Branham_Reyner - Teoría y Diseño en La Primera Era de La Máquina Cap 1-2
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1. LA TRADICION ACADEMICA Y EL CONCEPTO DE LA COMPOSICION ELEMENTAL
Si bien el punto de partida más importante para el desarrollo de la arquitectura moderna reside en
una serie de actitudes revolucionarias registradas alrededor de 1910 y conectadas en gran parte con
los movimientos cubista y futurista, cierto número de causas preparatorias contribuyeron también
a encauzar la corriente principal de la evolución arquitectónica dentro de los canales por los cuales
afluyó a la década 1920-1930. Todas estas causas tienen su origen en el siglo anterior y se las puede
reducir, en términos generales, a tres ideas principales: primero, el sentido de la responsabilidad
del arquitecto ante la sociedad en la cual vive, idea de ascendencia sobre todo inglesa, con origen
en Pugin, Ruskin y Morris, y que se materializó en una organización fundada en 1907, el Deutscher
Werkbund. Segundo, el enfoque racionalista o estructural de la arquitectura, también de tradición
inglesa, pues parte de Willis, pero elaborado en Francia por Viollet-le-Duc y codificado en la
magistral “Histoire” de Auguste Choisy a fines mismo del siglo; la tradición paralela en Alemania
carece de exponente destacado después de Gottfried Semper. Y, finalmente, la tradición de la
enseñanza académica, de carácter mundial por su difusión, pero que debe la mayor parte de su
fuerza y autoridad a la “École des Beaux-Arts” de París, de donde surgió, a poco de finalizado el siglo
XIX, el enjundioso resumen de las conferencias de Julien Guadet; tampoco aparece por esa época
una obra equivalente a ésta en Alemania.
La actitud de quienes serían los maestros de la arquitectura moderna debió de ser equívoca frente
a estas tradiciones del pasado. El Werkbund y sus miembros eran objeto de sospechas en algunos
círculos, aunque la mayoría de los arquitectos jóvenes aceptaba los imperativos morales de la
organización. La actitud racionalista era tenida en gran estima, pero repudiada en la práctica; la
tradición académica era generalmente vilipendiada, pero los arquitectos jóvenes adoptaron muchas
de las ideas encarnadas en ella.
Esta última circunstancia dificulta la tarea de evaluar la contribución de Guadet a la teoría moderna
de la arquitectura. Los arquitectos que rechazaban la disciplina académica lo hacían por sentirla
hostil a su concepción de la arquitectura, una concepción funcional, científica y divorciada de toda
consideración estilística. Sin embargo, si tomamos como evidencia los cinco volúmenes de
“Eléments et Théories de l'Architecture”, Guadet —la misma encarnación de la academia— fue tan
funcional, tan científico y tan antiestilístico como aquéllos. A la inversa, mientras esos arquitectos
repudiaban las «falsas normas de las academias», aceptaban muchas ideas académicas ignorando
su origen. Así, por ejemplo, en 1923, después de criticar a las academias por no brindar su apoyo a
la nueva ciencia estética, Gropius pasa a utilizar una cierta cantidad de conceptos estéticos similares
a los de origen académico francés. (1)
Este estado de cosas era, en cierta medida, producto de la especialización y fragmentación dentro
de las academias mismas, y también del silencio observado en la enseñanza académica con respecto
a temas que se consideraban demasiado evidentes o demasiado sagrados para someterlos a
discusión. En primer lugar, cabe destacar que muchas ideas académicas aceptadas por los
arquitectos no provenían del aspecto arquitectónico de la instrucción impartida en las “Beaux-Arts”,
sino de la parte pictórica. La “Grammaire des Arts de Dessin”, escrita por Charles Blanc, bibliotecario
de la “École des Beaux-Arts”, y publicada en 1867, había llegado a formar parte del subconsciente
racial —por así decir— de numerosas tribus de artistas creadores en el mundo occidental y es
posible encontrar ideas paralelas incluso donde no ejercieron influencia directa, por ejemplo en
Alemania. Su énfasis en los métodos técnicos de la expresión en pintura (pincelada, color,
composición, etc.), en oposición al contenido —128 páginas dedicadas a los primeros, sólo 19 al
segundo—, contribuyó a abrir el camino para la aparición del arte abstracto. Pero también parece
haber contribuido a abrir el camino para Guadet: la insistencia de Blanc en la “ordonnance” de una
pintura como su medio principal de expresión, encuentra repetido eco en la importancia que
confiere Guadet a la “composition” en arquitectura.
Asimismo, la relativa falta de interés de Blanc por el tema tiene su paralelo en la falta total de interés
que demuestra Guadet por el estilo. Se trata de uno de los silencios más notables de los “Éléments
et Théories”; el otro se refiere a la composición axial. La actitud de Guadet ante ambos temas, tan
cruciales para la enseñanza académica, parece ser producto de su propio enfrentamiento, íntimo y
prolongado, con este sistema de enseñanza. Guadet llegó a ser profesor en 1886, al cabo de
cincuenta y dos años de intachable respetabilidad académica, convenientemente adornada con
numerosos primeros premios, medallas y del Premio de Roma. Su maestro había sido Henri
Labrouste, el «pícaro» académico de mediados del siglo; pasando por él, Guadet fue un eslabón en
la ininterrumpida cadena académica que se remonta hasta los primeros días del siglo XIX y hasta el
apogeo de la arquitectura neoclásica francesa. Hasta tal punto estaba saturado de tradición que su
propia insistencia en la composición de un edificio a partir de los volúmenes que lo integran no es
sino un eco de lo dicho por J. N. L. Durand en 1821: (2)
1. Véase el capítulo 20.
Todo edificio completo no es, y no puede ser, sino el resultado de ensamblar y reunir (componer)
un mayor o menor número de partes.
Pero la manera específica de reunir las partes es algo que Guadet casi no discute: tan sólo le dedica
uno de los ocho capítulos que componen el segundo libro del primer volumen (son cinco en total)
de “Eléments et Théories”; este capítulo no es muy informativo y queda totalmente sumergido en
la masa de información práctica de los otros cuatro volúmenes. La disposición simétrica de las partes
de un edificio con respecto a uno o más ejes era la disciplina maestra de la arquitectura académica
de manera tan incuestionable que no le resultaba necesario discutirla, tal como no le resultaría
necesario discutir el recubrimiento de las formas del edificio en uno u otro de los «estilos de
catálogo» reconocidos (como los llamaría Lethaby). Las características de esos estilos podían
obtenerse de un buen texto, tal como el “Parallèle” de Normand; la composición axial formaba parte
del aire que respiraban los estudiantes y la tarea de Guadet como profesor consistía en proporcionar
la información imposible de adquirir en esas dos fuentes. Únicamente cuando la idea de la
composición axial dejó de ser incuestionable apareció una justificación o explicación impresa de la
misma: la “Philosophie de la Composition Architecturale” de Albert Ferran, no publicada hasta 1955,
pero moldeada en su totalidad según la estructura mental reinante en la primera década del siglo,
cuando Ferran figuraba entre los últimos alumnos de Guadet, e ilustrada fundamentalmente con
proyectos (lám. 2) Proyecto para un Banco Nacional. Premio de Roma de 1899 (ficha 681) que en
esa época merecieron el Premio de Roma.
