Bergson, Henri - La Conciencia y La Vida. Obras Escogidas. Aguilar 1963
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LA CONCIENCIA Y LA VIDA
Conferencia H uxley (1), pronunciada en la Universidad DE BlRMINGHAM, EL 29 DE MAYO DE 1911.
Cu a n d o la conferencia que debemos pronunciar está dedicada a la m em oria de un sabio, podemos sen
tirnos cohibidos ante la obligación de tra ta r de un tem a que, poco o mucho, le hubiera interesado. Pero no experim ento dificultad alguna de este género ante el nom bre de Huxley. E sta dificultad radicaría, antes bien, en encontrar un problem a que hubiese dejado indiferente a este gran espíritu, uno de los m ás excelsos que haya producido Inglaterra en el curso del últim o siglo. Me ha parecido, sin embargo, que la trip le cuestión de la conciencia, de la vida y de su relación, debió haberse im puesto con una particu lar fuerza a la reflexión de un naturalista que fue a la vez filósofo; y como, p o r mi parte, no conozco otra cuestión más im portante, es esta la que escojo.
Pero, en el m om ento de atacar el problem a, no m e atrevo a confiar demasiado en el apoyo de los sistem as filosóficos. Lo que resulta perturbador, angustioso y apasionante para la m ayoría de los hom bres, no es siempre lo que ocupa el p rim er lugar en las especulaciones de los metafísicos. ¿De dónde venimos? ¿Qué som os? ¿Adonde vamos? He aquí cuestiones vitales, ante las cuales nos colocaríamos inm ediatam ente si filosofóse- 1
(1) Esta conferencia se pronunció en inglés. Ha aparecido en esta lengua, bajo el título de Life and Consciousness, en el Hibbert Journal de octubre 1911; ha sido reproducida en el volumen de las Huxley memorial lectures publicado en 1914. El texto que presentamos aquí es unas veces la traducción, otras el desenvolvimiento de la conferencia inglesa.
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Wíi ______HENRI B ERG SON.—OBRAS ESCOGIDAS
m as sin pasar por los sistemas. Pero, entre estas cues- tiones y nosotros, una filosofía demasiado sistemática interpone otros problem as. «Antes de buscar la solí.
,¿n° eS nccesario saber cómo se la buscará? E studiad el mecanismo de vuestro pensam iento discutid vuestro conocimiento y criticad vuestra crítica - cuando estéis seguros del valor del instrum ento, trataréis de serviros de el.» ¡Ay!, este m om ento no llegará jamás. b.o veo mas que un medio de saber hasta dónde se puede ir ; es este el de ponerse en camino y andar. Si el conocimiento que buscamos es realm ente instructivo si debe am pliar nuestro pensam iento, todo análisis previo de su mecanismo no haría o tra cosa que m ostrarnos la im posibilidad de ir m ás lejos, ya que habríam os estudiado nuestro pensam iento antes de la dilatación que se tra ta de obtener de él. Una reflexión prem atura del esp íritu sobre si m ism o le resta rá ánim os para avanzar en tanto que avanzando pu ra y sim plem ente se habrá aproxim ado a su fin y se habrá dado cuenta además de que los obstáculos señalados eran, en su m ayor par- J * COS de esPejismo. Pero supongamos incluso que e metafisico no abandona así la filosofía p o r la crítica e in por los medios, la presa por la som bra. Con dem asiada frecuencia, cuando llega ante el problem a del origen, de la naturaleza y del destino del hom bre, avan-T d ^ £lL Para ?,leVarS,C a cuestiones que juzga m ás altas y de las que dependería su solución: especula sobre la existencia en general, sobre lo posible y sobre lo real sobre el tiem po y sobre el espacio, sobre la espiritualidad y sobre la m aterialidad; luego desciende, de grado en grado, a la conciencia y a la vida, cuya esencia que- rn a penetrar. Pero ¿quién no ve que sus especulado.
puram ente abs,m etas y que tfersan no ya sobre las cosas mismas, sino sobre la idea bastante simple que se hace de ellas antes de haberlas estudia- do em píricam ente? No se explicaría el apego de tal o cual filosofo a m étodo tan extraño si no tuviese la tr iple ventaja de halagar su am or propio, de facilitar su trabajo y de proporcionarle la ilusión del conocimiento
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definitivo. Como le conduce a alguna teoría m uy general, a una idea casi vacía, podrá siempre, m ás tarde, colocar retrospectivam ente en la idea todo lo que le hay enseñado la experiencia de la cosa; p re tenderá entonces haber anticipado, sobre la m ism a experiencia y con solo la fuerza del razonam iento, haber abrazado de an tem ano en una concepción más am plia las concepcione más restringidas, en efecto, pero las únicas difíciles de form ar y las únicas útiles para conservar a las que n se llega más que profundizando en los hechos. Com , por o tra parte, nada hay m ás fácil que razonar geométricam ente sobre ideas abstractas, construye sin i tad una doctrina en la que todo se.m antiene unido que parece im ponerse por su rigor. (P eroeste rigor proviene1̂ de que se ha operado sobre una idea esquemati- r y “ ida, en lugar de seguir los contornos sm uosos y móviles de la realidad. ¡Cuánto mis p.elcrib lc .esul- taría una filosofía m ás m odesta, que fuese rectam al objeto sin inquietarse por los principios de los que parece depender! No am bicionaría ya una c®rtld ™ 1 inm ediata, que no puede ser sino e mcm. Se tom am i tiempo. Y se daría una ascensión gradual a la luz. Lleva dos por una experiencia cada vez m ás am plia a probabilidades cada vez m ás altas, tenderíam os, como hacia un límite, hacia la certidum bre definitiva. _ _
E stim o, por mi parte , que no hay principio del que pueda deducirse m atem áticam ente la solución de los grandes p rob lem as.lE s verdad que no veo ya un hecho decisivo que zanje la cuestión, como ocurre eni risica y en química. Ahora bien, en regiones diversas de la experiencia, creo percibir grupos diferentes de hechos, cada uno de los cuales, sin darnos el conocimiento deseado, nos m uestra una dirección en que encontrarlo. Pero, por lo pronto, ya es algo tener una dirección. Y m ucho m ás es tener varias, porque estas direcciones deben converger sobre un mismo punto, y este punto es justam ente el que buscamos. En suma, poseemos desde el m om ento presente un cierto núm ero de líneas de hechos, que no van tan lejos como sería m enester, pero
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840 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS
que podemos prolongar hipotéticam ente. Q uerría semnr con vosotros algunas de ellas. Cada una, tom ada aparte, nos conducirá a una conclusión sim plem ente probable; pero todas juntas, por su convergencia nos non- d ran en presencia de una acumulación tal de probabilidades que nos sentirem os, eso espero, en el camino de la certidum bre. Por lo demás, nos aproxim arem os a ella indefinidam ente, por el común esfuerzo de las buenas voluntades asociadas. Pues la filosofía no será va entonces una construcción, obra sistem ática de un ven sador único. Perm itirá, exigirá sin cesar adiciones correcciones, retoques. P rogresará como la ciencia posi- tiva. Se hará, ella tam bién, en colaboración.
