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P ara 1816, la monarquía española había logrado restablecer el control político y militar en buena parte de Venezuela. No así en los Llanos, en donde José Antonio Páez mandaba un ejército de llaneros que todavía hoy, infunden respeto por su fama de aguerridos y temerarios. Y lo eran. Quienes por aquellos años nos dejaron sus testimonios sobre esos eventos lo confirman. En tiempos críticos para los patriotas apureños, los llaneros hicieron gala de esa bravura el 8 de octubre de 1816, cuando en la batalla de El Yagual, en Apure, propinaron una seria derrota a los realistas mandados por el jefe español Francisco López. Si bien este triunfo no expulsó a los enemigos de aquel territorio, al menos aseguró a los patriotas el control en buena parte del río Arauca y afianzó aún más el liderazgo de Páez entre los llaneros. Tiempos difíciles para la patria La guerra siempre es un hecho atroz. Y los años que van desde 1814 hasta 1819 fueron los más difíciles para los republicanos en toda la guerra de Independencia. Este período arranca con el recrudecimiento de la guerra a muerte, dictada por Bolívar el año anterior y llevada a su máxima expresión por Boves; así como la llegada de los realistas al poder en Venezuela. Luego vinieron las fuertes arremetidas contra los insurgentes por parte del jefe espa- ñol Pablo Morillo. La corona española intentaba aplacar la revolución. Mo- rillo prosiguió a la Nueva Granada y arrasó con los patrio- tas. Ya para 1816, en Venezuela persisten pequeños brotes revolucionarios que hacen regresar a Morillo al país. Más adelante, la provincia de Guayana obtuvo su liberación. Y para 1819, la patria se enrumba hacia un destino favorable. En la duración de este ciclo, los llaneros, Páez y el Apure, pasarían a convertirse en importantes protagonistas de nuestra historia. Páez el Jefe Supremo de Ejército de los Llanos Volviendo a 1816, mientras en el oriente venezolano algu- nas partidas guerrillas maniobraban contra los realistas, acontecía lo propio en tierras apureñas. Al grupo de llan- eros a las órdenes de Páez se le sumaron algunos refuerzos llegados de la Nueva Granada, que escapaban de la espada de Morillo. De estos escapados, un pequeño grupo in- stauró un gobierno provisorio a su paso por Guasdualito, que contaba entre sus miembros a varios neogranadinos, entre ellos a Francisco de Paula Santander. A pocos días de instaurado el nuevo gobierno un motín vino a derrumbarlo. En la población de Trinidad de Ari- chuna, el 16 de septiembre de 1816, un grupo de oficiales se rebeló contra el gobierno alegando que ante el peligro de verse atrapados por las tropas de Morillo, requerían de un líder militar extraordinario que los llevase al triunfo. Ese líder era Páez. Elegido y reconocido así por las tropas. Por ello, los miembros del gobierno no tuvieron otra opción que reconocer a Páez como el jefe supremo de las opera- ciones militares en los Llanos. La batalla de El Yagual Una vez asumida la jefatura suprema, Páez reorganizó al ejército y dirigió las acciones militares en el Apure. Los primeros pasos consistían asegurar Achaguas y neutralizar las tropas de Francisco López. Al tener noticias de la pres- encia de López en el hato El Yagual, los apureños marcha- ron en esa dirección. Durante la movilización vencieron, en el hato Los Cocos, a un regimiento de caballería realista a las órdenes de Facundo Mirabal, quien llevaba consigo 100 caballos. Este triunfo proveyó de caballos a Páez