Azote, salario y ley. Disciplinamiento y rebeldía de la mano de obra en la minería de Atacama....

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Azote, salario y ley. Disciplinamiento y rebeldía de la mano de obra en la minería de Atacama. 1817-1852. María Angélica Illanes. Preámbulo La historia social del movimiento obrero en Chile ha sido, una historia de statu quo. Se ha centrado en el movimiento orgánico de un proletariado consolidado en cuanto tal, cuyo “ser proletario” no es cuestionable; más bien, necesario. Lejana y sumergida permaneció la otra historia: la de la lucha de los trabajadores por impedir justamente su proletarización, es decir, por evitar la pérdida de sus espacios de autonomía laboral y existencial. El tema del presente trabajo es la lucha entablada en el interior de una economía y sociedad por consolidar/obstaculizar el capitalismo como domesticación social. Podríamos identificar el período que se abre con la Independencia como “la segunda fase de conquista”, cuando los sometidos entran en estado de rebeldía a su total proletarización. Un espíritu de rebeldía individual y colectiva, crónico, cotidiano y, al mismo tiempo, explosivo, espontáneo y organizado, dificultó seriamente la fuerza organizadora desplegada por los grandes mineros, en un período de ímpetu productivo minero y de gran necesidad de mano de obra. La rebeldía de antiproletarización se generó a partir del mismo proceso de producción capitalista y se reprodujo dentro de su propio circuito, hizo de la historia social del capitalismo minero durante la primera mitad del S XIX en Chile, un escabroso camino de transición, dificultando los procesos superiores de acumulación. La ley, las armas, toda la institucionalidad republicana, coadyuvaron al sometimiento de mano de obra. En necesario consenso del poder, requirió, en primer lugar, de un proceso de disciplinamiento en el interior mismo del sistema policial y judicial; en segundo lugar, este último debió enfrentarse al 1

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Azote, salario y ley. Disciplinamiento y rebeldía de la mano de obra en la minería de Atacama. 1817-1852. María Angélica Illanes.Preámbulo La historia social del movimiento obrero en Chile ha sido, una historia de statu quo. Se ha centrado en el movimiento orgánico de un proletariado consolidado en cuanto tal, cuyo ser proletario no es cuestionable; más bien, necesario. Lejana y sumergida permaneció la otra historia: la de la lucha de los trabajadores por impedir justamente su proletarización,

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Azote, salario y ley. Disciplinamiento y rebeldía de la mano de obra en la minería de Atacama. 1817-1852. María Angélica Illanes.

Preámbulo

La historia social del movimiento obrero en Chile ha sido, una historia de statu quo. Se ha centrado en el movimiento orgánico de un proletariado consolidado en cuanto tal, cuyo “ser proletario” no es cuestionable; más bien, necesario.

Lejana y sumergida permaneció la otra historia: la de la lucha de los trabajadores por impedir justamente su proletarización, es decir, por evitar la pérdida de sus espacios de autonomía laboral y existencial.

El tema del presente trabajo es la lucha entablada en el interior de una economía y sociedad por consolidar/obstaculizar el capitalismo como domesticación social.

Podríamos identificar el período que se abre con la Independencia como “la segunda fase de conquista”, cuando los sometidos entran en estado de rebeldía a su total proletarización.

Un espíritu de rebeldía individual y colectiva, crónico, cotidiano y, al mismo tiempo, explosivo, espontáneo y organizado, dificultó seriamente la fuerza organizadora desplegada por los grandes mineros, en un período de ímpetu productivo minero y de gran necesidad de mano de obra.

La rebeldía de antiproletarización se generó a partir del mismo proceso de producción capitalista y se reprodujo dentro de su propio circuito, hizo de la historia social del capitalismo minero durante la primera mitad del S XIX en Chile, un escabroso camino de transición, dificultando los procesos superiores de acumulación.

La ley, las armas, toda la institucionalidad republicana, coadyuvaron al sometimiento de mano de obra. En necesario consenso del poder, requirió, en primer lugar, de un proceso de disciplinamiento en el interior mismo del sistema policial y judicial; en segundo lugar, este último debió enfrentarse al propio poder patronal que, especialmente hacia la década de 1840, jugaba a autonomizarse de la tutela institucional.

