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METASOCIEDAD, un mundo por educar Parafraseando a J. Fontana, nos educamos con una visión de la historia que hacía del progreso la base de una explicación global de la evolución humana. Nos educaron. Nos hicieron creer. Creímos que hacerse mayor consistía en ser obediente en el colegio y estudiar mucho, en el mejor de los casos una carrera, para llegar a ser un hombre (para las mujeres se estimaban otros planes) de provecho, con un trabajo y una familia ejemplares, a la espera de un retiro apacible. A pesar de que esperamos de los cuentos un final orquestal, la realidad se torna algo más desconcertante y cacofónica. Como masticar el presente sin haber dado unos tragos al pasado, dificulta cualquier digestión futura, ofrecemos un par de vasos de cosecha reciente para justificar la necesidad de profesiones de la educación social. La visón whig de la historia ahora dista mucho de la realidad que nos prometieron, esa que “representaba el pasado como una progresión inevitable hacia la consecución de más libertad y más ilustración”. El progreso producido en el periodo que va de 1945 a 1975 en el que el reparto de la riqueza y los salarios, por tanto de las oportunidades de vida, era notoriamente equitativo y proporcional con el esfuerzo de cada cual, consistió en un ufano espejismo desde el prisma de nuestra actualidad. Lo construido por las grandes democracias de Occidente, sostenibles y razonables para las clases medias, ha terminado por ser un producto más de la obsolescencia programada. Bastaría con repasar los textos de Z. Bauman, de U. Beck, de J. Lipovetski, de P. VIrilio, o de V. Navarro, entre otros, para ver la triste confluencia de sus argumentaciones en un delta forzoso que la dignidad humana no debería consentir. La incomodidad que producía en unos pocos esta buena situación de progreso generalizado, les llevó a forzar un cambio de signo. El economista P Krugman lo define como la “gran divergencia”, que no es más que el enriquecimiento masivo del 1% y el consecuente empobrecimiento, a todos los niveles, de los demás manipulando los mecanismos económicos, judiciales y políticos a voluntad. Sin entrar a delinear el asalto perpetrado en los parlamentos por estos organismos macroeconómicos minoritarios, con EEUU a la cabeza irrigando todo el orbe democrático, baste añadir que la situación, huérfana de futuro y expectativas que vivimos, proviene de la abolición en 1999, por parte del Gobierno de Bill Clinton, de la Ley Glass-Steagall (junio 1933), que impedía la especulación masiva y salvaguardaba los depósitos bancarios ciudadanos de la Bolsa de Valores. Si a esto le unimos una masiva incitación al gasto, al endeudamiento familiar, a la bajada de tipos de interés, etc. el resultado es una gran burbuja trampa, diseñada para atrapar a miles de millones de personas. Eso que ya muchos especialistas en socioeconomía han dejado de llamar crisis, por el nombre real: ESTAFA. ¿Y qué tiene que ver todo esto con la Educación Social? se cuestionará alguno. Una sociedad vertebrada por la acumulación indiscriminada de beneficios económicos como modelo primordial, que alienta la productividad sin reparar en las consecuencias medioambientales y humanas, y que aspira a que los bienes, incluso los básicos, se sometan a las voraces leyes del mercado, imposibilita el futuro digno de la inmensa mayoría y se somete a la lógica contumaz de los “daños colaterales”. La nueva arquitectura social se está construyendo sobre la desesperación de muchas personas privadas de lo que debieran ser derechos fundamentales inviolables, que aun estando contemplados, como es el caso de España, en La Constitución, ningún gobernante se afana en salvaguardar de manera determinante. No está muy lejano el

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METASOCIEDAD, un mundo por educar

Parafraseando a J. Fontana, nos educamos con una visión de la historia que hacía del progreso la base de una explicación global de la evolución humana. Nos educaron. Nos hicieron creer. Creímos que hacerse mayor consistía en ser obediente en el colegio y estudiar mucho, en el mejor de los casos una carrera, para llegar a ser un hombre (para las mujeres se estimaban otros planes) de provecho, con un trabajo y una familia ejemplares, a la espera de un retiro apacible. A pesar de que esperamos de los cuentos un final orquestal, la realidad se torna algo más desconcertante y cacofónica. Como masticar el presente sin haber dado unos tragos al pasado, dificulta cualquier digestión futura, ofrecemos un par de vasos de cosecha reciente para justificar la necesidad de profesiones de la educación social.

