Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

11
LA CONCIENCIA Y LA VIDA Conferencia H uxley (1), pronunciada en la Universidad DE BlRMINGHAM, EL 29 DE MAYO DE 1911. C uando la conferencia que debemos pronunciar está dedicada a la memoria de un sabio, podemos sen- tirnos cohibidos ante la obligación de tratar de un tema que, poco o mucho, le hubiera interesado. Pero no ex- perimento dificultad alguna de este género ante el nom- bre de Huxley. Esta dificultad radicaría, antes bien, en encontrar un problema que hubiese dejado indiferente a este gran espíritu, uno de los más excelsos que haya producido Inglaterra en el curso del último siglo. Me ha parecido, sin embargo, que la triple cuestión de la conciencia, de la vida y de su relación, debió haberse impuesto con una particular fuerza a la reflexión de un naturalista que fue a la vez filósofo; y como, por mi parte, no conozco otra cuestión más importante, es es- ta la que escojo. Pero, en el momento de atacar el problema, no me atrevo a confiar demasiado en el apoyo de los sistemas filosóficos. Lo que resulta perturbador, angustioso y apasionante para la mayoría de los hombres, no es siem- pre lo que ocupa el primer lugar en las especulaciones de los metafísicos. ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adonde vamos? He aquí cuestiones vitales, ante las cuales nos colocaríamos inmediatamente si filosofóse-1 (1) Esta conferencia se pronunció en inglés. Ha aparecido en esta lengua, bajo el título de Life and Consciousness, en el Hibbert Journal de octubre 1911; ha sido reproducida en el volumen de las Huxley memorial lectures pu- blicado en 1914. El texto que presentamos aquí es unas veces la traducción, otras el desenvolvimiento de la conferencia inglesa.

description

Obras Escogidas. Aguilar 1963

Transcript of Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

Page 1: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

LA CONCIENCIA Y LA VIDA

Conferencia H uxley (1), pronunciada en la Universidad DE BlRMINGHAM, EL 29 DE MAYO DE 1911.

Cu a n d o la conferencia que debemos pronunciar está dedicada a la m em oria de un sabio, podemos sen­

tirnos cohibidos ante la obligación de tra ta r de un tem a que, poco o mucho, le hubiera interesado. Pero no ex­perim ento dificultad alguna de este género ante el nom ­bre de Huxley. E sta dificultad radicaría, antes bien, en encontrar un problem a que hubiese dejado indiferente a este gran espíritu, uno de los m ás excelsos que haya producido Inglaterra en el curso del últim o siglo. Me ha parecido, sin embargo, que la trip le cuestión de la conciencia, de la vida y de su relación, debió haberse im puesto con una particu lar fuerza a la reflexión de un naturalista que fue a la vez filósofo; y como, p o r mi parte, no conozco otra cuestión más im portante, es es­ta la que escojo.

Pero, en el m om ento de atacar el problem a, no m e atrevo a confiar demasiado en el apoyo de los sistem as filosóficos. Lo que resulta perturbador, angustioso y apasionante para la m ayoría de los hom bres, no es siem­pre lo que ocupa el p rim er lugar en las especulaciones de los metafísicos. ¿De dónde venimos? ¿Qué som os? ¿Adonde vamos? He aquí cuestiones vitales, ante las cuales nos colocaríamos inm ediatam ente si filosofóse- 1

(1) Esta conferencia se pronunció en inglés. Ha aparecido en esta lengua, bajo el título de Life and Consciousness, en el Hibbert Journal de octubre 1911; ha sido reproducida en el volumen de las Huxley memorial lectures pu­blicado en 1914. El texto que presentamos aquí es unas veces la traducción, otras el desenvolvimiento de la conferencia inglesa.

Page 2: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

Wíi ______HENRI B ERG SON.—OBRAS ESCOGIDAS

m as sin pasar por los sistemas. Pero, entre estas cues- tiones y nosotros, una filosofía demasiado sistemática interpone otros problem as. «Antes de buscar la solí.

,¿n° eS nccesario saber cómo se la buscará? E studiad el mecanismo de vuestro pensam iento discu­tid vuestro conocimiento y criticad vuestra crítica - cuan­do estéis seguros del valor del instrum ento, trataréis de serviros de el.» ¡Ay!, este m om ento no llegará jamás. b.o veo mas que un medio de saber hasta dónde se pue­de ir ; es este el de ponerse en camino y andar. Si el co­nocimiento que buscamos es realm ente instructivo si debe am pliar nuestro pensam iento, todo análisis previo de su mecanismo no haría o tra cosa que m ostrarnos la im posibilidad de ir m ás lejos, ya que habríam os estu­diado nuestro pensam iento antes de la dilatación que se tra ta de obtener de él. Una reflexión prem atura del es­p íritu sobre si m ism o le resta rá ánim os para avanzar en tanto que avanzando pu ra y sim plem ente se habrá aproxim ado a su fin y se habrá dado cuenta además de que los obstáculos señalados eran, en su m ayor par- J * COS de esPejismo. Pero supongamos incluso que e metafisico no abandona así la filosofía p o r la crítica e in por los medios, la presa por la som bra. Con de­m asiada frecuencia, cuando llega ante el problem a del origen, de la naturaleza y del destino del hom bre, avan-T d ^ £lL Para ?,leVarS,C a cuestiones que juzga m ás altas y de las que dependería su solución: especula sobre la existencia en general, sobre lo posible y sobre lo real sobre el tiem po y sobre el espacio, sobre la espirituali­dad y sobre la m aterialidad; luego desciende, de grado en grado, a la conciencia y a la vida, cuya esencia que- rn a penetrar. Pero ¿quién no ve que sus especulado.

puram ente abs,m etas y que tfersan no ya sobre las cosas mismas, sino sobre la idea bastante simple que se hace de ellas antes de haberlas estudia- do em píricam ente? No se explicaría el apego de tal o cual filosofo a m étodo tan extraño si no tuviese la tr i­ple ventaja de halagar su am or propio, de facilitar su trabajo y de proporcionarle la ilusión del conocimiento