y for- taleció la moral de sus hombres. Al siguiente día los republicanos están en Las Aguaditas. Pero en la oscuridad de la noche reanudaron la marcha por un terreno muy pantanoso, a fin de sorprender al en- emigo por la espalda. El padre Blanco, uno de los curas que tomó parte en la batalla, afirmó en su obra Bosquejo histórico de la Revolución de Venezuela, que a las 10 de la mañana del 8 de octubre de 1816, los ejércitos se dispusi- eron para entablar la acción. Páez, contando 700 combat- ientes había ordenado sus tropas en tres columnas: Rafael Urdaneta a la derecha, Manuel Serviez en el centro, y Santander en la izquierda. Por su parte, López tenía 1.700 jinetes y 600 infantes. Páez ordenó un ataque por la derecha del enemigo, mien- tras 200 carabineros realistas hicieron frente a este avance. Santander logró rechazar a los carabineros, pero reforza- dos con dos escuadrones, empezaron a causar estragos en su columna. Serviez salió en auxilio de Santander, cuando en plena refriega salieron de la derecha realista 200 hom- bres con la intención de bordear la izquierda patriota y ata- car por su retaguardia. Páez pudo reconocer la maniobra y junto a Urdaneta detuvo la táctica española, asegurando la victoria para los llaneros. López logró ponerse a salvo fuera del campo de batalla, pero no muy distante de las tropas patriotas, que se contuvieron de hacer un nuevo ataque por el cansancio de los caballos. Esa misma noche el jefe realista abandonó El Yagual, to- davía con 1.000 jinetes, rumbo a San Fernando de Apure. La victoria era para los republicanos, que ahora controla- ban gran parte del río Arauca. La derrota significó el drama final de López, quien unos días después sería cap- turado y ejecutado por órdenes de Páez, el nuevo caudillo llanero que conduciría a sus tropas directo al triunfo en los Llanos de Venezuela. Bicentenario de la Batalla de El Yagual 8 de octubre de 1816 Ministerio del Poder Popular para la Cultura/ Fundación Centro Nacional de Historia / RIF. G2000-8479-0 www.cnh.gob.ve www.agn.gob.ve www.archivodellibertador.gob.ve En el marco del Ciclo Bicentenario la Fundación Centro Nacional de la Historia se honra en conmemorar los 200 años de la Batalla de El Yagual, acaecida en las sabanas apureñas, a orillas del río Arauca el 8 de octubre de 1816, cuando los valientes llaneros con José Antonio Páez a la cabeza, infringieron una dura derrota a los realistas comandados por el jefe español Francisco López. Este triunfo hizo comprender rápidamente al ejército español que aquellos valientes no eran unos simples cuatreros, ni unos bandidos que se pusieron a las armas como al principio creían. Por el contrario, se trataba de un ejército organizado, especializado en las tácticas guerrilleras y que sabía muy bien sacar provecho del teatro de operaciones donde se desarrollaba la guerra. Con menores recursos militares que el enemigo y un ejército semidesnudo, Páez logró aventajar a los españoles con sus tácticas novedosas, con el valor y la intrepidez de sus tropas, y con la lanza y el caballo como armas. Hoy, a 200 años de aquel episodio histórico, la victoria de El Yagual sigue demostrando que no siempre el más fuerte gana, y que el valor y la constancia pueden ser mejores armas que la artillería y el fusil. Sigamos siempre el ejemplo de El Yagual para vencer sobre enemigos más poderosos. Pedro Castillo, Acción del Yagual el 8 de octubre de 1816, hacia 1830. Colección Casa Páez de Valencia. La Batalla de El Yagual y la furia llanera