He aquí la p rim era dirección en la que nos comprom eterem os. Quien dice espíritu, dice ante todo conciencia. Pero ¿que es la conciencia? Comprenderéis, y comprenderéis bien, que no voy a definir una cosa tan concreta, tan constantem ente presente a la experiencia de cada uno de nosotros. Pero sin dar de la conciencia una definición, que sería menos clara que ella puedo caracterizarla por su rasgo aparen te: conciencia significa, en p rim er lugar, m em oria. La m em oria puede carecer de am p litu d ; puede no abarcar m ás que una pequeña p arte del pasado; puede no re tener más que lo que acaba de ocu rrir; pero la m em oria está ahí, o no se da siquiera la conciencia. Una conciencia que’no conservase nada de su pasado, que se olvidase sin cesar de sí misma, perecería y renacería a cada instante: ¿cómo defin ir de otro modo la inconsciencia? Cuando Leibniz decía de la m ateria que es «un espíritu instantáneo» ¿no la declaraba, de grado o p o r fuerza, insensible? Tm da conciencia es, pues, m em oria—conservación y acum ulación del pasado en el presente.
Pero toda conciencia es anticipación del porvenir. Considerad la dirección de vuestro espíritu en no imp o rta qué m om ento : hallaréis que se ocupa de lo que es, pero en vista sobre todo de lo que va a ser. La atención es una espera, y no hay conciencia sin una cierta
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atención a la vida. El porvenir está ah í; nos llam a, o m ejor, nos atrae hacia sí: esta atracción in in terrum pida, que nos hace avanzar sobre la ru ta del tiem po, es causa tam bién de que obrem os de continuo. Toda acción es como una invasión en el porvenir.
Retener lo que ya no es, anticipar lo que todavía no se ha dado, he aquí pues la prim era función de la conciencia. No habría para ella presente, si el presente se redujese al instante m atem ático. E ste instante no es m ás que el límite, puram ente teórico, que separa el pasado del porvenir; puede en rigor ser concebido, pero no es jam ás percibido; cuando creemos sorprenderle, está ya lejos de nosotros. Lo que de hecho percibim os es un cierto espesor de la duración que se compone de dos p a rte s : nuestro pasado inm ediato y nuestro porven ir inm inente. Estam os apoyados sobre este pasado , apoyarse e inclinarse de esta m anera es lo propio de un ser consciente. Digamos pues, si queréis, que la conciencia es un lazo de unión entre lo que ha sido y lo que será, un puente que se echa entre el pasado y el porvenir. Pero ¿para qué sirve este puente y que es lo que -a conciencia está llam ada a hacer?
Para responder a la pregunta tenemos que pregun- tam os a la vez cuáles son los seres conscientes y hasta dónde se extiende en la naturaleza el dominio de la conciencia. Pero no exijamos aquí la evidencia completa, rigurosa, m atem ática; nada obtendríam os. Para saber a ciencia cierta que un ser es consciente, sería preciso penetrar en él, coincidir con él, ser él. Os invito a que probéis, por experiencia o por razonam iento, que yo, que os hablo en este m om ento, soy un ser consciente. Podría ser un autóm ata ingeniosam ente construido por la naturaleza, yendo, viniendo, discurriendo; las m ism as palabras por las que me declaro consciente podrían ser pronunciadas inconscientemente. Sin embargo, si la cosa no es imposible, me confesaréis que apenas es probable. E ntre vosotros y yo hay una semejanza exterior evidente; y de esta semejanza exterior concluís, por analogía en una sim ilitud interna. El razonam iento por ana-
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a l cerebro, cuando cumple este rodeo, es evidentemente accionar un m ecanismo m otor que haya sido escogido, pero no im puesto La m edula contenía un gran núm eron er í a T ' as ^ hechaS 3 la pregunta <3ue podían impon e r las circunstancias; la intervención del cerebro haceaparecer la m as apropiada de ellas. El cerebro es un órgano de elección.