El resultado de todo esto es curioso: el maestro de Auguste Perret y Tony Garnier, ambos
progenitores del Movimiento Moderno en Francia, publica un libro —”Eléments et Théories”— que
contribuye a formar el clima mental en el cual crecieron aproximadamente la mitad de los
arquitectos del siglo XX y aporta valiosas claves para conocer la atmósfera en la cual maduró la otra
mitad, la alemana; sin embargo, ese libro no contiene uno solo de los temas principales —
composición axial y estilos históricos— de la disciplina que le dio origen. La influencia directa del
libro ha sido siempre, en verdad, escasa. Voluminoso, suntuoso, de alto precio y de lectura
sumamente difícil, ha ocupado un lugar en los estantes de las bibliotecas de consulta, pero no en
los cuartos de los estudiantes. Se ha consultado abundantemente en busca de información, aunque
rara vez se ha leído en busca de instrucción. El mismo Guadet apreciaba asi su posición:
No aspiro al papel de guía para todo el viaje; a quienes parten detrás de mí, les señalo el equipaje
necesario para la travesía.
2. En la página 6 de su “Partie Graphique” (París, 1821), volumen complementario del conocido “Précis” (París, 1809), que
gozó de amplia difusión en Europa, incluyendo una traducción al alemán, e hizo de las ideas de Durand una de las bases
neoclásicas internacionales sobre las cuales se construyó (a menudo sin saberlo) la moderna teoría arquitectónica.
La mayor parte de sus cinco gruesos volúmenes está dedicada al bagaje necesario para un
estudiante de la “École”: instrumentos y técnicas de dibujo, sistemas de proporción, muros y
aberturas; pórticos, naves y órdenes; techos, bóvedas, cielos rasos y escaleras; plantas tipo y
programas para todos los tipos concebibles de edificios públicos y semipúblicos, hasta llegar a
pormenores tales como la disposición de los sanitarios en guarderías infantiles. En suma, cinco
volúmenes de sabiduría predigerida sobre problemas funcionales, todo ello de segunda mano y en
gran parte anticuado, pero todo ello vital para el éxito allí donde floreciera el sistema de “Beaux-
Arts”; de ahí su continuada influencia hasta bien entrado el siglo y de ahí, también, los diversos
intentos de escribir «un nuevo Guadet» que culminan en la obra de Talbot Hamlin “Forms and
Functions of Twentieth-Century Architecture”
Sin embargo, entre las líneas de esta masa de información y en textos anexos, tales como la
introducción y la conferencia inaugural de 1894, sale a la superficie algo de la teoría de Guadet y
parte de ella bien merece un comentario, ya sea por su interés intrínseco, ya por los ecos que suscitó
en años posteriores del siglo. Para comenzar, su actitud frente al pasado no es la que cabría esperar
de un académico. Guadet prefiere elegir sus ejemplos entre los maestros y monumentos de
períodos anteriores, mas reconoce la aparición de nuevos tipos y funciones de edificios en vida de
sus propios contemporáneos, admitiendo que
Là, il faudra bien que je fasse des emprunts aux vivants.
Quizá se trate de mera prudencia, pero en otros pasajes se advierte una tendencia a despreciar la
pura arqueología en la elección del estilo.
En Munich imaginan utilitarios Partenones; en Londres, como respuesta a las necesidades
específicamente modernas de los clubes, uno encuentra viejos amigos como el Palazzo Farnese, la
Procuraduría... hasta sus mismas molduras, para mayor servilismo e imitación.
A esto opone el ejemplo de los innovadores pertenecientes a la generación de su maestro,
Labrouste.
Por fortuna, ciertos artistas orgullosos —nuestros maestros— vieron, y nos hicieron ver, que la
libertad no es sólo el derecho a cambiar de uniforme; por ello, nuestro arte se ha liberado poco a
poco de esa arqueología. No todo fueron éxitos, pero los esfuerzos realizados en ese sentido
rindieron sus frutos; hoy sabemos y proclamamos que nuestro arte tiene derecho a la libertad, que
sólo la libertad garantiza su vida y su fecundidad, en una palabra, su salud... Si insisto sobre estas
consideraciones no es, por cierto, para borrar todo lo hecho a antes; al contrario, tal como nuestro
lenguaje, tal como toda nuestra civilización, nuestro arte es —y debe ser— el rico heredero de una
fortuna acumulada a través de los siglos. Pero odio las proscripciones artísticas, como todas las
proscripciones, y odio la exclusividad artística, como todas las exclusividades; deseo haceros
comprender el sentido —amplio y severo— en que entiendo esa palabra «clásico», colocada al
comienzo de estos estudios.
Dejando de lado, por el momento, el sentimiento libertario de la última frase, vemos en sus palabras
una actitud abstracta y ambivalente hacia la historia: ésta debe ser comprendida, no imitada; sus
lecciones no se materializan tanto en los monumentos reales de otros tiempos como en los
principios que de ellos pueden abstraerse. Como se verá, esta idea reviste peculiar importancia para
evaluar la comprensión que Guadet tiene de “ce mot de classique”.
Guadet consideraba esta actitud hacia la historia como «científica».
El arquitecto de hoy es, o debiera ser, un hombre múltiple, un hombre de ciencia en todos los
problemas relacionados con la construcción y sus aplicaciones, un hombre de ciencia también en su
profundo conocimiento de todo el legado de la arquitectura.
Esto implica, claramente, un significado de la palabra “ciencia” distinto al corriente, incluso al
aceptado por la generación de sus propios discípulos. Guadet quiere decir ciencia en el sentido
generalizado en que la entendía Leonardo da Vinci: erudición más método lógico (la obra de Paul
Valéry “Introduction á la Méthode de Leonardo da Vinci” apareció sólo cinco años antes de
publicarse el libro de Guadet y no puede ser mera coincidencia que Leonardo sea la autoridad más
citada por Ferran), y no como la entienden la mayoría de los escritores del siglo XX, esto es, disciplina
mental basada en la investigación experimental. Más aún, Guadet demuestra hostilidad hacia los
estudios de física teórica como base del diseño:
Debe mostrársele lo que puede construir; luego verá con qué medios puede asegurar su
construcción, es decir, la realización de algo que previamente debe haber concebido.
Pero, con todo, consideraba sus propios métodos de enseñanza como científicos y en cierto
momento establece un enérgico paralelo entre los “ateliers” de la “École” y los laboratorios de un
instituto científico.
La confusión introducida en este terreno por Guadet cobró gran difusión en años posteriores,
aunque no siempre cabe atribuirla a su influencia. Gran parte de la estética académica de Blanc y
sus discípulos, científica en el sentido antiguo y más generalizado, adquirió el prestigio de que
gozaba la ciencia en el sentido más moderno y especializado, pese a los resultados poco
concluyentes del intento de Charles Henry en la década de 1890-1900 para tornarla también
científica en el sentido experimental. (3) La afirmación de Ozenfant y Jeanneret:
“l'art et la science dépendent du nombre” (4)
sugiere que también ellos, a pesar de que reclaman para sus teorías el prestigio de la ciencia
avanzada del siglo XX, conciben todavía a la ciencia en términos tradicionales, es decir, sin
considerarla en su carácter moderno de «filosofía experimental». Esta confusión acerca del
significado de «científico» tiene su paralelo en la confusión que existe entre los dos significados
posibles de «objetivo»: la estética del arte abstracto —derivada en gran parte de Charles Blanc—,
que puede considerarse objetiva en el sentido de lógicamente impecable, ha sido considerada
también objetiva en el sentido de verificada experimentalmente, lo cual hasta ahora no se ha
demostrado.
