Boletín 50 Libélula Libros
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―Cansancio, languidez, fragi-
lidad. Como cuando las
pilas se agotan y la linterna
sólo parpadea‖, escribió en
su diario Sándor Márai el 20
de enero de 1984, pocos
días después perdió la vi-
sión por un ojo, mientras
que el otro comenzaba a
cansarse y a ver borroso:
―Lo único que lamento es
que cuando se acabe, se
habrán acabado también
las lecturas; no echaré de menos nada más‖,
escribió entonces. Luego presencia y padece el
deterioro creciente de L., su compañera por más
de sesenta y dos años, a quien apenas puede
observar en su cama mientras descansa y mue-
re lentamente: ―sigue siendo tan guapa a los
ochenta y siete años como lo fue de joven; de
otro modo, pero sigue siendo guapa. No sé hasta
cuándo me aguantará el cuerpo, pero quiero estar
con ella hasta el último momento, ayudarla y cui-
darla‖. L. murió el 4 de enero de 1986, precedida
de Gábor y seguida por Kató y Géza, hermanos de
Márai, y de János su hijo adoptivo. En el término
de un año el escritor se queda solo, hastiado de la
literatura, que percibe ahora como mero
―pavoneo, presunción y exhibición‖,
―malabarismos artificiosos, vanidad por todas
partes‖. Sólo le quedan entonces la lectura, la
añoranza de L., y el plan que ha trazado tiempo
atrás, pero que ha venido meditando y posponien-
do a pesar de la furia que lo inunda con ―Dios (si
existe) porque no asistió a L. y … con Dios (si no
existe) porque no existe cuando se necesita su
intervención‖. Plan que finalmente cumple cuan-
do siente que ―ha llegado la hora‖.
Abruman y conmueven estas notas. ¿Si esto no es
literatura entonces que lo es? (pfa)
Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. [email protected] - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO
ISSN 1909-0110
Fecha del boletín
Febrero 28 de 2009.
Volumen 1, nº 50. Libélula
Libros. Boletín Bibliográfico.
NOTAS (pfa)
101 cenas en un momento. Edi-
torial Grijalbo: “Cortar la
carne de cerdo a tiras en di-
agonal. Introducir la harina
y el romero en una bolsa de
plástico, salpimentar y agre-
gar el pollo. Agitar hasta
enharinar bien la carne”.
¿Metacocina?
***
“Es decir, el Librero Estable-
cido hubo de recurrir a cien
argucias para sobrevivir. La
más útil fue la de asumir la
victoria de la imbecilización
y tratar de semejarse. Prac-
ticó cara de tonto frente al
espejo y sólo tuvo diálogo
con algunos, peligrosos co-
mo él, que frecuentaban to-
davía las librerías y no con-
formes con eso adquirían
libros que leían”. Olvidó
Yanover que la cara de imbé-
cil no se pone, se tiene y es el
resultado de un ejercicio
sincero y constante. ¿Una
librería con espejos? No co-
nozco ninguna, aparte de
kitch y de mal gusto, sería
un insulto a ciertos compra-
dores. Que se vean ellos so-
los.
***
En Libélula existe un vano
interno que separa dos espa-
cios, algunos clientes que
recién entran y miran a
través de él creen estar ante
un espejo, aunque no se ven
reflejados. ¿Qué creerán? No
han sido pocos los que han
manifestado tal suposición.
Diarios 1984-1986. Sándor Márai. Salamandra. 2008.
De prodigios y librerías
A pesar del empeño e insistencia con que Caroli-
na requiere a las editoriales y distribuidoras, es
corriente que muchos libros nunca lleguen a Libé-
lula. Algunos incluso nunca llegan a Colombia.
Supondrán los encargados que tal vez esos títulos
no serán vendidos y que entonces deberán repo-
sar en las bodegas sin esperanza alguna.
Tendrán razón en algunos casos, pero la expe-
riencia me permite advertir que son más los títu-
los de esoterismo (incluido el empresarial) o nue-
va era que reposan por años en los estantes, que
los libros de buena literatura o de rigor científico.
