aún sin entender... “A veces me bañaba los ojos con mis
propias lágrimas –pensaba-, como hoy, por ejemplo,...” Después de un rato, Alexánder
traspuso la verja del jardín y salió por la puerta enrejada. Mientras iba por la pista iba
recordando cuando la ambulancia se llevó al papá del Bombero. Y, no volvió jamás. Por
eso, cada vez que sonaba la sirena de una ambulancia por la ciudad, pensaba que a algún
papá se lo estaban llevando. Él esperó que algún día volvería. Pero, no, no volvió.
Desde lejos vio al Bombero que estaba encorvado, sobre sus espaldas estaba
montada Juana la Loca, golpeándole con los pies y las manos; le gritaba: “Arre, arre
burrito”; y, él caminaba de cuatro patas. Más allá, estaban Felipe y el Negro Manuel,
arrojaban sus tejos; Felipe saltaba con un pie de rectángulo en rectángulo. “Raya”, gritó el
Negro Manuel. “Cuál raya”, respondió Felipe. De una patada hizo rodar el tejo de Felipe
hasta el pequeño río. Felipe lo agarró de los brazos y le dio un cabezazo; y, el Negro
Manuel, en su desesperación, se desasió bruscamente de él, escapándose; y, desde lejos,
estiró las manos, con los índices extendidos, agitándolos groseramente. Felipe, levantó la
mano derecha, haciendo un círculo con el índice y el pulgar: “Te jodiste Negro”, le gritaba.
Alexánder volvió a desandar sus pasos. Cuando llegó a la esquina de su casa, vio
cómo se llevaban a su abuelo. Corrió a la casa, subió hasta el último piso. Desde allí pudo
ver la plaza y las calles asfaltadas, un olor a muerte le llegaba hasta él.
110
Al día siguiente, Alexánder, tampoco fue a la escuela. Estaba sentado en el sillón de
su abuelo; desde allí, vio a una perra de pelaje amarillo que iba escoltada por un montón de
perros. Un joven de mandil blanco arrojó trozos de carne al grupo de perros. La perra
comió hasta tres pedazos de carne.
Cuando Alexánder salió de su casa se fue con dirección al cenizal. A veces, o
siempre, ellos lo esperaban allí. Cruzó la avenida La Torre, bajó una pequeña pendiente; y,
ganó ágilmente la cumbre de la pequeña loma. Desde allí vio al Tritón y al Negro Manuel.
El Negro Manuel llevaba puesto un overol, y un gorro. El Tritón lucía una chompa de lana
gruesa. Ambos se perdieron en la boca de una vieja mina.
-- O --
(*) Tomado del libro de cuentos “Alay Arusa”, publicado al alimón con Feliciano Padilla, por encargo de la Facultad de Ciencias de la Educación en la Editorial Universitaria de la UNA, Puno 1995.
2.2.4. FELICIANO PADILLA
Por razones obvias se opta por no decir una sola palabra acerca del trabajo de Padilla. En
su lugar se usará opiniones de algunos escritores y críticos, salvo, los datos que se refieren
a su nacimiento e infancia.
“Nací en Lima el 17 de agosto de 1944. A los diez meses de nacido me trajeron al
mundo andino del que nunca he salido ni saldré como dije en la presentación de mi libro
"CALICANTO". Viví la infancia y adolescencia en la ciudad de Abancay. El carácter
trashumante de mi familia me permitió residir en diferentes pueblos de Apurímac, Cusco y
111
Puno. Vivo en la ciudad de Puno más de 35 años. Por mi amor incomparable a esta tierra, a
mi solicitud y voluntad, aparezco como narrador puneño, a pesar de haber nacido en Lima,
en cinco antologías de narrativa peruana: “María Nieves y los cuentos ganadores del
Premio Copé 1992”, publicado por Petro Perú; “Los narradores de los sesentas”, preparado
y publicado por el Dr. José Antonio Bravo; “Fuego y los cuentos ganadores del premio
Copé 1996”, publicado por Petro Perú y; “El cuento peruano en los años de la violencia”
preparado por el Dr. Mar Cox, profesor de Literatura Hispanoamericana de la Prebitarian
University de los Estados Unidos. Últimamente mi cuento “El Tuku Villegas” ha sido
considerado en una antología preparada y publicada por el Dr. Ricardo González Vigil, con
el título de “EL CUENTO PERUANO: 1990-2000” editado por Petro Perú” (Entrevista
con Mario Guevara, agosto 2003).
“Narrador puneño-abanquino (1944), que gracias al estudio y superación constantes
ha sabido ganarse un lugar en la literatura peruana. Actualmente es docente de la
Universidad Nacional del Altiplano en las materias de su competencia. Su carrera literaria
ha sido engalanada con las siguientes distinciones:
- Mención honrosa del Premio Copé de Cuento 1992, con el relato ¡Me zurro en
la tapa!
- Finalista del Concurso Nacional de Cuento "César Vallejo" 1993, organizado
por El Comercio de Lima, con el cuento La huella de sus sueños sobre los
siglos.
- Mención honrosa del Premio Copé de Cuento 1996, con el relato Amarillito
amarilleando.
112
- Primer puesto en el Concurso Nacional Canto al Lago organizado por el
Proyecto Especial Binacional Lago Titikaka, con el cuento El retorno de Qori
Challwa.
- Segundo premio del Octavo Concurso Nacional de Cuentos organizado en
1999 por CEAL de la Conferencia Episcopal Peruana, con el trabajo A qué
volviste Nazario.
- Premios y distinciones locales varios” ( CABRERA HUAMÁN , Félix, en
“Amarillito amarilleando”, Editorial San Marcos, Lima 2002)
"Feliciano Padilla, puneño en su ejercicio de narrador, retorna a su infancia
abanquina para recuperar ricos sedimentos y mostrar el mensaje luminoso de la identidad.
Pero, además por esas ventanas se aproxima al fantasma del desarraigo con su cauda de
melancolía previsiblemente devastadora. A partir de los viejos postulados de un
indigenismo genuino que recupera la memoria individual y colectiva, ahora debe
confrontarse con los riesgos de un mundo nuevo, contemporáneo, tecnológico, enajenante.
Padilla, sin duda, es uno de los narradores más expresivos del país, en este momento"
(Aramayo, Omar: en Calicanto, Edit. Sagitario, La Paz 1999).
"Feliciano Padilla es en la actualidad el narrador puneño cuya constancia y
dedicación lo han conducido hasta las mayores distinciones que ha logrado la narrativa
puneña de nuestros tiempos. Su nombre se ubica junto a los preferidos en el Copé 1992 y
los seleccionados en el "César Vallejo" 1993. Precisamente el cuento que nos presenta en
esta edición, tal como puede comprobarse en el artículo que se transcribe al final, fue
considerado entre los mejores del premio que organizó "El Comercio" el año pasado. Es
que Padilla viene trabajando su narrativa en todos los aspectos. Extrae sus personajes de la
113
historia, la anécdota familiar o laboral, las vivencias amicales o los recuerdos personales y,
los va burilando lentamente, idealizándolos, valorizándolos, caracterizándolos; hasta
convertirlos en tipos inolvidables que pertenecen a su mundo estético en el que nos
sumerge. Al rededor va tejiendo una trama, mitad vivencia, mitad imaginación, por la que
nos conduce, a través del relato ameno; en el que ensaya técnicas renovadas que nos
permiten ver todos los resquicios del mundo novelado por él. Ubica al narrador en los
ángulos más inesperados que le sirven para conducirnos con acierto en la riqueza de sus
acciones, acercándonos y alejándonos de ellas según sea conveniente... (CACERES
MONROY, Juan Luis, 1994: I-II).
"El Sueño Inconcluso es un interesante relato de los tradicionales peces del
Titikaka (sobre todo el suche), siendo atacados por poderosos peces foráneos, el pejerrey y
la trucha. Un moderado interés rodea esta peripecia con guerra de guerrillas y todo para
recapturar el Palacio Real subacuático(...) 'Garañón', una risueña estampa costumbrista,
resulta uno de los textos más rescatables: Es la historia de un burro lujurioso que malogra
una festividad religiosa; para desgracia de su propietario, un pobre campesino, algún
gracioso lo lleva a una hacienda grande. Al cabo de dos años lo localiza. Su abogado 'un
verdadero burro' solicita que Garañón sea devuelto con la docena de pollinos que ha
engendrado. El hacendado retruca solicitando ingentes gastos 'por pastos'. Y el campesino
se pudre en la cárcel (...) Feliciano Padilla es un narrador ambicioso (ESCAJADILLO,
Tomás, 1994: 201-202).
“Feliciano Padilla, con este libro, consolida su ejercicio de narrador y se convierte
en uno de los narradores más importantes del país. Su trabajo iniciado hace quince años, ha
alcanzado madurez, lograda con perseverancia. A estas alturas, el discurso narrativo de
114
Padilla se ha diversificado aún más. Es una tendencia ya advertida en sus anteriores
publicaciones. Diríamos que el universo narrativo se amplía desde Puno y el Altiplano
hacia los valles cálidos de Apurímac, hacia Lima, Cusco y otras latitudes. Diversificación
formal y temática que la pone como apta para un trabajo novelístico de gran
envergadura(...)” (OSORIO, Juan Alberto; 1998: en Polifonía de la Piedra).
“Feliciano Padilla, como otros narradores que escriben en provincias o sobre las
provincias (Samuel Cardich, en Huánuco; Enrique Rosas Paravicino y Mario Guevara, en
Cusco; Macedonio Villafán, en Huarás; Zeín Zorrilla, en Huancavelica) muestra, pues, el
nuevo rostro del Perú: el de los mestizos de la Sierra. Los personajes, el imaginario y su
lenguaje corresponden a un mundo en ebullición que todavía está por descubrirse y
revelarse. Padilla sería uno de sus más expresivos intérpretes” (BAQUERIZO, Manuel J.;
en la contratapa de “Amarillito amarilleando”, Editorial San Marcos, Lima 2002).
“La provincia es una dimensión de su estética; el estar en Abancay o en Puno es para el autor
una oscilación de mundos semejantes de donde emerge sus cuentos alucinantes y añorantes; en sus
manos esa materia en bruto sufre la misma transformación que el lenguaje cotidiano y, los objetos de
uso diario, con esa alquimia verbal -la sencillez de la provincia- encuentra una dimensión social, y de
hondo arraigo. No de un salto, sino con una metáfora imperceptible, las descripciones de Padilla se
vuelven poesía y la poesía silencio. Pero esta visión de la provincia no es costumbrista, sino, mágica;
el mensaje y los artificios en la narración no son gratuitos; sin ser acertijos o juegos verbales, logran
envolver al lector con múltiples sentidos, con la violencia de la sangre y la palabra acomedida y plural
que refleja presencias que se multiplican, que convocan y unen” (ESPEZÚA, Boris; en la revista de
Literatura Apumarka No 05).
115
“Ésta es tal vez la principal virtud de la capacidad creadora de Feliciano Padilla. Sus
historias, nacidas de la cultura andina y escritas bajo la seriedad de la literatura universal,
son frescas y muy humanas. Sus personajes son un retrato de la vida cotidiana que, como
cualquiera de nosotros, tienen sus momentos extraordinarios de fantasía. Otro detalle es
que Padilla logra ser universal, por los temas que aborda desde la aldea, no sólo desde el
espacio donde escribe sino de los espacios donde sus personajes viven, disfrutan y sufren
su condición humana” (HERRERA, Alfredo, en la revista de literatura Pez de Oro No 04).
RÉQUIEM POR AMADEUS (*)
Amadeus ingresó en mi casa hace mucho tiempo, confiriéndome, desde el inicio, la
alegría desbordante de su rostro inolvidable y, convirtiendo con sus travesuras la rigidez de
mi hogar en un desorden encantador que ahora extraño con nostalgia.
¡Cómo pasa el tiempo!...Tan raudo, tan indiferente a todo, y pareciera que aquel
ayer fuera hoy...ahora. Pero, no. Es mi edad que no quiere reconocer la marcha indetenible
del tiempo, que quisiera que éste se detuviera, que alguien lo detuviera para que no se
termine mi tiempo. Mas, su paso inexorable te convirtió en un joven apuesto y saludable.
De pronto, no sólo compartías todos los ambientes de la casa, todos nuestros triunfos y
fracasos, nuestras frustraciones, todo el afecto de mi familia e incluso de mis amigos; sino,
mi lugar más reservado, el que guardaba mi intimidad como un cofre las alhajas: mi
biblioteca. Fácilmente, a nadie le confío la llave de la biblioteca, pero, viendo que una sed
insaciable de lectura literaria te abrasaba las entrañas, te la di; y ahí estabas todo el tiempo;
116
y ahí te encontraba al retornar de la calle, leyendo incansable, revisando apasionadamente
los volúmenes de los estantes, y los manuscritos, y los periódicos, y las revistas, arrumados
por los rincones. Apenas nos mirábamos venías a mí con paso pausado y me sofocabas con
el calor de tu amistad infinita, expresándome gratitud con tus ojos colorados, abrazándome,
y tocándome la cara con tus bigotes. Yo te acariciaba la cabeza como un padre hace con
sus niños y me quedaba mirándote esa mancha blanca irregular y extraña de tu rostro.
En los primeros años de tu vida de lector empedernido, recuerdo que te dabas algún
tiempecito para relajarte, y salías de noche a perturbar los corazones de las mozas del
barrio, y llegabas de madrugada oliendo a amor y a las viandas y bebidas que te ofrecían
las muchachas. Ése era tu único vicio: salir por las noches, enamorar y disputar a golpes el
amor de alguna dama. Defendías tus predios, como se dice, con uñas y dientes, y
retornabas a casa, a veces, malherido, con el ojo verde y contusiones diversas. Yo no
entendía cómo un alma tan cultivada podía violentarse en aquellas disputas de amor. A
veces me preguntaba, si era cierto que el hombre se bestializaba en las cosas del amor, y
que el poeta -Tú eras un poeta, querido Amadeus-, también, podía animalizarse.
Con los años y la lectura maduraste y me daba la impresión de que eras tan viejo
como yo. Teníamos los mismos gustos, leíamos los mismos libros, bebíamos el mismo
vino -Casillero del Diablo, me acuerdo-. Éramos magníficos interlocutores, te convertiste
en el confidente que siempre busqué para mis secretos: Tú me relatabas tus fabulaciones
tan plenas de magia y delicadeza, y otras veces, eras el primero en conocer mis relatos.
¡Cómo gozábamos de la lectura!. Platicábamos de literatura y de temas disímiles horas de
horas, que a veces, no sabíamos cuánto tiempo había pasado. Y, así, platicando me di
cuenta de que te habías vuelto viejo, y sabio. Tus palabras pesaban en mí como las frases
117
infalibles que mi padre me dirigía, en ocasiones, cuando era muchacho. Mirando tus canas,
tus bigotes blancos, y mirando en el espejo cómo me encontraba, se diría que la aparente
lozanía de mi vida, era el tiempo que le faltaba a tu existencia.
Una tarde, tomaste una sabia decisión que yo respeté hasta aquel aciago día en que
me cegó la envidia: residir en mi biblioteca, junto a los libros que tanto amabas, junto a
aquel estricto desorden de papeles, revistas, cuadros y recuerdos sin fin. Y, no salías de ahí
si no era para alimentarte y hacer tus necesidades. Olvidaste tu vida de noctámbulo y
dedicaste tu vida exclusivamente a la literatura; no luchabas por el mundo ni contra el
mundo, te aislaste del amor, de la política, de la vida social, de todo. ¡Sólo la literatura
tiene valor auténtico en este mundo de injusticias y frustraciones!, me decías. Y, te
encerraste en la biblioteca tal como Gustavo Flaubert se refugió en su finca de Croisset
para dedicarse a la perfección del arte. Te comunicabas con el mundo sólo a través de la
ventana. Cuando te cansabas extraías con tu mirada colorada la energía cosmogónica del
Titikaka, o simplemente mirabas extasiado decenas de lanchas y balsillas que surcaban el
mar como las gaviotas el cielo azul de Puno. Me decías, seguro de ti mismo, si quieres pro-
gresar como narrador, tienes que poner orden en tus cosas; has leído sin método, sin
disciplina, todo cuanto caía en tus manos. Claro está, no has perdido tiempo, me
consolabas; pero, te aconsejo que hagas un pequeño viaje, tal vez el último viaje de tu vida.
He aquí un itinerario de emergencia: Comienza con Las mil y una noches, lee la Biblia, no
olvides El Conde Lucanor, El Decamerón; luego, Amadís de Gaula, el Quijote y los
clásicos rusos, principalmente, Dostoievski y Chejov. Lee a Joyce, Hesse, Kafka,
Maupassant, Flaubert, Allan Poe, Faulkner... investiga con seriedad la literatura oral de
nuestra cultura; con eso crecerás en cinco años lo que no creciste en cuarenta. ¡Oh, querido
118
Amadeus!, ahí estaban las evidencias de que eras más sabio de lo que imaginaba. Tus
palabras no sólo pesaban, sino, me asustaban.
Poco después concertamos una acción conjunta: escribir entre los dos la novela de
la década. Y esto nos sumía en prolongadas sesiones de trabajo y en sesudas discusiones.
Cuántas veces destruíamos, sin parpadear siquiera un segundo, capítulos enteros, llevados
por tu prurito de perfección. Labrabas y pulías las palabras, y ponías las imágenes allí
donde se las requería. Gastamos sin miramiento las miles de horas de cinco años de trabajo
arduo, sin tregua. Recuerdo que mientras salía a trabajar, tú te quedabas a escribir sin chis-
tar, sin ningún reproche. Es que yo debía ganar el pan y el vino mientras tú te devanabas
los sesos sentado a la computadora. Regresaba y nos poníamos a revisar y a corregir. Éstas
son las tres reglas de un buen escritor, me decías: corregir, corregir y corregir. Yo me
desalentaba si el avance del día no superaba las cinco páginas, pero tú, Amadeus, te
conformabas con un párrafo.
Un día aproveché alguna debilidad tuya y te convencí de que la novela estaba
concluida. En realidad, lo estaba. Tenía cuatrocientas veinte páginas y se llamaría "Vivir
entre dos fuegos". Fue entonces que viajé a Lima a contratar los servicios de una editora
para publicarla. Me demoré una semana y cuando retorné te encontré en la biblioteca con
tu cara afligida y calmosa. Parecías más viejo y más sabio. No publicaremos la novela, me
dijiste, tiene defectos serios de estructura, falta trabajar el lenguaje y hay que perfilar mejor
a nuestros personajes. Te miré con rabia, con toda la rabia que el mundo convulsionado
había depositado en ese momento en mi corazón. Se publicará quieras o no, te respondí,
con voz estentórea y amarga. No será posible porque la destruí mientras andabas por otros
lares, me recalcaste. ¿Quién manda en esta casa, carajo? ¿Por qué te tomas atribuciones
119
que no te corresponden?, te grité atragantándome con las palabras. En aquel momento sentí
un olor fétido en la biblioteca. Como ya no salías ni al patio, te habías miccionado en los
rincones de la biblioteca. Aproveché aquel pretexto y aullé como un animal enjaulado:
¡Fuera de mi biblioteca, viejo inválido! ¡Ya no te vales de ti mismo ni para hacer tus nece-
sidades! ¡Largo de aquí! Me devolviste la llave y saliste mucho más triste, derrotado, con
la cola entre las piernas. En realidad, no era por la pestilencia que te expulsaba, sino,
porque la envidia me mataba: sabías más que yo, te habías vuelto más sabio.
