Biblioteca Palafoxiana
Click here to load reader
-
Upload
espejosalternos -
Category
Documents
-
view
102 -
download
51
description
Transcript of Biblioteca Palafoxiana
I
Del manuscrito a la imprenta,
el nacimiento de la librería moderna en la Nueva España:
la Biblioteca Palafoxiana
Amado Manuel Cortés
Julio de 2009
II
ÍNDICE
Presentación…………………………………………………………………………… 1
Introducción……………………………………………………………………..…….. 4
Capítulo 1. Las Colecciones de libros en la era del manuscrito…………..… 11
1.1. Libros, lectores y colecciones de libros en la antigüedad tardía…………..… 12
1.2. La cultura escrita en el monasterio: el scriptorium……………………..……… 23
1.3. La cultura escrita en la época de las catedrales………………………………. 38
1.4. El libro encadenado: las colecciones universitarias
en el mundo medieval………………………………………………………….. 50
Capítulo 2. Reunir y ordenar los saberes.
La Biblioteca en la Edad Moderna........................................................... 62
2.1. La aparición de la imprenta: cambios de sensibilidad
en la escritura y la lectura……………………………………………………… 62
2.2. Oralidad, escritura manual y lectura en la Edad Moderna…………..……….. 76
2.3. La biblioteca en los albores de la Imprenta……………………………..……… 90
2.4. La Biblioteca del Escorial:
prototipo de las librerías en la Edad Moderna……………………….……… 99
III
2.5. Bibliotecas con influencia de El Escorial……………………………………….108
Capítulo 3. Orígenes de la Librería de los
Seminarios Tridentinos de Puebla……………………………………….. 118
3.1. Antecedentes europeos: El Concilio de Trento………………………………. 119
3.2. Fundación del Colegio de San Juan…………………………………………. 123
3.3. Fundación del Colegio de San Pedro………………………........................... 129
3.4. La reforma educativa de Fabián y Fuero
en los Colegios Tridentinos de Puebla………………………………………………137
3.5 El libro en la Nueva España…………………………………………………...…152
3.6 La formación de la librería de los Colegios Tridentinos……………………….157
Capítulo 4. La librería se transforma:
el advenimiento de la Biblioteca Palafoxiana……………………..….… 172
4.1. Las bibliotecas españolas y sus
transformaciones culturales en el siglo XVIII…………………….………… 172
4.2. El nacimiento de la Biblioteca Palafoxiana:
entre el orden y lo sublime…………………………………………………… 180
IV
4.3. La Biblioteca de la Universidad de Salamanca
como prototipo de la Biblioteca Palafoxiana……………………………….. 201
4.4. La transformación de una biblioteca colonial
a una biblioteca liberal…………………………………………………..……. 211
Capítulo 5. La conformación del acervo Palafoxiano…………………………. 220
5.1. Los primeros libros. Siglos XVI y XVII…………………………………………. 222
5.2. Nuevos libros, nuevas lecturas. El siglo XVIII…………………………..……. 248
5.3. Libros de la Compañía de Jesús…………………………………….………….270
5.4. La colección de Francisco Pablo Vázquez……………………………….…… 287
Consideraciones finales……………………………………………………………. 292
Fuentes…………………………………………………………………………………297
Anexos………………………………………………………………………………… 310
Índice de imágenes……………………………………………………..…………… 335
1
Presentación
Hacer una narración historiográfica sobre la Biblioteca Palafoxiana no es fácil, ya
que presupone, sobre todo, poner en tensión demasiados tópicos, ya que otros
discursos sobre este lugar se han establecido como “verdadero absoluto”. Sin
embargo, con las reflexiones que han aportado los historiadores de la talla de
Roger Chartier y Fernando Bouza sobre la historia de la lectura y las
apropiaciones que los individuos hacen de los textos, nos permitieron discutir
sobre esos convencionalismos muy acentuados en la práctica de la historia. Por
lo tanto, este trabajo es una nueva forma de observar este tipo de instituciones.
Dicho lo anterior, he de señalar que esta aventura se empezó a gestar a
partir del año 2000, fecha en la que se conformó el cuerpo de analistas-
catalogadores de la Palafoxiana, del cual formé parte activa. La labor de este
grupo multidisplinario no sólo se dedicó a la función de conformar fichas y
catálogos, sino también se encargó de la limpieza y numeración de cada uno de
los libros, así como de la planeación de temáticas del material bibliográfico para la
exposición al público. Tras cuatro años de hojear el material y de recorrer los
rincones más apartados del edificio, me permitieron tener una visión en conjunto
de la biblioteca.
El constante contacto con el material bibliográfico me permitió trazar líneas
de investigación, que culminaron en un primer momento con la elaboración de la
tesis de maestría titulada Análisis historiográfico de la obra Idea de una nueva
historia general de la América Septentrional de Lorenzo Boturini Benaduci.
2
Posteriormente, ese contacto derivó en otra vertiente. Así, el resultado final de
toda la investigación, es la que el lector tiene plasmada en esta narración.
Esta tesis debe en mucho a instituciones y personas que fueron parte vital
en su conformación. Primeramente, al Instituto de Ciencias Sociales y
Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla, encabezado por el entonces coordinador del área de historia, el Mtro.
Roberto Vélez Pliego, y ahora dirigido por el Dr. Miguel Ángel Cuenya Mateos, por
su apoyo institucional. Agradezco también al Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (CONACYT), que sin su apoyo financiero, no hubiese sido posible el
desarrollo de la investigación.
Asimismo, quiero agradecer a la directora de la Biblioteca Palafoxiana, Dra.
Blanca Estela Galicia Domínguez, por permitirme consultar el material bibliográfico
y documental de este lugar. De igual forma, también agradezco a María del
Carmen Martínez Zanella, asistente personal de la Dra. Galicia, porque siempre
tenía el material listo para aquel que lo requiriera.
Deseo agradecer profundamente al Dr. Alfonso Mendiola Mejía por las
constantes pláticas y sugerencias que me brindaba en la Universidad
Iberoamericana.
Agradezco al comité dictaminador por la lectura paciente y las
recomendaciones para mejorar esta tesis: a la Dra. Lilián Illades Aguiar, Dra.
Carmen Aguirre Anaya, Dr. Ricardo Téllez-Girón López, Dr. Agustín Grajales
Porras, y en una primera etapa a la Dra. Columba Salazar Ibargüen. Mucho
agradezco y aprecio las sugerencias del Mtro. Marco Antonio Velázquez Albo.
3
Hago especial mención y reconocimiento a todo el personal que trabaja en
la biblioteca “Ernesto de la Torre Villar” del Instituto de Ciencias Sociales y
Humanidades, al Dr. Masae Sugawara por facilitar el material a su cargo. Tengo
una deuda enorme con Lourdes Maldonado Ramos por facilitarme material con
referencia a la Biblioteca Palafoxiana. Por último, agradezco a la secretaria del
área de historia, Magdalena Olivares Molina, por llevar siempre con atino los
expedientes administrativos de la maestría y del doctorado en historia.
4
Introducción
Esta es la historia de una biblioteca excepcional, considerada por diversos
especialistas como una de las maravillas heredadas del mundo colonial. Es tal su
importancia que la UNESCO la declaró recientemente “Memoria del Mundo”. No
obstante, a pesar de su relevancia, los estudios que dan cuenta de ella están más
encaminados ser simples folletos turísticos para ensalzar su belleza, que
verdaderos trabajos reflexivos sobre los procesos que permitieron su
conformación y desarrollo. Otras veces, la Biblioteca Palafoxiana sirve de pretexto
para hacer apologías a favor del obispo Juan de Palafox y Mendoza.
La presente tesis no pretende seguir los caminos arriba señalados, al
contrario, nuestra investigación parte desde un plano descriptivo-analítico, que
permita indagar sobre las huellas que ha dejado el pasado sobre estos espacios
del saber. Es decir, el análisis de la Biblioteca se centra en desentrañar cómo el
recinto se va modificando a partir de los cambios que se producen en las diversas
colecciones de libros, pues los contenidos de cada uno de ellos establecerán el
orden y conformación de la librería. Junto a lo ya señalado, es preciso destacar
que las apariciones en los nuevos hábitos de lectura también contribuyeron a la
transformación del inmueble.
Inclusive, es necesario poner énfasis en que cuando se trabaja sobre una
biblioteca antigua, gran parte de la terminología utilizada en la época estudiada, ya
no corresponde a nuestras formas de conocimiento; ya que, como destaca
Fernando Bouza, el historiador contemporáneo carga de categorías actuales a su
5
objeto de estudio, lo que entorpece la comprensión del sentido que tuvieron estas
colecciones.1
Además de los anacronismos, también se suscita el problema de pensar
que las antiguas librerías o bibliotecas son la continuación de las presentes
bibliotecas; es decir, que las preceden porque los fondos han sobrevivido y forman
parte de los acervos actuales. Y como nuevamente señala Bouza, lo anterior ha
llevado a los investigadores contemporáneos a sugerir un orden y clasificación
totalmente descontextualizados.
Por regla general se suele buscar en ellas el esbozo de las que hoy
disponemos y en consecuencia, son analizadas desde la perspectiva de lo que
les falta, o lo que les sobra para alcanzar las clasificaciones contemporáneas,
olvidando que las series de disciplinas altomodernas pueden ser la génesis de
lo que después conoceremos, pero responden autónomamente a un orden
irrepetible y exclusivo que corremos el riesgo de no entender si le imponemos el
que es el nuestro, pero no el suyo.2
Un ejemplo de estas imposiciones que descontextualizan el acervo de la
biblioteca, es lo expresado por el actual secretario de cultura del estado de
Puebla, Alejandro Montiel Bonilla, quien en entrevista a la revista Proceso, señaló
que de los 42 mil libros con los que actualmente cuenta la Palafoxiana, sólo se
digitalizarán, para ser consultados en la red, cerca de 50 libros “que incluya lo más
raro”, es decir, de acuerdo al gusto personal de este funcionario y lejos de un
1 Fernando J. Bouza Álvarez. Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la alta
Edad Moderna (siglos XV-XVII). Madrid, Síntesis, 1999, p. 124. 2 Ibid., p. 125.
6
estudio crítico de las colecciones, se “selecciona” material que en realidad nada se
sabe sobre su circulación en el medio social y cultural de la época.3
Regresando a esta parte introductoria, si este trabajo trata sobre una
biblioteca que se gestó en los primeros siglos de la Edad Moderna, lo más
conveniente sería explicar qué es lo que se entendía por este concepto en las
primeras etapas de la modernidad. Para ello, recurramos a la expresión utilizada
por un personaje de la época, como fue el erudito Sebastián de Covarrubias, cuya
definición destacaba lo siguiente en su Tesoro de la Lengua Castellana o
Española: “Librero: El que tiene tienda de libros. Librería: la dicha tienda. Librería
es cuando es pública, se llama por nombre particular biblioteca, como en Roma, la
Biblioteca Vaticana”.4
Covarrubias indica así las dos formas como la gente de los siglos XV y XVII
designaban a estos lugares. Por un lado, el término de biblioteca se deriva
etimológicamente del griego que designa la biblioteca como librería, y por el otro,
el latino, el de librería como biblioteca. Pero esencialmente el concepto de
“librería” es como solía decirse en esos momentos. También llama la atención
que Covarrubias destaca a la biblioteca como “lugar público”. Es decir, que estaba
dirigida a lectores externos. Por su parte, la librería podía colocarse en el espacio
privado. Por ejemplo, utilizando el término apuntado por Covarrubias, se podía
señalar la Biblioteca Pública Vaticana, abierta a todos aquellos que pudieran leer.
Y por el otro lado, se encontraba la Librería del Conde Duque de Olivares, o la
3 “La Palafoxiana se digitaliza”. Entrevista aparecida en la revista Proceso, México, no. 1675, 7 de
diciembre de 2008, p. 61. 4 Sebastián de Covarrubias Orozco. Tesoro de la lengua castellana o española. Turner, 1984,
(Madrid, 1611), p. 764.
7
Librería en la Torre Alta del Alcázar de Madrid, ambas destinadas para el uso
exclusivo de sus creadores.
Si pensamos que la acepción que Covarrubias utiliza sobre “biblioteca”, es
única para la época estamos equivocados, pues Roger Chartier, al estudiar el
Dictionnaire de Futiére de 1690, destaca que éste iniciaba con la acepción más
tradicional, para posteriormente designar a las otras dos desde la misma palabra,
y estas son:
Biblioteca, Apartamento o lugar destinado a colocar en él los libros; galería,
construcción llena de libros. Dícese así mismo de los libros que están
ordenados en este espacio”. Luego viene un segundo sentido que designa ya
no un lugar sino un libro (señala Chartier). “Biblioteca es también una Selección,
una Compilación de varias obras de la misma naturaleza, o bien, de Autores
que han compilado todo aquello que puede decirse sobre un mismo tema […]
Se denomina así mismo Biblioteca a los libros que contienen los catálogos de
los libros de las Bibliotecas. Gesner, Possevin, Photius han hecho biblioteca
[…] El padre Labbé, jesuita, ha hecho la Biblioteca de las Bibliotecas en un
libro in-8 que contiene solamente el Catálogo de los nombres de aquellos que
han escrito Bibliotecas.5
Como observamos, el término “biblioteca” no sólo se aplica a las librerías,
sino a un compilado de obras o a los catálogos de libros y autores, que
atinadamente Roger Chartier ha designado como “bibliotecas de piedra” y
“bibliotecas de papel”. Estas derivaciones del concepto atiende a diversos
motivos; por un lado, la construcción de librerías intentará evitar la pérdida parcial
o total de los libros; y las segundas, para concentrar todos los saberes que le
5 Roger Chartier. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII. Barcelona.
Gedisa, 1996, pp. 72-73.
8
fueran posibles en un solo ejemplar. Aunque los tres términos en realidad
buscaron el sueño de abarcar todo el conocimiento universal, fue la de piedra que
lejos estuvo de alcanzar lo señalado, como bien ha destacado el mismo Chartier.
Vemos entonces que la diferentes acepciones atribuidas al término “biblioteca
manifiestan agudamente una de las tensiones mayores que ha habitado y
desgarrado a los hombres de letras de la primera modernidad. Una biblioteca
universal (al menos en un orden del saber) no podía sino ser inmaterial,
reducida a las dimensiones de un catálogo, de una nomenclatura, de un
inventario. Inversamente, toda biblioteca instalada en un lugar y formada por
obras bien reales, dispuestas para la consulta y la lectura, sólo podía brindar,
cualesquiera fueran sus riquezas, una imagen truncada de la totalidad del saber
acumulable. La distancia irreductible entre inventarios, idealmente exhaustivos,
y colecciones… ha sido vivida como una intensa frustración.6
Como muestra de lo ya señalado, la Biblioteca Palafoxiana cuenta con
algunos ejemplares, entre estos destacan por ejemplo, la Biblioteca Hispana de
Nicolás Antonio, editadas en Roma de 1672 a 1690; la Biblioteca Saneta de Six de
Sienna, publicada en Frankfurt en 1575 y la de Colonia en 1576; sin olvidar la obra
de Antonio Possevino llamada Biblioteca Selecta qua agitor de ratione studiorum
in historia, in diciplinis, in salute omnium procuranda, editada en Roma en 1593.
De esta manera como se observa, convive tanto una biblioteca de piedra como
una de papel.
Si la Biblioteca Palafoxiana forma parte de estos espacios del conocimiento,
cuya pretensión era reunir toda la sabiduría entera durante la Alta Edad Moderna,
¿cuáles fueron los antecedentes de estos lugares?
6 Ibid., p. 89.
9
Para atender esta pregunta, el capítulo uno presenta una descripción que
abarca los primeros tiempos del cristianismo hasta la aparición de la imprenta. En
esta parte, el lector podrá ver cómo a partir de los cambios materiales que
conforman al libro, éstos a su vez modifican los espacios que los albergan, que
este autor no llamará “bibliotecas”, sino más bien, concordando con el prestigioso
historiador Armando Petrucci, simple y llanamente “colecciones de libros”, pues
como se verá en esta época, realmente no hay espacios exclusivos para la
conservación de los libros y menos aún para la práctica de la lectura.
Por el contrario, el capítulo dos se centra en detallar cómo se conformaron
esas bibliotecas, llamadas en su momento “librerías”, y esto gracias a la
configuración del nuevo libro confeccionado por la imprenta. Estas librerías se
construyeron para dar fama y prestigio a su fundador. En esta época nace el
prototipo de biblioteca que se heredará a los tiempos contemporáneos, es el
prototipo de biblioteca-salón, que no está hecha para informar solamente, sino
también para mostrar lo que existe.
Para entender cómo se establecieron y organizaron las bibliotecas del siglo
XVI y XVII, este capítulo también hace un recuento de cómo el libro impreso dio
paso a la conformación de las colecciones, pues gracias a la producción en serie,
propiciaron las extensiones de las librerías.
Con los antecedentes señalados, el capítulo tercero se centra en describir
las condiciones que permitieron la edificación de los colegios tridentinos, pues esto
dará paso a la creación de la primera librería, conformada por el obispo Juan de
Palafox y Mendoza. A través de una nueva interpretación de los documentos
existentes sobre la conformación de la librería, este apartado intenta señalar una
10
nueva propuesta, que permita ver las posibilidades de cómo pudo configurarse
este lugar.
El cuarto capítulo se centra en la explicación de cómo es que realmente la
Biblioteca Palafoxiana nace hasta muy entrado el siglo XVIII. Y que salvo los
fondos librarios que se destinaron en tiempos de Palafox y Mendoza, esta nueva
biblioteca efectivamente ya no tenía huella de la antigua librería. Asimismo, se
detalla las influencias arquitectónicas de la Biblioteca de Salamanca en la
construcción de la Palafoxiana. De igual forma, se relatan las vicisitudes que se
dieron con el cambio de régimen, esto es del sistema colonial a la conformación
de una nueva nación.
A diferencia de los que han hecho en su gran mayoría los trabajos en torno
a la Palafoxiana, que sólo numeran los libros existentes, sin prestar mayor
atención en sus temáticas y sobre todo, a su procedencia, el quinto capítulo, por lo
tanto, tiene como objetivo el exponer de forma integral la conformación del acervo,
las temáticas que probablemente pudieron haber leído los colegiales, así como
sus visitantes frecuentes. Además, se destacan los lugares de procedencia de los
fondos que han conformado a la Biblioteca Palafoxiana.
11
Capítulo 1
Las colecciones de libros en la era del manuscrito
Han sido múltiples las definiciones sobre el concepto de biblioteca, que van desde
un conjunto organizado de libros, la denominación del edificio donde se
resguardan éstos o también se emplea para designar una colección de obras,
entre otras diversas acepciones que designa el concepto de “biblioteca”. Ahora
bien, si a algún individuo se le pidiera describir lo que entiende por biblioteca,
inmediatamente señalaría una sala con estantes repletos de libros, mesas o
pupitres donde el lector realiza su interacción con el libro. Sin embargo, esta
imagen moderna nada tiene que ver con las épocas pasadas, pues estos espacios
que hoy sirven a la práctica de la lectura, antiguamente no estaban designados
para esta actividad, ni remotamente los edificios guardan alguna similitud con los
nuestros.
Lo anterior pone de manifiesto que la idea que tenemos respecto de lo que
una biblioteca significa no es funcional para todas las épocas. Esta primera parte
intenta reconstruir cuáles eran las características de estos lugares. De igual
forma, se analizan las transformaciones materiales de los textos, pues no
olvidemos que los cambios que se provocan en un libro obligadamente van a
modificar también los espacios que los albergan (las mismas bibliotecas). Para
complementar los aspectos funcionales de las “bibliotecas” es imprescindible
estudiar las formas las formas de leer, por lo que también forman parte de este
estudio las prácticas de la lectura que se hacían en cada época.
12
Para sintetizar este apartado de la tesis, partiremos de la época del
cristianismo primitivo hasta antes de la llegada de la imprenta. Este orden se
establece debido a que con la consolidación del cristianismo también se forjan
grandes transformaciones en la forma de los libros; es decir, el códice desplaza al
rollo o volumen en los procesos de escritura y lectura, mientras que la imprenta va
a traer nuevas modificaciones en la materialidad del texto y por ende, en las
bibliotecas. Precisamente a esta etapa histórica pertenece la creación y el
funcionamiento de la Biblioteca Palafoxiana, de la que ya daremos cuenta en los
capítulos siguientes.
1.1. Libros, lectores y colecciones de libros en la antigüedad tardía
Durante los primeros siglos de la era cristiana y en pleno Imperio Romano, se
inició el desplazamiento de los soportes de la escritura; es decir, del uso que se
hacía en la antigüedad clásica del famoso rollo o volumen, se pasa a utilizar el
códice. Así, el acto de la lectura en rollo dio pie al funcional y menos costoso
códice. Pero antes de adentrarnos en profundidad en estos aspectos tecnológicos
de la escritura y la lectura, es preciso señalar que el códice no fue una innovación
por parte de los cristianos, ya que este soporte de la escritura había sido utilizado
por los romanos, pero la consolidación del códice sí fue producto del cristianismo.
Para distinguir los cambios en las tecnologías de los soportes de la escritura,
referiremos algunos relatos atribuidos por la tradición a Jesús, y que están
enmarcados en el cristianismo primitivo: cuando Jesús muere sus discípulos se
13
dispersan para predicar con las enseñanzas de su maestro, recorren grandes
porciones de tierra desde Oriente hasta Occidente, y llegan incluso a predicar en
la misma Roma, capital del Imperio. Muy pronto, una segunda generación de
cristianos dará inicio a la construcción de iglesias o asambleas organizadas en
donde realizaban su culto. Estamos entrando a la etapa donde aparece ya una
Iglesia organizada y que se ha extendido a lo largo del Imperio; al mismo tiempo
que se ha afianzado, se desatan las persecuciones en contra de sus feligreses.
Diversos motivos ocasionaron que los emperadores iniciaran su acoso, por
ejemplo, Nerón acusó a los cristianos de incendiar la capital romana. Por otro
lado, el recelo por parte de los judíos hacia los cristianos suscitó que los primeros
los calumniaran acusándolos de traidores al imperio y de practicar el incesto y el
canibalismo. Sin embargo, el problema más grave fue no tomar al emperador
como una deidad, manteniéndose fieles a Jesús, lo que provocó preocupación en
los emperadores como Trajano y Marco Aurelio, quienes veían en los cristianos un
factor de desunión en la sociedad imperial. Estos y los siguientes emperadores ni
tardos ni perezosos empezaron la persecución de cristianos y de todo lo que oliera
a cristianismo.
Bien pronto los cristianos tuvieron que replegarse para evitar los ataques de
los soldados romanos y las continuas persecuciones que se perpetuaban en su
contra. A pesar de las masacres, los seguidores de Cristo mantuvieron su fe en
alto, realizando sus oficios en catacumbas. La clandestinidad permitió que se
conservaran las ceremonias del culto, e inclusive muchos textos que
posteriormente fueron utilizados por los altos jerarcas religiosos de la época.
14
La suerte del cristianismo primitivo cambió radicalmente gracias al
emperador Constantino, quien revirtió la política de hostigamiento ordenado por
los anteriores emperadores, como Diocleciano. Constantino, a través del llamado
Edicto de Milán, ordenó que en todas las provincias romanas se mostrara
tolerancia a todos aquellos que habían consagrado su fe al culto cristiano y
además revocó todos los anteriores decretos anticristianos. Los lugares de culto y
todas las confiscaciones se devolverían a sus antiguos dueños. Es, pues, con el
Edicto de Milán que el cristianismo fue legalmente reconocido por las autoridades
romanas.
Lejos de las persecuciones, los primeros pasos de los cristianos y del
cristianismo fue el de asentarse como una religión predominante; para ello
modificó y eliminó las costumbres religiosas que le daban sustento al mundo
antiguo. También desencadenó cambios en el aspecto político y social que
provocaron la disolución del Imperio. Pero como también ha señalado Sergio
Pérez Cortés, el cristianismo transformó toda la cultura escrita:
En efecto, la Iglesia de Cristo no únicamente modificó la concepción del libro
que, de instrumento de cultura se convirtió en signo precioso de misterio y objeto
de culto, sino que también alteró la relación entre la escritura, el escritor y el
libro. En líneas generales, el proceso consistió en el monopolio gradual y luego
definitivo de la escritura, ejercido por monasterios y catedrales, cuyo
complemento era un creciente analfabetismo y una mayor inhabilidad para
escribir entre los laicos, incluida la nobleza medieval…7
7 Sergio Pérez Cortés. La travesía de la escritura. De la cultura oral a la cultura escrita. México,
Taurus, 2006, p. 70.
15
Así, al mismo tiempo que el cristianismo daba sus pasos para consolidarse
como la religión predominante en el Mundo Occidental, la escritura inicia una
nueva revolución en sus soportes, ya que se pasa del rollo o volumen al códice.
Vale la pena aclarar que los cristianos de los primeros siglos no eran más letrados
que los romanos, como señala Sergio Pérez Cortés, la lectura en esta etapa del
cristianismo tuvo una importancia excepcional que superaba a la escritura, pues el
creyente recibía el mensaje que debía quedar escrito en su memoria y en su
corazón a través de la lectura vocalizada.8 No se nos debe olvidar que Jesús,
siendo el máximo guía espiritual predicó con la palabra, pero no escribió nada.
De esta forma, los pocos escritores cristianos de los primeros siglos
copiaban en rollo o volúmenes de papiro las enseñanzas bíblicas. Pero
posteriormente a la etapa de represión por parte de los romanos, los cristianos
empezaron a utilizar el códice. Prácticamente podríamos señalar que el
cristianismo fue parte determinante para que el códice se consolidara, pues como
ha destacado Guglielmo Cavallo, fue tal el privilegio que se le concedió a este
nuevo formato que la mayoría de los libros de su religión son de esta naturaleza.9
Pero, ¿cuáles fueron los cambios más notables entre el rollo o volumen y el
códice, que permitieron que este último se convirtiera en el soporte de la escritura
por excelencia? Además, ¿cómo el códice modificó sustancialmente la forma de
leer en estos siglos, y que sin duda fue bien utilizada por el cristianismo?
8 Ibid., p. 129.
9 Guglielmo Cavallo. “Entre el volumen y el códex. La lectura en el mundo romano”, en Guglielmo
Cavallo y Roger Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid, Taurus, 2001, p. 43.
16
Las diferencias entre el rollo y el códice fueron muy grandes; por un lado, el
rollo o volumen se formaba gracias a la unión continua de muchas hojas de papiro
o pergamino. Para la escritura, el rollo se extendía y se dividía en columnas que
simulaban una forma de páginas; terminada la escritura, el rollo se envolvía en
una especie de varilla en forma cilíndrica, elaborada de metal o madera. Por sus
características, el rollo era sumamente frágil, ya que cuando se desenrollaba o se
enrollaba, si no era correctamente sostenido, éste tendía a desgarrarse con
mucha facilidad.
Por otra parte, el códice era diametralmente opuesto al rollo, pues era
elaborado a través del pergamino; era plano y cuadrado, su formato se debió a la
influencia de las tablillas de madera usadas frecuentemente por los romanos. A
diferencia del rollo, en el códice se podía escribir a dos columnas por las dos caras
de las hojas, que eran dobladas para dar la forma. El conjunto de las hojas se
unían y se formaban una especie de cuadernillo, esto gracias a la costura de las
mismas. Cuando se culminaba la escritura, por lo regular se tendía a
encuadernarlo con tapas de madera, lo que contribuyó a que se conservara en
mejor estado.
El códice también contribuyó a modificaciones importantes que
posteriormente serían adaptadas por la imprenta. Así, por ejemplo, se tiene el
incipit que era la fórmula con la que el copista iniciaba la escritura; el explicit, que
era básicamente la parte final donde se ponía el título o colofón. Además, en esta
parte podía ir la fecha de la conclusión de la obra, o el agradecimiento mediante
una oración a Dios. Es útil hacer notar que, en los primeros siglos de la era
cristiana, el título como ya señalamos, aparecía al final de la obra. Sin embargo, a
17
partir del siglo V empieza a colocarse al principio del libro. Otra aportación que
inclusive llega hasta nuestros días, fue la de foliar o paginar los códices, cuestión
que en el rollo era innecesario por la forma en que se desplegaba.
Una más de las diferencias entre el rollo y el códice es que el primero
organizaba una cantidad menor de texto, por ejemplo, una obra podía abarcar
desde uno o varios rollos, mientras que el códice, por su forma, tenía la capacidad
de abarcar el texto completo. Además, Guglielmo Cavallo ha destacado que el
códice podía reunir en un solo encuadernado diferentes unidades textuales de un
mismo autor, hasta una miscelánea de obras diferentes.10 A esto habría que
agregar que con la aparición del códice, el costo en la elaboración de libros se
redujo bastante, sin aumentar el número de lectores que ya existía en la antigua
Roma.
Los cambios tecnológicos en la materialidad de los textos propiciaron
también nuevas formas de leer. La lectura en rollo era sumamente incómoda,
pues como señala Frédéric Barbier, había que desenrollar y enrollar a la vez, lo
cual impedía el uso de muchos rollos para su consulta11 y esto principalmente
porque el lector sostenía con las dos manos el rollo o volumen. De tal forma, el
manuscrito exigía una lectura continua con muy pocas pausas. Por lo tanto, el
lector del rollo leía sólo una porción de texto que le era permitido cada vez que lo
iba desenrollando. Y por mantener las manos ocupadas para sostener el libro,
lejos estaba de hacer alguna anotación.
10
Guglielmo Cavallo. op. cit., p. 148. 11
Frédéric Barbier. Historia del libro. Madrid, Alianza Editorial, 2005, p. 25.
18
Por su parte, el códice modificó los gestos que imponía la lectura de rollo,
ya que el códice, por su trazado, posibilitaba que el lector lo sujetara con una sola
mano para posteriormente realizar el cambio de hoja, lo que hacía factible la
elaboración de anotaciones en los márgenes o en alguna otra zona libre del libro.
Aunque una cosa hay que aclarar: en los primeros siglos de la era cristiana,
cuando el códice daba sus primeros avances para consolidarse, el formato
permitió que el usuario lo manejara con una sola mano; posteriormente, con el
intento de concentrar un mayor número de conjuntos textuales, el libro sufrió
cambios importantes en su tamaño. Como escribe Guglielmo Cavallo:
Así pues, si el códice, en el momento de su primera difusión había sido el
instrumento de la lectura ágil, más libre en los movimientos, pues requería una
sola mano para su lectura, más tarde por el contrario, en la Antigüedad, época
de inquietudes sociales y espirituales, con tendencia a salvar, organizar y
conservar la herencia pagana y cristiana su capacidad utilizada al máximo,
terminó por producir un libro de dimensiones imponentes en el que se recogían
los libros de la Biblia con sus respectivos comentarios, los corpora legislativos y
jurisprudenciales, los clásicos adoptados por los cánones de la escuela, reunidos
variadamente: un libro de uso incómodo y cuya utilización estaba pues, orientada
no tanto a la lectura como a la consulta, operación a veces facilitada por la
numeración de las páginas o por los dispositivos de diferenciación textual.12
Este comentario de Cavallo sin lugar a dudas confirma que las
transformaciones de un texto modifica los hábitos de lectura: ahí está el caso del
rollo o volumen que podía representar una sola obra, mientras que el códice
acogía diversos textos. Y es así que la lectura en rollo era de forma lineal
12
Ibid., p. 149.
19
continua, donde el lector pasaba inmediatamente, sin interrupción, de una
columna a otra. El códice, al contrario, con la división interna de los textos, dio pie
a una lectura más pausada y sobre todo, secuencial: “Esto favorecía una lectura
fraccionada, realizada página tras página y, por lo tanto, por segmentos de texto
que, en el caso concreto de las Sagradas Escrituras a menudo se fraccionaba
posteriormente mediante una subdivisión del texto en breves secuencias…”13
De esta forma, se tiene al códice como el impulsor de una lectura
fragmentada y secuencial, pero también, y esto es fundamental, se dio paso de
una lectura libre y recreativa que establecía el rollo, a una lectura orientada y
normativa, en la que el placer del texto fue sustituido por una labor lenta de
interpretación y de mediatización, como bien ha señalado Guglielmo Cavallo.14
Sobre todo, podríamos señalar que los textos se elaboraban para que no hubiese
una interpretación individual, sino que la interpretación estuviera regulada por vía
de las autoridades que se encargaban de este fin.
Y es que debemos considerar que el códice en los primeros tiempos del
cristianismo fue parte fundamental de un sector no privilegiado económicamente,
que paulatinamente se convirtió en libro de pocos. Hay que recordar que al rollo
siempre se le vinculó con las altas esferas de la sociedad romana, e inclusive
como Christian Vandendorpe ha comentado en su obra, que las personas de
suficiente fortuna no leían sino que se hacían leer el rollo por un esclavo
especializado.15 Esto nos lleva a señalar que el códice era en un primer momento
13
Ibid., p. 150. 14
Ibid., p. 151. 15
Christian Vandendorpe. Del papiro al hipertexto. Ensayo sobre las mutaciones del texto y la lectura. Argentina, FCE, 2002, p. 9.
20
el instrumento de conocimiento para las capas medias de la población, y su
aceptación generalizada se debió al bajo costo de su producción.
En suma, podemos señalar que a pesar de que su orientación doctrinaria se
dio mediante la palabra, el cristianismo estableció su liturgia a través de la
escritura, nada mejor para esto que el códice como instrumento para plasmar el
mensaje religioso. Pero como señala Antonio Castillo Gómez, el códice fue
revestido de un gran valor simbólico que incluso fue elaborado como un libro de
lujo, confeccionado en pergamino purpúreo, recubierto de piedras preciosas; no
obstante, el libro estaba destinado más a ser visto y reverenciado, que a ser
leído.16 Esto provocó que se estableciera una lectura intensiva, donde se leían
pocos textos, siendo la Biblia el libro de una constante repetición en la lectura.
Ante lo que ya se ha descrito, se puede señalar que la materialidad del
códice produjo una nueva forma de leer y comprender el texto; es decir, en el
mundo de la antigüedad grecorromana, el rollo a través de su hilo narrativo
continuo dio menos importancia a la lenta interpretación, cuestión que sí fue
posible gracias a la aparición y consolidación del códice. Ahora bien, si el códice
modificó las prácticas de la lectura, necesariamente también modificaría los
espacios físicos que lo resguardaban; estamos hablando de las “bibliotecas” de
esa época, que como he señalado, nada tienen que ver con las nuestras.
Adentrémonos a observar esos espacios físicos.
Durante el Imperio Romano, los lugares que resguardaban los libros tenían
diversas características de acuerdo a la condición social de sus dueños. Se
16
Antonio Castillo Gómez. Historia mínima del libro y la lectura. Madrid, Siete Mares editorial, 2004, pp. 38-39.
21
podían encontrar las bibliotecas destinadas a los emperadores, que por lo regular
contenían un buen número de rollos, escritos en lengua griega y latina. Estaban
las que pertenecían a las clases más acaudaladas en la esfera romana. Pero
también había las reservadas a las clases menos pudientes, ubicadas junto a los
baños públicos. Alfonso Muñoz Cosme ha destacado algunas similitudes en las
bibliotecas romanas, que van desde la separación entre biblioteca latina y griega,
los nichos para empotrar las estanterías, espacios amplios y bien iluminados con
ventanas en la parte superior.17
También por algunos datos que han arrojado los estudios arqueológicos,
varias de estas bibliotecas se construyeron en los sitios más adecuados para
proteger los libros del deterioro, pues muchos arquitectos, al parecer seguían los
consejos del sabio Vitruvio, quien sugería que “los dormitorios y las bibliotecas
deben estar orientados al levante, porque el uso de ellos requiere luz matinal, y
además porque en las bibliotecas los libros no se echan a perder tan fácilmente,
pues todo lo que mira a mediodía o al poniente se estropea por la polilla y la
humedad, ya que los vientos que llegan húmedos hacen nacer y propagarse la
polilla e infunden en los volúmenes aires húmedos que los deterioran y
enmohecen”.18
Las ideas de Vitruvio fueron importantes en su época y sumamente
estudiadas durante la Edad Moderna. Por ejemplo, algunos edificios romanos
tenían acceso de luz por levante, que como hemos visto fue una sugerencia de
Vitruvio, aunque al parecer algunas salas eran iluminadas de forma artificial. En
17
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber. Historia de la arquitectura de las bibliotecas. España, Ediciones Trea, 2004, p. 36. 18
Tomado de Muñoz Cosme. Los espacios del saber..., p. 33.
22
cuanto al mobiliario interno, la mejor descripción nos la ha dado Hipólito Escolar
Sobrino, quien lo describe de la siguiente forma:
Las librerías y las bibliotecas depositaban los libros en estanterías, llamadas
Plutei y, si estaban fijas a las paredes, pegmata. Los huecos que formaban los
elementos verticales y horizontales recibían por asociación de imágenes el
nombre de nidos, nidi, y foruli y loculamenta, por su parecido a las celdillas de un
panal19.
Frédéric Barbier ha destacado que cuando los rollos o volúmenes eran de
un número bajo, estos se guardaban enrollados en los jarros de cerámica o
cestos, cajas o cofres, donde se depositaban.20 Para identificar el contenido de
los rollos, se les colocaba una etiqueta en sus extremos. Además de estos
repositorios se usó la armaria o armarios que permitieron guardar rollos y códices.
El armario fue el instrumento que mejor sirvió para guardar los códices por parte
de los cristianos de los primeros tiempos. Sobre este punto, Hipólito Escolar
señala que en las modestas iglesias primitivas, la biblioteca junto con los
elementos de la sacristía, se reducían a sendos armarios colocados en el ábside,
embutidos en los muros. En estos se guardaban los libros, los vasos y los
ornamentos sagrados.21
De la clandestinidad, el cristianismo fue imponiéndose lentamente en lo
cultural y político. Por su parte, el Imperio romano se encontraba agonizando y
junto con esto sus bibliotecas, que eran extinguidas por el fuego y los continuos
19
Hipólito Escolar. Historia de las bibliotecas, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 3ª ed. 1990, pp. 98-99. 20
Frédéric Barbier. op. cit., p. 25. 21
Hipólito Escolar. op. cit., p. 105.
23
saqueos de sus libros. Los escritos de la antigüedad que dieron forma a la
sociedad romana fueron consumidos por las llamas y, sobre todo, despreciados
por el cristianismo, pues para los cristianos sencillamente eran una simple
literatura pagana se contraponía con las “verdaderas” enseñanzas que contenían
los libros de la Biblia. Con esto, los estudios de carácter secular poco a poco iban
desapareciendo. Ahora las instituciones de enseñanza estaban controladas por el
ámbito religioso, y para ello fueron fundamentales los nacientes monasterios,
como veremos a continuación.
1.2. La cultura escrita en el monasterio: el scriptorium
La Iglesia Cristiana muy pronto pasó de la persecución a formar parte de la pompa
del Imperio, gozando de diversos privilegios y prebendas que desvirtuaron su
camino inicial de austeridad. Muchos obispos se aprovecharon del cargo
eclesiástico para enriquecerse y obtener honores públicos a costa de la misma
feligresía. Esto motivó que muchos cristianos se alejaran de toda esta
suntuosidad para dedicarse a una vida simple, pero llena de una gran
espiritualidad, que es la base de la vida monástica.
Así, las primeras noticias que se han recibido de los primeros monjes
cristianos, se remontan a la vida de San Pablo Ermitaño y de San Antonio,
quienes marcharon al desierto para seguir una vida de contemplación.
Rápidamente, sus formas de vida fueron inspiración para otros cristianos, de los
cuales tenemos a San Basilio el Grande, quien es considerado como el fundador
24
monástico por excelencia. San Basilio, a través de sus continuos viajes por
Palestina y Egipto observó la vida de otros monjes, a los que clasificó en cuatro
categorías: los anacoretas solitarios, los que viven en grupos, los que viven en
comunidad y finalmente los ascetas itinerantes.22
El estudio de la vida de los monjes y su propia experiencia hizo que San
Basilio concibiera una colección de Reglas para la vida Monástica en Oriente.
Éstas reglas se componían de cincuenta y tres preguntas con sus respectivas
respuestas apoyadas en las Sagradas Escrituras. De esta forma, en sus escritos
señalaba que los monjes debían imitar a Jesús y a los apóstoles aún hasta en las
más pequeñas cosas. Además tendrían que estudiar las Escrituras, pero sólo los
que estuviesen preparados y que fueran escogidos por el superior. Finalmente,
los monjes más versados escogerían a un superior mediante un consejo, que
serviría para interpelar al superior en caso de que cometiera alguna injusticia.23
Las ideas de San Basilio y San Antonio muy pronto llegaron a Occidente,
siendo San Benito de Nursia quien junto con otros monjes decidió buscar la
soledad para la contemplación. San Benito posteriormente funda el monasterio de
Montecassino, en este lugar dio a conocer su famosa Regla monástica, donde
encomiaba a los monjes la obediencia, el silencio y la humildad. La Regla de San
Benito fue la pieza angular de las futuras congregaciones monásticas de
Occidente, pues prácticamente todos los monasterios la aplicaron para regir su
funcionamiento.
22
Tomado de Historia Universal. El auge del Cristianismo. Lima, Salvat Editores, 2005, p. 365. 23
Ibid., pp. 367-368.
25
Hay que destacar que los primeros monasterios se erigieron lejos de las
antiguas ciudades romanas; es decir, con la fundación de los monasterios se
empezaba a gestar una sociedad distinta de la que funcionaba en las ciudades;
numerosas personas de clase privilegiada se unían a otras personas con
posibilidades económicas precarias para formar una comunidad de monjes. Peter
Brown también ha destacado que las familias aldeanas y urbanas acomodadas
daban a sus hijos a los monasterios al servicio de Dios la mitad de las veces para
mantener la herencia familiar indivisa y libre de un número excesivo de hijos.24 De
esta forma en los siglos VI y VII los monasterios empezaron a crear sus
comunidades.
Los monasterios, junto con la lengua latina, se extendieron por amplias
regiones como Irlanda e Inglaterra. Fue en Irlanda donde la vida monástica cobró
gran relevancia, pues desde la llegada de San Patricio en el año 432, fue
constante la aparición de monasterios y abadías en este lugar. Además de fundar
estos centros religiosos, los monjes irlandeses se diseminaron en muchos lugares
de Europa Occidental, como el caso del abad irlandés Columbano, quien instituyó
en el norte de Italia el monasterio de Bobbio. Fue tal la influencia de este monje
que en la mayor parte de los monasterios en Bretaña, el código ascético de
Columbano reemplazó a la Regla de San Benito. De esa forma, los monjes
irlandeses fueron quienes mayor influencia ejercieron en la Europa Occidental,
hasta que apareció la Orden de Cluny.
24
Peter Brown. “La Antiguedad Tardía”, en Philippe Ariés y Georges Duby (directores). Historia de la vida privada. Madrid, Taurus, 2ª ed. 2003, p. 281.
26
Efectivamente, en el siglo X se da un gran movimiento de reforma en la vida
monástica y surge el monasterio de Cluny, ubicado en la Borgoña francesa. Pero
Cluny no tan sólo fue el gran impulsor de la renovación religiosa, también impulsó
sobremanera la cultura en Europa. La renovación del monasterio de Cluny
consistió en retomar la Regla de San Benito, ya que con las diversas donaciones y
la acumulación de riquezas, la conducta de los monjes se relajó, por lo tanto se
estableció la máxima de “rezar y trabajar”, de tal forma que los hermanos de la
congregación tenían que dedicar parte de los oficios divinos al trabajo manual y al
estudio. El regreso a la sencillez y a la austeridad propició una nueva oleada de
fundaciones de monasterios por Europa. Sin embargo, en el siglo XII inicia su
etapa decadente, ya que las cuantiosas donaciones por parte de los europeos
envilecieron la vida de los monasterios.
La decadencia moral de la Orden de Cluny propició la última oleada de
construcciones monacales. Esto se da gracias a diversos hombres religiosos
como Robert de Molesta y Bernardo de Claraval, quienes decidieron nuevamente
reformar la vida del monasterio. Así, fundan la Orden del Císter para recuperar los
ideales de San Benito y poner énfasis en el ascetismo. Estos monjes blancos,
llamados así por el color de sus hábitos, pronto multiplicaron los monasterios
cistercienses por toda Europa. Por lo regular sus monasterios se fundaban en
lugares inhóspitos, alejados de la vida mundana, ya que nada debía desviar su fe
en Dios. Pero este modelo fue paulatinamente disgregándose, sobre todo porque
al igual que la Orden de Cluny, empezaron a abandonar su modelo reformador de
vida austera; a esto se agregaron los continuos saqueos a las abadías por las
constantes guerras, además de las malas cosechas y las diversas hambrunas que
27
los conflictos bélicos provocaban. Y, finalmente, en el siglo XIV en plena
decadencia de los monasterios, el derecho que se les confería de nombrar a los
abades, ahora era impuesto por el Papa o los reyes de cada región. Estos
factores dieron fin a la vida monástica, pero fueron en estos sitios donde la
escritura y la lectura se desarrollaron al declinar las ciudades.
Efectivamente, a partir de las invasiones bárbaras y con el inicio del
desmoronamiento del Imperio Romano de Occidente, la cultura letrada empieza a
menguar en las ciudades para encontrar refugio en los monasterios, donde se
conservan los restos de la cultura clásica y el vertiginoso ascenso de la cultura
cristiana. De los siglos V al XI hay numerosos cambios en los formatos de los
libros. Principalmente, los cambios más importantes son los que conciernen a las
formas en la escritura. A partir del desarrollo de la cultura monástica, el latín fue
abriéndose paso como el principal campo de estudio; se retoman algunos de los
rasgos de la escritura romana y aparece la llamada escritura cursiva latina. Pero
como ha señalado Hipólito Escolar Sobrino, la escritura de este siglo se va
modificando un poco de acuerdo a cada región.
Las difíciles comunicaciones y el aislamiento consiguiente, así como la escasez
de centros de enseñanza, condujeron a diversificaciones locales en los tipos de
letras, que se conocen con el nombre genérico de precarolingias, anteriores a
Carlomagno, y con nombres específicos unos geográficos, como insular aplicada
a la letra de Irlanda y Gran Bretaña, y Benaventana, de la ciudad de Benavente,
también llamada longobarda, para el sur de Italia. Igualmente toman el nombre
del pueblo que las utiliza, como el caso de la mencionada longobarda, la
28
merovingia por la monarquía francesa, y la visigoda por el pueblo que dominaba
la Península Ibérica.25
La escritura, durante esta época se realizaba en los llamados scriptorium;
éstos se ubicaban en una habitación alejada totalmente de los ruidos que
provenían de las naves principales de los monasterios. Aunque estos scriptorium
son parte de la cultura monástica, no todas las órdenes religiosas le dieron
importancia, pues como señala Sergio Pérez Cortés, las grandes salas de
escritura pertenecían a los seguidores de la Regla de San Benito. Mientras que
los cartujos o los cistercienses preferían las celdas o escritorios individuales, los
monasterios en Inglaterra hacían de las celdas un lugar de excepción para los más
letrados.26
El escriba monástico efectuaba su actividad después de haber realizado los
oficios litúrgicos matutinos. Aquél se encargaba de copiar los textos tanto de la
antigüedad, o los provenientes de los Padres de la Iglesia, pero sobre todo de la
reproducción de las Sagradas Escrituras. Muchas veces se elaboraban costosos
ejemplares en hojas de pergamino, con bellas ilustraciones en miniatura ricamente
decoradas. Sven Dahl detalla así la actividad producida por el escriba:
Cuando el monje se disponía a escribir, cortaba primero el pergamino con ayuda
de un cuchillo y una regla, operación conocida como quadratio; después se
satinaba la superficie y se rayaban las hojas para la cual previamente se
indicaban en el borde la distancia entre las líneas haciendo pequeños agujeros
con un compás. El rayado se hacía con un punzón o con tinta roja o más tarde
25
Hipólito Escolar Sobrino. Manual de historia del libro. Madrid, Gredos, 2000, p. 134. 26
Ibid., p. 92.
29
con frecuencia con un lápiz de grafito. Cuando por fin comenzaba propiamente a
escribir, el escriba o calígrafo, tomaba asiento ante un pupitre inclinado, en el
que se encontraban dos tinteros de cuerno con tinta negra y roja, y equipado con
su pluma y su raspador se disponía a la tarea. La tinta roja se utilizaba para
trazar una raya vertical a lo largo de las iniciales; es lo que se conocía como
rubricar (de rebrum, rojo). Cuando el escriba había terminado el manuscrito, le
daba fin con varias líneas (llamadas suscripción o colofón), en las que se
encontraba el título del libro. El título del libro se colocaba también al comienzo,
en cuyo caso se iniciaba el texto con las palabras hic incipit (aquí comienza, para
después informar de qué materia trataba…27
Ahora bien, sobre el proceso de escritura que concernía al monje, Sergio
Pérez Cortés ha destacado las diferencias de los procesos de copiar entre el
escriba antiguo y el escriba monástico, pues en la antigüedad el escriba tomaba
notas gracias a la voz viva de un dictator para que después las transcribiera. El
escriba monástico estaba obligado a copiar fielmente el texto, tenía prohibido
corregir, incluso si el ejemplar era erróneo. “De hecho un buen escriba era aquel
que reproducía, sin inmutarse, incluso las faltas de su modelo, y un mal escriba
aquel que, no siguiendo las reglas de la copia, se sentía en libertad de enmendar
en el mismo momento en el que realizaba el manuscrito”.28 De esta forma, el
escriba prácticamente tenía la misión a través de la escritura, de preservar el
legado de los textos importantes para la vida religiosa, sin ser alterados en su
contenido.
El monje realizaba su trabajo con sus instrumentos, es decir, el cálamo y
posteriormente la pluma de ave, acompañados de las tintas y, por supuesto, de la
27
Sven Dahl. Historia del Libro. Madrid, Alianza Editorial, 4ª reimpr. 2006, p. 134. 28
Ibid., pp. 253-255.
30
hoja de pergamino que trazaba con escrituras llamadas precarolingias que era una
combinación de letras cursivas usadas en la antigüedad. Las letras precarolingias
fueron utilizadas en los siglos VI y VII d.C., siendo reemplazada por la minúscula
carolingia a partir del siglo VIII. Este tipo de lectura permitía una mejor legibilidad,
era una letra más dibujada que escrita, donde se exigía al monje copista una
caligrafía precisa. Sergio Pérez Cortés ha señalado que la aparición de la
minúscula caroligia fue un paso más para que los monasterios acapararan el
monopolio de la escritura:
A decir verdad, el predominio de la minúscula carolingia es un aspecto más del
proceso que había llevado a concentrar la manufactura de libros casi por
completo en los Scriptoria de los monasterios. Debido a este monopolio,
“escribir” se había convertido en sinónimo de “copiar”, y el copista monástico se
había hecho sinónimo de “escritor”. “Escribir” significaba reproducir una y otra
vez libros espléndidos y deslumbrantes, que debían servir esencialmente de
apoyo a las lecturas públicas en la vida litúrgica y pastoral. Resulta
comprensible que esta bella escritura, que movía a piedad a sus ejecutantes y
que entre nosotros suscita la admiración, en cambio despertara tan poco
entusiasmo fuera de los ambientes monásticos.29
Por lo tanto, se puede considerar que en esta etapa, la mayor parte de los
intelectuales no escriben sus libros, sino que mayoritariamente dictan sus obras,
de tal forma que la escritura no funciona como un medio de comunicación como
en la actualidad, más bien era un medio de anotación de las mejores cosas de la
“fe”.
29
Ibid., p. 263.
31
Las obras más reproducidas por los copistas religiosos fueron los libros que
componían el Antiguo y el Nuevo Testamento, los textos de los Padres de la
Iglesia en lengua griega, como Clemente de Alejandría, Eusebio de Cesárea, San
Basilio, San Gregorio, San Niceno y San Juan Crisóstomo. De la patrología latina
encontramos a los primeros teólogos cristianos, como San Cipriano, San Ambrosio
de Milán, San Jerónimo y el santo ibérico San Isidoro de Sevilla, con sus
destacadísimas Etymologiae. Pero la obra más reproducida era la del mayor
influyente de la cristiandad, San Agustín, con sus escritos La Ciudad de Dios y Las
Confesiones.
Si en el proceso de escritura había cambios, también los hubo en el acto de
la lectura. En la Alta Edad Media el proceso de lectura se fue modificando; se
pasó de la lectura en voz alta, que era la forma predominante en la Antigüedad, a
una lectura silenciosa, que se hacía de esta manera con el fin de comprender el
texto adecuadamente. Pero no hay que olvidar que la lectura en voz alta continuó
gracias a la liturgia. Además, esta forma de lectura era practicada por aquellos
que incursionaban en ella por primera vez, ya que con esto, el maestro de lectura
podía corregirles sus defectos. Sin embargo, como señala Malcolm Parkes, es a
partir del siglo VI cuando se le concede mayor importancia a la lectura en silencio:
En la regla de San Benito encontramos referencias a la lectura individual y a la
necesidad de leer para uno mismo con el fin de no molestar a los demás.
Puesto que este tipo de lectura debía ser supervisada para garantizar que el
32
lector no se relajase ni se distrajera, de ello se deduce que la lectura en silencio
no era frecuente en esas circunstancias.30
La relevancia que la Iglesia le dio a la lectura fue mayúscula, y trajo como
consecuencia que la escritura quedara relegada. De esta forma la práctica de la
lectura formaba parte de la iniciación en la educación eclesiástica, que cobra
realce en la vida monástica junto con la oración. Pérez Cortés menciona que a la
forma de la lectura en el monasterio se le llamó lectio divina, porque establecía un
rechazo al libro pagano para concentrase en el estudio exclusivo de la Biblia, pues
era el elemento imprescindible, ya que para el monje era el camino de su diálogo
con Dios.
La lectura transcurría en los actos colectivos de los oficios, en las comidas o
en la realización de los ejercicios espirituales. Pero fue tal su importancia que la
alta jerarquía monástica no se conformó con la recepción simple de ésta, que se
empezó a idear una lectura individual que penetrara con mayor fuerza los
contenidos del texto. Este novedoso estilo coexistió con la lectura pública. El
prestigio atribuido a la escritura fue de tal magnitud en la vida monástica que en el
siglo IX se estableció una regulación para que la mayoría de los monasterios la
siguieran. Sobre esta regulación de las horas que los monjes tenían que seguir,
Pérez Cortés señala lo siguiente:
Los hermanos leían en total tres horas al día, en horarios cambiantes de acuerdo
con la estación del año: en invierno (desde las calendas de octubre hasta la
Cuaresma), la lectura ocupaba dos horas, de la hora prima hasta el final de la
30
Malcolm Parkes. “La Alta Edad Media”, Historia de la lectura en el mundo occidental. op. cit., p. 160.
33
segunda (seis y siete de la mañana) y una hora en la tarde, un poco antes de
vísperas. En Verano (del fin de la Pascua a las calendas de octubre), debido al
calor, los monjes le dedicaban dos horas al final de la mañana, entre la hora
cuarta y la sexta (diez y doce de la mañana) y los que lo deseaban todo o parte,
del tiempo para la siesta. Cuaresma era un tiempo penitencial dedicado
exclusivamente al trabajo y a la lectura, la cual se realizaba desde la hora prima
hasta el final de la tercia (seis a nueve de la mañana) para luego dedicar el resto
de la jornada, hasta la hora décima, al trabajo manual. El domingo, día dedicado
por entero al Señor, la lectura debía llevarse a cabo todo el tiempo disponible
entre los oficios.31
La lectio sagrada realizada por los monjes, que era practicada con mucha
constancia e intensidad, no debe entenderse como una lectura acumulativa de
textos e información, sino que era una constante con el mismo texto que lo
impulsaba al límite de las emociones; es decir, el monje más que leer establecía
un diálogo con la divinidad, para que le fuese transmitida toda la sabiduría que
ayudara en todos sus momentos. Y como bien ha señalado Pérez Cortés, la lectio
divina sobre las Escrituras evadía la interpretación de las mismas porque no era
un objeto de examen, sino de reverencia. Por lo tanto, podemos señalar que este
tipo de lectura era más contemplativa y generativa, que de reflexión y
comprensión.
Como he venido explicando a lo largo de este texto, si los soportes de la
escritura cambiaron, las formas de la lectura también lo hicieron. Por lo tanto, los
espacios donde se realizaban esta actividad obviamente, se transformaron. El
lugar de trabajo formaba parte de una unidad donde se encontraba el scriptorium y
lo que podríamos llamar con sus reservas, la “biblioteca”. Pérez Cortés ha
31
Ibid., pp. 156-157.
34
destacado que los scriptoria o scriptorium solían ser simultáneamente la biblioteca
de la comunidad, pero que ésta no tenía el significado actual de “sala de lectura”,
sino más bien de “lugar de custodia de los libros”.32 Este sitio se encontraba a un
extremo de la Iglesia, y estaba separado por una división de madera. Por lo
regular siempre había un ventanal para permitir el paso de la luz con el fin de
realizar la actividad de la lectura sin obstáculos visuales.
Ante esto, es necesario recalcar que para la época donde se desarrolló el
monasterio, el término de biblioteca era utilizado para designar a la bibliotheca
sacrae, o christianae, es decir, los diversos textos que componía la Biblia eran
designados de esta forma. Como refiere Pérez Cortés, en los mismos catálogos
medievales nunca aparece una sola referencia al término bibliotheca para
designar al conjunto de libros que se reseñan. Sin embargo, cuando se cita la
Biblia, siempre es designada como Bibliotheca integra o Bibliotheca in duos
voluminibus.
El nombre mismo de bibliotheca, que era una herencia de la cultura latina
clásica, al inicio de la Edad Media, fue largamente restringido hasta significar
sobre todo la Biblia, y no perdió este sentido especial sino hasta los siglos XII y
XIII d.C., cuando las escrituras empezaron a ser designadas con el término de
Biblia…33
Por lo anterior, es necesario matizar algunos aspectos para entender por
qué el término Biblioteca no significa lo mismo para nosotros que para la gente de
esa época. Primero, lo que debemos entender es que casi toda la cultura escrita
32
Ibid., p. 252. 33
Ibid., p. 163.
35
se situó en torno al monasterio. No podemos olvidar que en la antigüedad las
bibliotecas eran fundadas por la élite gobernante. Pero cuando esta forma de
organización decae y pasa a las manos eclesiásticas, no se introducen drásticas
trasformaciones como las experimentadas en la antigüedad. Segundo, para el
religioso, el libro casi nunca representaba una fuente de conocimiento, sino que se
le veía como un instrumento para la salvación; antes bien, a través de la grafía se
encontraba la palabra del Creador. Ante esto, se puede señalar que en los
monasterios no se hacía acopio de libros como en la antigüedad, sino que se
reformaban las colecciones de acuerdo a las necesidades de cada orden.
Un ejemplo de lo ya señalado es el caso del monasterio de Vivario, en el
que como explica Fred Lerner, los manuscritos que ahí se copiaban eran
principalmente libros religiosos para uso del mismo monasterio, pues básicamente
este lugar fundado por Capiodoro, era para estudiar la palabra de Dios, de ahí que
se ponía énfasis en preservar los textos antiguos que podían servir para los fines
religiosos.34
Por lo tanto, podemos recapitular y señalar que el término de biblioteca se
reservaba para simbolizar los textos que componían la Biblia, y que hasta el siglo
IX d.C. las palabras arca, pero sobre todo armarium correspondían para significar
una colección de libros o documentos de archivo como biblioteca. El término
armarium fue utilizado por los monasterios cistercienses principalmente; de este
lugar se tomaban los libros para leer. El armarium era un nicho abierto en el muro
del claustro, cerca de la puerta de la Iglesia; los nichos solían estar forrados de
34
Fred Lerner. Historia de las bibliotecas del mundo. Desde la invención de la escritura hasta la era de la computación. Argentina, Troquel, 1999, p. 51.
36
madera para aislar la humedad y estaban divididos en estantes.35
Paulatinamente, al aumentar el número de libros, se le destinó una pequeña
estancia en uno de los ábsides de la iglesia, donde se colocaban los armarios.
En cuanto al número de libros o códices que guardaban los armarios en los
monasterios, no superaban el millar de ejemplares, pues no existía el comercio de
libros, por lo que la mayoría de las colecciones de libros eran elaboradas en
escritorios del monasterio. Algunas veces también se solicitaban préstamos de
códices a otros conventos para copiarlos. En otros casos, algunos fieles con
recursos les donaban algún libro a los monjes, pero por lo regular ellos mismos
reproducían las copias de éstos.
Al encargado de resguardar la colección de libros se le llamó
bibliothecarius, armarius, custos o antiquarius. El encargado también fue el
responsable de custodiar los archivos del monasterio, aunque posteriormente sólo
se encargó del oficio de bibliotecario. Su labor fue sumamente valiosa para el
desempeño de la vida monástica, ya que muchas veces era el responsable de
verificar el copiado de los libros, pero sobre se encargaba de conservarlos.
Además, le correspondían las tareas de establecer las obras que se tenían que
realizar durante las comidas, los oficios y todo el servicio religioso. Sobre la forma
de proceder con los libros por parte del bibliotecario, hay una descripción del siglo
IX hecha por un comentador de la época:
35
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber..., op. cit., p. 57.
37
El bibliotecario, ayudado por los hermanos, lleva todos los libros a la reunión de
la confraternidad. Allí extienden una alfombra y sobre ella colocan los libros.
Después que han concluido los oficios regulares de la reunión, el bibliotecario lee
la lista de títulos y los nombres de los monjes a quienes les fueron prestados el
año anterior. Cada monje deposita su libro sobre la alfombra. Luego el
prepósito, o aquel en quien se ha delegado la tarea, recoge uno por uno los
libros interrogando a los hermanos para ver si los estudiaron diligentemente. Si
la respuesta es satisfactoria, le pregunta al hermano qué libro considera útil para
leer este año y se lo entrega. No obstante, si el abad considera que un libro
pedido no es adecuado para el hermano, no se lo entrega y elige cuál darle que
sea adecuado. Si el interrogatorio determina que un hermano fue negligente en
su estudio, no se le entrega un nuevo libro sino que se le pide que estudie el
mismo durante un año más. Pero, si el abad considera que el hermano ha
estudiado con diligencia y no alcanza a comprender, le da otro libro. Cuando los
hermanos han abandonado la reunión, el abad verifica que las listas registran
todos los libros y si hay alguno no registrado lo busca hasta que lo encuentra.36
Como observamos, la labor del bibliotecario fue fundamental en la
organización del monasterio. Este secretarium, archivium o notarius como
también se les llamó, fue el responsable de todo lo referente al scriptorium, pues
siempre supervisaba el trabajo de los copistas, y era el único que podía corregir
los manuscritos. A estos hombres se debe la sobrevivencia de muchas obras, a
pesar de las calamidades que producían los fenómenos naturales como las lluvias
o el creciente factor de destrucción de libros como los roedores y los insectos, sin
olvidar los desastres provocados por la guerra. El bibliotecario, de anónima y
callada labor, en un primer momento fue responsable de tener al día todo lo
referente al armarium y poco a poco sólo dedicó su esfuerzo a las colecciones de
libros, dejando en otros la responsabilidad del archivo y del escritorio.
36
Tomado de Fred Lerner. Historia de las bibliotecas del mundo..., op. cit., p. 58.
38
Éstas son algunas características del libro y la lectura en la vida monástica,
que preservaron la unidad religiosa en las diversas regiones europeas. También
observamos cómo se transforman los espacios donde se albergan las colecciones
de libros, que hoy llamamos bibliotecas. No obstante, a partir del siglo XII y XIII,
se empieza a diversificar la cultura escrita, a partir del auge de las catedrales en el
mundo medieval, como veremos a continuación.
1.3. La cultura escrita en la época de las catedrales
Gracias al incipiente comercio que se dio en el siglo XII en la Europa Occidental,
se permitió el desarrollo de algunos centros urbanos. Poco a poco estos centros
urbanos crecieron hasta convertirse en verdaderas ciudades, con grandes
monumentos arquitectónicos, dentro de los que sobresalen las catedrales. La
catedral, como señala Georges Duby, es la iglesia del obispo, por lo tanto es la
iglesia de la ciudad.37 El estilo gótico va a ser el puntual de la nueva arquitectura,
donde los grandes arcos ojivales son su muestra principal.
Son, pues, las ciudades las que entre los siglos XI y XII lograron recuperar
su nivel económico y demográfico, debido a las continuas guerras contra los
diversos grupos de bárbaros. Y como apunta Jacques LeGoff, las ciudades, antes
de este esplendor solamente habían quedado exclusivamente para la función
pública y administrativa, a diferencia de la antigüedad romana, donde a partir de
37
Georges Duby. La época de las catedrales. Arte y sociedad. 980-1420. Madrid, Cátedra, 1997, p. 99.
39
estas funciones tenían un vital desarrollo económico y cultural.38 Pero estas
ciudades antiguas desaparecieron, dando paso a unas ciudades más pobres en
todos los aspectos.
Las nuevas ciudades que se formaron muchas veces a un lado del antiguo
centro urbano romano, fueron creciendo merced a la emigración del campo a la
ciudad, que junto con los comerciantes, los diversos grupos de artesanos y el clero
conformaban todo el conglomerado. Este último grupo no se nos debe olvidar,
tenía la función de administrar la economía de todo el gremio episcopal, así como
la de regular todo lo referente a los monasterios. Estos elementos favorecieron en
gran medida al impulso de las ciudades.
Los vientos de desarrollo que se estaban dando en las ciudades, pronto
impulsaron dos ámbitos importantes en la cultura de la época: la reestructuración
de la enseñanza y el avance en las formas arquitectónicas. Así es, la forma
arquitectónica que va a dar el esplendor definitivo de las nacientes ciudades es el
estilo gótico, el nuevo arte urbano. Claro ejemplo de esto son las catedrales, cuya
muestra permite ver el desplazamiento de la vida cultural fomentada y, podría
decirse, acaparada por los monasterios. Ahora son las catedrales y todo el
ambiente urbano los receptores del impulso cultural.
Es, pues, que a partir del siglo XII que la cristiandad empieza a salir de su
largo letargo, producto de regresiones económicas, y de los diversos temores que
se inventaron sobre las fuerzas demoníacas a partir del mítico año mil. Sobre
estas penurias se elevó el impulso de renovación; uno de sus principales
propiciadores fue Bernardo de Chartres, quien dio pie a la recuperación de los
38
Jacques LeGoff. La civilización del Occidente medieval. Barcelona, Paidós, 1999, pp. 65-66.
40
sabios de la Antigüedad para que sus enseñanzas fueran utilizadas en los
avances del pensamiento. Esta nueva corriente de pensamiento se cimentó pues
el abad Suger, del monasterio de Saint Denis las retomó para aplicarlas en una
nueva arquitectura de edificios religiosos.
