Baciu, Stefan - Juan Bosch, Un Hombre Solo

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JUAN BOSCH,

UN HOMBRE SOLO

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STEFAN BACIU

JUAN BOSCHUN HOMBRE SOLO

MADRID, 1967

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Depósito legal: M. 15.119-1%7 N.O de Registro: 6314-67

ARTES GRÁFICAS BENZAL. - Virtudes, 7. - MADRID

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«Callar es como morir.»

JUAN BOSCH

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Cuentan que cierto político, a quien, después de ladeposición de Juan Bosch por los militares, preguntaronpor qué en América Latina los escritores políticos noconsiguen mantenerse durante mucho tiempo en el poder,dio la siguiente explicación: «¡Es una cuestión de técni­ca literaria! Por ser novelista, esto es, autor de libros degran volumen, Rómulo Gallegos estuvo más tiempo;Bosch, que es cuentista, autor de "historias cortas", tuvoque salir después de corto período.»

Si pensamos que Joaquín Balaguer fue elegido para lapresidencia de la República Dominicana después de lostrágicos acontecimientos que llevaron al país a la guerracivil, podemos decir, tal vez, que los críticos alcanzan elPoder en días críticos ...

Todo esto puede ser cómico, pero hay en ello ciertaverdad política que puede hacernos pensar...

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UN DESCONOCIDO

Mi pretensión es trazar en estas páginas el perfil huma­no de Juan Bosch, amigo mío desde hace tres lustros.Con él he convivido en lugares y momentos diferentes.He creído en su destino político, como haré ver en sumomento, desde una época en que nadie (ni siquieraTrujillo, a quien sucedió como primer presidente cons­titucional elegido democráticamente) pensaba en la posi­bilidad de que el cuentista de Muchacha de la Guairallegaría a la primera magistratura, a pesar de que diri­gió desde el destierro un movimiento animado por algu­nos de sus amigos, y que los adversarios y enemigos lla­maban «partido de bolsillo».

No voy a juzgar, apreciar, analizar o enfocar, bajo nin­gún punto de vista, las recientes actuaciones políticas deBosch. Y ello debido a dos razones por lo menos:

1. Porque creo que el tiempo no permite todavía unenjuiciamiento objetivo y sereno;

2. Porque entre mis pensamientos políticos y mi po­sición, digamos, doctrinaria, y aquélla a la cual Boschllegó después de su ascensión al Poder, existen discre­pancias, matices, diferencias que no deben ser analizadasen un trabajo como este que pretendo realizar.

No sé si voy a publicar algún día mi semblanza deBosch, aunque algunos que 10 conocen menos que yo-y desde una época más reciente-ya hayan publicado

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la suya, con una resultado, por otra parte, que no puedojuzgar sino como deplorable y parcial, bien sea en una oen otra dirección: izquierda o derecha. Y esto, en la me­dida en que, en Santo Domingo, tales «posiciones» pue­dan ser situadas en un plano político, como 10 fueron,por ejemplo, en Venezuela, Chile o Perú, donde existencorrientes y programas políticos definidos desde hace va­rias décadas.

Las páginas que siguen podrian se llamadas simple­mente horas con Juan Bosch, y me esforzaré por mos­trar en ellas una faz suya poco conocida, o completamen­te desconocida, no sólo por el gran público, sino tambiénpor los expertos, técnicos y teóricos, que después de ha­ber conversado durante algún tiempo con Bosch, algu­nos sin saber siquiera expresarse en español, o sin tomarapuntes de sus afirmaciones, se han dedicado a fabricargruesos libros, doctos ensayos, largas polémicas, sabiasinterpretaciones sobre un hombre que no conocían y que,debido a circunstancias ajenas a su voluntad, ha adoptadoa veces una actitud impuesta o dictada por los aconte­cimientos del momento; razón por la que puede aparecerbajo un falso prisma.

El líder político, el ex presidente de la República, elamigo del presidente Kennedy, el estadista que salió re­tratado en tantos periódicos, en el cine y en la televisiónabrazado al entonces vicepresidente Lyndon B. Johnson;el cuentista famoso en toda la América Latina, es, al finy al cabo, un hombre desconocido, en torno del cual se fa­bricaron y se fabrican todavía leyendas en nombre deuna u otra doctrina y de intereses a los que, estoy segu­ro, es completamente ajeno, pues antes que nada, JuanBosch es un simple ciudadano y un ciudadano simple.Un hombre para quien el calificativo de sencillo me pa­rece el más adecuado.

Tuve oportunidad de convivir con Bosch en los más di·versos lugares de América Latina. Lo recibí en mi casa, un

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cuarto mal amueblado en Río de Janeiro; conversé con élen humildes cuartos de hotel; pasé largas horas en sucasa de Caracas, casi tan modesta como la mía; convivícon él en su primera residencia, en Santo Domingo, des­pués de su regreso del exilio, y, finalmente, 10 vi enpalacio, cuando estaba cercado por la fina flor de la iz­quierda democrática de América Latina. Pero también,ya digo, tomé con él café con leche en lecherías popu­lares.

Le entrevisté varias veces desde 1955, cuando todavíaera desconocido en América Latina-no digamos en Euro­pa y Estados Unidos-su Partido Revolucionario Domini­cano. Entrevisté a su compañero Angel Miolán, el hom­bre que organizó el partido en Santo Domingo cuandolos Trujillo estaban aún en el poder a través de sus com­pinches. Le oí contar historias que más tarde se trans­formarían en cuentos. Le oí relatar proyectos, que seconvirtieron en realidad o quedaron simplemente en pro­yectos. Recibí de él mensajes cuando menos lo esperabay de los lugares más extraños. Creí en su capacidad po­lítica desde cuando ni siquiera se hablaba del políticoJuan Bosch, a no ser entre un puñado de dominicanos,cubanos o centroamericanos.

Con él asistí a la primera victoria de Rómulo Betan­court en Caracas. Con él y algunos otros desterrados cu­banos preparamos en 1958, en la capital venezolana,cierta campaña anti-Batista, sin hacer de ella ningunaactividad pro-castrista, pues Bosch siempre mostró des­confianza ante Fide! Castro.

Fui uno de los primeros a ser invitado por él, juntocon mi esposa-me llamó por teléfono después de salirde la Casa Blanca, donde sostuvo una entrevista como pre­sidente electo con John F. Kenndy-, para que acudiéra­mos al solemne acto de la Transmisión del Mando. Yyo no era entonces ni periodista militante ni columnistade política internacional. Era simplemente un amigo.

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Con este carácter me propongo escribir estas páginas,en las que se encontrarán algunos aspectos desconocidos,capaces de mostrar a los que estén interesados en elloel verdadero rostro de Juan Bosch, pero donde faltarántambién esas llamadas revelaciones sensacionales.

Sé, directa o indirectamente, algo de aquí y de allí quetal vez podría ser calificado de «sensacional». Natural­mente, no se trata de liviandades como la historia de la«Legión Caribe», donde algunos quieren hacer de él ungeneral, un aventurero, un oportunista.

Hablaré de política en estas páginas sólo de una mane­ra maginal y cuando fuere absolutamente indispensable.No quiero escribir sobre el Presidente Bosch. Otros máscalificados que yo lo hicieron y todavía lo harán.

He leído mucho, casi todo lo que se ha escrito acer­ca de Bosch, procedente de las más variadas fuentes: apre­surados periodistas americanos que, después de mediahora de conversación en «español», sentábanse para es­cribir un ensayo de tipo psicológico-sensacionalista, en elcual presentaban al «Doctor Bosch» como una especiede Mefistófeles; autores dominicanos y cubanos desterra­dos, que le calificaban de «Judas Bosch», haciendo alu­sión a su más profundo y menos conocido libro} JudasIscariote} el calumniado.

Puedo decir, sin exagerar, que en los millares de pá­ginas que he leído acerca de Bosch como hombre} noencontré un solo trabajo que, íntegramente} pueda sermencionado como fuente seria, capaz de suministrar bue­na información a aquellos que se interesen por saber algosobre este personaje que, después de haber aparecido enla primera plana de la prensa mundial, entró de nuevoen un ambiente normal: en el de escritor y cuentista.Pues, al final, es esto lo que queda de definitivo, de se­rio, de bueno, de válido y auténtico en el ex presidenteconstitucional de la República Dominicana.

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Sólo quien almorzó y CeRÓ con Bosch, en medio desu familia, y 10 vio cómo dejaba que sus hijos contarancosas acerca de sus lecturas y juegos; sólo quien reco­rrió a su lado, al volante de un coche prestado por unamigo, las ciudades de Caracas y Santo Domingo; sóloquien le oyó leer su última creación literaria, aprovechan­do no solamente la oportunidad de presentar la nuevaobra, sino también de mejorarla y perfeccionarla por meo.dio de inesperados retoques y autosugestiones críticas;sólo quien habló con él cuando todavía no era mundial­mente famoso, para escucharle y recoger opiniones sobreel destino de su país y de América Latina, puede decirque conoce a Juan Bosch de la manera como debe serconocido un hombre de su compleja grandeza.

Nuestro primer encuentro, con motivo de una entre­vista que le hice, se verificó cuando Rafael Leónidas Tru­jillo Molina era todavía Padre y Benefactor de la Patria,y cuando Bosch viajaba casi clandestinamente de una ca­pital a otra, a fin de escapar a la vigilancia de la policíasecreta de Trujillo, Batista o de otros dictadores criollos.

Aquella primera entrevista, que despertó una vaga cu­riosidad en la redacción del diario donde yo trabajaba,pasó casi inadvertida. Pero mis comentarios sobre el po­lítico Juan Bosch se hacían cada vez más insistentes.

Siempre que escribía sobre Trujillo y su dictadura men­cionaba como el «tipo anti-Trujillo» y probable sucesora la presidencia al «forajido y apátrida», al «comunista yagitador», según lo calificaban no sólo los representantesde Trujillo, sino también toda la maffia de los Somoza,Carías y Ubico, cuyos emisarios abundaban en Río deJaneiro, colocados en cargos diplomáticos que aprovecha­ban para dedicarse al espionaje o al contrabando.

Fue así como durante siete años y varias veces pormes escribí en el Brasil-donde la política del Caribe,hasta la subida al Poder de Fide! Castro, despertó pocointerés-mis comentarios, mis reportajes, en mi colum-

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na diaria, sobre la futura situación de Juan Bosch, cadavez que tenía oportunidad de mencionar la RepúblicaDominicana.

Recuerdo perfectamente que cuando preparaba algúntrabajo más «espectacular» que otros, mi director, CarlosLacerda, me llamaba a su despacho para preguntarme me­dio divertido: «¿Y su cuentista? ¿Ya depuso la dictadu­ra de Trujillo?»

En los medios diplomáticos latinoamericanos de Ríola reacción era la misma, excepto la de uno o dos hondu­reños o cubanos que habían conocido a Bosch en La Ra­bana, apreciando sus cualidades. Pero mi interés subíahasta tal punto que un día, después de publicada en dsemanario carioca «Maquis», cuya tirada en aquella épocaera grande, una entrevista que sostuve en Caracas conJuan Bosch y Angel Miolán, convencí a su director, micompañero Amaral Netto, para que hiciese una tiradaextra del texto de la entrevista (mil o dos mil ejempla­res) que, llevados a Caracas en valija diplomática porun agregado naval de Venezuela en Río, consiguieronpenetrar clandestinamente en territorio dominicano.

Es verdad que el texto estaba escrito en portugués.Pero en aquella entrevista, que aún hoy considero fun­damental para la orientación ideológica de Bosch, falsa­mente tachado de «izquierdista» (en un sentido pro­comunista o filocastrista), los dominicanos que leyeronel mensaje que les llegaba de tan lejos y de tan rara for­ma adivinaron seguramente que el hombre cuya fotogra­fía iba allí estampada era, para ellos, el símbolo de unavida más justa y más humana.

Nunca, después del diluvio de textos que se publica­ron luego sobre Juan Bosch, sentí mayor necesidad deencontrar un trabajo justo, legal, bueno, humano, claro,correcto, limpio, decente, en el cual el Juan Bosch queyo conocí y cuya «propaganda», vamos a decirlo, hicedesde 1955 hasta su ascensión al Poder, cuando la le-

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yenda negra y la adulación mataron la verdad; nuncasentí, repito, remordimientos por haber escrito tanto so­bre este hombre. Al contrario, creo que la máquina depropaganda que él no armó, pero a la que no consiguióescapar u oponerse, le hizo tanto daño que será difícilque la historia 10 pueda rectificar.

¡Quién sabe! Tal vez algún día, cuando las pasionesse serenen, cuando Juan Bosch deje de ser el supuestoenemigo de Fiallo o adversario de Balaguer} alguien setomará el trabajo de escribir sobre él bajo un espíritude verdad, presentando en su verdadera imagen a esteintelectual y. estadista que yo aprendí a estimar y a que­rer bien desde cuando era sólo un cuentista. Uno delos grandes cuentistas de este continente, donde los pre­sidentes vienen y van, a veces con tal velocidad, quenadie quiere saber de ellos, aun cuando su imagen pue­da decirnos algo, atraer o iluminar los caminos del fu­turo...

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TRUJILLO AMENAZA A SUIZA Y AL BRASIL

Hay cosas extrañas en la vida de cada uno, hechos in­descifrables de los que es casi imposible o inútil hallarla «clave»; el misterio no podrá ser deslindado ni acla­rado aunque no sea trágico ni profundo; es apenas algoque podríamos llamar coincidencia.

Así puede ser calificado mi conocimiento de JuanBosch, esto es, mi primer encuentro con su nombre, puesel contacto con su obra sería casi una década despuésde este primer encuentro que ahora relataré.

En el verano de 1948, en señal de protesta contra laimplantación del régimen comunista en mi patria, Ruma­nia, presenté mi dimisión del cargo de consejero de Pren­sa que ocupaba en la legación rumana en Suiza. Paradorar la píldora, y por no dar explicaciones directas deque el Gobierno me destituía como elemento indeseable,mi salida de la capital suiza fue transformada en «trasla­do». Tratábase de ir a Sofía, capital de otro país comu­nista, Bulgaria, donde el régimen estalinista era másduro todavía que el durísimo de Rumania.

Cuando presenté mi dimisión, mi esposa y yo tenía­mos un capital de 30 francos suizos, en moneda corrien·te, y pagada la renta del apartamento por dos o tres se­manas más. Así, fue preciso que mi esposa comenzasea trabajar inmediatamente como farmacéutica en una bo­tica de Berna. Mientras tanto, yo vendí, para aumentar

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nuestro raquítico «capital», la única cosa para la queencontré comprador: mi máquina de escribir portátil,con cuya ayuda pretendía iniciar mis actividades de freelancer en la prensa de Berna y Zurich.

En los meses que precedieron a mi dimisión habíaentrado en contacto con algunos periodistas suizos. Estosse comprometieron a publicarme con cierta frecuencia co­mentarios sobre la política de los Balcanes, pero firmadoscon pseudónimo, pues el Gobierno suizo estaba empeña­do en mantener-bajo todos los puntos de vista-su po­lítica neutral.

Los comentarios contrarios a un país con el que semantenían relaciones, y cuyo autor era un individuo quehasta hada poco fue diplomático del país criticado, condatos que ningún extranjero podría conocer, estaba colo­cando en peligro las relaciones ya tensas entre la demo­cracia suiza y la dictadura del Este.

Mi primera actividad, todas las mañanas, después quemi mujer salía para la farmacia y de donde sólo regresa­ba a la hora del almuerzo, para volver nuevamente a sutrabajo, era la lectura atenta de todos los diarios suizos.No tanto por hábito profesional, sino porque la prensasuiza, especialmente los tres diarios de repercusión inter­nacional, era considerada como la mejor informada y lamás seria del mundo.

«Cazando» asuntos que consideraba fuera de lo co­mún, di, cierto día, con un reportaje bastante completo,no recuerdo en qué revista, en el que tuve la oportuni­dad de leer por primera vez un informe detalladísimo so­bre la dictadura de Trujillo en la República Dominicana.Quedé impresionado, pues veía que no sólo era mi paísel que vivía bajo una dictadura inhumana.

Tratábase de un excelente trabajo en el que se mos­traba la situación del país bajo la tiranía de Trujillo ydonde se hablaba de un movimiento armado que se pre­paraba en algún lugar, creo que en Cuba o Méjico, bajo

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el control de un opositor de Trujillo que se llamabaJuan Bosch.

Leí y releí el reportaje. Creí que sería más fácil-paraevitar un problema con las autoridades suizas-a un re­fugiado humano escribir sobre el distante país del Cari­be. Pero como yo no poseía más documentación queaquel reportaje, decidí recurrir a algunos colegas latino­americanos con quienes había hecho amistad. Tal vezsupiesen algo. En entrevistas informales y sin confesarmi propósito, hablé con el diplomático brasileño HygasChagas Pereira, excelente expert en asuntos latinoameri­canos, con el peruano Alberto Wagner de la Reyna ycon una o dos personas más. Me senté en seguida antemi mesa de trabajo y escribí el primer reportaje de refu­giado sobre la tiranía dominicana; sobre Trujillo; sobrelos grupos de oposición y la actuación de un dirigentellamado Juan Bosch.

Fue mi amigo R. Th. Weiss, redactor-jefe de «BernerTagb1att», quien imprimió el trabajo en la primera pá­gina del diario. Al pie del artículo vi, no sin espanto, lasiniciales «S. B.».

En Suiza, especialmente en asuntos de esta índole, lascosas andan deprisa.

Dos días después de la publicación de mi primer ar­tículo, Weiss me llamó a la redacción para informarmede que el director del diario había sido consultado con­fidencialmente por el Departamento de Política Exteriorde la Cancillería sobre el autor del artículo, debido a unavehemente protesta del representante diplomático de Tru­jillo, que, si no me falla la memoria, se llamaba Pasto­riza Va1verde. Este había averiguado que un ex diplomá­tico rumano, residente en Suiza como refugiado político,sin poseer por su carácter autorización de trabajo, dedi­cábase «a envenenar las cordiales relaciones suizo-domini­canas, haciendo el elogio de agitadores comunistas comoel apátrida Juan Bosch». (Las «cordiales relaciones» eran,

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naturalmente, los depósitos de Trujillo en los Bancossuizos.)

No vi el escrito de protesta, pero Weiss, bastante di­vertido, me aseguró que el representante de Trujillo pe­día a las autoridades mi expulsión del país, cosa que,naturalmente, no se llevó a cabo. Fui discretamente in­vitado a visitar el Departamento de Policía de Extranje­ros, donde un señor que, por casualidad, era un excelen­te amigo personal, me sugirió que, en el futuro, si seguíapublicando artículos contra Trujillo, lo hiciese sin firma ...

Medio año después salimos de Berna con dirección aRío de Janeiro, y no oí hablar acerca de Juan Boschhasta que comencé, en varias hojas de Río, mi actividadcomentarista de política internacional, dedicándome espe­cíficamente a los países regidos por dictaduras: a los delEste de Europa, donde Stalin estaba en el auge del Po­der, y a los de América Latina, donde dictaban los Tru­jillo, Pérez Jiménez, Perón, Stroessner y Somoza. Paramí se trataba-y siempre se trató-de una sola batallaen dos frentes.

Desde aquel casi incidente diplomático suizo-dominica­no hasta mi primer contacto personal con el hombre yla obra de Juan Bosch había de pasar, en América La­tina, siete años.

