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www.ladeliteratura.com.uy LITERATURA BIZANTINA La Catomiomaquia Digenis Akritas Akathistos ¿QUIÉN LE PONE EL CASCABEL AL GATO? LA CATOMIOMAQUIA Theodoros Prodromos Que los gatos acechen a los ratones no es algo nuevo…ya en el antiguo Bizancio los pequeños roedores eran perseguidos por los mininos. Pero…¿qué sucedería si un día los ratones decidieran rebelarse?... Esta pieza de finales del siglo XIII y principios del XIV continúa el estilo burlesco de la Batracomiomaquia homérica. En ella se desarrolla la lucha entre gatos y ratones. Estos, deseando vengarse por las muertes provocadas permanentemente por los gatos, deciden atacarlos por sorpresa; finalmente, después de varias bajas en ambos ejércitos, el rey de los gatos muere aplastado por una viga, con lo cual se resuelve la contienda. Aquí tienes un fragmento. Si te interesa, puedes leer la obra completa en la Biblioteca de nuestro Baúl de Materiales o la versión con su prólogo en http://www.cehj.org/online/La%20Catomiomaquia.pdf

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LITERATURA BIZANTINA

La Catomiomaquia

Digenis Akritas

Akathistos

¿QUIÉN LE PONE EL CASCABEL AL GATO?

LA CATOMIOMAQUIA Theodoros Prodromos

Que los gatos acechen a los ratones no es algo nuevo…ya en el antiguo

Bizancio los pequeños roedores eran perseguidos por los mininos. Pero…¿qué

sucedería si un día los ratones decidieran rebelarse?...

Esta pieza de finales del siglo XIII y principios del XIV continúa el estilo burlesco

de la Batracomiomaquia homérica. En ella se desarrolla la lucha entre gatos y

ratones. Estos, deseando vengarse por las muertes provocadas permanentemente

por los gatos, deciden atacarlos por sorpresa; finalmente, después de varias bajas en

ambos ejércitos, el rey de los gatos muere aplastado por una viga, con lo cual se

resuelve la contienda.

Aquí tienes un fragmento. Si te interesa, puedes leer la obra completa en la

Biblioteca de nuestro Baúl de Materiales o la versión con su prólogo en

http://www.cehj.org/online/La%20Catomiomaquia.pdf

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Rondacarnes

¿Por qué permanecemos tanto tiempo nosotros, valientes como nadie, dentro

de los agujeros, en medio siempre del temor, el espanto y la cobardía? ¿Por

qué nos pasamos, malhadados, la vida dentro de casa sin optar por

asomarnos fuera del agujero, sino viviendo penosamente entre sombras,

míseros, llenos de miedo en las ratoneras, lo mismo que los presos? ¿Por qué

todo el curso del tiempo nos parece que es como una larga noche y como la

sombra de la muerte, al igual que los cimerios de la leyenda, entenebrecidos,

quienes, con la vista cegata propia de los del Ponto, arrastraban durante seis

meses una vida entre tinieblas?

Robaquesos

Aunque no queramos, estamos encerrados en las ratoneras. Pues si, como

dices, temerariamente nos atrevemos luego a salir, lanzándonos a una carrera

irrefrenable, muy pronto vendremos a caer en extremo peligro y a ver ante

nuestros propios ojos la suerte fatal de nuestros parientes; y cabe esperar que

obtengamos los sombríos parajes de Aidoneo en pago de nuestra falta de

control. Rondacarnes

¿Cómo, pues, vendremos a caer, según afirmas, en peligro y a dejar la vida

con un final penoso?

Robaquesos

Agarrados, Rondacarnes, dentro de las horripilantes fauces del rapaz

trapacero.

Rondacarnes

¿Quién es ése? No rehúses hablar, pues no estoy dispuesto a rodeos en torno

a mi objetivo. Robaquesos

El llamado “gato” por el género humano. Y es que siempre está remirando

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por los agujeros y va husmeando a los ratones y, como los perros siguen el

rastro de las liebres con habilidad, del mismo modo ése nos rastrea urdiendo

trampas con vista de lince.