Los días siguientes querías volver a la biblioteca, expresarme tu amistad, abrazarme
y frotarme el rostro con tus bigotes canos; volver a los libros y continuar tus lecturas, sin
las cuales, considerabas, que no valía la pena vivir; pero, yo te lo negaba arguyendo
nimiedades, cuando en verdad era la herida que habías abierto en mi orgullo de poeta, que
seguía ardiendo y consumiéndome. Ocho días seguidos me tocaste la puerta, llamaste a la
ventana; pero, yo, maldito, no cedí, a pesar de que sentía tanta tristeza mirando tu tristeza.
Veía en la ventana tus ojos rojos desorbitados, tu mancha irregular del rostro y tus gestos
de locura martilleándome el corazón. Estabas desesperado, andabas como loco, distante de
tus lecturas.
Un día desapareciste y te reclamaron mis hijos; y como ya habían pasado cinco días
de tu alejamiento, mi hija, que también te quería, te dio por muerto y se metió a su
dormitorio responsabilizándome de tu ausencia. Yo atiné a seguirla e ingresé a su
habitación que parecía un museo: esqueletos y calaveras, y huesos, y huesos. Precisamente,
dos calaveras me flanquearon con sus miradas acusadoras. Allí la encontré en un mar de
lágrimas, apretando tu fotografía a su corazón, segura de que habías muerto. ¿Cómo
puedes asegurar eso si no tienes evidencias?, ¿has encontrado el cuerpo de Amadeus?, le
120
pregunté. ¡No!, me respondió. ¿Entonces cómo puedes decir algo tan terrible?, la volví a
preguntar. Papá, el cuerpo de ellos se descubre sólo si sus muertes han sido causadas por la
mano del hombre o por accidente. Si no es así, convencidos de su fin inevitable, y de que
nadie los quiere por ser ancianos, se van a un cementerio que nadie sabe dónde queda y allí
mueren lejos de la maldad de los hombres. ¡Pobre mi Amadeus Picarón!, seguía llorando a
raudales. En efecto, se llamaba Picarón por lo de enamorado y travieso y, Amadeus, por lo
de escritor. Fue entonces que le pedí la fotografía y miré consternado aquella imagen tan
querida: Grande él, todo de negro, menos la mancha irregular de su cara; sus bigotes largos
y blancos, sus caninos fuertes y sus ojos colorados de bohemio inolvidable. ¡Pobre mi
Amadeus, papá, dónde estará!, exclamó Carola, mucho más afligida, tomando nuevamente
en sus manos aquella fotografía. En ese momento, el recuerdo de su compañía en los
últimos años derrotó sin atenuantes mi maldito orgullo, y un cargo de conciencia
sobrecogedor invadió mi espíritu, y así, no tuve más remedio que sentarme al lado de mi
hija y llorar por aquel amigo que tanto me quiso y compartió conmigo el amor por la
literatura. Y mientras me ahogaba el llanto, apenas podía homenajearlo con esta breve
despedida: ¡Descansa en paz, Amadeus Picarón, prodigioso narrador de cuentos!
¡Descansa en paz, amigo mío, viejo lector de novelas!
--- 0 --
(*) Tomado del libro de cuentos “Amarillito amarilleando y otros cuentos”, Feliciano Padilla, Editorial San Marcos, Lima 2002.
2.2.5. ZELIDETH CHÁVEZ CUENTAS
Nació en Puno en la década del 40. Hace 25 años que radica en la ciudad de Lima; sin
embargo, Puno es el espacio preferido donde recrea sus fabulaciones tan tiernas que
121
atrapan al lector desde un inicio. Es de profesión antropóloga, luchadora sindical y
feminista. Como tal, ha participado en diversos certámenes nacionales e internacionales. Es
además fundadora e integrante desde 1992, del Taller de Literatura "Anillo de Moebius".
Relatos suyos han aparecido en "Historia de Miércoles" (1994), en "Nudos y desnudos"
(1995) y en las colecciones publicadas por el Taller que integra.
En 1996 publicó "Mujeres de pies descalzos", su primer libro de cuentos y; en
1999, su libro de cuentos "El día que me quieran", por la editorial Arteidea de Lima. En el
2003, la editorial San Marcos, publicó su primera novela ¿Por qué lloras Candelaria?
Insertamos a este libro algunas opiniones acerca del trabajo literario de Zelideth
Chávez Cuentas:
"Si alguien pregunta sobre la existencia o no de una literatura femenina tiene que
leer los cuentos de Zelideth. Al terminar será imposible que lo niegue. Su mirada de mujer
trasciende en cada párrafo, en cada historia con ritmo e intensidad. Es imposible sustraerse
a la ternura, la picardía y la gracia femenina de su narrativa. Pero además, es una mirada
andina: tímida, irónica, dulce, profunda. Lo mejor de esta literatura, es que la mujer y la
serrana se hacen una y no temen mostrarse" (GORRITI, Carmen Luz; 1999: 13).
"El día que me quieran es la voz que proyecta, que exclama, que espera. Historias
que denotan una triste y encantadora dulzura y a la vez un realismo entrañablemente
desgarrador. Su creadora ha manejado con pinzas de la mejor artesanía e inigualable
sutileza, la inocencia, la visión de la infancia, de la pubertad y la maravillosa madurez"
GORRITI, Carmen Luz; 1999: 13).
122
Zelideth Chávez Cuentas es más conocida como narradora en Lima que en Puno.
Lo cual no es raro en el Perú. Salvando las distancias, sabemos que Manuel Scorza, autor
de las famosas "Baladas", entre ellas: Redoble por Rancas, Historia de Garabombo el
invisible, etcétera, era un narrador prestigiado, traducido a muchos lenguas y, más
conocido en Europa que en el Perú.
"Zedileth nos entrega en este libro El Día que me Quieran, nueve cuentos fabulados
sobre la base de nueve historias sumamente desgarradoras, donde los personajes son
mujeres atrapadas, unas veces, por los prejuicios de la sociedad consumista y; otras, por
una especie de destino fatal que va conduciendo la trama de los relatos hacia desenlaces
donde la víctima es, casi siempre, una mujer. El ambiente de sus creaciones es Puno con
sus paisajes extraordinarios, salvo "¿Hoy día es mañana?", "Puertas derribadas" y
"Azucenita y la mariposa de alas negras" que ocurren en Lima, la ciudad donde radica
Zelideth. El resto de los cuentos tienen como escenario nuestro hábitat y recogen desde una
perspectiva postmodernista los rasgos más importantes de la manera de ser de los puneños
de la urbe y del campo, a través de distintos narradores, puesto que los recursos de Zelideth
así lo permiten. Por eso se vale, unas veces, del narrador protagonista en los cuentos "En
nombre de Dios", "Tu cuerpo rehuyendo mi abrazo" y "Todos vuelven"; otras veces del
"yo testigo" como "¿Hoy día es mañana?"y "La merciquita" y; finalmente, del narrador
omnisciente tal como sucede en "Puertas derribadas", "En el centro de la borrasca",
"Azucenita y la mariposa de alas negras" (PADILLA, Feliciano; en el comentario que hizo
en la presentación de El día que me quieran).
123
LA MERCIQUITA (*)
El torrente de sangre le está anegando la garganta, la boca, la nariz. Doblada sobre sí misma agita los
pequeños brazos y alcanza a gritar ¡mamita!, antes que su cuerpo caiga sobre la mancha rojiza que la
tierra seca empieza a succionar con avidez.
Hemos llegado corriendo y nos detenemos de golpe, ahogados por nuestros jadeos.
La escena nos congela, nos suspende en el aire. Nadie atina a decir ni hacer algo, sólo se
escuchan los aullidos lastimeros del Firpo y el Churchil dando vueltas alrededor nuestro.
Mi hermano y yo nos apretamos uno al lado del otro, como si no hubiera espacio en
el desolado patio. Nos tapamos toda la cara con las chalinas, nunca sabríamos si era por el
frío de la noche o por miedo al contagio de la muerte...
Siempre la imaginé viniendo acurrucada en una de aquellas balsas que surcan el
lago con suavidad de gaviota. Sus escuálidos diez años aparentando seis: piel y huesos
huérfanos. Aspecto y olor a huérfana, con esos reflejos de miedo en sus ojos y esa tos seca
que nunca la abandonaba.
Muchas veces me repitió la misma historia, en su media lengua de aimara-castellano:
que la habían sacado de su choza allá en medio del lago, en las islas flotantes, con la luna
ocultándose frente a ella y el sol empezando a calentar sus espaldas. Que apurada se había
puesto la camisita de bayeta, el faldellín, y el chumpi de colores tejido por su madre, las
ojotas de llanta que no la iban a proteger cuando sus pies se hundieran en el piso fangoso
124
de la isla que, dejaba atrás, con su veintena de casas de totora, avenidas de totora, sus
sembríos sobre las balsas de totora.
Que mirando la balsita que abandonaba, se preguntó si adonde marchaba tendría una
así, para ella sola, sobre la cual había disfrutado tanto de esa sensación de caída: a un lado,
al otro, a un lado, al otro, cuando iba en medio del lago para cumplir mandados.
En mis noches de insomnio la he visto ponerse de pie sobre aquella misma balsa
donde vino, en el instante en que una brisa ligera disipaba sus temores al comprobar que ya
estaban llegando al puerto, aunque era muy tierna para darse cuenta que también asomaba
muy cerca a su destino. En esos momentos tal vez no percibía el centelleo plateado que
tiritaba sobre las aguas verde-azulinas, ni la quietud de esa mañana colmada de sol, de ese
sol que iba abriendo brecha en medio del horizonte azul cerrado del lago-cielo, porque el
brillo de sus ojos al hablar sólo transmitía la inquietud de esas horas, ante el
descubrimiento de la multitud de casas ajenas que iban distinguiéndose cada vez más
cerca.
Ella no sabía entonces que estaba llegando a la ciudad de Puno. También recordaba
al hombre grande que la trajo, su tío, quien no le tomó la mano para apearla ni le dio
ninguna recomendación, le hizo apenas una seña con la cabeza y se adelantó. Ella frunció
la boquita trompuda, se agachó y lo siguió callada. Todavía un gesto de incredulidad le
crispaba la cara al recordar la sensación al pisar esa tierra dura, seca, firme, que contrastaba
tanto con el suelo siempre tambaleante y húmedo de su isla.
125
Cuando dejaron el muelle e ingresaron a la población, las pisadas del tío sobre las
losetas arabescas retumbaron dentro de ella ("aquicito me hacia pum, pumpum, ñiíta"). Le
costaba seguir el ritmo del hombre grande, se agitaba hasta la asfixia, más allá de lo
normal. Recordaba que así recorrieron plazas, calles, ventanas, escaparates, tiendas,
kioskos, todo lleno de gente rara, de caras extrañas. Esta población de techos a media agua
y portones grandes de madera, con sus manitas de fierro colgadas, listas para llamar, calles
estrechas y empedradas, eran una inmensidad para sus escasos años. Tan ensimismada se
había quedado, que olvidó el cosquilleo en el estómago y aquel sudor por la espalda que
habían persistido desde la madrugada.
Pronto salieron a las afueras donde se perdían veredas, empedrado, escaparates, luz
eléctrica, hasta llegar a lo que se vislumbró como una casa amurallada, enorme, al parecer
deshabitada. Había que cruzar un cebadal antes de llegar a la reja de fierro. Se pararon al
pie de la mole y mientras el tío buscaba una piedra para tocar, nuestros perros ladrando con
desesperación nos alertaron sobre su presencia. Momentos después salíamos: mi madre, mi
hermano y yo. Mi madre se le antojó como una señora enorme, anciana, aunque era de
mediana edad y baja, blanca, de piel casi transparente, cabello castaño recogido. La
impresionaron mucho los aretes y el diente de oro, el abrigo de casimir y los tacones:
("cuando la señora grande me miró yo quería escaparme ñiíta, esconderme"), después se
fijó en nosotros: ("tu hermano, flaquito, flaquito, igualito a los ispis que saco del lago, y tú
parecías su ángel de la Virgen, colorada, gordita, con tu cabello color totora seca"). Los
tres teníamos la misma edad.
El tío escupió a un lado de la coca que estaba picchando, sacó las manos debajo del
poncho y quitándose el sombrero se acercó a mi madre, la saludó reverente, nombrándola
126
de patrona y, señora grande, e iniciaron el trato. La Merciquita trataba de seguir el diálogo,
pero se notaba que se perdía en el intento, tal vez quería seguir observándonos o porque los
mayores estaban hablando en un idioma que ella no había escuchado nunca.
Aunque no era necesario que entendiera, sabía que estaban hablando de ella. Cómo
no sentir esas miradas a veces francas, a veces disimuladas.
Los grandes siguieron conversando con la reja cerrada. Cuando pareció que habían
llegado a un acuerdo, mi madre sacó unos billetes del bolsillo y se los alcanzó lentamente,
como dudando. El tío, en cuanto tuvo el dinero lo escondió rápido debajo del poncho (es lo
que me pareció) y, luego, percatándose recién de la presencia de la Merciquita le dijo en
aimara: "Te vas a quedar, aquí vas a tener comida todos los días, tienes que hacer caso a
esta señora, ella va a ser buena contigo" y la empujó al interior. Nosotros nos hicimos a un
lado, como dándole paso o tal vez para evitar que nos roce. Ambos estábamos agazapados
detrás de las faldas de mi madre mientras la cholita avanzaba muda, mirando siempre al
suelo, demasiado asustada para llorar.
Con los ojos achinados, febriles, y esa mirada de asombro que nunca la abandonó,
recorrió los tres patios en la casa solariega de niveles superpuestos, de habitaciones sin
disposición alguna, el jardín, la huerta, el canchón. Desde ese instante, en complicidad con
los altos muros de la casa, la rodeó un silencio extraño. Cuando los demás hablaban no
entendía, no le era posible conversar con los demás.
Mi madre la llevó a uno de esos cuartos enormes, tristes, llenos de cosas en desuso,
que teníamos abandonados. Le ordenó con señas que desocupara un espacio, mientras ella
127
jalaba mantas y frazadas viejas que acomodaba en un rincón. Sacudiendo las manos
empolvadas y con un gesto de asco nos dijo:
"hay que darle un buen baño, raparla, quemar su ropa, está llenecita de piojos".
Aunque Merciquita no entendió las palabras, fue el tono amenazador lo que la hizo sentir
muchos temores, no en la cabeza, sino en el corazón.
Cuando terminó de vestirse con la ropa ajena que mi madre había descosido y cosido
apresurada para ella, sin permitir que se moviera de su lado o por lo menos abrigara su
desnudez, nos señaló y le dijo gesticulando e invitándola a repetir: "ni-ño Fer-nan-do, ni-
ña A-le jan-dra" . La Merciquita, forzando la posición de su lengua, al tercer intento
explotó con dificultad: "nií-too", "ñií-taa". Después le señaló su rincón en el comedor, los
sitios a los que no debía entrar, las cosas que le estaba prohibido tocar.
Al día siguiente se levantó temprano, como era su costumbre, y aprovechando que
aún nadie estaba afuera corrió al mirador del jardín. Se empinó ansiosa buscando el lago
del que apenas le llegaba el aroma; se esforzó más, segura de distinguir su isla flotante,
pero el sol, como una enorme bola de fuego le dio en pleno rostro obligándola a cerrar los
ojos. Entonces escuchó que la llamaban. Corrió hacia la voz, salpicando chispitas doradas
por el camino y sin poder desprenderse de ellas llegó hasta donde "la señora grande" (como
había empezado a llamar a mi madre), y la siguió así por toda la casa, tratando de entender
por el tono de voz, por el movimiento de las manos, por los gestos, las que serían sus
obligaciones. Pero lo que resultaba más claro por la forma en que se agitaba ese índice
frente a sus narices, era la advertencia de que si algo se perdía, o algún plato de porcelana
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terminaba hecho añicos en el piso o se derramaba esa leche de espesa nata (que era nuestra
delicia) habría castigo.
Muy pronto nosotros, el Firpo y el Churchil, nos hicimos sus amigos. Mi hermano y
yo, por la gracia que nos hacía esa cholita que hablaba sólo aimara, caminaba jadeando y
se negaba a correr; los perros, por las sobras de la mesa grande que ella les daba antes de
irse a dormir.
En esas primeras noches en casa, caminando detrás mío después de una tormenta -
enumerando los sapos que yo pisaba - en nuestros paseos a la luz de la luna de junio me
contaba en su enredo de castellano-aimara, que en la inmensidad de esa habitación,
rodeada de viejos cachivaches que su soñolienta fantasía transformaba en sapos
gigantescos; en peligrosos laik'as, que con sus brujerías podían dejarla tullida; en
pichitancas de malagüero, como el que cantó en el techo el día de su nacimiento. Pero
descubría con sorpresa que a esos kukuchis ya no les temía tanto, al fin, eran sus
conocidos. En cambio, los que aparecían en medio de la niebla azulina del cuarto, esos
eran nuevos, extraños, borrosos, y no sabía cómo protegerse de ellos.
Como una de tantas, la noche de la desgracia a la hora de costumbre había concluido la comida.
Toda la familia reunida formaba una curiosa estampa: mesa larga, mantel de cuadros blanco-azules,
cubiertos de alpaca, platos vacíos, tazas sucias y seis pares de ojos pendientes de las manos anchas del
abuelo, quien repetía las mismas historias de misterio para asombrarnos cada noche. Nos estaba
hablando de aparecidos y desaparecidos, de la muerte siempre vestida de mujer, de tapados y sus
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maneras fantasmales de anunciarse. Nadie percibió los pasos cansados de la Merciquita saliendo de
su rincón para llevar comida a los perros.
De pronto, en medio de las risas, nos suspendió en el aire un grito infantil, ahogado,
clamando ayuda. Se intensificó el frío, las llamas de las velas parpadearon, un largo estremecimiento
se extendió por los tres niveles, los cuartos, el jardín, los patios, la huerta, el canchón. Un escalofrío
nos zigzagueó de pies a cabeza. Todos corrimos hacia el grito...
Aún hoy, después de tantos años, la veo, la escucho con toda nitidez... Alcanzó a
gritar una vez más: "mamita!" antes de caer en su propio charco. El abrigo rojo descolorido
que la cubría hasta los talones iba absorbiendo el color de la sangre, sangre que salía a
borbotones de su boca, o de cualquier otro sitio, hasta convertirse en una sola masa,
amorfa, granate, que se coagulaba aceleradamente con la helada de la noche invernal. Poco
a poco, sin apenas darnos cuenta, la masa se estaba encogiendo, la tierra se la tragaba...
Una corriente tenebrosa nos estremeció y la masa desapareció por completo.
Esa escena de muerte en la fría oscuridad del altiplano, ha quedado desde entonces
bajo los párpados y hoy he vuelto sobre mis pisadas de niña para cerciorarme, para
comprobar si fue verdad aquel espanto o solamente es el último vestigio de una pesadilla
infantil. De esa infancia misteriosa, siempre cubierta por un manto encantado: el lago, las
islas, el cielo, la huerta, el canchón, el abuelo, sus historias, la señora grande. Estoy
tratando de reconocer el sitio en que desapareció, en lo que todavía se mantiene en pie de
la casa grande de los abuelos, pero ha sido tan retaceada para el remate que ni ellos la
reconocerían.
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Ya está anocheciendo. El canto irritante de un malagüero pichitanca me sacude de
raíz. Un frío lejano, muy lejano, como el que nos estremeció esa noche vuelve a calarme
los huesos. Lágrimas silenciosas bajan por los surcos de mi avejentado rostro.
(*) Tomado del libro de cuentos “El día que me quieran”, publicado por Arteidea Editores, Lima 1999.