Tradicionalmente; los edificios eclesiásticos habían sido construidos en el estilo
románico, una reelaboración del de las basílicas del mediterráneo oriental. La
nueva iglesia de San Dionisio era bastante diferente. Suger utilizó los nuevos
conocimientos arquitectónicos, que aprovechaban las matemáticas más
recientes, para crear un vasto edificio en el que el énfasis horizontal de las
iglesias románicas se reemplazaba por planos perpendiculares y la bóveda de
crucería, en la que arbotantes situados en el exterior de la construcción se
encargaban de soportar las paredes y permitían que la inmensa nave quedara
en gran parte libre de columnas, y en el que gigantescas ventanas
perpendiculares permitían que la luz se abriera camino en grandes cantidades
hacia el hasta entonces lúgubre interior y brillara sobre el altar.39
Para Suger esta nueva arquitectura en los edificios religiosos donde la luz era el
elemento primordial, permitiría a los fieles ver que Cristo era la luz del mundo y no
sombras, por lo tanto habría que reflejar esto a través de la nueva arquitectura.
“Además de la luz como concepto general, Suger introdujo varias características
adicionales. Las dos torres almenadas a la fachada tenían como objetivo
proporcionar a la catedral un aspecto militar, un símbolo de Cristianismo militante
y del papel del rey en la defensa de la fe”.40
Por encargo del abad Suger, los primeros ensayos sobre esta nueva forma
arquitectónica se efectuaron en el coro del monasterio de Saint Denis. Pronto la
39
Peter Watson. Ideas. Historia intelectual de la humanidad. Barcelona, Crítica, 2006, p. 571. 40
Ibid., p. 572.
41
edificación estilo gótico se reproduciría en el resto de Francia, construyéndose por
ejemplo las catedrales de Noyon y Laon, Chartres, sin faltar, por supuesto, la de
Notre-Dame de París. La arquitectura gótica se extendió rápidamente por toda
Europa, destacando la catedral de Canterbury en Inglaterra, la catedral de Colonia
en Alemania, la catedral de Burgos y la de Toledo en la Península Ibérica, por citar
las más sobresalientes.
Es necesario señalar que las iglesias y monasterios de estilo románico eran
demasiado oscuros, concebidos principalmente por monasterios de uso exclusivo
para la comunidad religiosa. La catedral gótica, por su parte, era un edificio de uso
colectivo y es que aparte de su función principal de realizar el rito religioso, este
edificio también sirvió como lugar público de reunión. Georges Duby, señala al
referirse a la catedral de Saint-Denis, que esta representaba la unión del poder
episcopal y de la monarquía, siendo además el orgullo de la burguesía, por eso los
hombres de negocios junto con las asociaciones de oficios celebraban ahí sus
reuniones, pues consideraban a este monumento como propio.41
Aparte de usar las catedrales para la reunión de gremios y de miembros de
la feligresía, las catedrales sirvieron también como escuelas que a diferencia del
monasterio eran más abiertas, con menos restricciones mundanas. Por otra parte,
las personas ya no salían de las ciudades en busca del aprendizaje que
fomentaban los monasterios. Así, diversos grupos de laicos entre los que se
podían encontrar a hijos de comerciantes o artistas y numerosos artesanos, se
congregaron en torno a la escuela catedralicia.
41
Georges Duby. La época de las catedrales. op.cit., p. 115.
42
En la escuela episcopal la enseñanza adopta un nuevo estilo. Se hace más
flexible, se abre el universo presente. Las abadías, por el contrario,
despreciaban el mundo. En el monasterio la educación no se hacía en equipo
sino en pareja: cada uno de los jóvenes seguía a un anciano que escogía sus
lecturas y sus meditaciones, le guiaba, le conducía paso a paso por el camino de
la contemplación. Inversamente, la escuela catedral es una escuadra; un grupo
de discípulos se reúne a los pies de un maestro, el cual lee para todos un libro y
lo comenta. Estos estudiantes no viven encerrados. Se mezclan con el mundo.
Andan por las calles de la ciudad…42
De esta forma, las escuelas fundadas en las catedrales enseñaban a los
alumnos algunas habilidades como la escritura y la lectura básicamente en latín,
donde los textos se comentaban y se discutían, sobre todo se estudiaban algunos
clásicos de la antigüedad como Cicerón, Ovidio y Virgilio. Sin faltar, por supuesto,
los textos sagrados. Además de estas primeras etapas del saber, Jacques Verger
destaca otros elementos en la formación del escolar:
…Los niños aprendían textos de memoria, especialmente los del salterio y otros
libros litúrgicos que tenían la ventaja de ser accesibles incluso en las escuelas
más modestas, pues bastaba con tomarlos prestados de la iglesia más próxima.
A continuación venía el estudio de la gramática propiamente dicha, que permitía
la práctica de ejercicios de un tema o de composición latinas. El viejo manual de
Donet, a veces completado con las Doctrinale de Alexandre de Ville-Dieu y
Grecismos de Evrard de Bethune, ambos más recientes, eran los libros básicos
de esta enseñanza, junto con algunas recopilaciones de pequeños textos
sencillos como los Dísticos atribuidos a Catón, la Egloga de Teodulo, la Chartula,
las fabulas de Esopo, el Floretus, etc., en los que los niños encontraban
42
Ibid., pp. 116-117.
43
proverbios, fábulas y otros pequeños poemas, catecismo elemental, historias
moralizantes, Tablas.43
Las oportunidades que ofrecían las escuelas de las catedrales sirvieron
para que muchos hijos de la burguesía y de la aristocracia se formaran en ámbitos
religiosos o en la vida secular. Así, centenares de estudiantes acudían a los
diversos centros de enseñanza en toda Europa, sobre todo porque en el ámbito
intelectual los jóvenes expandían su conocimiento, pues no se detenían sólo en la
contemplación y meditación espiritual como proponían la educación del
monasterio, sino que estos nuevos estudiantes querían estudiar algo más práctico
que les sirviera par mejorar los negocios familiares o, en el caso de los eruditos,
era más importante el debatir y analizar las formas del pensamiento del momento.
El desarrollo del pensamiento contribuyó en gran medida a las ideas que se
producían en una zona de Europa, el al-Andalus en la Península Ibérica, lugar
donde se mezclaba el conocimiento religioso cristiano con el judío, y sobre todo, el
árabe. En Toledo por ejemplo, herederos de los conocimientos de los monjes de
Cluny y de la Orden del Cister, el obispo Don Raimundo permitió que las ideas de
los monjes se mezclaran con las de los musulmanes, lo que provocó que las ideas
circularan libremente. Y como ha señalado atinadamente Hipólito Escolar Sobrino,
fue en esta ciudad donde los estudiosos europeos acudían para aprender de las
ciencias árabes, pero también de autores griegos afamados, como Aristóteles y
Ptolomeo, o algunos filósofos árabes como Avicena, Algacel y Avorroes.44 Por
43
Jacques Verger. Gentes del saber en la Europa de finales de la Edad Media. Madrid, Editorial Complutense, 2001, pp. 57-58. 44
Hipólito Escolar Sobrino. Historia del libro español. Madrid, Gredos, 1998, p. 50.
44
todo esto, Toledo fue la columna vertebral que proporcionó a Europa todo el
conocimiento en la medicina, astronomía y las matemáticas.
Son, pues, las catedrales, y sobre todo sus escuelas las que empiezan a
dominar la vida cultural, muchas veces hegemonizada por los monasterios. Es por
esto que muchos prelados y canónigos donaban sus pocos libros a las catedrales,
lo que provocó que estos espacios no fueran utilizados simplemente para
resguardar los libros, sino que sirvieran también para la lectura de éstos; es decir,
cuando alguien donaba un libro a la catedral, lo hacía con la expectativa de que se
conservara y que ayudara además en la formación de las personas. Es así como
empiezan a formarse las bibliotecas de las catedrales.
La biblioteca de la catedral del siglo XIII deja de ser un depósito de libros,
para funcionar ya como un lugar de lectura; por lo tanto, el espacio destinado
debería contar con una buena iluminación. Alfonso Muñoz destaca que en las
catedrales se adoptó el sistema de los monasterios con varios armarios para
depositar los libros. Sin embargo, con el crecimiento de los fondos, se destinó una
habitación, lo que llevó finalmente a realizar salas especiales como bibliotecas.45
En cuanto a los interiores, en las paredes laterales cerca de las ventanas se
ponía una tabla apoyada en unos pies, donde se ubicaban las filas de pupitres; ahí
se colocaban los libros que se sujetaban con unas cadenas. El lector, durante el
acto de lectura, descansaba los libros en otra tabla inclinada que estaba adosada
al mueble.
En los pupitres no solía haber más de una veintena de volúmenes y en los
bancos sólo cabían dos o tres lectores. La iluminación que, por miedo a un
45
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber..., op. cit., p. 66.
45
incendio no podía ser artificial, quedaba bien resuelta en las horas diurnas con la
luz de las ventanas, que daba directamente sobre la tabla donde reposaba el libro
durante la lectura.
También se idearon instrumentos ingeniosos para la lectura. Por ejemplo,
atriles giratorios, sujetos con un vástago en forma de cuatro con un solo pie, que
permitían al lector consultar varios libros sin levantarse de su asiento, haciendo
girar la mesa o atril.46
Para evitar la dispersión de las colecciones, se dispusieron una serie de
inventarios y registros de las donaciones. En los armarios se colocaban tiras de
piel para destacar los libros que estaban en el armario. Esta labor era realizada
por el bibliotecario, quien además podía prestar el libro mediante una fianza.
Existe un registro de la época por parte de Pedro de Arbon, bibliotecario
benedictino, el cual aconseja sobre cómo mantener ordenado el acervo de la
biblioteca:
Si la abundancia de libros es tan grande que la memoria no puede abarcarlos ni
retener sus nombres, permitamos que [el bibliotecario] haga una lista para sí, en
la que registrará cada libro por su nombre con ciertas distinciones, es decir,
puede asignar una página a cada autor para todos sus libros, una para Agustín,
una para Ambrosio, una para Jerónimo y lo mismo para los demás. Si haces
esto, tendrás un registro duradero de los libros, podrás saber qué tienes y qué no
tienes, y el monasterio tendrá también un testimonio.47
46
Hipólito Escolar... Historia de las bibliotecas, p. 91. 47
Tomada de Fred Lerner. Historia de las bibliotecas del mundo, op. cit., p. 112.
46
Sobre el número de libros que resguardaban las bibliotecas catedralicias, la
cantidad fue muy variada, ya que por ejemplo, algunas iglesias contaban con una
Biblia, algunos libros de los Padres de la Iglesia, la liturgia y sobre aspectos
teológicos. Hipólito Escolar ha subrayado que algunas bibliotecas del siglo XII no
habían superado a las monásticas, pues alcanzaban algunas centenas y
predominaban los libros en latín y uno que otro en legua vernácula. En general las
bibliotecas de estos lugares tuvieron pocos libros, pero muy valiosos, ya que
algunos contenían obras literarias de la antigüedad clásica, sin olvidar algunos
tratados científicos.
Un caso excepcional fueron las escuelas catedrales de la región francesa,
como la catedral de Reims, en la que también se contaba con un escritorio. La de
Chartres alcanzó su esplendor en pleno siglo XII gracias al legado de Juan
Salisbury; en la biblioteca se encontraban obras de ciencias árabes, y sobre todo
textos sobre el pensamiento de Platón. Estas son las más destacadas pero no las
únicas, ya que fuera de la región se puede citar la biblioteca de Toledo, con su
valiosa colección de textos árabes.
Hasta aquí podríamos señalar los aspectos más importantes sobre la
cultura escrita y sobre el desarrollo de las bibliotecas de las catedrales. Ahora
bien, considero significativo remarcar algunos rasgos sobre las condiciones de las
órdenes mendicantes, pues sus aportaciones son sumamente importantes sobre
el conocimiento de las bibliotecas de la época, por lo que destinaremos las
páginas subsecuentes a dichas órdenes.
La evolución en la vida urbana que se desarrolló a lo largo del siglo XII y
que tiene su esplendor en la construcción de las imponentes catedrales, también
47
se da en el terreno de la renovación de la misma iglesia, que empieza a
preocuparse por una revalorización de la liturgia y la predicación en los amplios
sectores de la población. A esto habría que agregar que los modelos monásticos
de Cluny y del Císter estaban agotados, por lo tanto no había una respuesta clara
para detener el avance de las ideas de los cátaros.
La respuesta que los religiosos plantearon fue la de impulsar la creación de
grupos de predicadores populares con una característica de vida arraigada en la
pobreza, y sobre todo la participación en el trabajo manual. Así es como un
clérigo castellano llamado Domingo de Guzmán inicia en la fundación de un grupo
de predicadores capaces de erradicar las “herejías” de los cátaros. La base de su
movimiento era predicar con el ejemplo de la pobreza y la santidad. De esta forma
se crea la primera Orden, con la única misión de combatir la herejía y renovar la
vida espiritual del pueblo.
Casi al mismo tiempo de la fundación de la Orden de los Dominicos, en las
campiñas italianas el hijo de un mercader de paños, llamado Giovanne Bernardote
Onombrado, también conocido como Francisco, inicia su conversión espiritual
donde la pobreza, la oración y la meditación son sus banderas para generar
conciencia. Para lograr su objetivo va a Roma con el propósito de fundar una
nueva Orden. Ante la petición, el Papa Inocencio III aprueba la creación de la
comunidad franciscana, cuyos objetivos eran vivir de las limosnas y fomentar la
oración y la predicación a todo el pueblo.
Con estas dos congregaciones religiosas se pone en marcha una
renovación profunda en la vida espiritual de la sociedad. El papado las promoverá
asistiéndolas de recursos para la construcción de conventos. Las dos órdenes
48
tendrán sus roles individuales; los dominicos se enfocarán más a la orientación
clerical, centrando su participación en la predicación y el estudio. Por su parte, los
franciscanos en un principio, no le dan tanta importancia al estudio, pero sí al
trabajo manual y a la predicación popular; y como señala Norma Durán, estos
grupos religiosos, para realizar su labor pastoral toman de la historia relatos
piadosos, vidas ejemplares y fragmentos de la historia bíblica.48
Las órdenes mendicantes surgen, pues, con el fin de cubrir la
evangelización de las ciudades, que continuamente van creciendo. Y es que tanto
dominicos como franciscanos en un principio se asentaban en lugares estratégicos
como las rutas de comunicación que guiaban a la ciudad. Fue tal su impacto en la
población urbana que incluso el clero secular veía en los franciscanos y dominicos
una amenaza, ya que ellos los desplazaron de todo lo relacionado en la vida
social, y sobre todo, pastoral.
Se debe entender que sólo a través de la predicación es como se relaciona
a los frailes mendicantes con la población urbana; es la predicación lo que permite
según las órdenes, que la mentalidad evolucione. Para lograr este objetivo se
requiere tener un mejor conocimiento de la teología; son los dominicos quienes
asumen mejor este reto, dedicándole un mayor esfuerzo al estudio y al rigor
intelectual. De esta forma, las órdenes religiosas se diferencian de la vida
monástica, ya que para las órdenes el enemigo no está en los desiertos o en el
campo, sino en la vida urbana.
48
Norma Durán. Formas de hacer historia. Historiografía grecolatina y medieval. México, Ediciones Navarra, 2001, p. 204.
49
Pero el convento, es aún diferente del claustro por el hecho de que la vida de los
religiosos no se reduce a él. El convento no es nada más que un refugio en el
que los frailes, una vez terminada la tarea, regresan a dormir y a compartir el
alimento recogido en los suburbios. No obstante, al igual que el claustro de las
catedrales, el convento dominico se afirma y ésta es su función principal como
un centro de trabajo intelectual, como una escuela. En cada uno de ellos, un
“lector” expone y comenta las Escrituras. Las constituciones imponen a cada
religioso poseer, escritos para él mismo, una Biblia, El libro de las Sentencias de
Pedro Lombardo, en el que se concentra la ciencia teológica, y la Historia de
Pedro el Mangeur, de la que se extraen los temas concretos de la predicación.49
Aunque son los dominicos los más aventajados en el conocimiento, bien
pronto los franciscanos son obligados por la Santa Sede a convertirse en una
milicia de sacerdotes e intelectuales, y para ello se les dota de profesores y libros
con el propósito de ser más efectivos en la predicación. Por lo tanto, franciscanos
y dominicos, por órdenes del Papa se expandieron en las diversas ciudades de
Europa, fomentando los centros de enseñanza.
En cuanto a sus bibliotecas, o mejor dicho sus colecciones de libros, las
órdenes mendicantes no contaron con estos grandes recursos, a diferencia de los
monásticos, pues por su función pastoral unos pocos libros les bastaban. Pero
entre las dos principales órdenes había una clara diferencia en cuanto a los libros;
por ejemplo, los dominicos por el interés de sus dos predicadores eminentes como
Alberto Magno y Tomás de Aquino, se guiaban más por los escritos de Aristóteles,
mientras que los franciscanos leían a San Agustín y otros Padres de la Iglesia o a
los mismos escritores franciscanos como Duns Escoto, Buenaventura y Guillermo
de Occam.
49
Georges Duby. La época de las catedrales...,op. cit., p. 141.
50
Sobre el espacio, Alfonso Muñoz Cosme destaca que los conventos
construyeron salas para bibliotecas para permitir la lectura de numerosos
estudiosos y, especialmente, se siguieron las recomendaciones del dominico
Humbertus de Romanos, donde se pedía la formación de una colección de libros
encuadernados para su lectura en un lugar tranquilo del monasterio.50 Estas
recomendaciones pronto se pusieron en práctica en los conventos franciscanos y
dominicos.
Finalmente, hay que destacar que las órdenes mendicantes van a ser las
grandes impulsoras de la educación, que además formarán parte de los cuerpos
académicos de las nacientes universidades. Pero también heredaron las formas
de construir las bibliotecas en los centros universitarios, como se observará a
continuación.
1.4. El libro encadenado: las colecciones universitarias en el mundo
medieval
Como he venido explicando a lo largo de este texto, si los soportes de la lectura
escrita cambiaron, la lectura obligadamente y por lógica también tuvo que cambiar.
Pero también se modificaron los espacios donde se realizan estas prácticas
asociadas a la lectura. En un principio, la escritura y la lectura se efectuaban en
los monasterios. La escritura se realizaba en las habitaciones que estaban
destinadas para este fin. La lectura transcurría en los actos colectivos de los
50
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber..., op. cit., p. 65.
51
oficios, en las comidas o en la realización de los ejercicios espirituales. Pero poco
a poco estas actividades se ejecutaron fuera de los monasterios y catedrales,
siendo acogidas ahora en las nacientes universidades.
Las primeras universidades se erigieron gracias a la influencia de los
franciscanos y dominicos. Dentro de las más famosas se destacan la Universidad
de la Sorbona en París, la de Padua y Bolonia en Italia. La de Bolonia fue centro
de estudios sobre el Derecho romano. Posteriormente ya en el siglo XIV se
fundarían las prestigiosas universidades inglesas, la de Oxford y Cambridge,
además de las del resto de Europa. En estas universidades, aunque eran
independientes de los obispos, las concesiones y licencias de la enseñanza eran
otorgadas por el Pontífice. Sus facultades se dividían en diversas ramas de la
enseñanza, como el derecho, artes, medicina y, principalmente, la teología. El
latín fue la lengua que se utilizaba para impartir las clases. Además, el alumno en
su primera etapa obtenía el título de bachiller, y en la segunda etapa la teología
era la más alta especialidad.
Para la enseñanza en las universidades, el libro fue el instrumento básico.
Siempre se utilizaban los textos de las autoridades del cristianismo, pero a
diferencia de la lectura monástica, la lectura en las universidades se modificó de
gran forma, ya que la lectura monástica era rigurosa y lenta para que se
comprendiera mejor lo que se leía. Mientras que la lectura universitaria o
escolástica pretendía una mejor organización que permitiera una gran utilidad para
el que realizara el acto de la lectura. Pero esta nueva forma de lectura dio pie a
nuevas necesidades, tal como lo señala Jacqueline Hamesse:
52
Era preciso que le lector pudiese encontrar con facilidad lo que buscaba en el
libro, sin tener que hojear las páginas. Para responder a esa exigencia, se
empezó por establecer divisiones a marcar los párrafos, a dar títulos a los
diferentes capítulos, y a establecer concordancias, índices de contenido y
alfabéticos que facilitaran la consulta rápida de una obra y la documentación
necesaria.51
Bajo el sistema organizativo de la universidad medieval, la lectura escolástica
introdujo notables cambios, pues a diferencia de la lectura monástica, que
enfatizaba la explicación y el comentario, siguió el modelo consistente en la
discusión (disputatio) y la predicación (peredicatio)52, pero sin desechar las etapas
de la lectura monástica. Finalmente, la discusión fue el elemento predominante en
la escolástica.
Hemos destacado que durante buena parte de la Edad Media, la lectura en
voz baja fue una de sus características. Pero Armando Petrucci ha destacado que
durante todo este periodo histórico fueron tres los tipos de lectura que se
desarrollaron:
En efecto, es posible distinguir tres técnicas de lectura ampliamente difundidas y
utilizadas a sabiendas desde perspectivas diferentes: la lectura silenciosa in
silentio; y la lectura en voz baja, llamada susurro o ruminatio, que servía de
apoyo a la meditación y de instrumento de memorización; y, por último, la lectura
pronunciada en voz alta que exigía, como en la antigüedad, una técnica
particular y se aproximaba bastante a la práctica de la recitación litúrgica y del
canto.53
51
Jacqueline Hamesse. “El modelo escolástico de la lectura”, en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (dirs.). Historia de la lectura… p. 182. 52
Ibid., p. 196. 53
Armando Petrucci. Alfabetismo, escritura, sociedad. Barcelona. Gedisa, 1999, p. 184.
53
Si pensamos que durante la Edad Media la escritura iba al parejo de la lectura,
caemos en un error, ya que hasta antes del siglo XI, las funciones del lector y del
escribiente eran totalmente distintas. Por un lado, encontramos que los copistas
no tenían preocupación por la lectura; escribían los manuscritos con letras
apretadas, usaban frecuentemente mayúsculas y minúsculas sin restricciones, y
sus textos carecían de signos de puntuación para ayudar al lector. También es
necesario recordar que la mayoría de los eclesiásticos y personas laicas podían
más o menos escribir, pero la lectura estaba fuera de su alcance. Sobre esto,
Armando Petrucci ha destacado que la escritura no estaba al servicio de la lectura,
donde la escritura obedecía sus propias reglas de composición y ritmo.54 De tal
forma que la escritura y la lectura, durante gran parte de la Edad Media toman
caminos divergentes.
Pero como hemos señalado, la inercia del proceso de lectura que se
realizaba durante la Alta Edad Media, se modificó de gran manera durante la
etapa escolástica y esto debido a las nuevas condiciones generales que presenta
en cuanto al formato del libro, pues el libro escolástico universitario es de gran
formato, pesado, poco manejable y difícilmente transportable; se necesitaban
soportes fijos y sólidos para la lectura; la escritura estaba dispuesta en dos
columnas, había la cantidad exacta de texto que se disponía abarcar y
comprender de un vistazo. El texto tenía divisiones y subdivisiones, es decir,
capítulos y parágrafos para facilitar la comprensión y, sobre todo, la consulta.55
54
Ibíd., p. 185. 55
Ibid., p. 188.
54
Los caracteres góticos fueron principalmente la forma de escritura que se
utilizaba en las universidades y la vida conventual. Además de las innovaciones
en la escritura, aparece un nuevo soporte que va a reducir el costo de los libros,
me refiero al papel. Así pues, los libros universitarios, aunque en forma limitada,
fueron escritos en papel y sustituyeron al pergamino. El papel, como nuevo
soporte de la escritura, tardó en difundirse en toda Europa, siendo las ciudades
españolas con influencia musulmana las que tenían mayor proporción de libros
producidos con este material.
En cuanto a las bibliotecas medievales, hay que destacar que en los
monasterios no había una sala destinada para la colocación de los libros. Éstos
se colocaban en las baldas de los armarios, que se encontraban empotrados en
las paredes de cualquier parte del monasterio, o incluso en los pasillos. Quienes
resguardaban los libros eran el bibliotecario y el jefe de escritorio. Los monjes
recurrían a éstos para solicitar el préstamo del material necesario. Obtenido el
material, los monjes se retiraban a sus celdas donde leían los libros. Así lo
describe magistralmente Armando Petrucci:
Pero, en esta época, al hablar de biblioteca, debemos entender más bien una
colección de libros más o menos ordenada antes que una institución con
funcionamiento autónomo. De hecho, en general, se trataba de una habitación
de muy reducidas dimensiones, situada junto a la iglesia, conectada o incluso
común con el lugar de escritura y en la que los libros sólo eran conservados en
uno o varios armarios especiales y no consultados ni leídos; en efecto, la lectura,
entendida como evento individual, se hacía en las celdas; entendida como
55
evento comunitario y devocional en el refectorio o en la iglesia, y por último,
entendida como evento comunitario y didáctico, en la escuela.56
El espacio destinado para resguardar los libros servía además, como lugar
de conservación del archivo de documentos de la institución. Incluso servía para
realizar la actividad de la escritura, pues el erudito leía y escribía. No se nos debe
olvidar que muchos textos se componían con citas de los más doctos de la
antigüedad o la cristiandad: estamos hablando de San Agustín, y San Jerónimo; o
de los textos de los Padres de la Iglesia. Sin embargo, a diferencia de la biblioteca
eclesiástica, la biblioteca secular que aparece en el siglo XII modifica los
repertorios, que por un lado, los primeros se dedican a la colección de libros de las
Sagradas Escrituras, liturgias, y los textos de la Patrología cristiana. La biblioteca
escolástica se dedicó en un momento a la colección de libros como las Sagradas
Escrituras, la Patrología Latina, la Liturgia y algunos textos de la antigüedad. Pero
fue la aparición de los nacientes colegios universitarios, que su forma y contenido
cambió. Sobre estas transformaciones, Petrucci ha destacado lo siguiente:
Pero con el siglo XII las condiciones materiales de la producción literaria
cambiaron decididamente, a consecuencia de mayores exigencias culturales, del
desarrollo de las grandes escuelas universitarias y de la formación de un más
amplio público de personas cultas o alfabetizadas. Por lo cual, el número de
libros producidos aumentó notablemente y las bibliotecas eclesiásticas no sólo
debieron ampliar su repertorio, sino con el tiempo, modificar su misma estructura
física y abrirse a una consulta más amplia; mientras, gradualmente iban
surgiendo modelos de institución bibliotecaria distintos de los del pasado,
56
Ibid., pp. 197-198.
56
también por su naturaleza jurídica y su función, como las bibliotecas de los
colegios universitarios y las privadas de los docentes laicos.57
Estas condiciones de las bibliotecas son el camino que marcaron los
cambios que modificaron el surgimiento y desarrollo de las universidades.
Además del afianzamiento de las órdenes mendicantes, permitió que a partir del
siglo XIII hubiese un nuevo orden de los libros. Y es que con las órdenes
mendicantes surgió un nuevo modelo de la biblioteca, que ya no estaba orientada
a la acumulación de materiales, sino que en esta etapa se crea un espacio que no
sólo sirve para la conservación de los libros, sino que también estaba destinado
para la consulta y la lectura de éstos. Este nuevo espacio presentaba la siguiente
disposición espacial:
Constituido por una sala oblonga, ocupada en las dos naves laterales por dos
series de bancos en varias filas paralelas y separadas en el centro por un pasillo
vacío; un modelo que se inspira naturalmente en el propio de la iglesia de nave
única y quizá también, más sutil e inconscientemente, en el visual de la página
del códice escolástico, construida sobre dos columnas de textos densas de
líneas separadas por un estrecho intercolumnio y rodeada de márgenes:
espacios complementarios dejados vacíos en el libro para la intervención manual
del lector, así como en la biblioteca los espacios laterales y centrales ponían
remedio a las necesidades de desplazamiento del público de los estudiosos.58
Esta es la nueva forma de biblioteca de origen eclesiástico y que sirvió de
modelo a las bibliotecas universitarias, donde los libros eran encadenados en los
bancos o pupitres para su lectura. También trajo cambios sustanciales en la forma
57
Ibid., p. 119. 58
Ibid., p. 200.
57
de registrar el material para realizar una eficaz búsqueda, pues se realizaron
verdaderos catálogos y no simples inventarios. Esto dio pie a la colocación
correcta de los libros, además de que se llevaba un registro de los libros
prestados, pues muchos estudiantes aún leían en las celdas de descanso.
Los nuevos espacios arquitectónicos que constituían la biblioteca trajeron
cambios significativos en los ámbitos de lectura. Ya que hasta mediados del siglo
XIII convivían perfectamente la lectura oral y la lectura en silencio. Pero el nuevo
modelo de biblioteca, por su forma, sólo permitía realizar una lectura en silencio, y
en silencio se buscaba a los autores y títulos de los catálogos. Es el momento de
una lectura individualizada, tal como lo ha destacado Paul Saenger:
Fue en las bibliotecas encadenadas de finales del siglo XIII donde se expresó
por primera vez la exigencia del silencio por parte del lector... Cuando los
lectores comenzaron a leer visualmente, el ruido se convirtió en una fuente
potencial de distracción. Incluso el susurro de la lectura en los abarrotados
pupitres de las bibliotecas medievales habría dificultado considerablemente el
estudio.59
En las facultades de las universidades en los siglos XIII al XIV, las
bibliotecas contaban con pupitres facistoles, con bancos donde los lectores
compartían los textos. Pronto se establecieron reglamentos donde se prohibían
gestos que distrajeran al lector. Así es como en 1412 aparece el reglamento de
Oxford, en el cual se establece que la biblioteca es un lugar de quietud. En la
Universidad de Angers en 1431 se prohibía la conversación e incluso los susurros.
59
Paul Saenger. “La lectura en los últimos siglos de la Edad Media” en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (dirs.). Historia de la lectura…, op. cit., p. 239-240.
58
A finales del siglo XV, la Sorbona también crea sus propios estatutos que
declaraban que la biblioteca de la facultad era un lugar sagrado donde debía
imperar el silencio.60
Este nuevo espacio destinado a la lectura que marcó el inicio, aunque
incipiente de la lectura en silencio, dio pie a la intimidad del lector con el texto,
donde ya no hay una lectura guiada o controlada. Así, el lector de esta época da
rienda suelta a las críticas de los textos, fomentando el escepticismo intelectual.
Paul Saenger ha destacado que en las universidades se inicia el proceso de
prohibir lecturas que a juicio de las altas autoridades académicas estuvieran
impregnados de herejías. De tal forma que en el siglo XIII los estatutos
universitarios vedaban la asistencia de lecturas públicas de libros prohibidos.61
Con estas nuevas medidas, los libros manuscritos que se apartaban de las
“normas” fueron destruidos.
Regresando al espacio destinado a la lectura, es preciso destacar que a
partir de la construcción de las nuevas bibliotecas en el siglo XIII, el número de
libros que resguardaban estos lugares constantemente se fue incrementando, de
tal forma que las obras de los Padres de la Iglesia y las biblias fueron
acompañadas de nuevos repertorios, como fue el caso de las obras de derecho
civil y canónico, sin faltar los de filosofía. Este aumento del material en las
bibliotecas religiosas modificaron los espacios. Pero aparte de esto, lo más
importante fue que los libros fueron colocados de acuerdo a su funcionalidad en
diversos locales.
60
Ibid., p. 240. 61
Ibid., p. 243.
59
Fue así que hubo, normalmente, en las mayores bibliotecas religiosas del siglo
XIV, una colección de consulta, llamada pública, ordenada por mesas; una
colección, encerrada en armarios con estantes, llamada secreta, destinada
preferentemente al préstamo y, en general, más amplia que la anterior; un grupo
de libros litúrgicos en la sacristía; y otro grupo de libros de lecturas devocionales,
en el refectorio; a esto podían añadirse colecciones especiales en depósito
perpetuo en las celdas de hermanos de particular importancia o en otros lugares
de la casa religiosa.62
Aparte de las bibliotecas monásticas y universitarias, aparecen nuevos
centros de resguardo de los libros, éstos son las bibliotecas reales. Y es que a
finales del siglo XIII y en el transcurso del XIV, los grandes coleccionistas de libros
son los reyes, príncipes y la aristocracia reinante en los diversos territorios
europeos, de estos se pueden destacar los casos de Otón III y Federico II en la
región alemana; en Francia sobresale el caso de Felipe el Bueno.
Sobre las bibliotecas señoriales, Armando Petrucci ha destacado
basándose en la descripción de Federico II, que tienen marcadas diferencias con
las religiosas y las universitarias, ya que el repertorio no estaba destinado a la
finalidad didáctica o profesional, sino que “era una biblioteca de lectura, no de
consulta, y por eso, de escritura”,63 donde se incorporaban un sinnúmero de libros
de diferentes materias y lenguas. Es, pues, una biblioteca sin la rigidez religiosa.
Estas bibliotecas señoriales se encontraban ubicadas en los espacios seguros del
palacio o castillo. Y como se ha destacado, estos lugares no eran de estudio, sino
62
Ibid., p. 202. 63
Ibid., p. 203.
60
más bien de esparcimiento, por lo que las salas estaban acondicionadas para
realizar una lectura placentera.
Junto con las bibliotecas destinadas para los reyes y príncipes, además de
toda la aristocracia, a partir del siglo XIV se desarrolla la biblioteca personal. Ésta
fue impulsada por los nacientes humanistas. Los humanistas italianos se
preocuparon por coleccionar las obras de los escritores clásicos. Es con
Francesco Petrarca donde se da el despunte de las colecciones formadas por
humanistas, pues su colección siempre fue abierta a recibir los textos que
componían los escritores de su época, así dentro de su biblioteca se podían
encontrar los textos de los Padres de la Iglesia, principalmente de San Agustín.
Pero su mayor inspiración recayó en la lectura de los clásicos, desplazando en
gran parte los textos de carácter escolástico.
En efecto, Petrarca no sólo sustituye un repertorio por otro, más bien, sustituye
la ideología de una biblioteca instrumental para la enseñanza y aculturación
profesional de los laicos y de los eclesiásticos cultos por otra, de derivación
antigua, de la biblioteca universal, thesaurus de la cultura escrita de todos los
tiempos y países, y, por eso, abierta y diacrónica.64
La colección de libros de Petrarca puede ser considerada como una de las
mejores colecciones “privadas” de su tiempo. Llegó inclusive a proponer que su
colección pasara a manos de la República de Venecia, con el fin de que se
incorporaran más colecciones y crear una biblioteca magna que fuera abierta al
público; sin embargo, estos sueños nunca se cristalizaron. Lo interesante de esto
64
Ibid., p. 207.
61
es ver cómo la lectura se fue realizando lejos de los espacios religiosos y
estudiantiles, es decir, hay una formación de lectores con posibilidades de tener su
propia biblioteca. Pero estas bibliotecas particulares, como fue la del caso de
Petrarca, además de la de Boccacio, y de otros humanistas, fueron creadas con
la intención de transformarlas de privadas a públicas mediante el legado de sus
libros a algunas comunidades religiosas, con el fin de evitar su irremediable
dispersión a partir de sus muertes.
Los humanistas también modificaron la forma de la escritura. Esto surge a
partir del siglo XV, en que Coluccio Salutati y Poggio Bracciolini crearon una nueva
letra minúscula. Esta nueva letra se ha llamado “humanista”; es una letra de
forma cursiva, que ocupaba menos espacio para el texto. Esta letra cursiva y
redonda, pronto se difundió en las diversas regiones de Europa, excepto en
Alemania, donde el gótico siguió dominando.
Como se ha observado, la escritura y la lectura han modificado
sustancialmente los lugares que resguardan los objetos para realizar las prácticas
asociadas a estas actividades. Pero también las formas que le dan sustento a
estos objetos modifican los espacios. Ahora veamos las transformaciones de la
biblioteca a partir del surgimiento de la imprenta, que permitió el aumento del
material bibliográfico.
62
Capítulo 2
Reunir y ordenar los saberes. La biblioteca en la Edad Moderna
2.1. La aparición de la imprenta: cambios de sensibilidad en la escritura y la
lectura
Reflexionando sobre la materialidad de los textos, es necesario ver las formas de
cómo se han transformado éstos a partir de las nuevas técnicas que los diseñaron.
Ya transitamos sobre las diferentes etapas y épocas en que se ha transformado la
escritura y la lectura, y sobre todo, los espacios que los albergan, que nosotros
llamamos bibliotecas. Ahora, detengámonos en la Edad Moderna, donde la
imprenta establece las nuevas condiciones de la materialidad del texto escrito y
sobre todo, en las modificaciones de la lectura en estos escritos.
En anteriores líneas he señalado que la producción de los materiales
escritos se realizaba desde un pupitre por un copista. Pero esto va a variar poco a
poco a finales del siglo XV. Sin embargo, hay que dejar claro que de la escritura
manual a la escritura impresa hay diferencias, pero nunca una ruptura. Y como ha
advertido Armando Petrucci, siempre han existido algunas formas de
confrontación, de intercambio y de imitación.
Johann Gutenberg a mediados del siglo XV, tras observar las formas en
que se realizaban las estampas y los libros xilográficos, ideó la manera de
multiplicar la producción de libros, que en esa época tenían demanda debido a la
profesionalización y sobre todo, al creciente número de lectores particulares, que
63
no podía ser satisfecha por los copistas, por lo que Gutenberg se dio a la tarea de
construir una máquina que posibilitara la fabricación de textos sin contratiempos.
Ésta sería la primera prensa o máquina de imprimir. Frédéric Barbier ha descrito
formidablemente el modo en que funcionó esta innovación con todos sus
componentes:
El elemento fundamental de la invención de Gutenberg no fue la prensa de
imprimir sino la máquina de fundir junto con la técnica metalúrgica de la
multiplicación de caracteres tipográficos (los tipos).
Cada uno de los diseños de carácter era previamente grabado en relieve bajo la
forma de un punzón (un instrumento familiar entre los orfebres), el cual era
martillado sobre un metal extendido, generalmente cobre […]
La innovación principal constituía, pues, en la posibilidad de fabricar en serie
caracteres normalizados. El principio seguido es el del análisis lineal y seguía la
lógica alfabética, de tal manera que un número de elementos muy reducido
permitía infinitas combinaciones.65
La Biblia fue la primera obra que surge del taller de Maguncia, pues es el
texto más representativo de la cristiandad. La obra fue realizada en letra gótica.
Ésta quizá sea la obra más representativa de Gutenberg, ya que serían otros los
que terminarían explotando su invento, como Johann Fust y Peter Schöffer; ellos
imprimieron una Biblia de cuarenta y ocho líneas en 1462. Pero la obra cumbre
que marcó su taller fue su famoso Psalterio de 1457; en este ejemplar por primera
vez aparece un colofón indicando la información sobre quién lo produjo, así como
el lugar donde fue producido.
65
Frédéric Barbier. Historia del libro. Tr. Patricia Quesada Ramírez. Madrid. Alianza Editorial, 2005, pp. 99-100.
64
Muy pronto la imprenta se desarrolló en otras regiones de Europa, así en
1465 en el convento de Subiaco, cerca de Roma, se establecieron los impresores
alemanes Conrad Sweynhein y Arnold Pannartz, quienes posteriormente se
asientan en Roma. Lo más destacable de estos impresores es que dejaron de
lado la letra gótica, empleando un nuevo tipo denominado romano, de forma
parecida a la letra humanística. Otros centros impresores fueron los Países Bajos,
que utilizaban la letra gótica redonda. En París la imprenta se implantó en 1470,
con Miguel Freiburguer, Ulrico Gerin y Martin Krantz; ellos fundaron un taller para
ser utilizado por la Sorbona; este taller se caracterizó por emplear los tipos con
letras góticas. En la zona española destacaron los impresores Juan Plannk y
Pablo Horus, que trabajaron en Barcelona y Zaragoza.
Sin lugar a dudas, la imprenta trajo innovaciones en la producción de libros,
pero el papel sirvió como un elemento primordial, ya que a diferencia del
pergamino, el papel fue más fácil de elaborar y con un costo inferior. Por esto,
podríamos considerar que tanto la imprenta como el papel forman parte importante
de la revolución en las comunicaciones en la Edad Moderna.
El papel, como ya se ha resaltado, fue introducido a Europa por los árabes
a través de España. Éste se producía con trapos blancos, a los que se que se
dejaba pudrir, para después comprimirlos en una pila especial hasta reducirlos a
pasta; posteriormente, se pasaba esta pasta a un bastidor, que estaba elaborado
por alambres de latón llamados corondeles y que se encontraban al fondo del
recipiente, para después pasar por otros alambres perpendiculares llamados
puntizones. La pasta se sumergía, el agua escurría por los corondeles hasta que
se secara y se solidificara. El paso siguiente consistía en que el artesano tomaba
65
la hoja y la metía entre dos fieltros, buscando con esto desaparecer la primera
humedad, luego se extendía en forma de lienzo en cordeles con el fin de acabar
las pastas. Finalmente para ser utilizado, el papel se encolaba.66
Considero necesario explicar la forma en que se producían los libros, con el
fin de esclarecer los cambios entre un manuscrito y lo que implica el proceso de
construcción de una obra impresa, además de que nos ayuda a entender las
transformaciones generadas en la forma de la lectura, pues la recepción de un
texto está condicionada por la manera en que se suscita. Desentrañar los
soportes en que fue plasmada la escritura en la obra, es ya introducirse en el
mundo del proceso de la comunicación. Con este fin hemos tomado los conceptos
del investigador Julián Martín Abad.
El proceso de fabricación se inicia con un documento original manuscrito, la
obra es producida por el mismo autor, o bien, por un copista profesional. Este
documento podía ser corregido, eliminando o añadiendo renglones al texto. Tras
esta primera etapa, se continuaba con las fases de la impresión. Éstas consistían
en la composición, el casado y la imposición. La composición se desarrollaba
cuando el texto original se ponía en manos del cajista, éste por lo regular tenía
que ser un buen ortógrafo en la lengua que componía. Así, el cajista seleccionaba
los tipos necesarios para realizar una copia del texto, esto lo hacía por trozos, es
decir, no seguía en forma secuencial el proceso de impresión debido a que en la
caja no se contaba con todos los tipos. El cajista tenía que calcular el número de
66
Para una mejor comprensión de los soportes de la escritura, se puede consultar el libro de Juan B. Iguiniz, El libro. Epítome de la bibliología. México, Porrúa, “Sepan Cuantos”, núm. 682, 1998.
66
renglones del texto, lo cual provocó que muchas veces el cajista eliminara o
añadiera palabras o frases enteras.
El cajista gradualmente iba completando los renglones, para después
verterlos en una galera o bandeja rectangular, que se encontraba cerrada por tres
de sus lados. Después se utilizaba una volandera que era una tabla fina, que
entraba por el lado abierto de la galera. Ahí se llevaban los renglones
correspondientes, se ataban y luego se tiraba de la volandera sobre una tabla,
donde llegaban los moldes restantes que completaban el texto.
Luego de esta primera etapa, se daba paso al casado y la imposición. La
primera etapa consistía en que después de impreso el pliego y de ser desdoblado,
las páginas se ordenaban correctamente, mientras que la imposición consistía en
colocar los moldes bien distribuidos en una rama o bastidor rectangular de
madera. Con esto se conseguía una secuencia correcta de las páginas impresas.
Esta parte servía para verificar los errores en el doblado del pliego, además de
observar que todas las palabras se hubiesen escrito. Tras estas etapas, el cajero
imprimía un ejemplar para corregir o extraer las letras equivocadas de las
planchas.67
Los primeros libros que produjeron las incipientes imprentas fueron los
llamados “incunables”, cuyo nombre proviene del latín incunabula o cuna, porque
es el principio de la imprenta. O también el nombre de paleotipos (del griego
palaiou, antiguo y typos, modelo). El término incunable es un poco ambiguo, ya
que se ha utilizado para designar los inicios de la imprenta en diversas regiones,
67
La mejor descripción que hay sobre las tipologías de los libros antiguos es la de Julián Martín Abad. Los libros impresos antiguos. Valladolid. Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial Universidad de Valladolid, 2004.
67
por ejemplo, incunables peruanos o mexicanos. Aquí se tomará sobre la
producción de libros a partir del inicio de la imprenta hasta el 1500
aproximadamente, fecha en que considero debe aplicarse el término sobre los
libros de esta época.
Dentro de las características generales de los incunables podemos detallar
lo siguiente: por lo regular carecen de portada, la mayoría están escritos en letra
gótica, faltan letras capitales para que posteriormente el hueco en blanco fuera
dibujado e iluminado y fueron impresos en gran formato. Las hojas eran foliadas
pero no paginadas. Hay carencia de signos de puntuación. En general puede
decirse que tienen mucho parecido a los códices. Sobre la semejanza de los
primeros libros y los códices, José Martínez de Souza ha destacado que
probablemente los dueños de las imprentas, pretendían guardar en secreto su
invención y vender los libros al precio de los manuscritos, y que incluso Johann
Fust, el antiguo socio de Gutenberg, intentaba vender en París los libros impresos
que hacía pasar por códices.68
Así pues, las primeras etapas de la imprenta se reducen a la creación de
libros con características similares a los manuscritos, donde además el papel
terminó desplazando al pergamino, pues este elemento sólo se utilizó para
elaborar ejemplares ordenados pro personas adineradas. La letra paulatinamente
se fue modificando de acuerdo a cada región; por un lado estaba la gótica con
diversas variantes, y por el otro lado estaba la letra humanística o romana,
influencia de los humanistas de las regiones italianas.
68
José Martínez de Souza. Pequeña historia del libro. Gijón, Ediciones Trea, 1999, p. 90.
68
Lentamente, la imprenta se fue consolidando, y a partir del siglo XVI el libro
empieza a desvincularse del manuscrito, pero esto no fue de inmediato. Todavía
a principios de siglo, los libros tenían ciertas similitudes con los incunables. Sin
embargo, los nuevos impresores impusieron su marca tipográfica, ya no en el
colofón, sino en la portada, además de contar con el título de la obra. Estos libros
por lo regular eran escritos en lengua vulgar. En esta época destacan los talleres
del veneciano Aldo Manucio, el parisino Esteban Estiennes y el flamenco Cristóbal
Plantino.
Precisamente en el primer tercio del siglo XVI, aumentó considerablemente
el número de libros impresos. Tal aumento preocupó sobremanera a las
autoridades civiles y eclesiásticas, por lo que se dieron a la tarea de controlar los
impresos, no sin una censura preventiva, o posteriormente después de la difusión,
con la censura represiva. La censura por parte del Estado se dio mucho tiempo
atrás del estallido de la Reforma. La Iglesia, con tal de frenar el avance de las
ideas reformistas de Lutero, mandó quemar sus libros y demás escritos, que en su
sentir corrompían a “las buenas almas”.
Poco antes del movimiento luterano, en el Concilio de Letrán se dicta la
prohibición de imprimir libros sin autorización del obispo. Siguiendo estas reglas y
ya en pleno auge del luteranismo, Carlos V ordena la censura de obras
consideradas heréticas en todos sus dominios. La censura no escapa de los
ambientes universitarios, y así, la Universidad de la Sorbona en París, la de
Lovaina y la de Colonia, condenan lo que a su parecer eran libros heterodoxos y
heréticos. Pronto, muy pronto, las autoridades se dieron cuenta de que había que
implementar un instrumento que pudiera restringir las obras que no fueran
69
adecuadas para el lector. Es así como nacen los ya clásicos Índices de libros
prohibidos.
Estos nuevos instrumentos de control de libros se remontan a en Roma en
1559. En la Facultad de Teología de la Sorbona aparece un índice entre 1544 y
1550, donde se prohibían 528 obras. En la Universidad de Lovaina, y por
mandato de Carlos V y Felipe II, entre 1546 y 1558, se editan tres catálogos de
obras prohibidas, de las que destacan las ediciones de la Biblia y el Nuevo
Testamento, elaboradas por los reformistas. Pero el que tuvo mayor repercusión
fue el decretado por el Concilio de Trento. Este índice fue elaborado por una
comisión de obispos, aunque, este documento tridentino no fue seguido por todos
los Estados europeos.
El índice tridentino no encontró, por ende, los obstáculos del anterior [Concilio
Luterano V] y fue aceptado sin dificultad en todos los Estados italianos.
Diferente fue la suerte que tuvo fuera de Italia. Francia no reconoció los
decretos tridentinos, los cuales en cambio fueron publicados en Portugal,
Baviera y en los Países Bajos españoles, acompañados algunas veces por
aprendices locales.69
En cuanto a los reinos españoles, los índices de libros prohibidos no
tuvieron similitud alguna con los elaborados en Roma. Basándose en el material
de la Universidad de Lovaina, en 1559, se publicó el primer índice a través del
inquisidor Fernando de Valdés. Las diferencias sustanciales entre el índice
romano y el español, de acuerdo con Mario Infelise, se enfatiza en que el índice
69
Mario Infelise. Libros prohibidos. Una historia de la censura. Buenos Aires, Nueva Visión. 2004, p. 34.
70
romano era mucho más severo en sus condenas a los libros, mientras que los
índices españoles lo eran menos, por ejemplo con las obras latinas, pero ponían
mayor énfasis en la literatura en lengua vulgar.70
La problemática de la censura, sin lugar a dudas, hizo que los libros del
siglo XVI se modificaran en gran medida. De los primeros libros elaborados de la
incipiente imprenta. Jacques Lafaye en su libro Albores de la imprenta... ha
destacado que la legislación comercial y el control ideológico fueron los causantes
de la forma en que se produjeron los libros.71 Con la censura, el libro tenía que
llevar en la portada el título, el nombre del autor, los datos del impresor y la
dirección del taller. Posteriormente en las hojas que siguen aparecen las
disposiciones oficiales, tanto civiles como eclesiásticas, es decir, las famosas
licencias concedidas por el Rey y por los sensores eclesiásticos.
Para el caso español, la nueva estructura que presenta el libro fue
condicionada oficialmente por la Pragmática de 1558 donde se exigía que el
material original fuera autorizado por el Consejo Real, esto es, el Consejo recibía
un texto manuscrito, lo corregía para que se imprimiera; después el texto impreso
se cotejaba con el original para que finalmente, el Consejo estableciera la tasa,
que era el precio que se fijaba por cada pliego de papel. Vale la pena recalcar,
que como se imprimían antes los cuadernillos con su respectivo texto, para ser
revisados y corregidos por las autoridades, la portada y los preliminares que son la
Licencia, las Aprobaciones y la Censura, los Privilegios, la fe de erratas y la Tasa
se imprimían posteriormente, por lo que iban sin numerar, por esa razón se les
70
Ibid., p. 35. 71
Jacques Lafaye. Albores de la imprenta. El libro en España y Portugal y sus posesiones de ultramar (siglos XV y XVI), México, FCE., 2002, p. 50.
71
agregaba una serie de signaturas, como podían ser asteriscos, calderones, letras
del abecedario, o algún otro signo de acuerdo a las posibilidades del impresor.
En lo referente a la producción librera, en pleno siglo XVI los talleres
impresores difundían tanto el pensamiento cristiano como el reformista, dándose a
la tarea de editar las diferentes Biblias, las obras de los Padres de la Iglesia, sobre
todo, a los dos pilares de ésta, como fueron San Agustín y sus Confesiones y La
Ciudad de Dios, y a Santo Tomás de Aquino y la Suma Teológica. Los talleres no
sólo se suscribieron en publicar obras de carácter religioso, sino que siguieron
dando a conocer los grandes tratados de la antigüedad. De esta forma,
sucesivamente aparecieron las obras impresas de Galeno, Ptolomeo, Jenofonte,
Eurípides, Plutarco, Píndaro, Sófocles, Homero y Platón; pero las obras que más
realce alcanzaron fueron las de Aristóteles y los clásicos latinos como Virgilio y
Horacio. Lejos, pues, estuvo la imprenta de publicar a los autores
contemporáneos, como lo ha destacado Fernando Bouza:
Frente a la idea general de que la tipografía sirvió a la causa de la moderna
revolución en el conocimiento en contra de la medieval oscuridad manuscrita,
bien expresado en el tópico que hace a Johannes Gutenberg un padre de la
modernidad, hay que decir que la imprenta de los primeros tiempos publicó ante
todo, textos de las autoridades clásicas y medievales más que obras de los
nuevos creadores y que éstos, por el contrario, eligieron muchas veces la vía
del manuscrito para la transmisión de sus descubrimientos. Recordemos como
ejemplo de ello a Leonardo da Vinci y su particular sistema de escritura en
espejo, a Nicolás Copérnico negándose a la impresión de su De revolutionibus
orbium coelestium hasta el mismo año de su muerte o a Tycho Brahe
72
guardando celosamente en forma manuscrita las observaciones astronómicas
hechas en Uraniborg y Praga”.72
Por su parte, España se dedicó a la edición de libros de carácter religioso,
destacando enormemente la Biblia Regia planeada por Benito Arias Montano, e
impresa en Amberes, por el prestigiado tipógrafo Cristóbal Plantino. La Biblia
Regia o Biblia Políglota fue patrocinada por Felipe II. Su estructura consta de
ocho volúmenes en folio, escrita en hebreo, griego, arameo y latín. Por otra parte,
las disposiciones del Concilio de Trento otorgaban a España la facultad de
imprimir los textos litúrgicos, cuyos proyectos fueron encargados también a
Plantino, quien era prácticamente el impresor más prestigioso de los reinos de
Felipe II. Normalmente a estas nuevas versiones de misales, oficios y breviarios,
se les ha denominado como el Nuevo Rezado. Este material fue obligatorio para
todos los reinos españoles, incluyendo al Nuevo Mundo.
El siglo XVII se destacó por las crisis económicas y demográficas y las
constantes guerras que se sucedieron. A pesar de esto, la edición del libro mostró
la riqueza del arte influido por el barroco. En este siglo decrecen las ediciones de
los clásicos, de los Padres de la Iglesia y los autores medievales, también
disminuyeron las producciones de la Biblia. Pero por otro lado, las obras
científicas ven su esplendor. El país que más destaca en la producción de libros
es Holanda, gracias al dominio que tenía de los mares. Su éxito se debió al fino
instinto que llevó a los editores a publicar obras y colecciones originales, al
72
Fernando Bouza. Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la Alta Edad Moderna (siglos XV-XVIII). Madrid, Síntesis, 1992, p. 48.
73
conocimiento adquirido en el negocio librero, y sobre todo, a la libertad de
imprenta que no ocurría en otros países.
De los más destacados impresores podemos nombrar a Luís Elzeviro,
quien había trabajado en la imprenta de Plantino, a su muerte sus descendientes
continuaron el negocio paterno. Por ejemplo, su nieto, Isaac Elzeviro fue
nombrado impresor en la Universidad de Ámsterdam. El resto de la familia abrió
librerías en La Haya, Utrecht, Leyden, lugares donde editaron más de dos mil
obras, destacando las gramáticas de francés, hebreo, árabe, persa, griego y
español. Pero las obras que más fama les dieron fueron las colecciones de
clásicos latinos como Horacio y Ovidio, éstos en doceavo. Les dieron también
prioridad a autores contemporáneos como Hugo Grocio, Francis Bacon, Tomas
Hobbes, Pascal y Descartes.
Francia, al igual que Holanda, se convirtió en la potencia del siglo XVII
gracias a su victoria en la Guerra de los Treinta Años. En cuanto al libro, su labor
no fue muy prolija, ya que se redujo notablemente el número de impresores de
París, y es que Francia endureció severamente la censura, ya que se estableció la
pena de muerte para los que imprimieran o vendieran libros sin la autorización del
gobierno. Bajo estas circunstancias, el editor más importante fue Sebastián
Gramoisy, cuya producción llegó aproximadamente a más de dos mil quinientas
obras. Sin duda, su posición privilegiada como protegido del cardenal Richelieu
contribuyó a su copiosa actividad, pues obtuvo además el título de Director
Imprimiere Royale o Typographia Regia por parte del Rey.
El libro español no corrió con mayor suerte durante la centuria: su formato
fue deficiente en la tipografía, a excepción de los libros destinados a los reyes, que
74
eran de buen papel y con bellas ilustraciones. A cuentagotas se pueden nombrar
algunos impresores de destacada labor, como Tomás Junti, quien imprimió El viaje
del rey Felipe III al reino de Portugal, del portugués Jõao Baptista Lavanha. De la
literatura religiosa se editó Fiesta de la Santa Iglesia de Sevilla al culto
nuevamente concedido al Rey San Fernando III de Castilla, que fue impreso en
Sevilla por la viuda de Nicolás Rodríguez. En el taller de Juan de la Cuesta se
imprimió la primera edición del Quijote en 1605. En Toledo, Pedro Rodríguez
publicó la Historia de España del padre Juan de Mariana.
El siglo XVII también se caracteriza por una mayor restricción al libro. Así,
los gobernantes impusieron una rígida censura con el afán de orientarlos a sus
propias conveniencias. El trato favorable que le dispensaron al inicio de la
imprenta pronto se desmoronó, llegando a imponer fuertes impuestos al papel y a
los libros importados. Por ejemplo, en el caso español, en 1610, Felipe III, a
través de una Pragmática, ordena que los naturales de Castilla no puedan imprimir
fuera de los reinos. Y para 1612 señala, a través de un mandato, que todos los
importadores de libros deben presentar a los Comisarios del Santo Oficio una lista
anual con los nombres de los autores, lugares y fechas de impresión de las obras
importadas; esta lista debía adecuarse al contenido del Index.73
En cuanto a la censura religiosa, ésta era manejada por el Tribunal del
Santo Oficio de la Inquisición, combinada en cierta medida con la Sagrada
Congregación del Índice, que servía para toda la Iglesia Católica. La Inquisición
tenía la responsabilidad de publicar la lista de los libros prohibidos y expurgarlos,
73
Teresa Santander Rodríguez. “La imprenta en el siglo XVI”, Historia ilustrada del libro español. De los incunables al siglo XVIII. Bajo la dirección de Hipólito Escolar. Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2001, p. 143.
75
además de los procedimientos judiciales de aquellos escritores que fueran
encontrados sospechosos de heterodoxia. Aunque hay que señalar que las
restricciones del Santo Oficio no fueron tan férreas como habían supuesto algunos
estudiosos de esta institución, como lo ha destacado Mario Infelise:
Lo que más inmediatamente asombra, a despecho de los centenares de
procesos existentes y de la tradicional “leyenda negra” que habla de un rígido
control, es la exigüidad de disposiciones relativas a la difusión y a la lectura de
textos prohibidos.
Formalmente, todos los años cada librero debía declarar al inquisidor los
textos que tenía en los depósitos, mostrar los catálogos de la feria de Fráncfort,
consignar todos los libros comprendidos en el último índice y dar noticia de toda
demanda de obras prohibidas. Sin embargo, la práctica estaba muy lejos de
seguir tales normas. En los archivos de la inquisición resultan muy pocas
declaraciones de esta clase, así también como bastante esporádicas aparecen
las huellas de intervenciones directas del Santo Oficio ante personas
encontradas en posesión de obras prohibidas. Incluso los propios libreros
madrileños no parecían espantados por las rígidas normas previstas. Sólo en lo
concerniente a las exportaciones hacia América parece haberse utilizado una
mayor severidad.74
La estructura del libro de esta centuria se caracteriza por la edición de libros
en grandes infolios que por lo regular estaban destinados a las obras de
cartografía y geográficas. Las de cuarta y octava estaban dedicadas para el uso
de sermonarios, breviarios, pero sobre todo a obras de carácter popular y de obras
de literatura (no se nos olvide que en España está en auge el llamado Siglo de
74
Mario Infelise. Libros prohibidos… op. cit., pp. 63-64.
76
Oro de la literatura). Las letras predominantes son la romana o redonda, y la
cursiva o itálica.
Por lo regular, los libros están más ornamentados, en correspondencia con
el canon estético barroco; así por ejemplo, las portadas muchas veces estaban
grabadas o tenían los llamados frontispicios. Estas portadas no difieren de las del
siglo XVI, es decir, aparece el título, el nombre del autor y el pie de imprenta, por
obligación del Santo Oficio. Además, en la portada podía aparecer el escudo del
impresor y el nombre del mecenas. En las otras partes aparecen los diversos
paratextos, las licencias civiles y religiosas, la fe de erratas y la tasa; después de
estos podía encontrarse pequeños textos escritos en prosa o verso, el prólogo, la
tabla de materias, las láminas e ilustraciones fuera del texto, etc.
2.2. Oralidad, escritura manual y lectura en la Edad Moderna
Durante mucho tiempo se creyó que la transmisión del conocimiento a través de la
oralidad fue desplazada por la escritura. Sin embargo, esta forma de conocimiento
siguió vigente hasta finales del siglo XVII. Otro concepto que se mantuvo en esa
postura fue el del manuscrito, con respecto al impreso. Esta visión poco a poco ha
sido desechada, gracias a los nuevos estudios que se han hecho sobre la
funcionalidad del manuscrito en tiempos de la aparición de la imprenta. Fernando
Bouza es uno de los estudiosos más representativos que con gran visión ha
rebatido la posición de que el libro impreso fuera la única opción para expandir el
conocimiento durante la Edad Moderna. Detengámonos, pues, para revisar los
77
argumentos de este autor y así tener un panorama más amplio de lo que encierra
esta problemática.
En la antigüedad, la oralidad es por excelencia la forma más usual de
transmitir los conocimientos, en la que los hombres hacían sus intercambios de
experiencias de manera frontal, es decir, cara a cara. El texto escrito simplemente
ayudaba a recordar los sucesos que la memoria no lograba retener. La oralidad, al
igual que el conocimiento icónico-visual, no desapareció con la expansión de la
escritura en las primeras etapas de la Edad Moderna, tal y como lo sostiene
Fernando Bouza:
Ante todo, hay que reconocer que ni lo oral ni lo icónico-visual como formas de
comunicación perdieron vigencia alguna durante la alta Edad Moderna
europea; de ellos hizo frecuente uso tanto la cultura popular de los iletrados
como la llamada cultura de las élites o minoría letrada.75
Una de las formas más expresivas de la oralidad como vía de conocimiento,
se suscita a partir de la relación que se establece entre un lector que lee en voz
alta y sus diversos públicos, analfabetas o letrados, esto muy frecuentemente
sucede entre los siglos XVI y XVII. Había textos que se conformaron para ser
transmitidos por la oralidad y que son complementos de la retórica imperante en
esas sociedades.
Lo que hay que destacar es que no todas las personas eran capaces de
expresarse hábilmente mediante la oralidad, los recursos visuales y, sobre todo, a
través de la escritura. La gran mayoría de la población no alfabetizada construía
75
Fernando Bouza Álvarez. Del escribano a la Biblioteca… op. cit., p. 10.
78
su conocimiento a través de la práctica de la oralidad y lo icónico-visual. Pero
como señala Bouza, pensar que las clases altas accedían solamente a la escritura
es un error, ya que los estudios recientes han demostrado que muchos nobles y
clérigos eran analfabetos, habiendo también una pequeña minoría que podía
acceder a los textos.
Por lo tanto, podemos resumir diciendo que esta situación de mediación
práctica entre las tres formas de comunicación y las dos tradiciones culturales
fueron mucho mayor de lo que quisieran aquellos que ven en la alta Edad
Moderna europea el imperio absoluto del racional y escritófilo homo
typographicus. La cultura de élites fue visual y oral tanto como pudo serlo
escrita.76
Como se ha visto, las tres formas de comunicación se usaron de forma indistinta o
muchas veces se complementaban entre las sociedades. Sin embargo, los
letrados sientan las bases para considerar que la escritura es el medio más eficaz
de conocimiento, en detrimento de los actos de ver y oír. Esta jerarquización de la
escritura, como lo señala Bouza, fue un reforzamiento de la condición del grupo
privilegiado. El argumento que esgrimieron los defensores de la escritura de
aquella época era que la “escritura permanece y siempre habla”, pues esta
escritura derrotaba al espacio y al tiempo.
Al hacer posible el recuerdo fehaciente, la escritura hacía posible vencer al
olvido que siempre llevaba aparejado el tiempo, permitía dejar constancia para
tiempos venideros de una situación determinada y de la voluntad o de la
inteligencia de aquel que escribía; esto la convertía en puerta de entrada al
76
Ibid., p. 29.
79
derecho y a la sabiduría. Para poder transmitir un saber o probar algo, la forma
escrita era más eficaz que la oralidad o que las imágenes, a las que, por
supuesto, también se podía reunir, como en efecto se hizo.77
En anteriores párrafos ya se ha dicho que la permanencia en la
comunicación producida por la oralidad y lo icónico-visual, fueron parte
fundamental de la Europa moderna, no obstante, gradualmente la sociedad
europea se fue transformando en una civilización escrita, situación a la que
contribuyó la duplicación en serie que producía la imprenta, ya que hay que
recordar que el texto manuscrito se había valorado desde la antigüedad. Se debe
enfatizar que la imprenta no desplazó al manuscrito como la única forma de
expresión escrita en desarrollo y sumamente difundida. El manuscrito circuló en
gran medida a la par que el libro impreso.
La aparición de la imprenta trajo consigo la producción de más libros y
asimismo, su abaratamiento; es decir, se consolidó la tan renombrada “República
de las Letras”, donde el manuscrito circula desde los escritorios públicos para
servir a los iletrados o desde las escribanías reales, ya sea en forma de carta o de
una crónica lejana como podían ser las de las nuevas tierras recién conquistadas
y sometidas. El manuscrito podía circular sin tantas trabas como le sucedía al libro
impreso, que era sometido a una revisión más meticulosa por parte de los civiles y
los religiosos.
77
Ibid., p. 31.
80
[…] Los controles oficiales se dirigían ante todo a la difusión de textos mediante
la censura previa de lo que iba llegando a las imprentas. Se abría, así, cierto
espacio para la transmisión de contenidos comprometidos mediante el recurso
a traslado; y a papeles de mano, cuya circulación inicial no cabía controlar con
carácter preventivo, aunque sí a posteriori por medio de la incautación o de la
entrega forzosa de las copias poseídas por particulares.78
El manuscrito, a diferencia del libro impreso, es un instrumento de
privacidad; la mecanización de la escritura es un acto de impersonalización. La
escritura manual aún hecha por amanuenses profesionales, guardaba algún grado
de intimidad que no poseía la de molde o mecánica. Por su propia procedencia la
letra de imprenta es impersonal frente a la grafía manual, ya que al manuscrito se
le asocia con las formas protocolarias y de solemnidad, mientras que la letra
impresa en sí no tiene un autor determinado. Inevitablemente, al copiar los textos
los copistas incurrían en errores, el más frecuente de ellos era transliterar de
manera equívoca. De ahí la función de los correctores para evitar las erratas en
las impresiones, ya que es más fácil modificar en el manuscrito que en el impreso.
Tras la aparición de la tipografía, que garantizaba la relativa igualdad de las
distintas emisiones de un mismo original dado a la imprenta, los autores
ganaron en individualidad al tiempo que los actos sucesivos de copia propios
de la producción del libro manuscrito se reducían en la mecánica repetida de
las prensas. Por ello, la variedad textual de los traslados manuscritos es
considerablemente superior a la observable en los impresos puesto que las
ocasiones para modificar, de forma voluntaria o no, un texto se multiplican a
medida que el original es copiado por manos diversas en momentos y lugares
distintos.
