Breve historia de la argentina jose luis romero

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Pensada como una obra destinadaa «suscitar la reflexión sobre elpresente y el futuro del país» estaBreve historia de la Argentina se haconvertido, con los años, en un libroclásico. Obra de síntesis, pero a lavez de ideas, en sus páginas nosólo se encuentran hechos sinotambién interpretaciones quegeneran polémicas y suscitanopiniones encontradas.Escrito en 1965, fue actualizado porel autor poco antes de sufallecimiento en 1977. Por lanotable difusión que tuvo, tanto

como por su extendido uso en laenseñanza, Luis Alberto Romeroagregó un último capítulo, referidoa los acontecimientos de las últimasdécadas, «ciertamente decisivospara la comprensión de nuestropresente y de conocimientofundamental para la formación deun ciudadano».Considerado, con justicia, como unode los mayores intelectuales que hadado el país, José Luis Romero nosólo renovó los estudios históricos;transmitió además sus ideas de unmodo tan claro como atractivo.Ejemplo mayor de ello es este libro,

cuyo estilo, sencillo y refinado, haceque la lectura de la historia sea a lavez aprendizaje y placer.El Fondo de Cultura Económica, queya había editado numerosas obrasdel autor, dio inicio, con este libro,a la Biblioteca José Luis Romero,que se publicó en memoria suya alos veinte años de su fallecimiento.Esta nueva edición, preparada porLuis Alberto Romero, es la versióndefinitiva de una obra fundamental.

José Luis Romero

Breve historia dela Argentina

ePUB v1.0pigpen 29.08.12

Título original: Breve historia de laArgentinaJosé Luis Romero, 19651° edición: Eudeba, 1965Presente edición: 1997

Editor original: pigpen (v1.0)ePub base v2.0

Prefacio

En 1965 apareció en Eudeba la primeraedición de Breve historia de laArgentina, que Boris Spivacow leencargó a mi padre: un cuaderno, degrandes páginas, con muchasilustraciones y una viñeta de Schmidlsobre fondo rojo en la tapa. Era unproducto típico de aquella notableempresa editorial, tan característica delos años sesenta. El texto concluía en1958; con su cruce de optimismo eincertidumbres, su fe en el desarrollo de

la democracia, la libertad y la reformasocial, y sus dudas acerca de la era«plutocrática» que se iniciaba, es untestimonio de aquel formidable proyectosocial de modernización cultural, tandesdichadamente concluido.

Ignoro cuánto circuló esa edición. Apoco de aparecer, la universidad fueintervenida, Eudeba pasó a malasmanos, el libro desapareció de la ventay mi padre inició una larga gestión pararecuperar sus derechos. Hacia 1973 loconsiguió, con la ayuda profesional deHoracio Sanguinetti, y poco despuésacordó con Juan Carlos Pellegrini sureedición actualizada en Huemul.

A principios de 1977 murió mipadre. En aquel año, en el que lacatástrofe del país se sumaba a midesventura personal, Fernando VidalBuzzi, a cargo de Huemul, me propusollevar adelante la proyectada reedición,agregando un último capítulo. En 1975mi padre había agregado un capítulofinal a Las ideas políticas en laArgentina, sobre el período 1955-1973.Yo lo había ayudado, tenía bastantepráctica en trabajos profesionalesconjuntos —solíamos decir queteníamos una sociedad anónima deproducciones históricas— de modo queno me pareció mal escribir lo que hoy es

el capítulo XIV, basándome en aqueltema, usando sus ideas y también suspalabras, sin mencionar participación,que en el fondo era sólo parcial. Al fin yal cabo, era como una de aquellasbatallas que el Cid ganaba después demuerto.

Sorpresivamente, en su segundaversión, el libro tuvo un éxito callado yenorme. No podría decir cuántosejemplares se han vendido, pues meconsta que hubo muchas edicionesclandestinas. Pero sé que ha llegado aocupar un lugar importante en laenseñanza, particularmente en losúltimos años de la escuela media.

Siempre me pareció su difusión que enaquellos años formaba parte de lasrespuestas, modestas pero firmes, quenuestra sociedad daba al terror militar.

En 1993, otro avatar editorial meplanteó la disyuntiva acerca de suactualización. No podía ya apoyarme enescrito o pensado por mi padre. Pero ala vez, era consciente de que elprincipal valor de un libro de este tipoera para comprender el presente, ese«presente vivo» que mi padrecontraponía con el «pasado muerto». Enla Argentina habían ocurrido cosasdemasiado importantes entre 1973 y1992 como para que no las registrara en

un libro destinado a los jóvenes, aquienes se estaban formando comociudadanos. Yo acababa de terminar miBreve historia contemporánea de laArgentina y me pareció que podríaofrecer un resumen digno, que cubrierael período hasta 1993. Tengo la íntimaconvicción de que las ideas generales deeste capítulo estarían en consonanciacon las del resto de la obra.

Hoy, en esta nueva versión, herevisado el texto original y hecompletado el capítulo XV, pues loocurrido en los últimos tres años sinduda hace más claro lo que en 1992 erasólo una intuición. Probablemente

seguiré haciéndolo en el futuro, en parteporque este libro ya tiene una existenciapropia, y en parte por convicción filial.Estoy convencido de que es miobligación hacer lo necesario paramantener vigente el pensamiento de mipadre, que me sigue pareciendoadmirable, enormemente complejodetrás de su aparente sencillez, y sindudas más allá de cualquier modaintelectual. En rigor, dediqué muchotiempo en estos veinte años a reeditarsus obras, reunir sus artículos yconservar vivo su recuerdo, y seguiréhaciéndolo. Mantener actualizado estelibro en particular es parte de ese

propósito.Se trata, pues, de un libro con una

historia, que se prolonga hasta elpresente. También tiene una historiaeditorial que en la ocasión me resultaparticularmente significativa. En 1945,el Fondo de Cultura Económica leencargó a mi padre un libro sobre lasideas políticas en la Argentina,destinado a una de sus colecciones. Porentonces mi padre se dedicaba a lahistoria antigua, y sólo habíaincursionado tangencialmente en lahistoria argentina, sobre todo comoparte de su activo compromiso en lalucha intelectual y política de aquellos

días. De cualquier modo, la elección deDaniel Cossio Villegas, y la previarecomendación de Pedro HenríquezUreña, fue para él un honor y a la vez undesafío. Con justicia, Las ideaspolíticas en la Argentina se haconvertido en un verdadero clásico, ydesde entonces la relación de mi padrecon el Fondo —diría: con ArnaldoOrfila Reynal y María Elena Satostegui— fue muy intensa. Allí aparecieron LaEdad Media —otro clásico—, Eldesarrollo de las ideas en la sociedadargentina del siglo XX y másr e c i e n t e me n t e La experienciaargentina, donde hace unos años reuní

el conjunto de sus artículos y ensayossobre el país.

En 1992 Alejandro Katz,responsable del Fondo en Buenos Aires,me propuso escribir una historiaargentina del siglo XX, destinadatambién a una colección de la editorial.Como le ocurrió casi cincuenta añosantes a mi padre, el encargo fue para míun honor y sobre todo un desafío muygrande, aunque ignoraba su magnitudcuando lo acepté. Por circunstancias queno conocí, el libro terminó con un títulomuy parecido al de mi padre: Brevehistoria contemporánea de laArgentina. No puedo dejar de pensar en

este extraño juego de coincidencias y detradiciones. No puedo dejar de pensarque Breve historia de la Argentina deJosé Luis Romero, que hoy reedita elFondo, está finalmente donde debíaestar.

Luis Alberto Romero.Febrero de 1997.

Esta breve historia de la Argentina hasido pensada y escrita en tiempos demucho desconcierto. Mi propósito hasido lograr la mayor objetividad, perotemo que aquella circunstancia hayaforzado mis escrúpulos y me haya

empujado a formular algunos juicios quepuedan parecer muy personales. Ellector, con todo, podrá hacerse supropia composición de lugar, porque apesar de la brevedad del texto, creo quehe logrado ofrecer los datos necesariospara ello. La finalidad principal de estelibro es suscitar la reflexión sobre elpresente y futuro del país. Su lectura,pues, puede ser emprendida con ánimocrítico y polémico. Me permito sugerirque esa lectura no sea sólo una primeralectura. El texto ha sido apretadodesesperadamente y creo que el librodice más de lo que parece a primeravista. Quizá me equivoque, pero

sospecho que, al releerlo, apareceránmás claras muchas ideas que hereducido a muy escuetas fórmulas.

J.L.R.

Primera parteLA ERA INDÍGENA

¿Cuántos siglos hace que está habitadaesta vasta extensión de casi tresmillones de kilómetros cuadrados quehoy llamamos la Argentina? FlorentinoAmeghino, un esforzado investigador denuestro remoto pasado, creyó que habíasido precisamente en estas tierras dondehabía aparecido la especie humana. Susopiniones no se confirmaron, pero hayhuellas de muchos siglos en los restos

que han llegado a nosotros. Ni siquierasabemos a ciencia cierta si estaspoblaciones que fueron en un tiempo lasúnicas que habitaron nuestro suelollegaron a él desde regiones remotas, tanlejanas como la Polinesia, o tuvieronaquí su origen. Sólo sabemos que un día,muchos siglos antes de que llegaran losconquistadores españoles, se fijaron ennuestro territorio y permanecieron en élhasta identificarse con su paisaje.

De esas poblaciones autóctonas noconocemos la historia. Las que habitaronel noroeste del país revelan unaevolución más intensa y parece queaprendieron con duras experiencias el

paso del tiempo y la sucesión de loscambios que es propia de la historia dela humanidad. Las demás, en cambio, semantuvieron como grupos aislados yperpetuaron sus costumbres seculares oacaso milenarias, sin que nada leshiciera conocer la ventura y ladesventura de los cambios históricos.

Eran, ciertamente, pueblos adheridosa la naturaleza. Ésta de nuestro suelo esuna naturaleza generosa. La Argentina esun país de muy variado paisaje. Unavasta llanura —la pampa— constituyesu núcleo interior; pero en la planiciecontinua se diferencian claramente laszonas fértiles regadas por los grandes

ríos y las zonas que no reciben sinoligeras lluvias y están pobladas porescasos arbustos. Unas tierras sonferaces —praderas, bosques—, otrasestériles, a veces desérticas. Pero lallanura es continua como un mar hastaque se confunde con la patagónica delSur, o hasta que se estrella contra lasaltas montañas de los Andes hacia elOeste una de esas regiones se fijaronviejos y misteriosos pueblos quedesenvolvieron oscuramente su vida enellas.

Eran pueblos de costumbressemejantes en algunos rasgos, pero muydiferentes en otros, porque estaban

encadenados a la naturaleza, de cuyosrecursos dependían, cuales variaban sushábitos. Cuando comenzó la conquistaespañola, las poblaciones autóctonasfueron sometidas y atadas a las formasde vida que introdujeron losconquistadores. Durante algún tiempo,algunos grupos conservaron su libertadreplegándose hacia regiones nofrecuentadas por los españoles. Lapampa y la Patagonia fueron su últimorefugio. En un último despertar,constituyeron una de las llanuras cuandola desunión de las provincias argentinasles permitió enfrentarlas con ventaja.Pero, cuando la lanza se mostró inferior

al fusil, cayeron sometidos y fueronincorporados a las nuevas formas devida que les fueron impuestas.

Acaso ellos no creían que las formaseuropeas fueran superiores a las suyas,heredadas y mantenidas durante largossiglos. Y acaso la melancolía que lamúsica y su mirada oculte el dolorsecular de la felicidad perdida.

Capítulo ILAS POBLACIONES

AUTÓCTONAS

Desde el Río de la Plata hasta lacordillera de los Andes, la pampainmensa y variada estaba habitada porlos pueblos que le dieron su nombre: lospampas. Estaban divididos en diversasnaciones, desde los araucanos, quetraspasaban los valles andinos y seextendían hacia la otra ladera de lacordillera, hasta los querandíes quehabitaban las orillas del Río de la Plata.

Eran cazadores o pescadores según lasregiones, de costumbres nómadas,diestros en el uso del arco y de lasboleadoras, con las que acertaban a losavestruces que cruzaban la llanura. Ypara descansar y guarecerse construíantoldos rudimentarios que se agrupabanformando pequeñas aldeas.

Más favorecidos por la naturalezalos guaraníes que habitaban la región deCorrientes y Misiones aprendieron acultivar la tierra con instrumentos demadera y cosechaban zapallo, mandiocay especialmente maíz; con esocompletaban su alimentación hechatambién de caza y pesca. Cuando se

establecían en algún lugar durante largotiempo construían viviendas duraderasde paja y barro. Eran hábiles y sabíanfabricar cacharros de alfarería, un pocoelementales, pero capaces de servir alas necesidades de la vida cotidiana; ycon las fibras que tenían a su alcancehacían tejidos para diversos usos, entrelos cuales no era el más frecuente el devestirse, porque solían andar desnudos.

Próximos a ellos, en los bosqueschaqueños, los matacos y los guaycurúesalternaban también la caza y la pescacon una rudimentaria agricultura en laque trabajaban preferentemente lasmujeres. Y por las regiones vecinas se

extendían otros pueblos menosevolucionados, los tobas o los chanés,que conocían sin embargo, como susvecinos el difícil arte de convertir untronco de árbol en una embarcación conla que diez o doce hombres solíannavegar grandes ríos en busca de pesca.

Menos evolucionadas aún eran laspoblaciones de la vasta mesetapatagónica. Allí vivían los tehuelches,cazadores seminómadas, que utilizabanlas pieles de los que lograban atraparpara cubrirse y para techar las chozas enque habitaban, luego de haber comidocruda su carne. Onas y yaganes poblabanlas islas meridionales como nómadas

del mar, y en él ejercitaban suextraordinaria habilidad para la pescacon arpón, a bordo de ligerísimascanoas de madera y corteza de haya.

Escasas en número, con muy pococontacto entre si —y a veces ninguno—,las poblaciones de las vastas llanuras delas duras mesetas, de las selvas o de losbosques, perpetuaban sus costumbres ysus creencias tradicionales sin que suvida sufriera alteraciones profundas.Iban a las guerras que se suscitabanentre ellos para defenderse o paraextender sus áreas de predominio, y enel combate ejercitaban los varones suscualidades guerreras, encabezados por

sus caciques, a quienes obedecíanrespetuosamente. Para infundir temor asus enemigos y para señalar su origen,cubrían con adornos o lo tatuaban conextraños dibujos, y algunos solíancolocarse en el labio inferior un discode madera con el que lograban adquiriruna extraña fisonomía. La tierra enterales parecía animada por innumerablesespíritus misteriosos que la poblaban, ya sus designios atribuían los avatares dela fortuna: el triunfo o la derrota en laguerra, el éxito o el fracaso en la caza ola pesca, la crueldad o la benignidad delas fuerzas de la naturaleza. Sólo loshechicero mirar conocían sus secretos y

parecían capaces de conjurarlos paratornarlos propicios y benévolos.Gracias a eso gozaban de laconsideración de los suyos, que losadmiraban y temían porque constituíansu única esperanza frente a lasenfermedades o frente a las inciertasaventuras que entrañaban la cotidianabusca de los alimentos y la continuahostilidad de los vecinos.

Más compleja fue, seguramente, laexistencia de las poblaciones quehabitaban en las regiones montañosasdel noroeste. Allí, los valleslongitudinales de la cordillera abríancaminos prometedores que vinculaban

regiones muy distantes entre sí, y hubopueblos que se desplazaron yconocieron las alternativas de lavictoria y la derrota, esta últimaacompañada por el forzoso abandono delas formas tradicionales de vida y laaceptación de las que les imponían susvencedores. Tal fue, seguramente, eldestino de los diaguitas, que habitabanaquellas comarcas.

A lo largo de los valles, losdiaguitas vivían en pequeñas aldeasformadas por casas con muros depiedra. Era el material que les ofrecía supaisaje. Hábiles alfareros, usabanplatos, jarras y urnas de barro cocido en

cuyo decorado ponían de manifiesto unarica imaginación y mucho dominiotécnico; pero utilizaban además para susutensilios cotidianos la madera, elhueso, la piedra y el cobre. Estabanfirmemente arraigados a la tierra ysabían cultivarla con extremadahabilidad, construyendo terrazas en lasladeras de las sierras para sembrar elzapallo, la papa y el maíz, que eran elfundamento de su alimentación. Criabanguanacos, llamas y vicuñas, y con sulana hacían tejidos de rico y variadodibujo que teñían con sustanciasvegetales.

Los adornos que usaban solían ser

de cobre y de plata. En piedraesculpieron monumentos religiosos:ídolos y menhires. Y con piedraconstruyeron los pucaras, fortificacionescon las que defendían los pasos quedaban acceso a los valles abiertos hacialos enemigos.

Sin duda se vertió mucha sangre enla quebrada de Humahuaca y en losvalles calchaquíes, pero no con lasalternativas de esa historia. Los pasosque miraban al Norte vieron llegar,seguramente más de una vez, losejércitos de los estados que se habíanconstituido en el altiplano de Bolivia oen los valles peruanos: desde el Cuzco

el imperio de los incas se extendía haciael Sur y un día sometió a su autoridad alos diaguitas. Signo claro de esadominación fue el cambio queintrodujeron en sus creencias religiosas,abandonando sus viejos cultosanimalísticos para adoptar los ritossolares propios de los quichuas. Y elquechua, la lengua del imperio inca, sedifundió por los valles hasta tornarse elidioma preponderante.

Propias o adquiridas, la música y lapoesía de los diaguitas llegaron aexpresar una espiritualidad profunda ymelancólica. Acaso la fuerza del paisajemontañoso las impregnó de cierta

resignación ante la magnitud de lospoderes de la naturaleza o ante el duroesfuerzo que requería el trabajocotidiano. Pero no estaban ausentes desu canto ni el amor ni la muerte, ni elllamado de la alta montaña ni laevocación de la luna nocturna. En elseno de comunidades de rígidaestructura, vivían vueltos sobre símismos y sobre su destino con unavigilante conciencia.

Por eso constituían los diaguitas unmundo tan distinto del de laspoblaciones de la llanura, de la mesetade las selvas y de los bosques. Cuandollegaron los españoles y los sometieron

y conquistaron sus tierras, unos y otrosdejaron muy distinto legado a sus hijos,y a los hijos de sus que sus mujeresdieron a los conquistadores que lasposeyeron, mestizos a los que quedóconfiado el recuerdo tradicional de suraza.

Segunda parteLA ERA COLONIAL

La conquista de América por losespañoles es una empresa de principiosdel siglo XVI. Es la época de Leonardo,de Maquiavelo, de Erasmo. Como elpensamiento humanístico y como lapintura de ese instante, la conquista tieneel signo del Renacimiento; es indagaciónde lo misterioso, aventura en pos de lodesconocido. Alvar Núñez Cabeza deVaca, caminando por el Brasil hasta

Asunción, pertenece a la misma estirpede Paracelso indagando los secretos delcuerpo humano. Pero cuando laconquista termina y comienza lacolonización sistemática, en la segundamitad del siglo XVI, también elRenacimiento ha terminado.

La España imperial de Carlos V,avasalladora y triunfante en el mundo, hadejado paso a la España de Felipe II,retraída dentro de sí misma, militantesólo en defensa del catolicismo contra laReforma, hostigada en los mares por loscorsarios ingleses que asaltaban losgaleones cargados con el oro y la platade América. Ni España ni Portugal, los

países descubridores, mantendrán muchotiempo el dominio de las rutasmarítimas. Y en el siglo XVII, losAustria acentúan su declinación hastalos oscuros tiempos de Carlos II elHechizado. Holanda e Inglaterracomienzan a dominar los mares,movidas por los ricos burgueses que,finalmente, no vacilan en tomar el poder.La monarquía inglesa cae a mediadosdel siglo XVII con la cabeza de Carlos Iy la república le sucede bajo lainspiración de Oliverio Cromwell.Ahora se trata de que Inglaterra reinesola en los mares del mundo. Ni siquierala Francia absolutista de Richelieu y de

Luis XIV podría competir con ella sobrelas aguas.

En este mundo de los siglos XVI yXVII se desliza la primera etapa de lavida colonial argentina. El autoritarismode los Austria impregna la existenciatoda de la colonia. Sagrado como el reyes el encomendero a quien se confíanrebaños de indios para su educacióncristiana y para el trabajo en losdominios de su amo. Una ideaautoritaria del mundo y de la sociedadse desprendía de la experiencia de lapolítica española tanto como de laprédica de los misioneros y de laenseñanza de las doctrinas

neoescolásticas de la Universidad deCórdoba, basada en los textos delteólogo Francisco Suárez. Pero, para laspoblaciones autóctonas, el autoritarismono derivaba de ninguna doctrina, sinodel hecho mismo de la conquista.Naturalmente, su tendencia fue a escaparo a rebelarse. Durante largos años elproblema fundamental de la colonial fueajustar las relaciones de dependenciaentre la población indígena sometida yla población española conquistadora.Puede decirse que la región que hoyconstituye la Argentina, excepto comoexportadora de cueros apenas existíapará el mundo.

Pero, justamente al comenzar elsiglo XVIII —triunfante Inglaterra en losmares—, España cambia de dinastía: losBorbones reemplazan a los Austria. Elmundo había cambiado mucho y seguíacambiando. La filosofía delracionalismo y del empirismoacompañaba a la gran revolucióncientífica de Galileo y de Newton, yjuntas se imponían sobre lasconcepciones tradicionales de raízmedieval. La convicción de que lopropio del mundo es cambiar,comenzaba a triunfar sobre la idea deque todo lo existente es bueno y no debeser alterado. La primera de esas dos

ideas se enunció bajo la forma de unanueva fe: la fe en el progreso. Y España,pese al vigor de las concepcionestradicionales, comenzó bajo losBorbones a aceptar esa nueva fe.

Naturalmente, se enfrentaron los quela aceptaban y los que la considerabanimpía en una batalla que comenzóentonces y aún no ha concluido. Lacolonia rioplatense imitó a la metrópoli:unos la aceptaron y otros no; pero eraclaro que los que la aceptaban eran casisiempre los disconformes con elrégimen colonial, y los que larechazaban, aquéllos que estabansatisfechos con él.

Poco a poco las exportaciones quesalían del puerto de Buenos Airesaumentaban de volumen; en el sigloXVII se agregó a los cueros el tasajoque se preparaba en los saladeros. Laexportación era un buen negocio, perotambién lo era la importación de losimprescindibles artículosmanufacturados que llegaban legalmentede España y subrepticiamente de otrospaíses. Inglaterra, que dominaba lasrutas marítimas, había proclamado lalibertad de los mares.

En el Río de la Plata, los partidariosdel monopolio español y los defensoresde la libertad de comercio se

enfrentaron y buscaron el fundamento desus opiniones —generalmentevinculadas a sus intereses— en lasideologías en pugna. Hubo, pues,partidarios del autoritarismo ypartidarios del liberalismo. Entre tantolas ciudades crecían, se desarrollabauna clase burguesa en la que aumentabael número de los nativos y, sobre todo,se difundía la certidumbre de que lacomunidad tenía intereses propios,distintos de los de la metrópoli.

Cuando la fe en el progreso comenzóa difundirse, bastó poco tiempo para quese confundiera con el destino de lanueva comunidad. Si la Universidad de

Córdoba se cerraba resueltamente alpensamiento del Enciclopedismo, la deCharcas estimulaba el conocimiento delas ideas de Rousseau, de Mably, deReynal, de Montesquieu. En BuenosAires no faltó quien, como el padreMaciel, poseyera en su biblioteca lasobras de autores tan temidos. Una nuevageneración, al tiempo que secompenetraba de las inimaginablesposibilidades que el mundo ofrecía a lapequeña comunidad colonial, bebía enlas obras de los enciclopedistas y en lasde los economistas liberales españolesuna nueva doctrina capaz de promover,como en los Estados Unidos o en

Francia, revoluciones profundas.A fines del siglo XVIII, la colonia

rioplatense comenzado a ser un país.Durante tres siglos se había ordenado suestructura económico-social y se habíandelineado los distintos grupos deintereses y de opiniones. Todavíadurante toda la era criolla subsistiríanlos rasgos que se habían dibujadodurante la era colonial.

Capítulo IILA CONQUISTA ESPAÑOLA Y LAFUNDACIÓN DE LAS CIUDADES

(SIGLO XVI)

Los españoles aparecieron por primeravez en el Río de la Plata en 1516,veinticuatro años después de la llegadade Colón al continente americano.Ciertamente, no buscaban tierras, sinoun paso que comunicara el océanoAtlántico con el Pacífico, reciéndescubierto por Balboa. Juan Díaz deSolís, que mandaba la expedición,

recorrió el estuario y descendió en lascostas orientales: allí trabó contacto conlos querandíes, que lo mataron a pocode desembarcar. Así empezaron lasrelaciones entre indios y conquistadores.

De los hombres de la expedición deSolís, el más joven, Francisco delPuerto, quedó entre los indios; losdemás regresaron a España; pero una delas naves naufragó en el golfo de SantaCatalina y algunos de los tripulantes sesalvaron nadando hasta la costa. Uno deellos, Alejo García, oyó hablar a losindios de la existencia de un país lejano—la tierra del Rey Blanco— en cuyassierras abundaban el oro y la plata.

Seducido por la noticia, emprendió a piela marcha hacia la región deChuquisaca, y luego de llegar y deconfirmar la noticia, regresó hacia lacosta. También él fue muerto por losindios cuando volvía; pero lo que habíavisto llegó a oídos de sus compañeros yasí nació la obsesionante ilusión de losconquistadores de alcanzar la tierra delas riquezas fabulosas. Poco después, elMar Dulce, como lo llamó Solís,comenzaría a ser llamado Río de laPlata, en testimonio de esa esperanza.

Sin embargo, la busca de un pasoque uniera los dos océanos seguíasiendo lo más importante para la Corona

española; y para que lo hallara envió aHernando Magallanes en 1519 con lamisión de recorrer la costa americana.Seguramente, tanto él como Solísposeían noticias de navegantesportugueses que habían hecho yaanálogo viaje. Magallanes no se dejótentar por las promesas del anchoestuario y siguió hacia la costapatagónica. Hizo escala en el golfo quellamó de San Julián, conoció a losindios tehuelches —que los españolesllamaron patagones—, y finalmenteentró en el estrecho que luego seconoció con su nombre. Siguiendo sushuellas, llegó al Río de la Plata en 1526

la expedición de Sebastián Gaboto; perolas noticias difundidas por los quesabían del viaje de Alejo Garcíaincitaron al piloto a penetrar en el ríoParaná en busca de un camino hacia latierra del Rey Blanco. Un pequeñofuerte que se llamó de Sancti Spiritus,levantado sobre la desembocadura delCarcarañá, fue la primera fundación laen suelo argentino.

Ya entonces comenzaron lasrencillas entre los que buscaban la tierrade la plata. Gaboto exploró el Paraná yel Bermejo, pero retornó al saber queotra expedición al mando de DiegoGarcía, le seguía los pasos. Cuando se

pusieron de acuerdo, recorrieron juntosel Paraguay hasta las bocas delPilcomayo. Pero nada pudieronaveriguar sin certeza sobre la manera dellegar a la fabulosa región de guaraníesdestruían el fuerte Sancti Spiritus.

Desde ese momento, el hallazgo deun camino que condujera desde el Ríode la Plata hasta el recién descubiertoPerú comenzó a transformarse para losespañoles en una obsesión.

Si ese camino existía y era más fácilque la ruta del Pacífico las incalculablesriquezas que habían dejado estupefacto aPizarro podrían llegar a la metrópoli poruna vía más directa y más segura. Para

tentar esa posibilidad, Pedro deMendoza, investido con el título deadelantado del Río de la Plata, salió deEspaña en 1535 al mando de una flotapara fundar un establecimiento queasegurara las comunicaciones con lametrópoli.

Así nació la primera Buenos Aires,fundada por Mendoza en 1536, sobre lasbarrancas del Riachuelo que pronto sellamaría de La Matanza. Ulrico Schmidl,uno de sus primeros pobladores,describió la ciudad y relató lasperipecias de sus primeros días. Unmuro de tierra rodeaba lasconstrucciones donde se alojaban los

expedicionarios, entre los que había,además de los hombres de espada, losque venían a aplicar sus manos a losinstrumentos de trabajo. Caballos yyeguas que habían viajado a bordo delas naves daban a los conquistadoresuna gran superioridad militar. Losquerandíes ofrecieron al principio carney pescado a los recién llegados; peroluego se retrajeron y las relaciones sehicieron difíciles. Hubo luchas ymatanzas. Pero los españoles sesobrepusieron a las dificultades yprocuraron cumplir sus designiosemprendiendo el camino hacia el Perú.

Juan de Ayolas navegó por el Paraná

y el Paraguay y se internó luego portierra hacia el noroeste. Quizá llegó aBolivia y acaso logró algunas riquezas,pero nunca volvió a las orillas donde loesperaban sus hombres. Su lugarteniente,Domingo Martínez de Irala, asumió elmando en la pequeña ciudad que otro deellos —Juan de Salazar— acababa defundar con el nombre de Asunción.Desde entonces, ésa fue la base deoperaciones de los que repitieron elintento de llegar a la tierra de la plata:el segundo adelantado, Álvar NúñezCabeza de Vaca, Irala y otros más.Buenos Aires fue despoblada yabandonada, en tanto que Asunción

prosperó con la introducción de ganadosy el desarrollo de la colonización. Perola ruta que conducía al Perú no fuehallada.

Viniendo del Perú hacia el sur, encambio, los españoles de la tierra de laplata lograron hallar una salida hacia lacuenca de los grandes ríos. Diego deAlmagro recorrió en 1536 el noroesteargentino. Poco después, en 1542, Diegode Rojas —y sus hombres después de sumuerte— cruzaron esa misma región,que se conoció con el nombre de elTucumán y llegaron hasta las bocas delCarcarañá. Y algo más tarde, Núñez delPrado fundó en esa comarca la primera

ciudad, que llamó del Barco.Por entonces, comenzaba a

desvanecerse la esperanza de estableceren el Río de la Plata la base deoperaciones para el transporte de losmetales peruanos. El tercer adelantado,Juan Ortiz de Zárate, decidió colonizarla fértil llanura que le había sidoadjudicada, y uno de sus hombres, Juande Garay, fundó en 1573 la ciudad deSanta Fe. La estrella de Asunción, quetanto había ascendido durante elesforzado gobierno de Irala, comenzó adeclinar, y el Río de la Plata volvió aparecer el centro natural de la región. Alaño siguiente, Ortiz de Zárate regresó de

España con cinco naves colmadas dehombres y mujeres que se afincaron enla comarca y por cierto, acompañadodel arcediano Martín del BarcoCentenera, que más tarde compuso unlargo poema; en el que narró laconquista y que tituló precisamente LaArgentina. Pero el adelantado murió alpoco tiempo y tras diversas vicisitudes,quedó Juan de Garay a cargo delgobierno del Río de la Plata.

Para entonces, los conquistadoresque venían del Perú lograron reducir alos diaguitas y fundaron Santiago delEstero en 1553, San Miguel delTucumán en 1565 y Córdoba en 1573.

Los que venían de Chile, por su parte,fundaron Mendoza en 1561 y al añosiguiente San Juan. El origen de losconquistadores determinó la orientaciónde cada una de esas regiones: elTucumán hacia el Perú y Cuyo haciaChile.

Pero la cuenca de los grandes ríosmiraba hacia España y Juan de Garaydecidió cumplir el viejo anhelo derepoblar Buenos Aires. En 1580 reunióen Asunción un grupo de sesentasoldados, muchos de ellos criollos, y seembarcó llevando animales y útiles detrabajo. Sobre el Río de la Plata, el 11de junio de 1580, fundó por segunda vez

la ciudad de Buenos Aires, distribuyólos solares entre los nuevos vecinos,entregó tierras para labranza en lasafueras y constituyó el Cabildo. Asíquedó abierta una «puerta a la tierra»que debía emancipar al Río de la Platade la hegemonía peruana. Poco después,sin embargo, la metrópoli invalidaría elpuerto de Buenos Aires, que sólo sirviópara alimentar el temor a los ataques delos piratas. Muy pronto debía servirtambién para el contrabando de lasmercancías que España le vedabarecibir.

En 1582 fue fundada la ciudad deSan Felipe de Lerma, que recibió del

valle en que estaba situada el nombre deSalta. Las riquezas minerales de lasierra de Famatina atrajeron a losconquistadores hacia otros valles, y en1591 se fundó La Rioja; y para vigilar laboca de la quebrada de Humahuaca sefundó en 1593 San Salvador de Jujuy.No mucho antes, el cuarto adelantadoJuan Torres de Vera y Aragón habíafundado en el alto Paraná la ciudad deCorrientes en 1588.

Así nacieron en poco tiempo losprincipales centros urbanos del país,donde se radicaron unos pocospobladores, españoles de la penínsulaunos y criollos nacidos ya en estas

tierras otros; a su alrededor flotaban losgrupos indígenas de la comarcaconquistada, sometidos al duro régimende la encomienda o de la mita con el quese beneficiaba de su trabajo el españolque era su señor; y mientras fatigabansus cuerpos en la labranza de las tierraso en la explotación de las minas,soportaban el embate intelectual de losmisioneros que procuraban inducirlos aque abandonaran sus viejos cultos yadoptaran las creencias cristianas. Unsordo resentimiento los embargó desdeel primer momento, y lo tradujeron enpereza o en rebeldía. Las mujeres indiasfueron tomadas como botín de la

conquista, y de ellas tuvieron losconquistadores hijos mestizos queconstituyeron al poco tiempo una clasesocial nueva. De vez en cuando llegabana las ciudades nuevos pobladoresespañoles, que se sentían más amos dela ciudad que esta heteróclita poblacióncriolla, mestiza e india, que se agrupabaalrededor de los viejos vecinos. En loscabildos, aquellos que teníanpropiedades ejercían la autoridad bajola lejana vigilancia de gobernadores yvirreyes.

En la dura faena de la conquista y lacolonización, los misioneros solíanintroducir cierta moderación en las

costumbres y algunas preocupacionesespirituales. Pero su esfuerzo se estrellóuna y otra vez contra la dureza delrégimen de la encomienda y de la mita.En los templos que se erigían no faltó laimagen tallada por artesano indígena quetransmitió al santo cristiano los rasgosde su raza o el vago perfume de suspropias creencias. En 1570 fue creadoel obispado de Tucumán para celar laobra de sacerdotes y misioneros. A losdominicos y franciscanos, se habíanagregado poco antes los jesuitas que,activos y disciplinados, organizaron lasreducciones de indios y dedicaron susesfuerzos a la educación. Así

adquirieron los religiosos fuertesinfluencia y osaron disputar con lasautoridades civiles sobre la vida mismade la colonia. Muy pronto hubo frailescriollos y mestizos. Criollos fuerontambién el gobernador de Asunción,Hernando Arias de Saavedra y el obispodel Tucumán, fray Hernando de Trejo ySanabria; mestizo fue también Ruy Díazde Guzmán que escribió en Asunción laprimera historia argentina. Las razas ylas ideas comenzaban a entrecruzarse.

Capítulo IIILA GOBERNACIÓN DEL RÍO DE

LA PLATA (1617-1776)

Cuando llegó al gobierno del Río de laPlata Hernando Arias de Saavedra —elprimer criollo que alcanzó esa dignidad—, se ocupó de regularizar las difícilesrelaciones entre las autoridadeseclesiásticas y civiles en un sínodo quereunió en Asunción en 1603. Pero elproblema era arduo y volvió a suscitarseuna y otra vez. En Buenos Aires, laquerella entre obispos y gobernadores

fue durante toda la época colonial unade las causas de agitación en elvecindario. Fuera de las pequeñascuestiones personales y del conflictoentre las distintas tendencias políticasque se suscitó después, un motivofrecuente de discrepancia fue elproblema de los indios, más grave, sinduda, en el Paraguay y en el Tucumánque en el Río de la Plata.

Pese a las recomendaciones reales,el trato que los encomenderos daban alos indios era duro y cada uno se servíade los que le habían sido asignadoscomo si fueran sus siervos, olvidados delos deberes para con ellos que les

estaban encomendados. Paraprotegerlos, Hernandarias tomó diversasmedidas, pero no fueron suficientes paracorregir la conducta de losencomenderos obsesionados por lariqueza. Francisco de Alfaro, enviadopara visitar la comarca por la Audienciade Charcas, dispuso en 1611 suprimir elservicio personal de los indios; pero susordenanzas tampoco modificaron lasituación. Hernandarias dio un pasoaudaz y encomendó a los jesuitas lafundación de unas «misiones» dondetrabajarían y se educarían los guaraníesdel Paraguay. Las fundaciones fueronextensas y prósperas; pero crearon un

mundo incomunicado en el que lasmismas autoridades civiles difícilmenteentraban. Fue el «Imperio jesuítico».Así comenzó a ser el Paraguay un áreamarginal, ajena a la evolución delTucumán y del Río de la Plata donde elmestizaje creó dolorosamente unasociedad abierta.

Curioso explorador tanto de lastierras del sur como de las del Chaco,Hernandarias comprendió que Asuncióny Buenos Aires constituían dos centrosde distintas tendencias y de diferentesposibilidades, y solicitó a la Corona ladivisión de la colonia rioplatense. UnaReal Cédula de 1617 separó al Paraguay

del Río de la Plata y desde entonces susdestinos tomaron por caminos diversos.

Buenos Aires, la pequeña capital dela gobernación del Río de la Plata,adoptaba ya, pese a su insignificancia,los caracteres de un puerto de ultramar.Situada en una región de escasapoblación autóctona los vecinos sededicaron a la labranza ayudados porlos pocos negros esclavos quecomenzaron a introducirse, y algunosprocuraron obtener módicas gananciasvendiendo sebo y cueros, que obteníancapturando ocasionalmente ganadocimarrón que vagaba sin dueño por lapampa. Quienes obtenían el «permiso de

vaquerías» para perseguirlo ysacrificarlo, vendían luego en la ciudadaquellos productos que podíanexportarse, unas veces con autorizacióndel gobierno y otras sin ella. Porque apesar de su condición de puerto pesabasobre Buenos Aires una rígidaprohibición de comerciar. Desde 1622,una aduana «seca» instalada en Córdobadefendía a los comerciantes peruanos dela competencia de Buenos Aires. Talesrestricciones hicieron que elcontrabando fuera la más intensa yproductiva actividad de la ciudad, y susalternativas llenaron de incidentes lavida del pequeño vecindario. Unas

veces fue la falta de objetosimprescindibles, como el papel de quecarecía el Cabildo; otras, fue la llegadasubrepticia de ricos cargamentos; otras,el descubrimiento de sorprendentescomplicidades entre contrabandistas ymagistrados. Siempre condenado, elcontrabando hijo de la libertad de losmares, floreció y contribuyó a formaruna rica burguesía porteña.

Mil españoles y una caterva deesclavos constituían el vecindario de lacapital de la gobernación. Dentro de suplacidez, la vida se agitaba a veces. Enmás de una ocasión se anunció lallegada de naves corsarias y fue

necesario poner a punto las precariasfortificaciones y movilizar una miliciaurbana; pero el peligro nunca fue grandey los vecinos volvían a sus laboresprontamente. Lo que más los agitófueron las querellas entre el obispo y lasautoridades civiles, todos celosos de susprerrogativas y todos acusados oacusadores en relación con los negociosde contrabando. Así se desenvolvió,durante el siglo XVII y buena parte delXVIII, la vida de Buenos Aires, lapequeña aldea en la que los viajerosadvertían la vida patriarcal quetranscurría en las casas de techos depaja, en cuyos patios abundaban las

higueras y los limoneros. Allí vivían losmás ricos, rodeados de esclavos ysirvientes, orgullosos de sus vajillas deplata y de los muebles que habíanlogrado traer de España o del Perú, ylos más pobres, ganando su pan en eltrabajo de la tierra o en el ejercicio delas pequeñas artesanías o del modestoconchavo. Una pequeña burocraciacomenzaba a constituirse con españolesprimero y con criollos también mastarde. Y alrededor de la ciudad seorganizaban lentamente las estancias delos poseedores de la tierra, algunos delos cuales se lanzaban de vez en cuandohacia el desierto, ayudados en su tarea

de perseguir ganado cimarrón por los«mancebos de la tierra», criollos ymestizos que preferían la libertad de loscampos a la sujeción de una ciudad queno era de ellos y que prefiguraban eltipo del gaucho.

Cada cierto tiempo, un navío traíanoticias de la metrópoli y del mundo.Las más interesantes eran, naturalmente,las que tenían que ver con el destino dela gobernación y especialmente las quese relacionaban con la suerte de la costaoriental del Río de la Plata. Desde 1680había allí una ciudad portuguesa —laColonia del Sacramento— que se habíaconvertido en la puerta de escape del

comercio de Buenos Aires. Artículosmanufacturados, preferentementeingleses, y algunos esclavos secanjeaban por el sebo y los cueros queproveía la pampa. Pero precisamentepor esa posibilidad, la suerte de laColonia fue muy cambiante. Una y otravez las pobres fuerzas militares deBuenos Aires se apoderaron de ella,pero tuvieron que cederla luego a causade los acuerdos establecidos entreEspaña y Portugal. En 1713, por eltratado de Utrecht, lograron los inglesesautorización para introducir esclavos; yen connivencia con los portuguesesorganizaron metódicamente el

contrabando con Buenos Aires. Eltráfico entre las dos orillas del río sehizo tan intenso que los portugueses secreyeron autorizados para extender aúnmás sus dominios. Pero Españareaccionó enérgicamente y encomendóal gobernador Bruno Mauricio deZabala que los contuviera. Zabala fundóMontevideo en 1726, y las ventajas deese puerto lo transformaron pronto en elcentro de las operaciones navales en elRío de la Plata. Muy poco despuésMontevideo se consideró un competidorde Buenos Aires.

