Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

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Biografias De Grandes Cristianos

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Biografias De

Grandes

Cristianos

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Semblanza de D. L. Moody, tal vez el mayor evangelista

de Estados Unidos.

Corazón de evangelista

«Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino

amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con

mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios

les conceda que se arrepientan para conocer la verdad...» (2ª

Timoteo 2:24-25).

Las palabras de los anteriores versos describen bien el

ministerio de D. L. Moody (como comúnmente se escribe su

nombre). Moody fue un evangelista usado por Dios para

ganar almas para su reino. Su mansa y suave disposición le

permitió convencer a decenas de miles de personas que «se

arrepientan para conocer la verdad» (2ª Ti. 2:25).

Dwight Moody, escogido por Dios para estar en medio del

avivamiento de 1859-60 en los EE.UU., fue una vasija

preparada para el uso del Maestro. Se dice que ganó a un

millón de almas en los llamados evangelísticos de sus

campañas por todas partes del mundo. Estableció tres

instituciones de entrenamiento de ministros y para otros

obreros cristianos. Hoy en día miles de libros ingleses llevan

el sello de ‗Moody Press‘, otro recuerdo de su influencia. El

apellido Moody es muy conocido por la mayoría de los

cristianos de habla inglesa. ¿Por qué? La respuesta está llena

de desafío e inspiración para todos nosotros los que

anhelamos ser siervos del Rey.

R. A. Torrey, sucesor de Moody como presidente del Moody

Bible Institute, dio la respuesta a esta pregunta en un

servicio memorial en 1923, veintitrés años después de la

muerte del Sr. Moody. El título del discurso fue «Las

razones por las que usó Dios a Dwight Moody». Destacó 7

puntos sobresalientes de las características más importantes

de la vida de Moody. Pocos conocían a Moody tan

íntimamente como Torrey le conoció.

A continuación transcribimos el sermón de Torrey,

levemente editado:

1. Un hombre plenamente rendido

La primera cosa que explica porqué Dios usó a D. L. Moody

tan poderosamente es que fue un hombre plenamente

rendido. Cada gramo de sus ciento veintisiete kilos

pertenecía a Dios. Cuanto era y cuanto poseía pertenecía

totalmente a Dios. No pretendo insinuar que el señor Moody

fuera perfecto; no lo era. Si lo intentara, supongo que podría

señalar algunos defectos en su carácter. Por mi cercanía con

él, pienso que conocí cuantos defectos había en su carácter

mejor que nadie. Sin embargo, sé que pertenecía

enteramente a Dios.

El primer mes que estuve en Chicago, tuvimos una charla

acerca de algunas cosas acerca de las cuales diferíamos

bastante, y el señor Moody me habló con suma bondad y

franqueza diciendo en defensa de su punto de vista: «Torrey,

si creyera que Dios quiere que salte fuera de esa ventana, lo

haría». Y lo hubiera hecho. Si él pensaba que Dios le

demandaba hacer cualquier cosa, la hacía. Pertenecía

totalmente, sin reservas, sin condiciones, enteramente a

Dios.

Enrique Varley, un amigo muy íntimo del señor Moody en

los primeros años de su ministerio, solía relatar cómo una

vez le había dicho al señor Moody: «Hay que ver lo que

Dios hará con un hombre que se rinde plenamente a él».

Cuando Varley dijo eso, el señor Moody le dijo: «Bueno yo

seré ese hombre». Y por lo que a mí toca, no pienso que

«hay que ver» lo que Dios hará con un hombre entregado

por completo a él, pues ya ha sido visto en D. L. Moody. Si

usted y yo habremos de ser usados en nuestra esfera como

D. L. Moody lo fue en la suya, debemos poner cuanto

tenemos y cuanto somos en las manos de Dios para que nos

use como él quiere, nos envíe donde él quiere, y haga con

nosotros lo que él quiere, cumpliendo por nuestra parte con

todo aquello que Dios nos ordena. Hay miles y decenas de

miles de hombres y mujeres en el trabajo cristiano, hombres

y mujeres brillantes, altamente dotados, quienes hacen

grandes sacrificios, quienes han puesto todo pecado

consciente fuera de sus vidas. Sin embargo, se han detenido

frente a las demandas de una rendición total a Dios, no

alcanzando, por ende, la plenitud del poder. Pero el señor

Moody no se detuvo frente a la entrega absoluta a Dios; fue

un hombre plenamente rendido, y si usted y yo habremos de

ser usados, usted y yo debemos ser hombres y mujeres

plenamente rendidos.

2. Un hombre de oración

El segundo secreto del gran poder demostrado en la vida del

señor Moody era que fue en el sentido más profundo y cabal

un hombre de oración. A veces me dicen: «¿Sabe? Viajé

muchos kilómetros para ver y oír a D. L. Moody y

ciertamente era un predicador maravilloso». Sí, D. L.

Moody ciertamente era un predicador maravilloso; el más

maravilloso que yo haya oído, y era un gran privilegio oírle

predicar como solamente él podía hacerlo; pero a causa de

mi conocimiento íntimo de él, deseo testificar que fue

mucho más un orante que un predicador. Vez tras vez se

enfrentó con obstáculos aparentemente insuperables, pero

siempre halló el camino para resolver cualquier problema.

Él sabía y creía en lo más profundo de su alma que «nada es

difícil para el Señor», y que la oración puede hacer cualquier

cosa que Dios quiere hacer.

El señor Moody solía escribirme cuando estaba por

emprender un trabajo nuevo, diciéndome: «Empezaré a

trabajar en tal y tal lugar en tal y tal fecha; desearía que

reúnas a los estudiantes para un día de ayuno y oración»; y a

menudo he tomado esas cartas y las he leído a los

estudiantes en el salón de conferencias diciendo: «El señor

Moody quiere que tengamos un día de ayuno y oración,

primeramente por la bendición de Dios sobre nuestras

propias almas y trabajo, y luego por la bendición de Dios

sobre él y su trabajo». Con frecuencia nos reuníamos en el

mencionado salón hasta altas horas de la noche; a veces

hasta la una, las dos, las tres, las cuatro o aún las cinco de la

madrugada, clamando a Dios, sólo porque el señor Moody

nos instaba a esperar en Dios hasta recibir Su bendición.

¡Cuántos hombres y mujeres he conocido cuyas vidas y

caracteres han sido transformados por esas noches de

oración, y quienes han realizado cosas poderosas en muchos

países gracias a esas noches de oración!

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Una vez el señor Moody vino a mi casa en Northfield y me

dijo: «Torrey, quiero que demos una vuelta juntos». Me metí

en su carruaje y nos dirigimos hacia Lover‘s Lane (El Paseo

de los Enamorados), conversando acerca de algunas graves e

inesperadas dificultades que habían aparecido referentes al

trabajo en Northfield y Chicago y conectadas con otro

trabajo muy apreciado por él. Cuando viajábamos, unos

nubarrones precursores de tormenta cubrieron el cielo y

repentinamente, mientras estábamos hablando, comenzó a

llover. Él condujo el vehículo hacia un cobertizo cerca de la

entrada a Lover‘s Lane para proteger el caballo. Luego, puso

las riendas sobre el guardabarros y dijo: «Torrey, ore»;

enseguida oré lo mejor que pude mientras que en su corazón

se unía a mí en oración. Y cuando quedé callado, él

comenzó a orar. ¡Cómo quisiera que ustedes hubieran

escuchado esa oración! Nunca la olvidaré, tan simple, tan

llena de fe, tan precisa, tan directa y tan poderosa. Cuando la

tormenta cesó, volvimos a la ciudad, y los obstáculos habían

sido allanados; el trabajo en las escuelas y otro trabajo que

corrían peligro siguieron mejor que nunca y han continuado

hasta el presente. Mientras volvíamos, el señor Moody me

dijo: «Torrey, dejemos que los demás hablen y critiquen;

nosotros perseveraremos en el trabajo que Dios nos ha

encomendado, dejando que él se encargue de las dificultades

y conteste las críticas».

Sí, D. L. Moody creía en el Dios que contesta la oración, y

no solamente creía en él en manera teórica sino también en

manera práctica. Enfrentó cada dificultad en su camino con

la oración. Todo lo que emprendió fue respaldado por la

oración, y en todo dependía de Dios.

3. Un estudiante profundo y práctico de la Biblia

La tercera razón de porqué Dios usó a D. L. Moody, es que

fue un estudiante profundo y práctico de la Palabra de Dios.

Hoy en día se dice a menudo que D. L. Moody no era

estudiante. Deseo decir que era estudiante; en gran manera

era un estudiante. No era un estudiante de psicología;

tampoco de antropología, estoy bien seguro de que él no

sabría ni el significado de esa palabra; no era un estudiante

de biología ni de filosofía, ni aún era estudiante de teología

en el sentido técnico; pero era un estudiante: un estudiante

profundo y práctico del único Libro que merece ser

estudiado más que todos los otros libros en el mundo: la

Biblia. Cada día de su vida, y tengo razones para afirmarlo,

se levantaba bien temprano para estudiar la Palabra de Dios,

hasta el ocaso de su vida. El señor Moody acostumbraba a

levantarse a eso de las cuatro de la madrugada para estudiar

la Biblia. Él me decía: «Para lograr estudiar siquiera algo,

tengo que levantarme antes que los demás»; y se encerraba

en una habitación apartada de su casa a solas con su Dios y

su Biblia.

Nunca olvidaré la primera noche que pasé en su hogar. Me

había ofrecido tomar la superintendencia del Instituto

Bíblico y ya había comenzado mi trabajo; yo estaba en

camino hacia una ciudad del este para presidir en la

Convención Internacional de los Obreros Cristianos. Me

escribió diciendo: «Tan pronto como termine la Convención,

venga a Northfield». Se enteró aproximadamente cuándo yo

llegaba, y condujo su carruaje a South Vernon para

esperarme. Esa noche reunió a todos los maestros de la

Escuela de Monte Hermón y del Seminario de Northfield en

su casa para verme y para intercambiar ideas respecto a los

problemas de ambas escuelas. Hablamos hasta altas horas de

la noche y luego, idos ya los directores y los maestros de las

escuelas, el señor Moody y yo conversamos un rato más

acerca de los problemas. Era muy tarde cuando me acosté

esa noche, pero cerca de las cinco de la mañana oí un

golpecito en mi puerta. Después oí decir al señor Moody en

voz baja: «Torrey, ¿estás levantado?». Casualmente ya

estaba en pie; no es mi costumbre levantarme a esa hora,

pero ya estaba levantado en esa mañana particular. Me dijo:

«Quiero que vengas a un lugar conmigo», y fui con él.

Luego me di cuenta de que él ya había estado una o dos

horas en su cuarto estudiando la Palabra de Dios.

Oh, usted puede hablar y hablar sobre el poder; pero si deja

de lado el único Libro que Dios le ha dado como

instrumento a través del cual él imparte y ejercita Su poder,

no lo tendrá. Puede leer muchos libros, asistir a muchas

convenciones e ir a reuniones de oración para orar toda la

noche por el poder del Espíritu Santo; pero a menos que

persevere en una conexión constante y estrecha con el único

Libro, la Biblia, usted no tendrá poder. Y si alguna vez lo

consiguiera, no lo mantendrá sin un estudio diario, serio e

intensivo de ese Libro. Noventa y nueve cristianos de cada

cien están meramente jugando al estudio Bíblico y por lo

tanto, noventa y nueve cristianos de cada cien son

meramente debiluchos cuando debieran ser gigantes tanto en

su vida cristiana como en su ministerio.

El señor Moody atrajo inmensas multitudes debido en gran

parte a su conocimiento completo de la Biblia y su

conocimiento práctico de la Biblia. Y ¿por qué ansiaban

tanto oírle? Porque sabían que si bien no era perito en

muchas de las corrientes filosóficas, creencias y novedades

en boga, conocía muy bien el único Libro que este viejo

mundo anhela conocer: la Biblia.

Oh, hermanos, si desean lograr un auditorio y hacerle algo

de bien a ese auditorio una vez logrado, estudien, estudien,

ESTUDIEN el único Libro, y prediquen, prediquen,

PREDIQUEN el único Libro, y enseñen, enseñen,

ENSEÑEN el único Libro, la Biblia, el único Libro que

contiene la Palabra de Dios, el único Libro que tiene poder

para reunir, mantener la atención y bendecir a las multitudes

durante cualquier período de tiempo, por largo que sea.

4. Un hombre humilde

La cuarta razón de porqué Dios usó a D. L. Moody

constantemente, a través de tantos años, es porque era un

hombre humilde. Pienso que D. L. Moody fue el hombre

más humilde que conocí en toda mi vida. Al señor Moody le

gustaba citar las palabras de alguien: «La fe consigue más;

el amor trabaja más; pero la humildad conserva más». El

mismo poseía la humildad que conservaba cuanto conseguía.

Como ya he dicho, fue el hombre más humilde que conocí, o

sea, el hombre más humilde considerando las cosas grandes

realizadas por él y los elogios que se le tributaron. ¡Cómo le

gustaba ponerse en el último término y ubicar a otros en el

primer plano! ¡Cuán a menudo se ponía de pie sobre la

plataforma con algunos de nosotros, insignificantes

compañeros, sentados detrás de él y cuando hablaba nos

mencionaba así: «¡Hay hombres mejores que vienen detrás

de mí!». Al decirlo señalaba hacia atrás de su hombro con su

dedo pulgar a los «insignificantes compañeros». No

entiendo cómo podía creerlo, pero realmente creía que los

otros eran de veras mejores que él. No simulaba ser humilde.

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En lo íntimo de su corazón constantemente se subestimaba a

sí mismo y sobrestimaba a los demás. Sinceramente creía

que Dios iba a usar a otros con mayor intensidad que a él.

Al señor Moody le agradaba quedarse en el último plano. En

las convenciones de Northfield, o en cualquier otro lugar,

empujaba a otros hacia el frente y, si podía, les hacía

predicar todo el tiempo: McGregor, Campbell Morgan,

Andrew Murray, y los demás. La única manera de hacerle

tomar parte en el programa era ponerse en pie en la

convención y hacer moción que escucháramos a D. L.

Moody en la siguiente reunión. Siempre quería pasar

inadvertido.

¡Oh, cuántos hombres han prometido mucho y Dios los ha

usado, y luego han pensado que eran una gran cosa y Dios

se vio obligado a echarlos a un lado! Creo que los obreros

más prometedores se han estrellado contra las rocas más por

su propia estima y autosuficiencia que por cualquier otra

causa. En estos últimos cuarenta años o más puedo recordar

de muchos hombres que hoy están en la ruina y la miseria,

hombres que en un tiempo se pensaba que iban a llegar a ser

algo grande. Pero han desaparecido por completo de la

escena pública. ¿Por qué? Porque se sobrestimaban.

¡Cuántos hombres y mujeres han sido dejados a un lado

porque comenzaron a pensar que eran importantes y Dios

tuvo que ponerlos aparte!

Dios usó a D. L. Moody, a mi entender, en mayor grado que

a cualquier otro en su día; pero eso no le hacía mella, nunca

se envaneció. En una oportunidad, hablándome de un gran

predicador de Nueva York, ya muerto, el señor Moody dijo:

«Una vez cometió un error muy grave, el más grave que yo

hubiera esperado de un hombre tan sensato como él. Se me

acercó al final de un breve mensaje que había dado y me

dijo: ‗Joven, has presentado una gran conferencia esta

noche‘». Luego el señor Moody continuó: «¡Qué necedad lo

que ha dicho! Casi me envaneció». Pero, gracias a Dios no

se envaneció y cuando casi todos los pastores de Inglaterra,

Escocia, e Irlanda y muchos de los obispos ingleses estaban

listos para seguir a D. L. Moody donde quiera él los guiase,

aún entonces nunca lo envaneció ni un poquito. Se postraba

sobre su rostro delante de Dios, pues sabía que era humano y

le pedía que lo vaciara de toda autosuficiencia. Y Dios lo

hacía.

¡Oh hombres y mujeres, especialmente hombres y mujeres

jóvenes! Quizá Dios está comenzando a usarles;

probablemente la gente ya dice de usted: ‗¡Qué hermoso don

que tiene como maestro bíblico! ¡Qué poder tiene como

predicador para ser tan joven!‘. Escuche: póstrese delante de

Dios. Creo que ésta es una de las tretas más peligrosas del

diablo.

Cuando el diablo no puede desanimar a una persona, se le

acerca con otra táctica, la cual él sabe es mil veces peor en

su resultado; él lo ensalza susurrando en su oído: ‗Tú eres en

la actualidad el primer evangelista. Tú eres el hombre que

barrerá con todo lo que se te ponga por delante. Tú eres el

que va hacia adelante. Tú eres el D. L. Moody del día‘; y si

usted le hace caso, él le arruinará. En toda la costa de la

historia de los obreros cristianos yacen los restos de los

naufragios de nobles embarcaciones, portadoras de grandes

promesas pocos años ha. Zozobraron porque sus tripulantes

se inflaron y fueron llevados por los vientos huracanados de

su propia estima hacia las rocas donde se estrellaron.

5. Un hombre libre del amor al dinero

El quinto secreto del poder y actuación sin altibajos de D. L.

Moody es que fue un hombre libre por completo del amor al

dinero. El señor Moody podría haber sido rico, pero el

dinero no tenía encanto alguno para él. Le gustaba juntarlo

para la obra del Señor, pero rehusaba acumularlo para sí

mismo. Me dijo durante la Feria Mundial que si hubiera

aceptado los derechos de producción de los himnarios

publicados por él, hubiera ganado hasta ese momento un

millón de dólares. El señor Moody se negó a tocar el dinero.

Le pertenecía por ser el responsable de la publicación de los

libros, y, además, el dinero empleado en la primera edición

vino de su bolsillo. El señor Sankey tenía unos himnos que

había llevado a Inglaterra y deseaba se los publicaran. Fue a

una editorial (creo que fue Morgan and Scott) y ellos

rehusaron publicarlos, pues como decían, Philip Philips

había pasado recientemente y publicado un himnario y no

había tenido éxito. De todos modos, el señor Moody tenía

algún dinero y dijo que lo invertiría en la publicación de

esos himnos en edición económica, y así lo hizo. Los

himnos tuvieron una venta extraordinaria e inesperada;

luego fueron publicados en forma de libros y aumentaron en

gran manera las ganancias. Estas fueron ofrecidas al señor

Moody, quien se negó a tomarlas. «Pero», le suplicaron, «el

dinero es suyo»; más él no lo tocó.

El señor Fleming H. Revell era en ese tiempo el tesorero de

la Iglesia de la Avenida Chicago, conocido comúnmente

como el Tabernáculo Moody. Solamente el subsuelo de este

nuevo templo se había construido, pues se habían acabado

los fondos monetarios. Enterado de la situación de los

himnarios el señor Revell sugirió, en una carta dirigida a

amigos en Londres, que el dinero fuera destinado para

terminar el edificio. Y así fue. Después llegó tanto dinero,

que debió ser destinado a varias actividades cristianas por

una junta en cuyas manos el señor Moody puso el asunto.

En una ciudad a la cual fue el señor Moody en los últimos

años de su vida, y adonde yo lo acompañé, se anunció

públicamente que el señor Moody no aceptaría ofrenda

alguna por sus servicios. En rigor de verdad, el señor Moody

dependía hasta cierto punto de lo que recibía en sus

reuniones, pero cuando fue hecho este anuncio, no dijo nada

y partió de esa ciudad sin recibir un centavo por el duro

trabajo hecho allí y, según creo, hasta pagó su propia cuenta

en el hotel. Sin embargo, un pastor de esa misma ciudad

hizo publicar un artículo en un diario, yo mismo lo leí, en el

cual narraba un cuento fantástico sobre las demandas

financieras con que el señor Moody los había recargado,

informe absolutamente falso como me constaba

personalmente.

Millones de dólares pasaron por las manos del señor Moody,

pero pasaron de largo; no se pegaron en sus dedos. El dinero

es el motivo por el cual muchos evangelistas han hecho

desastres, terminando con sus ministerios prematuramente.

El amor al dinero por parte de algunos evangelistas ha

contribuido más que cualquier otra causa a desacreditar el

trabajo evangelístico en nuestros días y a dejar más de uno

en el olvido. Guardemos la lección en nuestros corazones y

cuidémonos a tiempo.

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6. Un hombre apasionado por la salvación de los

perdidos

La sexta razón de porqué Dios usó a D. L. Moody es porque

era un hombre apasionado por la salvación de los perdidos.

El señor Moody resolvió, poco después de ser salvo, que

nunca dejaría pasar veinticuatro horas sin hablar por lo

menos a una persona sobre su alma. Su vida era muy agitada

y a veces olvidaba su resolución hasta última hora. Muchas

fueron las noches en que se levantó de la cama, se vistió y

salió a la calle para hablar a alguno acerca de su alma, a fin

de no dejar pasar un solo día sin haber hablado a siquiera

uno de sus prójimos sobre su necesidad y el Salvador que

podía satisfacerlo.

Una noche el señor Moody iba hacia su casa desde su

trabajo. Era muy tarde y de repente recordó que no había

hablado a ninguna persona ese día acerca de Cristo. Se dijo:

«He aquí un día perdido. Hoy no he hablado a ninguno y no

encontraré a nadie a esta hora». Pero mientras caminaba, vio

a un hombre parado bajo un poste de alumbrado. El hombre

era completamente desconocido para él aunque como

veremos luego, el hombre sabía quien era el señor Moody.

Éste caminó hacia el desconocido y preguntó: «¿Es usted

cristiano?». El hombre contestó: «A usted no le importa si

soy cristiano o no. Mire si no fuera porque es usted alguna

clase de predicador, lo tiraría al zanjón por impertinente».

El señor Moody dijo algunas pocas palabras de todo corazón

y se fue. Al día siguiente ese hombre visitó a uno de los más

importantes entre los hombres de negocios, amigo del señor

Moody, y le dijo: «Ese tal Moody de los suyos, está

haciendo más mal que bien en el lado norte (de Chicago).

Tiene entusiasmo sin sabiduría. Vino a mí anoche, un

perfecto desconocido, y me insultó. Me preguntó si era

cristiano y le dije que eso no le importaba y que si no fuera

porque era una clase de predicador, lo hubiera tirado al

zanjón por impertinente. Está haciendo más mal que bien;

tiene entusiasmo sin sabiduría. El amigo de Moody le

mandó a buscar y le dijo: «Moody, usted está haciendo más

mal que bien; tiene entusiasmo sin sabiduría; anoche insultó

a un amigo mío en la calle. Usted fue a él, un perfecto

desconocido, y le preguntó si era cristiano, y me cuenta que

si no fuera porque usted es una clase de predicador lo

hubiera tirado al zanjón por impertinente. Usted está

haciendo más mal que bien; tiene entusiasmo sin sabiduría».

El señor Moody salió de la oficina de ese hombre un tanto

cabizbajo. Se preguntaba si no estaría haciendo más mal que

bien, si realmente tenía entusiasmo sin sabiduría.

(Permítame decir, de paso, que es preferible tener

entusiasmo sin sabiduría que tener sabiduría sin

entusiasmo). Pasaron las semanas. Una noche el señor

Moody estaba durmiendo cuando fue despertado por unos

golpes violentos en la puerta de la calle. Saltó de la cama y

se precipitó hacia la puerta. Pensó que su casa estaría en

llamas. Pensó que el hombre iba a romper la puerta. Abrió la

puerta y allí estaba este hombre. Dijo: «Señor Moody, no

pude dormir tranquilo desde que usted me habló debajo del

poste de la luz y he venido a esta hora porque no aguanto

más; dígame, ¿qué debo hacer para ser salvo?». El señor

Moody lo hizo entrar y le dijo qué debía hacer para ser salvo

y el hombre aceptó a Cristo.

Otra noche, el señor Moody había llegado a su casa y ya se

había acostado cuando se acordó que no había hablado a

ninguno ese día acerca de aceptar a Cristo. «Bueno», se dijo,

«no me conviene levantarme ahora: no habrá nadie en la

calle a esta hora de la noche». Pero se levantó, se vistió, y

fue a la puerta de la calle. Estaba lloviendo a cántaros.

«¡Bah!», se dijo, «nadie andará fuera con semejante lluvia».

Justo en ese momento oyó las pisadas de un hombre que

andaba por la calle con un paraguas. El señor Moody lo

alcanzó corriendo y le preguntó: «¿Me permite compartir su

paraguas?». «¡Por supuesto!», respondió el hombre.

Entonces el señor Moody inquirió: «¿Tiene usted con qué

refugiarse en los tiempos de adversidad?». Y le predicó a

Jesús. ¡Queridos hermanos! Si nosotros estuviéramos tan

llenos de entusiasmo por la salvación de las almas como el

señor Moody, ¿cuánto tiempo tardaría Dios en enviar un

poderoso despertamiento que sacudiera todo el país?

El señor Moody era un hombre que ardía por Dios. No sólo

estaba siempre ocupado él mismo, sino que estaba haciendo

trabajar a otros también. Una vez me invitó a Northfield

para pasar un mes con las escuelas, hablando primero en una

y luego cruzando el río para hablar en la otra. Tuve que

cruzar repetidamente de una a otra orilla en una barca, pues

todavía no había sido construido el puente que hoy se

levanta en ese sitio. Un día me dijo: «Torrey, ¿sabía usted

que el barquero que lo cruza diariamente es inconverso?».

No me pidió que le hablara, pero entendí la indirecta.

Cuando poco después se enteró de que el barquero era salvo,

se puso muy contento.

Otra vez, cuando andábamos por cierta calle de Chicago, el

señor Moody se acercó a un hombre completamente

desconocido para él, y le dijo: «Caballero, ¿es usted

cristiano?». «Métase en lo suyo», fue la respuesta. El Señor

Moody insistió: «Esto es lo mío». El hombre dijo: «Bueno,

entonces usted debe ser Moody».

En Chicago era conocido como «el loco Moody», porque

hablaba día y noche a todos los que podía, acerca de lo que

es ser salvo. En cierta oportunidad se dirigía a Milwaukee, y

el asiento que había elegido era compartido con otro viajero.

El señor Moody se sentó al lado e inmediatamente comenzó

a conversar. «¿A dónde va usted?», preguntó el señor

Moody. Cuando supo el nombre del pueblo dijo: «Pronto

llegaremos allí; vayamos al grano: ¿es usted salvo?». El

hombre dijo que no, y el señor Moody sacó su Biblia y allí

en el tren le mostró el camino de salvación. Luego dijo:

«Usted debe aceptar a Cristo», y el hombre lo hizo; se

convirtió allí mismo en el tren.

La pasión por las almas de D. L. Moody no se limitaba a las

almas que podían serle útiles en llevar su trabajo adelante;

su amor por las almas no conocía limitaciones de clases

sociales. El no hacía acepción de personas. Podía hablar con

un conde o un duque o con un niño despreciado de la calle;

le daba lo mismo; era un alma perdida y él hacía lo que

podía para salvarla.

Un amigo me contó que comenzó a oír hablar del señor

Moody cuando el señor Reynolds de Peoria le dijo que una

vez él encontró al señor Moody sentado en una choza de las

‗villas de emergencia‘ que había en esa parte de la ciudad

alrededor del lago, la cual era conocida en ese entonces por

‗las Arenas‘, con un negrito sobre sus rodillas, una vela de

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sebo en una mano y una Biblia en la otra. El señor Moody

estaba deletreando las palabras (pues el niño no sabía leer de

corrido) de ciertos versículos de las Escrituras, en un intento

por conducir a ese ignorante niño de color a Cristo.

Hombres y mujeres jóvenes y obreros cristianos, si ustedes y

yo experimentásemos semejante pasión por las almas

¿cuánto se tardaría antes que tuviéramos un despertar?

¡Supongamos que esta noche el fuego de Dios cayera y

llenara nuestros corazones; un fuego consumidor que nos

envíe por todo el país, y cruzando el océano a China, Japón,

India, África, a contar a las almas perdidas el camino de la

salvación!

7. Un hombre investido con poder de lo Alto

La séptima cosa que fue el secreto de por qué Dios usó a D.

L. Moody es porque estaba investido concretamente con

poder de lo alto, tenía un bautismo con el Espíritu Santo

muy claro y definido. El señor Moody sabía que tenía «el

bautismo con el Espíritu Santo»; no dudaba de ello. En su

juventud fue muy apresurado, tenía un deseo tremendo de

hacer algo, pero en realidad carecía de poder real. Trabajaba

duramente en la energía de la carne. Pero había dos mujeres

humildes de los Metodistas Libres quienes acostumbraban a

asistir a sus reuniones en la YMCA (Asociación Cristiana de

Jóvenes). Una era la ‗tía Cook‘ y otra la señora Snow (me

parece que no se llamaba Snow en aquel entonces). Estas

dos mujeres solían acercarse al señor Moody al finalizar los

cultos y le decían: «Estamos orando por usted». Al fin, el

señor Moody empezó a irritarse un poco, y una noche les

preguntó: «¿Para qué están orando por mí? ¿Por qué no oran

por los que no son salvos?». Ellas contestaron: «Estamos

orando para que usted reciba el poder». El señor Moody no

sabía qué significaba eso, pero se puso a pensar y después se

acercó a las mujeres y les dijo: «Desearía que me digan qué

es lo que quieren decir»; y ellas le explicaron que es el

bautismo concreto con el Espíritu Santo. Entonces él quiso

orar junto con ellas para que Dios le diera poder.

La ‗tía Cook‘ me contó una vez con qué intenso fervor oró

el señor Moody en esa ocasión. Ella me lo dijo con palabras

que apenas me atrevo a repetir, aún cuando nunca las he

olvidado. Y no sólo oraba con ellas, sino que también oraba

solo. No mucho después, poco antes de salir para Inglaterra,

estaba caminando por la calle Wall Street de Nueva York (el

señor Moody muy rara vez relató esto y yo casi vacilo en

contarlo), y en medio del bullicio y del trajín de esa ciudad

su oración fue contestada. El poder de Dios cayó sobre él

mientras caminaba por la calle y tuvo que apresurarse hacia

la casa de un amigo y pedirle que lo dejara solo en una

habitación. En esa habitación se quedó durante horas, y el

Espíritu Santo vino sobre él llenando su alma con tanto gozo

que debió rogar a Dios que detuviera su mano, pues temía

morirse allí de puro gozo. Salió de ese lugar con el poder del

Espíritu Santo sobre él, y cuando llegó a Londres (en parte

por las oraciones de un santo postrado en cama de la iglesia

del señor Lessey), el poder de Dios fluyó poderosamente a

través suyo en el norte londinense, y cientos fueron

agregados a las iglesias. Ese fue el punto de partida para que

fuera invitado a predicar en las maravillosas campañas

realizadas en años posteriores.

Vez tras vez el señor Moody me decía: «Torrey, quiero que

prediques sobre el bautismo con el Espíritu Santo». No sé

cuantas veces me pidió que hablara sobre ese tema. Una vez,

cuando yo había sido invitado a predicar en la Iglesia

Presbiteriana de la Quinta Avenida, Nueva York (invitado

por recomendación del señor Moody; de no ser por él, tal

invitación nunca se me hubiera extendido), justo antes de

partir para Nueva York, el señor Moody vino hasta mi casa

y me dijo: «Torrey, ellos desean que usted predique en la

Iglesia Presbiteriana de la Quinta Avenida de Nueva York.

Es una iglesia grande, enorme, costó un millón de dólares

para construirla». Luego prosiguió: «Torrey, quiero pedirle

una sola cosa, quiero decirle sobre qué debe predicar, quiero

que predique ese sermón suyo ‗Diez razones por las cuales

Creo que la Biblia es la Palabra de Dios‘ y su sermón sobre

‗el Bautismo con el Espíritu Santo‘». Vez tras vez cuando

me llamaban para ir a alguna iglesia, él me instaba: «Ahora,

Torrey, predique sin falta sobre el bautismo con el Espíritu

Santo». No sé cuantas veces me repitió esto. Un día le

pregunté: «Señor Moody ¿piensa que yo no tengo más

sermones que esos dos: ‗Diez Razones por las Cuales Creo

que la Biblia es la Palabra de Dios‘ y ‗el Bautismo con el

Espíritu Santo‘?». «No importa», respondió, «dales esos dos

sermones».

Una vez él tenía unos maestros en Northfield: todos ellos

excelentes, pero no creían en un bautismo definido con el

Espíritu Santo para el individuo. Creían que cada hijo de

Dios estaba bautizado con el Espíritu Santo, y no creían en

ningún bautismo especial con el Espíritu para cada uno.

El señor Moody me dijo: «Torrey, ¿puedes venir a mi casa

después del culto de esta noche? Yo haré que vengan esos

hombres, y quiero que trates acerca de este asunto con

ellos». Por supuesto acepté. El señor Moody y yo hablamos

un buen rato, pero ellos no concordaron del todo con

nosotros. Y cuando se fueron, el señor Moody me hizo seña

para que me quedara unos momentos más. Se sentó con su

barba apoyada en su pecho, como lo hacía a menudo cuando

estaba meditando profundamente; luego me miró y dijo:

«¿Por qué se detendrán en pequeñeces? ¿Cómo no ven que

ésta justamente es la cosa que ellos necesitan? Son buenos

maestros, excelentes maestros, y estoy muy contento de

tenerlos aquí; pero ¿cómo no ven que el bautismo con el

Espíritu Santo es el único toque que les hace falta?».

Page 7: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Semblanza de David Martyn Lloyd-Jones, el último gran

maestro de Westminster.

El maestro de Westminster

Gales es un lugar único en el mundo. Aun siendo parte de

Gran Bretaña, los galeses se apresuran a dejar en claro que

ellos no son ingleses, y lo enfatizan hablando en su propio

idioma en lugar de decirlo en inglés.

Gales tiene una muy especial historia espiritual, pues ha

experimentado grandes avivamientos, seguidos muchas

veces de profundas depresiones espirituales.

La historia registra algunos galeses notables, como

Christmas Evans, Daniel Rowland, William Williams,

Howell Harris, Evan Roberts… y David Martyn Lloyd-

Jones, nuestro biografiado.

Primeros pasos

David Martyn Lloyd-Jones nació el 20 de diciembre de

1899, cuando concluía el siglo XIX. Dios tenía un plan para

este hijo de Henry y Magdalene Lloyd-Jones, para traer de

nuevo los fuegos del avivamiento que Evans, Roberts y

otros habían experimentado antes. Algunos han dicho que

Charles Spurgeon fue el último puritano, pero el tiempo

demostraría que deberían haber esperado oír al «Doctor»

antes de hacer tal afirmación.

La vida del joven Martyn fue bastante tranquila hasta enero

de 1910, cuando tenía 11 años. Hasta entonces su padre

había sido un hombre de negocios bastante exitoso en su

ciudad natal de Llangeitho. Pero aquel año ocurrió algo que

cambiaría muchas cosas.

En la oscuridad de la noche estalló un fuego que casi costó

las vidas de Martyn y sus hermanos, que dormían en la

planta superior. Aunque la familia fue salvada, la mayor

parte de los bienes familiares se perdieron. Henry nunca se

recuperó totalmente del revés financiero. Casi por accidente,

Martyn averiguó poco después cuán desesperada se había

vuelto verdaderamente su situación.

Durante sus primeros años de escuela, él llevó esta carga en

su corazón. Como resultado, se volvió muy serio para su

edad, y muy decidido en tener éxito en su educación y en su

vida. «Fue como si él se apartaba mucho de lo que es común

a la juventud, y esto le hizo decir alguna vez: ‗Yo nunca

tuve una adolescencia‘», afirma Ian Murray. Aunque cálido

de corazón, Lloyd-Jones siempre llevaría con él una

reputación de austeridad y severidad.

Lloyd-Jones fue criado en el metodismo calvinista galés. El

término «metodismo calvinista» puede parecer

contradictorio, porque los metodistas son arminianos – que

enfatizan el libre albedrío del hombre – y los calvinistas dan

énfasis en la soberanía de Dios respecto a la salvación. De

alguna manera, el metodismo calvinista de Gales buscó lo

mejor de ambas posturas.

Entre 1914 y 1916, Lloyd-Jones fue a una escuela primaria

de Londres, y luego estudió medicina. Hizo su práctica en el

prestigioso Hospital de St. Bartholomew, y fue

brillantemente exitoso. Aprobó sus exámenes tan

tempranamente que tuvo que esperar para graduarse.

En 1921 comenzó a trabajar como asistente principal de Sir

Thomas Horder, uno de los mejores médicos de esos días.

A la edad de 26 años, Martyn obtuvo su diploma de

miembro del Colegio Médico y tenía una carrera brillante y

lucrativa delante de él. Sin embargo, Dios tenía planes para

que fuese médico de almas en lugar de cuerpos.

Conversión y llamamiento al ministerio

Poco a poco, a través de la lectura, su mente fue atraída por

el evangelio de Cristo. No tuvo ninguna crisis dramática de

conversión, pero llegó a un punto en que se comprometió

completamente con el evangelio.

Después de eso, cuando se sentaba en el consultorio,

escuchando los síntomas de sus pacientes, comprendió que

aquello que muchos de ellos necesitaban no era la medicina

ordinaria, sino el evangelio que él había descubierto para sí

mismo. Él podría ocuparse de los síntomas, pero la

preocupación, la tensión, las obsesiones, sólo podrían ser

tratadas por el poder de la conversión. Él sentía cada vez

más que la mejor forma de usar su vida y talentos era

predicando ese evangelio.

Martyn se involucró rápidamente en la iglesia de la Capilla

de Charing Cross. Entre otras cosas, allí conoció a Bethan

Philips. Bethan asistía allí con sus padres y dos hermanos.

Su padre era un oftalmólogo muy conocido y Bethan estaba

a punto de recibirse como médico en el University College

Hospital.

Tras varios años de noviazgo, Martyn y Bethan se casaron,

en 1927. Después de su luna de miel en Torquay, se

instalaron en su primer hogar, una pequeña casa parroquial

de la iglesia de Sansfield, en Aberavon, Gales, decididos a

servir en aquello a que se sentían llamados.

El sorprendente movimiento del joven especialista y su

esposa no podía dejar de atraer la atención, y la prensa vino

hasta ellos. La señora Lloyd-Jones respondió a un periodista

en la puerta de su casa con la frase: ‗Sin comentarios‘ y al

día siguiente quedó horrorizada al leer el titular: ‗«Mi

marido es un hombre maravilloso», dice la señora Lloyd-

Jones‘. De este matrimonio nacieron dos hijas, Elizabeth y

Ana.

Los médicos locales no estaban muy contentos con el recién

llegado. Pensaban que él había venido para mostrar su

superioridad y arrebatarles a sus pacientes.

Contra lo esperado, Martyn no pudo abandonar

completamente su carrera médica. En la Gales del sur, su

brillante habilidad de diagnóstico escaseaba. Después de

unos años durante los cuales fue deliberadamente ignorado

por los médicos locales, fue llamado para un caso difícil. Él

supo exactamente la naturaleza de la oscura enfermedad de

la que el paciente aparentemente se recuperaría, y luego

moriría. Su pronóstico se confirmó exactamente, y el médico

general dijo: ‗Debo arrodillarme para pedir su perdón por lo

Page 8: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

que yo he dicho sobre usted‘. Después de eso fue difícil

controlar las llamadas médicas.

Un escritor describió así el barrio de Sansfield: «Contiene

por lo menos a 5.000 hombres, mujeres y niños que viven en

la mayor parte en la sordidez y el hacinamiento». O como

alguien dijo, era un lugar para «el jugador, la prostituta y el

publicano».

Lloyd-Jones no era un ministro recién salido de una

universidad teológica liberal, que acomodara su mensaje a la

opinión contemporánea y a los prejuicios de su

congregación. Las palabras de su primer sermón inspiradas a

partir de 2ª Timoteo 1:7 ilustran cuáles eran sus

convicciones: «Nuestras ... iglesias están atestadas con

personas casi todas las cuales toman la Cena de Señor sin

dudar un momento, pero... ¿imagina usted por un instante

que todas esas personas creen que Cristo murió por ellos?

Bien, entonces, dirá usted, ¿por qué son miembros de la

iglesia, por qué ellos fingen creer? La respuesta es que ellos

tienen miedo de ser honestos consigo mismos... Yo me

sentiré mucho más avergonzado por toda la eternidad por las

ocasiones en las que dije que yo creía en Cristo cuando en

realidad no era así...».

Eso fue demasiado para algunos, que abandonaron la

congregación. Pero en su lugar –lentamente al principio– fue

creciendo el número de los que eran cautivados por la

verdad, la clase obrera de Gales del Sur. El mensaje los

trajo, y el poder del Espíritu Santo los convirtió. No había

súplicas dramáticas, sólo un ministro joven con el mensaje

claro de la justicia de Dios y su amor, que trajeron a un caso

duro tras otro al arrepentimiento y la conversión.

La iglesia creció con la constante corriente de conversiones.

Notorios bebedores se hicieron cristianos gloriosos, y

obreros y mujeres vinieron a las clases de Biblia que él y su

esposa dirigían.

Para aquellos que están habituados a la predicación bíblica

puede ser difícil entender la conmoción que causaba este

joven predicador. Primero, él no estaba entrenado

teológicamente (al menos no de las formas reconocidas). En

lugar de predicar de un leccionario o alguna otra forma pre-

elaborada, Lloyd-Jones era ante todo un predicador de la

Biblia. Desde el principio, él buscó dar una comprensión

verso por verso de la Palabra de Dios. Quizás esto reflejaba

su propia vida personal que incluía leer la Biblia completa

cada año. Basta leer los mensajes suyos sobre Romanos o

sobre Efesios para entender cuán profundo era su afecto por

la Palabra y su obediencia a la misma.

Tampoco cabe duda de que su lectura de los Puritanos tuvo

también una profunda influencia sobre él. Los Puritanos a

menudo han sido caricaturizados, pero Lloyd-Jones los leyó

realmente. Leyó todo el Directorio Cristiano de Richard

Baxter y los muchos volúmenes de John Owen. Desde su

punto de vista, los Puritanos diferían de otras corrientes

organizadas en varias puntos importantes.

Primero, acentuaban la naturaleza espiritual del culto por

sobre las formas y rituales externos. Segundo, enfatizaban el

cuerpo reunido de Cristo por sobre el individuo, haciendo

así la disciplina de la iglesia necesaria y saludable para la

causa de Cristo. Finalmente, creían en la aplicación directa

de la Palabra para el alma de cada persona. El espíritu del

Puritanismo, creía Lloyd-Jones, podía ser trazado de

William Tyndale a John Owen y a Charles Spurgeon. Era

este espíritu de la centralidad de la Palabra de Dios el que

conducía al nuevo predicador en el país de Gales.

A medida que sus predicaciones eran conocidas, la presencia

de Lloyd-Jones fue más y más solicitada. Muchos otros

predicadores comenzaron a encontrar en él un modelo de lo

que debía ser el ministerio del púlpito. Fue a predicar a

Canadá y América y a menudo era invitado para hablar ante

varias asambleas en Gran Bretaña.

Fue en la noche fría y brumosa del 28 de noviembre de 1935

que Lloyd-Jones predicó a una asamblea en el Albert Hall,

en Londres. Durante su mensaje, «el Doctor» explicó los

problemas bíblicos que él veía en muchas de las más usadas

formas de evangelización y crecimiento de la iglesia. Dijo:

«¿Pueden muchos de los métodos de evangelismo que se

introdujeron hace unos cuarenta o cincuenta años realmente

justificarse por la Palabra de Dios? Cuando leo sobre la obra

de los grandes evangelistas en la Biblia, veo que ellos no

estaban primeramente preocupados por los resultados; ellos

se ocupaban en proclamar la palabra de verdad. Ellos

dejaron el crecimiento a Él. Ellos estaban interesados sobre

todo en que las personas fuesen puestas cara a cara con la

propia verdad».

Llegada a Westminster

Uno de los oyentes aquella noche era un anciano de 72 años,

G. Campbell Morgan, pastor de la Capilla de Westminster,

quizá el predicador con más renombre de la época. Se dice

que el anciano pastor le dijo a Lloyd-Jones: «¡Nadie sino

usted podría haberme sacado en semejante noche!». Después

de oír a Lloyd-Jones, Campbell Morgan quiso tenerlo como

su colega y sucesor en 1938. Pero no era tan fácil, porque él

manejaba otras opciones tan atractivas como aquella. Al

final, prevaleció el llamado de la Capilla de Westminster, y

la familia Lloyd-Jones con sus hijas, Elizabeth y Ana, se

estableció definitivamente en Londres en abril de 1939.

La asociación de Morgan y Lloyd-Jones fue un digno

ejemplo de cómo los cristianos pueden trabajar juntos, aun

cuando difieran en aspectos secundarios. G. Campbell

Morgan era un arminiano, y su exposición de la Biblia,

aunque famosa, no se ocupó de las grandes doctrinas de la

Reforma. Martyn Lloyd-Jones, en cambio, estaba en la

tradición de Spurgeon, Whitefield, los Puritanos y los

Reformadores. Pero ambos hombres respetaron cada uno las

posiciones y talentos del otro, y su asociación, hasta que

Campbell Morgan murió, fue pacífica y fomentó mucho la

obra de Cristo en Londres.

Cuando las nubes de tormenta de la Segunda Guerra

Mundial ya amenazaban, Lloyd-Jones asumió el pastorado

pleno de la Capilla de Westminster.

Durante los años de guerra, los habitantes de Londres

soportaron por meses las interminables incursiones

nocturnas de los bombarderos alemanes. A causa de que la

Capilla de Westminster estaba situada muy próxima al

Palacio de Buckingham y otros edificios importantes del

gobierno, estaba en peligro constante de ser destruida. La

congregación estuvo en un estado constante de crisis

Page 9: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

financiera y emocional. Sin embargo, los servicios siguieron

casi con normalidad. En 1944, una bomba voladora explotó

en la Capilla de los Guardias, a unos pocos metros de allí,

cubriendo al predicador y la congregación de polvillo

blanco. Un miembro de la congregación abrió sus ojos

después del estampido, vio a todos cubiertos en blanco ¡y

creyó que debía estar en el cielo!

Westminster también estaba acercándose rápidamente a su

propia crisis interior. Algunos de la «vieja guardia» no

querían mucho al joven calvinista que había compartido el

púlpito con su venerado Dr. Morgan. Es un testimonio del

poder de la Palabra de Dios y del espíritu humilde de Lloyd-

Jones que la iglesia no sólo sobrevivió, sino que finalmente

prosperó. Después de la guerra, la congregación creció

rápidamente. En 1947 los balcones fueron abiertos y de

1948 hasta 1968 cuando él se retiró, había un promedio de

unos 1.500 asistentes los domingos en la mañana y 2.000 en

la noche.

A principios de 1953, el estudio de la Biblia de los viernes

por la noche empezó en la Capilla principal. Fue allí cuando

Lloyd-Jones inició su monumental discurso sobre el libro de

Romanos. Así como la obra de Martín Lutero sobre

Romanos y Gálatas influyó en los Puritanos posteriormente,

este gran trabajo sobre Romanos ha influido en la actual

generación de creyentes. Así como él empezó, él

continuaría, ministrando a su gente con la Palabra de Dios

en lugar de su propia personalidad.

En su enfoque al trabajo del púlpito, Lloyd-Jones trabajaba

firmemente a través de un libro de la Biblia, tomando un

versículo o parte de un versículo a la vez, mostrando lo que

enseñaba, cómo eso se ajustaba a la enseñanza sobre el

asunto en otra parte de la Biblia, cómo la enseñanza entera

era pertinente a los problemas de nuestro propio día y cómo

la posición cristiana contrastaba con las ideas actualmente

en boga.

Él se ponía a sí mismo en un segundo plano, e intentaba

mostrar a su congregación la mente y la Palabra de Dios,

permitiendo que el mensaje de la Biblia hablara por sí

mismo. Sus predicaciones explicativas apuntaron a permitir

a Dios hablar tan directamente como era posible al hombre

en el banco con el pleno peso de la autoridad divina.

Otras actividades

A pesar de las dificultades de la guerra, Lloyd-Jones estuvo

comprometido en la fundación de tres instituciones

importantes. La primera fue la creación de una Biblioteca

Evangélica de grandes obras cristianas, que pronto superó

los 20.000 volúmenes. Así una nueva generación de

creyentes se acercó a los escritos de Bunyan, Baxter, Owens

y otros.

La segunda institución que Lloyd-Jones ayudó a crear fue la

Confraternidad de Westminster. El libro Los Puritanos, es

una recopilación de los mensajes anuales de Lloyd-Jones a

dicha agrupación.

Y lo tercero, fue el apoyo a la Confraternidad Inter-

universitaria (IVF), bajo cuyo alero se realizó cada mes de

diciembre la Conferencia Puritana. Había un fuerte

sentimiento por la necesidad de regresar a los fundamentos

teológicos de la tradición protestante, al período cuando cien

años después de la Reforma, sus implicaciones teológicas

habían funcionado. Se leyeron y se discutieron documentos

y Lloyd-Jones dirigió las reuniones con habilidad y

autoridad.

La casa editorial Banner of Truth y la revista Evangelical

Magazine nacieron, con la ayuda y estímulo de Martyn

Lloyd-Jones, que también apoyó poderosamente el trabajo

de la Biblioteca Evangélica. A nivel pastoral, él condujo

reuniones fraternales mensuales de ministros desde

principios de los 40‘s, donde los pastores discutían todos los

problemas que enfrentaban dentro de la iglesia y en su

entorno. Aquí su siempre vasta experiencia, su profunda

sabiduría y su sentido común ayudaron a muchos ministros

jóvenes con dificultades aparentemente únicas e insolubles.

En el verano de 1947 el doctor hizo otra visita a los Estados

Unidos y fue recibido calurosamente. A pedido de Carl F. H.

Henry, él habló en la Universidad de Wheaton. Se

publicaron los cinco mensajes que él dio. En ellos Lloyd-

Jones compartió su idea acerca del tipo de predicación que

el mundo realmente necesita.

Controversias

Un carácter fuerte y un liderazgo fuerte no pueden evitar la

controversia. Creyendo, como él hizo, en el poder del

Espíritu Santo para convencer y convertir, él se opuso

profundamente a la tradición con la que había crecido desde

Moody de reuniones multitudinarias con música suave y

apelaciones emocionales para la conversión. También se

opuso a las uniones arbitrarias entre denominaciones

basadas en el pragmatismo en lugar de la doctrina. Nada

causaría más problemas a Lloyd-Jones que su firme creencia

en la necesidad de una adhesión a ciertas doctrinas

fundamentales.

A finales de la Guerra, mientras muchos se reunían para oír

al doctor, otros líderes religiosos estaban empezando a

ignorarlo. Cuando en 1946 una publicación reunió los

nombres de los «Gigantes del Púlpito», incluyendo hombres

como Weatherhead, el nombre de Martyn Lloyd-Jones fue

ignorado.

A principios de los años 1950‘s, mucho había cambiado en

el paisaje espiritual de Inglaterra. En 1952, Arturo W. Pink

murió en relativa oscuridad en una isla de Escocia. En ese

momento pocos habrían adivinado que sus escritos serían un

día publicados y leídos por creyentes en todo mundo.

Alrededor de 1959, Lloyd-Jones observó que había un

resurgimiento del interés en las doctrinas de la gracia y las

enseñanzas de los puritanos en la iglesia. Sin embargo,

aquéllos en los cuales se producía este regreso no eran de su

propia generación. El interés real estaba entre los ministros y

creyentes más jóvenes. Esta nueva generación de líderes del

púlpito vio las inmutables verdades de la palabra de Dios en

una forma que no lo hizo su generación anterior. Algunos

acusaron a Lloyd-Jones de ignorancia teológica en el mejor

de los casos, y en el peor, de arrogancia espiritual. La verdad

es que él reprendía a menudo a sus jóvenes aprendices por

transformar la discusión sobre Calvinismo y Arminianismo

en un punto de controversia. De hecho, él expresaba

públicamente su creencia de que A. W. Pink debió haber

Page 10: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

tenido un espíritu más a largo plazo y conciliatorio en su

esfuerzo para volver a las personas a la verdad.

La controversia más seria vino en sus relaciones con la

Iglesia de Inglaterra. Martyn Lloyd-Jones era un firme

creyente en la unidad evangélica. Él no creía que las

barreras sectarias debían separar a aquéllos que tenían una

verdadera fe en común. Pero cuando el movimiento

ecuménico liberal hizo más y más concesiones a las

corrientes de opinión mundana, él apoyó el éxodo desde

aquellas denominaciones.

Una de las grandes pasiones de Martyn Lloyd-Jones era el

retorno a la combinación de la doctrina de los Calvinistas y

el entusiasmo de los Metodistas. En los años 60‘s, él estaba

ansioso porque el énfasis en la sana doctrina recientemente

recuperado no se convirtiese en una árida dureza del

doctrinal. Para neutralizar este peligro, él empezó a dar

énfasis a la importancia de la experiencia. Él habló mucho

de la necesidad del conocimiento experimental del Espíritu

Santo, de la convicción plena por el Espíritu, y de la verdad

que Dios trata inmediatamente y directamente con sus hijos

– a menudo ilustrando estas cosas con la historia de la

iglesia.

Al contrario de gran parte de la enseñanza que se levantaría

durante la Renovación Carismática de los 60‘s, Lloyd-Jones

enfatizó varios rasgos del verdadero avivamiento. Primero,

él proclamó que Dios es soberano y no hay, por tanto,

ninguna fórmula para el avivamiento. Dios se mueve de

formas diferentes en tiempos diferentes. En segundo lugar,

insistió en que la iglesia necesitaba el avivamiento, no para

que más personas entraran en la iglesia, sino para que Dios

fuese devuelto a Su lugar justo en las vidas y pensamientos

de la gente.

Tal como en el problema de unidad de la iglesia, sus ideas

sobre lo que ahora se conoce como ‗psicología cristiana‘

probaron ser profundas y proféticas. Él no estaba en

absoluto impresionado con el matrimonio entre la

predicación bíblica y la psicología secular.

Hay una colección de sermones sobre el asunto en

«Depresión Espiritual: Causas y Curas», publicada por

primera vez en 1965. La obra apunta a la suficiencia de

Cristo en la vida del creyente y concluye con estas palabras:

«Yo hago lo máximo que puedo, pero Él controla el

suministro y el poder, Él lo infunde. Él es el médico celestial

y Él conoce cada variación en mi condición. Él ve mi

complexión. Él siente mi pulso. Él conoce... todo. ‗Así es‘,

dice Pablo, ‗y por consiguiente todo lo puedo a través de

Aquel que constantemente me está infundiendo fuerza‘… Él

nos conoce mejor de lo que nosotros mismos nos

conocemos, y según nuestra necesidad, así será nuestro

suministro».

A principios de los 60‘s, el doctor inició una serie de

mensajes sobre el evangelio de Juan. Su intención en ellos

no fue una exposición verso por verso como era habitual,

sino una búsqueda del significado esencial de la certeza y la

llenura del Espíritu Santo.

A principios de 1968, en su 68° año, Lloyd-Jones tuvo una

operación importante y, aunque se recuperó por completo,

decidió que después de 30 años en Westminster había

llegado el tiempo de retirarse como ministro.

Su ministerio había sido muy bendecido por Dios. Había

habido un arroyo constante de conversiones, muchas

notables y, sobre todo, a una amplia variedad de personas de

toda condición social se le había enseñado la anchura y la

profundidad de la doctrina cristiana. En la Capilla había

soldados de los cercanos cuarteles de Wellington Barracks,

trabajadores de los hoteles y restaurantes del oeste,

enfermeras de los grandes hospitales, actores y actrices de

teatros del oeste-extremo, sirvientes civiles menores y

mayores de Whitehall, y desempleados crónicos

provenientes del hostal del Ejército de Salvación.

La Capilla siempre estaba llena de estudiantes,

especialmente extranjeros, entre los que estaba el ahora

Presidente Moi de Kenya. La Iglesia china asistía en la

mañana y muchos Hermanos de Plymouth por la tarde.

Cuando los Hermanos Exclusivos se dividieron, muchos de

los que vivían en Londres vinieron a la Capilla de

Westminster. Y había, por supuesto, muchos profesionales,

maestros, abogados, contadores y quizás más de algunos de

aquéllos que tenían alguna deficiencia mental.

Gente de todo tipo y condición venía a verlo después en la

sacristía, donde él pasaría horas pacientemente escuchando y

sabiamente aconsejando. Uno de ellos ha escrito: ‗Yo tengo

un recuerdo encantador de ir a él en una necesidad personal

profunda, todavía muy asustado de su manera pública

formidable. Su apacibilidad y atractiva bondad, unidas a un

consejo simple y recto, ganaron mi corazón. Su cerebro y

brillantez como predicador le hacen digno de respeto y

admiración; ese otro lado más manso, que conocí en

privado, hace a uno amarle‘.

En 1977 él habló sobre la diferencia en el método de Pablo

de ayudar a los cristianos y aquello que se estaba

popularizando con el nombre de consejería. Su convicción

era de que mucho de lo que pasa como psicológico era

realmente espiritual. Lloyd-Jones vio el púlpito como el

enfoque de verdadero ‗Cristian counselling‘. Eso no

significa que él estuviera desinteresado de su gente y de sus

problemas. Nada podía estar más lejos de aquello. Él

ocupaba muchas horas en el consejo personal y la dirección

bíblica.

Actividades finales

En los 12 años posteriores a su jubilación él continuó con la

Conferencia de Westminster y dedicó mucho tiempo a dar

consejo a otros ministros, contestar cartas y hablar

eternamente por teléfono. Libre de la rígida rutina de los

domingos en Westminster, él pudo entonces dedicarse a los

compromisos externos que él había tomado como ministro,

sobre todo ocupando los fines de semana en causas

pequeñas y remotas que él amaba animar. Él viajó de nuevo

a Europa y los Estados Unidos, pero rehusó nuevas y

reiteradas invitaciones a otros países.

Lloyd-Jones tenía un hogar muy feliz que estaba abierto

cada Navidad a los miembros de la iglesia que no tenían otro

sitio adonde ir. En su jubilación él solía incitar a sus nietos

mayores con algún argumento. Ellos eran como cachorros

jóvenes yendo por un león viejo, atreviéndose donde nadie

Page 11: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

más se atrevería, vueltos atrás por un gruñido, pero

volviendo a saltar en seguida.

En 1979, la enfermedad regresó, y tuvo que cancelar todos

sus compromisos. Él aún anhelaba predicar de nuevo. Él

había visto a muchos hombres seguir después de que ellos

debían haber parado. En la primavera de 1980 pudo empezar

de nuevo, pero una visita al Hospital en mayo reveló que su

enfermedad exigía un tratamiento más severo que le

impediría predicar. Entre las agotadoras sesiones en el

hospital, que él enfrentó con valor y dignidad, continuó

trabajando en sus manuscritos y dando consejo a ministros,

pero en Navidad él estaba demasiado débil para esto. Al

final, sin embargo, pudo pasarse tiempo con su biógrafo (su

ayudante anterior, Ian Murray).

Hacia fines de febrero de 1981, con gran paz y confiada

esperanza, él creyó que su obra terrenal estaba hecha. Dijo a

su familia inmediata: ‗No oren por sanidad, no traten de

retenerme de la gloria‘.

El 1 de marzo, el Día del Señor, él pasó a la gloria de la cual

tan a menudo había predicado, para encontrarse con el

Salvador al cual había proclamado tan fielmente.

Page 12: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

F. B. Meyer, pastor, predicador, autor de numerosos

libros, maestro notable de las Escrituras. Un don dado a

la iglesia de Cristo.

Un místico práctico

Semblanza de F. B. Meyer

Frederic Brotherton Meyer fue uno de los predicadores más

amados en su tiempo, uno de los principales exponentes del

movimiento Higher Life (Vida Superior), y por más de 20

años expositor de la Conferencia de Keswick. Spurgeon

decía de él: «Meyer predica como un hombre que ha visto a

Dios cara a cara».

Influencia familiar

F. B. Meyer nació en Londres en abril de 1847, en el seno de

una devota familia cristiana adinerada de origen alemán.

Especial influencia ejerció sobre él una abuela cuáquera.

Asistió al Brighton College y se graduó de la Universidad de

Londres en 1869. Estudió teología en el Regent‘s Park

College, Oxford. Meyer empezó a pastorear iglesias en

1870. Su primer pastorado estuvo en la Capilla Bautista de

Pembroke en Liverpool.

Contacto con D. L. Moody

Siendo pastor en la Capilla Bautista de Priory Street, acudió

a escuchar a D. L. Moody, el evangelista norteamericano. Su

primera impresión fue confirmada por uno de sus maestros

de Escuela Dominical, quien vino a él y le dijo: «Hermano

Meyer, la ilustración que ese predicador dio el otro día

impactó tanto a mis muchachas que ha habido mucho llanto,

confesión y testimonio. ¡Estamos seguros que el Espíritu

Santo ha venido sobre nosotros; y hemos tenido una

experiencia en nuestra clase que usted no creerá!».

F. B. Meyer fue tan afectado por el testimonio de ese

maestro y esas muchachas que quiso comprobarlo por sí

mismo, y pronto llegó a ser su propia realidad. Desde ese

momento, Meyer se acercó a Moody, y sellaron una amistad

que duró de por vida.

Dos áreas de interés

Desde el comienzo de su ministerio, Meyer mostró un gran

interés por los nuevos movimientos dentro de la Iglesia.

Entre éstos estaban los movimientos por la reforma social y

por la espiritualidad más profunda. Meyer incursionó con

distinta suerte en ambas áreas. Su carácter práctico

rechazaba una forma de espiritualidad mística y

desconectada de la realidad.

El comienzo de su incursión tras los pasos de una

espiritualidad más profunda lo tuvo en 1874 y 1875. Meyer

asistió a dos conferencias sobre el tema de la vida espiritual

que iba a mostrarse decisivo para la vida evangélica

británica. La primera fue una reunión bastante selecta

sostenida en Broadlands, la propiedad del futuro Lord y

Lady Mount Temple. Con aproximadamente cien personas

invitadas– incluyendo, por ejemplo, al escritor George

MacDonald– se desarrolló durante seis días en julio de 1874.

El segundo evento, del 29 de agosto al 6 de septiembre, fue

una conferencia en Oxford «para la promoción de la

santidad Escritural», que atrajo a 1.500 personas. Dos de los

oradores principales eran una pareja americana con raíces

cuáqueras, Robert y Hannah Pearsall Smith.

La esencia del mensaje en Oxford fue que la santificación,

como la justificación, era una bendición asequible a través

de la fe simple. Este enfoque, que contrastaba con la visión

evangélica de que la santidad era lograda por el esfuerzo

activo, fue recibido ávidamente por los cristianos que

luchaban con un sentimiento de fracaso.

Meyer recordaba vivamente su reacción en Broadlands y en

Oxford. Él fue impactado sobre todo por los mensajes de

Pearsall Smith.

Con este trasfondo, Meyer acudió con entusiasmo a la

Convención de Brighton, al año siguiente. Sin embargo, la

controversia estuvo a punto de quebrar el ambiente. ¿Era la

«impecabilidad» enseñada por los líderes de la santidad?

Meyer fue incapaz de aceptar algunas de las declaraciones

hechas en Brighton, y se sumió en un estado de decepción.

Fue renuente a asistir a la Convención inicial de Keswick

que, en el verano de 1875 sólo reunió a 300-400 personas.

(A principios del s. XX acudían más de 5.000).

Después de este traspié, Meyer se dedicó de lleno al

ministerio pastoral en Leicester, con un fuerte énfasis en el

evangelismo, probablemente debido a la influencia de su

reciente amistad con D. L. Moody. Cuando él miraba hacia

atrás esa época decía que había «malgastado la vida

interior», viviendo para dedicarse a «obtener influencia

social, ganar dinero, atraer audiencias y hacer obra

filantrópica».

Por ese tiempo, la posición de Meyer era tensa. La

enseñanza de la vida espiritual más profunda lo llamaba

fuertemente, pero él no podía integrarla en su compromiso

de evangelización y acción social. Sólo cuando reconcilió

estos elementos dentro de sí mismo, pudo llevar a cabo su

ministerio como maestro de santidad.

Un encuentro revitalizador

El momento decisivo vino el 26 de noviembre de 1884,

cuando C. T. Studd y Stanley Smith visitaron la floreciente

iglesia de la cual Meyer era pastor (Melbourne Hall,

Leicester). Un gran revuelo se había levantado cuando Studd

y Smith, que eran deportistas conocidos en toda Inglaterra,

junto con otros cinco estudiantes universitarios de

Cambridge –conocidos como los «Cambridge Seven»– se

ofrecieron a ir como misioneros a China.

Meyer invitó a las dos famosas personalidades a hablar en el

Melbourne Hall poco antes de que dejaran Bretaña. Lo que

Meyer no sospechaba era el efecto que esta decisión

causaría en él mismo.

Él observó en Studd y Smith una «fuente constante de

reposo, fuerza y alegría» que él no tenía y que estaba

decidido a poseer. Era esencial para Meyer que la

espiritualidad fuese práctica si es que debía ser aceptada

como auténtica, y esto fue exactamente lo que él vio en

Page 13: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

aquellos dos jóvenes. Meyer fue a Studd y Smith por

consejo a las 7:00 a.m. el día después de reunirse en el

Melbourne Hall, y ellos le instaron a que rindiera todo a

Cristo. Meyer entonces, «por primera vez» –así lo afirmó–

tomó la voluntad de Dios como el objetivo de su vida entera.

Esta declaración, «rendirse a Dios», expresaba un elemento

crucial de la espiritualidad del movimiento de la vida más

profunda.

Cuando la experiencia de rendición de Meyer se hizo

pública, los organizadores de la Convención de Keswick lo

reconocieron como equipado para tomar un lugar en la

tribuna de Keswick. Le pidieron que fuera uno de los

oradores durante la semana de la Convención de 1887.

Meyer estaba padeciendo depresión nerviosa como resultado

de un largo tiempo de exceso de trabajo, y la atmósfera

entusiasta de las grandes muchedumbres que asistían a la

convención aumentaron su nerviosismo. Durante una

reunión nocturna de oración en que las personas buscaban el

poder del Espíritu Santo, la tensión en Meyer alcanzó

niveles intolerables. Apresuradamente salió de la tienda de

la convención y huyó al monte. Éste fue el escenario en el

cual él experimentó la llenura del Espíritu. Él dijo: «Como

respiro el aire, así mi espíritu respira en la llenura del

Espíritu Santo».

Cuando volvió de este encuentro, él oyó una voz «que

sugería de modo siniestro en la oscuridad», diciéndole:

«Eres un necio, tú no tienes nada». Meyer admitió que él no

sentía nada, lo cual confundió a sus amigos cuando se reunió

con ellos, porque ellos esperaban una experiencia extática.

La manera particular en que Meyer experimentó a Dios

determinaría su subsecuente enseñanza de santidad. Aunque

no se oponía a las experiencias de crisis, para él la emoción

no era importante. Al contrario, la decisión de recibir el

Espíritu podría ser tranquila, quieta y deliberada, incluso

sanadora. De hecho, él vio a Keswick como una «clínica

espiritual».

Hacia un misticismo práctico

Entre los años 1887 y 1928, él dirigió veintiséis

convenciones de Keswick y habló en numerosos mini-

Keswicks en Bretaña y en otras partes del mundo.

La enseñanza de la santidad de Meyer, que durante las

próximas cuatro décadas él ofreció a los públicos por el

mundo, siguió las líneas trazadas por los fundadores de

Keswick, a la cual Meyer hizo una contribución distintiva.

En el cristiano que se rindió a Dios, decían los oradores de

Keswick, mora el pecado «perpetuamente neutralizado». La

preocupación de Meyer era deletrear esto en forma menos

teológica pero más sencilla, para que todos pudieran llevar

el concepto a la práctica.

Para Meyer, había tres fases en la jornada espiritual. La

conversión era seguida por «la consagración», que era

seguida por la «unción del Espíritu». Se reconoció

rápidamente en los círculos de Keswick que Meyer tenía un

poder excepcional para llevar a las personas a la experiencia

de la rendición. Él constantemente volvía a su tema básico:

los pasos hacia la «vida bendecida».

Meyer supervisaba su impacto en las Convenciones,

observando en 1895 que le gustaba permanecer en la puerta

después de hablar, y había personas que venían hacia él

diciendo, con respecto a la bendición impartida: «No, señor,

yo no puedo decir que la siento, pero la he recibido».

En 1889, Meyer les dijo a sus oyentes de Keswick que las

personas habían intentado usar la «fórmula» para «la

liberación del poder del pecado conocido» dada desde el

púlpito, pero que en la práctica esto había fallado, porque la

consagración tenía que ocurrir antes de la llenura del

Espíritu.

La comprensión de Meyer sobre este asunto se diseminó

ampliamente a través de sus muchos escritos. Un énfasis

central era que la recepción del Espíritu era «gobernada por

ley» y que la obra del Espíritu dependía de la complacencia

obediente del cristiano que tenía que recibir el poder del

Espíritu. La experiencia de santidad era recibida a través de

la fe, y era accesible para todos.

Los críticos de la espiritualidad de Keswick alegaban que a

través de su énfasis en la vida interior, enseñaba un

quietismo que desalentaba las expresiones prácticas de la

vida cristiana y un misticismo que era extraño a la teología

evangélica. Aunque él reconoció que él y otros enseñaban

«el quietismo de un corazón calmado por Dios», Meyer

negó que esto significara una búsqueda de la experiencia

religiosa en y por sí misma. Él declaró en 1903 que tenía

que decirse cien veces por día que su experiencia de

bendición espiritual era verdad, porque él no la sentía y no

tenía «ningún gozo en ello».

Aunque, sin duda, al hablar así Meyer exageraba, él

evidentemente conocía el conflicto que sentían los cristianos

comunes que habían «exigido» la llenura del Espíritu pero

les faltaba el «sentimiento» de haberla recibido. Aquí la

experiencia de algunos místicos fue relevante. Había

escritores influyentes, como Juan de la Cruz, que habló de la

oscuridad en la que no se sentía la presencia de Dios. Meyer

habló en 1922 de tener confianza «sin sentimiento, una

confianza ciega... Entonces lograrás tanto sentimiento como

quieras».

En 1925, Meyer, en consonancia con su actitud hacia la

experiencia mística entre los cristianos, alineó a Keswick

con una línea de enseñanza que él denominó –aunque

admitió que era controversial– como «misticismo práctico».

Era una fórmula que él construyó con el objetivo de conectar

la espiritualidad de Keswick con una tradición más antigua

de la vida religiosa.

El acercamiento de Meyer a la vida espiritual también era

marcado por su detallado énfasis en lo práctico, en contraste

con las generalidades devocionales que caracterizaron

mucha enseñanza de la santidad.

Por ejemplo, en 1903, Meyer instó a los oyentes de Keswick

de la tarde del martes a poner su atención en las cosas que

estaban erradas en sus vidas. Si ellos necesitaban hacer

restitución financiera, debían inmediatamente escribir un

cheque, con los intereses respectivos. Igualmente, él insistió

en que cualquiera que necesitaba escribir cartas de disculpa,

debía hacerlo en forma inmediata. Al hacer esto, «el fuego

de Dios» vendría.

Page 14: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El miércoles por la tarde, Meyer informó que las personas

habían respondido. Relaciones matrimoniales, por ejemplo,

se habían puesto en orden. Sin embargo Meyer estaba

preocupado, porque algunos mostraron complacencia, y les

instó a que examinaran sus motivos.

Compromiso con la acción social

En 1883 se publicó en Inglaterra «The Bitter Cry of Outcast

London» (El Amargo Lamento del Londres Proscrito), que

detallaba la pobreza, miseria y degradación sexual de

Londres. Como consecuencia, el mundo cristiano se levantó

con diversas iniciativas de ayuda a los necesitados.

F. B. Meyer hizo suya esta causa, y se abocó a combinar la

predicación con ambiciosos programas sociales, que

incluían la rehabilitación de ex-convictos, prostitutas y

alcohólicos. Uno de los aportes que Meyer intentó hacer fue

crear fuentes de trabajo. Una de ellas fue ‗F. B. Meyer -

Firewood Merchant‘ (F. B. Meyer, Comerciante de Leña) y

el otro era un negocio de limpieza de ventanas, para dar

dignidad a los expresos a través del trabajo.

Lamentablemente, los resultados no fueron siempre

alentadores. En su fábrica de leña él recibía a ex-convictos,

y les ofrecía buenos sueldos, un lugar para vivir y, cuando

era posible, estímulo espiritual. A cambio, él esperaba que

ellos tuvieran un buen rendimiento. Pero ellos no lo hicieron

así, y él perdió dinero. Finalmente, tuvo que despedirlos, y

compró una sierra circular impulsada por un artefacto de

gas. En una hora, el trabajo rindió más que los esfuerzos

combinados de todos los hombres en el curso de un día

entero.

Un día, Meyer tuvo una pequeña charla con su sierra:

«Cómo puedes tú hacer tanto trabajo?», preguntó. «¿Eres tú

más afilada que las sierras que mis hombres estaban usando?

¿No? ¿Es tu hoja más brillante? ¿No? ¿Qué entonces?

¿Mejor aceite o lubricación contra la madera?».

La respuesta de la sierra, si pudiese hablar, habría sido: «Yo

pienso que hay una energía más fuerte detrás de mí. Algo

está trabajando a través de mí con una nueva fuerza. No soy

yo, es el poder detrás de mí».

A partir de esta experiencia, Meyer observó que muchos

cristianos están trabajando en el poder de la carne, en el

poder de su intelecto, su energía, su celo entusiasta, pero con

efecto pobre. Ellos necesitan unirse al poder de Dios a través

del Espíritu Santo.

Meyer también emprendió un ataque masivo contra los

prostíbulos. Decía: «No hay otro pecado como la falta de

castidad, que provoque la caída de una nación más pronto.

Si la historia enseña algo, enseña que esa indulgencia

sensual es la vía más segura a la ruina nacional. La sociedad,

al no condenar este pecado, se condena a sí misma». A

través de los esfuerzos de un equipo especializado de la

iglesia, 700-800 locales fueron cerrados entre 1895 y 1907 y

se hicieron esfuerzos para ofrecerles empleo alternativo y

alojamiento a las ex-prostitutas.

Sin embargo, su pasión por las actividades socio-políticas le

metió en más de algún problema. En 1906 se vio obligado a

disculparse ante un muy anglicano público de Keswick por

todo aquello en que él hubiese «involuntariamente» herido a

algún clérigo anglicano por las cosas fuertes que se había

visto forzado a decir sobre los «grandes problemas

políticos». Él tenía que ser fiel a sus principios, pero quería

«defenderlos en un espíritu de perfecto amor y ternura». La

asamblea fue tranquilizada, y Meyer recibió un «Amén».

Las preocupaciones socio-políticas raramente figuraron en

Keswick, y Meyer hizo una contribución crucial

manteniendo el movimiento de santidad en contacto con la

acción cristiana práctica.

Tendiendo puentes entre las divisiones

A través de las conexiones que él hizo con diferentes

realidades de vida y pensamiento cristianos, Meyer intentó

construir puentes entre grupos que eran a menudo recelosos

entre sí. A través de su ministerio en Keswick, él fue muy

hábil para crear un vínculo entre las dos más grandes

corrientes cristianas de Inglaterra: el Anglicanismo y el No

Conformismo.

Para ser creíble, la espiritualidad de Keswick tenía que

trascender los límites denominacionales. Dado que Meyer

era el representante inglés más excelente del «No

conformismo» en la plataforma de Keswick –él fue dos

veces presidente del Concilio Nacional de las Iglesias Libres

Evangélicas, fue el secretario honorario de ese cuerpo

durante diez años, y fue presidente de la Unión Bautista,

sirviendo con distinción entre 1906-07–, él fue idealmente

puesto para insistir en que los líderes de la Iglesia Libre

debían estar abiertos a los énfasis de Keswick.

El lema de Keswick «Todos Uno en Cristo Jesús» (escogido

por el cuáquero Robert Wilson) fue sostenido con

entusiasmo por Meyer. Su visión, que él derivó en parte de

D. L. Moody, era de unidad espiritual por sobre los límites

sectarios. Meyer se aprovechó de Keswick para dirigirse a

grupos eclesiásticos específicos. Los clérigos, incluyendo a

los Clérigos Altos, fueron instados por Meyer en 1910 para

orar por sus vecinos locales bautistas y del Ejército de

Salvación. Él vio la enseñanza de la vida interior como un

camino natural a «una visión más amplia de la constitución

divina de la Iglesia de Cristo». La visión de Meyer fue que

esa verdadera espiritualidad era una parte de la vida de la

iglesia uniendo y reconciliando.

Dado este punto de vista, Meyer siempre estaba abierto a los

nuevos movimientos de renovación espiritual, aun cuando

ellos vinieran de fuentes inesperadas. Él vio una evidencia

de profunda realidad espiritual y poder en el Avivamiento

galés de 1904-05, que tenía como su líder principal al

minero galés Evan Roberts.

Este avivamiento tenía varias conexiones con Keswick. En

1903, algunos jóvenes ministros galeses vinieron a Keswick

«con un tono cercano a la desesperación» ansiosos de recibir

avivamiento personal. Uno de ellos, Owen Owen, escribió a

Meyer, en nombre de los demás. Meyer les aconsejó asistir a

una convención que era organizada por una líder de santidad

galesa, Jessie Penn-Lewis. El impacto que causó Meyer en

esa convención fue considerable. Cuando él dio la

oportunidad para la expresión de rendición y dedicación,

Page 15: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

parecía como si todos quisieran recibir «la llenura de

bendición».

Meyer fue inicialmente cauto sobre el emocionalismo galés.

Sin embargo, algo significativo estaba pasando. Meyer se

mantuvo en estrecho contacto con los líderes más jóvenes

del avivamiento, algunos de los cuales habían sido

profundamente afectados por su ministerio.

En enero de 1905, Meyer visitó Gales para oír a Evan

Roberts. El poder que vio en las reuniones conducidas por

Roberts hizo a Meyer sentirse como «un niñito en la escuela

del Espíritu Santo», y volvió a Londres decidido a extender

el mensaje del avivamiento. Veinte años después, Meyer

hablaba de su experiencia en Gales en 1905 como «días de

fluir pentecostal».

Fue de ese trasfondo de avivamiento que un nuevo

movimiento del siglo XX, el Pentecostalismo, tomó forma.

Meyer hizo su propia contribución a su aparición.

En abril de 1905, él habló durante ocho días a grandes

concentraciones en Los Angeles, enfatizando lo que él había

experimentado de Evan Roberts y el avivamiento galés. Uno

de los presentes el 8 de abril de 1905 era Frank Bartleman,

que iba a ser una figura central en la explosión pentecostal

en Azusa Street, Los Angeles, en el año siguiente.

Bartleman se «conmovió» al oír cómo «Meyer ... describió

el gran avivamiento en Gales que él había visitado».

En Keswick había temores de los excesos del

Pentecostalismo. Meyer por su parte, era más cercano que la

mayoría de los maestros de Keswick a la doctrina

pentecostal del bautismo del Espíritu, y por su enseñanza

acerca del Espíritu Santo, creó lazos con la nueva

espiritualidad. En 1930, una revista líder pentecostal

británica, refiriéndose al desarrollo del Pentecostalismo,

sugirió que la enseñanza de Meyer había contribuido

significativamente al despertar pentecostal.

Otro movimiento que tuvo un impacto considerable en los

cristianos en los años veinte, sobre todo en América del

Norte, fue el Fundamentalismo. Con su deseo de una

espiritualidad inclusiva, Meyer encontró la estridencia del

Fundamentalismo poco atractiva. Para Meyer, y para la

mayoría de los líderes de Keswick, el espíritu violento del

Fundamentalismo desentonaba con la apacibilidad que debe

caracterizar a la persona espiritual. Meyer estuvo en Estados

Unidos en 1926, y cuando se le pidió hacer un comentario

sobre el Fundamentalismo contestó que la fe cristiana era

«no una materia de argumento, sino una fuerza espiritual».

Él no creía en una espiritualidad que, en lugar de crear,

divide.

Una red espiritual mundial

En 1891, Meyer hizo su primer viaje a América del Norte,

invitado por Moody a hablar a la conferencia anual que éste

convocó en Northfield, Massachusetts. Antes de ir a los

Estados Unidos, a Meyer se le avisó que él debía evitar la

palabra «santidad,» debido a sus asociaciones con las ideas

de «impecabilidad». Meyer, sin embargo, decidió subrayar

la espiritualidad de santidad de Keswick. Hubo algunas

protestas en Northfield por lo que Meyer estaba enseñando,

pero él fue considerado un gran éxito.

T. L. Cuyler informó en el «New York Evangelist» sobre las

muchedumbres espiritualmente hambrientas que quisieron

oír a Meyer tres veces al día. Cuyler atribuyó la efectividad

de Meyer al hecho de que él era efectivamente un místico

profundo y completamente práctico.

Meyer era consciente de que su enseñanza sobre

espiritualidad estaba siendo evaluada, y él creyó que podría

resistir el escrutinio. Reclamó ser él el primero en ofrecer a

Norteamérica la sistematización de Keswick del «lado

subjetivo de la experiencia cristiana» en «pasos sucesivos»,

aunque también reconoció que su pensamiento estaba en

línea con el del predicador norteamericano, A. J. Gordon.

De hecho, juntos condujeron reuniones orientadas a motivar

la recepción de la «llenura» del Espíritu.

El sueño de Meyer probablemente era que Northfield fuese

un Keswick americano. Su hermoso entorno estaba,

comentó Meyer, en «estrecha armonía con el carácter

devocional de las reuniones». Con algún descuido por los

sentimientos americanos, Meyer se regocijó en 1894 en la

recepción de «la vida interior como es enseñada en

Inglaterra», y cuando Meyer llegó a América en 1896,

Northfeld estaba, en palabras de Moody, «esperando ser

llevado a la tierra prometida». Meyer estaba amoldándose a

la espiritualidad interdenominacional internacional.

De Northfield, Meyer, con apoyo de Moody, pudo penetrar

más allá en el ambiente evangélico americano. En 1897, él

se sentía capaz de anunciar desde Boston que él creía que las

«posiciones principales» de Keswick habían sido aceptadas,

y la misma visita a Boston vio, según el informe de Meyer,

400 ministros que se arrodillaron para recibir «un bautismo

aplastante del Espíritu Santo». Muchos líderes eclesiásticos

a lo largo de los Estados Unidos estaban fascinados de oír

que Meyer, como maestro de santidad, denunciaba «los

errores y extravagancias» del perfeccionismo. Meyer fue

«estrechamente interrogado» por muchos pastores durante

su visita en 1897. Él dio la bienvenida a este interrogatorio

como una oportunidad de denunciar «visiones exageradas y

enfermizas».

Aunque Meyer estaba preparado para defender la posición

doctrinal de Keswick en puntos polémicos, él no era un

polemizador. Más bien su preocupación era por los

resultados prácticos. Así, en Richmond, Virginia, en 1901,

estaba encantado que una asamblea entera estuviera de pie

«clamando por la llenura de la promesa de Pentecostés».

Para Meyer era crucial forjar un carácter de santidad que

atravesara el Atlántico.

A la edad de 80 años, él emprendió su duodécima campaña

de predicación en Estados Unidos, viajando más de 15.000

millas y dirigiendo más de 300 reuniones.

Durante los 1890s, el mensaje de Keswick llegó a ser no

sólo familiar a los cristianos en Bretaña y América del

Norte, sino en muchas partes del mundo. Muchos

misioneros fueron a ultramar como resultado de la influencia

de Keswick. Meyer estaba orgulloso de lo que él llamaba la

«energía irresistible» que derivaba de la espiritualidad de

Keswick y que produjo lo que él vio como un movimiento

misionero notable.

Page 16: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El propio Meyer fue reconocido como el que más hizo por

extender el mensaje de Keswick a lo largo del mundo. Con

su linaje alemán, él estaba encantado de ser el primer orador

inglés, en 1897, en la Convención de Blankenburg, en las

colinas cubiertas de pinos del sur de Alemania.

El ministerio de Keswick de Meyer lo llevó en una jornada

de 25.000 millas al Oriente Medio y Lejano en 1909.

Dondequiera que él fue, intentó ser pertinente con la

realidad local, relacionando a grupos que iban de los

armenios en la Iglesia Gregoriana en Constantinopla a los

residentes de Penang, China, que vinieron a oírlo en el salón

del pueblo.

Cuando Meyer encontró culturas diferentes, su acercamiento

relativamente desprovisto de lo dogmático en teología le

permitió adaptar su mensaje a cada situación. En India, por

ejemplo, Meyer aprovechó el interés de los hindúes en los

«aspectos subjetivos» de la fe. El interés de Meyer era

adaptar su enseñanza sobre la experiencia espiritual más

profunda para que las personas en culturas diferentes

pudieran entenderlo y pudieran hacerla suya propia.

Teología y espiritualidad

Aunque Meyer puso fuerte énfasis en vivir la vida de

santidad práctica, él no era de ningún modo indiferente a la

teología. Él hablaba de su deuda a los pensadores de la

tradición Reformada, como el teólogo americano Jonathan

Edwards. Pero la Cristiandad, para Meyer, era finalmente

(como él lo dijo en 1894) «no un credo, sino una vida; no

una teología o un ritual, sino la posesión del espíritu del

hombre por el Espíritu Eterno del Cristo Viviente». Él

estaba consciente, dijo en 1901, de que la Cristiandad había

sido «vergonzosamente maltratada» por los evangélicos y

otras clases de cristianos que habían pensado que la

Cristiandad era totalmente una cuestión de doctrina objetiva.

Él argüía que era «grandemente e igualmente» subjetiva.

Como un guía espiritual, y también evangelista práctico y

activista social, Meyer sostuvo que la consideración más

urgente para la iglesia no era la ortodoxia del credo sino la

fe viviente.

Significativamente, Meyer, en un mensaje en 1901 en una

Conferencia de la Alianza Evangélica, reconoció su deuda

hacia «los santos místicos»; y aquellos a quienes él parecía

haber admirado más eran los que, como Francisco de Asís,

combinaron la espiritualidad con la misión en el mundo.

Para Meyer, el misticismo no significaba sólo una vida de

contemplación sino una correspondiente acción dirigida al

exterior. Dios mismo, como Meyer lo veía, era un Dios de

acción. Meyer era atraído hacia una teología que imaginaba

a Dios como «un peregrino» con su pueblo. Este

acercamiento teológico le permitió ver la experiencia de

Dios como un continuo ir, en que el cristiano nunca asía del

todo a Dios, sino siempre estaba siendo más profundamente

atraído a la realidad de Dios a través de la jornada de seguir

a Cristo.

Las reflexiones de Meyer sobre la teología en relación a la

espiritualidad continuaron hasta el fin de su vida y parecían

haber ahondado como él lo reflejó en su larga jornada

espiritual. Escribiendo en 1928 sobre la naturaleza trinitaria

de Dios, Meyer observó que en sus años tempranos la cruz

de Cristo era presentada como si el enojo de Dios necesitara

ser propiciado antes de que él pudiera «abrir las puertas de

la esclusa de su amor». Esto creó una visión de Dios que no

alentaba la confianza en sus amorosos propósitos. De hecho,

declaraba Meyer, la auto-entrega de Jesús en su muerte fue

un acto de Dios, y sin esta perspectiva cristológica, la

expiación estaba «oscurecida y empañada».

Para Meyer, el verdadero conocimiento de Dios podría ser

descubierto sólo en Dios revelado en Cristo. Éste era un

conocimiento del perdón del pecado, pero también de unión

con Cristo.

En «The Call and Challenge of the Unseen» (La Llamada y

el Desafío del Invisible), también publicado en 1928, el

énfasis de Meyer estaba en la experiencia cristiana

contemporánea de la muerte con Cristo, no sólo en la

experiencia que fluyó de la muerte de Cristo en el pasado.

Meyer usó el ejemplo de John Tauler, el místico alemán del

siglo XIV, a quien Nicolás de Basilea dijo: «Doctor Tauler,

usted debe morir». Como resultado de poner en la práctica

en su vida interior este mensaje, Tauler predicó sermones

que Meyer consideró «altos modelos de un devoto...

ministerio».

En una serie de artículos en «The Christian», en 1929,

Meyer se valió de grupos como los valdenses del siglo XII,

con su ministerio radical en Italia, para ilustrar su ideal de

verdadera espiritualidad. Él creyó haber encontrado una

expresión similarmente auténtica de fe, en una forma

contemporánea, en la posición de Keswick.

Durante su vida larga y fructífera, predicó más de 16.000

sermones. Fue autor de más de 40 libros, incluyendo

biografías de personajes bíblicos (estudio de caracteres),

comentarios devocionales, volúmenes de sermones y

trabajos explicativos. También fue autor de varios folletos y

editó varias revistas.

En español, las editoriales CLIE y Vida han publicado

varios de sus libros. Entre ellos: «La vida y la luz de los

hombres», «Ciudadanos del cielo», «Cristo en Isaías», y la

serie «Grandes Personajes de la Biblia».

Sus escritos son simples y atrayentes, y están conectados

con experiencias de su propia vida. En unos de sus muchos

viajes en barco, Meyer estaba de pie en la cubierta de una

nave que se acercaba a tierra. Mientras la tripulación guiaba

la embarcación, él se preguntó cómo ellos podían navegar

con seguridad hacia el muelle. Era una noche tormentosa, y

la visibilidad era baja. Meyer se asomó a través de la

ventana y preguntó: «Capitán, ¿cómo sabe usted guiar esta

nave en este estrecho puerto?».

«Este es un arte», contestó el capitán. «¿Ve usted esas tres

luces rojas en la orilla? Cuando todas ellas están en línea

recta, yo puedo entrar perfectamente».

Después, Meyer escribió: «Cuando nosotros queremos

conocer la voluntad de Dios, hay tres cosas que siempre

necesitan estar en línea: el impulso interior, la Palabra de

Dios, y la disposición de las circunstancias. Nunca actúes

hasta que estas tres cosas estén en concordancia».

Page 17: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Dice un autor: «La redacción de sus sermones era simple y

directa; él pulía sus escritos como un artista pule una piedra

perfecta. Había siempre una imaginación resplandeciente en

sus palabras; su discurso era pastoral, encantador como un

valle inglés bañado en luz del sol... En su día, grandes

guerras se pelearon. Aquéllos que fueron a oírlo se olvidaron

de las batallas».

F. B. Meyer pasó a la presencia del Señor el 28 de marzo de

1929.

Page 18: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Erasmo, precursor y pacificador

Semblanza de Erasmo de Rotterdam

Entre la abigarrada multitud de personajes destacados del

siglo XVI –entre los cuales destacan, sin duda, los

reformistas y contrarreformistas–, Erasmo de Rotterdam

ocupa, para nosotros, desde una perspectiva exclusivamente

religiosa, un lugar muy secundario. Sin embargo, en su siglo

no fue así. Al contrario, de todos los hombres que influyeron

en la génesis de la Reforma Protestante, Erasmo ocupa un

lugar principal. Aunque siempre se mantuvo como tras

bastidores, como un intelectual recluido entre cuatro

paredes, sus cartas con las principales figuras políticas y

culturales de la época, y sus libros, ayudaron a crear las

condiciones para que la revolución religiosa que habría de

venir fuera posible.

Erasmo de Rotterdam nació en Gonda, cerca de Rotterdam,

en 1466. Fue hijo ilegítimo de un seminarista próximo a

ordenarse y de su ama de llaves. Sus padres fallecieron

cuando Erasmo contaba 14 años aproximadamente (en

1483) en una grave epidemia de peste.

Su educación temprana la recibió entre los «hermanos de la

vida común», con quienes aprendió la Devotio Moderna,

que se enfocaba en los aspectos prácticos de la espiritualidad

cristiana, como la oración, el estudio de la Escritura, el

ejemplo de Cristo y la meditación. De esta manera, estuvo

vinculado desde el principio, con una larga tradición de

creyentes y místicos medievales, que buscaron acercarse

directamente a Dios, sin mediadores e intermediarios, de una

manera simple y sencilla.

Los hermanos de la vida común estaban, además,

estrechamente emparentados con los «Unitas Fratum» de

Bohemia. De hecho, Erasmo estudió en una de las escuelas

que estos últimos fundaron en Deventer. Así, su carrera se

entronca con una larga corriente de hermanos que

mantuvieron en alto la antorcha de la fe en los días de mayor

oscuridad y persecución, para los cuales los evangelios eran

más preponderantes que las epístolas y la práctica cristiana

más que la teología; énfasis que habría de plasmarse hasta

cierto punto en el movimiento anabaptista y, después de

ellos, en los moravos.

Más tarde, Erasmo ingresó sin vocación en el convento de

los agustinos de Steyn, siendo ordenado sacerdote el mismo

año que Colón llegaba a América. En el convento se

encontraba la mayor biblioteca clásica del país, así que las

mejores horas las dedicaba el joven Erasmo a la lectura y a

la pintura.

Erasmo nunca encontró agrado en el oficio sacerdotal; de

hecho, jamás lo ejerció. Con gran habilidad, se las arregló

para no llevar traje sacerdotal, y evitar los rígidos ejercicios

piadosos y la disciplina de los conventos. Más tarde obtuvo

una dispensa papal para vivir y vestir como un erudito laico.

Formación del humanista

A los 26 años de edad se escabulle del claustro, pero no

renunciando a los hábitos, sino obteniendo un puesto como

secretario del obispo de Cambray, que viajaba a Italia. Así

tuvo ocasión de conocer personalidades de la cultura y de la

iglesia, y sobre todo, pudo dedicarse con pasión a sus

estudios clásicos. Al cabo de un tiempo, obtuvo beca y

pensión para viajar a Paris a continuar sus estudios de

teología.

En un viaje a Inglaterra a fines de 1499 conoce a John Colet,

que a la sazón daba una conferencia sobre los escritos de

Pablo. Esto despertó en Erasmo el deseo de conocer más

profundamente las Escrituras.

En 1500, Erasmo publicó sus «Adagios», que consisten en

más de 800 frases, máximas o refranes derivados de la

tradición grecolatina, junto con notas acerca de su origen y

su significado. La hábil selección de Erasmo ahorraba a los

señoritos de la sociedad el trabajo de leer a los clásicos. La

mayoría de esos refranes se siguen utilizando el día de hoy.1

Erasmo trabajó en los «Adagios» durante el resto de su vida,

a tal punto que la colección creció en 1521 hasta contener

3.400 de ellos, siendo 4.500 al momento de su muerte. El

libro mereció más de 60 ediciones, una cifra sin precedentes

para el año 1500.

Fue en Inglaterra que descubrió Erasmo su paraíso y su

verdadera vocación. Allí era admirado sin reparos ni

menosprecios de clase. Era reconocido como intelectual, por

su elegante latín, por su arte de conversador. Se hizo amigo

de las más connotadas figuras de la intelectualidad: Tomás

Moro, John Fisher, John Colet; en tanto que los arzobispos

Warham y Cranmer fueron sus protectores. En Inglaterra

adquiere el roce social y el sentido de universalidad que el

mundo admirará más tarde.

Sin embargo, Erasmo no se hace inglés. Se le ofreció un

puesto vitalicio en el Colegio de la Reina de la Universidad

de Cambridge y, de desearlo, hubiese podido pasar el resto

de su vida enseñando Ciencias Sagradas a lo mejor de la

realeza y la nobleza inglesas. Sin embargo, su naturaleza

inquieta y trashumante y su aversión a la rutina, lo hicieron

declinar ese cargo y todos los que se le ofrecerían en el

futuro. Era un cosmopolita, y como tal, sus afectos estaban

en todas partes y con todas las gentes que amaban el saber.

En 1503 Erasmo publica el primero de sus libros más

prominentes: el «Manual del Soldado Cristiano». En este

pequeño volumen Erasmo delinea los principales aspectos

de la vida cristiana. La clave de todo, dice en el libro, es la

sinceridad. El Mal se oculta dentro del formalismo, del

respeto por la tradición, y del consumo, pero nunca en la

enseñanza de Cristo.

Durante toda su vida, Erasmo fue un enemigo de toda

institucionalidad, especialmente religiosa. Identificaba el

ceremonial de la Iglesia con el ámbito de la apariencia y la

irrealidad. En sus investigaciones, sus fuentes no fueron las

que comúnmente se aceptaban, lo que sentó las bases para

un pensamiento libre y sin las ataduras académicas en boga.

Aborrecía los métodos disciplinarios severos en las escuelas,

porque eran aplicados por personas –monjes en su mayoría–

que vivían en una evidente «relajación moral».

Entre 1506 y 1509 Erasmo vivió en Italia. Mientras obtenía

su doctorado en la Universidad de Turín, comprobó que el

espíritu medieval dominaba las estructuras de pensamiento y

la praxis del mundo académico. El pensamiento, según la

Page 19: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

visión de Erasmo, había retrocedido a los primeros siglos.

Desde entonces fue un incansable luchador contra el

anquilosamiento ideológico que imperaba en todas las

instituciones intelectuales, políticas y sociales de su época.

Con las ideas de los agustinos y algunos conceptos de John

Colet comenzó a analizar el núcleo esencial de los textos

clásicos, modernizando sus contenidos para que cualquiera

pudiese penetrar su significado.

Entre 1506 y 1509 Erasmo vivió en Italia, la mayor parte del

tiempo trabajando en la editorial de Aldus Manutius en

Venecia. Nuevamente le ofrecieron cargos serios y

ventajosos, especialmente como educador, a lo cual él

respondía que prefería no aceptarlos, porque lo que ganaba

en la casa editora, si bien no era mucho, le resultaba

suficiente.

A partir de estas conexiones con universidades y literatos,

Erasmo comenzó a rodearse de quienes pensaban igual que

él en cuanto a rechazo por los procedimientos y sistemas

establecidos (en especial la Iglesia misma). Sin embargo, no

todos simpatizaban con él: había quienes eran hostiles a los

principios de elevación literaria, espiritual y religiosa que

postulaba. Estos opositores comenzaron a criticarlo tanto en

público como en privado, y puede que hayan sido la causa

por la cual el Erasmo abandonó Italia y se refugió en

Basilea, Suiza.

Su obra maestra

Cuando viajaba desde Italia escribió su obra más conocida:

«El elogio de la locura», en 1509. En ella Erasmo se vale de

un artificio para poder criticar las instituciones, desde el

papado hacia abajo, sin pagar el precio por ello. En su libro,

Erasmo no habla por sí mismo, sino que, en lugar suyo, hace

que la Stultitiae, la Locura, las diga. De ello se deriva una

divertida situación, pues no se sabe nunca quién es, en

realidad, el que tiene la palabra. ¿Habla Erasmo seriamente,

o habla la Locura en persona, y a la cual hay que perdonarle

hasta lo más descarado – porque al fin de cuentas, ¿quién

puede tomar en serio a un loco?

En tiempos en que imperaba la intolerancia –no olvidemos a

la todopoderosa Inquisición– era esa la única forma de decir

lo que todo el mundo veía pero que nadie se atrevía a

denunciar. La Locura pronunciaba lo que les quemaba

secretamente a cientos de miles de hombres. El libro encantó

a todos – incluso a los que acusaron el golpe. «Burla

burlando», sus precisas caricaturas no dejaron títere con

cabeza.

Para Erasmo, todos los hombres y las instituciones religiosas

estaban bajo el gobierno de la Locura, porque se habían

apartado del verdadero cristianismo. Por eso, se debía huir

de las apariencias, de ese teatro de la inautenticidad, y

recobrar la espiritualidad primigenia a través de una sincera

vivencia individual.

La Locura decía en parte de su discurso: «Si los sumos

sacerdotes, los papas, los representantes de Cristo, se

esforzaran por ser semejantes a él en su vida, si sufrieran la

pobreza, soportaran sus sufrimientos, participaran de su

doctrina, tomaran consigo su cruz y su desprecio del mundo,

¿quién sobre la tierra sería más digno de lástima que ellos?

¡Cuántos tesoros perderían los padres santos si la sabiduría,

si un solo grano de la sal de que habla Cristo, se apoderase

una sola vez de su espíritu! En lugar de aquellas inmensas

riquezas, aquellos divinos honores, la distribución de tantos

empleos y dignidades, de tan numerosas dispensas, de tan

diversos impuestos y de goces y placeres tan diversos, se

presentarían noches sin sueño, días de ayuno, oraciones y

lágrimas, ejercicios de devoción y mil otras molestias».

A veces el tono pasa de liviano a grave, y asestaba un golpe

más profundo: «Como toda la doctrina de Cristo predica la

dulzura, la paciencia y el desprecio de todo lo terreno,

aparece claramente ante los ojos lo que esto significa. Cristo

desarma de tal modo a sus embajadores, que les recomienda

que se despojen no sólo de su calzado y de su blusa, sino

también de su túnica, a fin de que entren desnudos y libres

de todos los bienes en la carrera evangélica. No les deja

llevar sino su espada, pero esta espada no es aquella llena de

mal de que se arman los bandidos y los parricidas, sino la

espada del espíritu, que penetra hasta el fondo más íntimo

del alma y que de un solo golpe corta en ella todas las

pasiones, para que en adelante sólo la piedad florezca en el

corazón».

Este libro, en apariencia una farsa, es –como escribe un

comentarista– uno de los libros más peligrosos de su tiempo,

y fue en realidad la explosión que dejó libre el camino a la

Reforma.

Pero el espíritu refinado de Erasmo no abogaba por una

reforma abierta y violenta. Él propugnaba un renacimiento

de la piedad y la pureza en el seno de la Iglesia Organizada,

lejos de las exterioridades y frivolidades. Vale decir, una

«reforma desde adentro». Erasmo nunca renunció a la

Iglesia de Roma, y siempre mantuvo un declarado respeto

hacia los prelados.

Erasmo no reñía por detalles de doctrina, sino que enfatizaba

lo grueso y medular. Se limitaba a acentuar que la

observancia de las formas externas, en sí mismas, no son la

verdadera esencia de la piedad cristiana, que únicamente en

lo interior se decide la verdadera medida de la fe del ser

humano. Más decisivo que la nimia observancia de todos los

ritos y plegarias, que todos los ayunos y que oír todas las

misas, es la dirección personal de la vida en el espíritu de

Cristo.

Un retorno a las fuentes

Como hombre culto y profundamente cristiano, Erasmo

buscó conciliar las bonae litterae con las sacrae litterae. Y

para poder hacerlo, se propuso explorar las fuentes

originales del cristianismo, porque allí fluía limpio y puro el

evangelio sin la mezcla de ningún dogma ni tradición.

Erasmo mostró cuánto se había devaluado el sentido original

de las Escrituras y de qué modo las autoridades exegéticas

se habían valido de su poder y autoridad para hacerlo.

En 1504, trece años antes de Lutero, Erasmo escribió: «No

soy capaz de expresar cómo me dirijo hacia los libros

sagrados con alas desplegadas, y cómo me repugna todo lo

que me aparta de ellos, o por lo menos, me estorba». Erasmo

pensaba que la vida de Cristo, tal como es referida en los

Evangelios, no debía seguir siendo por más tiempo

privilegio de los religiosos y de la gente que sabía latín.

Todo el pueblo podía y debía participar de ella, «el aldeano

Page 20: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

debe leerla detrás de su arado, el tejedor en su telar»; la

mujer en su enseñanza a los hijos.

Para poder llevar a cabo esta magna obra de traducción de la

Biblia a las lenguas nacionales, Erasmo percibe que también

la Vulgata, la única versión latina de la Biblia existente,

consentida y aprobada por la Iglesia, había experimentado

desfiguraciones y contenía demasiadas inexactitudes. La

versión que él visualiza no debía tener ninguna mancha

terrena, ningún sesgo particular. Así, actualiza

cuidadosamente una versión griega del Nuevo Testamento, y

lo traduce al latín, acompañando sus innovaciones con un

minucioso comentario crítico.

Esta nueva traducción de la Biblia que apareció

simultáneamente en griego y en latín, en 1516, en Basilea,

es un nuevo paso hacia la revolución que ya se incubaba. En

un gesto de profunda ironía, y de sutil diplomacia, Erasmo

dedicó su versión de la Biblia al papa León X, quien

representaba todo lo que el escritor rechazaba en la Iglesia.

El Papa la acepta, halagado, y responde afectuosamente con

un: «Nos ha causado alegría». Incluso llega a alabar el celo

con que Erasmo se dedicaba a las Sagradas Escrituras.

En esta nueva traducción se basó después Martín Lutero

para llevar a cabo su estudio de la Biblia, en el cual

cimentaría toda su teología posterior. Es por ello que el

trabajo de Erasmo tuvo resonancias históricas que persisten

hasta el día de hoy y se lo encuentra en la misma génesis del

protestantismo. El texto griego publicado por Erasmo –

conocido como «textus receptus»– es la base de todas las

traducciones protestantes posteriores hasta principios del

siglo XX.

Es también la base de la versión inglesa de la Biblia

conocida como «Biblia King James», y de otras muchas

versiones, como la Reina-Valera, en español. Tiene la

particularidad de representar la primera aproximación de un

sacerdote y académico libre, para comprender y traducir con

certeza lo que los escritores bíblicos habían intentado

expresar. Esta tarea no se había emprendido nunca en el

pasado.

Apenas publicado el texto, Erasmo acometió de inmediato la

redacción de su «Paráfrasis del Nuevo Testamento», la cual,

en varios tomos y en un lenguaje popular, ponía al alcance

de cualquiera los contenidos completos de los Evangelios,

profundizando con precisión incluso en sus aspectos más

complejos. Como toda la obra de Erasmo, el original estaba

escrito en latín, pero su impacto en la sociedad renacentista

fue tan grande que de inmediato se lo tradujo a todas las

lenguas comunes de los países europeos. Erasmo aprobó y

agradeció estas traducciones, porque comprendía que

pondrían su obra al alcance de muchísima gente, algo que

nunca podría lograr el original en lengua culta.

Trabajador incansable

Erasmo era un amante de los libros. Los amigos que él

visitaba tenían siempre nutridas bibliotecas, y para él ese era

el lugar de la casa más atractivo siempre. Solía decir:

«Cuando tengo un poco de dinero, me compro libros. Si

sobra algo, me compro ropa y comida». Los libros eran sus

amigos silenciosos y no violentos, y su trato con ello fue

más que frecuente.

Erasmo desarrolló una rara habilidad para escribir, y para

hablar sobre temas controversiales con galanura y elegancia.

Un biógrafo explica: «Por la décima parte de las audacias

que Erasmo expuso en su época, otros fueron llevados a la

hoguera; pues las exponían torpemente y sin miramientos,

pero los libros de Erasmo eran acogidos con grandes

honores por los papas y príncipes de la iglesia, por reyes y

por duques, gracias a su arte literario y huma-nístico de

envolver las cosas, Erasmo deslizó de contrabando en los

conventos y las cortes de los príncipes toda la materia

explosiva de la Reforma».

De salud y gustos delicados, era no obstante, un trabajador

incansable. Simultáneamente escribía varios libros, y los

publicaba con igual profusión. Dormía poco y trabajaba

mucho. «Escribía en sus viajes, en el traqueteante carruaje;

en toda posada la mesa se convertía al instante en pupitre de

trabajo». Estaba al día de todo lo que ocurría en el mundo

cultural y político de su tiempo. Su palabra, aunque aguda,

era siempre mesurada y sabia; su opinión era valorada por

todos los hombres cultos de su época, no importa de qué

partido o bando fuesen. Su claro entendimiento siempre

arrojaba luz sobre las cosas, ordenándolas y

simplificándolas.

Pero Erasmo fue hombre de reflexión y estudio, no un

hombre de acción. Él alumbró el camino a muchos, pero no

siempre lo recorrió él mismo.

El mundo se rinde a sus pies

En el período comprendido entre sus cuarenta y cincuenta

años de edad, Erasmo alcanza el cenit de su gloria.