LA ENERGIA ESPIRITUAL 839

definitivo. Como le conduce a alguna teoría m uy gene­ral, a una idea casi vacía, podrá siempre, m ás tarde, co­locar retrospectivam ente en la idea todo lo que le hay enseñado la experiencia de la cosa; p re tenderá enton­ces haber anticipado, sobre la m ism a experiencia y con solo la fuerza del razonam iento, haber abrazado de an tem ano en una concepción más am plia las concepcione más restringidas, en efecto, pero las únicas difíciles de form ar y las únicas útiles para conservar a las que n se llega más que profundizando en los hechos. Com , por o tra parte, nada hay m ás fácil que razonar geomé­tricam ente sobre ideas abstractas, construye sin i tad una doctrina en la que todo se.m antiene unido que parece im ponerse por su rigor. (P eroeste rigor pro­viene1̂ de que se ha operado sobre una idea esquemati- r y “ ida, en lugar de seguir los contornos sm uosos y móviles de la realidad. ¡Cuánto mis p.elcrib lc .esul- taría una filosofía m ás m odesta, que fuese rectam al objeto sin inquietarse por los principios de los que parece depender! No am bicionaría ya una c®rtld ™ 1 inm ediata, que no puede ser sino e mcm. Se tom am i tiempo. Y se daría una ascensión gradual a la luz. Lleva dos por una experiencia cada vez m ás am plia a proba­bilidades cada vez m ás altas, tenderíam os, como hacia un límite, hacia la certidum bre definitiva. _ _

E stim o, por mi parte , que no hay principio del que pueda deducirse m atem áticam ente la solución de los grandes p rob lem as.lE s verdad que no veo ya un he­cho decisivo que zanje la cuestión, como ocurre eni risi­ca y en química. Ahora bien, en regiones diversas de la experiencia, creo percibir grupos diferentes de hechos, cada uno de los cuales, sin darnos el conocimiento de­seado, nos m uestra una dirección en que encontrarlo. Pero, por lo pronto, ya es algo tener una dirección. Y m ucho m ás es tener varias, porque estas direcciones de­ben converger sobre un mismo punto, y este punto es justam ente el que buscamos. En suma, poseemos desde el m om ento presente un cierto núm ero de líneas de he­chos, que no van tan lejos como sería m enester, pero

Page 3: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

840 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS

que podemos prolongar hipotéticam ente. Q uerría semnr con vosotros algunas de ellas. Cada una, tom ada apar­te, nos conducirá a una conclusión sim plem ente proba­ble; pero todas juntas, por su convergencia nos non- d ran en presencia de una acumulación tal de probabili­dades que nos sentirem os, eso espero, en el camino de la certidum bre. Por lo demás, nos aproxim arem os a ella indefinidam ente, por el común esfuerzo de las bue­nas voluntades asociadas. Pues la filosofía no será va entonces una construcción, obra sistem ática de un ven sador único. Perm itirá, exigirá sin cesar adiciones co­rrecciones, retoques. P rogresará como la ciencia posi- tiva. Se hará, ella tam bién, en colaboración.

He aquí la p rim era dirección en la que nos compro­m eterem os. Quien dice espíritu, dice ante todo concien­cia. Pero ¿que es la conciencia? Comprenderéis, y com­prenderéis bien, que no voy a definir una cosa tan concreta, tan constantem ente presente a la experiencia de cada uno de nosotros. Pero sin dar de la conciencia una definición, que sería menos clara que ella puedo caracterizarla por su rasgo aparen te: conciencia signi­fica, en p rim er lugar, m em oria. La m em oria puede carecer de am p litu d ; puede no abarcar m ás que una pe­queña p arte del pasado; puede no re tener más que lo que acaba de ocu rrir; pero la m em oria está ahí, o no se da siquiera la conciencia. Una conciencia que’no con­servase nada de su pasado, que se olvidase sin cesar de sí misma, perecería y renacería a cada instante: ¿cómo defin ir de otro modo la inconsciencia? Cuando Leibniz decía de la m ateria que es «un espíritu instantáneo» ¿no la declaraba, de grado o p o r fuerza, insensible? Tm da conciencia es, pues, m em oria—conservación y acum u­lación del pasado en el presente.

Pero toda conciencia es anticipación del porvenir. Considerad la dirección de vuestro espíritu en no im­p o rta qué m om ento : hallaréis que se ocupa de lo que es, pero en vista sobre todo de lo que va a ser. La aten­ción es una espera, y no hay conciencia sin una cierta

LA ENERGIA ESPIRITUAL 841

atención a la vida. El porvenir está ah í; nos llam a, o m ejor, nos atrae hacia sí: esta atracción in in terrum pi­da, que nos hace avanzar sobre la ru ta del tiem po, es causa tam bién de que obrem os de continuo. Toda ac­ción es como una invasión en el porvenir.

Retener lo que ya no es, anticipar lo que todavía no se ha dado, he aquí pues la prim era función de la con­ciencia. No habría para ella presente, si el presente se redujese al instante m atem ático. E ste instante no es m ás que el límite, puram ente teórico, que separa el pa­sado del porvenir; puede en rigor ser concebido, pero no es jam ás percibido; cuando creemos sorprenderle, está ya lejos de nosotros. Lo que de hecho percibim os es un cierto espesor de la duración que se compone de dos p a rte s : nuestro pasado inm ediato y nuestro porve­n ir inm inente. Estam os apoyados sobre este pasado , apoyarse e inclinarse de esta m anera es lo propio de un ser consciente. Digamos pues, si queréis, que la con­ciencia es un lazo de unión entre lo que ha sido y lo que será, un puente que se echa entre el pasado y el porve­nir. Pero ¿para qué sirve este puente y que es lo que -a conciencia está llam ada a hacer?