La Independencia

1- Desatados y desertores

Las noticias de la llegada de los oficiales de la Independencia a los pueblos del norte provocaban entre los trabajadores la inmediata estampida a los cerros. El sonido de las cabalgaduras persecutorias en nombre de la libertad, quedó grabado en el eco de los valles como símbolo premonitorio de esa permanente contradicción de la historia republicana: la libertad y el látigo. La exigencia de la recluta forzosa impuesta por las urgencias militares de la Independencia, vino a agravar el ya antiguo desequilibrio entre las necesidades del capital y el acceso a la mano de obra en el Norte Chico.

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El proceso de Independencia anticolonial no solo se tradujo en la ruptura del orden político preexistente, si9no que repercutió notablemente en el aflojamiento del orden social-laboral, especialmente en el ámbito minero, donde la mano de obra no estaba “naturalmente” atada a la tierra ni a su familia.

La desorganización represivo-policial del sistema laboral colonial coincidió, además, con el descubrimiento de nuevos minerales. Ante el nuevo descubrimiento, cientos de peones partirían esperanzados en conquistar para sí la riqueza virgen de la tierra. A esta natural migración con un destino fijo se superpuso esa dispersión forzada de la guerra que vaciará los pueblos, con el consiguiente malestar de los propietarios de las localidades.

El ejército libertador se veía debilitado por las numerosas deserciones. La Independencia abrió, las compuertas para una aventura de escapadas alimentadas durante años por esa gran lucha interna que se entabló entre reclutamiento y deserción. A pesar de que esa continua deserción entre los mismos pueblos y la llegada de desertores al norte fronterizo desde otros lugares del país y de la Argentina podría haber favorecido el rápido restablecimiento del equilibrio mano de obra/capital, en los hechos, la relación no fue fácil ni definida al respecto.

La hazaña militar de la Independencia terminó por anarquizar completamente al orden social preexistente, dificultando seriamente el acceso y sujeción de la mano de obra a los dueños. Estos debieron enfrentar el desafío de adquirir y disciplinar trabajadores.

La Independencia emancipó persecutoriamente al proletariado servil, obstaculizando el despliegue productivo-mercantil capitalista.

2- Los prisioneros

Los reclamos contra la recluta se hicieron vehementes y su incumplimiento y las excusas de los gobernantes, reiterados. Una solución inmediata, una forma de conciliar la producción y la guerra, fue el arrendamiento de prisioneros españoles de guerra por parte del Estado a los particulares. No solo los arrendaban propietarios chilenos, sino también indígenas. Es claro que estos peones prisioneros poca ocasión tenían para ser proletarios.

3- El desorden peonal

Una de las características del movimiento ilustrado de la Independencia había sido la dictación de textos-bandos de policía destinados a establecer un mínimo orden social y evitar el bandolerismo. No obstante, el desgobierno social se hizo inevitable y se concentró en ese espacio naturalmente abierto a los flujos de “vagos”: la frontera de Atacama.

La economía capitalista en el ámbito de la minería se consolidó sobre la base de la tensa lucha librada por los empresarios para disciplinar a una mano de obra que no se mostro dispuesta a proletarizarse y a someterse a la lógica del capital.

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La rebeldía de los peones a nivel laboral se expresó principalmente a través de dos mecanismos: el “robo” de metales y la exigencia a los patrones de “adelantos de salarios”.

La rebeldía obrera a esa vida desnaturalizada y cruel del trabajo minero se expresaría en la evasión a través del alcohol, en la prostitución y en el crimen, lo que para los empresarios tenía un nombre: paralización de faenas.

Ante esta situación crítica de desorden y creciente necesidad de mano de obra, la clase patronal y gubernativa intentó por todos los medios restablecer el orden laboral vía la reglamentación represiva y la reorganización de un contingente policial especial para la minería.