Todo el mundo le alaba y se rinde a sus pies. Si en el pasado

él buscaba el favor de los grandes, ahora son los grandes

quienes buscan su favor. Emperadores y reyes, príncipes y

duques, ministros y hombres de letras, papas y prelados,

compiten por alcanzar el favor de Erasmo. Carlos V le

ofrece un asiento en su consejo; Enrique VIII quiere ganarlo

para Inglaterra; Fernando de Austria para Viena; Francisco I

para París; De Holanda, Brabante, Hungría, Polonia y

Portugal vienen las propuestas más seductoras; cinco

universidades se disputan el honor de ofrecerle una cátedra;

tres papas le escriben epístolas respetuosas. Jamás un

hombre particular poseyó en Europa un poder universal tan

grande, en virtud sólo de sus valores intelectuales y morales.

En su cuarto se amontonan ricos presentes. Erasmo, a un

tiempo prudente y escéptico, acepta cortésmente estos

honores, pero no se vende. Se mantiene independiente y

libre. No quiere ser amo ni siervo de nadie.

Es difícil de explicar un fenómeno como éste en nuestro

siglo. Erasmo era más que un fenómeno literario; llegó a ser

la expresión simbólica de los más secretos anhelos

espirituales colectivos. Era la figura del humanista cristiano,

universal, no adscrito a partido alguno, piadoso, sabio,

ponderado, y a la vez audaz, capaz de decir lo que nadie se

atreve a decir, y decirlo con galanura, elegancia – ese fino

estilo clásico tan admirado en su tiempo.

Este firme anhelo de ser libre, de no querer atarse a nadie,

hizo de Erasmo un nómada durante toda su vida.

Infatigablemente, viajó por toda Europa. Nunca fue rico,

pero nunca pobre, nunca estuvo atado ni a esposa ni a hijos.

Page 21: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

No ansiaba ser soberano de nadie, ni tampoco súbdito de

nadie.

Erasmo, precursor y pacificador

Semblanza de Erasmo de Rotterdam (2a Parte)

Erasmo de Rotterdam nació en 1466, hijo ilegítimo de un

seminarista y su ama de llaves. Su primera educación la

recibió de los «hermanos de la vida común», con un énfasis

en la vida interior. Sacerdote sin vocación, a los 26 años se

comienza a relacionar con altas personalidades de la Iglesia

y la cultura, dedicándose con pasión a los estudios clásicos.

Tempranamente se hace famoso gracias a su obra

«Adagios», y se hace célebre con la publicación de «Elogio

de la Locura», a los 43 años de edad. En esta obra, Erasmo

logra realizar ácidas críticas a la Iglesia establecida,

mediante un artificio literario, que le exime de recibir

condena por ellas. Sin embargo, lo que más influyó para el

surgimiento de la Reforma fue la publicación, en 1516, de su

Nuevo Testamento en griego y latín, conocido como

«Textus Receptus», el cual es la base de todas las

traducciones del mismo a las lenguas modernas. Gracias a

sus altas dotes intelectuales, a su refinamiento y diplomacia,

Erasmo se gana el favor de intelectuales, reyes y prelados.

Se hace amigo de todos, pero no se compromete con nadie.

Como se ha dicho, la publicación bilingüe del Nuevo

Testamento en griego y latín, sirvió a Lutero y a los

reformistas para un estudio más objetivo de las Escrituras.

Lutero admiraba a Erasmo, y cuando Lutero publicó sus 95

tesis, Erasmo pudo percibir claramente la valentía y

temeridad del joven agustino. «Todos los buenos aman la

sinceridad de Lutero», dijo. «Lutero ha censurado muchas

cosas de modo excelente, pero es una lástima que no lo haya

hecho con mayor mesura. Me parece que se alcanza más con

la modestia que con la violencia. Así sometió Cristo al

mundo».

Lo que preocupaba a Erasmo no eran las tesis de Lutero,

sino el tono de la elocuencia, el acento ampuloso y

exagerado que aparece en todo lo que escribía y hacía

Lutero. Dado su carácter pacífico y prudente, Erasmo

hubiera preferido una discusión académica, circunscrita al

círculo de las gentes instruidas. En cambio Lutero, que era

puro corazón y vehemencia, hacía las cosas de manera muy

diferente. Erasmo pensaba que el hombre espiritual sólo

debía formular claramente las verdades, para que éstas sean

las que hagan el trabajo, y no tener que sacar la espada para

defenderlas.

Desde el principio, Lutero se esforzó por ganarse el apoyo

de Erasmo. Por sugerencia de Melanchthon, le escribió el 28

de marzo de 1519, una carta muy encomiástica; pero la

respuesta de Erasmo no fue la que aquél esperaba. En su

parte final, Erasmo contestó: «En cuanto cabe, me mantengo

neutral para mejor poder fomentar las ciencias que de nuevo

comienzan a florecer, y creo que se alcanzará más con una

reserva hábil que con una intervención violenta». Y acto

seguido aconseja a Lutero que guarde moderación.

Lutero transformó los planteamientos de Erasmo en un

ataque contra el papado. Como dicen los teólogos católicos:

«Erasmo puso los huevos que empolló Lutero». (A lo que

Erasmo habría de responder con la no menos conocida

ironía: «Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase»). Donde

uno abrió prudentemente la puerta, el otro se precipitó con

toda impetuosidad; y el mismo Erasmo tuvo que confesar,

dirigiéndose a Zuinglio: «Todo lo que exige Lutero, también

lo había enseñado yo, sólo que no con tanta violencia, ni con

aquel lenguaje que está siempre buscando los extremos».

Lo que los separaba, a juicio de Erasmo, era el método.

Ambos formularon el mismo diagnóstico: que la Iglesia se

encontraba en peligro de muerte, que perecía internamente a

causa de sus venalidades. Pero mientras Erasmo prescribe

un lento y progresivo tratamiento, Lutero se lanza a realizar

un corte sangriento. Erasmo afirmaba: «Mi firme decisión es

de dejar más bien que me despedacen miembro a miembro

que favorecer la discordia, especialmente en cosas de fe».

Existía, con todo, una diferencia más profunda. El gran

abismo que los separó definitivamente fue su visión de lo

que realmente necesitaba ser reformado: Para Erasmo eran

la moral y la conducta depravada y escandalosa del clero;

para Lutero, era la teología misma, que hacía depender la

salvación de los méritos humanos y no de la «sola» gracia.

Al parecer, en este punto, la razón estaba del lado de Lutero.

La Cristiandad no solo había trastocado la moral del

cristianismo, sino también su misma esencia. Por supuesto,

el monergismo1 extremo de Lutero en este aspecto, como se

explica más adelante, terminó por alejar al ‗humanista‘

Erasmo de sus planteamientos, quien, como todo buen

renacentista, no podía tolerar una visión tan negativa de la

condición humana.

Erasmo, el pacifista

Erasmo prevé que la pelea que está librando Lutero puede

traer consecuencias religiosas y sociales impredecibles, y

trata vanamente de evitarlo.

En medio de todo un ambiente enfervorizado, Erasmo

representa la razón y la prudencia. Armado solamente de su

pluma, defiende la unidad de Europa y la unidad de la

Iglesia contra lo que él considera es la ruina y el

aniquilamiento.

Erasmo inicia, entonces, su misión de mediador con el

intento de apaciguar a Lutero. «No siempre debe ser dicha

toda la verdad. Depende mucho del modo como se la diga».

Intenta hacerle ver que él está enseñando el evangelio de

manera poco evangélica. «Desearía que Lutero, durante

algún tiempo, se abstuviera de toda discusión, y se dedicara

a las cuestiones evangélicas de un modo puro y sin mezcla

de otra cosa alguna. Tendría mayor éxito». Erasmo temía

que las cuestiones teológicas, discutidas a gritos delante de

las muchedumbres inquietas y acostumbradas a las

pendencias, podría producir una rebelión social sangrienta.

Pero tal como Erasmo aconseja a Lutero la prudencia y la

moderación, escribe al papa y los obispos para aconsejar

también. Les dice que tal vez se haya procedido con

excesiva dureza al enviar a Lutero la bula de excomunión;

que en Lutero hay que reconocer siempre un hombre

totalmente honrado, cuya conducta en general es loable. «No

todo error es por ello una herejía. Ha escrito muchas cosas

más bien precipitadamente que con mala intención».

Page 22: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Erasmo era un convencido pacifista. No menos de cinco

escritos compuso contra la guerra en un tiempo de continuas

luchas. Uno de sus adagios dice: «Sólo es dulce la guerra

para quienes no la han experimentado». Sus denuncias eran

categóricas: «Se ha llegado a tal punto, que pasa por bestial,

necio y anticristiano el que se hable contra la guerra».

Erasmo reprocha fuertemente a la Iglesia por haber

renunciado a la paz: «¿No se avergüenzan los teólogos y

maestros de la vida cristiana de ser los principales

incitadores, promotores y fomentadores de aquello que

nuestro Señor Jesucristo odió tanto y de modo tan grande?»

– exclama con ira. «¿Cómo pueden reunirse el báculo

episcopal y la espada, la mitra y el casco, el evangelio y el

escudo? ¿Cómo es posible predicar a Cristo y la guerra, con

la misma trompeta proclamar a Dios y al demonio?». Para

Erasmo, el ‗eclesiástico belicoso‘ no es otra cosa que una

contradicción a la Palabra de Dios.

Pero ni Lutero ni Roma escuchan la voz del pacificador. Los

ánimos estaban encendidos, y nada los podría apagar.

Mucha sangre habría de derramarse, puesto que cada uno de

los bandos olvidó completamente las más profundas

enseñanzas del evangelio. Cuando los argumentos no

bastaron, la espada comenzó a hablar.

Erasmo vive días difíciles. No puede defender con sincero

corazón a la iglesia del papa, ya que él, en esta lucha, fue el

primero en censurar sus abusos y exigió su renovación; pero

tampoco puede alinearse con los protestantes, porque no

llevan al mundo la idea de su Cristo de paz, sino que se han

convertido en rudos fanáticos. «Ellos se alzan como los

únicos interpretes de la verdad. En otro tiempo, el evangelio

volvía dulces a los bárbaros, bienhechores a los bandidos,

pacíficos a los pendencieros, bendecidores a los

maldicientes. Pero éstos ahora, exaltados y sin control,

cometen toda clase de atropellos y hablan mal de la

autoridad. Veo nuevos hipócritas, nuevos tiranos, pero ni

una chispa de espíritu evangélico».

Todos pretenden ganar a Erasmo para su causa, pero él no se

casa con ninguno. Tampoco los desecha; antes bien, escribe

cartas pacifistas a uno y otro lado. Justifica así su postura:

«No puedo hacer otra cosa sino odiar la discordia y amar la

paz y la comprensión entre las gentes, pues he reconocido

cuán oscuro son los asuntos humanos. Sé cuánto más fácil es

provocar el desorden que apaciguarlo. Y como no confío,

para todas las cosas, en mi propia razón, prefiero abstenerme

de enjuiciar, con plena convicción, el modo de ser espiritual

de otra persona. Mi deseo sería el de que todos reunidos

combatieran por la victoria de la causa cristiana y del

evangelio de la paz, sin violencias, y sólo en el sentido de la

verdad y de la razón, en forma que nos pusiéramos de

acuerdo ... Pero si alguien desea enredarme en la confusión,

no me tendrá consigo como guía ni como compañero».

En una carta dirigida a un fanático amigo, que es rechazado

por ambos partidos, y que busca su apoyo, le dice: «En

muchos libros, en muchas cartas y en muchas discusiones he

declarado inflexiblemente que no quiero verme mezclado en

ningún asunto partidista ... amo la libertad; no quiero ni

puedo servir jamás a un partido».

Pero, el no tomar partido fue una jugada peligrosa, porque se

sabe que los indecisos son atacados por igual por cualquiera

de los bandos en pugna, o por ambos a la vez.

Una discusión teológica

Las presiones eran tan grandes sobre Erasmo, que en 1524

se decide a escribir una obra que trata un tema meramente

académico pero en el que muestra su controversia con el

luteranismo: De libero arbitrio (Sobre el libre albedrío).

Lutero era un recalcitrante agustiniano en lo referente a la

predestinación. Para Lutero, la voluntad del hombre

permanece siempre cautiva de la voluntad de Dios. No le

atribuye ningún gramo de libertad, pues todo lo que realiza

ha sido previsto por Dios; por medio de ninguna obra, de

ningún arrepentimiento, puede el hombre alzar su voluntad y

libertarse de esa trabazón: únicamente la gracia de Dios es

capaz de dirigir al hombre al buen camino.

Erasmo no pensaba exactamente así. En uno de sus libros

publicado en 1524, él declara no tener «gusto alguno por

establecer afirmaciones inconmovibles», que siempre se

inclina personalmente hacia la duda, aunque gustoso, acepta

someterse a las Sagradas Escrituras y a la Iglesia. Por otra

parte –continúa– en las Sagradas Escrituras estos conceptos

están expresados de un modo misterioso y que no puede ser

profundizado por completo; por ello, encuentra también

peligroso negar, tan en absoluto como lo hace Lutero, la

libertad de la voluntad humana.

Esto no significa, según Erasmo, que la afirmación de

Lutero sea totalmente falsa, pero tiene reparos hacia la

afirmación de que todas las buenas obras que haga el

hombre no produzcan fruto alguno ante Dios y sean

superfluas. Si, como quiere Lutero, todo se somete

únicamente a la misericordia de Dios, ¿qué sentido tendría

aún para los hombres el realizar el bien? Se debería dejar

siquiera al hombre la ilusión de su libre voluntad, a fin de

que no se desespere y no se le aparezca Dios como cruel e

injusto. Y agregaba: «Me adhiero a la opinión de aquellos

que entregan algunas cosas a la voluntad libre, pero la

mayor parte a la divina misericordia, pues no debemos tratar

de desviarnos del Escila del orgullo para ser arrojados contra

el Caribdis del fatalismo». Erasmo pensaba que la

responsabilidad personal es necesaria para que el hombre no

se convierta en un ser negligente e impío.

La verdad es que Lutero llegó a una postura casi

antinomianista2 con su afirmación, «simultáneamente justo

y pecador» al explicar la doctrina de la justificación. El

planteamiento de Lutero, sin ser errado, era incompleto, y

derivó fácilmente en una especie de nominalismo exterior y

sin realidad entre algunos de sus seguidores. La solución que

propuso Erasmo era una especie de compromiso intermedio

entre el catolicismo y el protestantismo de sus días. La

voluntad está corrompida, pero no completamente, de

manera que aún quedan rastros de libre arbitrio en el

hombre. La gracia de Dios libera al libre arbitrio, para que

este coopere con ella. Decía Erasmo a los luteranos:

«Concordemos en que somos justificados por la fe, esto es,

que los corazones de los fieles son justificados por la fe, con

tal de que reconozcamos que las obras de caridad son

esenciales para la salvación».

Ahora bien, se debe reconocer que Lutero había captado

algo de la esencia del evangelio que tal vez Erasmo nunca

llegó a captar. Su grito «sola fe, sola gracia y sola

Escritura», no era un simple desacuerdo sobre ‗pormenores‘,

sino un asunto que tocaba la médula misma de la fe. Quizás

Page 23: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

no se pueda simpatizar con la vehemencia extrema con que

Lutero defendió sus puntos de vista, pero sí con su ardor por

defender la esencia del evangelio, que para él había sido la

luz misma de la revelación divina después de la oscuridad.

Pero, Lutero no habría de perdonar tal desacuerdo de

Erasmo, y desde ahí en adelante lanza fuertes diatribas

contra él. Lo califica de «hombre astuto y pérfido que se ha

mofado juntamente de Dios y de la religión», y que «día y

noche está inventando palabras ambiguas, y cuando se

piensa que ha dicho mucho, no ha dicho nada». Con furia,

les dice a sus amigos a la mesa: «Dejo consignado en mi

testamento, y os tomo a todos como testigos, que tengo a

Erasmo por el mayor enemigo de Cristo, tal como en mil

años jamás hubo otro alguno».

Huyendo del furor de las pasiones

Erasmo, entre tanto, busca la tranquilidad para dedicarse a

sus labores académicas. Sin embargo, aún Basilea es

alcanzada por la furiosa ola. La muchedumbre asalta las

capillas y quita las imágenes. Erasmo se ve obligado a

emigrar otra vez.

Su próximo destino será Friburgo, en Austria. «Por lo que

veo mi destino es ser lapidado por las dos partes en disputa,

mientras yo pongo todo mi empeño en aconsejar a ambas

partes», decía. En Friburgo, los amigos le reciben con un

palacio dispuesto, pero elige vivir en una casita pequeña

junto a un convento de frailes, para trabajar allí en silencio y

morir en paz.

La historia no podía crear un símbolo más grandioso para

este hombre de consensos, que en ninguna parte es aceptado

porque no acepta inscribirse en ningún bando: de Lovaina

tuvo que huir porque la ciudad era demasiado católica; de

Basilea, porque llegó a ser demasiado protestante.

Desde su casa en Friburgo, Erasmo contempla a la distancia

cómo la violencia aumenta cada día. Entre Roma, Zurich y

Wittenberg se guerrea bárbaramente; entre Alemania,

Francia y Francia e Italia y España se suceden

infatigablemente las campañas militares, como errantes

tempestades; el nombre de Cristo ha llegado a ser grito de

guerra y pendón para acciones militares.

Ya no tiene sentido seguir siendo un mediador y

reconciliador en una época así. La humanidad culta,

hermanada por la fe y la cultura, es un sueño que se rompe

definitivamente para Erasmo. Nadie aspira a comprender a

otro, las doctrinas se lanzan a la cara del enemigo como si

fueran estiletes.

Su propia figura ha caído en el descrédito. En París queman

a su amigo y traductor; en Inglaterra sus amigos Tomás

Moro y John Fisher caen bajo la guillotina. Cuando Erasmo

recibe la noticia, balbucea débilmente: «Es como si yo

hubiese muerto con ellos». Zuinglio, con quien ha

intercambiado cartas y palabras amables, había sido muerto

a mazazos en Kappel; Tomas Münzer fue martirizado

horriblemente. A los anabaptistas se les arranca la lengua, a

los predicadores se les despedaza con tenazas al rojo, y los

queman amarrados al poste de los herejes; queman los

libros, queman las ciudades.

Decepcionado y triste, Erasmo está cansado de la vida. «Mis

enemigos aumentan, mis amigos desaparecen». Entonces

surge de sus labios la súplica «que Dios me llame por fin

hacía sí fuera de este mundo lleno de furor».

No obstante, Erasmo continuó en Friburgo con su incansable

actividad literaria, llegando a concluir su obra más

importante de este período: el «Eclesiastés» (o ‗Qohelet‘,

llamado ‗El Predicador‘), paráfrasis del libro bíblico del

mismo nombre, en la cual el autor afirma que la labor de

predicar es el único oficio verdaderamente importante de la

fe católica. Este concepto, curiosamente, es típicamente

protestante.

Por motivos que los historiadores no han logrado

desentrañar, Erasmo se desplazó poco después de la

publicación de este libro a la ciudad de Basilea una vez más.

Hacía seis años que había partido, y de inmediato se

amalgamó a la perfección con un grupo de teólogos

(anteriormente católicos) que ahora analizaban

pormenorizadamente la doctrina luterana.

Esto marcó aún más distancia con el catolicismo, que

Erasmo mantendría hasta su muerte. De hecho, todas las

obras de Erasmo fueron censuradas e incluidas en el «Índice

de Obras Prohibidas» por el Concilio de Trento.

Erasmo murió en Basilea en 1536. Al morir, el humanista

que toda la vida ha hablado y escrito en latín, olvida

súbitamente esta lengua habitual, y balbucea en su lengua

materna: ‗Lieve God‘, aprendido de niño en su patria. La

primera y la última palabra de su vida tienen idéntico acento

holandés.

Su legado

La venerable figura de Erasmo como cristiano y como

intelectual, que debió haber tenido una amplia aceptación y

reconocimiento de todos, fue vilipendiada por los

principales actores de su tiempo, a causa de la turbulencia de

las pasiones desatadas en aquellos días. Recibió un pago

injusto por parte de aquellos mismos a quienes intentó

ayudar. Sin embargo, nosotros, ubicados bastantes siglos

después, podemos ver en Erasmo lo que ellos no vieron. Ver

en él a un precursor, no sólo de la Reforma, sino de la

unidad de la Iglesia. Un hombre que tuvo una actitud de

integración, más que de división; de comunión más que de

separación; de enfatizar lo esencial por sobre lo secundario;

de valorar al otro antes que juzgarlo.

Por eso, casi involuntariamente, jugó un papel muy

importante en la Reforma Protestante y más aún, en la

llamada Reforma Radical de los Anabaptistas, quienes

recogieron algunas de sus principales enseñanzas. Baltasar

Hubmaier, unos de sus líderes, rechazó la persecución de

‗herejes‘ y las guerras religiosas, como también la doctrina

de la justificación casi nominalista de Lutero, pues para él,

como para todos los anabaptistas, la verdadera justificación

conduce a una vida visiblemente transformada.

Esta visión, que mantiene las ideas de Erasmo con respecto

al libre albedrío, pero rechaza los resabios del catolicismo y

sus obras meritorias, habría de influir profundamente en el

desarrollo posterior, especialmente de las llamadas iglesias

no conformistas, el pietismo, y los metodistas wesleyanos,

Page 24: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

anticipando casi en cien años el pensamiento de Jacobo

Arminio. Aquí yace en parte la importancia de Erasmo en el

camino de restauración de la iglesia, pues ayudó a equilibrar

la visión extrema del protestantismo, para el cual Agustín de

Hipona era el epítome del pensamiento cristiano.

Evidentemente, los actores de los hechos que llenaron el

siglo XVI y siguientes, en aquellas terribles guerras

religiosas, no interpretaron el espíritu del Evangelio. La

historia ha ofrecido el púlpito a unos y otros para

avergonzarse y pedir perdón por los excesos cometidos. Al

mirar hacia atrás sin apasionamientos, Erasmo se nos

aparece como un hombre que interpretó mejor que nadie el

espíritu pacifista del verdadero evangelio. FIN.

Page 25: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El joven rico que se hizo pobre

Semblanza de Charles T. Studd

Charles T. Studd nació en el seno de una aristocrática

familia inglesa en el año 1860. Su padre, Edward, era un

entusiasta deportista, hasta que se convirtió a Cristo en una

campaña del predicador norteamericano D. L. Moody.

Desde entonces sus intereses cambiaron completamente, y

se hizo un fervoroso testigo de Cristo entre sus amigos y

conocidos. Intentó por todos los medios de que sus tres

hijos, conocidos jugadores de críquet, se entregaran a Cristo

también, pero ellos le rehuían.

Conversión y primeros pasos

Sin embargo, no pudieron escapar de la mano de Dios, que

utilizó a un amigo de su padre para conducirlos al Señor.

Fue así como recibieron a Cristo el mismo día, aunque

separadamente, sin que ninguno supiese de la conversión del

otro.

Charles lo relata así: «Cuando estaba por salir a jugar

críquet, el Sr. W. me tomó desprevenido y preguntó: «¿Eres

cristiano?», yo contesté: «No soy lo que usted llama

cristiano, pero he creído en Jesucristo desde que era

pequeño, y por supuesto, creo en la Iglesia también». Pensé

que al contestar tan de cerca lo que pedía me libraría de él,

pero se me pegó como un lacre, y dijo: «Mira, de tal manera

amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que

todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida

eterna. ¿Crees que Jesucristo murió?». «Sí». «¿Crees que

murió por ti?», «Sí». «¿Crees la otra mitad del versículo:

‗mas tenga vida eterna‘?». «No», dije, «no creo eso». Pero él

agregó: «¿No ves que tu afirmación contradice a Dios? O tú

o Dios no están diciendo la verdad, pues se contradicen

mutuamente. ¿Cuál es la verdad? ¿Crees que Dios miente?».

«No», dije. «Pues bien, ¿no te contradices creyendo sólo la

mitad del versículo y no la otra?». «Supongo que sí».

«Bueno», agregó, «¿vas a ser siempre contradictorio?».

«No, supongo que no siempre». Entonces preguntó:

«¿Quieres ser consistente ahora?». Vi que me había

arrinconado y empecé a pensar: Si salgo de esta pieza

acusado de voluble, no conservaré mucho de mi dignidad,

de manera que dije: «Sí, seré consecuente». «Bueno, ¿no ves

que la vida eterna es una dádiva? Cuando alguien te da un

regalo para Navidad, ¿qué haces?». «Lo tomo y le doy

gracias». Dijo: «¿Quieres dar gracias a Dios por este

regalo?». Entonces me arrodillé, di gracias a Dios, y en ese

mismo instante Su gozo y paz llenaron mi alma. Supe

entonces lo que significaba «nacer de nuevo», y la Biblia,

que me había resultado tan árida antes, vino a ser todo para

mí».

Los hermanos Studd obtenían muchos logros deportivos, y

al mismo tiempo testificaban con firmeza de su fe en el

Señor Jesucristo. La única excepción era Charles. «En lugar

de ir a contar a otros del amor de Cristo, fui egoísta y

mantuve ese conocimiento para mí mismo. La consecuencia

fue que mi amor empezó a enfriarse y el amor del mundo

empezó a entrar. Pasé seis años en ese triste estado».

Mientras él cobraba fama en el mundo del críquet, dos

cristianas ancianas empezaron a orar para que fuera traído

de vuelta a Dios. La respuesta vino repentinamente. Uno de

sus hermanos, George, enfermó gravemente. Charles estuvo

continuamente a su cabecera, y mientras estaba allí, estos

pensamientos vinieron a su mente: «¿De qué valen la fama y

los halagos? ¿De qué vale poseer todas las riquezas del

mundo cuando uno está frente a la eternidad?». Una voz

parecía contestarle: «Vanidad de vanidades, todo es

vanidad».

Apenas tuvo oportunidad, fue a oír a D. L. Moody, que

visitaba Inglaterra otra vez, y allí se reencontró con el Señor,

volviéndole el gozo de su salvación. Comenzó a leer la

Biblia, y a evangelizar a sus amigos, llevándolos a escuchar

al famoso evangelista. Conoció también el gozo mayor, de

conducir a otros a los pies del Señor.

Pronto debió enfrentar el dilema de qué haría con su vida.

Intentó dedicarse a estudiar Derecho, pero sus inquietudes

espirituales se lo impidieron. Leyó la Biblia, y buscó con

ahínco toda bendición espiritual. Así, recibió la promesa del

Espíritu Santo, y de la paz que excede todo entendimiento.

Cayó a sus manos el libro «El secreto de una vida cristiana

feliz», y se entregó enteramente al Señor, inspirado en los

versos del conocido himno de Francis R. Havergal: «Que mi

vida entera esté/ consagrada a ti, Señor». Comprendió que

su vida había de ser una vida de fe, sencilla, infantil, y que

su parte era la de confiar en Dios, no la de hacer. Dios

obraría en él para hacer Su buena voluntad.

Misionero a China

Por este tiempo, Charles se sintió guiado por el Señor para ir

como misionero a China. Al escuchar a Mr. McCarthy, de la

Misión al Interior de la China, en su despedida para viajar a

ese país, su corazón ardió de entusiasmo. Mientras buscaba

la voluntad de Dios, percibió que la única cosa que lo podría

detener era el amor por su madre. Pero leyó el pasaje: «El

que ama padre o madre más que a mí, no es digno de mí», el

cual disipó sus dudas.

Sin embargo, surgió una tenaz oposición de toda la familia.

Incluso les pidieron a obreros cristianos que intentaran

disuadirle.

Una noche de grandes conflictos, recibió esta palabra del

Señor: «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y por

posesión tuya los términos de la tierra» (Salmo 2:8). Supo

que era la voz de Dios. Muchos dijeron que estaba

cometiendo un error muy grande al ir a «enterrarse» en el

interior de la China. Pero nada pudo torcer el curso que Dios

había trazado para su vida.

Otra noche de gran agonía espiritual, estaba de pie en el

andén de una estación, debajo de la luz titilante de una

lámpara, y, desesperado, pidió a Dios que le diera un

mensaje. Sacó su Nuevo Testamento, lo abrió y leyó: «Los

enemigos del hombre serán los de su casa». Desde ese

instante jamás miró hacia atrás.

Habiendo hecho la decisión, Charles tuvo una entrevista con

Hudson Taylor, Director de la Misión al Interior de China, y

fue aceptado como miembro.

Las consecuencias fueron imprevisibles. Su decisión causó

un gran revuelo en la sociedad inglesa de la época, debido a

Page 26: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

que era muy conocido. Otros seis conocidos jóvenes

deportistas y militares, entre ellos Stanley Smith, se unieron

a él en esta misión. Llegaron a ser conocidos como «los siete

de Cambridge». Tanta notoriedad alcanzó este asunto, que

incluso la reina Victoria pidió ser informada sobre ellos.

Charles Studd y Stanley Smith fueron invitados a dar su

testimonio a los estudiantes de la Universidad de

Edimburgo. A la hora señalada, el salón estaba abarrotado.

Fueron recibidos con grandes aplausos. A los jóvenes les

impresionaba que la ‗religión‘ no sólo fuera asunto de viejos

poco viriles, sino que hubiese alcanzado a deportistas

exitosos. Durante las charlas, una y otra vez los candidatos a

misioneros fueron aplaudidos. Al final de la reunión,

muchos se acercaron para oír más de Cristo. Así comenzó

un gran movimiento de fe entre los jóvenes universitarios.

Posteriormente tuvieron que volver otra vez a Cambridge,

donde se reunieron con más de dos mil estudiantes para

escucharles. Algo similar ocurrió en otras de las grandes

ciudades. Los jóvenes conferencistas estaban tan ansiosos

por la responsabilidad que recaía sobre ellos, que a veces

pasaban toda la noche orando. Cierta vez, su huésped les

dijo a la mañana: «¡Oh, no debían incomodarse en hacer las

camas!», sin imaginar que esas camas nunca habían sido

deshechas.

En Leicester se encontraron con el famoso predicador y

escritor F. B. Meyer, el cual fue grandemente impactado por

el testimonio de los jóvenes. Una mañana muy temprano,

Meyer descubrió que había luz en el dormitorio de ellos, por

lo cual le dijo a Studd: «Ha madrugado usted». «Sí»,

respondió él, «me levanté a las cuatro de la mañana. Cristo

siempre sabe cuando he dormido bastante y me despierta

para disfrutar de un buen tiempo con él». Meyer le preguntó:

«¿Qué ha estado haciendo todo este rato?». «Usted sabe, el

Señor dice: ‗Si me amáis, guardad mis mandamientos‘, así

que estaba leyendo todos los mandamientos del Señor que

pude hallar y marcando los que he guardado, porque en

verdad le amo». «Bien», dijo, y volvió a preguntar: «¿Cómo

puedo ser semejante a usted?». Studd contestó: «¿Se ha

entregado a Cristo, para que Cristo lo colme?». «Sí», dijo él,

«lo he hecho de un modo general, pero no sé que lo haya

hecho de manera particular». Studd respondió: «debe

hacerlo de una manera particular también». Esa misma

noche F. B. Meyer hizo una entrega específica y total a

Cristo.

Las tres grandes reuniones de despedida para los siete

jóvenes misioneros fueron arregladas por la Misión en

Cambridge, Oxford y Londres. Ninguna descripción puede

dar una idea adecuada del carácter extraordinario de estas

reuniones. Por primera vez la sociedad londinense

contemplaba un grupo de jóvenes selectos ofrendarse

incondicionalmente al Maestro para su obra muy lejos de

allí.

Partieron para China en febrero de 1885, cuando Charles

tenía 25 años. Tres meses más tarde, sus propias madres no

les hubieran reconocido. De oficiales y universitarios se

transformaron en chinos, con trenzas, vestidos largos y

túnicas de mangas largas, todo completo, pues de acuerdo

con los principios de la Misión, creían que la única manera

de alcanzar a los chinos del interior era haciéndose uno de

ellos.

Con no poco humor, Charles cuenta la dificultad que tuvo

cuando quiso conseguir zapatos para su medida, pues sus

pies eran excesivamente grandes. «El primer zapatero que se

hizo venir dijo que nunca había hecho un par como yo

quería y huyó de la casa, rehusando terminantemente a

emprender una obra tan grande. Se consiguió otro; y cuando

los trajo, dijo que había hechos muchos pares de zapatos

durante su vida, pero que jamás había hecho un par como

éstos. Mis pies causan mucha gracia a la gente; en las calles,

a menudo, los chinos los señalan y se ríen de buena gana».

Contrariamente a lo que podía esperarse de un joven

acostumbrado a la comodidad, Charles se adaptó muy bien a

las sencillas costumbres del pueblo chino. «¿Dónde están las

penalidades chinas?» –decía– «No las podemos hallar; son

un mito. Esta es realmente la mejor vida, sana y buena:

bastante para comer y beber, saludables camas duras, y

hermoso aire fresco. ¿Qué más puede desear un hombre?».

Sobre sus ejercicios espirituales decía: «El Señor es muy

bueno y todas las mañanas me da una gran dosis de

champaña espiritual que me tonifica para el día y la noche.

Últimamente he tenido unos tiempos realmente gloriosos –

escribía en febrero de 1886 –. Generalmente me despierto a

eso de las 3.30 y me siento bien despejado; así, tengo un

buen rato de lectura, etc., luego, antes de comenzar las tareas

del día, vuelvo a dormir por una hora. Hallo que lo que leo

entonces queda estampado indeleblemente en mi mente

durante todo el día; es la hora más quieta; ningún

movimiento ni ruido se oye, sólo Dios. Si pierdo esta hora

me siento como Sansón rapado y perdiendo así su fuerza.

Cada día veo mejor cuánto más tengo que aprender del

Señor».

Entregando todo

Cuando Charles cumplió los 25 años de edad recibió en

herencia de su padre más de 29.000 libras esterlinas. A la

sazón él se encontraba en China. Decidió ser fiel a la

Palabra, y dar ese dinero al Señor. Cuando acudió al Cónsul

inglés para validar el poder que le permitiría hacerlo, éste se

negó, por considerar disparatada la decisión. Le pidió que se

tomara 15 días para pensarlo. Al cabo de ese tiempo,

Charles volvió para firmar los documentos respectivos.

Despachó 4 cheques de 5.000 libras cada uno, y cinco de

1.000, dejando una reserva de 4.000 para cubrir posibles

errores. Los beneficiados con las 5.000 libras fueron D. L.

Moody y su Instituto Bíblico en Chicago, George Müller,

con sus Hogares para Huérfanos, de Bristol, Jorge Holland,

que tenía un ministerio entre los pobres en Londres, y Booth

Tucker, del Ejército de Salvación en la India. Otras cinco

personas recibieron los cheques por 1.000 libras cada uno,

entre ellos el general William Booth, del Ejército de

Salvación. Poco después, cuando fue informado de que la

herencia era aún mayor, agregó donaciones a la Misión al

Interior de China.

Poco antes de su matrimonio, entregó el dinero restante a su

novia. Pero ella, para no ser menos, le dijo: «Charles, ¿qué

dijo el Señor al joven rico?». «Vende todo». «Bueno,

entonces empezaremos bien con el Señor en nuestro

matrimonio». Y luego escribieron al general Booth para

donarle las últimas 3.400 libras esterlinas que les quedaban.

Page 27: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Tan sólo la eternidad revelará cuántos fueron despertados a

seguir el verdadero camino del discipulado por el ejemplo

de este «joven rico» del siglo XIX que dejó todo y le siguió.

En la biografía de Studd, publicada por su yerno Norman P.

Grubb, hay un testimonio muy elocuente: una foto de la

«Tedworth House», el hogar de Studd en su juventud, que

era una fastuosa mansión en medio de la campiña inglesa, y

en un recuadro de la misma, aparece un boceto de la

miserable cabaña de Studd en África al final de su vida.

Bien podría titularse: «Del palacio a la choza». ¡Un enorme

testimonio sin palabras!

Una ayuda idónea

Priscilla Livingstone Stewart llegó a China en 1887, como

parte de un equipo de obreros nuevos del Ejército de

Salvación. Era irlandesa, de hermosos ojos azules y cabello

rubio. Hacía sólo un año y medio que se había convertido,

en forma milagrosa.

Una noche en que había estado en una fiesta hasta la

madrugada, tuvo un sueño que la habría de intranquilizar

durante tres meses. Soñó que estaba jugando tenis, cuando

súbitamente se vio rodeada de una multitud de personas. De

pronto, se levantó entre esa multitud una Persona. Ella

exclamó: «¡Pero si es el Hijo de Dios!». Entonces él,

señalándola a ella, dijo: «Apártate de mí, pues nunca te

conocí». La muchedumbre se disolvió, y quedó ella sola con

sus amigos, que la miraban horrorizados. Después de resistir

al Señor por tres meses, se rindió, cuando vio al Señor

decirle: «Por mi llaga fuiste curada».

Desde ese día decidió que Jesús sería su Señor y su Dios.

Poco después, mientras buscaba dirección para su vida,

abrió la Biblia y vio, al margen del libro, escrito en letras de

luz: «China, India, África». Estas palabras proféticas habrían

de cumplirse literalmente.

Priscilla y Charles se conocieron en Shangai, mientras éste

desarrollaba reuniones para los marineros ingleses. Junto a

otros misioneros, Priscilla colaboraba allí con mucho fervor.

Las reuniones eran bastante informales, pero llenas de gozo.

Un episodio de esas reuniones refleja muy bien el carácter

de Charles. Habían recibido algunos testimonios, y querían

expresar su gozo a través del canto. Charles pidió a la

concurrencia que cantasen de pie el himno «Estad por Cristo

firmes», pero al darse cuenta que ya estaban de pie, dijo:

«¡Vamos, esto no es suficiente, debemos hacer algo más

para Jesús: Paraos sobre vuestras sillas para Jesús!». Los

marineros saltaron con agilidad sobre sus sillas y, con una

amplia sonrisa dibujada en sus rostros, cantaron como nadie

había cantado jamás ese himno.

A pesar de que debieron separarse por algún tiempo a causa

de la obra, Charles y Priscilla se escribieron, y él le propuso

matrimonio después de buscar al Señor intensamente. «No

te ofrezco una vida fácil y cómoda –le escribía–, sino una

vida de trabajo y dureza; realmente, si no te conociera como

una mujer de Dios, ni soñaría en pedirte en matrimonio. Lo

hago para que seas camarada en Su ejército, para vivir una

vida de fe en Dios, recordando que aquí no tenemos ciudad

permanente, sólo un hogar eterno en la casa del Padre. Tal

será la vida que te ofrezco. El Señor te dirija».

En otra carta le abre su corazón de manera muy hermosa:

«Te amo por amor a Jesús, te amo por tu celo hacia él, te

amo por tu fe en él, te amo por tu amor a las almas, te amo

por tu amor a mí, te amo por ti misma, te amo por siempre

jamás. Te amo porque Jesús te ha usado para bendecirme y

encender mi alma. Te amo porque siempre serás un atizador

calentado al rojo que me haga correr más ligero. Señor

Jesús, ¿cómo puedo jamás agradecerte por una dádiva

semejante?».

Hubo un doble matrimonio: el religioso fue oficiado por el

conocido evangelista chino Shi, y el civil, ante el cónsul

británico. Al final de la ceremonia, ambos se arrodillaron e

hicieron una solemne promesa ante Dios: «Jamás nos

estorbaremos uno al otro de servirte a Ti». Fue una «boda de

peregrinos», sin traje de bodas, con ropa china común, de

algodón.

Comprobando la fidelidad de Dios

La joven pareja fue directamente de su boda a iniciar una

obra hacia el interior de China, en la ciudad de Lungang-Fu.

Cierta vez Studd predicó sobre el versículo «Puede salvar

hasta lo sumo» (Heb. 7:25, Versión Moderna). Después de

que la reunión hubo terminado, un chino quedó solo al

fondo del salón. Cuando Studd se acercó a él, el chino le

dijo que el sermón había sido una serie de disparates, y

agregó: «Soy un asesino, un adúltero, he quebrantado todas

las leyes de Dios y del hombre una y muchas veces.

También soy un perdido fumador de opio. No puede

salvarme a mí». Studd le expuso las maravillas de Jesús, su

evangelio y su poder. El hombre era sincero y fue

convertido.

Entonces el hombre dijo: «Debo ir a la ciudad donde he

cometido toda esta iniquidad y pecado, y en ese mismo lugar

contar las buenas nuevas». Lo hizo. Reunió a multitudes.

Fue llevado ante el mandarín y le sentenciaron a dos mil

golpes con el bambú, hasta que su espalda fue una masa de

carne roja y se le creyó muerto. Fue traído de vuelta por

algunos amigos, llevado al hospital y cuidado por manos

cristianas, hasta que, al fin, pudo sentarse.

Entonces dijo: «Debo volver otra vez a mi ciudad y predicar

el evangelio». Sus amigos cristianos trataron de disuadirle,

pero se escapó y empezó a predicar en el mismo lugar. Fue

llevado de nuevo ante el tribunal. Tuvieron vergüenza de

aplicarle el bambú otra vez, así que le enviaron a la cárcel.

Pero la cárcel tenía pequeñas ventanas y agujeros en la

pared. Se reunió el gentío y predicó a través de las ventanas

y aberturas, hasta que, hallando las autoridades que

predicaba más desde la cárcel que afuera, lo pusieron en

libertad, desesperados de no poder doblegar a alguien tan

porfiado y fiel.

Gran parte del tiempo, Studd estuvo ocupado en el Refugio

para Fumadores de Opio, que abrió para atender a las

víctimas de esta droga. Durante los siete años siguientes,

unos ochocientos hombres y mujeres pasaron por allí, y

algunos de ellos fueron, además de curados, salvados.

La llegada de los hijos significó para el matrimonio una dura

prueba: no era posible contar con la asistencia de ningún

médico. Buscar uno habría significado estar cinco meses

lejos de su casa y abandonar su obra. «¿Por qué no llamar al

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Dr. Jesús?», se preguntó Priscilla, y así lo hizo. Nacieron

cinco hijos, y no hubo problemas.

En China en ese tiempo acostumbraban sacrificar a las niñas

recién nacidas, debido a que –pensaban– dan mucho trabajo

al criarlas, y su dote cuando se casan no alcanza a cubrir los

gastos. Dios dio al matrimonio cuatro hijas, para que diesen

ejemplo de cuidado y amor hacia ellas, como si fuesen

varones. El nombre chino que ellos dieron a sus hijas daba

testimonio de esto: Gracia, Alabanza, Oración y Gozo.

Dios proveyó milagrosamente a las necesidades financieras

de la familia. Cierta vez –sus cuatro hijas estaban

pequeñitas– se quedaron sin provisiones ni dinero. No había

esperanza aparente de que llegaran suministros de ninguna

fuente humana. El correo llegaba una vez cada quince días.

El cartero había salido recién esa tarde y en quince días

traería el correo de vuelta.

Las cinco pequeñas hijas ya se habían acostado esa noche,

así que decidieron tener una noche de oración. Se pusieron

de rodillas con ese propósito. Pero después de unos veinte

minutos, se levantaron de nuevo. En esos veinte minutos

habían dicho a Dios todo lo que tenían que decir. Sus

corazones estaban aliviados; no les parecía ni reverente ni de

sentido común continuar clamando.

El correo volvió el tiempo establecido. No tardaron en abrir

la valija. Dieron una ojeada a las cartas; no había nada. Se

miraron el uno al otro. Studd fue a la valija otra vez, la tomó

de los ángulos inferiores y la sacudió boca abajo. Salió otra

carta, pero la letra les era completamente desconocida. Otro

desengaño. La abrió y empezó a leer.

Studd y Priscilla fueron totalmente diferentes después de la

lectura de esa carta, y aún toda su vida fue diferente desde

entonces. La firma les era totalmente desconocida. He aquí

el contenido de la carta: «He recibido, por alguna razón u

otra, el mandamiento de Dios de enviarle un cheque de 100

libras esterlinas. Nunca lo he visto, solamente he oído hablar

de usted, y eso no hace mucho, pero Dios me ha privado del

sueño esta noche con este mandamiento. Por qué me ha

ordenado que le envíe esto, no lo sé. Usted sabrá mejor que

yo. De cualquier modo, aquí va y espero que le sea de

provecho».

El nombre de ese hombre era Francisco Crossley. Nunca se

habían visto ni escrito.

De regreso en Inglaterra

Tras 10 años en China, la familia regresó a Inglaterra, en

1894. Aunque Studd había estado aquejado de varias

enfermedades que lo tuvieron al borde de la muerte, no se

atrevió a moverse de China sino por clara dirección de Dios.

La despedida de sus hermanos y sirvientes fue muy

dolorosa. La larga travesía a través de la China con su

esposa y sus cuatro pequeñas fue difícil, por cuanto había

una gran hostilidad hacia los extranjeros. El pueblo chino,

poco instruido, pensaba que todos los extranjeros eran

aliados de Japón, que en esa época estaba en guerra con

China.

Parte de la travesía la hicieron por el río, en una barcaza.

Dondequiera que la embarcación tocaba la ribera, un gentío

se reunía para ver a los «diablos extranjeros».

Cierta vez el ambiente se mostraba especialmente

amenazante para ellos, pero Dios dispuso su liberación de

una manera extraña. La mayor de las niñas hablaba el chino.

Así que cuando la gente comenzó a hacerle preguntas:

«¿Cuál es tu nombre? ¿Qué edad tienes? ¿Tienes algo que

comer?», etc., para sorpresa de ellos, la niña les contestó en

su propio idioma. El resultado fue que la turba amenazante

se volvió en admiradora. Entonces hicieron arreglos para

que grupos sucesivos de chinos se acercaran a comprobar la

maravilla: ¡una niña extranjera hablaba su mismo idioma!

Cada vez que lo hacían, los chinos se explicaban el asunto

de la siguiente manera: «¿Lo ven? Esta niña habla nuestro

idioma, porque come nuestra comida».

En Shangai, se embarcaron en un vapor del Lloyd Alemán.

Los camareros eran todos músicos, y formaban una banda

que todas las tardes tocaba en el salón. Las cuatro niñas se

sentaban entonces embelesadas a escuchar música. El tercer

día, luego de la sesión diaria, las niñas entraron en el

camarote de sus padres, muy excitadas, diciendo: «No

podemos comprender a estos misioneros de ninguna manera,

pues no hacen más que tocar música y nunca cantan himnos

ni oran». ¡En su vida en el interior de la China nunca habían

visto un hombre o una mujer blancos que no fueran

misioneros!

Llegados a Inglaterra, con dificultad se estuvieron quietos

algún tiempo, para recuperarse de su deteriorada salud, pues

pronto llegaron las invitaciones a compartir sus

experiencias. Cierta vez, Studd fue invitado a dar una charla

en un colegio teológico de Gales. En parte de la disertación

él dijo: «La verdadera religión es como la viruela: si uno se

contagia, le da a otros y se extiende». Su prima y huésped en

esa ocasión, Dorotea de Thomas, se escandalizó por la

comparación, y de regreso a casa se lo representó. Eso

condujo a una larga conversación, pero Dorotea permanecía

cerrada a la fe.

De acuerdo a la promesa que Dorotea le había hecho a su

primo, asistió de nuevo a la charla la noche siguiente.

Cuando llegaron de vuelta a casa, ella le preparó una taza de

cacao, y se la alcanzó. Studd estaba sentado en el sofá y

continuó hablando mientras ella tenía la mano estirada. Ella

le habló, pero él no le hizo caso. Entonces, como es lógico,

ella se impacientó. Sólo entonces él le dijo: «Bueno, así es

exactamente como tú estás tratando a Dios, que te está

ofreciendo la vida eterna». La saeta dio en el blanco.

Dos días después, cuando él estuvo de regreso en Londres,

recibió el siguiente telegrama: «Tengo un fuerte ataque de

viruela. Dorotea».

Dos años después, Studd fue invitado a Estados Unidos,

donde se quedó 18 meses. Su horario estaba completamente

colmado de reuniones, a veces hasta seis en el día. Su poco

tiempo libre fue una sucesión de entrevistas con estudiantes.

A veces echaba mano a recursos poco ortodoxos para

enseñar verdades espirituales. Cierta vez que condujo a un

joven a recibir el Espíritu Santo por fe. Le dijo que tenía que

dejar que el Espíritu Santo obrara en él y a través de él. El

joven parecía comprender, pero su rostro todavía estaba

Page 29: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

sombrío. Entonces le dijo: «Si un hombre tiene un perro, ¿lo

guarda todo el tiempo y ladra él mismo?». Entonces el joven

se rió, su rostro cambió en un instante, y prorrumpió en

alabanzas a Dios. «Oh, lo veo todo ahora, lo veo todo

ahora». Y se reía y alababa y oraba, todo al mismo tiempo».

Entre sus cartas enviadas a Inglaterra, envió un recorte de

diario en que se le elogiaba. Al margen del artículo él

escribió: «Esta es la clase de disparates que publican los

diarios».

En cierta oportunidad en que fue invitado a una charla, poco

antes de pasar Charles T. Studd al estrado, uno de los

anfitriones dio algunos detalles elogiosos de su vida.

Entonces Studd comenzó diciendo: «Si yo hubiera sabido

que se diría esto, hubiera venido un cuarto de hora más

tarde». Y en seguida agregó: «Vamos a borrarlo con algo de

oración». Y se puso a orar.

Seis años en la India

Desde su conversión, Studd había sentido la responsabilidad

que tenía la familia de llevar el evangelio a la India. Había

sido el último deseo de su padre. Su hermano le había

contado cómo la gente conocía el apellido Studd, pues su

padre había hecho allí su fortuna. Él se propuso que el

apellido Studd fuera también conocido como «embajador de

Jesucristo». Viajó a Tirhhot, donde estuvo seis meses

celebrando reuniones, y le fue ofrecido el cargo de pastor de

la iglesia independiente de Octacamund.

Como siempre, Studd se dedicó a ganar almas, y pronto se

decía de esa iglesia: «Esa iglesia es un lugar que se debe

eludir si uno no quiere convertirse». Su esposa decía de él en

este tiempo: «Creo que no pasa una semana sin que Charles

tenga de una a tres conversiones». No perdía ocasión de usar

métodos heterodoxos para compartir el evangelio. ¡Cierta

vez tomó parte en una gira de críquet a fin de tener

oportunidad de compartir a los soldados que jugaban!

Pero toda esta obra se realizó penosamente, pues desde años

antes había sido una víctima del asma. Por tiempo, sólo

dormía dos horas en la noche, sentado en una silla luchando

por respirar. Sin embargo, luego venían temporadas mejores.

Sus hijas crecían, y disfrutaban la vida en la India. Las

cuatro se entregaron a Cristo durante su estada allí. Él

mismo las bautizó en una piscina que mandó construir en su

propio jardín.

En 1906 regresó a Inglaterra. Su llegada a casa dio

oportunidad a pastores y obreros, los que le comenzaron a

invitar con mucha frecuencia. En los próximos dos años

debe haber hablado a decenas de millares de hombres,

muchos de los cuales nunca asistían a un culto, pero fueron

atraídos por su fama deportiva. Su manera de hablar franca,

sin ambages, empleando el lenguaje común del pueblo, junto

con su humor, gustaba mucho a los hombres.

El desafío mayor

Cierto día del año 1908, mientras se hallaba en Liverpool,

vio un aviso muy curioso que llamó en seguida su atención:

«Caníbales quieren misioneros». Studd entró al lugar para

ver de qué se trataba.

Así comenzaría el mayor desafío de su vida.

El joven rico que se hizo pobre

Semblanza de Charles T. Studd (2a Parte)

Nacido en el seno de una familia inglesa acomodada, en

1860, Charles T. Studd, llegó a ser en su juventud un famoso

jugador de críquet. Pero su carrera deportiva se vio

interrumpida cuando conoció al Señor y se consagró, a los

25 años de edad, como misionero a China, en la Misión

fundada por Hudson Taylor algunos años antes. En China

contrajo matrimonio con Priscilla Livingstone, una

misionera irlandesa, con quien tuvo cinco hijas.

Tras 10 años de ministerio muy fecundo, regresó a

Inglaterra, desde donde partió para India seis años más

tarde. En la India sirvió al Señor otros seis años, y regresó a

Inglaterra en 1906.

El desafío mayor

Cierto día del año 1908, mientras se hallaba en Liverpool,

Studd vio un aviso muy curioso que llamó en seguida su

atención: «Caníbales quieren misioneros». Studd entró al

lugar para ver de qué se trataba.

Era un extranjero, Kart Kumm, quien disertaba sobre África.

Decía que al centro del continente habían ido exploradores,

cazadores, árabes y mercaderes, pero que ningún cristiano

jamás había entrado a hablar de Jesús. «La vergüenza

penetró profundamente en mi alma», diría Studd más tarde.

Oyó una voz que le dijo: «¿Por qué no vas tú?». «Los

médicos no lo permitirán», contestó. Vino la respuesta:

«¿No soy yo el Buen Médico? ¿No puedo llevarte allí? ¿No

puedo mantenerte allí?».

Como no había excusas, Studd sintió que tenía que ir.

Preparativos para la gran misión

De alguna manera, Studd sintió que hasta ese momento la

vida había sido una preparación para los próximos años.

Studd realizó un viaje exploratorio de varios meses, a lomo

de mula y a pie, por regiones infestadas de paludismo y otras

enfermedades, donde pudo comprobar la extrema necesidad

de los pueblos paganos de África. Supo que más allá de las

fronteras de Sudán, en el Congo Belga, existían gentes tan

depravadas y desamparadas que nunca habían oído de

Cristo.

Regresó inflamado de amor por África, y lanzó un desafío a

todo el pueblo de Dios de Inglaterra. Escribió una serie de

folletos, con los cuales incendió de fuego santo muchos

corazones. Él sentía que era una nueva Cruzada. «Debemos

ir en Cruzada por Cristo. Tenemos los hombres, los medios

y las comunicaciones, el vapor, la electricidad y el hierro

han nivelado las tierras y atravesado los mares. Las puertas

del mundo nos han sido abiertas por nuestro Dios ... En

junio pasado mil cateadores, negociantes, comerciantes y

buscadores de oro esperaban en la desembocadura del

Congo para arrojarse en esas regiones, pues según rumores

existía allí abundancia de oro. Si tales hombres oyen tan

Page 30: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

fuertemente el llamado del oro y lo obedecen, ¿puede ser

que los oídos de los soldados de Cristo estén sordos al

llamado de Dios y al clamor de las almas moribundas? ¿Son

tantos los jugadores por el oro y tan pocos los jugadores por

Dios?».

Sin embargo, su partida no fue fácil, pues hasta última hora

no había recursos, y Priscilla, su esposa, no lograba obtener

fuerzas para apoyar la empresa – además que estaba

delicada de salud. Al dejar Liverpool, sintió que Dios le

habló de una manera muy extraña: «Este viaje no es

solamente para el Sudán, es para todo el mundo no

evangelizado». En ese momento parecía verdaderamente

muy extraño, pero el tiempo demostraría que era verdadero.

La víspera de la separación, un joven le preguntó a Charles:

«¿Es cierto que usted a la edad de cincuenta y dos años, se

propone dejar su país, su hogar, su esposa, y sus hijas?».

«¿Qué?», dijo Studd. «¿No ha estado hablando usted esta

noche del sacrificio del Señor Jesucristo? Si Jesucristo es

Dios y murió por mí, entonces ningún sacrificio podrá ser

demasiado grande para que yo lo haga por él». Cuando

estaba sobre el andén, para tomar el tren, escribió en un

papel dos líneas de poesía improvisada, que dio a un amigo:

«Que mi vida entera sea / una cruz oculta que a Ti revela».

Poco antes de la partida de Studd, Priscilla tuvo una

experiencia que trajo alivio a su corazón. El Señor le habló

una noche a través del Salmo 34, y de Daniel 3:29. «Sentí

que todo temor se había desvanecido, todas mis

preocupaciones, todo lo que «dejada sola» iba a significar,

todo el temor de paludismo y flechas envenenadas de los

salvajes, y fui a la cama regocijándome. Esa noche me reí

con la «risa de fe». Esa misma noche le escribió su

experiencia a su esposo.

El viaje y los movimientos estratégicos

El único acompañante que tuvo Studd en esta empresa fue el

joven Alfred B. Buxton, hijo de un viejo amigo de los días

de Cambridge. Se acababa de graduar en la Universidad,

pero renunció a completar su curso de medicina para ir con

él. «Muchas fueron las dificultades y los obstáculos en

nuestro camino: no habíamos pasado por allí antes, no

conocíamos el idioma de los indígenas, mientras que el

francés –el idioma de los funcionarios belgas– yo no sabía

sino un poco de francés «de perro», y Buxton un poco de

francés «de gato» – lo poco que recordábamos del colegio.

Pero siempre entrevistamos a los funcionarios juntos, y era

notable cuán a menudo si el perro no atinaba a ladrar, el gato

pudo emitir un maullido».

En el viaje, Buxton se enfermó de gravedad, sufrieron el

incendio de una tienda de campaña, y los familiares del

joven intentaron disuadirle por carta de seguir avanzando.

Una vez se perdieron en la selva, estuvieron detenidos de

avanzar por meses. Cayeron en manos de caníbales, pero

«como los dos éramos delgados y duros, no fueron tentados

más de lo que pudieron soportar».

Un día Studd se enfermó gravemente. De pronto vino a su

mente la palabra: «¿Está alguno enfermo entre vosotros?

Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole

con aceite en el nombre del Señor» (Stgo. 5:14). El

problema es que no había ningún anciano –el que había no

pasaba los veinte– ni tampoco había aceite, lo único que

había era kerosene. Pues, no se podía ser estrecho de mente

en tal severa ocasión. Así que Buxton mojó el dedo en

kerosene, ungió la frente y luego se arrodilló y oró. «Cómo

lo hizo Dios, no sé, ni me importa, pero esto sé, que a la

mañana siguiente, habiendo estado enfermo a la muerte, me

desperté sano. Podemos confiar en él de menos, pero no

podemos confiar en Dios demasiado».

Tras nueve meses, llegaron a Niangara, el corazón de África,

en octubre de 1913. Después de un par de intentos fallidos,

el Señor los guió hasta Nala, donde establecieron su centro

de operaciones. Las tribus de las inmediaciones, hace poco

hostiles, ahora eran amables y colaboraban con los

misioneros. Desde Nala se extendieron hasta Poko y

Bambioi, con lo cual tuvieron cuatro centros estratégicos

cubriendo cientos de kilómetros y alcanzando unas ocho

tribus. Ahora había llegado el momento de ocupar los

centros y evangelizar.

Los primeros frutos. Regreso a Inglaterra

Unos dos años después, tuvieron los primeros bautismos en

Niangara y en Nala. Alfred Buxton escribía: «Cada uno de

los bautismos de Nala haría un título atrayente para el «Grito

de Guerra»1: «Ex caníbales, borrachos, ladrones, asesinos,

adúlteros y blasfemos entran al Reino de Dios». En las

reuniones para confesión de pecado, hubo algunos

testimonios notables: «No hay lugar en mi pecho para todos

los pecados que he cometido», «Mi padre mató a un hombre,

y yo ayudé a comerlo», «Cuando yo tenía tres años,

recuerdo que mi padre mató a un hombre porque él había

muerto a mi hermano, yo también comí del guiso». Cierta

vez, un recién convertido amedrentó a unos aborígenes

hostiles con estas palabras: «¡Recuerden que en mi tiempo

he comido hombres mejores que ustedes!».

A fines de 1914, Studd viajó a Inglaterra a reclutar nuevos

obreros. Para ese tiempo, su esposa, que había estado muy

mal de salud, estaba dedicada de lleno a apoyar la obra de su

marido en el África. Aún muy delicada de salud, formó

círculos de oración, editó folletos mensuales por millares,

escribió veinte o treinta cartas por día, y editó los primeros

números de la «Revista de la H.A.M.» («Misión del corazón

de África», por su nombre en inglés). Así la encontró Studd

cuando llegó a Inglaterra. Así, en dos años el corazón de

África había sido explorado por un viejo físicamente

arruinado, mientras que la sede de Inglaterra había sido

establecida por una inválida desde su diván.

Por última vez en su vida, Studd recorrió Inglaterra,

instando y rogando al pueblo de Dios para que se levantara y

se sacrificara por África. Pocas veces ha abogado alguno en

la causa de los paganos como él abogó. En la revista publicó

mensajes electrizantes: «Hay más del doble de oficiales

cristianos uniformados acá, entre los cuarenta millones de

habitantes pacíficos y evangelizados de Gran Bretaña, que el

total de las fuerzas de Cristo luchando al frente entre mil

doscientos millones de paganos. ¡Y sin embargo, los tales se

llaman soldados de Cristo! ... El llamado de Cristo es dar de

comer al hambriento, no al que está satisfecho; a salvar a los

perdidos, no a los de dura cerviz; no a edificar cómodas

capillas, templos y catedrales en Inglaterra, en los cuales

adormecer a los cristianos profesantes con hábiles ensayos,

oraciones formales y programas artísticos, sino a levantar

Page 31: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

iglesias vivientes entre los desamparados ... Pero esto tan

sólo puede realizarse por una religión del Espíritu Santo

candente, no convencional y sin trabas, donde no se rinde

culto ni a la Iglesia, ni al estado, ni al hombre, ni a las

tradiciones, sino solamente a Cristo y a él crucificado».

En julio de 1916 todo estaba listo para su regreso al África.

Un grupo de ocho fue equipado. Incluían a su hija Edith, que

iba a casarse con Alfred Buxton. Ni él ni Priscilla tuvieron la

más remota idea de que ésta sería su despedida de Inglaterra

para siempre, y casi su despedida de ella sobre la tierra, pues

en los trece años siguientes se verían solamente por una

escasa quincena.

Los primeros misioneros nativos

En Nala, la recepción fue maravillosa. Lo que Studd dejó a

su partida para Inglaterra era una concesión no ocupada,

pero ahora había allí decenas de nativos cristianos, atentos

en las reuniones, y agradecidos de Dios. Studd distribuyó su

equipo de obreros en cada uno de los puntos estratégicos,

ocupando de esa manera un territorio de más o menos la

mitad de Inglaterra. En abril de 1917 había alrededor de cien

convertidos bautizados. Muchos caciques levantaron

escuelas y casas para centros de instrucción y

evangelización. Uno de ellos dio testimonio de que una vez

había perdido por completo el conocimiento y había muerto.

Sus amigos cavaron una tumba y lo estaban colocando allí,

cuando se levantó y dijo que había visto a Dios mismo,

quien le dijo que no pasaría mucho tiempo antes que

vinieran los ingleses y les enseñarían acerca del Dios

verdadero. El cacique contó esa historia a muchos, y por esa

razón solían referirse a Dios con el nombre de ‗inglés‘.

En el mes de enero, unos quince o veinte convertidos

salieron voluntariamente a predicar por tres meses en las

regiones «de alrededor y más allá». A su regreso, más de

cincuenta querían ir. Studd explicaba así la ventaja de usar

misioneros autóctonos para evangelizar a los aborígenes, en

vez que misioneros foráneos: «Nosotros, los evangelistas

blancos, tenemos cinco porteadores cada uno para llevar

nuestros efectos. Ellos se llevaron cada cual los suyos. Cada

hombre o mujer llevaba una cama, pero ésta consiste

solamente en una estera de paja; por toda ropa de cama lleva

una frazada delgada, si es que lleva una. El único canasto

con alimentos que posee está siempre fuera de vista y detrás

del cinturón, del cual cuelga un cuchillo de monte y una taza

enlozada; un sombrero de paja, fabricado por él mismo y un

taparrabo, y ahí tenéis al misionero del corazón de África

completo».

Cuando despidió a su nuevo contingente de misioneros, los

arengó con estas palabras, muy a la «manera Studd»:

«Si no quieren encontrarse con el diablo durante el día,

encuéntrense con Jesús antes del amanecer.

«Si no quieren que el diablo les dé un golpe, golpéenlo

primero, y golpéenlo con todas sus fuerzas, de manera que

esté demasiado estropeado para responder. «Predicad la

Palabra» es la vara que el diablo teme y odia.

«Si no quieren caer, caminen: ¡y caminen derecho y ligero!

«Tres de los perros con los cuales el diablo nos da caza, son:

orgullo, pereza y codicia». Después de la oración de

despedida, se fueron cantando. A su vuelta, uno de ellos

dijo: «No hubo nada afuera que haya podido quitar el gozo

adentro».

Como consecuencia de la evangelización, muchos

convertidos se agregaban y tenían bautismos casi

semanalmente. Con gozo alababan a Dios, con himnos muy

sencillos, pero directos. Un día, después de una reunión, un

cacique se paró y dijo: «Yo y mi gente y mi cacique

hermano y su gente queremos decirle que creemos estas

cosas acerca de Dios y Jesús, y todos queremos seguir el

mismo camino que usted, el camino al cielo».

Otros de los convertidos fue el gran cacique de Abiengama,

que fue un caníbal que recientemente había capturado y

comido a catorce indígenas. Pero cuando su esposa principal

oyó por primera vez del Dios grande y amante, exclamó:

«Siempre pensé que debía haber un Dios así».

Studd llegó a ser un hombre muy humilde. Cuando debió

separarse de su yerno Baxter, por causa de la obra, éste le

pidió públicamente que le impusiera las manos. Sin

embargo, Studd le pidió que se subiera a una silla ¡y ungió

sus pies!. Al bajarse, Baxter le dijo: «Bwana («Cacique

Blanco», como le decían los indígenas), me ha hecho una

treta hoy, pero fue una treta de amor». Studd tuvo palabras

muy elogiosas para él: «Nadie sino Dios podrá jamás saber

la profunda fraternidad, gozo y afecto de nuestra cotidiana

comunión social y espiritual, pues no hay palabras que la

puedan describir».

Reveses y satisfacciones

En los años siguientes, la obra habría de experimentar duros

reveses, a causa de que muchos de los cristianos más

destacados cayeron en pecado. Ello sumió a Studd en una

gran enfermedad. Pero eso no era todo: «Me parece que las

desilusiones constituyen el mayor sufrimiento», decía. Ante

esto, sólo cabía redoblar las oraciones. Todas las mañanas,

antes de que saliera el sol, se agrupaba una multitud de

convertidos para cantar y orar. «¡Oh, las plegarias que oran!

Nada baladí, sino tiros ardientes de sus mismos corazones».

Muchas veces intercedían por él de manera muy graciosa:

«Y ahí está Bwana, Señor. Es un hombre muy anciano (tenía

sesenta años), su fuerza no vale nada. Dale la tuya, Señor, y

el Espíritu Santo también». Otro oró una vez: «Oh, Señor,

en verdad has sido bueno al hacer que Bwana viva diez años

sobre la tierra, ahora haz que viva dos años más».

La ayuda llegó en la primavera de 1920. Primero fue un

grupo, luego dos y tres, de hombres desmovilizados de la

guerra, y desde entonces hubo una corriente continua de

reclutas, de modo que en tres años los obreros aumentaron

de seis hasta casi cuarenta.

Mientras tanto, las regiones de más allá estaban llamando

urgentemente. En 1921, cuando Alfred Buxton volvió para

hacerse cargo de la obra en Nala, Studd pudo llegar hasta

Ituri, cuatro días al sur. Al año siguiente movió su cuartel

general a Ibambi.

Para entonces, era famoso en muchos kilómetros alrededor:

la figura delgada con la barba espesa, nariz aguileña,

palabras ardientes, pero risa alegre. Lo llamaban

sencillamente «Bwana Mukubwa» (Gran Cacique Blanco).

Muchos eran llamados Bwana (Cacique Blanco), pero nadie

sino él era Bwana Mukubwa.

Page 32: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

A Ibambi llegaron por centenares para ser enseñados y

bautizados. Venían de distancias lejanas, de ocho y diez

horas, para oír la Palabra de Dios. «Hallé unos mil

quinientos negros, todo apiñados como sardinas, de cuclillas

en el suelo a los rayos abrasadores del sol africano del

mediodía. No tenían ningún templo, ni siquiera un estrado.

Están cantando himnos a Dios con corazón y lengua y voz;

es un gran coro sin adiestramiento y sin paga, produciendo

mejores melodías para Dios y para nosotros que un coro de

mil Carusos. Uno observa sus rostros anhelantes mientras

están allí absorbiendo cada palabra del predicador. Están

ávidos del Evangelio».

Cierta vez uno de los colaboradores de Studd mostró una

moneda para explicar el don de la salvación, y dijo: «El

primero que venga, la recibirá». La respuesta que recibió, le

dio la mayor sorpresa de su vida: «Pero señor, no hemos

venido por dinero, sino para oír las palabras de Dios». Otro

predicador había hablado ya bastante, así que dijo que iba a

terminar. Vino la voz de un viejo en medio de la

muchedumbre negra: «¡No se calle, señor, no se calle!

Algunos de nosotros somos muy viejos y nunca hemos oído

estas palabras antes, y tenemos poco tiempo para oír en el

futuro».

En muchos otros lugares era lo mismo. Muchas veces se le

dijo a Studd que volviese a Inglaterra, pero había empezado

a segar una mies madura y no quiso ser persuadido, ni

entonces ni después. Siempre dio la misma respuesta: Dios

le había dicho que viniera cuando todos se le opusieron, y

tan sólo Dios podía decirle cuando debía regresar. «Si

hubiese hecho caso a los comentarios de la gente, nunca

hubiera sido misionero y nunca habría habido una H.A.M.».

La obra se extiende

Entre tanto, en Inglaterra, Priscilla, la esposa de Studd se

convertía en un ciclón, sirviendo a la causa de su esposo en

África. Dios la llevó a Estados Unidos, Canadá, Australia,

Nueva Zelandia, Tasmania y Sudáfrica, alentando a los

cristianos a comprometerse con la causa. No había mejor

conferenciante misionero en el país. Hablaba como si ella

misma hubiera vivido todas las experiencias de su esposo en

África. Nadie conoció la cruz cotidiana que llevaba, la

distancia que los separaba, la imposibilidad de estar con él y

cuidarle. Studd y su esposa habían colocado desde temprano

su carrera y su fortuna en el altar; ahora, la salud, el hogar y

la vida familiar siguieron también. Studd dijo cierta vez:

«He buscado en mi vida y no sé de algo más que me queda

que pueda sacrificar para el Señor Jesús».

La llegada de Gilbert Barclay, el esposo de una de las hijas,

en 1919, para ocuparse de la obra en Inglaterra, dio inicio a

una nueva era en la Cruzada, pues se le dio a ésta un alcance

mundial, con el propósito de que se avanzara a otras tierras a

medida que Dios guiara y capacitara. Se adoptó el título de

«Cruzada de Evangelización Mundial» (W.E.C. por su

nombre en inglés), teniendo cada diferente campo su propio

subtítulo.

Por medio de publicaciones en revistas y reuniones de

propaganda se llamó la atención a las necesidades de otras

tierras, con el resultado de que en 1922 tres jóvenes

emprendieron el segundo avance de la Cruzada, la Misión al

Interior del Amazonas. Un tercer avance fue al Asia Central,

un cuarto a Arabia, un quinto, a África occidental, y

posteriormente, se entró en Uruguay y Venezuela.

En cuanto a los recursos, Dios había sido fiel. La Cruzada

no había contraído deudas. Hasta la fecha del fallecimiento

de Studd, Dios había enviado nada menos que la suma de

146.746 libras esterlinas. Tan sólo en veinte años Dios

devolvió a Studd casi cinco veces la cantidad que él le dio

desde China. Con todo, ni Studd ni su esposa tocaron un

céntimo del dinero de la misión para uso personal. Dios tocó

el corazón de amigos anónimos para enviarle una y otra vez

donaciones para su uso personal en el campo misionero.

La rutina de un misionero en África

Studd vivía en una choza circular, con paredes hechas de

cañas partidas, techo de paja y piso de barro agrietado y

remendado. En un rincón había una cama indígena, regalada

por un cacique. A un lado había una sencilla mesa de noche

y al otro, un estante con Biblias muy usadas. Le gustaba

tener una Biblia nueva cada año para no emplear nunca

notas y comentarios viejos, sino ir directamente a las

Escrituras. Tal era el hogar de Studd, dormitorio, comedor y

sala de estar, todo en uno.

Cerca del pie de la cama había un fogón abierto sobre el piso

de barro. Allí se acostaba sobre una cama nativa, su

‗muchacho‘, que le servía como criado. Su día comenzaba

hacia las cuatro de la mañana, cuando el muchacho le servía

una taza de té, y comenzaba su hora devocional. Allí él

recibía la palabra que luego compartiría en las reuniones

públicas. No necesitaba más preparación. Cierta vez dijo:

«No vayas al estudio para preparar un sermón. Eso es pura

tontería. Entra a tu estudio para ir a Dios y volverte tan

ardiente que tu lengua sea como un carbón encendido que te

obliga a hablar».

Durante el día realizaba muchas tareas, desde atender las

construcciones hasta escribir su mucha correspondencia

cada sábado por medio. Empezaba por la mañana y

terminaba al anochecer. Luego, empacaba sus cosas y salía,

acompañado de sus fieles colaboradores indígenas, rumbo a

alguna de las estaciones de avanzada para compartir el día

domingo. Viajaba casi toda la noche, y al amanecer ya

estaba en su destino. La gente, convocados por los tambores

a través de la selva, acudía desde todos los alrededores,

preparados con algo de comida y esteras, para estar varios

días, si era necesario.

Por la mañana, se reunía con los misioneros, y por la tarde

con todos los fieles. Casi siempre se reunían entre mil y dos

mil personas. La reunión comenzaba con una hora entera de

canto, que ellos aman, siendo acompañados por Bwana al

banjo. Casi todos los himnos habían sido escritos por él

mismo. Cuando el canto llegaba a su clímax, Studd se ponía

en pie para dirigir un coro vigoroso con voces de aleluya

final.

Seguía un tiempo de oración, quizá por cuarenta minutos.

Uno tras otro se paraba para orar, levantando la mano hacia

el cielo al hacerlo. Mientras uno ora, otro se pone de pie,

listo para empezar cuando el otro acabe (si no existiera esta

regla, cuatro o cinco estarían orando a la vez). Al final de

cada oración dicen: «Ku jina ya Yesu» (en el nombre de

Jesús), que es repetido por toda la congregación. Luego de

Page 33: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

otros cantos, Bwana comparte la palabra. Primero hace una

lectura de las Escrituras, y luego habla. Apaciblemente al

principio, adaptando el lenguaje de las Escrituras al hablar

de ellos. Luego pone todo su corazón al exponerles sus

propias y las consecuencias del pecado; habla del amor de

Jesús, y les insta a arrepentirse y creer, seguirle y pelear por

él. Hablaría quizá una hora o más. Un himno para terminar,

un tiempo de oración cuando se hace el llamado a nuevos

convertidos para que se adelanten a tomar su decisión.

Finalmente se saludan para despedirse, diciendo: «Dios es.

Jesús viene pronto. ¡Aleluya!».

Por la noche, se pasará unas dos horas meditando la palabra

y en oración con los blancos, o una segunda reunión con los

indígenas alrededor de un fogón. A veces el ‗fin de semana‘

se extiende hasta el lunes y el martes con algunas reuniones

con cristianos consagrados.

Una mayor necesidad del Espíritu

Una necesidad muy profunda se hizo notoria a medida que

avanzaba la obra en África: la consolidación de una vida

recta y santa por parte de los nuevos convertidos. Años

atrás, estando en China, Booth Tucker había escrito a Studd:

«Recuerde que la mera salvación de almas es trabajo

relativamente fácil y ni cerca de lo importante que es hacer

de los salvados Santos, Soldados y Salvadores». Con este

desafío se enfrentaba Studd ahora en el corazón de África. A

su juicio, esta carencia era debida a que no había habido un

derramamiento del Espíritu Santo. Así que se propuso no dar

tregua a Dios ni al pueblo hasta que el Espíritu Santo fuera

derramado sobre ellos. «Cristo vino a salvarnos por su

Sangre y por su Espíritu: Sangre para lavar nuestros pecados

pasados, Espíritu para cambiar nuestros corazones y

capacitarnos para vivir rectamente».

Con este criterio Studd midió a los miles de cristianos en las

misiones en África: «Todos estamos gloriosamente

descontentos con la condición de la iglesia nativa. Está bien

cantar himnos y concurrir a los cultos, pero lo que tenemos

que ver son los frutos del Espíritu y una vida y un corazón

realmente cambiados, un odio al pecado y una pasión por la

justicia». Diversos pecados se habían manifestado con toda

su fuerza entre los creyentes: la murmuración, la pereza, el

desamor.

A esto se sumó el descontento en las propias filas

misioneras. Muchos rechazaban el supremo sacrificio que

imponía el régimen de Studd: vivir en casas sencillas, con

comidas frugales, nada de vacaciones y completa dedicación

a la obra. Tal fue la oposición, que Studd tuvo que despedir

a dos obreros, por lo cual otros varios renunciaron. Studd

juzgaba que el problema de fondo era el desconocimiento de

la obra de la cruz y el deseo de agradarse a sí mismos.

Aún de Inglaterra surgieron voces contrarias. Atribuían esta

postura de Studd como consecuencia de la fiebre y el

cansancio. En verdad, estos fueron los años de crisis de la

misión. «A veces siento que mi cruz es pesada, más de lo

que puedo soportar, y temo que a menudo siento como si

fuera a desmayar bajo ella, pero espero seguir. Mi corazón

parece gastado y molido sin remedio, y en mi profunda

soledad a menudo deseo irme, pero Dios sabe qué es lo

mejor, y quiero hacer hasta el último poquito de trabajo que

él desea que haga».

El cambio vino en 1925. Una noche Bwana vino al culto

familiar en Ibambi. Su corazón estaba muy cargado y tenso.

Se habían reunido unos ocho misioneros con él. Leyeron

juntos su capítulo favorito de Hebreos capítulo 11, sobre los

héroes de la fe. «¿Será posible que personas como nosotros

marchemos por la Calle de Oro con los tales? ¡Será para los

que son hallados dignos! ¿Cuál fue el Espíritu que causó que

estos mortales triunfaran y murieran de esta manera? El

Espíritu Santo de Dios, una de cuyas características

principales es una osadía, un valor, un ansia de sacrificio

para Dios y un gozo en ello que crucifica toda debilidad

humana y los deseos naturales de la carne. ¡Esta es nuestra

necesidad esta noche! ¿Nos dará Dios a nosotros como les

dio a ellos? ¡Sí! ¿Cuáles son las condiciones? ¡Son siempre

las mismas: ‗Vende todo‘! El precio de Dios es uno. No

tiene descuento. El da todo a los que dan todo. ¡Todo!

¡Todo! Muerte a todo el mundo, toda la carne, al diablo y al

que quizá es el peor enemigo de todos: tú mismo.

Algunos misioneros, ex combatientes de la Guerra,

compararon el servicio al Señor con la entrega de los

soldados a su causa. «Al ‗Tommy‘ británico no le importa

un bledo lo que le pueda suceder, con tal que cumpla su

deber para con su rey, su patria, su regimiento y para

consigo mismo». Estas palabras fueron justamente la chispa

que se necesitaba para encender la mecha. Studd se pudo en

pie, levantó el brazo y dijo: «¡Esto es lo que necesitamos y

esto es lo que quiero! Oh Señor, desde ahora no me importa

lo que me pueda suceder, vida o muerte, sí, o el infierno, con

tal que mi Señor Jesucristo sea glorificado». Uno tras otro

los presentes se pudieron de pie e hicieron el mismo voto.

Esa noche fue una nueva compañía de obreros la que salió

de la choza. Había risa en sus caras y brillo en sus ojos, gozo

y amor inefables. Una resolución nueva. La bendición se

extendió hasta la estación más remota. Desde entonces, el

amor, el gozo en el sacrificio, el celo por las almas de la

gente, ha sido la tónica de la obra. Increíbles páginas de

heroísmo y victoria se han escrito desde entonces en la

misión.

El temor de Dios se posesionó de la gente. Se evidenció un

nuevo resplandor en sus rostros, nueva vida en las oraciones,

un odio al pecado, al engaño y la impureza. «La obra está

alcanzando un fundamento sólido por fin», escribía Studd.

Se comenzó a ver, como él deseaba, una iglesia santa y llena

del Espíritu.

Priscilla en África

Una sola vez Priscilla, su esposa, fue a África a estar con su

esposo, y esto, sólo por quince días. Fue en el año 1929, dos

años antes de la muerte de Studd. Unos mil cristianos

indígenas se reunieron para verla. Siempre se les había dicho

que la esposa de su Bwana no podía venir, porque estaba en

Inglaterra, ocupada en conseguir hombres y mujeres blancos

que viniesen a decirles de Jesús. Cuando la vieron, se dieron

cuenta que realmente existía tal persona como «Mama

Bwana», y cuán grande era el precio que ellos habían

pagado para traerles la salvación. Ella parecía muy joven al

lado de él, que algunos pensaban que era una hija. Les habló

varias veces a través de un intérprete, y así cumplió la visión

profética que había tenido después de su conversión:

«China, India y África».

Page 34: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

La separación fue terriblemente dura. Priscilla no quería

irse, pero la estación del calor estaba por empezar y la obra

la necesitaba urgentemente en Inglaterra. Se despidieron en

su casa de bambú, sabiendo que era la última vez que se

verían en la tierra. Salieron juntos de la casa y bajaron la

senda hasta el auto que les esperaba. No se dijeron una

palabra más. Ella parecía ignorar completamente el grupo de

misioneros parados alrededor del auto para despedirse. Entró

con el rostro rígido y la vista fija directamente ante ella, y se

fue.

Declinación y partida

Los últimos dos años de Studd fueron muy difíciles a causa

de su estado de salud, su extrema debilidad, las náuseas, los

ataques del corazón, pero sobre todo, por los terribles

ataques de ahogo y violentos escalofríos, cuando se ponía de

un color oscuro y su corazón casi dejaba de latir. La causa

de esto no fue descubierta hasta que estuvo en el lecho de

muerte, cuando un médico le diagnosticó cálculos a la

vesícula. Con todo, el gozo sobrepujó en mucho los

sufrimientos, pues Dios le permitió ver cumplidos los dos

grandes deseos de su corazón: unidad entre los misioneros y

evidencias manifiestas del Espíritu Santo obrando entre los

indígenas.

Una compañía de unos cuarenta misioneros le rodeaban y le

eran como hijos e hijas. Ellos le atendían con tanta devoción

como si fuera su propia sangre y carne. Es imposible

describir el lazo de afecto entre Bwana y los misioneros, la

bienvenida que le daban cuando visitaba una estación, la

afluencia constante de cartas, la lealtad en tiempos de crisis,

el espíritu fraternal cuando se reunían todos en los días de

Conferencia en Ibambi.

Uno de los misioneros presentes en estas conferencias para

obreros, Norman P. Grubb, yerno de Studd, escribe: «La

más grande de todas las lecciones que aprendimos allí fue

que si obreros cristianos quieren continuo poder y

bendición, tienen que tomar tiempo para reunirse juntos

diariamente, no para una reunión corta y formal, sino lo

bastante para que Dios pueda hablar a través de su Palabra,

para afrontar juntos los desafíos de la obra, para tratar

cualquier cosa que estorbe la unidad, y luego ir a Dios en

oración y fe. Tan solo este es el secreto de lucha victoriosa y

espiritual. Ninguna cantidad de trabajo tenaz o predicación

ferviente puede tomar su lugar».

De todos los indígenas cristianos, no había ninguno a quien

Studd amara más que al caníbal convertido, Adzangwe, y su

amor era retribuido plenamente. Una de las últimas visitas

de Studd fue a la iglesia de Adzangwe. Éste se estaba

muriendo, pero cuando supo que su amado Bwana había

venido, nada pudo retenerle. Pidió ayuda y fue trasladado a

la casa de los misioneros, donde Bwana estaba sentado.

Bwana salió para recibirlo, y lo invitó a sentarse frente con

él. Pero antes de sentarse él mismo, tomó los almohadones

de su silla y los arregló alrededor del cuerpo del caníbal

convertido. Era un cuadro en miniatura de Aquél que,

aunque fue rico, por nosotros se hizo pobre, y que no vino

para ser servido, sino para servir. Esta fue la última vez que

se vieron.

En 1930 Charles T. Studd fue hecho «Caballero de la Real

Orden del León» por el rey de los belgas, por sus servicios

en el Congo.

El jueves 16 de julio de 1931, C. T. Studd fue llamado por el

Señor. Su última palabra, tanto escrita como dicha en su

lecho de muerte, fue: «¡Aleluya!». En su sepultación

estuvieron presentes indígenas y blancos. Aquéllos lo

llevaron a la sepultura, y éstos lo bajaron a la fosa.

Ese día viernes los indígenas no quisieron marcharse. Hubo

una espléndida reunión, con oraciones que nunca antes se

habían oído. Todos parecían tener el mismo pensamiento en

sus mentes, el de consagrarse de nuevo a Dios, y de decir

que, aunque Bwana había sido llevado de ellos, seguirían

más ardientes que nunca para Jesús.

El apóstol de la India

Bakht Singh nació el 6 de junio de 1903, de padres

acomodados, Jawahar Mal Chabra y Lakshmi Bai, en el

sector norteño de Punjab, que hoy es parte de Pakistán. Era

el mayor entre seis hermanos. Sus padres eran seguidores de

la religión Sikh, dominante en la región.

Aunque de niño fue educado en una escuela de la Misión

Presbiteriana, Bakht creció odiando a los cristianos, debido a

la idea, muy predominante en ese tiempo, de que la religión

cristiana era una herramienta al servicio de la colonización

occidental, y que perturbaba las tradiciones y culturas

locales. Junto a otros adolescentes hindúes, él solía burlarse

de los pastores y maestros de la Biblia.

Por cinco años él estudió en un internado. Los hindúes y los

musulmanes vivían en un lado, y los cristianos en el otro.

Durante todos esos años él nunca visitó el lado cristiano.

Cierta vez, después de aprobar un examen, le fue regalada

una Biblia. Bakht la tomó y la rasgó. Conservó sólo la tapa

porque tenía una hermosa encuadernación de cuero. Él solía

pasar muchas horas en los templos Sikh observando todos

los ritos religiosos.

De joven, Bakht tenía muchas ambiciones, como estudiar en

Inglaterra, viajar alrededor del mundo, disfrutar de la

amistad de todo tipo de personas, y permanecer fiel a su

religión. También aspiraba poder vestir ropas elegantes y

comer comida de clase alta. La ambición de estudiar en

Inglaterra era para demostrar a los británicos que él no era

inferior a ellos.

Sin embargo, su padre se oponía a su ida a Inglaterra. Él le

ofreció mucho dinero intentando convencerlo de que se

quedara con él para que le ayudara en su negocio. Había

establecido una nueva fábrica de algodón y quería contar

con su hijo mayor. Pero Bakht quería ir a Inglaterra. Al

concluir su examen final en el colegio, Bakht se sintió muy

triste porque no podría cumplir su deseo.

Siendo el hijo más amado por su madre, ella le dijo: «Te

ayudaré a ir a Inglaterra, pero prométeme que no cambiarás

de religión». Él le respondió: «¿Realmente crees que

cambiaría mi religión?», asegurándole firmemente su lealtad

y fidelidad. Ella, entonces, persuadió a su marido para que

dejara ir a su hijo. «Mi padre, como un hombre de negocios,

Page 35: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

pensaba en términos de dinero, mi madre, siendo una

persona religiosa, pensaba en términos de religión» – diría

después Bakht Singh.

Así fue cómo en 1926, después de graduarse en la

universidad estatal en Lahore, se fue como estudiante

extranjero a Inglaterra y se matriculó en el King‘s College

(Universidad del Rey), en Londres, para estudiar ingeniería

mecánica.

Los primeros meses en Inglaterra, Bakht permaneció fiel a

su religión. Mantuvo su pelo largo y su barba, como

correspondía a un ‗sikh‘. Pero pronto perdió la fe, se rasuró,

y se volvió ateo y liberal. En los próximos dos años adquirió

todas las peores costumbres del mundo occidental: beber,

fumar, vestir a la moda, visitar teatros, cine y salas de baile.

También viajó por Europa, visitó museos, galerías de arte, se

hizo amigo de la buena mesa, y trabó amistad con personas

de todas las clases sociales. Todo lo que alguna vez había

deseado, lo tuvo.

Pero de pronto comenzó a preguntarse: «¿Soy más feliz que

antes?». El estado de su corazón le decía que estaba mucho

peor, porque se había vuelto egoísta, orgulloso y codicioso.

Había aprendido a mentir cortésmente a sus padres.

Desencantado, comprobó que el mundo entero, sea en

oriente o en occidente, es «vanidad de vanidades».

Entonces vino el gran día de la fe, el 11 de agosto de 1928,

cuando tuvo su primer encuentro con el Señor Jesucristo.

Viajaba de vacaciones con un grupo de estudiantes a Canadá

en un transatlántico, cuando tuvo ocasión de tomar parte en

un servicio cristiano a bordo. Indiferente al principio, su

orgullo nacional y religioso le hizo casi abandonar el

servicio mientras los demás oraban; pero luego, por cortesía,

desistió, y se arrodilló como los demás. En ese momento

sintió que un poder divino lo envolvía, trayéndole un gran

gozo. Todo lo que pudo hacer fue pronunciar reiteradamente

estas palabras: «Señor Jesús, yo sé y yo creo que tú eres el

Cristo Viviente». Ese día desaparecieron sus prejuicios

raciales y de clase.

«Hasta allí, yo había sido un ateo, y en mi necedad había

dicho a menudo que no había Dios. Desde ese día, las

palabras ‗Cristo Viviente‘ de algún modo llegaron a ser muy

reales para mí. Esta experiencia me dejó con un deseo fuerte

de saber más del Señor Jesús viviente. Hasta entonces no

tenía absolutamente idea alguna de la vida o de la enseñanza

del Señor Jesucristo», confesaría él años después.

Luego de una estadía de tres meses en Canadá, regresó a

Inglaterra. Una vez allí, intentó asistir a los servicios en la

iglesia, pero fue desalentado por el ambiente glacial e

indiferente que imperaba en las reuniones. Prefería ir a los

templos cuando estaban vacíos, porque allí sentía paz.

Durante un año no contó a nadie su experiencia cristiana. El

deseo de fumar y beber que había tenido, se había ido sin

que nadie se lo prohibiera.

En 1929 regresó a Canadá, para terminar su curso de

Ingeniería en Agricultura, en la Universidad de Manitoba,

Winnipeg. John y Edith Hayward, cristianos devotos, lo

favorecieron y lo invitaron a vivir con ellos. Ellos solían

terminar cada cena leyendo la Biblia. Cuando un amigo le

regaló un Nuevo Testamento, él se encerró en su cuarto y se

quedó leyendo hasta las 3 de la mañana. El día siguiente

amaneció totalmente nevado, así que permaneció todo el día

en cama, sólo para leer.

El segundo día, mientras leía el Evangelio de San Juan,

capítulo tres, llegó al versículo 3, y se detuvo en la primera

parte del verso. Las palabras «De cierto, de cierto te digo» le

hicieron sentir culpable. «Justo cuando leí estas palabras –

cuenta él – mi corazón comenzó a latir más fuerte. Yo sentí

que alguien estaba de pie a mi lado diciendo una vez y otra

vez, «De cierto, de cierto te digo». Yo solía decir, «la Biblia

pertenece al occidente», pero la voz decía, «De cierto, de

cierto te digo». Yo nunca me había sentido tan avergonzado

como me sentí entonces, porque todas las palabras

blasfemas yo había proferido contra Cristo venían ante mí.

Todos mis pecados de los días del liceo y de la universidad

vinieron ante mí. Por primera vez aprendí que yo era el más

grande pecador, y descubrí que mi corazón era malo y sucio.

Mis pequeños celos contra mis amigos, mis enemigos, mi

maldad, estaban todos claros frente a mí. Mis padres

pensaban que yo era un buen joven, mis amigos me

consideraban un buen amigo, y el mundo me consideraba un

miembro decente de la sociedad, pero sólo yo conocía mi

real estado. Lágrimas rodaron por mis mejillas y yo estaba

diciendo, « Oh! Señor perdóname. Verdaderamente yo soy

un gran pecador». Por un tiempo sentí que no había

esperanza para mí, un gran pecador. Mientras yo lloraba

nuevamente, la Voz dijo, «Este es mi cuerpo molido por ti,

esta es mi sangre derramada para la remisión de tus

pecados». Entonces supe que sólo la sangre de Jesús podía

lavarme de mis pecados. No sabía cómo pero sólo sabía que

la sangre de Jesús podía salvarme. No podía explicar el

hecho, pero gozo y paz vinieron a mi alma; yo tuve la

seguridad de que todos mis pecados fueron borrados».

Poco después, Bakht consiguió su propia Biblia y comenzó a

leerla, desde Génesis a Apocalipsis, con gran fruición. Solía

leer hasta 14 horas seguidas. En poco más de dos meses

terminó la Biblia completa, y varias veces el Nuevo

Testamento. Luego comenzó a leerla de nuevo, por segunda

y tercera vez. En los próximos dos años dejó de leer toda

clase de revistas, periódicos y novelas, para dedicarse sólo a

la lectura de la Biblia. Su conocimiento y su fe fueron

creciendo rápidamente.

Un día, al llegar a Hebreos 13:8, leyó: «Jesucristo es el

mismo ayer, y hoy, y por los siglos». Por muchos años, él

había padecido catarro nasal, sin que los muchos médicos

consultados pudieran ayudarle de verdad. A ello se habían

agregado problemas con la vista. Entonces oró: «¿Sanarás

mi nariz y me darás buena vista?». Por la mañana, cuando se

despertó, descubrió con mucha alegría que había sido

sanado. Desde entonces, no sólo él fue sanado, sino muchos

más fueron sanados por la oración.

El 4 de febrero de 1932, Bakht Singh se bautizó en

Vancouver, Canadá. Después del bautismo, iba de un lugar a

otro dando su testimonio. Dos meses después, él fue

confrontado por el Señor acerca de su futuro, y decidió dejar

de lado sus ambiciones terrenales, para consagrarse por

entero al Señor.

Sin embargo, él sintió que el Señor le estrechaba el camino.

«Tendrás que vivir por fe. Tú no debes pedir nada a nadie, ni

Page 36: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

siquiera a tus amigos o relaciones. No debes pedir ni

siquiera una taza de café. Tú no estás para hacer ningún

plan». A esto, el incipiente siervo de Dios replicó: «Señor,

por un lado tú quieres que yo renuncie a todos mis derechos

de propiedad y de tener un hogar, y me dices que viva

simplemente por fe. ¿Quién va a proveer para mis

necesidades?». Entonces, sintió que el Señor le decía: «Ese

no es tu problema».

Posteriormente, él sintetizó así las condiciones de su

llamamiento: 1. No te insertes en ninguna organización –

sirve a todos por igual. 2. No hagas tu propio plan.

Permíteme guiarte y llevarte en cada paso del camino. 3. No

hagas saber tus necesidades a ningún ser humano. Sólo

pídeme y yo te proveeré para tus necesidades.

Durante un año, Bakht Singh permaneció en América como

predicador, porque ya había dejado de lado su carrera de

Ingeniero. El 19 de octubre de 1932 escribió a sus padres

relatándoles su conversión. Cinco meses después –el 6 de

abril de 1933– él regresó a Bombay, tras siete años de

ausencia. Tenía 30 años de edad.

El regreso

En Bombay se reunió con sus padres. «Nosotros somos los

únicos que sabemos que eres un cristiano», le dijeron. «Por

favor guárdalo en secreto y puedes leer tu Biblia e ir a la

iglesia cuando quieras». «¿Puedo vivir sin respirar?»,

contestó Singh. «Yo le he dado mi vida entera a Cristo que

murió por mí. No puedo seguirlo en secreto». «Si no puedes

guardar el secreto, entonces no puedes venir a casa»,

contestaron sus padres, y lo dejaron allí.

Sin embargo, sus padres quedaron tristes. Su padre acudió a

connotados maestros hindúes a preguntarles cómo podía

conseguir paz. Ellos le dijeron que era una cosa difícil de

lograr. Entonces un domingo pasó frente a un templo. El

servicio estaba a punto de comenzar. Entró sin ninguna

intención particular, y ocupó un asiento en la parte de atrás.

Justo cuando comenzó el servicio, él vio una gran luz que le

hizo exclamar: «Oh Señor, tú eres mi Salvador también».

Entonces se entregó al Señor y una gran paz inundó su alma.

Desde entonces su padre le apoyó decididamente en su

ministerio entre los hindúes. El resto de la familia llegó

también paulatinamente a la fe.

Singh empezó como un ardiente predicador itinerante a lo

largo de la India, y alcanzó a muchos con el evangelio.

Después de servir por algunos años, Dios trajo un

avivamiento poderoso a través de él a Martinpur (ahora

parte de Pakistán) y otros lugares en Punjab. «El papel de

Singh en el avivamiento de 1937 que envolvió a la iglesia en

Martinpur inauguró uno de los movimientos más notables en

la historia de la iglesia en el subcontinente indio», declaró el

Jonathan Bonk en el Diccionario Biográfico de Misiones

Cristianas, publicado por Simon & Schuster Macmillan, en

1998. «Los años tempranos de su ministerio fueron

marcados por poderosos milagros y maravillas, incluyendo

curaciones físicas y grandes avivamientos».

En 1937, Singh fue uno de los oradores en la Convención de

Sialkot, que era organizado por la Iglesia presbiteriana y

otras denominaciones. Habló de Lucas 24:5 «¿Porque

buscáis entre los muertos al que vive?». Su predicación

electrizó a los participantes y organizadores por igual. En las

palabras de J. Edwin Orr, Historiador británico de la Iglesia,

«Bakht Singh es un evangelista indio equivalente a los

mayores evangelistas occidentales, tan hábil como Finney y

tan directo como Moody. Él fue un maestro de Biblia de

primera clase del orden de Campbell Morgan o Graham

Scroggie».

Pronto Bakht Singh se volvió un nombre familiar entre los

cristianos protestantes a lo largo de la India. Las noticias de

su vida extraordinaria y ministerio se encendieron por el

mundo a través de las revistas misioneras y boletines. Él fue

uno de los más buscados entre los evangelistas jóvenes en

India en ese momento. Sólo en un mes recibió más de 400

invitaciones de toda India. En 1938, él fue a Madras y

después a Kerala y otras partes de India Sur. Miles de

personas se volvieron a Cristo. Según Dave Hunt, autor y

escritor, «La llegada de Bakht Singh volvió las iglesias de

Madras al revés... Las muchedumbres se reunieron al aire

libre, tantos como 12.000 en una ocasión para oír a este

hombre de Dios. Muchos tremendamente enfermos se

sanaron cuando Bakht Singh oró por ellos, incluso sordos y

mudos empezaron a oír y hablar».

Inicio de la obra

Siempre que la iglesia –el Cuerpo de Cristo– pasa a través

de un declive espiritual, el Señor, que es la Cabeza de la

iglesia, levanta a sus vasos escogidos para traer vitalidad al

Cuerpo. Sin embargo, el ministerio de Singh no fluyó por

los cauces habituales. Singh comprendió que el nuevo vino

requería nuevos odres.

Tras una noche de oración, junto a algunos de sus co-

obreros, en la cima de un monte en 1941, tuvo la visión de

empezar a contextualizar el patrón de las asambleas locales

en los principios del Nuevo Testamento.

El Señor lo llevó a él y sus co-obreros para establecer una

iglesia local para cumplir los cuatro propósitos de la Iglesia

sobre la base de Hechos 2:42. Estos principios pueden ser

aplicados en cualquier país, en cualquier cultura sin

comprometer la Palabra de Dios revelada. Los cuatro

propósitos de la Iglesia son:

1) Mostrar la llenura de Cristo (Efesios 1:22–23).

2) Perseverar en la unidad de Cristo - la unidad de todos los

creyentes (Efesios 2:14-19).

3) Perseverar en Su sabiduría (Efesios 3:9-11)

4) Mostrar Su gloria (Efesios 3:21 y Hechos 2:42). «Y

perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión

unos con otros, en el partimiento del pan y en las

oraciones».

La primera iglesia se estableció en Madras, Tamil Nadu, el

12 de julio de 1941, y fue llamada «Jehovah Shammah». En

la década de los ‗50 surgieron otras en Madras e Hyderabad

en el Sur, y en Ahmadabad y Kalimpong en el Norte. Singh

sostuvo su primera ‗Santa Convocación‘, basada en Levítico

23, en Madras en 1941. Pero la asamblea en Hyderabad

siempre fue la más grande, atrayendo a unos 25.000

participantes. Comían y dormían en tiendas, y se reunían

bajo un gran toldo de paja para largas horas de oración,

alabanza y reuniones de instrucción que empezaban al alba y

acababan tarde por la noche. No se reclutaban trabajadores

Page 37: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

para las reuniones. El cuidado y alimentación de los

invitados era manejado por voluntarios. Los gastos para las

reuniones eran solventados por ofrendas voluntarias. No se

pedía dinero desde fuera.

Desde Madras a Hyderabad

Bakht Singh creía firmemente en la eficacia de los obreros

nativos para hacer la obra de Dios en la India. Por años, el

país había dependido de las misiones extranjeras, por eso,

parte de la visión de Singh incluía la preparación de obreros.

A mediados de los ‗50 el Señor proporcionó los medios para

albergar el ministerio de la iglesia extra local. Él llamó el

nuevo lugar ‗Hebrón‘, en Hyderabad. Allí eran enseñados

los nuevos obreros en las Escrituras diariamente,

participaban en los quehaceres domésticos y predicaban y

daban testimonio en la calle. Ellos se quedaban hasta que

habían aprendido lo que necesitaban saber, y entonces salían

para hacer la obra de Dios, volviendo cuando quisieran.

El trabajo del Señor creció y se multiplicó. De los 1950‘s a

los 1970‘s las iglesias locales establecidas por Bakht Singh

y sus co-obreros eran las iglesias locales con más rápido

crecimiento en India. Estas dos iglesias crecieron cualitativa

y cuantitativamente intentando mostrar cómo se cumplían

los cuatro propósitos de la iglesia.

Cierta vez que Singh estaba ministrando en Filadelfia, USA,

le preguntaron sobre el papel de los misioneros americanos

en la evangelización de su país, él dijo escuetamente: «Ellos

ya no son necesarios en la India». Bob Finley, Presidente de

Christian Aid Mission, dice haber sido testigo de cómo en

Hebrón se preparaban más de cien misioneros para el

servicio, mientras que otros cien comenzaban a hacer sus

primeras armas en el campo.

Con su habitual franqueza, Bakht Singh solía decir a los

occidentales: «Ustedes sienten compasión por nosotros en

India debido a nuestra pobreza material. Los que conocemos

al Señor en India sentimos aflicción por ustedes en América

a causa de su pobreza espiritual, y oramos para que Dios les

dé el oro refinado en fuego que Él prometió a aquéllos que

conocen el poder de Su resurrección...

«En nuestras iglesias nosotros nos pasamos cuatro o cinco o

seis horas en oración y alabanza, y frecuentemente nuestra

gente sirve al Señor en oración toda la noche; pero en

América después que ustedes han estado una hora en la

iglesia, empiezan a mirar sus relojes. Oramos para que Dios

pueda abrir sus ojos al verdadero significado de la

adoración. Para atraer a las personas a las reuniones, ustedes

tienen una gran dependencia de los carteles, de la

publicidad, la promoción y los recursos humanos; en India

no tenemos nada más que al Señor mismo y probamos que

Él es suficiente. Antes de una reunión cristiana en India

nosotros nunca anunciamos quién predicará.

«Cuando la gente viene, vienen a buscar al Señor y no a un

ser humano o a oír a alguien especial favorito que les habla.

Nosotros hemos tenido unas 12.000 personas reunidas sólo

para adorar al Señor y tener comunión juntos. Estamos

orando para que las personas en América también puedan

venir a la iglesia con hambre de Dios y no meramente

hambre para ver alguna forma de entretenimiento o oír coros

o la voz de algún hombre».

El ministerio en ultramar

En el año 1946, Bakht Singh dejó la India para desarrollar su

ministerio en Europa, el Reino Unido, EE.UU. y Canadá. El

Señor lo usó poderosamente en cada lugar, particularmente

en la Conferencia Misionera de Estudiantes del Inter Varsity

(ahora conocido como Convención Urbana) en Toronto,

Canadá, donde él era uno de los principales oradores. Entre

los que asistieron a la conferencia estaba Jim Elliott, quien

fue martirizado en Ecuador en el año 1956 junto con otros

cuatro misioneros americanos. En los años 50, Bakht Singh

ministró en Australia, varias partes de Asia, África y los

Estados Unidos de América. Dondequiera que él fue, el

Señor lo usó para extender Su fragancia. Él era de hecho una

brisa de aire fresco en medio de las iglesias tibias, y de los

cristianos que tenían una forma de piedad pero que negaban

la eficacia de ella.

En Australia, a través de su ministerio, el Señor inquietó a

algunos creyentes para reunirse basándose en Hechos 2:42.

Hay varias asambleas, particularmente en el área de Sydney

que todavía se reúnen allí ahora como resultado del

ministerio de Bakht Singh en los 1950‘s y 60‘s.

En 1969-70, Bob Finley invitó a Bakht Singh para hablar en

el Instituto de las Misiones Indígenas en Washington, DC.

El propósito principal del Instituto era darle a los estudiantes

internacionales y escolares cristianos que retornaban, la

visión de la iglesia del Nuevo Testamento basada en los

principios del Nuevo Testamento ya practicados por Bakht

Singh. Durante esos años él viajó también extensamente por

varias partes de los Estados Unidos y Canadá ministrando en

iglesias de diferentes denominaciones.

En 1974, después de su visita al Congreso de

Evangelización Mundial en Lausanne, Suiza, Bakht Singh

visitó varias partes de Europa, el Reino Unido, y los Estados

Unidos. Durante esa visita él alentó la realización de

Asambleas Santas en Nueva York, y en Sarcelles, Francia.

El Señor usó estas Asambleas Santas para edificar a los

creyentes de varias partes de Europa, el Este Medio y otros

lugares.

Días finales

Singh contrajo el mal de Parkinson y estuvo totalmente

postrado durante sus últimos diez años. Una pareja india se

dedicó a cuidar de él todo el tiempo. Según el testimonio de

sus biógrafos, cuando se acercaba el tiempo de su partida,

ocurrieron una serie de hechos naturales significativos, «que

hicieron recordar que él era un hombre enviado de Dios para

la edificación de Su cuerpo y para Su gloria eterna». Por

ejemplo, sólo unas horas antes de que él durmiera en Cristo,

el domingo 17 de septiembre a las 6:05 de la mañana, hubo

un terremoto en y alrededor de Hyderabad, junto con

continuos e inusuales truenos y relámpagos. El día 22, justo

antes de su sepultación, el sol brillaba esplendorosamente, y

un arco iris rodeó el sol durante un breve tiempo. Cuando el

arco iris desapareció, un anillo brillante que se parecía a una

«corona» aparecía alrededor del sol. Entonces, de repente,

bandadas de palomas volaron encima de Hebrón en el

momento en que la procesión fúnebre accedió al cementerio.

Las personas vinieron de toda la India y de otros países a

pagar su último homenaje y tributo a su padre espiritual.

Page 38: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Una multitud de cristianos de todas las denominaciones,

idiomas, tribus y colores se reunieron, alabando a Dios por

cada recuerdo dejado por este hombre de Dios. Las noticias

de su partida se extendieron como el fuego y más de

600.000 vinieron a homenajearlo entre el 17 y el 22 de

septiembre. Según David Burder, miembro de Christian Aid

en Delhi, unas 250.000 personas asistieron a sus funerales,

las cuales, sosteniendo sus Biblias en alto, siguieron el carro

que llevaba los restos mortales al cementerio general. Un

policía comentó: «Esta es la primera vez que he visto tan

grande y pacífica procesión hasta ahora en todos mis años de

servicio».

