Botica y Camino de Santiago

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La Botica en el Camino Hospitalidad Repasando la documentación sobre el Camino, la hospitalidad y la Farmacia, encontré una cita del gran maestro López Piñero que dice que los hospitales actuales tienen su origen e incluso su nombre en las casas de acogida y en los hospitales establecidos por la Iglesia durante el final del Imperio Romano. Efectivamente, como diría Dieter Jetter, podemos buscar en Atenas y Esparta, en Alejandría o en Roma instituciones parecidas a los hospitales medievales y lo haremos en vano. Sin menospreciar en modo alguno el ánimo natural de los hombres por hacer el bien a sus semejantes, se puede afirmar que la hospitalidad es un fenómeno cristiano. También, citando de nuevo a López Piñero la valoración positiva del enfermo, fue un fenómeno netamente cristiano. Cuando la ruta jacobea se estructura En este contexto, el Camino fue uno de los catalizadores europeos de la hospitalidad cristiana. Comenzando por los benedictinos en los albores del segundo milenio y siguiendo por otras instituciones que seguían otras reglas pero idénticos fines. La hospitalidad básicamente fue descanso, limpieza, restauración y salud. El objetivo el peregrino que iba a Santiago. Dentro de la salud, muy pronto se atribuye al Santo patrón de España poder sanador de cuerpos y, sobretodo, de almas. Nos encontramos con un crecimiento paralelo a lo largo del tiempo de los hospitales, que se especializan en diferentes enfermedades y de las infraestructuras que mejoran el paso por los lugares complicados, de la seguridad del peregrino, con la instalación de diversas órdenes militares y de poblaciones-refugio en lugares conflictivos (como los Montes de Oca, por poner un ejemplo). Los personajes clave Indudablemente, el personaje central del Camino es el peregrino. El es el centro de todas las atenciones y acciones realizadas por los reyes, nobles, obispos, órdenes religiosas y otros agentes sociales como las entidades locales, los gremios y los propios habitantes estables de las poblaciones que el Camino atraviesa. Por decirlo de una manera directa, el peregrino propone y los otros agentes le dan respuesta adecuada. Entonces el peregrino actúa en consecuencia. Por poner un ejemplo, el Camino se abrió hacia las llanuras burgalesas en el momento en que San Juan de Ortega y Villafranca de Montes de Oca organizaron sus hospitales y facilitaron el acceso a Burgos sin sobresaltos, ya que esa era una zona de bandidos. Así podríamos hablar de los puentes, las Iglesias y otras infraestructuras e instalaciones de tipo civil. En los primeros años del Camino, nos dice Laín Entralgo, la medicina monástica era una medicina basada en la dieta. Esto, que puede parecer una banalidad, posee una gran importancia. Como señala Corpas, el hecho de cambiar el pan de centeno de casi todos los europeos por nuestro magnífico pan de trigo, muy bien pudo determinar el fin del ergotismo de los afectados por el célebre “Ignis sacer” o fuego de San Antón. Ni que decir tiene que los sanitarios de la época desconocían el origen del mal, pero es posible que a través de la dieta se notara un gran alivio de los síntomas. Podemos aplicar lo mismo a muchos otros productos que los hospitales monacales podían facilitar a los enfermos, que eran más salutíferos que lo que ellos habitualmente tomaban en sus lugares de origen. Pues bien, estos agentes monacales de sanidad y hospitalidad, en los primeros años

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Artículo publicado en la Revista Pregón, número 38.

