Baigorria 0464 80 relatos

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l. Vida de Juan Facundo Quiroga, por Domingo F. 5'armicnt 2. El viajero, po;· Juan José Sacr 3. Camila O' Gonnan, por D.F. Sarmiento 4. Lo que a Rosas debe la América del Sur, por D.F. Sarmiento 5. Artimañas de caudillo, por Lucio V lv!ansilla 7. Juan Patiño, por L. V Mansilla 8. El matadero (fragmento), por Esteban Echeverría 9. Apología del matambre, por E. Echeverría 11. El cabo Gómez, por L. V Mansilla 12. El lenguaraz, por L. V Mansilla 13. Camargo, por L. V Mansilla 14. Historia del guerrero y la cautiva, por Jorge Luis Borges 15. El cautivo, por J.L. Borges 16. La :.•isteriosa desaparición de un creador de misterios, por Rodolfo Walsh ""· 18. Calle de la amargura número 303, por R. Walsh 19. Carta abierta a la Junta Militar, por R. Walsh 20. Poema, por Arie!Dorfman 21. El ganador, por Enriqpe Anderson Imbert 23. Las flores Gel argelino, po; M: Duras 24. Diálogo extraordinario con Lo la La Chata, por Roberto Arlt 25. Matto Grosso, por Martín Caparrós 26. La noticia, por R. Walsh 27. La verdad,., por Simone Weil 1 J apuntesallprint .e o m .a r ' .. 013 www.apuntesallprint.com.ar c o n s t i t u c i o n @ a p u n t e s a l l p r i n t . c o m . a r Página 1 de 80

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l. Vida de Juan Facundo Quiroga, por Domingo F. 5'armicnt

2. El viajero, po;· Juan José Sacr

3. Camila O' Gonnan, por D.F. Sarmiento

4. Lo que a Rosas debe la América del Sur, por D.F. Sarmiento

5. Artimañas de caudillo, por Lucio V lv!ansilla

7. Juan Patiño, por L. V Mansilla

8. El matadero (fragmento), por Esteban Echeverría

9. Apología del matambre, por E. Echeverría

11. El cabo Gómez, por L. V Mansilla

12. El lenguaraz, por L. V Mansilla

13. Camargo, por L. V Mansilla

14. Historia del guerrero y la cautiva, por Jorge Luis Borges

15. El cautivo, por J.L. Borges

16. La :.•isteriosa desaparición de un creador de misterios, por Rodolfo Walsh

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18. Calle de la amargura número 303, por R. Walsh

19. Carta abierta a la Junta Militar, por R. Walsh

20. Poema, por Arie!Dorfman

21. El ganador, por Enriqpe Anderson Imbert

23. Las flores Gel argelino, po; M: Duras

24. Diálogo extraordinario con Lo la La Chata, por Roberto Arlt

25. Matto Grosso, por Martín Caparrós

26. La noticia, por R. Walsh

27. La verdad,., por Simone Weil 1

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SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO V

VIDA DE JUAN FACUNDO QUIROGA

Au surplus, ces traits appartienncnt au caractere original du genre humain. L'homme de la nature et qui n' a pas encare appris a contenir o u déguiser .5es passions, les montre dans to1• · leur énergie, el se livre a tollte leur impétuosité.

ALIX.

(Histoire de l'empire ottoman.}

INFANCIA Y JUVENTUD

Media entre las ciudades de San Luis y San Juan un dilatado desierto que, por su falta completa de agua, recibe el nombre de travesía. El aspecto de aquellas soledades es, por lo general, triste y des­amparado, y el viajero que viene de oriente no pasa la última represa o aljibe de campo sin proveer sus chifles de suficiente cantidad de agua. En esta tra­vesía tuvo lugar una vez la extraña esc.ena que si­gue. Las cuchilladas, tan frecuentes entre nuestros gauchos, habían forzado a uno ele ellos a abando­nar precipitadamente la ciudad de San Luis, y ga­nar la travesía a pie, con la montura al hombro, a fin de escapar a las persecuciones de la justicia. Debían alcanzarlo dos compañeros tan luego como pudieran robar caballos para los tres.

No eran por entonces sólo el hambre o la sed los peligros que le aguardaban en el desierto aquel, que un tigre cebado andaba hacía un aíw siguiendo los rastros de los viajeros, y pasaban ya ele ocho los que habían sido víctimas de su predilección por la car­ne humana. Suele ocurrir a veces en aquellos países

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.en que la fiera y el hombre se disputan el domi_nio de la naturaleza, que éste cae bajo 1~ garra sangnen­ta de aquélla; entonces el tigre emp1eza a gustar de preferencia su carne, y se le llama cebado cuando se ha dado a este género de caza: la caza ele hom­bres. El juez de la campaña inmediata al teatro de sus devastaciones convoca a los varones hábiles pa­ra la correría, y bajo su autoridad y dirección se hace la persecución del tigre cebado, que rara vez escapa a la sentencia que lo pone fuera de la ley.

Cuando nuestro prófugo había caminado cosa de seis leguas, creyó oír bramar el tigre a lo lejos y sus fibras se estremecieron. Es .el bramido del tigre un gruñido como el del cerdo, pero agrio, prolongado, estridente, y que, sin que haya motivo de ten~or, causa un sacudimiento involuntario en los n.ervws, como si la carne se agitara ella sola al anuncio de la muerte.

Algunos minutos después el bramido se oyó más distinto y más cercano; el tigre ':enía y~ .sobre el rastro, y sólo a una larga distanc1a se d1v1saba un pequeño algarrobo. Era precis(_) apretar el p_aso, co­rrer, en fin, porque los bram1do~ s.e. s!lced1an_ co~ más frecuencia, y. el último era mas d1stmto, mas VI­brante que el que le precedía.

Al fin arrojando la montura a un lado del camino dirigiós~ .el gaucho al árbol que había divi.sado, y no obstante la debilidad de su tronco, fellzmente bastante elevado, pudo trepar a su copa y mantener­se en una continua oscilación, medio oculto entre ;:;1 ramaje. Desde allí pudo observar la escena que tenía lugar en el camino: el tigre marchaba a pas.? pre­cipitado, oliendo el suelo y _bramando. co.n mas fre­cuencia a medida que sentla la prox1m1dad de su presa. Pasa delante del punto en que ésta s~ había separado del camino y pierde el ~a~tro; el tlgre se enfurece, remolinea, hasta que div1sa la montu~a, aue desgarra de un manotón, esparciendo en el a1re sus prendas. Más irritado aún con este chasco, vuel­ve a buscar el rastro, encuen~ra al .fi!l la dirección en que va, y, levantando la v1sta, d1v1sa a su p~.esa haciendo con el peso balancearse el algarroblllo, cual la frágil caña cuando las aves se posan en sus puntas. _ .

Desde entonces ya no bramo el tlg_re; acercábase a saltos y en un abrir y cerrar de OJOS sus enormes mano~ estaban apoyándose a dos varas . del suelo sobre el delgado tronco, al que comumcaban un temblor convulsivo que iba a obrar sobre los ner-

vios del mal seguro gaucho. Intentó la fiera dar un salto impotente; dio vuelta en torno del árbol mi­diendo su altura con ojos enrojecidos por la s.ed de sangre, y al fin, bramando de cólera se acostó en el suelo, batiendo sin cesar la cola, los ojos fijos en su presa, la boca entreabierta y reseca. Esta escena h?rrible duraba ya dos horas mortales; la postura v~ole~ta del gaucho y la fascinación aterrante que e)erc1a sobre él la m1rada sanguinaria, inmóvil, del tlgre, del que por una fuerza invencible de atrac­ción no podía apartar los ojos, habían empezado a debilitar sus fuerzas, y ya veía próximo el momen­to en que su cuerpo extenuado iba a caer en su an­cha boca, cuando .el rumor lejano de galope de ca­ballos le dio esperanza de salvación.

En efecto, sus amigos habían visto el rastro del tigre y corrían sin esperanza de salvarlo. El despa­rramo de la montura les reveló el lugar d.e la esce­na; y volar a él, desenrollar sus lazos, echarlos so­bre el tigre, empacado y ciego de furor, fue la obra de un segundo. La fiera, estirada a dos· lazos, no pudo escapar a las puñaladas rápidas con que en venganza de su prolongada agonía le traspasó el que iba a ser su víctima. "Entonces supe qué era tener miedo", decía el general don Juan Facundo Quiro­ga, contando a un grupo de oficiales este suceso.

También a él le llamaron Tigre de los Llanos, y no le sentaba mal esta denominación, a fe. La fre­nología o la anatomía comparada han demostrado, en efecto, las relaciones que existen en las formas exteriores y las disposiciones morales entre la fiso­nomía del hombre y la ele algunos animales a quie­nes se asemeja .en su ·carácter. Facundo, porque así lo llamaron largo tiempo los pueblos del interior; el general don Facundo Quiroga, el excelentísimo bri­gadier general D. Juan Facundo Quiroga, todo :eso vino después, cuando la sociedad lo recibió en su seno, y la victoria lo hubo coronado de laureles; Fa­cundo, pues, era de estatura baja y fornida; sus an­chas espaldas sostenían sobre un cuello corto una cabeza bien formada, cubierta de pelo espesísimo, negro y ensortijado. Su cara, un poco ovalada, es­taba hundida en medio de un bosque de p.elo, a que correspondía una . barba igualmente espesa, igual­mente crespa y negra, que .subía hasta loe; juanetes, bastante pronunciados, para descubrir una volun­tad firme y tenaz.

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/ ~J ~\ JUAN JOSE. SAE.R

Nació en Serodino, provincia de Santa Fe, en 1937. Reside actualmente en Francia, donde ejerce uno de sus cficios, el de profesor. También lo fue en el Ins­tituto de Cinematografía de l.a Universidad Nacional del LitoraL Ha publicado: En la zona (1960), Res­ponso (1964), Palo y hueso (1965), La vuelta compZe­

<ta (.Hl66\ Unid-ad de -lur<-ar (1967), dos nnvpJas e.'X­celentes, Cicatrices (1969) y El limonero real (1974). Su último libro, La mayor (1976), incluye dos relatos largos y un conjunto de textos breves, de donde pro­viene el que publicamos.

EL VIAJERO

Rompió el reloj el vidrio que protegía el gran cuadr.a!lte en el que los números romanos termina­ban en unas filigranas prolijas delicadas lo diseminó sobre el montón de ceniza húmeda que dos noches atrás había sido la hoguera temblorosa que él mismo había encendido

Estuvo acuclillado un momento entregado al tra­bajo pueril de espolvorear de vidrio la masa grisácea y pegoteada de la ceniza después se paró y miró a su alrededor

La Jloviula seguía impalpable lenta adensan­clase pareciéndose más y más a la niebla a me­dida que se alejaba hacia el gran horizonte circula!

Su cara permaneció más dura y mñs tranquila que Sl

la hubiese alzado para mirar la hora en el Big Ben

E.staba te.n acostumbrado a esa llanura que parecía retroceder a medida que él avanzaba que sentía por momentos la ilusión de no progresar se había familiarizado tanto con ella y al mismo tiempo se concebía a sí mismo como un hombre tan resignado y gentil que el hecho de vagabundear por ella desde hacía cinco días su caballo había tropezado

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f{·'' 1"" /'•, · ·r· ¡· ro-~ 9'· lf· 1 . (~_..-¡' ¡' / ·-f· ¡._ . ; ~ . ' . ..J .¡ ~ 1 1 -

' . li ~ en un agujero se había quebrado la pata delan- ~~.· .. 1:,~:•,¡1, tera el hecho de dar vueltas en redondo sin pod-er .• encontrar un .punto de referencia un rancho un 1 i~1 ~-árbol ni la posibilidad de guiarse por las es- lli_ .. j: :

trell.as porque apenas si .había dejado .de JJovi:z.n;~r .· unas horas en cinco días y en todo caso en ningún

. momento el cielo se habí-a despejado el hecho de estar perdido en la llanura sin nada con qué ulimentarse sin hablar otra cosa que inglés sin haber visto nada viviente como no hubiesen sido unos pá--jaros negros rígicios altos en el cielo que emigraban no parecían producir en él nin-gún sentimiento la comprobación serena la desesperación fría la perplejidad

Un momento antes de romper el reloj la perplejidad crec1o un poco descubrir que después de cami­nar dos días parándose únicamente de tanto en tnnto para jadear más cómodo se llegaba otra vez al punto en que la tregua de la llovizna había permi­tido encender una hoguer-a· débil con ra esperarrr<i-~t que alguien divisase su resplandor la perpleji­dad creció un poco instalándose en su cara bajo la forma de una semisonrisa

Nadie había divisado. nada ni la hoguera que había encendido ni las otras hogueras la cara rojiza las ojeras azuladas · los cabellos color za­nahoria rodeando la gran frente y la coronilla calva

el agua implacable las hace relucir

Está otra vez en el punto de la hoguera el reloj de su bolsillo lo rompió los pedacitos de vidrio sobre la ceniza llado

sacó diseminó

acudí-

Se paró y miró el horizonte sabía que se llamaba así

el pajonal no

horizonte gris parejo se extendía hasta el monótono

Le llegaba a la altura de las caderas

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A veces entre las matas había claros estre-chos estrictos un hombre podía tenderse y desaparecer había que estar ahí para saber que existían

Cuando avanzaba las ho¡as hlosas se abrían chas­queando se cerraban por detrás se para-ba se daba vuelta ni rastro de su paso esta-he. . clB<k ..v:uelta no IJ'l1JtaiAI ·ninguna 'diiertn-cia ninguna su lengua su recuerdo decían me he dado vuelta me he dado vuelta no estuve todo el tiempo mirando en esta dirección

No se percibe la más mínima diferencia

Es exactamente igual la lluvia más transparente o más densa ya está más lejos o más cerca del hori-zonte el cielo gris bajo el pajonal no sabía que se llamaba así hasta el horizonte

gris parejo monótono

Razonable y gentil acepto me he dado vuelta estoy en otra dirección ahora giro otra

vez estoy de nuevo en la antigua yo creo persevero Jeremy Blackwood en nombre

de la Compañía establece los puntos cardinales encontrará el saladero

Mlró el montón de ceniza el nloj roto dise-minado siguió caminando

Anduvo un tiempo íncalculable negrura más pareja todavía que el pajonal más densa que la llo­vizna chasquido de las hojas flexibles se hundía hasta las caderas sonaba y resonaba en la men~ ~ ~{ recuerdo durante horas m-cluso y más si se paraba un momento no de)ó grieta el silencio no se pudo colar

Un chasquido seco terminando en una especie de deslizamiento al volver hacia atrás las hojas

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desplegaban ese sonido y lo hacían cimbreante y resonante

Amaneció

Todo sigue ahí 1déntico férreo Impla­cable la llovizna el cielo el horizonte el pajonal

Sé que' avancé la Compañía desde Londres sabe que caminé que avancé veo en el al-ba un punto idéntico a los otros un punto idéntico no el mismo estoy seguro es mi propia palabra contra los pajonales el cielo el horizonte la llovizna

Jadea

Está todo mojado el sacón de cuero retor-cido pegoteado al cuerpo el agua chon-ea

por la cara los cabellos rojos color zana-horia oscurecidos llarneantes

Caminó todo el día voy a parar cuando el agua pare parándose únicamente para jadear llegó la noche y la llovizna

Paró

Se dejó caer hacia adelante sobre los pajonales que :;e abrieron y se cerraron como un látigo

Quedó dormido inmóvil

Al alba únicamente el sueño se desplegó un abanico fosforescente vio Londres flo-tando iluminada como una catedral transpa-rente Londres ladrillos rojos el ruido de los coches de los caballos resonando sobre el em-pedrado gritos de comadres de ventana a ven-tana mercados pirámides truncas de to-mates pescados blandos blancos abiertos como en los mostradores de las pescaderías reses rojas mu¡eres cangrejas todav~a vivos arrast:-:indose

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L.

impúdicas descuartizadas sus senos manchados de pecas entre los vendedores ambulantes

prostitutas mostrando chicos corriendo

la música de elevándose por las tabernas y de los mendigos ciegos

encima de la muchedumbre

Se despertó inmóvil la cara aplastada contra los pajonales se movió un poco los ojos todavía cerrados la sonrisa deshecha por la posición y por el estremeCimiento

Llegaré al saladero porque la Compañía me eligió digno honrado predestinado Jeremy Black-

wood pelirrojo y gentil con la razón y la memoria de su parte para vencer la tentación de lo idéntico de lo inmóvil

Bendita sea Londres

Bendita sea la muchedumbre que camma por sus ve­redas benévolas

Bendita sea la luz que sale por las ventanas de sus casas

Benditos sean el ruido y el color de las ciudades

ú eremy se sentó despacio mento con los ojos abiertos

se quedó un roo­orgullosos

Baja la cabeza y ve otra vez el montón de ceniza negruzco los fragmentos de vidrio diseminados el reloj roto abierto el gran cuadrante circular en que los números romanos ter-mman en unas filigTanas prolijas delicadas

Gloria

A las viajeros ingleses y sobre todo

Gloria

A Jeremías Blackwood que no dejó m rastro de su v1a¡e

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CAMIL:\ O'GORMAN

(Crór:::;; d,· 26 d~ Jgosto ác 1 S40)

EN medio c.i: 1:: monotonía dc !J Yida de los pueblos. ocurr.:r. <i' tJrd, en tarde sucesos ruido­

sos qul' turbJr. 'i cs:mia: \' dcspicrtJn a mil!Jrcs

de leguas b ct:rtosi¿ad. por aqudb secretJ simpa·

tia de los hom:-~cs. que s.: reconocen todos com­

prometidos pe:- los mismos atentados. alarmados

por el estallido de pasio:-~es qu.: so:-1 idénticas. pues que nacen de si:uaciones ar.álogas. Ha seguido el mundo con ;¡;·id.:;: !Js p.:ripeci;¡s de la cau:;a de

i\íme. Lafargc: conmo\·idose con el atentado del

duque Praslir:. e el más tenebroso aún del p:tdre

Lcotade. porque ha\' u na nec~idad del corazón que hace in tercsario por el triunfo de la justicia que reprime lJs p;::siones crimi!l_;¡_ks. que descubre los rJstros qu,;o par2cian borrados del camino que

llevó el crimen: en fin. e! sentimiento moral del hombre descansa cua!ldo \·e J esa providencia hu·

mana que se lbma lJ justi~ia. alcanzar a los que contaban sustraerse a sus golpes.

Sugiércnos estas id::;:5 el examen de un pequeño

opúsculo que h:1 caído en nuestras manos. con el

]) . r.

OtiTt<A- ~.lA 5 "~ CO(eccr'cir¡ 6r4 nclt7r

A~fnf/nc»/ ttTff"r> V, /?>r. 4.r. / ;:J_.q CK.roh / sjF

CO.\'TR.tl ROS.·\.<

título de Asesinato de Camila O'Gorman, en el cual se contiene la relación de un hecho aconce­

cido en Buenos Aires hace pocos meses y que ba engrosado lJ lista de los grandes críl7!cnes de que

J;¡ prensJ da cuenta con frecuencia. Pero al leer

sus páginas sucede todo lo contrario de lo que

en los casos antes citados. El corazón se siente

oprimido; el sentimiento moral se cree descrvido.

y la justicia humana ·que en otros casos nos pa· rece una Providencia por su sagacidad, sus pes· quisas y su adivinación. esta vez se presenta como

un verdugo, y no sabe uno decir quién es el cri·

minal. si el juez o el acusado. distribuyendo sobr,·

uno y otro la sensación de horror que inspiran. Saben todos que Buenos Aires goza de tranqui­lidad, de movimiento comercial. y de grande ani·

mación en todas las transacciones de b vida. El extranjero que visita aquella ciudad, el europeo

que desembarca, el negociante que especula, todos están de acuerdo en decir que su estado es bueno.

tranquilo. excelente para los negocios de la vida: pero hay debajo de aquellas exterioridades, cosas que requerirían años de obscn'J(ÍÓn para aprender a discernidas. Por ejemplo, los médicos notan· que la tisis pulmonar hace progr~sos espantosos en aquella ciudad. sin que haya causa aparente que la desenvuelva; y el que penetra en el interior de las familias, sabe que hay ccnte:1ares de locos, es· condidos, ocultados cuidadosamente a las miradas

del público. Estos locos son o anciJnos cansado"

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98 no.\í/,\'(;0 f.J,USTINO SIITI.,\1/ENTO

de la vida, o jóvenes llenos de ardor en· un tiempo y que cayeron repentinamente en una especie d~

estupor o de embrutecimiento. Las escenas terri­bles de que han sido testigos, las emociones es­pantosas que han experimentado, y la falta de esperanzas. los han sumido en aquel anonada­miento; en cuanto a la tisis, creen los facultativos que procede igll4lmente de afecciones del ánimo, de miedo continuo, del esfuerzo permanente de disimulo; pues que las pasiones humanas rompen el vaso que las contiene cuando no pueden salir al semblante y evaporarse. Otro tanto sucede con los hábitos domésticos. Las familias se recatan unas de otras; los jóvenes apuestos huyen de la sociedad que preferirían, pero que puede compro­meterlos; y después de diez y ocho años de educa­ción por el terror, por las escenas más pavorosas, el público ha aprendido, al fin, a manejarse. a dominar sus inclinaciones, a reprimir toda mani­festación exterior, a componer los músculos del semblante, a sofocar la emoción en el corazón m1smo, de manera que nadie pueda penetrar en aquella corteza exterior. Hay más todavía, y es que los extraños observarán cierto calor en el de­cir. cierta ostentación de entusiasmo y de contento, que por ser exagerado y sin motivo, muestra que es el último esfuerzo de la disimulación.

Si acudimos a las cartas de Buenos Aires, vese la misma compostura, el mismo arte; puede su­ceder en Buenos Aires la cosa más espantosa, más

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CONTRA ROSAS 99

más irritante, seguro de que entre mil que salgan en el mismo día del suceso, no

dos en que se dé noticia de lo acontecido. es peor la prensa. El que recorra siete

de La Gaceta, siete años del Diario de la · arde, y siete años del British Packet, se espanta-

de observar que aquellos diarios son unos ca­que hablan; unos autómatas que se mue­

los tres a un tiempo por un resorte misterio­el mismo lenguaje, las mismas palabras, y la

materia en los tres, en el mismo día y a la ;¡:;lll~'" hora: y de todo lo que los tres dicen, jamás

el curioso el más leve indicio de lo que pasa Buenos Aires, en la sociedad, en la calle. Cual­

~--'--- que lea los diarios de Chile en este momento California o en Pekín. por poco que siga el rno­

de la prensa, sabrá quiénes son los di­

los escritores. los partidarios de éste o los fines de cada uno, sus amigos, sus me­

sus esperanzas, sus defectos y hasta su his­De la prensa. de las cartas y de los sem­de Buenos Aires, jamás el extraño obten-

nada que revele el estado de la sociedad. ·' Hemos necesitado recordar estos antecedentes,

trazar algunos lineamientos del paisaje en va a desenvolverse el crimen de Camila O'Gor­

que ha hecho helarse de horror aquella ciu­no por el crimen mismo, sino por el castigo

sufrió. La señorita doña Camila O'Gormán ía a una familia distinguida de Buenos

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100 D0/.11/JGO FAUSTINO SARMIENTO

Aires; era linda, bien educada, joven, cantaba y ejecutaba en el piano con arte, y vivía en una de las calles más decoradas de tiendas de lujo, cir­cunstancia que en aquella ciudad, en que se pasea por el comercio todas las noches, debía darle al­guna notoriedad. Su padre es un sujeto respetable, de modales finísimos, esmerado en el vestir, y muy europeo en sus costumbres. lo que debía hacerlo naturalmente el blanco de las antipatías de aque­llos que tantas manchas de lodo o de sangre han echado sobre el fraque. el peal del pantalón. el com del chaleco. la barba o el pelo, objeto de persecución, no ha mucho de parte de la política.

Visitaba la ca54 del señor O'Gormán un clérigo Gutiérrez, joven. lleno de atractivos y de blandu­ra, cuyas dotes le habían merecido la estimación de la familia. Pero, a causa de aquel estado for­zado de la sociedad, de vicio secreto y oculto que gangrena y daña las relaciones. la joven Camila es seducida por el joven clérigo, y en la desespe­ración de remedio para situación tan vergonzosa, quiin sabe si obedeciendo a alguna de esas vívidas ilusiones que pasan por el alma de los enamorados. ambos fugaron de Buenos Aires. anduvieron erran­tes por los campos. fué el sacrílego esposo maestro de rscuela para vivir. hasta que reconocidos y de­latados, fueron transportados a Buenos Aires, cir­cunstancia que atrajo y vivió la curiosidad pú­blica.

Al día siguiente a las diez del día, se mandaba

CONTRA ROSAS 101

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102 DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO

Añádase a esto, que acompañaron a la muerte de aquellos infelices. detalles que despedazan el corazón. La guarnición de Santos Lugares, en­cargada siempre de ejecuciones iguales, habituada siempre a matar a quien se le ordena, tuvo esta vez horror de sí misma y el oficial contestó sin saber lo que se decía: "que me maten; pero yo no bago lo que me mandan". Fué preciso avisar a Rosas, prolongar la expectación, y que llegase nueva partida de soldados. Al clérigo le desolla­ron las palmas de las manos y la corona. práctica que ya se había observado con otros cu¡¡tro viejos curas y canónigos degollados en Santos Lugares. En el momento del suplicio, el cura criminal fla­queaba; y teniendo los ojos vendados, preguntaba oyendo pasos cerca de él. "¿quién está conmigo?"

-Yo, le contestaba una voz que por mucho tiempo había sonado dulce a sus oídos: "¿qué tienes miedo? Yo estoy tranquila: me han bautizado a mi hijito';. Esta pobre víctima de una pasión. se había echado el pelo hermosísimo sobre su rostro, para ocultar quizá el rubor tan natural en una mujer; y la madre al sentir arnartillarst los ga­tillos de los fusiles, encogía el cuerpo, como para evitar que alguna bala fuese a matar al hijo que palpitaba en sus entrañas. Los soldadas de don Juan Manuel de Rosas, son hombres al fin; uno cayó desmayado al disparar su fusil; otros v~l­vieron la cara haciendo fuego a la ventura, y mn­guno acertó a herirla en la primera descarga. En

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CONTRA ROSAS 10::

1a segunda de ocho tiros, uno hirió en un brazo . a la pobre señorita que dió un grito. Al fin la piedad se despertó en aquellos corazones embru­

. dos, y a la tercera la despedazaron a balazos. Estas escenas bastarían para hacer morir de mie-

do a la mitad de las mujeres de Santiago si las ,., .. ,,(!.,,,,· sen. Allí no sucede eso. Después del acon­

...... ·~·~ .... nto veíanse las tiendas llenas de gente, ha­de cosas indiferentes; a veces risotadas tem­

'''-'--·---s. descompasadas, daban a aquel juego de ítson.or:m<ls un aire infernal, corno la risa de Otelo

se descubre engañado; y al día siguiente, as que querían instruirse de lo ocurrido, no

quién conociese los detalles; habían algo, se decía que habían fusilado a unos ales... Porque así está educado Buenos Ai­

Cuando una familia tiene miedo, sale a la ca­para mostrar que no tiene culpa; cuando re­

la noticia de que un deudo ha muerto o sido lado en la guerra, da un baile para mostrar

reniega de su propia sangre. ¿Qué había po­motivar aquel exceso de rigor sobre una niña

hasta donde no puede llegar otra en su po­social. ser madre de un hijo sacrílego? ¿Y un cura perdido en la opinión? ¿Era celo hasta el fanatismo por la religión y la me­

Pero en su sociedad íntima de Palermo ad­Rosas a la barragana de un sacerdote, del

or Elortondo, bibliotecario, sirviendo este hecho base a mil bromas cínicas de su tertulia. Los

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104 DO~I/1\"GO FAUST/NO SARMIÚ'TO

que creen conocer los resortes que mueven su alma suponen que los móvilts de aquella ejecución era~ de una naturaleza es¡xcial. Hacía algún tiempo que la mansedumbre dt la policía había dejado ir desapareciendo poco a poco la cinta colorada en el pecho y en el sombrero aun en los mismos fede­rales. Niñas muy apuestas y de tertulia de Ro­sas, osaban presentarse en público sin moños co­lorados; los chalecos dt rojo vivo que eran, ha­bían degenerado en pnnzó, en negro con listas coloradas, en color castaña, y últimamente hasta

en negro. y en colores vivos sin mezcla de colorado. En presencia del negociador Lepredour se habían llevado ciento ochenta ciudadanos a la cárcel. por encontrárscles en la calle in fraganti delito de no tener la cinta colorada. Es claro que la autoridad necesitaba remontar un poco los espíritus olvida­dos de la mazorca. era preciso dar una lección a los jóvenes. que llegaban a la virilidad, desde 1840 adelante; en ocho años de seguridad hay tiempo de olvidarse de que hay una autoridad que quiere ser obedecida en cosas un capitales y gloriosas co­mo el trapito colorado. Créese que el apellido de O'Gorm.án, sus aires de caballero. sus maneras eu­ropeas. extranjeras. entrJ.ban en algo para hacerle aquella afrenta. En fin. la circunstancia de ser un clérigo criminal. le dab~ al acto algo de picante, de novedoso. castigando al sacerdocio por pasiones puramente humanas, que no provienen del minis­terio sacerdotal. ¿Quién ha podido ser indiferente

tsrar·-:rm

CONTRA ROSAS 105

aquel suceso? ¡una niña cumplida, un clérigo. un · fusilados son cosas que se quedan honda-

nte grabadas en el espíritu! Y luego, la revolu-europea se sabe en Buenos Aires: muchos leen

extranjeros: ¡el espíritu de insubordinación es contagioso! ¡Qué momento más oportuno para

ar uno de esos golpes sobre el corazón, que refluir la sangre y el alma a las extremidades

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LO QUE A ROSAS DEBE LA :\1v1ÉRICA DEL SUR

( Proarrso de 1 3 ác junio e EL articulo que del Times transcribió El M cr­

curio de ayer. muestr;J. que al fin penetra por ente­ro en Europa y en sus gabinetes la horrorosa ver­dad en cuanto al sistema atroz de don Juan Manuel Rosas. ¡Cuáles no deben ser las amarguras y la humillación que sufren sus satélites al leer diariamente ese grito unánime de execración que de tod2s partes cae sobre sus cabezas~ La prensa de Chile está hoy dividida en espíritu. objetos y fines cnteramer. te opuestos: pero cuando tiene que nombrar a Rosas. el voto es unánime, la maldi­ción común.

