B. R. Moreno, Freud y La Literatura

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FREUD Y LA LITERATURA Belén del Rocío Moreno Cardozo * 1. Los perros de un coloquio cervantino Mucho antes de que Freud creara el psicoanálisis, en la época en que cursaba sus estudios de medicina, sostuvo un lazo de amistad con Eduard Silberstein. Ese vínculo ha dejado el rastro de una singular correspondencia que se extendió a lo largo de diez años, de 1871 a 1881, año en que Freud obtuvo su título de doctor. De la correspondencia entre los dos jóvenes se conservan las cartas que Freud envió a Silberstein, no así las que él hubo de recibir de su amigo. En efecto, se sabe que en 1885 Freud destruyó todos sus apuntes, resúmenes científicos, manuscritos de trabajos y buena parte de la correspondencia recibida; se trató, como se sabe, de un gesto dirigido explícitamente a torturar a sus biógrafos. Los originales de estas cartas reposan actualmente en la Library of Congress, en Washington; su publicación en español se hizo bajo el título de Cartas de juventud 1 . La correspondencia da cuenta de las diversas inquietudes académicas de Freud, quien al tiempo que cursaba su carrera de medicina estudiaba mineralogía, botánica, astronomía, asistía a clases con Franz Brentano, tomaba conocimiento de Feuerbach, viajaba a Berlín para escuchar a Dubois Reymond, Helmholtz y Virchow... Las cartas también revelan la pasión de Freud por las letras y su aspiración de elevar la escritura epistolar al rango de creación poética. Más singular aún es que algunas hayan sido redactadas directamente en español; desde luego se trata de un español un tanto tortuoso, surgido del estudio de un libro de texto, aprendido sin maestro ni diccionario. Con Silberstein habían escogido el español como la lengua de sus confidencias; era pues el idioma oficial de sus secretos. En el momento en que los amigos se separaron para emprender estudios en ciudades diferentes, crearon la Academia Española, institución cuyas “dos únicas lumbres” 2 fueron ¡Eduard Silberstein y Sigmund Freud! De este modo la comunicación epistolar cumplía con aquella condición que el poeta nombró como “la escritura del ausente”; además Freud leía con entusiasmo las cartas de su amigo y le narraba exhaustivamente sus acontecimientos para no agarrar “la + + + cólera + + + del mortífero aburrimiento” 3 . Desde los 18 años anticipa lo que habrá de ser la condición sedentaria que le impondrá su práctica constante de lectura y escritura: “Pertenezco a aquellas criaturas humanas que se pueden localizar la mayor parte del día entre dos muebles, uno de forma vertical, el sillón, y otro que se extiende horizontalmente, la mesa, y de los que comenzó a surgir toda la civilización como coinciden los historiadores de la cultura, porque estos dos muebles reclaman con razón el predicado de sedentario o de ‘asentamiento’” 4 . Quizá, para utilizar las palabras del Freud posterior, una "coerción * Profesora Titular de la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura. Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Colombia. 1 Sigmund Freud, Cartas de juventud (Barcelona: Gedisa, 1992) 2 Ibíd., 102. 3 Ibíd., 68. 4 Ibíd., 91.

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  • FREUD Y LA LITERATURA

    Beln del Roco Moreno Cardozo*

    1. Los perros de un coloquio cervantino

    Mucho antes de que Freud creara el psicoanlisis, en la poca en que cursaba sus estudios

    de medicina, sostuvo un lazo de amistad con Eduard Silberstein. Ese vnculo ha dejado el

    rastro de una singular correspondencia que se extendi a lo largo de diez aos, de 1871 a

    1881, ao en que Freud obtuvo su ttulo de doctor. De la correspondencia entre los dos

    jvenes se conservan las cartas que Freud envi a Silberstein, no as las que l hubo de

    recibir de su amigo. En efecto, se sabe que en 1885 Freud destruy todos sus apuntes,

    resmenes cientficos, manuscritos de trabajos y buena parte de la correspondencia

    recibida; se trat, como se sabe, de un gesto dirigido explcitamente a torturar a sus

    bigrafos. Los originales de estas cartas reposan actualmente en la Library of Congress, en

    Washington; su publicacin en espaol se hizo bajo el ttulo de Cartas de juventud1. La

    correspondencia da cuenta de las diversas inquietudes acadmicas de Freud, quien al

    tiempo que cursaba su carrera de medicina estudiaba mineraloga, botnica, astronoma,

    asista a clases con Franz Brentano, tomaba conocimiento de Feuerbach, viajaba a Berln

    para escuchar a Dubois Reymond, Helmholtz y Virchow...

    Las cartas tambin revelan la pasin de Freud por las letras y su aspiracin de elevar la

    escritura epistolar al rango de creacin potica. Ms singular an es que algunas hayan sido

    redactadas directamente en espaol; desde luego se trata de un espaol un tanto tortuoso,

    surgido del estudio de un libro de texto, aprendido sin maestro ni diccionario. Con

    Silberstein haban escogido el espaol como la lengua de sus confidencias; era pues el

    idioma oficial de sus secretos. En el momento en que los amigos se separaron para

    emprender estudios en ciudades diferentes, crearon la Academia Espaola, institucin

    cuyas dos nicas lumbres2 fueron Eduard Silberstein y Sigmund Freud! De este modo la comunicacin epistolar cumpla con aquella condicin que el poeta nombr como la escritura del ausente; adems Freud lea con entusiasmo las cartas de su amigo y le narraba exhaustivamente sus acontecimientos para no agarrar la + + + clera + + + del mortfero aburrimiento3. Desde los 18 aos anticipa lo que habr de ser la condicin sedentaria que le impondr su prctica constante de lectura y escritura: Pertenezco a aquellas criaturas humanas que se pueden localizar la mayor parte del da entre dos

    muebles, uno de forma vertical, el silln, y otro que se extiende horizontalmente, la mesa, y

    de los que comenz a surgir toda la civilizacin como coinciden los historiadores de la

    cultura, porque estos dos muebles reclaman con razn el predicado de sedentario o de

    asentamiento4. Quiz, para utilizar las palabras del Freud posterior, una "coercin

    * Profesora Titular de la Escuela de Estudios en Psicoanlisis y Cultura. Facultad de Ciencias Humanas.

    Universidad Nacional de Colombia. 1 Sigmund Freud, Cartas de juventud (Barcelona: Gedisa, 1992) 2 Ibd., 102. 3 Ibd., 68. 4 Ibd., 91.

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  • forzosa" lo obligaba a leer y escribir; tal deseo vuelto imperativo lo conducir, mucho

    tiempo despus, a descifrar la escritura de los sueos.

    En 1884, en una carta dirigida a su prometida, Martha Bernays, Freud recordar as aquella

    poca: Hoy ha venido a verme otra vez Silberstein, me tiene el mismo afecto que antes. Fuimos amigos en una poca en que no se entiende la amistad como un deporte o una

    ventaja, sino que se necesita al amigo para vivir con l [] Estudibamos juntos espaol, tuvimos una mitologa propia y nombres secretos que habamos tomado del gran Cervantes.

    En nuestro libro espaol de lecturas encontramos una vez un dilogo filosfico-humorstico

    entre dos perros que estn sentados contemplativos delante de la puerta de un hospital, y

    nos apropiamos de sus nombres; tanto en el trato escrito como en el oral, l se llam

    Berganza y yo Cipin. Cuntas veces escrib querido Berganza y firm Tu fidel Cipin, perro en el hospital de Sevilla. Los dos formamos una extraa unin de eruditos, la

    Academia Castellana /AC/ [sic], habamos redactado toda una gran literatura cmica [] nunca nos aburramos el uno del otro. A l no le gustaban las ideas de altos vuelos, se

    qued en lo humano; su horizonte de lecturas, su humor, todo era un poco burgus, incluso

    algo pedante5.