Una de las medidas más dura y, por lo tanto, más difíciles de hacer cumplir era la de prohibir la reunión, la fiesta y la alegría en la chingana. Intentarán terminar con ellas, liquidar ese espacio libre del peón, donde además realizaba su cíclica desproletarización.

Queda claro que la política anti-chingana apuntaba básicamente a un problema: el de la reunión, del encuentro libre entre los peones y de éstos con sus amigos.

Más grave aún, las chinganas eran punto de encuentro del pueblo con los soldados, en un tiempo en que todavía no se habían separado frontalmente. Objetivo clave del disciplinario capitalista será, pues, producir un radical distanciamiento entre ellos, condición básica para el funcionamiento del sistema de obligación. El disciplinamiento peonal suponía el disciplinamiento militar.

El disciplinamiento y sus contradicciones

1- La rebeldía peonal hacia 1830

Los precarios intentos de disciplinamiento quedaron nuevamente desbaratados con la guerra civil de 1829-30. Esta fue la oportunidad que tuvieron los peones para escapar a los intentos de proletarización moralizadora. La revolución de 1830 se manifestó en el abandono de labores en las faenas mineras por parte de los peones, que se entregaron “enteramente al ocio, embriaguez, robos y toda especie de corrupción”.

El espíritu de rebeldía del pueblo se materializaba con la mayor intensidad en los minerales, expresado en saqueos en las faenas, en la intensificación de fugas con adelantos, en la multiplicación de robos de minerales negociados por una gran cantidad de traficantes de todos los calibres.

El mecanismo represivo policial era fundamental para el establecimiento del orden social productivo, era entonces demasiado precario para las necesidades de producción minera. Las medidas por implementar debían apuntar hacia la formación de un reglamento de minería que normara, a nivel de toda la provincia, el cumplimiento laboral.

Pero ¿cuál sería la garantía de aplicación de un reglamento de papel que podía quedan en el polvo del estante del juez? El primer reglamento de minería “Consultivo de Orden de los Asientos de

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Minas y de los Operarios de ellas”. Con él se terminaba el libre acceso a los minerales para los individuos del “estado común”.

El castigo, consustancial a todo reglamento, establecía y subrayaba, como siempre la diferenciación de clases: de 25 a 50 azotes y trabajos en obras públicas para los individuos de “estado común”, y pago de multas en dinero para los que no lo eran. El castigo de azotes, que se había desterrado en aras de los principios republicanos, se había vuelto a decretar en 1825 y se aplicaría especialmente en el norte minero en este tiempo de rebeldía contra la proletarización. Solo con sangre entraba la lógica de la domesticación.

Los esfuerzos por imponer el orden en los minerales debían, recorrer un largo camino. Con la implantación de las medidas reglamentarias represivas de la libertad en los minerales, la rebeldía del pueblo se acrecentó.

El camino de la domesticación capitalista se construía volviendo atrás sobre sus propios pasos.

2- Fuerza, ley y propiedad

A partir del año 1834, el régimen portaliano se configuró como el modelo de orden autoritario para la consolidación capitalista. La fuerza de la autoridad militar y la ley se pondría plenamente al servicio de la lógica patronal como fundamento del orden social en tanto sometimiento u proletarización.

Todo el peso del sistema de poder se abocará a atacar el problema de la proletarización, la instalación de autoridades militares y judiciales profesionales, sobre la jurisdicción de los dos minerales más importantes del país: Arqueros y Chañarcillo; en segundo lugar, el establecimiento de un contingente de fuerza armada en los minerales, control y fiscalización de la extracción de minerales, cuarto, la persecución de los compradores de mineral “robado”, los cangalleros, y la obstaculización de su beneficio clandestino en los buitrones de los asientos de minas.

El reglamento exigía también a los patrones el cumplimiento de sus deberes para con los peones, el pago oportuno de su salario, el proporcionarles las comodidades necesarias a su salud. La proletarización como una compensación domesticadora: moral, física y psicológica.

Los juicios contra los robos, actuaron como factores de moralización de los trabajadores.

El fenómeno de la domesticación proletaria no se explica sin esta suerte de aprendizaje moral-judicial. El juicio y el azote como sentencia legal pretendían aplicar el refrán: “la letra con sangre entra”.