Llegados a este punto, necesitamos establecer una conexión con el arte abstracto, ya que en
ocasiones se ha presentado a Guadet como defensor de una arquitectura abstracta. Colin Rowe, por
ejemplo, sugiere que Guadet «concebía una arquitectura de la forma pura»; (5) pero las
ilustraciones de “Eléments et Théories”, la labor que desarrolló en la “École” mientras fue profesor
y los pocos edificios surgidos de su estudio distan mucho de verificar esa idea. Más cercano a la
verdad sería decir que Guadet facilitó la aparición de una arquitectura de la forma pura, en la misma
forma en que Blanc facilitó la aparición de un arte abstracto. Si Blanc presta escasa atención al tema,
Guadet se interesa aún menos por los pormenores estilísticos; pero esto no quiere decir que
ninguno de ellos concibiera la posibilidad de prescindir de tales elementos. Guadet considera el
estilo como algo ajeno a la competencia de su curso, como algo abierto a la elección y al
temperamento del proyectista, y los ejemplos de su libro provienen de todos los estilos y períodos;
es una suerte de ecléctico negativo y, como se señaló antes, su actitud es libertaria, contraria a las
prohibiciones y al exclusivismo.
3. Para la valoración más reciente de Charles Henry, véase Christopher Gray, “Cubist Aesthetic Theories”, Baltimore, 1953.
Henry fue director de un Laboratorio de Psicología de la Percepción, anexos a la “Ecole des Beaux-Arts”, y en la década de
1920-1930 sus ideas tenían todavía vigencia suficiente para ser reimpresas con cierta extensión en “L'Esprit Nouveau”
(véase, al respecto, el capítulo 17).
4. Véase el capítulo 15.
5. En el “Art Bulletin”, Nueva York, junio de 1953, pág. 170.
El punto clave de esta voluntad en eludir el problema estilístico consiste en el sentido “large et
sévére” que Guadet da a la palabra “classique”. Es un sentido análogo en cierta manera al
«clasicismo no histórico» propuesto posteriormente por Oud, (6) o al clasicismo diagramático de
Labrouste y, más aún, de maestros como Ledoux y Durand, en cuya obra se enraizaba la tradición
de las “Beaux-Arts”. Se asemeja al sentido que confería Alois Hirt a la palabra griego, también en los
primeros años del siglo pasado, cuando decía:
Quien construye correctamente, construye como los griegos
—esto es, en forma racional y directa—, un sentido que retorna repetidas veces en las
comparaciones que hace Le Corbusier entre las máquinas y la arquitectura griega. (7)
Así, pues, respecto a tres tópicos corrientes en la década de 1920-1930—significado de la historia,
posición de la ciencia y posición de la tradición clásica— Guadet se anticipa a opiniones muy
difundidas, aunque sería arriesgado sugerir alguna influencia o conexión histórica. Sin embargo, en
un tema de la mayor importancia puede sugerirse por cierto esa vinculación histórica: se trata de su
concepción acerca del verdadero modo de proyectar edificios. Si sus puntos de vista sobre el estilo
fueron demasiado negativos para llegar a la página impresa, sus opiniones sobre la composición
simétrica fueron, en cambio, demasiado afirmativas. Durante su profesorado, la enseñanza de las
“Beaux-Arts” se concentró casi por completo en la elaboración de plantas de simetría poliaxial, de
elegancia abstracta, pero nada funcional. Los alzados ocuparon un lugar tan secundario que Ferran,
por ejemplo, no siente necesidad alguna de reproducir sino las plantas y deja al lector la tarea de
deducir los alzados sobre la base del sistema de columnas, etc., que las plantas revelan. Y cuando
Ferran expresa su preferencia por una planta u otra —preferencia que generalmente parece
coincidir con la del jurado encargado de discernir el Premio de Roma— se inclina siempre por
esquemas simétricos con respecto a más de un eje.
Pero esta insistencia en la axialidad no se encuentra en “Eléments et Théories”; más aún, Guadet se
burla de la simetría axial absoluta y la califica “du non-sens”; destaca, en cambio, la manera de
componer las partes del edificio dentro de la planta axial:
Este curso tiene como finalidad el estudio de la composición de los edificios en sus elementos y en
su totalidad, desde un doble punto de vista: adaptarlos a programas definidos y a necesidades
materiales.
6. Véase capítulo 12.
7. Véase capítulo 17.
Y amplía este punto de vista en más de una ocasión:
Componer es hacer uso de lo que se sabe (“ce qu´on sait”). La composición trabaja con materiales,
tal como lo hace la construcción, y estos materiales son, precisamente, los Elementos de la
Arquitectura.
Y repite:
Nada hay con seguridad más atractivo que la composición, nada más seductor. Es el auténtico
dominio del artista, sin límites ni fronteras, salvo lo imposible. ¿Qué es componer? Reunir,
ensamblar, unir las partes de un todo. Estas partes, a su vez, son los Elementos de la Composición,
y así como realizaréis vuestros edificios con muros, aberturas, bóvedas, techos —elementos todos
de la arquitectura—, así también integraréis vuestra composición con habitaciones, vestíbulos,
salidas y escaleras. Tales son los Elementos de la Composición.
Estos elementos son “ce qu'on sait”, la información utilitaria que constituye el contenido de los tres
últimos volúmenes de “Eléments et Théories”; la composición reside en la manera de reunirlos, y
los dos conceptos forman una filosofía del diseño que fue común a académicos y modernos por
igual. Se trata de un enfoque particular: los elementos estructurales y funcionales pequeños
(elementos de la arquitectura) se combinan para obtener volúmenes funcionales, y éstos
(elementos de la composición) se reúnen para hacer edificios enteros. Llevar a cabo esta operación
es componer en el sentido literal y etimológico del término: poner juntos.
Mas no es ésta la única manera de proyectar edificios, o la única manera de crear gran arquitectura.
Para tomar un ejemplo que discutiremos en un capítulo posterior, los apartamentos de Mies van
der Rohe en Weissenhof fueron proyectados subdividiendo un volumen único para crear, a partir
de ese volumen, espacios funcionales. Aunque son varios los edificios posteriores concebidos de
este modo por el mismo Mies, por proyectistas de edificios de oficinas como Skidmore, Owings and
Merrill, y por ingenieros como Buckminster Fuller, los ejemplos de aplicación de este criterio eran
raros en el período que abarca nuestro estudio; pueden considerarse como características generales
de la arquitectura avanzada de comienzos del siglo actual la búsqueda de un volumen separado y
definido para cada función separada y definida, y la composición del edificio de manera que ponga
de manifiesto esta separación y definición.
Dada la relación de dependencia que existe entre la teoría de la composición elemental expuesta
por Guadet y los escritores neoclásicos como Durand, no constituirá una sorpresa descubrir que esta
clara separación entre las partes de un edificio ha sido identificada como una característica de la
arquitectura neoclásica en general (así lo ha hecho Kaufmann, quien también llama la atención
sobre su reaparición en la arquitectura del siglo XX) (8) e incluso de sus primeras fases, como lo
afirma Wittkower, quien destaca la diferenciación de las partes en los diseños de Lord Burlington.(9)
La teoría parece haber sobrevivido durante todo el siglo XIX; la práctica quedó, en cambio, algo
latente, salvo en los casos donde florecieron prácticas estéticas no estilísticas, como las del
pintoresquismo. Por otro lado, la reaparición de esta modalidad de diseño parte por parte bien
puede haberse debido al impacto de la pintoresca “English Free Architecture” [Arquitectura Inglesa
Libre] sobre una tradición neoclásica bien establecida, como sucedió, por ejemplo, en Alemania,
donde indudablemente no pudo deberse al impacto directo de Guadet.