El secreto de su vida espiritual

El Señor usó a Bakht Singh como Su vaso escogido para

enriquecer y reforzar la vida espiritual de muchos cristianos

alrededor del mundo. Él ministró a Cristo y la visión de la

Iglesia. Pocos quedaron al margen del impacto de su vida y

ministerio: individuos, denominaciones, sociedades

misioneras, clérigos, laicos y no cristianos. De Cachemira a

Kerala, muchos fueron desafiados y transformados por sus

mensajes basados en la Biblia y ungidos por el Espíritu; y

dondequiera que él fue, centenares iban a oírle hablar y

compartir la Palabra de salvación.

La vida y ministerio de Bakht Singh ha sido comparado a

menudo con Hudson Taylor y otros grandes cristianos;

compartió jornadas espirituales con Billy Graham, Francis

Schaeffer y Martin Lloyd-Jones, por nombrar algunos.

Muchos le preguntaron sobre el secreto de su vida espiritual.

He aquí algunas de las claves:

1) Su total dependencia del Dios viviente.

2) Él aceptaba la Biblia como la Palabra de Dios y animaba

que cada creyente tuviera su propia Biblia y viviese en

obediencia total a la Palabra revelada de Dios. Su visión de

la Palabra de Dios y su memoria fotográfica de las

Escrituras eran legendarias. Bob Finley decía: «Yo nunca he

visto a un hombre con un conocimiento y entendimiento

mayor de la Biblia que Bakht Singh. Todos nuestros

predicadores occidentales y maestros parecen ser niños ante

este gran hombre de Dios».

Durante la visita de Bakht Singh a Inglaterra en 1965,

Martin Lloyd-Jones, el afamado expositor y maestro de la

Biblia y Keith Samuel, uno de los oradores de Convención

de Keswick se reunieron con Bakht Singh. Ellos pasaron

varias horas haciéndole preguntas de la Palabra de Dios. Las

respuestas de Bakht Singh desafiaron y sorprendieron a

estos hombres. Entonces Martin Lloyd-Jones le preguntó

cómo él había entrado en tal visión y conocimiento de la

Palabra de Dios. Bakht Singh respondió que simplemente

leyendo y meditando en la Palabra de Dios sobre sus

rodillas. La mayor parte de su vida, hasta que se puso

enfermo, él leyó la Biblia de rodillas y meditó en ella

durante horas. El Espíritu Santo de Dios le reveló cosas

maravillosas de Su Palabra.

3) Buscó e hizo la voluntad de Dios costase lo que costase.

4) Tenía una pasión por Dios y compasión por las almas.

5) Descubrió y practicó la adoración bíblica y animó a todos

los santos varones y mujeres a adorar al Señor en espíritu y

en verdad.

6) Alentó la comunión entre los santos introduciendo la

‗fiesta de amor‘.

7) Una de sus más grandes contribuciones fueron las Santas

Convocaciones anuales. La primera asamblea se realizó en

Jehovah Shammah, Madras, en diciembre de 1941, que duró

19 días. Norman Grubb, que era el Director Internacional de

la Cruzada de Evangelización Mundial, decía esto sobre su

visita a la Santa Convocación en Hyderabad: «A nosotros

los occidentales, la parte más llamativa de toda la obra con

Bakht Singh son las Asambleas Santas sostenidas

anualmente en Hyderabad... El hermano Bakht Singh

convoca estas asambleas anualmente donde se amasan

juntas varios miles de personas en cuartos cerrados y todos

alimentados por el Señor durante una semana sin solicitar

nada a los hombres ... He aquí un indio probando a Dios».

8) La indigenización de los principios del Nuevo

Testamento en las iglesias locales. Después de visitar

Hyderabad en los 1950‘s, Norman Grubb anotó en su libro

Una vez Cogido, no hay Escape: «En estas iglesias con

fundamentos neotestamentarios he visto la mejor réplica de

la iglesia primitiva y un modelo para el nacimiento y

crecimiento de iglesias jóvenes en todos los países de la

misión».

9) La vida de fe. Bakht Singh era un hombre de fe. Él confió

en el Señor para todas sus necesidades a lo largo de su vida.

El Señor honró su fe y no sólo proveyó para sus necesidades

y para el ministerio, sino también lo usó poderosamente para

desafiar al pueblo de Dios sobre la importancia de confiar en

Dios para sus necesidades.

10) Las procesiones evangelísticas testificando de Cristo.

Durante sus campañas de evangelismo, dondequiera que él

fue, hizo procesiones evangelísticas por las ciudades

llamando a las gentes para Cristo. La más grande de todas

fue la que siguió su urna al cementerio donde cientos de

miles marcharon cantando y alabando Dios. Aunque él

murió, su trabajo y ministerio lo siguen.

11) La vida de oración. Bakht Singh era un hombre de

oración. Él ocupó horas sobre sus rodillas en comunión con

el Señor buscando la mente de Señor con respecto a Su

voluntad acerca del trabajo y ministerio. Por consiguiente, el

Señor también lo honró y lo bendijo más allá de cualquier

comprensión humana. Ésta es una de las razones de por qué

el Señor lo usó tan poderosamente para la edificación de Su

Cuerpo y para la extensión de Su reino glorioso en India y

en el extranjero. Aunque él ya está muerto, todavía habla.

La obra que el Señor empezó a través de Su siervo y sus

primeros colaboradores, como el hermano Fred Flack,

Raymond Golsworthy, John Carter, el hermano Dorairaj, el

hermano Rajamani y algunos otros, no sólo puede continuar,

sino que se multiplicará hasta el día de nuestro Señor

Jesucristo. Que esta visión y enseñanza acerca de iglesias

locales basadas en el modelo del Nuevo Testamento puedan

levantarse por todo el mundo para la edificación de Su

Cuerpo y para Su gloria.

Page 39: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El príncipe de los predicadores (1ª Parte)

Alguien ha dicho que la vida de Charles Haddon Spurgeon

puede dividirse, igual que sus sermones, con una

introducción y tres secciones. La introducción sería el

Spurgeon de la infancia y la adolescencia. El primer período

(o división), Spurgeon en el New Park Street, época del

despertar y la oposición. El segundo período, Spurgeon

después que se hubo instalado en el Tabernáculo

Metropolitano y que la tormenta se convirtió en casi

admiración. El último punto sería el período de los últimos

cinco años, en que la paz terminó súbitamente, y volvió la

oposición.

Seguiremos, pues, este mismo bosquejo para desarrollar esta

semblanza de la vida del hombre que ha sido llamado «El

Príncipe de los Predicadores».

Infancia y adolescencia

Charles H. Spurgeon nació el 19 de junio de 1834, en

Kelvedon, una población campesina en el Condado de

Essex, Inglaterra. Fue el primogénito de 16 hijos.

Pertenecía a una familia cristiana de origen hugonote de

reconocida probidad. Doscientos años atrás, su bisabuelo

había sido encarcelado por razones de conciencia. A causa

de la hostilidad, la familia Spurgeon debió huir a Inglaterra,

donde su abuelo, James, llegó a ser pastor de la Iglesia de

Stanbourne por más de medio siglo.

Cuando el pequeño Charles tenía sólo 18 meses de edad, su

padre se fue a vivir a Colchester donde se encargaba de la

contabilidad de un comercio de carbón. Entretanto, ejercía el

pastorado de una iglesia independiente en Tollesbury. Más

tarde, el niño habría de ser enviado a vivir con su abuelo en

la localidad de Stanbourne.

Desde muy temprana edad, leyó los libros de su padre y de

su abuelo. Pero más que eso, se impregnó de la atmósfera de

verdadera piedad de ambos hogares: el respeto por la

Palabra, que era tan característica de los puritanos, la

rectitud de conciencia que siempre caracterizó a los no

conformistas ingleses, el decidido rechazo de las prácticas

de la iglesia imperante, y la absoluta dedicación a la obra del

evangelio.

Mientras estaba con su abuelo ocurrió un hecho muy

significativo. Llegó al hogar Richard Knill, un predicador

amigo de la familia. Después de varios días de compartir

con ellos, quedó muy impresionado por el pequeño Charles.

Antes de irse, reunió a todos, y sentando al niño en sus

rodillas, dijo: «No sé cómo, pero siento un solemne

presentimiento de que este niño predicará el Evangelio a

millares, y de que Dios le bendecirá en muchas almas. Tan

seguro estoy de esto, que cuando mi pequeño hombre

predique en la capilla de Rowland Hill, quisiera que cantara

el himno que comienza: «Dios se mueve de manera

misteriosa, para sus maravillas efectuar».

Spurgeon diría más tarde: «¿Contribuyeron las palabras de

Mr. Knill a efectuar su propio cumplimiento? Yo lo pienso

así. Yo las creí y miraba al futuro, a la época en que

predicaría la Palabra». De hecho, la profecía tuvo

cumplimiento, y la predicación en Rowland Hill también,

con himno incluido.

Cuando tenía 11 años de edad asistió a una escuela en

Colchester y más tarde pasó dos años en una escuela de

Maidstone. Durante su estancia allí, ganó premios y

medallas en torneos literarios y concursos. Poseía una viva

inteligencia, y era persistente en el estudio, y de muy buena

memoria. Sus condiscípulos admiraban su habilidad de

observación.

J. D. Everett, quien fuera condiscípulo suyo, lo recuerda así:

«Era más bien pequeño y delicado, con rostro pálido, pero

lleno, ojos y pelo oscuros, de maneras vívidas y brillantes,

con un incesante manantial de conversación. Era más bien

de músculos débiles, no se ocupaba de los juegos atléticos.

Era experto y hábil en todo género de libros de

conocimientos; y hábil en los negocios. Tenía una

asombrosa memoria para pasajes de la oratoria, y

acostumbraba a recitarme trozos de conferencias, de vívida

descripción. Le oí también recitar grandes trozos del libro

«Gracia Abundante» de Juan Bunyan».

Conversión y primeros pasos

Spurgeon tenía la costumbre de ir a la iglesia de su padre;

pero el domingo 15 de enero de 1850 no pudo hacerlo a

causa de la gran nevada que caía. En vista de ello, buscó un

lugar donde oír la Palabra. «Encontré una pequeña capilla de

los Metodistas Primitivos. A muchas personas había oído

hablar de esta gente, y sabía que cantaban tan alto que su

canto daba dolor de cabeza; pero no me importaba. Quería

saber cómo podía salvarme, y no me importaba que me diera

dolor de cabeza. Así que me senté y el servicio continuó,

pero no vino el predicador. Al fin, un hombre de apariencia

muy delgada, Roberto Eaglen, subió al púlpito, abrió la

Biblia, y leyó las palabras: «Mirad a mí, y sed salvos, todos

los términos de la tierra» (Isaías 45:22). Entonces, fijando

sus ojos en mí, como si me conociera, dijo: «Joven, tú estás

en dificultad». Sí, yo estaba en gran dificultad. Continuó:

«Nunca saldrás de ella mientras no mires a Cristo». Y

entonces, levantando sus manos, gritó como creo que sólo

pueden gritar los Metodistas Primitivos: «Mira, mira, mira».

«Sólo hay que mirar» dijo. Y en ese momento vi el camino

de la salvación. ¡Oh, cómo saltó de gozo mi corazón en

aquel momento! No sé si dijo otra cosa. No presté mucha

atención a eso, tan poseído estaba por aquella sola idea.

Spurgeon tenía en estos momentos quince años y seis meses.

Poco después se trasladó a vivir a Newmarkel, donde trabajó

como ayudante de profesor. Allí, con el consentimiento

paterno, se bautizó y unió a los bautistas. Posteriormente

trabajó en una escuela de Cambridge. Estando allí, sintió el

llamado para el ministerio.

Spurgeon comenzó su servicio al Señor como maestro de

Escuela Dominical y predicador laico. Por su carácter

afable, y por la amena instrucción que daba a los niños,

llegó a ser muy querido.

Su primer sermón fue dado de manera inesperada. Se le

encomendó acompañar a un joven predicador a la aldea de

Terversham, pero, para su sorpresa, el predicador se negó a

predicar y le encomendó la tarea a Spurgeon. El tema de su

predicación fue: «Para vosotros, pues, los que creéis, él es

Page 40: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

precioso» (1ª Pedro 2:7). Los sencillos campesinos quedaron

muy impresionados por el ardor del corazón del joven, y

desde entonces, su fama comenzó a crecer en los

alrededores.

Y cuando no querían oírle, se las arreglaba de alguna

manera para que lo hicieran. Una vez, en una noche lluviosa,

después de haber caminado bastante para llegar a un

poblado, se encontró con que nadie se había reunido.

Entonces, envuelto en su impermeable, llevando su linterna

en la mano, fue de casa en casa, invitando a la gente. Así

pudo reunir una pequeña congregación».

Primer pastorado

A fines de 1850, cuando sólo contaba con unos pocos meses

como predicador, fue llamado al pastorado de la Iglesia

Bautista de Waterbeach, lugar cercano a Cambridge.

Spurgeon tenía entonces 17 años de edad. Desde entonces, y

aún cuando estuviera en los días de gloria, nunca desdeñaría

las congregaciones pequeñas o rurales, donde siempre

predicaba con el mayor placer.

Cuando se inició como pastor en Waterbeach, la aldea tenía

poco más de 1.000 habitantes, diseminados en una amplia

zona. El elemento masculino de ella tenía mala fama. En su

mayor parte eran toscos campesinos, muy dados a la

embriaguez y al libertinaje. La pequeña congregación se

reunía en un granero, transformado en capilla de blancas

paredes y techo de paja. Contaba con unos cincuenta

miembros, de los cuales sólo había una docena cuando

Spurgeon predicó su primer sermón.

Durante el tiempo que permaneció en Waterbeach padeció

estrecheces y penurias, pero la Iglesia creció y el pueblo

sufrió una completa metamorfosis. El joven que Dios había

usado para esto recibió el aprecio y el respeto de todos.

Al poco tiempo, los padres de Spurgeon quisieron que su

hijo ingresara en el famoso Regent‘s Park College. Aunque

Spurgeon se sentía reacio a hacerlo, convinieron en una

entrevista entre él y el Director, a fin de tratar el asunto. La

entrevista había de celebrarse en el hogar de un tal

Macmillan, un editor cristiano. Ambos concurrieron a la

cita, pero por un error de una de las empleadas, fueron

introducidos a distintas habitaciones, donde esperaron por

mucho tiempo, ignorantes de que se encontraban tan cerca el

uno del otro.

La entrevista fracasó y Spurgeon estimó que esto era una

indicación de que Dios no quería que él cursara estudios

sistemáticos de teología. Esa misma tarde le pareció oír una

voz que le decía: «¿Buscas grandes cosas para ti? No las

busques». Esto lo recibió como un expreso mandamiento de

Dios de no ingresar a universidad alguna. Ni entonces ni

después, Spurgeon habría de hacerlo. Sin embargo, llegó a

ser uno de los hombres más ilustrados de la época. Se dice

que leía por lo menos seis libros cada semana y llegó a

contar con una biblioteca personal con más de 10.000

volúmenes.

A fines de octubre o principios de noviembre de 1853,

cuando Spurgeon no había cumplido aun los 20 años, se

celebró en Cambridge una Convención de Escuelas

Dominicales, a la que fue invitado junto con otros dos

predicadores. En el auditorio se encontraba un señor de

apellido Gould. Por esta época, la antigua y célebre Iglesia

de la calle New Park Street de Londres, se encontraba sin

pastor, y en estado de gran decadencia. Un día, hablando

Gould con un diácono de aquella iglesia, se lamentaba éste

de las tristes condiciones en que se encontraba la

congregación. Entonces Gould le habló de Spurgeon.

Un domingo por la mañana le entregaron a Spurgeon una

carta procedente de Londres. Luego de leerla, se la pasó a un

diácono y le dijo: «Seguramente esta carta no es para mí,

sino para alguna otra persona de mi nombre». Al día

siguiente, escribió a Londres diciendo que suponía que había

algún error, pues él tenía sólo 19 años de edad y era el

predicador de una pequeña iglesia rural. Con esta carta dio

por terminado el asunto. Pero en tiempo oportuno recibió

otra misiva de Londres en la que se le ratificaba la invitación

a predicar en New Park Street.

Llegada a New Park Street

La visita a Londres estuvo llena de temores, de sentimientos

de ridículo (en la casa de huéspedes le hicieron ver lo tosco

de su atuendo) y de la pequeñez de su persona, en medio de

las grandezas de la capital. Sin embargo, su predicación el

domingo por la mañana agradó a los poco más de cien

asistentes. Su texto fue Santiago 1:17: «Toda buena dádiva y

todo don perfecto desciende de lo Alto». En la noche

predicó sobre Apocalipsis 14:5: «Y en sus bocas no fue

hallada mentira, pues son sin mancha». Después del

servicio, la congregación no se disolvió inmediatamente,

comentando lo que habían oído, y expresando su deseo de

que el joven predicador regresara otra vez.

La congregación de la calle New Park tenía una historia muy

venerable, que databa del siglo XVII. En distintas épocas

había disfrutado de gran prosperidad y florecimiento, pero

en aquel momento se hallaba en gran decadencia; al punto

que, como dice un autor, «todo su futuro parecía encerrarse

en su pasado». El local de la capilla, capaz de contener

1.200 personas sentadas, apenas recibía la visita de 60 ó 70,

en un ambiente glacial.

Los diáconos comprometieron a Spurgeon a predicar

durante seis semanas, alternando las predicaciones en

Londres y en Waterbeach. No obstante la intermitencia, la

iglesia se veía cada día más animada y concurrida. Al

expirar el plazo, le pidieron que supliera el púlpito por

espacio de seis meses, como paso previo al pastorado.

Spurgeon les contestó que bastaba con un plazo de tres

meses, en cuya fecha podía ser prorrogado por otros tres, o

despedido sin necesidad de explicaciones. Cuando aún no

concluían los primeros tres meses, la congregación le invitó

a aceptar el pastorado con carácter oficial y permanente. Era

el 28 de abril de 1855.

Al poco tiempo, invadió a Londres la epidemia del cólera,

causando estragos en la población. El diligente y valeroso

comportamiento del joven predicador aumentó aun más su

popularidad y le granjeó muchos leales amigos. Las

multitudes literalmente invadían la capilla de New Park

Street para oírle.

En uno de aquellos domingos, al terminar su sermón,

Spurgeon dijo: «Por la fe cayeron los muros de Jericó; y por

Page 41: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

fe caerá también esta pared del fondo». Al concluir el

servicio, uno de los diáconos de la iglesia le dijo que no

debía volver a mencionar tal asunto, a lo que éste contestó

con su característica prontitud: «¿Qué quiere usted decir?

No me oirán hablar más de esto cuando esté hecho, y por

tanto, mientras más pronto se haga, mejor». A los pocos días

comenzaron los trabajos.

Matrimonio y familia

Entretanto, Spurgeon se casó con Susana Thompson, una

joven de la iglesia. Pese que ella tuvo durante gran parte de

su vida problemas de salud, fue una ayuda idónea y amiga

fiel. Pertenecía a una familia acomodada de comerciantes de

la ciudad, y había recibido una sólida educación. Brillaba en

su ambiente por sus gustos refinados y por la gran bondad

de su carácter, más que por la belleza física. Era una mujer a

quien Dios había adornado con las mejores virtudes para la

misión que le correspondería cumplir.

Ella tuvo la energía para emprender dos obras que le

valieron mucho reconocimiento y estima: el «Fondo de

Libros», y el «Fondo de Auxilio para Ministros Pobres».

El primero surgió cuando Spurgeon publicó sus «Discursos

a mis estudiantes», en 1869. Ella se sintió tan enamorada del

libro, que cuando su marido le preguntó: ‗¿Te gusta?‘, ella

contestó: ‗Quisiera poderlo poner en manos de cada ministro

de Inglaterra‘. ‗¿Cuánto darás para ese fin?‘, le preguntó él.

Entonces ella recordó que en una pequeña gaveta tenía algún

dinero muy bien guardado por años. Al contarlo, vio que

sumaba la cantidad precisa para comprar cien ejemplares del

libro. Así nació el «Fondo de Libros».

La obra efectuada por esta noble mujer adquirió una gran

importancia a medida que pasaba el tiempo. En el año 1884,

ella informaba que, en los quince años de existencia del

«Fondo de Libros», se habían distribuido 122.129 libros,

aparte de un gran número de sermones; y que estos libros

habían sido donados a más de 12.000 ministros de todas las

denominaciones.

Este trabajo le permitió a la Sra. Spurgeon enterarse de los

graves problemas económicos que aquejaban a muchos

ministros pobres. Así surgió la idea de crear el Fondo de

Auxilio Ministerial.

Respecto a los hijos, los Spurgeon tuvieron solamente dos

hijos mellizos, y ambos, andando el tiempo, ingresaron en el

ministerio. Uno de ellos se destacó por su elocuencia y

capacidad, y sucedió a su tío homónimo, que había quedado

al frente del Tabernáculo a la muerte de Spurgeon. Su otro

hijo también desempeñó puestos de importancia en su

denominación.

Publicaciones

Una de las mayores fases del trabajo de Spurgeon, y que le

dio rápida popularidad, fue la publicación de sus sermones.

De esta manera estuvo enviando muy lejos su mensaje, por

espacio de un tercio de siglo.

Siendo aun muy joven, Spurgeon había leído un sermón que

causó tan profunda impresión en él, que de ahí surgió la idea

de publicar algunos de sus sermones ‗de valor de un

penique‘. Al término de su primer año en Londres, ya había

publicado doce. Entonces se puso de acuerdo con el editor

Passmore, que era miembro de la iglesia, para realizar la

publicación semanal de sus sermones. Así, desde el año

1855 y hasta el año 1892, año de su muerte, por un espacio

de 35 años, esta publicación continuó ininterrumpidamente.

Los sermones eran registrados taquigráficamente, y a la

mañana siguiente él los revisaba; entonces se entregaban al

impresor, y un día después se dedicaba a hacer la primera y

la segunda corrección de pruebas. Desde el principio,

tuvieron una amplia circulación: 25,000 ejemplares

semanales. En los 35 años se publicaron aproximadamente

unos 32 millones de sermones. Ellos se publicaban en gran

número de periódicos y revistas, en diversas partes del

mundo. «El auditorio de Spurgeon», dijo alguien, «fue todo

el mundo cristiano».

Un día Spurgeon dio una emocionada noticia a su auditorio:

«Tengo en mi mano un sermón al cual doy un gran valor.

Lleva estampadas las iniciales D. L., es decir, David

Livingstone, y es un sermón mío encontrado dentro de una

de las cajas del doctor Livingstone. Se titula ‗Accidentes y

Castigos‘, y en él se encuentran escritas estas palabras:

‗¡Muy bueno! D. L.‘ Me ha sido enviado por su viuda, y está

sucio y roto, pero lo guardo como una reliquia, porque aquel

siervo de Dios lo llevó con él».

En su extenso ministerio, hubo muchos otros testimonios

similares. Uno de ellos hizo un gran recorrido antes de llegar

a manos de una mujer de mala vida. Así le escribía a

Spurgeon un testigo: «Pensad en aquel sermón predicado en

Londres, enviado a América, un extracto de él publicado en

un periódico de aquel país, ese periódico enviado a

Australia, parte de él roto (como si dijéramos

accidentalmente), envolviendo un paquete que fue enviado a

Inglaterra, y después de tanto viajar, lleva el mensaje de

salvación al alma de aquella mujer».

Un inglés que ascendía los Alpes, cerca del lago Ginebra,

llegó a una casa, perdida en aquellas soledades, donde

encontró, sentadas sobre la hierba, a dos mujeres

concentradas en la lectura de un libro: se trataba de un tomo

de sermones de Spurgeon, traducido al francés.

En los Estados Unidos, los sermones eran publicados

incluso por periódicos seculares. Muchas iglesias que

carecían de pastores los pedían para leerlos en sus reuniones.

En la Rusia de los Romanoff, en que muchos cristianos eran

perseguidos, los sermones de Spurgeon tuvieron una gran

recepción y efectuaron su obra de salvación. En 1881, un

ministro escribió a Spurgeon desde San Petersburgo: «Por

medio de sus sermones Ud. está tomando una gran parte en

el adelantamiento del Reino de Cristo, tanto en San

Petersburgo como en el interior. Ud. es bien conocido entre

los sacerdotes, los que parecen asirse de sus sermones

traducidos; y, lo que resulta extraño, yo conozco casos en

que el Censor, de buena voluntad ha dado permiso para que

sus obras fueran traducidas, y esto cuando se mostraba

irreductible con respecto a otras publicaciones».

Page 42: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Otro ministro escribía a Spurgeon en 1882, desde Varsovia:

«En las últimas semanas he estado visitando las Iglesias de

Silesia y la Polonia Rusa. En casi todas las poblaciones y

villas, una de las primeras preguntas que se me hacía era:

‗¿Y cómo está el hermano Spurgeon?‘. Los soldados

ingleses apostados en la India recibían los sermones

semanalmente por correo, y el domingo por la noche los

leían, caso extraño porque no leen nada que tenga sabor

religioso. Cuando un sermón había pasado por las manos de

50 ó 60 hombres, ya estaba completamente negro, usado y

roto.

En Australia, un hombre encontró un sermón impreso tirado

en el suelo en una cabaña, y por medio de su lectura llegó al

conocimiento de la verdad. Lo guardó cuidadosamente

durante el resto de su vida, y en su lecho de muerte se lo dio

a un misionero como el único tesoro que podía dejar tras de

sí. Otro australiano hizo que algunos de estos sermones

fuesen insertos en los periódicos, pagando personalmente un

enorme costo por ello.

Desde Tasmania escribía la esposa de un misionero, en

1885: «Si el Sr. Spurgeon supiera lo apreciado que son sus

sermones en nuestros bosques sureños, donde no hubo

predicadores por espacio de años, y cuántos casos de

conversiones ha habido debido a ellos, se sentiría

maravillado y se regocijaría con gozo indecible».

Se cuenta el caso de un armador de barcos de pesca, en el

Mar del Norte, que, convertido por uno de los sermones de

Spurgeon , puso a uno de sus barcos el nombre «Charles H.

Spurgeon», el cual había intervenido en el salvamento de un

barco que estaba a punto de naufragar.

A. G. Brown relata el siguiente incidente: «Una vez vino a

mí un hombre de magnífica presencia. Le pregunté: ‗¿Dónde

aceptó usted al Salvador.?‘, e inmediatamente me contestó:

‗Latitud 25, longitud 54‘. Confieso que tal respuesta me

extrañó y me intrigó. ‗¿Qué quiere usted decir?‘, le dije. Y

contestó: ‗Yo estaba sentado en la cubierta de mi barco, y de

un paquete de periódicos que tenía delante de mí, extraje

uno de los sermones de Spurgeon. Comencé a leer, y

mientras avanzaba en la lectura, vi la verdad y recibí al

Señor Jesús en mi corazón. Inmediatamente busqué la

latitud y la longitud en que me encontraba, y ésta es la que le

he dado a usted‘.

La casa editora Passmore & Alabaster tuvo que abandonar

todo otro género de publicaciones, para ocuparse

exclusivamente de la edición de los libros y folletos de

Spurgeon, y no daba abasto.

De la gran cantidad de obras publicadas por Spurgeon, tanto

de mensajes, expositivos, de ilustraciones, devocionales,

históricos, de pedagogía y moral cristiana, podemos

destacar, de los traducidos al español: «El Tesoro de David»

(comentario de los Salmos, en 2 tomos), «Pescador de

almas», «Devocionales Matutinos», «Discursos a mis

estudiantes», «Notas de sermones», «Todo por gracia».

Comienzan las hostilidades

Corría 1856. Mientras se efectuaban las modificaciones de

la capilla en New Park Street, la congregación alquiló el

Exeter Hall, un enorme edificio con capacidad para 5 a 6 mil

personas, que se encontraba en una de las avenidas más

importantes de Londres. Pero muy pronto también quedó

chico.

La prensa no podía dejar pasar la verdadera revolución que

estaba realizando el joven Spurgeon. Algunos –los menos–

trataban el asunto con seriedad y respeto, pero los más le

trataron despiadadamente, lanzándole al rostro las

acusaciones más absurdas, groseras e injuriosas. Su nombre

comenzó a ser «pateado por la calle como una pelota de

fútbol». Le representaban como un mono, un cerdo, un

payaso, o como la personificación del mismo diablo.

En el dormitorio de su hogar, la señora Spurgeon había

colgado un texto: «Bienaventurados sois cuando por mi

causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal

contra vosotros, mintiendo. Gozaos y, alegraos, porque

vuestro galardón es grande en los cielos; porque así

persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros»

(Mateo 5:11-12).

En muchos otros lugares del país, la prensa se unía a esta

corriente. Un periódico de Sheffield publicaba: «En los

momentos actuales, el gran león, la estrella, el meteoro, o

llámeselo como se quiera, de los bautistas, es el reverendo

Spurgeon. Ha hecho verdadero furor en el mundo religioso.

Cada domingo, las multitudes asaltan Exeter Hall como si

fueran a un gran espectáculo dramático. El enorme local se

llena hasta rebosar de un público emocionado, cuya buena

fortuna en conseguir entrada suele ser envidiada por los

centenares que se quedan fuera asediando las puertas

cerradas... Spurgeon se predica a sí mismo. No es otra cosa

que un actor, y no hace otra cosa sino exhibir aquella

incomparable desfachatez que le caracteriza en grado sumo,

entregándose a burdas familiaridades con las cosas santas,

declamando en estilo delirante y coloquial, contoneándose

arriba y abajo en la plataforma como si estuviera en el

Teatro de Surrey, y jactándose de su propia intimidad con

los cielos con una frecuencia que da náuseas. Se diría que el

cerebro de este pobre joven ha sido trastornado por la

notoriedad que ha adquirido, y por el incienso que se ofrece

en su santuario. Reconozcamos en favor de ellos, que las

grandes luminarias de su denominación no apoyan ni

alientan a Spurgeon. Es un fenómeno espectacular, pero de

corta duración, un cometa que ha aparecido súbitamente en

el firmamento religioso. Ascendió como un cohete, y antes

de poco descenderá como la caña». Spurgeon tenía sólo 22

años.

Días de controversia

Sin embargo, la controversia mayor se planteó en el plano

teológico. Spurgeon chocó con la corriente doctrinal que

imperaba en la cristiandad londinense. El punto de vista

doctrinal predominante en los años 1850 a 1860 era

arminiano, y Spurgeon profesaba valientemente el

calvinismo. Él pensaba que el arminianismo era un error que

estaba influenciando todo el sector no conformista, así como

la propia Iglesia de Inglaterra, y lo decía con el ímpetu de su

arrolladora juventud y de su celo por lo que él consideraba

la pureza del evangelio.

«The Bucks Chronicle» le acusaba de hacer del

hipercalvinismo requisito esencial para entrar en el cielo;

«The Freeman» deploraba que denunciase a los arminianos

Page 43: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

«en casi todos los sermones»; «The Christian News»

asimismo condenaba sus «doctrinas de tan fiero

exclusivismo» y su oposición al arminianismo; y «The

Saturday Review» se dolía que Spurgeon predicase la

redención «en salas saturadas de olor a tabaco».

En vez de declararse inocente de estas acusaciones,

Spurgeon las aceptó prontamente. Afirmaba que la

necesidad primordial de la Iglesia no era simplemente más

evangelismo, ni siquiera más santidad (en primer lugar),

sino el retorno a la plena verdad de las doctrinas de la

gracia, a las que, para abreviar, estaba dispuesto a llamar

calvinismo. Spurgeon afirmaba: «La antigua verdad que

Calvino predicó, que Agustín predicó, que Pablo predicó, es

la verdad que debo predicar hoy, o de lo contrario sería

infiel a mi conciencia y a mi Dios. No puedo ser yo el que

dé forma a la verdad; ignoro lo que es suavizar las aristas y

salientes de una doctrina. El evangelio de Juan Knox es el

mío. El que tronó en Escocia ha de tronar de nuevo en

Inglaterra».

Spurgeon se defendía de los ataques con sutileza y

elegancia: «Se nos culpa de ser ‗ultras‘; se nos considera la

chusma de la creación; apenas hay ministros que nos miren

o hablen favorablemente de nosotros, porque defendemos

puntos de vista enérgicos en cuanto a la soberanía de Dios,

sus divinas elecciones, y su especial amor hacia su pueblo

propio». Predicando a su propia congregación diría en 1860:

«No ha habido una iglesia de Dios en Inglaterra en los

últimos cincuenta años que haya tenido que pasar por más

pruebas que nosotros... Apenas pasa día en que no caiga

sobre mi cabeza el más infame de los insultos, tanto en

privado como en la prensa pública; se emplean todos los

medios para derrocar al ministro de Dios...».

Spurgeon pensaba que la oposición no era sólo hacia su

persona, sino que los ataques obedecían a causas más

profundas. «Hermanos, en todos los corazones hay esta

natural enemistad hacia Dios y hacia la soberanía de su

gracia». «He sabido que hay hombres que se muerden los

labios y rechinan los dientes rabiosos cuando he estado

predicando la soberanía de Dios... Los doctrinarios de hoy

aceptan un Dios, pero no ha de ser Rey, es decir, escogieron

un dios que no es dios, y antes siervo que soberano de los

hombres» . «El hecho de que la conversión y la salvación

son de Dios, es una verdad humillante. Debido a su carácter

humillante, no gusta a los hombres».

Spurgeon consideraba el arminianismo como popular debido

a que servía para aproximar más el Evangelio al

pensamiento del hombre natural; acercaba la enseñanza de la

Escritura a la mente mundana. «Si la religión de Cristo nos

hubiera enseñado que el hombre era un ser noble, sólo que

un poco caído – si la religión de Cristo hubiese enseñado

que por su sangre había quitado el pecado de todo hombre, y

que todo hombre, por su propio y libre albedrío, sin la gracia

divina, podía ser salvo – ciertamente sería una religión muy

aceptable para la masa de los hombres». Las enseñanzas de

la gracia fueron el cimiento del ministerio de Spurgeon

durante todo su ministerio.

En todo caso, esta postura calvinista tan decidida por parte

de Spurgeon fue más bien teológica que práctica, y fue

suavizándose con los años. Su calvinismo nunca le impidió

–al contrario– predicar con diligencia el evangelio a todos,

como si fuera el más convencido de los predicadores

metodistas y arminianos del avivamiento wesleyano.

Estas controversias no tuvieron más efecto que hacer aún

más popular el nombre de Spurgeon, y que sus servicios

tuvieran más asistencia. Y los que venían para ver al payaso

hacer sus contorsiones, o para ver la figura que tenía el

diablo hereje, se quedaban para oír la predicación. Muchos

de ellos fueron llevados a los pies de Cristo. Spurgeon, que

tenía sentido del humor, conservaba cuidadosamente las

caricaturas, como asimismo los folletos y artículos que de su

persona y obra se publicaban.

Tragedia

En junio de 1855, la congregación regresó del Exeter Hall a

la capilla de New Park Street, que tenía capacidad para 400

personas más que antes. Sin embargo, el local resultaba muy

pequeño. Muchos tenían que devolverse a sus casas,

frustrados.

Pero Spurgeon no sólo predicaba allí. También lo hacía en

otros lugares a mediados de semana. Y también fuera de

Inglaterra. En 1855 predicó en distintas ciudades de Escocia.

A su regreso a Inglaterra viajó por Essex, Cambridgeshire, y

Suffolk, predicando en muchas poblaciones, comenzando

por Waterbeach, de donde había ido a Londres dos años

antes.

La estrechez de la capilla de New Park Street comenzó a

hacer ver la necesidad de edificar un templo que reuniera las

condiciones apropiadas. Pero la tarea se veía muy difícil.

Entretanto, se pensó regresar a Exeter Hall, pero los dueños

se negaron a arrendarlo por mucho tiempo a un solo

predicador. Poco antes de esta fecha se había inaugurado el

Music Hall (Teatro de la Música), probablemente el de

mayor capacidad en Londres. Alquilar este edificio parecía

una empresa gigantesca. Sin embargo, no había otra opción.

Así que, mientras se creaba un fondo para la construcción de

un nuevo templo, se alquiló el Music Hall. Pero las

reuniones allí tuvieron un triste comienzo. La primera noche

en que Spurgeon predicó, el 19 de octubre de 1856, ocurrió

un accidente que tuvo un tremendo efecto sobre el público,

sobre el predicador, y sobre el futuro de la obra en Londres.

Lo que no pudieron lograr las diatribas de los periódicos y

de los teólogos –acallar a Spurgeon–, casi lo logra este

funesto accidente.

El lugar estaba abarrotado con más de 7000 mil personas. A

la mitad del sermón, algunos mal intencionados, gritaron

«¡Fuego! ¡Fuego!». La multitud se excitó de una manera

terrible y se lanzó a las puertas, pisoteándose unos a otros, y

ocasionando la más espantosa escena de desolación y

muerte. Spurgeon desde la plataforma suplicaba a la

multitud que permaneciera tranquila, pero le fue imposible

dominar la asamblea. 7 personas murieron y 28 quedaron

heridas. Nunca su supo quiénes habían provocado esta

tragedia.

Spurgeon cayó enfermo. Según algunos de sus biógrafos,

fue esta la enfermedad que le llevaría a la muerte años

después. Además, fue terriblemente fustigado por una parte

de la prensa. «The Saturday Review» escribía el 25 de

octubre: «Creemos que las actividades del señor Spurgeon

Page 44: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

no merecen en lo más mínimo la aprobación de sus

correligionarios. Apenas hay un ministro no conformista de

cierta categoría que esté asociado con él. No observamos, en

ninguno de sus proyectos u operaciones de edificación, que

los nombres de ninguno de los líderes del llamado mundo

religioso figuren como fiadores... Existe la opinión general

de que sus anormales procedimientos no benefician a la

religión.. El alquilar lugares de esparcimiento público para

la predicación del domingo es una lamentable novedad. Da

la impresión de que la religión se encuentre falta de

recursos. Después de todo, el señor Spurgeon no hace otra

cosa sino representar el papel de Jullien dominical. Se nos

habla del espíritu profano que debe haber habido en el fondo

de la mente clerical cuando la Iglesia representaba Autos

Sacramentales y toleraba la Fiesta de los Asnos; pero estas

cosas antiguas reaparecen cuando los predicadores populares

alquilan salas de conciertos, y predican la redención en salas

saturadas de olor a tabaco, y donde resuenan las castas

melodías del ‗Bobbing Around‘ y los valses de La

Traviata».

Aun muchos religiosos le combatieron; pero muchos amigos

estuvieron a su lado.

La terrible tragedia obligó a los hermanos a edificar con

prontitud un edificio que ofreciera seguridad. Para el efecto,

la iglesia adquirió un extenso terreno, el mismo donde en

siglos anteriores un gran número de cristianos habían sido

quemados por su fidelidad a la Palabra de Dios.

Este mismo año se suscitó una nueva controversia en torno a

Spurgeon, conocida como la «Controversia del Riachuelo»,

y fue motivada por un volumen de himnos que había sido

publicado: Himnos para el Corazón y para la Voz, El

Riachuelo. Para Spurgeon, muchos de los himnos eran

simplemente «poemas de la naturaleza» y carecían de una

clara verdad evangélica. Pese a que era muy joven,

Spurgeon tenía ideas muy claras; y por ser joven, las

expresaba con mucha franqueza.

El príncipe de los predicadores (2ª Parte)

Procedente de una antigua familia cristiana inglesa, Charles

H. Spurgeon mostró tempranamente inclinación por la las

cosas espirituales. Convertido a los 15 años, a los 17 ya era

pastor. A los 20 años se hizo cargo de una de las iglesias

más antiguas y prestigiosas de Londres. Muy pronto

comenzó a atraer multitudes por su predicación. Fuera de

Inglaterra su nombre también se hizo conocido gracias a la

publicación de sus sermones, que se leían con devoción en

todo el mundo. Su popularidad creció hasta el punto de

convertirse en un verdadero fenómeno religioso. Sin

embargo, también hubo una fuerte hostilidad hacia su

persona, a causa de su juventud, su denuedo, y sus firmes

convicciones doctrinales. Las dificultades alcanzaron su

punto más álgido cuando ocurrió un accidente en una de sus

reuniones, que causó la muerte a 7 personas, y dejó a otras

28 heridas. Esta terrible tragedia dejó una huella muy

profunda en el joven predicador. No obstante se repuso, y

continuó su ministerio.

Colegio de Pastores

A fin de ayudar a los jóvenes que tenían el llamado a la

predicación, Spurgeon creó en 1856, con recursos propios,

el Colegio de Pastores, que comenzó con un solo alumno y

un solo maestro. En poco tiempo, se construyó un edificio

para el Colegio. A fines de 1872, dada la alta demanda de

los estudiantes, se construyó un hogar para el Colegio. En su

discurso anual de 1890, Spurgeon informaba que en los 34

años del Colegio, habían sido recibidos en él 828

postulantes, de los cuales 673 ejercían en la obra.

El Colegio de Pastores fue la obra favorita de Spurgeon. «El

que convierte un alma saca agua de una fuente; pero el que

prepara un ganador de almas, está cavando un pozo del cual

millares pueden beber el agua de la vida eterna. Por eso

creemos que nuestra obra entre 1os estudiantes es la mayor

responsabilidad de todas aquellas en las cuales hemos puesto

las manos...».

Desde el año 1865 se organizó la «Conferencia Anual» del

Colegio de Pastores. A estos encuentros venían todos los

que habían pasado por sus aulas, para tener una semana de

refrigerio espiritual, en el abrazo de los compañeros, en la

comunión, en el estudio a los pies del Maestro. Spurgeon

siempre tenía para ellos palabras de cariño y aliento, de

exhortación y consejo.

Hacia fines de 1857 se publicó su primer libro, el primero de

muchos que habría de publicar: El Santo y Su Salvador,

escrito principalmente «para la familia del Señor,» aunque

contiene muchos pasajes destinados al lector inconverso.

Al modo de Wesley y de Whitefield, Spurgeon solía

predicar al aire libre. Cierta vez predicó debajo de un gran

árbol donde hacía poco había muerto un hombre partido por

un rayo. De esa manera, él enfatizaba lo inesperado de la

muerte. En otra ocasión, 10.000 personas le escucharon

predicar junto a una gran roca y cantar con todo fervor

«Roca de la Eternidad». Predicó también en establos,

cobertizos, y una vez, incluso, predicó sobre una carreta.

A fines de 1858, los sentimientos de Spurgeon en contra de

la esclavitud se hicieron ampliamente conocidos, pues en

una reunión nocturna, Spurgeon invitó a John A. Jackson, un

esclavo fugitivo originario de Carolina del Sur, USA, a que

subiera al púlpito con él. Esto hizo que perdiera mucho del

apoyo que recibía de los Estados Unidos, y afectó la venta

de sus sermones en aquel país. Tal vez por eso, pese a las

múltiples invitaciones que habría de recibir posteriormente,

Spurgeon nunca accedió a visitar Estados Unidos. Más tarde

recibiría también invitaciones para visitar Australia y

Canadá, pero él contestaba que no tenía permiso de su Señor

para abandonar su puesto.

Mientras se levantaba el Tabernáculo Metropolitano,

Spurgeon, los diáconos y algunos miembros de la iglesia,

acostumbraban reunirse a orar en medio de los trabajos de la

construcción. Por fin, el 1° de marzo de 1861, fue terminado

el Tabernáculo Metropolitano. Tenía capacidad para 6.000

personas; además había un salón para la Escuela Dominical,

con capacidad para 1.000 personas; y otras dependencias.

Días de éxito y reconocimiento

El primer servicio que se celebró en el Tabernáculo

Metropolitano fue de oración, dirigido por Spurgeon, el 18

del mismo mes, con una asistencia de más de mil personas.

Las celebraciones de apertura tuvieron una duración de 5

Page 45: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

semanas. Varias predicaciones sobre la gracia fueron

expuestas por el propio Spurgeon y por otros predicadores

invitados.

En estos momentos tenía Spurgeon 26 años de edad, y sólo

hacía 6 que se encontraba en Londres. No obstante su

juventud, y el tiempo relativamente corto en que se hallaba

al frente de este trabajo, había efectuado una labor

verdaderamente brillante. La fama de Spurgeon no cesó, ni

mermó con la edificación del Tabernáculo Metropolitano. Al

contrario, su renombre iba creciendo a medida que pasaban

los años.

Durante el año 1861 se distribuyeron 200,000 sermones

impresos en las Universidades de Oxford y Cambridge, y

salió a luz una edición alemana que se expuso en la Feria del

Libro de Leipzig. Muchos periódicos de Estados Unidos

seguían publicando sus sermones cada semana.

El volumen de sermones del «Púlpito del Tabernáculo

Metropolitano» correspondiente al año de 1864 es uno de

los más importantes de toda la colección que contiene 56

volúmenes. La razón es que incluye sermones sobre «La

Regeneración Bautismal», «Niños Traídos a Cristo y no a la

Pila Bautismal», «El Libro de la Oración Común» (utilizado

por la Iglesia de Inglaterra, anglicana), y «Pesado en las

Balanzas». Spurgeon sabía que había «atizado un nido de

cascabeles» y estaba plenamente convencido que la venta de

sus sermones bajaría dramáticamente, pero a partir de ese

momento se vendieron más.

En 1865 se inició la publicación de una revista mensual a la

que puso por nombre La Espada y La Paleta de albañil. La

revista incluía la publicación de sermones, de artículos y de

reseñas de libros. También mantenía informados a sus

lectores acerca de las demás obras del ministerio de

Spurgeon.

En 1865 predicó un mensaje titulado «La Verdadera Unidad

Promovida,» que tiene mucha vigencia en nuestros días. En

1866 volvió a predicar sobre este tema. Spurgeon demostró

sus simpatías a favor de una verdadera unidad cristiana al

visitar Escocia en la primavera de ese año, asistiendo a la

Iglesia Libre de la Asamblea de Escocia y predicando en

otra iglesia de San Jorge y para las Iglesias Presbiterianas

Unidas de Edimburgo.

La Sociedad de Colportores y el Orfanato

En 1866 fue creada la Asociación de Colportores. Su

propósito era hacer circular la mayor cantidad posible de

libros sanos, de carácter cristiano. Para Spurgeon, los

colportores no eran sólo vendedores de libros, sino eran

verdaderos «misioneros predicadores, y pastores». Algunas

cifras dan elocuente muestra de ello.

Durante los primeros dos años, hubo sólo 6 hombres en este

trabajo. En 1872, había 13; en 1874 había 35; en 1875, había

45. En 1880, que era el 14o. año de su existencia, la

Asociación contaba con 79 colportores y se habían vendido

396.291 libros y revistas, se habían efectuado 631.000

visitas misioneras, y celebrado 6.000 servicios de

predicación. En promedio, cada año cada colportor había

vendido 5.016 libros y revistas; efectuado 7.987 visitas; y

celebrado 75 servicios de predicación. Siguiendo el ejemplo

de los colportores, un grupo de miembros del Tabernáculo

partió a la India en labor misionera.

El año siguiente comenzó a concretarse otro sueño de

Spurgeon: un Orfanatorio. Como alguien dijo: «El

Orfanatorio representa de la manera más hermosa uno de los

rasgos más tiernos de Spurgeon. Su amor a los niños sólo

fue excedido por el amor que los niños le tenían a él».

Muchas ocasiones, extenuado por el exceso de trabajo, y

preocupado por los muchos problemas, Spurgeon iba al

Orfanatorio para encontrar descanso físico y mental. Allí,

Spurgeon era como «un niño grande entre otros muchos

niños pequeños».

No obstante, Spurgeon nunca tuvo el propósito deliberado

de fundar un asilo de niños. Su creación fue providencial, y

es preciso que nos refiramos a ella para conocer un poco

más a este hombre. En el año 1866, hablando Spurgeon de

una manera incidental, de algunas cosas que constituían una

necesidad imperiosa, mencionó un Orfanatorio, haciendo

énfasis en los millares de niños que en la misma Londres

carecían de pan y de abrigo. Esta nota fue leída por una

asidua lectora de Spurgeon, la Sra. J. Hillyar, que era viuda

de un clérigo anglicano y que poseía muchos bienes.

Después de meditarlo mucho, puso a disposición de

Spurgeon una fuerte suma de dinero para la construcción de

un Orfanatorio. Spurgeon declinó aceptar el ofrecimiento,

aconsejándole que hiciera esa donación al Orfanatorio de G.

Müller, de Bristol.

Con esa carta Spurgeon creyó que quedaría terminado este

asunto. Pero casi inmediatamente recibió una segunda carta,

en la que ella le decía que Dios había puesto en su corazón

entregarle esa cantidad, y que de no ser él quien la

administrara, el dinero no sería donado. De esa manera

Spurgeon se vio obligado a emprender la fundación del

Orfanatorio.

A la donación de Mrs. Hillyar se agregaron muchas otras.

Los edificios del Orfanatorio de Stockwell estuvieron

terminados a fines de 1869. En él ingresaron niños a

centenares, de todas las clases sociales y denominaciones

cristianas, convirtiéndose en uno de los asilos de huérfanos

más grandes de Inglaterra. En 1880 se comenzó la

construcción del Orfanatorio de niñas.

De acuerdo con la manera de pensar de Spurgeon, la única

disciplina que se empleaba en el Orfanatorio de Stockwell

era la del amor, la palabra cariñosa, y la afectuosa

persuasión. Muchos de los niños criados allí fueron

predicadores del Evangelio.

La obra se extiende

En 1867, en vista de las frecuentes enfermedades y el

enorme trabajo de Spurgeon, la iglesia le nombró a su

hermano James como auxiliar. Desde esta fecha, y por

espacio de 24 años, estos dos hermanos estuvieron al frente

de aquella gigantesca obra. Hacia finales de este mismo año

se terminó un Asilo de Ancianos con doce habitaciones para

ancianitas.

Si bien Spurgeon nunca visitó Estados Unidos, tuvo estrecha

comunión con cristianos norteamericanos. En 1875, los

evangelistas norteamericanos D. L. Moody y Sankey

Page 46: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

predicaron en el Tabernáculo Metropolitano. El 6 de Junio

Spurgeon predicó en una campaña de Moody y Sankey en la

ciudad de Londres.

El 15 de agosto de ese mismo año, Spurgeon predicó un

sermón titulado «Prescindiendo del Sacerdote», que causó

una gran controversia promovida por los periódicos

controlados por la Iglesia de Inglaterra.

Durante una reunión de oración que tuvo lugar la última

noche de enero de este año, Spurgeon habló en contra del

uso del título «Reverendo» (aunque él todavía lo usaba para

no dificultarle su tarea al cartero). Él afirmaba que nadie lo

había ordenado, y nadie lo haría nunca. Su única ordenación

provino de «la mano traspasada».

Su preocupación por la formación de los predicadores llevó

a Spurgeon a consultar unos 4.000 libros para analizarlos y

recomendar los mejores.

La noche del primer domingo de Julio de 1875, se comenzó

a usar una estrategia de evangelización nueva en el

Tabernáculo Metropolitano: se solicitó a toda la

congregación que cediera sus asientos, para que las personas

que nunca habían venido pudieran escuchar el Evangelio.

Debido al buen resultado que tuvo esta experiencia, se

repitió muchas veces en el futuro.

En Diciembre de 1876 Spurgeon predicó una serie de cinco

sermones sobre Cristo: «Cristo el Fin de la Ley», «Cristo el

Conquistador de Satanás», «Cristo el Vencedor del Mundo»,

«Cristo el Hacedor de Todas las Cosas Nuevas» y «Cristo el

Destructor de la Muerte». Al año siguiente, publicó un libro,

El Glorioso Logro de Cristo, una colección de siete

sermones acerca de Cristo como vencedor de Satanás, del

mundo, de la muerte, etc.

En 1878, en el mes de Julio, se publicó un excelente libro

titulado: «La Biblia y el Periódico.» Spurgeon estaba

convencido que debía leerse el periódico «para ver cómo mi

Padre celestial gobierna el mundo.» El libro contiene una

colección de reportes de periódicos sobre diversos

incidentes, vistos desde una perspectiva espiritual, para

beneficio de predicadores y maestros de la escuela

dominical. Algunas veces Spurgeon seleccionaba algunos de

esos incidentes y predicaba sermones completos acerca de

ellos. Por ejemplo, durante dos domingos del mes de

Septiembre, predicó dos sermones acerca del hundimiento

del barco Princesa Alicia.

Las ancianas y las enfermedades

Con el paso de los años, la enfermedad del reumatismo y la

gota comenzaron a atacar fuertemente a Spurgeon.

Continuamente debió ausentarse del púlpito, y tomarse

períodos de descanso en la ciudad de Menton, Francia, a

veces por semanas o meses. Por este tiempo un periódico de

los Estados Unidos acusaba a un popular predicador

londinense de falta de templanza, expresando que su

enfermedad de la gota requería frecuentes visitas a Francia,

siendo la gota el resultado de excesivo consumo de cervezas,

coñac y vino de Jerez.

Pero Spurgeon continuaba su obra. Continuamente recibía

fuertes sumas de dinero, sea como regalos (en sus

cumpleaños especialmente), donativos o ingresos por la

venta de sus libros. Gran parte de esos dineros los

canalizaba hacia las obras de ayuda. En 1879 Spurgeon donó

5.000 libras esterlinas para los asilos y el resto para otras

causas que lo ameritaban, tales como el Fondo de Auxilio

para los Ministros Pobres.

Spurgeon también tuvo preocupación por las ancianas

pobres. El «Hogar de las Ancianas» había nacido 50 años

antes de que Spurgeon viniera al pastorado de la Iglesia New

Park Street; y se originó en el corazón de Juan Rippon. Sin

embargo, debió su mayor incremento a Spurgeon. En 1880

encontraban abrigo en este asilo 17 ancianas, la mayor parte

de las cuales eran antiguos miembros de la Iglesia del

Tabernáculo.

Este asilo era un verdadero hogar para las ancianas.

Spurgeon nunca creyó en la conveniencia de que las

personas recluidas en una institución benéfica vivieran

hacinadas en grandes salones, y menos aun siendo ancianas,

las que como tal, tienen sus hábitos de vida ya formados, y

sus costumbres hechas. Proveyó un gran número de

habitaciones para que en ellas pudieran vivir

individualmente las asiladas, y en estas habitaciones reunió

todas las comodidades posibles dentro de un bien entendido

espíritu de economía, a fin de que los últimos años de vida

de estas ancianas fueran tranquilos y agradables. Allí vivían

aquellas viejecitas independientemente, sin embargo, en

familia, con el aprecio y la consideración de todos. Eran

consideradas no como objeto de caridad, sino como buenas

hermanas a quienes se estaba en el deber sagrado de

sostener, haciéndoles llevaderos los últimos instantes de la

existencia.

La popularidad de Spurgeon llegó a alturas insospechadas,

tanto, que hacía severa competencia a los políticos más

connotados de la época. Se cuenta que un estudiante de una

escuela en los Estados Unidos, cuando se le preguntó quién

era el Primer Ministro de Inglaterra, respondió: ¡El señor

Spurgeon!

Precisamente el Primer Ministro de Inglaterra, Mr.

Gladstone, visitó en 1882 el Tabernáculo Metropolitano. La

visita del señor Gladstone fue inesperada de tal forma que

no se preparó un sermón especial para la ocasión. El Primer

Ministro se reunió previamente en privado con Spurgeon

durante quince minutos, y posteriormente se volvió a reunir

con él para felicitarlo por la excelente labor que se

desarrollaba.

En 1884 fue la celebración del cumpleaños número

cincuenta del predicador, celebración que tuvo lugar los días

18 y 19 de Junio. Los periódicos comentaron el evento y

congratularon al predicador por ser uno de los hombres

mejor conocidos de su tiempo, habiendo sido primero «una

curiosidad y posteriormente una notoriedad.» El

Tabernáculo estaba completamente lleno en las reuniones

que tuvieron lugar esas dos noches. 7.000 personas

estuvieron presentes la noche del 19 de Junio. En una

respuesta característica a los buenos deseos que le

expresaban, Spurgeon dijo que «él no atravesaría la calle

para ir a escucharse él mismo.» En el evento predicaron

hombres eminentes tales como D. L. Moody y O. P. Gifford,

Page 47: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

de los Estados Unidos y Canon Wilberforce, y los doctores

Newman Hall y Joseph Parker.

Spurgeon era un firme calvinista, pero reveló su condición

universal al predicar en el mes de Abril a favor de la

Sociedad Misionera Wesleyana.

Se rompe la paz: La Controversia del declive

Las cosas siguieron muy bien hasta el año 1887. Este fue el

año en la vida de Charles Haddon Spurgeon de acuerdo a

sus biógrafos y a los historiadores de la iglesia. Debido al

curso de los eventos de ese año y a la decisión tomada por

Spurgeon, fue criticado, alabado y evaluado desde entonces.

Fue el año de la «Controversia del declive».

Spurgeon veía desde hacía tiempo con preocupación las

tendencias modernistas entre ciertos predicadores bautistas

de su día. Entre los errores estaba el negar el sacrificio

expiatorio de Cristo, la inspiración bíblica y la justificación

por la fe. Los bautistas, en vez de poner orden en sus filas, y

aclarar los puntos en disputa, tenían comunión con tales

modernistas.

Según Spurgeon, ellos razonaban así: «Sí, nosotros creemos

en la Divinidad de Jesús; pero no dejaríamos a un hombre

afuera de nuestro compañerismo por pensar que nuestro

Señor es un mero hombre. Nosotros creemos en la

expiación: pero si otro hombre la rechaza, él no debe, debido

a esto, ser excluido de nuestro número». Por tanto, Spurgeon

consideró un deber separarse de ellos: «El separarnos a

nosotros mismos de aquellos que se separan a sí mismos de

la verdad de Dios no es sólo nuestra libertad, sino nuestro

deber».

Spurgeon no quería entrar en disputa, tampoco ejercer

presiones para que ellos cambiaran su proceder, sino

simplemente quiso salir de en medio de ellos, conforme a la

Palabra. «El deber obligatorio de un verdadero creyente

hacia hombres que profesan ser cristianos, y sin embargo

niegan la Palabra del Señor, y rechazan los fundamentos del

Evangelio, es salir de entre ellos». Spurgeon presentó su

renuncia a la Unión Bautista, la que fue aceptada el día 18

de Enero.

La Controversia del Declive se convirtió en tema de

conversación en los Estados Unidos y Canadá durante este

año. «El Bautista Nacional» de Filadelfia censuró a

Spurgeon; en cambio, la Convención Bautista de la

Provincia Marítima de Canadá, le apoyó.

El predicador confesó que la «tensión de la controversia casi

ha quebrantado mi corazón». La controversia se reflejó en la

predicación de ese año: «Aferrándose a la Fe», «La

Infalibilidad de la Escritura», «Ningún Compromiso», son

algunos títulos de sus predicaciones.

Últimos días

Durante los últimos días de Spurgeon recrudeció la

enfermedad de la gota, a la cual se agregaron el reumatismo

y, al final, la enfermedad de Bright (que ataca severamente

los riñones).

A fines de 1891, los médicos y amigos le aconsejaron otro

viaje a Mentone. Durante los tres meses que mediaron entre

su llegada a Mentone y su muerte, semanalmente escribió a

su congregación epístolas cariñosas que eran leídas

públicamente. Estas cartas muestran al hombre de Dios

expresando la hermosura de Cristo. El 21 de diciembre de

1891 escribió una cariñosa carta a los niños del Orfanatorio,

haciéndoles presente su cariño, y dándoles saludables

consejos.

Parece que la última carta que Spurgeon escribió a su Iglesia

es la que aparece fechada el 15 de enero de 1892. El 17

participó en un culto familiar; y el 18 la gota le afectó la

cabeza. El martes 26 era el día señalado para traer al

Tabernáculo las ofrendas de acción de gracias. Ese día

Spurgeon dictó a su secretario, el Sr. Harrald, el siguiente

telegrama: «Yo y esposa, cien libras, sincera acción de

gracias, para gastos generales del Tabernáculo. Cariños a

todos los amigos». Y entonces cayó en la inconsciencia, la

que continuó casi todo el tiempo restante. Antes había dicho

a su secretario: «Mi obra ha terminado‘. Y a su esposa: «¡Oh

querida, he gozado un tiempo glorioso con mi Señor!».

Charles H. Spurgeon durmió en el Señor el 31 de enero de

1892, rodeado de su esposa, uno de sus hijos, su hermano y

co-pastor, su secretario particular, y tres o cuatro amigos. Su

cuerpo fue colocado, días después, en su lugar de descanso

terrenal, junto al sepulcro del misionero Robert Moffatt.

A la muerte de Spurgeon, toda la prensa se ocupó de él

llenando sus columnas con sus datos biográficos, con la

enumeración y apreciación de su obra, y estimación de su

carácter.

Durante su pastorado, un total de 14.692 personas fueron

bautizadas y se unieron al Tabernáculo Metropolitano. Sus

sermones continuaron publicándose durante 27 años

posteriores a su muerte, de tal forma que «aun estando

muerto, habla.» Actualmente, los libros y sermones de

Spurgeon, así como su vida y ministerio, siguen inspirando a

miles de cristianos en todo el mundo.

Perfil del hombre de Dios

Spurgeon vivió y brilló con claridad extraordinaria, en una

época en que, en su propio país, descollaban magníficos

predicadores. Muchos se preguntaban dónde estaba el

secreto de su poder y la clave de su éxito. De hecho, no

poseía las características que pueden hacer a un hombre

atractivo para las masas. Su estatura era mediana; su cuerpo

era fuerte, pero común, con tendencia a la obesidad; su

rostro, sombreado en los últimos años por una barba poco

poblada, no era ciertamente la representación de la belleza; y

su personalidad toda, contemplada en el púlpito, no tenía

aquella simpatía atrayente que tanto se admira en los

grandes de la tribuna.

Una parte de la prensa comenzó a decir que Spurgeon debía

su éxito a que era un excéntrico del púlpito. Pero nunca fue

tal. Por el contrario, era más bien pausado y severo, y sus

movimientos eran los de esperarse en todo orador, aun de la

escuela más conservadora.

En lo que Spurgeon poseía un verdadero tesoro, rico e

inagotable, era en su voz, en tiempos en que no se conocía el

Page 48: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

micrófono. Alguien ha dicho que mientras se llenaba el

Tabernáculo parecía una enorme colmena. Pero tan pronto

Spurgeon subía al púlpito, todos estos rumores se acallaban,

y en medio de un gran silencio, vibraba con una gran

intensidad su voz clara y cristalina de timbre metálico; voz

halagadora pero viril; voz que se prestaba, de manera

maravillosa, para los matices de sentimientos más delicados

y diversos.

La voz de Spurgeon era robusta, y extensa, y siempre llegó

claramente hasta el último de los oyentes. En varias

ocasiones en Inglaterra, y Escocia habló al aire libre a

multitudes de 14 y 15.000 personas. En cierta ocasión,

mientras probaba su voz en el solitario Palacio de Cristal, un

trabajador que se encontraba en un andamio muy alto,

poniendo cristales a una de las ventanas, le oyó decir:

«Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo

Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores‘. Estas

palabras fueron repetidas con una voz baja, suave, distinta.

El hombre se sorprendió grandemente, porque no veía a

nadie en el edificio; pero estas palabras llegaron a su

corazón, y aceptó a Cristo.»

Una de las características espirituales que Spurgeon poseía

era su fe firme e invariable; una fe que se sobreponía a las

dificultades y contratiempos. Aquellas cosas fundamentales

de que hablaba, acerca de Dios, de Cristo, de la vida eterna,

no eran para él meras teorías, sino tremendas realidades.

Dios llenaba todo su horizonte. Jesús era tan absolutamente

el Señor de su corazón, que las lágrimas corrían de sus ojos

a raudales cuando hablaba del Salvador. Jesucristo había

fascinado su corazón.

Esta fe profunda se manifestaba en su fidelidad a la verdad.

En su vida toda era guiado exclusivamente por esa lealtad a

la Palabra de Dios. W. C. Wilkinson dice: «La cosa más

admirable acerca de Spurgeon, era ésta: la absoluta, sencilla

y completa fidelidad que mantuvo siempre, sin

intermitencias, desde el juvenil comienzo hasta la madura

terminación de su obra la serena e imperturbable fidelidad

de mente y de corazón, de conciencia,.. de voluntad, de todo

lo que había en él, y de todo lo que había de él, al mero y

puro, incambiable, no acomodaticio novotestamentario

Evangelio de Cristo, que es el mismo ayer y hoy, y para

siempre... ¡Sea Dios bendecido por ello!».

Otra característica inapreciable en Spurgeon era su espíritu

de oración. Creía absolutamente en la necesidad de la

oración, y la práctica de su vida nunca estuvo en desacuerdo

con ello. Cierta vez, unos visitantes procedentes de los

Estados Unidos le preguntaron cuál era el secreto de su

éxito. Él les respondió: «Mi gente ora por mí». Cuando

alguien entraba de visita al Tabernáculo Metropolitano, él lo

llevaba a la sala de oración en el sótano, donde siempre

había gente intercediendo de rodillas. Entonces Spurgeon

declaraba: «Aquí está la central eléctrica de esta iglesia».

Orar era tan natural para él como respirar. Wayland Hoyt, un

amigo, cuenta el siguiente testimonio: «Yo estaba

caminando con él (con Spurgeon) en el bosque, y cuando

llegamos a cierto lugar simplemente dijo, venga

arrodillémonos junto a esta cabaña y oremos, y así elevó su

alma a Dios en la más reverente y amorosa oración que he

oído».

También, según Theodore Cuyler, mientras caminando por

el bosque tuvieron un tiempo de humorismo, Spurgeon paró

de repente y dijo: «Venga Theodore, agradezcamos a Dios

por la risa», y allí mismo oró.

Algunas de las admoniciones más solemnes que Spurgeon

jamás dirigiera a su congregación fueron acerca del peligro

de que cesaran de depender de Dios en oración. «¡Que Dios

me ayude si dejáis de orar por mí! Avisadme en aquel día, y

tendré que cesar de predicar. Avisadme cuando os

propongáis cesar en vuestras oraciones, y clamaré: «Dios

mío, dame la tumba en este día, y que yo duerma en el

polvo».». Estas palabras no eran elocuencia de predicador,

sino que expresaban los sentimientos más profundos de su

corazón. Creía que sin el Espíritu de Dios nada podía

hacerse. Cuando su congregación cesara de sentir su

«dependencia entera y absoluta en la presencia de Dios»,

estaba seguro de que «antes de poco tiempo vendrían a ser

objeto de desprecio y comentario velado, o quizás un mero

leño sobre el agua».

A los predicadores enseñaba: «Si tiene que haber algún

hombre debajo del cielo obligado a cumplir con el precepto

«orad sin cesar», lo es sin duda alguna el ministro cristiano.

Este tiene tentaciones especiales, pruebas particulares,

dificultades singulares ... necesita por consiguiente mucha

más gracia que los otros hombres, y como él lo sabe así, se

ve obligado a clamar incesantemente, pidiendo fuerza al

Fuerte, y a decir: «Levantaré mis ojos a los montes, de

donde viene mi socorro ... Las oraciones que hagáis serán

vuestros ayudantes más eficaces mientras vuestros sermones

estén sobre el yunque todavía ... si podéis mojar vuestra

pluma en vuestro corazón, recurriendo a Dios con toda

sinceridad, escribiréis bien; y si arrodillados en la puerta del

cielo podéis reunir vuestros materiales, no dejaréis de hablar

bien ... Nada puede poneros tan gloriosamente en aptitud de

predicar, como el que acabéis de bajar del monte de

comunión con Dios, para hablar con los hombres. Nadie es

tan a propósito para exhortar a los hombres, como el que ha

estado luchando con Dios a favor de ellos».

Pero, sin duda, lo que caracteriza de manera más clara y

significativa el ministerio de Spurgeon es su predicación

absolutamente Cristocéntrica. Cristo era el fondo y el centro

de su predicación, ya se refiriese a su divina persona, o a su

bendita obra. Para él el único propósito y finalidad de la

predicación era presentar a Cristo al mundo; pero no a un

Cristo ético e imperfecto, sino al Cristo de los Evangelios,

perfecto en su humanidad y en su divinidad; un Cristo

Salvador, crucificado y muerto para nuestra redención; un

Cristo que es el único remedio a nuestras enfermedades, y la

sola solución a todos nuestros problemas, cualesquiera que

éstos sean.

Spurgeon solía decir al respecto: »Muchos, son los aspectos

bajo los cuales hemos de considerar a nuestro divino Señor,

pero yo he de darle siempre la mayor prominencia a su

carácter salvador, de Cristo, nuestro sacrificio, el que lleva

nuestros pecados. Si hubo una época en la cual hubiera

necesidad de ser claros, decididos y vehementes en este

punto, es ahora... Tratar de predicar a Cristo sin la cruz, es

negarlo con un beso ... Los que echan a un lado la expiación

como satisfacción por el pecado, también dan golpe de

muerte a la doctrina de la justificaci6n por la fe... El

pensamiento moderno no es otra cosa que la tentativa de

retrotraer el sistema legal de la salvación por las obras...

Page 49: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Algunos predicadores evidentemente no creen que el Señor

está con su Evangelio, porque a fin de traer y salvar a los

pecadores, su evangelio es insuficiente y tienen que

agregarle las invenciones de los hombres. La predicación del

sencillo Evangelio ha de ser complementada, creen ellos. .

.Si vuestro Evangelio no tiene el poder del Espíritu Santo en

él, no lo podéis predicar con confianza».

Spurgeon amaba proclamar «la gloria de Dios en la faz de

Jesucristo». Cristo era el «tema glorioso, intensamente

absorbente» de su ministerio, y ese Nombre convertía sus

fatigas en el púlpito en un «baño en la aguas del Paraíso».

Esta fue su característica aun desde los primeros años de su

ministerio. Por eso, no es de sorprender que repasando los

títulos de sus sermones en 1856 y 1857 encontremos este

nombre constantemente repetido: «Cristo en los Negocios de

Su Padre»; «Cristo, Poder y Sabiduría de Dios»; «Cristo

Levantado»; «La Condescendencia de Cristo»; «Cristo

Nuestra Pascua»; «Cristo Ensalzado»; «El Ensalzamiento de

Cristo»; «Cristo en el Pacto».

En uno de tales sermones, titulado «El Nombre Eterno»,

predicado a principios de 1855 cuando tenía veinte años,

describe lo que sería del mundo si el nombre de Jesús

pudiera ser eliminado del mismo. Incapaz de refrenar sus

propios sentimientos, exclamó: «Sin mi Señor, no tendría el

menor deseo de estar aquí; y si el Evangelio no fuera cierto,

bendeciría a Dios por aniquilarme en este mismo instante,

pues no desearía vivir si vosotros pudierais destruir el

nombre de Jesús».

Muchos años después, la señora Spurgeon recordaba este

mismo sermón, y describía del modo siguiente su final,

cuando la voz de Spurgeon casi se estaba extinguiendo a

causa del agotamiento físico: «Recuerdo, con extraña

claridad después de tanto tiempo, la noche del domingo en

que predicó aquel sermón. Era un tema en el que se gozaba

extremadamente; su principal deleite era ensalzar a su

glorioso Salvador, y en aquel discurso parecía estar

vertiendo su mismísima alma y vida en homenaje y

adoración ante su misericordioso Rey. ¡Y yo creí de veras

que habría muerto allí, frente a todas aquellas gentes! Al

final del sermón, hizo un poderoso esfuerzo para recuperar

la voz; pero la pronunciación casi le fallaba, y sólo pudo

oírse con acento entrecortado la patética peroración:

«¡Perezca mi nombre, pero sea para siempre el Nombre de

Cristo! ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Coronadle Señor de todos!

No me oiréis decir nada más. Éstas son mis últimas palabras

en Exeter Hall por esta vez. ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!

¡Coronadle Señor de todos!» y entonces se desplomó, casi

desmayado, en la silla que había tras él».

Page 50: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El vigía que vino de China

Watchman Nee, cuyo nombre chino es Nee To-sheng, nació

en la ciudad de Fu-chou, el 4 de noviembre de 1903. Era

hijo de Nee Weng-hsiu, un hombre de carácter apacible y

Lin Huo-ping, una mujer de voluntad firme. Debido a que

anteriormente no habían tenido varón, su madre le prometió

a Dios que, si era varón, se lo ofrecería.

Al principio, según las tradiciones familiares, fue llamado

Nee Shu-tsu, que significa: «Aquel que proclama los méritos

de sus antepasados». Más tarde, consciente de su nueva

misión en la vida, decidió llamarse Nee Ching-fu («Uno que

advierte o exhorta»), pero le pareció muy tajante.

Finalmente, su madre le propuso To-Sheng, que significa

«nota de batintín (o matraca) escuchada de lejos», que era

usada por los centinelas. Él se sentía llamado por el Señor

como un centinela, para hacer sonar su batintín a las

personas en la noche oscura. Entre los creyentes de habla

inglesa se le llamó Watchman Nee, que significa ‗vigía‘ o

‗atalaya‘.

Nee To-Sheng pertenecía a una familia de rica historia

cristiana, pues su abuelo, Nee U-cheng fue el primer pastor

chino en esa gran región, y un gran expositor de la Biblia.

Su padre, Nee Weng-hsiu fue el cuarto de nueve hijos

varones. Debido a que era un estudiante aventajado, obtuvo

el puesto de oficial menor de aduanas.

Primeros años

La infancia de To-Sheng transcurrió en un hogar de severos

principios. Huo-Ping llevaba las riendas de la casa con mano

firme. Inculcaba en sus hijos el orden, la limpieza, y sobre

todo, les instruía en la fe. La música era un gran pasatiempo

para los niños, quienes aprendieron muchos himnos y

cánticos cristianos.

A la edad de trece años, To-Sheng ingresó a la Enseñanza

Media, en la Escuela Trinidad de Fuchou, de orientación

occidental. Este colegio era la puerta para obtener empleo en

la Misión o del Estado, y de allí los jóvenes ascendían a

posiciones de influencia.

Nee era muy buen alumno, y bastante engreído. Incluso su

estatura sobrepasaba a la de la mayoría. Por ese tiempo, el

‗mandarín‘ comenzó a desplazar al chino literario clásico en

los textos escolares, lo que hizo más fácil el acceso a la

literatura. Nee se convirtió en un ávido lector. Comenzó a

escribir artículos para los periódicos, y con el dinero

obtenido compraba boletos de lotería. También le gustaba

mucho el cine.

Cuando los vientos de revolución envolvieron al país, el

hogar de los Nee se vio involucrado. Huo-Ping participó

activamente en política y en los eventos sociales, alejándose

poco a poco del Señor. Su casa pasó a ser un centro político-

social, donde se reunían las mujeres a jugar a los naipes.

Llega el día de la fe

Por este tiempo ocurrió un hecho muy significativo en la

casa de los Nee. Un día de enero de 1920, Huo-Ping

encontró roto un costoso adorno de la casa. Después de

investigar rápidamente, halló que To-Sheng era el culpable.

Como éste no lo admitió, fue castigado severamente. Más

tarde ella supo que él era inocente, pero no se lo hizo saber.

To Sheng se llenó de dolor y resentimiento hacia su madre.

Las relaciones quedaron rotas por algún tiempo.

Ese mismo mes llegó a la ciudad Yu Tsi-tu (Dora Yu), una

misionera muy conocida, para dirigir dos semanas de

reuniones evangelísticas en una congregación metodista. En

esas reuniones Hou-Ping se reencontró con el Señor, y su

hogar recibió inmediatamente el impacto de esta

experiencia.

Un día, mientras ella tocaba y cantaba himnos en una

reunión familiar, fue impulsada por el Señor a pedir perdón

a su hijo por la injusticia cometida. Este hecho, insólito en

una cultura como la china que enseña que los padres nunca

se equivocan, tocó el corazón de To-Sheng, y lo sensibilizó

para la fe. Antes que finalizaran las reuniones, éste también

se había entregado al Señor. Tenía 17 años de edad.

Preparación para el ministerio

Recibir al Señor y consagrarse por completo, fueron para él

una sola cosa. Anteriormente había considerado algo

indigno ser predicador – debido al triste ejemplo de los

predicadores chinos empleados de los extranjeros. Pero

ahora no concebía dedicar su vida a otra cosa que no fuera

servir a Dios. De modo que comenzó de inmediato a hacer

los arreglos necesarios.

De todas las asignaturas del colegio, la más descuidada

había sido la de Biblia, tanto que solía usar «torpedos» en

los exámenes. Ahora abandonó esa práctica y confesó su

falta al director del colegio – con riesgo de ser expulsado y

perder el derecho a una beca –. La falta le fue perdonada.

En los meses siguientes, aprovechando los disturbios

sociales que hacía muy irregular el año escolar, se fue, con

el permiso de sus padres, a Shangai para estudiar en la

Escuela Bíblica de la señorita Yu. Por un año se dedicó a sus

estudios, donde aprendió a recibir en su corazón el mensaje

de la palabra de Dios (y no sólo en el intelecto), y el secreto

de confiar solamente en Dios para sus necesidades

materiales. Sin embargo, él mismo, reconoce que aquello

fue un fracaso: «No pasó mucho tiempo para que ella (Dora

Yu), cortésmente, me desvinculase del Instituto, con la

excusa de que me era inconveniente permanecer allí más

tiempo. Por causa de mi «buen apetito», de mis ropas

inadecuadas y de mi costumbre de levantarme tarde, la

hermana Yu pensó que sería mejor mandarme a casa. Mi

deseo de servir al Señor sufrió un fuerte revés. Aunque

pensase que mi vida había sido transformada, en verdad aún

restaban muchas otras cosas que debían ser cambiadas».

De regreso en Fuchou, retomó sus estudios regulares, pero

con una nueva visión. Por sugerencia de una misionera,

elaboró una lista con los nombres de 70 muchachos del

Colegio y comenzó a orar sistemáticamente por cada uno de

ellos, testificándoles en cada oportunidad que se le

presentaba. Al principio se reían de él, pues siempre llevaba

la Biblia consigo, y la leía en todo momento. Pero poco a

poco se comenzaron a convertir aquellos compañeros, con

excepción de uno solo. Se formó así un grupo de entusiastas

evangelistas que testificaban en la escuela y por las calles,

Page 51: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

repartiendo tratados, portando carteles y acompañándose de

un sonoro gong.

Por este tiempo, Nee conoció a M. S. Barber, una ex

misionera anglicana que ahora trabajaba en forma

independiente, y que vivía en los suburbios de Fuchou. La

srta. Barber, acompañada de su compatriota, M. L. S.

Ballord, compartían el evangelio entre las mujeres de la

localidad, y oraban intensamente por un mover de Dios en

China. M. S. Barber solía ayudar a los jóvenes que buscaban

la guía del Señor; por algún tiempo hubo hasta sesenta

jóvenes recibiendo ayuda de ella. Ella llegó a ser un

verdadero mentor en la vida de To-Sheng, la influencia viva

más grande para él, comparable sólo a la de T. Austin-

Sparks, algunos años más tarde.

Un adelanto de esa influencia se verificó poco tiempo

después, el día que To-Sheng y su madre bajaron a las aguas

del bautismo para ser bautizados por ella. Nee solía decir

que fue por medio de una hermana que él fue salvo y

también fue por medio de una hermana que él fue edificado.

Más aún, él recibió mucha ayuda de otras dos hermanas

mayores: Ruth Lee y Peace Wang.

Avivamiento entre los jóvenes

A comienzos de 1921 llegó a Fuchou un joven de nombre

Wang Tsai (conocido también como Leland Wang), que a

los 23 años de edad había renunciado a su puesto en la

Marina para servir de lleno al Señor. Muy pronto entró en

contacto con To-Sheng y sus amigos. Como era un poco

mayor que ellos, y de mayor experiencia, se convirtió en su

líder. La amistad entre Wang Tsai y To Sheng llegó a ser

muy estrecha, pues compartían el mismo celo evangelístico.

En el año 1922, en el hogar de Wang Tsai celebraron por

primera vez la Cena del Señor, sin sacerdote ni pastor, con

la asistencia de sólo tres personas: Wang Tsai, su esposa y

To Sheng. Sintieron tal gozo y libertad, que comenzaron a

hacerlo con frecuencia. Semanas después se unió a ellos la

madre de Nee y otros hermanos.

A fines de ese mismo año comenzó un verdadero

avivamiento entre los jóvenes, luego de la visita a la ciudad

de la evangelista Li Yuen-ju. Cuando ella se fue, los jóvenes

ministros se hicieron cargo de las predicaciones. Unos salían

a invitar por las calles, y el Espíritu Santo atraía a un

número cada vez mayor de personas. La ciudad de Fuchou,

de 100.000 habitantes, fue grandemente conmovida por este

movimiento espiritual.

A causa de la necesidad, tuvieron que arrendar una casa más

grande. To-Sheng y otro hermano se fueron a vivir allí, para

estar disponibles para los jóvenes a toda hora. Luego

comenzaron a salir unos 60 a 80 jóvenes a otros pueblos, a

predicar, aprovechando los feriados y vacaciones. Su

mensaje era escuchado y respetado por los rústicos

campesinos, pues ellos eran jóvenes cultos.

Las primeras lecciones espirituales

Los días sábado, Nee acudía a ver a la Srta. Barber para

estudiar la Biblia y ser reprendido. Cuando no había nada en

él que ameritara una reprensión, ella hacía preguntas hasta

encontrar alguna falla, y entonces lo reprendía. Así, él

recibió sus más importantes lecciones espirituales.

Nee era muy celoso acerca de hacer siempre lo correcto y lo

justo. Él formaba parte de un grupo de siete obreros, que se

reunían todos los viernes. Muchas de esas reuniones se

vieron empañadas por discusiones entre Nee y Wang Tsai,

quien, según Nee, insistía en imponer su voluntad sólo por

ser el mayor. Los demás obreros, generalmente tomaban

partido por Wang Tsai. Nee se sintió muchas veces ofendido

y buscó luz en la hermana Barber. Ella, contrariamente a lo

que él esperaba, le dijo que debía sujetarse al mayor, sin

darle mayores explicaciones. Esta dolorosa experiencia se

repitió durante 18 meses, y concluyó cuando él se rindió y

aceptó ocupar el segundo lugar.

Nee lo explica así: «Yo era siempre el primer alumno tanto

en mi clase como de la escuela. También quería ser el

primero en el servicio al Señor. Por esa razón, cuando me

torné el segundo, yo desobedecí. Dije repetidamente a Dios

que aquello era demasiado para mí. Yo estaba recibiendo

muy poca honra y autoridad, y todos se alineaban con mi

cooperador de más edad. Mas yo adoro a Dios y le

agradezco desde lo profundo de mi corazón por todo eso.

Fue el mejor entrenamiento. Dios deseaba que yo aprendiese

la obediencia, por eso él dispuso que yo encontrase muchas

dificultades. Así, con el tiempo, fui llenado de alegría y paz

en mi camino espiritual».

Otra importante lección espiritual que Nee recibió de la srta.

Barber fue a enfatizar la vida antes que la obra, pues a Dios

le importa más lo que somos que lo que hacemos para él.

También le advirtió acerca del peligro de la popularidad, que

se constituye en un instrumento de seducción para los

jóvenes predicadores.

Un episodio familiar ocurrido en este tiempo dejó una

profunda enseñanza en Nee. Dios le mostró que durante las

vacaciones debería ir a predicar a una isla plagada de

piratas. Aceptó el llamado, e hizo los preparativos. Cuando

todo estaba listo, y muchos hermanos se habían

comprometido, sus padres se le opusieron. ¿Qué hacer?

Consultó a Dios y sintió que debía obedecer a sus padres.

Aunque era el deseo de Dios que fuera a predicar a la isla,

ese propósito quedaba en Sus manos para su cumplimiento.

Como To-Sheng no se sintió con la libertad de dar a conocer

las razones de su deserción, se ganó una generalizada

repulsa de parte de los hermanos.

Más tarde, pudo interpretar esa experiencia objetivamente a

la luz de la crucifixión. La revelación de la voluntad de Dios

puede ser clara, pero el cumplimiento de esa voluntad para

nosotros puede ser en forma indirecta. «Nuestra estima de

nosotros mismos se alimenta y nutre porque decimos: ¡Yo

estoy haciendo la voluntad de Dios! y nos lleva a pensar que

ninguna cosa debe interferir en nuestro camino. Pero cierto

día Dios permite que algo se cruce en nuestro camino para

contrarrestar esa actitud. Al igual que la cruz de Cristo,

atraviesa, no nuestra voluntad egoísta, sino, aunque parezca

extraño, ¡nuestro celo y amor por el Señor! Esto resulta muy

difícil de aceptar». De hecho, en aquel momento, no fue

capaz de hacerlo.

Cuando Nee concluyó sus estudios en el Colegio Trinidad, a

los 21 años de edad, tuvo la satisfacción de ser uno de los

Page 52: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

dos mejores alumnos –junto a Wang Tse–, y sobre todo, de

haber ganado un gran número de convertidos, tanto en el

colegio, como en la ciudad y sus alrededores. La creación de

una pequeña revista mimeografiada, El Presente Testimonio,

cuya primera tirada fue de 1400 ejemplares, había

contribuido al crecimiento espiritual de los convertidos y los

obreros jóvenes.

Una desilusión amorosa

En la misma ciudad de Fuchou vivía una familia de apellido

Chang. El padre, Chang Chuenkuan era un querido amigo

cristiano, que llegó a ser pastor de la Alianza Cristiana y

Misionera, y pariente lejano del padre de To-Sheng. Sus

hijos eran de la misma edad y las dos familias se llevaban

muy bien. La pequeña Pin-huei (conocida también como

Charity) andaba siempre correteando detrás de To-Sheng.

En sus travesuras y entretenimientos todos los consideraban

como el «hermano mayor».

Cuando los jóvenes crecieron, To-Sheng comenzó a

interesarse por Pin-huei, su ex-compañera, que era bonita e

inteligente. Sin embargo, sus intereses diferían mucho.

Mientras Nee había hecho la firme decisión de dedicarse de

lleno a la predicación del evangelio, Pin-huei se convirtió en

una joven mundana. Cuando Nee le compartía el evangelio,

ella se burlaba de Dios y de él.

Un día que To-Sheng leía el Salmo 73:25: «Fuera de ti nada

deseo en la tierra», el Espíritu de Dios lo compungió porque

él no podía decir lo mismo. «Sé que tienes un deseo

consumidor en la tierra. Debes renunciar a lo que sientes por

la señorita Chang. ¿Qué cualidades tiene ella para ser la

esposa de un predicador?». Su respuesta fue un intento de

hacer un pacto con el Señor. «Señor, haré cualquier cosa por

ti. Si quieres que lleve tus buenas nuevas a las tribus que aún

no han sido alcanzadas, incluso en el Tíbet, estoy dispuesto

a ir; pero no puedo hacer esto que me pides».

Con este sentimiento atado a su corazón, se lanzó a predicar

el evangelio con mayor ahínco. Por su parte, Pin-huei se

entregó a una vida de estudio y compromisos sociales. Poco

tiempo después, al comprobar que ella no se interesaba en

las cosas del Señor, sino que persistía en seguir el mundo,

decidió olvidarla. Fue a su habitación, se arrodilló y

encomendó el asunto firme y definitivamente a Dios, y

escribió su poesía «Amor sin límites». Era el 13 de febrero

de 1922.

Tu amor, ancho, alto, profundo, eterno,

es en verdad inmensurable,

pues sólo así pudiste bendecir tanto

a un pecador como yo.

Mi Señor pagó un precio cruel

para comprarme y hacerme suyo.

No puedo sino llevar su cruz con gozo

y seguirle firmemente hasta el fin.

A todo yo renuncio

pues Cristo es ahora mi meta.

Vida, muerte, ¿qué pueden importarme?

¿Por qué he de lamentar lo pasado?

Satanás, el mundo, la carne

procuran apartarme.

¡Oh, Señor, fortalece a tu débil criatura,

no sea que traiga deshonra a tu nombre!

(Traducción libre).

Sin embargo, Dios no había dicho la última palabra.

Pasarían todavía diez años antes de que este capítulo se

cerrase.

Otras lecciones espirituales

Muchas lecciones espirituales fueron aprendidas por Nee en

este tiempo. Por ejemplo, recibió un golpe a su ego al

comprobar que muchas mujeres cristianas analfabetas,

conocían más al Señor que él, pese a todo su conocimiento

bíblico. «Yo conocía el libro que ellas apenas podían leer,

mientras que ellas conocían a Aquel de quien habla el

Libro».

En cuanto a su sustento, también recibió una enseñanza

definitiva. Como ya había dejado el Colegio, debería pensar

en cómo confiar en Dios para suplir sus necesidades

materiales. Las misioneras le habían prestado libros sobre

las vidas de fe de Jorge Müller y Hudson Taylor, quienes

habían confiado enteramente en Dios. La misma Margaret

Barber era un vivo ejemplo de ello. Así, To-Sheng decidió

tomar el mismo camino.

Por este tiempo tuvo también una experiencia especialmente

dolorosa: por razones que no están claras, fue excluido de la

comunión con los hermanos. La decisión le fue comunicada

por carta cuando él estaba lejos. Como es natural, su primera

reacción fue de irritación, pero el Señor habló a su corazón.

Al llegar a la ciudad, muchos hermanos le esperaban para

solidarizar con él, pero él les dijo que el Señor no le permitía

defenderse, que abandonaría la ciudad para no provocar una

división, y que ellos deberían quedarse quietos. En esta

situación él aprendió a permanecer de manera práctica a

tomar la cruz y seguir al Señor.

De un testimonio dado por Nee en octubre de 1936, se puede

deducir que el motivo pudo ser el diferente énfasis en hacer

la obra de Dios, el de ellos, era evangelístico, y el de Nee era

la edificación de las nacientes iglesias. Un autor dice que la

causa fue el que Nee se oponía a la ordenación de uno de

ellos por un misionero denominacional.

Sea como fuere, lo cierto es que, al poco tiempo, muchos de

ellos se arrepintieron de haberlo excluido. Uno de ellos dijo:

«Obramos muy neciamente, pero quizá estábamos muy

influenciados por celos, pues el hermano Nee era mucho

más dotado que nosotros».

Cuando Nee era ofendido por alguien, no le guardaba

rencor. Al contrario, solía decir: «Los hermanos que pecan

son como niños que caen en un charco con barro. Sus

vestidos y cabellos se ensucian. Pero déles un baño y estarán

nuevamente limpios. En el futuro, todos los hermanos y

hermanas serán piedras preciosas transparentes en la Nueva

Jerusalén».

Otro fuerte golpe recibió Nee en enero de 1925, cuando le

fue sugerido por su amigo Wang Tsai que no asistiera a la

convención de Fuchou, por cuanto las críticas a la obra se

centraban en él. Este pedido sacudió su paz en Cristo y lo

hundió en una profunda desilusión. Sin embargo, recibió del

Page 53: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Señor las siguientes palabras: «Deja tus problemas conmigo.

¡Ve y predica las buenas nuevas!».

En una de esas salidas a predicar, tuvo una maravillosa

experiencia en el pueblo de Mei-hua, que Nee relata en su

libro «Sentaos, Andad, Estad firmes». Fue a ese pueblo con

un pequeño grupo de seis jóvenes. Los vecinos allí tenían

anualmente una celebración en honor de su dios Ta-wang.

Ellos confiaban tanto en su dios, así que no precisaban creer

en Cristo. Uno de los jóvenes cristianos desafió al dios Ta-

wang, y Dios les dio una maravillosa victoria, humillando al

ídolo y abriendo el camino para la fe.

Un ministro preparado

Watchman Nee no frecuentó nunca una escuela teológica o

Instituto bíblico. Pero estaba consciente de que Dios quería

siervos preparados, por eso se dedicó a estudiar y meditar la

Palabra de Dios, y a leer extensamente tanto comentarios

bíblicos como biografías de destacados siervos de Dios. Su

capacidad era tal, que podía comprender, y memorizar

mucho material de lectura en muy poco tiempo. Él

fácilmente podía captar los temas de un libro con una rápida

ojeada.

Nee encontró mucha ayuda personal en los escritos de

Andrew Murray y F. B. Meyer, sobre la vida práctica de

santidad y liberación del pecado. También leyó sobre

Charles Finney, Evan Roberts y el avivamiento de Gales;

indagó en los libros de Otto Stockmayer y Jessie Penn Lewis

sobre el alma y el espíritu, y la victoria sobre el poder

satánico. Siguiendo el ejemplo de Govett, Panton y Darby,

Nee vio la necesidad de buscar una forma más primitiva de

adoración que la ofrecida por las denominaciones, las que en

ese tiempo ofrecían ya un triste espectáculo de molicie y

religiosidad muerta.

Por medio de M. Barber, Nee se familiarizó con los libros de

Madame Guyon, D. M. Panton, Robert Govett, G. H.

Pember, William Kelly, C. H. Mackintosh, entre otros.

En el comienzo de su ministerio, él invertía un tercio de sus

ingresos en sus necesidades personales, un tercio en ayudar

a los demás, y el tercio restante para comprar libros. Él hizo

un acuerdo con algunos libreros de libros usados de Londres

de que siempre que ellos recibiesen algún libro de los

autores que a él le interesaban, que se los remitiesen

inmediatamente.

Él llegó a tener una colección de más de 3.000 volúmenes de

los mejores libros cristianos. Cuando aún era un joven, el

cuarto de Nee estaba casi lleno de libros. Había libro en el

suelo, y una ruma a cada lado de la cama, dejando apenas

espacio para acostarse. Muchos comentaban que él estaba

enterrado en libros. Sin embargo, su principal lectura

siempre fue la Biblia, que leía sistemáticamente cada día,

hasta completar al menos una lectura del Nuevo Testamento

al mes.

Pese a que su salud era precaria, repartía su tiempo entre sus

estudios, la obra, y la edición de su pequeña Revista

cristiana. La revista se publicaba en forma irregular a

medida que Dios le enviaba dinero por medio de pequeñas

ofrendas, y era distribuida sin cargo. Su nombre comenzó a

conocerse, y ya recibía invitaciones para dar su testimonio y

predicar.

Su mensaje era muy novedoso para su época, pues exponía

de forma sencilla y clara que el único camino a Dios es por

medio de la obra consumada de Cristo. Demasiados

cristianos se esforzaban por lograr la salvación en base a sus

propias obras, lo que, en principio, no se diferenciaba mucho

del budismo. Predicaba también que para los creyentes no

era suficiente con recibir el perdón de los pecados y la

seguridad de la salvación, puesto que sólo representaba el

punto de partida. Era un evangelio para los creyentes.

En los próximos años, el peregrinar espiritual de Nee lo

llevó a ministrar a estudiantes de Colegios y Seminarios, a

colaborar con la revista Luz Espiritual, dirigida por Li Yuen-

ju, a cambiar el nombre de su propia revista Avivamiento,

por el de El Cristiano, y a establecer en Shangai su base de

operaciones.

Enfrentando una prueba grande

Sin embargo, lo que sacudió profundamente su vida por este

tiempo fue un problema de salud. Los problemas habían

comenzado en 1924 con apenas un leve dolor en el pecho. El

médico que lo examinó le dijo que era una tuberculosis, por

lo que sería necesario un prolongado descanso. Pasados

algunos meses de cuidados especiales, la enfermedad no

cedía. Un nuevo examen indicó que la enfermedad había

avanzado. El pronóstico del médico fue muy desalentador:

«Tiene avanzada tuberculosis en sus pulmones. Vuelva a su

casa, descanse y coma alimentos nutritivos. Es todo lo que

puede hacer. Puede ser que mejore.» Todas las tardes tenía

fiebre y por las noches transpiraba y no lograba dormir. Para

predicar debía realizar un inmenso esfuerzo, que lo dejaba

exhausto.

Había tenido tantos planes, tantas esperanzas de grandes

cosas. Ahora Dios le decía que no. Comenzó a examinarse.

Surgió en él un deseo de ser puro ante Dios, confesando

pecados, buscando así una explicación de lo que él pensaba

era el disgusto de Dios.

De regreso en Fuchou por asuntos familiares, Nee tuvo una

experiencia inolvidable. Por esos días andaba muy

debilitado y enfermo; su aspecto era bastante deplorable

para un joven como él. Se encontró en la calle con un

antiguo profesor del Colegio Trinidad. Por tradición, los

estudiantes chinos tienen en alta estima a sus profesores,

volviendo a ellos para agradecerles cada vez que obtienen

algún éxito. El profesor lo invitó a tomar té, y le enrostró su

fracaso: «Teníamos un alto concepto de ti en la escuela y

teníamos esperanzas de que lograrías algo importante. ¿No

has adelantado ni un centímetro? ¿No has progresado? ¿No

tienes carrera, nada? Nee, por un momento, se sintió muy

avergonzado. Pero de pronto, según cuenta, «supe lo que era

tener el Espíritu de gloria sobre mí. Podía levantar la vista y

decir: Señor, te alabo que he escogido el mejor camino. Para

mi profesor era un desperdicio total servir al Señor Jesús;

pero esa es la meta del evangelio: entregar todo a Dios».

Pero su enfermedad no cedía, y su madre, Huo-Ping tuvo la

impresión, al verle, que le quedaba muy poco tiempo. En

esos días recibió nueva luz de 2 Corintios, la carta

Page 54: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

autobiográfica de Pablo, acerca del vaso de barro, que le

animó y consoló en su propia debilidad.

Dentro de las fuerzas que escasamente poseía, se abocó a la

tarea de terminar un libro que había comenzado poco tiempo

antes, sobre el hombre de Dios, que describía en forma

concienzuda el espíritu, alma y cuerpo. Luego de escribir

algunos capítulos, lo había abandonado por considerarlo

demasiado teórico; ahora, en vista del escaso tiempo que le

quedaba, decidió intentar terminarlo. Le parecía que sería

una pérdida no compartir sus experiencias espirituales al

respecto antes de morir.

Gracias a la oración persistente y el apoyo de numerosos

hermanos y hermanas, logró concluir en cuatro meses el

primer tomo de El Hombre Espiritual. Para escribir, se

sentaba en una silla de respaldo alto y apretaba su pecho

contra el escritorio para aliviar el dolor. De la hermana Ruth

Lee recibió ayuda para la revisión literaria del libro, y lo

publicó en Shangai. Un par de años después, en junio de

1928, Nee logró terminar el resto.

Fue el primer libro que escribió y el último, pues todos sus

otros libros son recopilaciones de mensajes orales. Más

tarde, Nee no aceptó hacer nuevas reimpresiones de El

Hombre Espiritual, porque le parecía demasiado perfecto y

sistemático. Pensaba que los lectores corrían el peligro de un

entendimiento intelectual de las verdades, sin sentir la

necesidad del Espíritu Santo. Además, la parte sobre la

lucha espiritual enfatizaba sólo el aspecto individual, pero

más tarde tuvo más luz para ver que era un asunto del

Cuerpo de Cristo y no del individuo.

Después de concluido el libro, Nee oró a Dios: «Ahora

permite a tu siervo partir en paz». En esos días, su

enfermedad empeoró a tal punto que por las noches sudaba

copiosamente, y no lograba dormir. Era apenas piel y

huesos. Su voz estaba ronca. Algunas hermanas se turnaban

para atenderlo. Una enfermera que lo visitó dijo: «Nunca vi

un enfermo con una condición tan lamentable». Un hermano

telegrafió a las iglesias de diferentes lugares, avisando que

ya no había esperanza, que no necesitaban orar más por él.

Mientras oraba al Señor en su lecho de enfermo, Nee recibió

tres palabras del Señor: «El justo por la fe vivirá» (Rom.

1:17); «Porque por la fe estáis firmes» (2 Cor. 1:24); y

«Porque por fe andamos» (2 Cor. 5:17). Nee creyó que esas

palabras significaban su sanidad. Así que, luchando contra

su incredulidad, y contra los susurros de Satanás, se levantó

con gran dificultad, se puso su ropa que hacía casi seis

meses que no usaba, y se paró, repitiendo las palabras

recibidas.

Sintió que el Señor le decía que fuera a la casa de la

hermana Ruth Lee. Allí, desde hacía varios días, había un

grupo de hermanos y hermanas orando y ayunando por su

salud. Cuando abrió la puerta y vio la escalera le pareció la

más alta que había visto en su vida (pues estaba en un

segundo piso). «Le dije a Dios: –cuenta Nee– «Puesto que

me dijiste que ande, lo haré, aunque la consecuencia sea la

muerte. Señor, no puedo andar; por favor, sosténme con tu

mano». Apoyándome en el pasamanos descendí escalón por

escalón, nuevamente sudando frío. A medida que descendía

seguía clamando «andar por fe», y a cada escalón oraba:

«¡Oh Señor, tú eres quien me haces caminar». A medida que

descendía los 25 escalones, era como si estuviese, por la fe,

con mis manos en las manos del Señor. Al llegar al final, me

sentí fortalecido y caminé con rapidez hacia la puerta del

fondo. Al llegar a la casa de la hermana Lee, golpeé la

puerta como lo hizo Pedro (Hch. 12:12-17), y al entrar, siete

de los ocho hermanos y hermanas pusieron sus ojos en mí,

sin hacer ni decir nada, y a continuación, todos se sentaron

allí quietos por casi una hora, como si Dios hubiese

aparecido entre los hombres. Al mismo tiempo, yo me sentí

lleno de acciones de gracias y de alabanzas al Señor.

Entonces les relaté todo lo sucedido en el transcurso de mi

sanidad. Llenos de alegría hasta el júbilo en el espíritu,

alabamos en voz alta la maravillosa obra de Dios... Al

domingo siguiente, hablé tres horas desde una plataforma».

Más tarde confesaría que durante aquellos largos días de

postración, él recibió luz para ver las directrices que debería

tener la obra que Dios le había llamado a realizar: obra de

literatura, reuniones para «vencedores», edificación de

iglesias y entrenamiento de jóvenes.

Sin embargo, aun cuando fue sanado milagrosamente de la

tuberculosis, padeció de una angina de pecho por cuarenta y

cinco años, de la que no fue sanado. Frecuentemente, él

sufría de fuertes dolores, aun en medio de las predicaciones,

que le obligaban a apoyarse en el púlpito. Dios permitió que

de esa manera él viviera en continua dependencia de Dios

para desarrollar su ministerio.

Crecimiento e influencias

A principios de 1928 Nee arrendó una casa en la calle Wen

Teh Li, en Shangai, que fue la sede de la obra a partir de

entonces. Allí tuvo lugar ese mismo año la primera

Conferencia de Shangai, en un pequeño salón para 100

personas.

En mayo de 1930 tuvo la tristeza de saber que Margaret

Barber había partido con el Señor. Muchas veces después,

Nee habría de reconocer que de ella aprendió las más

valiosas lecciones espirituales en su vida. En la Biblia que

ella le legó estaba la siguiente inscripción: «Oh Dios, dame

una completa revelación de ti mismo», y en otro lugar: «No

quiero nada para mí misma, quiero todo para mi Señor».

Ella murió tal como siempre vivió: sin un centavo en su

bolsa, pero rica en Dios, «...como pobre, pero enriqueciendo

a muchos».

Otros hombres de Dios, extranjeros, habrían de ser un grato

aliento y edificación para Nee. Lo fue primeramente C. H.

Judd, y después Thornton Stearns. Más tarde también lo

sería Elizabet Fischbacher.

T. Stearns era catedrático de la Universidad de Chefú, que

tenía un grupo de oración y estudio bíblico compuesto por

profesores y alumnos de esa universidad. Nee fue invitado

en 1931 a dirigir una serie de reuniones para ellos, con gran

éxito. Muchos jóvenes se agregaron a la fe.

Comunión con los Hermanos

En noviembre de 1930, Nee y los hermanos conocieron a

Carlos R. Barlow, y a través de él, a los principales

exponentes del grupo de los Hermanos de Londres (de la

Page 55: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

facción «exclusivista»). Entre ellos surgió una entusiasta

comunión, que derivó en un viaje de Nee a Londres y

Estados Unidos.

En Inglaterra fue muy bien recibido, y no sin extrañeza, por

tratarse de un joven chino que mostraba gran madurez

espiritual. Nee tuvo gran admiración por su erudición

bíblica, pero se impacientó al ver su arrogancia y su

inclinación por los largos debates teológicos.

La comunión se vio empañada muy luego por el excesivo

celo de los Hermanos, quienes se molestaron porque Nee

participó en Londres de la Mesa del Señor con otros

hermanos. Esto trajo consigo una larga y triste serie de

conversaciones, que derivaron, posteriormente, en la ruptura

de los Hermanos.

El día del gozo

En 1934 concluyó la larga espera de Nee por una esposa.

Para su sorpresa, Chan Pin-huei se volvió al Señor en Wen

Teh Li, después de acabar sus estudios de inglés en la

Universidad de Yenching. Era una joven muy culta,

hermosa, y ahora, muy humilde y temerosa de Dios.

Después de largas consideraciones y mucha oración, decidió

pedirla en matrimonio. La oposición no fue menor, tanto de

algunos familiares de ella – por casarse con un «predicador

despreciado»; como de los hermanos, que casi lo

idolatraban, al juzgar que un hombre de oración como él no

debería preocuparse de cosas tales como sexo y la

procreación.

El 19 de octubre de ese año, tras concluir la cuarta

Conferencia de Vencedores en Hangchou, se casaron, el

mismo día del aniversario matrimonial de los padres de Nee.

Dieron gracias a Dios rodeados de hermanos, y cantando el

himno que él le escribiera a su amada diez años antes.

El vigía que vino de China (2a Parte)

Watchman Nee nació en China, en 1903. Cristiano de

tercera generación, a los 17 años de edad se consagró

enteramente al servicio del Señor. Gracias a la ayuda

recibida especialmente de la misionera Margaret Barber,

Nee progresó rápidamente en el conocimiento del Señor

Jesucristo y del propósito de Dios.

Su fe fue grandemente probada a los 24 años de edad,

cuando estuvo aquejado de una enfermedad mortal, de la

cual fue sanado milagrosamente.

En 1934, luego de una larga espera por Pin-huei, su novia de

juventud, se casó con ella.

Tempranamente, Watchman Nee conoció el sinsabor de la

maledicencia. Recién casado, una tía de su esposa dio rienda

suelta a su enojo por el enlace de su sobrina con tal sujeto,

publicando en un diario de amplia difusión una serie de

diatribas contra Nee, durante una semana antera. Ella lo

acusaba de ser un predicador de baja moral, sostenido por

fondos extranjeros.

El impacto sobre el ánimo de Nee fue muy fuerte,

llevándolo casi a la depresión. Sin embargo, varias

experiencias alentadoras vendrían a sacarle de ese estado.

Por lo demás, la obra que se expandía reclamaba su

atención. Dos fueron los medios que permitieron esta

expansión. Una, la amplia difusión que tuvieron las

publicaciones de Nee entre cristianos de todas las

filiaciones. Su claridad y sencillez para exponer las

doctrinas bíblicas fueron de gran ayuda para los recién

convertidos. Lo segundo, fue el uso espontáneo del hogar de

los creyentes como centros para el desarrollo de nuevas

iglesias. Grupos de oración surgían en cada nueva ciudad a

donde los cristianos se trasladaban. A esto se sumaba la

labor de los obreros, que evangelizaban y establecían nuevas

iglesias. Para 1938, Nee declaró que había 128 ‗apóstoles‘

dedicados a la obra. Algunos de ellos en el extranjero:

Filipinas, Singapur, Malasia e Indonesia. El mismo Nee

visitó Manila en 1937.