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Page 1: Bicentenario de la Batalla de El Yagual 8 de octubre … YAGUAL.pdfEn el río Arauca, que dista casi un tiro de fusil del hato, tenían los realistas cuatro lanchas armadas con cañones.

P ara 1816, la monarquía española había logrado restablecer el control político y militar en buena parte de Venezuela. No así en los Llanos, en donde José Antonio Páez

mandaba un ejército de llaneros que todavía hoy, infunden respeto por su fama de aguerridos y temerarios. Y lo eran. Quienes por aquellos años nos dejaron sus testimonios sobre esos eventos lo confirman.

En tiempos críticos para los patriotas apureños, los llaneros hicieron gala de esa bravura el 8 de octubre

de 1816, cuando en la batalla de El Yagual, en Apure, propinaron una seria derrota a los realistas mandados por el jefe español Francisco López. Si bien este triunfo no expulsó a los enemigos de aquel territorio, al menos aseguró a los patriotas el control en buena parte del río

Arauca y afianzó aún más el liderazgo de Páez entre los llaneros.

Tiempos difíciles para la patriaLa guerra siempre es un hecho atroz. Y los años que van desde 1814 hasta 1819 fueron los más difíciles para los republicanos en toda la guerra de Independencia. Este período arranca con el recrudecimiento de la guerra a muerte, dictada por Bolívar el año anterior y llevada a su máxima expresión por Boves; así como la llegada de los realistas al poder en Venezuela. Luego vinieron las fuertes arremetidas contra los insurgentes por parte del jefe espa-ñol Pablo Morillo.

La corona española intentaba aplacar la revolución. Mo-rillo prosiguió a la Nueva Granada y arrasó con los patrio-tas. Ya para 1816, en Venezuela persisten pequeños brotes revolucionarios que hacen regresar a Morillo al país. Más adelante, la provincia de Guayana obtuvo su liberación. Y para 1819, la patria se enrumba hacia un destino favorable.

En la duración de este ciclo, los llaneros, Páez y el Apure, pasarían a convertirse en importantes protagonistas de nuestra historia.

Páez el Jefe Supremo de Ejército de los LlanosVolviendo a 1816, mientras en el oriente venezolano algu-nas partidas guerrillas maniobraban contra los realistas, acontecía lo propio en tierras apureñas. Al grupo de llan-eros a las órdenes de Páez se le sumaron algunos refuerzos llegados de la Nueva Granada, que escapaban de la espada de Morillo. De estos escapados, un pequeño grupo in-stauró un gobierno provisorio a su paso por Guasdualito, que contaba entre sus miembros a varios neogranadinos, entre ellos a Francisco de Paula Santander.

A pocos días de instaurado el nuevo gobierno un motín vino a derrumbarlo. En la población de Trinidad de Ari-chuna, el 16 de septiembre de 1816, un grupo de oficiales se rebeló contra el gobierno alegando que ante el peligro de verse atrapados por las tropas de Morillo, requerían de un líder militar extraordinario que los llevase al triunfo. Ese líder era Páez. Elegido y reconocido así por las tropas. Por ello, los miembros del gobierno no tuvieron otra opción que reconocer a Páez como el jefe supremo de las opera-ciones militares en los Llanos.

La batalla de El YagualUna vez asumida la jefatura suprema, Páez reorganizó al ejército y dirigió las acciones militares en el Apure. Los primeros pasos consistían asegurar Achaguas y neutralizar las tropas de Francisco López. Al tener noticias de la pres-encia de López en el hato El Yagual, los apureños marcha-ron en esa dirección. Durante la movilización vencieron, en el hato Los Cocos, a un regimiento de caballería realista a las órdenes de Facundo Mirabal, quien llevaba consigo 100 caballos. Este triunfo proveyó de caballos a Páez y for-taleció la moral de sus hombres.

Al siguiente día los republicanos están en Las Aguaditas. Pero en la oscuridad de la noche reanudaron la marcha por un terreno muy pantanoso, a fin de sorprender al en-emigo por la espalda. El padre Blanco, uno de los curas que tomó parte en la batalla, afirmó en su obra Bosquejo histórico de la Revolución de Venezuela, que a las 10 de la mañana del 8 de octubre de 1816, los ejércitos se dispusi-eron para entablar la acción. Páez, contando 700 combat-ientes había ordenado sus tropas en tres columnas: Rafael Urdaneta a la derecha, Manuel Serviez en el centro, y Santander en la izquierda. Por su parte, López tenía 1.700 jinetes y 600 infantes.

Páez ordenó un ataque por la derecha del enemigo, mien-tras 200 carabineros realistas hicieron frente a este avance. Santander logró rechazar a los carabineros, pero reforza-dos con dos escuadrones, empezaron a causar estragos en su columna. Serviez salió en auxilio de Santander, cuando en plena refriega salieron de la derecha realista 200 hom-bres con la intención de bordear la izquierda patriota y ata-car por su retaguardia. Páez pudo reconocer la maniobra y junto a Urdaneta detuvo la táctica española, asegurando la victoria para los llaneros. López logró ponerse a salvo fuera del campo de batalla, pero no muy distante de las tropas patriotas, que se contuvieron de hacer un nuevo ataque por el cansancio de los caballos.

Esa misma noche el jefe realista abandonó El Yagual, to-davía con 1.000 jinetes, rumbo a San Fernando de Apure. La victoria era para los republicanos, que ahora controla-ban gran parte del río Arauca. La derrota significó el drama final de López, quien unos días después sería cap-turado y ejecutado por órdenes de Páez, el nuevo caudillo llanero que conduciría a sus tropas directo al triunfo en los Llanos de Venezuela.