Ahora b ien : a m edida que descendemos a lo largo de la sene animal, encontram os una separación cada vez m enos clara entre las funciones de la m edula y las del cerebro. La facultad de elegir, localizada prim ero en el cerebro, se extiende progresivam ente a la m edula que construye entonces, p o r lo demás, un m enor núm ero de mecanismos, y los m onta también, sin duda, con menos precisión. Finalmente, allí donde el sistem a nervioso es rudim entario, y con m ayor razón donde no hay elem entos nerviosos distintos, autom atism o y elección se funden conjuntam ente: la reacción se simplifica lo bastante como para parecer casi m ecánica; duda y tantea todavía, no obstante, como si fuese aún voluntaria Acordaos de la am iba de la que hablábam os hace un mom ento. En presencia de una sustancia que puede servirle de alimento, lanza fuera de ella filamentos capaces de aprehender y englobar los cuerpos extraños. Estos seudopodos son verdaderos órganos y, p o r consiguiente m ecanism os; pero son ciertam ente órganos tem porales' creados por la circunstancia y que manifiestan ya a í parecer, un rudim ento de elección. En suma, de arriba abajo de la vida anim al vemos ejercerse, aunque de una orm a cada vez m ás amplia a m edida que descendemos
m as la facultad de elegir, es decir, de responder a una excitación determ inada por m ovimientos m ás o menos im previstos. He aquí lo que encontram os en nuestra se- guna linea de hechos. Así se com pleta la conclusión a que llegábamos en prim er lugar; porque si, como decíamos la conciencia retiene el pasado y anticipa el porvenir, es precisam ente, sm duda, porque es llam ada a efectuar una elección: g a r a escoger es preciso pensar lo que po
n a hacerse y recordar las consecuencias, ventajosas o
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nocivas, de lo que ya se ha hecho; es preciso prever y es preciso tam bién recordarse^ Pero, por o tra parte, nuestra conclusión, al com pletarse, nos sum inistra una respuesta plausible a la pregunta que acabam os de form ularnos: todos los seres vivos ¿son seres conscientes, o la conciencia no cubre m ás que una p arte del dominio de la vida? . , . ,
Si en efecto, conciencia significa elección, y si el papel de la conciencia consiste en decidirse, es dudoso que se encuentre la conciencia en organism os que no se mueven espontáneam ente y que no tienen que tom a decisión alguna. A decir verdad ,(no hay ser vivo que parezca com pletam ente incapaz de movimiento espontaneó! Incluso en el m undo vegetal, en donde el organismo está generalm ente fijo en el suelo, la facultad de moverse está antes adorm ecida que ausente: se despierta cuando puede ser útil. Creo que todos los seres vivo», p lantas o animales, la poseen en derecho; pero m uchos de ellos renuncian de hecho a ella—ciertam ente, prim ero los animales, sobre todo, entre estos, los que viven como parásitos sobre otros organismos y no tienen necesidad de desplazarse para encontrar sus alimentos, luego m ayor parte de los vegetales: ¿no son estos acaso, como se ha dicho, parásitos de la tierra?—, file parece, pues, verosímil que la conciencia, originariam ente inm anente a todo lo que vive, se adormece allí donde no hay movim iento espontáneo, y se exalta cuando la vida se inclina hacia la actividad libre. Cada uno de nosotros, por lo demás, ha podido verificar esta ley en si mism(x|¿Que ocurre cuando una de nuestras acciones cesa de ser espontánea para convertirse en autom ática? La conciencia se re tira de ahí. En el aprendizaje de un ejercicio, por ejemplo, comenzamos por ser conscientes de cada uno de los movimientos que ejecutam os, porque proviene de nosotros, porque resulta de una decisión e implica una elección; luego, a m edida que estos movimientos se encadenan m ás entre sí y se determ inan m as m ecánicam ente unos a otros, dispensándonos así de decidirnos y de escoger, la conciencia que teníam os de ellos dismi-
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846 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS
nuye y desaparece. ¿Cuáles son, p o r o tra parte, ios momentos en que nuestra conciencia alcanza el m ayor grado de vivacidad? ¿No son los mom entos de crisis interior, en que dudam os entre dos o varios partidos a tom ar, en que sentimos que nuestro porvenir será como nosotros lo hayamos hecho? Las variaciones de intensidad de nuestra conciencia parecen corresponder, pues a la sum a m as o menos considerable rde elecciones o ’si quercis, de crcaciórgjque distribuim os sobre nuestra conducta. Todo nos lleva a creer que así sucede con la
Conciencia en general^ Si conciencia significa m em oria y anticipación, es que entonces conciencia viene a ser sinónimo de elección.