En Río casi nadie conocía su nombre. Nadie poseíasus libros, y el representante de Trujillo, Rafael Espai­llat, estrechamente ligado más tarde en el asesinato deJesús Galíndez, después de haber leído mi primer co­mentario donde hablaba de Juan Bosch, mandó a su se­cretario privado telefonear al secretario del «Diario daNoite», Carlos Eiras, quien había publicado mi artículo,para decirle «de buena fuente» que el reportaje publica­do sobre la República Dominicana colocaba en difícilsituación las relaciones entre los dos países, y que en élse elogiaba, además, a un agente del Kremlin.

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Como portavoces de Trujillo que eran, tanto Pastori­za Valverde como Rafael Espaillat hablaban el mismolenguaje.

Pero quien tenía razón era Juan Bosch. Y yo. Estollegaría a averiguarse luego, durante toda mi campañade casi diez años contra Trujillo y a favor de Juan Bosch.

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CUENTO DE NAVIDAD

Veinticuatro de diciembre de 1955. Víspera de Navi­dad. En esta fecha supongo que a nadie le gusta quedar­se encerrado en un escritorio. Particularmente en un díacon un calor de más de 40 grados a la sombra, y ademásen una sala ardiente como un horno, tal como era la re­dacción de «Tribuna da Imprensa», en la Rua Lavradiode Río de Janeiro. Uno o dos ventiladores cumplían sudeber silenciosa y casi inútilmente.

Allí estaba yo, haciendo la guardia de la tarde, desdemediodía hasta las seis, atendiendo al teléfono que devez en cuando, desde la Casa de Socorro o de una Dele­gación de Policía, comunicaban la noticia de un acciden­te, que, por ser tan habituales, apenas daban trabajo.

El viejo caserón quemaba. Las paredes parecían fuegovivo. La botella de agua mineral que estaba a mi ladose ponía caliente en menos de media hora si no la bebíarápidamente, 10 que hacía con delicia, porque aquel díade Nochebuena era realmente terrible.

En una esquina de la sala, con la cabeza apoyada so­bre la mesa, dormía el ordenanza Napoleao Brasil. Elcajón de mi mesa estaba abierto, y dentro, el paquetecon el regalo de Navidad que la administración del dia­rio, pobre y de oposición, había distribuido por la ma­ñana para cada uno de sus empleados: dos botellas devino verde portugués, dos latas de sardinas, un pedazode queso y una o dos cajas de guayaba.

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Estaba intentando escribir a máquina un reportaje parael día siguiente, pero hacía tanto calor que cada golpede tecla me requería un esfuerzo especial. Por ello, de­cidí imitar al ordenanza Napoleao Brasil. Me quité la ca­misa, forré la mesa con papel de pruebas y recliné lacabeza sobre la caliente madera, intentando dormir unabreve siesta. No conseguí cerrar los ojos por mucho tiem­po. De pronto, en medio de aquel calor en el que nisiquiera las moscas se atrevían a volar y también parecíandormir, sonó el teléfono.

Me preparé, lápiz en mano, con la cabeza apoyadasobre la máquina de escribir, a transcribir el recado quedejaría para el sustituto que vendría después de las seis.Pero del otro lado del hilo oí que la telefonista me de­cía que alguien del Hotel San Francisco quería hablarconmigo.

No tardé en pedir a la telefonista que me comunicaracon la citada persona, y pude escuchar una voz, hablandoen español, que me decía las siguientes palabras: «Lehabla Juan Bosch.»

Muchas veces, al correr de los años, reconstruí aquelfragmento de conversación, así, tan abrupto, totalmenteinesperado: primero, la telefonista del Hotel San Fran­cisco, un hotel de segunda categoría, a dos cuadras delpuerto, de la plaza Mauá; luego, sin ninguna introduc­ción, aquellas palabras, como si me hablase un conocidode hacía mucho tiempo: «Le habla Juan Bosch.»

Sólo después me dio las «buenas tardes», y a mipregunta de cómo y cuándo hahía llegado a Río, limitósea responder muy rápidamente que acababa de desembar­car de un avión procedente de Buenos Aires, y que miteléfono lo había conseguido de un amigo común, elpoeta dominicano Manuel del Cabra!, que en aquellosdías vivía en Buenos Aires.

Pasados más de tres lustros de aquel día, oigo todavíala voz y siento la misma emoción. La VOl. que llegó a mí

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desde el otro lado del hilo, por donde esperaba que mellegasen noticias de una Casa de Socorro o de un escri­bano de alguna delegación de Meyer o de Copacabana,para decirme que alguna ambulancia salía a fin de auxi­liar a un suicida, o cualquier otra cosa de este género.

Eran las tres o las cuatro de la tarde. Expliqué aBosch, en mi español, que en aquella época era pocointeligible, que no podría salir hasta las seis. Al mismotiempo, se despertaba dentro del periodista soñolientode guardia que era yo en aquel momento el repórter aler­ta, y le pregunté si podría ir acompañado de un fotógra­fo, lo que me negó con delicadeza. Después de pedirlealguna noticia sobre Manuel del Cabral, combinamos quea las seis y media le visitaría en el hotel.

Inútil decir que las horas que me quedaban de miguardia navideña pasaron lentamente. A cada instanteaumentaba mi deseo de salir a la calle y tomar el tran­vía «Mauá-Lapa», que paraba frente al diario, y que medejaría a dos manzanas del Hotel San Francisco. Entretanto, intenté preparar un cuestionario para la entrevista.Pero luego pensé que, ya que Bosch no aceptaba al fo­tógrafo, por razones que ignoraba, quizá fuera inútil tam­bién escribir las preguntas, que tal vez se quedarían sinrespuesta.

Antes de las seis y media ya estaba yo en el hall delhotel, comunicándome con el cuarto que ocupaba Bosch.Me invitó a subir.

Llamé a la puerta y oí su voz pidiéndome que entrase.

El cuarto era grande y lleno de la fuerte luz de aque­lla tarde de verano. Quedé impresionado al verme anteaquel hombre. Nunca había visto su fotografía. En aque­lla época, los servicios fotográficos de los diarios acos­tumbraban a divulgar, en lo que se refiere a la RepúblicaDominicana, solamente las fotografías de Trujillo y fa­milia. O de Porfirio Rubirosa, o de algún líder oposicio-

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nista asesinado por «desconocidos» en alguna ciudad deSudaméríca o del Caribe.

De traje blanco, cabellos completamente blancos, ca­misa azul clara, corbata del mismo color, zapatos negros,piel morena, el rostro quemado por el sol, en el quelucían llenos de bondad y de fuerza sus ojos azules,Bosch estaba allí, frente a mí, a decir verdad, como nuncame lo había imaginado.

Un hombre atractivo y apuesto, casi como un galánde cine. En aquel instante pensaba yo en el dirigentede arriesgadas expediciones, subiendo de noche a losbarcos cargados de armas, y no en el escritor que veníacomo el más precioso regalo de Navidad, para perma­necer conmigo doce horas escasas, lapso entre el aviónque lo traía de Chile, vía Buenos Aires, y el que iba atomar para ir a La Habana.

Cerré la puerta y Bosch se tumbó en la cama, sin nin­gún formalismo, pidiendo que me sentase en una de lasbutacas. La otra estaba llena de periódicos y libros. Loprimero que le pregunté fue qué pensaba hacer aquellanoche. «Nada-me dijo-, cenaré en algún lugar, por­que mañana temprano debo embarcar para Cuba.»

Le pregunté entonces si no estaría dispuesto, en lugarde cenar en un restaurante cualquiera, a pasar la Noche­buena en nuestro minúsculo apartamento de Copacabana.Como Bosch aceptase, le pedí permiso para comunicarmedesde allí mismo con uno o dos amigos hispanoamerica­nos, que bien sabía yo que quedarían encantados de te­ner ocasión de conversar con él. Fue así como, de mane­ra completamente improvisada, organizamos nuestra cenade Navidad, en la que tomaron parte, además de mi mu­jer, el profesor, escritor y ex ministro paraguayo JustoPastor Benítez, otro exiliado, con más de veinte años dedestierro en las espaldas, y el cónsul general de Panamáen Río de Janeiro, el poeta Homero Icaza Sánchez. Ma­nuel Bandeira estaba, como todos los veranos, en Pe-

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trópolis. Del cuerpo diplomático latinoamericano acredi­tado en Brasil, Bosch me dijo que sólo desearía ver a suviejo compañero José R. Castro, el popular «Castrico»,de la prensa habanera, con quien había compartido lasduras penas del destierro durante más de diez años. Aéste iría a visitarle antes de ir a nuestro apartamento.Tomó en seguida nota de la dirección y, algo turbado,me dijo que mi esposa debería disculparlo, porque acu­diría a la cena en traje blanco: no poseía otro. Tambiénse daba cuenta de que su corbata era demasiado «in­formal».

Recuerdo este detalle, que entonces me pareció medioridículo. Después de conocer a Bosch vi que, dentro desu sencillez, era un hombre que vestía siempre correcta­mente, hasta con elegancia; si bien con una eleganciaque yo calificaría de entre pobre y discreta. Nunca levi, ni en las horas de descanso en su casa, con aquellascamisas chillonas que llevaba Fidel Castro cuando le co­nocí en Méjico.

Como no podía menos, una de las primeras preguntasque le hice, intentando realizar una entrevista, fue sobreTrujillo. Bosch me respondió más o menos de la siguien­te manera: «Acerca de Trujillo puede usted leer en cual­quier diario, casi todos los días, o puede leer libros enfavor o en contra. Mientras tanto, supongo que ustedno sabe nada de la terrible miseria en que se apoya eltrono de la dinastía Trujillo; la miseria del pueblo do­minicano.»

Fue entonces, en el Hotel San Francisco, en aquellavíspera de Navidad de 1955, cuando por primera vez, deboca de Juan Bosch, oí la descripción de cómo vive ymuere, lucha y sufre un pueblo que los «técnicos» de m~s

tarde calificarían tan bárbaramente de subdesarrollado.

Esta fue la respuesta dada, no al periodista, sino ladescripción hecha por un amigo a otro amigo sobre su

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propia familia, de la cual era el portavoz de la justiciay de la humanidad.

Nunca más, después de aquella víspera de Navidad,oí a nadie hablando de su pueblo como lo hizo Boschsobre el suyo. Y ni una palabra sobre Trujillo.

Las horas pasaron. La tarde de verano se convirtió ennoche. Tuve que tomar un taxi para trasladarme a Co­pacabana, cargado con mis regalos de Navidad. Mientras,Bosch se comunicaría con el embajador Castro. Había­mos acordado que volveríamos a vernos hacia las nuevey media o diez de la noche.

Felizmente, tenía un poco de dinero en casa. Com­pramos algunas botellas más de vino, bollos y jamónque, con el pavo que mi mujer había preparado la vís­pera, daría para una decente, aunque modesta, cena deNochebuena.

En mi apartamento de un solo cuarto hacía aquellanoche un calor tan bárbaro que tuvimos que dejar abier­ta la puerta que daba al corredor.

Tanto Benítez como Icaza Sánchez prefirieron aban­donar temprano su Navidad familiar para acudir a la quetodavía no sabíamos qué importancia literaria y políticafuera. de lo común iba a tener.

Cuando Bosch llegó, al aparecer frente a nuestra puer­ta abierta, lo primero que advertí fue que llevaba en lamano un paquetito y que se había cambiado de corbata.(Más tarde, José R. Castro me contaría riendo que Boschle pidió prestada una corbata más «solemne», probable­mente por creer que en nuestra casa se exigían formali­dades de este género ... ) Pocos instantes después de sen­tarse se quitó no sólo la corbata, sino también la chaqueta.

La colocó con mucho cuidado en el respaldo de unasilla y puso debajo el paquetito, que creo que para losdemás pasó inadvertido. Por su forma me pareció quecontenía libros.

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Toda la primera parte de la conversación, esto es, has­ta después de media noche, giró en torno de asuntos do­minicanos. Tanto Benítez como Icaza eran buenos cono­cedores del asunto, y yo ya había comenzado a deletrearel abecedario caribe.

Antes de comenzar a hablar sobre sus planes políticos,Bosch nos pidió que nada se publicase de todo aquello,pues regre~ndo para La Habana su situación sería muypeligrosa, en vista de que Trujillo y Batista vivían unade sus innumerables lunas de miel. Nos habló luego desu reciente libro, editado en Santiago de Chile y titula­do Cuba, la isla fascinante, en el que sometía la dictadu­ra de Batista a un implacable análisis, llegando a expresarun punto de vista singular entre los demócratas antiba­tistas, al afirmar que el dictador no era cubano nato... ,sino hijo de indios colombianos emigrados a Cuba. Deaquí-aseguraba Bosch-su falta de comprensión acer­ca de la humildad y del estilo de vida democrático delpueblo cubano. Esta tesis, en verdad, nunca me ha sidoconfimada más tarde.

Volvimos a hablar de asuntos dominicanos, y comoya habíamos bebido varias botellas (Bosch casi no bebíavino; por eso me acordé de la Nochebuena de 1955 cuan­do supe que mientras fue Presidente de la República losbrindis oficiales se hacían austeramente ¡con leche decoco!) hice una propuesta, que los demás aceptaron mien­tras Bosch sonreía: todos los allí reunidos nos encontra­ríamos en la capital de la República Dominicana en oca­sión de la transferencia del mando a Boch como pre­sidente.

Yo creía ciegamente en su estrella política, y era pro­bablemente el único que tomaba totalmente en serio aquel«pacto», que los demás aceptaron seguramente por ama­bilidad para con el anfitrión, aunque supongo que conbastante escepticismo. Pero ocho años más tarde, en fe­brero de 1963, estábamos reunidos en la capital domini-

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cana como invitados personales del presidente constltu­cional electo. Sólo faltaba Justo Pastor Benítez, el másruidoso, el más alegre, en aquella noche de 1955. Segúnnos. contó Bosch, había muerto fulminado en Asunción,a donde le había llevado la nostalgia cuando se acercabaa los setenta años de edad.

Creo que pocas veces un puñado de gente había sen­tido al mismo tiempo tristeza y satisfacción tan grandescomo la que nosotros recibimos aquel día de febrerode 1963, rememorando la Nochebuena de 1955, con sucalor y con mi «profecía», que se había convertido enrealidad: una de las más evidentes realidades de la Amé­rica Latina en aquellos instantes.

Pero regresemos a la Navidad de 1955. Levantándosedel sofá de madera tosca donde estaba sentado, Boschabrió el paquete y sacó algunos libros, diciendo: «Aquítengo los únicos ejemplares de mis tres libros recién edi­tados en Chile. Los tres tienen una dedicatoria para Ste­fan, pero mi deseo es que cada uno de ustedes los lean.»Eran ejemplares del Judas Iscariote, el calumniado, Lamuchacha de la Guaira y Cuba, la isla fascinante.

«y ahora, para todos-siguió-, quiero ofrecer unpresente, que quizá pueda mostrarles mi afecto. Estoyplaneando escribir, en cuanto llegue a La Habana, si lapolicía de Batista no me prende, un cuento, que tal vezllame Cuento de Navidad. Quiero, de una manera sim­ple, humana, auténtica, sin inútiles cargas navideñas,contar para pequeños y grandes, para hombres de todaslas partes del mundo y de todas las religiones, cristianosy paganos, la historia de Navidad que todos conocen.Pero repito: no quiero darle ningún brillo festivo, ni lu­ces que cieguen. Voy a contarla más o menos así...» Ycon la nuca sobre las manos, tumbado en el sofá, con losojos puestos en el techo, contó la historia de Jesús, delos Reyes Magos, de María y José, de una manera comohasta ahora ninguno de nosotros la había oído nunca.

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Ni en Panamá, ni en Rumania, ni en Paraguay; comoninguno de nosotros la había leído jamás en ningún libro.

Simple, chocante, humana. Ni poesía ni relato. Perobajo una luz completamente nueva, la luz que solamentepuedo evocar hoy como la de la Navidad de 1955.

Bosch debió de estar hablando durante una o dos ho·ras. No pensé entonces que una cinta grabadora hubierasido una excepcional posibilidad para captar sus pala­bras. Cuando calló, debían de ser más de las tres de lamadrugada, tal vez las cuatro, los demás estábamos tanconmovidos, que ninguno consiguió articular una sola pa­labra.

Tres años más tarde, en diciembre de 1958, en Cara­cas, acompañé a Juan Bosch a la tipografía donde se im­primía la edición ilustrada del Cuento contado en micasa. Me ofreció el primer ejemplar salido de las máqui­nas. Estaba caliente y el papel tenía un olor especial. Laspalabras escritas en la primera página recuerdan que fuecontado tres años antes. Pero algo faltaba. Para los quehabíamos oído el libro, la bellísima obra quedaba un tan­to incompleta, porque le faltaba la voz de Juan Bosch.Su bella, profunda y serena voz de poeta y de profeta.

Sólo entonces nos dimos cuenta de que la noche ha­bía pasado. El avión debía de salir a las seis de la maña­na. En la esquina de la calle donde vivíamos entonces ha­bía una parada de taxis. Bajamos a la calle, desierta aaquella hora, formando un grupo extraño en la calientemadrugada carioca.

Como ya conocíamos el peligro que corría nuestroamigo al llegar al aeropuerto de La Habana, combinamosque después de haber pasado un día o dos, cuando tuvie­ra seguridad de que la Policía no le incomodaría, Boschenviaría un telegrama «oficial» al Consulado de Panamáen Río de Janeiro confirmando que «el visado solicitadofue recibido». Caso de que el telegrama no llegase, sig­nificaba que había sido detenido. Entonces sería cosa de

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desencadenar una campaña de ámbito internacional, dadoque las buenas relaciones existentes entre el dictador cu­bano y el dominicano podrían dar lugar a que Boschfuese entregado a la Policía secreta de Trujillo. Despuésde dos o tres días de agitada espera e innúmeros contac­tos por intermedio de la Embajada de Honduras, el te­legrama llegó.

Creo que no fue hasta comienzos de 1956 cuando JuanBosch se sentó para escribir una de sus mejores obras: elcuento relatado en mi casa. En una Cuba dictatorial, undemócrata combatiente escribía lo que sólo él podía es­cribir sobre el Niño Jesús.

Los tres libros dejados en mis casa aquella noche,después que pasaron de mano en mano, fueron a parar amis estantes. Ellos nos descubrieron, por primera vez,el mundo desconocido de Juan Bosch, que hasta entoncesni siquiera un bibliómano de obras «raras» como ManuelBandeira, profesor de Literatura Hispanoamericana de laUniversidad del Brasil, había conseguido coleccionar.

Fui ei primero en comentarlos y divulgarlos.Recuerdo que no me fue posible meter en un solo ar­

tículo todo 10 que hablamos. Preferí recoger 10 esencialen un trabajo que abarcaba casi media página del diario:una extraña mezcla de reportaje, crítica literaria y diarioíntimo, acompañado de una fotografía de Bosch que elembajador de Honduras consiguió sacar no sé de dónde.

El artículo, en aquellos primeros días de 1956, fue co­mentado en Río de Janeiro de diversas maneras: mien­tras unos decían que yo estaba «bromeando» al anunciarque un cuentista sería el sucesor del «generalísimo», larepresentación de éste mandaba que se propagara entreel cuerpo diplomático de Río de Janeiro la especie deque Juan Bosch era un agente comunista; que el artículoescrito sobre él era obra de otro comunista y que laEmbajada de Cuba protestaría por haber sido violado elderecho de asilo. Esto, naturalmente, no sucedió, por-

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que el fallecido embajador Gabriel Landa era un hombredemasiado inteligente para cometer tamaña infantilidad.