Bicentenario de la Batalla de El Yagual8 de octubre de 1816

Ministerio del Poder Popular para la Cultura/ Fundación Centro Nacional de Historia / RIF. G2000-8479-0 www.cnh.gob.ve www.agn.gob.ve www.archivodellibertador.gob.ve

En el marco del Ciclo Bicentenario la Fundación Centro Nacional de la Historia se honra en conmemorar los 200 años de la Batalla de El Yagual, acaecida en las sabanas apureñas, a orillas del río Arauca el 8 de octubre de 1816, cuando

los valientes llaneros con José Antonio Páez a la cabeza, infringieron una dura derrota a los realistas comandados por el jefe español Francisco López.

Este triunfo hizo comprender rápidamente al ejército español que aquellos valientes no eran unos simples cuatreros, ni unos bandidos que se pusieron a las armas como al principio creían. Por el contrario, se trataba de un ejército

organizado, especializado en las tácticas guerrilleras y que sabía muy bien sacar provecho del teatro de operaciones donde se desarrollaba la guerra. Con

menores recursos militares que el enemigo y un ejército semidesnudo, Páez logró aventajar a los españoles con sus tácticas novedosas, con el valor y la intrepidez

de sus tropas, y con la lanza y el caballo como armas. Hoy, a 200 años de aquel episodio histórico, la victoria de El Yagual sigue demostrando que no siempre el más fuerte gana, y que el valor y la constancia pueden ser mejores armas que la

artillería y el fusil. Sigamos siempre el ejemplo de El Yagual para vencer sobre enemigos más poderosos.

Pedro Castillo, Acción del Yagual el 8 de octubre de 1816, hacia 1830. Colección Casa Páez de Valencia.

La Batalla de El Yagual y la furia llanera

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De origen pobre, José Antonio Páez, consagró su vida al arte militar y llegó a convertirse en la figura más importante de buena parte del siglo XIX venezolano. Su brillante y heroica participación en la guerra de independencia, le valieron para ser el caudillo que asumió las riendas de la incipiente República de Venezuela. Sus glorias militares en la independencia han sido alabadas por todos. Su actuación política a partir de 1830, será siempre debatida por muchos.

Comienza en el llano su vida militarJosé Antonio Páez nace el 13 de junio de 1790, en Curpa, estado Portuguesa. Se incorporó en 1810 a las fuerzas patriotas de Barinas, a cargo de Manuel Antonio Pulido, donde permaneció por muy poco tiempo. Luego se une a las fuerzas del general Rafael Urdaneta, con las cuales asistió a varias acciones como la toma de Guasdualito, la batalla del Banco de Chire y el combate de Mata de la Miel, logrando derrotar al coronel realista Francisco López. En sus primeros encuentros Páez se caracterizó por lanzar asaltos violentos y sorpresivos al enemigo.

En septiembre de 1816 tendrá lugar un episodio trascendental en la vida de nuestro llanero, cuando un gobierno provisorio conformado en Guasdualito terminó derrocado por un motín en la población de Trinidad de Orichuna. Tras el motín las tropas apureñas designaron a Páez como jefe único de los Llanos, quien aceptó el nombramiento e inmediatamente abrió las operaciones militares en Apure. Así llegamos a las batallas de El Yagual, Mucuritas y las Queseras del Medio, triunfos que demostraron el valor y la habilidad estratégica de Páez. En su táctica prevaleció el empleo de la caballería, porque desde temprano reconoció la importancia de ésta.

El Páez que recordamosLa historia venezolana recuerda a Páez como un jefe militar que sin poseer bienes de fortuna, llegó a convertirse en el terrateniente más acaudalado del país. Como el primer político que impidió la integración de Nuestra América con la separación de la Gran Colombia. El hombre que, como presidente, quiso manejar a Venezuela a sus caprichos. Y también como un tenaz dictador aferrado al poder. Pero sus glorias en la gesta independentista siguen haciendo de él un héroe de la patria. Y así preferimos recordarlo muchos.