78
Fernando Bouza. Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro. Madrid, Marcial Pons, col. Historia, 2001, p. 63.
81
En esto, el sistema de reproducción manuscrito es mucho más abierto que
el impreso, cuya actualización exige una nueva edición a no ser que recurra a
glosas y escolios que, por otra parte, han de ser manuscritos.79
Así, el traslado o copia de una obra se hacía de forma desigual con muchos
errores, por eso prácticamente la imprenta fue el remedio para evitar en demasía
los errores en los textos, pero con esto no se llegó a suprimir la circulación de
copias manuscritas de obras representativas que muchas veces eran censuradas
por la autoridades.
Como ya había mencionado en anteriores líneas, el poder político y
económico hizo de la escritura una forma representativa de su condición. Pero no
se enfocaban en aprender el oficio de las letras en el término más amplio, sino en
el uso de una escritura para la construcción de epístolas. Al respecto, Fernando
Bouza señala:
Ciñéndonos a los epistolarios nobiliarios y de corte, las cartas parecen estar
siguiendo las pautas de lo oral, pues, de esta misma manera se procedía en las
audiencias, donde las propias palabras del señor también estaban
cuidadosamente mediadas y variaban en atención a quien fuera recibido […]
En buena medida, la cultura de corte es, precisamente, ante todo una cultura
de la conversación y por ello las instrucciones para los jóvenes caballeros que
ingresan en ella están llenas de noticias sobre cómo hablar, con quién y de qué
hacerlo.80
En cuanto a la población analfabeta, el contacto con los escritos se daba
mediante la lectura en voz alta como la predicación, a través del dictado de
79
Ibid., pp. 77-78. 80
Ibid., p. 139.
82
Cortes. Pensar que la población, por el hecho de no saber leer no tenía “contacto”
con los documentos es un error, pues ya se ha señalado las diversas formas en
que había de acceder a ellos. Bouza ha destacado que en algunos papeles de
relación, los testigos han declarado que no saben leer y que conocieron su
contenido porque otras personas lo pregonaban en voz alta.
Pero si pensamos que la escritura, con el sentido de que la hemos cargado
desde el siglo XVIII, de ser el instrumento del hombre para alejarse de sus
tinieblas y empezar el camino del progreso y de la “razón”, es decir, la “civilización”
pura, estamos equivocados; la escritura, hasta antes de ese siglo, no tiene esa
pretensión. Por ejemplo, Bouza ha destacado, cómo en los siglos XVI y XVII, las
llamadas cartas de toque, una especie de escritos que circulaban en el medio con
características mágicas, utilizado por los amores de tocar, sin importar las
palabras, sino la materialidad del contacto.
Como si de amuleto se tratara, esta escritura servía para la protección de
los peligros y acechos del mal, pues nuevamente nos remite Bouza que en los
cuadros de la época, que a los niños se les colgaban relicarios, sartas rojas de
hierba peonía y éstas acompañadas con oraciones y la palabra de las Escrituras.81
A estos ejemplos habría que agregar las oraciones, como la Oración de San León
que protegía a quien la portase, o la Oración de los Dichos e Ordenanzas de la
Santa Madre Yglesia. Esta escritura que desconocemos y que están lejos de
concebir nuestros conocimientos racionalistas funcionó en letrados e iletrados, que
además daban forma a un sentir de la gente de la época, como lo ha señalado
Fernando Bouza:
81
Fernando Bouza. Del escribano a la Biblioteca... op. cit., p. 99.
83
Las cartas de resguardo y daño, las nóminas y demás cédulas para tocar y
traer nos ilustran sobre una dimensión creacionista de la escritura en sí misma,
en una época en la que a ésta le atribuía una eficacia que superaba –podía
ignorar– la mera exposición o trasmisión del pensamiento… Sobre su realidad
de eficaz talismán escrito se abre la posibilidad de extender una comprensión
no meramente racionalista de la escritura del Siglo de Oro a otros campos y
géneros como el poético, el de la literatura espiritual y el de la oratoria sagrada.
Representa desde luego, una escritura diferente, una heterografía para el mito
modernizador y progresista que forjó la Ilustración y sobre el que ha
descansado buena parte de la historiografía de la cultura escrita hasta el último
tercio del siglo XX. Antes, mucho antes, del alfabeto humano de Liquica, que
debería de extrañarnos tanto como lo hace la Oración de San León, escribir
podía no tener nada que ver con leer, con la recepción y comprensión de las
ideas que se nos proponen. Ya lo decía Pedro Ciruelo: “otros dicen que la
nómina no se ha de abrir ni leer, porque luego pierde la virtud y no
aprovecha”.82
Pero ¿cómo se enseñaban las primeras letras y el proceso de lectura en
aquellos que no eran los profesionales de estas actividades? Fernando Bouza ha
destacado que en el Madrid del siglo XVII había menos de un centenar de
maestros de escribir y contar, calificados para este oficio. Obviamente el número
de maestros para niñas era menor, que además de leer y escribir, les enseñaban
a elaborar a labrar, coser y bordar.83 Ahora veamos una bella descripción que nos
deja Bouza sobre los métodos de enseñanza de aquellos momentos, y que eran
las bases fundamentales para aquellos letrados que dieron funcionalidad a esa
escritura.
82
Fernando Bouza. Corre manuscrito... op. cit., pp. 107-108. 83
Fernando Bouza. Del escribano a la biblioteca, op. cit., p. 51
84
Lo primero que debía hacer el maestro era que sus pupilos pronunciasen
correctamente letras y sílaba, para lo que debía proveerse de alfabetos,
silabarios y cartillas, un ejercicio recomendado era el silabeo de una oración
muy conocida, como, por ejemplo, el Padre Nuestro o el Ave María, o la
repetición de series de palabras que contuvieran determinado sonido, verbi
gracia “hacha muchacho” o la trabalenguas “ñudo, niño, nuño, muñeca”. La
prueba de que ya se sabía leer se hacía con impresos de letra redonda o
romanilla, tanto en latín como en romance, y en el aprendizaje se incluía la
resolución de las abreviaturas, tan frecuentes entonces en la escritura.
Tras la lectura se procedía a enseñar a escribir sobre papel en bastarda y en
redondilla. Desde mediados del siglo XVI, y contando con los seis tipos de
letras mencionadas por Francisco Lucas en su Arte de escribir (Madrid, 1577), la
bastarda y la redondilla habían desplazado a todas las demás hasta convertirse
en las letras ordinarias para la escritura común, quedando las llamadas grifo y
antigua para usos de curiosidad, la letra latina para epitafios, letreros y demás
títulos librescos y la redonda de libro para privilegios y códices de iglesia.84
Las formas de las letras requerían diversos soportes para plasmarla, así
para la redondilla o bastarda sólo se necesitaba papel y pluma; por otro lado, las
más sofisticadas eran elaboradas en materiales de mayor preparación como podía
ser el pergamino. El niño, mediante series de dibujar y copiar repetidamente las
letras daba inicio al proceso de su aprendizaje. Se ha señalado que para la
escritura se utilizaba el papel o pergamino, pero ¿con qué instrumento se
realizaban los caracteres? Por lo regular estos instrumentos eran de diversos
materiales, por ejemplo, la pluma de latón, que se utilizaba para efectuar los
caracteres más gruesos. Sin embargo, generalmente para la escritura manual las
plumas de aves fueron las más eficaces. El buscar un instrumental adecuado era
84
Ibid., p. 53.
85
una obligación para el educado: la pluma y la tinta son instrumentos. Veamos la
descripción que hace Bouza de esto:
Pero había una operación instrumental previa (que la tarea de escribir y copiar)
que no se podía ignorar y era el “cortar y temperar la pluma hasta tomarla y
menearla a la mano”. Las plumas comunes eran de cañón de ave, aunque
había plumas metálicas por lo general de latón (azófar), que sólo se usaban
para letras de cuerpo muy grande. La mejor pluma por encima de la de cisne o
de buitre, era la sacada del ala derecha de un ganso doméstico, que cumplía
los cánones de tener un cañón grueso, redondo, duro y claro.
Después de haberle hecho una hendidura en el lomo y de recortarle la
punta “la manera de punta de gavilán” con una especie de estilete, la pluma ya
estaba cortada y preparada para la escritura y sólo faltaba ponerla en contacto
con la tinta, cuya preparación tampoco era muy complicada, pues bastaba
mezclar tinta de curtir con un poco de hiel de jibia…”85
El aprendizaje de la escritura y la lectura en la Edad Moderna significó sólo
una minoría durante los siglos XVI y XVII. Hay que recordar que el mito
progresista de la educación se va a expandir con las ideas de la Ilustración y sobre
todo por la proliferación del capitalismo.
En síntesis, el manuscrito, lejos de lo que se pensaba, siempre animó a los
hombres de los primeros siglos de la Edad Moderna a compartir espacios con la
expresión oral, como ya se ha observado. Por lo tanto, la idea predominante de
que a partir de la invención de la imprenta el libro impreso se convirtió en el único
instrumento para desarrollar el conocimiento, se desmorona por completo. A
85
Ibid., p. 54
86
continuación explicaremos cómo los hombres de esta época se apropian de los
textos mediante la práctica de la lectura.
Desde el nacimiento de la imprenta hasta el siglo XVII, la lectura silenciosa
y la lectura en voz alta forman parte de la manera de apropiación de los textos; sin
embargo, la lectura silenciosa poco a poco va ganando un mayor terreno que la
lectura en voz alta, y como destaca Chartier, la lectura silenciosa, durante los dos
primeros siglos de la naciente modernidad ésta conquista lectores más
numerosos, lectores no profesionales ni cortesanos, sino a quienes les gustan las
obras de diversión.86 En cuanto al proceso de lectura en voz alta, el manuscrito
fue la forma de transmisión de conocimientos, tanto de letrados como de
analfabetos, pues existe una simbiosis que propone el texto entre lo oral y lo
auditivo. Sin embargo, los primeros textos impresos también tenían esta finalidad;
al respecto Walter J. Ong señala lo siguiente:
Las culturas de los manuscritos siguieron siendo en gran medida oral-auditivas
incluso para rescatar material censurado en textos. Los manuscritos no eran
fáciles de leer, según los criterios tipográficos ulteriores y los lectores tendían a
memorizar al menor parcialmente lo que hallaban en ellos pues no era fácil
encontrar un dato específico en un manuscrito. El aprendizaje de memoria era
estimulado y facilitado también por el de que, en las culturas de manuscrito y
con gran influencia oral, los enunciados encontrados incluso en los textos
escritos a menudo conservan las pautas mnemónicas orales que ayudaban a la
memorización […]
Mucho después de inventada la imprenta, el proceso auditivo siguió
dominando por algún tiempo el texto impreso visible […]
86
Roger Chartier. El presente del pasado. Escritura de la historia, historia de lo escrito. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 2005, p. 90.
87
El predominio auditivo puede percibirse notablemente en ejemplos tales
como las primeras portadas impresas [...] Las portadas del siglo XVI, con gran
frecuencia dividen las palabras importantes, incluso el nombre del autor, con
guiones, y presentan la primera parte de una palabra en una línea con tipo
grande y la segunda en otra con tipo más pequeño…87
La lectura en voz alta es un proceso donde los ojos nutren a los oídos,
donde el lector era el primero en interiorizar el mensaje de lo escrito, dado que leía
y se escuchaba al mismo tiempo. Leer pues, es “pronunciar con palabras los
textos”, escribe Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua, debido a
que esta práctica fue muy recurrente en el Siglo de Oro. Al respecto, Margit Frenk
ha destacado en sus estudios que esta forma de expresión se encontraba en la
poesía, la narrativa, el teatro, romances y canciones.
Muchos autores del Siglo de Oro español escribirían anticipando una posible y
pronta conversión de sus letras en sonido, hablarían con sus oyentes desde un
aquí y ahora que imaginariamente compartían con ellos; hasta llegarían a
entablar con ellos una vivaz comunicación de toma y daca.88
La lectura en voz alta no se suscribía a la escritura poética o literaria,
también fue factible para los libros de historia, sin olvidar todo lo referente a la
liturgia y en muchos casos en los anuncios que ponían en los diversos comercios,
donde los diferentes estratos sociales escuchaban el mensaje del lector. Por
ejemplo, Roger Chartier señala que había lecturas dirigidas al príncipe cuando
comía o después de la cena, o las lecturas religiosas por el amo para su familia o
87
Walter J. Ong. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México, FCE, reimpresión 2002, p. 119. 88
Margit Frenk. Entre la voz y el silencio. La lectura en tiempos de Cervantes. México. 2005, p. 51.
88
sus criados, o las lecturas que hacían madre e hija, o lecturas para pasar el
tiempo.89
Debemos recordar que la lectura en silencio era ya una práctica que se
realizaba durante la etapa de la escolástica, predominante en el mundo
universitario, además de las Cortes. Con la imprenta se acentúa esta práctica que
también contribuye a la Reforma Protestante, junto con la escolástica son dos
formas que dan pie a la individualización. Frédéric Barbier destaca sobre esto:
La penetración de la imprenta contribuyó al éxito de la Reforma, alterando las
sensibilidades y las formas de análisis. Así, la cultura protestante se
corresponde con la lectura individual (hecha por uno mismo y para uno mismo) y
con el sentido de la responsabilidad (hacia sí mismo y hacia los demás) […]
Pero la lectura religiosa individual favoreció también la extensión de la cultura
libresca a otros sectores socioculturales, favoreciendo el aumento de talleres de
imprenta y a la extensión de las redes de difusión del libro, de todo tipo de
libros.90
La lectura silenciosa lentamente fue ganando adeptos que podían
comprender lo escrito sin recitarlo, así empieza a haber un gran número de
lectores que no eran ni profesionales ni cortesanos. Chartier señala que las
transformaciones de la lectura llegan incluso a designar el verbo “leer” en el
sentido de leer silenciosamente. Muy probable es que este tipo de lectura se
realizara en solitario, para el goce individual. Sin embargo, pronto esta práctica de
lectura despertó en las autoridades religiosas la inquietud, dado que la
imaginación del lector era más prominente al realizar la función lectora. Hay que
89
Roger Chartier. El presente del pasado… op. cit., pp. 93-94. 90
Frédéric Barbier…, op. cit., p. 179.
89
ver que mucha literatura de ficción de esa época estaba ligada con personas que
leían en silencio.
Se consideraba, en efecto, que las historias fabulosas, cuando se leían
silenciosamente, se apoderaban con una fuerza irreprimible de lectores
maravillados y embelezados que percibían el mundo imaginario desplegado por
el texto literario como el más real que la realidad.
La condena moral y el uso literario de la fuerza engañosa de la lectura
puramente visual invirtieron la loa del silencio prudente y sabio tal como aparece
en la voz “Harpócrates” del Suplemento del Tesoro. Covarrubias comentó en
este artículo un emblema de Alciato que tenía como título Silentium. Mostró el
grabador a un lector sentado frente a un gran folio abierto sobre una mesa. Con
el dedo al labio, el lector indicaba la superioridad de callar sobre el hablar tal
como lo recomendaba Harpócrates “cuya doctrina se enderaçaba a persuadir el
silentio anteponiéndole a todos los demás preceptos de philosophía”.91
Así pues, la lectura silenciosa empieza a ser ampliamente difundida, gracias
a la multiplicación de textos elaborados en la imprenta, ya que provocó el
abaratamiento de textos, además de los cambios en las tipografías, lo que permitió
una mejor interacción entre texto y lector. A esto habría que agregar que se
empieza a disputar un mayor número de lectores selectivos y especializados. Y
como señala José Manuel Prieto Bernabé, para este lector solitario se da un
nuevo libro totalmente erudito, docto y científico, que ya no tenía nada que ver con
el libro popular.92 De esta forma tenemos dos visiones de lectores que leen en
forma silenciosa: el que hace lectura de entretenimiento que como observamos
91
Roger Chartier. El presente del pasado…. op. cit., p. 90-91. 92
José Manuel Prieto Bernabé. “Prácticas de la lectura erudite en los siglos XVI y XVII”, Antonio Castillo (Comp.) Escribir y leer en el siglo de Cervantes. Prólogo de Armando Petrucci. Barcelona, Gedisa, p. 315.
90
provocaba algunos escozores en el ámbito religioso y el erudito científico, ambos
anclados en el proceso realizado con la vista para uno mismo.
Finalmente, para este apartado debemos destacar que la lectura en voz alta
siguió siendo tan representativa como lo fue en la Edad Media, y que la lectura en
silencio no entró a desplazarla, como muchos autores habían destacado. Pero sí
tomó un mayor impulso a partir de la producción mecanizada de libros, sin
embargo, no fue sino hasta el siglo XVIII cuando logró su triunfo definitivo.
Sin lugar a dudas, la imprenta logró hacer más efectiva la cultura escrita, ya
que posibilitó el abaratamiento de los costos e incrementó las tiradas, acrecentó el
número de lectores, y permitió también que la lectura en silencio se afianzara.
Ahora adentrémonos a ver las modificaciones que hace la imprenta con respecto a
las bibliotecas.
2.3. La Biblioteca en los albores de la imprenta
Ya dimos cuenta de las transformaciones que propició la imprenta a partir de su
aparición, y que fue modificando los hábitos de lectura. También observamos que
con la irrupción de esta nueva técnica de elaborar los libros, no desaparecieron
prácticas de transmisión del conocimiento como fue la oralidad y los usos de la
escritura manual, sino que conviven de forma estrecha. La supremacía de la
imprenta, por lo tanto, se dio en un periodo más largo de tiempo, pues para ser
aceptada, tuvo que vencer los recelos de los hombres de la época. Pero cuando
se instala va a producir cambios significativos en la sensibilidad del lector, y ya no
91
se diga de los cambios que propició en las bibliotecas, que como veremos a
continuación, fueron sumamente significativos.
En párrafos anteriores se había destacado que con la naciente cultura
universitaria, principalmente se modificaron las formas de leer, que se orientaban
a la consulta simultánea de muchos textos para ser memorizados y discutidos.
Esta nueva forma de consulta de los textos motivó a la vez un nuevo
funcionamiento de la biblioteca, impulsado por las órdenes mendicantes,
desarrolladas por las universidades. Estas bibliotecas de las cuales ya hicimos
referencia, estaban conformadas por armarios donde se guardaban los libros,
además de contar con una hilera de bancos donde los libros estaban
encadenados para evitar los robos de las colecciones. Esta forma de biblioteca,
como lo ha destacado Sven Dahl, siguió funcionando hasta buena parte del siglo
XVI.93
Estas bibliotecas que nacen en el siglo XIII dejan de ser un simple depósito
de libros para transformarse en lugares de lectura; son impulsadas por dominicos
y franciscanos en sus conventos, merced a que estos lugares se convierten en
escuelas, y después llevan este modelo hasta la universidad. Las diferencias
entre un lugar y otro, es como bien lo ha expresado Henri-Jean Martin, las
colecciones universitarias utilizan textos que sirven para los estudios de la
facultad, como en el caso de la Sorbona, que tenía un gran número de libros de
teología y de algunos clásicos como Aristóteles, Cicerón, Séneca, entre otros. Por
su parte, las bibliotecas de órdenes mendicantes sus obras estaban más
relacionadas con las formas teológicas y todas aquellas que servían a la pastoral,
93
Sven Dahl. Historia de los libros…, op. cit., p. 173.
92
siendo los escritores de la antigüedad la parte que ocupaba los espacios más
reducidos.94
De las innovaciones en las bibliotecas, las que se produjeron en los
conventos y universidades provocaron el surgimiento de nuevos sistemas
constructivos en estos lugares, sobre todo se empiezan a ampliar los locales; es
así como nace el sistema de biblioteca basilical. Fue ideada por Michelozzo para
Cosme de Médici y se emplea en el convento de San Marcos de Florencia, entre
los años de 1438 y 1443.
La innovación de Michelozzo consiste en la creación de un espacio
totalmente abovedado, tanto en su cobertura como en su sustentación, evitando el
peligro de incendio al hacerla más resistente al fuego. Para esto utiliza una parte
de una estructura edificatoria, casi seriada, sin grandes diferencias entre sus
partes constitutivas95.
Michelozzo también constituyó la biblioteca del convento de San Giorgio
Maggiore de Venecia entre 1467 y 1478. La estructura arquitectónica de la planta
basilical pronto fue imitada en otras ciudades italianas, como la del monasterio de
San Francisco de Cesena, diseñada por Domenico Malatesta Novello. A ésta
había que agregar la de los dominicos en Santa María delle Grazie en Milán o la
de San Domenico de Bolonia y la de San Giovanni Evangelista de Parma, entre
otros. Este modelo de biblioteca con planta basilical duró aproximadamente un
siglo, pues dará paso al nuevo modelo: el de la biblioteca de salón, que se instaló
en pleno siglo XVI.
94
Henri-Jean Martin. Historia y poderes de lo escrito. Gijón, Ediciones Trea, 1999, pp. 186-187. 95
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber..., op. cit., p. 74.
93
Con la aparición del libro impreso la arquitectura de las bibliotecas también
sufrió cambios significativos, pues desde estos monumentos, el libro y la
arquitectura estarán estrechamente conectados. Las nuevas bibliotecas tienen su
origen a mitad del siglo XVI, siendo las colecciones de reyes y príncipes las que
serán el prototipo de la nueva biblioteca, como lo ha destacado Alfonso Muñoz
Cosme:
En el siglo XIV asistiremos a la aparición de la biblioteca salón, especialmente
indicada para albergar las colecciones de nobles y príncipes que las crean como
elemento de prestigio y manifestación del poder. En este nuevo objetivo, las
colecciones bibliográficas dejan de tener exclusivamente una función religiosa y
formadora conectada con la vida monacal y con la predicación, como había sido
en los últimos siglos de la Edad Media, para comenzar a cumplir una función
laica y mundana, como la manifestación del poder terrenal.96
Antes de continuar en la descripción del desarrollo de las bibliotecas de la
época, es necesario aclarar que para los siglos XVI y XVII se podían utilizar los
términos de biblioteca y librería para designar los conjuntos arquitectónicos que
resguardaban los libros, aunque principalmente el de librería fue el que más se
impuso. Roger Chartier destaca que para la época se asociaba el término
etimológico proveniente del griego, donde se señalaba a la biblioteca como
librería, y a su vez el latín destacaba a la librería como biblioteca. Esta asociación
hizo que para la época se emplearan los dos términos.97
96
Ibid., p. 83. 97
Roger Chartier. “De Alejandría a Angelópolis. Bibliotecas de Piedra y Bibliotecas de Papel”, en Artes de México, Biblioteca Palafoxiana, México, 2003, pp. 24-25.
94
Podemos señalar que la mayoría de las fundaciones de las librerías en
plena Edad Moderna se debió principalmente a que los reyes y príncipes, a veces
motivados por el humanismo, dieron pie a la construcción de bibliotecas, pero
muchas otras el motivo oculto era mostrar su ostentación y poderío; es así que las
colecciones se fueron uniendo hasta crear grandes bibliotecas. Algunos
aristócratas también impulsaron a éstas con la creación de las mismas. Fernando
Bouza ha expresado que para los nobles y prelados, el hecho de fundar
bibliotecas les devenía en honra, fama, grandeza y poder.
La posibilidad de vincular la inmortalidad aristocrática al saber depositado en los
libros, se extenderá mejor si se parte del hecho de que estas grandes bibliotecas
tenían un carácter universalizante, es decir, no estaban presididas únicamente
por la utilidad o por el entretenimiento que se buscaba en las lecturas
particulares, sino que con ellas se quería recrear todo el saber en el espacio
cerrado de una librería. Querían reunir por tanto, la sabiduría entera, la verdad
una y universal, y esto era, realmente, empresa digna de príncipes, prelados y
señores.98
De esta forma, la librería o biblioteca de los siglos XVI y XVII prácticamente
representaba el poder de quien la había creado. Siguiendo a Bouza, quien
también ha señalado que en estas etapas históricas se podían encontrar desde la
burda biblioteca imitativa o fingida del nuevo rico y del ennoblecido, hasta las
magníficas bibliotecas regias, con colecciones extraordinarias de códices antiguos
y obras raras.99
98
Fernando Bouza Álvarez, op. cit., p. 124. 99
Fernando Bouza Álvarez. Comunicación, conocimiento y memoria en la España de los siglos XVI y XVII. Salamanca, Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas, 1999, p. 121.
95
Las nuevas bibliotecas tienen su origen a mitad del siglo XVI, siendo las
bibliotecas reales las que impusieron el nuevo prototipo de las cuales podemos
destacar la Biblioteca Medicea-Laurenziana de Florencia, la Biblioteca Marciana
de Venecia y la Biblioteca Vaticana de Roma. Pero la de mayor realce y que más
influyó fue la Biblioteca del Escorial. Las nuevas bibliotecas por lo regular
contaban con una sala amplia, donde se colocaban a lo largo de las paredes
enormes estanterías que permitían situar los libros.
Pero lejos estamos de pensar que estos inmuebles eran simples lugares
para el resguardo de libros, ya que como apunta Fernando Bouza, la librería
altomoderna era más el orden y el asiento de los libros que los propios volúmenes
de que estaba compuesta.100 Por lo tanto, la librería era más que un lugar donde
se custodiaba un conjunto de libros.
El orden para las personas del siglo XVI estaba relacionado con la armonía
con el mundo, pues “Dios era el organizador del Universo, y nada salía de esa
armonía”. Para los hombres de esta época, el orden y la armonía eran perfectos,
dado que Dios era el gran arquitecto, para quien todas las criaturas tenían su justo
peso y medida, además de su belleza, porque fue Dios quien logró tal maravilla.
Esta fue la idea que más pesó en la forma de configurar el orden de las librerías
de estos hombres:
Valga decir, entonces, que las bibliotecas son entendidas como figuras del
mundo, un espacio y un conjunto privilegiados, en los que es fácil reflejar la
oposición básica de lo que está ordenado contra lo que no está (o de las
categorías de justicia/agravio, paz/ guerra, bien común/tiranía,
100
Fernando Bouza Álvarez. Op. Cit., p. 126.
96
identidad/alteridad, comunión/exclusión, sabiduría/rusticidad, etc., que son
derivaciones de aquella primera) y, como se sabe, en esta oposición primigenia
está el rasgo definitorio de la cosmovisión de los europeos a finales del siglo
XVI.101
Los ejes principales que debían seguir para la edificación de las bibliotecas
eran el orden y la armonía, fue así como se construyeron las primeras bibliotecas
de salón. La primera que se construyó con este prototipo fue la Biblioteca
Medicea Laurenziana. Esta biblioteca fue construida en el claustro de la Iglesia de
San Lorenzo, en Florencia, pero a pesar de que fue construida en este espacio
religioso, su función era la de permitir la consulta de sus obras a personas laicas,
que nada tenían que ver con la cuestión de la prédica.
Las colecciones de los Medici, principalmente la de Lorenzo de Medici,
fueron los motores que impulsaron la creación de la biblioteca, pues entre toda la
familia habían reunido cientos de códices latinos, griegos y árabes. Pero al ser
expulsados los descendientes de Lorenzo, pues éste había muerto en 1492, sus
obras fueron a parar al convento de San Marcos, así como a las manos del Papa
León X. Sin embargo, el Papa Clemente VII, descendiente también de los Medici,
restituyó los libros a Florencia, encargando a Miguel Ángel la magna obra de
construir una biblioteca para que albergara las colecciones de libros.
Miguel Ángel, conocedor de las grandes obras arquitectónicas de la
antigüedad, ideó realizar una biblioteca al estilo de la Roma clásica, donde hubiera
una separación entre libros griegos y latinos. Para Miguel Ángel, también la nueva
101
Fernando Bouza Álvarez. Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II. Madrid, Akal ediciones, 1998, p. 175.
97
estructura del edificio tenía que seguir las disposiciones de Vitrubio, donde la
biblioteca recibiera la luz por el este y el oeste, además de que el conjunto
arquitectónico estuviera alejado de los ruidos de la calle.
El espacio que crea Miguel Ángel constituye, en relación con las bibliotecas
basilicales, un cambio fundamental de concepción. El espacio de la sala se
encuentra aún ocupado por los pupitres, dejando libre tan sólo el corredor central
como circulación, pues ya no hay columnas ni otros elementos arquitectónicos
que ocupen el espacio, que puede ser abarcado en su totalidad de una
mirada.102
El espacio es lo que distingue a estas nuevas bibliotecas de las basílicas.
Por ejemplo, las bibliotecas basilicales por su estructura se dividían a través de
columnas de tres naves abovedadas, cuyo sistema arquitectónico estaba inspirado
en la construcción romana clásica. Las nuevas bibliotecas, por su parte, eran una
sala sin divisiones, o como en algunos de los conventos donde existían los
espacios de tipo basilical, simplemente se añadía el salón.
Otra importante biblioteca de salón fue la Biblioteca Marciana de Venecia,
que siguió el mismo modelo de la gran sala sin columnas. Esta biblioteca entró en
funcionamiento gracias a la donación del Cardenal Giovanni Bessarione, pues
éste legó una gran colección de obras griegas, para que se creara este espacio en
el convento de San Marcos. Así, la construcción de la biblioteca se dio a partir de
1536 bajo la supervisión de Jacobo Sansovino, quien mantenía contacto con los
artistas del momento como Miguel Ángel y Rafael. Sin embargo, tras derrumbarse
la bóveda de los primeros cinco tramos, Sansovino fue separado de las obras,
102
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber…, op. cit., p. 88.
98
quedando en su lugar Vicenio Scamozzi hasta concluirla. La Biblioteca Marciana
fue decorada totalmente en sus muros y bóveda con pinturas de grandes artistas
como Tiziano, Tintoretto y Veronesse.103
Aunque no es una librería regia, la Biblioteca Vaticana se considera como el
prototipo de las bibliotecas salón. Fue fundada por Nicolás V, esto no se nos debe
olvidar, ya que él fue un gran recopilador de manuscritos en lengua griega. Con
Sixto IV la biblioteca tomó un mayor impulso, pues la proveyó de una sede en el
antiguo palacio de Nicolás V. Esta fue la primera sede de la Biblioteca Vaticana,
la cual se dividía en cuatro salas dedicadas a los libros latinos, griegos, los
secretos y los destinados al pontificio. Pero en 1527 sufrió grandes pérdidas por
el Saco de Roma, y es que muchos soldados de Carlos V cometieron brutales
saqueos,104 perjudicándola de manera notable.
Ante esta situación, el nuevo Papa Sixto V lejos de lamentarse, ordenó la
construcción de una nueva biblioteca, ésta se construyó entre el patio del
Belvedere y el de La Piña. La decoración del inmueble fue elaborada por Cesare
Nebbia y Giovanni Guerra. Esta nueva sede se nutrió de diversos manuscritos de
Fulvio Orsini, así como los manuscritos obsequiados por Maximiliano de Baviera.
Finalmente hay que señalar que en pleno siglo XVII, el Papa Paulo V prohibió los
préstamos de libros, para después cerrar los espacios de lectura, abriendo sus
puertas hasta finales del siglo XIX.
Estas bibliotecas que se acaban de describir sentaron las bases para el
nuevo prototipo de librería, pero la que tuvo mayor realce y que más influyó en las
103
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber…, p. 90. 104
Hipóllito Escolar. Historia de las bibliotrecas…, p. 232.
99
primeras etapas de la modernidad fue, sin lugar a dudas, la Biblioteca del Escorial,
de la que a continuación se exponen algunos detalles.
2.4. La biblioteca del Escorial: prototipo de las librerías en la Edad Moderna
Como habíamos señalado en anteriores líneas, el orden y la armonía debían ser
los ejes principales para el resguardo de los libros. Con esta idea, los eruditos
españoles insistían en la necesidad de fundar una biblioteca regia, para lo que se
propusieron diversos esquemas para su elaboración. Uno de los primeros fue el
llamado Memorial de Juan Páez de Castro, sobre la edificación de la biblioteca
real. Páez de Castro inicia en este documento explicándole al rey la necesidad de
la conservación de los libros, “porque de los libros dependen todas las artes e
industrias humanas”, y en quanto peligro están de perderse si no se le dá algún
medio, para que se guarden en lugar seguro”.105
El Doctor Páez de Castro concede gran valor al libro, lo reconoce como
parte fundamental del conocimiento humano, por eso aboga por su preservación.
Pero su propósito de resguardar y conservar no queda ahí. Otro de los problemas
que manifiesta es que con la construcción de la librería se pueden juntar los libros
que estén al alcance, para que cuando fuese necesario se encomienden, pues
“según imprimen negligentemente, y según que muchos los corrompieron
antiguamente, y los corrompen aora. No solo son menester las Librerías Reales,
105
Memorial de Páez de Castro sobre bibliotecas reales. Jacques Lafaye. Albores de la imprenta. El libro en España y Portugal y sus posesiones de ultramar (Siglos XV y XVI)…, op. cit., p. 145.
100
para enmendar lo publicado; pero también para suplir muchos pedazos, que les
faltan, y tratados enteros en todas professiones”.106
La conservación y el control de las ediciones son los principios que para
Páez de Castro se deben efectuar en las librerías. Además, también en este
Memorial propuso consejos sobre la conformación de la estructura del edificio. Él
consideraba que el inmueble debía tener tres salas con diversos fines:
[…] La primera para libros, los quales haviendo de ser raros y puestos por orden
de armarios cerrados, aunque sean muchos […] Serán los libros de mano
antiguos, o bien trasladados en todas las quatro lenguas principales: y si algunos
se pusieron estampados, procurarse ha, que estén corregidos; y cotejados con
buenos libros de mano […] En la segunda sala se pondra lo siguiente: Cartas
universales de marca, y cosmographia de todo lo que hasta oy se sabe del
mundo. La tercera sala será como archivo, y parte más secreta, en la qual se
pondrán las cosas; que tocan al estado y gobierno.107
Las ideas de Páez de Castro fueron concebidas a partir de la admiración de
las bibliotecas que se habían construido en regiones italianas, como fueron la
Biblioteca Mediceo-Laurenziana de Florencia, la Marciana de Venecia y la
Biblioteca Vaticana de Roma. Estas bibliotecas se destacaban por recopilar
diversos manuscritos ricamente ilustrados, ya que sus dueños se habían
empeñado en enviar gente especializada en la búsqueda de los manuscritos,
sobre todo en los lugares del desaparecido Imperio Bizantino.
Todas las bibliotecas que se construyeron en esta primera etapa de la
modernidad, le dieron gran prioridad a los libros manuscritos; el mismo Páez de
106
Ibid., p. 150. 107
Ibid., p. 151-155.
101
Castro manifestaba esta misma intención; esto nos lleva a preguntarnos ¿por qué
fue el manuscrito tan importante para que fuera colocado en el sitio de honor en
una biblioteca? A esta pregunta, tenemos la respuesta que nos ofrece Fernando
Bouza:
Convertido en una auténtica cosa común, el códice había dejado de tener
sentido para muchos […] Sin embargo, no hay que olvidar que a favor de los
códices jugaban su propia antigüedad, la prosapia de autoridad que poseían y,
por último, también su rareza. Todo ello hizo que los libros manuscritos antiguos
se encarecieran mucho y que, fruto de la suma de escasez y su alto valor,
acabaran convirtiéndose en verdaderos objetos preciosos, dignos de ser
llamados tesoros. A esto es a lo que llamaremos la Reserva Preciosa.108
De la misma forma que Páez de Castro otorgaba importancia a la
adquisición del manuscrito para dar realce a la conformación de la biblioteca, el
erudito canónigo Juan Bautista Cardona en un escrito que hizo llegar a Felipe II
sugería al monarca concederle una mayor importancia al libro manuscrito por ser
considerado más fidedigno que el libro impreso. Señalaba lo siguiente:
El valor de la biblioteca residirá principalmente en la cualidad y rareza de los
libros, que consiste en que sean manuscritos antiguos de todas las lenguas y
particularmente griegos, latinos y hebreos escritos en pergamino. Habría que
recoger con satisfacción cualquier obra de los Padres antiguos que se
considerara perdida y apareciera. Debe poseer, además, el mayor número de
manuscritos, tanto los de obras no publicadas como los de las que ya lo han
sido, pues los impresos aparecen con numerosas erratas y es preciso conocer el
108
Fernando Bouza. Imagen y propaganda..., pp. 177-178.
102
texto correcto. Por ello no importará tener muchos manuscritos de una misma
obra, aunque en general los más antiguos son los más dignos de crédito.109
Una tercera opinión que coincide con los planteamientos de Páez de Castro
y Juan Bautista Cardona fue la de Ambrosio de Morales, quien agregaba sobre la
importancia del libro manuscrito, la representatividad y fama que adquiriría la
biblioteca, y de esta forma aconsejaba a Felipe II:
Lo que más importa para hacer la librería insigne, y lo que se debe procurar con
más cuidado es juntar muchos originales de mano antiguos y mas escogidos.
Porque cuando de éstos tuviere muchos la librería, será aventajada sobre otras,
más que por ningunas otras muchas cualidades que en ella pudiesen concurrir.
Estos originales son los que ennoblecen las librerías y las hacen muy famosas y
celebradas en boca y escritura de todos los hombres insignes que saben y
escriben, y esto es lo que principalmente se estima en una librería, sin que nadie
le ponga en competencia otra cosa ninguna que tanto sea de preciar.110
En cuanto a la necesidad de que los libros manuscritos fueran el principal
atractivo para la formación de una librería, coinciden los tres. Ahora bien, en
cuanto a otras sugerencias, fueron las opiniones de Juan Bautista Cardona las
que más influyeron, pues éste sugería que la biblioteca se creara en el monasterio
de San Lorenzo de El Escorial. La estructura de la biblioteca tendría que contar
con diversas salas, donde una sala tendría que estar destinada para los libros de
gran valor, otra sería utilizada por los copistas y para que los libros estuvieran
encadenados. Una sala más estaría reservada a los libros de autores vivos; otra,
109
Juan Páez de Castro, citado por Hipólito Escolar. Historia de las bibliotecas... op. cit., p. 290. 110
Ambrosio de Morales, ibid., p. 292.
103
para encuadernar o restaurar los libros y en otra se colocarían los globos
terráqueos e instrumentos matemáticos, y finalmente otra sala para guardar
medallas, monedas y piedras exuberantes.
Juan Bautista Cardona ¿aconseja que los libros deben ser ordenados por
facultades y dentro de cada facultad, por materias. En la entrada de la Biblioteca
se colocaría un índice por orden alfabético, en el que se debe poner primero el
nombre del autor, para continuar con la pieza, el plúteo o finalizar con el número
con que fue asignado. De igual forma sugiere que se elabore otro índice por
materias, incluido el que se debe elaborar a partir de los manuscritos que se
tengan en la biblioteca. Por último, señala que el encargado del lugar será un
superintendente o bibliotecario, y sobre este cargo Cardona destaca lo siguiente:
Ha de ser un cargo muy importante y muy bien remunerado para el cual se
escogerá un prelado, que sea persona docta y de buenas letras, con particular
afición a los libros y hombre de mucho juicio. Podría vivir en Madrid, donde
podrá ser útil consejero del rey, y sólo será preciso que se desplace a El Escorial
seis o siete veces al año…111
Éstas fueron las ideas más representativas de la época para edificar una
librería o biblioteca, algunas aplicadas para El Escorial, cuyo modelo se seguirá en
las regiones españolas y fuera de éstas, la misma Biblioteca Palafoxiana también
adoptará el modelo.
La Biblioteca de El Escorial tiene su origen a partir de que Felipe II decidió
construir un monasterio en honor de San Lorenzo; para esto se decidió construirlo
111
Juan Bautista Cardona, citado por Hipólito Escolar, ibid., pp. 291-292.
104
en la zona del mismo nombre, aunque es necesario destacar que Juan Páez de
Castro mencionaba que un buen lugar podría ser la región de Valladolid. Pero
finalmente el monarca sigue el consejo de Juan Bautista Cardona. Esta decisión,
como detalla Fernando Bouza, le acarreó el epíteto de “enterrador de libros”, pues
atesoraba maravillosos libros sin darlos a conocer.112
A pesar de tener algunas voces de la época en contra, se le concedió
apoyo para la construcción de la biblioteca. Para esto fue necesario empezar a
comprar los acervos que formarían parte de la colección. La primera remesa de
libros fueron cuarenta y dos obras del mismo monarca, posteriormente fueron
adquiridos los libros de las bibliotecas de Honorato Juan y Martín de Ayala. A la
muerte de Juan Páez de Castro en 1570, se le requisaron 315 manuscritos tanto
griegos como latinos y árabes. En cambio, Pedro Ponce de León donó sus libros
a Felipe II. Y finalmente, la última gran apuntalación fue la del arzobispo de
Tarragona, Antonio Agustín, quien donó algunos cientos de libros manuscritos e
impresos.
Es así como a través de diversas colecciones se conformó el cuerpo de
libros que le dieron sustento a la biblioteca. El criterio que prevaleció fue la
selección, pues como ya se ha señalado, a los libros manuscritos se les dio mayor
importancia, relegando a un segundo término a los impresos. Teniendo los libros
“adecuados” formalmente en 1592, fue instalada la Biblioteca de El Escorial, que
Hipólito Escolar describe de la siguiente forma:
112
Fernando Bouza. Imagen y propaganda..., op. cit., p. 168.
105
La biblioteca fue concebida como una sala noble, no como un lugar de trabajo.
Las estanterías, hermosa obra de estantería diseñada por el arquitecto Juan de
Herrera y labrada con maderas nobles, se apoyaban en la pared y ocupaban los
lugares entre las ventanas. En ellas reposan los libros tumbados con los cantos
dorados a la vista. La parte superior de la sala y la bóveda está adornada con
pinturas alusivas a la religión y al saber. El centro de la amplia sala, que ocupa
una extensión de 500 metros cuadrados, estaba destinado a la colección de
esferas y mesas con objetos religiosos y libros.113
Como se observa, el gran arquitecto fue Juan de Herrera, pero a él lo
acompañó el italiano José Flecha, quien se encargó de dirigir la obra, y con ellos
los ebanistas Gamboa y Serrano. Juntos lograron crear el prototipo de biblioteca
que funcionó más tarde, donde el salón mostraría a los libros a través de su
estantería de corrido, eliminando las cadenas de los pupitres que los retenían.
Pero esta forma de colocación de libros en estante no fue producto de El Escorial,
sino que tenía su antecedente en la Biblioteca Colombina.
La Biblioteca Colombina de Sevilla fue fundada por el hijo de Cristóbal
Colón, Fernando Colón, en 1509. Inicialmente la biblioteca estuvo en su casa
palacio hasta su muerte en 1539. La biblioteca quedó junto con la estantería en la
misma Catedral de Sevilla. Pero lo más importante fue la forma en que Fernando
Colón utilizaba las estanterías murales para organizar su biblioteca, como lo
destaca en su testamento: “Quanto a la horden en que an de estar los libros, digo
que yo tengo esperanza, si nuestro señor fuere servido de dar para ello vida y
posibilidad, de labrar una pieza grande, y en ella a raíz de las paredes poner
113
Hipólito Escolar. “Las bibliotecas en la Edad Moderna”, Historia Ilustrada del Libro Español. De los incunables al siglo XVIII…, op. cit., p. 527.
106
caxones como agora estan, y los libros en ellos puestos de canto, cada qual con
su título de nombre e número.114
La Biblioteca del Escorial, por lo tanto, es heredera del sistema
arquitectónico de la Biblioteca Colombina, donde por primera vez se utilizó el
sistema de estanterías para colocar las colecciones de libros. Y es también la
primera en colocar el enrejado para evitar los robos de libros, eliminando el clásico
encadenamiento de éstos en los pupitres. Aunque el modelo a imitar para la
construcción de bibliotecas en Europa siempre fue el sistema de El Escorial, como
lo expresa Hipólito Escolar:
Cambiaron las instalaciones de las bibliotecas. En vez de los anteriores pupitres
perpendiculares a los muros, se fue imponiendo el sistema de El Escorial, con
estanterías adosadas a las paredes, en las que los libros no están, para impedir
los robos, defendidos con cadenas, sino con telas metálicas. El centro de la
espaciosa sala se ocupa, mejor que con estatuas antiguas, con instrumentos al
servicio de la nueva ciencia, desde globos o relojes, o con curiosidades de la
naturaleza. En los muros, sobre las estanterías, que a veces ocupan dos pisos,
continuaron los retratos de los grandes escritores.115
Antes de continuar, es preciso aclarar lo siguiente: cuando hablamos de la
“biblioteca del Rey”, no estamos hablando de los libros o de las lecturas del
monarca. Roger Chartier ha destacado y diferenciado para el caso francés, que
los libros personales que el monarca leía para sí, eran depositados en un gabinete
de libros que sólo servían para él, y que muchas veces lo acompañaban cuando
114
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber… op. cit., p. 86. 115
Hipólito Escolar. Historia de las bibliotecas..., op. cit., p. 310.
107
realizaba alguna travesía, mientras que la “biblioteca real” no tenía relación con
sus prácticas personales, sino que cumplía una función totalmente diferente:
Las colecciones así constituidas tienen una finalidad totalmente “pública”:
quieren ser conservatorios que protejan de la desaparición a todos los libros que
lo ameriten: están abiertos a los sabios y a los eruditos […] La “biblioteca real” es
entonces una realidad doble. Por un lado, y en su forma más sólidamente
instituida, no está consagrada al gusto del monarca, sino a la utilidad pública. Es
a lo que sirven a su gloria y renombre.116
Fama y gloria son lo que llevan a la creación de las “bibliotecas reales” y las
“otras”, que son para el placer y regocijo del monarca. Esta misma situación ha
sido subrayada por Fernando Bouza para el caso español, ya que para Fernando
IV, su biblioteca personal era la Torre Alta en su Alcázar, y la Biblioteca de El
Escorial era la de carácter “público”.
[…] la Torre Alta ocupa un lugar importante en la historia de las bibliotecas
hispanas. Con su carácter utilitario, centrado en las necesidades de información
y entretenimiento del Príncipe, alejada de usos bibliofílicos y dominada por las
traducciones, marca un hito entre la utopía del saber universal que define la
Regia Laurentina Escurialense…117
116
Roger Chartier. Sociedad y escritura en la Edad Moderna. op. cit., México, 1999, p. 74. 117
Fernando Bouza Álvarez. El libro y el cetro. La biblioteca de Felipe IV en la Torre Alta del Alcázar de Madrid. Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2005, p. 16.
108
2.5. Bibliotecas con influencia de El Escorial
Ya se destacó que la creación de las bibliotecas regias se dio más por la distinción
y gloria que daba a quien promoviera estas edificaciones, que por un sentido
humanista. Pero un segundo aspecto que llevó a la necesidad de construir
bibliotecas fue el temor que provocaba el libro impreso, ya que tanto protestantes
como católicos lo utilizaban para difundir sus ideas. Por ejemplo, los reformistas
ponían en tela de juicio las obras de las autoridades cristianas,
predominantemente las de los Padres de la Iglesia. Hay que recalcar que el temor
a las ideas protestantes dio pie al inicio del Índice de libros prohibidos, de tal forma
que los contrarreformistas se dedicaron a realizar ediciones canónicamente
“correctas”. Por lo tanto, en una biblioteca se hacía tanto el censo de libros como
la censura de ellos.
A estos dos aspectos habría que agregar el impulso que la imprenta le dio a
libro, pues a diferencia del libro manuscrito de baja producción debido a sus
costos, la mecanización los multiplicó en forma considerable. Este aumento
masivo de la producción de libros lógicamente modificó las condiciones de la
biblioteca, además de poner en jaque la forma de organizar el material
bibliográfico.
A medida que los libros se multiplicaban, las bibliotecas tuvieron que ser cada
vez más grandes. Y a medida que aumentaba el tamaño de las bibliotecas, se
109
hacía más difícil encontrar un libro determinado en las estanterías, de modo que
comenzaron a ser necesarios los catálogos.118
Así, las bibliotecas del siglo XVII plenamente influidas por la de El Escorial,
contaban con una sala amplia, donde se ubicaban enormes estanterías, pero una
de las modificaciones permitía que en estas nuevas salas se ocupara otro piso con
estantería, como se había presentado en El Escorial. Alfonso Muñoz Cosme ha
identificado concepciones de biblioteca a partir de la de salón: “la biblioteca de
planta central, concebida como resumen del universo y abierta a estudiosos e
investigadores, y la biblioteca templo, construida a imagen de la iglesia y orientada
a la instrucción de los predicadores y clérigos. Una tercera vía, la biblioteca de
planta en cruz, se desarrollará como síntesis de ambas tendencias”.119
Del modelo de la Biblioteca de El Escorial se puede destacar la Biblioteca
Ambrosiana de Milán, auspiciada por el Cardenal Federico Borromeo, construida
entre los años de 1603 y 1609. Ésta se encuentra en la planta baja junto a la
Iglesia del Santo Sepulcro. La biblioteca contaba con diversas salas, una para la
sala de lectura, otra para los manuscritos, y otra más para los libros prohibidos y el
archivo. “De acuerdo con los deseos de su fundador (ómnibus studiorum causa
pateat) tenían acceso a ella los estudiosos, que gozaban de gran libertad para leer
libros y manuscritos, aunque se prohibía la comunicación con los que tuvieran
ideas religiosas peligrosas”.120
118
Peter Burke y Asa Briggs. De Gutenberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación. México, Taurus Historia, 2006, pp. 30-31. 119
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber… op. cit., p. 98. 120
Hipólito Escolar. Historia de las bibliotecas…, op. cit., p. 322.
110
Otra biblioteca con ese estilo fue la Biblioteca Mazarino, instalada en el
palacio del mismo nombre, en 1643. Su principal impulsor fue el cardenal
Mazarino, de ahí su denominación. Las colecciones que conformaron esta
biblioteca fueron posibles gracias al dinero del cardenal, además de la donación
de libros, de personas que vivían en París, y de diplomáticos y generales
franceses que buscaban libros en otros países. Pero sin lugar a dudas, quien
logró conseguir muy buenas colecciones fue el bibliotecario Gabriel Naudé, quien
a través de diversos viajes a los Países Bajos, Alemania, Italia y España logró ese
objetivo. Precisamente Naudé ha dejado testimonio de lo que a su parecer debe
ser lo primordial para el establecimiento de una biblioteca.
Ideal es establecer la biblioteca en un edificio de 4 ó 5 plantas. Debe ubicarse
en la parte más retirada de la casa, alejada de los ruidos de ésta y de los de la
calle. Ni en la planta baja, por la humedad, ni en la última, por el calor. Bien
iluminada, a ser posible los balcones deben dar a un jardín. El ambiente ha de
ser grato, el aire, puro y sin malos olores de cloacas o humos. La iluminación
preferentemente de levante.121
Las recomendaciones que dio Gabriel Naudé se rigieron por parte del
arquitecto Pierre Le Muet para la construcción de la biblioteca. Ésta se abría para
los estudiosos por tres horas en la mañana y tres en la tarde. La biblioteca se
cerró por un tiempo, ya que Mazarino fue apartado del poder, lo que provocó que
Naudé abandonara Francia. Cuando Mazarino regresó al poder se reabrió la
biblioteca, y se llamó nuevamente a Naudé, pero éste murió al regresar de París.
121
Gabriel Naudé, citado por Hipólito Escolar. Historia de las bibliotecas… op. cit., pp. 327-328.
111
Finalmente, tras la muerte de Mazarino en 1661, los libros fueron trasladados al
Colegio de las Cuatro Naciones, que posteriormente se llamó Institut de France.
La Bodleian Library de Oxford fue la primera biblioteca que utilizó el sistema
de salón, y esto se debió al profesor Thomas Bodley, quien dio la orden de
restauración por el deterioro y despojo de los libros que sufrió en 1550 y 1556. En
1602 es inaugurada, aunque los libros estaban colocados en los pupitres, es decir,
a la forma antigua. Ante la insuficiencia para resguardar una gran cantidad de
libros, se optó por la ampliación, realizándose en dos etapas. Precisamente en
esas ampliaciones se impuso la forma del salón.
En cuanto a las bibliotecas de planta central, esta se dio en pleno siglo XVII
y XVIII. La idea fue desarrollada por el inglés Christopher Wren para ser utilizado
en la formación de la biblioteca del Trinity College de Cambridge, aunque nunca
se llevó a cabo. Sin embargo, el filósofo alemán Leibniz, al parecer conoció las
ideas de Wren, difundiéndolas, culminaron en la aplicación de la Biblioteca
Augusta de Wolfenbüttel, siendo ésta la primera biblioteca en desarrollar tal idea,
que bien describe Alfonso Muñoz Cosme:
Se trataba de una edificación rectangular en la que se inscribía un óvalo central
rodeado de pilastras paradas. El interior parecía más una iglesia de planta
central, tipo arquitectónico en el que sin duda se inspiró el arquitecto, que una
biblioteca. Los libros se encontraban en el doble deambulatorio que envuelve el
óvalo central.
La iluminación se realizaba por las 24 ventanas abiertas en el tambor de la
cúpula y en los deambulatorios por las ventanas laterales. Los cuartos de los
112
ángulos de la edificación estaban reservados para manuscritos, libros antiguos
y catálogos.122
En la realidad son muy pocas las bibliotecas de planta central que se
construirán en el siglo XVII y XVIII, ya que este tipo de diseño se retomó a partir
del siglo XIX en algunas bibliotecas de Inglaterra y los Estados Unidos.
Por su parte, las bibliotecas templo se desarrollaron en algunos
monasterios principalmente donde se ubicaban los colegios jesuitas. Nacen de la
visión del jesuita francés Claude Clément, quien propuso una sala rectangular con
columnas adosadas en los muros, que den cabida a las estanterías. Clément
contraponía los criterios de Vitrubio, pues señalaba que al orientar la sala de este-
oeste se recibe la luz del norte y sur, lo que provocaba que el resto de la sala
quedara mal iluminada, para esto sugería que se construyeran tres ventanas en el
muro oriental y otros cuatro en los muros norte y sur. En la parte occidental
estaría situada la parte del acceso y en el lado opuesto se colocarían las
imágenes de Cristo crucificado y la Virgen.123 Esto último era sumamente
importante, pues no hay que olvidar que la biblioteca era considerada como un
lugar sagrado de estudio y oración.
La primera biblioteca construida con este estilo fue la del Colegio Jesuita de
Amberg, construida en los años de 1665 y 1669 por Wolfgang Hirschtetter. Pero
será hasta entrado el siglo XVIII que se expandirá el sistema, principalmente en
las bibliotecas de Alemania, Bélgica, Suiza y Austria.
122
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber…, op. cit., p. 118. 123
Ibid., p. 124.
113
Aunque los modelos de construcción muchas veces se imitan en algunas
bibliotecas del siglo XVII, otras tienen variantes importantes, que hacen suponer
que la forma de lectura por los usuarios se hacía de forma divergente. Por
ejemplo, en el diseño de la sala principal de la Biblioteca de El Escorial se dispuso
la construcción de algunos escritorios a una altura de 80 centímetros, con la
finalidad de que los usuarios pudieran leer sentados, a diferencia de lo que
sucedía en otras bibliotecas, en las que las personas leían de pie, como refiere
Robert Darnton acerca de la biblioteca de la Universidad de Leyden:
En la Universidad de Leyden cuelga un grabado de la biblioteca de la
Universidad fechado en 1610. Muestra los libros, pesados infolios,
encadenados a altos estantes que sobresalen de las paredes en una serie
determinada por los epígrafes de la bibliografía clásica: Jurisconsulti, Medici,
Historici, etc. Los estudiantes aparecen desperdigados por la sala leyendo los
libros en mostradores construidos a la altura debajo de las estanterías. Leen de
pie, protegidos del frío por gruesas capas y sombreros, con un pie posado
sobre un apoyo para aliviar la presión del cuerpo.124
Lo descrito nos lleva a señalar que las formas en que se construyeron esas
bibliotecas, lejos están de nuestros prototipos contemporáneos, ya que en la
mayor parte de ellas su sala principal no estaba habilitada para que el usuario
realizara el acto de lectura, sino que tenían una sala destinada para la lectura, de
ahí que muchos grabados de la época presenten el salón con los bustos de
grandes escritores, y los globos terráqueos, sin que aparezcan mesas o pupitres
124
Robert Darnton. “Historia de la lectura”, en Peter Burke (ed). Formas de hacer historia. México, 2ª edición 2000, p. 200.
114
para la lectura. Podemos resumir la creación de este tipo de bibliotecas en el
siguiente párrafo de Armando Petrucci:
Estas bibliotecas del siglo XVII, ordenadas de manera moderna con los libros
dispuestos verticalmente en estantes que cubrían casi enteramente las paredes
de uno o varios salones contiguos tenían también un aspecto expositivo en el
que el factor estético era deliberadamente buscado y exaltado. En ellas, mucho
más que en las medievales y renacentistas, compartimentadas y atestadas de
mesas y de estantes, el libro asumía una función de mobiliario y de ornamento,
y su salas proporcionaban un amplio espacio en el que no sólo se podía leer,
sino también permanecer cómodamente y conversar. Eran lugares de estudio y
de trabajo, pero también de discusión, de intercambio y de sociabilidad civil.125
Y es que en un principio la creación de bibliotecas tenía como fin concentrar
y ordenar los saberes, pero el ritmo acelerado de la imprenta frustró esta
intención; como señala Roger Chartier, el sentimiento de frustración inspiró la
necesidad de crear catálogos y recopilaciones, a las que este autor llamó
“bibliotecas sin muros”. Su intención era compendiar los textos más
representativos, o bien, tomar todos los autores y libros que se habían escrito
hasta ese momento. Así se crearon Flores, Thesaurus y Polyantheae.
Las apariciones de las compilaciones dieron paso a la elaboración de más y
mejores catálogos, donde se organizaba la bibliografía que fuese pertinente.
Estas formas de organización de “bibliotecas imaginarias” en realidad fueron las
bases organizativas de las bibliotecas con muros. Así, por ejemplo, Peter Burke
destaca que el orden de la biblioteca imaginaria de Gresner proponía un espacio
125
Armando Petrucci. Alfabetismo, escritura, sociedad…, op. cit., p. 237.
115
para la política, junto a materias como filosofía, economía, geografía, magia y
artes mecánicas. Esta idea fue tomada por el bibliotecario humanista Hugo Blotius
para la elaboración del catálogo de la Biblioteca Imperial de Viena.
Otro tratado que fue representativo se debió al español Francisco de Aráoz,
quien tituló su obra Cómo organizar una biblioteca, de 1631. Peter Burke señala
que Aráoz distribuyó los libros en quince “predicamentos” o categorías: en cinco
de ellas pone la cuestión religiosa en primer lugar, como los estudios bíblicos, la
teología, historia eclesiástica, poesía religiosa y las obras de los Padres de la
Iglesia. Las diez categorías restantes eran de tipo secular: diccionarios, obras
comunes, retórica, historia civil, poesía profana, matemáticas y filosofía natural,
filosofía moral, política y derecho.126
Los catálogos sirvieron en gran medida a los bibliotecarios, por lo que
debían estar atentos y actualizados acerca de los que se publicaba y de lo que se
editaba en materia de ordenación de libros. Al mismo tiempo debían tener los
suyos al día, pues esa era una de sus funciones básicas, lo que ayudaba a
eliminar lo que no fuera necesario.
No quisiera finalizar este apartado sin mencionar que durante la época
proliferaron un buen número de bibliotecas particulares. Estas bibliotecas fueron
construidas por personas con grandes recursos económicos. Una parte de la casa
se habilitaba para resguardar sus libros y para disfrutar la lectura; este lugar se
constituía en el estudio-biblioteca. Juan Manuel Prieto Bernabé ha destacado que
126
Peter Burke. Historia social del conocimiento de Gutenberg a Diderot. Barcelona, Paidós, 2002, p. 138.
116
el estudio-biblioteca se fue modificando y sofisticando a lo largo del siglo XVI y
principalmente en el XVII.
Igualmente, las transformaciones experimentadas en la utilización de la
habitación-estudio durante los siglos XVI y XVII se aprecia fundamentalmente
en un cambio que afecta a la disposición separada de las lecturas, es decir,
aparecen varias dependencias, una especialmente diseñada para la ordenación
y consulta de las obras, otra, más improvisada y cómoda en donde la lectura se
convierte en un sencillo placer.127
Las bibliotecas particulares, al igual que las bibliotecas convencionales
también modificaron sus estructuras, y esto por el aumento de libros impresos, así
llegaron incluso a utilizar estantería, para mejor funcionalidad de la ordenación de
los libros, al igual que se crearon inventarios para ayudar a esta labor y para la
conservación de los mismos. Prieto Bernabé ha descrito que las formas de
organización en Madrid fue el de materias, el alfabético, los formatos de los libros,
las lenguas o la numeración de los estantes. Los cambios sociales y culturales de
las bibliotecas y del libro, como ya se ha destacado aquí, son los motores que
permiten las modificaciones en el pensamiento europeo.
Pero también hay que enfatizar que el establecimiento de una librería
particular obedecía a las necesidades del que la poseyera; por ejemplo, Fernando
Bouza ha expresado que unos consideraban a los libros útiles en sí mismos, y
esto se refleja en los libros reunidos para su biblioteca, como eran juristas,
médicos, teólogos, eclesiásticos, consejeros letrados y los otros muchos oficios
127
José Manuel Prieto Bernabé. “Prácticas de la lectura erudita…”, op. cit., p. 330.
117
vinculados al saber de las letras como profesión, en las que habría lugar para toda
la memoria letrada de su propio saber particular.128
Así, los cambios sociales y culturales tanto de las bibliotecas regias como
particulares, modifican las formas de apropiación del libro por parte de sus
lectores, estableciendo nuevos sistemas comunicativos, que permiten finalmente
que el pensamiento en general también se transforme. Estos cambios se van a
vislumbrar en la Nueva España, concretamente en la sociedad en la que se inserta
la Biblioteca Palafoxiana, objetivo principal de nuestra investigación.
128
Fernando Bouza. Comunicación, conocimiento…, op. cit., p. 120.
118
Capítulo 3
Orígenes de la Librería de los Seminarios Tridentinos de Puebla
Tomando como punto de referencia el capítulo anterior de esta tesis, en la que
examinamos la evolución de las librerías o bibliotecas en la Edad Moderna, en el
presente analizaremos la Biblioteca Palafoxiana a partir de su fundación en el siglo
XVII.
Con el fin de conocer las formas institucionales que posibilitaron la
fundación de la Palafoxiana, hemos incluido un primer apartado que tiene por
objeto demostrar cómo se constituyeron los colegios tridentinos angelopolitanos
de San Juan, San Pedro y San Pablo, en los cuales dicha biblioteca fue pieza vital
para el desarrollo intelectual de los estudiantes. En la segunda parte de este
capítulo revisaremos las disposiciones de Juan de Palafox y Mendoza para la
creación e instauración de la biblioteca como apoyo a los colegiales. Asimismo,
trataremos puntualmente la controversia en torno a la donación de libros que
contribuyó a acrecentar su acervo, y los aspectos relativos a la estructura del
edificio que albergó la extensa colección de libros. Como se desprende de nuestro
trabajo, existe un estrecho vínculo entre la institución de de los Seminarios
Tridentinos y la fundación de la Biblioteca Palafoxiana; en lo subsecuente
mantendremos esta postura.
119
3.1. Antecedentes europeos: El Concilio de Trento
Después del cisma que provocó la Reforma Protestante primero por Martín Lutero
y después por Calvino y Zwinglio; la Iglesia Católica emprendió un plan para evitar
un mayor resquebrajamiento dentro de su seno, por lo que convocó a un concilio
que permitiera resolver de raíz los problemas que habían generado las ideas
protestantes. El concilio también intentaba formar buenos sacerdotes con una
altísima capacidad para desarrollar una buena doctrina y moral que alejara a la
gente de las ideas reformadoras.
El Concilio de Trento se realizó durante tres periodos diferentes. El primero
fue de 1545 a 1549, durante el papado de Pablo III; el segundo se dio de 1551 a
1552, presidido por Julio III; y el último, de 1562 a 1563, ya con el papa Pio IV. El
Concilio, como apunta Gerhard Winkler, fue prácticamente una representación de
las naciones italianas y españolas, con muy poca participación de obispos de la
región alemana.129
En el primer periodo de sesiones, los concilios se dieron a la tarea de
acordar todo lo referente a la fe cristiana. En estas sesiones se planteó que las
Sagradas Escrituras fueran el fundamento de toda discusión teológica. Para esto,
también se estipuló que la versión de la Vulgata Latina debía tomarse como
auténtica para su uso en las lecciones y, sobre todo, en las disputas teológicas
ante la reforma sobre las Sagradas Escrituras y la teología. De igual modo, se
dispuso que los párrocos estuvieran obligados a predicar los domingos, así como
129
Gerhard Winker. “La reforma católica”, Historia de la iglesia católica, bajo la dirección de J. Lenzerweger P. Stockeier, K. Amon, R. Zinnhobler. Barcelona, Herder, 1989, p. 461.
120
los días de fiesta, por lo que se imponía la residencia total de los obispos y
párrocos en las diócesis.
El segundo periodo de sesiones se suscitó en un clima más caótico que el
primero, ya que por las condiciones políticas de Alemania tuvo que suspenderse
repentinamente, debido a que con la alianza formada por los príncipes alemanes
Alberto de Prusia, Guillermo de Hesse y Alberto de Brandeburgo, junto con la
adhesión de Mauricio de Sajonia en contra de Carlos V, se propició la dispersión
de obispos alemanes y la huida del mismo emperador. Sin embargo, se lograron
algunos acuerdos que fueron sustanciales sobre los sacramentos de la penitencia,
que se dividía en tres partes: la contrición, la confesión y la satisfacción. Además,
se combatían las ideas reformistas, y se reforzaba la doctrina de la
transubstanciación, en la que se afirmaba la presencia del resucitado en el pan y
el vino, porque para los católicos es “verdadera, real y substancial”.
Finalmente, el tercer periodo de sesiones trató acerca de la defensa del
sacrificio de la misa, en oposición a las ideas de Lutero, quien negaba el carácter
sacrificial de ésta. También se trató sobre los problemas dogmáticos que
representaba el matrimonio, que fue considerado como un sacramento más,
aparte de que se declaró indisoluble y se reconoció a la Iglesia como la única
institución autorizada para establecer los impedimentos del mismo. Por otro lado,
se dio plena autorización para la realización de concilios provinciales en periodos
trienales y anuales para los sínodos diocesanos.130
130
José Carlos Vizuete Mendoza. La Iglesia en la Edad Moderna. Madrid, Síntesis, 2000, pp. 155-169.