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La Botica en el Camino Hospitalidad Repasando la documentación sobre el Camino, la hospitalidad y la Farmacia, encontré una cita del gran maestro López Piñero que dice que los hospitales actuales tienen su origen e incluso su nombre en las casas de acogida y en los hospitales establecidos por la Iglesia durante el final del Imperio Romano. Efectivamente, como diría Dieter Jetter, podemos buscar en Atenas y Esparta, en Alejandría o en Roma instituciones parecidas a los hospitales medievales y lo haremos en vano. Sin menospreciar en modo alguno el ánimo natural de los hombres por hacer el bien a sus semejantes, se puede afirmar que la hospitalidad es un fenómeno cristiano. También, citando de nuevo a López Piñero la valoración positiva del enfermo, fue un fenómeno netamente cristiano. Cuando la ruta jacobea se estructura En este contexto, el Camino fue uno de los catalizadores europeos de la hospitalidad cristiana. Comenzando por los benedictinos en los albores del segundo milenio y siguiendo por otras instituciones que seguían otras reglas pero idénticos fines. La hospitalidad básicamente fue descanso, limpieza, restauración y salud. El objetivo el peregrino que iba a Santiago. Dentro de la salud, muy pronto se atribuye al Santo patrón de España poder sanador de cuerpos y, sobretodo, de almas. Nos encontramos con un crecimiento paralelo a lo largo del tiempo de los hospitales, que se especializan en diferentes enfermedades y de las infraestructuras que mejoran el paso por los lugares complicados, de la seguridad del peregrino, con la instalación de diversas órdenes militares y de poblaciones-refugio en lugares conflictivos (como los Montes de Oca, por poner un ejemplo). Los personajes clave Indudablemente, el personaje central del Camino es el peregrino. El es el centro de todas las atenciones y acciones realizadas por los reyes, nobles, obispos, órdenes religiosas y otros agentes sociales como las entidades locales, los gremios y los propios habitantes estables de las poblaciones que el Camino atraviesa. Por decirlo de una manera directa, el peregrino propone y los otros agentes le dan respuesta adecuada. Entonces el peregrino actúa en consecuencia. Por poner un ejemplo, el Camino se abrió hacia las llanuras burgalesas en el momento en que San Juan de Ortega y Villafranca de Montes de Oca organizaron sus hospitales y facilitaron el acceso a Burgos sin sobresaltos, ya que esa era una zona de bandidos. Así podríamos hablar de los puentes, las Iglesias y otras infraestructuras e instalaciones de tipo civil. En los primeros años del Camino, nos dice Laín Entralgo, la medicina monástica era una medicina basada en la dieta. Esto, que puede parecer una banalidad, posee una gran importancia. Como señala Corpas, el hecho de cambiar el pan de centeno de casi todos los europeos por nuestro magnífico pan de trigo, muy bien pudo determinar el fin del ergotismo de los afectados por el célebre “Ignis sacer” o fuego de San Antón. Ni que decir tiene que los sanitarios de la época desconocían el origen del mal, pero es posible que a través de la dieta se notara un gran alivio de los síntomas. Podemos aplicar lo mismo a muchos otros productos que los hospitales monacales podían facilitar a los enfermos, que eran más salutíferos que lo que ellos habitualmente tomaban en sus lugares de origen. Pues bien, estos agentes monacales de sanidad y hospitalidad, en los primeros años