José Antonio Páez, el gran líder llanero

La batalla de El Yagual descrita por Páez“...Tenía López formada la caballería a la espalda de la casa y del corral del hato, y la infantería dentro de la misma majada, cuya puerta se hallaba defendida por cuatro piezas de artillería. En el río Arauca, que dista casi un tiro de fusil del hato, tenían los realistas cuatro lanchas armadas con cañones.

Dos objetos me propuse con este movimiento: primero, obligar a mis tropas a pelear con desesperación, viendo que estaba cortado por su enemigo el terreno que les quedaba a la espalda; y segundo, que quedasen a nuestra disposición los caballos que los realistas guardaban en aquel punto. El éxito correspondió a mis deseos y esperanzas. Acercámonos al enemigo y formamos en tres líneas: el escuadrón de Urdaneta a la vanguardia, el de Servier en el centro, y el de Santander a la izquierda. La reserva compuesta de los esclarecidos patriotas cuyos nombre ya conoce el lector, se formó a

retaguardia fuera del alcance de los tiros de fusil, pues me interesaba mucho la conservación de la vida de aquellos eminentes varones...

...Acercáronse éstos a menos de medio tiro de carabina, favorecidos por una cañada llena de agua que se hallaba entre ambos cuerpos, y que formando varias sinuosidades, nos hubiera sido necesario pasar muchas veces para ir a atacarlos. Rompieron el fuego con gran ventaja de su parte, no sólo por lo corto de la distancia que nos separaba, sino porque no teníamos bastantes armas de fuego con que contestar a sus disparos. Destaqué entonces la mitad del escuadrón de Santander, al mando del intrépido Genaro Vásquez, para que atravesando la cañada desalojase al enemigo de aquella favorable posición. Así lo ejecutó Vásquez, y ya los realistas empezaban a huir cuando les vino el auxilio de un escuadrón de lanceros, con lo que Vásquez se vio obligado a combatir, perdiendo el terreno que había ganado. Envié entonces al coronel Santander con la otra mitad, y pudo ésta rechazar de nuevo al enemigo.

Resuelto el jefe realista a no ceder terreno, envió nuevo refuerzo de dos escuadrones, y yo dispuse entonces que el general Servier avanzara con el segundo escuadrón en auxilio de Santander, y que procurase al mismo tiempo flanquear y envolver al enemigo por su costado derecho. Cuando Santander y Servier se hallaban más empeñados en un riguroso combate a lanza, salió por la derecha el coronel Torrellas, segundo de López, con el propósito de destruir por retaguardia las fuerzas de aquellos jefes; para lograr dicho objetivo mandó López al mismo tiempo cargarles con todo el resto de su caballería.

Al ver el movimiento ordené al general Urdaneta que le saliese al encuentro, y acompañándolo yo en persona, nos le fuimos encima con tal denuedo que ni aun tiempo tuvo el realista

para ejecutar su maniobra, pues al dar frente a Urdaneta, éste le estrelló contra las orillas de una

laguna que les quedaba a un costado.

El combate fue desesperado y sangriento, viéndose algunos obligados a arrojarse a la laguna y pasarla a nado. Este triunfo salvó las brigadas de Santander y Servier que se encontraban en grande aprieto”.

Fuente: Páez, José Antonio, Autobiografía del general José Antonio Páez. Caracas, Coordinación de Información y Relaciones de

Petróleos de Venezuela, 1990, pp. 120-122.

Imagen: Frederick Siegfried George Melbye, “José Antonio Páez”, circa 1850-1858, en Ramón Páez, Travels and adventures in South and Central América, New York, Charles Scribner and Co., 1868.

Colección Libros Raros de la Biblioteca Nacional

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Después de la caída de la Segunda República en 1814, poco a poco fueron surgiendo algunas

guerrillas revolucionarias en diversos puntos de Venezuela. En el alto llano de la provincia de

Caracas operaban Pedro Zaraza y Manuel Sedeño. En los llanos de Barcelona y Maturín lo hacían

Andrés Rojas, José Barreto y los Sotillo, quienes en 1816 reconocieron por jefe a José Tadeo

Monagas. En los llanos de Apure, el aguerrido José Antonio Páez empezó a perfilarse como el jefe

de los llaneros para 1816, gracias a la brillante estrategia y las tácticas militares que desplegaba y

que dejó descrita en su Autobiografía, de la cual transcribimos el siguiente fragmento.