"Si nuestro objeto. dice El Times. fuese mera­mente excitar el horror y la indignación del pú­blico, tanto en este país. como en el resto de la EuropJ, haciendo una relación de las atrocidades a que ha dado lugar la guerra civil en la América

del Sur, no nos faltarían materiales con que exten­der el largo catálogo de crímenes que pusimos delante del público en otra ocasión; y podríamos

CONT Rrl ROSAS :1!1

fácilmente demostrar también. que semejantes actos de barbarie, sin ejemplo en el mundo, justificarían ampliamente, no sólo una vigorosa intervención. sino también el condigno castigo de sus autores. Pero ningún deseo nos anima de demorarnos sobre los horribles detalles de estos sangrientos conflic­

tos, o de manchar nuestras columnas con la men­ción de crímenes que es imposible narr;¡r en el lenguaje más llano posible. sin acusarnos de exage­ración. La manera como se han conducido estas

·guerras es increíble para la Europa civiliz;~da. Se­mejantes atrocidades pertenecen a un estado salvaje e imperfecto de sociedad"-

¡He aquí el lenguaje de los diarios c.: Europa. y los juicios que don Juan Manuel F,osas hace

recaer sobre la América del Sur entera! :Esto es lo que ella le debe por su americanismo lr-roico al ilustre defensor de la independencia americana! ¡No! En nombre de esa América del Sur tan des­preciada hoy en Europa. debemos decir que no es ella la que ha cometido esas atrocid~des sin nombre

'· ni ejemplo en la historia: que no es un pueblo el que ha hecho del degüello un sistema de ejecución: que no es un estado americano el que castra a los hombres antes de degollados.; el que hace arrancar la lengua con tenazas al que se ha quejado: es un hombre, es Rosas quien ha ordenado todos estos atentados: que tiene un cuerpo de

-~ asesinos organizado para cometer delitos: quien ha ., ... dado a sus generales instrucciones para ultrajar la

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!Jn.u·:c.o FACST/.\"0 SMI.,\flf.'.'TO

naturaleza humana antes de destruirla. Es un hon:¡. bre solo el responsable de esos crímenes que tienen rspantado al mundo: lo son sus colaboradores 1

• os que prestan r su nombre a las exigencias de aquel malvado. 1 a tenemos en Chile preso a un ciuda. d_ano porque quitó de la vista ese lema sanguina­no con que se propone familiarizar a todos con 1 - a Imagen de la muerte y del crimen. Don Bzddomero García debe estar muy satisfecho de su obra; un día podrá presentarse a la faz de sus conciudada­

nos y de la América entera. y levantar alta, bien alta la frente. y decir lleno de orgullo: "Yo, ser­vidor fiel de Rosas, llevé a un estado libre y cons­titucional este moral. civilizador, decente letrero:

i M urran /os sall-a_ics. a5querosos, inmundos unicarios!

Yo lo hice pascar orgullosamente por las calles de la culta Santiago: y si un miserable tuvo la osadía de quitarlo del pecho a un lacayo mío, ese miserable expió su osadía en los calabozos donde exigí que se le hiciera podrir para lavar la mancha del lema". ¡Y a don Baldomero los hombres hon­~dos del mundo. de Chile y de todas partes. le golpearán las manos. y aprobarán acción tan digna y meritoria!

Sabemos que el enviado de Rosas en Chile reco­mienda al gobierno que modere el desenfreno de u prensa, sin duda por amor a las instituciones liberales. Pero el enviado debe haber observado que personas dignas de toda consideración, ciuda-

··:·:·~:=----····~~········· ··,·.· ...... • --·.··~·-·····- .... -.. -_._..-.. _ ..... .

CONTRI\ ROS.U fil

chilenos que no se han hartado de .críme-

d gre como el gobierno que lo envta, son '! e san S d la virulencia de la prensa. uponemos e -

1 nviados de Rosas cerca de los gob1ernos os e U .d

. . Inglaterra. Francia. Brasil y Estados m os, . ¿· · a aquellos gabinetes que enfrenen la prensa, .·.pe tran -

:.. 1 ha enfrenado Rosas, como enfrena sus 'romo a . . 'eaballos. los azota, los VIste de c?lorado. El go-~'bierno puede aprovechar esta fehz coyuntura. y r d' las cámaras que enfrenen la prensa. porque , pe 1r a 11 . · 1 fa don Juan Manuel Rosas le dis.gusta el bu IClo, e

lciamoreo de la prensa. y no qmere ser pertur?ado. . rEz Times, como El Progreso, com~ ~l N~czonal.

-;,~eStán prontos a obedecer a estas mtlm~c!Ones y ·:,iaun nosotros recomendaríamos al gob1er.no de · Chile que pidiese al enviado de B~enos Aues un \'proyecto de ley sobre libc.rtad de Imprenta, pues , que un gobierno tan expenmentado como el suyo.

debe ser consultado en materia tan grave. y a. lo ·'- han visto, durante diez años no se ha cometido 'i'.en Buenos Aires el menor delito de imprenta, no ·{('~e ha hecho reproche ninguno al gobierno. no se

~.: ha insultado sino a la Francia. a la Inglaterra. a . ·. los salvajes unitarios. a los tiñosos franceses; Y

. hoy sólo se insulta al BrasiL ¡El señor don Baldomero se quejará. sin ~uda,

de que lo nombremos; pero estamos en nuestro derecho, y no nos hará meter en un calabozo por haberlo nombrado! Si le agnvia que le recordemos

·'.L de vez en cuando que es el enuiado de Rosas. como . -... ··:·:;,. :-;;_

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I>OM f.\ C. U 1.-\VST/.\'0 ~.-\U,\I/LS10

no es delito ser enviado de Rosas. el Jury. que es nuestro único juez en la tierra. no nos hallará tan delincuentes. Y quizá don Baldomero halle que hay justicia retributiva en las pequeñas desa­zones que nuestra mención le cause. por la prisión que ha impuesto a un compatriota suyo. a quien hace gemir en un calabozo. ¡Después de la de Dios Y la conciencia. ha y otra justicia en la tierra: la prensa. y esa castigará al verdadero delincuente~

SIGNIFICADO DE LA INTERVE EUROPEA

( Pro9re.>o de 1 8 de ~gasto

EL numero 34 del Tiempo tr e algunas obser­vaciones sobre la intervención e la Francia y de la Inglaterra en el Río de la lata. Para ser com­prendido, El Tiempo pon estas tres premisas: "dos cuestiones se agitan n las orillas del Plata. dos guerras tienen lug simultáneamente. Hay dos cuestiones, una en re dos naciones, otra entre dos partidos político de una misma nación: una entre orientales y a gentinos. y otra entre federa­les y unitarios. os guerras. una entre Rosas y Montevideo, gu ra exterior. y otra entre Rosas y Paz, guerra in criar. U na cuestión internacional. y otra civil: na guerra exterior. y otra interior".

El cuida que El Tiempo pone en hacer esta muestra cuán necesaria la considerJ

para sos ncr su tesis. Nosotros preguntaríamos. rgo. si esta distinción es real y acreditada

hechos, y si ambas no forman parte de un o todo. como los sólidos y líquidos del cucr­

¿Cómo separa El Tiempo JI ex pre-

·~.· ·.·:- •,• .....

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11 A-IV S !LL4 1 L. V

· ft/TI{E No.f. étA-UJEtZ!tf del :JvEvt'f //

6.r. lls., [¿ LLt'f,41Víé- Bt.A-11/éo ¿coo /

AL SEÑOR DON ÜV!DIO LAGOS

Artimañas de caudillo

T odos estos días, las últimas veces que hemos conversa­do hemos estado, me parece, un poco serios sino en la forma, en el fondo; y apostaría que ustedes han critica­

do lo uno y lo otro. La crítica oral es así, cierta crítica, bien entendido. De mo­

do que, si hubiera de compararla a algo, la compararía a la prensa, valiéndome al efecto de algo que decía últimamente un personaje político, refiriéndose a una conversación con el célebre hombre de estado húngaro Tisza, en cuyos labios po­ne estas palabras:

"Confieso que, aunque esté habituado a las injusticias de los diarios, sus últimos ataques me han hecho efecto ... En su guerra de tendencia ii outrance, han penetrado hasta en mis intenciones, que no conocen ni con mucho."

Contesto, pues, aquí, a la insinuación anónima que he re­cibido, que no digo a humo de paja lo del principio: que no hay que ver alusión en ninguna de mis dedicatorias a no ser que pretenda que tengo tan mal gusto como esos dueil.os de casa, por fortuna poco abundantes, que reservan sus disputas matrimoniales, sus reyertas con los parientes o sus increpa­ciones a los hijos y a los criados, para cuando tienen gente a comer.

No, cuando yo pongo "al Seil.or don ... ", entiendo que ha­go, pura y simplemente, acto de predilección o de galantería,

1 enviándole, virtualmente, este mensaje amable: espero que se divertirá un momento y que, por lo menos, la intención me valdrá para merecer su indulgencia, al juzgar mis aptitudes

: de artista en filigrana de palabras, más o menos burda. O O O:~ '7 Sólo teniendo un ojo capaz de ver volar una mosca a mil

! mPtros rlP rlist;mci<'l. SP mJPnP <'ltrihuirmP otra intención. Ahora.

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520 Lucio V. Mansilla

con relación a lo que pueda haber de enseñanza útil o de tiempo perdido, en mis elucubraciones, eso ya es cuento aparte. Me dirijo a todo el mundo y, en este caso, si hay ofen­sa, contesto con el proverbio francés: ce qu'insulte tout le nwn­de, n'insulte personne.

Es exactamente la misma situación en que se encuentra el autor dramático frente al público. Se dirige a todos los concu­rrentes y a ninguno, y aun suponiendo que todos a una grita­ran desde los palcos y lunetas "no es verdad", queriendo así cada cual, si se encontraba retratado, tapar el cielo con un ar­nero, la verdad no por eso dejaría de ser. Porque no es que la verdad sea eterna, ni sempiterna, ni vieja, ni nueva, ni axio­mática, ni convencional, sino porque la verdad está en la con­ciencia y es como el filo de la navaja, que cuando se siente es porque ha cortado.

Así, pues, tengamos, como se dice vulgarmente, la fiesta en paz, y dejémonos de ver ilusiones, epigramas y sátiras, donde, cuando mucho, lo que puede haber es una sugestión o un apólogo con la etiqueta más inocente de todas; con una dirección parecida a aquella del gallego que va al correo en busca de una carta que reclama preguntando inocentemente: ¡si no habría para él, noticias de su padre!

Y hecha esta prevención, a guisa de exordio o de aperiti­vo, vamos al negrito Matías, que le cebaba mate a don Juan Manuel, siendo a la vez su jockey criollo, negrito gaucho y ji­nete, como desde luego se comprende, y de confianza, como son casi todos los negros, yo no sé por qué. Y aquí les confie­so a ustedes que querría que algún sabio o refranero me ex­plicara el origen de este dicho: "Me ha hecho quedar como un negro", como sinónimo de "me ha hecho quedar mal", sien­do así que a mí, los únicos que me han hecho quedar mal, en este mundo, han sido los blancos ... y uno que otro mulato.

Don Juan Manuel, he dicho, y el lector del país, nacional o extranjero, no necesita que le diga que estoy hablando de Rozas. Mas como estas letras pudieran ser vistas por gente foránea, de esa que confunde el Río de la Plata con el Brasil, hame pa­recido necesario poner ese punto sobre la i, y ya está puesto.

l ENTRE NOS 521

Era allá por los tiempos que un historiador de grandes ín-fulas no diría simplemente como yo, en que se formaba, sin que nadie se apercibiera de ello, el que más tarde debía ser al­go como un señor feudal, y poco después Restaurador de no sé qué leyes, Señor de vidas, famas y haciendas, y jefe supre­mo, una calamidad, que a mí no me alcanzó, pero que alcan­zó a otros, y que, como filósofo y como pensador, no puedo dejar de calificar de abominable aunque mis sentimientos personales sean los que ya les he explicado a ustedes otra vez. El corazón es una cosa; la cabeza es otra; y aquí, no siento, ra­zono, y no soy quizá severo como debiera, porque ese hom­bre tenía la sangre de los míos y fue bondadoso conmigo.

Pues don Juan Manuel estaba en una de esas estancias, y era día de yerm, y ésta debía tener lugar en uno de los pues­tos más lejanos.

Amaneció, se levantó y ensilló personalmente su flete al mismo tiempo que el negrito Matías ensillaba el suyo.

Aquel hombre era tan sistemático y tan calculador en cier­tas cosas, que no se concibe que no lo fuera en otras; y han si­do mediocres observadores los que han llamado locuras de Rozas a algunos actos suyos, mirándolos exclusivamente co­mo acciones inconsideradas o extravagantes, siendo así que eran deliberados y que, en el momento en que se producían, su efecto no era contraproducente, dado el medio en que el personaje histórico actuaba.

Yo me acuerdo, no obstante que era muy niño entonces, de una época en la que una pandilla numerosa de sobrinos íba­mos los domingos a su casa, del modo infalible como él nos despedía, no siendo todavía caudillo formidable. A cada uno de nosotros y uno por uno, nos daba tres cosas, y al dárnosla nos repetía lo mismo, cuando le llegaba el turno a una de ellas, que era un magnífico retrato de Quiroga, litografiado. Las otras dos consistían en una docena de divisas coloradas,

j nuevecitas, y un patacón en plata blanca. Las divisas debían o 0L1? s hac~rnos el e~ecto ~e las banderillas al tor~; la m~neda _~o " r- ... cornente debla fascmarnos; y el retrato tema que lmpreslü-t narnos mucho. Primero, por el aspecto del hombre, que era

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522 Lucio V. Mansilla

imponente, con su cabello negro, tupido, su cMa encuadrada en el marco de unos bigotes retorcidos y una patilla hirsuta, que cortada en la barba, formaba como una U, con unos ojos como cuentas de azabache, que parecían salirse de sus órbi­tas y comerse a los muchachos, ése era el efecto que nos ha­cían; con su dormán adornado de cordones y alamares, y lue-

.ilr. -:J go porque siempre al ponerlo en nuestras manos (las paredes :~ de nuestros cuartos estaban profusamente adornadas con el ; retrato) no faltaba esta prevención:

~-"]:

:::. -.. Tome sobrino ese retrato de un amigo que los salvajes unitarios dicen que yo mandé matar.

Locuras de Rozas ... ¿no es así? Y ¡qué locura había de ser, cuando todavía hay quien sostiene lo que no creen ni los deu­dos de Quiroga, ni yo mismo, a pesar de las opiniones que us­tedes me conocen, sugestionado quizá por aquella indeleble impresión infantil!

Decía que era tan calculador y sistemático, que antes de sa­lir .Je las casas, le dijo al negrito Matías cuidando él mismo, al parecer, de lo que le prevenía:

-Vea si está bien atado su lazo a los tientos y bien apreta­da la cincha.

-Sí, patrón -contestó Matías. -Bueno, vamos -dijo don Juan Manuel; y montar y partir

fue todo uno. -Es tarde, apúrese amigo -añadió, y le dio un rebencazo a

su caballo, y cortó el campo como una exhalación y enderezó a un vizcacheral, y allí rodaron peón y patrón, saliendo am,;. bos parados ... Y volviendo a montar de salto, con su destre­za proverbial, prosiguió: -¿Sabe amigo que no lo creía tan gaucho?, así que volvamos a las casas, le voy a regalar un arreador con virolas de plata.

Llegaron al puesto, la yerra había empezado; todo era ani­mación y algazara.

Don Juan Manuel habló con el capataz, se apeó, tomando su caballo Matías, fue, vio, se enteró de los animales que ya l

ENTRE NOS 523

habían herrado y como cuadrara la ocasión de echar un pial, "Deme mi lazo, amigo", le dijo a Matías, a lo cual éste repu-

so sorprendido: -Seflor, aquí no está su lazo. -¿Cómo es eso? -No está seflor . Don Juan Manuel, entonces, pegándose con la mano en la

frente, tratándose de animal, y como cayendo en cuenta ex-

clamó: -¡Ya sé!, ¡estaba mal atado a los tientos y se me ha de ha-

ber caído en ese vizcacheral donde rodamos! Vaya, amigo, búsquelo, y tráigamelo; ¡caramba!, y yo que venía con tanta aana de trabajar un poco y de divertirme. 0 Por supuesto, que mientras Matías iba y volvía, no dejó de suceder lo que es común, que algún peón se presentara di­ciendo: "he perdido mi lazo", lo que podía ser casual, o una compadrada, para no seguir trabajando; a lo mejor con fcltiga, porque en una yerra un peon sin lazo es lo mismo que en una batalla un combatiente sin armas.

Díjole don Juan Manuel con los mejores modos que era un zonzo y que merecía una soba.

Matías volvió, habiendo efectivamente encontrado el lazo de don Juan Manuel en la vizcachera.

-¿No le decía? -exclamó éste en el acto al verlo, ordenán­dole: -Dóblelo y deme veinte lazazos, bien pegados, por mal

gaucho. Y esto diciendo se acomodaba y le presentaba lo que uste-

des comprenden. Y Matías, ¡nada!, ¡qué se había de atrever abatirle el cobre

a su patrón! Pero don Juan Manuel lo obligó a hacerlo, y allí pública-

mente, en medio de los suyos, que hacían este comentario, llenos de asombro: "dicen que es por mal gaucho", se hacía dar veinte azotes, y no pro fomzn, sino de veras porque, no siendo fuerte el primero, díjole a Matías: Vea amigo, que si no pega como es debido, yo le voy a pelar a usted bien la cola pe-

gándole quinientos.

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524 Lucio V. Mansilla

Naturalmente, que después de don Juan Manuel le tocó su turno al primero que perdió el lazo corriendo a un toro, y des­pués a otros, y que a los dos o tres azotados ya nadie lo per­día, y que en otras yerras sucedió lo mismo no perdiendo don Juan Manuel el suyo, pero sí siendo azotados varios peones por haberlo perdido o por cualquier otra causa; porque ¿quién podía escandalizarse de que le dieran de azotes a 1io Juan o a 110 Pedro, si ya el mismo don Juan Manuel había re­cibido una felpa por mal gaucho de manos del negro Matías?

Y los paisanos, que tienen como proverbio que la ley que es pareja no es rigurosa, no caían en cuenta de que don Juan Manuel azotaba a quien mejor le parecía, por quítame allá esas pajas.

¿Locuras de Rozas?, ¡no! Cálculo. Y "el que hace un cesto hace ciento" y corno lo que pasó es

sabido, es el caso de repetir una vez más: e' est le premier pas qui coÍL te.

00030 ' ..;pu n te~;:;l! Nint .com.ar

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·¡·:¡ Ja, ata)la, mlolra ol·a,' ·Que lo ataje el diablo! 'ó en a ca e s · 1 • u cuantas negras

. . . El tropel y vocifena era mfernal. nads l . . oyen-.\: . . t d en hilera al borde e zan)on, ; \ achuradoras, sen a as . agazaparon entre las panzas : ,\püpe_ do el tumulto se acogleron y devanaban con la paciencia

:,•._lf:·, ·o.· ... u' y tripa~ que desenred.aba:uJa las salvó, porque el animal de :t:enelop~, lo que s~n fido aterrador, dio un brinco ses-

~ , lanzo al m1rarlas un u · _ or los jinetes. Cuen­gado y siguió adelante pe~seg~¡doc:maras· otra rezó diez tan que una de ellas se ude pe rometiero~ a San Benito

1 dos mmutos, Y os d sa ves en . . llos malditos corrales y aban onar no volver Jamas a aque N sabe si cumplieron la el oficio de achuradoras. o se

promesa. hacia la ciudad por una larga - El toro, entretanto, tomóde la unta más aguda del rec­y angosta calle que parte . t p alle encerrada por una tángulo anteriormente descnp o, l~aman sola por no tener zanja y un cerco de tunas, quen cu o aposado centro ha­más de dos casas laterales, y e t m:ba de zanja a zanja. bía un_ pr~fundo panta~eo s~~~la~ero, vadeaba este panta~o Cierto m~les, de vuelta en un· caballo algo arisc_o, y, sm a la sazon, paso a paso, "lculos que no oyo el tro-duda, iba tan a?sorto _en _sus . ca ando el toro arremetía pel de jinetes m _la gntenae~~~os~ucaballo dando un brin­el pantano. Azorose de rep d . do al pobre hombre hun-

chó a correr e]an co al sesgo Y e · f ' Este accidente, sin embargo, dido media vara e_n el ango. d los perseguidores del to-no detuvo ni freno _la c~~f=~~o ~arcajadas sarcásticas: "Se ro antes al contrano, s . " -exclamaron cruzan­a~oló el gringo; levantated gnngobarro bajo las 'patas de

t 'u amasan o con do el pan ano, J. . o Salió el gringo, como pu-sus caballos su mls~rable ;ue::n .la apariencia de un demo­do, después a la onlla, mas del infierno que un hombre nio tostado por las _llamdals t al grito de ¡al toro!, cua-

l . . bio Mas a e an e, blanco pe nru . tiraban con su presa, se tro negras achuradora~ q~e se :e agua único refugio que zambulleron en la zanJa ena e , .

les quedaba. . de haber corrido unas 20 El animal, entretanto, despues

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'EoiZvt-tZI<ÍA ¡' r;;.'~ ~ ;¡. ¿í:J{-,.~tc/7-i VA. ét. M~-:¡ A i>'ftti!l#~ 8~ /]!". / K,4Pét.VSZ/ ¡;J/3 /

cuadras en distintas direcciones azorando con su presencia a todo viviente, se metió por la tranquera de una quinta, donde halló su perdición. Aunque cansado, manifestaba bríc y colérico ceño; pero rodeábalo una zanja profunda y un tupido cerco de pitas, y no había escape. Juntáronse luego sus perseguidores que se hallaban desbandados, y resolvieron llevarlo en un señuelo de bueyes para que ex­piase su atentado en el lugar mismo donde lo había co­metido.

Una hora después de su fuga el toro estaba otra vez en el matadero, donde la poca chusma que había quedado no hablé).ba sino de sus fechorías. La aventura del gringo en el pantano, excitaba principalmente la risa y el sarcasmo. Del niño degollado por el lazo no quedaba sino un charco de sangre: su cadáver estaba en el cementerio.

Enlazaron muy luego por las astas al animal, que brin­caba haciendo hincapié y lanzando roncos bramidos. Echá­ronle uno, dos, tres piales; pero infructuosos: al cuarto quedó prendido de una pata: su brío y su furia redobla­ron; su lengua, estirándose convulsiva, arrojaba espuma, su nariz humo, sus ojos miradas encendidas.

-¡Desjarreten ese animal! -exclamó una voz imperio­sa. Matasiete se tiró al punto del caballo, cortóle el garrón de una cuchillada y gambeteando en torno de él con su enorme daga en mano, se la hundih al cabo hasta el puño en la garganta, mostrándola en seguida humeante y roja a los espectadores. Brotó un torrente de la herida, exhaló algunos bramidos roncos, y cayó el soberbio animal entre los gritos de la chusma que proclamaban a Matasiete ven­cedor y le adjudicaba en premio el matambre. Matasiete extendió, como orgulloso, por segunda vez, el brazo y el cuchillo ensangrentado, y se agachó a desollarlo con otros compañeros.

Faltaba que resolver la duda sobre los órganos genitales del muerto, clasificado provisoriamente de toro por su in­domable fiereza; pero estaban todos tan fatigados de la larga tarea, que lo echaron por lo. pronto en olvido. Mas de repente una voz ruda exclamó:

-Aquí están los huevos -sacando de la barriga del animal y mostrando a los espectadores dos enormes tes-

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tículos, signo inequívoco de su dignidad de toro. ~a risa Y la charla fue grande; todos los incidentes desgrac1ados pu­dieron fácilmente explicarse. Un toro en el matadero era cosa muy rara, y aun vedada. Aquél, según reglas ?e· bue­na policía, debía arrojarse a los perros; pero hab1~. tanta escasez de carne y tantos hambrientos en la poblacwn que el señor Juez tuvo a bien hacer 1'!jo 1erdo.

En dos por tres estuvo desollado, des~uartizad~ Y col­gado en la carreta el maldito toro. Matas1ete coloco el ma­tambre bajo el pellón de su recado y se preparaba a par­tir. La matanza estaba concluida a las 12, Y. la poca chusma que había presenciado hasta el fin, se r~tlraba en grupos de a pie y de a caballo, o tirando a la cmcha algunas ca-

rretas cargadas de carne. . . . . Mas de repente la ronca voz de un carmcero gnto:

- -·Allí viene un unitario! -Y al oír tan significativa pa­l~br~ toda aquella chusma se detuvo como herida de una impresión subitánea. ·

-¿No le ven la patilla en forma de U? No trae divisa en el fraque ni luto en el sombrero.

·-Perro unitario .. -Es un cajetilla. -Monta en silla como los gringos. -La Mazorca con él. -¡La tijera! -Es preciso sobarlo. -Trae pistoleras_ p()r_pintar . -T~d.'ZSeSi:os- cajetillas unitarios son pintores como el

diablo. -¿A que no te le animas, Matasiete? -¿A que no? -A que sí. Matasiete era hombre de pocas palabras Y de mucha ac­

ción. Tratándose de violencia, de agilidad, de destreza en el haéha, el cuchillo o el caballo, no hablaba Y obraba. L~ habían picado: prendió la espuela ~ s~ caballo Y se lanzo a brida suelta al encuentro del umtano.

Era éste un joven como de 25 años, de gallarda Y bien

CJO

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apuesta persona, que mientras salían en borbotones de aquellas desaforadas bocas las anteriores exclamaciones trotaba hacia Barracas, muy ajeno de temer peligro algu~ no. Notando, empero, las significativas miradas de aquel grupo de dogos de matadero, echa maquinalmente la dies­tra sobre las pistoleras de su silla inglesa, cuando una pe­chada al sesgo del caballo de Matasiete lo arroja de los lomos del suyo tendiéndolo a la distancia boca arriba y sin movimiento alguno.

-¡Viva Matasiete! -exclamó toda aquella chusma, ca­yendo en tropel sobre la víctima como los caranchos ra­paces sobre la osamenta de un buey devorado por el tigre.

Atolondrado todavía el joven, fue, lanzando una mirada de fuego sobre aquellos hombres feroces, hacia su caballo que permanecía inmóvil no muy distante a buscar en sus pistolas el desagravio y la venganza. M~tasiete dando un salto le salió al encuentro y con fornido brazo asiéndolo de la corbata lo tendió en el suelo tirando al mismo tiem­po la daga de la cintura y llevándola a su garganta.

Una tremenda carcajada y un nuevo viva estentóreo volvió a vitorearlo.

¡Qué nobleza de alma! ¡Qué bravura en los federale. ! Siempre en pandillas cayendo como buitres sobre la vícti­ma inerte!

-Degüéllalo, Matasiete; quiso sacar las pistolas. Degüé-llalo como al toro.

-Pícaro unitario. Es preciso tusarlo. -Tiene buen pescuezo para el violín. -Mejor 2s la resbalosa. -Probaremos -dijo Matasiete, y empezó sonriendo a

pasar el filo de su daga por la garganta del caído, mien­tras con la rodilla izquierda le comprimía el pecho y con la siniestra mano le sujetaba por los cabellos.

-No, no lo degüellen -exclamó de lejos la voz impo­tente del Juez del Matadero que se acercaba a caballo. -A la casi!_la con él, a la casilla. Preparen la mazorca

y las tijeras. :JMueran los salvajes unitarios! ¡Viva el Res­taurador de las leyes!\

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1,

-¡Viva Matasiete! -"¡Mueran!" "¡Vivan! -repitieron en coro los es_Pecta-

dores, y atándolo codo con codo, entre moquet~s Y. tl~ones, entre vociferaciones e injurias, arrastraron al 1_nfellz JOVen al banco del tormento; como los sayones al Cnsto.

La sala de la casilla tenía en su centro una gran~e Y for­nida mesa de la cual no salían los vasos de beb1da Y los naipes si 0 para dar lugar a las ejecuc.iones y tor~uras de los ~a~)ii'Mfs•'federales del matadero. Notabas~ ~ciernas en un rincón otra mesa chica con recado de escnb1r Y un cua­derno de apuntes y porción de sillas entre las que resal­taba un sillón de brazos destinado para el Juez. Un hom­bre, soldado en apariencia, sentado en una de e~las, cantaba al son de la guitarra la resbalosa, tonada de mmensa po­pularidad entre los federales, c~ando la. chusma llegando ~n tr )pel al corredor de la castila lanzo a empellones al joven unitario hacia el centro de la sala.

-A tí te toca la resbalosa -gritó uno. -Encomienda tu alma al diablo. -Está furioso como t~n toro montaraz. -Ya te amansará el palo. -Es ·preciso sobarlo. -Por- ahora verga y -cijera. -Si no la vela. -Mejor' será la mazorca. . . -Silencio y sentarse -exclamó el juez de)an~ose caer

sobre un sillón. Todos obedP.cieron, mientra_s el JOV~n de pie, encarando al juez, exclamó con voz prenada de mdtg­nación:

-¡Infames sayones!, ¿qué intentan hacer de mí? -¡Calma! -dijo sonriendo_ el juez-. No hay que enco-

lerizarse. Ya lo verás. El joven, en efecto, estaba fuera. de sí d:. cólera. Todo

su cuerpo parecía estar en convulswn. Su palldo Y amor~­tado rostro, su voz, su labio trémulo, ~os~r.aban el movl-

. miento convulsivo de su corazón, la agltacwn dt; s~s ner­vios. Sus ojos de fuego parecían salirse de las orbltas, su negro y lacio cabello se levar:taba :rizado. Su cuello de:­nudo y la pechera de su cam1sa de)aban entrever el lah-

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· ....

do violento de sus arterias y la respiración anhelante de sus pulmones.

-¿Tiemblas? -le dijo el juez. -De rabia porque no puedo sofocarte entre mis brazos. -¿Tendrías fuerza y valor para eso? -Tengo de sobra voluntad y coraje para ti, infame. -A ver las tijeras de tusar mi caballo: túsenlo a la fe-

derala.

Dos hombres le asieron, uno de la ligadura del brazo, otro de la cabeza y en un minuto codáronle la patilla que poblaba toda su barba por bajo, con rita estrepitosa de sus espectadores.

-A ver -dijo el juez-, un vaso de agua para que se refresque.

-Uno de hiel te daría yo a beber, infame. Un negro petiso púsosele al punto delante con un' vaso

de agua en la mano. Dióle el joven un puntapié en el bra­zo y el vaso fue a estrellarse en el techo, salpicando el asombrado rostro de los espectadores.

-Éste es incorregible. -Ya lo domaremos.

-Silencio -dijo el juez-. Ya estás afeitado a la fede-rala, sólo te falta el bigote. Cuidado con olvidarlo. Ahora vamos a cuenta. ¿Por qué no traes divisa?

-Porque no quiero. -¿No sabes que lo manda el Restaurador? -La lfur_~' es 'p~ra vosotros, esclavos, no para los hom-

bres libres.

-A los libres se les hace llevar a la fuerza. -Sí, la fuerza y la violencia bestial. Ésas son vuestras

armas, infames. ¡El lobo, el tigre, la pantera, también son fuertes como vosotros! Deberíais andar com.o ellos, en cua­tro pata"

-¿No temes que ·el tigre te despedace? -Lo prefiero a que maniatado me arranquen, como el

cuervo, una a una las entrañas. -¿Por qué no llevar luto en el sombrero por la heroína?

O no , •')

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-Porque lo llevo en el corazón por la patria que voso­tros k 'Jéis asesinado, infames.

-¿No sabes que así lo dispuso el Restaurador? -Lo dispusisteis vosotros, esclavos, para lisonjear el or-

gullo de vuestro señor, y tributarle vasal1aje infame. -¡Insolente! Te has embravecido mucho. Te haré cortar

la lengua si chistas. Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada denle verga, bien atado sobre la 1nesa.

Apenas articuló esto el juez, cuatro sayones salpicados de sangre, suspendieron al joven y lo tendieron largo a largo sobre la mesa comprimiéndole todos sus miembros.

-Primero degollarme que desnudarme, infame canalla. Atáronle un pañuelo a la boca y empezaron a tironear

sus ves~idos. Encogíase el joven, pateaba, hacía rechinar los dientes. Tomaban ora sus miembros la flexibilidad del junco, ora la dureza del fierro y su espina dorsal era el eje de un movimiento parecido al de la serpiente. Gotas de sudor fluían por su rostro, grandes como perlas; echa­ban fuego sus pupilas, su boca espuma, y las venas de su cuello y frente negreaban en relieve sobre su blanco cu­tis como si estuvieran repletas de sangre.