Así, pues, si bien no puede provocar sorpresa comprobar que Le Corbusier, alumno de Perret, utiliza
con persistencia la composición elemental, e incluso rinde franco tributo a Guadet poniendo como
leyenda a una de las versiones de su proyecto para la Liga de las Naciones. (10)
Aquí... una propuesta alternativa, empleando los mismos elementos de composición,
la presencia de Gropius entre los arquitectos de esta tendencia debe atribuirse, presumible y
parcialmente, al impacto que el entusiasmo de Muthesius por el planeamiento libre inglés ejerció
sobre la tradición schinkeliana del neoclasicismo. Con todo, merece destacarse que, si bien dos de
los proyectos más originales y famosos de Gropius —la fábrica Fagus (lam. 16) Fábrica Fagus, Alfeld,
1911-1913 (ficha 695), 1911-1913, y la Bauhaus de Dessau, 1925-1926— componen sus elementos
en forma libre, el igualmente famoso Pabellón de la Werkbund en la Exposición de Colonia (lám. 4)
Planta del Pabellón del Werkbund, Colonia, 1914 (ficha 683), de 1914, ordena sus elementos —de
concepción desigual— conforme a reglas típicamente “Beaux Arts” de composición simétrica,
completadas incluso con ejes secundarios y terciarios, similares a los que discutiría luego en su Iibro,
y en forma totalmente independiente, Ferran.
Con todo, la mención de la Bauhaus plantea el problema de otra teoría de la composición elemental,
la cual ha influido quizá sobre los proyectos de Gropius. Esta teoría fue sustentada por el
movimiento elementalista y supone que los cuadros, esculturas, etc., se componen de ciertos
elementos geométricos fundamentales. (11) Este movimiento recibió su inspiración del arte
abstracto holandés y ruso; en consecuencia, algo debe a las teorías de Charles Blanc. El
elementalismo concuerda con ciertas ideas en arquitectura procedentes del pensamiento
académico, corriente en la época, pero su tendencia es concentrar la atención en lo que Guadet
habría llamado elementos de la arquitectura, y no de la composición, es decir, en los componentes
estructurales: tal es el sentido en el cual la palabra «elemento» se ha incorporado al vocabulario
arquitectónico común.
8. Kaufmann desarrolló este punto tanto en “Von Ledoux bis Le Corbusier”, Viena, 1935, como en “Architecture in the Age
of Reason”, Londres, 1955; pero en ninguna de estas obras presenta documentación convincente, aunque la segunda
contiene algunas citas sugestivas de Gropius y otros autores.
9. Véase «Lord Burlington and William Kent» “Archaelogical Journal”,Londres 1945, donde el profesor Wittkower señala
que en el alzado de los proyectos de Lord Burlington para Tottenham Park cada parte del edificio constituye una unidad
distinta y separada.
10. “Une Maison, un Palais”, París 1928, pág 97.
11. Véase el capitulo 14.
2. CHOISY: RACIONALISMO Y TECNICA
Si la tesis principal de Guadet queda casi sumergida bajo un diluvio de información de distinta índole,
en Choisy la información se subordina en todo momento a la tesis principal, siempre a la vista,
aunque el autor plantee de continuo problemas laterales o se refiera a otros asuntos. Su libro (1) es
historia, pero historia con un único tema —la forma como consecuencia lógica de la técnica— tema
que hace que el arte de la arquitectura sea siempre, y en todas partes, el mismo.
En todos los tiempos, el arte deberá realizar las mismas elecciones, obedecer las mismas leyes; el
arte prehistórico parece contener en embrión a todos los demás.
Para Guadet, el tema perenne era la composición; para Choisy, la construcción. Hay entre ellos una
diferencia de formación y de trabajo, no de generación, pues tenían casi la misma edad. Guadet
nació en 1834 y murió en 1908; Choisy, siete años más joven, murió en 1909. Existían también
diferencias de temperamento: al parecer, Guadet era el “Grand Professeur”, y en sus últimos años
su personalidad aparece casi tan difusa como sus escritos, pero aunque de reducida estatura, M.
Choisy era hombre de buena presencia, con cierto aire militar en su manera de ser. (2)
Las fotografías tomadas al recibir Choisy la Medalla de Oro del RIBA, en 1904, muestran un hombre
de rostro duro, con aspecto de hombre de negocios, ataviado con una chaqueta cuadrada semejante
a las que usaban capitanes e ingenieros civiles.
1. Este análisis de Choisy y de sus ideas se basa exclusivamente en la “Histoire”, pues ésta fue su obra más leída y la que
ejerció mayor influencia sobre las dos generaciones siguientes de arquitectos. Sus otros libros, por ejemplo los que
componen la exhaustiva serie “Art de Bâtir”, están dedicados cada uno a alguna fase importante de la historia de la
arquitectura, como la romana o la bizantina; son más especializados y voluminosos y, por ello prácticamente desconocidos
por el lector común de temas arquitectónicos, aunque sus conclusiones más efectivas se compendian en las partes
correspondientes de la “Histoire”.
2. Nota necrológica publicada en “The Builder”, Londres, 25 de septiembre de 1909.
Por su formación de ingeniero, Choisy adoptó una visión realista, práctica, de la arquitectura: para
él, como para Henri Labrouste, la arquitectura fue siempre “L'Art de Bâtir”. La esencia de la buena
arquitectura es siempre la construcción, y la tarea del buen arquitecto consiste en llevar a cabo una
correcta apreciación del problema planteado: la forma del edificio se deducirá lógicamente de los
medios técnicos puestos a disposición del arquitecto.
El estilo no cambia conforme al capricho de la moda más o menos arbitraria; sus variaciones no
son sino las variaciones de los procesos... y la lógica de los métodos implica la cronología de los
estilos.
Por supuesto, no fue el único que sostuvo tal idea: los racionalistas de la escuela de Semper habían
adoptado análogo punto de vista en Alemania, y también los racionalistas partidarios del gótico en
Inglaterra. Thomas Graham Jackson, por ejemplo, veía el problema bajo una luz menos absoluta,
pero en términos muy similares. (3)
Clamar, como hacen algunos, por un nuevo estilo, como si para lograrlo sólo bastara con pedir,
insistir en el “Art Nouveau”... es ignorar toda la enseñanza de la historia.
No nacieron así los grandes estilos del pasado... Por el contrario, el arquitecto de las grandes épocas
artísticas encontró su más auténtica inspiración en las sugestiones de la construcción.
Pero, en cuanto se refiere a la influencia que ejerció, Choisy poseía ciertas ventajas sobre otros
teóricos racionalistas: ventajas históricas, técnicas y literarias. La ventaja histórica consiste en que
su libro fue publicado en 1899, precisamente cuando el “Art Nouveau” empezaba a declinar. Las
objeciones de T. G. Jackson aparecieron cuando esta declinación ya había sobrepasado su punto
máximo; en cambio, quienes leyeron a Choisy pudieron ver su concepción sobre los orígenes del
estilo demostrada ante sus propios ojos en los diez años siguientes. El “Art Nouveau”, considerado
entonces como un “caprice de mode”, se hallaba claramente en decadencia; entre la generación
joven, el rechazo por lo arbitrario se consolidaba a través de la admiración por lo lógico, y el
comentario necrológico de Choisy sobre el gótico tardío debió sonarle a esa generación como un
“rappel à I'ordre” aplicable a su propia situación.
La complejidad había alcanzado su punto culminante, y la única manera de rejuvenecer el arte era
retornar a las formas sencillas.
