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Julio Verne Héctor Servadac Biblioteca virtual Julio Verne Héctor Servadac Viajes y aventuras a través del mundo solar © Editado por Cristian Tello Cortesía de: http://www.jverne.net Género: Novela Año de publicación: 1877 Sinopsis: En la costa de Argelia, el capitán francés Héctor Servadac, su ordenanza Ben-Zuf y el suelo bajo sus pies son barridos de la faz de la Tierra, tras el paso de un cometa. El mundo a su alrededor rápidamente cambia y cuando la pareja comienza a explorar, descubren que junto con ellos existen otras personas en este nuevo mundo y juntos deciden formar una pequeña colonia, integrada por un conde ruso, la tripulación de su yate, un grupo de españoles, una joven 1

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Biblioteca virtual Julio Verne

Julio Verne Hctor Servadac

Biblioteca virtual Julio Verne

Hctor Servadac

Viajes y aventuras a travs del mundo solar

Editado por Cristian Tello

Cortesa de: http://www.jverne.net

Gnero: Novela

Ao de publicacin: 1877

Sinopsis:

En la costa de Argelia, el capitn francs Hctor Servadac, su ordenanza Ben-Zuf y el suelo bajo sus pies son barridos de la faz de la Tierra, tras el paso de un cometa. El mundo a su alrededor rpidamente cambia y cuando la pareja comienza a explorar, descubren que junto con ellos existen otras personas en este nuevo mundo y juntos deciden formar una pequea colonia, integrada por un conde ruso, la tripulacin de su yate, un grupo de espaoles, una joven italiana, un comerciante judo, un grupo de soldados britnicos y el profesor francs Palmirano Roseta, que les informa a todos donde estn realmente. Los viajeros se encuentran sobre la superficie del cometa Galia viajando a travs del espacio.

Primera parte

Captulo I

Cambio de tarjetas

No, capitn, no cedo a usted la plaza.

Lo siento, conde; pero por nada ni por nadie modifico mis pretensiones.

De veras?

S, seor.

Tenga en cuenta, sin embargo, que soy el ms antiguo en esa pretensin.

La antigedad no da ningn derecho en estos asuntos.

Le obligar a cederme el puesto, capitn.

No lo creo, conde.

Me parece que una estocada...

Quizs un pistoletazo...

Tome mi tarjeta.

All va la ma.

Dichas estas palabras, los dos adversarios cambiaron sus tarjetas, en las que se lea:

Hctor Servadac, capitn del Estado Mayor en Mostaganem, en una; y

Conde Basilio Timascheff, a bordo de la goleta Dobryna, en la otra.

Al separarse, pregunt el conde Timascheff:

Dnde pueden verse nuestros testigos?

Hoy a las dos, si a usted le parece bien respondi Hctor, en el Estado Mayor.

En Mostaganem?

En Mostaganem.

Y, dicho esto, el capitn Servadac y el conde Timascheff se saludaron con cortesa.

Al ir a separarse, el conde Timascheff hizo esta observacin:

Capitn, creo que debemos callar la verdadera causa de este duelo.

Tambin lo creo yo respondi Servadac.

No se pronunciar nombre alguno.

Ninguno.

Y el pretexto?

El pretexto? Una discusin musical, seor conde.

Perfectamente respondi Timascheff, yo habr defendido a Wagner, lo cual est en mis ideas.

Y yo a Rossini, lo cual est tambin en las mas replic rindose, el capitn Servadac.

Despus, el conde Timascheff y el oficial de Estado Mayor se saludaron y se separaron definitivamente.

La escena que acabamos de relatar habase desarrollado a las doce, aproximadamente, de la maana, en el extreme de un pequeo cabo de la parte de la costa argelina, comprendida entre Tnez y Mostaganem y a tres kilmetros, poco ms o menos, de la embocadura del Cheliff.

Aquel cabo dominaba el mar en una extensin de veinte metros, y las aguas azuladas del Mediterrneo iban a morir a sus pies, lamiendo las rocas de la playa enrojecidas por el xido de hierro.

Era el 31 de diciembre; el sol, cuyos rayos oblicuos doraban, de ordinario, todas las eminencias del litoral, estaba a la sazn velado por una densa cortina de nubes. Las espesas brumas que, desde haca dos meses y por causas inexplicables, envolvan el globo terrestre, dificultando las comunicaciones, entre los diversos continentes, cubran entonces el mar, con grave peligro para los navegantes.

El conde Basilio Timascheff, al separarse del oficial de Estado Mayor, dirigise hacia un bote armado de cuatro remos, que en una de las pequeas ensenadas de la costa le estaba aguardando. Luego que tom asiento en l, la ligera embarcacin se separ de la costa y se dirigi a una goleta de placer que lo esperaba a pocos cables de distancia.

El capitn Servadac dijo, por seas, que se acercara, a un soldado que a veinte pasos de l tena de las riendas un magnfico caballo rabe, y el soldado se acerc sin pronunciar una palabra. El capitn Servadac mont inmediatamente y se dirigi hacia Mostaganem, seguido de su ordenanza, que llevaba un caballo no menos rpido que el del primero.

Eran las doce y media cuando ambos jinetes atravesaron el Cheliff por un puente que a la sazn estaba recin construido, y a la una y tres cuartos, los caballos, cubiertos de espuma, entraban a galope por la puerta de Mscara, una de las cinco abiertas en la ciudad.

En aquel ao Mostaganem tena quince mil habitantes, la quinta parte de los cuales eran franceses. Continuaba siendo una de las capitales de distrito de la provincia de Oran y capital de subdivisin militar, y en ella se fabricaban pastas alimenticias, tejidos preciosos, obras de espartera y objetos de tafilete.

De all se exportaban a Francia granos, algodn, lanas, ganados, higos y aves; pero en aquella poca hubiera sido intil buscar vestigios del antiguo fondeadero, en el que apenas podan permanecer los buques durante los malos vientos del Oeste y del Noroeste. Mostaganem posea ya un puerto muy abrigado, gracias al cual poda utilizar los productos del valle del Mina y del bajo Cheliff.

Precisamente por la seguridad que ofreca este puerto de refugio, la goleta Dobryna se haba arriesgado a invernar en aquella costa, cuyas altas peas no ofrecen abrigo alguno.

En efecto, all vease desde haca dos meses flotar en la embarcacin el pabelln ruso y en el tope de su palo mayor el gallardete del yate club de Francia, con su seal distintiva: M. C. W. T.

El capitn Servadac, al penetrar en el recinto de la ciudad, se dirigi al barrio militar de la Mmora, donde no tard en encontrar a un comandante del segundo de tiradores y a un capitn del octavo de artillera, dos compaeros con quienes poda contar en absoluto.

Estos oficiales escucharon con atencin el deseo que les expuso Hctor Servadac de que le sirvieran de testigos en el duelo que pensaba sostener con el conde Timascheff; pero no dejaron de sonrerse ligeramente cuando su amigo dio por verdadero pretexto del lance una simple discusin musical, sostenida por l y su adversario.

Quiz podra arreglarse el asunto observ el comandante del segundo de tiradores.

No quiero que se intente siquiera respondi Hctor Servadac.

Unas simples concesiones dijo el capitn del octavo de artillera.

No se puede hacer concesin alguna entre Wagner y Rossini respondi seriamente el oficial de Estado Mayor. O uno u otro, y como Rossini es el ofendido en este asunto, porque ese loco de Wagner ha escrito de l cosas absurdas, deseo vengar a Rossini.

Adems dijo el comandante, una estocada no siempre es mortal.

Especialmente cuando, como yo, se est resuelto a no recibirla replic Servadac.

Oda esta respuesta, los dos oficiales vironse obligados a dirigirse al Estado Mayor, donde esperaban encontrar a las dos en punto los testigos del conde Timascheff.

Agreguemos que el comandante del segundo de tiradores y el capitn del octavo de artillera, no creyeron que la razn alegada por su compaero fuera el motivo verdadero que le pona las armas en la mano. Quiz lo sospecharan, pero no podan hacer sino aceptar el pretexto que les haba dado el capitn Servadac.

Dos horas ms tarde regresaron, despus de haber conferenciado con los testigos del conde y arreglado las condiciones del duelo. El conde Timascheff, ayudante de campo del emperador de Rusia, como muchos rusos en el extranjero, haba aceptado la espada, arma del soldado. Los dos adversarios deban batirse al da siguiente, primero de enero, a las nueve de la maana, en la playa, a tres kilmetros de la desembocadura del Cheliff.

Hasta maana, hora militar dijo el comandante.

S, rigurosamente militar respondi Hctor Servadac.

Los dos oficiales estrecharon afectuosamente la mano de su amigo y regresaron al caf de la Zulma para jugar a los cientos a 150 cntimos el juego.

Servadac se march enseguida de la ciudad.

Haca quince das que no habitaba en su alojamiento de la plaza de Armas, porque, habindosele encargado que levantara un plano topogrfico, habase ido a vivir a un gurb, situado en la costa de Mostaganem, a ocho kilmetros del Cheliff, donde slo tena por compaero un ordenanza. Esta situacin no era muy divertida, y cualquier otro que no hubiera sido el capitn de Estado Mayor, habra considerado su destierro como un castigo.

March, pues, al gurb, haciendo mentalmente versos, a los que pretenda ajustar la msica, ya pasada de moda, de lo que l llamaba un rond. Este pretendido rond, es intil ocultarlo, estaba dedicado a una joven viuda con quien pretenda contraer matrimonio, y en l trataba de demostrar que, cuando se tiene la suerte de amar a una persona tan digna de respeto, es preciso amar con la mayor sencillez del mundo. Al capitn Servadac, que rimaba por el placer de rimar, no le importaba que fuese cierto, o no, lo que l afirmaba en sus versos.

S, s iba murmurando, mientras su ordenanza trotaba silenciosamente a su lado, un rond no deja jams de producir efecto, porque en la costa argelina se componen pocos, y el mo ser bien recibido. Y el capitn poeta comenz as:

La verdad, aquel que ama

Honesta y sencillamente...

S, sencillamente, es decir, honradamente y con el propsito de contraer matrimonio, y yo que me dirijo a usted... Diablo, esto no es verso! Es difcil encontrar las consonantes. Singular idea la que he tenido al empezar as mi rond! Hola, Ben-Zuf!

Ben-Zuf era el ordenanza del capitn Servadac.

Mi capitn respondi Ben-Zuf.

Has hecho versos alguna vez?

No, mi capitn, pero los he visto hacer.

A quin?

A un hombre que voceaba en una barraca de funmbulos una tarde en la fiesta de Montmartre.

Y te acuerdas de ellos?

No muy bien.

Bueno, pues no los digas, porque se me acaban de ocurrir mis versos tercero y cuarto.

La verdad, aquel que ama

Honesta y sencillamente,

Lleva encendida una llama

En su corazn ardiente.

Y a esta cuarteta quedaron reducidos los esfuerzos poticos del capitn Hctor Servadac, quien, cuando a las seis de la tarde lleg al gurb, no haba podido componer an ms versos.

Captulo II

En el que se retrata fsica y moralmente al

capitn Servadac y a su ordenanza Ben-Zuf

En la fecha que comienza la accin de esta novela, poda leerse en la hoja de servicios del capitn Servadac, que se guardaba en el Ministerio de la Guerra, lo siguiente:

Servadac (Hctor). Naci el 19 de julio de 18..., en Saint-Trelody, cantn y distrito de Lesparre, departamento del Gironda.

Hacienda: 1.200 francos de renta.

