BOLIVIA HOY: ANARQUISTAS, A PESAR DE...

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Los textos que aquí se recopilan por parte de la Biblioteca Social de Olot, han sido extraidos de la web del la revista “El libertario”. http://www.nodo50.org/ellibertario/index.html http://www.bsolot.info/ BOLIVIA HOY: ANARQUISTAS, A PESAR DE TODO Esas situaciones de presentación “dialéctica” que parecen ejemplificar en términos simples y maniqueos “la unidad y la lucha de los contrarios” inducen fácilmente a error: eso es precisamente lo que ocurre en la Bolivia de nuestros días, en la cual, por la radicalización y la gravedad de los acontecimientos ocurridos luego del referendum revocatorio del mes de agosto, daría la impresión que los anarquistas debiéramos hacer a un lado nuestras concepciones de fondo y tomar inmediatamente partido por la menos mala de las dos y sólo dos fracciones en pugna; una disyuntiva falaz pero conocida en la agitada historia de nuestro movimiento y que en algún momento se conoció como “doctrina del mal menor”. Simplemente a modo de ejercicio, puede decirse que estamos con los departamentos “autonomistas” y con su falso e hipócrita discurso “descentralizador” y tal vez hasta “federalista” o nos plegamos al proyecto de cambios “progresistas” y hasta “revolucionarios” encarnado en estos momentos por las instituciones del Estado y por el Movimiento al Socialismo (MAS) del presidente Evo Morales; nos alineamos con las bandas racistas de la Unión Juvenil Cruceñista y con los crímenes incalificables del prefecto de Pando y sus sicarios o suscribimos a pies juntillas la quimera de construir en tierras bolivianas un capitalismo autóctono que algunas imaginaciones desbordantes han querido adjetivar como “andino-amazónico”. 1 Ahora seriamente: si ésas son las opciones ¿puede plantearse otra alternativa -así sea por razones de salud mental- que perseverar inclaudicablemente en la forja de un camino propio? La respuesta quizás resulte obvia pero no lo es tanto si se piensa que tal vez algunos compañeros puedan sentirse tentados de seguir esa opción que no nos satisface por entero pero que ciertas opiniones más o menos extraviadas entienden -mediante una absurda concepción evolutiva y lineal de la historia, refutada una y mil veces- que constituye un camino de avance lento pero seguro hacia la realización de nuestros objetivos finalistas. Opción ésta que resulta menos sorprendente en la medida que recordemos que en nuestro trajinar han habido y todavía hay, muy confusamente, anarco-batllistas, anarco-peronistas, anarco-castristas, anarco-guevaristas, anarco- chavistas, anarco-masistas y cien mediatizaciones y adulteraciones más. Ergo, se trata ahora de pensar las razones y las formas para seguir siendo, sin demasiados miramientos ni concesiones, rabiosa e intransigentemente anarco-anarquistas; en la actual coyuntura boliviana y en cualesquiera otras que se nos presenten por cuentagotas o en tropel, de aquí en más. Ni en un lado ni en el otro Ajustar cuentas con los “autonomistas” de la llamada Media Luna es relativamente sencillo. Basta pensar que reclamos como “autonomía”, “descentralización” y “federalismo” adquieren sentido en función de las relaciones de poder en las que se inscriben y no en tanto consignas que puedan ser entendidas como si no se tratara de otra cosa que de fenómenos atmosféricos. Es por eso que, a pesar de la familiaridad que hayamos de experimentar con tales conceptos, no podemos dejar de percatarnos que los mismos carecen de sentido a partir del momento en que los pronuncian sujetos tan oscuros como Rubén Costas, Branko Marinkovic o Carlos Dabdoub; desde el instante en que nos enteramos que detrás de ellos no hay ningún desvelo principista sino que los mismos se esgrimen como un eficaz elemento de justificación más allá del cual no tardan en aparecer los intereses y las estrategias reales: mantener la estructura latifundista sobre las tierras más productivas del país, incrementar la apropiación regional de la renta petrolera y gasífera y detener o al menos aminorar los movimientos migratorios de los campesinos más pobres del altiplano hacia el Oriente. ¿Qué grado de sinceridad y convicción puede haber detrás de la reivindicación “autonómica” cuando los susodichos se oponen expresamente y con enérgica desfachatez a las autonomías indígenas o a cualquier aplicación del mismo principio que se ubique territorialmente por debajo de su propio nivel de poder? 2 En ese contexto, entonces, la autonomía pasa a ser una invocación hueca, sin sustancia y cuyos beneficios se limitan a garantizar el margen de maniobra de 1 El proyecto de “capitalismo andino-amazónico” es una construcción teórica del creativo vicepresidente boliviano Álvaro García Linera y en ello ha insistido sin pelos en la lengua e incluso desde un ángulo que él llama “marxista clásico” desde antes de su asunción del mando. Ver, al respecto, la entrevista realizada por Miguel Lora para Bolpress y radicada en http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2005003649 . 2 Sobre el tipo de concepciones existentes detrás de los reclamos “autonomistas” es útil recurrir a la presentación conjunta de entrevistas a Marinkovic, Dabdoub y Costas disponible en la dirección http://www.eforobolivia.org/sitio/leerNotaEspecifico.php?id=4121&categoria=1 .

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Los textos que aquí se recopilan por parte de la Biblioteca Social de Olot, han sido extraidos de la web del la revista “El libertario”.

http://www.nodo50.org/ellibertario/index.htmlhttp://www.bsolot.info/

BOLIVIA HOY:ANARQUISTAS, A PESAR DE TODO

Esas situaciones de presentación “dialéctica” que parecen ejemplificar en términos simples y maniqueos “la unidad y la lucha de los contrarios” inducen fácilmente a error: eso es precisamente lo que ocurre en la Bolivia de nuestros días, en la cual, por la radicalización y la gravedad de los acontecimientos ocurridos luego del referendum revocatorio del mes de agosto, daría la impresión que los anarquistas debiéramos hacer a un lado nuestras concepciones de fondo y tomar inmediatamente partido por la menos mala de las dos y sólo dos fracciones en pugna; una disyuntiva falaz pero conocida en la agitada historia de nuestro movimiento y que en algún momento se conoció como “doctrina del mal menor”. Simplemente a modo de ejercicio, puede decirse que estamos con los departamentos “autonomistas” y con su falso e hipócrita discurso “descentralizador” y tal vez hasta “federalista” o nos plegamos al proyecto de cambios “progresistas” y hasta “revolucionarios” encarnado en estos momentos por las instituciones del Estado y por el Movimiento al Socialismo (MAS) del presidente Evo Morales; nos alineamos con las bandas racistas de la Unión Juvenil Cruceñista y con los crímenes incalificables del prefecto de Pando y sus sicarios o suscribimos a pies juntillas la quimera de construir en tierras bolivianas un capitalismo autóctono que algunas imaginaciones desbordantes han querido adjetivar como “andino-amazónico”.1 Ahora seriamente: si ésas son las opciones ¿puede plantearse otra alternativa -así sea por razones de salud mental- que perseverar inclaudicablemente en la forja de un camino propio? La respuesta quizás resulte obvia pero no lo es tanto si se piensa que tal vez algunos compañeros puedan sentirse tentados de seguir esa opción que no nos satisface por entero pero que ciertas opiniones más o menos extraviadas entienden -mediante una absurda concepción evolutiva y lineal de la historia, refutada una y mil veces- que constituye un camino de avance lento pero seguro hacia la realización de nuestros objetivos finalistas. Opción ésta que resulta menos sorprendente en la medida que recordemos que en nuestro trajinar han habido y todavía hay, muy confusamente, anarco-batllistas, anarco-peronistas, anarco-castristas, anarco-guevaristas, anarco-chavistas, anarco-masistas y cien mediatizaciones y adulteraciones más. Ergo, se trata ahora de pensar las razones y las formas para seguir siendo, sin demasiados miramientos ni concesiones, rabiosa e intransigentemente anarco-anarquistas; en la actual coyuntura boliviana y en cualesquiera otras que se nos presenten por cuentagotas o en tropel, de aquí en más.

Ni en un lado ni en el otro

Ajustar cuentas con los “autonomistas” de la llamada Media Luna es relativamente sencillo. Basta pensar que reclamos como “autonomía”, “descentralización” y “federalismo” adquieren sentido en función de las relaciones de poder en las que se inscriben y no en tanto consignas que puedan ser entendidas como si no se tratara de otra cosa que de fenómenos atmosféricos. Es por eso que, a pesar de la familiaridad que hayamos de experimentar con tales conceptos, no podemos dejar de percatarnos que los mismos carecen de sentido a partir del momento en que los pronuncian sujetos tan oscuros como Rubén Costas, Branko Marinkovic o Carlos Dabdoub; desde el instante en que nos enteramos que detrás de ellos no hay ningún desvelo principista sino que los mismos se esgrimen como un eficaz elemento de justificación más allá del cual no tardan en aparecer los intereses y las estrategias reales: mantener la estructura latifundista sobre las tierras más productivas del país, incrementar la apropiación regional de la renta petrolera y gasífera y detener o al menos aminorar los movimientos migratorios de los campesinos más pobres del altiplano hacia el Oriente. ¿Qué grado de sinceridad y convicción puede haber detrás de la reivindicación “autonómica” cuando los susodichos se oponen expresamente y con enérgica desfachatez a las autonomías indígenas o a cualquier aplicación del mismo principio que se ubique territorialmente por debajo de su propio nivel de poder?2 En ese contexto, entonces, la autonomía pasa a ser una invocación hueca, sin sustancia y cuyos beneficios se limitan a garantizar el margen de maniobra de

1 El proyecto de “capitalismo andino-amazónico” es una construcción teórica del creativo vicepresidente boliviano Álvaro García Linera y en ello ha insistido sin pelos en la lengua e incluso desde un ángulo que él llama “marxista clásico” desde antes de su asunción del mando. Ver, al respecto, la entrevista realizada por Miguel Lora para Bolpress y radicada en http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2005003649.

2 Sobre el tipo de concepciones existentes detrás de los reclamos “autonomistas” es útil recurrir a la presentación conjunta de entrevistas a Marinkovic, Dabdoub y Costas disponible en la dirección http://www.eforobolivia.org/sitio/leerNotaEspecifico.php?id=4121&categoria=1.

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la clase económica y políticamente dominante en el Oriente boliviano. Todo esto es absolutamente transparente: tanto como puede serlo esa distinción necesaria según la cual la libertad tiene resonancias distintas en la boca del preso que en la del carcelero.

Por añadidura, en este conglomerado de fuerzas no dejó de hacer su infaltable acto de presencia el embajador de los EE.UU., dejando claras así las preferencias y los favoritismos de la superpotencia “global”; una superpotencia “global” que, precisamente por su condición de tal, no puede dejar de evidenciar sus inclinaciones en los conflictos internos de prácticamente cualquier país del planeta y no puede dejar de hacerlo en función de sus propios intereses y estrategias.3 Intereses y estrategias que, en este caso, coinciden más fuertemente con las de los “autonomistas” de la Media Luna, como lo dejó de manifiesto de modo irrefutable la torpe campaña de injerencias en la que incurriera el embajador Phillip Goldberg y que culminara con su más que razonable expulsión. Nada de lo cual puede hacernos olvidar esas duplicidades diplomáticas que no impidieron hasta el momento que Bolivia también contara -entre otros gestos de “cordialidad” hacia el gobierno de Evo Morales y al igual que Colombia, Perú y Ecuador- del llamado sistema de “preferencia andina”, que facilita las exportaciones libres de aranceles hacia los EE.UU. a cambio de su colaboración en las políticas “anti-drogas”.

En función de lo dicho ¿habrá que mantener entonces una actitud de simpatía, expectativa, indiferencia o pasividad frente al proyecto que asume el Estado central boliviano a partir del acceso al gobierno del MAS y cuya codificación normativa se resume en la reforma constitucional aprobada por la Asamblea Constituyente en noviembre del 2007 y todavía a la espera del referendum correspondiente? En esencia, el proyecto “masista” de refundación del Estado boliviano se fundamenta en un “socialismo” tan apócrifo como la “autonomía” de los anteriores y que en realidad no se propone otra cosa que el desarrollo de un capitalismo autóctono al que se le ha colocado el pintoresco gentilicio de “andino-amazónico” y en una mayor “democratización” de la sociedad mediante el incremento de los derechos de las culturas de ascendencia precolombina. Esto supone, por un lado, la apropiación de un porcentaje creciente del excedente capitalista con miras a su aplicación intra-estatal, ya sea en términos de inversión como en materia redistributiva; y, por otra parte, también un reparto de las tierras productivas para su explotación por las comunidades originarias, carentes hoy incluso de una decorosa sustentabilidad alimentaria. De la democracia directa y el socialismo, ni noticias, por supuesto. Y no sólo eso sino que además ni siquiera puede decirse que el gobierno “masista” haya forzado una mejora sustancial en las condiciones de vida y trabajo de la gente, como tampoco puede decirse que el mismo haya emprendido un consistente proceso de reformas del Estado neoliberal que heredó en enero del 2006. En este campo, el gobierno no tiene nada para exhibir y sólo ha reaccionado frente a la movilización social autónoma -y lo ha hecho en más de una ocasión- con el recurso al que apelan todos los gobiernos cuando las situaciones escapan a su control: la represión.

A todo esto, es imprescindible traer a colación un hecho de la mayor importancia y es que, así como los “autonomistas” de la Media Luna contaron con la abierta o solapada anuencia de los EE.UU., el gobierno “masista” concitó -frente a la agudización del conflicto, incluyendo la expulsión del embajador norteamericano- el inmediato respaldo de la UNASUR, cuya declaración del 15 de setiembre proclama que los países miembros “rechazan enérgicamente y no reconocerán cualquier situación que implique un intento de golpe civil, la ruptura del orden institucional o que comprometa la integridad territorial de la República de Bolivia”. No es extraño que a este nivel haya primado la posición de la diplomacia brasilera que es la que ha venido marcando el ritmo y las orientaciones de la política sudamericana en los últimos años. Menos extraño parecerá todavía si se tiene en cuenta que Brasil es uno de los principales inversores externos en territorio boliviano y que Bolivia es su principal proveedor de gas.4 Brasil consigue así, por segunda vez en el año -ya lo había logrado en ocasión del conflicto entre Colombia y Ecuador en el mes de marzo- llevar adelante sus posiciones sin recurrir a los organismos en los cuales EE.UU. mantiene presencia y

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Detrás de esta afirmación se encubre una crítica a la trillada “teoría del imperialismo” de factura soviética que no será posible discutir en este momento. Desde nuestro punto de vista, dicha “teoría” es utilizada hoy casi de modo reflejo por todavía vastos contingentes de izquierda sin reparar en que la misma no sólo no puede dar cuenta del actual sistema inter-estatal de relaciones de poder sino que produce, como efecto de arrastre, errores estratégicos garrafales. Sin embargo, debería ser obvio que impugnar una concepción ampliamente superada por el proceso histórico no implica ni por un instante eximir de responsabilidades a los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos ni a las agencias ejecutoras de sus políticas sino ubicarlos en un marco conceptual diferente previamente liberado de los esquematismos panfletarios de uso corriente. Para una consideración algo más detenida que la actual, véase nuestro trabajo “Anarquismo, anti-imperialismo, Cuba y Venezuela: un diálogo fraternal (pero sin concesiones) con Pablo Moras” en http://lahaine.org/index.php?blog=3&p=11497.

4 Ciertos cálculos sitúan la incidencia brasilera en la economía boliviana en el entorno del 20% de su Producto Bruto Interno. Por cierto, esta articulación de los capitales brasileros debería ser distinguida en un análisis más fino de aquella que se vislumbra en la actuación de las agencias gubernamentales de los EE.UU.: una distinción que la “teoría del imperialismo”, aplicada al bulto y sin bemoles, no suele exhibir.

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predominio. Si se quiere una ilustración gráfica y simplista del perfil que parece estar adquiriendo la política sudamericana de nuestros días, podría decirse que, mientras Chávez vocifera y libra sus guerras de video-game, Lula aprovecha para tomar decisiones concretas sobre el teatro real de operaciones.

Si intentáramos ahora arrojar una mirada de conjunto sobre las dos grandes fuerzas en pugna no podríamos dejar de observar que el conflicto no enfrenta otra cosa que dos proyectos de desarrollo capitalista con orientaciones y respaldos sociales divergentes. De un lado tenemos una clase regionalmente dominante que pretende negociar por su cuenta las condiciones de integración al capitalismo “globalizado” en tanto gran proveedor de soja al mercado internacional y en cuanto “custodio” de las riquezas forestales o los yacimientos petroleros y gasíferos radicados en su área de influencia así como de las generosas reservas de hierro del Mutún que hoy son explotadas por la empresa hindú Jindal Steel & Power. Este antagonista cuenta además -y es una completa imprudencia olvidarlo- con una importante base social seducida por el regateo con el Estado central en torno a la recaudación impositiva y por la disfuncional pero operante y ancestral escisión cultural entre los “collas” del altiplano y los “cambas” de los llanos. Del otro lado, mientras tanto, tenemos una clase tecno-burocrática en ascenso que pretende administrar con criterios de “equidad” un desarrollo capitalista autóctono que se articula a las mil maravillas con la búsqueda de mayores márgenes de maniobra en el contexto “global” para el capitalismo regional latinoamericano; un proyecto con orientaciones, directivas y ritmos que han encontrado en el Estado brasilero a su buque insignia. Y, por supuesto, este antagonista cuenta también no sólo con un respaldo “ciudadano” confirmado electoralmente en más de una oportunidad sino también con la capacidad agitativa de aquellos movimientos sociales que el gobierno, a través del MAS, ha conseguido cooptar y mantener dentro de su esfera de disciplinas. A este panorama cabe agregarle el rol cada vez más activo de las Fuerzas Armadas, agazapadas detrás de una posición de apariencia neutral e institucionalista pero crecientemente inclinadas a cumplir funciones de arbitraje y, eventualmente, si las situaciones futuras así lo requirieran, a transformarse en un protagonista de primer orden dentro de la encrucijada estatal.

Ni la revolución ni el socialismo ni la capacidad innegociable de la gente para decidir su propia vida tienen algo que ver con esta supuesta polarización. Sin embargo, no faltarán quienes estén dispuestos de todos modos a mostrar indulgencias y blanduras con el “masismo” en tanto éste sea al menos capaz de mantener una conducta consistentemente “anti-imperialista”. Pero este “anti-imperialismo” recidivante no es hoy más que un eco demorado y extemporáneo de una Guerra Fría que ya terminó y no puede ser calificada más que como fetichista esa estrategia política que se solaza un día sí y al siguiente también perorando contra los EE.UU. sin integrar siquiera mínimamente a sus análisis aquellas inversiones externas de procedencias múltiples -desde Brasil a la India pasando por Francia y España- y que condicionan y dilatan tanto como cualquier otra, incluyendo la de los capitalistas “nacionales”, la capacidad de los explotados por volverse de una buena vez dueños de su propio trabajo. De tal modo, ni siquiera ese “anti-imperialismo” ramplón, que parece haber retomado a destiempo sus viejos fueros de los años 60 y 70, puede presentársenos como justificación de un actor político-social que no merece contar con nuestro beneplácito ni con nuestro silencio.

Movimientos sociales e izquierda revolucionaria

No obstante la polarización reseñada, las situaciones suelen ser más complejas y cualquier análisis mínimamente perspicaz nos informa que casi nunca es posible reducir y simplificar los antagonismos a dos y sólo dos actores en condiciones de actuar como “representantes” de las diversidades subyacentes. Por lo pronto, es de constatar que los movimientos sociales bolivianos han bregado con resultados dispares por mantener su protagonismo en el escenario político y, si bien es inocultable la aproximación al gobierno de una buena parte de ellos, también es de señalar que sectores importantes han renunciado a ser cooptados por el Estado y no han podido ser asimilados en el formato clientelar que es característico en estos casos y que tan buenos resultados le ha dado, por ejemplo, a los gobiernos argentino y venezolano. De tal modo, la independencia de los movimientos sociales no debe entenderse como un todo y tampoco como definitivamente constituída sino en tanto terreno en disputa, con claroscuros y altibajos que se plantean según las diversas distancias mantenidas respecto al gobierno. Por lo pronto, no es lo mismo la Federación de Cocaleros del Trópico de Cochabamba -que pocos meses atrás confirmó a Evo Morales como su secretario ejecutivo- que la constelación de grupos, de diferente tipo pero generalmente de base territorial, cuya organicidad y cuya dinámica no se encuentran directamente referidas a las políticas de Estado salvo para enfrentarlas. E incluso, es sólo a mitad de camino entre ambos extremos que habremos de encontrarnos, por ejemplo, con la mítica pero debilitada Central Obrera Boliviana, que en estos momentos se perfila como la materialización social colectiva de la llamada “agenda de octubre”. Pero no hay en Bolivia -como no lo hay en ningún país de América Latina- ningún elemento de unificación en abstracto: “lo proletario” queda seriamente puesto en tela de juicio toda vez que se recuerden los agudos choques habidos en octubre del 2006 entre mineros asalariados y mineros cooperativistas, “lo campesino” tambalea si se piensa que algunas organizaciones guaraníes se han opuesto a la toma de tierras en el Oriente por parte de pobladores procedentes del altiplano y “lo indígena” se desvanece si reparamos en que el propio

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proyecto de reforma constitucional prevé en su artículo 5º el reconocimiento nada menos que de 36 lenguas originarias diferentes como expresión de comunidades que no pocas veces rivalizan entre sí.

En este contexto, la izquierda setentista y de pretensión revolucionaria queda atrapada en su tozudo etapismo, en su perimida concepción del Estado y en su negativa a admitir que el mundo y la región ya no son los mismos que eran medio siglo atrás. Siendo así, esta izquierda no puede plantearle al gobierno otra alternativa general que no sea el cumplimiento de sus compromisos electorales previos, agotándose en la “agenda de octubre” y concentrando todas sus energías en la “liberación nacional” o en la “segunda independencia”; una consigna de los años 60 del siglo pasado que ni siquiera fue correcta en aquel entonces. Lo que queda planteado de este modo es una doble escena: por un lado, la gestión del Estado, como consecuencia de la distribución electoral de los cargos institucionales y de la dinámica correspondiente; y, por el otro, la movilización social orientada prevalentemente a reclamar cambios en esa gestión que eventualmente vuelven a remitir a la centralidad del Estado y en definitiva a la noria electoral. Mientras tanto, una tercera escena todavía borrosa, dispersa, inestable y de escasa visibilidad remite sobre todo a la completa autonomía de los movimientos sociales y al trazado no de una agenda de realización estatal que se extravíe en el mercado de los programas político-partidarios sino de un conjunto de prácticas contra los mil poderes establecidos y por establecerse; prácticas capaces de activar múltiples insumisiones y rebeldías, capaces de generar haceres autogestionarios propios, capaces de reunirse transversalmente y capaces de confluir en reales alzamientos colectivos. En definitiva, eso fue lo que ocurrió en abril del 2000 y en octubre del 2003, en que los movimientos sociales libraron dos Guerras que iban más allá del Agua y del Gas respectivamente para plantarle cara al Estado mismo.5

Anarquistas, a pesar de todo

No es una novedad para nadie que el movimiento anarquista es abrumadoramente minoritario en Bolivia y en cualquier otro lugar del planeta y que seguramente habrá de seguir siéndolo por un buen tiempo más. Pero reconocer esto no tiene nada de original porque así ha sido siempre y en todas partes, salvo en algunos países y durante las décadas de auge del anarcosindicalismo. No obstante, es de señalar que los años más recientes han escenificado en un lado y en otro una reaparición cierta del movimiento anarquista; una reaparición lenta, temblorosa, que no modifica todavía nuestra situación de debilidad relativa y con infinidad de problemas por resolver pero sí firmemente apoyada en la capacidad del pensamiento y las prácticas libertarias para ofrecer respuestas profundas a muchos de los interrogantes y conflictos de nuestro tiempo y para encarnar en un mismo set la crítica radical del poder, la recuperación de la utopía y la fuerza del alzamiento cotidiano. Este resurgimiento libertario es naturalmente alentador y un importante punto de apoyo sobre el cual reanimar nuestros sueños más preciados, pero también exige ser transitado de modo tal que nos permita emerger fortalecidos de las muy diversas situaciones en curso; en Bolivia y en cualquier otra parte.

Bolivia, por supuesto, cuenta con claves propias y distintivas que sólo los compañeros que tienen allí su arraigo militante están en condiciones de descifrar y en las que sería sumamente atrevido de nuestra parte incursionar displicentemente. Aun así, creemos que es posible entablar intercambios respetuosos a partir de ciertos criterios generales de orden metodológico que con toda probabilidad revistan entre las pautas comunes, no “nacionales” y que trascienden la situación boliviana propiamente dicha pero que también allí tienen un lugar.

Lo primero que hay que decir ya fue insinuado desde el principio mismo de estas reflexiones y consiste en descartar el anarco-cualquiercosismo como una alternativa saludable y promisoria. Adoptar una posición y un compromiso anarquistas no es lo mismo que ponerse un vistoso traje de fiesta cuando el espectáculo político ofrece un espacio para las extravagancias; ser anarquista implica saber de buenas a primeras que habrán de mantenerse relaciones escasamente placenteras con todo aquello que pueda estar asociado con el principio de autoridad; incluso en sus formas blandas y supuestamente “provisorias” o “transicionales”. Más aún: optar, si las hubiera, por aquellas materializaciones menos peligrosas, menos malas o menos crueles del principio de autoridad es una forma de reconocerlo como tabla de salvación así sea ocasionalmente y renunciar, por tanto, a aquello que constituye precisamente nuestra razón de ser. En tal sentido, bien puede sostenerse que ser anarquista, sin “complejo de minoría”, es también un acto de orfandad salvaje y de orgullosa convicción de todos aquellos que individual y/o colectivamente se niegan a ser segundones y acompañantes de procesos ajenos y cuya disposición básica consiste en dar vida a procesos propios y genuinamente emancipadores. Parece lógico suponer que, al menos entre anarquistas, esto debería constituir un punto de partida y un entendimiento común.

Por otra parte, intuir un proceso propio y darle vida no alude a otra cosa que a la definición de

5 Ver, para una elaboración de signo libertario, sobre la Guerra del Agua, el artículo de Carlos Crespo Flores “Cinco lecciones para las luchas anti-neoliberales en Bolivia” (http://www.ainfos.ca/03/apr/ainfos00287.html) y, para la Guerra del Gas, el trabajo de Juan Perelman Fajardo Las mil mesetas de la Guerra del Gas; Ediciones Combate, La Paz, 2004.

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prácticas de lucha contra toda forma de poder de unos hombres sobre otros y de hacerlo aquí y ahora; incluso aceptando que no todas las formas de poder tienen la misma importancia, la misma gravedad o la misma capacidad de derivación. Desde un punto de vista anarquista no tiene sentido alguno esa visión etapista según la cual en este momento histórico no hay lugar más que para el enfrentamiento de la oligarquía agro-exportadora y el capital “imperialista”, esperando confiadamente medio siglo para habérselas con el capitalismo “nacional”, una centuria entera para ajustar cuentas con la burocracia estatal y así sucesivamente; en una secuencia evolucionista e imaginaria que jamás habrá de acontecer. Menos sentido tiene todavía suponer que los países latinoamericanos atraviesan hoy por una etapa histórica tan siquiera parecida a la de 200 años atrás y que, ahora sí, una nueva generación de caudillos militares criollos genuinamente nacionalistas se encargará de expulsar a las tropas extranjeras y habrá de forjar nuestra segunda y definitiva independencia.6 Y todo esto carece de sentido por cuanto ignora la enorme complejidad de las tramas de poder que nos abruman y las muchas genealogías que las explican, reduciendo los antagonismos a la simple oposición colonia-metrópoli y disolviendo mágicamente el mare mágnum de conflictos en su expresión más sencilla y teóricamente tranquilizadora; y, lo que es peor, dilatando la conquista de una vida en libertad, de una vida socialista, para el tiempo de las calendas griegas.

Una constatación adicional consiste en el reconocimiento de que un proyecto anarquista es lo suficientemente específico como para no admitir mediatizaciones y lavativas. Adoptar una posición rotundamente anti-capitalista, anti-estatista y anti-autoritaria no puede querer decir que se está dispuesto a transar a mitad de camino para acabar sosteniendo posiciones semi-socialistas y semi-libertarias: algo que generalmente se presenta íntimamente asociado con esa expectativa sin confirmación conocida de que es posible un entendimiento completo con otras fuerzas de “intención revolucionaria”; un entendimiento que sólo podría plasmarse previa pérdida definitiva de nuestra personalidad constitutiva o mediante una resignada e indefinida postergación. Sin embargo, lo que sí resulta factible es procesar entendimientos parciales que tengan que ver con planes de acción concretos, labrados de cara a las organizaciones de base y en su seno, como expresión de solidaridades y luchas compartidas. Pero, incluso así, ello no puede querer decir que habremos de estar dispuestos a mixturar nuestra identidad teórica, ideológica, política, organizativa y de acción en aras de una “unidad” o de una inexorable y mecanicista “acumulación de fuerzas” que estarían por encima de nuestras concepciones. Esas concepciones -que son las que nos constituyen en tanto anarquistas- sólo pueden sobrevivir y desarrollarse en tanto no las transformemos en objeto de mediatización y negociación puesto que son el signo mismo de nuestra existencia como movimiento.

De lo que se trata, entonces, es de asumir y defender a rajatabla, a ultranza, un proyecto propio e intransferible; y se trata de hacerlo en el seno mismo de las relaciones de poder -de todas las relaciones de poder-, en torno a las cuales, precisamente, es que se constituyen los movimientos sociales. No hace falta discutir que en el contorno de dichas relaciones, el pensamiento y las prácticas anarquistas se ubican decididamente como resistencia al poder; y no para revertirlo, dulcificarlo, sustituirlo o duplicarlo sino simplemente para negarlo y hacerlo añicos en una convivencialidad revolucionaria propia de hombres y mujeres libres, iguales y solidarios. Es la riqueza y diversidad de movimientos de los sin-poder la que puede, a través de la autogestión de sus luchas, hacer realidad esa quimera; sin que importe demasiado ahora conocer al detalle los avances y los retrocesos, las pulsaciones vertiginosas o las construcciones paulatinas. Es en esa malla de dominaciones y resistencias que habrá que moverse en Bolivia tanto como en cualquier otro lugar: contra la explotación del trabajo, contra el patriarcado, contra los sacerdocios avejentados, contra los saberes monopólicos, contra las instituciones militares, contra el racismo, contra la depredación de la naturaleza y contra tantas otras cosas que es preferible detener aquí mismo cualquier intento de enumeración.

Nadie ha dicho, por supuesto, que se trate de un viaje de placer y tampoco creemos que alguien lo haya pensado de ese modo alguna vez. Asumirse como anarquista es un bochorno casi por definición; es un riesgo, una irreverencia y una osadía que difícilmente pueda esperar la inmediata aprobación de la tribuna. Somos pocos por ahora, es cierto, pero eso no debilita esas convicciones asumidas libremente y que sólo pueden ser defendidas con el mayor de los entusiasmos. En tanto anarquistas elegimos enfrentarnos al Estado, al capital y a la autoridad en general; y eso no es otra cosa que una desvergüenza y un motivo de orgullo, nuestro descaro y nuestra única condecoración. A las polarizaciones y radicalizaciones ajenas respondemos con nuestras propias polarizaciones y nuestra propia radicalización, convencidos que tal vez se trate de un camino circunstancialmente estrecho pero que al menos es inconfundiblemente nuestro. Sabemos que en Bolivia hay compañeros que piensan de este modo y ellos merecen ahora y siempre la más franca solidaridad del movimiento anarquista internacional; una solidaridad que cubre también a todas aquellas luchas que tengan por norte un mundo en el que la libertad sea la exclusiva voz de

6 Ya hemos hecho mención antes a lo erróneo de suponer la existencia necesaria de una etapa de “liberación nacional” y corresponde enfatizar ahora en que tal supuesto se vuelve más anacrónico aún en el tiempo de una economía de flujos y altamente internacionalizada. Por añadidura, en el caso boliviano, hasta el propio reformismo oficial plasmado en la nueva constitución considera que el país constituye un “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario”, por muy enrevesada que sea dicha expresión.

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mando. De eso se trata, cueste lo que cueste; y precisamente por eso somos anarquistas, a pesar de todo.

Daniel Barret

Al pan, pan y al vino, vino:a propósito del reciente “Manifiesto solidario”

de la Internacional de Federaciones Anarquistas

El Nº 227 del Tierra y Libertad -órgano de la Federación Anarquista Ibérica- contiene un “Manifiesto solidario con anarquistas y movimientos sociales en Venezuela” (http://www.nodo50.org/tierraylibertad/11articulo.html) suscrito por la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA). Este pronunciamiento -sin perjuicio de su concisión, claridad y contundencia; y sin perjuicio también de un contenido que puede parecer casi redundante- resulta ser, a la postre, de una extraordinaria importancia para el movimiento anarquista internacional desde el punto de vista teórico, ideológico, político, práctico y organizativo. Ciertamente, la declaración se circunscribe al caso venezolano y menciona expresamente la feroz y enconada campaña de difamaciones de que es objeto la publicación El Libertario de Caracas; pero una simple, directa y poco esforzada extrapolación nos dice también que, en líneas generales, la misma delimita con trazos firmes el contexto de reflexiones y tomas de partido respecto a las experiencias populistas que tienen lugar en América Latina: un fenómeno de enorme y actual gravitación en la región que no deja de hacer sentir sus poderosos efectos, en un sentido o en el otro, sobre la vasta y diversificada constelación de agrupaciones libertarias del continente. Además, dados los antecedentes y posicionamientos de la IFA, no tiene nada de rebuscado extender esta declaración solidaria al resto de circunstancias y prácticas resistentes de esas mismas agrupaciones; al menos en aquellos casos en que existan precisas y notorias afinidades previas. Vale la pena, entonces, que nos explayemos así sea brevemente sobre el documento y sus más evidentes derivaciones conceptuales.

1.- El texto pasa revista a los elementos cuestionables más destacados, mayormente ocultos y menos conocidos de la realidad venezolana; esos elementos que para los “bolivarianos” se constituyen como “secretos de Estado” y cuya mención es inmediatamente desacreditada por ponerse, según ellos, “al servicio de la derecha y el imperialismo”: represión de manifestaciones populares, detención de activistas, criminalización de la protesta, reforzamiento de los mecanismos legales de control, catastrófica situación carcelaria, etc. También, desarticulando el mito del “socialismo del siglo XXI”, nos recuerda que Venezuela sigue siendo un eslabón de la “globalización” económica, un socio privilegiado de ciertas corporaciones transnacionales, un proveedor diligente de energía al más enconado adversario de sus diatribas oficiales y un país que cuenta todavía, en el marco de un asistencialismo estatal moderado e ineficiente, con una de las más desigualitarias distribuciones de la riqueza en América Latina. Complementariamente, allí se destaca que lo desigualitario no sólo se expresa en los términos relativos de la distancia social entre privilegiados y desposeídos sino que encuentra sus manifestaciones más acuciantes en los propios de la pobreza absoluta y de la angustiante situación de miseria de los sectores populares. Por añadidura, a modo de corolario, no se deja de señalar el rol determinante del Estado -y, por ende, del consabido elenco gubernamental- en una cierta y parcial renovación clasista que tiene por beneficiarios a la nueva burguesía “bolivariana” y a la alta burocracia cívico-militar; una y otra a horcajadas de una corrupción galopante, inocultable y que parece de nunca acabar.

En definitiva, y muy a pesar de “revolucionarios” optimismos y de los esperanzados créditos que en un lado y en el otro se le extienden al “chavismo”, lo que el documento de la IFA trae a colación en su propia escala de actuación es que, en Venezuela como en cualquier otra parte, y sin desmedro de las especificaciones que merezca cada caso particular, la lucha de los anarquistas sigue siendo, como siempre, contra el Estado y contra el capital. O, para decirlo de otro modo, que no se encuentran razones para mantener allí una posición amigable o tan siquiera expectante con esa trama concreta de relaciones de poder ni tampoco, por lo tanto, para abandonar sin pena ni gloria una posición rotundamente anticapitalista, antiestatista y antiautoritaria. Y que, en consecuencia, la IFA, en la medida de sus posibilidades, habrá de sentirse solidaria con sus pares venezolanos así como habrá de apoyar la forja autonómica de los movimientos sociales de base. Desde cierto ángulo de observación puede entenderse que no se ha dicho nada nuevo y que el pronunciamiento no es mucho más que una mera confirmación.

2.- Sin embargo, la declaración de la IFA sí pone el dedo en la llaga y resulta particularmente oportuna en el actual cuadro de situación por el que atraviesan tanto la región como el movimiento anarquista de América Latina. Implícitamente, lo que dicha declaración está poniendo enfáticamente sobre el tapete es que nadie debería concebir que el movimiento anarquista se limita a ejecutar una casi inaudible música de fondo y no se piensa más que como la mano de obra auxiliar o el “ejército de reserva” de

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proyectos que le son incontrolables y ajenos. Porque, en efecto, todavía persiste en alguna gente esa visión errática, tranquilizadora y auto-complaciente según la cual los anarquistas de hoy día no serían más que los remanentes de un pasado remoto; un cierto tipo de inflexión exótica, pintoresca y hasta simpática de la revolución socialista; una suerte de acompañamiento extravagante, revoltoso y febril que debería hacer mutis por el foro sin quejas demasiado estridentes una vez llegado el momento de la “seriedad” y del poder. Antes que eso, lo que el pronunciamiento está dando a entender es que el anarquismo y el movimiento que lo encarna constituyen una configuración singular, no permutable y no subordinable desde el punto de vista teórico, ideológico, político, práctico y organizativo. Antes que eso, también, lo que el pronunciamiento se encarga de recordar es que el movimiento anarquista cuenta con un proyecto militante a defender con uñas y dientes frente a cualquier trama de relaciones de poder y que mal puede ser confundido con el acné juvenil, los pañuelos descartables o las frutas de estación; un proyecto militante a blandir a lo largo y a lo ancho de un dilatado período histórico; un proyecto militante que no se agota en la lucha contra el neoliberalismo y que no se estrecha en el anti-imperialismo convencional; un proyecto militante que no se detiene ni se desfigura en las puertas del populismo, de la socialdemocracia o de la “dictadura del proletariado” y que se resiste a cualquier intento de mediatización reformista, posibilista, meliorista o de mera acomodación.

3.- Siendo así, el documento se encarga de insinuar y actualizar ciertas derivaciones más o menos obvias. De lo que se trata, entonces, en esta circunstancia histórica concreta y en esta región del mundo, es de pulir algunas facetas de ese proyecto militante de modo tal que sea posible encontrar una presentación social y una forma de actuación capaces de capear la presente ilusión populista: la misma ilusión que nos habla del “socialismo del siglo XXI” en Venezuela y del “capitalismo andino-amazónico” en Bolivia; la misma ilusión que, luego de la “piñata sandinista”, no tiene el más mínimo pudor de aliarse con la derecha política y el conservadurismo clerical en Nicaragua y de neutralizar hasta nuevo aviso el ánimo levantisco de los “forajidos” en Ecuador; la misma ilusión que mira para el costado, como al descuido, si se aprueba una grosera “ley anti-terrorista” en Argentina y que también reanima, subsidio petrolero mediante, la descalabrada economía de Cuba. Ésa es o debería ser, en definitiva, la clave de lectura implícita pero razonablemente desvelada del “Manifiesto solidario” de la IFA.

Esa ilusión populista cabalga a lomos de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), del Tratado de Comercio de los Pueblos o del Banco del Sur y porta en sus alforjas la promesa de una América Latina integrada, justa y solidaria; una ilusión populista que no elude salvíficos pronósticos meteorológicos y que nos dice que, al menos en Venezuela, se habrá liquidado la pobreza para el 2021, quizás como forma de celebrar con bombos y platillos el para entonces anunciado retiro del “comandante” Chávez.

Pero, ilusiones al margen, la mera sensatez nos dice que sólo estamos frente a un modelo de re-conexión con nuestro mundo “globalizado”. Más allá de desaforados optimismos, el modelo populista carece realmente de un proyecto integrador autónomo, de largo plazo y purgado de contradicciones y competencias entre los Estados participantes; no deja de mostrar su alta dependencia de la inversión extra-regional, independientemente de su procedencia y diversificación; y, además, continúa apoyándose en un esquema primario-exportador ecológicamente insustentable. Ese mismo modelo, basado fundamentalmente en el fortalecimiento de los Estados periféricos, no por ello deja de perpetuar la incapacidad de los mismos para cumplir con sus supuestas funciones instrumentales y simbólicas; su impotencia para satisfacer demandas de variados y difícilmente conciliables orígenes; y, por último, su inoperancia para expresar subjetividades colectivas múltiples a las que ahora se intenta reducir a equivalencias completamente artificiales.

El modelo populista, entonces, liberado de sus componentes ilusorios, no es otra cosa que un vasto proyecto de promoción, lanzamiento y desarrollo de un capitalismo regional; opuesto en un sentido restringido y muchas veces meramente retórico al de las metrópolis hegemónicas, pero no por ello menos tributario de las viejas y nuevas clases dominantes vernáculas, actualmente en proceso de reestructuración.

4.- No obstante su importancia, las anotaciones precedentes no dejan de ser puramente coyunturales y se sabe sobradamente -aunque ciertos tontos y calumniadores se las ingenien para ignorarlo una y otra vez- que el pensamiento y las prácticas anarquistas van bastante más allá de las mismas. Por lo pronto, un posicionamiento contra la ilusión y el modelo populistas no cubre la totalidad de problemáticas y circunstancias con las que haberse cabal y beligerantemente en los países latinoamericanos y tampoco cubre la variedad de escenarios históricos que puedan presentarse de aquí en más. Lo que sí satisface esa necesidad es nuestra definición básica en tanto que anticapitalistas, antiestatistas y antiautoritarios; en cuanto socialistas y libertarios. Una definición que es mucho más que una declaración de deseos, que no se agota en su sola formulación y que cuenta con un respaldo teórico-ideológico que ahora convendrá evocar en aquellos trazos que vienen a propósito de nuestro actual asunto.

Los anarquistas se reconocen, desde el comienzo mismo de su andadura como movimiento, no sólo por su vocación libertaria y socialista -que muchos reclaman para sí en los tiempos de las calendas griegas- sino también por defender un proyecto intransferible de construcción al respecto. En su formulación

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actual, avalada por un siglo largo de experiencia histórica y de “socialismos” frustrados, ese proyecto nos informa que una sociedad sin explotación ni dominación sólo se construye a partir de una profunda e irrevocable decisión colectiva instituyente de la gente misma; de una sucesión inacabable de gestos de resistencia y creación que asumen el contenido y la forma de una autogestión generalizada; sin jerarquías, sin vanguardias y sin caudillos que pretendan sustituir desde las alturas celestiales del Estado lo que sólo puede ser obra de la sociedad en tanto tal. Se ha dicho hasta el hartazgo propio y ajeno, pero nunca está de más volver a repetirlo: no hay caminos infalibles hacia el socialismo y la libertad sino que una construcción insobornable entre hombres libres, iguales y solidarios resulta ser el camino mismo; aquí y ahora.

Y, por cierto, ni el gobierno venezolano ni ningún otro tienen algo que ver con esa épica terrenal y pagana de construcción comunitaria. Es por eso que el modelo populista no es otra cosa que una ilusión, basada en la necesidad inmediata de volver a creer luego de tantos fracasos acumulados por el mal llamado “socialismo real” desde el segundo lustro de los años 80 en adelante; es sostener absurdamente una vez más -renovando modelos del pasado y que en él agotaron su cuota de oportunidades- que la historia se ha puesto en marcha hacia su “destino manifiesto”, ahora a través del conocido atajo caudillista y redentor que, como siempre, pretende infructuosamente sustituir la trabajosa responsabilidad autogestionaria de la gente.

5.- La construcción socialista y libertaria, entonces, no es una tarea que pueda abandonarse en manos de organizaciones jerárquicas y de mesianismos insolentes sino que sólo puede ser asumida por un conjunto de hombres libres, iguales y solidarios en paralelo con sus innumerables actos de demolición. En esa prolongada peripecia no hay lugar para las ilusiones que se limitan a decirnos que “otro mundo es posible”: no hay lugar -como ya se ha señalado- para las ilusiones populistas que quisieran vernos formar parte del obediente séquito de los caudillos de turno y tampoco hay lugar para las ilusiones socialdemócratas de los Lula da Silva, Michelle Bachelet o Tabaré Vázquez que querrían enrolarnos como disciplinados y prolijos trabajadores de sus preocupaciones asistenciales. En primera y última instancia, no hay lugar para ilusiones y treguas con ningún tejido de relaciones de dominación y por eso hay mucho menos lugar todavía para quienes nos dicen que ya vivimos en el mejor de los mundos posibles y que sólo cabe ocuparse de algunos retoques y maquillajes: que tal es, en definitiva, el discurso de los Álvaro Uribe, Alan García o Felipe Calderón y, por supuesto, también el que impone los Tratados de Libre Comercio, el patoterismo inter-estatal y la guerra que el señor George Bush.expresa a las mil maravillas.

Seguramente es por todo ello que la solidaridad a la que se refiere la IFA no sólo se limita a los anarquistas venezolanos sino que también se extiende a los movimientos sociales del mismo país. Pero, casualmente, no a los movimientos sociales cooptados desde el Estado e integrados a sus nichos de asimilación sino a los movimientos sociales autónomos; aquéllos que se forjan y se recrean a sí mismos en el vértigo de sus antagonismos con el poder. Porque, en definitiva, un camino de construcción genuinamente socialista y libertario no puede menos que apoyarse, entre otras prácticas de levantamiento, en experiencias que por sí mismas se encargan de actualizar el socialismo y la libertad: esos movimientos que en sus múltiples recorridos de agitación y rebeldía encarnan anticipadamente un mundo nuevo. Y lo encarnan insurgiendo contra las instituciones de dominación, autogestionando sus luchas, practicando la acción directa, creciendo en sus asambleas y solidarizándose transversalmente entre sí. Se lo mire por donde se lo mire, esos movimientos y no otros son los destinatarios de la solidaridad y el compromiso de la IFA.

6.- En resumidas cuentas: tal como hemos intentado desarrollarlo, el pronunciamiento de la IFA es una necesaria toma de posición política que inevitablemente ha de remitirse a sus fundamentos teórico-ideológicos y que también le recuerda a los olvidadizos que el movimiento anarquista cuenta con prácticas y organizaciones propias que no son hipotecables frente al primer amago de seducción que se despliegue en su horizonte inmediato. He ahí, pues, la importancia capital del “Manifiesto solidario”; el que, además, por si esto fuera poco, acaba situando una problemática local en el plano internacionalista que le corresponde. Ese internacionalismo es, precisamente, lo que hoy debe ser recuperado y fortalecido entre los cientos de agrupaciones libertarias de América Latina: agrupaciones que, en forma abrumadoramente mayoritaria, son de formación reciente y de composición prevalentemente juvenil; y que, por tal motivo, no cuentan todavía con los desarrollos y las instancias de articulación de los que sí disponen las veteranas federaciones europeas.