-Átenlo primero -exclamó el juez. -Está rugiendo de rabia -articuló un sayón. En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cua­

tro pies de la mesa, volcando su cuerpo boca abajo. Era preciso hacer igual operación con las manos, para lo cual soltaron las ataduras que las comprimían en la espalda. Sintiéndoselas libres el joven, por un movimiento brusco en el cual pareció agotarse toda su fuerza y vitalidad, se incorporó primero sobre sus brazos, después sobre sus ro­dillas y se desplomó al momento murmurando:

-Primero degollarme que desnudarme, infame canalla. Sus fuerzas se habían agotado. Inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra

de desnudarlo. Entonces un torrente de sangre brotó bor­bollone;;.~.Jo de la boca y las narices del joven, y exten­diéndose empezó a c::cr a chorros por entrambos lados de la mesa. Los sayones quedaron inmóviles y los espectado­res estupefactos.

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-Reventó de rabia E:l salvaje unitario -diJ·o l T . . d mo.

- ema u~ no e sangre en las venas -articuló otro -P~bre drablo, queríamos únicamente divertirnos con. éJ

Y_ tomo la cosa demasrado a lo serio -exclamó el J·ue·z f d 1 - d . . run-

cJen o e ceno e hgre-. Es preciso dar parte· des:íntPnln y vamos. ' · ··

Verificaron la orden; echaron llave· a la puerta y en un momento se escurrió la chusma en pos del caballo d 1 • cabizbajo y taciturno. e JUez

,~Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas. -~

En aquel tien;po los carniceros degolladores del matade­ro, eral_!. los ai_Jostoles que propagaban a verga y puñal la federacwn. rosma, y no es difícil imaginarse qué federa­~ _saldn~ d_e ,sus cabezas y cuchillas. ·:uamaba~ellos. salvaJe umtano, __ conforme a la jerga inventada por el Restaurador, pa~ron de la cofradía, a todo el que no era degollador, carmcero, ni salvaje, ni ladrón; a todo hombre dec_ente Y de corazón bien puesto, a todo patriota ilustrado a:r11go de las luces y de la libertad; y por el suceso ante­nor puede verse a las claras que el foco de la federación estaba en ·21 matadero.

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fclw.w~0Cct·r Esi_~:¡_.~·-- : é)~,1Ci J (nu .. ¡Ál~ , }j¡. A(1

fc,{~v'~N) fivvc~\:>Zo .. /YJ1J1 .z_ ¡ ,/1\12. ¡\;:/'GJ C~f-'\·4_ t-~ ~ t: J'"~k-cv é.;{;_ J¡_?Vti[J JV]~ f AÁ~·(._(J_,;"-UJ cJ 1 APbLOGIA DEL MATAIYÜ3RE ~ 5

CUADRO DE COSTUMBHES fi.HGENTINAS

Un extranjero que ignorando absolutamente el castellano oyese por prirnera vez pronunciar, con el énfasis que inspira el nombre, o un gaucho que va ayuno y de camino, la palabra n'latllmbre, diría para si muy satisfecho de haber acertado: éste será el nombre de alguna persona ilustre, o cuando menos el de algún rico hacendado. Otro que presumiese saberlo, pero no atinase con la· exacta significación que unidos tienen los vocablos mata y hambre, al oírlos salir rotun-c'·JS de un gaznate hambriento, creería sin duda que tan sonoro y •expresivo nombre era de algún ladrón o asesino famoso. Pero nos­otros, acostwnbrados desde niííos a verlo andar de boca en boca, a chuparlo cuando de teta, a saborearlo cuando mús grandes, u des­menuzado y tragarlo cuando adultos, sabemos quién es, cuáles son J sus nutritivas virtudes y el brillante pupcl que en nuestras mesns re- $>. presenta. .:;5

No es por cierto el matambre ni asesino ni hdrún; lejos de eso, d jnmós que yo sepa, a nadie ha hecho el más mínimo daíío: su nombra- J día es grande; pero no tan ruidoso como la de aquéllos que haciendo · -gemir la humanidad, se extiende con el estrépito de las armas, o se ~ propaga por medio de la prenso o tle las mil bocas de la opinión. .

·Nada de eso; son los estómagos anchos y fuertes el teatro de sus '~ -l]' proezas; y cada diente sincero apologista de su blandura y generoso . ~ .J

carácter. Incapaz por tempewmento y genio de mns ardua y grave ta- - D · ~3 rea, ocioso por otra parte y aburrido, quiero ser el órgano de modes- ~ -¿

. tas apologías, y así coino otros escriben las vidas de los varones ilustres, .; trasmiti,r si es posible 'a la más remota posteridad, Jos histhrico-J- ..5 2:

·: veridicos encomios que sin' cesar hace cada quijns!_a,-masticiiiido, cada diente cru)iencjo, cada paladear saboreando, el jugoso e ilustrísimo ma-. tambre. \ ~O.~OJ--.l~ ·

Varón es él como el que más; y si bien su fama no es de aquéllas que al oro y al poder prodiga la rastrera odulación, sino recntada y silenciosa como la que al mérito y la virtud tributa a veces la justi­

. cia; no por eso a mi entender debe dejarse arrinconada en la región epi­·- gástrica de -las innumerables criaturas a quienes da gusto y robustece,

decirse, con la sangre de sus propias venas. Además, porteño todo, ante todo y por todo, quisiera ver conocidas y mentadas

estras cosas allende los mares, y que no nos vengan los de exlran­echando en cara 11ue~tro. poco gusto en el orte culinario, y ensal­

n vista y paciencia nuestra los indigestos y empalagosos manjares <que brindo sin cesar la gnstrotJOillÍn a su estmgado apetito: y estn rú- ', .fnga también de espíritu nacional, me mueve n ocurrir a In comaclro­

inlclcctual, a la prensA, para que me ayude a pnrir 5Í es posible el auxilio del forccps, este rnns que discurso apolog{•lico.

Griten en buena horn cuonto quiernn los taciturnos inglesc~;. ronst­

' plum pudding; chillen los itn1innos, maccnroni, y véÍyanse c¡uednnclo

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326 ESTEBAN ECHEVERRÍA

tan delgados como una I o la aguja de ,lma tot~re g(Jtica. Voceen los franceses omc/eUe soufléc, OIIlc!ctle au sucrc, omelcllc au diablc; digan los espat-loles con sorna, chorizos, olla podrida, y mós podrida y ran-cia que su ilustración secular. Griten en buena hora todos juntos, que tlosolros, nprelónclonos los flnncos soltaremos zumlwnclo el pnlabrón, nw(ambrc, y taparemos de cabo a rabo su clescOincdida boca.

Antonio Pérez decía: u Sólo los grandes estómngos digieren ve­IH'no .. , y yo digo: «Sólo los grnndes eslÓilHl[~os dir~ien:n mntnmbrcn, No es esto dar ::1 entender que todos los porteC10s los tengan tales; sino que sólo el matambre nlimenta y cría los eslónwgos robustos, que en las entendederas ele Pérez ercm los corazones mngnánimos.

Con mntnmbre se nutren los pechos vnroniles nve;;:mlos n bata­llnr y vetlcet·, y con tnnlnnllnc lus vi<'llln~s qll<~ los <'llg<•Julrnron: cott· matambre se nlimenl<lll los que en su infancia, de uo salto escalaron los Andes, y allá en sus nevadas cumbres entre el ruido de los to­rrentes y el rugido de las tempestades, con hierro ensangrentado es­cribieron: /lldependercia, Libertad; y matambt·e comen los que a la edad ele veinte y cinto aííos llevan todavía babador, se mueven con andaderas y gritan balbucientes: Papá ... pap8 ... Pero n juventudes tardías, largas y robustas vejeces, dice otro apotegma que puede servir de cola al de Pérez.

Siguiendo, pues, en mi pt·opósito, entraré a averiguar quién es ~ste tan ponderado seííor y por qué sendas viene a parar a los estó­magos de los carnívot·os porteííus.

·¡ matambre nace pegado a ambos costillares del ganm.lo va­cuno y al cuero que le sirve de vestimentn; nsí es que, hernbms, ma­chos y aún capones tienen sus sendos nwtnmbres, cuyns cnlidndcs co­rnibles varían según la edad y el sexo del animal: macho por consi­guiente es todo matambre cualquiera que sea su origen, y en los costa-dos del toro, vnca o novillo adquieren jugo y robustez. Lns recónditas transformaciones nutritivas y digestivas que expcrimenln el matam­bre, hasta llegar a su pleno crecimiento y sa;;:Ón, 110 eslún a mi al­cance: naturaleza en esto como en todo lo demÚ!l de su jUJ·isdicción, ·' obra por sí, tan misteriosa y cumplidamente que sólo nos es dado ·.~; tributarle silenciosas alabanzas. 1 , B

Siibese sólo que la dureza del matambre de toro rec wza al mas '.!,~ bien engastado y fornido diente, mientras que el de un joven novi- !í: llo y sobre todo el de vaca, se deja mascar y comer por dientecitos 'j de poca monta y aún por encías octogenarias. .{J

Pnrecer· común es, que n todns los cosns hunHl!H\~ por tnús be- ?J

!las quP senn, se le puede 11plic11r perl>, por In tnislllfl rnzl.lll que In ~j perspectiva de un vnlle o de unn IliO!llníin vnrín se¡~Úil !;1 distnncia o el .~ lugar de donde se mira y In potcn<:Ín visuol del que In observa. El ;~ más hermoso rostro mujeril suele tener una mancha que amortigua .l ~a éfiní~ia· de sus hechizos; 1~1 mús cns~a reslJnln, la nHÍs _virt_uos~ co- fJ Jea. Adnn y Eva, Jns do:; cnaturas mas perfectns que .v1o Jamas la ... ~ . tierra, como que f~e,ron In primera obra ?11 su ¡;énero dPl mtíficc· su- ;3 prcmo, pecaron; Ltlt por flaqueza y vantdnd, ('] otro porqtw fue de ·~

carne y no de piedra n los incentivos de l:1 hc·rrnrJsUI n. Pues de l~ó.. . ~ .,1 •

" .

.. ·l•J ·.,:_;::_~.:~:_[;._·_·: -:.:;_~:.::: . .;,_ .. = ~ :~ ·f::~-~:·d~!/::e?u:~:<

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E e

ÜJJH/\S COMI'LET/\S 3'27

misma mismísima enfermedad ele lodo lo que entra en la esfera de nuestro poder, ndolece tnrnbién el rnatnrniJtc. Debe hnber-los, y lo~

hay, buenos y malos, grandes y chicos,· flncos y gordos, duros y IJ!nn­dos; pero queda al arbitrio ele cada cual escoger· ;d que mejor apetece a su paladar, eslónwgo o dentatlum, dejando siempre a salvo el buen nombre ele la especie matambruna, pues no es de recta ley c¡ue paguen justos por pecatlores, ni que por una que otra indigestión que hayan causado los gordos, tmo que otro sinsnbor debido n los flncos, uno que

·~ ... ,~ rt'·

otro nflojatniento de dientes ocnsionndo por los duros, se hlllce nrurtr:­ma sobre todos ellos.

Cocida o asada tiene todn cante de vaca, urr dejo p:~rticulnr o sui ¡Jencris debido, según los quimicos,ln cicrtn nwtel'in rojn poco conoci­da y a la cual han dado el raro nombre de osnwzono (olor ele ca-ldo).

~

Esta substancia pue:;;, que nosotros los profanos llarnmnos jugo exqui­sito, sabor delicado, es la mism~ que con delicias palad·.~amos cuando cae por fortuna en nuestros dientes un pedazo de tiemo y gordiflaco matambre: digo gordiflaco porque considero esencial este requisito para que sea más apetitosa; y no estará de más referir una anecdotilla, cuyo recuerdo saboreo yo con tanto gusto como una tnjada de ma-

K tambre que chorree. Í~· Era yo niiíó mimado, y Jrta hermosa nwiíana de prinwvera, lle­·f vóme mi madre ncompaíiada de varias amigas suyns, a un paseo ele (·· campo. Hízose el tránsito a pie, porque entonces eran tan rnros los ·~' .. coches como hoy el metálico; y yo, como era naturnl, corrí, salté, f..: brinqué con otros que iban de mi edad, hasta m8s no poder. Llega­[ mos a la quinta: la mesa tendida pnra almorzar nos esperaba. A po-

·!t.:~ ca rato cubriéronla de manjares y en mPdio ,de todos ellos descollnlm J. un hermosísimo mntnmbre. <l. ! · i: Repuntaron los muclwchos que a·nclnban desbnndmlos y clespa­,.~~ cháronlos a almor:~nr a. In pieza innredinla, micntr;ts yo, en 1~11 rirrc(m

>:~¡. del comedor, hactendome el 70tToclo~. clcvornhn con los o¡os nqucl ::~·-prodigioso parto vacuno. uVct2ñlíío, con los ott·os», "'e dijo 111i 111mlro t,: y yo agachando la cabeza sonreía y me aceren ha: "Vele, le cli¡;o .. , re­i:·~ pitió, y una hermosa mujer, un úngel, contestó: uNo, no; déjelo tts­~~:' ted almor·zm· nquí .. y nl lado suyo me plnntú de pie en urHt silln. Xx Allí estaba yo en mi" glorias: el primero que destriznron fue r:l nm­;M tambre; dieron a cada cunl su pnrle, y mí lir1ili'i-j)roleClof'n, con he­~t chicera amabilidml me preguntó: u¿Quicres, Pepito. gordo o flaco?». I;··Yo quiero, cont.c~:é en voz rdtn: gordo,_ finco y pegndon, y go.rdo, fin­

; co y pe¡:;ndo rep1t10 con gran rurclo y r 1sotndns todn In fenH•ninn con­,~,;:- currencín, y dióme un beso tnn fuerte y cnriiwsn nqurlln preciosa "-~. críaturn, que sus lnbios me hicieron un moretón crt In rncjilla y de-

l:t:r .. jnron rastros in de-le bies en mi memorin. ·. Ahorn bien: consicletai1do que este tliscursp es .vn tl~mnsindo lnr-

: ~,·:go y pudiera dar hartazgo de matambre n los estc',rnagos delicndos, . · .. ~·~,considerando tnm bién que. como tal, debe acn bn r con su correspon-

.. ~-.dicnte peroración o golpe mnestro oratorio, pnrn que con r;¡z('m ¡mi-l•\' meen los indigestos lectores. ingenunrnente confi(•so que no es poco el

.'aprieto en que me ha puesto la mnlditn ltumorr:tln de h:1ccr npologíns .. ~~

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328 EsTEDAN ECHEVERRÍA

de gente que no puede favorecerme COll su patrocinio. Agotado se ha mi caudal encomiústico y mi paciencia y me siento abrumado por el enorme peso que inconsiclcroblcmcnle eché sobre mis clébile~ hombros.

Sin embargo, allú va, y obre< Dios que todo lo puede, porque sería reventar, de otro _modo .. Diré s~lo en clescm:r.o mío, que com~ no ha- ¿ blo cx-cnte<.hn, 111 cx-tnbuno, smo que escnbo sentado en mt poltrq_- 7V

.JW, saldré como puccln del pnso, dejnndo que los ret{>rico!'l npliquen o mansalva o este mi discurso su infalible fallo liternrio.

Incubando estaba mi cerebro uno hermosa peromción y ya iba a escribirla, cuando el interrogante «¿qué haces?, de un amigo que en­ttó de repente, cortó el .rebesiuo- a mi pluma. «¿Qué haces?», repi­tió. Escribo una apologíá. n¿De quién?, Del matambre. «¿De qué matambre, hombre?, De uno que comerós si te quedas, dentro de una hora. «¿Has perdido lo chaveta?, No, no, la he recobrado, y en adelante sólo escribiré ele ~ales, contestando a los imperti­nentes con: fue humorada, humorada, humorada. Por tal puedes to­mar, lector, este largo artículo; si te place por peroración el fin; y to­do ello, si te desplace, por nado. :

Entre tanto te aconsejo que, si cunndo lo estuvieses leyendo, al­guno te preguntase: «¿qué lees?n, le respondes corno Hamlet a Po­Jonio: words, words, words, palabras, palabras, pues son ellas la mo­neda común y de ley con que llenamos los bolsillos ele nuestra avara inteligencia.

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EL CABO GOMEZ

El cabo Gómez era un correntino .que se quedó en Buenos _t\..ires cuando la primera inva­sión de Urquiza, que dio en tierra con. la dicta­dura de Rozas.

Tendría Gómez así como unos treinta y cin­co años, era alto, fornido, y columpiábase con cierta gracia al caminar; su tez era entre blan­ca y amarilla, tenía ese tinte peculiar a las ra­zas tropicales; hablaba con la tonada guaraní ti­ca, mezclando como es costumbre entra los co­rrentinos y entre los paraguayos vulgares, la se­gunda y tercera persona; en una palabra, era un tipo varG'';; ~irnpático.

Marchó Gómez a la guerra del Paraguay, en el ler. Batallón del ler. Regimiento de G. N. que salió de Buenos Aires bajo las órds:nes del co­mandante Cobo, si mal no recuerdo,·y perte!!eció a la compañía de Granaderos.

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El canitán de ésta era otro amigo mío, José Ignacio· Garmendia, que después de haber he­cho con distinción toda la campaña del Para­guay, anda ahora pDr Entre Ríos al mando de un batallón.

Un día leíase en la Orden General del 2Q Cuer­po de Ejército del Paraguay, a que yo perte­necía: "Destínase por insubor.dinación, por el término de cuatro años, a un cuerpo de línea al soldado de G. N. Manuel Gómez".

J\fás tarde presentóse un oficial en el reduc­to que yo mandaba, que lo guarnecía el bata­llón 12 de línea, creado y disciplinado por mí, con esta orden: "Vengo a entregar a usted una alta personal".

Llamé un ayudante y la alta personal fue recibida y conducida a la Guardia de Preven­ción.

Luego que me desocupé de ciertos quehaceres, hice traer a mi presencia al nuevo destinado pa­ra conocerle e interrogarle sobre su falta, amo­nestarle, cartabonearle y ver a qué compañía ha-bía de ir. .

Era Gómez, y por su talla esbelta fue a la compañía de gr2..naderos. . , . · · · · •

José Ignacio Garmendia comía frecuentemen­te conmigo en el Paraguay, así era que después de la lista de tarde casi siempre se le hallaba en mi reducto, junto con otro amigo muy querido de él y mío, Máximo Alcorta, aunque este exce­lente camarada, que lo mismo se apasiona del sexo hermoso que feo, tiene el raro y desgracia­do talento de recomendar de vez en cuando a las personas que más estima: unos tipos que no tar­dan en mostrar sus malas mañas.

¡Cosas de Máximo Alcorta! La misma tarde que destinaron a Gómez, Gar­

mendia comió conmigo. Durante la charla de la mesa -ya que en

campaña a un tronco de yatay se llama así-,

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me dijo que Gómez había sido cabo de su com­pañía; que era un buen hombre, de carácter humilde, subordinado, y que su falta era efec­to de una borrachera.

Me añadió, que cuando Gómez se embria¡raba perdía la cabeza, hasta el extremo de po;erse frenético si le contradecían, y que en ese estado lo mejor era tratarlo con dulzura, que así lo ha­bía hecho él, siempre con el mejor éxito.

En una palabra, Garmendia me lo recomendó con esa vehemencia propia de los corazones ca­lientes, que así es el suyo, y por eso cuantos le tratan con intimidad le quieren. .

La varonil figura de Gómez y las recomenda­ciones deGannendia predispusieron desde luego mi ánimo en favor del nuevo destinado.: _ ·~ .

. A mi t 10 rnO, pues; se lo recomendé al capitán de la compañía de granaderos, diciéndol€dodo lo que me había prevenido Garmendia.

El tiempo corrió. . . . Góme;;; cumplía estricbr:t'ente sus obligacio­

nes, circunspecto y callado con nadie se metía a nadie incomodaba. LÓs o'ficiales le estiinaba~ y los "Oldados le respetaban por su porte .. De vc:z en cuando le buscaban para tirarle la. len­gua y arrancarle tal cual agudeza correntina.

En ese tiempo yo era mayor y jefe interino del batallón 12 de línea. Todos los sábados pa­saba personalmente una revista general.

Me parece que lo estoy viendo a Gómez en las filas cuadrado a plomo, inmóvil como una estatua, serio, melancólico, con su fusil relu­cie:r:te, con su correaje lustroso, con todo su eqmpo tan aseado que daba gusto.

Gómez no tardó en volver a ser cabo. Habrían pasado cinco meses. Un día, paseábame yo a lo largo de la som­

bra que proyectaba mi alojamiento, que era una hermosa carreta.

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Esto era en el célebre campamento de Tuyutí, allá por el mes de agosto.

En qué pensaba, cómo saberlo ahora. Pen­saría en lo que amaba o en la gloria que son los dos grandes pensamientos que dominan al sol­dado. Recuerdo tan sólo que, en una de las vuel­tas que di, una voz conocida me sacó de la abs­tracción en que estaba sumergido.

Di media vuelta, y como a unos seis pasos de retaguardia, vi al cabo Gómez, cuadrado, hacien­do la venia militar, doblándose para adelante, para atrás, a derecha e izquierda, así como ame-

. nazando perder su centro de gra".·edad. Sus ojos brillaban con un fuego que no les

había vi e ro j arnás. . . . . En el acto conocí que es' : ebrio.

. Era la primera vez- desde que había entrado en el batallón. .

Por cariño y por las prevenciones que me ha­bía hecho Garmendia, le dirigí la palabra así:

...,.-¿Qué quiere, amigo? ·'-Aquí te vengo a ver, che Comandante, pa

que me des licencia usted. · · -¿Y para qué quieres licencia? -Para ir a Itapirú a visitar una hermanita

que me vi~lü de la Esquina. -Pero, hijo, si no estás _bJ.eno de la cabeza. -N o, che comandante, no tengo nada. -Bien, entonces, dentro de un rato te daré la

licencia, ¿no te parece? -Sí, sí. Y esto diciendo, y haciendo un gran esfuerzo

para dar militarmente la media vuelta y hacer como era debido la venia, Gómez giró sobre los talones y se retiró.

Pasó ese día, o mejor dicho llegó la tarde, y junto con ella Garmendia.

Contéle que Gómez se había embriagádo por primera vez, y :ne dijo que debía haberlo hecho para perder el miedo de hablar con el jefe,

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aue cuando estaba en su batallón así solía ha­cer algunas veces.

Como él y yo nos interesábamos ";t el hom­bre, sobre tablas entramos a averiguar cuánto tiempo bacía que estaba ebrio cuando habló conmigo.

Llamé al capitán de granaderos, le hiCimos varias preguntas y de ellas resultó exactamen­te lo que me acababa de decir Garmendia ... que GDmez bahía tomado para atreverse a lle­gar hasta mí.

Empezando por el sargento 19 de su compañía y acabando por el capitán, a todos los que debía, les había pedido la venia para hablar conmígo, estando ·en perfecto estado; de lo contrario; no se la habrían concedido.

Al otro. día de este incidente, Górnez estaba. ya bueno de la cabeza. Iba a llamarlo, mas en­traba de guardia, según vi al formar la parada, y no quise hacerlo.

Terminado su servicio, le llamé, y recordán­dole que tres días antes me había pedido una. licencia, le pregunté si ya no la quería. · '.: ~:

Su contestación fue callarse y ponerse rojo de vergüenza.

-¿Por cuántos días quiere Vd. licencia. ':bo 7 -Por dos días, mi comandante. -Está bien; vaya usted y pasado mañana,

al toque de asamblea, esté usted aquí. -Está bien, mi comandante. Y esto diciendo, saludó respetuosamente, y

más tarde se puso en marcha para Itapirú, y a a los dos días, cuando tocaban asamblea, el cab~ Gómez entraba en el reducto, de regreso de visitar a su hermana, bastante picado .de aguar- . diente, cargado de tortas, queso y cigar::.-os que no tardó en repartir con sus hermanos de armas.

Yo t' lbién tuve mi parte, tocándome un excek:1te queso de Goya, que me mandaba su hermana, a quien no conocía.

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¡En el mundo no hay nada más bueno, más puro, más generoso que un soldado!

El tiempo siguió corriendo. Marchamos de los campos de Tuyutí a los de

Curuzú para dar el famoso asalto de Curupaití. Llegó el memorable día, y tarde ya, mi ba­

tallón recibió orden de avanzar sobre las trin­cheras.

Se cumplió con lo ordenado. Aquello era un infierno de fuego. El que no

caía muerto, caía herido y el que sobrevivía a sus compañeros contaba por minutos la vida. De todas partes llovían balas. Y lo que comple­taba la grandeza de aquel cuadro solemne y terrible de sangre, era que estábamos como envueltos en un trueno prolongado, porque las detonaciones del cañ<5n no cesaban. -: A los cinco minutos de estar mi batallón en el , fuego sus pérdicl ; eran ya serias: muchos muertos y heridos yacían envueltos en su sangre, mtrépidamente derramada por la bandera de la patria.

Recorriendo de un eA'iremo a otro hallé al cabo Gómez, herido en una rodilla, pero haciendo fuego hincado. : -Retírese, cabo -le dije. . -No mi comandante -me contestó-; to­davía e~toy bueno -y siguió cargando su fusil y yo mi camino.

¡ Al regresar de la extrema derecha del bata­J.lón a la izquierda, volví a pasar por donde estaba Gómez.

Ya no hacía fuego hincado, sino echado de barriga, porque acababa de recibir otro balazo en la otra pierna.

· -Pero, cabo, retírese hombre, se lo ordeno -le dije.

1 -Cuando V d. se retire, mi Comandante, me

retiraré -repuso, y echando un voto, agre­gó-: ¡ paraguayos, ahora verán!

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Y ebrio con el olor de la pólvora y de la sangre, hacía fu .. :>go y cargaba su fusil con la rapidez del rayo, como si estuviese ileso.

Aquel hombre era bravo ·y sereno como un león.

Ordené a algunos heridos leves aue se reti­raban que lo sacaran de allí, y seiuí para la izquierda.

El asalto se prolongaba ... Yendo yo con una orden, recibí un casco de

metralla en un hombro, y no volví al fuego de la trinchera.

Pocos minutos después, el ejército se retiraba salpicado con la sangre de sus héroes, pero cu-bierto de gloria. · ..

Para pasar el parte, fu~ menester averiguar la suerte que le había cabido a cada· "ú:ñ.o. de los compañeros. · ·

Esta ceremonia militar es una de las más tristes., ,

Es una revista en la que los vivos contestan por los muertos, los sanos por los heridos.

¿Quién no ha sentido oprimirse su pecho desnués de un combate, durante ese acto sO­lemne?

--¡Juan Paredes! --i Presente ... ! --¡Pedro Torres! --¡Herido ... ! --¡ Luis Corro ! --¡Muerto ... ! ¡Ah! Ese "¡muerto!" hace un efecto que es

necesario sentir Jo· para comprender toda su amargura.

Según la revista que se pasó en el 12 de línea por el teniente 19 D. Juan Pencienati, que fue el oficial más caracterizado que regresó sano Y salvo del asalto de Curupaití, y según otras averiguaciones que se tomaron, conforme a la

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práctica, resultó que el cabo Gómez había muer-to y por muerto se le dió. .

En la vista que se mandó pasar a los hosp1~ tales de sangre, no se halló al cabo Gómez.

Para mí no cabía duda, de que Gómez si no había muerto, había caído prisionero herido. ·

Los soldados decían: -No, señor, el cabo Gómez ha muerto. No­

sotros lo hemos visto echado boca abajo al retirarnos de la trinchera con la bandera.

Yo sentía la muerte de todos mis soldados como se siente la separación eterna de objetos queridos.

Pero lo confieso, sobre todos los soldados que sucumbieron en esa jornada de recuerdo impe­recedero, el que más echaba de menos era el cabo . Gómez. , . -· · La actitud de ese hombre oscuro, tendido de barriga, herido en las dos piernas y haciendo fuego con el ardor sagrado del guerrero, estaba impresa en mí con indelebles caracteres.

Esta visión no se borrará jamás de mi rnemo­ria. Perderé el recuerdo de ella cuando los años me hayan hecho olvidar todo. · ·

Y por hoy termino aquí, y mañana proseguiré mi cuento.

Hov te he narrado sencillamente la muerte de u~ vivo. Mañana te contaré la vida de un muerto.

Si lo de hoy te ha intere ~cdo, lo de mañana también te interesará.

A los del fogón qu2 me escucharon les sucedió así. . -~f

El ejército volvió a ocupar sus posiciones de Tuyutí; mi batallón, su antiguo reducto.

Durante algún tiempo fue pan de cada día conversar del asalto de Curupaití, ora para hacer su crítica, ora para recordar los héroes que cayeron mortalmente heridos aquel día de luto.

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.· . ..... ·-·;

La sucesión del tiempo, nuevos combates, otros peligros iban haciendo olvidar las nobles víc­timas.

Sólo persistían en el espíritu el recuerdo de los pr_edilectos, de esos predilectos del corazón, cuya Imagen querida no desvanece ni el dolor ni la alegría.

. ~e cuando_ en cuando, los hospitales é!G Ita­pnu, de Cornentes v de Buenos Aires nos remi­t~an pelotones de valientes, curados de sus glü-nosas y mortales heridas. . · ·•

La humanidad y la ciencia hacían en esas épocas de lucha diaria y cruenta verdaderos milagros. ' .: . . ·.· ;:

¡Cuántos que salieron horriblemente m~üli­dos del campo de batalla, no volvieron a •los pocos días a empuñar con mano vigorosa-el acero vengador! ·-·--e;;·¡

Los que mandaban cuerpos, enviaban de tíeni~ po en tiempo oficiales de confianza a revisar.'los hospitales, tomar buena nota de sus eJ>fermos o heridos respectivos, socorrerles en cuanto cabía.

Yo tenía fr.ecuentes noticias de los hospitales de Itapirú y de Corrientes. Los enfermos se.. guían bien. Día a día esperaba algunas altas'.

Pensaba_ en e~to, quizá cierta mañana paseán­.dome, s;gnn m1 costumbre por el parapeto de la batena, cuyos cañones tenían constan teme:- c.-o dirigidas sus elocuentes y fatídicas bocas al rr:ontecito de Yataytí Corá, cuando un ayucante VIno a anunciarme:

-Señor, una alta del hospital. Su fisonomía traicionaba una sorpresa. -¿Y quién, hombre? -Un muerto. -;,Cuál de ellos? -El cabo Gómez. t AI oírle, salté impaciente y alegre del para-

rancho de la Mayoría. · 1

74

j peto a la explanada; corriendo en dirección al

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La noticia de la apanc10n del cabo Gómez, ya había cundido por las cuadras.

Cuando llegué a la puerta de la mayoría, un grupo de curiosos la obstruía.

Me abrieron paso y entré. El cabo Gómez estaba de pie, apoyado en

su fusil y llevaba la mochila terciada. Sus ves­tiduras estaban destrozadas, su rostro pálido, habí2.se adelgazado mucho y costaba reconocerle.

Realmente, parecía un resucitado. Le di un abrazo y ordené en el acto que

prepararan un baile para celebrar esa noche la resurrección de un compañero y el regreso del urimer herido. . '. El batallón era un barullo. Todo_s. @erJan Ver a Un tiempO al cabo; lOS UnOS le haCÍan·señaS Ft

con la cabeza, los otros con las manos, .los -que no podían verle bien, se trepaban sobre el mo­jinete de los ranchos, nadie se atrevía a diri­girle la palabra interrumpiéndome a mí.

·: -¿Y cómo te ha ido, hombre? . '·~Bien, mi comandante. ;¡:-¿Dónde está la alta? -pregunté al ofici;_;J encargado de la mayoría.

DiómBla; y notando que era de un hospital brasileño, me dirigí al cabo.

-¡Qué! ¿Has estado en un hospital· brasi­leño?

-Sí, mi comandante. -¿Y cómo te salvaste de Curupaití? Cuando

yo te orde;oé salieras de la trinchera ya estabas herido de las dos piernas, no te podías mover.

-Mi comandante. cuando los demás se reti­raron con la bande~a, viendo yo que nadie me recogía, porque no me oían o no me veían, me arrastré como pude y me escondí en unas p2.jas a ver si en la noche me podía escapar.

