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Marzo 2010 Número 471 ISSN: 0185-3716 Aurelio Tello Gustavo Leyva Teresa Santiago Dulce María Granja Immanuel Kant Carlos Oliva Mendoza Sergio Pérez Cortés Rodrígo Martínez Baracs Poema Ricardo Pozas Horcasitas

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Marzo 2010 Número 471

ISSN

: 018

5-37

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Aurelio Tello ■ Gustavo Leyva ■ Teresa Santiago ■ Dulce María Granja

■ Immanuel Kant ■ Carlos Oliva Mendoza ■ Sergio Pérez Cortés

■ Rodrígo Martínez Baracs ■ Poema ■ Ricardo Pozas Horcasitas

número 471, marzo 2010 la Gaceta 1

SumarioEspera 3

Ricardo Pozas HorcasitasLa música en México 4

Aurelio TelloLa Crítica de la razón pura.Génesis y edición de un clásico 11

Gustavo LeyvaLa Crítica de la razón pura como didáctica fi losófi ca 14

Teresa SantiagoActualidad de la Crítica de la razón pura 17

Dulce María GranjaPrólogo a la segunda edición dela Crítica de la razón pura 20

Immanuel KantLa Crítica de la razón puray la traducción de la fi losofía al español 22

Carlos Oliva MendozaUna nueva ventana a la obra de Immanuel Kant 24

Sergio Pérez CortésLos orígenes de poder en Mesoaméricade Enrique Florescano 28

Por Rodrigo Martínez Baracs

Ilustraciones de portada e interiores cortesía de Germán Venegas.

Director general del FCE

Joaquín Díez-Canedo

Director de la GacetaLuis Alberto Ayala Blanco

Jefa de redacciónMoramay Herrera Kuri

Consejo editorialMartí Soler, Ricardo Nudelman, Juan Carlos Rodríguez, Tomás Granados, Nelly Palafox, Omegar Martínez, Max Gonsen, Mónica Vega, Heriber-to Sánchez.

ImpresiónImpresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cv

FormaciónErnesto Ramírez Morales

Versión para internetDepartamento de Integración Digital del fcewww.fondodeculturaeconomica.com/LaGaceta.asp

La Gaceta del Fondo de Cultura Econó-mica es una publicación mensual edi-tada por el Fondo de Cultura Econó-mica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor res-ponsable: Moramay Herrera. Certifi -cado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedi-dos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nom-bre registrado en el Instituto Nacio-nal del Derecho de Autor, con el nú-mero 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Pos-tal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.ISSN: 0185-3716

Correo electró[email protected]

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La Gaceta inicia una nueva etapa. Joaquín Díez-Canedo Flores, Director general del fce, solicitó que se le diera un giro al rumbo de esta publicación. Ahora será un me-dio de difusión exclusivamente de libros y eventos del Fondo. A lo largo de tres años y medio el objetivo fue hacer números temáticos, con el fi n de plasmar lo mejor de la cultura que las distintas editoriales de habla hispana tienen en sus catálogos. La idea era rescatar y dar a conocer textos y autores de gran calidad, que aun en caso de no estar publicados en el Fondo, sí expresan su espíritu, un espíritu universal y tole-rante. Básicamente eso fue lo que Consuelo Sáizar sugirió que se hiciera cuando asumí la dirección de esta mítica revista. Ahora las necesidades son otras, y todos los esfuerzos estarán centrados en promover las novedades editoriales de casa. Para que el cambio quede claro ya se está trabajando en un nuevo diseño.

Este número, simbólicamente, es de gran peso, ya que los textos que lo conforman fueron pedidos y escogidos expresamente por el Director general del fce. Lo que les podrá dar una vislumbre de la nueva aventura que recién emprende la Gaceta. G

Luis Alberto Ayala BlancoDirector de la Gaceta

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EsperaRicardo Pozas Horcasitas

Mi oído aguarda mientras tu boca duerme

Incierto espero lo que tu voz no ha dicho

Callado miro lo que tu cara sueña G

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No hay época histórica, no hay circunstancia, no hay hora, minuto o segundo, no hay momento ni lugar en que la música no haya estado o no esté presente en la vida de los mexicanos. Como cualquier pueblo, como cualquier cultura, y con una gran dosis de originalidad, México ha reservado un espacio singular a las manifestaciones sonoras. Cantando o tocando instrumentos; individual o colectivamente; con sentido religio-so, cívico, sentimental, lúdico o puramente estético; por el solo disfrute, por la necesidad de trascender el lenguaje verbal, por ayudar a crearse una identidad, por expresarse como sociedad o como pueblo, los mexicanos (con toda la carga de plurietni-cidad, de pluriculturalidad, de diversidad social o económica, de ancestralidad que tal término implique) nunca han existido sin que la música acompañe sus vidas.