Duracin del servicio: catorce aos, tres meses, cinco das.

Servicio de campaa: Escuela de Saint-Cyr; dos aos. Escuela de aplicacin: dos aos. En el 87 de lnea; dos aos. En el 3 de tiradores: dos aos. Argel; siete aos. Campaa del Sudn; campaa del Japn.

Empleo: capitn de Estado Mayor en Mostaganem.

Condecoraciones: caballero de la Legin de Honor, en 13 de marzo de 18...

Hctor Servadac tena a la sazn treinta aos de edad, era hurfano, no tena familia alguna y su caudal era muy escaso. Ambicioso de gloria, si no de dinero, algo calavera, dotado de genio natural, siempre pronto al ataque como a la respuesta, corazn generoso, valor a toda prueba, protegido por el dios de las batallas, aunque jams rehua el peligro, y poco hablador para ser gascn, lactado durante veinte meses por una robusta viadora del Medoc, era verdadero descendiente de los hroes que florecieron en las pocas de las proezas guerreras.

Tal era en su aspecto moral el capitn Servadac, joven encantador, predestinado por la naturaleza para realizar empresas extraordinarias y protegido desde la cuna por el hada de las aventuras y por la de la fortuna.

Fsicamente, era tambin Hctor Servadac un gallardo joven; era alto, esbelto y gracioso, y tena cabellera negra, naturalmente rizada, lindas manos, lindos pies, bigote elegantemente levantado, ojos azules y mirada franca.

Debemos convenir, sin embargo, en que el capitn Servadac no tena ms ciencia de la que necesitaba, cosa que reconoca l mismo y que no tena inconveniente en confesar. Rehua el trabajo siempre que poda, porque era naturalmente tan perezoso militar como detestable poeta; pero como aprenda y se asimilaba todo con suma facilidad, haba podido salir de la escuela con buena nota y entrar en el Estado Mayor. Adems, dibujaba bien, montaba admirablemente a caballo, y el indomable saltador de las caballerizas de Saint-Cyr, el caballo sucesor del famoso to Toms, haba encontrado en l un domador perfecto. Haba sido citado con frecuencia en la orden del da y referanse de l numerosos rasgos de valor.

En una ocasin conduca a la trinchera una compaa de cazadores a pie.

La cresta del parapeto, acribillada en cierto paraje por los disparos del can, haba cedido y no ofreca altura suficiente para cubrir a los soldados contra la metralla que silbaba bastante espesa en torno de ellos. Al ver que los soldados vacilaban, el capitn Servadac subise al parapeto y, atravesndose sobre la brecha, la tap completamente con su cuerpo, diciendo:

Pasad ahora!

Y la compaa pas, en medio de una granizada de balas, ninguna de las cuales toc al oficial de Estado Mayor.

Desde que sali de la escuela de aplicacin, exceptuando el tiempo ocupado en las dos campaas del Sudn y del Japn, estuvo siempre destacado en Argel. A la sazn, desempeaba el cargo de oficial de Estado Mayor en la subdivisin de Mostaganem, especialmente encargado de los trabajos topogrficos en la parte del litoral comprendida entre Tnez y la desembocadura del Cheliff. Habitaba un gurb; pero como le agradaba vivir al aire libre con toda la libertad que un oficial puede tener, no se apresuraba a realizar las tareas de que estaba encargado.

Le convena aquel gnero de vida semiindependiente, tanto ms cuanto que sus ocupaciones no le impedan tomar dos o tres veces por semana el tren para asistir a las recepciones del general en Orn, o a las fiestas del gobernador de Argel.

En una de stas fue donde vio a la seora de L..., a quien estaba dedicado el famoso rond, cuyos cuatro primeros versos acababa de componer. Dicha seora, viuda de un coronel, era joven, hermosa, muy reservada, algo altanera, y no adverta, o no quera advertir, las atenciones de que era objeto. El capitn Servadac no se haba atrevido an a declararle su amor; pero saba que tena rivales, uno de los cuales era el conde Timascheff. Esta rivalidad era la que iba a poner a los dos adversarios frente a frente con las armas en la mano, sin que la joven viuda lo sospechase y sin que su nombre, respetado por todos, hubiera sido pronunciado una sola vez.

Con el capitn Servadac viva en el gurb su ordenanza Ben-Zuf, servidor adicto y fidelsimo que tena el honor de cepillar al oficial, y que no habra vacilado en elegir entre las funciones de edecn del gobernador general de Argelia y las de asistente del capitn Servadac. El asistente no tena ninguna ambicin personal respecto de s propio, pero la tena grande respecto de su amo, y todas las maanas miraba el uniforme para ver si durante la noche haba aumentado el nmero de estrellas en la levita del capitn de Estado Mayor.

Ben-Zuf no era indgena de Argelia, como podra suponerse al or su nombre, porque ste no era sino un apodo. Pero por qu aquel asistente se llamaba Ben-Zuf, cuando su nombre propio era Lorenzo? Por qu Ben, cuando era de Pars y aun de Montmartre? Los etimologistas ms sabios no hubieran podido explicar semejante anomala.

Ben-Zuf no solo era de Montmartre, sino originario del famoso cerro de este nombre, puesto que haba nacido entre la torre de Solferino y el molino de la Galette, y cuando se ha tenido el honor de nacer en estas condiciones excepcionales, es muy natural que el cerro natal inspire una admiracin sin lmites y que no se vea cosa ms magnfica en el mundo. As, a los ojos del asistente, Montmartre era la nica montaa verdadera que exista en el universo, y el barrio de aquel nombre la suma de todas las maravillas del globo.

Ben-Zuf haba viajado, pero jams haba visto en parte alguna sino Montmartres, quiz mayores, pero sin duda alguna menos pintorescos Montmartre tiene, efectivamente, una iglesia que iguala en mrito a la catedral de Burgos, canteras que no ceden en magnificencia a las del Pentlico, un estanque del que puede estar celoso el Mediterrneo, un molino, que lo mismo produce harina vulgar que famosas galletas, una torre de Solferino, que se mantiene ms erguida que la de Pisa, un resto de los bosques que fueron completamente vrgenes antes de la invasin de los celtas y, en fin, una montaa, una verdadera montaa, a la que slo los envidiosos se atreven a calificar de insignificante cerrillo.

Ms fcil habra sido hacer a Ben-Zuf menudos pedazos que obligarle a confesar que aquella montaa no tena cinco mil metros de altura sobre el nivel del mar.

Habra algn punto del globo que reuniese tantas maravillas?

Ninguno responda Ben-Zuf a todo aquel a quien pareca su opinin poco exagerada.

Esta mana era totalmente inofensiva y Ben-Zuf no tena ms que un solo pensamiento: volver a Montmartre y esperar la muerte en aquel cerro donde haba nacido. Por supuesto, sin separarse de su capitn.

Hctor Servadac, por consiguiente, no cesaba de or a su asistente la relacin de todas las bellezas acumuladas en el distrito decimoctavo de Pars, y a tal causa se deba que empezara a odiar el tal distrito.

Ben-Zuf, sin embargo, no desesperaba de convencer a su capitn de la conveniencia de no separarse de l nunca. Haba cumplido el tiempo de servicio, haba obtenido dos licencias y estaba a punto de abandonarlo a la edad de veintiocho aos, siendo simple cazador a caballo de primera clase en el octavo regimiento, cuando ascendi a la categora de ordenanza de Hctor Servadac. Hizo una nueva campaa con su oficial; combati a su lado en diversas circunstancias, y tal valenta demostr que fue propuesto para una cruz; pero no quiso aceptarla para no verse obligado a dejar de ser asistente de su capitn. Si Hctor Servadac salv la vida a Ben-Zuf en el Japn, Ben-Zuf salv la del capitn en el Sudn, y estas cosas no se olvidan nunca.

En suma, por todas las razones expuestas, Ben-Zuf serva al capitn de Estado Mayor con sus dos brazos bien templados, como se dice en metalurgia, una salud de hierro forjada bajo todos los climas, un vigor fsico que le daba derecho a llamarse el baluarte de Montmartre, y con un corazn dispuesto a todos los sacrificios.

Ben-Zuf no era poeta como su capitn, pero poda pasar por una enciclopedia viva, por un depsito inagotable de todas las ancdotas militares. Respecto a este punto nadie le aventajaba, pues su felicsima memoria le proporcionaba ancdotas por docenas.

El capitn Servadac, que saba lo que vala su asistente, le apreciaba y le perdonaba sus manas, que el inalterable buen humor de Ben-Zuf haca soportables; y en ocasiones saba decirle aquellas cosas que unen ms al servidor a su amo.

En una de las muchas veces que Ben-Zuf elogiaba las excelencias de Montmartre y del distrito decimoctavo de Pars, le dijo:

Ben-Zuf, sabes que si el cerro de Montmartre tuviese siquiera 4.705 metros ms, sera tan alto como el Montblanc?

Al or esto, los ojos de Ben-Zuf lanzaron chispas de jbilo, y desde entonces el cerro de Montmartre y el capitn Servadac fueron la misma cosa para l, pues por cualquiera de los dos habra dado la vida.

Captulo III

Un choque desagradable interrumpe la

inspiracin potica del capitn Servadac

Un gurb es una especie de cabaa construida de estacas y cubierta con un poco de paja, algo mayor que la tienda del rabe nmada y mucho menor que la habitacin de cal y canto.

El gurb que habitaba el capitn Servadac no era, pues, sino una choza que no habra bastado para las necesidades de sus huspedes si no hubiera estado adherida a una antigua casa de piedra que serva de alojamiento a Ben-Zuf y a los dos caballos.

Aquella casa haba sido ocupada antes por un destacamento de ingenieros y contena todava cierta cantidad de herramientas, como azadones, picos, palas, etc.

Realmente, tena pocas comodidades el gurb; pero era una habitacin provisional y ni el capitn ni el ordenanza eran exigentes en materia de alimentos y de habitacin.

Con alguna filosofa y un buen estmago repeta con frecuencia Hctor Servadac, se est bien dondequiera.

Pero la filosofa es como la moneda menuda de un gascn, la tiene siempre en la bolsa; y en cuanto al estmago, todas las aguas del Garona hubieran podido pasar por el del capitn sin ocasionarle la menor molestia.

En cuanto a Ben-Zuf, podra decirse, admitiendo la metempsicosis, que haba sido avestruz en una existencia anterior, y que conservaba las vsceras fenomenales y los poderosos juegos gstricos que de igual modo digieren guijarros que pechugas de gallina.

Debemos advertir que los dos huspedes del gurb tenan provisiones para un mes; que una cisterna les suministraba agua potable en abundancia; que los graneros de la caballeriza estaban llenos de forraje, y que la parte de la llanura comprendida entre Tnez y Mostaganem, extraordinariamente frtil, poda rivalizar con las ricas llanuras de Hitidya. Abundaba en ella la caza y nadie impeda al oficial de Estado Mayor llevar su escopeta en las expediciones, a condicin de que no olvidara sus instrumentos de trabajo.

El capitn Servadac, de regreso al gurb, comi con extraordinario apetito, acaso porque el paseo se lo haba aumentado; pero como Ben-Zuf saba cocinar notablemente, el capitn de Estado Mayor encontraba siempre dispuestos a la hora de comer alimentos suculentos y bien sazonados.

Despus que hubo comido y mientras el asistente encerraba los reatos de la comida, en lo que l llamaba su armario abdominal, el capitn Servadac sali del gurb y fuese a respirar al aire libre a la cresta de una pea, fumando su cigarro.