No obstante de los primeros traen al país cantida-
des monstruosas. Cada uno verá cómo lleva su
negocio, habrá quienes trabajen esperando que
un golpe de suerte resuelva sus inconvenientes,
pero es claro que este tipo de empresarios no
pueden, ni deben, encargarse del ofrecimiento de
libros que requieren paciencia, tranquilidad, per-
sistencia y confianza. Pero no viene al caso, ni
corresponde, ni es justo, criticar a quien corre el
riesgo, con su propio dinero –asunto extraño en el
mundo cultural–, de intentar hacer leer a los de-
más algún libro o autor en especial. Por supuesto
se escapan títulos y quisiéramos contar con la
misma oferta editorial que gozan argentinos o
españoles, pero eso no será posible mientras
nuestros índices de lectura sean los que conoce-
mos, queda, por tanto, seguir teniendo la esperan-
za de que el sitio donde compramos nuestros li-
bros sea el afortunado de recibir algún ejemplar
de los muy pocos que llegaron a Colombia. La
relación con aquel libro tendrá sin duda otras con-
diciones, al salir con él por la puerta de la librería
sentiremos que algo sobrehumano habrá pasado,
alguien o algo distinto a editor y librero habrá defi-
nido el encuentro. ―Los libros ruedan al azar. Es un
milagro que estén ahí, en el momento‖, dice Ga-
briel Zaid en Los demasiados libros. Un milagro
así sólo es posible para aquel que visita librerías y
se deja llevar sin afán ni motivo por los estantes,
buscando nuevos títulos o simplemente estable-
ciendo relaciones o descubriendo nuevos nombres
e historias; a la espera y vigilante del prodigio.
(pfa)
tantes vitales, fugacidades y desencuen-
tros, por eso emociona encontrar una obra
en la que se presenta de manera generosa
un individuo, tan posible como el mismo
lector. Por otra parte, y tal vez debido tam-
bién a Óscar, puede afirmarse que La ma-
ravillosa vida breve es una novela que
refresca el ambiente literario contemporá-
neo, acudiendo a las más tradicionales
formas literarias.
Es tan innegable la relación existente entre
Óscar Wao y el ya mencionado Ignatius
Reilly, que estoy seguro Junot Díaz la reco-
nocerá, si no es que ya lo ha hecho, como
es indudable también su deuda con las
historias menores que rodearon al régimen
trujillista, narradas con destreza y humor;
pero el asunto de Óscar Wao va más allá,
porque además de dominicano es también
un latino en Estados Unidos y las posibili-
dades tragicómicas que se derivan de tal
condición son múltiples y Díaz sabe apro-
vecharlas. El gordo Óscar es un nerd so-
brehormonado que vive en un mundo de
ciencia ficción, en el que las mujeres son
lo único lejano e imposible, no obstante el
personaje es dulce e inteligente y termina
ganando el afecto del lector, que a pesar
de su pesadez física, lo convierte en un
héroe torpe y querido, tal como lo es Igna-
tius. (pfa)
La maravillosa vida breve de Óscar Wao. Junot Díaz. Mondadori. 2008.
Ignatius Reilly, el pro-
tagonista de La conju-
ra de los necios, y
Óscar Wao, el perso-
naje de La maravillosa
vida breve de Óscar
Wao tienen muchas
cosas en común: gor-
dos, excluidos, incom-
prendidos, y paranoi-
cos en mayor o menor
grado, son formidables
personajes que, gra-
cias a su fuerza y contundencia, no solo se
sienten posibles y hasta cercanos, sino
que también han convertido sus espacios
vitales, es decir, las novelas en las cuales
viven, en formidables obras literarias.
La creación de un personaje memorable
implica una complejidad literaria y creativa
difícil de conjugar. La historia refleja lo
eventual que puede ser esta conjunción.