Para responder a la pregunta tenemos que pregun- tam os a la vez cuáles son los seres conscientes y hasta dónde se extiende en la naturaleza el dominio de la con­ciencia. Pero no exijamos aquí la evidencia completa, rigurosa, m atem ática; nada obtendríam os. Para saber a ciencia cierta que un ser es consciente, sería preciso penetrar en él, coincidir con él, ser él. Os invito a que probéis, por experiencia o por razonam iento, que yo, que os hablo en este m om ento, soy un ser consciente. Podría ser un autóm ata ingeniosam ente construido por la naturaleza, yendo, viniendo, discurriendo; las m ism as palabras por las que me declaro consciente podrían ser pronunciadas inconscientemente. Sin embargo, si la co­sa no es imposible, me confesaréis que apenas es pro­bable. E ntre vosotros y yo hay una semejanza exterior evidente; y de esta semejanza exterior concluís, por ana­logía en una sim ilitud interna. El razonam iento por ana-

Page 4: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

844 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS

a l cerebro, cuando cumple este rodeo, es evidentemente accionar un m ecanismo m otor que haya sido escogido, pero no im puesto La m edula contenía un gran núm eron er í a T ' as ^ hechaS 3 la pregunta <3ue podían impo­n e r las circunstancias; la intervención del cerebro haceaparecer la m as apropiada de ellas. El cerebro es un órgano de elección.

Ahora b ien : a m edida que descendemos a lo largo de la sene animal, encontram os una separación cada vez m enos clara entre las funciones de la m edula y las del cerebro. La facultad de elegir, localizada prim ero en el cerebro, se extiende progresivam ente a la m edula que construye entonces, p o r lo demás, un m enor núm ero de mecanismos, y los m onta también, sin duda, con me­nos precisión. Finalmente, allí donde el sistem a nervio­so es rudim entario, y con m ayor razón donde no hay elem entos nerviosos distintos, autom atism o y elección se funden conjuntam ente: la reacción se simplifica lo bas­tante como para parecer casi m ecánica; duda y tantea todavía, no obstante, como si fuese aún voluntaria Acor­daos de la am iba de la que hablábam os hace un mo­m ento. En presencia de una sustancia que puede ser­virle de alimento, lanza fuera de ella filamentos capaces de aprehender y englobar los cuerpos extraños. Estos seudopodos son verdaderos órganos y, p o r consiguiente m ecanism os; pero son ciertam ente órganos tem porales' creados por la circunstancia y que manifiestan ya a í parecer, un rudim ento de elección. En suma, de arriba abajo de la vida anim al vemos ejercerse, aunque de una orm a cada vez m ás amplia a m edida que descendemos

m as la facultad de elegir, es decir, de responder a una excitación determ inada por m ovimientos m ás o menos im previstos. He aquí lo que encontram os en nuestra se- guna linea de hechos. Así se com pleta la conclusión a que llegábamos en prim er lugar; porque si, como decíamos la conciencia retiene el pasado y anticipa el porvenir, es precisam ente, sm duda, porque es llam ada a efectuar una elección: g a r a escoger es preciso pensar lo que po­

n a hacerse y recordar las consecuencias, ventajosas o

LA ENERGIA ESPIRITVAL 845

nocivas, de lo que ya se ha hecho; es preciso prever y es preciso tam bién recordarse^ Pero, por o tra parte, nuestra conclusión, al com pletarse, nos sum inistra una respuesta plausible a la pregunta que acabam os de for­m ularnos: todos los seres vivos ¿son seres conscientes, o la conciencia no cubre m ás que una p arte del do­minio de la vida? . , . ,

Si en efecto, conciencia significa elección, y si el pa­pel de la conciencia consiste en decidirse, es dudoso que se encuentre la conciencia en organism os que no se mueven espontáneam ente y que no tienen que tom a decisión alguna. A decir verdad ,(no hay ser vivo que parezca com pletam ente incapaz de movimiento esponta­neó! Incluso en el m undo vegetal, en donde el organismo está generalm ente fijo en el suelo, la facultad de mo­verse está antes adorm ecida que ausente: se despierta cuando puede ser útil. Creo que todos los seres vivo», p lantas o animales, la poseen en derecho; pero m uchos de ellos renuncian de hecho a ella—ciertam ente, prim ero los animales, sobre todo, entre estos, los que viven como parásitos sobre otros organismos y no tienen necesidad de desplazarse para encontrar sus alimentos, luego m ayor parte de los vegetales: ¿no son estos acaso, como se ha dicho, parásitos de la tierra?—, file parece, pues, verosímil que la conciencia, originariam ente inm anente a todo lo que vive, se adormece allí donde no hay mo­vim iento espontáneo, y se exalta cuando la vida se in­clina hacia la actividad libre. Cada uno de nosotros, por lo demás, ha podido verificar esta ley en si mism(x|¿Que ocurre cuando una de nuestras acciones cesa de ser es­pontánea para convertirse en autom ática? La conciencia se re tira de ahí. En el aprendizaje de un ejercicio, por ejemplo, comenzamos por ser conscientes de cada uno de los movimientos que ejecutam os, porque proviene de nosotros, porque resulta de una decisión e implica una elección; luego, a m edida que estos movimientos se encadenan m ás entre sí y se determ inan m as m ecánica­m ente unos a otros, dispensándonos así de decidirnos y de escoger, la conciencia que teníam os de ellos dismi-

Page 5: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

846 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS

nuye y desaparece. ¿Cuáles son, p o r o tra parte, ios mo­mentos en que nuestra conciencia alcanza el m ayor gra­do de vivacidad? ¿No son los mom entos de crisis inte­rior, en que dudam os entre dos o varios partidos a tom ar, en que sentimos que nuestro porvenir será como nosotros lo hayamos hecho? Las variaciones de intensi­dad de nuestra conciencia parecen corresponder, pues a la sum a m as o menos considerable rde elecciones o ’si quercis, de crcaciórgjque distribuim os sobre nuestra con­ducta. Todo nos lleva a creer que así sucede con la

Conciencia en general^ Si conciencia significa m em oria y anticipación, es que entonces conciencia viene a ser sinó­nimo de elección.