En el norte, de espaldas al Río de laPlata y mirando hacia Lima las ciudades

del Tucumán progresaban máslentamente. Córdoba, la más importantede ellas, apenas llegaba al millar dehabitantes; pero tenía ya desde 1622 unauniversidad cuya fundación habíapromovido fray Hernando de Trejo ySanabria y veía levantarse la fábrica desu catedral el más atrevido y suntuosode los templos de la colonia. Adiferencia de las comarcas rioplatenses,abundaban en el Tucumán los indioslabradores y mineros. El contacto entrelas poblaciones autóctonas y losespañoles fue allí intenso y dramático.Hubo uniones entre españoles y mujeresindígenas, unas veces legítimas y otras

no, que originaron la formación de unanutrida y singular población mestiza.Pero hubo sobre todo relaciones dedependencia muy severas entre indios yencomenderos. En los cultivos —eltrigo, el maíz, la vid, el algodón— y enlas industrias, unas tradicionales de laregión y otras nuevas, entre las que sedestacaba la del tejido de lana y dealgodón, los indígenas trabajaban demodo agotador en beneficio delencomendero. Más duro todavía era eltrabajo que realizaban en las minas,cuyo secreto sólo ellos poseían, no sindesesperación de los españoles. Encambio, la cría de mulas que se

enviaban al Perú en grandes cantidades,y el traslado de vacunos desde la pampaconstituían trabajos más livianos en losque se ejercitaban preferentementecriollos y mestizos.

La sistemática explotación de losindios, apenas amenguadaocasionalmente por la influencia dealgún funcionario o algún misionero,suscitó un sordo rencor en los naturalesdel país. Unas veces se manifestó en lanegligencia para el trabajo, otras en lafuga desesperada y otras, finalmente, enuna irrupción violenta que desembocabaen la rebelión. Hacia 1627, un vastomovimiento polarizó a los diaguitas y la

nación entera estalló en una sublevacióncontra los españoles. Diez añosnecesitaron éstos para someter a losdiversos caciques rebeldes, cuyoshombres se extendían por todos losvalles calchaquíes y amenazaban lasciudades.

Algo singular había en las relacionesentre los indios y los conquistadores delTucumán. La sospecha de que aquéllosconocieran la existencia de ricas minasde metales preciosos movía a losconquistadores a intentar de vez encuando una aproximación benévola paratratar de sorprender sus secretos. Acasofue esta esperanza la que movió

gobernador Alonso Mercado a confiaren los proyectos de un imaginativoaventurero, Pedro Bohórquez, que sedecía descendiente de los incas yprometía, a cambio del título degobernador del valle calchaquí, lasumisión de los indios y los tesoros deAtahualpa. Pero el virrey de Lima noaceptó el juego y los diaguitas, quetambién habían puesto sus esperanzas enBohórquez, volvieron a sublevarse en1685. Esta vez la lucha fueextremadamente violenta y duró variosaños, al cabo de los cuales los indiosfueron vencidos y las diversas tribusarrancadas de sus tierras y distribuidas

por distintos lugares del Tucumán y delRío de la Plata. Así se dispersaron losdiaguitas, sin que los españoles delnoroeste argentino alcanzaran nuevossecretos sobre las riquezas metalíferasde las montañas andinas.

Los indios del Este tambiénhostilizaron a las ciudades del Tucumán,a cuyas vecindades llegaron los delChaco. Pero más peligrosos fueron éstospara los vecinos de Asunción, queestaba más próxima y se sentía, además,amenazada por los mamelucos de lafrontera portuguesa. En esa zona teníanlos jesuitas sus reducciones y allí seprodujo también una sangrienta

insurrección indígena en 1753, cuandolos guaraníes de los pueblos de lasmisiones se resistieron a abandonarlostal como lo mandaba el tratado firmadoentre España y Portugal, tres años antes.La lucha fue dura y concluyó con laderrota de los guaraníes en las lomas deCaibaté en 1756. Poco después, elgobernador del Tucumán, JerónimoMatorras, consiguió contener a losindios chaqueños que amenazaban suprovincia. Esta lucha intermitente y duracon los indios fue una de laspreocupaciones fundamentales de losconquistadores en las regiones queconstituirían la Argentina. Crecía el

número de mestizos, ingresaban nutridosgrupos de esclavos negros, pero sedeshacía la personalidad colectiva delas poblaciones indígenas. En la llanura,se salvaron alejándose por las tierrasdesiertas, disputando a losconquistadores la captura de losganados, que los indios desplazabanhacia sus propios dominios extendidoshasta los valles chilenos. En elTucumán, procuraban retraerse hacia losvalles más protegidos. Así, las ciudadesrecién fundadas fueron ínsulas en mediode un desierto hostil. En el Río de laPlata, el gobernador Pedro de Cevallosvolvió a ocupar la Colonia del

Sacramento en 1762, y la diplomaciaportuguesa volvió a recuperarla pocodespués. El contrabando continuóintensamente. Entre tanto, los cambiospolíticos e ideológicos que se producíanen España a fines del siglo XVIIIrepercutieron en Buenos Aires cuando elconde de Aranda, ilustrado ministro deCarlos III designó gobernador de laprovincia a Francisco de PaulaBucarelli. Reemplazaba a Cevallos,notorio amigo de los jesuitas, con lamisión de cumplir la orden de expulsar aéstos del Río de la Plata, tal como laCorona lo había resuelto para todos susdominios. La medida se cumplió en

1766 y se fundaba en el exceso de poderque la Compañía de Jesús habíaalcanzado.

Signo de regalismo, la expulsión delos jesuitas reflejaba la orientaciónpolítica de Carlos III y de sus ministros.En Buenos Aires, un hecho tan insólitotenía que dividir las opiniones. Laciudad alcanzaba los veinte milhabitantes y comenzaba a renovar sufisonomía. Dos años antes se habíaerigido la torre en el edificio delCabildo y la fábrica de la catedralcomenzaba a avanzar. Las iglesias delPilar, de Santo Domingo, de lasCatalinas, de San Francisco, de San

Ignacio y otras más se levantaban ya endistintos lugares de la ciudad,exhibiendo su fisonomía barroca. En laRecova discutían los vecinos ycomenzaban a polarizarse las Opinionesentre los amigos del progreso y losamigos de la tradición. La llegada delnuevo gobernador Juan José de Vértiz,criollo y progresista, acentuó lastensiones que comenzaban a advertirseen el Río de la Plata.

Capítulo IVLA ÉPOCA DEL VIRREINATO

(1776-1810)

En el último cuarto del siglo XVIII, laCorona española creó el virreinato delRío de la Plata. La colonia habíaprogresado: crecía su población, crecíanlas estancias que producían sebo, cuerosy ahora también tasajo, todos productosexportables, y se desarrollaban loscultivos. Concolorcorvo, un funcionarioespañol que recorrió el país y publicósu descripción en 1773 con el título de

El lazarillo de ciegos caminantes,había señalado en las coloniasrioplatenses, antes tan apagadas enrelación con el brillo de México o Perú,nuevas posibilidades de desarrollo,porque a la luz de las ideas económicasde la fisiocracia, ahora en apogeo, latierra constituía el fundamento de lariqueza. Esas consideraciones y lanecesidad de resolver el problema de laColonia del Sacramento aconsejaban lacreación de un gobierno autónomo enBuenos Aires.

Una Real Cédula del 1° de agosto de1776 creó el virreinato y designó virreya Pedro de Cevallos. Las gobernaciones

del Río de la Plata, del Paraguay y delTucumán, y los territorios de Cuyo,Potosí, Santa Cruz de la Sierra yCharcas quedaron unidos bajo laautoridad virreinal, y así se dibujó elprimer mapa de lo que sería el territorioargentino.

Cevallos logró pronto derrotar a losportugueses y recuperar la Colonia delSacramento. Pero suprimida esta puertade escape del comercio porteño,Cevallos trató de remediar la situacióndictando el 6 de noviembre de 1777 un«Auto de libre internación» en virtud delcual quedó autorizado el comercio deBuenos Aires con Perú y Chile. Esta

medida resistida por los peruanos comola creación misma del virreinato,revelaba una nueva política económica yfue completada poco después con otraque ampliaba el comercio la península.Se advirtió entonces un florecimiento enla vida de la colonia, tanto en laspequeñas ciudades del interior como enBuenos Aires, hacia la que empezabanahora a mirar las que antes se orientabanhacia el Perú y Chile. El tráfico decarretas se hizo más intenso y lasrelaciones entre las diversas partes delvirreinato más estrechas. Y la actividadcreció más aún cuando, en 1791, seautorizó a las naves extranjeras que

traían esclavos a que pudieran llevar deretorno frutos del país. En su aduana,creada en 1778, Buenos Aires comenzóa recoger los beneficios que ese tráficodejaba al fisco.

Vértiz, designado virrey en 1777,impulsó vigorosamente ese progreso y,naturalmente, suscitó tanto encono comoadhesión. La pequeña aldea, cuyaactividad económica crecía con nuevoritmo, comenzó a agitarse y su poblacióna dividirse según diversos intereses ydistintas ideas. Los comerciantes queusufructuaban el antiguo monopoliocomercial se lanzaron a la defensa desus intereses amenazados por la nueva

política económica, de la cual esperabanotros grupos obtener ventaja; y esteconflicto se entrecruzó con elenfrentamiento ideológico de partidariosy enemigos de la expulsión de losjesuitas, de progresistas ytradicionalistas.

Cada una de las innovaciones deVértiz fue motivo de agrias disputas.Siendo gobernador había fundado laCasa de Comedias, en la que vieron lostradicionalistas una amenaza contra lamoral. Cuando ejerció el virreinatoinstaló en Buenos Aires la primeraimprenta, y junto con las primerascartillas y catecismos, se imprimió allí,

la circular por la que difundía lacreación del Tribunal de Protomedicato,para que nadie pudiera ejercer lamedicina sin su aprobación. La mismaintención de mejorar el nivel cultural ysocial de la colonia movió al virrey acrear el Colegio de San Carlos, cuyosestudios dirigió Juan Baltasar Maciel,espíritu ilustrado y uno de los rarosposeedores en Buenos Aires de lasobras de los enciclopedistas. Una casade niños expósitos, un hospicio paramendigos, un hospital para mujeresdieron a la ciudad un aire de progresoque correspondía al nuevo aspecto quele daban el paseo de la Alameda, los

faroles de aceite en las vías mástransitadas y el empedrado de la actualcalle Florida.

También las ciudades del interiorcomenzaron a prosperar, y entre todasCórdoba, donde abundaban las casasseñoriales y las ricas iglesias. A esaprosperidad contribuyó mucho la nuevaorganización del virreinato que, en1782, quedó dividido en ochointendencias —Buenos Aires, Charcas,La Paz, Potosí, Cochabamba, Paraguay,Salta del Tucumán y Córdoba delTucumán— y en varios gobiernossubordinados. Al frente de cadaintendencia había un gobernador

intendente al que se le confiabanfunciones de policía, justicia, hacienda yguerra; y la autonomía que cobraron losgobiernos locales favoreció laformación de un espíritu regional yestimuló el desarrollo de las ciudadesque constituían el centro de la región.Pero Buenos Aires acrecentó suautoridad no sólo por su importanciaeconómica, sino también por ser la sededel gobierno virreinal y la de laAudiencia, que se instaló en 1785.

Los sucesores de Vértiz no tuvieronel brillo de su antecesor. Cinco añosduró el gobierno del marqués de Loretoque sucedió a aquél en 1784. Cuando, a

su vez, fue sustituido en 1789 porNicolás de Arredondo, el mundo seconmovió con el estallido de laRevolución Francesa. La polarizaciónde las opiniones comenzó a acentuarse yno faltó por entonces en la aldea quienpensara en promover movimientos delibertad. Ese año, en la Casa deComedias, estrenó Manuel José deLavardén su Siripo, la primera tragediaargentina. Más interés que la graveconmoción que comenzaba en el mundodespertó, sin embargo, la creación delConsulado de Buenos Aires. Acababade autorizarse el tráfico con navesextranjeras y la nueva institución se

cargó desde 1794 de vigilarlo. Uncriollo educado en España ycompenetrado de las nuevas doctrinaseconómicas, Manuel Belgrano, fueencargado de la secretaría del nuevoorganismo, y en él defendió losprincipios de la libertad de comercio ycombatió a los comerciantesmonopolistas. Poco después, elConsulado creaba una «escuela degeometría, arquitectura, perspectiva ytoda especie de dibujo» y más tarde unaescuela náutica.

Quizá la agitación que reinaba enEuropa promovió la publicación de losprimeros periódicos. En 1801,

Francisco Antonio Cabello comenzó apublicar en Buenos Aires El TelégrafoMercantil y al año siguiente editóHipólito Vieytes el Semanario deagricultura, industria y comercio.Además de las noticias que conmovíanal mundo, ya amenazado por Napoleón,encontraban los porteños en susperiódicos artículos sobre cuestioneseconómicas que ilustraban sobre lasituación de la colonia e incitaban apensar sobre nuevas posibilidades. Paraalgunos, las nuevas ideas que losperiódicos difundían eran ya familiaresa través de los libros quesubrepticiamente llegaban al Río de la

Plata; para otros, como MarianoMoreno, a través de los que habíanpodido leer en Charcas, dondeabundaban; y para otros, como ManuelBelgrano, a través de su contacto con losambientes ilustrados de Europa.

En 1804, poco después deproclamarse Napoleón emperador de losfranceses y de reiniciarse la guerra entreFrancia e Inglaterra, fue nombradovirrey el marqués de Sobremonte. Alaño siguiente, Inglaterra aniquiló a laarmada española en Trafalgar ycomenzó a mirar hacia las posesionesultramarinas de España. Sobremontedebió afrontar una difícil situación.

Una flota inglesa apareció en laEnsenada de Barragán el 24 de junio de1806 y desembarcó una fuerza de 1500hombres al mando del generalBeresford. Sobremonte se retiró aCórdoba desde donde viajó más tarde aMontevideo, y los ingleses ocuparon elfuerte de Buenos Aires. Algunoscomerciantes se regocijaron con elcambio, porque Beresford se apresuró areducir los derechos de aduana y aestablecer la libertad de comercio. Perola mayoría de la población no ocultó suhostilidad y las autoridades comenzarona preparar la resistencia. Juan Martín dePueyrredón desafió al invasor con un

cuerpo de paisanos armados, pero fuevencido en la chacra de Perdriel. Másexperimentado, el jefe del fuerte de laEnsenada de Barragán, Santiago deLiniers, se trasladó a Montevideo yorganizó allí un cuerpo de tropas con elque desembarcó en el puerto de LasConchas el 4 de agosto. Seis díasdespués, Liniers intimaba a los inglesesdesde su campamento de los corrales deMiserere. Su ultimátum fue rechazado yemprendió el ataque contra el fuerte el12 de agosto. Beresford ofreció larendición.

El episodio bélico había terminado,pero sus consecuencias políticas fueron

graves. Ausente el virrey, y ante lapresión popular, un cabildo abiertoreunido en Buenos Aires el 14 de agostoencomendó el mando militar de la plazaa Liniers, que se hizo cargo de éldesoyendo las protestas de Sobremonte.Las inquietudes políticas seintensificaron por las implicaciones quela decisión tenía. Liniers era francés ypoco antes el emperador Napoleónhabía derrotado a la tercera coalición enAusterlitz. Los ingleses, por su parte,habían despertado el entusiasmo de loscomerciantes, mientras España se sentíaal borde de la catástrofe. Todo hacíacreer que podían producirse cambios

radicales en la situación de la colonia ycada uno comenzaba a pensar en lassoluciones que debía preferir.

Por si los invasores volvían, Liniersorganizó las milicias para la defensa,con los nativos de Buenos Aires elcuerpo de Patricios, con los del interiorel de Arribeños, y así fueronformándose los de húsares, pardos ymorenos, gallegos, catalanes, cántabros,montañeses y andaluces. Todos losvecinos se movilizaron para la defensa,y Liniers, impuesto por la voluntadpopular, estableció que los jefes yoficiales de cada cuerpo fueran elegidospor sus propios integrantes. El principio

de la democracia comenzó a funcionar,pero el distingo entre españoles ycriollos quedó manifiesto en laformación de la milicia popular.

A principios de febrero de 1807, sesupo en Buenos Aires que una nuevaexpedición inglesa acababa deapoderarse de Montevideo. Napoleónhabía entrado triunfante en Berlíndespués de vencer en Jena y enAuerstadt. Los ingleses mantenían susobjetivos fundamentales. El día 10,Liniers convocó a una junta de guerraque decidió deponer al virreySobremonte en vista de que tambiénhabía fracasado en Montevideo, y

encomendó el gobierno a la Audiencia.Era una decisión revolucionaria. Lapoblación de Buenos Aires se mostrabadecidida a defenderse, pese a lapropaganda que los ingleses hacían en laEstrella del Sur, un periódico en el queexaltaban las ventajas que tendría parael Río de la Plata la libertad decomercio. Y cuando el generalWhitelocke desembarcó en la Ensenadade Barragán el 28 de junio, se encontrócon una preparación militar superior a laque se le había opuesto a Beresford.

Con todo, pudieron los inglesesdispersar a los primeros contingentes;pero la ciudad toda, bajo la dirección

del alcalde Martín de Álzaga, sefortificó mientras Liniers organizaba suslíneas. La lucha fue dura y el 6 de julioWhitelocke pidió la capitulación. Losingleses tuvieron que abandonar susposiciones en el Río de la Plata yBuenos Aires volvió a ser lo que fue.

Pero sólo en apariencia. La situaciónhabía cambiado profundamente a causade las experiencias realizadas, dentrodel cuadro de una situacióninternacional muy oscura. La hostilidadentre partidarios del monopolio ypartidarios del libre comercio,representados los primeros por loscomerciantes españoles y los segundos

por hacendados generalmente criollos,se hizo más intensa. Pero al mismotiempo, se confundía ese enfrentamientocon el de criollos y peninsulares a causade los privilegios que la administracióncolonial otorgaba a estos últimos,injustos cada vez más a la luz de lasideas de igualdad y libertad difundidaspor la revolución norteamericana y lafrancesa. Y esa situación se había hechomás patente a partir del momento en quela necesidad de la defensa contra losinvasores llamó a las armas a los hijosdel país, permitiéndoles intervenir enlas decisiones fundamentales de la vidapolítica.

Alrededor de Liniers se agrupabanlos criollos, muchos de ellos exaltadosya y trabajados por un vago anhelo deprovocar cambios radicales en la vidacolonial. Pero Liniers se mantenía leal ala Corona, aunque a su alrededor nofaltaban los que aspiraban a separar lacolonia del gobierno español, debilitadopor la política napoleónica. Un vastocuadro de intrigas y de negociacionescomenzó entonces.

Por una parte, trataban algunos delos que habían pensado en lograr laindependencia bajo el protectoradoinglés, de coronar a la princesa CarlotaJoaquina, hermana de Fernando VII y

por entonces en Río de Janeiro comoesposa del regente de Portugal.Saturnino Rodríguez Peña logróinteresar en tal proyecto a hombres taninfluyentes como Belgrano, Pueyrredón,Paso y Moreno; pero el proyecto chocócon serias dificultades. Por otra,pensaron algunos que la abdicación deCarlos IV y Fernando VII al tronoespañol y su reemplazo por JoséBonaparte creaba una situacióndefinitiva que era menester aceptar.Pero Liniers se mantuvo fiel a su puntode vista y, ya designado virrey, ordenójurar fidelidad a Fernando VII. No pudoevitar sin embargo, la desconfianza de

los grupos peninsulares, y el 1° de enerode 1809 se alzaron contra él dirigidospor Álzaga y con el apoyo de loscuerpos de vizcaínos, gallegos ycatalanes.

Los cuerpos de criollos, en cambio,encabezados por el jefe de los patricios,Cornelio Saavedra, sostuvieron aLiniers, que con ese apoyo decidióresistir, pese a que el gobernador deMontevideo, Javier de Elío, respaldabala insurrección. Los rebeldes fueronsometidos y deportados a Patagones.Pero la situación siguió agravándose,sobre todo después de lasinsurrecciones de Chuquisaca y La Paz

destinadas a suplantar a las autoridadesespañolas por juntas populares como lasque se constituían en España pararesistir a los franceses.

Una de éstas, la Junta Central deSevilla, designó nuevo virrey a BaltasarHidalgo de Cisneros, que se hizo delpoder en julio de 1809. Poco despuésdisponía el regreso de los deportadospor Liniers y la reorganización de loscuerpos militares de origen peninsular.El enfrentamiento con los criollos erainevitable.

Tercera parteLA ERA CRIOLLA

La creación del virreinato coincidió conel desencadenamiento de la revoluciónindustrial en Inglaterra. Treinta y cuatroaños después, España perdía gran partede sus colonias americanas,precisamente cuando ese profundocambio que se había operado en elsistema de la producción comenzaba adar frutos maduros. Inevitablemente, lasnuevas naciones que surgieron del

desvanecido imperio español —y laArgentina entre ellas— se incorporaronen alguna medida al área económica deInglaterra, que dominaba las rutasmarítimas desde mucho antes y queahora buscaba nuevos mercados parasus pujantes industrias.

La Argentina recibió productosmanufacturados ingleses en abundancia,y este intercambio fue ocasión para quese radicara en el país un buen número desúbditos británicos. Cosa curiosa, sehicieron a la vida de campo, fundaronprósperas estancias y adoptaron lascostumbres criollas. Hijo de uno deellos fue Guillermo Hudson, que tanto

escribiría después sobre la vida delcampo rioplatense. El país que nació en1810 era esencialmente criollo.Políticamente independiente, sudebilidad, su desorganización y suinestabilidad lo forzaron a inscribirsedentro del área económica de la nuevapotencia industrial que golpeaba a suspuertas. Pero la independencia dejó enmanos de los criollos las decisionespolíticas, y los criollos las adoptaronpor su cuenta en la medida en quepudieron. Criolla era la composiciónsocial del país que, con laindependencia no alteró su fisonomíaétnica y demográfica, criollas fueron las

tradiciones y la cultura, y criolla fue laestructura económica en la medida enque reflejaba los esquemas de la épocavirreinal. Hasta 1880, aproximadamente,se mantuvo sin grandes cambios estasituación, y por eso puede hablarse deuna era criolla para caracterizar losprimeros setenta años de la vidaindependiente del país.

El problema fundamental de la vidaargentina durante la era criolla fue elajuste del nuevo país y su organizacióndentro de los moldes del viejovirreinato. Había en el fondo de estasituación algunas contradiccionesdifíciles de resolver. En un régimen de

independencia política que proclamó losprincipios de libertad y democracia, lahegemonía de Buenos Aires, con loscaracteres que había adquirido durantela colonia, no podía ser tolerada. Lalucha fue, en última instancia, entre lapoderosa capital, que poseía el puerto yla aduana, y el resto del país quelanguidecía. Fue una lucha por lapreponderancia política, pero era unconflicto derivado de los distintosgrados de desarrollo económico. Sólo alo largo de setenta años y en medio deduras experiencias pudieron hallarse lasfórmulas para resolver el conflicto.

Esas fórmulas debían atender a las

exigencias de la realidad, pero nopodían desentenderse de las corrientesde ideas que prevalecían por el mundo.El espíritu del siglo XVIII, que enBuenos Aires perpetuaba el poeta JuanCruz Varela; declinaba para dejar pasoal Romanticismo, una nueva actitud delos comienzos del siglo XIX queinspiraba tanto al arte como alpensamiento. Echeverría, el poeta de Lacautiva, desafiaba al Río de la Plata conel alarde de la nueva sensibilidad; perolo desafiaba también con las audacias desu pensamiento liberal. El absolutismose había impuesto en Europa, después dela caída de Napoleón, y el liberalismo

luchó denodadamente contra él. A laSanta Alianza inspirada por el zarAlejandro y por Metternich se opuso la«Joven Europa» inspirada por Mazzini.Desde cierto punto de vista, laoposición rioplatense entre federales yunitarios era un reflejo de esa antítesis;pero tenía además otros contenidos,ofrecidos por la realidad del país: laoposición entre Buenos Aires y elinterior, entre el campo y las ciudades,entre los grupos urbanos liberales y lasmasas rurales acostumbradas al régimenpaternal de la estancia. Fue necesariomucho sufrimiento y mucha reflexiónpara disociar las contradicciones entre

la realidad y las doctrinas.La dura experiencia de los caudillos

federales dentro del país y de lospolíticos liberales emigrados cuajófinalmente en ciertas fórmulastransaccionales que fueron elaborandopoco a poco Echeverría, Alberdi yUrquiza, entre otros. Esa fórmula triunfóen Caseros y se impuso en laConstitución de 1853. Consistía en unfederalismo adecuado a las formasinstitucionales de una democraciarepresentativa y basado en dos acuerdosfundamentales: la nacionalización de lasrentas aduaneras y la transformacióneconómico social del país. Cuando el

plan se puso en marcha, habían estalladoen Europa las revoluciones de 1848,hijas del liberalismo, por una parte, y dela experiencia de la nueva sociedadindustrial, por otra. Las ideas cambiabande fisonomía. El socialismo comenzabaa abrirse paso; por su parte, el viejoabsolutismo declinaba y Napoleón IIItuvo que disfrazarlo de movimientopopular; el liberalismo, en cambio,triunfaba, pero se identificaba con laforma de la democracia que la burguesíatriunfante prefería.

El cambio de fisonomía de lasdoctrinas correspondía al progresivodesarrollo de la sociedad industrial que

se alcanzaba en algunos paíseseuropeos. Lo acompañaba el desarrollode las ciencias experimentales y elempuje del pensamiento filosófico delpositivismo. Cambiaba la mentalidad dela burguesía dominante y cambiaban lascondiciones de vida. También cambiabala condición de los mercados, porquelas ciudades industriales de Europarequerían alimentos para sus crecientespoblaciones y materias primas para susindustrias. La demanda de todo ellodebía atraer la atención de un país casidespoblado y productor virtual dematerias primas, en el que la burguesíaliberal acababa de llegar al poder

después de Caseros.La organización institucional de la

República y la promoción de un cambioradical en la estructura económico-social cierran el ciclo de la era criollacuya clausura se simboliza en lafederalización de Buenos Aires en 1880.Poco a poco comenzaría a verse que lastransformaciones provocadas en la vidaargentina configurarían una nueva era desu desarrollo.

Capítulo VLA INDEPENDENCIA DE LAS

PROVINCIAS UNIDAS (1810-1820)

Dos aspectos tenía el enfrentamientoentre criollos y peninsulares. Paraalgunos había llegado la ocasión dealcanzar la independencia política, y conese fin constituyeron una sociedadsecreta Manuel Belgrano, NicolásRodríguez Peña, Juan José Paso,Hipólito Vieytes, Juan José Castelli,Agustín Donado y muchos que, comoellos, habían aprendido en los autores

franceses el catecismo de la libertad.Para otros, el problema fundamental eramodificar el régimen económico, hastaentonces favorable a los comerciantesmonopolistas; y para lograrlo, loshacendados criollos, tradicionalesproductores de cueros y desde no hacíamuchos años de tasajo, procuraronforzar la voluntad de Cisneros,exaltando las ventajas que para elpropio fisco tenía el libre comercio. Losque conspiraban coincidían en susanhelos y en sus intereses con los quepeticionaban a través del documento queredactó Moreno —acaso bajo lainspiración doctrinaria de Belgrano—

conocido como la Representación delos hacendados; y esa coincidenciacreaba una conciencia colectiva frente alpoder constituido, cuya debilidad crecíacada día.

Las tensiones aumentaron cuando, enmayo de 1810, se supo en Buenos Airesque las tropas napoleónicas triunfabanen España y que por todas partes sereconocía la autoridad real de JoséBonaparte. Con el apoyo de los cuerposmilitares nativos, los criollos exigieronde Cisneros la convocatoria de uncabildo abierto para discutir lasituación. La reunión fue el 22 de mayo,y las autoridades procuraron invitar el

menor número posible de personas,eligiéndolas entre las más seguras. Peroabundaban los espíritus inquietos entrelos criollos que poseían fortuna odescollaban por su prestigio o por suscargos, a quienes no se pudo dejar deinvitar; así, la asamblea fue agitada y lospuntos de vista categóricamentecontrapuestos. Mientras los españoles,encabezados por el obispo Lué y elfiscal Villota, opinaron que no debíaalterarse la situación, los criollos, porboca de Castelli y Paso, sostuvieron quedebía tenerse por caduca la autoridaddel virrey, a quien debía reemplazarsepor una junta emanada del pueblo. La

tesis se ajustaba a la actitud que elpueblo había asumido en España, peroresultaba más revolucionaria en lacolonia puesto que abría las puertas delpoder a los nativos y condenaba lapreeminencia de los españoles.

Computados los votos, la tesiscriolla resultó triunfante, pero al díasiguiente el cabildo intentó tergiversarlaconstituyendo una junta presidida por elvirrey. El clamor de los criollos fueintenso y el día 25 se manifestó en unademanda enérgica del pueblo, que sehabía concentrado frente al Cabildoencabezado por sus inspiradores yrespaldado por los cuerpos militares de

nativos. El cabildo comprendió que nopodía oponerse y poco después, pordelegación popular, quedó constituidauna junta de gobierno que presidíaSaavedra e integraban Castelli,Belgrano, Azcuénaga, Alberti, Matheu yLarrea como vocales, y Paso y Morenocomo secretarios.

No bien entró en funcionescomprendió la Junta que el primero delos problemas que debía afrontar era elde sus relaciones con el resto delvirreinato, y como primera providenciainvitó a los cabildos del interior a queenviaran sus diputados. Como eraseguro que habría resistencia, se dispuso

en seguida la organización de dosexpediciones militares. Montevideo,Asunción, Córdoba y Mendoza semostraron hostiles a Buenos Aires.Moreno procuró salir al paso de todaslas dificultades con un criterio radical:propuso enérgicas medidas de gobierno,mientras redactaba diariamente losartículos de la Gazeta de Buenos Aires,que fundó la Junta para difundir susideas y sus actos, inequívocamenteorientados hacia una política liberal.

El periódico debía contribuir a crearuna conciencia popular favorable algobierno. Moreno veía la revolucióncomo un movimiento criollo, de modo

que los que antes se sentían humilladoscomenzaron a considerarseprotagonistas de la vida del país. Elpoeta Bartolomé Hidalgo comenzaba aexaltar al hijo del país, al gaucho, en elque veía al espontáneo sostenedor de laindependencia. Pero Moreno pensabaque el movimiento de los criollos debíacanalizarse hacia un orden democráticoa través de la educación popular, quepermitiría la difusión de las nuevasideas. Frente a él, comenzaron aorganizarse las fuerzas conservadoras,para las que el gobierno propio nosignificaba sino la transferencia de losprivilegios de que gozaban los

funcionarios y los comerciantesespañoles a los funcionarios yhacendados criollos que se enriquecíancon la exportación de los productosganaderos.

Los intereses y los problemas seentrecruzaban. Los liberales y losconservadores se enfrentaban por susopiniones; pero los porteños y las gentesdel interior se enfrentaban por susopuestos intereses. Buenos Airesaspiraba a mantener la hegemoníapolítica heredada del virreinato; y enese designio comenzaron los hombresdel interior a ver el propósito de ciertossectores de asegurarse el poder y las

ventajas económicas que proporcionabael control de la aduana porteña.Intereses e ideologías se confundían enel delineamiento de las posicionespolíticas, cuya irreductibilidadconduciría luego a la guerra civil.

La expedición militar enviada alAlto Perú para contener a las fuerzas delvirrey de Lima consiguió sofocar enCórdoba una contrarrevolución, y laJunta ordenó fusilar en Cabeza de Tigrea su jefe, Liniers, y a los principalescomprometidos. Pero los sentimientosconservadores predominaban en elinterior aun entre los partidarios de larevolución; de modo que cuando

Moreno comprendió la influencia queejercerían los diputados quecomenzaban a llegar a Buenos Aires, seopuso a que se incorporaran al gobiernoejecutivo. La hostilidad entre los dosgrupos estalló entonces. Saavedraaglutinó los grupos conservadores yMoreno renunció a su cargo el 18 dediciembre. Poco antes, el ejército delAlto Perú había vencido en la batalla deSuipacha; pero en cambio, el ejércitoenviado al Paraguay fue derrotado nomucho después en Paraguarí y Tacuarí.Al comenzar el año 1811, el optimistaentusiasmo de los primeros díascomenzaba a ceder frente a los peligros

que la revolución tenía que enfrentardentro y fuera de las fronteras.

Tras la renuncia de Moreno, losdiputados provincianos se incorporarona la Junta y trataron de forzar lasituación provocando un motín enBuenos Aires entre el 5 y el 6 de abril.Los morenistas tuvieron que abandonarsus cargos, pero sus adversarios nopudieron evitar el desprestigio queacarreó al gobierno la derrota deHuaqui, ocurrida el 20 de junio. Lasituación hizo crisis al conocerse lanoticia en Buenos Aires un mes despuésy los morenistas recuperaron el poder ymodificaron la estructura del gobierno

creando un poder ejecutivo de tresmiembros —el Triunvirato— uno decuyos secretarios fue BernardinoRivadavia.

Con él la política de Moreno volvióa triunfar. Se advirtió en los artículos dela Gazeta, inspirados o escritos porMonteagudo; en el estímulo de labiblioteca pública; en el desarrollo dela educación popular y también en lasmedidas políticas del Triunvirato: poruna parte, la disolución de la JuntaConservadora, en la que habían quedadoagrupados los diputados del interior, ypor otra, la supresión de las juntasprovinciales que aquélla había creado

que fueron sustituidas por un gobernadordesignado por el Triunvirato.

Una acción tan definida debíaoriginar reacciones. El cuerpo dePatricios se sublevó con un pretextotrivial y poco después estuvo a punto deestallar una conspiración dirigida porÁlzaga. En ambos casos fue inexorableel Triunvirato, angustiado por lasituación interna y por los peligrosexteriores. El 24 de septiembreBelgrano detuvo la invasión realista enla batalla de Tucumán: Poco antes habíaizado por primera vez la bandera azul yblanca para diferenciar a los ejércitospatriotas de los que ya consideraba sus

enemigos.También amenazaban los realistas

desde Montevideo. Un ejército habíallegado desde Buenos Aires paraapoderarse del baluarte enemigo y habíalogrado vencer a sus defensores en LasPiedras. Montevideo fue sitiada y losrealistas derrotados nuevamente en elCerrito a fines de 1812. Quedaba elpeligro de las incursiones ribereñas dela flotilla española, y el Triunviratodecidió crear un cuerpo de granaderospara la vigilancia costera. La tarea deorganizarlo fue encomendada a José deSan Martín, militar nativo y reciénllegado de Londres, después de haber

combatido en España contra losfranceses, en compañía de Carlos Maríade Alvear y Matías Zapiola. Habíanestado en contacto con el venezolanoMiranda, y a poco de llegar se habíanagrupado en una sociedad secreta —laLogia Lautaro— cuyos idealesemancipadores coincidían con los de laSociedad Patriótica que encabezabaMonteagudo y se expresaban en elperiódico Mártir o libre.

El 8 de octubre de 1812, los cuerposmilitares cuyos jefes respondían a laLogia Lautaro provocaron la caída delgobierno acusándolo de debilidad frentea los peligros exteriores. Y, ciertamente,

el nuevo gobierno vio triunfar a susfuerzas en la batalla de San Lorenzo y enla de Salta. El año comenzabapromisoriamente. Entre las exigenciasde los revolucionarios de octubre estabala de convocar una Asamblea GeneralConstituyente, y el 31 de enero de 1813el cuerpo se reunió en el edificio delantiguo Consulado.

Entonces estalló ostensiblemente elconflicto entre Buenos Aires y lasprovincias, al rechazar la Asamblea lascredenciales de los diputados de laBanda Oriental, a quienes inspirabaArtigas y sostenían decididamente latesis federalista. Pero pese a ese

contraste, la Asamblea cumplió una obrafundamental. Evitando las declaracionesexplícitas, afirmó la independencia y lasoberanía de la nueva nación: suprimiólos signos de la dependencia política enlos documentos públicos y en lasmonedas, y consagró como canciónnacional la que compuso Vicente Lópezy Planes anunciando el advenimiento deuna «nueva y gloriosa nación».

Como López y Planes, CayetanoRodríguez y Esteban de Luca cultivabanen Buenos Aires la poesía. El versoneoclásico inflamaba los corazones yAlfieri se representaba en el pequeñoColiseo, donde se cantó con enardecida

devoción el recién nacido HimnoNacional y donde el indio AmbrosioMorante, actor y autor, estrenó sutragedia La batalla de Tucumán. Peroya se anunciaba otra poesía, máspopular, y en cuyos versos vibraba laemoción del hombre de campo, lleno desabiduría atávica y de espontáneapicardía. La guitarra acompañaba loscielitos y los cantos patrióticos deBartolomé Hidalgo, y en los patiospopulares, entre criollos y negrosesclavos, resonaban bajo los limoneroslos mismos anhelos y las mismasesperanzas que en las alhajadas salas delas familias pudientes, alrededor de los

estrados tapizados de rojo o amarillo, enlos cuarteles y en los despachosoficiales.

Eran los comienzos del año 1813,rico en triunfos y en esperanzas. Losdiputados de la Asamblea pronunciabanvibrantes discursos en cuyos giros seadivinaban las reminiscenciastribunicias de las grandes revoluciones.Y movidos por ese recuerdosuprimieron los títulos de noblezaotorgaron la libertad a quienes habíannacido de padres esclavos, suprimieronla inquisición y ordenaron que sequemaran en la plaza pública losinstrumentos de tortura. Era el triunfo

del progreso y de las luces.Pero a medida que pasaban los

meses la situación se ensombrecía.Alvear y sus amigos agudizaban laspretensiones porteñas de predominio, delas que recelaban cada vez más loshombres que surgían como jefes en lasciudades y en los campos del interior. Yen las fronteras, los realistas derrotabanal ejército del Alto Perú dos veces: enVilcapugio el 1° de octubre y enAyohúma el 14 de noviembre de 1813.Fue un duro golpe para la nueva nacióny más duro aún para el jefe vencido,Manuel Belgrano, espíritu generoso,siempre dispuesto al sacrificio y

entonces sometido a proceso,precisamente porque todos advertían lagravedad de la situación creada por laderrota.

En parte por ese sentimiento, y enparte por las ambiciones de Alvear, laAsamblea resolvió a fines de enero de1814 crear un poder ejecutivounipersonal con el título de DirectorSupremo de las Provincias Unidas.Ocupó el cargo por primera vezGervasio Antonio de Posadas. Lasituación exterior empeoraba. Mientrastrabajaba para constituir una flota deguerra, Posadas apuró las operacionesfrente a Montevideo, que se habían

complicado por las disidencias entre losporteños y los orientales. El Directoriodeclaró a Artigas fuera de la ley,agravándose la situación cuando designójefe del ejército sitiador a Alvear, elmás intransigente de los porteños. Fue élquien recogió los frutos del largo asedioy logró entrar en Montevideo en junio de1814 La ciudad, jaqueada por la flotaque se había logrado armar al mando delalmirante Guillermo Brown, dejó de serun baluarte español, pero la resistenciade los orientales comenzó a ser cada vezmás enconada, hasta convertirse enruptura a partir del momento en queAlvear alcanzó la dignidad de Director

Supremo en enero de 1815.Los contrastes militares dividieron

las opiniones. Para unos era necesarioresistir como hasta entonces; para otrosera inevitable acudir al auxilio dealguna potencia extranjera, y el directorAlvear creyó que sólo podía pensarse enGran Bretaña; para San Martín, encambio, la solución residía en una audazoperación envolvente que permitieraaniquilar el baluarte peruano de losespañoles. Eran distintas concepcionesdel destino de la nueva nación, y cadauna movilizó tras ella a fuertes sectoresde la opinión. Mientras San Martín logrócierta autonomía para preparar en Cuyo

su problemática expedición a Chile y alPerú, Alvear comenzó unas sutilesescaramuzas diplomáticas destinadas aobtener la ayuda inglesa sin reparar enel precio. Quienes no compartían susopiniones —que fueron la mayoría yespecialmente en provincias— novieron en esa maniobra sino derrotismoy traición. Artigas encabezó laresistencia y las provincias de laMesopotamia argentina cayeron muypronto bajo su influencia política.

Ese año de 1815 fundó el padreCastañeda en su convento de la Recoletauna academia de dibujo. Pero la ciudadno vivía la paz del espíritu; sentía las

sacudidas que engendraba el conflictode las pasiones y vivía en estado deexaltación política. Los pueblos delinterior no ocultaban su animadversióncontra Buenos Aires y el 3 de abril sesublevó en Fontezuelas el ejército conque Alvear contaba para reprimir lainsurrección de los santafecinosapoyada por Artigas. La crisis seprecipitó. Alvear renunció, la Asambleafue disuelta, se eclipsó la estrella de laLogia Lautaro y el mando supremo fueencomendado a Rondeau, a la sazón acargo del ejército del Alto Perú. Pero larevolución federal de Fontezuelas habíademostrado la impotencia del gobierno

de Buenos Aires y desde entonces eldesafío de los pueblos del interiorcomenzó a hacerse más apremiante.

Era visible que el país marchabahacia la disolución del orden políticovigente desde mayo de 1810 que, porcierto, perpetuaba el viejo sistemavirreinal. A esta crisis interna seagregaba la crisis exterior; derrotadoRondeau en Sipe-Sipe en noviembre de1815, la frontera del norte quedabaconfiada a los guerrilleros de MartínGüemes y podía preverse que España —donde Fernando VII había vuelto aocupar el trono en marzo de 1814—intentaría una ofensiva definitiva.

Morelos había caído en México, Bolívarhabía sido derrotado en Venezuela, y enoctubre de 1814 los realistas habíanvencido a los patriotas chilenos enRancagua. La amenaza era grave, y paraafrontarla el gobierno convocó uncongreso que debía reunirse en la ciudadde Tucumán.