En el año 1935 se unió a Nee Chiang Sho Dao, más

conocido como Stephen Kaung. Proveniente de una familia

metodista, conoció a Nee en una conferencia en una

universidad en Shangai, donde Kaung estudiaba. Kaung

habría de ser posteriormente uno de los más fieles

colaboradores, y continuadores de la obra de Nee en

Occidente, y lo es hasta el día de hoy.1

Las nuevas necesidades que surgían condujeron a Nee a

dejar de lado parcialmente las enseñanzas sobre la vida

interior del cristiano, para abocarse a asuntos más técnicos y

prácticos de la obra y las iglesias. Es así como se publicó en

1938 el libro Reviendo la Obra, conocido hoy bajo el título

La Iglesia Normal. Este libro fue objeto de mucha polémica,

si bien realiza aportes incuestionables para una visión más

clara del modelo apostólico de la iglesia.

Un fructífero recorrido por Europa

Este mismo año, Nee hizo un viaje a Europa, donde conoció

personalmente a T. Austin-Sparks, de quien había sido un

ávido lector. Con él asistió a la Conferencia de Keswick, en

Inglaterra. Por ese tiempo, se había desatado en toda su

crueldad la guerra chino-japonesa. Cuando le tocó hablar,

Nee dirigió a la reunión en intercesión por el lejano oriente,

en tales términos que dejó una huella indeleble en los que le

escucharon.

A. I. Kinnear, uno de sus biógrafos, estaba presente en

aquella ocasión: «Fue una oración que los presentes jamás

olvidaron: ‗El Señor reina; lo afirmamos osadamente.

Nuestro Señor Jesucristo está reinando, y él es Señor de

todo. Nada puede tocar su autoridad. Son fuerzas

espirituales que están decididas a destruir sus intereses en

China y en Japón. Por lo tanto, no rogamos por China ni

tampoco por Japón, sino que rogamos por los intereses de tu

Hijo en esos dos países. No culpamos a ningún hombre,

pues son sólo instrumentos en la mano de tu enemigo.

Nosotros deseamos tu voluntad. Quiebra, oh Señor, el reino

de las tinieblas, pues las persecuciones de tu iglesia te están

hiriendo a ti. Amén».

Durante la Conferencia habló sobre las cualidades

necesarias para un misionero, y, basado en la epístola a los

Romanos, habló sobre «La obra del Señor para nuestra

salvación: el Señor mismo como nuestra vida». Fue muy

significativo que el fin de semana haya participado de la

gran reunión de comunión bajo el lema: «Todos uno en

Cristo Jesús».

Page 56: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

A. I. Kinnear habla así de su experiencia personal con Nee:

«Cuando hablaba en público, su excelente dominio del

idioma inglés, junto con sus modales agradables, hacía un

deleite el escucharle. Pero era el contenido de sus mensajes

que nos cautivó. No desperdiciaba palabra, sino que iba al

grano y señalaba algún problema de la vida cristiana que nos

preocupaba desde tiempo atrás, o nos confrontaba con

alguna demanda de Dios que habíamos dejado de lado».

En cuanto a mantener la comunión con el Señor, Nee solía

usar el siguiente ejemplo: «Suponga que un tren esté

viajando de Szchuan para Kunmim. Él debe pasar por

muchos túneles. A veces está viajando en la oscuridad, a

veces en la luz. La experiencia de la comunión de un

cristiano con el Señor es igual. Si está en la oscuridad, él

primero debe confesar su pecado. Si no hay ningún

sentimiento de pecado, debe ejercitar su voluntad para

continuar en la comunión».

Mientras estaba en Inglaterra, Nee recibió la triste noticia de

que Pin-huei había perdido al hijo que esperaban. Pin-huei

no volvió a concebir, y el matrimonio no llegó a compartir el

gozo de tener hijos.

En octubre, Nee fue invitado a Dinamarca para celebrar

reuniones. En Copenhague, dio una serie de mensajes sobre

Romanos 5 al 8 titulados La Vida cristiana Normal. Estos,

junto con otros sobre el mismo tema, formaron más tarde los

libros que llevan dicho nombre y el de La Cruz en la Vida

Cristiana Normal. Pasando a Odense, dio una notable charla

sobre las palabras claves de Efesios: Sentaos, Andad, Estad

Firmes, que luego se publicara en forma de libro.

Cuando llegó a París, de regreso de Noruega, Alemania y

Suiza, encontró una carta de sus colaboradores en Shangai

instándole a encarar más a fondo el problema de la

aplicación práctica del Cuerpo de Cristo con su nuevo amigo

y consejero Austin-Sparks. Sin embargo, Austin Sparks

había elegido enfatizar más bien el Cuerpo místico de Cristo

y la libertad del Espíritu para darle hoy una variedad de

expresiones sobre la tierra, cada una un testimonio de la

Cabeza que está en el cielo. De manera que aunque la

comprensión y amistad entre ellos eran profundas, en este

particular les costó ponerse de acuerdo. No tenían

desacuerdo en cuanto al vino nuevo, pero la preocupación de

Nee radicaba en los odres que lo contenían.

Allí en París, con la ayuda de Elizabet Fischbacher, tradujo

al inglés su libro Reviendo la Obra, que se publicó en

Inglaterra en mayo de 1939.

De vuelta en Shangai

De vuelta en Shangai, hubo que atender otros asuntos. Uno

de ellos era la estrechez del local de la calle Wen The Li.

Habían anexado dos casas a la primera, pero el espacio aún

era pequeño. Más tarde se agregarían otras dos, obligando a

una nueva distribución cada vez.

Alguien describió así la escena en esas reuniones: «El

domingo por la mañana muchas personas se reúnen en

silencio a las 9:30 para escuchar la predicación de la

Palabra. Las mujeres de un lado y los hombres de otro,

siendo el salón más ancho que largo. En los bancos sin

respaldo todos deben sentarse lo más juntos posible para

aprovechar al máximo el espacio, pues en tres lados de la

parte exterior del edificio hay personas escuchando por las

ventanas y ante la amplia puerta de dos hojas, o bien por

altoparlantes. Otros están reunidos en el piso superior. Junto

con los pobres están los cultos y los ricos: doctores junto

con obreros, abogados y maestros con culis y cocineros.

Entre las hermanas modestamente vestidas hay no pocas

mujeres y muchachas modernas con peinados de moda y

maquillaje, mangas cortas y vestidos de seda con tajos en los

costados. Los niños corretean de un lado a otro, los perros

entran y salen, los vendedores ambulantes pasan por la calle,

se oyen los bocinazos de los coches y los altavoces suenan

distorsionados. Pero cada domingo se predica fielmente la

palabra de la cruz. Se les da el alimento más sólido y un

desafío claro».

En sus predicaciones, Nee mantenía la atención con sus

modales suaves, su razonamiento sencillo, pero exhaustivo y

con sus analogías muy adecuadas. Jamás se le vio utilizar

notas, pero recordaba y podía reproducir cualquier cosa que

había leído. Para ilustrar algo visualmente dibujaba en el

aire un cuadro imaginario, y si para ilustrar algún punto

contaba una anécdota personal, casi siempre iba en contra

suya. Su agudo sentido del humor producía a menudo risa en

el auditorio y nadie se dormía en sus reuniones. Pero de

principio a fin jamás se desviaba de su tema.

En cuanto a la orientación del Señor para la obra, Nee era

muy agudo en su discernimiento y rápido en tomar

decisiones. Explicando por qué era así, decía: «Si me

equivoco, el Señor usará el muro y el asna para frenarme, así

como lo hizo con Balaam».

Su esposa, siempre presente, callada y reservada, prefería

mantenerse un tanto alejada del grupo, pero lo apoyaba en

todo lo que él hacía.

En la primavera de 1940, Nee dio una serie de estudios muy

prácticos sobre Abraham, Isaac y Jacob, bajo el título Los

tratos de Dios en su Pueblo, que fue publicado más tarde

bajo el título Transformados en su semejanza. Como efecto

de su viaje a Europa, su predicación sobre la iglesia llegó a

ser más espiritual o mística. «La Iglesia, Los Vencedores y

el Eterno Propósito de Dios» fue el tema de sus mensajes en

la Primera Conferencia, a los que siguió un curso muy

completo sobre «la Iglesia, el Cuerpo y el Misterio».

Otra vez bajo la disciplina del Señor

Por este tiempo, el ministerio de Nee experimentó un vuelco

importante. Las condiciones económicas en China se

volvieron muy difíciles a causa de las continuas guerras.

Muchos obreros que servían a tiempo completo empezaron a

tener necesidad. Nee se había hecho cargo del sostenimiento

de muchos de ellos, pero ahora se veía limitado para

ayudarlos. Desalentado por este problema que se agudizaba

con el paso de los meses, Nee tomó una decisión que fue

muy resistida por algunos.

Su hermano Huai-tsu, doctor en Química, había formado un

centro de investigación en su propio laboratorio. También

había establecido en Shangai una droguería para la

manufactura y distribución de medicamentos. Siendo Huai-

tsu un buen profesor y científico pero mal hombre de

negocios, la empresa no prosperaba. Ellos esperaban que

Page 57: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Nee socorriese a su hermano, puesto que él ayudaba a tantos

hermanos. Pero como no lo hacía, los padres llegaron a

criticarlo por eso.

Nee vio que allí había un potencial. La empresa, por no estar

directamente ligada con la guerra, podría prosperar, pues

suplía una necesidad para el país. Así, tuvo la idea de formar

una compañía asociada para la manufactura de drogas de

primera calidad, empleando la experiencia de su hermano

como químico y donando las ganancias a la obra del Señor.

Así nació «Laboratorios Biológicos y Químicos de la

China», con domicilio en Shangai.

Al principio Nee, como presidente del directorio, dejó las

cosas en manos del gerente C. L. Yin, y sólo vigilaba las

operaciones ocasionalmente, vistiendo un traje moderno de

hombre de negocios para las entrevistas, y poniéndose luego

su humilde vestimenta habitual para visitar a los creyentes.

Muchos pensaban que Nee había abandonado la obra.

Cuando un grupo de hermanos le visitó y le interrogó al

respecto, él dijo: «Sólo estoy haciendo lo que Pablo hizo en

Corinto y en Éfeso. Es algo excepcional y sólo dedico una

hora diaria a capacitar a los representantes de la compañía;

luego hago la obra del Señor». Cuando insistían, él

replicaba: «Soy como una mujer que ha quedado viuda y

tiene que salir a trabajar por necesidad». Sin embargo, más

tarde, él reconoció que había otras razones: una de ellas era

la pesada monotonía de su diaria rutina.

Este nuevo modo de vida fue cuestionado por los cuatro

ancianos de la iglesia en Shangai. Habían cambiado su

concepto de él y llegaron a considerarlo un desertor. Así

que, a fines de 1942 le pidieron que se abstuviera de

predicar en Wen Teh Li. El impacto que esta decisión

produjo en los hermanos fue severo y, como es lógico, dio

lugar a muchas especulaciones. Algunos criticaban incluso

los almuerzos de Nee con gente del mundo.

Dado el silencio que mantuvieron los ancianos, él sentía que

todo su testimonio estaba en juego. Sin embargo, a causa del

gran número de obreros que dependía de él, no sintió

libertad para revocar su decisión. No procuró vindicarse a sí

mismo, sino que aceptó la decisión de los ancianos como

una disciplina de Dios, quien a su tiempo justificaría tal

acción.

Su esposa, quien le ayudaba en el laboratorio, no podía

entenderlo. Cierto día oyó a Nee respondiendo un llamado

telefónico en el cual la otra persona hablaba con voz fuerte

durante largo tiempo. Él se limitó a escuchar, contestando de

vez en cuando: «Sí... sí... gracias... gracias». «¿Quién era el

que te hablaba de esa forma?», le preguntó cuando colgó el

teléfono. «Era un hermano que me decía todo el mal que yo

estaba haciendo». «¿Y eres culpable de todo eso?», le

preguntó ella. «No», replicó. «Entonces, ¿por qué no le diste

una explicación en vez de decir ‗gracias‘?», exclamó

impacientemente. «Si alguien exalta a Nee To Sheng hasta

el cielo», le respondió, «sigue siendo Nee To Sheng. Y si

alguien lo pisotea hasta el infierno, sigue siendo Nee To

Sheng».

En otra oportunidad le preguntaron por qué no trataba de dar

explicaciones, evitando así ser mal interpretado. Él

respondió: «Si las personas confían en nosotros, no es

necesario explicar; si ellas no confían en nosotros, no sirve

de nada explicar». Él no sólo no se justificaba cuando era

calumniado, sino que tampoco argumentaba ni discutía

cuando era reprendido cara a cara por alguien. Nee decía:

«Cuanto más bajo colocamos algo, más seguro estará. Es

más seguro poner una copa en el piso».

Típico de su manera de ser, se sabe que incluso envió ayuda

económica secretamente a algunos de los hermanos que se

oponían a su conducta. Las ganancias de su empresa se

dedicaban enteramente al sostenimiento de obreros.

También invirtió dinero en la adquisición de un centro de

entrenamiento, con unas doce cabañas, en el Monte Kuling,

cerca de Fuchou, y para la construcción de un nuevo local de

reuniones en Shangai.

Cierta vez, Nee fue reprendido por un empleado durante un

largo tiempo. Nee estaba sentado calmadamente en una silla,

con un diario en la mano, sin mostrar ningún cambio en su

expresión. Cuando los vecinos se dieron cuenta de que el

empleado estaba actuando mal, intervinieron.

Nee creía que el Espíritu de Dios nos disciplina por medio

de todas las cosas que nos suceden. Dios prepara cada

detalle del ambiente que nos rodea, a fin de quitar de

nosotros lo que somos naturalmente, y conformarnos a la

imagen de Cristo. Todas las cosas de nuestra vida natural

deben ser quitadas, para que nuestro ser pueda ser

constituido por el Espíritu Santo con la vida divina. Nee

aprendió a aceptar todo tipo de circunstancias sin murmurar,

acusar, o criticar. Consideraba todo una disciplina del

Espíritu Santo; creía que todas las cosas colaboraban para su

bien espiritual. Quienes le conocieron le vieron siempre

calmado, en paz, y dispuesto a aceptar todo tipo de

situación.

En el Laboratorio pronto surgieron problemas que no había

previsto, y las demandas del negocio pronto comenzaron a

ocupar cada vez más de su tiempo. Había luchas comerciales

y una competencia exagerada con las otras compañías. Hubo

quejas de los accionistas, e incluso hubo accidentes. Sus

dones para organizar y conciliar fueron utilizados al máximo

en una situación delicada de por sí y agravada por la guerra.

Acuciado por las necesidades, Nee aceptó un empleo en el

gobierno. A causa de su rica experiencia en el Señor, era un

funcionario muy eficiente. Todos sus superiores lo

admiraban. Él nunca intentó demostrar que era superior; al

contrario, vivía y trabajaba en una actitud de sumisión y

acataba las órdenes de sus jefes. Cuando la guerra terminó,

le ofrecieron un alto cargo, sin embargo, él lo rechazó a

causa de su llamamiento para hacer la obra de Dios.

Su gran habilidad llevó a la empresa a ocupar el primer

lugar entre los productores e importadores de drogas en

China. En los dos años y medio siguientes viajó mucho, y

eventualmente también ministraba la Palabra en otros

lugares. En 1945 dio una serie de charlas sobre las Siete

Iglesias de Asia, identificándola con fases de la historia de la

Iglesia. Sin embargo, no se sentía con libertad para partir el

pan con los hermanos.

En Chunkin, le pidieron que participara de la mesa del

Señor. Sin embargo, él no lo hizo; simplemente se sentó y

oró en silencio. Cuando le preguntaron el motivo, él dijo:

Page 58: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

«El problema con la iglesia en Shangai aún no ha sido

resuelto; por lo tanto no puedo partir el pan aquí». Alguien

le preguntó cuándo reasumiría su ministerio, y él respondió:

«No hay ninguna posibilidad».

En su doble rol de hombre de negocios y ministro de Dios se

agilizó intelectualmente como nunca antes y gozaba de ello,

pero su físico frágil comenzó a resentirse. Las demandas de

su negocio eran tales que le quedaba poca fuerza para

ocuparse directamente en la obra del Señor.

Cuando terminó la invasión japonesa, Nee comenzó a hacer

planes para desligarse del laboratorio. En Shangai aún las

puertas estaban cerradas para él. Pero no sólo él tenía

problemas; la iglesia también. A causa de la guerra, tenían

dificultades para reunirse en Wen Teh Li, y sólo podían

hacerlo por las casas. Ahora, poco a poco, comenzaban las

actividades de nuevo.

A mediados de 1946, Nee pidió a Lee Shang-chou (Witness

Lee), que se trasladara de Chefú hasta Shangai para ayudar

en la obra. Lee se trasladó y fue de mucha ayuda. Su

carácter autoritario y sus dotes de organizador, devolvieron

el orden a la iglesia dispersa. Se estableció un estricto

programa de reuniones y orden por distritos. Sin embargo, a

poco andar, la libertad del Espíritu se comenzó a perder.

Incluso se llegó a instalar un sistema de relojes para registrar

la hora de llegada de cada creyente, y «se cerró»

celosamente la mesa del Señor. La disciplina y la sujeción

fueron la consigna de ese tiempo. Nee estaba ausente.

En el corazón de los que tenían la responsabilidad en las

iglesias, había gran preocupación por la prolongada ausencia

de Nee. Ya en 1946, Lee habían preguntado a los ancianos

en Shangai: «¿Actuaron en el Espíritu cuando tomaron la

decisión de excluirlo? ¿Cuál fue el efecto? ¿Pueden decir

que tal decisión produjo vida?». Con tristeza tuvieron que

responder negativamente.

Redimiendo el tiempo

En el verano de 1947, Nee compartió una serie de mensajes

que se reunieron bajo el título La Liberación del Espíritu,

que tratan del quebrantamiento necesario como condición

para la liberación del poder divino en el creyente. También

dirigió reuniones para estudiantes universitarios, tanto en

Shangai como en Fuchou, su ciudad natal.

Los últimos énfasis en las últimas enseñanzas de Nee tienen

que ver con tres tópicos principales: la disciplina del

Espíritu Santo, el quebrantamiento del hombre exterior (el

alma), y la liberación del espíritu. Aunque el Espíritu Santo

habita en nosotros, si nuestro hombre exterior no es

quebrantado, nuestro espíritu jamás podrá ser liberado, sino

que quedará aprisionado en nuestro interior. Por eso, el

hombre exterior debe ser quebrantado a fin de que el hombre

interior (el espíritu humano con el Espíritu Santo) pueda ser

liberado. Este quebrantamiento se produce a través de las

circunstancias de nuestra vida, ordenadas por el Espíritu

Santo. Cuando se produce la liberación del espíritu, aquellos

que nos escuchan son vivificados. Y en esto consiste, en

definitiva, la obra de Dios.

A comienzos de 1948, en reunión con varios obreros, entre

ellos Lee, Nee delineó un plan de acción para la obra que

establecía a Fuchou como centro. Este plan surgió a partir de

una nueva luz del libro de los Hechos, donde se vio que el

énfasis de la obra es regional. Desde Fochou (y otros centros

regionales) se esperaba abarcar toda la región adyacente,

mediante el envío de obreros y el traslado de familias.

A través de Lee, los ancianos de Shangai invitaron a Nee a

dirigir una Conferencia en Wen Teh Li, en el mes de abril.

Cuando Nee llegó, encontró unos sesenta obreros y más de

treinta ancianos de todas partes de China, junto a los de

Shangai mismo. Nee se reunió primero con los ancianos de

Wen Teh Li, y, en presencia de Dios, hizo una amplia

confesión de sus propias fallas durante los últimos años. Con

este acto de reconciliación fue restaurada finalmente la

comunión entre ellos. Habían pasado seis años.

Sin embargo, en Shangai había muchas innovaciones. Se

había establecido una forma de jerarquía entre los de mayor

responsabilidad que les hacía ocupar sillas más elevadas.

Por unanimidad, a Nee le reservaron la más alta.

Los hermanos habían esperado con mucha expectación su

retorno. Aquellos días, ellos colmaron el recinto. Uno de sus

primeros mensajes se basó en las palabras de Jesús: «Dad a

Dios lo que es de Dios» (Mr. 12:17). El efecto fue tremendo.

Muchos se volvieron al Señor. Antes del mes, alrededor de

doscientos nuevos creyentes habían sido bautizados. El lugar

de reunión, que tenía capacidad para 400 personas, reunía a

más de 1500, algunos sentados en las escaleras, en los

salones contiguos, o en la calle.

Ya se había difundido la noticia de que Nee había donado el

laboratorio a la iglesia. Como consecuencia, en medio de

una gran algarabía, muchos se consagraban a Dios trayendo

ofrendas en dinero para la extensión de la obra. Otros traían

donaciones en mercadería. Algunos entregaban sus

empresas para el uso de la iglesia. Tal cosa no se había visto

en China en el pasado. Era un retorno a Hechos 4 con sus

bendiciones.

El problema que se planteó entonces fue que las iglesias

tuvieron una prosperidad material sin precedentes.

Controlaban gran cantidad de fondos y dirigían empresas

justo en el momento cuando la palabra ‗capitalista‘

comenzaba a ser un término de oprobio, y cuando la mera

posesión de riquezas causaría sospechas.

El programa de capacitación para obreros se reanudó en

Fuchou. A mediados de junio de 1948 más de cien jóvenes

de varias ciudades se reunieron en el apartado y tranquilo

monte Kuling, donde Nee entregó variadas enseñanzas por

varios meses. Esos mensajes se han reunido y publicado

bajo los siguientes títulos: «El obrero cristiano», «El

ministerio de la Palabra de Dios», «Lecciones para nuevos

creyentes» (52 lecciones), «La Autoridad Espiritual», «Los

Asuntos de la Iglesia», «Escudriñad las Escrituras»,

«Pláticas adicionales sobre la Vida de la Iglesia».

Cuando Nee se dirigía a los obreros, era como si se abrieran

las compuertas que habían estado bajo presión durante

mucho tiempo. Caminaba de un lado a otro con las manos a

la espalda, hablando con todo el corazón. Luego de sus

charlas, daba tiempo para preguntas. Sus respuestas fueron

de mucho valor, jamás evasivas, y siempre francas y

directas. Su sensibilidad espiritual había alcanzado tal

Page 59: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

desarrollo, que era capaz de discernir la condición de los

demás de manera cabal, y ayudarlos. Su carácter era muy

dulce y suave, expresión clara de su madurez espiritual.

Cada mañana había una sesión dedicada a testimonios

individuales, donde un obrero podía hablar por una media

hora, después de lo cual los demás expresaban sus críticas, y

finalmente Nee resumía todo para beneficio del que había

testificado.

Todo el programa de capacitación era conducido bajo un

sentido de urgencia –Nee hablaba entre siete y ocho horas

diarias– pues el futuro político de la nación era desconocido.

La revolución de Mao tomaba cada vez más fuerza.

Preparándose para el invierno

A su regreso en Shangai, Nee encontró un clima de gran

agitación política y social. De la lectura de Marx y Engels,

Nee previó que de establecerse el marxismo en China, las

condiciones para la iglesia serían sumamente difíciles. A los

jóvenes presentes, les dijo: «Cuando los mayores caigan,

ustedes deben seguir adelante». Nee pensaba que, a lo más,

tendrían unos cinco años para hacer la obra de Dios con

libertad.

Sin embargo, a comienzos de 1949 la situación ya mostraba

signos preocupantes. Nee instruyó a Lee que hiciera los

arreglos para trasladarse con su familia hasta Taiwán. Otros

obreros fueron enviados a Singapur y Filipinas. La esposa de

Nee y otras mujeres fueron enviadas a Hong Kong. El

Entrenamiento de Kuling fue cancelado abruptamente, y en

Shangai se inauguró el nuevo local en la calle Nanyang, con

capacidad para 4000 personas.

Cuando el Ejército de Liberación entró en Shangai en mayo

de 1949, Nee estaba allí. En un primer momento no hubo

restricciones para la iglesia, de modo que Nee pudo dar

estudios bíblicos todas las semanas. En octubre del mismo

año, fue proclamada la República Popular China con Mao

Tse-tung como Presidente.

Mientras le fue posible, Nee viajó por las principales

ciudades, y también Taiwán, donde alentaba a la iglesia

naciente. La última vez que Nee visitó Taiwán, los

hermanos, entre ellos Witness Lee y Stephen Kaung,

procuraron retenerlo, pues la situación en Shangai era muy

riesgosa. Nee les contestó: ―Ha tomado tanto tiempo

levantar la iglesia allí, ¿puedo abandonarla ahora? ¿Los

apóstoles, acaso, no se quedaron en Jerusalén bajo

condiciones similares?‖. La última noche, le volvieron a

rogar a Nee que no regresara. ―Si vuelves, puede significar

el fin‖, le dijeron. Pero Nee había recibido un telegrama de

los ancianos de Shangai informándole de sus muchos

problemas y rogándole que volviera lo antes posible. Aun

así, los hermanos le instaron por última vez a que no

regresara. Nee exclamó: ―¡No tengo cuidado de mi vida! Si

la casa se está derrumbando y mis hijos están adentro, debo

sostenerla aun con mi cabeza si fuera necesario‖.

De regreso en Shangai, mandó llamar a Pin-huei para que se

reuniera con él, y poco después habló a los obreros sobre

cómo «aprovechar el tiempo porque los días son malos».

Nee pensaba que era posible y necesaria cierta cooperación

con el nuevo gobierno, según Romanos 12, y así exhortaba a

los hermanos. Les instaba a no emigrar, a estar preparados,

como buenos cristianos y chinos, para el sacrificio.

Durante 1949 la mayoría de los misioneros con visión

evangélica habían procurado mantenerse en sus puestos con

la esperanza de continuar con su testimonio bajo el nuevo

régimen. Pero a mediados de 1950 el gobierno comenzó una

serie de reuniones tendientes a establecer una iglesia oficial

en China, la de la Triple Auto-reforma.

La presión política comenzó desde las zonas rurales. Las

iglesias fueron cerradas, y sus dirigentes perseguidos y

encarcelados.

Pero aun en este período de turbulencias, los hermanos

todavía podían reunirse en Nanyang. Allí los que iban y

venían fueron bendecidos por la cálida personalidad de Nee

y sus valiosas exposiciones bíblicas. Un pastor chino

escuchó a Nee hablar una semana entera sobre Romanos 1:1,

y comentó: «Cada noche dio un sermón diferente de notable

calidad; pero cuando uno los juntaba tenía una larga y bien

compuesta tesis. Era sencillamente maravilloso».

En el año 1951, el gobierno comunista echó a andar una

estrategia de reuniones públicas de acusación contra los

misioneros y líderes cristianos. El 30 de noviembre, en el

periódico oficial de la Triple Auto-Reforma, se publicó una

carta de un creyente de Nankin, en que acusaba a Nee de

servir al imperialismo y controlar 470 iglesias del país desde

su sede central en Shangai.

Cuando un grupo de obreros le consultó a Nee qué haría

para defenderse de la acusación, éste les recordó sus

experiencias pasadas cuando fue disciplinado por la mano de

Dios. Toda vez que eso había ocurrido, el resultado había

sido muy instructivo y de mucho fruto espiritual.

Los agentes comunistas realizaron en Nanyang una reunión

de acusación contra Nee. Sin embargo, ningún hermano se

levantó para sustanciar la acusación. Los agentes se fueron

derrotados, pero con la demanda de que Nee convenciera a

los hermanos a hacerlo más adelante.

A partir de entonces, y previendo que le quedaban pocos

días de libertad, Nee se abocó a la tarea de preparar material

bíblico. Varios colaboradores tomaban nota de todo lo que él

les enseñaba. A un grupo de jóvenes, por ejemplo, habló

exclusivamente sobre las pruebas de la existencia de Dios.

Hubo también una serie de estudios, de carácter práctico,

sobre Cristo como la justicia, la sabiduría y la gloria de Dios

para el creyente, y sobre el poder de la resurrección.

Sin embargo, no era eso lo que había ordenado el

Movimiento Triple Auto-reforma. Por tanto, hubo nuevas

demandas del gobierno, esta vez de que saliera de Shangai.

La excusa era que habían quedado pendientes algunos

asuntos del laboratorio, y que debía presentarse en

Manchuria. De modo que el sentido de urgencia en

aprovechar al máximo el tiempo que le quedaba se

intensificó al punto de la desesperación. Juntos trabajaban

todo el día y hasta altas horas de la noche, exponiendo y

grabando la Palabra de Dios, hasta que para el mes de

marzo, apenas dormían dos horas por noche.

Page 60: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Finalmente, fue imposible eludir el ultimátum del gobierno.

Con suma tristeza se despidió de los hermanos y de su

esposa y partió para Harbin. Los creyentes no tuvieron más

noticias de él hasta que fue acusado formalmente en enero

de 1956.

Detención y procesamiento

A los cincuenta años de edad fue arrestado en Manchuria

por el Departamento de Seguridad Pública el 10 de enero de

1952, y en la primera investigación fue acusado de «tigre

capitalista», al margen de la ley, que había cometido los

cinco crímenes especificados contra la corrupción en el

comercio. Le advirtieron que el laboratorio debería pagar

una multa de 17.000 millones de yuan en moneda antigua

(casi medio millón de dólares). Nee no aceptó esta

acusación, y tampoco tenía los fondos para pagar tal multa;

de modo que permaneció encarcelado, y el laboratorio fue

finalmente confiscado por el Estado.

En la cárcel le fue quitada su Biblia y no se le permitió

comunicación alguna con los de afuera.

Stephen Kaung cree que repetidas veces le ofrecieron la

oportunidad de ser reivindicado como máximo líder

cristiano si guiaba a sus muchos adeptos a identificarse con

la Iglesia de la Triple Auto-Reforma 2. Al no aceptar, sus

captores le sometieron a largos interrogatorios, vigilancia

intensiva, e hicieron que escribiera una y otra vez su

biografía hasta embotar su mente, buscando elementos para

acusarlo criminalmente.

En su ausencia, muchas iglesias asociadas a él se unieron

ingenuamente a la política estatal, pero muchas de ellas se

apartaron en los años siguientes, al comprobar el engaño de

la estrategia marxista.

El 18 de enero de 1956 comenzó en el salón de la calle

Nanyang una serie de reuniones organizadas por la Cámara

de Asuntos Religiosos, con el objeto de dar a conocer a los

creyentes la lista de acusaciones criminales que se

levantarían contra Nee y sus colaboradores, y se instaba a

los creyentes a expresar sus puntos de vista. Las acusaciones

eran de intriga y espionaje imperialista, de actividades

contrarrevolucionarias hostiles a la política del gobierno, e

irregularidades financieras y libertinaje. Todo eso estaba

contenido en nada menos que 2.296 hojas. Este ejercicio

pretendía incitar a los hermanos a la indignación contra Nee,

para una reunión masiva de acusación que se llevaría a cabo

a fin de mes.

En efecto, el 29 de enero se presentó al «Caso Nee» ante la

Corte de Seguridad Pública de Shangai, y al día siguiente se

llevó a cabo la reunión de acusación en el salón de Nanyang.

Había presentes unas 2.500 personas. Las acusaciones

fueron proclamadas públicamente en detalle y apoyadas por

una exhibición de fotografías y otras ‗pruebas‘

documentadas. El proceso duró un mes. En el mismo lugar

donde Nee había guiado a la iglesia en oración y les había

expuesto la Palabra que exalta a Jesucristo, se efectuó la

larga recitación de cargos contra él.

Como observó un colega y amigo, las acusaciones contra

Nee no eran religiosas, sino políticas y morales. Por todo

Shangai se obligaba a pastores y evangelistas a organizar

pequeños grupos de estudio para poner en conocimiento de

todos los cristianos los ‗crímenes‘ de Nee. El 6 de febrero,

Tien Feng, el diario oficial del movimiento religioso estatal,

dedicó 11 páginas a revisar el caso Nee. En números

sucesivos se siguió con abundancia de injurias.

A mediados de abril se anunció que la reorientación de la

iglesia en calle Nanyang ya estaba concluida. El 15 de abril

entró formalmente a formar parte del Movimiento Triple

Auto-Reforma.

El 21 de junio de 1956, Nee apareció ante la Suprema Corte

de Shangai. La reunión duró cinco horas. Durante la

audiencia se anunció que había sido ex-comunicado por su

propia iglesia, fue declarado culpable de todos los cargos y

sentenciado a 15 años de prisión, con reforma mediante

trabajos forzados, a partir del 12 de abril de 1952.

En prisión hasta el final

Todo prisionero que cumplía una sentencia podía designar

un pariente para visitarlo. Así fue cómo después de un

intervalo de cinco años, se le permitió a Pin-huei ir a verle.

Las entrevistas, que eran supervisadas, se efectuaban en un

salón, separados por una barrera de alambre tejido, y

duraban media hora. Se podía renovar el permiso cada mes.

Nee también podía enviar y recibir una carta por mes, la que

era estrictamente censurada.

La celda de Nee medía 2,70 x 1,35 m. El único mueble era

una plataforma de madera sobre el piso que servía de cama.

La puerta daba a una galería de 0,70 m., con ventanas en la

pared opuesta. Debido a los insectos se hacía difícil conciliar

el sueño.

El día se dividía en ocho horas de trabajo, ocho de

educación y ocho de descanso. La ropa era pobre, la comida

escasa, la calefacción no existía. Nee recibió la misma

reforma educativa que los prisioneros políticos. Escuchaban

conferencias sobre política, actualidades y técnicas de

producción. Más adelante, le mantuvieron ocupado

traduciendo del inglés al chino libros científicos y artículos

periodísticos de interés oficial.

En noviembre de 1952 se publicó su primer libro en inglés:

La Vida Cristiana Normal, impreso en Bombay, India. Es

poco probable que él se haya enterado de la amplia difusión

que tuvieron sus mensajes fuera de China y de la bendición

que produjeron.

Un prisionero extranjero de otro pabellón cuenta que Nee

procuraba cantar todas las mañanas, antes de que

comenzaran los altavoces, cuatro o cinco canciones que él

había compuesto a partir de las Escrituras. Otros prisioneros

que recobraron la libertad en 1958 decían que oían con

frecuencia a Nee cantar himnos en su celda.

El hambre que arreció sobre el país a comienzos de los ‘60

también llegó a las cárceles. En 1962, cuando dos débiles

ancianos fueron puestos en libertad luego de cumplir

sentencias de diez años, dijeron que Nee pesaba menos de

50 kilos. Un año y medio después estaba enfermo en el

hospital de la cárcel padeciendo isquemia coronaria, y lo

eximieron por un tiempo del trabajo manual.

Page 61: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

En abril de 1967 se cumplieron los 15 años de la sentencia

de Nee. Pero eso no significaba necesariamente su libertad.

A menudo solían extender la condena a quienes no

mostraban cambios en su manera de pensar. Por eso, quienes

oraban por su liberación no estaban tan optimistas. En todo

este tiempo, saquearon muchas veces el hogar de Pin-huei,

revisando sus pertenencias, ridiculizando y destruyendo todo

lo que era cristiano. Para ella fueron años muy difíciles.

En septiembre, los ancianos de la iglesia en Hong Kong

recibieron una nota, al parecer de las autoridades de China,

de que tanto Nee como su esposa podían ser rescatados y

salir del país si se depositaba una suma considerable de

dinero en la sucursal del Banco de China. Los creyentes

reunieron muy pronto la cantidad y fue depositada. Sin

embargo, a principios del año siguiente, recibieron la

información de que la transacción no se haría. El dinero fue

devuelto a sus donantes.

¿Qué sucedió? Muchos piensan que fue el mismo Nee quien

no aceptó el rescate (Heb. 11:35). Tal vez haya pensado que

al mantenerse en su actitud de cooperar con el gobierno

ayudaría a formar una imagen de cristianos fieles, para

disminuir la animosidad contra ellos. Tal vez haya preferido

seguir en las manos de Dios, para experimentar más tarde el

poder de su resurrección.

En mayo de 1968 un chino, que visitaba una capital

occidental, pidió asilo. Allí contó a las autoridades que había

sido un guardia de la cárcel de Shangai y que, mediante el

testimonio de Nee, había encontrado a Jesucristo como su

Salvador.

En enero de 1970, a la edad de 66 años, y después de 18

años en la cárcel, Nee fue transferido a una «cárcel abierta»

o un campo de trabajos forzados en la campiña. Allí, o bien

el clima no le vino bien o el trabajo que le dieron fue

demasiado para él. La enfermedad cardíaca que le aquejaba

se agravó, causándole muchas molestias. No obstante, ya

vislumbraba el fin de la sentencia de 20 años, y las

esperanzas de Pin-huei brotaron nuevamente.

Una tarde de 1971, ella estaba arreglando algo en su hogar, a

donde quizá muy pronto llegaría su marido. Su subió sobre

un banquito, perdió el equilibrio y cayó, fracturándose varias

costillas. Es posible que haya sufrido un leve infarto. Pocos

días después murió en el hospital.

Cuando Pin-cheng, la hermana de Pin-huei visitó a Nee en el

campo de trabajo, lo encontró aparentemente bien, pese a la

mala noticia. Pero en una de sus misivas a su sobrino, revela

su verdadero estado: estaba deshecho. ¡Habían ansiado tanto

su reunión en el próximo abril! No se sabe lo que haya

ocurrido en el verano de 1972. El 12 de abril, Nee cumplió

20 años de prisión, cinco más de los que se publicaran en su

sentencia.

Las autoridades habían aceptado dar libertad a Nee, con la

condición de que debería vivir en un poblado pequeño –en

ningún caso Shangai ni Fuchou– y siempre que la

comunidad firmase un documento en que lo aceptase. Un

sobrino de Nee alcanzó a hacer algunos trámites al respecto.

Seis semanas después estuvo en Anhwei. ¿Le habrá

resultado demasiado penoso el viaje, o sufrió más

privaciones? No tenemos más detalles. No sabemos si tuvo

alguna compañía cristiana en sus últimos momentos. Todo

lo que sabemos es que el 1° de junio de 1972, a los 68 años

de edad, pasó a la presencia del Señor.

Sólo Pin-cheng fue informada de su muerte. Cuando acudió

al lugar acompañada de una sobrina, ya el cuerpo de Nee

había sido cremado. Ella tomó sus cenizas, y las dio a un

sobrino, el cual las enterró, junto a las de su esposa. Un

funcionario del campo, les mostró un papel que había

descubierto debajo de la cabecera. Tenía escritas varias

líneas con palabras de letras grandes, escritas con mano

temblorosa. El papel decía: «Cristo es el Hijo de Dios, que

murió para la redención de los pecadores y resucitó al tercer

día. Esa es la mayor verdad del universo. Muero por causa

de mi fe en Cristo. Watchman Nee».

Precursor de la vida interior

Para entender a los hombres de la historia, hay que entender

los tiempos en que ellos vivieron. Miguel de Molinos vivió

en el siglo XVII, y como hombre de su tiempo, vivió los

conflictos espirituales que abrasaron su época.

Ya apagados los ecos más entusiastas de la Reforma

Protestante, en que se reivindica una verdad de las Escrituras

que por mucho tiempo había estado en penumbras –la

justificación por la sola fe, sin las obras–, las almas más

delicadas todavía echaban de menos una vivencia espiritual

más íntima.

Aunque el luteranismo se basaba nominalmente en las

Escrituras, en la práctica era dogmático, rígido, y exigía

conformidad intelectual. Se daba énfasis a la recta doctrina y

a los sacramentos como elementos suficientes de la vida

cristiana. La relación vital entre el creyente y Dios, que

Lutero había enseñado, había sido sustituida en gran parte

por una fe que consistía simplemente en la aceptación de un

conjunto dogmático. La vida cristiana seguía siendo una

cosa seca, lejana, extraña al corazón. Sin duda, existieron

algunas evidencias de piedad más profunda, pero la

tendencia general era la de una religiosidad externa y

dogmática.

La reacción frente a esto surgió, en gran parte, en el seno de

la iglesia católica. Entonces aparecen nombres de personajes

y de movimientos en España, Francia e Italia,

fundamentalmente, que traen un despertar. El siglo XVII

está plagado de movimientos soterrados, reuniones a

escondidas por las casas, sacerdotes que buscan más luz,

monjas que enseñan cómo vivir la práctica de la presencia

de Dios. Todo esto, al interior y en el seno de una Iglesia

Católica muy severa y celadora de la fe, con muchos bandos

que pugnan entre sí, y que pretende inútilmente resguardar

los límites de su ortodoxia

Así surgen nombres como Madame Guyon, el obispo

Fénelon, y Miguel de Molinos, considerado el mentor del

movimiento llamado ‗quietismo‘ 1 que tuvo muchos

seguidores en Europa, tal vez más entre los evangélicos y

protestantes que entre los mismos católicos. La suerte de

Molinos fue diversa. Primero disfruta del reconocimiento

apoteósico entre sus propios hermanos, pero luego se le

cierran las puertas allí y aun se le condena, mientras se le

abren en otros sitios.

Page 62: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

La figura de Miguel de Molinos es, pues, representativa de

su época, y su influjo traspasó muchas fronteras. Watchman

Nee resumió así este polémico siglo: «Un grupo de personas

espirituales fue levantada por el Señor en el siglo XVII

dentro de la Iglesia Católica. El más espiritual entre ellos fue

Miguel de Molinos».

Primeras experiencias

Miguel de Molinos nació en Muniesa, España, el 29 de junio

de 1628. De familia rica y noble, completó sus estudios en la

ciudad de Valencia. A partir del año 1649 desarrolla su

carrera religiosa dentro de la Iglesia Católica como

subdiácono, diácono y presbítero, sin aceptar nunca renta

alguna de la Iglesia. En el año 1665 le corresponde asumir

dos tareas que implican para él un reconocimiento: viaja a

Roma para postular la causa de beatificación de Jerónimo

Simón de Rojos, y para sustituir al Arzobispo de Valencia

en la visita Ad Limina.2

Al parecer, Miguel de Molinos no volvió más a España, sino

que se quedó en Italia. Los años siguientes, que van desde

1663 hasta 1675, en que publica su obra más famosa, son

años más bien sombríos, ya que no hay noticias de su vida.

Hay un solo dato que puede mencionarse: en 1671 ingresa a

la congregación llamada «Escuela de Cristo», en San

Lorenzo in Lucina, de la cual llegó a ser el superior. 3 Según

se piensa, esta congregación fue el primer foco del

‗quietismo‘.

Muy pronto su fama como representante de un cierto modo

–nuevo y novedoso– de enfocar la experiencia espiritual, le

abrió las puertas de las principales casas de Roma. Llegó a

ser considerado un consejero espiritual muy maduro, y de

trato muy afable. Era (según le describen) «hombre de

mediana estatura, bien formado de cuerpo, de buena

presencia, de color vivo, barba negra y aspecto serio».

A juzgar por las obras que llegó a escribir, Miguel de

Molinos debió de ser un aprovechado lector de los grandes

escritores y místicos del pasado, como, entre otros, San Juan

de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Johannes Tauler, Jan Van

Ruysbroeck, San Buenaventura y Dionisio el Areopagita.

Algún detractor hace descender su enseñanza de «los

bigardos, los fratri-cellos y los místicos alemanes del siglo

XIV».

Éxitos momentáneos

El hecho que marca el inicio del período más azaroso en la

vida de Miguel de Molinos es la publicación de su obra

«Guía Espiritual». A causa de esta publicación habría de

pasar los últimos 11 años de su vida encarcelado. El título

completo de esta obra es bastante largo, como solía usarse

en la época: «Guía Espiritual que desembaraza el alma y la

conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta

contemplación y el rico tesoro de la paz interior». En

estricto rigor, este libro no fue publicado por Molinos, sino

por Juan de Santa María, uno de sus fieles colaboradores.

Apareció primeramente en español, luego en italiano,

precedido de una carta de un amigo, con un sinfín de

aprobaciones por parte de teólogos, clérigos e incluso

clasificadores del Tribunal de la Inquisición.

La Guía tuvo una calurosa acogida en toda Europa. En los

seis años siguientes a su primera edición se publicaron 20

ediciones en diversas lenguas. En Italia se reeditó muy

pronto, en Roma, Venecia y Palermo. Más tarde fue

traducida al latín, y en 1874, al ruso.

Desde el punto de vista estilístico, aun sus más encarnizados

críticos reconocen que ella es un «modelo de tersura y

pureza de lengua». Como escritor es considerado «de primer

orden, sobrio, concentrado, cualidades que brillan aun a

través de las versiones». 4

Cinco años más tarde, en 1680, sale a la luz otra obra de

Molinos, titulada Defensa de la Contemplación, donde

existen frecuentes referencias a San Juan de la Cruz.

También publicó un pequeño Tratado de la comunión

cotidiana, muy recomendado entre los cristianos de la época.

Cuando recién apareció la Guía Espiritual, como se ha

dicho, fue unánimemente aceptada y divulgada. Los más

connotados obispos italianos la recomendaban. Entre los

devotos de Roma y de Nápoles, Molinos llegó a ser

considerado como un oráculo. Continuamente recibía cartas

de adhesión a sus principios. Uno de los cardenales, Pietro

Mateo Petruzzi, Obispo de Jesi, fue apodado el ‗Timoteo‘ de

Molinos. Otros importantes prelados se sentían honrados

con su amistad. Muchos eclesiásticos vinieron a Roma a

aprender de él su «método», y casi todas las monjas se

dieron a la oración ‗de quietud‘, tal como Molinos enseña en

su Guía. Petruzzi publicó muchos tratados y cartas en apoyo

a Molinos. La reina Cristina de Suecia, que residía en Roma,

le testimonió gran simpatía. Incluso, si se ha de dar crédito a

algunas referencias de la época, el mismo Papa sentía una

gran admiración por Molinos, por lo que dispuso para él

habitaciones en el Vaticano y pensó hacerlo cardenal.

Los protestantes, por su parte, recibieron casi con alborozo

esta publicación. Gilberto Burneo comparó la obra de

Molinos con la de Descartes, considerando al uno como

restaurador de la filosofía, y al otro como purificador del

cristianismo. Para él, el misticismo de la Guía era el mejor

aliado de la Reforma, porque condenaba las mortificaciones

voluntarias y las tradiciones humanas, las obras exteriores

«et tout ce fatras de cérémonies». 5 La doctrina de la

justificación por la sola fe, sin buenas obras, encajaba muy

bien con la enseñanza de Molinos, como asimismo el énfasis

que éste hacía en la comunión personal del creyente con

Dios, sin la necesidad de una jerarquía eclesiástica

mediadora.

Vientos de persecución

Sin embargo, finalmente los celadores de la doctrina

católica, comenzaron a alarmarse de la popularidad de

Molinos, y se conjuraron contra él y los quietistas. Alguien

propuso que eran peligrosos porque se asemejaban a los

budistas de la China. Otro afirmó que no era conveniente

poner los ejercicios espirituales aconsejados por Molinos al

alcance de todos. Varios acusaban a Molinos de descuidar

toda la parte dogmática de la religión oficial.

La Inquisición romana tomó cartas en el asunto y mandó

examinar los libros de Molinos, Petruzzi y otros. Pero ellos

se defendieron bien, y su defensa alcanzó mucho eco, tanto,

Page 63: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

que con ello creció su fama. Por un tiempo pareció que el

ataque sólo había servido para darles más notoriedad.

Entonces se intentó con otros argumentos. Se le atribuyó a

Molinos ascendencia de moros o judíos, y se le acusó de

que, influido por aquellas religiones, estaba tratando de

sembrar la semilla del error. Comenzó a susurrarse que los

quietistas formaban una secta pitagórica, con iniciaciones

esotéricas, y que enseñaban errores de moral peligrosísimos.

Según se propalaba, se les veía evitando cuidadosamente

muchas devociones consagradas por la tradición y

limitándose a lo interno del culto. Pero nada de esto surtía

efecto contra él.

Entonces se armó una celada política desde Francia. El

confesor de Luis XIV, persuadió al rey de que era preciso

acabar con los quietistas, pues se decía que eran en Roma un

elemento político en pro de los intereses de la casa de

Austria y contra Francia. El Arzobispo de París aprobó este

parecer, y el rey ordenó a su embajador en Roma, un cierto

cardenal, que se les persiguiese. Este cardenal pasaba por

amigo de Molinos, pero se decidió a obedecer a su rey, así

que le denunció, presentando varias cartas suyas y refiriendo

conversaciones que con él había tenido «mientras fue su

amigo, aunque fingido y con el único propósito de descubrir

sus marañas», según él mismo dijo.

Finalmente, el Papa de la época, por petición directa de Luis

XIV, le hizo detener. En mayo de 1685, a los diez años de

haberse publicado la Guía Espiritual, Miguel de Molinos fue

apresado por esbirros del Tribunal de la Inquisición. La

noticia conmocionó a la sociedad italiana, y en gran medida

a la europea, especialmente en el seno del ‗pietismo‘

alemán, donde Molinos era grandemente apreciado. Junto

con él fueron apresados algunos nobles y otros seguidores,

en total, unos setenta. Más tarde ese número subió a

doscientos. Así fue cómo, después de haber gozado Molinos

de la mayor reputación, ahora era considerado el peor de los

herejes.

Los inquisidores visitaron varios conventos, y muchas

religiosas confesaron haber dejado las prácticas

devocionales habituales para dedicarse sólo a la vida

interior, lo cual confirmaba las acusaciones. Se ordenó que

todos los libros de Molinos y Petruzzi les fueran quitados, y

que se les obligara volver a las antiguas formas de devoción.

Después de haber pasado un tiempo considerable en la

cárcel, Molinos fue hecho comparecer ante al Tribunal. El

juicio se realizó en la famosa capilla Santa María Sopra

Minerva, el 2 de septiembre de 1687. Con una cadena

alrededor de su cuerpo, y un cirio en la mano, fue sometido

al escrutinio de sus acusadores.

Catorce testigos fueron alineados contra Molinos para

acusarle de haber contribuido al ‗aniquilamiento interior‘, de

haber alentado pecados carnales, de haber enseñado el

desprecio por las santas imágenes, crucifijos y ceremonias

exteriores; de haber disuadido a quienes querían entrar en la

‗religión‘, y de haber preparado a sus discípulos para dar

respuestas mañosas a sus acusadores.

Molinos se defendió de todo ello con gran firmeza y

resolución, pero a pesar de que sus argumentos deshacían

totalmente las acusaciones, fue hallado culpable de herejía.

La sentencia le declaraba ‗hereje dogmático‘ y le condenaba

a la cárcel perpetua, a llevar siempre el hábito de la

penitencia, a rezar todos los días el Credo y una parte del

Rosario, con meditaciones sobre los misterios, y a confesar

y comulgar cuatro veces al año con el confesor que el Santo

Oficio le señalase. Molinos escuchó la sentencia, inmutable,

sin señal alguna de temor ni confusión. Fue recluido en el

convento de los dominicos de San Pedro en Montorio,

Roma.

Al entrar en su celda, se despidió serenamente del sacerdote

que le conducía, diciéndole: «Adiós, Padre. Ya nos

volveremos a ver en el día del Juicio, y entonces se verá de

qué lado está la verdad, si del mío, o del vuestro». Durante

su encierro fue varias veces torturado.

Su libro Guía Espiritual fue prohibido, junto a los de otros

autores ‗quietistas‘. Más tarde fueron procesados y

sentenciados también el cardenal Petruzzi, y otros nobles. Se

hizo una verdadera ‗limpieza‘ por toda Italia, y se halló que

muchas congregaciones –algunas de hasta seiscientas

personas– se habían formado al alero de esta enseñanza, y

otras, de la misma línea, que habían surgido antes de

Molinos. En todas ellas se advertía un «descuido por el culto

externo y por las ceremonias religiosas».

Poco después de la condena de Molinos, el Papa publicó la

bula ‗Caelestis Pastor‘, en la que se condenan 68

proposiciones, no sólo de Molinos sino también de otros

quietistas. Molinos muere sin llegar a salir de su celda en

Roma, el 28 de diciembre de 1696.

Valoración posterior

En los doscientos años siguientes a la primera edición de la

Guía Espiritual, ésta se ha vuelto a editar muchas veces,

sobre todo en ambientes no católicos. La mayor parte de las

ediciones españolas durante los últimos años han buscado

vindicar al perseguido y olvidado, especialmente después

del Concilio Vaticano II. Desde entonces, ha habido un

cambio de actitud de la ortodoxia de Roma hacia Molinos, y

se le ha pretendido ‗reinterpretar‘, minimizando sus

supuestos errores.

Hacia fines del siglo XX, luego de intensos análisis, la

crítica especializada llegó a la conclusión de que en días de

Molinos los censores de la Guía nada hallaron censurable en

ella, que su doctrina era aceptable y hasta recomendable. Sin

embargo, a pesar de considerarla como ‗doctrina corriente‘,

la condenaron por contener ‗doctrinas peligrosas‘, y por lo

general, por estar en lengua vulgar para las personas

ignorantes. Se reconoce que el elemento ‗política‘ y

‗rivalidad entre órdenes religiosas‘ fue también determinante

en la suerte de Molinos.

Sin embargo, más allá de eso, podemos ver a la luz de la

historia posterior, que la soberanía de Dios permitió ese fin

para Molinos. Dios concedió a uno de sus siervos, al cual

honró otorgándole tanta luz, que siguiese las pisadas de su

Maestro. Los hombres le condenaron, pero la verdad de

Dios ha salido incólume.

Hoy, extrañamente, la ciudad de Muniesa, que fue la cuna

de Molinos, se honra de tenerlo como su hijo más ilustre.

Page 64: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Aporte de Molinos

El gran aporte de Molinos a la restauración del testimonio de

Dios fue el de ver la necesidad de negarse a sí mismo y de

morir juntamente con Cristo a los apetitos del alma.

«Muramos sin cesar para nosotros mismos; conozcamos

nuestra miseria», decía. Molinos sostenía que el alma debe

negarse a sí misma y abandonarse completamente en Dios,

para así encontrar la paz interior. «El deber del alma

consiste en no hacer nada motu proprio, sino someterse a

cuanto Dios quiera imponerle». Lo que surge del alma no

sólo no colabora con Dios, sino que es un estorbo que debe

ser quitado de en medio. La voluntad del hombre debe

abandonarse completamente a la voluntad de Dios.

Molinos sostenía que la verdadera y perfecta aniquilación

del yo se funda en dos principios: el desprecio de nosotros

mismos y la alta estimación de Dios. Esta aniquilación ha de

alcanzar a toda la sustancia del alma, pensando como si no

pensase, sintiendo como si no sintiera, etc., hasta renacer de

sus cenizas, transformada, espiritualizada.

Su enseñanza apuntaba al ejercicio de la contemplación de

Dios en la ‗oración de quietud‘, pero aclaraba que esto no

significaba necesariamente apartarse del mundo. «Los

trabajos ordinarios (estudiar, predicar, comer, beber,

negociar, etc.) no apartan del camino de la contemplación,

que virtualmente se sigue, dada la primera resolución de

entregarse a la voluntad divina».

Molinos enseñaba que las obras exteriores no son necesarias

para la santificación, y que las obras penitenciales como, por

ejemplo, la mortificación voluntaria, debían arrojarse lejos

como una carga pesada e inútil. «No es preciso entregarse a

penitencias austeras e indiscretas, que pueden fomentar el

amor propio e inspirar acritud hacia el prójimo». La ‗vía

interior‘ no tiene nada que ver, decía él, con confesiones,

confesores, teología ni filosofía; la paz plena se alcanza

deseando solamente lo que Dios desea.

El alma no debe afligirse ni dejar la oración, aunque se

sienta oscura, seca, solitaria y llena de tentaciones y

tinieblas. La oración tierna y amorosa es sólo para los

principiantes que aún no pueden salir de la devoción

sensible. Al contrario, la sequedad es indicio de que la parte

sensible se va extinguiendo, lo cual es una buena señal. Este

estado produce, entre otras cosas: perseverancia en la

oración, disgusto por las cosas mundanas, consideración de

los propios defectos, remordimiento ante las faltas más

ligeras, deseos ardientes de hacer la voluntad de Dios,

inclinación hacia la virtud, conocerse el alma a sí misma,

etc.

Molinos fustigaba a los sabios escolásticos y a los

predicadores retóricos que se predicaban a sí mismos. «La

mezcla de un poco de ciencia –afirmaba– es obstáculo

invencible para la eterna, profunda, pura, sencilla y

verdadera sabiduría». Y agregaba: «Si los sabios mundanos

quieren hacerse místicos tendrán que olvidarse totalmente de

la ciencia que poseen, y que, si no lleva a Dios por guía, es

el camino derecho del infierno».

Su enseñanza fue muchos años adelante del resto, y por lo

tanto, fue incomprendida. Probablemente algunos conceptos

vertidos por él no hayan tenido la claridad y el equilibrio

para ser más ampliamente aceptados –por ejemplo, el

desconocimiento de la separación entre alma y espíritu, el

uso del término ‗aniquilación‘ del alma, cuando

probablemente quería decir con eso el ‗quebrantamiento‘ del

alma–, pero la primera semilla fue sembrada. La vida

interior propuesta por él tuvo seguidores no sólo en su

tiempo, sino especialmente en las futuras generaciones.

En la historia posterior se encuentran trazas de quietismo en

los primeros pasos del metodismo y del cuaquerismo, entre

otros.

Cada nueva verdad bíblica redescubierta ha traído sobre sus

portaes-tandartes la incomprensión y persecución. Muchas

de ellas debieron pagarse con cárcel, torturas y muerte. Pero

la luz de Dios ha ido en aumento, y hoy podemos disfrutar

libremente las riquezas de lo que aquellos fieles alcanzaron.

1 El nombre «quietismo» le fue dado por uno de sus

detractores, el cardenal Caraccioli, arzobispo de Nápoles, en

1682).

2 Visita que de tiempo en tiempo hacen los prelados al Papa

y los lugares considerados sagrados en Roma).

3 Hermandad fundada en 1653, en Madrid, que se multiplicó

rápidamente por España y América).

4 Marcelino Meléndez y Pelayo, en Historia de los

heterodoxos españoles.

5 «Y todo ese fárrago de ceremonias». Citado por Marcelino

Menéndez y Pelayo, op. cit.

Page 65: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

John Hyde, apóstol de la oración

John Hyde nació en 1865, en Illinois, Estados Unidos. Era

hijo de un ministro presbiteriano. Sobre su hogar paterno

alguien ha dicho: «Era una casa donde Jesús era un invitado

permanente, y donde los moradores en ella respiraban una

atmósfera de oración».

Su padre era un cristiano fiel, sobrio, con modales amables.

Muchas veces oró con fervor pidiendo obreros a la mies; y

el Señor contestó su oración con creces, pues aun dos de sus

hijos fueron llamados al ministerio. Su madre poseía una

dulce espiritualidad, y se dedicaba con esmero a sus seis

hijos.

La habilidad escolar de John era tan notable que le pidieron

que fuera maestro en su ‗alma mater‘ después de la

graduación. Pero esa profesión no tenía ningún atractivo

para el joven y, en obediencia a lo que él sentía era el

llamado de Dios, decidió asistir a un seminario en Chicago.

Tomando una gran decisión

Estando allí tuvo una experiencia dolorosa que marcó su

corazón: la muerte de su hermano Edmund, quien había

decidido ser misionero. Este hecho le llevó a una búsqueda

interior, pues él había considerado a su hermano como un

modelo para su vida.

J. F. Young, un compañero en aquel seminario, cuenta así lo

que fue esta experiencia para John: «Fue durante el año

siguiente a la muerte de su hermano Edmund que sus

compañeros comprendieron que John no era un joven

ordinario. Fue impresionado grandemente por la muerte de

su hermano, y un gran conflicto tuvo lugar acerca de lo que

haría de su vida. Por fin él se rindió, y en definitiva dijo:

«Iré donde tú quieras que yo vaya, amado Señor. «El

resultado fue un cambio en su propia vida, y nosotros

empezamos a disfrutar de esta experiencia con él».

Su amigo Konkle lo describe así: «Durante el último año,

cuando había un interés creciente por las misiones

extranjeras en nuestra clase, Hyde vino a mi cuarto

aproximadamente a las once una noche y dijo que él

necesitaba todos los `argumentos‘ que yo tenía para ir al

campo extranjero. Nos sentamos entonces algunos

momentos en silencio, y entonces yo le dije que él conocía

tanto como yo el campo extranjero; que yo no creía que eran

argumentos lo que él necesitaba, y que la manera de saberlo

era ponerlo ante nuestro Padre y esperar hasta que Él

decidiera por él. Nos sentamos en silencio un rato más largo,

y, diciendo él creer que yo tenía razón, salió dándome las

buenas noches. La próxima mañana cuando yo iba a la

capilla, sentí una mano en mi brazo, y volviéndome vi la

cara de John radiante con una nueva visión. ‗Es seguro,

Konkle‘, dijo él, y yo no necesité saber cómo».

Desde ese momento, el servicio extranjero fue su tema

principal de conversación. Sus oraciones eran que el Señor

enviase obreros a tierras donde Cristo no era conocido. Sus

peticiones fervientes fueron contestadas con creces, pues, de

su clase de 46 graduados, 26 se ofrecieron para el trabajo

misionero extranjero.

Primeros pasos en la India

John se embarcó para India en octubre de 1892. Él deseaba

rescatar a los millones que estaban pereciendo sin Cristo,

pero también esperaba hacerse de un nombre, dominar los

idiomas y ser un misionero de fama. Cuando fue a su

camarote, encontró una carta de un amigo de su padre, a

quien admiraba por la profundidad de su vida espiritual.

Cuando la leyó, se sobresaltó. «No dejaré de orar por ti hasta

que seas lleno del Espíritu Santo». La implicación era que él

no lo estaba.

«Mi orgullo fue tocado» confesó después, «y me sentí muy

enfadado. Tiré la carta a un rincón y subí a cubierta. Yo

amaba al remitente, conocía la vida santa que él llevaba. Y

en mi corazón hubo la convicción de que él tenía razón: yo

no estaba capacitado para ser un misionero».

Regresó a su cabina. «Con desesperación, le pedí al Señor

que me llenara de su Espíritu, y al momento todo se aclaró.

Empecé a verme a mí mismo y mi ambición egoísta. Antes

de llegar al puerto ya estaba decidido a alcanzar aquello,

cualquiera fuese el costo».

Al llegar a India, John se encontró con que sólo había tres

mujeres y otro misionero para un millón de no cristianos.

Era tiempo para empezar a cumplir su vocación y empezar a

abrir camino en una nueva tierra. Hyde se encontró con el

misionero Ullman, quien servía en la India desde hacía

cincuenta y cinco años. Él le enseñó sobre el poder de la

sangre de Jesús, lo cual habría de ser un fundamento muy

importante para Hyde.

Poco después, asistió a una reunión donde se predicó que

Jesucristo puede salvar de todo pecado. Cuando uno de los

oyentes, al cierre del servicio, se acercó al orador con la

aguda pregunta: «¿Es esa su experiencia personal?», John se

sintió muy agradecido de que no fuese él el interrogado.

Reconoció que él mismo, aunque había estado predicando

tal evangelio, aún desconocía ese poder.

Confrontado con la realidad espiritual, sin el bautismo del

Espíritu Santo, él era un fracaso completo. Se retiró a su

cuarto, orando: «Señor, o tú me das victoria sobre todos mis

pecados, o me volveré a América para buscar allí algún otro

trabajo. Soy incapaz de predicar el Evangelio hasta que

pueda testificar de su poder en mi propia vida».

Con una fe simple, miró a Cristo para la liberación del

pecado. Después dijo: «Él me liberó, y no he tenido una

duda de esto desde entonces. Puedo ponerme de pie ahora

sin vacilación para testificar que él me ha dado la victoria».

Dificultades y fracasos

Sin embargo, el terreno para la evangelización era muy

hostil, y los resultados muy pobres. En una carta a su

seminario después de su primer año, Hyde escribió: «Ayer

se bautizaron ocho personas de la casta inferior en uno de

los pueblos. Parece una obra de Dios en la que el hombre,

como instrumento, es usado en un grado muy pequeño. Oren

por nosotros. Yo aprendo a hablar el idioma muy, muy

despacio: sólo puedo hablar un poco en público o en

conversación».

Page 66: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

En efecto, el idioma fue para él una gran dificultad.

Llegando a la India, le fue asignado el estudio del idioma

vernáculo. Al principio trabajó duro, pero después lo

descuidó por el estudio de la Biblia. Fue amonestado por el

comité, pero él contestó: «Lo primero es lo primero». Él

arguyó que había venido a India para enseñar la Biblia, y

necesitaba conocerla antes de enseñarla. Dios, por Su

Espíritu maravilloso, le abrió las Escrituras sin abandonar el

estudio del idioma. «Se volvió un orador correcto y fácil en

Urdu, Punjabi, e inglés; pero lejos y principalmente, él

aprendió el idioma del Cielo, y de tal manera lo aprendió a

hablar que tuvo a los públicos de centenares de indios

fascinados mientras él abría para ellos las verdades de la

palabra de Dios.»

En el comienzo John Hyde no era un misionero notable. Era

lento para hablar. Cuando se le hacía una pregunta o un

comentario, parecía no oír, o si oía, permanecía un largo

tiempo pensando en la respuesta. Su oído era ligeramente

defectuoso, y temía que esto le impidiera aprender el

idioma. Su disposición era mansa y callada; él parecía

carecer del entusiasmo y celo que un misionero joven debía

tener. Sin embargo, a través de sus hermosos ojos azules

brillaba el alma de un profeta.

En 1895, trabajó con otro misionero y surgió un pequeño

avivamiento. Esto causó una gran persecución en el pueblo,

hasta el punto que los nuevos convertidos fueron golpeados

y repudiados. Esto condujo a John a la oración y la

intercesión.

En 1896 no hubo ni una sola conversión. Esto le dejó

grandemente perturbado, así que fue a la oración para

«buscar la razón». El Espíritu de Dios empezó a revelarle

que «la vida de la iglesia estaba muy por debajo de las

normas de la Biblia».

Dios equipa sabiamente al instrumento que piensa usar,

trayendo las más inesperadas y aun indeseables providencias

sobre su vida. En 1898, Hyde quedó inmovilizado durante

siete meses. Contrajo la fiebre tifoidea, seguida por dos

abscesos en su espalda. Esto le produjo tal depresión

nerviosa que hizo necesario el reposo absoluto. Durante este

tiempo, fue conducido a una profunda vida de oración. Con

el mundo excluido fuera de la puerta, luchó a menudo con

Dios hasta la medianoche. O antes del amanecer, estaba de

rodillas suplicando por un derramamiento de gracia divina

en los pueblos de la India. En una carta a su universidad,

escribió: «He sido llevado a orar por otros este invierno

como nunca antes. En la universidad o en las fiestas en casa,

yo guardaba tales horas para mí, ¿y no puedo hacer yo tanto

para Dios y por las almas?».

Se apropió de la oración de Jabes, en 1 Crónicas 4:10. «¡Oh,

si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu

mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no

me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió», hasta sentir que

Dios también le había oído a él y le había otorgado lo que

pedía.

Sin embargo, mientras más tiempo pasaba en oración, sus

compañeros misioneros menos lo entendían. Incluso

pensaban que él era un fanático y extremista, y aun le

consideraban loco. De estos tiempos de intercesión, surgió el

apodo que hoy la historia registra: «el Orante John Hyde».

En 1900-1901 escribe a casa proféticamente sobre lo que el

Señor le había mostrado en oración acerca del nuevo siglo.

Que el nuevo siglo sería un tiempo de poder pentecostal y

una porción doble del Espíritu Santo sería derramada. Que

una gran convicción vendría y muchos nacerían de nuevo. Él

vio una cristiandad apostólica plena restaurada a la iglesia.

Hyde creyó que un gran avivamiento ocurriría después de

una comprensión del bautismo del Espíritu Santo. Él predicó

a menudo un mensaje: «Recibirás poder después».

Las Convenciones de Oración

Después de diez años de servicio en el campo misionero, por

razones de salud, volvió a América. Allí recalcó en los

corazones una y otra vez la necesidad de ser llenos del

Espíritu, para que la causa de las misiones avanzara. Citando

Pentecostés como prueba, él declaraba que la oración unida

por parte de los cristianos produciría un tremendo

crecimiento de la Iglesia en casa y en el extranjero.

En su retorno a la India, el avivamiento vino a la escuela de

niñas de Sialkot, en el Punjab, la oficina principal de la

Misión presbiteriana donde laboraba John. El Espíritu de

Dios también se movió en el seminario cercano. Algunos de

los estudiantes, encendidos con amor divino, visitaron la

escuela para niños, donde, curiosamente, no les permitieron

dar testimonio de lo que Dios había hecho por ellos. Los

jóvenes volvieron al seminario, donde se unieron en oración

por una visitación del Espíritu Santo en esa rama de la obra.

«Oh, Señor», oraron, «concédenos que el lugar donde nos

prohibieron que habláramos esta noche se vuelva el centro

de grandes bendiciones que fluirán a todas las partes de

India».

La dirección de la escuela de niños pronto fue puesta en

otras manos, y se anunció una convención en Sialkot para

abril de 1904. El propósito era unirse en oración para un

movimiento del Espíritu de Dios a lo largo de la India.

Dios puso una gran carga de oración en los corazones de

John N. Hyde, R. McCheyne Paterson y George Turner por

esta convención. Vieron la necesidad de que la vida

espiritual de los obreros, pastores, maestros, y evangelistas,

tanto extranjeros como nativos, fuera profundizada. El

Espíritu Santo era poco conocido en estos ministerios y muy

pocos estaban siendo salvados de entre los millones de

inconversos.

Un gran aliento para ellos fue saber del avivamiento que

había empezado en Gales. Esto acrecentó su oración y fe.

Este evento «abrió senda» para el avivamiento y para llevar

adelante la convención.

Hyde y Paterson esperaron y se retiraron un mes entero

antes de la fecha de la apertura. Durante treinta días y treinta

noches estos hombres piadosos esperaron ante Dios en

oración. Turner se les unió después de nueve días, para que

durante veintiún días y veintiuna noches estos tres hombres

alabaran y oraran a Dios por un poderoso derramamiento de

su poder.

Canon Haslam, en una conferencia ocurrida veintiocho años

después, dio su impresión personal de aquellos servicios y

del cambio notable que se generó allí. «Poco después del

comienzo de la convención, el Sr. Hyde pasó por una

Page 67: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

experiencia que le transformó en un hombre con poder de

Dios y un gran misionero. La vida de la Iglesia, en conjunto,

estaba espiritualmente en un nivel muy bajo. Algo drástico

se necesitaba. A Hyde se le reveló que la Iglesia no tenía

poder debido al pecado; y que ese pecado es quitado sólo

cuando hay real arrepentimiento y confesión».

La noche que comenzó todo quedó marcado en la memoria

de uno de los participantes: «Cuando la hora de la reunión

llegó, se sentaron los hombres en las esteras en la tienda,

pero el Sr. Hyde, el conductor, no había llegado.

Empezamos a cantar, y cantamos varios himnos antes de que

él entrara, bastante tarde.

«Recuerdo cómo él se sentó en la estera frente a nosotros, y

silencioso durante un tiempo considerable después que el

cantar se detuvo. Entonces se levantó, y nos dijo muy

quieta-mente: ‗Hermanos, yo no dormí nada anoche, y no he

comido nada hoy. He estado teniendo una gran controversia

con Dios. Siento que él me ha hecho venir aquí para

testificarles involucrando algunas cosas que él ha hecho por

mí, y he estado arguyendo con él que yo no debo hacer esto.

Sólo hace un poco rato he tenido paz acerca de la materia y

he estado de acuerdo en obedecerle, y ahora he venido a

decirles sólo algunas cosas que él ha hecho por mí‘.

«Después de hacer esta breve declaración, nos contó en

forma muy quieta y sencilla algunos de los conflictos

desesperados que él había tenido con el pecado, y cómo

Dios le había dado victoria. Yo pienso que no habló más de

quince o veinte minutos; luego se sentó e inclinó su cabeza

durante unos minutos, y entonces dijo: ‗Tengamos un

tiempo de oración‘. Recuerdo cómo la pequeña compañía se

postró en las esteras sobre sus rostros a la manera oriental, y

entonces por un largo tiempo, no sé cuánto, uno tras otro, los

hombres se fueron poniendo en pie para orar, y hubo tal

confesión de pecados como muchos de nosotros nunca

habíamos oído antes, y un clamor a Dios por misericordia y

ayuda.

«Era muy tarde esa noche cuando la pequeña asamblea se

disgregó, y algunos de nosotros supimos después de varias

vidas que fueron transformadas totalmente a través de la

influencia de esa reunión».

Evidentemente ese singular mensaje abrió las puertas de los

corazones de las personas para el inicio del gran

avivamiento en las iglesias de la India.

De ahí en adelante, año tras año, la Unión de Oración ayunó

y oró, y en cada convención una urgencia creciente por la

evangelización e intercesión llenó a cada asistente. John

Hyde surgió como el líder de la oración, y todos estaban

asombrados por la profundidad de su visión espiritual, y el

ímpetu de su carga por India.

Al año siguiente, la Convención de Sialkot fue precedida

otra vez por mucha oración. John Hyde era el predicador

principal, y pasaba casi todo el tiempo en su cuarto en

constante oración.

Una vez le pidieron a Hyde que hiciera cierta cosa, y él fue

para hacerlo, pero volvió al cuarto de oración llorando y

confesando que había obedecido con reticencia: «Oren por

mí, hermanos, para que yo haga esto con alegría». Después

de eso, salió y obedeció triunfalmente. Entró nuevamente en

el salón con gran alegría, repitiendo tres palabras en urdu:

«Ai Asmani Bak»: «Oh, Padre celestial». Lo que siguió es

difícil de describir. Fue como si un inmenso océano hubiese

inundado aquella asamblea. Los corazones se postraban

delante de la presencia divina como los árboles de la floresta

delante de un gran temporal. Era el océano del amor de Dios

que se derramaba a causa de la obediencia. Hubo corazones

quebrantados; confesiones de pecados con lágrimas que

luego se transformaban en alegría.

Desde ese tiempo, aquella misión en Sialkot se mantuvo en

un nivel espiritual más alto del que había tenido alguna vez.

«Buenos» misioneros llegaron a ser conocidos como

«poderosos» misioneros. El efecto se sintió a lo largo de

toda la India.

También por esa época, John Hyde tuvo dos revelaciones

muy preciosas: una de Cristo glorificado como Cordero en

su trono – sufriendo infinito dolor por su Cuerpo en la tierra.

Como la Cabeza divina, él es el centro nervioso de todo el

cuerpo. Él de hecho está viviendo hoy una vida de

intercesión por nosotros. La oración a favor de otros es

como si fuese la propia respiración de la vida de nuestro

Señor en el cielo. Esto se estaba haciendo más y más real en

la vida de John Hyde.

La otra fue acerca del atalaya en Isaías 62:6-7. Les

preguntaba a menudo a los ministros: «¿Está el Espíritu

primero en sus púlpitos?». Él estaba refiriéndose a Juan 15:

«Pero cuando el Consolador, a quien yo enviaré del Padre, el

Espíritu de verdad que procede del Padre, él testificará de

mí: Y ustedes también serán testigos, porque han estado

conmigo desde el principio». Había en él tal espíritu de

intercesión que otros también empezaron a gemir en agonía

por los perdidos.

Un ejemplo de oración intercesora

En uno de los veranos siguientes, Hyde fue a casa de un

amigo en las montañas. El propósito era entrar en una

verdadera intercesión con su Maestro. Su amigo escribió al

respecto: «Era evidente para todos que él estaba quebrantado

por el peso de la profunda angustia de su alma. Faltó a

muchas comidas, y cuando yo iba a su cuarto, lo encontraba

postrado con una gran agonía, o caminando de arriba abajo

como si un fuego interior estuviese ardiendo en sus huesos...

John no ayunaba en el sentido normal de la palabra, pero

frecuentemente, cuando yo le rogaba que viniese a comer, él

me miraba, sonreía y decía: «No tengo hambre». Había un

hambre mayor consumiendo su propia alma, y solamente la

oración podía saciarla. Delante del hambre espiritual, el

hambre natural desaparecía».

Paso a paso él estaba siendo llevado hacia una vida de

oración, vigilancia y agonía a favor de otros. Un

pensamiento predominaba siempre en su mente: que nuestro

Señor todavía agoniza a favor de las almas. Con toda la

profundidad del amor por su Señor, había vislumbres de sus

alturas – momentos del cielo en la tierra– cuando su alma

quedaba inundada con cánticos de alabanza y él entraba en

el gozo de su Señor.

En 1908, John Hyde se atrevió a orar por lo que, para

muchos, era una demanda imposible: que durante el

Page 68: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

próximo año en la India él salvara un alma cada día.

Trescientas sesenta y cinco personas se convirtieron,

bautizaron, y públicamente confesaron a Jesús como su

Salvador. Lo imposible sucedió.

Antes de la próxima convención por la cual John Hyde había

orado, más de 400 personas habían entrado en el reino de

Dios, y cuando la Unión de Oración se volvió a reunir, él

duplicó su meta a dos almas por día. Ese año se registraron

ochocientas conversiones, y todavía Hyde mostraba una

pasión inextinguible por las almas perdidas.

Alguien comentó sobre los resultados de aquella obra: «No

había nada superficial en la vida de esos convertidos. Casi

todos se volvieron cristianos activos».

John Hyde fue conducido por Dios a confesar los pecados de

otros y ponerse en el lugar de ellos, tal como hacían los

profetas de la antigüedad (Ver Esdras 9; Daniel 9).

«Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así

la ley de Cristo» (Gál. 6:2), dice el apóstol. Según esa ley,

debemos entregar nuestra vida por los hermanos. Era lo que

Hyde hacía.

Al respecto, él aprendió una lección muy solemne – el

pecado de señalar los defectos en los demás, aunque sea al

orar por ellos. Él estaba cargado cierta vez con un peso de

oración a favor de un siervo de Dios hindú. Se retiró a su

cuarto de oración, y meditando en la frialdad de aquel siervo

y de la muerte consecuente que había en su congregación,

comenzó a orar: «Oh Padre, tú sabes cuán frío...». Pero fue

como si un dedo fuese puesto en sus labios, de modo que no

podía hablar lo que pretendía, y una voz le dijo al oído:

«Quien lo toca, toca la niña de mi ojo». Hyde clamó con

angustia: «Perdóname, Padre, pues he sido un acusador de

mis hermanos delante de ti». Él reconoció que a la vista de

Dios debería contemplar todo lo que es amable. Sin

embargo, él quería contemplar también todo lo que es

verdadero. Le fue revelado que lo «verdadero» de este

versículo se limita a aquello que es, al mismo tiempo,

amable y verdadero, que el pecado de los hijos de Dios es

efímero; el pecado no es la verdadera naturaleza de los hijos

de Dios, pues debemos ver que están en Cristo –

perfeccionados, así como estarán cuando él haya completado

la buena obra que comenzó en ellos.

Entonces John pidió al Padre que le mostrase todo lo que era

digno de alabanza en la vida de aquel hermano. Él recordó

entonces muchas cosas por las cuales podía agradecer a Dios

de corazón, ¡y así cambió su tiempo en alabanza! Este fue el

camino para la victoria.¿El resultado? Luego después supo

que aquel siervo de Dios recibió en la misma época un gran

avivamiento y estaba predicando con fuego.

Una vida de oración

En la convención de 1910, la última a la que Hyde asistió,

los presentes fueron testigos de la dramáticas súplicas de

Hyde en oración: «¡Oh, Dios, dame almas, o me muero!».

Antes de que la reunión acabara, John Hyde reveló que

estaba duplicando su meta de nuevo para el próximo año:

Cuatro almas cada día, y nada menos. Durante los próximos

doce meses el ministerio de John Hyde lo llevó a lo largo de

India. Ahora él era conocido como «el Orante Hyde,» y su

intercesión inició los avivamientos en Calcuta, Bombay, y

otras ciudades grandes. Si en un día cualquiera no se

convertían cuatro personas, Hyde decía que por la noche

habría tal peso en su corazón que él no podía comer o

dormir hasta haber obtenido la victoria. Oraba por las

personas «hasta que...». Le gustaba orar postrado en el

suelo. Después que había orado, aplaudía con sus manos,

danzaba, gritaba y estaba lleno de gozo. El número de

nuevos convertidos crecía continuamente.

Un amigo escribe respecto de él en una de esas reuniones:

«Él permaneció con nosotros casi quince días, y durante

todo ese tiempo estaba con fiebre. Aun así, ministró en las

reuniones normalmente, ¡y cómo Dios nos habló a través de

él, a pesar de que físicamente no estaba en condiciones de

hacer nada!

«En aquella época yo estuve enfermo por varios días. El

dolor en el pecho me mantuvo despierto varias noches. Fue

entonces que noté lo que el Sr. Hyde estaba haciendo en su

cuarto, frente al mío. Yo podía ver la claridad de la luz

eléctrica cuando él salía de la cama y la encendía. Lo

observé hacer eso a las doce horas, a las dos, a las cuatro y

después a las cinco. Desde aquella hora la luz permanecía

encendida hasta el amanecer.

«Nunca me olvidaré de las lecciones que aprendí en aquella

época. ¿Yo había orado alguna vez por el privilegio de

esperar en Dios en las horas de la noche? ¡No! Esto me llevó

a pedir este privilegio para mí mismo. El dolor que me

impedía dormir noche tras noche fue transformado en

alegría y alabanza por causa de este nuevo ministerio que de

repente había descubierto, de mantener la vigilia de la noche

junto con los otros que tienen la función de despertar al

Señor.

El mismo amigo relata cómo John Hyde empeoró

físicamente, y finalmente fue persuadido a ver un médico. El

diagnóstico del médico fue que el corazón de Hyde estaba

en pésima condición. «Nunca encontré un caso tan terrible

como este. Fue movido desde su posición normal en el lado

izquierdo hacia el derecho». Cuando el médico le preguntó:

«¿Qué ha hecho usted consigo mismo?», John Hyde no dijo

nada. Solamente sonrió. Pero aquellos que le conocían

sabían cuál era la causa: su vida de incesante oración, noche

y día, orando excesivamente con muchas lágrimas por sus

convertidos, por los colegas en la obra, por los amigos, y por

las iglesias en India. Su oración para que él fuese

enteramente quemado en vez de oxidarse, estaba siendo

respondida.

Una amplia visión final

A principios de 1911, volvió a América muy enfermo,

donde supo que, además, también tenía un tumor cerebral.

Una operación trajo alivio sólo temporal y, poco después de

dejar su India querida, «Orante» Hyde dijo adiós a este

mundo, con la siguiente expresión en sus labios: «Grito la

victoria de Jesucristo». Tenía sólo 47 años. Nunca se casó.

Antes de morir, él compartió lo que Dios le había mostrado:

«En el día de oración, Dios me dio una nueva experiencia.

Me parecía estar lejos de nuestro conflicto aquí en el Punjab

y vi la gran batalla de Dios en toda la India, y luego más

allá, en China, Japón, y África. Vi cómo habíamos estado

Page 69: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

pensando en el círculo estrecho de nuestros propios países y

en nuestras propias denominaciones, y cómo Dios estaba

ahora rápidamente reuniendo fuerza y fuerza, línea y línea, y

todo estaba empezando a ser un gran forcejeo. Aquello, para

mí, significaba el gran triunfo de Cristo. Nosotros debemos

ser extremadamente cuidadosos en ser absolutamente

obedientes a Él, quien ve todo el campo de batalla todo el

tiempo. Sólo él puede poner a cada hombre en el lugar

donde su vida puede rendir al máximo».

Su secreto espiritual

«Orante» Hyde había aprendido el más valioso secreto para

mantener la vida espiritual. Algunos de sus compañeros más

íntimos revelan, para nuestro beneficio, la razón de su

piedad profunda.

Pengwern Jones recordó un sermón de Hyde que dejó una

fuerte impresión en su vida. «El Espíritu lo usó para darnos

una visión completamente nueva de la Cruz. Ése fue uno de

los mensajes más inspiradores que alguna vez oí. Él empezó

diciendo que desde cualquier punto de vista que miremos a

Cristo en la cruz, vemos heridas, vemos señales de

sufrimiento. Desde arriba, vemos las marcas de la corona de

espinas; desde atrás de la cruz, vemos los surcos causados

por los azotes, etc. Nos habló de la Cruz con tal iluminación

que nos olvidamos de Hyde y de todo lo demás. El

‗muriendo, mas viviendo en Cristo‘ estaba delante de

nosotros. Entonces, paso a paso, nos guió para ver a Cristo

crucificado en la provisión para cada necesidad nuestra y,

cuando él señalaba la aptitud de Cristo para cada

emergencia, sentí que tenía suficiente para la eternidad.

«Pero la cima de todo fue la forma en que enfatizó la verdad

de que Cristo en la cruz gritó triunfalmente ‗Consumado es‘,

cuando todo a su alrededor indicaba que su vida había

acabado. Para sus discípulos, él no había cumplido sus

propósitos; a sus enemigos les parecía que por fin lo habían

vencido. Aparentemente, el conflicto había terminado, y su

vida se había acabado. Entonces resonó el grito de victoria:

‗Consumado es‘. ¡Un grito de triunfo en la hora más oscura!

«Entonces Hyde nos mostró que, unidos a Cristo, también

podemos gritar triunfalmente, aun cuando todo parezca

perdido. Pensamos que nuestra obra parece haber fracasado

y el enemigo haber ganado la delantera; somos culpados por

todos nuestros amigos y somos compadecidos por nuestros

compañeros, pero aun entonces podemos tomar nuestra

posición con Cristo en la cruz y gritar: ‗¡Victoria, victoria,

victoria!‘.

«Desde ese día, nunca he tenido desesperación por mi

trabajo. Siempre que me siento desalentado, oigo la voz de

Hyde gritando: ¡Victoria!, e inmediatamente llevo mis

pensamientos al Calvario, y oigo a mi Salvador en su hora

agonizante clamando con gozo: ‗Consumado es‘. Hyde dijo:

‗Ésta es una victoria real, para gritar en triunfo aunque

alrededor todo sea oscuridad‘».

«Esta dependencia de Cristo y su Espíritu era el secreto del

éxito de John Hyde en todo», agregó R. McCheyne. «¡Éste

es el secreto de cada santo de Dios! ‗Mi poder se

perfecciona en la debilidad‘, es Su Palabra. Así cuando yo

soy débil, soy fuerte, fuerte con poder divino. ¡Cuanto más

crecemos en gracia, más dependientes nos volvemos! Nunca

olvidemos este hecho glorioso, y entonces seremos capaces

de agradecer a Dios por nuestros recuerdos malos, por

nuestros cuerpos débiles, por todo; y en ese sacrificio de

alabanza estará Su deleite y también el nuestro».

A través de John Hyde, Dios reveló vislumbres del divino

corazón de Cristo, partido por nuestros pecados. No

necesitamos tener nosotros nuestro corazón partido, sino

tener el corazón partido de Dios. No somos participantes de

nuestros sufrimientos, sino de los sufrimientos de Cristo. No

es con nuestras lágrimas que debemos clamar noche y día,

sino que todo viene de Cristo. La comunión con sus

sufrimientos es un don gratuito para ser recibido

simplemente por fe.

McCheyne agrega al respecto: «¿Cuál fue el secreto de la

vida de oración de John Hyde? ¿Quién es la fuente de toda

vida? Jesús glorificado. ¿Cómo recibo esta vida de él? Así

como recibí su justicia en el comienzo. Reconozco que no

tengo ninguna justicia en mí mismo –solamente trapos de

inmundicia– y en fe me apropio de su justicia.

«Ahora sigue un doble resultado. En cuanto a nuestro Padre

en los cielos, él ve la justicia de Cristo y no mi injusticia. Un

segundo resultado viene en cuanto a nosotros mismos: la

justicia de Cristo no sólo nos reviste exteriormente, sino que

entra en nuestro propio ser por su Espíritu, recibido por fe, y

desarrolla la santificación en nosotros.

«¿Por qué no puede ser lo mismo con nuestra vida de

oración? Acordémonos de la palabra «por». «Cristo murió

por nosotros», y «viviendo siempre para interceder por

nosotros», esto es, en nuestro lugar. Así declaro que mis

oraciones son siempre insuficientes (ni me atrevo a llamarla

una vida de oración), y suplico basado en su intercesión

incesante. Eso afecta a nuestro Padre, pues él ve la vida de

oración de Cristo en nosotros y responde de acuerdo con

ella. De manera que la respuesta es «mucho más

abundantemente de lo que pedimos o entendemos».

«Otro gran resultado se sigue: nosotros somos afectados. La

vida de oración de Cristo entra en nosotros y él ora en

nosotros. Esto es la oración en el Espíritu Santo. Esta es la

vida más abundante que nuestro Señor nos da. ¡Oh, qué paz,

que alivio! No hay más necesidad de esforzarnos para

producir una vida de oración, fallando constantemente. Jesús

entra en la barca y la labor termina, y luego estamos en el

lugar que era nuestro destino. Ahora, necesitamos quedar

quietos delante de él para oír su voz y permitir que él ore en

nosotros – sí, más que esto, permitir que él derrame en

nuestra alma su vida transbordante de intercesión, que

significa literalmente «encontrarse cara a cara con Dios –

verdadera unión y comunión».

John acostumbraba a decir: «Cuando nos mantenemos cerca

de Jesús, es él quien atrae las almas a sí mismo a través de

nosotros, pero es necesario que él sea levantado en nuestra

vida: esto es, tenemos que ser crucificados con él. De alguna

forma, es el yo que se levanta entre nosotros y él, y por eso

el yo precisa ser tratado como él fue. El yo necesita ser

crucificado. Solamente entonces Cristo será levantado en

nuestra vida, y él no puede dejar de atraer las almas a sí

mismo. Todo eso es resultado de la unión y comunión

íntimas, o sea, comunión con él en sus sufrimientos».

Page 70: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Por la senda del dolor

Adoniram Judson nació en un hogar cristiano, en 1778, en

Massachussets, Estados Unidos. Su padre era pastor

congregacional. De niño fue muy precoz; cuando tenía

apenas 3 años se plantó frente a su padre y le leyó un

capítulo entero de la Biblia. A los diez años, ya sabía griego

y latín. Su padre lo mandó a los mejores colegios de Nueva

Inglaterra, y finalmente a la Universidad de Brown, de

donde egresó como el mejor alumno de su promoción.

Días de incredulidad y fe

Allí en la universidad trabó amistad con Jacob Eames, un

ateo. Influido por él Adoniram llegó a negar la existencia de

Dios. La fe llegó a ser para él un asunto del pasado. Sin

embargo, ocultó esto a sus padres hasta su cumpleaños 20,

cuando rompió sus corazones con el anuncio de que no tenía

fe y que pensaba irse a Nueva York y aprender a escribir

para el teatro.

Pero aquella no resultó ser la vida de sus sueños. Se asoció

con algunos jugadores vagabundos y, como él dijo después,

vivió «una vida temeraria, errabunda, encontrando

alojamiento donde podía, y burlando al propietario si hallaba

la ocasión». Ese disgusto con lo que él encontró allí fue el

principio de varias notables providencias.

Él fue a visitar a su tío Efraín en Sheffield, pero encontró

allí, en cambio a «un joven piadoso» que lo desconcertó con

la firmeza de sus convicciones cristianas sin ser «austero y

dictatorial». Fue extraño que él encontrara allí a este joven

en lugar de su tío.

Una noche se hospedó en la posada de un pueblito donde

nunca había estado antes. La única habitación disponible

estaba al lado de la de un joven que estaba muy enfermo, a

punto de morir. Esa noche Adoniram no pudo dormir,

escuchando los lamentos y quejas del enfermo. A la mañana

siguiente, al preguntar por la salud del joven, le informaron

que había muerto al amanecer. Su nombre era Jacob Eames.

El corazón de Adoniram dio un vuelco. La primera cosa que

se le vino a la mente fue: «Él no creía en Dios; él no era

salvo; él está en el infierno». Sin darse cuenta cómo, se

encontró viajando de regreso a su casa. Desde entonces

todas sus dudas acerca de Dios y de la Biblia se

desvanecieron. No pasó mucho tiempo después que él

mismo se volvió a Dios, dedicándole su vida entera.

Consagración a la obra misionera

Por esa época cayeron a sus manos libros de misioneros que

sirvieron a Dios en la India. Sintió una voz interior que le

inquietaba respecto de ese país. Él se mantuvo durante un

tiempo esperando la confirmación, hasta que un día ésta

vino mientras caminaba en un bosque: «Id por todo el

mundo y predicad el evangelio». Fue tan claro como si

alguien le hubiera hablado. Ese día de febrero de 1810,

Adoniram consagró su vida a la salvación del Oriente.

Judson y otros cuatro amigos se reunieron bajo un montón

de heno para orar, y allí solemnemente dedicaron su vida a

Dios para llevar el evangelio «hasta lo último de la tierra».

No había ninguna junta de misiones que los enviara. Sin

embargo, Dios bendijo la dedicación de los jóvenes, tocando

el corazón de los creyentes para que proveyeran el dinero

para tal empresa.

A Judson se le ofreció en ese mismo tiempo un puesto en el

cuerpo docente de la Universidad de Brown, invitación que

él rechazó. Luego, sus padres le instaron a que aceptase

hacerse pastor asociado con el Dr. Griffin en la iglesia de la

calle Park, que era en ese entonces «la iglesia más grande de

Boston». Pero él también lo rechazó.

Y cuando su madre y hermana, con muchas lágrimas, le

recordaban los peligros de una tierra pagana,

contrastándolos con las comodidades del campo doméstico,

volvió a verificarse la antigua escena del libro de los

Hechos. «¿Qué hacéis llorando y afligiéndome el corazón?,

porque yo no sólo estoy presto a ser atado; más aún: a morir

en la India por el nombre del Señor Jesús» (Hechos 21:12-

13).

«Ataría a mi hija a una casilla postal antes que dejar que se

case con ese misionero», decía toda la ciudad acerca de

Adoniram cuando él estaba buscando una esposa. Nunca

antes una mujer norteamericana había ido a la India como

misionera. Adoniram puso sus ojos en una joven llamada

Ann Hasseltine, hija de un diácono.

De muy joven, Ann era sumamente vanidosa, tanto, que las

personas que la conocían, temían que un castigo repentino

de Dios cayese sobre ella. A la edad de dieciséis años tuvo

su primera experiencia con Cristo. Cierto domingo, mientras

se preparaba para el culto, quedó profundamente

impresionada por estas palabras: «Pero la que se entrega a

los placeres, viviendo está muerta». Su vida fue

repentinamente transformada. Desde entonces, todo el ardor

que había demostrado en la vida mundana, ahora lo sentía en

la obra de Cristo. Por algunos años antes de aceptar el

llamado para ser misionera, trabajó como profesora y se

esforzaba por ganar a sus alumnos para Cristo.

Seis meses antes de salir para India, Judson escribió una

carta al padre de ella, pidiéndole su hija. En parte de la carta

decía: «Deseo preguntarle si usted puede consentirme partir

con su hija la próxima primavera, para no verla nunca más

en este mundo; si usted aprueba su ida y su sometimiento a

las penalidades y sufrimientos de la vida misionera; si usted

puede consentir en su exposición a los peligros del océano, a

la influencia fatal del clima del sur de India; a todo tipo de

necesidad y dolor; a la degradación, a los insultos, a la

persecución, y quizás a una muerte violenta. ¿Puede

consentir usted en todo esto, por causa de Aquel que

abandonó su morada celestial, y murió por ella y por usted;

por causa de las perdidas almas inmortales; por causa de

Sion, y la gloria de Dios? ¿Puede usted consentir en todo

esto, en la esperanza de encontrarse pronto a su hija en la

gloria, con la corona de justicia, gozosa con las

aclamaciones de alabanza que tributarán a su Salvador los

paganos salvados –por su intermedio– del infortunio y la

eterna desesperación?».

Increíblemente, el padre dijo que ella debía decidir por sí

misma. Ella escribió a su amiga Lydia Kimball: «Me siento

deseosa y expectante, si nada en la Providencia lo impide,

pasar mis días en este mundo en las tierras de los paganos.

Page 71: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Sí, Lydia, tengo la determinación de dejar todas mis

comodidades y goces aquí, sacrificar mi afecto a los

parientes y amigos, e ir donde Dios, en su Providencia,

tenga un lugar para establecerme». Ado-niram y Ann se

casaron.

Se embarcaron con rumbo a la India en 1812. Su travesía

duró cuatro meses. Llegaron a Calcuta en el verano de 1812,

llenos de entusiasmo, para predicar el evangelio. Pero

recibieron órdenes perentorias del gobierno británico de que

dejaran el país inmediatamente y volvieran a América.

Triste de corazón, la pequeña compañía volvió a la Isla de

Francia, admirada de que le fuese tan violentamente cerrada

la puerta que le había parecido tan grande y eficaz. Pero con

una determinación invencible, volvieron a la India, llegando

a Madras en junio del año siguiente. De nuevo fracasó su

propósito y de nuevo les fue ordenado que se fuesen del

país. Ellos decidieron irse a Rangún, Birmania. William

Carey, el gran misionero que a la sazón vivía en la India, les

advirtió que no fuesen allí, pues era un país cerrado, con un

despotismo anárquico, rebelión constante e intolerancia

religiosa. Además, estaba el triste récord de que todos los

misioneros anteriores habían muerto. Sin embargo, nada de

eso hizo cambiar de opinión a Adoniram Judson.

Mientras Adoniram y Ann finalmente se establecían en su

hogar en el campo misionero de Birmania, ellos se dieron

cuenta que debían de aprender el idioma. En todo lugar en el

cual estuvieran, en mercados, en la calle, ellos podían

escuchar una lengua extraña. Con sólo escuchar uno podía

desanimarse, pero los Judson determinaron que iban a

aprender el idioma. Su misión era ganarles a ellos para

Cristo – ¿cómo podrían hacerlo si ellos no podrían ni

siquiera llevarles el mensaje de salvación? No había

diccionarios, ni libros que pudiesen ayudar.

Adoniram se propuso entonces aprender el idioma y la única

forma que conoció era balbuceando y señalando, como

cuando un niño recién empieza a hablar. Adoniram encontró

a un hombre a quien le pagaba para que les enseñase el

idioma – es decir, sentarse y hablar con ellos todo el día.

Finalmente decidieron preparar su propio diccionario y

gramática.

Sufrimientos en la cárcel

Mientras el país comenzaba a alborotarse a causa del

gobierno, los Judson comenzaron a temer por sus vidas y su

misión, la cual estaba empezando a crecer. La armada

británica le había declarado la guerra a Birmania y una

guerra iba a empezar. Un día, mientras Judson trabajaba en

la traducción de la Biblia al birmano, dos policías llegaron a

la casa. Ellos habían visto a Adoniram entrar a un banco

británico por la mañana y asumieron que él era un espía

inglés. Mientras el abría la puerta, uno de los hombres dijo:

«Moung Judson, usted es llamado por el Rey». Esto

significaba sólo una cosa – Arresto.

En la compañía de soldados había un hombre con la cara

llena de manchas, lo cual significaba que él era un verdugo.

El verdugo cogió el brazo de Adoniram y a la fuerza lo puso

en el suelo. Ann gritó, agarrando el brazo del hombre.

«¡Pare! Le daré dinero». Pero ellos se llevaron a Adoniram y

lo pusieron en la cárcel. El 8 de junio de 1824, Adoniram

fue puesto en la cárcel en Ava, acusado por un crimen que

nunca cometió.

El piso estaba lleno de animales podridos, suciedad humana,

y saliva de mil o más prisioneros. No habían ventanas – ¡la

temperatura estaba sobre los 37º Celsius todos los días! Al

ver a los otros prisioneros que eran arrastrados afuera para

morir a manos del verdugo, Judson solía decir: «Cada día

muero». Las cinco cadenas de hierro pesaban tanto, que

llevó las marcas de los grilletes en su cuerpo hasta la muerte.

Él estaba muy preocupado por su preciosa esposa. ¿Qué

habían hecho con ella? Él le oró para que de alguna manera

la cuidara de algún tipo de daño. A veces Dios nos pone en

un lugar donde lo único que podemos hacer es confiar en él.

Esto es todo lo que Adoniram podría hacer ahora; su

esperanza tenía que estar ahora en el Señor.

Adoniram no tenían ninguna razón para preocuparse por su

esposa. El Señor la estaba cuidando, pues Ann había sido

puesta bajo vigilancia militar las 24 horas del día.

Un día, Ann le trajo como regalo una almohada. Adoniram

sonrió y tocó la almohada: «Ann, querida, ¿no pudiste haber

encontrado algo más suave?». Ella sonrió pícaramente, y le

hizo un gesto para que guardara silencio. Luego empezaron

a hablar de otras cosas. Cuando Adoniram inspeccionó

después la almohada, encontró muchas hojas con su

traducción de la Biblia al birmano, a la cual había estado

dedicando poco antes de ser arrestado.

No importaba qué hiciera o dónde estuviera en su celda,

Judson no se separaba de su almohada. Pero muchas veces

se le obligaba a salir para trabajar afuera. En una de esas

oportunidades, el guardián que estaba de turno, lanzó afuera

la almohada sucia y andrajosa. En el momento en que la

arrojó fuera de los terrenos de la cárcel, pasó por allí un ex

alumno de Judson, un joven llamado Moung Ing, quien, al

ver la almohada, la reconoció. Rápidamente la recogió y la

llevó a su casa.

Más tarde, cuando Judson regresó a su celda, descubrió que

la almohada había desaparecido. Al cabo de muchos meses,

el 4 de noviembre de 1825, Judson fue puesto en libertad.

Las autoridades del gobierno birmano le permitieron volver

a su hogar y continuar sus labores como misionero. Sin

embargo, la alegría de la noticia era opacada por la tristeza

de haber perdido el trabajo de tanto tiempo.

Entonces alguien vino a visitar a Judson. Era su ex alumno,

Moung Ing, y bajo el brazo traía la almohada por tanto

tiempo perdida. Judson tomó la almohada, abrió una de sus

costuras, y la sacudió. De allí salieron páginas y páginas de

la Biblia que él había traducido al idioma birmano mientras

estaba en la cárcel. «Dios pareció indicarme que la

almohada era el escondite más seguro para guardar mi

trabajo –dijo Judson– . Y lo ha sido. Dios lo ha guardado y

me lo ha devuelto».

Pérdidas irreparables

Poco después, Adoniram tuvo que viajar y dejar a su esposa

por tres meses. En su viaje él recibió un telegrama, que

decía: «Mi querido Señor: Tengo el desagrado de darle estas

Page 72: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

malas noticias, pero su esposa, la señora Judson, ¡no está

más!». Regresó inmediatamente a su devastada casa. Esta

vez no fue Ann quien salió a recibirle con un beso, sino una

mujer birmana, muy triste, que sostenía en sus brazos a su

pequeña hija María. La niña lloriqueaba, sin reconocer a su

padre. Más tarde, él visitó la tumba de su esposa, ubicada

bajo un árbol que él llamó «Árbol de la esperanza». Seis

meses después de la muerte de Ann, María también murió,

al igual que los dos hijos anteriores. Por esos mismos días se

enteró de que su padre había muerto ocho meses antes.

Los efectos psicológicos de esas pérdidas fueron

devastadores. La duda acerca de sí mismo llenó a su mente,

y se preguntó si había llegado a hacerse misionero por

ambición y fama, no por humildad y amor abnegado.

Empezó a leer los místicos católicos, Madame Guyon,

Fénelon, Tomás de Kempis, etc., y buscó la soledad. Dejó

de lado su trabajo de traducción del Antiguo Testamento, el

amor de su vida, y se retrajo cada vez más de las personas y

de «todo aquello que pudiera incrementar su orgullo o

pudiese promover su placer».

Se negó a comer fuera de la misión. Destruyó todas sus

cartas de recomendación. Renunció al título honorario de

Doctor en Teología que le había dado la Universidad de

Brown en 1823. Entregó toda su riqueza privada

(aproximadamente $ 6.000) a una organización cristiana.

Solicitó que su sueldo fuese reducido a una cuarta parte y se

comprometió a dar más a las misiones. En octubre de 1828

construyó una choza en la selva a cierta distancia de la casa

de la misión Moulmein y se instaló allí el 24 de octubre de

1828, en el segundo aniversario de la muerte de Ann, para

vivir en total aislamiento.

Él escribió en una carta al hogar de los parientes de Ann:

«Mis lágrimas fluyen al mismo tiempo sobre la desamparada

tumba de mi amada y sobre el aborrecible sepulcro de mi

propio corazón». Tenía una tumba excavada al lado de la

choza y se sentaba junto a ella contemplando las fases de la

disolución del cuerpo. Él pidió que todas sus cartas en

Nueva Inglaterra fueran destruidas. Se retiró durante

cuarenta días solo, en la selva infestada de tigres, y escribió

en una carta que sentía una absoluta desolación espiritual.

«Dios es para mí el Gran Desconocido. Yo creo en él, pero

no lo encuentro».

Su hermano, Elnathan, murió el 8 de mayo de 1829 a la edad

de 35 años. Irónicamente, este fue el punto de retorno a la

recuperación de Judson, porque él tenía razón para creer que

su hermano, a quien había dejado en la incredulidad 17 años

antes, había muerto en la fe. En el transcurso de 1830

Adoniram se fue recuperando de su oscuridad.

Sin duda, lo que sostuvo a Ado-niram Judson en todo este

tiempo de oscuridad fue la sólida confianza en soberanía y

bondad de Dios. Que todas las cosas que vienen de su mano

obran para nuestro bien – aunque sean incomprensiblemente

dolorosas en el momento presente. Esta confianza en la

bondad y providencia de Dios le había sido enseñada por su

padre – que es lo que creyó y vivió. Y también por lo que la

Palabra de Dios –la cual él amaba profundamente– le había

enseñado.

Cierta vez un maestro budista dijo que él no podía creer que

Cristo sufrió la muerte de la cruz porque ningún rey

permitiría tal indignidad a su hijo. Judson respondió: «Es

evidente que usted no es un discípulo de Cristo. Un

verdadero discípulo no inquiere si un hecho está de acuerdo

a su propio razonamiento, sino si está en el Libro; su orgullo

ha dado paso al testimonio divino. Mire, el orgullo suyo

todavía no ha sido quebrantado. Renuncie a él y dé lugar a la

palabra de Dios».

Días de fructificación

Seis años después de su arribo a Birmania, bautizaron a su

primer convertido, Maung Nau. La siembra fue larga y dura.

La siega aún más, durante años. Pero en 1831 había un

nuevo espíritu en la tierra. Judson escribió: «La búsqueda de

Dios se está extendiendo por todas partes, a lo largo y ancho

del territorio. Hemos distribuido casi 10.000 tratados,

dándolos sólo a aquellos que preguntan. Muchos han venido

a pedir consejo. Algunos han viajado dos o tres meses, de

las fronteras de Siam y China, para decirnos: ‗Señor, hemos

oído que hay un infierno eterno, y tenemos miedo de él.

Dénos un escrito que nos diga cómo escapar de él‘. Otros,

de las fronteras de Kathay: ‗Señor, nosotros hemos visto un

tratado que habla sobre un Dios eterno. ¿Es quien regala

tales escritos? En ese caso, le rogamos nos dé uno, porque

queremos saber la verdad antes de que muramos‘. Otros, del

interior del país, donde el nombre de Jesucristo es un poco

conocido: ‗¿Es usted el hombre de Jesucristo? Dénos un

escrito que nos hable sobre Jesucristo‘».

Durante los seis largos años que siguieron a la muerte de

Ann, trabajó solo, hasta que finalmente se casó con Sarah, la

viuda de otro misionero. La nueva esposa, que gozaba los

frutos de los incesantes esfuerzos que había realizado en

Birmania, se mostró tan solícita y cariñosa como Ann.