Pero no por ello se trata de proponer una tutoría ni una relación de dependencia de especie alguna sino de interpretar el pronunciamiento de la IFA como un estímulo a la solidaridad internacionalista dentro de la región. Son las propias agrupaciones de América Latina las que deben intensificar su ejercicio y trascender así los particularismos, rencillas y estrecheces en que muchas veces nos vemos enfrascados. Son las agrupaciones anarquistas de América Latina las que deben extraer, con sus rasgos específicos y las adaptaciones del caso, las consecuencias teóricas, ideológicas, políticas, prácticas y organizativas que corresponda extraer. Precisamente, la solidaridad internacionalista es no el brebaje mágico que todo lo resuelve sino un componente esencial de nuestros desarrollos futuros; una parte

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fundamental de ese aprendizaje en el que los problemas y las dificultades de unos se transforman en la tarea de todos. Y no para dejar de ser lo que cada uno es en el mayor nivel de acuerdos y tampoco para decretar ridículamente la automática supresión de nuestras diferencias sino para rescatar con mayor fuerza aquel sustrato común socialista y libertario en el que nos reconocemos sistemáticamente. Así, tal vez y sin haberlo dicho, el gran mérito del “Manifiesto solidario” de la IFA consista en permitirnos evocar lo mucho que queda por decir y lo muchísimo que queda por hacer.

Daniel Barret

La "Leyenda Negra" de los anarquistas cubanos: un ataque más y van...

Daniel Barret

1.- Es probable que no haya demasiadas ni demasiado razonables dudas en cuanto a que la trayectoria del movimiento anarquista cubano, por lo menos desde los años 50 del siglo pasado hasta nuestros días, se ha transformado en una de las mayores intrigas y controversias en la historiografía de la isla caribeña. Los círculos oficiales y oficialistas -con su infaltable periferia cortesana- han construído sobre el punto una “leyenda negra” poco creíble y sin correspondencia alguna con lo que se conoce del movimiento anarquista internacional de aquí, de allá y de acullá. Esa “leyenda negra” no conoce desmayos y nace prácticamente con la revolución misma; momento en el que se genera, bajo los auspicios de la corriente hegemónica, una tradición según la cual los anarquistas cubanos serían una, o más de una, de tres, y sólo tres, cosas posibles: en primer lugar, criaturas altamente sugestionables y sin ideas propias que sucumbieron ideológicamente bajo los irresistibles encantos del “pensamiento único” isleño en formación; y/o, en segundo término, los últimos ejemplares de una especie en extinción, ausentes, desconocidos, irrelevantes y quizás inexistentes; y/o, por último, sujetos decididamente ubicados en el campo de la “contra-revolución” y que, en tanto tales, fueron barridos por la historia subsiguiente. Cada una de esas “exploraciones” conduce a una misma e inevitable conclusión: en el proceso cubano de cambios no se habría presentado en ningún momento una corriente definida de pensamiento y acción que interpretara y expresara a su modo un recorrido revolucionario, socialista y libertario y que representara, aunque en forma modesta y minoritaria, una alternativa reconocible, admitida y respetada como tal; esa corriente no habría sido necesaria ni pertinente en los mitificados tiempos fundacionales y, por extensión mecánica, tampoco lo sería ahora, medio siglo después. Así, la “leyenda negra” acaba siendo perfectamente funcional al discurso del poder político centralizado y de su partido único, monopólico y excluyente. La “leyenda negra”, por tanto, no es más que una creación ficcional, a tientas y a locas, que purga la historia real de sus complejidades, sinuosidades y variantes posibles; que acompaña y justifica -entre los fulgores rutilantes de operaciones supuestamente intelectuales- lo que no es más que una intervención quirúrgica de extirpación: la represión y la supresión de lo incontrolable, lo incomprensible, lo molesto y lo distinto.

Esa “leyenda negra” tuvo su momento de mayor gloria y su máxima fuerza de irradiación hacia fines de 1961. En esa fecha, Manuel Gaona Sousa, miembro del secretariado de relaciones de la Asociación Libertaria de Cuba, redacta y firma -junto con cinco anarquistas reconocidos y otras 16 personas que ninguna vinculación tenían con dicha organización- un documento llamado “Una aclaración y una declaración de los libertarios cubanos”. Allí, Gaona intenta, contra toda lógica y con un sentido excepcional del humor negro, asimilar las orientaciones del gobierno cubano y las centenarias posiciones anarquistas; sentenciando, por añadidura, que aquellos libertarios que no lo secundaran no eran más que “agentes del imperialismo”. Sea como sea, lo cierto es que, por la propia posición de Gaona en la Asociación Libertaria de Cuba, su declaración tiene una amplísima difusión internacional y provoca un zafarrancho ideológico-político de considerables proporciones que se extiende durante casi toda la década de los 60. Nadie creyó, por cierto, que Fidel Castro pudiera ser algo así como el eximio auriga del carro de la anarquía; pero sí se supuso, por parte de no pocas agrupaciones anarquistas, que aquel proceso de cambios todavía incipiente podía acunar perspectivas libertarias no entre los libertarios mismos sino casualmente entre quienes no se reconocían como tales.

Los anarquistas cubanos -es decir; no Gaona sino los anarquistas de tomo y lomo- vivieron a partir de allí años extremadamente duros: perseguidos internamente por su indocilidad y su independencia de criterios, se encontraron con la desagradable sorpresa de que, en el ancho mundo, un sector importante del movimiento al que pertenecían les daba la espalda; y, aunque no todos los trataran como “agentes del imperialismo”, lo menos que se suponía de ellos era que se habían vuelto incapaces de apreciar las posibilidades emancipatorias e incluso libertarias que se abrían en la Cuba de los años 60 y, por lo tanto, perdido también la brújula de la revolución. Muchos de ellos marcharon hacia el exilio, algunos fueron

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eliminados sumariamente y otros tantos vieron pudrir sus huesos entre rejas al compás de una extendida indiferencia. Quienes obligados por las circunstancias constituyeron, en el mismo año de 1961 y en la ciudad de Nueva York, el Movimiento Libertario Cubano en el Exilio (MLCE; hoy simplemente MLC) se volvieron desde entonces los destinatarios casi exclusivos de la “leyenda negra”. Una “leyenda negra” extremadamente persistente; que se tornó maltrecha, desvencijada e insostenible con el correr del tiempo, pero que, aun así, no deja de producir exabruptos cada vez más pobres y que apenas ayer acaba de obsequiarnos con un ínfimo y supernumerario libelo: “¿Libertarios en Cuba? Las páginas web sobre Cuba no dejan de deparar sorpresas” de J. Vallés (publicado el 15 de marzo, simultáneamente en La Haine y en Rebelión).

2.- No parece que el MLC y el obsesionadamente aludido Frank Fernández se tomen la molestia de responder a las destempladas municiones de Vallés; y, en efecto, parece prudente y razonable de su parte no distraer en tan poca cosa sus reflexiones colectivas e individuales, respectivamente. Sin embargo, nuestro tiempo personal se regula según un plan diferente y sí nos permitiremos ocupar breve y circunstancialmente el lugar vacante.

Hay que decir, entonces, a punto de partida y deteniéndonos de momento en cuestiones exclusivamente metodológicas, que Vallés es un maestro en el arte del birlibirloque y un verdadero prodigio literario. Por lo pronto, es necesario reparar en su capacidad de seducción puesta de manifiesto a través de un título en el que se realiza una pregunta que no da demasiado lugar a dobles interpretaciones y en cuya respuesta será él mismo quien muestre luego el más completo desinterés, pues sobre el enigma inicial no hay ni tan siquiera el más mínimo asomo de conclusión, replanteo o puesta a punto. Pero, para ello, lejos está Vallés de cometer la torpeza de reconocerlo sino que luego no hará otra cosa que explayarse como al descuido a partir de una triple sinécdoque expositiva, tomando sucesivas partes en lugar del todo que las precede: el total de los libertarios en Cuba o fuera de ella será sustituido por el MLC, el MLC por Frank Fernández y Frank Fernández casi enteramente por una entrevista del año 2004 originalmente publicada en el periódico de la CNT española. Y, para rematar su inventiva y su genialidad, Vallés nos demuestra larga y rotundamente que también es capaz de disponer citas reales de dicho reportaje haciéndoles decir aproximadamente lo contrario de lo que originalmente decían. Vallés no demostrará absolutamente nada pero su vocación calumniadora tiene un despliegue -lo reconocemos sin pudores- ¡sencillamente magistral! Vale la pena, por lo tanto, seguir detenidamente el mismo y poner en evidencia los escamoteos y sustracciones que tan hábilmente practica Vallés.

Digamos antes que Vallés es, además de magistral, una persona honesta. Seguramente por eso es que nos anuncia sinceramente que “con tiempo y con ganas se podría debatir de ideología y de las cuestiones que plantean”. O sea: Vallés no nos engaña y nos advierte que no tiene ni tiempo ni ganas de debatir los temas más importantes sino apenas poner sobre el tapete no sus propias carencias sino la falta de “honestidad intelectual” de los demás y muy especialmente de Frank Fernández, constituido como el blanco preferido de sus descargas. Para nosotros, es de lamentar que Vallés sea tan ahorrativo con su talento y no nos dé tan maravillosa oportunidad, aunque no por ello dejaremos de perseverar en nuestro asunto confiando en que un futuro difícilmente precisable nos habrá de deparar la suerte de una discusión de la que ahora no podremos disfrutar.

3.- Vallés comienza diciendo -y para ello parece manejarse con los contenidos de la página web del Movimiento Libertario Cubano- que “supuestamente” existiría un movimiento anarquista en Cuba y que éste estaría “agrupado en el denominado MLC”. Pues bien; de guiarnos por las apariencias, Vallés es muy probablemente una persona extraordinariamente ocupada que no le dedica demasiado tiempo a la lectura y no se ha enterado que el MLC no se ubica “en” Cuba sino expresamente “fuera” de la isla. Así, en el apartado “Quiénes somos” de su página web (www.movimientolibertariocubano.org), el MLC se reconoce como “una red de colectivos e individuos con secciones en diferentes ciudades del mundo, que intenta una coordinación más efectiva entre las distintas corrientes que hoy conforman el anarquismo cubano”; es decir, salvo mejor opinión, no el anarquismo dentro de Cuba sino el anarquismo de los cubanos. Aclarando además que ello se hace de tal modo sin pretender “acaparar o adjudicarse la representación” respectiva. Por añadidura, y por si existiera alguna duda, en las conclusiones de la “Declaración de principios” se insiste: “estimamos necesario cerrar filas contra el despotismo totalitario que padece Cuba, tanto con los compañeros en la isla como con los anarquistas en el resto del mundo”. Por lo tanto, no se entiende muy bien por qué extraña confusión el MLC se sentiría obligado a manifestar su solidaridad con los compañeros que residen en Cuba si dicho agrupamiento intentara presentarse como actuante, estrictamente hablando, en el territorio de ese Estado. Así, Vallés pone en marcha su primera sinécdoque sin aclararnos nada al respecto y sin que medie ni tan siquiera una fugaz justificación de sus operaciones intelectuales.

Y luego de su primera constatación fallida, Vallés continúa en la casi pornográfica exhibición de su ignorancia. Así, nos dice que las consideraciones del MLC “sobre el régimen socialista actual no difieren ni

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una coma de los manifiestos de la extrema derecha de Miami” y también que sus materiales “adornan su discurso con soflamas incendiarias propias de la literatura anarquista”. ¿Cómo es posible que ocurra tal cosa? ¿acaso la extrema derecha cubana también se inspira en la literatura anarquista -incluídos puntos y comas- sin que nadie en el mundo se haya enterado? Por lo visto, la agudeza y la profundidad analítica de Vallés son tan portentosas que él y sólo él se ha percatado de las similitudes existentes entre dos cuerpos de doctrina y entre dos prácticas tan diferentes. El hecho de que Vallés no presente el más mínimo ejemplo en apoyo de su afirmación parece ser un detalle sin importancia pues lo suyo es todo seducción; y, naturalmente, confianza en la credulidad de sus lectores. Además, aportar ejemplos, desmenuzarlos y fundamentar su pertinencia como tales sería incursionar en una farragosa discusión teórico-ideológica para la que Vallés nos dice que no tiene tiempo ni ganas. ¡Qué fácil es conquistar diez minutos de fama!

4.- Pero, según se nos ocurre, Vallés tampoco tiene tiempo y ganas para dedicarse con demasiada intensidad al MLC y, con sus botas de siete leguas, pasa rápidamente, en una nueva sinécdoque expositiva, a lo que sería su objetivo predilecto -Frank Fernández- no sin antes agregar a ritmo de vértigo algunos errores más a las cuentas de su rosario.

En primer lugar, Vallés nos informa -en una de sus tantas ostentaciones de ese alquímico talento periodístico capaz de transformar lo falso en “verdadero”-, que en 1982 el MLC salió, a través de su órgano de prensa, “en defensa de la dictadura militar argentina durante la guerra de las Malvinas”. Pues bien: no fue así. Lo cierto es que, en coincidencia con el conflicto entre Argentina e Inglaterra, un número de “Guángara Libertaria” da cabida a un “Dossier Malvinas”.En dicho dossier, uno de los artículos se deja llevar por ese anti-imperialismo vulgar y recurrente tan caro a buena parte de la izquierda latinoamericana y toma posición a favor no de la dictadura militar argentina en tanto tal sino de los derechos del Estado argentino a recuperar un territorio que históricamente le había pertenecido; algo que analíticamente debe ser distinguido del régimen político circunstancial. Huelga decir, de nuestra parte, que se trató de un gazapo que no compartimos y que tampoco es rescatado por el MLC en su forma actual; pero lo más interesante -algo que Vallés se guarda muy bien de mencionar- es que aquella posición fallida fue similar a la que entonces sostuviera el mismísimo y “revolucionario” gobierno cubano junto a la mayor parte de la izquierda latinoamericana. Y también es interesante rescatar que el mencionado dossier contiene igualmente otros dos artículos que se oponen rotundamente a aquella desgraciada aventura militar condenada desde sus distractivos inicios al más estruendoso fracaso.

En segundo término, Vallés nos habla de una invitación al MLC a concurrir a una reunión realizada en Madrid, en octubre del 2005, convocada por el Movimiento Cubano Unidad Democrática. Fue así que, azuzados por la curiosidad, consultamos la página web de dicho movimiento (http://www.cubamcud.org/) y lo único que pudimos encontrar fue una serie de fotos que documentan gráficamente la gira que realizara en esas fechas quien al parecer es su principal dirigente. Nada se dice allí de que el fantasmal evento se hubiera realizado y nada se encuentra en esa página que permita tan siquiera suponer que los anarquistas cubanos de que estamos hablando asomaran sus narices por el lugar. Hay sí -entre varias decenas de invitaciones- una que menciona a un Movimiento Libertario Cubano; pero lo seguro es que no se trata de este MLC que ahora nos ocupa sino del Cuban Libertarian Movement (http://www.libertario.uni.cc/); dos agrupamientos distintos y que no mantienen precisamente una relación de amistad (Cf. en la web del MLC primigenio y anarquista el documento “A propósito de una usurpación. Carta abierta al Movimiento Libertariano Cubano”) ¿Cuáles son, entonces, los misteriosos procedimientos cognitivos que le permiten a Vallés acceder a certezas inequívocas que le están vedadas al resto de la humanidad? Pero Vallés es una persona honesta y confiamos en que seguramente habrá de demostrarnos en el futuro que no padeció de error alguno ni de ligereza en la información; que tampoco se confundió con el Cuban Libertarian Movement -que, como fácilmente se puede constatar, nada tiene que ver con el MLC original ni con el anarquismo ni con nada que se le parezca- o que la tarjeta de invitación mencionada llegó equivocadamente a su casilla postal.

Por último, Vallés sostiene también que el contacto del MLC está en Miami y que Frank Fernández -designado por él como “el Pope”, en algo que quizás quiso ser un rapto de ironía- es el administrador de su página web. Nada de ello es pecaminoso, por cierto; pero ¿de dónde extrajo Vallés estas “informaciones” asincrónicas y extemporáneas si es que no definitivamente falsas? ¿cuáles fueron sus erráticas búsquedas por el espacio virtual? ¿en qué caminos racionales o empíricos se orientaron sus pasos? ¿qué puede decirnos en apoyo de sus intrépidas afirmaciones que se aproxime a lo que habitualmente se considera como una demostración? No hay duda que Vallés no habrá de inspirar ningún personaje de los epígonos modernos de Edgar Allan Poe o Conan Doyle pero al menos no deja de ser un alivio saber que tampoco revista en ningún servicio de inteligencia que pueda preciarse de tal. Redondeamos con esto el conocimiento personal que hemos obtenido de él a través de su escueta comunicación “revolucionaria”

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sabiendo, entonces, que es un maestro en el arte del birlibirloque, un prodigio literario, una persona honesta, un sujeto magistral, un seductor de la palabra, un no-policía y, por último, también alguien especialmente dotado para las (malas) obras de ficción.

5.- Y, puesto que Frank Fernández es “el Pope” y todo él se exhibe cristalinamente en cada una de sus apariciones públicas, Vallés completará tanto su última sinécdoque como su temeraria y esforzada investigación sobre el anarquismo cubano con el único auxilio expreso del reportaje ya mencionado. Tampoco en esto se tomará demasiado trabajo y le bastarán cinco frases extraídas sin ton ni son para sacar las siguientes conclusiones sobre Frank Fernández:

1) “No demuestra tener mucho conocimiento, ni mucho respeto, de qué ni cómo piensan los cubanos de Cuba”, extrapolando “su visión divertida y violenta del exilio cubano de Miami, para descalificar a quienes residen en la isla”;

2) “Pese a denominarse anarquista, no cree en las revoluciones y manipula la historia a su antojo”;

3) “Valora positivamente la transición española, pasando por alto que no fue más que la adaptación de una monarquía heredera del franquismo”;

4) “Razones de peso le llevan a elegir capitalismo frente a socialismo” y, además, se muestra partidario ‘de la semidemocracia, de la seudolibertad de los dos partidos políticos, porque da cierto espacio político para poder destruirlo o cambiarlo y el otro no’”;

5) Reconoce encontrarse en el “sectarismo”, aunque con ganas de huir del mismo y quizás -ahora entre prudentes y vallesianos signos de interrogación- con la expectativa de hacerlo junto a sus “compadres de Miami”; tomados aquí seguramente como metáfora de las posiciones de extrema derecha.

El mago extrajo así los conejos de su galera y en su cinematografía de final abierto deja todas las conclusiones en manos del lector, el que ahora podrá recordar la pregunta inicial y responderse que no hay “verdaderos” anarquistas cubanos; ni en Cuba ni fuera de ella. Afortunadamente, y como persona honesta que es, Vallés coloca en su inigualable e imaginativo libelo un link con el reportaje (http://www.ainfos.ca/04/nov/ainfos00299.html) y todo interesado habrá podido consultarlo -así lo esperamos- en la exacta medida de su interés.

6.- Quien lo haya consultado seguramente se percató que las conclusiones a extraer son bien diferentes e incluso opuestas a las chabacanerías fáciles y descalificadoras de Vallés. De nuestra parte, estamos persuadidos que el reportaje de marras permite articular por lo menos las siguientes réplicas:

1) Sólo la imaginación de Vallés puede permitirse presuponer una visión “divertida y violenta” del pueblo cubano; y la imagen que usa Frank Fernández ni está directamente referida al exilio ni pretende descalificar a quienes residen en la isla. Antes bien -siempre y cuando Vallés nos permita una interpretación- lo que Frank Fernández transmite a su modo es el cariño que le merecen algunos rasgos básicos de comportamiento de una gente entrañable que sigue siendo la suya;

2) Frank Fernández no descree en ningún momento de las revoluciones en abstracto sino que afirma que, al menos hasta la fecha, no ha habido ninguna que merezca ese nombre. Ciertamente se trata de un criterio discutible y que nosotros no compartimos, aunque bien podríamos suscribirlo si lo que en realidad se dijera es que ninguna de las revoluciones conocidas ha sabido encontrar el camino del socialismo y de la libertad;

3) En el reportaje se realizan algunas afirmaciones sobre el régimen político imperante en España pero la única referencia que hace Frank Fernández a la “transición” como tal es a propósito de la opinión de terceros y no de la suya, por lo cual las afirmaciones de Vallés al respecto son una nueva muestra de su falta de tiempo para la lectura cuidadosa y de su ilimitada capacidad de fantasear;

4) Frank Fernández no halla preferible el capitalismo al socialismo y sólo en la cabeza de Vallés puede caber una lectura tan alocada. El entrevistado ni siquiera usa esos términos sino que apenas si compara regímenes políticos en los que es posible una actuación anarquista colectiva de aquellos que no ofrecen esa eventualidad. ¿Será que acaso Vallés prefiere una configuración sobrecargada de prohibiciones y es a eso que él le llama “socialismo”?

5) La “bête noire” de las diatribas vallesianas no se define como sectario sino que se lamenta de que el movimiento anarquista esté atravesando una situación de divisiones y querellas que no aportan ninguna contribución real. Lo único que insinúa en la entrevista es el carácter sectario de las relaciones internas al

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movimiento anarquista pero no las aplaude sino que las critica.

Pero incluso estas objeciones nuestras son triviales, le asignan al pic-nic analítico de Vallés una seriedad que no tiene y están muy por debajo del recurso al reportaje mismo. En definitiva, comparadas con las acusaciones de narcotráfico y pedofilia que se le realizaran en el pasado a modo de sublime confrontación “ideológica”, Frank Fernández debe estar pensando que las excursiones campestres de Vallés son casi un piropo.

7.- A todo esto: ¿a qué debemos esta inquina en grado de ensañamiento contra Frank Fernández? ¿a qué insondable designio atribuir esta preocupada dedicación que cada tanto vuelve por sus fueros con algún ataque a la bartola? La respuesta es bien simple y requiere volver al principio de nuestras reflexiones: el “pecado mortal” cometido por Frank Fernández consiste en que sus trabajos historiográficos desmienten documentadamente la “leyenda negra” que el gobierno “revolucionario” ha construído en torno al anarquismo cubano; muy especialmente con su texto “El anarquismo en Cuba” (Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo; Madrid, 2000). Guste o no, esa reconstrucción historiográfica no sólo rescata en forma mesurada y sin exageraciones el papel jugado por el movimiento anarquista en la lucha anti-batistiana, no sólo pone en evidencia las orientaciones básicas de ese movimiento, no sólo deja en claro su autonomía ideológica, política y organizativa así como las iniciativas correspondientes sino que también permite rastrear en los años inmediatamente posteriores a la caída de Fulgencio Batista el proceso de centralización de poder; de asimilación, de desarticulación y de represión sobre las corrientes alternativas: un proceso que, en definitiva, acabó desbaratando las expectativas y las intenciones libertarizantes que entonces conmovían a un pueblo al que se le impuso con calzador una tutela vitalicia. Es esa reconstrucción historiográfica situada en la vereda de enfrente de la “leyenda negra”, elaborada sin la dispendiosa apelación a los recursos estatales y en medio de la pobreza franciscana que normalmente caracteriza a los circuitos anarquistas, la que convoca a una discusión seria que no se ha querido ni se quiere dar. En lugar de eso, el estilo preferido de la “leyenda negra” y los caminos seguidos por sus primeros y sus tardíos exponentes no es más que una mezcolanza de insultos y de sospechas, de acusaciones indemostrables y de insinuaciones sibilinas, de simplismos y facilidades que no hacen más que conducir cualquier debate posible a las catacumbas de la racionalidad.

8.- Simple entre todas las simplezas, la “leyenda negra” resulta ser, entonces, un maniqueísmo exasperante; aun cuando se revista a sí misma de esa pátina grotesca, pero con pretensiones de elegancia, constituída por una dialéctica para escolares y una concepción de la historia holgadamente periclitada y de la que la historia misma se ha desentendido hace rato largo. Según esa dialéctica y esa concepción de la historia, los derroteros del “progreso” se resuelven en el enfrentamiento de resultados irreversibles entre una y sólo una tesis contra una y sólo una antítesis, unidas indisolublemente, sin distinciones ni fisuras en el interior de cada cual y definitivamente contrarias. Siendo así, no resulta extraño que la comprensión histórica quede reducida a una falacia fundamental: en uno de los campos -dígase lo que se diga y hágase lo que se haga- siempre estarán la “revolución” y el “socialismo”, mientras que en el campo opuesto -les guste o no a sus pobladores involuntarios y sea cual sea la justificación de los mismos- no hay lugar más que para los “gusanos”, la “extrema derecha” y los “agentes del imperialismo”. Ya no hay demasiados problemas para resolver y todo aquello que escape a la esfera de la “unidad” compulsiva será interpretado como una acción de guerra del enemigo, como la injerencia de una potencia extranjera o como un gesto de la “contra-revolución”; aunque sólo se trate de formar un sindicato autónomo, montar una biblioteca abierta al barrio o publicar un modesto fanzine. E incluso veremos, en casos extremos, aquellos destellos de “sabiduría revolucionaria” del anciano caudillo, calificando de “nuevos ricos” a todo aquel que intente comer un poco mejor durante los próximos días y equiparando teóricamente el intercambio de chorizos por fuera de las redes estatales con la acumulación primitiva del capital. Así, el pensamiento posible queda reducido a los límites impuestos por el discurso del poder; y sus sostenedores podrán dormir plácidamente, en un tranquilo acto de fe y con las más completas garantías de que no habrán de entender nada de nada; por las décadas de las décadas, amén.

Vallés podrá no haberse percatado de estos complejos asuntos y podrá no percatarse jamás, pero lo cierto es que los denostados anarquistas cubanos lo anticiparon lúcidamente hace ya mucho tiempo. Sólo a título de ejemplo, conviene tener presentes las siguientes palabras de Abelardo Iglesias, uno de los más notorios militantes de aquel viejo MLC: “…sabemos perfectamente bien que esta lucha está más preñada de peligros morales e ideológicos que de peligros físicos. Bajo ningún concepto nos aliaremos a las fuerzas retrógradas que luchan contra Castro para recobrar sus perdidos privilegios ni hipotecaremos la libertad y la independencia del movimiento libertario ni del pueblo cubano. Mantendremos el pabellón de combate en alto y no lo mancharemos con ningún acto inconfesable. Seremos fieles hasta el final a nuestros principios y nuestra moral revolucionaria.” (“Revolución y dictadura en Cuba”, pág. 79; Editorial Reconstruir, Buenos Aires, 1963) O estas otras, contenidas en el mensaje enviado por el MLC al V Congreso General de Agrupaciones de la Federación Libertaria Argentina, en diciembre de 1961: “…apoyamos el fenómeno

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revolucionario cubano en cuanto éste significa un esfuerzo popular por resolver los grandes problemas del país y liquidar seculares privilegios y abusos irritantes e injustos. Nos oponemos resueltamente a que las fuerzas reaccionarias que hoy combaten al castrocomunismo, simplemente porque añoran el retorno a un pasado de corrupción y de vergüenza, recapturen el poder político” (Op. cit., pág. 93). Mientras tanto, y como muestra ejemplar de esa forma de pensamiento a la que aludíamos, Gaona trataba a aquellos viejos luchadores como “agentes del imperialismo” y Vallés les espeta hoy a sus “herederos” que sus palabras “no difieren ni una coma de los manifiestos de la extrema derecha de Miami”.

9.- Pero Vallés y su desprolija adenda a la “leyenda negra” han llegado a la cita con una demora de por lo menos 35 años y ello por dos razones diversas y confluyentes. Por un lado, la carátula de “contra-revolucionarios”, que desde sus comienzos la conducción cubana prodigara tan generosamente, ya en los años 70 del siglo pasado comenzó a mostrar síntomas de desgaste y a provocar aburrimientos múltiples. Como en un remedo de aquellas conocidas palabras equivocadamente atribuídas a Bertolt Brecht, primero fueron contra-revolucionarios los contra-revolucionarios y luego el mote fue extendiéndose al barrer a cualquier insinuación de disidencia que pretendiera trascender el círculo de las amistades más íntimas; llegando a travestirse en “conducta impropia” y “peligrosidad”, recorriendo campañas de re-educación en “apoyo a la producción” y pasando por sobre las cabezas de generales, ministros y poetas. Es cierto que todavía hay aquí y allá sectores de izquierda dispuestos a extenderle sus créditos indefinidamente a la élite dirigente cubana y a silenciar con los ajados anatemas de ayer cualquier expresión de crítica en profundidad; pero también es cierto que esa ciega obcecación convence cada vez menos, ya no tiene ni por asomo la fuerza arrolladora de los años 60, está permanentemente ubicada a la defensiva y carece de un modelo que realmente pueda ser presentado como tal. Para colmo, hasta el propio Fidel Castro, en su enésimo arranque de megalomanía, padecido en su discurso del 17 de noviembre pasado, ha vaticinado, casualmente en el momento en que ha comenzado a pensarse públicamente en el relevo, que la “revolución” y el “socialismo” no son irreversibles; y que -agregamos nosotros aunque el inefable caudillo no haya llegado expresamente a tanto- bien podrían extinguirse con su propia vida.

Por otra parte, Vallés se equivoca de medio a medio si piensa que al día de la fecha alcanza con sus módicas cuartillas para enlodar al MLC en su actual situación. Cabe decir, en tal sentido, que basta un ligero rastreo a sus publicaciones para percatarse que el MLC de nuestro tiempo resulta, sin perjuicio del obvio rescate de sus orígenes y del destacado papel que en él le cabe a la reconstrucción historiográfica de Frank Fernández, de un proceso de reorganización que se intensifica hacia el año 2002 y que al año siguiente -en plena tormenta represiva en la isla- encuentra nuevos motivos de reforzamiento. Este MLC, a diferencia de lo que ocurriera en los años 60, encuentra una hospitalaria y reiterada acogida en múltiples publicaciones del movimiento anarquista internacional y ha generado un interés y un respeto que probablemente estén por encima de lo inicialmente esperado. Es en setiembre del 2003 que circula a nivel de un amplio circuito militante un llamamiento de respaldo a los libertarios cubanos que es finalmente suscrito por compañeros de Argentina, Bolivia, Chile, España, Francia, Escocia, Suiza y Suecia, dando lugar inmediatamente a la constitución del Grupo de Apoyo a los Libertarios y Sindicalistas Independientes en Cuba (Vid. http://www.ainfos.ca/03/oct/ainfos00056.html). Por último, este MLC se siente partícipe pleno de las actividades y problemas del movimiento anarquista internacional y acaba de suscribir hace apenas dos meses, junto a libertarios de otros 17 países, la llamada Declaración de Caracas. ¿Vallés también se atreverá a sostener que toda esta trama de relaciones tampoco se distancia tan siquiera una coma de las posiciones de la extrema derecha cubana?

Pero hay más aún y más allá de las “fronteras” del movimiento anarquista. El actual MLC también es atendido y considerado en publicaciones de la izquierda anticapitalista en sentido amplio. Lo menos que cabe suponer es que ello obedece a que el MLC mismo, tal como lo ha sostenido expresamente, se siente formando parte de una nueva izquierda revolucionaria latinoamericana y de las luchas sociales en general; cualquiera sea el lugar del mundo en que le haya tocado estar. Tanto es así que, por ejemplo, bien puede encontrarse a alguno de sus integrantes en Estados Unidos vinculándose a protestas contra la pena de muerte y la ley anti-inmigratoria o en México interesándose por seguir la marcha de “la otra campaña”. Sobre estas cosas, es el propio MLC el que ha sostenido lo siguiente en sus “Reflexiones en torno a la VI y la nueva izquierda latinoamericana”: “Es la conformación, el perfil y las orientaciones de esa constelación de agrupaciones y prácticas rebeldes lo que constituye una de nuestras preocupaciones básicas”. O, más todavía: “Es allí donde están los “forajidos” ecuatorianos, la resistencia mapuche, los regantes cochabambinos, las fábricas recuperadas en Argentina, las ocupaciones de tierras en Brasil y, por supuesto, también las búsquedas y ensayos que hoy mismo tienen lugar en la Selva Lacandona”. ¿Será en estas afirmaciones que Vallés no encuentra una coma de diferencia con el talante de la extrema derecha cubana?

10.- Queda por decir todavía lo más importante. Desde nuestro punto de vista, lo realmente gravitante e imperecedero no son las expresiones orgánicas formales ni las siglas sino que las mismas han de ser concebidas como el vehículo y la agencia de corrientes históricas profundas que las trascienden

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holgadamente. En tal sentido, nos gustaría pensar al actual Movimiento Libertario Cubano como un vector y como un fuelle, como una línea de fuerza y como una respiración que apuntan al centro mismo del problema: la reanimación de una corriente y una perspectiva revolucionaria anarquistas que recorran de norte a sur y de este a oeste la isla caribeña. Sobre el punto, entendemos que Vallés plantea el problema en forma profundamente errónea al partir del interrogante cuasi policial de si hay o no anarquistas en Cuba en lugar de complejizar y jerarquizar el asunto del modo que corresponde: ¿hay o no razones suficientes para que en Cuba emerja una corriente libertaria completamente autónoma, con rasgos nítidos y caracteres propios?

Desde un ángulo anarquista, habría que estar rematadamente enajenado para pensar que la élite dirigente cubana pueda albergar alguna intención mínima en esa dirección al tiempo que sus excusas habituales para prorrogar un relajamiento de las presiones gubernamentales son ya largamente un gastado sonsonete para el que los años pasan sin consecuencia alguna. No se trata, por lo tanto, de discutir cuestiones accesorias sino el diseño mismo de dominación: la omnipresencia del Estado, el Partido único y excluyente, el caudillismo, la ausencia de libertades elementales, la restauración capitalista, la militarización, el carácter de clase de la sociedad cubana, etc.Se trata de constatar el fracaso de un proyecto de largo plazo y con pretensiones de eternidad; un fracaso que ya no puede encontrar sus coartadas en la política criminal de los Estados Unidos; un fracaso, no obstante, negado en un lado y el otro por incondicionales que serían incapaces de proponerlo como modelo en sus respectivos países, ya sea en España, en Francia, en México, en Guatemala o en República Dominicana. Se trata, por sobre todas las cosas, de reanimar en lo más profundo del tejido social cubano el aliento de la utopía, de la rebelión, de la crítica a fondo; de las pulsiones socialistas y libertarias asumidas como propias por la gente misma, en sus prácticas cotidianas y no en tanto referendo constitucional controlado por una autoridad sin restricciones.

Ésa es la única agenda revolucionaria que tiene algún sentido en la Cuba de nuestros días; una agenda que sólo puede nutrirse y desarrollarse en ese espacio en blanco y de contornos todavía borrosos que se dibuja más allá de la continuidad del statu quo y su insostenible trama de poder y, por supuesto, más allá también de los planes restauradores acariciados con fruición y deleite por la derecha cubana y por los apetitos hegemónicos de los Estados Unidos. En ese espacio en blanco germinarán seguramente, tarde o temprano, proyectos autogestionarios largamente soterrados y también se abrirán las condiciones de posibilidad para que la gente cubana pueda apropiarse de su propia vida sin úcases ni mandamientos. Ciertamente, es un espacio pequeño y sin demasiadas virtualidades victoriosas en su horizonte más próximo, pero es ahí donde quedan abonadas las razones y las tendencias para el resurgimiento de una vigorosa corriente libertaria. Entonces se habrá extendido definitivamente y sin atenuantes el tiempo de la “leyenda negra” y Vallés podrá encontrar sin sobresaltos ni sorpresas las respuestas que su investigación no se supo dar: sí hay anarquistas en Cuba, los hay ahora mismo y están condenados a multiplicarse en el futuro inmediato.

Las telarañas de la libertad

Daniel Barret

El viaje puede comenzar en cualquier lugar de América Latina y no tener un rumbo fijo, aunque siempre es aconsejable dirigirse primero a una ciudad capital y contar al menos con un teléfono o una dirección de contacto. El viajero elegirá el medio que mejor se corresponda con sus posibilidades y sus urgencias y no le quedará más que llegar a ese lugar de arribo directo y provisorio; un lugar que puede ser Buenos Aires, Brasilia, Santiago, Caracas, Ciudad de México o La Paz. La convicción básica del viajero ha de consistir en que, cualquiera sea la ciudad capital que se haya elegido como punto concreto de destino, allí habrá gente que no lo ha visto con anterioridad, que no estaba al tanto de su llegada y que ni siquiera tenía idea personalizada de su existencia pero que, de todos modos, habrá de ofrecerle su generosa hospitalidad. Como es obvio, no se trata de viajes de negocios ni de excursiones académicas ni de turismo puro y simple -que para eso ya existen los hoteles, las agencias, los viáticos y las guías más o menos detalladas ¡faltaba más!- sino de desplazamientos que ocurren en dimensiones de tiempo y espacio que el poder se empeña en desconocer y ocultar. La lógica que se instala entre huésped y hospedante no es más que la del placer del encuentro por el encuentro mismo, la del reconocimiento recíproco, la de los sueños compartidos y la de la solidaridad. Para que tales cosas ocurran apenas si debe satisfacerse una solitaria pero imprescindible condición: sea cual sea el lugar en que viajeros y “cicerones” se vean las caras por primera vez, sea cual sea la época del año o la hora del día, sea cual sea el recorrido previo de los “contrayentes”, el encuentro habrá de ser un encuentro entre anarquistas y fundado en una irrenunciable ética de la libertad. Y en ese encuentro es que habrán de insinuarse de inmediato los comunes horizontes conspirativos y ya no será posible pensar en otra patria que sea algo distinto al mágico suelo del compañerismo.

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Existen probabilidades variables según la urbe de que el hospedaje sea una okupa y entonces el huésped tendrá la posibilidad de compartir en su ciudad de adopción las luchas que allí se libran por la apropiación de los espacios urbanos secuestrados por el Estado, la Iglesia o los rentistas de turno y su transformación en espacios de furor colectivo. Los habitantes de la okupa le serán inicialmente desconocidos pero rápidamente encontrará con ellos alguna historia en común y la indefectible referencia a lugares o personas que también le son familiares. Allí encontrará con toda certeza una biblioteca que exhibirá con orgullo textos de Bakunin, de Kropotkin, de Malatesta y de tantos otros; biblioteca que en muchos casos no sólo estará destinada a la formación de los ocupantes sino también de los vecinos que quieran servirse de la misma. Las labores colectivas cubrirán un vasto arco que va desde la animación con los niños del barrio a las comidas preparadas pasando por el dibujo, las huertas orgánicas y los juegos malabares. Los servicios públicos llegarán en forma azarosa y más de una vez habrá que recurrir a ingenios impronunciables para aprovisionarse de agua y luz. La okupa resiste cualquier esfuerzo censal y nadie sabrá exactamente cuantas personas durmieron allí al menos una noche ni cuantos se sirvieron al menos una vez de la olla común. La estadística -la ciencia del Estado, en definitiva- encontrará allí un momento de interrupción y perplejidad; sus registros serán incapaces de captar y capturar a los compañeros que a pesar de todos los pesares tuvieron y seguirán teniendo a su disposición en tales antros un colchón y un plato en la mesa.

Y si no se trata de las dimensiones y la diversidad de las okupas, se tratará de todos modos de casas de arriendo colectivo o personal; o de casas propias que tanto pueden ser comunitarias como el resultado del esfuerzo individual. Y si no son casas pueden ser apartamentos y si no son apartamentos pueden ser granjas, talleres o tolderías. Esos espacios de encuentro, fraternidad y compañerismo están por todas partes y el viajero podrá abandonar el tranquilo damero capitalino de herencia colonial para toparse con ellos ya no en San Pablo, Bogotá, Córdoba, Valparaíso o Guayaquil sino también en Paukarpata, en Penco o en Nezahuatcoyotl. Únase esa subversiva y entrañable nube de puntos con primorosos cuidados y lujo de detalles -imaginariamente, claro, puesto que lo contrario sería brindarle concreciones a los enemigos de diestra y de siniestra- y se tendrá tendida sobre el mapa de América Latina una red cada vez más tupida, más densa y más significativa: he ahí las telarañas de la libertad.

Las telarañas permiten moverse en todas las direcciones, de este a oeste y de norte a sur o en sentido contrario; tal como en algún momento lo hicieron los “crotos” en territorio argentino pero ahora a escala continental. Hugo Woollands, él mismo un “croto” de amplia notoriedad, lo celebra en breves y vibrantes pinceladas: ”Saludo al compañero Croto, trashumante, jinete consumado de los cargueros que recorrían la república llevando folletos anarquistas en el mono y sueños de redención en el alma”. Sin embargo, las diferencias son obvias. La labor del “croto” fue de irradiación y de propagación ideológica mientras que los viajeros de hoy día se vinculan con sus iguales, poniendo en común sus experiencias y sus prácticas. Mientras que el “croto” era el portador de la “buena nueva”, los actuales viajeros llevan en sus alforjas la vocación del aprendizaje y del intercambio. Es la pasión del encuentro necesario y ya previsto lo que se pone en juego en estos desplazamientos, como bien lo saben aquellos compañeros brasileros que remontan el Amazonas simplemente para apoyarse recíprocamente y coordinar actividades o los que han visitado la comunidad libertaria formada por Antonio García Barón a orillas del río Quiquibey, en plena selva boliviana. Los viajeros anarquistas de nuestro tiempo se limitan a tejer lentamente otra vez las telarañas que unas cuantas décadas atrás nos legaran aquellos viajeros impenitentes que fueron Víctor García y Líber Forti.

Lo que ocurre es que hoy los viajeros ya son largamente innumerables y sólo cabe cubrirlos con el tranquilo manto del anonimato. Y lo que ocurre también es que el grosor y los senderos de nuestras telarañas se multiplican y se renuevan incesantemente. Esas telarañas se burlan de las fronteras estatales y de las estructuras jerárquicas; se ríen, en su nuevo esperanto, de los idiomas oficiales y de las academias de la lengua; se mofan de la geometría y hacen que un sinuoso rodeo se comporte como la menor distancia entre dos puntos cualesquiera. Si alguien lo deseara, con la paciencia y el tiempo necesarios, se podría ir brincando de casa en casa y de compañero en compañero desde Tierra del Fuego hasta Chihuahua, Hermosillo o Mexicali pasando por Panamá y Guatemala. Y también -puesto que tampoco somos patriotas latinoamericanos- seguir de largo y llegar a la lejana e inhóspita Alaska. Y esto no es una ilusión ni una fantasía: los hemos visto, los conocemos, sabemos quienes son y los sentimos cotidianamente; son anarquistas y están en todas partes, sin duda alguna. Ellos son -nosotros somos- los tejedores reclinados a toda hora sobre el telar y sólo nos cabe seguir urdiendo y tramando, en este viaje interminable, las telarañas de la libertad.

Publicado en Libertad! Nº 46, ene-feb 2008.

Génova 2001: Globalización, represión, reflexión, acción

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Daniel Barret

El enorme espacio planetario ha ido convirtiéndose cada vez más en un gran y único mercado, ubicado más por encima que por fuera de las viejas fronteras nacionales. Tal cosa sería imposible si, a su vez, no estuviera acompañada por una redefinición de las formas tradicionales e históricamente conocidas de concebir la política o, en términos más generales, de las diversas formas que las sociedades se han dado para encarar los procesos de decisión colectiva. El mundo como unidad, en la cual dicen que se disuelven los fragmentos estatales que hasta hace un tiempo constituyeron su principal elemento ordenador, pareciera ser ahora la escala de todas las cosas y en él es posible asistir a la emergencia de un cuadro de relaciones de dominación que no por hundir sus raíces en el pasado deja de ser inédito. El mundo se hace más ancho, pero también más ajeno : anchura y ajenidad que quizás puedan definir parcialmente y a los tumbos lo que tirios y troyanos coinciden en designar con inconcientes ligereza y facilidad de palabra como “globalización” ; sin importar demasiado que en este término de pretendidas asepsia y neutralidad quede al descubierto que la realidad y las costumbres viajan más rápidamente que un pensamiento que todavía no ha sido capaz de dar cuenta adecuada y cabalmente del fenómeno.

De todos modos, si hay algo indesmentible eso es la acentuación, la impunidad y la soberbia del poder desde todo aquello que está por encima -y ahora también por fuera- de las preocupaciones, las inquietudes, las necesidades y la capacidad de decisión y gestión de la gente común y corriente ; aun cuando el marco político de tal cosa se designe a sí mismo como “democracia representativa” y -con un dejo de preocupación filosófica- como “libertad”. En todo caso, será la “libertad” de las grandes potencias para bombardear los objetivos militares o civiles que les apetezcan ; la “libertad” de los capitales para desplazarse a su antojo a lo ancho y a lo largo del planeta ; la “libertad” del dinero para moverse y multiplicarse de una computadora a la otra a velocidades ultrasónicas ; la “libertad” de las empresas transnacionales para instalarse donde les parezca más conveniente y levantar campamento cuando los movimientos convulsivos de la tasa de ganancia lo recomienden. Será la “libertad” de los poderosos para hacer lo que les plazca : llámense Soros, Paribas, Shell o McDonald’s ; FMI, BM, ALCA, UE, OTAN, OMC o G8.

Este mundo “globalizado” cuenta ya con su propia y específica contestación, a la que los usos más frecuentados suelen reconocer como movimiento anti-globalizador. Una juventud militante, tan transnacional como los organismos supraestatales y los capitales, se desplaza de un lado a otro para denunciar, molestar, perturbar y, si es posible, también bloquear y desmontar las reuniones de coordinación del poder concentrado y “globalizado”. Este movimiento de nuevo tipo, que contó con múltiples “anunciaciones”, recibió su bautismo de combate en ocasión de la reunión de la Organización Mundial de Comercio en Seattle a finales de 1999, y desde entonces no ha faltado a los “envites” en ninguna de las ocasiones en que los poderes transnacionales se sentaron a la mesa para administrar y distribuir las cuotas y parcelas de su festín. El movimiento se convoca a sí mismo y dice presente en Davos, en Sidney, en Praga, en Quebec o en Barcelona y sus ecos se hacen sentir también en los más diversos puntos del planeta con los estrépitos de lucha de quienes no pudieron estar en los grandes puntos de concentración en el momento mismo de la cita.

Tanto el movimiento como las sucesivas concentraciones contaron desde un principio con un formato pluralista que les confirió, al mismo tiempo, buena parte de su fuerza pero también mucho de su carácter contradictorio y limitado. El movimiento mismo responde a un proceso de búsquedas que se hizo posible a partir de la eclosión del bloque soviético, cuyas organizaciones partidarias, sindicales o estudiantiles constituyeron normalmente el polo ampliamente hegemónico de las grandes campañas a escala mundial, ocultando o mediatizando las expresiones potencialmente alternativas. Desaparecida dicha hegemonía -y la monotonía teórica, política y organizativa que tan funcional le resultara durante décadas-, un multicolor surtido de opciones comenzó a disputar denodadamente las orientaciones básicas de oposición a un escenario histórico “globalizado” y sustancialmente nuevo. En este cuadro de diversidades se hace posible reconocer desde ya un conjunto de raíces sociales múltiples y también un abanico de tendencias que se abre desde aquellos que sólo aspiran a un diálogo “civilizado” con los grandes poderes mundiales hasta quienes exudan orgullosos un insobornable radicalismo anti-estatal y anti-capitalista.

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En el seno de este movimiento anti-globalizador se consolida también una tendencia que ya había venido mostrando la hilacha en los años previos : una vigorosa, fermental y rejuvenecida corriente anarquista que se propone y se instituye, sin esperar la autorización de nadie, como su vertiente más enérgica y radical. Esto es parte de un renacimiento más abarcativo todavía del movimiento anarquista internacional que en los últimos años ha visto recuperar su pujanza en España, Italia o Francia ; que ha renacido con fuerza en Bolivia, Brasil, Chile o Perú ; que se plantea por primera vez en lugares como Turquía, Líbano o Sudáfrica. Al optimismo sin fundamento, que creyó en algún momento que la historia no deparaba más sorpresas fuera del capitalismo y la democracia parlamentaria, le ha sucedido una crisis de desencanto subversivo que también tiene dimensiones planetarias. Además, a la hora de buscar alternativas, es notorio que las revoluciones de talante autoritario ya no convocan la adhesión ingenua y entusiasta de que pudieron gozar hasta hace unos años y los proyectos reformistas están cada vez más comprometidos con ese posibilismo chabacano que consiste en avanzar a la rapidez de un galápago hacia un “capitalismo con rostro humano”. En ese marco, el anarquismo recupera su capacidad de excitar pasiones adormecidas, su elocuencia y su potencial de acción.