Haca ya una hora que el sol haba desaparecido detrs de las espesas nubes, bajo aquel horizonte que la llanura cortaba distintamente ms all del curso del Cheliff y la noche avanzaba a pasos acelerados. El cielo tena entonces un aspecto singular que hubiera sorprendido a cualquier observador de los fenmenos csmicos. Efectivamente, hacia el Norte, y aunque la oscuridad era lo suficientemente densa para limitar el alcance de la mirada en un radio de medio kilmetro, una especie de luz rojiza coloreaba las brumas superiores de la atmsfera. Nada indicaba la aparicin de alguna aurora boreal, cuyas magnificencias no se manifiestan sino en las alturas del cielo ms elevadas en latitud. Un meteorologista habra vacilado mucho antes de decir qu fenmeno produca la soberbia iluminacin que decoraba aquella ltima noche del ao.

El capitn Servadac, que desde su salida de la escuela no haba vuelto a abrir el libro que se titula Curso de cosmografa, no se preocupaba del estado de la esfera celeste y vagaba por las peas de la playa, fumando, y acaso sin acordarse del duelo que al da siguiente deba sostener con el conde Timascheff. En todo caso, si pensaba en ello, no se enojaba contra el conde ms de lo que convena. En realidad de verdad, ninguno de los dos adversarios aborreca al otro, a pesar de ser rivales. Tratbase, sencillamente, de resolver el problema de la eliminacin de una persona que estorbaba. Hctor Servadac, por lo tanto, estimaba al conde Timascheff como un perfecto caballero, y el conde consideraba del mismo modo al oficial.

A las ocho de la noche el capitn Servadac entr en el gurb, cuya nica habitacin estaba amueblada con una cama, una mesita de trabajo y algunas maletas que servan de armarios. El ordenanza preparaba sus guisos en la cocina de la casa inmediata y no en el gurb, y all dorma con la cabeza apoyada en una buena almohada de corazn de encina, lo que no le impeda pasar doce horas seguidas entregado al sueo.

Servadac, que estaba desvelado, sentse junto a la mesa, en la que estaban esparcidos los instrumentos de trabajo, y maquinalmente tom un lpiz rojo y azul en una mano y en la otra el comps de reduccin; despus, comenz a escribir lneas de diversos colores y longitud, que no se parecan en nada al dibujo severo de un plano topogrfico.

Ben-Zuf, que no haba recibido orden de ir a acostarse, tendise en un rincn y trat de dormir, cosa nada fcil, dada la singular agitacin del capitn.

En realidad de verdad, en aquellos momentos, Hctor Servadac no era el capitn de Estado Mayor, sino el poeta gascn, el que estaba sentado a la mesa de trabajo. El oficial francs esforzbase por completar el rond famoso, invocando a las musas que tardaban en acudir a su llamamiento. Esta ocupacin absorba por completo todas sus facultades.

Cascaras! exclam. Por qu he de elegir esta forma de cuartetos que me obliga a buscar consonantes y apresarlos como fugitivos que escapan del campo de batalla? Luchar denodadamente para que no se diga que un oficial francs ha retrocedido ante unos cuantos consonantes. Una composicin mtrica es como un batalln. La primera compaa ha desfilado ya, es decir, el primer cuarteto. Ya veremos los dems.

Los consonantes, perseguidos a toda costa, debieron or la llamada del capitn, porque una lnea roja y otra azul quedaron poco despus trazadas sobre el papel.

Valen poco las palabras

aunque sean elocuentes.

Qu diablos murmura mi capitn Servadac? se preguntaba Ben-Zuf, volvindose y revolvindose. Hace ya una hora que se agita como el quinto que vuelve despus de haber disfrutado de licencia semestral.

Servadac pasebase por el gurb, dominado por el furor de su inspiracin potica.

Seguramente est haciendo versos dijo Ben-Zuf, incorporndose. Vaya una molesta ocupacin. No se puede dormir aqu.

Yexhal un sordo gemido.

Qu te duele, Ben-Zuf? pregunt Hctor Servadac.

Nada, mi capitn. Es una pesadilla.

El diablo cargue contigo!

Cuanto antes mejor murmur Ben-Zuf, sobre todo si el diablo no compone versos.

Este bruto me ha cortado la inspiracin dijo el capitn Servadac. Ben-Zuf!

A la orden, mi capitn! respondi el asistente levantndose, cuadrndose y haciendo el saludo de ordenanza.

No te muevas, Ben-Zuf, porque se me ha ocurrido el segundo cuarteto de mi rond.

Yapenas haba concluido de decir esto, cuando capitn y asistente fueron precipitados boca abajo con una violencia espantosa.

Captulo IV

Donde el lector puede multiplicar hasta

el infinito las exclamaciones e interrogaciones

Por qu en aquel momento mismo habase modificado el horizonte de tan extraa y sbita manera, que el marino de vista ms perspicaz y ejercitada no hubiera podido hallar la lnea circular en que el cielo y el agua deban confundirse?

Por qu las olas del mar se levantaban entonces a una altura que los sabios no haban admitido jams?

Por qu entre los crujidos del suelo, que se desgarraba, se produjo un espantoso estrpito, compuesto de ruidos diversos, como si la armazn del globo se dislocase violentamente, como si las aguas se entrechocaran a una profundidad inmensa, como si las corrientes de aire aspirado silbaran en una especie de tromba?

Por qu brill tan pronto, a travs del espacio, aquel resplandor extraordinario, ms intenso que la luz de una aurora boreal, invadiendo el firmamento y eclipsando la luz de las estrellas de todas magnitudes?

Por qu la cuenca entera del Mediterrneo, que pareca haberse vaciado por un instante, volvi a llenarse de un agua furiosamente embravecida?

Por qu el disco de la luna pareci aumentarse desmesuradamente, como si el astro de la noche se hubiera aproximado de sbito a diez mil leguas de la tierra, en vez de encontrarse a noventa y seis mil?

Por qu, en fin, apareci en el firmamento un nuevo esferoide, enorme, flamgero, completamente desconocido por los cosmgrafos, para desaparecer pronto detrs de espesas capas de nubes?

Qu extrao fenmeno haba ocasionado aquel cataclismo que trastorn de manera tan profunda la tierra, el mar, el cielo y todo el espacio?

Quin lo podra decir? Quedaba siquiera sobre el globo terrqueo un solo hombre que respondiera a estas preguntas?

Captulo V

En el que se trata de las modificaciones introducidas en

el orden fsico, y cuyas causas no es posible mencionar

Esto no obstante, pareca que aquella parte del litoral argelino, limitado al Oeste por la orilla derecha del Cheliff y al Norte por el Mediterrneo, no haba experimentado modificacin alguna. Aunque la conmocin haba sido violentsima en aquella frtil llanura, algo accidentada ac y all, ni en la lnea caprichosa de las rocas de la playa, ni tampoco en el mar, que se agitaba extraordinariamente, haba nada que revelase la menor alteracin en el aspecto fsico. La casa de piedra, excepto algunas paredes que se haban agrietado profundamente, mantenase en pie. El gurb haba sido derribado, como castillo de naipes al soplo de un nio, y sus dos habitantes haban quedado sin movimiento bajo la paja que cubra la techumbre.

Dos horas despus de la catstrofe, el capitn Servadac recobr el conocimiento, pero tardo un buen rato en recordar lo que haba pasado. Las primeras palabras que pronunci, y esto no puede sorprender a nadie, fueron las ltimas de aquel famoso rond, que de modo extraordinario haba sido interrumpido.

Despus de lo cual, agreg:

Pero qu ha ocurrido?

A esta pregunta, que se hizo a s mismo, le era muy difcil responder.

Levant el brazo, separ las pajas que cubran su cuerpo, sac la cabeza y mir en torno suyo.

Se ha hundido el gurb! exclam. Seguramente ha pasado alguna tromba por el litoral.

Luego examin su cuerpo y vio que no tena ni siquiera un rasguo.

Pardiez! Y mi asistente? exclam.

Se levant y grit:

Ben-Zuf!

A la voz del capitn Servadac, sali otra cabeza de entre la paja.

Presente, mi capitn! respondi Ben-Zuf.

Pareca que el ordenanza hubiese esperado aquella seal para presentarse militarmente.

Sabes lo qu ha pasado, Ben-Zuf? pregunt el capitn.

Segn parece, mi capitn, vamos a hacer nuestra ltima etapa.

Bah! No ha sido ms que una tromba, Ben-Zuf, una pequea tromba.

Vaya por la tromba respondi filosficamente el ordenanza. No se le ha roto nada, mi capitn?

Nada, Ben-Zuf.

Un momento despus, ambos se haban puesto en pie, limpiaron de escombros el sitio que haba ocupado el gurb y encontraron sus instrumentos, efectos y utensilios, que casi no haban sufrido deterioro alguno. El oficial de Estado Mayor dijo:

Veamos qu hora es.

Las ocho por lo menos respondi Ben-Zuf, mirando el sol, que estaba muy alto sobre el horizonte.

Las ocho!

Por lo menos, mi capitn.

Pero es posible?

S, es preciso emprender la marcha.

Emprender la marcha!

S, para asistir a la cita.

Qu cita!

Nuestro encuentro con el conde...

Ah, diablo! exclam el capitn. Lo haba olvidado.

Sac el reloj, y dijo:

Pero ests loco, Ben-Zuf? Apenas son las dos.

Las dos de la maana, o las dos de la tarde? inquiri Ben-Zuf, mirando al sol.

Hctor Servadac aproximse el reloj al odo, y dijo:

Est andando.

Y el sol tambin replic el ordenanza.

Efectivamente, a juzgar por su altura sobre el horizonte... Ah! Por todas las vias de Medoc!

Qu tiene usted, mi capitn?

Sern las ocho de la tarde?

De la tarde?

S. El sol est al Oeste e indudablemente se va a poner.

No, mi capitn respondi Ben-Zuf. El sol se levanta con puntualidad, como un recluta al toque de diana. Valo usted. Desde que empezamos a hablar hasta ahora ha subido ya bastante sobre el horizonte.

Se levantar ahora el sol al Occidente! murmur el capitn Servadac. Esto no es posible.

Sin embargo, el hecho no admita duda. El astro radiante mostrbase sobre las aguas del Cheliff y recorra el horizonte occidental, sobre el que haba trazado hasta aquel momento la segunda mitad de su arco diurno.

El capitn Servadac comprendi que un fenmeno, tan asombroso como inexplicable, haba modificado, no la situacin del sol en el mundo sideral sino el movimiento de rotacin de la Tierra sobre su eje.

Hctor Servadac perdase en conjeturas. Poda lo imposible transformarse en realidad? Si hubiera tenido cerca de l a uno de los individuos de la seccin de longitudes, le habra interrogado para adquirir algunos informes; pero vease obligado a atenerse a su propio criterio.

Diablo! exclam. Esto es cosa de los astrnomos. Veremos, dentro de ocho das, lo que dicen los peridicos, que seguramente hablarn de este extrao suceso.

Despus, sin detenerse ms tiempo en la investigacin de aquel extrao fenmeno, dijo a su asistente:

En marcha; sea cualquiera la catstrofe ocurrida y aun cuando se hubiera trastornado toda la mecnica terrestre y celeste, tenemos que ser los primeros en llegar al terreno para dispensar al conde Timascheff el honor...

De ensartarlo respondi Ben-Zuf.