El personaje creado por el dominicano
Junot Díaz tiene una fuerza vital extraña
en la literatura contemporánea, y esa vir-
tud sin duda merece, tal como ha sucedi-
do, el reconocimiento de la crítica y los
lectores. Sin importar el género nos
hemos acostumbrado a una literatura
desprovista de seres humanos, leemos en
cambio acerca de meras presencias, ins-
Página 2 Volumen 1, nº 50. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Un martini. Este es el
trago con el que se de-
bería acompañar Mi
último suspiro de Luis
Buñuel. Un libro lleno de
vida, de historia, de
encanto y desencanto,
de lucidez y locura.
Buñuel dicta, que no
escribe, esta serie de
recuerdos, que no auto-
biografía, como un abuelo contaría retazos
de su vida, su infancia, sus logros y, sobre
todo, sus amigos. Las anécdotas son in-
creíbles por su inteligencia e inocencia,
como aquella vez que muy serio le pre-
guntó a García Lorca si era maricón. O
cuando decidió ver qué pasa al disparar
un arma en un recinto cerrado y terminó
por volarse una oreja para luego no reco-
mendar el experimento.
Se podría definir a este director con dos
palabras: conservador surrealista. Un
hombre que fue fiel y fieramente anarquis-
ta y surrealista, pero que no podía sopor-
tar que dijeran malas palabras en su pre-
sencia, o que pasó la mitad de su vida
buscando la fórmula del martini perfecto.
Habla de sus películas como si no fueran
suyas, como si se tratara de mirar de
reojo algo que parece familiar pero no es
del todo conocido. Buñuel es encantador
aun si no se han visto sus filmes, es un
ser formidable, lleno de anécdotas y re-
cuerdos.
Hay una cosa sobre las anécdotas, gene-
ralmente las personas no consideran
interesante su vida; lo que construye una
anécdota es la mirada de quien vive con
pasión y hace de los pequeños aconteci-
mientos grandes aventuras y los cuenta
como tal. Así sucede con Buñuel, quien
además relata sus sueños, sus deseos, al
fin y al cabo un surrealista.
Este parece un número monográfico del
Boletín, por alguna razón la mayoría de
los reseñadores, o al menos una parte
representativa de ellos, escogieron libros
o citas autobiográficas o de diarios. Inte-
resante. Aunque nunca deja de ser sospe-
choso que tanta realidad sea tan maravi-
llosa o que tanta mentira pueda interesar-
nos. Son los privilegios de la literatura.
Carlos Augusto Jaramillo—Libélula libros
Mi último suspiro. Luis Buñuel. DeBolsillo.
A la sombra de las hojas Silas Flannery apunta en su Diario: “De los
lectores espero que lean en mis libros algo que
yo no sabía, pero puedo esperármelo sólo de los
que esperan leer algo que ellos no sab-
ían.” (Italo Calvino, Si una noche de invier-
no un viajero, Bruguera 1984, página 181)
Recordé la espléndida fórmula de Flanne-
ry—Calvino cuando repasé la noticia que
di, hace un mes, a mi librero: “entre anoche
y esta mañana, en medio de ruido y calor que
nada podían contra mí pues estaba suspendido
en una suerte de embeleso, acabé Chesil Be-
ach [por Ian McEwan, Anagrama 2008].
Tendré que poner en orden mis ideas, por lo
pronto: creo que la cifra vuelve a estar en Wa-
kefield: Edward quedó convertido en un pa-
ria, pero habrá que convenir en que el amor
devino perdurable por cuenta de su irrealiza-
ción (otra vez Monterroso, pero principalmen-
te Yourcenar en Fuegos: “No hay amor des-
dichado: no se tiene sino lo que no se tiene. No
hay amor feliz: lo que se tiene ya no se tie-
ne.”).”