Representém onos ahora la m ateria viviente en su for­m a elemental, tal como se ha ofrecido en prim er lugar Es una simple m asa de gelatina protoplasm ática, como la de la am iba; es deform able a voluntad, y es tam bién por tanto, vagamente consciente. Ahora, para que se en­grandezca y evolucione, dos caminos se abren ante ella. Puede orientarse en el sentido del m ovim iento y de la acción—movimiento cada vez m ás eficaz, acción cadaes tam hi hh\ e~~: este es el riesgo y la aventura, pero es tam bién la conciencia con sus grados crecientes deprofundidad y de intensidad. Puede, por o tra parte aban donar la facultad de ac tuar y de ¿ e g ir q u e ^ le ta en si ™ S“ at' y f i á r s e l a s de tal m anera que obtenga in-

ediatam ente todo lo que le es preciso en lugar de ir a b uscarlo : tiene entonces la existencia asegurada tran ­quea, burguesa, pero tam bién la torpeza, p rim er efecto

nhivao ineS o Vesld?d:- “ S6^ Ída' d h o n r a m i e n t o d e Smtivo, esto es, la inconsciencia. Tales son los dos cami- nos que se ofrecían a la evolución de la vida. La m ateria

a m ro6 m ’ 6n Part6’ Hgada 3 Uno de ellos en parte, del Z j n r m T J enala a grandes rasSos la direcciónch s T s n t r ^ ,’g° <<a grandes rasgos», porque mu- chas especies animales renuncian al movimiento, y porello, sin duda, a la conciencia); el segundo representa a grandes rasgos el de los vegetales ( d ? ¿ “ ün ? a - ¿ d e s rasgos., porque la movilidad, y probablem ente ám b ién

LA ENERGIA ESPIRITUAL

la conciencia, pueden despertarse a veces en la p lan ta^ Ahora b ien: si consideram os bajo este sesgo la vida

a su en trada en el m undo, la vemos trae r e ° o s ig o a go que da un corte profundo sobre la ma en a bruta^ E m undo, abandonado a sí mismo, obedece a leyes ta ta les En condiciones determ inadas, la m ateria se conduc de m anera determ inada y nada de lo que ella ^ ace r ' su lta im previsible: si nuestra ciencia fuese com pleta > nuestro poder de calcular infinito, sabríam os de ante­m ano todo lo que ocurrirá en el universo m aterial orga­nizado, en su m asa y en sus clem cntos dc la nusm a ma- nera que prevemos un eclipse de sol o de luna. En resu men, la m ateria es inercia, geometría, necesldad' Per° con la vida aparece el m ovim iento imprevisible y hb .E l ser vivo escoge o tiende a escoger. Su p a p e l consiste en crear. En un m undo en que todo el resto esta deter­m inado, una zona de indeterm inación le rodea. Como para crear el porvenir es preciso p re p a ra ra lg u n a cosa suya en el presente, y como la preparación de lo que será no puede verificarse m ás que por la utilización de L que ha sido, la vida se em plea desde el principio en conservar el pasado, anticipando el porvenir en u duración en la que pasado, presente y porvenir se inva­den uno a o tro para fo rm ar una continuidad indivisa, esta m em oria y esta anticipación son, como hem os vis­to la conciencia misma. Y es por ello por lo que en derecho, si no de hecho, la conciencia es coextensiva a \

Conciencia y m aterialidad se presentan, pues, como form as de existencia radicalm ente diferentes, e incluso antagónicas, que adoptan un m odas vivendi y se arfe- ( glan bien o mal en tre sí. La m ateria es necesidad, la conciencia es lib e rtad ; pero aunque se opongan una a \ o tra, la vida encuentra medio de reconciliarlas. Y es que ̂la vida consiste precisam ente en la libertad que se in­serta en la necesidad y la m odela en su provecho. La vida sería imposible, si el determ inism o al que obedece la m ateria no pudiese re la ja r su rigor. Pero suponed que en ciertos m om entos, en ciertos puntos, la m ateria oiré-

Page 6: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

848 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS

ce una cierta e lastic idad : allí se instalará la conciencia. Y se instalará allí haciéndose p equeña; luego, una vez en su lugar, se dilatará, redondeará sus lím ites y term i­nará por obtenerlo todo, porque dispone de tiem po y porque la cantidad de indeterm inación m ás ligera, al adicionarse indefinidam ente consigo misma, engendrará tan ta libertad como se quiera. Pero vamos a encontrar esta m ism a conclusión en nuevas líneas de hechos, que nos la p resen tarán con m ás rigor.

Si buscamos, en efecto, cómo un cuerpo vivo se las arregla para ejecutar movimientos, encontram os que su m étodo es siem pre el mismo. Consiste en utilizar cier­tas sustancias que podríam os llam ar explosivas y que, sem ejantes a la pólvora de cañón, no esperan m ás que la chispa para estallar. Quiero hablar de los alimentos, m ás particularm ente de las sustancias ternarias—hidra­tos de carbono y grasas—. Una sum a considerable de energía potencial se acum ula en ellas, dispuesta a con­vertirse en movimiento. Esta energía ha sido tom ada, de modo lento y gradual, al sol por las p lan tas; y el anim al que se alim enta de una planta, o de un animal que se ha alim entado a su vez de una planta, o de un anim al que se ha alim entado de un anim al que a su vez lo ha hecho de una planta, etc., sim plem ente hace pasar a su cuerpo un explosivo que ha fabricado la vida alm acenando energía solar. Cuando ejecuta un movi­m iento, libera la energía así aprisionada; no tiene para ello m ás que tocar un resorte, oprim ir el gatillo de una pistola y hacer que brote la ch isp a ; el explosivo pro­duce la detonación y se cum ple el movimiento en la di­rección escogida. Si los prim eros seres vivos oscilaron entre la vida vegetal y la vida animal, es que la vida, en sus comienzos, se encargaba a la vez de fabricar e í explosivo y de utilizarlo para movimientos. A m edida que vegetales y animales se diferenciaban, la vida se es­cindía en dos reinos, separando así una de o tra las dos funciones prim itivam ente reunidas. Aquí se preocupaba m ás de fabricar el explosivo; allí, de hacerlo detonar Pero, ya se considere al principio o al fin de su evolu­