Melgarejo (comandante general, autoridad militar de Chañarcillo) apunta a terminar, así con la existencia de una suerte de federalismo, dado en función de la lucha por la captación de mano de obra y minerales entre los distintos espacios socio-productivos de la región. Una contradicción para el orden capitalista en proceso de construcción y consolidación.

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Melgarejo atacó el problema por otro lado; ámbito catalogado como uno de los más difíciles de solucionar y que atentaba gravemente contra el disciplinamiento: las chinganas. Impuso a cada dueño de chingana el gravamen de 60 pesos mensuales para conservar su negocio. Obviamente desaparecieron casi por arte de magia, quedando solo una en la villa, que daba 4 funciones al mes.

Creo un cuerpo de vigilantes diurnos para cuidar la propiedad de los comerciantes urbanos, la “seguridad de los ciudadanos” y el cumplimiento de los bandos de policía. Dotó de distinción a estos vigilantes. El orden social aparentemente se consumaba en esta imagen de una fuerza policial diferenciada, separa de su clase por la tela y el color que envolvía el cuerpo.

La rentabilidad del incumplimiento de los bandos reproducía, así, contradictoriamente, el indisciplinamiento social; no obstante, la guerra entablada por consolidar el orden capitalista patronal y su consiguiente sujeción proletaria prosiguió.

3- La crisis del orden

El cerco se iba estrechando sobre los peones: el látigo de los jueces y gobernadores casi se enredaba entre sus pies. Las delaciones y persecuciones comenzaron a hacerse masivas; reinaba la desconfianza en los minerales y los ánimos se alteraban.

La situación estalló el día 5 de julio de 1837. Se sublevaron todos los peones de Chañarcillo, como reacción de ira ante el azote público de un peón que había robado piedras, y a quien quitaron de las manos del juez. Enfurecidos los peones gritaban que “cómo no castigaban a otros que se tenían por decentes como el ladrón de Domingo Guzmán”. Los sublevados atacaron con piedrazos al juez Pedro Torres y a sus soldados. Los mineros, en un intento por asesinar al juez, comenzaron a poner fuego al rancho en que aquel se hallaba.

Se trato de un motín que mucho calificarían de rebeldía primaria, mínima, desorganizada, espontánea, no reivindicativa. No obstante, a mi juicio, esta fue una rebelión en contra de los abusos hechos en nombre de la ley; es una rebelión que expresa identificación de clase, dada en la misma experiencia. Experiencia de injusticia concebida como el castigo ensañado contra de una clase (los peones) y no contra otra (los de <pantalón>). Esta percepción de la “diferencia de clases ante la ley” provoca la rabia que se volcaba con incontenible fuerza en la “justicia de las propias manos”.

Melgarejo hizo un nuevo intento con un reglamento especial para Chañarcillo en agosto de 1837. Éste pretendía un vez más concertar a las autoridades en los minerales (dueños, mayordomos y jueces) en vista de su mutua defensa y cumplimiento de las leyes, estrechando aun más la alianza patrón-juez hasta la intimidad misma del reciento de descanso y vida peonal. Los derechos de los peones se entendían como permiso para manifestar quejas, las que debían ser canalizadas por conductos legales. Por último y con el fin de ir produciendo la domesticación por consentimiento, se pretendía inducir la “educación” (por repetición) de los peones en el conocimiento del Reglamento.

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La aprobación y aplicación del reglamento no impidió que los “males” fuesen en aumento y, por la misma necesidad de mano de obra, pronto aquél terminó por transformarse en una verdadera “compra-venta del delito”: sus prohibiciones servían de motivo para el cobro de infinitas multas que se doblaban y triplicaban en casos de reincidencia. Así consumía el obrero lo que ganaba y lo que “robaba”, alimentando la recaudación de la policía minera creada para reprimirlo.