Si Hctor Servadac y su asistente se hubieran detenido a observar los cambios fsicos que de tan sbita manera se haban operado en aquella noche del 31 de diciembre al 1 de enero, despus de haber observado la modificacin arriba dicha en el movimiento aparente del sol, habran advertido, sin duda alguna, con estupor, la increble modificacin de las condiciones atmosfricas. En efecto, sufran cierta fatiga y tenan necesidad de respirar con mayor rapidez, como los que suben a la cumbre de las altas montaas, donde el aire ambiente es menos denso y est, por consiguiente, menos cargado de oxgeno. Adems, su voz era ms dbil, como si estuvieran semiatacados de sordera, o el aire no transmitiera bien los sonidos.

Sin embargo, estas modificaciones fsicas no impresionaron en aquel momento al capitn Servadac ni a Ben-Zuf, quienes se dirigieron hacia el Cheliff por el escabroso sendero de las rocas.

El tiempo, que estaba muy hermoso el da antes, haba variado tambin mucho. El cielo, de color singular, que se cubri pronto de nubes muy bajas, impeda reconocer el arco luminoso que el sol trazaba de un horizonte a otro. Haba en el aire amenazas de lluvia diluviana, si no de gran tempestad; pero, por fortuna, aquellos vapores, a causa de su incompleta condensacin, no llegaron a resolverse en agua.

El mar, por primera vez en aquella costa, pareca completamente desierto. Sobre el fondo gris del cielo y del agua no se vea una sola vela ni se distingua el humo de chimenea alguna. En cuanto al horizonte, o el capitn y su asistente padecan una ilusin ptica, o haba disminuido de un modo extraordinario, lo mismo el del mar que el de la llanura a la otra parte del litoral. Su radio infinito haba desaparecido, por decirlo as, como si el globo terrqueo hubiera acrecentado mucho su convexidad.

El capitn Servadac y Ben-Zuf, caminando de prisa y en silencio, no deban tardar en llegar al sitio de la cita, que no distaba ms que cinco kilmetros del gurb.

Ambos observaron que aquella maana estaban fisiolgicamente organizados de distinta manera, pues sin saber por qu, se sentan particularmente ligeros de cuerpo como si tuvieran alas en los pies. Si el asistente hubiera formulado su pensamiento, habra dicho que estaba hueco.

Vamos ms ligeros que el aire, a pesar que nos hemos olvidado de almorzar murmur.

Este gnero de olvido no era muy frecuente en el bueno del soldado.

En aquel momento oyeron una especie de ladrido desagradable a la izquierda del sendero, e instantneamente sali de una espesura de lentiscos un chacal de la fauna africana, animal que tiene un pelaje regularmente tachonado de manchas negras, con una raya, tambin negra, en la parte delantera de las piernas.

El chacal, durante la noche, cuando caza en bandadas, es peligroso; pero estando solo, no es ms temible que un perro. Ben-Zuf no tena miedo a aquel animal, pero no le gustaban los chacales, quiz porque en Montmartre no los haba.

El chacal, despus de haber salido de la espesura, recostse al pie de una alta roca de diez metros de altura y desde all miraba con manifiesta inquietud a los dos caminantes. Ben-Zuf hizo ademn de apuntarle, y al ver este movimiento el animal, se lanz de un solo salto a la cspide de la roca, dejando profundamente sorprendidos al capitn y al asistente.

Excelente saltador exclam Ben-Zuf. Se ha levantado a ms de treinta pies de abajo arriba.

Es verdad asinti Servadac, pensativo. No he visto jams un salto semejante.

Ben-Zuf, entonces, cogi una piedra para arrojrsela; pero el ordenanza not que, aunque era muy gruesa, no pesaba ms que una esponja petrificada. Diablo de chacal! exclam Ben-Zuf. Esta piedra no le har ms dao que un bizcocho. Pero por qu es tan ligera siendo tan gruesa?

Sin embargo, como no tena a mano otra cosa, la lanz vigorosamente.

La piedra no dio en el blanco; pero el acto de Ben-Zuf, que revelaba intenciones poco conciliadoras, fue suficiente para poner en fuga al prudente animal, que pasando por encima de los arbustos y de los rboles en una serie de saltos gigantescos, desapareci como si fuera un canguro de goma elstica.

La piedra, en vez de dar al chacal, describi una trayectoria muy extensa y cay a ms de quinientos pasos ms all de la roca, con gran sorpresa de Ben-Zuf.

Vive Dios! exclam. Alargo ms que un obs de a cuatro.

Ben-Zuf encontrbase en aquellos momentos a pocos metros delante de su capitn, cerca de un foso lleno de agua, y de diez pies de anchura, que necesitaban atravesar. Emprendi una carrera y salt con el impulso de un gimnasta.

Adonde vas, Ben-Zuf? Qu te sucede? Te vas a descoyuntar, imbcil.

El capitn Servadac pronunci estas palabras, alarmado, al ver a su asistente a cuarenta pies sobre el suelo.

Luego, pensando en el peligro que Ben-Zuf poda correr al caer en tierra, lanzse a su vez para atravesar el foso; pero el esfuerzo muscular que hizo lo levant a una altura de treinta pies. Cruz, subiendo, la lnea de Ben-Zuf, que bajaba; y, obedeciendo a las leyes de la gravitacin, cay al suelo con celeridad creciente, pero sin mayor violencia que la que habra experimentado si se hubiera levantado a cuatro o cinco pies de altura.

Hola! exclam Ben-Zuf, sonriendo a mandbula batiente. Somos dos habilsimos saltarines, mi capitn.

Servadac, despus de reflexionar algunos instantes, adelantse hacia su asistente y, ponindole la mano en el hombro, le dijo:

Ben-Zuf, mrame bien y dime: Estoy despierto o dormido? Despirtame, pellzcame hasta hacerme sangre, si es preciso, porque ambos estamos locos o soamos.

La verdad es, mi capitn respondi Ben-Zuf, que estas cosas no me han ocurrido jams sino en sueos, cuando me pareca que era golondrina y que atravesaba el cerro de Montmartre con la misma facilidad con que habra podido saltar por encima de mi quepis. Esto no es natural, por lo que creo que ha debido ocurrirnos algo extraordinario. Por ventura, se trata de una propiedad especial de la costa de Argelia?

Hctor Servadac encontrbase sumido en una especie de estupor.

Es para enloquecer! exclam. No dormimos, no soamos y, sin embargo...

Pero ni el capitn ni el ordenanza eran capaces de detenerse ante aquel problema de tan difcil solucin.

En fin, suceda lo que quiera! exclam, resuelto a no sorprenderse ya de nada.

S, mi capitn respondi Ben-Zuf, y ante todo terminemos de una vez nuestro asunto con el conde Timascheff.

Ms all de la zanja extendase un prado de media hectrea de superficie, alfombrado de una hierba blanda, sobre la que formaban un cuadro delicioso varios rboles plantados haca unos cincuenta aos, encinas, palmeras, algarrobos, sicmoros y algunos cactus y loes, dominados por dos o tres grandes eucaliptos.

Aqul era precisamente el lugar donde deba de efectuarse el encuentro de los adversarios.

Hctor Servadac dirigi una rpida mirada a la pradera y, como en ella no viera a nadie, dijo:

Pardiez! De todos modos, hemos sido los primeros en acudir a la cita.

O los ltimos replic Ben-Zuf.

Cmo los ltimos? No son las nueve an dijo el capitn, sacando su reloj, que haba puesto en hora, mirando al sol, antes de salir del gurb.

Mi capitn, ve usted ese disco blanquecino, a travs de las nubes?

Ya lo veo dijo el capitn, mirando un disco completamente cubierto por la bruma, que en aquel momento se presentaba en el cenit.

Pues ese disco prosigui Ben-Zuf no puede ser ms que el sol, u otro astro que haga sus veces.

El sol en el cenit, en el mes de enero, y a los treinta y nueve grados de latitud Norte! exclam Hctor Servadac.

S, mi capitn, y seala el medioda, si no lo toma usted a mal. Hoy deba tener prisa, y apuesto mi quepis contra una cazuela de alcuzcuz, a que se pone antes de tres horas.

Hctor Servadac permaneci un rato inmvil, con los brazos cruzados. Despus dio una vuelta alrededor, lo que le permiti examinar los diversos puntos del horizonte, y murmur:

Las leyes de la gravedad se han modificado, los puntos cardinales han cambiado por completo y la duracin del da ha quedado reducida a la mitad! Estas son cosas suficientemente graves para aplazar indefinidamente mi encuentro con el conde Timascheff. Aqu ha pasado algo, sin duda alguna, porque ni Ben-Zuf ni yo nos hemos vuelto locos.

Y el indiferente Ben-Zuf, a quien el fenmeno csmico ms extraordinario no le habra arrancado la ms ligera interjeccin, miraba con tranquilidad al oficial.

Ben-Zuf! dijo ste.

Mi capitn.

No ves a nadie?

A nadie; el ruso se ha ausentado.

Aun admitiendo que el ruso se haya ausentado, mis testigos han debido esperar, y, al no verme venir, habrn ido a buscarme al gurb.

Cierto, mi capitn.

Cuando as no lo han hecho, es porque no han venido.

Y por qu no han venido?

Seguramente porque les ha sido imposible venir. En cuanto al conde Timascheff...

Y se interrumpi para acercarse a las rocas que dominaban el litoral, y ver si la goleta Dobryna estaba a pocos cables de all. Poda suceder que el conde Timascheff acudiera por mar al lugar de la cita, como haba hecho el da antes.

El mar estaba completamente desierto, y por primera vez el capitn Servadac observ que, aunque no se mova ninguna rfaga de aire, encontrbase extraordinariamente agitado, como si el agua estuviera sometida a una prolongada ebullicin junto a un fuego ardiente. Era indudable que la goleta no habra podido mantenerse con facilidad sobre aquellas oleadas anormales.

Adems, y tambin por primera vez, advirti, estupefacto, que el radio de aquella circunferencia, en que se confundan el cielo y el agua, haba disminuido muchsimo.

Efectivamente, para el observador situado en la cima de aquellas peas, la lnea del horizonte deba estar a cuarenta kilmetros de distancia; pero, esto no obstante, la vista se detena a los diez kilmetros a lo sumo, como si el volumen del esferoide terrestre hubiera disminuido de una manera considerable en pocas horas.

Lo que sucede es muy extrao dijo el oficial de Estado Mayor.

Entre tanto, Ben-Zuf, con ligereza extraordinaria, haba trepado a la cima de un eucalipto y desde all examinaba el continente, tanto en direccin a Tnez y a Mostaganem, como hacia la parte meridional. Despus baj de su punto de observacin, asegurando que la llanura estaba absolutamente desierta.

Al Cheliff dijo Hctor Servadac. Lleguemos hasta el ro, y all sabremos a qu atenernos.

A lo que Ben-Zuf respondi:

Vamos al Cheliff.

Tres kilmetros, a lo sumo, separaban el prado del ro que el capitn Servadac pensaba atravesar, a fin de marchar en seguida a Mostaganem; pero era necesario apresurarse para llegar a la ciudad antes que el Sol desapareciera del horizonte. A travs de la oscura capa de nubes, vease que el Sol declinaba rapidsimamente y, por inexplicable singularidad, en vez de trazar la curva oblicua que exiga la latitud de Argelia en aquella poca del ao, caa perpendicular al horizonte.