2.2.6. JOVIN VALDEZ
Nació en Carumas en 1949. Radica en Puno desde la década del 80. Aquí ha desposado una dama
puneña, tiene hijos puneños y trabaja en Puno como catedrático de la Facultad de Ciencias Políticas y
Jurídicas de la Universidad Nacional del Altiplano, de la cual es actual decano. En 1990 ingresó a la
Magistratura en la Corte Superior de Justicia de Puno, donde desempeñó los cargos de Juez de Paz
Letrado y Juez Instructor. En nuestra ciudad ha ganado dos premios: uno concedido por la
Municipalidad de Juliaca y el Grupo Elegía y en 1997 ha sido ganador del primer premio de cuento
de los Juegos Florales de la UNA, a nivel de prefesionales. Publicó los siguientes libros: Sólo los
Rastros (poemario), Mansión del habitante (poemario), Visión en la Noche (cuentos) y El anuncio de
los Búhos (cuentos). Presentamos a continuación uno de sus mejores cuentos: Aniquilina.
ANIQUILINA (*)
En el pueblo se hablaba sensacionalmente de Aniquilina. Era para todos una mujer desconocida,
nadie supo de dónde vino, ni qué apellidaba. Vestía un corpiño y polleras, llevaba un sombrero
blanco en forma de campana, y usaba ojotas de las que forman una V en el empeine; sus trajes
estaban en harapos, y sus cabellos le cubrían ambos lados de la cara. Tenía los ojos claros, tristes y
fríos, como si no miraran, y eran sus mejillas como dos hojas de buganvilla tostadas por el sol.
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A veces se paraba silenciosa en las esquinas, y a la hora del aguacero, bajo los balcones de las
casas. Los niños la observábamos de lejos, lo que para ella era indiferente; la mirábamos como a un
ser raro, diferente a las demás mujeres del lugar.
Los pobladores comentaban de Aniquilina: “Esa mujer no es loca, dice que trabaja” y
enfatizaban “se ha lavado la cara y los pies en la acequia que pasa por el centro de la plaza”. De ahí
que la gente por mucho tiempo, recogía el agua, más arriba de la plaza.
Se decía también de ella: “Con las mujeres es seria y con los hombres, coqueta”. “Le gusta
las guaguas y quiere arrebatarlas de las muchachas que las llevan”.
Una mañana se presentó en mi casa y como las puertas estaban abiertas, sin hacer ningún
llamado, penetró hasta la cocina donde se encontraba mi madre. Parca y solícita le dijo:
- Siñora, querer trabajar, ondestao ha terminado faina.
- ¿Y dónde estuviste?
- Estao iscogiendo papa onde Adrián Alvarau.
Mi madre asintió:
- Quédate hija, descarga tu atado y aquí sólo me ayudarás a cocinar.
Su labor era conocida. Traía agua de la acequia que pasaba por la huerta, y pelaba papas casi a
diario, a veces molía granos, y cuando salía del hogar, se perdía en una quebrada ubicada cerca al
pueblo, y después de unas horas regresaba con leña.
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Al caer la noche, a la hora que las gallinas se van a sus gallineros, ella se incorporaba y
calmosamente ingresaba a su recinto. Y al amanecer, era la primera en levantarse, a barrer los
ambientes.
Una vez para observarla, subí a la pared que divide la cocina y el patio, pero, en ese momento
no estaba en el tronco donde se sentaba a cumplir sus labores, vino de la huerta trayendo un balde con
agua, lavó el batán que estaba al pie del muro, y sin advertir mi presencia, se puso a moler guñapo, y
cuando molió un poco tomó un puñado y se lo comió crudo, molía otras porciones y se engullía
manojos de harina, pero, cuando alguien se aproximaba no comía. Terminó su trabajo y después que
se retiró, bajé conmovido a contarle a mi madre, pero ella al escucharme se sonrió como si fuera
mentira. Una señora que escogía arroz en la mesa, le dijo:
- No puede ser, los chiquitos hablan por gusto.
Yo repliqué.- Sí, mamá, ha comido varias veces.
Y volvió a hablar la señora.
- Capaz siempre doña Gerarda, el niño ha venido asustado, y le iba a decir que a esa
mujercita la noto media rara.
Mi madre cerró el tema diciendo:
- No creo, pero voy a vigilarla.
Desde esa ocasión, yo la miraba más, pero disimuladamente.
Transcurridos tres meses de lo que llegó, un día la vi pálida frotándose la frente; y al anochecer,
se dirigió callada y lastimosa a su dormitorio. Yo me preguntaba: ¿Irá a dormir, a hilar? Pero no tenía
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lana, caito, ni rueca, como otras mujeres que venían de las alturas. Finalmente dejé de hacerme esas
preguntas y me fui a dormir dulcemente como lo hacen los pebetes.
En realidad la opa estaba gestando y claramente se notaba la prominencia de su vientre, hecho
que la gente rumoreaba y se preguntaba: “¿Quién se habrá aprovechado de esta loca?”
Aquella noche desperté ante unos sobresaltos de mi madre; escuché que confundida le decía a
mi padre:
- ¿Oyes Armando, de dónde llora esa guagüita? Creo que es del cuarto de Aniquilina; esta
chola de buenas a primeras se ha presentado aquí, y había venido en estado, y sólo Dios
sabe para qué degenerado será el hijo. ¿Vamos a verla?-. Pero como pronto se calló el
llanto, mi madre creyó que era el bebé del vecino y afirmó:
- Es el hijito de don Fidel.
Y todos nuevamente conciliamos el sueño; pero al amanecer sucedió algo inesperado.
Aniquilina se había levantado más temprano que nunca, y en lugar de ir a llenar las tinajas de agua,
fue a la puerta de calle, diciendo:
- Ya mi voy siñora,- y cuando se aprestaba a abrirla, me madre le replicó:
- ¡Espérate! Voy a darte algo para que te lleves.
Pero, ella contestó:
- Voy así nomás siñora, hi soñau mal.
Mi madre recordando el llanto de la media noche y pensando en la extraña actitud de la
mucama salió en un santiamén y la tomó del atadijo que portaba en la espalda, y cuando ella volteó
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para jalar su bulto y escaparse, su boca estaba manchada con sangre, tan semejante a un felino que
acababa de devorar su presa y mira aterrado como si lo acosaran.
Mi padre al oír el forcejeo y el grito espantoso que dio mi madre, salió al instante y con una
mano le desbarató el fardo, con la otra la agarró del brazo, y de un jalón la puso en el centro de la
habitación. Estando el envoltorio en el piso y la monstruosa mujer atrapada, mi madre descubrió el
bulto y allí estaban los restos del recién nacido, parte de sus miembros, y su cabecita todavía intacta.
Mis hermanas y yo quisimos observar el feto, pero mi madre lo envolvió en la manta y ordenó a mis
hermanas:
- ¡Vayan inmediatamente a dar parte a la policía!
Sin mucha demora vinieron dos guardias y apresaron a Aniquilina; el sargento Burgos, un
trujillano de ojos claros y rostro colorado, cuyo trato era muy cordial en la localidad, serio y confuso,
destapó los ensangrentados trapos y al ver al niño triturado, con la carita exánime y los ojos cerrados
para siempre, dijo:
- Lleven a esta loca al calabozo y llamen al juez para que venga hacer el levantamiento del
cadáver.
Terminó de contemplar los restos del engendro y cubriéndolos nuevamente, se quedó
pensando en aquel hecho descomunal. Antes de irse dijo a mi padre:
- Fíjate Armando, cómo esta demente ha tenido gracia para tener hijo y todavía sobre eso,
comérselo; pero ésta ni siquiera va a ir a la cárcel, sino al manicomio.
Mi padre frunció el ceño y agarrándose la cabeza expresó:
135
- Pobre angelito, cómo sufriría al momento de morir.
El sargento se fue al Puesto, y al llegar le avisaron que la loca se había desmayado y que se
encontraba en mal estado. Uno de los subalternos se burlaba:
- Seguro le ha hecho mal la guagua.
El superior ordenó al sanitario de la policía que le preste el auxilio necesario. La trasladaron a
una celda más limpia donde le hicieron las atenciones médicas, y allí la dejaron en una tarima antigua,
acostada sobre pellones y tapada con frazadas que dejaron de usar.
Mientras en mi casa, el juez dictó al secretario el acta de levantamiento del cadáver, y se
despidieron de mis padres.
Por la tarde las campanas repicaban como en día de fiesta, porque así era la costumbre, cuando
moría un niño. En la plaza, con gran cantidad de gente se dio una vuelta al pequeño ataúd; el cura le
echó la bendición en la iglesia, y lo condujeron al cementerio para sepultarlo. Alguien donó una losa
con la inscripción “ANIQUILINO, 14 DE OCTUBRE DE 1956”. La colocaron en la cabecera de la
tumba y desde aquella vez, no falta al pie de esa piedra vistosos ramos de flores en la soledad del
camposanto.
En la noche todo volvió a la calma, y en los hogares comentaban lo acontecido. Sólo que en la
habitación donde pernoctaba Aniquilina algo sucedía. Despertó después de dormir unas horas y lo
primero que vio fue el plato en que le trajeron comida, el cual brillaba nítidamente con la luz de unos
rayos que se filtraban por el techo. La noche era clara y frígida en la vastedad del valle. La loca
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comprendía que estaba encerrada en ese cuarto destartalado, cuya puerta se aseguraba con un alambre
delgado y un minúsculo candado; pero además había un centinela que custodiaba el puesto, era una
perra pastor alemán con fama de mordedora.
La loca se levantó sin pensar en su estado, sino en el lugar donde se encontraba; husmeó por
las ranuras hacia fuera y se percató que el entorno discurría en completo silencio, era la hora en que
todos duermen; jaló la puerta y al no ceder ésta, se puso a cavilar buscando la forma de salir. Tomó
un travesaño de la endeble tarima, lo colocó en la fisura del alambre y el marco y agarrando la barra
de la parte superior, tiró con toda su fuerza hacia atrás, y al romperse el alambre, cayó de sentaderas;
al instante, la perra ladrando con ferocidad arremetió a la celda para devorar a la peregrina, pero no
pudo ingresar porque no se abrió la puerta. Aniquilina pensó que con la bulla se despertarían los
guardias y ya no podría escapar, entonces abrió un poquito la hoja de madera, y sacó una mano para
que el animal la muerda, cabalmente el canino clavó sus colmillos por ambos lados del puño; ella
con la otra mano le tomó el hocico y montándose en el lomo trató de abrirle las mandíbulas, pero la
bestiecilla pataleaba y mordía con toda su fiereza; al fin, la loca con sus manos sangrantes logró
abrirle las quijadas hasta zafarle el vértice, luego la arrastró a una esquina del canchón donde estaba la
letrina, y de un empellón la tiró hacia adentro, para que termine de morir.
Con todo lo ocurrido, y para suerte de la antropófaga, nadie había despertado, ni tampoco la
habían visto; sólo los mulos que tenían en el caballerizo, miraron la escena con las orejas alertas;
justamente por allí debía huir violentando el cerco cubierto de cactus, trepó hasta la parte superior
procurando poner las manos donde no haya espinas, de igual manera puso los pies en las piedras que
le servían de pisadores, y aunque clavándose en las piernas, saltó al exterior por el lado de la plaza.
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Ya libre, miró el ámbito despejado que brindaba la luna, dio un suspiro profundo, y se
encaminó hacia los límites del verdusco y elevado “Cajena”, que bajo el resplandor del cielo, lucía
blanco en sus cumbres y obscuro en sus fauces; llegó al final de la calle donde comienza el camino,
allí se sentó a envolverse la mano con una tira de su pollera, se sacó las espinas de las piernas y
tomando de la acequia unos bocados de agua se fue con dirección a las colinas, por donde asoma el
sol.
¿Se iba sin destino? ¿Su afán sólo era esconderse en el monte? A cierta altura abandonó la
senda, y escaló el picacho por sitios inaccesibles, y bajo grandes rocas, en una cueva de animales
salvajes decidió acomodarse para esperar el día que faltaba poco para avizorarse. Ya recostada,
mirando desde esa cima la maravilla del firmamento, se quedó dormida.
Rompiendo la alborada, el guardia de servicio se levantó a hacer la limpieza del patio; pero al ir
al aposento donde estuvo Aniquilina se dio con la sorpresa que la demente había fugado, vio las
manchas de sangre rociadas en el piso, y por las huellas que quedaron de la pelea, descubrió que la
perra había sido arrastrada y metida a la letrina donde la vio estirada sobre el excremento con los ojos
vidriados, fijos en la claraboya, mostrando los caninos con la boca abierta. Se propuso seguir los
rastros de la fugitiva, pero éstos se perdían en el rebaño de los equinos. Advirtió el hecho a los otros
guardias, y éstos de inmediato salieron de sus alcobas a ver lo acontecido, alisaron sus correajes y
siguieron la pista hasta la última esquina donde la orate se curó las heridas. El sargento envió dos
efectivos para que sigan rastreando, pero esto fue inútil porque el camino estaba inundado de lodo. Se
regresaron desconcertados y prosiguiendo la búsqueda, tomaron un prismático y desde la bóveda del
techo de la iglesia revisaron los caminos, roquedales y praderas, y hasta las mismas cuevas donde
había descansado, pero aparentemente todo se tornaba quieto, silencioso y vacío; por lo que
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terminaron pensando que se había marchado a la cordillera y así manifestaron a los pobladores. Yo
en mi juicio de niño, pensaba en sus pasos, en su viaje errabundo; me paraba en el batiente de la
puerta y comprimiendo las pupilas contemplaba los cerros y me la imaginaba yéndose por esos lares
que no alcanza la mirada.
No pasaron aún dos días, cuando nuevamente, se hablaba que la vieron bajar de la altura y
penetrar en las parcelas para comer el maíz. Cabalmente los dueños de las plantaciones, se quejaron a
la policía y al gobernador declarando que la loca seguía haciendo perjuicios y sobre todo que era un
peligro para los niños.
Una tarde los moradores se reunieron en la plaza, y acordaron seguir sus pasos hasta
encontrarla y si es posible matarla. Al medio día, después de la reunión, se dirigieron a las faldas del
“Cajena”, donde siempre la veían. Registraron los daños que había hecho, y cuando venía la noche,
una señora portando en la espalda un tercio de alfalfa, muy asustada se acercó a la comitiva y dijo:
- ¿Ustedes han salido a buscar a la loca? Desde el borde de mi chacra la he visto subiendo
por la quebrada, deben ir por ambos lados.
Efectivamente, fueron por ese sitio hasta darle alcance, y desde las bandas del riachuelo le
arrojaron piedras, y ella al darse cuenta que estaba acorralada, corrió hacia la pendiente; y cuando
ellos creían tenerla cercada, a su paso encontraron tupidos matorrales y grandes peñascos que les
impidió seguir adelante; algunas piedras le cayeron a la loca, pero al parecer, no le hacían mella. La
noche se hizo densa y por precaución no se atrevieron a escalar el “Cajena”, en cambio la loca subió
con facilidad el escarpado montículo, y desde lo alto hacía rodar piedras. Los perseguidores
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retrocedieron cierta distancia y desde allí la miraban moverse en las sombras de la tétrica montaña.
Finalmente, retornaron con la idea de volver armados al siguiente día.
Este plan se cumplió, inclusive con participación de los policías, pero cuando arribaron hasta la
cumbre y atisbaron las distancias del otro lado de los cerros no vieron ni la sombra de la indomable.
Regresaron afirmando que ahora sí se fue del todo, y que ya no había por qué preocuparse.
Realmente Aniquilina se había marchado. Pero, ¿A dónde habrá ido? Muchos creían que en
cualquier momento volvería.
Lo cierto es que tramontó los nevados, y siguiendo las faldas del volcán “Tixani”, se fue
hacia las planicies desoladas del Altiplano. Andaba por los sectores de “Titiri” y “Chilota”. Dormía
en las cabañas ocultas y abandonadas, en el día visitaba las chozas, y cuando advertía que sólo había
mujeres entraba sin permiso y en forma halagüeña pedía comida y después se alejaba dejando un
misterio detrás de sus pasos.
Pronto en las cercanías de “Chilota”, desapareció una niña, y los pastores confundidos trataron
de explicarse este hecho inaudito; pero después de diversas conjeturas, lo asociaron con la existencia
de la extraña vagabunda.
Los padres de la niña suplicaron a los vecinos, reunirse para buscar a esa mujer que
para todos resultaba un enigma.
Las señoras que hablaron con ella decían:
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- No es gente. Es condenado, sólo aparece en mala hora, en el día cuando no hay
nadie y en las noches llora bajo la luna.
La buscaron durante varios días, pero se hizo humo, tampoco había rastros, porque
los borraba la lluvia.
Una tarde en la lejanía sintieron un llanto, el cielo estaba obscuro como una masa de plomo, y
las nubes avanzaban como merinos gigantes, por lo que no precisaban, de dónde venía el gemido.
Uno de ellos dijo:
- Está en la pampa de “Toro bravo”, y viene hacia nosotros, debemos lacearla.
Alistaron los zurriagos para atraparla. Comenzó un viento helado, y la nevada caía como quien
desmenuza bellotas de algodón. De entre las briznas asomó una mujer descalza vestida de polleras y
tapada con una liglla, los miró por una leve abertura de la manta; primero algo consolada, pero al
verlos con los lazos prestos a atacarla, volvió a llorar angustiosamente. Los hombres seguros de que
era la “condenada”, de primera intención la ataron, y a fuetazos la condujeron hasta la casa del padre
que perdió a su hija. Un viejo subió a un altozano, y con voz detonante, arengó a sus congéneres.
- ¡Salgan, vengan a ver al condenado! ¡Vamos a quemarlo! – Los oyentes se
comunicaron y acudieron al llamado.
La nevada había cesado y los campesinos fueron a traer leña, la amontonaron sobre una
apacheta, allí plantaron una cruz, donde colgaron a esa joven desconcertada, que a pesar de sus gritos
y súplicas para que no la maten, los ejecutores no se inmutaron. Prendieron la gavilla, y entre
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agónicos clamores murió quemada aquella niña, que no fue Aniquilina; sino una pastorita retardada,
que por la espesura de la neblina se había extraviado en las estepas del Altiplano.
Este hecho dio lugar a un juicio que inició el patrón de la muchacha, sobre todo por el ganado
desaparecido en la tarde del crimen; acción que interpuso en contra de los homicidas, por lo que las
autoridades judiciales les abrieron instrucción, pero con orden de comparecencia, razón por la cual,
los responsables del ilícito penal andaban libres y se mofaban del agraviado. El proceso duró tres
años, y al final, el juez sentenció declarando la absolución de los autores “por falta de pruebas”.
Mientras Aniquilina continuaba haciendo fechorías, en el día permanecía bajo las
sombras impenetrables del “Puente bello”, maravillosa estructura que formó la naturaleza,
allí desemboca una amplia y arenosa represa donde se erigen unas rocas en forma de
santos, dando la impresión, que antiguos anacoretas cruzando el vado se convirtieron en
piedra. En aquel entonces no había carretera por la superficie del puente, estaba sembrado
de zarzas y yaretas; la concavidad de su interior tenía el aspecto de una pequeña catedral,
el subsuelo escupía agua de colores a altas temperaturas, cuyo vapor salía por unos
tragaluces, y desde el fondo se oía un sonido grave que causaba pavor. Sin embargo,
Aniquilina, en ese lugar sombrío encontró sosiego, pensó que en ese sitio estaría
imperturbable. Sólo que allí no pernoctaba, porque había copos de nieve que refrigeraban
el ambiente.
Pero un día desafortunado para la loca, a la hora del crepúsculo, cuando salía de su
escondite, los pastores que ya habían descubierto su paradero, la rodearon armados con
flagelos, piedras y palos; y ella, con el instinto del que no quiere morir, y la sabiduría del
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que no permite que le hagan daño, resolvió no oponer resistencia. La lacearon y la
amarraron como a un torete salvaje, así la condujeron hasta la loma de caserones
abandonados, y en una cadena con anillo de fierro la aseguraron de la muñeca.