¿Cómo mirar la presencia de la música en la vida de Méxi-co? ¿Cómo referirnos a ella si la relación del mexicano con la música es necesariamente múltiple y diversa? Forma parte del imaginario colectivo, vive como hecho social, crece como forma de arte, existe como manifestación que lo mismo toca a la poiesis que a la praxis. Para unos es la expresión de su sentido de pertenencia a una etnia, a una comunidad, a un grupo social, a una entidad, a una época; para otros, es la que llena sus espa-cios de diversión, de ocio, de tiempo libre o de celebración, o acompaña sus horas de trabajo, sus relaciones familiares, sus momentos trascendentes de vida y muerte; para otros más, es una forma de arte y de cultura, de creación de realidades sono-ras únicas y genuinas que llevan al goce estético.

No sé si exista la “música mexicana”. Ni siquiera sé si se pueda defi nir “lo mexicano” en la música. Creo que para el caso de México se trata de entender, más que una visión histórica de la música misma, la presencia de la música en su historia (ese curso en el tiempo que es no sólo diacrónico, sino también sincrónico, como lo explica la musicóloga Sofía Lissa), en su devenir cultural (si aceptamos una defi nición antropológica de cultura), en sus procesos de construcción de la identidad (si concedemos que es posible diferenciar un son jarocho de un son jalisciense, o una ópera del siglo xix de una del siglo xx, un bolero de una canción yucateca o una rola de los 70 de un slam de los 90), en sus formas superiores de pensamiento (cuando la música puede erguirse, legítimamente, como forma de conoci-miento, como una techné). Para los propósitos de este libro, se trata de hacer, por ahora, un recuento, de cómo la música ha

estado presente a lo largo del siglo xx en la vida de los habitan-tes de este país, con todas las multiplicidades ya señaladas líneas arriba, aplicando una mirada ecuménica, sensible a las diferen-cias y a las cualidades intrínsecas de cada manifestación sonora, en su tiempo y en su espacio —y en sus tiempos y en sus espa-cios—, en su signifi cación y en su proyección.

Así, se ha reunido un conjunto de ensayos que permiten una comprensión cabal de aquellos asuntos, temas, personas, suce-sos, periodos, estilos, corrientes, escuelas, objetos, ediciones, instrumentos, teorías, fenómenos, instituciones, repertorios, acervos, centros musicales, prácticas musicales, formas y medios de difusión y consumo, etcétera, relacionados con la creación musical que han tenido y tienen presencia signifi cativa en la vida de los mexicanos y en su música a lo largo del siglo xx.

El etnomusicólogo, antropólogo e intérprete Fernando Nava da una amplia y sensitiva mirada a la música de y en las comu-nidades indígenas del país. Se trata de un acercamiento cientí-fi co social que cubre aspectos como la Memoria de la música indígena, Etnia e identidad, la Proyección de la música indíge-na, su subsistencia como parte del Folclore, su proyección al neo folclore, su fusión con experiencias nuevas como el rock y los géneros tropicales (la cumbia, sobre todo) y la asimilación de instrumentos electrónicos. Se funda en los diversos trabajos de etnomusicología, antropología, etnología y sociología que se han realizado hasta el presente, tratando de sintetizar el conocimiento que se tiene de la materia. Atiende lo mismo a enfoques émicos que éticos, poniendo la atención en el texto y en el contexto musicales, y recogiendo las principales aporta-ciones de la investigación etnomusicológica (a veces de manera tácita), desde aquellos trabajos realizados por la generación de Vicente T. Mendoza, Gerónimo Baqueiro Foster o Henrietta Yurchenco, hasta los más recientes de investigadores como José Luis Sagredo, Gonzalo Camacho, Rosa Virginia Sánchez o el propio autor. El título es revelador de la variedad y ampli-tud del asunto que se estudia: “Las (muchas) músicas de los pueblos y las (numerosas) sociedades indígenas”. “Cada socie-dad tiene su propia vida musical”, nos dice el autor y especifi ca que entre algunos de los rasgos que pudieran considerarse compartidos por las sociedades indígenas se aprecia que los centros de difusión son modestos altares familiares, atrios y naves de santuarios, cuevas o cimas de montañas y que los intérpretes son, en un alto porcentaje, músicos de tiempo par-cial —agricultores, artesanos— procedentes de la propia comunidad, que han abrevado del arte de sus antecesores. Las expresiones de kiliwas, tarahumaras, tsotsiles, yaquis, mayos, coras, huicholes, p’urhepechas, triques, chinantecos, paipais,