La visón whig de la historia ahora dista mucho de la realidad que nos prometieron, esa que “representaba el pasado como una progresión inevitable hacia la consecución de más libertad y más ilustración”. El progreso producido en el periodo que va de 1945 a 1975 en el que el reparto de la riqueza y los salarios, por tanto de las oportunidades de vida, era notoriamente equitativo y proporcional con el esfuerzo de cada cual, consistió en un ufano espejismo desde el prisma de nuestra actualidad. Lo construido por las grandes democracias de Occidente, sostenibles y razonables para las clases medias, ha terminado por ser un producto más de la obsolescencia programada. Bastaría con repasar los textos de Z. Bauman, de U. Beck, de J. Lipovetski, de P. VIrilio, o de V. Navarro, entre otros, para ver la triste confluencia de sus argumentaciones en un delta forzoso que la dignidad humana no debería consentir.

La incomodidad que producía en unos pocos esta buena situación de progreso generalizado, les llevó a forzar un cambio de signo. El economista P Krugman lo define como la “gran divergencia”, que no es más que el enriquecimiento masivo del 1% y el consecuente empobrecimiento, a todos los niveles, de los demás manipulando los mecanismos económicos, judiciales y políticos a voluntad. Sin entrar a delinear el asalto perpetrado en los parlamentos por estos organismos macroeconómicos minoritarios, con EEUU a la cabeza irrigando todo el orbe democrático, baste añadir que la situación, huérfana de futuro y expectativas que vivimos, proviene de la abolición en 1999, por parte del Gobierno de Bill Clinton, de la Ley Glass-Steagall (junio 1933), que impedía la especulación masiva y salvaguardaba los depósitos bancarios ciudadanos de la Bolsa de Valores. Si a esto le unimos una masiva incitación al gasto, al endeudamiento familiar, a la bajada de tipos de interés, etc. el resultado es una gran burbuja trampa, diseñada para atrapar a miles de millones de personas. Eso que ya muchos especialistas en socioeconomía han dejado de llamar crisis, por el nombre real: ESTAFA.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la Educación Social? se cuestionará alguno.

Una sociedad vertebrada por la acumulación indiscriminada de beneficios económicos como modelo primordial, que alienta la productividad sin reparar en las consecuencias medioambientales y humanas, y que aspira a que los bienes, incluso los básicos, se sometan a las voraces leyes del mercado, imposibilita el futuro digno de la inmensa mayoría y se somete a la lógica contumaz de los “daños colaterales”.

La nueva arquitectura social se está construyendo sobre la desesperación de muchas personas privadas de lo que debieran ser derechos fundamentales inviolables, que aun estando contemplados, como es el caso de España, en La Constitución, ningún gobernante se afana en salvaguardar de manera determinante. No está muy lejano el

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sorprendente acuerdo pactado por los dos grandes partidos de este país para modificar la sacrosanta Carta Magna, a instancias del poder financiero, asegurando con la firma, ajena a la voluntad popular, el rescate anticipado de las entidades bancarias que entren en riesgo monetario antes de cualquier atención a las mismas necesidades de las ciudadanos.

Todo esto se traduce en el afloramiento de situaciones burocráticas incompatibles con la consideramos una vida digna. Recortes en sanidad, educación, atención social, programas de prevención, asistencia psicosocial, planes de inserción, oportunidades laborales, etc. bajo el manto salvífico de la privatización. Lo que se traduce en un desmantelamiento progresivo de la red estatal de servicios que sostenían con eficacia a los más desfavorecidos, evitando en buena medida la marginalidad, el incremento de los números rojos de la pobreza (Intermon Oxfam augura para el año 2025 que uno de cada tres personas en el umbral de la pobreza en la UE, será española). Como la lógica es monetaria, si tienes te damos, si no, nada. Así surgen nuevos términos como “pobreza energética”, “trabajador pobre”, “sobrecualificación”... bajo los cuales hay personas de carne y hueso con una necesidad imperiosa de soluciones para recomponer el contrato social (Estado de Bienestar) que les habían vendido.

Una de las grandes soluciones innatas en todo ser humano, es la de asociarse, encontrar un apoyo en sus iguales para retomar la fuerza perdida, en la suma de voluntades y sueños. En la nueva sociedad que se dibuja delante de nuestros ojos, observamos que se esperan, quizá más que nunca, profesionales concienciados y formados para educar en estas nuevas necesidades, para liderar proyectos de acogida, planes visionarios capaces de delinear nuevas salidas, nuevas ilusiones con las que paliar las carencias impuestas por quienes nada esperan de nosotros, salvo que formemos parte de un excedente humano. Los educadores sociales son la pieza fundamental para sustentar, organizar e impulsar los diferentes colectivos que surgen alentados por la imposición de la carencia.

Los años de bonanza, fueron. Ahora nos toca construir una nueva sociedad sobre las bases de una justicia social, antes disfrutada, y una igualdad de oportunidades basada en la educación y el respeto a la vida humana.

David Gamella