Judson perseveró durante veinte años para completar la

mayor contribución que se podía hacer a Birmania: la

traducción de la Biblia entera a la propia lengua del pueblo.

En poco tiempo, esa Biblia fue distribuida en toda Birmania.

Hoy, muchos años después, todavía se usa esa misma

traducción. Y los birmanos la llaman con mucha propiedad

la «Biblia Almohada».

De vuelta en su tierra

Después de trabajar con tesón en el campo extranjero

durante treinta y dos años, y para salvar la vida de Sarah, se

embarcó con ella y tres de los hijos de regreso a América, su

tierra natal. No obstante, en vez de mejorar de la enfermedad

que sufría, ella murió durante el viaje. Fue sepultada en

Santa Helena.

Así llegó Judson a su tierra: solo y enlutado. Quien durante

tantos años había estado ausente de su tierra, se sentía ahora

desconcertado por el recibimiento que le daban en las

ciudades de su país. Se sorprendió al comprobar que todas

las casas se abrían para recibirlo. Grandes multitudes venían

para oírlo predicar.

Sin embargo, después de haber pasado treinta y dos años en

Birmania, se sentía como extranjero en su propia tierra, y no

quería levantarse para hablar en público en su lengua

materna. Además, sufría de los pulmones y era necesario

que otro repitiese al auditorio lo que él apenas podía decir

balbuceando.

Page 73: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Judson sólo tenía una pasión: volver y dar su vida por

Birmania. Su estancia en los Estados Unidos fue breve.

Duró el tiempo suficiente para dejar a sus hijos establecidos

y encontrar un barco de retorno. Todo lo que quedaba de la

vida que él había conocido en Nueva Inglaterra era su

hermana. Ella había mantenido su cuarto exactamente como

había sido 33 años antes y haría lo mismo hasta el día en que

ella murió.

Para asombro de todos, Judson se enamoró por tercera vez,

esta vez de Emily Chubbuck, con quien se casó el 2 de junio

de 1846. Ella tenía 29 años; él 57. Ella era una escritora

famosa y había dejado su fama y su carrera para ir con

Judson a Birmania. Llegaron en noviembre de 1846. Y Dios

les dio cuatro de los años más felices que cada uno de ellos

había conocido.

Los últimos destellos del otoño

En su primer aniversario, 2 de junio de 1847, ella escribió:

«Ha sido lejos el año más feliz de mi vida; y, lo que aún es a

mis ojos más importante, mi marido dice que ha sido el más

feliz de su vida. Yo nunca he visto otro hombre que pudiese

hablar tan bien, día tras día, sobre cualquier tema, religioso,

literario, científico, político, y – sobre bebés».

Ellos tenían un hijo, pero entonces los viejos males atacaron

a Adoniram por última vez. La única esperanza era enviar al

enfermo en un viaje. El 3 de abril de 1850 lo llevaron al

Aristide Marie que zarpaba hacia la Isla de Francia, con un

amigo, Thomas Ranney, para cuidarlo. En su miseria él era

despertado de vez en cuando por un dolor tan terrible que

acababa vomitando. Una de sus últimas frases fue: «¡Cuán

pocos hay que mueren tan duramente!».

Pasadas las 4 de la tarde del viernes 12 de abril de 1850,

Adoniram Judson murió en el mar, lejos de toda su familia y

de la iglesia birmana. Fue sepultado en el mar. «La

tripulación se reunió en silencio. No hubo ninguna oración.

El capitán dio la orden. El ataúd resbaló a través de un

tablón hasta las aguas, a sólo unos cientos de millas al oeste

de las montañas de Birmania. El Aristide Marie prosiguió su

ruta hacia la Isla de Francia».

Diez días más tarde, Emily dio a luz a su segundo hijo, que

murió al nacer. Ella supo cuatro meses después que su

marido estaba muerto. Volvió a Nueva Inglaterra y murió de

tuberculosis tres años más tarde, a la edad de 37 años.

La plenitud del hombre en Cristo

Adoniram Judson acostumbraba pasar mucho tiempo orando

de madrugada y de noche. Él disfrutaba mucho de la

comunión con Dios mientras caminaba de un lado a otro.

Sus hijos, al oír sus pasos firmes y resueltos dentro del

cuarto, sabían que su padre estaba elevando sus plegarias al

trono de la gracia. Su consejo era: «Planifica tus asuntos, si

te es posible, de manera que puedas pasar de dos a tres

horas, todos los días, no solamente adorando a Dios, sino

orando en secreto».

Emily cuenta que, durante su última enfermedad, ella le leyó

la noticia de cierto periódico, referente a la conversión de

algunos judíos en Palestina, justamente donde Judson había

querido ir a trabajar antes de ir a Birmania. Esos judíos,

después de leer la historia de los sufrimientos de Judson en

la prisión de Ava, se sintieron inspirados a pedir también un

misionero, y así fue como se inició una gran obra entre ellos.

Al oír esto, los ojos de Judson se llenaron de lágrimas. Con

el semblante solemne y la gloria de los cielos estampada en

su rostro, tomó la mano de su esposa, y le dijo: «Querida,

esto me espanta. No lo comprendo. Me refiero a la noticia

que leíste. Nunca oré sinceramente por algo y que no lo

recibiese, pues aunque tarde, siempre lo recibí, de alguna

manera, tal vez en la forma menos esperada, pero siempre

llegó a mí. Sin embargo, respecto a este asunto ¡yo tenía tan

poca fe! Que Dios me perdone, y si en su gracia me quiere

usar como su instrumento, que limpie toda la incredulidad

de mi corazón».

Durante los últimos días de su vida habló muchas veces del

amor de Cristo. Con los ojos iluminados y las lágrimas

corriéndole por el rostro, exclamaba: «¡Oh, el amor de

Cristo! ¡El maravilloso amor de Cristo, la bendita obra del

amor de Cristo!». En cierta ocasión él dijo: «Tuve tales

visiones del amor condescendiente de Cristo y de las glorias

de los cielos, como pocas veces, creo, son concedidas a los

hombres. ¡Oh, el amor de Cristo! Es el misterio de la

inspiración de la vida y la fuente de la felicidad en los

cielos. ¡Oh, el amor de Jesús! ¡No lo podemos comprender

ahora, pero qué magnífica experiencia será para toda la

eternidad!».

En 1850, el año de su muerte, había sesenta y tres iglesias y

más de siete mil bautizados.

Un biógrafo comenta respecto de Adoniram Judson: «Él

tenía 24 años cuando llegó a Birmania, y trabajó allí durante

38 años hasta su muerte a los 61, con un solo viaje a casa de

Nueva Inglaterra después de 33 años. El precio que él pagó

fue inmenso. Él fue una semilla que cayó a tierra y murió. Él

«aborreció su vida en este mundo» y fue una «semilla que

cayó a tierra y murió». En sus sufrimientos, «llenó lo que

estaba faltando de las aflicciones de Cristo» en la

inalcanzable Birmania. Por consiguiente, su vida llevó

mucho fruto y él vive para disfrutarlo hoy y siempre. Él

podría, sin ninguna duda, decir: «Valió la pena».

En la ciudad de Malden, Massachussets, hay un recordatorio

que dice:

In Memoriam Rev. Adoniram Judson

Nació el 9 de Agosto de 1788.

Murió el 12 de abril de 1850.

Lugar de nacimiento: Malden.

Lugar de sepultura: El océano.

Su obra: Los salvos de Birmania

y la Biblia birmana.

Sus memorias: Están en lo alto.

Page 74: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Viviendo día a día con Dios

El Hermano Lorenzo nació con el nombre de Nicolás

Herman, alrededor de 1610, en Heri-menil, Lorraine

(Francia). La fecha se desconoce, pues el registro de

nacimiento fue destruido en un incendio en su parroquia

durante la Guerra de los Treinta Años.

Desgraciadamente, hay pocos datos de su juventud. Él

aprendió principios cristianos de sus padres Dominic y

Louise, con quienes constituía una familia modesta. Aunque

Nicolás tenía sobrada inteligencia, aparentemente no le

pudieron otorgar oportunidad de estudiar. No se sabe si

Nicolás tuvo hermanos o hermanas, cómo pasó su niñez,

acerca de su instrucción escolar, o su primer trabajo.

Conversión y primeras experiencias de vida

Sin embargo, es claro que a la edad de 18 años tuvo su

primera experiencia espiritual, la conversión. Durante ese

invierno, mientras veía a un árbol perder sus hojas,

consideraba que dentro de poco tiempo las hojas se

renovarían, y más tarde vendrían las flores y finalmente

aparecería el fruto. A través de esta sencilla observación

cotidiana, Nicolás recibió una impactante visión de la

providencia y del poder de Dios que nunca pudo olvidar.

Esta visión despertó en él un profundo amor a Dios y un

deseo cada vez mayor de apartarse del mundo. Desde

entonces se dedicó mucho a la lectura y a la vida espiritual.

Sin embargo, Nicolás no ingresó en este tiempo, como

pudiera pensarse, a la vida religiosa, sino al servicio militar,

durante el agitado período de la terrible Guerra de los

Treinta Años. Allí fue apresado por tropas germanas, y,

sospechoso de ser un espía, fue amenazado de muerte. Sin

embargo, él pudo probar su inocencia. Más tarde se reunió

con las tropas de Lorraine, pero fue herido durante el sitio de

Rambervillers, en 1635, desde donde regresó a la casa de sus

padres. La herida recibida en la guerra le afectó el nervio

ciático, debido a lo cual quedó cojo por el resto de su vida,

sufriendo dolores crónicos.

No es posible saber si fue durante su vida como soldado, o

con posterioridad a ella, que participó de pecados que más

tarde le harían lamentar, y recordar con dolor, como

«desórdenes de su juventud» o «pecados de su vida pasada».

Lo cierto es que, llevado por el deseo de enmendar su vida,

y entregar de una vez a Dios lo que le había ofrecido cuando

tuvo aquella primera experiencia espiritual, decidió hacerse

ermitaño.

Junto a otros que tenían la misma intención, se apartó para

vivir en soledad. Sin embargo, a poco andar pudo darse

cuenta que no estaba preparado para esa clase de vida, y la

abandonó. Se dedicó entonces a servir como criado y lacayo

de algunos aristócratas en París. En ese servicio se describió

a sí mismo como muy torpe, tanto, que quebraba todo a su

alrededor.

Reparador de sandalias

A los 26 años de edad se dio cuenta que no podía vivir lejos

del servicio a Dios, así que tomó una seria decisión: ingresó

a la recién formada comunidad de los Carmelitas en la calle

Vaugirard en París, como un hermano laico. Corría junio de

1640. A mediados de ese mismo año, fue recibido

oficialmente, y adoptó el nombre de Lorenzo,

probablemente inspirado en un religioso de su ciudad a

quien había admirado mucho. Como novicio vivió severas

pruebas y también grandes decepciones. Según confesión

propia, muchas veces quedó en evidencia su torpeza natural,

por lo cual temía ser despedido.

Pasados los dos años de noviciado hizo su profesión de

votos, en agosto de 1642, a los 28 años de edad. Louis de

Sainte-Thérése, su superior, resumió la vocación de este

hermano laico con la expresión «oración y trabajo manual».

El primer trabajo que le asignaron después de su profesión

fue el de cocinero de la Comunidad, que estaba compuesta

por más de cien miembros. Sin embargo, la cocina se hizo

muy difícil para alguien físicamente discapacitado, así que

tras 15 años de labor, le asignaron un trabajo en que pudiera

estar sentado. Fue designado como reparador, y luego

fabricante de sandalias. Pero a menudo regresaba a la cocina

para ayudar. Al hermano Lorenzo le fueron encomendadas

también otras tareas como, por ejemplo, comprar el vino.

Para ello debía desplazarse largas distancias, a veces por río;

labor que le era muy difícil, porque, como él mismo dice,

«cojo de una pierna, sólo podía moverme del bote rodando

sobre los barriles». En esos viajes conoció a mucha gente,

que quedaba impresionada por su piedad. Muchos de ellos

acudían después a él en busca de consejo espiritual.

Poco a poco la influencia del «reparador de sandalias»

creció, y no sólo entre los que solía ayudar y aconsejar, sino

que mucha gente instruida y religiosos venían a él desde

distintos sitios. Uno de sus biógrafos, que le conoció

personalmente, dice que llegó a ser venerado por «todo

París». Aunque esto pueda resultar una exageración, lo

cierto es que todos quienes le conocían apreciaban mucho

conversar con él, pues siempre se respiraba en su compañía

la presencia de Dios. Él les enseñaba en forma sencilla cómo

caminar con Cristo.

Cierta vez, interrogado por alguien de la misma Comunidad

(a quien estaba obligado a responder), acerca de cómo había

logrado ese habitual sentido de Dios, el hermano Lorenzo le

dijo que desde su llegada a ese lugar, él había considerado a

Dios como el objetivo y el fin de todos sus pensamientos y

deseos.

Perfil espiritual

Fénelon le visitó poco antes de su muerte y conversó

largamente con él. El recuerdo de esa conversación era muy

vívida para Fénelon diez años más tarde, cuando escribe:

«Las palabras de los santos son a menudo muy diferentes del

discurso de aquellos que trataron de describirlos. El

hermano Lorenzo era tosco por naturaleza, pero delicado en

gracia. Esta mezcla era atrayente y revelaba a Dios presente

en él. Yo lo vi, y aunque él estaba muy enfermo, permanecía

muy contento».

El hermano Lorenzo siempre tenía algo que decir a los que

querían aprender; no escondía nada a los que consideraba

«pequeños y sencillos». Uno de sus biógrafos nos deja un

retrato de sus virtudes sociales. «La virtud del Hermano

Lorenzo nunca lo hizo ser áspero. Él era abierto, digno de

Page 75: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

confianza, te hacía sentir que podías decirle cualquier cosa,

y que habías encontrado un amigo. Por su parte, una vez que

él sabía con quien estaba tratando, hablaba libremente y

mostraba gran bondad. Lo que él decía era simple, siempre

apropiado, lleno de buen sentido. Una vez que pasabas su

dureza exterior tú descubrías una sabiduría inusual, una

libertad más allá del alcance de un hermano laico cualquiera,

un discernimiento que se extendía mucho más allá de lo que

podías haber esperado».

Tenía «el mejor corazón del mundo. Su delicado semblante,

aire humano y afable, su simple y modesta manera de ser le

ganaba la estima y buena voluntad de todos los que lo veían.

Mientras más de cerca lo veías, más descubrías en él una

profundidad de integridad y piedad que difícilmente podía

encontrarse en otra persona. Él no fue uno de aquellos

inflexibles que consideran la santidad incompatible con las

formas comunes. Él se asociaba con cualquiera y nunca se

daba ínfulas, actuando amablemente con sus hermanos y

amigos sin querer llamar la atención».

Lorenzo tenía algún grado de instrucción intelectual. A

veces hablaba de los libros que había leído o examinado. Se

relacionó con sus compañeros y con visitantes letrados.

Lorenzo fue nutrido por el espíritu de Teresa de Ávila cuyo

«Camino de la Perfección» era leído cada año por los

religiosos. La declaración de Teresa de que «el Señor

camina entre ollas y cacerolas» debe haber agradado al

hermano cocinero. Juzgando por sus escritos, también debió

haber encontrado mucho gozo al leer a Juan de la Cruz, el

autor del «Cántico espiritual».

Aunque Lorenzo ciertamente hablaba, permanecía la mayor

parte del tiempo en silencio. Los hermanos laicos vivían en

las sombras, en el profundo silencio de la comunidad

Carmelita. Jurídicamente ocupaban el último lugar de la

casa, ya que incluso los novicios estaban por sobre ellos. En

la mañana servían a las mesas de los mayores, y el resto de

sus días estaban llenos de obligaciones. Por eso, no siempre

tenían tiempo de dedicarse a sus prácticas devotas. Pero

Lorenzo, como podemos leer en sus conversaciones y cartas,

estaba acostumbrado a vivir constantemente en la presencia

de Dios, orando sin cesar, en toda circunstancia.

Por más de 50 años, Lorenzo, quien vivió la profundidad de

una contemplación que era la fuente de la sabiduría para sus

consejos, deleitó e inspiró a los miembros de la comunidad

de la calle Vaugirard.

Sin embargo, con el tiempo sus sufrimientos físicos

aumentaron. La gota ciática que le hacía cojear lo atormentó

por casi 25 años, y degeneró en una úlcera de la pierna,

causándole un inmenso dolor. Estuvo muy enfermo tres

veces durante los últimos años de su vida. Cuando se

recuperó la primera vez, le dijo al médico: «Doctor, sus

medicinas me han hecho muy bien. ¡Pero han retrasado mi

alegría!». Esperaba ansiosamente el glorioso encuentro. Tres

semanas antes de morir escribió «Adiós, espero ver a Dios

pronto». Y seis días antes de partir: «Espero por la

misericordiosa gracia de Dios, verle en pocos días».

Lúcido hasta sus últimos momentos, el Hermano Lorenzo

murió el 12 de Febrero de 1691, a la edad de 77 años. Su

plácida muerte fue muy parecida a su vida en la Comunidad,

donde cada día y cada hora era un nuevo comienzo y un

fresco compromiso de amar a Dios con todo su corazón.

Su legado

En tiempos complicados semejantes a los que vivimos, el

Hermano Lorenzo, descubrió, y más tarde siguió, una forma

pura y simple de caminar continuamente en la presencia de

Dios. Durante casi cuarenta años, vivió y caminó con Dios a

su lado.

El Hermano Lorenzo fue un hombre gentil y de espíritu

alegre, que evitaba llamar la atención y que no era amigo de

los púlpitos. Sólo algunas de sus cartas escritas de su puño y

letra fueron conservadas después de su muerte. Quienes las

leyeron quisieron conocer las otras. Para atender esos

pedidos ellas fueron coleccionadas. Joseph de Beaufort

aconsejó al arzobispo de París a publicar las cartas en un

pequeño panfleto. El año siguiente, en una segunda

publicación titulada «La Práctica de la Presencia de Dios»,

De Beaufort incluyó, como material introductorio, el

contenido de cuatro conversaciones que tuvo con el

Hermano Lorenzo.

En su pequeño libro de Cartas y Conversaciones, el

Hermano Lorenzo explica de una forma simple y hermosa

cómo caminar continuamente con Dios, no con la mente

sino con el corazón. Su legado fue mostrar un camino

directo para vivir en la presencia de Dios, tan práctico hoy

como hace 300 años. El hermano Lorenzo pertenece a un

selecto grupo de hermanos y hermanas cuyo legado

espiritual no puede medirse por su efecto visible. Con

seguridad, él nunca imaginó que su humilde y escondida

trayectoria espiritual sería de ayuda para tantos hermanos y

hermanas en el futuro. Hombres y mujeres de la talla de

Watchman Nee, A. W. Tozer, Jessie Penn-Lewis, y el así

llamado «movimiento de Keswick» han sido ayudados e

inspirados al leer su breve biografía espiritual. Pues en ella

nos muestra cómo caminar con Dios de una manera íntima,

constante y real a través de todas las vicisitudes de una vida

humana común y corriente. En ello está la esencia de su

perdurable riqueza espiritual.

***

Cartas

Las cartas del hermano Lorenzo son el verdadero corazón y

el alma del libro «La práctica de la presencia de Dios».

Todas fueron escritas durante los últimos diez años de su

vida. Los destinatarios fueron diversos, sin embargo, en

todas ellas late el mismo corazón sencillo y amante de

Cristo.

Primera carta

Tú deseas tan diligentemente que te describa el método por

el cual he llegado a este habitual sentido de la presencia de

Dios, el cual nuestro misericordioso Señor ha querido

darme. Voy a hacerlo con la petición que no le muestres la

carta a nadie. Si me entero que muestras la carta, todo el

deseo que tengo que alcances el progreso espiritual no

bastará para que te siga escribiendo.

Page 76: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Lo que puedo contarte es lo siguiente: habiendo encontrado

en muchos libros diferentes métodos de ir a Dios y diversas

prácticas de la vida espiritual, llegué a la conclusión que

éstas servían más para confundirme que para facilitarme lo

que seguí después, que no era otra cosa que llegar a ser

completamente de Dios. Esto hizo que me decidiera a darme

todo por el Todo.

Después de haberme dado a mí mismo completamente a

Dios, para que Él satisficiera lo que yo merecía por mis

pecados, yo renuncié, por amor a Él, a todo lo que no fuera

Dios; y comencé a vivir como si no hubiera nada más en el

mundo que Él y yo.

A veces me consideraba a mí mismo ante Él como un pobre

criminal a los pies de su juez. Otras veces lo veía a Él en mi

corazón como mi Padre, como mi Dios. Lo adoraba lo más

seguido que podía, manteniendo mi mente en su santa

presencia y recordándolo cuando mi mente comenzaba a

alejarse de Él. Este era mi trabajo no sólo en el tiempo

designado para la oración sino en cualquier instante; cada

hora, cada minuto, incluso cuando tenía más trabajo.

Alejaba de mi mente todo lo que interrumpía mis

pensamientos de Dios.

Este ejercicio no estaba libre de dolor. Continuaba a pesar

de las dificultades. Trataba de no aproblemarme o

inquietarme cuando mi mente comenzaba a vagar. Aquella

había sido mi práctica común desde que entré a la vida

religiosa. Aunque los había hecho muy imperfectamente,

encontré grandes ventajas en esta práctica. Yo sabía muy

bien que todo se debía a la misericordia y a la bondad de

Dios, porque nada podemos hacer sin Él, incluso menos que

nada.

Cuando somos fieles en mantenernos en su santa presencia,

y permitirle que siempre esté delante de nosotros, esto nos

impide ofenderlo y hacer algo que pueda desagradarlo.

También produce en nosotros una libertad santa, y si se

puede decir así, una familiaridad con Dios, donde o cuando

la pidamos. Él nos suministra la gracia que necesitamos.

Con el tiempo, al repetir a menudo estos actos, éstos se

tornan habituales, y la presencia de Dios llega a ser muy

natural para nosotros.

Por favor da gracias a Dios conmigo por su gran bondad

hacia mí, la cual nunca podré suficientemente expresar, y

por los muchos favores que Él ha realizado a este tan

miserable pecador como soy. Que todo le alabe. Amén.

Segunda carta

No encuentro mi forma de vivir descrita en libros, aunque

no tengo problemas con ello. Sin embargo, para mayor

tranquilidad, te agradecería que me hicieras saber tus

pensamientos acerca de este tema.

En una conversación algunos días atrás, una persona muy

devota me dijo que la vida espiritual era una vida de gracia,

que se inicia con un miedo servil, crece con la esperanza de

la vida eterna, y se completa con el amor puro; cada uno de

estos estados tiene fases diferentes, por medio de los cuales

uno llega finalmente a aquella bendita consumación.

Yo no seguí estos métodos completamente. Al contrario,

sentí instintiva-mente que me desalentarían. En vez de

seguirlos, cuando entré en la vida religiosa, tomé la

resolución de entregarme (darme a mí mismo) a Dios para

que Él fuera la completa satisfacción de mis pecados, y por

amor a Él, renunciar a todo.

Durante los primeros años, frecuentemente empleaba el

tiempo apartado para la devoción en pensamientos acerca de

la muerte, juicio, infierno, cielo, y mis pecados. Y continué

por algunos años, poniendo mi mente cuidadosamente el

resto del día, e incluso en medio de mi trabajo, en la

presencia de Dios, que siempre la consideraba conmigo,

siempre en mi corazón.

Con el tiempo comencé a hacer lo mismo durante el tiempo

consagrado a la oración, lo que me produjo alegría y

consolación. Esta práctica produjo en mí una estima tan alta

de Dios que sólo la fe era suficiente para sostenerme.

Ese fue mi comienzo. Puedo decirte que durante los

primeros diez años, sufrí mucho. Durante ese tiempo me

caía y me levantaba muchas veces. Me daba la impresión

que todas las criaturas, la razón, y Dios mismo estaban

contra mí, y que sólo la fe estaba a mi favor.

La aprensión de no ser tan devoto de Dios como deseaba,

mis antiguos pecados siempre en mi mente, y los grandes

favores inmerecidos que Dios había hecho por mí, eran la

fuente de mis sufrimientos y sentimientos de indignidad. A

veces me aproblemaba pensando que haber recibido tales

favores era sólo efecto de mi imaginación, ya que llegaban a

mí muy rápidamente, y yo pensaba que de ser verdaderos

debían tardarse más en llegar. Otras veces creía que todo era

un engaño voluntario y que no había esperanza para mí.

Finalmente, consideré la perspectiva de pasar el resto de mi

vida en estas dificultades. Descubrí que esto no había

disminuido la confianza que tenía en Dios. De hecho, sólo

había servido para aumentar mi fe. Parecía que al fin había

encontrado el cambio en mí. Mi alma, que hasta entonces

estaba inquieta, comenzó a sentir una profunda paz interior,

como si hubiera hallado su centro, un lugar de reposo.

A partir de ese instante comencé a caminar ante Dios

simplemente, en fe, con humildad, y con amor. Me propuse

diligentemente a no hacer nada ni pensar en nada que

pudiera desagradar a Dios. Tenía la esperanza que cuando

terminara de hacer lo que podía, Dios hiciera conmigo lo

que Él quisiera.

No encuentro palabras para describir lo que ocurre conmigo

ahora. No siento dolor ni dificultad acerca de mi estado

porque no tengo voluntad propia, sólo la de Dios. Me

esfuerzo en cumplir su voluntad en todas las cosas. Estoy

tan resignado que no levantaría una paja del suelo, si este

acto es contrario a su orden, o por cualquier motivo distinto

al puro amor por Él.

He cesado de todas las formas de devoción y de oraciones

excepto las que mi estado requiere. Mi prioridad es

perseverar en su santa presencia, en la cual mantengo una

atención sencilla y amante de Dios, que puede llamarse una

presencia actual de Dios. Poniéndolo de otra forma, es una

habitual, silenciosa, y privada conversación del alma con

Page 77: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Dios. Que me da mucho gozo y contentamiento. En

resumen, estoy seguro, más allá de toda duda, que mi alma

ha estado en las alturas con Dios estos últimos treinta años.

He pasado por muchas cosas pero no quiero parecer tedioso

refiriéndotelas en detalle.

Pienso que es apropiado contarte como me percibo a mí

mismo delante de Dios, a quien considero como mi Rey. Me

considero a mí mismo como el más miserable de los

hombres. Estoy lleno de faltas, taras, y debilidades. He

cometido toda clase de crímenes contra este Rey. Con un

profundo arrepentimiento le confieso todas mis debilidades.

Pido su perdón. Me abandono completamente en sus manos

para que Él haga conmigo lo que quiera.

Mi Rey es lleno de misericordia y bondad. Lejos de

castigarme, Él me abraza con amor. Me hace comer en su

mesa. Él me sirve con sus propias manos y me da la llave de

sus tesoros. Me conversa y se deleita conmigo

incesantemente, de miles y miles de formas distintas. Y me

trata como su favorito. De esta manera me considero

continuamente en Su santa presencia.

Mi método más usual es esta simple atención, una amorosa

mirada a Dios. Así me encuentro muchas veces, a mí mismo

apegado con la mayor dulzura y deleite a Él, igual que un

niño al pecho de su madre. Para elegir una expresión,

llamaría a este estado el seno de Dios por la inefable dulzura

que gusto y experimento allí. Si en algún momento, mis

pensamientos me apartan de este estado de necesidad y

flaqueza, mis recuerdos me traen nuevamente, por medio de

emociones interiores tan sublimes y deliciosas que no

encuentro palabras para describirlas.

Te ruego que consideres mi gran miseria, como te he

informado extensamente, y los grandes favores que Dios

hace a alguien tan indigno y malagradecido como yo.

De esta forma mis horas consagradas a la oración, son una

simple continuación del mismo ejercicio. A veces me

considero a mí mismo como una piedra delante del escultor,

de la que Él hará una estatua. Cuando me presento así

delante de Dios, deseo que haga su imagen perfecta en mi

alma y que me haga enteramente como Él es.

En otras ocasiones, cuando me consagro a la oración, siento

que todo mi espíritu se eleva sin ningún cuidado ni esfuerzo

de mi parte. Luego mi alma está suspendida, y anclada

firmemente en Dios, teniendo a Dios como el centro o el

lugar de reposo.

Sé que algo carga este estado con inactividad, engaño, y

amor propio. Confieso que es una inactividad santa. Y sería

un dichoso amor propio si el alma, en este estado, fuera

capaz de esto. Pero mientras el alma está en este reposo, no

puede distraerse por las cosas a las cuales antes estaba

acostumbrada. Aquello de lo cual el alma solía depender

ahora es más bien un impedimento.

Así que no puedo ver como esto podría llamarse un engaño,

ya que el alma que disfruta a Dios de esta manera sólo lo

desea a Él. Si esto es un engaño, sólo Dios puede

remediarlo. Le dejo que haga lo quiera conmigo. Sólo lo

deseo a Él. Sólo deseo ser completamente devoto a Él.

Te ruego que me envíes tu opinión porque me es de mucho

valor. Tengo una singular estima por tu reverencia. Estoy a

tu servicio.

........................................

Decimoquinta carta

Dios es quien sabe mejor lo que nosotros necesitamos. Todo

lo que Él hace es para nuestro bien. Si supiéramos lo mucho

que nos ama, estaríamos siempre listos para recibir tanto lo

amargo y lo dulce que proviene de su mano. No habría

diferencia. Todo lo que viene de Él sería placentero.

Las peores aflicciones sólo parecen intolerables si las vemos

bajo la luz incorrecta. Cuando las vemos como viniendo de

la mano de Dios, y sabemos que es nuestro amante Padre

quien nos humilla e incomoda, nuestros sufrimientos pierden

su amargura y se convierten en una fuente de consolación.

Que todos nuestros esfuerzos sean para conocer a Dios.

Quien más le conoce, desea conocerle mucho más. El

conocimiento es comúnmente la medida del amor. Mientras

más profundo y más extenso sea nuestro conocimiento, más

grande será nuestro amor. Si nuestro amor hacia Dios fuera

grande le amaríamos igualmente en el dolor y en el placer.

Nos engañamos a nosotros mismos si buscamos o amamos a

Dios por algún favor que nos haya dado o que pueda darnos.

Tales favores, no importa lo grandes que sean, nunca nos

traerán tan cerca de Dios como simple acto de fe.

Busquemos a Dios sólo mediante la fe. Él está dentro de

nosotros. No lo busquemos en ninguna otra parte.

¿No somos rudos y merecemos la culpa si lo dejamos solo

para ocuparnos en bagatelas que no agradan a Dios y que

quizás le ofenden? Estas bagatelas pueden algún día

costarnos caro. Comencemos diligentemente a consagrarnos

a Él. Apartemos cualquier otra cosa de nuestro corazón. Él

quiere poseer nuestro corazón completamente. Roguemos

por su favor. Si hacemos todo lo que podemos, pronto

veremos ese cambio forjado en nosotros que tanto

deseamos. No puedo agradecer a Dios lo suficiente por

haberte aliviado de tus dolores. Espero ver al Señor dentro

de pocos días. Oremos el uno por el otro.

El arco iris tras la lluvia

George Matheson no fue, lo que se pudiera decir, una gran

lumbrera en el universo cristiano. Su figura no resalta

particularmente entre las muchas que hay en la historia de la

Iglesia. Su vida no tiene esos promontorios heroicos que

tienen otras vidas, y que impresionan a muchos.

Su vida fue más que un trueno, un silbo apacible. Más que

una tempestad, fue una llovizna diáfana. No destacó ni como

un gran predicador (aunque predicó algunos mensajes

notables), ni un gran escritor (aunque escribió algunas cosas

destacables). Su vida estuvo más bien marcada por el

sufrimiento callado, por la cruz llevada en silencio. Es

conocido generalmente como el «predicador ciego», y

también como el autor de dos himnos muy conocidos.

Pero ¿qué hay detrás del hombre que arrastraba una

discapacidad tan cruel? Cuando nos asomamos a su vida

encontramos una fuente verdadera de gozo y paz, de

Page 78: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

aquiescencia y conformidad con la voluntad de Dios. Fue un

hombre que aprendió a decirle «Sí» a Dios, con una sonrisa

en los labios.

George Matheson nació en Glasgow (Escocia) en 1842; era

uno de los ocho hijos de un comerciante del mismo nombre.

Primero fue educado en una escuela pequeña en Carlton

Place. Entonces, después de trasladarse a St. Vincent

Crescent, fue a la Academia de Glasgow, y posteriormente a

la Universidad de Glasgow. Se graduó como BA en 1861

con distinción en Filosofía, y MA en 1862.

Días de dolor

El primer nubarrón en el horizonte para Matheson fue una

temprana ceguera, por inflamación en la retina, que

comenzó a manifestarse desde su primer año de vida. Usaba

unos lentes muy gruesos, y se sentaba muy cerca de la

ventana en la escuela. Por largo tiempo, conservó alguna

capacidad de visión, pero muy tenue. En sus estudios,

siempre dependió de otros, especialmente de sus hermanas,

las cuales asumieron la discapacidad de su hermano como

un desafío personal. Ellas mismas se dieron a la tarea de

estudiar las materias para ayudarlo. Más tarde, aprenderían

latín, griego y hebreo a fin de hacerlo mejor.

Una vez graduado en la Universidad de Glasgow decidió

proseguir sus estudios en la Universidad de Edimburgo. Más

tarde, estudió teología. Como estudiante de teología fue muy

aventajado. Llevado por su afán de investigación, escribió

un valioso tratado titulado «El Crecimiento del Espíritu de la

Cristiandad». Su libro era brillante, pero tenía algunos

errores importantes. Cuando algunos críticos señalaron los

errores y lo acusaron de ser un estudiante inexacto, él quedó

acongojado. Uno de sus amigos escribió: «Cuando él vio

que para los propósitos de estudio su ceguera era un

impedimento, se retiró del campo (de la investigación) – no

sin dolor, pero definitivamente».

Este fue un segundo aguijón doloroso en la vida de

Matheson. No sólo estaba la ceguera, como un recordatorio

permanente de su desgracia, sino que ahora, esa ceguera le

impedía avanzar en sus estudios como hubiese querido.

Sin que él pudiera comprenderlo en ese momento, Dios

estaba dirigiendo su vida por otro camino, más allá de la

investigación académica. El mundo cristiano perdió un

teólogo, pero ganó un pastor, predicador y poeta, de gran

inspiración.

Por este tiempo, Matheson tuvo otro gran dolor. Un día su

médico le dijo: «Lo mejor que puede hacer es visitar a sus

amigos lo más rápidamente, porque en breve la oscuridad

vendrá sobre usted, y nunca más podrá verlos». Esa fue la

manera que el médico utilizó para decirle que en breve

quedaría totalmente ciego. En este tiempo, Matheson se

hallaba de novio con una hermosa joven. Él le contó a ella la

calamidad que le sobrevendría, dándole la oportunidad de

deshacer el noviazgo. Ella lo hizo, pues «no estaba dispuesta

a cargar toda la vida con un marido ciego». Pero esta tristeza

llevó a Matheson a profundizar aún más su devoción a Dios.

Días de fructificación

Al principio, fue ayudante en la iglesia de Sandyford, donde

sorprendió a todos porque a pesar de su ceguera podía

cumplir cualquier deber que se le asignara. Su primer cargo

fue en el pueblo de Inmellan, en 1868. Ganó rápidamente

fama como predicador y hacía como si leyera los mensajes,

de manera que muchos no se percataban de su discapacidad.

Muchos venían año a año a Innellan para las fiestas de fin de

año, porque les gustaba oír a «Matheson de Innellan», y su

nombre llegó a ser muy conocido en Escocia. Tanto así, que

en 1879 la Universidad de Edimburgo le confirió el título

honorario de Doctor en Divinidad.

Durante todo este tiempo fue muy ayudado por su hermana

mayor, con quien vivía y quien escribía al dictado sus

ensayos y sus sermones primeros. Él tenía una memoria

maravillosa. Su hermana ordenaba la casa y le ayudaba con

la parroquia. Escribió centenares de artículos y muchos

libros con la ayuda de una secretaria y más tarde por Braille

y máquina de escribir.

En 1882, Matheson vivió una experiencia muy profunda,

que marcaría su vida. Por fin, años de sufrimiento habrían de

dar a luz una bella flor que no se marchitaría. O, en lenguaje

bíblico, el grano de trigo que había caído para morir,

comenzaría a dar fruto. En junio de ese año compuso la letra

del famoso himno «Amor, que no me dejarás».

George mismo cuenta cómo fue aquello: «Fue compuesto en

la casa parroquial de Innellan, Escocia, en la tarde del 6 de

junio, 1882, cuando tenía 40 años de edad. Yo estaba solo en

casa en ese momento. Era la noche de la boda de mi

hermana, y el resto de la familia se quedaría por una noche

en Glasgow. Algo me pasó que sólo fue conocido por mí, y

que me causó el más severo sufrimiento mental. El himno

fue el fruto de ese sufrimiento. Fue la porción de trabajo más

rápido que hice en mi vida. Yo tuve la impresión de oírlo

dictado a mí por alguna voz interior en lugar de salir de mí.

Estoy seguro que la obra entera se completó en cinco

minutos, y también seguro que nunca recibió de mi mano

algún retoque o corrección. Yo no tengo ningún don natural

del ritmo. Todos los otros versos que yo he escrito alguna

vez han sido artículos manufacturados; este vino como un

manantial de lo alto».

No sabemos qué fue lo que causó ese severo sufrimiento

mental en Matheson. Muchos han dicho que fueron los

recuerdos del rechazo de su novia de juventud. Otros lo

atribuyen al matrimonio de su hermana, quien había cuidado

de él los últimos 20 años, y cuya ausencia se le tornaba

insoportable. Aún otros dicen que ese sufrimiento provenía

de su preocupación por las incursiones que el darwinismo

estaba haciendo en la iglesia. Sea lo que fuere, Dios utilizó

ese gran dolor para dar a luz una obra inmortal.

He aquí el himno, en una traducción literal del original en

inglés:

Oh amor que no me dejará ir,

mi alma fatigada descanso en ti;

te devuelvo la vida que a ti debo.

Que en las profundidades de tu océano

más rica, más llena, pueda fluir.

Oh Luz que ha seguido

todos mis caminos,

Page 79: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

yo rindo mi antorcha fluctuante a ti;

mi corazón restaura su rayo prestado,

que en tu luz brillante un día

pueda ser más luminoso, más hermoso. Oh

gozo que me busca a través del dolor,

yo no puedo cerrar mi corazón a ti;

rastreo el arco iris a través de la lluvia,

y siento que la promesa no es vana,

que el mañana sin lágrimas será.

Oh Cruz que levantó mi cabeza,

yo no me atrevo pedir huir de ti;

me postro en el polvo,

la gloria de la vida está muerta,

y de la tierra florece roja allí

la vida que jamás tendrá fin.

Las palabras de este poema, como en la mayoría de los

poemas de Matheson, no son fáciles de entender en una

primera lectura, pero se hacen más claras después de

meditarlas. El texto usa metáforas para un Dios que no

dejará a su hijo desamparado: primero el Amor, luego el

Gozo, luego la Cruz.

Examinando su vida pasada, Matheson escribió una vez que

la suya era «una vida obstruida, una vida circunscrita… pero

una vida de encendida esperanza, una vida que ha golpeado

persistentemente contra la marea de las circunstancias, pero

que aun en el momento del trabajo abandonado no ha dicho

«Buenas noches» sino «Buenos días».

¿Cómo podía mantener él la esperanza viva en medio de las

tales circunstancias y pruebas? Este himno nos da una pista.

«Yo rastreo el arco iris a través de la lluvia, y siento que la

promesa no es vana, que el mañana sin lágrimas será». ¡La

imagen del arco iris es un cuadro del compromiso del Señor!

La melodía para el poema de Matheson, fue compuesta

también de manera muy rápida. Su compositor, Alberto

Lister Peace, dijo que «la tinta de la primera nota aún no

estaba seca cuando yo había terminado la melodía». Le

pidieron que proporcionara una melodía para las palabras de

Matheson. Él estaba sentado en la playa en la isla de Arran

leyendo las palabras, cuando la melodía entró en su mente.

Matheson siempre dijo que el himno se debía principalmente

al Dr. Peace.

En 1885, fue convocado para predicar en Crathie, por

sugerencia de la Reina. Ella quedó tan impresionada por el

sermón que solicitó una copia impresa. Era «La Paciencia de

Job». La lección del antiguo patriarca no era un

conocimiento mental, sino de vida.

En 1886, fue llamado a la iglesia de St. Bernard, Edimburgo,

la cual se abarrotaba de gente cada domingo.

En 1890 Matheson escribió el otro de sus famosos himnos:

«Cautívame, Señor».

Cautívame, Señor,

y entonces seré libre.

Oblígame a rendir mi espada,

y seré un vencedor.

Me hundo en los temores de la vida

cuando quedo solo;

aprisióname en tus brazos,

y mi mano será fuerte.

Mi corazón es débil y pobre

hasta que encuentra a su amo;

no tiene fuente de acción segura,

varía con el viento.

No puede moverse libre

hasta que tú forjes sus cadenas;

esclavízalo con tu amor inigualable,

y reinará inmortal. Mi poder es débil y

medroso

hasta que yo aprenda a servir;

carece de fuego necesario para brillar,

y de brisa para atreverse.

No puede empujar el mundo

hasta que él mismo sea empujado;

su bandera sólo puede desplegarse

cuando tú soplas desde el cielo.

Mi voluntad no es mía

hasta que tú la hagas tuya;

si alcanzara el trono de un rey,

debería su corona resignar.

En medio de la lucha,

ella sólo está firme

cuando en tu pecho se ha recostado,

y encuentra en ti su vida.

Las frases iniciales de este himno pueden confundir a

algunos lectores: «Cautívame, Señor, y entonces seré libre;

oblígame a rendir mi espada, y seré un vencedor»

(Traducción literal). Uno puede preguntarse: ¿Cómo es

posible ser esclavo y ser y libre, ganador y perdedor, al

mismo tiempo?

Don Hustad comenta: «Hay muchas paradojas en la Biblia.

«Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor. 12:10).

«Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá» (Mat.

16:25). «Él que es más pequeño entre todos vosotros, ése es

el más grande» (Lucas 9:48). Jesús dijo en Juan 12:24: «De

cierto, de cierto, os digo, que si el grano de trigo no cae en la

tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho

fruto».

«He aquí uno de los fenómenos de la naturaleza; un grano

de trigo debe desintegrarse y descomponerse en la tierra

para reproducirse. ¡Debe morir para continuar viviendo! Sin

duda George Matheson, el escritor del himno, aprendió esta

lección a través de su propia experiencia personal».

Vince Gerhardy dice, por su parte: «George Matheson

pensaba en su discapacidad como su aguijón en la carne,

como su cruz personal. Durante varios años, él oró para que

su vista fuese restaurada. Como la mayoría de nosotros,

supongo, creía que la felicidad personal sólo vendría a él

cuando el impedimento hubiese sido quitado. Pero entonces,

un día, Dios le envió una nueva visión: ¡El uso creativo de

su impedimento podía realmente volverse su medio personal

de lograr felicidad!»

«Así que, Matheson llegó a escribir: «Mi Dios, yo nunca te

he agradecido por mi espina. Te he agradecido por mis

rosas, pero ni una vez por mi espina. He estado esperando

Page 80: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

por un mundo donde conseguir una compensación para mi

cruz, pero nunca he pensado en la propia cruz como una

gloria presente. Enséñame la gloria de mi cruz. Enséñame el

valor de mi espina».

Días de paz

George Matheson había encontrado el tipo de felicidad de

Dios – el tipo de felicidad que no sólo es una esperanza

futura, sino también una realidad aquí y ahora. Llegó a tener

tal paz de espíritu, que fue conocido por su optimismo, y por

su espíritu grácil e inspirador.

En los últimos años de su vida, Matheson recibió numerosos

homenajes, y realizó muchos trabajos literarios. Sus escritos,

de corte devocional, revelan una profunda sensibilidad, y

una visión muy lúcida de Cristo, su Señor.4 Sin embargo, él

es recordado especialmente por sus dos bellos himnos.

Matheson murió súbitamente de apoplejía el 28 de agosto de

1906, mientras descansaba en North Berwick, y fue

sepultado en el cementerio de Glasgow.

***

Las alas para mañana

George Matheson

Usted y yo no podemos vivir ni un instante en el presente; si

no avanzamos, vamos a retroceder. Nuestras alternativas son

esperanzas o recuerdos. Canaán o Egipto, la tierra de la

promesa, o la tierra en retrospectiva. El lugar intermediario

es siempre un desierto – un desierto estéril. El pensamiento

no puede habitar allí, ni nunca procura habitarlo. Él debe

tener las alas para mañana o las alas para ayer; él debe

«volar» si desea descansar.

¡Sean mías, entonces, las alas para mañana, oh mi Dios! Si

primero yo consiguiere las alas para mañana, entonces podré

también volver. El recuerdo no puede traer esperanza, pero

la esperanza puede adornar el recuerdo – aun los mismos

recuerdos oscuros.

Egipto, visto desde las montañas de Canaán, puede parecer

muy lindo; sus fatigas pueden ser glorificadas, sus dolores

justificados. Si tú me estás preparando para un cielo de amor

sacrificial, estas luchas, estos dolores, ya están justificados.

Si mi Canaán fuese un mero lugar de placer, cada lágrima

derramada en Egipto sería un desperdicio de tiempo. Pero

cuando, como Caleb, veo a través de las barras de cristal de

Tu ciudad y veo que la cruz es la corona de ella, yo entiendo

todo.

Yo comprendo por qué tus rosas han sido rojas, no blancas.

Yo entiendo por qué las gotas de sangre salpicaron el jardín

de la vida. Yo comprendo por qué mi voluntad ha sido tan

frecuentemente frustrada, por qué mis planes fueron

malogrados tantas veces, por qué mi camino ha sido tan

interrumpido.

Es porque Tu tierra de Canaán es una tierra de sacrificio y

yo me estoy preparando para este sacrificio. Es porque la

rosa de Tu cielo es la flor de la pasión del Calvario. Es

porque el centro de Tu trono contiene un Cordero que fue

inmolado. Es porque los mensajeros de Tu voluntad son

espíritus ministradores. Es porque Tu vida de resurrección

mantiene las marcas de los clavos. Es porque los más

humildes son los mayores en el reino de Tu gloria. La

esclavitud de Egipto será un recuerdo de oro cuando yo

acepte la visión de Tu tierra de Canaán.

Cabalgando sobre la tormenta

«...Se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús...

Herodes y Poncio Pilato... para hacer cuanto tu mano y tu

consejo habían antes determinado que sucediera» (Hechos

4:27-28).

La frase termina de manera opuesta a lo que diría el sentido

común. Nosotros esperaríamos leer así: «Contra tu santo

Hijo Jesús se unieron Herodes y Pilato para torcer el curso

de tu divina voluntad». En lugar de eso, leemos: «Contra tu

santo Hijo Jesús se unieron Herodes y Pilatos para hacer

cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que

sucediera». La idea es que el esfuerzo de ellos para oponerse

a la voluntad de Dios demostró ser un golpe de alianza con

ella. Las medidas que tomaron para arruinar la nave se

volvieron la forma de asegurar que ésta se mantuviese a

flote.

Ellos se confabularon en un consejo de guerra contra Cristo;

pero, sin tener conciencia de ello, firmaron un tratado para la

promoción de la gloria de Cristo. Pensaban que estaban

haciendo un testamento en favor de los enemigos de Cristo;

y estaban realmente dejando toda su riqueza al Hombre de

Nazaret. Ellos decretaron que él debía morir; ese decreto fue

su contribución de hojas de palma.

Mi hermano, Dios nunca frustra las circunstancias adversas;

ése no es su método. Me impresionan a menudo estas

palabras: «Él cabalga en las alas del viento». Son muy

sugerentes. Nuestro Dios no abate las tormentas que se

levantan en contra suya; él monta sobre ellas, él obra a

través de ellas.

A menudo nos sorprende que se permita abrir tantos

caminos espinosos para los buenos: cómo José, el muchacho

soñador, es puesto en un calabozo; cómo ese hermoso niño

Moisés es lanzado en el Nilo. Usted habría esperado que la

Providencia detuviera la apertura de esos fosos destinados

para destrucción. Bueno, él podría haber hecho así; él podría

haber dicho a la tormenta: «¡Detente!». Pero había una

forma más excelente: montar sobre ella.

La ley natural

«Jehová trajo un viento oriental... y al venir la mañana, el

viento oriental trajo la langosta» (Éxodo 10:13).

Se inclina uno a preguntar: ¿Por qué traer el viento del este?

Dios estaba a punto de enviar una providencia especial para

la liberación de su pueblo de Egipto. Estaba a punto de

azotar a los egipcios con una plaga de langostas. Las

langostas iban a ser su especial providencia, la evidencia de

su poder supremo. ¿Por qué entonces, no trae las langostas

en seguida? ¿Por qué provoca la intervención de un viento

oriental? ¿No parecería más majestuoso si simplemente

hubiera sido escrito: «Dios mandó una plaga de langostas

creada con el propósito de liberar a su pueblo»? En lugar de

Page 81: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

eso, su acción toma la forma de la ley natural: «El Señor

trajo un viento oriental... y al venir la mañana, el viento

oriental trajo la langosta».

¿Por qué envía su mensaje en un carro común cuando podía

volar en alas celestiales? ¿No son algo desilusionantes las

palabras «al venir la mañana»? ¿Por qué debía el acto de

Dios ser tan largo obrando la cura? ¿No es el pasaje entero

un estímulo para que los hombres digan: «Oh, todo eso se

debió a causas naturales»? Sí, y para agregar, «todas las

causas naturales son causas divinas».

Entonces, ¿por qué ha sido escrito este pasaje? Es para

mostrarnos que cuando vemos un beneficio divino que pasa

por un viento oriental, o cualquier otro viento, no debemos

pensar que procede menos directamente de Dios.

Es para enseñarnos que, cuando nosotros pedimos la ayuda

de Dios, hemos de esperar que la respuesta sea enviada a

través de cauces naturales, a través de cauces humanos. Para

decirnos que, cuando los cielos reales están callados, no

hemos de decir que no hay voz de nuestro Padre.

Hemos de buscar la respuesta a nuestras oraciones, no en

una apertura del cielo, no en las alas de un ángel, no en un

trance místico, sino en los accidentes aparentes de cada día,

en el encuentro con un amigo, en el cruce de una calle, en el

oír un sermón, en la lectura de un libro, en escuchar una

canción, en la contemplación de una bella escena.

Debemos vivir en la expectativa solemne que, cualquier día

de nuestras vidas, las cosas que nos rodean pueden ser los

mensajeros de Dios.

Page 82: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El canto desde la cárcel de Bedford

Juan Bunyan nació en Elstow, Inglaterra, el 30 de

noviembre de 1628, sin embargo su vida entera estuvo

asociada a la ciudad de Bedford, ubicada a unos 80

kilómetros al noroeste de Londres. Bunyan aprendió el

oficio de su padre, que era hojalatero. Recibió la educación

común de los pobres: leer y escribir. No tuvo educación

formal más alta de ningún tipo.

El largo camino hacia la fe

De niño, Bunyan fue muy sensible a las cosas espirituales.

Sufría permanentes pesadillas, en que se veía siendo

torturado en el infierno, por lo cual solía pasar días

encerrado en el abatimiento y la melancolía.

Pero las pruebas más notables de su vida empiezan a los 15

años de edad, cuando mueren su madre y su hermana de 13

años, con un mes de diferencia. Para mayor aflicción, su

padre volvió a casarse apenas un mes después. Cuando

Bunyan cumplió 16 años, fue arrancado de su hogar para el

ejército, donde estuvo dos años.

En ese tiempo, Bunyan no era creyente; su vida era bastante

licenciosa. «Pocos me igualaban –dice– sobre todo

considerando mis tiernos años, en maldecir, jurar y

blasfemar el nombre santo de Dios … Era el cabecilla de

mis jóvenes amigos en el camino del vicio y la impiedad».

Pensar en Dios le era un asunto muy desagradable, así como

oír hablar de libros cristianos.

Sin embargo, él habría de reconocer más tarde que Dios le

había buscado todo ese tiempo, y que muchas veces le había

enviado, lo que él denominaba, «juicios templados con

misericordia». Una vez cayó en una zanja y por poco muere

ahogado. Otra vez se hundió en un bote en el río Bedford.

Poco después, yendo por el campo con sus amigos, encontró

una víbora que se arrastraba por el camino, y le dio con un

palo en la cabeza. Cuando la víbora quedó atontada, realizó

un acto temerario: la forzó a abrir el hocico con un palo y le

sacó el aguijón con los dedos. Cuando era soldado, alguien

tomó su puesto en la guardia, para morir al poco rato con

una bala en la cabeza.

Muy pronto ocurrió otro hecho providencial en su vida. A la

edad de 20 años se casó con una mujer muy especial. No se

conoce el nombre de ella, pero sí se sabe que provenía de

una familia pobre y muy piadosa. El matrimonio Bunyan

tuvo cuatro hijos, María, Isabel, Juan y Tomás. María, la

mayor, nació ciega. El único bien material que ella aportó al

matrimonio fueron dos libros que le había dejado su padre al

morir: «El Camino al cielo para el Hombre sencillo» y «La

Práctica de la Piedad».

Bunyan decía: «En estos libros yo leía a veces con ella,

donde encontré algunas cosas que me agradaban; pero aún

yo no tenía fe». Pero la obra de Dios había empezado en su

vida, pues el ejemplo de su esposa y la lectura de esos libros

le produjeron deseos de reformarse.

Se lanzó entonces con todas su fuerzas a un ejercicio

religioso voluntario y perseverante con el fin de reformarse

a sí mismo. Sin embargo, no había nacido de nuevo. La vida

religiosa se transformaría muy pronto en una carga pesada y

asfixiante. Entonces comenzó a buscar respuestas en la

Biblia; pero en vez de hallarlas, le sobrevenían muchas

dudas, grandes conflictos espirituales.

Había períodos de gran duda sobre las Escrituras y sobre su

propia alma. «En mi espíritu, se derramaba un diluvio de

blasfemias contra Dios, Cristo, y las Escrituras, para mi

confusión y asombro. ¿Cómo entender, por ejemplo, que los

turcos tenían tan buenas escrituras para demostrar que

Mahoma era su Salvador, tal como nosotros las tenemos

para demostrar a nuestro Jesús? La dureza de mi corazón era

tan extrema, que aunque me dieran mil libras por una

lágrima, yo no podría verter una sola».

Luego, cuando él pensaba que ya estaba establecido en el

evangelio, vino un tiempo de oscuridad aplastante, seguida

de una tentación terrible: «Yo sentía mi corazón

consintiendo a la tentación de abandonar a Cristo. Oh, la

diligencia de Satanás, la desesperanza del corazón del

hombre. Temí que mi terrible pecado pudiera ser

imperdonable. Nadie conoce mis terrores de esos días. Me

era duro trabajo orar a Dios, porque la desesperación estaba

devorándome».

Entonces vino lo que parecía ser el momento decisivo. «Un

día, mientras paseaba por el campo, esta frase cayó en mi

alma: «Tu justicia está en el cielo». Y entonces, vi con los

ojos de mi alma a Jesucristo a la diestra de Dios; allí estaba

mi justicia. Aun más, también vi que no era la buena

intención de mi corazón lo que haría mejorar mi justicia, ni

aún mi mala intención lo que empeoraría mi justicia, pues

mi justicia era Jesucristo mismo, el mismo ayer, hoy, y para

siempre. Ahora mis cadenas cayeron. Fui libertado de mis

aflicciones; mis tentaciones también huyeron; así que desde

ese tiempo esas Escrituras de Dios sobre el pecado

imperdonable dejaron de atormentarme; ahora fui también a

casa regocijándome por la gracia y el amor de Dios».

Comienzo de su ministerio

Bunyan comienza a reunirse en la iglesia no conformista de

Bedford, donde recibió mucha ayuda del pastor, Mr.

Gifford. Otra influencia importante fue el Comentario sobre

Gálatas de Martín Lutero. «Tuve mucho placer de que este

libro viniera a parar a mis manos, tan antiguo, y cuando lo

leí sólo un poquito, hallé que mi propia condición estaba

tratada con tanto detalle que parecía que el libro había sido

escrito para mí… Con la excepción de la Biblia, prefiero

este libro sobre todos los otros que he visto en mi vida».

En 1655, cuando la situación de su alma estaba consolidada,

le pidieron a Bunyan que exhortara a la iglesia, y

súbitamente se mostró un gran predicador. No fue

autorizado como pastor de la iglesia de Bedford hasta 17

años después, pero creció su popularidad como poderoso

predicador. De todas partes acudían centenares a oír su

palabra. Charles Doe, un fabricante de peines en Londres,

diría años más tarde: «El Sr. Bunyan predicó el Nuevo

Testamento de tal forma que me hizo asombrarme y llorar

de alegría».

A Bunyan le tocó vivir en una época de profundos conflictos

políticos entre el Parlamento y la Monarquía, conflictos que

incidieron en la vida religiosa de Inglaterra. Como

Page 83: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

consecuencia de ello, hubo varios períodos de persecución

religiosa para aquellos que no pertenecían a la iglesia oficial

–como era su caso– seguidos de otros de libertad transitoria.

En los días de tolerancia religiosa, se cuenta que un día se

reunieron unas 1.200 personas para oírle, a las 7 de la

mañana en un día laboral. Una vez, en la prisión, una

congregación entera de 60 personas fue arrestada y traída

por la noche. Un testigo nos dice: «Oí al Sr. Bunyan

predicar y orar con un poderoso espíritu de fe en la ayuda

divina que me hizo estar de pie y maravillarme». El mayor

teólogo puritano y contemporáneo de Bunyan, John Owen,

cuando el Rey Carlos le preguntó por qué él, un gran

erudito, fue a oír predicar a un inculto hojalatero, dijo: «Yo

cambiaría de buena gana mi conocimiento por ese poder

para conmover los corazones de los hombres».

En 1658, a diez años de su matrimonio, cuando Bunyan

tenía 30 años, murió su esposa, dejándolo con cuatro niños

menores de diez años. Un año después, se casó con

Elizabeth, una mujer notable. A un año de su boda, Bunyan

fue arrestado y puesto en prisión; tenía 32 años de edad. Ella

estaba embarazada de su primogénito y abortó en la crisis.

Entonces Elizabeth se dedicó a cuidar a los niños

abnegadamente, sola durante 12 años, y dio a Bunyan dos

niños más, Sara y José.

Una esposa valerosa

Ella merece mención aparte por el valor con que enfrentó a

las autoridades en 1661, un año después del encarcelamiento

de su esposo. Ella ya había ido a Londres con una petición.

Esta vez, se encontró con una dura pregunta:

–¿Dejará él de predicar?

–Señor, él no dejará de predicar en tanto pueda hacerlo.

–¿Cuál es la necesidad de hablar?

–Hay necesidad, señor, porque yo tengo cuatro hijos

pequeños que mantener, de los cuales uno es ciego, y no

tenemos de qué vivir sino de la caridad de la gente buena.

Uno de los jueces, compadecido, le preguntó cómo ella tenía

cuatro hijos siendo tan joven.

–Señor, yo soy su madrastra, me he casado sólo hace dos

años. De hecho, yo estaba encinta cuando mi marido fue

aprehendido primero; pero siendo joven y no acostumbrada

a tales cosas, a causa de las noticias, entré en labor de parto

durante ocho días, y entonces él fue libertado; pero mi hijo

murió».

Los otros jueces se endurecieron y dijeron:

–¡No es más que un calderero!

–Sí, y porque él es un calderero y un hombre pobre, es

despreciado y no se le hace justicia.

Un juez se enfureció y dijo que Bunyan predicaría y haría lo

que quisiera.

–¡Él no predica nada más que la Palabra de Dios!– dijo ella.

Otro, en un arrebato, gritó:

–¡Él va por todas partes haciendo daño!

–No, señor, no es así; Dios lo ha tomado y ha hecho mucho

bien a través de él.

El hombre furioso replicó:

–¡Su doctrina es la doctrina del diablo!

–¡Señor, cuando aparezca el Juez justo, sabrá que su

doctrina no es la doctrina del diablo!

Un biógrafo de Bunyan comenta: «Elizabeth Bunyan era

simplemente una campesina inglesa; sin embargo, no

hubiese hablado con más dignidad si hubiese sido una

reina».

Así, durante 12 años Bunyan escogió la prisión. Él pudo

tener su libertad cuando quisiera, pero él y Elizabeth estaban

hechos del mismo material. Cuando se le exigió retractarse y

no predicar, no aceptó violar su fe ni sus principios. No

obstante, a veces se atormentaba pensando que no había

tomado la decisión correcta en resguardo de su familia. «La

separación de mi esposa y mis hijos, especialmente de mi

hija ciega, a menudo fue para mí como arrancarme la carne

de mis huesos». Pero él permaneció allí. Y allí Juan Bunyan

entonó un canto que todavía se escucha, «El Peregrino», su

obra más conocida; y no sólo eso, pues el testimonio de su

estada allí, de su fidelidad en medio del sufrimiento, han

sido una dulce melodía para miles de cristianos en los siglos

posteriores.

Pastorado en Bedford

En 1672 él fue libertado gracias a la Declaración de

Indulgencia Religiosa. Inmediatamente fue designado pastor

de la iglesia en Bedford, donde había estado sirviendo desde

el principio, incluso desde la prisión, a través de escritos y

visitas periódicas. Se compró un granero, que fue habilitado

para las reuniones. Nunca dejó su pequeña parroquia por

otras oportunidades mayores en Londres. Se estima que

había unos 120 no-conformistas en Bedford en 1676, con

otros que no dudaban en venir a oírlo desde los pueblos

circundantes.

Hubo un nuevo encarcelamiento en 1675-76. Se cree que en

este tiempo fue escrito «El Progreso del Peregrino». Pero

aunque él no estuvo de nuevo en prisión durante su

ministerio, la tensión de aquellos días era muy grande.

Diez años después de su último encarcelamiento, en mitad

de los 1680‘s, la persecución se desató de nuevo. Las

reuniones fueron prohibidas; los hermanos, apresados. «Con

frecuencia, los disidentes cambiaban el lugar de reunión y

ponían centinelas; dejaron de cantar himnos en sus servicios,

y para mayor seguridad rendían culto al final de la noche.

Los ministros eran llevados al púlpito a través de trampas en

el suelo o en el techo, o a través de puertas improvisadas en

las paredes». Bunyan esperaba ser apresado de nuevo y

cedió la propiedad de todos sus bienes a su esposa Elizabeth

para que ella no fuera afectada por sus multas o

encarcelamiento.

Page 84: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Pero Dios lo salvó. Hasta agosto de 1688, viajó los 80

kilómetros hasta Londres para predicar. Pero después de un

viaje a un distrito periférico, volvió a Londres a caballo,

bajo un terrible temporal. Cayó enfermo de una fiebre

violenta, y el 31 de agosto de 1688, a la edad de 60 años,

siguió a su Peregrino desde la ciudad de Destrucción, a

través del río, a la Nueva Jerusalén. Su último sermón lo

predicó el 19 de agosto en Londres sobre Juan 1:13. Sus

palabras finales en el púlpito fueron: «Vivid como hijos de

Dios, de modo que podáis mirar al rostro de vuestro Padre

con reposo cada día».

Su esposa e hijos probablemente no supieron de la crisis

hasta que fue demasiado tarde; así que es posible que él

muriese sin el consuelo de su familia, tal como había

sucedido en gran parte de su vida. El inventario de sus

pertenencias después de su muerte dio un total de 42 libras y

19 chelines. Esto es más de lo que dejaría un hojalatero

común, pero sugiere que la mayoría de las ganancias de «El

Progreso del Peregrino» habrían ido a los impresores de las

ediciones ‗piratas‘. Bunyan nació pobre y nunca anheló

enriquecerse en esta vida. Fue sepultado en Londres.

Su legado

La vida hermosamente rendida de Juan Bunyan nos deja un

precioso legado, que puede desglosarse en tres grandes

áreas: su actitud frente a los padecimientos, su amor a la

Palabra de Dios y sus escritos.

Su actitud frente a los padecimientos

John Piper, al comentar este aspecto de la vida de Bunyan,

dice: «Lo que más me conmueve de Bunyan es su

sufrimiento y cómo respondió a él». Y agrega: «Yo leo a

Juan Bunyan con un creciente sentido de que el sufrimiento

es un elemento normal, útil, esencial y ordenado por Dios en

la vida y el ministerio cristiano … Ha habido siempre,

también en nuestros días, personas que intentan resolver el

problema del sufrimiento negando la soberanía de Dios, la

providencia todo gobernante de Dios sobre Satanás, sobre la

naturaleza y sobre los corazones y los hechos del hombre.

Pero es notable ver cómo aquellos que defienden la

soberanía de Dios en relación al padecimiento han sido los

que más han sufrido y han encontrado en ella el mayor

consuelo y ayuda».

«Bunyan estaba entre ellos. En 1684 él escribió una

exposición para su pueblo sufriente basada en 1 Pedro 4:19:

«Los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden

sus almas al fiel Creador, y hagan el bien». El libro se

llamaba «Consejos Oportunos: Advertencia a los que

sufren». Él toma la frase «según la voluntad de Dios», y

despliega allí la soberanía de Dios para el consuelo de su

pueblo.

«No es lo que los enemigos quieren, ni a lo que ellos están

resueltos, sino lo que Dios quiere, y lo que Dios determina;

eso se hará. Ningún enemigo puede traer aflicción a un

hombre si la voluntad de Dios es diferente; así también,

ningún hombre puede escapar de sus manos cuando Dios lo

entrega para Su gloria; así como Jesús mostró a Pedro con

qué muerte él glorificaría a Dios. Nosotros sufriremos o no

sufriremos, según a él le plazca».

«Dios ha determinado quién sufrirá (Apoc. 6:11, el número

completo de los mártires). Dios ha determinado cuándo ellos

sufrirán (Hechos 18:9-10, el tiempo de aflicción aún no

había llegado para Pablo; así también con Jesús en Juan

7:30). Ha decretado dónde este, aquel u otro hombre bueno

sufrirá («no es posible que un profeta muera fuera de

Jerusalén» Lucas 13:33; 9:30). Dios ha ordenado qué tipo de

padecimientos sufrirá este o aquel santo (Hechos 9:16,

«cuán grandes cosas él deberá sufrir»; Juan 21:19 «con qué

muerte había de glorificar a Dios»). Nuestras aflicciones, así

como la naturaleza de ellas, están todas escritas en el libro

de Dios; y sin embargo, esa escritura aparece con caracteres

desconocidos para nosotros, aunque Dios la entiende muy

bien (Mar. 9:13; Hech. 13:29). Él ha establecido quién de

ellos morirá de hambre, quién por la espada, quién irá a

cautividad, o quién será comido por las bestias (Jeremías

15:2, 3)».

¿Cuál es el objetivo de Bunyan en esta exposición de la

soberanía de Dios acerca del sufrimiento? «En pocas

palabras, he escrito esto para mostraros que los sufrimientos

son ordenados y dispuestos por él, para que, cuando entréis

en dificultades por este nombre, no os desestabilicéis ni os

desorientéis, sino permaneced serenos y firmes, y decid:

‗Sea hecha la voluntad del Señor‘ (Hech. 21:14)».

Él advierte también contra los sentimientos de venganza.

«Aprended a compadeceros y lamentar la condición del

enemigo. Nunca tengáis inquina por sus ventajas presentes.

‗No te entremetas con los malignos, ni tengas envidia de los

impíos» (Prov. 24:19). No os preocupéis, aunque ellos

estropeen vuestro lugar de reposo. Es Dios que les ha

permitido hacerlo, para probar vuestra fe y paciencia. No les

deseéis mal con lo que ellos han obtenido de vosotros.

Bendecid a Dios pues vuestra porción cayó en el otro lado.

Cuán amoroso, por consiguiente, es el trato de Dios con

nosotros, cuando él escoge afligirnos aunque por poco

tiempo, porque con bondad eterna tiene misericordia de

nosotros (Is. 54:7-8)».

La clave para sufrir pacientemente es ver en todas las cosas

la mano de un Dios misericordioso, bueno y soberano. Hay

más de Dios para ser asido en los tiempos de angustia que en

cualquier otro tiempo. Hay algo de Dios que puede ser visto

en un día tal, y no en otras condiciones.

Bunyan pide a su pueblo que se humille bajo la mano

poderosa de Dios y confíen que todo será para su bien. «Os

ruego, no desmayéis, ni os airéis con Dios, o con los

hombres, si la cruz se os hace pesada. No con Dios, porque

él nada hace sin una causa, ni con los hombres, porque ellos

son siervos de Dios para vuestro provecho» (Salmo 17:14;

Jer. 24:5); por tanto, tomad con gratitud lo que os viene de

Dios por medio de ellos».

Su amor a la Palabra de Dios

¿Cuál es la clave para vivir en Dios? La respuesta de

Bunyan es: asirse de Cristo a través de la Palabra de Dios, la

Biblia. La prisión probó ser para él un lugar bendito de

comunión con Dios, porque su dolor le abrió la Palabra y la

más profunda comunión con Cristo que él jamás había

conocido antes.

«Nunca tuve en toda mi vida tan amplia entrada en la

Palabra de Dios como ahora en prisión. Aquellos temas que

Page 85: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

yo nunca había visto antes fueron escritos en este lugar y

empezaron a brillar para mí. Jesucristo mismo nunca fue

más real y notorio que ahora. Aquí yo lo he visto y lo he

sentido de hecho. En este lugar, he tenido dulces visiones

del perdón de mis pecados y de mi estar con Jesús en el otro

mundo. Estoy persuadido de que, mientras esté en este

mundo, nunca podría expresar lo que he visto aquí».

Sobre todo, él tomó las promesas de Dios como la llave para

abrir la puerta del cielo. «Os digo, amigos, hay promesas del

Señor que me ayudaron a asirme de Cristo, que yo no

obtendría fuera de la Biblia por mucho oro y plata de que

dispusiese».

Una de las más grandes escenas en «El Progreso del

Peregrino» es cuando Cristiano, en el calabozo del Castillo

de la Duda, recuerda que tiene una llave para la puerta. Es

muy significativo no sólo lo que la llave es, sino donde está:

«¡Qué tonto y necio soy en quedarme en mi calabozo

maloliente, cuando tan bien pudiera estar paseándome en

libertad! Tengo en mi pecho una llave, llamada Promesa,

que estoy persuadido podrá abrir todas y cada una de las

cerraduras del castillo de la Duda». «¿De veras?, le dice

Esperanza, éstas son buenas noticias, hermano; sácala de tu

pecho y probaremos». Cristiano sacó su llave, la aplicó a la

puerta del calabozo, y a la media vuelta la cerradura cedió, y

la puerta se abrió de par en par y con la mayor facilidad, y

Cristiano y Esperanza salieron».

Tres veces Bunyan dice que la llave estaba en el «bolsillo

del pecho» de Cristiano o simplemente «su pecho». Tomo

esto para significar que cristiano la había escondido en su

corazón por la memorización, y que era ahora accesible en

prisión precisamente por esta razón. Es así como las

promesas sostuvieron y fortalecieron a Bunyan. Él estaba

lleno de la Escritura. Todo lo que escribió está saturado de la

Biblia. Escudriñaba su Biblia la mayor parte del tiempo. Por

eso él puede decir de sus escritos: «No tengo cosas pescadas

en las aguas de otros hombres; mi Biblia y la Concordancia

son la única bibliografía en mis escritos».

Spurgeon anota: «Su ser entero estaba saturado con la

Escritura; sus escritos continuamente nos hacen sentir y

decir: ¡Este hombre es una Biblia viviente! Pínchenlo en

cualquier parte y encontrarán que incluso su sangre es

‗biblina‘, la verdadera esencia de la Biblia fluye de él. Él no

puede hablar sin citar un texto, pues su alma está llena de la

Palabra de Dios».

Bunyan reverenciaba la Palabra de Dios y temblaba ante la

posibilidad de deshonrarla. «Permíteme morir con los

filisteos (Jue. 16:30) antes que tratar corruptamente con la

palabra bendita de Dios». Esta, finalmente, es la razón por la

cual Bunyan tiene tanta vigencia hoy, en lugar de

desaparecer en la niebla de la historia. Él continúa

ministrando porque él reverenciaba la Palabra de Dios y se

sumergió en ella.

Sus escritos

Los libros habían estimulado su propia búsqueda espiritual y

lo habían guiado en ella. Los libros serían su principal

legado a la iglesia y al mundo.

Por supuesto, él es famoso por «El Progreso del Peregrino».

Junto a la Biblia, es el libro más difundido en el mundo,

traducido a más de 200 idiomas. Tuvo éxito inmediatamente

con tres ediciones en su primer año de publicación (1678).

Fue despreciado al principio por la élite intelectual, pero

como señaló Lord Macaulay: «Este es quizás el único libro

sobre el cual, después de cien años, la minoría educada ha

sobrepasado a la opinión de la gente vulgar».

Pero la mayoría de las personas no sabe que Bunyan fue un

escritor prolífico antes y después de «El Progreso del

Peregrino». El catálogo de sus escritos registra 58 libros. Es

notable su variedad temática: controversia (como los

«Cuáqueros y la justificación y el bautismo»), poemas,

literatura infantil, y alegoría (como «La Guerra Santa» y «La

Vida y Muerte de Mr. Badman»). Pero la gran mayoría son

exposiciones doctrinales prácticas de la Escritura, basadas

en sermones, para fortalecer, advertir y ayudar a los

cristianos peregrinos en el exitoso camino al cielo.

Fue un escritor de principio a fin. Ya había escrito cuatro

obras antes de ir a prisión, a la edad de 32 años, y el año en

que murió se publicaron cinco libros suyos. Esto es

extraordinario para un hombre sin educación formal. No

sabía griego ni hebreo y no tenía grado teológico alguno.

Por esto le menospreciaban aun en sus propios días, de tal

manera que su pastor, John Burton, salió en su defensa,

escribiendo un prólogo para su primer libro en 1656, cuando

él tenía 28 años: «Este hombre ha sido escogido no de lo

terrenal sino de la universidad celestial, la Iglesia de Cristo.

Él, a través de la gracia, ha tomado estos tres grados

celestiales: la unión con Cristo, la unción del Espíritu, y las

experiencias de las tentaciones de Satanás, que hacen más

diestro a un hombre para esa obra poderosa de predicar el

Evangelio que todos los grados y el aprendizaje universitario

que pueda detentar».

Los sufrimientos de Bunyan dejaron su marca en toda su

obra escrita. George Whitefield dijo de «El Progreso del

Peregrino»: «Huele a prisión. Fue escrito cuando el autor

estaba confinado en la cárcel de Bedford. Y los ministros

nunca escriben o predican tan bien como cuando están bajo

la cruz: el Espíritu y la Gloria de Cristo descansan entonces

en ellos».

Page 86: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El pobrecillo de Asís

Francisco nació a fines del siglo XI, año 1083, con el

nombre de Juan Bernardone, en la pequeña ciudad italiana

de Asís.

En su tiempo, la iglesia institucionalizada había escalado

hasta la cima del poder y riquezas mundanas nunca antes

vista, descuidando gravemente su misión espiritual. Había

mucha corrupción y abusos en casi todos los ambientes

cristianos. Entre tanto, la gran mayoría de la gente vivía en

la ignorancia y la pobreza, soportando los abusos de quienes

detentaban el poder político y el poder religioso.

En este desolador contexto surgieron reacciones en busca de

una vida cristiana más pura y consagrada. Una de ellas fue

encabezada por Pedro de Valdo y los «Pobres de Lyon»,

quienes vendían sus bienes para vivir de una manera

humilde, predicaban el evangelio a los pobres y difundían la

Biblia en lengua vernácula. Muy pronto, sin embargo, la

iglesia secularizada se los prohibió y fueron perseguidos

como herejes. Esto los convirtió en un pueblo separado que,

a pesar de su fiel testimonio por Jesucristo, tenían pocas

posibilidades de llegar a la gran masa de hombres y mujeres

sometidos a ese sistema.

Es en este punto donde cobra importancia la figura de

Francisco de Asís

Pobre para Cristo

Francisco, cuyo nombre es en realidad un apodo que

significa «pequeño francés», fue hijo de un rico comerciante

de la ciudad de Asís. Durante su juventud vivió de manera

mundana y disipada, despilfarrando a manos llenas el dinero

de su padre. Con ansias de conquistar la gloria caballeresca,

se enlistó en el ejército de su ciudad para luchar contra la

ciudad rival de Perusa. Sin embargo, su ejército fue

derrotado y Francisco acabó encarcelado en Perusa por

varios meses. Allí comenzaron a desmoronarse sus sueños

de gloria y grandeza. Aunque, una vez libertado, volvió a su

antigua vida, un cambio imperceptible comenzaba a

operarse en él, pues la gracia de Dios ya lo estaba atrayendo.

Fue así como, dos años más tarde, mientras se dirigía otra

vez al campo de batalla, repentinamente una voz en sueños

le mandó detenerse y volver a su casa. Así lo hizo, y aquella

noche, mientras oraba, Francisco se encontró con el Señor y

éste cambió su vida para siempre.

Como consecuencia de ese encuentro, todos sus antiguos

hábitos y deseos desaparecieron y fueron reemplazados por

un ardiente anhelo de conocer e identificarse más y más con

Cristo. Y fue este el motivo que gobernó su vida hasta el fin.

Todo lo demás, estuvo siempre subordinado a este llamado

supremo. Pues, aunque siempre se mantuvo fiel a la iglesia

establecida, su jerarquía y sus sacramentos, la vida de Cristo

en él logró desbordar y eclipsar todas esas influencias para

llevarlo por un camino totalmente diferente. Todo lo demás

se volverá externo y transitorio. «Solo Dios salva, y no

necesita de la ayuda de ningún hombre para hacerlo; y si

necesitara de alguien, sería de siervos pequeñitos e

ignorantes», podría decir más adelante.

A partir de su conversión, los hechos se suceden

rápidamente. Comienza a visitar a los mendigos y luego a

los leprosos. A estos últimos se les llamaba «raza maldita»,

y les estaba prohibido entrar en las ciudades y beber de los

ríos o fuentes por temor al contagio. A Francisco le

causaban un horror indescriptible y los evitaba por cualquier

medio. No obstante, creía haber escuchado la voz del Señor

en oración, diciéndole: «Si quieres conocer mi voluntad,

deberás amar todo lo que has despreciado y despreciar todo

lo que has amado».

Cierto día, mientras iba en su caballo, divisó un leproso que

venía hacia él por el camino. Instintivamente dio la media

vuelta y escapó. Pero, en ese instante, recordó la voz del

Señor y decidió volver. Bajó del caballo tambaleándose y

acercándose al leproso lo abrazó y luego besó sus dos manos

llagadas y putrefactas por la lepra. Luego se alejó, y al

momento, sintió que el Señor lo envolvía con su presencia

de una manera nueva y superior. Desde ese día consideró

ese incidente como la prueba de fuego de su conversión.

Nunca más temió a los leprosos y a partir de entonces

procuró con ahínco limpiar sus heridas y llagas. Al final de

su vida pudo confesar: «El Señor me llevó entre los

leprosos», recordando que fue gracia del Señor la que lo

capacitó para servirlos.

Poco tiempo después, comenzó a distribuir los bienes de su

padre entre los pobres de la ciudad. Este último, furioso, lo

encerró bajo llave en su casa, decidido a hacer de él un

hombre de negocios. Pero su madre, una mujer sensible, lo

liberó. No obstante, su padre lo arrastró hasta la puerta de la

parroquia de Asís, para que el obispo juzgara su causa. Allí

Francisco, en un acto de singular dramatismo, se despojó de

sus costosas ropas y, entregándoselas a su padre, declaró

ante todo el pueblo: «Amé y fui amado por este hombre a

quien siempre llamé padre. Pero Aquel que me soñó y amó

desde la eternidad, puso un muro a mi carrera de

comerciante y me dijo «ven conmigo». Y yo he decidido

irme con él. Ahora tengo otro Padre. Desnudo vine al mundo

y desnudo retornaré a los brazos de mi Padre».

Este acto marcó su rompimiento definitivo y radical con la

sociedad y sus intereses mundanos. Nunca más volvió a

tener posesión alguna, a excepción de una túnica hecha de

saco y un cordón para atarla. Tampoco volvió a tocar el

dinero. Había abrazado la pobreza, no como un fin en sí

mismo, sino como una manera de despojamiento y

desprendimiento a fin de poseer a Cristo sin limitaciones.

Su pobreza radical era una forma de completo desasimiento,

no sólo del cuerpo sino también del alma, a fin de poseer a

Dios plenamente. Y a partir de allí, surgió en él un extraño y

nuevo amor por la creación de Dios, los árboles, las

montañas, las aves, los insectos y las flores. Pues, descubrió

que quien no tiene nada, en realidad lo tiene todo. Mas no

como su dueño, sino como beneficiario del infinito amor de

Dios, que se revela en toda su creación. «Cuando el corazón

–decía– está vacío de Dios, el hombre atraviesa la creación

como mudo, sordo, ciego y muerto; inclusive la Palabra de

Dios está vacía de Dios. Cuando el corazón se llena de Dios,

el mundo entero se puebla de Dios... El Señor sonríe en las

flores, murmura en la brisa, pregunta en el viento, responde

en la tempestad, canta en los ríos..., todas la criaturas hablan

de Dios cuando el corazón está lleno de Dios».

El hermano pobre y desasido de todo –pensaba Francisco–

puede ser hermano de todo lo creado, como una criatura más

Page 87: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

entre todas las criaturas de Dios. Pero además, puede,

henchido por el amor de Dios, amar a todos los hombres, sin

distinción de clase, riqueza ni color, especialmente aquellos

que no son amables, ni atractivos ni deseables. Aquí

hallamos la explicación más profunda de la pobreza asumida

voluntariamente por Francisco.

Los Hermanos Menores

Francisco fue siempre un hombre de acción más que de

palabra. Por ello, su testimonio de Cristo debe buscarse

antes en sus actos que en sus enseñanzas o predicaciones.

Hablando estrictamente, no fue un hijo de la iglesia

organizada. No estudió en un seminario, no fue parte del

clero, ni tampoco formó parte de ninguna de las órdenes

religiosas ya existentes. Su conocimiento religioso, bastante

tosco y popular, no pasaba del de cualquier laico promedio.

A pesar de ello, emprendió al principio un camino solitario

en el que no buscó ni consultó más que al Señor y su

Palabra.

Y fue en ese camino que el Señor le reveló su voluntad por

medio de las palabras del evangelio en Mateo 10:5-14: «Id...

predicad diciendo: El reino de los cielos se ha acercado... no

os proveáis de oro, plata, ni cobre en vuestros cintos...etc».

Fue como si un relámpago estallara ante sus ojos. Era la voz

del Señor hablándole a él directamente. Desde ese momento

en adelante debía dedicar su vida a vivir y predicar el

evangelio hasta el fin de sus días. Y él lo interpretó

literalmente: sin dinero, sin posesiones, sin reglas humanas,

dependiendo exclusivamente de Dios y su misericordia; y

dando primero ejemplo del evangelio con su propia vida.

A partir de entonces, poco a poco, en tanto Francisco

predicaba a las gentes encendido por el amor de Cristo, un

numeroso grupo de compañeros se fue sumando a su

aventura. El primero de ellos fue Bernardo de Quintavalle,

el hombre más rico y poderoso de Asís. Una tarde convidó a

Francisco a cenar a su casa y durante la noche, fingiendo

que dormía, lo espió mientras Francisco pasaba la noche

orando al Señor. Quedó tan conmovido, que al día siguiente

decidió repartir todo lo que tenía entre los pobres y seguir

las huellas de Francisco. Esto causó una gran conmoción en

la ciudad de Asís. Los nobles y poderosos comenzaron a

recelar de la influencia de Francisco, mientras otros tantos

jóvenes y jovencitas dejaban todo para seguir su ejemplo,

repartiendo sus posesiones entre los pobres para ir en pos de

Cristo.

Al principio, la naciente fraternidad tenía por única guía y

regla de acción los principios que Francisco tomaba del

Evangelio. Vivían sin posesiones en pequeñas chozas de

barro, cuidándose mutuamente, trabajando con sus manos

para obtener sustento (aunque nunca dinero) y a veces

pidiendo limosna. Siempre marchaban de dos en dos por los

caminos, predicando y saludando a todos con: «El Señor te

dé la paz». La mayoría los miraba extrañados, no pocos se

burlaban y algunos los golpeaban y trataban como locos o

ladrones. Pero ellos siempre intentaban responder con una

sonrisa mientras daban gracias al Señor por los golpes y las

burlas. Iban de ciudad en ciudad y de plaza en plaza

animando a todos a arrepentirse de sus pecados y volverse al

amor del Señor. Estos fueron los mejores años de Francisco

y la fraternidad, cuando eran libres para seguir al Señor sin

normas ni controles eclesiásticos. Sin embargo, muy pronto

todo habría de cambiar.

A medida que fueron siendo más y más conocidos, la

fraternidad fue creciendo, y Francisco sintió que era tiempo

de solicitar un permiso de la autoridad para continuar con la

fraternidad y su misión. Sus biógrafos atestiguan que, en

verdad, no pensaba que la autoridad debía refrendar el

evangelio que el Señor mismo le había encomendado, sino

que más bien, como todo cristiano medieval, pensaba que

debía hacerlo por respeto y sumisión. Pocos años antes

Pedro de Valdo había expresado el mismo deseo, pero había

sido rechazado.

Contrariamente a lo que había sucedido con Valdo,

Francisco obtuvo el permiso. La autoridad, tras largas

deliberaciones, aceptó la «regla» propuesta, que no era más

que una compilación de versículos del Evangelio. La

experiencia con Valdo había demostrado que oponerse a esta

clase de movimientos era peor. Desde entonces, se buscó

convertir el movimiento ‗franciscano‘ en un disciplinado

ejército sometido a los intereses de la iglesia

institucionalizada. Con el tiempo, este hecho llegaría a ser la

gran tragedia en la vida de Francisco.

El Camino de la Cruz

Francisco nunca fue un teólogo ni un hombre especulativo.

Desconfiaba del conocimiento y la sabiduría puramente

intelectual, pues para él conducía al orgullo y la

superioridad. Por lo mismo, y honestamente, nunca se

preguntó acerca de la validez escritural de la iglesia de su

tiempo. Él simplemente deseaba vivir el Evangelio de la

forma más humilde, pobre y amable posible, sin despreciar

ni herir a nadie. Además, pensaba que había sido llamado a

predicar con el ejemplo y no con la palabra. Aunque leía y

citaba constantemente la Biblia, siempre se consideró

ignorante e incompetente en cuanto a enseñar sobre ella. No

obstante, a pesar de todo lo anterior, en su intento de vivir

radicalmente a Cristo según lo revelan los evangelios, se

halló inevitablemente enfrentado con los intereses y

estratagemas del sistema eclesiástico dominante. En este

punto, desgarrado entre su anhelo de total fidelidad a Cristo

y, por otra parte, su respeto hacia una jerarquía eclesiástica

que impedía su completa realización, comenzó la noche

oscura para él.

A medida que la fraternidad fue creciendo, muchos hombres

preparados en las doctrinas y estatutos de la iglesia

profesante entraron en ella. La mayoría fue atraída por un

interés y simpatía reales hacia Francisco y los primeros

hermanos. Pero su espíritu era muy distinto. Y en ellos, la

jerarquía encontró el medio de tomar las riendas del

movimiento, nombrándolos rápidamente como rectores del

mismo. Estos ‗letrados‘ consideraban a Francisco demasiado

simple, tosco e inculto para dirigir un movimiento tan

grande. Querían atenuar lo que consideraban un ideal

demasiado riguroso y organizar la orden de acuerdo a las

reglas monásticas preexis-tentes. Deseaban fundar

conventos y seguir el camino ya conocido.

La autoridad había nombrado a Hugolino como delegado

protector de la orden. Este, influido por los ministros,

intentó convencer a Francisco tenazmente para que adoptara

alguna regla monástica. Pero Francisco se mantuvo

Page 88: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

inconmovible. Los hermanos no necesitaban más regla que

el Evangelio de Cristo. De hecho, los primeros franciscanos

eran cualquier cosa menos monjes. Tenían total libertad para

vivir como el Señor los dirigiera: algunos como jornaleros,

otros como ermitaños, otros como peregrinos y aún otros,

como predicadores itinerantes. No existía ninguna

organización más que la necesaria para salvar las situaciones

según se presentaban. Eran, ante todo, una familia unida por

lazos espirituales.

Así se expresaba entre ellos lo que Francisco había recibido

de parte del Señor. Pero ahora se les exigía otra cosa:

organización y uniformidad. Para aquéllos era una cuestión

de practicidad y realismo; para Francisco, en cambio, estaba

en juego la viabilidad misma del Evangelio de Cristo. Él se

lo había jugado todo por esa forma de vida que los ministros

despreciaban como carente de sentido común. Fue una

batalla terrible en la que el alma de Francisco fue arrastrada

hacia un abismo de agonía, duda y desesperación. Fueron

años largos y oscuros, durante los cuales la fraternidad le fue

arrebatada progresivamente, mediante cientos de argucias y

engaños.

De hecho, ellos tenían miedo de enfrentar a Francisco, así

que le pidieron a Hugolino que interviniera. Un día, éste

tomó a Francisco aparte y comenzó nuevamente a hablarle.

En respuesta, Francisco tomó a Hugolino de la mano y entró

así a la asamblea general de hermanos. Y dijo: «Hermanos

míos. El camino en que me metí es el de la humildad y de la

sencillez. Si les parece nuevo mi programa, sepan que el

Señor mismo me lo reveló y que de ninguna manera seguiré

otro. No vengan a hablarme de reglas... ni de ninguna otra

forma de vida, fuera de aquella que el Señor misericordio-

samente me mostró. Y el Señor me dijo que él quería que yo

fuera un nuevo loco en el mundo... En cuanto a ustedes

(dirigiéndose a ellos), que Dios los confunda con su

sabiduría y su ciencia».

En medio de ese torbellino, Francisco decidió ausentarse e ir

a predicar a los musulmanes. En realidad estaba desalentado

y no deseaba batallar más, ni apropiarse de nada para sí. Los

letrados, aprovecharon el momento, y muy pronto metieron

a todo el movimiento en regla. Los primeros hermanos se

opusieron, pero fueron perseguidos y encarcelados. Sin

embargo, otros partieron a buscar a Francisco. Finalmente lo

encontraron y lo trajeron de vuelta. Cuando éste llegó, y

comprobó todos los cambios introducidos durante su

ausencia, se enfureció: En el lugar mismo donde él había

iniciado la fraternidad, los clérigos habían erigido un

convento.

Molesto, se subió entonces al techo y comenzó a tirar las

tejas. Sin embargo, los letrados no se dieron por vencidos.

Ni tampoco Hugolino. Finalmente, Francisco, enfermo y

agotado, decidió renunciar por completo a la dirección de la

fraternidad, nombrando en su reemplazo a un hermano de su

confianza. Reunió a los hermanos y les habló, en tono

sombrío y triste: «Hermanos, en adelante estoy muerto para

ustedes. He aquí al hermano Pedro Catani a quien todos,

ustedes y yo, obedeceremos». Había perdido la batalla por la

fraternidad.

De este modo, sin embargo, Francisco había optado por el

camino de la cruz y de la completa desapropiación. «Sólo

Dios basta», se repetía a sí mismo. Pero, desde ese momento

en adelante, Francisco y el movimiento que él había

fundado, que hasta hoy lleva su nombre, seguirían caminos

cada vez más divergentes. Entre tanto, se retiró con algunos

de sus compañeros más antiguos y fieles, y procuró

continuar con la misión que el Señor le había mostrado.

Se hallaba cada día más enfermo y una patología contraída

en oriente lo estaba dejando paulatinamente ciego. No

obstante, volvió a recorrer los caminos y aldeas predicando

el evangelio. La gente venía de todas partes a escuchar sus

mensajes. En especial los más pobres y desamparados. Y

Francisco lloraba cada vez que les hablaba del amor de

Cristo y de la Cruz.

En la última etapa de su vida buscó una identificación cada

vez más profunda con Cristo crucificado. Estaba tan

enfermo, que a veces los dolores superaban su capacidad de

resistencia. Los hermanos, desesperados, trataban de

ayudarlo y animarlo, pero él les respondía: «No hace falta,

conozco a Cristo pobre y crucificado y eso me basta».

Fue durante esa época que ocurrió el extraño episodio de los

estigmas. Los cronistas aseguran que recibió las marcas de

Cristo mientras oraba solo en una montaña. Sin embargo,

Francisco nunca habló de ello con nadie, y jamás permitió

que nadie viera aquellas marcas mientras estuvo vivo. Sin

embargo, tras su muerte, el director de la orden aseguró

haber comprobado su existencia. De todos modos, el

episodio de los estigmas, si es que ocurrió, y cualquiera que

sea su significado, pertenece a la esfera subjetiva y privada

de su fe personal en el Señor, y, por lo mismo, no se le

puede conferir ningún significado adicional.

Ahora bien, tras este episodio, sus dolores se incrementaron

paulatinamente. En aquel tiempo la medicina era muy

rudimentaria y los médicos poco podían hacer para ayudarle.

Al final perdió la vista por completo. No obstante, él

permanecía espiritualmente alegre y en paz. Nunca se

quejaba. De este tiempo final data su famoso «Cántico de las

Criaturas», que compuso tras una noche de indescriptible

dolor. Mas, cuando el dolor llegó a su clímax, desapareció

por completo, y Francisco fue invadido por una paz

sobrenatural que lo mantuvo arrobado en Cristo hasta el

amanecer. Entonces pidió que escribieran el cántico que el

Señor le había dado esa noche. Éste dice, en su penúltima

estrofa, agregada un poco después: «Loado seas Señor, por

los que perdonan por tu amor y soportan enfermedad y

tribulación. Bienaventurados los que sufren en paz, pues por

ti, Señor, coronados serán».

Cuando llegó la hora de su muerte, estaban con él todos los

compañeros del principio. Se despidió de todos, uno por

uno, y luego les rogó que lo pusieran desnudo sobre la tierra

para esperar allí a la «hermana muerte corporal, que nos

cierra las puertas de esta vida, y nos abre las puertas de la

Vida». Hizo un recorrido por toda su vida desde su

conversión y dio gracias a Dios por cada episodio. Poco

después comenzó a recitar el Salmo, «Con mi voz clamé al

Señor...» y quedamente se durmió en el Señor. Tenía sólo 45

años.

Legado de Francisco de Asís

En todo tiempo, aun aquellos de mayor apostasía y

oscuridad Dios se ha reservado siempre un testimonio.

Page 89: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Durante la Edad Media, mientras la cristiandad crecía en

organización y poder mundanos, muchos creyentes

reaccionaron contra ese estado de muerte y ruina espiritual,

saliendo de la iglesia organizada, y escogiendo así el

sangriento camino de los mártires. Otros queridos santos, sin

embargo, permanecieron dentro de ella, y desde allí

alumbraron esa oscuridad, no sin pagar también un enorme

precio de sufrimiento y dolor.

Francisco de Asís ocupa un lugar destacado entre todos

ellos. Pocos creyentes, antes y después de él, han alcanzado

un carácter tan transformado y santificado por la vida de

Cristo. Precisamente, por ello, a través de él, y sus

seguidores, esa vida pudo desbordarse para tocar y alumbrar

a cientos de miles que vivían en la pobreza y la desolación,

tanto material como espiritual. La gracia de Dios pasó por

encima de todas las barreras y limitaciones de aquella edad

oscura y brilló a través del pequeño e insignificante «pobre

de Asís», en lo que por sí mismo constituye un juicio hacia

una cristiandad apóstata. De este modo Europa no se perdió

para Cristo. Y allí, donde abundó el pecado, sobreabundó la

gracia.

En una época de violencia y persecución, él y los suyos

eligieron el camino de la paz, la paciencia y el amor de Dios,

y de una vida vivida radicalmente según el Evangelio y sus

enseñanzas. Y aunque hoy con dificultad podríamos

refrendar como escriturales algunas de sus creencias; con

todo, su genuina fe y conducta, arraigadas radicalmente en

el evangelio de Cristo, y, a partir de allí, su voluntaria

elección de la pobreza, son todavía un conmovedor llamado

hacia una vida cristiana de despojamien-to y renuncia por

amor a Cristo. Más aún en nuestros días, de tantas

comodidades y amor desenfrenado al dinero entre muchos

de los creyentes.

En sus últimos años, Francisco recordaba con alegría que

cuando la jerarquía de la iglesia lo había convocado a

enrolarse en su cruzada contra los albigenses, él había

rehusado, porqué a los «herejes» se les debía persuadir

únicamente con el ejemplo y el amor, pues «la verdad se

defiende por sí misma». Demostrando así que el supuesto

«espíritu de los tiempos» no puede justificar aquellas crueles

persecuciones.

Por esta y otras razones, la iglesia se vio obligada a

reescribir la historia de Francisco. Tras su muerte, sus

seguidores más íntimos fueron perseguidos y acallados,

hasta convertirse, con el tiempo, en un pueblo marginado,

conocido como «Los Espirituales» o «Fraticellis», muchos

de los cuales fueron martirizados. Entre tanto, la jerarquía

mandó quemar todas las biografías escritas por sus primeros

seguidores, y encargó al superior de la orden, que escribiera

una biografía oficial, conocida como «La Leyenda Mayor»

(1263). En ella se eliminaron todos los elementos

conflictivos de la vida de Francisco (la primera regla y las

intrigas y manipulaciones en contra de la orden) y se le

presentó, curiosamente, como un monje fundador de

conventos. Esa fue la imagen que persistió de él, hasta que, a

principios del siglo veinte, algunos investigadores dieron

con algunas de las biografías anteriores que no pudieron ser

destruidas. Entonces su verdadera historia y figura

reapareció.

Quizá el mejor comentario sobre su vida la haya hecho él

mismo: «Aquel altísimo Señor, cuya sustancia es amor y

misericordia, tiene mil ojos con los que penetra las

concavidades del alma humana... Pues bien, esos altísimos

ojos han mirado a la redondez de la tierra y no han

encontrado criatura más incapaz, inútil, ignorante y ridícula

que yo. Por eso justamente me escogió a mí, para que se

patentizara ante la faz del mundo que el único magnífico es

el Señor... Para confundir... Para que se sepa, para que quede

evidente y estridente a la vista del mundo entero que no

salvan la sabiduría, la preparación y los carismas personales,

y que el único que salva, redime y resucita es Dios mismo.

Para que se sepa que no hay otro Todopoderoso; no hay otro

Dios sino el Señor».

Page 90: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Sacrificio de olor fragante

David Brainerd nació el 20 de abril de 1718 en Haddam,

Connecticut, Estados Unidos. Murió de tuberculosis a la

edad de 29 años, el 9 de octubre de 1747. Ezequías, el padre

de Brainerd, era un legislador de Connecticut y murió

cuando David tenía nueve años. Él había sido un puritano

riguroso. La madre de Brainerd, una mujer también piadosa,

murió cuando él tenía 14 años.

Había una rara tendencia a la debilidad y a la depresión en la

familia. No sólo los padres murieron tempranamente;

también los hijos. Nehemías murió a los 32, Israel a los 23,

Jerusha a los 34, y él mismo a los 29. Así, al sufrir la

pérdida de ambos padres, como un niño sensible, heredó una

cierta tendencia a la depresión.

En su corta vida padeció a menudo negros abatimientos. Él

mismo dice al principio de su diario: «Yo era en mi juventud

inclinado más bien a la melancolía». Cuando su madre

murió, se fue a vivir con su hermana casada, Jerusha. Él

describió su fe durante estos años como muy celosa y seria,

pero no teniendo verdadera gracia. Cuando cumplió 19,

heredó una granja y trabajó en ella durante un año. Pero su

corazón no estaba allí. Él anhelaba ‗una educación liberal‘.

Intenta prepararse para el ministerio

Así que empezó a prepararse para entrar a la Universidad de

Yale. En el verano de 1738, tenía veinte años, y se había

ofrecido a Dios para entrar en el ministerio. Pero aún no era

convertido. Leyó la Biblia dos veces en ese tiempo, y

empezó a percibir que toda su religión era legalista y

totalmente basada en sus propios esfuerzos. Dentro de su

alma, contendía con Dios; se rebelaba contra el pecado

original, contra la estrictez de la ley divina y contra la

soberanía de Dios. Reñía con el hecho de que no había nada

que él pudiera hacer en sus propias fuerzas para consagrarse

a Dios. «Todas mis buenas apariencias no eran sino justicia

propia, no estaban basadas en un deseo por la gloria de Dios;

en mis oraciones, no había amor o consideración hacia él».

Pero entonces sucedió el milagro de su nuevo nacimiento.

Tenía 21 años de edad. Dos meses después, entró en Yale a

prepararse para el ministerio. En principio fue duro. Había

relajo en las clases superiores, poca espiritualidad, estudios

difíciles, y él contrajo sarampión, así que tuvo que volver a

casa por varias semanas durante su primer año. Al año

siguiente, le enviaron a casa porque estaba tan enfermo que

escupía sangre. Por ese tiempo escribía: «Por la tarde mi

dolor aumentó terriblemente, y tuve que permanecer en

cama. A veces casi perdía la razón por lo extremado del

dolor».

Cuando regresó a Yale en 1740, el clima espiritual había

sufrido un cambio radical. George Whitefield había estado

allí, y ahora muchos estudiantes eran muy serios en su fe.

Pero surgieron tensiones entre los estudiantes entusiastas y

la fría Facultad. En 1741, la visita de unos predicadores de

avivamiento sopló aún más las llamas del descontento.

Jonathan Edwards fue invitado a predicar a comienzos de

1741, con la esperanza de que él aplacaría un poco los

ánimos y apoyaría a la Facultad. Algunas autoridades

incluso habían sido tildadas de ‗inconversas‘. Edwards

defraudó a las autoridades de la Facultad al declarar que el

despertar era genuino. Brainerd estuvo entre la multitud que

oyó a Edwards.

Esa misma mañana, las autoridades habían anunciado que

cualquier estudiante que, directa o indirectamente, tildase al

Rector u otra autoridad, de hipócrita, carnal o inconverso,

debía en primera instancia hacer confesión pública de su

ofensa, y en caso de reincidencia, ser expulsado.

En 1742 Brainerd estaba académicamente en la cima,

cuando alguien le oyó por casualidad decir de uno de los

tutores que tenía «menos gracia que una silla», y que él se

maravillaba cómo el Rector no caía muerto al castigar a los

estudiantes por su celo cristiano. Inmediatamente fue

expulsado. Esto le afectó profundamente. En los años

siguientes, intentó una y otra vez volver; muchos vinieron en

su ayuda, pero todo fue en vano. Dios tenía otro plan para él.

En lugar de unos años reposados en el pastorado o el salón

de lectura, Dios quiso llevarlo al desierto, para que sufriese

por Su causa y produjese un impacto incalculable en la

historia de las misiones.

Antes de esto, Brainerd nunca había pensado ser un

misionero a los indios. Pero ahora tuvo que replantear su

vida entera. Una ley estadual, recientemente promulgada,

señalaba que ningún ministro podía establecerse en

Connecticut si no era graduado de Harvard, Yale o una

Universidad europea. Así que él se sentía despojado de su

llamamiento.

Una palabra ociosa, hablada de prisa, y la vida de Brainerd

pareció caer en pedazos ante sus ojos. Pero Dios sabía lo que

era mejor, y Brainerd llegó a aceptarlo. De hecho, sin la

influencia de Brainerd tal vez el movimiento misionero

moderno no hubiera tenido lugar; y esto no hubiera ocurrido

si él hubiese obtenido en Yale su acreditación de ministro.

En el verano de 1742, un grupo de ministros simpatizantes

del Gran Avivamiento aprobó su examen y autorizó a

Brainerd para ir como misionero a los indios.

Más tarde, cuando ya estaba claro del verdadero

llamamiento de Dios, habría de rechazar varias invitaciones

para hacerse pastor, y seguir una vida mucho más fácil y

estable. La carga y el llamamiento eran superiores: «Yo no

podía tener libertad para pensar en ninguna otra

circunstancia o asunto en la vida: Todo mi deseo era la

conversión de los paganos, y toda mi esperanza estaba en

Dios, y él no me permitía agradarme o confortarme con la

esperanza de ver a mis amigos, de volver a mis queridos

conocidos, o disfrutar los consuelos mundanos».

Su labor como misionero

Como misionero, su primera asignación fueron los indios

Housatonic en Kaunaumeek, en Massachussets. Llegó en

abril de 1743 y predicó durante un año, usando un intérprete

e intentando aprender el idioma.

Brainerd describe así su primera estadía en ese lugar en

1743: «Vivo con muy pocas comodidades: mi dieta consiste

en maíz hervido y comida rápida. Duermo en un colchón de

paja, mi labor es sumamente difícil; y tengo poca

Page 91: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

experiencia de éxito para confortarme ... En esta debilidad

corporal, no soy poco afligido por la necesidad de comida

apropiada. No tengo pan, ni puedo conseguirlo. Es forzoso

viajar diez o quince millas para conseguir pan; y a veces se

pone mohoso y se agría antes de que lo coma, si consigo una

cantidad considerable ... Pero por la bondad divina tengo

alguna comida india de la que hago pequeños pasteles. Aún

me siento contento con mis circunstancias, y dulcemente

resignado a Dios».

Frecuentemente se perdía en los bosques. Su cabalgadura le

era robada, o envenenada, o se le accidentaba. El humo del

fogón hacía a menudo el cuarto intolerable a sus pulmones y

tenía que salir al frío para recuperar su respiración, y

entonces no podía dormir en toda la noche. Pero la lucha con

penalidades externas, tan grande como era, no era su peor

forcejeo. Él tenía una resignación asombrosa y aun parece

que descansaba en muchas de estas circunstancias.

Él supo donde ellas encajaban en su acercamiento Bíblico a

la vida: «Tales fatigas y penalidades sirven para

desarraigarme más de la tierra; y, confío, me harán el cielo

mucho más dulce. Al principio, cuando me exponía al frío o

la lluvia, me consolaba con los pensamientos de disfrutar

una casa cómoda, un fuego caluroso, y otros consuelos

exteriores; pero ahora éstos tienen menos lugar en mi

corazón (a través de la gracia de Dios) y miro más al

consuelo de Dios. En este mundo espero tribulación; y ya no

me parece extraño; me consuela pensar que podría ser peor;

cuántas pruebas mayores han soportado otros hijos de Dios,

y cuánto más se reserva todavía quizás para mí. Bendito sea

Dios, él es mi consuelo en mis pruebas más agudas; pues

ellas son asistidas frecuentemente con gran alegría».

Uno de los mayores dolores en ese tiempo era la soledad. Él

cuenta cómo tenía que soportar la charla profana de los

extraños: «¡Cuánto anhelaba que algún amado cristiano

conociera mi dolor! La mayoría de las charlas que oigo son

de escoceses o de indios. No tengo un compañero cristiano

con quien desahogar mi corazón y compartir mis dolores

espirituales, a quien pedir consejo conversando sobre las

cosas celestiales, y con quien orar».

La cruz debía operar todavía fuertemente en el alma de

Brainerd, y la prueba de fuego llegó el 14 de septiembre de

1743. Su Diario lo registra así: «Hoy hubiera obtenido mi

título (hoy es el día de la graduación), pero Dios ha tenido a

bien impedírmelo. Aunque temía que me abrumara de

perplejidad e incertidumbre al ver a mis compañeros

graduarse, Dios me ha ayudado a decir con calma y

resignación: «Sea hecha la voluntad del Señor» Ciertamente,

mediante la gracia de Dios, casi puedo decir que no había

tenido tanta paz espiritual por mucho tiempo».