Este empuje -como no podía ser de otra manera- ha despertado sospechas, suspicacias y recelos por parte de los actores más diversos y se ha transformado en uno de los objetos preferidos de la calumnia por parte de la gran prensa internacional y de la represión lisa y llana desde las tiendas estatales. Muchos son, a esta altura, los elementos disponibles para abonar la convicción de que el movimiento anarquista está en la mira de los organismos de represión del Estado. Los sucesos de Génova, en ocasión de la reunión cumbre del G8 entre el 20 y el 22 de julio pasados, le han dado mayor virulencia a la reacción histérica que viene incubándose desde un tiempo antes y que apunta a demonizar al movimiento anarquista ; a “excusar” por anticipado los atropellos que seguramente se cometerán y ya se están cometiendo en distintos países contra sus locales, sus órganos de prensa y sus militantes ; a separar sus diversas expresiones de un movimiento anti-globalizador al que se lo prefiere alejado de las “malas compañías” y tan pulcro, atildado, prolijo, obediente y de buenos modales como las circunstancias lo demanden.

Los sucesos de Génova representaron, en efecto, el punto más alto hasta el momento de una escalada represiva que ya había venido mostrando sus uñas y sus dientes en algunas de las concentraciones previas. En ese sentido, no puede decirse que se haya tratado de un punto de inflexión ni que la saña represiva y la ostentosa brutalidad policial sean exclusivamente atribuibles a las tonalidades fascistoides del gobierno de Silvio Berlusconi. Apaleamientos, gases y prisiones ya los hubo en la señorial y tranquila Praga, se repitieron luego en la bucólica mansedumbre de Gotemburgo y tuvieron su inmediato revival en una Barcelona que de golpe y porrazo recuperaba a su pesar los aromas del franquismo. En todo caso, la peculiaridad de Génova consistió en poner de manifiesto, sin ningún lugar a dudas, que ahora los Estados “globalizados” están dispuestos a subir la apuesta represiva y a hacerse cargo expresamente de la vida y la muerte. Y ya no serán la vida y la muerte “naturales” y de evocaciones estadísticas de las que siempre dispusieron, condenando a la miseria, las enfermedades y el hambre a cientos de millones de personas a lo largo y a lo ancho del planeta : ahora serán la vida y la muerte con el nombre y el apellido de Carlo Giuliani, subastadas a punta de pistola.

Sin embargo, donde quizás sea posible encontrar sí un punto de inflexión es en algunas tácticas de actuación callejera que las fuerzas represivas no habían utilizado hasta ahora como elemento central de “presentación pública”, aunque sí como recurso complementario de combate. Habiendo identificado en lo previo al llamado Black Block como el ala más virulenta de las concentraciones anti-globalización, la policía italiana -y también la de otros países, por lo que se sabe- tomó posiciones infiltrándose en el mismo y provocó por su cuenta toda suerte de desmanes. La operación cubría simultáneamente dos objetivos : por un lado, una vez generados los enfrentamientos -generalmente en los alrededores de las alas llamadas “pacifistas” de la concentración- la policía italiana consideraba llegado el momento de arremeter contra quien fuera ; por otra parte, se provocaba una escisión en el propio cuerpo unitario de las concentraciones, haciendo que los mismos grupos reformistas, conservadores e institucionalizados -nucleados en torno al Foro Social de Génova- tomaran por su cuenta el control y la condena de los núcleos más radicalizados y combativos.

No se trata de sustituir aquí un análisis ponderado por un ejercicio paranoico y un delirio persecutorio, pero parece evidente que todo esto estuvo y estará orientado a aislar al movimiento anarquista y a otras

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corrientes radicales del resto del movimiento anti-globalizador y a separar rápidamente sus propuestas de fondo y sus prácticas de su surtido de consideraciones ideológicas y políticas. Por otro lado, hay sobrados elementos de juicio para concluir que lo ocurrido en Génova no es un episodio aislado sino que tiende a hacerse parte de un estilo de rutina en las operaciones coadyuvadas de los servicios estatales de inteligencia, las fuerzas policiales de enfrentamiento callejero y el personal político más troglodita, con la música de frente y fondo de los grandes medios de comunicación y el seguro auspicio de las corporaciones transnacionales. Génova y el movimiento anti-globalizador resultaron ser del 20 al 22 de julio el laboratorio de experimentación de una estrategia represiva que funciona por coordinación y/o por contagio y que va bastante más allá de esos sucesos ; de lo cual nuestro provinciano país ha comenzado a tener ya sus primeros registros.

No es nuestra intención observar en detalle la situación nacional respectiva en este artículo pero tampoco podemos dejar de mencionar -aunque no sea más que al pasar- que en el entorno de los sucesos de Génova pareció arreciar también aquí una cierta prédica anti-anarquista en relación con indagaciones y pesquisas policiales a grupos libertarios por el “escrache” realizado frente al Círculo Militar o por las manifestaciones de repudio frente a la embajada italiana. El propio Ministro de Defensa -un Luis Brezzo que acentúa día a día su perfil cavernícola- le dio a tales disquisiciones un cierto barniz intelectualoide y de persona entendida al hacer referencia a corrientes neo-anarquistas. Y no es posible olvidar, además, que de todo ello dieron debida cuenta los más obsecuentes medios de prensa escrita, radial y televisada.

Los sucesos de Génova imponen, entonces, una instancia de reflexión profunda y abierta, sometiendo a debate primero y a confirmación o revisión después los perfiles, las perspectivas y las prácticas del movimiento anarquista internacional en el escenario considerablemente más amplio del llamado movimiento anti-globalizador y, muy particularmente, en el marco de sus masivas concentraciones de protesta. Sin embargo, es oportuno recordar que no por su espectacularidad mediática y su innegable resonancia pública éste es el único o el más importante de los temas que habrá que transformar en meticuloso objeto de reflexión. Las movilizaciones “globales”, entonces, merecen la importancia que se les ha asignado pero de ningún modo puede admitirse que absorban el horizonte de miras y el campo de preocupación. Por lo pronto, es imprescindible destacar que las instancias “globales” de movilización reclaman su articulación en el marco de una concepción más abarcativa y de un proyecto de acción ideológico-política cuyas bases siguen estando radicadas en los planos locales y donde lo definitorio sigue siendo la capacidad del movimiento anarquista para imbricarse en forma indisoluble con el tejido social de cada país.

Desde nuestro punto de vista, parece claro que el movimiento anti-globalizador ha encontrado la forma de amplificar sus heterogéneas propuestas y demandas haciendo coincidir sus demostraciones con las reuniones de diversos organismos multilaterales, pero ello no puede hacernos olvidar que dichas reuniones muchas veces no constituyen otra cosa que la consagración pública y mediática de decisiones que han sido tomadas antes y en otros lugares. Y ello, por supuesto, mucho menos puede hacer olvidar que el movimiento anti-globalizador no ha encontrado todavía la forma de detener, mediatizar o revertir precisamente muchas de las decisiones que importan y cuya implementación y puesta en práctica no es sujeta a consideración y exposición en las grandes reuniones internacionales. Por ejemplo, los movimientos ecologistas pueden poner todo su empeño en la aprobación multilateral de una suerte de Protocolo de Kyoto más radical y menos lavado del que finalmente se aprobó, pero ello no impedirá que la decisión unilateral del gobierno de los Estados Unidos mantenga intocable por su exclusiva cuenta el 25% de las emisiones de gases tóxicos de efecto invernadero que se producen en el planeta. Por lo tanto, se impone que un análisis cauteloso y quizás menos entusiasta recupere y ponga en primer plano las tramas reales de poder y el cuadro de relaciones de dominación que configuran el mundo “globalizado” de nuestros días. Ese análisis exige tener en cuenta las relaciones articuladas entre lo “global” y lo local, aceptando que los condicionamientos “globales” tienden a acentuarse pero sin descuidar que lo local no es meramente un reflejo inmediato y mecánico de los mismos sino un escenario específico, con sus propias tramas de poder, su propio cuadro de relaciones de dominación, su propia “autonomía” relativa, sus procesos políticos intransferibles y su singular ritmo de desarrollo. Combinar adecuadamente ambos planos es la operación que hoy se nos exige para una redefinición de los perfiles, las perspectivas y las prácticas del movimiento anarquista acorde con los desafíos renovados de nuestro tiempo.

No obstante este recordatorio esencial, lo que aquí nos proponemos es, mucho más modestamente, centrar

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nuestras urgencias reflexivas sobre la presencia anarquista en las movilizaciones “globales” y sobre el saldo que dejan los recientes acontecimientos de Génova en el nuevo marco represivo a que ya hemos aludido. El flujo movilizativo de los últimos años y el repunte de las tonalidades libertarias que se verifican en el mismo constituyen ciertamente un aliciente, pero también deben ser tomados como un desafío a nuestra creatividad y a nuestra capacidad de ofrecer respuestas renovadas. Ya no parece posible ni suficiente que nos limitemos a ofrecer un surtido de reflejos tradicionalistas y de invocaciones abstractas ni que reduzcamos nuestro libreto detrás de un inconducente y dogmático absolutismo metodológico. No se trata de fundamentar nuestras prácticas a partir de costumbres históricas inviolables ni de limitar nuestra prédica a una mera apelación combativa ni de suponer ciegamente que una determinada herramienta de trabajo sustituye sin más la formulación concreta de un problema y de sus peculiaridades. Se trata sí de encontrar los cursos de acción que nos permitan avanzar en estas condiciones históricas reales y que, a su vez, sepan formar parte de un proyecto revolucionario de largo plazo susceptible de corregirse a sí mismo frente a los cambiantes escenarios y alternativas que seguramente habrán de presentarse de aquí en más.

Desde esa perspectiva es que habrá que reenfocar una temática que nos suena como abrumadoramente conocida pero que se vuelve bastante menos familiar y automática no bien la inscribimos en el contexto que actualmente la escenifica. Hoy, las movilizaciones “globales” nos obligan a repensar, por ejemplo, cuáles son las formas concretas a través de las que se expresa la acción directa, cuáles son sus contenidos en cada circunstancia y cuáles sus agentes protagónicos. Por otra parte, la lógica de enfrentamiento al poder -sin la cual el anarquismo deja de ser tal- también nos reclama que reelaboremos y redefinamos el perfil de sus provocaciones más relevantes y el cómo, el cuándo y, sobre todo, el por qué de sus materializaciones. Otro tanto es necesario hacer con la vieja oposición entre pacifismo y violencia, ubicando cada alternativa -con sus correspondientes matices y combinaciones- en marcos variados que seguramente no acogerán con agrado una rutinaria repetición de fórmulas pretendidamente infalibles y que creen encargarse por sí mismas de resumir y agotar la ética militante.

Los sucesos de Génova -expresivos como fueron de las variantes movilizativas del movimiento anti-globalizador y de sus inflexiones más recientes- abren un campo de sugerencias sobre las que queremos llamar la atención y que habrá que tener en cuenta en la configuración de las orientaciones prácticas y organizativas que se entiendan más adecuadas. Debatir y reflexionar a partir de tales sucesos y transformarlos en experiencia capitalizada es un elemento más, aunque de vital importancia, en el mucho más engorroso proceso de delinear un paradigma revolucionario para el anarquismo del siglo XXI.

Por lo pronto, mantener e incluso acentuar un perfil específico en el contexto del movimiento anti-globalizador y de sus grandes concentraciones parece ser desde ya un objetivo irrenunciable. Es obvio que una cosa es formar parte de las concentraciones callejeras, e incluso de las instancias mediáticas de publicidad y deliberación, y algo bien distinto secundar calladamente las estrategias de quienes sólo aspiran a transformarse en el rostro samaritano y filantrópico del nuevo cuadro mundial de relaciones de dominación. No se trata, por cierto, de permitir ese cerco ideológico y aceptar resignadamente que no tenemos otro papel que engrosar el aburrido coro de grillos de las corrientes reformistas. Pero tampoco se trata de aceptar las maquinaciones de los órganos represivos y limitarnos a jugar el rol de espectáculo involuntario y de excusa para los avasallamientos genéricos. En todo caso, si algo nos demandan las grandes concentraciones callejeras del movimiento anti-globalizador es un esfuerzo creativo -y esto es más fácil decirlo que plasmarlo- que nos permita aparecer como el principal elemento de ruptura, pero teniendo bien claro que lo primero y más importante, ahora y casi seguramente por un buen tiempo más, es romper con la arquitectura militar que se le da a las ciudades “globalizadas” y, sobre todo, romper simbólica y materialmente con el principio de autoridad que está en la base de su episódica pero contundente diagramación.

Con la intención fundamental de abrir un debate en torno a los sucesos de Génova en nuestro horizonte de elaboraciones y de prácticas, parece llegado el momento de brindar textos y pretextos y, sobre todo, de dejar, de una vez por todas, que los protagonistas directos e inmediatos hagan oir su propia voz. Se presentan aquí ocho materiales que abonan una reflexión imprescindible desde diferentes ángulos, aunque manteniendo cada uno de ellos la intencionalidad o los reflejos libertarios a los que nos pareció necesario reducir este abordaje introductorio. El Documento No. 1 se encarga de ofrecer un marco y los ejemplos

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correspondientes para la convicción de que los anarquistas nos hemos vuelto a transformar en un objeto de preocupación creciente en el conjunto de las acciones represivas de los Estados y de los organismos supraestatales de coordinación. El Documento No. 2, mientras tanto, nos aporta un caso de análisis quizás inmejorable -la “cumbre” madrileña de la Europol-, a través del cual es posible constatar la antelación y la meticulosidad con la cual se preparara la ofensiva anti-anarquista que hoy podemos apreciar en (casi) todo su esplendor. Luego, esbozado ya el escenario a través de los documentos mencionados, ingresamos de lleno en los episodios de Génova y en las reflexiones, impresiones iniciales y comunicados a que dieran lugar. En ese contexto, se recoge aquí, como Documento No. 3, una declaración de la Comisión de Correspondencia de la Federazione Anarchica Italiana (FAI), la clásica y más antigua organización del anarquismo especificista peninsular. Inmediatamente después, el Documento No. 4 recoge un pronunciamiento de la sección genovesa de la Federazione dei Comunisti Anarchici (FdCA) ; organización que también forma parte del tronco anarquista especificista, aunque ahora en su vertiente habitualmente conocida como “plataformista”. Asimismo, es interesante recorrer las consideraciones realizadas por el agrupamiento El Paso Ocupado de la ciudad de Torino, tal como constan en el Documento No. 5. Una visión con coincidencias y matices es la de El Trío Lescano, también italiano y que se presenta como Documento No. 6. Por último, y como no podía ser de otra manera, los Documentos Nos. 7 y 8 pretenden ofrecer un punto de vista insoslayable y ahora más directamente implicado con el llamado Black Block y sus tácticas de lucha callejera. Nada hace suponer que el espectro que aquí se abarca agote todas las perspectivas existentes, pero es seguro que el presente dossier, en su conjunto, nos permitirá avanzar en la reflexión que nos hemos propuesto.

Documento #1 : Los anarquistas : el blanco de la represión.

Documento #2 : Europol, cumbre Madrid

Documento #3 : Comunicado de prensa de la Federazione Anarchica Italiana

Documento #4 : Anarchici

Documento #5 : Algunas reflexiones sobre las jornadas de Génova

Documento #6 : Las opiniones de "El trío Lescano" Documento #7 : Anarchist/Black Bloc motivation explained

Documento #8 : La criminalización del Black Block : punto para el Estado

HORIZONTES, CAMINOS, SUJETOS,PRÁCTICAS Y PROBLEMAS

DEL CAMBIO SOCIAL REVOLUCIONARIOEN AMÉRICA LATINA

Primeros apuntes

Hacia principios de los años 90, los aburridos profetas del statu quo, del inmovilismo y de un mañana sin novedades decretaron, en forma optimista y desaprensiva, que había llegado el fin de la historia. Según ellos, no había entonces más incógnitas que descifrar ni sorpresas por esperar y las pautas básicas de organización del futuro se encontraban ya inscritas en forma indeleble en las experiencias de las sociedades humanas, aunque todavía no lo estuvieran en sus himnos y en sus banderas. Las utopías debían rendirse a las evidencias y ya no quedaba nada más o menos ambicioso que todavía fuera sensato

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discutir: el capitalismo sería la configuración culminante y definitiva, entre las muchas históricamente constatables o simplemente imaginables, de organizar la producción, la retribución, el intercambio, el consumo, la distribución, la acumulación, etc.; y, paralelamente, la democracia representativa, liberal y parlamentaria se confirmaría como su insustituíble hermana siamesa en los términos políticos correspondientes. Los mercados “libres” territorialmente ampliados sustituirían muchas de las prerrogativas antiguamente asignadas a los Estados y los “derechos humanos” de primera generación habrían de constituirse en el desideratum superior irrebasable de convivencia y de preservación de las garantías individuales. La “globalización” económica, política y cultural -tan irrefutable como deseada- se sugería, se insinuaba y comenzaba a mostrarse cual piedra de toque y contraseña del último empuje civilizatorio que fuera posible concebir. Los EE.UU., por supuesto, y también los países europeos más “avanzados”, eran percibidos como la realización anticipada de ese futuro universal -a la vez presentido y ya presente- y sólo restaba aguardar la fuerza de su ejemplo y el recorrido entusiasta y convincente que las demás sociedades habrían de emprender en idéntica dirección. El recetario prescrito por el llamado Consenso de Washington, debidamente administrado por los organismos multilaterales de crédito y comercio hegemonizados por los EE.UU., recomendaba a las sociedades “rezagadas” el ascenso de Sísifo, el camino del “ajuste estructural” perpetuo como estrategia infalible de desarrollo mientras los países de vanguardia -orientados por los principios de eficiencia, lucro y progreso- se ocuparían de una incesante innovación tecnológica capaz de multiplicar hasta el infinito la productividad, la disponibilidad de bienes, la excelencia de los servicios e incluso la “calidad de vida”. El Muro de Berlín -ese inefable tributo arquitectónico a la estupidez autoritaria- se había desmoronado piedra sobre piedra y, según los embaucadores y las pitonisas de turno, con él se derrumbaban y se sepultaban irremisiblemente, ¡confusión de confusiones!, también todas las promesas de emancipación sembradas a lo largo de los siglos por las distintas corrientes revolucionarias, libertarias y socialistas con sus correspondientes antecedentes.

Pero los tiempos que sucedieron a tanto y tan intenso extravío del pensamiento dieron un rotundo mentís a los augures de la nueva pax romana que se nos prometía. Los años que siguieron a la estrepitosa caída de esa soberbia ilusión que se acunó en el bloque soviético fueron cualquier cosa menos la satisfecha consagración del nuevo y definitivo orden mundial que se nos anunciaba. Y no se trata, obviamente, de hacer ahora una enumeración exhaustiva de los muchos desmentidos empíricos recogidos por la cansada fantasía liberal, pero bien vale la pena recordar algunos de los contrapuntos más notorios y revivir, junto al inconciente y descuidado alborozo que significó la inauguración del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, la irrupción zapatista en las “celebraciones” del mismo desde las entrañas de la Selva Lacandona; o las grandes huelgas que en Francia y Corea opusieron cerrada resistencia a reformas de signo “neoliberal” en el campo de la seguridad social y de los contratos laborales, respectivamente; o los levantamientos populares en Indonesia y Ecuador que pusieron en jaque los equilibrios político-institucionales de ambos países; o, en fin, tantos otros susurrantes o clamorosos embriones que en un lado o en otro se encargaban de anunciar, soterradamente o a campo traviesa, la posibilidad de otro futuro a través de innumerables movimientos de crítica, de impugnación y de alzamiento.

Movimientos sociales aluvionales y vigorosos reclamaban aquí y allá la posibilidad irrenunciable de escribir su propia historia al tiempo que los cimientos financieros de ese mundo feliz y jubiloso comenzaba a mostrar los primeros temblores de su frágil peripecia. La Arcadia reconquistada de los “libres” mercados capitalistas, la democracia “representativa” y la “globalización” -siempre sazonada con la apropiación indiscriminada y comercial de la naturaleza- veía oscurecerse, a partir de su propia lógica de desenvolvimiento, sus efímeros días de vino y rosas: la burbuja financiera colapsaba primero en México, en 1994, con su correspondiente “efecto tequila”; luego, dejaba un profuso tendal de damnificados en el sudeste asiático durante 1997; casi enseguida, en 1998, marcaría con sus huellas a Rusia y; por último, se instalaría con sus premuras y desquicios en Brasil, Argentina y Uruguay, desde 1999 en adelante. Como confluencia y culminación provisoria de la nueva secuencia de agitación social y de la correspondiente a los problemas “internos” del mito “globalizador”, el siglo XX termina no sin antes haber testimoniado el fracaso de los intentos por avanzar hacia la conformación de un mercado mundial y, en el mismo acto, haber sumergido también en la pila bautismal al llamado, apropiada o impropiamente, movimiento “anti-globalización”. En diciembre de 1999, en Seattle y en ocasión de la reunión de la Organización Mundial de Comercio, se replanteaba una vez más -ahora sin centro político alguno, afortunadamente- la emergencia de una oposición “global” al nuevo orden y la confirmación apabullante de que la historia no tiene final: una contestación radical y libertarizante comenzó a extenderse por doquier y a ofrecer un renovado aliento a la utopía.

Movimiento de multitudes y multitudes en movimiento también en América Latina y en tanto respuesta a las devastadoras consecuencias de casi tres décadas que, por doquier, se engalanaron de “ajustes estructurales” de signo neoliberal; impuestos los mismos primero a horcajadas de las dictaduras militares de los años 70 y sostenidos luego en forma imperturbable por sucesivas restauraciones “democráticas” hegemonizadas por los nuevos elencos tecnocráticos de los partidos políticos cuando no maceradas por una escandalosa corrupción. El tiempo de los Castelo Branco, de los Banzer, de los Videla y de los Pinochet es hoy un recuerdo pesadillesco cuya impronta no tuvo más significado que la de descuartizar por medio de la fuerza bruta y el crimen los niveles de organización y lucha alcanzados por los

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movimientos populares de base durante los años 60 y principios de los 70. Inmediatamente después, el tiempo de los Menem, los Salinas de Gortari, los Collor de Mello, los Sánchez de Lozada y los Fujimori, no hizo más que dejar tras de sí el sabor de la desolación. Acentuación de la desigualdad social y de la pobreza, discriminación y marginación, precarización del trabajo, declinación de las funciones instrumentales y simbólicas del Estado, desequilibrios en las finanzas públicas, colosales endeudamientos, entrega de las riquezas, depredación del medio ambiente, etc., fueron y son sólo algunos de los efectos más notorios de una crisis de mayor hondura cuya comprensión final incita ahora mismo a la reanimación y la recreación de proyectos de transformación social profunda.

Las complejas y diversas razones que mediatizaron a los movimientos sociales -durante un período más o menos largo, pero que se sintió como interminable- parecen haber sido superadas una a una y el ánimo de la revuelta recorre una vez más estas tierras. Son las sociedades lúcida y corajudamente movilizadas las que buscan nuevos derroteros para la protesta, superan las barreras de la represión y del miedo, pasan por encima de los bretes y promesas de una izquierda burocratizada e integrada al sistema. Son las sociedades empeñosa y enérgicamente movilizadas las que una vez más asumen las condiciones que les permiten obstaculizar y frenar planes gubernamentales más regresivos todavía que los que ya tuvieron que soportar. Son las sociedades movilizadas, entonces, las que, finalmente y en el grado máximo de las tensiones alcanzadas hasta el momento, se permiten la sublime irreverencia de derribar al gobierno argentino en diciembre de 2001 y al gobierno boliviano en este octubre de 2003. Es en el seno de estas tierras latinoamericanas que renuevan sus posibilidades y apetencias transformadoras; en el seno de estas sociedades movilizadas y en ebullición; en el seno, entonces, de sus luchas concretas e inmediatas y de sus sueños de largo alcance en el que es posible y necesario replantearse una vez más los horizontes, los caminos, los sujetos, las prácticas y los problemas de un cambio social revolucionario.

El movimiento anarquista no sólo sigue teniendo mucho para decir y hacer al respecto sino que, además, emerge fortalecido y tonificado de sus aparentes cenizas. Ello ocurre en un punto de cruce históricamente ubicable y en el que, no exclusiva pero sí fundamentalmente, se combinan la implosión del bloque soviético, el fracaso de las inflexiones neoliberales en que terminó desembocando la reestructuración capitalista y el renovado empuje de los movimientos sociales de base como expresión de resistencia y de cambio. Este nuevo flujo movilizativo a escala mundial es conciente, al menos en algunos de sus segmentos más significativos, de que, en su arsenal de opciones, ya no es posible el rescate sin más o la réplica acrítica de las alternativas revolucionarias hegemónicas durante los años 60 y 70 del siglo pasado, fuertemente emparentadas con las inflexiones estatistas, centralizadoras y militaristas de ese “socialismo” realmente inexistente que acaba de fenecer. Pero, al mismo tiempo, es un flujo movilizativo que, por lo menos en buena medida, se desarrolla también a partir de algunas nociones básicas -acción directa, autonomía, autogestión- que nos son históricamente familiares y que incluso constituyen algunos de nuestros principales rasgos de identidad. Es un flujo movilizativo que parece querer inaugurar una épica propia, más definida todavía por sus rechazos y repulsiones que por los caminos concretos que habrá de seguir; pero en el que, sin lugar a dudas, un movimiento anarquista remozado como el actual encuentra naturalmente un espacio de diálogos y de intercambios al que concurrir con su perturbadora y radical visión del futuro: incorporando sus propios recursos doctrinarios, su propia experiencia histórica y una trayectoria a la que podrán imputársele numerosos fracasos pero nunca una apetencia de poder que lejos estuvo de aflorar alguna vez.

Sin embargo, esta época turbulenta y fermental, estos movimientos pujantes y arremetedores, nos encuentran en una situación en la que el pensamiento y las prácticas anarquistas ya no pueden cifrarse ni alentar expectativas solamente en una repetición monótona de su pasado sino, antes bien, en un intenso proceso de reactualización y clarificación; el que, a su vez, reclama no esfuerzos aislados sino una asunción colectiva amplia, no la pereza de quedar librado a mágicas casualidades que todo lo resuelven en un místico acto de inspiración y de genio sino la laboriosa osadía de concebirse expresamente como tal. Ese proceso de reinvención libertaria ha ofrecido ya múltiples y significativos empujes y ha permitido abrir espacios de experimentaciones y de búsquedas que no carecen de logros ciertos; pero que, incluso así, dista mucho de ofrecer todavía un producto coherente y capaz de ocupar el lugar vacante que alguna vez ostentaron el anarcosindicalismo y el “especificismo” como modelos sólidos y seguros de organización y acción. En otras palabras: ese proceso de renovación imprescindible -intuitivamente asumido como tal desde hace ya décadas- presenta altibajos notorios, no ha sido concientemente asumido por todo el movimiento con la misma intensidad y, por consiguiente, no ha consumado todavía un cuerpo de ideas que pueda funcionar como paradigma revolucionario, como referente en el que encontrar un conjunto de respuestas básicas articuladas y también una matriz desde la que procesar los problemas sobrevinientes y las elaboraciones por venir.

En el contexto de su renovación, nuestro movimiento ha dado lugar a una multitud de expresiones que a veces se nos aparece como inacabable y que exacerba hasta el infinito diferencias y matices a los que les cuesta encontrar las articulaciones y los nexos que serían de desear. El nuestro es, por lo tanto, también un tiempo en el que las crisis de orientación más generales y la fragmentación de la vida cotidiana se reflejan a su modo en la propia arquitectura interna del movimiento libertario; en sus expresiones

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múltiples y en la proliferación de prioridades muchas veces irreductibles entre sí. Esa diversidad y esa dispersión no tienen porqué ser vistas como una calamidad a dejar atrás cuanto antes, sino que bien pueden ser asumidas en tanto un recurso más de fecundidad toda vez que se sepa qué hacer con ellas y cómo servirse de sus potencialidades. Sin embargo, los riesgos se vuelven mayores cuando las mismas reproducen en términos organizativos y prácticos una cierta e inocultable confusión, cuando delatan un desarrollo apenas incipiente de intercambios teórico-doctrinarios que no acaban de encontrar sus cauces más provechosos y cuando ponen de manifiesto una cierta preferencia por la disipación entrópica de energía antes que por la reunión de nuestras fuerzas. Es cierto que con diferencias reales de un país a otro y con desniveles reconocibles en cuanto al desarrollo de ese proceso de renovación; pero, así y todo, creemos no estar demasiado lejos de la realidad si afirmamos que ése es el panorama general sobre el cual debemos modelar el movimiento anarquista del futuro inmediato.

Esto parece ser particularmente tangible en América Latina donde, con evidentes pero muy escasas excepciones, nos encontramos con un movimiento abrumadoramente joven; y que, precisamente por eso, todavía está tentando delinear sus perfiles básicos, su ubicación concreta en las luchas circundantes de las que forma parte y las orientaciones o prioridades que habrán de distinguirlo. La experiencia ya acumulada no es en absoluto despreciable y lo es menos todavía si incluímos en ella la larga y rica trayectoria del anarquismo histórico a la que siempre es posible y necesario apelar; pero no parece ser suficiente todavía frente a un mundo que se ha vuelto repentinamente más complejo y quizás más desconocido, delante de un paisaje cargado de incertidumbres y misterios en el que se esfuman y extravían los viejos itinerarios prefijados. Todo ello vuelve apremiante un repaso ordenado y conjunto de nuestro actual patrimonio doctrinario básico, de nuestras posibilidades y de nuestros problemas; un repaso en el cual reconocernos y que, lejos de constituir un catecismo inapelable, sea percibido como una agenda, como un orden del día provisorio y discutible a partir del cual entablar una trama colectiva de diálogos y de enriquecimientos. Ésa y no otra es la tarea impostergable a la que, con estos apuntes, se pretende contribuir.

Pero hay aún otro aspecto que no es de provecho descuidar. Este repaso, esta imprescindible puesta a punto de nuestro actual patrimonio doctrinario básico no sólo es una agenda de discusión interna al movimiento sino que también puede y debe transformarse en una seña de identidad y en una carta de presentación de nuestra especificidad ideológico-política en la ebullición social del continente. Y, lo que es tanto o más importante todavía: dadas algunas de las características de los movimientos sociales de nuevo tipo que nos son claramente familiares; dada también la ausencia de un paradigma revolucionario claramente hegemónico detrás del cual hacer confluir esperanzas y “disciplinas” militantes, como lo fuera en los años 60 y 70 del siglo pasado; dado además este manifiesto clima de experimentaciones y de búsquedas que parece sernos aproximada y tendencialmente favorable; dados, por añadidura, estos vacíos ostensibles de caminos seguros y probadamente eficaces; en virtud de todo esto, entonces, ese mero repaso puede constituirse también en una referencia que vaya más allá e incluso bastante más allá de nuestras propias “fronteras” específicas como anarquistas de tomo y lomo. Y esto no es un invento ni una quimera sino una simple constatación: hoy mismo es posible encontrar, en distintos lugares de América Latina, espacios de recreación de prácticas sindicales no burocráticas, asamblearias y de base; instancias de organización territorial que se conducen según principios de apropiación “municipalista” de su vida cotidiana; grupos estudiantiles que pregonan afanosamente una concepción distinta de la educación; núcleos ecologistas, feministas o anti-militaristas que también se orientan conciente o implícitamente desde formulaciones libertarizantes o proto-anarquistas. Nutrirse de estas experiencias, asignarles un sentido común y vincularlas en una formulación ideológica compartida es también uno de los objetivos posibles para el punteo que inmediatamente se hará y para la discusión que a través suyo se pretende detonar. Ha llegado el momento, entonces, de abordar -en su declarada condición de apuntes iniciales- esos horizontes, esos caminos, esos sujetos, esas prácticas y esos problemas del cambio social revolucionario en América Latina.

1.- Horizontes: la inconfundible silueta de la utopía

1.- La tensión utópica de nuestros días es a la vez otra y la misma con respecto al largo aliento que la precede, que constituye su memoria y que le brinda raíces históricas profundas e imperecederas; es diferente en algunos de sus presupuestos valorativos, en buena parte de sus formulaciones teóricas y en muchas de sus manifestaciones, pero mantiene buena parte de sus viejas y enaltecidas señas de identidad. Un proyecto revolucionario rabiosamente actual no puede ser exactamente igual a sus entrañables ascendientes del pasado pero tampoco puede dejar de recurrir a tensiones básicas que se expresan todavía aproximadamente del mismo modo. El horizonte del cambio revolucionario, por lo tanto, sigue siendo la edificación de una sociedad en la cual cada uno de sus miembros pueda organizar o desorganizar su vida en la atmósfera irreemplazable de la mayor libertad históricamente posible. El horizonte del cambio revolucionario, entonces, sigue siendo la edificación de una sociedad pensada y orientada contra

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toda forma de dominación institucionalizada o en vías de institucionalizarse: la de quienes tienen el poder de decidir sobre aquellos que quedan reducidos a la condición de brazo ejecutor, la de los capitalistas sobre los asalariados, la de los hipotéticos sabihondos sobre aquellos que supuestamente no han sido bendecidos por ningún saber, la de los “sacerdotes” sobre los “fieles”, la de los viejos sobre los jóvenes, la de los hombres sobre las mujeres, la de las culturas supuestamente “superiores” sobre las hipotéticamente “inferiores” y así hasta el infinito e incluso de lo que pueda haber más allá de él. Libertad como autonomía, como la capacidad irrenunciable de individuos y colectivos -en sus respectivas esferas- de fijar sus propias reglas de convivencia y devenir, sus necesidades, sus deseos y sus proyectos; como una permanente guerra de conquista, de creación de sí mismos, de elucidación y afirmación de su voluntad, su dignidad y su responsabilidad frente a los demás.

2.- Esa libertad de que hablamos sólo puede definirse y realizarse en términos sociales e históricos concretos, no flota en el vacío y no puede menos que formar parte de un diseño complejo e integrado entre seres iguales y recíprocamente solidarios. Se trata de una igualdad que nada tiene que ver con la uniformización militar del rebaño ni con la aburrida clonación de un modelo insoportable en sus hipotéticas promesas de perfección sino de aquélla que se sustancia como la posibilidad socialmente reconocida de tomar parte activa en las decisiones de interés colectivo en los ámbitos que correspondan y de disfrutar de las riquezas generadas por el trabajo social; y de hacerlo, en un caso y en el otro, a la par de cualquiera y sin privilegios de clase alguna. Se trata, también, de una solidaridad concebida no como el gesto de caridad compasiva con el desamparado sino de aquélla que se forma a partir del reconocimiento del otro, de la aceptación y el respeto de sus eventuales diversidades, y que desemboca en las responsabilidades compartidas en la entrañable faena de construir un mundo nuevo. Igualdad y solidaridad de lo diverso, entonces, como elemento de la mayor importancia en tierras donde habrá que conjuntar y armonizar las tramas culturales de las poblaciones originarias -aymaras, quechuas, tobas, guaraníes, mapuches, cunas o caribes entre muchas otras- con las procedentes de las migraciones europeas y las de los descendientes de los viejos esclavos negros. Igualdad y solidaridad de lo diverso que nos permite reconocer ya mismo buena parte de nuestras raíces en el ayllu andino, en los quilombos negros y en las ideas y propuestas de organización sindical que llegaron desde el otro lado del océano Atlántico.

3.- Todo esto ha merecido tradicionalmente y seguirá mereciendo el nombre de socialismo libertario, a modo de pálido e insuficiente resumen léxico de esa radical, compleja y permanente apropiación del acontecer social por la sociedad misma, constituída entonces en dueña de sus destinos y quehaceres sin los insoportables privilegios y tutelas del Estado, de los propietarios de las riquezas, de las imposiciones externas a sí misma, de las grandes congregaciones religiosas, de los detentadores militares y/o policiales de la fuerza, de los poseedores del saber, etc., etc. El vasto movimiento histórico de construcción de una sociedad pensada sobre estas pautas, entonces, no puede merecer otro nombre que el de socialización: socialización de todas las instancias de decisión, expresión y comunicación; socialización de los medios de producción y de las riquezas acumuladas; socialización del saber, etc.; y, sobre todo, socialización de la capacidad indeclinable que toda sociedad posee de crearse y recrearse a sí misma. Movimiento de construcción éste que necesariamente se acompaña primero de una tensión destructora y luego de un permanente estado de alerta: destrucción de los resortes de poder, del andamiaje jurídico-político y de los mecanismos de represión y coacción que vuelven posible e institucionalizan las sociedades de la dominación, la desigualdad y el privilegio; y alerta permanente respecto a los procesos que incuben o insinúen su eventual e indeseable restauración por vías directas o indirectas.

4.- Si estos son los movimientos fundamentales, sólo cabe decir que la autogestión, el federalismo y la democracia directa constituyen su “arquitectura” básica o su expresión orgánica esencial. La autogestión es, indudablemente, la célula organizativa insustituíble de una sociedad socialista y libertaria, por cuanto verifica y define ese hecho raigal por el cual cada colectivo -sea cual sea su área de actuación- asume la posibilidad y la capacidad de administrar, sin delegación ni enajenación alguna, sus propios asuntos. El federalismo, mientras tanto, es el tipo de vínculo -horizontal y descentralizado- entre las unidades asociativas efectivamente idóneo para preservar el protagonismo de las mismas y evitar el surgimiento y la imposición de instancias decisorias superiores y centralizadoras que finalmente acaben “olvidando” -en aras de una mítica “voluntad general”- a las multitudes que dicen “representar”. Por último, la democracia directa -o, si se prefiere, la anarquía- es el efecto de conjunto por el cual los asuntos políticos en los que se dirime la vida de una comunidad, sean cuales sean sus dimensiones, son asumidos sin mediaciones de especie alguna por todos sus miembros. Es precisamente la correcta articulación entre estos dispositivos organizativos la que puede dar cabida realmente a esas relaciones de convivencia

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animadas desde la libertad entre individuos y grupos iguales y recíprocamente solidarios así como albergar las dimensiones internacionalistas del cambio social, sin menoscabo alguno de las prodigiosas diversidades regionales y culturales que distinguen a los pueblos latinoamericanos.

5.- En las últimas décadas, también, el pensamiento revolucionario ha cobrado conciencia de los problemas ecológicos y los ha incorporado al núcleo mismo de su reflexión. Hay ya no es posible sostener aquel planteo ramplón e ingenuamente productivista que hacía depender las posibilidades de realización socialista de una incesante acumulación de bienes y de un irracional desarrollo de la industria pesada. En nuestra época, las claves de la construcción socialista ya no reposan en aquella inocencia cuantitativista que todo lo basaba en el crecimiento de las “fuerzas productivas” sino que se ha vuelto absolutamente preciso sostener que las llaves del misterio radican en la distribución de las riquezas y en la satisfacción de las necesidades humanas a través de su adecuada compaginación con los recursos naturales disponibles. El desarrollo de las sociedades humanas y el incremento de su bienestar material es hoy insostenible si no se plantea como un diálogo respetuoso con los recursos naturales -la biósfera toda, en definitiva- y con sus correspondientes ciclos o irreversibilidades. El paradigma productivista, precisamente, no es más que la consecuencia lógica y la herencia maldita de una concepción que ve en el trabajo ajeno una fuente de ganancia, de rendimiento, de lucro y de acumulación. Una sociedad libertaria y socialista, por el contrario, no puede concebir la producción como un acto ciego e irracional que se justifica por sí mismo, sino que ha de estar apoyada en el trabajo en tanto una posibilidad humana más de creación aplicada a la satisfacción de las necesidades reales que sólo puedan ser atendidas y resueltas a través del mismo.

2.- Caminos: la larga marcha de la libertad

6.- La rica y variada experiencia histórica recogida nos dice que no todas las revoluciones consiguen modificar realmente las relaciones de poder de una configuración social dada y que ninguna de las que efectivamente lo ha hecho puede plantear demasiadas cosas más que enseñanzas negativas en lo que tiene que ver con la construcción de una sociedad auténticamente libertaria, igualitaria y solidaria. El inconveniente mayor con el que se han enfrentado hasta ahora las revoluciones triunfantes es el de suponer que la construcción de una sociedad tal está más o menos garantizada o al menos abierta por una operación a la que, descuidadamente, se le atribuyen facultades mágicas: la toma del poder. En líneas generales, en esos casos, el equívoco ha consistido en suponer que una vanguardia ilustrada puede resolver por sí misma los problemas ubicados en el mal llamado y mal reconocido “reino de la necesidad”, postergando, en sucesivas “transiciones”, la atención de aquellos que serían propios del “reino de la libertad”. Sin embargo, quienes nos reconocemos como libertarios hemos intuído desde siempre, y lo sabemos ahora con entera certeza, que la libertad no sólo es la meta sino también el camino. Hoy sabemos que un marco social libertario jamás habrá de llegar si se parte de premisas que justifican el ejercicio “transitorio” del poder de unos individuos o de unos grupos sobre otros. Por ende, no hay ni puede haber transiciones reales que no prefiguren el horizonte hacia el cual se dirige el movimiento social revolucionario y que no se organicen a sí mismas como la indudable matriz del futuro: una matriz que, para serlo, ha de sustanciarse en tanto libertaria desde un primer momento.

7.- Ninguna “ley” histórica establece fatalmente el advenimiento de una sociedad libertaria y socialista y ninguna operación sostenida de ingeniería social desde las alturas puede garantizarlo. Una sociedad libertaria y socialista sólo puede edificarse a partir de una cierta y ampliamente extendida conciencia colectiva y de la definición irrestricta de su autonomía como comunidad constituída. Si en algún momento se creyó que había “condiciones objetivas” para la revolución y el socialismo hoy se hace necesario sustituír esa vieja convicción por otra bien distinta: la revolución y el socialismo sólo son posibles en tanto madure una subjetividad comunitaria autónoma capaz de expresar la decisión de una sociedad de recrearse a sí misma. Es obvio que esa conciencia, esa subjetividad colectiva, encuentra condiciones más favorables en unos casos que en otros, pero lo cierto es que sólo puede madurar como el producto de una larga y plural experiencia de antagonismos y de luchas. La asunción autonómica de sí mismos por parte de los pueblos es la única embriogénesis de una historia libertaria y socialista; y, por cierto, también la exclusiva posibilidad de realizar exitosamente los trabajos del parto. Las decisiones de una minoría, por muy inquebrantables y abnegadas que puedan resultar, no sustituyen la asunción autonómica, la conciencia colectiva y la subjetividad comunitaria sino que muchas veces sólo consiguen suplantarlas, postergarlas y encubrir las condiciones históricas reales de su emergencia y su despliegue; es decir, la única garantía concebible de una extendida voluntad de construcción socialista.

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8.- América Latina ha conocido al menos tres vías interpretadas en un momento o en otro -por sus protagonistas, sus aliados o sus comentaristas, según los casos- como avances hacia el socialismo: el vanguardismo de corte guerrillero triunfante y devenido en gobierno como en Cuba y Nicaragua; el populismo civil o militar al estilo de la Argentina del “joven” Perón, la Bolivia del primer Paz Estenssoro, el Perú de Velasco Alvarado o la actual Venezuela de Chávez; y, por último, el reformismo socialdemócrata del tipo practicado en el Chile de Allende o en el Brasil que hoy gobierna Lula da Silva. Si bien la perdurabilidad de cada una de esas experiencias ha sido extraordinariamente variable y los formatos políticos respectivos no sean estrictamente asimilables ni mucho menos, lo cierto es que todas ellas asumieron como intrínsecamente propio, y lo teorizaron de diferentes modos -expresamente en algunos casos y elusivamente en otros-, el papel protagónico, redentor y a veces excluyente del Estado. Incluso Cuba, ejemplo mayor de supervivencia y de centralización política, nos plantea hoy una cruel paradoja y una triste ironía de la historia al tiempo que parece constituirse en una suerte de vía castrista al capitalismo con rasgos propios y muy caribeños de Estado benefactor. La conclusión que se impone es que -así como la libertad no es prorrogable ni subalterna, así como la conciencia de los pueblos y su autonomía no es sustituíble por “leyes” históricas de tipo alguno ni tampoco por el más completo y prolijo diseño de ingeniería social- la sociedad y no el Estado ha de ser el eje real y excluyente de la construcción socialista.

9.- De tal modo, las recurridas propuestas de caminos jalonados por una multiplicidad de etapas intermedias sólo conducen a la resolución parcial de los problemas inmediatos pero nunca a soluciones reales y perdurables de los dilemas más hondos. Anti-globalización, anti-fascismo, anti-colonialismo, anti-imperialismo, anti-neoliberalismo y algunas otras sugerencias por el estilo pueden ser y efectivamente son orientaciones circunstancialmente válidas, pero siempre y cuando no sofoquen las oposiciones de base -anti-capitalismo, anti-estatismo, anti-autoritarismo- y no inhiban ni releguen ni posterguen indefinidamente el horizonte libertario y socialista y la formación de la conciencia, las decisiones y las organizaciones correspondientes. Cuando se creía que la historia era aproximadamente lineal y conducía a un destino inexorable, la política de acumulación de fuerzas en torno al mal llamado “enemigo principal” pudo parecer un camino de avance por sí mismo. Sin embargo, la experiencia recogida a lo largo de más de un siglo de luchas, nos permite concluir sin demasiadas vacilaciones que las “transiciones” y las “etapas intermedias” tienden a eternizarse y a generar en su seno estructuras de poder tan sólidas como las antiguas y no se conoce todavía ningún régimen concebido de esa manera que no haya constituído su propio escenario de privilegios y de injusticias ni dejado de legitimar e institucionalizar un nuevo cuadro de dominación.

10.- Los caminos principales del cambio social revolucionario, entonces y sin perjuicio de las diversas prácticas que los abonan, se recorren en la lucha contra las distintas estructuras de dominación establecidas, con un horizonte expreso de recreación social y precaviéndose de no alentar nuevamente la lógica del poder. Las estructuras de dominación -pasadas, presentes o futuras y cualesquiera sean sus especificidades y el diseño en el que se concretan- se repelen punto por punto con el horizonte libertario y socialista, y ninguna ilusión puede llevar a la absurda creencia de que existe un sendero de negociación, de diálogo y de entendimiento entre opciones que se contradicen tan drásticamente. Los caminos de avance hacia el socialismo libertario, por lo tanto, no son ni tienen ninguna posibilidad de ser caminos apacibles y confortables y sólo habrán de transitarse si se anima en ellos el soplo revulsivo de la insurrección, la ruptura y la transgresión; y no como episodios demiúrgicos, únicos y definitivos, sino en tanto dinámicas de transformación real. Los caminos de avance sólo podrán recorrerse mediante un torbellino de creación de lo nuevo y destrucción de lo viejo y eso ya no pueden hacerlo enigmáticos mecanismos de la historia ni minorías supuestamente esclarecidas ni mediatizaciones interminables sino el movimiento de unas sociedades autónomas y decididas, concientes de sus necesidades y de sus deseos, organizadas expresamente para volverlos posibles y realizarse plenamente en ellos.