3. Thomas Graham Jackson, “Reason in Architecture”, Londres, l906 pags. 156-157. Este libro es una reimpresión de las
conferencias pronunciadas durante ese año por Graham en la Royal Academy Schools; se trata de un tardío fruto de
goticismo racionalista del siglo XIX y constituye, en parte, el antecedente de las ideas de Walter Richard Lethaby que se
expondrán en el capítulo 5.
Las ventajas técnicas de Choisy residen en la presentación de su libro y en las ilustraciones que lo
acompañan. La “Histoire de l'Architecture” está editada en dos volúmenes importantes, mas no
demasiado grandes; al menos, no tan grandes como para no poder llevárselos a casa. El texto se
expone en párrafos relativamente breves, cada uno de los cuales está dedicado —normalmente—
a demostrar un solo punto, de suerte que la consulta resulta fácil y en casi todas las páginas hay por
lo menos una ilustración notable. Nada podría subrayar tan bien la idea de continuidad de la práctica
arquitectónica como la completa homogeneidad de estilo de estas 1,700 ilustraciones, todas
dibujadas por el mismo Choisy conforme a una fórmula casi invariable. Las desviaciones con
respecto a esa fórmula no son numerosas —una perspectiva ocasional, un simple alzado o una
planta—, ni memorables, y esto es lo más importante. La fórmula es de desarrollo isométrico:
presenta planta, sección y alzado en una sola imagen, suprime los detalles y presenta al lector un
diagrama elegante y de comprensión inmediata.
No hay en ellas intento alguno de producir un efecto artístico; son representaciones cuidadosas de
hechos, dibujados con erudición.
Tan convincentes fueron, en su momento, estas ilustraciones que ni siquiera el comentarista de
“The Builder”, crítico frecuente de los métodos de Choisy, observó que se trata de puras
abstracciones que no esclarecen puntos tales como el aspecto del edificio frente a un observador
situado dentro o fuera del mismo. No obstante, fue esta cualidad abstracta, esta construcción lógica
que superaba los accidentes del aspecto exterior, y el elegante dibujo en blanco y negro sobre la
página, lo que atrajo hacia esas ilustraciones a la generación nacida en la década de 1880-1890, esa
generación que —fuera de la arquitectura, aunque sin perder nunca contacto con ella— contribuiría
también a la consolidación del arte abstracto. Le Corbusier, al menos, las hizo suyas y utilizó muchas
de ellas en “L'Esprit ”, a través del cual cobraron nueva y más amplia circulación.
La ventaja literaria de Choisy radica en su estilo, concordante con los párrafos breves que ya hemos
mencionado. La argumentación general se dispersa a menudo de manera excesiva como para poder
leerlos en forma consecutiva, pero los párrafos aislados de estilo agudo y aforístico, se fijan en la
memoria gracias a su equilibrada concisión y notable racionalidad. Así, por ejemplo, al referirse al
frontón dórico, dice Choisy:
La inclinación del frontón es la del techo, la cual se halla regida por la doble condición de que la
lluvia debe deslizarse por él, pero sin que se caigan las tejas.
Explicación cuidada y razonable, aunque carezca de toda evidencia documental o real en su apoyo,
convincente en virtud de su misma racionalidad. Tal como observara el comentarista de “The
Builder”,
...si bien se inclinaba demasiado a tratar como cosa demostrada aquello que sólo había
logrado representar como probable, muchas de sus hipótesis en cuanto a la construcción
antigua se imponen al lector, a través de sus brillantes demostraciones, con mayor posibilidad de
ser la solución correcta que cualquiera otra que hubiera podido ofrecerse.
A estas enjudiosas proposiciones, que tan a menudo parecen haber dilucidado definitivamente un
problema, haber resuelto algún misterio en forma concluyente, se debe en gran medida la
perduración de su fama. Fácilmente memorizables y cómodas de repetir, orientaban de manera
lógica y clara a mentalidades que iban tanto en busca de guía sobre cuestiones de detalle, como en
busca de principios rectores, y en algunos casos incluso suministraban la fraseología y las formas
verbales para posteriores discusiones.
A veces Choisy adopta también un matiz cuasiprofético, y uno se pregunta si la disposición de Le
Corbusier a ser incluido entre los fundadores de “L'Esprit Nouveau” no habrá estado condicionada
por un eco mental de esta frase:
Hemos percibido un indicio del nuevo espíritu (“I'esprit nouveau”) en la búsqueda de la verdad, en
la independencia de un arte rejuvenecido que rompe con los tipos convencionales.
Choisy se refería, en realidad, al nuevo espíritu de la arquitectura gótica que surgía por entonces,
pero nada podría describir con más claridad los objetivos (si no las realizaciones) de “L'Esprit
Nouveau” durante los cinco años y medio de su existencia que esta combinación de búsqueda de la
verdad con un arte rejuvenecido que rompe con los tipos convencionales de arquitectura.
Subraya también la perdurabilidad de sus escritos —o quizá es en parte causa de ella— el éxito de
Choisy para imponer sus procesos mentales a los lectores. Siempre que éstos se veían frente a algún
problema, volvían a su método favorito: la apreciación correcta, de la cual deriva lógicamente la
respuesta.
La question posée, la solution était indiquée.
La mayoría de las veces tendían a plantear la cuestión en los mismos términos de Choisy, y con ello
—de manera casi inevitable— eran prácticamente incapaces de obtener respuestas distintas a las
de éste. Choisy puso en circulación todo un sistema de preguntas y respuestas que fue moneda
corriente hasta su ocaso, que se produjo mucho más tarde, no a causa de la experiencia de sus
discípulos, sino con motivo de la aparición de un tipo distinto de historia de la arquitectura, la de
estudiosos como Worringer y Sedlmayr, o —en la misma Francia— como Focillon.
Este declinar ni siquiera comenzó a modificar el enfoque teórico de los arquitectos hasta bien
pasado el período que abarca el presente estudio, y el sistema de Choisy, que no sólo incluye los
valores arquitectónicos fundamentales, sino también los elementos mínimos de la discusión,
requiere ser estudiado con cierto detenimiento.
Teniendo presente el concepto básico de forma arquitectónica como consecuencia lógica de la
técnica, cabe advertir que para Choisy “technique”, “méthode”, “procéde” y “outillage” son
aspectos de la sociedad considerada en su totalidad, la gama completa de mecanismos y relaciones
puestos en movimiento para la construcción de un edificio.
Los edificios se relevan de época en época, como testigos que determinan la manera de vivir y la
condición moral de la humanidad.
En su opinión, esto se aplica igualmente a las unidades más pequeñas dentro de un marco social
más amplio. Refiriéndose a la planta de las catedrales góticas, observa que estas iglesias cívicas
debían servir a una doble finalidad:
...tanto para reuniones del pueblo como para el ritual sagrado. De ahí su carácter mixto, como
edificios a un tiempo municipales y religiosos. A veces privaba la influencia cívica, a veces la
eclesiástica, y sus alternancias explican y resumen la historia de los tipos sucesivos de planta.
Aun las unidades más pequeñas dentro de la iglesia poseían a sus ojos una influencia discernible,
pues observa con respecto al planeamiento de los conventos:
...de un grupo a otro, su carácter difiere según el espíritu mismo de la Orden.
«Según el espíritu mismo de la Orden» es un tipo de causa muy vaga y general, pero a veces Choisy
no parece concebir como factor determinante nada más definido que una especie de necesidad
abstracta:
“L'arc-boutant [el arbotante]... ne fut point inventé, il s'imposa.”