Rondacarnes

Conozco bien al que tan exactamente me has descrito, y es que, tiempo atrás,

a mi hija –a mi amada Rayacandiles me refiero- me la aniquiló, ¡ay!,

lamentablemente ante mis propios ojos.

Robaquesos

Y a mi niña, mi querida Roesalazones, y a mi añorado y querido Tragapán,

que vino a vengar a su hermana.

Rondacarnes

¿Entonces, qué? ¿Nos quedaremos vacilantes como afeminados y

apartaremos la mirada ante la muerte de nuestros seres más queridos?

Robaquesos

¿Y qué es lo que conviene hacer acaso?

Rondacarnes

Atender a defendernos contra ese comelotodo y vengar la suerte fatal de los

caídos.

Robaquesos

¿De qué modo? Exponlo con claridad.

Rondacarnes

Haciéndole la guerra sin temor.

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HÉROES DE OTROS

TIEMPOS

DIGENIS AKRITAS Anónimo

Digenis Akritas (en griego: Διγενῆς Ἀκρίτης) es una epopeya bizantina anónima

del siglo X, cuyo héroe central es Basilio Digenis Akritas. El manuscrito original se ha

perdido, aunque existen varias versiones procedentes de una fuente común.

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Libro I

(Introducción)

¡He aquí las alabanzas y las triunfales hazañas

del tres veces feliz Basilio Akritas,

del más valeroso y más noble,

que como un don de Dios recibió su fuerza,

quien ha avasallado toda Siria,

Babilonia y Carsiana entera,

y que sometió también Armenia y Capadocia,

y también Amorío junto a Iconio,

y aún la muy ilustre y alta fortaleza,

poderosa y bien murada,

a Ancira me refiero, y también toda Esmirna;

de quien ha sojuzgado las regiones junto al mar!

Al punto, pues, te mostraré sus recientes hazañas,

las que él obró en la presente edad:

cómo a pujantes y valiosos combatientes

abatió, y a toda suerte de fieras,

asistido de la gracia auxiliadora de Dios

y de Su Madre invencible,

y de los ángeles con los arcángeles,

de los victoriosos y grandes mártires…

(…) (Presentación del Emir)

Había un Emir, de los nobles con mucho el más rico,

que participaba de sensatez y valor en extremo,

no negro como los etíopes, sino rubicundo y lozano;

apenas le despuntaba, ensortijada, su muy hermosa barba.

Tenía unas cejas hermosas, como trenzadas,

y una mirada brillante, gozosa, henchida de amoroso anhelo,

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que como una rosa brotaba en mitad de su rostro.

Era arrogante como un espigado ciprés,

cualquiera al verlo lo compararía a una imagen pintada.

Junto a esto poseía una fuerza imbatible:

cada día se ejercitaba en luchas contra las fieras

por tentar su coraje y asombrar con su valor,

como un prodigio aparecía a cuantos lo contemplaban.

Ejemplo formidable supuso para los jóvenes su gloria.

Ensalzado por su riqueza y la majestad de su valor,

comenzó a reclutar turcos y dilemitas,

árabes escogidos y trogloditas de infantería.…

Impulsado por sus deseos de gloria y

conquista, el Emir llega hasta Capadocia

(en la actual Turquía). A su paso va

asolando ciudades y provocando grandes

matanzas.

En una de sus incursiones rapta a una

hermosa joven, hija de un general. Los

hermanos de la doncella se presentan

ante el Emir para negociar su devolución,

y éste los reta a duelo.

El elegido para combatir es el menor –Constantino- mellizo de la muchacha raptada.

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(Combate entre el Emir y el joven Constantino)

Como atrapado en una lazada, y allí se tenía quieto

hasta que arrancaba con un trote mantenido y sutil,

de modo que, antes que hollar, parecía que sobrevolara el suelo.

El Emir, sonriente como estaba, cuando se dio la señal,

aguijó de repente su montura y partió al llano,

La suerte recayó sobre el menor, el pequeño Constantino,

que resultaba ser mellizo de su hermana.