Hasta la muerte de Trujillo, en 1961, esto es, duran­te cinco años, por paradójico que parezca, Río de Janei­ro se transformó en el punto central de la campaña po­lítica de Juan Bosch contra Trujillo, por medio de artícu­los y entrevistas que se me concedían, o simplemente através de los comentarios que yo hada, basados en elmaterial que incesantemente Bosch me enviaba de Cara­cas o de Costa Rica.

Así, en una Nochebuena, la vida escribió un cuento ycomenzó un movimiento de opinión pública que culmi­naría con la ascensión de Bosch a la primera magistra­tura.

Son cosas que la vida escribe. Ningún libro puede in­ventarlas.

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BOSCH, TRUJILLO y YO (TAMBIEN UN POCODE STALIN Y DE CASTRO)

Según prometí en el primer capítulo, no trataré aquí,a no ser que resulte absolutamente necesario, acerca delas actividades de Juan Bosch como político militante,aunque ésta sea la causa que 10 tornó mundialmente fa­moso--o internacionalmente discutido.

Tengo tanto que contar sobre mi amigo Juan Bosch,que dejo la tarea de hablar sobre el líder político a aque­llos que 10 conocen menos que yo, o 10 desconocen, oson sus adversarios.

Sólo en los Estados Unidos, donde estoy escribiendoeste trabajo, creo que han salido hasta ahora casi unadocena de libros sobre Bosch y la República Dominica­na. Es el Juan Bosch de ellos. Mi Juan Bosch es esteque trato de evocar, extrayéndolo de las más recónditaspartes de mi memoria. La figura de Juan Bosch no seesfuma como sucede con algunos políticos, sino que que­da, como quedan los grandes escritores: como HoracioQuiroga, Pedro Henríquez Ureña o Alfonso Reyes, puesen este nivel de cultura continental es donde debe sercolocado el escritor Juan Bosch.

Al correr de estas páginas, aunque muy superficialmen­te, aparecerán algunos aspectos que directa o indirecta­mente están ligados a la actividad política de Bosch, biensean anteriores o posteriores a su ascensión al Podercomo presidente constitucional.

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Como ya dije, conquistó mi confianza de comentaris­ta y observador de política latinoamericana desde el pri­mer día que le hablé en Río de Janeiro. Poseía argumen­tos concretos, en los que cimenté mi confianza. De todala oposición dominicana que conocí durante más de unlustro, Bosch era el más importante, con mucho, en loque se refiere a personalidad, ya que no se podía hablarde ningún otro como líder de un movimiento de enver­gadura.

En medio de los generalitos y coronelotes que conocí-algunos de los cuales mal sabían hablar español-, delos diplomáticos fracasados, de los contrabandistas y opor­tunistas de todos los colores e índoles que componían elarco iris del movimiento anti-Trujillo, Juan Bosch era laúnica estrella de primera magnitud.

Dinámico. Sabía pensar políticamente. Poseía una vi­sión social de los problemas del continente, de su paísy de su época. Con grandes sacrificios organizó el Par­tido Revolucionario Dominicano) que se podía encuadrar,en cierto modo, en la corriente de la izquierda socialistalatinoamericana.

Sólo más tarde me di cuenta de que Bosch era antesque nada un escritor; esto es, menos político que Rómu­lo Betancourt y José Figueres, menos sociólogo queHaya de la Torre. Esto, naturalmente, tenía que perju­dicar su carrera de jefe de un gran movimiento. Era comosi Rómulo Gallegos hubiera sido, en Venezuela, figuracentral de Acción Democrática) su líder político «núme­ro uno», puesto que correspondía a Rómulo Betancourt.

Nuestra primera conversación me convenció ideológi­camente. No se trataba de simpatía a primera vista, sinode comprensión que se fortaleció con el transcurso deltiempo.

10 que publiqué en 1956 lo repetí decenas de veceshasta su ascensión al Poder. Y la mayor parte de las co­sas escritas desde entonces puedo afirmarlas también hoy.

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Después de su fracaso en la presidencia y en las elec­ciones de 1966, Juan Bosch sigue siendo todavía el másgrande dominicano del siglo.

En 10 que se refiere a su posición ideológica, calificada,a veces falsa y estrechamente, de «izquierdizante», nopuedo olvidar 10 que me dijo en la entrevista que meconcedió en 1958, cinco años antes de su subida al Po­der, cuando no precisaba fingir actitudes democráticas,pues era líder de una oposición aparentemente sin futu­ro. Quiero decir que si en 1958 hubiera tenido simpatías«izquierdizantes», le hubiese sido muy fácil declararlasabiertamente, puesto que no se comprometía ni en elplano nacional ni en el ámbito internacional.

Lo que me dijo entonces y publiqué en la revista «Ma­quis» de Río de Janeiro, respondiendo sobre la posicióndel P. R. D. frente a los comunistas y al comunismo,no deja lugar a dudas, y desde entonces no 10 ha desmen­tido, que yo sepa, por ninguna declaración o acción po­lítica contraria.

«Desde la fundación del P. R. D.-dija-el partidocomunista dominicano, que es un partido muy minori­tario, comenzó un trabajo de perforación de nuestra or­ganización para dominarla por dentro, después de inten­tar desacreditar a todos nuestros líderes. Pero este tra­bajo tuvo pocos resultados prácticos, 10 que se explicapor la composición especial de las fuerzas sociales domi­nicanas, que, en definitiva, son una representación de lassociedades latifundarias de América Latina.»

y más adelante, en la misma entrevista: «Encaramoscon cierta ironía y piedad la lucha de los comunistas con­tra nuestra organización, pues nos parece el esfuerzo deun niño de dos años que intenta dirigir un avión a cho­rro.» (Nota de 1966: Excelente la comparación, bajo elángulo histórico, si pensamos que en las dos eleccionesel P. R. D. tuvo la fuerza del «jet» aun cuando sus votosdisminuyeron. Mientras tanto, una posible votación de

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todos los movimientos marxistas y comunistas juntos nodaría ni siquiera la fuerza de un niño de dos años tiran­do de un avión de juguete.) «Ante nuestra actitud, loscomunistas reaccionan con la explicable furia de aquelniño de dos años que no consiguió poner el avión en mo­vimiento», concluye Bosch.

Este texto, desde su publicación, quedó olvidado. Perodentro de mi punto de vista, y para la posición que asu­miré en este trabajo, se reviste de una importancia fun­damental.

y de importancia más fundamental se reviste este otrotexto que, aunque publicado, debido a la escasa difusióndel libro en que iba impreso, quedó prácticamente inédi­to. Trátase del prefacio de Judas Iscariote el calumniado,editado en Chile, en la minúscula Editorial Prensa Lati­noamericana, en 1955; esto es, en una época en que lapolítica mundial vivía todavía la fase estaliniana y el dic­tador soviético era el «guía genial». Nadie osaba criticarsu figura, sus acciones, no solamente dentro de los par­tidos comunistas, sino ni siquiera entre los simpatizantes,los compañeros de ruta, los filo o los criptocomunistas;de aquella izquierda cobarde que compone la fina flordel pseudomarxismo latinoamericano.

Fue cuando Bosch escribió estas páginas, que año trasaño ganaron valor más profundo en el escenario inter­nacional, y aún hoy son tan actuales como en la fechaen que fueron escritas y publicadas. Al reproducirlas,nuestra intención es mostrar su coherencia constante y,sobre todo, su consciente actualidad y su carácter demo­crático.

No se podrá negar' a su autor una dialéctica que, re­petimos, fue, poco a poco, puesta en circulación despuésdel informe secreto de Nikita Kruchev y la llamada des­estalinización, sobre la cual bien podría ser este fragrnen­to una profecía y un preludio.

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Lo considero de importancia por dos razones:1. Por sus implicaciones internacionales, después de

la denuncia del mito de Stalin y de sus crímenes (Trotskyno ha sido rehabilitado aún, en 1967, y difícilmente podráserlo dentro de los próximos cinco o diez años); y

2. Para subrayar la firme trayectoria democrática deJuan Bosch.

Aquí van sus palabras:«Pero reduzcamos el asunto a un ejemplo más adecua­

do al problema expuesto en Judas Iscariote el Calumnia­do; más afín y no hipotético, sino cumplido y universal­mente conocido: es el ejemplo que hallamos en la vidade León Trotsky.

Fuera de las fronteras rusas, toda persona de medianailustración que no sea comunista militante está enteradade que León Trotsky fue compañero de Lenin en las fae­nas revolucionarias que dieron el poder al partido comu­nista; que fue un factor importante en ese memorablecambio histórico; que acompañó a Vladimir Ilich Ulia­nov; que le ayudó; que se distinguió como organizadordel ejército rojo. En la Rusia soviética, sin embargo, sólolos sobrevivientes de aquellos días lo saben, y ésos no seatreven a decirlo. Para las nuevas generaciones Trotskyno fue sino un traidor, enemigo de Lenin, cuya obratrató de obstaculizar siempre. Hasta las fotografías dela época, en las que Trotsky aparecía junto a Lenin, hansido retocadas y transformadas, y el puesto que ocupóTrotsky pasó a ser ocupado por Stalin. De imponerse enel mundo el concepto stalinista de la historia, en un siglola humanidad quedaría convencida de que no hubo ja­más un compañero de Lenin llamado Trotsky, puesto queaun en los menos importantes textos o cuadros todo searregló de tal manera que Joseph Stalin apareciera comomano derecha y heredero directo de Lenin.

A despecho de que vivimos en un mundo cargado decomunicaciones, en un momento en que cualquier acto

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de relativa importancia se conoce en detalle y los acto­res históricos son vistos desde diversos ángulos; a des­pecho de que León Trotsky vivió lo bastante para de­fenderse y escribió explicando su conducta y la de susenemigos; a despecho de que su más encarnizado per­seguidor no le sobrevivió ni veinte años y de que losacontecimientos en que se destacó ocurrieron hace menosde cuarenta, sucede que cientos de millones de hombresy mujeres dentro de Rusia, y varios millones que sonfervorosos stalinistas fuera de Rusia, han hecho de Trot­sky la encarnación del traidor a su doctrina, han tergi­versado su papel en la revolución y lo presentan como elirreconciliable enemigo de Lenin, como aquel que tratóen todo momento de impedir que el comunismo alcan­zara el poder y lo mantuviera. Si los sucesores de Stalinen el mundo de la revolución rusa sostienen ese puntode vista, dentro de un siglo, suponiendo que el comu­nismo llegue a dominar en toda la Tierra, no habrá servivo capaz de imaginarse, siquiera, cuál fue la verdade­ra actuación de León Trotsky.»

*

Trujillo fue ejecutado el 31 de mayo de 1961; pero,por la diferencia de hora, en Río de Janeiro ya era el 1 dejunio. Recuerdo perfectamente que ese día era viernes.

En «Tribuna da Imprensa» el viernes era día de dobletrabajo. Por la mañana temprano se trabajaba para la ti­rada del día, porque el periódico era vespertino, y por lanoche, para la edición del sábado, que se distribuía porla mañana. Por esta causa, mi trabajo de los viernes co­menzaba antes de alborear, a las seis de la mañana, y du­raba hasta mucho después de medianoche.

Aquel viernes, antes de entrar en la sala donde estabami mesa de trabajo, vi inusitada agitación y mucha gente

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mirándome de una manera diferente a como lo hacíande ordinario. Sentí que algo flotaba en el aire.

Cuando entré en la sala, algunos de mis compañerosbatieron palmas, mientras el secretario del periódico, mijoven colega Luis García, &in poder disimular su agita­ción, gritó: «Parece que mataron a Trujillo.»

Esto era, por decirlo así, más que una bomba. Yo es­taba esperando día tras día esa noticia desde hacía casidos décadas; de la misma manera que estoy esperandodesde 1960, al conectar la radio o la televisión, escucharla noticia de un atentado contra Fidel Castro.

La primera cosa que hice, como era lógico, fue pasaruna rápida mirada al noticiario que salía del teletipo.

La nota más destacada que encontré era el hecho deque «algo de trascendental importancia había sucedidoen la capital de la República Dominicana», mientras otranoticia hablaba sobre «un posible atentado contra Tru­jiIlo».

Creo que eran casi las ocho de la noche. Se trataba,pues, de cerrar la edición, lo más tarde, a la una de lamadrugada, para que saliese bien temprano a la calle conla noticia comentada y, si era posible, confirmada.

Intenté hablar por teléfono con la Embajada y Con­sulado dominicanos. Como era de esperar, nadie m.eatendió.

Me fue concedido aquella noche, en la misma redac­ción del diario, el banquete de gala al que tenía dere­cho: me trasladaron al gabinete de Carlos Lacerda, don­de había silencio y solamente se oía el zumbido del apa­rato del aire acondicionado. Del Bar de Darcy, que fun­cionaba en el mismo edificio, me subieron un bistec conpatatas fritas y una gran botella de agua mineral. LuisGarcía me trajo personalmente la mejor máquina de es­cribir. Me entregó un montón de papeles y mandó cerrarla puerta con llave para que nadie me incomodara.

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Estaba atónito, a pesar de que siempre había esperadoesa comunicación. La falta total de cualquier noticia con­creta me confundía. Después de estar pensando largotiempo, decidí finalmente colocar la primera hoja en lamáquina, escribiendo casi mecánicamente las siguientespalabras: «Las comunicaciones entre Ciudad Trujillo y elresto del globo están interrumpidas. Las telefonistas do­minicanas que atienden las llamadas del mundo enterose limitan a responder que las líneas están sobrecargadas,pero, en realidad, algún acontecimiento de trascendentalimportancia ha ocurrido detrás de la Cortina de Sangredel Caribe.»

Nada sabía en concreto. Entre las noticias más recien­tes que salían del teletipo mencionaban vagamente uncomunicado del Gobierno que decía que «el Benefactorde la Patria cayó víctima de un ataque traicionero».

Preparé, pues, mi artículo, que salió bajo el título deTrujillo, presidente del cementerio sin cruces, con lasdeducciones lógicas que se podían sacar de lo poco con­creto que se sabía, y esbozando las siguientes conclusio­nes procedentes de la probabilidad de la muerte del dic­tador:

1. «Después de Trujillo» podrá surgir en la Repú­blica Dominicana un régimen de tipo castrista si hubieseayuda de La Habana. (Hubo ayuda, mas falló. Desde lamuerte de Trujillo, el castrismo siempre fue uno de lospeligros más fuertes de la política dominicana);

2. Existe la posibilidad de un régimen «trujillistasin Trujillo», si Ramfis, el hijo del dictador, seguía sien­do la principal figura en los cuarteles. (El «trujillismo sinTrujillo» al cual aludí el 31 de mayo de 1961 fue, dehecho, la fórmula adoptada por Joaquín Balaguer hastael momento en que consiguió instalar un régimen capazde garantizar elecciones);

3. Como tercera hipótesis, esto es, la más alejada enaquel momento, vaticinaba que «tendríamos todavía que

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encarar la posibilidad de un reglmen democrático, fuo·dado en los movimientos dirigidos por el P. R. D. deJuan Bosch y Angel Miolám>, pero reconocía que estaposibilidad parecía ser la menos viable...

y terminaba así. «Si la República Dominkana no caeen manos de los castristas (y todavía no cayó, notade 1967), podrá esperarse para en breve un régimen detransición, aunque Balaguer y los familiares de TrujilIose mantuviesen en el poder durante algunas semanas.»

Si resumimos hoy, en una perspectiva histórica, lo quevino después de Trujillo, tendremos el siguiente resul­tado:

a) Corto régimen post-Trujillo, cuyas figuras másimportantes fueron Balaguer y Rambs. Este último, a pe­tición de Balaguer, mandó a toe! a su familia, especialmen­te a los tíos Petán y Negro, que saliesen del país;

b) Breve temporada de Ba1aguer, ye) Fórmula colegiada que organizó y garantizó las

elecciones en que los dos candidatos principales fueronJuan Bosch y Viriato Fiallo.

Juan Bosch ganó, entregándosele el mando en febre­ro de 1963.

** *

Me gustaría aclarar, para terminar este extenso capítu­lo de carácter político, 10 que yo sé del pensamiento po­lítico de Juan Boscb sobre FiJe! Castro.

Antes de nada debo referirme aquí a sus palabras so­bte Castro cuando éste aún luchaba en Sietra Maestra.Habiendo vivido largos años en Cuba, Bosch conocía losdetalles y los bastidores de la política cubana.

Acerca de Fidel Castro, acostumbraba hablar dn too

marlo-políticamente-en serio; para él, segÚn me dijovarías veces, Castro era un loquito, un pandillero. En lo

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que se refiere a su conexión a cierta línea política, si asíse puede llamar, Bosch 10 veía, debido a ciertos hechosy detalles que ya conocía, más cerca de Rolando Masfe­rrer-e1 pintoresco, violento, casi legendario senador yperiodista cubano-que de la ortodoxia algo visionariade Eddy Chibas, de quien Castro, se decía más tarde,fue íntimo colaborador y fiel partidario.

Nunca escuché de Juan Bosch juicio alguno que tomase en serio el humanismo o el castrismo; los juicios ypronunciamientos que hizo después se basan, a mi pare­cer, en razones de política nacional e internacional. Nin­gún líder político puede huir a una definición de estetipo, particularmente en la región del Caribe.

Existen, finalmente, en su obra The Unfinished Ex­periment) publicada en 1965 por la Editora Prager, deNueva York, dos importantes exposiciones, que voy atraducir porque me parece que definen el pensamiento aque acabo de aludir:

«El país (República Dominicana) precisaba de una re­volución para devolverlo al siglo xx. No de una revolu­ción cubana al estilo de Fidel Castro, sino de una revo­lución cubana al estilo de Grau San Martín; de una re­volución que nos permitiese avanzar en pocos meses hastael punto que Venezuela alcanzó en 1945, cuando Be­tancourt subió al poder.»

Esto, en lo que se refiere a una posición ideológica,me parece bastante claro. Vamos a ver ahora otra defi­nición de carácter personal en la misma obra:

«A principios de 1959 (Nota: cuando Castro estabaen todo su auge pregonando el humanismo) mi familiavivía en Cuba y yo estaba en Venezuela, donde me ha­bía refugiado en 1958. La familia me pedía que regre­sara a Cuba, pero yo había observado la revolución deCastro y no veía prueba alguna de que fuese una revo­lución democrática de la categoría que gran parte de lasmasas sudamericanas esperaba. En marzo, cuando la re-

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voludón no llevaba ni tres meses en el poder, dije a mifamilia que no me esperase en Cuba y que viniera paraVenezuela.»

Basado en estos documentos y detalles, el lector tie­ne oportunidad de juzgar objetivamente por qué du­rante quince años apoyé la línea política de Juan Boschy por qué creí en él como dirigente de un movimien­to democrático de masas desde cuando su nombre era«apenas» conocido como cuentista.

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EL PROFETA DEL HOTEL TAMANACO

Con ocaSlOn de la primera elección democrática, quetuvo lugar después de la caída de la dictadura de MarcosPérez Jiménez, fui enviado a Caracas por Carlos Lacerda,siempre atento al desarrollo de la política hispanoame­ricana.