Más adelante apoya esta última afirmación con el siguiente párrafo:
Es propio de la naturaleza del gótico, como de todos sus descubrimientos, que rara vez podamos
nombrar al inventor verdadero, indiscutible; las semillas germinan en la oscuridad y de pronto
asistimos a diversos nacimientos que tan sólo implican la lógica de los hechos.
Esta posición de fatalismo constructivo es, quizá, inevitable en quien adopta un punto de vista
estrictamente determinista de la historia arquitectónica, y señala la diferencia que existe entre un
racionalista como Choisy, que se guía por el antiguo canon historiográfico, y un hombre meramente
razonable, sometido a una disciplina histórica distinta, que no puede dejar de suponer que la
incapacidad de asignar nombres se debe a la falta de la documentación necesaria. El enfoque de
Choisy menosprecia el esfuerzo personal y tiende a dejar a sus discípulos en espera de que un nuevo
principio estructural como el arbotante, se imponga por sí solo. Con todo, esta actitud fue
bienvenida —y es comprensible que así haya sido— en un período que se caracterizó por su rechazo
contra el “Art Noveau” y contra sus supuestos excesos de personalismo.
Sin embargo, como Choisy no dirige sus argumentos específicamente contra el “Art Nouveau”, sino
que habla en términos más generales, el rumbo de sus observaciones parece a veces favorecer
algunos aspectos de la práctica de ese movimiento. Así, por ejemplo, brinda apoyo implícito al
concepto del artista universal cuando se refiere en tono admirativo a los arquitectos del
Renacimiento, quienes
...poseyeron talento universal; ningún problema relativo a la forma escapó a su dominio... La
superioridad del Renacimiento radica en que no existían artes independientes entre sí, sino un solo
arte en el cual se fusionaron todas las expresiones de la belleza.
Ideas como la que queda expresada contribuyeron a preparar a los arquitectos franceses —carentes
del respaldo de un movimiento artesanal como el existente en Alemania, de tipo similar al de “Arts
and Crafts”— para realizar después de la primera guerra mundial incursiones en artes
emparentadas, como la pintura y el diseño industrial. Esas ideas ayudaron a imponer el concepto
de un solo arte del diseño que abarcaría a todos los demás, y comenzaron a dar vigencia a la palabra
forma —palabra estrechamente vinculada a acontecimientos posteriores en el campo del diseño
industrial— como parte de la terminología propia de la teoría del diseño.
Generalmente se considera que la forma posee sus leyes propias: leyes de la armonía, proporción,
etc. Pero al referirse a esas leyes, Choisy se muestra ambiguo. Observa el uso de la proporción
sistemática, por ejemplo, dondequiera halla muestras del mismo, mas rara vez le concede gran
importancia.
Los egipcios no aceptaban la idea de que el efecto de un monumento radicara totalmente en la
armonía abstracta de sus líneas.
Y aunque registra el uso de “tracés régulateurs” durante la Edad Media y el Renacimiento,
presentarle justificando su uso —tal como Le Corbusier parece haber deseado hacerlo en alguna
ocasión— es interpretar erróneamente a Choisy. En realidad, sus comentarios más conocidos sobre
los “tracés” geométricos aparecen en una glosa sobre Serlio, al parecer destinada a presentar sólo
un comentario irónico acerca de los trazados reguladores como ejercicio intelectual:
Tomamos de Serlio... Ia disposición proporcional de una puerta en un panel de ancho m', n'...
(construcción C).
En realidad, la construcción C resulta de adjudicar a la puerta un ancho igual a la tercera parte de
m', n' y una altura igual a dos veces el ancho pero el procedimiento gráfico que conduce a este
resultado es interesante por sí mismo y contiene todo un método.
Se percibe, sin embargo, que Choisy no considera realmente este método como digno de atención
si el mismo resultado podía haberse logrado mediante la simple medición.
Con todo, en tanto que racionalista, Choisy se inclina naturalmente hacia lo ordenado y lo lógico; la
posibilidad de un sistema de dimensionamiento y de proporción recibe su implícita aprobación
cuando usa un lenguaje vagamente menospreciativo,
“ce vague sentiment de l'harmonie qu'on nomme le goût”
para describir la otra posibilidad: el gusto personal. Como quiera que sea, parece probable que su
interés no está centrado en la pura armonía de las proporciones, sino en el uso de módulos
dimensionales que implican un sentido de escala derivado de la multiplicación de un componente
estructural estándar.
Proporciones modulares: hemos observado que resultan, como consecuencia inevitable del ladrillo.
El arte clásico poseía sólo una armonía abstracta basada únicamente en la proporción; más, como
observa Lassus, el arte de destacar las dimensiones y el principio de la escala pertenecen a la Edad
Media.
Este principio de la escala parece subsistir, según la concepción que de la Edad Media tiene Choisy,
en dos cosas. Primero, en la regla de dimensionar según el tamaño del hombre y no aumentar la
altura de puertas, etc., a medida que el edificio aumenta de tamaño.
El hombre no cambia sus dimensiones conforme a la importancia del monumento.
El segundo es consecuencia de los métodos constructivos romántico y gótico de colocar las piedras
hilada tras hilada; este método —sostiene— condujo a Ia necesidad de adoptar para todas las
dimensiones verticales múltiplos de la altura de una hilada, de suerte que capiteles y frisos, jambas
y columnas, todo responde al mismo módulo. Por discutible que sea esta última observación, no
puede pasarse por alto la importancia de esta idea de construir conforme a una escala humana,
expuesta dentro de un contexto tan convincente.
Los albañiles góticos que practicaban esta técnica son los héroes del segundo volumen de Choisy;
los del primero habían sido los constructores de los templos dóricos. Dice Dartien en su “Compte
Rendu”:
Arte griego y arte gótico... podemos decir que éstos fueron los temas a los cuales se dedicó M.
Choisy y con preferencia. Siempre son la arquitectura griega y la arquitectura gótica las que se
destacan, una durante casi la mitad del primer volumen, la otra durante la mitad del segundo.
Y luego justifica esta distribución del énfasis en Choisy:
Y es justo que así sea, pues estas dos arquitecturas, tan absolutamente distintas en espíritu, ocupan
el primer rango de todos los estilos por el elevado valor de las cualidades comunes a ambas: claridad
de métodos, sinceridad de expresión, espontaneidad, delicadeza e intensidad de sentimiento
artístico. (4)
Los puntos de vista de Choisy sobre estos dos estilos revisten gran interés y ejercieron considerable
influencia; pero antes de pasar a ellos, existe en su “Histoire“ una peculiaridad (compartida con
otros racionalistas) que influye sobre su concepción del lugar que ocupa el estilo dórico en la cultura
griega, y que es necesario destacar.
Esta peculiaridad, que consiste en cierta fascinación por el uso de las formas y métodos de un
material aplicados a otro distinto, presenta de todos modos interés propio, como se verá más
adelante. Cabe presumir que tal procedimiento sería completamente inaceptable para un
racionalista, pero Choisy parece no abrigar especial objeción contra él. De manera casi inevitable,
compara el dórico a las estructuras de madera, como lo habían hecho generaciones enteras de
neoclasicistas, pero en una forma que parece invertir las consecuencias normales de tal
comparación. Para Choisy, el dórico nada debe a la carpintería, a la que considera un préstamo de
la técnica de construcción naval:
...La diferencia con nuestro sistema de carpintería es radical; el trabajo de la madera por parte de
los griegos... es un puro y simple apilar, una verdadera albañilería de madera.