Entretanto, el mayor, mediante consejos, le preparaba para el combate:

«Sobre todo, hermano -le arengaba-, que no te arredren los gritos,

que no te acobarden ni un poco, ni te dejes amedrentar por

los golpes, y cuando veas desnuda la espada no te des a la fuga,

y aun cuando te ocurra algo peor no te batas en retirada:

no tengas en mayor consideración tu juventud que la maldición de tu madre,

pues fortalecido por sus plegarias, acabarás derrotando a tu adversario,

ya que Dios no va a consentir que nos convirtamos en esclavos.

Parte animoso, criatura, y antes que nada no te amilanes».

Y puestos en pie en dirección a Oriente invocaban a Dios:

«No permitas, Señor, que nos convirtamos en esclavos».

Tras darle un abrazo lo escoltaron diciéndole:

«¡Venga la plegaria de nuestros padres en tu auxilio!»

y él, a lomos de un soberbio caballo negro,

una vez que se hubo ceñido la espada, tomó la lanza,

y condujo la maza hasta su talabarte.

Tras protegerse por todos los sitios con la señal de la cruz,

dio espuelas a su caballo y salió a la llanura.

Blandió primero la espada y con la lanza hizo lo propio,

mientras tanto, algunos sarracenos así denostaban al joven:

«Mirad al que han ido a escoger para batirse en duelo

contra quien ha obtenido tamaños triunfos en Siria».

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Pero uno de ellos, un dilemita guardián de las fronteras,

con sosiego, expuso al Emir lo siguiente:

«Ya ves cuán diestra es su espuela,

la parada de su espada y el volteo de su lanza;

todo eso delata su destreza y su valor.

Guárdate, pues, de ir a su encuentro sin precaución».

Salió entonces el Emir a lomos de su corcel.

Resultaba soberbio y pavoroso a la vista,

sobre sus armas reverberaban los rayos del sol;

enarbolaba una lanza azul y dorada.

Y todos se arrimaban a presenciar el combate.

El corcel caracoleaba con donaire, causando en todos un gran asombro,

pues agrupaba sus cuatro uñas en un mismo punto,

chillando como un águila, silbando como una serpiente,

y rugiendo como un león, con la intención de devorar al joven.

Mas he aquí que éste lo recibió con rapidez y presteza,

chocaron sus lanzas y las dos se quebraron

sin que ninguno pudiera desarzonar al contrario.

Desenvainaron, pues, las espadas, lanzáronse tajos,

y así se estuvieron batiendo durante horas y horas:

los montes retumbaban y los cerros parecían albergar truenos,

la sangre corría empapando toda aquella tierra,

los caballos se encabritaban y el espanto hacía presa en todos.

Se hallaban plagados de heridas, pero ninguno se alzaba con la victoria.

Pero cuando los sarracenos vieron lo inesperado,

se admiraron del arrojo del joven,

de su empuje infinito y su noble coraje,

y, todos a un tiempo, le gritaron a su Emir:

«Concierta una tregua, cede en la liza,

el romano es poderoso, procura que no te inflija quebranto».

En ese instante, el Emir se batió en retirada;

él, que tanto se había jactado, caía severamente vencido,

pues en nada aprovecha ninguna clase de vanagloria.

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Entonces, arrojó a lo lejos su espada, alzó al cielo sus manos,

cruzó los dedos, según en ellos es costumbre,

Y al muchacho le dirigió las siguientes palabras:

«¡Tente, buen joven, que tuya es la victoria.

Llévate a tu hermana y al resto de los cautivos!»

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“POR TI RESPLANDECE LA DICHA…” - AKATHISTOS

Los himnos sacros reflejan la forma particular de

vinculación entre una colectividad y la divinidad. Son

expresión del sentir, los valores y las esperanzas de la

personas.

Entre los himnos sacros de la poesía bizantina se

encuentra el Akáthistos. Su nombre significa “no sentado” y

deriva de la costumbre de entonarse de pie durante la liturgia.

La temática de este himno es el misterio de la

maternidad divina de María.

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