Fue Lacerda-cuando el coronel Jacobo ArbenzGuzmán intentó comprar armas en Polonia, a fin deinstalar en Guatemala un régimen de tipo «socialis­ta»-el único comentarista de política internacional bra­sileño que escribió una larga y documentada serie de ar­tículos; artículos que por su objetividad y visión podríanaplicarse casi perfectamente a la realidad cubana, despuésde la subida de Fidel Castro. Y fue Lacerda quien, des­pués de la caída de Juan Domingo Perón, embarcó enun avión en Río de Janeiro, cuando todavía los aeropuer­tos de Buenos Aires estaban cerrados, a fin de averiguarin loco la infiltración peronista en Brasil, especialmenteen los medios sindicales, así como también sobre la exis­tencia del famoso plan de expansión del peronismo, através del «Proyecto ABC».

Llegué a la capital venezolana con algunas cartas derecomendación, escritas por el entonces embajador deVenezuela en Brasil, el recordado Mariano Picón-Salas.Me basaba también en las conexiones que iba a obtenerpor mediación de mi amistad con Ricardo Montilla, uno

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de los colaboradores de Rómulo Betancourt, que llegóa ser su ministro de Agricultura.

Yo sabía que allí se encontraba Juan Bosch, aunqueno pensaba utilizar sus consejos en aquella oportunidad.Conocía las cualidades de político de Bosch; apreciabasu valor y su visión en la lucha antitrujillista, pero nopensaba que sus conocimientos políticos sobre otrospaíses latinoamericanos fueran tan profundos y, sobretodo, tan exactos, a pesar de que sabía que, durante elgobierno del presidente Carlos Prío Socarrás, en Cuba,fue speech writer y una especie de eminencia gris.

Para los datos que precisaba reunir me bastaba ver y,sobre todo, oír, para lo cual contaba con los comenta­rios de mis amigos venezolanos.

La mañana de mi llegada era la del día de las eleccio­nes. Como no podía menos de esperarse, todos los vene­zolanos acudieron a las urnas; unos, ayudando, y otros,siguiendo el proceso electoral.

Disponía así de toda la mañana libre. Sólo después decerradas las urnas, según me aseguraba Ricardo Montilla,era posible establecer los primeros contactos y, especial­mente, hablar con Rómulo Betancourt, que se reuniríacon un grupo de colaboradores en la «Quinta Maritma».

Resolví dar algunas vueltas, visitar diversos barriosde la capital y verificar la marcha del pleito. La ciudadestaba tranquila. Canciones y confettis, músicas y marchas,le daban un aspecto casi carnavalesco. Nada de irregular,nada de anormal.

Así, pues, decidí comunicarme con la casa de JuanBosch, ya que desde la víspera me habían informado dedonde vivía. Su alegría fue tan grande, después de algu­nos años de separación, que me pidió que tomara un taxiinmediatamente para ir a buscarlo. Cuando llegué frentea su casa, estaba esperándome en el balcón; la villa esta­ba desierta, toda la familia, partidaria de Acción Demo­crática, había salido por la mañana temprano a votar. En

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el mismo taxi nos dirigimos al hotel Tamanaco, un lugartranquilo a aquellas horas, a fin de recomenzar la con­versación interrumpida en 1955 en Río de Janeiro.

En estas ocasiones yo siempre tengo un no-sé-qué desuerte «política» que me persigue a todas partes.

Poco después de sentarnos en una mesa de la terrazamedio vacía se aproximó un señor, amigo de Bosch, di­ciendo que acababa de votar. Se sentó en nuestra mesapara tornar parte en nuestra conversación, y despuésque supo quién era yo y el motivo que me había llevadoa Caracas, su amabilidad se transformó en cordialidad.Era Ramón Velázquez, uno de los mejores amigos y co­laboradores de Rómulo Betancourt.

En medio de la conversación comenzarnos a hablar so­bre el resultado de las elecciones. Velázquez, político ve­nezolano con «faro» y experiencia, explicó que, a pesarde la enorme popularidad de Betancourt y de A. D., lospartidos de oposición, especialmente el C. O. P. E. I. deRafael Caldera, habían conseguido gran número de votos,por lo que habría que prestarse a una política de coope­ración. Sonriendo, Bosch llamó al camarero y le pidiólápiz y papel. Después, mirando a Ramón Velázquez, dijoestas palabras que todavía recuerdo: «Oye, Ramoncito,la victoria de Rómulo es tan segura que Caldera no va apoder cambiar el resultado de la votación.» Después, conel lápiz que el camarero le trajo, comenzó a garrapatear,sobre una hoja de papel con el membrete de Restauran­te y Bar Tamaco, los nombres de los Estados donde Cal­dera y Jovito Villalba eran tenidos corno «fuertes». Se­guidamente escribió los número de la votación, estable­ció un porcentaje y, antes de dar su opinión sobre estosresultados, hizo el siguiente comentario: «Es aquí, enCaracas, donde Rómulo corre peligro. La atracción per­sonal de Larrazábal es muy grande y su campaña haestado bien hecha. Pero en el resto del país la victoriaestá garantizada.»

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Ramoncito examinó el papel medio desconfiado, perono lo comentó. Probablemente estaría pensando que uncuentista no siempre puede contar votos.

Después de las seis de la tarde, hora en que se cierranlas urnas, comenzaron a comunicar por la radio los pri­meros resultados, y más tarde, madrugada adentro, cadavez que comparaba el papelito que tenía conmigo, veíaque Juan Bosch había calculado los resultados con tantaexactitud como si fuese una máquina calculadora con po­deres de vidente.

Creo que fueron aquellas elecciones de 1958-en lasque Juan Bosch confiaba-las que cerraron el camino dela victoria de C. O. P. E. 1. y de la agrupación de Vi­llalba por muchos años.

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FABULA SIN TIBURON y SIN SARDINAS

En mis años de periodista militante tuve ocaSlOn devivir experiencias que creo que algún día valdrán la penade ser contadas detalladamente. Quiero extraer aquí unaparte muy reducida de ellas, directamente ligada a. JuanBosch y a otro intelectual del mismo grupo y de la mis­ma formación.

Me refiero, para ser específico, a las entrevistas conlos jefes de Estado de América Latina, y naturalmente,no a las entrevistas llamadas «colectivas», tan imperso­nales, tan rutinarias, a las que, por lo que yo he visto,solamente el presidente John F. Kennedy supo dar un sa­bor especial.

Una entrevista «cara a cara», exclusiva, como acos­tumbraba a llamarse en el argot periodístico, con un presi­dente de la República es algo que pasa de lo meramenteinformativo; tiene un valor psicológico que supera elaspecto político. Y sólo así se consigue hablar y no ser­vir de cinta grabadora o de máquina fotográfica.

No he tenido oportunidad de leer ningún libro en el queun repórter contase sus impresiones, sus experiencias, sulado de la moneda, hablando, escuchando, preguntando.

Sería, según dije, un libro más bien psicológico que decarácter político, pues lo que contienen de estrictamentepolítico estas conversaciones sale publicado veinticuatrohoras después, y el viento se lo llevó ...

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Intentaré establecer, muy sintéticamente, algunas cate­gorías, entre las que podría incluir a los presidentes conquienes hablé de entrevistas exclusivas que ellos me con­cedieron. y no por orgullo profesional, que, feliz o des­graciadamente, no lo tengo, aunque debo agregar, modestay humildemente, que ninguna de las entrevistas a que merefiero fueron desmentidas, como frecuentemente sucede,ni siquiera «rectificadas». Lo que puede significar quefui un hombre correcto más que un buen repórter. Y sime veo precisado a decir esto, al fin de este capítulo severá por qué.

Si me viese obligado a dividir mis entrevistas en va­rias categorías, las dividiría tal vez en tres o cuatro, porlos siguientes criterios:

1. Los presidentes que reciben al entrevistador encorta visita, conversando durante unos diez o quince mi­nutos como máximo. Seguidamente llaman al secretarioprivado, a quien entregan e! cuestionario previamentepreparado por el entrevistador, a veces, sin haberlo miradosiquiera. Después de esto, «mucho gusto», etc., y veinti­cuatro o cuarenta y ocho horas después, la respuesta, es­pléndidamente mecanografiada y rubricada en cada hoja,sea por e! propio presidente, sea por el jefe de Prensa,dentro de un gran sobre y acompañada de una o dos fotossacadas por el fotógrafo de! palacio.

En esta categoría puedo incluir a los presidentes Ar­turo Frondizi, de Argentina; José Remón, de Panamá, yManuel Urrutia Lleó, de Cuba. La entrevista con esteúltimo se realizó cuando era un presidente simbólico,nombrado por Fide! Castro, antes de la fuga de Batista.Nuestra entrevista fue realizada en el aeropuerto de Ca­racas. Asimismo, Urrutia, más desorientado que descon­fiado, mandó pedir de alguna oficina una máquina de es­cribir. Un colega venezolano la redactó conmigo (menosde una página) y Urrutia lo releyó dos o tres veces, en­mendándolo casi en cada línea. Luego firmó el papel.

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Debido a esta curiosidad, 10 guardé durante algún tiem­po. Cuando pUbliqué Cortina de Hierro sobre Cuba medi cuenta de que el viento se 10 había llevado...

2. En la segunda categoría sólo cabe uno: mi ex ami­go Fidel Castro Ruz, entrevistado por mí en tres ocasio­nes, entre 1956, cuando apenas era un líder anónimo, ymarzo de 1959, siendo el jefe de la revolución victorio­sa. Fue cuando me di cuenta de que detrás de su huma­nismo los Osmany Cienfuegos, «Che» Guevara y Com­pañía, estaban preparando el comunismo.

Fidel Castro concede sus entrevistas como si hablaraa una incalculable multitud. Usa una técnica que sirvemás para las plazas que para salas de tamaño reducido.Mientras habla fabrica pregunts que él mismo respon­de, seguidas de otras preguntas que se contradicen.o secomplementan con las primeras. Todo esto bajo una den­sa nube de humo de puro habano que, si no está acos­tumbrado al humo, puede ofrecer al entrevistador el efec­to de una macumba ideológica. No se puede negar el he­cho de que, comparado con la mayoría de los estadistaslatinoamericanos, Fidel Castro es un gran show. Perodigo esto sin haber tenido jamás ocasión de hablar conJuan Perón, otro «ideólogo» de uniforme...

Lo que para mí hizo a Castro más pintoresco fue laposibilidad de compararlo con sus colegas: «Che» Gue­vara era tan cauteloso en sus entrevistas, que cansabaescucharlo; Raúl Castro escondía bajo su arrogancia cier­tos complejos físicos. Sólo Camilo Cienfuegos, el típicocompadre cubano que «tenía ángel», era un buen con­versador. Pero carecía de la fuerza de Fidel Castro.

3. La categoría que podría llamarse intermedia com­pone un grupo bastante grande, formando parte de ellaconversadores a los que les gusta oír y hablar. Que sedejan entrevistar y entrevistan. Beben café y fuman.Andan de un sitio para otro, muestran libros y fotos yse dejan fotografiar en cualquier pose. En fin, gente sim-

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pIe, modesta, cordial, cortés, que reconocen, a fin decuentas, que un presidente de República es un hombrecomo otro cualquiera y, además, corre el peligro en Amé­rica Latina, de ser muy pronto depuesto, desterrado ofusilado.

Hay muchos que caben dentro de este grupo. Algu­nos, como Rómulo Betancourt, Miguel Ydígoras Fueniesy el coronel Peralta Azurdia (1os nombres están coloca­dos según categorías humanas, válidas solamente para elentrevistador, pues a cualquier otra persona podrían pa­recerle artificiales o engañosas), hablan a filo, dejan queel entrevistador tome notas y ni siquiera piden que éstassean mecanografiadas y entregadas a su Servicio de Pren­sa. Así, sale la entrevista tal como la oyó el entrevistador,y, a mi juicio, éste siempre oye bien, a no ser queesté dispuesto a tergiversarlo por razones que nada tie­nen que ver con la objetividad.

En esta misma categoría puedo incluir personas tandiferentes como los presidentes Ramón Villeda Moralesy Carlos Castillo Armas, a pesar de que éstos tenían lacostumbre de pedir, una vez redactada la entrevista, quefuera entregada al secretario de Prensa, a fin de querecibiese el visto bueno final. Esto ya se hace algo másdifícil, pues entre 10 que oyó e! entrevistador y 10 quesabe el jefe de Prensa hay casi siempre discrepancias.Asimismo, al fin, todo sale bien. Ninguno de los estadis­tas antes mencionados, ni siquiera Fide! Castro puede que­jarse, creo, de mi rectitud profesional. Menciono esto parallegar a la última categoría.

4. En ésta yo incluiría las entrevistas que se dan decualquier manera, esto es, basadas en la buena fe de losconversadores, y las que se conceden y se retiran en se­guida, probablemente porque es difícil explicar la verdadcuando esta verdad debe ser disfrazada o presentada deuna manera torcida.

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Para ilustrar tal hecho, aquí cuento la siguiente his­toria, que no precisa comentario:

Las entrevistas que Juan Bosch me concedió en todaslas oportunidades, algunas bastante importantes, puedenser divididas cronológicamente en tres etapas: la prime­ra data de una época en que era todavía un líder pococonocido; la segunda, del tiempo en que comenzaba ladescomposición del trujillismo y la estrella de Bosch su­bía, afirmándose como político, y, finalmente, la tercera,de sus tiempos de candidato a la presidencia, jefe delP. R. D. y presidente constitucional.

Si estas etapas deben formar un grupo de ocho, diez,doce o catorce, no lo sé bien. Mis archivos, que gustode cuidarlos con celo, siempre andan en lucha con lageografía. El caso es que Bosch jamás me hizo la menorenmienda, ni siquiera de una coma, en todo lo que medijo. Solamente quiero destacar, como ejemplo, que al­gunas de estas entrevistas realizadas en Caracas teníanrepercusión directa sobre la zona del Caribe, que nuncafue tranquila ni cómoda para políticos ... ni periodistas.

Cierta vez, en Caracas, me enteré de que se encontra­ba allí el ex presidente guatemalteco, profesor JuanJosé Arévalo, de quien se deda que estaba preparándosemuy discretamente para asumir el liderazgo del movi­miento «arevalista», a fin de presentarse como candidatoa la primera magistratura. Como Bosch estaba en Cara­cas, le pedí que me facilitase una entrevista con Arévalo.

Por razones que desconozco, Bosch no estaba en bue­nas relaciones personales, cuando menos entonces, con suviejo compañero. Pero como, para Bosch, servir a un ami­go siempre fue lo más importante, me prometió que, den­tro de las próximas cuarenta y ocho horas, una personapasaría a buscarme para ponerme en contacto con Aré­valo.

Al día siguiente, alguien me llamó por teléfono, propo­niéndome vernos en la calle tal, número tal, donde me

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presenté a la hora citada. Mi asombro fue grande cuandovi que el número indicado pertenecía a una tienda deloza ... Entré, y allí me esperaba un señor, el dueño,que pronto reconocí como Cruz Alonso; debo decirlo,para hacerle justicia, uno de los más nobles, más servi­ciales y más cordiales cubanos. Me explicó que Arévalono estaba muy dispuesto a hablar. Vivía casi retraído,pero asimismo, por no rehusar la petición de Cruz Alon­so, que le había hablado de mí y de toda mi actividad--descrita probablemente por Bosch-, accedió a unaentrevista, de la que participaría también el propio CruzAlonso. Hallé la idea excelente.

Nos reunimos al día siguiente en el hall del hotel ElConde. No es difícil reconocer a Arévalo, caballero dedos metros de altura, un verdadero atleta. Estaba detrásde un diario que fingía leer, mientras miraba en direc­ción a la puerta. Me presenté a él, diciéndole que le ha­bía reconocido, y poco después vino Cruz Alonso. A pe­tición de Arévalo, nos sentamos en uno de los rinconesmás discretos del hall casi vacío a aquella hora. Siguien­do mis apuntes previamente preparados, comencé con laspreguntas. Pero luego vi dos detalles que no podían es­capar a mi atención: mientras Cruz Alonso asistía a laconversación con una sonrisa de satisfacción, mi entre­vistado parecía incomodarse más y más cada instante.

Probablemente creyó que se encontraba ante algúnbrasileño de Tribobá o Gogó da Ema, que nada sabíaacerca de la política de Guatemala, lo que no era exac­tamente mi caso. El diálogo discurrió durante casi doshoras, mientras yo llenaba mi block de notas con lasrespuestas reservadas que me daba sobre Castro y elcastrismo; el asesinato del jefe del Estado Mayor deArévalo, coronel Arana; la fuga de Arbenz, y otros tópi­cos que sólo puedo llamar normales para preguntar a unex presidente de Guatemala.

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Al final de la entrevista, y en presencia de Cruz Alon­so, sucedió 10 siguiente: Arévalo se levantó, puso susdos manos sobre mis hombros y, mientras el amigo y elentrevistador lo miraban atónitos, dijo las siguientes pa­labras: «Mi amigo, soy un político archivado. Es mejorno publicar nada de lo que acabo de decir. Olvídese deesta entrevista.»

Sin poder creer en 10 que había oído, se 10 conté aBosch. Este no se mostró sorprendido, pero se abstuvode hacer el menor comentario y de responder a las pre­guntas que le formulé sobre su viejo amigo de Gutemala.

Un año más tarde, Arévalo anunciaba oficialmente sucandidatura a la presidencia de la República, probandoasí que no estaba tan «archivado» como había dicho enCaracas.

Saqué el texto del cajón donde lo había guardado y,bajo el título La entrevista que Juan José Arévalo noquiso que se publicara, lo hice salir en más de veintediarios de toda América Latina.

Hubo quien me dijo que el doctor Arévalo la leyó conbastante regocijo, lo que dudo. Si la comentó con alguien,no creo que fuera ni con Cruz Alonso ni con Juan Bosch-pues su posición personal en toda esta historia era bas­tante incómoda para un valiente, un reformador y uncreador de ideas.

No agregaré que se trata de las dos caras de la mismamoneda. Este capítulo también es una fábula, pero unafábula sin tiburón, sin sardinas ... y sin moraleja.

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EL SUEÑO DE TARZILANDIA

Del sinnúmero de restaurantes que al correr de los añoshe visto en todas las partes del mundo, el restaurante­jardín o, mejor dicho, restaurante-selva, situado en losalrededores de Caracas, es el que más vivamente quedógrabado en mi memoria.

Llámase, o se llamaba-porque no sé si hoy exíste-,Tarzilandia, y su encanto no procedía precisamente delnombre, que recuerda al rey de las selvas que el dne tor­nó popular. Tarzilandia era un restaurante que teníauna de las más deliciosas cocinas que he conocido y, almismo tiempo, parque, jardín botánico y zoológico, pe­dazo de casa y de rancho.

Sus dueños de entonces eran suizos. Supieron dar alestablecimiento una mezcla euro-latinoamericana, indíge­na y rafiné, que requiere gran conocimiento de organi­zaci6n y, sobre todo, de planeamiento y presentaci6n.

Las mesas, escondidas entre la arboleda, estaban tanaisladas unas de otras, que parecían solitarias en aquellugar. Todo lo que contenían, desde los cubiertos hastala vajilla y cristalería, era original y simple, venezolanay criollamente sencillo, sin aquella sencillez sofisticadade las cosas danesas.

Alrededor de las mesas había grandes árboles y ar­bustos, donde cantaban los pájaros, que parecían llega­dos de encargo; papagayos y araras hablaban en las ra­mas, monos de diversos colores y de los más variados

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tamaños daban saltos de un lugar a otro, sin llegar hastala mesa, pues estaban encadenados; pero con bastante li­bertad para no dar la impresión artificial de un zoo.