-¿Y cómo te escapaste? -Cus :.do los nuestros se retiraron, los pa-

raguayos salieron de la trinchera y comenzaron a desnudar los heridos y los muertos. Yo estaba vivo; pero muy mal herido, y como vi . que mataban a algunos que estaban "penando" me acabé de hacer el muerto, a ver si me dejaban.· No me tocaron, anduvieron dando vueltas cerca de mí y no me vieron. Lo que la noche se puso oscura, hice fuerza para levantarme y me levan­té y caminé agarrándome del fusil, que es este mismo, mi comandante.

Un sile-ncio profundo reinaba en aquel mO­mento. Todos contenían hasta la respiración, para no perder una palabra de las del cabo~

-¿Y por dónde saliste? · -Esa noche no ·pude· salir,· porque no· era

baqueano, y me perdí varias veces. Pero· así que vino la mañanita, ya supe a dónde debía ir; porque -oí la diana de los. brasileños. Seguí el rumbo y el humo de un vapor; y salí a Curuzú. Allí había muchos heridos, que estaban embar­cando; y a mí me embarcaron con ellos y me llevaron a Corrientes, y allí he estado en ·el hospital, y ya estoy muy mejor, mi comandante, y me he venido porque ya no podía aguantar las ganas de ver el batallón.

_.;Viva el cabo Gómez, muchachos! -grité yo.

-¡Viva! -contestaron los muy bribones, que nunca son más felices que cuando se les incita al desorden y se les dej 2. la libertad ce retozar.

Y se lo llevaron al cabo Gómez ei'. ttiunfo, dándole mil bromas, v siendo su venida ines­perada un motivo de general animación .y con­tento durante muchas horas.

Estas escenas de la vida militar, aunque fre­cuentes, son indescriptibles.

Garmendia vino esa tarde a compartir mi pucherete, mi asado flaco y mi fariña, sabiendo

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ya por uno de sus asistentes que el cabo Gómez había resucitado.

Garmendia tiene fibras de soldado y estaba infantilmente alegre del suceso; así fue que la primera cosa que me dijo al verme, fue: · -Con que el cabo Gómez no había muerto

en Curupaití, ¡cuánto me alegro! ¿Y dónde está, ll::_uelo, vamos a preguntarle cómo se escapó?

Contéle entonces todo lo que acababa de re­ferirme el cabo; pero como se empeñase en verle la cara, le hice venir.

Interrogado por Garmendia, repitió lo que ya sabemos, con algunos agregados, corno por e,i ernplo, que la noche que estuvo oculto, él mis­mo se ligó las heridas, haciendo hilas y vendas de la ropa de un muerto_ _ ..

Contónos también que estaba muy triste y avergonzado, porque en los primeros momentos del fuego, el día de Curupaití, el alférez Guevara le había pegado un bofetón, creyendo que estaba asustado, y diciéndole:

. -¡Eh!, haga fuego, déjese de mirar el oído del fusil. · _Que él no había estado asustado ese día, que

cuando el alférez le pegó, estab;c limpiando la chimenea de su arma, que recién se asustó un poco cuando los paraguayos salieron de sus po­siciones, desnudando y matando, porque no tenía fuerzas para defenderse, y le dió miedo que lo ultimaran sin poder hacerles cara.

Y todo esto era dicho con una ingenuidad que cautivaba, dando la medida del temple de ese corazón de acero.

Garmendia gozaba como en el día de sus pri­meras revelaciones. Yo me sentía orgulloso de contar en mis filas un nene como aquél.

Confieso que le amaba. Esa misma noche, y con motivo de las inter­

min:::bles preguntas de Garmendia, supe que

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Gómez había padecido en otro tiempo de aluci­naciones.

Explicónos en su media lengua, lo mejor que pud?, que_ en Buenos Aires, siendo más joven, hab~a t~md_o T?-na querida. Que esta mujer le hab1a s_:do mflel y que había estado preso por una punalada que le diera.

Al r_e_cordar la, una especie de celaje sombrío envo!viO ~u rostro, al mismo tiempo que cierta sonnsa tierna vaRó por sus labios. . La curiosidad aumentaba el interés de este

tipo, crudo, enérgico y fuerte, tan común en nuestro país ..

Inquiriendo las causas que armaron el brazo de este ~telo corre_ntino, sacamos en limpio que su quenda no babia faltado a los compromisos contraídos o, a la fe jurada. .

Q_ue ~n sueños, mientras dormían juntos, Ja hab1~ visto en brazos de un~rival, que él abo­rrecia mucho; que cuando se despertó el hombre no e.s~~ba allí, pero que él lo veía p~tente; que lo h1.no en el corazón, y que, a un grito de su q~enda, V?~vió en sí, despertándose del todo, y VIen~o rec1en que estaban los dos solos y que su cuchillo se había clavado en el pecho de su bien amada. .

Este relato debe conservarse indeleble en la memoria de Garmendia; porque esa noche des­pués, me dijo varias veces que si no pe~saba escribir aquello.

Yo entonces tenía mi espíritu e!'l otra línea de tendencia, y no lo hice nÜnca. ·

A no ser mi excursión a Tierra Adentro la historia de Gómez queda inédita en el archivo de mis recuerdos. '

Creerán algunos que a medida que corre la pluma voy fraguando cosas imaginarias, para llenar papel y aumentar el ·efecto artificial de estas mal zurcidas cartas.

Y sin embargo, esto es cierto.

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fífrt .. c."' _,, ... ~~ .-. Los abismos entre el mundo real y el mundo

imaginario no son tan profundos. La visión puede convertirse en una amable

o en una espantosa realidad. Las ideas son pre­cursoras de hechos.

Hay más posibilidad de que lo que yo pieriso sea, que seguridad de que un acontecimiento· cualquiera se repita. ·

La :o viejas escuelas filosóficas discurrían al revés.

El pasado no prueba nada. Puede servir de ejemplo, de enseñanza no.

Pero me echo por esos trigales de la pedan­terí.:l y temo perderme en ellos.

· Gómez nos hizo pasar una noche amena. . ic~l día siguiente otras impresiones sirvieron'~~

de pasto a la conversación; sin duda ·alguna':<:. que nada hay tan fecundo para la cabeza y para·ii el· corazón como· dos ejércitos que se· aceéhaú;é\· que se tirotean y se cañonean, desde que sale .: el sol hasta que se pone. ·

Gómez dejó de ocupar por algún tiempO la atención de Garmendia y la mía.

¡ Qué persistencia de personalidad! ~ . . . Una mañana, regresando a caballo a mi re-· ._,.

dueto, pasé como de costumbre por el campa­mento del viejo querido Mateo J. Martínez.-

Jamás lo hacía sin recibir o dar alguna broma. Este viejo en prospecto, para que no enfade, si desconoce su actualidad, tiene la facilidad difícil de hacerse querer de cuantos le tratan con intimidad. ·

Iba a decir, que al ~asar por el alojamiento de don Mateo, supe por él que en mi batallón había tenido lugar un suceso desagradable.

-¿Usted paseando, amigo, y en su reducto matando vivanderos?

-¡No embrome, viejo! -¿Que no embrome? Vaya y verá.

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.;. ..... ;.-•. :.-;-!:

Piqué el caballo y lleno de ansiedad y confusión paní al galope, llegando en un momento a mi reducto.

No tuve necesidad de inrerrogar a nadie. Un hombre maniatado que rugía como una fiera en la guardia de pre­vención me descorrió el velo de misterio.

-¡Desaten ese hombre~ -grité con inexplicablemez­cla de ¡::óraje y tristeza. . '"(:en 'él acto el hombre fue desatado, y los rugidos cesaron; oyéndose sólo:: '~ ~uiero hablar con mi Comandante. · --·.Vinocel:-Comandante de campo, y en dos palabras me

explicó Jó,acontecido_ -¡Han a:esinado a un vivandero que estaba de visita

en el rancho del aliérez Guevara! .._;¿Quién?. -El cabo Gómez. -¿Y quién lo ha visto?

. ·-:-Nadie, señor; pero se sospecha sea él, porque está ebrio, y murmura entre dientes: -Había jurado matarlo, ¡un bofetón a mí!. ..

¡Me quedé aterrado! Pasé el parte sin ment::- a Gómez. Y aquí termino hoy. Lo que no tiene interés en sí mismo, puede llegar a

picar la curiosidad del amigo y de los lectores, según el método que se siga al hacer la relación.

El cabo Gómez queda preso.

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74 LUCIO \é MANSI!...LA

VII

Presentimientos de la multitud. Un ase­sino sin saberlo. Deseos de salvarle. Averiguaciones. Un fisccl confuso. Jui­cios con1radictorios. Agustín Mariño, auditor del Ejército Argentino. Consejo de guerra. Dudas. Sentencia del cabo Gómez.. Se confirma la pena de muerte. Preparativos. La ejecución. Una apari­ción.

'':1 hombre había sido asesinado en pleno día, durante ia luz meridiana, en un recinto estrecho, de cien varas cuadradas, en medio de cuatrociemos seres humanos, con ojos y oídos; el cadáver estaba ahí encharcado en su san­gre humeame, sin que nadie le hubiera tocado aún cuan­do yo penetré en el reducto, y nadie, nadie, absolutamen-

. te nadie, podía decir, apoyándose en el testimonio inequívoco de sus sentidos: el asesino es fulano.

Y sin embargo, todo el mundo tenía el presentimiento de que había sido el cabo Gómez y algunos lo afirmaban, sin atreverse a jurar que lo fuera.

¡Qué extraño y profético instinto el de las multitudes! Imr;.diatamente que pasé el parte, que se redujo a dar

cuenta del hecho y a pedir permiso para levantar una sumaria, traté de averiguar lo acontecido.

Cuando vino iJ. contestación correspondiente, yo esta­ba convencido ya de que el asesino era el cabo Gómez.

El hombre que viendo el extranjero 2menazar su tierra marcha cantando a las fronteras de la Patria; que cruza ríos y montañas, que no le detienen murallas, ni caño­nes, que todo lo sacrifica, tiempo, voluntad, afecciones, y hasta la misma vida, que si se le grita ¡arriba! se

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UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 75

levanta, ¡adelante! marcha, ¡muere ahí!; ahí muere, en el momento quizá más dulce de la existencia, cuando acaba de recibir tiernas cartas, de su madre y de su pro­metida que esperanzadas en la bondad inmensa de Dios. le hablan del pronto regreso al hogar, ¿ese hombre no merece que en un instante solemne de la vida se haza algo por él? -

Eso hice yo. Y para que no me quedase la :ne!lor duda de que el asesino era el indicado, le hice comparece- ante mí, e interrogándole con esa autoridad paternal y despóti­ca del jefe, me hice la ilusión de arrancarle sin dificultad el terrible secreto.

El cabo estaba :aún bajo la influencia deletérea del alcohol~ pero bastante fresco para contestar con precisión a todas- mis preguntas.

-Gómez -le dije afectuosamente-, quiero salvarte, pero para conseguirlo necesito saber si eres tú el que ha muerto al hombre ese que estaba de visita en el rancho del alférez Guevara .

El cabo .no respondió, clavándose sus ojos en los míos y haciendo un gesto de esos que dicen: Dejadme meditar y recordar.

Dile tiempo, y cuando me pareció que el recuerdo le asaltaba, proseguí:

-Vamos, hijo, dime la verdad. -Mi Comandante -repuso con el aire y el tono de la·

más perfecta ingenuidad-, yo no he muerto ese hombre. -Cabo -agregué, fingiendo enojo-, ¿por qué me

engañas?, ¿a mí me mientes? -No, mi Comandante. -Júralo, por Dios. -Lo juro, mi Comandante. Esta escena pasaba lejos de todo testigo. La última

contestación del cabo me dejó sin réplica y caí en medi-

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76 LUCIO V. MANSILU.

tación, apoyando mi nublada frente en la mano izquierda como pidiéndole una idea.

No se me ocurrió nada. Le ordené al cabo que se retirara. Hizo la venia, dio media vuelta y salió de mi presen­

cia, sin haber cambiado el gesto que hizo cuando le dirigí mi primera pregunta.

A pocos pasos de allí le esperaban dos custodias que lo volv:cron a la guardia de prevención.

Yo llamé un ayudante y dicté una orden, para que ~1 alferez D. Juan Alvarez Río procediese sin dilación a levantar la sumaria debida.

Ah•arez era el fiscal menos aparente para descubrir o probar lo acaecido; por eso me fijé en él. No porque fuera negado, al contrario, sino porque es .uno de esos hombres de imaginación impresionable, inclinados a creer en todo lo que reviste caracteres extraordinarios o maravillosos.

A pesar del juramento del cabo yo tenía mis dudas, y estaba resuelto a salvarle aunque resultasen vehementes indicios contra él de lo que Alvarez inquiriese.

Volví, pues, a tomar nuevas averiguaciones con el doble objeto de saber la verdad y de mistificar la imagi­nación de Alvarez, previniendo mañosamente el ánimo de algunos.

Por su parte, Alvarez se puso en el acto en juego, no habiéndoselas visto jamás más gordas.

Empezó por el reconocimiento médico del cadáver, registro, etc., y luego que se llenaron las primeras forma­lidades, vino a mí para hacerme saber que en los bolsillos del muerto se había hallado algún dinero, creo que doce libras esterlinas, y consultarme qué haría con ellas.

Díjele lo que debía hacer, y así como quien no quiere la cosa, agregué: -¿No le decía a Ud. que Gómez no podía ser el asesino?; se hab.ría robado el dinero.

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UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 77

Esta vulgaridad surtió todo el efecto deseado, porque Ah•arez me contestó: -Eso es lo que yo digo, aquí hay algo.

Más tarde volvió a decirme que se había encontrado un cuchillo ensangrentado cerca del lugar del crimen: pero que habiendo muchos iguales no se podía ·saber si era el del cabo Gómez o no; que después lo sabría y me lo diría, porque era claro que si Gómez tenía el suyo, el asesino no podía ser él.

Aunque era cierto que la desaparición del cuchillo de Gómez podría probar algo, también podría no probar nada. Era, sin embargo, mejor que resultase que el cabo tpnía el suyo.·

Otro cabo, Irrazábal, hombre de toda mi confianza, que había sido mi asistente mucho tiempo, fue de quien me valí para saber si Gómez tenía o no su cuchillo.

Irrazábal estaba de guardia, de manera que no tardé en salir de mi curiosidad.

Gómez tenía su cuchillo, y en la cintura nada menos. Quedéme perplejo al saberlo. Voy a pasar por alto una infinidad de detalles. Sería

cosa de nunca acabar. Alvarez siguió fiscalizando los hechos, enredándose

más a medida que tomaba nuevas declaraciones; lo que sobre todo acabó de hacerle perder su latín, fue la decla­ración de Gómez, que negó rotundamente haber asesina­do a nadie.

Unas cuantas manchas de sangre que tenía en la man­ga de la camisa, cerca del puño, dijo que debían ser de !a carneada.

Efectivamente, es~ m:~i\ana había estado en el matade­ro del ejército, con un pelotón de su compañia que salió de fajina.

Y para mayor confusión. resulta que se había dado un

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78 LUCIO Y. Ml•NSILLA

pequeño tajo en el pulgar de la mano izquierda, con el cuchillo de otro soldado.

No obstante, ;o conciencia del batallón -sin que nadie hubiese afirmado terminantemente cosa alguna contrJ Gómez- seguí:~ siendo 1:~ conciencia del primer momento: Gómez es el asesino.

Al fin, acabó por haber dos partidos: uno de los oficia­les y de los soldados más letrados; otros de los menos avisados, que era el partido de la mayoría.

La minoría s.ostenía que Gómez no era el asesino del vivandero, y hasta llegó a susurrarse que éste y el alférez Guevara habían tenido una < ·•Jta muy acalorada, insinuan­do otros con malicia que Guevara le debía mucho dinero_

Alvarez estaba desesperado de tanta versión y opinión contradictoria, y sobre todo, lo que más le trabucaba era la opinión m.ía, favorable en todas las emergencias que sobrevenían a la causa de Gómez.

Los oficiales más diablos le tenían aterrado zumbán­dole al oído que sería severamente castigado si nada pro­baba, y con mucha más razón si sin pruebas ponía una vista contra Gómez.

El pobre alférez iba y venía en busca de mi inspiDción y salía siempre cabizbajo con esta reflexión mía:

-¡Cuántas veces no pagan justos por pecadores! Como era natural, la sumaria no tardó en estar lista.

En campaña el término es limitadísimo para estos proce­dimientos.

Fue elevada, y sobre la marcha se ordenó que el cabo Gómez fuera juzgado" en Consejo de Guerra ordinario.

El audi''Jr del Ejército, joven español lleno de corazón y de talento, que sirvió como un bravo, que luchó como un hombre templado a la antigua, contra el cólera dos veces, contra la fiebre intermitente, contra todas las demás plagas del Paraguay, y que ha 1nueno en el olvido,

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UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 79

que así suele pagar la patria la abnegación, era mi parti­cular amigo; yo le había colocado al lado del General Emilio Mitre cuando dejé de ser su secretario militar.

Por él supe lo que contenía la causa de Gómez. que Alvarez, a pesar de su notoria inhabilid:~d, algo había descubierto, que arrojaba sospechas de que Gómez era el verdadero autor del crimen.

Nombrado el consejo y prevenido yo por Mariño, pro­curé con el mayor empeño hacer atmósfera en pro de mi protegido, viendo a los vocales, conversándoles del suce­so y diciéndoles qué clase de hombre era el acusado, sus servicios, su valor heroico y el amor que por esas razones le tenía.

Reunióse el consejo el día y hora indicado, y Gómez fue llevado ante él, con toda.s las formalidades y aoarato militar, que son imponentes.

La opinión del batallón se había hecho mientras tanto unánime contra Gómez. Sólo había disputas sobre su suerte. Los unos creían que sería fusilado; los otros que no, que sería recargado, porque el General en Jefe, en presencia de sus méritos y servicios, que yo haría cons­tar, le conmutaría la pena, dado el caso que el consejo le sentenciara a muerte.

Yo era el único que no tenía opinión fija. Parecíame a veces que Gómez era el asesino, otras

dudaba, y lo único que sabía positivamente era que no omitiría esfuerzo por salvarle la vida.

A fin de no perder tiempo, asistí como espectador al juicio, mas viendo que el ánimo de algunos era contrario a mi ahijado, me disgusté sobremanera y me volví a mí campo sumamente contrariado.

Se leyó la causa, y cuando llegó el momento de vot::.r, e! consejo se encontró atado. En conciencia, ninguno de los vocales se atrevía a fallar condenando o absolviendo.

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80 LUCIO V. MANSILLA

Entonces, guiado el consejo por un sentimiento de rec­titud y de justicia, hizo una cosa indebida.

Remitieron los autos y resolvieron esperar. Y volvien­do éstos sin tardanza, el Consejo Ordinario se convirtió en Consejo de Guerra vabal, teniendo el acusado que contestar a una porción de preguntas sugestivas, cuyo resultado fue l2. condenación del cabo.

Los que presenciaron el interrogatorio, me dijeron que el valiente de Curupaití no desmintió un minuto siquiera su serenidad. que a todas las preguntas contestó con aplomo.

Antes de que el cabo estuviera de regreso del consejo, ya sabía yo cuál había sido su suerte en éL

Púseme en movimiento, pero fue en vano. Nada conse­guí. El superior confirmó la sentencia del consejo, y al día siguiente en la Orden General. del Ejército salió la orden terrible mandando que Gómez fuera pasado por las armas al frente de su batallón, con todas las forma-lidades de estilo.

No había que discutir ni que pensar en otra cosa, sino en Jos últimos momentos de aquel valiente infortunado.

¡La e 1 ':nencia es caprichosa! Los preparativos consistieron en ponerle en capilla y

en hacer llamar al confesor. Todos habían acusado a Gómez y todos sentían su

muerte. El cabo oyó leer su sentencia, sin pestañear, cayendo

después en una especie de letargo. Yo me acerqué varias veces a la carpa en que se le había confinado, hablé en voz alta con el centinela y no conseguí que levantara la cabeza.

El confesor llegó; era el padre Lima. Gómez era cristiano y le recibió con esa resignacwn

consoladora que en la hora angustiosa de la muerte da valor.

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00072

UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUE:LES 81

El padre estuvo un largo rato con el reo, y dejándole otro solo, como para que replegase su alma sobre sí mis­ma, vino donde yo estaba encantado de la grandeza ce aquel humilde soldado.

Quise preguntarle si le había confesado algo del cri­men que se le imputaba, y me detuve ante esa interroga­ción tremenda, por un movimiento propio y una admoni­ción discreta del sacerdote, que sin duda conoció mi intención y me dijo: -Queda prep2.rándose.

Yo pasé ;a noche en vela junto con el padre. El por sus deberes, y yo por mi dolor, que era intenso, verdadero, imponderable; no podíamos dormir.

Quería y no quería hablar por última vez con el cabo. Me decidí a hacerlo. ¡Pobre Gómez! Cuando me vio entrar agachándome en

la carpa, intentó incorporarse y saludarme militarmente. Era imposible por la estrechez.

-No te :nuevas, hijo -le dije. Permaneció inmóvil. -Mi Comandante -murmuró. Al oír aquel mi Comandante, me pareció escuchar este

re¡w ' ~ :;.margo: -Ud. me deja fusilar. -He hecho todo lo posible por salvarte, hijo. -Ya lo sé, mi ..::omandante -repuso, y sus ojos se

arrasaron en lágrimas, y los míos tamb~n, abrazándonos. Dominando mi emoción le pregunté: -¿Cómo hiciste eso? -Borracho, mi Comandante. -¿Y cómo me Jo negaste el primer día? -Ud. me preguntó por un vivandero, y yo creía haber

muerto al alférez Guevara. -¿Esa fue tu intención? -Sí, mi Comandante; me había dado un bofetón el

día del asalto de Curupaití, sin razón alguna.

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82 LUCIO '.t. MASSILLA

-¿Y qué has confesado en el Consejo? -Mi Comandnnte, no lo sé. Yo he creído que el muer-

to era el alférez. Me han preguntado tantas cosas que me he perdido.

Salí de allí ... Hablé con el padre y le rogué le preguntara a Gómez

qué quería. Contestó que nada. . Le hice preguntar si no tenía nada que encargarme,

que con mucho gusto lo haría. Contestó, que cuando viniese el Comisario, l.e recogie­

se sus sueldos: que le pagase un p::so que le debía al sar­gento primero de su compañía y que el resto se lo manda­ra a su hermana, que vivía en la Esquina, villorrio de Corrientes rayano de Entre Ríos.

Pasó la noche tristemente y con lentitud. El día amaneció hermoso, el batallón sombrío. Nadie hablaba. Todos se aprestaban en sepulcral silen-

cio para las ocho. Era la hora funesta y fatal. La orden, que yo presidiera la ejecución. No lo hice, porque no podía hacerlo. Estaba enfermo. Mi segundo salió con el batallón y mandó el cuadro. Yo me quedé en mi carreta. La caja batía marcha lúgu-

bremente. Yo me tapé los oídos con entrambas manos. No quería oír la fatídica detonación. Después me refirieron cómo murió Gómez. Desfiló marcialmente por delante del batallón repitien­

do el rezo del sacerdote. Se arrodilló delante de la b.andera, que no flameaba sin

duda de tristeza.

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Le leyeron 1 "• sentencia, y dirigiéndose con aire som- , .¡

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U NI. EXCURSIÓN A LOS INDIOS RANQUELES 83

brío a sus camaradas, dijo con voz firme, cuyo eco reper­cutió con amargura:

-¡Compañeros: así paga la Patria a los que saben morir por ella!

Textuales palabras, oídas por infinitos testigos que no me desmentirán.

Quisieron vendarle los ojos y no quiso. Se hincó ... Un resplandor brilló ... Jos fusiles que

apuntaron ... oyóse un solo estampido ... Gómez había pasado al otro mundo.

El batallón volvió a sus cuadras y los demás piquetes del ejército a las suyas, impresionados con el terrible ejemplo, pero llorando todos al cabo Gómez. , . ":. .

A los pocos días yo tuve una aparición ... Decidida­mente hay vidas inmort? ces.

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EL LENGUARAZ

I\Iora es un hombrecito como hay muchos, de regular estatura. Un observador vulgar le cree­ría tonto; se pierde de vista. Es gaucho como pocos, astuto, resuelto y rumbeador. No hay ejemplo de que se haya perdido por los campos. En las noches más tenebrosas él marcha recta-

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mente a donde quiere. Cuando vacila, se apea, arranca un puñado de pasto, lo prueba y sabe dónde está. Conoce los vientos nor el olor. Tiene una retentiva admirable y e( órgano frenol'ó­gico en que reside la me.mor'ia de las localida­des muy desarrollado. Cara y lugar que vió un:1 vez no los olvida jamás. Sólo estudiando con mucha atención su fisonomía se descubre aue tiene sangre de indio en las venas. Su padre era indio araucano, su madre chilena. Vino IDO­

cito con aquél a las tolderías de ios :ranqueles, formando parte de una caravana de comercian­tes, se enamoró de: una ch!n::;, se enredó con ella, le gustó la vida y se quedó agregado a la ·tribu de Ramón. En Chile su padre había sido lengua­raz de un jefe fronterizo, peón y pulpero. Vivia entre los cristianos. Mora es industrioso y. tra­e' j ador, tier.e hijos, quiere mucho a su mUjer-, posee algo y saldría del desierto si pudiese arrear con cuanto tiene. Pero, ¿cómo? Es empresa di­fícil, imposible. i'ilora ha estado a ni servicio unos cuantos meses, sirv·iéndome con decisión y ·fidelidad. Tiene buenos sentimientos, ideas muy racionales, conoce que la vida civilizada es mejo¡· que la de! desierto; pero ya lo he dicho, está vinculado a él hasta la muerte, por el amor, la far.:.ilia y la propiedad. Habla el castellano a la chilena, perfectamente, disminuyendo lo mismo los susta"~ivos, que los adjetivos y los abverbios. Nunquita me ha sucedido perderme por allicito yendo solito, es como él dirá. El araucano lo con•Jce bien. y es uno de :es lengua­races más inre!igentes que he vis~o. Ser lengua­raz, es un arte ciifícil; porque los inci:os carece:1 de los equivalentes de cie:-:as expresiones nues­tras. El leng•1araz no puede tra:: . .:::ir !i:eral­mente, tiene que hacerlo libremente, para ha­cerlo como es debido ha de ser mc¡y penetrante. Por ejemplo, esta fc-ase: Si usted tiene conciencia debe tener honor, no :rmede ser vertida literal-

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rr "·:1te; porque la.:> ideas morales que implican conciencia y howr no las tienen los indios. Un buen lenguaraz, según me ha explicado Mora, diría: "Si usted tiene corazón, ha de tener palabra, o si usted es bueno, no me ha de enga­ñar". Por supuesto que Mora, no obstante la pintura favorable que de él he heeho, no es nene que se retrae de ir a los malones. Al contrario, va en la punta, y por eso tiene con que vivir. En unas tierras se trabaja de un modo y en otr::s de otro, como él me dijo, haciéndol<:: yo cargos de que un hombre blanco, hijo de cris­tianos, bautizado en los Angeles, que podía ganar su vida honradamente, llevara la existen­cia de un salteador.

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CAMARGO

Camargo se sentó, y bajo la influencia del aguardiente cayó en una especie de letargo.

Examiné su fisonomía. Es lo que se llama un gaucho lindo. Tiene una larga melena negra, gruesa como

cerda, unos grandes ojos, rasgados, brillantes y vivos, como los de un caballo brioso; unas cejas y unas pestañas largas, sedosas y pobla­das, una gran nariz, algo aguileña; una boca un tanto deprimida, y el labio inferior bastante grueso. --"i

-- Es blanco como un hombre de raza fina, <~ . tiene algunos hoyos en la cara y poca. bar~:;¡,. ". '{i\j

ES- alto, delgado y musculoso. . . ',.-J

Su frente, achatada y espaciosa, sus pómulos -":':;.-d

saltados, su barba aguda, sus anchas espaldas;_ ''".c"i~ su pecho en forma de bóveda y sus manos siem- .,.iJ pre húmedas y descarnadas, revelan la audacia, -.-,;~ el vigor, la rigidez susceptible de rayar en la ;·¡ crueldad. . :}I'l

Camargo es· uno . de esos hombres por cuyo :·~~·~! lado no se pasa. yendo uno solo, sin sentir algo parecido al temor de una agresión.

Los indios lo respetan, porque ellos respetan todo_ lo que es fuerte y varonil, al que desprecia la vrda.

Y Camargo se cura poco de ella. Pruébanlo bien las cicatrices de cuchilladas

que tiene en las manos, su existencia agitada, turbulent:->, azarosa, que se consume entre el aguardiente y las reyertas de incesantes satur-nales, entre el estrépito de los malones y de las montoneras, como que hoy está entre los indios, mañana en los llanos de La Rioja con Elizondo y Guayama, volviendo después de la derrota a su guarida de tierra adentro sobre el lomo del veloz e indómito potro.

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Este gaucho, séame permitido decirlo, reivi_n­dica en los .casos heroicos el honor de los cns­tianos. Cuando le place, lo mismo cara a cara que por detrás, cuerpo a cuerpo, que entre va­rios, apostrofa a los indios de "bárbaros". Yo le oí decir muchas veces a voz en cuello:

"A mí que no me anden con vueltas éstos por­que yo los conozco bien y al que le acomode una puñalada se la ha de ir a curar ~l ot::.-o mundo."

Después que examiné detemdamente. aquel tipo de férrea estructur~, en <:1 que los caracte­res semíticos de la pers1stenc1a estaban estam­pados, le dirigí la pal'abra sacándole del silencio indeliberado en que había caício. , - -- :_¿Cómo te hallas aquí? -le pregunté.

; -Habla. con mucha vivacidad, pero esta vez, contra su costumbre habitual, en lugar de- con­testarme, dió un suspiro; y se envolv-ió en las nieblas de sus recuerdos dolorosos.

-Vamos, hombre -le dije-, cuéntame tu vida.. ~ .-.~

-Señor -me contestó-. Mi vida es cor.a. y no tiene nada de particular. No soy. mal hombre, pero he sido muy desgraciado. . . .

· , Yo soy de San Luis, de allá por Renca; ·:::us padres han· sido gente h?nrada y de posib_i;os. Me querían mucho y me dieron buena educac10n.

Sé leer y escribir, y también sé cuentas. Desde chiqt:ito era medio soberbio. Cuando me hice hombrecito, se me fig:;.raba que nadie poC.:a ser más que yo. Cuando oía decir que haoía un gaucho guapo; lo bc;scaba para ver si me decía algo.

Me gustaba ser miLitar, y soñaba con ser ge!leral. N o había hecho mal a r.a.die, aunque tenía bastante mala cabeza.

Siempre andaba en parrandas y pel~as; p€YO

nadie dirá que le pegué de atrás. Me enamoré de la hija dei comandante N ...

La muchacha .me quería. Yo era joven, pues ..

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: , aquí donde me ve no tengo más que veinticuatro - años (parecía tener treinta y dos).