LA ENERGIA ESPIRITUAL 849

ción, siem pre la vida en su conjunto es un doble tia- bajo de acumulación gradual y de gasto repentino : para ella de lo que se tra ta es de obtener que la m ateria, por una operación lenta y difícil, almanece una energía de poder que se convertirá de una vez en energía de mo­vimiento. Ahora bien: ¿cómo procedería de o tro modo una causa libre, incapaz de rom per la necesidad a la que está som etida la m ateria, capaz, no obstante, de doblegarla, y que quisiera, con la pequeñísim a influen­cia de que dispone sobre la m ateria, obtener de ella, en una dirección cada vez m ejor elegida, m ovimientos cada vez más poderosos? Se conduciría precisam ente de esa m anera. P rocuraría no tener m ás que hacer jugar un resorte o b ro ta r una chispa para utilizar instantáneam en­te una energía que la m ateria habría acumulado durante el tiem po que le hubiera sido preciso.

Pero llegaríamos a la m ism a conclusión siguiendo aún una tercera línea de hechos y considerando en el ser vivo la representación que precede al acto, y no ya la acción misma. ¿Por qué signo reconocemos de ordina­rio al hom bre de acción, el que deja su señal sobre los sucesos a los que le mezcla el Destino? ¿No es en que abraza una sucesión m ás o menos larga en una visión instantánea? Cuanto m ayor es la porción de pasado que retiene en su presente, m ás pesada es la m asa que lanza en el porvenir para ejercer presión contra las eventua­lidades que se p reparan : su acción, sem ejante a una flecha, se dispara con tan ta m ayor fuerza cuanto más prolongada está su representación hacia el pasado. Aho­ra b ien: ved cómo se conduce nuestra conciencia frente a la m ateria que percibe: justam ente, en uno solo de sus instantes, abraza miles de millones de conmociones que son sucesivas para la m ateria inerte y la prim era de las cuales aparecería a la últim a, si la m ateria tuviese memoria, como un pasado infinitam ente lejano. Cuando abro los ojos para cerrarlos en seguida, la sensación de luz que experim ento y que tiene lugar en uno de mis m om entos, es la condensación de una historia extraor­dinariam ente larga que se desenvuelve en el m undo ex-

Page 7: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

852 HENKI B ERG SON.—OBRAS ESCOGIDAS

rar, a fuerza de ingeniosidad y de invención, alguna cosa que perm anece aprisionada en el anim al y que no se sepa­ra definitivamente m ás que en el hom bre.

Es inútil en trar en el detalle de las observaciones que, desde Lam arck y Darwin, han venido a confirmar cada vez m ás la idea de una evolución de las especies, quiero decir, de (la generación de las unas por las otras a p a r tir de las form as organizadas m ás simples.(No po­demos rehusar nuestra adhesión a una hipótesis que tiene para sí ^1 triple testim onio de la anatom ía com­parada, de la embriología y de la paleontología'! La cien­cia ha m ostrado, p o r lo demás, por qué efectós se tra­duce, todo a lo largo de la evolución de la vida, la necesidad para los seres vivos de adaptarse a las con­diciones que Ies son dadas.[Pero esta necesidad parece explicar las detenciones de la vida en tales o cuales for­m as determ inadas, y no el movimiento que lleva la or­ganización a un plano cada vez m ás a lto jU n organismo rudim entario está tan bien adaptado como el nuestro a sus condiciones de existencia, puesto que alcanza a vivir en e lla s : ¿por qué, pues, se ha ido complicando la vida,Y complicándose cada vez m ás peligrosam ente? Tal for­m a viva, que observamos hoy, se encontraba en los tiem pos m ás rem otos de la era paleozoica; ha persitido, inm utable, a través de las distintas edades; no resulta­ba, pues, imposible a la vida detenerse en una form a definitiva. ¿Por qué no se ha lim itado a hacerlo, siempre que le hubiese sido posible? ¿Por qué ha avanzado, por qué si no era arrastrada por [un impulso, a través de riesgos cada vez m ás fuertes, hacia una eficacia cada vez m ás a lta?J

Es difícil echar una ojeada sobre la evolución de la vida sin tener el sentim iento de que este im pulso inte­rio r es una realidad. Pero no es preciso creer que haya lanzado la m ateria viva en una dirección única, ni que las diversas especies representen otras tan tas etapas a lo largo de una sola ruta, ni que el trayecto se haya recorrido sin dificultad. Es visible que el esfuerzo ha encontrado resistencias en la m ateria que utilizaba; ha

LA ENERGIA ESPIRITUAL 853

debido bifurcarse en su camino, rep artir entre líneas de evolución diferentes las tendencias de que estaba lleno; se ha desviado, ha retrocedido; a veces, incluso se ha detenido definitivamente. Sobre dos líneas sola­m ente ha alcanzado un éxito indiscutible, éxito parcial en un caso, relativam ente com pleto en el o tro ; quiero hab lar de los artrópodos y de los vertebrados. Al final de la p rim era línea encontram os los instintos del insec­to ; al final de la segunda, la inteligencia hum ana. Esta­mos, por tanto, autorizados a creer que la fuerza que evoluciona llevaba prim ero en sí, pero confundidos o m ejor implicados el uno en el otro, instinto e inteli­gencia.

