Breve Historia Del Cuento Policial

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Cuentos & Cuentistas

Breve historia del cuento policial

l género narrativo conocido por la mayoría de la gente como el policial o

policiaco, recibe diversos apelativos que buscan reflejar, cual más cual menos, sus

contenidos específicos. Así, se habla de narrativa criminal, de misterio, de enigma, de

detectives o “negra”. Esta última para referirse sobre todo a la que se escribió en Estados

Unidos, como respuesta a la escuela inglesa. No obstante seguimos diciendo novela

policial, aún cuando en muchos casos ni siquiera hay policías en los relatos.

Pues bien, el género policial nació con un cuento. Antes hubo obras que contenían

ingredientes del género: crímenes, delitos, abusos, matanzas. Pero es imposible, como

han señalado varios autores, hablar de lo policial antes de que existiera la policía. Y ésta

fue creada en Londres recién en 1829, como una necesidad del desarrollo urbano y su

secuela, la delincuencia. Doce años después, en abril de 1841, el joven editor de un

periódico de Filadelfia llamado Graham’s publica un cuento titulado “Los crímenes de la

calle Morgue”. Este joven era Edgar Allan Poe. Dicho cuento traía la mayoría de los

componentes que caracterizarían al género: asesinato misterioso, detective, proceso de

deducción, resolución sorpresiva. Su detective se llamó el chevalier Dupin y sus hazañas

(en ése y otros dos relatos) son contadas por un narrador que hace de testigo veraz.

“La novela de detectives, afirma Ellery Queen, es un cuento corto inflado con

personajes, descripciones y romances absurdos, a menudo con propósitos de relleno.” No

hay necesidad de estar totalmente de acuerdo, pero dejémoslo así. Vendrá pronto el más

célebre de los detectives, Sherlock Holmes, un personaje que es figura sobresaliente en el

relato breve. El llamado Canon consigna que su creador, Arthur Conan Doyle, produjo,

entre 1887 y 1927, 60 obras con Holmes: 56 cuentos y cuatro novelas. Los cuentos son

sin duda alguna los que le han dado la fama vigente hasta nuestros días.

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Pero, por alguna razón, el cuento evoluciona hacia un género maldito para el

medio editorial, cuestión que persiste hasta el día de hoy. Un mal negocio. Es por ello

que se refugia en los diarios y revistas inglesas y norteamericanas, donde conoce un

suceso que se transforma de a poco en internacional (vía traducciones), durante el período

de entreguerras; y con gran fuerza en la segunda mitad del siglo XX. Una primera

muestra de la globalización en el mundo del libro, vaya. Pues allí, en el ghetto de la

prensa vulgar, las revistas baratas y el sensacionalismo, florece una pléyade de autores

que, ay, no siempre logran ver sus relatos publicados en libros y por lo tanto mantendrán

un semi anonimato del cual los rescatarán sólo unos cuantos fanáticos encarnizados.

Los imitadores de Sherlock Holmes son los primeros en aprovechar el boom del

cuento. Nick Carter, héroe de gusto del público juvenil; el Dr. Thorndyke, creación de

Austin Freeman; el entrañable Padre Brown, retoño de Chesterton, maestro de la

paradoja; el sabueso ciego Mark Carrados, invento de Ernest Bramah; el astuto Hércules

Poirot de Agatha Christie y su (digamos) rival, el Lord Peter de Dorothy Sayers; el genio

de la deducción apelado “la máquina de pensar”, de Jacques Futrelle; y, para cerrar

(aunque hay muchos más), el estático “Viejo en el rincón” de la Baronesa de Orczy.

Estos autores lograron producir volúmenes de cuentos, los que aún cuando fueron menos

célebres que sus novelas, tuvieron ese reconocimiento mayor, esa suerte de bendición que

significa salir del periódico e ir las tapas duras y el formato más “literario” del libro.