Mientras caminaban, Servadac iba reflexionando en todas estas diversas singularidades. Si un fenmeno absolutamente inaudito haba modificado el movimiento de rotacin del globo, considerando el paso del Sol por el cenit, deba admitirse que la costa argelina haba sido trasladada al otro lado del Ecuador y al hemisferio austral; pero pareca que la tierra, salvo en lo concerniente a su convexidad, no haba sufrido ninguna transformacin importante, a lo menos en aquella parte de frica. El litoral continuaba siendo una sucesin de peas, de playas y de rocas, rojas como si fueran ferruginosas, y, en cuanto alcanzaba la vista, la costa no haba sufrido ninguna modificacin hacia la izquierda, hacia el Sur o a lo menos hacia lo que Servadac continuaba llamando el Sur, aunque los dos puntos cardinales haban cambiado de posicin.

A unas tres leguas de all, se desarrollaban los primeros estribos de los montes Meryeyah, y la lnea de sus cimas trazaba con toda claridad su acostumbrado perfil sobre el cielo.

En aquel momento rasgronse las nubes, y los rayos oblicuos del Sol llegaron al suelo. Sin duda alguna, el astro diurno, que se haba levantado al Oeste, iba a ponerse al Este.

Diablo! exclam el capitn Servadac. Tengo curiosidad de saber lo que piensan de esto en Mostaganem. Qu dir el ministro de la Guerra cuando el telgrafo le comunique que la colonia de frica est desorientada desde el punto de vista fsico, mucho ms que lo ha estado en tiempo alguno desde el punto de vista moral?

La colonia de frica respondi Ben-Zuf ir toda a la guardia de prevencin.

Cuando sepa que los puntos cardinales no estn de acuerdo con los reglamentos militares?

Los puntos cardinales sern enviados a las compaas disciplinarias.

Cuando sepa que en enero los rayos del Sol nos hieren perpendicularmente...?

Herir a un oficial! Fusilado el Sol!

Ben-Zuf, como se ve, era sumamente severo en materia de disciplina.

Mientras tanto, capitn y ordenanza caminaban lo ms de prisa posible. Dotados de la extraordinaria ligereza especfica que haba llegado a ser su esencia misma, y habituados ya a la menor compresin del aire, que haca su respiracin ms fatigosa, corran como liebres y saltaban como gamuzas. No iban ya por el sendero que serpenteaba por las peas, y que por los muchos rodeos que haca hubiera alargado su camino, sino que seguan la lnea recta y, por consiguiente, ms corta, a vuelo de pjaro, como se dice en el Antiguo Continente, a vuelo de abeja, como se dice en el Nuevo. Ningn obstculo les detena, porque los vallados, los arroyos, las cortinas de rboles y cualesquiera otras eminencias que les salan al paso, los salvaban saltando sobre ellos con pasmosa agilidad. Montmartre, en aquellas condiciones, hubiera sido atravesado de un solo salto por Ben-Zuf. Un solo temor tenan ambos, y era prolongar el camino siguiendo la vertical cuando deseaban acortarlo siguiendo la horizontal. Verdaderamente, apenas tocaban al suelo, que pareca ser para ellos un trampoln de ilimitada elasticidad.

Al fin, llegaron a orillas del Cheliff, y en pocos saltos el oficial y su asistente se encontraron a la orilla derecha; pero luego se vieron obligados a detenerse: el puente haba desaparecido.

No hay puente! exclam el capitn Servadac. Aqu ha debido haber una inundacin, un nuevo diluvio.

Pse! dijo Ben-Zuf.

Y, sin embargo, no faltaban motivos para admirarse.

Efectivamente, haba desaparecido el Cheliff, de cuya orilla izquierda no quedaba seal alguna. La orilla derecha, que el da anterior se divisaba a travs de la frtil llanura, habase convertido en litoral. Hacia el Oeste, las aguas tumultuosas y bramadoras remplazaban el curso pacfico del ro en cuanto la vista llegaba a ver. El ro haba sido sustituido por el mar, y all conclua la comarca que el da antes haba sido el territorio de Mostaganem.

Hctor Servadac, para convencerse por completo, aproximse a la orilla oculta entre una espesura de adelfas, tom agua con el cuenco de la mano y se la llev a la boca.

Salada! exclam. El mar se ha tragado en pocas horas toda la parte occidental de Argelia.

Entonces, mi capitn dijo Ben-Zuf, esto ha de durar ms tiempo que una sencilla inundacin.

El mundo se ha transformado respondi el oficial de Estado Mayor, moviendo la cabeza, y este cataclismo puede tener consecuencias inexplicables. Qu suerte habrn corrido mis amigos y mis compaeros?

Era la primera vez que Ben-Zuf vea a su capitn tan impresionado. Compuso, pues, su semblante con arreglo a las circunstancias, aunque no acertaba a comprender lo ocurrido, y hasta se habra conformado filosficamente con los acontecimientos, si no hubiera credo que tena el deber de participar militarmente de las sensaciones de su capitn.

El nuevo litoral, formado por la antigua orilla derecha del Cheliff, extendase de Norte a Sur, siguiendo una lnea ligeramente circular, como si el cataclismo de que aquella parte de frica acababa de ser teatro, no la hubiera modificado. Haba quedado tal como figuraba en el plano hidrogrfico, con sus grupos de grandes rboles, su orilla caprichosamente festoneada y la alfombra verde de sus praderas, pero donde estaba la orilla de un ro haba la orilla de un mar desconocido.

De pronto, el Sol, al llegar al horizonte del Este, cay bruscamente como una bala en el mar, impidiendo a Hctor Servadac continuar observando los cambios que haban modificado profundamente el aspecto fsico de la regin. Si Argelia hubiera estado bajo los trpicos en el 21 de setiembre o en el 21 de marzo, cuando el Sol corta a la eclptica, el paso del da a la noche no se habra verificado con mayor rapidez. Aquella tarde no hubo crepsculo, y era probable que a la maana siguiente no hubiese aurora. La oscuridad envolvi instantneamente la Tierra, el mar y el cielo en su espeso manto de negruras.

Captulo VI

Donde se invita al lector a seguir al capitn Servadac

en la primera excursin por sus nuevos dominios

Tantos y tan extraordinarios eventos no aturdieron en absoluto al capitn Servadac, quien, menos indiferente que Ben-Zuf, deseaba saber la razn de las cosas, sin importarle nada en efecto cuando lograba conocer la causa. Para l, morir a consecuencia de un disparo de can no era nada si se saba en virtud de qu leyes de balstica y por qu trayectoria llegaba la bala a darle en el pecho. Y como sta era su manera de considerar las cosas del mundo, despus de haber examinado con suma atencin las consecuencias del fenmeno que se haba producido, slo pens en descubrir la causa.

Diablo! exclam al verse sbitamente envuelto en las sombras de la noche. Ser preciso ver esto cuando sea de da..., admitiendo que vuelva el da, porque quiero que me coma un lobo si s adonde se ha marchado el Sol.

Mi capitn dijo entonces Ben-Zuf, sin que esto sea mandarle a usted nada, qu vamos a hacer ahora?

Quedarnos aqu, y maana, si hay maana, volveremos al gurb, despus que hayamos reconocido la costa al Occidente y al Sur. Lo importante es saber dnde estamos y lo qu ha pasado aqu, ya que no podemos saber lo qu ha ocurrido all. As, pues, seguiremos la costa al Oeste y al Sur...

Si hay costa observ el ordenanza.

Si hay Sur respondi el capitn Servadac.

Entonces, podemos dormir?

S, podemos.

Y con esta autorizacin, Ben-Zuf, a quien no haban conmovido tantos incidentes, introdjose en una cavidad de las rocas del litoral, se puso los puos en los ojos y durmi con la tranquilidad del ignorante, que a veces es mayor que la del justo.

Hctor Servadac recorri la orilla del nuevo mar, abismado en profundos pensamientos y dirigindose a s mismo un sinnmero de preguntas que quedaban sin contestacin.

Ante todo, qu importancia tena la catstrofe? Haba alcanzado slo a una pequea parte de frica? Se haban salvado Argel, Oran y Mostaganem? Sus amigos, sus compaeros de la subdivisin militar, se encontraban en aquel momento en el fondo del mar con los habitantes de aquella costa, o el Mediterrneo, desviado de su cuenca por una conmocin cualquiera, no haba invadido aquella parte del territorio argelino, sino por la desembocadura del Cheliff? Esto explicara, en cierto modo, la desaparicin del ro; pero no explicaba de ninguna manera los dems fenmenos csmicos.

Otra hiptesis. Haba sido transportado de pronto el litoral africano a la zona ecuatorial? Esto explicara el nuevo arco diurno del crepsculo; pero no podra explicar por qu el da era de seis horas en vez de doce, ni por qu el Sol sala por Occidente y se pona por Oriente.

Y, sin embargo, el hecho es indudable se repeta el capitn Servadac que el da ha sido hoy de seis horas y que los puntos cardinales se han cambiado, por lo menos en lo concerniente al Levante y al Poniente. En fin, veremos maana cuando aparezca el Sol..., si aparece.

Servadac desconfiaba ya de todo.

En realidad de verdad, era enojoso que el cielo se mostrara cubierto de nubes y no ostentase su habitual manto de estrellas, porque, aunque Hctor Servadac era poco entendido en cosmografa, no dejaba de conocer las principales constelaciones y habra visto si la estrella Polar continuaba en su sitio o si, por lo contrario, la remplazaba alguna otra, lo que irrefutablemente hubiera probado que el globo terrestre giraba sobre un eje nuevo y quizs en sentido inverso, y habra explicado la causa de muchas cosas.

Pero, a juzgar por las apariencias, las nubes eran lo suficientemente densas para contener un diluvio de agua, y el observador, a pesar de estar dotado de ojos muy perspicaces, no logr descubrir ni una sola estrella. En cuanto a la Luna, no haba que esperarla, porque era precisamente nueva en aquella poca del mes y con el Sol haba desaparecido debajo del horizonte.

Por consiguiente, no pudo menos de quedar profundamente sorprendido el capitn Servadac cuando, al cabo de hora y media de paseo, vio aparecer por encima del horizonte un gran resplandor, cuyos rayos atravesaban la cortina de nubes.

La Luna! exclam; pero no, no puede ser el satlite de la Tierra. Acaso la casta Diana hara de las suyas tambin y se levantara por el Oeste? No, no es la Luna, su luz no es tan intensa, a no ser que se haya acercado muchsimo al globo terrqueo.

Efectivamente, fuese cualquiera aquel astro, la luz que emanaba era tan intensa que atraves la pantalla de vapores y esparci una semiclaridad por toda la campia.

Ser el Sol? se pregunt el oficial. Pero no hace cien minutos que se ha puesto hacia el Este. Y, si no es el Sol ni la Luna, qu es? Algn blido monstruoso? Ah, diablos! Esas condenadas nubes no se disiparn nunca?

Despus, prosiguiendo en sus reflexiones, exclam:

Mejor habra sido que hubiese dedicado a aprender astronoma alguna parte del tiempo que he perdido neciamente. Quizs es sencillsimo el fenmeno que ahora me es imposible comprender.

De todos modos, el capitn continu ignorando los misterios de aquel nuevo cielo. Los rayos luminosos de un disco de dimensiones gigantescas y de enorme resplandor iluminaron la parte superior de las nubes por espacio de una hora poco ms o menos, y despus, en vez de describir un arco, como todo astro fiel a las leyes de la mecnica celeste, y de bajar hacia el horizonte opuesto, el disco colosal se alej, al menos aparentemente, siguiendo una lnea perpendicular al plano del Ecuador y llevndose tras s la semiclaridad, suave a la vista, que impregnaba vagamente la atmsfera.