En suma, las cosas pasan como si una inm ensa co­rriente de conciencia, en la que se interpenetrasen vir­tualidades de todo género, hubiese atravesado la m ateria para a rrastra rla a la organización y para hacer de ella, aunque sea la necesidad misma, un instrum ento de la

I' libertad. Pero la conciencia ha estado a punto de caer t en el lazo. La m ateria se enrolla alrededor de ella, la

pliega a su propio .autom atism o, la adorm ece en su pro­pia inconsciencia. (Sobre ciertas líneas de evolución, las i del m undo vegetal en particular, autom atism o e incons-

* ciencia constituyen la reg la jjla libertad inm anente a la fuerza evolutiva se m anifiesta todavía, es verdad, por la creación de form as im previstas que son verdaderas obras de a rte ; pero estas imprevisibles formas, una vez crea­das, se repiten m aquinalm ente: el individuo no escoge. [En otras líneas la conciencia alcanza a liberarse lo bas­tan te como para que el individuo encuentre un cierto sentim iento y, por consiguiente, una cierta latitud de elección; pero las necesidades de la existencia están ahí y hacen del poder” dé elegir un simple auxiliar de la necesidad cíe vivir. Así, de abajo arriba de la escala de la vida, la libertad está sujeta a una cadena que todo lo m ás consigue alargar. Tan solo con el hom bre se realiza un salto brusco; la cadena se rompe. El cerebro del hom bre tiene semejanza, en efecto, con el del anim al: ofrece la particularidad de que sum inistra el medio de

Page 8: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

854 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS

oponer a cada hábito contraído otro hábito y a todo autom atism o un autom atism o antagónico. La libertad, que se adueña de la necesidad cuando esta se encuentra en lucha con ella, reduce entonces la m ateria al estado de instrum ento. Es como si dividiese para vencer.

Que el esfuerzo combinado de la física y de la quími­ca aboque un día a la fabricación de una m ateria que se parezca a la m ateria viva, es probable: la vida pro­cede por insinuación, y la fuerza que a rras tra a la ma­teria fuera del puro m ecanismo no tendría poder sobre esta m ateria si no hubiese adoptado prim ero este meca­nism o: del m ism o modo, la aguja de la vía férrea se aplica a lo largo del raíl por donde quiere conducir el el tren. En otros térm inos, la vida se instala, en sus co­mienzos, en un cierto género de m ateria que comenzaba o que hubiera podido com enzar a fabricarse sin ella. Pero la m ateria se hubiese detenido aquí si hubiese sido abandonada a sí m ism a; y se detendrá tam bién, sin duda, el trabajo de fabricación de nuestros laboratorios.

-V- C iertam ente,\se im itarían ciertos caracteres de la m ate­ria viva; pero no se lograría im prim ir el impulso en virtud del cual se reproduce y, en el sentido transfor- m ista de la palabra, cvo 1 ucionajA hora b ien: esta repro­ducción y esta evolución son la vida misma. Una y o tra manifiestan un im pulso interior, la doble necesidad de crecer en núm ero y en riqueza p o r m ultiplicación en el espacio y por complicación en el tiem po; en fin, los dos instintos que aparecen con la vida y que serán m ás tarde los dos grandes m otores de la actividad hum ana: el am or y la am bición. Visiblemente, una fuerza traba ja anhTñosT otros tratando d e lib e ra rse de sus trabas y tam bién de sobrepasarse a sí m ism a^jie dar en prim er lugar todo

* í.9 ■gu s -üeBg^-SSguidamente m as dé lo oue UeñéTT T ó ^definir, si no, el espíritu? ¿Y p o r dónde la fuerza espi­ritual, si existe, se distinguiría de las demás, a no ser p o r la facultad de obtener de sí m ism a m ás de lo que contiene? Pero es preciso tener en cuenta los obstácu­los de todo género que encuentra esta fuerza sobre su camino. La evolución de la v id a / desde sus orígenes has-

LA ENERGIA ESPIRITUAL 855

ta el h o m b re j evoca ante nuestros ojos la imagen de una corriente de conciencia que se introduce en la ma­teria como para ab rir en ella un paso subterráneo, que hiciese tentativas a derecha e izquierda, que avanzase m ás o menos, que viniese la m ayor parte de las veces a rom perse contra la roca y que, sin embargo, en una dirección al menos, consiguiese agujerearla y reaparecer a la luz. Esta dirección es la línea de evolución que lleva h asta el hom bre.

Pero ¿por qué razón se ha lanzado el espíritu a esta em presa? ¿Qué interés tenía en forzar el túnel? Podría darse el caso de seguir varias nuevas líneas de hechos, que veríamos todavía converger en un solo punto. Pero necesitaríam os en tra r en detalles sobre la vida psicoló­gica, sobre la relación psico-fisiológica, sobre el ideal m oral y sobre el progreso social, que harem os m ejor en ir derechos a la conclusión. Pongamos, pues, m ateria y conciencia en presencia una de o tra : veremos que la m ateria es prim ero lo que divide y lo que precisa. Un pensam iento, abandonado a sí mismo, ofrece una im­plicación recíproca de elementos de los cuales no puede decirse que sean uno o varios: es una continuidad, y en toda continuidad hay confusión. Para que el pensam ien­to se haga distinto, es necesario que se divida en pala­b ra s : no nos damos perfecta cuenta de lo que tenem os en el espíritu m ás que cuando cogemos una hoja de papel y alineamos, unos al lado de otros, térm inos que se in terpenetrarían . Así la m ateria distingue, separa, re­suelve en individualidades y finalm ente en personalidades, tendencias en otro tiem po confundidas en el im pulso original de la vida. Por o tra parte, la m ateria provoca y hace posible el esfuerzo. El pensam iento que no es m ás que pensamiento, la obra de arte solam ente conce­bida, el poem a que únicam ente es soñado, todavía no cuestan trab a jo ; la realización m aterial del poema en palabras, de la concepción artística en estatua o en cua­dro, esto es lo que exige un esfuerzo. El esfuerzo resul­ta penoso, pero es tam bién precioso, m ás precioso aún que la obra a que aboca, porque gracias a él se ha ob­

Page 9: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

856 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS

tenido de sí m ás de lo que se tenía, elevándose por enci­m a de sí mismo. Ahora b ien : este esfuerzo no hubiese sido posible sin la m a te r ia : por la resistencia que opo- ne y por la docilidad con que podemos conducirla, es a la vez el obstáculo, el instrum ento y el estím u lo ; prue­ba nuestra fuerza, retiene su impronto, y hace un llam a­m iento a su intensificación.