Ante la convocatoria se definieronlas encontradas posiciones. Un grupo dediputados, adictos al gobierno deBuenos Aires, apoyaría un régimencentralista, en tanto que otro, fiel a lasideas de Artigas, propondría un régimenfederal. El problema se presentabacomo una simple preferencia política,

pero escondía toda una concepción de lavida económica e institucional del país.La riqueza fundamental era, cada vezmás, el ganado que se reunía en lasgrandes estancias por millares decabezas, y del que se obtenían productosexportables. Buenos Aires recogía através de su aduana importantes ingresosque contribuían a acentuar lasdiferencias que la separaban de lasdemás provincias. Poco a poco lospueblos del interior adhirieron a lacausa del federalismo, del que loshacendados provincianos esperabangrandes ventajas y en el que todos veíanuna esperanza de autonomía regional.

El Congreso no contó conrepresentantes de las provinciaslitorales, ya en abierto estado desublevación. Los que llegaron aTucumán se constituyeron en asambleaen marzo de 1816 y designaronpresidente a Francisco Narciso deLaprida. El 3 de mayo se eligió DirectorSupremo a Juan Martín de Pueyrredón.Luego, bajo la presión de San Martín,que ejercía en Cuyo el cargo degobernador intendente y preparaba unejército para cruzar los Andes, elCongreso se propuso decidir la suertede la nueva nación. Y para invalidar lasvagas esperanzas de los indecisos,

declaró solemnemente el 9 de julio queera «voluntad unánime e indubitable deestas provincias romper los violentosvínculos que las ligaban a los reyes deEspaña, recuperar los derechos de quefueron despojados e investirse del altocarácter de nación libre e independientedel rey Fernando VII, sus sucesores ymetrópoli». Algunos días después lospropios diputados juraron defender laindependencia y deliberadamenteagregaron en la fórmula del juramentoque se opondrían a «toda otradominación extranjera», con lo que sedetenían las gestiones en favor de unprotectorado inglés.

Si hubo unanimidad para ladeclaración de la independencia, no lahubo en cambio, con respecto a la formade gobierno que adoptarían lasProvincias Unidas. La reacciónconservadora, que había crecido enEuropa tras la caída de Napoleón en1815, estimulaba a los que pensaban enuna solución monárquica, y fuenecesaria la firme decisión de fray JustoSanta María de Oro para contenerlos. ElCongreso postergó el problema,mientras se acentuaba la tensión internaentre el gobierno de Buenos Aires y lasprovincias del litoral, alineadas tras lapolítica federalista de Artigas. La

situación se había agravado con lainvasión de la Banda Oriental por losportugueses, promovida desde BuenosAires, frente a la cual Artigas combatíasolo, con los pobres recursos de lospaisanos que lo seguían. Los odios seextremaban y la unidad del paíspeligraba cada vez más.

En enero de 1817 los portuguesesocuparon Montevideo y obligaron a losorientales a replegarse hacia el límitecon las provincias argentinas. Esemismo año un grupo de hombres deletras fundaba en Buenos Aires laSociedad del buen gusto en el teatro;eran Vicente López, Esteban de Luca,

Santiago Wilde, Vélez, Gutiérrez y otrosmás. El lema de la sociedad era poner laliteratura al servicio del pueblo y de lalibertad de América. San Martín habíaterminado sus preparativos militares enCuyo y comenzó su temeraria operaciónde cruzar la cordillera de los Andes conun ejército numeroso y bien pertrechado.El 12 de febrero de 1817cayó sobre elejército español en la cuesta deChacabuco y lo derrotó. Así comenzó lacrisis del poder español en Chile.

Dentro del país, en cambio, lasituación se agravaba. Entre Ríos ySanta Fe aceptaron la autoridad deArtigas llamado «Protector de los

pueblos libres», y desafiaban a BuenosAires, a cuyas tropas derrotó el«Supremo entrerriano», FranciscoRamírez, en la batalla de Saucecito enmarzo de 1818. Pocos días despuéstriunfaba San Martín nuevamente sobrelos españoles en el llano de Maipúasegurando la independencia de Chile.Esas victorias, empero no contribuían afortalecer el gobierno de Buenos Airesporque San Martín, fiel a su misión,estaba decidido a no participar con sustropas en la guerra civil.

Frente a las fuerzas del litoral, elDirectorio se veía cada vez más débil.Corrientes bajo la autoridad del caudillo

artiguista Andresito, Entre Ríosgobernada por Francisco Ramírez ySanta Fe obediente a la voluntad deEstanislao López, formaban un vigorosobloque con la Banda Oriental,encabezada por Artigas. Dos vecesvencedor de las tropas del Directorio,Estanislao López se propuso organizarinstitucionalmente la provincia de SantaFe y promovió en 1819 la sanción deuna constitución provincial,decididamente democrática y federal.Ese mismo año, el congreso nacional,que ahora sesionaba en Buenos Aires,había sancionado una cartaconstitucional para las Provincias

Unidas, inspirada por principiosaristocráticos y centralistas. Los dosdocumentos contemporáneos revelabanla irreductible oposición de los bandosen pugna y, en general, la reacciónprovinciana contra la constituciónnacional de 1819 fue categórica.

La crisis no se hizo esperar. Lastropas entrerrianas y santafecinas sedirigieron hacia Buenos Aires enoctubre de 1819 y el Directorio novaciló en solicitar la ayuda del generalLecor, jefe de las tropas portuguesas queocupaban Montevideo. El imperdonablerecurso no hizo sino agravar ladiscordia. El ejército del norte, que era

el único con que contaba el Directorio,recibió orden de bajar apresuradamentehacia el sur, pero al llegar a la posta deArequito se sublevó a instancias delgeneral Bustos, que se preparaba paraapartar a la provincia de Córdoba de laobediencia de Buenos Aires. El directorRondeau recurrió a la movilización delas milicias y se enfrentó en la cañadade Cepeda con las tropas del litoral el1° de febrero de 1820: su derrota fuedefinitiva.

La crisis había alcanzado unadecisión. Los vencedores exigieron ladesaparición del poder central, ladisolución del Congreso y la plena

autonomía de las provincias. Bustosacababa de asegurársela a Córdoba,Ibarra lo imitó en Santiago del Estero,Aráoz en Tucumán, Ocampo en LaRioja, y entre tanto se desintegró laIntendencia de Cuyo dando origen a tresprovincias. Ante los hechosconsumados, el director Rondeaurenunció. También Buenos Aires seconstituyó como provinciaindependiente, y su primer gobernador,Sarratea, firmó el 23 de febrero de 1820con los jefes triunfantes el tratado delPilar, en el que se admitía la necesidadde organizar un nuevo gobierno central,pero sobreentendiendo la caducidad del

que hasta entonces existía en BuenosAires; la federación debía ser elprincipio político del nuevo régimen,pero el principio económicofundamental debía ser la librenavegación de los ríos Paraná yUruguay. Así se definía el pleitotradicional entre la Aduana de BuenosAires —en la que los grupos porteñossabían que descansaba, según latradición virreinal, su hegemonía— y lasprovincias litorales, cuyos ganaderosaspiraban a compartir las posibilidadeseconómicas que ofrecía la exportaciónde cueros, sebos y tasajos.

Con el tratado del Pilar terminaba

una época: la de las Provincias Unidas,durante la cual pareció que la unión eracompatible con la subsistencia de laestructura del antiguo virreinato. Ahoracomenzaba otra: la época de la desuniónde las provincias, durante la cual losgrupos regionales, los gruposeconómicos y los grupos ideológicosopondrían sus puntos de vista paraencontrar una nueva fórmula para launidad nacional.

Capítulo VILA DESUNIÓN DE LAS

PROVINCIAS (1820-1835)

Desaparecido el régimen que las unía,cada una de las provincias buscó supropio camino. Los grandespropietarios, los fuertes caudillos, loscomerciantes poderosos y los grupospopulares de las ciudades quegravitaban en la plaza públicaprocuraron imponer sus puntos de vistay provocaron, con sus encontradosintereses, situaciones muy tensas, hasta

que alguien logró imponer su autoridadcon firmeza. Y según quién fuera y quéintereses representara, cada provinciaadoptó un modo de vida que definiríacon el tiempo sus características y supapel en el conjunto de la nación:porque en 1820 había desaparecido elgobierno de las Provincias Unidas, perono la indestructible convicción de launidad nacional.

Sólo en la provincia de la BandaOriental predominaron circunstanciasdesfavorables a su permanencia dentrode la comunidad nacional argentina. Laincomprensión de que Artigas había sidovíctima por parte del gobierno de

Buenos Aires, convertida luego enabierta hostilidad, predispuso el ánimode los orientales a la separación; peroaun así no se hubiera consumado a nomediar más tarde los interesesbritánicos que deseaban un puerto en elRío de la Plata que fuera ajeno tanto a laautoridad del Brasil como a la de laArgentina. Cuando Artigas fue derrotadopor los invasores portugueses en 1820en la batalla de Tacuarembó, buscó elapoyo de los caudillos del litoral sinlograrlo. Desapareció entonces de laescena política, y la Banda Orientalquedó anexada a Portugal, primero, y alImperio del Brasil, cuando éste se

constituyó en 1822.Un sector importante, sin embargo,

apoyaba el mantenimiento de laprovincia oriental dentro del ámbito delas antiguas Provincias Unidas. En abrilde 1825 treinta y tres orientales reunidosen Buenos Aires a las órdenes de JuanAntonio Lavalleja desembarcaron en laBanda Oriental, sublevaron la campañacontra los brasileños y pusieron sitio aMontevideo. Poco después, los rebeldesreunían un congreso en La Florida y el25 de agosto declaraban la anexión de laBanda Oriental a la República de lasProvincias Unidas. El congresonacional, que por entonces estaba

reunido en Buenos Aires, aceptó laanexión, cuyas consecuencias fuerongraves: el Imperio del Brasil declaró laguerra al gobierno de Buenos Aires.

Para esa época, la suerte de loscaudillos triunfantes en Cepeda habíacambiado mucho, y con ella la de lasprovincias que les obedecían. FranciscoRamírez, vencedor de Artigas, habíadeclarado la independencia de la«República de Entre Ríos» enseptiembre de 1820, y acariciaba sueñosde predominio sobre vastas regiones yacaso sobre el país entero. Pero nisiquiera logró dominar a EstanislaoLópez, que se le opuso en Santa Fe. Con

la ayuda del chileno José MiguelCarrera, jefe de una partida de indiosque asolaba la campaña bonaerense,pretendió lanzarse sobre Buenos Aires;pero tuvo que enfrentar primero a Lópezy fue derrotado. Bustos, gobernador deCórdoba, que también soñaba con supropia hegemonía, lo volvió a derrotar,y en la retirada, fue muerto Ramírezcuando se detuvo para defender a suamante, que lo acompañaba en susentreveros. Desde entonces, Entre Ríosse mantuvo dentro de sus límites y, enlas luchas por el poder, tuvo menos pesoque Santa Fe, donde Estanislao Lópezafirmaba su dominio y organizaba a su

modo la provincia con la habilidadnecesaria para no perder su autoridadlocal ni atraerse la cólera de sus rivalesvecinos.

Entre ellos, Bustos parecía el máspeligroso, porque desde Córdoba podíaaglutinar fácilmente el interior del paíscontra Buenos Aires. Pero susesperanzas se vieron frustradas por otrasaspiraciones semejantes a las suyas encomarcas vecinas. En Santiago delEstero, Felipe Ibarra se había separadode Tucumán y luchaba al lado de JuanFacundo Quiroga, que desde 1821dominaba la provincia de La Rioja.Juntos, se enfrentaron con Catamarca y

con Tucumán, partidarias por entoncesde la unión con Buenos Aires, en unasucesión interminable de luchas en lasque se disputaba la hegemonía del nortedel país. Algunas provincias se dieronconstituciones o reglamentosprovisionales para fundar un ordendentro de sus límites, generalmentehenchidos de declaraciones no menosutópicas que las que habíancaracterizado los documentos de losgrupos porteños, porque no condecíancon la pobreza y el escaso desarrolloeconómico, social y cultural que lasprovincias habían alcanzado. Y, dehecho, quienes lograron mantener la

autoridad fueron sólo aquellos querecurrieron a la fuerza y la mantuvieronpor medios despóticos, vigilandoestrechamente tanto a sus adversariosdentro de su área de influencia como asus rivales de las provincias vecinas.

No menos grave era la situación deCuyo. En Mendoza, las montonerasagitaron la vida de la provincia hastaque Juan Lavalle impuso su autoridad en1824. Pero fue grave para ella laseparación de San Juan, donde elgobierno autónomo ejerció una acciónesclarecedora durante el gobierno delgeneral Urdininea y los ministerios deLaprida y Del Carril. Elevado este

último a la gobernación, sancionó en1825 una constitución provincialconocida con el nombre de Carta deMayo, que estableció principiosliberales y progresistas, a los que seopusieron los elementos reaccionarios.Pero Del Carril triunfó sobre ellos ydejó el recuerdo de una administraciónejemplar.

Entre tanto, Buenos Aires, reducidaahora su influencia, desarrollaba dentrode las fronteras provinciales lo quehabía sido su ilusorio programa paratoda la nación. Los meses que siguierona la derrota de Cepeda fueron duros, yen la lucha por el poder hubo un día en

que se sucedieron tres gobernadores.Estanislao López pretendía influir en losconflictos políticos, pero finalmente laaparición de las fuerzas de la campañaque mandaba Juan Manuel de Rosaspermitió al gobernador MartínRodríguez mantenerse en el poder desdefines de 1820.

Fue un período de paz y de progresoque duró hasta mayo de 1824. El triunfode la revolución liberal de Riego enEspaña, que garantizaba laindependencia, favorecía lasposibilidades de una política ilustradaque encontró en el ministro de gobierno,Bernardino Rivadavia, un brillante

ejecutor. Muy pronto se sancionó una leyde elecciones que consagraba elprincipio del sufragio universal y otraque suprimía el Cabildo y reorganizabala administración de justicia. Otrasmedidas siguieron luego. La Ley deOlvido procuró aquietar las pasionesdesatadas por la lucha entre lasfacciones, y la que consagraba lalibertad de cultos facilitó la radicaciónde inmigrantes extranjeros de credoprotestante.

En la nueva situación internacionalPortugal, el Brasil, los Estados Unidos yluego Inglaterra reconocieron laindependencia de las Provincias Unidas

—cuyas relaciones internacionalesasumió Buenos Aires— y establecieroncon ellas relaciones consulares quepermitieron desarrollar el comercioexterior. Era ésta una de laspreocupaciones del gobierno, quecontemplaba los intereses de lacampaña, dedicada a la cría de ganado,y los de la ciudad, donde predominabala actividad comercial y artesanal. Seprocuró atraer técnicos para desarrollaralgunas industrias y se crearon losinstrumentos necesarios para eldesarrollo de la economía: un Banco deDescuentos, una Bolsa de Comercio yuna serie de medidas para atraer

capitales y obtener préstamos; en 1824la casa Baring Brothers de Londresotorgó al gobierno argentino un millónde libras esterlinas. Al mismo tiempo seintrodujeron animales de raza paracruzarlos con los ganados criollos ysemillas para mejorar los cultivos.

Estas últimas medidas serelacionaban con las que el gobiernoadoptó con respecto a la tierra pública.Grandes extensiones de tierraspertenecientes al Estado solíanentregarse a particulares influyentes.Rivadavia elaboró un plan paraotorgarlas, según el sistema de laenfiteusis, a pequeños colonos que

quisieran radicarse en ellas yexplotarlas mediante el pago de unareducida tasa de acuerdo con su valor.Así debían incorporarse a la explotaciónagrícola —en manos de pequeñosproductores— las zonas de la provinciaque se extendían hasta el río Salado, nosin resistencia de los grandesestancieros del sur, acostumbrados a noreconocer límites a susestablecimientos.

Entre tanto, la situacióninterprovincial tendía a normalizarse enel litoral. El 25 de enero de 1822. Losgobernadores de Corrientes, Entre Ríos,Santa Fe y Buenos Aires suscribieron el

tratado del Cuadrilátero, que establecíauna alianza ofensiva y defensiva entrelas cuatro provincias. La gravedad delproblema aconsejó sortear el tema de laorganización nacional, previéndosesolamente la convocatoria de uncongreso para que resolviera sobre lacuestión. En cambio, se establecíacategóricamente la libertad de comercioy la libre navegación de los ríos,cuestiones que tocaban al fondo de lasdisensiones entre las provinciaslitorales y Buenos Aires. Era un triunfodel federalismo, pero era, al mismotiempo, un paso decisivo para dilucidarlas cuestiones previas a la organización

nacional.Inspirado por Rivadavia, el

gobierno de Buenos Aires adoptó otrasdecisiones no menos importantes.Dispuso abolir los fueros de que gozabael clero y el diezmo que recibía laIglesia; además fueron suprimidasalgunas órdenes que habían caído en eldescrédito y se establecieron reglas muyestrictas para las demás. No menosenérgicas fueron las reformas queintrodujo en el ejército para restablecerla disciplina y aumentar la eficacia de laoficialidad. Naturalmente esta políticadesató una fuerte reacción de loselementos retrógrados que acusaron a

Rivadavia de enemigo de la religión. Elpadre Castañeda lanzó los más terriblesdenuestos desde los periódicos satíricosque inspiraba —El desengañadorgauchi-político, El despertadorteofilantrópico—, y el doctor Tagle seatrevió a organizar un motín que fuesofocado enseguida. Pero Rivadaviaquedó transformado en símbolo de lapolítica progresista.

No menos decidido se mostróRivadavia en la política social yeducacional. La creación de la Sociedadde Beneficencia llenó un vacío en lavida de la ciudad y de la campaña. Lasescuelas primarias se multiplicaron, y la

aplicación del método de educaciónmutua permitió superar las limitacionesde los recursos. Para los estudiosmedios estimuló y modernizó el Colegiode la Unión del Sur, a cuyos planes deestudio se incorporaron las disciplinascientíficas, según el ejemplo de lospaíses más desarrollados. Fundó uncolegio de agricultura con su jardínbotánico y un museo de cienciasnaturales; trajo de Europa instrumentosde física y de química, y comoculminación de su obra educacional creóla Universidad de Buenos Aires,inaugurada el 12 de agosto de 1821.Rivadavia pronunció el discurso de

apertura y fue designado rector el doctorAntonio Sáenz. La cátedra de filosofíafue encomendada a Juan ManuelFernández Agüero; y la enseñanzauniversitaria se dividió entre eldepartamento de estudios preparatoriosy los departamentos de ciencias exactas,medicina, jurisprudencia y cienciassagradas; poco después se iniciaba elprimer curso de física experimental quedictó el profesor italiano Pedro CartaMolina.

Esta obra intensa y variada tenía elapoyo de un sector intelectual vigorosoaunque minoritario. Lo encabezabaJulián Segundo de Agüero y formaban

parte de él, además del poeta Juan CruzVarela, Esteban de Luca, ManuelMoreno, Antonio Sáenz, JuanCrisóstomo Lafinur, Diego Alcorta,Cosme Argerich, todos miembros de laSociedad Literaria, cuyo pensamientoexpresaron dos periódicos, El Argos yLa Abeja Argentina. En el interior delpaís repercutía débilmente esta acción yRivadavia quiso que en el Colegio de laUnión se recibieran estudiantes de lasprovincias, porque aspiraba a que sedifundieran en ellas las reformas que seintroducían en la de Buenos Aires. Perolos caracteres del interior del paísdiferían de los que predominaban en

ella. Buenos Aires pasaba ya de los55.000 habitantes y estaba enpermanente contacto con Europa a travésde su puerto. Las provincias del interior,en cambio, sólo contaban con unaspocas ciudades importantes y era escasaen ellas esa burguesía que buscabailustrarse y prosperar al margen de lafundamental actividad agropecuaria enla que se reclutaban las minoríaslocales. Un poeta como Varela,henchido de entusiasmo progresista,filósofos como Agüero o Lafinur,formados en las corrientes delsensualismo y de la ideología, hallabanambiente favorable en la pequeña

ciudad cosmopolita que comenzaba aabandonar los techos de tejas y veíaaparecer las construcciones de dospisos. Pero el ambiente de las ciudadesprovincianas, y más aún el de las zonasrurales, se resistía a toda innovación ytransformaba en un propósito activo ladefensa y la conservación de suidiosincrasia colonial. Para oponerse aRivadavia, Juan Facundo Quiroga izabaen La Rioja una bandera negra, cuyainscripción decía «Religión o muerte».Con todo, la idea de la incuestionableexistencia de una comunidad nacionalpor encima de las divergenciasprovincianas se manifestó

vigorosamente y así pudieron prosperarlas gestiones para reunir un congresonacional en Buenos Aires.

Entre tanto, San Martín habíacompletado su obra. Asegurada laindependencia de Chile, había dedicadosus esfuerzos a la preparación de unafuerza expedicionaria argentino-chilenadestinada a aniquilar a los realistas ensu baluarte peruano. En 1820 embarcóun ejército disciplinado y eficaz a bordode una flota cuyo mando había asumidoel almirante Cochrane, dirigiéndosehacia las costas del Perú. MientrasArenales ocupaba las regionesmontañosas, San Martín se dirigió hacia

Lima, donde entró en julio de 1821.Poco después proclamó allí laindependencia del Perú y San Martín fuedeclarado su Protector Quedabantodavía algunos focos realistas en elcontinente y los dos grandes jefesamericanos, Bolívar y San Martín, sereunieron en Guayaquil, en julio de1822, para acordar un plan de acciónque acabara con la dominación españolaen América. Falto de recursos militaresy de un Estado argentino que lorespaldara, San Martín cedió a Bolívarla dirección de la última campaña queremataría la obra de los doslibertadores.

Mientras proseguía la acción deBolívar, se procuraba constituir elcongreso nacional que debía reunirse enCórdoba; fracasados los primerosintentos, se decidió realizarlo en BuenosAires y, finalmente, se inauguraron sussesiones el 16 de diciembre de 1824,poco antes de que llegara la noticia dela victoria que el general Sucre habíaobtenido en Ayacucho, que ponía fin a ladominación española en América.

Gobernaba ya la provincia deBuenos Aires el general Las Heras, quehabía sucedido el 9 de mayo de 1824 aMartín Rodríguez, y que mantenía laslíneas generales de la política de su

antecesor, uno de cuyos rasgossobresalientes había sido evitar lassuspicacias de las demás provincias conrespecto a las ambiciones de hegemoníaque tanto temían estas últimas. Elproblema candente era hallar la fórmulapara reconstituir la nación, y el conflictolatente con el Brasil tornaba más urgentehallarla para poder oponer un frenteunido a la esperada ofensiva delemperador brasileño.

Esa preocupación inspiró la LeyFundamental sancionada el 23 de enerode 1825. Establecía la voluntad unánimede mantener unidas a las provinciasargentinas y asegurar su independencia,

afirmando al mismo tiempo el principiode las autonomías provinciales. ElCongreso se declaraba constituyente,pero la constitución que dictara sólosería válida cuando hubiera sidoaprobada por todas las provincias. Ymientras se creaba un gobierno nacionalse encomendaba al de la provincia deBuenos Aires las funciones de tal.

Cuando el Congreso de La Floridadeclaró la anexión de la Banda Orientala las Provincias Unidas, la tensión conel Brasil aumentó y el Congreso reunidoen Buenos Aires decidió por su parte laformación de un ejército nacional queestaría a las órdenes del gobernador de

la provincia de Buenos Aires. Pero endiciembre de 1825, el Brasil declaró laguerra y las cosas se precipitaron. El 6de febrero de 1826 el Congresosancionó una ley creando un poderejecutivo nacional a cargo de unmagistrado que llevaría el título dePresidente de las Provincias Unidas delRío de la Plata; al día siguiente fueelegido para el cargo BernardinoRivadavia.

Agüero en la cartera de Gobierno,del Carril en la de Hacienda, Alvear enla de Guerra y de la Cruz en la deRelaciones Exteriores constituyeron sugabinete. El presidente Rivadavia

afrontó enseguida el más grave y antiguode los problemas políticos del país ysolicitó en un mensaje al Congreso quese declarara capital de la República a laciudad de Buenos Aires. El proyectosuscitó largas y apasionadasdiscusiones, pero fue aprobado el 4 demarzo. La provincia de Buenos Aires sevio privada de la ciudad que había sidosu centro tradicional desde su mismafundación y en diversos círculos seadvirtieron enconadas reacciones. Elgobernador Las Heras renunció y sepolarizaron contra Rivadavia no sólolos sectores tradicionalistas sinotambién el sector de los ganaderos que,

como Juan Manuel de Rosas,comenzaban a definir su políticaalrededor de la idea de que la ciudad —y el puerto— de Buenos Aires debíaservir a los intereses provinciales y no alos del país.

Mientras procuraba proyectar haciatoda la nación la política civilizadoraque había desarrollado como ministro enla provincia de Buenos Aires,Rivadavia se dedicó principalmente a laorganización de la guerra contra elBrasil. Bloqueado el puerto de BuenosAires por la flota brasileña, la situacióneconómica se había hecho angustiosa.Pero en marzo de 1826, con unos pocos

barcos, el almirante Brown obligó a lossitiadores a abandonar Martín García;en junio los derrotó en Los Pozos y pocodespués otra vez frente a Quilmes. Entretanto, el ejército del general Alvearcruzo el Río de la Plata, despejó deenemigos la Banda Oriental e invadió elEstado de Río Grande.

La administración de Rivadaviapermitió acrecentar el esfuerzo militar.En febrero de 1827 los argentinosobtuvieron dos victorias decisivas.Brown derrotó a la flota brasileña enJuncal y Alvear venció al ejército enItuzaingó. El Canto lírico de Juan CruzVarela revelaba el orgullo colectivo, y

acaso en particular el de losrivadavianos que juzgaban hijo de susideas y de su esfuerzo al triunfo militar:

Hija de la Victoria,ya de lejos os saluda la paz,y a los reflejos de su lumbre divina,triunfante, y de ambiciones respetada,libre, rica, tranquila, organizada,ya brilla la República Argentina.

Pero el entusiasmo duró poco. Trasla victoria de Ituzaingó Rivadaviaentabló negociaciones diplomáticas conel Brasil en términos que parecieroninadecuados a la posición de las fuerzas

vencedoras. Más preocupado, sin duda,por la situación interna del país que porla suerte de su política exterior,Rivadavia creyó que necesitaba la paz acualquier precio. En diciembre de 1826el Congreso había concluido el proyectode constitución, cuyos términos repetían,apenas moderado, el esquema centralistade la carta de 1819. Nada habían validolas sensatas palabras de ManuelDorrego, federalista doctrinario, queconstituían un llamado a la realidad.Cuando, poco después, el proyecto fuesometido a consulta, las provinciascomenzaron a manifestar sudisconformidad, y sólo la aprobaron

algunas, contra las que se lanzaron lasdemás. Quiroga, gobernador de La Riojay paladín del federalismo, se enfrentócon Tucumán, cuyo gobernador,Lamadrid, defendía la carta unitaria yamenazaba con extender su autoridadpor Catamarca, Salta, Jujuy y todo elCuyo. Lamadrid cayó derrotado en ElTala en octubre de 1826 y Quirogaaglutinó el centro y el norte del país. Laguerra civil recomenzaba, los delegadosdel Congreso no conseguían convencer alos jefes federales de la necesidad de laconstitución y el gobierno de Rivadaviase vio amenazado. Necesitaba la paz acualquier precio y equivocó el camino

para lograrla, ofreciendo al Brasil porintermedio del embajador Manuel JoséGarcía la posibilidad de crear un Estadoindependiente en la Banda Oriental.

La noticia de la convención firmadaen Río de Janeiro por García, que seextralimitó en sus atribuciones yreconoció los derechos brasileños a losterritorios disputados, polarizó lahostilidad contra Rivadavia, porque eltratado pareció injustificable frente a lasvictorias de las fuerzas argentinas.Rivadavia comprendió la debilidad desu posición y presentó su renuncia enjunio de 1828 en un documentomemorable. El Congreso la aceptó y la

experiencia rivadaviana dereunificación nacional quedó concluidaen medio de la incertidumbre general.

La provincia de Buenos Aires eligióentonces gobernador a Dorrego, a quienapoyaba en nombre de los estancierosde la provincia Juan Manuel de Rosas,sostenido por la de sus «colorados delMonte». Fue el suyo un gobiernomoderado y eficaz; pero las pasionesestaban desencadenadas ante elafianzamiento de la autoridad deQuiroga en el interior del país, losunitarios resolvieron dar otra vez labatalla. La ocasión era propicia.Dorrego firmó en agosto de 1828 la paz

con el Brasil reconociendo laindependencia de la Banda Oriental —tal como lo deseaba Inglaterra y loadmitía el Emperador— y los ejércitosargentinos comenzaron a regresar. Almando de su división, Juan Lavalle hizosu entrada en Buenos Aires y pocodespués, el 1° de diciembre, se sublevócontra Dorrego, lo persiguió con sustropas y lo fusiló Navarro el 13 dediciembre de 1828.

El conflicto se generalizó con mayorviolencia. Rosas y López empezaron aoperar contra Lavalle, que se hizo cargodel gobierno de Buenos Aires, y pocodespués quedaron delineados los frentes

en que se oponían los unitarios y losfederales. Lavalle sostendría la lucha enBuenos Aires mientras José María Paz,que acababa de llegar con sus tropas delBrasil, la empeñaría en el interior paracontener la creciente influencia deQuiroga. Pero Lavalle afrontaba unalucha interna en su provincia, cuyointerior le resistía aglutinado por Rosas,de modo que sus recursos se limitaban alos que le ofrecía la ciudad y no tardó enser vencido en abril de 1829. Paz, encambios logró derrotar en esos mismosdías a Bustos y se adueñó de laprovincia de Córdoba. Dos mesesdespués, cuando Lavalle y Rosas

llegaban a un acuerdo en Cañuelas, Pazvenció en La Tablada a Quirogafortaleciendo las esperanzas de losunitarios que, sin embargo, no pudieronevitar la elección de Rosas comogobernador de Buenos Aires endiciembre de 1829. Quiroga, entre tanto,había logrado hacerse fuerte en lasprovincias de Cuyo y Paz buscó unadefinición: en Oncativo volvió a venceral «Tigre de los Llanos» en febrero de1830 y poco después removió losgobiernos federales del interior; y conlos que estableció en su lugar constituyóla Liga del Interior para hacer frente alos federales que predominaban en el

litoral. El 31 de agosto quedóconstituida la Liga, y el 4 de enero de1831 respondieron las provinciaslitorales con la firma del Pacto Federal.Eran dos organizaciones políticas frentea frente, casi dos naciones.

El equilibrio de las fuerzas fuevisible y no se ocultaba su significado.Era el interior del país que aspiraba nosólo a un régimen de unidad, sinotambién a un sistema político en el quelas regiones menos favorecidas por lanaturaleza compartieran las ventajas deque gozaban las más privilegiadas; yfrente al interior, estaban las provinciaslitorales que defendían su autonomía

para asegurar sus privilegios y defendersus intereses. Un suceso fortuitopostergó este enfrentamiento radical: el10 de marzo de 1831 una partida desoldados de Estanislao López consiguióbolear el caballo del general Paz y lohizo prisionero. La Liga del Interior, queera su obra política pero que carecíatodavía de madurez, cedió ante lapresión de las oligarquías provinciales,deseosas de asegurar su predominiolocal y ajenas a la necesidad de adoptaruna clara política para la regiónmediterránea. Una vez más, elpredominio económico y político de lasprovincias litorales quedó consolidado,

y el ajuste del equilibrio nacionalindefinidamente postergado.

Esas oligarquías provinciales secomponían de hombres comprometidoscon la riqueza fundamental de susprovincias, estancieros en su mayoría,que vigilaban sus fortunas y lasacrecían, con las de sus amigos, al calordel poder político. Y aunque sometían aduro trabajo a un proletariado en el quepredominaban criollos, mestizos eindios, manifestaban cierta vagavocación democrática en la medida enque expresaban el inequívocosentimiento popular de las masasrurales, amantes de la elemental libertad

a que las acostumbraba el campo sinfronteras y el ejercicio de un pastoreoque estimulaba el nomadismo. Pero erauna concepción paternalista de la vidasocial que contradecía la necesidad deorganización que el país percibía comoimpostergable.

Entre todos los caudillos, elgobernador de la provincia de BuenosAires, Juan Manuel de Rosas, sedistinguía su personalidad peculiar. Sufuerte ascendiente sobre los hombres dela campaña le proporcionaba una basepara sus ambiciones; pero su claroconocimiento de los intereses de lospropietarios de estancias y saladeros le

permitía encabezar a los grupos másinfluyentes de la provincia y expresarcon claridad la política que lesconvenía; esa fue precisamente, la quepuso en funcionamiento durante sugobierno provincial, desde 1829 hasta1832, y especialmente en el último añode su administración. La situaciónpolítica del país se definía rápidamente.Cada una de las tres grandes áreaseconómicas de la nación contaba conuna personalidad inconfundible pararepresentarlas y regir sus destinos. En elinterior, Quiroga se había afirmadodefinitivamente después de su victoriasobre Lamadrid en 1831. En el litoral,

López conservaba con firmeza lahegemonía regional. Y en Buenos Aires,Rosas consolidaba su poder yacrecentaba su influencia. Los trescompartían los mismos principios, perolos tres aspiraban a alguna forma desupremacía nacional.

El escenario para dilucidar lacontienda hubiera podido ser elcongreso que el Pacto Federal obligabaa convocar. Siempre temerosos deBuenos Aires, López y Quiroga —ellitoral y el interior— insistían enapresurar su reunión. Celoso de losprivilegios de su provincia —esto es,Buenos Aires—, Rosas se oponía a que

se realizara, y expresó sus razones y suspretextos en la carta que escribió aQuiroga desde la hacienda de Figueroaen 1834, después de haber dejado elgobierno de la provincia, en el que lesucedieron Juan Ramón Balcarceprimero y Juan José Viamonte después.La opinión de Rosas prevaleció y elcongreso no fue convocado.

Entre tanto, en combinación conotros estancieros amigos con dineropropio y tropas levantadas por ellos enla campaña, Rosas organizó en 1833 unaexpedición al sur para reducir a losindios pampas que asolaban lasestancias y las poblaciones en busca de

ganado. Desde su campamento de Montese dirigió hacia el sur, cruzó la regiónde los pampas y tomó contacto con lastribus araucanas deteniéndose sus tropasen las márgenes del río Negro. Laspoblaciones indígenas fueronacorraladas, destruidas o sometidas. Lastierras reconquistadas, que sumabanmiles de leguas, fueron generosamentedistribuidas entre los vencedores, susamigos y partidarios, con lo que seconsolidó considerablemente laposición económica y la influenciapolítica de los estancieros del sur.

Poco después del regreso de Rosas,la situación hizo crisis tanto en Buenos

Aires —donde había estallado en suausencia la revolución de losRestauradores— como en el interior,donde la autoridad de Quiroga crecíapeligrosamente. El 16 de febrero de1835, en Barranca Yaco, Quiroga cayóasesinado y poco más tarde lalegislatura bonaerense elegíagobernador y capitán general de laprovincia, por cinco años y con la sumadel poder público, a Juan Manuel deRosas.

Capítulo VIILA FEDERACIÓN (1835-1852)

La muerte de Quiroga y el triunfo deRosas aseguraban el éxito de las ideasque este último sostenía sobre laorganización del país: según su opinión,las provincias debían mantenerseindependientes bajo sus gobiernoslocales y no debía establecerse ningúnrégimen que institucionalizara la nación.Y así ocurrió durante los diecisiete añosque duró la hegemonía de Rosas enBuenos Aires. Hubo, sin embargo,

durante ese período una singular formade unidad, que se conoció bajo elnombre de Federación y que Rosasquiso que se considerara sagrada. Erauna unidad de hecho lograda por lasumisión de los caudillos provinciales.Como encargado de las relacionesexteriores tenía Rosas un punto de apoyopara ejercer esa autoridad, pero lasustentó sobre todo en su influenciapersonal y en el poder económico deBuenos Aires.

La Federación, proclamada como eltriunfo de los ideales del federalismo,aseguró una vez más la hegemonía deBuenos Aires y contuvo el desarrollo de

las provincias. La presión de loscomerciantes ingleses malogró la ley deaduanas de 1836 y abrió el puerto a todaclase de artículos manufacturadoseuropeos. El puerto de Buenos Airesseguía siendo la mayor fuente de riquezapara el fisco y proporcionaba pingüesbeneficios tanto a los comerciantes de laciudad como a los productores decueros y tasajos que se preparaban enlas estancias y saladeros.

De esas ventajas no participaban lasprovincias del interior, pese a lasumisión de los caudillos federales. Lasindustrias locales siguieronestranguladas por la competencia

extranjera y los estancieros del litoral ydel interior continuaron ahogados por lacompetencia de los de Buenos Aires.Cuando Rosas temió que susprecauciones no fueran suficientes, novaciló en prohibir el paso de buqueextranjeros por los ríos Paraná yUruguay. Paradójicamente la Federaciónextremó los términos del antiguomonopolio y acentuó elempobrecimiento de las provinciasinteriores aisladas por sus aduanasinterprovinciales.

Inspirada por Rosas, la Federaciónpretendió restaurar el orden colonial.Aunque con vacilaciones y entre mil

dificultades, los gobiernos de losprimeros veinticinco años de laindependencia habían procuradoincorporar el país a la línea dedesarrollo que había desencadenado larevolución industrial en Europa y en losEstados Unidos. La federación, encambio, trabajó para sustraerlo a esecambio para perpetuar las formas devida y de actividad propias de lacolonia. Desarrolló el paternalismopolítico, asimilando la convivenciasocial a las formas de vida propias de laestancia, en la que el patrón protegepero domina a sus patrones; abandonó lamisión educadora del Estado prefiriendo

que se encargaran de ella las órdenesreligiosas; destruyó los cimientos delprogreso científico y técnico; cancelólas libertades públicas e individualesidentificando la voluntad de Rosas conel destino nacional; combatió todointento de organizar jurídicamente elpaís, sometiéndolo de hecho, sinembargo, a la más severa centralización.Tal fue la política de quien fue llamado«Restaurador de las leyes» aludiendosin duda a las leyes del régimen colonialespañol. Esa política constituía undesafío al liberalismo y correspondía alque poco antes habían lanzado enEspaña los partidarios de la

restauración absolutista de FernandoVII. En la lucha interna era esa políticaun desafío a los ideales de laRevolución de Mayo.

Los gobiernos provinciales de laFederación imitaron al de Buenos Aires,pero los frutos de esa política fueronmuy distintos. La economía de BuenosAires, montada sobre el saladero y laaduana, permitió el acrecentamiento dela riqueza; y la política de Rosas,permitió la concentración de esa riquezaentre muy pocas manos. En oposición alprincipio rivadaviano de no enajenar latierra pública para permitir unaprogresista política colonizadora, Rosas

optó por entregarla en grandesextensiones a sus allegados. Así seformó el más fuerte de los sectores quelo apoyaron, el de los estancieros ypropietarios de saladeros que seenriquecían con la exportación decueros y especialmente del tasajo que seenviaba a los Estados Unidos y el Brasilpara nutrir a los esclavos de lasplantaciones. Y así se constituyó, através de la aduana porteña. La riquezapública que permitió a Rosas ejerceruna vigorosa autoridad sobre lasempobrecidas provincias interiores.

No faltaron a Rosas otros sostenes.El tráfico de cueros y tasajos

beneficiaba a comerciantes ingleses ynorteamericanos que, a su vez,importaban productos manufacturados yharina; y este sector, que acompañaba alos numerosos estancieros británicosdispersos por la campaña bonaerenseayudó a Rosas, entre otras maneras,suscribiendo el empréstito de cuatromillones de pesos que lanzó en suprimer gobierno. Por otra parte suautoritarismo y su animadversión por lasideas liberales le atrajo el apoyo delclero y muy especialmente el de losjesuitas, a quienes concedió autorizaciónpara reabrir los establecimientos deenseñanza.

Pero no era esto todo. Rosas habíasabido atraerse la simpatía de losgauchos de la campaña bonaerense y conellos constituyó su fuerza militar.También se atrajo a las masassuburbanas —las que Echeverríadescribió en El matadero— y seaproximó muy particularmente a losnegros libres o esclavos que valorabansu simpatía como prenda de seguridad yde ayuda. Se sumaba, pues, al apoyo delos poderosos un fuerte apoyo popular,con el que no contaban los gruposilustrados.

Todo ese respaldo social no bastó,sin embargo para impedir que Rosas

estableciera un estado policial. Solo lamás absoluta sumisión fue tolerada. Y lafidelidad a la Federación debiódemostrarse públicamente con el uso delcintillo rojo o la adopción de la modafederal. Los disidentes, en cambio,quedaron al margen de la ley y supersecución fue despiadada. La enérgicapolítica de Rosas fue imitada por losgobernadores provincianos, y cuandoalguno de ellos esbozó frente a losenemigos una actitud conciliatoria —como Heredia en 1838 o Urquiza en11846— tuvo que deponerla ante lasamenazas de Rosas.

Dentro del ámbito provincial, Rosas

desarrolló una política de reducidoalcance. Siempre preocupado por lasamenazas que lo asechaban, el estadopolicial contuvo esfuerzo de libredesarrollo en la sociedad. No faltó en laresidencia de Palermo un círculo áulicode cierto refinamiento; allí pintóPrilidiano Pueyrredón en 1850 el retratode Manuelita Rosas; y allí brilló Pedrode Angelis, erudito italiano que alternólos más rigurosos estudios históricoscon la literatura panfletaria en favor delrégimen. Pero en general, la vidaintelectual se estancó en Buenos Airesdurante largos años y sólo oscuramentepudo proseguir su enseñanza hasta su

muerte, en 1842, el profesor de filosofíade la universidad, Diego Alcorta. Launiversidad languidecía, comolanguidecía toda la enseñanza pública,de la que el Estado se desentendióconsiderando que podía ser patrimoniode la iniciativa privada y sobre todo delas instituciones religiosas. Desde susegundo gobierno demostró Rosas sudesdén por lo que Rivadavia habíahecho para estimular el desarrollocientífico: se abandonaron los pocosinstrumentos y aparatos de investigaciónque había en la ciudad y se suprimieronlos recursos para la enseñanza. Tambiénse suprimió la Casa de Expósitos y hasta

los fondos públicos destinados acombatir la viruela.