~ A más de eso, como mis padres tenían alguna

t- pl_a_ tita, yo-~n_daba_ siempre aviao. El comandan-

te N ... sas1a m1s amores con su hija, no le - : gus~aban. Un día me atropelló en las carreras,

y vmo a darme una pechada; yo le enderecé mi caballo y lo puse patas arriba con flete y

1 tuJo. Era muy fantástico y no me lo perdonó. ~ Desde esa vez decía siempre que me había i de matar. Yo estaba en guardia. Me achacaron 1- varias cosas; nada me probaron. Hubo una bulla ! de revolución. · ~- Me fueron a «prender». Eran cuatro de la l:_l_ partida . .i Que_· me habían de tomar r s_abía bien •:- que me-1ba en la parada el número· uno..: Hice. 'é- un ~esparramo y me fui a los montoneros.----, . _,- -· , .. Le·· interrumpí preguntándole:- . _ . -:,,. . -¿Y qué opinión tenías? --- · ··

. :i

• -¿Opinión? Yo no tenía más opinión que ser ,hombre alegre y divertinne. Las carreras y las mujeres eran toda mi opinión. : :·,-¿Y qué hiciste con la montonera? .. . _---:-Hicimos el diablo. Anduve una porción Ú

tiempo con el Chacha, que era un bárbaro. Des-­pués que lo mataron anduve a monte._ Cuando vino don Juan Saa, con otros nos juntamos a su gente. N os derrotó en San Ignacio el general Arredondo; me vine con los indios de Baigorríta para acá.

-Y después de eso, ¿qué has hecho, qué vida has llevado?

-Me fui para San Luis, de oculto; traje mi mujer, mis hijitos y algunos parientes, y aquí están todos.

-¿Y has andado en L-s invasiones con los indios?

-En alguna, señor. -¿Y es cierto q•; 0: tú has tenido la culpa de

que los indios mata: 1 una porción de cristianos?

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---~......._ _____________ _

-Es falso. He estado en las casas de algunos pícaros, pero me he opuesto a que los de~üe11en. ¡Ah, sí no hubiera sido por mí! Habna· unos cuantos diantres menos en este mundo.

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HISTORIA DEL GUERRERO Y DE LA CAUTIVA

En la pagma 278 del libro La poesia (Rari, 19-:!2), Croce, abre­viando un texto latino del his-toriador Pablo el Diácono, narra la werte y cita el epitafio de Droctu!ft; éstos me conmovieron singularmente, luego entendí por qué. Fue Droctulft un guerrero lombardo que en el asedio de Ravena abandonó a los suyos y murió defendiendo la ciudad que antes había atacado. Los ra­veneses le dieron sepultura en un templo y compusieron un epitafio en el que manifestaron su gratitud ("contespsit caros, dum nos amat ille, parenl 's") y e~ peculiar contraste que se advertía entre !a figura atroz de aquel bárbaro y su simplic:,'.:;.d y bondad:

Terri bilis vis u facies m en te benign us, Longaque robusto pectores barba fuit! 1

Tal es la historia del destino de Droctulft, bárbaro que muiió defendiendo a Roma, o tal es el fragmento de su historia que pudo rescatar Pablo el Diácono. Ni siquiera sé en qué tiempo ocurrió: si al promediar el siglo VI, cuando los longobardos desolaron las llanuras de Italia; si en e1 vm, antes de la ren­dición de Ravena. Imaginemos (éste no es un trabajo histórico) lo primero.

Imaginemos, sub specie aeternitatis, a Droctulft, no al indivi­duo Droctulft, que sin duda fue único e insondable (todos los individuos lo son), sino al tipo genérico que de él y de otros muchos como él ha hecho la tradición, que es. obra del olvido y de la memoria. A través de una oscura geografía de selvas y de ciénagas, las guen ;:¡,: lo trajeron a Italia, desde las márgenes del Danubio y del Elba, y tal vez no sabía que iba al Sur y tal vez no sabía que guerreaba contra el nombre Tomano. Quizá pro­fesaba el arrianismo, que mantiene que la gloria del Hijo es reflejo de la gloria del Padre, pero más. congruente es imagi­narlo devoto de la Tierra, ele Hertha, cuyo ídolo tapado iba de cabaña en cabaña en un carro tirado por vacas, o de los dioses de la guerra y del trueno, que eran torpes figuras de m:.tder:l.

1 También Gihbon ¡Dedi11~ rmd Fa/1. XLV) transcribe l'S!OS \er<;.os.

ll .4. o o o ; 0 1 lllé§:Ffl¡¡l' ;~ "' .,.,,...'!\zs_ .e -- .• !,.~~-~;.,\~. :::____',~ - ----·~-----· ·--·2. 2z:!32Zi! . .. E. MV····':·-~--· ··-···-----··---!(:. ______ _

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.JORCl: LU~ BORGES-·OBRAS CO~!PLETAS

en\ ueltas en ropa tejida y recargadas de monedas y ajorcas. Venía de las seh·as inextricables del jabalí y del uro; era blanco, ani· moso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al uni­verso. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipre:;es y el mármol. Ve un conjunto que es múltiple sin des­orden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de tem­plos, de jardines, de hab: laciones, de gradas, de jarrones, de ca­piteles. de espacios regulares y abie!·'os. Ninguna de esas fábricas (lo se) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquinaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseiio se adivinara una inteligencia inmortal. Quizá le basta ver un solo arco, con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezar;i siquiera a entenderla, pero sabe también que ella ,·ale m<is que sus dioses y que la fe jurada y que todas las ciénagas de .-\lemania. Droctulft abandona a los suyos y pelea por Ravena. \fuere, y en la sepultur<l graban palabras que él no hubiera en tendido:

Contempsil caros, dum nos amat ille, parentes, Hanc putriam reputan: esse, •Ravenna, suam.

\:o fue un traidor (los traidores no suelen inspirar epitafios piadosos); fue un iluminado, un converso. Al cabo de unas cuantas generaciones. los longobardos que culparon al tránsfuga proce­dieron como él; se hicieron italianos, lombardos y acaso alguno de su sangre -Aldíger- pudo engendrar a quienes engendraron ;d A.lighieri ... \Iuchas conjeturas cabe aplicar al acto de Droc­tulft: la mía es la más económica; si no es verdadera como hecho, lo será corno símbolo.

Cuando leí en el libro de Croce ]¡¡ historia del guerrero, ésta 111e conmovió Je manera insólita y tuve la impresión de recu­perar, oajo forma diversa, algo que había sido mío. Fugazmente ;;ensé en los jinetes mogoles que querían hacer de la China un infinito campo de pastoreo y luego ·envejecieron en las ciudades que habían anhelado destruir; no era ésta la memoria que yo buscaba. La encontré al fin; era un relato que le oí alguna vez a mi abuela inglesa, que ha \nuerto.

En 1872 mi abuelo Borges era jefe de las fronteras Norte y Oeste de Buenos Aires y Sur de Santa Fe. La comandancia estaba en Junín: más allá, a cuatro o cinco leguas uno de otro, la ca­dena de Jos fortines; más allá, lo que se denoninaba entonces 1:! P;nnpa y también Tierra Adent:o. Algur;¡ vez, entre mara-

.1

EL ALEPH

villada y burlona, mi a:. qe]a comentó su destino de inglcs;t dc!l­

terrada a ese fin del· mundo; le dijeron que no eTJ la única 'l le señalaron, meses después, una muchacha inclia que. a u;¡ \·e­~ aba lentamente la plaza. Vestía dos mantas colorad_;:s e 1ba des­calza· ·us crenchas eran rubias. Un soldado le diJO que otra ingle~a quería hablar con ella. La mujer as!ntió; entn'¡ en la comandancia sin temor, pero no s' :·e ce lo. En la cobnza ctra, pintarrajeada de colores feroces, l?s ojos eran de e~~ azul des­ganado que los inaleses llaman crns. El cuerpo era J¡vero, como de cierva; las man"'os, fuertes y l~uesudas. Venia del desierto. de Tierra Adentro y todo parecía quedarle chico: las puertas. bs paredes, los muebles.

Quizá las dos mujeres por un instant~ se .sintier~n hermanas. estaban lejos de su isla querida y en un mcre1b!~ pa1s. \~i- abuel~ enunció alguna pregunta: la otra le respondw con chficultac, buscando las palabras y repitiéndolas. como asombrad;¡ _el~ un antiguo sabor. Haría quince años yue no hablaba e: Iclw:na natal y no le era fácil recuperarlo. f.?ijo que era ele \orksh~re, que sus padres emigraron a Buenos Aires,_ que los hab1a perdtdo en un malón, que la habían llevado los mclws y que -~hora era mujer de un capitanejo, a quien ya había d~do .dos, hl_JOS y que era muv valiente. Eso lo fue diciendo en un !llgles rusuco. entre­verado 'de araucano o de pampa, y detrás del relato se \·islum­braba una vida feral: los toldos de cuero de cab::I!Io. las hogueras de estiércol, los festines de carne chamuscada o de vísceras crué~as, las sigilosas marchas al alba; el asalto de los corrales,. el ~bnd~ y el saqueo, la guerra, el ca~daloso a:reo de las haC!e_ndas poi jinetes desnudos, la po_ligamia, l~ hedwndez y la magia. :-\ . e~a barbarie se había reba pelo una wglesa. !\JO\ 1cla por la Lot!lna y el escándalo, mi abuela la exh<;JrtÓ a no volve:. Juró amp~L~rla._ juró rescatar a sus hijos. La otra le contesto que e~a, tehz ) volvió, esa noche, al desierto. Francisco Borges monna poco después, en la revolución del_ í4; qui~~ mi abuela, e~to~c~s. pudo percibir en la otra muJer, tambten arreb~tada ) L ans­formada por este continente implacable, un espeJo monstruoso

de su destino ... Todos los años, la india rubia solía llegar a la_~ pulr.:r!a~ t.l.e

Junín, o del Fuerte Lavalle, en procura c_le baraups_ y ncws · no apareció, desde la conversación cor: mt abuela. Sm en~bargo, se vieron otra vez. 1\!i abuela había salido a cazar; en un 1 ancho, cerca de los bañados, ur. hombre degollaba una oveja. Com_~ en un sueño, pasó la india_ a ca~allo. Se tiró al suelo. y be~IO la sangre caliente. No sé ~~ lo hizo porque ya no podta obrar de otro modo, o como un desafío )' un s1gno.

!\Iil trescientos añc.. y el mar median entre el destino de la

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560 JORG!:: LUIS llORGF-'>-OBRA~ CO:I.!PLJ::TA:>

cautiva y el destino de Droctulft. Lo~ dos, ahora, son igualmente irrecuperables. La figura del bárbaro que abraza la causa de Ravena, la figura de la mujer europea que opta por el Jesierto, pueden parecer antagónicos. Sin embargo, a los dos los arr.: 1tó un ímpetu secre(o, un ímpetu más hondo que la .-~zón, y. los Jos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar. Acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales.

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o o oso

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788 JORGE LUIS BORGES-OBRAS ,~1:\l"UT,\S

EL CAliTIVO

En Junín o en Tapalquén refieren la histo1 ;a. U u chico desapare­ció después de un malón; se dijo que lr' h~:l;ían robado los indios .. Sus padres lo .buscaron inútilmentt>: al cabo de los años, un soldado que venía de tierra adentro les habló de un indio de ojos celestes que bien podía ser ~u hijo. Dieron al fin con él (la crónica ha perdido las circunstanci:.~s y no quiero inventar lo que no sé) y creyeron reconocerlo. El hombre, trabajado por el desierto y por la vida bárba1 a, y;t no sabía oír las palabras de la lengua natal, pero se clejó conducir, indiferente y ·dócil, hasta la casa. Ahí se detuvo, tal \ c1 porque los otros se detuvie­ron. Miró la puerta, como sin en tenderla. De pronto bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguún y los dos largos patios y se metió en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la enne­grecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que ha­bía escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.

Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto. Yo querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y muri(:' en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa.

O no,., 1 - J l.

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.. · J::L HACEOOR

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LA MISTERIOSA DESAPARICIÓN DE UN CREADOR DE .v!!STER!OS

l!N FA~IOSO ESCRITOR DESCONOCIDO

Nombrar a .-\mbrose Bierce es evocar la memoria ilustre de Edzar Allan Poe .. -\mbos cultivaron asiduamente el horror en literatura: a-m­bos padecieron el desprecio o la incomprensión de sus conremporá­neos. Ambos murieron misteriosa mu~rte. En 1842. Poe había dado una receta famosa para escribir cuentos. Lo esencial. sezún él. era bu-~car "un eíecto único ... ya fuera cie honw. de misterio. de ··suspen­so . y atenerse estrictamente a él. De los escritores posteriores a Poe. Bierce es quien sir.·e más fleimente esa regla: sus cuentos producen siempre una impresión definida. a menudo desazradable. a menudo terrible. casi siempre memorable. Posee elemento; de técnica rHJe Poe desconoce: el iinal sorpresi\O. el incisivo humorismo. la lúcida facul­tad descripti\ a. Para algún cntico. es Poe resucitado después de me­dio siglo~- equipado con todos los sutiles peri'eccionarni~ntos que se h:m tdo aiiacitendo al genero.

Y con todo. Ambrose Bierce es casi un desconocido. no sólo en el extranierc. sino también en su propio pals. Las antologías transmi­ten dos o tres de sus cuentos. los críticos de mala zana le reconocen talenro. estilo brillante. invención feli<:. pero su obr; sólo se lee en re­du:=idos c1rcuios. Según Amold Bennet. Bierce es uno de los eJemplos mas sorprendentes de lo que d llama "celebndades subterráneas ... Fa­moso. sin duda. per<• sólo entre unos pocos.

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l<o Po L f- o LV A LS /f

[f,·/IJ/enro orle/(> ¡j~ cscrti)fr ,

N;:¡tur;:¡lmente. no Ldt:m motivos parJ esta indiferencia. aue en \·idJ del escritor luc Jigo más: resentimien¡o y aun odio. Ambrose Bierce no se preocupó por hacerse querer de sus con¡emporjnc:os. ni tampoco de la postendad. !Dejó una expresa maldición. J b aue espe­ro escapar. para quienes se ocup0ran de escribir su biografía o trazar de él una mera semblanza periodística.)

Había empez.::~do su carrera "literari:::" en S<m Francisco. estam­pando inscripciones terroristas en las paredes de i::J Casa de !v!oneda. Allí mismo ejerció durante más de veinte años el periodismo. NO\'O­

cando Jescomunaies poiémic:Js. sin que nadie esc::wJrJ al latigazo de su saura. ·'Su pluma". dice George Sterling. "estabJ empapada en hí:::i y ácido. sus aDaues eran más temidos que el cuchillo y el revcih•e! ... El anatema de Bierce contra ia ciuciJd de San Fr::!ncisco men~ce c;n ;u­gar ;¡parte en b h1storia de la invectiva. ·'Es o:i pJ.~:::iso Je ia ;¡~,:;~.:;u:·::.

la cobardía y ia ignorancia. Necesita 01ro terfemoro_ mro incendio. y. por sobre wdas las cosas. un buen bombardeo. Moralmente. es unJ. colonia penal. la peor de las Sodomas y las Gornorras del mundo mo­derno.··

No es extraño que más adelante bs editores de la ciCJdad así ,·a­puteada se negaran a publicar sus libros de cuenros. que corrieron izual fortuna en el resto del país. Uno de ellos trae la siguie:-ne nota a~laratcria: "La publicación de este iibro. al que las principaies ediro­riaies del país han negado el derecho a];:¡ existencia. se c:::-e al señor E. L. G. Steele. comerciante de esta ciudad. La mayor ambi::ón e::! autor es aue !:1 obra justifique le fe del señor Steele en su pmpio juicio ven su ami~o. A. B .... . Esta p;oscripción de la obra de B ierce. como es natural. tra>c:en­de las fronteras de su p3tria. Para los le::tores de h:.:bla c~ste!bn:.: e<: desconocido. salvo por la traducción de ::ios o tres de sus cuen:CJs.

Bierce esCíibió cuentos de misterio. cuentos de terror \ Ulro<: simplemente truculentos. Se h:1n señaiJdo 'LIS defectos: es sensa::;on3-lista. a veces es retórico. no ahorl-:1 ei pom1enor esp:.:nioso. !;;. 2!-:sión macabra. Y. sin embargo. en algunos de sus relatos alc:1nz.2 \a difícil perfección del ~énero. En uno de ellos nos presenta a ur. espia eí: t~2~­ce de ser ahorc~do. describe las ;moces íormJiid;:¡ce:; de la e¡ecucicn. que se realiza en un puente. sobre un río: lo<: sold;:~cios ;nm(l\ iles. la so~;¡ en el cuello. el pun¡:::pi; que abre la trampa f:1t:1i En e~e Jnst~nte.

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. ' Rodol(o \Vvlsli

que debiera ser el úitimo. la cuerda se corta. el prisionero cae J.! rio. Desata sus ligJ.duras. huye a nado. perseguido por las balas del pique­te. Se interna. ya a salvo. en un bosque. Camina interminablemente. Llega después de mucho tiempo a la entrada de su casa. ve el pórtico blanco. ve a su mujer que sale a recibirlo con una sonrisa. siente un golpe lacerante en la nuca. ve una luz blanquísima que lo ciega. y en· tonces todo ha terminado. Está muerto. La soga no se ha cortado. To· da la avenrura no ha sido más que una fugaz ensoñación desarrollada en los dos o tres segundos previos a la muerte.

VIDA

Ambrose B ierce nacto en 1842. en el estado de Ohio. Al estallar la guerra civil se enrola en las filas. donde alcanza el 2rado de mavor. Esta experiencia guerrera se refleja en muchos de su; relatos. Fi;ali­zada la contienda. se radica en San Francisco, donde colabora en dis­tintas pub! icaciones. En 1872 se traslada a Londres, donde publica. con seudónimo. una brillante serie de fábulas satíricas: 'Telarañas de un cráneo vacío". A propósito de seudónimos. los empleó en abun­dancia.. y aun. ahora no ha sido posible rastrearlos a todos. Siempre lo poseyó el gusto por la intriga, por la mistificación. Lle2ó a comentar sus propios libros y a entablar polémicas consigo mism;. Pero lo me· jor de su obra está contenido en dos breves tomos de cuentos.

En 1876 volvió a San Francisco. En 1893 había dejado de escri­bir cuentos. Sin embargo. aun cultivaba el periodismo. Hemos dado una imagen del escritor: un hombre solitario. amargado. cínico. Dare­mos ahora otra. diametralmente opuesta. la que nos presenta Van Wyck Brooks en su semblanza de Bierce. Nos dice aue en sus últimos años Bierce es un hombre apacible y bondadoso. rodeado de discípu­los. a quienes comunica desinteresadamente las experiencias artísticas que h? recogido en su vida. Deja una vasta correspondencia en la que explica. compara. aconseja y juzga sin acritud. con benevolencia. Sin embargo. no ha perdido del todo el gusto por la mistificación. por el escándalo. En 1899. en complicidad con Carral! Carrin2ton v Her· mann Scheffauer. hace publicar un poema de este último~ atribuvén­dolo a Poe. con la clásica historia del manuscrito encontrado po~ CZl·

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El ,·lolenlo oficio de escribir

~-;.:-- .. '-', .r;. ~ ·: . . . . . ..... , .... •.·

sualidZld. El poema no es malo. y podía haber sido escrito por Poe. Lo cieno es que nadie protesta. Nadie se pronuncia. Bierce publicJ. un ar­tículo en el que se declara escandalizado por el escJ.so eco que ha te­nido el hallaz2o: no 2aramiza --<lice- la autenticidad del mismo. pe­ro opina que debería- haber despertado un poco más de interés en los críticos. Y paradójicamente es aquí. al comentar una fábula elaborada por él mismo. donde Bierce afirma que "el arte es la única ocupación

se:i:J que hay en la vida".

¿MUERTE1

En 1913 Bierce tiene setenta y un años. Es un anciano. 01 vidado de sus contemporáneos. resignado con su destino. se diría que lo único que puede hacer es esperar tranquilamente el momento de su muene. Y, sin embargo. detesta la idea de "esa muerte por vejez, por enferme­

dad o por una caída en la escalera del sótano". . Ha llevado una vida de permanente acción. Ha sido soldado. ha

sido uno de los escritores más agresivos y agredidos de su época.. ha glorificado en relatos inolvidables la muerte en el combate. el heroís-

mo. la abnegación. Por aquella época. México es teatro de sangrientaS luchas in:e:-

nas. En noviembre de 1913 Bierce escribe diciendo que se va a Mexl­co. que lo lleva un propósito bien definido. pero no expresa cuál es

ese propósito. . . Lo que sucedió después es uno de los mayores m1stenos de

nuestra época. Bierce desap2.reció sin dejar rastros. y hasta el día de

hoy no se tuvieron noticias cieri.as de él.

"PARKER ADDERSON. FiLÓSOFO"

En "Parker Adderson. filósofo". uno de sus cuentos. Bierce había te­nido. quizá. la prefiguración de algunos 1nst2ntes de su muerte. Es la hiswria de un espía federal. en la Guerra de Secesión. que c:1e en po­der del enemigo .. -\ntes de ser fusilado. el gener::.l \e> interroga:

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-¿.Cuál es su nombre?

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' . Rodol(n \Va/sir

-Puesto que he de perderlo al alba -responde el prisionero-. no vale la pen.a ocultarlo. Parker Adderson.

-¿Su grado'

-Muy humilde. Los señores ofici-.les son demasi:Jdo valiosos para confiarles misiones de peligro. Soy sargento.

-¿De qué regimiento?

-Perdón. No he venido para dar daros sobre nuc:stras fuerzas. sino para averiguarlos sobre las suyas.

-¿Reconoce. pues. haberse infiltrado bajo un d¡s" ul en nuestro campamento para obtener informes sobre el número v la moral de mi~ tropas'l .

-Sobre el número. La moral. ya la conozco. Es desastrosa. Y así sucesivamente. El espía sabe que será fusilado ::11 amane·

cer. pero se ríe de la muerte.

El general firma la sentencia. Afuera llueve. -Mala noche -dice el general.

-Para mí. sí -responde el prisionero.

-¿Piensa usted ir a la muerte sin dejar de bromear? ¿,No sabe que la muerte es a~unto serio?

-¿Cómo habria de saberlo? No he estado muerto en toda. mi vida, -La muerte es, por lo menos. la pérdida de la felicidad que ha-

yarno> alcanzadQ~

-Una pérdida de la que no tenemos conciencia puede soportar-se con serenidad. y esperarse sin temor. .

-Si el estar muerto no es condición d.esagradable -dice .el ge-neral-. el acta de morir ha de serlo. . . · ·

-El dolor es desagradable. sin duda. Pero quienes más larS!a· vida alcanzan son los que más lo padecen. Lo que usted llama la muerte es simplemente eltíltimo dolor. La muene no existe. Supon­ga que yo intento escapar. Usted levanta el revólver aue tiene escon­

dido sobre las rodillas y dispara. Yo me desplomo. ~ero aún no es­toy r~1ueno.· Después de media hora de a!!onía. di>!amos. esrov realmente· muerto. Pero en cualquier mome;ro dado de esa rnedi;1

hora. he est;:¡do vivo o muerto. No hav términos medios. La n;:JturJ-Ieza es muy 5;:Jbia. .

-La muerte es horrible -exclama el general. a pesar suvo. -Para nue5rros salvajes a~recesorcs. sí. No tenían inte-ligencia

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OOUSt

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E/l'wlcnlo oiicw efe escnbir

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bast;:Jnte para separar la idea de conciencia de la idea de las formas fí-sicas en que se maní fiesta.

Transcurren las horas. Parker Adderson sigue filosofando con la mayor ecuanimidad. Es el general. y no éL quien parece el condenado a muene. Nada puede alterar la lucidez de su inteligencia. la certera vive:la de sus réplicas.

Pero al fin ha llegado el momento. El general llama a un oficial y le ordena:

-Tome un piquete. lleve al prisionero y fusílelo. Y entonces ocurre lo inesperado. Ese hombre que ante la mera

idea de la muerte ha conservado una admirable sangre fria. ante la muerte actual. verdadera. se derrumba como un muñeco. Trata de huir. inicia una lucha insensata. es reducido. y. sin cesar de gemir y suplicar. es lle\'ado al sitio de la ejecución donde es. mueno como un perro.

Algunos aseguran que Ambrose Bierce fue fusilado por los gue­rrilleros de Pancho Villa. Lo que nunca se sabrá es si supo conservar hasta el fin el razonado valor primero de Parker Adderson. el filósofo. o si. como éL tuve miedo en el último instante.

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---------------'-'-IN-'-'-FO-=--'-RME ESPECIAl ---,J,~'ilt~:.

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oor:.:~~';·¿n ~f:j !í4 ~ ·~J:1

POR RODOLFO J. WALSH ne stoy leyendo en la gran revista Time el vívido, colorido, casi ~entusiasta relato del exterminio de los invasores de Haití. Pienso qué bueno sería poder escribir así, con t<Jl precisión de acljF:tivos. Y tal vez para ejercitarme, para asimilar algo de esa maestría, vuelvo a ¡nis viejos tie, ilpos de tr ·ductor:

"La semana pasada una de las compañías t;Sc: :cas de Duvalier se acercó sigilosamente a la fuerza invasora de 30 hombres que, procedente de Cuba, había desembarcado quince días antes.

11 Hartos, ' hitos, atragantados (la revista usa una sola palabra, gorged, pero a mí, que soy mal traductor, me hacen falta tres para conferirle su sentido íntegro), atragantad( -; con un festín de c:;brito asado que se dieron, la mayoría de Jos invasores murió sobre el terreno bajo el fuego fulminante de Jos fusiles automá­ticos."

Aquí me detengo y pienso si será la pobreza del idioma castella­no, que no tiene palabras como gorged (que en seis letras insinúa tantas cosas como glotonería, avidez y general saciedad) lo que nos impide escribir tan bien, pero tan bien, como la revista Time.

Míe .:ras me prometo estudiar el sistema, aparece un hombre bajito, canoso, que habla tristemente y habla demasiado, porque la verdad es que todos hablan demasiado hoy, con este calor, y para colmo tengo que escribir sobre alguien que no conocí y que (venía pensando), probablemente no era nadie, pero es alguien porq·¡e se murió. Se llarnabaJean Pase!, y por qué me tocarán estas cosas a mí.

Pero el hombre canoso, bajito, abre una bols;¡, de cartón, mientras habla, y de la bolsa saca una camisa celeste éon los puños ligeramente sucios, y un saco liviano a cuadros, que maneja con temor en la punta de los dedos. La etiqueta de la camisa dice: "Raitor, Corrientes 572".

Entonces lo miro y dice: -Son cosas de Jean. Debajo de la camisa y del saco hay dos grandes carpetas llenas

.de papeles. El primero que viene a mis manos es uno que dice: ]ean Pasel calle de la Amargura 303 Jean Pase! debía noventa dólares en el hotel Nueva Isla de La

Habana, y otros cincuenta y ocho en el hotel Nueva Luz, de la calle Amargura. En el primero tienen su ropa de inviemo, que debió dejar en prenda, y en el segundo el resto de su equipaje.

'~stoy preguntándome si conviene divulgar estos detalles, pero después pienso que no tengo por qué mentir. No tengo por qué decir quejean Pase! era un extraordinario periodista o que había llegado a la cima del triunfo. La verdad es que estaba completa­mente tirado y eligió irse a rnorir a una isla de fiebres y de negros, donde se lo comen los bui~res. De todas maneras uno de sus papeles, publicado en algún diario del Caribe, dice entre otras cosas de un tremendo candor: "Creo en el periodismo, profesión noble que practicada con altruismo pemlÍte devol\'er a la sociedad unil parte de lo que de ella recibimos". Si él creía en eso, tal vez no esté arrepentido de su destino.

Una foto suya que viene en otro sobre me asegura que Jean Pase! era demasiado flaco, demasiad:. esquelético y flaco, para atosigarse con el cabrito de Time. Tenb una linda cara, algo triste y envejecida, de porteño que ya está de vuelta de todo.

Después sale del p<~quete un banderín con la im:~gen de Nues­tra Señor;1 dt' la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Y la foto de u-:a muchacha, y es:t colección de recortes dt: tbrios, cartas, a,tfculos y proyecto~. e artículos de b cual un periodista no se separa atinq•H~ haya k11ido que separarse hasta de\;¡ ropa. Entre las cartas hay tres de Arturo Frondizi, fechadas ,en octubre de

. 1 ::¡o u ntPs :::>11 nri n t .r.nrn. <H

1955, junio de 1957, r,uvicmbre de 1957. Son mensajes de cir­cur.:;tancia, escuetos, acusando recibo de algunas colaboraciones pe1 ·odísticas cuyos recortes Jean Pase! hizo llegar al entonces cand;, _o. ,

"Le agradezco sus ·conceptos sobre Petróleo y Política -dice la de noviembre de 1957- y me complace pensar que he colaborado en la med;':ia de mis fuerzas al mejoramiento de la realidad económica la: 'wamericana ... ".

Otros papeles van dando idea de la infortunada trayectoria de Jean Pase! en los últimos años. Se ve que había llegatlo a la etapa en que recorría las redacciones con la lista mecanografiada de sus antecedentes periodísticos. Que los tenía, y muy homosos, aun­que en última instancia no le hayan servido de nada, como suele suceder en este oficio.

En Argentina debió sufrir la estúpida persecución que infr ;ió el peronismo a los periodistas que se le oponían. A partir de 19 ) fue director del diario Bragado en el pueblo del mismo no'"ore, donde había nacido. En 1949 se lo clausuraron. Fundó entonces otro periódico que se llamaba Por Todos. También se lo clausura­ron en 1951.

Juan Carlos Chidichimo Poso (que tal era su verdadero nom­bre) se desacató y lo condenaron a ;_:,neo años de prisión. Pudo exiliarse en Montevir' · J, donde trabajó en las radios Ariel y El Espectador y en los ,ríos Acción y La Calle. Pasó al I3rasil, a la fogosa Tribuna d lmprensa que dirige Carlos L:cerda.

De allí fue a Venezuela. La dictadura de Pérez Ji ·,énez lo expulsó a Colombia, donde también se ·¡ió sometido a penurias y per ~cuciones. Refugiado en Paramá, le retuvieron el pasaporte hasta que periodistas panameños interce· ~ieron por él.

A Cuba vino Jean Pase! a respirar un aire más libre. Consiguió un trabajo en televisión, dio conferencias en La Habana y en Cienfue¡;;os. Algunos diarios cubanos le hicieron reportajes y le abrieron sus páginas. Todo eso no bastaba para vivir en una de las ciudades más caras de América. Además es probable que Jean Pase! trajese el ánimo trabajado por la desventura. Hombre apa­sionado por Latinoamérica, en su larga peregrinación por ella no había visto más que dolor y miseria. De ahí tal vez lo que dice uno '.:e sus papeles que tengo a la vista, quizás un artículo que tenía en proyecto: "Buscarle sentido a la vida no sólo es inútil, es injusto y casi indecente". Otras expresiones suyas, que estamos hojeando al azar, tienen un tono semejante.

Sin embargo, en sus últimos días volvió a presentársele el gran ; espejismo de cualquier periodista de raza, el reportaje que en un sólo día hace circular un nombre por todos los rincones del continente, el artículo en cuyo honor vib:·;m las teletipos. Se enteró, quién sabe cómo, de que una aventurera expedición zarpaba rumbo a Haití. Sin más que lo pU•'Sto, el pantalón y la blusa que escaparon a los hoteleros, se embarcó.

Antes de irse estuvo en esta redacción, según me cuentan. Iba a mandarnos un gran reportaje ele algo muy impo ·tante, que ni siquiera quiso decir.

La aventurera expedición estuvo condenada antes de zarpar. Internacionalmente comprometió a Cuba, que fue su punto de

partida aunque nada tenb que ver, a tal extremo que Fidel Castro se vió obligado a censurarla antes que nadie, apenas se enteró. Después vino el aniquilamiento, aprovechando el "hartazgo"pro­ducido por el festín de cabrito, según la histórica frase de Time.

Nada de lo que se dijo puede alcanzar a ]can Pase!. Como · periodista, su deber era estar donde estaba la noticia. Y estuvo~

Aunque no nos m,mdara el gran reportaje ni escribiera tan bien, pero tan b:en como la revista Time.~

O n l' o,, .. L; ....