La música en México*Aurelio Tello

* Texto leído en la Feria Internacional del Libro de Guada-lajara el 30 de noviembre de 2009.

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yumanos, mixes, zapotecos, tepehuanos, seris, pápagos, toto-nacos, mazahuas, nahuas, mazatecos, amuzgos, mayas —sólo por citar una diversidad de sociedades indígenas— son revisa-das a la luz de diversos aspectos: Ideas sobre la música, Con-ceptos y conocimientos musicales, Músicos, danzantes y otros artistas, Música y entramado sociocultural, Innovaciones y obsolescencias musicales y aspectos más artísticos como la Práctica musical y el Mundo sonoro, la relación entre música y danza y entre música y canto —ya que por lo general, una no vive sin las otras—, pero también la expresión sonora en sí, como forma de abstracción. El versado y amoroso estudio de Fernando Nava arroja mares de conocimiento sobre el univer-so cultural indígena y su manifestación a través de la música y agrega a su cientifi cidad un enérgico reclamo para que la pre-dominante sociedad mestiza se quite los prejuicios (discrimina-torios, unas veces; paternalistas, otras) y acepte que en las sociedades indígenas existe una enorme porción de lo que po demos llamar con justeza “música mexicana”.

Cuatro ensayos se aproximan al rico universo musical de las expresiones populares de México: primero, el de Rosa Virginia Sánchez denominado “Los principales géneros líricos en la música tradicional de México”; luego el de Carlos Monsiváis sobre la canción urbana; después el de Enrique Martín y Álva-ro Vega dedicado a la canción yucateca y por último el de Rubén Ortiz acerca del mariachi y el género de la nueva can-ción.

En tanto Rosa Virginia detiene su mirada en las expresiones diseminadas a lo largo del país —más bien en ámbitos rura-les—, en la canción de origen romántico, en las valonas trans-formadas en el huapango arribeño, en las décimas de todo tipo,

en los romances y corridos que corrieron de boca en boca a lo largo del tiempo contando historias de hazañas de hombres valientes, raptos de mujeres, tragedias pasionales, parricidios, catástrofes —y que en la hora actual se vinculan a la narco-cultura—, en los sones jarochos y huastecos, tixtlecos y calen-tanos, jaliscienses y planecos, los sones istmeños de Oaxaca, las jaranas yucatecas y las chilenas —y a las que en una época se les llamó folclóricas—, Carlos Monsiváis en su ensayo “Yo soy un humilde cancionero” nos remite a aquellas de tinte urbano, a las expresiones que refl ejan el universo personal de sus auto-res, en un jugoso recuento que habla de las primeras canciones que tocaron nuestra moderna educación sentimental, desde “Perjura” a las de Guty Cárdenas y Palmerín, a las de los tríos y a los boleros de Armando Manzanero; de las de que se ponían de moda en las revistas musicales a las que estremecían por la radio a las sensibles amas de casa; de las que formaban parte de la tradición transmitida de abuelos a nietos (“Las Mañanitas”, “Las Posadas”) a las que se dirigen al corazoncito de los escu-chas y les hablan al oído del amor, del dolor, del gozo o del penar, del abandono y la justiciera venganza del destino. El repaso de Monsiváis es el del literato que sabe ver en estas can-ciones sus bellezas ínsitas, que al amparo de sus muchas lectu-ras afi na el oído para decirnos cuánto de poesía hay en los boleros y bambucos de la trova yucateca, qué une y qué separa a Amado Nervo de Agustín Lara, cómo el pueblo dispara dar-dos cantados a los gobernantes de turno y cómo, en el corazón del siglo, el eterno tema del amor y el desamor siguió siendo el sustento de cuanto autor e intérprete de boleros se preciara de serlo. El de Carlos Monsiváis es un texto que tiene un guiño de historia y otro de amorosa nostalgia, un tanto de crónica y

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otro de profética visión de lo que le depara a nuestra canción ahora que las nuevas generaciones han perdido la información poética que permitió a los que peinan muchas canas gozarlas a plenitud.