Sólo la actividad económica crecía,pero dentro de una inconmovible rutinay en beneficio de unos pocos. Lasfortunas de los saladeristas aumentaban.Hubo algunos ganaderos ingleses queprocuraron mejorar la cría y uno deellos, Ricardo Newton, alambró porprimera vez un campo para obtenerovejas mejoradas, de cuya lanacomenzaba a haber gran demanda en elmercado europeo. Pero la rutina siguiópredominando y la estancia siguiósiendo abierto campo de cría de unganado magro destinado al saladero y en

la que prácticamente no tenía lugar laagricultura.

Sólo por excepción se iniciaronnuevos experimentos agropecuarios. Elgobernador Urquiza estimuló en EntreRíos el mejoramiento del ganado,introdujo merinos y alambró campos. Lacría de ovejas constituía el signo de unaactitud renovadora en la economíaargentina, porque intentaba adecuarla anuevas posibilidades del mercadointernacional. Y esa actitud renovadorase manifestó también en otros aspectos,como en el de la educación, en el queUrquiza trabajó intensamentedifundiendo la enseñanza primaria y

fundando colegios de estudiossecundarios en Paraná y en Concepcióndel Uruguay. Este último habría deadquirir muy pronto sólido prestigio entodo el país.

Ciertamente, el signo predominantede la Federación fue su resistencia atodo cambio. Por lo demás, la inquietudfue constante. Un estado latente derebelión amenazaba virtualmente elorden establecido y cada cierto tiempocristalizó en violentas irrupciones queextremaron los odios.

Los movimientos de rebeldía contrala Federación surgieron comofenómenos locales y como fenómenos

generalizados. En 1838 el gobernadorde Corrientes, Berón de Astrada, creyócontar con la ayuda de Santa Fe para unaacción contra Rosas. Pero EstanislaoLópez murió ese mismo año y laprovincia de Corrientes fue invadida porel gobernador de Entre Ríos, PascualEchagüe, que en 1839 derrotó a Berónde Astrada en Pago Largo.

Esos movimientos del litoral serelacionaban con la situación de laBanda Oriental, donde el presidenteOribe, adicto a Rosas, había sidoderrocado por Rivera. Otros factorescomplicaban el problema. Francia, quebuscaba nuevas áreas para su expansión,

había puesto pie en Montevideo pordonde se exportaban ya grandescantidades de tasajo. Ahora, pues, seoponía a Inglaterra, principalbeneficiaria del comercio bonaerense.Una flota francesa estableció el bloqueodel puerto de Buenos Aires, mientrasRivera lograba derrotar a Echagüe en labatalla de Cagancha.

Pero entre tanto, los proyectosrevolucionarios de los unitariosargentinos que habían emigrado aMontevideo, encabezados por JuanLavalle, hallaban eco en la provincia deBuenos Aires. Los jóvenes escritoresque en junio de 1837 inauguraron en la

librería de Marcos Sastre el SalónLiterario —Esteban Echeverría, JuanMaría Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi,entre otros— y fundaron luego laAsociación de la Joven GeneraciónArgentina, habían sembrado losprincipios de su inquietud y su rebeldía.Luego emigraron, pero quedaron en laciudad quienes defendían sus ideas. Elcoronel Ramón Maza organizó unaconspiración en relación con Lavalle,que ocupó la isla de Martín García; peroel movimiento fue descubierto y Mazafusilado. Descorazonado, Lavalle negósu concurso al levantamiento quepreparaban en Dolores y Chascomús los

«Libres del Sur»; Manuel Rico y PedroCastelli lanzaron sin embargo larevolución, pero en noviembre de 1839los derrotó Prudencio Rosas haciendoseverísimo escarmiento. La provinciaquedó entonces en paz.

El interior, en cambio, se agitó pocodespués con una vasta insurrección. Fuela gran crisis de 1840. Lavalle liberó laprovincia de Corrientes y dejó luego supuesto a Paz, para dirigirse a BuenosAires. Una extraña vacilación movió aLavalle a abandonar las operacionesiniciadas sobre la capital y se dirigiónuevamente hacia el norte, circunstanciaque obligó a la flota francesa a levantar

el bloqueo de Buenos Aires. Rosasrespiró por un tiempo, cuando lasituación interna era ya desastrosa, yacrecentó el rigor de la represión. Peroentonces las provincias del norte sesublevaron abiertamente ydesencadenaron un nuevo conflicto.

Movió la coalición del norte MarcoM. de Avellaneda, que con la ayuda deLamadrid tomó el poder en Tucumán yarrastró tras sí a todas las provinciasque antes habían seguido a Quiroga yestaban ahora decepcionadas delcentralismo de la Federación. Pero lasuerte le fue adversa. El ejército deLavalle, que constituía la mayor

esperanza de los rebeldes, fue derrotadoen Quebracho Herrado por Oribe, y lasfuerzas de Lamadrid y Acha queoperaban en Cuyo fueron tambiénvencidas. A fines de 1841 Lavalle,derrotado nuevamente en Famaillá,emprendió la retirada hacia el Norte.Pero cayó asesinado en Jujuy y lacoalición quedó deshecha y todo elNorte sometido a la autoridad de Rosasy sus partidarios.

Paz tuvo mejor suerte en Corrientesy logró derrotar en Caaguazú algobernador de Entre Ríos, Echagüe, ennoviembre de 1841, pero no pudoobtener los frutos de su victoria. Su

aliado oriental, Rivera, fue vencidopoco después por Oribe en ArroyoGrande, y con ello quedó abierto a losfederales el camino de Montevideo, queOribe sitió en febrero de 1843. De allíen adelante el litoral fue teatro de unaconstante lucha. Montevideo organizó laresistencia bajo las órdenes de Paz ycombatieron al lado de los orientales losemigrados argentinos y las legiones deinmigrantes franceses e italianos; allíestaba Garibaldi como símbolo de lasideas liberales que defendían lossitiados. Desde el Cerrito vigilaban laciudad las fuerzas sitiadoras, cuyo cercono logró romper Rivera cuando procuró

sublevar la campaña oriental, donde en1845 lo derrotó Urquiza en IndiaMuerta. Pero en cambio consiguióMontevideo mantener expedito supuerto, gracias al bloqueo que las flotasde Francia e Inglaterra, ahora unidas,volvieron a imponer a Buenos Aires porel temor de que Rosas lograra dominardos márgenes del Río de la Plata.

Montevideo se convirtió en elprincipal centro de acción de losemigrados antirrosistas. También loshabía en otros países, especialmente enChile, donde Alberdi y Sarmientomovían desde los periódicos —ElMercurio, El Progreso— una activa

campaña contra Rosas. Allí publicóSarmiento en 1845 el Facundo,vigoroso ensayo de interpretaciónhistórico social del drama argentino.Pero por su proximidad de Buenos Airesy por la concurrencia de fuertesintereses extranjeros relacionados con laeconomía rioplatense, fue enMontevideo donde se desarrolló másintensamente la operación que debíaacabar con el gobierno de Rosas.También allí había una prensavehemente: El Nacional, El Iniciador,Comercio del Plata, este últimodirigido por Florencio Varela. Pero,sobre todo, se procuraba allí hallar la

fórmula política que permitiera laconciliación de todos los adversarios deRosas, cuyo primer esquema esbozóEcheverría en 1846 en el Dogmasocialista.

En 1845 Corrientes volvió asublevarse con el apoyo del Paraguay,cuyo comercio estrangulaba la políticaadoptada por Rosas para la navegaciónde los ríos. Su gobernador, Madariaga,fue derrotado dos veces por el de EntreRíos, Urquiza, primero en LagunaLimpia, en 1846, y al año siguiente enVences. Pero entre la primera y lasegunda batalla se había establecido unacuerdo que Rosas vetó. Quizás

entonces juzgó Urquiza insostenible elapoyo que prestaba al gobernador deBuenos Aires, cada vez más celoso delmonopolio comercial porteño. EntreRíos desarrollaba una intensa yprogresista actividad agropecuaria querequería contacto con Europa, y susintereses chocaban abiertamente con losde Buenos Aires.

La situación se precipitó cuandoFrancia e Inglaterra decidieron en 1850levantar el bloqueo del puertobonaerense. Entonces fue el Brasil quiense inquietó ante la posibilidad deltriunfo de Oribe y de que se consolidarael dominio de Rosas sobre las dos

márgenes del Río de la Plata. Brasilrompió sus relaciones con la Federacióny los antirrosistas hallaron un nuevoaliado. La aproximación entre elgobierno oriental y el Brasil comenzó enseguida, y Urquiza fue atraído a lacoalición con la promesa de que elnuevo gobierno garantizaría lanavegación internacional de los ríos.Urquiza, a su vez, logró la adhesión delgobernador de Corrientes, Virasoro, ypoco después quedó concertada laalianza militar contra Rosas quepermitió la formación del EjércitoGrande.

Ciertamente, la Federación no estaba

en condiciones de afrontar esta crisisque surgía en su propio seno. El largoestancamiento provocado por la estrechapolítica económica de Rosas contrastabacon las inmensas posibilidades queabría la revolución industrial operada enEuropa. Mientras Buenos Airesperpetuaba la economía de la carreta yel saladero, se extendían en Europa losferrocarriles y los hilos telegráficos y segeneralizaba el uso del vapor comofuente de energía para maquinariasmodernas de alta productividad: lacreciente población de las ciudadesrequería un intenso desarrollo industrial,y éste, a su vez, un constante

aprovisionamiento de materias primas.Era, pues, una extraordinariaoportunidad que se ofrecía al país,frustrada por la perseverante sumisión alpasado del viejo gobernador de BuenosAires. Rosas, tan hábil para mantenerinactivos a los indios del vasto imperiode la pampa que se había constituidohacia 1835 sobre los bordes de lasgrandes estancias, tan ducho en mantenersumisos a los gobernadoresprovincianos, tan experto en el trato conlos cónsules extranjeros, habíacomenzado a perder su antiguaflexibilidad y ahora sólo sostenía alrégimen la inercia del Estado policial

que había creado. Todo estaba maduropara un cambio, cada vez más fácilmenteimaginable luego de las experienciasrevolucionarias que había sufridoEuropa en 1848. La crisis era, pues,inevitable.

El 1° de mayo de 1851 elgobernador de Entre Ríos, Urquiza,aceptó, no sin ironía, la renuncia formalque Rosas presentaba cada año comoencargado de las relaciones exterioresde la Federación. La corte de San Benitode Palermo se estremeció y lalegislatura bonaerense declaró a Urquizatraidor y loco. Pero Rosas no acertó amoverse oportunamente y permitió que

Urquiza cruzara el río Uruguay yobligara a Oribe a levantar el sitio deMontevideo. Poco después el EjércitoGrande entró en campaña, cruzó EntreRíos, invadió Santa Fe y se presentófrente a Buenos Aires. El 3 de febrerode 1852 los ejércitos de la Federacióncaían vencidos en Caseros y Rosas seembarcaba en una nave de guerra inglesarumbo a Gran Bretaña. La Federaciónhabía terminado.

Capítulo VIIIBUENOS AIRES FRENTE A LA

CONFEDERACIÓN ARGENTINA(1852-1862)

Urquiza entró en Buenos Aires pocodespués de la victoria para iniciar laetapa más difícil de su labor: echar lasbases de la organización del país. Laadministración de Rosas, sin duda, habíapreparado el terreno para la unidadnacional dentro de un régimen federal.Los viejos unitarios, por su parte, habíanreconocido la necesidad de ese sistema.

Y todos estaban de acuerdo con lanecesidad de la unión, porque lasautonomías habían consagrado tambiénla miseria de las regionesmediterráneas. Quizá la diversidad deldesarrollo económico de las distintasregiones del país fuera el obstáculo másgrave para la tarea de unificaciónnacional.

Por lo demás, las oligarquías localeseternizadas en el gobierno habíanconcluido por acaparar la tierra. Laaristocracia ganadera monopolizaba elpoder político, en tanto que las clasespopulares, sometidas al régimen de laestancia, habían perdido toda

significación política, y hasta lossectores urbanos carecían de influenciaa causa del escaso desarrolloeconómico.

El ajuste de la situación debíarealizarse, pues, entre esas oligarquías.Pero aun entre ellas se suscitabanconflictos a causa de la desproporciónde los recursos entre Buenos Aires, ellitoral y el interior. Era necesario hallarla fórmula flexible que permitiera lanacionalización de las rentas que hastaese momento usufructuaba Buenos Airesy facilitara el acuerdo entre los gruposdominantes.

Una convicción unánime aseguraba

el triunfo de una organizacióndemocrática. Esas ideas estaban en laraíz de la tradición argentina; condistinto signo estaban arraigadas tantoen los unitarios como en los federales, ycobraba ahora nuevo brillo tras la crisiseuropea de 1848. Y, sin embargo, laestructura económica del país,caracterizada por la concentración de lapropiedad raíz, se oponía a laorganización de una verdaderademocracia. Si Sarmiento pudo decirque el caudillismo derivaba del repartoinjusto de la tierra, la suerte posterior dela democracia argentina podríaexplicarse de modo semejante.

No era, pues, fácil la tarea queesperaba a Urquiza. Instalado en laresidencia de Palermo, designó aVicente López gobernador interino de laprovincia y convocó a elecciones parala legislatura, de cuyo seno salió laconfirmación del elegido. No faltaronentonces recelos entre los antiguosfederales —grandes estancieros comolos Anchorena, los Alcorta, los Arana,los Vedoya, de cuyo consejo noprescindió Urquiza— ni entre losantiguos emigrados que comenzaban adividirse en intransigentes o tolerantesfrente a la nueva situación. Urquizaconvocó una conferencia de

gobernadores en San Nicolás, y de ellasalió un acuerdo para la organizaciónnacional firmado el 31 de mayo de1852. Se establecía en él la vigencia delPacto Federal y se sentaba el principiodel federalismo, cuya expresióneconómica era la libertad de comercioen todo el territorio, la libre navegaciónde los ríos y la distribuciónproporcional de las rentas nacionales.Se otorgaban a Urquiza las funciones deDirector Provisorio de la ConfederaciónArgentina y se disponía la reunión de unCongreso Constituyente en Santa Fe parael que cada provincia enviaría dosdiputados.

Las cláusulas económicas y laigualdad de la representación suscitaronla resistencia de los porteños. En lalegislatura, se discutió acaloradamenteel acuerdo y fue rechazado, lo queoriginó la renuncia del gobernadorLópez. Urquiza disolvió la legislatura yse hizo cargo del poder, rodeándoseentonces de viejos federales. Hastavolvió a ser obligatorio el uso delcintillo rojo. Sarmiento, que habíallegado con el Ejército Grande comoboletinero, anunció que se levantabasobre el país la sombra de otradictadura y se volvió a Chile dondepoco después publicaría las Ciento y

una, respondiendo a la defensa deUrquiza que hacía Alberdi en sus Cartasquillotanas. Mitre, Vélez Sarsfield yotros políticos porteños fuerondeportados y se dispuso la designaciónde Vicente López como gobernador y laelección de una nueva legislatura.

Urquiza dejó Buenos Aires paraasistir a la instalación del congreso deSanta Fe. A los pocos días, el 11 deseptiembre, estalló en Buenos Aires unarevolución inspirada por ValentínAlsina que restauró las antiguasautoridades, declaró nulos los acuerdosde San Nicolás y autónoma a laprovincia. Poco después, Alsina, el más

intransigente de los porteños, fueelegido gobernador.

Urquiza decidió no intervenir. ElCongreso Constituyente se reunió enSanta Fe el 20 de noviembre de 1852 enuna situación incierta. Tropasbonaerenses intentaban invadir elterritorio entrerriano, en tanto que otras,encabezadas por el coronel Lagos, serebelaban contra Alsina y ponían sitio aBuenos Aires exigiendo el cumplimientodel acuerdo de San Nicolás.

Pero el clima de violencia se diluyóy el Congreso pudo trabajarserenamente. La constitución de losEstados Unidos y las Bases y puntos de

partida para la organización políticade la República Argentina, que habíaescrito Alberdi en Chile con motivo dela reunión del Congreso, fueron loselementos de juicio con que contaron losconstituyentes para la redacción de lacarta fundamental. El texto consagró elsistema representativo, republicano yfederal de gobierno; se creó un poderejecutivo fuerte, pero se aseguraron losderechos individuales, las autonomíasprovinciales y, sobre todo, segarantizaron la libre navegación de ríosy la distribución de las rentasnacionales. El 1° de mayo de 1853 fuefirmada la constitución y, por decreto de

Urquiza, fue jurada el 9 de julio portodas las provincias excepto la deBuenos Aires.

Este hecho consumó la secesión. LaConfederación por una parte y el Estadode Buenos Aires por otra comenzaron aorganizar su vida institucional. En abrilde 1854 se dio este último su propiaconstitución que, por insistencia deMitre, consignaba la preexistencia de lanación. Por su parte, la Confederaciónestableció su capital en Paraná y eligiópresidente a Urquiza; poco a pococomenzó a organizarse la administraciónnacional y se acentuó la distancia entredos gobiernos. Sin embargo, las

circunstancias económicas los obligarona aceptar el acuerdo o la guerra, sinpoder desentenderse el uno de la otra.

La lucha adquirió caracteres deguerra económica. La Confederacióntuvo que crear toda la armazóninstitucional del Estado. Buenos Aires,en cambio, mantenía su antiguaorganización administrativa y la crecidarecaudación de su aduana. En 1857, conel viaje de la locomotora Porteña entrela estación del Parque y la de Flores,quedó inaugurado el Ferrocarril delOeste. Ese año llegaban al mercado deConstitución 350.000 arrobas de lana,que se exportaban a favor de una

política librecambista resueltamentesostenida por el gobierno de BuenosAires, que había permitido establecerlíneas marítimas regulares con Europa.Numerosos periódicos se publicaban enla ciudad La Reforma Pacífica, LaTribuna, El Nacional, este últimofundado por Vélez Sarsfield.

La Confederación, en cambio, sufríalas consecuencias de la falta de recursosy del crecimiento de las necesidades. Elgobierno hizo diversos esfuerzos paramodificar esa situación. Tratadoscomerciales con los Estados Unidos,Francia, Inglaterra y Brasilestablecieron privilegios para la

importación y la exportación. Eldesarrollo de la producción lanera fuemuy estimulado y se favorecieron lainmigración y la colonización. En 1853comenzaron a fundarse coloniasagrícolas; empresarios audaces comoAugusto Brougnes, Aarón Castellanos oCarlos Besk Bernard promovieron suestablecimiento atrayendo familiaseuropeas; así surgieron las colonias deEsperanza, San José, San Jerónimo, SanCarlos. Los cereales comenzaban aproducirse con cierta intensidad y seanunciaba una transformación importanteen la sociedad y en la economía de lazona litoral, cuya puerta de entrada y de

salida debía ser Rosario. Pero losresultados eran lentos y no solucionabanlos problemas financieros de laConfederación. Fue necesario acudir alBrasil en demanda de ayuda,aprovechando la vinculación de laeconomía litoral con el banco brasileñode Mauá. Pero entre tanto el gobierno dela Confederación, que desarrollaba laenseñanza primaria, nacionalizaba laUniversidad de Córdoba y promovíaestudios científicos de interés nacional,alcanzaba la certidumbre de que ningúnarbitrio resolvería los problemasurgentes mientras no se hallara unasolución para la cuestión fundamental de

la secesión porteña.En el conjunto de los problemas que

acarreaba la crisis, no era el menor elde las relaciones con las poblacionesindígenas. El vasto imperio de laspampas que había creado el caciqueCafulcurá hacia 1835 —y con el queRosas mantuvo relaciones estables—empezó a agitarse al día siguiente deCaseros y comenzó a agredir lasfronteras. Las regiones de Azul yOlavarría y los confines de lasprovincias cuyanas, de Córdoba y deSanta Fe se vieron hostigados por losmalones. Hombres y ganado eranarreados hacia las Salinas Grandes,

donde tenían su centro las poblacionesindígenas, y luego comenzaban vastasoperaciones de venta y trueque en lasque se complicaban arriesgadospulperos de las zonas limítrofes queobtenían con ellas pingües ganancias.Pero la ofensiva no tuvo la mismaintensidad en las dos áreas en que sedividía el país. Más allegados a Urquizaque a Buenos Aires, los indiosjaqueaban al Estado rebelde con latolerancia de la Confederación. Variasveces las tropas bonaerenses mandadaspor Mitre, por Hornos o por Granadafracasaron frente a las huestes araucanasmientras en las fronteras de la

Confederación recibían disimuladoapoyo del coronel Baigorria, a quienUrquiza había encomendado lasrelaciones con los indígenas. BahíaBlanca, Azul, Veinticinco de Mayo,Chacabuco, Rojas, Pergamino, LaCarlota, Río Cuarto, San Luis y SanRafael constituían los puntos de la líneade fortines, estable en el área de laConfederación y móvil en el área delEstado de Buenos Aires. Mientras seintentaba acentuar la colonización yacrecentar la producción agropecuariacon el estímulo de la producción lanera,la permanente amenaza de los indiosdesalentaba a los pobladores y limitaba

la expansión de la riqueza.La creciente tensión entre los dos

Estados desembocó en una abiertaguerra económica. La Confederaciónresolvió en 1856 establecer los que sellamaron «Derechos diferenciales» paralas mercaderías que llegaban a suterritorio, directamente y las que habíanpasado por Buenos Aires; estas últimasdebían pagar un impuesto más alto,conque se suponía que se desviaría eltráfico hacia el puerto de Rosario yotros puertos menores de laConfederación. Era una provocación, sinduda, desencadenada por la crisisrentística que sufría el gobierno de

Paraná y por el secreto propósito dellegar finalmente a la guerra si lasituación no se resolvía de otro modo.

Buenos Aires reaccionó vivamente.En 1857 fue designado gobernadorAlsina, de quien no podía esperarseningún paso conciliatorio, y pocodespués quedó prohibido el pasaje entránsito hacia el Puerto de Buenos Airesde los productos de la Confederación.Era la guerra económica, pero en talestérminos que podía preverse que no semantendría mucho tiempo dentro de esoslímites. Un conflicto político suscitadoen San Juan precipitó losacontecimientos y los dos Estados

movilizaron sus tropas. Buenos Airesdeclaró la guerra y encargó a Mitre elmando de sus fuerzas, en tanto que unaescuadrilla procuraba impedir el crucepor el Paraná de las fuerzas de laConfederación. Pero la operaciónfracasó. Urquiza avanzó sobre BuenosAires y los dos ejércitos se encontraronel 23 de octubre de 1859 en Cepeda,donde Mitre quedó derrotado.

Pocos días después Urquizaestableció su campamento en San Joséde Flores. Era evidente el deseounánime de encontrar una solución, y lafavoreció la gestión de FranciscoSolano López, hijo del presidente del

Paraguay, que se había ofrecido comomediador. El 11 de noviembre se firmóel pacto de unión entre Buenos Aires yla Confederación, por el que la primerase declaraba parte integrante de lanación y aceptaba en principio laConstitución de 1853. Una convenciónprovincial y otra nacional debían ajustarlos términos de la carta a las nuevascondiciones creadas; pero entre tanto laaduana de Buenos Aires quedaba dentrode la jurisdicción nacional.

Aunque con algunos rozamientos, elpacto comenzó a cumplirse. En señal debuena voluntad Urquiza visitó BuenosAires y Mitre retribuyó la visita. Y el 21

de octubre de 1860 la provincia deBuenos Aires juró la ConstituciónNacional: sólo faltaba establecer elgobierno de la nación.

Inesperadamente un nuevo conflictosuscitado en San Juan desencadenó otrochoque. Una ley de la legislaturabonaerense declaró entonces nulo elPacto de San José de Flores y laConfederación respondió interviniendola provincia de Buenos Aires.

Ésta resistió. Un ejército mandadopor Mitre se instaló en la fronteraprovincial que tantas veces habíacontemplado este enfrentamientofratricida. Esta vez, Urquiza, jefe de las

fuerzas de la Confederación, quedóderrotado en Pavón el 17 de septiembrede 1861. Triunfante Buenos Aires ydisueltos los poderes nacionales, Mitreasumió interinamente el gobierno de laConfederación y llamó a elecciones dediputados al congreso, que debíareunirse en Buenos Aires, donde Mitrehabía fijado la capital de la República.El 5 de octubre de 1862 fue elegidoMitre presidente de la Nación y el día12 asumió el cargo. La unidad nacionalquedaba consumada.

Capítulo IXLA REPÚBLICA:

ESTABILIZACIÓN POLÍTICA YCAMBIO ECONÓMICO-SOCIAL

(1862-1880)

Entre 1862 y 1880 transcurre el periodoclave de la historia argentina. Trespersonalidades disímiles se sucedieronen el ejercicio de la presidencia: Mitrede 1862 a 1868, Sarmiento de 1868 a1874 y Avellaneda de 1874 a 1880.Acaso eran distintos los intereses y lasideas que representaban: distintos eran

también sus temperamentos; perotuvieron objetivos comunes y análogatenacidad para alcanzarlos: por esotriunfó la política nacional queproyectaron, cuyos rasgos conformaríanla vida del país durante muchas décadas.

Lo más visible de su obra fue elafianzamiento del orden institucional dela república unificada. Pero su laborfundamental fue el desencadenamientode un cambio profundo en la estructurasocial y económica de la nación. Por suesfuerzo, y por el de los quecompartieron con ellos el poder, surgióen poco tiempo un país distinto en el quecontrastaría la creciente estabilidad

política con la creciente inestabilidadsocial. A ese esfuerzo se debe el fin dela Argentina criolla.

Como antes Urquiza, Mitreemprendió la tarea de organizar desde labase el Estado nacional, problemaentonces más complejo que en 1854. Serequería un enfoque nuevo para sacar alas provincias del mutuo aislamiento enque vivían y para delimitar, dentro delfederalismo, la jurisdicción del Estadonacional. Esa tarea consumió ingentesesfuerzos y fue continuada porSarmiento y Avellaneda,acompañándolos en su labor una minoríaculta y responsable, que había hecho su

experiencia política en la época deRosas y en los duros años delenfrentamiento entre Buenos Aires y laConfederación. Desde los ministerios,las bancas parlamentarias, lasmagistraturas y los altos cargosadministrativos, un conjunto coherentede ciudadanos desplegó un mismo afánorientado hacia los mismos objetivos.

La cuestión más espinosa era la delas relaciones del gobierno nacional conel de la provincia de Buenos Aires, delque aquél era huésped, y con el que huboque ajustar prudentemente innumerablesproblemas. Pero no fue menos grave ladel establecimiento de la jurisdicción

nacional frente a los poderesprovinciales. Además, las relacionesentre las provincias ocasionarondelicados problemas, empezando por elde los límites entre ellas. Los caminosinterprovinciales, las mensajerías, loscorreos y los telégrafos requirieroncuidadosos acuerdos. Fue necesariosuprimir las fuerzas militaresprovinciales y reorganizar el ejércitonacional. Hubo que ordenar la haciendapública, la administración y la justiciafederal. Fue necesario redactar loscódigos, impulsar la educación popular,hacer el primer censo nacional y vigilarel cuidado de la salud pública. Todo

ello cristalizó en un sistema de leyes yen un conjunto de decretoscuidadosamente elaborados enparlamentos celosos de su deber y de suindependencia. Hubo discrepancia peroen lo fundamental, predominaron lascoincidencias porque el cuadro de laminoría que detentaba el poder erasumamente homogéneo: una burguesía deestancieros que alternaban con hombresde profesiones liberales generalmentesalidos de su seno, con análogasexperiencias, con ideas coincidentessobre los problemas fundamentales delpaís, y también con análogos interesesprivados.

Hubo, sin embargo, gravesenfrentamientos políticos en relacióncon los problemas que esperabansolución. Triunfante en Pavón, Mitrerepresentó a los ojos de los caudillosprovincianos una nueva victoria deBuenos Aires; y aunque sanjuanino,Sarmiento ofrecía análoga fisonomía.Para los hombres del interior, elacuerdo entre Urquiza y los porteños fueuna alianza entre las regionesprivilegiadas del país y poseedoras dela llave de las comunicaciones. Contraella el caudillo riojano Ángel Peñaloza,el «Chacho», encabezó la últimainsurrección de las provincias

mediterráneas, pero las fuerzasnacionales lo derrotaron a fines de1863. Igual suerte cupo a los federalesde Entre Ríos encabezados por LópezJordán cuando se sublevaron contraUrquiza y lo asesinaron en 1870.

Pero no fueron éstas las únicaspreocupaciones internas. Una vastaregión del país estaba de hecho almargen de la autoridad del Estado ybajo el poder de los caciques indígenasque desafiaban a las fuerzas nacionalesy trataban con ellas de esa manerasingular que describió Lucio Mansillae n Una excursión a los indiosranqueles. En 1876, Adolfo Alsina,

ministro de guerra de Avellaneda,intentó contener los malones ordenandocavar una inmensa zanja que se extendíadesde Bahía Blanca hasta el sur de laprovincia de Córdoba. Pero fue inútil.Sólo la utilización del moderno fusilpermitió al general Roca, sucesor deAlsina en el ministerio, preparar unaofensiva definitiva. En 1879 encabezóuna expedición al desierto y alejó a losindígenas más allá del río Negro,persiguiéndolos luego sus fuerzas hastala Patagonia para aniquilar su poderofensivo. La soberanía nacional seextendió sobre el vasto territorio ypudieron habilitarse dos mil leguas para

la producción ganadera, con lo que sedio satisfacción a los productores deovejas que reclamaban nuevos suelospara sus majadas.

Entre tanto, la provincia de BuenosAires procuraba defender su posicióndentro de la nación unificada. Bajo lapresidencia de Mitre —un porteño—,Buenos Aires tuvo la sensación de que,aun obligada a conceder las rentas de suaduana, volvía a triunfar en la lucha porel poder. Pero la firme políticanacionalista del presidente se opusoresueltamente a ese triunfo. Estaba enpie el problema de la residencia delgobierno nacional, que Mitre aspiraba a

fijar en la provincia de Buenos Aires,pero al precio de federalizarla comohabía pretendido Rivadavia. Lasituación se hizo muy tensa en vísperasde las elecciones de 1868, porque lasprovincias apoyaron a Sarmiento contrael candidato mitrista y solo consintieronen incorporar a la fórmula al jefe delautonomismo porteño, Adolfo Alsina, encalidad de vicepresidente Cuando seisaños más tarde volvió a plantearse lacuestión presidencial, las oligarquíasprovincianas, apoyadas por Sarmiento,se opusieron a la candidatura de Mitre ypropusieron el nombre de Avellaneda, aquien, por un acuerdo, acompañó otra

vez en la fórmula un autonomistabonaerense, Mariano Acosta. Mitreadvirtió entonces que las oligarquíasprovincianas progresaban en laconquista del poder más rápidamente delo que él esperaba, y se rebeló contra elgobierno desencadenando unarevolución en 1874. El movimientoporteño fue vencido y NicolásAvellaneda, tucumano y partidariodecidido de la federalización de BuenosAire subió a la presidencia. Cuando a suvez, concluía su mandato en 1880,adoptó la resolución de poner fin alproblema de la capital de la Repúblicaal tiempo que ofrecía su apoyo a la

candidatura provinciana del generalRoca contra la del gobernador deBuenos Aires, Carlos Tejedor. Lasfuerzas en conflicto se prepararon parala lucha y poco después estalló larevolución. Pero la Guardia Nacionalbonaerense, que Tejedor habíapreparado pacientemente para estechoque que juzgaba definitivo, cayóderrotada por el ejército nacional enjunio de 1880. Poco después, el 20 deseptiembre, una ley del CongresoNacional convirtió a la ciudad deBuenos Aires en la capital federal de laRepública.

Con ese paso quedaba cerrado un

ciclo de la vida argentina, que habíagirado alrededor de las relaciones entreel puerto de Buenos Aires y el país.Cuando comenzaron a declinar lasposibilidades de la industria delsaladero, los ganaderos progresistas queaspiraban a llegar al mercado europeocon productos capaces de competir en élprocuraron controlar la políticaaduanera de la Nación. Por su parte, yaunque menos influyentes, algunossectores interesados en el desarrolloindustrial perseguían el mismo fin paraproteger el desarrollo de lasmanufacturas. Y, entre tanto, agitaba a laopinión del interior del país el problema

de la distribución de las rentasnacionales. Según los intereses y lasopiniones el país seguía dividido en tresáreas claramente diferenciadas: BuenosAires, las provincias litorales y lasprovincias interiores, y a esta divisióncorrespondía el juego de los grupospolíticos desde la independencia y másacentuadamente desde 1852.

Dos grandes partidos se enfrentaban,en principio, desde esa última fecha: elPartido Federal, que agrupaba a lasoligarquías provincianas y presidíaUrquiza, y el Partido Liberal, queencabezaban los antiguos emigrados ypredominaba en Buenos Aires. El

primero era unánime en cuanto a susprincipios políticos y económicos:federalismo, libre navegación de losríos y nacionalización de las rentasaduaneras. El segundo, en cambio, sedividió en Buenos Aires entre losautonomistas —que encabezó ValentínAlsina y reivindicaban su aduana parasu provincia— y los nacionalistas, queencabezó Mitre y consentían en lanacionalización de los privilegioseconómicos de Buenos Aires.

Unificada la República, los partidospactaron: autonomistas porteñosacompañaron a Sarmiento y aAvellaneda, impuestos por las mayorías

provincianas. La ventaja era cada vezmayor para el Partido Federal, informepor cierto, pero en marcha hacia laorganización que alcanzaría más tardecon el nombre de Partido Nacional. Asus manos iría a parar el destino de laRepública y en sus filas se fueronagrupando con distinto grado deentusiasmo todas las minorías, porteñaso provincianas, que aspiraban al poder.Sólo pequeños grupos disidentes loenfrentaron, a los que resistió mientrasno se hicieron visibles otros problemasinéditos en la política del país.

La Argentina comenzaba a mirarresueltamente hacia el exterior. Los

compromisos contraídos en vísperas deCaseros y los intereses internacionalesen la cuenca del Plata condujeron al paísa la guerra con el Paraguay. LaArgentina, el Uruguay y el Brasilcombatieron contra el mariscalFrancisco Solano López desde 1865hasta 1870 y lo derrotaron en unacontienda que en la Argentina fue muyimpopular. Hecha la paz, la Argentinadeclaró que «la victoria no daderechos». Por lo demás, sus interesesse volvían cada vez más decididamentehacia Europa, donde lastransformaciones técnicas y socialesestaban creando nuevas y promisorias

oportunidades para los productoresargentinos.

Mientras decrecía la demanda decarnes saladas en los países esclavistas,aumentaba la de lana y cereales en lospaíses industrializados, quedesarrollaban una vigorosa industriatextil y preferían dedicar sus majadas ala alimentación de los densos núcleosurbanos que el desarrollo industrialcontribuía a concentrar. Lana y cerealesfueron, pues, los productos que pareciónecesario producir. Poco a poco fuevenciéndose la resistencia de lossaladeristas, debilitados por lacompetencia de ganaderos más

progresistas —ingleses muchos de ellos— que habían comenzado a cruzar susvacunos y sus lanares con reproductoresde raza importados de Europa y a cercarsus campos para asegurar la cría y laselección. Ahora, unificada la nación, laeconomía del país adoptó decididamenteesa orientación que ofrecíaextraordinarias posibilidades.

Pero este cambio de orientaciónsuponía considerables dificultades. Sebasaba en una teoría sobre la vida delpaís sobre el papel que la economíadesempeñaba en ella; la habíanelaborado cuidadosamente losemigrados: Alberdi, preocupado por el

problema de la riqueza y que habíaexpuesto sus ideas en su estudio sobre elSistema económico y rentístico de laConfederación Argentina, Sarmiento,atento a las formas de la vida social yque había desarrollado su pensamientoen el Facundo. Cuando llegaron alpoder y durante los dieciocho años quetranscurren desde 1862 hasta 1880,pusieron esa teoría en acción parasustituir la tradicional estructuraeconómico-social del país por unadistinta que asegurara otro destino a lanación. Así desencadenaron unarevolución fundamental, precisamentecuando ponían fin al ciclo de las

revoluciones políticas.El paso más audaz en la promoción

del cambio económico social fue laapertura del país a la inmigración. Hasta1862 el gobierno de la Confederaciónhabía realizado algunos experimentoscon colonos a los que aseguraba tierras.Desde esa fecha, en cambio, laRepública comenzó a atraer inmigrantesa los que se les ofrecían facilidadespara su incorporación al país, pero singarantizarles la posesión de la tierra: asílo estableció taxativamente la ley decolonización de 1876, que reflejaba lasituación del Estado frente a la tierrapública, entregada sistemáticamente a

grandes poseedores. La consecuenciafue que los inmigrantes que aceptaronvenir se reclutaron en regiones de bajonivel de vida —especialmente enEspaña o Italia— y de escaso niveltécnico. Esta circunstancia, unida a lamagnitud de la corriente inmigratoria,caracterizó el impacto que lainmigración produjo ya en los dieciochoaños anteriores a 1880. Los inmigrantestenían escasas posibilidades detransformarse en propietarios y seofrecieron como mano de obra, enalgunos casos yendo y viniendo a su paísde origen. El saldo inmigratorio fue de76.000 inmigrantes en la década de

1860 a 1870 y de 85.000 en la décadade 1870 a 1880. Pero desde el primermomento la distribución tuvo unatendencia definida y la corrienteinmigratoria se fijó preferentemente enla zona litoral y en las grandes ciudades.Sólo pequeños grupos se trasladaron alcentro y al oeste del país y máspequeños aún a la Patagonia, dondeaparecieron en 1865 las coloniasgalesas de Chubut, y más tarde losgrupos de productores de ovejas deSanta Cruz. En cambio Buenos Aires,que contaba con 150.000 habitantes en1865 pasó a tener 230.000 en 1875. Asícomenzó a acentuarse intensamente la

diferenciación entre el interior del paísy la zona litoral, antes contrapuestas porsus recursos económicos y ahoratambién por sus peculiaridadesdemográficas y sociales.

Las consecuencias de esa políticafueron previstas en alguna medida, perosus resultados sobrepasaron todas lasprevisiones. La agrupación de lascolectividades insinuaba la formaciónde grupos marginales, ajenos a losintereses tradicionales del país yorientados exclusivamente hacia lasolución de los problemas individualesderivados del trasplante. El «gringo»adoptó un comportamiento económico

que contrastó con la actitud del criollo,y José Hernández recogió elresentimiento de los grupos nativosfrente a la invasión extranjera en supoema gauchesco Martín Fierro,publicado en 1872. El Estado no buscóel camino que podía resolver el nacienteproblema, que era el de transformar alos inmigrantes en poseedores de latierra; sólo se propuso, para asimilar almenos a sus hijos, un vasto programa deeducación popular.

Tal fue el sentido de laspreocupaciones educacionales delgobierno nacional, especialmente encuanto a la instrucción primaria. Mitre y

su ministro Eduardo Costa procuraronimpulsarla; pero aún se preocuparonmás en contribuir a la formación de lasminorías directoras, creando institutosde educación secundaria. En 1863 sefundó el Colegio Nacional de BuenosAires, cuyos estudios fueron orientadosy dirigidos por Amadeo Jacques; y alaño siguiente se dispuso la creación deinstitutos análogos en Catamarca,Tucumán, Mendoza, San Juan y Salta. Laobsesión de Sarmiento, en cambio, fuealfabetizar a las clases populares,«educar al soberano», hacer de laescuela pública un crisol donde sefundieran los diversos ingredientes de la

población del país, sometida a intensoscambios y a diversas influencias. Erapromover un cambio dentro del cambio.Para alcanzar ese objetivo fundóinnumerables escuelas dentro de lajurisdicción nacional y propició en 1869una ley que otorgaba subvenciones a lasprovincias para que las crearan en lassuyas. Un censo escolar que Sarmientoordenó realizar mostró la existencia deun 80% de analfabetos en el país, y susresultados predispusieron los ánimospara la vasta obra de educación popularque emprendió. La fundación de laEscuela Normal de Paraná en 1870 y lacreación de bibliotecas públicas

completó su labor. Entre tanto, laUniversidad de Buenos Airesdemostraba nuevas preocupaciones.Juan María Gutiérrez, Vicente FidelLópez y Manuel Quintana ejercieron porentonces su rectorado, y durante el largoperíodo en que lo desempeñó el primerofue creado el departamento de cienciasexactas en 1865; de allí salieron losprimeros ingenieros que habrían deincorporarse poco después a lostrabajos que el país requería para sutransformación.

Pero pese al vigor del planeducacional, no podía esperarse de élque contuviera las inevitables

consecuencias de la política estatal conrespecto a la tierra y a la inmigración.Hubo un crecimiento acelerado de lariqueza, pero ésta se concentró en pocasmanos. Los estancieros que tanfácilmente habían logrado grandesextensiones de tierra se volcaban a laproducción intensiva de la lana querequería el mercado europeo. Elproceso de intensificación de la deovinos había comenzado en 1860, ycinco años después la Argentinaocupaba un lugar privilegiado entre losexportadores de lana. Sesenta millonesde ovinos, distribuidos en campos quecomenzaban a alambrarse

aceleradamente aseguraban unafructífera corriente de intercambio conpuertos de Europa. Francia y Bélgicaeran las principales consumidoras deesa producción; pero el saldo favorableque esas exportaciones dejaban seinvertía preferentemente en productosmanufacturados ingleses. El comercioexterior, que en 1861 tenía un volumentotal de 37 millones pesos, ascendió a104 millones en 1880, sin que todavíahubiera alcanzado a tener sinoescasísima importancia en exportaciónde cereales, cuya producción apenascomenzaba a sobrepasar el nivel deautoabastecimiento de harina.