Se bebía bien en Tarzilandia y se comía aún mejor.Los vinos eran europeos, pero también los había chile­nos. La cerveza, nacional, pero sin faltar la Pilsen yMunchen. Se preparaban platos para todos los paladares,de las hallacas al pabell6n nacional, del Schnitzel alSauerkraut, y a la hora del postre no se sabía qué ele­gir si el delicioso Apfelstrudel o la natilla, de refinadosabor caribeño...

Fue a este restaurante al que me invitó Juan Boschcuando nos vimos por primera vez en Caracas, despuésde nuestro encuentro en Río de Janeiro.

El lugar fue escogido por él con tanto cariño, con tan­to cuidado, que jamás 10 olvidaré. Desde entonces, cuan­do me invitan, se hace difícil ofrecerme algo de nuevoo de original, pues cada vez me viene a la mente y digopara mí: «Está bien, pero en Tarzilandia, donde almorcécon Bosch... »

Poco después de haber tomado el primer aperitivopercibí que Bosch, aunque no fuese un habitué del lu­gar, era conocido por los dueños del establecimiento. Yvi también que prestaba más atención a todo 10 quenos rodeaba que a la comida y bebida, a pesar de quelos dueños del local nos servían personalmente...

Entre plato y plato, Bosch miraba al cielo, contem­plaba los árboles, escuchaba a los pájaros, reía de lossaltos de los monos, y cuando llegó el turno del caféme dijo 10 siguiente: «Debo hablar con Rómulo Betan­court para sugerirle que haga de este restaurante unpunto de atracción turística, y a sus dueños, funciona­rios bien remunerados del Estado: Caracas no necesitade elefantes blancos como el vacío hotel del Humboldt.Ninguna ciudad de nuestro continente debería privarsede poseer su Tarzilalldia, tanto para sus habitantes como

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para los turistas que vinieren. De esta manera conoceránmejor nuestra tierra que a través de cualquier folleto depropaganda. Solamente el día en que todas las grandesciudades de América Latina tuviesen sus Tarzilandiaspodrá decirse que existe turismo organizado, eficaz, com­pleto. Lo que esta pareja de suizos ha hecho aquí es, ami juicio, mucho más importante y más eficaz que todala papelada de las oficinas de Turismo.»

Bosch tenía razón en lo que decía, y lo decía todo contanto fervor, con tamaño entusiasmo, que en él ya nohablaba el estadista en potencia, sino el cuentista, el ar­tista, que veía este restaurante no a través de una siglaturística o administrativa, sino por los ojos mágicos dela belleza de un cuento de hadas.

Sólo quien con él almorzó en Tarzilandia y le oyó ha­blar así comprendería 10 que durante su campaña elec­toral llegó a decir-probablemente con el mismo fervory no con pasión electoral-: que en la República Domi­nicana cada apartamiento o casa debería tener su propiaheladera para mantener los alimentos frescos, de la mis­ma manera que en las regiones frías cada casa tiene suestufa para producir calor durante el invierno.

De aquella preocupación humana acerca del bienestardel pueblo dominicano sus adversarios hicieron un chis­te, llamándole «Presidente de Alaska».

Sólo puede comprender este aspecto de la personalidadde Bosch quien se da cuenta de que en él se une 10 quetiene de positivo y negativo el gran escritor, el artistaprofundamente humano y el dirigente político empeñadoen dar al pueblo más pan y más tierra. Y también másbelleza, más bienestar.

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EL CAMINO DEL GABINETE A LA CALLE

Los días que precedieron a la toma de poseSlOn deBosch como presidente estaban repletos, como no po­día ser menos, de rumores, agitaciones y de algunas se­ñales que-para un observador imparcial-no dejabande ser significativas.

La votación fue tan aplastante que el candidato con­servador, el médico Viriato Fiallo-un ciudadano dignoque vivió en el país durante el régimen trujillista sinaceptar ningún favor ni conceder el menor juego a ladictadura, siendo por ello preso varias veces-, fue ven­cido en las urnas. Bosch era, innegablemente, el granvictorioso. Hervían las pasiones políticas. Y no me re­fiero solamente a los rumores que flotaban en el airesobre posibles golpes militares, ni a las campañas decuchicheos en los salones y casas de las familias acomo­dadas, de las llamadas tutumpotes-palabra mágica queBosch inventó en uno de sus discursos para nombrar alos todopoderosos de hasta entonces.

Lo que era altamente significativo para un observa­dor imparcial, dejando de lado la tensión todavía su­perficial y algo artificial de los cuarteles y los rumoresperfumados de las damas y caballeros, era el intenso mo­vimiento medio subterráneo castrista y comunista, quese hacía notar de muy diversas maneras: carteles «na­cionalistas» de todos los colores y tamaños; volantes condiscursos de Manuel Tavares Justo, que en aquellos días

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soñaba con ser una especie de Fidel Castro de la Quis­queya; emisiones de radio, en fin, todo lo que pudieramover a las masas, aunque todavía no representaban unpeligro directo e inminente.

Nadie era tan loco como para dar un golpe comunistacontra Bosch, estando como estaban en minoría. Peroera una minoría dinámica y activa.

Mil comunistas militantes ayudaron al ejército rojo ainstalar en Rumania un régimen soviético, y lo mismohabía sucedido, con pequeña diferencia de cifras, enHungría, en Checoslovaquia y en los demás países delos Balcanes. Y en Cuba, país vecino de la RepúblicaDominicana, ¿cuántos verdaderos comunistas, con car­net del partido, había antes que Castro se declarara vie­jo marxista-leninista?

Examinando atentamente todo lo que sucedía en lascalles de la capital dominicana, me parecía oír todavíala voz del ex presidente Carlos Prío Socarrás, en 1959,en La Habana, guardado por agentes de Castro para su«seguridad» personal, al responderme que Cuba jamáscaería en manos de comunistas por ser un país «genuina­mente dem6crata y... cat6lico».

Prío respondió a mis argumentos con una sonrisa me­dio desconfiada, como si tuviera enfrente a un maníaco.Hoy, seguramente, si recuerda todavía nuestra conver­sación, la enjuiciará de diferente manera.

En una charla que mantuve con Bosch veinticuatrohoras antes de su toma de posesión, en un momento enque, por una increíble casualidad estábamos solos, lepregunté-pues él conocía mi posición anticomunista,mi trayectoria democrática y socialista-lo que preten­día hacer para frenar la campaña comunista que se ha­bía adueñado de las calles.

No hablé de ningún «golpe» comunista. Ni di a en­tender que Fide! Castro invadiría la República Domini­cana, aunque no me faltaron ganas de decírselo. Empla-

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cé simplemente un problema de táctica, pues sabía queBosch era demócrata como yo.

Su respuesta la trasladé al papel aquel mismo día.Tan pronto como 10 oí percibí que iba a tener seriasimplicaciones. Textualmente fue la siguiente: «Stefan,ya me conoces, y desde hace muchos años sabes de miposición democrática. Pero hoy creo, y creo firmemente,que es preciso unir al pueblo dominicano bajo la bande­ra de la democracia. Por esta democracia estoy luchan­do. En su nombre gané estas elecciones. No haré, pues,ningún pronunciamiento anticomunista. No usaré len­guaje anticomunista, pero voy a hablar a favor de lademocracia. Creo que hacer anticomunismo es ayudara la propaganda comunista.»

Estas fueron las palabras de Juan Bosch en los díasen que la ralea y no el pueblo (existe en todas partesdel mundo una esencial diferencia entre el pueblo y laralea,- el pueblo sabe reaccionar, la ralea se deja condu­cir, dirigir, dominar) estaba en las calles de la capitaldominicana a merced de violentas agitaciones comunis­tas, y los castristas hablaban abiertamente a favor deFidel Castro en cualquier parte.

La posición de Bosch, digna de un «Ejército de Sal­vación», en países como Dinamarca, Noruega, Suiza, o,para mencionar uno latinoamericano, Costa Rica, era,hasta cierto punto, comprensible y justificable,- era laelevada, la noble posición de un intelectual empeñadoen convertir a su país oprimido en una nación unida.

Pero la República Dominicana-debido a los Trujillo­es un país donde el comunismo, y especialmente el co­munismo de tipo castro-nacionalista, puede arraigar (yarraiga) con impresionante facilidad. Esto se vio, y yo10 oí de fuentes insospechables, durante los días de la«república» del coronel Caamaño Denó, iprocomunistaformado en la escuela de Trujillo!

Miré por la ventana del cuarto. Sabía que no estába-

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mas en Copenhague ni en Oslo, ni siquiera en San Joséde Costa Rica. No quise responder y cambié de conver­sación, no por estar convencido, sino por cortesía: elPresidente era mi anfitrión,

Cuando salí a la calle, donde un sol implacable caíade plano, recordé que cierta tarde en Caracas, cuandollegamos a hablar sobre la militancia estalinista de variospoetas latinoamericanos, y sobre todo, sobre la ciegaobediencia de éstos frente a las directrices del partido,fueran cuales fueren, mencioné el nombre de NicolásGuillén.

-¿Nicolás?-preguntó Bosch soltando una carcaja­da-o ¿Nicolás? ¡Es un viejo amigo mío! Es uno que sabevivir bien, un gozador. Y dígame, Stefan, ¿cómo puedeser comunista un hombre que gusta de beber Seoteh ysólo fuma cigarrillos Camel?

No caeré en el error de decir que las dos afirmacionespertenezcan al mismo nivel. Pero, sin duda, eran el re­sultado de una misma manera de pensar, apreciándolasdesde un punto de vista de camaradería; fácil, pues, parael buenísimo de Juan Bosch juzgar que todo el mundoes bueno, y de la bondad a la democracia-hay veces­sólo media un paso.

Al anotar sus palabras en mi cuaderno imaginé que,más tarde o más temprano, iban a ser una de las razonesbásicas de un conflicto ya latente entre la mayoría de lospolíticos (adversarios o partidarios) con la clase media,por reducido que ésta sea, y, particularmente, con elejército. Si un anticomunismo ciego era condenable, unaposición como ésta de «dejar que las cosas pasen» erapeligrosa y explosiva.

Bosch me dijo aquello en febrero de 1963.En septiembre del mismo año ya estaba depuesto. Nadie

podrá convencerme, con ningún argumento, de que estafilosofía suya, democrática, de gabinete, no fue una delas razones del incalificable golpe que lo depuso.

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LA FERIA DE LIBROS QUE JAMAS EXISTIO

La cultura contemporánea dominicana, notablementerica en poetas y cuentistas, tiene entre sus más caracte­rizados representantes en la literatura mundial al cuen­tista Juan Bosch y al poeta Manuel del Cabral.

Los dos son, después de varias décadas de acti~idadliteraria, expresiones de primera magnitud. Pero no sepuede silenciar el hecho de que tanto Bosch como Ca­bral, grandes escritores, son menos conocidos universal­mente que ciertos autores latinoamericanos de tercera ycuarta categoría, colocados por una llamada «políticacultural» en un primer plano, en el que no podrán man­tenerse durante mucho tiempo.

Estoy haciendo esta indicación para dejar bien daromi punto de vista: el gran escritor dominicano JuanBosch es también uno de los más notables escritoreslatinoamericanos, y como tal, debería tener un lugarbien definido en la literatura mundial. Pero, desgracia­damente, no lo han colocado todavía en él.

Por ello, no debe sorprender a nadie el hecho de quecasi todos las reacciones de Bosch relacionadas directa oindirectamente con asuntos públicos reflejen el literatoque hay en él, aunque el asunto esté apenas remotamen­te ligado a la literatura. Lo que queremos decir es queun escritor-y esto no constituye ningún «fenómeno»­tendrá fatalmente reacciones de escritor frente a todos

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los problemas, encarándolos como escritor, así como unmédico los encararía como médico y un arquitectocomo arquitecto.

Uno de los más conmovedores ejemplos, que hablanpor sí mismos, fue presenciado por mí en Santo Domin­go, en 1963, en los días que precedieron a la ocupaciónpor Bosch de la primera magistratura.

Estábamos reunidos, en el salón de la casa donde aca­baba de instalarse (no era de su propiedad) para no vi­vir en palacio, los entonces presidentes Ramón VilledaMorales, de Honduras; Francisco Orlich, de Costa Rica,y un número de invitados especiales, entre los que seencontraba el escritor y periodista venezolano MiguelOtero Silva y el dirigente aprista peruano Andrés Town­send Escurra.

Era fácil imaginar que entre otros temas se hablasede cultura. De literatura y de pintura más específica­mente.

Pocas horas antes de esta reunión yo había recorrido,a pie y en automóvil, varios barrios pobres de la capitaldominicana, especie de barracones surgidos como hongosen las vecindades de los barrios residenciales. También mehabía paseado por las calles próximas al mercado centraly visitado, en días anteriores, una o dos librerías de lasque en la ciudad merecen tal nombre.

Estas visitas me dieron la clara visión de que, pormuchos y muchos años, el problema principal del paíssería el de intentar dar al pueblo casa y comida no sólopara cumplir con un programa electoral, sino, sobre to­das las cosas, para arrancarlo de las garras de la absolu­ta miseria en que vivía, y para que, de esta manera, pu­dieran cerrarse las puertas al comunismo.

A cierta altura de nuestra conversación llegó a hablar­se en aquella reunión acerca de la cultura para el pueblo,y Juan Bosch anunció, ante una expectación que no era

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solamente protocolaria, que pensaba, para «ayudar alpueblo a conseguir un nivel más elevado de cultura»,organizar una feria permanente del libro, a fin de quela gente pudiera tener la oportunidad de llegar directa­mente a las fuentes de cultura. En esta feria, nos de­cía, se venderían los libros de todos los escritores domi­nicanos para que los vaya conociendo el pueblo, y hastaél mismo, presidente de la República, vendería en su­basta o en rifa libros de sus compañeros, así como tam­bién cuadros y esculturas.

No cabe duda de que la idea era tan generosa comopintoresca. Mas como en aquella época casi toda laclase media y alta, capaces de adquirir tales objetos, eranpoco favorables a Bosch, se hacía difícil imaginar queauspiciasen tal iniciativa. En cuanto al resto, los analfa­betos de los barracones, no comprarían en modo algunoni los cuentos de Bosch ni las poesías de Héctor Incháus­tegui Cabral, Antonio Fernández Spencer o Manuel delCabral, por buenos pregoneros de sus mercaderías quefuesen ... entre otras cosas, porque no sabían leer.

La idea fue acogida-lo recuerdo como si fuese ayer­en silencio. No hubo un solo comentario. Nadie pidióuna información, un detalle. Dirigí mi vista al médicoVilleda Morales, que tal vez estaría pensando en algúnmedicamento o inyección...

Cuando llegué al hotel, algunas horas más tarde, meencontré en el hall con el poeta Manuel del Cabral, que,con un peine de bolsillo, abría cuidadosamente todas laspáginas de su reciente libro, 12 mudos de amor.

A mi pregunta de por qué estaba haciendo aquellaextraña operación, me contestó: «Quién sabe si en al­guno de los ejemplares no habrá un "error perdido"Hay que revisarlos todos cuidadosamente para que cual­quier persona pueda comprender mis poesías.» A sulado había un paquete de libros que no habían sufrido

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Debo repetirlo, puesto que me parece importante: ellibrito salió en Río de Janeiro a principios de 1959. Peroen él faltaron dos figuras: el entonces popularísimo Fi­del Castro y el poco conocido Juan Bosch.

¿y por qué estas omisiones?, podrá preguntar alguien.La respuesta está aquí, simple y sin rodeos: Castro ha­blaba en aquellos días de un humanismo que decía. eraimportante para dar al pueblo «pan con libertad». Perosu fraseología no me inspira ninguna confianza, por dosrazones:

1. Sabía que sus ideas eran «prestadas» por el pro­fesor Rafael García Bárcena, fundador en La Habana deun minúsculo Movimiento Nacional Revolucionario, algoaprista, adaptado a ciertas realidades cubanas.

2. Durante mi visita a La Habana había visto quedetrás de la fraseología oficial preparábase el comunismo.Fue por eso por 10 que escribí entonces Cortina de hie­rro sobre Cuba.

Pero también faltaba Juan Bosch, líder del PartidoRevolucionario Dominicano que, según yo sabía, teníanúcleos en Caracas, Miami, Nueva York y, tal vez, en al­guna que otra ciudad latinoamericana.

En varias de nuestras conversaciones, así como tam­bién en las entrevistas periodísticas-publicadas mayor­mente en Río de Janeiro, a pesar de su importancia parala región del Caribe-, había insistido en pedir a Boschque definiese o, por 10 menos, que trazase en líneas ge­nerales una especie de programa político-ideológico parasu partido. No solamente para conversar sobre él, sinoporque, repito, estaba convencido de que después de lacaída de Trujillo (muerto dos años después de la publi­cación de mi librito), el P. R. D. desempeñaría un im­portante papel en Santo Domingo.

Debo decir que en todas estas conversaciones, tantolas respuestas de Bosch como las de su entonces compa­ñero y lugarteniente Angel Miolán, cuya fama era de

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«teórico izquierdista», no me satisficieron y me parecie­ron vagas, sin posibilidad de aplicación a la realidad do­minicana.

En aquellos días acostumbraba a venir frecuentemen­te a Río de Janeiro un «doctrinario» dominicano llamadoRafael Bonilla Aybar, viajando con pasaporte cubano quele fue concedido por orden directa de «Che» Guevara.En compañía de Bonilla-que más tarde se convertiríaen portavoz de un «anticomunismo» macartista-anda­ban siempre unos individuos sospechosos, anunciandoprogramas y usando un lenguaje «marxista», del cual ellosmismos poco parecían comprender.

La realidad era, por tanto, que todos los demás, cas­tristas, marxistas-leninistas, social-cristianos y hasta losneotrujillistas, poseían un programa que prometían apli­car después de la caída del dictador.

No se trataba, claro, de que Bosch imprimiese y dis­tribuyese, oficial o clandestinamente, su programa. Perome parecía importante que, además de su honradez y desu atracción personal, se presentase con algo originalpara ofrecer una cosa concreta al sufrido pueblo do­minicano.

Hasta el regreso a su patria, nada hizo. Después de suregreso, Bosch comenzó, usando de «arma personal»,con sus charlas diarias por radio, indiscutiblemente úti­les, dirigiéndose especialmente al pueblo que no sabíaleer ni escribir.

Recuerdo perfectamente que, después de su subida alPoder, cuando ideaba escribir un libro político sobre él,le dije que precisaría de una documentación de su pen­samiento político-social. Bosch me respondió algo enfa­dado que su sobrina, que le servía de secretaria, debíade tener las minutas de sus discursos o las cintas mag­netofónicas de sus oraciones radiofónicas. Pero no lasencontraba.

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Mientras tanto, en cada esquina de la capital se dis­tribuían, en nombre de una «doctrina» o de otra, falsao no,· declaraciones de principios donde, punto tras pun­to, gente honrada o simples aventureros explicaban alpueblo dominicano cómo «reformarían» el país.

El hecho de que a Bosch la faltase este proyecto fuecomprobado por la organización de una institución lla­mada C. E. D. S. (Centro de Estudios y DocumentaciónSociales, A. C.); una organización en toda regla, inte­grada por experts que transitaban con facilidad por mu­chos puntos de los Estados Unidos o de América Latinay cuya misión era realizar programas.

No me compete razonar por qué falló todo aquello.Pero sí sé que las ideas no pueden fabricarse por técni­cos alquilados que jamás habían conocido ni manejadoproblemas dominicanos, tratando al país como a cual­quiera país «subdesarrollado» de Africa, de Asia, Ocea­nía o de la América Latina.