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solían ser las mismas personas. El que hacía de médico, es decir, diagnosticaba y prescribía era el mismo que preparaba y administraba las medicinas o remedios o practicaba las maniobras pertinentes para la curación del peregrino. La Medicina y la Farmacia no estaban separadas, ni como ciencias, ni en los individuos que las practicaban. Es por esto que siempre he defendido que no se puede hablar en propiedad de Medicina en el Camino o de Farmacia en el Camino hasta mucho más tarde. Lo propio es hablar del “arte de curar” o de la sanidad en el Camino. Todo cambia con el tiempo Conforme va cambiando el tipo de protagonista, el peregrino, va cambiando lo que se le ofrece. De un peregrino sencillo, del pueblo llano y cercano a Compostela, se pasa con el tiempo a un peregrino acaudalado (nobleza o clero, e incluso realeza) y culto, que sirve además de reclamo de otros nuevos peregrinos. Además proviene de lugares alejados de la Península Ibérica en momentos en los que la peregrinación a Jerusalén está comprometida por diferentes razones. Llega un momento en que Santiago es el mayor destino de peregrinación de toda la cristiandad, por delante de Roma y de Jerusalén. Esto determina un mayor interés de los agentes involucrados, desde los reyes hispánicos y la nobleza hasta los monjes, pasando por el clero secular y los gremios. De los hospitales edificados al amparo de los monasterios de un modo simple, se va pasando a los edificios de diferente porte con estructura basilical, de cruz griega o, en el caso de los más importantes, de tipo palaciano. De establecimientos con doce camas (por el número del colegio apostólico) pasamos a edificaciones con varias plantas y donde se separaban los enfermos por patologías y por sexos. Del mismo modo que los edificios de hospitalidad van cambiando (o, para ser más preciso, se van incorporando nuevos modelos; pues conviven los diferentes tipos) cambian los oficios de las personas. Se observa que no puede ser el mismo el que diagnostica que el que prepara los medicamentos y los recolecta y acondiciona. No puede encargarse de la alimentación y del mantenimiento del huerto de plantas medicinales la misma persona y así sucesivamente. En función del tamaño y la demanda de servicios por parte del peregrino, se van creando diferentes oficios en los hospitales. Por si este planteamiento no era lógico, los reyes deciden separar por ley lo que ya era en ocasiones costumbre. En el caso de España, Alfonso X el Sabio, decide separar definitivamente la profesión del boticario de la del médico, quedando prohibido a ambos ejercer la otra profesión. Esto sucede en el siglo XIII. Como todo cambia, también van cambiando los remedios que se usan. De una farmacopea elemental que podía emplear un simple monje del siglo X, se van incorporando nuevos remedios procedentes tanto de la medicina árabe como de la judía y la europea. Sobre la medicina europea –generalmente minusvalorada, en comparación con la gran medicina de tradición árabe, con origen en la grecorromana- hay que señalar que se hayan en curso investigaciones muy prometedores sobre la medicina procedente de la biblioteca de la Abadía del Monte Saint-Michel, que conservó libros de medicina de Galeno que se consideraban perdidos en la Europa invadida por los bárbaros. Considérese que una de las rutas más concurridas por los ingleses que peregrinaban a Santiago era precisamente la que pasa por la Abadía de Saint-Michel. Con el descubrimiento de América se trajeron nuevos remedios como la quina, el café, el tabaco y el chocolate, que fueron incorporándose gradualmente al vademécum

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de los médicos de la época. Los monasterios y hospitales de cierta entidad, acabaron teniendo su propio jardín de plantas medicinales y por supuesto su botica para acondicionar los diferentes productos que luego serían usados como medicamentos, con todos los procesos de extracción de principios activos como la destilación, filtrado, evaporación…en general destinados a cambiar el mal sabor de las medicinas, ya que el concepto de “principio activo” es muy posterior. Casi de la época en que el Camino había desaparecido durante el siglo XIX. El hecho de que el boticario de los monasterios vendiera al público sus preparados sin pasar la oportuna visita de botica creó ciertos problemas con los boticarios de las poblaciones. Esto obligó a prohibir la venta de los medicamentos fuera de los monasterios. Fin (y principio) del Camino No todo dura eternamente. En el siglo XVI, Lutero y otros reformistas por un lado, y Enrique VIII (que prohibió, bajo pena de muerte, peregrinar a Santiago) por otro, rompen la unidad de la Cristiandad. El Camino pierde su razón de ser como punto de encuentro y confluencia de cristianos de todas las naciones. Comienza un largo declive, con sus altibajos; pero estaba herido de muerte. Lejos estaban los tiempos de su gran esplendor en los siglos XII y XIII. En el siglo XIX algunos autores como Vázquez de Parga lo consideran desaparecido. Por fortuna, desde mediados del siglo XX y especialmente desde la década de los 80 con la visita de Juan Pablo II a Compostela, vive un resurgimiento que a todos nos alegra. Cambian, han cambiado y cambiarán las farmacopeas y los remedios empleados, pero siempre el fin es el mismo, el alivio del peregrino. El objetivo de los sanitarios siempre es desde el siglo IX procurar una buena salud en el Camino. Aliviar el dolor y el cansancio que son amigos inseparables del peregrino, que no hacen sino agrandar la alegría que se siente día a día al peregrinar y al alcanzar Compostela para postrarse a los pies del Santo patrón de España. Carlos Adanero Oslé Farmacéutico [email protected]