-· EL I'ERIODISTA/N° 234. DEL 17 AL 23 DE MARZO DE !~R9/2J

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CARTA ABIERTA DE RODOLFO WALSH A LA JUNTA MILITAR

l. La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.

El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un ba­lance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.

El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno <1c! que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecuto­res de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elec­ciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no 'l!e el mandato transitorio de Isabel ?'-.Iartí­nez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo re­mediara males que ustedes continuaron y agravaron.

Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo le­gitimarse en Jos hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significa· 1 • posible de ese "ser nacion:1l" que ustedes invocan tan a menudo.

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Rodolfo Walsh

In\ i:tiendo ese camino han restaurado u:;tedes la corriente de ideas e intereses de minorías dcrrotauds que traban el desarrollo de Lis fuerzas producti\a<;, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohi­biendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la so­ciedad argentina.

2. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, de­cenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.

Colmadas la cárceles ordinari :\S, crearon ustedes en las principa­les guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado. periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límites y el fusilamiento sin juicio. 1

Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desapari­ción el recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de ante­mano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presen­tarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados.

De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presen­tarlo al juez en diez c1: s según manda una ley que fue respetada aun en las cumbres represivas de anteriores dictaduras.

La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en Jos métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articular::)]1eS y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusie­ron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testi-

'Desde enero :.le 1977 la Junta empezó a publicar nóminas incompletas de nuevos de­tenidos y de "liber<tJu~" que en su mayoría no son tales sino procesados que dejan de estar a su disposición pero siguen presos. Los nombres de millares de prisioneros son aún secreto militar y las condiciones para su tortura y posterior fusilamiento perma­necen intactas.

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El violento ojirio de escribir

• monios junto con la picana y el "submarino'', el soplete de las actuali­zaciones contemporáneas.'

Mediante sucesivas concesiones al sup 1wsto de que el fin de ex­terminar a la guerr::·, justifica todos los medios que usan han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la m~dida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes p~r­turbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sus­tancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido.

3. La negativa de esa Junta a publicar los nombres de los prisioneros es asimismo la cobertura de una sistemática ejecución de rehenes en lug;-~res descampados y horas de la madrugada con el pretexto de fra­guados combates e imaginarias tentativas de fuga.

Extremistas que panflete:J.n el campo, pintan acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereoti­pos de un libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya el carácter de represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones guerrilleras.

Setenta fusilados tras la bomba en Seguridad Federal, cincuenta y cinco en respuesta a la voladura del Departamento de Policía de La Plata, treinta por el atentado en el Ministerio de Defensa, cuarenta en la Masacre del Año Nuevo que siguió a la muerte del coronel Caste­llanos, diecinueve tras la explosión que destruyó la comisaría de Ciu­dadela, forman parte de 1.200 ejecuciones en trescientos supuestos combates donde el oponente no tuvo heridos y las fuerzas a su mando no tuvieron muertos.

Depositarios de una culpa colectiva abolida en las normas civili­zadas de justicia, incapaces de influir en la política que dicta los he­chos por Jos cuales son represaliados, muchos de esos rehenes son de­legados sindicales, intelectuales, familiares de guerrilleros, opositores

'El dirit:ente p::rc,r1ista Jorge Lizaso fue dc5C'ellej:do en vide.. el ex dipat:ldJ ra.:'.:al Mario Amaya muerto a palos, el ex diputado l\luñiz Barreta desnucado de un golpe. Testimonio de una sobreviviente: "Picana en los brazos, las manos, los muslos, cerca de la boca cada vez que lloraba o rezaba ... Cadc. ve:r.tc minutos atlrían la pucr.a y me decían que me iban a hacer fiambre con la máquina de sierra cue se escuchaba".

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tí.OOO(JO !YQIS/1

no armados, simples sospechosos a los que se mata para equilibrar la balanza de las bajas segün la doctrina extranjera de "cuenta-cadáveres" que usaron los SS en los países ocupados y los invasores en Vietnam.

El remate de guerrilleros heridos o capturados en combates rea­les es asimismo un~ evidencia que surge de los comunicados militares que en un año atribuyeron a la guerrilla 600 muertos y sólo 1 O ó 15 heridos, proporción desconocida en los más encarnizados conflictos. Esta impresión es confirmada por un muestreo periodístico de circula­ción clandestina que revela que entre el 18 de diciembre de 1976 y el 3 de febrero de 1977, en 40 acciones reales, las fuerzas legales tm·ie­ron 23 muertos y 40 heridos, y la guerrilla 6? muertos. 3

.tvlás de cien procesados han sido igualmente abatidos en tentati­vas de fuga cuyo relato oficial tampoco está destinado a que alguien lo crea sino a prevenir a la guerrilla y los partidos de que aun los pre­sos reconocidos son la reserva estratégica de las represalias de que disponen los Comandantes de Cuerpo segün la marcha de los comba­tes, la conveniencia didáctica o el humor del momento.

Así h:• g~,nado sus laureles el general Benjamín Menéndcz, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército. antes del 24 de marzo con el asesinato de .i\1arcos Osatinsky, detenido en Córdoba, después con la muerte de Hugo Va,'· "<Jrvaja y otros cincuenta prisioneros en variadas aplica­ciones de la ley de fuga ejecutadas sin piedad y narradas sin pudor.~

El asesinato de Dardo Cabo, detenido en ~bril ele 1975, fusilado el 6 de enero de 1977 con "tros siete prisioneros en jurisdicción cid Primer r::'~:erpo de Ejército que manda el general Suárcz Masson, re­vela que estos episodios no son desbordes de algunos centuriones alu­cinados sino la política misma que ustedes planifican en sus estados mayores, Jiscuten en sus reuniot1es de gabinete, imponen como co-

'Cadena !nfonn(l/im, mensaje No 4, febn.:ro ele 1977.

'Una versión exacta aparece en esta carta de los presos en la Cárcel de Encausados al

obi>po ele Córdoba, mo!1sciior l'rimatcsta: "El 17 de mayo son retirados con el enga­

ño de ir a la enfermería seis compañeros que luego son fusilados. Se tr~1ta de l\liguel

Angel i\1osse. José Svagusa, Diana Fiddman, Luis Vcrón, Ricardo Yung y Eduardo

Hernández. de cuya muerte en un intento ele fuga informó el Tercer Cuerpo de Ejérci­

to. El 29 de mayo son retirados José Pucheta : · Carlos Sgadurra. Este último había si­

do castigado al punto de que no se podía mantener en pie, sufriendo varias fracturas

ele miembros. Luego aparecen tam'•ir:n fusilados en un intento ele fuga".

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El l'iolenlo oficio de e.1crihir

mandanles en jefe a las 3 Armas y aprueban como miembros de la Junta dé Gobierno.

4. Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en se­creto después que ustedes prohibieron informar sobre hallazgos de ca­dáveres que en algunos casos han trascendido, sin embargo, por afec­tar a otros países, por su magnitud genocida o por el espanto provocado entre sus propias fuerzas. 5

Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Arma­da, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, inclu­yendo el chico de 15 años, Florea! Avellaneda, atado de pies y manos, "con lastimaduras en la rt::gión anal y fracturas \isib!cs·· según su au­topsia.

Un verclacL cementerio lacustre descubrió en agosto de 1976 un vecino que buceaba en el lago San Roque de Córdoba, acudió a la comisaría donde no le recibieron la denuncia y escribió a los diarios que no la publicaron."

Treinta y cuatro cadáveres en Buenos Aires entre el 3 y el 9 de abr;¡ de 1976, ocho en San Telmo el 4 de julio. diez en el Río Luján el 9 de octubre, sirven de marco a las masacres del 20 de agosto que api­laron treiÍlta muertos a 15 kilómetros de Campo de Mayo y diecisiete en Lomas de Zamora.

En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas herederas de las 3A de López Rega, capaces de atravesar la mayor guarnición del país en camiones militares, ele alfombrar de muertos el Río ele la Plata o de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brig: ,, Aérea\ sin que se enteren el general

'En los primeros 15 día, t': .~obicrr.o militar aparecieron 63 c~dávcres, ~;e;-t!:c hs d;a­

rios. Una proyección anual da la cifra de 1 .5(J0. La presunción de que puede a;:::'ider

al doble se rund~t en que desde enero ele 1967 la información periodístic<:: ~'"' ir.com- . p1eta y en :·1 aumento global de la represión clespu¿, del gP!pe. Cna estim<.!ción global

verosímil de L1s muertes producidas por la Junta es la siguiente. \luertos en c:>mbate: 600. Fusilados: 1.300. Ejecutados en secreto: 2.000. \·~lrios: 100. Total: 4.000.

''Carta de lsaías Zanotti, difundida por ANCLA, Agencia Clandestina de:\:-:'~' :.:s.

'"'Programa" dirigido entre julio y diciembre de 1976 por el brigadier '.: .. ~':,ni, jefe

de la Primer~! Brigada .Aérea del Palomar. Se usaron transpones Fokker F-27.

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Rodolfo Wulsh

Vidcla, el almirante Massera o el brigadier Agosti. Las 3A son hoy las 3 Armas. y la Junt~1 que ustedes presiden no es el fiel de la balanza en­tre "violencia~ de distintos sig' ,,, ni el árbitro justo entre "dos terro­rismos", sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y só­lo puede balbucear el discurso de la muerte.x

La misma continui.:ctd histórica liga el asesinato del general Car­los Prats, durante el anterior gobierno, con el secuestro y muerte del general Juan José Torres, Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz y decenas de asilados, en quienes se ha querido asesinar la posibilidad de procesos democráticos en Chile, Bolivia y Uruguay.~

La segura participación en esos crímenes del Departamento de Asuntos Extranjeros de la Policía Federal, conducido por oficiales be­cados de la CIA a través de la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor, sometidos ellos mismos a la autoridad de Mr. Gard­ncr Hathaway. Starion Chief de la CIA en Argentina, es semillero de futuro.s revelaciones como las que hoy sacuden a la comunidad inter­nacional, que no han de agotarse siquiera cuando se esclarezcan el pa­pel de esa agencia y de altos jefes del Ejército, encabezados por el ge­neral Menéndez, en la creación de la Logia Libertadores de América, que reemplazó a las 3A hasta que su papel globzd fue asumido por esa Junta en nombre de las 3 Armas.

Este cuadro de exterminio no excluye siquiera el arreglo perso­nal de cuentas como el asesinato del capitán Horacio Gándara, quien desde hace una década ¡r:vestigabo. los negociados de altos jefes de la l'vlarina, o del periodista de Prensa Libre, Horacio Novillo, apuñalado y calcinado después que ese diario denunció las conexiones del minis­tro Martínez de Hoz con monopolios internacionales.

A la luz de estos episodios cobra su significado final la defini­ción de la guerra pronunciada por uno de sus jefes: "La lucha que Ji-

'El canciller \'icealmirante Guzzeti en rcronaje rublicado ror La Opinión el 3110/76 admitió que "el tenorismo de derecha no es tal'' sino "un anticuerpo". 'El general Prats, último ministro de Ejército del presidente Allende, muerto por una bomba en setiembre de 1974. Lo> ex parlamentarios uruguayos tl1ichelini y Gutiénez Ruiz aparecieron acribillados el 2/5/76. El cad:í\er del general Torres, ex presidente de Bolivia. apareció el 2/6/76, después que el ministro del interior y ex jefe de Policía de Isabel Martíncz, general Harguindeguy. lo acu,c\ de ">imular'' su secuestro.

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El violento oficio de escribir

bramas no rec ::oce límites morales ni naturales, se realiza rr.~;~ allá del bien y del mal". 1()

S. Estos l' · · · . que sacuden la conciencia del mundo ci\·ilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo ar­gentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que us­tedes incurren. En la poi ítica económica de ese gobierno debe buscar­se no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.

En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajado­res al 40 por ciento, disminuido su participación en el ingreso nacio­nal al 30 por ciento, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar'', resucitando así for­mas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos co­loniales.

Congelando salarios a culato.zos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación co­lectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando, ho­rarios, elevando la desocupación al récord del 9 por ciento 12 y prome­tiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuan­do los trabajadores han querido protestar los han calificado de sub\·er­sivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos ca­sos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron. 13

Los resultados de esa política han sido fulminantes. En este pri­mer año de gobierno el consumo ele alimentos h;,;, disminuido el 40 por ciento, el de ropa más del 50 :>or ciento, el de medicinas ha desapare­cido prácticamente en las capas populares. Ya hay zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad inf:.:.ntil supera el 30 por ciento, ci-

'"Teniente corone:! Hugo lldcbrando Pascarelli, según Lo Ra:ón del !2/é/76. kfe del Grupo l de: Artillería de Ciudadela, Pascarelli es el presunto respons~ble de treinta y tres fusilamientos entre el S de enero y el 3 de febrero de 1977. "Unión de Bwcos Suizos, dato correspondiente. a junio de 1976. D>~ .. 3:, !:~ situa­ción se agravó aún más. "Diario Clarín. ';Entre ],Js dirigentes nacionales secuestrado:- se cuentan .\!ario Aguine de AT2, Jor­ge Di Pasquale de Farmacia, Osear Smith de Luz y FuetE!. Los secuestros y asesina­tos de delegados han sido particularmente graves en metalúrgicos y nava:es.

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1\0{10/fO \Y{I/Sil

fraque nos iguala con Rhodcsia. D~thomey o las Guayanas; enferme­dades corno la diarrea estival, las parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las superan. Como si esas

fueran metas deseadas y buscadas. han reducido ustedes el presupues­to de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares, su­primiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médi­cos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la "raciona!;zación".

BJsta andar unas horas por el Gran Bu en os Aires para compro­bar la rapidez con que semejante política la convierte en una villa mi­seria de diez millones ele lwbitantes. Ciudades a media luz. barrios en­

teros sin agua porque las industrias monopólicas sac.¡uean las napas subterr;íneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de

Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios ck: ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus resi­duos industriak~, y la única medida de gobierno que ustedes han to­mado es prohibir a la gente que se bai'íc.

Tampoco en las metas abstractas ele la economb, a las que sue­len llamar "el país'', han sido ustedes mis ;;fmtunados. Gn descenso

del producto bruto que orilla el 3 por ciento, una deuda exterior que alcanza a 600 dólares por habitante, una inf1ación anual del 400 por ciento, un aumento del circulante que en sólo una semana de diciem­

bre llegó al 9 por ciento. una baja del 13 por ciento en la inversión ex­terna cow;t_iJuyen también marcas mundiales, raro fruto de la fría deli­beración y la cruda inepcia.

Mientras todas L1~ funciones creadoras y protectoras del Estado ::,e atrofian hasta disoh erse en le: pura anemia, una sola crece y se

vuelve autónoma. rv1il ochocientos millones ele dólares que equiva­len a la mitad de las exportaciones argentinas presupuestados para

Seguridad y Dcknsa en 1 ')77, cuatro mi 1 nuevas plazas de agentes

en la Policía F .. ,deral, doce mil en la provincia de Buenos Aires con sueldos que duplican el de un obrero industrial y triplican el de un director de escuela, mientras en secreto se elevan Jos propios suel­dos militares a partir de febrero en un 120 por ciento, prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la muerte. único campo de la actividad argentina donde el producto

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crece y donde la cotización por guerrillero abatido sube mis rápido que el dólar.

6. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o a Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internaciones encabezados por la liT, la

Esso, las automotrices, la U.S. Steel. la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de

su gabinete. Un aumento del 722 por ciento en los precios de la p·oducción

animal en 197(, define la magnitud de la restauración oligárquica em­prendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la So­ciedad Rural expuesto por su presidente Ccledonio Pereda: ''Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insi,:iendo

en que los alimentos deben ser baratos". 1'

El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una ser:1:ma ha siclo posible para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos

por ciento, donde hay empresas que de la noche a la :11añana duplica­ron su capital sin producir más que antes. la rueda loc::t ,!;: la especula­ción en dólares. ktra:;, \'aJores aju:-.tabks, la usura simple que :a cal­cula el interés por hora. st)n hechos bien curiosos bajo un gobierno que venía a acabar con el '·festín Jc los corruptos··.

Desnacionalizando bancos se ponen el aho;To y el crédito nacio­nal en manos de la banca e .... aranjera. indemniz~tndo a la ITT y a la

Siemens se premia a empresas que estafaron al Estado. devolviendo las bocas de expendio se aumentan las ganancias de la Shell y la Esso,

rebajando los arallceles aduaneros se crean empleos en Hong Kong o Singapur y desocupación en la Argentina. Frente al conjunto l:c esos

hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados

oficiales, dcíncle están los mercenarios al servicio de intereses forá­neos. cuál es la ideología que ame;;:,za al ser nacional.

Si una propaganda abrumadora, rcllejo deforme de h.:cl:os mal­vados no vetendiera q~1c esa Junta procura la paz, que el general Vi-

"f'rt'/1.\il Ubre. 16/12176.

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Rodo/fo Wo/.1h

del a c.kficnde los derechos humanos o que el '.nirante Massera ama la vida, aún cabría peJir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditar~m sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.

Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su in­fausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.

RODOLFO \VALSH.- C.l. 2845022 Buenos Aires, 24 de marzo de 1 977.

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Mi hijo se encuentra desaparecido desde el 8 de mayo del año pasado. Lo vinieron a buscar,

""-.< solo por unas horas, ~ dijeron, ~~ solo p_ara algunas preguntas $ de rutma. 2 Desde que el auto partió o . t ·- ese auto sin paten e ~ no hemos podido

~,~saber . ~~nada mas ~ acerca de él.

Ahora cambiaron las cosas. -Hemos sabido por un joven campanero al que acaban de so:tar, que cinco meses mas tarde lo estaban torturando en Villa Grimaldi, que a fines de septiembre lo seguían interrogando en la casa colorada que fue de \os Grimaldi.

Dicen que lo reconocieron por \a voz, por los gritos,

dicen.

Quiero que me respondan con franqueza.

¿Qué época es esta, en qué siglo habitamos, cuál es el nombre de este país?

68 ¿Cómo puede ser, -·-·------·· __ ........... ----

l 1

1 ·1

eso les pregunto, que la alegría de un padre, que la felicidad de una madre, consista en saber que a su hijo lo están que lo están torturando?

¿Y presumir por lo tanto que se encontraba vivo cinco meses después, que nuestra máxima esperanza sea averiguar el año entrante que ocho meses más tarde seguían con las torturas Y puede, podría, pudiera, que esté todavía vivo?

fó-?rncr éfR A r,· e/ !Jo r-fmaV1 P¡,_ -px io k éf.PV?.::¡ flont"q-/cJ...vs-k~ 1 t''? ;

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4. El ganador

D~ndidos as<1ltan ];1 ciud<1d de Mexc<1llc y }'i1 duei'lo.s del botín de !P-1cJTi.1 emprenden ]¿¡ retirad<L El plan es refugiarse <1! otro _lado de la frontera, pero micntr<1s t<1nto p<1s<1n Ii1 npd1e en un0 Ci1S<l en .ruin·;:¡s, <1bandonacla en el c<~mino.

A !<.1 luz de las velas juegan a los noipes. Cada uno apuesta las prendas que ha s.:~queado. Pnrtid<t tras p.:~rtida, el azar favorece u! Bizco, quien va apilando las ganancie1s deb.1jo de la mesa: monedas, relojes, alh<0<:~s, cundclabros... · \

Temprano po1· la maí1ana el Bizco mete lo ganado en ~un;:¡ bols<1, la c<1rga sobre los homlJ,·os y, <1gobiado b0,jo ese peso, sigue a sus compa­flcros, que march<1n cantando hacía la frontera. La atruviesan, llegan sanos y solvos u la encrucijadéJ donde ·han resuelto separarse y allf matan al Bizco. Lo habfan dejado gan.:u· para que les transportase el pesado botfn.

Enrique Anderson Imbert, en La Nación, 28-2-82

DO ULJ

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LAS FLORES DEL ARGELINO

Es domingo por la mañana, las diez, en el cruce de las calles Ja­cob y Bonapane, en el barrio de Saint-Germain-des-Prés, hace diez días. Un joven que viene del mercado de Buci avanza hacia este cruce. Tiene veinte años, viste muy miserablemente, y empuja una carretilla llena de flores: es un joven argelino, que vende flores a es­condidas, como vive. Avanza hacia el cruce Jacob-Bonapane, me­nos vigilado que el mercado, y se detiene allí, aunque bastante in­quieto.

Tiene razón. No hace aún diez minutos que está allí -no ha tenido tiempo de vender ni un solo ramo- cuando dos señores •de civil» se le acercan. Vienen de la calle Bonapane. Van a la caza. Nariz al viento, husmeando el aire de este hermoso domingo soleado, pro­metedor de irregularidades, como otras especies, el perdigón, van directo hacia su presa.

¿Papeles? No tiene papeles de autorización para entregarse al comercio de

flores. Así, pues, uno de los dos señores se acerca a la carretilla, desliza

debajo su puño cerrado y -¡eh!, ¡qué fuerte es!- de un solo puñetazo

12 Marguerile Duras

Vuelca todo el contenido. El cruce se inunda de las primeras flores de la primavera (argelina).

Ni Eisenstein, ni nadie, están ahí, para captar la imagen de las flo­res por el suelo, que mira el joven argelino de veinte años, escoltado a uno y otro lado por los respresentantes del orden francés. Los pri­meros coches que transitan por allí, y esto no puede impedirse, evi­tan destrozar las flores, esquivándolas instintivamente mediante un rodeo.

Nadie en la calle, excepto, sí, una mujer, una sola: -¡Bravo!, señores -exclama-. Ven ustedes, si se hiciera eso cada

vez, nos libraríamos pronto de esta chusma. ¡Bravo' Pero viene del mercado otra mujer, que iba tras ella. Mira, tanto

las flores como al joven criminal que las vendía, y a la mujer jubi­lada, y a los dos señores. Y sin decir palabra, se inclina, recoge unas flores, se acerca al joven argelino, y le paga. Después de ella, llega otra mujer, recoge y paga. Después de ésta, llegan otras cuatro mu­jeres, se inclinan, recogen y pagan. Quince mujeres. Siempre en si­lencio. Aquellos señores patalean. Pero, ¿qué hacer? Esas flores es­tan en venta y no se puede impedir que se quiera comprarlas.

Apenas han pasado diez minutos. No queda ni una sola flor por el suelo.

Después de esto,los citados señores pudieron llevarse al joven ar· gelino al puesto de policía.

France-Observa/eur © 1957

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,El. único viaje que Arlt hizo a Europa fue en 1933 y enviado por el diario "El Mundo". Ya había publicado El juguete rabioso, Los siete locos, Los lan­zallamas y El amor brujo. Ya había iniciado la aventura teatral y desde ese diario se le permitía reflexionar diariamente sobre lo que veía y sentía, los Aguafuertes son el resultado de esa posibilidad. Con una técnica parecida, pero con menos acritud, menos incisivamente, Arlt capta la extravagante vida africana y española. Se entiende: no está tratando aquí de definir una manera de ser nacional que se manifiesta en la vida cotidiana por medio de infinitos gestos, leves actitudes, frases apenas pronunciadas pero llenas ele sentido; lo que pretende, más modestamente, es fotografiar una realidad que tal vez lo asombra, én el peor ele los casos le llama la atención. Desde esta perspectiva Arlt es periodista, un observador que se debe a cierto público pero que no acepta sometérsele enteramente; en Buenos Aires este equilibrio inestable tiene un signo positivo, le es posible cierta indagación, parecida a la que hizo Sca­labrini Ortiz en los artículos de El hombre q\w está solo y espera, casi llega a bs puertas de una metafísica que los lectores pueden comprender muy bien, metafísica eficaz ·e iml)regnada de inconformismo, una especie de revolverse dentro de la propia piel que provoca escoriaciones en los lectores; en Europa, o desde Europa, la preocupación es menor, sólo se mantiene en cuanto a la búsqueda de ambientes o personajes que sean lo más originales posibles, los más inesperados, en consecct~ncia los menos turísticos aunque en realidad, por ser tan originales, son potencialmente muy turístiCDs. Es claro que se destaca la mirada del que ha sabido ver más allá de lo que permiten los paisajes con­vencio::~ales; se destaca también la capacidad de la comunicación en lo pro­fundo, en lo central de un pueblo. La gitana que nos describe en el Sacro lvfonte no difiere, en ese sentido, de los ladrones a los que es afecto en Buenos Aires; hay una continuidad perfecta que lo hace sentirse cómodo aunque algo complaciente, como si estuviera presentando '"' borrador sincero d~ lo que con los ladrones se convertía en alucinante elaboración. Sí, por cierto, se trata de Granada y de gitanos en este trozo, pero también de una gitana extraordi­naria, llena de facetas desconcertantes y que permite mostrar la propia habili­dad en el trato con esta gente (" ... se ve que has corrido mundo y que no te espantas de nada.") ¿Qué queda de Europa? ¿Qué queda del cor,flicto Europa-América? No parece que gran cosa, como si no tuviera energía para marcar ninguna de sus pautas en Arlt, como si le resbalara y, frente a Europa, le estuviera preocupando lo que le debía preocupar cotidianamente en la Ar­gentina: "el futuro será nuestro por prepotencia de trabajo".

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extraordinario con Lola La Chata o

RoBERTO A.RLT

Estoy sentado a la puerta de la cueva de La Golondrina, cuan~o Sorprende la visión de una muchacha tan sobna·

pronto me d mente vestida, que. en cualquier boule~ar~ de París no esento-

. amqm viviente. paría por su elegancia, ¡urlto a un m -¡Diablo!. . . ¿Eres tú, Lola?

-La misma. d Espontáneamente, y corÍ ·ese entusiasmo que perciben to as

mujeres y con más sensibilidad aún las gita~as,_ m~ levanto: l~ examino de pies a cabeza, la hago girar sobre s1 m1sm~, Y le d1go.

.. -Chata, ¡qué elegante. . . pero qué fantásticamente elegante

:. que estás! ¿Adónde vas? . -A Granada. Me espera un am1go.

- ? -¿Quieres que te acompane.

-¡Cómo no! . Las gitanas, esquivas en las puertas de sus. cavernas, me mtran

t" Lola La Chata. Porque esto es Lola, la misma Lola que par u con ·u asaltó con la falsa el primer día de mi llegada al Sacro monte, me

voz de: -Señorito, déme una peseta ... · déme ·un cigarret, señorito ...

d ' na pe··r:1 aorda para mi hem1anico .. · eme u , '- ' o · . , · M ? -¿Te acuerdas, Lola, del primer día que llegue al Sacro onte.

Qué faena me hicieron. dl.ste nada niás que treinta céntimos. · · -Sí ... pero no me

N iramos y' nos reímos. Lola quiere pedirme algo. Algo os m - · · d"f ·

que le da vueltas por dentro. Aunque trata. de fing1r m 1 erenc1a, su deseo le requema las vísceras; la gitana que hay en ella, supera

" Este trozo es una ele las Aguafuertes Esr;añolas, de Roberto Arlt, Bue­nos Aires, Talleres Gráficos Argentinos, 1936, pags. 185 a 199.

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e:ri mucho a la seudo apariencia de civilizada que ostenta. y de pronto el resorte salta por los aires:

-Muy bonita la fotografía que le hiciste a La Golondrina. . .l Si estoy esperando esa salida de la gitana! N o hago más que

felicitarme y congratularme vanidosamente a mí mismo por haber acertado con el lado flaco de los gitanos. La envidia. Esa terrible envidia que las encona una con~ra ~tra. Pero respondo muy por lo fino:

-Bien hubiera querido sacarte una foto a ti, pero esa mañana no estab&s.

-Porqtie no viniste a mi cueva.

_,~Es que tú nunca me invitaste ...

-Pues ven cuando quieras, Roberto. Mi. cueva es la mejor del Sacro Monte.

( i Vay2 la novedad que me comunicas! Hace rato que lo sé). Caminamos por el sendero polvoriento entre cactus y papeles

con desperdicios. Los grupos de gitanas que nos ven pasar, vuelven las espaldas para no saludarme, porque voy con· La Chata, a quien ellas darían de puñaladas si pudieran, porque La Cb.ta es más rica que ellas, más fiera, más astuta, más gitan2. cien por cien.

-¿Adónde vas con tu amigo? ~Al cine.

-¿Te gusta el cine?

. -Mucho. Anoche vi por tercera vez "Fatalidad". ·¡Qué bien trabaja esa mujer! (la Marlen).

-¿Cuál te gusta más de todas las actrices?

-Katherina Hepbum y Greta Garbo. Y me gusta la Hepburn, porque es fea. Y yo también soy fea. (Es cierto, La Chata está picada por las viruelas y es ligeramente bizca).

De pronto le digo:

-Me alegro mucho, Lola, que me hayas invitado a visitar tu cueva, porque me han dicho que está muy bien puesta.

-Tengo dos cuevas, Roberto. . -¿Cómo dos?

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-Sí, una abajo, donde bailamos y vive mi madre, y otra arriba, en el monte, donde vivo yo y únicamente recibo a mis amigos.

-¿Y son tuyas? -¡Y tan mías! Tengo escrituras.

-¡Cómo! ¿Por las cuevas dan escrituras?

-Y tan si las dan, que mi escritura. me costó veinte duros.

-Pues entonces, tú eres una gitana burguesa. Eso sí que. está bueno.

-Y enla cueva de arriba tenía teléfono, y tuve que quitarlo porque me molestaban a todas horas, que me costó treinta pesetas colooar lo.

-¿Qué tal es tu cueva, Lola.

-Dicen que es la mejor del Sacro Monte. Está muy bien puesta. Te diré: tengo cama turca y un ropero de tres lunas ... aunque._el ropero desentona. . . pero ten:; o que tenerlo, porque si no ¿dónde pondría mis treinta trajes?

La miro un tanto asombrado, luego:

-Por Dios, Lola, que te sacaré dos fotografías.

Una, como e<:'Ís vestida ahora, y ~'tra de gitana, porque si lo que voy a r.scribir sobre tu persona, lo cuento sin ac01úpañarlo de fotografías, en Buenos Aires no me creen. Sólo con fotografías podrán admitir que esta novela es realidad. Claro que iré a tu cueva.

-¿Y me vas a ca~. una foto grande así como la que le re¡~~l.as~e a La Golondrina?

-Pues claro.

-¿Y no se puede hacer todavía más. grande que la de La Golondrina?

-Creo que sí. .. sí ... cómo no. ¿Qué menos puedo re~alarle a una mujer inteligente como tú? (Lo es). _ . ,

-Pero no todo lo que te diga lo vas a escribir en el periódico. -Por supuesto ... escribiré lo que tú me digas... cuenta,s

claras, amistades largas, Lola. -Pues ahora te diré una cosa, que no quiero que -sepa nadie

y que cuesta un trabajg enorme ocultar: Tú me has dicho que soy

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una mujer inteligente. Es cierto ... pero con toda mi inteligencia, no sé leer ni escribir.

-¿Es posible, Lola? ... Y habiendo salido ...

-Pues sí. . . habiéndome criado desnuda en el Sacro Monte, igual que una bestia, con una madre que tiene menos cerebro que una gallina, soy lo que soy, ¿qué te parece?

-Pues que mañana iré a tu cueva aunque venga el Diluvio Universal.

Al día siguiente me encamino a la cueva de Lola. 39 grados de temperatura a la sombra. Tres de la tarde.

Cruzo el monte de los gitanos, en compañía de una chiquilla de siete mios, rubia y morena, que me guía entre el laberinto ele los altozanos y senelcrillos, hacia la cueva ele Lola la Chata. Mujeres . ¡.J

# : ;;.t huraüas, color de cobre, en las puertas de sus viviendas trogloelí- ;F:: ticas. Sombras de chumberas en los rústicos muros blancós. Cami- .. nillos entre cactus espinosos. Basura, papeles, huesos, excrementos. El sol, casi vertical, re"<·crbera en la rocalla caliza. 39 grados a la ~·rJmbra. Una puerta azul, en el fondo de un barranco.