Los filósofos que han especulado sobre la significación de la vida y sobre el destino del hom bre no han señalado suficientemente que la naturaleza m isma se ha tom ado la m olestia de inform arnos. Nos advierte por un signo preciso que hemos alcanzado nuestro destino. Este sig­no es la alegría. Digo la alegría y no digo el placer. El placer no es más que un artificio imaginado por la na­turaleza para obtener del ser vivo la conservación de la vida; no indica la dirección en que es lanzada la vida. Pero la alegría anuncia siem pre que la vida ha obtenido éxito, que ha ganado terreno, que ha conseguido una v ic to ria : toda gran alegría tiene un acento triunfal. Aho­ra b ien: si tenemos en cuenta esta indicación y si se­guimos esta nueva línea de hechos, encontram os que dondequiera que hay alegría hay creación: cuanto más rica es la creación, más profunda es la alegría. La m a­dre que contem pla a su hijo está llena de gozo porque tiene conciencia de haberlo creado, física y m oralm en­te. El com erciante que desenvuelve bien sus negocios, el jefe de una fabrica que ve p rosperar su industria, ¿está alegre en razón del dinero que gana y la notoriedad que alcanza? Riqueza y consideración entran evidente­mente, con mucho, en la satisfacción que experimenta, pero le proporcionan placeres antes que alegría, hasta el punto de que la alegría verdadera que siente es el sentim iento de haber m ontado una em presa que m ar­cha, de haber llamado alguna cosa a la vida. Considerad alegrías excepcionales, la del artis ta que ha relizado su pensamiento, la del sabio que ha descubierto o inventado. Oiréis decir que estos hom bres traba jan por la gloria y que obtienen sus m ás vivas alegrías de la admiración que inspiran. ¡ E rro r p ro fu n d o ! Se tiene estim a al elogio

LA ENERGIA ESPIRITUAL 857

y a los honores en la exacta m edida en que no se está seguro de haber alcanzado éxito. Hay m odestia en el fon­do de la vanidad. Para asegurarse la tranquilidad de ánim o se busca la aprobación, y para sostener la vitali­dad quizá insuficiente de la obra q u em ase rodearla de la cálida adm iración de los hom bres, de la m ism a m a­nera que se envuelve en algodón al niño nacido antes de tiempo. Pero el que está seguro, absolutam ente se­guro, de haber producido una obra válida y duradera, ese no tiene necesidad del elogio y se siente por encima de la gloria, porque es creador, porque lo sabe y porque la alegría que él experim enta es una alegría divina. Si, pues, en todos los dominios, el triunfo de la vida es la creación, ¿no debemos suponer que la vida hum ana tie­ne su razón de ser en una creación que puede, a dife­rencia de la del artis ta y del sabio, proseguirse en todo m om ento en todos los h o m b res: la creación de sí por s í mismo, el engrandecim iento de la personalidad por un esfuerzo que obtiene m ucho de poco, algo de nada y que añade sin cesar a lo que había ya de riqueza en el m undo?

Vista desde afuera, la naturaleza se nos aparece como una inm ensa eflorescencia de im previsible novedad ; la fuerza que ¡a anima sem eja c rear con am or, en realidad gratuitam ente, por placer, la variedad sin fin de las es­pecies vegetales y an im ales; a cada una confiere el valor absoluto de una gran obra de a r te ; se diría que se aco­ge a la p rim era que llega tan to como a las demás, tanto como al hom bre. Pero la form a de un ser vivo, una vez dibujada, se repite indefinidam ente; m as los actos de este m ism o ser vivo, una vez cumplidos, tienden a imi­tarse a sí m ismos y a volver a comenzarse autom ática­m ente; autom atism o y repetición, que dominan en el hom bre y por todas partes, deberían advertirnos que se tra ta aquí de pausas y que el m ovim iento con el que nos las habernos no es el movimiento de la vida. El pun­to de vista del artista es, pues, im portante, pero no defi­nitivo. La riqueza y la originalidad de las form as seña­lan ciertam ente una expansión de la vida; pero en esta

Page 10: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

«58 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS

expansión, cuya belleza significa poder, la vida manifies­ta tam bién una detención de su im pulso y una im po­tencia m om entánea para ir m ás lejos, como el niño que term ina en una p irueta graciosa el juego que realizaba.

El punto de vista del m oralista es superior a esteLEn los hom bres solamente, sobre todo en los m ejores de en tre nosotros, el movimiento vital se prosigue sin obs­táculos, lanzando, a través de esta obra de arte que es el cuerpo hum ano y que ha creado al pasar, la corriente indefinidam ente creadora de la vida m oral. El hom bre, llam ado sin cesar a apoyarse en la totalidad de su pa­sado para pesar con tanto m ás poder sobre el porvenir, es el gran éxito de la vidaT] Pero creador por excelencia es aquel cuya acción, intensa ella misma, es tam bién capaz de intensificar la acción de los demás hom bres, encendiendo, generosam ente, fuegos de generosidad. Los grandes hom bres de bien, y m ás particularm ente aque­llos cuyo heroísm o inventivo y simple ha abierto a la virtual vías nuevas, son reveladores de verdad m etafísi­ca. JPor m ás que estén en el punto culm inante de la evolución, se encuentran lo m ás cerca posible de los orí­genes y hacen sensible a nuestros ojos el im pulso que viene del fondo^Considerém oslos atentam ente, tratem os de experim entar sim páticam ente lo que ellos experimen­tan, si querem os penetrar, por medio de un acto de in­tuición, hasta el principio mismo de la vida. Para pe­n e tra r el m isterio de las profundidades es preciso a veces m irar a las cum bres. El fuego que se encuentra en el centro de la tierra solo se nos m uestra en la cima de los volcanes.