Pero el peón minero, en esto consistía su lucha, en mantenerse libre, Vivirá multado, perseguido, fuera de la ley, pero así expresará su rechazo y obstaculizará el establecimiento de la legalidad capitalista. En torno a esta lucha por la libertad construirá solidaridad y sentido de pertenencia a un grupo o a una suerte de clase a-proletaria, es decir, cuyo proyecto vital era liberarse de su condición proletaria.

EL capitalismo provincial entró en una fase altamente competitiva; esto desarticuló la alianza y la homogeneidad de los patrones, cuyos negocios, intereses y lucha por aumentar su participación en las riquezas producidas por los minerales de plata, los condujo a chocar entre sí. La fragilidad de la estructura patronal de poder aumentó y fomentó, a su vez, las oportunidades de desproletarización cíclica y crónica de los peones, los cuales encontraron mayores posibilidades en negocios y colocación de minerales sustraídos.

Aumento la competencia patronal en disputa por la mano de obra, incluso se llegó a fomentar y ocultar las escapadas de los peones de un patrón a otro. El modelo autoritario basado en la alianza patronal-militar-judicial para el sometimiento y domesticación, había fracasado.

Melgarejo (quien había sido nombrado intendente) sabía que la causa primera del desorden residía en la imposibilidad de imponer el sometimiento como proletarización. La competencia entre los empresarios mineros estaba arrasando con todos los mecanismos legales reglamentarios y policiales para la adscripción de la mano de obra asalariada. Se produjo, pues, una total anarquía en las alianzas sociales, lo cual dificultó aun más la fijación de los términos de las relaciones sociales de producción, llevando a un “desorden social” crónico. En la práctica, esto se tradujo en una riesgosa dependencia del empresario minero respecto de los trabajadores disponibles. Tal situación permitió al peón minero determinar ciertas reglas del juego en las relaciones de trabajo, consistentes en la compensación del salario vía el adelanto efectivo con fuga y el beneficio en minerales (“robo de minerales”).

Sin embargo, esta compensación permitía al peón contar con un determinado margen de acumulación de medios de subsistencias, que le daban la posibilidad de resistirse al trabajo asalariado típicamente capitalista.

III- La nueva ofensiva disciplinadora: Ley y patrón

El intendente melgarejo no se dio por vencido en intentó una nueva batalla reglamentaria el año 1843. “El principal objeto del presente arreglo es proteger los intereses de los dueños de minas y haciendas de campo y restablecer la honradez y buena fe de los trabajadores”, haciendo un llamado a unos y otros cumplir el reglamento y denunciar su fraude. El reglamento establecía dos

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mecanismos “textuales” con el objeto de forzar la proletarización: uno era el contrato escrito de trabajo y el otro el certificado de desahucio, documentos confeccionados homogéneamente por el intendente para los departamentos de la provincia.

En su, Melgarejo intentaba forzar la proletarización interviniendo en las relaciones de producción por la vía legar y el control estatal, cuando aún no estaban dadas las condiciones históricas para ellos a nivel de la misma relación indicada.

Las placillas, y especialmente la de Chañarcillo, eran el centro de la peonada minera del lugar y el espacio donde se cristalizaba la liberación del peonaje; “refugio obrero” que le permitía al peón una interrelación de grupo y clase en forma independiente del mineral y confrontada a él. Así, este “infierno de tentaciones, de disipación, ocio, embriaguez, juego y ratería”, llego a convertirse, para los empresarios y autoridades, en uno de los elementos más conflictivos de la historia minera de aquellos años. In capaz de dominar a la peonada a nivel del trabajo y la producción, el empresario la ataco en su espacio propio, en su vida libre y su consumo. EL control de su población y de la actividad de ésta dentro de aquel recinto, pasó a ser preocupación principal de los propietarios de Chañarcillo y de las autoridades de Copiapó.

Sin embargo, el peón minero pudo lanzar, es esta época, una amenaza: “Si no conseguimos racionales franquicias, nuestros brazos vigorosos nos darán la subsistencia en cualquier parte en donde nos convenga trabajar y vivir”. La neurosis que se desató en contra de los peones y la Placilla llegará a un extremo. La noche del 9 de septiembre de 1846, la Placilla ardió por sus cuatro costados. Un silencio cómplice rodeó los sucesos. Así murió la Placilla de Chañarcillo.