3.- Sujetos: un protagonismo insustituible

11.- Dejar planteados los horizontes y los caminos de un cambio social revolucionario en América Latina es, implícitamente, definirse también respecto a los sujetos que pueden dar satisfacción a sus presupuestos; o, en otros términos, ubicar los protagonistas de esa entrañable peripecia. En principio, es posible saber que algunas conjunciones más o menos recientes que se proponen a sí mismas en tanto centros gravitatorios alternativos no puntúan lo suficiente como para considerarlos compañeros de ruta más o menos confiables; por mucho que intenten adoptar algunas de las pautas propias de los nuevos tiempos. Tal es el caso, por ejemplo, del Foro Social Mundial con sede en Porto Alegre, del Foro de San Pablo, del Congreso Bolivariano de los Pueblos o del Encuentro en Defensa de la Humanidad radicado en México. El Foro Social Mundial ha demostrado ser un instrumento del PT brasilero,

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de la socialdemocracia internacional y de las ONGs más lustrosas para sostener su candidatura a una administración plural y con “rostro humano” del nuevo orden internacional capitalista, al tiempo que el Foro de San Pablo se nos presenta como su cara político-partidaria. El Congreso Bolivariano de los Pueblos y el Encuentro en Defensa de la Humanidad -su contrapartida intelectual-, mientras tanto, parecen responder más a una necesidad de protagonismo de los gobiernos cubano y venezolano -relegados a un segundo plano en los aparatos anteriormente mencionados- que a una genuina confluencia de movimientos sociales de base. Más allá de sus remozadas presentaciones, las hegemonías ideológicas y organizativas planteadas en cada uno de esos ámbitos están demasiado emparentadas con el exclusivismo vanguardista, el reformismo socialdemócrata y el populismo, según los casos, como para que realmente se las pueda considerar el anuncio de algo nuevo.

12.- Mucho más próxima a las definiciones que hemos ido avanzando se encuentra la llamada Acción Global de los Pueblos, que no convoca en sus filas a organizaciones sociales inconfundiblemente cooptadas desde el poder estatal, que en términos declarativos renuncia a toda forma de control político desde las alturas y que proclama enfáticamente la descentralización, la autonomía y la acción directa de los movimientos sociales de base. No obstante, la AGP carece todavía de definiciones claras en múltiples aspectos, acoge a ciertas organizaciones de estirpe vanguardista, se desliza en otras hacia variantes asistencialistas y, más allá de algunas conferencias puntuales de cierta repercusión, no cuenta con una gravitación real en los movimientos sociales de base más activos y de mayor resonancia en las protestas del continente. No obstante estas limitaciones, la AGP ofrece un modelo organizativo considerablemente próximo al que a nosotros nos gustaría proponer y su sola existencia permite aquilatar la reciente y creciente influencia ideológica de corrientes de cambio basadas en el reconocimiento de la diversidad de movimientos y en la necesidad de reelaborar un paradigma revolucionario para América Latina. Estas características, precisamente, son claves en tanto la conformación de los sujetos del cambio reclama imperativamente la reapropiación crítica y la superación de las experiencias de lucha de décadas pasadas así como ofrecer lugares protagónicos a todos aquellos movimientos que desarrollen prácticas contestatarias contra las diversas formas de dominación.

13.- Sin perjuicio de las objeciones ya realizadas al Foro Social Mundial, es importante reconocer que el mismo ha servido de ejemplo a múltiples ensayos de replicación microscópica en las que han llegado a expresarse líneas de fuerza bien diferentes. El Foro Social Mundial es una colosal agregación de partidos políticos, movimientos sociales, ONGs, centros de investigación, intelectuales, etc., y sus propias dimensiones “globales” hacen que sólo los grandes aparatos internacionales puedan ejercer en él una influencia cierta y consigan una instrumentación directa o indirecta de sus propias finalidades; hasta el punto de transformarse en un espectáculo mediático en el que las voces de las experiencias de base acaban por volverse inaudibles. Sin embargo, cuando ese esquema de conjunción amplia de instancias orgánicas, experiencias y problemas es trasladado incluso más acá de lo “nacional” y llega al plano propiamente local o cuando adopta formas deliberadamente abiertas y transgresoras, se ha podido apreciar la emergencia de foros regionales o alternativos que, aun cuando no se propongan expresamente una estrategia anti-sistémica, pueden sí expresar la ebullición creativa y diversificada de la sociedad, exhibir sus tramas, sus opciones y sus posibilidades y concebirse como una experiencia rupturista en cuanto al estilo de hacer política.

14.- Pero la clave del cambio social y los sujetos revolucionarios por excelencia, en consonancia con un horizonte que se propone abatir todas y cada una de las relaciones de dominación, no puede radicar en otra parte que en los movimientos sociales de base que se constituyen, en su conciencia y en sus luchas, como genuinas alternativas al poder. Movimientos por doquier, de orígenes diversos y de peripecias propias: la herencia del viejo movimiento obrero, por supuesto, en sus sindicatos, sus cooperativas y sus comités de gestión; movimientos de desocupados que han sido expulsados del mundo del trabajo y a los que el capital y el Estado ya no pueden ofrecer respuesta alguna; los sucesores contemporáneos, también, de aquella clarinada estudiantil que proclamara en Córdoba, en 1918, la hora de la insurrección y que ahora pueden conjuntarse con otros movimientos juveniles de origen diverso; comunidades indígenas que todavía y con más fuerza persisten en su resistencia secular; movimientos de campesinos que alzan sus gritos por la conquista de la tierra y de libertad para trabajarla; agrupaciones urbanas y consejos vecinales de orientación “municipalista” que reclaman un espacio propio de decisión y formulan su vocación para administrar las ciudades de este continente; movimientos, en fin, ecologistas, de mujeres, de jóvenes, de derechos humanos, anti-militaristas, de contestación cultural, etc., etc., etc. Espacios todos ellos de búsqueda, de elaboración, de antagonismo; y desde los cuales animar prácticas agitativas, recrear proyectos alternativos y procesar orientaciones hacia un cambio social revolucionario. Si todavía es posible hablar de sujetos, ello no puede menos que ocurrir en esta densa y horizontal trama de

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movimientos que, de un modo o de otro, expresan mejor que nadie las posibilidades del alzamiento y de su deriva libertaria.

15.- Junto a los movimientos sociales de base, constituídos fundamental y normalmente a partir de una cierta condición común, se conforman también distintos tipos de agrupamientos, inspirados éstos habitualmente por definiciones ideológico-políticas y proyectos más selectivos y con un radio mayor de discurso y de acción. Estos agrupamientos son también esenciales en cualquier proceso de cambio social revolucionario; pueden alentarlo con sus decisiones, aportarle sus propios contenidos y ofrecerle sus energías militantes. Pero si el cambio social revolucionario ha de tener un signo y una orientación de corte libertario, es preciso que estos agrupamientos no pretendan atribuirse a sí mismos un papel de vanguardia o de conducción indisputable ni se propongan como la conciencia externa avanzada de los movimientos sociales de base. Estos agrupamientos tienen un campo específico de actuación y tareas propias que los movimientos sociales de base no siempre están de condiciones de asumir; pero es vital que ello no implique la sustitución de unos por otros y tampoco la adopción de un esquema según el cual los últimos no serían mucho más que la correa de transmisión de los primeros. Antes que eso, estos agrupamientos realizan su contribución mayor cuando se conciben a sí mismos como instancias de respaldo y de apoyo; con objetivos particulares y bien delimitados exhaustivamente respetables, pero siempre y cuando demuestren ser capaces de poner su patrimonio revolucionario acumulado a disposición de los movimientos sociales de base, de favorecer su fortalecimiento irrenunciable y de potenciar su innegociable protagonismo.

4.- Prácticas: los movimientos en movimiento

16.- No hay un recetario infalible y obligatorio de prácticas revolucionarias sino búsquedas incesantes y rebeldías plurales; lo cual no quiere decir que no puedan formularse algunas pautas e intuiciones más o menos razonables, coherentes con los objetivos finalistas y de acuerdo con la vasta experiencia histórica recogida por los movimientos de signo libertario. Por lo pronto, parece claro que, si los movimientos sociales de base han de afirmar y confirmar vocaciones rupturistas, tarde o temprano sus prácticas habrán de tener, total o parcialmente, una ubicación extra-institucional. Así como el marco institucional dominante obliga a jugar con las reglas del poder y a consagrar las posiciones subordinadas de los movimientos sociales de base, son las líneas de fuga que sepan recorrer los mismos respecto a áquel las que trazan antagonismos reales y profundos al poder así como trastocamientos relevantes del orden establecido. Las instituciones estatalmente legitimadas integran, cooptan y mediatizan; imponen privilegios y asimetrías, desarticulan la autonomía potencial de los movimientos y domestican su accionar. La búsqueda y el hallazgo de prácticas subversivas, por ende, ha de trascender en algún momento los corrales de ramas del Estado y sustanciarse en la periferia del mismo; más allá de sus posibilidades de adaptación y recuperación. Las revoluciones que queremos gestar comienzan a adquirir color y forma cuando los movimientos sociales resuelven ubicarse donde no llegan los brazos del gobierno; más allá del parlamentarismo, más allá de la legalidad, más allá de los mecanismos de replicación ideológica del sistema establecido; presentándose por encima de toda representación, redactando sus propias reglas, viviendo los valores que se hayan querido dar; en ese territorio inexplorado en el que los movimientos sociales querrán y podrán crearse a sí mismos sin las imposiciones e interferencias del poder.

17.- Avanzar en el camino de la ruptura y la ubicación extra-institucional, entonces, requiere la asunción previa de dos conceptos fundamentales con sus correspondientes referentes prácticos: la autonomía de los movimientos sociales -de todos y cada uno de ellos- y la autogestión de sus luchas. Los movimientos sociales, en su despliegue y en sus potencialidades, no pueden aceptar instancias superiores ni subordinaciones ni cooptaciones de especie alguna; cualesquiera sean las procedencias y las intenciones de las mismas: sus objetivos y sus acciones sólo pueden ser trazados a partir de su propio bagaje ideológico, de sus propias convicciones, de sus propias prioridades políticas y de sus propias fuerzas. Respaldos sí, pero no vanguardias, sobre-protecciones o solapadas curatelas: las luchas sociales de signo revolucionario también son objeto de autogestión por parte de sus protagonistas directos y no cabe librarlas de otro modo que no sea a partir de aquellos núcleos de base que las encarnan y que no admiten sustitución posible. La realización autonómica de los movimientos sociales de base exige un proceso de construcción, de formación de conciencia y de definición de prácticas que no dependa de ningún centro político constituído o con pretensión de tal sino de la reflexión interna que se consuma desde su propia experiencia de vida. En ese contexto, las luchas sociales mismas sólo aceptan ser autogestionadas y

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libradas como un acontecimiento colectivo de base sin ningún tipo de administración externa y que no puede ser enajenado bajo ningún punto de vista concebible.

18.- Las prácticas de acción directa son ahora el corolario de este bagaje conceptual remozado. Cara a cara contra el enemigo, sin mediaciones ni gestorías: he ahí la divisa y el emblema de una práctica de intención, orientación y potencialidad revolucionaria. La acción directa, entonces, es el resumen político-práctico capaz de distinguir a movimientos sociales de base que han construído su más completa autonomía, que son capaces de autogestionar sus luchas y que, en el camino de su fortalecimiento, se dan espacios extra-institucionales de actuación. Acción directa, por ende, contra las relaciones de dominación que definen al movimiento social de base en cuanto figura antagónica de las mismas; acción directa como gesto permanente de resistencia; y acción directa también en tanto ejercicio anticipatorio del porvenir. Acción directa multiplicada, ya no reducida a los clásicos patrones de actuación del movimiento obrero en torno a la huelga, el boicot y el sabotaje ni tampoco como una expresión solamente aplicable a los episodios de violencia sino en tanto rasgo básico de perfil y posicionamiento de las organizaciones sociales de base. Fuente de identidad, de energía y de capacidad transformadora, la acción directa así entendida es bastante más que un estilo, un método o una mera formalidad y mucho más que una codificación estrecha de situaciones rituales: es el contenido mismo de la anarquía; como anuncio, como promesa y como actualización de sí.

19.- Si las pautas anteriores permiten avanzar un diagrama de prácticas de los movimientos sociales en relación a las estructuras de dominación en que se desenvuelven, el asambleísmo parece ser el rasgo básico de definición al interior de los mismos. El movimiento es una creación colectiva que se instituye a sí misma y se transforma en su incesante recorrido: redondear tal cosa no puede ser la obra de una pequeña élite ilustrada o de un grupo de abnegados pastores sino la colosal empresa de una comunidad de individuos que se perciben entre sí como iguales y compañeros. Formar parte de un movimiento social es mucho más que una ceremonia de afiliación y tampoco se agota en un permanente acompañamiento disciplinado: las pertenencias reales son una fusión con los otros y un compromiso total donde la capacidad de cada uno de decidir y hacer con los demás resultan ser un elemento esencial e innegociable. Y ello es posible no exclusiva pero sí fundamentalmente en espacios asamblearios, en esas instancias de participación en las que cada miembro del movimiento asume a cara descubierta sus responsabilidades consigo mismo y con todos aquellos a los que se encuentra asociado su destino. Espacios de aprendizaje y de forja, de reconocimiento y afirmación de una identidad en interminable construcción, las asambleas son las instancias privilegiadas de diálogo, de intercambio y de elaboración: comunicación de expectativas y deseos, trasiego de ilusiones y de sueños, garantías de sinceramiento y franqueza, pulso e impulso de lo individual colectivizado y asumido como recorrido emancipador.

20.- Como hemos visto, hay prácticas de relación entre los movimientos y las estructuras de dominación y también de los movimientos consigo mismos y con su devenir autónomo. Nos queda por plantear, entonces, una dimensión capaz de redondear el esquema: las prácticas distintivas de relación de los movimientos sociales de base entre sí. Cada movimiento está definido por una específica situación de dominación y su existencia misma es ya de por sí una práctica alternativa y de resistencia que se entrecruza con la de los restantes y produce una densa trama de reconocimientos e identificaciones plurales; reconocimientos e identificaciones con el otro oprimido, con el otro víctima, con el otro excluído, con el otro marginal. A este nivel, la solidaridad entre los dominados es la más sonora de las voces de “mando”. Si los movimientos sociales de base se constituyen realmente como la contracara del poder institucionalizado y si éste ya no gira en torno a un centro determinado que todo lo abarca y todo lo explica, entonces esa solidaridad no puede operar más que por transversalidad entre movimientos distintos y superpuestos a partir de la condición múltiple de sus miembros. Y enfrentar simultáneamente diversas situaciones de dominación es algo que ya no puede aceptar la hegemonía de ningún movimiento en particular como perenne buque insignia que habrá de marcar el rumbo y el ritmo de los demás. Ahora, el suelo sobre el cual reposan los proyectos de resistencia y de cambio es un suelo de arenas movedizas y su representación gráfica remite a redes en las que no existe centro alguno ni recorridos predeterminados e inviolables. Son redes que se diseñan y rediseñan al calor de las luchas sociales de cada lugar y cada momento, como un mapa borroso pero imborrable en el que siempre habrá no uno sino muchos caminos por recorrer.

5.- Problemas: los acertijos a resolver

21.- América Latina no es una unidad homogénea e indivisible, aunque en algún momento se haya

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pensado erróneamente que esa inexistente coherencia podía ser proporcionada desde afuera y gracias a la presencia implacable y absorbente de los Estados Unidos como centro dominante. No alcanza, entonces, con apelar a orígenes y destinos comunes que supuestamente habrían de hermanarnos en forma automática así como no es más que una ilusión suponer que el ritmo y la intensidad de los movimientos de cambio habrán de sincronizarse sin remedio en virtud de una legalidad histórica para consumo de los creyentes en la “ciencia”. Las diferencias de país a país -e incluso de región a región en buena parte de ellos- no pueden ser pasadas por alto y sólo cabe reconocerlas y respetarlas como tales. Cada país latinoamericano reclama especificar sus propios horizontes, caminos, sujetos, prácticas y problemas y no cabe sustituir los procesos propios de reflexión y elaboración con metáforas ingeniosas que sólo producen “unificaciones” arbitrarias y espejismos revolucionarios sin futuro. Para apropiarse realmente de los problemas del cambio social en América Latina no es suficiente y ni tan siquiera necesario el perezoso traslado de un lugar a otro de esquemas que pudieron ser o parecer exitosos en territorios delimitados y circunstancias intransferibles sino que cada cruce particular en las coordenadas de espacio y tiempo exige ser asumido como un momento de creación, en tanto parte de un recorrido singular que seguramente habrá de presentar rasgos similares con otras peripecias pero que siempre tendrá sus propias señas de identidad. Pensar y actuar revolucionariamente no son meras instancias de replicación y emulación de los “buenos ejemplos” sino, por sobre todas las cosas, travesías marcadas por el desafío, el riesgo y la necesidad de imaginar: las subversiones profundas del mañana habrán de parecerse más al arte que a las cadenas de montaje y a la producción en serie.

22.- Definir a punto de partida una orientación revolucionaria no transforma mágicamente a la revolución en una posibilidad inminente: una cosa son las intenciones y la voluntad y otra muy distinta las condiciones en que las mismas operan. El aliento individual y colectivo de la insurrección, la transgresión y la desobediencia es una vocación y una forma ético-política de ubicarse en el mundo pero no supone la transformación del mismo a partir de su exclusivo despliegue. En definitiva, que un conjunto de prácticas adquieran o no una proyección revolucionaria en un momento dado es bastante más que una manifestación de deseos y que el producto inexorable de una resolución grupuscular; por muy firme e intensa que ésta sea. Adquirir o no una proyección revolucionaria es un proceso y no un momento de revelación; es un camino sinuoso y zigzagueante, plagado de ripios y emboscadas, en el que se avanza y se retrocede; un camino que a veces podrá ser recorrido con botas de siete leguas pero que en otras ocasiones no admitirá más pasos que el de las tortugas y en ciertos casos no podrá ser algo demasiado distinto a un hospital de campaña en el que restañar las heridas recibidas. Las proyecciones revolucionarias que puedan adquirir los pueblos latinoamericanos, por lo tanto, no son fatales ni inevitables sino situaciones contingentes y condicionadas por múltiples factores que estamos muy lejos de poder prever con la anticipación y la exactitud que resultarían satisfactorias. La decisión de recorrer ese camino y de responder a todos los obstáculos, dificultades y enigmas que puedan plantearse es una de las muy pocas certezas que podremos concedernos a nosotros mismos.

23.- En este marco de problemas, uno de los aspectos a tener especialmente en cuenta es aquel que guarda relación con los desniveles entre los propios movimientos sociales: entre sus entendimientos básicos, sus proyectos y sus prácticas. Cada movimiento tiene su propia impronta constitutiva y sus propias articulaciones en un diagrama general de poder y, por ende, sus prácticas habrán de conectarse de muy diferentes modos con una cierta estructura de dominación y con su correspondiente jerarquización interna. No se trata de volver a plantear aquí y ahora la existencia de una relación central determinante, permanente o empecinadamente igual a sí misma y de cuya resolución dependerían mecánicamente todas las demas; pero sí de asumir que los movimientos sociales y sus prácticas presentan potencialidades revolucionarias que no son exactamente iguales entre sí en cualquier circunstancia dada. Incluso, esos momentos extraños pero sublimes, de sincronización casi absoluta y en los que se produce una prodigiosa confluencia de tensiones y movilizaciones sociales capaces de derribar un gobierno -Argentina en diciembre del 2001 y Bolivia en octubre del 2003, por ejemplo- tampoco aseguran por sí mismos que habremos de estar en presencia de una virtualidad revolucionaria inevitable. Las revoluciones del futuro siguen siendo un misterio que todavía no hemos descifrado: la historia reciente sólo nos ha demostrado lo absurdo y falaz que es alimentar el mito de “la toma del poder”, pero todavía no nos ha proporcionado -y seguramente no nos proporcionará- fórmula infalible alguna respecto a cómo abatir las estructuras establecidas y, sobre todo, cómo sustituirlas realmente por relaciones de convivencia libertarias y socialistas.

24.- Los revolucionarios anarquistas, por lo tanto, tenemos frente a nosotros el inmenso reto de aprender a combinar distintos niveles de acción; de algunos de los cuales, muy probablemente, ni siquiera nos hayamos percatado todavía. También parece obvio que esos niveles de acción habrán de asumir diferentes grados de profundidad y avance en lo que a proyecciones revolucionarias se refiere y cada uno de ellos presentará rasgos propios y exigencias de muy distinto porte. Para aquilatar la

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multiplicidad de posibilidades, basta con pensar que los sujetos del cambio social son movimientos con raíces diversas -identitarias, territoriales, temáticas, etc.-; con ámbitos de actuación sumamente restringidos o extraordinariamente amplios -local, regional, nacional, continental, global-; con contenidos y metas no necesariamente idénticas -que pueden ir desde solidaridades puntuales y episódicas hasta vastos proyectos de ruptura-; etc., etc., etc. Una multiplicidad que se ensancha, además, toda vez que sea necesario cubrir el análisis de la situación y las orientaciones a seguir en ella con consideraciones que hacen a su propia historicidad; presentando ésta, por su parte, algunos ritmos diferenciales de navegación que diversifican más todavía las dificultades originales. Un cuadro de tamaña complejidad no admite recetas fáciles ni sus interrogantes pueden ser resueltos con meras apelaciones a la tradición: una vez más, los problemas deben ser aprehendidos en tanto tales y nos acucian a un esfuerzo renovado e intenso de invención.

25.- Quizás el resumen de los problemas que todavía deberemos localizar y afrontar se sitúe en torno a nuestro “atraso” teórico. El mundo que se abre ante nuestra mirada mantiene algunos rasgos básicos comunes con aquellas sociedades europeas de la segunda mitad del siglo XIX que vieron florecer y desarrollarse los primeros brotes del pensamiento anarquista; pero también es sustancialmente distinto en sus resortes, en su entramado, en sus incitaciones, en su dinámica y en sus potencialidades. Siendo así, descifrar las condiciones de posibilidad del cambio social, de sus proyecciones revolucionarias y de sus más íntimas exigencias no puede ser ya un ejercicio de repetición sino un trabajoso proceso de descubrimiento que no es posible anticipar en su enorme riqueza de detalles. Conocer más cabalmente las sociedades en las que vivimos, ser capaces de explicar sus diagramas de poder y reconocer las eventuales pautas de su trastocamiento constituyen un nudo problemático insoslayable. Se trata, por lo tanto, de teorizar, pero no como una actividad aislada, elitista y de gabinete sino en tanto elemento que apuntale el despliegue de nuestras prácticas y que crezca con ellas; no como una función a término de la que habrá de esperarse un producto acabado e infalible sino en tanto movimiento de fecundación. La teoría que estamos necesitando es un rico lenguaje de exploración y un denso diálogo con la realidad; y las prácticas libertarias no habrán de ser en ese marco un objeto pasivo, subordinado y regulable sino el recorrido mismo de su elaboración.

He aquí, entonces, 25 puntos sintéticamente presentados y a partir de los cuales continuar pensando, elaborando y actuando; a través de los cuales nada ha quedado definitivamente resuelto pero que, en una visión de conjunto, permiten disponer en forma aproximada de los actuales elementos definitorios básicos del anarquismo revolucionario y militante de forma articulada y coherente. ¿Hace falta decir que esta empresa ha sido acometida desde un cierto punto de vista no necesariamente “universal” y que no creemos que todos los compañeros anarquistas de la extensa América Latina habrán de sentirse plenamente expresados por este resumen? Seguramente habrá quienes sientan rechazos más o menos enérgicos por alguna de nuestras afirmaciones o, contrariamente, inocultables malestares por una o por muchas de las omisiones perpetradas; es de entera probabilidad que otros no consideren debidamente destacados sus énfasis mejor atesorados o sus principales sellos de distinción; y, casi con total certeza, más allá o más acá de acuerdos y desacuerdos, habrá terceros y cuartos que consideren la completa inutilidad del intento. Pero, al fin de cuentas, no es otra cosa que eso: un intento; un conato ubicado bastante más cerca de nuestras incertidumbres y exploraciones que de los manifiestos que creen, temerariamente, que todo lo saben y todo lo pueden; una suerte de mínimo común múltiplo que, aplicados los factores de ajuste y elevado luego a la potencia que corresponda, densifique y enriquezca los caminos de construcción de una amplia red de intercambios, de solidaridades y de prácticas comunes que tan necesaria resulta en la actual circunstancia del movimiento anarquista en América Latina. Y, precisamente y por sobre todas las cosas, de eso se trata: contar con una agenda de preocupaciones compartidas que sea algo más que un estéril ejercicio intelectual y pueda verterse en una reflexión de claras consecuencias organizativas y prácticas.

Es innecesario y reiterativo decir que todo esto no tiene más que el inconfundible aroma de lo inconcluso y que por sí mismo no reúne las condiciones para provocar esas consecuencias organizativas y prácticas de que hablamos. Al mismo tiempo, sería absurdo pretender que con tan poca cosa fuera suficiente para rearmar rápidamente una trama de desplazamientos centrífugos y desencuentros y transformarla en un tejido de complementariedades, coincidencias y trabajos compartidos desde un entendimiento común. Contrariamente, nuestra percepción del asunto nos dice, sin demasiado lugar para las dudas, que es completamente ilusorio sintetizar súbitamente y sin demasiados traumas una constelación de prácticas que se justifican en pensamientos con su propia articulación interna y sus propios ejes de elaboración. Siendo optimistas, cabría decir tal vez que las divergencias son sólo de énfasis, de matices o de prioridades; pero, siendo realistas, habría que decir también que éstos resultan ser lo suficientemente fuertes como para no haber alentado todavía un proceso absolutamente confiable, seguro e irreversible de aproximaciones libertarias estrechas e indisolubles. Lo que aquí se ha desarrollado, por lo tanto, no tiene la

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vocación ingenua de transformarse en un manifiesto anarquista latinoamericano de los tiempos modernos, al que probablemente no le haya llegado todavía su oportunidad; pero sí creemos habernos asomado, sin ánimo alguno de exhaustividad, a algunas de las definiciones esenciales de un proyecto libertario de acción revolucionaria.

Asimismo, esperamos haber avanzado al menos un palmo en pos de dos objetivos cuya satisfacción nos parece fundamental. En primer lugar, dejar firmemente asentada la necesidad de que nuestro movimiento -más allá de nuestra actual situación de auge y de despertar- debe trabajar intensamente todavía en torno a la clarificación y a la renovación de sus formulaciones teóricas, ideológicas, políticas y organizativas; para dejar definitivamente atrás su condición de flor exótica a la que se observa con una mezcla de simpatía e incredulidad y adoptar sin demasiados escrúpulos las señas de identidad comunes, los lazos de unión y las prácticas que lo transformen en un agente reconocible, respetable y temible de transformación social a gran escala. Y, en segundo término, haber entrevisto también la posibilidad de cumplir real y cabalmente con esa empresa; para lo cual no es imprescindible resignar las autonomías grupales y las identidades menudas tal como se encuentran actualmente configuradas sino que bien puede alcanzar con no magnificar las diferencias existentes, no erigirlas en fosos infranqueables y no convertirlas en lenguas herméticas e intraducibles. Tomar conciencia de esa necesidad y de la posibilidad de cubrirla son dos instancias tal vez menores y de entrecasa pero, innegablemente, es muchísimo lo que está en juego a ese nivel: en principio, según todas las evidencias disponibles al día de la fecha y de acuerdo a nuestra propia experiencia histórica acumulada, está en juego nada menos que nuestro futuro. Y no parece que sea mucho el tiempo que todavía podemos perder.

Daniel Barret

IMPERIO Y MULTITUD:EL RENOVADO ENCANTO

DE LA HETERODOXIA

1.

Desde su original publicación inglesa en los albores del nuevo siglo, el Imperio de Michael Hardt y Antonio Negri desató una ráfaga de elogios quizás desmedidos y también una severa urticaria rápidamente traducida a la correspondiente retahíla de diatribas.7 Así, por ejemplo y según nos advierte la muy próxima contratapa de su edición en castellano: para Etienne Balibar, el texto sienta “las bases de una teleología de la lucha de clases y del activismo quizás más sustancialmente ‘comunista’ que la clásica teleología marxista”; para Fredric Jameson es nada menos que la “primera gran síntesis teórica del nuevo milenio”; y, para Slavoj Zizek, “si el libro no hubiera sido escrito, alguien debería inventarlo”. Pero es claro que también excita la capacidad de inquisición y de inquina de los guardianes del templo; entre los cuales Atilio Borón ha cumplido un papel destacado que en otras épocas lo habría hecho acreedor a compartir los créditos del Diccionario filosófico de Rosental y Iudin; aquel engendro stalinista que contenía una rigurosa preceptiva marxista-leninista para todas las cosas, sucesos y procesos ocurridos y por ocurrir.8 Como es obvio, Imperio

7 Originalmente, Empire fue publicado en el año 2000 por la académicamente prestigiosa Harvard University Press mientras que su primera edición en castellano apareció dos años después, en la traducción de Alcira Bixio, a cargo de Editorial Paidós de Buenos Aires. Desde entonces se ha convertido en uno de los textos más debatidos de los últimos veinte años entre sectores de izquierda de todos los pelos y colores.

8 Vid, de Atilio Borón; Imperio & imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri; CLACSO, Buenos Aires, 2002. Para apreciar más abundantemente el papel que se ha asignado Atilio Borón, de impugnador aguerrido y repentino de toda innovación teórica, es bueno consultar también "¿Posmarxismo? Crisis, recomposición o liquidación del marxismo en la obra de Ernesto Laclau" (1996), en Tras el búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo; CLACSO y Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires-México, 2000. Entre la multitud de anatemas recogidos por Hardt y Negri no está de más recurrir a los de algún sacerdote trotskista de esos que jamás habrán de faltar a la cita: vid., por tanto, de Juan Chingo y Gustavo Dunga, “¿Imperio o imperialismo? Una polémica con ‘El largo siglo XX’ de Giovanni Arrighi e ‘Imperio’ de Toni Negri y Michael Hardt” (http://www.ft.org.ar/estrategia/ei17/ei17negri1.htm). Seleccionamos este texto por cuanto presenta la ventaja de contener también síntomas eruptivos contra otra heterodoxia: la de los ciclos sistémicos de acumulación.

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es un libro provocativa y deliberadamente heterodoxo y, en tanto tal, según las flexibilidades o las rigideces del pensamiento de quien se trate, generará respuestas de alborozo o de indignación; de estudio detenido o de apresurada condena. Cabrá realizar algunas breves precisiones, entonces, sobre la arquitectura de la ortodoxia violentada, tal y como se configurara en América Latina, para luego abordar los rasgos más notorios de esta heterodoxia a celebrar.

2.

Los cimientos más lejanos de la ortodoxia se remontan a la vieja teoría leninista del imperialismo, expuesta en el libro respectivo en el año 1916;9 una concepción puesta relativamente en receso por la III Internacional en aquellos años en que se oficializaran los frentes populares anti-fascistas y en que la Unión Soviética se transformara en leal aliada de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia; una concepción luego rescatada del olvido, como explicación básica de la Guerra Fría en su modalidad bipolar y bajo la forma estatalmente acotada o privilegiada de “imperialismo norteamericano”. Hacia 1956, en tiempos del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), dicha concepción se fortalece en tanto entronca con los movimientos de liberación nacional en África y Asia; inmediatamente después de la derrota francesa de Dien Bien Phu (1954) y la Conferencia de Bandung (1955). Antes y después de esas fechas y ahora en el plano teórico, la concepción recibiría también algunos aportes externos a la esfera soviética y especialmente lustrosos; entre los cuales cabe destacar, por su predicamento y su gravitación en los círculos intelectuales de la izquierda latinoamericana, los realizados por Paul Baran y Paul Sweezy.10 Ya a fines de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, la ortodoxia que estamos intentando delimitar se redondea con un conjunto de elaboraciones reunidas, a pesar de sus múltiples disonancias internas, bajo el nombre genérico de “teoría de la dependencia”.11

Todo ello tiene una expresión política perfectamente nítida en la izquierda latinoamericana de los años 60 y 70. Por un lado, se entiende que el imperialismo norteamericano es -por regla general a través de las oligarquías autóctonas que le están asociadas- el sostén primordial de la estructura social de los países de capitalismo dependiente; de todas sus contradicciones, sus penurias y sus problemas sin resolver. Por otra parte, a modo de complemento estratégico, se establece que los procesos de lucha en curso se inscriben en el marco de la “liberación nacional”; es decir, una vasta alianza de clases anti-imperialista que, en el desarrollo de sus cometidos, abrirá -en un tránsito más o menos rápido, más o menos lento, según los casos- el camino de la construcción socialista. Sin perjuicio de los “enigmas” a resolver por la concepción ortodoxa, hay un sustrato común de mayor abstracción que le confiere su sentido último: una cosmovisión determinista de la historia, jalonada por una sucesión de etapas necesariamente evolutivas y asociadas al desarrollo de las fuerzas productivas. Todo lo cual reduce la política propiamente dicha, en los tiempos de la “fase superior” del capitalismo, a una dialéctica de acumulación de fuerzas en torno al “enemigo principal”. He aquí, entonces, el contexto de validación común, en aquellos años, del reformismo cripto-socialdemócrata y de las experiencias guerrilleras, cuando no del respaldo desde afuera a algún rapto populista de los que la historia latinoamericana ofrece ejemplos varios y a granel.

9 9

Vid.; Vladimir Ilich Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo; inmediatamente disponible en formato web. Más allá del papel coránico jugado por este texto, es importante destacar que el texto fue prudentemente subtitulado por Lenin como “Esbozo popular”; con lo cual su autor estaba claramente dando a entender que no se trataba mucho más que de una vulgarización. En los hechos, en términos económicos el libro de Lenin no es más que una reelaboración de El Capital financiero de Rudolf Hilferding, quien caracteriza esta etapa de acumulación como la “fase última” del capitalismo; una expresión de cuyas consecuencias políticas nunca serán suficientes las advertencias acumuladas.

10 Vid., de Paul Baran, La economía política del crecimiento, Fondo de Cultura Económica, México, 1959 (edición original en inglés de 1957); de Paul Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista, Fondo de Cultura Económica, México, 1945 (edición original en inglés de 1942); de Paul Baran y Paul Sweezy, El capital monopolista, Siglo XXI Editores, México, 1968 (edición original en inglés de 1966)

11 1

Es harto difícil realizar tan siquiera un resumen de los textos inscritos en esta corriente y siempre habrá alguna impugnación sectaria de pertenencia. Sin embargo, parece oportuno hacer ahora algunas menciones al pasar. Por lo pronto, existe relativo consenso en reconocer la importancia casi fundacional de Dependencia y desarrollo en América Latina (Siglo XXI Editores, México, 1969), bajo la coautoría de un juvenil e inesperado Fernando Henrique Cardoso y de Enzo Faletto. Asimismo, Imperialismo y dependencia (Ediciones Era, México, 1978) de Theotonio dos Santos tanto como La crisis mundial (Editorial Bruguera, Barcelona; 1979 para el Tomo I y 1980 para el Tomo II) de André Gunder Frank parecen una buena muestra sobre el “estado del arte” en sus respectivos (y postreros) momentos de elaboración.

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3.

Es imposible detallar aquí las innumerables líneas de fuga respecto a la original tradición marxista,12

por lo cual habrá de conformarnos saber que Imperio es precisamente una de ellas y no precisamente de las más timoratas. Por lo pronto, Hardt y Negri se inscriben en la corriente autonomista,13 una de cuyas piedras miliares consiste en la convicción de que son las luchas de los oprimidos, desde su propia existencia como clase, las que moldean las relaciones de producción y no a la inversa. Y alcanzaría sólo con esto para estremecer algunas de las certezas básicas del marxismo más acartonado: ese marxismo cientificista y estructuralista que ya no tiene demasiadas cosas para decir y hacer en nuestras sociedades y en nuestro tiempo. Para colmo, en el momento en que los autonomistas se inclinan preferentemente sobre el papel productor de las luchas de los oprimidos, hacen a un lado -siguiendo en esto el camino ya transitado por el anarcosindicalismo, el consejismo y el comunismo de izquierda- el papel rector de aquel partido de “revolucionarios profesionales” que diseñara Lenin; esa herramienta omnicomprensiva de todos los oficios que lejos de ser una solución pasó a ser parte indisoluble del problema. Pero Imperio ya ni siquiera se detiene en esta estación de cercanías sino que va más allá todavía.

4.

Hardt y Negri se pertrechan ahora con la “caja de herramientas” de Michel Foucault y la “máquina de guerra” de Gilles Deleuze inscribiendo su esfuerzo en el tiempo teórico y político que bien podemos calificar de post-estructuralista. Si se trata de explicar no el mundo de “los locos años 60” sino el de los almanaques en uso, entonces habrá que apelar a un par de audaces desplazamientos. El primer y osado enroque consiste en sustituir la centralidad teórica y política del “imperialismo norteamericano” por un “imperio” difuso cuya casa matriz ya no podrá ubicarse en la Casa Blanca, el Pentágono o Wall Street; lo cual no quiere decir -según parece interpretarlo la urgida y torpe dislexia de Atilio Borón- que, para Hardt y Negri, los Estados Unidos hayan dejado de ser una potencia hegemónica. Es, por supuesto, el “imperio” ilimitado del capital: ahora no todos los caminos conducen a Roma y la topografía se reordena según los sinuosos recorridos de aquellas autopistas por las cuales circulan, entre otras cosas, tanto los instrumentos financieros derivados como los caudales de la información. El “imperio” reúne también, naturalmente, la física y la micro-física del poder; el bio-poder que modela poblaciones y el disciplinamiento, el control y el examen que convierten los cuerpos en guiñapos.

El segundo enroque, mientras tanto, ya no explora las alternativas de cambio entre los movimientos de “liberación nacional” o de los mal llamados Estados “socialistas” sino que ahora el protagonismo resistente es el modo de existencia de la multitud; la biopolítica de la subversión autonómica a través de una “ciudadanía mundial”.14 Hardt y Negri se hacen eco aquí de la lenta y trabajosa pero segura emergencia de movimientos sociales múltiples y transversalmente articulados así como de un movimiento de movimientos -anti-globalización o altermundialista, según los gustos- que trazó en Seattle, del 30 de noviembre al 3 de diciembre de 1999, la exuberante escenografía del nuevo siglo.

5.

El entusiasmo de Hardt y Negri en torno a las virtualidades autonómicas de la multitud es contagioso y desbordante, tal como se pone de manifiesto en las páginas del último capítulo de su libro; que son, precisamente, las que aquí presentamos. Sin embargo, nunca dejan de hacer acto de presencia aquellos que supondrán que no se trata de otra cosa que de una elaboración altamente intelectualizada de profesores procedentes de dos países centrales y que esto nada tiene que ver con América Latina. Y, por supuesto, que aquí las alternativas siguen siendo las mismas que casi medio siglo atrás y con los mismos anquilosados protagonismos de antaño: un reformismo socialdemócrata ahora desembozado, un populismo cada vez más orientado hacia el sainete y un vanguardismo guerrillero en sus postreros estertores. En tal sentido, los detritus del leninismo vuelven a mostrar anticipadamente su ajada hilacha y desde ya discuten irritados las posibilidades autonómicas de la multitud repitiendo, en nombre de la revolución, sus estribillos

12 Un repaso parcial y somero de las mismas puede encontrarse en Leszek Kolakowski; Las principales corrientes del marxismo. Tomo III. La crisis; Alianza Editorial, Madrid, 1983. Allí se notará que Kolakowski sitúa los comienzos de la crisis a nivel de los orígenes del stalinismo; algo que el grueso de la intelectualidad marxista europea recién “oficializará” 50 años después y que un reducido núcleo de teóricos latinoamericanos todavía hoy se niega a reconocer.

13 1

Toni Negri en particular es una de las figuras de mayor notoriedad en el autonomismo italiano, habiendo fundado, en 1969, Potere Operaio; tal vez, su formación más emblemática.

14 Está especialmente recomendado recurrir también a la estimulante lectura de Paolo Virno; Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporáneas; Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2003.

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de preferencia sobre el Estado, el poder, el partido de vanguardia y la dictadura del “proletariado”. Patéticamente, sintiéndose todavía sobre la cubierta del acorazado Aurora frente al Palacio de Invierno y transformando la tragedia griega en grand guignol, creen estar en condiciones de dar lecciones de una historia ficcional sin haberse percatado de la historia real que los apabulló.

No obstante reconocer estas réplicas convencionales, tradicionalistas y previsibles, cabe esbozar una sonrisa irónica y preguntarse si este campo de la “alternativa” conduce hacia otro lugar que no sea la formación de un capitalismo regional como elegante forma de integración “soberana” en el “imperio”. Y, más irónicamente todavía, habrá que preguntarle también a estos eméritos teóricos de revoluciones sin ocurrir dónde estaban las esclarecidas vanguardias que condujeron a la multitud en diciembre de 2001 en Argentina,15 en octubre de 2003 en Bolivia y en abril de 2005 en Ecuador; o, en este preciso instante, en los cientos de barricadas que se han levantado en la Oaxaca indígena de Ricardo Flores Magón.

6.

Las páginas que siguen, entonces, permiten un abordaje inicial de estos temas. No se trata, como querrían algunos, de un catecismo infalible y tampoco de una “guía para la acción” sino apenas de una reflexión parcial e inconclusa que sólo la propia multitud podrá trascender a través de las luchas por venir. Aquí se encontrará más el ánimo de la búsqueda que el regodeo satisfecho del hallazgo y la única opción posible de lectura es el siempre saludable ejercicio de la crítica; no para repetir sino para inventar. En definitiva, desde la óptica y la sensibilidad libertarias de las que partimos, el mundo nuevo que rumiamos en la clandestinidad confusa de la imaginación no es el producto de una inescrutable legalidad histórica, ni un improbable operativo de ingeniería social, ni un indeseable designio mesiánico y caudillista. Lo que tenemos frente nuestro no puede ser otra cosa que una interminable peripecia creadora; para lo cual no podemos que experimentar una y otra vez, como lo hacemos ahora, el renovado encanto de la heterodoxia.

LA MULTITUD CONTRA EL IMPERIO

Las grandes masas necesitan una religión material de los sentidos [eine sinnliche Religion]. No sólo las grandes masas sino también los filósofos la necesitan. Monoteísmo de la razón y el corazón, politeísmo de la imaginación y el arte, esto es lo que necesitamos…Debemos tener una nueva mitología, pero debe ser una mitología que esté servicio de las ideas. Debe ser una mitología de la razón.Das älteste Systemprogramm des deutschen idealismus

de Hegel, Hölderlin o Schelling

No nos falta comunicación, al contrario, tenemos demasiada. Nos falta creación.Nos falta resistencia al presente.Gilles Deleuze y Félix Guattari

El poder imperial ya no puede resolver el conflicto de las fuerzas sociales mediante esquemas que desplacen los términos del conflicto. Los conflictos sociales que constituyen la política se confrontan entre ellos directamente, sin ningún tipo de mediación. Esta es la novedad esencial de la situación imperial. El Imperio crea un potencial para la revolución mucho mayor que el de los regímenes modernos de poder, porque nos presenta, a lo largo de la máquina de comando, frente a una alternativa: el conjunto de todos los explotados y subyugados, una multitud directamente opuesta al Imperio, sin mediación entre ellos. En este punto, entonces, como dice San Agustín, nuestra tarea es discutir, con lo mejor de nuestros poderes, "el ascenso, el desarrollo y el fin destinado de las dos ciudades...que hallamos...entretejidas...y mezcladas entre sí".16 Ahora, tras habernos ocupado extensamente del Imperio, debemos abocarnos directamente a la

15 1

Como elocuente demostración de que estos temas no son ajenos a las realidades latinoamericanas es interesante consultar la discusión sobre el levantamiento argentino a partir de la conceptualización propuesta por Hardt y Negri. Vid., de Antonio Negri, Giuseppe Cocco, César Altamira y Alejandro Horowicz, Diálogo sobre la globalización, la multitud y la experiencia argentina; Editorial Paidós, Buenos Aires, 2003.

16 San Agustín, The City of God, trad. Henry Bettenson, Harmondworth, Penguin, 1972, pág. 430, libro XI, capítulo 1

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multitud y su poder político potencial.

Las dos ciudades

Debemos investigar específicamente cómo puede la multitud volverse un sujeto político en el contexto del Imperio. Podemos reconocer ciertamente la existencia de la multitud desde la perspectiva de la constitución del Imperio, pero desde esa perspectiva la multitud puede aparecer como generada y sostenida por el comando imperial. En el nuevo Imperio posmoderno no hay un Emperador Caracalla que le garantice la ciudadanía a todos los sujetos formando así la multitud como un sujeto político. La formación de la multitud de productores explotados y subyugados puede verse más claramente en la historia de las revoluciones del siglo veinte. Entre las revoluciones comunistas de 1917 y 1949, las grandes luchas antifascistas de los ´30 y los ´40, y las numerosas luchas de liberación de los ´60 hasta las de 1989, nacieron las condiciones para la ciudadanía de la multitud, se extendieron y consolidaron. Lejos de haber sido derrotadas, cada revolución del siglo veinte impulsó hacia delante y transformó los términos del conflicto de clases, instalando las condiciones de una nueva subjetividad política, una multitud insurgente contra el poder imperial. El ritmo que han establecido los movimientos revolucionarios es el golpe de una nueva aetas, una nueva madurez y metamorfosis de los tiempos.

La constitución del Imperio no es la causa sino la consecuencia del ascenso de estas nuevas fuerzas. No debe sorprender, entonces, que al Imperio, pese a sus esfuerzos, le resulte imposible construír un sistema de derecho adecuado a la nueva realidad de la globalización de las relaciones económicas y sociales. Esta imposibilidad (que sirvió de punto de partida para nuestro argumento en la Sección 1.1) no se debe a la amplia extensión del campo de la regulación; tampoco es el resultado simple del dificultoso pasaje desde el viejo sistema de ley pública internacional hacia el nuevo sistema imperial. Esta imposibilidad se explica, en realidad, por la naturaleza revolucionaria de la multitud, cuyas luchas han producido el Imperio como una inversión de su propia imagen, y que ahora representa en este nuevo escenario una fuerza incontenible y un exceso de valor con respecto a toda forma de derecho y ley.

Para confirmar esta hipótesis es suficiente con mirar al desarrollo contemporáneo de la multitud y explayarse en la vitalidad de sus expresiones actuales. Cuando la multitud trabaja produce autónomamente y reproduce la totalidad del mundo de la vida. Producir y reproducir autónomamente significa construir una nueva realidad ontológica. Efectivamente: trabajando, la multitud se produce a sí misma como singularidad. Una singularidad que establece un nuevo lugar en el no-lugar del Imperio, una singularidad que es una realidad producida por la cooperación, representada por la comunidad lingüística y desarrollada por los movimientos de hibridización. La multitud afirma su singularidad invirtiendo la ilusión ideológica de que todos los humanos en las superficies globales del mercado mundial son intercambiables. Poniendo sobre sus pies a la ideología del mercado, la multitud promueve mediante su trabajo las singularizaciones biopolíticas de grupos y conjuntos de humanidad, en todos y cada nodo de intercambio global.

Las luchas de clase y los procesos revolucionarios del pasado socavaron las fuerzas políticas de pueblos y naciones. El preámbulo revolucionario que se escribió durante los siglos XIX y XX ha preparado la nueva configuración subjetiva del trabajo que llega para ser realizada hoy. La cooperación y la comunicación entre todas las esferas de la producción biopolítica definen una nueva singularidad productiva. La multitud no se forma simplemente arrojando y mezclando indiferentemente naciones y pueblos; es el poder singular de una nueva ciudad.