La ventaja táctica de los llaneros

Detalle: “Mapa de Venezuela para servir a la historia de las campañas de la guerra de independencia en los años de 1815, 1816 y 1817”, en Agustin Codazzi, Atlas Físico y Político de la República de Venezuela, París, Lithographie de Thierry Frères, 1840.

DATOS DE LA BATALLA

Combatientes:700 lanceros 1700 jinetes 600 infantes

Comandantes: José Antonio Páez

Francisco López

Ubicación Geográfica de El Yagual:Región de los llanos de Apure,

entre el río Apure y el río Arauca

El sistema de guerra que debían adoptar los patriotas contra esas tropas veteranas [de Pablo Morillo], acostumbradas a luchar en terrenos análogos a los nuestros, bien disciplinadas, valientes y sobre todo leales a su causa, no debía ser otro que el que los mismos españoles adoptaron en la Península para destruir a sus invasores [los franceses]. En [la Gran] Colombia, como en España, el territorio presenta en todas partes defensas naturales, y con sobrada razón el Libertador decía más tarde al Congreso de Bolivia “que la naturaleza salvaje del continente (la América) expele por sí sola el orden monárquico: los desiertos convidan a la independencia”.

El sistema de guerrillas es y será siempre el que debe adoptarse contra un ejército invasor en países como los nuestros donde sobra el terreno y falta la población. Sus bosques, montañas y llanos convidan al hombre a la libertad, y le acogen en sus senos, alturas y planicies para protegerle contra la superioridad numérica de los enemigos. En las montañas y bosques no debe jamás el patriota tomar la ofensiva; pero en las llanuras jamás despreciará la ocasión que se le presente de tomar la iniciativa contra el enemigo y acosarle allí con tesón y brío. A este género de táctica debimos, los americanos, las ventajas que alcanzamos cuando no teníamos aún ejército numeroso y bien organizado. A la disciplina de las tropas españolas, opusimos el patriotismo y el

valor de cada combatiente; a la bayoneta, potente arma de la infantería española, la formidable lanza manejada por el brazo más formidable del llanero, que con ella, a caballo y a pie, rompía sus cuadros y barría sus batallones; a la superioridad de sus artillería, la velocidad de nuestros movimientos, para lo que nos ayudaba el noble animal criado en nuestra llanuras. Los llanos se oponían a nuestros invasores con todos los inconvenientes de un desierto, y si entraban en ellos, nosotros conocíamos el secreto de no dejarles ninguna de las ventajas que tenían para nosotros. Los ríos estorbaban la marcha de aquellos, mientras para nosotros eran pequeño obstáculo que sabíamos salvar, cruzando sus corrientes con tanta facilidad como sus estuviéramos en el elemento en que nacimos. Todo esto y la esperanza de que los pueblos adquirirían al fin conciencia de la santidad y justicia de la causa que defendíamos, nos hacía tener en poco las formidables fuerzas que pretendían someternos de nuevo al yugo de la dominación.

Fuente: José Antonio Páez, Autobiografía del general José Antonio Páez. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1987, p. 93-94.

Imagen: Ferdinand Bellerman, Llaneros, 1843. Colección Staatliche Museen zu Berlin. Imagen cortesía Galería de Arte

Nacional

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En el hato la vida era rústica. Las faenas propias del llanero exigían fuerza y rudeza, con la cual adquirían la destreza en los ejercicios corporales. El oficio de domador de caballos era de los más peligrosos y exigía condiciones atléticas. Richard Vowell, un viajero inglés que por aquellos años visitaba el Apure, quedó admirado con la doma y en su obra Campañas y Cruceros, describe aquella actividad con gran detalle:

Cuando los llaneros quieren procurarse caballos, también recurren al lazo. Mientras que dos o tres individuos han echado el lazo al animal elegido, otros hombres le golpean despiadadamente la

cabeza. Los golpes y el nudo parecen que privan prontamente de sentido al animal. Una vez así, le atan las piernas, le tapan los ojos y le ensillan sin pérdida de tiempo. Hecho esto le quitan el

lazo que le oprime; el animal no tarda en volver de su aturdimiento, se levanta, pero permanece

tranquilo, aunque tembloroso.