Representém onos ahora la m ateria viviente en su form a elemental, tal como se ha ofrecido en prim er lugar Es una simple m asa de gelatina protoplasm ática, como la de la am iba; es deform able a voluntad, y es tam bién por tanto, vagamente consciente. Ahora, para que se engrandezca y evolucione, dos caminos se abren ante ella. Puede orientarse en el sentido del m ovim iento y de la acción—movimiento cada vez m ás eficaz, acción cadaes tam hi hh\ e~~: este es el riesgo y la aventura, pero es tam bién la conciencia con sus grados crecientes deprofundidad y de intensidad. Puede, por o tra parte aban donar la facultad de ac tuar y de ¿ e g ir q u e ^ le ta en si ™ S“ at' y f i á r s e l a s de tal m anera que obtenga in-
ediatam ente todo lo que le es preciso en lugar de ir a b uscarlo : tiene entonces la existencia asegurada tran quea, burguesa, pero tam bién la torpeza, p rim er efecto
nhivao ineS o Vesld?d:- “ S6^ Ída' d h o n r a m i e n t o d e Smtivo, esto es, la inconsciencia. Tales son los dos cami- nos que se ofrecían a la evolución de la vida. La m ateria
a m ro6 m ’ 6n Part6’ Hgada 3 Uno de ellos en parte, del Z j n r m T J enala a grandes rasSos la direcciónch s T s n t r ^ ,’g° <<a grandes rasgos», porque mu- chas especies animales renuncian al movimiento, y porello, sin duda, a la conciencia); el segundo representa a grandes rasgos el de los vegetales ( d ? ¿ “ ün ? a - ¿ d e s rasgos., porque la movilidad, y probablem ente ám b ién
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la conciencia, pueden despertarse a veces en la p lan ta^ Ahora b ien: si consideram os bajo este sesgo la vida
a su en trada en el m undo, la vemos trae r e ° o s ig o a go que da un corte profundo sobre la ma en a bruta^ E m undo, abandonado a sí mismo, obedece a leyes ta ta les En condiciones determ inadas, la m ateria se conduc de m anera determ inada y nada de lo que ella ^ ace r ' su lta im previsible: si nuestra ciencia fuese com pleta > nuestro poder de calcular infinito, sabríam os de antem ano todo lo que ocurrirá en el universo m aterial organizado, en su m asa y en sus clem cntos dc la nusm a ma- nera que prevemos un eclipse de sol o de luna. En resu men, la m ateria es inercia, geometría, necesldad' Per° con la vida aparece el m ovim iento imprevisible y hb .E l ser vivo escoge o tiende a escoger. Su p a p e l consiste en crear. En un m undo en que todo el resto esta determ inado, una zona de indeterm inación le rodea. Como para crear el porvenir es preciso p re p a ra ra lg u n a cosa suya en el presente, y como la preparación de lo que será no puede verificarse m ás que por la utilización de L que ha sido, la vida se em plea desde el principio en conservar el pasado, anticipando el porvenir en u duración en la que pasado, presente y porvenir se invaden uno a o tro para fo rm ar una continuidad indivisa, esta m em oria y esta anticipación son, como hem os visto la conciencia misma. Y es por ello por lo que en derecho, si no de hecho, la conciencia es coextensiva a \
Conciencia y m aterialidad se presentan, pues, como form as de existencia radicalm ente diferentes, e incluso antagónicas, que adoptan un m odas vivendi y se arfe- ( glan bien o mal en tre sí. La m ateria es necesidad, la conciencia es lib e rtad ; pero aunque se opongan una a \ o tra, la vida encuentra medio de reconciliarlas. Y es que ̂la vida consiste precisam ente en la libertad que se inserta en la necesidad y la m odela en su provecho. La vida sería imposible, si el determ inism o al que obedece la m ateria no pudiese re la ja r su rigor. Pero suponed que en ciertos m om entos, en ciertos puntos, la m ateria oiré-
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ce una cierta e lastic idad : allí se instalará la conciencia. Y se instalará allí haciéndose p equeña; luego, una vez en su lugar, se dilatará, redondeará sus lím ites y term inará por obtenerlo todo, porque dispone de tiem po y porque la cantidad de indeterm inación m ás ligera, al adicionarse indefinidam ente consigo misma, engendrará tan ta libertad como se quiera. Pero vamos a encontrar esta m ism a conclusión en nuevas líneas de hechos, que nos la p resen tarán con m ás rigor.
Si buscamos, en efecto, cómo un cuerpo vivo se las arregla para ejecutar movimientos, encontram os que su m étodo es siem pre el mismo. Consiste en utilizar ciertas sustancias que podríam os llam ar explosivas y que, sem ejantes a la pólvora de cañón, no esperan m ás que la chispa para estallar. Quiero hablar de los alimentos, m ás particularm ente de las sustancias ternarias—hidratos de carbono y grasas—. Una sum a considerable de energía potencial se acum ula en ellas, dispuesta a convertirse en movimiento. Esta energía ha sido tom ada, de modo lento y gradual, al sol por las p lan tas; y el anim al que se alim enta de una planta, o de un animal que se ha alim entado a su vez de una planta, o de un anim al que se ha alim entado de un anim al que a su vez lo ha hecho de una planta, etc., sim plem ente hace pasar a su cuerpo un explosivo que ha fabricado la vida alm acenando energía solar. Cuando ejecuta un movim iento, libera la energía así aprisionada; no tiene para ello m ás que tocar un resorte, oprim ir el gatillo de una pistola y hacer que brote la ch isp a ; el explosivo produce la detonación y se cum ple el movimiento en la dirección escogida. Si los prim eros seres vivos oscilaron entre la vida vegetal y la vida animal, es que la vida, en sus comienzos, se encargaba a la vez de fabricar e í explosivo y de utilizarlo para movimientos. A m edida que vegetales y animales se diferenciaban, la vida se escindía en dos reinos, separando así una de o tra las dos funciones prim itivam ente reunidas. Aquí se preocupaba m ás de fabricar el explosivo; allí, de hacerlo detonar Pero, ya se considere al principio o al fin de su evolu
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ción, siem pre la vida en su conjunto es un doble tia- bajo de acumulación gradual y de gasto repentino : para ella de lo que se tra ta es de obtener que la m ateria, por una operación lenta y difícil, almanece una energía de poder que se convertirá de una vez en energía de movimiento. Ahora bien: ¿cómo procedería de o tro modo una causa libre, incapaz de rom per la necesidad a la que está som etida la m ateria, capaz, no obstante, de doblegarla, y que quisiera, con la pequeñísim a influencia de que dispone sobre la m ateria, obtener de ella, en una dirección cada vez m ejor elegida, m ovimientos cada vez más poderosos? Se conduciría precisam ente de esa m anera. P rocuraría no tener m ás que hacer jugar un resorte o b ro ta r una chispa para utilizar instantáneam ente una energía que la m ateria habría acumulado durante el tiem po que le hubiera sido preciso.