    La mitologa creada con Silberstein pasaba por una codificacin que no solo sustitua sus

    nombres por los de los perros de El coloquio6 de Cervantes; adems, para nombrar a

    Alemania, Freud le propona a su amigo decir hospital de Sevilla. Tambin para referirse a las muchachas utilizaban la palabra principios. Gisela Fluss ser un principio fundamental para Freud, principio que opera por su ausencia. En efecto, la inclinacin

    amorosa por la joven, a quien escasamente Freud se dirigi, se vio bruscamente

    interrumpida ante la prohibicin que le hizo su padre se viajar a Roznau, donde se

    encontraba la muchacha. Freud acata la orden y este sacrificio se convertir en la piedra

    basal, al parecer no solo de la Academia Espaola. [] he renunciado [a] si -dicha esperanza y [] tambin a la inclinacin que me pegaba a esa nia, Gisela [] No es porque otra haya ocupado su lugar, pero el lugar se puede quedar vaco. O como no hay

    lugar vaco en la naturaleza, digamos que se ha llenado de otra cosa como aire7. Resulta notable que los principios que antecedieron en mucho el comienzo de la escena analtica

    sean hasta el final motivo de cavilacin para Freud; digamos tambin lugar donde persiste

    un vaco que su sostenida investigacin sobre el alma femenina no logr desalojar.

    Sobre la identificacin con los cnidos de las Novelas ejemplares es preciso decir que el

    nombre escogido por Freud, Cipin, evoca al general romano Scipin conquistador de

    Cartagena en el ao 209, a. c. Al parecer, solo excepcionalmente Freud confundi su

    seudnimo y firm Berganza o Braganza. Ya en la poca cervantina era usual poner a los

    perros nombres de personajes eminentes. As que por su identificacin Freud ser

    comperro de su amigo y una vez ha presentado sus exmenes llamados Rigorosa, pasar a ser un perro ejaminado. Nombrados perros los miembros de la noble A.E., Freud considera que este es su mayor ttulo que tienen ni tendrn8. Como lo anota la editora de

    5 Sigmund Freud, Carta del 7 de febrero de 1884 en Cartas a la novia (Barcelona: Tusquets, 1973) 6 Miguel de Cervantes, Novela y coloquio que pas entre Cipin y Berganza, en Novelas ejemplares (Barcelona: Crtica, 2006). 7 Sigmund Freud, Cartas de juventud, op. cit., 84. 8 Ibd., 150.

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  • la versin espaola de las Cartas de juventud, al parecer Freud insiste en distinguirse con

    tal ttulo cuando toma conocimiento del uso del significante perro en la poca cervantina: se aplicaba precediendo en aposicin a judo o moro o a los hombres de estas razas9. Las palabras injuriantes perro judo atravesarn los siglos, para llegar a los odos de los jvenes estudiantes. Desde luego que en la poca de sus estudios universitarios ya Freud

    tomaba nota de la segregacin creciente que habr de culminar en la Shoah.

    2. Una escena de origen, antes del comienzo

    Los primeros comentarios conocidos en espaol sobre las relaciones entre El coloquio de los perros y el dispositivo psicoanaltico fueron los de Len Grimberg y Juan Francisco Rodrguez10 quienes consideraron comparable la actitud tico pedaggica de Cipin con aquella sostenida por Freud en los tiempos preanalticos de Estudios sobre la histeria. En

    efecto, en aquel entonces muchas intervenciones de Freud estaban animadas por un espritu

    didctico que luego, tanto por sus efectos como por su falta de consecuencias, habr de

    resignar. Posteriormente, el especialista britnico en Cervantes, Edward Riley11, present

    un texto sobre las relaciones entre el psicoanlisis y la teora narrativa. Entonces, este autor

    desarrolla su trabajo de comparacin bajo el supuesto de que un psicoanlisis es un dilogo.

    En el coloquio aparentemente dos perros hablan, a partir de los cual se puede afirmar, de

    manera un tanto equvoca, que se trata de un dilogo, de donde casi resulta natural el desliz

    de equiparar El coloquio con un supuesto dilogo analtico que, sin embargo, tampoco lo hay. En El coloquio no hay tal dilogo, en primer lugar porque es el aventurero Berganza quien le cuenta sus acontecimientos a Cipin, mientras este ltimo interviene de otra

    manera, segn veremos. En segundo lugar, porque si en un dilogo participan dos, aqu en

    El coloquio hay en realidad tres. El tercero, testigo silencioso de lo que acontece a las puertas del Hospital de la Resurreccin en Valladolid [y no en la Sevilla de Freud-Cipin],

    es el alfrez Campuzano, quien haba llegado all, esquilmado, calvo y sifiltico, como

    efecto de El casamiento engaoso12 que haba contrado. Se realizaba entonces una cura de sudores para sacar el mal que padeca y, en medio de ese trance escucha, en el transcurso

    de una noche, lo que los perros decan; luego, sin decorado ni adorno, se da a la tarea de

    transcribir el portento que haba escuchado. Campuzano es pues el silencioso tercero: oreja

    que escucha, pero ante todo, oreja que escribe el texto mismo de El coloquio, cuyo primer lector ser el licenciado Peralta. Mas all de la funcin de cinta registradora que le asigna Riley al alfrez Campuzano, nosotros veramos en l la funcin de testigo y tambin

    de secretario. En la ficcin de Cervantes, solo por l El coloquio tiene lector(es)13. As pues afirmar que El coloquio es un dilogo y predicar lo mismo de un anlisis implica el olvido de la funcin tercera que en uno y otro caso se juega. Asunto que tambin

    vale para los ms prestigiosos dilogos de Occidente: los Dilogos de Platn. Tal es el

    9 Ibd., 151. 10 Len Grimberg y Juan Francisco Rodrguez, La influencia de Cervantes en el futuro creador del psicoanlisis Anales cervantinos (link), Fecha de consulta. 11 Edward Riley, Cervantes, Freud y la teora narrativa psicoanaltica, en La rara invencin (Barcelona: Editorial Crtica, 2001). Tambin en la misma obra vanse los captulos Cervantes y los cnicos y Los antecedentes del Coloquio de los perros. 12 Miguel de Cervantes, El casamiento engaoso, en Novelas ejemplares, op. cit. 13 Es inevitable evocar aqu, en otro registro de la literatura, la funcin de testigo que Horacio cumple en

    Hamlet y lo que esta vale en los recodos ms decisivos de una vida humana.

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  • planteamiento de Lacan en el seminario Los problemas cruciales para el psicoanlisis:

    Los dilogos de Platn nunca son dilogos; quiero decir que nunca se trata del intercambio de comentarios entre dos personajes donde el uno sera de verdad quien sostiene una de las

    tesis en cuestin y el otro la otra: siempre hay uno que representa una de las dos tesis, que

    por cualquier razn se recusa, se escabulle, se declara insuficiente; y se toma entonces una

    tercera persona quien, a primera vista, parece el rol del idiota pero es trujamn bastante til

    sin duda, pues es de esa manera que se intentar hacer pasar algo que no siempre es un

    dilogo, muy a menudo es una exposicin14. El rol del idiota en El coloquio lo realiza el alfrez Campuzano; rol que ejecuta bastante bien habida cuenta de la historia de

    engaador engaado que haba protagonizado con Doa Estefana. Pero, adems, se advierte bien que el soldado Campuzano es trujamn de Cervantes, quien vivi muchos

    aos de su vida en la milicia, de donde le qued el histrico apelativo de el manco de Lepanto. La funcin de escriba de Campuzano es la de transcriptor, entonces, de la crtica social que despliega Cervantes con sus perros.