La envergadura del “problema social” en la minería y la dificultad para los empresarios de ponerle atrajo vía la reglamentación, el control policial y el ataque directo (incendio de la Placilla), comenzó a hacer nuevamente crisis. La comisión propuso entonces un vasto plan de “control obrero” (quizá único en su género), con un objetivo básico: terminar con la fuga de peones y el robo de minerales. En suma, se trataría de mantener al trabajador atado a la mina, controlando día a día su permanencia, terminando con su libre relación con el espacio, con el medio social y con su vida íntima; desvinculándolo así de las placillas y vigilando su tiempo libre extrajornada.

IV- Régimen de producción en transición

Los empresarios de mayor peso de opusieron decididamente a tales reformas; el minero ¿no abandonará sus faenas y buscará trabajo donde no halle tanta opresión? Quedará entonces abandonado el mineral de Chañarcillo.

Esta doble situación de auge y expansión minero, por un lado, y escasez de trabajadores en relación a las necesidades del capital, por otro, conjuntamente con el fenómeno de proletarización no acabada propio de esta época, configurará relaciones de producción peculiares, que denominaremos “relaciones salariales de plusvalía menor”, descritas anteriormente como relaciones compensadas en el pago adelantado con fuga y beneficio en minerales. Este anticipo en dinero efectivo constituiría su primera garantía de libertad y subsistencia fuera del ámbito de la

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faena minera; su garantía y medio para liberarse, cuando lo estime conveniente, de la condena de ser proletario. Si no la obtiene prefiere no trabajar; es decir, busca otra alternativa.

Dispuesto a subsistir, el peón vendió su fuerza de trabajo por un salario que no solo no constituyo un incentivo, sino que, dadas las condiciones de vida que el trabajo minero imponía y los precios que allí alcanzaban las subsistencias, reflejaba la expoliación del trabajador minero, en especial del peón no calificado. El valor de la fuerza de trabajo de Chañarcillo debería estar naturalmente alterado con respecto al nacional. Las dificultades de abastecimiento, la falta de producción local, la escasez de agua, establecían precios muy altos para las subsistencias. El trabajo minero es duro y hace gastar más energías que otro tipo de trabajo; reponerlas exige más, no solo desde el punto de vista biológico, sino también psicológico.

Principalmente, la cangalla (desperdicios de minerales) le permitía al peón desproletarizarse rápidamente, practicando otras formas de subsistencia que, aunque esporádicas, los mantenían cualitativamente libre. En efecto, los drásticos ataques de los empresarios en contra de la cangalla se debían no solo a la “pérdida” económica que ella les significaba, sino también a los obstáculos que imponía a la dominación social capitalista.

Durante la época en que se sitúa este estudio, si bien la legislación alude a 8 horas de trabajo, en la jordana parece imponerse un régimen de “sacas”, disminuidas de tres a dos, lo que daba motivo a disputas, en especial con respecto al tipo y calidad de ellas.

El trabajo minero aparecía como una opción esporádica e inestable, dejándose los peones siempre un espacio abierto a las nuevas alternativas, posibilidades y ventajas laborales que se le presentasen, tanto a partir de sus actividades en los minerales, como fuera de ellos.

Por su parte, los capitalistas mineros decidieron afrontar por sí mismos la solución del problema social minero, y lo hicieron apuntando hacia un factor estructural: la escasez de mano de obra en relación a las necesidades del capital. Con vistas a este objetivo, los capitalistas mineros buscaron una solución en el fomento de la inmigración. La venida de Copiapó de jornaleros del centro, y del sur, efectuando “enganches” de jóvenes peones de diversas localidades.

Solo un par de décadas más podrían los trabajadores gozar de esa relativa “libertad”: pronto debieron someterse sin más a la regla del juego del capital y a la pérdida de su libertad en el “cambio de signo”. Fue cuando por todas partes se completó la tarea de su despojo.