El apartado del cuento: Wakefield, de Nat-
haniel Hawthorne, de que trato, su final:
dice:
“Entre la aparente confusión de nuestro mis-
terioso mundo, los individuos se hallan tan
definitivamente insertos en un sistema y cada
sistema se encuentra tan estrechamente vin-
culado a otro u otros, y, finalmente, a un total,
que el hecho de salir por un momento de su
sistema expone al hombre al riesgo espantoso
de perder para siempre su lugar propio en el
todo del mundo. De manera semejante a Wa-
kefield, puede fácilmente convertirse, como
éste se transformó en el Apátrida del Univer-
so.” (Premiá editora 1978, páginas 26 y
27).
Así Edward, el protagonista de Chesil Be-
ach, resuelve un incidente escabroso sin
percatarse de que —de ese modo— se
apartaba de su sistema y quedaba conver-
tido en un paria: pero su misma perdición
contenía la perduración del amor: “El
amor es mientras todavía no lo es del to-
do.” (Eduardo Torres—Augusto Monte-
rroso: Lo demás es silencio, Joaquin Mortiz
1979, página 130).
José F. Calle
Libélula libros
Página 3 Volumen 1, nº 50. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Que a uno le toque
cargar con los avatares
de su genealogía es
cosa que no se puede
superar de buenas a
primeras si el apellido
que le tocó es Elano,
Kaká, Verga, Vergatiesa
o Féretro, pero no es
finalmente asunto gra-
ve. Que por culpa de
sus genes se reconozca inútil para algunos
trabajos y que eso cause que muchos de
ellos duren lo que un parpadeo, aunque
conlleve algunos problemas, viene siendo
cosa normal, más aún en medio de esta
mal librada comunidad de gentecita que
justifica sus fechorías en las enaguas de
Locke, Descartes o Kant. Que entre nues-
tros amigos se encuentre un albañil que
tiene tatuada en su pene la alineación
completa del equipo inglés que ganó el
Mundial del 1996; o Zack, uno de los con-
trabandistas vivos más grandes y de mayor
éxito, traficante de sumas de dinero más
grandes que muchos de los PIB de algunos
países medios; o Arthur, un tipo bipolar a
quien no le importa dónde va a parar su
pene siempre y cuando el lugar de destino
tenga suministro sanguíneo; o Hubert, un
ladronzuelo que intenta atracarte después
de que has llegado de un accidente en el
que pierdes no sólo tu auto, sino también
el último peso que te hacia un tipo respeta-
ble, y quien finalmente consigue que lo
poco que a garrotazos has aprendido sobre
filosofía se traduzca en audaces métodos
para robar bancos y sorprender a la siem-
pre astuta autoridad; que entre nuestros
amigos se encuentren estos personajes es
señal de que algo está sucediendo, o de
que Tibor Fischer está escribiendo. Incluso,
que tu mascota se llame Tales y sea la rata
que se comía la única porción de queso que
te quedaba, es cosa que se comprende,
teniendo en cuenta que el nombre fue otor-
gado por un ladrón que está más obsesio-
nado por la publicidad y la filosofía que por
el dinero. Pero llamarse Eddie Féretro, ser
un profesor de filosofía gordo, bajo, calvo,
borracho, feo y drogadicto; ser amigo del
albañil, de Zack, de Arthur y de Hubert; y
tener a Tales como mascota; aunque todo
junto parezca una parodia o una desgracia,
es sólo el comienzo.
No sé si uno de los propósitos de Tibor Fis-
cher sea convencernos de que nunca es
demasiado, de que la vida puede ser más
patética de lo que nuestra cabecita puede
imaginar, pero creo que lo logra, quiéralo o
no. Con Filosofía a mano armada, Fischer
cuenta las peripecias de Eddie Féretro,
profesor de filosofía de Cambridge tras un
viaje no previsto, consecuencia de un suce-
so algo extraño, llega a Francia y después
de masturbar a Gustave, un camionero de-
presivo, tierno y muy apasionado, conoce a
Hubert. Juntos se enlistan en el rentable
oficio del robo de bancos. Por insistencia de
Hubert, quien se encarga de que sus actos
sean tan percibidos como sea posible, se
hacen llamar la banda del pensamiento,
debido, claro está, a sus métodos filosófi-
cos.