121
Precisamente es en las últimas sesiones del Concilio donde se abordan los
aspectos de formación sacerdotal. Como señala Javier Vergara Ciordia, a pesar
de la preocupación sobre la preparación de los clérigos, los padres concilianos se
tardaron en redactar las soluciones para este problema. Pero a pesar de su
tardanza, lograron hacer un buen frente para la nueva formación católica.131 Este
investigador señala que las ideas de los prelados no fueron tan originales:
Un primer análisis del canon pone de manifiesto que los prelados tridentinos no
se propusieron ser originales al tratar un tema tan viejo como la regulación
sacerdotal. La innovación consistió en que el seminario como institución
docente diocesana, es genuinamente tridentina; no así su espíritu, pues si se
repasa atentamente el canon, se observará que en él hay elementos tomados
del Evangelio, de las escuelas episcopales y catedralicias, de los concilios
toledanos y luteranenses, de los colegios universitarios, etc. En una palabra,
con la institución del seminario se hace universal y obligatorio lo que antes se
venía haciendo como mera iniciativa particular.132
En definitiva, la idea del Concilio de Trento con respecto a la educación de
los futuros sacerdotes consistía, sobre todo, en ampliar y guiar la vocación
sacerdotal. Así, en la Sesión XXIII Capítulo XVIII con el titulo de “Se da el método
de erigir seminarios de clérigos, y educarlos en él”, queda determinado:
[...] establece el Santo Concilio que todas las catedrales metropolitanas e
iglesias mayores que estos tengan obligación de mantener, y educar
religiosamente, e instruir en la disciplina eclesiástica, según las facultades y
extensión de la diócesis, cierto número de jóvenes de la misma ciudad y
131
Javier Vergara Ciordia. “La aportación del Concilio de Trento”, en Historia de la educación en España y América. La educación moderna (siglos XVI-XVIII). Madrid, Morata, 1993, p. 48. 132
Ibid., p. 50
122
diócesis, o a no haberlos en estas, de la misma provincia, en un colegio situado
cerca de las mismas iglesias, o en otro lugar oportuno a elección del obispo.
Los que se hayan de recibir en este colegio tengan por lo menos doce años, y
sean de legítimo matrimonio; sepan completamente leer y escribir [...] Quiere
también que se elijan con preferencia los hijos de los pobres, aunque no
excluye los de los más ricos, siempre que estos se mantengan a sus propias
expensas, y manifiesten deseo de servir a Dios y a la Iglesia.133
En las sesiones referidas en la página anterior, los padres conciliares se
preocuparon de reglamentar cuidadosamente cuáles debían ser los lineamientos
para la instrucción y educación de los futuros sacerdotes, pues no debemos
olvidar que las críticas más agudas que hizo Lutero a la Iglesia Católica apuntaban
hacia la nula vocación que tenía un gran número de sacerdotes. Con las nuevas
disposiciones se pretendía poner fin a los viejos vicios, que tantos contratiempos
le habían ocasionado a la élite clerical, como lo demuestra el siguiente párrafo:
Y para que con mas comodidad se instruyan en la disciplina eclesiástica,
recibirán inmediatamente la tonsura, usarán siempre de hábito clerical;
aprenderán gramáticas, canto, cómputo eclesiástico, homilías de los santos, y
las fórmulas de administrar los Sacramentos, en especial lo que conduce a oír
la confesiones, y las de los demás ritos y ceremonias.134
El encargado de erigir los colegios y seminarios recayó en la autoridad del
obispo. A él se le encomendaba la fundación y la conservación del seminario.
133
Concilio de Trento, Sesión XXIII Capítulo XVIII, en
http://www.multimedios.org/docs2/d000436/index.html, Biblioteca Electrónica Cristiana-BEC-VE
Multimedios, [en línea, revisado el 24 de julio de 2008].
134 Concilio de Trento, Sesión XXIII Capítulo XVIII, en
http://www.multimedios.org/docs2/d000436/index.html, Biblioteca Electrónica Cristiana-BEC-VE Multimedios, [en línea, revisado el 24 de julio de 2008].
123
Además, se le atribuía el nombrar a las personas que debían administrar los
colegios y nombrar a los maestros acreditados para enseñar en las facultades.
Dentro de sus responsabilidades, estaba la de obligar a los prelados de las
catedrales y de las iglesias mayores en la fundación de seminarios; si el obispo no
lo hacía, las disposiciones del Concilio imponían al arzobispo corregir la actitud de
aquél; y si esto no bastaba se recurría a los superiores del sínodo provincial.
3.2. Fundación del Colegio de San Juan
Con las disposiciones arriba señaladas por el Concilio de Trento, se iniciaron las
fundaciones de colegios y seminarios para la formación de futuros sacerdotes. En
la Nueva España se siguieron las disposiciones un poco tardíamente, aunque hay
que señalar que en la diócesis de Michoacán ya se había establecido el colegio de
San Nicolás, para la formación de futuros prelados, pero esto se dio mucho antes
de las reuniones y de lo acordado por el Concilio de Trento,135 por lo que
propiamente no se puede catalogar como un colegio formado a partir del pacto
conciliar. No obstante, sí aprovechó su infraestructura para llevar a cabo las
disposiciones del Concilio.
A pesar de que el Concilio señalaba como una obligación la de crear
colegios para la formación de sacerdotes, en la Nueva España esto no se vio
reflejado. Ante la apatía de las autoridades eclesiásticas fue necesaria la
135
Concilio de Trento, Sesión XXIII Capítulo XVIII, en http://www.multimedios.org/docs2/d000436/index.html, Biblioteca Electrónica Cristiana-BEC-VE Multimedios, [en línea, revisado el 24 de julio de 2008].
124
intervención de Felipe II, quien en el año de 1592 encomendaba a los virreyes y
gobernadores crear los colegios seminarios en todas las Indias. Conforme
disposiciones, el primer colegio se fundó en la diócesis Tlaxcala Puebla, pero no
como señalan muchos estudiosos de la educación de la época colonial, acerca de
que fue Juan de Palafox y Mendoza el primero en establecer este tipo de
instituciones, sino más bien la iniciativa corrió a cargo del clérigo beneficiario de
Acatlán, Juan de Larios, quien fue el primero en establecer los parámetros de la
fundación del primer colegio tridentino, tal y como lo demuestran los párrafos del
siguiente documento encontrado en los archivos de la Biblioteca Palafoxiana:
[...] sepan cuantos esta carta vinieren como yo Juan Larios clérigo presbítero
Beneficiado del Partido de Acatlan y Piastla... Digo que por cuanto de muchos
dias a esta parte tengo deceo, y voluntad debolver y restituir a Dios Nuestro
Señor la mayor parte de los bienes temporales y Haciendas que ha sido servido
de darme haciendo con ellos alguna obra pia a gloria y honra suya de que
resulta servicio a su Santa Iglesia aumento el culto Divino y utilidad y provecho
a lo fieles christianos mis proximos y considerando que de la fundación de los
colegios que el Santo Universal Concilio de Trento llama seminarios que con
tanto cuidado manda fundar [...] por esta carta otorgo y conozco que en aquella
via y forma que aya lugar de derecho Ynstituyo, fundo y voto un colegio
Eclesiastico Seminario en esta ciudad de los Angeles para el servicio de dicha
Catedral...136
La preocupación de las altas autoridades europeas por conformar un buen
cuerpo de sacerdotes preparados en el terreno espiritual e intelectual, para que
desarrollaran su labor convincentemente, fue la misma preocupación que el
136
Copia de la Carta de fundación y dotación hecha por el clérigo Juan de Larios del Colegio de San Juan, Traslado de los autos de fundación y dotación del Colegio de San Juan. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana, volumen R-474, folio 104-115.
125
presbítero Juan Larios137 demostró al tomar la iniciativa en la fundación del primer
colegio, y es que en la misma escritura de donación él destacaba que en las
provincias de la Nueva España existía una enorme falta de clérigos bien
preparados. Otro punto que señaló es que hasta ese momento no se habían
fundado seminarios como lo mandaba el Concilio; estos motivos fueron los que lo
movieron a otorgar dichos beneficios, y para que esto se llevara a cabo destaca
los lineamientos que se debían seguir en la conformación del colegio.
Primeramente, quiero y ordeno que el dicho colegio tenga por advocación y se
llame el Colegio de San Juan Apóstol y Evangelista mi abogado particular y
esta sea su advocación y nombre perpetuamente y para siempre jamas. Ytem.
que el dicho Colegio se haya de fundar funde y edifique en dos solares que la
dicha Sta. Iglesia Catedral y fabrica de ella tiene en la Calle Serrada de San
Agustín [...] Ytem [...] por todos los dias de mi vida he de ser patron y
administrador del dicho Colegio y de sus bienes y como tal he de nombrar,
recibir y admitir el Rector Visrector y colegiales del dicho Colegio y para
después de mis dias nombrar y señalar por patrón y administrador del dicho
colegio segun, y como lo tengo de ser del dicho Don Diego Romano Obispo de
este dichoso obispado y después de sus dias succeda en el dicho patronasgo y
administración los obispos que le sucedieron en este dicho obispado...138
Los primeros pasos de la fundación habían sido dados en el año de 1595,
siendo a partir de 1596 los inicios de la construcción del citado colegio. Pero
realmente la fecha de inauguración del edificio y de las cátedras no se sabe,
137
Sobre Juan Larios no hay datos que nos permitan dar cuenta de la fecha de su nacimiento. Pero siguiendo a Ernesto de la Torre Villar, probablemente nació en Atlixco, que joven fue a estudiar a la Real y Pontificia Universidad de México. Se ordenó sacerdote, siendo beneficiado de Acatlán en 1578 hasta un año antes de su muerte. Su deceso ocurrió al parecer en el año de 1591. Tomado de Ernesto de la Torre Villar. El Colegio de San Juan. UDLAP, Centro de Formación de la Cultura Poblana. 2007, pp. 19-21. 138
Copia de la Carta de Fundación y Donación hecha por Juan Larios…
126
porque se carece de documentación, aunque Ernesto de la Torre Villar señala que
Pedro Gutiérrez de Pisa y el canónigo Íñigo Carrillo Altamirano fueron quienes
redactaron las constituciones del nuevo plantel, inspirándose en las del Real
Colegio de Granada. Estas constituciones, señala el historiador, empezaron a
regir a partir el año 1604.139
Lo que sí queda claro es que desde el inicio del año de donación, las
noticias relativas al funcionamiento del Colegio de San Juan se tornaron
demasiado escuetas, pues desde la muerte de Juan de Larios y del Obispo Diego
Romano, los demás obispos como Alonso de la Mota y Escobar, y Gutierre
Bernardo de Quiroz, no hay noticias suficientes sobre el desarrollo y
funcionamiento del Colegio. Es hasta la llegada del obispo Juan de Palafox y
Mendoza140 que se le dotó de nuevas constituciones e infraestructura. Sobre las
constituciones son tres las propuestas por Palafox y Mendoza. La primera se
refiere al nombre del colegio, que ratifica al que anteriormente tenía.
Con el obispo Juan de Palafox y Mendoza el clero secular tomó la estafeta
en la preparación de los futuros sacerdotes; las órdenes religiosas, principalmente
la de los jesuitas, debían estar insertas en la vida conventual y dejar la labor
pastoral a los párrocos seculares, por lo que en 1644 inició la reestructuración del
Colegio de San Juan, a través de nuevas constituciones que le permitieron actuar
como ejemplo a las demás diócesis. La primera ordenanza trata sobre la
139
Ernesto de la Torre Villar…, op. cit., p. 23 140
Juan de Palafox y Mendoza nació en Fitero, Navarra en 1600. Estudió jurisprudencia en Salamanca. Posteriormente se ordenó sacerdote y fue capellán y limosnero de María de Austria. Además fue protegido del conde duque de Olivares. Fue nombrado obispo de Puebla de 1640 a 1649, también fue virrey de la Nueva España en 1642. Durante su obispado se enfrentó a la Compañía de Jesús, cuestión que le valió salir a España para no volver. Fue trasladado al obispado de Osma, donde murió en 1659.
127
ratificación del nombre el Colegio: “La invocación de este colegio quiso dicho
nuestro Beneficiado, que fuera de San Juan Evangelista, a quien condignamente
escogió como patrón, para la buena educación de la Yglesia; conque también
recomendo a los colegiales la devoción de la virgen...”141
El segundo punto marcó las directrices para el ingreso y permanencia de
los colegiales, así como del número de los elegidos, pues hay que considerar que
el funcionamiento del colegio se hizo de forma modesta, mientras que con Palafox
y Mendoza se contaba con todo el poder que el rey le otorgaba, por lo que el
Colegio de San Juan se pudo abastecer con una cantidad mayor de alumnos que
pudieran ser becados. Así, las siguientes ordenanzas tratan sobre las
disposiciones del alumnado:
Mandamos, que fuera del Rector (de cuyo oficio se hablará en su lugar) no aya
en nuestro colegio de San Juan más colegiales que veinte y cuatro ni menos
que doze... No sean elegidos por colegiales, los que tuvieren menos de diez y
siete años, ni más de veinte y quatro... Ordenamos, que en caso de igualdad,
prefiera el sugeto mas pobre, al que fuere menos; el mas virtuoso, al mas
letrado, y el mas principal, o descendiente de conquistadores, al que no lo
fuere, siendo pobres entre ambos...142
Dentro de estas disposiciones se encontraba la negativa de admisión al
colegio para aquellos cuyos padres tuvieran problemas con la justicia, o fueran
descendientes de moriscos y judíos conversos. También se les prohibía la
141
Libro donde se assientan algunos puntos de reformación, decretos y diligencias para este fin, mandado para formar por el Illmo. y Rmo. Sr. Don Juan de Palafox y Mendoza Obispo de la Puebla de los Angeles del Consejo de su Magestad y el Real de Yndias Visitador General de esta Nueva España mi señor año de 1649. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana, volumen R-525, f. 66.r. 142
Ibid., f. 27.v.
128
incorporación a aquellos que hubiesen nacido en el extranjero, Francia, Alemania,
Portugal y la zona flamenca; es decir, el proceso de admisión comprendía
necesariamente probar la llamada “limpieza de sangre”, para lo cual se contaba
con un expediente. Si era importante la admisión de los alumnos también lo era
su vestimenta, por lo que en la tercera ordenanza se dieron disposiciones sobre
este aspecto: “Los colegiales han de ser vestidos con una ropa parda, y veca azul,
cuello blanco y limpio, mangas negras, de cosa que no sea seda”.143
En los primeros puntos se ratifica el nombre que debe llevar el Colegio y los
aspectos concernientes al número de estudiantes que debería haber en él. De
igual modo, se especifica todo lo referente a la admisión y cualidades que debería
tener el colegial que fuera admitido. Posteriormente, Juan de Palafox y Mendoza
se dio a la tarea de señalar la forma en que se debía elegir la autoridad máxima
del colegio, el rector, así como sus cualidades y obligaciones. Para esto, el obispo
dejó anotado lo siguiente:
Primeramente ordenamos, que al que huviese de ser nombrado por Rector de
este Colegio, por nosotros, o por nuestros sucesores, a quien pertenece, sea
sacerdote de virtud conocida, y de buena edad ni tan anciano, que sea inútil
para exercer con todo cuidado su oficio; ni tan mozo, que se aventure a sus
pocos años el gobierno; y que assi juntamente con esto, sea letrado, en las
facultades de Theologia, ó canones, ó bien instruido en las cosas Eclesiasticas,
debe ser preferido a otros. Y el rector sirva oficio de Mayordomo, pues basta
una persona para entreambos cuidados, y de ninguna manera ser persona
seglar...144
143
Ibid., f.28 v. 144
Ibid., f.33.v.
129
Estas disposiciones establecidas por Palafox y Mendoza fueron parte vital
para la consolidación del Colegio de San Juan, además de que impulsó a nuevos
proyectos educativos.
3.3. Fundación del Colegio de San Pedro
La refundación del Colegio de San Juan fue importante porque ayudó a que
muchos jóvenes tuvieran una formación sacerdotal. Sin embargo, esto no fue
suficiente para cubrir la demanda de prelados aptos para ejercer su profesión,
pues como ya se ha destacado, muy poco caso se le hizo a las disposiciones del
Concilio de Trento; ante esta apatía, nuevamente, Juan de Palafox dio su
anuencia para la creación de un nuevo colegio que, junto con el de San Juan,
pudiera compartir la responsabilidad en la formación de jóvenes y abarcar así un
amplio sector de la sociedad angelopolitana. De esta forma, usando la facultad
que le confería el mismo Concilio y el poder depositado en él por el rey, se decidió
emitir la ordenanza siguiente, que permitió la edificación del Colegio de San
Pedro:
Por el presente eregimos y formamos y establecemos en esta ciudad de Puebla
de los Angeles un colegio y seminario de los que ordena y manda el Sancto
Concilio juzgando por aora que este solo sea bastante para todo este dicho
obispado debajo de la Inbocacion del gloriosso Principe de los Apostoles San
Pedro; y para ello señalamos las cassas que están sitas junto a la dicha Santa
Iglesia Cathedral entre nuestro Palacio Episcopal y el Colegio de San Juan para
130
que en la forma que abajo ya declarado se crien y vaian criando el numero de
colegiales que heste a sustentar dice mill pesos de Renta en cada un año que
es la cantidad que ha parecido que comodamente puede tolerar las ventas
eclessiasticas y comunidades deste dicho obispado sobre que el Santo Concilio
mande se haga el repartimiento como con efecto se echo para sustentar treinta
colegiales mas o menos…145
En esta ordenanza también se manifiestan las condiciones que deben tener
los alumnos elegidos; dentro de estas se destaca la legitimidad de sangre, y sobre
todo, la demostración de pobreza, aunque no se excluyen a quienes tengan
recursos y puedan pagar su manutención. Es notoria la preferencia por aquellos
que hablaran alguna lengua indígena, como el otomí, totonaco, mixteco o
tlapaneca. La edad de admisión era de entre los once a doce años, que no se
pasaran de los diecisiete años. Así, una vez terminados los estudios en el Colegio
de San Pedro y con la edad suficiente, los colegiales pasarían al Colegio de San
Juan, sobre esto se detallaron los pormenores a través de la ordenanza siguiente:
Deven de assistir y assistan a la Iglesia solamente los dias festivos en que no
tienen licion (sic) acudiendo a sus estudios todos los demas dias y a los otros
ejercicios que les seran señalados ocupandose en ellos y en la música y canto
eclesiastico los unos y los otros desde los doce hasta los diezissiete o diez y
ocho años que ayan aprendido por lo menos la gramatica Retorica y canto llano
y passen entonces al dicho Colegio de San Juan que esta al lado donde assisten
los acolitos y alli sirven los colegiales de la situación del de San Pedro en este
ministerio todos los dias festivos y los demas acuden al estudio de la facultad
mayor conforme la inclinación que cada uno tuviere precediendo nuestro
exsamen y aprobación o el de la persona a quien lo cometieramos aprendiendo
145
La fundación original de estos Reales Colegios y Cedula de aprovacion Sr. Don Phelipe Quarto. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana, volumen 425, f.9.v.
131
asimismo el computo eclesiástico de los tiempos y exercitandose en las
ceremonias canto teología moral y todo lo demas que se contiene en nuestras
constituciones dadas para el Colegio de San Juan y con el mismo manto y veca
de que han ussado en el dicho colegio.146
Con la refundación del Colegio de San Juan y la fundación del Colegio de
San Pedro, prácticamente se sellaba el problema que representaba la falta de
sacerdotes bien acreditados, además de que se cumplía con lo estipulado por el
Concilio de Trento, donde se señalaba como obligación que el obispo de la
diócesis fuera el promotor de la fundación de los colegios seminarios. Pero
especialmente significó para Palafox y Mendoza el restarle a la Compañía de
Jesús autoridad en la formación de futuros prelados. No se nos debe olvidar que
los jesuitas eran especialistas en Teología Moral, que era el fundamento básico
para que el sacerdote pudiera guiar a los feligreses a través de la predicación y la
confesión. Con esta especialidad, los jesuitas eran a quienes se recurría para la
instrucción de clérigos. Pero a diferencia de las demás autoridades eclesiásticas,
para Palafox y Mendoza los jesuitas no cumplían con lo establecido por el
Concilio, como se pone de relieve en la siguiente carta:
Dijo (Palafox y Mendoza) que por quanto haviendo allado en este dicho obispado
y de falta en la educación de la juventud y direccion de sus costumbres en
especial los puestos eclesiasticos y en quanto combiene obrar y promover santa
y buena disciplina, que su Ilustrissima ha conocido que no hay seminario alguno
en todo lo dispuesto en forma que lo ordena el Santo Concilio de Trento… que
los colegios que ay de los padres de la Compañia de Jesús no suplen lo que
146
Ibid., f.10.v.
132
mande dicho Santo Concilio por estarse pagando en ellos y no tener muchos
pobres comodidad para poderlo hacer…147
Con la iniciativa de erigir el Colegio de San Pedro, Palafox y Mendoza
también destaca la necesidad de fomentar un nuevo colegio que debería llevar el
nombre de San Pablo, donde estudiarían los colegiales más avanzados y que
contaran con veinticuatro años de edad. Al igual que los colegios de San Juan y
San Pedro los recursos se compartían de acuerdo a lo establecido por el obispo
de cada época. Así, tras la declaratoria de la fundación de los colegios, por Juan
de Palafox y Mendoza, éstos fueron formalmente oficializados por el rey con
cédulas de 1647 que se confirmaron con cédulas reales en 1649.
En los colegios de San Juan y San Pedro se daban oficialmente las
cátedras de Gramática, tres de Artes y cuatro de Teología moral y Escolástica.
Estas cátedras eran dictadas, es decir, el catedrático a través de la lectio o
explicación de un texto, realizaba primero un comentario redactado por él mismo;
luego ese comentario era expuesto oralmente hacia los alumnos y finalmente
éstos tomaban notas de lo que se les exponía. Este método pedagógico, de
acuerdo con Águeda Rodríguez Cruz, fue innovado en Salamanca, no sin ciertas
restricciones:
El dictado en las aulas, o costumbre de anotar las explicaciones del profesor, fue
una de las innovaciones didácticas del maestro Francisco de Vitoria en
Salamanca. Fue muy combatida tanto por la legislación universitaria como por la
corona. Pero a pesar de todas las prohibiciones y amenazas, la práctica del
147
Ibid., f.9.r.
133
dictado se fue extendiendo hasta convertirse en una verdadera institución
exigida por los estudiantes.148
Es por eso que en muchas disposiciones de los colegios tridentinos y en
general de los existentes en el mundo novohispano, se designaba lectura de
cátedra a la materia que el profesor enseñaría. Este método pedagógico fue
utilizado por mucho tiempo en los Colegios de San Juan y San Pedro hasta que
con la llegada de Francisco Fabián y Fuero se modificó para algunas materias,
como veremos más adelante.
La fuerte disputa que muchas veces se tornó entre Juan de Palafox y los
jesuitas, le costó su regreso a España para presidir una nueva diócesis, pero
antes dejó un cúmulo de ordenanzas para el desarrollo de las actividades
escolares de los colegios. Y de éstas las más importantes tenían que ver con la
forma en que eran examinados y aprobados los alumnos. Recordemos que el
obispo era el encargado de toda la administración de los colegios conciliares, por
lo tanto, él era el facultado de examinar y aprobar según fuera el caso. De esta
forma, Palafox dejó la ordenanza siguiente sobre la función del examinador:
Que todos los años ocho dias anttes de San Lucas y otros ocho anttes de San
Miguel de mayo después de haverse hecho la visitta de dichos colexios por la
persona y en la forma que ordenaremos se examinen todos y cada uno de los
collejiales por los examinadores por Nos. nombrados comenzando por los de
menor hastta la mayor aunque sean pasantes escribiendose por el Secretario el
nombre del collegial la facultad que profesa el estudio en que se halla lo que á
aprovechado uno calificandole con estas cuatro vozes aprobechado muy
148
Águeda Rodríguez Cruz. “La educación institucional”, Historia de la educación en España y América…, op. cit., p. 227.
134
aprovechado, reprehendido e ynutil, de suerte que el que ba aprovechando algo,
aunque no sea mucho se le ponga esta voz aprovechado y continue con sus
estudios, y a lo que aprovechare con eminencia se le califique con esta voz muy
aprovechado , ó muy hábil, que ha de ser la mayor y el que se biere no ha
aprovechando sea tres bezess en los exámenes con la voz reprehendido y si en
todas tres, esto es, un año y medio se conociere que no aprovecha a la quarta
se declare por ynutil ó ynhabil…149
Con los sucesores de Palafox y Mendoza en el obispado Tlaxcala-Puebla,
no se dieron grandes cambios en la administración de los colegios. No es sino
con la llegada del obispo Manuel Fernández de Santa Cruz que se les da un
cambio importante. Primeramente, el Colegio de San Pablo que era, de acuerdo a
Palafox y Mendoza, el “collexio de pasantes”, quedó separado de los de San Juan
y San Pedro, con el fin de que los alumnos se especializaran en Teología Moral.
Sólo eran susceptibles de impartir las cátedras mayores aquellos que fueran
alumnos del Colegio de San Pedro, y que no debieran ser más de ocho
elementos.
Esta fue una decisión muy importante, pero lo que le dio realmente
notoriedad al Colegio fue el haber solicitado al rey que los estudiantes del
Seminario Tridentino se pudieran graduar con suficiencia en las facultades de
Artes y de Teología, títulos que solamente expedía la Real Universidad de México.
Esta petición del obispo fue aceptada por el rey, pero lo que hay que
destacar es que la resolución fue favorable por encima de las peticiones del
Convento de Santo Domingo de la Habana y del de San Francisco de Caracas,
149
Instrucciones para el Obispado de Puebla y sus gobernadores durante la estancia que don Juan de Palafox y Mendoza hizo en los reinos de Castilla en 1645. Libro 3º del archivo de los reales, Pontificios y Palafoxianos colegios de San Juan, volumen 31758, folios 58, f.44.
135
que habían hecho una solicitud similar. De esta forma, el decreto se dio en
octubre de 1692:
[…] por la presente ordeno y mando que a los colegiales actuales de Manto y
veca de los Seminarios de la ciudad de la Puebla que aora esten y estubieren
asistiendo en adelante a la Yglesia Cathedral de ella cursando en dichos
Colegios Reales de San Pedro y San Juan […] se les pasen los cursos en la
Real Universidad de México para que se puedan graduar por ella en las
facultades de Artes y Teología, y que los demas estudiantes que no sean
colegiales solo ganen en dicha Universidad de México cursos en la facultad de
artes cursando en dichos colegios seminarios, y que con ellos les puedan
graduar en dicha facultad entendiendose que esto no sea de entender ni
entienda a la facultad de Teología porque para graduarse en ella los estudiantes
han de cursar en la Real Universidad de México, y en esta conformidad ordeno y
mando el Rector y Claustro de dicha Universidad, observe y execute lo referido
de aquí adelante sin hacer en ello ynovación alguna…150
Sin duda, lo anterior representó un gran logro para Manuel Fernández de Santa
Cruz, ya que a partir de ese decreto los colegiales podían graduarse en Artes y
Teología, revalidando sus estudios en la Universidad de México. Pero también,
los estudiantes más avanzados se encontraban en los colegios de la Compañía de
Jesús, pero al parecer todavía existía cierto resentimiento en contra de los
jesuitas., por lo que se relegaron los conocimientos establecidos por la Compañía.
No debemos olvidar que al inicio de los seminarios los principales maestros con
los que contaban los colegios eran de esta orden, hasta que se suscitaron las
150
Cédula Real donde se ordena al rector de la Universidad de México que los colegiales de los Colegios de Puebla se puedan graduar en la Universidad. Libro R-425, fol. 12,2r.
136
desavenencias entre Palafox y Mendoza y la orden; por esta causa los maestros
fueron obligados a dejar las cátedras.
Así, a partir del Decreto Real de 1682 donde se permitió que los estudiantes
se pudieran graduar en Artes y Teología, se continuó hasta entrado el siglo XVIII.
Pero a partir de la llegada del nuevo obispo a la diócesis, Domingo Pantaleón
Álvarez de Abreu, se erigieron dos cátedras más para los colegios: la de Cánones
y la de Leyes. La cátedra de Cánones ya se había solicitado en la petición que
hizo Palafox y Mendoza al rey en 1647, pero nunca se pudo fundar por falta de
recursos económicos.
El obispo Álvarez de Abreu nuevamente revivió este proyecto, y no
conforme con esto solicitó al rey que las dos cátedras fueran creadas y además
que los estudiantes se pudieran graduar por estas disciplinas en la Universidad de
México. Esta última idea fue rechazada tajantemente por el rector de la
Universidad. Ante esta situación, Álvarez de Abreu no se desmoralizó, por lo que
mandó una nueva carta al rey, señalándole que era necesaria la fundación y el
reconocimiento por parte de la Universidad, de estas cátedras. Finalmente el rey
accedió, dejándolo de manifiesto en la siguiente Cédula, en la que señaló lo
siguiente:
[…] por la presente mi Real Cedula doy y concedo licencia a los expresados
Colegios, Seminarios de San Juan y San Pedro de la ciudad de la Puebla de los
Angeles, para que se erijan y establezcan en ellos las enunciadas cátedras de
canones y leyes; y es mi voluntad que en estas facultades se graduen por la
Universidad de Mexico de grados menores y mayores, los estudiantes que la
cursaran […] y ruego y encargo al muy Reverendo Arzobispo, Obispo actual de
137
la Iglesia Cathedral de la Puebla de los Angeles, á los reverendos Obispos sus
sucesores, y el Cabildo eclesiastico de la propia Iglesia, y prevengo tambien al
rector y Claustro de la Real Universidad de Mexico, que cada uno en la parte que
respectivamente le perteneciere, guarde, cumpla y execute, y haga guardar,
cumplir y ejecutar esta mi Real determinación […] y que en su execucion y
cumplimiento no ponga, ni consienta poner, con pretexto, ni motivo alguno, duda,
embarazo, ni impedimento sino que den y hagan.151
De esta manera, el obispo Álvarez Abreu consagró para los colegios las
cátedras de Cánones y Leyes, impulsando en mayor medida el prestigio que ya
tenían los colegios fuera de la capital del virreinato, pues eran los más
prestigiados. No obstante, los nuevos tiempos propiciaron una reforma en los
métodos pedagógicos, que terminaron modificando la enseñanza de las cátedras
en los colegios. El impulsor de estos cambios fue el renombrado obispo Francisco
Fabián y Fuero.
3.4. La Reforma educativa de Fabián y Fuero en los Colegios Tridentinos
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII al Seminario Tridentino se le va a
sumar un nuevo colegio llamado San Pantaleón Mártir, fundado por el obispo
Álvarez de Abreu; este nuevo edificio fue inaugurado en el año de 1761. Con este
nuevo colegio se logró atraer la enorme demanda que registraba el Seminario; así
151
Cédula Real en la que el Rey concede licencia para la fundación y erección de cátedras de Leyes y Cánones… R-425, fol. 19, f.10.r.
138
se cerraba el círculo en cuanto a fundaciones de Colegios y se pasaba de
inmediato a la reestructuración de las cátedras.
Efectivamente, en el último tercio del siglo y siendo elegido como obispo de
la diócesis de Puebla, Francisco Fabián y Fuero152 se dio a la tarea de reformar el
sistema educativo de los colegios. Para entender las transformaciones llevadas a
cabo por Fabián y Fuero, que se describirán en posteriores líneas, es necesario
remitirse a la política educativa que se suscitó en la Península Ibérica.
En las primeras décadas del siglo XVIII en España se empieza a crear una
opinión de que la Iglesia debía solamente preocuparse en formar buenos
cristianos y que no era de su incumbencia encargarse de la educación de los
ciudadanos, por lo que diversas agrupaciones denominadas Sociedades
Económicas de Amigos del País, comenzaron a realizar planes y proyectos
educativos para reformar la educación. Esta nueva coyuntura se hizo posible
porque el Estado, manejado por la monarquía borbónica, tendía a someter y
controlar todas las instituciones, incluida la Iglesia misma. Con el apoyo del
Estado, el impulso reformador pudo concretar los cambios en la legislación de la
enseñanza.
Este aliento renovador que se dio en las primeras décadas se profundizó a
partir de la primera mitad del siglo XVIII, debido a que las universidades españolas
empezaron a entrar en crisis por el atraso que tenían en sus programas de
estudios, pues se centraban en la formación de juristas y teólogos, dejando en un
segundo plano materias como la medicina y las matemáticas. Por otro lado, las
152
Francisco Fabían y Fuero nació en Terzaga, pueblo de Aragón. Fue obispo de Puebla de 1765 a 1773, durante su gestión siguió la política del rey contra los jesuitas. Posteriormente fue designado, de 1773 a 1795 arzobispo de Valencia. Murió en Torreblanca, Aragón, en 1801.
139
universidades europeas, lejanas a las prácticas católicas, se inclinaban por una
ciencia experimental, hecho que dejó rezagadas a las universidades españolas, de
ahí que surgieran protestas advirtiendo este problema.
Una de las voces discordantes con la forma de enseñar en las
universidades españolas fue el caso de Luis Antonio de Verney, mejor conocido
como “El Barbadiño”: él publicó un tratado en 1746 llamado Verdadeiro método de
estudiar. En este texto criticaba el sistema de enseñanza basado en la
escolástica, que en España era el modelo a seguir. Verney, lector de Locke y
Hume, proponía que se impartieran materias útiles como la física experimental.
Pronto, este trabajo tuvo sus repercusiones, tanto a favor como en contra. Los
jesuitas fueron los más feroces detractores de este tratado, pues se sintieron más
que aludidos, ya que ellos eran los que enseñaban con el método escolástico.
Las disputas sobre la pertinencia de la enseñanza de la escolástica en las
universidades dieron pie a diversos debates; se publicaron algunas obras que
defendían las tesis de Verney e inclusive dentro del mismo entorno jesuita hubo
quienes apoyaron en algunos puntos el tratado de Verney. Y es que como han
señalaban Pagerto Saavedra y Hortensio Sobrado, los jesuitas reaccionaron
duramente porque se sentían directamente expuestos por las críticas del
portugués, pues consideraban que la Compañía había tratado de actualizar la
enseñanza a través de tener entre sus miembros a profesores avezados en la
física aristotélica y en general, de la escolástica más tradicional.153
153
Pagerto Saavedra y Hortensio Sobrado. El Siglo de las Luces. Cultura y vida cotidiana. Madrid, Síntesis, 2004, p. 56.
140
Los impulsos renovadores del Barbadiño estaban ya en el ambiente, y se
habían extendido a través de los círculos intelectuales. Esto produjo que pronto
las autoridades iniciaran un proceso de reformas que consideraban indispensable.
El primer avance que se dio fue el de reformar a los colegios mayores, estos
espacios educativos controlados por las órdenes mendicantes y la Compañía de
Jesús que gozaban de cierta autonomía. Desde ese momento la Universidad se
iba a encargar de que todos los opositores a catedráticos de filosofía y teología
fueran examinados para comprobar si alcanzaban los méritos para recibir el grado.
Esta medida para controlar los colegios mayores por la Universidad estaba
especialmente dirigida a coartar y someter en su totalidad a la Compañía de
Jesús, lo cual se cumplió a cabalidad cuando el 2 de abril de 1767 se decretó la
expulsión de los jesuitas, quedando todos los inmuebles a disposición de las
universidades, e inclusive, como señala la ordenanza real del 23 de abril del
mismo año, que disponía “donde quiera que hubiera universidades podrá ser útil
agregar a ellas los libros que se hallasen en las casas de la Compañía, situadas
en los mismos pueblos”. La expulsión de los jesuitas, como destacan Pagerto
Saavedra y Hortensio Sobrado, llevó a que los dominicos y franciscanos ampliaran
su influencia, pero esto duró muy poco, pues a partir de 1771 el Consejo de
Castilla no quiso dar validez oficial a los cursos impartidos por regulares.154
Estas transformaciones más bien tuvieron tintes políticos verdaderamente
reformistas, pues sólo se quería tener un control sobre las poderosas
corporaciones religiosas. De ahí que Pedro Rodríguez de Campomanes y Pablo
de Olavide, destacan que era necesario ver a la enseñanza como un “servicio
154
Ibid., p. 54.
141
público” y no como función encomendada a iniciativas particulares y obras
pías”,155 ya que al ver la enseñanza como “servicio público” se podía dar cohesión
a una sociedad dividida. Estas ideas intentaban dar el primer paso a una sociedad
secularizada, que es lo que se estaba presentando en diversos países de Europa.
Los simpatizantes de estas ideas pronto desataron una nueva andanada de
críticas a la enseñanza escolástica, además de demandar que a los religiosos
regulares se les prohibiera la enseñanza en las universidades por resultar nocivos
para la misma. Consideraban también que era necesario que se introdujeran en la
universidad los nuevos conocimientos que podían ser más útiles que los debates
escolásticos.
Las polémicas sobre la renovación de la enseñanza fueron enriquecidas
con la aparición en 1767 de la obra Idea de un nuevo método que se puede
practicar en la Enseñanza de las Universidades de España, de Gregorio Mayans y
Síscar. En este tratado se expresa la importancia de darle un espacio en la
educación al estudio de la química, la medicina y la botánica. En el ámbito del
derecho, sugería que se establecieran cátedras de derecho español y natural. El
punto culminante de este plan recayó en la sugerencia de suprimir los dictados,
utilizando buenos libros de textos, y que las explicaciones del profesor se hicieran
en castellano.156 Esta aportación de Mayans se desglosaba de la siguiente forma:
La explicación de la lición debe ser en lengua castellana. Las preguntas pueden
ser en latín o en romance en las ciencias mayores; las respuestas como quieran
los discípulos, en latín o en romance y aún es mejor en romance para ver cómo
155
Ibid., p. 63. 156
Ibid., p. 65-66.
142
las entienden. Nadie debe leer sino sobre los libros aprobados por las
Constituciones. Los estudiantes deben llevar a la Universidad los libros que
estudian, porque muchas cosas se entienden mejor teniendo delante el libro que
se aprende. Mientras explica el maestro, el estudiante no debe mirar el libro
sobre que explica.157
Estos debates permitieron que se introdujeran algunos cambios en la
enseñanza universitaria; por ejemplo, se introdujo la química, la botánica y la
física, aunque con muy baja calidad. Se aprobó el estudio del derecho natural y
de gentes, y lo que antes se llamaba facultades de Cánones y Leyes, se empezó a
llamar Jurisprudencia. En cuanto a las medidas sobre la desincorporación de los
religiosos, éstos fueron paulatinamente retirados de la enseñanza universitaria.
Para el mejoramiento de la universidad, el sistema de matriculado se volvió más
vigoroso, de igual forma se obligaba a la institución a presentar exámenes de
oposición al profesorado. Las reformas incluyeron también que se hicieran las
cátedras más largas y que se establecieran Academias, que eran reuniones donde
se hacían ejercicios sobre temas de alguna profesión.
La renovación de la educación fue primordial en la política de Carlos III, por
lo que el monarca también decidió ajustar cambios en los seminarios diocesanos.
Una de las primeras medidas fue la eliminación de todas las formas doctrinales de
los jesuitas. La teología que se enseñase habría de ser “la doctrina pura de la
Iglesia, siguiendo la de San Agustín y Santo Tomás, quedando expresamente
prohibidas las doctrinas probabilistas de los jesuitas y reducidas a un justo límite
157
Ibid., p. 66
143
las sutilezas escolásticas”.158 Con esto se daba el golpe final a la Compañía de
Jesús, al tiempo que el Estado asumía el control total en la formación clerical.
De tal forma que las decisiones asumidas por las autoridades para reformar
la estructura universitaria fueron muy semejantes para los colegios conciliares.
Por ejemplo, el estudiante de Teología tenía que dedicar siete años para
graduarse y debía poseer conocimiento de los diversos concilios que se habían
desarrollado en otras épocas. A los colegios se les aconsejaba que admitiera
estudiantes desde los once o doce años de edad y no más de dieciséis, para que
pudieran aprovechar mejor los conocimientos. Saavedra y Sobrado han
destacado que en los seminarios no sólo se enseñaba a los alumnos las materias
elementales de gramática, retórica y teología, sino que se les tenía que inculcar
los principios de “civilidad” y la “buena educación”, para que pudieran ejercer su
oficio con “limpieza”, “decoro” y “soltura”.159
Estos cambios en la educación fueron producto de las nuevas políticas que
el rey establecía para España, y que rápidamente se aplicaron a los dominios de
ultramar. Así, el encargado de llevarlas a cabo para el caso del Obispado de
Puebla fue Francisco Fabián y Fuero, quien las adoptó a los colegios, como
veremos a continuación.
En La Colección de Providencias, Fabián y Fuero señaló los cambios que
se debían darse en los colegios a partir de las reformas que se promovieron en
España. Así, el primer cambio incumbía al modo de enseñar, pues cuando los
catedráticos dictaban y escribían sus materias, los colegiales no tenían un buen
158
Ibid., p. 88. 159
Ibid., p. 89.
144
aprovechamiento, por lo que es obvio que este modelo pedagógico resultaba
obsoleto. Fabián y Fuero, destaca que el cambio en la forma de estudiar se había
retomado de las experiencias de las universidades españolas, como las de
Salamanca, Alcalá, Valladolid, Zaragoza y Valencia. De esta forma, la primera
transformación se realiza para la cátedra de Teología:
Para el inmediato curso de este año de mil setecientos, ha de explicar y
enseñar el Catedratico de Prima las materias y Tratados Teologicos que en
dicho Manual ó Compendio corresponde al primer tomo de los grandes, quales
son los de natura et qualibus Theologico: De Natura et Attributis Divinis: De
Visione ó De Scientia: De Voluntate et Providentia Dei. El catedratico de
vísperas las que corresponde al segundo, quales son los de Praedestinatiune:
De Trinitate: De Angelis: De Homine et variis statibus naturae humanae. Y esto
mismo se observará para el subsiguiente, de suerte que en la Catedra de Prima
se explicaran las materias que pertenecen al tercer tomo, y en la de Visperas la
correspondiente al quarto, sin que en estos puedan los catedráticos variar ó
alterar ni aún el Regente de estudios podrá dispensar sobre este
establecimiento”.160
Así también, se pedía que en cada cátedra se explicara un artículo o
capítulo los días que fueran de lectura. A los catedráticos se les encargaba vigilar
las lecciones del alumno mediante la pregunta de clases que éste debería
responder de memoria. Posteriormente, el maestro debía continuar con su clase.
El catedrático estaba obligado a tener a la mano el Manual o Compendio para
corregir los errores de los educandos.
160
Colección de Providencias Diocesanas del Obispado de la Puebla de los Ángeles, Hechos y Ordenanzas por su Señoría Ilustrísima el Sr. Dr. D. Francisco Fabián y Fuero, Obispo de Dicha Ciudad y Obispado del Consejo de su Magestad. En la Imprenta del Real Seminario Palafoxiano de la expresada ciudad. Año de 1770, pp. 524-525.
145
Fabián y Fuero dejó en claro en sus ordenanzas que los escolares tomarían
determinada materia; por ejemplo, los llamados colegiales estaban obligados a
asistir todo el tiempo a las clases de Teología Escolástica, mientras que los
estudiantes teólogos de segundo y tercer año estaban obligados a asistir a la
cátedra de Sagradas Escrituras. Sobre la cátedra de Teología Moral ordenó
impartirla de esta forma:
En quanto á la Catedra de Teologia Moral, de donde depende la educación de
los que han de ser Ministros de la Iglesia […] queremos y mandamos que el
Catedratico enseñe y expique la Summa intitulada Larraga Ilustrado, mandando
que los discípulos lleven y digan ó de memoria o de inteligencia y explicación,
aquella conferencia que parezca proporcionada, debiendo ser a lo menos en
cada dia lectivo dos hojas o más según le pareciere al Catedratico, el que á lo
dicho por el Discípulo añadirá su explicación, preguntando ya definiciones de lo
que se trata, ya resoluciones de casos o mandara que al que dijo primero la
Conferencia le pregunte a los demás Discípulos sobre la misma materia…161
El curso de Teología Moral era imprescindible para todo aquel que quisiera
ordenarse, ya que estaban forzados a mostrar la certificación aprobatoria por parte
del catedrático porque era el curso puntual del sacerdocio que a partir de ese
momento se obligaba a los teólogos pasantes a asistir por tres años. Solamente
eran librados de esta ordenanza los teólogos llamados “cursantes”. Con esta
ordenanza se intentaba cumplir con el objetivo de formar buenos pastores de
almas, que tanto criticaron los reformadores de la educación en España, pues
consideraban que los conocimientos teológicos tenían su base en inútiles
161
Ibid., pp. 529-530.
146
controversias escolásticas, que eran sumamente inservibles para la época.
Resuelto el problema en la enseñanza de la Teología, Fabián y Fuero siguió con
las cátedras de Cánones y Leyes.
Por lo que mira a las catedras de Prima y canones y vísperas de leyes […]
mandamos que en una y otra catedra se explique por Autor definido a saber: En
la de Canones se explicará la Suma del Vallense, y en la de Leyes los dos
tomos de Arnoldo Vinnio sobre la Instituta, señalando los catedráticos para cada
dia lectivo la conferencia que contemplen proporcionada a la capacidad de los
Discipulos, quienes á lo menos de inteligencia y explicación deberán estudiarla,
y lo que es letra de la Instituta Civil, y texto canónico deberá ser de rigurosa
memoria.162
La explicación y justificación que hizo Fabián y Fuero sobre los cambios en
estas cátedras fue porque desde su perspectiva, a través de la memorización de
las partes que de los libros señaló como obligatorios, podía conseguirse “más
adelantamiento” que si lo hicieran por el método del dictado, empleado
anteriormente. Esto mismo lo va a reafirmar para la faculdad de Filosofía, como
se ve a continuación:
Mandamos que en las catedras de filosofía de dichos Nuestros Colegios no se
enseñe según el metodo que hasta aquí se ha practicado dictando los
Catedraticos y escribiendo los Discipulos… Ordenamos que desde el inmediato
curso de setenta y siete en setenta y ocho… expliquen y enseñen a sus
respectivos Discipulos el Curso filosófico del Rmo. P. Mro. Fr. Antonio
Goudin…163
162
Ibid., p. 536. 163
Ibid., p. 554-555.
147
Estas son las disposiciones más importantes para las facultades de los
colegios; pero Fabián y Fuero no descuidó la materia que era la introductoria para
el inicio del aprendizaje: la Gramática Latina, base fundamental para la formación
del “buen sacerdote”. Sin embargo, hay que señalar que con la expulsión de los
jesuitas la enseñanza de la Gramática se secularizó, mas esto no mejoró la
calidad; al contrario, declinó en gran media y al mismo tiempo hubo una escasez
de personas aptas para la enseñanza de ésta. En la Península los reformadores
de la educación se dieron a la tarea de revitalizar los estudios de la Gramática,
principalmente para las profesiones que más lo ameritaban, como la
Jurisprudencia y la Teología. Situación similar se dio en la Nueva España, como
ya hemos referido renglones arriba. Para mejorar esta situación, Fabián y Fuero
ordenó lo siguiente sobre la gramática y la retórica:
Ordenamos igualmente que nuestros catedraticos de Gramatica pongan el
principal cuidado en que sus Discipulos estén bien impuestos en las
Construcciones, modos de variarlas, quantidad de Sylabas, y demás puntos de
la Gramatica que se llama Regimen, se los pregunte y repitan en el mismo
contexto de lo que se construya, pues asi se consigue sin olvidar unas cosas se
adelantan en otras; por lo que en la Catedra de Mayores y Rethorica y en la de
Medianos ha de haver diariamente quatro construcciones distintas; en la de
Rethorica y Mayores por la mañana se han de construir algunos puntos de las
Selectas de Ciceron, y varios versos del Poeta Virgilio, y por la tarde algunos
puntos de Tito Livio, y Quinto Cursio, y otros varios versos del Virgilio. En la de
medianos por la mañana se ha de construir el Catecismo del Santo Concilio de
Trento, y las Epistolas de San Geronymo, y por las tardes se repetirá el
Catecismo, y se añadirán algunos puntos de San Geronymo y finalmente en la
Catedra de Menores se construirá por la tarde y mañana el Libro que se dice
148
Fabulas de Hysopo, ó si se pudiere haver á la mano, el de las fabulas de
Fedro.164
La revaloración del latín tenía relación con la formación de mejores
sacerdotes, que conocieran la doctrina de principio a fin. Pero también tenía una
connotación política: demostrar que se podía enseñar sin contar en absoluto con
el conocimiento de los jesuitas. Es necesario enfatizar que en los debates sobre
la reforma a la educación, muchas personas se pronunciaron a favor de
desaparecer o combinar la enseñanza del latín con el castellano; empero, por la
importancia para el buen desarrollo del sacerdocio, se intentó fortalecer el latín,
sobre todo en los colegios de origen tridentino, mientras que en las universidades
se dio prioridad al castellano.
Fabián y Fuero, conocedor de la relevancia del latín, modificó como ya se
ha observado, la cátedra de Retórica, y específicamente, la de Gramática. Y para
que se cristalizara de forma satisfactoria este tipo de enseñanza, consideró
pertinente la creación de una Academia de Letras Humanas, donde se pudieran
ejercitar y graduar a los futuros maestros en las cátedras. Con este fin fundó la
Cátedra de Latinidad, llamada también de Retórica y Letras Humanas. En estas
cátedras se centraría la oposición de materias, y los examinados debían explicar
primero la división de la Gramática de esta forma:
[…] la Etymologia, ortografía, síntesis, prosodia, manifestando la inteligencia de
la lengua latina, y a este fin declararán qualquiera pasage que se proponga de
los Libros de las Odas de Horacio, de Ciceron y de Salustio… En este primer
164
Ibid., p. 560-561.
149
egercicio deberán los opositores a la Catedra de Latinidad, Clase de Mayores,
Rethorica y Letras Humanas dar razón, además de lo que queda dicho, de las
principales obras de Virgilio, y de todas las Lyricas y Heroycas de Horacio, y de
las Transformaciones de Ovidio, explicando lo que se les pidiere de estos
autores, y las figuras Rethoricas de que hubieran usado allí…165
La segunda parte de la oposición consistía en la creación de una Oración o
Elogio, que debía presentarse por escrito. Para esta prueba se les podía formular
a los aspirantes resoluciones y preguntas del examen. Por la complejidad del
trabajo, se les ordenó a los examinadores que las pruebas no se realizaran de
memoria, sino por escrito.
El examen de oposición para la cátedra de Latinidad y Clase de Medianos,
consistía en la construcción de una oración tomando como base las ideas de
Cicerón. El tiempo concedido para efectuar este ejercicio era de cuarenta y ocho
horas y se le proporcionaba al examinado uno o dos amanuenses para que lo
ayudaran en la redacción del texto. Por su parte, el examinador estaba obligado a
revisar la ortografía y la puntuación del escrito, además debía evaluar la
argumentación y elaborar minuciosamente las preguntas para poder dar su
veredicto.
Finalmente, sobre aquellos que fueron elegidos en las Cátedras y que de
inmediato se integraran a la Academia el primer requisito que se les pedía era que
estuviesen graduados en Filosofía o Teología. El segundo requisito consistía en
que ninguna persona podía hablar en lengua “vulgar”, sólo en latín, salvo el
Presidente de la Academia. El castellano se utilizaría si se les encargaba
165
Ibid., p. 584.
150
expresamente la creación de alguna pieza. De las dos horas que estaban
destinadas a la Academia, una se utilizaba para estudiar la Oratore de Cicerón;
para cuando se concluyeran estas lecciones se pasaba a explicar las Filípicas, así
como la Retórica de Fray Luis de Granada. La segunda hora se designaba a la
defensa del escrito sobre el elogio que el catedrático hubiese señalado.
La renovación en la enseñanza del latín era una de las tareas primordiales
de Fabián y Fuero, aunque no descuidó otros aspectos que consideraba básicos
para el perfeccionamiento del sacerdote; fue así como decidió fundar para los
Colegios las Cátedras de Lengua Griega y las de Concilios, Historia y Disciplina
Eclesiástica. Este nuevo Decreto ordenaba que la Cátedra de Griego fuera
tomada por tres años. Los teólogos y juristas, de igual forma, impartirían clases
en la Academia de Bellas Letras. Mientras tanto, la Cátedra de Concilios, Historia
y Disciplina Eclesiástica, eran obligatorias para los cursantes de cuarto año, los
pasantes de Teología y los jurisconsultos.166
Estas disposiciones que mandó Fabián y Fuero para mejorar el
funcionamiento de los colegios, fueron aprobadas por las altas autoridades de la
Península, incluidas de las que dispuso el rey para que se acataran en todos sus
dominios, tal fue el caso de la Real Cédula del 25 de abril de 1769, en la que se
ordena eliminar de todas las cátedras todo lo concerniente a la forma de enseñar
de los jesuitas; en vez de utilizar a los autores de esta Compañía, se establecía el
estudio de la obra de Santo Tomás de Aquino. Entre los autores y que debían ser
suprimidas se hallaban las Doctrinas prácticas del padre Pedro de Calatayud, la
Suma Moral del Padre Busembaun y el Enigma Theologicum del padre Álvaro
166
Ibid., pp. 638-639.
151
Cienfuegos. Esta Real Orden ponía especial énfasis en que se le diera
cumplimiento en sus dominios americanos, como se ve aquí:
Y habiendo representado los fiscales de mi Consejo de las Indias las razones
que concurren para que se entienda y mande observar en mis Dominios de la
América la mencionada providencia en todas las Universidades y Estudios de
Ellos, extinguiendose las Catedras de la Escuela llamada Jesuistica, y que no
se use de los Autores de Ella para la enseñanza, y mucho más quando Esta há
tomado tanto incremento en aquellos mis Reynos, ocasionando graves
perjuicios, que es justo y conveniente se remedien, para que mis vasallos
consigan las utilidades que se siguen de su extinción…167
Inmediatamente, al recibir esta Real Cédula, Francisco Fabián y Fueron
mandó a las máximas autoridades de los colegios de San Juan, San Pedro y San
Pantaleón, que su contenido fuera fielmente ejecutado. De esta manera quedaba
eliminado, de una vez por todas, todo lo concerniente a la Compañía de Jesús, y
se daba cumplimiento al ideal de Palafox y Mendoza, quien un siglo atrás había
refundado los colegios para beneficiar al clero secular.
Prácticamente, con Fabián y Fuero se efectuaron las últimas grandes
transformaciones en los colegios, porque los obispos que lo precedieron
simplemente mantuvieron las disposiciones con las que habían estado operando.
Es a mediados del siglo XIX cuando los colegios desaparecieron como
consecuencia de las Leyes de Reforma. A partir de la entrada en vigor de éstas,
todo el conjunto arquitectónico pasó a manos del Estado, e inclusive a formar
parte de las propiedades de un particular llamado Julio Ziegler. Más tarde
167
Ibid., p. 459.
152
volvieron a pertenecer otra vez al Gobierno del Estado y, como señala Ernesto de
la Torre Villar, ahí se instaló la Escuela de Medicina; en 1891 fue utilizado como
Palacio de Gobierno. Finalmente, en el siglo XX una parte del edificio fue
reutilizada por el Gobierno Estatal, y en él se creó Secretaría de Cultura.168
Con lo hasta aquí referido, concluimos la primera parte de este capítulo, en
el que hemos estudiado la conformación y desarrollo de los colegios. Antes de
centrarnos directamente en la descripción de la Biblioteca Palafoxiana, es
pertinente revisar cuál fue el contexto de apropiación, recepción y circulación del
libro, así como la función de los lectores en la Nueva España, con la finalidad de
destacar la importancia de esta biblioteca en el mundo novohispano.
3.5 El libro en la Nueva España
Sobre la llegada del libro a la Nueva España no hay datos suficientes acerca de
quién o quiénes lo introdujeron por primera vez. Irving Leonard, por ejemplo,
señala en sus investigaciones que algún miembro de la expedición de Cortés bien
pudo haber traído algún libro. El mismo Leonard documenta el establecimiento de
la sociedad novohispana, como la época probable de la aparición del libro impreso
en Nueva España. Destaca que el virrey Antonio de Mendoza, dentro de sus
efectos personales, trajo una caja don doscientos libros, sin que se conocieran los
títulos de estos volúmenes.169
168
Ernesto de la Torre Villar. El Colegio de San Juan…, op. cit., p. 51. 169
Irving Leonard. Los libros del conquistador. México, FCE, 1ª reimpresión1996, p. 90.
153
Casi es seguro que los primeros libros que arribaron a la Nueva España
fueron traídos por los religiosos, por tanto se tratarían primordialmente de Biblias,
libros de horas y textos litúrgicos. La necesidad de destruir las viejas prácticas de
los indígenas motivó que se estableciera una imprenta en estas tierras, para que
sirviera de apoyo en la tarea evangelizadora. Pero antes debió decretarse una
serie de legislaciones para que no proliferaran libros sin ningún control. La
primera que se otorgó fue en 1506, fue hecha por Fernando el Católico, y en ella
se prohibía la venta de libros con contenido profano en la isla de La Española. A
esta primera Real Orden le continuaría la del 4 de abril de 1531, en la que se
restringía la circulación de los famosos Amadís, así como todo género de libros de
caballerías e historias paganas. Estas recomendaciones llegaron a manos del
virrey Antonio de Mendoza “para evitar que los indígenas tuvieran libros que les
pudieran confundir”.170
La imprenta en estas tierras fue producto de las ideas de Fray Juan de
Zumárraga. Ante la petición de su implantación, el rey, a través del Consejo de
Indias dio el privilegio a Juan Cromberger para que estableciera una imprenta en
la capital del virreinato. Jacques Lafaye ha destacado que no fue extraño que se
le cediera el privilegio a Cromberger, ya que junto con Zumárraga tenía algunos
negocios.171 Así, el impresor en Sevilla designó a Juan Pablos para que iniciara
las operaciones en la Nueva España. El mismo Cromberger logró el monopolio de
la venta e impresión de libros y cartillas para esta región.
170
Pedro J. Rueda Ramírez. Negocio e intercambio cultural. El comercio de libros con América en la Carrera de Indias (Siglo XVII). Diputación de Sevilla, Universidad de Sevilla, 2005, pp. 34-35. 171
Jacques Lafaye, op. cit., pp. 94-95.
154
Al terminar el monopolio de Cromberger, aparecieron nuevos impresores
como Antonio de Espinoza, Pedro Ocharte, Pedro Balli, Antonio Ricardo y Henrico
Martínez. En el siglo XVII los impresores más destacados eran Luis Ocharte
Figueroa, Diego López Dávalos, Jerónimo Balli, Juan Ruiz, Francisco Robledo y
Francisco Rodríguez Lupercio, entre otros.
Los libros que más sirvieron a los religiosos para la conversión de los
indios, y al mismo tiempo permitieron entender las primeras letras a los hijos de
los conquistadores nacidos en estas tierras, eran las Cartillas, consideradas como
el instrumento fundamental para leer. La importancia que las autoridades reales
conferían al hecho que los niños indígenas, sobre todo los hijos de los caciques se
instruyeran, hizo que las cartillas fueran impresas en territorio novohispano. De tal
forma que el 18 de marzo de 1553 y el 16 de noviembre de 1556 se ordenó que el
Hospital Real de Indios de México obtuviera el privilegio de la impresión de
cartillas, y que junto con la Catedral de Valladolid fueran los distribuidores de estos
libritos.172
Junto con las cartillas, los religiosos utilizaban catecismos escritos en
diversas lenguas indígenas para enseñar. Por ejemplo, los franciscanos utilizaban
la Doctrina Cristiana breve en lengua mexicana de Fray Alonso de Molina. Por su
parte, los dominicos y agustinos redactaban sus catecismos con algunas
diferencias para distinguirlos de los de los franciscanos, como la disminución en el
número de las citas bíblicas. Ante esta situación, el Tercer Concilio Provincial
172
Fermín de los Reyes Gómez. El libro en España y América. Legislación y censura (siglos XV-XVIII). Madrid, Arco/Libros, vol. 1, p. 74.
155
Mexicano, se dio a la tarea de uniformar los criterios y hacer un texto único que
fuera obligatorio en todo el virreinato.
Mientras, con las aprobaciones establecidas en el Concilio de Trento para
que se modificara el Breviario, junto con el Misal y otros libros de la liturgia, Felipe
II impuso que las imprentas españolas elaboraran los libros del Nuevo Rezado.
En cédula de 1573, Felipe II concede al Prior y Convento de El Escorial, para que
se imprimieran y vendieran los libros en Castilla. El 9 de diciembre del mismo año,
se vuelve a dar una Real Provisión, en la que se concede al Prior y al Monasterio
imprimir y vender en las Indias el Breviario y el Misal.173
Pero no sólo fueron las imprentas locales o la importación de libros las que
hicieron posible la circulación de estos en la Nueva España. Carlos Alberto
González Sánchez, a través del estudio de los documentos llamados Bienes de
difuntos, ha destacado que algunas personas que emigraron a estas tierras traían
libros impresos con una gran variedad de temas, que iban desde la medicina, con
obras de Hipócrates y Galeno, hasta las de Aristóteles, Virgilio, Esopo, Cicerón,
Platón, Ovidio, Séneca y Homero, así como obras de Petrarca, Ficino Vives y
Alberti, además de los registros de las creaciones literarias del siglo de Oro, como
El Guzmán de Alfarache de Mateos Alemán, Las Novelas Ejemplares y El Quijote
de Cervantes, Las Arcadias y Las Comedias de Lope de Vega. Y a pesar de las
restricciones, ingresaron a la Nueva España las novelas de caballería, como El
Caballero Asicio, Los Floranis y los famosos Amadis.174
173
Ibid., p. 223 174
Carlos Alberto González Sánchez. “Cultura escrita y emigración al Nuevo Mundo: Nueva España en los siglos XVI y XVIII”, Del autor al lector. I Historia del libro en México. II Historia del libro, Carmen Castañeda (coord.), México, CIESAS/Miguel Ángel Porrúa, 2002, pp. 22-43.
156
En cuanto a las bibliotecas o librerías coloniales, algunos autores refieren
que durante el primer siglo de la Conquista se fundó un buen número de éstas; por
ejemplo, señalan que hubo una en el Convento de San Francisco de México, y
una más en el Colegio de Santiago Tlatelolco y en la Real Audiencia. Sin
embargo, no tenemos un dato que refuerce estos señalamientos. Sostenemos que
más que hablar de una biblioteca, lo conveniente sería hablar de una colección de
libros con los que contaban estas instituciones, tal como Armando Petrucci ha
distinguido, cuando se refiere a algunas “bibliotecas” altomedievales, o sobre la
colección de Carlo Magno. Estos lugares simplemente contaban con una
colección de libros de muy pocos ejemplares. Y como ya se destacó en el capítulo
anterior, las librerías o bibliotecas de la época tenían sus patrones en la
construcción:
Por lo tanto, estos lugares donde se conservaban los textos en su mayoría
manuscritos e impresos, más que librerías o bibliotecas, se semejaban mucho al
scriptorium medieval, como señaló el erudito Luis Weckmann:
En la Edad Media, en consecuencia también en la Nueva España, la cultura
siempre estuvo encomendada a las corporaciones religiosas. Antes de la
invención de la imprenta existía en los conventos un lugar llamado scriptorium,
donde se copiaban, iluminaban y se guardaban los manuscritos. Entre las
actividades de los franciscanos en la Nueva España, herederas de su pasado
medieval, además de la enseñanza de las primeras letras, del canto religioso y
de la doctrina cristiana, se encontraba la iluminación de manuscritos, arte
cultivada en Santa Cruz de Tlatelolco y en otros sitios.175
175
Luis Weckmann. La herencia medieval de México. México, FCE/El Colegio de México, 2ª edición 1996, p. 468.
157
3.6. La formación de la librería de los Colegios Tridentinos de Puebla
La relevancia de la Biblioteca Palafoxiana cobra fuerza por ser una de las primeras
en la América Española, con la misma infraestructura de las existentes en Europa.
Esta biblioteca iniciaría su proceso de conformación a partir de los libros donados
por el obispo Juan de Palafox y Mendoza. Sin embargo, con la aparición de
nuevos documentos, la primera noticia de donación de libros para los colegios la
hizo el fundador del Colegio de San Juan, el presbítero Juan de Larios, pues él, en
su carta de donación expresa la conveniencia de que sus libros, tras su muerte,
fueran ocupados y cubrieran las necesidades de los futuros colegiales; por lo
tanto, dejó señalado lo siguiente:
[…] le hago la dicha donacion irrevocable en la forma dicha á el dicho Colegio
para que despues de mis dias, de toda la librería que al presente tengo y tuviere
al tiempo de mi fin y muerte para que todos los dichos libros de que se hara
inventario se pongan en un aposento en el dicho Colegio que para este efecto
se ha de hacer y allí estén los dichos libros no solo para que se aprovechen de
ellos los dichos colegiales pero asimismo todos los prebendados y demas
clérigos que quisieren sin que nadie los pueda sacar de la dicha pieza de
librería y pido que para este efecto su señoria de el dicho señor Obispo o
sucessor ponga pena de descomunion late sententia.176
Con esto se tendría, aunque sin saber con exactitud como primer donador
de libros para los futuros colegios a Juan de Larios. De esta donación se carece
176
Carta de donación que hizo al Colegio el Ve. Sor. Dn. Juan de Larios… f.5r.
158
de datos que nos puedan especificar con certeza el número de libros y si
efectivamente la colección de Larios pasó a formar parte, tras su muerte, del
acervo de la biblioteca. Además de esta incógnita se sumarían las siguientes
interrogantes: ¿habría algún libro manuscrito en su Fondo? Como ya se ha visto,
estos libros eran la codicia de los bibliófilos de aquella época. A esta pregunta se
agregarían también estas otras: ¿cuáles eran los títulos que la conformaban? Y
¿todos los libros eran de índole religiosa? Preguntas difíciles de contestar, porque
en el Fondo de la biblioteca no se ha encontrado algún exlibris177 que pueda
señalar la pertenencia a este religioso.
Es a partir de la refundación del Colegio de San Juan y la fundación de los
Colegios de San Pedro y San Pablo, con Juan de Palafox y Mendoza, que se
empieza a gestar la idea de formar una librería que sirviera a los mismos
colegiales. Así, el 5 de septiembre de 1646, Palafox y Mendoza donó ante notario
público la cantidad de cinco mil libros, como consta en el siguiente documento:
[…] Ressolvimos a onrra y gloria de Dios Nuestro Señor ser muy util y
combeniente huviere en esta ciudad y Reyno una Biblioteca Publica de diversas
facultades y ciencias donde todo genero de personas y en particular los
Eclessiasticos seculares y regulares y otros profesores de las letras cursantes y
passantes puedan estudiar como les combenga por la grande falta que suele
haver de libros en estas partes por traersse de otras tan remotas y no haver en
ellas numero de impresiones y comodidad de papel para poderla haver en cuya
consecuencia a nuestra costa emos adquirido y juntado una librería de diversos
177
La mejor definición sobre los exlibris nos la ha dado José Luis Checa Cremades: Se ha definido genéricamente el exlibris como cualquier marca sobre el libro que denota que es propiedad de una persona o entidad. Una segunda definición más estricta considera al exlibris como toda inscripción, motivo de arte, blasón, monograma, alegoría o emblema grabado en relieve o tinta fijado en las guardas o tras las pastas del libro como signo de posesión. En El libro antiguo. Madrid, Acento Editorial, 1999, pp. 46-47.