    Hay intervenciones de Cipin en las que puede advertirse una funcin de corte, esencial

    para el discurrir de Berganza: Basta. Berganza; vuelve a tu senda y camina15, Sigue tu historia y no te desves del camino carretero con impertinentes digresiones16, No ms Berganza, no volvamos a lo pasado; sigue que se va la noche, y no querra que al salir el sol

    quedsemos a la sombra del silencio17. Gracias a estas intervenciones Berganza es detenido en su inclinacin al rodeo y la prolijidad y puede retomar de otra manera el hilo de

    su narracin. Todas estas intervenciones son consideradas por Riley como

    interrupciones ajenas a la asociacin libre. De donde podra colegirse que este autor considera la regla fundamental del anlisis como una deriva sin puntuacin. La cuestin de

    los cortes concierne de modo fundamental a la prctica analtica porque sita en primer

    plano la cuestin del tiempo de la palabra. Este asunto del tiempo ingresa adems en E l coloquio de otra manera: los perros saben que solo tienen una noche para el ejercicio en el que se comprometen; no tienen ninguna certeza de que continen asistidos por el divino don, de modo que una cierta urgencia marca su discurrir. Y de nuevo ac, el especialista britnico, ya citado, estima que esa limitacin temporal es ajena a la buena prctica freudiana18, muy a pesar de que l mismo referencia el lmite temporal que Freud impuso en el caso de El hombre de los lobos.

    En medio de la cerrada noche, la nica luz que tienen los perros son sus palabras, por ello

    ya avanzado El coloquio Berganza teme que al salir el sol queden a oscuras al faltarles el habla19 y, Cipin, alertado tambin por el transcurrir del tiempo, en el mismo sentido

    alienta el relato de Berganza: Sigue que se va la noche y no querra que al salir el sol

    14 Jacques Lacan, Los problemas cruciales para el psicoanlisis, Seminario 1964-1965, Leccin XXI, Nombre de la publicacin http://club.telepolis.com/seminario_12. (Fecha de Consulta) 15 Miguel de Cervantes, Novela y coloquio que pas entre Cipin y Berganza, en Novelas ejemplares, op. cit., 662. 16 Ibd., 680. 17 Ibd., 697. 18 Edward Riley, Cervantes, Freud y la teora narrativa psicoanaltica, en La rara invencin, op. cit., 265. 19 Miguel de Cervantes, Novela y coloquio que pas entre Cipin y Berganza, en Novelas ejemplares, op. cit., 680.

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  • quedsemos a la sombra del silencio20. Sin embargo, como veremos, la luz que as los ilumina no es producida por cualquier tipo de palabra.

    Esos dos perros, que para sorpresa de ellos y tambin de nosotros, dicen hablar con

    discurso21, estn advertidos sobre los riesgos de la murmuracin en el despliegue de la palabra. As que con frecuencia Cipin previene contra ella: Consentir que murmures un poco de luz y no de sangre; quiero decir que seales y no hieras ni des mate a ninguno en

    cosa sealada, que no es buena la murmuracin, aunque haga rer a muchos si mata a uno,

    y si puedes agradar sin ella te tendr por muy discreto22. Berganza, quien por hablar est ms expuesto al desliz de la murmuracin, de la que sin embargo no est exento Cipin,

    sabe que en ello cae primero la lengua que la intencin; as que se propone que cada vez

    que se entusiasme con su mal decir, se morder la que cae de primera. Por boca de sus perros Cervantes hace or su posicin tica, pues la crtica social que formula no se viste

    segn el gnero de la stira23. En el coloquio mismo aparece una no tan velada alusin al

    custico poeta latino Dcimo Junio Juvenal, quien realiz con sus Stiras un crudo retrato

    de las costumbres sociales de la Roma urbana y cuya sentencia, Es difcil no escribir stiras, es recordada por Cipin. As habra todo un campo de goce en el ejercicio de la palabra que siendo siempre provocacin, aqu tambin e[[]s lmite, marcado de manera

    insistente. Dice Berganza que habra que mantenerse en sus estribos para mantener dos horas de conversacin sin tocar los lmites de la murmuracin24 y nota cmo las palabras que le llegan, en cierto momento, son todas maliciosas y murmurantes. Antes ha dicho

    cmo el murmurador se ausenta como sujeto del deleite que lo entretiene: Acaba un maldiciente murmurador de echar a perder diez linajes y de caluniar veinte buenos, y si

    alguno le reprehende por lo dicho, responde que l no ha dicho nada, y que si ha dicho algo,

    no lo ha dicho tanto, y que si pensara que alguno se haba de agraviar no lo dijera. Quiz desde all puedan distinguirse dos tipos de humor: el humor cido y descarnado al estilo de

    las Stiras de Juvenal y aquel otro que como crtica y distancia surgi de la pluma de

    Cervantes, se que hizo rer a Freud a carcajadas cuando ley algunos episodios de El

    Quijote.

    3. Un dej-vu divertido

    As como los perros estn advertidos sobre la murmuracin, intentan tambin no prestarse a

    la prdica y a la moralina en que podran enredarse sus palabras. Esta vez es Cipin quien

    se desliza a afirmaciones que por generales son ms ideales. No hay necesidad de mucho

    para que, detenido por Berganza, en su chchara insulsa, Cipin mismo considere que es

    mejor callarse. En la misma va los perros estn advertidos lo suficiente sobre otros goces

    20 Miguel de Cervantes, Novela y coloquio que pas entre Cipin y Berganza, en Novelas ejemplares, op. cit., 697. 21 As es la verdad Berganza, y viene a ser mayor este milagro en que no solamente hablamos, sino que hablamos con discurso [] Miguel de Cervantes, Novela y coloquio que pas entre Cipin y Berganza, en Novelas ejemplares, op. cit., 650. La cursiva es ma. 22 Miguel de Cervantes, Novela y coloquio que pas entre Cipin y Berganza, en Novelas ejemplares, op. cit., 659. 23 De nuevo, llama la atencin que cuando Riley se refiere al aspecto tico de El Coloquio, desestime esa dimensin en lo que concierne al psicoanlisis. 24 Ibd., 670.

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  • del habla, como la infatuacin de andar profiriendo latinajos, pasando por entendidos ante

    ignorantes. As que en su lugar de escucha Cipin tambin, ocasionalmente, extrava su

    camino, bien porque murmure o predique, bien porque se precipite a interrogar a Berganza

    cuando pretende conocer a destiempo el final de algn episodio de la vida de su amigo. En

    este punto vale la pena citar un memorable rifirrafe entre los perros, por la sensacin de

    dj-vu invertido, o ms bien divertido que pueda traer para los psicoanalistas:

    CIPIN. Pues ahora no puedes decir lo que ahora se te acuerda? BERGANZA. Es una cierta historia que me pas con una grande hechicera, discpula de la Camacha de Montilla. CIPIN. Digo que me la cuentes antes de que pases adelante en el cuento de tu vida. BERGANZA. Eso no har yo, por cierto, hasta su tiempo. Ten paciencia y escucha por orden mis sucesos, que as te darn ms gusto, si ya no te fatiga querer saber los medios antes que los principios. CIPIN. Se breve, y cuenta lo que quisieres y como quisieres. BERGANZA. Digo pues que yo me hallaba bien en el oficio de guardar ganado []25.