Todo volvi, pues, a quedar sumido en las tinieblas, incluso el cerebro del capitn Hctor Servadac, que no comprenda absolutamente nada de lo que pasaba. Las reglas ms elementales de la mecnica se encontraban infringidas; la esfera celeste pareca un reloj, cuyo resorte principal se rompe sbitamente; los planetas no observaban ninguna de las leyes de la gravitacin y nada haca suponer que el Sol deba volver a presentarse en un horizonte cualquiera de este globo.

Sin embargo, tres horas despus, el astro del da, sin que lo precediese la aurora, apareci hacia el Oeste, y la luz matinal ti de prpura las nubes amontonadas; el da sucedi a la noche, y el capitn Servadac, consultando su reloj, comprob que la noche haba durado seis horas solamente.

Seis horas de sueo no eran suficientes para Ben-Zuf, pero fue preciso despertar al intrpido durmiente.

Hctor Servadac lo sacudi bruscamente, diciendo:

Vamos, levntate, y en marcha.

Hola, mi capitn respondi Ben-Zuf, frotndose los ojos. Me parece que he dormido menos que de ordinario, porque tengo an mucho sueo.

Has dormido toda la noche.

Pero ha pasado ya una noche entera?

Una noche de seis horas, pero una noche entera, con la que ser preciso que te contentes.

Procurar contentarme.

En marcha, no hay tiempo que perder. Volvamos al gurb por el camino ms corto y veamos qu suerte han corrido nuestros caballos, y qu piensan.

Piensan, sin duda respondi el asistente, que no les he dado pienso desde ayer. As, pues, voy a drselo y a limpiarlos con gran esmero, mi capitn.

Bueno, bueno; pero despchate y, cuando estn ensillados, haremos un reconocimiento del terreno. Necesitamos saber lo que ha quedado de Argelia.

Y despus?

Luego, si no podemos llegar a Mostaganem por el Sur, iremos a Tnez por el Este.

El capitn Servadac y su ordenanza volvieron a emprender la marcha por el sendero de las rocas que conduca al gurb. Como tenan gran apetito, recogieron por el camino los higos, dtiles y naranjas que pendan al alcance de su mano. En aquella parte del territorio, absolutamente desierto y convertido en un vasto vergel a beneficio de nuevas plantaciones, los guardas no podan denunciarlos.

Haca una hora y media que se haban separado de la playa que fue en otro tiempo orilla derecha del Cheliff, cuando llegaron al gurb y encontraron a los caballos lo mismo que los haban dejado. Nadie haba pasado por all durante su ausencia, y la parte oriental del territorio pareca tan desierta como la occidental que acababan de recorrer.

Pronto fueron hechos los preparativos para la marcha.

Ben-Zuf llen su morral con algunos panes de gaceta y cajas de conservas de carne; pero de la bebida no se preocuparon, porque los muchos y lmpidos arroyos que atravesaban la llanura eran suficientes para proveerles de agua. Estos antiguos afluentes de un ro habanse convertido en ros que desaguaban en el Mediterrneo.

Cfiro, el caballo del capitn Servadac, y Galeta (recuerdo del molino de Montmartre), yegua de Ben-Zuf, fueron ensillados rpidamente y al punto salieron los jinetes, galopando hacia el Cheliff.

Los caballos, que en igual proporcin que los hombres, experimentaban los efectos de las modificaciones fsicas, no eran ya simples cuadrpedos, sino verdaderos hipogrifos, cuyos pies apenas tocaban el suelo. Por fortuna, Hctor Servadac y Ben-Zuf eran buenos jinetes y, aflojando las riendas, excitaron, en vez de refrenar, a sus cabalgaduras.

Los ocho kilmetros que separaban el gurb de la desembocadura del Cheliff fueron recorridos en veinte minutos, y, luego, a paso ms moderado, comenzaron a bajar hacia el Sudeste, siguiendo la antigua orilla derecha del ro.

Aquel litoral conservaba el aspecto que lo caracterizaba cuando era una simple orilla del Cheliff; pero toda la parte de la otra orilla haba sido remplazada por el horizonte del mar. Era de suponer, por consiguiente, que, a lo menos hasta el lmite trazado por este horizonte, toda aquella parte de la provincia de Oran, delante de Mostaganem, se haba sumergido durante la noche del 31 de diciembre al 1 de enero.

El capitn Servadac conoca muy bien aquel territorio por haberlo explorado y por haber hecho su triangulacin, y poda orientarse con perfecta exactitud. Su objeto era, despus de haberlo reconocido en la mayor extensin posible, escribir una memoria, que dirigira...

Adonde, a quin y cundo? No lo saba.

Durante las cuatro horas que quedaban del da, los dos jinetes anduvieron unos 35 kilmetros desde la desembocadura del Cheliff, y cuando la noche los envolvi en sus sombras, acamparon cerca de un ligero recodo de lo que haba sido ro y en el que la vspera desaguaba el Mina, afluente de su orilla izquierda, a la sazn absorbido por el nuevo mar.

Tampoco haban encontrado alma viviente durante aquella excursin, lo que no dejaba de ser extrao.

Ben-Zuf organiz el campamento lo mejor que le fue posible; trab los caballos para que pacieran a su gusto la hierba espesa que tapizaba las orillas; y la noche transcurri sin incidente alguno digno de ser mencionado.

Al da siguiente, 2 de enero, es decir, en el momento en que deba haber comenzado la noche del 1 al 2 de enero, segn el antiguo calendario terrestre, el capitn Servadac y su asistente montaron de nuevo a caballo y continuaron la exploracin del litoral. Habindose emprendido la marcha al salir el Sol y no cesando de caminar durante las seis horas del da, recorrieron unos 60 kilmetros.

El territorio estaba limitado como siempre por la antigua orilla derecha del ro. Slo a 20 kilmetros poco ms o menos, del Mina, una parte importante de la orilla haba desaparecido, y con ella habase sumergido en el mar el pueblo de Surkelmittou con los ochocientos habitantes que contena. Quin sabe si no haban sufrido la misma suerte otras poblaciones ms importantes de aquella parte de Argelia situadas al otro lado del Cheliff, como Mazagn, Mostaganem y Orleansville?

Servadac, despus de haber contorneado la pequea baha, formada nuevamente por la ruptura de la orilla, encontr la margen del ro frente al sitio que deba ocupar el pueblo mixto de AmmiMuza, el antiguo Khamis de los BeniUragh; pero no quedaba vestigio alguno de aquella capital de distrito, ni aun del pico de Mankura, que tena 1.126 metros y delante del cual estaba el pueblo edificado.

Ambos exploradores acamparon aquella noche en un ngulo que por aquella parte terminaba bruscamente su antiguo dominio. Era casi el lugar en que deba encontrarse la importante poblacin de Memounturroy, de la que no quedaba ya vestigio alguno.

Y yo que haba pensado cenar y dormir esta noche en Orleansville! dijo el capitn Servadac, contemplando el oscuro mar que a la sazn se extenda ante l.

Imposible, mi capitn respondi Ben-Zuf, a no ser que vayamos en barca.

Sabes, Ben-Zuf, que vivimos por milagro?

Cierto, mi capitn; y no es la primera vez. Ya ver usted cmo encontramos manera de atravesar este mar para pasar a Mostaganem.

Hum! Si estamos en una pennsula, como es de suponer, ser ms bien a Tnez adonde tengamos que ir en busca de noticias.

O a darlas se apresur a responder Ben-Zuf.

Cuando, seis horas despus, volvi a salir el Sol, el capitn Servadac examin la nueva conformacin del territorio.

Desde el punto en que haba acampado durante la noche, el litoral segua entonces la lnea SurNorte. No era ya una orilla natural como la del Cheliff, porque una nueva rotura limitaba la antigua llanura, y en el ngulo que formaba, faltaba, como se ha dicho, el pueblo de Memounturroy.

Adems, Ben-Zuf subi a la cumbre de una colina situada algo ms atrs y no pudo ver nada ms all del horizonte de mar. No haba tierra alguna a la vista y, por consiguiente, no exista Orleansville, que deba encontrarse a diez kilmetros hacia el Sudoeste.

Capitn y asistente abandonaron, pues, el lugar en que haban acampado y siguieron la nueva playa entre terraplenes cados, campos bruscamente cortados, rboles arrancados de raz y que caan sobre las aguas, y entre los cuales veanse algunos viejos olivos cuyo tronco, fantsticamente festoneado, pareca haber sido cortado con un hacha.

Los dos jinetes caminaban a la sazn con ms lentitud, porque el litoral, festoneado de aberturas y de cabos, les obligaba a dar rodeos con frecuencia, de suerte que al ponerse el Sol, despus de haber recorrido treinta y cinco kilmetros, slo haban llegado al pie de las montaas del Meryeyah, que antes de la catstrofe terminaban por aquella parte la cadena del pequeo Atlas.

En aquel paraje la cadena se haba roto violentamente, levantndose a pico sobre el litoral.

A la maana siguiente atravesaron a caballo una de las gargantas de la montaa, subieron a pie a una de las cimas ms altas y reconocieron al fin aquella estrecha porcin del territorio argelino, de la que, segn todas las apariencias, eran los nicos habitantes.

Desde la base del Meryeyah hasta las ltimas playas del Mediterrneo y en una longitud de uno treinta kilmetros, desarrollbase una nueva costa; pero este territorio no estaba unido por istmo alguno con el de Tnez, que haba desaparecido. No era, pues, una pennsula, sino una isla la que los dos exploradores acababan de examinar, vindose obligado el capitn Servadac, desde las alturas que ocupaban, a reconocer, con gran sorpresa suya, que el mar le rodeaba por todas partes, y que en cuanto la vista abarcaba no haba tierra alguna.

Aquella isla, de reciente formacin en el suelo argelino, tena la forma de un cuadriltero irregular, casi un tringulo, cuyo permetro poda descomponerse de este modo: 120 kilmetros en la antigua orilla derecha del Cheliff; 35 kilmetros del Sur al Norte, subiendo hasta la cadena del pequeo Atlas; 30 kilmetros desde all, en lnea oblicua, hasta el mar, y 100 kilmetros del antiguo litoral del Mediterrneo; total, 285 kilmetros.

Perfectamente dijo el oficial. Pero, puede saberse por qu?

Bah! Por qu no? Las cosas suceden porque tienen que suceder. Si el Padre Eterno lo ha querido, mi capitn, es necesario conformarnos con su santa voluntad.

Ambos descendieron a la llanura, volvieron a montar en sus caballos, que haban estado paciendo tranquilamente, y aquel da llegaron al litoral del Mediterrneo sin encontrar el menor vestigio de la pequea ciudad de Montenotte, que tambin haba desaparecido como Tnez, de la que no se vea en el horizonte ni una sola casa.

Al da siguiente, 5 de enero, reconocieron la orilla de Mediterrneo, cuyo litoral no haba sido respetado tan completamente como pensaba el oficial de Estado Mayor. Las poblaciones de CalatChimah, Agmis, Murabat y PointeBasse haban desaparecido. Los cabos no haban podido resistir el choque y habanse desprendido del territorio. Por lo dems, los exploradores se cercioraron de que en su isla no haba otros habitantes que ellos mismos, a pesar de que la fauna estaba representada por algunos rebaos de rumiantes que erraban por la llanura.

El capitn Servadac y su asistente haban empleado en recorrer el permetro de la isla, cinco de los nuevos das o, lo que es lo mismo, dos das y medio de los antiguos. Haca, pues, sesenta horas que haban salido del gurb cuando entraron de nuevo en l.

Qu le parece a usted de esto, mi capitn? pregunt Ben-Zuf.