Pero llegaríamos a la m ism a conclusión siguiendo aún una tercera línea de hechos y considerando en el ser vivo la representación que precede al acto, y no ya la acción misma. ¿Por qué signo reconocemos de ordinario al hom bre de acción, el que deja su señal sobre los sucesos a los que le mezcla el Destino? ¿No es en que abraza una sucesión m ás o menos larga en una visión instantánea? Cuanto m ayor es la porción de pasado que retiene en su presente, m ás pesada es la m asa que lanza en el porvenir para ejercer presión contra las eventualidades que se p reparan : su acción, sem ejante a una flecha, se dispara con tan ta m ayor fuerza cuanto más prolongada está su representación hacia el pasado. Ahora b ien: ved cómo se conduce nuestra conciencia frente a la m ateria que percibe: justam ente, en uno solo de sus instantes, abraza miles de millones de conmociones que son sucesivas para la m ateria inerte y la prim era de las cuales aparecería a la últim a, si la m ateria tuviese memoria, como un pasado infinitam ente lejano. Cuando abro los ojos para cerrarlos en seguida, la sensación de luz que experim ento y que tiene lugar en uno de mis m om entos, es la condensación de una historia extraordinariam ente larga que se desenvuelve en el m undo ex-
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852 HENKI B ERG SON.—OBRAS ESCOGIDAS
rar, a fuerza de ingeniosidad y de invención, alguna cosa que perm anece aprisionada en el anim al y que no se separa definitivamente m ás que en el hom bre.
Es inútil en trar en el detalle de las observaciones que, desde Lam arck y Darwin, han venido a confirmar cada vez m ás la idea de una evolución de las especies, quiero decir, de (la generación de las unas por las otras a p a r tir de las form as organizadas m ás simples.(No podemos rehusar nuestra adhesión a una hipótesis que tiene para sí ^1 triple testim onio de la anatom ía comparada, de la embriología y de la paleontología'! La ciencia ha m ostrado, p o r lo demás, por qué efectós se traduce, todo a lo largo de la evolución de la vida, la necesidad para los seres vivos de adaptarse a las condiciones que Ies son dadas.[Pero esta necesidad parece explicar las detenciones de la vida en tales o cuales form as determ inadas, y no el movimiento que lleva la organización a un plano cada vez m ás a lto jU n organismo rudim entario está tan bien adaptado como el nuestro a sus condiciones de existencia, puesto que alcanza a vivir en e lla s : ¿por qué, pues, se ha ido complicando la vida,Y complicándose cada vez m ás peligrosam ente? Tal form a viva, que observamos hoy, se encontraba en los tiem pos m ás rem otos de la era paleozoica; ha persitido, inm utable, a través de las distintas edades; no resultaba, pues, imposible a la vida detenerse en una form a definitiva. ¿Por qué no se ha lim itado a hacerlo, siempre que le hubiese sido posible? ¿Por qué ha avanzado, por qué si no era arrastrada por [un impulso, a través de riesgos cada vez m ás fuertes, hacia una eficacia cada vez m ás a lta?J
Es difícil echar una ojeada sobre la evolución de la vida sin tener el sentim iento de que este im pulso interio r es una realidad. Pero no es preciso creer que haya lanzado la m ateria viva en una dirección única, ni que las diversas especies representen otras tan tas etapas a lo largo de una sola ruta, ni que el trayecto se haya recorrido sin dificultad. Es visible que el esfuerzo ha encontrado resistencias en la m ateria que utilizaba; ha
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debido bifurcarse en su camino, rep artir entre líneas de evolución diferentes las tendencias de que estaba lleno; se ha desviado, ha retrocedido; a veces, incluso se ha detenido definitivamente. Sobre dos líneas solam ente ha alcanzado un éxito indiscutible, éxito parcial en un caso, relativam ente com pleto en el o tro ; quiero hab lar de los artrópodos y de los vertebrados. Al final de la p rim era línea encontram os los instintos del insecto ; al final de la segunda, la inteligencia hum ana. Estamos, por tanto, autorizados a creer que la fuerza que evoluciona llevaba prim ero en sí, pero confundidos o m ejor implicados el uno en el otro, instinto e inteligencia.
En suma, las cosas pasan como si una inm ensa corriente de conciencia, en la que se interpenetrasen virtualidades de todo género, hubiese atravesado la m ateria para a rrastra rla a la organización y para hacer de ella, aunque sea la necesidad misma, un instrum ento de la
I' libertad. Pero la conciencia ha estado a punto de caer t en el lazo. La m ateria se enrolla alrededor de ella, la
pliega a su propio .autom atism o, la adorm ece en su propia inconsciencia. (Sobre ciertas líneas de evolución, las i del m undo vegetal en particular, autom atism o e incons-
* ciencia constituyen la reg la jjla libertad inm anente a la fuerza evolutiva se m anifiesta todavía, es verdad, por la creación de form as im previstas que son verdaderas obras de a rte ; pero estas imprevisibles formas, una vez creadas, se repiten m aquinalm ente: el individuo no escoge. [En otras líneas la conciencia alcanza a liberarse lo bastan te como para que el individuo encuentre un cierto sentim iento y, por consiguiente, una cierta latitud de elección; pero las necesidades de la existencia están ahí y hacen del poder” dé elegir un simple auxiliar de la necesidad cíe vivir. Así, de abajo arriba de la escala de la vida, la libertad está sujeta a una cadena que todo lo m ás consigue alargar. Tan solo con el hom bre se realiza un salto brusco; la cadena se rompe. El cerebro del hom bre tiene semejanza, en efecto, con el del anim al: ofrece la particularidad de que sum inistra el medio de
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854 HENRI BERGSON.—OBRAS ESCOGIDAS
oponer a cada hábito contraído otro hábito y a todo autom atism o un autom atism o antagónico. La libertad, que se adueña de la necesidad cuando esta se encuentra en lucha con ella, reduce entonces la m ateria al estado de instrum ento. Es como si dividiese para vencer.