El orden dórico sería la aplicación a la piedra de este modo de construir.
Es decir que la arquitectura predórica era una arquitectura de madera que imitaba las modalidades
todavía no descubiertas de la construcción en piedra. Sin embargo, Choisy halla el tipo clásico de
inversión en la arquitectura india.
4. Este “Compte Rendu” adopta en todo su desarrollo un tono extremadamente laudatorio y apareció inmediatamente
de publicada la “Histoire”. Parece ser un trozo de elogio «inspirado» (que una obra de Choisy difícilmente necesitaba para
esa fecha) o de halago interesado. Con todo, se lo puede leer todavía con provecho, como ejemplo de una valoración
racionalista «oficial» del trabajo del maestro.
Se hace trabajar la piedra al estilo de la madera, con todas las técnicas de ensamblado aptas para
esta última... una carpintería de piedra.
Esto se aplica al pasado, por supuesto; para los materiales de su propio tiempo, sobre todo el hierro,
Choisy cree que ya se han desarrollado las formas y métodos apropiados.
En los “Halles de Paris” podemos ver realizado todo un repertorio de formas que surgen
naturalmente del material empleado.
Pero no todos los racionalistas se mostraban tan seguros al respecto; en sus conferencias de 1906
ante la Royal Academy, después de insistir en que el hierro no debía usarse a la manera del ladrillo
y la piedra, Thomas Graham Jackson continúa diciendo:
A menudo me ha llamado la atención el hecho de que el trabajo en madera y ladrillo de los siglos
XV y XVI contiene muchas sugestiones para esta nueva manera de construir. En primer lugar, es un
estilo entramado en el sentido literal del término, un estilo de vigas y columnas... Y la construcción
en hierro se asemeja mucho a la carpintería. También es un sistema de entramado, de vigas y
columnas, de arrostramientos y tirantes; posee mayor resistencia a la tracción y mayor rigidez que
la madera y se mantiene unido mediante sus empalmes, traviesas y pernos, tanto como la
carpintería por obra de sus ensambladuras de caja y espiga.(5)
Esta transposición de formas y métodos debe aparecer confusa a los lectores de épocas posteriores,
pero la mayor confusión —muy productiva e influyente, por lo demás— fue la de Auguste Perret, al
transponer las técnicas de la madera a las del hormigón armado (6) y creer que tal procedimiento
contaba con la aprobación de Choisy. Acertado o erróneo, sin embargo, este acto de transposición
sirvió a una importante finalidad al incorporar un nuevo material al repertorio de procedimientos
formales aceptados en el diseño constructivo; al dotarlo de una estética rectangular de columnas y
dinteles, lo hizo accesible a la integración con la estética rectangular del arte abstracto que había
surgido después de 1918. De esta manera, en sentido muy real, contribuyó a determinar el aspecto
de la nueva arquitectura.
Los métodos estructurales de Perret deben algo más a la influencia de Choisy y a sus opiniones sobre
la estructura gótica en particular. Como ya se dijo, el gótico era uno de los dos estilos preferidos de
Choisy, ya que constituía a sus ojos la culminación del método lógico en lo referente a estructuras.
5. “Reason in Architecture”, pág. 167.
6. Véase el capítulo 3
Sobreviene el período gótico... Ia nueva estructura es el triunfo de la lógica en el arte; el edificio se
convierte en un ser organizado y cada una de sus partes constituye un miembro viviente, cuya forma
no es gobernada por modelos tradicionales, sino por su función y sólo por su función.
Tal es la concepción del gótico de Choisy (lam. 7) Contrafuertes góticos (ficha 686); sin embargo,
como sucede tan a menudo con él, esta concepción, vista retrospectivamente, suena como una
indicación dirigida a sus sucesores. Lógica, análisis, función, economía, comportamiento:
en todas partes, en el detalle de las formas, hemos reconocido el espíritu de análisis que rige la
economía de la obra en su totalidad... una construcción, en efecto, donde la piedra trabaja hasta el
límite de su resistencia.
La consecuencia fue, como en las posteriores teorías del Movimiento Moderno, que el aspecto del
edificio debía quedar en cierta medida fijado por esos elementos:
Por el hecho mismo de que la piedra trabaja sometida al máximo esfuerzo, el tamaño absoluto de
cada elemento no es en manera alguna arbitrario, y el ojo, el más seguro de los instrumentos
matemáticos, establece enseguida la escala, que el cálculo puede desarrollar a su debido tiempo.
Este párrafo trae a primer plano una serie de ideas importantes que gozarían de gran predominio
durante cierto tiempo: la noción de una relación matemática inevitable entre las partes de un
edificio; de una escala absoluta, no relativa, emparentada a las claras con la idea del
dimensionamiento modular expuesta más arriba; y, por último, la idea del ojo como juez exacto de
medición, idea que desempeñó un papel de vital importancia en la llamada estética objetiva propia
del arte abstracto de posguerra.
Toda la concepción de la estructura gótica que pone de manifiesto Choisy está claramente influida
por sus lecturas de Willis y de Viollet-le-Duc; se trata, por lo demás, de una concepción que uno de
sus supuestos discípulos, Pol Abraham, habría de cuestionar demostrando las considerables
redundancias y los grandes márgenes de seguridad de todas las estructuras góticas que han logrado
sobrevivir.(7) Abraham contribuyó sobremanera, asimismo, a desacreditar la teoría de Viollet-le-
Duc según la cual la bóveda gótica era una estructura de elementos ligeros apoyados en un
esqueleto de nervaduras, idea usada asimismo por Choisy y extendida por él a las estructuras de
muros del mismo período.
7. Pol Abraham, “Viollet-le-Duc et le Rationalisme Médiévale”, París, 1933. Aunque poca duda puede caber de que esta
«demolición» de Viollet-le-Duc es exagerada y ha sido citada con demasiado entusiasmo fuera de su contexto, y si bien es
posible que los constructores medievales hayan creído que las vigas soportaban los paños, etc., la demostración que
presenta Abraham de las redundancias estructurales es absolutamente convincente y pone muy en claro que en los
edificios góticos que hoy conocemos la piedra rara vez trabaja al límite de su resistencia.
La bóveda gótica no es sino una bóveda nervada de paños independientes y apoyados en las
nervaduras... el muro no es sino un relleno.
Armazón y relleno, columnas portantes y paños de cerramiento que nada soportan: la utilización de
estos conceptos parece haber sido acertada toda vez que el punto de vista de Willis/le-Duc sobre el
gótico se aplicaba a la construcción de hierro del siglo XIX, pues es evidente que lo que resultaba
dudoso en la “Sainte Chapelle” era decididamente cierto aplicado a la “Galérie des Machines”,
donde los arcos tienen su apoyo en rodillos y las planchas de vidrio que forman el techo se apoyan
en un sistema de viguetas que cubren el espacio entre las armaduras principales: una reelaboración
contemporánea, en hierro y vidrio, de la visión que Viollet-le-Duc tenía del gótico como forma de
estructura elástica, autocompensada. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, es más
importante el que Auguste Perret tomara de Choisy la idea de una estructura portante con
cerramiento ligero y que a partir de ese momento el concepto de separación entre apoyo y
cerramiento llegara a ser una de las ideas más discutidas, si bien menos practicadas, del movimiento
arquitectónico moderno.
El espíritu del gótico, como lo veía Choisy, era progresista, emprendedor y permitía a quienes lo
practicaban afrontar ...los problemas más desconcertantes con el ímpetu de ese espíritu de
progreso y reforma que anima a la sociedad entera.