Ella no decía nada, no lloraba ni se quejaba.
El mayor de los campesinos, en su lengua aimara, ordenó:
- ¡Ya, junten leña y hagan una cruz!
Aniquilina que intuía lo que se proponían, miró en forma penetrante al hombre que
dio la orden, y en el mismo dialecto, le dijo:
- Hoy no deben matarme, Dios me ha mandado a rodar así y falta un día para
cumplir mi castigo.
Al escuchar atentos esta declaración, se consultaron mutuamente y decidieron
quemarla antes que amanezca. La cadena que estaba atada la anudaron a un tallo y la
argolla del terminal la unieron con un candado al eslabón respectivo, de tal manera que la
loca no pudiera soltarse. Encendieron una fogata, y alrededor se recostaron vigilando a la
cautiva, aunque después de unas horas, se quedaron dormidos.
Antes que interrumpan los rayos ultravioletas de la madrugada, despertaron solícitos a
ejecutar lo acordado; pero cuando fueron al tronco donde amarraron a Aniquilina, ella no estaba.
Solamente cerca del anillo de la cadena, encontraron su mano aún vertiendo sangre.
No fue tocada por nadie; los hombres se quedaron estupefactos. Cayó la luz del sol y
trataron de buscar la huella de sus pasos, pero de pronto vieron que un águila, con torvo
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zumbido bajó como un rayo y tomó en sus garras la sangrante mano; y cuando ellos
gritaron queriendo detenerla, porque creían que iban a alcanzar a la loca, ya el ave se había
elevado, y se fue por el azul del cielo, remontando los nevados, la claridad del espacio y la
enigmática cordillera. Desde ese día no se volvió a saber más de Aniquilina.
--0--
(*) Tomado del libro de cuentos “El anuncio de los búhos”, publicado por la Editorial 14 de septiembre, Puno 2002.
“Aniquilina, creo que tranquilamente podría lucirse en la más exigente antología del cuento
peruano de la década, en lo que va del 90, porque posee calidad en su argumento, delicadeza y
excelente trato del lenguaje, magnífica construcción del personaje protagónico – que convence por
ser verosímil, causando asco, horror; pero también piedad, ternura - añadiéndose otros méritos como
dominio en un suspenso permanente y calidad y sencillez en la historia global (...) que de modo
natural provoca sólo decir al concluir la historia: ¡ Excelente relato! ¡Cómo he disfrutado al leer esta
historia!” (JARA Jiménez, Crónwell; Prólogo de la Antología ‘Premio Rogelio Ecler’, Juliaca 1995).
“Un buen manejo de recursos le otorga calidad indiscutible, hasta -según algunos- para
figurar entre los buenos cuentos de la década presente (Jara Crónwell; 1995: 18) Aniquilina es un
buen trabajo, y entre sus virtudes tenemos la buena administración del suspenso y el remate final, que
confirma su calidad (OSORIO, Juan Alberto; El Cuento Puneño, en la revista Apumarka, 1999).
“En los siete cuentos que se hallan en este texto, podemos percibir la obsesión permanente por la
muerte, cada página se halla impregnada de dolor, hambre, miseria, derrota del hombre. Uno de los
aciertos del escritor Jovin Valdez Peñaranda es la creación del suspenso y del sentido dramático,
sobre todo en ‘Chalzo Grande’ y ‘Hojas de Otoño’. Su prosa es, a veces, rápida; pero le gana la
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descripción del paisaje, tornándose, entonces, lenta. Pero el tono se hace violento en ‘Aniquilina,
creciendo el suspenso” (FLÓREZ-ÁYBAR, Jorge; en el introito de “El anuncio de los búhos”, Puno
2002).
“El misterio que rodea a este mundo andino en que se fusionan el presente y el pasado, la vida y
la muerte, lo real lo irreal, dan al cuento un nuevo sabor: el andino, mundo que comparte y disfruta
nuestro autor desde la niñez. Saludamos el acierto de Valdez y le auguramos un camino de muchos
éxitos. Su narración abre al mundo una ventana para que vea, desde allí, una vida nueva y diferente
que sólo tenemos la dicha de vivir quienes habitamos en el espinazo de los Andes, lo más cerca
posible de Dios” (CÁCERES MONROY, Juan Luis; en la solapa de “El anuncio de los búhos”,
Puno 2002).
2.2.7. WALDO VERA
Este excelente narrador puneño nacido en Arequipa en 1948 es arquitecto de profesión y
escritor de vocación. Actualmente ejerce la docencia en la Universidad Nacional del
Altiplano. Hará unos diez años que leí por primera vez algunos cuentos de Waldo Vera
Béjar. Me impresionaron sobremanera por su calidad. Sus amigos le sugerimos que los
publicara. Seguramente, su carácter reservado y el respeto profundo que siente por la
escritura seria, se lo impidieron. En el mes de marzo nos entregó un hermoso libro con el
título de “Cuentos de fin de siglo”. Personalmente, no me sorprendió la solidez de la
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estructura de los cuentos, el manejo del lenguaje, el diseño de los personajes y, el tono y la
atmósfera que saturan cada uno de sus relatos.
La mayoría de los trabajos que aparecen en “Cuentos de fin de siglo” fueron
creados en la década del 70. Solamente “Mamani Vice” y “Máscaras y promesas” fueron
escritos en los 80 y, “El trato” en 1998. Por tanto, aunque este libro haya sido editado
recientemente, pertenece a los narradores que publicaron a partir de los 80, donde se
ubican Jorge Flórez-Áybar, Luis Gallegos, Jovin Valdez, Zelideth Chávez, José Luis
Ayala, Omar Aramayo, Feliciano Padilla, entre otros.
En “Cuentos de fin de siglo” se presentan doce cuentos de diferente temática y
distinto tono, pero, donde el denominador común es el lenguaje bien tratado y agradable, y
ese gusto especial, innato, para convertir temas tan sencillos y cotidianos en relatos que
atrapan y gustan desde los primeros párrafos. Vera Béjar, para agradarnos no tiene
necesidad de asumir una actitud libidinosa ni pornográfica tal como, lamentablemente,
asumen algunos narradores peruanos que se inclinan por el facilismo y la liviandad de las
narraciones light y del realismo sucio. Su lenguaje es fino, cuidadoso y diría, incluso,
musical. Pueda que su estilo merezca algunos afinamientos, porque hay palabras que
sobran, explicaciones que no debieran hacerse; pero aun así, está por encima de muchos
escritores que maltratan el castellano y que publican apenas terminan de escribir la primera
versión.
El autor experimenta diferentes puntos de vista del narrador. Utiliza el narrador
omnisciente, a aquél que lo sabe todo, que es omnipotente, que manipula la historia y a los
propios personajes y que cuenta la historia en tercera persona, desde cierta distancia y
146
neutralidad. Así se advierte en “Flor de María”, “El saltador”, “El alacrán” y “Amnesia”.
Hace uso, también, del narrador personaje que relata el cuento en primera persona como si
fuera su propia historia; entonces el relato se hace más tierno, intimista, nostálgico. Es
cierto pierde en neutralidad, pero gana en autenticidad. Se trata de sus cuentos mejor
logrados, cuya fuente es la evocación de la adolescencia y juventud, así como los
referentes de la antigua ciudad lacustre y de sus tradiciones inolvidables. Se registra esta
perspectiva del narrador en “Mamani Vice”, “Ángeles con colorete”, etc. “Felipe II” es el
único cuento que está escrito en segunda persona y se trata de un narrador testigo que
establece un diálogo ficticio con un feto antes de su muerte y en el momento mismo en que
su madre lo está abortando por intervención de un cirujano. Se trata de un hermoso
monólogo sobre el derecho a la vida, a la libertad y; sobre la maldad y las diferencias que
dividen a los seres humanos. La adopción de la segunda persona refleja el buen oficio del
narrador, por lo difícil de este recurso.
Vera Béjar sabe diferenciar perfectamente la realidad de la ficción. Sus cuentos
nacen de la realidad, pero, su capacidad fabuladora, permite la conversión de aquélla en
ficción, en objeto literario. La verosimilitud de sus relatos hace de que el lector crea que se
trata de acontecimientos reales y, más aún, que sea su propia historia. Waldo Vera es
arquitecto y no tiene una preparación profesional sobre literatura. Su dominio de la
narrativa le viene de su autoformación, de sus lecturas y de su innato don para narrar.
FELIPE II (*)
Abriste los ojos –Una tarde que seguramente era primaveral. No supiste dónde estabas- Te sentías
seguro, flotando en medio de algo que te cubría completamente, pero no imaginabas qué podía ser.
147
Una tenue claridad te envolvía y, de alguna manera, podías escuchar los ruidos exteriores, pero no
alcanzabas a divisar nada que no fuera aquella especie de estrecha prisión en la que comenzabas a
vivir. ¿Prisión? Bueno, sí. Pero, al mismo tiempo, nido, como las aves primigenias o los canguros,
pero, ¿qué son los canguros y qué las aves? Te producía, eso sí, tu sitio, una sensación confortable
como si tu celda, aun privándote de tu libertad, formara parte de tu propio ser o estuviera íntimamente
ligada a tu naturaleza. Al estirar, sin apenas notarlo, algo que tú creías brazos y piernas, comprobaste
que el ámbito a tu disposición no era mayor que el que te tocaría alguna vez, cuando murieses.
¿Muerte?, pero, ¿qué era la muerte? Parecía una tumba, claro, pero era un lugar muy especial. Se
acomodaba perfectamente a cualquier posición que ensayases y te sentías cómodo y seguro, pues sus
paredes eran suaves y mullidas. Héctor podría decir que era el lecho que siempre había soñado.
La voz de Felipe te era familiar, era casi como si esperases que fuese tu padre, o algo así, pero
intuías que él no te apreciaba, por su voz altisonante, prepotente y antipática, pero, eso no lo saben los
genes, y los tuyos eran, si alguna vez lo sabes, impredecibles.
Y un día creíste que pensabas en ti. ¿Quién eras? ¿Eras alguien? ¿O algo? No recordabas nada
y tampoco te preocupaba. Tu mente estaba en blanco y quizás tus recuerdos empezarían ahora. Antes
o después. En todo caso, existía en ti una especie de sabiduría atávica que se remontaba, seguramente,
a muchas generaciones atrás y que te permitía presentir que tu encierro no sería ya muy largo. Tal vez
unas pocas semanas más. Era curioso. Estabas preso, pero no sentías prisa por liberarte. Quizás
intuías que sabrías, llegado el momento, sin que nadie te informara. Como los frutos que caen de la
rama cuando están maduros. Nunca antes. O, como los animales que, a diferencia de los hombres,
saben cuándo ha llegado el momento de hacer el amor. Supiste que antes de obtener la libertad debías
culminar un ciclo inevitable de preparación para salir al mundo que siempre supiste que era hermoso.
148
Y, lo es, aunque ignorases que tus congéneres se encontraban agobiados por consideraciones
materiales y que la superación cultural y espiritual no pasaban de ser hechos anecdóticos. Ignorabas,
también, que el amor, origen de la vida había dejado de ser, para ellos, un sentimiento noble para
convertirse en una técnica recreativa. Y que el verdor de los campos y el cristal de las aguas estaban
siendo irremediablemente reemplazados por el gris del cemento, el acero y la odiosa calamina. Y que
el azul del cielo era sólo un recuerdo en algunas ciudades orgullosas de su desarrollo industrial. Y
que, ¡maldición!, ya nada era más importante que el poder económico, la figuración social y el placer
barato. Sobre todo, el poder. Y la esclavitud que trae consigo para quienes lo poseen. Pero, sin duda
seguías teniendo razón: el mundo seguiría siendo hermoso mientras existieran criaturas inocentes,
puras y libres como tú. Y mientras existiera Dios.
Y, cualquier mañana, sentiste una vaga inquietud. Adivinaste la presencia de alguien extraño
que intentaba arrancarte de tu hogar. Resististe, con tus escasas fuerzas, porque aún no era tu tiempo y
tú lo sabías. Pero, tus esfuerzos resultaban cada vez más inútiles como los de cualquier animal
silvestre frente a un valiente cazador dotado de los últimos adelantos de la industria de la muerte. De
cualquier modo, nunca comprendiste lo que estaba ocurriendo. Tu indefensión te hizo conocer algo
parecido al miedo. Al estremecerte, supiste que esta libertad prematura te iba causar un daño
irreparable y quien trataba de sacarte de tu encierro acabaría por conseguir su propósito. E hiciste lo
único que podías hacer: Te abandonaste. Y conociste, por fin, a Dios y lo evocaste en tu inocente
intuición: ¡O, Dios!, ¿Quién, quién eras, y qué te estaban haciendo?.
Y entonces sentiste que hubieras podido ser algo, o alguien, si tu hubieran dado la oportunidad.
Maldijiste la ironía. Salías al hermoso mundo sintiendo que la vida se te escapaba. Y, en tu pequeño
cerebro se hizo la luz, y pudiste apreciar lo que te dejaron del mundo. Estabas destinado a vivir como
un ser con personalidad propia. Dios te había hecho libre, pero molestabas a alguien y tu libertad
estaba en manos de quienes ahora te quitaban la vida. Cerraste tus ojos, esos atisbos de ojos que
149
nunca habías terminado de abrir, y te hundiste en la más negra y eterna oscuridad. Había nacido y
muerto alguien que no llegó a vivir.
- No ha sido una experiencia agradable, Felipe. Y no estoy dispuesta a que vuelva a ocurrir-
miró sin interés a la mujer gorda y grasienta que sostenía en brazos a un mocoso de unos dos o tres
años, con la cara llena de mugre y los índices de sus manos regordetas hundidos con entusiasmo en
sus fosas nasales-. Quizás debiéramos haberlo tenido. O tenerlo yo sola. No sé. De todos modos no
estoy dispuesta a sufrir otro aborto en mi vida. Y espero no volver a verte. Si Dios quiere, el próximo
año cambiaré de Universidad. Adiós.
Y, con elástico paso, la gentil y candorosa silueta femenina se alejó de la clínica y desapareció
dentro de un autobús, el que, a su vez, se perdió en medio del tráfago automotor de la ciudad.
-0-
(*) Tomado del libro de cuentos “Cuentos de fin de siglo”, publicado por Pez de Oro Proyectos Editoriales S.A.C., Puno 2002.
2.3. LOS NARRADORES DE FIN DE SIGLO
Se trata de una promoción importante, que hizo su aparición en Puno después del 95, aunque su
ejercicio escriturario debió hacerse a comienzos de aquella década o, quizá antes. Conforman esta
hornada Elard Serruto Dancuart, “Habitaciones”, Lima 1997; Adrián Cáceres Ortega, “Desde un
rincón de tu alma”, Bolivia 1999; Bladimiro Centeno, “Aguardando la noche”, Arequipa 1995;
Rafael Vallenas, cuyo primer libro se encuentra en prensa; Édward Huamán Frisancho, El beso de la
muerte (2000, edición póstuma); Christian Reynoso, “Los testimonios del manto sagrado”, 2001 y
“Látigo del Altiplano”, 2002.
150
Pues, es un grupo de jóvenes que incursiona en la narrativa veinte años después de los
narradores que publicaron en los ochentas: Luis Gallegos, Jorge Flórez-Áybar, José Luis Ayala,
Zelideth Chávez, Feliciano Padilla, Jovin Valdez, salvo Omar Aramayo que publicó en 1971.. Los
Narradores de Fin de Siglo no hace alusión a una generación ni a un grupo literario, que generalmente
se forma sobre la base de un propósito estético y de una similaridad de estilos que se sintetizan en un
manifiesto. Son creadores de gusto y estilo diferentes y, no están ligados el uno al otro por ningún
compromiso, ni proyecto literario. Por eso, en mi opinión, se trata sólo de una promoción de
narradores.
Una lectura atenta de los libros publicados por esta promoción nos hace pensar que se trata de
jóvenes estudiosos, que combinan talento con estudio sistémico. No son jóvenes que se lanzan a
escribir textos sin ton ni son, como era costumbre en las décadas del cuarenta o cincuenta. Por el
contrario, están equipados de un presupuesto teórico adecuado, sin el cual, sería muy difícil tener
éxito en un ambiente peruano modernizado tan competitivo. Sus creaciones se expresan a través de
un aparato formal bien estructurado y con uso de recursos técnicos, sin abdicar para nada a la marca
indeleble de su riquísima cultura ancestral. La calidad de sus narraciones hace de que puedan leerse y
competir en Lima, Bogotá o en cualquier parte del mundo. En esta promoción, también debe
mencionarse, aunque todavía no han publicado un libro orgánico, a los narradores José Luis
Velásquez, Gabriel Apaza, Luis Pacho, Luis Balcona, Víctor Villegas, Dárwin Bedoya, Felícitas
Alemán Cruz, Carmen R. Chique Aguilar y Cástor Vera Carbajal .
2.3.1. ELARD SERRUTO DANCUART
151
Elard Serruto nació en Puno en 1962. Estudió educación primaria y secundaria en Puno.
Cursó estudios superiores en las Universidades de San Antonio Abad del Cusco y San
Agustín de Arequipa. La Ciudad Blanca le dio la oportunidad de cumplir su ejercicio de
aprendizaje en el difícil arte de la narrativa. Allá perteneció a los Talleres de Narrativa de
la Escuela de Literatura de la Universidad Nacional de San Agustín, donde destacó por su
calidad, su esmero en la configuración de la estructura y por la excelencia del lenguaje.
Es todavía joven; sin embargo, ha dado muestras de manejarse con oficio en el -a
decir de Alfredo Bryce Echenique- "endemoniado género del cuento". No cabe duda que
con Elard Serruto, Adrián Cáceres y Bladimiro Centeno Herrera se garantiza la
continuidad de la narración que, actualmente ha logrado un espacio importante en el
consenso nacional.
Los cuentos de Serruto han sido publicados en diferentes revistas y diarios del Sur
del Perú. Justamente, en 1997, publicó en LLuvia Editores, su primer libro titulado
"Habitaciones", que es una recopilación de textos que habían sido publicados en el
Suplemento Cultural del diario El Correo (Arequipa), entre los años de 1991 a 1995.
“Habitaciones” es un libro que contiene veintidós textos narrativos, clasificados a
su vez, en cinco apartados semánticos: Ventanas 1, Ventanas 2, Cuadros, Pasadizos,
Interiores. Se trata de textos breves bien estructurados, con un lenguaje limpio y
definidamente literarios. Salvo algunos textos, la gran mayoría, estructuralmente,
pertenece al género del cuento; los personajes son tipos bien caracterizados con pinceladas
suaves, que sirven exitosamente a la trama de los relatos. No son grandes héroes ni
personajes extraordinarios, ni constituyen prototipos que condensen las tensiones y las
152
características de una etapa determinada. Siguiendo un paradigma postmodernista cumplen
adecuadamente su rol actancial en la historia fabulada. El lenguaje exhibe imágenes bien
logradas, impresionantes y; una melodía cadenciosa, sin cambios bruscos, que discurre
como un río de llano o meseta.
El tercer apartado titulado "Cuadros", que contiene a su vez, cuatro textos,
parecieran estar fuera de contexto porque se trata más bien de artículos de factura literaria
respecto de Gamaliel Churata, Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway y Marilyn Monroe.
Igualmente, en otros apartados se pueden registrar crónicas tipo reportajes en medio de
cuentos bien logrados. Entonces, los lectores y la crítica se preguntarán ¿Qué hacen estos
artículos literarios y crónicas en medio de un grupo de cuentos o relatos? La respuesta está
en el mismo título de la obra "Habitaciones". Las habitaciones son parte de una casa o de
un departamento donde moran seres humanos de diferente personalidad que conforman la
familia. La casa tiene como parte de sí ventanas, pasadizos, interiores; esa es su estructura;
pero, puede tener, además, muebles, ornamentos, cuadros, etc. que son elementos
accesorios. Precisamente, el apartado "Cuadros" funciona a guisa de un elemento
complementario o accesorio. Ésta es la explicación de la presencia de estas crónicas
literarias acerca de personalidades tan conocidas por propios y extraños.