La política librecambistapredominaba, en perjuicio de lasactividades manufactureras. Pese a losesfuerzos de Sarmiento para estimularlas extracciones mineras y en especial ladel carbón, los resultados fueronescasos. Una fábrica que pretendióinstalarse en 1873 para producir tejidosde lana debió cerrar al poco tiempo antela imposibilidad de competir con losartículos importados. Sólo laexplotación ferroviaria y los talleres deimprenta alcanzaron cierto grado deorganización industrial. Desde 1857existía una organización obrera: laSociedad Tipográfica Bonaerense

exclusivamente de ayuda mutua; pero en1878 se constituyó la Unión Tipográficacomo organización gremial para lucharpor la disminución de los horarios detrabajo a aumento de los salarios. Esemismo año se declaró la primera huelgaobrera, gracias a la cual se fijó unajornada diez horas en invierno y doce enverano. Pero la industria no teníaperspectivas. En la exposición industrialde Córdoba que se realizó en 1871,Sarmiento señaló, al inaugurarla, laausencia casi total de otras manufacturasque no fueran las tradicionales. Y apesar de que en 1876 se intentóestablecer algunas tarifas

proteccionistas, el mercado deproductos manufacturados siguiódominado por los importadores, con loque se acentuaba el carácter comercial ycasi parasitario de los centros urbanosque crecían con la inmigración.

En cambio, la construcción de losferrocarriles creó una importante fuentede trabajo para los inmigrantes ydesencadenó un cambio radical en laeconomía del país. Durante losdieciocho años que preceden a 1880 seconstruyeron 2516 kilómetros de víasférreas. Tres compañías argentinas —una privada y dos estatales— y sietecompañías de capital extranjero hicieron

las obras. El Ferrocarril del Oeste llegópor entonces hasta Bragado y Lobos; elCentral Córdoba unió Rosario conCórdoba en 1876; y el Andino sedesprendió de esa línea para dirigirsehacia el oeste. Esas compañías eran decapital nacional. Las de capitalextranjero unieron a Buenos Aires conAzul y Ayacucho —una de ellas, el Sur— otra a Rosario con Córdoba— elCentral Argentina— y otras unierondistancias menores en las provincias deBuenos Aires y Entre Ríos. Eranempresas de capital ingléspreferentemente y realizaron un pinguenegocio, porque recibieron tan vastas

extensiones de campo a los costados desus vías que agregaron a la explotaciónferroviaria el negocio de venta detierras. Eran éstas las que más sevalorizaban por la acción delferrocarril, y así nació un nuevo motivode especulación que fue nuevo obstáculopara la política colonizadora.

Buenos Aires fue la principalbeneficiaria del nuevo desarrolloeconómico. La ciudad se europeizó ensus gustos y en sus modas. El teatroColón, entonces frente a la plaza deMayo, constituía el centro de laactividad social de una minoría rica quecomenzaba a viajar frecuentemente a

París. Federalizada en 1880, pese a laoposición de los autonomistasencabezados por Leandro N. Alem,Buenos Aires siguió siendo el mayoremporio de riqueza de la nación.Cosmopolita su población, renovadorasu arquitectura, cultas sus minorías yactivo su puerto, la Capital ponía demanifiesto todos los rasgos del cambioque se operaba en el país.

Cuarta parteLA ERA ALUVIAL

Los primeros pasos de la transformacióneconómico-social del país, dados en lastres décadas que siguieron a Caseros,comprometieron su desarrollo futuro.Los tres grupos poseedores seenriquecían y, al mismo tiempo,parecían abrirse amplias perspectivaspara los hombres de trabajo capaces deiniciativa y sacrificio. Y no sólo paralos nativos. En Europa, los que se

habían empobrecido a causa deldesarrollo industrial y de la falta detierras, comenzaron a mirar hacia laArgentina vislumbrando en ella unaesperanza, y gruesos contingentes deinmigrantes llegaron al país cada añopara incorporarse a la carrera de laprosperidad. A falta de una políticacolonizadora, se distribuyeron según susinclinaciones. El resultado fue que laantigua diferencia entre las regionesinteriores y las regiones litorales seacentuó cada vez más, definiéndose dosArgentinas, criolla una y cosmopolita laotra. En esta última se poblaron loscampos de chacareros, pero sobre todo

crecieron las ciudades, a las que losnuevos y los antiguos ricos dotaron delos signos de la civilización vista en elespejo de París: anchas avenidas,teatros, monumentos, hermosos jardinesy barrios aristocráticos donde nofaltaban suntuosas residencias.

Pero la riqueza no se distribuyóequitativamente. Con el mismo esfuerzode los que prosperaron, otrosenvejecieron en los duros trabajos delcampo sin llegar a adquirir un pedazo detierra o se incorporaron a los gruposmarginales de las ciudades paraarrastrar su fracaso. La sociedadargentina, por la diversidad de sus

elementos, comenzó a parecer unaluvión alimentado por torrentesdiversos, que mezclaban sus aguas sinsaber hacia qué cauce se dirigían.Florencio Sánchez —el autor de LaGringa y de M'hijo el dotor— llevabaal teatro el drama de los triunfos y losfracasos de aquéllos a quienes elaluvión arrastraba; y en La restauraciónnacionalista Ricardo Rojas, alcelebrarse el centenario de laIndependencia, describía no sinangustia, el cuadro de una sociedad queparecía hallarse en disolución.

A medida que se constituía eseimpreciso sector de inmigrantes y de

hijos de inmigrantes, la clase dirigentecriolla comenzó a considerarse comouna aristocracia, a hablar de su estirpe ya acrecentar los privilegios que laprosperidad le otorgaba sin muchoesfuerzo. Despreció al humildeinmigrante que venía de los paísespobres de Europa, precisamente cuandose sometía sin vacilaciones a lainfluencia de los países europeos másricos y orgullosos. De ellos aprendió lasreglas de la high life, la preferencia porlos poetas franceses y la admiración porel impecable corte inglés de la solemnelevita que acreditaba su posición social.Y de ellos recibió también cierto

repertorio de ideas sobre la economía yla política que los ministros y losparlamentarios expusieronbrillantemente en memorables discursosque recordaban los de Gladstone o deFerry. Era una imitación inevitable,porque la Argentina se habíaincorporado definitivamente al ámbitode la economía europea, cuya expansiónrequería nuestras materias primas y nosimponía sus manufacturas. Pero comoEuropa ofrecía también el contingentehumano de sus excedentes de población,las clases medias y hasta las clasespopulares comenzaron a caracterizarsepor nuevas costumbres y nuevas ideas

que desalojaban la tradición nativa.También fue inevitable que el país

sufriera las consecuencias de losconflictos económicos y políticos en quese sumió Europa. Gran Bretaña invirtiógrandes capitales y considero que,automáticamente, nuestros mercados lepertenecían, no vacilando en exigir, contanta elegancia como energía, que semantuviera fielmente esa dependencia.La Argentina fue neutral en las dosgrandes contiendas europeas, y gracias aello abundaron las provisiones en lospaíses aliados. Mientras hubo guerrasurgió en el país una industria dereemplazo, pero al llegar la paz, los

países que lo proveían de manufacturastrabajaron por recuperar sus mercados,ocasionándose entonces gravestrastornos económicos y sociales. Y laArgentina pagó el tributo de fuertesconmociones internas que no sóloreflejaban su propia crisis, sino tambiénla de los países europeos.

Sólo después de esas durasexperiencias comenzó a advertirse queel país tenía vastos recursos que abríannuevas posibilidades: el petróleo, lasminas de carbón y de hierro, las viejasindustrias del vino, del azúcar y de lostejidos y otras nuevas que comenzaban adesenvolverse. Los empresarios

descubrieron las excelentes condicionesdel obrero industrial argentino y lasuniversidades comenzaron a ofrecertécnicos bien preparados. Todofavorecía un nuevo cambio, excepto ladura resistencia de las estructurastradicionales, tanto económicas comoideológicas.

Conservadorismo y radicalismofueron la expresión de la actitud políticade los dos grupos fundamentales delpaís: el primero representó a losposeedores de la tierra y el segundo alas clases medias en ascenso, deseosasde ingresar a los círculos de poder y alas satisfacciones de la prosperidad. El

socialismo aglutinó a los obreros de lasciudades y, en ocasiones, atrajo a unapequeña clase media ilustrada. Pero lasmasas criollas que se desplazaron delinterior hacia el litoral en busca detrabajo y de altos jornales, crearon unanueva posibilidad política queconvulsionó el orden tradicional.

El país conoció otras opciones:entre católicos y liberales, entrepartidarios de los aliados y partidariosdel eje Roma-Berlín, entre simpatizantesde los Estados Unidos y adversarios desu influencia en la América latina. Esasopciones provocaron conflictos que, enparte, contribuyeron a esclarecer las

opiniones.En ochenta años se constituyeron y

organizaron universidades, academias ysociedades científicas que estimularonla investigación y el saber. El país hatenido filósofos profundos como JoséIngenieros, Alejandro Korn y FranciscoRomero; investigadores científicoscomo Florentino Ameghino, MiguelLillo y Bernardo Houssay; pintores yescultores ilustres como MartínMalharro, Rogelio Yrurtia, LinoSpilimbergo y Miguel Victorica;escritores insignes como LeopoldoLugones, Roberto Payró, EnriqueBanchs, Ezequiel Martínez Estrada y

Jorge Luis Borges. En el seno de unasociedad heterogénea y entre el fragorde la lucha entre los opuestos, se hacepoco a poco una Argentina que busca suordenamiento económico social y unafisonomía que exprese su espíritu.

Capítulo XLA REPÚBLICA LIBERAL (1880-

1916)

Desde que Julio A. Roca llegó al poderen 1880 las minorías dominantes dieronpor terminadas sus rencillas internas yaceptaron el plan que el presidenteconsignó en dos palabras: «Paz yadministración». De acuerdo con élevitaron los conflictos políticosmediante prudentes arreglos y sededicaron a promover la riqueza públicay privada. Las ocasiones fueron tantas

que desataron en muchos unainmoderada codicia y muy pronto lasminorías adquirieron el aire de unaoligarquía preocupada tan sólo por susintereses y privilegios.

A medida que se hibridaba lapoblación del país con los aportesinmigratorios, la oligarquía estrechabasus filas. El censo de 1895 acusó un25% de extranjeros y el de 1914 un30%; de ellos, la inmensa mayoría eranlos inmigrantes de los últimos tiemposque llegaban en gruesos contingentes:más de 1.000.000 en el decenio 1880-1890, 800.000 en el decenio siguiente y1.200,000 sólo en los cinco años

anteriores a 1910. En esta situacióncelebraría el país el centenario de suindependencia. La oligarquía se sentíapatricia —aun sin serlo demasiado—frente a esta masa heterogénea que seiba constituyendo a su alrededor,subdividida en colectividades queprocuraban mantener su lengua y suscostumbres con escuelas y asociacionesy, en conjunto, ajena a los viejosproblemas del país excepto en aquelloque lindaba con sus interesesinmediatos. Ese espectáculo parecíajustificar que la oligarquía sepreocupara por sí misma y cada uno desus, por su propia existencia,

desenvuelta en el ámbito de los clubesaristocráticos y volcada hacia la políticao hacia el goce estético. Pero mientrasella estrechaba sus filas el país crecía.De 3.995.000 habitantes que acusaba elcenso de 1895 había pasado en 1914 a7.885.000. Este crecimiento acusabaciertos rasgos singularísimos. Las zonasdel Este del país, fértiles llanuraspróximas a los puertos, acogieron másdel 70% del aumento de la población;Rosario, que apenas tenía 23.000habitantes en 1869 alcanzaba a 91.000en 1895 y a 222.592 en 1914; y BuenosAires pasó de 663.000 en 1895 a1.575.000 en 1914.

Esta transformación demográfica delpaís respondía a los intensos cambioseconómicos que se habían producidodesde que comenzaron a refinarse losganados vacuno y ovino y a extenderselas áreas de cultivos de cereales. En1883 se instalaron los primerosfrigoríficos argentinos, que al cabo depoco tiempo fueron sobrepasados porlos que se crearon con capitalesbritánicos y norteamericanos para servira las demandas del mercado inglés. Alas exportaciones de ganado en pie seagregaron entonces las de carnescongeladas, cuyo volumen se intensificóconsiderablemente en poco tiempo. Por

la misma época la producción decereales comenzó a exceder los nivelesdel consumo interno y se pudo empezara exportarlos con tal intensidad que, enel quinquenio comprendido entre 1900 y1904, las cifras del comercio exteriorrevelaron una equivalencia entre laexportación de productos ganaderos y deproductos agrícolas, cuando veinte añosantes la ganadería superaba trece vecesel volumen de la agricultura. Este vastodesarrollo de la producciónagropecuaria se cumplió en las viejasestancias que se modernizaron utilizandoreproductores de raza, pero también enlas chacras, generalmente arrendadas,

que explotaban agricultores italianos oespañoles en las provincias litorales. Lacría de la oveja, entre tanto, retrocedíahacia las tierras recientementeincorporadas a la producción en losterritorios de La Pampa y Río Negro,donde, como en el resto del país, seconstituyeron grandes latifundios.

El intenso trajín que se advertía enlos puertos —en Buenos Aires, enRosario, en La Plata, todos de airecosmopolita—, obligó a emprender lasobras que los capacitara para soportarsu creciente movimiento. En 1890 seinauguraron los trabajos del puerto deLa Plata y de una sección del de Buenos

Aires, quedando concluido este últimosiete años después. Continuó, entretanto, la prolongación de la redferroviaria, que comenzó a caer dentrodel monopolio de los capitales inglesespor la deliberada decisión del gobierno,según el principio de que sólo las rutasimproductivas debían ser explotadas porel Estado, en tanto que las productivasdebían quedar libradas al capitalprivado. Esa opinión correspondía a lapolítica económica liberal quedefendieron, sobre todo, Roca y susucesor Juárez Celman, en virtud de lacual convenía a la nación ofrecer a losinversores extranjeros las más amplias

facilidades con el objeto de queacudieran a estimular el desarrollo delas posibilidades económicas que elpaís no podía encarar con sus propiosrecursos. Garantizadas las inversiones,los grupos financieros extranjerosofrecieron al Estado argentino sucesivosempréstitos: 12 millones entre 1880 y1885, 23 millones entre 1886 y 1890, 34millones entre 1891 y 1900, y realizaroncuantiosas inversiones en explotacionesbastante productivas cuya vigilanciaponía en manos de los inversores undecisivo control sobre la vida nacional.Quedaron en su poder los dos grandessistemas industriales de carácter

moderno que se habían organizado hastaentonces: los ferrocarriles y losfrigoríficos; pero al mismo tiemposurgieron entre 1880 y 1890,especialmente en Buenos Aires, otrasindustrias menores desarrolladas concapitales medianos, especialmente en elcampo de las artes gráficas, de laalimentación, de la construcción y delvestido. En unas y en otras comenzaron acrearse condiciones distintas de lastradicionales para los obrerosasalariados que trabajaban en ellas.Largas jornadas y, sobre todo, salariosque disminuían en su poder adquisitivo amedida que crecía la inflación

provocada por la crisis financiera queculminó en 1890, determinaron eldesencadenamiento de los primerosconflictos sociales y la aparición denuevas e inusitadas tensiones en la vidaargentina.

A través de estos fenómenoscomenzaron a advertirse las primerasconsecuencias del intenso cambioprovocado por la política económico-social que habían adoptado las minoríasdirigentes. Julio A. Roca, presidentedesde 1880 hasta 1886, se propusoacelerar el proceso, apoyado en laopinión de las clases tradicionales delpaís, cada vez más definidas en sus

tendencias y cada vez más claramenteenfrentadas con la masa heterogénea quelas rodeaba, mezcla de inmigrantes y decriollos. Los partidos porteños —elliberal y el autonomista— quedaronreducidos a la impotencia frente a laorganización del vasto e informe PartidoAutonomista Nacional, que se constituyócon las oligarquías provincianas, cuyaindiscutida jefatura asumió el propioRoca, y al que se fueron incorporandolos grupos que desertaban de los viejospartidos faltos de perspectivas de poder.Disminuida con la falta de su capitaltradicional, la provincia de BuenosAires perdió buena parte de su

influencia, y desde La Plata, fundada en1882 por el gobernador Dardo Rocha,contemplaba impotente el predominio dela alianza provinciana en el gobiernonacional.

Los ingentes gastos fiscales quedemandaba la aceleración del cambioeconómico, la construcción de lospuertos, de los ferrocarriles, de losedificios públicos, alteraron laestabilidad monetaria del país; comenzóuna incontenible inflación que, sumada ala arbitrariedad con que se manejaronlos créditos bancarios y al crecientedesarrollo de la especulación con losvalores de la tierra, provocó una difícil

situación que Roca quiso resolver con laley monetaria de 1881. Pero no por esocesó la emisión de papel moneda y lacrisis siguió avanzando. El gobierno, sinembargo, confiaba en el libre juego delas fuerzas económicas, de acuerdo consu doctrina liberal. Precisamente, fueesa misma doctrina la que inspiró otrasmedidas que entrañaron otros cambiosno menos importantes en la organizacióndel país.

En medio de las mayoresdificultades financieras, el gobiernoresolvió transformar ciertos aspectosdel régimen institucional. Después deapasionadas polémicas y de violentos

debates parlamentarios, fue aprobada en1884 la ley de creación del RegistroCivil, por la cual se encomendaba alEstado el registro de las personas,confiado antes a la institucióneclesiástica; la Iglesia y los sectorescatólicos se opusieron enérgicamente,pero la ley fue sancionada por la nacióny adoptada luego por todas lasprovincias. Ese mismo año se enfrentóun problema de mayor trascendenciaaún: el de la educación popular, quetambién originó largas controversias; lossectores católicos se levantaronviolentamente contra el principio dellaicismo que inspiraba el proyecto

oficial, pero la ley 1420 de educaciónobligatoria y gratuita fue aprobada. Nomenos trascendental fue la sanción de laley proyectada por Nicolás Avellaneda,que consagró en 1885 el principio de laautonomía de las universidades. Ycuando algunos años más tarde seestableció el matrimonio civil, quedóconcluido el proceso de renovacióninstitucional. Pero desde entoncestambién quedaron divididas las clasestradicionales en sectores ideológicos:liberales por una parte y católicos por laotra, división que se proyectaría al cabode poco tiempo en las luchas políticas.

Roca mantuvo sin embargo su

autoridad y, sobre todo, el manejo de loshilos que movían la política electoral.Para las elecciones de 1886 logróimponer la candidatura de Miguel JuárezCelman, con quien estaba estrechamentevinculado y al que sabía partícipe de susideas. Pero Juárez Celman estabadecidido a ejercer también él a su turnono sólo la presidencia de la Nación,sino también la jefatura del PartidoAutonomista Nacional. Llegado alpoder, exigió el incondicionalismo desus partidarios y promovió con ello laformación de un frente político cuyosmiembros aprovecharon impúdicamentelas difíciles circunstancias del momento

para obtener ventajas con el crédito y laespeculación. El naciente proletariadoindustrial comenzaba por entonces aexigir mejoras y manifestaba suinquietud a través de huelgas reiteradasque sacudían la aparente paz. Erangeneralmente obreros extranjerosquienes las desencadenaban, y lapolítica comenzó lentamente a variar decontenidos gracias a las ideas y allenguaje que introdujeron esosinmigrantes urbanos que habíanadquirido en sus países de origen ciertapreparación revolucionaria. En lasclases tradicionales no se advirtiórespecto de ellos, al principio, sino

indiferencia, o acaso desprecio,juzgándolos desagradecidos frente a lahospitalidad que les había ofrecido elpaís; pero la inquietud obrera crecióhasta transformarse en un problemainocultable al calor de la inflación queprovocaba la disminución de lossalarios reales, y coincidió con lainquietud de los grupos políticos quedisentían con el «unicato» presidencial yse preparaban para abrir el fuego contrael gobierno.

A principios de 1890 un clubsocialista compuesto por obrerosalemanes promovió la formación de un«comité internacional» para organizar en

Buenos Aires la celebración del 1° demayo. El acto reunió a casi tres milobreros y en él se echaron las bases deuna organización de trabajadores que, enel mes de junio, presentó al Congreso unpetitorio exponiendo las aspiraciones delos obreros en la naciente organizaciónindustrial del país. Poco antes, en otrolugar más céntrico de la capital, losgrupos políticos adversos al juarismohabían celebrado otro mitín en el quehabía quedado fundada la Unión Cívicabajo la presidencia de Leandro N. Alem.Era un nuevo partido, ajeno, por cierto,a las inquietudes que en esos díasmanifestaba el incipiente movimiento

obrero, y que encarnaba las aspiracionesrepublicanas y democráticas de unsector de las clases tradicionales y delos círculos de clase media queempezaban a interesarse por la política.Así nacieron, casi al mismo tiempo, dosgrandes movimientos de distinta índole,uno que aspiraba a representar a lasclases medias y otro que quería ser laexpresión de la nueva clase obrera.

La Unión Cívica formó a sualrededor un fuerte movimiento deopinión. La inspiraba una juventud queanhelaba el perfeccionamiento de lasinstituciones y que pretendía alcanzar elpoder, venciendo la resistencia de las

minorías que se considerabandepositarias de los destinos del país yque resolvían sobre ellosindistintamente en los despachosoficiales o en los elegantes salones delJockey Club, fundado en 1882 porCarlos Pellegrini.

Pero la inspiraba también el grupode Mitre, hecho a un lado por lasoligarquías provincianas, y el grupocatólico encabezado por José ManuelEstrada, hostil al régimen por la actitudresuelta de Roca y de Juárez Celmanfrente a la Iglesia Católica. Gracias asus numerosas ramificaciones, la UniónCívica se atrajo muchas simpatías y

consiguió la adhesión de algunos gruposmilitares, con cuyo apoyo desencadenóuna revolución el 26 de julio de 1890.Dueños del Parque, los revolucionarioscreyeron triunfar, pero el gobierno pudoneutralizarlos y el movimiento fuesofocado. No obstante, el desprestigiodel régimen quedó al descubierto: pocodespués el presidente Juárez Celman sevio obligado a renunciar y asumió elmando el vicepresidente CarlosPellegrini.

Aunque sólo política en apariencia,la crisis era fundamentalmenteeconómica. Durante dos años, Pellegrinise esforzó por resolver los problemas

financieros del país, pero la conmociónera más profunda de lo que parecía. En1891 quebraron el Banco Nacional y elBanco de la Provincia de Buenos Aires,arrasando con las reservas de lospequeños ahorristas, destruyendo elsistema del crédito y comprometiendolas innumerables operaciones a largoplazo estimuladas unas veces por laconfianza en la riqueza del país y otraspor la fiebre especulativa que se habíaapoderado de vastos círculos. JuliánMartel describió en La Bolsa el vértigocolectivo que había arrastrado a tan duracatástrofe. Hasta los bancos extranjerossufrieron las consecuencias de la crisis,

y la casa Baring de Londres —uno delos emporios del mundo— amenazó conpresentarse en quiebra si la Argentina nocumplía con sus compromisos. Fuenecesaria toda la actividad de Pellegrinipara restablecer el equilibrio financiero,y en diciembre de 1891 se fundó elBanco de la Nación para ordenar lasfinanzas y restablecer el crédito.

Cuando comenzaron a discutirse lascandidaturas para la elecciónpresidencial de 1892, el PartidoAutonomista Nacional se vio enfrentadopor la Unión Cívica: fue la primeraprueba a que se sometieron los dosconglomerados y quedó a la vista la

inconsistencia de ambos. La UniónCívica se dividió, constituyéndose laUnión Cívica Nacional bajo lainspiración de Mitre y la Unión CívicaRadical bajo la dirección de Alem. ElPartido Autonomista Nacional, por suparte, acusó la presencia de unmovimiento disidente encabezado porCarlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña,deseosos de evitar la influencia deRoca. Pero éste controlaba firmementelos mecanismos electorales y, tras unacuerdo con Mitre, pudo imponer elnombre de Luis Sáenz Peña para lacandidatura presidencial. El éxitoacompañó al candidato en la elección,

pero no en el ejercicio del gobierno.Sujeto a la influencia de los dospolíticos más influyentes del momento,Mitre y Roca, contemporizó con ambossin lograr definir su propia política. LaUnión Cívica Radical volvió a intentarun movimiento revolucionario en 1893que, aunque fracasó, probó la fuerza delpartido en la provincia de Buenos Airesy el prestigio de Hipólito Yrigoyensobrino de Alem. Cuando se sobrepusoa esas dificultades, el presidenteprocuró continuar la obra de susantecesores, con cuyas ideas coincidía.Los trabajos del puerto de Buenos Airesprogresaban rápidamente y se

concluyeron por entonces los del puertode Rosario; la inmigración fueestimulada otra vez tras la retracciónque había originado la crisis de 1890, yel comercio exterior se intensificógracias al incesante crecimiento de laproducción agropecuaria. Pero losembates políticos de sus dos mentoresno le dieron tregua y Luis Sáenz Peña sevio obligado a renunciar a principios de1895.

El grave problema de límites que laArgentina tenía con Chile alcanzóentonces su mayor gravedad, y elvicepresidente José Evaristo Uriburu,que se hizo cargo del poder, tuvo que

afrontar la responsabilidad de prepararal país para la guerra. Sólo a fuerza deprudencia pudo evitarse ese peligro y seconvino en la elección de un árbitropara dirimir la disputa. Pero, ante laposibilidad de un conflicto militar lapersonalidad de Roca cobró vuelo otravez y pareció el candidato forzoso parala próxima presidencia. El PartidoAutonomista Nacional se alistó para lalucha con todos sus recursos; en cambio,la Unión Cívica Radical se viodisminuida cuando, en julio de 1895, sesuicidó su indiscutido jefe, Leandro N.Alem, pocos meses después de que seconstituyera, bajo la inspiración de Juan

B. Justo, el Partido Socialista. Nadapudo impedir que en las elecciones de1898 se repitiera el cuadro tradicionalde los comicios fraudulentos, y Roca fueelegido por segunda vez presidente de laRepública.

Los seis años de su segundogobierno se diferenciaron de los delprimero. La identificación entre elpresidente y el jefe de partido no semanifestó como antes, y acaso las gravespreocupaciones internacionalescontribuyeron a apartarlo de la políticamenuda. El problema de límites conChile fue finalmente resuelto por el fallodel rey de Inglaterra, árbitro elegido, y

la amenaza de guerra quedó descartadaen 1902. Con todo, las necesidades de ladefensa nacional habían movido alcoronel Pablo Ricchieri, ministro deguerra, a gestionar la sanción de una leyde conscripción militar anual yobligatoria que votó el congreso en1901. Nuevas leyes financieras eimpositivas robustecieron la moneda, enun momento en que volvía adesarrollarse intensamente laproducción agropecuaria, semultiplicaban las obras públicas —ferrocarriles, puertos, canales de riego,balizamiento de costas, obras sanitarias— y se ordenaba la administración

pública. Las clases acomodadas veíancumplirse un programa de gobiernoprogresista; en cambio, las clasestrabajadoras acusaban una inquietudcada vez mayor por la disminución delos salarios y sobre todo por lacreciente desocupación. En 1902 elproblema hizo crisis y estalló una huelgageneral que paralizó a la ciudad deBuenos Aires. La respuesta del gobiernofue la sanción de la «ley de residencia»que lo autorizaba a deportar a losextranjeros que «perturbaran el ordenpúblico». El movimiento obrero era, sinduda, obra de extranjeros en su mayoría,y la medida provocó reacciones

violentas que la policía y el ejércitosofocaron implacablemente. Pero elgobierno no pudo impedir, sin embargo,que gracias a una modificación delsistema electoral, llegara al parlamentoen marzo de 1904 como diputado,Alfredo L. Palacios, candidato delPartido Socialista.

El problema de la sucesiónpresidencial acentuó, por entonces, lasdiferencias entre Pellegrini y Roca, queimplicaban una división en el seno delPartido Autonomista Nacional.Pellegrini criticaba enérgicamente elfraude electoral y la tendenciaoligárquica del Partido, y estaba

vinculado a Roque Sáenz Peña, quecompartía sus puntos de vista y manteníatrato con Hipólito Yrigoyen. Pero Rocaseguía moviendo los hilos de su partido,manejados en la provincia de BuenosAires por Marcelino Ugarte, y volcó suinfluencia a favor de la candidatura deManuel Quintana, que obtuvo el triunfoen comicios viciados, una vez más, porel fraude. La Unión Cívica Radical, queahora obedecía a Yrigoyen, afirmóentonces el principio de la abstenciónrevolucionaria y no concurrió a laselecciones.

Para entonces, la fuerza delradicalismo había crecido mucho.

Reunía a algunos sectores ruraleshastiados de la omnipotencia de losgrandes latifundistas, a los irreductiblesenemigos de Roca que conservaban latradición del rosismo y del autonomismode Alsina y de Alem, y comenzaba aacoger en su seno a un vasto sector deinmigrantes e hijos de inmigrantes queempezaban a integrarse en la sociedad ya interesarse por la política. Estacircunstancia le daba fuerza en lasciudades, y el proceso continuo detransformación social del país asegurabaque su poder iría en aumento. No muchodespués de iniciarse la presidencia deQuintana, el 4 de febrero de 1905,

Yrigoyen desencadenó un movimientorevolucionario que contó con apoyomilitar y tuvo mucha repercusión envarias provincias. Pero el gobiernologró sofocarlo y aprovechó la ocasiónpara extremar la persecución sistemáticadel movimiento obrero.

Crecía éste considerablemente enciudades como Buenos Aires y Rosario,a medida que aumentaba la actividadindustrial y se desarrollaba elsentimiento de clase entre lostrabajadores. Las huelgas se sucedieronininterrumpidamente y el presidenteQuintana las enfrentó con sostenidaenergía, estableciendo repetidas veces

el estado de sitio. Pero, pese a todo, laorganización obrera se perfeccionaba yla tensión social crecía. Sólo la violentahostilidad que se había suscitado entresocialistas y anarquistas constituyó unobstáculo para la acción conjunta. Peroen el Congreso, la acción tesonera dePalacios logró arrancar a losconservadores algunas leyes sociales,como la del descanso dominicalobligatorio, que suponía una nuevaactitud del Estado frente a lostrabajadores.

En el seno del gabinete compartíaesa actitud Joaquín V. González, quehabía elaborado un proyecto de ley

nacional del trabajo; era un poetasensible que, en Mis montañas, habíatraducido líricamente el paisaje de LaRioja nativa; y era un espírituprogresista que procuró hacer de laUniversidad de La Plata, fundada por él,un centro moderno de educaciónsuperior. Pero no era González quienrepresentaba mejor el espíritu de laoligarquía, sino, más bien, MarcelinoUgarte, gobernador de la provincia deBuenos Aires, que ejercía fuerteinfluencia sobre el presidente y se habíaerigido en director de la granorganización electoral que debíaperpetuar fraudulentamente en el poder a

su partido.La muerte de Quintana y su

reemplazo por José Figueroa Alcortaconcluyó con la influencia de las figurastradicionales del Partido AutonomistaNacional. La defensa de los interesesconservadores se hacía cada vez másdifícil, ante la irreductible oposición delradicalismo y la violencia delmovimiento obrero, que se manifestó enlas huelgas de 1909 y 1910. El gobiernosancionó la ley de defensa social, quepuso en sus manos al movimientosindical. Ese año festejó la República elcentenario de la independencia, y laocasión favoreció el delineamiento de

una actitud nacionalista en la oligarquía,que acentuó las tensiones sociales. Pocoantes, en diciembre de 1907, habíaaparecido petróleo en un pozo deComodoro Rivadavia, cuya explotacióncomenzó de inmediato. El paíscomenzaba a buscar un nuevo caminopara su economía, poco antes de queRoque Sáenz Peña, presidente desdeoctubre de 1910, buscara un nuevocamino para su política.

Roque Sáenz Peña representaba elsector más progresista de la viejaoligarquía. Sólo ejerció el poder hasta1914; pero en ese plazo logró que seaprobara la ley electoral que establecía

el sufragio secreto y obligatorio sobre labase de los padrones militares. Fue elfruto de sus conversaciones con HipólitoYrigoyen y de su propia prudencia deauténtico conservador. En las eleccionesde Santa Fe de 1912 la nueva ley sepuso en práctica por primera vez y laUnión Cívica Radical resultó triunfante.Poco después estalló la primera guerraeuropea y la Argentina adoptó unaneutralidad benévola para con losaliados. Se anunciaba una era deprosperidad para los productoresagropecuarios. Cuando en 1916Victorino de la Plaza llamó a eleccionespresidenciales bajo el imperio de la ley

Sáenz Peña, el jefe del radicalismo,Hipólito Yrigoyen, resultó triunfante.

La derrota de los conservadorescerró una época que había inauguradoese grupo de hombres que se aúna en loque se llama la generación del 80. Eranespíritus cultivados que con frecuenciaalternaban la política con la actividadde la inteligencia. Nutridos en lascorrientes positivistas y cientificistasque en su tiempo predominaban enEuropa, aspiraron a poner al país en elcamino del desarrollo europeo. Trataronde que Buenos Aires se pareciera aParís y procuraron que en sus salonesbrillara la elegancia francesa. Fundaron

escuelas y estimularon los estudiosuniversitarios porque tenían una feindestructible en el progreso y en laciencia. Tenían también una acentuadaafición a la literatura. Eduardo Wilde,Miguel Cané, Eugenio Cambaceres,Lucio Vicente López, Julián Martel,entre otros, escribieron a la maneraeuropea, pero reflejaron la situación dela sociedad argentina de su tiempo yespecialmente de la clase a la que ellospertenecían, elegante, refinada y un pococínica. Sus hijos perdieron grandeza.Porque unos y otros se empeñaron endefender sus intereses de pequeño grupoprivilegiado, se ha podido decir de ellos

que constituyeron una oligarquía; y porlas ideas que los movían se los hacalificado de liberales. Su mayor errorfue ignorar el país que nacía de lastransformaciones que ellos mismospromovían, en el que nuevos grupossociales cobraban una fisonomía distintaa la de los sectores tradicionales delpaís. A principios de siglo, las clasesmedias y las clases trabajadoras poseíanuna existencia tan visible que sólo laceguera de los que querían perdersepodía impedir que se las descubriera.Cuando las clases medias advirtieron sufuerza, lograron el poder político einiciaron una nueva etapa en la vida

argentina.

Capítulo XILA REPÚBLICA RADICAL (1916-

1930)

Los sectores sociales que llegaron alpoder con el triunfo del radicalismoacusaron una fisonomía muy distinta dela que caracterizaba a la generación del80. Salvo excepciones, los componíanhombres modestos, de tronco criolloalgunos y de origen inmigrante otros. Elradicalismo, que en sus comienzosexpresaba las aspiraciones de lossectores populares criollos apartados de

la vida pública por la oligarquía, habíaluego acogido también a los hijos deinmigrantes que aspiraban a integrarseen la sociedad, abandonando la posiciónmarginal de sus padres. Así adquiríatrascendencia política el fenómenosocial del ascenso económico de lasfamilias de origen inmigrante que habíaneducado a sus hijos. Las profesionesliberales, el comercio y la producciónfueron instrumentos eficaces de ascensosocial, y entre los que ascendieron sereclutaron los nuevos dirigentespolíticos del radicalismo. Acasoprivaba aún en muchos de ellos elanhelo de seguir conquistando prestigio

social a través del acceso a los cargospúblicos, y quizá esa preocupación eramás vigorosa que la de servir a losintereses colectivos. Y, sin duda, elanhelo de integrarse en la sociedad losinhibió para provocar cierto cambio enla estructura económica del país quehubiera sido la única garantía para laperpetuación de la democracia formalconquistada con la ley Sáenz Peña.

Por lo demás, la inmigración,detenida por la primera guerra europea,recomenzó poco después de lograda lapaz, y, por cierto, alcanzó entre 1921 y1930 uno de los más altos niveles,puesto que arrojó un saldo de 878.000

inmigrantes definitivamente radicados.Gracias a una política colonizadora

un poco más abierta que impusieron losgobiernos radicales, logró transformarseen propietario de la tierra un número dearrendatarios proporcionalmente másalto que en los años anteriores. Pero lapoblación rural siguió decreciendo, ydel 42% que alcanzaba en 1914 bajó al32% en 1930. Su composición era muydiversa. La formaban los chacareros —arrendatarios en su mayoría— en lasprovincias cerealeras, los peones de lasgrandes estancias en las áreasganaderas, los obreros semi-industrialesen las regiones donde se explotaba la

caña, la madera, la yerba, el algodón ola vid, todos estos sometidos abajísimos niveles de vida y con escasasposibilidades de ascenso económico ysocial. En cambio, en las ciudades —cuya población ascendió del 58 al 68%sobre el total entre 1914 y 1930— lasperspectivas económicas y lasposibilidades de educación de los hijosfacilitó a muchos descendientes deinmigrantes un rápido ascenso que losintrodujo en una clase media muy móvil,muy diferenciada económicamente, perocon tendencia a uniformar la condiciónsocial de sus miembros conprescindencia de su origen.

Heterogénea en la región del litoral,la población lo comenzó a ser tambiénen otras regiones del interior donde sehabían instalado diversas colectividadescomo la sirio-libanesa, la galesa, lajudía y otras. Nuevos cultivos o nuevasformas de industrialización de losproductos naturales atrajeron a nuevascorrientes inmigratorias que, a su vezconstituyeron comunidades marginalescuando ya las primeras olas deinmigrantes habían comenzado aintegrarse a través de la segundageneración. Pero las zonas más ricas yproductivas siguieron siendo las dellitoral, donde disminuía la producción

de la oveja y se acentuaba la de loscereales y las vacas. En parte por lacreciente preferencia que la industriatextil manifestaba por el algodón y enparte por la predilección que revelabael mercado europeo por la carne vacuna,la producción de ovejas perdió interés yse fue desplazando poco a poco hacia elinterior —el oeste de la provincia deBuenos Aires, La Pampa, Río Negro y laPatagonia— al tiempo que decrecía suvolumen. Las mejores tierras, encambio, se dedicaron a la producción deun ganado vacuno mestizado en el queprevaleció el Shorthorn, que daba granrendimiento y satisfacía las exigencias

del mercado inglés, y a la producción decereales, cuya exportación alcanzóaltísimo nivel.

Empero, los precios del mercadointernacional, aunque muy lentamente,comenzaron a bajar desde 1914 y losproductos manufacturados que el paísimportaba empezaron a costar más enrelación con el precio de los cereales.Así se fue creando una situación cadavez más difícil que condujo a una crisisgeneral de la economía cuyasmanifestaciones se hicieron visibles en1929, al compás de la crisis mundial.Gran Bretaña vigilaba cuidadosamenteel problema de sus importaciones y

debía atender a las exigencias de losdominios del Imperio, lo cual entrañabauna amenaza para la producciónargentina, que se había orientado deacuerdo con la demanda de losfrigoríficos y del mercado inglés.

Una industria relativamente pocodesarrollada, que había crecido durantela primera guerra mundial pero que secomprimió luego, una organizaciónfiscal que obtenía casi todos susrecursos a través de los derechosaduaneros, y un presupuesto casinormalmente deficitario caracterizaronen otros aspectos la economía argentinadurante la era radical. No es extraño,

pues, que los complejos fenómenossociales que se incubaban en la peculiarcomposición demográfica del paísestallaran al calor de las alteracioneseconómicas y políticas luego de que elradicalismo alcanzó el poder en 1916.

Por lo demás, el clima mundialestimulaba la inquietud general yfavorecía las aspiraciones a un cambio.La guerra europea dividió las opinionesy enfrentó a aliadófilos y germanófilos,estos últimos confundidos a veces conlos neutralistas, pese a que, en verdad,la neutralidad que decretó el gobiernoargentino convenía especialmente a losaliados. A poco de comenzar la

presidencia de Yrigoyen estalló larevolución socialista en Rusia, y lasvagas aspiraciones revolucionarias deciertos sectores obreros se encendieronante la perspectiva de unatransformación mundial de lasrelaciones entre el capital y el trabajo.Las huelgas comenzaron a hacerse másfrecuentes y más intensas, pero no sóloporque algunos grupos muy politizadosesperaran desencadenar la revolución,sino también porque, efectivamente,crecía la desocupación a medida que secomprimía la industria de emergenciadesarrollada durante la guerra,aumentaban los precios y disminuían los

salarios reales. Obreros ferroviarios,metalúrgicos, portuarios, municipales,se lanzaron sucesivamente a la huelga yprovocaron situaciones de violencia queel gobierno reprimió con dureza. Dosdramáticos episodios dieron la medidade las tensiones sociales que soportabael país. Uno fue la huelga de lostrabajadores rurales de la Patagonia,inexorablemente reprimida por elejército con una crueldad que causóterrible impresión en las clasespopulares a pesar de la vaguedad de lasnoticias que llegaban de una región quetodavía se consideraba remota. Otro fuela huelga general que estalló en Buenos

Aires en enero de 1919 y que conmovióal país por la inusitada gravedad de losacontecimientos. La huelga,desencadenada originariamente por losobreros metalúrgicos fue sofocada conenergía, pero esta vez no sólo con losrecursos del Estado, sino con lacolaboración de los grupos de choqueorganizados por las asociacionespatronales que se habían constituido: laAsociación del Trabajo y la LigaPatriótica Argentina. Una ola deantisemitismo acompañó a la represiónobrera, con la que las clasesconservadoras creyeron reprimir laacción de los que llamaban agitadores

profesionales y la influencia de losmovimientos revolucionarios europeos.

También en otros campos repercutiópor entonces la inquietud general. Losestudiantes de la Universidad deCórdoba desencadenaron en la viejacasa de estudios un movimiento que eratambién, en cierto modo, revolucionario.Salieron a la calle y exigieron larenuncia de los profesores másdesprestigiados por su anquilosadalabor docente y por sus actitudesreaccionarias. Era, en principio, unarevolución académica que propiciaba elestablecimiento de nuevos métodos deestudio, la renovación de las ideas y,

sobre todo, el desalojo de los círculoscerrados que dominaban la universidadpor el sólo hecho de coincidir con losgrupos sociales predominantes. Peroera, además, una vaga revolución decontenido más profundo. Propiciótambién la idea de que la universidadtenía que asumir un papel activo en lavida del país y en su transformación,comprometiéndose quienes formabanparte de ella no sólo a gozar de losprivilegios que les acordaban los títulosque otorgaba, sino también a trabajardesinteresadamente en favor de lacolectividad. Afirmó el principio de quela universidad tenía, además de su

misión académica, una misión social. Yen esta idea se encerraba una vagasolidaridad con los movimientos que entodas partes se sucedían en favor de lasreformas sociales. No fue, pues, extrañoque los estudiantes rodearan a EugenioD'Ors, ni que Alejandro Korn y AlfredoL. Palacios adhirieran a lo que empezó allamarse «la reforma universitaria».