Qu te parece a ti, Ben-Zuf?

Que ya es usted gobernador general de Argelia.

Una Argelia sin habitantes!

Pues qu, no soy yo nadie?

Entonces, t sers...

La poblacin, mi capitn, la poblacin.

Y mi rond? dijo el capitn cuando se meti en el lecho. No vala la pena trabajar tanto con la imaginacin para hacerlo.

Captulo VII

En el que Ben-Zuf cree deber quejarse de

la negligencia del gobernador general

No haban transcurrido diez minutos an cuando el gobernador general y la poblacin dorman ya profundamente en una de las habitaciones de la casa, porque el gurb continuaba envuelto en sus ruinas. Esto no obstante, el sueo del oficial fue de poca duracin: la idea de que, si haba observado tantos efectos nuevos, sus primeras causas continuaban sindole desconocidas, le desvel. Un esfuerzo de memoria le record ciertas leyes generales que crea haber olvidado, y se pregunt si aquellos fenmenos podran ser efecto de un cambio en la inclinacin del eje terrestre sobre la eclptica. Semejante trastorno habra explicado el trastorno de los mares y quizs el de los puntos cardinales; pero no habra ocasionado la disminucin de las horas del da ni la de la intensidad de la gravedad en la superficie del globo. Tuvo, pues, que renunciar a esta hiptesis, lo que le desagrad mucho, porque no tena otra que hacer. Pero la serie de singularidades no haba, sin duda, concluido, y posiblemente algn otro fenmeno le ayudara a describir la causa de cuanto estaba viendo. As lo esperaba, por lo menos.

Al da siguiente, lo primero de que se preocup Ben-Zuf fue de preparar un buen almuerzo. Era preciso reparar las fuerzas, y l tena un hambre como tres millones de argelinos. Aqul era el momento de disponer de una docena de huevos respetados por el cataclismo que haba destrozado el pas. Con un buen plato de alcuzcuz, que el asistente saba preparar admirablemente, los huevos compondran un excelente almuerzo. Tena ya encendida la lumbre en la hornilla de la casa, y la cacerola de cobre brillaba como si acabase de salir de las manos del fabricante; el agua fresca esperaba en una gran alcarraza de barro permeable cuya evaporacin transpiraba a la superficie, y tres minutos de inmersin en el agua hirviendo deban bastar, segn Ben-Zuf, para poner los huevos en su punto.

El ordenanza encendi fuego en un momento, mientras, segn su costumbre, entonaba una cancin militar.

Mientras iba y vena, el capitn Servadac observaba con curiosidad los preparativos culinarios, anhelando saber si se presentaban nuevos fenmenos que pudieran sacarlo de la incertidumbre: Funcionar el hornillo del mismo modo que siempre? El aire modificado, le proporcionara el necesario contingente de oxgeno?

S; el hornillo se encendi, y el soplo algo fatigoso de Ben-Zuf hizo desprender una hermosa llama de los carbones. As, pues, desde aquel punto de vista, nada haba de extraordinario.

Ben-Zuf puso la cacerola sobre el hornillo, la llen de agua y esper que el lquido empezara a bullir para introducir los huevos, que parecan vacos por lo poco que pesaban en su mano. El agua de la cacerola slo tard diez minutos en hervir.

Diablo, cunto calor tiene el fuego ahora! exclam Ben-Zuf.

No; el fuego calienta lo mismo que siempre respondi el capitn Servadac, despus de haber reflexionado; pero el agua hierve ms pronto.

Y, apoderndose de un termmetro que estaba colgado en la pared de la casa, lo introdujo en el agua hirviendo.

El instrumento slo marc 66 grados.

Bueno! exclam el oficial. Ahora el agua hierve a sesenta y seis grados en vez de cien.

Qu sucede, mi capitn?

Te aconsejo, Ben-Zuf, que dejes los huevos un buen cuarto de hora en la cacerola, tiempo que apenas bastar para que estn a punto.

Se pondrn duros.

No, amigo mo; a lo sumo, se habrn cocido lo bastante para colorear una migaja de pan.

Aquel fenmeno obedeca indudablemente a la disminucin de altura en la capa atmosfrica, lo que estaba de acuerdo con la disminucin de densidad del aire ya advertida. El capitn Servadac haba acertado en su clculo. La columna de aire sobre la superficie del globo haba disminuido en una tercera parte, y por eso el agua, sometida a menos presin, herva a 66 grados.

Igual fenmeno se habra producido en la cima de una montaa de once mil metros de altura; y si el capitn Servadac hubiera posedo un barmetro, habra observado aquella disminucin de la columna atmosfrica. Esta misma circunstancia era la que haba debilitado la voz de Ben-Zuf y la del capitn, avivado la aspiracin y comprimido los vasos sanguneos, cosas a las que ambos se haban acostumbrado ya.

Y, sin embargo dijo para s el oficial, es difcil admitir que nuestro campamento haya sido trasladado a semejante altura, porque est ah el mar que baa las rocas.

Las consecuencias que Hctor Servadac haba deducido de los fenmenos observados eran exactas, pero segua desconociendo la causa que las haba producido. Inde irae.

Mientras tanto los huevos, gracias a una inmersin ms prolongada que de ordinario, quedaron en su punto, y lo mismo sucedi con el alcuzcuz. Ben-Zuf observ que en lo sucesivo necesitaba comenzar sus operaciones culinarias una hora ms temprano para servir bien a su capitn.

Mientras ste coma con gran apetito, a pesar de los pensamientos que le agitaban, dijo Ben-Zuf:

Y bien, mi capitn?

Ben-Zuf acostumbraba siempre emplear esta frmula interrogativa antes de entrar en materia.

Y bien, Ben-Zuf respondi el oficial, que tambin sola dar esta respuesta a su asistente.

Qu hacemos ahora?

Esperar.

Esperar?

S, esperar que vengan en nuestra busca.

Por mar?

Por mar ha de ser, puesto que estamos acampados en una isla.

Entonces, mi capitn, cree usted que nuestros compaeros...?

Creo, o a lo menos espero, que la catstrofe no haya trastornado sino algunos puntos de la costa argelina, y que, por consiguiente, nuestros compaeros se encuentran sanos y salvos.

S, mi capitn, es bueno abrigar esta esperanza.

Como seguramente el gobernador general querr enterarse bien de lo ocurrido, habr enviado de Argel un buque para explorar el litoral, y creo que no nos habr olvidado. Observa, pues, el mar, Ben-Zuf, y cuando haya un buque a la vista le haremos seales.

Y si no viene ninguno?

Construiremos una embarcacin, e iremos en busca de los que no han venido a buscarnos.

Est bien, mi capitn; pero, es usted marino?

Todo el mundo es marino cuando se necesita respondi el oficial de Estado Mayor, imperturbable.

Durante los das que siguieron, Ben-Zuf no ces un instante de explorar el horizonte con un anteojo de larga vista: pero no consigui ver en el mar ninguna embarcacin.

Por vida de las cabilas! exclam. Su excelencia el gobernador general nos ha olvidado.

El 6 de enero, la situacin de los dos insulares continuaba siendo la misma. Este 6 de enero era la fecha verdadera, es decir, la del calendario antes que los das terrestres hubieran perdido doce horas de las veinticuatro. El capitn Servadac, para no confundirse, haba preferido atenerse al antiguo mtodo, y por eso, aunque el Sol haba aparecido y desaparecido doce veces sobre el horizonte de la isla, no contaba sino seis das desde e1 primero de enero, principio del da del ao civil. Su reloj le serva para anotar con toda exactitud las horas transcurridas con ms seguridad que un reloj de pndulo, que, en las circunstancias en que se encontraba, le habra dado indicaciones falsas a consecuencia de la disminucin de la atraccin, y como el del capitn Servadac era bueno, marchaba regularmente aun despus de la perturbacin introducida en el orden fsico de las cosas.

Caray, mi capitn! dijo Ben-Zuf, que haba ledo algunas novelas. Usted va a convertirse en un Robinsn Crusoe, y yo soy casi un Viernes. Acaso me he vuelto negro?

No, Ben-Zuf respondi el capitn, todava conservas tu hermoso color blanco..., algo oscuro.

Un Viernes blanco respondi Ben-Zuf no conviene mucho a un Robinsn; pero prefiero que sea as.

El 6 de enero, pues, Hctor Servadac, en vista de que no iba ningn barco a recogerlo, inventari los recursos vegetales y animales de su posesin, a semejanza de los Robinsones.

La isla Gurb, que tal era el nombre que le haba dado, tena tres mil leguas cuadradas de superficie, o sea trescientas mil hectreas, y en ella haba bueyes, vacas, cabras y carneros, cuyo cifra exacta no poda fijarse Adems, abundaba la caza, que no poda abandonar el territorio, y tampoco faltaban los cereales, cuyas cosechas deban ser recogidas tres meses despus.

As, pues, el alimento del gobernador, de la poblacin y de los dos caballos, estaba completamente asegurado, lo mismo que el de los nuevos habitantes que llegaran a la isla, si alguno llegaba.

Del 6 al 13 de enero llovi con gran abundancia. El cielo estaba constantemente cubierto de espesas nubes que, a pesar de su condensacin, no disminuan. Tambin estallaron grandes tempestades, meteoros raros en aquella poca del ao; pero Hctor Servadac observ que la temperatura tena tendencia a ascender. Aquel verano era extraordinariamente precoz, puesto que comenzaba en el mes de enero, cosa tanto ms sorprendente cuanto que aquel aumento de temperatura era constante y progresivo, como si el globo terrestre se aproximara al Sol de modo continuo.

Como el calor, la luz iba siendo ms intensa; y sin la pantalla de vapores que las nubes interponan entre el cielo y la superficie de la isla, la irradiacin solar habra iluminado los objetos terrestres con viveza completamente inusitada. Por lo dems, se comprende cul sera la contrariedad de Hctor Servadac, por no poder observar el Sol, ni la Luna, ni las estrellas, en parte alguna de aquel firmamento que quizs hubiera respondido a sus interrogaciones, si la bruma se hubiera desvanecido.

Ben-Zuf pretendi varias veces calmar a su capitn, predicndole resignacin; pero fue tan mal recibido que no se atrevi a insistir, por lo que se limit a desempear exactamente sus funciones de viga. A pesar de la lluvia, del viento y de la tempestad, permaneca constantemente de centinela en la cima de una roca, durmiendo muy pocas horas; pero intilmente recorra con la vista aquel horizonte invariablemente desierto. Por lo dems, qu buque habra podido navegar con aquel mal tiempo y aquellas borrascas? El mar levantaba sus olas a una altura inconcebible, y el huracn desencadenbase en l con incomparable furor. En el segundo perodo de la formacin del globo, cuando las primeras aguas, volatilizadas por el fuego interior se elevaban en vapores por el espacio para caer de nuevo sobre la tierra, convertidos en torrentes, los fenmenos de la poca diluviana no haban podido verificarse con tanta intensidad.

El diluvio ces de pronto el da 13, siendo disipados por el viento los ltimos celajes durante la noche del mismo da. Hctor Servadac, que haca seis das permaneca recluido en la casa, la abandon al ver que cesaba la lluvia y se calmaba el viento, corriendo a ponerse tambin de centinela sobre la alta pea. Qu iba a leer en los astros? Aquel gran disco, entrevisto un instante en la noche del 31 de diciembre al primero de enero, volvera a mostrarse? Le sera revelado al fin el misterio de su destino?