De esa maravillosa convergencia de música y poesía que se dio en la Blanca Ciudad nos pone al tanto el ensayo de Enrique Martín Briceño y Álvaro Vega “La canción yucateca”. Se trata de una mirada panorámica al desarrollo de la canción en la península, desde la obra fundacional de Cirilo Baqueiro Chan Cil hasta la de los más recientes compositores, llámense Jorge Buenfi l, Angélica Balado o Felipe de la Cruz. Como bambuco, como clave, como bolero, como simplemente canción, la sociedad yucateca cantó a lo largo del siglo xx las canciones de inspirados compositores que recogieron los versos de Manuel Acuña, Gustavo Adolfo Bécquer, José Santos Chocano y Felipe Sassone, de Antonio Mediz Bolio, José Peón Contreras, Luis Rosado Vega y el vate López Méndez. Guty Cárdenas, Ricardo Palmerín, Emilio Pacheco, Domingo Casanova, Pepe Domín-guez se han vuelto nombres imposibles de omitir cuando de canciones se trata. Las suyas son algunas de las más bellas que se cantan y desde que fl orecieron han trascendido hasta las generaciones actuales. Otros autores como Pastor Cervera, Juan Acereto y Armando Manzanero son estupendos continua-dores de una rica tradición que le ha dado a México y al mundo un repertorio que no tiene parangón, que no tiene tiempo, que vive y vivirá siempre como la más exacta evidencia de que las canciones populares, por serlo, no tienen que hacer concesio-nes a la vulgaridad y a la hechura de productos corrientes, sino que al contrario, pueden ser exquisitas piezas de orfebrería sonora y verbal.

Un texto más da cuenta de la música popular. El del cantor, folklorista y arquitecto Rubén Ortiz, cultor de la tradición, autor de una zamba al Che Guevara, erudito conocedor de la música de concierto y fundador de esa singular aventura musi-cal que aún está viva bajo el nombre de Los Folkloristas. Su contribución tiene el perfi l del testimonio simple y llano de quien ha sido conspicuo ejecutante de la música tradicional de nuestro continente y fervoroso seguidor de la música de mariachi y de quien conoció de cerca a diversos cultores de esa experiencia musical tan rica que fue el Canto Nuevo: Víctor Jara, Daniel Viglietti y Alfredo Zitarrosa, entre otros.

La lectura continuada de los textos de Rosa Virginia Sán-chez, Carlos Monsiváis, Enrique Martín, Álvaro Vega y Rubén Ortiz, a pesar de su distinto tono de escritura, de su diversidad de enfoques y de sus diversos niveles de manejo conceptual y verbal, nos ofrece un panorama enriquecedor de las expresio-nes populares de este “México lindo y querido” como dice la canción de Esperón y Cortázar.

Trazar una fonografía de la música popular es una tarea imposible. No tenemos idea de cuántos discos, de cualquier formato —de 66, 78, 45 o 33 rpm o discos compactos— o de cuántas cintas —de carrete abierto, cassettes o cintas de video en los que sólo se registraba sonido— se han producido, pero si por algo fue diferente el siglo xx respecto a los siglos que le precedieron fue porque en éste se alcanzó a preservar el sonido grabado. Las grabaciones se convirtieron en documentos que refl ejan tanto el lado creativo de la música como sus muchas prácticas de interpretación. Las grabaciones hicieron posible la creación de un mercado de consumidores de música que creció paralelo a los medios masivos de comunicación: la radio, el

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cine y la televisión. A lo largo del siglo xx, la radio y la televi-sión mexicanas instituyeron paradigmas de creación, de inter-pretación, de uso y de consumo de la música y todo esto tuvo que ver con la industria de la grabación discográfi ca. ¿Cómo abordar entonces una fonografía de la música popular? Eduar-do Contreras Soto, con su erudición característica en materia de discos, decidió establecer una revisión del papel que cum-plieron las casas disqueras, las cuales llegaron a tener sus elen-cos de artistas, algunos de ellos con carácter de exclusividad. Desde la Huici-Peerles, que lanzó en 1927 sus primeros discos, hasta los sellos de casas independientes de fi nales de siglo son analizados por el autor quien nos ofrece referencias de popula-res cancioneros, conjuntos, orquestas y agrupaciones que han dejado esos testimonios sonoros que hoy forman parte indesli-gable de la cultura musical del siglo xx. El lector no encontra-rá una guía de grabaciones, pero sí las referencias a los sellos a los cuales estuvieron unidos la trayectoria de muchos ídolos, las canciones de nuestras vidas, los sonidos que les dieron horas y horas de felicidad a quienes tuvieron la oportunidad de nacer y vivir en el siglo xx.