En este punto puede objetarse, con buenas razones, que todo esto no alcanza aún para establecer a la multitud como un sujeto político propiamente dicho, ni mucho menos como un sujeto con el potencial de controlar su propio destino. Esta objeción, sin embargo, no representa un obstáculo insuperable, pues el pasado revolucionario y las capacidades productivas cooperativas contemporáneas, mediante las cuales se transcriben y reformulan continuamente las características antropológicas de la multitud, inevitablemente revelan un telos, una afirmación material de liberación. En el mundo antiguo Plotino enfrentó algo similar a esta situación:

"Volemos entonces a la amada Madre Patria": éste es el mejor consejo...La Madre Patria para nosotros es Allí de donde venimos, y Allí está el Padre. ¿Cuál será entonces nuestro rumbo, cuál el modo de volar? Esta no es jornada para nuestros pies; los pies sólo nos llevan de tierra en tierra; tampoco necesitas de un carro o nave para llevarte; todo este orden de cosas debes dejarlas a un lado y negarte a verlas: debes cerrar los ojos y llamar a otro tipo de visión que deberá despertarse dentro tuyo, una visión, el inicio de todo, que pocos tendrán.17

Es así cómo los antiguos místicos expresaban el nuevo telos. La multitud actual, sin embargo, reside en las superficies imperiales donde no hay Dios padre ni trascendencia. En lugar de ello está nuestro trabajo inmanente. La teleología de la multitud es teúrgica: consiste en la posibilidad de dirigir las tecnologías y la

17 Plotino, Enneads, trad. Stephen MacKenna, Londres, Faber and Faber, 1956, pág. 63, 1.6.8 (ed. cast.: Enéadas, Madrid, Gredos, 1999).

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producción hacia su propio júbilo y el incremento de su poder. La multitud no tiene motivos para buscar fuera de su propia historia y de su propio poder productivo actual los medios necesarios para alcanzar su constitución como sujeto político.

Así comienza a formarse una mitología material de la razón, y está construida en los lenguajes, tecnologías y todos los medios que constituyen el mundo de la vida. Es una religión material de los sentidos que separan a la multitud de todo residuo de poder soberano y de todo "largo brazo" del Imperio. La mitología de la razón es la articulación simbólica e imaginativa que permite a la ontología de la multitud expresarse a sí misma como actividad y conciencia. La mitología de los lenguajes de la multitud interpreta el telos de una ciudad terrenal, llevada por el poder de su propio destino a no pertenecer ni estar sujeta a una ciudad de Dios, que ha perdido todo honor y legitimidad. A las mediaciones metafísicas y trascendentes, a la violencia y a la corrupción, se le opone, entonces, la constitución absoluta del trabajo y la cooperación, la ciudad terrenal de la multitud.

Infinitos Caminos (El derecho a la Ciudadanía Global)

La constitución de la multitud aparece primeramente como un movimiento espacial que distribuye a la multitud en un espacio sin límites. La movilidad de las mercancías, y por lo tanto de esa mercancía especial que es la fuerza de trabajo, ha sido presentada por el capitalismo desde sus comienzos como la condición fundamental de la acumulación. La clase de movimientos de individuos, grupos y poblaciones que hallamos hoy en el Imperio, sin embargo, no pueden ser subyugados totalmente a las leyes de la acumulación capitalista: a cada momento sobrepasan y rompen los límites de la medida. Los movimientos de la multitud diseñan nuevos espacios, y sus jornadas establecen nuevas residencias. Es el movimiento autónomo el que define el espacio propio de la multitud. Cada vez menos podrán los pasaportes y documentos legales regular nuestros movimientos a través de las fronteras. Una nueva geografía es establecida por la multitud mientras los flujos productivos de los cuerpos definen nuevos ríos y puertos. Las ciudades de la tierra se transformarán en grandes depósitos de humanidad cooperadora y locomotoras de la circulación, residencias temporales y redes de distribución masiva de la viviente humanidad.

Mediante la circulación la multitud se reapropia de espacio, constituyéndose a sí misma como sujeto activo. Cuando miramos más de cerca cómo opera este proceso constitutivo de la subjetividad, podemos ver que los nuevos espacios son descritos por topologías inusuales, por rizomas subterráneos e incontenibles-por mitologías geográficas que marcan los nuevos caminos del destino. Con frecuencia estos movimientos cuestan terribles sufrimientos, pero hay en ellos un deseo de liberación que no se sacia excepto por la reapropiación de nuevos espacios, alrededor de los cuales se construyen nuevas libertades. En todo lugar donde estos movimientos llegan, y a lo largo de todos sus caminos, determinan nuevas formas de vida y cooperación-en todo lugar en el que crean esa riqueza que el capitalismo parasitario posmoderno no sabría de que otro modo succionar de la sangre del proletariado, porque la actual creciente producción tiene lugar en el movimiento y la cooperación, en el éxodo y la comunidad. ¿Sería posible imaginar a la agricultura y las industrias de servicios de Estados Unidos sin el trabajo inmigrante mexicano, o al petróleo árabe sin palestinos y paquistaníes? Más aún, ¿dónde estarían los grandes sectores innovadores de la producción inmaterial, desde el diseño a la moda, y desde la electrónica a la ciencia en Europa, Estados Unidos y Asia, sin el "trabajo ilegal" de las grandes masas, movilizadas hacia los radiantes horizontes de la riqueza y la libertad capitalistas? Las migraciones masivas se han vuelto necesarias para la producción. Cada camino está forjado, mapeado y transitado. Pareciera que cuanto más intensamente es transitado y cuanto más sufrimiento se deposita en él, más se vuelve productivo cada camino. Estos caminos son los que sacan a la "ciudad terrenal" de la nube y confusión que el Imperio vuelca sobre ella. Este es el modo en que la multitud gana poder para afirmar su autonomía, desplazándose y expresándose a través de un aparato de extensa reapropiación territorial transversal.

Reconocer la autonomía potencial de la multitud móvil, sin embargo, sólo señala hacia la cuestión real. Lo que necesitamos comprender es cómo la multitud es reorganizada y redefinida como un poder político positivo. Hasta este momento hemos podido describir la existencia potencial de este poder político en términos meramente formales. Sería un error detenernos aquí, sin avanzar en investigar las formas maduras de la conciencia y organización política de la multitud, sin reconocer cuan poderosa ya es en estos movimientos territoriales de la fuerza de trabajo del Imperio. ¿Cómo podremos reconocer (y revelar) una tendencia política constituyente dentro y más allá de la espontaneidad de los movimientos de la multitud?

Esta cuestión puede ser abordada inicialmente desde el otro lado, considerando las políticas del Imperio que reprimen dichos movimientos. El Imperio no sabe realmente cómo controlar estos caminos, y sólo puede intentar criminalizar a aquellos que los transitan, aún cuando los movimientos sean requeridos por la propia producción capitalista. Las líneas de migración que corren desde Sur a Norte América son obstinadamente denominadas por los nuevos zares de la droga "la ruta de la cocaína"; o mejor aún, las articulaciones del éxodo desde el Norte de África y el África Sub-Sahariana son tratadas por los líderes europeos como "vías del terrorismo"; o mejor aún, las poblaciones forzadas a huír a través del Océano Índico son reducidas a la esclavitud en la "Arabia felix"; y la lista continúa. Y continúan los flujos de población. El Imperio debe restringir y aislar los movimientos espaciales de la multitud a fin de impedir que

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ganen legitimidad política. Es extremadamente importante desde este punto de vista que el Imperio utilice sus poderes para manejar y orquestar las variadas fuerzas del nacionalismo y el fundamentalismo (ver Secciones 2.2 y 2.4). Y no es menos importante que el Imperio despliegue sus poderes militares y policíacos para volver al orden a los rebeldes e indomables.18 Sin embargo, estas prácticas imperiales, por sí mismas aún no inciden sobre la tensión política que corre a través de los movimientos espontáneos de la multitud. Todas estas acciones represivas permanecen esencialmente externas a la multitud y sus movimientos. El Imperio sólo puede aislar, dividir y segregar. El capital imperial ataca, de hecho, a los movimientos de la multitud con una determinación incansable: patrulla los mares y las fronteras; dentro de cada país divide y segrega; y en el mundo del trabajo refuerza los clivajes y divisiones de raza, género, lenguaje, cultura y demás. Incluso entonces, sin embargo, debe ser cuidadoso para no restringir demasiado la productividad de la multitud, pues el Imperio también depende de este poder. Se deberá permitir que los movimientos de la multitud se expandan cada vez más por la escena mundial, y los intentos de reprimir a la multitud son realmente paradójicas manifestaciones invertidas de su fuerza.

Esto nos devuelve a nuestra tarea fundamental: ¿cómo pueden volverse políticas las acciones de la multitud? ¿Cómo puede la multitud organizar y concentrar sus energías contra la represión y las incesantes segmentaciones territoriales del Imperio? La única respuesta que podemos dar a estas preguntas es que la acción de la multitud se torna política principalmente cuando comienza a confrontar, directamente y con una conciencia adecuada, a las acciones represivas centrales del Imperio. Es cuestión de reconocer y entrar en lucha con las iniciativas imperiales, no permitiéndoles reestablecer continuamente el orden; es cuestión de cruzar y romper los límites y segmentaciones que se le imponen a la nueva fuerza laboral colectiva; es cuestión de unificar estas experiencias de resistencia y esgrimirlas contra los nervios centrales del comando imperial.

Esta tarea de la multitud, aunque está clara en el ámbito conceptual, es aún muy abstracta. ¿Qué prácticas concretas y específicas animarán este proyecto político? No podemos decirlo en este momento. Lo que sí podemos ver, sin embargo, es un primer elemento de un programa político para la multitud global, una primera demanda política: la ciudadanía global. Durante las demostraciones de 1996 a favor de los sans papiers, los extranjeros indocumentados residentes en Francia, las pancartas demandaban "Papiers pour tous!" Papeles de residencia para todos significa en primer lugar que todos deben tener plenos derechos de ciudadanía en el país en el que viven y trabajan. Esta no es una demanda política utópica o irreal. La demanda es, simplemente, que el status jurídico de la población se reforme de acuerdo con las transformaciones económicas reales de los últimos años. El propio capital ha demandado la creciente movilidad de la fuerza de trabajo y las continuas migraciones a través de las fronteras nacionales. La producción capitalista en las regiones más dominantes (en Europa, Estados Unidos y Japón, y también en Singapur, Arabia Saudita, y todas partes) es altamente dependiente del influjo de trabajadores desde las regiones subordinadas del mundo. Por lo tanto, la demanda política es que el hecho existente de la producción capitalista sea reconocido jurídicamente y que a todos los trabajadores se les otorguen plenos derechos de ciudadanía. Esta demanda política insiste en la posmodernidad sobre el fundamental principio constitucional moderno que une el derecho con el trabajo, recompensando por ello con la ciudadanía al trabajador que crea capital.

Esta demanda puede ser configurada también de un modo más general y radical con respecto a las condiciones posmodernas del Imperio. Si en un primer momento la multitud demanda que cada Estado reconozca jurídicamente a las migraciones necesarias para el capital, en un segundo momento debe demandar control sobre los propios movimientos. La multitud debe poder decidir si, cuándo y dónde se mueve. También debe tener el derecho de quedarse inmóvil y disfrutar de un lugar en vez de ser forzada a moverse continuamente. El derecho general a controlar su propio movimiento es la demanda final por la ciudadanía global. Esta demanda es radical en tanto que desafía al aparato fundamental del control imperial sobre la producción y la vida de la multitud. La ciudadanía global es el poder de la multitud para reapropiarse del control sobre el espacio, y con ello diseñar la nueva cartografía.

Tiempo y Cuerpo (El derecho a un Salario Social)

Además de las dimensiones espaciales que hemos considerado, múltiples elementos emergen de los infinitos caminos de la multitud móvil. En particular, la multitud se apodera el tiempo y construye nuevas temporalidades, que podemos reconocer observando las transformaciones del trabajo. La comprensión de esta construcción de nuevas temporalidades nos ayudará, asimismo, a ver cómo la multitud posee el potencial de tornar su acción coherente como una tendencia política real.

Las nuevas temporalidades de producción biopolítica no pueden ser entendidas en los marcos de las concepciones tradicionales del tiempo. Aristóteles definía al tiempo por la medida del movimiento entre un antes y un después. Esta definición de Aristóteles poseyó el enorme mérito de separar la definición de tiempo de la experiencia individual y del espiritualismo. El tiempo es una experiencia colectiva que se

18 Sobre los poderes militares del imperio, véase de Manuel de Landa, War in the Age of intelligent machines, Nueva York, Zone, 1991.

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incorpora y vive en los movimientos de la multitud. Aristóteles, sin embargo, procedió a reducir este tiempo colectivo determinado por la experiencia de la multitud a un patrón de medida trascendente. A lo largo de la metafísica Occidental, desde Aristóteles hasta Kant y Heidegger, el tiempo ha sido ubicado continuamente en esta morada trascendente. En la modernidad, la realidad no era concebible sino como medida, y la medida a su vez, no era concebible sino como un (real o formal) a priori que acorralaba al ser dentro de un orden trascendente. Sólo en la posmodernidad ha habido una ruptura real con esta tradición-ruptura no con el primer elemento de la definición Aristotélica del tiempo en cuanto constitución colectiva, sino con la segunda configuración trascendente. En la posmodernidad, en realidad, el tiempo ya no está determinado por ninguna medida trascendente, por ningún a priori: el tiempo pertenece directamente a la existencia. Es aquí donde se quiebra la tradición Aristotélica de la medida. De hecho, desde nuestra perspectiva, el trascendentalismo de la temporalidad es destruido más decisivamente por la circunstancia que es ahora imposible medir el trabajo, ya sea por convención o por cálculo. El tiempo regresa enteramente bajo la existencia colectiva, y por ello reside dentro de la cooperación de la multitud.

Mediante la cooperación, la existencia colectiva y las redes comunicativas que se forman y reforman dentro de la multitud, el tiempo es reapropiado en el plano de la inmanencia. No se le otorga un a priori, sino que lleva la marca de la acción colectiva. La nueva fenomenología del trabajo de la multitud revela al trabajo como la actividad creativa fundamental que, mediante la cooperación va más allá de todo obstáculo impuesto sobre ella, y re-crea constantemente al mundo. Por ello, el tiempo puede ser definido como la inconmensurabilidad del movimiento entre un antes y un después, un proceso inmanente de constitución.19

Los procesos de constitución ontológica se despliegan durante los movimientos colectivos de cooperación, a través de las nuevas tramas tejidas por la producción de subjetividad. Es en este sitio de constitución ontológica donde el nuevo proletariado aparece como un poder constituyente.

Este es un nuevo proletariado y no una nueva clase trabajadora industrial. Esta distinción es fundamental. Como hemos explicado antes, "proletariado" es el concepto general que define a todos aquellos cuyo trabajo es explotado por el capital, toda la multitud cooperativa (Sección 1.3). La clase trabajadora industrial representa sólo un momento parcial en la historia del proletariado y sus revoluciones, en el período en que el capital era capaz de reducir el valor a la medida. En aquel período parecía como que sólo el trabajo de los trabajadores asalariados era productivo, y por lo tanto todos lo demás segmentos del trabajo aparecían como meramente reproductivos e incluso improductivos. Sin embargo, en el contexto biopolítico del Imperio, la producción de capital converge cada vez más con la producción y reproducción de la misma vida social; y por ello es cada vez más difícil mantener las distinciones entre trabajo productivo, reproductivo e improductivo. El trabajo material o inmaterial, intelectual o corporal-produce y reproduce la vida social, y en ese proceso es explotado por el capital. Este amplio panorama de producción biopolítica nos permite reconocer la generalidad total del concepto de proletariado. La indistinción progresiva entre producción y reproducción en el contexto biopolítico también subraya nuevamente la inconmensurabilidad del tiempo y el valor. A medida que el trabajo se mueve hacia fuera de las paredes de las fábricas, es cada vez más difícil mantener la ficción de cualquier medida de la jornada laboral, y mediante ello separar al tiempo de producción del tiempo de reproducción, o al tiempo de trabajo del tiempo de ocio. No hay relojes para fichar la hora en el terreno de la producción biopolítica; el proletariado produce en toda su generalidad en todas partes durante todo el día.

Esta generalidad de la producción biopolítica deja en evidencia una segunda demanda política de la multitud: un salario social y un ingreso garantizado para todos. El salario social se opone, primeramente, al salario familiar, esa arma fundamental de la división sexual del trabajo por la cual el salario pagado por el trabajo productivo del trabajador varón es concebido también como pago por el trabajo reproductivo no asalariado de la mujer del trabajador y sus dependientes en el hogar. Este salario familiar mantiene el control familiar firmemente en las manos del varón ganador de salario y perpetúa un falso concepto sobre cual trabajo es productivo y cual no lo es. A medida que la distinción entre trabajo productivo y reproductivo se desvanece, así también se desvanece la legitimación del salario familiar. El salario social se extiende mucho más allá de la familia, hacia toda la multitud, incluso a aquellos que están desempleados, porque toda la multitud produce, y su producción es necesaria desde la perspectiva del capital social total. En el pasaje a la posmodernidad y la producción biopolítica, la fuerza de trabajo se ha vuelto crecientemente colectiva y social. Ya no es posible sostener el viejo slogan "a igual trabajo igual paga" cuando el trabajo deja de ser individualizado y medible. La demanda de un salario se extiende a toda la población que demanda que toda actividad necesaria para la producción de capital sea reconocida con igual compensación, de tal modo que un salario social sea un ingreso garantizado. Una vez que la ciudadanía se extienda para todos, podremos llamar a este ingreso garantizado un ingreso ciudadano, debido a cada uno en tanto miembro de la sociedad.

19 Sobre la constitución del tiempo, véanse de Antonio Negri, La costituzione del tempo, Roma, Castelvecchi, 1997, y de Michael Hardt, “Prison Time”, Genet: in the language of the enemy, Yale French Studies, nº 91, 1997, págs. 64-79. Véase asimismo Eric Alliez, Capital Times, trad. Georges Van Den Abeel, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1996.

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Telos (El Derecho a la Reapropiación)

Desde que en la esfera imperial de biopoder producción y vida tienden a coincidir, la lucha de clases posee el potencial de erupcionar en todos los campos de la vida. El problema que debemos confrontar ahora es cómo pueden emerger instancias concretas de lucha de clases, y, más aún, cómo pueden conformar un programa de lucha coherente, un poder constituyente adecuado para la destrucción del enemigo y la construcción de una nueva sociedad. La pregunta es, realmente, cómo el cuerpo de la multitud puede configurarse a sí mismo como un telos.

El primer aspecto del telos de la multitud tiene que ver con los sentidos del lenguaje y la comunicación. Si la comunicación se ha vuelto crecientemente el tejido de la producción, y si la cooperación lingüística se ha vuelto crecientemente la estructura de la corporalidad productiva, entonces el control sobre el sentido y significado lingüístico y las redes de comunicación se vuelve una cuestión central para la lucha política. Jürgen Habermas parece haber entendido este hecho, pero él garantizó las funciones liberadas del lenguaje y la comunicación sólo para individuos y segmentos aislados de la sociedad.20 El pasaje a la posmodernidad y el Imperio prohíbe toda compartimentalización del mundo de la vida, y presenta inmediatamente a la comunicación, la producción y la vida como un complejo todo, un lugar abierto de conflicto. Los teóricos y practicantes de la ciencia han ocupado largamente estos sitios de controversia, pero hoy toda la fuerza de trabajo (sea inmaterial o material, intelectual o manual) está ocupada en luchas sobre los sentidos del lenguaje y en contra de la colonización de la socialidad comunicativa por el capital. Todos los elementos de corrupción y explotación nos son impuestos por los regímenes lingüísticos y comunicativos de producción: destruirlos en palabras es tan urgente como hacerlo en hechos. Esto no es realmente cuestión de ideología crítica, si por ideología aún entendemos un reino superestructural de ideas y lenguaje, externo a la producción. En realidad: en la ideología del régimen imperial, la crítica se vuelve tanto crítica de la economía política como de la experiencia vivida. ¿Cómo pueden ser orientados diferentemente el sentido y el significado, u organizados en aparatos comunicativos alternativos, coherentes? ¿Cómo podemos descubrir y dirigir las líneas performativas de conjuntos lingüísticos y redes comunicativas que crean el tejido de la vida y la producción? El conocimiento deberá volverse acción lingüística y la filosofía una reapropiación real del conocimiento.21 En otras palabras, el conocimiento y la comunicación deberán constituir la vida mediante la lucha. Un primer aspecto del telos aparece cuando, mediante la lucha de la multitud, se desarrollan los aparatos que unen la comunicación con los modos de vida.

A cada lenguaje y red comunicativa le corresponde un sistema de máquinas, y la cuestión de las máquinas y su uso nos permite reconocer un segundo aspecto del telos de la multitud, que se integra al primero y lo continúa. Sabemos bien que las máquinas y las tecnologías no son entidades neutras e independientes. Son herramientas biopolíticas desplegadas en regímenes específicos de producción, que facilitan ciertas prácticas y prohíben otras. Los procesos de construcción del nuevo proletariado que hemos venido siguiendo traspasan un umbral fundamental cuando la multitud se reconoce a sí misma como maquínica, cuando concibe la posibilidad de un nuevo uso de las máquinas y la tecnología en el cual el proletariado no esté subsumido como "capital variable", como una parte interna de la producción de capital, sino que sea un agente autónomo de producción. En el pasaje de la lucha sobre el sentido del lenguaje a la construcción de un nuevo sistema de máquinas, el telos gana mayor consistencia. Este segundo aspecto del telos sirve para que aquello que se construyó en el lenguaje se vuelva una durable progresión corporal de deseo en libertad. La hibridización del humano y la máquina ya no es un proceso que tiene lugar en los márgenes de la sociedad; en realidad es un episodio fundamental en el centro de la constitución de la multitud y su poder.

Como deben movilizarse enormes medios colectivos para esta mutación, el telos debe ser configurado como telos colectivo. Debe volverse real como sitio de encuentro entre sujetos y mecanismo de constitución de la multitud.22 Este es el tercer aspecto de la serie de pasajes mediante los cuales se forma la teleología material del nuevo proletariado. Aquí, la conciencia y la voluntad, el lenguaje y la máquina, son llamadas a sostener la construcción colectiva de la historia. La demostración de este porvenir no puede consistir en nada más que la experiencia y experimentación de la multitud. Por lo tanto, el poder de la dialéctica, que imagina a lo colectivo formado mediante la mediación antes que por constitución, ha sido definitivamente disuelto.

20 Véase, de Jurgen Habermas, Theory of Communicative Action, trad. Thomas Mc Carthy, Boston, Beacon Press, 1984. De manera similar, André Gorz reconoce que sólo una fracción del proletariado está relacionada con las nuevas líneas comunicativas de producción en Farewell to the working class, trad. Michael Sonenscher, Boston, South End Press, 1982.

21 Aquí seguimos la curiosa etimología que propone Barbara Cassin para el término “filosofía”.22 Sobre la noción constituyente del encuentro, véanse las últimas obras de Louis Althusser escritas

después de su confinamiento de la década de 1980, particularmente “Le courant souterrain du matérialisme de la rencontre”, en Ecrits philosophiques et politiques, París, Stock/IMEC, 1994, Vol. 1, págs. 539-579.

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La construcción de la historia es, en este sentido, la construcción de la vida de la multitud. El cuarto aspecto tiene que ver con la biopolítica. La subjetividad del trabajo viviente revela, simple y directamente en la lucha sobre los sentidos del lenguaje y la tecnología, que cuando hablamos de medios colectivos de constitución de un nuevo mundo, hablamos de la conexión entre el poder de la vida y su organización política. Aquí lo político, lo social, lo económico y lo vital moran juntos. Están totalmente interrelacionados y son completamente intercambiables. Las prácticas de la multitud invisten este horizonte unitario y complejo-que es al mismo tiempo ontológico e histórico. Es aquí donde la trama biopolítica se abre al poder constituyente, constitutivo.

El quinto y último aspecto, entonces, trata directamente con el poder constituyente de la multitud-es decir, con el producto de la imaginación creativa de la multitud que configura su propia constitución. Este poder constituyente posibilita la continua apertura a un proceso de transformaciones radicales y progresivas. Vuelve concebibles a la igualdad y la solidaridad, esas frágiles demandas que fueron fundamentales pero permanecieron abstractas durante toda la historia de las constituciones modernas. No debe sorprendernos que la multitud posmoderna derive de la Constitución norteamericana, que le posibilitó ser, por encima y en contra de todas las otras constituciones, una constitución imperial: su noción de una ilimitada frontera de libertad y su definición de una espacialidad y temporalidad abiertas, célebres en un poder constituyente. Este nuevo rango de posibilidades no garantiza en modo alguno lo que habrá de llegar. Y sin embargo, pese a esas reservas, hay algo real que presagia un próximo futuro: el telos que podemos sentir latiendo, la multitud que construímos dentro del deseo.

Ahora podemos formular una tercera demanda política de la multitud: el derecho a la reapropiación. El derecho a la reapropiación es, primeramente, el derecho a la reapropiación de los medios de producción. Los socialistas y comunistas han demandado largamente que el proletariado tenga libre acceso y control sobre las máquinas y materiales que utilizan para producir. En el contexto de la producción inmaterial y biopolítica, sin embargo, esta demanda tradicional toma un nuevo aspecto. La multitud no sólo usa máquinas para producir, sino que también se vuelve crecientemente maquínica, en tanto los medios de producción están cada vez más integrados en las mentes y cuerpos de la multitud. En este contexto, la reapropiación significa tener libre acceso y control sobre el conocimiento, la información, la comunicación y los afectos-puesto que estos son algunos de los medios primarios de producción biopolítica. Pero que estas máquinas productivas hayan sido integradas dentro de la multitud no significa que la multitud tenga control sobre ellas. Por el contrario, hace más viciosa e injuriosa su alineación. El derecho a la reapropiación es, realmente, el derecho de la multitud al auto-control y la auto-producción autónoma.

Posse

El telos de la multitud debe vivir y organizar su espacio político contra el Imperio, aún dentro de la "madurez de los tiempos" y las condiciones ontológicas que presenta el Imperio. Hemos visto cómo la multitud se mueve por infinitos caminos y toma formas corporales mediante la reapropiación del tiempo e hibridizando nuevos sistemas maquínicos. También hemos visto cómo se materializa el poder de la multitud dentro del vacío que necesariamente queda en el corazón del Imperio. Ahora es cuestión de instalar dentro de estas dimensiones el problema del volverse-sujeto de la multitud. En otras palabras, las condiciones virtuales deben ahora volverse reales en una figura concreta. En contra de la ciudad divina, la ciudad terrenal debe demostrar su poder como aparato de la mitología de la razón que organiza la realidad biopolítica de la multitud.

El nombre que queremos utilizar para referirnos a la multitud en su autonomía política y su actividad productiva es el término latino posse: poder como verbo, como actividad. En el humanismo Renacentista la tríada esse-nosse-posse (ser-conocer- poder) representó el corazón metafísico de aquel paradigma filosófico constitutivo que fue entrar en la crisis a medida que la modernidad tomaba forma progresivamente. La filosofía europea moderna, en sus orígenes y en sus componentes creativos que no estaban subyugados al trascendentalismo, tendió continuamente a instalar el posse en el centro de la dinámica ontológica: posse es la máquina que enlaza juntos el conocimiento y el ser en un proceso constitutivo expansivo. Cuando el Renacimiento maduró y alcanzó el punto de conflicto con las fuerzas de la contrarrevolución, el posse humanístico se transformó en fuerza y símbolo de resistencia, en la noción de inventio o experimentación de Bacon, la concepción de amor de Campanella, y la potentia utilizada por Spinoza. Posse es lo que pueden hacer un cuerpo y una mente. Precisamente porque continuó viviendo en resistencia, el término metafísico se volvió un término político. Posse se refiere al poder de la multitud y su telos, un poder incorporado de conocimiento y ser, siempre abierto a lo posible.

Los grupos norteamericanos contemporáneos de rap han redescubierto el término posse como sustantivo para marcar la fuerza que define musical y literariamente al grupo, la diferencia singular de la multitud posmoderna. Por supuesto, la referencia más próxima para los raperos probablemente sea el posse comitatus del saber del Salvaje Oeste, el rudo grupo de hombres armados que estaban siempre listos para ser autorizados por el sheriff a cazar a los fuera de la ley. Esta fantasía americana de vigilantes y forajidos, sin embargo, no nos interesa demasiado. Es más interesante trazar hacia atrás una etimología más profunda y oculta del término. Nos parece que, tal vez, un extraño destino ha renovado la noción

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Renacentista y, con una pizca de locura, hecho merecedor nuevamente a este término de su alta tradición política.

Desde esta perspectiva queremos hablar de posse y no de "res-publica", porque lo público y la actividad de las singularidades que lo componen van más allá de todo objeto (res) y son constitucionalmente incapaces de ser acorralados allí. Por el contrario, las singularidades son productoras. Como el posse del Renacimiento, que estaba atravesada por el conocimiento y residía en la raíz metafísica del ser, ellas también estarán en el origen de la nueva realidad política que la multitud está definiendo en el vacío de la ontología imperial. Posse es la perspectiva que mejor nos permite entender a la multitud como subjetividad singular: posse constituye su modo de producción y su ser.

Como en todos los procesos innovadores, el modo de producción que emerge es instalado contra las condiciones de las cuales debe liberarse. El modo de producción de la multitud es instalado contra la explotación en nombre del trabajo, contra la propiedad en nombre de la cooperación, y contra la corrupción en nombre de la libertad. Auto-valoriza los cuerpos en el trabajo, se reapropia de la inteligencia productiva mediante la cooperación, y transforma la existencia en libertad. La historia de la composición de clase y la historia de la militancia trabajadora demuestran la matriz de estas siempre nuevas, y aún así determinadas, reconfiguraciones de autovalorización, cooperación y auto-organización política, como proyecto social efectivo.

La primera etapa de una militancia obrera capitalista propiamente dicha, es decir, la fase de producción industrial que precedió el pleno despliegue de los regímenes Fordista y Taylorista, estuvo definida por la figura del trabajador profesional, el trabajador altamente calificado, organizado jerárquicamente en la producción industrial. La militancia implicaba principalmente transformar el poder específico de valorización del propio trabajo obrero y la cooperación productiva en un arma a ser utilizada en un proyecto de reapropiación, un proyecto en el cual la figura singular del poder productivo del trabajador fuera exaltada. Una república de consejos obreros era su slogan; un soviet de productores su telos; y la autonomía en la articulación de la modernización, su programa. El nacimiento de los sindicatos modernos y la construcción del partido de vanguardia corresponden, ambos, a este período de luchas obreras, y lo determinaron efectivamente.

La segunda fase de militancia obrera capitalista, que corresponde al despliegue de los regímenes Fordista y Taylorista, fue definida por la figura del obrero-masa. La militancia del obrero masa combinó su propia auto-valorizacion como rechazo del trabajo fabril y la extensión de su poder sobre todos los mecanismos de reproducción social. Su programa fue crear una alternativa real al sistema de poder capitalista. La organización de sindicatos de masa, la construcción del Estado de Bienestar, y el reformismo social-demócrata fueron resultados de las relaciones de fuerza definidos por el obrero masa y las sobredeterminaciones que le impuso al desarrollo capitalista. La alternativa comunista actuó en esta fase como un contrapoder dentro de los procesos del desarrollo capitalista.

Hoy, en la fase de militancia obrera que corresponde a los regímenes post-Fordistas, informacionales, de producción, emerge la figura del obrero social. En la figura del trabajador social son entretejidos los diversos hilos de la fuerza de trabajo inmaterial. Un poder constituyente que conecta la intelectualidad de masas y la auto-valorización en todas las arenas de la flexible y nomáde cooperación social productiva es el hecho del día. En otras palabras, el programa del trabajador social es un proyecto de constitución. En la actual matriz productiva, el poder constituyente del trabajo puede expresarse como auto-valorización de lo humano (el derecho común de ciudadanía para todos en toda la esfera del mercado mundial); como cooperación (el derecho a comunicarse, construír lenguajes y controlar redes de comunicación); y como poder político, es decir, como constitución de una sociedad en la cual la base del poder esté definida por la expresión de las necesidades de todos. Esta es la organización del trabajador social y del trabajo inmaterial, una organización de poder político y productivo como unidad biopolítica manejada por la multitud, organizada por la multitud, dirigida por la multitud-la democracia absoluta en acción.

El posse produce los cromosomas de su futura organización. Los cuerpos están en la primera línea en esta batalla, cuerpos que consolidan de modo irreversible los resultados de luchas pasadas e incorporan un poder que se ha ganado ontológicamente. La explotación no sólo debe ser negada desde la perspectiva de la práctica sino también anulada en sus premisas, en sus bases, arrancada de la génesis de la realidad. La explotación debe ser excluida de los cuerpos de la fuerza de trabajo inmaterial del mismo modo que de los conocimientos sociales y los afectos de reproducción (generación, amor, la continuidad de afinidades y relaciones comunitarias, etc.) que juntan al valor con el afecto en un mismo poder. La constitución de nuevos cuerpos, por fuera de la explotación, es una base fundamental del nuevo modelo de producción.

El modo de producción de la multitud se reapropia de la riqueza del capital y también construye una nueva riqueza, articulada con los poderes de la ciencia y el conocimiento social mediante la cooperación. La cooperación anula el título de propiedad. En la modernidad, la propiedad privada fue legitimada a menudo por el trabajo, pero esta ecuación, si alguna vez tuvo algún sentido, hoy tiende a ser completamente destruida. Hoy, en la era de la hegemonía del trabajo cooperativo e inmaterial, la propiedad privada de los medios de producción es sólo una obsolescencia pútrida y tiránica. Las herramientas de producción tienden a ser recompuestas en la subjetividad colectiva y el afecto y la inteligencia colectiva de los trabajadores; los

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emprendimientos empresariales tienden a organizarse por la cooperación de sujetos en el intelecto general. La organización de la multitud como sujeto político, como posse, comienza así a aparecer en la escena mundial. La multitud es auto-organización biopolítica.

Ciertamente, debe haber un momento en el que la reapropiación y auto-organización alcancen un umbral y configuren un evento real. Esto es cuando la política es verdaderamente afirmada, cuando la génesis se completa y la auto-valorización, la convergencia cooperativa de los sujetos y la administración proletaria de la producción se vuelvan un poder constituyente. Este es el punto cuando la república moderna deja de existir y emerge el posse posmoderno. Este es el momento fundacional de una fuerte ciudad terrenal, distinta de toda ciudad divina. La capacidad para construir espacios, temporalidades, migraciones y nuevos cuerpos, afirma su hegemonía mediante las acciones de la multitud contra el Imperio. La corrupción imperial ya está socavada por la productividad de los cuerpos, la cooperación y los diseños de productividad de la multitud. El único evento que aún aguardamos es la construcción, o mejor dicho, la insurgencia de una poderosa organización. La cadena genética se ha formado y establecido en la ontología, el andamiaje es continuamente construido y renovado por la nueva productividad cooperativa, y por ello aguardamos sólo la maduración del desarrollo político del posse. No tenemos ningún modelo para ofrecer para este evento. Sólo la multitud, mediante su experimentación práctica, ofrecerá los modelos y determinará cuándo y cómo lo posible se volverá real.

El militante

En la era posmoderna, a medida que la figura del pueblo se disuelve, es el militante quien mejor expresa la vida de la multitud: el agente de la producción biopolítica y la resistencia contra el Imperio. Cuando hablamos del militante, no pensamos en algo parecido al triste, ascético agente de la Tercera Internacional cuya alma estaba profundamente permeada por la razón de Estado soviética, de igual modo que la voluntad del Papa estaba embebida en los corazones de los caballeros de la Sociedad de Jesús. No estamos pensando en nada como eso ni en nadie que actúe sobre la base del deber y la disciplina, que pretenda que sus acciones se deduzcan de un plan ideal. Por el contrario, nos referimos a alguien más parecido a los combatientes comunistas y libertadores de las revoluciones del siglo veinte, los intelectuales que fueron perseguidos y exiliados en el transcurso de las luchas antifascistas, los republicanos de la Guerra Civil española y los movimientos de resistencia europeos, y los guerreros de la libertad de todas las guerras anticoloniales y anti-imperialistas. Un ejemplo prototípico de esta figura revolucionaria es el agitador militante de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW). El Wobbly construyó asociaciones entre la gente trabajadora de abajo, mediante continua agitación, y al organizarlos posibilitó el desarrollo del pensamiento utópico y el conocimiento revolucionario. El militante fue el actor fundamental de la "larga marcha" de la emancipación del trabajo desde el siglo diecinueve hasta el veinte, la singularidad creativa de aquel movimiento colectivo gigantesco que fue la lucha de la clase trabajadora.

En todo este largo período, la actividad del militante consistió, primero, en prácticas de resistencia en la fábrica y la sociedad contra la explotación capitalista. Consistió también, mediante y más allá de la resistencia, en la construcción colectiva y el ejercicio de un contrapoder capaz de destruir el poder del capitalismo, y oponerse a él con un programa alternativo de gobierno. En oposición al cinismo de la burguesía, a la alienación monetaria, a la expropiación de la vida, a la explotación del trabajo, a la colonización de los afectos, el militante organizó la lucha. La insurrección fue el orgulloso emblema del militante. Este militante fue repetidamente martirizado en la trágica historia de las luchas comunistas. A veces, aunque no a menudo, la estructura normal del Estado de derecho fue suficiente para las tareas represivas requeridas para destruir al contrapoder. Sin embargo, cuando no fueron suficientes, se invitó a los fascistas y los guardianes blancos del terror de Estado, o a las mafias negras al servicio de los capitalismos "democráticos", a prestar su ayuda para reforzar las estructuras represivas legales.

Hoy, tras tantas victorias capitalistas, luego que las esperanzas socialistas se han marchitado en la desilusión, y luego de que la violencia capitalista contra el trabajo se ha solidificado bajo el nombre del ultraliberalismo, ¿porqué aún emergen instancias de militancia, porqué se han profundizado las resistencias y porqué reemerge continuamente la lucha, con nuevo vigor? Debemos decir que esta nueva militancia no repite, simplemente, las fórmulas organizativas de la antigua clase trabajadora revolucionaria. Hoy el militante no puede ni siquiera pretender ser un representante, ni aún de las necesidades humanas fundamentales de los explotados. El militante político revolucionario actual, por el contrario, debe redescubrir la que ha sido siempre su propia forma: no la actividad representativa sino la constituyente. Hoy la militancia es una actividad innovadora, constructiva y positiva. Esta es la forma en la que nosotros y todos aquellos que se rebelan contra el mando del capital hoy nos reconocemos como militantes. Los militantes resisten el comando imperial de un modo creativo. En otras palabras, la resistencia está unida inmediatamente con una inversión constitutiva en la esfera biopolítica y con la formación de aparatos cooperativos de producción y comunidad. Aquí está la fuerte novedad de la militancia actual: repite las virtudes de la acción insurreccional de doscientos años de experiencia subversiva, pero al mismo tiempo está unido a un nuevo mundo, un mundo que no tiene exterior. Sólo conoce un interior, una participación vital e ineludible en el conjunto de estructuras sociales, sin posibilidad de trascenderlas. Este interior es la

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cooperación productiva de la intelectualidad de masas y las redes afectivas, la productividad de la biopolítica posmoderna. Esta militancia transforma la resistencia en contrapoder y cambia la rebelión en un proyecto de amor.

Hay una antigua leyenda que puede servir para ilustrar la vida futura de la militancia comunista: la de San Francisco de Asís. Consideremos su obra. Para denunciar la pobreza de la multitud adoptó esa condición común y descubrió allí el poder ontológico de una nueva sociedad. El militante comunista hace lo mismo, identificando en la condición común de la multitud su enorme riqueza. Francisco, oponiéndose al naciente capitalismo, rechazó toda disciplina instrumental, y en oposición a la mortificación de la carne (en la pobreza y el orden constituido) sostuvouna vida gozosa, incluyendo a todos los seres y a la naturaleza, los animales, la hermana luna, el hermano sol, las aves del campo, los pobres y explotados humanos, juntos contra la voluntad del poder y la corrupción. Una vez más, en la posmodernidad nos hallamos en la situación de Francisco, levantando contra la miseria del poder la alegría de ser. Esta es una revolución que ningún poder logrará controlar-porque biopoder y comunismo, cooperación y revolución, permanecen juntos, en amor, simplicidad, y también inocencia. Esta es la irreprimible alegría y gozo de ser comunistas.

A CUARENTA MAYOS DE AQUEL MAYO

Casi parece una coincidencia digna de astrólogos o de cabalistas y, sin embargo, no lo es. Lo cierto sí es que el año 1968, como ningún otro lo hiciera antes o después, escenificó mil y una noches de talante subversivo dispersas anárquicamente sobre la faz del planeta: en Londres tanto como en Tokio y en Berkeley; en Berlín, en Madrid y en Milán igual que en Praga, en Varsovia o en Belgrado; en Ciudad de México, en Río de Janeiro y en Buenos Aires del mismo modo que en Córdoba y en Montevideo; y, por supuesto, también en París. Ése fue el almanaque en que los guerrilleros vietnamitas desataron la frustrada ofensiva del “año nuevo lunar” a fines de enero y en el que poco después, en marzo y en el mismo país, tuvo lugar la oprobiosa matanza de My Lai que todavía hoy hiere no pocas conciencias atormentadas. Fue entonces, en el mes de abril, que James Earl Ray asesinó en Estados Unidos, en guerra cruenta aunque no declarada, al galardonado Premio Nobel de la Paz Martin Luther King y más tarde, en agosto, que los tanques soviéticos invadieron Checoslovaquia a efectos de rubricar su incontestable hegemonía “socialista”. Ése fue el tiempo, en setiembre, en que la Conferencia Episcopal de Medellín allanó el camino de la “teología de la liberación” y de la “opción por los pobres” de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y en el que luego, en el postrero duodécimo mes, Mao Tse Tung ordenaría que los jóvenes de la ciudad se reeducaran en el campo. Fue también el año en que se produjeron perdurables hitos artísticos, como si todo lo que se hiciera en ese momento estuviera condenado a existir más allá del inevitable 31 de diciembre; tal cual lo que ocurrió con 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick o La estaca de Luis Llach. El mundo se había vuelto incandescente y las llamas de la revuelta se extendían por un lado y por el otro. Los acontecimientos no eran lineales ni tenían un sentido unívoco pero en conjunto delataban un aliento revolucionario cierto y parecían augurar mundos nuevos de inmediato y por doquier: algo que, mirado en perspectiva y desde nuestra propia época parece demasiado lejano y hasta extraño para agitaciones emancipadoras que ahora se imaginan a sí mismas recorriendo trayectos más extenuantes.

Y, por supuesto, muchos de aquellos acontecimientos no merecen hoy un recuerdo emocionado ni constituyen ejemplos a rescatar puntualmente en una perspectiva liberadora; aunque sí seguirán reclamando la exégesis y la mirada críticas y atentas de los historiadores de turno. Ello es así porque no todo lo que se fraguó en 1968 revalidó las potencialidades que se le atribuyeron al calor abrasador de los hechos mismos: quizás porque habría que distinguir aquello que fue absorbido y mediatizado en instituciones ubicadas muy por encima de la escala humana de lo que se mantuvo al margen de las mismas; tal vez porque sería necesario establecer una línea divisoria que separara a los vencedores de los derrotados; acaso porque habría que discernir lo que acabó extraviándose en viejas o nuevas tramas de poder de cuanto se mantuvo insobornablemente asociado con las prácticas que repudian deliberadamente tales ejercicios. Aíslese, entonces, todo lo que se mantuvo a la intemperie y sin destacados amparos organizacionales, todo lo que fue vencido en aquel entonces y todo lo que siguió buscando afirmarse en prácticas de anti-poder y seguramente habremos de encontrarnos con el mayo francés. Luego de haber dejado por el camino, naturalmente, a quienes renegaron de su pertenencia a aquel movimiento y que hoy no muestran intención alguna por rememorar sus “locuras juveniles”; como es el caso de Daniel Cohn Bendit o Bernard Kouchner, asentados post mortem en sus cómodas poltronas del parlamento europeo o la cancillería de Sarkozy, respectivamente. Esa sucesión precipitada de eventos que fue el mayo francés sí ha sobrevivido al paso del tiempo y todavía tiene cosas para contarnos y enseñanzas para proyectar. Sus protagonistas fueron perdedores sin remedio pero dejaron una profunda huella cultural y revolucionaria que hoy nuevamente, 40 años después, muchos nos empeñamos en descifrar.

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1.- Los rizomas del mayo francés

El más lúcido pensador de la derecha francesa, Raymond Aron, lo describió sin atenuantes: “No conozco ningún episodio de la historia de Francia con semejante grado de sentimentalismo irracional”. Y, en efecto, ¿qué grado de racionalidad podría tener para una lógica meramente instrumental como la suya que cientos de miles de jóvenes de una sociedad opulenta y con todos los bienes y todos los servicios a su disposición, al menos en términos comparativos, se plantearan sorpresivamente, de un día para el otro, tomar el cielo por asalto? El mayo francés fue ciertamente un proceso breve y altamente improbable: nadie lo organizó, nadie lo pronosticó y nadie -ni siquiera sus protagonistas más destacados, si es que alguno merece esa calificación- pudo sustraerse a la sorpresa del estallido. No obstante, no fue una casualidad sino un explosivo cruce de caminos; una encrucijada, una síntesis y una condensación de tendencias previas que rescataron punto por punto el papel creador de individuos y colectivos insurgentes en contra del fatalismo de la necesidad histórica y las insípidas letanías sobre las “condiciones objetivas” de la revolución.

Los caminos más próximos nos remiten a la propia Francia: la Francia de los 60; la Francia del tedio y la frivolidad pero también de una silenciosa y soterrada transgresión. Aquella Francia culta y próspera se aburría irrecuperablemente y lo reflejaba en el cine y la novela y allí están para demostrarlo la nouvelle vague de François Truffaut o Claude Chabrol y el nouveau roman de Alain Robbe-Grillet; sedientos de libertad y creación pero agotados en la circularidad y la repetición al margen de la vida tangible de cada quien, de lo cual probablemente L’année derniére à Marienbad sea su máxima expresión. Aquella Francia se agotaba en sus tics mundanos, comerciales y sin consecuencias: es así que a Sylvie Vartan no se le ocurría nada mejor que cantar J’ai un problème, je crois bien que je t’aime (“Tengo un problema, creo que te amo”), presentándose como embajadora de la canción gala y reconociendo sólo a hurtadillas que su nacimiento había sido búlgaro tanto como su origen familiar era mitad húngaro y mitad armenio. Johnny Halliday, su marido, no le iba en zaga en materia de cursilerías mientras que Yves Saint Laurent transformaba el prêt-à-porter y se convertía a los ojos de los observadores menos sagaces en el millonario inspirador de la “democratización de la moda”.

Era una Francia feliz y desaprensiva, pero que todavía no había conseguido borrar de su memoria más lúcida y más conciente la derrota de sus tropas coloniales en Dien Bien Phu y menos todavía, por más reciente, el triste y cruel papel de las mismas en Argelia. Era la Francia gaullista, nacionalista y de derecha que restauraba la grandeur y durante esos años veía crecer persistentemente su producto por encima del 5% anual, inauguraba su primer supermercado Carrefour y se permitía la osadía virtualmente anti-norteamericana de reconocer a la China de Mao varios años antes que las Naciones Unidas, recusando casi inmediatamente el liderazgo de los EE.UU. en la Organización del Tratado del Atlántico Norte. “La France” de la que hablaba el patético general Charles de Gaulle era la misma en la que se producían cambios que una mentalidad estrecha y aritméticamente condicionada no hubiera dudado en calificar de “progresistas”: a lo largo del período gaullista el salario real creció un 50%, las ciudades pasaron a albergar a las tres cuartas partes de la población, la inversión se situó normalmente por encima del 20% del resultado económico global y un porcentaje cada vez más significativo de la misma comenzaba a pensar ya no en la primera sino en la segunda residencia propia. Y también, como reflejo de su condición de potencia, hacía navegar, en 1967, al Redoutable, su primer submarino nuclear. Esa Francia reaccionaria, disciplinada y tan burocrática como burguesa, estaba perdiendo entre los jóvenes, no obstante su empuje, toda capacidad de seducción.