A mi juicio, trazar programas para redimir un pueblo,después de treinta años de tiranía, no era tarea para quiencalculaba tales cosas en dólares. Las contadas veces queaún tuve oportunidad de hablar con Bosch sobre estetema, siempre insistía en la necesidad de un programanacional, si no profundamente auténtico, cuando menosadaptado a las necesidades dominicanas.

La doctrina que faltó y, según creo, todavía falta alP. R. D. fue, entre otras cosas, uno de los puntos dé­biles del corto régimen constitucional de Juan Bosch.

El C. E. D. S., en vez de ser un arma de los intelec­tuales y técnicos dominicanos para combatir el atrasode su país, fue transformado en un escritorio donde sepreparó, queriendo o no, la caída de Bosch.

También es verdad que tanto Betancourt como Figue­res y Haya de la Torre son, antes que nada, pensadorespolíticos, mientras que Bosch, sobre todas las cosas, esescritor.

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Pero para un escritor-presidente no hubiera sido difí­cil, supongo, reunir a su alrededor un brain trust domi­nicano, de partidarios o solamente de técnicos, paraelaborar el programa nacional que los técnicos de alqui­ler jamás conseguirían llevar a cabo.

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PASEO CON SIMON BOLIVAR

Creo que no exageraría al afirmar que pocos han te­nido la oportunidad de oír hablar tanto como yo acercade Simón Bolívar, ni de mejores fuentes. Agregaría, ade­más, a los mejores y más doctos profesores, bajo losmás diversos aspectos y ángulos, que me permiten ahorala posibilidad de ver un Bolívar completo y complejo.

Entre los venezolanos son Mariano Picón-Salas, JoséNucete Sardi y José Luis Salcedo-Bastardo quienes co­nocen más profundamente la vida y la obra del Liber­tador.

La obra del joven historiador Salcedo-Bastardo, a pe­sar de ser de publicación relativamente reciente, es un«clásico». Es él, creo, el más importante de la nuevageneración de estudiosos venezolanos.

He escuchado a los tres hablar acerca de Simón Bolí­var en muchas ocasiones, y ninguno se expresó en lostérminos que se acostumbra para hablar de un difunto.Esta es una gran lección que aprendí oyendo a estosvenezolanos, a los que debo añadir también a RicardoMontilla, y, como representante del mundo de los co­lores-y también de las ideas-, a Tito Salas, el pintor«oficial» de Bolívar.

Imaginen ahora la gran distancia y las facetas diferen­tes entre este Bolívar y aquel que me fue presentadopor Salvador de Madariaga, cuya voluminosa biografíadel Libertador creo que fue y continuará siendo por mu-

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cho tiempo uno de los más discutidos libros de su gé­nero.

Cada vez que escuchaba a Madariaga hablar sobre Bo­lívar me parecía ver el reverso de la moneda, pues nin­gún hombre tiene solamente una cara, y menos aún losgrandes, cuya multiplicidad llega a constituir uno delos más indescrifrab1es secretos de la Historia...

Entre el Libertador de los venezolanos y el del escritore historiador español (imagino, por ejemplo, a RufinoBlanco Fombona leyendo los volúmenes de Madariaga)hay un mundo. Y de este mundo de separación entre lasdos visiones también he aprendido.

¿y qué decir del Bolívar romántico, polémico, mu­chas veces contradictorio, que nos presentaba en susmonólogos cariocas Justo Pastor Benítez? No temo titu­larle de uno de los últimos verdaderos panamericanistas.Su voz se llenaba de emoción y sus ojos de lágrimas, cadavez que hablaba sobre la «Carta de Jamaica». Se sabíade memoria largos fragmentos, y la consideraba comouno de los más bellos ejemplos de prosa latinoamericanacriolla. Benítez decía siempre que esta Carta era la con­tinuación, en cierto estilo, de los Comentarios del IncaGarcilaso, el primer criollo genial.

Podría también evocar el Bolívar declamador y «santo»de Benjamín Carrión, surgido en una noche en las callesde la capital mexicana. O aquel tan humanamente con­tradictorio de Germán Ardniegas. O el Bolívar de loshimnos de Salomón de la Selva, que, también en unanoche mexicana, nos dijo que el Libertador era el primerpolítico y general que debería ser canonizado.

Recuerdo todavía la voz cargada de ira del políticoy periodista guatemalteco Clemente Marroquín Rojas-sin duda el mayor polemista de su tiempo en el lst­mo-criticando la acción de Bolívar, al que consideraba«divisionista», poniendo como ejemplo el Brasil. Pasan­do su mano callosa y morena sobre un imaginario mapa,

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Marroquín Rojas me hizo la siguiente pregunta: «Si Bo­lívar hubiese vivido en el Brasil, ¿cuántas repúblicasseparadas existirían hoy en el colosal país unido?» Suvoz era tan violenta, tan sonora, que se oía el eco en lacallejuela quieta y estrecha de la capital guatemaltecadonde se encuentra la redacción de su diario «La Hora».

Podría describir por lo menos seis, siete u ocho Bo­lívares de los que oí hablar o me fueron presentadoscomo ejemplo, bajo los más variados puntos de vista ypara justificar las más diversas teorías. Pero ningunoposee tanto calor, tamaña fuerza como el Bolívar evo­cado una noche en Caracas, en un largo paseo a pie,por Juan Bosch.

Parábamos en el hotel El Conde, que está en un lugaraislado en cierta manera, a pesar de encontrarse en ple­no centro de la ciudad, a pocos minutos de la ruidosaplaza El Silencio y del grande y frondoso jardín dondela estatua del Libertador se levanta como un símbolo, yfrente a la cual nadie tiene derecho de pasar con la ca­beza cubierta.

Después de cenar, mi mujer, Bosch y yo dimos unpaseo por las calles desiertas del centro comercial y ad­ministrativo de Caracas.

Eri el jardín del Libertador, otrora punto obligatoriode cita y tertulia, apenas estaban ocupados dos o tresbancos. Nos sentamos en uno libre, prosiguiendo la con­versación iniciada en el restaurante.

A cierta altura, Bosch nos mostró la estatua, y dijo:«¿Saben ustedes que pretendo escribir un libro para lajuventud, para adultos y niños de toda América? Perono quiero editar un libro más de cuentos o de historiascomo los muchos que se han hecho. Quiero escribir unlibro que pueda ser leído de la misma manera por ma­dres y profesoras, deletreado por los que comienzan aaprender a leer o leído por aquellos que habrán de con­tarlo más tarde a los que no saben leer. En otras pala-

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bras, un libro que tenga el mismo valor y el mismo sen­tido desde Tierra de Fuego hasta Canadá. Sólo un librocomo éste puede mostrar a los jóvenes un gran hombre,un aventurero, un poeta, un idealista, un político, unpensador, un hechicero, un luchador, un hombre que selanza a las más difíciles empresas. Un símbolo. Un ejem­plo. He pensado mucho quién podría ser este símbolo.Comparé a los grandes de las Américas: Lincoln, Wash~ington, Bolívar, San Martín, Hidalgo, Miranda, Mora­zán. De manera general todos pueden ser colocados enun mismo nivel; pero, para mí, entre todos ellos, el másfuerte, el más profundo, cuya personalidad, unida a susacciones, más puede enseñar a los jóvenes, me pareceSimón Bolívar. Y digo esto sin la menor intención dequitar un milímetro de grandeza a los demás.

Pero yo pienso que este Bolívar que salió de Caracas,miren bien, de aquí cerquita de nosotros, y sus pasosresuenan todavía en esta noche, que es-históricamen­te-la noche en que vivimos. Venció y fue vencido. En­tabló las luchas más increíbles. Libertó esclavos y escri­bió cartas como los más acabados escritores no podríanhacerlo quizá. Se refugió-cuando estaba completamentevencido--en una isla, y quedó allí casi solitario, espe­rando la ayuda que le sacara de dificultades. Yo piensoen este Bolívar, que para los venezolanos es una mezclade mito y de santo, en el símbolo humano para todoslos americanos.

Quiero, en otras palabras-prosiguió Bosch-, desmon­tar a Bolívar de su mito--del que no necesita por serdemasiado grande-para presentarlo como un hombre decarne y hueso. Como los niños y la juventud en generalno gustan de mitos y sí de hombres, pienso darles unBolívar de dimensión humana, como hasta ahora nadieha escrito.

No pretendo, claro está, emplear para ello la técnicade los textos de escuela primaria o secundaria de este

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país, basados y preparados con buenas intenciones. Quie­ro mostrar el hombre-Bolívar a una generación de hom­bres nuevos, cuya misión es hacer de la América de Bo­lívar la tierra que él soñó, pero que no consiguió crearhasta el fin.

Me parece de máxima importancia-dijo apuntandoal monumento, que se veía a la luz de una lámpara­introducir este Bolívar que está cabalgando en su estatuaen los corazones de una juventud que vive de falsoshéroes como los del cine y la televisión comercial, queacabará con la grandeza humana, inclinando a los jóveneshacia un mundo de robots y computers. Hay demasiadosfalsos héroes en las telas, en periódicos, folletos y hastaen política para que alguien no intente presentar a lajuventud de este continente a su verdadero héroe. Yocreo que el mayor de todos es Bolívar. Tan héroe paralos grandes como para los pequeños.»

Después de esta presentación in loco nos levantamosy caminamos por las calles que conducían a la catedral.Bosch continuaba hablando sobre su plan. Quería pre­sentar su libro en todos los idiomas del continente: es­pañol, inglés, portugués y francés.

«No se olviden de que existe un nexo mucho másestrecho de lo que comúnmente se sabe entre Bolívar yHaití», subrayó, para explicar el motivo de que su tra­bajo también debiera editarse en francés.

Las calles de la ciudad estaban desiertas, y, por el em­brujo de sus palabras, parecía que el Libertador se ha­bía apeado de su caballo para seguirnos a pie. El hom­bre moderno que siempre fue nos acompañaba a lostres en aquella noche. Para él no éramos tan desconoci­dos, pues uno de nosotros hablaba, por su voz, con pa­labras salidas directamente del alma.

No diré que todo aquello fue un hechizo. Pero estoyseguro de que poca gente, excepto los que se dedican aestudiar la vida y obra de Bolívar, lo hayan sentido tan

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de cerca, tan presente, tan contemporáneo como lo pre­sentimos nosotros en aquella noche, cuando Bosch nosmostró su universalidad en las mismas calles por dondehabía andado forj ando su ideal.

Pero lo que me parece paradójico es el hecho de quesi Bolívar no fue para nosotros un fantasma, la obra,que por lo que yo sé ya fue escrita, quedó, tanto paramí como para los millones de niños y jóvenes america­nos, en un libro ignorado. Bosch me dijo en cierta oca­sión que lo escribió en San José de Costa Rica y queiba a mandarme un ejemplar de la edición portorrique­ña. Leí más tarde que había salido una edición en Cara­cas, pero, en verdad, nunca lo tuve entre mis manos nihojeé este libro de cuyo nacimiento intelectual fui tes­tigo.

De todos los libros de Juan Bosch, éste fue para mí,y continuará siendo, el libro-fantasma. Tal vez por serde contenido demasiado humano.

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COMO SE PREPARA UN CUENTO

A fines de 1962 salió, editado por Julio D. Postigo,organizador y animador de la «Librería Dominicana», unvolumen bastante difícil de encontrar hoy en el merca­do, como sucede con casi todos los libros de Bosch. Setitulaba Cuentos escritos en el exilio, y en él se reunían,además del largo Cuento de Navidad, otros que, en sumayoría, ya habían aparecido en revistas.

Pero lo que, a mi juicio, le da un valor especiaIísimoa esta obra es su introducción, que tiene por título Apun­tes sobre el arte de escribir cuentos. Antes de ser im­presa en el libro ya fue dictada en una serie de confe­rencias en la Universidad de Caracas, en 1958.

Por lo que sabemos, el texto de estas conferenciasno fue reproducido hasta ahora en ningún libro, y deaquí procede su valor documental, pues se trata de unestudio minucioso y digno de ser comentado.

Que yo sepa, Bosch es el primer cuentista latinoame­ricano que se dedicó a estudiar el arte de cómo se haceun cuento. Hugo Lindo, el cuentista de El Salvador, esautor de una obra con el sabroso título Aquí se cuentancuentos. En otras palabras: son sólo cuentos, nada másque cuentos, los que allí se cuentan. Pero a este libro lefalta un prefacio donde se diga cómo se hacen estoscuentos. Y esto sí está en el de Bosch.

Contar es fácil. Al menos, algunas veces. Pero decircómo se prepara, esto es, intentar ofrecer una «receta»

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o una definición crítica, no es sólo difícil, representa unatarea llena de latentes peligros. No encontré hasta ahoraen toda la literatura hispanoamericana otro texto dondeel cuentista diga cómo se deben «hacer los cuentos».Bosch 10 consigue de una manera notable, y su textopuede considerarse único no sólo por su valor, sino porsu contenido.

He tenido ocasión de utilizar estas páginas, muy con­densadas, que no pasan de 26, en cursos de literaturahispanoamericana en Universidades de los Estados Uni­dos, y servirme, por decirlo así, del texto de Bosch comonorma en lo que se refiere al cuento hispanoamericanoen sus líneas maestras.

Bosch tiene, como todos, opiniones que pueden seraceptadas o combatidas. Pero la técnica que indica parael cuento en general es tan sólida que conseguimos em­plear el texto como pauta de trabajo.

El cuentista alemán WoHgang Weyrauch recopiló, pocodespués de la segunda guerra mundial, una antología decuentos bajo el título de 1.000 Gramos, sugiriendo queen mil gramos puede contenerse la píldora de un cuento.Pues bien: si en el corto texto introductivo de Weyrauchexisten algunas ideas capaces de servir como punto departida, en el ensayo de Bosch hay un sinnúmero de ideasfundamentales, de las cuales se debe partir, aunque nose esté de acuerdo con su técnica, llamada por algunoscriolla y por otros regionalista.

En realidad, Bosch es universal aunque sea dominica­no, y dominicano o de cualquier otro país por ser regio­nalista, esto es, venezolano, boliviano o dominicano, se­gún el lugar donde sitúa la acción de sus cuentos.

Lo que me parece de extraordinario valor en estamezcla de ensayo y trabajo crítico-informativo es el he­cho de que las sugestiones de Bosch, incluso cuando po­seen carácter crítico o informativo, son tan apasionantes

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que se leen con el mismo interés con que, generalmente,se leen los cuentos.

Los Apuntes no son, en la pura acepción de la pala­bra, un ensayo. Bosch no es ensayista puro, ni cuandoescribe libros de carácter político, como su estudio sobreTrujillo, el más amplio y más objetivo trabajo que seha publicado hasta ahora sobre el dictador. La parte pu­ramente polémica está ausente casi por completo en estetrabajo, que encierra una extraña historia. Editado enCaracas, fue introducido en la República Dominicana du­rante los primeros días de la «destrujillización», y mástarde quemada por orden expresa de Ramfis Trujillo, almismo tiempo que un grupo de líderes de la oposicióneran fusilados en las mazmorras de la dictadura mori­bunda.

Pero volvamos a los Apuntes.

La característica de este corto trabajo es la paSlOncreadora con la que fue escrito. Asimismo, consigue man­tener un nivel documental tan elevado que, repito, suuso en las Universidades se recomienda por sí solo.

Solamente el día que existan otros textos de esta ín­dole podrá comprenderse el valor del ensayo de Bosch,que se dedicó pacientemente a investigar cómo se haceun cuento, por creer que no basta el don espontáneo delnarrador si está ausente el criterio del analista.

Juan Bosch es tan fiel en estas páginas a su oficio decuentista (su oficio básico), que tal vez sin darse cuentaescribió un trabajo teórico, de la misma manera queconstruyó Le Corbusier en las páginas de Cuando lascatedrales eran blancas.

En la historia de la cultura latinoamericana, y especí­ficamente en lo referente al cuento, tan notablemente re­presentado en todo el continente, este texto se ganó unlugar destacado tanto por su valor crítico-informativocomo por su pasión de contar cómo se hace un cuento.

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Quien escuchó a Juan Bosch contar sus cuentos, estoes, viviéndolos y mimándolos, antes de sentarse paratrasladarlos al papel, captará no sólo el valor documen­tal, sino también su valor dramático. Este texto no hatenido todavía la divulgación que merece.

De hoy en adelante las selecciones antológicas latino­americanas, así como los libros de texto escolar, debe­rían contener como presentación del capítulo reservadoal cuento estos Apuntes redactados en Caracas, en unaépoca en que el escritor Juan Bosch era, más que nunca,devorado por el fuego interno de su oficio.

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EL FANTASMA DE ROLANDO MASEERRER

Frecuentemente, los mejores libros de un escritor sonaquellos que sueña o desea escribir; los planea, los pro­yecta, los acaricia, los cuenta, pero los deja también enalgún lugar de la memoria (en la suya o en la de algúnamigo), o escritos solamente con el dedo en el aire.

Conozco muchos escritores que afirman, según puedeleerse en entrevistas, en revistas literarias, cuando se leshace tal tipo de preguntas, que el mejor libro «es aquelque jamás escribiré». Y conozco otros que se enamorantanto de un libro imaginario que llegan a inventar y aencontrar un título, que lo anuncian entre amigos, hastael punto de creerlo publicado en revistas. Pero tal tra­bajo, que ni siquiera existe inédito, queda reducido altítulo; que muchas veces es esencial.

Son tan variados los temas de los libros de Juan Boschque su multiplicidad sorprende a todos aquellos que noconocen al hombre de cerca, esto es, al hombre curioso,dinámico, siempre en busca de novedades, profundizan­do en problemas complejos hasta el punto de procurarlo más difícil. Este es el caso de una de sus más recien­tes publicaciones, David - Biografía de un rey, obra que,debido al hecho de haber sido publicada en los días desu permanencia en la Primera Magistratura e impresoen la República Dominicana, pasó prácticamente inadver­tida en América Latina, hasta tal punto de que obras crí­ticas y antologías aparecidas después de 1963 ni siquiera

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mencionan su título. (A fines de 1966 salió una traduc­ción en los Estados Unidos.)

Asimismo, Bosch escribió otras dos biografías: Trujillo:causas de una tiranía sin ejemplo y Hostos) el sembra­dor; la primera, de uno de los más destructores y odia­dos personajes de nuestro tiempo; la segunda, de unapóstol que puede ser colocado al lado de Martf y deSarmiento.

En lo que se refiere a cuentos, nos parece típico eldetalle de que el cuentista por excelencia, el hombredominicano, de la tierra seca, ardiente, de los Indios, delos puertos del Caribe, haya escrito también el Cuentode Navidad) de tema universal, donde su arte llega hastael punto de igualarse con Andersen, no tanto por el esti­lo cuanto por la finura, por la sensibilidad humana, porla comprensión del mundo que habitamos y del más allá;hecho que, aquellos que no conocen bien a Bosch, difí­cilmente pueden comprender.

Entre una conversación y otra, cuando hablábamossobre libros, proyectos y sueños, Bosch mencionaba confrecuencia, y en diferentes períodos, dos obras: una quesería interesante que fuera escrita; otra que deseaba es­cribir, como uno de sus más caros sueños de escritor.Del primer libro no puedo decir que Bosch intentara fir­memente escribirlo. No lo escribió ni hay señal de quelo haga nunca. El segundo está esbozado e incluso co­menzado.