Poco después inició una escuela para niños indios y tradujo

algunos de los Salmos. Luego fue reasignado a los indios a

lo largo del río Delaware. En mayo de 1744 se estableció al

noreste de Belén, Pennsylvania. Predicó durante un año en

Delaware, y en 1745 hizo su primera gira de predicación a

los indios de Crossweeksung, Nueva Jersey.

En este lugar, Dios manifestó un poder asombroso y trajo un

despertar y bendición a los indios. Allí llegó el dulce

amanecer después de una larga y oscura noche. Las escenas

descritas por Brainerd en su Diario dan cuenta de una

genuina obra del Espíritu Santo entre esos paganos: «Por la

mañana platiqué con los indios en la casa en que estábamos

alojados. Muchos de ellos estaban muy conmovidos y se les

veía en gran manera emocionados, de modo que una pocas

palabras daban lugar a que las lágrimas corrieran libremente,

y producían muchos sollozos».

Al día siguiente escribe: «Prediqué sobre Isaías 53:3-10.

Hubo una notable influencia que siguió a la exposición de la

Palabra, y una gran emoción en la asamblea ... muchos

estaban conmovidos; algunos ni podían estar sentados, sino

que estaban echados en el suelo, como si se les hubiera

atravesado el corazón, clamando incesantemente

misericordia. ¡Era muy emocionante ver a los pobres indios,

que unos días antes estaban vitoreando y gritando en sus

fiestas idólatras y sus embriagueces, clamando ahora a Dios

con una importunidad tal para ser acogidos por su querido

Hijo!».

Al cabo de un año, había 130 personas en esa creciente

asamblea de creyentes. Brainerd escribía el 19 de junio de

1746: «Hoy se completa un año desde la primera vez que

prediqué a estos indios de Nueva Jersey. ¡Qué cosas tan

asombrosas ha hecho Dios en este período de tiempo para

esta pobre gente! ¡Qué cambio tan sorprendente aparece en

su carácter y su conducta!».

¿Cuál era la clave del éxito de Brainerd con los indios? El

amor. Si el amor es conocido por el sacrificio, entonces

Brainerd amó. Pero si también es conocido por la compasión

entonces Brainerd se esforzó en amar aún más. A veces él se

fundió en amor. «Siento compasión por las almas, y lamento

no tener aún más. Siento mucho más bondad, mansedumbre,

ternura y amor hacia toda la humanidad, que nunca ...».

«Sentí mucha dulzura y ternura en la oración, mi alma

entera parecía amar a mis peores enemigos, y me fue

permitido orar por aquéllos que son extraños y enemigos a

Dios con un gran suavidad y fervor ...». «Sentí el calor que

viene de Dios después de mi oración, sobre todo en la

mañana, mientras iba cabalgando. Por la tarde, pude ayudar

llorando a Dios por esos pobres indios; y después que me

acosté, mi corazón continuó yendo a Dios por ellos. ¡Oh,

bendito sea Dios que puedo orar!».

Pero otras veces se sentía vacío de afecto o compasión por

ellos. Él se culpa por predicar a las almas inmortales con tan

poco ardor y con tan poco deseo por su salvación. Él amaba,

pero anhelaba amar aún más.

Enfermedad y sufrimientos

Toda la comunidad cristiana se trasladó de Crossweeksung a

Cran-berry en mayo de 1746, para tener su propia tierra y

pueblo. Brainerd permaneció con ellos hasta que estuvo

demasiado enfermo para ministrar. En agosto de ese año

escribía: «Habiendo tenido sudor frío toda la noche, tosí

mucha materia sangrienta esta mañana, y estuve en gran

desorden de cuerpo, y no poca melancolía». Y en

septiembre: «Ejercitado con una tos violenta y una fiebre

considerable, no tenía apetito de ningún tipo de comida; y

frecuentemente devolvía lo comido, aun sobre mi propia

cama, por causa de los dolores en mi pecho y espalda. Era

capaz, sin embargo, de cabalgar por el pueblo unas dos

millas, todos los días, y cuidar de aquéllos que estaban

Page 92: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

construyendo una pequeña vivienda para mí entre los

indios».

A menudo su agonía le hacía odiar su propia maldad

interior. «Siento en mi alma que el infierno de corrupción

todavía permanece en mí». A veces, este sentido de

indignidad era tan intenso que se sentía expulsado de la

presencia de Dios. Él llamaba a menudo su depresión un

tipo de muerte. Hay por lo menos 22 lugares en el Diario

donde él anhelaba la muerte como una libertad de su

miseria.

A los sufrimientos físicos se añadía su propensión natural a

la melancolía y la depresión. Lo que más lo afectaba era que

su dolor mental impedía su ministerio y su devoción. A

veces él quedaba simplemente inmovilizado por los dolores

y ya no podía trabajar. «Pocas veces he estado tan

confundido sintiendo mi propia esterilidad e ineptitud en mi

trabajo, que ahora. ¡Oh, qué muerto, desalentado, yermo,

improductivo me veo ahora! Mi espíritu está abatido, y mi

fuerza corporal tan agotada, que no puedo hacer nada en

absoluto». Es asombroso cómo a menudo Brainerd siguió

adelante con las necesidades prácticas de su trabajo a pesar

de estas olas de desaliento.

En noviembre de 1746 Brainerd dejó Cranberry para pasar

cuatro meses tratando de recuperarse en Elizabethtown. En

marzo de 1747, Brainerd hizo una última visita a sus amigos

indios y entonces viajó a casa de Jonathan Edwards en

Northampton, Massachussets. Estando allí, en el mes de

mayo de 1747, los doctores le dijeron que su mal era

incurable y que no viviría mucho tiempo. En los últimos dos

meses de su vida el sufrimiento era increíble.

«Fue el más grande dolor que haya soportado jamás,

teniendo un tipo raro de hipo que me estrangulaba y me

hacía vomitar». Edwards comenta que en la semana anterior

a su muerte «me decía que era imposible concebir el dolor

que sentía en su pecho. Manifestaba mucha preocupación

para no deshonrar a Dios manifestando impaciencia bajo su

extrema agonía; su dolor era tal que decía que el

pensamiento de soportarlo un minuto más era casi

insoportable. Y la noche antes de que él muriera dijo a

quienes le acompañaban que morirse era cosa muy distinta a

lo que las personas imaginaban».

Lo que impacta al lector de estos diarios no es sólo la

severidad de los sufrimientos de Brainerd, sino sobre todo

cuán implacable y constante era la enfermedad. Casi

siempre estaba allí.

Brainerd estuvo solo gran parte de su ministerio. Sólo las

últimas 19 semanas de su vida parecen haber estado

endulzadas por la compañía de la delicada hija de Edwards,

Jerusha, de 17 años, quien fue su fiel enfermera. Muchos

especulan que hubo un profundo amor entre ellos, e, incluso

un compromiso matrimonial. Pero lo cierto es que durante

su ministerio él estuvo muy solo, y solamente podía

derramar su alma delante de Dios. Pero Dios lo sostuvo y lo

guardó en su camino.

Brainerd murió el 9 de octubre de 1747. Fue una corta vida,

pero cuán fructífera: sólo veintinueve años; ocho de ellos

como creyente, y sólo cuatro como misionero.

Ahora, ¿por qué la vida de Brainerd ha tenido tal impacto?

Una razón obvia es que Jonathan Edwards tomó su Diario y

lo publicó como ‗La vida de Brainerd‘ en 1749. Pero, ¿por

qué este libro nunca ha dejado de imprimirse? ¿Por qué John

Wesley dijo: «Todo predicador debe leer cuidadosamente

‗La vida de Brainerd‘»? ¿Por qué William Carey y Edwards

consideraron ‗La Vida de Brainerd‘ como un texto sagrado?

Gideon Hawley, otro misionero, habló por muchos cuando

escribió sobre sus esfuerzos como misionero en 1753:

«Necesito grandemente algo más que humano para

sostenerme. Leo mi Biblia y ‗La vida de Brainerd‘, los

únicos libros que traje conmigo, y de ellos obtengo mi

apoyo».

¿Por qué ha tenido esta vida semejante impacto? La

respuesta es que la vida de Brainerd es un testimonio real,

poderoso de la verdad de que Dios puede y usa hombres

débiles, enfermos, desalentados, abatidos, solitarios; santos

que se esfuerzan, que claman a él día y noche, para lograr

cosas asombrosas para su gloria.

La clave de su ministerio

Una de las razones por la cual la vida de Brainerd tiene tan

poderosos efectos es que, a pesar de todos sus conflictos y

cruel enfermedad, él nunca dejó su fe o su servicio. Le

consumía la pasión por terminar su carrera y honrar a su

Maestro, extender el reino y avanzar en la santidad personal.

Brainerd llamaba a su pasión por más santidad y más

utilidad una clase de ‗grato dolor‘. «Cuando realmente

disfruto a Dios, siento más insaciable mi anhelo de él, y más

inextinguible mi sed de santidad... ¡Oh, más santidad! ¡Oh,

más de Dios en mi alma! ¡Oh, este grato dolor! Hace mi

alma apurarse en pos de Dios... Oh, que yo no me rezague

en mi carrera celestial!».

Él hizo suya la advertencia apostólica: «...aprovechando

bien el tiempo, porque los días son malos» (Efesios 5:16)

Asumió el consejo: «No nos cansemos, pues, de hacer bien;

porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gál.

6:9) Él se esforzó por ser, como Pablo dice, «...creciendo en

la obra del Señor» (1 Cor. 15:58). «¡Oh, yo anhelaba llenar

todos los momentos restantes para Dios! Sin embargo, mi

cuerpo estaba tan débil y cansado; y yo quería estar toda la

noche haciendo algo para Dios. A Dios el dador de estos

refrigerios, sea gloria por siempre...». «Mi alma fue

refrescada y confortada, y yo no pude sino bendecir a Dios

que me había habilitado en buena medida para ser fiel en el

día pasado. ¡Oh, cuán dulce es ser gastado y usado por

Dios!».

Entre los medios que Brainerd usó para buscar mayor

santidad y utilidad, la oración y el ayuno fueron

fundamentales. Leemos de él que pasaba días enteros en

oración, u orando frecuentemente, a veces buscando una

familia o un amigo para orar con ellos. Oraba para su propia

santificación, oraba por la conversión y pureza de sus indios;

oraba por el avance del reino de Cristo alrededor del mundo

y sobre todo en América.

Una vez, visitando una casa de amigos, oró largamente con

ellos: «Continué luchando con Dios en oración por mi

querida manada pequeña; y sobre todo por los indios; así

como por mis amados amigos en un lugar y otro; hasta que

Page 93: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

fue tiempo de ir a la cama, por no incomodar a la familia,

¡pero qué desagrado encontraba en consumir tiempo en el

sueño!».

Y junto con la oración, Brainerd seguía la santidad y la

utilidad de su servicio con el ayuno. Una y otra vez en su

Diario cuenta de días ocupados ayunando. Ayunaba por guía

cuando estaba perplejo sobre los próximos pasos de su

ministerio. O simplemente ayunaba con la profunda

esperanza de avanzar en su propia profundidad espiritual y

utilidad para llevar vida a los indios. Cuando agonizaba en

la casa de Edwards exhortaba a los ministros jóvenes que le

visitaban a comprometerse en días frecuentes de oración y

ayuno, por lo útil que esto era.

Asimismo, Brainerd ocupaba tiempo en el estudio y

entremezclaba estas tres cosas. «Gasté gran parte del día

escribiendo; pero entrelazaba la oración con mis estudios...».

«He ocupado este día en la oración, la lectura y en escribir;

y disfruté alguna ayuda, sobre todo corrigiendo algunas

ideas en cierto asunto». Siempre estaba escribiendo y

pensando sobre temas espirituales.

La vida de Brainerd es una larga tensión agónica para

redimir el tiempo, no cansarse en hacer el bien y crecer en la

obra del Señor. Y lo que hace su vida tan poderosa es que él

avanzó en esta pasión bajo los inmensos esfuerzos y

penalidades que tuvo.

El legado de Brainerd

El legado de Brainerd lo recibió primera y directamente

Jonathan Edwards, el gran pastor y teólogo de Northampton:

«(Reconozco) con gratitud la graciosa dispensación de la

Providencia para mí y mi familia permitiendo que él viniese

a mi casa en su última enfermedad, y muriese aquí: para que

nosotros tuviéramos oportunidad de conocerle y compartir

con él, para mostrarle ternura en tales circunstancias, y para

ver su conducta, oír sus discursos finales, recibir sus

consejos, y para tener el beneficio de sus oraciones antes de

morir».

Edwards dijo esto aun cuando debe haber sabido que el

hecho de tener a Brainerd en su casa con esa enfermedad

terrible costó la vida a su hija. Jerusha había cuidado a

Brainerd durante las últimas semanas de su vida, y meses

después que él murió, ella murió del mismo mal.

Como resultado del inmenso impacto de la ‗La vida de

Brainerd‘, escrita por Edwards, muchos misioneros famosos

que testifican haber sido sostenidos e inspirados por la vida

de Brainerd. Cuando Guillermo Carey leyó la historia de su

vida consagró su vida al servicio de Cristo en las tinieblas de

la India. Roberto McCheyne leyó su diario de vida y pasó su

vida sirviendo entre los judíos. Enrique Martyn leyó su

biografía y se entregó por completo para consumirse en un

período de seis años y medio en el servicio de su Maestro en

Persia. Andrew Murray solía decir del Diario de Brainerd:

«¡Cómo estos ejemplos reprochan la falta de oración y la

tibieza de la mayoría de las vidas cristianas!». Y

recomendaba su lectura diciendo que sólo tres de sus

páginas bastaban para influenciar positivamente a cualquier

siervo de Dios.

¡Una vida tan joven, y tan hermosamente sacrificada en

honor del Maestro!

Lo que David Brainerd escribió a su hermano, Israel, es para

todos los cristianos de cualquier época un desafío: «Digo,

ahora que estoy muriendo, que ni por todo lo que hay en el

mundo habría yo vivido mi vida de otra manera».

Page 94: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El prisionero de Aberdeen

¿Quién fue Samuel Rutherford? ¿Qué importancia puede

tener conocer a un personaje tan distante en la historia y en

nuestra idiosincrasia? ¿Por qué se dice de él que fue un

prisionero? Responder a estas preguntas significa contar una

historia conmovedora que trasciende el tiempo y el espacio.

Su vida antes del exilio

Rutherford nació hacia el año 1600 cerca de Nisbet, Escocia.

No se sabe mucho de su origen. Uno de sus biógrafos

menciona que provenía de padres respetables, y otro, que

vino de padres humildes pero honestos. Es probable que su

progenitor se dedicara a actividades agrícolas y que tuviese

un rango respetable en la sociedad, pues pudo dar a su hijo

una educación superior.

En 1627 obtuvo un «Master of Arts» de la Universidad de

Edimburgo, donde fue nombrado Profesor de Humanidades.

Poco después fue ordenado pastor de la iglesia en Anwoth,

una parroquia rural. Como tenía un verdadero corazón de

pastor, trabajaba incesantemente por su rebaño. Se dice que

Rutherford estaba «siempre orando, siempre predicando,

siempre visitando enfermos, siempre enseñando, siempre

escribiendo y estudiando». ¡Por supuesto, esto es posible

cuando usted se levanta a las 3:00 cada mañana!

Sin embargo, sus primeros años en Anwoth, estuvieron

llenos de pruebas y tristezas. A los cinco años de

matrimonio, su esposa enfermó y murió un año más tarde.

Dos hijos también murieron en este período. No obstante,

Dios usó este tiempo de sufrimiento, que preparó a

Rutherford para alentar a los afligidos.

La predicación de Rutherford era incomparable. Aunque no

era buen orador, sus mensajes causaban gran impacto. Un

comerciante inglés dijo de él: «Yo vine a Irvine, y oí a un

bien dotado anciano de larga barba (Dickson), que me

mostró el estado de mi corazón. Luego fui a St. Andrews,

donde oí a un hombre dulce de majestuosa mirada (Blair),

que me mostró la majestad de Dios. Después de él oí a un

pequeño hombre justo (Rutherford), y él me mostró el

encanto de Cristo».

En 1636 Rutherford publicó «Exercitationes Apologeticæ

pro Divina Gratia» («Apología de la Gracia Divina»), un

libro en defensa de las doctrinas de la gracia contra el

arminianismo. Esto lo puso en conflicto con las autoridades

de la Iglesia que eran dominadas por el Episcopado inglés.

Fue llamado ante la Alta Corte, privado de su oficio

ministerial y desterrado a la ciudad de Aberdeen.

Este exilio fue una penosa condena para el querido pastor.

Era insufrible para él estar separado de su congregación. Sin

embargo, aunque era severa e injusta la sentencia, no lo

descorazonó. En una de sus cartas, escrita cuando se dirigía

a Aberdeen, dice: «Voy al palacio de mi rey a Aberdeen; ni

lengua, ni pluma, ni ingenio, pueden expresar mi gozo».

Luego, al llegar a su destino, escribió: «No obstante ser esta

ciudad mi prisión, con todo, Cristo hizo de ella mi palacio,

un jardín de deleites, un campo y huerto de delicias».

Su vida después del exilio

En 1638, los forcejeos entre el Parlamento y el Rey en

Inglaterra, y el Presbiterianismo vs. el Episcopado en

Escocia culminaron en eventos importantes para Rutherford.

En la confusión de los tiempos, él se aventuró fuera de

Aberdeen y volvió a su querido Anwoth, tras 17 meses de

confinamiento. Pero no fue por mucho tiempo. La Iglesia de

Escocia tuvo una Asamblea General ese año, restaurando

totalmente el Presbiterianismo al país. Además, designaron a

Rutherford Profesor de Teología de St. Andrews, aunque él

exigió que se le permitiera predicar por lo menos una vez a

la semana.

La Asamblea de Westminster empezó sus famosas reuniones

en 1643, y Rutherford fue uno de los cinco comisionados

escoceses invitados a asistir a los procedimientos. Aunque a

los escoceses no les fue permitido votar, ellos tuvieron una

influencia que excedía lejos su número. Se piensa que

Rutherford tuvo una gran influencia en el Catecismo Breve.

Durante este período en Inglaterra, Rutherford escribió su

obra «Lex Rex» o «La Ley, el Rey». En este libro abogó por

el gobierno limitado, y por las limitaciones sobre la idea

general del derecho divino de los reyes.

Cuando la monarquía fue restaurada en 1660, era claro que

el autor de «Lex Rex» tendría problemas. Cuando vino la

convocatoria en 1661, fue acusado de traición, y se demandó

su comparecencia ante el tribunal, pero Rutherford se negó a

ir. El Señor le dio otra salida, pues lo llamó a su presencia.

Desde su lecho de muerte, contestó a sus acusadores: «Yo

debo atender mi primer citatorio; antes de que vuestro día

llegue, yo estaré donde pocos reyes y grandes gentes van».

Rutherford murió el 20 de marzo de 1661, a los 61 años de

edad. Sus últimas palabras fueron: «Gloria, gloria, mora en

la tierra de Emanuel». En 1842 se levantó a su memoria un

monumento en piedra, llamado «el monumento de

Rutherford», en la granja de Boreland, en la parroquia de

Anwoth, a un par de kilómetros de donde él predicaba.

Las cartas desde Aberdeen

Ahora bien, ¿qué de esta vida es lo que llega con más fuerza

hasta nosotros 350 años después? No son sus logros

académicos, ni su valor en la defensa de la recta doctrina. Lo

que nos atrae es aquella brecha que se abrió en su corazón

durante su encierro en Aberdeen, que dejó escapar tan grato

olor de Cristo. Durante los 17 meses de su encierro,

Rutherford tuvo sus labios sellados; no obstante, su corazón

desbordó de buenas palabras.

En efecto, una caudalosa corriente de vida fluyó

maravillosamente desde su palacio-prisión, a través de cerca

de 219 cartas. Más tarde se agregaron otras 143 que fueron

seleccionadas por su secretaria después de su muerte. En

1664 fueron publicadas bajo el pintoresco título: «Josué

redivivo, o Cartas del Sr. Rutherford, divididas en dos

partes». Sus cartas son consideradas hoy como un clásico

cristiano, comparable a «El Peregrino», de Juan Bunyan.

Desde aquella fecha, durante tres siglos, han sido publicadas

en más de 30 ediciones diferentes, algunas de las cuales

fueron reeditadas muchas veces.

Rutherford escribió otros libros. Uno de sus escritos

teológicos le granjeó el ofrecimiento de la Cátedra de

Page 95: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Teología en la Universidad de Utrecht. Pero tanto ésta como

otras varias de sus obras han sido casi olvidadas; sin

embargo el Señor permitió que Rutherford continuase

viviendo hoy en un libro que él ni siquiera se propuso

escribir: sus Cartas.

Un erudito cristiano ha dicho que la mayor parte de los

libros de Rutherford tienen su recuerdo «solamente en el

cementerio de la historia», y agrega: «Del ruido del mercado

pasamos a la soledad reclusa e iluminada por las estrellas de

aquellas cartas, las cuales la tradición cristiana, desde Baxter

hasta Spurgeon, a una voz han proclamado como seráficas y

divinas». Richard Baxter, «el principal de los eruditos

protestantes ingleses», afirmó respecto de las Cartas de

Rutherford: «Con excepción de la Biblia, el mundo nunca ha

visto un libro como ese».

Para poder sentir realmente el peso de este comentario, es

necesario recordar que Baxter concordaba con la teología

arminiana, que fue precisamente el blanco de las críticas de

Rutherford, y la causa de su confinamiento en Aberdeen.

Richard Cecil, prominente cristiano del siglo XVIII, hizo el

siguiente comentario sobre Rutherford: «Él es uno de mis

clásicos favoritos; es realmente auténtico».

No podemos dejar de preguntar: ¿Cómo la correspondencia

particular de este siervo del Señor fue conservada a través de

los años? ¿Por qué motivo su formidable erudición jamás le

proporcionó lo que sus cartas realizaron? La respuesta es

simple: el Señor quiso preservarlas y no permitió que ellas

desaparecieran.

La razón de fondo tiene algo que ver con el modo como

nuestro Señor acostumbra tratar con sus siervos. Parece que

fue del agrado del Señor usarlas para establecer una gran

ilustración de esta verdad de oro: «Porque nosotros que

vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de

Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en

nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en

nosotros, y en vosotros la vida» (2 Co.4:11-12).

La obra del Señor nunca fue hecha a medias. Si él permite

que la muerte opere en otros, ¡ella va siempre acompañada

por la «vida en nosotros»! Él planeó la prisión de Pablo en

Roma, así como estas hermosas «Epístolas de la Prisión»

para nosotros. Él dio a Juan la isla de Patmos, y, al mismo

tiempo, nos dio la revelación de Jesucristo a través del

último y grandioso libro de la Biblia. Él hizo que George

Matheson, otro gran predicador escocés, quedase ciego; sin

embargo, nosotros somos enriquecidos por sus bellos

himnos. Oigamos las palabras de Matheson: «El calabozo de

José es el camino para el trono de José. Tú no puedes alzar

la carga de hierro de tu hermano si el hierro no ha penetrado

en ti».

De la misma forma, si nuestro Señor no libró a Rutherford

de la «muerte» y lo envió a Aberdeen, ¿puede alguien

imaginar que el Señor rehusaría la «vida», no dándola a

nosotros? A causa de la prisión de Rutherford, es verdad que

su predicación de Cristo a ciertas congregaciones fue

silenciada por algún tiempo, pero fue sólo para dar lugar a

un ministerio de Cristo que viene siendo desde entonces una

bendición y aliento para las generaciones del pueblo de

Dios. El propio Rutherford, en una carta a su compañero de

sufrimiento, Robert Blair, lo expresó certeramente: «El

sufrimiento es el otro lado de nuestro ministerio, claramente

el más difícil».

Extractos de una gran obra

Por razones de espacio, a continuación publicaremos sólo

algunos extractos de sus cartas. Invitamos a nuestros

lectores a aproximarse a tan único y espiritual clásico

cristiano, a través de una lectura lenta, meditativa y con

mucha oración, para ser tocados y atraídos por el mismo

Amado que se reveló a aquel pobre prisionero de Cristo.

Para que, además, lleguen a estar en condiciones de decir

con Rutherford: «¡Oh, si viésemos la belleza de Jesús y

presintiésemos la fragancia de su amor, correríamos a través

del fuego y del agua para estar con él!».

Page 96: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El hombre de la Palabra

El inicio del siglo XIX produjo una gran riqueza de maestros

de la Biblia que significó un nuevo giro en la recuperación

del testimonio del Señor en la tierra. Entre ellos debe

mencionarse a John Nelson Darby, William Kelly, George

Muller, D. L. Moody, Hudson Taylor, Andrew Murray, y A.

B. Simpson.

Luego, en el siglo XX, se agregaron otros tan notables como

aquéllos: D. M. Panton, Jessie Penn Lewis, G. H. Lang,

Evan Roberts, A. W. Tozer, Cyrus Scofield, T. Austin

Sparks y Watchman Nee, que trajeron la obra del Señor a un

nivel más alto. Es en este contexto que George Campbell

Morgan tiene su lugar en la historia de la iglesia.

Semblanza

George Campbell Morgan nació el 9 de diciembre de 1863,

en una granja de Tetbury, Gloucestershire, Inglaterra. Fue

hijo de un piadoso ministro bautista de tradición puritana. Su

casa trasuntaba verdadera piedad.

Morgan fue un niño enfermizo, incapaz de asistir a la

escuela, por lo que tuvo que ser enseñado en casa. El

resultado fue una sólida inclinación por el estudio que llevó

durante toda su vida. Recluido en casa por largos períodos,

solía entretenerse predicando a las muñecas de sus

hermanas.

Cuando Morgan tenía 10 años de edad, el evangelista

norteamericano D. L. Moody fue por primera vez a

Inglaterra, y el efecto de su ministerio, más la dedicación de

sus padres, dejó tal impresión en la vida del joven Morgan,

que a los 13 años predicó su primer sermón. Dos años

después, él ya predicaba regularmente en capillas rurales los

domingos y festivos.

Sin embargo, a los 19 años, su mente se entrampó en las

teorías del materialismo. Estudió filosofía, y mientras más

leía, más preocupado se tornaba. Dejó su Biblia cerrada

durante dos años en lo que él llamó el «eclipse» de su fe.

Cuando llegó a los 21 años, estaba lleno de dudas. Entonces

guardó con llave sus libros filosóficos en un armario, se

compró una nueva Biblia y la leyó de principio a fin.

Recordando esos años caóticos, Morgan escribió después:

«La única esperanza para mí fue la Biblia... Dejé de leer

libros sobre la Biblia y empecé a leer la Biblia misma. Allí

vi la luz y fui devuelto al camino». Durante los siete años

siguientes, él leyó sólo la Biblia, en total, más de 50 veces.

Entre 1883 y 1886, él enseñó en una escuela judía en

Birmingham, de cuyo director, un rabino, aprendió a valorar

la herencia de Israel.

Morgan trabajó con D. L. Moody y Sankey en su recorrido

evangelístico por Gran Bretaña en 1883. En 1886, a los 23

años, dejó su profesión de maestro, y se consagró a tiempo

completo al ministerio de la Palabra. Pronto su reputación

como predicador y expositor de la Biblia abarcó Inglaterra y

se extendió a los Estados Unidos. Fue ordenado como

ministro congrega-cional en 1890, habiendo sido rechazado

dos años antes por el Ejército de Salvación y por los

metodistas wesleyanos, en su sermón de prueba. ¡Esta

parece ser la suerte de muchos hombres de Dios, ser

reprobados por los hombres, para ser vindicados después por

Dios mismo!

En 1896, D. L. Moody lo invitó a dar una conferencia a los

estudiantes del Instituto Bíblico Moody, en Estados Unidos.

Ésta fue la primera de sus 54 travesías por el Atlántico para

ministrar la Palabra. Tras la muerte de Moody en 1899,

Morgan asumió el cargo de director de la Conferencia

Bíblica de Northfield, que aquél había dirigido por muchos

años. Los miles de convertidos por el ministerio de Moody

necesitaban un maestro de la Biblia para fortalecer y

profundizar su fe. Campbell Morgan llegó a ser ese maestro.

El método de Morgan era orar, a menudo brevemente, y

luego estudiar la Escritura misma –tomándola en su pleno

contexto– antes de iniciar los comentarios. Él nunca usó la

pluma para hacer ninguna anotación sobre alguno de los

libros de la Biblia antes de leerlo por lo menos 50 veces.

Esto daba a su trabajo una extraordinaria frescura e

inspiración. Él rara vez citaba a otros maestros de la Biblia,

ni dependía de la luz que otros recibieron. Sus exposiciones

bíblicas aun hoy resultan tan motivadoras e inspi-radoras,

que uno no puede sino maravillarse de la luz que Morgan

recibió de la Palabra.

En 1904, Campbell Morgan asumió la dirección de la

congregación de la famosa Capilla de Westminster,

conocida como «el bastión del no-conformismo» en

Londres. La congregación estaba de capa caída por ese

tiempo, y añoraba los viejos y dorados tiempos de Samuel

Martin, quien la había pastoreado entre los años 1842 y

1878. El profundo conocimiento bíblico, y la presencia

imponente de Campbell Morgan, además de su correctísima

dicción, le hicieron muy pronto conocido. La Capilla de

Westminster revivió. Pronto instituyó una escuela bíblica

nocturna los viernes, que más tarde llegó a ser la Escuela de

Teología de la Capilla de Westminster.

Poco después, Morgan estableció la Conferencia Bíblica

Mundesley, una versión inglesa de la Northfield de Moody,

que reunía anualmente a eminentes ministros y obreros

cristianos de varias corrientes denominacionales y países.

Mundesley llegó a ser una parte vital de la Capilla de West-

minster.

Tras un largo pastorado, se retiró en 1916, debido a una

debilitadora enfermedad, convirtiéndose luego en un

predicador itinerante. En 1919 y 1932 realizó amplias giras

evangelísticas y de predicación en Estados Unidos. Muchos

miles de personas le oyeron predicar en casi cada estado y

en Canadá. Durante un año (1927-1928) sirvió en la facultad

del Instituto Bíblico de Los Angeles, y durante un año

(1930-1931) fue un expositor de la Biblia en la Universidad

de Gordon de Teología y Misiones en Boston. Entre 1929 y

1932 fue pastor de la Iglesia del Tabernáculo Presbiteriano

en Filadelfia, Pennsylvania.

El atractivo de Morgan era asombroso. A menudo cuando él

hablaba, las muchedumbres eran tan grandes que era

necesario el control policial.

F. B. Meyer cuenta que cierta vez él compartió el púlpito

con Campbell Morgan en la Conferencia de Northfield, y

que la gente llegaba en tropel a escuchar las brillantes

Page 97: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

exposiciones de éste sobre las Escrituras. Meyer confesaría

después que al principio tuvo envidia, pero luego encontró

un maravilloso remedio: «La única manera por la cual yo

pude conquistar mis emociones fue orando por Morgan cada

día».

Más tarde, en 1933, Morgan habría de reasumir el pastorado

de Westminster hasta el año 1943. Su vida terrenal de

testimonio y servicio concluyó en mayo de 1945.

Un rico legado para la Iglesia

Campbell Morgan fue, durante toda su vida, fiel a su

vocación: «Sólo hay una cosa que quiero hacer y no puedo

evitarlo: predicar», solía decir. Expositivo en sus sermones,

siempre se ciñó al texto bíblico y a él apeló en primera y

última instancia.

Fue, además, un prolífico pero profundo de libros, folletos,

tratados y artículos. Entre sus libros publicados en inglés se

destacan: «Las Parábolas del Reino», los once volúmenes

del «Púlpito de Westminster», «La Biblia analizada», en

diez volúmenes, y «Una Exposición Completa de la Biblia».

En español se han publicado: «Principios básicos de la vida

cristiana», «Profetas menores», «El discipulado cristiano»,

«Las enseñanzas de Cristo», «El Espíritu de Dios»,

«Evangelismo»; «El ministerio de la predicación», «Pedro y

la Iglesia», «La perfecta voluntad de Dios», «El plan de

Dios para las edades», «Principios básicos de la vida

cristiana», «Los triunfos de la fe», y «El último mensaje de

Dios al hombre», por la editorial CLIE, de España; y «Las

cartas de nuestro Señor», «Jesús responde a Job», «El

corazón de Dios: Oseas», «Grandes capítulos de la Biblia»

(dos volúmenes), «¡Me han defraudado!: Malaquías», «Las

Crisis de Cristo» (dos volúmenes), por la Editorial Hebrón,

de Argentina.

Aunque no pueda atribuirse a G. Campbell Morgan la

apertura de grandes verdades bíblicas, como hicieron otros

grandes siervos de Dios, él expuso la Biblia con luz fresca y

con una expresión muy peculiar.

Gracias a su inspiradora y vigorosa predicación, Morgan

atrajo a miles a amar la Biblia a través de sus mensajes, y

sus libros de reflexiones bíblicas son populares entre los

buscadores del Señor aún en nuestros días. Los escritos de

Campbell Morgan tienen una profunda visión, son únicos e

incomparables en expresividad. El Señor Jesús le dio una

revelación especial para traer al pueblo de Dios a la

comunión con Él, siendo nutrido e iluminado a través de un

conocimiento espiritual de la Biblia.

¡Que Dios levante, en el tiempo que resta, muchos Morgan,

para que la Iglesia sea purificada «en el lavamiento del agua

por la Palabra» (Efesios 5:26)!

Page 98: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Un escriba docto en el reino de los cielos

Sobre Charles Henry Mackintosh –conocido mundialmente

por sus iniciales C. H. M.– no se conoce mucho. De hecho,

no lo suficiente como para redactar una biografía. Pero ¿por

qué intentaremos reunir algunos de los escasos datos acerca

de su vida? Por una razón muy simple: él fue uno de los más

grandes maestros de la Palabra en la historia de la Iglesia.

Aunque su vida estuvo rodeada por todo un enrarecido

ambiente de grandes controversias y pasiones por asuntos de

doctrina, se puede percibir en ella una genuina pasión por

Cristo, y un inclaudicable amor por la Palabra escrita. Sus

escritos rezuman tanta luz y claridad que han servido para

alumbrar muchos corazones en las generaciones que han

sucedido.

Nacimiento y primeras experiencias

Charles Henry Mackintosh nació en octubre de 1820, en

Glenmalure Barracks, condado de Wicklow, Irlanda. Su

padre fue capitán del regimiento de Highlanders, y su madre

fue hija de Lady Weldon, cuya familia se había establecido

en Irlanda desde hacía mucho tiempo. Cuando tenía 18 años,

el joven Mackintosh fue despertado espiritualmente a través

de la lectura de cartas que le escribía su devota hermana

después de su conversión. Obtuvo la paz con Dios a través

de la cuidadosa lectura del artículo de J. N. Darby Las

operaciones del Espíritu, aprendiendo de él que «lo que nos

da la paz con Dios es la obra de Cristo por nosotros, y no la

obra de Cristo en nosotros».

A los 19 años de edad dejó la iglesia Anglicana para unirse a

los Hermanos, en Dublín, donde J. G. Bellet ministraba con

gran acierto. Por este tiempo, leía mucho la Palabra y se

dedicó con fervor a varios estudios. Cuando tenía 24 años,

abrió una escuela privada en Westport, y se entregó con

entusiasmo a su labor docente. Sin embargo, pese a su

profesión, siempre consideró a Cristo como el centro de su

vida, y el servicio para Cristo constituía su principal

preocupación.

Nace un periódico cristiano

Por el año 1853, tras 9 años de labor docente, renunció a su

tarea docente por temor a que ella suplantara su servicio

para Cristo como interés principal, al cual entonces, con el

sostén del Señor, consagró su vida y se dedicó por entero al

ministerio de la Palabra, tanto escrito como público.

Poco tiempo después de ingresar al ministerio, se sintió

guiado a iniciar un periódico de edificación cristiana, del

que continuó siendo redactor y editor por 21 años: Things

New and Old (Cosas Nuevas y Viejas, en referencia a Mateo

13:52), en el que aparecieron publicados la mayoría de sus

escritos. Con su acostumbrada claridad y energía, declaró en

parte de su presentación: «Somos responsables de hacer que

la luz alumbre por todos los medios posibles; de hacer

circular la verdad de Dios por todos los medios, ya a través

de las palabras de la boca, ya por medio de papel y tinta; ya

en público, ya en privado, «a la mañana y a la tarde»; «a

tiempo y fuera de tiempo»; debemos «sembrar junto a todas

las aguas». En una palabra, ya sea que consideremos la

importancia de la verdad divina, el valor de las almas

inmortales o el terrible progreso del error y del mal, somos

imperativamente llamados a estar de pie y a actuar, en el

nombre del Señor, bajo la guía de su Palabra y por la gracia

de su Espíritu».

Aunque era un hombre de carácter, siempre vivía en una

atmósfera de profunda devoción, manifestando un ferviente

amor no sólo por los hermanos, sino también por las almas

perdidas. Un espíritu afable y cortés le caracterizaba, lo que

hacía que evitara los conflictos y controversias, en tanto le

fuera posible.

Sin embargo, no siempre se vio libre de ellos. En una carta a

J. A. Trench, expresa de la siguiente manera la absurda

lógica de las disputas doctrinales: «El alboroto que se ha

hecho sobre la doctrina es para mí muy humillante. La

verdad, que ha sido corriente entre nosotros durante

cincuenta años, se ha transformado hoy en una materia de

disputa. Me recuerda a dos hombres que discuten sobre la

forma de un globo –uno está dentro, y el otro fuera. El

primero sostiene que es cóncavo, y el otro resueltamente

afirma que es convexo: ellos no ven que, para sacar una

conclusión legítima, deben cesar sus disputas, y considerar

ambos lados».

Sus obras cumbres

En cuanto a su ministerio, no hay registro de su ministerio

oral, pero, sin duda, son sus Notas sobre el Penta-teuco la

obra que marcó más profundamente su servicio. Todavía

gozan de gran popularidad no sólo en sus varias ediciones en

inglés, sino en muchos otros idiomas a los cuales han sido

traducidas y siguen traduciéndose. Se ha dicho que si bien J.

N. Darby fue el autor más prolífico de los «hermanos», las

obras de C. H. M. son las que mayor número de veces han

salido de la imprenta.

Sus escritos han sido de gran influencia en el mundo entero.

Miles de cartas de agradecimiento llegaban de todo el

mundo por tanta ayuda recibida en la comprensión de las

Escrituras a través de su ministerio escrito, y especialmente

en la comprensión de los tipos de los cinco libros de Moisés.

Del mundo evangélico, Dwight L. Moody y C. H. Spurgeon

reconocieron muy especialmente la ayuda recibida por los

libros de Mackintosh, los que siempre recomendaban muy

encarecidamente. De sus notas al Pentateuco, Spurgeon dijo

que eran «preciosas y edificantes, grandemente sugestivas,

aunque con las peculiaridades de su grupo».

Las «Notas sobre el Pentateuco» en inglés, aparecieron

publicadas en seis volúmenes, comenzando con el Génesis,

de 334 páginas, y concluyendo con dos volúmenes sobre el

Deuteronomio de más de 800 páginas. El prefacio a cada

volumen de las «Notas» fue escrito por su amigo y

colaborador Andrew Miller, de quien se dice que fue el que

le animó a escribir sus «Notas» y quien financió en su

mayor parte su publicación. Miller dijo respecto de estas

«Notas», que «presentan de una forma sorpren-dentemente

completa, clara y frecuente la absoluta ruina del hombre en

pecado y el perfecto remedio de Dios en Cristo».

Efectivamente, Mackintosh escribía en un estilo

notablemente claro, muy distinto de J. N. Darby, el cual le

dijo en cierta oportunidad: «Usted escribe para ser

entendido, yo solamente pienso sobre el papel».

Page 99: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Otra serie muy conocida de C. H. Mackintosh, y que fue

también numerosas veces reeditada, son los Miscellaneous

Writings (Escritos misceláneos), cuya primera edición

apareció en 1898 en seis volúmenes que sobrepasan las 2500

páginas, los cuales consisten en una selección de artículos

que escribió para el periódico «Things New and Old» (hoy

en día se publican en un solo volumen de 908 páginas de

doble columna). Desde entonces, la demanda por esta

colección de escritos no ha cesado y han sido reimpresos

una y otra vez hasta hoy.

En los «Miscellaneous Writings» encontramos unos

excelentes comentarios de Mackintosh sobre la

evangelización. En el volumen cuatro leemos de su artículo

«La gran comisión», sobre Lucas 24:44-49, lo siguiente:

«Nuestro divino Maestro llama a los pecadores a

arrepentirse y creer al Evangelio. Algunos nos quieren hacer

creer que es un error llamar a personas «muertas en delitos y

pecados» a hacer algo. ‗¿Cómo‘ –arguyen– ‗pueden aquellos

que están muertos, arrepentirse? Ellos son incapaces de

cualquier movimiento espiritual: deben recibir primero el

poder, antes de arrepentirse y creer.‘

«¿Qué contestamos a esto?: Simplemente que nuestro Señor

sabe más que todos los teólogos del mundo qué es lo que

debe ser predicado. Él sabe todo acerca de la condición del

hombre: su culpa, su miseria, su muerte espiritual, su falta

total de esperanza, su total incapacidad de producir siquiera

un solo pensamiento recto, de pronunciar una sola palabra

justa, de hacer siquiera un acto de justicia. Sin embargo, Él

llama a los hombres a arrepentirse. Y esto nos basta. No

debemos ocuparnos en tratar de reconciliar aparentes

discrepancias. Puede parecernos difícil reconciliar la

completa incapacidad del hombre con su responsabilidad

delante de Dios; pero Dios es su propio intérprete, y él hará

que estas cosas resulten claras. Nuestro feliz privilegio, y

nuestro deber irrenunciable, es creer lo que él dice, y hacer

lo que él dispone. He aquí la verdadera sabiduría, la que da

como resultado una sólida paz… Nuestro Señor predicó el

arrepentimiento, y él mandó a sus apóstoles a predicarlo; y

ellos lo hicieron de manera perseverante».

En la paz de Dios

Los últimos cuatro años de su vida residió en Cheltenham.

Cuando, debido a la debilidad de su cuerpo ya no tenía más

capacidad para ministrar en público, Mackintosh continuó

escribiendo.

El 3 de abril de 1896, apenas siete meses antes de que el

Señor se lo llevara, escribió desde Cheltenham: «Aunque ya

no tengo más fuerzas para mantenerme erguido frente a mi

escritorio, siento que debo enviarle unas afectuosas líneas

para notificarle sobre la recepción de su amable carta del día

21 de este mes. Estoy inválido desde hace un año, confinado

a estas dos habitaciones. Sigo pobre y bajo los cuidados del

médico, padeciendo bronquitis, fatiga, asfixia y gran

debilidad en todo mi cuerpo. Pero todo es divinamente justo.

El Señor de toda gracia ha estado conmigo y me ha

permitido comprender, de una manera muy notoria, la

preciosidad y el poder de todo lo que he estado hablando y

escribiendo por alrededor de 53 años. ¡Bendito sea su

Nombre! Sé que sabrá disculpar este tan pobre fragmento,

pues ya no tengo la capacidad de escribir demasiado…»

Su primer tratado, escrito en 1843, había versado sobre «la

paz con Dios». Su último artículo, escrito en 1896, pocos

meses antes de su partida a la presencia del Señor, se tituló:

«La paz de Dios». ¡Qué hermoso significado de madurez

espiritual! Hace recordar al apóstol Juan escribiendo

primero su evangelio sobre «el amor de Dios», y al final sus

epístolas sobre «el Dios de amor». El docto escriba de los

Hermanos –pero más que eso, de la Iglesia– estaba

preparado para partir.

Durmió en paz en el Señor el 2 de noviembre de 1896.

Cuatro días después, una gran compañía de hermanos de

muchos lugares se reunió para su entierro en el cementerio

de Cheltenham. Fue sepultado al lado de su amada esposa,

en la llamada ‗parcela de los Hermanos de Plymouth‘, donde

yacen los restos de muchos hermanos de ambas corrientes,

exclusiva y abierta.

El Dr. Walter T. P. Wolston, de Edimburgo, habló durante el

entierro, acerca de Abraham, Génesis 25:8-10, y de Hebreos

8:10. Luego, al dispersarse, los hermanos cantaron el bello

himno de Darby:

Luminosos y benditos lugares,

donde el pecado ya no tiene entrada;

que ven un espíritu anhelante

quitado de la tierra,

donde nosotros aún peregrinamos.

Page 100: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Un regalo de Dios para China

James Hudson Taylor nació el 21 de mayo de 1832 en un

hogar cristiano. Su padre era farmacéutico en Barnsley,

Yorkshire (Inglaterra), y un predicador que en su juventud

tuvo una fuerte carga por China. Cuando Hudson tenía sólo

cuatro años de edad, asombró a todos con esta frase:

«Cuando yo sea un hombre, quiero ser misionero en China».

La fe del padre y las oraciones de la madre significaron

mucho. Antes de que él naciera, ellos habían orado

consagrándolo a Dios precisamente para ese fin.

Sin embargo, pronto el joven Taylor se volvió un muchacho

escéptico y mundano. Él decidió disfrutar su vida. A los 15

años entró en un banco local y trabajó como empleado

menor donde, puesto que era un adolescente bien dotado y

alegre, llegó a ser muy popular. Los amigos mundanos le

ayudaron a ser burlón y grosero. En 1848 dejó el banco para

trabajar en la tienda de su padre.

Conversión y llamamiento

Su conversión es una historia asombrosa. Una tarde de junio

de 1849, cuando tenía 17 años, entró en la biblioteca de su

padre. Echaba de menos a su madre que estaba lejos, y

quería leer algo para pasar el rato. Tomó un folleto de

evangelismo que le pareció interesante, con el siguiente

pensamiento: «Debe haber una historia al principio y un

sermón o moraleja al final. Me quedaré con lo primero y

dejaré lo otro para aquellos a quienes le interese». Pero al

llegar a la expresión «la obra consumada de Cristo» recordó

las palabras del Señor «consumado es», y se planteó la

pregunta: «¿Qué es lo que está consumado?». La respuesta

tocó su corazón, y recibió a Cristo como su Salvador.

A esa misma hora, su madre, a unos 120 kilómetros de allí,

experimentaba un intenso anhelo por la conversión de su

hijo. Ella se encerró en una pieza y resolvió no salir de allí

hasta que sus oraciones fuesen contestadas. Horas más tarde

salió con una gran convicción. Diez días más tarde regresó a

casa. En la puerta le esperaba su hijo para contarle las

buenas noticias. Pero ella le dijo: «Lo sé, mi muchacho. Me

he estado regocijando durante diez días por las buenas

nuevas que tienes que decirme.» Más tarde Hudson se enteró

de que también su hermana, hacía un mes, había iniciado

una batalla de oración a favor de él. «Criado en tal ambiente,

y convertido en tales circunstancias, no es de extrañar que

desde el comienzo de mi vida cristiana se me hacía fácil

creer que las promesas de la Biblia son muy reales».

Sin embargo, a poco andar, Hudson empezó a sentirse

descontento con su estado espiritual. Su «primer amor» y su

celo por las almas se había enfriado. En una tarde de ocio de

diciembre de 1849 se retiró para estar solo. Ese día derramó

su corazón delante del Señor y le entregó su vida entera.

«Una impresión muy honda de que yo ya había dejado de

ser dueño de mí mismo se apoderó de mí, y desde esa fecha

para acá no se ha borrado jamás». Poco tiempo después,

sintió que Dios le llamaba para servir en China.

Desde entonces su vida tomó un nuevo rumbo, pues

comenzó a prepararse diligentemente para lo que sería su

gran misión. Adaptó su vida lo más posible a lo que pensaba

que podría ser la vida en China. Hizo más ejercicios al aire

libre; cambió su cama mullida por un colchón duro, y se

privó de los delicados manjares de la mesa. Distribuyó con

diligencia tratados en los barrios pobres, y celebró reuniones

en los hogares.

Comenzó a levantarse a las cinco de la mañana para estudiar

el idioma chino. Como no tenía recursos para comprar una

gramática y un diccionario –muy caros en ese tiempo–

estudió el idioma con la ayuda de un ejemplar del Evangelio

de Lucas en mandarín. También empezó el estudio del

griego, hebreo, y latín.

En mayo de 1850 comenzó a trabajar como ayudante del Dr.

Robert Hardy, con quien siguió aprendiendo el arte de la

medicina, que había comenzado con su padre. Sabía de la

escasez de médicos en China, así que se esmeró por

aprender. En noviembre del año siguiente, tomó otra

decisión importante: para gastar menos en sí mismo y poder

dar más a otros, arrendó un cuarto en un modesto suburbio

de Drainside, en las afueras del pueblo. Aquí empezó un

régimen riguroso de economía y abnegación, oficiando parte

de su tiempo como médico autonombrado, en calles tristes y

miserables. Se dio cuenta que con un tercio de su sueldo

podía vivir sobriamente. «Tuve la experiencia de que cuanto

menos gastaba para mí y más daba a otros, mayor era el

gozo y la bendición que recibía mi alma».

La fe es probada

Sin embargo, por este tiempo Hudson Taylor tuvo una

dolorosa experiencia. Desde hacía dos años conocía a una

joven maestra de música, de rostro dulce y melodiosa voz.

Él había alentado la esperanza de un idílico y feliz

matrimonio con ella. Pero ahora ella se alejaba. Viendo que

nada podía disuadir a su amigo de sus propósitos

misioneros, ella le dijo que no estaba dispuesta a ir a China.

Hudson Taylor quedó completamente quebrado y humillado.

Por unos días sintió que vacilaba en su propósito, pero el

amor de Dios lo sostuvo. Años más tarde diría: «Nunca he

hecho sacrificio alguno». No habían faltado los sacrificios,

es verdad, pero él llegó a convencerse de que el renunciar a

algo para Dios era inevitablemente recibir mucho más. «Un

gozo indecible todo el día y todos los días, fue mi feliz

experiencia. Dios, mi Dios, era una Persona luminosa y real.

Lo único que me correspondía a mí era prestarle mi servicio

gozoso».

Entre tanto, la carga por la evangelización de China se hacía

cada vez más fuerte en su corazón. A su madre le escribía:

«La tarea misionera es la más noble a que podamos

dedicarnos. Ciertamente no podemos ser insensibles a los

lazos humanos, pero ¿no debemos regocijarnos cuando hay

algo a lo que podemos renunciar por el Salvador? ¡Oh,

mamá, no te puedo decir cómo anhelo ser misionero...

Piensa, madre mía, en los doce millones de almas en China

que cada año pasan a la eternidad sin Aquel que murió por

mí!... ¿Crees que debo ir cuando haya ahorrado suficiente

para el viaje? Me parece que no puedo seguir viviendo si no

se hace algo por China».

Pero había algunas consideraciones –aparte del dinero para

el viaje– que aún lo detenían. Él sabía que en China no

tendría ningún apoyo humano, sino sólo Dios. No dudaba

que Dios no fallaría, pero ¿y si su fe fallaba? Sentía que

debía aprender, antes de salir de Inglaterra, «a mover a los

hombres, por medio de Dios, sólo por la oración». Así que

Page 101: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

decidió ejercitar su fe, y estar así preparado para lo que

vendría. Muy pronto encontró la manera de hacerlo.

Su patrón le había pedido que le recordara cuándo era el

tiempo en que debía pagarle su sueldo trimestral, pero él se

propuso no recordárselo, sino orar para que Dios lo hiciera.

De esa manera vería la mano de Dios moverse en respuesta

a su oración. Pero al llegar la fecha, el patrón lo olvidó.

Como aún le quedaba una pequeña moneda, y no tenía

mayor necesidad, siguió orando sin decirle nada a su patrón.

Ese domingo un hombre muy pobre fue a buscarlo porque su

esposa agonizaba. Allí comprobó que esa familia con cinco

niños tristes, y la madre con un bebé de tres días en sus

brazos, se moría de hambre.

En su corazón él deseaba haber tenido su moneda convertida

en sencillo para darle algo, sin quedar en blanco. Para el día

siguiente, él mismo no tenía qué comer. Mientras intentaba

alentar a la familia, su corazón le reprochaba su hipocresía e

incredulidad. Les hablaba de un Padre amoroso que cuidaría

de ellos, pero no creía que ese mismo Padre pudiera cuidar

de él, si es que entregaba todo su dinero. Su oración le

pareció falsa y vacía. Cuando ya se retiraba, el hombre le

rogó: «Ya ve usted la situación en que estamos, señor. Si

puede ayudarnos, ¡por amor de Dios hágalo!» Entonces

Hudson sintió que el Señor le recordaba las palabras: «Al

que te pida, dale». Así que, obedeciendo con temor, metió la

mano en el bolsillo y le dio su única moneda. «Recuerdo

bien que esa noche, al regresar a mi cuarto, el corazón lo

sentía tan liviano como el bolsillo. Las calles desiertas y

oscuras retumbaban con un himno de alabanza que no pude

contener.»

A la mañana siguiente, mientras desayunaba lo último que le

quedaba, le llegó una carta. Venía sin remitente y sin

mensaje. En ella sólo venía un par de guantes de cabritilla.

Y en uno de ellos había una moneda ¡de cuatro veces el

valor de la que había regalado! Esa moneda lo salvó de la

emergencia, y le enseñó una lección que nunca olvidaría.

Sin embargo, el doctor seguía sin recordar su compromiso,

así que siguió orando. Pasaron quince días, pero nada.

Desde luego, no era la falta de dinero lo que más lo

mortificaba, pues podía obtenerlo con sólo pedirlo. El asunto

era: ¿Estaba en condiciones de ir a China o su falta de fe le

sería un estorbo? Y ahora surgía un nuevo elemento de

preocupación. El sábado por la noche debía pagar el

arriendo de su pieza, y no tenía dinero. Además, la dueña de

la pieza era una mujer muy necesitada. El sábado en la tarde,

poco antes de terminar la jornada semanal, el doctor le

preguntó: «Taylor, ¿es ya el tiempo de pagarle su sueldo?».

Él le contestó, con emoción y gratitud al Señor, que hacía

algunos días ya había vencido el plazo. El médico le dijo:

«Ah, qué lastima que no me lo recordara. Esta misma tarde

mandé todo el dinero al banco. Si no, le hubiera pagado en

seguida.»

Muy turbado, esa tarde Hudson tuvo que buscar refugio en

el Señor para recuperar la paz. Esa noche, se quedó solo en

la oficina, preparando la palabra que debería compartir al día

siguiente. Esperaba que el llegar esa noche a su cuarto, ya la

señora estuviese acostada, así no tendría que darle

explicaciones. Tal vez el lunes el Señor le supliera para

cumplir su compromiso.

Era poco más de las diez de la noche, y estaba por apagar la

luz e irse, cuando llegó el médico. Le pidió el libro de

cuentas, y le dijo que, extrañamente, un paciente de los más

ricos había venido a pagarle. El doctor anotó el pago en el

libro y estaba por salir, cuando se volvió y, entregando a

Hudson algunos de los billetes que acababa de recibir, le

dijo: «Ahora que se me ocurre, Taylor, llévese algunos de

estos billetes. No tengo sencillo, pero le daré el saldo la

próxima semana».

Esa noche, antes de irse, Hudson Taylor se retiró a la

pequeña oficina para alabar al Señor con el corazón

rebosante. Por fin, supo que estaba en condiciones para ir a

China.

El sueño comienza a cumplirse

En otoño de 1852, se trasladó a Londres, donde se matriculó

como estudiante de medicina en uno de los grandes

hospitales. Aunque la Sociedad para la Evangelización de

China (CES por sus iniciales en inglés) le ayudó

sufragándole parte de sus gastos, él continuó dependiendo

en todo lo demás directamente del Señor. Cuando solamente

tenía 21 años de edad, y aún no había acabado sus estudios,

se le abrió inesperadamente la puerta, por lo que tuvo que

embarcarse para Shanghai a la brevedad.

Desde China habían llegado informes de que el líder

revolucionario de los Taiping solicitaba misioneros para la

propagación del evangelio, que él mismo había abrazado

tiempo atrás. Así que la CES decidió enviar a Hudson

Taylor, esperando enviar a otro misionero un poco más

adelante. Taylor se embarcó en Liverpool en septiembre de

1853, en el buque de carga Dumfries, llevando en su

equipaje mucha de literatura en idioma chino para distribuir.

Nunca olvidaría el grito desgarrador de su madre al verlo

partir. Allí en la nave, era el único pasajero. Fue un viaje

tempestuoso; en dos ocasiones estuvieron a punto de

naufragar. La navegación se calmó cerca de Nueva Guinea.

El capitán se desesperó cuando una corriente los llevaba

rápidamente hacia los arrecifes de la costa, donde los

caníbales les esperaban con fogatas encendidas. Taylor y

otros se retiraron a orar y el Señor envió una fuerte brisa que

los puso a salvo. Arribaron a Shanghai en marzo de 1854,

tras seis largos meses de navegación. ¡El viaje normalmente

tomaba cuarenta días!

Hudson Taylor no estaba preparado para la guerra civil que

encontró a su arribo. La revolución había comenzado a

degenerarse rápidamente. Muchos de los líderes rebeldes

habían abrazado el cristianismo sólo por motivos políticos.

«No conocían mucho del espíritu cristiano y no

manifestaban ninguno». El destino de Taylor era Nanking,

en el norte, pero sólo pudo establecerse en Shanghai, donde

fue acogido por el doctor Lockhart. A su alrededor había

miseria, violencia y muerte. Sus ojos se inflamaron, sufrió

dolores de cabeza y pasaba mucho frío. En su gracia, Dios

permitía que desde el principio estuviera rodeado de muchas

dificultades, para así prepararlo en las tareas que habría de

enfrentar más adelante.

Pese a estas dificultades, en los dos primeros años que

estuvo Hudson Taylor en China, realizó diez viajes

misioneros desde Shanghai, en pequeñas embarcaciones que

servían a la vez de albergue. Con la llegada del misionero

Page 102: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Parker pudo realizar una labor más amplia, distribuyendo

1800 Nuevos Testamentos y más de 2.000 tratados y

folletos. Poco después, sin embargo, los Parker se

trasladaron a Ningpo y él se quedó solo.

En parte para explorar lugares de futura residencia y

también para evitar los senderos de los nacionalistas,

Hudson Taylor realizó un viaje por el Yangtze en barco.

Visitó 58 pueblos, de los cuales sólo siete habían visto a un

misionero alguna vez. Predicó, removió tumores y

distribuyó libros. A veces, las personas huían de él, o le

lanzaban barro y piedras. Su aspecto occidental, cómico y

carente de dignidad para los chinos, distraía continuamente a

las audiencias. Esto le llevó a tomar una decisión radical,

que habría de hacerle acepto a los chinos, pero casi

abominable a los ingleses: Se vistió a la usanza china, con la

cabeza rasurada por el frente y con el cabello de la parte

posterior tomado en una larga trenza. Desde ese día, pudo

realizar la obra con mayor eficacia.

En octubre de 1855 dejó Shanghai para ir a Tsungming, una

gran isla en la desembocadura del Yangtze, con más de un

millón de habitantes y ningún misionero. Allí fue muy bien

recibido por la gente, en parte por sus labores médicas.

Sintió que ése sería un buen lugar para establecerse y volvió

a Shanghai para reabastecerse de medicamentos, recolectar

cartas y proveerse con ropa de invierno. Sin embargo, las

autoridades le ordenaron abandonar Tsungming, pues los

doctores locales se quejaron porque estaban perdiendo su

negocio a causa del doctor extranjero. Además, según los

acuerdos binacionales, los extranjeros sólo podían morar en

los puertos, y no en el interior del país. Estas seis semanas

en la isla fueron su primera experiencia en el «interior».

En este tiempo, Hudson Taylor habría de hallar un motivo

de mucho gozo y compañerismo cristiano. Conoció a

William Burns, un evangelista escocés, con quien congenió

en seguida, pese a la disparidad de sus edades. Burns era un

hombre muy eficaz en la Palabra y de mucha oración.

Durante siete meses trabajaron juntos con mucho provecho.

Pronto, Burns se dio cuenta que su compañero lograba un

mayor acercamiento a la gente, así que él también decidió

rasurarse y vestirse como ellos.

En febrero de 1856, ambos fueron llamados a Swatow,

1.500 kilómetros al sur. Tras 4 meses de servicio allí, y pese

a las muchas dificultades, Dios bendijo su trabajo, así que

pensaron establecerse en ese lugar. Burns pidió a Taylor que

fuese a Shanghai a buscar su equipo médico, que les era de

gran necesidad. Cuando éste llegó encontró que casi todos

sus suministros médicos habían sido destruidos

accidentalmente en un incendio. Entonces vino la penosa

noticia de que Burns había sido arrestado por las autoridades

chinas y enviado hasta Cantón, y que a él se le prohibía

regresar a Swatow. «Esos meses felices fueron de

inexpresable gozo y consuelo para mí. Nunca tuve un padre

espiritual como el Sr. Burns. Nunca había conocido una

comunión tan segura y tan feliz. Su amor por la Palabra era

una dicha, y su vida santa y reverente, y su constante

comunión con Dios hicieron que su compañerismo

satisficiera las ansias más profundas de mi ser».

Poco después, Swatow estuvo en el ojo del huracán, a causa

de la guerra anglo-china, por lo que Hudson Taylor pudo

comprobar que todas las circunstancias son ordenadas por

Dios para favorecer a los que le aman.

Taylor decidió quedarse en Ning-po, donde el doctor Parker

había establecido un hospital y un dispensario farmacéutico.

Por ese tiempo, Hudson Taylor había quedado casi en la

indigencia. Le habían robado su catre de campaña, ropa, dos

relojes, instrumentos quirúrgicos, su concer-tina, la

fotografía de su hermana Amelia y una Biblia que le había

dado su madre. Además, la CES estaba en bancarrota. Había

tenido que conseguir dinero para pagar a sus misioneros, así

que Hudson se vio impelido a renunciar, por motivos de

conciencia. «Para mí era muy clara la enseñanza de la

Palabra de Dios «No debáis a nada nada»... Lo que era

incorrecto para un solo cristiano, ¿no lo era también para

una asociación de cristianos?... Yo no podía concebir que

Dios era pobre, que le faltaban recursos, o que estaba

renuente a suplir la necesidad de cualquier obra que fuera

suya. A mí me parecía que, si faltaban los fondos para una

determinada obra, entonces hasta allí, en esa situación, o en

ese tiempo, no podría ser la obra de Dios». El paso de fe de

renunciar al sueldo de la Sociedad, lo llenó de gratitud y

gozo. Desde entonces, confiaría solamente en Dios para su

sustento.

Noviazgo y matrimonio

En Ningpo, una nueva familia, los Jones, había llegado y la

comunidad misionera era ferviente en espíritu. Una vez a la

semana ellos cenaban en la escuela dirigida por la Srta.

Mary Ann Aldersey, una dama inglesa de 60 años, reputada

por ser la primera mujer misionera en China. Ella tenía dos

jóvenes ayudantes, Burella y María, hijas de Samuel Dyer,

uno de los primeros misioneros en China.

El día de Navidad de 1856, el grupo misionero tuvo una

celebración donde comenzó una amistad entre Hudson y

María. Esta joven era muy agraciada y simpática, además de

una ferviente cristiana. Muy pronto compartieron los

mismos anhelos y aspiraciones de santidad, de servicio y

acercamiento a Dios, y aun la indumentaria oriental que

llevaba Taylor. Taylor tuvo que cumplir una importante

misión en Shanghai, pero le escribió a María pidiéndole

formalizar un compromiso. Obligada por la Srta. Aldersey –

que menospreciaba al joven– María se negó.

Ante esto, ambos se abocaron a la obra del Señor, y oraron.

Más tarde, al comprobar que el sentimiento mutuo persistía,

decidieron pedir la autorización al tutor de ella, que vivía en

Londres. Tras cuatro largos meses de espera, llegó la

respuesta favorable. El tutor se había enterado en Londres de

que Hudson Taylor era un misionero muy promisorio. Todos

los que le conocían daban buen testimonio de él. Así, con

todo a favor, decidieron comprometerse públicamente en

noviembre de 1857. En enero de 1859, poco después de que

María cumpliera los 21 años, se casaron y se establecieron

en Ningpo. «Dios ha sido tan bueno con nosotros. En

realidad, ha contestado nuestras oraciones y ha tomado

nuestro lugar en contra de los fuertes. ¡Oh, que podamos

andar más cerca de él y servirle con mayor fidelidad!».

El trabajo en el grupo continuó. John Jones fue el pastor,

María dirigió la escuela de niños mientras el pequeño grupo

de Taylor en Ningpo continuó la obra misionera en la gran

ciudad inconversa. Por este tiempo se convirtió un chino,

presidente de una sociedad idólatra, que gastaba mucho

tiempo y dinero en el servicio de sus dioses. Luego de

escuchar la Palabra por primera vez dijo: «Por mucho

Page 103: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

tiempo he estado en busca de la verdad, sin encontrarla. He

viajado por todas partes, y no he podido hallarla. No he

podido encontrar descanso en el confucianismo, el budismo

ni en el taoísmo. Pero ahora sí he encontrado reposo para mi

alma en lo que hemos oído esta noche. De ahora en adelante

soy creyente en Jesús». En seguida fue un fiel testigo de

Cristo entre sus antiguos compañeros.

Un día le preguntó a Taylor: «¿Cuánto tiempo han tenido las

Buenas Nuevas en su país?». «Algunos centenares de años»,

le respondió Hudson algo vacilante. «¿Cómo dice?

¿Centenares de años? Mi padre buscaba la verdad y murió

sin conocerla. ¡Ah! ¿Por qué no vino antes?». Ese fue un

momento doloroso para Hudson Taylor, que jamás pudo

borrar de su conciencia, y que profundizó en él su ansia de

llevar a Cristo a aquellos que aún podían recibirlo.

El tratado de Tientsin, en 1860, dio nuevas libertades a los

misioneros. Por fin se había abierto la puerta de entrada a las

provincias del interior. Por ese tiempo, el doctor Parker tuvo

que dejar sus labores en el hospital y en dispensario que

dirigía, y Hudson Taylor se vio constreñido a tomar también

esa responsabilidad. Los nuevos creyentes chinos se

ofrecieron para colaborar y, contra todo lo humanamente

esperado, la atención mejoró, los recursos no faltaron, y aun

se comenzó a respirar en el ambiente la vida de Cristo. En

los nueve meses siguientes hubo 16 pacientes bautizados, y

otros 30 se incorporaban a la iglesia.

Un paréntesis necesario

Sin embargo, la salud de Taylor se quebrantó gravemente,

tanto, que un descanso parecía ser su única esperanza de

vivir. Así que dejaron Shanghai, llegando a Inglaterra en

noviembre, 1860, siete años después de que él había partido

para China. Vivieron en Bayswater, donde nació su primer

hijo varón, Herbert, en abril de 1861 (Grace había nacido el

año anterior). Comprendiendo que no podría volver tan

pronto, Hudson emprendió varias tareas. Primero, la revisión

del Nuevo Testamento de Ningpo, por petición de la

Sociedad Bíblica. Luego, la reanudación de sus estudios de

medicina. La atención, a la distancia, de la obra en Ningpo,

y la realización de reuniones con juntas misioneras

denominacionales, instándoles a asumir la evangelización

del interior de China. Esta última tarea era la que más le

urgía; sin embargo, aunque por todas partes lo escuchaban

con simpatía, pronto quedó de manifiesto que ninguna de

ellas estaba dispuesta a asumir la responsabilidad por tan

grande empresa.

Por petición del redactor de una revista denominacional,

Hudson comenzó a escribir una serie de artículos para

despertar el interés en la Misión en Ningpo, el que más tarde

se transformó en un libro. Con el mapa de China en una

pared de su pieza, Hudson oraba y soñaba con una

evangelización a fondo por todas las provincias de ese gran

país. La oración llegó a ser la única forma en que pudo

aliviar la carga de su alma.

Poco a poco, empezó a brillar una luz en su espíritu. Ya que

todas las puertas se cerraban, tal vez Dios quería usarlo a él

para contestar sus propias oraciones. ¿Qué pasaría si él

buscara sus propios obreros, y fuera con ellos? Pero su fe

también parecía flaquear ante tamaña empresa. Por el

estudio de la Palabra aprendió que lo que se necesitaba no

era un llamamiento emocional para conseguir apoyo, sino la

oración fervorosa a Dios para que él enviara obreros. El plan

apostólico no era conseguir primero los medios, sino ir y

hacer la obra, confiando en Dios.

Sin embargo, sentía que su fe aún no llegaba a ese punto.

Pronto la convicción de su propia culpabilidad se agudizó

más y más, hasta llegar a enfermar. Pero he aquí que

Hudson Taylor tuvo una experiencia que habría de cambiar

la historia.

Un día, un amigo le invitó a Brighton para pasar unos días

junto al mar. El domingo fue a la reunión de la iglesia, pero

el ver a la hermandad que, despreocupada, se gozaba en las

bendiciones del Señor, no lo pudo soportar. Le pareció oír al

Señor hablarle de las «otras ovejas» allá en China, por cuyas

almas nadie se interesaba. Sabía que el camino era pedir los

obreros al Señor. Pero una vez que Dios los enviase, ¿estaba

él en condiciones de guiarlos y hacerse cargo de ellos? Salió

apresuradamente para la playa, y se puso a caminar por la

arena.

Allí Dios venció su incredulidad y él se entregó enteramente

a Dios para ese ministerio. «Le dije que toda responsabilidad

en cuanto a los resultados y consecuencias tendría que

descansar en Él; que como siervo suyo a mí me correspondía

solamente obedecerle y seguirle; a Él le tocaba dirigir,

cuidar y cuidarme a mí y a aquellos que vendrían a

colaborar conmigo. ¿Debo decir que en seguida la paz

inundó mi corazón?»

Allí mismo le pidió a Dios 24 obreros, dos para cada una de

las provincias que no tenían misionero, y dos para

Mongolia. Escribió la petición en el margen de la Biblia que

llevaba y regresó a casa, lleno de paz.

Muy pronto Dios habría de comenzar a ordenar el escenario

para contestar esta petición.

Un regalo de Dios para China (2ª Parte)

Resumen de la Primera Parte

Hudson Taylor nació el 21 de mayo de 1832, en Inglaterra.

A los 17 años de edad entregó su vida al Señor y sintió el

llamado a servir como misionero en China. Tras una

esforzada y solitaria preparación, viajó a ese país, donde

sirvió en la Sociedad para la Evangelización de China. Allí

realiza numerosos viajes evangelísticos, se casa con María

Dyer, y asume la dirección de un Hospital. Sin embargo, tras

siete años de servicio, y debido a su excesivo trabajo, su

salud se deteriora, así que tiene que viajar de vuelta a

Inglaterra. En su país se ocupa en la revisión del Nuevo

Testamento Ningpo, de completar sus estudios de medicina,

y de instar a las juntas misioneras denominacionales a

asumir la evangelización del interior de China. Sin embargo,

ninguna estaba en condiciones de acometer tan grande tarea.

Debido a esto, Hudson Taylor se sumió en una profunda

crisis emocional. Mientras trataba de recuperarse en

Brighton, junto al mar, finalmente decide ponerse en las

manos del Señor para asumir él mismo el desafío, para lo

cual le solicita 24 obreros, dos para cada provincia china y

para Mongolia. Hudson Taylor tenía 33 años.

Page 104: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Nace la Misión al Interior de China

Muy pronto la casa de los Taylor en Inglaterra comenzó a

llenarse de candidatos. La publicación del libro «La

necesidad espiritual y las demandas de China» ayudó a

despertar el interés por la obra de Dios en ese país. Sin

embargo, las peculiaridades de la nueva Misión

(denominada «Misión al Interior de China») alejaba a

muchos, porque ella no solicitaba dinero, ni aseguraba un

sueldo a sus misioneros. Pese a esto fue tal la respuesta, que

hubo que avisar que cesaran las donaciones, porque las

necesidades estaban cubiertas.

El 26 de mayo de 1866 Hudson Taylor salió con el primer

grupo de 16 colaboradores rumbo a China. Este primer viaje

no estuvo exento de peripecias, pues estuvieron a punto de

naufragar en más de una oportunidad. Pero, gracias a Dios,

llegaron sanos y salvos, y se establecieron en Hang-chow.

Al año siguiente la familia Taylor vivió una profunda

tristeza por la partida de su hija Gracie, de ocho años; sin

embargo, la obra se extendía rápidamente por el Gran Canal

hacia el interior.

Hudson Taylor enfrentó por ese tiempo otras pruebas muy

fuertes. Una fue el motín de Yangchow, en que estuvo a

punto de perder la vida, y otro, el descrédito que sufrió a

manos de algunos miembros de su propio equipo, quienes

regresaron a Inglaterra y lograron desanimar a algunos

colaboradores. Debido a esto hubieron de enfrentar algunas

estrecheces económicas, pero fue entonces que se manifestó

la fidelidad de un conocido hombre de Dios: George Müller.

Su nombre se había hecho conocido, pues sostenía por la

sola fe y la oración, sin aportes fijos ni solicitar fondos, un

orfanato de unos dos mil niños y niñas. Müller no sólo tenía

carga por los huérfanos de Inglaterra, sino también por la

evangelización en China, y así lo hizo notar en muchas

ocasiones. Con sus oraciones, sus cartas y sus aportes,

muchas veces infundió ánimo a los misioneros a la distancia.

Las contribuciones de Müller durante los años siguientes

alcanzaron la no despreciable suma de casi diez mil dólares

anuales, ¡pese a que necesitaba mirar al Cielo diariamente

por el sustento de sus propios huerfanitos!

La gran experiencia espiritual

En septiembre de 1869 Hudson Taylor entró en una

experiencia espiritual que marcó su vida, y de la cual habría

de compartir a muchos durante sus años siguientes. Él la

llamó de la «vida canjeada». Poco antes había estado muy

desanimado, por la falta de comunión con su Señor, y por la

escasez de frutos, y no sabía cómo podría mejorar. Pero la

llegada de una carta de su amigo Juan McCarthy en que le

contaba su propia experiencia, gatilló en él la solución tan

anhelada. ¿En qué consistió? En ver, a partir de Juan

capítulo 15, cómo permanecer en Cristo, y recibir de él la

fuerza necesaria para una vida victoriosa. Después de esto,

Hudson Taylor fue otro hombre. ¡Aquella fue una

experiencia que sería capaz de resistir todos los embates del

tiempo! (Ver artículo «El secreto espiritual de Hudson

Taylor», pág. 74).

Pruebas y expansión

Pronto se acercaban, sin embargo, algunas experiencias

familiares aún más dolorosas que las ya vividas. En medio

de una época muy agitada en la vida de China –la matanza

de Tientsin– el matrimonio Taylor tuvo que separarse del

resto de sus hijos para enviarlos a Inglaterra para su

educación. Y poco después, en julio de 1870, muere un hijo

recién nacido y, a los pocos días, María Dyer, quien contaba

apenas con treinta y tres años. En estas circunstancias,

Hudson Taylor tuvo que echar mano más que nunca el

consuelo procedente de sus experiencias espirituales.

«¡Cuánta falta me hacía mi querida esposa y las voces de los

niños tan lejos allá en Inglaterra! Fue entonces que

comprendí por qué el Señor me había dado ese pasaje de las

Escrituras con tanta claridad: ‗Cualquiera que bebiere del

agua que yo le daré, no tendrá sed jamás‘. Veinte veces al

día, tal vez, al sentir los amagos de esa sed, yo clamaba a él:

‗¡Señor, tú prometiste!‘ Me prometiste que jamás tendría sed

otra vez‘ Y ya fuera de noche o de día, ¡Jesús llegaba

prestamente a satisfacer mi corazón dolorido! Tanto fue así

que a veces me preguntaba si mi amada estaría gozando más

de la presencia del Señor allá, que yo en mi cuarto, solitario

y triste». Al año siguiente, Taylor tuvo severos dolores del

hígado y del pulmón, y muchas veces tuvo dificultades para

respirar. Sin embargo, junto a cada dolor físico había el

profundo consuelo de una vivencia más íntima con Cristo.

La renuncia del matrimonio Berger, que dirigía la Misión en

Inglaterra, obligó a Taylor a viajar a ese país en 1872. Allí,

en los próximos quince meses, organizó un Consejo de

apoyo a la Misión, mientras oraban intensamente en

reuniones realizadas en su casa. F. W. Baller, un joven

creyente que llegó a ser después un íntimo colaborador,

escribió lo siguiente cuando le vio por primera vez en una de

esas reuniones: «El Sr. Taylor inició la reunión anunciando

un himno, y sentándose al armonio, dirigió el canto. Su

aspecto no era muy imponente. Era pequeño de estatura y

hablaba en voz baja. Como todo joven, quizá yo asociaba la

importancia con la bulla y buscaba mejor presencia de un

líder. Pero cuando dijo «oremos», y procedió a dirigir la

oración, cambié de opinión. Nunca había oído a nadie orar

así. Había una sencillez, una ternura, una audacia, un poder

que me subyugó y me dejó mudo. Me di cuenta que Dios le

había admitido en el círculo íntimo de comunión con él».

Cierto día, parado frente al mapa de China, Taylor se volvió

hacia unos amigos que le acompañaban y dijo: «¿Tienen fe

ustedes en pedir conmigo a Dios dieciocho jóvenes que

vayan de dos en dos a las nueve provincias que aún quedan

por evangelizar?». La respuesta fue afirmativa; así que allí

mismo, tomados de las manos delante del mapa, se pactaron

con toda seriedad para orar diariamente por los obreros que

se necesitaban.

Poco después, de regreso en China, Taylor pudo comprobar

con tristeza que la obra trastabillaba. En vez de hacer planes

para su adelanto, apenas pudo atender lo necesario para

robustecer lo que había. En esa circunstancia, su nueva

esposa, Jenne Faulding, prestaba una gran ayuda. Al cabo de

unos nueve meses pudo visitar cada centro y cada punto de

predicación de la Misión. La obra cobró nueva fuerza.

Nuevos sueños

Un día lo siguió un anciano hasta donde él alojaba y le dijo:

«Me llamo Dzing, y tengo una pregunta que me atormenta:

¿Qué voy a hacer con mis pecados? Nuestro maestro nos

Page 105: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

enseña que no hay un estado futuro, pero encuentro difícil

creerlo… ¡Ah Señor! De noche me tiro en la cama a pensar.

De día me siento solitario a pensar. Pienso, y pienso, y

pienso más, pero no sé qué hacer con mis pecados. Tengo

setenta y dos años. No espero terminar otra década. ¿Puede

usted decirme qué debo hacer con mis pecados?». Esta

conversación, más el ver las multitudes en las grandes

ciudades sin testimonio de Dios, produjo en Hudson Taylor

una nueva urgencia por más obreros. En una de sus Biblias

escribió: «Le pedí a Dios cincuenta o cien evangelistas

nacionales y otros tantos misioneros como sean necesarios

para abrir los campos en los cuatro Fus y cuarenta y ocho

ciudades Hsien que están aún desocupados en la provincia

de Chekiang. Pedí en el nombre de Jesús». Era el 27 de

enero de 1874.

Poco después le fue entregada a Taylor una carta que traía

una donación de 800 libras «para la obra en provincias

nuevas». ¡La carta había sido enviada aún antes de que

Taylor escribiera su petición en la Biblia!

Sin embargo, un llamado urgente desde Inglaterra por parte

de la Srta. Blatchley –que estaba a cargo de los niños– lo

obligó a viajar de inmediato. Luego supo que ella había

muerto. Allí en Inglaterra le sobrevino una grave

enfermedad a la columna, a causa de una caída que había

tenido poco antes de salir de China. Como consecuencia,

estuvo paralizado de sus piernas, totalmente postrado.

Allí, solo, en su lecho de dolor –su esposa estaba lejos

atendiendo otras necesidades–, con la carga de la inmensa

obra sobre su corazón y con poca esperanza de volver a

caminar, surgió, sin embargo, el mayor crecimiento para la

Misión al Interior de China. En 1875 publicó un folleto

titulado: «Llamamiento a la oración a favor de más de 150

millones de chinos», en el cual solicitaba la cooperación de

dieciocho misioneros jóvenes que abrieran el camino. En

poco tiempo se completó el número solicitado, y él mismo,

desde su lecho, comenzó a enseñarles el idioma chino.

¿Cómo explicaba Taylor las extrañas circunstancias en que

se dio esta expansión? «Si yo hubiera estado bien (de salud)

y pudiera haberme movido de un lugar a otro, algunos

hubieran pensado que era la urgencia del llamamiento que

yo hacía y no la obra de Dios lo que había enviado a los

dieciocho a China».

Las formas cómo el Señor proveía para las necesidades para

la Misión eran variadas y asombrosas. Cierta vez viajaba

con un noble amigo ruso que le había escuchado hablar.

«Permítame darle una cosa pequeña para su obra en China»,

le dijo, extendiéndole un billete grande. Taylor, pensando

que tal vez se había equivocado, le dijo: «¿No pensaba

darme usted cinco libras? Permítame devolverle este billete,

pues es de cincuenta». «No puedo recibirlo», le contestó el

conde no menos sorprendido. «Eran cinco libras lo que

pensaba darle, pero seguramente Dios quería que le diera

cincuenta, de manera que no puedo tomarlo otra vez.» Al

llegar a casa, Taylor halló que todos estaban orando. Era

fecha de enviar otra remesa para China, y aún faltaban más

de 49 libras. ¡Ahí entendió Taylor por qué el conde le había

dado 50 libras y no 5!

Durante los próximos años, los pioneros de la Misión

viajaron miles de kilómetros por todas las provincias del

interior. Sin embargo, lo mucho que ellos hacían era, en

verdad, tan poco comparado con los millones de chinos que

diariamente morían sin Cristo. Taylor se percató de que la

única manera de alcanzar a toda China era incorporando al

servicio a los mismos chinos. «Yo miro a los misioneros

(extranjeros) como el andamio alrededor de un edificio en

construcción; cuanto más ligero pueda prescindirse de él,

tanto mejor».

El desbordamiento

En 1882 Taylor oró al Señor por setenta misioneros, los

cuales Dios fielmente proveyó en los tres años siguientes,

con su respectivo sustento. El reclutamiento de los Setenta

trajo una gran conmoción en toda Inglaterra, notificando a

todo el pueblo cristiano de la gran obra que Dios estaba

realizando en China. Otros conocidos siervos de Dios, como

Andrew Bonar y Charles Spurgeon, se sumaron al apoyo a

la Misión.

Cuatro años más tarde, Taylor da otro paso de fe, y pide al

Señor cien misioneros. Ninguna Misión existente había

soñado jamás en enviar nuevos obreros en tan gran escala.

En ese tiempo, la Misión tenía sólo 190 miembros y pedirle

a Dios un aumento de más del cincuenta por ciento ¡era algo

impensable! Sin embargo, durante 1887, milagrosamente,

seiscientos candidatos venidos de Inglaterra, Escocia e

Irlanda, se inscribieron para enrolarse. Así, el trabajo de la

Misión se esparció por todo el interior del país según era el

deseo original de Taylor. ¡Al final del siglo XIX, la mitad de

todos los misioneros del país estaban ligados a la Misión!

En octubre de 1888, Taylor visita Estados Unidos, donde fue

recibido afectuosamente en Northfield por D. L. Moody,

desde donde emprendió el regreso a China, pero no solo: le

acompañaban 14 jóvenes misioneros más, procedentes de

Estados Unidos y Canadá.

Durante los próximos años, Taylor vio extenderse su

ministerio a todo el mundo. Compartió su tiempo visitando

América, Europa y Oceanía, reclutando misioneros para

China. Fueron los años del desbordamiento espiritual, que

ahora se extendía por todos los confines de la tierra.

Un carácter transformado

El carácter de Taylor había alcanzado una gran semejanza

con su Maestro. He aquí el testimonio de un ministro

anglicano que le hospedó: «Era él una lección objetiva de

serenidad. Sacaba del banco del cielo cada centavo de sus

ingresos diarios – ‗Mi paz os doy‘. Todo aquello que no

agitara al Salvador ni perturbara su espíritu, tampoco le

agitaría a él. La serenidad del Señor Jesús en relación a

cualquier asunto, y en el momento más crítico, era su ideal y

su posesión práctica. No conocía nada de prisas ni de

apuros, de nervios trémulos ni agitación de espíritu. Conocía

esa paz que sobrepuja todo entendimiento, y sabía que no

podía existir sin ella… Yo conocía las ‗doctrinas de

Keswick, y las había enseñado a otros, pero en este hombre

se veía la realidad, la personificación de la ‗doctrina

Keswick‘, tal como yo nunca esperaba verlo».

La lectura de la Biblia era para él un deleite y un ejercicio

permanente. Un día, cuando ya había pasado los setenta

años, se paró, Biblia en mano, en su hogar en Lausanne, y le

dijo a uno de sus hijos: «Acabo de terminar de leer la Biblia

Page 106: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

entera por cuarentava vez en cuarenta años». Y no sólo la

leía, sino que la vivía.

En abril de 1905, a la edad de 73 años, Taylor hizo su último

viaje a China. Su esposa Jennie había fallecido, y él había

pasado el invierno en Suecia. Su hijo Howard, que era

médico, acompañado de su esposa, decidieron acompañar a

Taylor en este viaje. Al llegar a Shangai, él visitó el

cementerio de Yangchtow, donde estaba sepultada su esposa

María y cuatro de sus hijos.

Mientras recorrían las ciudades chinas, Howard pudo

comprobar el gran amor que todos le dispensaban a su

padre, y también conocer cuál era el secreto de su prodigiosa

vida espiritual. Para Taylor, el secreto estaba en mantener la

comunión con Dios diaria y momentáneamente. Y esto se

podía lograr únicamente por medio de la oración secreta y el

alimentarse de la Palabra. Pero ¿cómo obtener el tiempo

necesario para estos dos ejercicios espirituales? «A menudo,

cuando tanto los viajeros como los portadores chinos habían

de pasar la noche en un solo cuarto (en las humildes posadas

chinas), se tendían unas cortinas para proveer un rincón

aislado para nuestro padre, y otro para nosotros.

Y luego, cuando el sueño había hecho presa de la mayoría,

se oía el chasquido de un fósforo y una tenue luz de vela nos

avisaba que Hudson Taylor, por más cansado que estuviera,

estaba entregado al estudio de su Biblia en dos volúmenes

que siempre llevaba. De las dos a las cuatro de la madrugada

era el rato generalmente dedicado a la oración – el tiempo

cuando podía estar seguro de que no habría interrupción en

su comunión con Dios. Esa lucecita de vela ha sido más

significativa para nosotros que todo lo que hemos leído u

oído acerca de la oración secreta; esto significaba una

realidad – no la prédica, sino la práctica».

Después de haber recorrido todas las misiones establecidas

por él, Hudson Taylor se retiró a descansar una tarde de

junio de 1905, y de este sueño despertó en las mansiones

celestiales.

Page 107: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Padre de huérfanos

Abigail era la hija más pequeña de una pareja de padres que

temían a Dios. Su primera oración infantil fue dicha en las

rodillas de George Müller, el gran hombre de fe del siglo

XIX. Un día, la pequeña, que tenía sólo 3 años de edad, le

dijo: «Me gustaría que Dios respondiese mis oraciones de la

misma forma que responde las suyas». «Él responderá», fue

la respuesta inmediata de Müller. Tomando a la pequeña en

su regazo él repitió la promesa de Dios: «Todo cuanto

pidieres en oración, creed que lo recibisteis, y lo recibiréis».

«Ahora, Abbie, ¿qué es lo que deseas pedir a Dios?». «Yo

quiero lana», dijo ella. Entonces él, juntando las manos en

actitud de oración, dijo: «Ahora, repite lo que yo voy a

decir: «Por favor, Dios, manda lana para Abbie» – «Por

favor, Dios, manda lana para Abbie», repitió la niña, y

saltando, corrió para jugar, perfectamente satisfecha. De

repente ella volvió, y, subiendo a sus rodillas, dijo: «Por

favor, Dios, manda en colores variados».

Al día siguiente ella se llenó de gozo y alegría al recibir una

caja que vino por el correo, con una gran cantidad de ovillos

de lana de colores variados. Su profesora, que estaba fuera

realizando una visita, encontró los ovillos de lana y pensó

que a su alumna podrían gustarles.

Primeros años

George Müller fue uno de los mayores hombres de oración

de toda la historia. Andrew Murray escribió sobre él: «Del

mismo modo que Dios colocó al apóstol Pablo como un

ejemplo en su vida de oración para los cristianos de todos

los tiempos, así también puso a George Müller, en tiempos

más recientes, como una prueba para Su iglesia, de que él

continúa respondiendo siempre la oración, en forma literal y

maravillosa».

Nació en Alemania en el año 1805, y su juventud estuvo

marcada por la maldad y el despilfarro. De niño tuvo una

fuerte inclinación por el engaño y el robo, razón por la cual

llegó a estar encarcelado durante veinticinco días.

En noviembre de 1825 conoció al Señor en una sencilla

reunión en una casa, a la cual, sorprendentemente, se hizo

invitar por un amigo cristiano. Desde entonces comienza a

manifestarse un profundo vuelco en su manera de ser y de

vivir, aunque no sin severas pruebas y fracasos. Su padre

quería hacerle pastor luterano, pero él quería hacerse

misionero. Cinco veces se ofreció para enrolarse, pero cada

vez hubo obstáculos en el camino, permitidos por el Señor.

Finalmente solicitó su admisión en la «Sociedad Londinense

para la Evangelización de los Judíos». Fue aceptado, y se

trasladó a Londres en marzo de 1829, aunque nunca llegó a

ejercer allí.

Por ese tiempo había comenzado un despertar entre muchos

creyentes, quienes a la luz del Nuevo Testamento habían

decidido separarse de los sistemas denominacionales y

reunirse en sencillez solamente como hijos de Dios. Este fue

el principio de lo que se conoció más tarde como el

movimiento de los «Hermanos de Plymouth». En Inglaterra,

George Müller conoció a A. N. Groves y Henry Craik, que

tuvieron una gran influencia en su vida.

Su «segunda conversión»

En julio de 1829, cuatro años después de su conversión,

mientras estaba en el pueblo de Teignmouth reponiéndose

de una enfermedad, George Müller tuvo una experiencia

espiritual que nunca olvidaría. Allí escuchó a alguien

predicar. He aquí su testimonio: «Aunque no me hubiese

agradado del todo lo que habló, pude ver una gravedad y

solemnidad en él, diferente de los demás. A través de este

hermano, el Señor me concedió una gran gracia, por la cual

tengo motivos para engrandecerle por toda la eternidad.

Dios comenzó a mostrarme que sólo la Palabra de Dios debe

ser nuestra regla de juicio en las cosas espirituales; que ella

sólo puede ser explicada por el Espíritu Santo, y que en

nuestros días, igual que en los primeros tiempos, él es el

Maestro de su pueblo. Yo no comprendía

experimentalmente el oficio del Espíritu Santo hasta esa

época. No había visto que el Espíritu Santo, solo, nos puede

enseñar respecto de nuestro estado natural, mostrarnos

nuestra necesidad del Salvador, habilitarnos a creer en

Cristo, explicarnos las Escrituras, ayudarnos a predicar,

etc.»

«Entender este punto en particular fue, en principio, lo que

tuvo un gran efecto sobre mí, pues el Señor me habilitó para

ponerlo en práctica, dejando de lado comentarios, y casi

todos los otros libros, y simplemente leer la Palabra de Dios

y estudiarla. El resultado de eso, fue que la primera noche en

que me encerré en mi cuarto para entregarme a la oración y

a la meditación de las Escrituras, aprendí en pocas horas

más de lo que había aprendido durante los últimos meses.

Pero la mayor diferencia fue que recibí fuerza verdadera en

mi alma, al hacerlo de aquella manera».1

«A más de eso, agradó al Señor conducirme a observar un

patrón de devoción más alto que el que había tenido

anteriormente. Me condujo, en parte, a ver lo que es mi

gloria en este mundo, también a ser pobre y despreciable

con Cristo. Regresé a Londres mucho mejor de mi cuerpo.

En cuanto a mi alma, el cambio fue tan grande, que fue

como una segunda conversión».

Al año siguiente, George Müller decidió establecerse en

Teignmouth, donde fue invitado a hacerse cargo de una

pequeña congregación. Habiendo visto la necesidad de

depender enteramente de Dios para su mantenimiento,

renunció al pequeño sueldo que recibía. Ese mismo año

contrae matrimonio con Mary Groves, hermana de A. N.

Groves. Juntos se aventuran a una vida de fe, vendiendo las

propiedades que tenían, para depender enteramente de Dios.

La obra en Bristol

Dos años más tarde, Henry Craik recibió una invitación para

ir a Bristol a celebrar reuniones, y éste invitó a George

Müller para que le ayudara. La predicación fue tan bien

recibida, que los hermanos les invitaron para que se fueran a

vivir a Bristol. Así el Señor conducía las cosas para lo que

habría de ser el mayor servicio en la vida de Müller. La obra

allí en Bristol experimentó un extraordinario crecimiento.

En un ambiente de fe sencilla y celo fervoroso, ajeno a las

tradiciones humanas y a la mundanalidad, estos dos

ministros se ejercitaron en la fe para un servicio posterior de

más amplias dimensiones.

Page 108: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

En 1834 fundaron la Institución de Conocimientos

Escriturales con el fin de fundar escuelas, distribuir las

Escrituras y apoyar los esfuerzos misioneros.

Pero la obra magna fue la que Müller realizó entre los

huérfanos. Influido por la biografía de A. H. Francke, de

Alemania, y corroborado por su propia experiencia de haber

vivido dos meses en la Casa de Huérfanos de Halle, le vino

al corazón el procurar hacer algo por los niños hambrientos

y harapientos de Bristol. Una experiencia muy triste vivida

en una de las escuelas de la institución, y la dirección que le

daba la Palabra del Salmo 81: 10, «...abre tu boca que yo la

llenaré», apuraron la realización de ese anhelo.

Así fue como en diciembre de 1835, luego de someter el

proyecto a un grupo de hermanos, se concretó la idea,

arrendándose una casa para atender a un grupo de niñas. Al

año siguiente se arrendó una segunda casa para niños

pequeños, y una tercera para niños más grandes. Los

primeros colaboradores en esta obra ofrecieron incluso sus

muebles personales y su servicio gratuito.

George Müller pensaba que si él, siendo un hombre pobre, y

sin pedir nada a nadie sino a Dios, podía conseguir los

medios suficientes para abrir y mantener una casa de

huérfanos, habría un testimonio concreto de que Dios

contesta las oraciones de su pueblo. Debido a la demanda de

cupos, pronto se hizo evidente que sería necesario tener

casas propias, construidas expresamente para tal propósito.

Como respuesta a la oración, desde el 10 de diciembre

de1845, se empezaron a suceder los donativos. Así fue como

pronto se compraron los terrenos –a un precio muy

rebajado– y se comenzó la construcción. El 18 de junio de

1849, los trescientos niños que a esa fecha eran atendidos, se

fueron a su nueva casa, ubicada en el distrito de Ashley

Down. Ocho años después, en noviembre de 1857, se

inauguró la segunda casa, para la recepción de cuatrocientos

huérfanos más. Pero eso no fue todo. En marzo de 1862 se

abrió la tercera, con capacidad para cuatrocientos cincuenta

niños. En noviembre de 1868 se inauguró la cuarta, y en

enero de 1870, la quinta. En total, los cinco edificios tenían

una capacidad para más de 2.000 niños y niñas. No se

trataba de construcciones livianas, levantadas como de

emergencia, sino de piedra, muy sólidas, que fueron capaces

de sortear el paso de los años.

Veinticinco años pasaron entre la construcción de la primera

y la última casa, lo cual demuestra que no fue obra de un

solo impulso generoso, ni de precipitación, sino de paciente

espera en Dios, venciendo los obstáculos y allanando las

dificultades por medio de la oración.

Un botón de muestra

La fe de George Müller y de sus colaboradores tuvo muchas

ocasiones de ser probada en el orfanato. ¡Cómo no, si vivían

por fe día tras día! Entre las variadas experiencias vividas,

hay algunas que no pueden dejar de mencionarse.

Cierta vez no había nada para ofrecer a los niños al

desayuno. Los niños se sentaron en torno a las mesas como

de costumbre. Allí estaban los platos y los jarros, pero no

había nada en ellos. Entonces Müller dijo: «Daremos gracias

a Dios por lo que vamos a recibir». No bien habían

terminado de orar, cuando sonó un aldabazo en la puerta. Un

lechero mayorista había tenido un accidente, rompiéndose

una de las ruedas de su vagón, frente a la puerta del

orfanato, por lo cual había entendido que debía entregar la

leche a los niños. Mientras descargaban la leche, llegaron

unos carritos de la panadería más selecta de Bristol, con un

mensaje que decía que toda la hornada de pan de la noche

anterior, por cierto descuido, no tenía la hermosa

presentación de costumbre, así que la donaban a los niños.

Así fue cómo, con muy poco retraso, los niños recibieron

aquel día su desayuno ¡y en abundancia!

Algunas veces le preguntaban a Müller: «¿Por qué no toman

el pan a crédito? Ya que el orfanato es obra del Señor, ¿no

pueden ustedes confiar en él que provea los medios

necesarios para pagar la cuenta al fin del trimestre?».

Parecía una buena pregunta, pero Müller tenía una mejor

respuesta para ella: «Dios no sólo suplirá lo necesario, sino

que lo hará en el tiempo preciso: ¿Por qué confiar en Dios

para el fin del trimestre y no confiar en él AHORA?

Además, apoyarse en un crédito no significa en ninguna

manera el fortalecimiento de la fe; y todavía más, la palabra

dice: «No debáis a nadie nada». Aceptar crédito para los

alimentos sería negar el objeto fundamental de las casas de

huérfanos, que es mostrar delante de todo el mundo y

delante de la iglesia entera, que aun en estos días malos, el

Dios vivo está pronto para ayudar, consolar y socorrer en

respuesta a las oraciones de los que en él confían. No

necesitamos apartarnos de él para seguir a nuestros

semejantes o recurrir a los métodos del mundo».

Un retrato doméstico

Para ser mejor conocido, George Müller necesitaba ser visto

en su vida doméstica simple y diaria. A. T. Pierson, en su

libro «George Müller de Bristol» relata así: «Fue mi

privilegio encontrarlo frecuentemente en el departamento Nº

3, que era el suyo, en el orfanato. Su cuarto era de tamaño

medio, bien ordenado, pero modestamente amueblado, con

mesa y sillas, sofá, escritorio, etc. Su Biblia casi siempre

estaba abierta como un libro del cual él hacía continuamente

uso.

Su aspecto era alto y delgado, siempre vestido con buen

gusto, y muy erguido, sus pasos eran firmes y fuertes. Su

semblante, en reposo, podría haber sido considerado como

severo, si no fuese por la sonrisa que tan habitualmente

iluminaba sus ojos y se movía en sus facciones, y que dejó

sus impresiones en las líneas de su rostro. Su estilo era de

simple cortesía y dignidad espontánea: nadie en su presencia

se sentiría como insignificante, y había sobre él un cierto

aire de autoridad y majestad indescriptible que hacía

recordar la de un príncipe y, sin embargo, mezclado con

todo esto, había una simplicidad muy similar a la de un niño,

que incluso hacía que ellos se sintieran cómodos con él. En

su hablar nunca perdió el acento extranjero, y siempre

hablaba con articulación lenta y medida, como si una doble

guardia estuviese colocada en la puerta de sus labios. Con él,

ese miembro indomable, la lengua, era domesticada por el

Espíritu Santo y él tenía aquella marca que Santiago llama

de un «varón perfecto, capaz también de refrenar todo el

cuerpo».

Aquellos que lo conocieron sólo un poco y lo vieron sólo en

sus momentos serios, podrían haberlo considerado destituido

Page 109: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

de esa cualidad peculiarmente humana, el humor. Su hábito

era la sobriedad, pero él gustaba de un chiste que fuese libre

de toda mancha de impureza y que no poseyera alguna

ofensa a otros. Para aquellos que conocía mejor y amaba, él

mostró su verdadero yo, en sus arranques jocosos – como

cuando en Ilfracombe, escalando con su esposa y unos

amigos los cerros que daban vista al mar, él caminó un poco

adelante y se sentó a descansar, y entonces, cuando ellos

recién se habían sentado, se levantó y calmadamente dijo:

«Muy bien, ya tuvimos un buen descanso, prosigamos».

Ninguna cosa era estimada por él como insignificante e

indigna de ser presentada al Señor. Su amigo más antiguo,

Robert C. Chapman, de Barnstaple, contó al escritor el

siguiente y sencillo incidente: En sus primeros años de su

amor a Cristo, visitando a un amigo y viendo que arreglaba

su pluma (de escribir), le dijo: Hermano H..., ¿usted ora a

Dios cuando arregla su pluma? La respuesta fue: Sería

bueno si yo lo hiciese, pero no puedo decir que lo hago». El

hermano Müller respondió: «Yo siempre oro, y así arreglo

mi pluma mucho mejor».

El servicio a Dios era para él una pasión. En el mes de mayo

de 1897, él fue persuadido de tomarse en Huntly un pequeño

descanso de su constante servicio diario en el orfanato. En la

tarde que llegó dijo: «¿Qué oportunidad hay aquí para

trabajar para el Señor?» Cuando se le dijo que él acababa de

salir del trabajo continuo y que aquel era un tiempo para

descansar, respondió que, estando ahora libre de sus labores

habituales, él sentía que debería estar ocupado de alguna

otra forma en servir al Señor, para glorificar a aquel quien

era su objetivo en la vida. Entonces se organizaron

reuniones y él predicó tanto en Huntly como en Teignmouth.

Un viejo sueño cumplido

Cuando George Müller tenía 70 años de edad, el Señor le

concedió el deseo que había albergado en su juventud de ser

misionero, y con creces. El 26 de marzo de 1875 emprendió

la primera de varias giras por el mundo. El orfanato lo había

dejado en buenas manos, las de su yerno James Wright y su

hija Lydia. En total realizó doce extensas giras entre sus 70

y sus 87 años de edad, comenzando por Inglaterra, siguiendo

por Europa, América, Asia Menor (incluyendo Palestina),

Rusia, Australia y el lejano Oriente. Se calcula que durante

esos diecisiete años dirigió la palabra a más de tres millones

de personas, habiendo hablado entre cinco mil y seis mil

veces. Recorrió 42 países, cubriendo más de 320.000

kilómetros y ejerciendo una influencia imposible de estimar.

En sus viajes misioneros, George Müller mostró una gran

firmeza en cuanto a las verdades que había aprendido en sus

estudios de las Escrituras, pero también una actitud de

generosidad para todos los que se mostraban sinceros

creyentes en el Señor Jesús. No se resignaba a aceptar las

divisiones hechas por los hombres, ni tampoco quería

ocupar un terreno sectario. De acuerdo con los principios

apostólicos, reconocía como «hermanos» a todos los

salvados por la fe en Jesucristo, no aceptando nombres

denominacionales. Él pensaba que la unidad de la iglesia se

obtiene por el reconocimiento del nombre del Señor como

suficiente. «Cristianos», «santos», «hermanos»,

«discípulos», son nombres aplicables por igual a todos los

que han experimentado el poder regenerador del Espíritu

Santo. Así pues, en sus relaciones con los demás cristianos

era firme en sus convicciones acerca de la verdad, pero

amoroso para con los que no habían recibido la misma luz

que él.

Arthur T. Pierson recuerda una conversación que tuvo con

George Müller aprovechando una de las giras de éste por

Estados Unidos. Por aquel tiempo, A. T. Pierson sustentaba

el punto de vista de que el evangelio debe primero promover

la salvación de toda la raza humana y solamente entonces el

Señor volverá para reinar. Esto lo expuso a Müller, y lo hizo

con habilidad. Éste lo oyó en silencio, en su postura

acostumbrada, con los ojos vueltos hacia el piso y las manos

entre las rodillas. Al final del argumento él dijo: «Querido

hermano, oí todo lo que usted acaba de decir sobre el asunto.

Hay solamente un error: no tiene base en la Palabra de

Dios». Entonces abrió la Biblia y durante dos horas mostró

lo que la Palabra de Dios enseña, y continuó el asunto por

diez días. Fue un acontecimiento definitivo en el ministerio

de A. T. Pierson.

G. H. Lang, en su autobiografía, recuerda haber oído a

George Müller en una Conferencia de la Asociación

Cristiana de Jóvenes. Habló una hora y quince minutos. Esto

fue lo que escribió después: «Aunque tenía 92 años, él

permaneció firme y erguido e hizo un resumen, con voz muy

clara, de sus 70 años de servicio a Dios. Sin usar notas,

presentó hechos y datos exactos sobre la obra de asistencia a

los orfanatos, distribución de folletos y Biblias, así como de

sus viajes por el mundo. El número de huérfanos atendidos,

de libros distribuidos, de países visitados, de dinero

recibido, hasta el menor centavo en cada cuenta – todo fue

relatado; y la gran exposición fue coronada con las

memorables palabras: «Dios todavía está vivo, y hoy, como

hace millares de años atrás, él oye las oraciones de sus hijos,

y ayuda a quienes confían en él».

La notable preservación de su salud y fuerza en la vejez, la

atribuía Müller, bajo la providencia de Dios, a tres cosas: (1)

El hábito de mantener una conciencia sin ofensa delante de

Dios y delante de los hombres. (2) El amor que sentía por

las Sagradas Escrituras y el poder recuperativo que ejercían

en todo su ser. (3) El contentamiento de espíritu que tenía en

el Señor y en su obra (encontrándose así aliviado de toda

ansiedad y afán, con su consiguiente desgaste físico y

nervioso), en todos sus trabajos y responsabilidades.

Una obra portentosa

Quien leyese el informe financiero anual del trabajo de

George Müller, descubriría que había un donador anónimo,

que se identificaba como «un siervo del Señor Jesús que

procura depositar tesoros en el cielo por el amor

constreñidor de Cristo». El donador no era otro que el

propio Müller. El total de sus ingresos personales ascendió a

93.000 libras esterlinas, de las cuales ofrendó para la obra

81.490 libras, 18 chelines y 8 peniques (unos cuatrocientos

mil dólares) ¡Más del 87 % del total! Él afirmó: «Mi

objetivo nunca fue cuánto yo iría a conseguir, sino cuánto yo

iría a dar». En el momento de su partida tenía apenas 169

libras, 9 chelines y 6 peniques (Unos 850 dólares). De esta

pequeña cantidad, cerca de 100 libras (500 dólares) era el

avalúo de sus libros y muebles, y había solamente 60 libras

en dinero (300 dólares), que estaban esperando para ser

donados.

Page 110: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El orfanato, de 5.200 m2, levantado por George Müller es

un gran monumento a la fe sencilla en la Palabra de Dios.

Cuando Dios puso en su corazón el deseo de construirlos, él

poseía apenas 2 chelines (medio dólar). Sin permitir que

nadie supliese sus necesidades, excepto Dios, fueron

enviadas a él cerca de un millón cuatrocientas mil libras

esterlinas (unos siete millones de dólares), para la

construcción y mantenimiento de aquellas casas. Durante

todos los años, desde la llegada del primer huérfano, el

Señor envió el alimento a su debido tiempo. Gracias a eso,

ellos jamás quedaron sin siquiera una comida por falta de

provisión.