V-Guerra civil en Chañarcillo

Era la noche del 26 de diciembre de 1850, los peones volvían de las fiestas navideñas. Algo semejante a una riña ocurrió en uno de los grupos. Esto motivó la intervención del Subdelegado. Después de que paso el incidente los trabajadores “prorrumpieron en groseros insultos a la autoridad, provocándole y desafiándole. El subdelegado (Moreno) al sentirse pasado a llevar no dejaría que pasaran por sobre él. Persiguió a los peones lanzando disparos al aire, y golpeando a otros, de pronto, uno de los peones le disparo a quemarropa, este comenzó a incendiarse, el hechor con su grupo escaparon.

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La noche del 1 de junio de 1852, los peones vuelven del pueblo de Juan Godoy a trabajar. Ya pasaron 5 meses del atentado anteriormente relatado. Algunos de los peones en repetidos gritos de sedición “¡Viva Cruz!”. Nos atrevemos a pensar que en estos episodios, la peonada había experimentado un cambio, han comenzado con un ataque indirecto a la persona que representa dicha “autoridad”, esto fue posible porque la peonada tuvo una determinada “experiencia política peonal”. La peonada resistía a través de distintos mecanismos de acción directa, en forma abierta o clandestina, principalmente a través de ataques a la persona de los propietarios (Ej: mayordomo). Algunos autores califican esta forma de resistencia como “rebeldía primitiva”, o expresiones propias de la “pre-historia del movimiento obrero”.

¿Qué “experiencia política tuvo el peonaje? ¿Esta tuvo el carácter de una “politización de arrastre”? ¿O los peones realizaron algún tipo de aprendizaje político capaz de afirmar su autonomía?

Copiapó y Chañarcillo en tiempos de la guerra civil de 1851

La irrupción de la revolución de 1851 encontró a los propietarios mineros en un auge productivo y de expansión. Para sustentar este auge faltaban trabajadores. Se recurrió al enganche, más de 1000 peones fueron enganchados entre 1850-51.

Para vestir de presencia y jerarquía social al nuevo orden de una capital en expansión, el intendente vistió al cuerpo de vigilantes de paño, capa azul y adornos dorados. Copiapó desde la perspectiva de su clase empresarial, vivía una fase de miel sobre hojuelas. Esto se vio interrumpido por los acontecimientos revolucionarios nacionales que estallaron en abril de 1851 en Santiago.

Fue un estallido de las fuerzas liberales (cabecilla, José María de la Cruz), y de los grupos social-igualitarios (cabecillas, Francisco y Manuel Bilbao), expresión de una oposición violenta al gobierno de Montt. Se trataba básicamente de un radical cuestionamiento del orden político instaurado en el país desde 1831.

Los preparativos de guerra en Copiapó y Chañarcillo

En el Norte, el epicentro bélico fue en La Serena, fue tomada el 7 de septiembre de 1851, desde ahí se avanzo hacia el norte. EL temor cundió en la clase proletaria, por otra parte, en el norte minera esta amenazaba tomar un tinte popular. El liberalismo también estaba en la capital de atacama, daba señales de su presencia revolucionaria, esto dio pies a que la autoridad hiciera detenciones, juicios, etc. Las supuraciones revolucionarias de Atacama parecían estar “bajo control”. En los minerales de igual manera nada parecía amenazar la paz social, ni siquiera durante las fiestas patrias, que era cuando se supondría que sucedería aprovechando las circunstancias revolucionarias. Lo que no tomaron en cuenta fue desde que hace algunas semanas había muchas deserciones, estos se fugaban con sus armas.

La guerra civil tenía en los minerales un significado agregado: el de un posible estallido popular contra el orden social y político de la propiedad. Hasta mediados de octubre, la guerra civil

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nacional en Chañarcillo se expresó básicamente en la consolidación de una alianza política y militar del proletariado.