No hay pueblo en el mundo, ni manifestación musical de cualquier rango, que no haya sucumbido a las infl uencias del jazz. Constituye una de las expresiones más características del si -glo xx y su difusión a nivel mundial la ha convertido en una muestra del eclecticismo y el sincretismo que tipifi ca a mucha música contemporánea. En México ha tenido presencia desde los años 20, pero desde los años 50 hasta la hora actual, a través de la labor de músicos como Juan José Calatayud, Chilo Morán o Tino Contreras, Mario Ruiz Armengol o Héctor Infanzón, alcanzó su carta de ciudadanía. Hoy es una corriente viva, que

se nutre de la creatividad de compositores, solistas, grupos, ensambles de cámara y orquestas, que ya aporta creaciones genuinas y que ha desarrollado sus espacios, pequeños aún, pero propios. El ensayo de Geraldine Célérier ofrece no sólo la información que deriva de una minuciosa documentación que ella se dedicó a recolectar en la década fi nal del siglo xx —la Colección del Jazz en México, reunida en el cenidim—, sino que se ilumina con la pasión de quien está inmersa en el jazz como una forma de vida, de quien piensa, siente, habla y vive en jazz. Su texto es el fruto parcial, fruto de la investigación documental que realizó Geraldine a lo largo de una década.

Con el rock, un movimiento musical prácticamente plane-tario, sucede un caso similar al del jazz. Nació y creció bajo el signo de la imitación, de la marginalidad, oscilando entre la expresión rebelde y contestataria y aquella mediatizada y domesticada por los mass media, pero como lo demuestra el espléndido trabajo de José Luis Paredes Pacho y Enrique Blanc, el rock es parte de la identidad de vastos sectores de mexicanos (más o menos desde la generaciones nacidas en los años 40) que ven en su fuerza sonora, en su uso del ruido, en sus letras de ritmo asimétrico, en sus formas desenfadadas de emisión vocal, en sus estribillos tautológicos, un vehículo de comu-nicación y de afi rmación de sus propios conceptos de cultura, de arte, de inserción / deserción social y de sentido estético. Paredes Pacho y Blanc hacen un rico y detallado recuento del desarrollo del rock en México, evalúan su sentido político y la coyuntura en que apareció, la manipulación de que fue objeto en sus inicios por los dueños de la industria del entretenimien-to, su vinculación a movimientos como el del 68, aconteci-mientos como el Festival de Avándaro, y dan cuenta de una

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poderosa corriente que fue generando sus propios parámetros de expresión, sus lugares de presentación (los famosos hoyos funky), sus sellos discográfi cos, sus formas de actuación y que extendió sus signos al lenguaje, la vestimenta, la estética, las relaciones humanas y la cultura urbana. A veces propositivos y radicales, en ocasiones epígonos de lo que va de moda; a veces profundamente críticos de la sociedad burguesa, otras tantas autocomplacientes con el buen sabor de la fama; demoledores del establishment musical unos, consolidadores de lo mismo otros, los rockeros del siglo xx son, en todos los casos, fi guras imprescindibles de la escena musical mexicana. He aquí un ensayo escrito no sólo desde la mirada refl exiva, sino del amo roso encuentro con un género que está presente en la ex pe riencia y en las historias de vida de amplios sectores de mexica nos, cha-macos y chavos de hoy y chamacos y chavos de ayer.