A más de esto, a la fecha de su muerte, unas 122.000

personas habían sido enseñadas en las escuelas sostenidas

por los recursos financieros que el Señor le había confiado;

y cerca de 282.000 Biblias y 1.500.000 Nuevos Testamentos

habían sido distribuidos. Pero todavía más: 112 millones de

libros cristianos, panfletos y folletos habían circulado;

misioneros de todas partes del mundo habían sido

auxiliados; y nada menos de 10.000 huérfanos habían

recibido cuidados, gracias a la misma provisión. ¿Cómo

George Müller hizo eso? Sin ningún apoyo mundial, sin

solicitar ayuda a nadie; sin contraer deudas; sin comisiones,

suscripciones o membresías, sino solamente por la fe en el

Señor.

George Müller afirmó que él creía que el Señor le había

dado más de 30.000 almas en respuesta a la oración. Y esto,

no sólo entre los huérfanos, sino también muchos otros por

los cuales él había orado fielmente todos los días, en la fe

que ellos podrían ser salvos. En uno de esos casos, él oró por

dos amigos durante más de 62 años, tres meses cinco días y

dos horas. Cuando le preguntaron si esperaba que aquellos

dos amigos fuesen salvos, él respondió: «Definitivamente,

¿usted piensa que Dios dejaría de lado una oración de más

de 60 años hecha por uno de sus pequeños, sin importarle?

Poco tiempo después de la muerte de Müller, aquellos dos

amigos fueron salvos.

El miércoles 10 de marzo de 1898, a los 93 años de edad,

George Müller partió para estar con el Señor.

Perfil de un carácter notable

Según Arthur T. Pierson, tres cualidades o características

resaltan de manera bastante notable en George Müller: la

verdad, la fe y el amor.

«La verdad es un centro sobre el cual se refleja la franqueza,

la sinceridad, la transparencia y la simplicidad propias de un

niño. La verdad es la piedra angular por excelencia, pues sin

ella nada más es verdadero, genuino y real.»

«Desde la hora de su conversión, su autenticidad fue en

aumento. De hecho, había en él una escrupulosa exactitud

que, a veces, parecía innecesaria. Más de alguien sonreía de

la precisión matemática con la cual él relataba los hechos

(en su Diario), dando los años, días y horas desde que fue

traído al conocimiento de Dios, o desde que comenzó a orar

por algún asunto concedido, y las libras, chelines, peniques,

medio-peniques, e incluso cuartos de penique que formaban

la suma total gastada para un determinado propósito. Vemos

la misma exactitud escrupulosa en la repetición de las

afirmaciones, sean de principios o de ocurrencias, que

encontramos en su Diario, y en las cuales frecuentemente no

hay ni siquiera la inexactitud de una palabra. Sin embargo,

todo esto tiene un significado. Inspira absoluta confianza en

el registro de los negocios del Señor.»

«La fe era la segunda de las características centrales de

George Müller, y era únicamente el producto de la gracia. Él

hallaba en la Palabra del Señor, en su bendito libro, una

nueva palabra de promesa para cada nueva crisis de prueba o

de necesidad; él colocaba su dedo sobre el texto y entonces

miraba a Dios y decía: «Tú dijiste. Yo creo». Persuadido de

la verdad infalible de Dios, él descansaba en Su palabra con

fe resuelta y, consecuentemente, él quedaba en paz».

«Si George Müller tenía alguna gran misión, esa no era

fundar una institución de fama mundial, de forma alguna,

aunque fuera útil en distribuir Biblias, libros o folletos, o en

dar un hogar y alimentar a millares de huérfanos, o en

fundar escuelas cristianas y auxiliar obreros misioneros. Su

principal misión era enseñar a los hombres que es seguro

creer en la Palabra de Dios, descansar implícitamente sobre

lo que sea que Él haya dicho y obedecer explícitamente lo

que sea que Él haya mandado: esa oración ofrecida en fe,

confiando en Su promesa y en la intercesión de Su querido

Hijo, nunca es ofrecida en vano; y que la vida vivida por la

fe es un andar con Dios, al lado afuera de las propias puertas

del cielo.»

«El amor, la tercera de esa trinidad de gracias, era el otro

gran secreto y lección de esta vida. ¿Y qué es el amor? No

meramente un afecto complaciente por aquello que es

amable, lo que es, frecuentemente, un medio-egoísmo

deleitándose en la asociación y en la comunión de aquellos

que nos aman. Amor es el principio de altruismo: el amor

«no busca lo suyo propio»; es la preferencia de la

satisfacción y del provecho del otro, por encima de lo

nuestro, y, por eso, es ejercitado en dirección a lo ingrato y

desagradable, para que él pueda elevarlos a un nivel más

alto. Tal amor es benevolencia, en vez de complacencia, y

asimismo él es «de Dios», pues él ama al ingrato y al malo.»

«Tal es la autonegación del amor. George Müller escogió la

pobreza voluntaria para que otros pudiesen ser ricos, y la

pérdida voluntaria para que otros pudiesen ganar. Su vida

fue un largo esfuerzo por bendecir a otros, para ser el canal

de llevar la verdad, el amor y la gracia de Dios a ellos.»

«A menos que el sacrificio voluntario de amor sea tomado

en cuenta, la vida de George Müller todavía permanecerá en

el enigma. Lealtad a la verdad, obediencia a la fe, sacrificio

de amor forman la llave triple que abre para nosotros las

cámaras cerradas de aquella vida.

Alguien le preguntó cuál era el secreto de su obra. Él dijo:

«Hubo un día en que yo morí, morí completamente»; y, tal

como él dijo, él se curvó más y más bajo hasta que casi tocó

el piso – «morí para George Müller, sus opiniones,

preferencias, gustos y voluntad – morí para el mundo, su

aprobación o censura – morí para la aprobación o censura

incluso de mis hermanos y amigos – y desde entonces he

intentado solamente mostrarme aprobado delante de Dios».

Page 111: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El graznido del ganso de Bohemia

Uno de los precursores de la gran reforma del siglo XVI fue

un joven profesor checo llamado Juan Huss. Su vida y su

muerte fueron una poderosa antorcha que alumbró en las

tinieblas, y que anunció la luz más brillante que habría de

manifestarse un siglo más tarde.

Juan Huss nació el año 1370. Era originario de Hussenitz,

aldea del sur de Bohemia, de la cual tomó su nombre. Se le

conoció primero como Juan de Hussenitz, y más tarde

simplemente como Juan Huss.

Hijo de un campesino pobre que murió tempranamente, fue

criado con mucho esfuerzo por su madre. Su piedad y fervor

religioso se manifestaron en él desde su infancia, pues

participó como monaguillo y cantó en el coro de la iglesia.

Las lecturas piadosas le apasionaban. Cierta noche que leía

la vida de san Lorenzo cerca de la chimenea, acercó su mano

al fuego para probar hasta dónde sería capaz de soportar los

tormentos que Lorenzo había sufrido. ¡Como si anunciase

tempranamente la forma en que había de glorificar a Dios!

Fue también un joven brillante. Pese a la adversidad que le

rodeaba, logró llegar a la Universidad de Praga, en la capital

del país. Una vez allí, no sólo fue buen alumno, sino

también un buen profesor. Pero más que eso: al poco tiempo

fue elegido decano de la Facultad de Filosofía, y luego

rector de la Universidad, cuando tenía sólo 31 años de edad.

Huss tenía una personalidad muy atractiva, mezcla de

inteligencia, seriedad y osadía, que se destacaba entre sus

colegas.

Por este tiempo fue nombrado predicador de la capilla

―Belén‖, un hecho que tiene ribetes muy interesantes. Esta

capilla había sido construida por dos laicos, con el expreso

deseo de que en ella se predicase la Palabra de Dios al

pueblo en lengua común. Cuando estuvo construida, ellos

pensaron que nadie mejor que Huss debía predicar en ella.

La luz llega en un libro

Poco después ocurrió un hecho que sería decisivo para el

resto de su vida: llegaron a sus manos unos libros de Juan

Wicliffe, un predicador inglés muy popular en ese tiempo.

En un principio, los libros le desconcertaron, pero luego los

apreció hasta convertirse en su admirador. Juan Wicliffe

reivindicaba con vehemencia la autoridad de las Sagradas

Escrituras, al tiempo que denunciaba la corrupción que

había en los ambientes religiosos. Su predicación poderosa y

sus libros llenos de luz habían llenado de gozo al pueblo,

pero habían suscitado también mucho revuelo.

Cuando la luz de la verdad resplandeció en el corazón de

Juan Huss, comenzó a predicar en esa misma dirección.

Inevitablemente, se granjeó la odiosidad de los religiosos.

Aunque el pueblo le escuchaba de buena gana.

Así como Wicliffe había remecido Inglaterra, Juan Huss

habría de remecer a Bohemia.

Cuando la autoridad religiosa vio que la luz reformista

comenzaba a tomar fuerza, emitió un decreto para intentar

suprimir el esparcimiento de los escritos de Wicliffe,

sabiendo que esa era la causa de aquel estropicio. Sin

embargo, esto surtió un efecto totalmente inesperado porque

toda la Universidad se unió a Huss para propagarlos.

Más tarde se le prohibió predicar. Eso no bastó, sin

embargo, para callarle, debido al apoyo popular, y al hecho

de que la capilla Belén era de propiedad privada. Pronto

otros habrían de imitarle, recorriendo los pueblos y aldeas

predicando al aire libre.

Poco después fue excomulgado por negarse a ir a Roma.

Esto trajo algunas reacciones muy comprensibles para la

época: El rey le quitó su apoyo y le desterró de Praga. La

misma ciudad, por prestarle apoyo, fue anatemizada.

Ante esto, algunos seguidores le abandonaron, pero otros le

siguieron hasta su destierro en su ciudad natal. Muchos

acudían a oírle por curiosidad, tal era la popularidad que

había alcanzado el ―hereje‖. Las muchedumbres se

maravillaban de que un hombre tan modesto, tan serio y

piadoso fuese considerado como un demonio.

Desde su destierro escribía a sus amados feligreses de

―Belén‖ hermosas cartas llenas de ternura y espiritualidad:

―Sabed, queridos míos, que si me he separado de vosotros ha

sido para seguir el precepto de nuestro Señor Jesucristo, para

no dar a los malos ocasión de incurrir en una condenación

eterna y para liberar a los buenos de aflicciones ... Pero yo

no os he abandonado para renegar de la verdad divina, por la

cual, con la asistencia de Dios, deseo morir‖. En esos días

dio a luz numerosos libros que ayudaron a esparcir la

verdad.

El concilio de Constanza

Sin embargo, se acercaba el día en que no sólo habría de

predicar con sus palabras, sino con su vida toda.

En noviembre del año 1414, la iglesia de Roma convocó a

un Concilio en la ciudad de Constanza, Alemania. Huss fue

llamado a comparecer ante él. Contando con el aval del rey

y del emperador, sus amigos le dejaron partir. El viaje fue

apoteósico. Las cortesías e incluso la reverencia con que

Huss se encontró por el camino eran inimaginables. Por las

calles que pasaba, e incluso por las carreteras, se apiñaba la

gente para expresarle su afecto.

Llegó a Constanza en medio de grandes aclamaciones – casi

se puede decir que tuvo una entrada triunfal. Al igual que

aquella otorgada a su Maestro algunos siglos anteriores, ésta

también habría de ser la antesala de un día muy oscuro para

él. No dejaba de asombrarle el trato que se le dispensaba.

«Pensaba yo que era un proscrito. Ahora veo que mis peores

enemigos están en Bohemia.» La ciudad de Constanza

estaba conmovida.

La iglesia de Roma atravesaba en esos días por uno de sus

peores momentos, así que las deliberaciones del Concilio le

obligaron a una larga espera. Entre tanto, fue llamado a

declarar ante el Papa, que estaba también en la ciudad. Allí,

en el palacio papal se le tomó preso, al negarle toda validez

al salvoconducto del emperador, aduciéndose que Huss,

siendo un ―hereje‖, no tenía derechos.

Page 112: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Hasta ese día había estado alojado en una casa particular,

donde había disfrutado de una relativa tranquilidad. Podía

dedicarse con reposo a la lectura y la oración, pero todo eso

terminó porque ahora fue encerrado en el calabozo de un

convento, cerca del cual pasaba una cloaca pestilente. A los

pocos días cayó aquejado de una feroz fiebre. Un amigo

noble –Juan de Chlum– intentó ayudarle ante el emperador,

pero las órdenes de éste no fueron acatadas. La autoridad

religiosa tenía más poder que la autoridad secular.

Sin embargo, detrás de toda esta terrible escena puede verse

una Mano maestra que conducía todas las cosas, para dar a

la posteridad un ejemplo que imitar, para consolar los

corazones oprimidos y para abrir nuevos caminos de

libertad. Un hombre era conducido por el camino de la cruz

–aunque no con mucha luz todavía– y éste se dejaba llevar

dócilmente, tomado de la mano de su Maestro.

Al igual que su Señor, Huss tuvo también un traidor. Uno de

sus antiguos amigos encabezó la confabulación de quienes

procuraban cazarle y exponerle ante los miembros del

concilio.

Durante el encierro experimentó toda clase de privaciones

que le trajeron mucho dolor, pero que también suavizaron su

carácter impetuoso. En esos días escribía a uno de sus

amigos: ―Es ahora cuando aprendo a repetir los acentos de

los salmos, a orar, a contemplar los sufrimientos de Cristo.

En medio de las tribulaciones comprendemos mejor la

Palabra de Dios.‖ Entre tanto, los delegados del concilio

intentaban afanosamente quebrantar su voluntad, obteniendo

una retractación antes de que éste compareciera a declarar.

Ellos temían que Huss hiciera uso de la palabra, tanto como

las tinieblas temen a la luz.

Luz en la cárcel

Durante su larga permanencia en la cárcel –pues luego fue

trasladado, para mayor seguridad, al castillo de Gotleben– la

indignación que en otro tiempo solía subir a su corazón

cuando era víctima de alguna injusticia, se había trocado en

dulzura y humildad. Esta humildad y resignación le ganaron

las simpatías hasta de sus mismos carceleros, quienes

acudían a pedirle instrucción y consejo. A petición de ellos

escribió algunos tratados, como: ―Los diez mandamientos‖,

―La oración dominical‖, ―El matrimonio‖, ―Los tres

enemigos del hombre‖ y ―Del cuerpo y de la sangre de

nuestro Señor Jesucristo‖. En las portadas de los tratados

puso los nombres de los carceleros a cuya petición los había

escrito.

Las cartas escritas por Huss en sus últimos días en la prisión

son una de las páginas más heroicas y espirituales de la

literatura cristiana. En ella invita a sus amigos a permanecer

firmes en sus convicciones y a no buscar vengar su muerte,

que ya veía como inminente.

Si le asaltaba algún temor en vista del suplicio con que le

amenazaban, tomaba su Biblia y hallaba consuelo en las

promesas de Dios. El ejemplo de aquellos que habían sido

fieles hasta la muerte le infundía aliento.

Escribía en una de sus cartas: ―Hallo consuelo en estas

palabras del Salvador: ―Bienaventurados sois cuando os

vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra

vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro

galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a

los profetas que fueron antes de vosotros‖.

Testimonio ante los hombres

A los nueve meses de estar prisionero, la vida divina que

bullía en su interior estaba ya madura para su gloriosa

manifestación. Así pues, le llevaron ante el concilio.

Trajeron algunos de sus libros y le dijeron si los reconocía

como suyos. Luego de examinarlos, dijo:

– Míos son, y si alguno de vosotros me hace ver en ellos

alguna proposición errónea, la rectificaré con la mejor

voluntad.

Empezó la lectura y acusación. Huss quiso responder, pero

apenas había dicho una palabra, se levantaron de todas

partes clamores tan confusos que fue imposible hacerse oír.

Cuando se apaciguó el tumulto, Huss hizo una cita del

evangelio, pero le interrumpieron de nuevo. Unos le

acusaban, otros se burlaban. Él guardó silencio.

– Ved –decían– cómo calla; claro es que ha enseñado estas

herejías.

A lo que él respondió:

– Esperaba aquí otro recibimiento; creí que sería escuchado.

No puedo dominar tanto ruido, pero si me escucharan,

hablaría.

Ese primer día no fue posible seguir la sesión, así que se

solicitó que al día siguiente estuviera presente el emperador.

Al día siguiente, ante el emperador, dijo:

– Excelentísimo Príncipe: No he venido aquí con la

intención de sostener nada tercamente. Si me enseñan

cualquier cosa demostrándome ser mejor y más santa que lo

que yo he enseñado, estoy pronto a retractarme.

Pero como nadie estuvo dispuesto a emprender semejante

demostración, se dio por terminada la sesión.

En la tercera sesión le presentaron 26 artículos que

declararon contrarios al dogma de la Iglesia. Huss reconoció

como auténticamente suyos 21 de ellos, y dio algunas

explicaciones que no satisficieron al concilio. El emperador

lo amenazó con la hoguera, pero Huss contestó que él se

atenía a la sentencia de Jesucristo, el Juez Todopoderoso,

quien no le juzgaría por falsos testimonios.

El emperador era uno de los más interesados en obtener la

retractación de Huss, a causa del salvoconducto que le había

otorgado, pero todo fue en vano. Ni súplicas, ni seducciones,

ni amenazas pudieron conmover al valiente testigo de

Cristo. El Señor, en su misericordia, hizo que a través de él

la luz brillase en ese lugar, pero ellos no pudieron verla.

El día final

El 6 de julio de 1415 fue llevado por última vez al concilio,

y como no aceptase retractarse, le humillaron, desnudándole

Page 113: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

de sus vestidos sacerdotales. Luego le rasparon con una

navaja las yemas de los dedos, y en lugar de la tonsura le

pusieron en la cabeza una corona piramidal de papel en la

que habían pintado unos diablos espantosos con la

inscripción: ―El heresiarca‖.

Molestos, los prelados le dijeron en latín: ―Entregamos tu

alma al diablo‖. Sin embargo, Huss entregó su alma a Dios,

agregando:

– Yo llevo con alegría esta corona de oprobio por amor del

que por mí la llevó de espinas.

Marchó al suplicio seguido de los príncipes, escoltado por

ochocientos hombres armados y rodeado de una

muchedumbre.

Al pasar delante del palacio episcopal, vio una gran hoguera

en la que se quemaban sus libros. Huss sólo sonrió.

El ganso es sacrificado

Al llegar al lugar, Huss se arrodilló y repitió algunos salmos.

El sacerdote destinado a confesarlo le dijo que abjurara de

sus errores, a lo que Huss respondió:

– No me siento culpable de ningún pecado mortal y, pronto

a comparecer ante Dios, no compraré la absolución

sacerdotal con un perjurio.

Quiso hablar al pueblo en alemán, pero no se le permitió.

Mientras oraba con los ojos alzados al cielo pidiendo el

perdón de sus enemigos, se le cayó la corona de papel, pero

los soldados la recogieron y se la volvieron a poner,

diciendo que debía ser quemado con los diablos a quienes

había servido.

Clavaron en tierra una gran estaca a la cual le amarraron con

una cadena, y como por casualidad estaba con la cara vuelta

al oriente, algunos exigieron que, por ser hereje, le volviesen

hacia el occidente. Lo cual hicieron. Al verse así amarrado

dijo, sonriente:

– Mi Señor Jesús fue atado con una cadena más dura que

ésta por mi causa, ¿por qué debería avergonzarme de ésta

tan oxidada?

El elector palatino le invitó por última vez a retractarse, pero

él respondió:

– Tomo a Dios por testigo de que nunca he enseñado herejía.

Mis discursos y mis escritos han sido hechos con el único

fin de arrancar las almas de la tiranía del pecado. Por esto

sellaré alegremente hoy con mi sangre la verdad que he

enseñado, escrito y publicado y que está confirmada en la

Ley divina y por los santos padres.

Luego le dijo al verdugo:

– Vas a asar un ganso (―huss‖ significa ganso en lengua

bohemia), pero dentro de un siglo te encontrarás con un

cisne que no podrás ni asar ni hervir‖. Estas palabras fueron

una profecía que se cumplió en Martín Lutero, quien

apareció al cabo de unos cien años, y en cuyo escudo de

armas figuraba un cisne.

Al encenderse la hoguera, Huss exclamó:

– Jesús, Hijo del Dios viviente, ten misericordia de mí.

Cuando el fuego ya ardía, una mujer, en un arrebato de

fanatismo, se acercó a echar un brazado de leña. Ante lo

cual, Huss se limitó a decir, con compasión:

– ¡Santa sencillez!

Luego se puso a cantar un himno con voz tan fuerte y tan

alegre, que se oía a través del crepitar de la leña y del fragor

de la multitud. Era el graznido del ganso, un canto muy

dulce que ha llegado hasta hoy.

El calendario indicaba el 6 de julio de 1415. Juan Huss tenía

apenas 45 años.

Page 114: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Un verdadero hermano

Cuando Robert Cleaver Chapman nació, en 1803, su padre,

Thomas, era un rico comerciante que residía en Elsinor,

Dinamarca. Allí creció, en una enorme familia rodeada de

riqueza y lujo. Pocos, entre aquellos que lucharon con

Robert Chapman en sus últimos años, suponían que este

hombre humilde, que frecuentemente necesitaba depender

del Señor para su próxima comida, podría venir de una

infancia opulenta.

Cuando aún era niño, la familia regresó a Inglaterra, donde

su padre le buscó una buena escuela inglesa, en Yorkshire.

Allí reveló, particularmente, un amor por la literatura y el

don para escribir.

A principios de 1818, Robert dejó Yorkshire, trasladándose

a Londres, a fin de estudiar Derecho.

Pasaron cinco años de estudio e intenso trabajo práctico con

largas horas en el despacho, que eran seguidas por horas de

perseverante lectura en su cuarto. Su aplicación persistente –

un hábito que nunca lo dejó a través de su larga vida– marcó

sus estudios, y, al final, en 1823, él fue admitido como

Procurador de la Corte de Causas Civiles y Procurador de la

Corte del Tribunal Superior de Justicia. Todos le auguraban

un futuro brillante.

En esa época, él tenía ideas definidas sobre religión. Había

leído la Biblia cuidadosamente y se convenció de que ella

era la Palabra inspirada de Dios. Con todo, la real naturaleza

del evangelio no había resplandecido aún sobre su alma. Su

aspiración era guardar la ley y hallar salvación a través de

las buenas obras.

Pero llegó el día en que le invadió la desesperanza de

obtener la aprobación de Dios por ese medio. Aquellos no

fueron años felices, a pesar de la popularidad de que

disfrutaba. No tenía paz alguna, ninguna satisfacción en la

senda de la justicia propia. Sin embargo, él no estaba

dispuesto a considerar cuidadosamente el evangelio. ―Yo

abracé mis cadenas‖, decía él. ―No oía, ni podía oír la voz de

Jesús‖.

Pero vino la convicción de pecado. Él vio que pese a su

respetabilidad exterior, había por dentro un corazón

corrupto. ―Mi copa‖, decía él, ―era amarga con mi culpa y

con el fruto de mis actos; estaba hastiado del mundo,

odiándolo con aborrecimiento de espíritu, aunque fuese

incapaz de lanzarlo fuera‖.

Conversión y primeras experiencias

Estando en esa condición, cierta vez fue invitado para oír al

predicador James Harrington Evans. Ese día Chapman vio

desmoronarse hasta el polvo su bello edificio de buenas

obras. Entonces vio y abrazó la provisión de Dios. Años

después, escribiendo sobre su conversión, y con palabras

casi poéticas, dice: ―En el tiempo más propicio, Tú me

hablaste, diciendo: ‗Este es el reposo; dad reposo al cansado;

y este es el refrigerio‘ (Isaías 28:12). Y cuán dulces eran tus

palabras: ‗Ten buen ánimo, hijo; tus pecados te son

perdonados‘ (Mateo 9:2). ¡Cuán preciosa es la visión del

Cordero de Dios! Y cuán glorioso es el manto de justicia,

ocultando de los ojos santos de mi Juez todo mi pecado y

corrupción‖.

Regresó a casa con una nueva alegría y con una profunda

seguridad en su corazón. De allí en adelante, abandonó todo

intento de agradar a Dios por los esfuerzos de la carne,

entendiendo que ―por la ley ninguno se justifica para con

Dios‖ (Gálatas 3:11). En su despacho, no se avergonzaba de

hablar de su Salvador y decidió que, tan pronto como fuese

posible, testificaría públicamente del poder salvador de

Cristo. Y así, poco tiempo después, se colocó en el púlpito

con Evans y abiertamente confesó a Cristo.

En muy poco tiempo Chapman le pidió a Evans ser

bautizado. ―¿No quiere usted esperar un poco y considerar el

asunto?‖, dijo el prudente pastor. ―¡Me apresuré y no me

retardé en guardar tus mandamientos!‖ (Salmos 119:60),

exclamó el joven. Esa respuesta impresionó de tal manera a

Evans que le llevó inmediatamente al bautismo.

Era evidente para Chapman que no podría continuar con el

modo de vida y las amistades del mundo. Abandonó de

inmediato toda mundana-lidad, y se negó a ―manipular‖ sus

convicciones del Evangelio para retener la buena voluntad

de los ricos y connotados pecadores. Dejó de ser invitado a

muchas de las casas importantes donde su ex–religión de

obras había sido considerada inofensiva y aceptable. Su

testimonio sobre su conversión y sobre la sangre de Cristo

causaba resentimientos aun entre su propia familia. En sus

―Meditaciones‖, dice: ―El vituperio de la cruz no cesó; tan

pronto le conocí y lo confesé, llegué a ser un extraño para

los hijos de Agar, que procrean sólo para la esclavitud, del

cual yo era hijo por naturaleza. Tu amor me arrancó del

camino mundano, no importa si perverso o sincero; me torné

en una ofensa para aquellos que abandoné, aun los de mi

propia carne y sangre. ¿Y por qué ellos se airaban? Porque,

al tomar mi cruz, me volví un testimonio contra ellos,

gloriándome sólo en Ti, y considerando que todos los que

son de las obras de la ley están bajo maldición‖.

Fue un período difícil. En varias direcciones encontró una

decidida y amarga oposición. Sin embargo, en vez de

entregarse a argumentos carnales y perder la paciencia, él

dejaba a sus oponentes con las Escrituras y el Espíritu de

Dios y se volvía al Señor para recibir fuerza y alegría.

La influencia de James Evans sobre Chapman fue muy

grande. Chapman estaba impresionado por el profundo amor

que Evans demostraba hacia los débiles y desviados dentro

del rebaño de Dios. No había aspereza alguna o condenación

precipitada en la disciplina aplicada en su congregación.

Una fuerte amistad floreció entre el joven abogado y el

experimentado predicador. Posteriormente, Chapman

confesó que, en aquellos primeros días, él tenía muchas

luchas con su viejo orgullo. Los que le oían hablar sobre eso

en sus últimos años, quedaban atónitos, pues el orgullo era

algo que parecía no existir en su naturaleza. ¡Cuán completa

es la victoria que Cristo da!

Pasaron tres años, y Chapman alcanzó mucho éxito en su

profesión. Su tiempo libre lo ocupaba en el trabajo en los

barrios más humildes. Ese deseo ardiente por el bienestar

espiritual y material de los pobres lo acompañó el resto de

su vida. Siempre consideró como la marca de la verdadera

obra de Cristo, que ―a los pobres es anunciado el evangelio‖

(Mateo 11:5).

Llamado al ministerio

Page 115: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Chapman tomaba conciencia de un llamamiento divino para

la obra a tiempo completo. Con todo, sus amigos tenían

dudas a ese respecto. Ellos le decían francamente qué él era

pobre como predicador y en aquella época tenían toda la

razón. Sin embargo, estaban convencidos de su santidad de

vida y de su devoción al evangelismo personal.

Meses de espera en Dios lo convencieron de que debería

abdicar de su riqueza personal y renunciar a todo para

dedicar todo su tiempo a la obra de Dios. Chapman recibió

una invitación de los miembros de la Capilla Bautista

Ortodoxa Ebenezer, en Barnstaple, para ser su pastor.

Creyendo que eso era del Señor, dejó Londres para residir

en Barnstaple. Muchos de sus conocidos en Londres

anticiparon un fracaso. Su respuesta fue: ―Hay muchos que

predican a Cristo, pero no muchos que vivan a Cristo; mi

gran aspiración será vivir a Cristo‖.

Si bien Chapman no se constituyó en una figura notable en

el púlpito al inicio de su ministerio en Barnstaple,

ciertamente causó impacto en los corazones de la gente, por

su incansable visitación y trabajo individual. Día a día, él

recorría de arriba abajo las estrechas calles de la ciudad, y

siempre que se ofrecía una oportunidad, estaba en la capilla,

dirigiendo un culto o conversando con los presentes sobre

las cosas de Dios.

Cuando Chapman entraba y salía de esas casas, su corazón

sangraba por aquellos miserables y abatidos que arrastraban

una fatigosa existencia en las sombrías calles de Derby. Día

a día, él testificaba a los borrachos, ya que la bebida era el

gran mal del lugar. Un considerable número de jóvenes fue

sumado a la iglesia en los primeros años de su ministerio.

Con paciencia y amor

Cuando fue a Ebenezer puso una condición: ―Cuando fui

invitado a dejar Londres para ministrar en la capilla

Ebenezer, consentí en hacerlo con una condición: que yo

tuviese libertad para enseñar todo lo que hallase expuesto en

las Escrituras‖. Esa condición dejó abiertas las puertas para

los notables cambios que seguirían. Él encontró registrada

en las Escrituras la orden: ―Recibíos los unos a los otros,

como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios‖

(Romanos 15:7). Predicando el amor entre los hijos de Dios,

Chapman vio gradualmente ampliarse la mente de Su

pueblo, y crecer sus corazones en dirección a la verdad. Sin

embargo, él no forzaría cuestión alguna; quería ver a la

iglesia con una sola mente. Sus compañeros creyentes

escudriñaban con él las Escrituras, esperando en el Señor.

Cierta vez, después de una larga y seria conversación con

Robert Chapman, George Müller escribió que había

―entendido la mente del Señor sobre el asunto de cómo

debemos recibir a todos los que Cristo ha recibido‖.

Chapman nunca forzaba su punto de vista bíblico sobre los

hermanos en Ebenezer. Cierta vez, dijo: ―Yo no podía forzar

las conciencias de mis hermanos, y continué mi ministerio,

instruyéndolos pacientemente a través de la Palabra. Juzgué

que sería más agradable a Dios trabajar para traer a todos a

una sola mente‖. ¡Qué ejemplo de paciencia pastoral! Con

certeza, esta es la voz de un hombre de amor;

verdaderamente un hermano.

Más que un predicador, un mensaje encarnado

Después de vivir un tiempo en Barnstaple, Chapman se

trasladó a una casa en New Buildings. Su idea era vivir entre

los pobres y llegar directo al corazón del barrio de Derby,

donde las casas eran muy pequeñas y sencillas. Él habitó en

la casa número 6 y determinó desde el principio que su casa

sería un lugar donde cualquiera de los hijos de Dios pudiese

tener libertad de quedarse. Él no percibía remuneración

alguna, y sentía que si las personas viviesen juntas por una

semana en una casa donde hasta el menor ítem era recibido

por fe, eso las ayudaría en sus propias vidas.

Cuando llegaba un invitado, Chapman le mostraba cuál sería

su cuarto, le informaba acerca de los hábitos de la casa, y

pedía que los zapatos fuesen dejados al lado afuera de la

puerta, para que Chapman mismo los limpiase. En este

asunto él encontraba mucha resistencia, pues sus huéspedes

veían que, a pesar de la simplicidad de su casa, él era un

hombre fino y de buenas maneras. Cuando lo oían

ministrando la Palabra, con una autoridad llena de gracia,

sentíanse extremadamente constreñidos de no dejarlo hacer

tarea tan servil. Mas él no cedía en su deseo.

En cierta ocasión, un caballero negóse en principio a dejarlo

tomar sus botas. ―Insisto‖, fue la respuesta firme, ―en los

primeros tiempos, era práctica lavar los pies de los santos.

Ahora que esa no es ya la costumbre, yo hago los más

cercano, y limpio sus botas‖.

Hasta el mediodía, dentro o fuera de la casa, la mayor parte

de su tiempo la dedicaba a la oración, lectura de la Biblia, y

meditación. Una estimación exacta sería de siete horas de

definida comunión con Dios antes del mediodía. Chapman

enfrentaba una gran cantidad de trabajo, pero sin ningún

exceso de agitación y alboroto. Su vida fue como el curso

firme de un poderoso río.

A veces, al término del día, se terminaban las provisiones, y

no había dinero para las compras. Chapman no consideraba

esto como una emergencia: era simplemente el modo como

Dios estaba operando aquel día. ―Necesitamos orar sobre

esto‖, decía. Y así, el desayuno de la mañana siguiente era

provisto únicamente a través de la oración. La vida de fe era

vivida de manera tan natural y sin ostentación, que los

huéspedes en la casa número 6 no advertían nada fuera de lo

normal. Chapman no quería dar la impresión de que una

dependencia tal del Señor fuese una cosa extraordinaria, y

mucho menos quería llamar la atención para sí mismo, ni

aun en la suposición de que haciendo así Dios sería

glorificado.

Los sábados, él daba a su mente un completo descanso antes

de las tareas del día del Señor. Las caminatas y la mueblería

eran sus principales recreaciones, y el sábado era el día para

trabajar la madera. En el fondo de su pequeña casa, él

preparó un cuartito donde había una bancada y un buen

conjunto de herramientas, donde sobresalía un torno para

madera. Ese era su encanto. En él eran torneados

innumerables usleros. Él los regalaba a sus invitados o los

vendía para añadir fondos al trabajo misionero.

Esa recreación era acompañada por ejercicios espirituales.

Él siempre ayunaba los sábados y mientras trabajaba

derramaba su alma en comunión con el Señor. Ese hábito de

combinar lo espiritual y lo práctico era característico en él.

Oraba mientras caminaba o mientras realizaba los

Page 116: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

quehaceres domésticos. En realidad, rehusaba hacer

distinción entre los deberes espirituales y los materiales;

estaba siempre consciente de la orden divina: ―Y todo lo que

hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para

los hombres‖ (Colosenses 3:23).

Chapman mostraba gran liberalidad con los necesitados.

Cierta vez, un amigo le regaló un vestón nuevo, pues vio

que su vieja chaqueta estaba muy gastada para que él la

usase. Pasaron semanas, y él nunca apareció con la ropa

nueva. El dador, naturalmente, investigó, y descubrió que

Chapman lo había dado a un hombre que no tenía ninguno.

Lo que intrigaba a Chapman, con todo, era el hecho de que

los creyentes pudiesen hallar algo de extraordinario en tal

conducta, ya que el propio Juan Bautista había enseñado:

―El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene‖ (Lucas 3:11).

A medida que pasaban los años, él llegó a ser una figura

muy conocida en muchas partes de las Islas Británicas; sin

embargo eso se debía simplemente a que innumerables

personas juzgaban poderoso su ministerio. Después de su

muerte, A. T. Pierson escribió: ―Había gigantes en la tierra

en aquellos días. Chapman fue un gigante espiritual. Ni un

centímetro de esa estatura se debió a los métodos carnales de

los expertos en publicidad‖.

Superando las diferencias

Chapman era frecuentemente invitado a visitar asambleas

donde habían surgido problemas. Su consejo sólido, bíblico,

era oído con reverencia. Se transformó en uno de los más

respetados consejeros del siglo XIX. Aquí reposaba su don

especial, y en este particular él fue eminentemente exitoso.

Dios le concedió un trato firme, amoroso, inspirado por el

Espíritu, que lo capacitaba para manejar situaciones

delicadas y personas difíciles, para la gloria de Dios y para

bendición de toda la iglesia.

En 1869 se dijo que una falsa doctrina era sustentada en su

congregación. La denuncia fue examinada, concluyéndose

que ni el mismo hermano acusado aceptaba la herejía. Aun

así, fue penoso para Chapman saber que historias como esta

circulaban por todas partes. Sin embargo, él no apoyó

ninguna represalia carnal contra los que calumniaban a la

asamblea. ―Podemos decir‖, escribió en esa época, ―que ha

crecido nuestro espíritu de amor y de intercesión con

respecto a nuestros hermanos que rehúsan comunicarse con

nosotros. Cualquiera que sea el grupo (¡ay de nosotros por

usar este término!) al que ellos pertenezcan, ellos son de la

carne y los huesos de Cristo‖.

Para tratar con la situación, se convocaron reuniones

especiales de oración. Él sentía que si todo el pueblo de Dios

fuese conducido a conocerse a sí mismo, y a juzgarse a sí

mismo, cesaría el espíritu de contienda.

Para tratar con un error, sea con respecto a doctrina o a

práctica, un anciano necesita estar vigilante, para no hablar o

actuar en la carne. Amor y paciencia son la respuesta del

Espíritu a cada situación así. La falta de esos elementos ha

causado la mayoría de las divisiones que existen hoy entre

los Hijos de Dios. Chapman no sentía satisfacción alguna

cuando una dificultad tenía que ser resuelta excluyendo a un

hermano de la comunión. Él sabía que tal conducta era a

veces esencial, mas esto nunca le dio satisfacción, y él nunca

se olvidaba de aquel hermano, sino que perseveraba en

oración a través de años, si permanecía sin arrepentirse.

Un hombre que estaba en tal situación, declaró que nunca

más tendría ningún trato con Chapman ni conversaría con él.

Pero un día se produjo una situación embarazosa. Ambos

venían caminando en dirección al otro en la misma vereda.

¿Qué podrían hacer? Cuando se encontraron, Chapman,

sabiendo todo lo que el otro había dicho sobre él, colocó sus

brazos sobre su hombro, diciendo: ―Querido hermano, Dios

te ama, Cristo te ama, y yo te amo‖. Este acto simple, tierno,

quebrantó al hombre y lo llevó al arrepentimiento. Luego, él

estuvo nuevamente partiendo el pan con Chapman. Tal

conducta amorosa era su fuerza, y lo marcó como un

verdadero hermano. El amor de Cristo aparecía en su

silencioso ministerio de reconciliación.

Chapman se afligía con las conductas ásperas y precipitadas

que eran algunas veces conducidas en el nombre de Cristo.

Para con todos aquellos que escuchasen, él tenía palabras

aconsejando prudencia. Su temor constante era que, al

buscar preservar la verdad, los hombres actuasen en la

carne, en oposición a las Escrituras.

Evangelizando en España e Irlanda

Desde el principio, Chapman estuvo ardientemente

interesado en la obra misionera, y en forma especial por

España. En 1838 visitó ese país, viajando principalmente a

pie, arriesgando su vida, para llevar el mensaje de Cristo a

los campesinos. En aquel tiempo, siendo aún un joven de 35

años, se arrodilló con un compañero, en la cumbre de El

Castillo, y derramó su corazón en súplicas, para que la luz

del evangelio pudiese penetrar en las tinieblas de España.

Mucho tiempo después, a los 68 años de edad, se presentó la

ocasión de ir de nuevo, y permaneció allí ocho meses. Pudo

viajar por el país predicando el evangelio y gozando de la

comunión con los hermanos que pudo encontrar. Siempre

recordaba a España en sus oraciones, y la obra de Dios hoy

en aquella tierra debe mucho a sus trabajos e intercesiones.

Este mismo propósito le llevó a Irlanda. En 1848 realizó una

gira que lo llevó alrededor de la mayor parte de la costa

irlandesa y duró dos o tres meses. Debe haber recorrido solo

más de novecientos kilómetros en ese país. La mayor parte

del trayecto la hizo a pie. Nada le agradaba más que caminar

con algún eventual conocido nuevo, hablando de las cosas

de Dios. En verdad, descubrió que esta era la forma de

evangelismo más fructífera, pues en una conversación franca

en el camino, las personas perdían su miedo al predicador.

Un hermano, en Cork, compartió mucho con Chapman, y

descubrieron que sus puntos de vista eran diferentes, pero no

hubo ninguna palabra áspera. ―Nos regocijamos en nuestra

unidad, en la medida en que la discernimos‖, escribió

Chapman, ―y juzgamos como causa de auto-humillación el

hecho de que no pudiéramos concordar plenamente, mas no

un motivo para discordia y separación. Dios uniría pronto a

sus hijos si ellos volviesen siempre sus rostros, como un

querubín, hacia el propiciatorio‖. Esas frases son típicas de

la actitud de Chapman en relación a las controversias,

enfatizando la palabra ―hermano‖, y capturando el real

significado de esta palabra. Fuese en Inglaterra o Irlanda,

Page 117: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Chapman practicaba el amor y la paciencia, que lo señalaban

como un verdadero hermano.

La Universidad del amor

New Buildings, un callejón sin salida en el barrio pobre de

Derby, llegó a ser lugar de bendición para millares de

peregrinos. Una carta que había sido enviada del exterior, y

que había sido dirigida simplemente a: ―R. C. Chapman,

Universidad del Amor, Inglaterra‖, le fue puntualmente

entregada por el correo.

Cierta vez alguien le insinuó que él había recuperado ciertas

verdades que la iglesia había perdido de vista. Su respuesta

fue: ―No conozco ninguna verdad recuperada. No sustento

cosa alguna que no sostuvieran otros antes de mí‖. Las

instrucciones de Chapman eran más a través de sus hechos

que de sus palabras. Una y otra vez, sus actos enseñaban a

los hombres lo que realmente significaba ser un hermano en

el Señor.

Uno de los visitantes de New Buildings, H. V. Macartney,

describió la impresión que tuvo al oír por primera vez a

Chapman: ―Un abismo llamaba a otro abismo a medida que

él se entusiasmaba con el tema. Y cuando su Biblia se cerró,

me sentí como un bebé en el conocimiento de Dios,

comparado con un gigante como éste. Al volver a casa,

quedé perplejo al ver que era él, en lugar mío, quien tomaba

el lugar de un bebé, mientras caminábamos juntos. Él quería

saber todo lo que yo conocía de Dios, y creo que siempre es

así con él, como si sus visitantes tuviesen un mayor

conocimiento y amasen a Dios más que él‖.

En los días subsiguientes, Macartney aprendió muchas de

las lecciones que la ―Universidad del Amor‖ enseñaba de

manera tan competente. Vio que el amor y la paciencia

impregnaban toda la atmósfera. Vio con cuánta verdad la

palabra ―hermano‖ expresaba las actitudes de Chapman para

con sus compañeros creyentes.

Del diario de Macartney extraemos los siguientes

fragmentos: ―El señor Chapman se retira a las nueve y se

levanta a las cuatro de la mañana. De las cuatro a las doce,

está ocupado principalmente con Dios. Luego, después de

tener su atención puesta en las cosas mejores, sentía en su

corazón que el mundo tenía gran necesidad de intercesión, y

que esa intercesión era de forma particular su vocación, por

tanto sus primeras y mejores horas son dedicadas a la

oración. Sin embargo, la devoción no interfiere de forma

alguna en las energías de vida. Él predica para ochocientas

almas todos los domingos, se preocupa del servicio pastoral,

cuida de las más mínimas necesidades físicas y espirituales

de un torrente de visitantes, algunos de los cuales se quedan

durante una hora, otros durante un mes. Es el motor

principal de una gran obra evangelística y bíblica en

Inglaterra y España. Mantiene correspondencia con hombres

como George Müller, con personas que lo consultan y con

obreros en varias partes del mundo. A mi pedido, él me

llamó a las cinco de la mañana. Yo estaba despierto,

esperando sus pasos. Colocó su venerable cabeza en mi

puerta exactamente a la hora, encendió una vela, y me dio,

para mi porción matinal, el texto: ―El camino de Dios es

perfecto‖ (2 Samuel 22:31).

Grandes cambios ocurrieron en Barnstaple desde el día en

que él anduvo por la calle principal buscando alojamiento.

Sin duda sus setenta años de ministerio mejoraron la

condición espiritual del lugar. En España e Irlanda también

hubo muchos frutos de su trabajo y oración. Obreros y

personas en esas tierras pensaban con gratitud en este gran

hombre que probó ser su hermano, puesto que muchas

asambleas e incontables personas por todo el mundo –

algunos de los cuales nunca habían visto su rostro–,

alababan a Dios por alguien cuya sabiduría y consejo

amoroso los había guiado en tiempos de dificultad.

Él escribió por lo menos ciento sesenta y cinco himnos y

otros poemas, incluyendo algunos sonetos. Sus

―Meditaciones‖ son también muy bellas, y pertenecen al

inicio de su vida cristiana. Más tarde se negó

terminantemente a publicarlas, y a pesar de que respetamos

la humildad que lo llevó a tomar tal decisión, parece que la

iglesia fuese más pobre por esto.

En 1902, en el mes de junio, faltando pocos meses para

completar cien años, enfermó, y el día 12, antes de las nueve

de la noche, él estaba con su Señor. Durante los días de

enfermedad, él estaba lleno de paz. Cuando se le preguntó,

una mañana, cómo estaba, respondió: ―Dios ha tratado

conmigo muy tiernamente, muy amorosamente‖. En otra

ocasión, dijo: ―Ahora puedo reposar sosegadamente, por la

fe‖. Su palabra más frecuente era: ―Aún no se ha

manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando

él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos

tal como él es‖ (1 Juan 3:2).

Sus últimas palabras fueron: ―La paz de Dios que sobrepasa

todo entendimiento...‖ Sí, la paz marcó toda su experiencia

cristiana, paz paciente, serena. Desde el día en que por

primera vez encontró paz con Dios, a través de nuestro

Señor Jesucristo, él vivió en el gozo de la paz divina.

Page 118: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Apóstol de los desheredados

Alberto Benjamín Simpson nació el 15 de diciembre de

1843, en Bayview, Canadá, como el cuarto hijo de una

piadosa familia. Su padre era carpintero.

Como toda familia cristiana de la época, sus padres soñaban

con que el hijo primogénito llegara a ser un ministro del

evangelio. Los demás hijos ocupaban un lugar secundario en

la elección de una vocación para sus vidas. Sin embargo,

Alberto Benjamín no se conformó con la fuerza de esa

tradición.

Infancia y juventud

De niño fue muy tímido pero imaginativo. El ejemplo de sus

piadosos padres alentó en él muy pronto una fe profunda. En

sus primeros recuerdos de infancia aparecía siempre su

madre postrada llorando delante del Señor, a causa de

algunas dificultades financieras. Alguna vez su padre eximió

a su pequeño hijo de una merecida azotaina al hallarlo

enfrascado en la lectura de la Biblia.

Alberto Benjamín nunca dejó de alabar al Señor por la

gracia demostrada hacia él siendo todavía un niño. Varias

veces fue salvado milagrosamente de la muerte. En cierta

ocasión, mientras subía por los andamios de un edificio en

construcción pisó una tabla suelta y cayó al vacío.

Felizmente, en la caída pudo tomarse de la punta de una

tabla que sobresalía del piso inferior. Cuando ya estaba

completamente extenuado, un obrero que iba pasando lo

salvó. Otra vez mientras cabalgaba, el caballo lo tiró al suelo

y le cayó encima. Cuando recuperó la conciencia, el caballo

estaba tocándole el rostro con su hocico. Otra vez, fue

salvado de morir ahogado en el momento en que se hundía

por tercera vez y ya había perdido el conocimiento.

Estas salvadas providenciales le motivaron a buscar con más

sinceridad a Dios. Pero llegó el día cuando, conforme a la

costumbre de la época, su hermano mayor fue enviado a

prepararse para el ministerio. Entonces Alberto Benjamín,

de 14 años, rogó a su padre que no le dejase en el campo,

sino que le permitiese estudiar también, y que él mismo

podía hacerse cargo de sus estudios. Su padre, conmovido,

aceptó.

Fuera del hogar tempranamente, Alberto Benjamín hubo de

enfrentar severas luchas, y una enfermedad que le dejó

postrado por mucho tiempo. Aún no había tenido un

encuentro personal con el Señor Jesucristo, así que retornó

al hogar con un fracaso escolar y con una gran necesidad

espiritual.

En esa época la excesiva formalidad de la iglesia en que se

había criado le había negado la posibilidad de entregar su

corazón al Señor. Pero esa necesidad fue suplida mediante

un libro que le condujo a los pies de Cristo. En ese mismo

instante vino a su corazón la seguridad de su salvación.

Una vez recuperada la salud, y con su nueva y preciosa

realidad en Cristo, Alberto Benjamín volvió a los estudios.

En el colegio, todos daban buen testimonio de él, pues

poseía un carácter bondadoso y una clara inteligencia.

A los 18 años de edad, llevado por su amor al Señor,

suscribió un pacto con Dios, el cual llenaba varias páginas.

En parte decía así:

―Yo creo en Jesucristo como mi Salvador personal. Acepto

la salvación plena ofrecida por él, que es mi Profeta,

Sacerdote y Rey. Reconozco que Cristo ha sido hecho mi

redención y mi completa salvación, mi sabiduría, mi justicia

y mi santificación. Él ha sojuzgado mi corazón rebelde por

Su gran amor. Por lo tanto, yo tomo el amor de Cristo para

usarlo para Su gloria únicamente. Si alguna vez se opusiera

un solo pensamiento mío de rebelión contra ti, véncelo y

tráelo a sujeción. Cualquier cosa que pudiera oponerse a tu

divina voluntad en mí, oh Dios, quítala en el nombre de

Jesús. Yo me entrego a ti como ―vivo de entre los muertos‖

para volver a vivir solamente para ti. Tómame y úsame

enteramente para tu gloria, en el nombre que es sobre todo

nombre, el nombre de Jesús, te lo pido‖.

―Ratifica ahora mismo en el cielo, oh Padre mío, este pacto

que acabo de hacer contigo. Escribe en los cielos, en tu libro

de memoria, que yo he llegado a ser tuyo, solamente tuyo,

por toda la eternidad. Acuérdate de mí en la hora de la

tentación, y que nunca me aparte de este pacto sagrado. Soy

de ahora en adelante un soldado de la cruz de Jesucristo y un

seguidor del Cordero de Dios, y mi lema será desde ahora en

adelante: ―¡Tengo un solo Rey: mi Jesús!‖. Sábado 19 de

enero de 1861.

Ministro presbiteriano

Gracias a dos becas ganadas por su perseverancia, pudo

continuar sus estudios en la Universidad, y ordenarse como

ministro presbiteriano en septiembre de 1865, a los 21 años

de edad. Al día siguiente de su ordenación, se casó con

Margarita Henry.

Su primer pastorado lo ejerció en la ciudad de Hamilton,

Canadá, por ocho años. En ese tiempo viajó y dictó

conferencias, de modo que a los 30 años de edad, Simpson

ya era reconocido en todo Canadá y Estados Unidos como

un predicador poco común.

Al asumir su segundo pastorado en Louisville, Estados

Unidos, predicó un mensaje basado en Mateo 17:8: “Y

alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo”. En

parte de él dijo: ―El lema y la nota característica de mi

ministerio aquí en esta ciudad de Louisville será solamente

Jesucristo‖.

Muy pronto Simpson halló la oportunidad de expresar el

fuego que ardía en su corazón. Su influencia se extendió

hasta abarcar a todos los pastores de la ciudad, con los

cuales organizó encuentros evangelísticos de gran impacto.

Con esto, el celo misionero de Simpson comenzó a

ampliarse, aunque no siempre encontró eco en los fieles de

su congregación. Su visión abarcaba a los muchos hombres

y mujeres que se perdían en las calles sin jamás entrar a un

templo. Simpson veía a la iglesia adormecida, recluida entre

cuatro paredes, sin sentir el dolor de Cristo por los perdidos.

Muy pronto habría de encontrar concreción esta gloriosa

visión.

Experiencias espirituales

Page 119: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Durante los primeros años del ministerio de Simpson, dos

experiencias con el Señor le sirvieron de constante estímulo:

su conversión a Jesucristo, y su llamado al ministerio. Sin

embargo, estas experiencias no fueron las únicas. A menudo

solía encerrarse en su estudio para buscar con ansias el

rostro del Señor. Anhelaba hacer morir el yo, y vivir

totalmente para Cristo.

Cierta vez, cuando era un joven ministro, estuvo un mes

entero buscando una bendición especial para su vida.

Durante ese mes dejó de hacer muchas cosas y se dedicó

casi exclusivamente a orar. Al final del período recibió

bendición, pero no la paz que su alma buscaba. Más tarde

repitió estos períodos de consagración, pero no quedaba

satisfecho. Después de haber estado 10 años en Louisville, y

de haber alcanzado grandes éxitos en su pastorado, aún

sentía que había un vacío importante en su vida. Oscilaba

entre las montañas de las victorias y el valle de las

inquietudes espirituales. ―Deseaba obtener algo no

alcanzado todavía con todas las experiencias que había

tenido‖.

Una noche después de intensa oración tuvo esa experiencia

extraordinaria que buscaba. ―Recuerdo bien la noche cuando

recibí el bautismo del Espíritu Santo. Cuando experimenté la

venida de la plenitud de Cristo a mi alma; cuando vino para

fijar su morada permanente en mí‖.

―Fue una noche memorable en mi vida. La soledad del

Cordero de Dios, yendo hacia el monte del sacrificio era mi

porción aquella noche. El camino nunca resulta fácil, ni

atrayente, ni invita al transeúnte a entrar en él, si no está

dispuesto a seguir al Cristo del Calvario. No obstante, es el

camino de la victoria, como lo fue para Cristo mismo. Es el

camino de la vida a través de la muerte‖.

―Sabía que podía estar equivocado en muchas cosas y ser

imperfecto en todas; y no sabiendo si iba a morir

literalmente o no, antes del nuevo amanecer, seguía

buscando. Estaba luchando cual Jacob de antaño con el

ángel de Dios hasta el rayar del alba, cuando vino la luz.

Entonces, rendido a los pies de Cristo, hice allí una entrega

final y total de mi vida‖.

Esta verdad le fue revelada de tal forma, que nunca predicó

la perfección del creyente en Cristo, sino el Cristo perfecto

viviendo en el corazón del creyente santificado. Decía que la

santidad divina no es una mejora de uno mismo, ni la

perfección adquirida, sino una entrada al corazón de la vida

y pureza de Cristo, y el obrar de su santa voluntad

continuamente.

Simpson creía que la regeneración hecha por el Espíritu

Santo en el corazón humano es muy distinta de la morada

del Espíritu Santo en él. La primera puede compararse con

la edificación de una casa; en cambio, la segunda es la

venida del Dueño para vivir en ella, tomando posesión

absoluta. También puede compararse la primera como la

llegada a la Tierra Prometida, en cambio, la segunda como

la toma de posesión de ella.

La experiencia de Simpson no solamente le sirvió como

punto de partida para un ministerio sobre ―la vida más

abundante‖, sino que cambió todo punto de vista de la vida

cristiana, y afectó profundamente toda su enseñanza

espiritual posterior. Nunca hablaba, ni predicaba, ni

enseñaba sin reflejar algo de aquella gloriosa experiencia

que llegó a ser su misma vida.

Por este tiempo nació un himno que caracterizó la vida de

Simpson hasta el fin. He aquí algunas de sus estrofas:

¡Jesucristo, y nada más! Antes yo buscaba ―la bendición‖,

ahora yo tengo a Jesús;

antes suspiraba por la emoción,

ahora yo quiero más luz;

antes Su don yo pedía,

ahora tengo al Dador;

antes buscaba la sanidad,

ahora es mío el Doctor.

Antes me esforzaba con pena,

ahora me es grato confiar;

antes creía a medias,

ahora sé que él puede salvar;

antes a él me aferraba,

ahora de mí se ase él;

antes yo andaba a la deriva,

ahora tengo áncora fiel.

Antes yo creía en mis obras,

ahora dejo a Cristo obrar;

antes trataba de usarlo,

ahora él me puede usar;

antes ―el poder‖ yo buscaba,

ahora tengo al ―Fuerte Señor‖;

antes para mí mismo obraba,

mas ahora es el trabajo de amor.

Descubrimiento de una nueva verdad

Desde ese día A.B. Simpson dedicó gran parte de su

ministerio a compartir sobre la vida cristiana más profunda.

Sin embargo, una experiencia vivida en la ciudad de

Chicago habría de reorientar su ministerio.

Estando allí cierta noche tuvo un sueño que le afectó

profundamente. En el sueño veía multitudes de gentes

angustiadas, a la espera de recibir el mensaje de salvación.

Al despertar sintió la urgencia de ofrecerse al Señor para la

obra a que sentía que le llamaba.

Durante meses intentó hallar una puerta abierta para ir al

extranjero como misionero, pero, por diversas razones no la

encontró. Sin embargo, se le ofreció la oportunidad de

pastorear en la ciudad de Nueva York. Aceptó la invitación,

creyendo así poder estar en un lugar céntrico donde podría

tener contacto ―con el mundo de afuera‖.

Sin embargo, antes de ver cumplidos sus sueños misioneros,

Simpson experimentó todavía una nueva riqueza de la vida

plena en Cristo: la sanidad divina. Durante más de veinte

años había sido víctima de muchas enfermedades y

debilidades físicas. Muchas veces tuvo que privarse de leer,

y de realizar sus labores pastorales por su extrema debilidad.

Durante años fue esclavo de los remedios. A veces, el solo

ascenso de una pendiente le provocaba una verdadera

agonía. Un médico llegó a decirle cierta vez que le quedaban

pocos meses de vida.

Un día, mientras participaba como oyente ocasional en un

Campamento cristiano, escuchó un himno cuyo coro decía:

Page 120: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

―Mi Jesús es el Señor de señores / nadie puede obrar como

él‖. Esas palabras le produjeron un inmenso impacto, que le

llevaron a escudriñar en las Escrituras lo concerniente a la

sanidad divina. Al poco tiempo quedó convencido de que

esa era también una parte del glorioso evangelio de Cristo

para un mundo pecador y sufriente. Un día, Simpson hizo un

nuevo pacto con Dios, ―tomando al Señor Jesucristo –dice–

para ser mi vida física, para todas las necesidades de mi

cuerpo hasta que termine la jornada que él tiene para mí en

el mundo‖.

Desde ese día Simpson decidió no sólo tomar para sí esta

gloriosa verdad –como hicieron también otros muchos

siervos de Dios como Andrew Murray, T.Austin-Sparks,

Watchman Nee, para quienes fue un socorro permanente de

Dios– sino también compartirla con todo el cuerpo de

Cristo.

Respecto de esto, Simpson enseñaba: ―Hay tres etapas en la

revelación de Jesucristo para la sanidad divina: La primera

se refiere al momento cuando nosotros llegamos a ver la

base bíblica doctrinal que ella tiene; la segunda, cuando

vemos la verdad en la sangre de Cristo, en su obra

expiatoria, redentora y la recibimos como tal para nosotros

mismos; la tercera, cuando vemos lo que hay en la vida

resucitada de Jesucristo, tomándolo a Él en una unión vital y

viviente, con todo nuestro ser, como la vida de nuestra vida

y salud para nuestro cuerpo mortal.‖

Simpson experimentó una gran oposición, tanto dentro de él

–al luchar contra su propia incredulidad– como fuera de él,

en los diversos ambientes cristianos donde predicaba. Sin

embargo, nunca cayó en el fanatismo; nunca aceptó hacer de

la sanidad divina su estandarte. Él solía decir: ―Yo tengo

cuatro ruedas en mi carruaje. No puedo descuidar las otras

tres para predicar todo el tiempo sobre una sola de ellas‖,

haciendo referencia a las cuatro verdades evangélicas que

constituían la base de su ministerio: ―Jesucristo nuestro

Salvador, Santificador, Sanador y Rey venidero‖.

Un hombre de oración

Simpson fue un hombre de oración. Sobre el escritorio de su

oficina tenía puestos dos breves recordatorios: ―Orad sin

cesar‖ y ―¡Hacedlo ahora!‖. Muchos que le conocieron

daban testimonio del impacto que las oraciones de Simpson

les habían producido. El mapa del mundo llegó a ser para él

el manual diario de oración.

Vivía tal vida de oración que toda conversación giraba

espontáneamente alrededor del tema de Cristo, con cualquier

persona y en cualquier lugar. Muchas veces el Espíritu le

llevó a interceder por situaciones y personas que, según

después se sabía, habían estado en dificultades en ese

preciso momento. Simpson creía firmemente que ―la oración

cambia las cosas‖. Y de verdad, muchas cosas cambiaron

por su oración.

Se abre un nuevo camino

La visión misionera de Simpson no pudo ser disipada por las

muchas satisfacciones que experimentaba como pastor de

aquella connotada congregación presbiteriana de Nueva

York.

Una noche mientras oraba, la visión de los perdidos sin

Cristo le hizo postrarse en una dramática oración bajo el

poder del Espíritu Santo. Entonces cogió el globo terráqueo

y apretándolo contra su pecho, exclamó llorando: ―¡Oh Dios,

úsame para la salvación de los hombres y mujeres del

mundo entero, que mueren en las tinieblas espirituales sin

ningún rayo de luz‖.

No pudo conformarse ya con cumplir sus labores de pastor y

conferencista solicitado. Llevado por este celo misionero,

comenzó a salir a las calles para predicar el evangelio. Y allí

comenzaron a recibir a Jesucristo hombres y mujeres de la

más variada condición. Luego, los invitaba al templo, para

recibir el amor de la familia cristiana.

Muy pronto fueron decenas y aun cientos los nuevos

convertidos que iban llegando; muchos de ellos de humilde

condición. Y, muy pronto también, ellos comenzaron a

incomodar a los acomodados hermanos. Así fue como se

produjo una situación insostenible, y Simpson hubo de

renunciar a su pastorado para dedicarse a las muchedumbres

olvidadas de las calles, como era su visión. Eso ocurrió en

noviembre de 1881. Tenía a la sazón 38 años, y una familia

con seis hijos.

De un día para otro, dejó de ser el pastor de una gran iglesia

para ser un predicador callejero. Sus amigos íntimos en el

ministerio le pronosticaron un fracaso rotundo. Uno de los

diáconos, al despedirle le dijo: ―No le diremos adiós,

Simpson: pronto usted ha de volver con nosotros.‖ Sin

embargo, él nunca volvió. Dios tenía para él otro camino

que recorrer, y otras fronteras que cruzar.

La concreción de un sueño

Solamente siete personas estuvieron en la primera reunión

que celebró en noviembre de 1881, en un cuarto arriba de un

viejo teatro, en una tarde fría y gris de Nueva York. Uno de

esos siete era un borracho regenerado, que llegó a ser, según

el decir de Simpson, ―el santo más dulce que jamás

existiera‖. Así comenzó a realizar varias reuniones

semanales, una de las cuales siempre se realizaba en plena

calle.

A causa de la estrechez del local, debieron arrendar un

teatro, y más tarde implementó una carpa, que solía instalar

en el corazón mismo de la ciudad. Incluso el famoso

Madison Square Garden fue arrendado por Simpson para

hacer alguna de sus grandes campañas de evangelismo.

Dos años después de aquellos débiles comienzos, Simpson

organizó la Unión Misionera, cuyo objetivo era la

evangelización del mundo, la cual llegó a ser cuatro años

después, en 1887, la Alianza Cristiana y Misionera, con

representación en todo el mundo.

El propósito principal de esta iniciativa misionera era:

―Levantar a Cristo en toda su plenitud, o exaltar a Cristo

hasta lo sumo, quien es el mismo ayer, hoy y por todos los

siglos‖. En su organización, Simpson planteó así su énfasis

misionero: ―Esta Sociedad ha sido formada como una fuerza

humilde y unida de cristianos consagrados para enviar el

evangelio, en toda su sencillez y plenitud, a través de los

instrumentos más espirituales y consagrados, y por los

métodos más económicos, prácticos y eficaces, a los campos

más abiertos, más necesitados y más descuidados del mundo

pagano‖.

Page 121: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Al año siguiente de constituida la Unión Misionera, en 1884,

enviaron los cinco primeros misioneros al Congo, en África.

Cinco años después, ya había embajadas misioneras en 12

países distintos, con cuarenta centros y 180 misioneros. En

la actualidad, esta obra abarca más de cincuenta países, y

cuenta con más de 1.200 misioneros.

Un ministerio multifacético

El ministerio de A.B. Simpson fue muy rico y variado. Él

era un hombre especialmente dotado como predicador.

T.Austin-Sparks, acostumbraba decir que de todos los

predicadores norteamericanos que él conoció de joven, A.B.

Simpson era el más espiritual y el que hablaba con más

poder. Sus muchos sermones se han publicado en siete

tomos, con títulos como ―Los negocios del Rey‖, ―La

revelación del Cristo resucitado‖, ―La vida cristiana más

amplia‖, etc.

Como maestro de las Escrituras alcanzó gran notoriedad.

Hasta hoy, sus comentarios sobre los diversos libros de la

Biblia son considerados como llenos de luz y claridad, así,

por ejemplo, la serie ―Cristo en la Biblia‖. Sus numerosos

libros abarcaban otros diversos temas, como ―El evangelio

cuádruple‖, ―El descubrimiento personal de la sanidad‖, ―La

vida de oración‖, ―Destellos que anuncian a Aquel que

viene‖, ―El poder de lo Alto‖ (sobre el Espíritu Santo).

Como poeta y compositor de himnos, A.B. Simpson alcanza

también grandes alturas. Muchos himnos y poemas muy

conocidos hoy salieron de su pluma inspirada. Watchman

Nee, en su estudio sobre los Himnos, cita uno de los himnos

de Simpson como ejemplo de lo que debe ser una buena

composición cristiana.

En total, A.B. Simpson escribió por lo menos 70 libros

además de artículos, poesías e himnos. Publicó también

diversas revistas para reforzar la obra misionera.

Una partida feliz

A.B. Simpson partió de esta vida el 29 de octubre de 1919.

El día anterior había sido de absoluta normalidad, para sus

76 años. Entre los papeles que se encontraron en su

escritorio, había uno con un himno inédito, que decía en

parte:

―Alguien me está llamando;

me toma de la mano,

y me señala cumbres

bañadas en áurea luz.

Mi corazón responde:

remonto como en alas;

me siento muy seguro:

¡Mi Guía es Jesús!‖

Sobre su lápida hicieron poner una lectura que refleja muy

bien lo que fue este gran hombre de Dios: ―No yo, sino

Cristo‖ y ―Sólo Jesús‖.

Page 122: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El camino hacia la verdadera belleza

Jeanne Marie Bouvier de la Mothe nació en Montargis,

Francia, unos 40 Km. al norte de París, el 18 de abril de

1648, un siglo después de iniciarse la Reforma. Sus padres

pertenecían a la aristocracia francesa; eran muy respetados,

y tenían inclinaciones religiosas como las de todos sus

ancestros. Su padre ostentaba el título de Seigneur, o Señor,

de la Mothe Vergonville.

Niñez y juventud

Durante la primera infancia, Jeanne fue víctima de una

enfermedad que hizo a sus padres temer por su vida. Mas

ella se recuperó, y a los dos años y medio de edad fue

colocada en el Seminario de las Ursulinas, en su propia

ciudad, a fin de ser educada por las monjas. Después de

algún tiempo, regresó al hogar, mas su madre descuidaba su

educación, dejándola casi siempre al cuidado de las criadas.

Gran parte de su infancia, la niña estuvo yendo y viniendo

entre su casa y el convento, y pasando de una escuela a otra.

Cambió su lugar de residencia nueve veces en diez años.

En 1651, la Duquesa de Mont-bason llegó a Montargis, a fin

de residir con las monjas benedictinas establecidas allí, y

pidió al padre de Jeanne que permitiese que ésta, de cuatro

años de edad, le hiciese compañía. Durante su estadía allí, la

niña vino a comprender su necesidad de un Salvador por

medio de un sueño que tuvo respecto de la miseria futura de

los pecadores impenitentes; y entregó entonces

definitivamente su vida y su corazón a Dios.

A los diez años de edad, Jeanne fue colocada en un convento

para proseguir su educación. Cierto día encontró una Biblia,

y como le gustaba mucho leer, ella se absorbió en su lectura.

―Pasaba días enteros leyendo la Biblia‖, cuenta, ―sin prestar

atención a ningún otro libro o a nada más, desde la mañana a

la noche. Y como tenía buena memoria, memoricé

completas las secciones históricas‖. Este estudio de las

Escrituras, sin duda, puso los fundamentos de su maravillosa

vida de devoción y piedad. Por este tiempo se hizo sentir

sobre su vida la importante influencia de una de sus

hermanastras, quien suplió en parte la falta de preocupación

de su madre.

Jeanne creció, y sus rasgos comenzaron a mostrar aquella

belleza que más tarde la distinguió. La madre, contenta con

su apariencia, se esmeraba en vestirla bien. El mundo la

conquistó, y Cristo quedó casi olvidado. Tales cambios

ocurrieron con frecuencia en sus primeras experiencias. Un

día tenía buenos pensamientos y resoluciones, y al día

siguiente todo quedaba atrás, y la vanidad y la mundanalidad

llenaban su vida.

Un joven piadoso, un primo llamado De Tossi, yendo como

misionero a Cochinchina, al pasar por Montargis, visitó a la

familia. Su visita fue breve, pero impresionó profundamente

a Jeanne, aunque entonces no estaba en casa ni vio a su

primo. Cuando le contaron sobre su consagración y santidad,

el corazón de ella se afligió tanto, que lloró el resto del día y

la noche. Quedó conmovida con la idea de la diferencia

entre su propia vida mundana y la vida piadosa de su primo.

Toda su alma despertó entonces para tomar conciencia de su

verdadera condición espiritual. Intentó renunciar a su

mundanalidad, procuró adoptar una disposición mental

religiosa y obtener perdón de todos a quienes pudiese haber

perjudicado de cualquier forma. Visitó a los pobres, les llevó

alimento y ropa, les enseñó el catecismo, y pasaba mucho

tiempo leyendo y orando. Leyó libros devocionales como

―La vida de Madame de Chantal‖ y las obras de Tomás de

Kempis y Francisco de Sales. Procuraba imitar la piedad de

ellos; sin embargo, todavía no hallaba la paz y el descanso

del alma por medio de la fe en Cristo.

Tras un año de búsqueda sincera de Dios, se apasionó

profundamente por un joven, un pariente próximo, aunque

tenía apenas catorce años. Su mente estaba tan ocupada

pensando en él que descuidó sus oraciones y comenzó a

buscar en el amor terrenal el disfrute que buscara antes en

Dios. A pesar de mantener aún una apariencia de piedad, en

lo íntimo ésta le era indiferente. Comenzó a leer novelas

románticas, y a pasar mucho tiempo delante del espejo, así

que se volvió excesivamente vana. El mundo la tenía mucho

en cuenta, pero su corazón no era recto delante de Dios.

En el año 1663, la familia La Mothe se trasladó a París, un

paso que no les benefició espiritualmente. París era una

ciudad alegre, sedienta de placeres, especialmente durante el

reinado de Luis XIV, y la vanidad de Mademoiselle La

Mothe creció insoportablemente. Tanto ella como sus padres

se tornaron extremadamente mundanos, bajo la influencia de

la sociedad a la que habían ingresado. El mundo le parecía

ahora el único objeto digno de ser conquistado y poseído. Su

belleza, dotes intelectuales y conversación brillante hicieron

de ella una favorita en la sociedad. Su futuro marido, M.

Jacques Guyon, hombre de gran riqueza, y muchos otros,

pedirían su mano en casamiento.

El orgullo es tocado

Aunque no se sentía muy atraída a Monsieur Guyon, su

padre acordó el casamiento, y ella accedió a su deseo. La

boda tuvo lugar en 1664. Jeanne tenía casi 16 años, mientras

su marido tenía ya 38. Luego descubrió que la casa a la cual

fue llevada se volvería para ella una ―casa de luto‖. La

suegra, mujer poco refinada, la gobernaba con mano de

hierro, y aun la hostilizaba. El marido tenía buenas

cualidades y la apreciaba mucho, pero diversas

enfermedades físicas y sufrimientos a que estaba sujeto,

además de la gran diferencia de edad entre él y su joven

esposa, y el genio de la suegra, hicieron difícil su vida de

recién casada. Su gran inteligencia y sensibilidad agudizaron

aún más sus sufrimientos. Sus esperanzas terrenales fueron

destruidas.

Más tarde, sin embargo, ella reconoció que todo había sido

dispuesto misericordiosamente a fin de llamarla de aquella

vida de orgullo y superficialidad. Dios permitiría que ella

atravesase el fuego del horno de la aflicción, para que las

impurezas fuesen removidas, y ella pudiese presentarse

como un vaso de oro puro. ―Era tal la fuerza de mi orgullo

natural‖, cuenta ella, ―que nada aparte de una dispensación

de sufrimiento podría haber quebrantado mi espíritu y

hacerme volver a Dios‖.

A pesar de haber comido el pan de la tristeza y mezclado

con lágrimas su bebida, todo eso hizo que su alma se

dirigiese a Dios y ella empezó a buscarlo, pidiendo su

consuelo en sus tribulaciones. Poco después de un año de

Page 123: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

casada, tuvo un hijo, y sintió la necesidad de aproximarse a

Dios, tanto por causa de él como por la suya propia.

Una calamidad tras otra sobrevinieron a Madame Guyon.

Poco después de nacer su hijo, el marido perdió gran parte

de su enorme fortuna, y esto amargó mucho a su avarienta

suegra, quien solía responsabilizarla de todas sus desgracias.

En el segundo año de matrimonio cayó enferma, y parecía a

las puertas de la muerte; sin embargo, su enfermedad fue un

medio de hacerla pensar más en las cosas espirituales. Su

querida hermanastra murió, y después su madre. Con

amargura aprendió que sólo podía encontrar descanso en

Dios, y ahora lo buscó con sinceridad, y lo encontró, y

nunca más se apartó de él.

A través de las obras de Kempis, de Sales, y la vida de

Mme. Chantal, y de conversaciones con una piadosa dama

inglesa, Madame Guyon aprendería mucho con respecto a

las cosas espirituales. Después de una ausencia de cuatro

años, su primo regresó de Cochinchina y su visita la ayudó

espiritualmente.

El gozo de la salvación

Un humilde monje franciscano se sintió guiado por Dios

para ir a verla, y él también le fue de gran ayuda. Fue este

franciscano el primero que la llevó a ver claramente la

necesidad de buscar a Cristo por la fe y no mediante obras

externas, como lo había estado haciendo hasta entonces.

Instruida por él, llegó a comprender que la verdadera fe era

un asunto del corazón y del alma, y no una simple rutina de

deberes y observancias ceremoniales como supusiera. ―En

aquel momento me sentí profundamente herida por el amor

de Dios –una herida tan indescriptible que deseé jamás fuera

curada. Tales palabras trajeron a mi corazón aquello que

venía buscando por tantos años; o sea, me hicieron descubrir

lo que allí se hallaba, y que de nada me servía por falta de

conocimiento... Mi corazón había cambiado; Dios se hallaba

allí; desde aquel momento Él me había dado una experiencia

de su presencia en mi alma, no simplemente como un objeto

percibido en el intelecto por la aplicación de la mente, sino

como algo realmente poseído de la manera más dulce

posible. Pude sentir esas palabras de Cantares: ‗Tu nombre

es como ungüento derramado; por eso las doncellas te

aman‘; pues percibí en mi alma una unción que, como un

bálsamo saludable, sanó en un instante todas mis heridas.‖

Madame Guyon tenía veinte años cuando recibió esta prueba

definitiva de salvación por la fe en Cristo. Fue el 22 de julio

de 1668. Después de esta experiencia, dijo: ―Nada era más

fácil ahora para mí que orar. Las horas pasaban fugazmente,

en tanto yo nada podía hacer sino orar. La vehemencia de mi

amor no me daba descanso.‖

Algún tiempo después, ella podía decir: ―Amo a Dios mucho

más de lo que el amante más apasionado entre los hombres

ama al objeto de su afecto terrenal‖. ―Este amor de Dios‖,

dice, ―ocupaba mi corazón con tanta constancia y fuerza,

que era muy difícil para mí pensar en otra cosa. Nada más

me parecía digno de atención‖. Agregó después: ―Me

despedí para siempre de las reuniones que frecuentaba, de

los teatros y diversiones, de los bailes, de las caminatas sin

propósito y de las fiestas de placer. Las diversiones y

placeres tan considerados y estimados por el mundo, me

parecían ahora tediosos e insípidos, de forma tal que me

preguntaba cómo un día pude haberlos apreciado‖.

Madame Guyon tuvo un segundo hijo en 1667, o sea, un año

antes de pasar por la notable experiencia ya citada. Su

tiempo estaba ahora ocupado en el cuidado de los hijos y la

atención a los pobres y necesitados. Ella hacía que muchas

jovencitas, hermosas pero pobres, aprendiesen un oficio, a

fin de sentirse menos tentadas a llevar una vida de pecado.

Hizo también mucho en beneficio de aquellas que ya habían

caído en pecado. Con sus recursos, frecuentemente ayudaba

a comerciantes y artesanos pobres a iniciar sus propios

negocios. Y no cesaba de orar. En sus palabras: ―Mi deseo

de comunión con Dios era tan fuerte e insaciable que me

levantaba a las cuatro de la mañana para orar‖. La oración

era el mayor deleite de su vida.

Las personas del mundo quedaban sorprendidas al ver a

alguien tan joven, tan bella, tan intelectual, enteramente

entregada a Dios. La sociedad amante del placer se sentía

condenada por su vida, y procuraba perseguirla y

ridiculizarla. Ni aun sus propios parientes la comprendían

muy bien, y su suegra hacía todo para tornar su vida más

difícil que nunca, logrando hasta cierto punto apartarla de su

marido y su hijo mayor. Sin embargo, estas pruebas no la

perturbaban tanto como lo hacían antes, pues ahora ella las

consideraba como siendo permitidas por el Señor para

mantenerla en humildad. Una tercera criatura, una hija,

nació en 1669. Esta pequeña fue un gran consuelo para ella,

aunque estaba destinada a dejarla en breve.

El camino de la consagración

Durante cerca de dos años, las experiencias religiosas de

Madame Guyon continuaron profundizándose, pero luego se

vio una vez más atraída hasta cierto punto por el mundo. En

una visita a París, descuidó sus oraciones y se enredó con la

sociedad mundana que había frecuentado antes. Al

comprender esto, se apresuró a volver a casa, y su angustia

por lo sucedido, al enfrentar su debilidad, era ―como un

fuego consumidor‖. Durante un viaje por muchos lugares de

Francia con su marido, en 1670, también tuvo muchas

tentaciones para volver a la antigua vida de placer mundano.

Su tristeza fue tan grande que incluso sentía que se alegraría

si el Señor por su providencia la llevase de este mundo de

tentación y pecado. Sus principales tentaciones eran las

ropas y las conversaciones mundanas. Mas la reprobación de

su conciencia era como un fuego quemando en su interior, y

se sentía llena de amargura al reconocer su debilidad.

Durante tres meses perdió su anterior comunión con Dios.

Como resultado, su alma se volvió a una interrogante acerca

de la vida santa. Deseaba que alguien le enseñase cómo vivir

con mayor espiritualidad, cómo andar más cerca de Dios, y

cómo ser ―más que vencedora‖ en relación al mundo, a la

carne y al diablo. Aunque esa era la época de Nicole y

Arnaud, de Pascal y Racine, cristianos de percepción

espiritual eran escasos entonces en Francia.

Cierto día en que atravesaba uno de los puentes sobre el río

Sena, en París, acompañada por un criado, un hombre pobre

con hábito religioso apareció de pronto a su lado y empezó a

hablarle. ―Ese hombre‖, dice ella, ―me habló de manera

maravillosa sobre Dios y las cosas divinas‖. Él parecía saber

todo sobre la vida de ella, sus virtudes, sus faltas. ―Él me dio

a entender‖, cuenta ella, ―que Dios requiere no sólo un

Page 124: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

corazón del cual se pueda decir que fue perdonado, sino

aquel que pueda ser designado propiamente como santo, que

no era suficiente con evitar el infierno, sino que él también

requería de mí la pureza más profunda y la perfección más

absoluta‖.

Al sentir su debilidad y necesidad de una experiencia

espiritual más profunda, y habiendo recibido un mensaje tan

directo de la providencia de Dios, Madame Guyon resolvió

en aquel día entregarse de nuevo al Señor. Habiendo

aprendido por experiencia que no era posible servir a Dios y

al mundo al mismo tiempo, decidió: ―A partir de este día, de

esta hora, si es posible, perteneceré enteramente al Señor. El

mundo no tendrá nada de mí‖. Dos años más tarde, preparó

y suscribió su histórico Tratado de la Consagración; mas la

verdadera consagración parece haber sido completada aquel

día.

Golpes purificadores

Ella se rindió sin reservas a la voluntad del Señor, y casi

inmediatamente su consagración fue probada por una serie

de golpes demoledores que servirían para purificar las

impurezas de su naturaleza. Sus ídolos fueron destruidos

uno tras otro, hasta que todas sus esperanzas, alegrías y

ambiciones se concentraron en el Señor, y él comenzó

entonces a usarla poderosamente en la edificación de su

reino.

Su belleza, la mayor causa de su orgullo y conformidad con

el mundo, fue el primer ídolo en ser derribado. El 4 de

octubre de 1670, cuando tenía poco más de 22 años, el golpe

cayó sobre ella como un relámpago del cielo. Jeanne cayó

víctima de la viruela, en su forma más violenta, y su belleza

desapareció casi por completo.

―Pero la devastación exterior fue equilibrada por la paz

interior‖, dice ella. ―Mi alma se mantuvo en un estado de

contentamiento mayor del que puede ser expresado.‖ Todos

juzgaban que quedaría inconsolable. Mas lo que dijo fue:

―Cuando estaba en cama, sufriendo la privación total de lo

que había sido una trampa para mi orgullo, experimenté un

gozo indescriptible. Alabé a Dios en profundo silencio‖.

También afirmó: ―Cuando me recuperé lo suficiente para

sentarme en la cama, pedí que me trajesen un espejo, y

satisfice mi curiosidad mirándome en él. Ya no era más lo

que había sido. Vi entonces que mi Padre celestial no había

sido infiel en su obra, sino había ordenado el sacrificio en

toda su plenitud‖.

El ídolo siguiente, entre los que más amaba, fue su hijo

menor, a quien era muy allegada. ―Este golpe‖, dice, ―hirió

mi corazón. Me sentí derrotada. Sin embargo, Dios me

fortaleció en mi debilidad. Yo amaba tiernamente a mi hijo;

mas, aunque estuviese perturbada con su muerte, vi la mano

del Señor tan claramente que no pude llorar. Lo ofrecí a

Dios, y exclamé con las palabras de Job: ―El Señor dio, el

Señor quitó; sea el nombre del Señor bendito‖.

En 1672, su muy amado padre murió, y ese mismo año

falleció también su hijita de tres años. Siguió luego la

muerte de Genevieve Grainger, su amiga y consejera, y no

tuvo ya ningún apoyo carnal a quien apegarse en sus pruebas

y dificultades espirituales. En 1676, su marido, que se

reconciliara con ella, fue de la misma manera alejado por la

muerte. Como Job, ella perdió todo lo que más amaba en el

mundo; mas comprobaba que el Señor permitía esas cosas

para quebrantar su voluntad y su orgulloso corazón. Percibió

nítidamente la mano del Señor en todas esas circunstancias,

y exclamó: ―¡Oh admirable conducta de mi Dios! No puede

haber guía, ni apoyo, para quien tú llevas a las regiones de

las tinieblas y de la muerte. No puede haber consejero, ni

sustento para el hombre a quien tú has señalado para

completa destrucción de su vida natural‖. Por ―destrucción

de la vida natural‖, ella quería significar el aniquilamiento

de la carnalidad y del egoísmo.

Experiencias más profundas

A pesar de haber sido grandes las tribulaciones

mencionadas, Madame Guyon había de pasar aún por una de

sus pruebas mayores y más prolongadas. En 1674 entró en

lo que más tarde llamó el ―estado de privación o

desolación‖, que duró siete años. Durante todo ese período

permaneció sin alegría espiritual, paz, o emociones de

cualquier tipo, y tuvo que andar sólo por fe. Aunque

continuó con sus devociones y obras de caridad, no sentía el

placer y la satisfacción que sintiera antes. Parecía como si

Dios no estuviese con ella, y cometió el error de imaginar

que realmente eso había ocurrido. Había de aprender ahora a

andar por la fe en lugar de hacerlo por sus sentimientos.

Nos sentimos llenos de alegría y paz verdadera cuando

creemos (Rom. 15:13). Pero cuando contemplamos nuestros

sentimientos y apartamos nuestros ojos del Señor, toda esa

alegría y paz nos abandona. Madame Guyon parece haber

cometido ese gran error, y durante siete años se mantuvo a la

espera de sentimientos y emociones antes de aprender a

vivir por sobre ellos y por la simple fe en Dios. Descubrió

entonces que la vida de fe es mucho más elevada, santa y

dichosa que aquella dominada por los sentimientos y

emociones. Había estado pensando más en éstas que en el

Señor, más en el don que en el Dador; pero finalmente su

vida se alzó victoriosa por sobre las circunstancias y los

sentimientos.

Casi siete años después de haber perdido su alegría y

emoción, comenzó a tener correspondencia con el padre La

Combe, a quien ella guiara a la salvación por la fe años

antes. Él fue ahora el instrumento para llevarla hasta la luz

límpida y a los rayos del sol de la experiencia cristiana,

mostrándole que Dios no la había olvidado como imaginaba,

sino que él estaba crucificando el ―yo‖ en la vida de ella. La

luz comenzó a surgir en su interior, y la oscuridad

gradualmente se fue.

Ella marcó el día 22 de julio de 1680 como el día en que el

padre La Combe debería orar especialmente a su favor, en

caso de que su carta llegase a tiempo a sus manos. Aunque

la distancia era grande, la carta llegó providencialmente a

tiempo, y tanto él como Madame Guyon pasaron aquel día

en ayuno y oración. Fue un día que quedó grabado en su

memoria. Dios oyó y respondió sus oraciones. Las nubes

oscuras se desvanecieron de su alma, y torrentes de gloria

tomaron su lugar. El Espíritu Santo le abrió los ojos, a fin de

reconocer que sus aflicciones eran en verdad las

misericordias de Dios ocultas. Eran como túneles tenebrosos

que sirven de atajo, a través de montañas de dificultades,

hacia los valles de bendiciones que surgieron más adelante.

Eran los carros de Dios que la llevaban a lo alto, en

Page 125: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

dirección al cielo. El vaso había sido purificado y adecuado

para su habitación, y el Espíritu de Dios, el Consolador

celestial, venía ahora a morar en su corazón. Toda su alma

se llenó entonces de su gloria, y todas las cosas parecían

plenas de alegría.

En sus ―Torrentes espirituales‖, describiendo la experiencia

que había disfrutado, ella anota: ―Sentía una paz profunda

que parecía invadir mi alma entera, resultante del hecho de

que todos mis deseos eran satisfechos en Dios. Nada temía;

esto es, al analizar sus últimos resultados y relaciones,

porque mi fe muy sólida ponía a Dios al frente de todas las

perplejidades y sucesos.‖

En otro punto dice: ―Una característica de este grado más

elevado de experiencia era una sensación de pureza interior.

Mi mente se sentía tan unida a Dios, tan ligada a la

naturaleza divina, que nada parecía tener poder para

mancillarla y disminuir su pureza. Experimentaba la verdad

de la declaración bíblica: Todas las cosas son puras para los

puros‖. Y, de nuevo, afirma: ―A partir de aquella época,

percibí que gozaba de libertad. Mi mente pasó a

experimentar notable facilidad para hacer y sufrir todo lo

que se presentase a la orden de la providencia de Dios. La

orden de Dios se volvió su ley‖.

Fructificación y plenitud

La vida de Madame Guyon pasó a caracterizarse entonces

por gran sencillez y poder. Después de haber encontrado el

camino de la salvación por la fe, ella fue el canal que

condujo a muchas personas en Francia a la experiencia de la

conversión o regeneración. Y ahora, desde que había pasado

por una experiencia personal más profunda, rica y plena,

comenzó a llevar a muchos otros a la experiencia de la

santificación por la fe, o a una experiencia de ―victoria sobre

la vida del ‗yo‘, o muerte del ego‖, como acostumbraba

llamarla.

Su alma ardía con la unción y el poder del Espíritu Santo, y

donde iba era asediada por multitudes de almas hambrientas,

sedientas, que venían a ella a fin de obtener el alimento

espiritual que sus pastores no podían darles. Reavivamientos

de la fe se iniciaban en casi todo lugar que visitaba, y en

toda Francia cristianos sinceros comenzaban a buscar la

experiencia más profunda que ella enseñaba.

El padre La Combe comenzó a difundir la doctrina con gran

unción y poder. Luego, el gran Fénelon fue llevado a una

experiencia más completa mediante las oraciones de Mme.

Guyon, y él también comenzó a respaldar sus enseñanzas a

través de Francia. Así, ellas penetraron en los círculos

religiosos poderosos en la corte –entre los Beauvilliers, los

Chevreuses, los Montemarts –quienes estaban bajo su

dirección espiritual.

Fueron tantas las personas que pasaron a renunciar a su

mundanalidad y pecaminosidad, y a consagrarse

enteramente a Dios, que los sacerdotes y maestros

mundanos comenzaron a sentirse condenados, y se

dispusieron a perseguir a Madame Guyon y al padre La

Combe, Fénelon y todos los demás que seguían la doctrina

del ―amor puro‖ o ―muerte completa para la vida del yo‖.

El padre La Combe fue arrojado a prisión y tan cruelmente

torturado que su razón fue afectada. El corrupto y disoluto

rey Luis XIV finalmente arrestó a Madame Guyon en el

convento de Santa María. Mas ella había aprendido a sufrir,

y soportó con paciencia las persecuciones, creciendo cada

vez más espiritualmente. Sus horas en prisión las empleaba

en la oración, en la adoración, y escribiendo, aunque

estuviese enferma por la falta de aire y otras inconveniencias

en su pequeña celda.

Después de ocho meses, sus amigos consiguieron libertarla.

Los enemigos habían intentado envenenarla cuando se

hallaba en prisión, y ella sufrió por siete años los efectos del

veneno. Sin embargo, sus obras eran ya vendidas y leídas en

Francia y en muchas otras partes de Europa. A través de

ellas, multitudes fueron llevadas a Cristo y a una experiencia

espiritual más profunda.

En 1695 fue nuevamente encarcelada por orden del rey,

siendo ahora llevada al castillo de Vincennes. Al año

siguiente, fue transferida a una prisión en Vaugiard. En 1698

la llevaron a una mazmorra en la Bastilla, la histórica y

odiada prisión de París. Allí permaneció siete años, mas era

tan grande su fe en Dios, que la celda le parecía un palacio.

Después fue desterrada a un pueblo de la diócesis de Blois,

donde pasó unos quince años en silencio y aislamiento con

su hijo. Así pasó el resto de su vida al servicio del Maestro,

muriendo en perfecta paz, y sin siquiera una sombra en

cuanto a la plenitud de sus esperanzas y alegría, en el año

1717, a los 69 años de edad.

Madame Guyon dejó cerca de sesenta volúmenes escritos

por ella. Muchos de sus más bellos poemas y algunos de sus

libros más valiosos fueron escritos durante sus años de

prisión. Algunos himnos son muy conocidos, y sus escritos

fueron una poderosa influencia para el bien en este mundo

de pecado y sufrimiento. Su experiencia cristiana tal vez sea

mejor descrita en las siguientes palabras salidas de su

pluma:

―Nada me queda, ni lugar ni tiempo;

mi país es cualquiera;

me siento tranquila y libre de cuidados,

en cualquier lugar, pues allí Dios está‖.

Page 126: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Una pluma inspirada

Andrew Murray nació en Sudáfrica el 9 de mayo de 1828,

en el seno de una familia escocesa. Su padre era un pastor

vinculado a la Iglesia Presbiteriana de Escocia y a la Iglesia

Reformada Holandesa, lo cual fue decisivo en la formación

del fervoroso espíritu holandés de Murray.

Fue enviado por su padre a Escocia a los diez años de edad,

para recibir una completa formación académica. En ese

tiempo, un gran avivamiento espiritual estaba sacudiendo

ese país. El hombre que Dios usó para llevarlo a cabo fue el

joven ministro William C. Burns, quien llegó a tener una

gran influencia sobre Andrew, ya que con él compartía

largas veladas en casa del tío John Murray.

Seis años más tarde, Andrew viajó a Holanda para completar

sus estudios. Estando en Utrecht experimentó el nuevo

nacimiento, a los 16 años de edad.

Tras diez años de ausencia, Andrew retornó a Sudáfrica

como pastor y evangelista. Su disposición juvenil y

juguetona era tan sobresaliente, que cautivó el corazón de

sus hermanos pequeños, los cuales solían decir: ―Nuestro

hermano Andrew ¿es realmente un pastor? ¡Parece

exactamente como uno de nosotros!‖.

Cuando Murray tenía 28 años de edad contrajo matrimonio

con Emma Rutherford, la hija menor de un pastor inglés de

la Ciudad de El Cabo. Tuvieron 10 hijos. La ayuda de

Emma fue vital en su ministerio, especialmente en su labor

como escritor.

En 1860 vino un gran avivamiento sobre Sudáfrica, tal como

un par de años antes había venido sobre Estados Unidos y

Europa. Murray fue testigo de este avivamiento mientras

pastoreaba en Worcester. En un comienzo, temiendo que se

tratara de una simple oleada de emoción, Murray trató de

detener su fuerza entre los jóvenes de su congregación, pero

hubo de rendirse ante los sólidos frutos que comenzó a ver

en la vida de muchos cristianos.

Sin duda, esta fue una experiencia que influyó por el resto

de su vida y que lo sumergió en las profundidades del

caminar en el Espíritu que había anhelado y por el cual tanto

había orado. Desde entonces la predicación de Murray

adquirió una calidad intangible tan sobrenatural que de

verdad puede decirse que ministraba ―en el poder del

Espíritu‖.

Sin embargo, Murray era poseído permanentemente por un

sentimiento de insatisfacción respecto de su propio

ministerio. Al mirar el estado espiritual de sus ovejas se

echaba sobre sí la responsabilidad de su falta de edificación.

A veces hasta llegaba a desanimarse. De ahí surgió la visión

de enseñar acerca de cómo permanecer en Cristo para una

vida espiritual más profunda. ―Hay que conducir a los hijos

de Dios al secreto de tener la posibilidad de una comunión

ininterrumpida con Jesús de una manera personal‖ – decía.

En 1877, viajó por primera vez a los Estados Unidos y

participó de muchas conferencias de santidad allí y en

Europa. Su teología era conservadora, y se oponía

francamente al liberalismo.

En la escuela del dolor

Andrew Murray aprendió sus más preciosas lecciones

espirituales por medio de la ―escuela del dolor‖,

principalmente después de que en 1879 lo aquejara una seria

enfermedad a la garganta que lo dejó sin voz por casi dos

años. Después de buscar al Señor en oración incesante, fue

sanado en el Hogar ―Bethshan‖, en Londres, fundado por

W.E. Boardman, autor del libro ―El Señor tu Sanador‖. Su

sanidad fue tan completa que nunca más tuvo ningún

problema con su garganta. A pesar del gran esfuerzo a que la

sometía permanentemente, su voz mantuvo tal fuerza y

musicalidad que asombraba a todos. Como resultado de esa

experiencia, Murray vino a creer que los dones milagrosos

del Espíritu Santo no se limitaban a la iglesia primitiva.

Su hija menor, Annie, quien fuera por largos años su

secretaria privada, testificó así después de la enfermedad de

su padre: ―Fue después del ‗tiempo de silencio‘ que Dios se

acercó tanto a mi padre y que él vio más claramente el

significado de una vida de completa entrega y de fe sencilla.

Entonces empezó a mostrar en todas sus relaciones esa

permanente ternura, esa serena benevolencia y esa

consideración sin egoísmo hacia los demás. Todo esto fue lo

que caracterizó su vida cada vez más y más. Poco a poco

también se fue desarrollando en él esa maravillosa, sobria y

bella humildad que nunca hubiera podido fingir, sino que

solamente podía ser la obra del Espíritu que moraba en él, y

que podían sentir inmediatamente todos los que llegaron a

tener contacto con él‖.

Otras experiencias dolorosas para Andrés Murray fueron dos

accidentes que tuvo mientras viajaba en carro cuando

realizaba sendas giras evangelísticas Como producto de la

primera se fracturó un brazo, y en la segunda recibió una

seria lesión en una pierna y en su columna vertebral. Las

secuelas de estos accidentes fueron duraderas, pues desde

entonces Murray cojeó al caminar. Para él, éste fue su

Peniel, porque a partir de estas experiencias Murray se

convirtió en un príncipe que persuadía a Dios en una forma

mayor a través de la oración. Fue conducido hacia una vida

de oración aún más profunda y aprendió lo que era

realmente el poder de la intercesión. ―Sus extraordinarios

libros sobre la oración –escribió Annie– fueron todos

escritos después de ese último accidente, y la influencia que

han tenido no puede ser medida por hombre alguno. Dios se

glorificó a sí mismo en su servidor, y a pesar de su cojera,

vivió hasta completar una buena vejez.‖

Keswick

En 1895, Andrew Murray fue invitado a la Convención de

Keswick, en Inglaterra. Esta Convención, que se realizaba

todos los años, era conocida en todo el mundo cristiano por

promover una mayor intensidad espiritual. La enseñanza de

Keswick enfatizaba la necesidad de que cada hijo de Dios

fuera lleno y guiado permanentemente por el Espíritu Santo,

lo cual lo capacitaría para vivir aquí en la tierra una vida

agradable a Dios. También enfatizaba la limpieza completa

de los pecados mediante la sangre preciosa de Jesús y la

necesidad de una entrega más completa al Señor. Murray

sintió desde el principio mucha afinidad con esta enseñanza,

pues la había estado predicando desde antes de conocer el

movimiento de Keswick. En aquella oportunidad, los

mensajes de Murray estuvieron llenos de poder, a pesar de

Page 127: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

que su aspecto físico era débil. ―Uno siente la presencia de

Cristo todas las veces que uno está con él‖, era el

comentario corriente.

Al describir el efecto que Murray ejerció sobre los que le

escucharon en Keswick, Evan H. Hopkins, el timonel de esa

Convención, dijo: ―Sus mensajes tocaron la cuerda sensible

en muchas personas, con un poder poco común … parecía

como si nadie fuera capaz de escapar, como si nadie pudiera

escoger otra cosa que no fuera dejar que Cristo mismo, en el

poder de Su Espíritu vivo, fuera el Único en vivir en

nosotros, aunque el costo fuera que nos tocara morir por

causa de él … Al tratar el Sr. Murray esto, profundizando

cada vez a medida que transcurrían los días, algunos de

nosotros recordamos los primeros días de Keswick, cuando

un temor reverente hacia Dios descendió sobre toda la

asamblea, en una forma tal que el autor no ha vuelto a ver

otra cosa igual …‖.

Durante los últimos 28 años de su vida, Murray fue

considerado el padre del Movimiento Keswick en Sudáfrica.

Los resultados de las conferencias anuales en Sudáfrica

fueron perdurables en las iglesias de la región. Muchos de

los obreros que sobresalieron en las distintas iglesias y

misiones, recibieron su inspiración y entrenamiento

espiritual en estas reuniones.

Una de las características más sobresalientes de estas

reuniones fue el gran número de personas que participaron

en la experiencia específica de alcanzar la victoria y poder

sobre el pecado.

El mensaje de Murray siempre era sencillo: ―Venga a Jesús;

permanezca en él; trabaje a través de él‖. Repetidamente él

hacía énfasis en la palabrita central ―en‖. ―Las dos partes de

la promesa: ‗Permaneced en mí y yo en vosotros‘

encuentran su unión en esta palabrita tan significativa. No

hay palabra más profunda en todas las Escrituras‖ –

declaraba él.

Una noble vejez

A medida que Murray envejecía, su presencia causaba una

fuerte impresión en todos quienes le conocían: ―Como el

árbol que produce más frutos se dobla cada vez más y casi

se parte bajo el mismo peso, así entre más santo se volvía y

entre más famoso se hacía, más humilde parecía y más se

iluminaba su rostro con la gloria que estaba dentro de él.‖

Cierta vez su hija le preguntó: ―¿Qué haces ahí tan tranquilo,

tomando el sol, padre?‖. ―Estoy pidiéndole a Dios que me

muestre la necesidad de la iglesia y que me dé un mensaje

para suplir esa necesidad‖ – contestó él.

Un amigo escribió: ―Lo vi cinco meses antes de su muerte, y

su venerable rostro brillaba como las montañas de los Alpes,

que brillan con brillo del ocaso: tan radiante, tan benigno,

con una pureza que salía de su interior‖.

en su último cumpleaños se le preguntó si se sentía

desilusionado porque Dios había permitido que su cojera y

su sordera le impidieran llevar una vida más activa. ―Es una

decisión bondadosa de mi Padre –contestó tranquilamente–.

Dios me ha excluido de la vida de actividad incesante en que

yo me encontraba en los años anteriores, y me ha encerrado

en una mayor quietud, en la que puedo dedicarle más tiempo

a la meditación y a la oración. En la soledad y en el silencio,

el Señor me da mensajes preciosos que trato de transmitir a

los demás a través de mis escritos.‖

Su exhortación a los que le acompañaron en su último

cumpleaños –el número 88– fue: ―Hijos de Dios, dejen que

su Padre los conduzca. No piensen en lo que ustedes pueden

hacer, sino en lo que Dios puede hacer en ustedes y a través

de ustedes.‖

Un generoso legado

Por creer en lo que Dios puede hacer por medio de la

literatura, Andrew Murray escribió más de 250 libros e

innumerables artículos. Su obra tocó y toca a la Iglesia en el

mundo entero por medio de profundos escritos, entre los que

destacan ―El Espíritu de Cristo‖, ―El más Santo de todos‖,

―Con Cristo en la Escuela de la Oración‖, ―permaneced en

Cristo‖, ―Criando sus Hijos para Cristo‖ y ―Humildad‖. Sus

libros son considerados clásicos de la literatura cristiana. Sin

embargo, pese a escribir tantos libros, nunca quiso escribir

su autobiografía.

Murió el 18 de enero de 1917, tal como lo había anunciado:

en su cama y rodeado de sus hijos. Su esposa había muerto

doce años antes.

Page 128: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

La crisis espiritual de Johannes Tauler

Johannes Tauler nació en Strassburg, Alemania, cerca del

año 1290. Discípulo de Johannes Eckart, fue uno de los más

prominentes representantes del misticismo medieval alemán,

y uno de los mayores predicadores de su tiempo. Hizo

mucho para preparar el camino para Lutero y la Reforma.

Su don de la predicación era tan grande que ―toda la ciudad

pendía de sus labios‖. Usaba de un lenguaje sencillo, y traía

gran consuelo al corazón de sus oyentes con el mensaje del

evangelio, en días muy difíciles. Predicaba la necesidad de

arrepentimiento, el sacerdocio universal de los creyentes,

mostrando que Jesús mora en el corazón de todos los

creyentes.

Cierto día, Tauler quedó muy sorprendido cuando un

humilde suizo, perteneciente a la Sociedad de los ―Amigos

de Dios‖, llamado Nicolás de Basle, atravesó las montañas,

entró en su lugar de culto, y le dijo:

–¡El Dr. Tauler necesita morir! Antes de que pueda hacer su

mayor trabajo para Dios, para el mundo y para la ciudad, el

señor necesita morir para sí mismo, para sus dones, su

popularidad y hasta incluso su bondad, y cuando hubiere

aprendido el total significado de la cruz, tendrá un nuevo

poder ante Dios y los hombres.

Al principio él se sintió ofendido con esta intromisión, pero

por fin dejó su púlpito por algún tiempo, y se recogió para

meditar, orar y hacer un examen de su corazón. A medida

que la visión de volvió más clara, él vino a reconocer cuánto

de su ministerio había sido inspirado por el arraigado deseo

de impresionar, no simplemente por amor a Cristo, sino

procurando mantener y aumentar su propio prestigio.

Finalmente, acabó por dejar la ―gloria de la vida mortal‖ al

pie de la cruz, y resolvió tener un solo objetivo, sólo uno,

Jesucristo y éste crucificado. A partir de aquel momento su

predicación comenzó a ayudar a las personas como nunca lo

hiciera antes.

Cuando vinieron los reformadores, en siglos posteriores,

reconocieron en Tauler un predecesor suyo, como Wiclife y

Juan Huss. La obra de Lutero le debe mucho a este piadoso

místico alemán, y él mismo solía recomendar la lectura de

sus sermones a los jóvenes.

Johannes Tauler murió en 1361.

Page 129: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Era un sermón encarnado

Evan Hopkins nació en Inglaterra en 1837. Siendo muy

joven se graduó en una Universidad como Ingeniero de

Minas. A los 26 años, ayudado por un guardacostas, Evan

Hopkins fue salvo. Curiosamente, para el guardacostas,

Evan fue su primer convertido, pues él mismo se había

convertido ¡el día anterior!

Sintiendo un gran deseo de conocer más la Palabra de Dios,

Hopkins entró a la ―Escuela de Teología‖ del ―King‘s

College‖, en Londres. Al concluir sus estudios, fue ordenado

pastor de la ―Iglesia de Inglaterra‖.

Por la excelente preparación que recibió, tanto en la

Universidad como en la ―Escuela de Teología‖, Evan

Hopkins era un hombre muy educado y culto.

Procuraba trabajar diligentemente y el Señor pudo usarlo

mucho. Ayudó a innumerables hermanos. Por diez años,

Evan Hopkins realmente se dedicó al servicio de su Maestro.

Pero, después de todos esos años de tanto trabajo, él no se

sentía satisfecho. Por esos diez años él estaba con hambre y

deseaba algo que lo pudiese satisfacer. Evan Hopkins sentía

que no podía exponer tal situación a los otros hermanos,

pues todos le miraban con cierta confianza. Él, que

procuraba animar a los hermanos a seguir al Señor, se sentía

insatisfecho y con hambre.

Un encuentro especial con su Señor

Cierto día, en mayo de 1873, cuando tenía 36 años, Evan

Hopkins fue invitado a participar de una pequeña reunión.

Estaba ocurriendo en aquella época un gran mover del

Espíritu en Europa. El Señor estaba usando grandemente al

hermano Robert Pearsall Smith, un cuáquero americano, y

muchos hermanos eran llevados a ver al Señor de una nueva

forma, en pequeñas reuniones, conocidas como ―reuniones

de consagración‖. Al llegar al local donde se realizaría la

reunión, Evan Hopkins quedó sorprendido al ver que, junto

con él, había dieciséis invitados muy conocidos y famosos.

Él pensaba que era el único predicador que, a pesar de haber

sido usado por el Señor para ayudar a otros hermanos, se

sentía sin poder, hambriento e insatisfecho interiormente.

Smith predicaba que la santificación, lo mismo que la

justificación, se recibía por medio de la fe. Evan Hopkins

nunca pudo olvidar aquel día. Él lo llamó ―aquel día de

mayo‖. En aquella reunión él se encontró con su Booz. En

aquellos diez años anteriores él estuvo, diligentemente,

recogiendo en el campo, ayudando a otros a recoger, pero

aquel día sus ojos fueron abiertos y él oyó acerca del hecho

de ―Permaneced en mí‖.

Su esposa testificó más tarde diciendo: ―Yo me acuerdo bien

de su regreso a casa, profundamente tocado por lo que vio y

experimentó. Él me dijo que se sentía como alguien que

hubiera visto una tierra amplia y linda, donde fluye leche y

miel. Esta tierra debía ser poseída. Era de él. A medida que

la describía, percibí que había recibido una bendición

desbordante, mucho más de lo que yo conocía.‖

Más tarde, a través de un versículo, el Señor le dio una luz,

le abrió los ojos, y por el resto de su vida él no se separó

más de ese versículo. Está en 2ª Corintios 9:8: “Y poderoso

es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a

fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo

suficiente, abundéis para toda buena obra”. A través de esta

palabra ―toda‖ que aparece repetidamente en este versículo,

sus ojos fueron abiertos. Él comenzó, entonces, a ver toda la

suficiencia de Cristo. Por eso dice que vio la tierra que fluye

leche y miel, que debe ser poseída y que era de él.