Pero también en esa Francia ocurrían cosas bastante más interesantes y que influían en dosis homeopáticas, por cuentagotas, en las conductas de mayor sensibilidad y abiertamente transgresoras. Simone de Beauvoir ya había publicado El segundo sexo y afirmaba las bases de un nuevo feminismo alejado de las tibiezas sufragistas mientras que Daniel Guerin redondeaba La revolución sexual después de Reich y Kingsey; dos libros escandalosos para las mentalidades ultramontanas. La rebeldía cada vez más afianzada y siempre anárquica de Léo Ferré regalaba su interpretación de Rimbaud acompañado solamente por su piano y George Brassens, “el poeta de la boca sucia”, insistía en mofarse de las trompetas de la fama repitiendo una y otra vez que vivía “a l’écart de la place publique, serein, contemplatif, ténebreux, bucolique”. Los situacionistas, por su parte, renovaban sus provocaciones y las amplificaban como al descuido desde la universidad de Estrasburgo en su emblemático panfleto Sobre la miseria estudiantil: probablemente, la puerta principal por la cual se ingresa a uno de los angostos y sobresaltados desfiladeros que conducen al mayo del 68.23

23 La llamada Internacional Situacionista no era más que un grupo de intelectuales y artistas revolucionarios. No obstante, su ampulosa creatividad y su agudeza crítica los llevaron a jugar un papel inspirador en acontecimientos que desbordaban su capacidad de incidencia directa. El libro clave para entender las posiciones situacionistas es sin duda el texto clásico de Guy Debord, La sociedad del espectáculo, reproducido en La sociedad del espectáculo y otros textos situacionistas; Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1974. En dicha edición, el texto está más que oportunamente precedido por el provocativo y estridente opúsculo Sobre la miseria estudiantil vista en sus aspectos económico, psicológico, sexual y especialmente intelectual, y sobre algunos medios para remediarla y ésa será la versión que aquí manejaremos. Es importante tener presente también que Debord escribió 20 años después del mayo

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Bajo la invocación de Guy Debord, los muchachos de Estrasburgo despotrican a gusto y sin tregua contra la condición estudiantil universitaria y sus opciones intelectuales. He aquí un botón de muestra, en vitriólica descripción del estudiante francés de aquel entonces: “Incapaz de pasiones reales, se deleita en las desapasionadas polémicas de las vedettes de la ininteligencia sobre falsos problemas, que tienen como función ocultar los verdaderos”. Citando, acto seguido a los profetas del acartonamiento intelectual -“Althusser, Garaudy, Sartre, Barthes, Lefebvre, Levi-Strauss, Halliday, Chatelet Antoine”- y, con irónico rebuscamiento, a las teorías en boga -“Humanismo, Existencialismo, Estructuralismo, Cientificismo, Neocriticismo, Dialecto-naturalismo, Cibernetismo, Planetismo, Metafilosofismo”. De un plumazo, los redactores del libelo hacen a un lado cualquier interés posible en las vacas sagradas de la izquierda francesa y en sus elucubraciones. Y continúan, por supuesto: “Alumno aplicado, se cree de vanguardia porque vio la última película de Godard, compró el más reciente libro argumentista, participó en el último happening del pelotudo Lapassade. Este ignorante toma por novedades ‘revolucionarias’, con garantía de fábrica, los sucedáneos más aguachentos de antiguas investigaciones realmente importantes en su tiempo, azucarados a gusto del mercado. La cuestión es siempre mantener su status cultural”.24 Ahí está ya planteada la ideología radical del rechazo de la sociedad-espectáculo, de la autoridad intelectual y de todas las pautas compulsivas de consumo; y se la plantea apelando intransigentemente, en cambio, a una reapropiación personal efectiva de la vida individual y colectiva25, a la creación y al despliegue de una ética propia.

Pero ese desfiladero al que aludimos no sería, por supuesto, la única vía de acceso sino que el mismo se entremezclaba con una tupida red de tortuosas carreteras e invisibles caminos vecinales. Algunos, muy próximos, provenían de una Alemania desgarrada y duplicada; la Alemania de la culpa y el arrepentimiento del horror hitleriano, del temperamento belicista, del antisemitismo, de los campos de concentración y de las cámaras de gas. Allí se divisaba la vieja e irreductible figura de Wilhelm Reich, un ex miembro del partido comunista alemán y ex miembro también del entramado psicoanalítico -vuelto “ex” mediante el sencillo expediente de la expulsión en uno y otro caso-; un pensador que había hecho de la asunción política de la sexualidad la razón de su existencia en los años que precedieron al ascenso del nazismo y que acabó sus días en 1957 en una cárcel estadounidense, víctima de las arbitrariedades de su sistema judicial y no sin antes apreciar cómo sus manuscritos eran inquisitorialmente quemados en el incinerador Gansevoort de Nueva York. Reich, sin duda, encajaba como anillo al dedo en el proyecto de revolucionar la vida cotidiana y en su obra era posible encontrar un combate a la neurosis de la existencia en el marco capitalista de las sociedades eufemísticamente llamadas “avanzadas” y de ejecutarlo impunemente a través de la liberación sexual y de una política radical.

Ahí estaba también, naturalmente, la exiliada Escuela de Frankfurt, manteniendo la satinada aureola de la teoría crítica y su conjunto de agudas herramientas. Max Horkheimer, sí; Theodor Adorno, también; pero quien había puesto más fuertemente sus dedos en la llaga no era otro que Herbert Marcuse. Trabajando en los espacios fronterizos de Freud y de Marx en su Eros y civilización había dado lugar a que se hablara de un freudo-marxismo y también -¡horror “anti-científico”!- de un sendero de aproximación a posiciones anarquistas. Marcuse se había vuelto el abanderado de una crítica sutil y singular de las sociedades desarrolladas de su tiempo. Estas sociedades, a su modo de ver, se distinguían por su prodigiosa capacidad de asimilación y cooptación de quienes podían oponérsele a partir de su posición estructural; recuperando lo irrecuperable por medio de la creación de necesidades irreales que sólo podían albergarse en el marco de una conciencia alienada. Marcuse proponía romper con esa sublimación que constreñía a la genitalidad los instintos libidinales libertarios y hacerlo mediante la asunción a plenitud del propio cuerpo; y no sólo en el trabajo sino en la totalidad de sus quehaceres e incluso de sus perezas. Estas ideas fueron plasmadas y desplegadas en su magistral El hombre unidimensional, editado en 1964, y nuestro hombre orientó desde allí sus expectativas hacia los movimientos juveniles espontáneos y sin ataduras, con lo cual le daba a los mismos -quizás a pesar suyo- una lustrosa base intelectual de

francés un complemento de su anterior trabajo: vid. Comentarios sobre la sociedad del espectáculo; Editorial Anagrama, Barcelona, 2003. Para una comprensión contextualizada del movimiento situacionista tal vez el mejor y más sugerente análisis sea el que debemos a Grail Marcus en su Rastros de carmín. Una historia secreta del siglo XX; Editorial Anagrama, Barcelona, 1993.

24 Vid. la mencionada edición de Sobre la miseria estudiantil, págs. 42 y 43. Cabe reconocer que el original habla de los “ersatz más chirles” que nosotros hemos preferido sustituir por la expresión más comprensible de “sucedáneos más aguachentos”.25 2

Según el célebre apotegma de los enragés (“rabiosos”) de mayo, la revolución que valía la pena e importaba detonar era la “revolución de la vida cotidiana”; expresión que aparentemente debemos a un estudiante alemán de apellido Enzensberger, aunque la orientación más elaborada en esa dirección proviene del belga Raoul Vaneigem y su libro de 1967 llamado originalmente en francés Traité du savoir-vivre à l’usage de jeunes générations pero cuyo título en la traducción inglesa apela precisamente a los términos que ahora nos ocupan.

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justificación.26

De Alemania provenía también el ejemplo que daba su movimiento estudiantil, especialmente a través de la Universidad Libre de Berlín y la SDS (Sozialistischen Deutschen Studentenbund - Federación de Estudiantes Alemanes Socialistas); recibiendo esta última un impulso fundamental luego de la incorporación de Rudi Dutschke y sus cofrades de la revista Anschlag que previamente había sido ya calificada de “anarquista”. Inspirado en los escritos del joven Marx, Dutschke se aproximó a la Escuela de Frankfurt, a Lukács y a Bloch, cuestionando por igual al Este y al Oeste que dividían Berlín y formulando una concepción política que tenía como centro a la libertad individual. Dutschke, integrado en 1965 al consejo político de la SDS, promovió al año siguiente aleccionadoras movilizaciones a favor de la reforma universitaria y contra la guerra de Vietnam. Fue precisamente en unas jornadas sobre Vietnam que Dutschke compartiría preocupaciones con Marcuse; quizás como forma de hilvanar mínimamente las delgadas hebras de una tensión revoltosa que comenzaba a ganar las conciencias más lúcidas en la Europa de la época.

Desde Inglaterra, cruzando el breve Canal de la Mancha, viajaban otras sugerencias que mucho tenían que ver con las preocupaciones de un segmento especialmente inquieto de la juventud francesa. Si se trataba de explorar experiencias que guardaran algún tipo de relación con una educación liberadora allí se encontraba, como ejemplo privilegiado, el caso señero de la escuela de Summerhill ingeniada por Alexander Sutherland Neill. Fundada en el lejano año de 1927, Summerhill había llegado en los años 60 a la cima de su influencia y su capacidad de irradiación.27 “La libertad funciona” sostenía enfáticamente un entusiasmado Neill y sobre la base de esa simple premisa tuvo la confiada temeridad de edificar una escuela en la que no existían exámenes ni calificaciones, en la que la concurrencia a clase era voluntaria, en la que no existían sanciones ni castigos, en la que niños y adultos mantenían un trato igualitario y en la que las resoluciones importantes y de consecuencias colectivas se tomaban en asambleas en las que participaban todos los miembros de la comunidad educativa. La educación no podía ser un proceso exclusivamente intelectual, sostenía Neill, y su pedagogía se apoyó consistentemente en la capacidad explosiva de las motivaciones afectivas; esa capacidad que las instituciones tradicionales y autoritarias no se atreven a explorar, so pena de ver resquebrajada su propia arquitectura normativa. Así, Summerhill careció de enseñanza religiosa y desterró cualquier forma de recompensa curricular que implicara el desarrollo de tendencias competitivas. En sentido contrario, fortaleció la alegría de la propia corporalidad a través del juego y radicó rabiosamente sus estrategias de aprendizaje en la riqueza de la convivencia comunitaria. Y no hay capricho alguno si asociamos tales cosas con las teorías de la educación por el arte desarrolladas también en Inglaterra por Herbert Edward Read inmediatamente después de haber puesto su propio grito en el cielo: ¡Al diablo con la cultura!28; todo un anticipo de las búsquedas que mayo habría de garabatear en las paredes de París y bajo sus adoquines.

De Londres llegaban también noticias sobre el underground y la contracultura. Allí había tenido lugar, en 1965 y en el Albert Hall, el llamado Poetry Visitation Accidentally Happening Carnally, un encuentro de miles de “imberbes” reunidos en manifestación para la lectura pública de sus poesías; una suerte de orgía a cielo abierto a la que no fueron ajenos los jóvenes de los suburbios obreros londinenses. En cierto modo, era la consumación del desenfado juvenil asociado con el empuje de la música rock y las bandas distintivas de aquel momento: Beatles en su versión inicialmente más edulcorada y Rolling Stones en la faceta más provocativa.

En 1967, David Cooper publicaba su Psiquiatría y antipsiquiatría29 con base en su experiencia

26 De Herbert Marcuse debe consultarse también y muy especialmente su obra publicada por primera vez en 1958 por Columbia University Press, El marxismo soviético; Alianza Editorial, Madrid, 1969. Dicho libro constituye una aguda actualización de las críticas que la experiencia soviética mereció desde sus inicios y en cierto y restringido modo es la continuación lúcida con giros propios de una larga saga que se remonta a los trabajos pioneros de Rosa Luxemburgo, Luiggi Fabri, Panait Istrati o -entre las víctimas directas de la drástica exclusión leninista- I. N. Steinberg.

27 La edición original inglesa del libro clave de Neill fue escrita en 1959. Se encuentra edición castellana: Summerhill. Un punto de vista radical sobre la educación de los niños; Fondo de Cultura Económica, México 1963. Complementariamente, es altamente provechoso para los especialmente interesados en profundizar sobre el tema consultar también Summerhill. Pro y contra; Fondo de Cultura Económica, México, 1971.28 To hell with culture, publicado en 1941, es precisamente uno de sus textos más emblemáticos. Vid., en español, Al diablo con la cultura; Editorial Proyección, Buenos Aires, 1965. Proyección ha publicado también, del mismo autor, La redención del robot y Arte y alienación. No obstante, el texto que mejor resume sus concepciones educativas es Educación por el arte de 1943, recogido en castellano por Editorial Paidós.29 2

El texto ha merecido repetidas reimpresiones castellanas en Editorial Paidós. La misma editorial ha publicado también la obra conjunta de Ronald Laing y David Cooper Razón y violencia, así como otros textos que profundizan en esa línea de trabajo: La muerte de la familia y El cuestionamiento de la familia de Cooper y Laing respectivamente pero

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profesional en el célebre pabellón de esquizofrénicos conocido como Villa 21 y arremetía junto a su colega y compinche Ronald Laing contra los cercos institucionales y organizacionales en los que realmente, según su fundamentada elaboración, había que buscar el origen de la enfermedad mental. La antipsiquiatría inaugura en aquellos años 60 una terapéutica basada ¡vaya casualidad! en el ejercicio de la libertad y centrando su práctica en la convivencia autogestionaria de los supuestos enfermos en un régimen sin reglas ni restricciones. Atrincherados detrás de esas convicciones, los antipsiquiatras ponen del revés algunas nociones de uso corriente y la emprenden contra las camisas de fuerza ceñidas alrededor del trabajo, la escuela, la vida familiar, la sexualidad, la política, etc. Es en el mismo año de 1967 que bajo sus auspicios se celebra el congreso conocido como Dialéctica de la liberación en el que se analizan, se amplifican y se proyectan las luchas en curso en las sociedades “avanzadas”. En dicho foro participaron también Herbert Marcuse, Stokely Carmichael y Paul Goodman, entre otros: el foro permitió apreciar con claridad los tenues hilos de la rebeldía que comenzaban a encontrarse y entretejerse en una red que muy poco tiempo después cubriría buena parte de la superficie del planeta.30 Para los jóvenes franceses mejor informados tales cosas no podían pasar inadvertidas.

Al otro lado del Atlántico, en los Estados Unidos del desencanto y de la guerra, los de sangrantes botas empantanadas en Vietnam, también se pavimentaban senderos que conducían al mayo francés. A principios de la década del 60, un joven llamado Robert Allen Zimmerman, inspirado en el poeta Dylan Thomas y el músico Woody Guthrie, cambia su nombre por el de Bob Dylan, se acompaña de su guitarra y su armónica, compone temas emblemáticos como Blowin’ in the wind y se transforma en una de las referencias melódicas de los movimientos juveniles pacificistas. Mientras tanto, un extravagante Andy Warhol comenzaba con sus experimentaciones plásticas y daba aliento a un gesto de desacralización del arte, alejándolo de las mohosidades museísticas y vinculándolo con la psicodelia rockera. Todo lo cual, a su vez, era la herencia de una sensibilidad de disconformidad y rechazo a la opulenta sociedad norteamericana de la post-guerra que había ido ganando cuerpo en los años 50 entre los mal llamados beatniks31 o en las tribulaciones de los anti-héroes a lo James Dean que comenzaban a ocupar espacios acrecentados en la cinematografía hollywoodense pero sobre todo en el imaginario colectivo. El comunitarismo contracultural hippie recogerá elementos de cada una de esas variantes y creará su propia atmósfera estética y su peculiar filosofía de vida: unas preferencias por los ambientes bucólicos y las errancias antes que por los enjambres de cemento y las permanencias; preferencias unidas a una furibunda contestación del consumismo, a las prácticas de amor libre y a un firme rechazo de las relaciones de autoridad. En esos espacios contraculturales es que comienzan a descollar con voz propia algunos anarquistas confesos como es el caso del ya mencionado Paul Goodman; una de las referencias incontestables de la llamada New Left.

Pero en Estados Unidos se extendían también protestas bastante más drásticas. El movimiento por los derechos civiles de los negros se encontraba en su apogeo y mostraba un rostro ocasionalmente pacifista pero también una rama de contestación violenta: Martin Luther King fue la encarnación incuestionable de la primera faceta y el Black Panther Party de Stokeky Carmichael y Eldridge Cleaver lo fue sin duda de la segunda.32 Pero estos movimientos contra la opresión racial no actuaban solos sino que se unían en forma más o menos armónica con el vasto movimiento de protesta contra la guerra de Vietnam, transformando a ésta no sólo en la zona más caliente de las luchas anti-colonialistas a nivel mundial sino también en un problema de política interna de los Estados Unidos que a la postre será decisivo. No sólo se trató de oponerse al reclutamiento forzoso de jóvenes que no sentían identificación alguna con una guerra que no habían elegido ni sentían como suya sino también del drama ético de pertenecer a un país que no conocía otra forma de “discutir” sus condiciones con el mundo que no fuera a través de una maquinaria militar cruel y sanguinaria como pocas o ninguna a lo largo de la historia.33 Y todas estas cosas hacen

en solitario30 3

Vid. un resumen del evento en David Cooper (comp.), La dialéctica de la liberación; Editorial Siglo XXI, México, 1969. Además de los ya mencionados Laing, Cooper, Carmichael, Marcuse y Goodman, el libro contiene también artículos de Lucien Goldmann, Paul Sweezy, Gregory Bateson, Jules Henry y John Gerassi.31 3

El término beatnik es, en origen, intencionalmente peyorativo puesto que en él se vincula la denominación beat con la terminación nik, proveniente de Sputnik, el primer cohete espacial soviético. Con ello se pretendía dar a entender que los componentes de dicha corriente desarrollaban conductas poco americanas o aun anti-americanas. No obstante, fuera de los Estados Unidos, el término beatnik tuvo siempre una resonancia enteramente distinta y acabó siendo el vocablo de uso habitual.32 3

Una ilustración de los múltiples cruces de caminos la da el hecho de que Stokely Carmichael participara del foro inglés sobre la dialéctica de la liberación organizado por los anti-psiquiatras que acabamos de mencionar. Es significativo también que algunos notorios miembros de los Panteras Negras hayan llegado luego a conclusiones libertarias como consecuencia de su experiencia de luchas: tal es el caso, por ejemplo, de Lorenzo Komboa Ervin o Ashanti Alston.

33 Es de suponerse que no haga falta decir que, cuatro décadas después, la postura de los Estados Unidos sigue siendo

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eclosión también en las universidades cuyas poblaciones estudiantiles se muestran más activas y en mayor estado de alerta: ése fue el caso, sin duda, de la Universidad de Berkeley; transformada en uno de los principales puntos de agitación de los años 60 y en una de las bases de mayor fortaleza de la agrupación Students for a Democratic Society, uno de los nucleamientos más lúcidos y avanzados de la época.

Pero hay otros múltiples trillos que también inspiran de un modo o de otro a los “rabiosos” de mayo; aunque sea una vez pasados los mismos por el tamiz de sus propias necesidades y sus propias urgencias. Entre ellos no pueden dejar de mencionarse las experiencias del movimiento estudiantil italiano -y muy especialmente de sus secciones romana y milanesa- como tampoco de los provotarios holandeses; pero tampoco, aunque sea mucho más lejano y de más difícil traducción inmediata, el movimiento de los japoneses del Zengakuren (Federación Nacional de Asociaciones Autónomas de Estudiantes).34

Naturalmente, las luchas de corte anti-colonialista también eran vistas con simpatía así como lo fueron las guerrillas latinoamericanas de impronta guevarista, las que contaron con la especial atracción de plantearse como una opción vital de enfrentamiento a todo o nada que contrastaba con la apatía y el conformismo de una sociedad basada en la abundancia y el confort. En este contexto, el ejemplo mayor provenía una vez más de Vietnam con la resistencia armada de un pueblo de escasos recursos frente a la presencia arrogante, avasalladora y criminal de la mayor potencia militar que entonces pudiera concebirse. La propia “revolución cultural” china no dejó de aportar sus dosis de seducción con sus apelaciones a la movilización juvenil, aparentemente en plan de desbordar estructuras burocráticas; y tampoco resuena como desenfocado que haya quienes quieran ver en los dazibaos maoístas el antecedente inmediato de los grafitis de mayo.35 Pero seguramente la influencia más fuerte e ideológicamente más marcada fue la procedente de España: para los situacionistas, las búsquedas y las concreciones autogestionarias de impronta libertaria que se plantearon en el contexto de la guerra civil de 1936-39 no eran una experiencia a subestimar ni mucho menos despreciar sino un ejemplo a rescatar y desarrollar. No tiene nada de casual que, antes de mayo, los situacionistas de Estrasburgo hubieran organizado unas jornadas de sensibilización adoptando un nombre paradigmático en la memoria de las milicias confederales del anarcosindicalismo español: el de la Columna Durruti.36 Y no es extraño, por lo tanto, que muchos de los refugiados españoles residentes en Francia en aquellos años hubieran participado, del modo que fuera y como si se tratara de una demorada revancha llegada casi 30 años después, en aquella efervescencia que desde entonces se conoce como “mayo francés”. Hacia allí se entretejían y confluían unas calladas, sinuosas y ocultas genealogías que los modelos de análisis convencionales y de mayor reputación no estaban en condiciones de secuestrar; aun a pesar de que un Jacques Lacan imperturbable como siempre dijera luego que todo el misterio se reducía a que las estructuras habían descendido a la calle -muy probablemente desde su consultorio- y que el parricidio no era otra cosa que la inexorable recreación de la figura del Padre.

2.- La imaginación al poder

Hemos dicho “efervescencia”, un tanto desaprensivamente, pero esa calificación no parece más que una cómoda salida que elude la pregunta fundamental: ¿qué fue exactamente el mayo francés? ¿en qué punto situar una serie inesperada de sucesos que no llegó a constituirse en tanto revolución pero que fue mucho más que una vulgar asonada? ¿Acaso al menos una parte de la fascinación que ejerce el mayo francés no radicará precisamente en las dificultades que ofrece para esas escalas anodinas que intentan

sospechosamente parecida, incluso aunque ahora se encubra detrás de sus “guerras preventivas” contra el “terrorismo” como lo demuestran las aventuras militares y militaristas de Afganistán y de Irak y algunas otras que siempre parecen estar a punto de consumarse o también sus desproporcionadas exhibiciones de fuerza como bien lo ejemplifica la reciente reactivación de la IV Flota.

34 3

Para un detenido relevamiento de los movimientos estudiantiles de la época, es casi imprescindible recurrir a Lewis Feuer, El cuestionamiento estudiantil del establishment en los países capitalistas y socialistas; Editorial Paidós, Buenos Aires, 1971. Tampoco es ocioso recurrir a Alexander Cockburn y Robin Blackburn (comp.), Poder estudiantil. Problemas, diagnóstico y acción; Editorial Tiempo Nuevo, Caracas, 1970.

35 3

Grafitis hubo en todas las épocas y en los más diversos lugares, aunque los mismos sean tomados hoy como uno de los rasgos distintivos del mayo francés y casi como su marca de fábrica en exclusividad. No obstante, es claro que los grafitis de mayo se constituyeron efectivamente en una manifestación discursiva de alto vuelo que, en ese estado de repentización y simplicidad, no tiene parangón anterior. Por otra parte, es notorio que cualquier ilustración posterior de los sucesos del mayo francés recurre persistentemente a los grafitis como su marca de fábrica. Para tener una idea de lejanos antecedentes grafiteros, encontrados por ejemplo en las ruinas de Pompeya, vid. Grafitos amatorios pompeyanos con introducción, traducción y notas de Enrique Montero Cartelle; Editorial Gredos, Madrid, 1990.36 3

La mención al respecto está contenida en el prólogo a la edición alemana de Sobre la miseria estudiantil, aunque en ese caso se sostiene que la campaña de afiches fue realizada “en estilo pop y espíritu marxista”. Vid., op. cit., pág. 31.

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reducirlo todo a sus propios entendimientos para que pueda ser abarcado así por sus estrechas unidades de medida? Los detractores de turno más fervorosos suelen desmerecer enfáticamente sus alcances y desfiguran con premeditación y alevosía sus rasgos pero lo cierto es que detrás de sus máscaras de sobria presentación analítica suelen encontrarse los rostros bien delineados de reaccionarios interpelados en sus muchas mezquindades o bien leninistas aburridores y frustrados que no pudiendo asignar un papel rutilante a ningún partido comunista que hubiera funcionado como sempiterna “vanguardia” se contentan con lamentar su ausencia y atribuirle a esa falta las razones del “fracaso”. Quizás ni siquiera sea posible asignarle al mayo francés una nota determinada del espectro insurgente y es probable que tampoco valga demasiado la pena. Si el mayo francés ha sido la desembocadura de una danza de genealogías es improbable que la misma pueda ser contenida y atrapada en un concepto despojado de toda otra consideración y cuya formulación abstracta dé cuenta efectivamente del fenómeno. Parece preferible, entonces, que hagamos las más anodinas taxonomías a un lado y nos limitemos a la descripción de aquello que no puede tener definición; pero no a la descripción cronológica que el periodismo ha realizado una y mil veces sino a la de aquellos alientos básicos que, por mercuriales que son, resultan más difíciles de asir.

Lo primero que hay que decir tal vez no sea más que una sorpresa y no consiste en otra cosa que apelar al vertiginoso ritmo de los acontecimientos. Los comienzos y los finales siempre son arbitrarios, pero, aun así, bien puede decirse que aquellos acontecimientos empezaron antes y terminaron después de mayo pero no por ello dejaron de tener una efímera duración; tan efímera como puede ser una temporada que comienza con los alborotos anti-autoritarios de la universidad de Nanterre en el mes de marzo y cuyo canto de cisne no puede situarse más allá del triste episodio electoral que confirma el poder gaullista en el junio inmediatamente posterior. Esto quiere decir que entre el silencioso mecanismo de detonación y la misa de requiem, entre los primeros conatos e insinuaciones y su extenuación, transcurrieron apenas tres meses de los cuales mayo fue su volcánica erupción y su vértigo mayor. Se trató pues de una reacción en cadena completamente espontánea, no prevista, no planificada y enteramente fuera de control; al menos en sus tramos de más elevada temperatura. Una movilización de reducidos alcances militantes y por reivindicaciones de apariencia menor37 se transformó en pocos días en un movimiento huelguístico de millones de trabajadores y estudiantes que puso en jaque al gobierno hasta entonces sólido y prestigioso de una de las potencias más prósperas de la época. Frente a un fenómeno de tal naturaleza, los modelos convencionales de análisis basados en la primacía de las estructuras y en la tediosa recurrencia a las “condiciones objetivas” no pueden menos que ceder su privilegiado sitial a las historias colectivas de vida, a las atmósferas incomprendidas y a las inestabilidades reputadas como insignificantes pero capaces de desencadenar procesos de ruptura que las matrices teóricas de pretensión predictiva no están en condiciones de asimilar. El mayo francés fue una explosión vital y la misma no puede ser explicada -por mucho que se lo intente- a partir de las “condiciones iniciales del sistema”: esa explosión se renovó a sí misma transformando la apatía en ímpetu, la calma en agitación y la quietud en movimiento incontenible; todo lo cual fue consecuencia no de una prolija intencionalidad política sino de acciones que se renovaban, se fortalecían a sí mismas y se constituían en la fuente de su propio calor. El mayo francés demostró, pues, las virtualidades del vértigo; lo cual no quiere decir que el mismo haya de ser reverenciado y erigido de allí en más como la fórmula infalible de las revoluciones del futuro.

El segundo rasgo a destacar tiene que ver con la extensión del movimiento y, consecuentemente, con las dificultades para discernir un sujeto protagónico excluyente o simplemente hegemónico. ¿Hubo en el mayo francés alguna identidad predominante y que concitara a su alrededor la imprescindible capacidad de convocatoria o será realmente cierto que el “hacer” fue más gravitante que el “ser”? Es sustentable y plausible decir que los estudiantes actuaron inicialmente como detonadores pero asignarles un rol demasiado apabullante no permite explicarnos el porqué, en su momento de auge, el movimiento convocó a diez millones de huelguistas. Sostener, de acuerdo a las concepciones más clásicas y más frecuentadas, que todo estuvo centrado en torno a los intereses inmediatos o históricos del proletariado parece imprudente si se tiene en cuenta que el movimiento abarcó también a profesionales y cuadros técnicos; y si se reconoce que ni siquiera faltaron a la cita las bailarinas del Folies Bergère o el personal de radio y televisión, que difícilmente puedan fundamentar su pertenencia a la clase obrera. También se postuló que entonces el sujeto no podía encontrarse en otro lugar que no fuera entre las filas de la juventud -convicción de la cual participaron, extrañamente, incluso los trotskistas de Ernest Mandel-, pero eso tampoco permite aquilatar el hecho de que el contagio movilizativo hubiera cobijado en su seno a los pacíficos y veteranos vecinos del Barrio Latino que arrojaban macetas desde sus balcones para obstaculizar el “trabajo” represivo de los CRS.38 El misterio de todo esto sólo consiste en admitir que el movimiento que tuvo lugar en mayo de 1968,

37 Es necesario recordar que la agitación en Nanterre comenzó planteando apenas la posibilidad de que se levantara la absurda prohibición de que los hombres pudieran visitar los pabellones de las mujeres.

38 CRS es la sigla de los Corps Républicaines de Securité; es decir, de las brigadas policiales encargadas inicialmente de la cruenta represión en el estudiantil Barrio Latino y sus alrededores. En el contexto de mayo se popularizó la defenestración de tales cuerpos mediante la asimilación CRS = SS; o sea, la comparación poco grata con las Schutzstaffel , los Escuadrones de Protección de Adolf Hitler.

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en Francia, no puede asociarse con ninguna identificación social restringida sino que conmovió en su deriva vertiginosa las fibras más íntimas de todos cuantos buscaron en ese momento y en ese lugar algún sentido nuevo y vivificante para su triste existencia; a sabiendas o no de que ése era el nodo inextricable de su propia participación en los acontecimientos. La extensión innegable del movimiento se explica entonces a partir de la atracción ejercida por el movimiento mismo; una explicación que lejos de admitir recursos monódicos y simplistas está obligada a cobijar un vasto abanico de genalogías personales y colectivas que encontraron en el mayo francés su punto de fusión, de descarga y de explosión.

Ausencia de partidos-vanguardia y de programas: he ahí otro de los rasgos más rutilantes y desconcertantes del mayo francés. Los partidos-vanguardia exigen subordinaciones y expectativas mientras que los programas se constituyen como límites tal vez infranqueables a los caóticos desplazamientos del deseo: dos encorsetamientos de los que el mayo francés no necesitó desembarazarse por la sencilla razón de que no reposó ni sobre los unos ni encima de los otros. En sentido contrario, el movimiento se mayo se explayó a partir de exigencias que parecieron inicialmente mínimas e irrelevantes y rápidamente, en el correr de los días y en el furor de la revuelta, se transformaron en una arremetida contra el orden establecido y se plantearon -al menos como disquisición en abstracto y en negativo- el problema del poder. El movimiento de mayo puso en el tapete la evidencia de que los programas pueden volverse meros objetos de negociación, regateo y trueque en la esfera estatal cuando no cristalizaciones paralizantes que se constituyen como horizonte sí, pero cercano y sin posibilidades de superación. Y ubicó sobre la mesa también la consideración más o menos obvia de que los partidos-vanguardia no sólo no son insustituibles sino que también pueden llegar a transformarse en firmes obstáculos para la radical emergencia de todo cuanto represente un flujo de creación espontánea por parte de la gente en estado de agitación. De Gaulle lo expresó extraordinariamente bien y en forma por demás condensada cuando espetó por radio y televisión y en pleno rostro de la multitud movilizada su célebre aforismo: “La reforme oui; la chienlit non”; una magnífica forma de demostrar que añoraba frente suyo algún interlocutor pulcro, acicalado y con respetable investidura político-partidaria unido a algún objetivo claro sobre el cual dialogar. En lugar de ello debió contentarse con lidiar, al menos por unos días, ni más ni menos que con un desenfreno que, a sus ojos, carecía de metas inteligibles y no contaba con dirigentes en estado de visibilidad. Durante esos días, su primera magistratura sólo encontró un paroxismo que pasaba sin solución de continuidad del reclamo de lo poco a la exigencia del todo para terminar presentándose como una crisis civilizatoria en toda regla; una crisis que no podía ser contenida en un programa de reformas que se preciara de tal y que impugnaba también la noción misma de representación que normalmente los partidos reclaman para sí.39

El movimiento de mayo no contó, pues, con vanguardias ni programas pero sí supo generar -y éste será otro de sus rasgos distintivos- los sustitutos más aptos para tal “carencia”: ese papel lo cumplieron los llamados Comités de Acción y el aliento autogestionario; y las asambleas, por supuesto, en tanto extensión multitudinaria de los primeros y consumación de su respiración autónoma. "Si tienen un grupo de camaradas, formen un comité, escriban un volante, organicen reuniones diarias, planeen manifestaciones”, rezaba una de las primeras convocatorias. Y a los pocos días ya había más de 250 Comités de Acción formados solamente en París y muchos más en toda Francia. La acción fue así la arquitectura real del movimiento, su inagotable combustible y la expresión material de una sublevación que se negó a establecer algún límite para sí misma. Siendo así, es natural que esa constelación de formas orgánicas incipientes y espontáneas se plantearan inmediatamente la apropiación in totum de su vida colectiva. Las ocupaciones de fábricas y centros de estudio se transformaron en una fragua de ideas y de realizaciones: la autogestión había dejado de ser una posibilidad remota para transformarse en una pauta de convivencia y un horizonte al alcance de la mano. “Tomar el poder es tomar el poder en las fábricas, en la universidad, en las escuelas, en la calle: la imaginación al poder”, se decía. Y, aunque no se tuviera plena conciencia de ello y todavía continúe siendo motivo de debate, lo que los “rabiosos” de mayo estaban planteando según la lógica y la dinámica de los acontecimientos era ni más ni menos que la disolución de cualquier forma de poder de unos sobre otros; esa sucesión de momentos sublimes en que sólo la creación colectiva puede ejercer algún tipo de prerrogativa sobre los sucesos ulteriores. He ahí las “vanguardias” y los “programas” que no pocas visiones convencionales se empeñaban en erigir a toda costa para que los hechos calzaran a la fuerza con sus perimidas concepciones de la revolución; he ahí los “comités centrales” ahora “aptos para todo público”, abiertos al mundo y concebidos como el lugar de liberación de la palabra; he ahí los “parlamentos” y los “estados mayores” en los cuales la facultad de expresarse y decidir se levantaba como un patrimonio común e inalienable antes que en cuanto propiedad de minorías ilustradas e infalibles. He ahí el dilatado territorio en el que estaba “prohibido prohibir”.

El último rasgo que interesa destacar guarda relación con los elementos subjetivos que constituyeron uno de los principales ingredientes del movimiento de mayo. En efecto, un levantamiento de tales dimensiones y que prescindió como hemos visto de dirección ejecutiva y de plataformas

39 Sin olvidar la posterior defección de Daniel Cohn Bendit, no hay duda que el texto escrito en aquel entonces con su hermano Gabriel, sigue siendo, en el contexto de los sucesos de mayo de 1968, la crítica más elocuente al rol de los partidos-vanguardia y un testimonio de primera mano al que todavía es útil recurrir. Vid., de Daniel y Gabriel Cohn Bendit, El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo; Editorial Acción Directa, Montevideo, 1971.

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“reivindicativas” delimitadas se vuelve sencillamente impensable sin el recurso a fuertes decisiones raigales y a pasiones desbordantes de la diaria rutina. La revolución de la vida cotidiana de la que se hablaba tenía que dar lugar necesariamente a una convulsión profunda de la existencia; así tuviera como tuvo la fugacidad del relámpago. Aquel vértigo de que comenzamos hablando fue el flujo en el que se desanudaron y evaporaron las mezquindades, los automatismos y los cálculos de oportunidad para sustituirlos por solidaridades inesperadas y por contagiosas camaraderías. Vivir intensamente el proceso en curso fue una suerte de “consigna” tácita que se apoderó de los cuerpos y las conciencias de quienes participaron en el mismo. Hubo allí un profundo gesto de negación de las miserias regulares para transformarlas en el sueño en actos de un mundo nuevo. ¿Cómo explicar, si no, que en el marco de una huelga general, hubieran ocurrido cosas tan prosaicas y mundanas pero tan extrañas cuanto lo fueron la garantización del abastecimiento, los transportes gratuitos, la reducción de ciertos precios y hasta un desmesurado porcentaje de aumento en la venta de libros, por sólo mencionar algunas de las cosas que ocurrían apenas en la periferia del movimiento real? Todo ello sólo puede explicarse a partir de un entusiasmo que se irradió exultante hasta recónditos intersticios de la apática y entristecida sociedad francesa. Tal vez el pesimismo más cerril se encargue ahora de recordarnos que algo tan colosalmente hermoso no podía prosperar ni durar pero en última instancia siempre es preferible repetirnos la frase pronunciada más allá de la derrota por Jean Paul Sartre: “Lo importante es que la acción haya existido cuando todo el mundo la creía imposible. Si ha pasado una vez, puede volver a ocurrir… “

3.- Enseguida y mucho después

El mundo ya no volvería a ser igual después de aquel mayo de 1968. Sea como continuación o en tanto contestación o en cuanto complemento del mismo, las prácticas socio-políticas de pretensión revolucionaria que se abrieron después de mayo expresarían una cartografía reconociblemente distinta de aquella sabida y conocida hasta el mes de abril de ese año “mágico”. Si bien una apreciación superficial de los acontecimientos conduce a la convencional evaluación de que el mayo francés desembocó en una estrepitosa derrota, cualquier mínimo escarceo por debajo de la línea de flotación habrá de informarnos que el mismo acabó ejerciendo una influencia mucho más perdurable que aquella que puede derivarse de los triunfos y los éxitos ocasionales. Pero la influencia no se limitó a la esfera de las prácticas socio-políticas de pretensión revolucionaria sino que aquel conjunto de episodios parece haber funcionado también como instancia generatriz de una profunda transformación cultural que abarcó a las sociedades de más alto desarrollo económico y tecnológico y desde ellas se proyectó en sucesivos círculos de irradiación. En definitiva, los vencidos y sobre todo las cenizas de los hechos que animaron acabaron transformándose en un influjo de corta y larga duración en el que se agolparon continuidades, rechazos y alternativas que tuvieron al mayo francés como punto de referencia innegable y que ahora corresponderá sintetizar.

No es casual, por ejemplo que la derrota de los “rabiosos” de mayo y la consiguiente puesta en cuestión de los movimientos callejeros masivos y espontáneos o las dudas arrojadas sobre su eficacia hayan conducido en los años subsiguientes a una revaloración circunstancial de las prácticas de guerrilla animadas por minorías de composición selectiva y pretensiones de catalización y vanguardia. No es casual, por lo tanto, que haya sido inmediatamente después de mayo de 1968 que la organización separatista vasca Euskadi Ta Askatasuna (ETA) haya optado definitivamente por el perfil de vanguardia armada.40

Tampoco lo es, por lo tanto, que el Irish Republican Army (IRA), llamado Provisional, haya sido formado en 1969. Y, por cierto, menos lo es todavía en el caso de las formaciones de guerrilla urbana alejadas de un fundamento nacionalista y cuyas canteras de engrosamiento estuvieron constituidas predominantemente por estudiantes universitarios y en ocasiones también por militantes fabriles disconformes con la burocratización de sus sindicatos, como por ejemplo las Brigadas Rojas en Italia, la Fracción del Ejército Rojo en Alemania, la Brigada Iracunda en Inglaterra, el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) primero y los Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista (GARI) después en España o con cierta posterioridad Acción Directa en Francia; todas ellas fundadas en los márgenes temporales posteriores del 68 y en tanto producto de un campo de virtualidades y de prácticas que es impensable sin recurrir a ese acontecimiento mayor y derivable que fue el mayo francés.41

40 La primera acción armada oficialmente reconocida por ETA es la muerte del guardia civil José Pardinas y ello se produce exactamente el 7 de junio de 1968. Como es obvio, no se está sosteniendo aquí que en este caso como en otros que inmediatamente se verán haya habido una inspiración directa de los postulados más salientes del mayo francés, puesto que ETA es producto de un largo desarrollo previo que responde a las especificidades de España y particularmente del País Vasco además de que las referencias más evidentes hay que buscarlas en las guerrillas latinoamericanas y en la resistencia armada anti-franquista. Sin embargo, lo que sí se está sosteniendo es que la desembocadura a la que arribó el proceso de mayo abrió un campo de reflexiones y de búsquedas que condicionó en adelante las prácticas de la izquierda radical europea.

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Un trabajo altamente recomendable y que refleja más allá de su tema central el clima de época es el que debemos a

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En un extremo distinto, alejado de cualquier pasión revolucionaria inmediata y con prórrogas sucesivas extensibles al tiempo de las calendas griegas, nos encontramos con el surgimiento del llamado eurocomunismo. Por supuesto que en este caso la influencia más rotunda hay que buscarla en la “primavera de Praga” y en la invasión de Checoslovaquia por los tanques soviéticos, pero no es seguro que la emergencia del eurocomunismo hubiera acontecido realmente de no haber sido porque el mayo francés también expresó una impugnación a la sustancia y el devenir de un “socialismo” burocrático centrado en partidos que fueron únicos y excluyentes a veces pero verticalistas y dominantes siempre. Desde esa constatación queda inducido el proceso de alejamiento de las realizaciones y proposiciones del Kremlin; un proceso que en principio harán efectivo los Partidos Comunistas italiano y español y que pronto contará con la ilustre compañía de su homólogo francés. No obstante, habrá que esperar hasta 1977 para que los 3 secretarios generales -Berlinguer del PCI, Marchais del PCF y Carrillo del PCE- presentaran en Madrid el nuevo perfil de los mayores “partidos proletarios” de la Europa occidental.

Mucho más próximas al temperamento del mayo francés resultan ser las activaciones de otras corrientes que, sin yuxtaponerse enteramente entre sí, presentan amplias zonas de contacto. Por lo pronto, no habría que aguardar demasiado después de mayo para ver cómo, apenas en agosto de 1968, tenía lugar en la ciudad italiana de Carrara un congreso libertario del cual resultaría la creación de la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA). Al mismo tiempo, la reacción crítica frente a los mal llamados partidos comunistas implicó la recuperación de expresiones obreristas que el estalinismo se había encargado de sepultar: el comunismo de consejos, el comunismo de izquierda, el luxemburguismo, etc.; todo lo cual pasa a ser reconocido globalmente como autonomismo desde fines de los años 60.42 Y en íntima relación con estas dos emergencias es imprescindible mencionar el protagonismo adquirido después de mayo por los llamados nuevos movimientos sociales: el feminista, el ecologista, el anti-bélico y antinuclear, el squatter, el anti-carcelario, etc. Es a través de estas corrientes que se pone más fuertemente de manifiesto el descrédito que ganaba a las formaciones partidarias de la izquierda tradicional y a su anodina actuación parlamentaria. Y es particularmente importante destacar que son estas corrientes, y no las mencionadas en primer y segundo término, las que hoy, cuarenta años después del mayo francés, mantienen vigencia y vitalidad.43

Siendo así, no tiene nada de raro que el mayo francés también pueda ser concebido en un cierto orden de cosas como un anticipo o incluso como una consagración prematura de la crisis del Estado benefactor; una crisis que luego se manifestaría con desusada intensidad. No se trata de sostener, por supuesto, que el mayo francés haya sido el debut de los cuestionamientos a la legitimidad del Estado ni tampoco que haya inaugurado las críticas a fondo del concepto de representación. Pero sí puede decirse que aquella erupción sólo se vuelve comprensible si se la inscribe en el contexto de una contestación al Estado mismo y a sus múltiples soportes sociales; sobre todo si se tiene en cuenta que ocurre en una circunstancia histórica de crecimiento capitalista y de apogeo de los mecanismos de seguridad y protección y que aun así todo ello es radicalmente puesto en tela de juicio. El Estado comienza a adquirir contornos borrosos y a difuminarse, no precisamente por su desaparición y ni tan siquiera por haber abdicado de sus funciones de represión, reglamentación y control sino por la pérdida de expectativas en torno a sus virtualidades instrumentales y simbólicas; en tanto obsequioso dador de felicidades y coherencias. Y, en esa pendiente resbaladiza, el Estado es acompañado por las organizaciones que sostienen su integridad y su fuerza: será después de mayo que el reflujo movilizativo se verá parcialmente compensado por una feroz crítica de ciertas institucionalidades “menores” como la cárcel, la escuela, la fábrica o el cuartel.44 En

Octavio Alberola y Ariane Gransac, El anarquismo español y la acción revolucionaria (1961-1974); Editorial Virus, Barcelona, 2004. En definitiva, las acciones coordinadas por el comité de Defensa Interior del Movimiento Libertario Español son un antecedente y una referencia de las guerrillas europeas, aunque éstas hayan sido luego preferentemente de factura marxista con mixturas libertarias, con la excepción de la Brigada Iracunda inglesa, de clara inspiración anarquista. Un texto particularmente interesante es también el de Sergi Rosés Cordovilla, El MIL: una historia política; Alikornio Ediciones, Barcelona, 2002.

42 Englobar bajo la denominación común de “autonomismo” a las diferentes expresiones que se albergarían a su amparo puede tener algo de rebuscado. Sin perjuicio de las diferencias, es claro que existen puntos en común entre elaboraciones como las de Cornelius Castoriadis y Claude Lefort en Francia, la de Toni Negri en Italia o la de Felipe Aguado en España. La crítica de los partidos de vanguardia y el extra-parlamentarismo son precisamente dos de esos puntos; algo que acerca el autonomismo a alguna de las más satinadas costumbres del movimiento anarquista.

43 4

Es claro que esta afirmación reclama múltiples matices y especificaciones. En cuanto al eurocomunismo no parece haber demasiadas dudas que se ha transformado lisa y llanamente en socialdemocracia y la aseveración se le aplica por entero. Respecto a las formas de actuación de guerrilla urbana, sin embargo, es imprescindible acotar que lo que en realidad ha caducado es su variante vanguardista y “profesionalizada” pero no así aquella que recurre al ejercicio de ciertas formas de violencia episódica y asumida por pequeños grupos de afinidad autónomos y no sujetos a ninguna clase de disciplina militar.

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Las experiencias localizadas y parciales que confirman esta afirmación son ciertamente innumerables. Baste mencionar

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definitiva, lo que adquirió mayor empuje después del mayo francés fue la crítica radical de las organizaciones verticales y jerárquicas en las que los dispositivos formales de poder se renuevan y se justifican por sí mismos negando todo alboroto procedente de las inquietudes individuales y colocándoles una camisa de fuerza restrictiva de sus despliegues más exuberantes o asignando un código inapelable de actuación como estrategia de normalización.