En las grandes ru tas que el im pulso vital ha encon­trado abiertas ante sí, a lo largo de la serie de los a rtró ­podos y de los vertebrados, se desarrollaron en direccio­nes divergentes, decíamos, el instinto y la inteligencia, envueltos prim ero confusam ente el uno en el otro. En el punto culm inante de la p rim era evolución están los insectos him enópteros y en el extrem o de la segunda el hom bre; de uno a otro confín, no obstante la diferencia radical de las form as alcanzadas y la desviación cre­

LA ENERGIA ESPIRITU Ai. 859

ciente de los caminos recorridos, la evolución concluye en [q vida socialj como si su necesidad se hiciese sentir desde el principio o, m ejor, como si alguna aspiración original y esencial de la vida no pudiese encontrar más que en la sociedad su plena satisfacción. La sociedad, que es la comunión ckTlás energías individuales,.. se_be- neficia de los esfuerzos de todos y asimismo hace a to- d o s l fias fácil su esfuerzo. No puede subsistir si no se subordina al individuo, no puede progresar si no le deja h a c e r : exigencias opuestas, que sería necesario reconci­liar. En el insecto únicam ente se da la prim era condi­ción. Las sociedades de horm igas y de abejas están adm irablem ente disciplinadas y unidas, pero como con­geladas en una inm utable ru tina. Si el individuo se olvida allí de sí mismo, la sociedad olvida tam bién su destino ; uno y otra, en estado de sonam bulismo, dan y vuelven a dar indefinidam ente la vuelta al m ismo círculo, [en lu­gar de avanzar en línea recta hacia una eficacia social m ayor y hacia una libertad individual m ás completa. So­lam ente las sociedades hum anas tienen ante sus ojos los dos fines que han de alcanzan] En lucha consigo m is­m as y en guerra unas con otras, tra tan visiblemente, por el roce y por el choque, de redondear sus ángulos, de elim inar sus antagonismos e igualm ente sus contradic­ciones, de hacer que las voluntades individuales se in­serten sin deform arse en la voluntad social y que las diversas sociedades entren a su vez, sin perder su ori­ginalidad ni su independencia, en una sociedad m ás am p lia : espectáculo inquietante y tranquilizador, que no puede contem plarse sin afirm ar que tam bién aquí, a través de obstáculos sin núm ero, la vida trab a ja por in­dividualizar e integrar, por obtener la cantidad mayor, la m ás rica variedad, las m ás altas cualidades de inven­ción y de esfuerzo.

Si ahora abandonam os esta ú ltim a línea de hechos para volver a la precedente, si tenemos en cuenta que la actividad m ental del hom bre desborda su actividad cerebral, que el cerebro almacena hábitos m otrices, pero no recuerdos, que las demás funciones del pensam iento

Page 11: Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963

H60 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS

son todavía m ás independientes del cerebro que la me­moria, que la conservación e incluso la intensificación de la personalidad son, naturalm ente, posibles y aún probables después de la desintegración del cuerpo, ¿no supondrem os que, en su paso a través de la m ateria que encuentra aquí abajo, la conciencia se tem pla como el acero y se prepara a una acción m ás eficaz, para una vida m ás intensa? Esta vida me la represento tam bién como una vida de lucha y como una exigencia de inven­ción, como una evolución creadora: cada uno de nos­otros habrá de llegar en ella, solo por el juego de las fuerzas naturales, a ocupar su lugar sobre los planos m orales a que ya le alzaban virtualm ente aquí abajo la cualidad y la cantidad de su esfuerzo, como el globo que despegado de la tierra ocupa el nivel que le asigna su densidad. Esto no es, lo reconozco, m ás que una hipó­tesis. Estábam os hace unos m om entos en la región de lo probable; henos aquí ahora en la de lo sim plemente posible. Confesemos nuestra ignorancia, pero no nos re­signemos a creerla definitiva. Si hay un m ás allá para las conciencias, no veo por qué no hemos de poder des­cubrir el medio de explorarle. Nada de lo que concierne al hom bre podría ocultársele por una acción deliberada. A veces, por lo demás, la enseñanza que nos figuramos muy lejana, en el infinito, está al lado de nosotros, es­perando que nos plazca aceptarla. Acordaos de lo que ha ocurrido con otro m ás allá, el de los espacios ultrapla- netarios. Augusto Comte declaraba que no conoceríamos jam ás la composición quím ica de los cuerpos celestes. Algunos años después se inventaba el análisis espectral, y hoy sabemos, m ejor que si nos hubiésemos trasladado a ellas, de qué están hechas las estrellas.

F IN DE«LA CONCIENCIA Y LA VIDA»

II

EL ALMA Y EL CUERPO

Conferencia pronunciada en «Foi et v ie», EL 28 DE ABRIL DE 1912 (1).

El título de esta conferencia es «El alma y el cuerpo», es decir, la m ateria y el espíritu, es decir, todo lo

que existe e incluso, si ha de creerse en una filosofía de la que hablarem os seguidamente, algo tam bién que no existe. Pero tranquilizaos. No es nuestra intención p ro­fundizar en la naturaleza de la m ateria, como tam poco en la naturaleza del espíritu. Pueden distinguirse dos co­sas una de o tra y determ inarse hasta cierto punto sus relaciones, sin que llegue a conocerse por ello la natu ra­leza de ambas. Me es imposible, en este m om ento, trab a r conocimiento con todas las personas que me rodean, sin embargo, me distingo de ellas y veo tam bién que si­tuación ocupan con relación a mí. Lo mismo ocurre con respecto al cuerpo y al a lm a : definir la esencia de uno y otra es una em presa que nos llevaría le jo s ; pero resulta más fácil saber lo que les une y les separa, por­que esta unión y esta separación son hechos de expe­riencia.

En prim er lugar, ¿qué dice sobre este punto la expe­riencia inm ediata e ingenua del sentido común? Cada uno de nosotros es un cuerpo, som etido a las m ism as leyes que todas las demás porciones de la m ateria. Si se le em puja, avanza ; si se tira de él, re tro ced e; si se le levanta y se le abandona, vuelve a caer. Pero al lado de

(1) Esta conferencia apareció, con otros estudios de diversos autores, en el volumen titulado: Le matérialisme actuel, de la Bibliotheque de philosophie scienüfique, publicada bajo la dirección del doctor Gustave Le Bon (Flamma- rion, ed.).