Entonces el llanero monta el caballo salvaje, al que ya ha hecho accesible al terror, se afianza y le quita la venda. El caballo muestra al principio un asombro y un confusión que le impiden hacer el menor movimiento; pero prontamente los gritos y los golpes de los compañeros del jinete le hacen

salir de esa especie de letargo, y la lucha entre el animal, que defiende su libertad, y el llanero,

que quiere arrebatársela con la ayuda de su incomparable destreza, no tarda en entablarse.

Una vida simplePara los llaneros la vida en los hatos era austera y privada de comodidades. Normalmente alejada de toda la sociedad. Las casas eran rudimentarias y con escasos muebles, contando apenas con una sala central donde se colgaban las sillas de montar, y una o dos habitaciones que en época de calor eran poco útiles. Allí comía toda la familia cuando la lluvia impedía la salida a las sabanas. Y allí, sobre una piel de toro, dormía el

llanero para protegerse de la intemperie cuando hacía mal tiempo. Pero al llegar la guerra, la vida del hato mudó a la del cuartel, donde cualquier paraje seco ofrecía el único alojamiento.

Los viajeros que dejaron sus testimonios resaltaron la amabilidad de los llaneros. Llegada alguna visita a un hato, inmediatamente el visitante era recibido con un “Ave María Purísima”. Traían agua para lavarle los pies, mientras su caballo era dejado pastando libremente. Acto seguido, algún miembro de la familia sale en búsqueda de una ternera, y en menos de una hora el huésped disfrutaba de una carne asada, a veces con arepas.

Imagen: Frederick Siegfried George Melbye, “José Antonio Páez”, circa 1850-1858, en Ramón Páez, Travels and adventures in South and Central América, New York, Charles Scribner and Co., 1868.

Colección Libros Raros de la Biblioteca Nacional

Dominga Ortíz nació en Canaguá, el 1 de noviembre de 1792. Era hija de Francisco de Paula Ortiz y de Micaela Orzúa. A principios de 1809, José Antonio Páez se desplazaba continuamente a caballo entre Acarigua y Barinas, en búsqueda de ganado para comercializar. En uno de aquellos viajes conoció a la bella Dominga, una joven esbelta de 17 años de edad. De inmediato el amor floreció y, sin muchos rodeos, ese mismo año se casaron.

Por la Autobiografía de Páez, sabemos que éste viajaba con su familia en plena campaña. Y en 1816, antes de asistir a la batalla de El Yagual, las familias emigradas fueron dejadas en un sitio seguro. La escena pintada por Páez es dramática: “…marché con mis tropas y la emigración hasta los médanos de Araguayuna (…) Allí dejé las mujeres, niños y los hombres inútiles para la campaña, bajo la custodia de una compañía de caballería, toda ella de hombres escogidos (…) no pude ponerme en marcha sin consolar por vía de adiós con algunas palabras a aquellas infelices familias, que allí dejaba

con muy dudosas esperanzas de volvernos a ver en este mundo (…) aquellas familias escuchaban mi despedida en medio de las mayores muestras de dolor, y más de una lágrima brilló también en los ojos de aquellos bravos que iban animosos a salir al encuentro del enemigo”. El romance se fraguó entre las batallas, el sol inclemente del llano y los clamores de libertad.

Ese mismo año, en medio del fervor de la guerra Dominga organizó en el Valle de la Pascua un grupo de samaritanas para atender a los heridos. Esto le hizo merecer la expresión pintoresca de la primera enfermera del ejército patriota.

Dominga Ortíz falleció en Caracas, el 12 de diciembre de 1875. Murió sola y pobre, sin poder recuperar los bienes confiscados a su esposo, ni los suyos. Su vida fue un constante lidiar con dificultades, quedando el ejemplo de abnegación y patriotismo. Y 200 años después, su ejemplo inspira a destacar la participación de las mujeres en nuestra independencia.

La vida del llanero en el hato

Dominga Ortiz, un ejemplo de lucha

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Imagen: Elvira Senior, Dominga Ortiz de Páez, en, Antonio Reyes, “Presidentas de Venezuela: Primeras damas de la Republica en el

siglo XIX”, Caracas, 1955.