También entre los norteamericanos se generó un boom del cuento, a través de las

revistas populares llamadas “pulp”. En especial la celebérrima Black Mask, que salió

entre 1920 y 1951. Fue un cambio importante, ya que conllevó la liberación de la

influencia de Sherlock Holmes. El enigma clásico dio paso a un modo de escribir más

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libre, menos conservador, más cercano a la suciedad de la urbe, abriendo espacio para

reflejar los medios del hampa y la prevaricación. De paso, liberando el lenguaje para dar

cabida al argot. La estética de Black Mask generó una escuela de cuentistas, con nombres

de la más alta alcurnia literaria: Dashiell Hammett, Cornell Woolrich (William Irish),

Raymond Chandler, John D. MacDonald, Bruno Fisher; más otros menos conocidos por

haberse quedado en el purgatorio del cuento, como Carroll John Daly, Lester Dent y

George Harmon Coxe. Ellos fueron los “toros indomables” del relato corto, como dijo un

crítico de Frank Gruber, autor de más de 400 cuentos para los “pulp”.

Hay mucho más. Luego de la desaparición de los “pulp”, vino el boom de los

libros de bolsillo, de las antologías y de las traducciones. No hay que olvidar que el

género policial es esencialmente anglosajón, con algunos autores franceses y belgas,

italianos, suecos, alemanes y españoles. En las traducciones, siempre limitadas, nos

empezaron a llegar los maestros clásicos y los autores más recientes. Simenon, por cierto,

sacó libros de cuentos (sobre todo en los años 60), algunos del comisario Maigret y otros

cercanos a la narrativa negra. Patricia Highsmith publicó casi tantos libros de cuentos

como novelas. Chester Himes es un cuentista mayor, a descubrir. De Ellis Peters hay al

menos un libro de relatos con su detective medieval, el hermano Cadfael. El sueco

Henning Mankell ha sacado un volumen con cuentos del inspector Wallander. Hay un

libro de cuentos del italiano Giorgio Scerbanenco, sin su héroe el Dr. Duca Lamberti. Y

si de italianos hablamos, Andrea Camilleri tiene un volumen de relatos breves con su

comisario Montalbano...

Los cuentos policiales rara vez han tenido un tratamiento deferente, y hay que

descubrirlos, camuflados como novelas por los editores. Nuestros queridos Borges y Bioy

Casares publicaron antologías del cuento policial (1943 y 1956), vueltas célebres, aunque

es cuestionable su preferencia por los autores ingleses de enigma. Se las cita con

frecuencia, equivocadamente, como lo máximo en sabiduría respecto al cuento policial.

La revista de Ellery Queen se tradujo al castellano en varios países y allí llegaron muchos

cuentos de los más diversos autores, incluidos los de la escuela hard boiled (Hammet y

los demás). También arribaron otras revistas de efímera vida. Salieron antologías de

autores nacionales en Argentina, Chile y México, los países con más tradición del género.

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El cuento policial siguió cultivándose vigorosamente durante la última parte del

siglo XX, aunque pocas revistas sobrevivieron al empuje de otras formas de entretención

masiva, como el cine y la televisión. Ambos medios audiovisuales depredaron el

patrimonio literario del género en busca de argumentos. No obstante, el relato breve

resistió y sigue vivo. Aún cuando no cuenta con la popularidad de la novela, y debe

vencer más dificultades para difundirse. El mercado manda. Pero hay una fórmula

editorial que ha permitido leerlos, en muchos casos un rescate de la poca difusión en

medios escritos de circulación limitada. Me refiero a las antologías, ya mencionadas.