Fischer rompe con la idea que uno se hace
sobre la inducción y su utilidad: uno ya em-
pieza a desconfiar de la aparente regulari-
dad de algunas cosas. Lo irregular no es
que te enamores de la cajera del banco que
acabas de atracar, lo irregular es que ella
se enamore de ti y que junto con el dinero
meta en la bolsa una tirita de papel con su
Robo, luego existo. Filosofía a mano armada. Tibor Fischer.
nombre y teléfono. Lo irregular no es que
un profesor tenga serios problemas con un
estudiante, lo irregular es que Parish, el
estudiante, resulte ser dos gemelos, dos
Parish que intentan matarte, planean domi-
nar el mundo y que, para distraerse, no
tienen mejor diversión que cometer incesto
porque, según Parish: ―poca gente tiene la
oportunidad de hacerse el amor a sí mis-
ma.‖ Quizá el problema sea de simples
prejuicios y esa sea también la razón por la
cual la vida nos sorprende aferrados a al-
gunos falsos presupuestos que Fischer se
encarga de demoler:
1. El cerebro es lo importante. Respuesta
de Féretro: la verdadera cabeza es la de
abajo, aquella blanda que oscila en medio
de sus dos hemisferios colgantes, y la otra,
la que tenemos sobre nuestros hombros,
es sólo un fachada.
2. El hombre es un animal racional. Res-
puesta de Féretro: los hombres somos un
mero sistema para mantener con vida un
falo.
El calor real viene de los soles. Respuesta
de Féretro: el calor real viene de porciones
de piel.
Tres cosas recuerdo con deuda de apren-
diz de las peripecias de Eddie Féretro. Pri-
mera: ninguna cantidad de inteligencia te
puede salvar de la estupidez. Segunda:
bien vale la pena explorar cada lugar algu-
na vez, no vaya a ser que pueda uno topar-
se con un cartel llameante de diez metros
que divulgue el secreto de la vida. Tercera:
finalmente, para aquellos que tanto deses-
peraban por saberlo, lo realmente impor-
tante en la vida es atarte pesas a tu pene y
estirarlo hasta que mida cuarenta y cinco
centímetros.
John Alexander Isaza - Libélula libros
Leer un diario es una
especie de muerte
premeditada, sabe-
mos que las páginas
se acabarán y que,
tal vez, aquí o en la
siguiente página, el
anfitrión que nos ha
divertido estrepitosa-
mente, como es el
caso de Renard, mo-
rirá de arteriosclero-
sis un día de mayo de
1910. También es traspasar una intimidad
que no siempre nos estará permitida: con
Renard no es el caso porque supo siempre
de alguna manera que este conjunto de afo-
rismos, ironías, confesiones y recuerdos,
vería la luz del lector algún día. Más que la
luz, la carcajada: ―-Señora- dice una dama
madura para tranquilizar a una joven dama-,
cuando doy a luz es como si hiciera una gran
caca‖[1]. Pero no se queda sólo en ese per-
sonaje que tiene siempre la frasecilla diverti-
da, Renard es más; un padre de familia es-
critor, vagamente exitoso, un fiel lector de
Hugo, un misántropo que escribía cosas co-
mo: ―Uno siempre se equivoca sobre sus
contemporáneos. Así que no los leamos‖, un
irónico de su tiempo y sobre todo del mundi-
llo literario del París de fines del siglo XIX y
comienzos del XX.
John Updike aconsejaba reseñar el libro,
no la reputación; leyendo este Diario es
imposible acatar este consejo; Jules Re-
nard es este conjunto de anotaciones y
estas páginas son su totalidad. Aquí repo-
sa un grande del aforismo y la palabra
justa: ―Cuando me dicen que tengo talen-
to no hace falta que me lo repitan: lo en-
tiendo a la primera.‖
La verdadera librería está escondida y
lejos del alcance del público. El Diario de
Jules Renard no alcanzó a exhibirse en
Libélula. Me quedo con la entrada del 20
de julio de 1898: ―Sé nadar lo justo para
abstenerme de salvar a otros.‖
Tomas D. Rubio C. — Libélula libros
Diario 1887-1910. Jules Renard. DeBolsillo. Edición, traducción y prólogo de Josep Massot e Ignacio Vidal-Folch.