Que el esfuerzo combinado de la física y de la química aboque un día a la fabricación de una m ateria que se parezca a la m ateria viva, es probable: la vida procede por insinuación, y la fuerza que a rras tra a la materia fuera del puro m ecanismo no tendría poder sobre esta m ateria si no hubiese adoptado prim ero este mecanism o: del m ism o modo, la aguja de la vía férrea se aplica a lo largo del raíl por donde quiere conducir el el tren. En otros térm inos, la vida se instala, en sus comienzos, en un cierto género de m ateria que comenzaba o que hubiera podido com enzar a fabricarse sin ella. Pero la m ateria se hubiese detenido aquí si hubiese sido abandonada a sí m ism a; y se detendrá tam bién, sin duda, el trabajo de fabricación de nuestros laboratorios.
-V- C iertam ente,\se im itarían ciertos caracteres de la m ateria viva; pero no se lograría im prim ir el impulso en virtud del cual se reproduce y, en el sentido transfor- m ista de la palabra, cvo 1 ucionajA hora b ien: esta reproducción y esta evolución son la vida misma. Una y o tra manifiestan un im pulso interior, la doble necesidad de crecer en núm ero y en riqueza p o r m ultiplicación en el espacio y por complicación en el tiem po; en fin, los dos instintos que aparecen con la vida y que serán m ás tarde los dos grandes m otores de la actividad hum ana: el am or y la am bición. Visiblemente, una fuerza traba ja anhTñosT otros tratando d e lib e ra rse de sus trabas y tam bién de sobrepasarse a sí m ism a^jie dar en prim er lugar todo
* í.9 ■gu s -üeBg^-SSguidamente m as dé lo oue UeñéTT T ó ^definir, si no, el espíritu? ¿Y p o r dónde la fuerza espiritual, si existe, se distinguiría de las demás, a no ser p o r la facultad de obtener de sí m ism a m ás de lo que contiene? Pero es preciso tener en cuenta los obstáculos de todo género que encuentra esta fuerza sobre su camino. La evolución de la v id a / desde sus orígenes has-
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ta el h o m b re j evoca ante nuestros ojos la imagen de una corriente de conciencia que se introduce en la materia como para ab rir en ella un paso subterráneo, que hiciese tentativas a derecha e izquierda, que avanzase m ás o menos, que viniese la m ayor parte de las veces a rom perse contra la roca y que, sin embargo, en una dirección al menos, consiguiese agujerearla y reaparecer a la luz. Esta dirección es la línea de evolución que lleva h asta el hom bre.
Pero ¿por qué razón se ha lanzado el espíritu a esta em presa? ¿Qué interés tenía en forzar el túnel? Podría darse el caso de seguir varias nuevas líneas de hechos, que veríamos todavía converger en un solo punto. Pero necesitaríam os en tra r en detalles sobre la vida psicológica, sobre la relación psico-fisiológica, sobre el ideal m oral y sobre el progreso social, que harem os m ejor en ir derechos a la conclusión. Pongamos, pues, m ateria y conciencia en presencia una de o tra : veremos que la m ateria es prim ero lo que divide y lo que precisa. Un pensam iento, abandonado a sí mismo, ofrece una implicación recíproca de elementos de los cuales no puede decirse que sean uno o varios: es una continuidad, y en toda continuidad hay confusión. Para que el pensam iento se haga distinto, es necesario que se divida en palab ra s : no nos damos perfecta cuenta de lo que tenem os en el espíritu m ás que cuando cogemos una hoja de papel y alineamos, unos al lado de otros, térm inos que se in terpenetrarían . Así la m ateria distingue, separa, resuelve en individualidades y finalm ente en personalidades, tendencias en otro tiem po confundidas en el im pulso original de la vida. Por o tra parte, la m ateria provoca y hace posible el esfuerzo. El pensam iento que no es m ás que pensamiento, la obra de arte solam ente concebida, el poem a que únicam ente es soñado, todavía no cuestan trab a jo ; la realización m aterial del poema en palabras, de la concepción artística en estatua o en cuadro, esto es lo que exige un esfuerzo. El esfuerzo resulta penoso, pero es tam bién precioso, m ás precioso aún que la obra a que aboca, porque gracias a él se ha ob
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tenido de sí m ás de lo que se tenía, elevándose por encim a de sí mismo. Ahora b ien : este esfuerzo no hubiese sido posible sin la m a te r ia : por la resistencia que opo- ne y por la docilidad con que podemos conducirla, es a la vez el obstáculo, el instrum ento y el estím u lo ; prueba nuestra fuerza, retiene su impronto, y hace un llam am iento a su intensificación.