Leamos lo que dice un notable narrador, hoy catedrático de literatura en la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos:
"La marginalidad, la soledad, el peregrinaje incesante hacia la nada, causados por el
alcohol, la miseria, la imposibilidad de realizar los sueños, son los rasgos que perfilan a los
personajes de estos relatos sin género (la mayoría entre la crónica y el cuento o el
153
reportaje) que resultan atrapados en sus vidas como quien está atrapado en una habitación
sin puertas ni ventanas. Sin embargo, la búsqueda del amor, la nostalgia, los recuerdos y el
viejo instinto de sobrevivencia los lleva ante los cuadros, pasadizos y ventanas del mundo
en que son representados. La prosa rica en imágenes sensoriales, la proteica, la melodía
cabalgante, los materiales narrativos y el punto de vista adoptado que empatiza con los
personajes, revelan una nueva sensibilidad en la configuración del universo urbano de las
ciudades andinas sureñas sobre las cuales discurren estos breves relatos, y a quienes se
toma como pretexto al igual que a sus personajes, pues Habitaciones es el legítimo intento
del autor de articular el mundo, su mundo, desde las orillas de la vida, la cual se convierte
en su centro, su palabra, su habitación parlante" RIVERA DÍAZ, Fernando, contratapa del
libro Habitaciones, Lima 1997.
REFUGIO DE ARENA (*)
Llegó con la multitud desarrapada y miserable que arrastraba sus niños y sus perros, una caravana
que tropezaba en la niebla polvorienta al atravesar la oscuridad del arenal, apenas orientados por las
diminutas llamas flameantes de los mecheros, y adentrándose en ese desierto que parecía no terminar
jamás, y donde al encuentro de la primera loma que parecía la espalda de un dinosaurio, plantaron
más por cansancio que por la certidumbre de haber encontrado el lugar propicio, sus palos y sus
esteras, en un desorden afiebrado que mostraría al amanecer, la visión desoladora de un poblado
sacudido por un terremoto enloquecido.
Él había sido uno de los primeros en defender esas tierras de nadie, el que había
indicado con buen acierto el trazado donde estarían la iglesia y el mercado, la comisaría y
el local social, el primero que se atrevió a salir adelante cuando vino una turba de soldados
154
con sus carros de guerra, y el primero al que se llevaron para colgarlo como un cordero,
mientras una muchedumbre de desastre invadía las calles de la ciudad con sus pancartas
mal escritas y sus banderas descoloridas reclamando a gritos de hambre la firma que los
haría dueños de esas tierras de paisaje lunar donde sólo se recortaban en el horizonte las
siluetas solitarias de los cactus.
Los breves días de prisión lo habían devuelto al recuerdo cuando reparaba zapatos
irreparables en su pueblo extraviado en la serranía del sur, allí donde pasaba puntualmente
un tren nocturno y nostálgico con sus ventanillas que atrapaban los rostros de pasajeros
taciturnos, ese tren que terminó llevándolo con su mameluco azul y su gorra de brequero
por todos los pueblitos desperdigados a lo largo de esos rieles que llevaban al olvido, para
quedarse con ese grupo de “Carrileros” que nunca estaban en un solo lugar, y que
aparecían en medio del viaje con sus barrotes para reparar la vía, y con su mirada de
nómadas saludando el paso de un tren meditativo y eterno.
No hubiera salido nunca de esa intemperie de lugares movedizos, sino fuera porque
una mañana lo jalara como un tren irremediable los ojos de una mujer, aquel embrujo que
llevaba y traía contrabando de frontera a frontera y que lo arrastró para resolverlo en una
historia de amor, tan a salto de mata como su trabajo, una batalla de celos e infidelidades
que estallarían cuando apareció un marido remoto, trayendo dos niños y una historia donde
ella no dejaba de fugarse para envolverse en otra pasión de contrabando, una historia que
se alargaba y jalaba su cola cuando entraba a los barcitos de mala muerte, y él se zambullía
para buscarla en el fondo de un vaso de alcohol que no se terminaba.
155
Salió de la prisión sin poder evitar ese zurcido de recuerdos, sin saber que al volver
a la morada polvorienta lo esperaría una turba de algarabía, la muchedumbre que vitoreaba
su nombre y lo elegía a fuerza de gritos su dirigente principal, una hormiga que a lo largo
de todo el día se sumaba a esas faenas infatigables de hombres, de mujeres y niños que se
rompían el espinazo para limpiar ese terreno de prehistoria con la ciega intención de
quedarse para siempre, hasta que la empresa de trenes le dio una carta de despido donde se
veía la mano invisible que lo quitaba de lado por ser sospechosamente revoltoso.
El poco dinero de todos los años al servicio de ese tren infatigable que lo dejó
como una estación de pueblo perdido, se hizo polvo entre los papeles tramitantes de toda
esa multitud que ya había puesto números en sus puertas, y como si se despertara a un
denso y largo sueño, se descubrió vagando por una ciudad que hervía de vendedores
callejeros, sin trabajo y perdido en esa hormigueante multitud pintoresca, tironeado por la
inercia que lo llevaba a los parques y los puentes, a dormirse al mediodía en su terreno
cercado por piedras a fuerza de voluntad, para huir de esa hora que le daba un zarpazo en
el estómago, y para que en un arranque de tanto mundo que lo aplastaba, se pusiera a
vender billetes de lotería, esos irónicos papelitos numerados con millones de dinero que lo
encerraban en un enorme cero a la izquierda.
Su propia gente lo había dejado de lado, y él se fue difuminando para quedar
olvidado como los periódicos viejos que arrumaba en su cuartucho, como una película
vieja que había concentrado los años y que se desenrollaba en pocos minutos mostrando el
arenal que se llenaba de casas, que habría sus calles de desorden para enterrar las tuberías
de agua y desagüe, mientras los postes de luz se elevaban con sus ojos brillantes, para que
finalmente las calles aparezcan asfaltadas y las casas tengan por fin su rostro estacionario
156
para toda la vida, mientras él seguía volviendo después de cada jornada vendiendo la pobre
suerte de convertirse en millonarios, a su casa que continuaba siendo un muro frontal de
piedras pircadas, donde sigue oscilando a la intemperie una puerta de lata, ese suspiro
abatido que conduce a un patio donde crece en libertad silvestre una higuera polvorienta.
La última morada donde el tiempo se arremolina, atrapando en ese patio que se extiende por
la mansedumbre de su arena sin rastros y que tropieza con un cuartucho de piedras volcánicas
sobrepuestas, y rematado por un techo de calaminas regaladas donde resalta, en medio de la basura
que los vecinos arrojan, una llanta decrépita y un pequeño remolino de lata que gira pensativamente,
el refugio final donde se repite una y otra vez la película del recuerdo, donde los días transcurren
idénticos hablando con sus fantasmas, y zurciendo los harapos de los harapos en la penumbra
silenciosa que sólo interrumpen las cucarachas y los ratones.
Sólo los viejos se acuerdan de él con el mismo respeto nostálgico con que se
recuerda a los muertos, pues para los niños no es sino un loco que aparece los días de fiesta
como un insecto prehistórico, con su ollita de vagabundo para llenarlo con el favor de un
desperdicio, y con su gorra remota y deformada de brequero, silencioso e inofensivo,
paseando como un condenado entre los deprimidos toldos atiborrados de juegos, estirando
una sonrisa de huérfano milenario cuando revientan los castillos, en medio del desorden de
las músicas lamentables que se atoran y crujen en los altoparlantes, mientras la gente lo
mira como parte de la feria y comenta en voz baja y en los oídos de los niños, que se ha
vuelto así porque vive de comer moscas y lagartijas.
157
Pero nadie sabe que en sus ojos de perro triste, una pequeña luz lo acerca todas las
mañanas al umbral desbaratado de su puerta, allí donde se levanta un día que ya no
importa, y lanza una mirada hasta donde alcanza la niebla de sus ojos, y está feliz porque
los perfiles de las siluetas de casas que se extienden interminables hacia arriba y hacia
abajo, algún día fueron su sueño y su batalla, y aunque nadie se lo agradezca porque muy
pronto traerán un tractor para borrar su morada y abrir una calle, él tal vez vuelva como un
perro sin dueño a los parques y a los puentes, donde se quede dormido en un sueño manso
que se perderá en un laberinto oscuro de infinitas calles de arena.
-0-
(*) Tomado del libro de cuentos “Habitaciones”, publicado por Lluvia Editores, Lima 1997.
2.3.2. ADRIÁN CÁCERES ORTEGA
Adrián Miguel Cáceres Ortega nació en Puno el 30 de abril de 1967, donde hizo toda su educación;
inclusive, su formación profesional, ya que se graduó de profesor en el Instituto Superior Pedagógico
de Puno. Estudió jurisprudencia en el extranjero y actualmente ejerce la abogacía en Caracas. Desde
muy temprano se orientó hacia la narración. Muchos de sus cuentos fueron publicados en conocidos
periódicos de Puno.
A su paso por Bolivia ganó dos distinciones importantes. Fue finalista del Concurso
Nacional de Literatura "Tristán Marof" 1997, con el cuento "Historia de los finales
felices", convocado por Hacheh, una institución de la ciudad de Sucre, capital de la
República de Bolivia. El libro que contiene los cuentos ganadores y los finalistas fue
158
editado por Gráfica 2000, Sucre 1998, con el título de "TRISTAN MAROF" 1997: Cuento
Breve".
El relato "La historia de los finales felices" es un cuento de carácter surrealista, con
una estructura bien lograda y un final imprevisto como corresponde a los cuentos-cuentos.
El cuento está fabulado sobre la base de la historia de un lector desaforado que logra
imaginar un mundo aparte -el verdadero mundo dentro del mundo de la realidad- en su
gran biblioteca, donde convive con los personajes de las novelas, discute los puntos de
vista de éstos que pertenecen a distintas épocas y diferentes autores. Un día descubre que a
esta realidad le faltaba una "costilla"; entonces decide escribir su propia historia de amor.
Con este propósito inventa el argumento, perfila a los personajes y escribe el relato en una
prosa elegante; sin embargo, se tropieza con una dificultad: escribir el final.
La toma de decisiones sobre el final de aquella historia de amor lo lleva a revisar
las más importantes obras de su biblioteca y descubre que los grandes amores terminan en
la muerte y; los amores mediocres, en el altar. Al final del cuento, un día lo encontraron
muerto en su biblioteca "viviendo el final feliz de aquella grandiosa historia que no logró
escribir". El cuento tiene un tono definidamente postmodernista, al igual que las
narraciones de Elard Serruto que, como se sabe, se encuentra en boga, en este momento, en
toda Latinoamérica. Se hace la salvedad de que la adhesión de estos narradores jóvenes a
esa corriente no desmerece la calidad de sus textos, aunque sí opaca la caracterización de
los personajes y la atmósfera del ambiente.
A principios de 1999, Cáceres Ortega gana el primer premio del II Concurso
Nacional de Narrativa "Carlos Medinaceli", convocado por el Gobierno Municipal de
159
Sucre, capital de la República de Bolivia, con la obra "Desde un rincón de tu alma", libro
narrativo que contiene nueve cuentos: El cangrejo, Caminando, La condenada, La
misteriosa desaparición de Mishell Huertas, La fraternidad, Remordimientos, El confiden-
te, El estudiante enamorado y el piropo. Esta obra ha sido publicada con el mismo título en
los talleres gráficos Túpac Katari, Sucre, 1999, a cargo de la Honorable Alcaldía Municipal
de Sucre, Oficialía Mayor de Desarrollo Humano y Cultura.
"Desde un rincón de tu alma" exhibe "un lenguaje artístico adecuado al propósito
esencial del hecho literario, con ficciones verosímiles y organizadas coherentemente, con
una prosa surrealista y que se deja leer y entender con facilidad" (LOAYZA Valda,
Joaquín; en la presentación de "Desde un rincón de mi alma", Sucre 1999.
A no dudarlo, se trata de un premio internacional muy importante, logrado con
sacrificio y amor a la literatura, por un puneño que está llevando el prestigio del Altiplano
hacia latitudes que traspasan nuestras fronteras. Este hecho es digno de ser reconocido, no
sólo por la crítica local y regional, sino, por nuestras autoridades, ya que se trata de la
buena imagen que Puno tiene en el extranjero, gracias a uno de sus hijos.
Los cuentos que más destacan son "Cangrejo" y "Remordimientos", sin mengua de
la calidad de los demás cuentos que, por algo, han sido merecedores de un premio
nacional. Todos los relatos se estructuran dentro del espíritu de un postmodernismo neto,
convirtiendo las cosas simples de la vida familiar, de la calle, de los claustros
universitarios, de los parques y otros ámbitos cotidianos, en hechos literarios. La
cotidianeidad de los referentes es lo que da vida a la trama y los roles actanciales que
cumplen los personajes en las historias en las que están involucrados. Sin embargo,
160
"Cangrejo" está animado por un tono surrealista donde tiene preeminencia el símbolo que
se oculta detrás de un aparente "absurdo temático". Leamos algunos párrafos:
"Tengo los ojos en la espalda, en la espalda tengo los ojos, los ojos en la espalda
tengo, en mi espalda están mis ojos, mi espalda está en mis ojos, en mis ojos está mi espal-
da, tengo espaldas en mis ojos. Las ideas del Cangrejo se hilvanan infinitas mientras
conduce su cuerpo contrahecho, deforme. Su joroba monstruosa va por delante, oculta bajo
la camisa mugrienta y rasgada. Su paso es lento pero firme. La nariz enorme surge por
detrás, colorada y ulcerosa, de entre su asqueroso cabello que le cubre la mitad de la cara.
Sigue caminando de frente, viendo al mundo por la espalda, con sus ojos clavados en los
omóplatos" (CÁCERES Ortega, Adrián Miguel; "Desde un rincón de mi alma", Edit Túpac
Katari, Sucre 1999: 9).
Se trata de la historia de un orate que un día cualquiera apareció en la Plaza 25 de
mayo, al pie del monumento del Mariscal de Ayacucho. Nadie sabía de dónde provenía,
aunque el Comandante de la Policía había informado que una tarde vio que lo bajaron de
un automóvil elegante, por lo que se deducía que podía pertenecer a una de las familias
más ilustres, ricas e importantes del país. El loco habitaba una celda del manicomio de
Sucre; pero aquel día, se encontraba, otra vez, por la Plaza 25 de mayo, repitiendo sin cesar
lo que se anota en la cita anterior.
En el cuento se plantea una contradicción importante: desquiciado/ ecuánime, o la
visión del orate (Cangrejo) con la de la gente que al verlo en la plaza, lo rechaza con asco y
lo menosprecia por sus fachas, la suciedad y lo deforme de su cuerpo. Él, para sus adentros
los ve torcidos, como el mundo mismo que se encuentra volteado, igualmente torcido.
161
Como es diferente a cuanta persona se le cruza y lo menosprecia, él se cree superior a
todos, perfecto en su constitución y justo en su visión del mundo. La explicación de este
símbolo nos da a conocer el hecho de que la sociedad contemporánea se ha deshumanizado
y; peor aún, se ha robotizado, compartiendo con sus semejantes sólo programaciones,
desde las actividades más insignificantes hasta las relaciones amatorias; mundo en el que
se ha llegado a la insensibilidad social merced al desarrollo inusitado de la tecnología, que
sólo permite preocuparse de los problemas desde una perspectiva individualista y utilitaria;
mundo en que el hombre audaz (no necesariamente inteligente) avanza aunque para ello
tenga que atropellar a sus semejantes. Y, finalmente, nos preguntamos quién es el feo ¿el
loco o el mundo? Quién está loco, ¿el loco o el mundo? ¿quién está al revés? ¿quién está
torcido? La respuesta la encontramos en las propias frases del personaje, luego de que una
furgoneta blanca lo ha trasladado hasta un hospital psiquiátrico y, particularmente, en las
palabras del narrador que el escritor ha puesto en el cuento para relatar la historia:
"Quizá sean ellos los que debieran estar aquí. El mundo está al revés, dice. Una lágrima rueda por su
cara. Quizá sea cierto: el mundo está realmente al revés y el Cangrejo es el único que lo sabe"
(CÁCERES Ortega, Adrián Miguel, Op. Cit. pág 22).
A continuación le ofrecemos el texto del cuento “El Cangrejo” que nos pareció el más
logrado del libro. Claro está que mi opinión puede discrepar de otra que proceda de un lector que
tenga posibilidad de leer toda la obra desde otra perspectiva.
EL CANGREJO (*)
162
-Tengo los ojos en la espalda, en la espalda tengo los ojos, los ojos en la espalda tengo, en mi
espalda están mis ojos, en mis ojos está mi espalda, tengo espaldas en mis ojos...
Las ideas del Cangrejo se hilvanan infinitas mientras conduce su cuerpo contrahecho,
deforme. Su joroba monstruosa va por delante oculta bajo la camisa mugrienta y rasgada. Su paso
es lento pero firme. La nariz enorme surge por detrás, colorada y ulcerosa, de entre su asqueroso
cabello que le cubre la mitad de la cara. Sigue caminando de frente viendo al mundo por la espalda
con sus ojos clavado en los omóplatos.
-Tengo los ojos en la espalda, en la espalda tengo los ojos, los ojos en la espalda tengo, en mi
espalda están mis ojos, mi espalda está en mis ojos, en mis ojos está mi espalda, tengo espaldas en
mis ojos...
Se dirige a la Plaza 25 de Mayo por la calle Ayacucho. A veces, tropieza con alguien que
maldice y se asquea del olor pestilente que emana de cada poro del Cangrejo.
- El mundo entero está torcido, volteado. Tienen los ojos en la cara - piensa. Se detiene -. Ja,
ja, ja, ja, ja. Torcido. Ja, ja, ja, ja...
Sus carcajadas surgen por detrás, mientras los torcidos lo miran con pena. Él siente lástima
de ellos, se compadece y los mira con sus ojos en la espalda.
Alguien bromea:
-Se le ha atascado la caja de velocidades en reversa.
163
Las carcajadas suenan un momento, luego cesan de improviso. El Cangrejo no parece haber
oído.
Prosigue su camino. Cruza sus manos por detrás sobre su barriga desnuda.
Piensa en anteojos para sus ojos de la espalda. Quiere enderezar el universo. ¿Realmente será
posible enderezarlo? Medita, se sume en sus cavilaciones.
-Biconvexos, convexos, convergentes, bicóncavos, cóncavos, divergentes, triconvexos
cuadriconvexos, infinitamente convexos, tricóncavos, cuadricóncavos, pentacóncavos,
hexacóncavos, infinitamente cóncavos, bifocales, trifocales, cuadrifocales, pentafocales,
infinitamente focales.
Piensa mejor, él no necesita anteojos para los ojos de su espalda. No quiere distorsionar la
realidad, quiere verla de frente con sus ojos prodigiosos. Para ver distorsionado el mundo sólo le
basta descubrir sus abominables ojos ocultos por su cabello. Los anteojos son para los torcidos,
ellos los necesitan más que él.
- Biconvexos, convexos, convergentes, bicóncavos, cóncavos, divergentes, triconvexos
cuadriconvexos, infinitamente convexos, tricóncavos, cuadricóncavos, pentacóncavos
hexacóncavos, infinitamente cóncavos, bifocales, trifocales, cuadrifocales, pentafocales,
infinitamente focales.