Las antologías, una vez agotado el concepto de “los mejores cuentos”, que irrita a

lo auténticos aficionados por la repetición de títulos, se empezaron a especializar y a

especificar. El propio Ellery Queen lo hizo. (Lo he mencionado bastante, porque es el

verdadero campeón del cuento policial en la historia del género, con estudios, revistas y

selecciones). Uno de las formas novedosas son las antologías de “mejores cuentos por

año”, práctica que ha continuado hasta nuestros días. Una de las más antiguas que

conozco es de 1928, hecha por el padre Ronald Knox, donde hay un cuento de Agatha

Christie protagonizado por Miss Marple. Una de 1999, recopilada por Ed MacBain, trae

cuentos de Lawrence Block, Loren Estleman, Joseph Hansen y Joyce Carol Oates, entre

otros autores del momento. Se siguen editando antologías anuales, rara vez se traducen a

nuestro idioma.

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Las antologías temáticas han sido otro aporte al género, ampliando el interés hacia

lectores distintos y haciendo descubrimientos sorprendentes. Así, se han publicado

antologías con cuentos policiales relacionados con el deporte. Hay una que trae relatos de

Conan Doyle (carreras de caballos), Ellery Queen (baseball), Dashiell Hammett (boxeo),

Leslis Charteris (póquer, con El Santo), Agatha Christie (ajedrez), Dorothy Sayers

(bibliofilia)... También existen antologías de mujeres asesinas, de crímenes en Navidad,

de la realeza, de cuentos que transcurren en ciertos países, de parejas de detectives, de

estafadores, de la buena mesa. Entre estas últimas, destaca una que trae cuentos de Isaac

Asimov, Ruth Rendell, Rex Stout, Stanley Ellin, van de Wetering, Bill Pronzini. Hay

también antologías del detective privado hard boiled o de la Serie Negra. Una de ellas

trae relatos de Fredric Brown, Erle Stanley Gardner, James Cain, Ross Macdonald, etc. Y

existen muchas más, he señalado las que conozco en traducción.

Una mención especial para la autoras mujeres que, como se sabe, han sido en el

género policial tan buenas y prolíficas como los autores varones. De todos modos han

tenido que luchar por sus derechos, como que han formado en Estados Unidos una

asociación de mujeres autoras, para escapar del machismo vigente entre algunos de sus

colegas hombres. Pues las recopilaciones de cuentos de escritoras están entre las mejores.

Sara Paretsky, la creadora de Warschawski, la mujer policía de Chicago, ha armado dos

excelentes (en 1992 y 1996), con relatos de Liza Cody, Marcia Muller, Nancy Pickard,

Amanda Cross, Margaret Maron, Linda Barnes y otras autoras notables, todas en plena

producción. Algunas de ellas han sido traducidas. Todas ellas están en internet. En

materia de cuentos, quien busca con paciencia, encuentra.

Un elemento clave para la práctica de la crítica del cuento policial, que tan pocos

conocen en sus categorías básicas, es que las antologías permiten al antologador

(generalmente un autor de renombre o un especialista del género reconocido por los

lectores) elegir conforme a sus criterios y preferencias. Es que la calidad del cuento se

mide, por comparación a los demás y cada uno por separado, según su fidelidad a los

elementos básicos del género: el crimen narrado, el detective o investigador (si lo hay), la

originalidad de la trama y la ambientación, la resolución del enigma o el desenlace del

caso, la recreación del lenguaje, etc. Por eso, una buena antología hecha, digamos sólo

como ejemplos existentes, por Bill Pronzini y Martin Greenberg (detectives privados),

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Hugh Greene (rivales de Sherlock Holmes), John D. MacDonald (autoras mujeres), Eric

Ambler o los hermanos Greene (cuentos de espías), Kurt Singer (crímenes reales), y

muchos otros, deja contento al lector; a veces más a veces menos, pero sabe qué va a

encontrar en el libro y según eso, aprueba o desaprueba.

El cuento policial, milagro de supervivencia, tanto por sus temas como por sus

variados autores, sus estilos y sus visiones, da una imagen de lo que acontece en la

historia con minúscula, en el planeta de los comunes (el de los hombres y mujeres

estadística), que casi ningún otro género literario, casi ningún superventas, casi ningún

regalón de la crítica, puede dar. Leer para creer...