El cielo resplandeca, las constelaciones brillaban con todo su resplandor y el firmamento se extenda ante las miradas como un inmenso mapa celeste, en el que se distinguan algunas nebulosas que en otro tiempo no habra podido ver ningn astrnomo sino con el auxilio de un telescopio.

Lo primero que hizo el oficial fue observar la estrella Polar, porque observar la Polar era su fuerte. Esta estrella estaba all; pero, tan baja sobre el horizonte, que probablemente no serva ya de eje central a todo el sistema estelar. En otros tiempos, el eje de la Tierra, prolongado indefinidamente, no pasaba ya por el punto fijo que esta estrella ocupaba de ordinario en el espacio; y, en efecto, una hora despus haba cambiado de lugar y bajaba sobre el horizonte como si formara parte de alguna constelacin zodiacal.

Necesitaba encontrar la estrella que la remplazase, o, lo que es lo mismo, faltaba averiguar por qu punto del cielo pasaba entonces el eje prolongado de la Tierra. Hctor Servadac dedicse durante varias horas a esta observacin. La nueva Polar deba permanecer inmvil, como permaneca la antigua en medio de las dems estrellas, que, en su movimiento aparente, verifican en torno suyo la revolucin diurna.

No tard en conocer que uno de aquellos astros, muy prximos al horizonte septentrional, estaba inmvil y pareca estacionario entre todos. Era la estrella Vega de la Lira, la misma que, a causa de la precesin de los equinoccios, remplazar a la Polar dentro de doce mil aos; pero como no haban transcurrido doce mil aos en catorce das, forzosamente tena que deducir de estos datos que el eje de la Tierra se haba cambiado de repente.

Pues, en este caso observ el capitn no slo se habr cambiado el eje, sino que ser preciso admitir que el Mediterrneo se ha trasladado al Ecuador, pues que aqul pasa por un punto tan prximo al horizonte.

Yabismse en profundas reflexiones, mientras que sus miradas iban desde la Osa Mayor, convertida en constelacin zodiacal, y cuya cola era la nica que sala de las aguas, hasta las nuevas estrellas del hemisferio austral, que vea por primera vez.

Un grito de Ben-Zuf le llam a la realidad.

La Luna! exclam el ordenanza.

La Luna!

S, la Luna replic Ben-Zuf, gozoso de volver a ver la compaera de las noches terrestres, como se dice poticamente.

Ymostr al capitn un disco que se levantaba en el sitio opuesto a aquel que deba ocupar el Sol entonces.

Era, efectivamente, aqulla la Luna o algn otro planeta inferior, aumentado por la aproximacin de la Tierra a l? Al capitn Servadac le habra sido difcil responder a esta pregunta. Tom un anteojo de gran alcance de que se serva de ordinario para sus operaciones geolgicas y lo asest a aquel nuevo astro.

S, es la Luna dijo, que sin duda se ha alejado considerablemente de nosotros, por lo que habr que calcular su distancia, no por millares, sino por millones de leguas.

Despus de haber estado observndolo largo rato, crey poder afirmar que aquel astro no era la Luna, porque no vio en el disco plido los juegos de luz y de sombra que, en cierto modo, dan a la Luna la apariencia de un rostro humano. No encontr seal de las llanuras o mares ni de la aureola de irradiaciones que se observan en torno del esplndido monte Tycho.

No, no es la Luna dijo.

Por qu no es la Luna? pregunt Ben-Zuf, que estaba entusiasmado con su hallazgo.

Porque ese astro tiene un pequeo satlite y la Luna no tiene ninguno.

Efectivamente, un punto luminoso como los que presentan los satlites de Jpiter en el foco de los instrumentos de mediana potencia, se mostraba con toda claridad en el campo del anteojo del capitn.

Pues qu es entonces? preguntse el capitn Servadac, golpeando el suelo con los pies. No es Venus, ni es tampoco Mercurio, puesto que esos dos planetas no tienen satlites. Y, sin embargo, es un planeta, cuya rbita est contenida en la de la Tierra, puesto que acompaa al Sol en su movimiento aparente; pero si no es Venus ni Mercurio, no puede ser sino la Luna, y si es la Luna, dnde ha robado el satlite que la acompaa?

Captulo VIII

Donde se trata de Venus y de Mercurio,

que amenazan tropezar con la Tierra

De pronto, apareci el Sol, cuya intensa radiacin hizo desaparecer todas las estrellas, impidiendo, adems, hacer observaciones, por lo que fue preciso aplazarlas para las noches sucesivas, si el cielo lo permita.

El capitn Servadac busc intilmente el disco cuyo resplandor haba penetrado la espesa capa de nubes. Haba desaparecido, ya a causa de su alejamiento o ya que los rodeos de su curso vagabundo lo hubieran puesto fuera del alcance de su vista.

El tiempo era magnfico. El viento se haba calmado casi por completo despus de haber saltado al antiguo Oeste; y el Sol se levantaba siempre sobre su nuevo horizonte, y desapareca por el opuesto con admirable exactitud. Los das y las noches eran de seis horas justas, de donde poda deducirse que el Sol no se apartaba del nuevo ecuador, cuyo crculo pasaba por la isla Gurb.

Al mismo tiempo, la temperatura aumentaba continuamente. Servadac interrogaba muchas veces al da el termmetro colgado en su cuarto, y que el 15 de enero marcaba 50 C a la sombra.

Es innecesario decir que, aunque el gurb no se haba levantado de sus ruinas, el capitn Servadac y Ben-Zuf se haban instalado en el aposento principal de la casa para estar ms cmodos. Aquellas paredes de piedra, que les haban abrigado contra las lluvias diluvianas de los primeros das, les preservaban tambin de los ardores del Sol. El calor era cada vez ms insoportable, tanto ms cuanto que ninguna nube templaba el ardor del Sol, y jams haba descendido al torrente de fuego sobre el Senegal ni sobre las partes ecuatoriales de frica. Si aquella temperatura se mantena, toda la vegetacin de la isla se agostara inevitablemente.

Ben-Zuf, fiel a sus principios, no quera mostrarse sorprendido de aquella temperatura anormal; pero el sudor que inundaba todo su cuerpo protestaba por l. No haba querido, a pesar de las reconvenciones de su capitn, abandonar su puesto de centinela en la cima de la pea, donde se tostaba, mientras observaba aquel Mediterrneo tranquilo como un lago, pero siempre desierto. Necesariamente tena la piel forrada y blindado el crneo, pues, de otro modo, le habra sido imposible soportar impunemente los rayos perpendiculares del Sol de medioda.

Un da, el capitn Servadac, que lo contemplaba, haciendo centinela, le pregunt:

Has nacido, acaso, en el Gabn?

No, mi capitn; pero he nacido en Montmartre, que es lo mismo.

Puesto que el valiente Ben-Zuf pretenda que haca en su cerro favorito tanto calor como en las regiones intertropicales, no haba discusin posible.

Necesariamente, aquella temperatura ultracanicular deba ejercer gran influencia en los productos del suelo de la isla Gurb y, en efecto, la naturaleza sufri las consecuencias de la modificacin climtica. En brevsimo plazo, la savia llev la vida a las ltimas ramas de los rboles; abrironse los botones, desarrollronse las hojas, se ostentaron las flores y aparecieron los frutos.

Los cereales crecieron, se desarrollaron y fructificaron con igual rapidez. Las espigas de trigo y de maz brotaron y crecieron a la vista, y una hierba espesa alfombr las paredes, pudindose, a la vez, segar la hierba, recoger las mieses y vendimiar los frutos. Verano y otoo confundironse en una estacin nica.

Si el capitn Servadac hubiera conocido bien la cosmografa, habra reflexionado as;

Si se ha modificado la inclinacin del eje terrestre, y si, como todo parece indicarlo, forma un ngulo recto con la eclptica, en la Tierra ocurrir lo que en Jpiter. No habr ya estaciones en el globo, sino zonas invariables, para las que sern eternos el invierno, la primavera, el verano y el otoo.

Pero no hubiera agregado:

Pero por vida de todos los vinos de Gascua, a qu causa puede obedecer semejante cambio?

Aquel verano precoz no dej de ofrecer dificultades al capitn Servadac y a su asistente. Indudablemente, iban a faltar brazos para tantas tareas a la vez, que no podan efectuarse aunque se dedicara a ellas la poblacin de la isla. Adems, el calor extremado imposibilitaba el trabajo continuo; sin embargo, no haba todava peligro en la demora, porque en el Gurb abundaban las provisiones y, puesto que el mar estaba en calma y el tiempo era magnfico, poda esperarse que algn buque pasara pronto a la vista de la isla.

En efecto, aquella parte del Mediterrneo es muy visible, tanto para los buques del Estado que hacen el servicio de la costa, como para los de cabotaje de todas las naciones, cuyas relaciones son muy frecuentes con los menores puntos del litoral. Este razonamiento era exacto; pero, por una u otra causa, lo cierto era que no apareca ningn buque en el mar y Ben-Zuf se hubiera tostado intilmente sobre las rocas calcinadas de la playa si una especie de quitasol no le hubiera protegido.

En vano trataba el capitn Servadac de recordar sus estudios, haciendo clculos para poner en claro la nueva situacin en que se hallaba el esferoide terrestre, porque todos sus esfuerzos eran intiles. Sin embargo, hubiera debido pensar que si el movimiento de rotacin de la Tierra sobre su eje, haba sufrido modificacin, tambin se haba modificado su movimiento de traslacin alrededor del Sol y, por tanto, la duracin del ao no poda ser la misma, ya hubiera aumentado o disminuido.

Efectivamente, la Tierra se acercaba al astro radiante. Su rbita se haba cambiado sin duda alguna, y no slo concordaba aquella variacin con el aumento progresivo de la temperatura, sino que otras observaciones permitiran al capitn Servadac cerciorarse de que el globo se acercaba a su centro de atraccin.

El Sol presentaba entonces su disco con un dimetro doble del que ofreci a la simple vista, antes de los sucesos extraordinarios que sucedieron a la catstrofe. Los observadores que se hubieran encontrado en la superficie de Venus, es decir, a 25 millones de leguas de distancia, por trmino medio, lo habran visto, como a la sazn se mostraba al capitn Servadac, con aquellas dimensiones aumentadas. As, pues, la Tierra no deba estar apartada del Sol 39 millones de leguas, sino solamente 25; pero faltaba averiguar si esta distancia tena an que disminuir, en cuyo caso era de temer que, roto el equilibrio, el globo terrestre fuera arrastrado irresistiblemente hasta la superficie del Sol, lo que producira su aniquilamiento completo.

Si los das, hermosos a la sazn, permitan observar el cielo, las noches, no menos bellas, mostraban al capitn Servadac el magnfico conjunto del mundo estelar. All estaban las estrellas y los planetas, coma letras de un inmenso alfabeto, que el capitn no saba leer bien. Seguramente las estrellas no hubieran ofrecido algn cambio a sus ojos ni en sus dimensiones ni en sus distancias relativas, pues es sabido que el Sol, que se adelanta hacia la constelacin de Hrcules con una celeridad de 60 millones de leguas por ao, no ha experimentado an un cambio de posicin apreciable: tan grande es la distancia a que se encuentran esos astros. Lo mismo ocurre a Arturo, que se mueve con una celeridad de 22 leguas por segundo, o sea, con una rapidez tres veces mayor que la de la Tierra.

Pero si las estrellas no enseaban nada a Servadac, no suceda lo mismo con los planetas, a lo menos a aquellos cuya rbita es inferior a la de la Tierra.

Venus y Mercurio se encuentran en estas condiciones