Íntimamente asociado con esto se plantea también la emergencia de una suerte de neo-individualismo que ha permeado culturalmente los tiempos posteriores al mayo francés. En efecto, la crítica punzante de las agregaciones colectivas que sustituyen a la sociedad mediante su distorsión y su mediatización y que, a su vez, reducen las complejidades de la convivencia a una operación de normalización tiene su contrapartida en una puntillosa revitalización del individuo como sujeto de deseos, de resistencias y de devenires. Este neo-individualismo es también, por cierto, un campo de pujas y antagonismos que ha merecido variadas interpretaciones y complejos alineamientos. La recuperación liberal en clave económica de tal florecimiento ha querido ver en el mismo una amplia avenida favorable a la circulación de mercancías, incluso aunque ello no sea más que la alevosa desfiguración de los procesos y fenómenos circunscritos por esta renovada visibilización de lo individual. ¡Cómo sostener tal desvarío si el mayo francés fue precisamente -entre sus muchas significaciones y derivadas- una contestación desaforada del consumismo! Lo que en realidad hay allí es un desplazamiento de los modelos sacrificiales y religiosos de comportamiento por los modelos hedonistas así como hay también una preferencia más marcada por la permisividad moral y el relativismo cultural en desmedro del principio de autoridad y de jerarquía.45 Lo que hay allí es un conjunto de estrategias que privilegian lo flexible, lo cambiante, lo sorpresivo y lo variable en contra de las rigideces incuestionables y de las repeticiones indefinidas; una valorización inevitable del placer y la alegría a experimentar aquí y ahora en lugar de las prórrogas que difieren su materialización para tiempos posteriores al apocalipsis y en las que el goce queda reducido a una trivial y anodina promesa bíblica. Esta nueva emergencia de lo individual como problemática teórica relevante no es el correlato filosófico de nada que se parezca al egoísmo cotidiano sino una apelación a la imaginación creadora, una perspicaz e intersticial contestación de los cánones propios del hombre-masa y una reformulación de la perspectiva comunitaria ahora en una escala situada más acá de las incontrolables mega-estructuras sociales y al alcance de la experiencia inmediata.46

Todo esto confluyó abriendo caminos a un período fermental en cuanto a las representaciones teóricas de la sociedad y de su historia y lo hizo volviendo obsoletos muchos de los lugares comunes predominantes hasta aquel entonces sesenta-y-ochesco. Transitando ya la década de los 70 comienza a hablarse resueltamente de la “crisis del marxismo”, fundamentalmente a partir de la evanescencia del sujeto revolucionario decimonónico y, naturalmente, también del fracaso del “socialismo real” y de sus sustentos partidarios. El rampante estructuralismo de los años 60 es suprimido por un vendaval de elaboraciones que genéricamente serán englobadas -a falta de mejor denominación- bajo el rótulo de post-estructuralistas. En esa tormenta de ideas tendrán un lugar las filosofías del deseo, las genealogías, la microfísica del poder, el análisis institucional y también el renovado empuje de las distintas variantes de la fenomenología y la hermenéutica. La crítica de los “grandes relatos”, de las verdades universales, de las historias lineales y progresivas, del determinismo y de la axiomática cientificista, entre otros presupuestos, generarán las condiciones de posibilidad para el surgimiento de las elaboraciones en torno a la post-modernidad; incluso admitiendo que las mismas son invocadas a diestra y siniestra tanto en los barridos como en los fregados.47

En líneas generales, es sostenible postular que la crisis civilizatoria que hizo eclosión en el mayo francés no

el movimiento de deshospitalización encabezado por Franco Basaglia en Italia, el Grupo de Investigación de Prisiones animado por Michel Foucault en Francia, la educación sin escuelas propuesta por Iván Ilich en México o, más anónimamente, el flujo de abandono de las fábricas, la contestación al servicio militar obligatorio por importantes núcleos de jóvenes y la formación de comunas como alternativa de sociabilidad y de inclusión.

45 Más allá de sus ambigüedades, exageraciones y desvíos, un agudo tratamiento de estas derivaciones puede encontrarse en dos textos de Gilles Lipovetsky cuyas conclusiones no compartimos pero que no por ello dejan de ser un ineludible objeto de consideración: La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo; Editorial Anagrama, Barcelona, 1986 y El crepusculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, editado también por Anagrama en el año 1994.

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Sobre la experiencia de las comunas es útil consultar, de Keith Melville, Las comunas en la contracultura. Origen, teorías y estilos de vida; Editorial Kairós, Barcelona, 1972.

47 Es estéril y prácticamente imposible unificar los múltiples sentidos que se le han dado a la post-modernidad; tanto por la variedad de campos abarcados como por la diversidad de enfoques en presencia. El concepto, por supuesto, no carece de imprecisión y vaguedad y su propia construcción léxica revela de por sí que se está haciendo referencia a una época que no se sabe muy bien cómo caracterizar. No obstante, el problema no es teóricamente irrelevante y mal puede ser despreciado apelando al panfleto y a las antiguallas tan caros a quienes no encuentran nada mejor que malgastar su tiempo en repeticiones del pasado. Para un análisis de importancia y seriedad debe verse, incluso como paradoja de un autor post-modernista que funciona en tanto crítico de la post-modernidad, de Jean François Lyotard, La condición post-moderna. Informe sobre el saber; Ediciones Cátedra, Madrid, 1987.

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dejó de abrazar también, a posteriori pero bajo su inspiración, las formas en que las sociedades se piensan a sí mismas y buscan los caminos de su transformación.

Y, precisamente, buscar los caminos de transformación es algo que nos introduce de lleno en una problemática de la que el mayo francés no fue ajeno; la problemática de la revolución y del poder. Ya hemos dicho que no hubo allí una revolución en sentido estricto sino que apenas debemos conformarnos con suponer que quizás, en el mejor de los casos, se haya tratado de un ensayo de tal cosa. Y, si es que efectivamente se trató de un ensayo, el mensaje sobreviviente nos dice que las revoluciones del futuro ya no deberían corresponderse con el formato leninista que cifra sus expectativas en la toma del poder estatal por parte de una formación partidaria de vanguardia que de allí en más habría de administrar la construcción “socialista” mediante raptos quinquenales de inspiración planificada. Los “rabiosos” de mayo ya gozaban en su momento de la oportunidad de constatar que el patrón leninista de la revolución y el socialismo había fracasado históricamente; y su replanteo en actos del asunto nos dice que tal vez intuyeran también que habría de fracasar en el futuro. Reclamar que la imaginación ocupe el lugar del poder es bastante más que una frase ingeniosa; sobre todo si la misma se complementa plásticamente con la afirmación de que la “toma del poder” habrá de darse en las fábricas, en la universidad, en las escuelas y en la calle y que a través de la misma se plasma ese anhelo mayor de una “revolución de la vida cotidiana”. Esas “tomas del poder” -imaginación mediante- en realidad no aluden a otra cosa que a su impugnación y su fragmentación; no se refieren más que a su dispersión, a su disgregación, a su disolución y en definitiva a su negación. La imaginación llevada a todos y cada uno de los aspectos de la existencia colectiva no es otra cosa que la traducción poética de la creación comunitaria, de la autogestión generalizada, de la desaparición del poder de unos sobre otros. Y, si hasta ahora hemos hablado de los efectos inmediatos y mediatos, directos e indirectos del mayo francés, en este preciso instante, en el momento de vernos las caras con las revoluciones contra el poder, no podemos menos que reconocer que sólo estamos en presencia de un eco y de una promesa. Porque, más allá de las influencias y de los rastros que el mayo francés ha proyectado sobre los tiempos que le sucedieron, lo cierto es que el mismo no puede ser evaluado y querido como un espectáculo más entre tantos otros sino como una empresa inconclusa.

Una empresa inconclusa, inacabada y propia de un tiempo que seguramente no habrá de repetirse del mismo modo pero del que no podemos prescindir. ¿Es el mayo francés un modelo o un anti-modelo? Quizás sea las dos cosas a la vez: lo primero en tanto llamado a la creación permanente y lo segundo en cuanto condena de la repetición. Habíamos dicho antes que las influencias del mayo francés eran más perdurables de las que hubiera deparado un eventual éxito de ocasión y que en cierto modo compensaban el aliento de la derrota; y cabe decir ahora que lo importante no es el éxtasis de la contemplación del pasado sino el furor de la construcción del futuro. Poco y nada queda hoy, salvo en tanto evocación nostálgica, de influencias que fueron extraordinariamente fuertes en los años 60 y 70 como la “revolución cultural” china o las guerrillas de inspiración guevarista, para no hablar de configuraciones bastante menos heroicas aunque más gravitantes cual lo fueron el eurocomunismo o el propio “socialismo realmente existente”. El tiempo transcurrido ha funcionado como un juez implacable y en cuanto cernidor de proyectos y de prácticas que todavía pueden convocar emociones pero no capacidad de recreación. El mayo francés, sin embargo, parece mantener y hasta acrecentar su lozanía de entonces pero a condición de que no lo transformemos en un espectáculo más y en un hito folklórico de glorias que no volverán. Hoy sabemos que bajo aquellos adoquines no estaba la playa, pero ello no puede conducirnos a la resignación sino a la decisión irrevocable de que en lo sucesivo habrá que cavar más profundo y levantar otras capas geológicas a las que hasta ahora no fue posible acceder. En definitiva, la extensión del camino que tenemos por delante quizás nos imponga relativizar el valor de esos ojos que tenemos en la nuca; tal vez nos exija dejar atrás el mes de mayo y ponernos a pensar en los meses de junio, julio y agosto de hoy y de los años por venir.

Daniel Barret

EL MOVIMIENTO ANARQUISTA URUGUAYOEN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA

En recuerdo de Carlos Alfredo García Moreira, Elbia Leite, Ildefonso Santamarta (el Gallego Alfonso), Luis Alberto Prim (el Negro Pocho), Boris Rodríguez, Daymán Miralles, Luis Giménez (el Ferrujo), Freddy Moyano, Eduardo Díaz (el Cabeza), Fernando Cousillas, Inés Pato y tantísimos otros que a lo largo de los años de los que aquí se hablará animaron diferentes propuestas y prácticas anarquistas que hoy parece se las hubiera devorado el olvido.

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El año 2008 parece especialmente propicio para las conmemoraciones de esos aniversarios “redondos” que se expresan en décadas o en lustros. Éste será pues el almanaque en que encontraremos interesados en celebrar las cosas más diversas y habrá para todos los gustos; desde los excesivos y desgastados 160 años del Manifiesto Comunista hasta los más exiguos y modestos 35 de la huelga general contra el golpe de Estado en Uruguay, pasando por los 90 del movimiento estudiantil de Córdoba, los 80 del asalto al Cambio Messina y los 40 del “mayo francés”. O, ya en el terreno de los anti-festejos y los episodios históricos más turbios, los 70 de la “noche de los cristales rotos” -aquel incalificable atropello genocida perpetrado por los nazis en una noche de noviembre de 1938- y los 75, sin pena ni gloria, de la dictadura de Gabriel Terra que ni siquiera su desvencijado Partido Colorado osa rememorar. De nuestra parte, sólo cabe ser momentáneamente moderados y concentrarnos en lo que más directa y próximamente nos atañe: la huelga general contra el golpe de Estado en Uruguay y su frustrado desenlace. Pero tampoco se tratará de engrosar el amplio y exagerado volumen de mitografías circulantes ni de pronunciar el enésimo canto épico al respecto sino fundamentalmente de entender el porqué; lo que hubo antes y lo que pasó después; las movilizaciones sociales y políticas que preceden a la huelga general y la dictadura militar que la sucedió. Se tratará de descifrar algunas claves del proceso vivido en aquellos años y de hacerlo desde la perspectiva del pensamiento y las prácticas anarquistas. Y también, puesto que la historia no puede reducirse a un objeto de veneración y culto sino que habrá que concebirla apenas como un manantial de enseñanzas a recoger y atesorar, se tratará de hacerlo desde una mirada crítica cuyas viejas cuentas pendientes se extinguieron y ya no podrán ser cobradas a sus antiguos deudores. En definitiva, lo impago interesa poco y nada, puesto que la mirada crítica se vitaliza hacia su futuro y no hacia su pasado y las revoluciones que más importan no son las que pudieron fecundarse ayer sino las que habrán de gestarse a partir de hoy.

1.- El contexto latinoamericano: 1968-1973

Los años 60 en el Uruguay fueron el escenario de un triple movimiento ascendente:48 en primer lugar, la formación de una compleja y diversificada arquitectura organizativa que permitió darle un lugar a vastos sectores sociales anteriormente desconectados de ciertas expresiones reivindicativas; en segundo término, una persistente agitación que renovaba periódicamente y sin solución de continuidad sus ejes movilizativos; y, por último, una aceleración de los ritmos políticos del campo popular que se encargó de actualizar, acentuar y extender el clima de confrontación inmediata e intuir una resolución favorable del mismo. Todo ello se pondría exuberantemente de manifiesto en el agitado lustro que va de 1968 a 1973. El contexto internacional, por otra parte, aportaba ejemplos que en su momento abonaron abundantemente las matrices de elaboración política predominantes y las convicciones correspondientes. En América Latina, el acontecimiento clave en tal sentido fue sin duda alguna la revolución cubana triunfante en 1959, entendida en aquel entonces -equivocadamente, a nuestra manera de ver- como el anticipo y también el epítome de toda una etapa histórica signada por los procesos de “liberación nacional”; una etapa cuyos comienzos o motivaciones iniciales habrían de ser “anti-oligárquicos” y “anti-imperialistas” pero que rápidamente habría de configurarse como un tránsito hacia el “socialismo” a partir de la hegemonía de sus sectores más avanzados o de la clase obrera como tal. Poco importaba que se tratara de una trasposición mecánica y poco creativa a esta región del mundo de procesos intransferibles como el argelino o el vietnamita: después de todo, tales convicciones habían sido ya postuladas por la dirección cubana y, antes aún, también por el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética celebrado en 1956, lo cual permitía alinear detrás de las mismas tanto a las diversas formaciones guerrilleras que proliferaron en el continente durante los años 60 como a las organizaciones que respondían con grados variables de lealtad a la patria de Lenin y de Stalin.

Durante aquellos años 60 y 70 la confianza en un futuro revolucionario más o menos próximo era desbordante. Nadie pensaba, por cierto, que la evolución fuera repentina e indolora pero tampoco había demasiadas dudas en las filas de la izquierda de que -según la poco feliz expresión de época- las

48 Hablar de los años 60 no implica desconocer que, en gran medida, las semillas que luego habrían de germinar fueron en realidad sembradas en los años 50: la organización de los trabajadores rurales emprendida por Raúl Sendic que luego daría lugar a la formación del Movimiento de Liberación Nacional (MLN), el liderazgo de Rodney Arismendi y su equipo en el Partido Comunista (PC), las primeras fracturas dentro de los partidos Colorado y Nacional, la aprobación de la ley orgánica universitaria y hasta la formación de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU) son hechos históricos propios de aquella década. También existe consenso en cuanto a que la crisis económica que actuó como telón de fondo se sustancia a mediados de los años 50 y es perfectamente demostrable que las figuras más relevantes del período que comienza en 1968 se formaron o se consolidaron en las luchas sociales y políticas de la década anterior sin ceder demasiados protagonismos a los elementos más jóvenes. Enfatizar en esto responde a la necesidad de explicar, a nuestros actuales efectos, los motivos por los cuales no llegaron a adquirir una excesiva autonomía de vuelo las expresiones orgánicas generacionales propias del ascenso movilizativo de fines de los años 60.

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“condiciones objetivas” estaban dadas. La incógnita a resolver y por tanto el eje de los principales debates no era otra cosa que la estrategia de formación de las “condiciones subjetivas” de la revolución. Tanto los focos guerrilleros según la impronta castro-guevarista como los frentes electorales de signo reformista o incluso las intempestivas apariciones populistas en traje militar eran interpretadas como capítulos de avance coherentes con el inexorable final del libro de la historia. De acuerdo a los cánones marxista-leninistas ampliamente prevalentes en ese entonces, las relaciones de producción propias del capitalismo dependiente se habían constituído largamente en un obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas y ésa y no otra era la condición necesaria para inaugurar un tiempo revolucionario: sólo quedaba por resolver, etapa por etapa, el intríngulis de la acumulación socio-política contra el “enemigo principal”. El acceso al gobierno de fuerzas real o declarativamente anti-imperialistas en el Chile de Allende, el Perú de Velazco Alvarado, la Bolivia de Torres, el Ecuador de Rodríguez Lara, el Panamá de Torrijos o la Argentina de Cámpora, funcionaban como la satisfactoria confirmación de esas optimistas convicciones.

Se trató de un tiempo histórico en el que parecían verificarse teorías evolucionistas según las cuales los cambios revolucionarios no son el resultado y el crisol de decisiones individuales y colectivas profundamente enraizadas en los deseos y en la voluntad de la gente real y concreta y de las organizaciones que se hacen y deshacen en su devenir combatiente sino el producto mecánico y la desembocadura de una sucesión de “modos de producción” que por sí solos generan las condiciones o las excusas de una sociedad que supera sus propias contradicciones en una suerte de epifanía “socialista”. En ese marco teórico al que ya no es posible ni deseable recurrir, lo real era interpretado como una consecuencia indefectible de la “necesidad” y como una etapa insalvable de una larga travesía histórica. Por cierto que la propia historia precedente era lo suficientemente ilustrativa para la negación puntual de dichas convicciones, pero su caprichosa reinterpretación en versión soviética era en aquellos años lo suficientemente “prestigiosa” y avasallante como para que se creyera en ella a pies juntillas; una celebración del dogma de la cual, afortunadamente, los anarquistas no formábamos parte pero que, no obstante, limitaba nuestros despliegues. Todo eso ha cambiado profunda y radicalmente luego de la debacle del “socialismo realmente existente” y sólo una invencible tozudez puede mantenerlo en alto, pero una adecuada descripción de época como la que aquí se intentará no puede menos que dejarlo formulado a punto de partida en tanto componente sustancial de las concepciones predominantes en los años que ahora nos ocuparán.

2.- A la guerra con pocas armas

El movimiento anarquista uruguayo llega a ese período de 1968 a 1973 con la casa en desorden. Desde la decepción provocada por la derrota de la revolución española, el movimiento anarquista se sumió a nivel internacional en un prolongado reflujo. Carente de un paradigma revolucionario remozado que sustituyera al viejo anarcosindicalismo, confinado en sus pequeñas organizaciones específicas y limitado muchas veces a meras tareas de propaganda, enfrenta la segunda post-guerra con la dedicación generosa de siempre pero una reducida incidencia social y escasas posibilidades de imprimirle sus pautas a las luchas que se libraban aquí, allá y acullá. Como contrapartida, la emergencia del bloque soviético y los procesos de descolonización en África y Asia le confieren a las opciones jacobinas y estatistas de cambio, tanto en su vertiente marxista-leninista como en la nacionalista y populista, un inusitado vigor; situaciones que limitan todavía más el atractivo inmediato de una concepción que, en su inequívoca especificidad, sólo podía mantener una sobresaltada relación con dichos cursos de transformación social. En el Uruguay, con las singularidades del caso, la realidad del movimiento anarquista respondía igualmente a las características señaladas.

El impacto producido por la revolución cubana inaugura un ciclo de discusiones cismáticas en la Federación Anarquista Uruguaya. La compleja y variada discusión que se da a propósito del punto y su derivación hacia temas en torno a los cuales giraron importantes diferencias de concepción delataron una crisis teórica, ideológica, política, metodológica y organizativa que parecía impensable en el momento de la fundación, en octubre de 1956. La ausencia de un robusto paradigma revolucionario compartido que permitiera incorporar y resolver las novedades y exigencias de los tiempos que se abrían a comienzos de los años 60 se puso en evidencia con profundidad y amplitud inocultables.

Del cisma consumado en 1963 resultarían dos fracciones poco menos que irreconciliables y lo que cada una ganó en armonía y coherencia inmediatas lo perdió a la postre en términos de riqueza, diversidad y perspectiva de largo aliento: una de ellas se agrupó durante un lapso muy breve como Alianza Libertaria Uruguaya y no supo encontrar la amalgama que permitiera trascender las prácticas particulares de sus agrupaciones y militantes independientes mientras que la otra, manteniendo sin variaciones la denominación de F.A.U., logra compactarse y desarrollar lineamientos que le permitirán un protagonismo mucho más pronunciado a nivel general en el período subsiguiente. No obstante, sin perjuicio de ese protagonismo -y del tesón y de la entrega puestos de manifiesto en la demanda- la fracción que continuaría llamándose F.A.U. inaugura un proceso de búsquedas de final abierto que la llevaría a una pérdida gradual de identidad anarquista en el sentido fuerte e intransigente del término. Es así que se pasa, no demasiado tiempo después, del original nombre F.A.U. -como sigla y con los puntos correspondientes- a

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la “FAU sin puntitos”; es decir, una organización que ya no se consideraba como federación ni como anarquista, sin perjuicio de que ésta fuera la definición personal del grueso de su militancia.49

La “FAU sin puntitos” que es ilegalizada en diciembre de 1967 albergaba todavía expectativas respecto al derrotero del proceso cubano que el tiempo se encargaría de refutar contundentemente; se mostraba dispuesta a reconsiderar las posiciones clásicas respecto al poder; abandonaba su inicial configuración federal en aras de una forma organizativa de mayores disciplina y centralización que se suponía más apta para el desarrollo de un ”aparato armado” y la resolución de las implicancias consiguientes; evidenciaba inclinaciones aliancistas hacia los sectores que entonces componían la “izquierda revolucionaria”; y, por último, se proponía transitar el arduo camino de elaboración de una síntesis teórico-política con el marxismo que -tal cual se podía conjeturar desde un principio y sin margen de error- tarde o temprano la llevaría a un callejón sin salida.50

3.- El 68 uruguayo

Desde su propia y casual asunción presidencial, en diciembre de 1967, Jorge Pacheco Areco mostró sus orientaciones represivas mediante la ilegalización de 6 agrupaciones de la izquierda radical; una de las cuales fue, precisamente y tal como se acaba de decir, la FAU. Desde 1968 en adelante, la aplicación de las llamadas “medidas prontas de seguridad” fue un lugar común en las políticas del gobierno, incluso aunque el decorativo parlamento las levantara en más de una ocasión.51 Las “medidas prontas” permitieron una y otra vez, entre otras “bellezas” de similar tenor, el encarcelamiento arbitrario de militantes sindicales, barriales y estudiantiles así como ofrecieron el marco normativo para la aplicación de un régimen militar de trabajo a ciertos sectores del funcionariado público. Ése fue, sin duda, uno de los vectores de la radicalización social y política que comienza en 1968; una radicalización cuyo sustrato movilizativo sindical se situó a nivel de las demandas salariales acumuladas como consecuencia de los registros inflacionarios desusadamente altos de 1967. Esas demandas no hicieron sino incrementarse a partir de la adopción de políticas de ajuste recomendadas por el Fondo Monetario Internacional y basadas en la contención del consumo a través de la congelación de los salarios. Para colmo, el elenco de gobierno mostraba un rostro desenfadadamente burgués que contrariaba las tradiciones de mediación y “neutralidad” del Estado uruguayo: el mascarón de proa era entonces un sector de las clases dominantes haciéndose cargo de sus asuntos con muchos palos y ninguna zanahoria.

Ya la concentración del 1º de mayo sirvió como augurio de lo que iba a ocurrir en los meses siguientes con los duros enfrentamientos habidos entre las fuerzas policiales y los sectores más aguerridos que participaban en el acto convocado por la Convención Nacional de Trabajadores (CNT); acto que contó con la presencia de los cañeros de Artigas, llegados pocos días antes luego de una marcha de cientos de kilómetros hasta Montevideo. De inmediato se inicia la agitación en liceos y facultades contra el aumento del boleto estudiantil y el movimiento respectivo pasa a adquirir una gravitación cada vez mayor en el conjunto de organizaciones populares. El mes de junio es el escenario de dos decisiones gubernamentales ya insinuadas y que no hacen más que acentuar el ánimo movilizativo: el día 13 se implantan las Medidas Prontas de Seguridad y apenas 15 días después se decreta la congelación de precios y salarios. En este último día se inaugura también el desdichado ciclo de militarizaciones con los funcionarios del Consejo Nacional de Subsistencias que inmediatamente será continuado por la propia de los trabajadores de las Usinas y Teléfonos del Estado (UTE; hoy Usinas y Transmisiones Eléctricas), las Obras Sanitarias del Estado (OSE) y las Telecomunicaciones.

Es en ese contexto que la todavía incipiente guerrilla urbana representada por el MLN sube la apuesta de su accionar y secuestra al presidente de UTE -una de las figuras más impopulares del gobierno- el día 7 de agosto. Prácticamente de inmediato, las fuerzas represivas ingresan en plan de allanamiento a locales universitarios, en clara violación de su autonomía. Las movilizaciones derivan sistemáticamente en enfrentamientos violentos y los cuerpos del Estado cobran sus primeras víctimas en filas estudiantiles: el 14

49 Existen versiones documentales coincidentes alrededor de este asunto de la supresión de los puntitos y de su significación por parte de dos de los protagonistas más relevantes de dicha organización: Juan Carlos Mechoso y Hugo Cores; incluso aunque ambos siguieran luego caminos divergentes. Vid., de María Eugenia Jung y Universindo Rodríguez, Juan Carlos Mechoso anarquista, pág. 64; Ediciones Trilce, Montevideo, 2006 y también, de Hugo Cores, Memorias de la resistencia, pág. 112; Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2002. Cabe señalar -aunque importe muchísimo menos- que dichas versiones también coinciden con los recuerdos de este articulista.

50 Puede decirse, en un sentido restringido, que la presentación de la revista Rojo y Negro contiene un cierto resumen de este programa de trabajo; vid. su Nº 1, págs. 3 a 6, Montevideo, mayo de 1968; precisamente en los albores del período que ahora nos ocupa.

51 5

En realidad, las “medidas prontas de seguridad” ya habían sido adoptadas en 1967, el primer año de gobierno “colorado”, pero entonces se aplicaron sólo durante 12 días.

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de agosto cae Líber Arce y el 20 de setiembre lo hacen Hugo de los Santos y Susana Pintos. La siesta provinciana característica del Uruguay “liberal y batllista” recibe un cimbronazo estrepitoso y la conciencia se remueve en sus raíces más profundas: para muchos se había vuelto indiscutible que se trataba de la clarinada augural de un proceso revolucionario. La otrora llamada “Suiza de América” fusionaba así sus destinos con los del resto de los países latinoamericanos.

4.- La lucha continúa

Los años sucesivos son una continuación de aquello que 1968 permitió escenificar, pero ahora dentro de marcos organizativos más rígidos y sin la creatividad espontánea aportada por aquellas luchas callejeras; una creatividad facilitada por la rápida y comprometida incorporación de miles de nuevos militantes que desbordaron las estructuras más institucionalizadas del campo popular. Desde 1969 en adelante, las organizaciones de izquierda se abocaron a preservar los espacios sociales sobre los cuales ejercían algún tipo de influencia y los encuentros facilitados por las dinámicas de acción se diluyeron y se empobrecieron en las mucho más engorrosas negociaciones cupulares, previamente mediatizadas por los intereses “partidarios”. Pero el enfrentamiento sí se profundizaría en distintos planos, adoptando fórmulas relativamente sencillas, reductoras y quizás maniqueas que permitieran expresar en trazos muy gruesos todas las complejidades y variantes del conflicto social. El problema era -según la concepción más extendida- entre la oligarquía aliada al imperialismo y el pueblo. No había más que optar por unos o por otros y quien lo hiciera por el campo popular habría de confluir inevitablemente en las ofertas “frentistas” y de “liberación nacional” que comenzaban a despuntar y a adquirir la fuerza acorde con el auge movilizativo.

En 1969 continúan las huelgas de larga duración en sectores estratégicos de la economía (frigoríficos, bancarios, UTE, etc.), los estudiantes mantienen sus movilizaciones por autonomía y aumentos presupuestales y la guerrilla del MLN incrementa la frecuencia y espectacularidad de sus acciones llegando, en lo que sería su operativo más resonante, a la toma de la ciudad de Pando el día 8 de octubre. Con esto último, según algunos observadores, se habría abandonado el carácter folklórico y simpático de las acciones anteriores para dar paso a los enfrentamientos realmente cruentos. En 1970, el MLN realiza varios secuestros y en uno de ellos es ajusticiado el funcionario norteamericano asesor en “interrogatorios” Dan Anthony Mitrione así como antes lo fuera el comisario policial Héctor Morán Charquero. El parlamento vota en el mes de agosto la suspensión de las garantías constitucionales para facilitar atropellos represivos de la más diversa índole. En este año son intervenidas las dos ramas de la enseñanza media y ello concentra la atención del movimiento estudiantil.

Pero 1971 será un año parcialmente distinto puesto que, tratándose de un año electoral, el gobierno no podía dejar de ofrecer su cara más “bonita”: son nuevamente legalizadas las organizaciones que habían sido proscritas en diciembre de 196752, cesa la intervención en los organismos de enseñanza media y se produce un aumento relativamente significativo del salario real. De cara a las elecciones, se forma el Frente Amplio; la más amplia confluencia entonces posible de fuerzas “anti-oligárquicas” y “anti-imperialistas”, compuesta por los sectores de la izquierda tradicional, la democracia cristiana y fracciones “progresistas” procedentes de los partidos Blanco y Colorado. No obstante, y sin perjuicio de su respaldo al Frente Amplio, el MLN continúa con acciones de envergadura, nuevos secuestros y dos grandes fugas desde la Cárcel de Mujeres y el Penal de Punta Carretas. En su rostro más sórdido, 1971 nos trae también las primeras acciones de los escuadrones para-policiales, las muertes de otros dos militantes estudiantiles -Heber Nieto y Julio Spósito- y la incorporación formal de las fuerzas armadas a la “lucha anti-subversiva”; hecho éste que a la postre será decisivo y fundamental.

La escalada represiva no hará más que agudizarse en 1972 -ya con Juan María Bordaberry en la presidencia, como consecuencia de las elecciones de noviembre del año anterior- sobre todo a partir de la decisión del MLN de incrementar sus acciones de enfrentamiento a los cuerpos armados del Estado que obrarán como excusa de la inmediata ofensiva militar. En el plano de los instrumentos jurídicos se pasa de la suspensión de las garantías constitucionales a la declaración del “estado de guerra interno” y de éste a la Ley de Seguridad del Estado. Equipadas con tales instrumentos y en un régimen generalizado de torturas, las fuerzas armadas diezmarán en pocos meses la estructura del MLN y continuarán con sus aprestos propiamente “políticos” para hacerse cargo finalmente de la titularidad del gobierno. Los cuerpos represivos del Estado, una vez concluída exitosamente su “lucha anti-subversiva”, avanzarán sus piezas ya no sólo sobre los rescoldos de las organizaciones guerrilleras sino sobre todo aquello que les representara alguna clase de obstáculo.

52 Por supuesto que tal medida abarcó también a la FAU. Sin embargo, en este caso la legalización era absurda puesto que la FAU no tenía interés alguno en participar del proceso electoral y mantuvo imperturbablemente el accionar clandestino que ya había sido asumido como permanente.

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5.- La presencia anarquista

En ese marco de convulsiones sociales y políticas, los anarquistas uruguayos salieron a dar su propia batalla; incluso a pesar de sus debilidades, de sus dudas y de sus búsquedas sin resolver. Y así lo hicieron tanto aquellos que continuaron agrupados en la FAU como también quienes definieron para sí un camino distinto desde 1963.

La FAU continuó centrando su accionar en torno a su presencia en el movimiento sindical pero también se mostró resueltamente decidida a constituir un “centro político” desde el cual establecer un rol de dirección sobre distintos frentes de actividad. En el plano sindical, desde 1968 en adelante, da vida a la Resistencia Obrero-Estudiantil (ROE), pensada para oficiar como receptáculo probable de lo que en el marco de la CNT se conoció como Tendencia Combativa; es decir, una amplia confluencia de agrupaciones orientadas por organizaciones de la izquierda radical que pudiera funcionar como alternativa a las orientaciones predominantes en la central obrera ejercidas fundamentalmente por el PC. Al mismo tiempo, va creciendo en su seno la presencia estudiantil, la que pasa a volcarse preferentemente alrededor de las tareas de apoyo a los conflictos sindicales. En términos de la concepción organizativa global, los militantes de la FAU que actuaban a través de la ROE se constituyen en su “pata” de actuación pública o semi-pública53 mientras que paralelamente se destina también un sector de sus activistas a la conformación de un “aparato armado” que constituiría su “pata” estrictamente clandestina. Sobre la base de esta conformación, la FAU tiene un desarrollo numéricamente importante entre los años 68 y 72 consiguiendo activar buena parte de sus lineamientos iniciales. La forma en la cual se procesan los conflictos sindicales que quedan bajo el área de influencia de sus militantes va visibilizando, aunque siempre en condición de minoría, una metodología efectivamente alternativa a la conducción mayoritaria de la CNT y en el seno de dichos conflictos se combinan acciones de boicot, de sabotaje y de apoyo externo realizado desde la militancia clandestina. Su “aparato armado” -que desde 1971 adopta el nombre de Organización Popular Revolucionaria 33- acompaña ese desarrollo incrementando su capacidad operativa y pasa desde las acciones de financiación y pertrechamiento hasta la mayor complejidad de los secuestros.54

En contrapartida, la FAU de aquel entonces da la sensación de funcionar relativamente bien en una sucesión de momentos tácticos, pero en su proceso de búsquedas teóricas va perdiendo imperceptiblemente parte de su lejana identidad original. El marxismo es ya utilizado a diestra y siniestra en sus análisis, se transforma en el contenido sustantivo de sus cursos de formación a través de textos de Louis Althusser, Nicos Poulantzas y Marta Harnecker -fundamentalmente en la “pata” de actuación pública o semi-pública- y es ése el reconocimiento teórico de fondo de un sector cada vez mayor de su militancia.55

Por su parte, aquellos anarquistas que habían quedado al margen de la FAU también hacen de las suyas. Tanto la gente de Bellas Artes como el Grupo Libertario de Medicina tienen destacada actuación en la agitación callejera del año 1968 en el marco del accionar de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU); no obstante lo cual, en el caso de los compañeros de Medicina, rápidamente se opta por un formato conspirativo que extrañamente acerca a muchos de sus militantes al MLN y ello repercute en los desafortunados términos de una notoria pérdida de influencia gremial. La Comunidad del Sur, por su parte, da lugar directa o indirectamente a experiencias perdurables sobre las cuales luego se perderá todo tipo de incidencia: el Movimiento Nacional de Lucha por la Tierra, la Federación de Cooperativas de Producción y la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM). Un grupo de compañeros de la Comunidad del Sur da vida también, junto con algunas individualidades y desde 1968 en adelante, a la Editorial Acción Directa; editorial que a la postre será una de las pocas expresiones que difundirá durante el período materiales expresamente de signo anarquista. En este espacio libertario disperso también estuvieron la presencia y las ganas, pero la ausencia de un paradigma revolucionario

53 Si bien la ROE estuvo pensada como un espacio de “tendencia” y de encuentro entre agrupaciones de la izquierda revolucionaria, la ya señalada rigidización de posiciones que se da desde 1969 en adelante, estrecha el espectro de pertenencias y lo reduce virtualmente a la FAU; particularmente desde la fundación del Frente Amplio en 1971.

54 Obviamente, en un trabajo de las características del actual no es posible realizar otra cosa que un apresurado y pobre resumen. Para un repaso pormenorizado del período, sin embargo, está a disposición el trabajo de Juan Carlos Mechoso, al cual se recomienda recurrir; vid., Acción Directa Anarquista. Una historia de FAU, especialmente su Tomo I; Editorial Recortes, Montevideo, 2002.

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Vid. lo afirmado por Hugo Cores, op. cit., pág. 112 y passim. En relación con este tema altamente controversial, cabe decir que el texto de Mechoso minimiza el fenómeno y seguramente ello es atribuible a que su ubicación netamente clandestina en la organización impedía percibir en su cabal dimensión los alcances del mismo y los correspondientes riesgos teórico-ideológicos. De nuestra parte, aunque poco importe a todos los efectos, es de señalar que, si bien las diferencias con Hugo Cores son absolutamente insalvables en tanto fue el principal exponente de la conversión marxista y quien trabajó sistemáticamente y en forma franca en esa dirección, entendemos que su tratamiento de este tema refleja más fielmente lo que en realidad ocurría entre la militancia de la FAU considerada como un todo.

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compartido y estrictamente anarquista dejaba sentir sus prolongados y profundos efectos.

6.- Una visión alternativa

Mientras tanto, ya desde fines de los años 60 y principios de los 70, comienzan a manifestarse corrientes juveniles más o menos vagamente inspiradas en el “mayo francés”. En un principio se trata de un espacio híbrido en el que se combinan un poco forzadamente tres líneas de influencia: la emergencia de los movimientos juveniles de los años 60, las guerrillas latinoamericanas y la experiencia revolucionaria del anarcosindicalismo español. Las concepciones que por ese entonces elaboraba Abraham Guillén se constituirán en una referencia teórica que buscaba amalgamar tales líneas de fuerza y durante un breve lapso de 1969 una agrupación retoma la tradicional denominación de Juventudes Libertarias e intentará trabajar aproximadamente en base a dichas preocupaciones. Esta experiencia se reeditará en 1971 nuevamente como Juventudes Libertarias, pero ya con mayor desarrollo ideológico-político y con más amplia pero siempre reducida repercusión. Para ese entonces había madurado la idea de que no era posible incorporarse libertariamente a los procesos de cambio en curso sin contar con el respaldo de alguna forma de organización específicamente anarquista y un trabajo ideológico consecuente en tal sentido; todo ello unido a la convicción de que la FAU -embarcada en su intento de construir una síntesis con el marxismo- había renunciado a dicha aspiración. Desde un primer momento se llega a la conclusión de que esa intención de “síntesis” sólo podía perdurar en el tiempo sobre la base de indefiniciones que tarde o temprano habría que abordar en un sentido o en otro.

Esa convicción sitúa este campo en un lugar distinto al de las dos fracciones que habían resultado de la división de la FAU de 1963; extendiendo su visión crítica en ambas direcciones. Por un lado, se estimaba importante haber mantenido inalterados los elementos básicos del pensamiento anarquista y eso aproximaba este espacio a los que habían sido los componentes de la ALU; pero, por otra parte, también se consideraba rescatable el arraigo en las organizaciones populares y la necesidad de activar un proceso de renovación teórico-ideológica que lucía como impostergable, lo cual de hecho radicaba algunas expectativas también en la FAU.56 Eso explica el hecho de que en este territorio de ideas se explayaran elementos que pertenecían a la ROE tanto como a la faceta “especificista” del intento; es decir, a las Juventudes Libertarias mismas. Ello era favorecido por la conclusión básica de que la “síntesis” con el marxismo era en realidad una quimera de corta vida y que tarde o temprano habría de producirse un reordenamiento organizativo que disipara todas las dudas que se encontraban momentáneamente en suspenso. En cierto modo aquí se planteaba una cierta esperanza ingenua e “iluminista” respecto al predominio de la razón abstracta y a que ello reuniría a todos los anarquistas bajo las mismas banderas luego de que el proceso en curso produjera por sí mismo las tres o cuatro formulaciones básicas de un paradigma libertario remozado.

La idea era extraordinariamente optimista en el corto plazo y sólo el correr de los años permitiría demostrar que se trataba de una intuición correcta. Sin embargo, lo cierto es que las características generacionales impidieron que dicha corriente pudiera adquirir una mínima gravitación inmediata más allá de la que se expresó en forma relativa y acotada durante esos años en algunos liceos, escuelas técnicas y facultades. La radicalización entonces en ascenso no ofrecía demasiado margen para el surgimiento de planteos y agrupamientos apoyados prevalentemente en elementos de novedad: el campo de oposiciones ya estaba trazado, sólo admitía la formación de alianzas sobre la base de lo ya existente y los grandes orientadores de la movilización eran, como ya se ha dicho, aquellos militantes formados o consolidados durante los años 50.57 Las Juventudes Libertarias estaban integradas por los “hijos” de esa generación, no encontraron el lugar apropiado en la mesa “familiar” y la infaltable tentación conspirativa de algunos de sus miembros los obligó a disolverse sin pena ni gloria. En compensación, sus convicciones básicas serían confirmadas por los acontecimientos posteriores; algo que sólo pudo ser visualizado mucho después.

7.- Golpe de Estado y huelga general

En febrero de 1973, las fuerzas armadas tenían completamente bajo control todo lo que hubiera podido representar una “amenaza” guerrillera. Las cárceles presentaban ya una situación de superpoblación y los jirones de accionar armado que pudieron mantenerse a salvo se replegaban con miras de

56 No obstante, esta última coincidencia con la FAU debe entenderse en un plano exclusivamente formal, puesto que, como ya se ha visto, el programa de trabajo de las Juventudes Libertarias en torno a la necesidad de renovación teórico-ideológica esquivaba resueltamente la idea de la “síntesis”; entendiéndose, antes bien, como una actualización a partir de una reafirmación de los postulados libertarios clásicos.

57 El planteo generacional puede parecer rebuscado pero no lo es. En cierto sentido, algo similar ocurrió en filas marxista-leninistas con el Frente Estudiantil Revolucionario (FER), el que, en su momento tampoco pudo lograr consideración alguna como organización “madura”; no pudiendo incidir con sus planteos en el MLN, fracasando en el intento por formar un partido propio e incorporando luego una buena cantidad de sus elementos más destacados al Partido por la Victoria del Pueblo.

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reorganización hacia los países vecinos; especialmente Chile y Argentina. Pero el aluvión militar estaría muy lejos de detenerse luego de haber dado cumplimiento a la misión específica que la conducción del Estado les había encomendado: ahora, su lógica de actuación en el marco de la “doctrina de la seguridad nacional”, las impulsaba a desembarazarse de todo aquello que pudiera significar una continuación de la “agresión” y, según esa concepción predominante, todo poblador del país podía transformarse en un instrumento del enemigo y ser concebido como un agente potencial o consumado de Moscú y de La Habana.58 Es en ese mes de febrero que se produce el primer ensayo golpista y las fuerzas armadas emiten dos pronunciamientos de contenido “nacionalista” y “desarrollista” -popularmente conocidos como “comunicados 4 y 7”- que sembrarán un insólito desconcierto.

Según las concepciones teórico-políticas sostenidas por el PC -y desde las cuales se había ejercido una severa “colonización” de casi toda la izquierda uruguaya- las fuerzas armadas ocupaban un lugar neutral en la estructura productiva y por esa razón podían manejarse en régimen de “opción libre” alrededor de su ajada contradicción principal entre la “oligarquía” y el “pueblo”. En esa trasnochada dialéctica de base economicista tan cara a la vulgata marxista-leninista, el análisis prescindía olímpicamente de las características institucionales de las fuerzas armadas, de su estructuración jerárquica, de su fundamento funcional en las nociones de mando y obediencia y hasta de su articulación en complejas tramas de poder que normalmente les asignan tareas de conservación de las tradiciones, la disciplina y el orden. Así, una porción más que significativa del campo popular se extravió abonando ilusiones vanas respecto a una eventual orientación “peruanista” de las fuerzas armadas59 en lugar de abocarse a organizar meticulosamente la resistencia a un golpe de Estado completamente regresivo del cual su único enigma consistía en conocer con exactitud el mes, la semana, el día y la hora.

Y tal cosa ocurrió en la madrugada del 27 de junio de 1973. La militancia de base respondió en todas partes con la ocupación de los lugares de trabajo y de estudio sin que pareciera imprescindible una sola voz de mando al respecto: sólo fue necesario recordar una vieja resolución tomada varios años antes y la resistencia al golpe de Estado se consumó de inmediato y adquirió dimensiones que nunca antes había tenido huelga alguna. A partir de allí se sucedieron las desocupaciones a punta de bayoneta en lugares casi siempre fabriles que unas pocas horas después volvían a ser ocupados con el respaldo de los vecinos más próximos y los estudiantes de la zona. De poco le sirvió a las fuerzas armadas la disolución de la CNT, 3 días después del golpe: la resistencia popular carecía de comité central y, por definición, la gente no puede ser ilegalizada. El 9 de julio una multitud se enfrentó a los cuerpos represivos en la principal avenida montevideana. El 11 de julio finalmente, la CNT y la FEUU consiguen lo que las fuerzas armadas no habían podido lograr: llegada la hora de los dirigentes y del replanteo político, se levanta la huelga general; en la CNT con la posición discordante de la Federación Uruguaya de la Salud (FUS), la Federación de Obreros y Empleados de la Bebida (FOEB) y la Unión de Obreros, Empleados y Supervisores de FUNSA y en la FEUU con la negativa de la Asociación de Estudiantes de Bellas Artes.60 La huelga general había sido derrotada pero gracias a ella -a su profundidad, a su extensión, a la energía puesta de manifiesto en la demanda- la dictadura militar nacía herida de muerte en términos de legitimidad y de respaldos internos.

8.- Los militares a sus anchas

Pocos meses después, a fines de octubre, sería intervenida la universidad y con ello se cerraba

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La llamada “doctrina de la seguridad nacional” fue la concepción básica de los ejércitos latinoamericanos en el contexto de la Guerra Fría. En general, los planteos más simplistas tienden a asignar un protagonismo excluyente en su formación y difusión a los Estados Unidos a través de su Escuela de las Américas en Panamá. Sin embargo, la misma se constituyó también con los relevantes aportes del general D’Allegret -militar francés con experiencia en Indochina y en Argelia- y encuentra un antecedente de nota en el plan argentino llamado Conintes (Conmoción Interna del Estado) bajo la presidencia de Arturo Frondizi en 1958. Y, por supuesto, su principal teórico fue el brasilero Golbery do Couto e Silva cuyas elaboraciones primigenias datan de fines de los años 40.

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El PC estableció una distinción entre sectores “peruanistas” y sectores “fascistas” dentro de las fuerzas armadas, de modo tal que su caracterización de la situación de febrero y luego de la dictadura misma nunca llegó a abordar satisfactoriamente el componente institucional de la misma; todo ello con perseverancia y obcecación aplicadas puntillosamente, sin tasa ni medida. Es precisamente este tipo de cosas lo que obliga a preguntarse una vez más exactamente en dónde residía la fascinación “científica” de los análisis marxista-leninistas que se le espetaban entonces a los “anti-científicos” anarquistas.

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La posición de los sindicatos “opositores” dentro de la CNT fue profusamente difundida con posterioridad y se le conoce como “Documento de las 3 F” (FUNSA, FUS, FOEB). Cabe señalar que el sindicato de FUNSA fue uno de los bastiones de la FAU mientras que las orientaciones básicas en Bellas Artes respondían a aquellos que en algún momento habían integrado la ALU: por esas ironías de la historia volvían a identificarse en una misma posición de combate aquellos que diez años antes se habían separado en forma definitiva.

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toda posibilidad de actuación pública o legalmente admitida. Los militares tenían el país entero bajo sus botas, se dedicarían a dotarse de los elementos jurídicos y orgánicos necesarios para gobernar e irían eliminando uno por uno los focos de resistencia. Formalmente, el presidente de la república continuó siendo Juan María Bordaberry hasta 1976, pero en los hechos eran las fuerzas armadas las que ocupaban los resortes gubernamentales reales en compañía de una olvidable y supernumeraria caterva de laderos en traje de civil. Entre 1973 y 1980 el país se transformaría en un páramo desolado donde los discursos adversos no tenían posibilidad alguna de asomar sus narices. Mientras tanto, al igual que en Argentina y en Chile y en ausencia de organizaciones de trabajadores que pudieran activar algún tipo de antagonismo, los militares auspiciaban los primeros ensayos de aplicación de fórmulas económicas más o menos adscritas a la escuela neoliberal.