159
autores ciencias y facultades de la Sagrada Theologia sacros canones leyes
philossofia medicina y buenas letras que consta de cinco mil cuerpos poco mas
o menos que al presente tenemos en sus estantes con su Regeria de alambre y
otras curiosidades a ella destinadas y de que se ara mención en nuestro
Palacio Episcopal.178
Sobre la donación hay que mencionar algunos aspectos que nos parecen
relevantes. Primero, en el documento de donación se señala que fueron alrededor
de cinco mil libros los que donó Palafox y Mendoza; no obstante, en un artículo
publicado en el año 2000 por Ricardo Fernández Gracia se cita un documento que
es un Memorial de Palafox al Rey, donde se señala una cantidad diferente, como
veremos a continuación:
Aviendo expermientado la necesidad que avía de copia de Ministros de Doctrina
que supiesen diversas lenguas de los indios y entre los quales se pudiese elegir
el más benemérito, consultándolo primero a Vuestra Magestad, erigio el
Seminario de San Pedro y San Pablo, que es una de insignes obras de la
Nueva España, asignando la renta conforme al Santo Concilio de Trento y
fundando Cátedras… y para mayor aprovechamiento y luzimiento de los
Maestros y Estudiantes, les agregó y donó su librería, que consta de más de
quatro mil cuerpos de libros…179
Así, en dos documentos distintos aparecen cantidades diferentes. Aun
suponiendo que la cantidad de cinco mil libros fuera la correcta, habría diversas
preguntas qué plantearse. Los estudiosos de la vida de Palafox y de la Biblioteca
178
Real Cédula sobre la fundación Reales Colegios y Cédulas de aprobación de Felipe IV, volumen R-425. A partir de la foja 33 se encuentra el documento de donación de la librería por parte de Palafox y Mendoza. 179
Tomado de Ricardo Fernández Gracia, “Don Juan de Palafox y Mendoza, promotor y mecenas de las artes”, en El Virrey Palafox. Madrid, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Caja Duero, 2000, p. 74.
160
Palafoxiana han sostenido que los cinco mil libros que donó Palafox eran de su
biblioteca personal. Los cuestionamientos serían los siguientes: ¿Cuando llegó
Palafox a la Nueva España, traía ya tal cantidad de libros?, o ¿en cuántos viajes
trasladó tan cuantiosa librería? Si no fue así, ¿cuántos logró traer de España y
cuántos consiguió en sus casi nueve años que estuvo en la Nueva España?
Dudas razonables si tomamos en cuenta que sólo una persona con una
enorme riqueza podía adquirir una buena cantidad de libros, pues éstos a pesar
del abaratamiento que produjo la imprenta, siguieron siendo caros el común de la
gente. Por ejemplo, Maxime Chevalier, al estudiar con ciertas limitantes algunos
inventarios de bibliotecas particulares en la España de los siglos XVI y XVII,
muestra un promedio de cien hasta tres mil ochocientos ochenta libros: esta última
cifra de la librería de Diego de Arce, Obispo de Plasencia e Inquisidor General y
Consejero de Estado.180 Es decir, salvo raras excepciones, no se traspasaba la
cantidad de los mil libros, como fue el caso de Diego Sarmiento Acuña, Conde de
Godomar, quien logró reunir alrededor de quince mil libros, o el caso del Marqués
censor de Mondejar, Gaspar Ibáñez de Segovia, el cual logró reunir la cantidad de
cinco mi libros; pero éstos y algunos más fueron la excepción a la regla.
Quienes señalan los cinco mil libros que pertenecieron a la biblioteca de
Palafox hacen siempre esta observación a partir de una visión contemporánea,
pues no se ponen a pensar que el mundo del libro, para esa época, era
demasiado complicado en todos sus procesos, desde la forma de producirlo hasta
su consumo. Aunado a la complejidad del mundo de los libros se hallaba otro
180
Maxime Chevalier. Lectura y lectores en la España de los siglos XVI y XVII. Madrid, Ediciones Turner, 1976, pp. 31-36.
161
problema: el de los estilos de lectura en los siglos XVI y XVII, pues los textos
impresos de leían de manera alegórica o simbólica y con un fin moralizante. Los
lectores de estos siglos realizaban en la práctica una lectura intensiva; es decir,
no poseían muchos libros sino únicamente los considerados indispensables, pero
conocían su contenido y los releían profusamente. A partir del siglo XVIII, cuando
la sociedad pasa de ser una sociedad religiosa a una laica, la lectura también se
empieza a modificar. De ser intensiva se convierte en extensiva, referencial y
crítica, caracterizada por la variedad y volumen de las obras, como lo refiere
Roger Chartier:
Otra “revolución de la lectura” se refiere por su parte al estilo de la lectura. En
la segunda mitad del siglo XVIII, a la lectura “intensiva” sucedería otra,
calificada como “extensiva”. El lector “intensivo” es confrontado con un corpus
limitado y cerrado de textos, leídos y releídos, memorizados y recitados,
escuchados y conocidos de memoria, transmitidos de generación en
generación. Los textos religiosos, en primer lugar la Biblia en los países de la
Reforma, son los alimentos privilegiados de esta lectura notablemente marcada
por la sacralidad y la autoridad. El lector “extensivo”, el de la Lesewet de la
rabia por leer que surge en Alemania en tiempos de Goethe, es un lector
totalmente diferente: consume impresos numerosos y diversos, los lee con
rapidez y avidez, ejerce a su respecto una actividad crítica que ya no sustrae
más ningún dominio a la duda metódica.181
Así, con el tránsito de una lectura “intensiva” a una “extensiva”, el lector
estaba obligado a la consulta de un copioso número de libros. Por lo tanto, pensar
que Palafox y Mendoza era un lector en extenso, y que por eso acumuló tal
181
Roger Chartier. Sociedad y escritura…, op. cit., p. 254.
162
cantidad de libros, es una situación improbable si no es que imposible. Por eso
nos gustaría proponer una hipótesis que puede ayudar a desentrañar esa
problemática. Consideramos que de los cuatro mil o cinco mil libros que se
destinaron para la librería de los colegios, una parte fue reunida por Palafox y
Mendoza y el resto de los libros, en su gran mayoría fueron reunidos por los
obispos de la Diócesis anteriores a Palafox, y que al momento de la donación los
Fondos fueron agrupados en uno solo. Hay que mencionar también que para
albergar tal cantidad de libros, sólo podía hacerse en un convento o en la misma
sede del obispado.
Además, hay que señalar que los libros que se han conservado hasta la
actualidad, son pocos los que llevan el ex libris de Palafox y Mendoza, es decir, no
hay marca alguna que nos indique que tal cantidad de libros pertenecía a su
biblioteca personal.
Otro punto que es oscuro, y digno de mención, es que en la donación que
se hizo no se destaca el número de libros impresos que fueron cedidos, pues en la
misma donación Palafox señala lo siguiente: “lo primero resservamos desta
donacion los libros mani escriptos que tenemos en la dicha librería para sacarlos y
llebarlos della libremente sus originales o las copias como nos pareciere
combeniente…”. Es decir, que además de los libros impresos había también una
buena cantidad de libros manuscritos; sin embargo, no hay un dato seguro para
señalar si dentro de los “cinco mil libros” se contabilizan los manuscritos como el
total de la donación, aunque éstos se quedaran en la sede del obispado. Con esto
surge una nueva interrogante: ¿Cuántos fueron los libros que efectivamente se
incorporaron a la naciente librería?
163
Además de los libros, se hizo entrega de los estantes y el enrejado de
alambre; se donaron también dos globos, uno celeste y otro terrestre, un espejo
que llaman “de quemar acero”, una piedra imán, una caja de terciopelo con
instrumentos matemáticos, dos astrolabios, mapas y las llamadas Cartas de
Marear. Prácticamente con estos instrumentos se estaba dotando a la
Palafoxiana de todo el mobiliario que una biblioteca debería de tener como
cualquier otra biblioteca de Europa. Esto nos lleva a considerar que en realidad se
desmontaba una biblioteca que estaba en el Palacio Episcopal para colocarla
ahora en los edificios de los colegios.
En cuanto a las disposiciones que se plantearon desde la misma donación,
pueden nombrarse las relativas a los libros manuscritos de los cuales ya dimos
cuenta: en el mismo documento se establecía horario para la utilización de la
biblioteca, destacándose que los futuros colegiales, eclesiásticos y aquellos
seculares que necesitaran utilizarla lo podían hacer desde las ocho de la mañana
hasta las once, y de las tres a las cinco de la tarde. Y para evitar la dispersión de
los libros, Palafox y Mendoza dejó estipulado lo siguiente:
[…] Y prohibimos yntotum que no se pueda vender ni enajenar la dicha Libreria
y su adorno ni el de la dicha capilla ni que se saque libro alguno de la dicha
Libreria por via de prestamo ni en otra manera aunque preceda licencia de los
señores Obispos que nos subcedieren ni de nuestro Benerable Dean y Cavildo
en sus bacantes de propio mutuo o a instancia de particulares por cualquier
titulo o pretexto que sea para cuya perpetuidad y observancia protestamos
ympetrar breve dessu Santidad con censura Reservada y la misma prohibicion
ponemos de que los Señores Obispos nuestros Subcessores cada qual en su
tiempo no puedan sacar para su casa ningun libro de la dicha libreria pues tiene
164
puertas correspondientes a nuestro Palacio Episcopal y ssiendo servidos podra
con comodidad entrar y salir en dicha libreria y hacemos parte formal y lexetima
para pedir cumplimiento desta condicion contra los transgressores a ella a los
dos Ilustres Cavildos Eclessiasticos y Secular, desta muy noble y leal ciudad.
Rector y Thesorrero de los dichos colegios pues mira al util general que
consiste en la conserbacion perpetua de dicha Librería.182
El último punto que trata este documento de donación se refiere al
bibliotecario, cuya función principal era el cuidar la biblioteca, pero sobre todo,
vigilar que los libros no fueran sustraídos del lugar, pues de lo contrario, “perdería
el oficio el dicho Bibliotecario”. Las llaves de la librería quedaban en resguardo de
Palafox y Mendoza y en caso que él faltara, se le encomendaría al bibliotecario
que fuera nombrado, y si también a su vez éste no estuviera, se le entregarían al
rector de los Colegios.
Esta escritura de donación fue firmada por el notario Nicolás Valdivia y
como testigos aparecieron el padre Fray Buenaventura de Salinas de la
Providencia de San Francisco, el deán de cabildo Juan de Vega, don Miguel de
Poblete Maestrescuela y Fray Juan de Herrera. Siguiendo la tradición, Juan de
Palafox hizo llegar al rey la noticia de la fundación de los Seminarios, y junto con
esta primicia también le informó sobre la creación de una librería que sirviera a los
estudiantes. La respuesta del monarca le fue notificada por la Real Cédula del 30
de diciembre de 1647, en la que se aprueba el proyecto y se le agradece lo
buenos oficios para su consecución:
182
Loc. Cit. f. 34 v.
165
El Rey […] Don Juan de Palafox y Mendoza Obispo de la Iglessia Catedral de la
ciudad de la Puebla de los Angeles […] Presento en el dicho mi consejo la
ereccion y fundacion que hice del dicho colegio en veinte y dos de agosto de
seiscientos y quarenta y cuatro en conformidad de lo dispuesto por el Santo
Concilio de Trento y cedulas mias y en particular por la de catorce de julio de
seiscientos y quarenta y tres; y renta que le situasteis colegiales y cátedras que
elixistis y donacion que le hicisteis de una libreria y haviendose visto por los del
dicho mi Consejo de las Yndias con lo que sobre ello pidio mi fiscal en el
atendiendo que esta obra es de tanta utilidad connunciencia al bien comun y
particular de los vecinos y naturales de vuestra diócesis e tenido por bien de
aprobar y confirmar la dicha ereccion y la fundacion en la forma y como en ella
se contiene aunque se pongan mis armas a la puerta de dicho colegio […] Y
teniendo muy presente el celo con que en esto abeis obrado que es muy
conforme a vuestro Instituto y obligaciones os doy las gracias por ello y por
haverlo executado.183
Formalmente, no se tiene un respaldo documental que permita fijar la fecha
de apertura del edificio que albergó esta primera librería. Destacamos lo anterior
porque la mayoría de los investigadores toman el 5 de septiembre de 1646 como
referente de su inauguración; pero como ya se observó, dicha fecha corresponde
a la de la donación hecha por Palafox, así que es impreciso atribuírsela a la
entrada en funciones de la librería.
Con un pie fuera del obispado, y casi de la Nueva España, Palafox y
Mendoza otorgó sus últimas ordenanzas para los colegios y para la librería. En lo
relativo a esta última, dispuso varios términos de suma importancia, pero antes de
llevar a cabo su proyecto, explicitó sus intenciones al fundar la librería:
183
Loc. Cit., f 46.
166
Una de las cosas que é jusgado por muy necessaria en estas provincias y
obispado es una libreria publica y comun en donde los pobres y otros que no
tienen copia de libros puedan comodamentte estudiar…184
Sobre la cita anterior parece haber un consenso entre los investigadores de
la Palafoxiana, al considerarla como la primera biblioteca “pública”, pues la
mayoría la ha interpretado quizás demasiado literalmente. Ernesto de la Torre
Villar hace un comentario al respecto:
[…] la falta de bibliotecas públicas donde los pobres pudieran cómodamente
estudiar; la no muy abundante producción bibliográfica novohispana en su
época utilizable en los estudios; la necesidad que los alumnos de sus colegios
tenían de una biblioteca y finalmente la seguridad que él tenía de que la cultura
y sus fuentes pudiesen preservar a la Nueva España de algún trastorno político,
intelectual o religioso. Palafox no era un hombre que tuviera temor a la cultura
y a los libros, muy por el contrario, él estaba seguro de la benéfica influencia
que ellos ejercen en los hombres.185
Por lo regular, el concepto de “biblioteca pública” tiende a malinterpretarse,
debido a que con frecuencia, cuando se hacen estudios sobre estos lugares, como
aduce Fernando Bouza, se tiende a establecer categorías actuales al pasado,
como la dicotomía público/privado, que no pueden aplicarse al contexto de la
época.186 Cuando se habla de “biblioteca pública” no es acertado entenderla en el
sentido moderno que le adjudicamos a la palabra; es decir, no significa “donde
184
Instrucciones para el Obispado de Puebla. op. cit. 185
Ernesto de la Torre Villar. “Nuevas aportaciones sobre la Biblioteca Palafoxiana”, en Boletín de la Biblioteca Nacional. México, UNAM, Segunda época, número 1, tomo XI enero-marzo, 1960, p. 39. 186
Fernando Bouza. Imagen y propaganda…, op. cit., p. 173.
167
conviven o leen todas las personas sin distinción de clases o condición social y de
género”. Más bien, debería comprenderse el concepto de “público” en el sentido
de que una persona que es capaz de escribir y sobre todo de leer, pero que no
pertenece a la esfera de la Iglesia ni de las instituciones civiles, puede entrar a la
biblioteca, consultar libremente los libros, sin que su condición social se lo impida.
Con esto queremos decir que la biblioteca, desde su fundación hasta la
actualidad, se halla en función de un segmento pequeño de la población, cuyos
miembros han recibido los motes de “eruditos” y que hoy se les nombra como
“intelectuales” o “investigadores”. Así, el “pueblo” queda excluido de los beneficios
de la cultura de los que sí gozan los círculos de letrados. Además de esto, hay
que destacar que las librerías de la época se podían ubicar en privadas. El mismo
Palafox deja entrever las cualidades y atributos de las personas que podrían
utilizar la librería: “Assi mismo ordeno que los que hubieren de usar de la libreria
sean personas de satisfazion”.
Podemos entender que para Palafox esas personas “de satisfazion” eran
las socialmente aceptadas por esa sociedad letrada, “por eso pueden aprovechar
mejor los libros”. Los mismos libros que se conservan en la actualidad nos
permiten corroborar lo que ya hemos señalado, pues sus temáticas distan mucho
de ser asequibles a cualquier persona común para la propia época, e inclusive
para la actual.
Volviendo a la descripción de los motivos que llevaron a la creación de esta
librería, Palafox señala cuatro ordenanzas que para él revestían gran importancia:
168
La primera por que se ban consumiendo los libros que ay en estas provincias
parte con la polilla que aquí los maltratta mucho, parte con venderlos para
desazerlos en cartones y para chocolate […] La segunda por que aquí ay muy
pocas o raras impresiones ni frequencia de comercio con los de Europa y si
bien algunas vezes vienen libros pero por la mayor parte son ynutiles y assi es
nezesario se conserven para lo publico los que son utiles y combenientes. La
tercera porque estas publicas Bibliotecas en parte tan remotas pueden ser muy
nezessarias en la turbacion de las opiniones aque esta expuestta la inteligencia
humana y accidentes de los tiempos pues suelen succeder en los públicos
estados de los Reynos controbersias Generales y despertarse sismos y
dibisiones y assi siempre sera combeniente conserbar las librerias y donde no
las hubiere fundarlas. La quartta porque haviendo fundado estos collegios
estudios y cathedras muy combenientte sera dentro de ellos dejarles una
libreria donde puedan en todo genero de facultades y ciencias aprender y
ejercitarse sin costo y con comodidad y utilidad comun.187
A través del uso del lenguaje dramático, Palafox señala y justifica que sólo
la edificación de la librería podría salvar los libros y preservar así el conocimiento
que de ellos emanaba, porque había un sector de la población que “poca” o “nula”
importancia le prestaba al libro. Si este fragmento se tomara de forma literal,
como suelen hacerlo algunos “estudiosos” del tema, prácticamente estaríamos
observando que los hombres de la época compraban libros sin saber qué hacer
con ellos, y ante su incapacidad de comprender “fielmente” su contenido, los
tiraban a la calle. Más bien, sería apropiado entenderla como un despliegue
retórico de elegancia narrativa de la época, para justificar la creación de la
biblioteca.
187
Instrucciones para el Obispado de Puebla. op. cit.
169
Continuando con las disposiciones de Palafox, en el siguiente apartado se
describen las funciones que debe seguir el bibliotecario, principalmente el cuidado
en evitar el hurto de libros, así como vigilar a las personas que tuvieran acceso a
este lugar. Además, para evitar la desaparición de libros, Palafox sugería que sólo
se abriera un cajón para sacar el ejemplar solicitado, volviéndose a cerrar
inmediatamente. En cuanto a la preservación e inventario de los libros, sus
recomendaciones eran las siguientes:
En cada dos meses se limpien los libros y se ponga en ellos algun algodon para
que se conserven y esto lo hagan los collegiales dándoles veynte pesos a todos
los que acudieren por el travajo.
La memoria de los libros se guarde por duplicado una por el thesorero otra por
el Bibliotecario que estte en la misma libreria y cada año se reconozca alguno
con asistencia del Prefecto de las escuelas a quien hacemos conservador de
dicha Biblioteca y del Rector Bibliotecario y thesorero a cuio cargo están los
bienes y días de los dichos collexios y estudios.188
En la parte final del documento se especifica que el acervo se debería ir
acrecentando; para esto se indicaba la cantidad de trescientos pesos para la
compra de libros en España. El proceso de las adquisiciones era supervisado por
el Real Colegio de Indias, con lo que se evitaría la compra de libros que no
aportaran ningún beneficio o provecho a los colegiales.
Por otra parte, hay que señalar que existe un gran vacío de información
acerca del espacio físico que albergó en una primera estancia la librería, pues no
se cuenta con documentos que nos permitan conocer cuales eran las
188
Instrucciones para el Obispado de Puebla, Op. Cit.
170
características de este primer edificio; solamente se encuentra el testimonio del
escribano público Nicolás de Valdivia, del año de 1647, señalando que “y asi
mismo vide cubierta y enmaderada de nueva obra reciente y acabada una sala
alta en dicho colegio del Señor San Pedro que ha de servir de librería y otra pieza
alta que le sigue para capilla de dicho colegio…189
Al parecer, la librería se instalaría junto al colegio de San Pedro, pero lo que
llama la atención es que los colegios aún estaban por terminarse, por lo menos
hasta el año de 1647. A todo esto surge una duda: ¿Palafox y Mendoza
realmente estuvo en la Nueva España cuando los colegios de San Pedro y San
Pablo fueron abiertos a la gente? ¿Palafox pudo constatar el funcionamiento de la
librería, o siquiera los inicios del traslado y colocación de los libros en los
estantes? Consideramos de capital importancia señalar esto porque al parecer,
desde la donación, la biblioteca tardó en ser funcional para los colegiales, pues al
revisar la descripción de Nicolás de Valdivia, podemos darnos cuenta de que ni los
colegios, y menos la biblioteca habían sido habilitadas en el año de 1647.
Entre estas nuevas interrogantes, es preciso señalar que de las últimas
noticias que se tuvieron a lo largo del siglo XVII respecto de la librería, parece que
los obispos que sucedieron en el cargo a Palafox y Mendoza, donaron algunos
libros. Según dejó escrito Juan B. Iguíniz al citar al biógrafo del obispo Manuel
Fernández de Santa Cruz, éste amplió el edificio y aumentó el número de
estantes, donándole además una buena cantidad de libros, y el impulso de
189
Tomado de Efraín Castro Morales. La Biblioteca Palafoxiana de Puebla. México, Editorial del Gobierno del Estado de Puebla, Subsecretaría de Cultura, 1981, s.p.
171
comprarlos a los navíos que venían de Europa.190 Es difícil comprobar qué tantas
donaciones se hicieron y la cantidad exacta de los libros legados, pues sólo se
recuperaron noticias de la librería hasta la llegada de Francisco Fabián y Fuero.
Si es confuso determinar las donaciones de libros desde Juan Larios hasta
Manuel Fernández de Santa Cruz que fue prácticamente el último obispo del siglo
XVII, es aún más complicado determinar cuáles y qué tipo de libros fueron los
ingresados a la librería.
Ahora demos paso a los sucesos que dieron pie a la conformación de la
Biblioteca Palafoxiana, que se han presentado desde esos tiempos hasta nuestros
días. En el siguiente capítulo nos centraremos en estudiar la conformación de la
Biblioteca Palafoxiana y las vicisitudes asociadas a ella, hasta el estado que
actualmente conserva.
190
Juan B. Iguíniz. “La Biblioteca Palafoxiana de Puebla”, en Eurindia, México, 1931, núm. 9 y 10, p. 654.
172
Capítulo 4
La librería se transforma:
el advenimiento de la Biblioteca Palafoxiana
A medida que el tiempo transcurre, las noticias relativas a la librería van
atenuándose. Ante esta carencia documental, hemos dirigido nuestra atención
hacia la figura del obispo Francisco Fabián y Fuero, pues fue gracias a sus
gestiones e iniciativas es que la librería se transformó radicalmente. No sólo
porque debido a sus disposiciones se la dotó de un nuevo edificio, sino también
porque se la proveyó de todo el mobiliario indispensable para su buen
funcionamiento. De modo que, sin deslucir las tareas que en pro de la biblioteca
había impulsado su predecesor Juan de Palafox y Mendoza, a Fabián y Fuero es
a quien debe atribuírsele la magnificencia que en su época logró la librería. No
obstante, cabe resaltar que este logro no hubiese sido posible sin que las
condiciones culturales y políticas que se estaban presentando en España no
hubiesen ocurrido, como veremos a continuación.
4.1. Las bibliotecas españolas y sus transformaciones culturales en el siglo
XVIII
Con la agitada transición de la dinastía, los Borbones españoles se plantearon
como meta fundamental modificar el gobierno y la administración. En el siglo XVIII,
al igual que el resto de Europa, en España se introdujo el absolutismo y el
173
despotismo. Los Borbones se inspiraron en el centralismo francés, y por medio del
Decreto de Nueva Planta abolieron los fueros de las religiones. En cuanto a las
Cortes –que habían sido el organismo político que limitaba el poder real–, con la
dinastía borbónica perdieron prácticamente su importancia. Por su parte, en lo que
atañe a la cultura, puede decirse que algunos ilustrados de ese siglo se
preocuparon genuinamente por cambiar la mentalidad de los españoles a través
de la divulgación de las nuevas preocupaciones científicas que se estaban
gestando por aquella época en Europa.
Como sabemos, en España se pusieron en boga los debates acerca de la
educación, que perseguían sentar las bases para hacer germinar una sociedad
más secular e ilustrada. Para esto era necesario romper con la subordinación del
conocimiento que había acaparado la escolástica. Para empezar a implantar los
cambios, era perentorio efectuar una radical revolución educativa, que podría
alcanzarse por medio de la asimilación de las innovaciones filosóficas y científicas.
Sin embargo, estas ambiciosas ideas no llegaron a concretarse en su totalidad.
Como las universidades españolas se encontraban en una severa crisis,
aparecieron las famosas academias que rivalizaron mucho con las universidades,
colegios religiosos y diocesanos. Una de esas instituciones era la Real Academia
Española, que fue aprobada en el año 1714; ésta se preocupaba por el buen uso
de la lengua castellana. A este organismo le siguió en el año 1738 la Academia
de Historia, creada con el fin de fomentar la investigación del pasado que
permitiera la unidad española. Poco tiempo después, en 1744, se formó la
primera Academia de Bellas Artes, surgida con la idea de conjuntar toda la
creación artística y difundir las artes hacia un mayor número de personas.
174
Junto con estas agrupaciones académicas aparecieron las Sociedades de
Amigos del País. Estas últimas ejercieron una gran fuerza en la promoción de los
debates sobre la educación, pues su razón de ser se fundaba en la renovación del
pensamiento antiguo, con clara influencia de la filosofía y los pensamientos
progresistas de las Luces, que se irradiaba a todos los ámbitos del saber e incluso
de la vida cotidiana. Así, en diversas regiones de España, las Sociedades
Económicas de Amigos del País se multiplicaron, siendo las más representativas
la Sociedad Vascongada y la Sociedad Económica Matritense.
Por otro lado, hubo un incremento sustancial de lectores, que además leían
más libros; es decir, que junto a la lectura intensa, se practicaba también la lectura
extensa. Sin embargo, como anota Pagerto Saavedra y Hortensio Sobrado: “El
libro era un producto caro, y sólo quienes los necesitaban por razón de estatus o
por motivos de trabajo, o quienes se hallaban bajo la influencia de un invencible
afán por saber y veían lo impreso como algo casi sagrado, estaban en condiciones
o dispuestos a invertir en su adquisición”.191
En tanto, las imprentas españolas se encontraban igual que en la centuria
anterior, con muy poca producción y los libros que se elaboraban eran de muy
mala calidad, por lo que la circulación del material impreso se dio gracias a las
importaciones. No obstante, la situación cambió a partir de las últimas décadas
del siglo XVIII, debido a las medidas adoptadas por el rey Carlos III, quien protegió
a los impresores locales, y continuó impulsando la Imprenta Real para fomentar la
producción de libros; por esto fue que aparecieron las imprentas de Joaquín
191
Pagerto Saavedra y Hortensio Sobrado…, op. cit., p. 154.
175
Ibarra, quien ha sido catalogado como el mejor impresor de España desde la
aparición de la imprenta. El otro gran impresor de la época fue Antonio Sancha.
En sus talleres surgieron notables ediciones; por ejemplo, de la prensa de
Joaquín Ibarra fueron editadas obras como El Quijote, el primer volumen del
Diccionario de Autoridades y el Breviarium Gothicum Secundum Regulan Beatisimi
Isidorio, que fue preparado por el Arzobispo Antonio de Lorenzana, y la célebre
Historia de España del padre Mariana, entre otras. De Antonio Sancha apareció la
Colección de las obras sueltas asi en prosa como en verso de D. Frey Lope Félix
de Vega Carpio, las Novelas Ejemplares de Cervantes y las obras completas de
Quevedo, en diez volúmenes. Las ediciones de estos impresores saturaron el
mercado de libros prácticamente de toda España, e inclusive de la América
Española. Por cierto, muchos de los libros de la Biblioteca Palafoxiana tienen el
sello de los talleres de estos personajes.
Otro factor importante que dio brío a las transformaciones culturales de este
siglo fue la creación de la Biblioteca Real, que sirvió de respaldo a los estudiosos
de la época. Sobre ésta, también llamada Biblioteca Nacional, Fernando Bouza
destaca que se diferenciaba de la Biblioteca de la Torre Alta del Alcázar de
Madrid, fundada por Felipe IV, en que la última servía para la información y
entretenimiento del Príncipe, mientras que la primera era abierta al público, para el
saber universal.192
La Biblioteca Real, o mejor dicho, la Real Librería Pública como se le llamó
en su tiempo, fue creada a propuesta de Melchor Rafael de Macanaz, y
confirmada por el jesuita francés Pedro Rubinet, quien según Hipólito Escolar,
192
Fernando Bouza. El libro y el cetro…, op. cit., p. 16.
176
donó dos mil volúmenes de la llamada Biblioteca de la Reina Madre, y seis mil
libros que fueron traídos de Francia.193 Esta librería se instaló en el edificio del
Alcázar Real. Se abrió al “público” en 1712, pero verdaderamente el decreto real
de fundación se hizo hasta 1716. En éste se señalaba el horario de
funcionamiento: tres horas por la mañana y tres por la tarde. También se
estipulaba las disposiciones del personal y la plantilla de trabajo, que constaba de
cuatro bibliotecarios y un bibliotecario mayor, puesto al que fue nombrado el
jesuita francés Guillermo Baubeton.
La biblioteca operó bajo muchas reglamentaciones hasta el reinado de
Carlos III; entre estas nuevas ordenanzas se retomó una de Felipe V, hecha en
1716, en la que los impresores estaban obligados a entregar un ejemplar para el
acervo de la Biblioteca. Hipólito Escolar ha destacado que a los empleados de la
biblioteca se les exigía el conocimiento de la lengua latina, en tanto los
bibliotecarios, “categoría a la que se solía llegar por ascenso desde escribiente,
debían, además de tener elevada formación teológica, jurídica o canonista,
conocer griego, hebreo, árabe u otra lengua docta y ser especialista en historia,
arqueología, filosofía y buenas letras”.194
Durante muchos años, la Biblioteca Real estuvo en el edificio del Alcázar,
hasta que el edificio empezó a enfrentar serios problemas. Y es así que por
órdenes de José I se trasladó en 1809 al convento de los Trinitarios Calzados, que
se ubicaba en la calle de Atocha. Varios sitios fueron los que ocupó la biblioteca a
193
Hipólito Escolar. Historia de las bibliotecas…, op. cit., p. 375-376. 194
Ibid., p. 379.
177
lo largo del siglo XIX, pero lo más importante fue que en el año de 1836 se
convierte en Biblioteca Nacional.
Volviendo al siglo XVIII, es necesario subrayar la visión de un hombre
ilustrado sobre la fundación y el funcionamiento de las bibliotecas, nos referimos al
fraile benedictino Martín Sarmiento, quien en 1743 dio a conocer su obra
Reflexiones Literarias para una Biblioteca Real y para otras Bibliotecas Públicas.
En este texto en forma epistolar se señalaba en la primera carta que la Biblioteca
Real debería llamarse Palacio de la Sabiduría, donde se podrían alojar las
diferentes Academias; además, debería contar con los talleres de impresión y
encuadernación y una librería para la venta de libros editados por la misma
biblioteca.195
En la segunda carta se señalaba la necesidad de fundar diversas
bibliotecas en todo el territorio y se debía iniciar con las ciudades que tuvieran
universidad y después con las que contaran con catedral, para terminar en los
lugares populares, donde no existía ni universidad ni catedral. Para Martín
Sarmiento la Iglesia podía costear estas bibliotecas. Al final de esta segunda
carta, invitaba a los obispos a crear bibliotecas públicas destinadas a la gente
pobre. Algo que llama la atención y que Sarmiento enfatiza, es que para estas
bibliotecas debería haber una gran cantidad de libros con diversas temáticas.
[En las] librerías ha de haber libros tocantes a la lengua castellana y a la
gramática y lengua latina; libros de historia, de moral; los juegos más
principales de filosofía y teología, según los más recibidos sistemas; libros de
medicina y de historia natural; libros de mecánica y de agricultura, etc. Sobre
195
Ibid., p. 389.
178
todo, varios mapas y tablas cronológicas, y aunque haya algunos de comedias
y de novelas, también tendrán su útil, pues servirán de cebo para leer los otros
libros.196
Aunque las ideas de Martín Sarmiento no se pusieron en práctica, sí es
importante notar la forma en que algunos pensadores ilustrados estaban
adoptando una nueva manera de concebir el libro y el entorno de las bibliotecas.
Un acontecimiento que efectivamente cambió las bibliotecas españolas en
el siglo XVIII fue la expulsión de la Compañía de Jesús. El decreto de expulsión
fue aprobado el 26 de enero de 1767, por un consejo formado por los secretarios
de Estado: Grimaldi, Roda, Muniáin y Múzquiz. El 20 de febrero el rey lo firmó,
aunque fue aplicado el 31 de marzo en Madrid y el 2 de abril en el resto de las
provincias españolas. En este documento se obligaba a los jesuitas a guardar
silencio en cuanto a la Orden, de lo contrario se les quitaría la pensión ofrecida por
el rey, esta disposición señalaba lo siguiente:
VI. Declaro que, si algún jesuita saliere del estado eclesiástico (a donde se
remiten todos) o diere justo motivo de resentimiento a la Corte con sus
operaciones o escritos, le cesará desde luego la pensión que va asignada. Y
aunque debo presumir que el Cuerpo de la Compañía, faltando a la más
estrecha y superiores obligaciones, intente o permita que alguno de sus
individuos escriba contra el respeto o sumisión debida a mi resolución, con título
o pretexto de apología o defensorios, dirigidos a perturbar la paz de mis Reinos,
o por medio de emisorios secretos conspire al mismo fin, en tal caso no
esperado, cesará la pensión a todos ellos.197
196
Ibid., p. 391. 197
Fermín de los Reyes Gómez. El libro en España y América…, op. cit., p. 586.
179
La prohibición de escribir o publicar la resolución real también abarcó a toda
la población; es decir, el silencio de la expulsión se promovió con el fin de evitar
más descontento entre la sociedad. Sin embargo, muchas personas lograron
imprimir panfletos en defensa de la Compañía, donde tacharon de injustas las
decisiones por parte de la Corte por la decisión de expulsarlos. Los escritos
subversivos levantaron un poco de ámpula en la gente, pero en poco tiempo el
asunto fue olvidado.
Las consecuencias que dejó la expulsión de los jesuitas fue sumamente
importante para la conformación de las bibliotecas en esta época. Primero, días
después del decreto de la expulsión, el fiscal de su Majestad, Pedro Rodríguez de
Campomanes determinó algunas instrucciones para inventariar los libros y
documentos en todas las casas de la Compañía. Como señala Hipólito Escolar,
los libros de esta Orden ampliaron en gran medida las bibliotecas de otras
instituciones:
Muchos de los libros fueron vendidos, como otros bienes, para obtener dinero;
otros fueron a parar a universidades, como la de Oviedo, la de Santiago de
Compostela, la de Valladolid, que prácticamente se inició con este lote, la de
Salamanca, que recibió más de 12,000 volúmenes, la de Granada, donde como
en Santiago y en Sevilla, la universidad se estableció en el colegio de jesuitas,
que recibió más de 10,000 obras y 30,000 volúmenes…198
Las magnitud de los libros antes descrita puede considerarse un poco
exagerada, pero hay que anotar que los colegios jesuitas contaban con imprentas
muy eficaces que permitieron editar textos religiosos y de diversas materias, lo
198
Hipólito Escolar… Historia de las Bibliotecas…, op. cit., p. 396.
180
que ayudó a concentrar niveles extraordinarios de libros, que sobrepasaban a los
de las universidades. No es casual que la incautación de libros haya propiciado el
inicio de acervos bibliotecarios en diversos lugares. Ahora bien, lo que hay que
destacar es que la Biblioteca Palafoxiana se cuenta entre las instituciones que
más se beneficiaron con la confiscación de libros, como analizaremos más
adelante.
En síntesis, la cultura del siglo XVIII –principalmente la cultura libresca–
repercutió indubitablemente en el cambio de mentalidad a la que se estaba
adhiriendo la sociedad española en aquella época. No detenerse a reflexionar
acerca de las condiciones y el contexto político que lo propició nos impediría
comprender la serie de transformaciones que, de manera refleja, se suscitaron en
la Biblioteca Palafoxiana. En el siguiente apartado trataremos acerca del
surgimiento de esta biblioteca, así como las ordenanzas, disposiciones y acciones
ejecutadas para su puesta en funcionamiento.
4.2. El nacimiento de la Biblioteca Palafoxiana: entre el orden y lo sublime
Hasta la primera mitad del siglo XVIII, son escuetas las noticias sobre la librería,
es decir, desde el último año de trabajo de Manuel Fernández de Santa Cruz
hasta la culminación del obispado de Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu.
Solamente se puede suponer que los obispos que ocuparon el cargo entre estos
personajes pudieron haber donado algunos libros. Únicamente encontramos una
noticia sumamente interesante. Se trata de una invitación hecha por Gerónimo de
181
la Vaguellina (corrector de libros y calificador del Santo Oficio) por los señores
inquisidores del Santo Oficio para que aquel ayudase a Don Onofre Miguel Castillo
Villegas (comisario del Santo Oficio) a recibir las denuncias que se ofreciesen. Lo
que nos importa resaltar de este comunicado, es que Don Gerónimo de la
Vaguellina declina el cargo aludiendo primeramente a motivos de salud, y después
a que su trabajo de expurgación de libros de la librería del Colegio de San Juan
limita su tiempo para dedicarse a otras labores. A continuación reproducimos
parte del documento:
En la ciudad de Puebla de los Angeles en beinte y dos dias del mes de marzo
de mil setecientos y catorce años estando en las casas de la habitacion, y
morada del licenciado Don Geronimo de la Vaguellina Corrector de libros y
calificador del Santo Oficio, el señor Comissario licenciado Don Onofre Miguel
de Castillo Villegas, le leyo y dio a leer la Carta despacho del Tribunal del Santo
Oficio de primero de este mes firmada de los muy Ilustres señores Inquisidores,
y refrendada de Don Eugenio de las Peñas Secretario llamándole a entender la
gracia, que le hasia dicho Santo Oficio, y la honra y confiansa que le merecia de
assignarle para que ayudasse a dicho Señor Comisario reciviendo las
denuncias que se ofreciesen, y actuando como Comissario y aviendolo oído y
entendido dixo que da muy repetidas gracias al Santo Tribunal por la honra, que
se digna de hacerse, y se la retorna, de nuevo por las que le tiene hechas en
averle nombrado por su corrector, y calificador, y que en atención de hallarse
bastantemente achacoso por tener sumamente fatigada la cabesa, por los
exercicios, que estan a su cargo, como son la expurgación de la librería del
Collegio de San Juan de esta ciudad, que passa de veinte mil tomos […] en
cuya atencion se halla naturalmente imposibilitado par poder exercer dicho
ministerio, y ayudar a dicho Señor Comissionador.199
199
Manuscrito. Ramo Inquisición. Vol. 551, p. 616.
182
La cifra de veinte mil volúmenes es una suma muy elevada, si tomamos en
cuenta las circunstancias que se han descrito acerca de la circulación del libro
para esta época, donde se producen pocos impresos, y la compra de libros resulta
carísima; más adelante se verán cifras muy inferiores a las ya señalada. Lo que sí
es relevante explicar es que es una de las pocas informaciones que se tienen
durante la primera mitad del siglo XVIII sobre la librería en general.
A partir de la noticia ya señalada, hay un silencio enorme en lo concerniente
a la librería, pero es a partir de la llegada de Francisco Fabián y Fuero a la sede
del obispado de Puebla que ésta se transforma. Su primera iniciativa fue impulsar
la construcción de un edificio propio para albergar los libros. Éste quedó situado
entre el colegio de San Pedro y de San Juan. Otra acción emprendida por el
obispo citado fue la donación de los libros que tenía a su disposición para
agregarlos al acervo; sobre esta donación se destacan los siguientes puntos:
[…] el Ilmo. Señor don Francisco Fabian y Fuero de el Consejo de su Magestad
[…] quien doy fe que conozco […] como tambien de que otorga que hace gracia
y donacion pura, mera, perfecta e irrevocable por contrato entre vivos conforme
a derecho, a los pontificios y Reales Colegios de San Pedro y San Juan de esta
dicha Ciudad, de todos los libros que al presente tiene y posee su señoria
ilustrisima y los demas que en lo sucesivo pueda adquirir y que se hallaren a el
tiempo de su fallecimiento en la sala de su estudio y demas partes de su
residencia, sin reservación de alguno de ellos, para que inmediatamente a dicho
fallecimiento, se pasen y coloquen a la librería de los nombrados colegios, en
donde quiere y es su deliberada voluntad que perpetuamente existan para el
uso y estudio comun de ellos […]200
200
Copia de Carta de donación que hace el Obispo Francisco Fabián y Fuero. Colección de Manuscritos, Biblioteca Palafoxiana, Vol. 3175, folios 72-73.
183
Esta escritura se realizó en diciembre de 1771. Ahora bien, lo valioso de
este documento es que no precisa la cantidad de libros que el obispo dejó. Otra
duda digna de resaltar es fue si cuando Fabián y Fuero dejó el obispado y marchó
a Valencia en 1773 se remitieron o no los libros que dejó para la librería. Y aún
otra interrogante mayor: ¿Realmente en 1801, año en que murió se cumplió lo
dispuesto en la escritura de donación? ¿Si legó los libros, eran efectivamente de
su propiedad, o eran libros que se tenían en el Palacio Episcopal? Nuevamente,
más que certezas, surgen demasiadas dudas sobre esta donación.
Fabián y Fuero, aprovechando la expulsión de los jesuitas, pidió al rey que
los libros de estos pasaran a los colegios tridentinos. El monarca lo autorizó el 8
de diciembre de 1772 sin mayores complicaciones, pues no debemos olvidar que
en cédula del 23 de abril de 1767 se disponía que “donde quiera que hubiera
universidades podrá ser útil agregar a ellas los libros que se hallasen en las casas
de la Compañía, situados en los mismos pueblos”. Por lo tanto, el único lugar con
capacidad para albergar los libros de los Colegios del Espíritu Santo, San
Ildefonso, San Francisco Javier y San Jerónimo, era la librería de los Seminarios.
En nuestra opinión, fue la incorporación masiva de los libros pertenecientes
a los jesuitas lo que posibilitó la construcción de un nuevo edificio para albergar el
acervo, pues como veremos más adelante, el predominio de libros de esta Orden
era más que abrumador.
El nuevo edificio, promovido por Fabián y Fuero se dispuso entre los
colegios de San Pedro y de San Juan, y concluyó su construcción en 1773.
Además del nuevo inmueble, se colocaron los dos pisos de estantería. Esto nos
lleva a señalar qué lejos estaba aquella incipiente librería promovida por Palafox y
184
Mendoza, y que realmente el mérito de Fabián y Fuero debería equipararse al del
otorgado al primer obispo, ya que la biblioteca que se conoce en la actualidad es
la ideada por el equipo de trabajo de Fabián y Fuero; en tanto es poco probable
que conserve características del diseño original de Palafox y Mendoza.
De la majestuosidad de la biblioteca y un primer acercamiento a la forma
que tuvo en su año de inauguración es la que da cuenta un par de grabados, que
fueron realizados por el artista poblano Miguel Jerónimo Zendejas, y en la
estampa en lámina por José de Nava. El primer grabado presenta la vista de la
Biblioteca desde la entrada hacia el retablo, donde se colocó la imagen de la
Virgen de Trapana, el texto que acompaña a este grabado es el siguiente:
Mapa de la suntuosa Biblioteca del insigne Seminario Palafoxiana de la Puebla
de los Angeles, erigida a beneficio comun año de 1773. Representanse
quarenta y dos baras de longitud y catorze de latitud mirando al West noroeste,
en las que se anotan las cosas siguientes: A Vra. Sra. de Trapana, cuya ymag.
coloco el Ve. Sor en la antigua Libreria. B. El Angel Maestro Sto. Tomas de
Aquino. C. Retrato del Ve. Sor. Dn. Juan de Palafox y Mendoza, en cuyo
estante se hallaran sus obras. D. Angulos, que hermosamente dispuestos en
su fabrica concavos y convexos representan el E. Puerta que corresponde el
Palacio Episcopal y el F Archivo del Seminario G Entrada para subir a los
segundos Estantes. H. Balcones al Jardin del Colegio. I. Comodos Asientos,
que con curiosas Abrazaderas se sacan de la moldura de cada Estante. L.
Alacenas por todo el ambito al pie de los Asientos.
Un segundo grabado de los mismos artistas reproduce la Biblioteca a partir
de la mitad de la sala en dirección del pórtico. Este grabado, al igual que el
primero, presenta un texto que describe el resto del conjunto:
185
Continuase el Mapa de la BIBLIOTECA del SEMINARIO PALAFOXIANO en la
delineacion de dies baras de longitud, mirando al Lest-Sueste y para
complemento de las sincuenta y dos en que se limitara su admirable
Arquitectura. M. Copia puntual del Ilmo. Exmo. Ve. Sor D. Juan de Palafox y
Mendoza insigne fundador del Colegio. N. Puerta Principal de la Biblioteca
adornada por fuera con Portada de artificiosa disposicion y virtuosos relieves.
O Entrada para subir a los segundos estantes. P. Balcon al Jardín del Colegio.
Q Asientos que se sacan de la moldura de cada Estante. R Alacenas al pie de
los Asientos. Sale la luz a expensas del referido Seminario, quien para
perpetua memoria de su Illmo. Benefactor el S. D. D. Francisco Fabián y Fuero,
se lo dedica y consagra.
Ambos grabados se complementan prácticamente para formar uno solo, lo
que permite tener un panorama de la biblioteca en su conjunto. Lo que llama la
atención y que nadie ha observado, es que en la representación que se hace en
los grabados, solamente se ve en la sala una sola mesa y al parecer quien está
sentado es el bibliotecario mayor; éste se muestra sentado a la mesa leyendo y
alrededor suyo se advierten tres libros. Por otro lado, los usuarios están leyendo
de pie, apoyando el libro sólo con sus manos; sin embargo, en el segundo
grabado figura un lector que parece estar sentado y recargado en los estantes.
Estas imágenes recuerdan sobremanera lo que ya se describió en el
grabado que se encuentra colgado en la Universidad de Leyden, y que
magistralmente refiere Robert Darnton, al afirmar que los estudiantes están
leyendo de pie. Esto que señalamos nos hace inferir que la biblioteca, al ser
abierta en el año de 1773, solamente servía como sala de lectura mientras que la
práctica de la escritura era realizada por los alumnos dentro de sus habitaciones.
186
¿Cuándo realmente se colocaron las mesas que supuestamente donó el bispo
Pedro Nogales Dávila? No lo sabemos con certeza.
Otra observación interesante es que las personas en el grabado aparecen
de pie, y solo un lector se encuentra sentado junto a los anaqueles, leen los libros
que se pueden sostener; es decir, libros de formato en cuarto, y solamente una
imagen es sobresaliente, porque en él se observan dos personas paradas: la del
lado izquierdo tiene un libro abierto, que por su tamaño, se puede determinar que
era un libro en formato de folio, difícil de manipular. Estamos entonces ante el
surgimiento de los nuevos formatos de libros que se utilizaron a principios del siglo
XVIII y que modificaron los gustos en la lectura.
También se puede percibir en estos grabados que la mayoría de las
personas que hacen uso de la biblioteca, por obvias razones, son los estudiantes
de los diversos colegios. Los que son visitantes se distinguen por la elegancia de
su vestimenta, que los remite a una clase social elevada. Por tal motivo,
nuevamente señalamos que ésta fue una biblioteca “pública”, a disposición de la
comunidad, pero esta comunidad se restringía a un selecto grupo de personas
privilegiadas.
Además, en las imágenes no se aprecian los cartelones que señalan las
materias y la clasificación de los libros, como se pueden ver en la actualidad, de lo
que deducimos que la forma de organizar los libros sólo era conocida por los
bibliotecarios. El sistema de ordenación se transcribía en los catálogos, no fue
sino en fechas posteriores cuando eta información se ponía a disposición de los
usuarios.
187
A través de los ángulos que delinea el pintor sobre la Biblioteca se pueden
admirar en los grabados la forma total del edificio. Junto a estas representaciones
se cuenta con la descripción anónima hecha poco tiempo después de su
inauguración; ésta recreación, junto con las imágenes nos dan una idea
aproximada de las características de la Biblioteca. La descripción referida ha sido
recuperada por Ernesto de la Torre Villar; a continuación se reproduce parte del
texto:
[…] Tiene esta magnífica pieza 51 varas de longitud; y de altura desde el piso o
superficie hasta el casco de la bóveda catorce y tres cuartos de que resulta que
su figura es cuádrupla. El cañón de ésta se impone de cinco bóvedas
nombradas lunetas, a las que dividen seis arcos de punto redondo, cuatro en el
medio a tres rostros y los otros dos de los extremos que se colocan en el
grueso de los formeros […] La puerta principal que une al extremo del oriente
está colocada en la caja de la escalera del patio del Colegio de San Juan. En el
lado que mira al sur tiene dicha librería cinco puertas ventanas de tres varas y
media de alto y dos y media de ancho perpendiculares con las ventanas altas
del mismo viento […] Sigue ahora la exquisita fábrica de los estantes. Hay dos
órdenes de ellos que dan vuelta a toda la librería; uno fijo en el pavimento de
ella que sale de la pared que estriba firmemente sobre pies cubiertos con el
estante de abajo […] El mismo estante de abajo remata en su hueco inferior
toda la circunferencia en una tabla o escaño también de cedro [...] son estos de
mucho uso, ya para sentarse, ya para poner los libros […] Esta es toda la
fábrica de la suntuosa magnífica Biblioteca del Real Seminario Palafoxiano,
mejorada al presente para beneficio del público, que siempre ha servido a éste
con los volúmenes que ha tenido, y que puede encerrar ahora en su buque más
de veinte mil cuerpos de libros…201
201
Tomado de Ernesto de la Torre Villar. El Colegio de San Juan, op. cit., pp. 70-79.
188
Esta es una de las descripciones más completas que se hicieron en la
época de mayor esplendor de la Biblioteca. Pero de esta descripción tan aguda
no hay nada que nos señale sobre los carteles de materias, y sobre todo, del uso
de las mesas para leer y escribir. Pareciera un poco repetitivo esto que
señalamos; no obstante, debemos tener presente que la lectura se ejecuta a
través de gestos que el cuerpo humano predispone para efectuar la operación,
pero también los objetos que acompañan al individuo para realizar la actividad son
sumamente importantes; no es lo mismo leer sentado en un banco, apoyando el
libro con las dos manos, que leer con el libro encima del escritorio. Estas
apreciaciones han pasado inadvertidamente en gran parte de los estudios
especializados en el tema del libro en general, pues para algunos investigadores,
las formas de la lectura han permanecido inalteradas. Al contrario de estas dos
posturas, Armando Petrucci ha destacado cómo los lectores de la época
contemporánea han modificado las formas que adopta el cuerpo para leer:
[…] se puede leer estando tumbado en el suelo, apoyados en una pared,
sentados debajo de las mesas de estudio, poniendo los pies encima de la mesa
(éste es el estereotipo más antiguo y reconocido), etc. En segundo lugar, los
“nuevos lectores” realizan casi en su totalidad o los utilizan de manera poco
común o imprevista los soportes habituales de la operación de la lectura: la
mesa, el asiento y el escritorio. Pues ellos (los nuevos lectores) raramente se
apoyan en el mueble abierto, sino mas bien tienden a usar estos soportes como
apoyo para el cuerpo, las piernas y los brazos, con un infinito repertorio de
interpretaciones diferentes de las situaciones físicas de la lectura. Así pues, el
nuevo modus legendi comprende asimismo una relación física con el libro
intensa y directa, mucho más que en los modos tradicionales. El libro está
enormemente manipulado, lo doblan, lo retuercen, lo transportan de un lado a
189
otro, lo hacen suyo por medio de un uso frecuente, prolongado y violento, típico
de una relación con el libro que no es de lectura y aprendizaje, sino de
consumo.202
La historia de los usos de la escritura son sumamente importantes, pues
con ella podemos distinguir lo que Armando Petrucci ha denominado modus
legendi, esto es, cada sociedad a partir de su gestualidad le concede una
importancia al texto impreso. Por ejemplo, sería imposible que un lector de la
época de mayor esplendor de la Biblioteca Palafoxiana realizara la actividad de la
lectura de manera similar a las formas contemporáneas de la lectura, pues era una
sociedad que controlaba las formas del cuerpo y de los espacios a partir de sus
propias normas para el uso del libro y del texto en general. Sabemos que las
maneras de leer cambian, porque cambia la sociedad, pero se presta poca
atención a los objetos que hacen posible la forma en que leemos.
Regresando nuevamente a la descripción de la Biblioteca, tenemos el relato
que hace de ella el ilustre historiador poblano, Manuel Fernández de Echeverría y
Veytia, quien fue uno de los testigos presenciales después de su inauguración, y
que después apuntó en sus manuscritos de la Historia de la Fundación de la
Puebla de los Ángeles en la Nueva España sobre su composición. Sobre la
Biblioteca, Veytia destaca lo siguiente:
Mantúvose la librería en la misma pieza en la que colocó el ilustrísimo señor
Palafox, hasta el gobierno del ilustrísimo señor don Francisco Fabián y Fuero,
que la hizo de nuevo levantando una magnífica pieza de bóveda mucho más
espaciosa y con muy buenas luces, adornándola toda de estantes altos y bajos,
202
Armando Petrucci. Alfabetismo, escritura, sociedad…, op. cit., pp. 620-621.
190
de maderas finas, claustreando la andana alta de una barandilla de las mismas
maderas, muy bien trabajada y dispuesta, los estantes, alacenas y gradas en
muy buen orden, y con el motivo de la expatriación de los jesuitas, pidió al señor
Virrey que se trasladasen a esta biblioteca la de los tres colegios de estos
religiosos, que eran copiosas, para que pudieran mantenerse y no se perdiesen
los libros por falta de uso en los referidos colegios, interin que les daba
aplicación y habiendo obtenido decreto de su excelencia de 8 de diciembre del
año de 1772, trasladó a esta biblioteca todos los libros de los tres colegios y
habiéndole hecho también donación de la suya, que no era escasa y contenía
muchos libros modernos y apreciables, quedó tan abastecida y completa, que no
tiene igual en el reino y aun en España serán pocas (fuera de las reales) las que
puedan competirla, en el conjunto de sus circunstancias. Las bellas mesas de
Tecali que tiene para el cómodo registro de los libros, las dio el ilustrísimo señor
don Pedro Nogales Dávila…203
Cuando Echeverría y Veytia destaca la belleza de la Biblioteca y la compara
con otras grandes bibliotecas, se debe a que este hombre era uno de los más
poderosos de su época, pues su padre fue oidor decano de la Real Audiencia.
Además de tener una buena posición social, los recursos económicos nunca le
faltaron. Esto permitió que Veytia conociera muchos territorios de la Península
Ibérica, así como diversos lugares de Europa, entre los que se pueden listar los
viajes realizados a Portugal, Nápoles, Roma, Inglaterra y Francia.204 Por lo tanto,
no es casual que hable con toda seguridad acerca de la grandeza de la Biblioteca,
pues seguramente su posición privilegiada le permitió consultar algunas obras en
las bibliotecas de los sitios que visitó.
203
Mariano Fernández de Echeverría y Veytia. Historia de la fundación de la ciudad de la Puebla de los Ángeles en la Nueva España, su descripción y presente estado. Edición, prólogo y notas de Efraín Castro Morales, Puebla. Ediciones Altiplano, 1963, 2 tomos, p. 500-501. 204
Amado Manuel Cortés. Análisis historiográfico de la obra: Idea de una Nueva Historia General de la América Septentrional de Lorenzo Boturini Benaducci. Tesis de Maestría. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2003, pp. 25-26.
191
Con la información que dejó Echeverría y Veytia, así como la que nos
proporciona la descrita por los grabados hechos después de inaugurada la
Biblioteca, sin olvidar la descripción anónima sobre ésta, podemos interpretar que
la fundación de la biblioteca fue un acontecimiento importante de su época, y ni
hablar del significado que representó para los estudiosos de la ciudad y del mismo
virreinato. Ahora, pasemos a las disposiciones dadas por su impulsor más
importante: Francisco Fabián y Fuero.
La primera disposición tiene relación con la persona más importante de una
biblioteca: el bibliotecario. En este caso, a diferencia de Palafox y Mendoza que
dejaba encargada la antigua librería a una sola persona, Fabián y Fuero designó a
dos personas que se hubiesen formado en los colegios, para que ambas la
cuidaran y estuvieran al pendiente de ella:
Y siendo constante que una de las cosas más encomendadas por nuestro
Dignisimo Antecesor el Ilmo. Excmo. Ven. Siervo de Dios el Señor D. Juan de
Palafox y Mendoza es el que dicha Biblioteca, de que hizo donación á estos sus
colegios, esté con el mayor esmero y cuidado por lo que dejó mandado que
siempre hubiera á lo menos un Bibliotecario: Hemos determinado elegir dos con
el titulo de Catedraticos de Historia literaria.205
Esta decisión de nombrar a dos personas, poniéndoles el título de
Catedráticos de Historia Literaria no es un arrebato de Fabián y Fuero, sino que
responde al Real Decreto del 19 de enero de 1770, en la que se obliga a erigir
estos títulos para la vigilancia y cuidado de las Bibliotecas en diversos lugares del
reino. Además, la función del bibliotecario era dar cuenta del contenido de los
205
Fabián y Fuero. Colección de Providencias…, op. cit., p. 643.
192
libros, revisar las ediciones y detectar textos apócrifos. Después de recibir el Real
Decreto, Fabián y Fuero eligió de entre los colegiales a los futuros bibliotecarios:
Y pues estamos bien informados de la mucha aplicación é inteligencia que en el
manejo de libros, y noticia critica de Autores de todas facultades tienen nuestros
dos familiares los Bres. Don Francisco Vallejo, y Don Eugenio Garcia,
Colegiales de estos nuestros Colegios, profesores de Sagrada Teologia, y
Academicos de Bellas Letras, lo que han manifestado varias veces ya en los
Exámenes que nos les hemos hecho y ya también en el egercicio de cada
semana de dicha nuestra Academia.206
Tras señalar las condiciones académicas y los nombres de los elegidos,
Fabián y Fuero giró instrucciones sobre la forma en que debería conducirse todos
los aspectos de la librería, destacando principalmente el resguardo y el cuidado de
los libros, para esto dejó encargado lo siguiente:
Por la mañana desde las ocho á las doce en todos los dias de Estudio deben
estár unos de los dos en la Biblioteca, excepto aquella hora en que debe asistir
a alguna de las Catedras de Facultad mayor que entonces se tienen, por la
tarde ha de estar el Otro desde las tres á las seis en esta misma forma.
Procuraran que cada año se limpien los Libros, dos veces […] Inmediatamente
darán principio á formar Indice nuevo de todos los libros, en la forma y método
que se les prescribirá. Estos catedraticos estarán obligados á buscar y facilitar
en dicha Librería el libro ó Libros que desee ver cualquiera persona de respeto
que vaya de fuera; Pero el Colegial ó Estudiante que quiere vér ó leer alguno,
lo hará por si mismo y mandamos que lo vuelva a colocar en el mismo sitio ó
lugar de donde lo sacó, sin esconderlo en otro estante, sobre lo que cuidarán y
zelarán mucho dichos dos Bibliotecarios, y quando experimente alguna falta ó
206
Fabián y Fuero…, op. cit., p. 645.
193
repugnancia en ejecutar esto, avisarán á nuestro Rector, quien castigará
severamente al Delinquente.207
Estas ordenanzas expedidas por Fabián y Fuero para la elección de los
bibliotecarios, así como las funciones que tenían la obligación de realizar, fueron
publicadas en el año 1770, para que ipso facto se pusieran en práctica en la
antigua Librería. A partir de la apertura de la nueva Biblioteca, Fabián y Fuero
formuló nuevas instrucciones en el año 1773, y así también retomó y amplió las
disposiciones anteriores. Por ejemplo, las relativas a los bibliotecarios y aquellas
personas que estarían encargadas de la limpieza de los libros:
I. Destinamos para su asistencia en las horas y forma que se expresarán,
dos bibliotecarios…
II. Se les han de señalar así mismo dos mozos para el indispensable
cuidado de barrer la librería, y sacudir el polvo a los estantes y libros;
pero no han de ser estos mozos de los llamados sanchos del colegio, ni
de los demás sirvientes, que hay en él los primeros porque como son
muchachos por lo común, y no están hechos a barrer, sacudir, ni a otras
cosas en que es preciso ejercitar los mozos[…] y los segundo, porque
teniendo otro destino en el seminario no cumplirán bien con el que al
mismo tiempo se les encargue en cuanto a la librería…208
El obispo, prácticamente no introduce cambios sustanciales entre las
primeras disposiciones y las últimas, salvo que en las primeras se señala que los
bibliotecarios deberían ser catedráticos de Historia Literaria, regla que debió seguir
siendo aplicándose hasta los últimos días del cargo de Fabián y Fuero, y mucho
207
Ibid., pp. 643-644. 208
Ibid., p. 85.
194
más allá de los obispos que lo precedieron. Pero salvo algunas pequeñas
diferencias, el resto de las ordenanzas fueron más o menos parecidas a las que ya
referimos. Las nuevas disposiciones, a nuestro juicio, se dan a partir de la
ordenanza décima en adelante, que tiene relación con la forma de conformar la
organización interna de la Biblioteca; así por ejemplo, en la décima ordenanza se
destacan los rasgos que permiten a los bibliotecarios identificar cualquier libro.
A todos los libros de esta librería, además de la marca que deben tener del
Colegio, se ha de poner en los folios 10, 20, y 40, a cada uno una inscripción
que diga: Colegio de San Juan, y así mismo, se les ha de poner tarjeta impresa
del número que le corresponde en la librería, y de modo que un mismo número
no corresponda a dos, y así se facilitará el saber el lugar al que pertenece cada
uno, y con igual facilidad se echará de ver si alguno no está en el suyo, fuera de
que guardándose este modo y orden, comprenderán con mayor prontitud los
bibliotecarios el todo de la librería.209
Si en las primeras ordenanzas Fabián y Fuero puso énfasis en el cuidado
de los libros y de la estantería y exhortaba a los bibliotecarios a ocupar mozos
para que se encargaran de la limpieza del lugar, para evitar así los daños que
provocaban el polvo y la polilla, también se preocupó por establecer los horarios
en que debería abrir la librería, se estipuló un horario de 9 a 12 del día y de 3 a 5 ó
de 3 a 6 de la tarde si hubiese buen alumbrado. Propiamente, como ya se
observó, a partir de la ordenanza diez, las demás tratan acerca de los
bibliotecarios y la organización de los libros, como se ve en la ordenanza once.
209
Loc. cit., p. 85.
195
XI. Para que todos los libros, estén siempre en sus correspondientes lugares, lo
que han de celar también mucho los bibliotecarios, tendrán éstos la llave en su
poder sin dejarles por ningun acontecimiento en las puertas de los estantes ni
entregarlas a persona alguna; los indices estarán prontos en sus respectivas
mesas, y luego que se pida algún libro será de su acercarse al estante en que
estuviese puesto el hacer que lo alcance uno de los mozos, y el ponerlo el
propio bibliotecario para que disponga se coloque en su debido sitio.210
Antes de continuar con las ordenanzas, resulta conveniente destacar que
en las dos perspectivas que exponen los grabados alusivos a la Biblioteca, se
muestra en el segundo piso de la estantería a una persona que está recargada
sobre la barandilla, lo que nos lleva a señalar que probablemente se tratase de
uno de los bibliotecarios esperando el término de la lectura de los usuarios para
dejar los libros en los estantes.
Retomando la narración sobre las disposiciones en torno a la Biblioteca,
transcribimos a continuación los aspectos que hacen referencia a los colegiales,
las restricciones a la entrada y uso de la biblioteca y las obligaciones que debían
tener los usuarios al momento de ingresar a la misma. Para evitar que alguien no
guardara compostura, se obligaba a los bibliotecarios a seguir las siguientes
normas:
XII. De los colegiales de nuestro seminario solamente podrán estudiar en la
libreria los que fueren maestros o pasantes, pero por ningún titulo los jóvenes
cursantes, y mucho menos los niños de gramática, porque además de que los
primeros tienen los libros que pueden necesitar en la otra libreria, y los
segundos no pueden dedicarse a otra cosa que a sus cuadernos, artes, y
210
Ibid., p. 86.
196
demás libros que les señalare su maestro, ha enseñado la experiencia, que de
lo contrario, se sigue el perder, y hacer que otros no logren el tiempo, y
maltratar los libros, sus estampas y sus mesas.211
XIII. No se permita que alguno entre a nuestra biblioteca como no sea en hábito
decente […] sean eclesiásticos, o seglares, estarán también en ella sin
embargo, y los expresados maestros y pasantes, que del colegio pueden asistir
a esta librería, han de ir con bonete y mando abrochado o de ceremonia…212
Con lo que se ha descrito, se puede señalar que la nueva Biblioteca no fue
utilizada por todos los estudiantes de los colegios, sino que fue segmentada para
un grupo reducido. De lo anterior se colige, que si la biblioteca estaba restringida
para un gran grupo de la población interna, lógico sería pensar que hacia el
exterior lo estuvo aún más, pues la mayor parte de los poblanos de la época no
eran letrados. Por otra parte, si se contaba con una librería menor para los
alumnos de media escolaridad, cabe preguntarnos si ésta se trataba de la que fue
edificada por órdenes de Palafox y Mendoza. De ser así ¿cuántos libros había en
sus estantes? Y por último ¿Cuando desaparecieron los colegios, sus libros
pasaron a la Biblioteca Palafoxiana?
Todas estas son nuevas interrogantes difíciles de responder, pero que nos
disponen a dilucidarlas, ya que para muchos investigadores lo descrito en las
ordenanzas de Fabián y Fuero no han sido sopesadas en su justo valor.
Siguiendo con éstas, las siguientes se destacan por el comportamiento que debían
seguir los colegiales y quienes entraran a la Biblioteca, pues no se trataba sólo de
211
Loc. cit. 212
Loc. cit.
197
cuidar los libros, sino de respetar el espacio, principalmente el lugar sagrado, que
era el altar.