Primera acción: El motín del 26 de octubre de 1851

A mediados de octubre el sistema disciplinario en el mineral muestra signos de su precariedad. La tropa de cívicos carabineros, como la mayoría de la peonada de Chañarcillo, se hallaba impaga. Las condiciones estabas dadas para la sublevación. Algunos de los líderes revolucionarios fueron llegando al mineral. El día del levantamiento quedo señalado, noche del 20 de octubre. Tuvo el carácter de un motín acompañado de un saqueo. El saqueo habría sido finalmente reprimido, los dirigentes del movimiento debieron darse a la fuga. ¿Qué había ocurrido en Chañarcillo?, creemos que fue un hecho político inducido desde afuera, un movimiento político de arrastre. Los agitadores pretendieron hacer de la peonada un “objeto político” para los fines de la guerra civil nacional. No tomaron en cuenta el hecho de que los peonen tenían su propia guerra social y política interna, ésta fue la que estallo primero y para la cual estaba preparado el muro militar de contención patronal.

Este saqueo se trataría de una acción concertada con aquellos que han aportado claves políticas nuevas. La acción popular directa y la guerra civil nacional han quedado imbricadas. ¿Sería el peonaje quien habría usado el engranaje revolucionario para su propia política de clase? Efectivamente, el saqueo lo hicieron en nombre de “¡Vida Cruz!”. Cuando los revolucionarios se fueron, la politización de clase permaneció transformada en una suerte de cotidianidad del mineral. Dicha cotidianidad se expresó en la acción de la autoridad de proceder a registrar cuartos en busca de líderes revolucionarios. En suma, la acción institucional y civil de desarmar al pueblo, y simultáneamente, de armar a los defensores de la propiedad, correspondía a un momento crítico de reconocimiento de la existencia de una fisura revolucionaria en el orden de clases establecido.

Segunda acción: El estallido revolucionario en Copiapó y su expresión en Chañarcillo

Luego de que una posible articulación entre el motín del mineral de Chañarcillo y la revolución en Copiapó fracasara, el epicentro revolucionario se trasladó, estratégicamente, al puerto de Caldera.

Como resultado, los revolucionarios, apropiándose de las armas de los cuarteles, organizaron “el Ejercito de los libres”, haciéndose del poder en la capital de la provincia más estable y rica del país. Todo esto cuando ya había sido firmado el armisticio del General Cruz ante las fuerzas gobiernistas, lo cual le confiere a los sucesos de Copiapó un carácter propio. ¿Cómo llego el movimiento y gobierno revolucionario a Chañarcillo?

Desde el primer momento de la formación del ejército de los libres, un número importante de peones bajaron a Copiapó a engrosar las filas de dicho ejército. Por su parte, el subdelegado organizaba sus propias fuerzas militares, tropas mercenarias, con las cuales pasó a engrosar el ejército oficialista que se enfrento a los revolucionarios.

La lucha decisiva y final se dio en el Lindero de Ramadilla el día 8 de enero de 1852, con resultado adverso para el ejército de los libres. Con esta derrota el oficialismo triunfó sobre el movimiento

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social contestatario de mayor envergadura que se había levantado en el marco de la guerra civil ya clausurada de 1851.

Chañarcillo en la post-revolución

Chañarcillo, de este modo, de haber sido foco de motín peonal y luego una base económica y popular de ejercito de los libres, pasaba ahora a ser refugio de revolucionarios.

Las vías e instrumentos para la sistematización del orden social en el mineral no variaron: se busca en los ranchos de los peones, se les siguen sus pasos y espían sus movimientos. Por otra parte, las medidas de control socio-político tocaron al conjunto de la masa peonal, incluso a aquellos que no participaron directamente en el campo de batalla.

A fines de enero de 1852, el subdelegado Moreno enviaba una nota al intendente diciéndole que el orden estaba completamente establecido en Chañarcillo. Este revelador párrafo, expresa la relación entre orden social y derrota política. Su rabia y su revolución se enlazaron; la derrota de su revolución ha sido también la derrota de su rabia. Rabia y revolución se han hecho inseparables. Esto es lo que expresan en su acción de resistencia a través de su marcha esa noche de junio, cuando se encaminan a sus faenas al son de “¡Viva Cruz!”, alarmando al subdelegado, descolocado éste ante esta nueva forma de expresión de la rabia popular, ante esta forma de expresión política de su rabia como memoria revolucionaria.

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