Tal vez sí sean necesarios los anteojos para los ojos de su cara, esos ojos fenomenales,
abominables, que oculta bajo su cabello sucio. Los odia, se avergüenza de ellos, desearía no
164
tenerlos. Piensa en la enorme ventaja de ver al mundo tal como es con sus ojos de la espalda y sus
ojos bajo la mata desgreñada de cabello.
- Biconvexos, convexos, convergentes, bicóncavos, cóncavos, divergentes, triconvexos
cuadriconvexos, infmitamente convexos, tricóncavos, cuadricóncavos, pentacóncavos
hexacóncavos, infinitamente cóncavos, bifocales, trifocales, cuadrifocales, pentafocales,
infmitamente focales.
Los torcidos lo miran pasar. Él puede ser como ellos, pero, ellos no pueden ser como él. Se
siente superior. No saben el secreto que trata de ocultar. Al fin llega a la gran plaza. Espera el
momento oportuno para cruzar la calle. Los automóviles se desplazan con rapidez uno tras otro
mientras él espera pacientemente. AI fin el tránsito se detiene. Cruza lentamente hasta llegar a una
esquina de la plaza; luego la cruza oblicuamente. Se detiene. Se sienta en una banca de la plaza que
conoce de memoria. Esconde temeroso los ojos de su espalda en el espaldar del asiento. No quiere
que lo descubran, no quiere decirles que el mundo está al revés. El calor se concentra en su cabeza
hasta derretirle el sebo del cabello que chorrea por toda su cara.
Otra vez esos malditos monstruos quieren devorarlo por millares. Revolotean en su cabeza.
Vienen de todas partes y continúa de nuevo su batalla. Se siente solo ante el enemigo, sabe que son
pequeños pero en enormes cantidades, eso los hace más peligrosos. Ellos también tienen los ojos
en la espalda como él, pero el Cangrejo tiene la ventaja; puede combatirlos al revés, ellos no
pueden hacerlo, sólo tienen ojos en la espalda. Destapa sus ojos de la cara y acomoda el cabello
hediondo a un costado de su cabeza.
Sus ojillos saltan de un lado para otro a los costados de su enorme nariz roja. Le cuesta ver a
las monstruosas criaturas desde esta perspectiva, se da tiempo para acomodarse a su nueva
situación. Distingue claramente el monumento custodiado por dos leones de bronce, parece que en
165
sus rostros se ha petrificado un gesto fiero; mientras sus garras dormitan pacíficamente en la punta
de sus dedos. Luego de un prolongado momento, cierra su puño con rapidez, ha atrapado a una, la
aprieta fuertemente dentro de su mano izquierda. El Cangrejo es zurdo. No debe perrnitir que se le
escape. Se ayuda con la mano derecha que es más torpe y, difícilmente logra agarrarla de las patas.
Le arranca con cuidado los transparentes ojos de la espalda luego los suelta y ve como una
corriente de aire los hace desaparecer casi al instante. Sus compañeras impotentes inician una
nueva ofensiva masiva. Zumban amenazantes en sus orejas y se posan en su cabeza. Él la mantiene
prisionera entre sus dedos, ve cómo se mueve desesperadamente, ciega sin sus ojos de la espalda.
El Cangrejo no tiene compasión de ella. La mira con aire superior. Es la primera de la tarde. Quiere
verla sufrir por un momento. Sabe que ahora no puede escapar. Al fin decide aniquilarla y se la
mete en la boca, siente sobre su lengua el pataleo desesperado de la mosca, la aplasta contra el
paladar sin misericordia, ya no se mueve más, la empuja por la garganta. Nuevamente su brazo
chicotea el aire, ha atrapado otra, ahora le arranca los ojos de la espalda con prisa, casi
desesperadamente y la aplasta nuevamente con la lengua contra el paladar. Sabe que es el único
que las combate, no tiene tiempo que perder, son millones de millones.
-Dos, dos, dos, dos - repite el número para no perder la cuenta- diez, diez, diez, diez...
Recién se da cuenta que lo observan algunos de los torcidos. Siente que lo admiran porque
sólo él ha decidido combatirlas. El Cangrejo los mira con los ojos de la cara, le imprime a su
mirada un matiz de humildad sin dejar la firrmeza de su postura de combate. El Cangrejo sabe que
los torcidos se consideran inferiores a él. Recuerda vagamente el día en que llegó. Una
muchedumbre de torcidos lo recibió en la plaza, admirándolo, fascinados ante su extraña presencia.
De eso ya hacía algún tiempo, aunque no recordaba cuándo. Prosigue.
166
- Once, once, once, once, doce, doce, doce, doce, trece, trece, trece, trece, catorce, catorce, catorce,
catorce, quince, quince, quince, quince...
La mirada curiosa de la gente le acicatea el ánimo. Siente la importancia de su tarea. Ve en
los ojos de los torcidos su impotencia ante el enemigo que ataca por millares. A ellos no los
molestan, el Cangrejo entiende la razón, ellas saben que sólo él es peligroso. Atrapa otra mosca
entre su puño que aprieta fuerte, se levanta de la banca y se acerca a la gente con la alimaña sujeta
de las patas entre sus dedos. Los torcidos retroceden temerosos. El Cangrejo se compadece de su
cobardía, se detiene mostrando de lejos al insecto indefenso, les demuestra que no son tan
peligrosos como parecen, no hay que temerles, les enseña cómo arrancarles los ojos transparentes
de la espalda volviendo a mostrar al insecto indefenso entre sus dedos, quiere acercarse unos pasos
más, pero ellos igual retroceden. Se vuelve a compadecer de su cobardía. Les demuestra como
aniquilarlas, se mete Ia mosca en la boca y la aplasta con la lengua contra el paladar. Los torcidos
lo miran meneando la cabeza, algunos se alejan, otros simplemente siguen observando.
El Cangrejo se siente satisfecho. Sabe que golpeando su conciencia, seguro de que pronto
seguirán su ejemplo, es imprescindible ganarlos a la causa; el enemigo es inmensamente superior
en número, de ello deriva la importancia estratégica de incorporar a los torcidos en la lucha contra
los monstruos de ojos en la espalda.
Algunos niños que juegan en la plaza dejan sus entretenimientos habituales, se esconden
como pueden tras el Cangrejo y le arrojan piedritas en la nuca, luego corren asustados gritándole:
Cangrejo, loco, opa. A él no le molesta mucho, simplemente los observa correr. Su mirada parece
deleitarse, quizá recordar su infancia. Cuesta imaginar que: El Cangrejo haya tenido infancia
alguna vez.
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EI Cangrejo se siente fatigado, decide retirarse, sabe que la batalla debe proseguir en otro
momento. Tapa los ojos de su cara hasta sólo dejar ver su nariz colorada y ulcerosa. La joroba por
delante y las manos por detrás cruzadas sobre la pelada y rugosa barriga. El Cangrejo camina
firme. Los torcidos lo miran pasar con desprecio, él siente compasión por ellos, él puede ser como
ellos, pero ellos no pueden ser como él.
Una vieja que vende mocochinchi le amenaza con mojarlo con el agua que usa para enjuagar
los vasos. El Cangrejo no hace caso de sus amenazas, simplemente murmura:
- El mundo está al revés, torcido - luego ríe-: Ja, ja, ja, ja...
La vieja se asusta de su risa indiferente. Piadosa se persigna tres veces como quien ha visto al
diablo en mismísima persona.
- Jesús María y José -dice- apiádense de su alma.
Quizá sean los hombres los que realmente debieran apiadarse del Cangrejo ¿o el Cangrejo
apiadarse de los hombres?
El Cangrejo prosigue su camino indiferente viendo pasar el mundo con sus ojos de la
espalda. Un sol abrasador le cocina las espaldas, evaporando su hediondez que se dispersa por el
aire. La gente le cede el paso, algunos tratan de evadir su presencia, otros lo insultan sin
miramientos.
- Loco hediondo - le dicen y escupen a un costado.
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El Cangrejo se compadece de ellos. A veces quisiera sentir asco de los torcidos, pero la
repugnancia es un sentimiento muy humano para él. Él puede ser como ellos pero ellos no pueden
ser como él.
Prosigue su camino con desdén. Siente su esencia removerse en sus tripas, quiere escapar de
su cuerpo, le arruga el ombligo, sabe que no podrá retenerla mucho tiempo más, quiere brotar de la
profundidad de sus entrañas, no quiere soltarla, no desea perderla y despersonalizarse con su flujo
abundante pastoso y amarillento. Lucha ajustando sus esfínteres con esfuerzo sobrehumano, no
puede más, sabe que no podrá contenerla. Desata la pita de su cintura y, suelta el pantalón
mugriento y harapiento que se desliza sin dificultad hasta sus pantorrillas. Se sienta en cuclillas
desesperadamente. La esencia surge de la profundidad de sus tripas depositándose en el suelo.
Vuelve a anudarse la pita en la cintura y observa con tristeza el trozo que es tan suyo, que ha
surgido de su cuerpo mismo, es fruto de él y que no está dispuesto a perder; lo toma entre sus
manos, lo mira profundamente por un momento, se lo mete entre los dientes. Siente que su
personalidad, que su esencia vuelve a introducirse en su cuerpo. Los torcidos lo miran con asco. El
Cangrejo se desentiende de sus miradas, mientras un perro lame los restos de su esencia.
Una muchedumbre de moscas revolotea en torno a su cabeza, las más audaces se posan en
sus labios y sus manos. Siente que las odia, sabe que pretenden despersonalizarlo, que quieren
robarle su esencia. La batalla continúa. Las ataca con más odio pero su furia no le permite
combatirlas con eficacia.
Un hombre de corbata y maletín siente un cosquiIleo molestoso en sus tripas, su estómago
convulsiona pretendiendo escapársele por la boca. Voltea para no ver la asquerosa escena, respira
profundamente, después de algún momento siente sus intestinos en calma, aunque las náuseas
todavía lo molestan. Luego busca un teléfono desesperadamente, al fin lo encuentra en una
169
farmacia. Marca el número del Hospital Psiquiátrico. Espera unos segundos. El teléfono timbra tres
veces. Una voz femenina responde:
- Hospital Psiquiátrico, buenas tardes.
- He visto al Cangrejo -denuncia el hombre sin mayor preámbulo.
- Una ambulancia ya está en camino -responde la voz femenina-. Ya hemos recibido la
denuncia.
Una furgoneta blanca dobla la esquina con rapidez haciendo chirriar las gomas en el asfalto.
Se detiene a unos centímetros del Cangrejo que aún lucha infatigable con sus enemigas. ´Él sabe
quiénes son, sabe que lo buscan. Debe huir de ellos, son malvados, Io encerrarán de nuevo, lo
bañarán y lo atarán y él se verá impotente nuevamente viendo revolotear impunemente a sus
enemigas en su cabeza. Corre lo más aprisa que puede. Los de la furgoneta saben que le será difícil
huir, correr de espaldas es difícil, así que no les preocupa mucho. De la parte posterior del vehículo
bajan dos hombres enormes vistiendo mandiles blancos. Corren unos pocos pasos y cogen al
Cangrejo de los brazos, lo levantan en vilo, el Cangrejo patalea, grita con todas las fuerzas de sus
pulmones, mientras un tercer hombre se acerca con una enorme jeringa entre sus dedos. El
Cangrejo no puede diferenciarlos, para él todos son iguales, ellos visten de blanco. No entiende la
razón por la cual lo persiguen con saña, implacable y lo encierran sin misericordia. De pronto
siente la enorme aguja meterse entre las carnes de sus glúteos, el líquido aceitoso se introduce
dolorosamente. Vuelve a gritar con fuerza, el sonido informe y ronco parece brotar de la médula de
sus huesos. Poco a poco un estado de somnolencia le va soltando los músculos. Ya no patalea más,
las piernas no le responden. Rápidamente lo introducen al vehículo y lo tiran como pueden sobre
una camilla, lo atan con correas a ella, mientras el Cangrejo piensa:
170
- El mundo entero está torcido, volteado, tienen los ojos en la cara.
Ahora no tiene ganas de reír.
Duerme.
- Nadie sabe de dónde vino -comenta uno de los hombres de mandil blanco.
En efecto, nadie sabía de dónde había venido, lo cierto era que un buen día apareció en la
Plaza 25 de Mayo caminando de espaldas, murmurando:
- Tengo los ojos en la espalda, en la espalda tengo los ojos, los ojos en la espalda tengo, en mi
espalda están mis ojos, mi espalda está en mis ojos, en mis ojos está mi espalda, tengo espaldas en
mis ojos...
Realmente parecía tener los ojos en la espalda. Aunque su andar era lento, cada uno de sus
pasos era firme y seguro.
Esa tarde calurosa todos se congregaron en la Plaza 25 de Mayo. El Alcalde sintió el barullo
de la gente desde su despacho en la Alcaldía ubicada en una esquina de la plaza. Su curiosidad
natural lo hizo salir escoltado por el Concejo Municipal en pleno que en ese momento sesionaba.
Al pie del monumento al Gran Mariscal de Ayacucho encontró al Presidente de la Corte
Suprema de Justicia, al Prefecto, al Arzobispo acompañado de un séquito numeroso de curas, al
Rector de la Universidad y todos los decanos y autoridades de las diferentes Facultades, al
Comandante de la Policía, en fin, a todas las autoridades y parroquianos notables de la ciudad.
171
Los comentarios, especulaciones y elucubraciones estuvieron a la orden del día. Hasta los
leones de bronce parecían tener algo que decir. El Comandante de la Policía afirmó, por ejemplo
que: un policía había visto un automóvil muy elegante y desconocido dejarlo a una distancia
prudente de la plaza y luego partir a gran velocidad. El comentario corrió de boca en boca. La
conclusión final fue que: el extraño pertenecía a una de las familias más ilustres, ricas e importantes
del país (algunos apellidos fueron mencionados) que se avergonzaban de su locura, que por eso lo
habían abandonado, para que los del Hospital Psiquiátrico -el único del país- lo recogieran evitando
la vergüenza de internarlo ellos mismos. Alguien por ahí afirmó que un fuerte donativo se había
hecho anónimamente para la mencionada institución.
El Rector de la universidad comentó que en su época de estudiante de la Facultad de
Medicina, uno de sus condiscípulos -muy parecido al extraño y además muy estudioso- había
perdido la razón porque un día fatal sus amigos se dieron cuenta que se masturbaba constantemente
a solas en su habitación de estudiante. Lo espiaron por el agujero de la cerradura riendo entre
dientes. Le abrieron de improviso la puerta de su dormitorio y se burlaron tanto de él, remedando
sus gemidos, riendo a carcajadas hasta hacerle perder la cordura de purita vergüenza. El comentario
no se hizo esperar, circuló en cuestión de segundos. La conclusión general fue que de tanto
corrérsela se le habían cruzado los chicotes.
- Pobre alma -se apiadó el Arzobispo.
Alguien lo escuchó mal y corrió la voz de que el alma del extraño estaba poseída por
espíritus malignos, que su locura era obra de Belcebú y que la Iglesia Católica solicitaría
autorización al Papa para exorcizarlo; o mejor aún pediría que mandaran a un cura con experiencia
en estos menesteres.
-Parece un Cangrejo -se atrevió a bromear el Alcalde.
172
Entonces los niños empezaron a gritarle “Cangrejo, Cangrejo” . Así pues, quedó bautizado el
enajenado. Nadie jamás le conoció otro nombre.
Desde entonces la historia del Cangrejo fue oficial, todos creían saber todo de él. Hasta
alguien escribió una nota picaresca en un periódico de circulación local. Pero, en realidad nadie
supo la verdadera tragedia del personaje.
El Cangrejo despierta. Quiere mover los brazos, pero siente la camisa de fuerza anudarle las
manos en la espalda. Ve al mundo con impotencia con sus ojos de la cara, mientras las moscas
revolotean en su cabeza impunemente. Siente ganas de gritar, pero se contiene.
- El mundo está torcido, volteado -dice con tristeza.
Nuevamente no siente ganas de reír. Un nudo le aprisiona la garganta de la que brota un
profundo sollozo lastimero.
Un alarido desgarrador llega hasta sus oídos. Un dolor terebrante le taladra los huesos del
alma, mientras la indiferencia de los vestidos de mandil fluye desganadamente. Los alienados
deambulan sumidos en su abandono, liberando sus gestos díscolos en su cara. Algunos yacen
tirados, inmóviles, dispersos en los rincones con la mirada vacía clavada sobre el piso; mientras sus
babas cuelgan por la comisura de sus labios. El Cangrejo los observa con sus ojos en la espalda.
Vuelve a su memoria el abandono, la miseria del Psiquiátrico. Una sensación opresiva se cobija
dentro de su pecho. Mientras afuera los torcidos se acuerdan de su rutina solamente. Tal vez sea
necesario congregarlos nuevamente a todos en la plaza, como aquél lejano día que apenas recuerda
vagamente. Quizá sean ellos los que debieran estar aquí.
- El mundo está al revés -dice.
173
Una lágrima rueda por su cara.
Quizá sea cierto: el mundo tal vez esté realmente al revés y el Cangrejo es el único que lo
sabe.
-0-
(*) Tomado del libro de cuentos “Desde un rincón de tu alma”, II Concurso Nacional de Narrativa Carlos Medinaceli 1998, publicado por la Editorial Túpac Catari, Sucre- Bolivia 1999.
He aquí un comentario sobre otro de sus cuentos:
"Desde un rincón de tu alma" exhibe "un lenguaje artístico adecuado al propósito
esencial del hecho literario, con ficciones verosímiles y organizadas coherentemente, con
una prosa surrealista y que se deja leer y entender con facilidad" (LOAYZA VALDA,
Joaquín y otros; en la presentación de "Desde un rincón de mi alma", Sucre 1999."
2.3.3. BLADIMIRO CENTENO HERRERA
Nació en Yunguyo - Puno en 1970. Es el escritor con mayor preparación teórica entre los narradores
de fin de siglo. Estudió Literatura y Lingüística en la Universidad de Nacional de San Agustín de
Arequipa y desde temprano se ha dedicado tanto a la poesía como a la narrativa. Ha participado en
Talleres de Literatura y publicó una plaqueta de poesía. En 1995 ocupó el segundo puesto de un
Concurso Nacional de Cuento promovido por la Municipalidad de Paucarpata- Arequipa. El Dr. Juan
Alberto Osorio da cuenta de su obra inédita en los siguientes términos:
174
“De Centeno conocemos algunos cuentos, en su mayoría inéditos. Diciembre es un
relato de reminiscencias escolares de tono confesional y que narra el despertar de
sentimientos amorosos. La vida marginal de mujeres dedicadas a la prostitución aparece en
Vínculos discretos. La voz de una mujer discurre con frescura evocando una madurez
solitaria en Aguardando la noche y, precisamente, la noche desata los recuerdos, las
insatisfacciones que le dejaron los dos hombres con los que convivió y la abandonaron
sucesivamente. El cuento Vértigo, es la historia trágica de un hombre que sucumbe a un
crimen pasional. Es un relato en primera persona en la voz de un personaje –no
precisamente el protagonista- que resulta ser el autor del crimen, cometido en la soledad y
el frío intenso de una noche altiplánica” (Juan Alberto Osorio; 1999: 29).
El cuento “El vértigo” ha sido publicado en el libro que la Municipalidad de
Paucarpata editó en 1996. Además fue republicado en Apumarka No 02 y la Revista
Humanidades de la Universidad Nacional del Altiplano. Paralelamente a su oficio de
narrador y poeta es un profesional de la interpretación de textos en tanto es Magíster en
Literatura por la misma Universidad Nacional de San Agustín. En este campo ha
demostrado capacidad y calidad en cuanto comentario ha escrito para las revistas
especializadas de Arequipa, Lima o Puno. Sus artículos pueden leerse en las revistas de
literatura “Apumarka”, “Torres de Arena” y en la “Revista de investigación, análisis y
debate” de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNA.