-La cueva de La Chata, señorito.

Le doy una perra gorda a la chiquila, y golpeo las palmas de las manos. Una mujer en peinador asoma a la boca ele la caverna. Es la Chata, 1a gitana más rica; del Sacro Monte.

-Ah, eres tú, Roberto. Pasa, hombre. . . esto está desarregla­do. . . pero entra.

Un hcrnbre joven, rubio, extremadamente bonito, sentado en la orilla ele la cama turca.

-Roberto, te voy a presentar a mi novio.

Es un mozo alemán, ex conde, que trabaja de dentista en Gra­nada. Se va a casar con la Chata. El ex conde me cuenta, risueño que su familia en Alemania, le ha escrito muy asombrada, de recibir una fotografía de la cueva de la git::ma, porque "en Alemania, se cree que Únicamente los bandidos viven en cuevas". Y o no digo osté ni moste. Contemplo al ioven travieso con ecuanimidad pas-

. mosa. Ya no me asombro de nada. Creo ~n las novelas de Penson · du Terrail; creo en el disparate, creo en el absurdo.

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El mozo sabe que soy periodista; está informado por la gitana. La Chata le ha hablado de mí, y además de la foto de La Golondri­na. Esa fotografía las trae trastornadas a todas. He llegado a la conclusión de que con una buena colección de discos y un aparato· fotográfico se podría enloquecer a estos habitantes tan primitivos y se;1sibles del Sacro :Monte.

-Siéntate, Hoberto.

Plácidamente me ubico en w1 sillón. Examino al joven alemán con indulgencia infinita. Bendito sea él y bendita su alegrí~. por el asombro que le ha causado a su familia.

La caverna de la Chata es triple. La primera cueva, está ocu­pada por el comedor y la cocina, la cocina ubicada en urt nuevo excavado en . el muro, la segunda cueva destinada a dormitorio, y la tercera, al fondo y con un respiradero excavado en el. centro de la roca, destinada a la criada.

Es una g[tanilla de alpargatas, que aparece con un cántaro de agua, cargado a las espaldas.

La Chata repara en mi asombro y reflexiona, desde el comedor:

-Tú comprendes que yo no puedo bailar y cocinar al mismo tiempo.

i\Ji sonrisa es digna de figurar en la cara del Bhuda. El ale­manito, la ayuda a vestirse a su novia. Yo examino el dormitorio. Hace fresco aquí. El muro encalado, hasta cierta altura está reves-­tido de paño pardo con estrías moradas, en los mmos de roca, abovedados en la altura, hay suspenG:uos platos de cobre batido, castañuelas, collares de cuentas de madera negra, en una mesilla un florero con claveles, la lámpara eléctrica encendida, proyecta en el abovedamiento calizo, lm cono voltaico de estudio cinema­tográfico. En la cueva ele la entrada, flota una atmósfera azulacia. La Chala se cambia para que la fotografíe.

-¿Dónde te vistes, tú? -le pregunto. -En lv1adricl. -¡Ah, en l\!adrid!. : . -Sí, los rnsjores n_10distos son Gerome y Mofort, después está

La Coma, aunque La Coma tiene modelos más feos que los de ·

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Cero me y t' L _ 1 ' . u saues o que luce un t'd ( y ' t ves J o en una . b es a es la mujer que me d' mu¡er onita.

Habla la gitana y . . pe l~ una perra para. el hermanico.) . yo pienso: , Si un aut 't mverosími] y aut!.ntico , or SI uara este diálogo t' . . V en una ae sus obras 'bl leos teatrales y los olros d b. . . , p<JSI e mente, los crí-

1 , ' e ga mete le dirían b que no 1ahla puesto ¡'ama' 1 . , que esta a loco o d ' s os pies en el S M

amente el testimonio fotog 'f h ; .· acro . ante. Afortuna-. ra leo ara enmudecer a los ' .

-Chata, tu cueva es mu b . . 0 . , escepbcos. -T ·¡ d . y omta. ¿'"'uanto te cuesta?

. . res rm oscJentas pesetas, y la escri . ¡ate, que anualmente d . . tura, vemte duros. Fí-

pago e Imot•estos · 1 ' pesetas. ~ · en e "''-YUntamiento, diez

-¿y todos los gitanos que viven . , . tura de sus cuevas? aqm, tienen que tener cscri-

. -Pues, es claro. O el dueño C d . t . • a a ClJcva perte p1e ano. · ' · nece a un pro-

-¿Te das cuenta, Chata que nin d por aquí se entera de estas' cosas? guno e los turistas que vienen

. -:-¡No me hables de esos tr'os mala sombra!

-¿Te falta mucho para vestirte? ' f .

-N e cséoy peinando.

-Luego te sacaré otra fotografía vestid l .

no la gente de m; oaís a ue gJtana, porque si . • ~ ' no va a creer en lo que les

?vi 1 cuento. -¿l e :nanaarás los periódicos?

-Te prometo que cuando llegtie b e . , uscaré la colecc·1' 0' 11 y te: nvwre esos números. o::

y de. pronto, el prodigio. Anarcca la 't . . de calle. Elástic~ f' b .· ~ V g¡ ana, vestrda en traje

, ,., ma, so ua, eleaanre A ¡ 1 . pelrculas, el ex conde. o . . . su . aoo, como en las

Vuelvo al día siguiente. La Cl1ata recostada en la . .

b .1 .. cama turca de su e , 21 e. Yo, frente a cll·' f 1·· · U'~va, en traje ele

' n, EITIG.DC O. Le digo:

~No hay aqu' e co.. . e . , I. en ranada mujer que tenga t ¡· d ... m o . J tuyo, I~astJma que tu rostro sea tan feo. an m o cuerpo

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-¿Y tú crees que no lo sé? Mira, soy un poco bizca del ojo derecho.

-Ya lo sé ...

-Si yo no hubiera procedido con inteligencia, sería una mujer repugn;· ·:e, una de esas gitanas asquerosas, marranas y sucias· que tú has visto.

-Ya lo sé. Lo interesante es saber cómo has podido leva11tarte sobre este medio.

-Pues te contaré. A los trece años, me casaron. El casamiento gitano no es como el vuestro, el hombre se roba la muchacha y se la lleva tres días a su casa. I'ucs bien, yo a esa edad era una bestia. Lo único que sabía era bailar. Había escuela en el Albaicín, pero mi madre jamás me envió. Mi madre es más bruta que una gallina. Un verano vinieron unos turistas aquí, se formó baile en una cueva y uno me di¡o que le leyera la buenaventura, mientras yo fingía leerle el~ ' mano, él me decía, por lo bajo:

-"Vente conmigo a :t-.Iaclrid."

Mi marido, tE:. gandulazo, estaba en b puerta de la cueva y yo le contesté al hombre:

-"Vea, seüorito, que mi marido es aquel hombre de gorra de pana que está en la puerta y si le ve muy arrimado a mí, cuando salga va a tener usted un jaleo padre."

-"Te espero esta noche a la una de la mañana en la entrada del Sacro Monte. Yo vivo en el ho:_cl Londres."

A la una de la marí.ana me fue imposible salir, pero a las dos, cuando pude escapar, el hombre no estaba ya. Me fui al hotel Londres donde no querían dejarme entrar por verme vestida de gi­tar1a. Por fin le llamaron a él, y al día siguiente me llevaba a Madrid. Madrid fue para mí, en esa época, el paraíso. Todo me asombraba. Comencé a civilizarme, aprendí a vestirme ... se fue él y:-vlno otro; bailé, me enfermé, volví al Sacro 11onte después de ocho 'áños de correr mundo. i\Ii marido, a causa de lo mucho que bebía, se volvió loco y le encerraron en. un manicomio.

Yo tenía hechos ~mos ahorros y compré esta cueva; eran aque­llos buenos tiempos. Los turistas venían y sólo por vemos nos daban

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dinero a puñados; un baile por el cual cobramos ahora cien pesetas, en esos tiempos se cobraban cuatrocientas. Salí en jiras; bailé en cabarets ... Hay gente que cree que un cabaret es un lugar diver­tido y es lo más aburrido que se conoce ...

-Y siempre sin saber ni leer ni escribir.

-Te contaré esto. Tenía un amigo abogado. Tenía que hacer unos esfuerzos bárbaros para que no se enterara que era analfabeta. Después se lo dije. No quería creerlo, pues no se había dado cuenta.

--¿Y; cómo te las arreglas?

-Lo único que Conozco son los miro la cuenta al final, hago como finjo que leo y luego respJndo:

números; no sé sumar, pero si sumara, me dan un diario,

-"Está bien", o "¡Qué interesante!", y así salgo de] paso. Hablamos ahora del novio. -¿Se piensa casar contigo? -Sí, dentro de dos meses.

-1\Ie parece que él te quiere a ti más que tú al él. -Así es. ¿En qué te diste cuenta?

-Ante todo porque es un muchacho muy joven, y a esa edad es en la que se hacen los disparates más descomunales.

La Chata es una mujer sensata. N o se ofende por mis palabras, sino que me responde:

-Yo misma estoy extrañada. Tú has visto que -:: un chico muy guapo. Te prevengo que aquí en Gramc: podría casarse con cual­quier mujer ele la sociedad y de dinero. Yo misma se lo he dicho. Ni ha qusrido escucharme. Yo he hablado con el cónsul, que me ha contado que pertenece a unél familia alemana de nob1cza antigua, pero cc;npletamente arruinada, fíjate que le ha escrito a la madre y le ha enviado fotografías ele la cueva ...

-El r:1ozo ese es un romántico. . . p<;ro tú eres una mujer astuta y puedes baccrle feliz. ¿No te gustaría tc;'c;r hijos?

-No. No me gustan los chiquillos. Salvo que fuera muy, p<;ro muy guapo ... y como una no puede elegir ...

La gitana es sincera en la medida de lo posible. 1\J e e u en ta:

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10~

-Fíjáte que cobra el sueldo y me lo trae íntegro. Yo tengo que darle para que se compre cigarrillos.

-Dime, Chata, ¿y por qué me cuentas tú todas estas cosas a mí?

-Hombre ... tú eres un chico simpático ... y se ve que has corrido mundo y que no te espantas de nada. Como que nos tra­jinastes a todas con la fotografía de la Golondrina.

-¿Te diste cuenta de ello? -Pero niño ... ¿tú te crees, acaso, que yo no me doy cuenta? Cuando se pone el sol salgo de la cueva de la gitana. Anochece en el Sacro Monte. Llegan los gitanos de las sierras,

cubieitos de anchos sombreros, los bigotes erizados a lo hocico de gato, al cinto la tijera de esquilar burros, seguidos de mujeres, con el vestido más largo por detrás que por delante y un. crío en los brazos.

f.Iás allá en un barranco, en lo alto de una muralla de tierra roja, b Alhambra sonrosada, y en el azul del. cielo, la luna que clava su redondeada uña de plata. Los montes verdean como en un panorama teatral. Rodeado de un círculo de gitanas, apoyo la espalda en el muro de una cueva, sentado en una pieclra.

Cantamos a coro el "Bolero", de Ravel. Porque estos analfa­betos gozan y aman la música. La viven.

Las gitanas, flores en la cabeza, imitan el redoble del tambor, tableteando las manos, mientras Teresa la bailarina, en el polvo del camino, zapatea levant8.ndo nubecillas de tierra, haciendo a un tiempo con su mano de batuta, y con una rodilla adelantada em­pujando los faralacs de su falda roja y verde.

Los gitanos que pasan con las tijeras de esquilar burros, al cinto, me saludan. Saludo. Las mujeres que les siguen, con la falda más larga atrás que adelante, y un crío en los brazos, me saludan. Saludo.

-Ton, ton ton -repite Teresa siguiendo el ritmo del Bolero.

Estoy empezando a querer a esta gente. De pronto, les digo a las gitanas:

-Ustedes sabrán que Ravel no podrá componer más música. Todas abren los ojos y yo continúo. -Su automóvil chocó con ol:r.o

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y de ia conmoci6n écrebral ha . d d 1 ' que a o tan "chalao'' · f'

mar e tienen que llevar la mano. .. ' que para Ir•

-¿Morirá? -me pregunta ]a G 1 d . _ o:.r ;., o on rma.

• ,!,,, ... es peor quA si se 'lub' S ~ 1 1era muerto e produce un int"'rvalo de ·¡ . . .

~ · Sl encw L · · cabeza, como si cornprend· . as gitanas menean la

1eran que es peor v· que muerto. · IVO en esas condiciones

-y tan bonoquillo que es el Bol"ro - 1 Y salta al medio del · . ~. responc.e La Golondrina,

cammo Y com1enza · nubes de polvo al tie ', a zapatear, levantando

L ' , ' . mpo que tararea: "Tan, tan tan" a mas oomta de las aita d . 1 ' .

chiquilla de catorce arios oh , nas e Sacro lvfonte, Teresa, una ' se a sentado a · 1 1 L -Canta las 1 d 1 m¡ ac o. e digo:

, cop as e Amor Bruio niña. La gitana canta: ' '

"Malhaya el corazón triste que en su llama '

te huye Y te persigue."

-La Dan~a del Terror -grita Antonia. Teresa bmla la Danz.a .. · del T z

error. apatea retroc d" d un torero, frente al ac d 1 , e 1en o como s - 1' oso e fantasma invisible Yo paladeo un ueno rea Izado. y les digo a las g·t . .

L ' . 1 anas. - astJ·m·a grande tener qu" . - marcharme. -¿Te .•r e pronto?

-Sí. . . y me gustaría quedarme a viv;~ entre vosotras. "" aquf, en una cueva

-¿De verdad ... ? -Y escribía una

propios nombres.

La Golondrina se -¿Y me pondrías

de La Golondrina? Salta Teresa:

novela, y os pondría en ella con vuestros

apr~ta la mano contra el pecho: a m1 así rrua · .

' ' "' pica, y con mi propio nombre

-A mí me gustaria que me . pusieras en tu historia bailando

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junto a una fogata y en la noche de San Juan. Y yo pondría una cara así -y la git::milla desencaja el rostro como si se contemplara un espectro entre las llamas de los troncos .

Cae la noche. Estoy cómodo entre esta gente que comienza a quererme. Son duros para entregarse, pero de una sensibilidad prodigiosa. Aman la belleza, hombres y mujeres viven desmesu­radamente lo que imaginan. Sus pasiones son vehementes. Ignoran el tém1ino medio. Tienen el sentido de la tragedia. Sobre cualquier bagatela desenvuelven un mundo de gesticulaciones, de conmo­ción. Le pongo la mano en la frente a una gitana para comprobar si no tiene fiebre, e inmediatamente, todas quieren que haga la w.isma prueba con ellas. Le regalo una foto a un gitano. Casi se hecha a llorar porque ha salido feo. Se queda una hora explicán­dome que él no es feo. Que debió haber salido mejor. Y toma a todo el mundo por testigo. Un drama. Tengo que prometerle que lo sacaré bonito. Y sigue. Viene Lola la Chata a p·cdinne las películas de las fotos que les saqué, "porque el novio le va a hacer retratos más grandes que los :~·.:e yo le regalé a La Golondrina". :".0 dice delante de todas, revolviendo el puüal. Para castigarla, no le doy ningún negativo.

Afinno que se podría enloquecerlos a todos llevando una buena victrola al Sacro Monte. La música de los compositores modernos, los trastorna. Para apoderarse de sus almas es menester ir hac;:c ellos con bellezas extraordinarias. Hombres y mujeres, se les puede mover como a muñecos pero hay que interesar sus sensibilidades apasionadísimas. Ser frío y ardiente. Amarles. Perciben sagazmente el amor, y entonces hay que ser imparcial. Un favor a uno en espe­cial, los enferma a los otros. Er síntesis, fieras maravillosas. Ar­tistas. Lástima que no se les proteja ni ayude.

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LA NOTICIA

Era una mujer rubia, de unos cuarenta años, proba­blemente alemana. Se llamaba Gertrw.:is. Lo que decía era esto:

-A mí me han comido ·siete veces los dragones, pe­ro siempre me tuvieron que vomitar.

-¡Ah! --dijo el periodista cortésmente, cerrando su li-breta de apuntes-. ¿Y por qué, serl.ora? •

44

El estudiánte de medicina que acompañaba al perio-dista sonrió al oír la palabra señora.

-Porque soy una diosa --dijo la sei'i.ora Ge¡trudis. -Una dios::t --dijo el periodista. . -Sí. Fíjese --confió la señora Gertrudis señalando

con el brazo a su alrcfledor, en un movimiento muy de­licado-. Por mí caen todas las hojas del otoño. Mire có~ mo caen.

El periodista miró. El patio del manicomio estaba lle­no de árboles, y de los árboles caían millares de hojas secas. Detrás de los muros había otros árboles y de ellos también caían las hoj:1s, en una silenciosa, interminable, inundación. El periodista vio que caían por todas partes al mismo tiempo, acaso en todo el mundo, y se pregun­tó cómo iba a hacer para dar esa noticia.

Dijo: -Por favor, señora, baje el brazo. La señora Gertrudis, con pena, bajó el brazo. El aire

se volvió otra vez limpio y puro, y el periodista se ale­gró de no tener que pasar una noticia tan extraña.

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<" 1 ,-,., e 11 -P ......

La verdad

La necesidad de verdad es más sagrada que ninguna otra. Sin embarcro jamás se la menciona. Uno siente miedo de leer cuando se "'ha dado cuenta de la enormidad de bs falsedades materiales exhibidas sin vergüenza, aun en los libros de los autores más reputados. Entonces se lee como se bebería el agua de un pozo sospechoso. ,

Hay hombres que trabajan ocho horas durante el día y hacen el erran esfuerzo de leer por la noche para instmirse. N o pued~n dedicarse a hacer verificaciones en las grandes bibliotecas. Creen a los libros. No hay derecho a darles de comer cosas falsas. ¿Qué sentido tendría alegar que los auto­res son de buena fe? No trabajan físicamente ocho horas por día. La sociedad los alimenta para que tengan tiempo y se tomen el trabajo de evitar el error. Un guardaagujas cau­sante de un descarrilamiento no haría muy buen papel ale-gando su buena fe. ·

Con más razón es vergonzoso tolerar la existencia de dia­rios cuando todo el mundo sabe que ningún colaborador puede continuar en él si a veces no consiente en alterar a sabiendas la verdad.

El público desconfía de tales diarios, pero s~ ~esconf!an­za no lo protege. Sabiendo en general que un d1~no contiene verdades y mentiras, reparte las noticias anunc1adas en las

, . LAS NECESIDADES DEL AL::\L\. 53 --: ··'· "t;~_ dos rúbricas, pero al azar~ según sus preferencias. Así queda ;,.¡ . -- librado al error.

' · 1 Todo el mundo sabe que cuando el periodismo se confunde 1 . : ·_._ con la oro-anización de la mentira constituye un crimen. Pero 1· :,~~ · se cree q~e es un crimen que no puede castigarse. ¿Qué es 1 :~t ~ . . lo_ que impide castigar una acti;idad una vez que. se :a ¡ --:¡~ · --~- _ reconoce como cri.m.ll1al? ¿De donde puede provemr es,a

<ii • ··.;·.~.:;extraña conceución de crímenes no castigables? Es una de lf -.--;:,·:·~?"'las deformaci~nes más monstruosas del espíritu jurídico. U ;,>>.;;,_ L ¿Np sería tiempo de proclamar que .todo crim:n disce.mi-~1 . blees .castigable y que se ha resuelto, Sl hay ocas16n, castigar J~ ;- e todos~:los crímenes? j~ . _ -C:o: Algtinas medidas fáciles de salud pública protegerían a ¿J5, · : · .la población contra los ataques a la verdad. . , . ~;} ; . _ · · · _¡ La:primera sería instituir, para esta proteccwn, tnbu~ales -~ :r: . especiales,,:altamente honrados, compuestos d? magls.tra-tf,~ ·~:, dos especialmen:e elep~o~ y formados. J?ebenan casti9ar !_' __ ·.j._ :~.·. ~on_ 1~ reprobaCl6n publica todo error evitable, y pod.na~l :f · mfhg1r la cárcel. o el penal en caso de frecuentes remCI-.á:;~ ., . dencias agravadas por una mala fe demostrada. ,':0,;! ··.' Por ejemplo, un amante de la antigua Grecia, leyendo ~jl "' en el último libro de Maritain: '1os más grandes pensa~or~,s ·'Íj·· de la .Antigüedad no pensaron en condenar la esclavitud ,

· ~:1 llevaría a Maritain ante uno de esos tribunales. Aportaría 'f~ el único texto importante sobre la esclavitud que se ha f. conservado, el de ~stóteles. !laría que los mag~strados 7~·~ leyeran esta frase: algunos afirman que la esclavitud es ~\ absolutamente contraria a la naturaleza y a la razón". Haría t4 observar que nada impide suponer que esos "algunos" no se ·t::t h~yan con:ado. entre los más g;andes pe_ns~dores de la A~ti-l\~ ¡piedad. El tribunal censurana a j\[ant~•m por haber lm-~:J presa, cuando le era tan fácil evitar el error, una afirmación ~~ falsa que constituye~ aunque involutariamente, una atroz J~~ calumnia contra una civilizaci·.'n entera. Todos los periódicos !~\ cotidianos, hebdomadarios y demf:s, todas las revistas y la ·-$~

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54 r"ÚCES DEL EXISTIR

radio, estarían en la obligación de poner en conocimiento del público la censura del tribunal y, eventualmente, la respuesta de Maritain. En este caso preciso, difícilmente podría tener alguna.

El día en que Gringoire publicó in extenso un discurso at: ·:_ uíclo a un anarquista español que había sido anunciado como orador en una reunión parisiense pero que a últ1mo momento no pudo abandonar España, semejante tribunal no hubiera sido superfluo. Siendo ,en este caso la mala fe tan evidente como dos y dos son cuatro, la prisión o el penal auizá no hubieran sido demasiado severos. ~ En ese sistcmá, cualquiera que hubiera encontrado un error evitable en un texto impreso o en una emisión de radio, podría llevar la acusación ante estos tribunales.

La segunda medida sería prohibir toda propaganda de toda especie por radio o por la prensa cotidiana. Sólo se permitiría a estos dos instrumentos servir a la información no tendenciosa.

Los tribunales en cuestión velarían para que la informa­ción no fuera tendenciosa.

En los órganos de información tendrían que juzgar no sólo las afirmaciones erróneas sino aun las omisiones volun-tarias y tendenciosas.

Los medios donde circulan ideas y que desean hacerlas co:Jücer tendrían derecho solamente a órganos hebdoma­darios, mensuales o bimensuales. No hay necesidad de una frecuencia mayor si lo que se quiere es hacer pensar y no embrutecer.

La corrección de los medios de persuasión estaría ase­gurada por los mismos tribunales, que podrían suprimir un órgano en caso de alteración frecuento de la verdad. Pero sus rccletctores podrhE hacerlo aparecer bajo otro l1ombro.

En todo esto no habría el menor ataque a las libertades públicas. Se satisfaría la necesidad mús sagrada del alma

LAS NECESIDADES DEL ALMA 55 hwnana, la necesidad de protección contra la sugestión y

- el error. ¿Pero quién garantiza la objetividad de los jueces?, se

objetará. La Ún.ica garantía, fuera de su independencia total, es que provengan de medios sociales muy diferentes, que estén naturalmente dotados de una inteligencia amplia, clara y precisa, y que se hayan fonnado en una escuela donde reciban una educación no jurídica sino ante todo espiritual, y en segundo lugar intelectual. Es necesario que allí se acostumbren a amar la verdad.

No hay ninguna posibilidad de satisfacer en un pueblo la necesidad de verdad .~.: no se puede. encontrar a este efecto hombres que amen la verdad.

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jv¡ 4/l í(tl CA fA R.t<rf'> ~¿ d J ~ afg<í\ i:;{q 11 (.'t'fil

( ~ 3 Z l f(C1 ne·{~r f;f' fh Mato Grosso

EL MISMO RÍO

SoN LAS OCHO DEL SOL DE LA MAÑANA y el barco espera, perezoso, en el atracadero, porque los barcos son sujetos inmóviles. Cuando el viajero y el mundo se ponen en marcha, la mole repintada del barco es la única quietud, la únio fijeza que permite que esos otros movimientos se consumen.

Desde medianoche, paraguayos han estado subiendo' al barco con cajones de frutas, armarios, sillas, bolsos, grandes paquetes y, después, una moto de cross brillante de cromados que patina peligrosamente en la planchada. El marinero que la traía se cayó y consiguió que la moto cayera exactamente encima suyo; tras el golpe, el hombre se levantó con dificultad para mostrar orgulloso que la moto no tenía ni un rasguño. Durante la noche, putas muy escuálidas que suelen parar frente a la estación de trenes de Asunción se acercaban a la

1 . '

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Martín Capanós

planchada y convencían a más de uno con el argumento del viaje como privación. Hay viajeros que sólo confían en los países donde las putas son mujeres gordas. Cerrado el trato pa~roquiano y _samaritana se alejaban unos metros y, al rato: saltan ?e d~t:as de un paredón bajo arreglándose la ropa. Despues salto el sol y, poco antes de las ocho, sonaron las sirenas y el murmullo de las conversaciones se hizo algarabía de saludos: el muelle del puerto de Asunción empieza a despegarse, lentamente, de la mo~onave Mariscal Carlos Antonio López. Hay pañuelos y vuelo de pañuelos. Una radio muy fuerte anuncia bailes tropicales para este fin de semana. Siempre hay algún baile en los puertos que un barco va dejando. La radio se relame por una cerveza local que "¡no refresca, recalienta!". El río Paraguay ya Ouye, lento, contra la mole repintada.

El Carlos Antonio López tiene setenta y seis metros de eslora, diez de manga y desplaza mil ciento setenta y cuatro toneladas a un promedio de catorce kilómetros por hora. En cada viaje lleva un contingente de unos sesenta turistas, mayormente argentinos, con rumbo a Corumbá, en el Mato Grosso brasileño, mil doscientos kilómetros al nor­te, Y un centenar de paraguayos hacia los puertos interme­dios del camino. Los turistas dormirán en camarotes con bai'io y aire acondicionado; los paraguayos, en los grandes · camarotes de segunda o en la cubierta superior, en sus ham;~cas de colores. El barco -el río- es el único acceso a esos mil kilómetros de tierra y pantanales, de pequeí'ios pueblos sin caminos.

Primer día de navegación: horas y horas sin ver un pueblo. Si acaso algún rancho aislado, algún bote de pesca­dores, tierras bajas y rojas con palmeras que van a morir al río suavemente, sin es·:-idencias.

En la cubierta más alla los cajones de bananas, man­gos, duraznos, aguacates, tratan c'e apropiarse del paisaje

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Mato Grosso

circundante, como si salir a la intemperie las devolviera al origen, las hiciera más auténticas. Pero las frutas vienen de la civilización, están normalizadas. En la cubierta, los cajo­nes delimitan un puesto de comidas regenteado por una matrona de carnes impúdicas donde las frutas se piden por nombres guaraníes. Inmediatamente debajo, los turistas co­men tres platos en el restarán refrigerado. El arriba y el abajo invierten por momentos sus polaridades, pero se mantienen. Hay cruces, miradas, sonrisas, comentarios, un mango reventón enchastrando las manos del viajero bajo el sol de la última cubierta. La mujer gorda que se ríe del enchastre:

-¿No sabías comer un mango, che patrón? El viajero piensa qué es el exotismo, se pregunta: "¿Qué

es el exotismo?".

El viajero se sienta bajo la sombra de un toldo en la última cubierta y piensa que tiene que leer a Quiroga: "Ala misma época pertenecía el cacique Pedrito, cuyas india.das mansas compraron eó. bs obrajes los primeros pantalones. Nadie le había oído a este cacique de faz como india una palabra en lengua cristiana, hasta el día en que, aliado de un hombre que silbaba un aria de La Traviata, el cacique prestó un momento atención, diciendo luego en perfecto castellano:

"-La Tr:wiata .. Yo asistí a su estreno en Montevideo, en el 59 ... ".

El Paraguay es un río ancho, entre qumtentos y mil metros todo a lo largo de su curso. Corre suave, sereno, sin exaltaciones ni exabruptos, con la seguridad de que nunca llegará adonde quiera que llegue. Con la serenidad de perfectamente innecesario.

Los turistas conforman una especie casi inmóvil por lo previsible de sus ·movimientos y, aun así, resbaladiza. Son pieles lechosas untadas en leches que les permitirán estar al

v lSJ:l~como si no estuvieran. Estar como si no estuvieran, y

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Martín Caparrós

mirar al desgaire: los turistas conforman una especie casi previsible por lo inmóvil. Algunos turist2.s se quejan de los

· paraguayos extendidos con frutas y paquetes y hamacas por la cubierta alta. Otros los contradicen: "Los que se quejan no se dan cuenta de que ellos son seres humanos como noso­tros", dice uno de los comprensivos. "Pero claro, no todos pueden entenderlo."

El viaje del turista es circular, trayecto de ida y vuelta sin más llegada que el punto de partida: un viaje casi puro, sin m~í.s objeto que el viaje -sus recuerdos-. Los paraguayos van a alguna parte. Y llegan: de tanto en tanto, el bote salvavidas baja hasta el río con chirriar de cadenas; alguien sube, y un par de marineros lo llevan a la costa, lo dejan en la costa junto a una casa de madera sobre pilotes o en medio de pilotes. Es un espectáculo: además, siempre cabe la posibilidad de esperar un. accidente, algo inesperado. El barcv, mientras tanto, boga despacio; la chalupa vuelve, lo alcanza y es izada otra vez hasta su sitio.

Es de noche, la primera noche, y se han callado las voces guaraníes, los gritos de los pájaros. El López no ofrece otra posibilidad de aventura que el silencio. Sólo se oye el rumor de las aguas en el casco y, de a ratos, el canto de un urutaú que, como corresponde, llora llora.

El barco -el río- se acerca ahora a Concepción: segundo día, primera parada. Los turistas saltan con avidez a tierra. Concepción es el pueblo más grande del trayecto paraguayo, una casi ciudad de calles anchas y sol como morteros, con un mercado donde se deslizan suavemc.~- :·.~viejas carretas tiradas por bueyes cornalones Y una vaca flacucha come gozosamente la basura. Se venden frutas muy pasadas, pescados del río y carnes demasiado rojas, casi opacas: el color general es un gris ceniciento. El mcrcaclo es menos pintoresco que simplemente pobre.

El exotismo es una condición de la mirada.

2'14

1 . .

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·Mato Grosso

Un argentino, gerente de sucursal suburbana, recuerda con nostalgia unas mijahesas modélicas y explica a un corro de compatriotas que rio se crean que tomó este barco por el precio, sino porque ya está cansado de ir a Europa. Ya estuvo tres veces, y no tenía mucho sentido volver. .

- Es claro -dice-:-. La primera vez uno se impres10na y todo le parece fabuloso y le parece que no tiene tiempo para nada. Entonces te quedás calentito y tratás de volver lo antes posible. La segunda vez te lo tomás con más calma, y disfrutás mucho mejor. En cambio la tercera vas a los Jugares y lo que más te acordás es de vos en esos lugares, así que ya no tiene mucho sentido, ¿me entendés?

Calor, alboroto de pájaros: el viajero piensa que cual­quier otra cosa que produjera semejante nivel de decibelios sería execrable, y execrada. Pero lo natural es admirable, Y debe ser admirado, dicen nuestros cánones: elogio de lo perdido, nostalgia de lo que nunca fue.

En el barco, las comidas marcan el ritmo de una vida que ha perdido sus baremos habituales: son los mojones, el non~bre de las horas. El viajero comparte la mesa más variopinta con dos belgas, varones y maduros, un matrimoni.o de japoneses viejos que aman a Mercedes Sosa y una pare¡a chacarcra y cuarentona, del sur de Buenos Aires. Uno de los belgas ha pescado, en Concepción, dos pacús, y los viejos japoneses, con la sonrisa infaltable, han traído el watubi y la soja para comcr!os en sashimi, es decir: crudos.