Hablando sobre el primero lo describía con gran fuer­za, con mucho interés, pero con un interés frío, como eldel médico que practica una autopsia o una operación.Este trabajo sería, si así pudiera decirse, la biografía deRolando Masferrer, o, mejor dicho, un libro que tuvie­ra a éste como figura central.

En realidad, creo que Bosch no lo escribirá; pero es­toy seguro de que si Emest Hemingway, que tantosaños vivió en La Habana, hubiese estudiado esta figura,

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se hubiera sentido fuertemente atraído por el personaje;uno de los más poderosos y extraños personajes del ex­traño mundo del Caribe. El ambiente del Viejo y el mares poca cosa alIado del que rodea al «tiburón» Masferrer.

Nada diré de subjetivo sobre él. Pero, por amor a laverdad, debo mencionar que cubanos tan objetivoscomo Rafael García Bárcena, para citar apenas un ejem­plo, me dijeron que Masferrer es uno de los tipos máspintorescos y representativos de su tiempo en Cub•.

¿Un «héroe negativo»? Tal vez. Pero eso ¿qué impor­ta? El mundo está lleno de «héroes negativos». RolandoMasferrer, que llegó a desempeñar un papel de ciertacelebridad en los días de la dictadura de Batista, cercadopor su ejército particular-llamado por él o por susenemigos «Tigres de Masferrer»-, hizo de todo en lavida: fue senador de la República y, como tal, uno delos mejores oradores; fue político y, por consiguiente,contrabandista; fue dueño de un periódico y, como perio­dista, uno de los que mejor escribía, en un país repletode periodistas de primera calidad. Osciló, como tantos desu generación, entre el comunismo (luchó en España enlas filas republicanas y fue herido) y el fascismo, acaban­do ligado a Batista; fue dueño de una emisora de radioen La Habana y, después, en Miami (puede que aún losea), llegando a ser uno de los más feroces locutores;sabía hablar de tal manera, que los oyentes le escuchabanentusiasmados, antes de saber a quién estaban oyendo.Protector del joven Pidel Castro, y después su mayorenemigo, Rolando Masferrer-según me dijo en una oca­sión Juan Bosch-no llegó a la presidencia de Cubaporque tenía demasiada personalidad. Si hubiese alcan­zado la primera magistratura, tal vez el castrismo tuvie­ra hoy otro nombre.

Lo veo ahora frente a mí, tal como lo esbozó JuanBosch. Y no sé si fue su amigo o enemigo, ni si conviviócon él o no. Lo que a mí me interesa es el hecho de que

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me dijo que sería cautivador escribir la biografía de unaépoca teniendo como figura central a un tipo humanocomo Rolando Masferrer, a quien Bosch me definió pocomás o menos como un cruzamiento de Batista y Castro,con la cultura de Eddy Chibás y la simpatía de CarlosPrío Socarrás. No sé dónde se encuentra Rolando Mas­ferrer. Tal vez nunca llegue a conocerlo. Pero cierta no­che, pocos meses después de la subida de Castro al po­der, andando por las calles desiertas del centro de LaHabana Vieja, lugar que durante el día está siempre re­pleto de gente, me sucedió una cosa tan extraña que sólopuedo y debo atribuir a lo que sobre Masferrer me contóJuan Bosch años antes, en Caracas o Río de Janeiro.

Había pasado la noche en el restaurante La Bodegui­ta del Medio, lugar famoso de. cita, donde acudían bohe­mios y bebedores de ron, artistas, músicos, escritores ypolíticos famosos. Después de medianoche, salí de allí,dejando al grupo de mis amigos cubanos con los queestaba, a los que dije que debía preparar un trabajo,urgente para mi diario, que tenía que enviar a Río conun amigo que salía de viaje al día siguiente.

Pero esto era sólo un pretexto; lo que yo deseaba real­mente era deambular sin rumbo por las calles. Pararmeen aquellas plazas que durante el día estaban tan repletasde gente. Al salir, cerré la puerta del restaurante y mirécuidadosamente hacia ambas direcciones de la calle. Es­taba completamente desierta. De pronto, la puerta pro­dujo un ruido seco, como el chasquido de una bala alincrustarse en la madera; un ruido como tantos otrosque oíamos frecuentemente: balas perdidas dentro de lanoche, disparadas por soldados borrachos o gente alegreque festejaba a su manera la revolución victoriosa ...

No. Nadie del restaurante me había seguido. Allí es­taban todos. Y aquí estaba yo, solo, en la calle desierta.Comencé a caminar por la oscuridad, mirando hacia elcielo increíblemente azul, como sólo puede verse en una

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noche caribeña. Un cielo transparente, donde las estrellasparecen luminarias suspensas en 10 alto, como para mos­trar que el cielo está fabricado de una materia que no fueinventada todavía, pero que en realidad existe.

Fue entonces, al retirar la vista del cielo, cuando visalir de la oscuridad de un portal a una persona que sedirigió hacia mí: era Rolando Masferrer. Dio dos o trespasos para acercarse y me miró a la cara. Llevaba unamano en el bolsillo como si sujetase un revólver. Tocabala cabeza con un sombrero de paja de anchas alas. Nunca10 había visto antes. Sólo 10 conocía a través de los relatosde Juan Bosch. Tenía noticias de que debía de estar enMiami o en algún otro lugar, pero fuera de Cuba.

Unos instantes después pasó, por la calle desierta, enloca carrera, un automóvil con los faros apagados, desdeel cual comenzaron a disparar hada el lugar donde nosencontrábamos. Rolando Masferrer ya no se encontrabaal alcance de mi vista. Fueron veinte o treinta tiros, comode ametralladora, y todo sucedió tan rápidamente, queni siquiera tuve la posibilidad de tirarme al suelo. Ape­nas si pude aproximarme al muro, tratando de ocultarmedetrás de la puerta de madera.

Cuando nuevamente reinó el silencio de la noche, diunas vueltas en la oscuridad del corredor en que me ha·lIaba, tratando de ver a Masferrer, para agradecerle suadvertencia. Pero allí no había ningún Masferrer.

Ya no sabía si regresar al restaurante o seguir mi ca­mino hacia el hotel Nacional, a 10 largo del Malecón.Tenía miedo. Comencé a silbar, mientras caminaba apre­suradamente.

Al día siguiente, indagué disimuladamente entre treso cuatro amigos sobre el paradero de Masferrer, y sihabía alguna posibilidad de que estuviese en La Habana,o 10 que le había ocurrido.

Todos me miraron desconfiados, como se mira a lapersona que habla sin sentido. Masferrer estaba lejos.

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Uno o dos días antes-me dijo un amigo-alguien deLa Habana había recibido una carta suya de los EstadosUnidos, en la que le decía que iba a preparar un nuevoprograma radiofónico.

Pero en aquella noche de marzo de 1959, estoy segu­ro, tan seguro como de que a las doce horas es mediodía,de que Rolando Masferrer se cruzó conmigo en una acerahabanera y me dijo en las sombras de la noche: <<¡Cui­dado!»

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(LA UPI, JUAN BOSCH, EL CURA HAITIANO,MASFERRER y YO EN HAWAI)

No creí que este capítulo fuera a prolongarse más.A la mañana siguiente de redactarlo, lo retoqué para dar­le en lo posible apariencia de autenticidad (comprendíaque más bien parecía un cuento fantástico). Luego decidísalir de casa-era festivo-con idea de comprar undiario para conocer detalles de un incendio que habíadestruido una casa a pocas manzanas del lugar dondevivo.

Por la noche, mientras corregía las páginas que habíaescrito sobre Rolando Masferrer, había oído el sonido delas motocicletas y los vehículos de radio-patrulla quesubían disparados por la loma de la colina donde estásituada mi casa.

Decenas de camiones del Cuerpo de Bomberos corrían,doblando las curvas de la carretera montañosa con unfuerte chirriar de ruedas, que hizo que toda la vecindadsaliese a la calle, a altas horas de la madrugada.

Como el incendio fue apagado bastante tarde, el dia­rio no había podido publicar un reportaje detallado. So­lamente leí una nota de ocho o diez líneas en primerapágina: daban la dirección de la casa y anunciaban másinformes en la edición vespertina. Pero, en tercera pági­na del mismo diario, compuesto en la víspera, esto es, enlas mismas horas en que yo escribía acerca del Masferrerde Juan Bosch, encontré la siguiente noticia: «Exiliados

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cancelan invasión contra dictador de Haití.» Era un tele­grama de la United Press fechado en Miami y que decíalo siguiente: «Un cura, exiliado haitiano, y un hombre­fuerte, exiliado cubano, planearon dirigir una fuerza in­vasora de 300 o 400 hombres contra Haití, esta semana,para eliminar al presidente vitalicio del país, Fran~ois

(Papá Doc) Duvalier. Pero el plan ha fracasado. Los dos-el cura Jean Baptiste George y Rolando Masferrer­estaban dispuestos a abrir camino para usar la "repúblicanegra" como base de operaciones de los exiliados cuba­nos contra la Cuba comunista de Fidel Castro.»

Hoy, mediodía del 24 de noviembre de 1966, despuésdel encuentro-en 1959-con Masferrer en La HabanaVieja, este otro encuentro en la isla del medio del Pací­fico. ¡Bosch tiene razón!

Siento frío bajo el sol tropical, y experimento el mis­mo miedo que cobré, cuando después de encontrarnos enla calle nocturna, comencé a andar de prisa, silbando, porel Malecón habanero ...

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UN CONTINENTE ESPERA SU ANTOLOGIA

Otro libro del cual Bosch ha hablado conmigo frecuen­temente está ya no sólo mentalmente esbozado, sino enparte redactado por el escritor y por sus andanzas en lavida.

Habiendo vivido desterrado durante más de dos dé­cadas, sobre todo en Cuba, Bosch viajó mucho por Amé­rica Latina, llegando a conocer casi todo el continente.Durante sus viajes, residió también en países como Gua­temala, Chile, Venezuela, Costa Rica, Honduras, PuertoRico, Haití, y su presencia en esos lugares se identificóde tal manera con el paisaje y la gente, que sus relatoshablados son verdaderos cuadros de ambiente local, lle­vando siempre el «sello» personal del escritor y delartista.

En la obra de Bosch hay cuentos de ambiente domi­nicano. Pero también los hay-con la misma fuerza des­criptiva y humana-de otros países, especialmente dealgunos de los que acabamos de mencionar.

De estos viajes, fueran de carácter turístico o político,surgió la idea de escribir una colección de «cuentos lati­noamericanos», esto es, una colección de cuentos-másde veinte--cada uno de los cuales se desarrollara enuna de las repúblicas del continente.

Existen hasta ahora, además de los cuentos de Quis­queya, piezas de ambiente boliviano, venezolano, haitiano,chileno, costarricense.

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Con un arte especial, que es la característica de Bosch,crea en cada una de estas obras un mundo diferente; loque para cualquier otro escritor sería una tarea muyarriesgada.

Traducido en otras palabras, sería más o menos comosi Ernest Hemingway o John Steinbeck hubiesen escritouna colección de cuentos sobre cada una de las partes delos Estados Unidos, o Camilo José Cela una serie decuentos europeos: franceses, españoles, alemanes, aus­tríacos, suizos.

El proyecto es monumental. Esta es la palabra que seme ocurre para definir el plan de Bosch; y creo que,desde la muerte de Horacio Quiroga, nadie más indica­do que él para hacerlo, pues es un cuentista nato.

Así como el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal ha­bló en cierta ocasión acerca de una Unión Panamericanade Poetas, podría ser también realizada una O. E. A. delcuento; y esto podría hacerlo Juan Bosch, por ser él elúnico regionalista de carácter universal.

Se pueden estudiar, para analizar un poco esta idea,los nombres de algunos de los más notables cuentistasdel continente.

Jorge Luis Borges, uno de los grandes, es demasiadouniversal para conseguir ser, por ejemplo, boliviano; delexcelente grupo de cuentistas del Ecuador, tal vez sóloDemetrio Aguilera Malta tenga fuerza para llegar hastacierto punto, pero dudamos de que el escritor rebase lacosta del Pacífico. Mientras tanto, en Juan Bosch-na­cido en la República Dominicana-encontramos uno delos mejores cuentos bolivianos, y de tal dramatismo,que ni siquiera uno de los mejores bolivianos, comoAugusto Céspedes, consiguió escribirlo hasta ahora.

¿Y quién más? ¿El cubano Enrique Labrador Ruiz?Demasiado cubano cuando es regional y muy artificialcuando intenta salirse de Cuba. Los mejicanos, en blo­que, son mejicanos, mejicanísimos, desde Juan Rulfo has-

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ta José Revueltas, mas cada uno en su estilo y a su espe­cial manera. Y no sabemos bien por qué; porque Méjicoes un mundo en sí (¿y qué país de Latinoamérica no loes hasta cierto punto?) o porque después de la Revolu­ción la literatura mejicana siguió caminos imposibles deser seguidos o abiertos por otros. Pero, con todo, tengola certeza de que Juan Bosch, que también vivió en Mé­jico, hará un excelente cuento mejicano, a su manera.

Extraño y significativo fenómeno éste, en un conti­nente que es actualmente un vivero de cuentistas y depoetas y donde los novelistas apenas comienzan ahora aganar fama mundial; fenómeno, digo, significativo y ex­traño solamente para quien no conoce la fuerza narra­tiva de este escritor.

A mi juicio, preparar este trabajo constituye, despuésde sus muchas experiencias en la política, la tarea prin­cipal de Bosch. Está escrito el libro sobre Trujillo, y yasituado en perspectiva histórica. El relato sobre los acon­tecimientos que desembocaron en su separación de la pre­sidencia está igualmente publicado y discutido. Para me­morias políticas propiamente dichas, aún es pronto, puesno es tiempo para una visión objetiva, ni hay ambiente ni,10 que me parece muy importante, tampoco perspectiva.En cambio, por lo que sé de Bosch, no le sería difícilcomponer otro libro de cuentos sacándose de la cabezaimpresiones viejas y nuevas.

Un libro de cuentos no siempre se escribe: tambiénse compone. Por eso creo que la antología de cuentoslatinoamericanos, proyecto, repito, en vías de elabora­ción durante las dos últimas décadas, debe constituir lapreocupación fundamental del hombre que tiene a supaís en el corazón, y a todos los países del continenteen el alma y en el cerebro.

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SANZ LAJARA, EL DECENTE

Tuve un amigo llamado Sanz Lajara, que fue uno delos más notables escritores de la nueva literatura domini­cana. Era embajador de Trujillo en Brasil en los díasen que nos conocimos en circunstancias bastante pinto­rescas, y como residía en Río hacía más de dos años, co­nocía mi campaña contra el dictador dominicano y, engeneral, contra todos los dictadores criollos.

Mi posición ideológica, especialmente frente a las dic­taduras latinoamericanas, no era entonces secreto paranadie, como tampoco lo es hoy.

Sabía vagamente que Sanz Lajara escribía; pero ¿cuán­tos diplomáticos latinoamericanos no lo hacen como sim­ple pasatiempo?

En su calidad de diplomático, nos separaba un mundo;como escritor, no lo conocía.

Hasta que una tarde atendí una invitación del pintorOswaldo Guayasamín, ese increíble y pintoresco ecuato­riano al que llamé cierta vez, y creo que con acierto,«un torrente que pinta».

Guayasamín organizó una exposición, que tuvo unéxito excepcional. Después de la muestra, permaneció enRío y fue invitado por el entonces embajador de MarcosPérez Jiménez, Leonardo Altuve Carrillo, para pintar,en algún lugar carioca, un mural con motivos de la vidade Simón Bolívar.

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El pintor, que se decía trotskista y anarquista, era,antes que nada, una extraordinaria fuerza plástica, y acep­tó el encargo. Antes de comenzar a efectuarlo, Pérez Ji­ménez fue derribado del poder.

Por razones que llamaré «tácticas», el embajador ve­nezolano desapareció de Río como por encanto, dejandoa su «huésped» viviendo en la enorme «Casa das Pedras»,en el barrio de Gavea Pequeña, en medio de un jardínque era, en realidad, una prolongación de la montaña.

Allí, Guayasamín, que no solamente sabe pintar, sinotambién vivir y «promover» su pintura (la ruptura de re­laciones diplomáticas entre el Ecuador y Cuba se originóen una solemnidad realizada en la sede de la Embajadaecuatoriana en La Habana, cuando el representante di­plomático hizo entrega a Castro de su retrato, pintadopor Guayasamín), estableció una verdadera república deartistas.

Pintaba furiosamente, tomando sus jaibolitos, y reciobía amigos y periodistas; hada retratos de millonarios ymillonarias de la alta sociedad cariaca, ricamente remu­nerados. Y como una revista cariaca me encargó quepreparara un reportaje sobre él (Guayasamín no es sola­mente potencial asunto de reportajes por causa de suactividad en las artes plásticas, es también tema para unlibro, debido a su agitada existencia), allí estaba yo unatarde tempestuosa, a la orilla de la piscina, bajo un enor­me guardasol. Se me aproximó un joven de fino bigoterubio, casi pobremente vestido, saludándome con las si­guientes palabras: «¿Stefan Baciu? ¡Cuánto gusto, micordial enemigo!»

Era José Mariano Sanz Lajara, el embajador de Tm­jillo. Yo le expliqué que no era-ni podía ser-su ami­go ni su enemigo, «cordial» o no, puesto que no le co­nocía. Era, sí, adversario y enemigo de Trujillo, a quienél representaba.

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La pronta intervención de Guayasamín hizo que nues­tra discusión siguiese un camino más ameno; pero deesta primera conversación quedó-paradójicamente­una amistad que significó para mí uno de los preciososy raros regalos con que la vida me ha obsequiado.

Diplomático de carrera, padre de cuatro hijos, estaba,como otros, preso en la red de una administración que,dirigida por un rufián-Trujillo-, dábale el pan decada día.

Para mí, él, antes que diplomático, iba a ser, sobretodo, el cuentista que descubrí en seguida. Uno de losmejores cuentistas de la nueva generación hispanoameri­cana, cuyo libro O Cadeado organicé, y para el que re­dacté el prefacio de una limitada edición brasileña, salidabajo los auspicios de la «Peña Diplomática Rui Barbosa»,de la cual él fue, junto con el polifacético Rafael BarrazaMonterrosa, animador y fundador.

Antes de nada, me hice amigo de Sanz Lajara, porhaber descubierto en él al gran novelista, autor de unlibro que, por ser diplomático de Trujillo, estaba escri­biendo a escondidas. Allí retrataba la realidad dominicanabajo la tiranía de Trujillo y trazaba también el perfil yla carrera del dictador.

Mientras escribía los capítulos en Río, entregábameel texto, que yo guardaba en la caja fuerte de un Banco.No cometeré ningún error al asegurar que nuestra amis­tad originó, además de su alejamiento cada vez más visi­ble de las normas trazadas por la Cancillería de Trujillo,el comienzo del fin de su carrera. Otros colegas que re­presentaban en Río de Janeiro a las dictaduras criollasdenunciaron al Servicio Secreto de Trujillo su amistadcon el comunista Stefan Baciu, y una noticia más omenos de esta índole se publicó en una de las más leídascolumnas sociales de Río.

Poco después fue transferido a Buenos Aires, dondeenfermó y tuvo que ser inmediatamente operado; después

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le llamaron a Santo Domingo. En castigo fue designadoa ejercer un cargo subalterno, mezcla de escribiente y

office boyoSabiendo que su enfermedad era mortal, concentró to­

das sus fuerzas en la redacción de la novela Los rompi­dos, cuyo primer ejemplar, con la solapa redactada pormí, me llegó a Hawai, enviado por su viuda, poco des­pués de su muerte.