Al cabo de poco tiempo, todas lasuniversidades del país se vieronsacudidas por crisis semejantes. Losestudiantes hablaban de Bergson yrepudiaban el positivismo, exigíanparticipación en el gobiernouniversitario, pedían el reemplazo de la

clase magistral por el seminario deinvestigación y, al mismo tiempo,vestían el overall proletario y seacercaban a las organizaciones obreraspara hablar de filosofía o de literatura.Era, por lo demás, época de revisión devalores. También los jóvenes filósofosrechazaban el positivismo y predicabanla buena nueva de la filosofía de Croce,de Bergson o de los neokantianosalemanes. Pero eran sobre todo losescritores y los artistas los que sehallaban empeñados en una revoluciónmás decidida. Se difundieron lastendencias del ultraísmo y quienesadhirieron a ellas comenzaron a

defenderlas en el periódico MartínFierro. Los jóvenes artistas y escritoresdeclararon la insurrección contra lastradiciones académicas que encarnaronen Ricardo Rojas, en Manuel Gálvez, enLeopoldo Lugones. Eran los que seguíana Ricardo Güiraldes, que habíapublicado Don Segundo Sombra en1926, y a Jorge Luis Borges el autor deFervor de Buenos Aires y Luna deenfrente. Pero en oposición a ellos —que se llamaron «los de Florida»—otros artistas y escritores se aglutinaronpara defender el arte social en elpopular barrio de Boedo: eran los queacompañaban a Leónidas Barletta, el de

l a s Canciones agrarias, y a RobertoArlt, el de El juguete rabioso. Y un díaEmilio Pettoruti sorprendió a BuenosAires con su exposición de pinturacubista.

Pero el signo más evidente de lacrisis se advirtió en el campo de lapolítica. Yrigoyen llegó al poder en1916 como indiscutido jefe de unpartido que había intentado repetidasveces acabar con el «régimen»conservador por el camino de larevolución. Yrigoyen representaba «lacausa», que entrañaba la misión depurificar la vida argentina. Pero,triunfante en las elecciones, Yrigoyen

aceptó todo el andamiaje institucionalque le había legado el conservadorismo:los gobiernos provinciales, elparlamento, la justicia y, sobre todo, elandamiaje económico en el que basabasu fuerza la vieja oligarquía. Sin duda lefaltó audacia para emprender unarevolución desde su magistraturaconstitucional; pero no es menos ciertoque su partido estaba constituido porgrupos antaño marginales que másaspiraban a Incorporarse a la situaciónestablecida que a modificarla. Lo ciertoes que el cambio político y social quepareció traer consigo el triunfo delradicalismo quedó frustrado por la

pasividad del gobierno frente al ordenconstituido.

Ciertamente, Yrigoyen se enfrentócon las oligarquías provinciales y lasdesalojó progresivamente del podermediante el método de lasintervenciones federales. Entonces seadvirtió la aparición de una suerte deretroceso político. Como imitaciones dela gran figura del caudillo nacional,comenzaron a aparecer en diversasprovincias caudillos locales deinnegable arraigo popular que dieron ala política un aire nuevo. José NéstorLencinas en Mendoza o FedericoCantoni en San Juan fueron los ejemplos

más señalados, pero no sólo aparecieronen el ámbito provincial, sino queaparecieron también en cadadepartamento o partido y en cadaciudad. El caudillo era un personaje denuevo cuño, antiguo y moderno a untiempo, primitivo o civilizado según suauditorio, demagógico o autoritariosegún las ocasiones; pero, sobre todo,era el que poseía influencia popularsuficiente como para triunfar en laselecciones ejerciendo, como Yrigoyen,una protección paternal sobre susadictos. A diferencia de los políticosconservadores, un poco ensoberbecidosy distantes, el caudillo radical se

preocupaba por el mantenimientopermanente de esta relación personal, dela que dependía su fuerza, y recurría algesto premeditado de regalar su reloj osu propio abrigo cuando, se encontrabacon un partidario necesitado, a quienademás ofrecía campechanamente unvaso de vino en cualquier cantinacercana, o se ocupaba de proveermédico y medicinas al correligionarioenfermo, a cuya mujer entregaba despuésde la visita un billete acompañado de unprotector abrazo. Y cuando llegaban lascampañas electorales, ejercitaba unadialéctica florida llena de halagos paralos sentimientos populares y rica en

promesas para un futuro que no tardaríaen llegar.

Los caudillos radicales transfirierona la nueva situación social elpaternalismo de los estancieros enoposición a la política distante que laoligarquía había adoptado; peroobligaron a los conservadores acompetir con ellos dentro de sus propiasnormas, y el caudillismo se generalizó.Sólo la democracia progresista de SantaFe, inspirada por Lisandro de la Torre,y el socialismo se opusieron a estosmétodos, que Juan B. Justo estigmatizócon el rótulo de «política criolla».

Fueron los caudillos o sus

protegidos quienes llegaron a lasmagistraturas y a las bancasparlamentarias en los procesoselectorales que siguieron a la elecciónpresidencial de 1916, algunos todavíapertenecientes a familias tradicionales,pero muchos ya nacidos de familias deorigen inmigrante. Pero a pesar de eso laestructura económica del país quedóincólume, fundada en el latifundio y enel frigorífico y el gobierno radical seabstuvo de modificar el régimen de laproducción y la situación de las clasesno poseedoras.

Por el contrario, ciertos principiosbásicos acerca de la soberanía nacional,

caídos en desuso, obraron activamenteen la conducción del radicalismo.Donde no había situaciones creadas,como en el caso del petróleo, Yrigoyendefendió enérgicamente el patrimoniodel país.

La riqueza petrolera fue confiada aYacimientos Petrolíferos Fiscales, cuyainteligente acción aseguró no sólo laeficacia de la explotación, sino tambiénla defensa de la riqueza nacional frente alos grandes monopolios internacionales.Cosa semejante ocurrió con losFerrocarriles del Estado. Pero, ademásde la defensa del patrimonio nacional,Yrigoyen procuró contener la

prepotencia de los grupos económicosextranjeros que actuaban en el país. Yfrente a la agresiva política de losEstados Unidos en América Latina,defendió el principio de la nointervención ordenando, en una ocasiónmemorable, que los barcos de guerraargentinos saludaran el pabellón de laRepública Dominicana y no el de losEstados Unidos, que habían izado elsuyo en la isla ocupada.

Ineficaz en el terreno económico, enel que no se adoptaron medidas de fondoni se previeron las consecuencias delcambio que se operaba en el sistemamundial después de la guerra, el

gobierno de Yrigoyen fue contradictorioen su política obrera, paternalista frentea los casos particulares, peroreaccionaria frente al problema generaldel crecimiento del proletariadoindustrial. Sin embargo, satisfizo avastos sectores que veían en él undefensor contra la prepotencia de lasoligarquías y un espíritu predispuesto afacilitar el ascenso social de los gruposmarginales. Cuando Yrigoyen concluyósu presidencia, su prestigio popular eraaún mayor que al llegar al poder. A él letocó designar sucesor para 1922, yeligió a su embajador en París, MarceloT. de Alvear, radical de la primera hora,

pero tan ajeno como Yrigoyen a losproblemas básicos que suscitaba laconsolidación del poder social de lasclases medias.

Algo más separaba, con todo, aAlvear de su antecesor. Le disgustaba laescasa jerarquía que tenía la funciónpública y aspiraba a que suadministración adquiriera la decorosafisonomía de los gobiernos europeos.Esta preocupación lo llevó a constituirun gabinete de hombres representativos,pero más próximos a las clasestradicionales que a las clases medias enascenso. Era solamente un signo, perotoda su acción gubernativa confirmó esa

tendencia a desplazarse hacia laderecha.

Demócrata convencido, Alvearprocuró mantener los principiosfundamentales del orden constitucional ytrató de establecer una administracióneficaz y honrada. Los presupuestos nofueron saneados, porque la situacióneconómica no mejoró sustancialmentedurante su gobierno, pero laorganización fiscal fue perfeccionada ysu funcionamiento ajustado. Sólo losproblemas de fondo quedaron en pie sinque se advirtiera siquiera su magnitud,pese a que bastaba una ligera mirada alpanorama internacional para observar

que los desequilibrios de la economíade posguerra repercutiríaninexorablemente en el país.

Era evidente que la situacióneconómica y financiera del mundo seacercaba a una crisis, y como GranBretaña estaba incluida en ella, no eradifícil prever que las posibilidades delcomercio exterior argentino corríanserio peligro. Por otra parte, la crisissocial y política había cobrado formacon la revolución rusa y se manifestabade otra manera en el fascismo italiano,reponiéndose así diversos sistemas desoluciones que los distintos grupossociales recibían como experiencias

utilizables. Finalmente, la posición delos grupos capitalistas que operaban enel país se había complicado desde 1925con el incremento de los capitalesnorteamericanos, que llegaban en parteaprovechando el vacío dejado por lasexportaciones alemanas, y en parte comoconsecuencia del plan general deexpansión de los Estados Unidos enLatinoamérica. Todas estas cuestionesdebían repercutir sobre la débilestructura económica del país, pero eraevidente que gravitarían sobre todo en elproceso de ascenso de las clases mediasy de los sectores populares. Pero elradicalismo no percibió el problema y

se mantuvo imperturbable en unapolítica de buena administración y demantenimiento del sistema económicotradicional.

Los sectores conservadores, por elcontrario, reaccionaron en defensa desus propios intereses. La simpatíapopular se mantenía fiel a Yrigoyen,cuya figura adquiría poco a poco másque los caracteres de un caudillo, los deun santón. Un grupo militar encabezadopor el ministro de guerra, Agustín P.Justo, comenzó a organizarse paraimpedir el retorno de Yrigoyen al poder;pero Alvear se opuso a que se siguierapor ese camino, sin poder evitar, sin

embargo, que la conspiración continuarasubterráneamente con el apoyo de lossectores conservadores. Distanciado deYrigoyen, el presidente prefirió, encambio, estimular la formación de unpartido de radicales disidentes que sellamaron antipersonalistas y que teníanestrechos contactos con losconservadores. Cuando en 1928 llegó elmomento de la renovación presidencial,el nuevo partido —que sostenía lafórmula Melo-Gallo— fue derrotado eYrigoyen volvió al gobierno, yavaletudinario e incapaz. Muy pronto seadvirtió que ni la simple acciónadministrativa se desenvolvía

correctamente. El presidente nodistinguía los pequeños asuntoscotidianos de los problemasfundamentales de gobierno, y el paístodo sufría las consecuencias de unaverdadera acefalía. Pero, con todo, noera ése el problema más grave. Ya en suprimer gobierno Yrigoyen se habíacomportado como un políticoanacrónico; hombre del pasado, pensabaen una Argentina que ya no existía, lavieja Argentina criolla de Alsina y deAlem, y obraba en función de susestructuras. Pero su triunfo mismo,imposible con el solo apoyo de losgrupos marginales criollos, había

demostrado que el país cambiabavelozmente merced a la integración delos grupos marginales criollos con losde origen inmigratorio. Y frente a eseconglomerado —y frente a losproblemas que su aparición y su ascensoentrañaban— Yrigoyen no pudomodificar sus esquemas mentales nidiseñar una nueva política. Si su acciónde gobierno fue endeble e inorgánicadurante la primera presidencia, en lasegunda fue prácticamente inexistente.

No faltó, sin embargo, ciertapersistencia en las actitudes que lohabían caracterizado frente a los grandesintereses extranjeros. Las palabras que

dirigiera al presidente Hoover o elproyecto de ley petrolera lo revelaban.Pero ni en ese terreno ni en el de lapolítica interna supo obrar Yrigoyen conla energía suficiente para evitar quecuajaran algunas amenazas que secernían sobre el gobierno sobre el país.

La primera era la del ejército que elpropio Yrigoyen había politizado, y quedesde principios de siglo había caídobajo la influencia prusiana. Predispuestoa la conspiración desde la presidenciade Alvear, se volcó decididamente aella cuando la ineficacia del gobierno,convenientemente destacada por unaactiva prensa opositora, comenzó a

provocar su descrédito popular. Y elpaternalismo de Yrigoyen impidió queel general Dellepiane, su ministro deguerra obrara oportunamente paradesalentarlo.

La segunda era la evolución deciertos grupos conservadores queabandonaban sus convicciones liberalesy comenzaban a asimilar los principiosdel fascismo italiano mezclado conalgunas ideas del movimientomonárquico francés. Desde algunosperiódicos, como La Nueva República yLa Fronda, esas ideas empezaron aproyectarse hacia los grupos autoritariosdel ejército y algunos sectores juveniles

del conservadorismo: muy prontoparecerían también atrayentes algunosjefes militares propensos a lasubversión.

Pero las más graves eran lasamenazas económicas y socialesderivadas de la situación mundial que,finalmente, había hecho crisis en 1929, yque empezaban a hacerse notar en elpaís. Los grupos ganaderos y la industriafrigorífica se sintieron en peligro ycomenzaron a buscar un camino que lespermitiera sortear las dificultades. Y,simultáneamente los grupos petrolerosinternacionales creyeron que habíallegado el momento de forzar la

resistencia del Estado argentino ycomenzaron a buscar aliados en lasfuerzas que se oponían a Yrigoyen.

En cierto momento, todos losfactores adversos al gobiernocoincidieron y desencadenaron unlevantamiento militar. El general Justo,que había preparado la conspiración, sehizo a un lado cuando advirtió lapenetración del ideario fascista entrealgunos de los conjurados, y dejó queencabezara el movimiento el generalJosé F. Uriburu, antiguo diputadoconservador convertido luego endefensor del corporativismo. El 6 deseptiembre de 1930 llegó «la hora de la

espada» que había profetizado el poetaLeopoldo Lugones, ahora nacionalistareaccionario pese a su tradición de viejoanarquista. El general Justo se quedó enla retaguardia, en contacto con lospolíticos conservadores, radicalesantipersonalistas y socialistasindependientes, tratando de organizaruna fuerza política que recogiera laherencia de la revolución. Con loscadetes del Colegio Militar y unas pocastropas de la Escuela deComunicaciones, el general Uriburuemprendió la marcha hacia la casa degobierno y, tras algún tiroteo, entró enella y exigió la renuncia del

vicepresidente, Enrique Martínez, enquien Yrigoyen había delegado el poderpocos días antes.

El triunfo de la revolución cerró elperíodo de la república radical, sin queYrigoyen pudiera comprender las causasde la versatilidad de su pueblo, que nomucho antes lo había aclamado hasta lahisteria y lo abandonaba ahora en manosde sus enemigos de la oligarquía. Suvieja casa de la calle Brasil —que losopositores llamaban «la cueva delpeludo»— fue saqueada, con olvido dela indiscutible dignidad personal de unhombre cuya única culpa había sidollegar al poder cuando el país era ya

incomprensible para él.

Capítulo XIILA REPÚBLICA

CONSERVADORA (1930-1943)

No se equivocaban los viejosconservadores y sus herederosseducidos por el fascismo cuandoafirmaban que el país se habíadesnaturalizado. Tras catorce años degobierno radical, laxo y favorable a laespontánea expresión de las diversasfuerzas que coexistían en la sociedadargentina, había quedado al descubiertoun hecho decisivo: el país criollo se

desvanecía poco a poco y por sobre élse constituía una nueva Argentina, cuyafisonomía esbozaba la cambiantecomposición de la sociedad. Poco apoco se había constituido una vigorosaclase media de empleados, de pequeñospropietarios y comerciantes, deprofesionales que, concentrada en lasciudades, imponía cada vez más al paíssu propio carácter ignorando a lasnostálgicas minorías tradicionales. Esaclase media era la que había ascendidoal poder con el radicalismo y,tímidamente, proponía una nuevaorientación para la vida argentina.Precisamente contra ella se dirigió la

política de los sectores conservadoresde viejo y nuevo cuño, que seapoderaron del gobierno en septiembrede 1930, en pleno desarrollo de la crisismundial que había estallado el añoanterior.

La crisis amenazabafundamentalmente a los sectoresganaderos, representados eminentementepor los grupos políticos conservadoresque habían sido desalojados del poderen 1916. Y aunque sólo en parte habíanmovido éstos la revolución del 6 deseptiembre, supieron apoderarse de ella,rodeando al general Uriburu ydistribuyéndose los cargos del gabinete.

La más notoria figura delconservadorismo, Matías SánchezSorondo, ocupó el Ministerio delInterior y desde él orientó la política delnuevo gobierno hacia la reconquista delpoder para sus correligionarios.

Los grupos nacionalistas —como sellamó a los teóricos del corporativismo,del revisionismo rosista y de otrastendencias análogas— contaban, sinembargo, con la simpatía del jefe delgobierno, que no vaciló en insinuar suspropósitos de reformar la Constituciónde acuerdo con las concepcionesmoderadamente corporativas que expusoCarlos Ibarguren en un discurso

pronunciado en Córdoba el 15 deoctubre de 1930. Pero el anuncio suscitófuertes resistencias. Por una parte, selevantó el clamor de los sectoresdemocráticos, que se alinearondecididamente contra el gobierno endefensa de la Constitución de 1853 pero,por otra, se originó un movimiento deprotesta en el seno de los partidoscomprometidos con la revolución, queveían peligrar la herencia política queaguardaban. Estos últimos, sostenidospor los sectores militares queencabezaba el general Justo —yacandidato virtual a la presidencia—,lograron prevalecer en el gobierno; y a

pesar del fracaso de los conservadoresen las elecciones del 5 de abril de 1931en la provincia de Buenos Aires, en lasque triunfaron los candidatos radicales,consiguieron imponer el principio de lacontinuidad institucional.

Era, ciertamente, un régimeninstitucional muy endeble el quepropiciaban. Mientras los nacionalistasse organizaban en cuerpos armados,como la Legión Cívica Argentina, losconservadores, los radicalesantipersonalistas y los socialistasindependientes constituyeron un frentepolítico que se llamó primeroFederación Nacional Democrática y

luego Concordancia. Era evidente queesa coalición no lograría superar alradicalismo, pero sus sostenedoresestaban resueltos a apelar al fraudeelectoral —que alguien llamó «fraudepatriótico»— para impedir que losradicales llegaran al poder. Con ello seabrió una etapa de democraciafraudulenta promovida por quienesaspiraban a sujetar al país en la trama desus propios intereses.

La despiadada persecución de losopositores fue la respuesta a laindignación general que provocaba lamarcha del gobierno. Hubo cárcel ytorturas para políticos, obreros y

estudiantes; y, entre tanto, se comenzó apreparar un vigoroso dispositivoelectoral que permitiera el triunfoformal de la candidatura gubernamentalen las elecciones convocadas para el 8de noviembre de 1931. El gobierno vetóla candidatura radical de Alvear y laoposición se aglutinó alrededor de losnombres de Lisandro de la Torre yNicolás Repetto, proclamados por laAlianza Demócrata Socialista. Medianteun fraude apenas disimulado, laConcordancia logró llevar al gobiernoal general Justo.

Signo revelador de la orientaciónpolítica conservadora fue la resolución

de cerrar el país a la inmigración. Antela crisis que amenazaba a la economíaagropecuaria, la preocupaciónfundamental fue contener todas lasmanifestaciones de la desordenadaexpansión que intentabaespontáneamente el país para reducirlo alos viejos esquemas. Tal había sido laintención de la revolución de septiembrey en ella perseveraron los gobiernosconservadores que le siguieron. Parasalir de las primeras dificultades serecurrió a empréstitos internos yexternos; pero de inmediato seemprendió el reajuste total de laeconomía nacional con la mirada puesta

en la defensa de los grandesproductores.

La situación se hizo más crítica apartir de 1932, cuando Gran Bretañaacordó en la Conferencia de Ottawa darpreferencia en las adquisiciones a suspropios dominios, lo que constituía unaamenaza directa para las exportacionesargentinas. La respuesta fue una gestióndiplomática que dio como resultado lafirma del tratado Roca-Runciman, por elque se establecía un régimen deexportaciones de carnes argentinascompensadas con importantes ventajasconcedidas al capital inglés invertido enel país.

Entre ellas, la más importante y lamás resistida fue la concesión delmonopolio de los transportes de laciudad de Buenos Aires a un consorcioinglés, para prevenir la competencia delcapital norteamericano que procurabaintensificar su acción en el país. Elgobierno de Justo había iniciado laconstrucción de una importante redcaminera de la que el país carecía: muypronto Mar del Plata, Córdoba, BahíaBlanca quedarían unidas a Buenos Airespor rutas pavimentadas que estimularíanel uso de ómnibus y camiones con graveriesgo para los ferrocarriles ingleses. Encierto modo, la Corporación de

Transportes de Buenos Aires debíacompensar a los inversores ingleses;pero la medida, como las otras queincluía el tratado, dejaron en el país lasensación de una disminución de lasoberanía.

El problema de las carnes repercutióen el Senado, donde Lisandro de laTorre, Alfredo L. Palacios y MarioBravo denunciaron los extravíos de lapolítica oficial. En debates memorables—como el que Palacios había suscitadoantes sobre las torturas a presospolíticos o el que Bravo desencadenarasobre la adquisición de armamentos—Lisandro de la Torre interpeló al

gobierno sobre la política seguida conlos pequeños productores en relacióncon los intereses de los frigoríficosingleses y norteamericanos. El asesinatodel senador Bordabehere por unguardaespaldas de uno de los ministrosinterpelados acentuó la violencia deldebate, en el que quedó de manifiesto ladeterminación del gobierno de ajustarsus actos a los intereses del capitalextranjero.

Esta tendencia se puso demanifiesto, sobre todo, a través de unaserie de medidas económicas yfinancieras que alteraron la organizacióntradicional de la economía nacional.

Hasta entonces, a través de gobiernosconservadores y radicales, la economíahabía estado librada a la iniciativaprivada, estimulada por lasorganizaciones crediticias; pero a partirdel gobierno de Justo, el Estado adoptóuna actitud decididamenteintervencionista. Se creó el InstitutoMovilizador, para favorecer a losgrandes productores cuyas empresasestuvieran amenazadas por un pasivomuy comprometedor; se estableció elcontrol de cambios para regular lasimportaciones y el uso de divisasextranjeras; y, coronando el sistema, secreó el Banco Central, agente financiero

del gobierno y regulador de todo elsistema bancario, en cuyo directoriotenía nutrida representación la bancaprivada.

En el campo de la producción, elprincipio intervencionista se manifestó através de la creación de las JuntasReguladoras: las carnes, los granos, lavid y otros productos fueron sometidosdesde ese momento a un controlgubernamental que determinaba elvolumen de la producción con el objetode mantener los precios. A causa deesas restricciones se limitaronconsiderablemente las posibilidades deexpansión que requería el crecimiento

demográfico del país, y con ella lasposibilidades de trabajo de lospequeños productores y de los obrerosrurales.

Quizá esa política contribuyó, encambio, al desarrollo que comenzó aadvertirse en las actividadesindustriales, cuyo monto empezó acrecer en proporción mayor que el delas actividades agropecuarias. En elperíodo comprendido entre 1935 y1941, el aumento producido en la rentanacional por el desarrollo industrialalcanzó a los cuatro mil millones depesos, mientras el monto de laproducción agropecuaria se mantenía

estable. En 1944 se calculaba que habíaocupadas en la industria un total del.200.000 personas. Así se constituía unnuevo sector social de característicasmuy definidas, que se congregóalrededor de las grandes ciudades y enparticular de Buenos Aires.

El origen de ese sector se escondíaen un fenómeno de singular importanciapara la vida del país. Cegadas odisminuidas las fuentes de trabajo enmuchas regiones del interior, comenzó aproducirse un movimiento migratoriohacia los centros donde aparecíanposibilidades ocupacionales y de altossalarios. Al llegar a 1947 las

migraciones internas totalizaban unconjunto de 3.386.000 personas, queresidían fuera del lugar donde habíannacido; de ese total el 50% se habíasituado en el Gran Buenos Aires, el 28%en la zona litoral y sólo el 22% en otrasregiones del país. Así se constituyópoco a poco un cinturón industrial querodeaba a la Capital y a algunas otrasciudades, en el que predominabanprovincianos desarraigados que vivíanen condiciones precarias, pero quepreferían tal situación a la que habíanabandonado en sus lugares de origen. Unagudo observador de la realidadargentina, Ezequiel Martínez Estrada,

que en 1933 había descrito con raraprofundidad los problemas de lacomunidad nacional en su Radiografíade la Pampa, llamó la atención pocodespués sobre la significación deldesequilibrio entre la Capital y el paísen un estudio penetrante que tituló Lacabeza de Goliat. Pero se necesitaríantodavía duras experiencias para que laconciencia pública se hiciera cargo dela magnitud y de las consecuencias delproblema.

La cambiante composición de laclase trabajadora gravitó prontamentesobre la organización sindical, orientadahasta entonces por grupos anarquistas o

socialistas de cierta experiencia políticae integrada por inmigrantes o hijos deinmigrantes. Luego de muchos intentos,se había constituido en 1930 laConfederación General deTrabajadores, cuya labor se viodificultada por las diferencias internas ypor la represión del movimiento obreroen la que el gobierno no cejaba, hasta elpunto de que sólo pudo constituirsedefinitivamente en 1937. Pero laincorporación de crecidos grupos deobreros nativos, ajenos a las prácticassindicales y a las formas de la luchaobrera en el sector industrial, produjodesajustes en los ambientes sindicales.

Esas y otras causas provocaron ladivisión y el debilitamiento de laorganización obrera en 1941.

Todas estas circunstancias revelabanun cambio profundo en la estructura delpaís, que si bien estaba vinculado a lasituación mundial creada por la crisis de1929, reconocía como causa inmediatala deliberada acción de los gobiernosconservadores. De ese carácter fue el deJusto iniciado el 20 de febrero de 1932en una ceremonia en la que Uriburu, alentregar las insignias de mando, habíadepositado en manos del nuevomandatario un proyecto de reformaconstitucional que sintetizaba sus viejos

sueños corporativistas. Pero Justo lodesdeñó y procuró orientar su gobiernodentro de las formas constitucionales,pese a los vicios electorales de suorigen y a la decisión de seguirmanteniendo el fraude para sostener elfrente político en que se apoyaba.

Excluidos de la lucha comicial, losradicales apelaron varias veces a lainsurrección, sin lograr éxito. Tambiénconspiraron largamente contra elgobierno los grupos nacionalistas, quecontaban con núcleos civilesdisciplinados y con algunas simpatías enel ejército; pero el gobierno sofocótodos los conatos revolucionarios y,

aunque no vaciló en perseguir a losopositores, supo mantener la aparienciade un orden legal montado sobre unacorrecta administración.

Al margen de la actividadinsurreccional de ciertos grupos, elradicalismo se organizó bajo ladirección de Alvear dentro de una líneamuy moderada que no tenía otroprograma que la reconquista del poder através de elecciones libres. Pero lasituación económico-social del paíssuscitaba cada día nuevos y másdifíciles problemas. Frente a lassoluciones de fondo que proponía elsocialismo, comenzaron a delinearse las

que proponía el grupo F.O.R.J.A,constituido por jóvenes radicales deideología progresista y nacionalista a untiempo. Antibritánico por sobre todo, elgrupo F.O.R.J.A analizó las influenciasdel capital inglés en la formación y eldesarrollo de la economía argentina,recogiendo los sentimientosantimperialistas que se ocultaban en elvago pensamiento de Yrigoyen. Pero, amedida que fue desenvolviéndose, seadvirtió que se diferenciaban en su senolos que querían mantener los principiosdemocráticos del radicalismotradicional y los que empezaban apreferir soluciones antiliberales

vinculadas de alguna manera con lasideologías nazi-fascistas que porentonces alcanzaban su apogeo enalgunos países de Europa. Si aquéllos semantuvieron fieles al radicalismo, estosúltimos se manifestaron dispuestos asecundar cualquier aventura política detipo autoritario.

El estallido de la guerra civilespañola en 1936 provocó en el país unapolarización de las opiniones, y elapoyo a la causa republicana constituyóuna intencionada expansión para quienesdeseaban expresar su repudio algobierno. Acaso ese clima, acentuadopor el creciente horror que provocaba el

régimen de Hitler en Alemania,robusteció la certidumbre de que eranecesario hallar un camino pararestaurar la legalidad democrática en elpaís.

No fue suficiente, sin embargo, paradecidir a los sectores conservadores acambiar sus métodos al aproximarse laelección presidencial de 1938. Bajo lainfluencia de Alvear, el radicalismo —que estaba sacudido por un oscuroproblema de concesiones eléctricas enel que habían intervenido sus concejales— levantó la abstención electoral en quese había mantenido desde que suscandidatos fueran vetados en 1931, y el

propio Alvear fue elegido candidato apresidente. Los sectores conservadoresconsintieron en apoyar la candidatura deRoberto M. Ortiz, un político deextracción radical, pero con lacondición de que lo acompañara en lafórmula un conservador tan probadocomo Ramón S. Castillo. Cuandollegaron las elecciones, el gobierno hizoel más audaz alarde de impudicia,alterando sin disimulos el resultado delos comicios. Ortiz fue consagradopresidente, pero la democracia sufrió unrudo golpe y el engaño contribuyó aacentuar el escepticismo de las masaspopulares, especialmente de las que,

agrupadas en los grandes centrosurbanos comenzaban a adquirirconciencia política.

Una vez en el poder, Ortiz manifestócierta tendencia a buscar una salida parala turbia situación política del país. Lamisma magnitud del fraude habíademostrado la persistencia delsentimiento democrático, demostrado nosólo en el apoyo al radicalismo, sinotambién en la simpatía por la causa de laRepública Española y luego en elrepudio a las agresiones nazis quecondujeron a la guerra mundial enseptiembre de 1939. Desencadenado elconflicto, un sector del ejército se

inclinó hacia el Eje; pero los sectoresliberales apoyaron a Ortiz, que decretóla neutralidad. Con ese mismo respaldo,el presidente decidió dar los primerospasos hacia la normalizacióninstitucional del país. En un acto deinnegable energía, decretó laintervención de la provincia de BuenosAires, cuyo gobernador, Manuel A.Fresco, era no sólo desembozadamenteadicto a las doctrinas fascistas, sinotambién el más vehemente defensor delfraude electoral. A partir de entonces lasposiciones se polarizaron y los sectorespro-nazis emprendieron una enérgicaofensiva que contó con la propaganda de

los periódicos subvencionados por laembajada alemana. Una circunstanciafortuita les dio el triunfo: afectado poruna ceguera incurable, Ortiz debiórenunciar en junio de 1940 y ocupó lapresidencia Castillo, conservadordefinido y que apenas disimulaba susimpatía por Alemania.

El gobierno de Castillo duró tresaños y desde el primer momento seadvirtió que retornaba a la tradición delfraude. Si en ello no innovaba, seatrevió a acentuar aún más lastendencias reaccionarias de suspredecesores. Los grupos pro-nazis lorodearon y tiñeron su administración con

sombríos colores. Y los sectoresmilitares favorables al Eje trataron deforzar la política nacional paraorientarla en el sentido que ellospreferían.

Pero el curso de la guerra mundialobligó a revisar las posiciones. Fuertesmovimientos, como el que se denominóAcción Argentina, se organizaron paradefender la causa de las potenciasdemocráticas. Y en el seno de losgrupos allegados al gobiernocomenzaron a dividirse las opinionesentre los que buscaban, para laselecciones que debían realizarse en1944, un candidato que respondiese a

los intereses de los Estados Unidos y losque buscaban uno que no precipitara esadefinición.

Castillo se inclinó hacia losprimeros y apoyó la candidatura deRobustiano Patrón Costas, en quien secreía ver cierta tendencia a unir eldestino del país a los Estados Unidos,acaso por sus intereses industriales queno lo aproximaban a Gran Bretaña,como ocurría con los ganaderos de laprovincia de Buenos Aires. Esapreferencia pareció peligrosa a lossectores pro-nazis del ejército,agrupados en una logia secreta conocidacon el nombre de GOU. La posibilidad

de un vuelco hacia la causa de losaliados podía poner en descubierto suactividad, contraria a la neutralidadformalmente mantenida por el gobierno,y el 4 de junio de 1943, ante la miradaestupefacta de la población de BuenosAires, que no sospechaba la inminenciade un golpe militar, sacaron a la callelas tropas de las guarniciones vecinas ala Capital y depusieron sin lucha alpresidente de la República, cuyoministro de guerra encabezaba lainsurrección. Así terminó la repúblicaconservadora suprimida por unarevolución pretoriana análoga a la quele había dado nacimiento, en el momento

en que, en Europa, la suerte de las armascomenzaba a girar hacia lasdemocracias. Pero la revolución dejunio no giraba hacia la democracia,sino que aspiraba a iniciar en el país unaera de sentido análogo al de la que enEuropa terminaba ante la execraciónuniversal.

Capítulo XIIILA REPÚBLICA DE MASAS (1943-

1955)

La revolución del 4 de junio llevó alpoder, a los dos días de su triunfo, algeneral Pedro P. Ramírez, ministro deGuerra del gobierno derrocado. Loscoroneles del GOU se distribuyeron losprincipales cargos y desde elloscomenzaron a actuar con tal desarmoníaque fue difícil establecer el sentidogeneral de su orientación política. Loimportante era, en el fondo, salvar la

situación creada por los compromisosde ciertos grupos con los países del Eje;pero mientras se resolvía este problema,se procuró intentar una política popularcongelando alquileres o destituyendomagistrados y funcionarios acusados deinconducta. Para resolver la cuestión defondo, el ministro de RelacionesExteriores aventuró una gestión ante elgobierno de los Estados Unidos queconcluyó en una lamentable humillación;y finalmente, no quedó otra salida queresolver la declaración de guerra aAlemania y al Japón en enero de 1944.El estado de guerra justificó la represióndel movimiento opositor y sirvió para

que el gobierno se incautara de losbienes que consideró «propiedadenemiga».

Pero mientras los coronelesultimaban este episodio, uno de ellos,Juan D. Perón, descubría la posibilidadde poner en funcionamiento un plan mássutil. Aun cuando ocupaba laSubsecretaría de Guerra, logró que se ledesignara presidente del DepartamentoNacional del Trabajo, y sobre esa baseorganizó enseguida la Secretaría deTrabajo y Previsión con jerarquíaministerial. Con la experienciaadquirida en Italia durante la épocafascista y con el consejo de algún asesor

formado en el sindicalismo español,Perón comenzó a buscar el apoyo dealgunos dirigentes obreros y logró, nosiempre limpiamente, atraerse ciertossectores sindicales. Desde entonces, elgobierno comenzó a contar con unpequeño respaldo popular que fuecreciendo a medida que progresaba elplan del nuevo secretario de Trabajo.

Reemplazado Ramírez por el generalEdelmiro J. Farrell en febrero de 1944,la fisonomía del gobierno comenzó avariar sensiblemente bajo la crecienteinfluencia de Perón, que ocupó, ademásde la Secretaría de Trabajo y Previsión,el Ministerio de Guerra y la

vicepresidencia del gobiernoprovisional. La orientacióngubernamental se definió. Por una partese procuró destruir a los opositores, enparte por la vía de la represión, y enparte por la creación de una atmósferahostil a los partidos tradicionales a losque, en conjunto, se hacía responsablesde la perversión de la democracia quesólo habían promovido losconservadores. Por otra, se trató deponer en funcionamiento un plan deacción para consolidar el poder de losgrupos dominantes, organizando lasfuerzas económicas y sociales del paísde tal manera que quedaran al servicio

de los designios de hegemoníacontinental que acariciaba el EstadoMayor del Ejército. Estas ideas fueronexpuestas por Perón en un discursopronunciado en la Universidad de LaPlata y transformadas en el fundamentode su futuro programa político.

A medida que crecía la influencia dePerón se advertía que buscaba apoyarsesimultáneamente en el ejército y en elmovimiento sindical. Esta doble políticalo obligaba a una constante vigilancia.Los sectores obreros acogían consatisfacción la inusitada política laboraldel gobierno que los favorecía en losconflictos con los patrones, estimulaba

el desarrollo de las organizacionesobreras adictas y provocaba el alza delos salarios; pero subsistían en su senomuchas resistencias de quienes conocíanla política laboral fascista. En elejército, por su parte, algunos gruposreconocían la capacidad de conducciónde Perón y aprobaban su plan de atraer alos obreros con el ofrecimiento dealgunas ventajas para sujetarlos a losambiciosos planes del Estado Mayor;pero otros no tardaron en descubrir elpeligro que entrañaba la organización depoder que Perón construía rápidamenteen su beneficio, y opinaron queconstituía una amenaza para las

instituciones democráticas. Ésta fuetambién la opinión de los partidostradicionales y de los vastos sectores declase media que formaron en la «Marchade la Constitución y de la Libertad»,nutrida concentración con la que sequiso demostrar la impopularidad delgobierno y el repudio a sus planes. Ladefensa de la democracia formal unía atodos los sectores, desde losconservadores hasta los comunistas. Elnombre de los próceres sirvió debandera, y por sobre todos el deSarmiento, el civilizador, cuya biografíadaba a luz por esos días Ricardo Rojasllamándole El profeta de la pampa.

La presión de los sectoresconservadores movió a un grupo militara exigir, el 9 de octubre de 1945, larenuncia de Perón a todos sus cargos ysu procesamiento. En el primer instante,la ofensiva tuvo éxito, pero las fuerzasopositoras no lograron luegoaprovecharlo y dieron tiempo a que seorganizaran los sectores yadefinidamente peronistas, los que, condecidido apoyo militar y policial, sedispusieron a organizar un movimientopopular para lograr el retorno de Perón.El 17 de octubre nutridas columnas desus partidarios emprendieron la marchasobre el centro de Buenos Aires desde

las zonas suburbanas y se concentraronen la plaza de Mayo solicitando lalibertad y el regreso de su jefe. Acasosorprendida por el inesperado apoyopopular que éste había logrado, laoposición no se atrevió a obrar y elgobierno ofreció una suerte detransacción: Perón quedaría en libertad,abandonaría la función pública yafrontaría la lucha electoral enelecciones libres que controlaría elejército. Una vez en libertad, Perónapareció en el balcón de la Casa deGobierno y consolidó su triunfoarengando a la muchedumbre en unverdadero alarde de demagogia.

El espectáculo había sido inusitado.Las clases medias de Buenos Airesignoraban que, en los últimos años ycomo resultado de las migracionesinternas, se había constituido alrededorde la ciudad un conjunto social decaracteres muy diferentes a los delsuburbio tradicional. La era del tango ydel «compadrito» había pasado. Ahorapoblaban los suburbios los nuevosobreros industriales, que provenían delas provincias del interior y que habíancambiado su miseria rural por losmejores jornales que les ofrecía lanaciente industria. De 3.430.000habitantes que tenía en 1936, el Gran

Buenos Aires había pasado a 4.724.000en 1947. Pero, sobre estos totales,mientras en 1936 había solamente un12% de argentinos inmigrados delinterior, este sector de población habíapasado a constituir un 29% en 1947. Lospartidos políticos ignoraron estaredistribución ecológica; pero Perón lapercibió, descubrió la peculiaridadpsicológica y social de esos grupos yhalló el lenguaje necesario paracomunicarse con ellos. El resultado fueun nuevo reagrupamiento político quecontrapuso esas nuevas masas a lostradicionales partidos de clase media yde clases populares, que aparecieron

confundidos en lo que empezó allamarse la «oligarquía».

El panorama político del paíscambió, pues, desde el 17 de octubre.Hasta ese momento los partidostradicionales habían estado convencidosde que el movimiento peronista eraimpopular y que la mayoría seguíaaglutinándose alrededor delradicalismo; pero desde entoncescomenzaron a convencerse del arraigoque la nueva política obrera habíaadquirido. La consecuencia fue laformación de la Unión Democrática,frente electoral en el que se unieronconservadores, radicales, demócratas

progresistas, socialistas y comunistaspara sostener, frente a la de Perón, lacandidatura radical de José P.Tamborini.

La campaña electoral fue agitada.Perón logró atraer a ciertos sectores delradicalismo y del conservadorismo y fuea las elecciones en compañía de unradical, Hortensio J. Quijano. Lorespaldaba desembozadamente elaparato gubernamental y lo apoyabanfuertes sectores del ejército y de laIglesia, así como también algunosgrupos industriales que esperaban unafuerte protección del Estado para susactividades. Pero también lo apoyaba

una masa popular muy numerosa cuyafisonomía, a causa de su novedad, noacertaban a descubrir los observadores.La formaban, en primer lugar, losnuevos sectores urbanos y, luego, lasgeneraciones nuevas de las clasespopulares de todo el país, que habíancrecido en el más absoluto escepticismopolítico a causa de la permanentefalsificación de la democracia que habíacaracterizado a la repúblicaconservadora. Muy poco trabajo costó aPerón, poseedor de una vigorosaelocuencia popular, convencer a esamasa de que todos los partidos políticoseran igualmente responsables de tal

situación. El 24 de febrero de 1946, enelecciones formalmente inobjetables, lafórmula Perón-Quijano triunfó en casitodo el país con 1.500.000 votos, querepresentaban el 55% de la totalidad delos electores.

Antes de entregar el gobierno,Farrell adoptó una serie de medidaspara facilitar la obra de Perón, entreellas la intervención a todas lasuniversidades y la expulsión de todoslos profesores que habían tenido algunamilitancia contra él. Cuando Perónocupó la presidencia el 4 de junio de1946, continuó la remoción de loscuadros administrativos y judiciales sin

detenerse siquiera ante la CorteSuprema de Justicia. Gracias alincondicionalismo del parlamento pudorevestir todos sus actos de una perfectaapariencia constitucional. Estacaracterística prevaleció durante todo sugobierno apoyado, además, en unaconstante apelación a la adhesióndirecta de las masas que, concentradasen la plaza de Mayo, respondíanafirmativamente una vez por año a lapregunta de si el pueblo estaba conformecon el gobierno. Entusiastas yclamorosas respondían al llamado deljefe y ofrecían su manso apoyo sin quelas tentara la independencia.