Página 4 Volumen 1, nº 50. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Nuevamente Ruiz Zafón nos deleita con
una novela en donde el protagonista, el
escritor en formación, David Martín, se
encamina a través de una red de suspen-
so y misterio sobrenatural, hacia una situa-
ción inesperada. Después de iniciar con
éxito el escrito por entregas en un diario
de Barcelona de capítulos de una saga
que denomina ―La ciudad de los malditos‖,
Martín comienza por encargo de un editor
desconocido, Andreas Corelli, un extraño y
enigmático personaje, una obra que sea la
génesis de una nueva religión. En cumpli-
miento de este trabajo y del encuentro con
el personaje, situación que además le aca-
rrea una mejora sustancial en su salud
física y en su economía, Martín descubre
que la casa en donde habita había perte-
necido a un prestigioso abogado Marlasca
que cambió su profesión por la de escritor
de una obra religiosa también por encargo,
al parecer por el mismo editor, sin dejar de
ser misteriosa las diferencias de tiempos y
la posible edad de los personajes. En una
especie de déjà vu la trama asocia la vida
de Martín con la de Marlasca, y en la
búsqueda ocurren toda una serie de suce-
sos trágicos que involucran a las personas
cercanas a Marlasca y a Martín, cada una
por separado, pero entrelazadas por la
figura sobrenatural y siniestra del editor. El
ancla en lo terrenal, en este panorama de
embrujo, le corresponde a Isabella, una
adolescente que se convierte en la asisten-
te y mejor amiga de Martín.
En esta novela, Ruiz Zafón sigue refrendan-
do su poderosa e impecable capacidad
narrativa, en la que el suspenso, intriga,
fuerza de los personajes y la red que la
trama va presentando atrapan al lector; a
diferencia de su éxito anterior, La Sombra
del Viento, ahora aparecen mezclados per-
sonajes reales con otros que quedan sus-
pensos en la mente del lector por su esta-
El juego del ángel. Carlos Ruiz Zafón. Planeta. 2008
do misterioso y sobrenatural, tal como
sucede en las primeras novelas de Ruiz, El
Príncipe de la Niebla y el Palacio de la Me-
dia Noche.
Mauricio López González – Libélula libros
Alguien a quien respeto y admiro mucho
citó hace unos días una frase hablando,
entre otras cosas, de literatura: ―la obra
debe defenderse por sí misma… el mundo
de los escritores se está volviendo un jet
set…‖ Al escucharla recordé mis experien-
cias nefastas conociendo escritores, que
por su obra creía seres dulces, apacibles y
amorosos, y que me sorprendieron siendo
todo lo contrario: amargos hombres que
se distancian de su lector de una manera
inapropiada.
Por tal razón considero que lo mejor es
dejar que las obras se defiendan por sí
solas, y si alguna lo hace es la de Julio
Cortázar. En repetidas ocasiones he mani-
festado mi admiración por este escritor a
tal punto de invitar a muchas personas a
leerlo, y ahora que se cumplen 25 años de
su muerte, me siento tranquilo de cono-
cerlo sólo por sus libros, porque así he
logrado ser su amigo, y se ha convertido
en uno más de sus personajes. Realmente
no era muy difícil que lo fuera, basta ver
sus fotos y escuchar sus intervenciones y
fácilmente se da uno cuenta de que se
trataba de un personaje sin tiempo, sus-
pendido por esa magia innombrable de la
literatura.
Cortázar fue la razón de que me enamora-
ra tan locamente de los libros, que encon-
trara el placer que estos silenciosos ami-
gos tienen guardado en sus páginas y que
encontrara un refugio insondable a esta
realidad que nos agobia.