Los filósofos que han especulado sobre la significación de la vida y sobre el destino del hom bre no han señalado suficientemente que la naturaleza m isma se ha tom ado la m olestia de inform arnos. Nos advierte por un signo preciso que hemos alcanzado nuestro destino. Este signo es la alegría. Digo la alegría y no digo el placer. El placer no es más que un artificio imaginado por la naturaleza para obtener del ser vivo la conservación de la vida; no indica la dirección en que es lanzada la vida. Pero la alegría anuncia siem pre que la vida ha obtenido éxito, que ha ganado terreno, que ha conseguido una v ic to ria : toda gran alegría tiene un acento triunfal. Ahora b ien: si tenemos en cuenta esta indicación y si seguimos esta nueva línea de hechos, encontram os que dondequiera que hay alegría hay creación: cuanto más rica es la creación, más profunda es la alegría. La m adre que contem pla a su hijo está llena de gozo porque tiene conciencia de haberlo creado, física y m oralm ente. El com erciante que desenvuelve bien sus negocios, el jefe de una fabrica que ve p rosperar su industria, ¿está alegre en razón del dinero que gana y la notoriedad que alcanza? Riqueza y consideración entran evidentemente, con mucho, en la satisfacción que experimenta, pero le proporcionan placeres antes que alegría, hasta el punto de que la alegría verdadera que siente es el sentim iento de haber m ontado una em presa que m archa, de haber llamado alguna cosa a la vida. Considerad alegrías excepcionales, la del artis ta que ha relizado su pensamiento, la del sabio que ha descubierto o inventado. Oiréis decir que estos hom bres traba jan por la gloria y que obtienen sus m ás vivas alegrías de la admiración que inspiran. ¡ E rro r p ro fu n d o ! Se tiene estim a al elogio
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y a los honores en la exacta m edida en que no se está seguro de haber alcanzado éxito. Hay m odestia en el fondo de la vanidad. Para asegurarse la tranquilidad de ánim o se busca la aprobación, y para sostener la vitalidad quizá insuficiente de la obra q u em ase rodearla de la cálida adm iración de los hom bres, de la m ism a m anera que se envuelve en algodón al niño nacido antes de tiempo. Pero el que está seguro, absolutam ente seguro, de haber producido una obra válida y duradera, ese no tiene necesidad del elogio y se siente por encima de la gloria, porque es creador, porque lo sabe y porque la alegría que él experim enta es una alegría divina. Si, pues, en todos los dominios, el triunfo de la vida es la creación, ¿no debemos suponer que la vida hum ana tiene su razón de ser en una creación que puede, a diferencia de la del artis ta y del sabio, proseguirse en todo m om ento en todos los h o m b res: la creación de sí por s í mismo, el engrandecim iento de la personalidad por un esfuerzo que obtiene m ucho de poco, algo de nada y que añade sin cesar a lo que había ya de riqueza en el m undo?
Vista desde afuera, la naturaleza se nos aparece como una inm ensa eflorescencia de im previsible novedad ; la fuerza que ¡a anima sem eja c rear con am or, en realidad gratuitam ente, por placer, la variedad sin fin de las especies vegetales y an im ales; a cada una confiere el valor absoluto de una gran obra de a r te ; se diría que se acoge a la p rim era que llega tan to como a las demás, tanto como al hom bre. Pero la form a de un ser vivo, una vez dibujada, se repite indefinidam ente; m as los actos de este m ism o ser vivo, una vez cumplidos, tienden a imitarse a sí m ismos y a volver a comenzarse autom áticam ente; autom atism o y repetición, que dominan en el hom bre y por todas partes, deberían advertirnos que se tra ta aquí de pausas y que el m ovim iento con el que nos las habernos no es el movimiento de la vida. El punto de vista del artista es, pues, im portante, pero no definitivo. La riqueza y la originalidad de las form as señalan ciertam ente una expansión de la vida; pero en esta
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expansión, cuya belleza significa poder, la vida manifiesta tam bién una detención de su im pulso y una im potencia m om entánea para ir m ás lejos, como el niño que term ina en una p irueta graciosa el juego que realizaba.
El punto de vista del m oralista es superior a esteLEn los hom bres solamente, sobre todo en los m ejores de en tre nosotros, el movimiento vital se prosigue sin obstáculos, lanzando, a través de esta obra de arte que es el cuerpo hum ano y que ha creado al pasar, la corriente indefinidam ente creadora de la vida m oral. El hom bre, llam ado sin cesar a apoyarse en la totalidad de su pasado para pesar con tanto m ás poder sobre el porvenir, es el gran éxito de la vidaT] Pero creador por excelencia es aquel cuya acción, intensa ella misma, es tam bién capaz de intensificar la acción de los demás hom bres, encendiendo, generosam ente, fuegos de generosidad. Los grandes hom bres de bien, y m ás particularm ente aquellos cuyo heroísm o inventivo y simple ha abierto a la virtual vías nuevas, son reveladores de verdad m etafísica. JPor m ás que estén en el punto culm inante de la evolución, se encuentran lo m ás cerca posible de los orígenes y hacen sensible a nuestros ojos el im pulso que viene del fondo^Considerém oslos atentam ente, tratem os de experim entar sim páticam ente lo que ellos experimentan, si querem os penetrar, por medio de un acto de intuición, hasta el principio mismo de la vida. Para pen e tra r el m isterio de las profundidades es preciso a veces m irar a las cum bres. El fuego que se encuentra en el centro de la tierra solo se nos m uestra en la cima de los volcanes.