XIV. No se formarán en la librería currillos o disputas ni se hablará en voz
alta, porque ser esto ocasionado a riña, embaraza el estudio al que está
destinada la biblioteca; tampoco se fumará o chupará ni se pondrá lumbre en
las mesas, ni en otra parte de ella, porque además de ser esto muy indecente
en una pieza encima de cuyo altar se venera y deben venerar a la Virgen
Santísima y el angélico Doctor, y trae los inconvenientes, que ya se han visto de
que registren los libros con cabos de cigarros…
XV. Ninguno podrá estar con el bonete puesto en la librería si fuere colegial, ni
con el sombrero otra alguna persona de cualquier estado que sea por la
reverencia debida a las sagradas imágenes colocadas en ella, y así mismo por
el respeto, y buena correspondencia, que debe guardarse entre inferiores, y
personas de dignidad, y aún entre los individuos de una misma esfera.213
El buen comportamiento por parte de los colegiales y los usuarios en el
recinto, así como el cuidado de los libros, fueron las preocupaciones constantes
tanto de Palafox y Mendoza como de Fabián y Fuero, de ahí que se mencionaran
siempre en las distintas ordenanzas sobre el funcionamiento de las librerías. Para
preservar el debido comportamiento de los usuarios, y también para el evitar el
robo de libros, Fabián y Fuero estableció criterios muy puntuales para impedir
tales:
XVI […] por lo que al dar en nuestra Santa Iglesia la hora de las doce de la
mañana, y por la tarde las de las cinco a las seis, según el tiempo que fuere, sin
que el bibliotecario tenga que trabar palabra, tocará el mozo o sirviente de la
biblioteca una campanilla en su puerta principal, y que al punto pondrán todos
213
Ibid., pp. 86-87.
198
en las mesas los libros en que estaban leyendo o los devolverán al propio
bibliotecario, y se saldrán sin dilación silenciosamente, pero disponiendo
siempre del bibliotecario de semana, antes de cerrar la biblioteca, que queden
colocados en su respectivo estante, y lugar todos los libros.214
Esta ordenanza nos recuerda en mucho las formas de organización en los
monasterios bizantinos, pues en la Regla de San Teodoro Estudista, a través de
un toque de campana se avisaba el cese de actividades. La Regla en su conjunto
señalaba lo siguiente:
Se debe saber que en los días en los que no hagamos esfuerzo físico, el
bibliotecario toca la campana una vez, los hermanos se reúnen en el lugar en el
que se conservan los libros y cada uno toma uno, leyéndolo hasta la tarde.
Antes de que suene el toque para el oficio de la tarde, el bibliotecario toca la
campana de nuevo y todos vienen a restituir sus libros según la lista. Si alguno
se retrasa con algún libro está penalizado.215
Volviendo a las ordenanzas de Fabián y Fuero, la siguiente tiene que ver
con el intento de evitar el saqueo de la biblioteca; para esto señaló una durísima
resolución: “XVII. Siempre estará en público, y de modo que todos la puedan leer
la Bula en que con pena grave de excomunión mayor está prohibido al sacar libro
alguno, o papel de esta librería”.216
El miedo era una estrategia disuasiva para evitar la desaparición y el robo
de los libros, de ahí que la advertencia fuera visible para inhibir cualquier intento
de sustraer cualquier objeto, ya sea por parte de algún colegial o visitante, de ahí
214
Ibid., p. 87. 215
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber…, op. cit., p. 53. 216
Ibid., p. 88.
199
que la advertencia sobre las consecuencias de estos reprobables actos fueran
visibles. Pero por si acaso, hubiera libros faltantes en las estanterías, la obligación
de los bibliotecarios era hacer una exhaustiva revisión de la biblioteca, informando
de algún suceso adverso a las altas autoridades. Esta obligación fue explicitada
por Fabián y Fuero en la siguiente ordenanza:
XIX. Inmediatamente que se advierta la falta de algún libro, u otro documento
serán muy diligentes los bibliotecarios en buscarlos; porque si en esto hay
alguna omisión después se dificulta más, y acaso se imposibilita el hallarlo y
para que no pase mucho tiempo sin que el Rector y los bibliotecarios sepan si
falta o no algún libro, papel u otra cosa en la librería, será de cargo de los tres
hacer una vez al mes en el día que acordaran, pero sin perjuicio de las horas de
la biblioteca, un prolijo reconocimiento de los libros de toda ella, lo que con
facilidad podrán verificar por el libro índice que se debe hacer uno nuevo […]
tendrán así mismo cuidado de que se agreguen a éste, los libros que fueran
aumentando, de que igualmente se tomará puntual razón en el inventario de
que ellos es preciso tengan siempre esta biblioteca…217
Además de cuidar que no desapareciera algún libro, documento u objeto de
la biblioteca, y de tener al día el Índice o inventario de libros, los bibliotecarios
debían estar informados de los libros que se habían publicado en la Península y
que estaban llegando a la Nueva España, así como los que producían las
imprentas novohispanas.
XVIII. Será de mucha importancia y ordenamos tenga también este cuidado los
bibliotecarios, el recoger en la librería los papeles, sermones, y otras piezas,
que suelen imprimirse en el Reyno; pues se ve que en pasando algún tiempo
217
Loc. cit.
200
nada se halla, y todas estas cosas hacen el caso en un país en el que aún no
se conoce la historia completa de él, a que alguna de estas obras puedan
conducir no poco; se pondrán por lo mismo en sus alacenas, o cajones, y
cuidarán los bibliotecarios igualmente de que se encuadernen luego que formen
un competente cuerpo, y de conservar en la propia librería cualesquiera otros
documentos que se puedan encontrar de la América, bien sean impresos o
manuscritos, o en caracteres de los indios.218
Con esta disposición, la biblioteca se convirtió fácticamente en el lugar
donde se atesoraba el conocimiento y, por lo tanto, todo el saber que se producía
debía ser resguardado en ella. Pero la biblioteca no sólo conservaba libros útiles,
sino también salvaguardaba un inestimable archivo de escrituras producidas
protocolizadas en la Nueva España. Así, no es exagerado afirmar que la librería
“poseía la memoria escrita” de ese momento.
La última ordenanza detalla el proceso de entrega y recepción de libros y
mobiliario que debían cumplir los bibliotecarios. Esta ordenanza también muestra
la obligación de tener en conocimiento estas disposiciones por parte del rector, los
bibliotecarios y los visitantes, ya que de esto dependía el buen funcionamiento del
lugar.
XX. Los bibliotecarios recibirán la librería por inventario como que queda toda a
su cargo, y, siempre que se remueva o mude alguno, la entregará del mismo
modo también por inventario que comprenda, no sólo los libros sino todo lo que
corresponde a su adorno, como son estantes, mesas y tinteros […] Los cuales
otras ordenanzas y cada una de por sí, mandamos se guarden, precisa y
puntualmente por el Rector en tiempo fuere de nuestro Seminario, y por los
bibliotecarios cada uno en la parte que le toca, y que hagan que las guarden, y
218
Loc. cit.
201
cumplan las demás personas de cualquiera estado, condición y calidad que
fueren a la mencionada nuestra biblioteca…219
Para concluir con la descripción de la biblioteca, es necesario hacer la
siguiente acotación: en los documentos disponibles jamás se menciona el número
total de libros con los que contaba la biblioteca en ese momento. Solo sabemos,
por referencia del propio Fabián y Fuero, que en 1770, el acervo estaba
constituido por una gran cantidad de volúmenes, a los que se agregaron aquellos
que fueron expropiados a las librerías de la Compañía de Jesús. De esta forma, a
partir de la inauguración del nuevo edificio no se menciona ninguna cifra que nos
permita saber con certeza cuántos libros ingresaron a la biblioteca. Hecha esta
aclaración, en el siguiente apartado referiremos el arquitectónico en el cual se
basaron quienes diseñaron a la “Palafoxiana”.
4.3. La Biblioteca de la Universidad de Salamanca como prototipo de la
Biblioteca Palafoxiana
En el 2007 se editó el estudio titulado La Biblioteca Palafoxiana. De lo sagrado a lo
profano, cuyos autores, Elvia Carreño y Jorge Garibay dedican un capítulo a
analizar las diversas influencias arquitectónicas de las que tomó ejemplo la
edificación de la Biblioteca Palafoxiana. A continuación, transcribimos un
fragmento de este trabajo con el fin de establecer algunos contrastes entre lo
219
Ibid., p. 89.
202
afirmado por estos investigadores y las conclusiones derivadas de nuestra propia
indagación:
La Biblioteca Palafoxiana fue fundada en un momento de apogeo gracias a la
edificación de las bibliotecas Vaticana y del Escorial. Con ellas se implantó un
sistema de construcción que contemplaba el espacio, la imagen y los libros;
pero para las bibliotecas escolares el paradigma en los reinos de España fue la
Biblioteca de la Universidad de Salamanca, que a diferencia de aquéllas ponía
más atención en el espacio y los libros; la imagen consecuentemente, pasaba a
un lugar secundario. Por este motivo, y a diferencia de las otras, aquí no
existirán grandes pinturas murales realizadas por pintores de caballete […] La
Biblioteca Palafoxiana se ajustó a las denominadas bibliotecas de salón, ya que
se trataba de un acervo dedicado a la formación y estudio. De allí que en un
principio estuviera dividida en dos plenos y después en tres…220
Respecto de lo aseverado en la cita anterior, coincidimos en que la
biblioteca hoy conocida como Palafoxiana se ajustó al sistema de construcción de
las llamadas bibliotecas de salón, que tuvieron por modelo la de El Escorial;
también es irrefutable que la biblioteca objeto de nuestro estudio recibió
influencias de la Biblioteca de la Universidad de Salamanca en su estilo
arquitectónico. Pero en lo que sí discrepamos es acerca de la función que
desempeñaban las bibliotecas referidas. En primer lugar, porque la Biblioteca de
El Escorial tenía una función más laica y mundana, pues la idea que sustentó su
fundación era extender simbólicamente el poderío del monarca. Además, esta
biblioteca se construyó cuando todavía no había una clara separación entre el
220
Elvia Carreño y Jorge Garibay. “Las palabras de Dios y los textos del hombre”, Biblioteca Palafoxiana. De lo sagrado a lo profano. Puebla. Secretaría de Cultura del Estado de Puebla, 2007, p. 21
203
concepto de museo y el de biblioteca, por lo que en la concepción del espacio no
se preveía únicamente resguardar las colecciones de libros, sino poner a la vista
instrumentos relacionados con el mundo del saber, tales como astrolabios, mapas
e instrumentos de navegación; del mundo de la cultura y las artes, como retratos y
dibujos; y piezas ejemplares de incipientes ciencias, por lo que también se
exponían piezas de minerales.
Sin embargo, en lo que discrepo es en lo referente a la fundación de las
bibliotecas de las que hacen referencia. Primero, la biblioteca de El Escorial se
construyó con una función más laica y mundana, para satisfacer el poderío del
monarca, es decir, la composición de esta biblioteca como ya se ha señalado, se
edificó cuando todavía no existía una separación entre museo y biblioteca, así el
espacio se llena no sólo con las colecciones de libros, sino también con
instrumentos que eran apreciados por las personas de la época, como eran los
minerales, instrumentos de navegación, o los conjuntos de retratos y dibujos. La
Biblioteca de El Escorial simplemente retoma las formas que se estaban
proyectando en otras librerías regias, pues como ya comentamos en el siglo XVI
sólo los reyes y los príncipes podían construir grandes y hermosas bibliotecas.
Otro aspecto que queremos abordar es el siguiente: si bien es cierto que la
Biblioteca de la Universidad de Salamanca concedía poca importancia a los
instrumentos decorativos y en cambio centraba su atención en los libros, tal como
sucedía en la Biblioteca de El Escorial, no debe escapar a esta observación el
hecho de que las primeras bibliotecas con estilo de salón no hacían una
separación conceptual ni arquitectónica entre biblioteca y museo, y que prevalecía
en ellas la demostración de poder que ostentaba el monarca.
204
Por otro lado, las bibliotecas que emulaban el prototipo de salón
privilegiaban la librería debido al auge que el libro impreso estaba alcanzando por
aquella época y, por lo mismo, preveían la construcción de dos cuerpos de
estantería, como puede apreciarse en un grabado alusivo a la Bodleian Library de
la Universidad de Oxford. La utilización de dos cuerpos de estantería inició en el
siglo XVII y se continuó empleando durante el siglo XVIII.
Como señalamos antes, de la biblioteca que se fundó por órdenes de
Palafox no se tiene una referencia que nos pudiera indicar sobre sus
características. La biblioteca que conocemos actualmente como Palafoxiana es
una edificación que se construyó casi cien años después de haberse proyectado
originalmente. Pero si la Palafoxiana tomó su forma en una centuria posterior, la
Biblioteca de la Universidad de Salamanca también adquiere su configuración
definitiva hasta mediados del siglo XVIII, pues a causa de problemas en su
estructura fue necesario cerrarla. Después de su restauración adquirió el aspecto
que hoy conserva. A continuación hacemos una breve semblanza acerca de esta
biblioteca.
Las primeras universidades aparecieron a inicios del siglo XIII, entre ellos
podemos mencionar las de París, Bolonia y Oxford. De igual forma, en la
Península Ibérica surgió la Universidad de Salamanca, con el aval del rey Alfonso
IX de León. Pero en 1254 cuando por iniciativa de Alfonso X El Sabio la
universidad obtuvo su primera Constitución. El voto favorable para su fundación y
funcionamiento fue acompañado posteriormente por la validez universal que le
otorgó el Papa Alejandro IV a través de la bula Dignum Arbitramur. Así, los títulos
que otorgaba eran reconocidos tanto por la Santa Sede como por el rey,
205
concesión que pocas universidades lograban. De tal forma que pronto, la
Universidad de Salamanca empezó a labrar su prestigio, que no decaería sino
hasta pasados varios siglos.
En cuanto a lo que podría ser considerado como la biblioteca, que más bien
sería una pequeña colección de libros, también comenzó su proceso de
consolidación a partir del reinado de Alfonso X, quien a través de una Carta
Magna ordenó la creación del cargo de Estacionario o propietario de una Estación
de libros, cuya ocupación consistía entre otras, en mantener los textos
actualizados para su consulta. Al igual que las demás universidades europeas, la
de Salamanca resolvía la demanda de libros por medio del estacionario y la pecia,
que eran los cuadernos de las obras bien copiadas. Sobre estos procesos de
funcionamiento de los libros en las universidades, Hipólito Escolar señala lo
siguiente:
En las universidades, las necesidades de los libros de los estudiantes fueron
atendidas principalmente a través de los estacionarios y de la pecia. Los
primeros eran unos libreros que alquilaban cuadernos (peciae) de las obras
(exemplaria) corregidas y aprobadas por las autoridades académicas para que
fueran copiadas por profesionales o por los propios interesados alumnos o
profesores. El sistema resultaba barato, pues el lector podía copiar
personalmente los libros que precisaba, además el papel, que se impuso en el
siglo XIII para atender a la gran demanda de material de escritorio, le costaba
menos que las tradicionales pieles.221
221
Hipólito Escolar Sobrino. Historia de las bibliotecas…, op. cit., p. 202.
206
Propiamente, al igual que otras universidades, la de Salamanca no contaba
con una biblioteca general donde se reunían todos los libros de las facultades,
sino que cada facultad o colegio tenía sus propios libros según sus necesidades,
de modo que no podríamos señalar taxativamente la existencia de una biblioteca
para el caso salmantino.
Prácticamente, es a partir del siglo XV cuando se emprende el verdadero
desarrollo de la biblioteca, gracias a las nuevas Constituciones otorgadas por
Benedicto XIII en 1411. En el Título III, el papa destinaba dinero para la compra
de libros y “ordenaba que se construyera una vivienda para el Estacionario que
permitiera instalar los volúmenes en un único lugar”.222 Las siguientes
Constituciones de 1422 permiten la compra sucesiva de libros por parte del
estacionario. Pero es a partir de 1471 que se plantean importantes innovaciones
tales como la instalación de volúmenes en un lugar exclusivo, pues se sugería que
se tenga una sala exclusiva para la biblioteca, ya que el número de libros se había
incrementado.
En 1471 se recoge ya, en los libros de Claustros, la primera referencia al
número de obras existentes en la Biblioteca 201, aunque no se conservara
inventario de ellas. Posiblemente esta cantidad respondía en gran parte a la
donación de manuscritos de Juan de Segovia, quien en el acta de donación
conservada en el manuscrito 211 de la Biblioteca Universitaria, con fecha de
1466, exigía que se sujetaran sus libros con cadenas y que fueran trasladados
a una sala exclusiva para biblioteca, abandonando la vivienda del Estacionario.
Además, entre los citados 201 libros, debieron incluirse también las obras
222
Margarita Becedas. “Las colecciones históricas de la Biblioteca Universitaria de Salamanca”. Rodríguez Álvarez, Ramón, El Libro antiguo en las bibliotecas españolas, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1999. En líneabajo el título: “Breve historia de la biblioteca”, http://www.usal.es/~bgh/800/archivos/historia.pdf. [Consultado el 15 de junio de 2008], p. 2.
207
compradas con la asignación que dictaban las Constituciones y cuya
adquisición reseñaron las Actas de Claustro de 1467 a 1471…223
A partir de la donación de los libros hecha por Juan Segovia y los que ya
conformaban el acervo, se construyó la sala de la biblioteca, que en sus bóvedas
tenía pintadas las constelaciones del Zodiaco. Esta sala refiere Alfonso Muñoz
Cosme, se ubicaba en la parte alta de la Capilla de San Jerónimo.224 Todavía en
este lugar se recibieron los mil 199 donados por Alonso Ortiz. Pero la biblioteca
una vez más fue trasladada de lugar a consecuencia de la instalación de un
retablo de Juan de Flandes, que ocuparía el espacio de la capilla. Con este
acontecimiento, la biblioteca debió inhabilitarse durante seis años, hasta que se le
volvió a asignar un sitio adecuado. Entre los años de 1509 a 1512 se empezó a
construir la sala, esta ocasión en la parte alta del claustro. En 1531 aparecieron
nuevos estatutos para hacer más eficientes sus actividades; en ese año se decidió
que los libros que estuvieran duplicados fueran vendidos para adquirir títulos
distintos y diversificar el material de estudio.
Se destacan también los Estatutos de 1538, principalmente el del Título LVI,
que estipulaba la creación de una Comisión que se encargaría de inspeccionar
periódicamente la biblioteca. En 1558 se dio la orden de expurgar todo libro de
contenido herético o que no fuera autorizado por las autoridades civiles y
eclesiásticas.
La biblioteca, con su nuevo local recién adquirido y sus estatutos renovados
tuvo una época dorada a lo largo del siglo XVI, en el que su colección aumentó a
223
Loc. cit. 224
Alfonso Muñoz Cosme. Los espacios del saber…, op. cit., p. 68.
208
merced a las donaciones de libros, tanto manuscritos como impresos, y a las
constantes adquisiciones que se efectuaban. Entre los donadores más
distinguidos se hallaban se destacan el canónigo Alonso Ortiz, quien aportó
diversos manuscritos de Teología, Artes y Cánones; y de Hernán Muñoz de
Toledo, que hizo la donación de manuscritos e impresos de los clásicos latinos y
griegos, así como libros de historia. Un hecho curioso sobre los libros que se
entregaron a la biblioteca, fue que al Maestreescuela se le encargó la compra de
libros en Italia, pero los conservó para sí y tras su muerte, se le confiscaron.225
A pesar de que el siglo XVI y buena parte del XVII fueron provechosos para
la biblioteca, el promedio de obras a su resguardo no era muy elevado, pues en
1611 se contabilizaron entre manuscritos e impresos, cerca de 879 libros. Esta
merma de libros se debió probablemente a la venta de obras repetidas, el mal
desempeño de los encargados de la biblioteca, así como las desapariciones
constantes de libros. Ante este panorama aciago se dispusieron severas
normativas para evitar los robos y pérdidas de éstos:
Así, en 1614 se volvió a regular el préstamo de libros, pero en esta ocasión
obligando a dejar en prenda objetos personales o a presentar la garantía
personal de dos catedráticos. En la misma línea, hacia 1620 comenzaron a
preocupar seriamente las desapariciones de libros, hasta el punto de que se
abrió un proceso a uno de los bedeles, la cerradura de la sala fue cambiada, se
prohibió la multiplicidad de llaves y la Biblioteca llegó a estar cerrada durante un
tiempo. Por otro lado, en 1625 se aprobaron los nuevos Estatutos de la
Universidad que eran, en realidad, una recopilación de las normas anteriores y
que iban a mantener su vigencia hasta las reformas ilustradas del siglo XVIII y
el Plan de Estudios de 1771. El Título LV recogía la normativa sobre la
225
Becedas, Margarita…, op. cit., p. 3.
209
Biblioteca, que ratificaba el horario de apertura en jornada de mañana y tarde,
confirmaba la continuidad de las “visitas” o inspecciones a la Biblioteca y creaba
dos secciones de libros: una para préstamo con textos para estudiantes y otra
de consulta restringida.226
Pero la reiterada desaparición de los libros no fue el único problema al que
se enfrentó la Biblioteca, sino que tuvo que arrastrar un problema mucho más
grave: el hundimiento de su bóveda gótica en el año de 1664. Este hecho
ocasionó que la biblioteca dejara de funcionar casi una centuria, por lo que el siglo
XVII será recordado como infausto en la historia de la Biblioteca:
Fue con estas obras cuando la Biblioteca adquirió el aspecto que presenta aún
hoy, de sala única abovedada y estanterías de pino natural, completándose con
el traslado en la misma época de los sillones de cordobán procedentes del
Colegio Mayor San Bartolomé y de las esferas o “libros redondos” adquiridos
por Diego de Torres Villarroel en París. Como testigos de la primitiva sala se
conservan tan sólo la portada gótica de piedra y la reja que la protege.227
Al igual que la de muchas universidades españolas, la Biblioteca de la
Universidad de Salamanca se benefició por la expulsión de la Compañía de Jesús
en 1767, pues fueron cerca de 12 mil volúmenes los que ingresaron a sus
estanterías. Asimismo, se formularon nuevas normas, en las que se establecía
que hubiera un bibliotecario mayor y dos estacionarios. En una Real Orden se les
obligaba a elaborar un inventario sumamente exhaustivo, así como a redactar un
reglamento para la biblioteca.
226
Loc. cit. 227
Ibid., p. 4.
210
Estas son, a grandes rasgos, las circunstancias asociadas a la creación y
desarrollo de la Biblioteca de la Universidad de Salamanca, que nos lleva a
replantear lo siguiente:
Efectivamente, la Biblioteca Palafoxiana sí retomó en mucho las
características de la arquitectura de la Biblioteca de Salamanca, al igual que las
formas que presenta la estantería. Pero no debemos olvidar que son las formas
de una biblioteca del siglo XVIII y no antes, pues como ya se observó, la Biblioteca
Universitaria de Salamanca pasó por diversas contingencias hasta su
consolidación, y por lo tanto, no consideramos que ésta fuera la inspiración para
las instituciones educativas de la misma época. Cuestión que sí cumplía a partir
del siglo XVIII, porque además la Universidad siempre fue un prototipo para el
resto de Europa, y ni hablar de América, y la Biblioteca, con su restructuración
seguro que fue un modelo a imitar.
Podemos sintetizar esta parte diciendo que la Biblioteca Palafoxiana nace a
partir de la inspiración de otras bibliotecas como la de El Escorial y la Biblioteca de
la Universidad de Salamanca. Fue Francisco Fabián y Fuero la persona que dotó
a la biblioteca de un nuevo edificio, además de los dos pisos de estantería de
cedro empotrados en las paredes. En definitiva, esta es la biblioteca que
actualmente ha llegado hasta nosotros.
Es importante precisar que a instancias de Fabián y Fuero se establecieron
nuevas disposiciones que permitieron a la biblioteca su mejor funcionamiento.
Estas ordenanzas, como ya se vio anteriormente, fueron retomadas de las que él
mismo había dispuesto a partir de 1770, agregando otras que las
complementaran. Es justo señalar que gracias a su labor gestora se dispuso por
211
parte de las altas autoridades de la Península, que los fondos expropiados a la
Compañía de Jesús pasaran a la biblioteca de los Colegios Tridentinos, lo cual
incrementó considerablemente los fondos originarios.
Es así que en 1773 quedó formalmente reinstalada la Biblioteca
Palafoxiana, siendo aún el rector de los colegios el renombrado José Pérez
Calama; y de acuerdo a la disposición del obispo Fabián y Fuero, el cargo de
bibliotecario mayor recayó en el catedrático de Bellas Artes don Manuel del
Castillo. Con estos cambios, la biblioteca del insigne Seminario Palafoxiano de la
Puebla de los Ángeles fue instituida.
Un asunto que es importante subrayar es que después de la partida de
Francisco Fabián y Fuero en 1773 a España, los obispos Victoriano López
Gonzalo y Salvador Biempica y Sotomayor, sus sucesores en el cargo no lograron
hacer grandes transformaciones a la biblioteca, y sólo al parecer, se incorporaron
algunos libros. Sería hasta el siguiente siglo en el que se vuelve a tener noticias
acerca de la Palafoxiana, ya con otras circunstancias.
4.4. La transformación de una biblioteca colonial a una biblioteca liberal
Para los primeros años del siglo XIX se carece casi por completo de noticias
acerca de la Biblioteca Palafoxiana. Lo que se puede rescatar de la magra
información con la que se cuenta, es que la Guerra de Independencia no la afectó.
Antes bien, la biblioteca sobrevivió a un avatar más y se adaptó a las nuevas
circunstancias históricas, al dejar de ser una biblioteca del orden colonial y
212
convertirse en una biblioteca propia de la nación; es decir, pasó de ser una
extensión del vasallaje, a una biblioteca del sistema liberal.
La primera comunicación que se tiene sobre la Palafoxiana la proporciona
en 1836 el ilustre liberal Melchor Ocampo; es decir, data de una época en la que
ya se había fundado la nación mexicana. Este personaje describió detalladamente,
en una crónica de viaje a la ciudad de Puebla hecha en el año referido,
características muy específicas del recinto:
Está situada en el colegio Seminario en una pieza de 52 varas de largo y 13 de
ancho […] desde la puerta de entrada hasta el fondo opuesto corren dos
órdenes de estantes, cuyo número es de 106 divididos en 824 casillas o tablas.
Los estantes superiores tienen 2 ¾ varas de alto y 21/8 de ancho, carecen de
alambrado: los inferiores tienen 3 varas de alto y 21/8 de ancho, teniendo un
fuerte alambrado para impedir se tomen los libros sin permiso. A cada lado hay
para subir al segundo cuerpo dos escaleras con su puerta de 40 pulgadas de
ancho y el mismo alto de los estantes, cada una con tres escalones al frente
que luego se divide en dos de nueve escalones cada una…228
De esta primera parte de la descripción hecha por Melchor Ocampo se
puede inferir, que al término del obispado de Fabián y Fuero, hasta ese momento
la biblioteca no fue intervenida en su estructura, y permaneció inalterada. Sin
embargo, más adelante Ocampo señala las transformaciones más significativas,
que tenían que ver con la ausencia de la función del bibliotecario, pues por lo que
afirma, no existía una persona encargada expresamente para realizar dicha labor.
228
Descripción de la Biblioteca Palafoxiana por Melchor Ocampo, citado por Ernesto de la Torre Villar. El Colegio de San Juan…, op. cit., pp. 91-93.
213
Está abierta todos los días, menos los de fiesta, de ocho a doce de la mañana y
de tres a cinco de la tarde. Todos los de la calle son admitidos, sin embargo, de
que no suben a los libros descubiertos: de los colegiales sólo los bachilleres, los
demás necesitan licencia escrita del rector.
No hay bibliotecario por ahora, y los colegiales se van turnando por semanas.
Hay excomunión mayor para el que salga dos pasos fuera de la puerta con un
libro de la Biblioteca.229
Esto que se ha escrito, llama poderosamente la atención y nos lleva a
formular ciertas interrogantes: ¿Cuáles fueron los motivos por los que las
autoridades no nombraran un bibliotecario y dejaran en manos de los colegiales tal
responsabilidad? ¿Por qué se soslayaron las disposiciones de Palafox y Mendoza
y de Fabián y Fuero al respecto? ¿Acaso la academia de Bellas Letras que fundó
Fabián y Fuero, estudios donde por decreto se provenía de los futuros
bibliotecarios estaba ya en decadencia? Al parecer fueron estos los primeros
indicios de que años después la biblioteca pasaría a un segundo orden.
El documento escrito por Melchor Ocampo hace referencia a algunos
aspectos del mobiliario; por ejemplo, destaca que en la sala se hallaban
dispuestas seis mesas de madera destinadas a los lectores, así como los asientos
que se encontraban en la parte inferior de los armarios, y una mesa de cedro
reservada para quien hiciera las veces de bibliotecario. Anexa a su descripción
una lista de los volúmenes que contenía la biblioteca, junto con la clasificación
respectiva. Según Ocampo, el acervo estaba constituido por 12,536 volúmenes,
de las materias que se presentan en el orden siguiente:
229
Loc. cit.
214
Materias Volúmenes Expositores y Santos Padres 1,139 Biblia 109 Ascéticos 619 Total 1,867 Materias Volúmenes Sermones 1,030 Catequistas 957 Historia 938 Gramáticos, Anticuarios y Poetas 677 Retóricos y Oradores 108 Geografía y Matemáticas 433 Medicina e Historia Natural 309 Filosofía 234 Ética y Política 320 Teología, Dogmática y Polémica 415 Teología Escolástica 1,168 Id. Moral 1,029 Litúrgicos y ritualistas 78 Biógrafos 90 Historia Monástica 499 Intérpretes de Derecho Canónico 271 Derecho Canónico 593 Alegaciones de Derecho 93 Derecho de Indias 146 Id. Español 175 Id. Civil 537 Periódicos científicos, Literarios y políticos
579
Total 12,536
Un dato digno de mencionar, que aparece en las primeras cifras sobre las
temáticas de los libros, es que no coincide con la suma total. Melchor Ocampo
afirma que eran 12,536 libros; sin embargo, si uno realiza la suma arroja el
resultado de 12,546, diez libros más de los supuestos. Es curioso que tanto
Ernesto de la Torre Villar, como Efraín Castro Morales en sus respectivos estudios
sobre la Biblioteca Palafoxiana no hayan detectado ese pequeño error en el
conteo.
Sobre los datos que Melchor Ocampo señaló acerca del total de libros,
llama la atención la cifra de 12,536, primeramente porque al parecer fue poco el
215
incremento en el número de éstos, pues si recordamos en el año de 1770, el
obispo Fabián y Fuero señalaba sobre la antigua librería que contaba con
alrededor de 8,000 volúmenes. Es decir, que hasta 1836 se incrementó el número
aproximado de 4,500 libros. Esto podría tener una explicación hasta cierto punto
razonable, si tomamos en cuenta que a partir de 1810 con el movimiento
independentista y el tortuoso camino que se dio para la creación de la Nación,
tanto la importación como la producción interna de libros tuvo que bajar por los
acontecimientos bélicos.
Aunque esta podría ser una explicación, puede quedarse aún corta, pues si
tomamos los años fundacionales en que Palafox donó los aparentes 5,000 libros,
hasta la época en que se ha tomado el dato vertido por Ocampo, el incremento fue
muy reducido. Esto nos pone a dudar sobre lo que han señalado que después de
Palafox hubo generosas aportaciones por los obispos posteriores a él, ya que
como señalamos sólo la incautación de los libros a los jesuitas incrementó en
mucho el acervo palafoxiano.
Lo que sí es cierto es que el crecimiento en el acervo no decayó a lo largo
del siglo XIX, pues a través de los ex libris se ha podido detectar un considerable
número de donantes. Uno de ellos fue José María Couto Ibea. Este veracruzano
nacido en Orizaba formó parte de los colegiales que ingresaron al Seminario
Palafoxiano, quien donó una buena cantidad de libros, entre de los que destacan
La Ilíada de Homero, y La Idea de una Nueva Historia General de la América
Septentrional, del italiano Lorenzo Boturini. Al nombre de Couto Ybea, habría que
agregar los de Vicente Rodríguez de San Miguel y el de Joaquín Meabe, entre
otros.
216
No obstante, el acontecimiento más importante se dio casi a mitad del siglo
XIX, sucedió tras la muerte del obispo de Puebla Francisco Pablo Vázquez, pues
su numerosa librería pasó a formar parte de la biblioteca. A este obispo se le
debe la colocación de la estatua de Juan de Palafox y Mendoza en la biblioteca.
Según algunos datos proporcionados por la Enciclopedia de México, fue colegial
del Seminario Palafoxiano, para graduarse después en la Universidad de México.
Posteriormente, fue nombrado Ministro Plenipotenciario con el objetivo de
negociar con la Santa Sede el reconocimiento de la Independencia; aprovechando
el viaje, se consagró Obispo en 1831.230
Al parecer, durante su viaje, adquirió un significativo lote de libros que trajo
a México después de cumplir con la misión encomendada. A la muerte del obispo,
sus libros quedaron en manos de sus albaceas y, lejos de lo que muchos han
especulado, los libros nunca fueron cedidos por Francisco Pablo Vázquez a la
biblioteca, sino que gracias a los atinados procederes del canónigo José Francisco
Irigoyen se recuperaron para la biblioteca, como lo ha señalado Efraín Castro
Morales:
Los libros que había reunido [Francisco Pablo Vázquez] fueron adquiridos, a
sus albaceas, pero el canónigo José Francisco de Yrigoyen en 1850, para
cederlos a la Biblioteca Palafoxiana y que, al parecer, sumaban sólo once mil
volúmenes, todos identificables por el ex–libris del obispo Vázquez, grabado en
cobre, con una ánfora y dos pequeños angelitos que sujetan una tela en que
230
José Rogelio Álvarez (dir.). Enciclopedia de México, tomo 12, entrada “Francisco Pablo Vázquez”, México, 1982, p. 311.
217
aparece su nombre, grabado que podría atribuirse, con algunas reservas, al
artista José Manso.231
Esta incrustación del riquísimo fondo de libros perteneciente al Obispo
Vázquez, fue uno de los últimos grandes momentos en la incorporación de fondos
para la biblioteca. Además, lo anterior permitió la modificación de la estructura
interna de la misma, pues fue tal el cúmulo de libros alcanzado que hubo de
construirse el tercer piso de estantería para albergar los numerosos ejemplares.
Esto nos lleva a señalar que el orden de los libros que se tenían en tiempos de
Fabián y Fuero se modificó, ya que se agregaron libros diversos con temáticas
diferentes a las establecidas en esa época.
Tan se modificó el orden que es a partir de la construcción del tercer piso,
cuando se empiezan a utilizar las cartelas232, que en la actualidad guían al
espectador y usuario para identificar la lista de materias o autores con los que
cuenta la biblioteca. El orden que guardan los letreros en lámina son los
siguientes: en el primer piso se encuentra la SCRIPTURA SACRA, S.S.
SCRIPTURA EXPOSITORES, ECCLAE PATRES ET DOCTORES y
CONCILIONUM COLLECTIONES. En la parte izquierda del primer piso, JUS
CANONICUM, TEHOLOGIA SCHOLASTICA ET DOGMATICA. En el segundo
piso lado derecho, THEOLOGIA MORALIS, DISCIPLINA ECCA. ET
CONTROVERSIA, SACRA LITURGIA, ASCETICA ET MYSTICA y ORATIO
SACRA ET CONCINATORES. En el segundo piso lado izquierdo, HISTORIA ET
231
Efraín Castro Morales. La Biblioteca Palafoxiana. Puebla, Gobierno del Estado de Puebla. Subsecretaría de Cultura, 1981, sin paginación. 232
Las cartelas son places de metal u otro material al pie de un cuadro o de un estante, en el que se inscribe el nombre del autor, temática u otra explicación referente al mismo.
218
UNIVERSALIS y JUS CIVILE UNIVERSUM. En el tercer piso lado derecho,
HISTORIA PROFANA, HISTORIA BIOGRAPHICA, PHILOSOPHIA DIALECTICA
ET MORALIS, PHYSICI ET MATHEMATICI ET MEDICI, GRAMMATICAE AC
DICTIONARIA, HISTORIA NATURALIS. Del tercer piso lado izquierdo,
MISCELLANEA, GEOGRAPHI ITINERARIUM RELATIONES, HUMANITATES.
De esta forma quedó estructurada la biblioteca, con el nuevo nivel de
estanterías, acompañado de las diversas cartelas temáticas. En cuanto a los
libros, a pesar de que no dejaron de incorporarse, a lo largo del siglo XIX, el
volumen ya no aumentó demasiado.
La aplicación de las Leyes de Reforma representó tanto ventajas como
desventajas para la biblioteca. Por un lado, con la confiscación de los grandes
conventos y centros de enseñanza religiosa, muchos libros pasaron a formar parte
del acervo palafoxiano. En el presente, gracias a las marcas de fuego se puede
determinar el lugar de pertenencia. Sin embargo, los colegios fueron vendidos al
francés Julio Ziegler Esto tuvo repercusiones adversas, pues se resquebrajó el
viejo orden. Así, la antigua librería pasó en 1862 a denominarse como Biblioteca
Pública del Estado, abierta para todo público. Rectificando su error, el Gobierno
del Estado recuperó, con la suma de 15 mil pesos los antiguos colegios, por lo que
la Biblioteca Palafoxiana, en definitiva, quedó en manos del gobierno.
Habiendo estudiado el surgimiento, las filiaciones estilísticas y
arquitectónicas, así como las vicisitudes y desarrollo que han constituido la historia
de la Biblioteca Palafoxiana, desde su proyecto de creación por el obispo Juan de
Palafox y Mendoza y deteniéndonos en la valiosa intervención del obispo Fabián y
Fuero, hasta el siglo XIX en que México inició su vida como nación independiente,
219
concluimos el cuarto capítulo de nuestra investigación. En el siguiente y último
apartado profundizaremos en el examen de los libros considerados piezas
fundamentales de esta biblioteca y examinaremos los tópicos que conforman su
acervo.
220
Capítulo 5
La conformación del acervo palafoxiano
Bien es cierto que todos los que han escrito sobre la Biblioteca Palafoxiana
dejaron de lado lo más importante: los libros. En sus trabajos sólo se encuentran
los listados de las temáticas en que éstos fueron ubicados, pero en realidad lo que
menos se conoce es precisamente el libro, es decir, muchos estudios hablan
acerca de la belleza arquitectónica de la biblioteca; sin embargo, la materia prima
que permitió la construcción del edificio del que muchos se sienten orgullosos no
cuenta con estudios serios. No nos explican cuáles fueron los libros de teología o
los libros de derecho canónico que fueron parte vital del conocimiento de los
colegiales. Tampoco nos dicen qué libros fueron los incautados a la Compañía de
Jesús, ni demás asuntos respecto al acervo.
Ante esta situación, el siguiente capítulo tiene como finalidad el mostrar un
panorama general de los libros que probablemente fueron utilizados por los
colegiales en diversas épocas, al mismo tiempo enseñarnos a través los ex libris a
quiénes pertenecían dichos fondos. De esta forma, la primera parte de este
capítulo abarca los siglos XVI y XVII, esto se hizo ya que la anotación manuscrita
de pertenencia no nos señala algún destinatario, es decir, no hay una marca que
nos permita determinar cuáles fueron los libros donados por Juan de Palafox y
Mendoza y los obispos que continuaron incrementando el acervo. De ahí que se
haya tomado la determinación de señalar los libros editados a partir del siglo XVI y
XVII.
221
La segunda parte se plantea de la misma forma, es decir, se contemplan los
libros de principios del siglo XVIII hasta los inicios del siglo XIX. Pero a diferencia
del anterior apartado, aquí se señalan cuáles libros pertenecieron a la Compañía
de Jesús y a los diversos colegios que dan forma a la Palafoxiana. Finalmente el
apartado concluye señalando los libros que integraron la colección de Francisco
Pablo Vázquez y que fueron introducidos a la Palafoxiana en la mitad del siglo
XIX.
Señalamos también que muchos libros fueron dejados de lado, primero
porque lo que pretendemos es mostrar el panorama en conjunto de los fondos que
conformaron la biblioteca que hoy conocemos, pero ubicándolos a las etapas que
les corresponden. Segundo, que estos libros que se han señalado formaron parte
del conocimiento de esa sociedad y que hoy en nuestra modernidad están
totalmente desfasados. Esto nos permite entender también lo que se ha señalado
en los capítulos anteriores, que la biblioteca que ha llegado hasta nuestros días
sólo cobra su razón de ser en el pasado y no en el contexto que se le quiere
ubicar.
Adentrémonos, pues, al mundo de los libros que conformaron a la librería
fundada por Juan de Palafox y Mendoza, que después dio pie a la construcción de
la magnífica Biblioteca Palafoxiana.
222
5.1. Los primeros libros. Siglos XVI y XVII
Los libros que se integraron en los inicios de los colegios, fueron los establecidos
por el Concilio de Trento, pues debemos recordar que se buscaba formar buenos
clérigos que pudieran resolver los problemas de la predicación frente a los fieles,
así como establecer una buena dirección espiritual. Por lo tanto, las lecturas que
debían realizar los colegiales y los sacerdotes ya formados iban en esa dirección.
De esta forma, los padres conciliares se dieron a la tarea de corregir y unificar los
contenidos en los libros de devoción y liturgia.
Como bien ha destacado Dominique Julia, la actitud de la Iglesia se movió
bajo una doble política, que consistía en garantizar un control riguroso de los libros
que trataran de asuntos sagrados, y por otro lado, poner una barrera a los libros
sospechosos y peligrosos que constantemente se incrementaban en cantidad.233
Esto obligó a los impresores y libreros revisar y corregir todas las obras que
estuvieran a su cuidado, para evitar que se filtrara algún texto que pudiera ser
pernicioso.
Por obvias razones, el primer libro que debía ser uniformado para todo el
catolicismo fue la Biblia. Así en las disposiciones hechas en la cuarta sesión del
Concilio de Trento en 1546, se acordó que la Vulgata Latina tenía que ser
considerada como la versión auténtica de las Sagradas Escrituras, con esto se
pretendía evitar interpretaciones contrarias a las vertidas por la Santa Madre
Iglesia.
233
Dominique Julia. “Lecturas y Contrarreforma”, en Historia de la lectura…, op. cit., p. 418.
223
Con esta lógica, España fue de las grandes impulsoras de los cambios en la
Iglesia, fue de las impulsoras, por ello produjo una Biblia que fuera utilizada en
todas sus definiciones. Es así que Felipe II encargó al humanista Benito Arias
Montano la dirección de la misma, y a Cristóbal Plantino la labor de impresión.
Esta obra que fue de las más representativas del mundo editorial español, se le
denominó Biblia Regia o Biblia Políglota de Amberes, tenía como antecedente a la
Biblia Políglota Complutense, que fue patrocinada por el famoso arzobispo de
Toledo, Francisco Jiménez de Cisneros.
La impresión de la Biblia Regia fue un trabajo difícil, ya que el Papa Pío se
mostró renuente a que saliera a la luz pública; pero su sucesor, Gregorio XIII, dio
su visto bueno, y a partir de 1572 se concedió el privilegio para imprimirse por
veinte años. La Biblia, cuyo periodo de impresión fue de 1568 a 1572, se editó en
ocho volúmenes, con textos en hebreo, arameo, griego y latín; pronto fue
distribuida por todo el reino a pesar de que muchos eruditos de la época
presentaron su recelo sobre esta obra, como fue el caso del teólogo León de
Castro, catedrático de la Universidad de Salamanca, quien denunció al director de
la obra Benito Arias Montero al Tribunal de la Inquisición.
Probablemente esta edición era uno de los libros utilizados por los
colegiales y de la cual se tiene con la siguiente descripción: Biblia Sacra Hebraiae
Chaldaiche Graece et Latine cum commento et traductione Benedicto Aria
Montano, Guidono Fabricio, Nicolas Fabricio, Augustino Itunnaes, Cornelio
Guadano, Joanne Hartenio, Cardenale Espinosa, Cardenale Gravellano, Joanne
Angelo Regla, editada en la ciudad de Antoerpia en 1569-1573, por Cristobal
Plantino.
224
A esta versión habría que agregar las siguientes autorizadas por el Papa y
la Comisión del Concilio, esto son la: Biblia Sacra de 1600, Biblia Sacra Vulgatae
editionis Sixti V Pont. Max. Issus recognita atque edita cum scholiis plurinum auctis
et emedatis Joanni Marianae et notationibus Emmanuelis Sa addito Petri Lansselii,
editado en la ciudad de Antuerpiae en el año de 1624, en la ex oficina Plantiniana
apud Balthasarem Moretun, ed viduam Joannis Moretio.
Y fuera de los dominios de los talleres de Cristóbal Plantino y sus herederos
se encuentran las siguientes: Biblia Sacra cum dupliei translatione, et scholiis
Francisci Vitabli, nune denuo plurimis, quibus scatebant, erroribus repurgatii,
ductissimorom theologorum tum almae Universitatis Salmanticensis… editado en
Salamanca por Gasparem a Portonariis et Gulielmi Roviltii, en 1584; Biblia Maxima
Versionum ex linguis orientalibus pluribus sacris Ms. Codibusi innumeris fere ss. Et
veteribus patribus, et interpretibus orthodoxis, collectarum authore R. P. Joanne de
la Haye cum annotationibus Nicol de Lyra, editado por Bechet et L. Billiare, Antonii
Bertier, Simeonis Piyet, en Paris 1660.
De igual forma que para la Biblia se debía seguir una traducción correcta,
los textos de carácter litúrgico también debían seguir los procedimientos de
acuerdo a lo establecido por el Concilio de Trento. Dominique Julia, al respecto
destaca que la unidad del catolicismo tenía que recomponerse a través de los
textos bíblicos, litúrgicos y catequísticos redactados en latín.234
Es así que los Padres Conciliares recomendaron al Papa que se hiciera una
revisión profunda del Breviario, del Misal, así como de los textos del Catecismo.
Pronto salieron las nuevas versiones de los textos litúrgicos que fueran destinados
234
Ibid., p. 419.
225
a los reinos católicos. En España, por ejemplo, a estas nuevas disposiciones se
les dio el nombre de Nuevo Rezado. Los libros del Nuevo Rezado por órdenes de
Felipe II fueron encomendados a Plantino, y el monopolio de la distribución se
otorgó al Monasterio de San Lorenzo del Escorial.
Como la difusión de los libros del Nuevo Rezado alcanzó todo el reino
español, no faltaron por ende, las colonias, entre ellas la de la Nueva España.
Entre los Breviarios que se leían en los colegios, estaban:
Breviarium romanum: ex sacra potissimun scriptura, et probatis sanctorum
historiis per confectum, ac denuo per eudem authorem accuratis recognitum,
eaque diligentia hoc in anno… Mendis ita prugatum, ut momi uidicium non
pertimescat, editado en Lugduni en 1556 por los herederos de Jacobi Junctae.
De igual forma también se encontraba el reformado Breviarium romanoni ex
decreto Sacro-Sancti Tridentini restituton S. Pii V Pontificis Max.
Lamentablemente, a esta edición le falta la portada que nos permitiría señalar el
año y nombre del impresor, empero, se puede inferir que éste fue elaborado de
1600 en adelante en las imprentas Plantinianas.
También se halla el Compendio de la rúbrica del Breviario, Misal Romano,
dibulgado por Pío V, recognito por Clemente VII y últimamente por Urbano VIII en
el qual se declaran y resuelven muchas dudas acerca de las rubricas del breviario
y missal y celebración de las missas, útil y provechoso para todos los
eclesiásticos, assi regulares como seculares, recopilado por el Padre Fray Lorenzo
Lobo. Este Breviario fue editado en Madrid por la Imprenta Real.
Y sobre la catequesis encontramos los siguientes libros: Enchiridion, o,
Manual de la doctrina Christiana, de fray Diego Ximénez, en la ciudad de Lisboa,
226
imprenta de Martin Nucion, 1554; y la obra de Pedro Canisio, Opus Catechisticum,
sive, De Summa doctrinae Christianae, editado en Coloniae, por Gervimun
Calenium et haeredes Joanni Quenti, 1586. También se contó con: Diálogo entre
el discípulo e mestre catechicante Onde se resolvem todas las dueidas que os
iudeos obstinados costumaa fazer contra a verdade de fe católica: cum
efficacissima razoens, assi dos prophetas, santos, como de seuss mesmos
rabinos. Este libro fue editado en Lisboa en 1674.
De igual forma no podía faltar las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, a
quienes se les conoce así por ser para esta institución como los grandes
intérpretes de las enseñanzas bíblicas, además que posteriormente sus ideas se
convirtieron en sistemas de pensamiento para las generaciones de futuros
cristianos.
Por lo tanto, hallamos las lecturas de tan singulares personajes, así se
pueden encontrar las obras de San Agustín, como De Civilitate Dei, un texto
incunable a dos columnas, que data del año de 1475; en Venetiis, editado por
Nicolaus Jenson. Pero también se tienen los siguientes libros: Opera Divi Aureli
Augustini hipponeasis episcopi, editado en Paris de 1555; y la compilación Flores
D. Augustini ex suis libris de Civilitate Dei excerpti una cum aliquot sententiis et
auctoritatibus insignioribus, ex ómnibus fillius aperibus sclectis. Editado en Lugdoni
por Guilielmun Rovillium en 1580.
De San Basilio encontramos: A panta tatou theiou cai megalou kaluo menou
basileou, texto totalmente en griego, editado en Basileae por Froben en 1551, y el
texto en griego y latín Tou en agiois patros eemoon basileious archiepiskopou
kaisareias kappadokias ta euriskomena=Basilii Magni Caesereae Cappadociae
227
archiepiscopi Opera Omnia, editado en Paris por Aegedii Morellii, Claudium
Somnium, de 1637-1638.
Además de San Gregorio Nazianzeno se hallan: Tou en agiois gratos
eemoon gregoriou episkopus Nysees ta eurismkomena saneti patris nostri Gregorii
episcopi Nysseni opera. Este es un texto en griego y latín, editado en Paris por
Aegidii Morelli, en 1638. Incluso se encuetra la: Espistolae Eliquot Selectae Dive
Hieronymi, editado en Madrid por Francisco Manuel de Mena en 1662. Entre las
obras de San Atanasio está la obra con el título de Tou en agiois Patros eemoon
Athanasious archiep. Alexandreias ta curiskomena panta, editado en Paris por
Joannis Anisson en 1698. Se puede agregar la Maxima Bibliotheca veterum
patrum et antiquorum scriptorum ecclesiasticorum primo quidem a Margarino de la
Bigne en Academia Parisiensia doctore Sorbonico in lucem edita, impresa en la
ciudad de Lugdoni en el año de 1667.
Sobre los tratados de Patrología se cuentan con el estudio de Benedictus
Gononos y que lleva por título Vitae et Sententiae patrum accidentis libris VII
digesta ex gravissimis auctoribus, necnon antiquis manuscriptis codicibus et
ecclesiarium breviariis collectae, et annotationibus selectis exornatae opera et
studio Benedicti Gononi, editado por Laurentii Durand, en la ciudad de Lugdoni en
1625. Además está la obra de Francisco Combes, Graecolat patrum bibliothecae
novuum actuarium, editado en Paris por Antonio Bertier en 1648. Y la obra de
Alonso Novarino, que se titula Adagia ex Sanctorum patrum, ecclesiaticorum que
scriptorum monumentis prumpta…, editada por Laurentii Durand, en Lugduni en
1637.
228
También se destacan los textos de Francisco de Garau como Deipar
elucidat ex utriusque theologiae placitis sanctorum Patrum, et Sacrae Paginae
luminobus ad splendurum, editada por Mariae Martin en Barcinore en 1600; las de
Juan López Epitomes Sanctorum patrum, per locos communes, qui ad virtutum, et
vitiorum tractationem ed at fidei nostrae mysteriorum expositionem pertinem, ad
sacras canciones ex Origene, Basilio, Chrysostomo, Hieronymo, Ambrosio,
Augustino, Gregorio, Bernardo…, editado por Evangeliste Deuchini, en la ciudad
de Taruisius en 1650; y la obra de Margarino de la Bigne llamada Magna
Bibliotheca Veterum Patrum et antiquerum scriptorum ecclesiasticorum, editada
por Joannem Billaine, Simonem Piget, Frederic Leonard, editada en 17 tomos, en
la ciudad de Paris en 1654.
Sin lugar a dudas, los libros que se encontrab del conocimiento de los
sacerdotes ya formados de los siglos XVI y XVII, y que además servían para
reafirmar su fe, se encontraban las obras de Santo Tomás de Aquino. De igual
forma, los pasajes de sus obras eran frecuentemente estudiadas por aquellos
jóvenes que se formaban en los seminarios tridentinos. Así, las obras de Aquino
halladas en la Biblioteca Palafoxiana son las siguientes: Summa theologica,
editada en varias ciudades y en diferentes años; está la editada en Roma en 1570,
por la impresora de Julium Accoltum y los herederos de Antonii Bladii y Joannem
Osmarinum; la editada en Neapoli de 1663, por Josephi Raymundi. También la
obra que aparece con el siguiente título: Summa totius theologiae, editada en
Roma en 1619 por Andreae Brugiotti.
Por otro lado, estaban los comentarios de Santo Tomás a las obras de
Aristóteles y que aparecen con este título: Expositiones Divi Thomae Aquinatis
229
super libros Aristotelis, editado por los herederos de Antonii Bladii, en Roma en el
año de 1570; Thomae Aquinatis in octo physicorum Aristotelis libros
commentariae…, editado por los herederos de Hieronymi Scoti, en Venettis de
1586.
A estos se podría agregar otras obras con temáticas variadas como:
Enarratones quas cathenam vere auream dicunt, in quatuor evangelia ex
vetustissimorum codicum collatione, quantum licuit emendatione qui… hactenusin
lucem edithae, editado por Petri Galteri en Paris en 1546.
De veritate catholicae Fide contra gentiles, editado por los herederos de
Antonii Bladii en Roma, 1570; Tomos quintusdecimos in Matthaeum, Marcum,
Lucam et Joannem: catenam auream completens, editado en Roma por los
herederos de Antonii Bladii en 1570; Quaestiones disputatae S. Thomae Aquitanis
Doctoris Angelici, de potentia Dei, de malo, de spiritualibus creaturis, de anima, de
de daemonibus, de angelis, de veritate, et pluribus aliis quaestionibus, ut in tabula
contineatur, por Franciscum de Aonoratis, en Paris de 1557.
El estudio de la teología moral era indispensable para el conocimiento del
buen sacerdote, pues en la teología moral las cuestiones de la fe se aplicaban
sobre la conducta moral de los individuos. La teología era considerada como la
disciplina más importante en el mundo cristiano pues tiene todos los elementos de
Fe que deviene de la Biblia, es decir, de la palabra de Dios, por lo tanto,
“verdadero”. El mundo católico estableció que todas las Escrituras, como la misma
doctrina establecida por la Iglesia, cumplía con el objetivo de la acción salvífica de
Dios, por lo tanto el religioso en general debería tener conocimiento de todos los
aspectos teológicos para ayudar a los mortales comunes. Dos son los planos en
230
que los católicos desarrollan sus ideas sobre la Fe, la Teología Dogmática y la
Teología Moral.
El estudio de la teología moral era indispensable en un buen sacerdote, al
fin y al cabo, pastor de almas, pues en la teología moral las cuestiones de fe se
aplicaban sobre la conducta moral de los individuos. Dentro de la teología moral,
la casuística fue sumamente importante pues ayudaba a discernir lo bueno de lo
malo; Sergio Pérez Cortés sobre la casuística acota lo siguiente:
La casuística de los siglos XVI y XVII es una doctrina cuya premisa más
general consiste en colocar la conducción del acto moral del individuo bajo la
dependencia de una guía espiritual. Los casuistas son la clase de personas
educadas que investigan casos complejos y escrúpulo de conciencia y
presenta explicaciones de ello en sus escritos. Un casuista interviene en
situación de duda y de perplejidad moral, y la casuística es justamente la
resolución, por mentes expertas, de esos difíciles casos morales.235
Una considerable cantidad de libros fueron los que se produjeron sobre la
moralidad de las acciones humanas a partir de la tradición eclesiástica, que los
buenos pastores de almas tenían que consultar para llevar bien su labor. Dentro
de esas obras se destacan las siguientes:
De Guilielmo Peraldo: Summae virtutum ac vitiorum, editado en Lugduni en
1554; Manuale sacramentorum secuandam usum alme, ecclesie, toletane moviter
impressum, cum quibusdain additionibus utilissimis, quae omnia in tabule, quae ad
finem huius operis, editado en el año de 1554 por Inclytam Granatam; Sylvestro
235
Sergio Pérez Cortés. “Guiar la conducta. Fragmento de historia de la conciencia moral”, en Historia y Grafía, México, Universidad Iberoamericana, núm. 6, 1996, p. 143.
231
Prierate Sylvestrinae summae, quae summa summarum merito nuncupatur, por
Mauricium Roy y Ludovico Pesnot, en la ciudad de Lugduni en 1555; también se
encuentra la edición de 1572 del mismo año; Tomaso di Caves, Summa de
sacramenti della Chiesa, en Venecia por Pietro Deuchino en 1575. De Benito Arias
Montano: Dictatum Christianum sive, comunes et aptae discipulorum Christi
ómnium partes; en Antuerpiae por Christophori Plantini de 1575.
De Bartolomé de Medina se halla: Breve instruction de cómo se ha de
administrar el sacramento de la penitencia, dividida en dos libros, editado en
Salamanca por los herederos de Mathias Gast en 1582; de Bartolomé de
Ledesma: Summarium, en Salamanticae por los herederos de Mathiae Gustii de
1585; de Juan Blas Navarro: Disputatio De Vectigalibus, et eorum iusta exactione
in foro conscientiae, en Valentiae por Petrum Patricium Mey, de 1587; De septem
sacramentis libellus R. D. Guilielmi Parisiensi Episcopi compendium Catechismi
Romani de Septem Sacramentis, en Lugduni por Guillelmun Ravillium de 1587;
Ludovici Lopez: Instructionii conscientiae, en Lugduni por Petrum Landry de 1592;
Hector Pinto: Imagen de la vida christiana, primera y segunda parte, en Alcalá por
Juan Gracian de 1595.
En el mismo tenor, se hallan las obras de Thomae Sanchez: Opera moral in
praecepta dealogi, por Laurentii Anisson en Lugduni de 1600; Tercera parte de las
obras del Padre Maesi Juan de Avila, predicador de Andaluzia trata del Santissimo
Sacramento y del Espiritu Santo y de Nuestra Señora; de Vicente Bruni: Brevis
tractatus de Sacramento poenitentiae, cum examine generali ad confessionem de
tota vita et, meditatione una pro communione, en Lugduni por los herederos de
Guil. Rovilii de 1607; asimismo, en otras obras de Thomae Sanchez: Opus morale
232
in praecepta Decalogi, en Matriti por Ludovicum Sanchez de 1613; Antonino Ponz:
Maravillas de santissimo y milagros con que el Señor las califica en confirmación
de lo que la Fe enseña de la Santa Eucharistia, en Valencia por Juan
Chrysostomo Garriz en 1613.
Del autor Gregorio Sayro: Anglo Clavis regia sacerdotum, cassum
conscientiae sive, theologiae moralis thesauris, editado en Duaci por Marci Wyon
de 1619; de Antonio Carvallo Parada: Discurso político fundado en la doctrina de
Christo Nuestro Señor y de la Sagrada Escritura. Si conviene al Govierno
Espiritual de las almas, o al temporal de la Republica aprovarse el modo de
predicar de reprehender a los Príncipes y Ministros, en Lisboa por Pedro
Craesbeeck en 1627; de Vicentii Filliucius: Question moral de Christianis officiis in
casibus conscientiae ad formam cursus qui praelegi solet in Collegio Romano
eiusdem societatis tomi duo, editado por Jacobi Cardon en Lugduni de 1633-1634.
De Juan Machado de Chaves se encuentra: Perfecto confessor i cura de
almas, asunto singular, en el qual con suma claridad, breve i científico modo, se
reduzen a principios universales, i reglas generales de ambos derechos, civil i
canonico todas las materias pertenecientes al teólogo moral…, editado por Pedro
Lecavalleria, Barcelona en 1641; de Guimenii Amadaei: Opusculum Singularia
universae fere theologiae moralis complectens, adversus quorumdam
expotulationes contra nonnullas iesuitarum opiniones morales ad tractatus De
Peccatis De Opinione probabilii. De fide. De chantate. De Justitia et Jure. De Horis
Canonici. De Sacrificio misase. De Jejunio. De Simonia. De Usuris. De Paptismo.
De Poenitentia. De Eucharistia. De Matrimonio. De Censuris, editado por Joannis
Bapt. Marsal, en Valentiae, 1654.
233
Del autor Joanne Martinez de Prado: Theologiae moralis quaestiones
precipue, editado por el Collegio Sancti Thomae Pr. Didacus Garcia, Compluti
1654-1656. De Bauny Stephanus: Theologi Moralis, editado en Paris por
Michaelem Soly en 1642; Tho. Del Bene. Theologiae Moralis tractatus sextus, en
Avenione por Guillelmi Halle de 1658; de Luis de la Concepción se halla: Examen
Veritatis theologiae moralis, en la imprenta de Joannis Nogues en Matriti, en 1666;
de Joanne Martinez de Prado: Dubitationes scholastiae et morales. De poenitentia
ut virtute, et ut sacramenta eiusque partibus, en Segovia por Bernardi de H., en
1669; del mismo autor se destaca Manual de los Santos Sacramentos: conforme
al ritual de Paulo V formado por manddo del Ilustrissimo y Excelentissimo Señor D.
Juan de Palafox y Mendoza, editado en México por la viuda de Bernardo
Calderon, 1671.
De Juan de la Cruz se presenta: Directorium conscientiae i in duas partes
divisum in prima, per ordinem praeceptorum Decalogi, agitur de ómnibus materiis
moralibus. In Secunda. De Sacramentis, et censuris. Inouper aciecimus epitome
De statu, et privilegiis religiosorum cum computo annorum ab Adam ad Christum,
en Matriti por Antonio Gonzalez de Reyes, 1676; de Joanne de Cardenas: Crisis
Theologica, in qua plures selectiae difficultattes ex morali theologia ad Lydium
veritatis lapidem revocantur ex regula moruma SS. DN. Innocentio XI P. M. in
diplómate damnate sexaginta quinque propositiones, en Hispaeli, por Thomae
Lopez de Haro, 1687; Didaco de la Fuente Hurtado se halla la obra: Theologia
reformata, qua plures enodantur morales dificultades ex mente S. S. D. N.
Innocentis Papae XII, en Hispali por Thomae Lopez de Haro, en el año de 1689.
234
Por otro lado, la Teología Dogmática se diferencia de la Teología Moral,
porque ésta instaura la afirmación de que la palabra de Dios expresada por
Jesucristo es la confirmación de la fe y por lo tanto, la única verdad de salvación,
siendo la Iglesia Católica la única capaz de transmitir la verdadera fe de Dios a
través de su liturgia y de toda la práctica eclesial. Por ello, sólo los más versados
en el conocimiento de las Sagradas Escrituras y del desarrollo de la Iglesia
pueden interpretar el dogma para enseñarlo. Numerosos fueron los tratados que
dieron cuenta del dogma como veremos a continuación.
Del autor Antonio de Florencia se presenta: Totius summe maions. (Libro
incunable), editado en Lugduni por Johannen Cleya en 1500; también hallamos las
siguientes obras de Dionysii Carthusiani: Opera Minores, en Coloni por Johynes
Sot., de 1532; S. Dionysii Arcopagitae Martyris, Episcopi Athenien et gallorum
Apostoli, Opera (quae quidem extent) Omnia. Colonia ex oficina hacredum Joanni
Quentel, 1556; De perfecto mundi contemptu ut. Pius, i ta utilissimus heptalogus,
cuius opuscula versa pagella declarabit, en Colonniae por Melchior Noresianus, en
1540; Super Omnes S. Dionysii Areopagitae libros commentaria, studiosis
ómnibus haetenus multum desiderata, sed nune primum utilitati publicae donata
Praeter haec adest hic qudruplex operum sanctissimi martyris graeco in latinum
translatio et una paraphrasis hoc ordine dispositae, editado en Coloniae por Petri
Quentel, en el año 1536.
De Rupertus, abad Tuitiens: De divinis officis libri XII, en Coloniae por Arnolt
Birckman, 1532; del mismo autor: Rupertis ad Batis Monasterii Tuitensis, Ordinis
S. Benedicti, theologi antiqui, opera duo, ut egreria sans, i ta diu desiderata,
multoq labore perquisita, ac sumptu haud ita modico excusa, en Coloniae, por
235
Arnold Birckman, en 1540; San Cipriano: Caecilii Cypriani Episcopi Carthaginensis
et Martyris Opera, en Lugduni por Seb. Grysphium, 1550; Joan Maria Verrato
Ferrarien: De incarnatione Verbi Domini, consonantia quattuor Evangelistarum
cum his quae acta suat erga puerum lesum, ipsiusq, gestis usque ad semonam in
monte peractum. Ex quibus pulcherrime conciones eliciuntur adversus recetiores
Ecclesiae hostes, en Venetiis, 1551.
Joannes a Bononia: De aeterna Dei praedestinatione et reprobatione ex
scripturis et patrum authoritatibus deprumpta Sententia, en Lovanii por Anthonium
Mariam Bergagne, 1555; Francisco de Vitoria: Relectiones theologicae XII in duos
tomos divisae, en Lugduni por Jacobum Boyerium, 1557; Lorenzo de Villavicencio:
De recte formando theologicae studio libri quatuor, en Antuerpiae por los
herederos de Arnold Birckman, 1565; Joanis Praepositi: Commentaria in tertiam
partem St. Thomae de incernatione verbi sacramentis et censuris, en Ovaci por
Gerardum Pette, 1569; Pedro Lombardo: Magistri Sententiarum libri III, en Lugduni
por los herederos de Jacobi Juntae, 1570; del mismo autor se encuentra:
Commentaria in decem et Semper quaestiones primae partis Sancti Thomae. De
innefabili Trinitatis misterio, ubi disputantur triginta tres distinctiones primi Magistri
scatentiarum, en Compluti por Andraeas de Angulo, 1563.
De Tomás de Vio: Opuscula omnia. Thomae de Vio Caietani tituli sancti
Xysti, in tres distincta tomos, variis quaestionibus ae utilissimis annotationibus
appositis, recsns auta, atque iocupletata, quibus accessere ad objecta aliqua sane
qum acutae responsiones, alique per multa, qua sequens idex indicabit. Ítem
tractatus quídam contra modernas Marthini Litheri sectatores, et eorum praecipuos
errores nunquam antehac impresus, en Augustae Taurinonum, 1582; Pío Bentivoli:
236
Compendii Theologiae D. Thomae Aquitanis ab eo, morte praevento, non perfecti,
en Venetis, 1585; Hieronymus ab Oleastro: Elenchus commentariorum in
Pentateucum, en Barcinone por Jacobi Cendrat, 1588.