Las fechas y los números no son más que
excusas para recordarnos lo importante que
pueden ser algunas cosas para nosotros,
por ejemplo, este año se celebran 200 años
del nacimiento de Edgar Allan Poe, estamos
en el boletín número 50 y Julio hace 25
años se inmortalizó, por tal motivo, invito
a los que lo han leído, a releerlo, y a los
que no, a leerse aunque sea un cuento, y
que sea nuestro mejor homenaje para
recordarlo, como debe ser, por su obra.
Humberto Posada C. — Libélula libros
25 años de la muerte de Julio Cortázar.
Dibujo de Felipe Calderón
Página 5 Volumen 1, nº 50. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
¿Otra coincidencia
más?, pensé mientras
leía El amigo que no me
salvó la vida de Hervé
Guibert, donde alguien,
cuyo nombre ignoro,
relata cómo durante 3
meses padeció el virus
del SIDA (no sé si es que
al final se vuelve loco o
un santo le hace el mila-
gro de curarlo). Pero esto
no es de lo que quiero
hablar, sino de una coin-
cidencia volcánica: ¿qué
tienen en común Andrés
Caicedo, Michel Foucault
y Guibert? Fuera de res-
ponder que son ―letrados‖, no hay nada más que pueda decirse,
pues todos pertenecen a países distintos por no decir que a
mundos diferentes… Mi respuesta es otra, no sólo coinciden en
las letras sino también en el gusto por el escritor Malcom Lowry y
más específicamente por Bajo el volcán.
La primera coincidencia: estaba leyendo una entrevista realizada
en 1982 a Foucault, quien, respondiendo a la pregunta ―¿qué lee
usted por placer?‖, incluyó entre sus escritores predilectos a
Lowry y como uno de sus libros favoritos Bajo el volcán (cabe
resaltar que fue el único libro que nombró). Quedé un poco
asombrada ya que tengo una imagen de un Foucault caminando
por el mundo, escrutando cuanto manicomio y cárcel encontra-
ba; lugar de los ―rechazados‖ o en términos foucaultianos de los
―otros‖, escribiendo en una libreta, sumando testimonios que
serían la base para sus estudios. Empecé a pensar que era una
señal del destino para que sacara del cajón el libro que me hab-
ían dejado para vacaciones y que por razones hedonistas (no sé
si cabe el término) es decir por física pereza dejé de lado, hasta
que me dieran otra vez ganas de continuarlo, ya que mi avance
había sido mínimo (2 capítulos).
A la segunda semana, me encontraba con El libro negro de
Andrés Caicedo, el cual había iniciado meses atrás pero, por las
mismas razones que el de Lowry, no continué. Buscando el con-
trol del televisor y sacando de los cajones cuanta cosa inútil veía,
lo encontré debajo del libro de Caicedo, lo cogí y sentí como si el
Andrés de la portada levantara su mirada de los libros y me hicie-
ra ojitos para leerlo, un cosquilleo raro, una punzada y un dilema
casi filosófico entre ver televisión o leer a Caicedo (que para mi
cumplen casi la misma función, entretenimiento y atolondra-
miento). Sin pensármelo más agarré el libro, que resultó ser la
recopilación contemporánea del Baúl negro, al que se refirieron
Luis Ospina y Sandro Romero en Destinitos fatales, sólo que está
vez no era para juntar los escritos de la obra caicediana, sino
para recopilar las críticas y comentarios que Andrés hizo de cada
libro que leyó. Y ahora sí la
segunda coincidencia:
después de leer el libro de
Caicedo me dispuse a
conseguir al menos otro de
los libros que me faltan de
él para completar su obra y
ese fue Destinitos fatales y,
en la introducción del libro,
Sandro y Luis citan a
Andrés: ―Para mí vivir en
Cali es como para el Cónsul
de Lowry vivir en Quauh-
nauac‖. De nuevo sentí una
cosa rara, de nuevo Bajo el
volcán se venía a mi cabe-
za y las ganas de leerlo
aumentaron. Esa misma
noche avancé hasta el
quinto capítulo; pero para rematar y para encontrar la raíz
―cúbica‖ del asunto, es decir la tercera y última coincidencia
(espero, a no ser que encuentre otro escritor al cual Lowry haya
dejado borracho)…
Buscando en la red, y recopilando información acerca del live 8
(conciertos simultáneos realizados en el planeta en contra del G8
y sus políticas de gobierno) que, entre otras cosas, apoya la
búsqueda de la vacuna contra el SIDA, la palabra apareció de
nuevo ante mis ojos en un libro que fue doblemente recomenda-
do y que encontré en una venta callejera, mientras le daba una
mirada ignorando obviamente el contenido, sólo con la recomen-
dación y la afirmación tan básica como sincera de ―es una putería
de libro‖, me atreví a ojearlo, y sin mucho preámbulo en la prime-
ra página encontré la palabra SIDA, siendo ésta suficiente motiva-
ción como para tenerlo, comencé a leerlo de inmediato, pero cuál
sería mi sorpresa al encontrarme a Lowry después de 56 páginas.