El presidente contaba con unafloreciente situación económica. Graciasa la guerra mundial el país habíavendido durante varios años a buenosprecios su producción agropecuaria yhabía acumulado fuerte reserva dedivisas a causa de la imposibilidad deimportar productos manufacturados. De1.300 millones en 1940, las reservas dedivisa llegaron a 5.640 millones en1946, y esta situación siguió mejorandohasta 1950 a causa de las buenascosechas y de la demanda de productosalimenticios por parte de los países quesufrían las consecuencias de la guerra.La Argentina se hizo pagar a buen precio

sus productos, de acuerdo con la tesispoco generosa del presidente del BancoCentral, Miguel Miranda, que inspiró lapolítica económica del gobierno durantevarios años. Esa circunstancia permitióPerón desarrollar una economía deabundancia que debí asegurarle laadhesión de las clases populares.

Fuera de la legitimidad de su títuloconstitucional, la fuerza del gobiernoseguía consistiendo en el apoyo que leprestaban los grupos de poder: elejército, la Iglesia y las organizacionesobreras. Para mantener ese apoyo, Peróntrazó distintas líneas políticas y procurómantener el equilibrio entre los distintos

sectores que lo sostenían. Pero el quemás le preocupaba era el sector obrero,en el que sólo él tenía ascendiente y concuya fuerza debía contrarrestar la de losotros dos, que sin duda poseían supropia política. De ahí la significaciónde su política laboral.

Tres aspectos distintos tuvo esapolítica. En primer lugar, procuróacentuar los elementos emocionales dela adhesión que le prestaba la claseobrera. Tanto su oratoria como la accióny la palabra de su esposa, Eva Duarte dePerón —a quien se le había asignadoespecíficamente esa función—, estabandestinadas a destacar la actitud paternal

del presidente con respecto a los quevivían de su salario y a los necesitados.Una propaganda gigantesca y bienorganizada llevaba a todos los rinconesde la República el testimonio de esapreocupación por el bienestar de losque, desde la campaña electoral, sellamaban los «descamisados»,manifestada en desordenadasdistribuciones de paquetes con ropas yalimentos, o en obsequios personales deútiles de trabajo o medicinas. Y cuandose convocaba una concentraciónpopular, los discursos del presidente yde su esposa adquirían los matices deuna verdadera explosión sentimental de

amor por los humildes.En segundo lugar, se logró

establecer una organización sindicalrígida a través de la ConfederaciónGeneral del Trabajo, que agrupó avarios millones de afiliados de todos lossindicatos, obligados a incorporarse y acontribuir automáticamente.Estrechamente vigilada por el presidentey por Eva Perón, la CGT respondíaincondicionalmente a los designios delgobierno y transmitía sus consignashacia los sindicatos y los delegados defábrica que, a su vez, las hacían llegar ala base.

Finalmente, el gobierno mantuvo una

política de salarios altos, a través de lagestión de contratos colectivos detrabajo que generalmente concluíanmediante una intervención directa delMinisterio de Trabajo y Previsión. Estapolítica no fue, en modo alguno,perjudicial para los patrones, quienestrasladaban automáticamente esosaumentos de salarios a los precios, conlo que se acentuó la tendenciainflacionista de la política económicagubernamental. Leyes jubilatorias,indemnizaciones por despido,vacaciones pagadas, aguinaldo y otrasventajas directas dieron la impresión alos asalariados de que vivían dentro de

un régimen de protección, acentuada porlos cambios que se produjeron en lasformas de trato entre obreros y patrones.

La política económica no fue menosnovedosa y su rasgo predominante fue elintervencionismo estatal y lanacionalización de los serviciospúblicos. El gobierno proyectó dosplanes quinquenales que, por suimprovisación y superficialidad, nopasaron de ser meros instrumentos depropaganda. Fue creado el InstitutoArgentino de Promoción del Intercambiopara comercializar las cosechas, pero enpoco tiempo se transformó en unamonstruosa organización burocrática que

redujo los márgenes de los productoresen las buenas épocas sin garantizarsuficientemente su situación futura; encambio, sirvió para favorecer losintereses de los grupos económicosallegados al gobierno que seenriquecieron con el régimen de controlde las exportaciones e importaciones. Yal mismo tiempo permitió el gobiernoque determinados sectores de laindustria media y liviana prosperaranconsiderablemente, gracias a loscréditos que otorgaba el BancoIndustrial y el abundante consumoestimulado por los altos salarios Encuanto a las nacionalizaciones, las

medidas fueron más drásticas. El 1 demarzo de 1947, de manera espectacular,fue proclamada la recuperación de losferrocarriles, que, sin embargo, habíansido adquiridos a las empresas inglesasen la suma de 2. 462 millones de pesos,pese a que la Dirección Nacional deTransportes los había valuado pocoantes en 730 millones. Lo mismo se hizocon los teléfonos, el gas y la navegaciónfluvial. Pero la predominantepreocupación política del gobiernoimpidió una correcta administración delos servicios, de modo quedisminuyeron los niveles de eficacia y elmonto de las ganancias.

A partir de 1950 la situacióncomenzó a cambiar. Una prolongadasequía malogró las cosechas y losprecios internacionales comenzaron abajar. En la vida interna, se acusabancada vez más los efectos de la inflación,que hacía ilusorios los aumentos desalarios obtenidos por los sindicatos através de gestiones cada vez máslaboriosas. Las posibilidadesocupacionales y la esperanza de altosjornales comenzaron a ser cada vez másremotas para el vasto sector de obrerosindustriales, acrecentado por un nutridocontingente de inmigrantes que, entre1947 y 1954, dejó un saldo de 747.000

personas. Una crisis profunda comenzó aincubarse, por no haberse invertido enbienes de capital las cuantiosas reservascon que contaba el gobierno al comienzode su gestión y por no haberse previstolas necesidades crecientes de laindustria y de los servicios públicos enrelación con la progresiva concentraciónurbana; pero sobre todo porque, pese ala demagogia verbal, nada se habíaalterado sustancialmente en la estructuraeconómica del país.

Pese a todo, Perón pudo conservarla solidez de la estructura política enque se apoyaba. La depuración delejército le aseguró su control, y la

organización electoral se mantuvoincólume. Pero, ciertamente, carecían defuerza los partidos políticos que loapoyaban. Con o sin ellos, Perónmantenía su pequeño margen de ventajasobre todas las fuerzas opositorasunidas, sobre todo a partir de laaplicación de la ley de sufragiofemenino, sancionada en 1947. Lagigantesca organización de lapropaganda oficial contaba conmúltiples recursos; los folletos ycartillas, el control de casi todos losperiódicos del país, el uso de la radio,la eficaz oratoria del presidente y de suesposa y los instrumentos de acción

directa, como la Fundación Eva Perón,que manejaba ingentes sumas de dinerode origen desconocido, todo ellomantenía en estado de constante tensióna una masa que no advertía que lapolítica de salarlos y mejoras socialesno iba acompañada por ninguna reformafundamental que asegurara laperduración de las ventajas obtenidas.Ni los signos inequívocos de lainflación consiguieron despertar ladesconfianza frente a la singular«justicia social» que proclamaba elgobierno.

En el fondo, la propaganda teníacomo finalidad suprema mantener la

autoridad personal de Perón, y tal fuetambién el sentido de la reformaconstitucional de 1949, que incorporó alhistórico texto numerosas declaracionessobre soberanía y derechos de lostrabajadores sólo para disimular suverdadero objeto, que consistía enautorizar la reelección presidencial.Otros recursos contribuyeron arobustecer el régimen personalista: laobsecuencia del parlamento, el temor delos funcionarios y, sobre todo, lainflexible represión policial de lasactividades de los adversarios delrégimen. Ni los partidos políticos ni lasinstituciones de cultura pudieron realizar

reuniones públicas, ni fue posiblepublicar periódicos o revistas quetuvieran intención política. A losopositores les fue impedido hasta salirdel país y a los obreros que resistían alas organizaciones oficiales se lospersiguió brutalmente. Un plan militarde defensa del orden interno —el planConintes— proveyó al gobierno deinstrumento legal necesario para apagarla vida cívica.

La cultura se resintió de esos males.Los escritores editaban sus libros y losartistas exponían sus obras, pero laatmósfera que los rodeaba era cada vezmás densa. Las universidades se vieron

agitadas por incesantes movimientosestudiantiles que protestaban contra unprofesorado elegido con criteriopolítico y sometido a la vejación detener que cometer actos indignos, comosolicitar la reelección del presidente uotorgar el doctorado honoris causa a suesposa. Las instituciones de culturadebieron cerrar sus puertas y sóloprosperaron las que agrupaban a losadictos al régimen, que demostrabamarcada predilección por un grotescofolklorismo. Y, entre tanto, el presidentese comprometía en lamentablesaventuras científicas que pretendíanasegurarle repentinamente al país la

preeminencia en las investigacionesatómicas. Por otra parte, el gobiernohabía impuesto en la enseñanza primariay secundaria la obligación de comentarsu obra; se hizo obligatorio el uso delpresunto libro de Eva Perón titulado Larazón de mi vida y se estableció laenseñanza religiosa. Dos iniciativasfelices se pusieron, sin embargo, enpráctica: las escuelas-fábricas y laUniversidad Obrera.

La respuesta a esta crecienteorganización dictatorial fue unaoposición sorda de las clases altas y deciertos sectores politizados de las clasesmedias y populares. La oposición pudo

manifestarse generalmente en la Cámarade Diputados, a través del reducidobloque radical o en las campañaselectorales, en que los partidos políticosdenunciaban los excesos del régimen. En1951 un grupo militar de tendencianacionalista encabezado por el generalMenéndez intentó derrocar al gobierno,pero fracasó y los hilos de laconspiración pasaron a otras manos, queconsiguieron conservarlos a la espera deuna ocasión propicia.

El fallecimiento de Eva Perón en1952 constituyó un duro golpe para elrégimen. Reposaba sobre sus hombros lavigilancia del movimiento obrero y a su

muerte, el presidente tuvo que desdoblaraún más su personalidad para asegurarsu control del ejército y mantener suautoridad sobre la masa obrera. Estadoble necesidad requería de Perón unaduplicidad de planteos, cuya reiteraciónfue debilitándolo. Algo había perdidotambién de eficacia personal, acasotrabajando por la obsecuencia de suscolaboradores y por problemaspersonales que comprometían suconducta privada. En esas circunstanciasse produjo un resquebrajamiento de suplataforma política al apartarse de sulado los sectores católicos que habíancontribuido a sostenerlo hasta entonces.

Seguramente preocupaba ya en esoscírculos el problema de su sucesión, yPerón reaccionó violentamente contraellos enfrentando a la Iglesia. Unatímida ley de divorcio, la supresión dela enseñanza religiosa y el alejamientode ciertos funcionarios reconocidamentefieles a la influencia eclesiástica,revelaron la crisis.

El conflicto con la Iglesia, quealcanzó ciertos matices de violencia y aveces de procacidad, contribuyó a minarel apoyo militar a Perón, apartando de éla los sectores nacionalistas y católicosde las fuerzas armadas. Repentinamente,la vieja conspiración militar comenzó a

prosperar y se preparó para un golpeque estalló el 16 de junio de 1955. LaCasa de Gobierno fue bombardeada porlos aviones de la Armada, pero loscuerpos militares que debían sublevarseno se movieron y el movimiento fracasó.Ese día grupos regimentados recorrieronlas calles de Buenos Aires con aireamenazante, incendiaron iglesias ylocales políticos, pero el presidenteacusó el golpe porque había quedadodescubierto la falla que se habíaproducido en el sistema que losustentaba. Acaso no era ajena a esacrisis la gestión de contratos petrolerosque el presidente había iniciado con

algunas empresas norteamericanas.En los sectores allegados al

gobierno comenzó un movimiento parareordenar sus filas. Ante la evidenteretracción de las fuerzas armadas, elmovimiento obrero peronista creyó quepodía acentuar su influencia. Undecidido sector de dirigentes de laConfederación General del Trabajocomenzó a presionar al disminuidopresidente para que armara a lasmilicias populares. Pero el planteoobrero amenazaba con desembocar enuna verdadera revolución, y Perón, cuyaauténtica política había sido neutralizara las masas populares, esquivó la

aventura a que se lo quería lanzar.En esas condiciones, la conspiración

militar adquirió nuevo vuelo bajo ladirección del general Eduardo Lonardi yestalló en Córdoba el 16 de septiembre.Hubo allí acciones violentas, pero lasublevación general de la marina, queconcentró sus barcos en el Río de laPlata y amenazó con bombardear laCapital, enfrió el escaso entusiasmo delos jefes aún adictos a Perón. Pocos díasdespués el presidente entregó surenuncia y Lonardi se hizo cargo delpoder.

Subrepticiamente, Perón se refugióen la embajada del Paraguay y poco

después se embarcó en una cañonera quelo llevó a Asunción. De la férreaorganización que lo había sostenido noquedaron sino vagos vestigios incapacesde resistir. De la obra que habíaemprendido para asegurar la «justiciasocial» no subsistió sino el melancólicorecuerdo de los anuales aumentos dejornales que ilusionaban a quienesenjugaban con el pago de lasretroactividades las deudas que lainflación les había obligado a contraer.De la proclamada «independenciaeconómica» no subsistía sino elrecuerdo de los leoninos contratospetroleros que había gestionado con los

monopolios internacionales. Cuarenta yocho horas bastaron para poner aldescubierto la constitutiva debilidad dela obra de diez años. Sólo quedabanunas masas populares resentidas por elfracaso, que se negaban a atribuir alelocuente conductor, y procurabanendosar a la «oligarquía». Y quedabauna «oligarquía» que confiaba ensubsistir y en prosperar, gracias a lafortaleza que había logrado al amparode quien se proclamaba su enemigo.Pero indudablemente la relación entreoligarquía y masas populares quedabaplanteada en el país en nuevos términos,porque los sectores obreros urbanos

habían crecido considerablemente yhabían adquirido no sólo experienciapolítica, sino también el sentimiento desu fuerza como grupo social.

Capítulo XIVLA REPÚBLICA EN CRISIS (1955-

1973)

Las diferencias entre los grupos quehabían derribado a Perón semanifestaron de inmediato. Los sectoresnacionalistas y católicos, algunos deellos comprometidos con el régimenperonista durante largo tiempo,inspiraron la política del presidenteLonardi, quien proclamó que no había«ni vencedores ni vencidos». Hubo unintento de acercamiento a los dirigentes

sindicales, bien dispuestos a tratar conlos vencedores, pero éste no llegó acuajar: el 13 de noviembre de 1955 lossectores liberales y rígidamenteantiperonistas, nucleados en torno delvicepresidente Rojas, separaron aLonardi y colocaron en su lugar algeneral Pedro Eugenio Aramburu. Desdeentonces, las figuras de tradición liberal—conservadores y radicales, abogadosy empresarios— predominaron en laadministración y fijaron la posición delgobierno, que fue definidaexplícitamente como una prolongaciónde «la línea de Mayo y Caseros». Lafórmula significaba un retorno al

liberalismo; pero aplicada a la situacióndel momento expresó la adopción de unaactitud conservadora, especialmente enmateria económica y social.

En materia económica, el acento fuepuesto en la libre empresa, a pesar deque el economista Raúl Prebisch, aquien se le encargó la elaboración de undiagnóstico económico, habíarecomendado que el Estado conservara«los resortes superiores de laintervención». Esa tendencia repercutiósobre la política laboral, aun cuando elgobierno no acertó a fijar una línea enese terreno. Los empresariosaprovecharon el debilitamiento de las

organizaciones sindicales, que fueronintervenidas y, ante la prescindencia delEstado, procuraron limitar lasconquistas que los asalariados habíanobtenido en los últimos años. Estallaronentonces huelgas y conflictos gremiales,que fueron severamente reprimidos, ylos sectores obreros se agruparonalrededor de la bandera de Perón,produciéndose una exaltación nostálgicade la época en que habían sidoprotegidos por el Estado.

No faltó el intento revolucionariodesencadenado por jefes, oficiales ysuboficiales del ejército adictos aPerón. El movimiento estalló en La Plata

y el gobierno lo reprimió con desusadaenergía, no vacilando en aplicar la penade muerte a los principalescomprometidos. La medida causóestupor en muchos sectores y contribuyóa ensanchar el abismo que separaba alos derrotados de los vencedores.

Proscrito el peronismo, el gobiernoestimuló la acción de los viejos partidospolíticos y constituyó la JuntaConsultiva, de la que sólo quedaronexcluidos los partidos de extremaizquierda y extrema derecha. En su senose debatieron ampliamente importantesproblemas, advirtiéndose la apariciónde contrapuestas corrientes de opinión

frente a cada uno de ellos.El gobierno demostró su decisión de

acelerar la normalización institucionaldel país. Para prepararla, convocó unaconvención para la reforma de laConstitución, que se reunió en Santa Fey congregó a representantes de casitodos los partidos, por haberse puestoen práctica el principio de larepresentación proporcional. El hechopolítico sobresaliente de ese período fuela división de la Unión Cívica Radicalen dos sectores —la UCR Intransigentey la U.C.R de Pueblo— bajo lasdirecciones de Arturo Frondizi yRicardo Balbín, respectivamente. La

U.C.R.I había comenzado a adoptar unaactitud de oposición frente al gobierno,acusándolo de seguir una políticaantipopular. En las elecciones deconvencionales de 1957 los dos sectoresdel radicalismo demostraron unaparidad de fuerzas mientras los votos enblanco, que reunían al electoradoperonista, constituían la mayoría. Paraforzar al electorado en las futuraselecciones presidenciales, la UCRIdecidió retirarse de la Convención. Poresa y otras causas el cuerpo no pudocumplir su cometido y se limitó aestablecer la vigencia de la Constituciónde 1853, con el agregado de una

declaración que instituyó los derechossociales, entre ellos el de huelga.

Para las elecciones presidencialesque se avecinaban, el candidatopresidencial de la U.C.R.I, ArturoFrondizi, gestionó y obtuvo el apoyo delos votos peronistas, obteniendo lamayoría en las elecciones del 23 defebrero de 1958. Algunos sectoresmilitares miraron con recelo esareaparición de los vencidos de 1955 yno faltó quien pensara que podíaproducirse un golpe de estado queimpidiera la normalizaciónconstitucional, pero el presidenteAramburu se mantuvo firme en su

promesa y entregó el poder a su sucesor.En la etapa electoral, Frondizi había

propuesto la integración de un vastofrente, en el que debían reunirseempresarios, obreros, sectoresintelectuales, eclesiásticos y hastamilitares, para impulsar al país a dar ungran salto en su desarrollo. Insistía en laurgencia de renovar la infraestructura ydesarrollar un sector de industriasbásicas, único camino para iniciar uncrecimiento económico integrado.Aunque su lenguaje moderno y atractivoatrajo a muchos, el frente en definitivase limitó a un pacto electoral entrePerón, depositario de los votos obreros,

y Rogelio Frigerio, asesor de Frondizi ycabeza de un grupo de técnicos queaspiraban a hacer de puente entre losgrupos empresarios nacionales y losinversores extranjeros, que por entoncesmanifestaban decidido interés porinstalarse en la Argentina.

De los capitales extranjeros,precisamente, se esperaba el impulsofundamental. La ley de Radicación deCapitales les concedió condicionesharto atractivas, reforzadas por la ley dePromoción Industrial; en materiaenergética, el propio presidente condujola negociación, que culminó con unaserie de contratos para la exploración y

explotación de las reservas petroleras.Paralelamente, el gobierno solucionabala situación de las empresas eléctricas,adquiriendo el equipo instalado yconstituyendo la empresa S.E.G.B.A,con mayoría estatal. En esos años laentrada de capitales extranjeros,especialmente norteamericanos, fue muyimportante, desarrollándose rápidamentelas industrias básicas, como lapetroquímica y la siderúrgica, y tambiénla automotriz.

Los primeros meses de gobiernofueron de acelerada expansión,acentuada por un aumento masivo desalarios que en parte, retribuía el apoyo

electoral de los sectores obreros. Lainflación que desató obligó pronto aaplicar fórmulas económicas másortodoxas: al Plan de Estabilización yDesarrollo de diciembre de 1958 siguió,en junio de 1959, la incorporación comoministro de Economía del ingenieroÁlvaro Alsogaray, campeón de lapolítica económica ortodoxamenteliberal y declarado enemigo del grupoencabezado por Frigerio. Alsogarayaplicó en los dos años siguientes unprograma estabilizador ortodoxo:restricción crediticia reducción deldéficit fiscal, congelamiento de salarios,fuerte devaluación y supresión de los

subsidios que, a través de tipos decambio preferenciales, recibían muchasempresas nacionales. El costo social deesta política fue muy alto, especialmentepor la secuela de cierres y la crecientedesocupación. Pasado el peor momentode la crisis, y cuando comenzaba unanueva fase expansiva, Alsogaray fuereemplazado y se retomó, parcialmente,la política originaria.

Las condiciones mismas de laeconomía hicieron que estas crisis serepitieran periódicamente; en esos añosse vieron agravadas por la casi crónicacrisis política de un gobierno que,carente de fuerza propia, se vio

permanentemente atenazado por elsindicalismo peronista y por lossectores militares. El gobierno cumplióparte de sus compromisos con elsindicalismo peronista: se sancionó laley de Asociaciones Profesionales, quedaba una gran capacidad de maniobra alos dirigentes, y en 1961 se normalizó laC.G.T. A pesar de que el gobierno llegóa contar con un grupo de dirigentesadictos, la oposición sindical fuecreciendo en intensidad, sobre todoluego de la aplicación del Plan deEstabilización de 1959. En enero de1959 fue necesario ocupar militarmenteel Frigorífico Nacional, para desalojar a

los obreros que resistían la intervención.En mayo, Perón denunció el pactofirmado con Frigerio en vísperas de laselecciones, lo que motivó el alejamientodel asesor presidencial, y desdeentonces creció la resistencia sindical,agravada por reiterados actos desabotaje.

Tampoco eran fáciles las relacionescon las fuerzas armadas, quedesconfiaban de la versatilidad delpresidente. Ya en 1958 se produjeronlos primeros «planteos» (fórmula con laque se empezaron a conocer lasperentorias exigencias de las FuerzasArmadas), que se fueron agravando a

medida que el estado deliberativoganaba las filas militares. Ante cadacoyuntura, los distintos jefes expresabanopiniones diferentes y no faltaron, en1959, episodios en los que gruposantagónicos estuvieron a punto dedirimir sus diferencias a cañonazos enplena ciudad. Frente a las reiteradaspresiones, el presidente optó por tratarde salvar su cargo y no vaciló ensacrificar, una y otra vez, a cada uno desus cuestionados colaboradores civileso militares. En marzo de 1960 dispusola aplicación del llamado Plan Conintes,por el que las Fuerzas Armadas asumíanla tarea de enfrentar la creciente

oposición generada en los sectoresobreros.

La política exterior de Frondizi creóun nuevo campo para las fricciones. Ellanzamiento del programa de la Alianzapara el Progreso por el presidenteKennedy —mirado con desconfianza porbuena parte de los sectores tradicionalesde ambas Américas— encontró enFrondizi un entusiasta partidario.Simultáneamente se había producido lacrisis cubana, y el movimientorevolucionario del Caribe suscitaba enBuenos Aires una amplia ola desimpatía, en virtud de la cual en 1961fue elegido senador por la Capital el

socialista Alfredo L. Palacios. Frondizise propuso mediar entre Estados Unidosy Cuba, y comenzó a desarrollar, enmateria de política exterior, una líneacada vez más independiente. Susentrevistas con el presidente brasileñoQuadros —otro heterodoxo— y luegocon el ministro cubano de Industrias,Ernesto Guevara, suscitaron unacreciente oposición entre los mandosmilitares, quienes lo obligaronfinalmente a romper relaciones conCuba, a pesar de que poco tiempo antesFrondizi había declarado enfáticamenteque no lo haría.

Sin embargo, el problema más

complejo era el electoral, y en él sejugaba su suerte un gobierno cada vezmás huérfano de apoyo. A través de lospartidos neoperonistas, los vencidos de1955 se aprestaban a volver a la escenapolítica, y el partido oficial procuróconvertirse en la alternativa a lo quemuchos juzgaban su inevitable triunfo.El desplazamiento de Alsogaray delministerio de Economía permitióretomar una política más flexible, en laque abundaron las dádivas deinequívoco sabor preelectoral, al tiempoque se procuraba polarizar en torno dela U.C.R.I a todo el electoradoantiperonista. El camino a la elección de

marzo de 1962 constituyó una suerte degigantesco equívoco, pus los peronistas,que dudaban de las ventajas de untriunfo especularon con la posibilidadde ser proscriptos y ofrecieron unelenco de candidatos francamenteirritativos, especialmente en laprovincia de Buenos Aires. Alentadopor algunos éxitos previos, el gobiernoprefirió arriesgarse a vencerlos en laselecciones y fracasó: mientras losradicales del pueblo triunfaban enCórdoba y el partido oficial sólo seanotaba un éxito significativo en laCapital Federal, los partidos peronistasganaban ocho provincias, entre ellas la

de Buenos Aires. Esto selló la suerte delgobierno: anticipándose a lo que juzgabauna segura exigencia militar, elpresidente decidió intervenir lasprovincias en que habían triunfado losperonistas, aunque no logró con elloevitar su deposición, apenas demoradaunos días por la visita que por entoncesrealizaba el príncipe de Edimburgo. El29 de marzo de 1962 los jefes militaresdetenían al presidente Frondizi y loconfinaban en la isla Martín García;concluía así, con un rotundo fracaso, elprimer intento de encontrar una solucióna la crisis política iniciada en 1955.

Mientras los jefes militares

deliberaban sobre el rumbo a seguir,José María Guido, presidenteprovisional del Senado y primero en lalínea sucesoria institucional (elvicepresidente electo había renunciadoen 1958) se presentaba sorpresivamenteante la Corte Suprema de Justicia yprestaba juramento como presidente.Poco después, los comandantes militaresaceptaban esta situación, cuando elflamante mandatario se comprometió aanular las elecciones, intervenir todaslas provincias y declarar el Congreso enreceso. Se conservaba así un remedo delegalidad, y en ello radicó la fuerza deun presidente permanentemente sometido

a las imposiciones de los distintosgrupos militares. La crisis política habíaagravado la crisis económica cíclica, yse decidió aplicar rápida yenérgicamente la conocida fórmulaestabilizadora: el ministro FedericoPinedo efectuó una violenta devaluacióndel peso, que sumió la actividadeconómica en el marasmo; aunque alcabo de dos semanas fue relevado, susucesor, el ingeniero Alsogaray,continuó aplicando las mismas fórmulas,aunque con más prudencia.

El año 1962 fue difícil en loeconómico y también en lo político.Dentro de las Fuerzas Armadas la

deliberación llegó a su grado más alto ycondujo a repetidos enfrentamientosabiertos. Se discutía, sobre todo, lapertinencia de intentar una nueva salidaelectoral, visto que de uno u otro modola decisión quedaba en definitiva enmanos de los votos peronistas. A esto seagregaba la creciente desconfianza quealgunos sectores tenían hacia losdirigentes políticos en general, e ibacobrando cuerpo la idea de un gobiernopuramente militar. Esta opinión no erapor entonces unánime y, frente a esatendencia, caracterizada por un estrictoliberalismo en materia económica y unafirme posición antiperonista, se fue

constituyendo otra, proclive a una salidaelectoral que resguardara la legalidad,pero preocupada, sobre todo, por lacreciente politización de las FuerzasArmadas. La vuelta a la legalidad erapara esos jefes militares el únicocamino para que las Armas retornaran ala senda profesional. En septiembre de1962 la situación hizo crisis en elejército, y los dos bandos, conocidoscomo colorados y azules (colores queidentificaban a los contendientes en losjuegos de guerra académicos) llegaron aun choque armado que tuvo porescenario las calles de la capital.Triunfó el grupo azul, legalista, cuyo

jefe, el general Onganía, fue designadocomandante en jefe del Ejército.Todavía hubo un nuevo episodio de esteenfrentamiento cuando la Marina,simpatizante con el grupo colorado, perovoluntariamente marginada de losincidentes anteriores, se rebelo en abrilde 1963. El enfrentamiento fue entoncesmucho más violento y la victoria de losazules, concluyente.

La salida electoral, sin embargo, nodejaba de ofrecer dificultades.Originariamente el gobierno estimuló laformación de un gran Frente Nacional,que incluyera a todas las fuerzaspolíticas, pero en definitiva éste se

limitó a un acuerdo entre el peronismo yalgunos partidos menores. La fórmulapresidencial que presentó, aceptableinclusive para muchos antiperonistas,fue finalmente vetada y el Frente noconcurrió a elecciones. En cambio sepresentó el general Aramburu, postuladopor un partido nuevo formadoapresuradamente, la Unión del PuebloArgentino, que ofrecía al electoradoantiperonista la seguridad del respaldomilitar. El 7 de julio de 1963 los votosen blanco fueron otra vez muyimportantes pero, gracias al aporte deuna parte de los votos peronistas, laUnión Cívica Radical del Pueblo ocupó

el primer puesto, con apenas algo másdel 25% de los sufragios. En el ColegioElectoral hubo acuerdo para consagrarpresidente a su candidato, Arturo Illia.

Carente de una sólida mayoríaelectoral y con pocos apoyos entre losrestantes factores de poder, el gobiernoencabezado por el Dr. Illia apenas pudoofrecer un elenco honorable y unaconducción mesurada, suficienteseguramente para un período normal,pero incapaz de elaborar una alternativaimaginativa y sólida para la casi crónicacrisis política. Durante su campaña, elpartido había hablado de nacionalismoeconómico, de intervención estatal y de

protección a los consumidores, y estosprincipios orientaron su políticaeconómica. Buenas cosechas y unamejora en la balanza de pagospermitieron un aumento relativo de lossalarios y un estímulo a la demanda, conlo que se solucionó la desocupación y sepuso fin a la aguda crisis cíclica. Lasanción de la ley de Abastecimientosprocuró, con poca eficacia, defender alos consumidores, mientras que retirabaparte del apoyo crediticio a las grandesempresas, derivándolo a las pequeñas,de capital nacional. Los contratospetroleros firmados por Frondizi fueronanulados y, finalmente, renegociados, al

tiempo que se modificaba el acuerdocon S.E.G.B.A., asegurando la mayoríaestatal en la conducción. Esta políticanacionalista no pasó de allí, pero creóreticencias entre los inversoresextranjeros, que cesaron de hacernuevos aportes.

En lo económico, el estancamientofue progresivo, mientras que en lopolítico se advertía, con crecienteclaridad, que el gobierno carecía de unasalida posible. A principio de 1963 senormalizó la C.G.T y los sindicalistasperonistas asumieron su conducción; elgobierno procuró hostilizarlos sobretodo mediante la reglamentación de la

ley de Asociaciones Profesionales y elestímulo a los grupos sindicalesminoritarios. Los sindicatos seenfrentaron pronto con el gobierno y en1964 lanzaron un «Plan de Lucha» queconcluyó con la ocupación pacífica porlos obreros de 1100 establecimientosfabriles. Por entonces se estabadesarrollando, dentro del movimientoperonista, una tendencia a establecerrelaciones más flexibles y distantes conel ex presidente, por entonces residenteen Madrid. El neoperonismo operonismo sin Perón, como querían suscríticos, creció en algunas provinciastradicionales y, sobre todo, en el sector

sindical, cuyos dirigentes descubrieronque los intereses de las poderosasinstituciones que manejaban a menudono coincidían con los del jefe en elexilio. Creció por entonces elpredicamento de un dirigente singular, elmetalúrgico Augusto Vandor, artífice deuna política que combinaba, en dosiscambiantes, el enfrentamiento y lanegociación. En las elecciones deMendoza, de principios de 1965, elneoperonismo decidió sostener uncandidato poco grato a Perón quien jugótoda su autoridad en apoyo de otromenos conocido pero probadamenteleal. La división peronista favoreció en

definitiva el triunfo de sus adversarios,pero el líder exiliado logró vencer a losdisidentes y asegurar su hegemoníadentro del movimiento.

Las elecciones de 1965 llevaron alCongreso Nacional muchos diputadosneoperonistas, que hicieron alardes deconvivencia con sus colegas. Sinembargo, a nadie escapaba que laselecciones de gobernadores en 1967reactualizarían el problema que habíaprovocado la caída de Frondizi en 1962.Por entonces, las relaciones entre elEjército y gobierno eran cada vez másfrías y, mientras se veía conpreocupación la futura e inevitable

crisis, cobraba cuerpo entre los jefesmilitares la idea de constituir ungobierno que, excluyendo a los partidospolíticos, integrara a las FuerzasArmadas con los «factores reales depoder», sobre todo empresarios ysindicatos. Durante los meses inicialesde 1966, mientras los dirigentessindicales acentuaban su presión, unacampaña periodística minó el prestigiodel gobierno, acusándolo de lento eineficiente. El 28 de junio de ese año lostres comandantes en jefe depusieron alpresidente Illia. La situación no eranueva —aunque sí lo era la dignidad conque el presidente afrontaba su destino

sin torcer su conducta— y ponía fin alsegundo intento para solucionar la crisispolítica iniciada en 1955.

La presencia de varios sindicalistasen la ceremonia en que juró el nuevopresidente, general Juan Carlos Onganía,pareció confirmar la existencia de unacuerdo entre el poder militar y el podersindical. Sin embargo, el flamantepresidente dio pronto pruebas de noestar dispuesto a compartir susresponsabilidades con nadie y lospropios mandos militares debieron darun paso atrás. Por entonces Onganía nosólo tenía el apoyo pleno de las FuerzasArmadas, sino que gozaba de un vasto

consenso nacional, y había una suerte deconfianza general en su capacidad pararealizar los cambios que a todosparecían urgentes. De ese modo, elnuevo presidente pudo anunciar, sindespertar mayores resistencias, que sugobierno carecía de plazos.

Desde el principio caracterizó suaccionar un definido paternalismo,fuertemente autoritario, un estilo sobrioy escasamente verborrágico y uncarácter marcadamente tecnocrático.Acompañó su gestión un grupo defuncionarios de inmaculadosantecedentes, vasta experienciaempresarial y nula experiencia política.

Pronto se hizo sentir el carácterautoritario del gobierno: un Estatuto dela Revolución condicionó la vigencia dela Constitución, se suspendieron lasactividades políticas, se ejerció unasevera tutela sobre periódicos y librosy, en el episodio más criticado de sugobierno se acabó mediante un actopolicial con la autonomía de lasuniversidades. Pareció entonces que,más que contener lo desbordesestudiantiles, se buscaba destruir lafecunda creativa experienciauniversitaria iniciada en 1955. Lasevera mano del Estado llegó hasta lospuertos y ferrocarriles llevando a cabo

una racionalización largo tiempodemorada, y también hasta lossindicalistas, a quienes se dio la opciónde «participar» —esto es, aprobar sindisentir— o sufrir las consecuenciaspertinentes.

Sólo en marzo de 1967 se advirtió adónde se orientaba esta políticaordenadora. Hasta entonces laconducción económica había sidoerrática e ineficiente; ese mes asumió elministerio de Economía AdalbertKrieger Vasena, autor de uno de losprogramas más coherentes enconcepción y ejecución, que hayaconocido la República en crisis. Se

atacó decididamente la inflaciónmediante la racionalización del Estado,la reducción del déficit y elcongelamiento de los salarios, reguladospor el gobierno. Se suprimieron lossubsidios indirectos a ciertas industriasy a regiones marginales; se realizó unafuerte devaluación que aseguró a lamoneda un largo período de estabilidadpero simultáneamente se aplicó unaretención a las exportaciones queimpidió que sus beneficiarios fueran lossectores agropecuarios. Con esta masade dinero el Estado emprendió una seriede obras públicas —El Chocón, elNihuil, el túnel Santa Fe-Paraná, los

accesos a la Capital— que en muchoscasos solucionaban graves problemaspara el crecimiento del sector industrial.Se procuró con esta medidas alentar alas empresas eficientes, y este vocablo,el «eficientismo», sirvió para definirtoda la nueva política eficientes eranaquellas empresas que producían segúnnormas y costos internacionales,capaces de competir en el mercadomundial, y sobre todo las filiales de lasgrandes corporaciones extranjeras, quepor esos años consolidaron su posiciónen el país.

Es posible que, con más tiempo, estapolítica hubiera dado sus frutos; pero en

lo inmediato suscitó resistencias talesque determinaron su fracaso. No eransolamente los disconformes los sectoresasalariados, que veían sensiblementereducida su capacidad adquisitiva; erantambién las empresas de capitalnacional, afectadas por la disminuciónde las ventas y la restricción del crédito;los grupos agropecuarios, gravados confuertes impuestos; provincias enteras,como Tucumán o Chaco, cuyaseconomías locales sufrían los efectos dela política adoptada; y otros sectoresmenos precisos, pero igualmenteamplios, como los inquilinos, afectadospor la liberación de los alquileres. Era

un movimiento general de protesta que,con dificultad y poca claridad, tratabade manifestar el descontento popular.

A lo largo de 1969 la «paz militar»fue deteriorándose. Comenzó aconocerse por entonces la acción de losgrupos armados clandestinos que, apartir de algunas acciones denotoriedad, ingresaron en la vidapolítica argentina para no abandonarlapor mucho tiempo. Más espectacularesfueron algunos estallidosantigubernamentales en ciudades delinterior, en los que si bien participaronaquellos grupos armados, hubo unaevidente movilización popular,

expresiva de las tensiones acumuladasen la sociedad argentina. La másespectacular fue la ocurrida en Córdoba,a fines de mayo de 1969, cuando por unpar de días la ciudad estuvo en manosde los insurrectos.

Aquel movimiento, el llamado«cordobazo», hirió de muerte algobierno de Onganía. Muchos dequienes lo habían apoyado,desilusionados por la falta deperspectivas de su política,ordenancista, poco flexible y carente decreatividad, descubrieron que nisiquiera era totalmente eficaz parasalvaguardar el orden público. Hubo

rectificaciones parciales, como elrelevo del ministro de Economía pero enlo sustancial el presidente se negó arever el rumbo y aun a aceptar lassugestiones de los mandos militares. Enjunio de 1970, en momentos en que elasesinato, poco claro a por entonces, delex presidente Aramburu agregaba unnuevo elemento de dramaticidad, lostres comandantes militares,recientemente designados por elpresidente Onganía, disponían su relevoy su reemplazo por el generalLevingston, por entonces en EstadosUnidos, prácticamente desconocido parala opinión pública.

Esta falta de autoridad y poderpropios signó el gobierno del nuevopresidente y sus relaciones con la Juntade Comandantes. La violencia,recientemente establecida, continuó yaun se profundizó, anotándose nuevas yespectaculares acciones. Pareció, pues,necesario encontrar para el gobiernoiniciado en 1966 una salida política que,ampliando las bases consensuales delpoder, permitiera levantar un sólidodique a la violencia. El presidenteLevingston procuró buscar la salida almargen de los dirigentes políticostradicionales, dirigiéndose a lo quellamaba «la generación intermedia».

También trató de innovar en materiaeconómica, y el nuevo ministro, AldoFerrer, se propuso «argentinizar» laeconomía, apoyando al empresariadonacional. Si en este aspecto no hubologros espectaculares, en cambio sedesató una espectacular e incontrolableinflación que agregó otro elementoirritante al conflictivo panorama.Mientras tanto, los partidostradicionales procuraron, por su cuenta,hallar la fórmula de la salida política.En noviembre de 1970 el radicalismo, eljusticialismo (nombre con que elperonismo procuraba hacer olvidarviejos agravios) y muchos otros partidos

suscribían un documento La Hora delPueblo, que constituyó la base de lafutura salida política. Los proyectos delpresidente y de los partidos eran, en elfondo, incompatibles, y finalmente laJunta de Comandantes, que considerómás viable este último, decidió a su vezrelevar a Levingston y reemplazarlo porel comandante en jefe del Ejército,general Alejandro Lanusse. Por primeravez, ambos cargos eran desempeñadospor una misma persona.

Por entonces era evidente que eltercer ensayo de superar la crisispolítica iniciada en 1955 habíafracasado, y el muevo gobierno se

preocupó casi exclusivamente de buscaruna salida política. El ministro delInterior, Arturo Mor Roig, veteranodirigente radical, impulsó un programaque fue bautizado «Gran AcuerdoNacional». Había una coincidenciasobre la necesidad de llegar a laselecciones, pero también ciertamente,una gran discrepancia en torno delproblema de Perón.

El Perón de 1972 aparecía muydistinto al de años anteriores.Abandonando casi totalmente (aunque nodel todo) sus antiguas y rígidasconsignas, se manifestaba abierto aldiálogo y dispuesto al acuerdo con sus

antiguos enemigos, con quienesprocuraba lograr un amplio frente decoincidencias para reconstruir laRepública. Mientras tanto, cobrabacuerpo entre aquéllos una suerte deaceptación tácita del derecho delperonismo a volver al gobierno. Es quePerón se había convertido, por la fuerzade las circunstancias, en la únicaalternativa al poder militar, y lapolarización que se dio en torno suyoese año constituyó uno de los fenómenosmás dramáticos e interesantes de nuestrahistoria. Estaban, naturalmente, quienesprovenían del peronismo histórico,celosos defensores de lo que empezaba

a llamarse la «verticalidad», esto es, elacatamiento a la voluntad, real osupuesta, del líder. Pero junto con ellosestaban también los activistas de todaslas tendencias, desde la extrema derechahasta la extrema izquierda, que veían enel anciano líder la herramienta eficaz demúltiples cambios. Otros en cambio,veían en la figura de Perón la últimaposibilidad de un orden legítimo, quecerrara la crisis política en que sedebatía el país desde 1955. Finalmente,grupos de empresarios nacionales yextranjeros, e inclusive de dirigentesrurales, eran captados por el lenguaje deun político de masas que, en los largos

años del exilio, parecía habersetransformado en un verdadero estadista.El carisma de Perón operó esta vastapolarización, que se tradujo en el triunfomasivo, por dos veces, del frenteelectoral por él impulsado. El año 1973pareció cerrar definitivamente un ciclode inestabilidad y frustraciones. En pocotiempo, sin embargo, la Repúblicadescubrió que todavía le quedaba porvivir la más aguda y dolorosa de suscrisis.