Alphonsi Mendozae: Quaestiones quodlibeticae et rdectio theologicae, de
Christi regno ac dominio, en Salmanticae por Michaelis Serrani de Vargas;
Gregorio Nunnio Coronel: De vera Christi Ecclesia libri decem, en Romae por
Jacobum Lunam, 1574; Micahele Liot: Epitome sive collectio erorum ómnium quae
a Petro Lombardo sententiarum Magistro, in suis quatuor libris conscripta
reperiuntum recens edita, et sanctae theologiae studiosis vald utiles et necessaria,
en Perpianiani por Sansonen Arbus, 1594; Melchor Cano: De lucis theologicis libri
duodecim, en Salmanticae por Mathias Gastius, 1563.
Uno de los más grandes pensadores y teólogos, fue sin lugar a dudas
Francisco Suárez, quien además fue un fiel seguidor de la filosofía de Santo
Tomás de Aquino, adoptando en sus estudios. También fue un entusiasta
expositor de la doctrina de los jesuitas. Muchos de sus libros fueron la base para
las disputas teológicas de su época. En la actualidad, en la Biblioteca Palafoxiana
hay diversas ediciones, pero lo más curioso es que en los ex libris se señalan
diversos lugares de procedencia, como se observarán a continuación:
Francisco Suárez: Commentari ac disputation in tertiam partem Divi
Thomae, en Venetiis, de la Soecitatem Minimam, 1598; con ex libris Colegio de
San Agustín: Commentari ac disputation en tertiam àrtem Divi Thomae, en
Lugduni por Horatii Cardo, 1614; Commentari ac disputation en tertiam àrtem Divi
Thomae, en Moguntiae por Balthasari Lippii, 1616; con marca de fuego Covento
de Santo Domingo de Puebla: De divina gratia, en Moguntia por Hermanni Mylii
237
Birckmanii, excudebat Balthasar Lippius, 1620; con marca de fuego del Convento
de Santo Domingo de Puebla: Opus de triplici virtute theologica, fide, spe, et
charitate in tres tomos, pro ipsam virtutum numero distributum, en Aschaffenburgi,
por Hermanni Birckmanni, 1622.
Continuando con los tratados de teología dogmática, tenemos a Gregorio
de Valencia: Commentatiorum theologicorum tomi quatuor: in quibus onmes
quaestiones, quae continentur in Summa Theologica D. Thomae Aquitanis, en
Lugduni por Horatii Cardon, 1603; Jacobi Gretseri: De cruce Christ, en Ingoldstadii,
por Adami Sartori, 1600-1605; Thoma Malvenda: De antichristo libri undecim, en
Romae por Carolum Vullietum, 1604; Christophori Gillii: Commentatiorum
theologiarum de suera doctrina, et essentia atque unitate Dei. Libri duo, en
Colonniae Agrippinae por Horatio Cardon, 1610; Pedro Lombardo: Magistri
scentiarum libri IV, en Lugduni por Claudii Landri, 1618; Gregorio Martinez:
Commentaria super primam secundae D. Thomae, en Toleti por Didaca
Rodriguez, 1622.
Antonio de Escobar y Mendoza: De augustissimo ineffabilis eucharistiae
arcano, moralibus mysticisque adnotationibus referato, en Vallisoleti, por viduam
Francisci de Cordova, 1624; Jacobo Granado: Commentari in summam
Theologiae S. Thomae, en Hispali por Franciscum de Lyra, 1623; Rodrigo de
Portillo: Libro de los Tratados de Christo S. N. Y de su Santissima Madre y de los
beneficios y mercedes, que goza el mundo por su medio, en Toro por Jerónimo
Morillo, 1630; Joannis Wiggers: In Priman Secundae Divi Thomae Aquitanis
Commentaria, en Lovanii por Joannem Oliverium, 1634; Juan Eusebio
Nieremberg: Del aprecio y estima de la divina gracia, en Madrid, 1638: del mismo
238
autor: Prodigio del amor divino y finezas de Dios con los hombres: Sacado de la
Sagrada Escritura, doctrina de los Santos Padres, y consideraciones de Doctores
mistiros, en Madrid por Juan Sánchez, 1641 con ex libris del Convento de
Carmelitas Descalzos de México.
San Bernardo: Opera, en Paris e Typographia Regia, 1642; Francisco de
Oviedo: Tractatus theologici, scholastici et morales, respondentes 1ae 2ae D.
Thomae, en Lugduni, Sumpt. Haer. Petri Prost, Philip Borde et Laurentii Arnaud,
1696; Martin Becanoo: R. P. Martini Becani So. Dei. S. S. Theologicae Doctoris et
in Academia Moguntina quondam Prefessoris Opera Omnia, aucta revisa et in
duos tomos distribute, en Moguntiae, por Joannis Godefredi Schonwetteri, 1649;
Juan Martínez de Ripalda: Tractatus Theologici, et scholastici de virtulibus, fide,
spe, et charitate: Opus postholum necsessaris indicibus illustratum, en Lugduni por
Philip Borde, 1652; Marco Serra: Summa commentarium in tertiam portem S.
Thomae de Sacramentis, en Roma por Franciscum Ceballum, 1653.
Didaco de Sylva et Pacheco: Commentaria theologica in primam partem
Divi Thomae, en Matriti por S. Martinum, 1663-1665; Vicente Ferrer: Tractatus de
vitulibus theoligici et vitiis eis oppositisjusita miram doctrina Divi Thomae, en Roma
por Nicolai Angeli Tinassi, 1669; Vicente Ferrer: Tractatus theologici in primam
partem D. Thomae, en Madrid 1676; del mismo autor: Tractatus theologici in
primam partem D. Thomae a gestione prima, usque ad quartam decimam
inclusius, en Salmanticae por Melchior Estevez 1675; Vicente Contenson:
Theologia mentis et cordis, seu, Speculatio Universae sacrae doctrinae, pietate
temperata S. Patribus, Doctore pottisimum Angelico derivata, en Lugduni por
Laurentii Arnaud, Petri Burde, 1676.
239
Las obras de Raymundum Lumbier: Tractatus secundus de Visione Dei, en
Caesar-Augustae por Joannis de Ybar, 1674; Tractatus primus de essentia et
attributis, Caesar-Augustay, por Joannis Ybar 1677; Tractatus dúplex de virtute
fide et de sacrosancto Incarnationis misterio, en Caesar-Augustae por Paschasium
Bueno, 1678; y finalmente: Coelestino. Nodus praedestinationis, ex SS. Litteris,
doctrinaque SS. Augustini et Thomae, quantum homini licet, dissolutus, en Venetiis
por Hieronynum Albriccium, 1698.
Otro conjunto de libros que son indispensables son los referentes a las
leyes de normas que se establecen en una sociedad. De esta forma un conjunto
de textos dedicados al Derecho Eclesiástico o Canónico y al Derecho Civil son
parte fundamental en la formación sacerdotal. El Derecho Canónico consiste en un
conjunto de normas legislativas de la Iglesia Católica, abarca rubros como el
establecimiento de leyes por parte de los Papas y los promulgados por los
Concilios. Así la Iglesia Católica en sentido práctico norma las conductas de sus
miembros internos, es decir de todos los que forman parte de la sede apostólica.
Los libros de derecho eclesiástico o canónico son los siguientes:
Petro Gregorio Tholosano: Partitiones juris canonici, seu, Pontifici in
quinque libros Digestae quae instar syntagnatis specialis totius juris ecclesiastici
sunt, en Lugduni por Joannem Pillehotte, 1594; Parnomita, abad: Consilia jurisy
responsa, ac quaestiones, en Lugduni, 1586; Gabriel Palaeoti: De sacri consistorii
consultationibus, en Venettis por Minimam Societatem, 1594; Gonzalo Suárez de
Paz: Praxis ecclesiastica et secularis i cum actionum formulis et actis procesuum
hispano sermone compositis, en Salmaticae por Cornelius Bonardus, 1586; Literae
Apostolicae, quibus variae facultates, et indulgentiae religiosis Societatis Jesu, et
240
Aliis Christi fedlibus in Indiarum Orientalum et Occidentalium provinciis
concendentur, en Roma por el Collegio Societatis Jesu, 1585.
Thoma James: Bellum Papale, sive, Concordia discursus Sixtis Quinti et
Clementis Octavi, circa Hieronymianam editionem Pretaca, in quibusman locis
gravioribus halxtur comparatio utriusque, en London por Georgius Bishop en 1600;
Francisci Molini: De brachio seculari ecclesiae prastando, et mutuis judicum auxiliis
celeberrimi commentarii in tres libros distinti, en Barcinone por Joannem Simon,
1601; Flaminii Parisii: De resignatione beneficiorum tractatus: complectens totam
fere praxim beneficiariam. Decisionibus Ratae Romanae et receptis Doctorum
opinionibus attestatam et copiose comprobatam, en Venetiis por haeredem
Hieronymi Scotti, 1605; Luca Florono de Solarulo: Tractatus de prohibitione duelli,
en Venetiis por haeredem Hieronymi Scoti, 1610.
Emmanuele Roderico: Qauestiones regulares et canonicae: in quibus
utriusque juris, et privilegiorum regularium et apostolicarum constitution um novae
et veteres difficultates dispersae et confusae, miro ordine scholastico per
quaestiones et artículos quibuscunque ecclesiasticis regularibus maxim
necessariae, en Lugduni por Horatii Cardon, 1613; Sacrosanctae decisiones
canonicae, en Venetiis por haeredem Hieronymi Scoti, 1613; Joanne Filesaco: De
idolatría política, et legitimo principis cultu commentarius, en Paris por
Bartholomeaum Macaeum, 1615; Francisco Suárez: Disputation de censuris in
communi ex communicatione suspensione et interdictio, itemque de irregularitate,
en Moguntiae por Hermanni Mylii Birckmanni, 1618; Francisco Mantica: Dicisiones
Rotae Romanae, en Lugduni por Horatii Cardon, 1619.
241
De Francisco Ortiz de Salcedo se encuentra la obra: Curia eclesiástica para
secretarios de prelados, jueces eclesiásticos y visitadores, notarios ordinarios,
apostolicos y de visita, editado en Madrid por Francisco Martinez, 1642; Paulo
Rubeo: Sacrae Rotae Romanae decisiones novissimae, en Romae typis Vaticanis,
1642; Joannis Fernandi: Disquisitio reliquiaria, sive, De suspicienda, et suspecta
aerumdem numero reliquiarum, quae in diversis Ecclesiis servantur, multitudine,
en Lugduni por Laurantii Anisson, 1647; Dominici Ursayae: De matrimonii nullitate:
ex defecto consensus contrahentis et moralis presentiae parochi dissertatio
theologico legalis, en Romae por Joannis Francisci Bavagni, 1646.
Del mismo Francisco Ortiz Salcedo se encuentra también: Curia
eclesiástica para secretarios de prelados, jueces eclesiásticos, ordinarios y
apostolicos, y visitadores, y notarios ordinarios apostolicos y de visitas, editado en
Madrid por Joseph Fernandez Buendia, en 1666; Miguel de Ibarra: Annuas
relectiones ac canonicae juris explicationes: in duas partes divisae: In quibus varia
capita magistri Gratoani Decreti Scholastic Methodo expendontur, et
sapientissimorum Doctorum tutiores doctrina afferunturi utriusque juris
incumbentibus valde utile, en Mexici, apud Viduam Bernardi Calderon, 1675.
Sobre Derecho Civil se utilizaban los siguientes textos: Francisco de Accolti
de Aretino: Celeberrimi juris utriusque Doctoris Domini Francisci de Acolti de Aretio
in prima et secundam ff. Novi partem, en Lugduni por Joannes Moylin, 1538; del
mismo autor: Domini Francisci de Accoltis Aretini Aurea. Commentaria in
secundam Digesti Veteris partem, en Lugduni por Joannes Moylin, 1538; Antonio
Augustino: Emendatorium et opinionum lib. IIII. Eiusdem ad modestimum sive. De
excus liber singularis. Ítem Laelli Taurelli, ad Gallum et legen Valleam ad Catonem,
242
et Paulum de militis excasu, en Lugduni por Joannem Frellonium, 1560; Joannis
Francisi Balbi: De praescriptionibus Joannis Francisci Balbi taurensis tractatus, en
Lugduni, 1565; Francisco de Avilés: Nova diligens ac per utilis exposition capitum,
seu, legume praetorum ac judicum syndicates regni totius Hispaniae, en
Salmanticae, Vicentius Portonariis, 1571.
De Pedro Baldo de Ubaldis: In primam et secund. Importanti partem
commentaria, en Venetiis, 1580; Baldi Ubaldi: Perusini in Digestum novum
commentaria, en Venetiis, 1586; Alfonso de Azevedo: Commentari juris civilis in
Hispaniae regias constitutiones, en Compluti ex oficina Joannis Gratuani apud
Viduam, 1594; Balthazaris Ayalae J. C.: regii apud Belgas supremi juridici De jure
et officii bellicis et disciplina militari libri III, en Antuerpiae por Martini Nutii, 1597;
Andreae Angulo Cordobensis J. C.: Hispani Commentaria ad leges regias
melioratiorum, en Matriti por Ludovicum Sanctium, 1592; Fuero Real de España,
diligentemente hecho por el noble Rey Alfonso IX, sin impresor ni ciudad, 1547.
Joannis Aloysii: Aureus tractatus de amnestia, abolitione et indulti, en
Neapoli por Tarquinii Longi, 1603; Francisci Alvarez Riberae: In supremo Italiae
senato regentis pro augustissimo Phillipo II Responsum de succesione regni
Portugalliae, en Matriti por Ludovicum Sanetium, 1621; Caesare Argelo: De
axquirenda posesione et de legitimo contradictione tomi duo, en Venetiis
sumptibus Bertanorum 1655; Juan de Arechaga y Casas: Doctoris D. Joannis de
Arechaga de Cassas Extemporaneae commentationes ad textos sorte oblatos pro
petitionibus cathedranum, en Salmanticae por Josephum Gomez de los Cobos,
1666; Sumarios de la recopilación general de las leyes, ordenanzas, proviciones,
instrucciones y cartas acordadas, que por los Reyes Catolicos de Castilla se han
243
promulgado, expedido y depachado para las Indias Occidentales, Islas y tierra
firme del mar Oceano, des el año de mil quatrocientos y noventa y dos, que se
descubrieron hasta el presente de mil y seiscientos y veinte y ocho, en México por
Francisco Rodriguez Lupercio, 1677.
La Apologética no debe faltar para el estudio de los religiosos. Los
discursos apologéticos son narraciones bien argumentadas para defender la fe en
contra de los llamados “herejes”. Por lo regular, siempre se recurre a las
Sagradas Escrituras como fundamento de las creencias. Estos discursos también
han sido llevados a las disputas particulares fuera del escenario religioso. A
continuación se describen los libros que tratan sobre los dos planos.
Roberto Bellarmino: Risposta del card. Bellarmino a due libretti, uno
de´quali s´intitola Risposta di un dottore di theologia, ad una lettera scrittagli dam
reverendo suo amico, sopra il breve di censure dalla Santitca di Paolo V publicate
contra il signori Venetiani. Il l´altro, trattato et resolutione sopra la validata delle
scomuniche di Gio. Gersone theologo et canciller parisino, tradotto dalla lingua
latina nella vulgare con ogni fedalta in opusculi due, en Roma por Guglielmo
Faciotto, 1606; Pulcio Carbeto: Apologetica paerenensis ad linguam sanctum, en
Antuerpiae ex oficina Plantiniana Balthasaris Moreti, 1642.
Los Concilios, normalmente llamados así por la Iglesia Católica, son las
reuniones que se realizan para delimitar el rumbo de la doctrina cristiana, así
como el de la Iglesia en general. También dentro de estos, se encuentran los
concilios diocesanos, que abarcan una región determinada, presidida por obispos.
Los seminaristas estaban obligados a conocerlos, por lo tanto una librería debería
244
contar con libros que dieran cuenta de las deliberaciones y acuerdos de estas
reuniones, como se verá en los siguientes renglones.
Magnum et universale concilium Ecclesiae militantes super veritate
divinissimi Eucharistiae Sacramenti iquod instar Sacrosancti Concilii Niceni,
trecentis decem et octo patribus ortodoxis constant, en Paris por Sebastian
Nevellium, 1554; Magnum Oecumenicum Constantianse Concilium de Universali
Ecclesiae reformatione unione et fide, en Francofurti et Lipsiae, in oficina Christiani
Genschii typis Salomonis Schnorril, 1696-1699: Concilium limense: celebratum
anno 1583 sub Gregorio XIII Sum. Pont. Autoritate Sixti Quinti Pont. Max.
Approbatum, en Matriti por Petri Madrigalis, 1591.
Diversas obras con temáticas diferentes componían el resto de la librería
fundada por Palafox y Mendoza, así se encuentra en primero lugar las obras de
fray Luis de Granada, estas son:
Conciones de tempore, quae prima dominica adventus usque ad
quadragesimas initium in ecclesia haberi solent, en Salmanticae por haeredes
Marhiae Castii; Obras, en Salamanca en la Oficina de Cornelio Bonardo 1588;
Introduction ad symbolum fidei, compendium, quatuor libris comprehensi, en
Lugduni expensis Joannis Baptistae Buy 1597; R. Patris Ludovici Granatensis
Concion in Epitomen redactarum, en Lugduni por Claudium Morillon, 1609;
Memorial de la vida christiana, en el qual se enseña todo lo que el christianismo
deve hazer, desde el principio de su conversión, hasta el fin de la perfeccion, en
Barcelona por Antonio Lacavalleria, 1674.
Dentro de la Oratoria se destacan las obras de Cicerón que son: Opera M.
Tulli Ciceronis, en Paris por Carolum Stephanum, 1555; M. Tullii Ciceronis Opera
245
Omnia quae exstant in sectiones, apparatui latinae locutionis respondentes,
distincta, et a Dionysio Lambino ex codicibus manuscriptis emendata, en Coloniae
Allobrogum por Petrum de la Roviere, 1616; Espistolarium libri XVI ad T.
Pomponium Atlicum, en Amstelaedami por Blaviorum et Henrici Wetstenii, 1684;
De officiis, 1687.
Julii Nigromi: Nigroni Genovensis orationes XXV, en Moguntiae por Antonii
Hierati, 1610; Madigali di Gio. Battista Leoni, en Venetia por Gio Battista Ciotti,
1594; Petri Papei Samaritaes: Comoedia de Samaritano evangelico, en Coloniae
por Joannem Gymnicun, 1540; Domingo Pereira Bracamonte: Banquete que Apolo
hizo a los embaxadores del Rey de Portugal Don Juan Quarto en cuyos platos
hallaran los Señores combidados mesclada con lo dulce de alguna poezia y
política, la conservación de la salud humana, en Lisboa por Lourenzo de Amberes,
1642; Oration a mendis, quae in prima editione irrepserant diligenter viadicatum, et
in gratiam studiosorum eloquentiae, nunc primum in lucem editum, en Lovanii por
Joannem Bogardum, 1574.
Los hechos memorables quedan fijos en el colectivo gracias a la escritura.
A través de ella la gente entendía la historia en los siglos XVI y XVII. Son tres las
formas que permitían conocer estos hechos: primero estaba la historia
eclesiástica, le seguía la historia civil y por última la historia natural.
Sobre la primera se encuentran los siguientes libros: Francisco de Padilla:
Historia Eclesiastica de España, en Málaga por Claudio Bolan, 1605; Juan de
Pineda: Monarchia eclesiástica o Historia Universal del Mundo, en Barcelona por
Jayme Cendrato; Juan de Pineda: Ad. Suos in Salomonem comentarios Salomon
Praevius, id ets, de rebús Salomonis regis, en Lugduni por Horatio Cardono;
246
Calixto Niceforo: Tou Zanthopoulo ecclesiastikes istorias biblia XVIII, en Lutatiae
Parisiorum por Sebastiani et Gabrielis Cramoysi, 1630; Compendio de lo sucedido
en el Japon desde fundación de aquella christiandad y relación de los mártires que
padecieron estos años de 1629 y 1630. Sacada de las cartas que escrivieron los
padres de la Compañía que allí asisten, en Madrid en la Imprenta del Reyno 1633;
Teatro mexicano: descripción breve de los sucessos exemplares, historicos,
politicos, militares y religiosos del nuevo mundo occidental, en Mexico por Doña
María de Benavides, viudad de Juan de Ribera, 1698.
De la Historia Civil tenemos a: Polibio con Polybiou megalopolito biblia E i
Kai epitomai E., en Basileae por Joannem Hervagium, 1549, –por cierto, este libro
lleva el ex libris de Juan de Palafox y Mendoza: “Ex biblioteca Don Joannis de
Palafox” –; de Tucidides se encuentra: Thoukydidou tou olorou, peri tou
peloponneaessikou polemus i biblia oktoo, en Francofurt apud haeredes Andreae
Wecheli, 1594 –al igual que el libro anterior se encuentran en griego–; Francesco
Guicciardini: La historia d´Italia, en Venetia por Domenico Farri, 1587; de Bernal
Diaz del Castillo: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España. Sacada
a la luz por el P. M. Fr. Alonso de Remon, en Madrid en la Imprenta del Reyno,
1632.
Además, dentro de la Historia Natural tenemos los siguientes textos: Joseph
de Acosta: Historia Natural y moral de las Indias, en que se tratan las cosas
notables del cielo, elementos, metales, plantas y animales de ellas, y los ritos,
ceremonias, leyes, gobierno y guerra de los Indios, en Sevilla por Juan de Leon,
1590; Anselmi Boetii de Boudt: Germanarum et lapidum historia, qua non solum
ortus, natura vis et precium, sed etiam modus quo ex iis, olea, jalia, tinturae,
247
essentiae, arcana et magisteria arte chymica confici possint, ostenditur, en
Hanoviae typis buechelianis, 1609; Francisco Hernandez: Rerum medicarum Nava
Hispaniae thesaurus seu, plantarum animalium mineralium mexicanorum historia,
en Romae por Vitalis Mascardi, 1649; Conradus Gesnerus: Historia animalium, en
Francofurt por Egenolpi Emmelii, 1617; Juan Eusebio de Nieremberg: Historiae
Naturae maxime pregrinae libris XVI distinctae in quibus rarissima naturae arcana,
etiam astronómica et ignota indiarum animalia, quadrupedes, aves, picis, reptilia,
insecta, zoophita, plantae, lapides et aliae mineralia fluriorumque et elementorum
conditiones, etiam cum propietatibus medicinalibus describuntur, en Antuerpiae
por Balthasariis Moreti, 1635.
Sobre Geografía tenemos: Estrabon: Strabonis De situ orbis libri XVII, en
Lugduni por Gabrielem Corerium 1557; Abraham Ortelio: Nomenclatur
ptolomaicos: Omnia locorum vocabula quae in toto ptolomae geographia ocurrent,
contines ad fidem graeci codicis purgatos et in ordinem non trinos utilem quam
elegantem digestos, en Antuerpiae por Christophorus Plantinus, 1584; del mismo
autor: Theatrum oder schambuch der quanteen velt, en Antuerpiae, 1602; Epitome
orbis terrarum, en Antuerpiae, 1601; Atlas nova orbis, en Amstelodami por
Fredericum de Wit, 1600; Gerardo Mercator: Atlas minor, en Amsterodami por
Joannis Janssonii, 1634; Gerardo Mercator: Atlas, sive, Cosmographiae
meditationes de fabrica mundi et fabrica figura, en Amsterodami por Henrici
Hondri, 1638.
Vale la pena señalar que se encuentran las obras de Aristóteles y son:
Opera Aristotelis, en Lugduni por Joannen Frellonium, 1549; Aristotelis
Rhetoricorum libri III, en Argentininae por Theodosius Rihelius, 1570.
248
Se pueden mencionar también las siguientes obras que son fundamentales
en la literatura universal, como son: Rene Descartes: Passiones animae, en
Francofurt ad Moenum por Friderici Knochii, 1692; y Tractatus de Homine et de
formatoone poetus; Tomas de Kerapis: De la imitación de Cristo; Homero:
Homerou Ilias, en Parisii por Michaelis Vasconsani, 1547.
5.2. Nuevos libros, nuevas lecturas. El siglo XVIII
En pleno siglo XVIII, la antigua librería cambia de lugar, transformándose en una
Biblioteca que acumula una gran cantidad de libros, en su gran mayoría
pertenecientes a la Compañía de Jesús. Así los libros que formaban parte de la
primera librería se unirán a los libros comprados o donados, para formar parte
todos de una sola colección.
Así, en las siguientes páginas el lector encontrará, a partir de las diversas
colecciones de libros, cómo se conformó lo que actualmente conocemos de la
Biblioteca Palafoxiana. Con el fin de no transgredir el orden en el que actualmente
se encuentran los libros, se seguirá la clasificación establecida por temas que se
observa gracias a las cartelas con las que cuenta la biblioteca para destacar la
organización de los libros en los estantes. El orden temático es el siguiente:
I. Biblias
II. Historia Sagrada y Universal
III. Derecho Canónico
IV. Derecho Civil
249
V. Teología Escolástica y Dogmática
VI. Oratoria Sagrada y Oradores
VII. Colección de Concilios
VIII. Ascética y Mística
IX. Padres y Doctores de la Iglesia
X. Liturgia
XI. Disciplina Eclesiástica y de controversia
XII. Expositores de la Biblia
XIII. Teología Moral
XIV. Historia Eclesiástica
XV. Misceláneas
XVI. Historia Natural
XVII. Geografía y Relaciones de Viajes
XVIII. Humanidades
XIX. Historia Profana
XX. Autores clásicos y poéticos
XXI. Gramática y diccionarios
XXII. Física, matemáticas y médicas
Vale la pena acotar que en la primera parte de este capítulo, sólo se
tomaron en cuenta los libros que fueron elaborados en pleno siglo XVIII
detectados gracias a las marcas de pertenencia, ya sea ex libris, manuscritos en
estampa o marcas de fuego, que señalan que efectivamente estos libros
pertenecían a los colegios.
250
Dentro de las Biblias se hallan: Biblia Sacra vulgatae editiones, en Coloniae
sumptibus Heilmonni, 1700; La Biblia Sacra: vulgatae editiones Sixti V et
Clementis VIII Pont. Max. Autoritate recognita cum indicibus etiam plantiniani, en
Antuerpiae, por Joannem Baptistam Verdussen, 1715; Biblia Sacra Vulgata
editionis Sixti V Pont. Max. Iussu recognita atque edite, en Antuerpiae ex officina
Platiniana apud Balthasarem Moretum, 1624; Biblia Sacra Vulgatae editionis Sixti
V et Clem. VIII Pont. Max auctoritate recognita, en Venetiis por Nicolaum Pezzana
1731; Biblia Sacra: vulgatae editionis Sixti V et Clementis VIII Pont. Max.
Auctoritate recognita cum indicibus etram plantinianis, en Antuerpiae por Joannem
Baptistam Verdussen 1740; Biblia Sacra, en Matriti, typis Joachimi de Ibarra, 1767;
Biblia Sacra: Vulgatae editionis Sixti V et Clementis VIII Pont. Max. Auctoritate
recognita, en Bassani apud Remondi 1774; Biblia Sacra vulgatae editionis Sixti V
et Clementis VIII PP. MM. Auctoritate recognita, en Matriti typis Josephi de Urrutia
Sumptibus Societatis 1790.
Entre estos textos es pertinente mencionar el Indice General del Antiguo y
Nuevo Testamento acomodado para las tres ediciones de la Biblia traducidas por
Rmo. P. Phelipe Scio de S. Miguel al fin de se añaden treinta questiones
traducidas en latin para la general inteligencia de la Sagrada Biblia, en Madrid,
Imprenta de la Adminisracion del Real Arbitrio de Beneficencia; La Biblia: Vulgata
latina traducida al español y anotado conforme al sentido de los Santos Padres y
expositores católicos, por el ilustrísimo Señor Obispo de Segovia Don Phelipe Scio
de San Miguel, imprenta de Ibarra, de 1815 a 1819.
En Estudios sobre la Biblia mencionamos: Tractatus de Scriptura Sacra, in
quo ex ipsius revelatione, inspiratione et antiquitate evincitur contra étnicos Jesum
251
Christum Esee verum messiam et ómnium librorum cum Veteris, et Novi
Testamenti quo sacro canoni accensuit Concilium Tridentinum, diva auctoritas con
haereticus asserittur, ac vindicatur, en Venetiis, por Jo. Baptistam Recurti 1735;
Bernardo Lamy: Introducción a la Sagrada Escritura, o, Aparato para entender con
mayor facilidad y claridad la Sagrada Biblia en lengua vulgar, en Madrid por Benito
Cano 1795; Las figuras de la Biblia, o, Historia del Viejo y Nuevo Testamento,
descritos doscientos sesenta y siete pasages de la Sagrada Biblia, con reflexiones
morales sacadas de los Santos Padres acomodados a todo género de personas,
en Madrid por Cano, 1798.
Respecto a la Patrología, se descubren los textos de: San Agustín: Sancti
Aureli Augustini Hipponensis Episcopi Opera, en Venetiis, por Joannis Baptistae
Albritii, 1759; Las confesiones de N. G. Padre San Agustín enteramente conformes
a la edición de San Mauro, en Madrid por Pedro Marin, 1781-1783; La ciudad de
Dios, en Madrid por la Imprenta Real, 1793-1797; Confesiones del glorioso Doctor
de la Iglesia San Agustín, en Madrid por la viuda de Barco Lopez, 1803;
Confesiones de N. P. S. Agustín, reimpreso en México por Luis Abadiano y
Valdés, 1836.
San Basilio: Tou en agiois patros eemmom basieleou, archieniskopuo
kaisareias Kappadokias, ta euriskomen Panta, en Paris por Joannis Baptistas
Corgnard, 1721; Juan Crisóstomo: Tou en agiois patros eemoon Joannou Archiep
Koonstantinoup Chrysostomos ta Euriskomen panta, en Venetiis por Francisci Di
Heri, 1740; San Irineo: Scripta anécdota graecs et latins, en Lugduni Batavorum,
1743; Cirilo de Jerusalem: Tou en agiois patros ecmoom Kirillou Jerosolymoon
Archiespiskopo ta euriskomena panta, en Venetiis ex typographia Sansoniana;
252
San Jerónimo: Epistola aliquot selectae in usum et utilitatem adolescentium, qui
latine linguae dant operam, Hispali ex typographe Regia, 1722; Espistolas selectas
del máximo Rector de la Iglesia San Geronimo, en Madrid por Pedro Marin, 1783;
Divi Hieronymi stridonensis espistolae aliquod selectae, en Matriti por Raymundi
Ruiz, 1802.
Maxima Bibliotheca veterum patrum et antiquorum scriptorum
ecclesiaticorum, en Lugduni apud Anissonios 1677-1715; Collectio nova patromun
et scriptorum graecorum Eusebii Caeceriaensis, Athanasii et Cosmae Aegypti, en
Parisiis por Claudii Rigaud, 1767; Bernard Marechal: Concordance de Saints
pares de l´Eglise, grecs et latins, en Paris por Pierre Emery et Jacques Vincent,
1739; Bernard Marechal: Concordantia sanctorum patrum Ecclesiae graece utque
latinae fidei, morum et discplinae dificúltate, quae in ipsorum scriptis occurrunt
elucidans, en Venetiis ex Typographia Ballesniana; Homiliae selectae sanctorum
ecclesiae patrum Basilii Magni, Gregorii Nazianzeni et Joannis Chrysostomi in
duas partes divisae quarum prima exhibet homilías morales, secunda paregyricas
et de diversis argumentis tractatus, en Matriti por Benedicti Cano, 1793.
En la temática de Teología Dogmática y Escolástica, tras la expulsión de la
Compañía de Jesús, y al dejar un gran vacío en la enseñanza de la Teología, por
reales órdenes se obligó a todos los centros de enseñanza de la Península y de
sus dominios que se intensificara el estudio de Santo Tomás de Aquino. Las
autoridades siguieron a cabalidad esta ordenanza, por lo que los libros y tratados
sobre Santo Tomás se incrementaron.
Así, entre las obras de este autor en esta temática se encuentran: Summa
theologica, en Lugduni apud fratres de Ville, 1738; Divi Thomae Aquitanis Doctoris
253
Angelici Ordinis Praedicatorum Opera, en Venetiis, de 1745 a 1760; Summa
Theologica, en Neapoli por Josephi Raymundi, de 1762 a 1769; Divi Thomae
Aquitanis Doctoris Ordinis Praedicatorum Opera, en Venetiis por Josephi Bettinelli,
1745-1760; Summa theologica, en Romae, 1773; Summa theologica, en Matriti por
Josephi Doblado, 1782; Summa theologica, en Venetiis por Simon Occhi, 1787.
Melchor Cano Opera, en Petavii por Joannem Manfris, 1727; del mismo en
los años y ciudades de: Bassani por ex typographia Remundini, 1746; en Petavii
por Joannem Mamfrs, 1762; Matriti ex typographia Regia, 1764; Bassani 1776;
Daniel Concina: Ad theologiam Christianam dogmatico-moralem apparatus, en
Romae por Simonem Occhi, 1751; Daniel Concina: Ad theologiam Christianam
dogmatico-moralem apparatus, en Romae por Simonem Occhi, 1758; Daniel
Concina: De sacramentali absolutione impartienda, aut differenda reciduis
consuetudinariis Dissertatio theologica, en Romae apud haeredes Js. Laurentii
Barbiellini, 1755; Daniel Concina: De sacramentali absolutione impartienda, aut
differenda reciduis consuetudinariis Dissertatio theologica ad Eminentissimum
Principen Nerium Cardin, en Venetiis por Simonem Occhi, 1768; Daniel Concina:
Theologica Christiana dogmatico-moralis contracta in tomo duos, en Bononiae por
Simonis Occhi, 1760.
Jacobi Platelii: Synopsis totius cursus theologici accuratissima omnem
theologiae speculativae, practicae, moralis et polemicae, en Colonniae Agrippinae
por Sebastianum Ketteler, 1698-1700; Richardi Arsdekin: Theologia tripartita
universa, en Venetiis por Joannem Jacobum Hertz, 1700; Nicolai Augustini
Chignoli: Praelectiones theologicae, en Venetiis por Simonis Occhi, 1700; Juan
Martinez de Ripalda: De usu et abusu doctrinae Divi Thomae pro Xaveriana
254
Academia Colegii Sanctae Fidensis in novo regno granatiensi, en Leodii por
Guillelmum Henricum Streel, 1704; Theologia dogmatica et moralis ad usum
seminarii Catalaunensis, en Paris por Spiritum Billiot, 1712; Natalis Alexandro:
Theologia dogmatica et moralis secundum ordinem Cathechismi Concilii Tridentini
in quinque libros tributa, en Parisiis por Antonii Dezallier, 1714; Domingo Viva:
Cursus theologicus ad usum tyronum elucubratur, et quotidianis praelectionibus,
en Coloniae Agrippinae por Wilhelmi Metternich, 1716.
Blathassare Francolino: Tirocinium theologicum: quo traditur compondiaria
notitia theologicae scripturalis, theologicae scholasticae theologiae polemicae,
facultatis canonicae, theologicae moralis, ac theologiae mysticae, omnesque
harum disciplinarum tractatus, objecta, fundamente praecipua recensentur et
insupe Concilia Aecumenica, Pontifices, Patres, Patrum, scripta genuina,
controversiae, fidei, haereses, propositiones damnatae chronologies propnuntur,
en Romae ex typographia Bernab, 1717; Juan Ulloa: Theologia Scholastica
quinque tomis comprehensa, en Augustae Vindelicorum et Graescii, por Philippi,
Joannis et Martini Veith, 1719; Traite theologique adresse su clerige du diocese de
Meaux, par le Cardinal de Bissy, en Paris chez la veuve Raymond Mazieres, 1722;
Pablo de la Concepción: Tractatus theologici juxta D. Thomae et cursus
salmanticansis FF. Discalceatorum B. Mariae de Mont Carmeli primitivae
observatiae doctrinam, en Matriti ex typographia viduae Joannis Garcia Infanzon,
1722.
Joanne Polmano: Breviarium Theologicum: continens definitiones
descriptiones, et explicationes terminorum theologicorum, en Patavii por Joannem
Manfre, 1725; Antonio Arbiot: Selectae disputationes scholasticae et dogmaticae I.
255
De Fide divina II. De misterio fidei, magnoque eucharistiae sacramento III De
divina scriptura IV De revolutionibus privatis, en Caesar Augustae por Petri
Carreras, 1725; José del Espíritu Santo: Cursus theologicae mystico-scholasticae,
en Hispali in Collegio Carmelitarum Excalceatorum, 1730; Honorato Tournely:
Praelectiones theologicae de sacramentis in genere quas in schotis Sorbonincis
habuit Honoratus Tournely, en Venetiis por Nicolaum Pezzana, 1731; Theologiae
R. P. Francisci Suarez Societate Jesu summa se Compendium, en Coloniae
sumptibus fialum de Tournese, 1732; Antonio Boucat: Theologia patrum
dogmatica, scholastico-positiva, en Venetiis, por Petrum Bassaleam, 1736.
Joannes Baptistaa Gonet: Clypeus theologicae thomisticae, en Antuerpiae
sumpt. Fratrum de Tournes, 1739; Martino Steyaert: Theologiae practicae
aphorismi, en Lovanii por Martin van Overbeke, 1743; Pedro Lombardo:
Setentiarum libri quatiori quibus autor ille in Divinis Scripturis exeretitatissimus,
Universae Theologiae summam ex orthodoxorum patrum decretis, atque sententiis
mirabilis compendio et arte complexus es, en Antuerpiae por Marci Michaelis
Bousquet, 1754; Ludovico Lipsin: Catechismus historico-theologico-dogmaticus, en
Venetiis por Modesto Fenni, 1766; Claudii Frassen: Scotus academicus, seu,
Universa Doctoris Subtilis Theologica dogmata, en Venetiis por Nicolaum
Pezzana, de 1744 a 1745; Dionysii Petavii: Opus de Theologicis dogmaticus, en
Venetiis ex typographia Remundiniana, 1757; Pedro Collet: Institutiones theologiae
scholasticae quas ad usum seminariorum propiis suis praelectionibus, en Lugduni
por Joannem Mariam Brysat, 1768; Joannis Opstraet: De locis theologicis
discertationes decem, en Venetiis ex tipographia Balleoniana, 1769.
256
Vincentium Ludovicum Gotti: Theologia Scholastico-dogmatic juxta mentem
Divi Thomae Aquitanis, ad usum discipulorum ejusdem Angelici Praesceptoris, en
Venetiis ex tipographia Remondianiana, 1763; Antonio Goudin: Philosophia
thomistica: juxta inconcussa, tutissima que Divi Thomae dogmata, en Matriti por
Joachimi Ibarra, 1767; Joanne Baptista Gonet: Clypeus theologiae thomisticae, en
Venetiis ex typographia Balleoniana, 1772; Jacobo Benigno Bossuet: Del
conocimiento de Dios y de si mismo, en Madrid por Miguel Escribano, 1781; Daniel
Concina: Theologia Christiana dogmatico-moral compendiado en dos tomos, en
Madrid por Antonio Fernandez 1780; Vincentium Ludovicum Gotti: Theologia
scholastico-dogmatica juxta mentem Divi Thomae Aquitanis, en Venetiis ex
typographia Balleoniana, 1781.
Joannis Opstraet: Opera theologica, en Venetiis por Joan. Antonii Pezzana,
1783; Petro Annato: Apparatus ad positivam theologicam methodicus, en Matriti
por Hieronymum Ortega et filios Ibarra, 1790; Francisco Henno: Theologia dogm.
Moral et scholast., en Matriti por Benedictum Cano, 1795; Joseph Bartieri:
Theologiae dogmatique in sistema redactae pars altera, en Venetiis por Modesti
Fenti, 1797; Praelectiones dogmaticae quas in Collegio Pitton-Hall habebat
Christianus Resch, en Friburgi Brisgoviae sumptibus Herder, 1798; Caroli Renati
Billuarto: Summa S. Thomae hodiernis academiarum moribus accommodata, sive,
Cursus theologiae juxt.. mentem et in quatrum licuit, juxta ordinem et litterem D.
Thomae in sua Summa, insertis pro ve nata disgressionibus in historiam
ecclesiasticam ad usum scholarum Thomisticarum opera et studio R. P. Fr. Caroli
Renati Billuart, en Matriti ex typographia Raymundi Ruiz, 1798.
257
Sobre la temática de Teología Moral se encuentran las obras de: Clemente
de Ledesma: Despertador republicano que por las letras de A. B. C. compendia los
dos compendios del primero y del segundo tomo del Despertador de noticias
teologicas morales con varias adiciones necesarias por los curas, los commisarios
de Tribunal de Santo Oficio y confessores, en México por Doña María de
Benavides viuda de Juan Ribera, 1700; Natali Alexandro: Paralipomena theologiae
moralis, seu, variae de rebús moralibus epistolae, en Delphis por Henrici Rhenani,
1701; Francisco Genetto: Theologia moralis, seu, Resolutio casuum concientiae
juxta Sacrae Scripturae, canonum et Sanctorum Patrum mentom, en Parisiis por
Andream Prelard, 1702; Pablo Ramon: Cartilla y explicación de los rudimentos de
la theologia moral, en Barcelona por Joseph Texid, 1704; La science universele de
la chaine, ou, dictionnaire moral, en Paris por Louis Guerin, 1704-1709.
Clemente Piselli ab Olibano: Theologiae moralis summa in qua per traditas
distinctiones brevia, ac facilia Firmatur theoremata ad quoslibet Conscientiae
casus resolvendos accommodata, en Romae typis Berndo 1710; Georgio Bencio:
De veras, et falsa probabilitate opinionum moralium opus tripartitum, en Romae ex
typographia Pauli Komarek, 1713; Valentin de la Madre de Dios: Fuero de la
conciencia: Obra utilissima para los ministros, y ministerio del santo sacramento
de la penitencia, en Madrid en casa de Francisco Laso, 1717; Examen theologique
de l´instruction pastorale, 1717; Jayme de Corella: Suma de la theologia moral. Su
materia. Los tratados mas principales de casos de conciencia, en Madrid por
Manuel Roman, 1718.
Francisco Joseph de Cintrueñigo: Suma de la theologia moral: su materia,
los tratados principales de los casos de conciencia su forma unas conferencias
258
practicas, en Madrid por Blas de Villa Nueva, 1721; Josepho Augustini: Brevis
notitia eorum, quae scitu vel necessaria, vel valde utilia sunt confessaris in primo
ingressu ad audiendos confessiones, en Coloniae Agrippinae, por Wilh. Meternich,
1722; Francisco Larraga: Promptuario de la theologia moral, en Madrid por Manuel
Rotnan, 1726; Francisco Echarry: Directorio Moral que comprende en breve y
claro estylo todos las materias de la theologia moral, y novissimos decretos de los
Sumos Pontifices, que han condenado diversas proposiciones, en Pamplona por
Joseph Joachin Martinez, 1728; Francisco Larraga: Promptuario de la theologia
moral, en Madrid por Manuel Roman, 1729.
Thomas Francisco Rotario: Apparatus universae theologicae moralis, pro
examine as audiendas confessiones a tyrornibus sustinendo, en Venetiis ex
typographia Balleoniana, 1730; Leonardo Van Roy: Theologia moralis, en
Antuerpiae typis viduae Bartholomae Foppens, 1735; Eusebio Amort:
Controversiae novae moralis, en Augustae Vindelicorum por Martini Veith, 1739;
Instructions theologiques et morales, sur l´oraison dominicale, la salutation
anguelique, la sainta messe, et les autres prieres de Eglese par seu Monsieur
Nicole, en Paris por Guillaume Despriez, 1740; Daniel Concina: Epistolae
theologico morales, en Venetiis por Simonem Occhi, 1744; Claudio LaCroix:
Theologia moralis, en Ravennae por Nicolaum Pezzana, 1747; Joannis Marin:
Theologiae speculativa et moralis, en Venetiis ex typographia Balleoniana, 1748.
Paulo Hieronymo a S. Helena: Sacrae theologiae moralis medvila, en
Bononiae por Gulielmi Zerletti, 1750; Alfonso Maria de Ligorio: Theologia moralis,
en Mechilianiae por P. J. Hanicq, 1752; Constantino Rocaglia: Universae moralis
theologia, qua non solum principia speculativa sed etiam Regulae Practicae ad
259
usum confessariorum explicantur, en Venetiis por Francisci Pitteri, 1753; Lamet et
Fromangeau: Dictionarium casuum conscientiae quos fecundum Moralis principia
Ecclesiasticae Desciplinae Consuetudinaes, conciliorum, et canonistarum
auctoritatem, en Venetiis por Antonium Bortoli, 1753; Bartholomaeo Mastrio de
Meldula: Theologia moralis at mentem DD. Seraphici, et subtilis concinnata et in
disputationes vigintiacto distributa, en Venetiis por Nicolaum Pezzana, 1758.
Dictionarium casuum conscientiae, en Venetiis por Antonium Bortoli, 1761;
Benedicto XIV: Casus conscientiae, en Venetiis por Josephum Bortoli, 1762;
Eusebio Amort: Dictionarium casuum conscientiae, en Augustae Vindelicorum
sumptibus fratrum Veith, 1762; Alfonso Maria de Ligorio: Theologia moralis, en
Bononiae sumptibus Romandianis 1763; Joannis Vincentii Patuzzi: Ethica
christiana, sive, Theologiae moralis ex prioribus Sacrae Scriptura Divina que
traditionis fontibus derivata, et S. Thomae Aquitanis doctrina continenter illustrata,
en Bassani por Romandini, 1770; Urbanus a S. Elisabetha: Examen theologo-
scripturisticum sive, petitiones theologicas et responsiones scripturisticae,
concernentes theologiam moralem, en Lovani por J. F. Maswiens, 1775; Vicente
Ferrer: Suma moral para examen de curas y confessores que a la luz del Sol de
las escuelas de Santo Thom., en México por Felipe de Zúñiga Ontiveros, 1778.
Cristoval de Vega: Casos raros de la confesión: con reglas y modo fácil
para hacer una buena confesión general, o particular y unas advertencias para
tener perfecta contrición y para disponerse bien en el articulo de la muerte, en
Burgos por Joseph de Astulez, 1780; Joseph Faustino Cliquet: La flor del moral,
esto es lo mas florido y selecto, que se halla en el jardín ameno, y dilatado campo
260
de la theologia moral, en Madrid por Pedro Marin, 1784; Petro Seavini: Theologiae
moralis universae, en Paris por Jacobum Lecoffre, 1800.
En la temática de Liturgia se hallan los siguientes libros: Breviarium
romanum: ex decreto Sacrosanti Concilii Tridentini restitutum S. Pii V Pontificis
Maximi jussu editum, Clementis VIII prim, nunc denis Urbani Papae VIII auctoritate
recognitum in quo omnia suis locis ad longum posita sunt pro maiori recitantum
commoditate, en Matriti por Antonio de Sancha, 1774; Breviarium romanum: ex
decreto sacrosancti Concilii Tridentini restitum S. Pii V Maximi jussu editum, et
Clementis VIII prim nune denu Urbani PP. VIII auctoritate recognitum, en Venetiis
ex typographia Balleoniana, 1792; Breviarium Romanum: ex decreto sacrosancti
Concilii Tridentini restitum S. Pii V Pontificis maximi jussu editum, et Clementis VIII
prim, nune denu Urbani PP. VIII auctoritate recognitum, en Matriti typis Societatis,
1798.
Officium et missa in festo et per octavam corpuris Christi cum
commemorationibus festorum simplicium, quae infra eam accurrunt, second
missale et breviarium romanum S. Pii V Pont. Max. jussu editum ac summarum
itidem pontificum Clementis VIII et Urbani VII auctoritate recognitum, en Matriti
apud vituam et fillium Marin, 1752; Officium in festo Nativitatis domini, secundum
Missale et Breviarium romanum, Pii V Pont. Max. jussa editum Clementis VIII
primum, ad denuo Urbani VIII auctoritate recognitum, en Matriti, 1764; Officium in
Ephifania domini et per totam octavam, juxta Missale et Breviarium romanum Pii V
Pont. Max. jusso editum Clementis VIII primum ad denus Urbani VIII auctoritate
recognitum, en Matriti ex typographia Joachin Ibarra, 1765; Oficio de la Semana
Santa segun el Misal y Breviario romano, en Madrid por Joachin Ibarra, 1772.
261
Cathesismo Romano traducido en castellano y mexicano, por el P. F.
Manuel Perez, en Mexico por Francisco Rivera Calderon, 1723; Cathecismos ad
ordinados, juxta doctrinam Catechismi Concilii Tridentini, en Brusiellis por Francisci
T. Serstevens, 1761; Catecismo Romano compuesto por decreto del Sagrado
Concilio Tridentino para los párrocos de toda la Iglesia y publicadas por San Pio
Quinto, en Pamplona, 1776; Catechismus ex decreto Sacrosancti Concilii
Tridentini ad parrochos Pii V Pont. Max. Jussu editos, en Venetiis por Franciscum
Pittari, 1769.
Pedro de Calatayud: Cathecismo practico, y muy útil para la instrucción, y
enseñanza fácil de los fieles, y para el uso y alivio de los señores párrocos y
sacerdotes, en Madrid por Eugenio Bieco, 1700; Juan de Santo Tomás:
Explicacion de la doctrina christiana, y la obligación de los fieles en creer y obrar,
en Valencia, 1703; Manuel Chia: El credo explicado y predicado, en Zaragoza por
Pedro Ximenez, 1729; Antonio Guillen de Castro: Despertador catequístico,
explicación dogmatica, y moral de la doctrina christiana platicas que en la Iglesia
de S. Felipe Neri de Mexico predicó el P. Antonio Guillen de Castro, en Mexico,
1734; Nicolas Turlot: Catechismus, sive, Thesaurus doctrinae christianae, en
Colonniae Agrippinae, 1737; Geronymo de Ripalda: Catecismo mexicano, que
contiene toda la doctrina christiana con todas sus declaraciones, en Mexico en la
Imprenta Mexicana, 1758.
Joseph Ortiz Cantero: Directorio cathequistico: glossa universal de la
doctrina christiana, ilustrada con erudición de letras sagradas, y humanas. Sobre
el Catecismo del Padre Geronimo de Ripalda, de la Compañía de Jesus, en
Madrid por Antonio Perez de Soto, 1766; Juan Martinez de Parra: Luz de verdades
262
catholicas, en Madrid por Antonio de Sancha, 1775; Francisco Arnado Pouget:
Instrucciones generales en forma de catecismo, en Madrid por Benito Cano, 1788.
En el área de Derecho Eclesiástico, tenemos: Petro Laurentio: Forum
beneficiale, sive, quaestiones et responsa canonica, materiam de beneficiis
universam ex beneficialistarum tam antiquorum recentionum placitis complectentia,
en Coloniae Agripinae por Joannis Wilhelmi Friesiem, 1704; Petro Laurentio:
Forum ecclesiasticum, en Moguntiae por Joannis Mayeri, 1717; Francisco
Schnalzgrueber: Crimen fori ecclesiastici, seu, Decretiatium Gregori IX Pont. Max.
Liber V, en Ingolstadii por Joannis Andreae, 1718; Francisco Ortiz de Salcedo:
Curia eclesiástica para secretarios de prelados, juezes eclesiásticos ordinarios, y
apostolicos, y visitadores, y notarios ordinarios apostolicos y de visitas, en Madrid
por Juan de Ariztia, 1718; Dominico Nicolao Escolano: Nonnullae in Varia Juris
conunici capita salmanticanses elucubrationes, en Salmanticae ex typographia
Francisci Garcia y San Miguel, 1722.
Consultations canoniques sur les sacremens…, por M. Gibert, en Paris por
Jean Mariette, 1725; Francisci Monacalli: Formularium legale practicum fori
ecclesiastici, en Venetiis ex typographia Balleoniana, 1732; Francisci a Moztazo:
Tractatus de causis piis in genere, et in specie: opus quidem perutile non solum
judicibus et visitatioribus eclesiasticis, en Venetiis ex typographia Balleoniana,
1735; Francisco Schmier: Jurisprudentia canonico civilis, seu, Jus canonicum
universum, juxta V libros Decretalium nova et facili método explanatium S.
Congregationus Decretis. S. Rotae Romanae Decisionibus, Summorunque
Constitutionibus ruboratum, en Avenione por Petri Lombard, 1738; Summa
jurisprudentiae sacrae universae seu, Jus Canonicum quinque Decretalium
263
Gregori Papae IX titulo explicatum: en Augustae Vindelicorum por Martin Veith,
1741.
Cherubino Mayr: Trismegistus juris pontificii Universi, seu, institutiones
canonicae second ordinem quinque liborum decretalium Gregori IX PP. Max.,
Augustae Vindelicorum por Matthiae Wolff 1742; Juan de Paz: Consultas y
resoluciones varias, theologicas, jurídicas, regulares y morales, en Amberes a
costa de los Hermanos de Tournes, 1745; Gaspar de San Nicolas de Tolentino:
Examen general de ordenantes, sacerdotes y predicadores, en Sevilla a cosat de
Gabriel Vento, 1746; Ludovico Engel: Collegium Universi Juris Canonici antehae
juxta triplex juris objetum partitum, en Salisburgi por Joannis Josephi Mayr, 1751;
Cardinaliis de Luca: Mantissa decisionum Sacrae Rotae Romanae ad Theatrum
Veritatis et justitiae, en Neapoli ex typographia Lucae Laureantii, 1758; Properi
Fragnani: Jus Canonicum, sive commentaria in quinque libros Decretalium cus
disceptatione de guangiis, en Clonia Allobrugum, Sumptibus fratrum de Tournes,
1759.
Feliciani de Oliva e Souza: Tractatus de furo Eclesiae, en Colonia Allbrogum
frattres Cramer, 1761; Theodoro M. Rupprecht: Notae historicae in universum jus
canonicum, en Barcinone por Franciscum Soria, 1772; Ludovico Thomassino:
Vetus et nova Ecclesiae disciplina circa beneficia, et beneficiarios, en Venetiis
Typis Petri Savioni, 1773; Julio Laurentio Selvagio: Institutionum canonicarum libri
tres, en Petavii apud Joannen Manfre; Justinius Fabronius: Abreviatus et
emendatus, id est. De Statu Eclesiae. Tractatus ex Sacra Scriptura, traditione et
melioris, notae Catholicis scriptoribus adronatus, en Coloniae et Francofurt, 1777;
Zegero Bernardo van Espen: Opera Omnia: jus ecclesiasticum hoderniae
264
disciplinae acommodatum, en Matriti in typographia Ulloae a Ramone Ruiz, 1791;
Sacra ritum congregatione Oxomen, beatificationis et canonitationis ven. Servi Dei
Joannis de Palafox et Mendoza Episcopii prius angelopolitae postea oxomen, en
Romae typis Rev. Camarae Apostilicae, 1792.
En el área de Derecho Civil se encuentran: Agustin Barbosa: Collectanea in
codicum Justiniani, en Lugduni por Petri Borde et Joannis Arnaud, 1701-1702; del
mismo autor: Repertorium juris civiliis et canonici in quo alphabetico ordine
principaliores, et practicae utriusque juris conclusiones colectae indicatum, en
Lugduni apud Boudet, De Claustre, De Ville et De la Roche, 1712; igualmente: J.
V. D. Lusitani, protonotarii apostolici… repertorium juis civilis et canonici, en
Lugduni sumptibus Anisson et Joannis Posuet; Antonio Joseph Alvarez de Abreu:
Victima real legal, discurso único jurídico, histórico, político sobre que los vacantes
mayores y menores de las Iglesias de las Indias Occidentales pertenece a la
Corona de Castilla y Leon, con pleno y absoluto dominio consagrado a la augusta
Soberana y católica magestad de rey nuestro señor don Felipe Quinto, en Madrid
por Antonio Marin, 1726.
Severo Aguirre: Prontuario alfabetico y cronológico por oder de materias de
las instrucciones, ordenanzas, reglamentos, pragmáticas y demás reales
resoluciones no recopiladas que han de observarse para la administración de
justicia y gobierno en los pueblos del reyno, en Madrid en la Imprenta Real por D.
Pedro Julian Pereyra, 1799-1802; Isidoro Alcaraz y Castro: Breve Introduccion del
método, y practica de los quatro juicios criminales por el contrabando de reales
rentas, en Madrid por Andres Ramirez, 1765; Alphonsi de Azevedo: De reorum
absolutione objecta crimina negatium apud equuleum: ae de hujus usu eliminando,
265
praesertim ab ecclesiasticis tribunalibus, en Matriti por Joachimum Ibarra, 1770;
Isidoro Alcaraz y Castro: Breve instrucción del método y practica de los quatro
juicios, civil, ordinario, sumario de partición, executivo y general de concurso de
acreedores anotados con las especies más ocurrentes en los Tribunales, en
Madrid en la Oficina de la viuda de Manuel Fernandez, 1770.
Ignacio Jordan de Asso y del Rio y D. Miguel de Manuel y Rodriguez:
Instituciones del derecho civil de Castilla, en Madrid en la Imprenta Real de la
Gazeta, 1780; Francisco de Alfaro: Tractatus de officio fiscalis, deque fiscalibus
privilegiis, en Matriti ex Typographia Regia, 1780; Theodoro Ardemans:
Ordenanzas de Madrid y otros diferentes que se practican en las ciudades de
Toledo y Sevilla, en Madrid por Placido Barco Lopez, 1796; Nonio Acosta: De
privilegiis creditorium tractatus absolutissimus, en Genevae sumptibus haeredum
Cramer et fratrum Philibert, 1739.
En el área de Concilios se encuentran las obras: Concilium mexicanum
pronvinciale, celebratum Mexici anno MDLXXXV praecide D. D. Petro Moya de
Contreras, Achiepiscopo eiusdem Urbis. Confirmatum Romae die XXVI Octobris,
anno MDXXXIX, en Parisii, 1725; Concilium Romanum in Sacrosancta Basilica
Lateranensi celebratum anno universalis jubilae MDCCXXV, en Romae apud
haeredes Joannis Laurentii Barbiellini 1764; Sacrosanctum, Oecumenicum
Concilium Tridentinum, en Tridenti sumptibus Societatis, 1745; Concilium
Mexicanum Privinciale III celebratum Mexici anoo MDLXXXV. Praecide D. D.
Pedro Moya et Contreras Archiepiscopo ejusdem urbis, en Mexici por Josephi
Antonii de Hogal, 1770; Sacro Sanctum, Oecumenicum Concilium Tridentinum, en
Matriti ex typographia Regia, 1773.
266
Sacro-sanctum. Oecumenicum Concilium Tridentinum, en Matriti ex
typographia Regia, 1778; Sacrosanctum Oecumenicum Concilium Tridentinum, en
Matriti ex typographia Regia, 1786; Sacrosanctum Concilium Tridentinum: cum
citiationibus ex utrusque testamento, juris Pontifici Constitutionibus, aliisque S.
Rom. Eccl. Conciliis, en Bassani apud Remondini, 1780.
En la temática de Apologética se hallan: Martin Sarmiento: Demostracion
critica-apologética del teatro critico universal que dio a la luz el R. P. M. por Benito
Geronymo Feijoo Benedictino: con la qual se hace patente la evidencia, certeza
probabilidad, verosimilitud, elección, exactitud harmonia propiedad de sus
discursos, noticias, opiniones, conjeturas, autores, citas, expresiones, palabras,
que en los tomos I, II, III, en alguna parte del IV, y en la ilustración apologética,
pretendi contradecir el vulgo, con diferentes papelones; por no haver entendido
hasta ahora la conexión, y la obvia significación de las voces, en Madrid por la
viuda de Francisco de Hierro, 1732; Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro:
Ilustracion apologética al primero, y segundo tomo del Theatro Critico, donde se
notan más que quatrocientos descuidos del autor del anti-teatro y de los sesenta,
que este imputa al autor del Teatro Critico, se rebaxa los sesenta y nueve y medio,
en Madrid por los haerederos de Francisco del Hierro, 1751.
Martin de Torrecillas: Consultas, alegatos, apologías y otros tratados, assi
Regulares, como de otras materias morales, con la refutación de las proposiciones
del impío hereje Molis, en Madrid por Agustin de Gordejuela y Sierra, 1753;
Apologias a la obra de Barbadiño, intitulada Verdadero Metodo de estudiar, etc., y
respuestas a ellas dadas, en Madrid por Joachin Ibarra, 1768; Francisco de Paula
Baquero: Disertacion apologética a favor del privilegio, que por costumbre
267
introducida por la bula de la Santa Cruzada goza la nación española en el uso de
los oratorios domesticos, leida en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla,
en 25 de octubre de 1777, por el Dr. Francisco de Paula Baquero, en Sevilla por
Josef Padrino, 1777.
En el área de Oratoria Sagrada y Oradores, están los siguientes libros:
Francisco de Mendoza: Viridarium sacrae et profanae eruditionis, en Lugduni por
Laurentii Anisson, 1649; Nicolai Caussini: De eloquentia Sacra et humana, Libri
XVI, en Coloniae Agrippinae; Leonardo Frizon: Xaverius Thaumaturgos
panegyricum poema cum operibus XV: historicis, oratoriis, theoligicis de Sancto
Indiarum Apostolo, en Burdigalae apud J. Mongironem Millangium, 1684; Petro
Maria La Torre: De arte rethorica, et poetica institutiones, en Mexici, 1753; De arte
rethorica libri quinque, en Lugduni por Andream Perisse, 1744; Calixto Hornero:
Elementos de retorica con exemplos latinos de Ciceron y castellanos de Fr. Luis
de Granada, para uso de las escuelas pias, en Madrid en la oficina de Don
Gregorio de Ortega e hijos de Ibarra, 1791; Sidronio Hossch: Las elegias de la
Pasion de Nuestro Señor Jesu-Christo, en Malaga por los herederos de Francisco
Martinez, 1795.
Entre los Autores Clásicos y Poéticos, se encuentran las siguientes:
Isócrates: Isocratis Panegyricus, en Lipsiae apud Weidmanni hered. Et Reichium,
1766; Las oraciones y cartas del Padre de la eloquencia Isocrates, en Madrid,
Imprenta Real 1789; Traduccion de las obras de el Principe de los Poetas latinos
Publio Virgilio Maron a metro castellano, en Mexico en la oficina de los herederos
de Lic. Joseph de Jauregui, 1787; Cayo Valerio Catulo Opera, en Biponte, ex
typographia societatis, 1794.
268
Liceuun: Les livres de Ciceron de vieillesse, De l´amitié, les paradoxes, le
songe de Scipion: en Paris chez Barbou, 1768; Hettres de Ciceron a Atticus, en
Liege chez C. Plomteux, 1773; Los oficios de Ciceron, con los diálogos de la
Vejez, de la amistad, las Paradoxas, y el sueño de Escipion, en Madrid en la
Imprenta de D. Benito Cano, 1792. Publio Papinio Estacio: Opera, en Biponti, ex
typographia Societatis, 1785; Fedro: Fabulae Aesopiae, en Bipunti, ex tipographia
Societatis, 1784.
Dentro del área de Retórica y Oratoria Profana se hallan: Wolfgano
Schonsleder: Apparatus eloquentiae, en Coloniae apud Joh. Ludov. 1710; Antonio
Machoni: Palatti eloquentiae vestibulum, en Matriti ex thypographia viduae Petti
Enguera, 1739; Epistolae tiburtianae carminibus conscriptae hexametris elegiancis
hendecasyllabis quae antea sparsae variis voluminibus legenbantur, en Brixiae,
Joannes Maria Rizardi, 1743; Colección de la obras de eloquencia y de poesía
premiadas por la Real Academia Española, en Madrid por la viuda de Ibarra, 1799;
Francisco Pomey: Candidatus rhetoricae, en Romae por Vincentii, Joannis
Franscisci de Rubeis, 1718; Francisco Pomey: Candidatus rhetoricae, en Venetiis
por Nicolaum Pezzana, 1730.
En los temas de Historia Natural, se enlistan a continuación: Plinio Cayo el
Grande: Histoire Naturelle, en Paris chez veuve Desaint, 1771-1832; Conde de
Buffon: Historia natural general y particular, en Madrid por la viuda de Ibarra, 1791-
1798; Lorenzo Hallas y Panduro: Historia de la vida del hombre, en Madrid por la
Imprenta de Aznar, 1789-1790; José Torrubia: Apartado para la historia natural, en
Madrid por lo herederos de Agustin de Gordejuela y Sierra, 1754.
269
Dentro de la Física: Isaac Newton: Philosophiae naturalis principia
mathematica, en Genevae Typis Barrillot, 1739; Isaac Newton: Opticae libri tres,
en Petavii por Joannem Manfre, 1749; Institutions newtoniennens, ou, Introduction
a la philosophie de M. Newton par M. Signoine, en Paris chez Jacques Francois
Quillau, 1747.
Obras que desde la modernidad se han considerado relevantes, y que se
encuentran en la biblioteca son: Miguel de Cervantes: El Ingenioso Hidalgo Don
Quixote de la Mancha, en Madrid, Imprenta de la Academia por la viuda de Ibarra
1787; y la de 1804, en Madrid.
Francisco Javier Clavijero: Storia antica del Messico, en Ceseña por
Gregorio Biasini, 1780, obra que debió ser introducida a la biblioteca muy
adentrado el siglo XIX, al igual que la Storia della California, en Venezia por
Modesto Fenzo, 1789.
Alonso de Molina: Vocabulario en lengua castellana y mexicana, en Mexico
por Antonio de Spinosa, 1571. También están las obras de los ilustrados del siglo
XVIII como la Encyclopedie, ou, Dictionaire raisonne des sciencies, des arts et de
metiers, par una Sociéte de Gens de lettres, en Geneve chez Jean Leonard Pellet,
1778; Oeuvres de J. J. Rousseau, en Paris chez Ledoux et Tener, 1819; Oeuvres
complétes de D´Alembert, en Paris por Bossange Fréres, 1821-1822; Oeuvres
complétes de Denis Diderot, en Paris par chez a Belin, 1818-1819; Oeuvres de
Voltaire, en Paris por Pierre Didot, 1803-1815, los libros de estos autores que no
alcanzan la categoría de libros antiguos, establecidos según algunos criterios
desde la aparición de la imprenta hasta 1800.
270
También se encuentra la obra de Rene Descartes: Passiones animae, en
Francofurti ad Moenum, por Friderici Knochii, 1692, y Tractatus de humine et de
formatione factus, 1692; Homero: Homerou Ilias, en Parisiis por Michaelis
Vascunsani, 1547; Lorenzo Boturini: Idea de una nueva historia de la America
Septentrional, en Madrid por Juan de Zuñiga, 1746.
5.3. Libros de la Compañía de Jesús
La Compañía de Jesús, sin lugar a dudas fue parte vital para la consolidación del
sistema colonial en la Nueva España gracias a su labor pedagógica, donde
institucionalizó los colegios para menores y las cátedras mayores que formaban a
los futuros clérigos. Así, a lo largo del territorio novohispano, la Compañía
organizó instituciones educativas que fueron capaces de enfrentar los peligros del
ámbito reformista, que tanto impulso había tomado en Europa. Su propuesta era
simple: educar y evangelizar para enfrentar los retos que se presentaban.