En ese momento, con una sonrisa y la misma sensación de asom-
bro recordé aquel refrán tan popular: ―la tercera es la vencida‖.
Bajo el volcán reposa ahora en mi maletín, y con frecuencia me
siento a leerlo con la paciencia y la dedicación que requiere un
libro que no es cualquier libro, sino el que fue escrito por un genio
borracho que, sin intenciones muy serias, logró lo que pocos, ser
un punto de encuentro de varios escritores tan originales, y
opuestos como una copa de mezcal, una de vino y una de aguar-
diente.
Como dato adicional les informo que Quauhnauac está a la vuelta
de la esquina, es decir Quauhnauac no es más que el resultado
de una mezcla considerable de alcohol y la palabra
―Cuernavaca‖: cuando estén ebrios intenten pronunciar Cuerna-
vaca y se darán cuenta de lo que les digo… Espero que les baste
para leerlo, y si no es así les deseo que, como me sucedió, en-
cuentren una razón casi fantástica al porqué Bajo el volcán es un
libro que debe estar en su lista de imprescindibles.
Pamela Natalia Zamora—Libélula libros
Lowry al cubo H
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Allá, en los recovecos de la memoria, Álvaro Burgos, todo ante-
ojos y barbas, me sigue señalando, en la vitrina de una librería,
un libro; es la cosa más estremecedora que he leído, le oigo
decir, casi hablando consigo mismo. El libro es Bajo el volcán,
en una desdeñable edición.
Más acá, en otra librería, ya en Manizales, escruto el mismo
texto, en una limpísima, hermosa, edición de era. Al final no me
resuelvo a comprarlo, y lo vuelvo a dejar en el estante con –así
lo creo entender ahora— extraño pavor.
Seguramente será el ejemplar que compra H. Lo lee de corrido,
de un tirón, conjeturo; con el afán que después le conozco, y le
discuto. Flaco, pálido, amanece con algo roto por dentro. Co-
mienza a hacer el Cónsul; se vuelve habitante de cantinas.
Apóstol de una religión no por vital menos inverosímil.
Ahora veo el libro sobre mi mesa de noche. No queda escapato-
ria. Peleo con él; lo voy fatigosamente remontando, contra la co-
rriente. Me pesa, me estruja; no es posible, como otras veces, con
otros libros, abandonarlo.
―Y así, a veces me veo como un gran explorador que ha descubier-
to algún país extraordinario del que jamás podrá regresar para
darlo a conocer al mundo: porque el nombre de esta tierra es el
infierno […] Claro que no está en México, sino en el corazón‖.
Faltan ochenta páginas, ochenta de cuatrocientas. Voy a meterme
en ellas. Apenas alcanzo a escribir esta advertencia.
José F. Calle
(esta nota apareció en la revista Grafía Plena de la Librería Pala-
bras –sin fecha, aunque sospechamos que es de la década del
80. El escrito aparece sin firma).
Bajo el volcán