Ahora él tenía la luz. Por toda la historia de la Iglesia esta

antorcha de luz ha pasado de mano en mano. Y el Señor lo

capacitó también para pasar esta luz a otros, para que ellos, a

su vez, también la pasen más adelante, para que sepamos

que debemos permanecer en Cristo. Evan Hopkins pudo

ayudar grandemente a otros hermanos. Él recibió la antorcha

de luz del Señor y la pasó a otros hermanos.

Durante algunos años, el Señor usó maravillosamente

aquellas pequeñas ―reuniones de consagración‖. Ahora,

pues, el Señor comenzó a hacer algo más.

El Señor hace algo en una escala mayor

En 1874, en el verano, hubo una conferencia de una semana

en Broadlands. Estaban allí cerca de 100 hermanos reunidos,

procedentes de diferentes localidades y circunstancias, pero

que, habiendo sido atraídos por el Señor, quisieron reunirse

durante esos días. Entre ellos había algunos teólogos que

habían ido con una mente muy crítica; pero, por haber sido,

de alguna forma, atraídos por el Señor, ellos acudieron.

Estos hermanos resolvieron hacer esta conferencia porque

ya se habían encontrado algunas veces, en diversos lugares,

en las ―reuniones de consagración‖, y tuvieron un gran

deseo de poder reunirse en una conferencia para compartir

sus experiencias. Aunque había muchas diferencias entre

ellos, el punto común que había era muy fuerte y vital, era

Cristo mismo. Cristo era su centro de atracción.

La experiencia fue tan buena que resolvieron tener otra

conferencia en el mes siguiente. Así fue cómo en agosto de

1874, en Oxford, tuvieron su segunda conferencia, pero esta

vez no de una semana, sino de 10 días. El Señor realizó una

gran obra allí. Evan Hopkins fue uno de los conferencistas, y

el Señor lo usó para entregar un mensaje que estaba en Su

corazón. El río de vida fluía del trono de la gracia.

Los hermanos allí presentes fueron profundamente tocados

por el Señor, y llevados a ver aquella misma luz que Evan

Hopkins había visto. Había allí muchos líderes famosos.

Uno de ellos fue especialmente ayudado cuando Evan

Hopkins habló sobre la historia del hombre noble cuyo hijo

estaban enfermo: ―En el camino de ida hacia Jesús aquel

hombre tenía fe, la fe que busca. Pero en el camino de vuelta

hacia su casa, él tenía la fe que descansa‖. Aquel hermano se

sintió en la misma situación de aquel hombre noble. Su fe en

el Señor era una fe que buscaba. Pero a través de aquella

palabra, él simplemente descansó en la Palabra de Jesús.

Dentro de dos meses hubo otras dos conferencias donde

también el Señor obró grandemente. Y en el año siguiente,

una vez más el Señor reunió a su pueblo. Desde el 29 de

mayo al 7 de junio, siete mil hermanos se reunieron.

Page 130: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Veintitrés naciones estuvieron allí representadas. Y

nuevamente el Señor visitó a su pueblo con su Palabra.

La próxima conferencia fue en julio, en una bella ciudad

inglesa llamada Keswick. Y a partir de esa época, cada año,

en el mes de julio, el Señor reunía allí a su pueblo y lo suplía

con su Palabra. Durante 39 años, Evan Hopkins siempre

estuvo presente en las conferencias en Keswick. No sólo

como conferencista, sino también como gran líder, casi

como un piloto que se quedaba en la parte posterior cuando

otros hermanos estaban al frente. Él estaba siempre

escondido, pero el Señor realmente lo usó, y de una forma

muy especial.

El gran tema de Keswick era, según Frances Ridley

Havergal: ―La santidad por medio de la fe en Jesús, no por

esfuerzo propio‖. Watchman Nee cierta vez dijo que el

púlpito de Keswick era, en aquella época, el más elevado

púlpito del mundo. Allí, durante esos 39 años, el Señor

suplió abundantemente a su pueblo con su Palabra.

Foulleton dice, respecto de Hopkins: ―La santidad que él

predicaba era más que una teoría, era su propia vida. Otros

eran apenas conferencistas, él era un líder. Evan Hopkins era

el poder detrás del trono. Él no sólo era el teólogo de

Keswick, sino que era también el guardián del púlpito. Por

un lado, estaba atento para descubrir nuevas voces que

pudiesen dar testimonio de la verdad. Por otro, procuraba

impedir la aceptación de cualquier persona para predicar que

no tuviese la experiencia personal de las cosas que

predicaba.‖

Alex Smellie, uno de sus biógrafos, escribió: ―Él era un

sermón encarnado. El brillo de la Patria mejor –donde

invertía sus días y noches– temblaba en su alma y se

articulaba en sus palabras; era un brillo no solamente

audible, sino visible‖. Él era llamado por las personas como

―el amado Evan Hopkins‖. F.B. Meyer dice respecto de él:

―nuestro hermano siempre nos da evidencias de claridad en

sus declaraciones, de precisión en las Escrituras, y nos da la

ilustración adecuada, que es la marca que caracteriza su

ministerio.‖ Por ejemplo, cierta vez él ilustró una verdad de

la siguiente forma. ―Tome una barra de fierro. Ella puede

decir: soy negra, fría y dura. Pero colóqueme en el fuego y

yo diré que soy roja, caliente y maleable. Apenas la barra

esté en el fuego y el fuego esté en la barra.‖ Esto ejemplifica

nuestra unión con Cristo. Como esta barra, así somos

nosotros –negros, fríos y duros– pero colocados en el fuego,

y el fuego en nosotros, entonces somos completamente

transformados.

Dificultades

Evan Hopkins también pasó por muchas dificultades. Entre

ellas, la acusación de que en Keswick ellos predicaban

herejías. Después de algunos años de conferencias en

Keswick, las personas comenzaron a usar los términos ―la

enseñanza de Keswick‖ y ―el movimiento de Keswick‖.

Evan Hopkins era considerado el teólogo de Keswick y fue

acusado de estar predicando ―la perfección sin pecado‖, por

el hecho de haber predicado no sólo la justificación por la fe,

sino también la santificación por la fe.

En 1884, Evan Hopkins, a los 47 años, escribió un libro muy

importante, para que las personas conociesen cuál era la

teología aplicada en Keswick. Más tarde este libro se

convirtió en un clásico. Se titula ―La ley de la libertad en la

vida espiritual‖. Por ese libro podemos ver cómo el Señor

confió un ministerio a Evan Hopkins que definitivamente

ayudó a muchos. A fin de aclarar todos los malentendidos,

Hopkins envió una copia a un hermano muy conocido en la

época, para que él mismo hiciese un comentario y lo

publicase en un determinado periódico. Este hermano leyó

el libro y halló que era muy importante. Pensó que debería

ser publicado y puesto en manos de los hermanos. Pero

sintió que él no era una persona debidamente calificada para

hacer un buen comentario, así que fue al diario y sugirió que

ellos enviasen el libro a H.C.G. Moule, obispo de Durham,

un famoso erudito de Cambridge.

Evan Hopkins y el Obispo Moule

H.C.G. Moule era un intelectual y leyó aquel libro

analizando cuidadosamente cada detalle. Él ya había oído

algo sobre la Conferencia de Keswick y, finalmente, escribió

cuatro artículos comentando el libro. Eran cuatro artículos

que contenían palabras contra aquel libro. Y como él era

muy erudito, y muy preciso, todos lo oyeron.

Evan Hopkins había escrito el libro para aclarar cuál era,

verdaderamente, la llamada ―enseñanza de Keswick‖, y

ahora tenía cuatro artículos publicados hablando contra el

libro, escritos por el obispo Moule.

Pero la vida de Evan Hopkins era el verdadero comentario

de aquello que él enseñaba. Él realmente descansaba en el

Señor. Él paró de hacer todo y descansó en el Señor. Y

cuando él paró, el Señor comenzó a moverse.

Apenas dos meses después de haberse publicado el cuarto

artículo, algo sucedió al obispo Moule. Más tarde él testificó

sobre aquel día que nunca pudo olvidar. Fue un día que

produjo un vuelco en su vida.

Él resolvió tomar unas vacaciones en casa de unos parientes

que vivían en Keswick. Estos eran muy ricos, poseían una

gran hacienda. Y era justamente en los graneros de su

hacienda que muchos creyentes se reunían para la gran

Conferencia de Keswick. Él fue invitado para ir a las

reuniones, pero no quiso aceptar. Él sabía que era famoso y

que todos le reconocerían.

Las personas veían su exterior: su erudición, su piedad, su

fama, pero solamente él sabía que en su interior algo estaba

fallando. Él reconocía que era muy brillante en la mente

pero no en el corazón. Sólo él sabía que, después de escribir

aquellas críticas sobre aquel libro, no se sentía feliz.

Pero el Señor, en su gran amor, le preparó esa ocasión

maravillosa. En el principio, él se rehusó a asistir, pero más

tarde él tuvo que aceptar. Entonces fue, con una mente muy

crítica, y pensando no volver más. En realidad, él quedó

bastante decepcionado con la reunión y decidió no ir otra

vez. Pero el Espíritu Santo estaba operando en él, y acabó

yendo de nuevo. Aquella noche dos hermanos hablaron. Uno

de ellos era un comerciante que habló sobre el libro de

Hageo, sobre ―comer y no quedar satisfecho‖. Más tarde el

obispo H. Moule testificó que aquella palabra fue como un

martillo golpeándole. Esa palabra penetró en él, y él sintió

una verdadera agonía interior. Aquel hermano explicó el

Page 131: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

pasaje bíblico diciendo que de muchas maneras el ―yo‖

religioso se entromete en las obras de Dios. El dedo de Dios

apuntó esto en la vida de aquel Su siervo y él clamó en su

interior: ―¿Qué debo hacer para ser libertado de mí

mismo?‖. Entonces Dios le dio un segundo mensaje. Y éste

fue dado por Evan Hopkins. La respuesta a la pregunta fue:

―No haga nada‖. Para el obispo H. Moule fue una gran

sorpresa. Pero Evan E. Hopkins, sin saber que había ese

clamor en el corazón de aquel hombre de Dios, continuó:

―No haga nada. Entréguese al Señor como un esclavo. Por

otro lado, confíe en Él para una poderosa victoria en su

interior‖.

Esta palabra realmente trajo una transformación en la vida

del obispo Moule. Antes de dejar aquel local de reunión él

hizo dos cosas delante del Señor. Primero, él se entregó al

Señor como un esclavo. Más tarde, en su ministerio, él

siempre hablaba de la historia de aquel esclavo. Él estaba

contando su propia experiencia. Y entonces él confió en el

Señor, con una nueva dirección, para que operase en él

transformándolo a su imagen, lo cual solamente Cristo

puede hacer.

No había más luchas en su interior, no había más

fingimiento. Él confió en el Señor y dejó que Él operase. Él

nunca pudo olvidar esta experiencia. Una enorme

transformación se operó en este erudito.

Al volver a Cambridge, él escribió un libro que también

llegó a ser un clásico cristiano: ―Pensamientos sobre la

santidad cristiana‖. Y escribió el quinto artículo sobre aquel

libro de Evan Hopkins. Él dijo: ―Yo conocí al autor. Sé que

él no está predicando la perfección sin pecado‖. Y testificó

cómo el mensaje de aquel querido hermano había

transformado su vida.

Desde aquel momento en adelante Evan Hopkins y el obispo

Moule se hicieron amigos. Y el obispo Moule se tornó

también uno de los hermanos que se levantaron en el púlpito

de Keswick para exponer la palabra.

Evan Hopkins no luchó, mas el Señor salió en su defensa. Y

entonces el Señor pudo usar grandemente al obispo

Moule.

Un pintor de buen humor

Evan Hopkins pintaba muy bien. Él gustaba de pintar con

acuarela y sus pinturas preferidas eran rostros y conejos. Él

pintaba muchos conejillos, con diversas poses, con

diferentes ropas y con corbatas.

Tenía un gran sentido del humor. Cierta vez estaba

hospedado en casa de unos hermanos, donde había una

joven que dudaba en consagrarse al Señor. Ella hallaba que

una persona espiritual era alguien que no podía sonreír, que

tenía que usar ropas de colores oscuros, y que no podía ser

atractiva. Pero al conocer a Evan Hopkins, ella quedó

profundamente impresionada. Cierta vez que él no estaba en

casa, ella tomó, del bolsillo de su chaleco, uno de los

guantes que estaba roto, y lo cosió, regresándolo luego al

bolsillo del chaleco. Él se fue, pero a los pocos días después

esta joven recibió una carta. En esta carta Evan Hopkins

había pintado dos guantes, uno al lado del otro. El primero

tenía una rotura y el otro estaba cosido. Debajo del primer

guante él escribió: ―Como yo estaba‖. Y debajo del segundo

guante: ―Como yo estoy. ¡Muchas gracias!‖. El Señor usó

esto para tocar a aquella joven y hacerle entender Su amor.

Permaneced en mí

Evan Hopkins tuvo tres hijos. Cuando eran todavía niños,

ocasionalmente, había malentendidos entre ellos. Un día él

llamó a su hijo mayor, Evan, entonces de seis años, a su sala

de estudio. Le quería enseñar la importante verdad: ―en

Cristo‖. Él deseaba que su hijo entendiese lo que significa

―permanecer en Cristo‖. Entonces colocó en sus manos una

tarjeta y un lápiz. Hizo un círculo, colocó el lápiz en el

centro y dijo al niño: ―¿Ves este lápiz? Yo quiero que te

mantengas en Cristo así como este lápiz está dentro del

círculo. Dentro del círculo tú vas a encontrar todo para ser

feliz, amable y obediente. Pero hay muchas pequeñas

puertas alrededor del círculo y cuando tú sales por alguna de

ellas tú te vuelves desordenado. No hay mal genio que

pueda manifestarse si tú te mantienes del lado de adentro.

Pero si tú sales por alguna puerta, tú te tornas desordenado‖.

Y entonces él mencionó al pequeño algunas de aquellas

puertas.

Un cierto día, sus hijos pelearon nuevamente. Él oyó al

mayor que estaba llorando. Entonces, fue donde él estaba y

le preguntó qué había sucedido. La respuesta entre lágrimas

fue: ―Papi, yo salí del círculo‖.

El niño estaba muy afligido, con miedo de no poder volver

al círculo. Entonces Evan Hopkins le preguntó: ―Evan, ¿por

cuál puerta saliste?‖. Él le respondió en seguida: ―Por

aquella puerta‖. Su padre le explicó: ―Si tú saliste por esa

puerta, tú debes volver por esa misma‖. Y los dos se

arrodillaron con aquella tarjeta en frente, él confesó su

pecado, y cuando se levantaron, su rostro estaba radiante.

Sabía que había entrado en el círculo nuevamente, y que

podía disfrutar de la presencia de Cristo.

Poseer la tierra

Como esos hermanos, nosotros debemos entrar en la

experiencia de Rut. Si queremos saber lo que es la unión con

Cristo, tenemos que permanecer en Cristo. La tierra que

mana leche y miel delante de nosotros debe ser poseída. Es

nuestra. Nosotros no sólo estamos en Cristo, sino que Cristo

también está en nosotros. Ahora podemos decir: ―Esto es

nuestro‖. Esta tierra no pertenece sólo a Booz. Por causa de

nuestra unión con Él, podemos decir: ―Es nuestra‖. Ella

fluye leche y miel y debe ser poseída.

―Permaneced en mí, y yo permaneceré en vosotros‖ (Juan

15:4)

Page 132: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El joven rico que dijo "Sí"

Nicolaus Ludwig von Zinzendorf nació en 1700 en una

familia rica y noble. Desde 1662 todos los hombres del clan

Zinzen-dorf portaban el título de ―conde‖, por lo cual

Nicolaus es conocido también como el Conde Zinzendorf.

La muerte de su padre y el nuevo matrimonio de su madre

hizo que quedara al cuidado de su abuela y de su tía, las

cuales lo criaron.

Un niño piadoso

El joven conde creció en una atmósfera impregnada por la

oración, la lectura bíblica y los cánticos. Con sinceridad

infantil, él escribía cartas de amor para Jesús y las lanzaba

desde la ventana de la torre del castillo, con la certeza de

que el Señor las recibiría y las leería. Cuando los soldados

suecos invadieron Sajonia, ellos entraron en el castillo e

irrumpieron en el cuarto donde el conde de 6 años se

encontraba en sus acostumbradas devociones. ¡Ellos

quedaron paralizados de temor y reverencia cuando oyeron

al pequeño orar!

Este incidente fue profético de la forma cómo el conde

habría de mover a otros con la profundidad de sus

experiencias espirituales.

La herencia de Zinzendorf, espiritualmente hablando, fue

aquella chispa de luteranismo influenciada por el ‗pietismo‘;

sin embargo, la historia lo conocería como un ‗moravo‘,

aunque a él no le agradaba ninguno de esos nombres, porque

amaba la unidad de todos los cristianos. Los pietistas

buscaban conocer a Cristo de una forma personal y reavivar

la iglesia por medio de pequeñas reuniones de estudio

bíblico y oración. Para ellos, andar con el Salvador

significaba estar separado del mundo, en obediencia a

Cristo, a su Palabra y amarlo de corazón.

De niño, le impresionaron fuertemente los sufrimientos de

Cristo. Él frecuentemente meditaba en las palabras de un

himno de Gerhardt: ―La cabeza tan llena de heridas / tan

llena de dolor y de desprecio / en medio de otros insultos

dolorosos / escarnecido fue con una corona de espinas‖. Sin

embargo, esta inclinación piadosa era férreamente

contrastada por su educación secular. No le era permitido al

joven ―Lutz‖ –como le llamaban– que ―olvidase que él era

un conde‖. Él era entrenado y enseñado para el futuro

servicio en la corte.

Un joven aventajado

A la edad de diez años fue enviado a estudiar a Halle, donde

recibió la inspiradora enseñanza del pietista luterano August

H. Francke. Allí Zinzendorf se reunió con otros jóvenes

devotos, y de su asociación surgió la «Orden del Grano de

Mostaza», una hermandad cristiana dedicada a amar a «toda

la familia humana» y a la propagación del evangelio.

Usaban como emblema un pequeño distintivo, con las

palabras ―Ecce Homo‖ (―He aquí el hombre‖), y el lema:

―Sus llagas son nuestra salud‖. Cada miembro de la orden

usaba un anillo dorado con la inscripción: ―Ningún hombre

vive para sí‖. Con frecuencia, durante las comidas en casa

de Francke compartían edificantes narraciones de regiones

distantes, testimonios de predicadores y de prisioneros por la

fe. Todo esto aumentó su celo por la causa del Señor de una

manera poderosa.

De Halle, Zinzendorf fue a Wittenberg a estudiar Derecho

como preparación para la carrera de estadística, única

vocación aceptable para un noble. Allí, Zinzendorf demostró

ser un alumno aventajado. A los 15 años podía leer a los

clásicos y el Nuevo Testamento en griego; y poseía fluidez

en el latín y el francés. Mostró, además, un claro talento

poético. Sin embargo, él no estaba contento con lo que le

deparaba el futuro. Anhelaba entrar al ministerio cristiano,

pero el rompimiento de la tradición familiar parecía

imposible. La cuestión lo abrumó hasta 1719, cuando un

incidente cambió el curso de su vida.

¿Qué haces tú por mí?

Ocurrió durante una gira por Europa después de terminar sus

estudios. En una galería de arte, vio una pintura (el ―Ecce

Homo‖ de Domenico Feti) que mostraba a Cristo sufriendo

el dolor producido por la corona de espinas, y una

inscripción que decía: «Yo hice todo esto por ti, ¿qué haces

tú por mí?». Desde ese instante, Zinzendorf supo que nunca

podría ser feliz viviendo al estilo de la nobleza. A pesar del

precio que tendría que pagar, buscaría una vida de servicio

al Salvador que había sufrido tanto por salvarlo.

Cuando regresó a casa, al término de su viaje que lo llevó a

renovar su consagración, hizo una visita a su tía, la Condesa

de Castell y su hija, Teodora. Durante su estada cayó

enfermo con fiebre, viéndose obligado a permanecer con

ellas más tiempo de lo presupuestado. A los pocos días

descubrió que estaba enamorado de su joven prima. Ella,

todavía un poco fría, le regaló su retrato. El Conde aceptó el

regalo con alegría, como una promesa inicial de amor. Poco

días después, en un encuentro fortuito con su amigo el

Conde Reuss, se percató de que su amigo deseaba casarse

con Teodora. Cada uno expresó su deseo de desistir en favor

del otro y, no estando en condiciones de resolver el asunto,

los dos jóvenes estuvieron de acuerdo en ver lo que la propia

Teodora diría.

Zinzendorf contaría más tarde cuáles eran sus verdaderos

sentimientos en ese momento: ―Aunque me costase mi

propia vida el tener que renunciar a ella, si esto era más

aceptable a mi Salvador, yo debía sacrificar lo que me era

más querido en el mundo‖. Los dos amigos llegaron a

Castell, y Zinzendorf se dio cuenta de que Teodora amaba a

su amigo. Los esponsales fueron sellados inmediatamente en

una ceremonia cristiana. El joven conde compuso una

cantata para la ocasión, que fue presentada ante toda la casa

Castell. Al término del festivo espectáculo, el joven

compositor ofreció a favor de la pareja una oración tan

tierna que todos fueron movidos a las lágrimas.

Después de estudiar en el Nuevo y el Antiguo Testamento lo

que el Señor habla sobre el matrimonio, y seguido de mucha

oración y consultas con sus amigos, el conde decidió casarse

―escogiendo sólo un cónyuge que compartiera sus ideales‖.

Encontró esa persona en la condesa Erdmuth von Reuss, con

quien se casó en septiembre de 1722. Con ella formó un

hogar aún más dedicado y piadoso que el suyo propio. La

mira del conde era servir a Cristo, y su esposa lo apoyaría en

ese objetivo. Erdmuth llegó a ser la ―Madre adoptiva de los

Hermanos‖.

Page 133: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Nace Herrnhut

Ese mismo año, Zinzendorf se inició en el oficio de

Consejero real en Dresden. En las tardes de domingo, dirigía

estudios bíblicos, y oraba para que la villa en que vivía se

transformara en una real comunidad cristiana, sin saber

cómo Dios respondería a este deseo. La oportunidad de

participar en un servicio cristiano de importancia se le

presentó cuando un grupo de moravos buscó protección en

su propiedad en Berthelsdorf, que después se llamó

Herrnhut (―el cuidado del Señor‖). La invitación de

Zinzendorf a estos refugiados a establecerse en sus

propiedades, a pesar de la oposición de otros miembros de

su familia, fue un punto decisivo en el desarrollo del

movimiento moravo. Herrnhut creció rápidamente al tenerse

noticias de la generosidad del Conde. Los refugiados

siguieron llegando, y pronto la propiedad se convirtió en una

creciente comunidad.

Además de los moravos, comenzaron a llegar luteranos,

calvinistas, hermanos bohemios, ‗schwenkfelders‘ y

desertores diversos de iglesias establecidas. Al crecer la

población, también aumentaron los problemas. Los

diferentes fundamentos doctrinales de los residentes crearon

discordias y, en más de una ocasión, se puso en peligro la

propia existencia de Herrnhut. Zinzendorf fue muy paciente

y pacificador. Escuchaba a todos lo que tuvieran que decir,

intentando comprender su punto de vista, hasta el máximo

que podía sin contradecir la verdad. Evitó todo lo que

significara una naturaleza violenta. Cuando Zinzendorf se

hallaba en Herrnhut todo parecía estar bien, pero apenas

salía de sus contornos, los problemas resurgían.

Un pacto de unidad

Un día, el 12 de mayo de 1727, decidido a hacer algo que

marcara una solución definitiva, Zinzendorf convocó a todos

los hermanos y les habló durante tres horas acerca de la

impiedad de la división. Ese día, los hermanos hicieron un

pacto con él en la presencia de Dios. Los hermanos, uno tras

otro, estuvieron de acuerdo y se comprometieron a

pertenecer solamente al Salvador. Se avergonzaron de sus

desacuerdos religiosos y unánimemente estuvieron

dispuestos a enterrar para siempre sus diferencias. Ellos

renunciaron a amarse a sí mismos, a su propia voluntad, a su

desobediencia y pensamientos libres. Desearon ser pobres en

espíritu y ser enseñados por el Espíritu Santo en todas las

cosas.

Acto seguido el Conde estableció algunas responsabilidades

personales y entregó algunas reglas para orientar la relación

mutua. Así fue cómo, cinco años después de la llegada de

los primeros refugiados, todo el ambiente cambió. Comenzó

un período de renovación espiritual que llegó a su clímax en

un servicio de comunión el 13 de agosto de ese año con un

gran avivamiento que, según los participantes, señaló la

venida del Espíritu Santo a Herrnhut. Esta gran noche de

avivamiento produjo un nuevo entusiasmo por las misiones,

que fueron la principal característica de este movimiento.

Las pequeñas diferencias doctrinales ya no constituyeron

causa de discusión. Al contrario, había un fuerte espíritu de

unidad y una elevada dependencia de Dios. Se realizaban

tres reuniones al día, la primera de ellas a las 4 de la

mañana, para orar, adorar y leer la Biblia. Por ese tiempo se

comenzó una vigilia de oración que continuó veinticuatro

horas al día, 7 días a la semana, sin interrupción, durante

más de cien años.

Un visitante ilustre

El predicador inglés Juan Wesley conoció a los moravos en

una travesía en barco por el Atlántico. Él era un joven

piadoso, pero aún no conocía su salvación. En medio de una

tempestad en el mar, mientras todos los pasajeros estaban

espantados, un grupo de moravos permanecían

perfectamente tranquilos. Concluida la tormenta Wesley se

acercó y le preguntó a uno de ellos: ―Vuestras mujeres y

vuestros niños, ¿no tenían miedo?‖. ―No, señor, nuestras

mujeres y nuestros niños no temen la muerte‖, fue la simple

respuesta. Wesley comprendió que aún no tenía una fe tan

grande como la de ellos.

Más tarde, Wesley viajó a Alemania para conocerlos más de

cerca. Allí tuvo oportunidad de admirar la pureza de sus

costumbres. ―Estaban siempre ocupados –dice–, siempre

gozosos y de buen humor en sus tratos unos con otros: no se

dejaban dominar nunca por la cólera; evitaban todo motivo

de querella, toda clase de acritud y las malas palabras;

dondequiera que se encontrasen, andaban siempre de una

manera digna de la vocación cristiana.‖

En Marienborn, cerca de Francfurt se encontró con

Zinzendorf, a quien deseaba conocer. Sus conversaciones

con él le fueron sumamente útiles y placenteras. ―He

encontrado lo que buscaba –escribió después–: pruebas

vivas del poder de la fe, individuos librados del pecado

interior y exterior por el amor de Dios derramado en sus

corazones, y libres de dudas y temores por el testimonio

interior del Espíritu Santo.‖

En Herrnhut quedó maravillado por lo que vio: ―Me

encuentro en el seno de una iglesia cuya ciudadanía está en

el cielo; que posee el Espíritu que estaba en Cristo y que

anda como él anduvo.‖ Quedó impresionado con la solemne

sencillez de sus cultos, que contrastaban con el ceremonial

de la iglesia anglicana de aquellos días. ―La gran sencillez y

solemnidad de aquella escena me remontaron 17 siglos atrás

a una de aquellas asambleas presididas por Pablo o por

Pedro‖ – escribió Wesley. ―Bien hubiera querido pasar aquí

toda mi vida, pero el Maestro me llamaba a otras parte de su

viña, y tuve que abandonar este lugar dichoso. ¡Ah!,

¿cuándo este cristianismo cubrirá la tierra, como las ―aguas

cubren el mar‖?

El auge de las misiones

La participación directa de Zinzendorf en las misiones en el

extranjero no ocurrió sino hasta unos años después del gran

avivamiento espiritual en Herrnhut. En 1731, mientras

asistía a la corona-ción del rey danés Christian VI, le

presentaron a dos personas de Groenlandia y a un esclavo

negro de las Indias Occidentales. Quedó tan impresio-nado

con su solicitud de misioneros que invitó al esclavo a visitar

Herrnhut, y él mismo volvió a casa con un sentido de

urgencia por empezar inmediatamente la obra misionera.

Antes de un año se enviaron los primeros dos misioneros

moravos a las Islas Vírgenes, y en las dos décadas siguientes

enviaron más misioneros que los enviados en conjunto por

todos los protestantes durante los dos siglos anteriores.

Page 134: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Aunque a Zinzendorf se le conoce principalmente como

iniciador y motivador de misiones, también participó

personalmente en ellas. En 1738, unos años después que los

primeros misioneros habían ido al Caribe, Zinzendorf

acompañó a tres nuevos misioneros que habían recibido la

comisión de unirse a sus colegas allí. A su llegada, vieron

con tristeza que sus colegas estaban en la cárcel; pero

Zinzendorf, sin pérdida de tiempo, usó su prestigio y

autoridad de noble para obtener su libertad. Durante su visita

celebró servicios religiosos diarios para los caribeños, y

dispuso la organización y las asignaciones territoriales de los

misioneros. Cuando vio que la obra misionera estaba firme,

regresó a Europa. Después de dos años, zarpó de nuevo, esta

vez hacia las colonias norteamericanas. Allí trabajó, hombro

a hombro con los hermanos que laboraban entre los

indígenas.

Aunque Zinzendorf había renunciado a su vida de noble, no

le era fácil asumir el rango de misionero. Por naturaleza, no

le gustaba la vida de campo ni sobrellevaba fácilmente las

molestias de la obra cotidiana. Pero el que lo hiciera con

toda pasión demostraba su victoria sobre sí mismo, y el

profundo amor por su Señor, a quien procuraba seguir en

todo.

Como administrador de la misión, Zinzendorf pasó treinta y

tres años supervisando misioneros en todo el mundo. Sus

métodos eran sencillos y prácticos. Todos sus misioneros

eran laicos preparados, no en Teología sino en evangelismo

personal. Como laicos que se sostenían a sí mismos, se

esperaba que ellos trabajaran lado a lado con sus posibles

conversos, dando testimonio de su fe por la palabra hablada

y por el ejemplo vivo. Se debían mostrar como iguales, no

como superiores a ellos. Su mensaje era el amor de Cristo,

sin considerar las verdades doctrinales hasta después de la

conversión; y aun entonces, la comunión devota con el

Señor tenía más importancia que la enseñanza teológica.

Por el año 1742, más de 70 misioneros moravos, de una

comunidad de no más de 600 habitantes, habían respondido

al llamado para ir a Groelandia, Surinam, África del Sur,

Algeria, América del Norte, y otras tierras, llevando el

evangelio.

Dificultades y pruebas

Cuando más ardía el fuego misionero en Herrnhut,

Zinzendorf sufría más oposiciones. En 1736 fue expulsado

de Sajonia. Salió, entonces, con su familia y algunos

hermanos, y fueron hasta las inmediaciones de Frankfurt,

donde se estableció en un antiguo castillo llamado

Ronneburg. Una década después, una nueva colonización se

estableció allí, Herrnhaag, que superaba a Herrnhut en

tamaño.

Pero en Ronneburg la condesa sintió que la estadía allí había

sido turbulenta desde el inicio. Cierta vez que Zinzendorf

estaba fuera, en uno de sus perpetuos viajes, su hijo de 3

años de edad, Christian Ludwig, enfermó. No habiendo allí

ninguna ayuda médica, falleció. Zinzendorf y Erdmuth

tuvieron 12 hijos, de los cuales sólo 4 alcanzaron la

madurez.

Durante su exilio, y por cuestión de necesidad, Zinzendorf

formó un ―comité ejecutivo‖ itinerante, el cual se hizo

conocido como la ―Congregación Peregrina‖. Este comité

sirvió para dirigir la obra de la iglesia de misión foránea y el

ministerio para sociedades de la diáspora. La Congregación

Peregrina seguía el régimen de Herrnhut en relación a las

oraciones y la disciplina, pero era movible. Los años de

exilio encontraron al grupo en Wetteravia, Inglaterra,

Holanda, Berlín y Suiza. De Hernnhaag, sólo en 1747, 200

hermanos saldrían como misioneros.

En 1755, su hijo Christian Renatus, de 24 años de edad,

murió en Londres y el año siguiente la condesa Erdmuth

falleció en Herrnhut. El remordimiento y el sentimiento de

culpa acometieron al conde después de la muerte de su

esposa, por haberle dado cada vez menos atención en las dos

últimas décadas.

Un año después de la muerte de la condesa, él se casó con

Anna Nitschmann y renunció a su posición en el Estado

como cabeza de su noble familia. Abdicó a favor de su

sobrino Ludwig, pues estaba cada vez menos inclinado a las

honras del mundo.

Al año 1760 se registraban 28 años de misiones

maravillosas. Cerca de 226 misioneros habían sido enviados.

Como un gran visionario y un peregrino incansable,

Zinzendorf vivió sus últimos años en Herrnuht.

Legado de Zinzendorf

Zinzendorf tenía una relación muy cercana con el Señor. Él

vivió día tras día en una comunión viva con Cristo, como

con un amigo cercano. Investigó en las Escrituras todos los

pasajes que hablan de la comunión amistosa y amable de

Dios con el hombre, para exhortar a los hermanos a

mantener una relación confidencial con su Salvador. ―Nada

debe ser tan valorado como la conciencia de que él siempre

está cerca, que pueden decirle todo‖. Los hermanos debían

considerarle y escucharle sobre todas las cosas, porque él es

el amigo más querido y más fiel. Él debía ser su primer

pensamiento cuando se despertaran por la mañana, y debían

pasar el día entero en su presencia; traer todas las quejas

ante él, esperar toda la ayuda de él, concluir sus trabajos con

él y retirarse en su presencia para descansar.

Zinzendorf vivió en la expectativa constante de la venida del

Señor. Él dijo: ―La esperanza de que el Salvador pronto

vendrá, y nos recibirá en su descanso, es un pensamiento

noble, dichoso, sensible y cautivador.‖

Zinzendorf tuvo una fuerte convicción de la unidad de todos

los cristianos. Vio que la unidad es un asunto de la vida

divina compartida por todos los creyentes. Alentó la

comunión con todos los cristianos, incluso con aquellos que

tienen una posición no bíblica por ignorancia.

Consecuentemente, Zinzendorf prefería el término

―hermanos‖ para llamarse unos a otros, por ser simple y

bíblico, en tanto que rechazaba los epítetos de ‗bohemio‘ o

‗moravo‘, porque promovían el sectarismo.

Zinzendorf decía que la Iglesia es la congregación de Dios

en el Espíritu en el mundo entero, que constituye el cuerpo

espiritual cuya Cabeza es Cristo. Comprendió que la iglesia

en general había sido degradada al hacerla parte del mundo

y unirla con la estructura política. Sin embargo, sabía que

algunos creyentes genuinos todavía podrían ser encontrados

dentro de las denominaciones. Para explicar esta situación

Page 135: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

confusa, Zinzendorf sostuvo la enseñanza de la ‗ecclesiola‘,

la ―iglesia dentro de la iglesia‖, compuesta por fieles que

seguían al Señor. Él veía a los hermanos moravos

juntándose como una ‗ecclesiola‘; sin embargo, él nunca

abandonó el luteranismo.

Los hermanos de Herrnuht practicaban una intensa vida de

iglesia, hecho que era facilitado por la diaria convivencia.

Tenían diversos tipos de reuniones para atender las

diferentes necesidades de la comunidad: de oración, para la

palabra, para la alabanza, de niños, para visitantes, de

hermanos, de hermanas, etc. Se preocupaban de los

enfermos, de las viudas y de los huérfanos. En su vida de

iglesia, ellos experimentaron la vida del cielo sobre la tierra.

Mil veces le oí

Respecto de Zinzendorf, se ha escrito: ―Hasta el día de su

muerte, Cristo su Salvador fue para él el todo en todos. Él

vivió sólo para su gloria y mantuvo con él una comunión

ininterrumpida de fe y amor. Posesiones terrenas, honras y

fama eran para él como nada en comparación con Cristo‖. Él

decía de su Señor: ―Yo tengo sólo una pasión; y ésta es Él,

solamente Él‖. ―Mil veces yo lo oí hablar en mi corazón y le

vi con los ojos de la fe‖.―De todas las cualidades de Cristo la

mayor es su nobleza; y de todas las ideas dignas en el

mundo, la más noble es la idea de que el Creador debería

morir por sus hijos. Si el Señor fuese abandonado por el

mundo entero, yo todavía me apegaría a él y le amaría.‖

Herder, el poeta alemán, escribió de él: ―Fue un

conquistador en el mundo espiritual‖. John Albertini, el

elocuente predicador, describe la nota clave en la vida de

Zinzendorf: ―Fue el amor a Cristo que ardió en el corazón

del niño, el mismo amor que ardió en el joven, el mismo

amor que lo hizo vibrar en la adultez, el mismo amor que

inspiró cada una de sus obras.‖

Un día antes de su muerte, Zinzendorf estaba muy

debilitado. Apenas en un susurro, le dijo al obispo

Nitschmann, que estaba al lado de su lecho: ―¿Usted suponía

en el inicio que el Salvador iría a hacer tanto, como ahora

nosotros vemos realmente entre los hijos de Dios de otras

denominaciones, y entre los incrédulos? Yo sólo le pedí

algunas de las primicias de nuestros días, mas ahora hay

millares de ellas. Nitschman, ¡qué formidable caravana de

nuestra iglesia ya está en dirección al Cordero!‖

Zinzendorf ha sido identificado por algunos como alguien

genuinamente cristocéntrico; por otros como un líder

espiritual que dio forma al curso del cristianismo en el siglo

XVIII, y todavía por otros como el gobernante joven y rico

que se encontró con Jesús y le dijo fervorosamente ―Sí‖.

Page 136: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Pregonero de Cristo

Al leer los escritos de T.Austin-Sparks, hay una cosa que se

hace clara, y es la poca atención que se da a sí mismo o a su

vida. En lugar de esto, toda la atención es dada a Cristo.

Nuestra atención es desviada continuamente del mensajero

hacia Él, que es el Mensaje. No obstante, para aquellos a

quienes les interesa la vida del mensajero y el trabajo de

Dios en él, he aquí un breve resumen.

Theodore Austin-Sparks nació en Londres en 1889, y fue

educado en Escocia. Su madre amaba al Señor, y dio a su

hijo un gran ejemplo de piedad.

Su vida cristiana comenzó en 1906, cuando él tenía 17 años.

Caminaba abatido por una calle de Glasgow un domingo por

la tarde, cuando se detuvo a escuchar a algunos jóvenes

cristianos que testificaban al aire libre. Aquella noche él

confió su vida al Salvador, y el domingo siguiente se

encontró él mismo dando unas palabras de testimonio con

los jóvenes en esa reunión al aire libre. Fue el comienzo de

una vida de predicación del Evangelio que duró sesenta y

cinco años.

En ese tiempo, el pueblo evangélico estaba todavía bajo la

fuerte influencia del avivamiento que hubo en Gales en

1904-1905, que ahora se manifestaba en una búsqueda de

una experiencia más profunda con el Señor Jesucristo. Fue

en este contexto espiritual que el joven T. Austin-Sparks dio

sus primeros pasos como cristiano. Él siempre leía mucho,

en su deseo de tener algún entendimiento espiritual, y por

sobre todo, estudiaba su Biblia, siempre buscando

ardientemente los tesoros nuevos y viejos que en ella pueden

ser hallados.

En aquellos días, uno de los mayores predicadores de

Inglaterra, G. Campbell Morgan, deseando ayudar a un

grupo de jóvenes en el estudio de la Palabra, comenzó a

tener reuniones con ellos todos los viernes. Por 52 semanas,

Campbell Morgan se reunió con ellos y los preparó para el

servicio cristiano. Entre sus alumnos más aventajados estaba

T. Austin-Sparks. Por esa razón, él pasó a ser muy requerido

como expositor en conferencias. Su enseñanza bíblica era

bien original en la época, especialmente en relación a los

esbozos de los libros de la Biblia, o a los esbozos de la

Biblia como un todo.

El cielo abierto

Entre 1912 y 1926 fue pastor de tres iglesias evangélicas en

Londres. Por largo tiempo, buscó la comunión con otros

pastores, como George Patterson y George Taylor, con

quienes oraba todos los martes al mediodía. Cierta vez,

mientras ministraba en una iglesia bautista, él vio venir una

tremenda transformación sobre toda la congregación. Uno

tras otro, los conocidos fueron siendo salvados. Pero Austin-

Sparks, pese a ser un joven bastante conocido y tener mucho

futuro, sentía una tremenda pobreza en su vida. Él sentía que

estaba predicando cosas que, en realidad, no eran su

experiencia. Él no tenía dudas de que había nacido de nuevo,

de que Dios lo había salvado, de que había sido justificado,

de que el Espíritu Santo era realmente el Espíritu de Dios, de

que Cristo era el Ungido, pero él sentía que estaba

predicando cosas que él mismo no experimentaba. Sentía

que profetizaba mucho pero que poseía muy poco. Por

naturaleza, él era alguien que se entregaba completamente a

lo que creía, nunca se contentaba con una posición

intermedia. Gradualmente una tremenda tensión comenzó a

crecer dentro de él. Comenzó a sentirse un fracaso.

Entonces, cierto día, él le dijo a su esposa: ―Voy a mi

estudio. No quiero que nadie me interrumpa. No importa lo

que suceda, yo no saldré del cuarto hasta que tenga decidido

qué camino voy a tomar‖. Él sentía inmensamente la

necesidad de que el Señor lo encontrase de una forma nueva,

o no podría continuar su ministerio. Había llegado al final de

sí mismo. Encerrado en aquel cuarto pasó la mayor parte del

día, quieto delante del Señor.

En un momento, comenzó a leer la epístola a los Romanos,

pero nada sucedía. Él la conocía muy bien, pues la había

enseñado muchas veces. Nada de nuevo le mostraba ahora,

hasta que llegó al capítulo 6. Él mismo diría después: ―Fue

como si el cielo se hubiese abierto, y la luz brilló en mi

corazón‖. Por primera vez él comprendió que había sido

crucificado con Cristo y que el Espíritu Santo estaba en él y

sobre él para reproducir la naturaleza de Cristo. Eso

revolucionó completamente su vida. Cuando salió de aquel

cuarto, él era un hombre transformado. Ahora realmente

comenzó a predicar a Cristo, a magnificar al Señor Jesús.

Luego comenzó a enseñar lo que llamaba ―el camino de la

cruz‖, dando gran énfasis a la necesidad de la operación

subjetiva de la cruz en la vida del creyente. Él predicaba un

evangelio de una plena salvación a través de la sola fe en el

sacrificio de Cristo, y enfatizaba que el hombre que conoce

la purificación por la sangre de Jesús debe también permitir

que la misma cruz opere en las profundidades de su alma

para libertarlo de sí mismo, y llevarlo a un caminar más

espiritual con Dios. Él mismo había pasado por una crisis y

aceptó el veredicto de la cruz sobre su vieja naturaleza,

percibiendo que esa crisis fue el comienzo para disfrutar

completamente la nueva vida de Cristo, experiencia tan

grandiosa, que él la describía como un ―cielo abierto‖.

Rechazamiento

Sparks recibió gran ayuda espiritual de la Sra. Jessie Penn-

Lewis, a quien el Señor le diera un claro entendimiento

sobre la necesidad de la operación interior de la cruz en la

vida del creyente. Gracias a ella, Sparks se libró también de

un prejuicio anterior que tenía contra cualquier cosa que

estuviera relacionada con una ―vida más profunda‖. Sparks

se tornó un predicador y maestro muy querido y popular en

medio del llamado ―movimiento Vencedor‖.

Sparks veía que no hay otro camino para experimentar

plenamente la voluntad de Dios, a no ser a través de la unión

con Cristo en Su muerte. Siempre volviendo a la enseñanza

de Romanos 6, era convencido de que tal unión es el medio

seguro para conocer el poder de la resurrección de Cristo.

Sin embargo, la experiencia que Sparks tenía, en vez de

abrirle las puertas para todos los púlpitos, le cerró la

mayoría de ellas. Los líderes le temían, pues hallaban que

algo extraño le había sucedido, algo peligroso, algo errado.

Y así comenzaron a oponérsele.

Hubo un momento en que él se quedó en la calle, sin casa

donde morar con su esposa e hijos. Pero el Señor luego le

Page 137: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

proveyó una morada en la calle Honor Oak. Una señora que

servía al Señor como misionera en la India y había sido

grandemente ayudada a través de su ministerio, oyó decir de

una gran escuela en la calle Honor Oak que estaba a la

venta. Entonces compró la propiedad y la dio a la iglesia. El

local de esa escuela vino a ser un local de comunión

cristiana, sede de la ―Christian Fellowship Center‖ (Centro

de Comunión Cristiana), y de las Conferencias ―Honor

Oak‖. Allí se realizaban estas conferencias tres o cuatro

veces al año, a las cuales venían personas de todas partes.

“Honor Oak”

Desde allí, y por un período de cuarenta y cinco años,

Austin-Sparks ejerció una amplia y profunda influencia

entre los cristianos de todas las confesiones y de diversos

países. Muchos llegaban a la calle ―Honor Oak‖ para

escucharlo, y para invitarlo, a su vez, a dictar conferencias

en muchos lugares.

Austin-Sparks se mantuvo en estrecho contacto con otros

obreros cristianos como Bakht Singh, de la India y

Watchman Nee, de China. Con este último tuvo una

verdadera amistad, que se vio reforzada durante el año de

estadía de éste en Londres, en 1938. Algún tiempo antes,

Nee había leído algunos escritos suyos y había sido

grandemente ayudado por ellos. Algunos creen que Nee

consideraba a Sparks como su mentor espiritual. Sparks, a la

sazón de 49 años, se sentía muy a gusto con ese joven

creyente chino –de sólo 35– tan aventajado en el

conocimiento de las Escrituras.

Poco después, sin embargo, comenzó la 2ª Guerra Mundial y

aquellas conferencias cesaron, pues el mundo todo estaba en

turbulencia. Aun así, al terminar la Guerra hubo un período

maravilloso en la historia de aquella obra y ministerio. De

1946 hasta 1950 hubo conferencias llenas de la presencia del

Señor.

Sufrimientos

Por diversas razones, muchos sufrimientos vinieron a la vida

de T. Austin-Sparks. A pesar de aparentar estar muy bien, el

hermano Spaks sufría mucho por causa de su precaria

condición de salud, con dolorosas úlceras gástricas,

causadas tal vez por el hecho de ser tan reservado e

introvertido. Frecuentemente él se postraba por el dolor y

quedaba incapacitado de continuar la obra. Con todo, una y

otra vez él se levantaba, algunas veces muy debilitado por la

enfermedad, y el Señor lo usaba poderosamente. Algunas de

las mejores conferencias fueron exactamente en épocas en

que él pasaba por muchos dolores. Por eso, generalmente él

hablaba sentado. El medio que Dios usó para darle alivio fue

a través de una cirugía en el estómago, lo que le trajo gran

mejoría física, y más de veinte años de una vida activa por el

Señor en muchos lugares.

Por varias razones, muchos otros sufrimientos vinieron a su

vida. Él creía que, si por un lado la cruz envuelve

sufrimiento, por otro lado, ella es también el secreto de la

gracia abundante. Por ella el creyente es llevado a un

disfrute más amplio de la vida de resurrección, y también a

una verdadera integración en la comunión de la Iglesia, que

es el Cuerpo de Cristo. Él reconocía la gran ayuda que

significaba para él la oración de los hermanos, y ellos, a su

vez, reconocían el impacto espiritual que tales sufrimientos

producían en ellos.

La oposición que enfrentaba Sparks era increíble. Libros y

panfletos se escribían contra él; predicadores predicaban

contra él, lo que le daba fama de ser un falso maestro, lleno

de ardides. Este aislamiento total en que lo colocaban era, de

todas maneras, la prueba más dura que él soportaba. Todos

los años él asistía a la Convención de Keswick. Allí, tras la

plataforma estaba escrito: ―Todos somos uno en Cristo‖; sin

embargo, solía ser ignorado por aquellos que alguna vez

habían servido a su lado. No le dirigían ni una sola palabra,

y le volvían la espalda. Eso era para él mucho más difícil de

ser soportado que todos los otros problemas.

Algunas dificultades con el local de comunión ―Honor Oak‖

hicieron que las conferencias allí cesaran. Él mismo, no

obstante, continuó con los hermanos, guardando intactos los

lazos de la comunión, mostrando un interés lleno de amor

para con la nueva generación, siempre compartiendo con

ellos sobre adoración y oración. De hecho, la oración

caracterizaba su vida aún más que la predicación.

Sin „copyright‟

Uno de los principales instrumentos de su ministerio, fue la

revista bimestral ―A Witness and A Testimony‖ (Un testigo

y un testimonio) –―este pequeño periódico‖ como le llamaba

él –, en que publicó muchas de sus enseñanzas, junto con las

de otros obreros, como los ya citados, y F.B. Meyer, A.W.

Tozer, Andrew Murray, De Vern Fromke, Jessie Penn-

Lewis, G.H. Lang y Stephen Kaung, para citar los más

conocidos. Muchos de los artículos de esta revista jamás se

han vuelto a publicar. El clamor que presentan sus mensajes

una y otra vez es que los creyentes crezcan en el

conocimiento pleno de Cristo, conocerlo a Él como el único,

el todo en todo, la Cabeza de todo. Desde el principio de la

publicación de ―A Witness and A Testimony‖ él rechazó

adscribirse a algún movimiento, organización o misión, o a

un cuerpo aislado de cristianos, porque consideraba que su

ministerio estaba dirigido a ―todos los santos‖. Él nunca

pudo pensar en cristianos aislados, ni en asambleas de

grupos aislados, sino que intentó mantener siempre ante él el

propósito divino de la redención, que es la incorporación de

todos los creyentes como miembros vivos de un cuerpo.

T. Austin-Sparks escribió alrededor de un centenar de libros,

y compartió muchos mensajes que aún se hallan grabados en

cintas, pero, por deseo expreso suyo, nada de ese material

tiene ‗copyright‘ o derechos de autor, porque consideraba

que lo que le había sido dado por el Espíritu de Dios debía

ser compartido libremente con todo el Cuerpo de Cristo.

Algunos énfasis de su ministerio

Sparks siempre utilizaba algunas frases que, en la época,

prácticamente no eran oídas en otro lugar. Una de ellas era

que ―la iglesia es el cuerpo de Cristo‖, otra era que

―precisamos tener una vida de cuerpo‖, que ―los miembros

de Cristo son miembros los unos de los otros‖. Cierta vez él

dijo: ―Podemos tomar la iglesia, que es el Cuerpo de nuestro

Señor Jesús, unida a la Cabeza que está a la diestra de Dios,

y reducirla a algo terreno, hacer de ella una organización

humana‖. Todas estas frases eran consideradas muy

extrañas. En el mundo cristiano de entonces se hablaba

sobre conversión, sobre estudio bíblico, sobre oración, sobre

Page 138: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

testimonio, sobre misiones, sobre vida victoriosa, pero nada

se oía sobre la Iglesia, sobre el Cuerpo de Cristo, sobre el ser

miembros los unos de los otros. Él era una voz profética

solitaria. Por eso fue aislado, rechazado y calumniado.

Uno de los énfasis de su ministerio fue ―la universalidad y la

centralidad de la cruz‖. Para él, todo comenzaba con la cruz,

venía a través de la cruz, y nada era seguro aparte de la cruz.

Él acostumbraba decir que ningún hijo de Dios está seguro,

hasta que le entregue su vida a Él. Que ningún hijo de Dios

realmente le sirve, hasta que le entregue su vida a Él.

Ninguna comunión entre el pueblo de Dios es segura, hasta

que ellos hayan entregado sus vidas a Él. Todo vuelto hacia

el altar.

Otro énfasis era ―la preeminencia del Señor Jesús‖. Para él

el Señor Jesús era el inicio y el fin de todo. El Alfa y la

Omega, el Primero y el Último. Él veía que todo está en

Cristo, toda la nueva creación, el nuevo hombre, todo. Tal

vez uno de sus primeros libros – ―La centralidad y

supremacía del Señor Jesucristo‖ – sea lo que mejor

caracterice toda su vida y ministerio. ―¿Dónde está el

Señor?‖ – decía siempre. ―¿Dónde está el Señor en la vida

de esa persona?‖, ―¿dónde está el Señor en el servicio de esa

persona?‖, ―¿dónde está el Señor en el ministerio de esa

persona?‖. Él acostumbraba decir: ―Si nosotros quisiéramos

que venga luz del trono de Dios, sólo hay que hacer una

cosa: Darle al Señor Jesús el lugar que el Padre le dio. Esa

es la forma de ser preservados de errores, de compromisos,

de desvíos, y de ser librados de comenzar en el Espíritu y

terminar en la carne.‖

Austin-Sparks veía la iglesia como ―la casa espiritual de

Dios‖, como la novia de Cristo, como el Cuerpo del Señor

Jesús. Su entendimiento sobre la iglesia era muy claro. Él

creía en la casa espiritual de Dios de la cual somos piedras

vivas, edificados juntos, y que debemos crecer como templo

dedicado al Señor, para habitación de Dios en el Espíritu.

―Esto – decía – es el corazón de la historia, el corazón de la

redención.‖ Él también acostumbraba decir: ―Hay algo

mayor que la salvación‖, por lo cual muchos se airaban

contra él, y decían que hablar de ese modo no era bíblico.

Pero Sparks siempre respondía: ―La salvación no es el fin,

sino el medio para el fin. El fin que el Señor tiene es su

habitación, es su casa espiritual, su habitación en el Espíritu,

y la salvación es el medio para colocarnos en esa casa

espiritual de Dios‖.

Todavía otro énfasis de su ministerio era la ―batalla por la

vida‖. Él acostumbraba decir que ―si hay alguna vida

espiritual en usted, todo el infierno se va a levantar para

extinguirla. Si hay vida espiritual en su ministerio, todo el

infierno se va a levantar para acabar con él. Si hay vida

espiritual en la comunión de los cristianos, todo el infierno

se va a levantar contra ella. Tenemos que aprender cómo

pelear la buena batalla de la fe y echar mano de la vida

eterna. Tenemos que aprender cómo mantenernos en vida.‖

Una y otra vez él decía que todo lo que es relacionado con

Dios es vida. Vida, más vida, vida abundante. No muerte,

sino vida. Hasta la misma muerte de cruz es para traernos la

vida, y cuanto más conocemos la muerte de Cristo, más

debemos conocer la vida de Cristo. Por tanto, esa es una

batalla por la vida.

Un último énfasis era la ―intercesión‖. Él acostumbraba

decir que ―el llamamiento real de la iglesia es para

interceder. Intercesión es mucho más que oración.

Cualquiera puede orar, pero usted necesita tener una

madurez mínima para poder ver, para poder pasar por

dolores de parto, para que haya nacimiento. Intercesión no

requiere sus labios, sino requiere todo su ser. No requiere

diez minutos de su día, ni una hora, sino requiere de usted

veinticuatro horas cada día. Es la oración incesante.‖ Su

vida fue una constante batalla de oración, en que cogía

literalmente a los enemigos invisibles de la voluntad de Dios

para traerlos cautivos, oración que alternaba con aquella

clase especial de oración en que se ofrece a Dios la alabanza

y la adoración debida a su Nombre.

Magnificaba al Señor

Austin-Sparks fue un gran hombre, y los grandes hombres

también tienen fallas. Él poseía debilidades, mas la

impresión que quedaba en quienes le conocían no eran esas

debilidades, sino el hecho de que él siempre magnificaba al

Señor Jesús, no sólo con sus palabras, sino con su vida. Su

propia presencia traía algo del Señor Jesús. Siempre que él

llegaba o hablaba, se recibía la convicción de cuán

grandioso es el Señor Jesús. Él siempre magnificaba al

Señor Jesús. Eso fue algo que el Señor hizo en él de tal

forma que su presencia y su ministerio glorificaban al Señor.

Otra impresión que él dejó fue de alguien que siempre

estaba prosiguiendo. Nunca parecía que él estaba

estacionado sino siempre prosiguiendo. Eso era sentido por

su presencia y por su ministerio. Él acostumbraba decir:

―¡No paremos! ¡Vamos adelante, prosigamos! El Señor

todavía tiene más luz y más verdad para hacer brotar de Su

Palabra. Prosiga, prosiga a todo aquello para lo que el Señor

le conquistó‖.

Otra impresión que él dejó es de que él siempre parecía

ministrar bajo la unción. Ese era un secreto que este

hermano poseía. Él sabía cómo permanecer bajo la unción,

para no dar comida muerta, para no dar lo que él pensaba,

sino para dar siempre aquello que Dios le había dado. Aun

otra impresión que quedó de su vida es una gran

determinación en cumplir aquello que Dios le había dado

para hacer. En muchas situaciones que acontecían para

hacerlo desanimar y detenerse, él sentía que no podía dejar a

Satanás vencer – era una batalla por la vida.

Al final de su vida, T. Austin-Sparks estaba solo. Había muy

pocas personas con él. Campbell Morgan, Jessie Penn-

Lewis, F.B. Meyer y A.B. Simpson tuvieron gran influencia

en su vida. Muchas veces y de muchas formas F.B. Meyer

trajo a Sparks a una relación más profunda con el Señor.

Meyer acostumbraba a decir que Sparks era una voz solitaria

profética en un desierto espiritual, llamando al pueblo de

Dios de vuelta a la realidad, a lo que es genuino, al propio

Señor Jesús.

En abril de 1971, el hermano Sparks partió a descansar, a la

espera de la resurrección.

La medida de un ministerio

Si la medida del ministerio de un hombre se mide en

relación a cuánto él exaltó a Cristo, entonces Austin-Sparks

Page 139: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

no admite comparación. Ciertamente, sus escritos hablan

poco del Cristo de Galilea, pero él ha mostrado

hermosamente al Señor resucitado y entronizado. Incluso

más, al mostrar al insuperable Cristo dentro de nosotros. La

línea de oro que une todos sus escritos es la exaltación de su

Señor. Alguien ha dado el siguiente testimonio: ―Él nos ha

dado más visión espiritual de Cristo que quizá cualquier otro

hombre en los últimos 1700 años‖.

Después de la muerte de Austin-Sparks en 1971, un

hermano escribió: ―Quizá uno de sus primeros libros puede

darnos un mejor indicio de su vida entera y de su ministerio:

―La centralidad y supremacía del Señor Jesucristo‖. Aquí

fue donde empezó y fue aquí donde él terminó, porque fue

notorio en sus últimos años que él perdió el interés en todas

las cosas y concentró su atención en la persona de Cristo.

Este era el objetivo de su vida y de todas sus predicaciones y

enseñanzas‖.

En su servicio fúnebre hubo centenares que dijeron

sinceramente que el hermano Sparks les había ayudado a

conocer a Cristo de una manera más plena y satisfactoria. Si

alguien puede hacer que los hombres comprendan algo más

del valor y maravilla de Cristo para que le amen más y le

sirvan mejor, entonces el tal no habrá vivido en vano.

Page 140: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

La fragancia de su perfume

Margaret E. Barber es un nombre bastante desconocido, no

sólo en el mundo, sino también entre los cristianos.

Fue misionera, pero bien diferente de David Livingstone o

Hudson Taylor, que realizaron grandes cosas por el Señor.

El área de su obra estuvo restringida a sólo una pequeña

aldea de la China. Ella escribió, mas no fue como Carlos

Wesley o Isaac Watts, cuyos himnos aparecen en casi todos

los himnarios. Ella amaba al Señor, pero aunque había

alcanzado gran madurez espiritual, no fue como Madame

Guyon, Andrés Murray o F.B. Meyer, que dejaron muchas

publicaciones edificantes para las generaciones futuras. Se

asemejaba a una pasajera solitaria, que entró a este mundo

silenciosamente en 1869 en Peasenhall, Suffolk (Inglaterra),

y que sesenta y un años más tarde partió también

silenciosamente. En su vida, ella respondió al llamado del

Señor dos veces, para dejar su familia, su tierra natal y viajar

a China, un país bastante desconocido y atrasado en aquella

época. Entregó silenciosamente el mejor período de su vida

al Señor, y le fue fiel hasta la muerte.

No fue en vano

Cuando Miss Barber fue sepultada, un hermano citó la

historia de María de Betania (Juan 12:1-8) diciendo que ella

también había hecho todo cuanto pudo. Más tarde, el

hermano Watchman Nee, que no estaba presente en el

funeral, y que fue grandemente influenciado por ella en su

vida espiritual, hizo la siguiente observación: ―Ella

realmente se desperdició para el Señor‖.

Algunos hermanos jóvenes de China, que fueron muy

ayudados por ella, se preocupaban por su actitud y se

admiraban porque no salía a dirigir reuniones y a trabajar

activamente en otros lugares. Por el contrario, vivía en

aquella pequeña aldea donde nada acontecía. Aquello

parecía realmente un derroche.

Hasta el mismo hermano Nee, que más tarde se

‗desperdició‘ por aproximadamente veinte años en una

prisión, en aquella época la visitaba y casi le gritaba: ―Nadie

conoce tanto al Señor como usted, y su conocimiento de la

Biblia es también profundo y vivo. ¿Usted no ve las

necesidades a su alrededor? ¿Por qué no hace algo? Usted

parece que vive aquí sentada sin hacer nada; está gastando

su tiempo, su energía, su dinero, todo en vano‖. Hoy,

muchos años después, podemos entender su actitud. Dios

estaba plantando una semilla de vida en la China, una

semilla solitaria, humilde y oculta. El Señor hizo que brotase

y fructificase abundantemente. Pero lo más maravilloso es

que Dios hizo que diese fruto más tarde, cuando ella no

podía saberlo.

Una luz fuerte

Quienes están familiarizados con el libro ―La vida cristiana

normal‖, de Watchman Nee, descubren que él

frecuentemente se refiere a una hermana ya mayor que

ejerció la influencia más grande en su vida. Se trata

precisamente de la hermana Margaret E. Barber. Cuando

supo que el Señor se la había llevado, él dijo: ―Ella era una

persona muy profunda en el Señor; su comunión con el

Señor y su fidelidad a él, a mi modo de ver, son muy

difíciles de hallar en el mundo‖. Más tarde, en sus mensajes,

en la comunión y en las conversaciones privadas, la

mencionaba a menudo. La describía como ―una cristiana

brillante; cualquier persona que entraba en su cuarto, ya

sentía la presencia de Dios.‖ En 1933, cuando el hermano

Nee visitó Inglaterra y Estados Unidos, encontró muchos

cristianos famosos. Con todo, después dijo: ―Es difícil

encontrar una persona como la hermana Margaret.

Probablemente sólo un hermano pueda ser comparado con

ella‖. En 1936, cuando conversaba con un colega sobre el

servicio y la obra de Dios, suspiró y dijo: ―Si la hermana

Margaret todavía estuviese aquí, nuestra situación sería muy

diferente‖.

Cuando el hermano Nee comenzó a trabajar para el Señor,

resolvió que de cualquier manera tenía que obedecer la

voluntad de Dios. Él pensaba que estaba obedeciendo la

voluntad de Dios; sin embargo, todas las veces que se

encontraba con la hermana Margaret y conversaba un poco,

o leía un poco la Biblia con ella, descubría que estaba lejos

del blanco. Cuando Miss Barber estaba viviendo en Pai Yan

Tan, ella siempre hablaba con el Señor, pero el Señor no

hablaba sólo a través de las palabras de ella, sino también a

través de su persona. El hermano Nee dio una vez el

siguiente testimonio: ―Yo había oído muchas veces a

personas hablar sobre la santidad, por eso resolví saber un

poco más sobre esa doctrina. Tomé un Nuevo Testamento y

encontré unos 200 versículos sobre el asunto. Los anoté y

los clasifiqué, sin llegar todavía a saber lo que es la santidad.

Me sentía vacío. Mas un día encontré una hermana mayor

que era una persona santa. Desde aquel día mis ojos se

abrieron y vi lo que era la santidad. Aquella luz era

realmente fuerte. La luz aquella me hizo sufrir, y no pude

dejar de ver lo que era la santidad.‖

"Nada para mí"

En 1922, la hermana Margaret tenía más o menos 53 años, y

el hermano Nee era muy joven, convertido hacía apenas dos

años. Él tenía en su corazón muchos planes propios que

esperaba que Dios aprobase. Pensaba cuán maravilloso sería

si uno a uno se llegaran a realizar. Cuando él llevaba esos

asuntos a la hermana Margaret, intentaba convencerla de

que debían ser realizados. Pero después él daba testimonio:

―Antes de abrir yo la boca para explicar mis planes, ella

hablaba un poco y todo parecía demasiado para mí. La luz

que de ella irradiaba me hacía sentir avergonzado. Descubrí

que mi manera de hacer las cosas estaba llena de elementos

naturales del hombre, y era muy carnal. Cuando la luz

llegaba, algo sucedía y yo era llevado a una posición en que

tenía que decir a Dios: ―Señor, mi vida está concentrada en

actividades carnales, mas aquí está una persona que no vive

así. Ella sólo tiene un motivo y un deseo: vivir para Ti‖.

Miss Barber anotó estas palabras en una página: ―Yo no

quiero nada para mí misma; quiero todo para mi Señor‖.

Realmente toda la vida de Miss Barber estuvo de acuerdo

con su oración.

Penurias e injusticias

La hermana Margaret fue enviada a China en 1899, y

durante siete años enseñó en un colegio anglicano para

niñas, al mismo tiempo que trabajaba para el Señor. Pero los

colegas de trabajo se pusieron envidiosos de ella y la

acusaron falsamente ante los líderes de la misión. Durante

Page 141: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

esta experiencia ella aprendió la lección de vivir

silenciosamente bajo la sombra de la cruz. Prefirió sufrir la

ofensa y no se defendió, hasta que el responsable de la

misión la llamó de vuelta a Inglaterra y le dijo: ―Yo te

ordeno que no escondas nada‖. Sólo entonces contó toda la

verdad.

Ella reconoció haber sido muy ayudada espiritualmente por

D.M. Panton, un hermano famoso por su conocimiento de

profecía, quien influyó mucho sobre ella, al punto de

llevarla a anhelar la venida del Señor. En aquella ocasión

ella esperó tres años en Inglaterra, hasta que el Señor le

abriese un nuevo camino para retornar a China. Pasó por

grandes dificultades económicas. Ella dice que hasta para

conseguir un pedazo de jabón necesitaba ejercitar su fe en el

Señor.

Como a la edad de 42 años regresó a China, esta vez sin una

misión que la sustentara. Aprendió, como Abraham, a

esperar que Dios se responsabilizase de ella. Por causa del

Señor, se fue al interior de la China. Casi llegó a desesperar

por causa de las presiones, mas el Señor estuvo a su lado

fortaleciéndola.

Cierta vez, en la mayor dificultad financiera, Miss Barber

tenía su bolsa vacía y necesitaba pagar muchas cuentas.

Entonces alguien le ofreció cierta cantidad para ayudarla,

pero cuando le entregó la ofrenda, le aconsejó que no fuera

fanática. Aunque realmente necesitaba mucho el dinero en

aquel momento de angustia, lo rechazó. Se sentía

responsable en ser fiel a Dios, y Dios tuvo que

responsabilizarse de ella. Al día siguiente, sucedió una cosa

maravillosa. El hermano Panton le envió desde Inglaterra

una ofrenda urgente por telegrama. Miss Barber se

comunicó con él, preguntándole por qué había enviado esa

cantidad por telegrama. El respondió que no sabía, pero que

durante la oración sintió que precisaba enviar aquella

cantidad y que debía ser por telegrama.

Lecciones para jóvenes obreros

Realmente Miss Barber fue una persona de oración, que

sabía mirar al Señor no sólo por sus necesidades cotidianas,

sino que oraba también para que Dios abriese las puertas

para su obra. El Señor le envió una compañera de trabajo y

oración, veinte años más joven que ella, M.L.S. Ballord.

Humanamente hablando, eran dos mujeres débiles que no

tenían el fuerte sustento de una Misión. ¿Qué podían hacer

por el Señor? Gracias a Dios, desde el punto de vista

espiritual no eran de ningún modo débiles. Aunque en

aquella época parecía muy difícil y remoto ganar la vasta

China para Cristo, las dos misioneras sabían que para lograr

esa meta era preciso que Dios levantase muchos hermanos

jóvenes. Así que comenzaron a orar específicamente por eso

durante 10 años, y el Señor realmente envió un gran

avivamiento a un lugar cercano a donde ellas vivían y

levantó a algunos hermanos jóvenes que amaban a Dios.

Uno de ellos fue Watchman Nee.

Durante un año y medio, posiblemente en 1922, casi todos

los sábados, el hermano Nee, junto con otros jóvenes,

visitaban a Miss Barber para ser guiados por ella. Pero

algunos fueron desistiendo porque ejercía la disciplina con

tal seriedad, que no pudieron soportar su reprensión. El

hermano Nee decía: ―Ella reprende fuertemente y sin razón.

Pero después de ser reprendido por ella, uno queda más

aliviado.‖ Todas las veces que él iba a verla se preparaba

para recibir una reprensión.

Hubo una época en que siete jóvenes se encontraban todos

los viernes. En la reunión, el hermano Nee y otro joven

responsable discutían ardientemente. El otro era cinco años

mayor que Nee. Cada uno de ellos pensaba que su idea era

mejor y criticaba el punto de vista del otro. A veces el

hermano Nee se enojaba y no confesaba su error. Entonces

iba a ver a la hermana Margaret al día siguiente y le contaba

lo sucedido, esperando que ella resolviese el problema

corrigiendo al hermano. Ella, sin embargo, inesperadamente

reprendía al propio Nee, basándose en que la Biblia dice que

el hermano más joven debe respetar al mayor. Al oír esto, el

hermano Nee se defendía, diciendo: ―No puedo hacer eso. El

cristiano debe hacer todas las cosas con una razón‖.

Entonces Miss Barber le decía que la cuestión no era la

razón, sino lo que la Biblia enseña. ―Los más jóvenes deben

obedecer a los mayores‖. A veces, después de una acalorada

discusión, el hermano Nee no conseguía dormir y lloraba

toda la noche. El sábado acudía donde Miss Barber para

contarle el motivo de su tristeza, esperando que ella fuera a

actuar con justicia. Pero, después de oírla, él volvía a la casa

y lloraba nuevamente. Estaba triste y enojado por no haber

nacido antes, pues así no tendría que haber obedecido a

aquél hermano, y el hermano tendría que obedecerle a él.

Cierta vez durante una discusión, el hermano Nee concluyó

que tenía mucha razón y procuró convencer a Miss Barber

de que su compañero estaba errado. Esta vez él pensaba que

iba a vencer. Pero después de oírlo, Miss Barber respondió:

―Si el otro hermano está errado o en lo cierto, es otro asunto.

¿Usted halla que se parece a una persona que está cargando

la cruz, acusando a su hermano delante de mí? ¿Usted se

parece a un cordero haciendo así?‖. El hermano Nee dijo

después: ―Estas pocas palabras me avergonzaban mucho y

nunca me olvidé de ellas‖. Él pensaba que durante ese año y

medio recibió la lección más preciosa de su vida. Así es

cómo Miss Barber orientaba a los jóvenes.

"Debe aceptar ser quebrantado"

Más tarde, cuando el hermano Nee decidió trabajar para el

Señor, visitó a la hermana Barber. Ella le preguntó: ―Usted

quiere trabajar para el Señor, pero ¿qué es lo que el Señor

quiere que usted haga?‖. Él respondió: ―Yo quiero trabajar

para él‖. Pero la hermana Barber le dijo: ―Y si Dios no

quiere que usted trabaje, ¿qué va a hacer?‖. Él respondió:

―Yo sé que el Señor quiere que yo trabaje para él.‖ Entonces

Miss Barber leyó Mateo 15, sobre la multiplicación de los

panes. Después le preguntó: ―¿Qué piensa usted sobre

esto?‖. Él respondió: ―En aquella ocasión cinco panes y dos

peces fueron colocados en las manos del Señor, pero

después de la bendición, aquella comida satisfizo a más de

cuatro mil personas‖. Entonces Miss Barber le dijo: ―Todos

los panes en las manos del Señor fueron partidos y

distribuidos, y aquellos que no fueran partidos, no podían

suplir vida a los otros. Hermano, acuérdese que

frecuentemente somos como un pan, hablando así con el

Señor: ‗Señor, yo me entrego a ti‘. Pero tenemos un deseo

escondido en el fondo de nuestro corazón, y como que

estuviésemos diciendo: ‗Oh, Señor, entregar y entregar;

ofrecimiento, ofrecimiento; pero no me quebrantes‘.

Siempre esperamos que el pan sea colocado al lado,

intocable, sin ser movido, y esto es muy agradable a la vista.

Page 142: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Pero todos los panes en las manos del Señor están

destinados a ser partidos. Y si usted no quiere ser

quebrantado, entonces no se coloque en las manos del

Señor.‖

Un día ella estaba orando con el hermano Nee en una

montaña, y después de leer Ezequiel 44, dijo: ―Hermanito,

hace veinte años atrás yo leí este capítulo; después feché la

Biblia, me arrodillé orando a Dios y dije: ―Señor, no me

dejes servir a la casa, sino a Ti‖. La razón que la llevó a orar

de esta forma es porque había una clase de levitas, conforme

Ezequiel 44, que activamente servían en el templo, pero no

servían al Señor.

Este tipo de consejos de Miss Barber, dado a muchos

hermanos, era más eficaz que millares de conferencias y

mensajes.

Dejó que Dios trabajase en ella

No podemos dejar de preguntar: ¿Por qué Dios usó a esta

hermana? ¿Cuál era el secreto de su ministerio? ¿Por qué

tantas personas recibieron ayuda de ella? Evidentemente, su

ministerio estaba basado en su vida espiritual.

Probablemente los siguientes lemas del hermano Nee

pueden ofrecernos una explicación mejor: ―Lo que Dios

enfatiza es lo que somos, más que lo que hacemos‖. ―La

verdadera obra es la que emana de la vida‖. ―El servicio que

tiene valor es siempre la manifestación de la vida de Cristo‖.

―Consagrarse a Dios no es trabajar para Dios, sino ser

trabajado por Dios‖. ―Aquellos que no permiten que Dios

trabaje en ellos, nunca pueden trabajar para Dios.‖

La razón de por qué ella podía trabajar para el Señor fue

porque dejó que Dios trabajase en ella, e hiciese en ella su

obra formativa. Su corazón era como el de María

Magdalena, totalmente vuelto hacia el Señor. Algunos

meses después de haberse ido a estar con el Señor, alguien

envió un paquete que pertenecía a Miss Barber, para el

hermano Nee. Dentro había una hoja con estas palabras: ―Oh

Dios, yo te doy gracias porque existe un mandamiento que

dice así: ‗Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con

toda tu alma, y con toda tu mente‖ (Mat.22:37).

De vez en cuando ella se enfrentaba con situaciones

difíciles, y el precio requerido exigía todo lo que poseía,

hasta su propia vida. Entonces levantaba su rostro bañado en

lágrimas y decía al Señor: ―Señor, para que yo pueda

satisfacer todo tu corazón, quiero que mi propio corazón sea

quebrantado‖. Una vez el hermano Nee le preguntó: ―¿Cuál

es su experiencia en obedecer la voluntad de Dios?‖ Ella

respondió: ―Todas las veces que Dios demora en mostrar su

voluntad, inmediatamente concluyo que dentro de mí

todavía tengo un corazón que no desea obedecer su

voluntad. Todavía tengo un deseo incorrecto dentro de mí.

Esto puede ser comprobado a través de muchas

experiencias‖. Ella preguntaba muchas veces al hermano

Nee: ―¿Usted ama la voluntad de Dios?‖. No preguntaba si

él obedecía la voluntad de Dios.

Cierta vez ella argumentó con Dios respecto de cierto

asunto. Sabía lo que Dios quería, y en su corazón ella

también quería lo mismo, pero era muy difícil. Entonces el

hermano Nee la oyó orar así: ―Señor, yo confieso que no me

gusta, pero por favor, no te rindas a mí. Espera un poco y

ciertamente yo me rendiré a ti‖. No quería que Dios se

rindiese a ella, disminuyendo su exigencia. Nada era

importante para ella, a no ser alegrar a su Maestro.

Muy acertadamente, dijo: ―El secreto para entender la

voluntad de Dios es: 95% querer obedecer a Dios y 5%

entender‖. Este acto revela que ella entendía profundamente

la voluntad de Dios.

La casa se ha llenado de su perfume

Realmente Miss Barber se desperdició para el Señor, como

el precioso ungüento mencionado en Juan 12:3. ¿Cuál fue el

resultado? ―...Y la casa se llenó del olor del perfume‖. Que

usted también pueda sentir la fragancia de ese perfume y ser

atraído por el mismo Señor, a quien ella buscó y amó con

todo su corazón, con toda su alma y con todo su

entendimiento.

Page 143: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El Wolkswagen azul

Su llegada a Bulgaria fue mucho más agradable de lo que

esperaba. Después de un viaje tan largo y accidentado,

esperaba lo peor. Sin embargo, el inspector de la aduana le

dio una cálida bienvenida, las carreteras eran buenas, y la

gente alzaba sus manos afectuosamente al paso de su

automóvil. Incluso, más adelante, cuando tomó un camino

equivocado y se atoró en un lodazal, los parroquianos de una

taberna cercana le dieron rápido socorro: sacaron el auto a

empellones en un dos por tres y ¡hasta lo invitaron a celebrar

con una cerveza!

Por supuesto, se sintió un poco incómodo con la invitación,

pero tuvo que aceptar, de lo contrario habría desairado a sus

salvadores.

Una extraña visita

Casi sin proponérselo, ―el hermano Andrés‖ –como gustaba

que lo llamaran– se había visto involucrado en este trabajo.

Proveniente de una piadosa familia cristiana holandesa,

había vivido de niño los rigores de la 2ª Guerra Mundial, y

después, siendo un joven, había tomado parte en la última

guerra colonial de su país en Indonesia. De vuelta de la

guerra, derrotado, con sentencia de invalidez por haber sido

herido de bala en un pie, fastidiado de todo, y sin hallar

sentido a su vida, encontró al Señor y se aferró con todo a él.

Al poco tiempo decidió preparase para el ministerio, en

Escocia. En sus dos años de preparación en una institución

no convencional, había tenido oportunidad de conocer a

Dios como el Dios que sustenta con fidelidad a sus hijos.

Cuando ya terminaba sus estudios, encontró una revista de

divulgación marxista en que se invitaba a un Festival juvenil

que se realizaría en Varsovia (Polonia) en el mes de julio de

1955. Sin saber exactamente por qué, Andrés decidió

participar. Escribió a Varsovia y a los pocos días le llegó su

identificación para el evento. Durante tres semanas pudo

conocer la opresiva y triste realidad de las iglesias en ese

país y hasta repartir tratados por las calles. En esos días se le

abrió un horizonte de servicio espiritual que habría de

consolidarse en los años siguientes.

Un feliz encuentro

Ahora corría el año 1959 y él tenía 31 años de edad. Hungría

era el cuarto país tras la Cortina de Hierro que visitaba en su

Volkswagen azul, con el propósito de introducir

clandestinamente Biblias y repartirlas a las iglesias

subterráneas. Había tenido algunas dificultades en

Yugoslavia recientemente, lo que le había obligado a dar un

gigantesco rodeo de 2400 kms. por Italia y Grecia para

llegar a Bulgaria.

En su última noche en Yugoslavia había conocido a un

cristiano que tenía un amigo de confianza –Petroff– en

Bulgaria. Le insistió que lo visitara al llegar a Sofía, la

capital. Ahora ya estaba en Sofía, pero ¿cómo encontraría la

calle donde vivía Petroff sin despertar sospechas? El

hermano yugoslavo le aconsejó que se moviera con cautela.

En el hotel pidió un plano de la ciudad, pero se lo negaron.

Después de insistir y dar una buena razón para consultarlo,

le permitieron ver uno hecho a mano, que sólo tenía el

nombre de las calles principales. Pero ... ¡un momento! ¿No

estaba ahí la calle que buscaba? Efectivamente, la única

calle secundaria que tenía puesto el nombre ¡era

precisamente la que buscaba!

Andrés tuvo la certeza en ese momento, como otras muchas

veces en sus viajes anteriores, que todo había sido preparado

desde muchísimo tiempo antes.

Al día siguiente se acercó caminando al lugar, y vio venir

desde el otro extremo de la calle a un hombre que se detuvo

en el mismo número. Era una gran casa de departamentos.

Ambos entraron casi juntos y caminaron uno detrás del otro

por el pasillo. En ese momento, Andrés miró al hombre de

reojo y percibió que ése era el hombre que buscaba. El otro

había entendido lo mismo. Sin decirse palabra, subieron las

escaleras y llegaron a la habitación. El hombre sacó su llave,

abrió la puerta, y entraron.

— Yo soy Andrés, de Holanda – dijo uno.

— Yo soy Petroff – dijo el otro.

El saludo fue emotivo. Luego estuvieron los tres –con la

esposa de Petroff– arrodillados dando gracias a Dios por

haberlos reunido sin demora ni riesgos.

Charlaron algún rato. Andrés les dijo que estaba enterado de

que en Bulgaria los cristianos necesitaban desesperadamente

Biblias, ¿sería cierto?

Dos lágrimas

Por toda respuesta Petroff lo llevó a su escritorio, donde

estaba copiando a máquina algunos libros de la Biblia. Hacía

tres semanas que se había conseguido una Biblia por un bajo

precio –sólo el equivalente a su pensión de un mes– pero le

faltaba Génesis, Éxodo y Apocalipsis. Seguramente alguien

había liado unos cigarrillos con sus finas hojas. Petroff

esperaba terminar su trabajo de copiado en un mes más.

Luego, se la regalaría a una iglesia de campo que no tenía

Biblia.

— ¿Ninguna Biblia en toda la iglesia? – saltó Andrés.

Petroff le contó que esa iglesia no era la única, sino que

abundaban en toda Bulgaria, y también en Rusia.

Andrés salió y fue a su automóvil. Se aseguró que no

hubiera nadie en las inmediaciones y sacó una caja con

Biblias. Volvió al departamento con su cargamento, y, ante

la sorpresa de sus anfitriones, puso una Biblia en las manos

de Petroff y otra en las de su esposa. Cuando Petroff vio de

qué se trataba, y supo que lo que había en la caja eran más

Biblias, y que en el auto había varias cajas más, cerró los

ojos, emocionado.

Dos lágrimas suyas cayeron sobre el precioso libro que tenía

en sus manos.

Page 144: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Una fe pura

De inmediato Andrés y Petroff se pusieron en marcha para

distribuir Biblias por toda Bulgaria en las iglesias donde

había mayor necesidad. Petroff le contó a Andrés que la

excusa que daba el gobierno para suprimir las Biblias era

que estaban escritas en una ortografía muy antigua, lo cual

retrasaría el progreso.

En esos días Andrés conoció a cristianos que le quedarían

grabados en el corazón. Como el anciano Abraham y su

esposa, por ejemplo, ambos de dulce mirada de niño, que

irradiaban una profunda paz. Alguna vez ellos tuvieron

tierras, y una hermosa casa, pero ahora habitaban una carpa

hecha de cueros en la montaña, sosteniéndose con una

mínima pensión estatal, comiendo frutas silvestres. Ello,

porque Abraham había sido acusado de realizar labores

―subversivas‖. En realidad, lo que sucedía era que

acostumbraba compartirle de su fe a los oficiales

comunistas, y a los soldados, dondequiera los encontraba. A

veces ellos se convertían; otras, él era encarcelado.

Una noche Andrés tuvo la oportunidad de participar de una

reunión clandestina (sin luz, sin cantos) en un hogar. Como

esa, viviría otras muchas jornadas después. Allí pudo

comprobar la pureza de la fe, y el gozo –casi reverente– de

los hermanos al recibir una única Biblia de regalo.

Al salir de Hungría luego de terminar su misión, ―el

hermano Andrés‖ pensaba que el gozo y gratitud de esos

santos y fieles cristianos era paga suficiente para seguir

arriesgando la vida en cada viaje a los países tras la Cortina

de Hierro.

Page 145: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

El zapatero de Serampore

— Joven, joven, siéntese. Usted es un entusiasta. Cuando

Dios quiera convertir a los paganos lo hará sin consultar con

usted o conmigo.

El interpelado, Guillermo Carey, a la sazón un joven

ministro de 27 años, guardó silencio, desconcertado. Hacía

poco que le habían recibido en el seno del ministerio, y

quien había hablado era precisamente el más anciano y

respetado de los ministros allí reunidos.

Desde hacía tiempo Carey había sentido una carga por la

evangelización de los paganos y ahora se había atrevido a

compartirla, reflexionando sobre ―si el mandato dado a los

apóstoles de enseñar a todas las naciones no era obligatorio

en todos los ministros sucesivos hasta el fin del mundo.‖

La interrupción del venerable ministro no era de extrañar.

En la época, el pensamiento de la cristiandad excluía ese

tipo de preocupaciones. Sin embargo, la carga del joven

ministro no era pequeña ni reciente.

Un zapatero atípico

De niño Carey fue un amante de la naturaleza, y lector

asiduo de los libros de viajes. Esos libros alimentaron sus

sueños. Luego de convertido, comenzó a trasladar esos

sueños al ámbito de la fe, acicateando en él la urgencia por

la salvación de esos pueblos, sumidos en la idolatría y la

barbarie.

Ya adulto, Carey entró en el ministerio; pero como la iglesia

era pequeña, y los fieles, pobres, hubo de ayudarse con su

oficio de maestro de escuela y zapatero.

Sus manos trabajaban el cuero, pero su boca musitaba

oraciones por pueblos extraños, cuyos nombres muy pocos

conocían, mientras soñaba –con la ayuda de un planisferio

pegado a la pared frente a su mesa de trabajo, y de un globo

terráqueo construido con cueros de diversos colores–

navegando por mares lejanos y entrando en países y culturas

exóticas con la palabra de Cristo.

Como predicador, recorría todo el distrito. Una vez se

encontró con un amigo, que le reconvino por descuidar su

negocio de zapatero:

— ¡Descuidar mi negocio! – contestó Carey – Mi negocio,

señor, es el de extender el reino de Cristo. Sólo hago y

compongo zapatos para ayudarme a pagar los gastos.

Carey era también un políglota autodidacta. Dedicaba todo

el tiempo posible a estudiar las lenguas bíblicas –hebreo y

griego—, pero le parecía insuficiente.

Una vez su patrón en el oficio de zapatero, que supo de los

esfuerzos de Carey en tal sentido, le dijo:

— Veamos, señor Carey, ¿cuánto gana Ud. a la semana

haciendo zapatos?

— Como nueve o diez chelines, señor.

Entonces él le dijo, con ojos llenos de placer:

— Bien, tengo un secreto para Ud. No quiero que eche a

perder más de mi cuero, pero haga el mayor progreso

posible con su latín, hebreo y griego, y yo le daré de mi

bolsa propia cada semana diez chelines.

Así Carey se vio relevado de su oficio de zapatero, al menos

por un tiempo, para dedicarse de lleno al estudio.

El sueño de un geógrafo

En cierta ocasión, en una reunión informal de pastores,

alguien mencionó un pequeño islote cerca de la India

oriental, pero ninguno pudo dar la información que se

necesitaba. Finalmente, fue Carey quien informó acerca de

su situación, longitud, anchura, y la naturaleza de su pueblo,

admirando a los demás, los que, con la mirada, parecían

decirle: ―¿Y cómo sabes tú?‖

A veces sus alumnos en la escuelita, le oían exclamar,

cuando mencionaba pueblos e islas lejanas en sus clases de

geografía:

— ¡Y esos son paganos, paganos!

Carey buscaba permanentemente compartir su sentir con los

otros ministros, pero los más de ellos lo veían como extraño

e impracticable. Sin embargo, él insistía. Más de alguno le

oyó decir que si unos cuantos amigos le enviaran, y le

mantuvieran por un año después de desembarcarse, iría

adonde quiera que Dios le abriera la puerta.

Cierta vez se encontró con un piadoso diácono, a quien

contagió con el fuego que ardía en su corazón. Éste le dijo:

— Usted debe escribir un tratado para informar y despertar

la Iglesia de Cristo.

— He probado hacerlo – le contestó Carey – pero he

quedado completamente descontento. Además, no podría

imprimir el mensaje que se necesita, aun cuando lo

escribiera.

— Si no puede hacerlo como desea, hágalo como pueda, y

yo le daré diez libras esterlinas para ayudar a imprimirlo.

Alentado por esta promesa, Carey se abocó a la tarea. Poco

después leyó su tratado a un grupo de pastores.

Al año siguiente, predicó su sermón basado en Isaías 54:2-3.

Fue un reto a la iglesia indolente para que se levantara y

extendiera sus tiendas. El mensaje terminaba con dos frases

cortas pero filudas como puñales: ―Espera grandes cosas de

Dios. Procura grandes cosas para Dios.‖

Aunque el mensaje parecía haber traspasado los corazones

de los ministros presentes, al día siguiente, cuando se

reunieron de nuevo para deliberar, prevalecieron los

sentimientos de vacilación. Entonces Carey tuvo un gesto de

desesperación y audacia que se clavó en el corazón del más

influyente ministro que allí estaba – Andrés Fuller.

Volviéndose hacia él, y agarrando su brazo, exclamó:

Page 146: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

— ¿No va a hacerse nada esta vez tampoco, señor?

El corazón de ese ministro se despertó y se produjo un

vuelco. Así, antes de terminar la reunión esa mañana, cinco

ministros – Juan Ryland, Juan Sutcliff, Andrés Fuller,

Guillermo Carey y Samuel Pearce – habían tomado la firme

resolución de preparar un plan para formar una Sociedad

misionera.

A la luz de los grandes hechos de fe, este comienzo fue

tímido. Todos los protagonistas eran jóvenes (sus edades

fluctuaban entre los 26 y los 40 años); eran pastores casi

desconocidos, y sus iglesias eran pequeñas y casi rurales,

pero su ejemplo y sus frutos habrían de afectar al mundo

entero.

Rumbo a la India

Carey pensaba que su labor misionera debía comenzar en

Tahiti, pero un extraño suceso alteró sus planes. Un

misionero en la India –Juan Thomas– trabó contacto con él y

le compartió su carga por la obra allí. Carey y los demás

pastores entendieron que hacia allá los guiaba el Señor.

Al despedirse de sus amigos, Carey los comprometió a

respaldarlo. Usando una figura que Fuller había propuesto,

les dijo:

— Yo desciendo al pozo, pero ustedes han de sostener la

cuerda.

Carey zarpó –después de vencer algunas reticencias de su

esposa— con toda su familia, el 13 de junio de 1793. Tenía

32 años.

Difíciles comienzos

Llegaron a la India, tras cinco largos y difíciles meses de

navegación. Los primeros meses allí fueron de gran

estrechez, y de duro aprendizaje. La pérdida de su hijo de

cinco años, fue dolorosísima, especialmente para Dorotea,

su esposa. Ella misma enfermó una y otra vez, hasta que en

1795 se enfermó gravemente de disentería, afectando

seriamente su equilibrio emocional.

En los próximos años, Carey aprendió las dos principales

lenguas que necesitaba para su trabajo de traductor, el

sánscrito y el indostano, que le abrirían las puertas a los

demás dialectos y a toda la cultura hindú.

A fines de 1799, Carey recibió ayuda desde Inglaterra –

algunos colaboradores, especialmente a Ward y Marshman,

con quienes habría de conformar un equipo de mucha

afinidad y eficiencia.

Algunos contratiempos en el trabajo les obligaron a mudarse

a Serampore, en enero de 1800, lugar que habría de ser la

sede definitiva de su obra.

La obra en Serampore

Serampore era un puerto abierto a todas las banderas, un

lugar estratégico para la obra, pero de triste historia

misionera, pues los moravos habían fracasado allí, y

abandonado su misión en 1792, tras 17 años de estériles

esfuerzos. Muy pronto Carey y su compañía hicieron los

ajustes y habilitaron un terreno.

El 5 de marzo de 1801 salió de la imprenta el Nuevo

Testamento bengalés, tras siete años y medio de arduo

trabajo.

Pero el sueño de Carey era más grande, porque se propuso

traducir las Escrituras a todas las lenguas principales de la

India. Así que tanto él como Marshman y Ward se dieron a

la incesante tarea de aprenderlas.

Uno de sus mayores aciertos fue traducir la Biblia al

sánscrito, porque era la lengua más prestigiosa y culta. Otros

colaboradores se sumaron a la tarea. Expertos de toda la

India fueron contratados como ‗pundits‘. Carey describía así

el ambiente en Serampore por ese tiempo: ―Se escribía, se

hablaba, o se leía en latín, griego, hebreo, arábigo, siriaco,

sánscrito, bengalés, indostano, oriya, gujarati, telugu,

marathi, armenio, portugués, chino y birmanés.‖

A todos los visitantes ingleses que llegaban a Serampore les

impresionaba la capacidad de trabajo de Carey, quien, con la

ayuda de numerosos ‗pundits‘ revisaba hasta 22 versiones de

las Escrituras simultáneamente.

Una prueba

El 11 de marzo de 1812 fue una fecha escrita con lágrimas

en la historia de la misión en Seram-pore. Un incendio

arrasó con el edificio de la imprenta consumiendo todo a su

paso. Las pérdidas fueron cuantiosas. Sin embargo, ellos

nunca esperaron lo que vendría. Literalmente toda la

cristiandad se volcó con donativos ―rivalizando cada uno a

todos los demás para reparar la pérdida‖. ―Este incendio ha

dado a la empresa una celebridad que ninguna otra cosa

podría haberle dado; una celebridad que nos hace temblar‖ –

escribía Fuller a Carey poco después.

Una obra que excede al vaso

Carey murió el 9 de junio de 1834. Su gran obra es difícil de

evaluar. No sólo tradujo la Biblia completa, o, al menos, las

porciones más preciosas de ella, a 34 idiomas, para un

verdadero imperio de pueblos mixtos, sino que hizo

importantes aportes al estudio de la flora y la literatura

hindú. Todo eso, en un tiempo en que no había los increíbles

adelantos técnicos que hoy tenemos.

En suma, un trabajo tan monumental, que no hubiera sido

posible de realizar por un modesto zapatero autodidacta, de

no contar con la fuerza y la gracia superabundante de Dios.

Carey estaba consciente de esto; por eso la grandeza del

erudito nunca avasalló la humildad del siervo.

En cierta ocasión, al subir al púlpito, vio colgados un par de

zapatos viejos que alguien había dejado allí para provocarle,

recordándole su oficio de zapatero. (En la India ese oficio

era uno de los más despreciados). Pero Carey dijo,

sencillamente:

Page 147: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

— El Dios que puede hacer para un pobre zapatero y por

medio de él lo mucho que ha hecho para mí y por mí, puede

bendecir y usar a cualquiera. El más humilde puede confiar

en él.

Page 148: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

La hija del Sha

— Termina con esta maldición de la familia – dijo con

fiereza Safdar Shah mientras le tendía la pistola a su

hermano Alim Shah.

Éste tomó con resolución la pistola de doble tambor y en

forma lenta le fue levantando hasta apuntar al rostro de su

hermana Gulshan, sentada frente a ellos. Con una frialdad

desconocida en él, dijo mirándola fijamente:

— ¿Por qué quieres morir? Todo lo que tienes que hacer es

decir que no aceptas más a Jesucristo como el Hijo de Dios

y que dejarás de ir a la iglesia. Entonces se te perdonará la

vida, porque no quiero dispararte.

Desde niña, Gulshan había aprendido a respetar a sus

hermanos, como toda musulmana; sin embargo, ahora sentía

que por causa de Jesucristo, no podía obedecerles.

— ¿Pueden ustedes garantizarme que si no me disparan no

moriré? – les dijo con voz firme —. Está escrito en el Corán

que una vez que una persona nace, debe morir. Así que,

adelante, disparen. No me importa morir en el nombre de

Cristo. En mi Biblia está escrito: ―El que cree en mí, aunque

esté muerto, vivirá.‖ (Juan 11:25).

Alim Shah dudó; la pistola osciló en el aire y bajó.

Safdar Shah interrumpió el silencio, para decirle a su

hermano:

— Tú no quieres matar a esta cristiana y ser culpable por

ello. Ella ya es una maldición para nosotros. Échala.

Acto seguido, la empujaron fuera de la casa.

Una flor marchita

Gulshan Fátima era la hija menor de una familia musulmana

Sayed, es decir, descendiente del profeta Mahoma. Era la

menor entre cinco hermanos: dos varones y tres mujeres. Su

padre era Aba-Jan, y como descendiente de Mahoma, era

también un Sha. Aba-Jan era también un Pir, es decir, un

líder religioso, y además, propietario de una gran fortuna en

Pakistán.

El nombre ―Gulshan‖ significaba en la lengua vernácula

urdu ―el lugar de las flores, jardín‖, pero Gulshan distaba

mucho de serlo, porque cuando tenía apenas seis meses

quedó paralítica a raíz de la fiebre tifoidea. Desde entonces,

su lado izquierdo colgaba sin vida. Poco después había

muerto su madre. Sin embargo, por esto mismo, y por ser la

menor, era la favorita de su padre.

Después de gastar grandes sumas de dinero en Pakistán

buscando cura para su hija, Aba-Jan decidió llevarla a

Inglaterra, a un reconocido médico. Corría el año 1966;

Gulshan tenía 14 años.

El veredicto del médico fue lapidario:

— No hay medicina para esto; solamente la oración.

Decepcionado, Aba-Jan decidió probar la última opción que

le quedaba: viajar a la Meca y esperar allí un milagro de

Alá. Era el mes de la Hajj, es decir, de la peregrinación

anual, en que los musulmanes del mundo se daban cita en su

principal centro de adoración.

Aba-Jan, Gulshan y sus dos criadas, volaron hasta la ciudad

de Jeddah, donde iniciaron un recorrido por los lugares

sagrados de La Meca, Medina, Jerusalén y Karbala (Irak), en

una peregrinación que duró un mes, en busca de sanidad,

pero nada.

Aba-Jan, que era un piadoso musulmán, se limitó a decir:

— Dios te está probando y me está probando. No

desesperemos. Puede ser que llegues a ser sanada en alguna

otra etapa de tu vida.

El primer encuentro con Jesús

Dos años y ocho meses después Aba-Jan murió. Antes de

partir, encargó a Gulshan a sus hermanos, y animó a su hija

menor diciéndole que un día Dios la sanaría. Tras la muerte

de su padre, la casa quedó vacía para Gulshan, pese a la gran

cantidad de criados que le asistían. Todos sus hermanos se

habían casado. Entonces, Gulshan decidió pedir a Dios que

la llevara con su padre.

Una noche, como a las tres de la mañana, mientras barajaba

pensamientos de suicidio, comenzó a decirle a Dios, con una

espontaneidad inusitada:

— Quiero morir. No quiero vivir más. Esto es lo último.

Extrañamente, de alguna manera sintió que Dios la estaba

oyendo, así que continuó:

— ¿Qué pecado terrible he cometido, que me has hecho

vivir así? Apenas nací te llevaste a mi madre, luego me

hiciste paralítica y ahora te llevas a mi padre. Dime, ¿por

qué me has castigado tan duramente?

De pronto, en medio del silencio, escuchó una voz suave y

amorosa:

— No te dejaré morir. Haré que vivas.

— ¿De qué servirá que yo viva? – preguntó – Soy inválida.

Cuando mi padre estaba vivo podía compartir todo con él.

Ahora cada minuto de mi vida es como cien años. Tú te

llevaste a mi padre y me dejaste sin esperanza, sin nada por

lo cual vivir.

La voz vino de nuevo, vibrante y suave:

— ¿Quién le dio ojos al ciego, y quién hizo sano al enfermo,

y quién curó a los leprosos y quién resucitó al muerto? Yo

soy Jesús, el hijo de María. Lee acerca de mí en el Corán, en

el Sura Maryam.

Esa noche, buscó y leyó en el Corán el pasaje señalado:

―Entonces los ángeles dijeron: ―¡Oh María! En realidad,

Dios te anuncia la buena noticia de su Verbo. Su nombres es

el Mesías Jesús, hijo de María, considerado en este mundo y

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en el otro, y hasta por aquellos que están inmediatos a Dios.

El hablará a los hombres, tanto a los que están en la cuna

como en la edad madura. Y será del número de los justos ...‖

Y más adelante: ―Con el permiso de Alá daré vista a los

ciegos, sanaré al leproso, y resucitaré los muertos a la vida.‖

Pese a que no entendía mucho lo que estaba sucediendo, una

esperanza había brotado en su corazón. Desde entonces,

Gulshan comenzó a orar así:

— Oh, Jesús, hijo de María, en el santo Corán dice que tú

resucitaste a los muertos y curaste a los leprosos y que

hiciste milagros. Entonces, sáname a mí también.

El milagro

Un día, pasados tres años de estar orando así, se sintió muy

decepcionada. Pensó: ―He hecho esto por tanto tiempo y

todavía estoy paralítica‖. Luego dijo:

— Mira que estás vivo en el cielo y el santo Corán dice que

sanaste a las personas. Tú puedes sanarme, y sin embargo

sigo estando paralítica. Jesús, si puedes hacerlo, sáname; de

lo contrario, dímelo.

Entonces ocurrió algo totalmente inesperado. La habitación

se llenó de una luz que sobrepasaba a la luz del día. Gulshan

sintió mucho miedo. Pese a eso, alzó la vista y reconoció

unas figuras con ropas largas de pie en medio de la luz,

algunos metros más allá de su cama. Había 12 figuras en fila

y la figura central, la número trece, era más grande y

brillante que las otras.

— Oh Dios – clamó — ¿quiénes son esas personas y cómo

han entrado aquí estando las ventanas y las puertas cerradas?

— Levántate – le dijo de pronto una voz – Este es el camino

que has estado buscando. Yo soy Jesús, el hijo de María, a

quien has estado orando y ahora estoy de pie delante de ti.

Levántate y ven a mí.

Gulshan comenzó a llorar:

— Oh Jesús, estoy paralítica. No puedo levantarme.

— Levántate y ven – le dijo él – Yo soy Jesucristo.

Gulshan dudó, y él lo dijo por segunda vez. Luego, por

causa de que ella dudaba, él le habló por tercera vez.

Entonces Gulshan, tras 19 años de estar tirada en cama,

paralítica, sintió que una nueva fuerza fluía de sus piernas

inútiles, y caminó algunos pasos, para luego caer a los pies

de él.

Jesús puso su mano sobre su cabeza y le dijo:

— Yo soy Jesucristo. Soy Emanuel. Yo soy el camino, la

verdad y la vida. Estoy vivo, y vengo pronto. Mira, desde

hoy eres mi testigo. Lo que ahora viste con tus ojos debes

llevarlo a mi pueblo. Mi pueblo es tu pueblo y debes

permanecer fiel en llevárselo a mi pueblo. Ahora debes

mantener inmaculadas esta túnica y tu cuerpo. Dondequiera

que vayas estaré contigo y a partir de hoy orarás así ...

Y le citó el Padre nuestro. Luego le hizo repetir la oración.

Al decir ―Padre‖ Gulshan sintió que Dios cautivaba su

corazón.

— Lee en el Corán – agregó –; yo estoy vivo y vengo otra

vez.

Gulshan miró su pierna y su brazo izquierdos y vio que

tenían carne; sin embargo, su mano no estaba perfecta.

Entonces preguntó:

— ¿Por qué no la sanaste del todo?

La respuesta vino en tono cariñoso:

— Quiero que seas mi testigo.

Surgen las dificultades

Desde ese momento, Gulshan alcanzó la notoriedad propia

de un milagro andante. Sus criados, su familia y sus vecinos

acudieron a verla caminar. Ella a todos daba testimonio de

que Jesús, el hijo de María, la había sanado.

Una semana más tarde, la familia hizo una fiesta para

celebrar tan gran acontecimiento, pero allí surgieron los

primeros problemas. Después de escuchar sus reiterados

testimonios, Safdar Sha, su hermano mayor, le dijo:

— Te respetaríamos más si dijeras que Mahoma te sanó. Ese

Jesucristo no es muy importante para nosotros.

— Pero es que no puedo decir que me sanó Mahoma –

replicó Gulshan – Fue Jesucristo y él me dijo que lo contara.

— Jesucristo tiene su gente en Inglaterra, Estados Unidos y

Canadá. Esos son países cristianos. No vas a ir allí a decirles

acerca de cómo Jesucristo te sanó, y sería prudente que no

divulgaras ese tipo de cosas a aquí – concluyó el hermano,

con firmeza.

Gulshan le preguntó al Señor qué hacer. Su tía, entretanto, le

dijo que todo lo que debía hacer era dar limosnas y olvidarse

de Jesucristo.

El Señor le dijo:

— Si te atemorizas por tu familia, no estaré contigo. Debes

permanecer fiel a mí para poder ir a mi gente. Mi pueblo es

tu pueblo. Debes llevarle mi mensaje a ellos.

Diez días después de su sanidad, la familia volvió al ataque,

incluso amenazándola de muerte.

Gulshan oró al respecto, y la respuesta vino dos noches

después. En una visión vio al Señor Jesucristo que le decía:

— Ven a mí.

Page 150: Biografias de Cristianos Arreglado Totalmente

Extendió su mano y la levantó hasta una planicie verde y

fresca, llena de figuras de personas. Todas tenían coronas en

la cabeza y estaban vestidas de una brillantez que hería sus

ojos. Escuchó palabras que eran como una hermosa música.

Las personas decían: ―Santo‖ y ―Aleluya‖. ―El es el Cordero

inmolado. Él vive.‖ – decían, mientras miraban a Jesucristo.

De la multitud sobresalía el rostro de un hombre que estaba

sentado. El Señor le dijo:

— Ve dieciséis kilómetros al norte y este hombre te dará

una Biblia.

Sufriendo el vituperio

El hombre era el señor Major, quien con cierta desconfianza

le entregó un ejemplar del Nuevo Testamento en urdu y uno

de Los mártires de Cartago. Conseguir el Nuevo Testamento

y leerlo fue una y sola cosa. Allí pudo comer y beber hasta

saciarse. Su entendimiento fue iluminado y pudo confirmar

que era Jesús quien se le había manifestado.

La palabra sobre el bautismo le habló específicamente,

aunque también entendió lo que eso significaría. El señor

Major le advirtió que podría perderlo todo. Pero Gulshan

sabía que no tenía alternativa. Así que hizo los preparativos,

y ordenó su casa.

El 15 de marzo de 1972, a los 20 años de edad, Gulshan

Fátima, hija de una noble familia Sayed, dejó su casa

paterna, su palacete, sus criados, su dinero, todo, para nunca

más volver.

Un mes después se bautizó, y su segundo nombre ―Fátima‖

fue trocado por ―Esther‖. Una nueva vida había comenzado

para ella.

¿Cuántas cosas habría de padecer por causa del Nombre?

Gulshan Esther no lo sabía entonces, pero su fe y su decisión

eran irreversibles.

Desde aquel día comenzó su peregrinar. Muchos

sufrimientos habría de pasar en los próximos años; sin

embargo, todos los afrontó con gozo. A su paso fue dejando

una estela de bendición y de vida.

Desde entonces su testimonio ha bendecido a millares de

personas, tanto en su país como fuera de él.

¡Dios verdaderamente se había glorificado en una

desdichada muchacha musulmana paquistaní!

Adaptado de ―El velo rasgado‖, por Gulshan Esther y

Thelma Sangster - Edit. Vida, 1991.