¿Qué pasaba entonces en tiendas libertarias? La FAU acentúa su proceso de redefinición, reorganizándose clandestinamente en Buenos Aires e incorporando un buen número de militantes de otras procedencias que ya hacían definitivamente imposible un regreso a las viejas posiciones anarquistas. Es en Buenos Aires, en julio de 1975, que celebra las sesiones finales del congreso constitutivo de una organización distinta: el Partido por la Victoria del Pueblo. La actuación de dicho partido es localizada por los servicios de inteligencia militar y el mismo resulta ser víctima de una virtual política de exterminio:61

quienes no son retenidos en las cárceles “desaparecen” y los que de todos modos logran superar el cerco deben partir rumbo al exilio en Europa. En aquellos episodios, los viejos militantes, formados en los años 50 y que todavía podían mantener algún tipo de aliento libertario, quedan por el camino. Los sobrevivientes de esa campaña represiva se reúnen en un encuentro en París en 1977 -conferencia de balance y perspectivas la llama Hugo Cores-62, realizan una “autocrítica” de la derrota en la cual cargan insólitamente las tintas sobre el pensamiento libertario que pudiera haber llegado hasta esa instancia y se constituyen ya en un partido declaradamente marxista que sólo reconoce en el anarquismo sus lejanos orígenes pero no precisamente una fuente de inspiración.

Desde hacía un buen tiempo, pequeños grupos del “aparato armado” orientados a la recuperación de una tonalidad más fuertemente anarquista habían densificado sus desgajamientos. Eso fue lo que ocurrió con Los Libertarios, cuyos militantes acaban casi todos tras las rejas con la excepción de dos extraordinarios compañeros caídos en combate: Julio Larrañaga (el Polo) en abril de 1974 e Idilio de León (el Gaucho) en octubre del mismo año. Por su parte, en Buenos Aires se separa una Tendencia Anarquista Revolucionaria, que busca sin encontrarlos a los militantes del grupo anterior. Son más numerosas las separaciones desde posiciones anarquistas que se producen en la ROE, la más importante de las cuales es la de la Agrupación Militante de la Universidad del Trabajo.

Los embates represivos desarticularon todo lo que pudo haber hasta 1973 y también libertarios que habían pertenecido al Grupo Libertario de Medicina o a la Comunidad del Sur o a la Escuela de Bellas Artes debieron emprender el camino del exilio. Es en el exilio que se formarán dos agrupaciones -Núcleos por la Resistencia 29 de octubre y Organización de la Resistencia- pensadas para apoyar las actividades de recomposición libertaria. Dentro del país, los anarquistas sólo pudieron mantener pequeños grupos conectados entre sí y nuevamente abocados a tareas básicas de intercambio informativo, discusión, análisis, elaboración, fortalecimiento mutuo, solidaridad y organización incipiente; algo que nunca llegó a abarcar más de unas pocas decenas de militantes.

9.- La “apertura democrática”

Para fines de 1980 las fuerzas armadas tenían pensado realizar su jugada maestra: un plebiscito constitucional que institucionalizara con visos de eternidad su presencia en las esferas gubernamentales. Relativamente desgastados, no carentes de contradicciones internas y requeridos de una legitimación más amplia de la que habían obtenido hasta ese entonces optan por generar espacios de discusión pública con figuras políticas de segundo y tercer orden, convencidos de que una maquiavélica combinación de vigilancia y de miedo llevaría a que las mayorías electorales hicieran una opción por el “mal menor” y refrendaran con su voto un proyecto que de todos modos sería preferido, según su miope punto de vista, ante el vacío, la incertidumbre y la perpetuación indefinida de la misma situación. Al calor de las discusiones ambientadas por dicho plebiscito, hasta algunos anarquistas innominados se permiten hacer conocer sus modestas opiniones y un comunicado se encarga de difundir en su círculo de “amistades” la importancia de levantar

61 El ensañamiento militar fue tal que alguno de los protagonistas uniformados lo recuerda y lo pregona con “orgullo” todavía hoy, más de 30 años después. Vid., de José Gavazzo, su tragicómica letanía en www.envozalta.org/CREACION_DEL_PVP.pdf; letanía en la cual su autor mantiene errores y confusiones generadas en aquellos años de los cuales sólo pudo retener las referencias policíacas pero no las minucias ideológico-políticas.

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Vid., de Hugo Cores, op. cit., pág. 14.

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una negativa radical a todo lo que proviniera de fuentes militares.63

Increíblemente y contra todos los pronósticos, la reforma constitucional propuesta por las fuerzas armadas es rechazada en el plebiscito correspondiente y ello obliga a los uniformados a formular un cronograma de diálogo y “apertura”; algo que inicialmente sólo contemplaba a la oposición de los partidos “tradicionales” Nacional y Colorado. Más allá de estas intenciones mínimas, los militares también estaban necesitados de ofrecer alguna clase de respiro a la sociedad, así fuera bajo el más estricto control. Así es que, en 1981, su Consejo de Estado, que hacía las veces de parlamento, aprueba una Ley de Asociaciones Profesionales pensada para habilitar la organización de algo que se pareciera a un sindicato pero que mantuviera el encorsetamiento propio de los momentos de supervisión absoluta y que dejara fuera de toda prerrogativa a los funcionarios públicos. La ley no contemplaba la posibilidad de que se organizaran federaciones sindicales sino que se limitaba a la constitución de “asociaciones civiles” de primer grado; no obstante lo cual es rápidamente desbordada y en poco menos de dos años da lugar a la formación de un Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT) con la presencia directa de los sindicatos de base. Simultáneamente, alrededor de las cooperativas de apuntes y de ingeniosas revistas, se va produciendo la reorganización del movimiento estudiantil en la llamada Asociación Social y Cultural de Estudiantes de la Enseñanza Pública mientras que también comienza a generarse una serie de interesantes publicaciones barriales que apuntan a difundir problemas propios y a incentivar la activa participación de los vecinos en torno a los mismos. Para completar el panorama es ineludible decir que la FUCVAM también se constituye en uno de los ejes de la reorganización y la movilización populares con campañas por la vivienda que recogen una enorme adhesión popular.

Entre 1981 y 1982, además, el diseño económico militar ingresa en su fase de bancarrota luego de que Aparicio Méndez, en la primera magistratura desde 1976, traspasara la banda presidencial a Gregorio Álvarez; el primer presidente uniformado propiamente dicho. Se aprueba una Ley de Partidos Políticos, se realizan elecciones internas en los mismos con el Frente Amplio proscrito y triunfan ampliamente los sectores opositores a la dictadura; encargados desde entonces de buscar, en diálogo con las fuerzas armadas, una salida “democrática”. La mesa de diálogo se instala finalmente en mayo de 1983 y es levantada sin acuerdo alguno apenas un par de meses después, lo cual habilita nuevas disposiciones represivas. No obstante este primer fracaso, el proceso de “apertura” no tiene margen alguno para la marcha atrás; sobre todo por cuanto la movilización popular ha ganado terreno y en su dinámica ha constituido actores imprevistos y con la fuerza suficiente para presentarse como convidados de piedra. En julio de 1984 es finalmente des-proscrito el Frente Amplio, que ya participaba de las negociaciones con los militares luego de que el Partido Nacional se retirara de las mismas. En agosto se llega a los llamados “acuerdos del Club Naval”, comienzan a ser liberados algunos presos políticos que ya habían cumplido la mitad de su condena y finaliza la intervención a la universidad. El último domingo de noviembre se realizan las elecciones nacionales y triunfa la fórmula del Partido Colorado: Julio María Sanguinetti -el gran arquitecto de la “apertura” junto con el teniente general Hugo Medina- asumirá el mando del país en marzo de 1985 y comenzará su período de “cambio en paz”; es decir, el reacomodo “democrático” del capital y del Estado.

10.- La reorganización anarquista

Desde el punto de vista por el cual ha optado el presente trabajo, lo que es imprescindible destacar es la reorganización anarquista que se da en este contexto. En los años 1983 y 1984 el movimiento popular uruguayo no sólo se rearticula puntualmente y de cabo a rabo sino que ingresa en una fase de movilización continuada. En los primeros meses de 1983 hay -contra todo pronóstico y muy a pesar de las intenciones militares de habilitar apenas una “apertura” controlada- cientos de sindicatos, agrupaciones estudiantiles, revistas barriales, cooperativas de vivienda, comedores populares, policlínicas de vecinos, etc.; a lo largo y a lo ancho del país. Es esta constelación inacabable de organismos de base lo que permite realizar por primera vez en 10 años un acto sindical el día 1º de mayo bajo la responsabilidad del entonces llamado Plenario Intersindical de Trabajadores. Es a ese acto, por poner sólo un ejemplo, que llega inesperadamente una gruesa columna procedente de los lejanos barrios obreros del Cerro y La Teja coreando por la libertad de los presos políticos64; una columna en cuyo frente vienen, entre otros, los militantes de la recién formada

63 En el mencionado plebiscito las opciones se reducían a un “sí” y un “no”: el “sí” implicaba la aprobación de la reforma constitucional mientras que el “no” era su lógica reprobación. El comunicado de que hablamos no convocaba expresamente a votar en contra de la reforma constitucional que los militares sometían a la consideración “ciudadana” sino que reclamaba una negación militante que fuera más allá de la propuesta militar propiamente dicha.

64 Reclamar por la “libertad de los presos políticos” era en ese momento prácticamente una “transgresión ultra-izquierdista” puesto que la consigna oficial del acto se centraba en el pedido de una “amnistía”; es decir, una amnesia y un perdón decididamente ajenos a una sensibilidad libertaria.

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“Agrupación Anarquista Pedro Boadas Rivas” en tanto organizadores de la misma.65 En esa efervescencia no era extraño, entonces, que fueran anarquistas quienes conformaran la cuarta parte de la comisión de organización del primer paro general en dictadura -el 18 de enero de 1984- ni que ese mismo día tales incorregibles sujetos hubieran perpetrado una movilización en el Cerro ¡en la playa! y secundada por miles de bañistas.

Nunca se sabrá exactamente cuándo, pero es seguro que, en algún momento, en el trajín de alguna de esas múltiples movilizaciones callejeras de los años 1983 y 1984, volvió a ondear desafiante nuevamente la bandera rojinegra. Nacidos casi desde la nada -por ósmosis, por generación espontánea, por contagio o vaya uno a saber por qué cosa- para ese entonces aquellas pocas decenas de militantes libertarios que sobrevivieron a los primeros años de la dictadura se habían transformado en cientos de anarquistas arraigados en las nuevas organizaciones populares de base: desde el Cerro y La Teja hasta Villa Española y Bella Italia, desde la central eléctrica y la refinería hasta el hipódromo y los despachos de aduana pasando por las imprentas, los bancos, los hospitales y los establecimientos de enseñanza. La abrumadora mayoría rondaba entonces los 20 años y no era el producto del proselitismo deliberado de ninguna organización específica sino el resultado de una incontenible apetencia libertaria y de unas ganas enormes por forjar una palabra intransferible en la interminable empresa de construir su propia vida. Es en esa atmósfera que el pensamiento y las prácticas anarquistas recuperan un lugar y una trayectoria sin posibilidad de sustitución.

No era ni podía ser la revolución, por supuesto, pero sí fue la oportunidad para crear una tupida red de organizaciones sociales a partir de cero; sin vanguardias iluminadas, sin dirigentes perpetuos y sin estructuras institucionalizadas a reverenciar. Bastante habían dicho y hecho ya las fuerzas armadas en nombre del país sin haberlo siquiera consultado como para que alguien pudiera defender inmediatamente luego y con un mínimo de dignidad el criterio de la representación: fue por tanto la hora de la presentación, de las asambleas multitudinarias y de las voces corales desatadas; esa circunstancia estadísticamente poco probable que nace de la reflexión y las entrañas en la cual cada uno se siente entablando con los demás una relación entre hombres y mujeres libres, iguales y solidarios. Por eso a nadie pudo resultarle raro que nada menos que en el ente encargado del servicio de energía eléctrica, en la UTE, la agrupación anarquista del mismo hiciera aprobar una estructura sindical basada fundamentalmente en las asambleas y en consejos de delegados de todo el país y no en un secretariado ejecutivo. O que, ya para herir ex profeso la coraza epidérmica de los profetas leninistas, la delegación de los funcionarios públicos al PIT fuera elegida por sorteo, en el entendido de que no se trataba más que de simples portadores de las posiciones de base.

En ese clima fue que se formó no menos de una docena de agrupaciones libertarias; dos de las cuales -Resistencia Libertaria y Lucha Libertaria- eran en realidad federaciones incipientes o coordinadoras de agrupaciones. Serían esas agrupaciones y los militantes individuales que había en un lado y en el otro quienes se encargarían de retomar y encarnar de allí en adelante un proyecto anarquista. En unas jornadas realizadas en el mes de diciembre de 1984, en la denominada Semana de Dinamismo Libertario, pasaría algo más de medio millar de militantes casi recién llegados a las tiendas anarquistas. A partir de allí comenzaría otra historia: 1985 ya no admitía una repetición de las fórmulas de 1968 y planteaba respecto a esa fecha un consistente esfuerzo de renovación. Ni qué hablar de que tal exigencia se planteaba entonces y se plantea también en los tiempos que corren, ahora en forma redoblada. Dicha renovación es incierta en su desembocadura, pero en todo caso no deja de haber en ella un elemento de certeza inconmovible y es que lo que compete a los anarquistas hoy como ayer son pensamientos y prácticas centrados en torno a una crítica radical del poder y a una ética intransigente de la libertad.

Daniel Barret

Anarquía y petardos: ni rima ni desafinación

Daniel Barret

Una vez más la incomprensión lectora y la ignorancia campean a sus anchas en la prensa “grande” al dar cuenta de informaciones sobre el movimiento anarquista. La Segunda de Chile acaba de brindarnos un nuevo ejemplo en su edición del miércoles 26 de marzo bajo el título “Ecos de congreso anarquista chileno”, en el que se toma como referencia un trabajo de mi autoría que apareciera en el Nº 52 de El Libertario de Caracas y que fuera luego reproducido en diferentes páginas web: “Anarquismo en Chile: un congreso y bastante más”; artículo que comenzó haciendo referencia al Congreso de Hermenéutica Libertaria celebrado

65 El nombre de aquella agrupación de libertarios cerrenses recordaba desenfadada y orgullosamente la memoria de un anarquista catalán, militante del sindicato del vidrio en Barcelona, participante en la expropiación del Cambio Messina, preso durante más de 20 años en las cárceles uruguayas y muerto como un humilde “canillita” en las calles de su barrio de adopción, el Cerro. Por otra parte, cabe informar a los lectores no uruguayos que “canillita” es la expresión popular que designa a los vendedores callejeros de diarios y revistas.

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en la Usach los días 6 y 7 de diciembre pasados e intentó luego realizar un muy somero y provisorio repaso de algunos rasgos del movimiento libertario en la región central del país andino.

El despreocupado cronista de La Segunda comienza diciéndonos que, si bien “pasó inadvertido”, ya “comienzan a aparecer los comentarios del primer cónclave anarquista realizado en Chile”. Ubicado en un lugar del universo desde el cual carece de importancia todo aquello de lo cual no se ha percatado en el momento de su ocurrencia, el sesudo periodista nos hace saber desde un principio que ahora sí, luego que él se hubiera enterado, ha llegado el momento de ocuparse de tanta nimiedad. Y, pudiendo haber elegido entre unas cuantas formas igualmente pésimas de presentar el asunto, nuestro hombre se las ingenió para seleccionar una de las peores y es así que califica al evento de “primer cónclave”. Como debería ser obvio para cualquier observador atento, los anarquistas no pudieron realizar un cónclave, nunca realizaron uno y es seguro que jamás se les ocurrirá en el futuro realizar algo que tan siquiera se le parezca. Esto es así -y no caben dos opiniones al respecto- por cuanto los cónclaves se constituyen en instancias específicas de reunión y toma de decisiones; precisamente aquellas que son propias del consejo cardenalicio de la iglesia católica y tienen por cometido la elección de quien oficiará de allí en más como sumo pontífice. En la Usach, mientras tanto, ningún cardenal se dignó a hacer acto de presencia, no se tomó decisión sobre tópico de especie alguna y mucho menos se eligió un papa. No hubo cónclave pues, ni siquiera en un sentido figurado: sobre todo si tenemos en cuenta que tal expresión deriva del venerable latín cum clave -bajo llave- mientras que la instancia de reflexión académica de la Usach fue enteramente abierta y pudo contar incluso con la presencia del cronista de La Segunda si así se le hubiera antojado en su momento.

Lejos de agotarse con este exabrupto, nuestro cronista, empeñado en demostrar que no sabe absolutamente nada del tema que ha resuelto tratar tan apresuradamente, continúa con un aguacero después del diluvio y le “informa” a sus lectores que el evento fue “organizado por estudiantes de (la Usach) y de la Universidad de Chile” y que a él “asistieron representantes de variados grupos”. Vaya uno a saber de qué fuente extrajo nuestro escriba el “dato” de que estudiantes de la Universidad de Chile participaron en la organización del Congreso de Hermenéutica Libertaria o cuáles son sus aviesas intenciones al traer a colación algo que no ocurrió: tal vez no se trate más que de un albur periodístico destinado a convencer a sus empleadores de que realizó alguna investigación al respecto. Pero lo que sí resulta menos digerible es que nuestro inspirado lenguaraz aluda a la asistencia de “representantes de variados grupos”. ¡Pues, no! No asistió ningún representante de ningún grupo; y no sólo porque los participantes lo fueron a título individual -nuestro periodista mismo pudo haberlo hecho, tal como lo hemos señalado- sino porque el pensamiento anarquista es, entre muchas otras cosas, una impugnación a fondo del concepto de representación; algo que el cronista ni siquiera se molestó en averiguar.

Nuestro hombre recurre luego a una frase que pertenece al artículo publicado en el Nº 52 de El Libertario -aunque sólo después de someterla a su implacable tijera- para decir que aquellos “representantes” que a nadie representaron debatieron acerca de las razones por las cuales el anarquismo se ha convertido en motivo de interés para los organismos represivos del Estado y también para la izquierda institucional. Y su amputación tiene sentido, pues la frase en cuestión comenzaba aludiendo al interés de la prensa “grande” chilena: algo de lo cual, precisamente, el adefesio que ha perpetrado el periodista de La Segunda no es más que una magnífica ilustración. Adicionalmente, cabe plantear la salvedad de que mi artículo original no hacía ninguna referencia al interés por el anarquismo sino por los “grupos anarquistas”. En ningún momento atravesó mi mente la idea de atribuir el más mínimo interés en una reflexión teórico-ideológica sobre el anarquismo a la izquierda institucional o a la prensa “grande” y mucho menos todavía a los organismos represivos del Estado. Cada cual en lo suyo: los grupos anarquistas son un estorbo para la izquierda institucional, un elemento más del tratamiento espectacular del que la prensa “grande” hace uso y abuso y una fuente de trabajo para las instituciones represivas. De ahí a comprender cuál es el cuerpo de conceptos y de prácticas que informa a tales grupos hay un abismo infranqueable. Pero, en el mejor de los casos, y aun suponiendo benévolamente que todo ello fuera de otro modo ¡ni siquiera eso fue lo que se discutió!

Afortunadamente, un instante después, nuestro cronista parece dispuesto a enmendar su propia plana y cita en forma parcial el artículo que ha tomado como base informativa y reconoce por primera vez algo que estuvo realmente vinculado con el Congreso de Hermenéutica Libertaria. Si se me permite la inmodestia y el juego de palabras que resultará, prescindiré de realizar una cita del citante que recortó la cita original y me citaré a mí mismo: “las ponencias en sí abarcaron, con las diversidades y originalidades del caso, buena parte de la temática que los ácratas suelen frecuentar en este tipo de eventos: la situación del movimiento en Chile y en América Latina, la relectura de los clásicos, la investigación histórica, la formulación de ciertos problemas teóricos, las características y los fundamentos de una economía autogestionaria, el rescate de los aportes femeninos, la reflexión sobre las modalidades comunicativas, la pedagogía libertaria, los enfoques anarquistas en literatura y artes visuales, etc.” De eso fue que trató el Congreso a través de las ponencias presentadas tanto como de las discusiones subsiguientes y de nada más.

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Pero, claro, nada de esto es “noticia” ni merece que La Segunda muestre por el asunto el menor interés. Es así que nuestro cronista debe ingeniárselas para captar de otro modo la atención y, en intrépida pirueta cuyas razones permanecerán ajenas a cualquier explicación visible, dice que yo dije aunque no lo haya dicho que hay dos corrientes: una dedicada a la teoría y otra abocada a la acción. Evidentemente, los matices le son indiferentes a un periodista tan agudo y con tamaña capacidad de síntesis, y en ningún momento llega a reportarse que lo que mi artículo intenta hacer no es presentar “corrientes” -que ignoro si las hay con el grado de precisión que se me atribuye- sino “descifrar la infraestructura de las polémicas” habidas en el Congreso a efectos de localizar “la trama de controversias al interior del movimiento anarquista chileno”; por lo menos, agrego ahora, en la región central del país. Ergo: no estoy hablando de corrientes establecidas sino de polémicas: sean éstas enteramente manifiestas o sutilmente latentes. Lo único que ha hecho mi artículo a título interpretativo personal es situar algunos puntos de discusión -ni siquiera la mayoría de los que pudieran establecerse, pero sí más de los que el cronista se ha dignado reconocer pronto y mal- y tratar de asociar a algunas agrupaciones más o menos inclinadas en un sentido o en otro en cada uno de esos puntos. De corrientes, pues ¡nada por aquí y nada por allá!

Nuestro cronista no acertó una sola vez y su reseña del Congreso estuvo cerca de contar con tantos errores como renglones: no hubo “cónclave” ni “representantes” ni “corrientes”; no se discutió lo que él dice que se discutió y se equivocó incluso a la hora de establecer quiénes habían sido los organizadores del evento; y, para su fortuna, se limitó a decir en qué mes se realizó el encuentro sin arriesgar los días, en cuyo caso seguramente le habría errado de semana. Pero, finalmente, se sale con la suya, pues su único interés queda satisfecho al mostrar la hilacha ya sobre el final, señalando el elemento espectacular que a él le interesa poner de relieve: hay grupos “derechamente violentos” y dedicados a “colocar bombas”, nos dice; lo cual, señalado sin solución de continuidad inmediatamente después de los grupos a los que califiqué de “informales”, parecería constituirse casi en una invitación represiva a la que los Carabineros son tan afectos. En tal sentido, he de aclararle ahora al cronista, dado que no entiende muy bien a qué se refiere el vocablo, que la “acción” más “violenta” que pude presenciar en una okupa fue el hecho de plantar árboles: algo que sin duda contribuye al embellecimiento de un espacio comunitario y también es un gesto de enfrentamiento al calentamiento global.

Pero pasemos ya mismo a lo que es el fondo y la rúbrica del asunto para nuestro agudo mandarín. He aquí, resumido y en su exuberante simplicidad, el mensaje secular de intención criminalizadora: los anarquistas son individuos violentos por naturaleza y la práctica que los distinguió y todavía los distingue es la de “colocar bombas”. Incluso, es de suponer que si el periodista hubiera sido un poco más culto tal vez habría convocado en su auxilio los “conocimientos” acumulados en su momento por la frenología en el campo de la antropología física y por Cesare Lombroso en el ámbito del derecho penal para establecer una relación de perfecta correspondencia entre los anarquistas y los supuestos prototipos delincuenciales. Pero no lo es y por lo tanto se limita a obsequiar a sus lectores con un reporte policial que quiere tener la apariencia de una reflexión política en profundidad. No obstante, el tema de la relación entre la anarquía y los explosivos es trillado y tiene ya bastante más de un siglo de instalación en los recovecos más reaccionarios y desinformados de ese fenómeno al que algunos conocen y designan como “opinión pública”. Por supuesto que dicha relación ha merecido refutaciones que seguramente son del orden de los millares, una vez sumados todos los tiempos y todos los lugares; y, sin embargo, a pesar de ello, cada tanto se hace necesario volver sobre el asunto. Ésta parece ser una buena oportunidad y así lo haremos también en esta ocasión.

Comencemos por un reconocimiento: el movimiento anarquista ha cometido a lo largo de su peripecia revolucionaria diferentes actos de violencia y lo ha hecho a través de sus organizaciones más amplias, de pequeños grupos o de individuos aislados; algo que sería absurdo desconocer y negar. Sin embargo, esta vinculación no debe ser confundida en absoluto con una relación orgánica, excluyente e indefectible. La comprensión nuclear del pensamiento y las prácticas anarquistas sólo es posible si se los asocia con una crítica radical del poder y con una ética intransigente de la libertad. En ese contexto, la violencia, cuando circunstancialmente hace acto de presencia, sólo puede concebirse como reactiva, y su aparición no se da bajo la forma de una apología inevitable sino como último recurso frente a las exacciones y abusos del poder y en tanto afirmación rebelde de una posibilidad libertaria; o -Malatesta dixit- en cuanto legítima defensa. No ha habido en torno al asunto un placer morboso ni una compulsión sin freno sino apenas un conjunto más o menos extendido de gestos de alzamiento frente a la violencia -esa sí, institucional y permanente- que representan los ejercicios y las estrategias de poder, los privilegios insultantes y las dominaciones sin límite. Detrás de las manifestaciones anarquistas de violencia no podrá encontrarse otra cosa que la mueca insurrecta de los débiles sin remedio y jamás la arrogancia opresora de quienes cuentan detrás suyo con todos los recursos del Estado.

Tal vez nadie lo haya expresado mejor que Rafael Barrett, un siglo atrás. Allí nos cuenta su visión de un

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desamparado nocturno, revolviendo con sus manos en procura de comida las latas de basura y encontrando “una carnaza a medio quemar, a medio mascar, manchada con la saliva de algún perro”. Barrett ve al hombre alejarse y cree adivinar que “su apetito no esperaba…” Es entonces que su propio ser se agita y se revuelve: “Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira implacable subir a mis sienes, morder mis brazos. Sentí que la única manera de ser bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar la sangre de los odres podridos. Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto anarquista y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano”. Lo que Barrett recrea en trazos vibrantes y conmovedores es el estremecimiento frente a las injusticias sin cuento; el revulsivo indignado y levantisco frente a “la infamia de la especie”. Pero, incluso así, el propio Barrett lo vive como una tensión desgarradora y matiza en otro lugar sus propias opiniones: “La violencia homicida del anarquista es mala; es un salvaje espasmo inútil, mas el espíritu que lo engendra es un rayo valeroso de verdad”. Y plasma así el drama de la respuesta anárquica que veremos repetirse una y otra vez.

Repásense uno a uno y con rigor histórico los episodios de violencia a que pudo asociarse el movimiento anarquista y se constatará que siempre la “iniciativa” ha corrido por cuenta de los dispositivos de poder y dominación. El grupo Los Solidarios de Durruti, Ascaso, García Oliver y compañía se formó en 1923, luego del asesinato de Salvador Seguí y de que los matones de Martínez Anido en Barcelona sembraran el terror en las filas anarcosindicalistas. ¿Quiénes fueron las “víctimas” de Simón Radowitzky, de Kurt Wilkens o de Antonio Ramón? ¿acaso no se trató de Ramón Lorenzo Falcón, de Héctor Varela y de Roberto Silva Renard? ¿no fueron éstos los responsables militares de las matanzas de trabajadores habidas en Buenos Aires durante la Semana Trágica, en la “Patagonia rebelde” o en la escuela de Santa María de Iquique, respectivamente? Trasladado el dilema al Chile actual: ¿cabe rasgarse las vestiduras y derramar lágrimas de cocodrilo como hace el cronista de La Segunda frente a esos anarquistas cuya marca de fábrica, según él, no consiste en otra cosa que en “colocar bombas”? ¿cabe hacerlo cuando bien sabemos todos que fueron los “santos inocentes” y los “guardianes del orden” quienes mataron a Claudia López Benaiges o a Alex Lemún o a Rodrigo Cisternas o a Matías Catrileo o a Johnny Cariqueo Yáñez apenas ayer?

Pero, no: no perdamos demasiado el tiempo atribuyéndole al ignoto periodista de La Segunda razones “pacifistas” y moralizadoras que no tiene. Lo suyo no es más que el fariseísmo de todos los tiempos ocultando detrás de sus palabras su verdadera intención. ¿Cómo puede estar genuinamente interesado en el tema de la violencia quien sólo es capaz de hacer énfasis en una de sus aristas más insignificantes?: ¿se puso este cronista a pensar alguna vez que toda la “potencia explosiva” que pudieron haber usado los anarquistas a lo largo de la historia y en el mundo entero no es más que una fracción ínfima y ridícula de la que dejaron caer los Estados Unidos en una sola noche de bombardeo sobre Bagdad? ¿podrá percatarse nuestro escriba de que los episodios en que estuvieron vinculados los anarquistas no hicieron gala de misiles teledirigidos sino que en ellos quedaron comprometidos sus cuerpos y su ética personal? Una vez más, no; para este tipo de personajes sin escrúpulos ni conocimientos ni sensibilidad no es éste el tema real: lo que se condena en los anarquistas no es la violencia sino haber trascendido las denuncias y las conferencias llevando la desobediencia, la indisciplina y la capacidad de revuelta hasta ese punto. Lo que se condena es precisamente el hecho de tenerse en pie y de andar a partir de una crítica radical del poder y de una ética intransigente de la libertad; y, para colmo, de hacerlo hasta las últimas consecuencias.

Pero en ese camino no hay recetas sino problemas; no hay recorridos arbitrados sino contextos y devenires. Quien confunde la existencia de polémicas y las traduce como corrientes de interés policial no puede estar en condiciones de avizorar disyuntivas y dilemas, de otear dramas y devaneos. En principio, el ejercicio de la violencia no es más que un tema a resolver. Habrá que repensar nuestra larga travesía histórica y nuestro presente en un tiempo que ya no es el de un siglo atrás; habrá que hincar el diente sobre nuestros objetivos y nuestras realidades y crispar el músculo sobre nuestras rabias y nuestros dolores. Se trata de reflexionar con seriedad y pasión y seguramente lo haremos. Pero el mandarín de La Segunda debería haber extraído de todo esto al menos una lección y es que del resultado de tales reflexiones no habrá de enterarse ni en los pasillos de la Usach ni en una página web ni a través de un artículo mío. Para enterarse realmente tendrá que desprenderse de sus tontos prejuicios, recorrer los zaquizamíes perdularios y aprender los argots del suburbio. Mientras tanto, en todo cuanto le interesa a propósito del tema, no puede esperar de mi parte ni instigaciones ni condenas, ni rima ni desafinación.

Daniel Barret

Referencia: “Ecos de congreso anarquista chileno”; publicado en la edición digital de La Segunda de Santiago, fechado el miércoles 26 de marzo de 2008 (http://www.segunda.cl./modulos/catalogo/Paginas/2008/03/26/LUCSGTO06SG2603.htm?idnoticia=CT8SL1C320080326)

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ANARQUISMO EN CHILE:UN CONGRESO Y BASTANTE MÁS

Daniel Barret

El Congreso de Hermenéutica Libertaria celebrado en la Universidad de Santiago de Chile (Usach) los días 6 y 7 de diciembre de 2007 era sin duda una buena oportunidad para conocer de cerca el panorama del movimiento anarquista chileno; un movimiento minoritario pero pujante, con sus problemas y altibajos propios y no obstante con posibilidades ciertas de desarrollo inmediato. Un atractivo adicional lo constituía el hecho de que muy poco tiempo atrás los grupos anarquistas comenzaron a constituir motivo de interés para la prensa grande local[1], para los organismos represivos del Estado[2] e incluso para esa izquierda institucional y coqueta a la que le disgustan sobremanera aquellos “desbordes” e “indisciplinas” que están fuera de su control.[3] En el Congreso no hubo “hermenéutica” en sentido estricto pero su sola realización en los sobrios espacios de la Escuela de Periodismo de la Usach es un elemento empírico más de confirmación de la acogida progresiva que la temática anarquista viene recibiendo en ámbitos académicos de distintos países latinoamericanos; una acogida instrumentada en este caso por un entusiasta grupo de estudiantes que aprobaron su primer test organizativo con encomiables calificaciones. Pero, claro, si bien la estructura del evento y la dinámica de desarrollo del mismo intentaron ser diseñadas inicialmente de acuerdo a cierto modelo implícitamente impuesto por la academia, era obvio en casi cualquier cálculo previo que todo ello habría de ser excedido con tanta premura como convicción. De tal modo, no sólo cabrá prestarle atención a la temática abordada desde su formato académico sino también y quizás sobre todo a aquella otra que es posible deducir a partir de los emergentes que jalonaron los debates subsiguientes. El Congreso de marras, por lo tanto, no podrá ser reducido a las ponencias presentadas sino que su significación última o principal radica en los espacios de reflexión que permitió reimpulsar: algo en lo que la academia acaba perdiendo su margen de protagonismo inicial y cediendo tales relevancias al movimiento anarquista propiamente dicho y a sus escenarios naturales y reiterados de lucha.

Digamos, sin entrar en detalles de engorrosa enumeración, que las ponencias en sí abarcaron, con las diversidades y originalidades del caso, buena parte de la temática que los ácratas suelen frecuentar en este tipo de eventos:[4] la situación del movimiento en Chile y en América Latina, la relectura de los clásicos, la investigación histórica[5], la formulación de ciertos problemas teóricos, las características y los fundamentos de una economía autogestionaria, el rescate de los aportes femeninos, la reflexión sobre las modalidades comunicativas, la pedagogía libertaria, los enfoques anarquistas en literatura y artes visuales, etc. Un elemento novedoso estuvo constituido por dos ponencias orientadas a dejar planteados algunos puntos de convergencia con el pensamiento anarquista desde las visiones humanista y cristiana.[6] Se trató, en suma, de una temática rica y nutrida que dejó en el tapete numerosas áreas de preocupación y elaboración ulterior. De nuestra parte, si tuviéramos que seleccionar y destacar algún aspecto en particular, no tendríamos duda en dejar asentada la grata sorpresa que produce encontrarse con un movimiento abrumadoramente joven y que, no obstante, se muestra ya en condiciones de librar en un buen nivel de profundidad las discusiones que el movimiento está imperiosamente necesitado de dar.Esas discusiones fueron precisamente las encargadas de darle al Congreso un ánimo y una temperatura que las exposiciones por sí mismas no estaban en condiciones de brindar. Sin embargo, no es posible ofrecer una versión taquigráfica de tales discusiones ni tampoco parece demasiado interesante tan siquiera resumirlas ponencia por ponencia; algo de lo cual los organizadores del evento seguramente se habrán de ocupar. Lo que sí nos parece de mayor trascendencia es descifrar la infraestructura de las polémicas puesto que en ella subyace efectivamente la trama de controversias al interior del movimiento anarquista chileno. De tal modo, hacemos ahora formal acto de abandono del Congreso mismo para intentar una radiografía muy pero muy gruesa del panorama que caracteriza a la fecunda constelación de agrupaciones actuantes en ese medio. No debería llamar la atención la constatación inmediata de que el modelo de organización a construir y sus prácticas distintivas es uno de los principales puntos de desencuentro. En cierto modo, puede decirse que dicho desencuentro remite, en los años inmediatamente anteriores, a la experiencia del Congreso de Unificación Anarco Comunista; un prematuro intento de convergencia de dicha corriente que cerró su ciclo en el año 2003 y del cual sólo sobreviven sus esquirlas. De ese mismo año 2003 data la separación entre la Organización Comunista Libertaria (OCL) y la Corriente Revolución Anarquista (CRA), agregándose en el año 2005 la escisión del Frente Anarquista Organizado (FAO); dicho esto de tal modo sólo para mencionar los fragmentos que mantuvieron una presencia colectiva.

De tales grupos, la OCL parece ser el que cuenta con un perfil más definido y una organización más

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compacta, pero son precisamente dichos atributos los que forman a su alrededor una separación cierta con el resto de las agrupaciones libertarias. A tal punto es así que su discurso se aproxima más al de la izquierda revolucionaria latinoamericana de los años 60 y 70 que al propio de los nucleamientos anarquistas de nuestros días. Por lo pronto, se conciben a sí mismos como un “partido” que ubica entre sus cometidos “la alfabetización política de las bases sociales en torno a la comprensión de la totalidad”, con la misión de “orientar, conducir y educar”, cuyo papel es “irremplazable en el actual orden de cosas” y que “debe apuntar en la etapa a elevar los niveles de desarrollo de conciencia para que la implementación del poder popular sea real”. Para mayores similitudes con la izquierda setentista, el “partido” también levanta “la bandera de la lucha soberana y popular de liberación, contra el imperialismo y sus aliados”.[7] Afirmación esta última retocada algunos días después haciendo referencia en este caso a “la lucha soberana y popular de liberación contra nuestro enemigo común, el imperialismo y el Estado de Chile”[8]; aunque ahora nos deja sin saber -en el plano específicamente teórico y previo establecimiento de una relación de igualdad- si el Estado chileno es percibido meramente como un “aliado” del “imperialismo” o si también se lo considera una agencia de dominación con estatuto propio.

La sintonía anárquica de las otras dos agrupaciones mencionadas es obviamente mayor. Ahora no se trata de “alfabetizar” a nadie y una frase distinta es la que puede resumir su posicionamiento: “Queremos hacer la Revolución Social en Chile (y), para lograrlo, necesitamos potenciar un movimiento popular real, activo y crítico frente a las condiciones injustas que caracterizan al capitalismo. Un movimiento popular que se construye con el esfuerzo y el interés de trabajadores y trabajadoras, pobladores y pobladoras, estudiantes, cesantes, indígenas, jóvenes, niños y niñas de la clase explotada y oprimida”. Asimismo, la CRA desdeña adoptar la ambigua consigna de “poder popular”; la que, sin perjuicio de los contenidos definicionales libertarios que se le quiera dar, parece pensada más en tanto probable espacio de encuentro con otras corrientes que como expresiva de una finalidad anarquista.[9] De igual modo, la escisión del FAO también parece un intento por recuperar algunos elementos anárquicos que la OCL fue dejando por el camino: concretamente, la necesidad de promover una campaña abstencionista en las elecciones del año 2005 y de animar una metodología libertaria cabal en la vida orgánica.[10]

Pero, por supuesto, estos no son ni por asomo los únicos debates realmente existentes. ¿La teoría o la acción? ¿la formación de ideas o la propaganda por los hechos? Naturalmente que tales cosas son perfectamente congeniables, pero los énfasis momentáneos bien pueden establecer más de una separación. Por lo pronto parecería existir al respecto una diferencia latente pero todavía fraternal, por ejemplo entre quienes se muestran más inclinados a la reflexión y a la elaboración teóricas y aquellos que privilegian la agitación y el enfrentamiento inmediatos. La expresión más clara de la primera opción está constituida por las intersecciones entre la librería-biblioteca Emma Goldman y quienes procuran revitalizar el Instituto de Estudios Anarquistas. Del otro lado se encuentran los grupos a los que cabría calificar de “informales”, entre los cuales destacan okupas como el Ateneo Libertario, Sacco y Vanzetti o Tiao Yungay, publicaciones como Acción Directa, Sinapsis y Pólvora Negra o grupos estudiantiles como el Columna Negra de la zona de Valparaíso y Viña del Mar. Es probable -pero no seguro- que en este caso planee como tema a dilucidar el ejercicio, el tono y la gravitación que asuma la violencia callejera; una diferencia que probablemente sea más aguda con grupos como las Fuerzas Autonómicas y Destructivas León Czolgoscz o la Federación Revuelta Sección Antipolicial Antonio Román Román,[11] que ya cuentan en su haber con episodios clandestinos y nocturnales.

Podría decirse que otro gran tema está constituído en torno al arraigo en los movimientos populares de base. Así, con claras preferencias en tal sentido, podemos encontrar a la Sociedad de Resistencia de Penco afín a la AIT, Construcción Obrera de Santiago y quizás también el boletín Agitación[12], volcados fundamentalmente hacia el medio sindical; al Frente de Estudiantes Libertarios, con presencia cierta en los ambientes universitarios públicos y privados de Santiago y de Concepción; al grupo Ni Casco ni Uniforme, vinculado a las movilizaciones contra el servicio militar; a Mujeres Creativas, ligado a redes feministas chilenas e internacionales al tiempo que ha producido trabajos de recreación histórica en su área específica; y, en fin, también a aquellos espacios de actuación fundamentalmente orientados a las labores en las llamadas “poblaciones”, donde agrupaciones o individuos anarquistas animan radios comunitarias, periódicos e instancias varias de organización social.

Si bien todo este panorama es rico de por sí, es importante aclarar que las asociaciones que hemos hecho entre algunas de las agrupaciones y sus correspondientes signos de distinción sólo cubren una parte muy limitada de la geografía chilena y a lo ya señalado habría que agregar las presencias constatables por lo menos en ciudades como Temuco, La Serena, Copiapó, Antofagasta, Iquique, Arica y Puerto Montt así como -entre aquellos rasgos que no hemos mencionado todavía- la atención solidaria que se le presta a la problemática del pueblo mapuche, las experiencias en el ámbito de la contra-información o las acciones en el campo contracultural. Varias decenas de agrupaciones anarquistas ejemplifican y protagonizan aquí y allá un movimiento de ebullición relativamente reciente que tiene todavía muchos problemas para resolver y

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muchas definiciones por adoptar. Ahora bien: ¿debemos lamentarnos de tanta dispersión o simplemente celebrarla como tal? ¿habrá que execrarla o asignarle el papel que puede estar cumpliendo sin que nos percatemos inmediatamente de ello? En principio, parecería que los distintos agrupamientos responden -además, lógicamente, de la proximidad territorial- a diferentes prioridades y a las afinidades que éstas permiten concitar. Ni la organización ni la elaboración teórica ni la agitación ni el enfrentamiento ni el arraigo son temas menores o triviales desde una lógica anarquista y tampoco debería concebírselos como recíprocamente excluyentes: de hecho, cualquier proyecto de trabajo libertario inmediato o de largo plazo tendría que estar en condiciones de compaginarlos sin traumatismo alguno. En principio, es claro que la dispersión reconocible -en Chile como en cualquier otro país de América Latina- no es más que la forma espontánea que el movimiento ha sabido darse para afrontar un abanico de tareas que ninguna organización pretendidamente autosuficiente está en condiciones de cubrir razonablemente y con ponderación. De tal modo, la dispersión no constituye un problema sino que éste hace su aparición escénica en tanto tal desde el momento en que la misma comienza a traducirse en un revoltijo de rivalidades irreductibles o bien en el intento por “resolverla” a partir de un discurso y una práctica hegemónicos y excluyentes.

Sin embargo, no se trata tampoco de rendirle culto a la dispersión extrema y permanente sino de valorarla cuando es tierra fértil y de corregirla en el momento mismo en que se transforma en síntoma de rencilla sobrante y de evitable debilidad. En el caso chileno, daría la impresión que estamos todavía en ese tramo augural en el que la dispersión de agrupaciones y experiencias es un elemento de enriquecimiento y una actitud tácita que permite cubrir espacios que seguramente no serían cubiertos desde un centro político omnisciente y reductor. Mientras tanto, la dispersión permite y habilita encuentros múltiples y el establecimiento de redes parciales y de circunstancia que van potenciando a algunos segmentos del movimiento y dotándolo de una mayor amplitud de miras. No es casual, por lo pronto, que los días 22 y 23 de diciembre se realizaran jornadas conmemorativas del centenario de la matanza en Santa María de Iquique y que en su organización hubieran coincidido diversos colectivos: el Centro Social Ocupado y Biblioteca Sacco y Vanzetti, las Ediciones Acción Directa, el Espacio Comunitario y Libreria Anarquista Emma Goldman, el fanzine Zona Temporalmente Autonoma, la Productora de Comunicación Social Sin(A)psis, el periódico Agitación, el colectivo de Difusión Libertaria Usa Tu Inteligencia e Individualidades Anarquista Atenienses.[13] Sin duda que este tipo de cosas, en su proliferación y en su perseverancia, constituyen pasos ciertos en el sentido de coordinaciones más profundas que las actuales.[14] Pero ésta es una decisión que ya no le corresponde a los viajeros sino a los compañeros chilenos mismos.

[1] El periódico La Nación, por ejemplo, intentó realizar una semblanza del tema en su edición del 7 de mayo de 2006, en artículo que llevó el sugestivo título de “La resurrección de los grupos anarquistas y libertarios”. [2] Inmediatamente después de los incidentes habidos en las movilizaciones del 11 de setiembre de 2006, se desarrollaron algunos operativos que apuntaron directamente sobre grupos anarquistas. Véase, entre otras transcripciones de prensa, “Se inicia operación represiva en Chile. Detenidos 6 anarquistas”, radicado en http://clajadep.lahaine.org/articulo.php?p=7760&more=1&c=1. [3] Vid. “La juventud comunista chilena afirmó que se armará para enfrentar a los... anarquistas(?!) en las futuras marchas” en http://www.alasbarricadas.org/noticias/?q=node/3510. [4] El programa, tal como estaba previsto en el comienzo del Congreso, puede encontrarse en http://congresolibertario.files.wordpress.com/2007/12/programacongreso.pdf. Sin embargo, el mismo sufrió luego ligeras modificaciones; sea por ausencia o incorporación imprevista de participantes así como también porque algunos de los ponentes del segundo día resolvieron modificar sus exposiciones al calor de las discusiones de la jornada inaugural. [5] La que, en esta circunstancia, estuvo obviamente centrada en el centenario de la matanza de la escuela de Santa María de Iquique, ocurrida en 1907; acontecimiento que, en buena medida, obró también como “excusa” para la realización del Congreso. [6] La segunda ponencia finalmente no se produjo, pero cabe decir que la misma tenía el soporte orgánico del llamado Colectivo Cristiano Esperanza Libertaria. [7] Todas las citas fueron extraídas de “Organización Comunista Libertaria: Análisis de Coyuntura - Diciembre 2007” recogido en A-Infos: http://www.ainfos.ca/ca/ainfos09460.html; subrayados nuestros. Cabe aclarar que el carácter prioritariamente anti-imperialista de las luchas sociales y políticas era típico de la

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izquierda latinoamericana de los años 60 y 70, delatando así su incapacidad para aquilatar a plenitud las derivaciones concretas y específicas de una entera trama de poder. [8] En “Declaración y convocatorias ante el asesinato de Matías Catrileo”, recogido en A-Infos: http://www.ainfos.ca/ca/ainfos09522.html; subrayado nuestro. [9] Textualmente se dice: “Ni poder privado ni popular….¡A construir autogestión!” El artículo se denomina “Mucho ruido y poca claridad en la propuesta” y puede encontrarse en la página http://www.revolucionanarquista.cl/documentos1.htm. [10] La polémica correspondiente tuvo lugar, que sepamos, por lo menos en un foro de Indymedia. Vid., al respecto, http://valparaiso.indymedia.org/news/2005/07/3886_comment.php. [11] Las Fuerzas León Czolgoscz se atribuyeron la explosión de un artefacto el 18 de enero de 2006 en las proximidades de la Agencia Nacional de Inteligencia y la Sección Antipolicial Antonio Román Román se responsabilizó por el ataque realizado en la madrugada del 20 de diciembre pasado contra la 18ª Comisaría de Carabineros. [12] Es bien poco lo que pudimos recabar sobre este grupo en particular y no podemos manejar otra cosa que supuestos, pero nos inclinamos a asignarle esta ubicación a partir de su invocación a una “editorial proletaria”. [13] Para más detalles sobre el tema, véase http://www.traidores.org/emma/. [14] Otro ejemplo de colaboración más estrecha entre agrupaciones libertarias radicadas en distintos puntos de la geografía chilena puede encontrarse en torno a la distribución de la revista Acción Directa. Véase, al respecto, la información contenida en http://www.fotolog.com/accion__directa.