Una de las ciudades donde se impulsó en gran medida el proyecto de los
Jesuitas fue la ciudad de Puebla de los Ángeles, lugar donde se establecieron
diversos colegios. Estos centros de enseñanza abarcaban diversos temas sobre la
formación educativa y religiosa del momento, como bien ha apuntado Ignacio
Osorio Romero: los Colegios de San Jerónimo y del Espíritu Santo estaban
dedicados a la enseñanza de la gramática latina, por otro lado el de San Ildefonso
271
a la filosofía, el de San Ignacio a la teología y el de San Francisco Xavier a la
enseñanza de la doctrina y las primeras letras a los indios.236
Siglos más tarde, cuando se dio la supresión de la Compañía de Jesús en
la Nueva España, muchos de sus objetos pasaron a formar parte de otros colegios
de las diversas órdenes religiosas constituidas en este lugar. En el caso de la
ciudad de Puebla de los Ángeles, fueron confiscadas grandes cantidades de libros
que pasaron a formar parte de la biblioteca de los colegios tridentinos, como se
observará a continuación.
Como ya se dicho en los apartados anteriores, a partir de la marca de
pertenencia o ex libris se han conocido los datos de los libros. Hay que señalar
que son tres los colegios los que al parecer fueron a los que más libros se les
confiscaron y pasaron a formar parte de la biblioteca, estos son: El Colegio del
Espíritu Santo, El Colegio de San Ildefonso y el de San Xavier, siendo el Colegio
de San Ildefonso, de acuerdo por su ex libris del que más libros engrosaron los
estantes de la Palafoxiana.
Entre los libros con ex libris manuscrito “De la librería del Collegio de la
Compañía de Jesus de los Angeles”, se halla la Biblia Sacra: hebraica chaldaice
graece et latine, en Antuerpiae por Christoph Plantinus excud, 1569-1573.
Entre los Comentarios a La Biblia, como área temática: Roberto Belarmino:
Explanatio in Psalmos, en Lugduni por Horatii Cardon, 1612.
En la Patrología encontramos a: Phillip. S. Jacobo: Sanctorum Patrum
Bibliotheca Maxima Lugdunensis, XXVII, Voluminibus comprehensa, en Augustae
Vindelicorum Graecii, por Philiphi, Joannis et Martini Veith, 1719.
236
Ignacio Osorio Romero. Historia de las Bibliotecas en Puebla, México, SEP, 1988, p. 54.
272
En los libros de Catequesis está: Tromba catechistica cicé spiagazione delle
dottrina cristiana, en Neapoli por Michele Luigi Muzio, 1713.
En el área de Derecho Eclesiástico: Joanne de la Cruz: Epitome de Statu
religionis, et de privilegiis, quibus a Summis Pontificibus est decoratus, en Matriti
por Cosmae Delgado, 1613; Prosperii Farinacii: Sacrae Rotae Romae decisionum
ab ipso recetissime selectarum et hactenus nondum editarum, partes duae, en
Lugduni por Jacobi Prost, 1613; Antonio de Souza: Opusculum circa
constitutionem Summi Pontificis Pauli V in confessarios ad actus inhonesto
foeminas in sacramentali confessione allicientis…, en Ulyssip, por Gerardi Virea,
1623.
Y en el área de Derecho Civil: Antonii Matthaei: Ve auctionibus libri duo, en
Trajecti ad Rhenum typis Johannis a Waesbage, 1653; Antonini de Amato
Panormitani: J. V. D et apud Siciliae suprema tribunalia causarum patroni Variae
resolutiones juris, forenses et practicabiles in quibus quaestiones indios fere
ocurrentes controversiae, dilucide continentur, quae juris proprii siculi
interpretatione, et descisionibus tribunalium exornatur, en Lugduni por Joannis
Antonii Huquetan, 1658.
Dentro de la Teología Dogmática y Escolástica: Joannis Medina: In titulum
de poenitentia eiusq partibus commentari, en Salmaticae excudebat Andreas a
Portonariis 1553; Ruperti abbatis tiutiensis. Libri XLII De operibus sanctae trinitatis
cum lucubentissimis capitolorum argumentis cunetisq scripturarum locis nune
demum diligenter recogniti, et pristinae integrati restituti, en Antuerpiae, expensis
viduae Arnoldi Birkmanii, 1565; Joannis Capreoli: Thomistarum princips, in libros
sententiarum amplissimae quaestiones, pro tutela doctrinaes S. Thomae ad
273
scholasticum certamen egregie disputatae. Nupes castigatae et corroboratae
auctoritatibus Sacrae Scripturae, Conciliorum, et Sanctorum Patrum, en Venetiis
apud haeredem Hieronymi Scoti, 1588-1589; Philippo Diaz: Summa praedicantium
ex ómnibus locis communibus locuplentissima, en Salmaticae excudebat Joannes
Ferdinandus, 1593.
Josephi Ragusae: Commentari ac disputation in tatiam partem D. Thomae,
en Lugduni por Horatii Cardon, 1619; Didaco Alvarez: De auxiliis divinae gratiae et
humani arbitrii viribus et libertate, ac legitima eios cum efficacia eorundam
auxiliorum Concordia, librii duodecim, en Coloniae Agrippinae, por Antonium
Boetzerum, 1622; Ludovico Montesino: Commentaria in primam secundae Divi
Thomae Aquitanis, en Compluti apud viduam Gratiani de Antises, 1622; Joannis
Malderi: In primam Secundae D. Thomae commentaria, en Antuerpiae ex oficina
Plantiniana, 1623; Didaci Ruiz de Montoya: Commentaria, ac disputationes in
primam partem Santi Thomae de trinitate, en Lugduni sumptib. Ludovici Prost,
1625; Joannis Wiggers: In primam Secundae Divi Thomae Aquitanis commentaria,
en Lovanii apud Joannem Oliverium, 1629.
Petri Hurtado de Mendoza: Scholasticae et morales disputations de tribus
virtulibus theologicis, en Salmanticae por Jacinthum Taberniel, 1631; Joanne
Puncio: Integer theologiae cursus ad mentem scoti, en Parisiis por Antonii Bertier,
1652; Joanne Baptista Gormaz: Cursus theologicus, en Augustae Vindelicorum por
Goergii Schluter, 1707; Didacum Gonzales Matheo: Theologia scotica, en Matriti,
1749.
Y en el área de Teología Moral se hallan los libros de: Joanne Azorio:
Institution moral: in quibus ad conscientiam recte, aut prave factorum partinentes,
274
brevitar tranctantur, en Lugduni por Horatii Cardon, 1612; Antonio del Pozo:
Monastica theologia, en Mexici por bachalaureum Joannem de Alcazar, 1618;
Suma, sive compendium ómnium operum R. P. D. Antonini Diana Panormitani, en
Matriti ex oficina Didaci Diaz de la Carrera, 1649; Leandri de Sanctissimo
Sacramento: Quaestiones morales theologicae in septem Ecclesiae sacramenta,
en Lugduni por Joannis Couronneau, 1654; Joannes Euphrates: Cynosura ne
confessariorum, seu, Praxis rite excipiendae confessionis sacramentalis quam
presbyteris publics explicuit, en Venetiis por Nicolaum Pezzana, 1713;
Bartholomaeo Mastrio de Meldula: Theologia moralis ad mentem DD. Seraphici, et
subtilis concinnata et in disputationes vigintiecto distributa, en Venetiis ex
typographia Balleoniana, 1758.
Pasando a los libros con Ex libris manuscrito “De la librería del Colegio del Espíritu
Santo de Puebla”, en el área de Patrología se encuentran: Authoritat Sacrae
Scripturae, et sanctorum patrum, quae in summae Doctrinae christianae doctoris
Petri Canisii Theologi Societatis Jesu citantur, en Venetiis ex bibliotheca Aldina,
1571; Franciscum de Pietate Maciel: Expositiones selectee sanctorum partum
doctorumq., en Neapoli ex typographia Secundini Roncalioli, 1634.
En la Catequética se halla la obra de: Pedro de Lepe: Catecismo catholico,
en el qual se contiene la explicación de los misterios de nuestra santa de católica y
las demás cosas, que debe el christiano saber para su salvación, en Madrid por
Antonio González de Reyes, 1699.
En el área de Derecho Eclesiástico encontramos: Joan Sebastian: De el
bien excelencias y obligaciones de el estado clerical y sacerdotal, en Sevilla por
275
Matias Clavijo, 1620; Michaele Fierro Manrique: Resolutate quaestionum moralium
et vicaliarum, en Lugduni sumptibus Jacobi et Petri Prost, 1640.
Dentro de la temática de Teología Dogmática y Escolástica, están los libros
de: Francisco Panigarola: Lettioni supra dogmi, en Ferrasa apresso Giullio Vasalini
e Guilio Cesare Cognacini, 1585; Gregorio Nunnio Coronel: De vera Christi
Eclessia libri decem, en Romae ex typographia medicca, apud Jacobum Lunam,
1594; Francisco Suárez: Opera de divina gratia pars tertia, en Lugduni por Jacobi
Cardon et Petri Cavellat, 1624; Pedro de San José: Idea theologicae speculativae,
en Parisiis por Gergium Jusse, 1642; Didaco de Avendaño: Problema theologica,
en Antuerpiae por Engelbertum Gymnicum, 1668; Thyrso Gonzalez: Tractatus
theologicus, de certitudinis gradu, quem, infra fidem, nune habet sententia pia de
Immaculata B. Virginis Conceptione, en Matriti ex typographia Joannis Garciae
Infanzon, 1688.
En la temática de Teología Moral están las obras de: Alonso de Vega:
Suma, llamada Nueva Recopilación, y Practica del fuero interior: utilissimo para
confessores y penitentes, con varias resoluciones de casi innumerables casos de
conciencia, tocantes a todas las materias teólogas, canonicas y jurídicas,
conforme la doctrina de los Santos, y mas graves autores, antiguos, y modernos,
en Madrid por Luis Sanchez, 1606; Francisci Toleti: De instructione sacerdotum et
pecatis mortalibus libro octo, en Antuerpiae apud Petrum et Joannem Belleros,
1619; Francisci Labatae: Thesaurus moralis, en Antuerpiae, por Hieronymum
Verdussium, 1652; Leandri de Santissimo Sacramento: Quaestion moral
theologica in decem Decalogi praecepta, en Lugduni sumptibus Phil. Borde Laur.
Arnaud, et Claud. Rigaud, 1662; Joannis Bisselii: De pestiferes peccatorum
276
moralium fructibus exempla trágica, per anni M. DC. LI. Quadragesimam, pro
suggetu, exposita, en Diligae por Joann Casp. Bencard, 1679.
Georgio Gobato: Opera Omnia, hoc est, experiantiarum theologicarum, sive,
Experemitalis theologiae De Septem sacramentis, en Monachii por Joannis
Jacklini, 1681; Daniel Bartoli: La eternidad, en Madrid por Juan Garcia Infanzon,
1691; Joanne Baptista Gormaz: Tractatus De poenitentia distributus in duas partes
alteram De virtute, et alteram De sacramento, en Romae por Antonii de Rubeis,
1697; Dominico Viva: Opuscula theologico-moralia, en Patavii, ex typographia
Seminarii apud Joannem Manfre, 1721.
Entre las obras creadas por los Padres de la Iglesia, se encuentran las
siguientes:
San Gregorio Niceno: Beati Gregorii Nysseni Episcopi, Fratris Basilii Magni,
opera omnia quae extant, duobus tomis comprehensa, en Parisii apud viduam
Sebastiani Nivelli, 1605; San Epifanio: Sancti Epiphanii Episcopi Constantiae
Cypri, opera extant omnia, en Coloniae Agrippinae por Antonii Hierat, 1617; San
Basilio: Origenis Adamantii Philocalia: de obscuris S. Scripturae locis, a SS. PP.
Basilio Magno, et Gregorio theologo, ex variis Origenis commentariis excerpta, en
Lutetiae Parisiorum por Sebastianum Cramoisy, 1624.
En el área de Retórica y Oratoria, se enlistan: De arte rhetorica libri tres ex
Aristotele, Cicerone et Quintiliano praecique deprompti, en Antuerpiae por Joach.
Trognaesii 1613; Marci Tulii Ciceronis Topica, en Hispali por Alfonsum
Escribanum, 1573; Pauli Josephi de Arriaga: Rhetoris Christiana, en Lugduni por
Horatii Cardon, 1619; Stanislao Rapalio: Via ad eloquentiam in duas partes divisa,
277
en Coloniae Agrippinae, 1712; Dominico de Colonia: De arte rhetorica, en Lugduni
por Antonii Molin, 1733.
Entre los libros con Ex libris manuscrito de la “Librería del Colegio de San Xavier
de Puebla”, en la temática de Expositores de la Biblia se encuentra: Roberto
Belarmino: Explanatio in Psalmos, en Venetiis por Thomam Bettinelli, 1747.
En las obras de los Padres y Doctores de la Iglesia, están a la vista: San
Agustín: De natura et origine animae Epistola secunda, en Venetiis excudebat Jo.
Baptista Albizzi Hieron S. F.; Tomás de Aquino: Summa totius theologiae, en
Lugduni sumptibus Anisson et Possuet, 1701; San Jerónimo: Espistolae aliquot
selectae in usum, et utilitatum adolescentium, qui latinae lingua dant Operam, en
Antuerpiae, Cornelio Verdussen, 1720.
En el área de Catequesis, está: Juan Agustin y Orta: Doctrina Christiana
catechista, y magistralmente explicada, ilustrada por autoridades de las Sagrada
Escritura y Santos Padres, en Zaragoza por Pedro Ximenez, 1730.
En el área de Derecho Eclesiastico: Ludovico Engel: Collegium universo
juris canonici antehac juxta triplex juris objectum partitum, en Venetiis por
Josephum Bettinelli, 1733.
Y en Derecho Civil: Alphonso de Azevedo: Commentari juris civilis in
Hispaniae regias constitutiones, en Madritti ex officina Petri Madrigal, 1595.
En el área de Teología Dogmática y Escolástica, se hallaron las siguientes
obras: Petro Alagona: Sancti Thomae Aquitanis summae theologicae
compendium, en Lugduni por Horatii Cardon, 1619; Adami Tanneri: Theologia
Scholastica, en Ingolstadi, 1624; Mathia Blanco: Tractatus De Libertate creata sub
278
divina scientia, et omnipotentia. Funiculus triplex. Divi Thomae praemotione, scotio
comitante decreto et scientia media Discorda concors, en Mexici typis viduae
Josephi Banardi de Hogal, 1746.
En Teología Moral: Emmanuele Sa.: Aphorismi confessariorum ex doctorum
sententiis collecti, en Antuerpiae ex officina Joachimi Trognaesii, 1599;
Emmanuele Sa.: Aphorismi confessariorum ex doctorum sententiis collecti, en
Rothomagi por Joannem Osmontium, 1618; Matthaei de Moya: Selectae
quaestiones ex praecipuis theologiae moralis tractatibus, en Matriti ex typographia
Antonii Gonzalez, 1678; Thomae Sanchez: Opera Moral in praecepta Decalogi, en
Lugduni por Laurentii Anisson, 1689; Henrique de Villalobos: Suma de la Teología
Moral y canonica, en Madrid por Melchor Sanchez, 1680; Thomae Sanchez:
Consilia seu opuscula moralia, en Lugduni sumptib. Laurentii Arnaud, Petri Borde,
Joannis et Petri Arnaud, 1681; Martin de Torrecillas: Consultas morales y
exposición de las proposiciones condenadas por nuestros muy santos Padres
Inocencio XI y Alexandro VII, en Madrid por Juan Garcia Infanzon, 1693; Antonio
Charlas: Disputatio theologica de opinionum defecto in quaestionibus moralibus,
en Romae ex typographia Reverendae Carmece Apost., 1695; Thyrso Gonzalez:
Synopsis tractatus theologici De recto usu opinionum probabiblium luce public
donati sub initium anni M. DCC. XCIV, en Amstelodani por Allardi Aaltsen, 1697;
Joanne Alloza: Flores summarum sive alphabetum morale: quo omnes-ferms
conscientiae casus, qui confessaris contigere possunt, breviter, clars, ac quantem
licet, benignis digerentur, en Caloniae Agrippinae por Jacobi Prumpper, 1705;
Gaspare Hurtado: Tractatus De Sacrametis, en Compluti ex officina Joannis de
Villodas et Orduña, 1629.
279
Josepho Augustino: Brevis notitia eorum, quae scitu vel necessaria, vel
valde utilia sunt confessaris in primo ingresso ad audiendas confessiones, en
Antuerpiae por Janssonio Waesbergios, 1725; Carolo Casalicchio: Tuta
conscientia, seu, Agendorum, vel non agendarum in quibusdam selectissimis, ac
frequentius accidentibus conscientiae casibus tuta methodus moralis juxta
doctrinam, et auctoritatum Doctorum Primae Classis Noc non Decreta hucusque
emissa Summorum Pontificum, en Pampelonae por Josephi Joachin Martinez,
1737; Buenaventura Tellado: Theologia moral en claro, breve método, preguntas y
respuestas arregladas a sagradas y apostolicas, dogmas conciliares, y pontificios
decretos, padres y theologos y recogida en toda la seraphica sutil franciscana
escuela ad mentem venerabilis, subtilisque doctoris Joannis Juns Scoti, en
Salamanca por Antonio Villagordo, 1742.
Luis de Granada: Silva locorum, qui frequenter in concionibus ocurrere
solent i ómnibus divini verbi concionatoribus, en Salmanticae apud haeredes
Matthiae Gastii, 1586.
Por último, en la temática de Geografía, está la obra titulada: Novum lexicón
geographicum in quo universo orbis, en Venetiis por Homobonum Bettaninum,
1738; Methodo geographico fácil, compuesto en idioma francés por M. Francois,
en Paris a costa de Pedro Gendro, 1754.
Dentro de las obras con Ex libris manuscrito “Del Colegio de San Ildefonso de la
Compañía de Jesús Puebla”, entre las Biblias se encuentra la Sacra Biblia:
variarum translationum, en Antuerpiae, 1641.
280
En el área de Catequesis: Juan de la Anunciacion: Doctrina Christiana muy
cumplida donde se contiene la exposición de todo lo necesario para doctrinar a los
indios, y administralles los sanctos sacramentos, en Mexico en casa de Pedro Balli
(texto en náhuatl y castellano), 1575.
En Derecho Eclesiástico, Summa constitutionum summorum pontificum et
rerum in Ecclesia romana gestarum Gregorio IX usque ad Sixtum V, en Lugduni
por Petri Landry, 1598; Marco Antonio Genuense: Praxis archiepiscopalis curiae
neapolitanae locupletata, en Romae por Jacobi Mascordi, 1616; Marco Paulo
Leone: Praxis ad litteras moioris poenitentiarii et offici sacrae poenitentiariae
apostolicae in quatuor partes distributa, en Romae por Ludovici Grignani, 1644;
Josephi Gibalini: Disquisitiones canonicae de clausura regulari ex veteri, et novo
jure, en Lugduni sumptib. Haer Petri Prost, Philippi Borde et Laurentii Arnaud,
1648; Josephi Gibalini: Scientia canonica et hieropolitica, en Lugduni sumptibus
Laurentii Arnaud, et Petri Borde, 1670.
Ascanio Tamburino: De jure abbatum et aliorum praelatorum tam regularium
quam secularium espiscopis interiorum, en Coloniae Agrippinae, por Joannis
Philippi Andreae, 1691; Francisco Leytam: Impenetrabilis pontificae dignitatus
Clypeus, en Romae por Joannis Jacobi Komarek, 1695.
En la temática de Teología Dogmática y Escolástica, se enlistan: Tomás de
Aquino: Summa Theologica, en Venetiis apud Juntas, 1612; Sancti Thomae
Aquitanis ex ordine praedicatorum quinti ecclesiae Doctoris angelici opera Omnia
ad fidem vetussimorum codicum mss. Et editorum emendata, aucta et cum
exemplaribus romano, véneto, ad antuerpiensi accurats collata, en Parisiis apud
Societatem bibliopolarum, 1654-1660; Sancti Thomae Aquitanis ordinis
281
praedicatorum quinti ecclesiae Doctoris angelici Opera, en Parisiis apud
Societatem Bibliopolarum, 1660.
Joannis Turriscrematae: Summae ecclesiasticae libri quatuor, en
Salmanticae por Joannem Mariam, 1560; Dominici Soto: De natura et gratia libri III
cum apología contra reverendum episcoporum catharinum, en Salmanticae
excubedat Joannes Maria Terranova, 1566; Petri de Cabrera: Sacrae theologiae
Magistri, ex Ordine Divi Hieronymi, in tertiam partem Sancti Thomae
commentarium, et disputationum, en Cordobae apud Sanctum Hieronymum per
Andream Barrera, 1602; Blathassare Navarrete: Controversiae in Divi Thomae et
elus scholae defensionem praecipue circa tractatum de auxiliis divinae gratiae, en
Vallisoleti por Petrus Lasso Vaca, 1605; Antonio Bernaldo de Quiros: Selectae
disputationes theologicae de praedestinatione, Trinitate et angelis, en Lugduni por
Philippi Borde, Laurentii Arnaud et Claudii Rigaud, 1658.
Matthiae Borrull: Tractatus De voluntate Dei, en Lugduni por Joannis Antonii
Huguetan, 1661; Matthiae Borrul: Tractatus de Trinitate, en Lugduni sumptibus
Horatii Boissat et Georgii Remeus, 1662; Juan Martinez de Ripalda: De ente
supernatural disputationes theologicae, en Lugduni sumptib. Philippi Borde,
Laurentii Arnaud, Petri Borde, 1666; Georgii de Rhodes: Disputation theologicae
scholasticae, in quibus Christus, Delpara, sacramenta, sex tractatibus explicantur
ad tertiam partem summae theologicae Sancti Thomae, en Lugduni sumptibus
Joannis Antonii Huguetan et Guillielmi Barbier, 1671; Joanne Polmanno:
Breviarium theologicum, en Lovanii typis Hieronymi Nempaei, 1673; Martino
Becano: Summa theologiae Scholasticae, en Lugduni por Benedictum Bailly, 1683.
282
Eusebio de los Rios: Tractatus theologicus de judico indifferenti requsito ex
parte actus primi ad libertatem creatam, en Matriti por Julianum de Paredes, 1694;
Francisci Sylvii a Boania Comitis, S. Theolog. Doctoris in Academia Avacenaea…
Opera Omnia, en Antuerpiae apud viduam et filium Joannis Baptistae Verdussen,
1696-1699; Carolo Antonio Casnedi: Crisis theologica, en Ulyssipone ex
typographia Regia Deslandesiana, 1711; Joanne Baptista Gonet: Manuale
thomistitarum, seu, tutius theologiae brevis cursus, en Antuerpiae Franciscum
Pitteri, 1745.
En la temática de Teología Moral, se hallaron las siguientes obras: Martini
Azpilcuetae: Opera, en Lugduni apud haeredes Gulielmi Rovilli, 1589; Jacobo de
Graffiis a Capua: Decisiones aureae casuum conscientiae in quatuor libros
distributae, en Venetiis por Damiani Zenari, 1593; Ludovicum de Beig:
Responsiones casuum conscientiae, en Barcinone 1596; Vincentio Fillucio:
Quaestion moral De Christianis officiis et casibus conscientiae ad forman cursus
qui praelegi solet in Collegio Romano Societatis Jesu, en Antuerpiae por Joannem
Keerbergium, 1623; Francisco Aguado: El cristianismo sabio, en Madrid imprenta
de la viuda de Alonso Marin, 1635; Gabrielis de Henao: Tractatio theologica
scholastica, moralis, expositiva et canonica, en Salmanticae por Sebastiani Perez,
1658-1661; Antonio de Escobar: Examen y practica de confesores, y penitentes.
En todas las materias de las theologia moral, en Paris a costa de Antonio Bertier,
1665.
Andreae Mendo.: Statera opiniorum benignarum in controversiis moralibus,
en Lugduni sumpt. Horatii Boissat, 1666; Josephi Rossell: Tractatus sive praxis
deponendi conscientiam in dubiis et scrupulis circa casus morales ocurrrentibus,
283
en Lugduni sumptibus Laurentii Arnaud, Petri Borde, 1679; Josepho Cabrino:
Elucidarium casuum reservatiorum, en Venetiis por Antonium Bortolum, 1692;
Joannis Aegidii Trullench: Opus morale, en Barcinonae por Josephi Texido, 1701-
1702; Laurentio Cozza a Sancto Laurentio: Tractatus dogmatic moralis de jejunio
ecclesiastico in tres partes distributius, En Romae ex typographia Georgii Plachi,
1724.
Los libros con Ex libris manuscrito “Del Colegio de San Ildefonso de la Puebla. Ex
dono DD. Josephi de Luna”, en la temática de Derecho Eclesiástico, se hallan las
siguientes obras: Antonino Tessauro: Novae decisiones sacri senatus
pademontani, en Augustae Taurinorum, por Jo, Dominicum Tarinum, 1590;
Joannis Gutierrez: Canonicarum quaestio, utriusq, fori, tam exterioris quam
interioris animae libri duo, en Antuerpiae por Petrum et Joannem Belleros, 1618;
Francisco TT. S. Mariae de Populo: Vaticanae lucubrationes de tacitis et ambiguis
conventionibus in libros XXVII dispertitae, en Coloniae Allobrogum, por Petrum et
Jacobum Chavt, 1621; Michaele Ferro Manrique: Tractatus de praecedentiis et
praelectionibus ecclesiasticis ordine alphabetico digestus, en Lugduni, por Jacobi
et Petri Prost, 1637; Paulo Rubeo: Sacra Rotae Romanae decisión novissima, en
Romae ex typographia Rev. Cam. Aposto., Nic. Rodriguez Fermosini: Allegationes
Fiscales, ad text in cap. Vergentis X de haeret. De confiscatione bonorum un S.
Officio inquisitionis tractatus primus, en Lugduni por Horatii Boissat et Gregorio
Romeus, 1663.
Didaco Antonio Frances de Urritigoyti: Tractatus de compententiis
jurisdictionis inter curiam ecclesiasticam et saecularem, en Lugduni por Philippi
284
Borde, 1667; Marci Anrtoni Sabelli: Variae juris resolutiones, en Coloniae
Agrippinae, 1707.
En la temática de Derecho Civil, se observan las siguientes obras:
Francisco de Aviles: Nova diligens, ac per utilis expositiis capitum, seu, legum
praetorum, ae judicum syndicatus regni totius Hispaniae, en Matriti por Petri
Madrigal, 1597; Andrene Angulo Cordubensis: J. C. Hispani Commentaria ad leyes
vegias meliorationum, en Madriti por Ludovicum Sanctium, 1592.
En el área de Teología Dogmática y Escolástica, se enlistan: Cursus
Theologicus: juxta miram Divi Thomae Praeceptoris Angelici doctrinam Collegi
Salmanticansis FF. Discalceatorum B. Mariae de Monte Carmeli primitivae
observantiae, en Lugduni sumptibus Anisson et Joannis Posuel, 1704.
Y en el área de Teologia Moral: Joanne Ozorio: Institutionum moralium in
quibus universae quaestiones ad conscientiam recte, aut prave factorum
pertinentes, breviter tranctatur, en Lugduni por Jacobi Cardon et Petri Cavellat,
1625; Francisco de Castro: Reformacion Christiana, assi del picador, como del
virtuoso, en Barcelona por Juan Piferrer, 1626; Nicolai Baldelli: Disputationum ex
morali theologia, libri quinque I. De Humanis actionibus in Universum II. De Vitiis,
et pecatis. III De Vitiis capitalibus. IV De conscientia. V. De legibus, en Lugduni por
Gabrielis Boissat, 1637; Nicolai Baldelli: Disputationum ex morali theologia libri
quatuor I. De fide et infidelitate. II De spe, et charitate. III De adoratione et
oratione. IV De superstitione et irreligiositate, en Lugduni sumpt. Haeredum Gabr.
Boissat et Laurentii Anisson, 1644.
Thomas del Bene: Tractatus morales, en Avenione por Guillelmi Halle,
1658; Leandri del Santissimo Sacramento: Quaestionum moralium theologicarum
285
in decem Decalogi praecepta, en Lugduni por Philippi Borde, 1664; Josepho
Meade de S. Joan.: Theologica moralis de triplici bulla, scilicet, cruciate
compositioniis, et defuntorum ubi de purgatorio, de sufragiis pro mortius et horum
apparitionibus, accurate differitur, actractatur, en Matriti ex typographia Andreae de
la Iglesia, 1666; Josepho Mendez de San Juan: Theologia moralis de praeceptis
Decalogi, et Ecclesiae simul cum materiis moralibus De conscientiae, De Legibus,
et peccatis, en Matriti por Juliani de Paredes, 1669.
Stephani Fagundez: Quaestiones. De christianis officiis et casibus
conscientiae in quinque Ecclesiae praecepta theologicis, concionaturibus,
cathedracis doctoribus, animarum pastoribus, causarumque utriusque fori judicibus
ac patronis utilissima, en Coloniae Agripinae por Joannem Wilhelmum Friescm,
1671; Espejo de la juventud, moral, político y christiano del ilustrissimo señor Don
Marcos Bravo de la Serna, en Madrid por Mateo de Espinosa y Arteaga, 1674;
Thyrso Gonzalez: Fundamentum theologiae moralis, id est, Tractatus theologicus
de recto usu opinionum probabilium, en Caesar. Augustae por Dionisium Dormer,
1694; Matias de Aguirre: Consuelo de Pobres y remedio de ricos. Dividido en tres
partes en que se prueba la excelencia de la limosna, en Huesca a expensas de
Antonio de la Fuente, librero de Su Magestad, 1695.
Clemente de Ledesma: Dispensador de noticias de los Santos
Sacramentos, en Mexico por Doña Maria de Benavides, viuda de Juan de Ribera,
1695; Ludovico Nogueira: Quaestiones singulares experimentales et practicae per
quatuor disputationes distributate, en Conimbricae ex officcina Joannis Antunes,
1698; Francisco Joseph de Cintruenigo: Suma de la theologia moral, en Madrid
por Geronimo de Estrada y Junco, 1704; Jayme de Corella: Suma de la teología
286
moral, su materia los tratados principales de los casos de conciencia. Su forma,
unas conferencias practicas, en Madrid por Juan Garcia Infanzon, 1705.
Entre los Autores Clásicos, se hallan las obras de: Marco Tulio Ciceron:
Orationes, en Amsteodami ex typographia P. J. Blaeu, 1699; Cayo Valerio Catulo:
Opera, en Parisiis por Frederici Leonard, 1685; C. Plini Panegyricus, en Lugduni
Batavorum ex officina Hackiana, 1675.
Y en las Obras en general, Luis de Granada: Doctrina Christiana: en la cual
se enseña todo lo que el christiano deve hazer, donde el principio de su
conversión hasta el fin de la perfeccion, en Barcelona por Geronymo Margarit,
1615; Tomas Gonzalez: De arte rhetorica libri tres, en Mexici por Joannem Ruiz
1646; Hieronymi Lagomarsinii orationes septem, en Roma typis Generosi
Salomoni, 1753.
Por último, en la materia de Geografía, se hallan: Pedro Bertius: Tabularum
geographicarum contractarum libri quinque cum luculentis singularum tabularum
explicationibus, en Amstelodami por Cornelium Nicolai, 1606; Francisco Velazquez
Minaya: Esfera forma del mundo, con una breve descripción del mapa, en Madrid
por la viuda de Luis Sanchez, 1628; Francisco de Seixas y Lovera: Descripción
geographica y derrotero de la región austral Magallanica, en Madrid por Antonio de
Zafra, 1690; Auberto Miraeo: Geographia ecclesiastica, in qua provinciae
metropoles, episcopatus, sive urbes espiscopalis illustres, alphabeti serie digestae
leguntur et de ecclesiarum maxim illustrium eriginibus, progressibus ac
vicissitudinibus breviter disserritus, en Lugduni por Antonii Pillehotte, 1620;
Francisco Suarez: Metaphysic disputation, en Moguntiae por Hermanii Mylii
Birckmanii, 1614.
287
5.4. La colección de Francisco Pablo Vázquez
Quienes han escrito sobre la Biblioteca Palafoxiana nunca han señalado que
muchos libros llamados por su estructura como “antiguos”, y que descansan en las
estanterías, no pertenecieron a las colecciones que dieron pie a la fundación de la
librería por parte de Palafox y Mendoza, ni de la biblioteca fundada por el obispo
Fabián y Fuero. Este fue el caso de los libros pertenecientes al Obispo Francisco
Pablo Vázquez. Erróneamente, a esta colección se le ha tomado como parte del
acervo original, cuestión totalmente equivocada, pues como ya dimos cuenta, los
libros se integraron después de la muerte del Obispo, más allá de mediados del
siglo XIX. A continuación se reproducen algunos autores y temáticas de estos
libros.
Entre los libros con Ex libris en estampa “Francisco Pablo Vázquez”, en el área de
Biblia y Estudiosos, se halla: Biblia Sacra Veteris et Novi Testamenti juxta
vulgatam, quam dicunt, editionem, en Parisiis, apud haeredes Carolae Guillard,
1558; Paulo Fagio: Thargum, hoc est. Paraphrasis Onkell Chaldaica in Sacra
Biblia: ex chaldaeo in latinum versa, en Argentorati, 1546.
En la Patrología, Franciscus Combetis: Bibliothecae graecorum patrum
auctarum novisiimum, en Parisiis por Caroli Fosset, 1672; De optima legendorum
Ecclesiae patrum método in quatuor partes tribuna, en Matriti por Antonii de
Sancha 1774; Jacobo Benigno Bossuet: Defensa de la tradición, y de los Santos
288
Padres, en Madrid por Blas Roman, 1778; SS. Patrum toletanorum quotquot extant
Opera, en Matriti por Joachimum Ibarra, 1782-1785.
En el área de Catequesis, Charles Joachim Colbert: Instructions generals
en forme de catechisme, en Paris chez Simart, 1731; Claudio Fleury: Catechisme
Historique, en Lyon chez Jean-Marie Bruyset, 1786; Pierre Joseph Henry:
Instructions familiares, dogmatiques et morales, sur les quatre parties de la
doctrine chretienne, en Paris por Richard Lallemant, 1722; Placido Rico Frontaura:
Explicacion de las quatro partes de la doctrina Christiana, o, instrucciones
dogmatico-morales en que se vierte toda la doctrina del Catecismo Romano, en
Madrid por Benito Cano, 1796; Juan Martinez de la Parra: Luz de verdades
católicas y explicación de la doctrina Christiana, en Madrid por la viuda e hijo de
Pedro Marin, 1793.
Entre los Concilios, Vetustissimum et nobilissimum Concillium Illiberritanum:
quarto incunte saeculo in Hispania celebratum, en Lugduni sumptibus Philippi
Borde, Laurentii Arnaud, Petri Borde et Guill. Barbier, 1665; Sacrosanctum
Oecumenicum Concilium Tridentinum, en Matriti por Michaelem Escribano, 1779.
En la temática de Derecho Eclesiástico: Gonzalo Suárez de Paz: Praxis
ecclesiastica et secularis, en Lugduni apud fratres Deville, 1735; Traite de la
perfection de l´etat ecclesiastique, ou, Considerations sur les devoirs du clerge, en
Saint Malo chez L. et C. H. Horius, 1781; Vincentis Petra: Commentaria ad
Constitutiones Apostolicas, seu, Bullas Singulas summorum pontificium, en
Venetiis ex Typographia Balleoniana, 1741; Philippi Soler: Concordia jurisdictionis
ecclesiasticae, et saecularis practicae quaestiones emocleatae saepius ab
utriusque in jurisdictionum praelio judicibus controversiae et nune acuurat discusae
289
ad explanationem text, un cap. Pernicionam I. de offic. Jud. Ord., en Matriti por
Francisci Garcia, 1753-1754; Traite de l´autorite ecclesiastique et de la puissance
temporalle, en Paris chez Desaint, 1768.
En la Teología Dogmática y Escolástica, se hallan las siguientes obras:
Bernardo Boniaanne: Epitome in universam sacrosanctae theologiae Divi Thomae
Aquitanis summam, en Lugduni por Simphoniarum Beraud, 1579; Didaci de Tapia:
In tertiam partem Divi Thomae libri duo unus de Incernatione Christi domini, alter
de admirabilis eucharistiae sacramento, en Salmanticae por Michaelis Serrani de
Vargas, 1589; Gregorii de Valentia: De rebús fidei hoc tempore controversis libri,
en Lugduni apud haeredes Gulielmi Rovilii, 1591; Ludovico Thomassino:
Dogmatum theologicorum prior prodit de Verbi Dei Incarnatione tomus unicus, en
Parisiis por Franciscus Muguet, 1680; Miguel Godinez: Practica de la theologia
mystica, en Sevilla por Juan Vejarano, 1682; Vicente Ferrer: Epitome cursus
theologici ad mentem D. Thomae Doctoris Angelici, en Valentiae por Antonium
Bordazar, 1720.
Examen desde fauts theologiques, en Amsterdam por Meynard Wytwet,
1744; Lettere teologiche del Padre Bernardino Vestrini delle scoule Pie., en Arezzo
por Michaele Belloti, 1749; Ludovico Antonio Moratori: De paradiso regnique
coelestis gloria non expectata corporum resurrectione justis a Des Contrata
adversus Thomae Burneti britanni librum de stato mortuorum, en Venetiis
Josephum Rosa, 1755; Bourdaloue: Exhortations et instructions Chretiennes, en
Lyon por Pierre Bruy ser Phontus, 1758; Daniel Concina: Manuale concinae, sue,
Theologia christiana dogmatico moralis, en Mutinae por Simonem Occhi 1763;
Guilielmi Estii: In quatuor libros sententiarum commentaria quibus pariter S.
290
Thomae summa theologicae partes omnes, en Venetiis sumptibus Societatis,
1777.
Natali Alexandro: Theologiae dogmatico. Moralis secundum, ordinem
Catechismi Concilii Tridentini, en Venetiis ex typographia Balleoniana, 1771;
Joannis Opstraet: Opera Theologica, en Venetiis sumptibus haeredis Nicolai
Pezzana, 1771; Jo. Laurentii Berti: Opus de Theologicis disciplinis, en Bassani
apud Remundini, 1776; Francisci Xaverii Alegrii: Institutionum theologicarum libri
XVIII, en Venetiis por Antonio Lattae, 1789-1791; Petro Alagona: S. Thomae
Aquitanis theologiae summae compendium, en Matriti apud Emmanuel Alvarez,
1797.
San Agustín: Les confessions de S. Agustin, en Paris por Pierre le Petit,
1680; San Dionisio: Tou en agiosis patro ecmoon Dionysiou tou apciopagitou ta
soozomena punta, en Venetiis por Antonii Zatta, 1755; San Ambrosio: Sancti
Ambrosii Mediolanensis Espiscopi Opera, en Venetiis ex typographia Balleoniana,
1781-1782.
En la temática de Teología Moral, hallamos las siguientes: Jacobo Benigno
Bossuet: Traite de l´amour de Dieu: necessaire dans le Sacramenti de penitance,
suivant la doctrine du Concile de Trente, en Paris por Barthelemy Alix, 1736;
Gaspar Diaz: Consulta theologica de lo ilícito de representar y ver representar las
comedias, como se practican el dia de oy en España, en Cádiz en la Imprenta de
la Real de Marina, 1742; Carolum Noceti: Veritas vindicata, sive, Permultae
sententiae auctorum Societatis Jesu a R. P. Daniele Concina in sua theologia
christiana, en Matriti por Antonio Perez de Soto, 1753; Petrus Collet: Institutiones
theologicae moralis, en Lugduni por Joannem Mariam Buyset, 1768; Francisco
291
Genetto: Theologia moralis: juxta Sacrae Scripturae, canonum et SS. Patrum
mentem, jussu Eminentissimi et Reverendissimi Stephani Cardinalis le Camus, en
Bassani in typographia Bassanensi, 1769.
Boni Merbesii: Summa Christiana, en Augustae Taurinorum Guibert y
Orgas, 1770-1771; Dictionnaire portatir des cas de conscience, en Lyon chez Jean
Marie Bruyset, 1776; Fulgencio Cunilliati: Universae theologiae mordis, en Matriti
por Blasii Roman, 1780; Francisco de Ajofrin: Tratado theologico-mystico-moral,
en Madrid por Pedro Marin, 1789; Francisco Guijarro: Buen uso de la teología
moral sobre la doctrina y espíritu de la Iglesia, en Valencia por Benito Monfort,
1791-1794.
Por último, entre las obras que pertenecieron a Francisco Pablo Vázquez,
en el área de Filosofía, se encuentra la obra de: Aristóteles: Aristotelous Politikoon
Biblia 20´, en Matriti Typographum ac Bibliopolorum Matritensium. 1775.
Esto ha sido a grandes rasgos cómo se fueron conformando las diversas
colecciones que dieron pie a la formación de la Biblioteca Palafoxiana. Sin
embargo, no quisiera concluir sin señalar que varios de los miles de libros
existentes que estan en la actualidad en la Biblioteca, nada tienen que ver con las
temáticas que dieron origen a su formación, por lo tanto, se decidió dejarlas de
lado, para no romper con el probable esquema por la que ésta se creó.
292
Consideraciones finales
Nuestra tesis de doctorado se inscribe en uno de los dominios más importantes de
la historia cultural: la historia del libro y de la lectura. Hemos tomando como objeto
de estudio la Biblioteca Palafoxiana, con el fin principal de resignificar su
importancia, más que resarcir ciertas lamentables ausencias historiográficas.
A lo largo de esta investigación hemos debido revisar conceptos cuyo
sentido original se han distorsionado con el tiempo y que causa equívocos a los
historiadores, pues no se emplean de manera adecuada, como sucede con el
término biblioteca. Este vocablo en la antigüedad se usaba para designar el lugar
o espacio donde los libros eran colocados; pero para los siglos XVI y XVII la
palabra adquirió otras dimensiones, pues ya no se aplicaba de manera estricta
únicamente a las “bibliotecas de piedra”, sino a las bibliotecas sin muros o de
papel, como las ha denominado Roger Chartier.
Por otra parte, si semánticamente el término sufrió cambios, de igual
manera el espacio arquitectónico al que se le asociaba también se fue
modificando en cada etapa histórica. Como hemos explicado en nuestro trabajo,
cada transformación efectuada al espacio físico en el que se albergaban los libros
obedecía estrechamente a las innovaciones tanto físicas como de función y uso
que se provocaban en los libros, de modo que cualquier cambio suscitado en el
instrumento cultural denominado libro tenía repercusiones en el espacio físico al
que se le destinaba para su custodia, así como en el mobiliario, utensilios, formas,
propósitos de lectura y características de los lectores.
293
Como ejemplo de lo aquí expresado, podemos remontarnos a la antigüedad
tardía, en la que se utilizaba el rollo o volumen, el cual se leía extendiéndolo poco
a poco y al finalizar la lectura otra vez se lo volvía a plegar y se colocaba en los
huecos de los muros para guardarlo. Cuando el códice sustituyó al rollo, el hueco
de los muros resultaba ya obsoleto para almacenarlo, pues su forma cuadrada no
lo permitía, por lo que debía colocarse en armarios. Con lo anteriormente descrito
podemos constatar la revolución tan radical de las tecnologías relacionadas con
los soportes de la escritura y los mismos espacios de resguardo.
Gracias al desarrollo de la imprenta, por la que se podían producir más
libros en un menor tiempo, las que en su momento habían sido pequeñas
colecciones de libros se convirtieron paulatinamente en librerías; es decir, en
edificios monumentales que tenían la capacidad para conservarlos. No obstante el
progreso que representaron para la difusión del conocimiento, estas librerías sólo
podían ser costeadas por reyes, príncipes, nobles y prelados, cuyas metas al
conceder su construcción no siempre perseguían la intención de hacer acopio del
saber, sino más bien de reafirmar su poderío. Fue así como se gestaron la
Biblioteca Vaticana, la Biblioteca Medicea Laurenciana y la Biblioteca de El
Escorial.
Hemos reflexionado, e incluso puesto en duda informaciones aceptadas por
historiadores demasiado condescendientes con datos que no han sido
corroborados, pero que suelen admitirse como si de un dogma se tratara. Uno de
esos datos reiterados despreocupadamente por los especialistas es el que
sostiene –sin claro fundamento–, que el obispo Juan de Palafox y Mendoza donó
de su biblioteca personal la cantidad de cinco mil libros, referencia que hemos
294
cuestionado puesto que para la época en que supuestamente se hizo dicha
donación sería prácticamente imposible; primero, debido al elevado costo de los
libros y, en segundo lugar, porque no se encuentra una fuente fiable que indique
cómo pudo transportarse semejante cantidad de libros de España a Puebla.
Para responder a este punto controversial, propusimos la hipótesis de que
la magnífica donación de libros que se le atribuye a Palafox y Mendoza pertenecía
a los obispos que lo precedieron en el cargo y que éste, en su privilegiada
posición, dispuso de ellos para acrecentar el acervo. Por lo demás, hasta la fecha
no se ha hallado ningún ex libris que sirva como evidencia para confirmar que
efectivamente los libros donados por Palafox fueran parte de su biblioteca
personal.
Igual de polémica resulta la afirmación –admitida con ligereza– de que la
Biblioteca Palafoxiana tenía un carácter “público”, pues para nosotros se trata de
un error inconcebible, sobre todo porque quienes defienden dicha idea interpretan
literal y anacrónicamente el término público, como si esta biblioteca hubiese sido
ideada para admitir lectores de toda laya en una sociedad incipientemente
alfabetizada y con poco contacto con el mundo de la lectura. Como hemos
aclarado en el capítulo correspondiente de esta tesis, quienes tuvieron acceso a
los libros pertenecían a un círculo privilegiado de letrados que, incluso ellos
mismos no gozaban de plena libertad para acceder a los ejemplares, ya que había
reglas muy estrictas para la entrada, permanencia y uso de la biblioteca.
Como ejemplo de esta cortedad de miras y falta de pericia para la
comprensión de documentos históricos, transcribimos enseguida la declaración
hecha por Alejandro Montiel Bonilla, Secretario de Cultura del Estado de Puebla,
295
al ser entrevistado por Proceso: “Recuerda que [la Biblioteca Palafoxiana] nació
como una biblioteca pública y por ello su acervo no estaba limitado a los temas
religiosos, desde el primer momento fue uno de los mejores. Palafox fue defensor
de los indígenas y deseaba que tuvieran acceso a su conocimiento”.237
Lo que debemos tomar en cuenta es que por biblioteca pública los artífices
de ésta entendían que no solamente los religiosos y alumnos de los colegios
podían consultarla, sino también los hombres “de buena condición social”; esto
es, hombres de saber o de probada erudición; pero fuera de ellos el derecho de
admisión para otros sectores de la población estaba prácticamente vedado.
Aunado a lo anterior hay que enfatizar, como lo hemos hecho, que la práctica de
lectura más común en la época colonial era intensiva, no extensiva, que leían y
releían los pocos textos a los que tenían acceso.
También hemos tratado con especial atención las diversas circunstancias
que posibilitaron el incremento de los fondos bibliotecarios, aspecto en el que la
Compañía de Jesús tuvo una participación significativa aunque involuntaria, pues
al confiscárseles sus libros éstos pasaron a enriquecer el acervo de diversas
bibliotecas. Una de las más beneficiadas con la expulsión de los jesuitas y el
decomiso de sus textos fue precisamente la Palafoxiana. Respecto de las
compras, donaciones y adquisiciones diversas que a lo largo de la Colonia y
primera mitad del siglo XIX se gestionaron por las autoridades de los Colegios y
posteriormente por los gobernantes, igualmente hemos abundado y aportado
nuevas perspectivas de análisis, sin soslayar la complejidad que estas
237
Alejando Montiel Bonilla. “La Palafoxiana se digitaliza”, en Proceso, op. cit., p. 61.
296
transacciones implicaron para los obispos y para las autoridades del México
independiente.
Finalmente, la indagación realizada nos permitió conocer que muchas obras
hoy apreciadas como parte del fondo original de la Palafoxiana, contrariamente a
lo que se ha tomado por verdad, fueron introducidas en años e incluso siglos
posteriores a los de su fundación, como los libros incautados a la Compañía de
Jesús y los pertenecientes al obispo Francisco Pablo Vázquez.
Los hallazgos y contribuciones de este trabajo son apenas rendijas que nos
han posibilitado atisbar en la gran cadena de acontecimientos que han ido forjando
la historia de esta magnífica biblioteca. Si otros investigadores deciden incursionar
en el tema, estaremos abriendo ventanas para que la luz de esta Memoria del
Mundo, como la nombró en 2005 la UNESCO, siga ocupando la importancia que
en el ámbito de la cultura se merece.
297
FUENTES
Archivos
Biblioteca Palafoxiana
Cédula Real donde se ordena al rector de la Universidad de México que los
colegiales de los Colegios de Puebla se puedan graduar en la
Universidad. Libro R-425, fol. 12,2r.
Cédula Real en la que el Rey concede licencia para la fundación y erección de
cátedras de Leyes y Cánones… R425, fol. 19, f.10.r.
Colección de Providencias Diocesanas del Obispado de la Puebla de los Ángeles,
Hechos y Ordenanzas por su Señoría Ilustrísima el Sr. Dr. D. Francisco
Fabián y Fuero, Obispo de Dicha Ciudad y Obispado del Consejo de su
Magestad. En la Imprenta del Real Seminario Palafoxiano de la
expresada ciudad. Año de 1770, pp. 524-525.
Copia de Carta de donación que hace el Obispo Francisco Fabián y Fuero.
Colección de Manuscritos, Biblioteca Palafoxiana, Vol. 3175, folios 72-73.
Copia de la Carta de fundación y dotación hecha por el clérigo Juan de Larios del
Colegio de San Juan, Traslado de los autos de fundación y dotación del
Colegio de San Juan. Colección de Manuscritos de la Biblioteca
Palafoxiana, volumen R-474, folio 104-115.
Carta de donación que hizo al Colegio el Ve. Sor. Dn. Juan de Larios… f.5r.
298
Instrucciones para el Obispado de Puebla y sus gobernadores durante la estancia
que don Juan de Palafox y Mendoza hizo en los reinos de Castilla en
1645. Libro 3º del archivo de los reales, Pontificios y Palafoxianos
colegios de San Juan. Volumen 31758, folios 58, f.44.
La fundacion original de estos Reales Colegios y Cedula de aprovacion Sr. Don
Phelipe Quarto. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana,
volumen 425, f.10.v.
La fundacion original de estos Reales Colegios y Cedula de aprovacion Sr. Don
Phelipe Quarto. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana,
volumen 425, f. 34 v.
La fundacion original de estos Reales Colegios y Cedula de aprovacion Sr. Don
Phelipe Quarto. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana,
volumen 425, f 46.
La fundación original de estos Reales Colegios y Cedula de aprovacion Sr. Don
Phelipe Quarto. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana,
volumen 425, f.9.v.
Libro 2º del archivo de los reales, pontificios y palafoxianos Colegio de San Juan.
Vol. R-425, Colección de manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana.
Libro donde se assientan algunos puntos de reformación, decretos y diligencias
para este fin, mandado para formar por el Illmo. y Rmo. Sr. Don Juan de
Palafox y Mendoza Obispo de la Puebla de los Angeles del Consejo de su
Magestad y el Real de Yndias Visitador General de esta Nueva España mi
señor año de 1649. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana,
volumen R-525, f. 27 v.
299
Libro donde se assientan algunos puntos de reformación, decretos y diligencias
para este fin, mandado para formar por el Illmo. y Rmo. Sr. Don Juan de
Palafox y Mendoza Obispo de la Puebla de los Angeles del Consejo de su
Magestad y el Real de Yndias Visitador General de esta Nueva España mi
señor año de 1649. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana,
volumen R-525, f. 33 v.
Libro donde se assientan algunos puntos de reformación, decretos y diligencias
para este fin, mandado para formar por el Illmo. y Rmo. Sr. Don Juan de
Palafox y Mendoza Obispo de la Puebla de los Angeles del Consejo de su
Magestad y el Real de Yndias Visitador General de esta Nueva España mi
señor año de 1649. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana,
volumen R-525, f. 66.r.
Libro donde se assientan algunos puntos de reformación, decretos y diligencias
para este fin, mandado para formar por el Illmo. y Rmo. Sr. Don Juan de
Palafox y Mendoza Obispo de la Puebla de los Angeles del Consejo de su
Magestad y el Real de Yndias Visitador General de esta Nueva España mi
señor año de 1649. Colección de Manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana,
volumen R-525, f.28 v.
Real Cédula sobre la fundación de los Reales Colegios y Cédulas de aprobación
de Felipe IV, volumen r. 425, a partir de la foja 33 se encuentra el
documento de donación de la librería por parte de Palafox y Mendoza.
Archivo General de la Nación
Ramo Inquisición. Volumen 551, folio 616.
300
Bibliografía y hemerografía
Abad, Julián Martín. Los libros impresos antiguos, Valladolid, Secretariado de
Publicaciones e Intercambio Editorial Universidad de Valladolid, 2004.
Álvarez, José Rogelio (dir). Enciclopedia de México, México, 1982, tomo 12.
Amador Tello, Judith (entrevista a Alejandro Montiel Bonilla), “La Palafoxiana se
digitaliza”, en Proceso, México, no. 1675, 7 de diciembre de 2008, pp. 60-
63.
Baez, Fernando. Historia universal de la destrucción de libros. De las tablillas
sumerias a la guerra de Irak, Barcelona, Ediciones Destino, 2004.
Barbier, Frédéric. Historia del libro, Tr. Patricia Quesada Ramírez, Madrid, Alianza
Editorial, 2005.
Barbier, Frédéric. Historia del libro. Madrid, Alianza Editorial, 2005.
Bouza Álvarez, Fernando. Comunicación, conocimiento y memoria en la España
de los siglos XVI y XVII, Salamanca, Seminario de Estudios Medievales y
Renacentistas, 1999.
----------------. Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita Europea en la alta
Edad Moderna (siglos XV-XVII), Madrid, Editorial Síntesis, 1999.
----------------. El libro y el cetro. La biblioteca de Felipe IV en la Torre Alta del
Alcázar de Madrid, Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la
Lectura, 2005.
301
----------------. Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de
Felipe II, Madrid, Akal ediciones, 1998.
----------------. Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro, Madrid,
Marcial Pons, Historia 2001.
----------------. Palabra e imagen en la Corte. Cultura oral y visual de la nobleza en
el Siglo de Oro, Madrid, Abada Editores, 2003.
Brown, Peter. “La Antiguedad Tardía”, Philippe Ariés y Georges Duby (dirs.).
Historia de la vida privada, Madrid, Taurus, 2ª edición 2003, p. 281.
Burke, Peter. Historia social del conocimiento de Gutenberg a Diderot, Barcelona,
Editorial Paidós, 2002.
---------------- y Asa Briggs. De Gutenberg a Internet. Una historia social de los
medios de comunicación, México, Taurus Historia, 2006.
Carreño, Elvia y Jorge Garibay. Biblioteca Palafoxiana. De lo sagrado a lo profano.
Puebla, Secretaría de Cultura del Estado de Puebla, 2007.
Castillo Gómez, Antonio. Historia mínima del libro y la lectura, Madrid, Siete Mares
editorial, 2004.
Castro Morales, Efraín. La Biblioteca Palafoxiana del Puebla, México, Editorial del
Gobierno del Estado de Puebla/Subsecretaría de Cultura, 1981.
Cavallo, Guglielmo. “Entre el volumen y el códex. La lectura en el mundo romano”,
Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, Historia de la lectura en el mundo
occidental. Madrid, Taurus, 2001.
302
Chartier, Roger. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y
XVIII, Barcelona, Editorial Gedisa, 1996.
----------------. “De Alejandría a Angelópolis. Bibliotecas de Piedra y Bibliotecas de
Papel”, Artes de México, “Biblioteca Palafoxiana”, núm. 68, México, 2003,
pp. 23-29.
----------------. El presente del pasado. Escritura de la historia, historia de lo escrito.
México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 2005.
----------------. Entre poder y placer. Cultura escrita y literatura en la edad moderna,
Madrid, Cátedra, 2000.
----------------. Inscribir y borrar. Cultura escrita y literatura (siglos XI-XVIII),
Argentina, Katz editores, 2006.
----------------. Las revoluciones de la cultura escrita. Dialogo e intervenciones,
Barcelona, Gedisa, 2000.
----------------. Sociedad y escritura en la Edad Moderna, México, Instituto Mora,
1999.
Checa Cremades, José Luis. El Libro Antiguo, Madrid, Acento Editorial, 1999.
Chevalier, Maxime. Lectura y lectores en la España de los siglos XVI y XVII,
Madrid, Ediciones Turner, 1976.
Dahl, Sven. Historia del Libro, Madrid, Alianza Editorial, 4ª reimpr. 2006.
Darnton, Robert. “Historia de la lectura”, Peter Burke (ed). Formas de hacer
historia. México, 2ª edición 2000.
303
Díaz, José Simón. El libro español antiguo, Madrid, Ollero et Ramos editores,
2000.
De Covarrubias Orozco, Sebastián. Tesoro de la lengua castellana o española,
Editorial Turner, 1984, (Madrid, 1611).
De la Torre Villar, Ernesto. “Nuevas aportaciones sobre la Biblioteca Palafoxiana”,
en Boletín de la Biblioteca Nacional. México, UNAM, Segunda época,
número 1, tomo XI enero marzo, 1960, pp. 35-66.
----------------. El Colegio de San Juan. Centro de Formación de la Cultura Poblana.
UDLAP, 2007.
----------------. “Reseña histórica de la Biblioteca Palafoxiana”, Biblioteca
Palafoxiana, Puebla, Ediciones del Centro de Estudios Históricos de
Puebla, 1957, pp. 5-25.
De los Reyes Gómez Fermín. El libro en España y América. Legislación y censura
(siglos XV-XVIII), Madrid, Arco/Libros, volumen 1.
Duby, Georges. La época de las catedrales. Arte y sociedad. 980-1420, Madrid,
Editorial Cátedra, 1997.
Durán, Norma. Formas de hacer historia. Historiografía grecolatina y medieval,
México, Ediciones Navarra, 2001.
Escolar Sobrino, Hipólito. Historia de las bibliotecas, Madrid, Fundación Germán
Sánchez Ruipérez, 3ª edición 1990.
----------------. Historia del libro español. Madrid, Editorial Gredos, 1998.
304
----------------. Manual de Historia del Libro, Madrid, Editorial Gredos, 2000.
Fernández de Echeverría y Veytia, Mariano. Historia de la fundación de la ciudad
de la Puebla de los Ángeles en la Nueva España, su descripción y
presente estado. (edición, prólogo y notas de Efraín Castro Morales),
Puebla, Ediciones Altiplano, 1963, 2 tomos.
Fernández Gracia, Ricardo “Don Juan de Palafox y Mendoza, promotor y mecenas
de las artes”, en El Virrey Palafox, Madrid, Ministerio de Educación,
Cultura y Deporte, Caja Duero, 2000.
Feros, Antonio y Juan Gelabert (dirs.). España en tiempos del Quijote, México,
Taurus, 2005.
Frenk, Margit. Entre la voz y el silencio. La lectura en tiempos de Cervantes,
México, 2005.
Guibovich Pérez, Pedro M. Censura, libros e inquisición en el Perú colonial, 1570-
1754, Sevilla, Universidad de Sevilla/Diputación de Sevilla, 2003.
González Sánchez, Carlos Alberto. “Cultura escrita y emigración al Nuevo Mundo:
Nueva España en los siglos XVI y XVIII”, Carmen Castañeda (coord.), Del
autor al lector. I Historia del libro en México. II Historia del libro, México,
CIESAS/Miguel Ángel Porrúa, 2002, pp. 21-43.
Hamesse, Jacqueline. “El modelo escolástico de la lectura”, Guglielmo Cavallo y
Roger Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid,
Taurus, 2001.
305
Historia Universal. El auge del Cristianismo. Lima, Salvat Editores, Tomo VIII,
2005.
Iguíniz, Juan B. El libro. Epítome de la bibliología, México, Editorial Porrúa, “Sepan
Cuantos”, núm. 682, 1998.
----------------. “La Biblioteca Palafoxiana de Puebla”, en Eurindia, México. 1931,
num. 9 y 10, pp. 653-659.
Infelise, Mario. Libros prohibidos. Una historia de la censura, Buenos Aires,
Ediciones Nueva Visión. 2004.
Julia, Dominique. “Lecturas y Contrarreforma”, Guglielmo Cavallo y Roger
Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid, Taurus,
2001.
Lafaye, Jacques. Albores de la imprenta. El libro en España y Portugal y sus
posesiones de ultramar (siglos XV y XVI), México, FCE, 2002.
LeGoff, Jacques. La civilización del Occidente medieval, Barcelona, Editorial
Paidós, 1999.
Leonard, Irving. Los libros del conquistador, México. FCE, Primera reimpresión,
1996.
----------------. La época barroca en el México colonial, México, FCE, séptima
reimpresión 2004.
Lerner, Fred. Historia de las Bibliotecas del mundo. Desde la invención de la
escritura hasta la era de la computación, Argentina, Editorial Troquel,
1999.
306
Mangel, Alberto. Una historia de la lectura, Madrid, Alianza Editorial, 2005.
Manuel Cortés, Amado. Análisis historiográfico de la obra: Idea de una Nueva
Historia General de la América Septentrional de Lorenzo Boturini
Benaducci. Tesis de Maestría (Asesor: Marco A. Velázquez Albo), ICSyH-
BUAP, 2003.
Martin, Henri-Jean. Historia y poderes de lo escrito. Gijón, Ediciones Trea, 1999.
Martínez de Souza, José. Pequeña historia del libro. Gijón, Ediciones Trea, 1999.
McKenzie, D.F. Bibliografía y sociología de los textos, tr. Fernando Bouza, Madrid,
Akal, 2005.
Megías, José Manuel Lucía. Imprenta y libros de caballerías, Madrid, Ollero et
Ramos editores, 2000.
Muñoz Cosme, Alfonso. Los espacios del saber. Historia de la arquitectura de las
bibliotecas, España, Ediciones Trea, 2004.
Ong, Walter J. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México, FCE,
reimpresión 2002.
Ocampo, Melchor. Obras completas, México, Ediciones El Caballito, Tomo III,
1978.
Osorio Romero, Ignacio. Historia de las Bibliotecas en Puebla, México, SEP, 1988.
Parkes, Malcolm. “La Alta Edad Media”, Guglielmo Cavallo y Roger Chartier,
Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid, Taurus, 2001.
307
Pérez Cortés, Sergio. La travesía de la escritura. De la cultura oral a la cultura
escrita, México, Taurus, 2006.
----------------. “Guiar la conducta. Fragmento de historia de la conciencia moral”, en
Historia y Grafía, México, Universidad Iberoamericana, Núm. 6, 1996.
Petrucci, Armando. Alfabetismo, escritura, sociedad, Barcelona, Editorial Gedisa,
1999.
Prieto Bernabé, José Manuel. “Prácticas de la lectura erudita en los siglos XVI y
XVII”, Antonio Castillo (comp.) Escribir y leer en el siglo de Cervantes
(prólogo de Armando Petrucci), Barcelona, Editorial Gedisa, 1999, pp.
313-343.
Revista Historia y Vida, Barcelona, núm. 459, 2006, pp. 12-13.
Revista Medieval, Barcelona, núm. 24, 2008, p. 59.
Rodríguez Cruz, Águeda. “La educación institucional”, Historia de la Educación en
España y América. La educación Moderna (siglos XVI-XVIII). Madrid,
Ediciones Morata, 1993.
Romo Cedano, Luis. “Descubriendo el tesoro de la Biblioteca Palafoxiana”, en
México Desconocido, México, número 352, 2006.
Rueda Ramírez, Pedro J. Negocio e intercambio cultural. El comercio de libros con
América en la Carrera de Indias (Siglo XVII), Diputación de Sevilla,
Universidad de Sevilla, 2005.
308
S/A. “El Seminario Tridentino de Puebla y su Biblioteca”, en Relatos e historia en
México, núm. 1, septiembre 2008, p. 12.
Saavedra, Pagerto y Hortensio Sobrado. El Siglo de las Luces. Cultura y vida
cotidiana, Madrid, Editorial Síntesis, 2004.
Saenger, Paul. “La lectura en los últimos siglos de la Edad Media”, Guglielmo
Cavallo y Roger Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental.
Madrid, Taurus, 2001.
Santander Rodríguez, Teresa. “La imprenta en el siglo XVI”, Hipólito Escolar (dir.)
Historia ilustrada del libro español. De los incunables al siglo XVIII, Madrid,
Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2001, pp. 95-139.
Trabulse, Elias. “Armario de letras. La Biblioteca Palafoxiana en los siglos XVII y
XVIII”, Buxo, Jose Pascual (ed.), Juan de Palafox y Mendoza. Imagen y
discurso de la cultura novohispana, México, UNAM, 2002, pp. 535-541.
Vandendorpe, Christian. Del papiro al hipertexto. Ensayo sobre las mutaciones del
texto y la lectura, Argentina, FCE, 2002.
Vergara Ciordia, Javier. “La aportación del Concilio de Trento”, en Historia de la
Educación en España y América. La educación Moderna (siglos XVI-
XVIII), Madrid, Ediciones Morata, 1993.
Verger, Jacques. Gentes del saber en la Europa de finales de la Edad Media.
Madrid, Editorial Complutense, 2001.
Vizuete Mendoza, José Carlos. La Iglesia en la Edad Moderna, Madrid, Editorial
Síntesis, 2000.
309
Watson, Peter. Ideas. Historia intelectual de la humanidad, Barcelona, Crítica,
2006.
Winker, Gerhard. “La Reforma Católica”, J. Lenzerweger P. Stockeier, K. Amon, R.
Zinnhobler (dirs.). Historia de la Iglesia Católica, Barcelona, Editorial
Herder, 1989.
Weckmann, Luis. La herencia medieval de México, México, FCE/El Colegio de
México, 1996 Segunda edición.
Fuentes electrónicas
Concilio de Trento, Sesión XXIII Capítulo XVIII, en:
http://www.multimedios.org/docs2/d000436/index.html,
Biblioteca Electrónica Cristiana-BEC-VE Multimedios, [en línea, revisado el 24 de
julio de 2008].
Becedas, Margarita. “Las colecciones históricas de la Biblioteca Universitaria de
Salamanca”. Rodríguez Álvarez, Ramón, El Libro antiguo en las
bibliotecas españolas, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1999. En línea,
bajo el título: “Breve historia de la biblioteca” (Extracto), en:
http://www.usal.es/~bgh/800/archivos/historia.pdf. [Consultado el 15 de junio de
2008].
310
ANEXOS
LOS ANEXOS LOS PUEDE CONSULTAR EN LA VERSIÓN IMPRESA DE LA TESIS, LA CUAL SE
ENCUENTRA EN LAS BIBLIOTECAS DE LA BUAP