Juan Bosch conocía su obra y sabía además de la tra­gedia moral y física de los últimos años de su vida. Sabíaque se trataba de un ex embajador de Trujillo, pero sabíatambién, y de las mejores fuentes, que este hombre jamáshabía cometido una indignidad, una bajeza, una cosa ca­paz de crearle enemigos.

Durante las conversaciones que mantuvimos en Cara­cas, en 1958 y 1960, acerca de la nueva literatura domi­nicana, Bosch mencionó favorablemente los trabajos deSanz Lajara. Apreciábalo, sin conocerlo personalmente.Pero nunca se deshizo en elogios que me hicieran creerque asistiría al final de lo que relataré.

Al llegar a Santo Domingo, en 1963, uno de los pri­meros amigos que visité fue Sanz Lajara. Estaba heridode muerte, aunque mostrase un gran optimismo.

Con la barba crecida (<<los niños me gritan en la calle:¡Pidel!», decíame sonriendo), apoyábase en un bastón yrespiraba con dificultad. De cuando en cuando sacaba delbolsillo una caja de píldoras, con las que se aliviaba.

Este encuentro con el hombre sano y alegre, fuerte ydinámico de otros tiempos, apenas pasados tres años, fueuno de los más dramáticos choques que sufrí.

«Pasito» Sanz sabía que estaba vencido. Pero lo disi­mulaba, cuando menos hablando conmigo.

Me acompañó de restaurante en restaurante, de fondaen fonda, de librería en librería, y la única cosa que mepidió, «en nombre de nuestra amistad», fue que obtu­viese un autógrafo de Juan Bosch en el libro Cuentos

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escritos en el exilio} pues él no quería incomodarlo. Conel ejemplar aún «fresco» bajo el brazo, fui a casa deBosch, y cuando me recibió, le recordé nuestras conver­saciones sobre la literatura de Santo Domingo, viniendoasí a mencionarse el nombre de Sanz Lajara.

«He sabido que está enfermo», dijo Bosch. Cuando lepedí el autógrafo, se sentó, en una butaca y, sin titubearun instante, escribió estas palabras que no se me hanolvidado: «A Sanz Lajara. Por amigo. Por cuentista. Pordecente. Juan Bosch.»

Uno de los primeros actos del ministro del Exteriordel Gabinete Bosch, Garda Godoy (presidente provisio­nal de la República después del levantamiento del coro­nel Caamaño Denó), fue nombrar, a petición expresa delpresidente, al escritor Mariano Sanz Lajara agregado cul­tural' de la Embajada en Madrid.

Juan Bosch, con su profunda humanidad, hizo justicia.No sabía, no podía saber, que estaba nombrando para

aquel cargo a un moribundo: dos meses después SanzLajara moría en Madrid.

Cuentista. Amigo. Decente.Juan Bosch dixit.

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EL HOMBRE SOLO

Exilio es soledad.Soledad en casa, soledad en la calle, soledad entre ami­

gos y, frecuentemente, soledad en familia. Sobre todo,soledad en medio de la gente. Empleen esta noción comomejor entiendan. Yo soy «técnico» en este aspecto, puesllevo conmigo veinte años de exilio. Algunos trágicos,otros fértiles, pero ninguno, absolutamente ninguno, to­talmente feliz, alegre, bien vivido, y estoy seguro quesi por un milagro imposible (hay también milagros posi­bles) regresara mañana a mi país de origen, Rumania, mesentuía exiliado y solo.

Más de veinte años de exilio convirtieron a Juan Boschen un gran solitario, y dentro de esta soledad--comoamigos-, nos aproximamos aún más con nuestros pro­longados silencios, con los que, a veces, nos entendíamosmejor que con cualquier conversación de largas horas.Muchas veces examiné atentamente las fotografías quetengo de él, sacadas en diversos lugares y en varias épo­cas de nuestras vidas:

Aquella primera tomada en Río la víspera de Navidadde 1955, en la que Bosch aparece con los ojos casi ce­rrados, mas viéndolo todo, mirando hacia otra Navidadque habría de surgir en un cuento.

Dos o tres de 1958 y 1960, hechas en Caracas, tantoen las terrazas de restaurantes como en playas solitarias,al lado de Carmen y de este exiliado que soy yo. En

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todas ellas, Bosch tiene la mirada tan lejana, que se pue­de decir sin exagerar que la fotografía muestra a unhabitante de otro mundo buscando una nueva estrella.

O aquella fotografía sacada en medio de todo el baru­llo de la redacción de El Nacional, de Caracas, entre unacharla con el gordo «Recadero» Pacheco-Soublette y otracon el poeta Juan Liscano. Estábamos charlando en unode los más agitados ambientes. Con las manos cruzadassobre el pecho, Bosch miraba mucho más allá de lo quepermitian las paredes de piedra y cal del edificio deldiario de Caracas.

Así lo vi también, solitario, frente a la masa humana,el día que le transmitieron la presidencia en la capitalde su país.

Un sol inclemente caía sobre nuestras cabezas. Las fi­las de sillas donde se sentaban los invitados de honorestaban en desorden; algunas habían sido cambiadas desitio, buscando un poco de sombra. Muchas personas sedefendían del calor abanicándose con los programas einvitaciones para el acto, y el puñado de oficiales delejército, allí presente-que conseguí contar, hecho muysignificativo-, parecía ausente de todo lo que le rodea­ba, de la realidad del hecho de que comenzaba, o debíacomenzar, una nueva era.

Gente de todas partes de América Latina y del mundose había reunido allí. El punto de atracción era JuanBosch. Y mientras a mi lado un niño de dos o tres años,vencido por la sed y el calor, pedía a gritos un vaso deagua, y cuando uno de los oradores ocupaba su turno,miré al rostro de Bosch, sentado a menos de cincuentametros enfrente de mí: hacía ocho años que nos cono­cíamos.

Allí estaba él ahora, en la cumbre de su gloria, en lacumbre de la gloria que cualquier hombre puede alcanzar.Presidente electo de la más joven democracia latinoame­ricana. Pero era un hombre solitario, con la mirada per-

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dida en la lejanía, tal vez sin mirar a ningún lado. Unexiliado que había regresado; nada más.

Nuestros ojos no se encontraron. Millares de miradasestaban clavadas en él: de diplomáticos y periodistas,de gente del pueblo y de curiosos; pero los ojos de JuanBosch no veían, no podían ver nada de aquello, pues dehecho, aunque estaba allí, su espíritu estaba lejos, ajenoa todo.

En el momento en que debía comenzar su discurso detoma de posesión, lo miré fijamente. Vaciló, pero todofue cuestión de instantes: la pausa de la transición pararegresar de su soledad.

En seguida comenzó a pronunciar las palabras quehabía preparado. Hablaba el presidente electo. Pero elhombre de siempre, el verdadero Juan Bosch, estaba enalgún otro lugar al que nadie sabe cómo se llega ni dequé manera se regresa y del que tal vez él no haya salidojamás.

* * *

Como escritor, Juan Bosch es uno de los más desta­cados. autores latinoamericanos. Y, sin duda, no es, niremotamente, tan conocido como algunos otros escritoresde tercera categoría.

¿Razones? Hay muchas. Entre las más importantes,su soledad, que, técnica y editorialmente, se refleja en elhecho de que casi todos sus libros han sido publicadospor editores de poca importancia, de efímera duración,de nombres sin eco, y de que la distribución de sus obras,hasta las que trataban de política, siempre fue defectuosa.

Cosas del «mercado» editorial latinoamericano, se dirá.Pero también puedo decir: cosas de Juan Bosch; cosasde solitario.

En estos últimos años ha sido cuando han comenzadoa incluirse algunos de sus cuentos en las antologías con-

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tÚlentales latinoamericanas, pero faltan todavía, absolu­tamente, en las de Europa y Estados Unidos.

Bosch no da importancia a esto, porque está ausente;com.o tampoco dio importancia a la ausencia de los mi­litares en la ceremonia de transmisión de poderes. Talvez ni siquiera notó, al mirar por encima de las cabezasde la masa, si tenían o no gorra.

Un libro tan fundamental sobre muchos problemasmorales de nuestro tiempo, en que cada vez se habla másy más de la Biblia, es prácticamente desconocido: merefiero a Judas Iscariote, el calumniado. No conozco nisiquiera un estudio sobre este trabajo, que considero deprimer orden. Un libro único, solo, en una cultura demasas.

"1, * *

Durante una conversaClOn mantenida con Bosch en1958, cuando supe por casualidad que al año siguientecumpliría los cincuenta años, se me ocurrió la idea deorganizar, como frecuentemente se hace, un homenajecon motivo de su cincuentenario.

Para ello quise interesar a la gente de Caracas, dondeAcción Democrática acababa de llegar al poder, pero noencontré entusiasmo: nadie estaba dispuesto a gastarsealgunos millares de Bolívares para componer un libro enel que escritores, políticos, pensadores y artistas del con­tinente prestarían homenaje a uno de «sus» mejores.

Como fuera de Caracas--ciudad «rica» dentro del ám­bito de la lengua española-no veía ninguna posibilidadde editar la obra, tomé la decisión de componerla en Ríode Janeiro. Que se editara en españolo en portugués eraproblema sin importancia. Lo que hacía falta era darseprisa para que saliese en junio de 1959.

Primero conseguí garantizar la impresión, para la cualse ofreció un grupo de amigos, entre quienes se encon-

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traba el dueño de una tipografía. De esta manera, laparte fundamental me parecía resuelta. Una vez contan­do con la editora, necesitaba establecer una lista de co­laboradores latinoamericanos. Conseguí formar una co­misión bajo la presidencia de Manuel Bandeira, siempredispuesto a prestigiar cualquier iniciativa de esta índoleen el Brasil, junto con el entonces diplomático hondureñoJosé R. Castro y actuando como secretario el poeta bra­sileño Arino Peres, uno de los pocos jóvenes interesadosen la cultura hispanoamericana.

Con estos nombres, en equipo, redactamos una cartadonde hacíamos un llamamiento urgente a los hombresmás destacados de las Américas (recuerdo perfectamentea Luis Alberto Sánchez, Arturo Uslar Pietri, EnriqueLabrador Ruiz, Juan José Arévalo y otros, en númerode veinte, uno por cada república), a los que solicitába­mos colaboración para homenajear a Bosch.

Esta podía consistir tanto en un corto estudio sobrealgún aspecto de su vida o de su obra como en una salu­tación con la oportunidad de su cincuentenario o cual­quier otra forma de homenaje. Y para facilitar la tareade los más ocupados, una colaboración ad hoc dedicadaespecialmente al homenajeado.

Enviamos las cartas y quedamos esperando las res­puestas.

Durante dos meses (bien poco tiempo) nada vino, demanera que decidimos enviar otra copia a cada uno dela misma carta.

Esta vez recibimos una página. La única que llegó amanos de la comisión de Río. Iba firmada por el presi­dente de Costa Rica, José Figueres.

Este documento ha quedado inédito hasta hoy, y aquíva inserto como homenaje al solitario Juan Bosch, sieteaños después de haber cumplido los cincuenta, de suamigo de siempre, el único intelectual latinoamericano

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que, en una hora de completa soledad, comprendió elsentido del llamamiento enviado de Río.

Aquí está el texto de 1959. Posee hoy el mismo sen­tido, el mismo fervor. Como decía José Martí: «Honrar,honra.»

JaSE FIGUERESApartado 4484SAN JOSE COSTA RICA, C. A.

EN EL CUMPLEAÑOS DE JUAN BOSCHPOR

JOSE FIGUERES

No sé si me corresponde sumarme al homenaje a JuanBosch en el cincuentenario de su vida o si debo más biendar las gracias a los escritores brasileños por haber orga­nizado este homenaje.

Conozco a Juan Bosch, el mago del cuento, el luchadory el amigo. Nada más grato para mí, ni más justo, queañadir mi palabra de admiración y de afecto cuando enlengua hermana y en República hermana generOS4¡mentese le tributa reconocimiento.

Sin embargo, mi amistad con Juan es tal, que elogián­dole siento que me elogio a mí mismo. Por eso digo quetal vez me corresponda más bien dar las gracias a losbrasileños, colocándome del lado de la familia de quienrecibe el tributo.

Pensándolo bien, puede que una cosa no excluya laotra. Felicito a Juan en su cumpleaños y le deseo mediosiglo más de producción literaria, de lucha democráticay de bienestar personal, con su esposa Carmen, con susniños. Sobre todo le deseo que vea pronto a su patrialiberada. Y a los admiradores brasileños de Bosch, ennombre de quienes escribimos español, les expreso la gra­titud fraternal.

San José de Costa Rica, abril de 1959.

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LA MANCHA INDELEBLE

Hay un cuento de Juan Bosch que, en los días en quevivimos, debería figurar obligatoriamente en todos loslibros de este género. No es por tratarse de un trabajoexcepcionalmente estructurado, sino por ser el cuentoclásico de este tiempo, en que el lavado de cerebro llegóa ser un hecho común de cada día.

Hoy se lavan cerebros con la misma indiferencia y fre­cuencia con que se lavan camisas. Y Bosch ha sabido es­cribir el cuento de esta «operación» en cinco páginas. Sinuna palabra superflua. Sin acusar. Sin lamentar o quejar­se. Contando solamente.

La acción puede resumirse citando algunos fragmentosdel cuento: «Todos los que habían cruzado la puerta anotes que yo habían entregado sus cabezas, y yo las veíacolocadas en una larga hilera de vitrinas que estaban ado­sadas a la pared de enfrente.»

Es el hombre que entra. ¿Dónde? Entra. En el gru­po, en la organización. El hombre que asume el compro­miso) con alguien, con algo. Casi siempre sin saber biencómo ni por qué.

«... había pasado el umbral y tenía que entregar micabeza.»

Nada más. Sólo la cabeza. Millones de hombres laentregan hoy. Sin pensar. Exactamente por ser la cabeza,su cabeza. Pero el héroe de Juan Bosch, al escuchar unavoz suave, insensible, automática, diciéndole. «Entregue

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su cabeza», siente un instante de temor, de miedo, derebelión del hombre libre, y responde a la- voz que salede la enorme sa111 donde acaba de entrar: «No puedodespojarme de mi cabeza así como así. Déme algún tiem­PQ para pensarlo. Comprenda que ella está llena de misideas) de mis recuerdos.»

En otras palabras: el hombre) la idea) contra el partido,contra el grupo. Pero la voz prosigue: «Aquí no tieneque pensar. Pensaremos por usted.» Esto sucede en 1967.y sucederá el año 2000 y después decenas de millonesde veces al día. Nadie piensa. Alguien piensa en algúnlugar, por millones y millones. Mao, Brejnev, Tito, losdemás.

Después de negarse a entregar la cabeza, el protago­nista del cuento-que no tiene nombre, pudiendo sercualquiera de nosotros-, ya con el pie en el terriblecuarto, se rebela y avanza impetuosamente hacia la puer­ta, «empujé al que entraba y salté a la calle».

El hombre que no admite someterse y no quiere en­tregar su cabeza, rompiendo la fila de los que esperan paraentregarla, sale a la calle, a la libertad.

Un día, después de haber pasado varios escondido ensu cuarto, por miedo a ser reconocido y perseguido poralguien) entra en un bar para tomar una taza de café,sentándose cerca de dos hombres que le miran de talmanera que siente pánico. El pánico de cualquier perse­guido, por cualquier causa. Al intentar tomar la taza «metemblaron las manos con tanta violencia, que un pocode bebida se derramó en la camisa. Ahora estoy en casa,tratando de lavar la camisa. He usado jabón, cepillo y unproducto químico especial para el caso que hallé en elbaño. La mancha no se va. Está ahí, indeleble».

La mancha de la camisa. La mancha de la conciencia.La mancha de todos los que entran en alguna parte yviven sin saber «si los dos hombres eran miembros oenemigos del partido».

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y es sólo aquí donde aparece la palabra símbolo. Exac­tamente por ello, el cuento se transforma en realidad ypesadilla. Pues la vida de todos nosotros es una vida dereal terror y de terror real.

* * *

Asistí a la elaboración del cuento escrito a fines de1960 en Caracas.

Juan Bosch dictó la primera versión a su mujer, Car­men, y en la misma noche nos leyó el texto. Hizo algunasmodificaciones a tinta en las hojas de papel mecanogra­fiadas a prisa.

Al día siguiente, considerando tal vez algunas ideas ysugestiones surgidas en la conversación sostenida durantela cena, Bosch nos leyó una segunda versión, donde cier­tas partes esenciales, diría encubiertamente esenciales,habían sido modificadas, de tal manera que oíamos ahoraotra interpretación definitiva.

Como Bosch percibiese la profunda impresión causadapor el cuento, nos ofreció en un sobre las dos versionescon una nota explicativa de las circunstancias por las quefue escrito el cuento y dándome autorización para publi­carlo, lo que hice inmediatamente de llegar a Río deJaneiro.

Así, antes de publicarse el volumen Cuentos escritosen el exilio} se editó éste en Río de Janeiro en los pri­meros meses de 1961 en la revista «Cuadernos Brasilei­ros». No causó sensación en los medios literarios cario­caso Pero yo sé que publiqué en esta revista, fundada ybautizada por mí, una obra prima del siglo xx.

Si hubiera sido escrita por George Orwell-que en1984 no llega al refinamiento condensado con tamañaexactitud-, el cuento sería hoy comentado y puestocomo ejemplo de nuevo género. Para mí, La manchaindeleble vale por un libro de Arthur Kost1er, Weissberg-

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~bu1sky o cualquier otro autor que, en un volumen,se dedica a analizar, de la manera que sea, el «lavado decerebro».

Lo que ellos dicen en centenas o decenas de páginasva relatado en este cuento tan extraordinariamente, quesu lectura queda grabada en la mente de cualquier hom­bre de nuestro tiempo.

Creo que alIado de cuentos como La mu;er, El indioManuel Sicuri, Luis Pie o El funeral, La mancha inde­leble está destinado a quedar en la literatura hispano­americana como una de sus más representativas páginas.

No constituye mera coincidencia que este cuento nose haya traducido todavía al chino, uzbeko, ruso, tártaro,búlgaro, húngaro, mongol. Es porque no está firmado porMiguel Angel Asturias, Jorge Amado, Carlos Fuentes,Augusto Roa Bastos o Alejo Carpentier.

Por haber escrito La mancha indeleble, Juan Boschganó un lugar destacado en la literatura universal, peroperdió el Premio Lenin. Quien escribió este cuento noes solamente un artista acabado, sino una figura repre­sentativa de la raza de los hombres libres.

Universidad de Hawai.Honolulú, noviembre-diciembre de 1966.

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Un desconocido ... ... ,.. ... ." ... 9

Trujillo amenaza a Suiza y al Brasil 16

Cuento de Navidad 21

Bosch, Trujillo y yo 32

El profeta del Hote! Tamanaco 43

Fábula sin tiburón y sin sardinas ... 47

El sueño de Tarzilandia ... ... ... 54

El camino del Gabinete a la calle 57

La feria de libros que jamás existió 61

En busca de una doctrina 65

Paseo con Simón Bolívar 70

Cómo se prepara un cuento 76

El fantasma de Rolando Masferrer 80

La Upi, Juan Bosch, el cura haitiano, Masferrer y yo en

Hawai ... ... ... ... ... ... ... ... 86

Un Continente espera su Antología 88

Sanz Lajara, e! decente 91

El hombre solo ... ... 96

La mancha indeleble... ... 102