    Pues bien, aos despus de que Freud se nombrara en sus cartas Cipin, aos despus de

    que destruyera la correspondencia de su comperro Silberstein y considerase caduco todo ese pasado de sus aos juveniles, aos despus, entonces, en la poca en que transcurra el

    tratamiento de Emmy de N., un anlogo rifirrafe, pero esta vez de consecuencias mayores,

    ocurri entre Freud y su ahora nada sumisa paciente. El episodio que sigue ha sido

    sealado, con frecuencia, como la piedra de toque en la nueva experiencia discursiva creada

    con el psicoanlisis: Por algn camino doy en preguntarle porqu ha tenido dolores de estmago y de dnde provienen. Su respuesta bastante renuente, fue que no lo sabe. Le doy

    plazo hasta maana para recordarlo. Y hete aqu que me dice con expresin de descontento,

    que no debo estarle preguntando siempre de dnde viene esto y estotro, sino dejarla contar

    lo que tiene para decir. Yo convengo en ello y prosigue sin prembulos. Cmo ellos lo sacaron y no he podido creer que est muerto [] 26. El episodio efecta un corte en la modalidad de interrogatorio segn el cual transcurran los primeros tratamientos y, por ello

    crea las bases de la regla fundamental del anlisis. As, como se sabe, el dgalo todo freudiano tuvo su notable antecedente en el djeme hablar de la histrica.

    Las numerosas aventuras de Berganza con sus distintos amos, el jifero sevillano, los

    pastores, el comerciante, el alguacil, el atambor de una compaa de soldados, pero tambin

    su encuentro con la bruja Caizares y, luego los episodios con el morisco, el poeta de

    comedias y los tres locos del Hospital de la Resurreccin, todos ellos dejan un saldo

    inequvoco, efecto del propsito de decirlo todo27 con el que haba decidido aprovecharse del don del habla que por prestado tena: Ves mis muchos y diversos sucesos? Consideras mis caminos y mis amos tantos? Pues todo lo que has odo es nada, comparado

    con lo que te pudiera contar de lo que not, averig y vi desta gente; su proceder, su vida,

    25 Ibd., 663. 26 Sigmund Freud, Estudios sobre la histeria (1895), en Obras completas, Vol. 2 (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982), 84. 27 Miguel de Cervantes, Novela y coloquio que pas entre Cipin y Berganza, en Novelas ejemplares, op. cit., 652.

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  • sus costumbres, sus ejercicios, su trabajo, su ociosidad, su ignorancia y agudeza, con otras

    infinitas cosas, unas para decirlas al odo y todas para hacer memoria dellas y para

    desengao de muchos que idolatran en figuras fingidas y en bellezas de artificio y

    transformacin28. Si de desengao se trata es porque todos los sucesos de que es testigo Berganza y todos aquellos en que se ve involucrado a efecto de batirle la cola a sus

    distintos amos, no hacen ms que mostrar el crudo y ridculo rostro del engao y la prrica

    ganancia del trozo de carne que as se procuraban. Ya el ttulo de la novela que sirve de

    marco a El coloquio, El casamiento engaoso, da su tono a la serie de trampas, robos y mentiras de los amos de Berganza. A ellos se acercaba con sus maas de perro redomado,

    mostrndose solcito, con cabeza gacha y obstinada voluntad para que lo aceptasen como

    pastor, vigilante o saltimbanqui. Sin embargo, la tan mentada fidelidad del perro de la que

    hablan al comienzo los cnidos ejemplares, no lleva a Berganza a permanecer en una

    lealtad inconmovible con ninguno de ellos. Tan pronto lo molan a palos o lo dejaban sin

    comida o el perro se hastiaba de ser partcipe del engao, tomaba, como se dice, las de

    Villadiego. No pasar inadvertido que toda esa referencia a los amos, su destitucin y, sin

    embargo, su insoslayable presencia para el perro, concierne de modo ntimo a una prctica

    fundada por otro Cipin, algunos siglos despus.

    4. La literatura en el comienzo del psicoanlisis29

    En la obra verdaderamente inaugural del psicoanlisis, La interpretacin de los sueos30,

    encontramos numerosas referencias a la literatura clsica y contempornea. Se sabe que

    este texto deriv de lo que se llam, impropiamente, el autoanlisis de Freud; sabemos

    tambin que los resultados de tal proceso investigativo conocieron sus primeros

    formulaciones tericas con apoyo en referencias literarias. As, cuando el fundador del

    psicoanlisis encuentra en l, antes que en sus pacientes, las huellas de las primeras

    inclinaciones y rivalidades incestuosas, a la hora de formular sus primeros esbozos tericos

    sobre este hallazgo, decide nombrar tal encrucijada subjetiva con el nombre del infortunado

    hroe de Edipo rey. A lo que podemos agregar que el concepto de complejo de Edipo, no

    solo fue designado con el nombre de este personaje trgico, sino que adems su primera

    formulacin (lo que Freud denomin complejo de Edipo simple) fue aislada a partir de las

    acciones mayores de esta obra. Tambin en La interpretacin de los sueos, el lector puede

    advertir el diferente tratamiento que su autor da a las referencias cientficas y a las

    literarias. Buena parte de la revisin cientfica que Freud se ve precisado a presentar, por

    consejo de su amigo Fliess, le resulta de una aridez repelente. Otro muy distinto es el

    talante de sus apreciaciones cuando se refiere a la obra de escritores con cuyo auxilio logra

    presentar el concepto de inconsciente, gracias al cual funda lo que se conoce como

    psicoanlisis. En todo caso, es notable que antes de La interpretacin de los sueos, solo se

    encuentren en la obra de Freud muy escasas referencias a la literatura y que a partir de

    28 Ibd., 729. 29 Beln del Roco Moreno, Las figuras del goce en la obra de Clarice Lispector en Perspectivas de la investigacin psicoanaltica en Colombia (Medelln: Departamento de psicoanlisis, Universidad de

    Antioquia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, 2009). Este texto es una ampliacin y reformulacin de

    la seccin sobre metodologa del proyecto de investigacin referenciado. 30 Sigmund Freud, La interpretacin de los sueos (1900), en Obras completas, Vol. 1 (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1982).

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  • entonces, verdadero momento fundacional, estas no hayan dejado de frecuentar sus

    producciones.

    Es necesario, sin embargo, anotar que tales referencias fueron utilizadas por Freud en dos

    sentidos muy distintos. Para situar tal diferencia conviene citar un corto artculo de Freud

    sobre una novela de W. Jensen, La Gradiva, de la que se dice, quiz no tan injustamente,

    que pas a la posteridad no en razn de sus mritos, sino gracias al texto freudiano. Pues

    bien, en el artculo El delirio y los sueos en La Gradiva31 de W. Jensen, puede decirse que estn presentes las dos formas de operar con el texto literario. Quiz la ms notoria, y

    la que menos aporta, es servirse de la obra para ilustrar lo que Freud sabe por efecto de su

    trabajo clnico. Para la fecha de publicacin de este texto, 1907, Freud ya haba formulado

    las leyes que gobiernan la actividad onrica; as que los sueos y los delirios del perturbado