En diciembre del 2003, la Oficina Universitaria de Proyección Social y Extensión
de la UNA publicó su libro “El Imaginario de la Palabra” que contiene 6 artículos de
crítica literaria escritos entre 1999 y el 2003: El discurso del espacio andino, El sentido de
la violencia en “El Tuku Villegas”, Lectura lacaniana de “Una aventura nocturna”, La
metáfora en “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”, La parodia donjuanesca en “La Habana” y El
175
discurso adjetivo en el aula. Se trata de textos que demuestran el manejo de presupuestos
teóricos modernos para la crítica literaria. Ésta es una faceta como se ha dicho
anteriormente. La otra, constituida por su poesía y narrativa, también es de notable calidad,
por la construcción de los personajes y de los escenarios y, principalmente, por el buen
manejo del conflicto y del suspenso, que junto con los finales sorpresivos son elementos
esenciales del cuento moderno. A continuación transcribimos su trabajo “Aguardando la
noche”.
AGUARDANDO LA NOCHE (*)
La noche ha guardado la tierra ocultando todos los caminos. Mis ojos apenas avistan las
laderas del río, el comienzo de la pampa Toro Viviente y la lomada por donde un jinete
nocturno sube tanteando los atajos que utilizaba el querido de mis noches. Llevará buen
rumbo, porque los caballos tienen buena vista en las oscuridades como está. Lo digo
como jineteadora que he sido de soltera, que subía al botadero del ganado con el primer
canto del gallo y retornaba con el último rebuzno de los burros, sin que perdiera nunca
el recorrido.
Esos tiempos y esas correrías bajo la luna no volvieron conmigo. Después de mi
casamiento con Miguel Herrera, en la ramada más grande que se haya construido
en la estancia, bendecido por el cura traído desde la capital de la provincia, el mundo sólo
me ha ofrecido penas y penas. Y son esas penas las que me tienen sentada aquí fuera, en
este poyo cubierto de pasto húmedo que se entibia con el apoyo de mi cuerpo,
prolongando vanamente la costumbre de aguardar a Rodrigo que ya no anda por este
176
mundo, y nomás viene ahora el viento frío del lago a tocarme la cara, las manos, las
piernas y a mover mis enaguas.
Cuando Miguel empezó a rondarme, ya tenía los ojos abiertos al mundo, las
ilusiones confundían los entendimientos y un hormigueo en el cuerpo me hacía mover las
polleras arriba y arriba, y más arriba todavía cuando lo descubría atisbándome de alguna
parte, alumbrándome con un espejo desde un monte y no atendía a las recomendaciones de
mamá que decía: "Ten cuidado mi hijita, amárrate bien las fajas, que los hombres de
estos tiempos están paridos por el viento y llevados por él mismo adonde los taitas no
mandan".
No niego que estuve de lo más contenta con el casamiento, que eché los tragos
pensando en los hijos que vendrían pronto, en la casa recientemente techada para nosotros
solos. Y aunque la primera noche pasáramos agotados por la fiesta, apenas entrecruzados
los pies y las manos, en los días venideros nos entreveramos totalmente desarrebujados,
con más traveseos que en los días anteriores a la bendición (que estábamos habituados sólo
a los arrimos afanosos en las hondonadas) y al poco tiempo ganamos dos hijos que fueron
de vida.
Pero, esos contentamientos terminaron muy pronto. Un día los hombres
volvieron a levantar la cabeza hacia el otro lado de las montañas, hacia donde dicen que
las gentes cambian de piel como las culebras, ganan plata... y abandonaron las casas de la
noche a la mañana. Y Miguel se fue con ellos, prometiéndome que volvería pronto:
"Nada de arados- dijo al partir, tendremos tractor para roturar las tierras. Nada de adobes,
levantaremos con bloquetas las nuevas casas..." y lo creí como una tonta.
177
Claro que su ausencia no se sintió al momento. Cada fin de semana iba a sentarme
al paradero de la carretera, recibía los encargos que llegaban con unas comerciantes y
retornaba a la casa abrigando la esperanza de que lo tendría pronto a mi lado. Por eso
visitaba las capillas, subía a los montes sagrados, pidiendo a Dios le guiara en el
camino, a la Pachamama le diera ánimos de volver pronto, y vivía contenta viendo jugar
a mis hijos en los recodos del río.
Pero una mañana llegó un encargo doloroso hasta la casa: Miguel, como si hubiera
sido él quien los habría parido, me pedía que lo enviara a los hijos para que conocieran la
ciudad y le hicieran compañía por un tiempo. Quedé confundida, no había visto en la
estancia a nadie desprenderse de sus hijos. Y ningún padre cargaba a sus hijos a ninguna
parte. Sin embargo, los envié con el dolor de mi corazón...
Luego la situación resultó peor. Las comerciantes dejaron de traerme más
encargos, comenzaron a llegar a otros paraderos y a evitar mis conversaciones. Y
comprendí que Miguel estaba olvidando a la mujer que le había ofrecido unos pechos
apenas abultados, que me estaba condenando a vivir sola en esta parte del mundo,
acompañada únicamente por la bullanga de ese río, sin atinar otro merecimiento que
rondar como una descabezada por las tapias que guardan esta casa.
Pero no iba a resignarme a ese descubrimiento, entendí que una trae el cuerpo
al mundo para darse alivios, que la vida no se ha hecho para esperar nada. Luego medí las
cosas en su tamaño, tomé el camino prohibido a las casadas y me arrebujé con mantas y
178
polleras de soltera. De ese modo las visitas a los poblados cercanos, a las ferias
dominicales, a las fiestas patronales, se hicieron frecuentes.
Al principio temía cometer un desbarajuste, provocar habladurías entre la gente,
propiciar mi deshonra. Pero cuando averigüé que Miguel convivía ya con otra mujer, que
mis hijos esperaban una media hermana, perdí el cuidado a las murmuraciones y comencé
a mostrar dientes, piernas y enaguas a colores.
Entonces conocí a varios hombres; conocí a Francisco que vivía solo en la quebrada
y se interesaba más por sus quehaceres y no dejaba de llamarme "doña"; conocí a Pedro
que no pasó más allá de algunos arrumacos porque temía a su mujer e hijos; y a un
ganadero de la frontera que me aguardaba en los caminos con la única intención de
levantarme las polleras y arrimarme en las peñas. Pero con todo, no me detuve, seguí
dando cara a las circunstancias.
Luego cambiaron las cosas a mi favor, aunque no del todo alegre. Al otro lado
del río, murió doña Elvira, la compañera de la escuela, que quitaba el alma a los más
lisonjeros de la estancia. Habíamos tomado marido a igual tiempo, llegado a la misma
estancia y tenido la misma cantidad de hijos. Y fui a velar su cuerpo, con el entendimiento
de que uno se va de este mundo en cualquier momento, sin ninguna previsión.
Allí estaba Rodrigo, enrebozado de negro en torno al cajón recién claveteado, con los
ojos humedecidos por la pena y abrazando a sus pequeños. En ningún momento había
cruzado con él una palabra, por eso lo observaba atentamente, vigilaba sus movimientos,
179
atendía a cada una de sus palabras y encontré gran valía en sus maneras que avivó en mí
(un duelo no quita esas ocurrencias) las ganas de caer tarde o temprano en sus brazos.
Entonces abrí nuevas esperanzas, comencé a quererlo de verdad, rogarle en silencio
a la difunta que no me ocasione problemas. En los meses que siguieron, dejé de lado las
fiestas, las ferias y los paseos. Me dediqué con mayor interés a la siembra, al pastoreo y al
cuidado de la casa. Y en todo momento miraba hacia el río, hacia la casa de la difunta y
veía a Rodrigo sentado en su patio, arrumando la cebada o cuidando a sus menores.
Pasaron los meses de luto, Rodrigo estaba ya libre de su poncho negro y con
frecuencia salía al camino. Al inicio no adiviné su destino, por eso comencé a seguirlo y
llegué a saber que andaba de peón en la adobería de la escuela, donde se levantaba otra
aula y empecé a rondar por los alrededores, por las callejas que conducen al sitio, con el
pretexto de leñar ramas.
Comenzaron a sumarse rápidamente los encuentros con el paso de los días.
Abandonaba la escuela antes del anochecer, caminaba lentamente por la calleja y me
saludaba al pasar por el rastrojo "Cómo estamos doña", "Nos vaya bien doña", "Se hace
muy tarde doña" y se iba loma arriba, sin adivinar mis pretensiones. No había que pensar
mucho para saber que así no llegaría a ninguna parte y una tarde decidí aguardarlo dentro
de la calleja, con la intención de encontrarlo de frente y rogarle que viniera a socorrerme
con los trabajos de la casa, cada vez más apremiantes a causa de la ausencia del marido.
Y fue cuando abandonó la adobería, se vino a la casa a recoger las cosas del campo, a
preparar los terrenos para los laboreos del año siguiente. Llegaba después de arrear sus
180
animales, cuando el sol despuntaba el alba y se marchaba al sitio señalado, con el burro
encaronado o con la yunta preparada para mover los suelos dormidos por años.
Pero no mostraba conmigo otro interés que el de amparar mi abandono. No miraba
mis contoneos renovados por las pampas. Y pasaba los días pensando en cómo llamar su
atención. A veces le caía con las polleras subidas como al descuido encima de mis rodillas,
soltaba mis arrebujos hasta quedar en enaguas y el desviaba la vista hacia los costados
o hablaba de Miguel como una maldición. Nunca pretendió quedarse hasta tarde. Apenas
se adentraba el sol entre los cerros, arrimaba las herramientas en las tapias y se marchaba
sin un brillo de deseo en los ojos, nomás preocupado en sus hijos. Volvía a llamarlo, pero
siempre era lo mismo: fugarse antes del anochecer.
Y una tarde no resistí más el afligimiento en que me encontraba y lagrimeé largo rato en
el interior del patio. No me percaté que Rodrigo había culminado el trabajo temprano y me
observaba en silencio desde el portón. Cuando advertí su presencia, sin que me pidiera
explicaciones, le avisé que Miguel andaba ya con otra mujer en la ciudad, que mis hijos
despertaban a la vida apartados de su verdadera madre y fue cuando Rodrigo se
compadeció de mi, compartiendo conmigo ese anisado que encontró en su saco.
Así cambiaron las cosas. Ahora me contaba historias para alegrarme, me quitaba los
bultos de encima en las caminatas a las siembras y se quedaba hasta un poco más tarde en
la casa. Y recuerdo ese día que lo llevé a un terreno lejano, un terreno bastante ancho que
costó todo un día de trabajo y retornamos a la estancia muy noche: esto y más los
contratiempos que provoqué le impidió que se marchara antes de la Mala Hora. Y como
estaba decidida a no dejarlo escapar por nada del mundo, le comenté sobre los
181
"aparecidos que tiran al río", de los "serenos del demonio" sueltos en las noches y
conseguí que no se marchara.
-Me quedaré en algún rincón de la cocina- dijo.
Luego nos adentramos a la casa, donde empecé a preparar los alimentos. Lo hacía
mientras hablábamos sobre las cosas de la vida que nos hacían reír unas veces y entrar en
maledicencias otras veces. Cuando serví la comida, noté que íbamos ganando mayor
confianza, que su cabeza se inclinaba constantemente hacia mi lado, que entre nosotros
nacía una complicidad que no podía comprenderse sino de una sola manera. Entonces
entendí que había llegado el momento.
Le dije que después de tantas ayudas merecía una gran consideración, que no era
dable que durmiera dondequiera, que debía descansar en la cama del dormitorio que
nadie ocupaba desde que se fue Miguel. Pero respondió que no aceptaba el hecho de
quedarse de noche en una casa donde vivía sola una mujer casada, menos dormir en una
cama de esposos e iniciamos una conversación que concluyó en un juego de forcejeos que
me permitió guiarlo hacia el dormitorio.
De pronto, cuando abría la puerta, como recién encendido el entendimiento, me rodeó
con los brazos, murmurando en los oídos que lo tenía entre apuro y apuro desde hacía buen
tiempo, que había visto mis contoneos mientras caminaba por las pampas, que lo había
dejado varias veces sin aliento con mis desarrebujos y alcancé su consentimiento.
182
Me arrumé a su cuerpo con esas calenturas que ya me ganaban, con esa humedad que
no se dejaba esperar más en mi entrepierna y entramos juntos adentro, caímos sobre la
cama de madera y nos revolcamos con las ganas guardadas de tanto tiempo arrancando
tantos crujidos a las maderas. Así pasamos toda la noche, olvidándonos del tiempo, hasta
que la claridad de la madrugada penetró por las hendiduras de la puerta y me sentí feliz,
vuelta a nacer, mujer de Rodrigo, que le pese a Miguel Herrera, mientras, él se incorporaba
presuroso, se vestía como un enamorado sorprendido y se fue sigiloso entre la bullanga de
la aves, no sin antes de tocarme una vez más ese punto que me exige tantos sacrificios.
Así comenzaron estas esperas, aquí fuera, en este poyo, que se prolonga hasta esta
noche. Apenas se asomaba por los avenales, ya sentía el calor de sus brazos, la fuerza de
sus deseos, que me sumían en grandes calenturas, y corría a recibirlo, abrazarlo, mientras
él deseaba en voz alta que Miguel me olvidara para siempre y no me molestaba que dijera
eso, porque ahora más que nunca sabía encontrar la felicidad en otra parte.
Después me avisó que andaría en negocios, que vendió un toro para comprar un bote
con el que haría viajes a Bolivia y se fue a las andanadas. Pero no perdió la constancia, me
traía ofrecimientos en cada retorno, mayormente en ropas para que mudara mis
indumentos en su presencia (las mañas que tenía) contemplara mis ancas todavía bien
redondas con el trabajo de las tierras. Cuando no los aceptaba (no estaban mis manos
quebradas para no procurármelos por mí misma) me obligaba a tomarlos. Y yo me llenaba
de contentamiento día tras día y no se me ocurría que en algún momento el destino me
colmaría de otro infortunio y enmudecería otra vez mi vida.
183
Veía el bote perderse en el lago dos veces por semana. Izaba la vela con el atardecer y
retornaba al día siguiente. Pero una noche mis sueños se convirtieron en pesadillas, un
peñasco cayó sobre el rostro de Rodrigo, un hilo de sangre incesante comenzó a manar
de mis labios y me levanté sobresaltada. El sol estaba arriba y Rodrigo no había venido a
visitar como acostumbraba hacerlo después de cada viaje. Corrí hacia la loma para avistar
desde ella la orilla del lago, pero antes de que alcanzara la cima, me crucé en el camino con
unos pescadores que me avisaron que por la mañana descubrieron el cuerpo de Rodrigo,
muerto en el bote...
Perdí todos los atinos, me arranqué los cabellos desesperada y eché maldiciones al
mundo. Luego busqué a sus hijos, los llevé para que dieran un último abrazo a su padre. Y
cuando llegamos al lago, la gente rodeaba el cuerpo sin vida de Rodrigo, que yacía sobre
la arena, un cuerpo que no parecía de Rodrigo (o no quería que se pareciera), que hacía
murmurar a unos, gimotear a otros, y me eché sobre él, sacudiéndole las solapas como
para despertarlo, sin importar lo que dijeran.
Nadie conocía los detalles de su muerte, todos creyeron que fue un ladrón de redes,
pero yo descubrí una hebilla de correa en el tablado y supe quién lo había matado, por qué
lo había hecho. Pero no podía delatarlo, estaban de por medio mis hijos, aquellos
pequeños que salieron de mi cuerpo y querrían volver a verme algún día. Por eso busqué
otras maneras de vengarlo, eché fuego a la casa de los padres de Miguel, llevé sus ropas al
Monte del Diablo y mantuve esta costumbre de aguardar las noches, aunque los hijos de
Rodrigo (que se vinieron a mi casa) exigen que me duerma temprano.
184
Ahora han pasado los días, las noches son menos hondas y nuevos entendimientos
aligeran mis penas. No puedo continuar con esta usanza, ofreciendo el cuerpo a tanta
soledad. No sirve que me resigne al abandono, que continúe mucho con el recuerdo de
Rodrigo. En vano mi perro se pasea olfateando los avenales, los corrales por donde lo
encontraba vigilando mis quehaceres, mis polleras levantadas al recoger las bostas y mis
interiores cuando me mudaba las ropas. ¡A levantarse pues! Que Dios guarde a Rodrigo y
yo me ocupo de sus hijos. Me daré una vuelta por las tapias y me adentraré a dormir, antes
que esta llovizna empeore o moje mis enaguas y despierte a los chicos con la humedad. Es
hora de ver la vida de otro modo, hora de pararse como una mujer y conseguir ánimos para
mañana que será otro día.
-- 0 --
(*) Tomado de la Revista Universitaria de Literatura, Arte y Cultura No 01, Editorial Universitaria de la UNA, Puno 2001
2.3.4. ÉDWARD HUAMÁN FRISANCHO
Nació en Puno en 1975. Murió en un accidente automovilístico en el año 2000. Con su
partida Puno perdió un gran valor, en cuanto se perfilaba como un muchacho estudioso y
trabajador serio de la literatura. Desde su vida escolar destacó en actividades culturales, ya
sea declamando a Vallejo, Oquendo de Amat, Omar Aramayo o leyendo sus propias
creaciones. En la Universidad fue ganador de los Juegos Florales con su cuento “El beso
de la muerte”, texto donde de manera premonitoria prevé su temprana desaparición. Ya de
abogado consolida su oficio de narrador y escribe varios libros, entre ellos dos novelas, un
poemario y un libro de cuentos.
185
En el año 2002, la empresa Consejero del Lobo Editores, publicó la obra de Édward
con el título de “El beso de la muerte”. Contiene 16 cuentos y un artículo sobre la historia
de Puno. Los cuentos de Édward Huamán Frisancho recrean hechos cotidianos; sus
personajes no son héroes ni antihéroes, sino, personas sencillas comprometidas en una
historia que Édward va narrando sin prisa y, más bien, cuidando de que la tensión no
decaiga en ningún momento y; por el contrario prepare al lector para sorprenderlo con un
final imprevisto. Es cierto que no todos los cuentos del libro “El beso de la muerte” logran
este final sorpresivo de modo contundente, pero, se observa una intención clara de lograr
este efecto. Por su juventud no puede decirse que haya sido un experto en el uso de los
recursos narrativos. Desgraciadamente la muerte lo sorprendió en la mejor etapa de su
aprendizaje. No debe olvidarse que la poesía es la explosión de la adolescencia o la
primera juventud y; la narrativa, el ejercicio de la madurez.
“El autor revela que el hombre es una entidad indivisible, sus manifestaciones
externas revelan su mundo interior. Los sentimientos profundos quedan ligados en nuestros
recuerdos a las circunstancias que nos rodearon, el ambiente, las personas que estaban
cerca de nosotros cuando lo experimentamos inclusive a cosas menudas como la música
que entonces escuchamos, un olor particular que percibimos, algo que comimos, y así
descubrimos la razón por la que vamos tiñendo de simpatía o rechazo, objetos y
circunstancias que nos resultan gratos o desagradables no por sí mismos, sino, por las
asociaciones o memorias que evocan. La sinceridad y la naturalidad son dos signos de
Édward, con el cuidado indispensable que supo estampar, con lo que garantiza su propio
éxito” (ESPEZÚA Boris; en el prólogo de libro, 2002:9).
186
Otro aspecto que subrayamos es el hecho de que supo dar buen tratamiento a la
contradicción realidad/ ficción. Su capacidad de fabular permitía convertir lo real en
ficción y relatar sus ficciones para que sus lectores crean que estaban frente a una historia
real. Escuchemos sus propias palabras para explicar esta dicotomía:
“Las historias que forman parte de este libro y que compartiré con ustedes a través
de una sucesión de relatos cuya generatriz son los mágicos desfiles de visiones que existen
hoy en mi cerebro. Todos añorados en horas de ideación y a las músicas interiores del
propio corazón. En esos momentos de evocación no existe para mí el mundo exterior.