Capítulo XVPÉRDIDA Y RECUPERACIÓN DE

LA REPÚBLICA (1973-1996)[1]

El retorno de Perón a la presidenciasólo se produjo después de una serie decomplejas peripecias. El presidenteLanusse fracasó en imponer su propiacandidatura, que presentaba comotransaccional entre las Fuerzas Armadasy Perón, pero logró proscribir al líderexiliado, quien entonces designó comocandidato vicario a Héctor Cámpora.Éste, que manifestaba una incondicional

solidaridad con el líder, suscitó a la vezfuertes simpatías entre los sectoresjuveniles y radicalizados del peronismo,nucleados en la llamada «tendenciarevolucionaria». Los jóvenes dieron eltono a la agitada campaña electoral,realizada bajo el lema de «dependenciao liberación», que culminó con el triunfoelectoral del peronismo. Las nuevasautoridades asumieron el 25 de mayo de1973, con la simbólica presencia de lospresidentes de Chile y Cuba, SalvadorAllende y Osvaldo Dorticós, rodeadosde una inmensa muchedumbre queescarneció a los jefes militares. Despuésde dieciocho años, la voluntad popular

podía consagrar, con plena libertad, ungobierno constitucional que expresaba, ala vez, el deseo impreciso peroimperioso de transformacionesprofundas.

Durante esos años se asistió a unaverdadera «primavera de los pueblos»,llena de esperanzas vagas e indefinidas.Desde 1969 la movilización popular nosólo había jaqueado al régimen militarsino desafiado de distintas maneras elorden establecido. Muchos procuraronimponerle una dirección. Los partidospolíticos, débiles y hasta raquíticosdebido a la larga falta de funcionamientopleno de las instituciones

representativas, fueron incapaces dehacerlo; en cambio lo lograron una seriede organizaciones políticas y armadas,nacidas en la lucha contra el régimenmilitar, al que enfrentaron por medio deacciones de guerrilla urbana. De losvarios «ejércitos» que operaron,realizando acciones militaresespectaculares que eran miradas consimpatía por buena parte de lapoblación, los que mejor lograronarraigar en el movimiento popularfueron los Montoneros. Se trataba de ungrupo de origen nacionalista y católicoal que pronto se sumaron sectoresprovenientes de la izquierda, que

sobresalió por su capacidad para asumirel discurso y las consignas de Perón,combinarlas con otras provenientes delnacionalismo tradicional, delcatolicismo progresista y de la Izquierdarevolucionaria, y a la vez movilizar yorganizar a distintos sectores:estudiantes, trabajadores o moradoresde barrios marginales. A través dedistintas organizaciones, Montoneroscombinó la acción militar con laespecíficamente política; en ellasobresalió la Juventud Peronista, detrásde la cual se congregaron los ampliossectores para quienes Perón era laencarnación de un proyecto

revolucionario, en el que la liberaciónnacional debía llevar a la «patriasocialista».

Fueron estos sectores juveniles losque rodearon al presidente Cámpora yocuparon importantes posiciones depoder hasta que, dentro mismo delperonismo, se generó un vigorosomovimiento en su contra. El 20 de juniode 1973, el día en que Perón volvíadefinitivamente al país, y cuando unainmensa multitud se había congregado enEzeiza para recibirlo, ambos sectoresprotagonizaron una verdadera batallacampal, que dejó muchos muertos. Pocodespués, Cámpora era forzado a

renunciar, y luego de un breveinterludio, unas nuevas eleccionesgenerales consagraron, de maneraabrumadora, la fórmula presidencial quereunía al general Perón y a su esposaMaría Estela Martínez.

El conflicto interno del peronismo sedesplegó con toda su fuerza. Frente aquienes proclamaban la bandera de lapatria socialista, otro sector levantaba lade la «patria peronista», combinando laaspiración al retorno de la bonanza dedécadas anteriores con posiciones,tradicionales en el peronismo,decididamente adversas a las ideas deizquierda. Ambos sectores compitieron

por el poder y por el control de lasmovilizaciones callejeras, y ambosrecurrieron a la violencia, al terrorismoy al asesinato. Fue claro que Perón,quien en su anterior lucha con losmilitares había respaldado a losjóvenes, repudiaba ahora su forma deacción, sus consignas y propósitos, seinclinaba por los sectores mástradicionales del partido y se ocupabade desalojar a los sectores juvenilesperonistas de posiciones de poder. Elenfrentamiento culminó el 1° de mayo de1974, cuando en el tradicional actoperonista de la Plaza de Mayo, elveterano líder los denostó y aquéllos

respondieron abandonando la Plaza y,simbólicamente, el movimiento.

Los partidos de oposición,empeñados en apoyar al gobiernoconstitucional, no interfirieron ni en esteconflicto ni en el otro, más sordo, dePerón con los sindicatos. La políticaeconómica que ejecutó su ministro deEconomía, el empresario José Gelbard,fue decididamente moderada, y lejos delas consignas socialistas de algunos desus seguidores, apuntó a fortalecer eldesarrollo capitalista. Se propusoexpandir el mercado interno, ampliar lasexportaciones industriales y estimular alsector de empresas nacionales, pero sin

hostilizar a las extranjeras. Laeliminación de la inflación, que era unacuestión clave para cualquier proyectode desarrollo, debía lograrse medianteun amplio Pacto Social, en el queempresarios y trabajadores renunciarana su tradicional puja por el reparto delingreso y aceptaran el papel arbitral delEstado. Pero luego de los primeroséxitos, la reaparición de la inflaciónimpulsó a los trabajadores a acentuarsus reclamos, obligando a Perón a poneren juego toda su autoridad para salvar laconcertación. El 12 de junio de 1974, ensu última aparición en público, reclamóde unos y otros el cumplimiento de los

acuerdos. Poco después, el 1° de julio,el anciano líder fallecía.

Su viuda, María Estela, que asumióla presidencia, no tenía ni la mismacapacidad ni similar autoridad, y losconflictos se hicieron más agudos. JoséLópez Rega, que había sido secretarioprivado de Perón y luego ministro deBienestar Social, y a quien se sindicabacomo el poder oculto del gobierno,organizó grupos clandestinos dedicadosa asesinar dirigentes opositores, muchosde los cuales eran activistas sindicales eintelectuales disidentes, no enrolados enlas organizaciones guerrilleras.Montoneros respondió de la misma

manera, de modo que la violencia crecióde manera irrefrenable, ante la inacciónde un gobierno que renunciaba almonopolio de la fuerza. Por otra parte, yfrente a una inflación agudizada, elgobierno se lanzó a un drástico plan deajuste económico, que incluyó unafortísima devaluación y aumento detarifas públicas, conocido como«rodrigazo», en alusión al ministro deEconomía Celestino Rodrigo, acólito deLópez Rega. Los sindicalistasrespondieron enfrentando con energía algobierno y lograron un aumento similar,con lo que los efectos esperados del«rodrigazo» se perdieron, pero la

economía entró en una situación deelevada inflación y descontrol.

Una organización armada noperonista, el Ejército Revolucionariodel Pueblo, logró por entonces asentarseen un sector de la provincia deTucumán, donde anunció la constituciónde una «zona liberada», y el Ejércitoinició una operación formal paradesalojarlo. Poco después, los jefesmilitares imponían el alejamiento deLópez Rega. Era evidente que elgobierno civil había perdido el dominiode la situación. Un intento de encontraruna salida dentro del ordenconstitucional —la renuncia de la

presidente y su reemplazo por elsenador Luder, presidente del Senado—fracasó. Poco después, la crisiseconómica y política combinadascreaban las condiciones para que lasFuerzas Armadas desplazaran a lapresidenta y se hicieran cargo del poder,sin oposición y hasta con el aliviadoconsentimiento de la mayoría de lapoblación.

El 24 de marzo de 1976 asumió elmando la Junta Militar, formada por loscomandantes de las tres Armas, quedesignó presidente al general JorgeRafael Videla, comandante del Ejército.Videla se mantuvo en el cargo hasta

marzo de 1981, cuando fue reemplazadopor el general Roberto Marcelo Viola,que en 1978 lo había sucedido al frentedel Ejército. Sin embargo, la Juntasiguió conservando la máxima potestad,y las tres armas se dividieroncuidadosamente el ejercicio del poder.

Con el llamado Proceso deReorganización Nacional, las FuerzasArmadas se propusieron primariamenterestablecer el orden, lo que significabarecuperar el monopolio del ejercicio dela fuerza, desarmar a los gruposclandestinos que ejecutaban accionesterroristas amparados desde el Estado yvencer militarmente a las dos grandes

organizaciones guerrilleras: el E.R.P. yMontoneros. La primera desapareciórápidamente, mientras que Montoneroslogró salvar una parte de suorganización que, muy debilitada, siguióoperando desde el exilio. Pero además,en la concepción de los jefes militares,la restauración del orden significabaeliminar drásticamente los conflictosque habían sacudido a la sociedad en lasdos décadas anteriores, y con ellos a susprotagonistas. Se trataba en suma derealizar una represión integral, una tareade verdadera cirugía social.

En 1984, la Comisión Nacional parala Desaparición de Personas

(CONADEP), que presidió el escritorErnesto Sábato, realizó unareconstrucción de lo ocurrido, cuya realdimensión apenas se intuía. Susconclusiones fueron luego confirmadaspor la justicia, que en 1985 condenó alos máximos responsables. Concebidocomo un plan orgánico, fue aplicado demanera descentralizada, reservándosecada fuerza sus zonas deresponsabilidad. Grupos de militares noidentificados se ocupaban de secuestrar,generalmente por la noche, a activistasde distinto tipo, que luego de sersometidos a torturas permanecían largotiempo detenidos, en centros

clandestinos —La Perla, El Olimpo, LaCacha, que alcanzaron una terrible fama—, hasta que una autoridad superiordecidía si debían ser ejecutados o sieran «recuperables». Proliferaron los«desaparecidos», pues los familiaresIgnoraban su suerte y ninguna autoridadasumía la responsabilidad de la acción,y también las tumbas clandestinas. LaCONADEP logró documentar nueve milcasos, aunque probablemente —segúnlas denuncias de los familiares— lacifra deba triplicarse.

Según la versión oficial, se tratabade «erradicar la subversión apátrida».Muchas de las víctimas estuvieron

involucradas en actividades armadas;muchísimas otras eran dirigentessindicales o estudiantiles, sacerdotes,activistas de organizaciones civiles ointelectuales disidentes. Pero elverdadero objetivo eran los vivos, losque emigraron, o debieron silenciar suvoz, o aún aceptar lo que estabaocurriendo, por falta de vocesalternativas a las que, desde el Estado,justificaban lo sucedido. Ante el horror,la mayoría se inclino por refugiarse enla ignorancia.

Con la pasividad de la sociedad elrégimen militar pudo consagrarse a susegunda tarea: la reestructuración de la

economía, de modo de eliminar la raízque —según creían— allí tenían losconflictos sociales y políticos. JoséAlfredo Martínez de Hoz, un economistavinculado a los más altos círculoseconómicos internacionales y locales,fue el ministro de Economía que, durantelos cinco años de la presidencia deVidela, condujo la transformación,sorteando oposiciones múltiples,provenientes incluso de los propiossectores militares. En su diagnóstico, elfuerte peso que el Estado tenía en lavida económica —por su capacidad deintervención o por el control de lasimportantes empresas públicas—

generaba en torno suyo una luchapermanente de los interesescorporativos —los distintos gruposempresarios y el sindicalismo— queafectaban la eficiencia de la economía, yfinalmente la propia estabilidad social ypolítica. La presencia del Estado debíareducirse, y su acción directiva teníaque ser reemplazada por el juego de lasfuerzas del mercado, capaces dedisciplinar y hacer eficientes a losdistintos sectores. También deberíareducirse la industria nacional,orientada al mercado interno ytradicionalmente protegida por elEstado, y con ella los poderosos

sindicatos industriales, que eranprecisamente uno de los factores de ladiscordia. Un vasto plan de obraspúblicas, más espectaculares queproductivas, habría de compensar ladesocupación generada.

En este proyecto, que invertía lasorientaciones de la economía vigentesdesde 1930 a 1945, se eliminó laprotección industrial y se abrió elmercado a los productos extranjeros,que lo inundaron. El Estado renunció aregular la actividad financiera —y conello a estimular algunas actividades concréditos preferenciales— y proliferaronlas entidades financieras privadas,

lanzadas especulativamente a lacaptación de los ahorros del público. Enmomentos en que el aumento del preciointernacional del petróleo creaba unamasa de capitales a la busca deganancias rápidas, la apertura financierapermitió que se volcaran al país,alimentaran a la especulación y crearanla base de una deuda externa que desdeentonces se convirtió en el más fuecondicionante de la economía local.Para realizar parte las tareas de susempresas, el Estado recurrió a empresasprivadas, y algunas de ellas sebeneficiaron con excelentes contratos.Mientras muchas de las actividades

básicas languidecían y numerosasempresas quebraban, la actividadfinanciera especulativa y los contratoscon el Estado permitieron la formaciónde poderosos grupos económicos, queoperaban simultáneamente en diversasactividades, aprovechaban de losrecursos públicos y adquirían empresascon dificultades.

Un punto débil de este proyectofueron las profundas divisionesexistentes en el seno de las FuerzasArmadas, debidas a la competenciainterna y a las apetencias personales desus jefes. La cuidadosa división deáreas de influencia entre las tres fuerzas

llevó a una suerte de feudalización delpoder. El comandante de la Marina,almirante Massera que ambicionaba lapresidencia, se opuso a Videla y sobretodo a Martínez de Hoz. Variosgenerales manifestaron también suspretensiones y objetaron el reemplazode Videla por Viola. Cuando ésteasumió el mando, prescindió deMartínez de Hoz e inició la tímidabúsqueda de una «salida política». Lafalta de confianza en la estabilidad y enposibilidad de mantener las condicioneseconómicas desencadenó la crisis, quese manifestó en una inflación desatada yuna conmoción reveladora de las

endebles bases de la estabilidad logradapor Martínez de Hoz. A fines de 1981Viola fue remplazado a su vez por elgeneral Leopoldo Fortunato Galtieri.

Por entonces, cesaba en todo elmundo el flujo fácil de capitalesespeculativos y comenzaron losproblemas para los deudores. LaArgentina, como muchos países, tuvodificultades para pagar los intereses delos préstamos recibidos, con lo que ladeuda comenzó a multiplicarse y losacreedores a presionar para imponer ala política económica las orientacionesque les permitieran cobrar sus créditos.La crisis se agudizó, y en la sociedad

comenzaron a oírse voces de protesta,largamente silenciadas. Los empresariosreclamaron por los intereses sectorialesgolpeados, los sindicalistas seatrevieron cada vez más, y el 30 demarzo de 1982 organizaron una huelgageneral, con concentración obrera en laPlaza de Mayo, que el gobiernoreprimió con dureza. La Iglesia, que,como muchos, no había hecho oír su vozante la represión, se manifestó partidariade encontrar una salida hacia lademocracia, en momentos en que lospartidos políticos se agrupaban en laMultipartidaria, tras un reclamo de lamisma índole. Pero lo más notable

fueron las agrupaciones defensoras delos Derechos Humanos, yparticularmente las Madres de Plaza deMayo, un grupo formado en el momentomás terrible de la represión, que ellasmismas debían soportar y que reclamabapor sus hijos desaparecidos y por uno delos derechos más esenciales eincontrovertibles. La fuerza de estereclamo de tipo ético fue enorme, yayudó a despertar a la sociedaddormida.

El propio régimen militar contribuyóa agravar su crisis. El general Galtieri,que se había propuesto encontrar unasalida política satisfactoria para el

Proceso, se lanzó a una aventura militarque, de haber resultado exitosa, hubierarevitalizado el prestigio de las FuerzasArmadas. En 1978 el gobierno militarhabía estado a punto de entrar en guerracon el de Chile a raíz de una disputa poralgunos puntos fronterizos sobre el canalde Beagle, que implicaban el control deese paso. La guerra fue evitada por laintervención del Papa, por medio de unhábil diplomático, el cardenal Samoré.Después de un tiempo de estudio, lamediación papal dio en lo esencial larazón a Chile, y los militares —particularmente la Marina— buscaronuna compensación en otra área

tradicionalmente conflictiva: las IslasMalvinas, ocupadas por Gran Bretañadesde 1833. Desde la década de 1960 laArgentina venía realizando una pacientetarea diplomática, a través de lasNaciones Unidas que, sin embargo, nohabía llegado a resultados. Los jefesmilitares concibieron el plan de ocuparmilitarmente las islas por sorpresa yforzar a los británicos a unanegociación, para lo cual Galtiericonfiaba en el apoyo de los EstadosUnidos, donde había establecidoexcelentes relaciones.

El 2 de abril de 1982 tropasargentinas desembarcaron en las islas y

las ocuparon. La acción excitaba unaveta chauvinista y belicista de lasociedad, largamente cultivada por lascorrientes nacionalistas de diversosigno. Suscitó un apoyo generalizado enla población argentina y en casi todossus representantes políticos, y losmilitares se anotaron una importantevictoria. Cosecharon también apoyoentre los países latinoamericanos, perola mayoría de los países europeos sealineó tras de Gran Bretaña que, lejosde aceptar la negociación, se dispuso acombatir para recuperar las islas. LosEstados Unidos hicieron un granesfuerzo para mediar entre el gobierno

argentino y el británico, y convencer aaquél de que evacuara las islas, pero losmilitares, apresados en su propiaretórica, estaban imposibilitados deretroceder sin perder todo lo que habíanganado en el orden interno, y aún más.Finalmente, los Estados Unidosabandonaron su posición neutral y sealinearon detrás de su aliado tradicionaly contra la Argentina, revelando que losmilitares habían iniciado su acciónignorantes de lo más elemental de lasreglas del juego internacional.

También ignoraban lasespecíficamente militares. Trasladaron alas islas una enorme cantidad de

soldados, mal entrenados, escasamentepertrechados, sin posibilidades deabastecerlos y con jefes que carecían deideas acerca de cómo defender loconquistado. A principios de mayocomenzó el ataque británico. La Flotadebió abandonar las operaciones, luegode que un submarino inglés hundiera alcrucero General Belgrano. Pese aalgunas eficaces acciones de laAviación, pronto la situación en las islasse hizo insostenible, y su gobernador, elgeneral Menéndez, dispuso su rendición.

La derrota desencadenó una crisis enlas Fuerzas Armadas. Galtieri renunció,los principales responsables fueron

removidos, pero luego ni la Armada nila Fuerza Aérea respaldaron ladesignación del nuevo presidente,general Reynaldo Bignone. Por otraparte, la sociedad, que hasta últimomomento se había ilusionado con laposibilidad de un triunfo militar —alentada por informaciones oficiales quefalseaban sistemáticamente la realidad— se sintió tremendamentedecepcionada y acompañó a quienesexigían un retiro de los militares y aúnla revisión de toda su actuación desde1976. Por ambos caminos, se imponía lasalida electoral, que se concretó a finesdel año siguiente, en octubre de 1983.

Durante ese año y medio, lasociedad argentina no sólo revivió y seexpresó con amplitud sino que seilusionó con las posibilidades de larecuperación democrática. En muchosámbitos sociales, estudiantiles,gremiales o culturales hubo un renovadoactivismo, así como una coincidenciageneral en el reclamo por la vigencia delos derechos humanos y el retorno a lademocracia. A diferencia deexperiencias anteriores, la politizaciónse tiñó de una dimensión ética, y elpluralismo —escasamente apreciado enexperiencias anteriores, donde eladversario era sistemáticamente tachado

de enemigo— se afirmó como valorpolítico fundamental.

Todo ello se canalizó en unaactividad política renovada. Laafiliación a los partidos fue muy grande,y éstos remozaron su fisonomía. ElPartido Justicialista designó susautoridades y candidatos luego de unproceso electoral internorazonablemente ordenado, y junto amuchos dirigentes tradicionales,sindicales y políticos, que conservaronlugares muy importantes, aparecieronnuevas figuras, más consustanciadas conla nueva experiencia democrática. Lasizquierdas se congregaron en torno de

los partidos tradicionales, pero sobretodo alrededor del Partido Intransigente,mientras que en la derecha, el ingenieroAlsogaray daba forma a una nuevaagrupación, más exitosa que lasanteriores, la Unión del CentroDemocrático. La gran renovación seprodujo en la Unión Cívica Radical, entorno de Raúl Alfonsín, luego de lamuerte de Ricardo Balbín, ocurrida en1981. A diferencia de la mayoría de lospolíticos, Alfonsín se había mantenidolejos de los militares, y no habíaapoyado la aventura de Malvinas.Reunió en torno suyo un grupo deactivos dirigentes juveniles,

provenientes de la militanciauniversitaria, y también un grupo deintelectuales que le dio a sus propuestasun tono moderno y renovador que faltabaen otras fuerzas políticas. Pero sobretodo, Alfonsín encarnó las ilusiones dela democracia, y la esperanza dedoblegar con ella los escollos que desdehacía varias décadas impedían que elpaís lograra simultáneamente una formade convivencia civilizada, unaestabilidad política y la posibilidad deun crecimiento económico. Alfonsínafirmó que todo eso se podía conseguircon la democracia, y con esa propuestaganó las elecciones de octubre de 1983,

infligiendo al peronismo la primeraderrota electoral de su historia.

La ilusión por la restauracióndemocrática ocultó entonces la magnitudde los problemas que el nuevo gobiernoheredaba así como las limitaciones desu poder, pues no sólo subsistían en pielos grandes sectores corporativos quetradicionalmente habían limitado laacción del poder político, sino que elpartido gobernante no había logrado lamayoría en el Senado, desde donde sebloquearon muchas de sus iniciativas. Elnuevo gobierno se preocupóespecialmente por la política cultural,convencido de la importancia de

combatir las ideas autoritarias quehabían arraigado en la sociedad. Así, sedio un fuerte impulso a la alfabetización,se renovaron los cuadros de laUniversidad y del sistema científico, yse estimuló la actividad cultural. Lasanción de la ley de divorcio, quesuscitó la fuerte oposición de la Iglesia,contribuyó a modernizar las normas dela vida social. En política internacionalse aprovechó el prestigio del nuevogobierno democrático para mejorar laimagen exterior del país y parasolucionar legítimamente algunosproblemas pendientes, particularmentela cuestión de los límites con Chile: un

plebiscito dio amplia mayoría a laaprobación de la propuesta papal, queaseguraba la paz entre los dos Estados.

La relación con los militares resultómuy difícil debido al reclamogeneralizado de la sociedad deinvestigar los crímenes cometidosdurante la represión y sancionar a losresponsables, y a la negativa de éstos arever su actuación durante lo que ellosllamaban la «guerra antisubversiva», ysus críticos calificaban de genocidio. Elpresidente Alfonsín, que habíaparticipado activamente en lascampañas en favor de los derechoshumanos y había incorporado el tema a

su campaña electoral, propuso distinguirentre quienes, desde el máximo nivel,habían ordenado y planeado la represión—los miembros de las Juntas Militares,a los que se enjuició—, quienes habíancumplido órdenes y quienes se habíanexcedido en ello, cometiendo delitosaberrantes. Igualmente propuso dar a lasFuerzas Armadas la oportunidad de queellas mismas sancionaran a losresponsables, para lo cual impulsó unareforma del Código de Justicia Militar.Este último procedimiento no dioresultado, debido a la total negativa delos militares a admitir que hubiera algopunible en lo que entendían como una

«guerra». La sociedad, por su parte,sensibilizada por la investigación de laConadep y la revelación cotidiana delos horrores de la represión, reclamócon firmeza el castigo de todos losresponsables.

Durante 1985 se tramitó el juicio alos miembros de las tres primeras Juntasmilitares, que culminó con sancionesejemplares. Los tribunales siguieron suacción y citaron a numerosos oficialesimplicados en casos específicos, lo cualprodujo la reacción solidaria de toda lacorporación militar en defensa de suscompañeros, particularmente oficialesde baja graduación, que —según

estimaban— no eran responsables sinoejecutores de órdenes superiores. Unprimer intento de encontrar una salidapolítica a la cuestión —la llamada leyde Punto Final— fracasó, pues nodetuvo las citaciones a numerososoficiales de menor graduación. En losdías de Semana Santa de 1987 un grupode oficiales se acuarteló en Campo deMayo y exigió lo que denominaban unasolución política. El conjunto de lacivilidad, así como todos los partidospolíticos, respondió solidarizándose conel orden constitucional, salió a la calle,llenó las plazas y exigió que depusieransu actitud. La demostración fue

impresionante, pero las fuerzas militaresque debían reprimir a los rebeldes, queempezaron a ser conocidos como«carapintadas», sin apoyarlosexplícitamente, se negaron a hacerlo. Elresultado de este enfrentamiento fue encierta medida neutro. Luego de que elpropio presidente fuera a Campo deMayo, los rebeldes se rindieron, peropoco después, a su propuesta, elCongreso sancionó la ley de ObedienciaDebida, que permitía exculpar a lamayoría de los oficiales que habíanparticipado en la represión. Aunque esteresultado no era sustancialmente distintode lo que el presidente Alfonsín había

propuesto a lo largo de su campaña —los principales responsables ya habíansido condenados— el conjunto de lacivilidad lo vivió como una derrota ycomo el fin de una de las ilusiones de lademocracia, incapaz de doblegar a unpoder militar que seguía incólume.

El gobierno también se propusodemocratizar la vida sindical y abrir laspuertas a distintas corrientes de opinión,lo que suponía debilitar el poder de ladirigencia tradicional, casiunánimemente peronista, que había sidorestaurada al frente de los sindicatos alfin del gobierno militar. La leypropuesta establecía el derecho de las

minorías a participar en la conducciónsindical, así como mecanismos decontrol de las elecciones; fue resistidaexitosamente por los dirigentessindicales, y luego de que la Cámara deDiputados la aprobó, el Senado larechazó, por apenas un voto dediferencia. Desde entonces el gobiernodebió lidiar con una oposición sindicalencrespada. Saúl Ubaldini, secretariogeneral de la C.G.T, encabezó treceparos generales contra el gobierno y supolítica económica, y aunque alprincipio no preocuparon demasiado,cuando se sumaron otros factores deintranquilidad la oposición de la C.G.T

resultó inquietante. En marzo de 1987,en vísperas del levantamiento deSemana Santa, el gobierno acordó conquince de los mayores sindicatos —almargen de Ubaldini— una serie deconcesiones importantes para losdirigentes, e incluyó a uno de ellos en elMinisterio de Trabajo. La medidaresultó oportuna, a la luz delsubsiguiente conflicto militar, perosignificó también el fin de otra ilusión:el gobierno democrático renunciaba adoblegar el poder de la corporaciónsindical.

Los problemas económicosheredados por el gobierno eran

enormes: inflación desatada, déficitfiscal, alto endeudamiento externo,estancamiento de las actividadesproductivas, y una fuerte concentración,por la que algunos grupos empresariosposeían un amplio control de la vidaeconómica. Sin embargo, en un primermomento el enfrentamiento con estosproblemas fue postergado en aras deafirmar la institucionalidad democrática.Inicialmente se impulsó una política deredistribución de ingresos y ampliacióndel mercado interno similar a la quehabían practicado anteriormente tantolos gobiernos peronistas como elradical. Pero en la nueva situación de

recesión pronto se desató la inflación,agravada por el fracaso en laconcertación con los sindicatos.

A mediados de 1985, con el país alborde de la hiperinflación, el ministrode Economía Juan Sourrouille lanzó unplan económico, el Austral, de excelentefactura técnica, con el que logróestabilizar la economía sin causarrecesión ni afectar sustancialmente ni atrabajadores ni a empresarios. Hubobuena voluntad de los acreedoresexternos y un vasto esfuerzo colectivopara detener la inflación. El plan resultópopular; y el gobierno obtuvo en 1985un buen éxito electoral. Pero no incluía

mecanismos para avanzar de laestabilización hacia la transformaciónde la economía requerida tanto por elcambio de las condiciones externas —lacrisis iniciada en la década de 1970había impulsado en todo el mundo unvasto proceso de reestructuración—como por la angustiante situaciónfinanciera y económica. Cuando ladisciplina de la sociedad se aflojó,reaparecieron las causas persistentes dela inflación, y con ellas la puja entre lasgrandes corporaciones, empresaria ysindical, por la defensa de su parte en elingreso. Hacia 1987 el gobierno sepropuso emprender el camino de las

soluciones más profundas para elproblema del déficit fiscal, apoyándoseen el grupo de los empresarios máspoderosos. Como en los casosanteriores, llegaba a su fin otra de lasilusiones de la democracia.

Frente al poder de las corporacionestradicionales que no podía doblegar, elpresidente Alfonsín trató de fortalecersu más sólido respaldo: la civilidad.Procuró que la sociedad discutiera lasgrandes cuestiones por resolver, desdeel tema del autoritarismo al de lamodernización política y la reforma delEstado, alimentó permanentemente eldebate y desarrolló sus dotes

pedagógicas y persuasivas. La suma delos fracasos parciales señalados, unidaa la escasa ductilidad de su partido paraacompañarlo, hizo que perdiera lainiciativa. Los beneficiarios fueron enparte los grupos de izquierda, en parte laderecha liberal, con las populares,aunque algo vacías, recetas delliberalismo económico, pero sobre todoel peronismo, donde un conjunto dedirigentes logró imponer al tradicionalmovimiento un nuevo rumbo. Elperonismo renovador, que encabezabaAntonio Cafiero, desplazó de ladirección a los antiguos sindicalistas ypolíticos e impuso al partido una línea

moderna, fuertemente comprometida conlas instituciones democráticas y con lasmismas banderas que Alfonsín no habíapodido defender exitosamente. Enseptiembre de 1987 el peronismo obtuvouna importante victoria electoral.

En los dos últimos años de gobiernoel radicalismo no pudo recuperarse. Alo largo de 1987 los «carapintadas»protagonizaron dos nuevos episodios,que revelaron no sólo las profundasfracturas en el Ejército, sino también lasdificultades del gobierno civil paracontrolar la institución. Dentro deljusticialismo, el grupo encabezado porCafiero, que tenía importantes

afinidades con el gobierno radical,resultó desplazado por una heterogéneaalianza encabezada por el gobernador deLa Rioja Carlos Menem, quien utilizó enla campaña electoral que lo consagrócandidato presidencial, los recursos mástradicionales del peronismo. Paraenfrentarlo, la U.C.R postuló algobernador de Córdoba EduardoAngeloz, con figura de buenadministrador, pero sin la fuerzacarismática que había tenido Alfonsín en1983.

En los dos últimos meses de 1988,cuando la inflación volvía a ser fuerte,el gobierno lanzó un nuevo plan

económico que debía frenarla hasta laépoca de las elecciones. Pero el planPrimavera, que se inició conescasísimos apoyos, se derrumbócuando los acreedores externos retiraronsu confianza al gobierno: a principios de1989 sobrevino una crisis, y el paíscomenzó a conocer su primeraexperiencia de hiperinflación,acompañada por asaltos y saqueos, queprodujeron una fuerte conmoción en lasociedad. En ese contexto, en mayo de1989 el candidato justicialista CarlosMenem se impuso con facilidad.Faltaban más de seis meses para lafecha prevista para el traspaso del

mando, pero el gobierno, carente derespaldo político, jaqueado por losvencedores e incapaz de dar respuesta ala hiperinflación, optó por adelantar lafecha de entrega. De este modo un pocoaccidentado, se logró concretar larenovación presidencial, la primeradesde 1928 que se realizaba según lasnormas constitucionales.

El nuevo gobierno, de manerasorpresiva, desechó totalmente lo quehabían sido sus propuestas electorales,encuadradas en la tradición peronista, yadoptó sin reticencias el programaeconómico y político de la derechaliberal, incorporando al gobierno a sus

dirigentes y a destacados miembros delos altos círculos económicos. Así lorevelaba la conspicua presencia delingeniero Alsogaray y de su hija MaríaJulia.

Los designios del gobiernoaparecieron claros de entrada: se tratabade invertir todas las políticastradicionales en la Argentina en elúltimo medio siglo. Dominar el dragón—esto es controlar la inflacióndesbocada e imponer una ciertadisciplina a los operadores económicos— fue difícil, y en la tarea fracasaronlos dos primeros ministros deEconomía, provenientes ambos del

grupo Bunge y Born. El tercero, ErmanGonzález, tuvo más fortuna, pero a finesde 1990 lo sorprendió una segundahiperinflación, menos famosa que laprimera. En los primeros meses de 1991dejó su cargo a Domingo Cavallo, quienlo ocupó por más de cinco años. Larevolución menemista había encontradosu ejecutor.

La acción de Cavallo se asociafundamentalmente con la estabilizaciónde la economía y el control de lainflación, que logró con una drástica leyde convertibilidad: para asegurar laequivalencia entre un peso y un dólar, elEstado se comprometió a prescindir de

cualquier emisión monetaria norespaldada. Su aplicación coincidió conun acuerdo con el FMI y los grandesacreedores externos —a los que aseguróun mínimo cumplimiento de los pagos dela deuda externa—, y con un período defluidez financiera mundial, que lepermitió al país beneficiarse con unacorriente de capital. Estabilidad y uncierto respiro en la crisis crearon parael Plan de Convertibilidad un amplioconsenso, y transformaron al ministro,de personalidad desbordante, en elverdadero conductor del gobierno.

Buena parte de sus esfuerzosestuvieron dedicados a mantenerse firme

en el cargo, pues fue jaqueado desdemuchos lados, y particularmente desdeel entorno más directo del presidente;con frecuencia éste debía salir arespaldarlo, aunque cada vez con menosentusiasmo. Pese a que era evidente sudisgusto por la preeminencia delministro, el presidente no podíaprescindir de él, no sólo porque losacreedores externos lo considerabanclave para el mantenimiento de laconfianza, sino porque el consenso delgobierno en la sociedad se cimentabacada vez más en lo que era su mayor ycasi único logro visible: la estabilidad,permanentemente revalorada por el

recuerdo de la primera hiperinflación.Ese logro implicó fuertes costos

para la sociedad. Para los trabajadores,la caída del salario y sobre todo de laocupación. La reducción del déficitfiscal implicó el abandono de lainversión pública e inclusive eldescuido de servicios esenciales, comola salud, la educación y la seguridad. ElEstado dirigista y benefactor, en cuyaconstrucción el general Perón habíatenido un papel fundamental, fuesistemáticamente desmantelado, seeliminaron los instrumentos deregulación económica y se modificódrásticamente la legislación laboral y

social. Las empresas del Estado fueronprivatizadas, y se aceptaron en pagotítulos de la deuda externa, lo quepermitió mejorar las relaciones con losacreedores y normalizar la situación delpaís en la esfera internacional alejadode lo que habían sido tradicionalmentelos apoyos del justicialismo —lossindicatos y los sectores trabajadores—el gobierno se vinculó estrechamentecon los principales factores de poder:los grandes grupos económicos,beneficiarios de la política deprivatizaciones, los militares, cuyabuena voluntad obtuvo indultando a loscondenados por la represión ilegal, la

Iglesia y los Estados Unidos, cuyasorientaciones internacionales sesiguieron celosamente.

Si Menem se respaldó en los logrosde su ministro, éste pudo operar conlibertad gracias al sustento político deun presidente hábil para reunir fuerzas ydesarmar las de sus opositores. Susmétodos resultaron chocantes paraquienes se habían ilusionado con larestauración democrática y republicana.En torno de un poder ejercido de formapersonal y casi monárquica por unpresidente que desdeñaba laadministración cotidiana y preferíapracticar deportes, se constituyó un

grupo de influyentes sobre quienesrecayeron fuertes sospechas decorrupción. La consolidación del nuevopoder supuso también un avance sobrelas instituciones de la República: crecióla influencia del Ejecutivo, el papel delparlamento fue minimizado pues lasdecisiones más trascendentes se tomaronmediante decretos, y el de la Justicia fuemenoscabado por la permanenteinjerencia en ella del poder político. Lasimágenes del autoritarismo y de lacorrupción crecieron en forma paralela,y se alimentaron recíprocamente.

Sin embargo, la misma sociedadreaccionó con mucha moderación, frente

a la sustancial transformación de lasreglas del juego y ante el avance delpoder presidencial. El compromisopolítico de la ciudadanía, que habíarenacido con la crisis del régimenmilitar, decayó en forma notable. Elperonismo aceptó este abandono total desus ideas tradicionales y se sometió condisciplina a la voluntad del nuevo jefe.El aparato sindical, cuyo poder resultófuertemente recortado por la recesióneconómica, la privatización de lasempresas estatales y la modificación dela legislación laboral, sólo opusoresistencias esporádicas, que parecíanapuntar a alcanzar alguna negociación.

La oposición política señaló con durezalos casos de corrupción y los avances dela autoridad presidencial, lo mismo quela prensa en general, pero no acertó aproponer un rumbo sustancialmentedistinto del que llevaba el gobierno.

A fines de 1993, todavía en plenacalma económica, el presidente Menemdio un golpe notable: acordó con el expresidente Raúl Alfonsín, jefe de laUnión Cívica Radical, la realización deuna reforma constitucional. Ésta debíaincluir una serie de modificaciones quefortalecieran las institucionesrepublicanas, a cambio de las cuales seadmitía la reelección presidencial,

vedada por la Constitución vigente. Alaño siguiente se hizo la reformaconstitucional y en 1995 Menem fuereelecto, obteniendo prácticamente lamitad de los votos. La campañapresidencial explotó sistemáticamente laopción entre Menem o el caos, mientrasque la oposición, luego de admitir elcarácter benigno e inmodificable de laestabilidad, sólo pudo hacerse fuerte enlos temas de la corrupción.

Sin embargo, desde 1995 seobservan pequeños cambios en elequilibrio social y político. Desdeprincipios de ese año había concluido labonanza económica: una fuerte

fluctuación en las finanzasinternacionales provocó el retiro de loscapitales golondrinas, sumiendo a laeconomía en un pozo depresivo. Lastasas de desocupación se elevaron demanera asombrosa y comenzaron aaflorar los signos de tensión social. Porotra parte, en esa elección emergió unnuevo agrupamiento político, querompió el tradicional bipartidismo. Elradicalismo obtuvo un magro resultadmientras José Octavio Bordón, unperonista disidente, reunió los votosdisconformes del peronismo, los de laizquierda y los de unos cuantosradicales. Esta tercera fuerza, el

Frepaso (Frente para un país solidario),fue muy fuerte en la Capital, pero tuvodificultades para estructurarse a escalanacional. No obstante, su surgimiento, yuna recuperación del radicalismo,coincidieron con intensas luchas internasdel Partido Justicialista, protagonizadaspor quienes desde 1995 comenzaron aespecular con la elección de 1999. Enuna de esas batallas fue derribadoCavallo, sin que su caída produjera laconmoción que él mismo habíavaticinado.

Las transformaciones posteriores a1989 empezaron a dibujar una Argentinasustancialmente distinta, aunque todavía

no puede percibirse con claridad sufigura final. La industria, nervio vital dela economía desde 1930, se encuentra enretracción, y con ella el mundo deltrabajo industrial del sindicalismo, sinque su lugar sea ocupado por nuevasactividades dinámicas. El poder sobrela economía de una docena de grandesgrupos empresarios es enorme ydifícilmente retroceda. Un sectorreducido pero importante de sociedadprospera en estas nuevas condicionespero una masa enorme de la poblacióncae en la marginalidad, de modo que latradicional fisonomía de la sociedadargentina, con amplios sectores medios

y una movilidad que disolvía los cortestajantes, deja paso a otra donde locaracterístico es la polarización y lasegmentación. El Estado, que habíatenido un papel fundamental en laconformación de aquella sociedad másdemocrática e igualitaria, renuncia aparte de sus funciones, y lo privadoavanza sobre lo público e impone susreglas y su lógica. La nueva Argentina,en suma, se parece cada vez más a laLatinoamérica tradicional.

JOSÉ LUIS ROMERO, nacido el 24de marzo de 1909 en Buenos Aires,Argentina; y fallecido el 28 de febrerode 1977 en Tokio, Japón.

Doctorado en la UniversidadNacional de La Plata, con una tesissobre Los Gracos y la formación de laidea imperial. Se dedicó luego a la

historia medieval y desarrolló una largainvestigación sobre los orígenes de lamentalidad burguesa, que culminó en susdos obras mayores: La revoluciónburguesa en el mundo feudal y Crisis yorden en el mundo feudo-burgués.

Paralelamente, y en su calidad dehistoriador y de ciudadano —militó enel Partido Socialista—, se dedicó a lahistoria argentina y escribió en 1946 unade sus obras clásicas: Las ideaspolíticas en Argentina. Enseñó en lasuniversidades de La Plata y de laRepública (Montevideo). Desde 1958 lohizo en la Universidad de Buenos Aires,donde fue Rector interventor en 1955 y

Decano de la Facultad de Filosofía yLetras en 1962. Allí fundó la cátedra deHistoria Social General, que tuvo unainfluencia decisiva en la renovaciónhistoriográfica de la década de 1960.Influyó notablemente en numerososhistoriadores como Jaime Garnica.

En 1975 fue convocado para integrarel Consejo Directivo de la Universidadde las Naciones Unidas, con sede enTokio, donde falleció en 1977. En 1976,poco antes de morir, completó el libroLatinoamérica. Las ciudades y lasideas, que proyecta sobre Américalatina su experiencia de europeísta.

Notas

[1]Este capítulo ha sido redactado porLuis Alberto Romero.<<