    Norberto Hanold, solo le sirven al propsito de ejemplificar lo que l ya saba, desde 1900,

    gracias a su Interpretacin de los sueos. El propio Freud, en una carta que escribe a Jung

    el 26 de mayo de 1907, reconoce que ese tipo de trabajo no aporta nada nuevo, solo le

    permite regocijarse con lo que ya es posesin terica del psicoanlisis: Por fin s que este trabajo merece alabanzas. Surgi en das soleados y disfrut mucho hacindolo. A nosotros

    no nos aporta nada nuevo, pero creo que nos permite alegrarnos con lo que ya poseemos 32. Sin embargo, en ese mismo artculo, Freud anota que en general los artistas siempre han

    precedido a los psicoanalistas en la revelacin del alma humana. Hace entonces una

    memorable parfrasis del Horacio de Hamlet, que anuncia la posibilidad de proceder de

    otra manera con las revelaciones que aporta el poeta: Y los poetas son valiossimos aliados cuyo testimonio debe estimarse en alto grado pues suelen conocer muchas cosas entre el

    cielo y la tierra y que ni siquiera sospecha nuestra filosofa33. A lo que Freud agrega, tambin en el citado artculo, que los artistas siempre nos han anticipado. Al tomar en serio esta indicacin, surge entonces, otra forma de acercarse a la literatura; ya no para

    ilustrar lo ya sabido, sino para acceder a un saber que puede permitirle al psicoanalista

    hacer ms finas sus observaciones. As se tratara de ampliar, interrogar, matizar,

    reformular y afinar los planteamientos tericos y clnicos del psicoanlisis gracias al saber

    sobre la subjetividad presente en la obra del poeta. Tal recurso a la literatura en la

    construccin del saber analtico puede parecer sorprendente; sin embargo, no pocas

    formulaciones tericas sobre asuntos clnicos encuentran all sus materiales. De dnde

    surge entonces ese saber que la obra trasmite? Las primeras indicaciones sobre este asunto

    tambin aparecen en el texto sobre La Gradiva. El poeta dice Freud dirige su atencin a lo inconsciente de su propio psiquismo, espa las posibilidades de desarrollo de tales

    elementos y les permite llegar a la expresin esttica, en lugar de reprimirlos mediante la

    crtica consciente34. Atisbar las posibilidades de desarrollo de lo que llega como ocurrencia inesperada es lo que el poeta portugus, Fernando Pessoa, en su ensayo sobre la

    fama pstuma35, denomina realizar una extensa labor de consecuencias y conclusiones. Esa

    labor culmina entonces en la produccin de un saber cuyas coordenadas han sido muy bien

    31 Sigmund Freud, El delirio y los sueos en La Gradiva de W. Jensen (1907), en Obras completas, Vol. II (Buenos Aires: Amorrortu, 1982) 32Sigmund Freud y Carl Gustav Jung, Correspondencia (Madrid: Taurus, 1978), 88. 33 Sigmund Freud y Carl Gustav Jung, Correspondencia, op. cit, 1286. 34 Sigmund Freud, El delirio y los sueos en La Gradiva de W. Jensen (1907), en Obras completas, Vol. II, op. cit., 1335. 35 Fernando Pessoa, Erostratus (Valencia: Editorial Pre-textos, 1998)

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  • situadas por Barthes: el corpus literario hace descripciones, reproducciones, simulacros, tan bien agenciados, que la inteligencia primera se duplica con una inteligencia terica [] La literatura posee las ventajas de la ciencia (escrpulo de la observacin, inteligibilidad

    del fenmeno), pero no sus inconvenientes (reduccin y achatamiento del sujeto que

    habla)36. Esa inteligencia terica presente en la obra no concierne, obviamente, a la tcnica del autor, sino a la formulacin misma que ella aloja en tanto produccin ex nihilo. Ese

    valor terico est presente de manera privilegiada en la literatura, pero no por ello deja de

    tener sus manifestaciones en otras producciones artsticas No es acaso lo que Freud lee en

    La tentacin de San Antonio, la obra de Flicien Rops, mencionada en su artculo sobre La Gradiva? Freud lee en ese cuadro una teora sobre el terreno en que acontece el retorno

    de lo reprimido: El artista ha escogido para su obra el caso tpico de represin en la vida de los santos y penitentes. Un asctico monje se ha refugiado huyendo seguramente de las tentaciones del mundo a los pies del Redentor, crucificado; pero la cruz va hundindose en las sombras, y en su lugar aparece radiante una bella mujer desnuda, tambin en actitud

    crucificada [] nicamente Rops le ha hecho ocupar en la cruz el puesto mismo del redentor, pareciendo decir que lo reprimido surge en su retorno del elemento represor

    mismo37.

    5. Psicoanlisis terico psicoanlisis aplicado

    La expresin psicoanlisis aplicado fue utilizada por Freud en dos artculos de enciclopedia denominados Psicoanlisis y teora de la libido38; designaba con ella el campo de aproximacin del psicoanalista a fenmenos culturales que no fueron su primera

    materia. En efecto, el psicoanlisis se constituy, ante todo, como mtodo teraputico para

    las perturbaciones de la vida anmica. Fue Jung, despus de Freud, el primer analista en

    aventurarse en los terrenos del naciente psicoanlisis aplicado, al sealar las asombrosas correspondencias existentes entre las fantasas de los enfermos de dementia praecox y los

    mitos de los entonces denominados pueblos primitivos. El mismo Freud llam la atencin sobre el hecho de que los dos impulsos que constituyen el complejo de Edipo

    (incestuoso y parricida) estn presentes, bajo la modalidad de la prohibicin, en las dos

    leyes fundamentales del totemismo. El lugar central que en la teora freudiana habra de

    ocupar el complejo de Edipo condujo a que, muy pronto, buena parte de la primera

    generacin de analistas encontraran las manifestaciones del tambin llamado complejo nuclear de la neurosis en los ms diversos campos de las relaciones sociales y de la produccin cultural: la poltica, la religin, la eticidad, el derecho, la historia, la pedagoga,

    la literatura

    Diez aos despus de la aparicin de la expresin psicoanlisis aplicado, en la Leccin XXXIV de Nuevas lecciones introductorias al psicoanlisis, Freud ya no solo subrayar la ntima conexin existente entre los procesos patolgicos y los llamados normales (lo cual

    autoriza las aplicaciones del psicoanlisis a numerosos sectores cient ficos, sobre todo a

    36 Roland Barthes, Prsentation, de Communications, 30, La conversation, Le Seuil, Pars, 1997, pp. 4 y 5. Revisar ttulo: es libro o revista? 37 Sigmund Freud, El delirio y los sueos en La Gradiva de W. Jensen (1907), en Obras completas, Vol. II, op. cit., 1302. 38 Sigmund Freud, Psicoanlisis y teora de la libido (1923), en Obras completas, Vol. III (Buenos Aires: Amorrortu, 1982)

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    user-toshibaResaltadoDe la nada.

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  • las ciencias del espritu []39), sino que adems sealar algunos impasses de las primeras aproximaciones. En efecto, estos trabajos chocaron con obstculos entonces inevitables,

    pero no insalvables: o bien el analista no posea los conocimientos especializados en la

    materia sobre la cual pretenda arrojar nueva luz, o bien el especialista adems de ignorar,

    prefera desconocer el saber analtico. De modo que los primeros textos as producidos no

    podan tener otro destino que la desautorizacin, pues se trataba de incursiones harto

    apresuradas en campos hasta entonces ajenos. Para la poca en que Freud redacta Nuevas lecciones introductorias al psicoanlisis registra ya una notable mejora respecto de los resultados de los primeros entusiasmos y, de manera correlativa, abriga firmes esperanzas

    respecto de futuras producciones.