Durante esos instantes de absoluta abstracción cuando me confino dentro de mí mismo por
grandes lapsos de tiempo, el mundo muere para mis ojos, enfrento la verdad de mi pasado
para poder realizar la verdad de mi futuro” (HUAMÁN Frisancho, Édward, en la
introducción del libro; 2002: 12).
EL BESO DE LA MUERTE (*)
Mientras el sol caminaba a media marcha devorando al cielo con su andar cadencioso, se
detuvo frente a un quiosco de periódicos. Nunca leía cuando viajaba y hoy debía llegar a la
capital de la provincia para entrevistarse con el dueño de una empresa que contrataría sus
servicios. Llegó al paradero con paso tranquilo, cuasi lento, observando desordenadamente
el diario que había adquirido. Un carro inició en ese instante su marcha, pensó: “Si me
daba prisa y no compraba este diario ya estaría viajando”. Ascendió en el vehículo que
estaba próximo a salir y sentándose al lado del chofer se dijo a sí mismo: “Si ocurre un
accidente sentado aquí, nunca quedaría paralítico. Me moriría instantáneamente sin sufrir”.
187
No tenía miedo a la muerte, pensaba que era el complemento de la vida, pero le perturbaba
el pensamiento de verse sufriendo antes de morir, por eso, prefería una muerte rápida que
suprima cualquier forma de agonía.
Mauricio calculó en su reloj la hora que llegaría a su destino. “Sólo unos minutos
más”, pensó aliviado. Cansado por el incómodo asiento y el tedioso viaje cerró los ojos
unos momentos. Al abrirlos nuevamente, sus serenas pupilas se tornaron trágicas, el sol
que le daba en la frente quemando su rostro desapareció ante la presencia de un camión
que venía en dirección contraria. “Nos fuimos a la mierda”, pensó en el último instante,
antes que los vehículos chocaran brutalmente en un contacto seco y mortal.
Luego del accidente el mutismo de la tarde adormeció el lugar. La brisa emanaba
cierto olorcito a gasolina y sangre. Sangre que manaba de los heridos. De los cuerpos sin
vida de los pasajeros. Y que hacían brillar a las lunas de vidrio despedazadas y esparcidas
en la tierra, como diamantes por el contacto con el sol enfermo, que miraba apenado la
trágica escena.
Entre los restos de esos animales de fierro y hojalata Mauricio quiso pedir auxilio,
pero no pudo. Ningún músculo de su cuerpo le obedecía. No podía mover los párpados que
le pesaban como bloques de cemento. Se sentía extenuado, el pecho le dolía
extremadamente y al parecer quería estallarle. Su cerebro fue invadido por una
intranquilidad animal tanto que le costaba respirar el aire frígido del ambiente.
Se dio lástima de sí mismo. Estaba solo y esa soledad tan grave, tan penosa, le
hablaba de su familia con el dolor que sentía su alma al pensar que nunca más vería a su
grácil esposa, la que le apoyaba en todos los actos de la vida y su único hijo, niño alegre y
188
vivaz a toda hora. Ambos se habían convertido en la alegría de su vida y por el amor que
les tenía negó su situación pensando que en cualquier momento despertaría empapado en
sudor, asustado por esa pesadilla. Suplicó al cielo, al infierno, pero nada cambió.
Su cuerpo permanecía recostado sobre el duro suelo, medio vivo, medio muerto. “No
he debido comprar el diario, no debí demorarme antes de llegar al paradero. Todo ha sido
por mi culpa”. Se martirizaba hasta el delirio, pero con el transcurso del tiempo se dio
cuenta que nada podía hacer. Era realidad lo que vivía, una realidad dolorosa y cruel, y
aceptó que llenarse de remordimientos no cambiaría su situación, por lo que trató de
serenarse.
Resignado a su nuevo estado pudo escuchar los latidos de su corazón que
desaceleraba, movió alegre los párpados que ya no estaban pesados, y al abrir los ojos
solamente observó las tinieblas de la ceguera. Esos instantes desconsoladores le sirvieron
para agudizar su sensibilidad auditiva. Unos ruidos afuera de su cuerpo le llamaron la
atención. “La policía, estoy salvado”, pensó apresuradamente. No se equivocó, dos
oficiales de la policía buscaban el dinero de los pasajeros, quedándose con todo lo que
tenían mientras los documentos personales eran depositados en una bolsa negra para ubicar
a los familiares con los datos que contenía. Inundado de ira maldijo a los miserables que
aprovechaban del sufrimiento de sus semejantes para beneficiarse con el dolor ajeno. Hasta
esa iracunda protesta mental no había sentido dolores físicos extremos, solamente las
heridas de su cuerpo.
A pesar del martillo que golpeaba sus huesos tratando de abrir un agujero en su
cavidad craneal y esclavo de esa terrible dolencia quiso escapar de la realidad para
localizar y eliminar el dolor con su mente. No pudo, sólo vio una luz albina dentro de su
189
cabeza que le habló telepáticamente con voz de trueno diciéndole que se levantara, que
debía seguirlo. Mauricio, al escuchar esa orden le respondió que no iría con él. La voz
atronadora le indicó que volvería, que él comprendería lo que ha ocurrido. La luz
desapareció y nuevamente la magra obscuridad selló su visión y también su conciencia.
Las lágrimas de una mujer lo regresaron a la realidad alejándolo de la inconciencia.
Era su esposa quien lloraba desconsolada sobre su pecho mientras lo animaba para que se
aferre a la vida. Apenas recibió la llamada de la policía había ido al encuentro de su
esposo.
Ya había transcurrido un día desde el accidente, cuando su querida Margot se dio
cuenta que estaba en el hospital sin poder hablar, sin poder moverse, soportando la
incertidumbre del momento, escuchando todo lo que a su alrededor sucedía como un
helado soporta el sol del medio día. Minutos más tarde, el médico que lo atendió de
emergencia le decía a su mujer: “Señora, debe prepararse para lo peor, ya no podemos
hacer nada más por él”. Tras escuchar las palabras del médico que lo desahuciaba, lloró
amargamente como nunca lo había hecho en su vida, sin lágrimas.
“No puede ser, auscúlteme de nuevo doctor, no quiero morir”. Gritó con todas sus
fuerzas pero nadie lo escuchó. Solamente respondió a sus desgarradoras frases la luz albina
que se presentó de nuevo y lo indujo a que lo siguiera. Mauricio volvió a negarse. Su
negativa se inspiraba en la idea de que los ángeles del infierno se valían de esa luz para
conducir a los espíritus sin cuerpo ante la presencia de su amo y señor, el ángel caído. Él
tenía cuerpo, además tenía una familia a quien cuidar y no los abandonaría. La luz albina
190
volvió a desaparecer, comprensible a ese pensamiento, llevándose consigo la conciencia de
Mauricio nuevamente.
Despertó extrañado por la nueva condición de su cuerpo. La flaccidez que
ostentaban sus músculos había mutado hasta cambiar a una rigidez extrema y duradera.
Los dedos de sus pies y las palmas de sus manos se entumecieron tanto que se convirtieron
en una masa muscular de hielo. Sentía el olor nauseabundo que salían de sus poros y los
latidos de su corazón que sólo él percibía se fueron extinguiendo lentamente. “Estoy
muerto creo, pero si he muerto, ¿por qué sigo pensando?”. Cavilaba desconcertado,
añorando los juegos con su hijo sobre el blando colchón de su cama matrimonial, donde
soñaba plácidamente con la felicidad.
Ahora también su cuerpo reposaba sobre un colchoncito, el suave colchoncito del
ataúd. Se veía hermoso en su mortaja, más que nunca, con los algodones asomando por su
boca, sus fosas nasales y oídos. Acompañado por una capilla ardiente que lo protegía de
los malos espíritus y a la vez le producía calor, tanto que empapó su camisa blanca de
sudor. Se veía elegante con su traje negro y la corbata guinda de siempre, prendas que se
habían convertido con el tiempo, en sus cómplices cada vez que participaba en un acto
importante de su vida.
Sus familiares y amigos velaban su cuerpo observando por el vidrio del ataúd su
rostro sereno; calmo mientras suplicaban a Dios por su alma. Al mismo tiempo a Mauricio
que no los olvide intercediendo por ellos ante el Supremo. “Si supieran que sigo aquí, ¿se
sentirían defraudados?”. Pensaba irónicamente, aun en su triste condición se complació
observando a sus conocidos, quienes creían que había muerto.
191
Cuando la noche se iba y era casi de día, un calor tropical invadió el ambiente donde
reposaba, movió mentalmente la cabeza y el dolor lo volvió a perturbar. Pero más le
inquietaba la presencia de innumerables mosquitos que volaban a su alrededor
construyendo en su cuerpo una nueva morada donde vivir. Se reproducían rápidamente
como los pequeños arácnidos que recorrían su piel, buscando nuevos caminos y albergue
para sus huevos. La idea de ver a más de esos animalitos pasear por su cuerpo lo
atormentaba sin medida. “Prefiero la muerte a esto”, pensó inquieto. Pero la luz no
apareció.
El medio día tranquilizó sus gastados nervios. Acompañado de su cadáver
permaneció en vigilia absorbiendo la podredumbre de olores que manaban de sus vísceras
huecas. La comitiva de entierro, conformaba por parientes y amigos, lo trasladaban con
parsimonia y elegancia, iban en silencio orando por su alma, mientras él a cada paso que
daban sus conductores se estremecía pensando. “¿Por qué recobro mis sentidos? ¿Será que
estoy volviendo a la vida y nadie se da cuenta?”. Trató de patear, rasgar la madera. Gritar
para que alguien lo escuche, pero solamente provocó que se desacomodaran sus dolientes
músculos de la posición que le dieron sus familiares antes de cerrar su vestido de madera.
Cuando la comitiva llegó hasta el nicho donde reposaría el férretro, distintos
personajes ofrecieron discursos en su memoria. Ensalzaron cualidades que no había tenido
y otros negaron sus defectos. Una vez que el silencio se apoderó del campo santo, las
muestras de dolor de sus padres, de su esposa, quien miraba con ojos desorbitados, se
hicieron sentir. Sólo su hijo se mantenía sereno, el pequeñito no entendía por qué su
madrecita lloraba desesperada cuando introdujeron el cajón de madera a la losa de
192
cemento, produciendo un sonido vulgar que estremeció el ánimo de todos los presentes.
Sellado el nicho, todos fueron a brindar su muerte deseándole lo mejor en su nueva vida.
Acongojado y solo quedó Mauricio, con ese olor nauseabundo del féretro, con los
mosquitos que volaban a su alrededor, con los arácnidos que martirizaban sus carnes. “Ya
no tiene sentido que permanezca aquí”, se dijo sufriente y rogó a la muerte para que le dé
alcance. Esta vez, la luz albina fue rápidamente a su encuentro y la misma voz habló,
diciéndole que se iban a ir, ya que nada había conseguido permaneciendo junto a su
cuerpo. Solamente había prolongado la agonía de su ser.
Mauricio le indicó que podía llevarlo donde ella deseara, que estaba preparado y se
levantó, dejando a su cuerpo inerte sin vida en esa obscura morada, donde descansaría para
siempre su figura humana. Se acercó a sus seres queridos y con el beso de la muerte se
despidió de ellos. Humildemente se internó en la luz y ascendió con ella por los aires,
ignorando dónde sería conducido por el resplandor que encerraba en cristales de alabastro
todas las imágenes de su existencia.
-0-
(*) Tomado del libro de cuentos “El beso de la muerte” de Édward Huamán Frisancho, publicado por Consejero del Lobo Editores, Juliaca 2002.
2.3.5. CHRISTIAN REYNOSO TORRES
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Este joven narrador nació en Puno en 1978. Hizo estudios primarios y secundarios en centros
educativos de nuestra ciudad y, actualmente, viene ejecutando un proyecto de investigación para
graduarse de Licenciado en Comunicación, en la Universidad Nacional del Altiplano. En el 2001
publicó su primer libro de relatos “Los testimonios del manto sagrado”; en el 2002, la editorial Lago
Sagrado Editores publicó su libro “Látigo del Altiplano” (una biografía fabulada de don Samuel
Frisancho Pineda). Actualmente se encuentra escribiendo su primera novela. Fue ganador del VI
Juegos Florales de la Universidad Nacional del Altiplano, en el género de Cuento.
UNA LARGA ESPERA (*)
Zamudio González dijo ¡no! el día que le apuntaron con un revólver y le ordenaron que se
bajara los pantalones. Lo último que vio antes de nublársele la vista y caer al suelo fueron
unos relucientes instrumentos de tortura.
A los dos días caminaba por el centro de la ciudad. Un terrible dolor en la parte del
sexo lo mortificaba. Y una herida en la entrepierna derecha recién le cicatrizaba. El
problema era que no recordaba nada. No tenía idea de cómo se había hecho todo eso.
Tampoco sabía que el día anterior lo habían recogido inconsciente de un basural. Y que
luego lo atendieron en un centro médico para después llevarlo a su departamento.
Sólo cuando despertó se dio cuenta que sobre su velador había una nota. No la
firmaba nadie, pero le indicaban que estuviera a las once en punto en la Plaza Francia.
Líneas más abajo le decían que no falte. Que era por su seguridad y bienestar.
194
Zamudio González nuevamente dijo ¡no!; sin embargo, momentos después
concluyó que acudir a esa cita sería conveniente. Hacía cuatro días que no sabía nada de su
vida. No recordaba dónde había estado, con quién o quiénes o haciendo qué. Tenía la
certeza que aquella cita daría luces a su olvido.
Lo último que se acordaba era viéndose salir del Club Montaña después de haber
tomado dos cafés. Luego, cruzar la avenida, llegar a la Plaza Francia, pasar junto al
monumento y ... allí la imagen se perdía. No lograba recordar más. ¿Qué había pasado? No
sabía. Hasta que despertó y encontró esa nota en su velador.
A esas alturas de su vida, había visto y vivido tanto que no importaba mucho lo que
podía pasarle. Si venía la muerte, en buena hora. Sin familia y sin tener a quién amar, daba
lo mismo. Pero la inevitable curiosidad pudo más. Lo llevó a querer indagar sobre el olvido
de aquellos cuatro días. Saber dónde había estado y qué le había pasado fueron sus
interrogantes.
Releyó la nota al revés y al derecho a ver si encontraba algo más. Recordó sus
conocimientos de criptografía pero nada, no había pista alguna. Esperó entonces, entre
vasos de vodka, la hora convenida para acudir a la cita. Pensó en dejar una nota a alguien
por si algo le ocurría. Pero también pensó que no tenía a quién dejársela. Buscar a los
pocos amigos, ni hablar. ¿Dónde estarían? Y el tiempo pasaba. ¡Bah! se dijo. Al fin y al
cabo, que pase lo que tenga que pasar.
Cuando llegó a la Plaza Francia no había nadie. El reloj de la iglesia marcaba las
once y tres. No supo qué hacer más que encender un cigarrillo y sentarse en una banca a
esperar. Alguien tendría que venir de todas maneras, estaba seguro.
195
Ahora, que ha pasado mucho tiempo, los que viven por allí, cuentan que Zamudio
González sigue sentado en una banca echándose la culpa por haberse demorado tres
minutos en acudir a una supuesta cita en ese lugar, porque según dicen, parece no darse
cuenta de que hace años convirtieron la Plaza Francia en el cementerio general de la
ciudad.
- O –
(*) Tomado de la revista de literatura: De mulas, búhos y otros escribientes, Puno 2003.
De su libro “Látigo del Altiplano”, la poeta Gloria Mendoza, dice lo siguiente:
“Desmenucé el libro ‘Látigo del Altiplano’ (Lago Sagrado Editores, 2002) como
quien saborea un trigal dulce. La mazorca empieza con el valioso testimonio de Christian
Reynoso Torres, que con sumo respeto se acerca a Samuel Frisancho en los últimos años
de su vida con el propósito de escribir un libro sobre el experimentado periodista, amigo
del abuelo del joven narrador llamado Óscar Torres Peralta, identificándolo con la curiosa
ocurrencia ‘Este chico es el nieto del coronel Pincho, un gran amigo’. Qué lejos estaría este
coronel de presagiar que el hijo de su hija escribiría más adelante un libro sobre el amigo
de travesuras y tertulias callejeras” (MENDOZA, Gloria, Arequipa, agosto del 2003).
En realidad, Látigo del Altiplano”, en cuanto texto de literatura, es la biografía
fabulada de Samuel Frisancho, aun cuando su fuente sea la realidad. Inclusive las llamadas
autobiografías cuando se sostienen sobre una sustancia estética como “El pez en el agua”
de Mario Vargas Llosa, son biografías fabuladas. Vale decir, ingresan en el mundo de la
ficción. Qué sucede cuando César Vallejo dice en uno de sus poemas: “César Vallejo ha
196
muerto, le daban duro con un palo y con una soga ... “ ¿Realmente había muerto para
entonces César Vallejo? No. Siempre, cuando se trata de textos literarios hay que hacer una
diferencia entre el autor y el narrador que crea el primero para contar la historia o, una
distinción entre el autor y el yo poético que el primero crea para expresar sentimientos,
ideales, frustraciones, etcétera. Entonces, si “Látigo del Altiplano”, que es la biografía de
Samuel Frisancho, es un texto literario, tenemos que coincidir que allí hay fabulación, que
el escritor ha utilizado la realidad, pero para convertirla en producto literario le ha añadido
el elemento agregado o fabulación. Por eso, es pertinente indicar que el libro que
comentamos es la biografía novelada de Samuel Frisancho.
Respecto del libro de relatos “Testimonios del Manto Sagrado ” de Christian
Reynoso, Goyo Torres Santillana, afirma:
“En conclusión podemos señalar lo siguiente: a) Formalmente el libro resulta simple,
hace uso de un lenguaje claro, quizá influenciado por la oralidad de los relatos y la
inclusión de lexías del quechua. En este sentido, el autor ha cuidado de mantener el tono
coloquial de la oralidad. Por esta razón resultan lineales los textos. b) En cuanto al
contenido, retoma la historia andina, la recrea, aunque no llega a escribirla que hubiera
sido más interesante... “ (TORRES SANTILLANA, Goyo, Arequipa, agosto del 2003).
“Por lo pronto, estamos entre relatos escritos en castellano que tienen como
fundamento otros relatos, esta vez orales. Exagerando un poco diríamos que en estos
relatos se superponen, esta vez con propiedad y sin abstracción alguna, dos narradores:
oral y en función de informante, encargado de la primera forma de existencia del relato, el
197
primero. Mientras que el segundo sería el que le da escritura castellana que finalmente es el
propio Christian Reynoso” (OSORIO, Juan Alberto, Arequipa, agosto del 2003).
Christian Reynoso, en este su libro “Testimonios del Manto Sagrado” hace un
ejercicio necesario del arte de narrar. Seguramente los lectores y los comentaristas habrán
de observar algunas limitaciones; sin embargo debe considerarse su juventud. En “Látigo
del Altiplano” ya exhibe las excelencias del desarrollo de su lenguaje que, para el caso, es
ágil, sabroso y hasta socarrón. En sus últimos trabajos que hemos tenido ocasión de leer,
sus relatos muestran una superación inusual. Tienen ya la estructura neta del cuento tal
como se puede observar en “Una larga espera”; texto con el que se le ha antologado en este
trabajo.
198
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8. El zorro de arriba 01, 02, 03, 04 y 05.
9. Torres de Arena, No 01
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11. Escri-viendo 01, 02, 03
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