·El viajero se sienta bajo su sombra del toldo de la cubierta alta, mira pasar el río y piensa que tiene que leer a Pierre Clastres un antropólogo francés que trabajó sobre los indios que pu~blan -¿poblaban?- las orillas que corren bajo. su mirada. "El jefe 9ebe ser generoso y dar todo lo que se le p1de: en algunas de estas tribus se puede reconocer al jefe por el hecho de que posee menos que los demás y que lleva los adornos más miserables. Todo lo demás se le ha ido en

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Martín Caparrós

reg?'~-'s." O, más allá: "Se puede decir no ya que el jefe es un hombre que babfa, sino que aquel que habla es el jefe",. El viajero calla, no ex.1rapola.

En la cubierta de los paraguayos no hay carcajadas, ni voc~:· -::lemasiado altas; hombres miran el murmullo del río desde sus hamacas, como si nada nunca terminara; mujeres lavan eternamente toallas, docenas y docenas de toallas de colores que cuelgan de la barandilla como estandartes inde­cisos; y una cría morocha y gordinno·na juego~ con un gato de dos meses, le canta en guaraní, y el gato entiende. Hace calor, espeso, sedicente, y el río se mueve con estertores de pereza. En las orillas, la costa se deshace en pantanos y bañados; en algún manchón de tierra crece una palmera. El tiempo es otro.

Arriba y abajo: quizás la guerra de los mundos o, mejor: historia ele dos ciudades, dos tierras que se rozan cautamente. Hay baile en el salón refrigerado de turistas; por los ventanales que dan a cubierta, paraguayos miran pacientes, con sonrisas, el baile de los otros.

El exotismo es una condición de cada mirada.

El viajero habla con el capitán Rojas, a cargo del López, que le cuenta detalles ele esta navegación de trabajo incesante, donclc el oficial tiene que ir buscando metro a metro el canal del río, donde un ayudante tantea la profundidad a golpes de sonda y grita un sonsonete que se va haciendo letanía: "Diez pies ... 0:1ce pies ... Diez pies ... Diez pies ... ". El capitán Rojas es un señor retaco y gordo, muy yéncral González en versión Sancho Panza, con bigote oscuro y rayban de reglamento que ayer, en la ceremonia de presentación de autoridades, se puso de pie como impulsado por resortes para agr:~decer -o provocar-los aplausos que esperaba. Sin embargo, el capitán Rojas no tiene los mismos privilegios que su predecesor: ex comp:ll1cro de colegio de Stroessner, el capitán anterior recibb el honor de la visita del Supremo cada vez que su barco

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Mato Crosso

abandomba Asunción. Cuentan que, entonces, un despliegue de motoristas y metralletas inundaba el muelle Y a veces, incluso una banda marcial izaba la ocasión mientras las armas

apuntaban hacia todo lo que se moviera.

El barco -el río- se interna hacia la ilusión de una.sel'v:l enmarañada, impef!etrable, erizada de monos parlanchmes Y serpientes silbadoras y fieras sin nombre todavía q~e. nunca ' llega, que, como El dorado, como to?o el resto,. esta s1emprc un poco más allá, más lejos, en la uerra del JDJto.

Sobre la cubierta, el mundo -el barco- sigue empeñado en deslizarse. El viajero lee un libro y el paisaje cua~1do s~ le acere? una india, tan gorda como encinta. "Buen d¡a'', d!Ce,

m si no ¡0 hubiera dicho nunca, y el viajero contesta. Pero co o d 1 ·J • El ]a india se queda, de pie a su lado, mirán o o en Sl!enoo. · vi;¡jero baraja hipótesis, posibilidades, hast3 q~e ella habla.

-Usté, che patrón, debés tener un remed1o para eso. Dice mostrando un brazo hinchado por brutas piCadu­

ras. y ant~ la negativa, la insistencia, la resistencia a ~:eer que el blanco.que lee no conozca los secretos de la curac:on, otros

secretos.

Los paisajes se suceden y se oarecen. Aprender. a encontr:-1r las diferencias de lo semejante, el peso del matiZ. Darle a cada ii?agen una entidad particular: conocerla.

H.ay un austríaco, hippie viejo, cercano a Jos .cuarenta, que pasa \;:ls horas sin bajar de su hamaca tendtda en la e u bierta alta, sintiendo cómo el sol hace crecer su barba. "Tengo dos meses para llegar a Lima", ~ice ~na. tarde, en un castellano imperceptible. :<?tra mitolog1a del vta¡e: la ~e la iniciación, [a de un tiempo sin tiempo porque sm ob¡euvos, un tiempo que se basta a si mismo, que no persigue í·:etas~ que no persigue ni siquiera elaborar recuerd?s, que no pers1gue. Que yace en una hamaca, meciéndose s1 acaso muy ele tanto

en tanto, cuando el calor aprieta.

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Martín Caparrós

Media mañana del tercer día: a la izquierda del barco queda Porto Murtinbo, primera población brasileña. A partir de ahora habrá una costa paraguaya, a babor, y la otra, a estribor, la brasilei'ia.

El exotismo está hecho también de relatos -libros, películas, cuentos- que el extranjero ha recibido alguna vez y que, al mirar, aplica sobre la superficie impenetrable de lo diferente, que se ofrece como espectáculo incomprensible ante sus ojos.).:! exotismo es un ejercicio de adecuación sin éxito posible.

Fuerte Olimpo es un fuerte paraguayo, puesto avanzado de la colonia española en la lucha contra los bandeirantes. I-Iay un fuerte en un monte, una iglesia del siglo XVIII y un sol que cae y tir1e el aire de un rosa peregrino. Todo el pueblo se acerca a la ribera a recibir al López, con caiTOS, burros y bueyes, y una fila de soldaditos adolescentes con pantalón verde oliva y camisetas blancas y gastadas baja desde el morro en formación hormigueante y se estaciona, como una guardia de honor amenazado, frente al muelle de madera raída por las aguas. Después ayudarán a descargar ojones de cocacola, bolsas de cebollas y papas y tres mecedoras de mimbre que se babncearán, desoladas, sobre la tierra barrosa de la ribera. El barco es el único vínculo con el resto del mundo: los pobladores, en enjambre, en silencio, suben con sus bolsas de compras a hacerse de frutas y verduras en el mercado irregular de la cubierta. Ya es de noche.

No hay límites. No quedan referencias.

El río sigue fluyendo bajo el barco, cuya inmovilidad perfecta lo lleva a deslizarse cada vez más lejos, más adentro. Horas y horas transcurren entre pueblo y pueblo, y de esos pueblos no parten caminos: sólo el río, que avanza siempre más y más allá. Vértigo del m;¡pa: estamos en el medio de la m;¡sa, en plena terra incognita, a miles ele kilómetros ele

llE

Mato G'rosso

cualquier costa, encerrados en el agua sin desvíos. Exterior noche: las luciérnagas confunden sus destellos con estrellas en la sombra tropical sin asomo de !_una y el silencio es el grito de ejércitos de grillos y de ranas, Y la única sa~ida es esta falta de salida este encierro en un mundo demasiado abierto. El barco sig,ue inmóvil: el río, el mundO, f1uyen hacia adentro.

Una turista treintona pero aposentada que viaja sola y nunca se sac:' un paíl.uclo verde de la cabeza, provocando todo tipo de sospechas y conjeturas, y dice que le gustan los· viajes en barco porque se conoce gente.

_Me gustan los viajes en barco porque se conoce ge~te, una no se siente sola. Yo cuando fui a Colonia siempre fUI en barco, nunca en el aliscafo ni el micro. Los viajes no hay que desperdiciarlos, ¿sabés?

El viajero, en travesía hacia palabras adecuadas, sigue d: Carpentier los pasos perdidos: "Llevo más de una ]:ora aqU!, sin moverme, sabiendo cuán inútil es andar donde s1e~npre,se estará en el centro de lo contemplado ... Me vuelvo haCia el no. Su caudal es tan vasto que los raudales, torbellinos, resabios, que agitan su perenf1e descenso se funden ~:n la unidad de un

ulso que late de estíos a lluvias con los mismos descansos Y p f . t el , paroxismos, desde antes ele que el hombr.~ uera mven ~ o . El viajero suspira, relevado de la obligac1on de 1<~ rmraoa.

El mundo reducido, limitado del barco como alivio, comÓ serenidad: no hay más_!lllá posible, el mundo ·-por unos días- tiene límites precisos. ~os guaraníes que poblaban e~t-as · 'an al con'-1rio de buena parte de la tradiCIOn tierras cre1 - J-.' ,

occidental- que Jo Uno era Jo malo, lo incompleto, lo q~e esta confinado en una sola posibilidad sin aperturas. len sus

' el Dos lo Doble era lo bueno y lo deseable: el cosmogomas, , , . , hombre como dos podía ser Jo que era y tamblen _lo que deseaba, él y no él, también el otro, hom_bre_~ companero de los dioses. y así la angustia ele la asp1raC1on al Dos, a la imposible conciliación, a la completud perdida de antemano

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Marlín Capatrós

Aquí, en el barco, no hay peligro de preguntarse qué más. Aquí, en el barco, todo está felizmente cerrado de antemano.

El exotismo es la escritura de otra historia sobre el contorno de objetos atisbados.

En el salón hay baile de disfraces, en el que la señora de L. y el viajero no se disfrazan, son los únicos que no se disfrazan. Desde rincones opuestos del salón, entre índíecitas, griegos y satanes, la señora de L. y el viajero se miran como si ya supieran sus recíprocos disfraces, como si ya supieran.

El blanco refulgente de un techo entre palmeras y algún perro bebiendo en las orillas anuncian que el barco -el río­está lleg;:ndo a Puerto E.spc~anza, p:uaguayo, en la mañana del cuarto día. Por alguna razón inexplicable los parlantes del barco, que hasta ahora se habían mantenido en calma, estallan en una versión amilongada del Choclo. Preparan, quizás, el baile del chamán. Puerto Esperanza es un pueblo sin luz ni agua corriente, concentración dispersa de cabaiias de troncos sobre pilotes y pequei1os corrales con cerdos y cebúes donde viven un;;s veinte familias de la tribu chamacoco.

Mientras el López maniobra para fondear junto a la orilla, chicos pescan botellas de plástico que alguien ha tirado, a la deriva. Se emplean en ello con todo su entusiasmo, y el viajero piensa en la dificultad, el tiempo y el trabajo necesarios para fabricar un recipiente :1 la vieja manera chamacoco ahora salvados por esta pesca de residuos, este festín de las migajas.

Los turistas ya están en tierra -en barro- chapoteando. Un chico muy chiquito se acerca a un turista y le pide cien. "Déme cien'', le dice, repite, "déme cien". El turista, mayor, campechano, dueño de una casa de repuestos para el automotor en Lanús, le explica los secretos de la vida: "·N' '" ' el' "P 1 · ' b . 1 ooo, , ,e tce. ·ara tener pata tenes que tra ;¡¡ar."

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Mato Grosso

El viejo chamán -mago, brujo- tiene ochenta y cuatro ai1os y termina de pintarse la cara bajo un árbol para la ceremonia. Después, baila en medio de la ronda de caras que no creen en sus invocaciones. El chamán salta, grita, susurra y lanza miradas de relámpago, pero no consigue acallar el ruido de las dmaras de fotos. Más tarde, ya en el barco, la cuestión será objeto dr~ un debate, agrio por momentos, casi violento. No hay conclusión, aun cuando son muchos los que no saben que el cl1:1mán cobró, por su baile, un dólar con

cincuenta.

¿Qué pasa cuando una cultura, en su agonía, se presta a presentarse como espectáculo, como show que vacía de todos sus sentidos lo que hasta ayer fue ri~o. invocación, embrujo poderoso? ¿Cuando se acepta el papel caricaturesco de la propia acción, argentinos, qué sucede? El viajero piensa que se sentiría casi satisfecho si, al menos, la cuestión le resultara estrictamente ajena.

Pájaros hay, en las orillas. Cigüei1as, garzas, mbiguás, cotorras, loros, docenas que no tienen nombre. Además, se cuentan historias de cazadores, historias de otros animales que estarían siempre más allá, tierra adentro, como otros tantos Eldorados de míticos pelajes aurinegros.

Otro puerto, poco antes del atardecer: Bahía N cgra es el último puesto paraguayo y tiene una guarnición de ejército y otra de marina, cuyos soldaditos -entre catorce y dieciséis años- esperan en forrnación la llegada del barco sobre el muelle. Una vez armado el pontón que sostiene la planchada, la tropa se lanzará en tropel al abordaje para comprar helados, "porque acá no tenemos energía p:<ra las heladeras, ni un poquito". (Su capitán, con rayban y remera rangcr, se jacta de ser amigo ele Rico y Seinelclín y todavía conserva cierto aspecto lustroso, casi temible, porque hace sóló una semana que ba llegado a Bahía Negra, su nu~vo destino, su desierto

sin t{lrtaros siquiera.)

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Marlín Caparrós

A veinte kilómetros tierra adentro de Bahía Negra hay una reserva chamacoco, Potreritos, donde vive el núcleo de indios que más fi:ramente intenta conservar sus tradiciones y modo~ de VIda. Tienen veintiún mil hectáreas concedidas por el gobierno y algunas ayudas internacionales que les permiten desarrollar un principio de agricultura. Bf1· ~ 0 Barra tiene cuarenta y tantos años, corpulencia de oso y un habla pausada Y ~alma, como si nada pudiera sucederle o todo le hubiera sucedido, ya, en algún otro tiempo. Bruno Barra es uno de los cacique.s y cuenta que mantiene la vieja tradición de poligamia de los_¡efes de su tribu y tiene tres esposas que viven en armoma y en su casa. También cuenta lo que le ha costado a :;u ge~te p~sar_ de la caza y pesca en que basaban su superv1venc1a nomade a la agricultura sedentaria, y cómo son los duros ntos de pasaje que hacen que un chico chamacoco pa:e a ser ~n hombre. Y cuenta sobre sus dioses, que no quiere de¡ar.m~~lr, Y sobre sus ancestros, y su idioma, y su fuerza de conv~~c10n es suave, segura, como de quien sabe que los otros tamb1en temen.

. Ahora, tras las aguas, el paisaje parece infinito y eterno, qu1eto como un perro que señalara una presa siempre fugitiva.

~l uruguayo cuarentón y pálido que dice haber sido croup1~~ en Las Vegas aunque nadie le crea, y ahora tiene la conces10n del bar de segunda clase con sus máquinas tragamonedas y su mleta de treinta y seis números y tapete verde, que toma té, toma incesantemente té y pierde mano tras mano si~ más síntomas que un sudor diluviano. El belga cmcuenton, canoso, de nariz respingona, bigotito recortado y zapatos c~idadosamente blancos, seductor de otros tiempos Y otras pe!Jculas, para quien el dinero que se juega en la mesa son monedas. Los dos paraguayos de manos callosas y camisas reve~tonas sobre el pecho demasiado hinchado, demasiado traba¡ado por trabajos rudos, que se alternan y se alientan mutuamente en el tapete y cuentan con los oios cada ficha perdida. El argentino ingeniero que viaja con 'mujer e hijos,

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Mato Crosso

con aspecto de padre y esposo bien sometido a los caprichos del entorno, usualmente cariacontecido, algo encorvado y que ahora, frente al trasiego de barajas, mantiene un silencio altivo, un porte irreprochable y pierde sin parar. Es mediano­che. Arriba, en el salón climatizado de primera clase, hay otro baile y aquí abajo, en el bochorno del bar de segunda, hace siete horas que estos cinco hombres están trenzados en un poker sin tregua. Hay momentos tensos, miradas, exclamacio­nes que el ex croupier intenta suavizar con algún gesto desprovisto de gracia. Un jovencito, pinche de cocina, se ocupa de la caja de fichas de colores, a dólar la unidad, y Jos mozos con camisas desabotonadas traen los whiskies y el té del uruguayo. El belga va ganando; no bebe, y uno de los paraguayos insiste mucho en convidarle un whisky. Es probable que ninguno de los cinco se levante en el resto ele la noche. Mañana a la mañana, quizás, cuando el río JJegue a Con:mbá, la capital del Pantanal del Mato Grosso, martes de carnaval.

Todo viaje depende de la carga de mito que el viajero sea capaz de agregarle, voluntaria o involuntariamente.J!istorias de conquistadores enloquecidos 'bajando un río que se prolongaba más allá del más allá, o de un hombre remontando otro río para matar a otro Kurt cuya lucidez deviene omnipotencia, o de hacheros bebiéndose en un alcohol interminable todo el agua que los separa ele quién sabe qué mundos, o de canoas de un jefe guaraní llevando a sus guerreros contra la tozudez de un servidor de San Ignacio. O la propia impotencia, la incapacidad de no entender la vida sino como un largo viaje sobre un barco inmóvil, desesperantemente inmóvil, perfecto, magnífico, perfecta­mente ajeno.

Ultimas aguas-del río: el paisaje cambió tímidamente. La vegetación se hace más apretada, m8s impracticable, y hay monos en el horizonte. En la pro;·, del López, bajo un sol espeso, dos turistas escuchan con radio poderosa la cotización

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del dólar en la city porteña. Hay otros que se interesan por el. dato, y yna rubia teñida que deplora la obstinación de su maíido( La escena parece de~plazada, fuera de lugar. O quizás no tenga lugar: sólo tiempo1

Corumbá es una ciudad amable y sin historias, fuerte fundado por los bandeirantes a fines del siglo XVIII para detener los avances españoles y refundado en 1871 tras la gu~rra de la Triple Alianza: un puesto mil~tar que fue pasando a ctudad como puerto para el comercio de frutos de la tierra: las carnes de los cebúes del Pantanal y el hierro y e1 manganeso de las grandes minas. En Corumbá hay morros c:'e ba¡an su vegetación hasta las orillas del Paraguay, calles anchas y arboladas, casas de principios de siglo mezcladas con adefesios más recientes, calma provinciana y un calor insigne en el que nada se mueve ahora, siesta de Carnaval.

. Hay un tour por la ciudad de Corumbá y, como en otros penplos semejantes, el viajero se asombra de la exacta rep3rtición del tiempo del trayecto entre visitas a Jos Jugares memorables -fotografiables- y las paradas en las tiendas regionales~ Dos formas de aproximación que el turista ejerce: la fotografta, la compra de "artesanías y productos típicos". Dos f?rmas di~t~ntas de la imagen que aseguran la persistencia ~el v~a¡e: el Vta¡e como acumulación ("conocer, tener expe­nenctas, acopiar anécdotas") se sintetiza y sublima en esas dos subespeci~s de ~a imagen, del icono recordatorio. Búsqueda ~e Ja perStS(e~eta, COn pruebas que ,S:Jranticen ]a perdurabi­ltdad de 1~ eftmero, de la fugacidad del paso por un lugar a¡eno. ¿Cual es la desconfianza básica, se pregunta el viajero, que los tmpulsa a esa búsqueda de testimonios, incuestionables de la existencia del viaje? . '

La condición ele] exotismo es la fugacidad.

Un par de días atrás, recuerda el viajero, en Puerto Esperanza, un grupo de mujeres le pidió que les saque una

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foto. El viajero les explicó que no podrían verla, y una mujer dijo que no importaba, que no era para eso. "No es para eso,: no. Así vamos a estar también en otro lugar, che patrón", dijo una mujer, en la esperanza de ser Dos.

La noche cae temprano en Corumbá y, con ella, el carnaval. En una avenida ancha y empedrada, con palmeras muy altas, rectas co~o traiciones, se ha montado un sambódromo a escala, con palcos compuestos por una mesa de lata y cuatro sillas en espacios delimitados por alambres y chapas. Ocho escoJas de samba con lujos de pobreza desfilan en un derroche de entusiasmo y el ritmo de sus tambores y sus movimientos no es menor que el de sus modelos. Hay polleras cortonas y volantineras, lambadeiras, que enroscan sus deslices en el aire, y manos y cuerpos que se tocan como si no necesitaran ese tacto. Hay color de sudor y aromas acre, hay una st.::-ve furia desplegada. Esta noche, en estas mismas horas, hay cientos de ciudades brasileñas donde el ritual se está reproduciendo a escalas muy diversas. La televisión difunde el paradigma, el carnaval carioca, pero no hay ciudad o pueblo que no repita el acto. En las calles de Corumbá hay miles de personas con la obligación del desenfreno, del delirio. En las calles c1 e: Brasil muchos millones, más de un centenar.

Turistas buscan la espalda de sus señoras para mirar a voluntad las espaldas de señoritas cuyas espaldas se deslizan húmedas hacia el vacío. Los turistas van e:: grupos de ocho o diez: el gerente d~ banco suburbano ha b:::bido demasiada cerveza y su mano se pierde hacia uno de los vacíos más sudorosos, más agitados. El manotazo de un compañero de ruta le impide hacer blanco en su objetivo movec': :o.

-¡Cuidado, Ernesto, no seas animal! ¿No ves que nos vas a hacer quedar para la mierda?

Ernesto está b'orracho pero igual baja la mano, atien­de razones. El compañero insiste, para que quede una en-

1 rySfñanza: .... )

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-En serio, viejo, calmáte, ¿qué van a pensar los brasileros de no:;otros?

Ha pasado un día de expiación y recogimiento sin siquiera la música de Orfeo Negro para darle a la resa~a su estética más triste y ahora la tarde se derrumba, con colores de ;iol?ncia tropical, sobre el miércoles de ceniza. El viajero esr~ deJando Coru!11bá en un jeep 4x4 con hielo y provisiones. /~lli va ~ert, aleman de sesenta, con su barbira recortada, su VIentre Incontenible y una parafernalia de cámaras, videos y grabadores para registrar los más mínimos movimientos y cantos de las aves. 13ert ha escrito un libro sobre los pájaros del Brasil, Y vuelve a visitarlos. También va Dave, escocés de cu~renta, naco y mbicundo, veterinario que vivió ar1os en Afnca Ccmral, trabajando sobre genética animal entre leones elefantes, cebras. Y Vicente, el guía corumbensc en sus trcint~ Y tant~s que ha pasado casi veinte ar1os cazando, pescando y recomendo estos lugares. Con ellos, el jeep se lanza a una carretera de pozos y fandango: cuatro horas más tarde llegará al corazón del Pantanal.

Antes de ser una de las telenovelas de más éxito de la televisión brasileña, el Pantanal del Mato Grosso era un territorio de doscientos veinte mil kilómetros cuadrados -sólo un poquito más que el Uruguay- considerado como una de l~s mayores reservas de fauna y Dora que quedan en el mundo. El Pantanal ocupa buena parte de los estados de Maro Grosso ~el Norte y del. Sud, a ambos lados del Paraguay. En algún tiempo, hace millones de años, fue parte del océano Atlántico: lo separó de él :1 levantamiento de una cadena montafiosa y entonces r¡uedo como un mar interior que se fue secando n:~lenio tras milenio. El Pantanal no es p<mtanoso. No se ven oenagas, _arenas ~ovedizas y manglares, sino aguas claras, lagunas, nos y banados. Todos los ar1os, en algún momento del verano, llega la cbeia, la crecida: en unos días casi todo el t~rritorio queda cubierto por dos o tres metros 'de agua y la VIda se concentra en los pocos islotes remanentes. Son los

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tiempos del éxodo. Los cebúes del Pantanal son arreados en grandes tropillas, de miles de cabezas, en trayectos de quince o veinte días hacia los morros, donde esperarán la bajada de las aguas, la llegada de la mítica paloma.

El jeep ha llegado, ya de noche cerrada, a una fazenda donde los cuatro hombres podrán colgar sus hamacas bajo un quincho de paja. Rugen en lo oscuro destellos de luciérnagas, de miles de luciérnagas, y el Yiajero busca el suei~lO en los vaivenes de su hamaca, en la brisa sólo presentida. Es media­noche. En un par de horas, Dra.sil beberá cerveza frente a los televisores, mirando en directo el escrutinio de la votaci6:~ para elegir a la escoJa de samba campeona de este ar1o.

En la mañana los colores se hacen hirientes, el blanco, los rojos y los verdes. El Pantanal se mueve al compás de gritos infinitos, chillidos sin descanso. El jeep avanza por pastizales húmedos, pequer1os ríos, bosques de palmeras. Los anima)~s, a veces, ni siquiera huyen.

Hay yacarés y carpinchos -capivaras- en las orillas. Hay gamos -viadas- y el fulgor de una anaconda. Hay monos atronando los árboles, pardos los machos, las hembras amarillas. Hay iguanas enormes, antediluvianas. Hay pecaríes, e historias de jaguares invisibles. Y pájaros. Hay, en el Pantanal, quinientas setenta especies de pájaros, todas las clases de garzas y cigüeñas, patos, mbiguás, ñandúes, papa­gayos, loros, tucanes, halcones, chajás, chimangos, pavos salvajes y el esperado tuiuiú. El tuiuiú es un zancudo de metro y medio de alto, blanco con cabeza negra y collar rojo, que anda siempre de a dos, muy erguido, muy peripatético, y es exclusivo del Pantanal, que lo ha adoptado como símbolo.

·vicente, el g.uía, habla de mujeres casi tanto como de animales y de animales sabe mucho. Va buscando con el jeep Íos lugares recónditos, los escondites de cada especie, los seí1ala, los muestra. El viajero, a esta altura, se postula toda vía

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como el perfecto baqueano zen: no se entera de nada, o casi nada, hasta que se lo incrustan en los ojos.

El Pan tan al, dicen, está amenazado. Los ríos bajan del norte con una CJrp ~l. e mercurio que puede ser fatal. El mercurio viene de los enjuagues de los garimpeiros, los buscadores de oro que lo usan para separar del mineral la c.scoria, y se cuentan casos de animales enloquecidos por la droga, que adoptan !as conductas más e.x1rar1as. Magnífica: la idea de esta vasta reserva como un hospicio a cido abierto de animales locos:

El serl.or veterinario David Porter, mister Porter, arroja grandes piedras a la cabeza de los y:1carés, con carcajadas, mientras el sol va enrojeciendo su cara peliiToja, sus cejas memorablemente british. Después, en los p~ores momentos del bochorno, sacará ele un bolso muy pequer1o una sombrillita encarnada, plegable y minúscula, que mantendrá sobre su cabeza rubicunda como si un sikh la sostuviera. Old Empire not dead, rezonga Luca Prodan.

Mediodía. El mundo se detiene en el punto inmediata­mente previo a la ebullición. La insistencia del sol es cálida­mente superflua: es como si el calor saliera de todas partes, de las lagunas, de la tierra, de los troncos de los árboles. Hace ya un rato que no se oye un grito, un graznido, que no se ve un animal, que no se mueven siquiera las hojas. Los hombres extienden sus hamacas a la sombra, se refugian en la sombra. L-1 vida esL1 en suspenso. La siesta no es, piensa el viajero, un invento del hombre; es, en todo caso, supe¡vivencia de viejos atavismos animales. "Lo cjue está en !a NaturJ.leza nunca c.:; falso", dcóa Voltaire, recuerda, por fii1 justificado por la letra impres::<.

I3crt, el omitólogo, habla de las costumbres del joao-de­barro -aquí, hornero-. El viajero le cuenta acerca de su im­portancia en el imaginario patrio, de cómo generaciones de maestras primarias lo han presentado a sus blancas palomitas C~rno un ideal de identificación: el ahorro, la laboriosidad, la

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vida en dulce armonía familiar como ejemplos dignos ~~ indeclinable mimesis. El alenán se ríe, con risa de cerveza, Y dJCe que otro rasgo interesante del homero es que si sabe -¿sospecha?­quc su mujer lo cngari.a, la encierra en su cas1ta ~on sala y cor. alcoba y tapia definitivamente con barro la sal!da, la am~ra, la empareda hasta la muerte, como en un cuento cruel del V!CJ<1

Poe. De cómo ¡0 ejemplar, en la Ar?entina, se de~rad;;. en tango

Por la tarde, a eso de las tres, la vida vuelve a la sabana. Los yacarés se tornan más confiados, no huyen ante lo: rU!cios de las cámaras. Iguanas, enormes, en la punta de los arboles, abrazadas a una rama se mecen suavemente, como a~uel rencor. Los monos y pájaros gritan sin concierto. En los _nos, peces brillantes sa!tan sobre las agua_s rojas, teñidas de ~~en:o y manganeso. Hay una visión paranoiCa de la selva: el r:11ste:10 -la amenaza- de esa vida secreta que transcurre detr.1s de la maleza, impenetrable, bajo el agua, tras las enramadas,d a nuestras espaldas, contra nosotms. Un m~_ndo hecho e gritos, rastros, burbujas en el agua, ramas rcoen mov1clas que constituyen signos de lo desconocido, lo acechante.

Está prohibido cazar en todo el territorio dd Pant:wal. Sin embargo, la caza del yacaré es una actividad próspera. Vicente cuenta que cada af1o se cobran aquí dos millones de ptezas para vender las pieles a los marroquineros del, mundo con veredas. "Un cazador experimentado -cuenta el, que lo ha 'do- J)Uede cazar mil o mil doscientos bicho_.·; en un mes de

Sl ·¡ • - Los caza con rif1c 22 una bala chiquita cr:tre. os OJOS, c;Fnpana. ' . ~

para no arruinar el cuero, o si n~ a la encandila< .. ~: uno mantiene al yacaré inmóvil con una 1m terna y el otro, m_1entras tanto lo mata con un bruto golpe en la cabeza." Una p1el vale en el,Mato de diez a quince dólares; en la ciudad, no ~enos de cien. Mis al sur, el viajero ha escuchado estas m1smas historias en tierra:; de Jos chamacocos: una fracción disidente de la tribu, Jos yacarcccros, se dedica a esta caza. Son contingentes de quince o veinte hombres que parten en canoas río arribJ, desde sus poblados junto al Par:1guay, y se

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internan en los bañados del río Negro. Allí cazan durante un mes, durmiendo en sus botes y expuestos a todos los peligros: los guardias forestales brasileüos, mayoría de ex convictos, les tiran a matar antes de preguntar nada.

La merma de yacarés tiene un efecto ecológico inmedia­to: el aumento desmesurado de la población de pirai1as, su alimento preferido. De ahí vienen, por ejemplo, las pirañas que se han presentado últimamente ,en las costas porteñas.

Animales, fotos, encuentros, trajín del jeep y las cervezas. El viajero empieza a sentir -conoce- la pasión del cazador, armado con su cámara: el ojo atento, los músculos tensos, los dedos agarrotados sobre el disparador para captar el movi­mie'nto de una rama, un brillo en el agua, la fuga de un pájaro pequeño que alerte sobre la presencia de un animal mayor. Signos ignotos, que van cobrando sentido poco a poco, actuando sobre viejos instintos de la especie.

En el Pantanal, por momentos, no hay exotismo, se disuelven las segundas lecturas: quedan olores, gritos, movi­mientos, una súbita irrupción de lo primario. No hay discurso, por momentos, en esta sinfonía desmadrada.

Otra vez de noche. Mañana, con el sol, los hombres . tr;¡r:-¡rán de conseguir una barca para remontar el río Abrabao. El viajero, tendido en la lnmaca, mira las estrellas en el cielo tan negro, interrumpido de tanto en tanto por un rayo sin tormenta, que va trayendo poco a poco la tormenta, y piensa que el viaje o cierto relato del viaje ha terminado aquí, en una fazenda semiabandonada, en una hamaca bajo estrellas tropicales, entre grillos y ranas y relámpagos mudos, por qué aquí, piensa, en medio de una imagen tan estereotipada, tan vulgar del ocio y la distancia.

Hay pocos viajes que no conozcan -desde el principio- sus palabras.

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