    Hay sin embargo un aspecto que, aunque Freud seal de paso, vale la pena comentar dado

    que constituye un asunto sobre el que insistir de modos diversos. Dice en la citada leccin

    que las aplicaciones del psicoanlisis son, adems, siempre, confirmaciones de sus doctrinas40. El asunto puede pasar inadvertido si se lo toma simplemente a cuenta de las vas a travs de las cuales el psicoanlisis encuentra garanta para sus formulaciones

    tericas. Pero esta afirmacin tiene un revs que no es posible dejar pasar sin algn

    comentario: la confirmacin podra convertirse en la mscara de una colonizacin, ms o

    menos lograda, del psicoanlisis sobre otros campos del saber. Quiz por ello el adjetivo

    aplicado adosado al trmino psicoanlisis tuvo algunas consecuencias desafortunadas, en tanto pudo llevar a privilegiar la idea de un apoderamiento por parte de un saber totalmente constituido de un objeto pasivo que no tendra ningn efecto de retorno sobre

    dicho psicoanlisis41. Esta concepcin del psicoanlisis aplicado se encuentra en algunos textos de analistas de los primeros tiempos; tal es el caso del ensayo Edgar Poe,

    tude psychanalytique de la princesa Marie Bonaparte, publicado en l933, y dotado de un

    significativo por lacnico prlogo de Sigmund Freud. El estudio, como lo seala Chemama, pretendi alcanzar totalmente la significacin escondida de [la] obra y las motivaciones profundas del autor puestas al desnudo por un diagnstico colonizador42.

    Llegados a este punto, no puedo tampoco evitar un comentario a un artculo de Freud, que

    clsicamente se ha considerado como perteneciente a la categora psicoanlisis aplicado: Un recuerdo infantil de Leonardo De Vinci. No podra acaso aplicrsele a este artculo el mismo comentario que acabo de citar sobre el texto de Marie Bonaparte? No termina

    Freud haciendo un diagnstico apresurado sobre la homosexualidad de genio renacentista, a

    partir de la interpretacin de un recuerdo de infancia? El propsito de este trabajo era,

    segn lo anuncia Freud, el esclarecimiento de las inhibiciones de la vida sexual y la actividad artstica de Leonardo43. Hay que decir que este ensayo biogrfico est dotado de no pocas complejidades y complicaciones, entre las cuales las ms notorias son las

    siguientes: la doble va de interpretacin (simblica y mitolgica) utilizada para descifrar el

    39 Sigmund Freud, Leccin XXXIV: Aclaraciones, aplicaciones y observaciones. Nuevas lecciones introductorias al psicoanlisis, en Obras completas, Vol. III (Buenos Aires: Amorrortu, 1982), 3183. La cursiva es ma. Revisar tomo o pginas. 40 Ibd., 3184. Revisar tomo o pginas. 41 Roland Chemama, Diccionario de psicoanlisis (Buenos Aires: Amorrortu, 1998), 329. 42 Ibd. falta pgina 43 Sigmund Freud, Un recuerdo infantil de Leonardo De Vinci (1910), en Obras completas, Vol. II (Buenos Aires: Amorrortu, 1982), 1616. Revisar tomo o pginas.

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  • recuerdo de infancia, la superposicin de diferentes planos de expositivos, el famoso error

    de traduccin, merced al cual Freud confunde al humilde milano (nibbio) con el mtico

    buitre del antiguo Egipto Estas dificultades no deben, sin embargo, hacer olvidar que con este texto Freud logr precisar y reformular un buen nmero de conceptos que ya hacan

    parte del saber analtico: la fantasa de la cual aqu anticipa su gramtica; la sublimacin

    que supone como va de tramitacin de las excitaciones pulsionales y al tiempo condicin

    para la creacin; la neurosis obsesiva y sus artilugios defensivos Entonces, si se trata de un texto de psicoanlisis aplicado, carece del habitual efecto de simple corroboracin que se espera de esta clase de trabajos. Con este ensayo patogrfico, Freud no solo construye algunas hiptesis sobre el maestro De Vinci, tambin y sobre todo, formula nuevas

    elaboraciones tericas cuya pertinencia clnica aun constatamos.

    Con lo dicho hasta ac quedan destacados dos trminos, que conviene en este punto

    retomar, para precisarlos, en su acepcin freudiana: psicoanlisis terico psicoanlisis aplicado. En efecto, con el trmino psicoanlisis, Freud no solo designaba un mtodo para la investigacin de los procesos psquicos difcilmente accesibles por otras vas,

    tambin nombraba un mtodo de tratamiento de las perturbaciones psquicas, basado en tal

    investigacin, y al mismo tiempo una teora, esto es, una serie de conocimientos psicolgicos, as adquiridos, que van constituyendo paulatinamente una nueva disciplina

    cientfica44. El trmino psicoanlisis aplicado designa, en cambio, en su acepcin corriente, al psicoanlisis cuando se aplica su saber terico y mtodo a objetos exteriores al campo de la cura (tales como obras literarias o artsticas, pero tambin a las religiones,

    las instituciones, la medicina, al poltica, el deporte y cualquier otra disciplina)45.

    Establecida esta distincin en la obra de Freud, pasemos ahora al aporte y

    desplazamiento que opera Lacan sobre uno de estos dos trminos. En la misma va de

    Freud, quien reconoca un saber al poeta, pueden leerse las frecuentes referencias a la

    literatura en la obra de Lacan. En el seminario sobre El yo en la teora y en la tcnica

    psicoanaltica se refiere al estatuto del saber expresado por el poeta y tambin a su carcter

    anticipatorio en los siguientes trminos: los poetas, que no saben lo que dicen, sin embargo siempre dicen, como es sabido, las cosas antes que los dems46. Tiempo despus, en el seminario sobre El deseo y su interpretacin47, cuando Lacan trabaja la referencia a

    Hamlet logra formular, gracias a la obra dramtica, una condicin que a partir de entonces

    ser definitoria del deseo humano, esto es, su condicin trgica. Desde entonces Lacan

    introduce una diferencia entre psicoanlisis terico y psicoanlisis aplicado. As, cuando

    Lacan se dirige a Hamlet no llega, con su teora terminada para aplicarla al personaje dramtico, sino que gracias a la obra puede construir nuevas puntualizaciones sobre el

    asunto del deseo. Al ser ese el resultado (una construccin terica), va de suyo que de lo

    que se trata con Hamlet, para Lacan, es de psicoanlisis terico. As Hamlet no es un caso clnico. Bien entendido Hamlet es ms que evidente recordarlo no es un ser real. Es un

    44 Sigmund Freud, Psicoanlisis y teora de la libido (1923), en Obras completas, Vol. III, op. cit., 266. 45 Roland Chemama, Diccionario de psicoanlisis, op. cit., 329. 46 Jacques Lacan, El yo en la teora y la tcnica psicoanaltica en El seminario de Jacques Lacan, Libro 2 (Barcelona, Paids, 1983), 17. 47 Jacques Lacan, El seminario 6 en El deseo y su interpretacin, indito.

  • drama que permite situar si ustedes quieren, como una placa giratoria donde se sita el

    deseo, donde podemos reencontrar todos los rasgos del deseo []48.

    Esta discusin es retomada en Juventud de Gide o la letra y el deseo donde Lacan distribuye de manera muy clara los terrenos del psicoanlisis aplicado y del mtodo psicoanaltico: El psicoanlisis solo se aplica, en sentido propio, como tratamiento y, por lo tanto a un sujeto que habla y oye [] Fuera de este caso, solo se puede tratar de mtodo psicoanaltico, ese mtodo que procede del desciframiento de los significantes sin

    consideraciones por ninguna presupuesta forma de existencia del significado49. Es claro a partir de esta referencia que el nico psicoanlisis aplicado es el que transcurre en la cura

    de un sujeto. La aplicacin entonces, desde la perspectiva de Lacan, concierne a la praxis

    que se juega en cada cura analtica. Entonces, es posible notar con claridad la redefinicin

    que Lacan realiza del trmino psicoanlisis aplicado: con Freud se trataba de la aplicacin de la teora y del mtodo psicoanalticos en terrenos ajenos a la cura; con Lacan

    se trata de la cura misma, lo cual le da su sentido propio. Por fuera de ese campo, contamos

    con el mtodo psicoanaltico, camino imprescindible para la elaboracin terica.