Y también aquí el uso del presente histórico (“anime”) debe haber impresionado a sus jóvenes
lectores como una llamada dirigida a ellos mismos. Sería también una llamada para incitarles a
tomar como modelo a los griegos, pues la antigua Grecia y nuestra Edad Media se reencuentran en
esta fe en el progreso.
Esa Grecia en la que piensa es la Grecia de Pericles, dórica y no helenística, y Choisy alcanza sus
mejores momentos cuando escribe sobre arquitectura dórica, mejores aún que cuando se refiere al
gótico, acerca del cual abriga una ligera reserva: los arbotantes no pueden verse desde el interior
del edificio, y eso produce “inquiétude”, pues
...a primera vista, uno no comprende su estabilidad.
Mas no tiene tales escrúpulos acerca del dórico. Sin embargo, cuando discute este otro estilo
preferido, yuxtapone dos ideas que raras veces se encuentran juntas en obras teóricas –forma pura
y composición pintoresca–, aunque, por supuesto, habían existido juntas en la práctica neoclásica,
sobre todo en Nash y Schinkel. La manera como Choisy llega a esta conclusión es tan interesante
como productiva habría de ser la yuxtaposición.
El dórico es un estilo reformista, una revolución contra la decoración aplicada de épocas anteriores;
por otra parte,
...la era micénica concibió la decoración sólo como un elemento aplicado y exterior.
Pero esto no era suficiente para los griegos de Choisy:
Necesitaban un acento más masculino, (8) una expresión más firme; fijaron su ideal en una
arquitectura que despreciaba las fáciles seducciones del ornamento, una arquitectura que tendía,
por encima de todas las cosas, hacia una severa belleza de líneas... nuevos tipos, más abstractos y
más sencillos.
Y es el revivir de estas cualidades lo que Choisy encuentra más admirable en la arquitectura del
Renacimiento.
Lo que la arquitectura acababa de reconquistar era el sentido de la belleza clásica en su fuerza más
elevada y más abstracta.
Choisy coloca entonces a este estilo, digno de alabanza por su pureza abstracta y de formas sin
decoración (el triglifo y la metopa no eran decoración para Choisy), en el contexto del agrupamiento
pintoresco. Pintoresco debe entenderse aquí en su sentido estricto, no en el sentido superficial de
las vistas de tarjeta postal. Ha de entenderse como una sucesión de cuadros (“tableaux”) que el
visitante divisa al aproximarse al Partenón (lam. 6) El Partenón (ficha 685), y como un
procedimiento deliberado, no accidental. Choisy compara las plantas de la Acrópolis antes y después
de que el incendio hubiera arrasado la mayoría de sus edificios, y comenta que, si bien la primera
Acrópolis era resultado de una acumulación de accidentes,
...la otra está concebida de manera metódica, conforme a una concepción total y adaptada a un
emplazamiento limpiado por el fuego; en esta nueva Acrópolis, las aparentes asimetrías son sólo un
medio de conferir un aspecto pintoresco al grupo arquitectónico más hábilmente equilibrado que
jamás haya existido.
8. La idea de una arquitectura masculina se transmitió fundamentalmente a través de canales académicos. Así, por
ejemplo, Charles Blanc había escrito en su “Grammaire”: «En el orden dórico, las proporciones son masculinas... La
arquitectura de los dóricos debía ser sólida, maciza, potente, y debía demostrar su fuerza tal como un atleta flexiona sus
músculos». Grotesca, aunque tranquilizadora y práctica, anticipación de la teoría de Geoffrey Scott —por lo demás
ultraterrena— sobre los valores humanistas en la arquitectura, que se expone en el capítulo 4.
Esto significa conceder un valor muy elevado a la composición pintoresca y señala un marcado
contraste con la práctica de las “Beaux-Arts” y sus rutinarios ejes mayor y menor. Choisy identifica
con exactitud las componentes del método pintoresco: el respeto por el lugar
los griegos nunca visualizaron un edificio sin el lugar que le servía de marco y sin los otros edificios
que lo rodeaban... emplazándolo tal como lo hubiese hecho la naturaleza, aprovechamiento de
factores dados la arquitectura se inclinaba ante estas sujeciones y las aprovechaba para sus fines
particulares,equilibrio de masas cada motivo arquitectónico es simétrico por sí mismo, pero cada
grupo está tratado como un paisaje en el cual las masas se equilibran tal como las ve el ojo de un
paseante situado al nivel del suelo:
el método de equilibrio surgirá del estudio de las sucesivas imágenes que la Acrópolis del siglo V
presentaba al visitante.
Y lo pintoresco no sólo conviene a los griegos; es también la manera de proceder de la naturaleza:
Así procede la naturaleza... Ia simetría reina en cada una de las partes, mas la totalidad está
sometida sólo a aquellas leyes del equilibrio para las cuales el término «equilibrio» es a un
tiempo expresión física e imagen mental.
Este modo “ad hoc” y natural de composición debía, evidentemente, atraer a Choisy como hombre
práctico; pero no obstante, la vinculación del dórico griego, ejemplo fundamental de disciplina y
regularidad arquitectónicas, con la composición asimétrica sigue siendo una notable realización en
el contexto del diseño arquitectónico en Francia durante las postrimerías del siglo XIX. El mensaje
no cayó en el vacío, y aunque las asimetrías de los edificios posteriores a la primera guerra mundial
tendrían una base estética más complicada. Las ilustraciones —y también los argumentos— de
Choisy surgen en apoyo de las opiniones antiaxiales de Le Corbusier. De todos modos, cabe dudar
que Choisy comprendiera que estaba minando los métodos tradicionales de proyectar y que
correspondería a una generación más joven hacer explotar las minas por él colocadas. Sus últimas
palabras sobre Grecia son convencionales:
El arte griego... parece ser un culto desinteresado a la idea de armonía y de belleza abstracta.
Choisy tiene, es cierto, pasajes blandos, donde dista mucho de alcanzar su mejor forma. Su
concepción lógica y teleológica del desarrollo arquitectónico no admite prácticamente factores
casuales tales como el ejercicio de la voluntad humana; como resultado, su actitud ante el
Renacimiento es confusa y contradictoria, sobre todo porque no llegó a tomar en cuenta el amplio
campo de los factores sociales. Análogamente, su estudio del siglo XIX dista de ser satisfactorio pues
no tomó en cuenta el amplio campo de los factores técnicos. Parece no haber observado que, en la
época en que escribía su libro, tanto las herramientas como los materiales sufrían una revolución y
que —incluso según sus propias normas— también debía sufrir una revolución la arquitectura. Pero
se detiene ante la “Bibliothéque Nationale” de Labrouste observando que se trata de un “début”
lleno de “plus que des promesses” y guarda silencio respecto al último tercio del siglo. Entre tanto,
la electricidad y el motor de combustión interna revolucionaban el “outillage”, y el acero y el
hormigón armado la “construction”. Sin embargo, Choisy podía decir refiriéndose al aparejo de los
constructores góticos:
Reconocemos en él nuestras máquinas actuales, la grúa, el cabrestante, toda nuestra maquinaria,
que en sí no es sino la maquinaria de la antigüedad.
Por grande que haya sido su contribución al bagaje mental del Movimiento Moderno, su fracaso en
apreciar la aparición del equipo técnico no le permitió aportar nada decisivo a ese movimiento.
Aportaciones decisivas, en cierta forma, habrían de provenir en cambio de sus sucesores directos,
Auguste Perret y Tony Garnier.