En las grandes ru tas que el im pulso vital ha encontrado abiertas ante sí, a lo largo de la serie de los a rtró podos y de los vertebrados, se desarrollaron en direcciones divergentes, decíamos, el instinto y la inteligencia, envueltos prim ero confusam ente el uno en el otro. En el punto culm inante de la p rim era evolución están los insectos him enópteros y en el extrem o de la segunda el hom bre; de uno a otro confín, no obstante la diferencia radical de las form as alcanzadas y la desviación cre
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ciente de los caminos recorridos, la evolución concluye en [q vida socialj como si su necesidad se hiciese sentir desde el principio o, m ejor, como si alguna aspiración original y esencial de la vida no pudiese encontrar más que en la sociedad su plena satisfacción. La sociedad, que es la comunión ckTlás energías individuales,.. se_be- neficia de los esfuerzos de todos y asimismo hace a to- d o s l fias fácil su esfuerzo. No puede subsistir si no se subordina al individuo, no puede progresar si no le deja h a c e r : exigencias opuestas, que sería necesario reconciliar. En el insecto únicam ente se da la prim era condición. Las sociedades de horm igas y de abejas están adm irablem ente disciplinadas y unidas, pero como congeladas en una inm utable ru tina. Si el individuo se olvida allí de sí mismo, la sociedad olvida tam bién su destino ; uno y otra, en estado de sonam bulismo, dan y vuelven a dar indefinidam ente la vuelta al m ismo círculo, [en lugar de avanzar en línea recta hacia una eficacia social m ayor y hacia una libertad individual m ás completa. Solam ente las sociedades hum anas tienen ante sus ojos los dos fines que han de alcanzan] En lucha consigo m ism as y en guerra unas con otras, tra tan visiblemente, por el roce y por el choque, de redondear sus ángulos, de elim inar sus antagonismos e igualm ente sus contradicciones, de hacer que las voluntades individuales se inserten sin deform arse en la voluntad social y que las diversas sociedades entren a su vez, sin perder su originalidad ni su independencia, en una sociedad m ás am p lia : espectáculo inquietante y tranquilizador, que no puede contem plarse sin afirm ar que tam bién aquí, a través de obstáculos sin núm ero, la vida trab a ja por individualizar e integrar, por obtener la cantidad mayor, la m ás rica variedad, las m ás altas cualidades de invención y de esfuerzo.
Si ahora abandonam os esta ú ltim a línea de hechos para volver a la precedente, si tenemos en cuenta que la actividad m ental del hom bre desborda su actividad cerebral, que el cerebro almacena hábitos m otrices, pero no recuerdos, que las demás funciones del pensam iento
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son todavía m ás independientes del cerebro que la memoria, que la conservación e incluso la intensificación de la personalidad son, naturalm ente, posibles y aún probables después de la desintegración del cuerpo, ¿no supondrem os que, en su paso a través de la m ateria que encuentra aquí abajo, la conciencia se tem pla como el acero y se prepara a una acción m ás eficaz, para una vida m ás intensa? Esta vida me la represento tam bién como una vida de lucha y como una exigencia de invención, como una evolución creadora: cada uno de nosotros habrá de llegar en ella, solo por el juego de las fuerzas naturales, a ocupar su lugar sobre los planos m orales a que ya le alzaban virtualm ente aquí abajo la cualidad y la cantidad de su esfuerzo, como el globo que despegado de la tierra ocupa el nivel que le asigna su densidad. Esto no es, lo reconozco, m ás que una hipótesis. Estábam os hace unos m om entos en la región de lo probable; henos aquí ahora en la de lo sim plemente posible. Confesemos nuestra ignorancia, pero no nos resignemos a creerla definitiva. Si hay un m ás allá para las conciencias, no veo por qué no hemos de poder descubrir el medio de explorarle. Nada de lo que concierne al hom bre podría ocultársele por una acción deliberada. A veces, por lo demás, la enseñanza que nos figuramos muy lejana, en el infinito, está al lado de nosotros, esperando que nos plazca aceptarla. Acordaos de lo que ha ocurrido con otro m ás allá, el de los espacios ultrapla- netarios. Augusto Comte declaraba que no conoceríamos jam ás la composición quím ica de los cuerpos celestes. Algunos años después se inventaba el análisis espectral, y hoy sabemos, m ejor que si nos hubiésemos trasladado a ellas, de qué están hechas las estrellas.
F IN DE«LA CONCIENCIA Y LA VIDA»
II
EL ALMA Y EL CUERPO
Conferencia pronunciada en «Foi et v ie», EL 28 DE ABRIL DE 1912 (1).
El título de esta conferencia es «El alma y el cuerpo», es decir, la m ateria y el espíritu, es decir, todo lo
que existe e incluso, si ha de creerse en una filosofía de la que hablarem os seguidamente, algo tam bién que no existe. Pero tranquilizaos. No es nuestra intención p rofundizar en la naturaleza de la m ateria, como tam poco en la naturaleza del espíritu. Pueden distinguirse dos cosas una de o tra y determ inarse hasta cierto punto sus relaciones, sin que llegue a conocerse por ello la natu raleza de ambas. Me es imposible, en este m om ento, trab a r conocimiento con todas las personas que me rodean, sin embargo, me distingo de ellas y veo tam bién que situación ocupan con relación a mí. Lo mismo ocurre con respecto al cuerpo y al a lm a : definir la esencia de uno y otra es una em presa que nos llevaría le jo s ; pero resulta más fácil saber lo que les une y les separa, porque esta unión y esta separación son hechos de experiencia.
En prim er lugar, ¿qué dice sobre este punto la experiencia inm ediata e ingenua del sentido común? Cada uno de nosotros es un cuerpo, som etido a las m ism as leyes que todas las demás porciones de la m ateria. Si se le em puja, avanza ; si se tira de él, re tro ced e; si se le levanta y se le abandona, vuelve a caer. Pero al lado de
(1) Esta conferencia apareció, con otros estudios de diversos autores, en el volumen titulado: Le matérialisme actuel, de la Bibliotheque de philosophie scienüfique, publicada bajo la dirección del doctor Gustave Le Bon (Flamma- rion, ed.).