    Cada vez que Lacan quiso acuar o afinar un concepto recurri a la literatura y a la

    poesa. As fue con Hamlet para hablar sobre el deseo; con Antgona50 para referirse a lo

    que denomin segunda muerte; con El arrebato de Lol V. Stein51 para situar del estatuto del

    objeto mirada; con La carta robada52 para precisar la lgica del funcionamiento del significante Desde luego, esta perspectiva no considera la obra como signo de alguna patologa del autor; la obra vale aqu para el analista como producto que revela un saber

    sobre la lgica que constituye al sujeto. Por eso ac no se trata de adivinar la intenciones

    profundas y ocultas del creador, sino de atender al entramado significante de la obra, para leer el saber sobre la estructura que esta transmite... Y para ello no hay otro camino que

    tomar el texto a la letra.

    Despus de Freud y Lacan, muchos psicoanalistas han realizado trabajos en ese espacio

    nuevo que se crea en la interseccin de los dos campos; podra decirse que siempre son

    trabajos de ilustracin del psicoanlisis; solo que, de nuevo, hay que subrayar que tal

    ilustracin siempre puede leerse en dos sentidos, que a la larga van a constituirse en

    aproximaciones metodolgicas opuestas: por un lado, se ilustra al psicoanlisis, trayendo

    ejemplos de la literatura; por otro, bien distinto, se ilustra al psicoanlisis en el sentido de

    que en la literatura el psicoanalista aprende algo nuevo sobre la subjetividad.

    6. El desciframiento de los significantes

    48 Ibd., clase del 18 de marzo de 1959. 49 Jacques Lacan, Juventud de Gide o la letra y el deseo, en Escritos 2 (Mxico: Siglo XXI Editores, 1985), 727. 50 Jacques Lacan, El seminario de Jacques Lacan, Libro 7, La tica del psicoanlisis (Buenos Aires: Paids, 1988) 51 Jacques Lacan, Homenaje a Marguerite Duras, de El rapto de Lol V. Stein, en Intervenciones y textos (Buenos Aires: Editorial Manantial, 1998), 65-66. 52 Jacques Lacan, El seminario sobre la carta robada, en Escritos 1 (Mxico: Siglo XXI, 1990)

  • As se entiende que el asunto metodolgico tenga la mayor importancia cuando se trata de

    acercarse a los textos literarios, puesto que en el orden de la construccin terica se

    concede un estatuto anlogo a las formaciones del inconsciente y a las producciones

    literarias53. En este sentido Ansermet, en un nuevo giro concerniente al llamado

    psicoanlisis aplicado, ha planteado que entonces ya no se trata [] de psicoanlisis aplicado a la literatura, sino por el contrario, de literatura aplicada al psicoanlisis54. A partir de las consideraciones precedentes podemos derivar que la nica provisin que le

    permite al psicoanalista situarse en la condicin propicia para el hallazgo es el mtodo y no

    la teora entendida como organizacin previa de saber. El mtodo psicoanaltico es el

    desciframiento de los significantes; en sus grandes lneas ese mtodo fue descrito desde La

    interpretacin de los sueos. Detengmonos entonces all brevemente para luego derivar

    consecuencias en el terreno que nos interesa. Cuando Freud emprende el anlisis del sueo

    inaugural, el sueo de la inyeccin de Irma, distingue su mtodo de los dos mtodos

    tradicionales de interpretacin onrica. El primer mtodo toma el contenido de cada sueo en su totalidad y procura sustituirlo por otro contenido comprensible y anlogo en ciertos

    aspectos. Es esta la interpretacin simblica de los sueos [] Naturalmente, no es posible indicar norma alguna para llevar a cabo una tal interpretacin simblica. Esta depende tan

    solo del ingenio y de la inmediata intuicin del interpretador55. El segundo mtodo llamado descifrador considera al sueo como una especie de escritura secreta, en la que cada signo puede ser sustituido, mediante una clave prefijada, por otro de significacin

    conocida56. Los dos mtodos, aunque dispares, comparten un elemento comn que es el producto obtenido por su aplicacin, a saber, un significado; bien que este provenga del

    ingenio del intrprete, bien que derive de una clave prefijada. Ninguno de estos dos

    mtodos ni sus productos corresponden al mtodo psicoanaltico, que como se haba

    sealado, implica el desciframiento de los significantes. Tal desciframiento, para el caso de

    la produccin onrica, conduce a descomponer el contenido manifiesto en sus cifras, esto

    es, en sus elementos constitutivos; tales elementos son los significantes que organizan la

    estructura del sueo.

    Ahora bien, si trasladamos las consideraciones freudianas sobre esos dos mtodos

    interpretativos al campo de las relaciones entre psicoanlisis y literatura, podemos colegir

    inmediatamente cules son los dos procedimientos, ya utilizados en este terreno, que

    terminan o bien en extravo, o bien, en repeticin sin consecuencias. El mtodo simblico

    que apunta a producir un significado, a partir de analogas, correspondera a los trabajos de

    la psicobiografa, donde todo culmina en un juego de espejos entre los datos biogrficos del

    autor y su obra. Del lado del llamado mtodo descifrador podramos ubicar los ejercicios de

    ejemplificacin de la teora con los textos literarios, donde lo que Freud denomina clave correspondera a la teora ya constituida que se pretende ilustrar.

    53 Freud ha utilizado la literatura en sus elaboraciones clnicas, segn un estatuto paralelo a las formaciones del inconsciente, como uno de los terrenos privilegiados junto a la clnica del sueo, del chiste o el acto fallido, para la exploracin de la vida psquica. Franois Ansermet, Ms vale no haber nacido nunca, en La psicosis en el texto, Buenos Aires, Manantial, 1990, p. 80. 54 Jacques Lacan, El seminario sobre la carta robada, en Escritos 1, op. cit., 8. 55 Sigmund Freud, La interpretacin de los sueos (1900), en Obras completas, Vol. 1, op. cit., 406. 56 Ibd., 407.

  • Dicho lo que no es (ni psicobiografa ni ejemplificacin) y anunciado el fundamento del

    mtodo, a saber, el desciframiento de los significantes, nos resta, ahora, situarlo en sus

    particularidades. Trasladado al campo de la literatura, el mtodo no implica la

    interpretacin de un sujeto (del creador), puesto que este ni habla ni oye segn acontece en una cura o en un psicoanlisis aplicado. Sobre los divertimentos inanes que as podra procurarse un psicoanalista, Lacan haba advertido en su Homenaje a Marguerite Duras. All plantea que recordar el estatuto de un sujeto debera poner trmino a algo que al fin y al cabo hay que llamar por su nombre: la patanera, digamos la pedantera, de cierto

    psicoanlisis. Esta faceta de sus esparcimientos, por ser visible, esperamos, para los que se

    arrojan en ella, debera servir para sealarles que estn cayendo en algo necio: atribuir, por

    ejemplo, la tcnica confesa de un autor a alguna neurosis: patanera, y demostrarlo como la

    adopcin explcita de los mecanismos que constituyen su edificio inconsciente: necedad

    [] pienso que un psicoanalista solo tiene derecho a sacar una ventaja de su posicin, aunque esta por tanto le sea reconocida como tal: la de recordar con Freud, que en su

    materia, el artista siempre le lleva la delantera, que no tiene por qu hacer de psiclogo

    donde el artista le desbroza el camino57.

    Si la produccin literaria, y en particular la creacin potica, aporta una revelacin sobre la

    subjetividad, el primer paso es atender a cules son los temas sobre los cuales una obra

    insiste, lo cual ya anuncia el saber particular que alberga y que, dado el caso, puede

    permitirle al psicoanalista reformular, interrogar o hacer ms sutiles observaciones clnicas

    y tericas. Por otra parte, y atendiendo a la misma lgica significante, derivada de La

    interpretacin de los sueos, es preciso atender a las contigidades privilegiadas de la obra.

    Este orden de la contigidad es el que con Lacan reconocemos como metonimia, en lo que

    Freud nombr con el trmino de desplazamiento. De modo equivalente, hay que recordar

    que en la lectura lacaniana de los mecanismos del proceso primario, la condensacin

    freudiana resulta anloga a la figura de la metfora. Si pensamos este orden de articulacin

    significante en el registro de la produccin literaria, es posible encontrar las formas en que

    un mismo tema halla modo de expresin a travs de otros con los cuales guarda lazos de

    semejanza. Un autor puede cifrar el tema que retorna con insistencia en sus producciones

    bajo otras denominaciones. Hay que recordar acaso la memorable profusin barroca que

    Lacan escucha en las intenciones del discurso onrico para volver a tener presente cules

    son las vas de los asuntos del deseo? Sea entonces!: Elipsis y pleonasmo, hiprbaton o silepsis, regresin, repeticin, aposicin, tales son los desplazamientos sintcticos,

    metfora, catacresis, antonomasia, alegora, metonimia y sincdoque, las condensaciones

    semnticas en las que Freud nos ensea a leer las intenciones ostentatorias o demostrativas,

    disimuladoras o persuasivas, retorcedoras o seductoras, con que el sujeto modula su

    discurso onrico58.

    Estas dos direcciones de anlisis no agotan la cuestin metodolgica, puesto que tambin es

    preciso atender a las rupturas presentes en el texto, en los muy diversos niveles en que estas

    57 Jacques Lacan, Homenaje a Marguerite Duras, de El rapto de Lol V. Stein, en Intervenciones y textos, op. cit., 65-66. 58 Jacques Lacan, Funcin y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanlisis, en Escritos 1 (Mxico: Siglo XXI, 1990), 257.

  • pueden aparecer. La atencin all, desde luego, estar orientada a situar los elementos

    significantes previos y posteriores a la ruptura.

    7. El lmite al desciframiento

    Aunque en un cierto sentido somos retricos59, no se trata simplemente de situar la variedad

    mltiple en que acontece el comercio significante. No hay que olvidar, entonces, que toda

    esta lgica significante est organizada alrededor de un vaco, que es ante todo vaco de

    saber. Es preciso tener presente, entonces, la formulacin lacaniana sobre el inconsciente

    como un saber agujereado. Volvamos, entonces, a La interpretacin de los sueos, para

    derivar de all otras consecuencias en lo que a nuestra labor se refiere. Una vez que Freud

    ha descubierto las ideas latentes del sueo, dice que con ello no cree haberlo agotado, pues

    todo sueo presenta por lo menos un fragmento inescrutable, como un cordn umbilical por el que se halla unido a lo incognoscible60. El ombligo del sueo es lo que como falta de saber se halla, paradjicamente, presidiendo todo el andamiaje del saber inconsciente.

    Dicho de otra manera, lo simblico tiene un lmite, que produce lo real en tanto

    incognoscible. De modo equivalente, la obra potica tiene un real, imposible de abarcar a

    travs del ejercicio interpretativo. Ese real est sealado por la funcin dectica, realizada

    por la misma organizacin significante de la obra. De all que para el psicoanalista no solo

    se trata de cmo derivar saber de la obra literaria, sino de cmo situar el real que est en

    juego. Punto en el cual Serge Andr aporta una nocin que puede resultar un tanto

    sorprendente, pero que cobra, en ese contexto, un enorme valor: el saber negativo. Considera Andr que la relacin entre el saber del psicoanalista y la invencin del artista es mucho ms compleja de lo que Freud imaginaba entre 1907 y 1910. Por otra parte, el

    saber que se adquiere por la experiencia psicoanaltica no es simplemente un saber positivo

    en el cual se podra ubicar el conocimiento de los procesos inconscientes y los

    procedimientos de su desciframiento. Si es cierto que el artista siempre nos precede, es

    porque l nos ensea que nuestro saber psicoanaltico es tambin, y antes que nada, un

    saber negativo. Esto es lo esencial que habrn de compartir el psicoanalista y el artista. Al

    trmino de un anlisis sabemos una cierta cantidad de cosas, pero sobre todo sabemos lo

    que ignoramos y que ignoraremos siempre61. Habra pues, por un lado, un saber positivo que deriva del desciframiento significante y por otro, un saber negativo que es el saber

    sobre el lmite a ese desciframiento. Hay que sealar, sin embargo, que ese saber negativo

    ya estaba prefigurado en Freud, antes de 1907 y 1910 (fechas respectivas de las

    publicaciones de sus artculos sobre La Gradiva y sobre Leonardo Da Vinci), en lo que

    denomin ombligo del sueo, en 1900. Para puntualizar estas consideraciones metodolgicas es preciso anotar que se trata de un recorrido que est entre el

    desciframiento significante y la localizacin del real que lo causa y a un tiempo lo detiene.

    Sobre el real en causa, Lacan aport su concepto de objeto a, bajo las diversas modalidades

    en que la clnica lo ha particularizado: seno, heces, mirada y voz. Tales modalidades del

    objeto a quedan indicadas, al tiempo que sustradas, en el arduo trabajo sobre la letra

    59 Jacques Lacan, El psicoanalista en un retor. Seminario 25, Momento de concluir, clase 1, 15 de noviembre de 1977, indito. 60 Ibd., 415. 61 Serge Andr, Flac (Mxico: Siglo XXI, 2000)

  • realizado por el escritor... As, el objeto a resulta ser el resto que queda del pensamiento al final de todos los discursos62.

    BIBLIOGRAFA

    ANDR, SERGE. Flac. Mxico: Siglo XXI, 2000.

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    62- A saber, lo que el Poeta [Paul Valery] puede escribir, sin saber lo que dice, cuando se dirige a su madre Inteligencia, en quien la dulzura manaba, cul es esta negligencia que hace callar su leche?.

    - A saber, una mirada embargada que es la que se transmite en el nacimiento de la clnica [Michel Focault].

    - A saber, lo que uno de mis alumnos, recientemente, en el Congreso de la Universidad John Hopkins, tom como tema llamndolo La voz en el mito literario.

    - A saber, tambin lo que queda de tantos pensamientos gastados en forma de un frrago seudocientfico al que se lo puede igualmente llamar por su nombre, como lo hice desde hace tiempo respecto a una partida de la literatura analtica, y que se llama mierda. Confesado de hecho por los autores. Quiero decir que, salvo por una pequea falla del razonamiento respecto a la funcin del objeto a, uno de ellos pudo articular bastante bien que no hay ms soporte del complejo de castracin que lo que pdicamente se llama el objeto anal Cfr. Jacques Lacan, La logique du fantasme, Sminaire 1966-1967, Pars, ditions de la Association Lacanienne Internationale, publicacin no comercial, 2004. Traduccin: Pio Eduardo Sanmiguel.

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