Quizá sea el siglo xx la época en la cual es más perceptible la variedad y pluralidad de la composición tal como se le entiende en la cultura occidental. No necesita hacerse explícita que esta práctica musical tiene en México una fuerza enorme, un peso considerable en la cultura en general del país, proyec-tada más allá de las fronteras nacionales, que ha propiciado una continuidad histórica, que en la hora presente ha generado núcleos de compositores en diversos lugares de la República (Xalapa, Monterrey, Guanajuato o Chihuahua, por citar sólo algunos), que ha propiciado un repertorio emblemático para el país y para el resto de América Latina (la Sinfonía India de Chávez, Sensemayá de Revueltas, el Huapango de Moncayo, los Sones de Mariachi de Galindo, el Danzón Nº 2 de Márquez). Trabajos como los de Otto Mayer-Serra, Robert Stevenson, Guillermo Orta Velázquez, Dan Malstrom, Yolanda Moreno, Gloria Carmona, Gerard Behague o José Antonio Alcaraz han enriquecido la mirada de conjunto de diferentes momentos, etapas o estilos en la música del siglo xx. Otros, de carácter parcial, han puntualizado aspectos dejados de lado en los enfo-ques generales. En este sentido, los aportes de Ricardo Miran-da, Consuelo Carredano, Aurelio Tello, Xochiquetzal Ruiz, Eduardo Contreras Soto, Roberto Kolb, Gloria Carmona, Robert Parker, Leonora Saavedra, María Luisa Vilar, Clara Meierovich, ofrecen elementos que, sumados, ayudan a tener un conocimiento más cabal de este movimiento específi co de la música de México a lo largo del siglo xx. Mi contribución en este libro consiste en haber realizado una síntesis de todos estos trabajos y dar un panorama de la creación musical revi-sando compositores, tendencias, técnicas, estéticas, lenguajes, generaciones, etcétera. En ningún siglo hubo tantos composi-tores en México como en el xx. Me he detenido —líneas más, líneas menos— en los que juzgo imprescindibles, sobresalien-tes, importantes, notables, relevantes, en aquellos sin los cuales la música de México no sería “la música de México”, desde aquellos que fraguaron la escuela nacionalista —Revueltas, Chávez, Ponce, Huízar, Rolón, Moncayo, Galindo— pasando por los vanguardistas —Enríquez, Quintanar, Lavista, Ibarra— hasta llegar a las recientes generaciones en las cuales descue-llan músicos como Arturo Márquez, Javier Álvarez, Gabriela Ortiz o el electrónico Manuel Rocha, y aun algunos más jóve-nes como Leonardo Coral, Georgina Derbez, Horacio Uribe o Rodrigo Sigal.

No queda ninguna duda de que la construcción de la cultu-ra mexicana es resultado de diversas infl uencias, de la conver-gencia de otras culturas, del aporte de elementos intrínsecos y

extrínsecos, de la participación de individuos nacidos dentro y fuera del país. En la década de los 40, luego de que concluyera la cruenta guerra civil española y el proyecto republicano fuera derrotado, México recibió el aporte de numerosos exiliados que contribuyeron con su obra a crear el perfi l general de la cultura moderna de este país. La composición recibió a crea-dores como Rodolfo Halffter, Simón Tapia Colman y Emiliana de Zubeldía, y la musicología y musicografía a dos cultos y eruditos humanistas como Adolfo Salazar y Jesús Bal y Gay. Con sello propio, con miras distintas, se instalaron en México creadores como Antonio Díaz Conde y Luis Hernández Bre-tón, a los cuales el cine mexicano de la época de oro les debe numerosas partituras; intérpretes como Jesús Dopico y Balbi-no Cotter y musicólogos como Baltasar Samper y Otto Mayer-Serra. De la manera cómo hicieron que México fuera su nueva patria, de cuánto enriquecieron a las jóvenes generaciones que los tuvieron por guías y maestros, de qué le entregaron al país que les tendió la mano en la hora infortunada de la derrota y del trastierro da cuenta la valiosa colaboración de Consuelo Carredano —“Acordes electivos: la música en México y el exi-lio español”—, vinculada ella desde las entrañas a ambos terri-torios y autora de diversos e importantes artículos sobre la presencia hispana en México.

El ensayo de María Luisa Vilar Payá sobre “La mujer mexi-cana como creadora e investigadora de la música de concierto del siglo xx y principios del xxi” no hace sino traer a la consi-deración de los lectores un hecho que es cada vez más visible: la insoslayable presencia de mujeres en la creación y en la musicología, dos áreas que por muchos años se reservaron para el sexo masculino. Los que conocemos los trabajos de María Luisa Vilar, profundos en sus conceptos, sólidos por los marcos teóricos que maneja, consistentes por lo bien que argumenta, bien escritos por la amplia cultura que trasluce, coincidimos en que ella es la persona indicada para abordar este capítulo que hace una revisión de cómo la mujer se ha ido insertando en el medio musical, venciendo resistencias de orden cultural y social y ganando y construyendo sus propios espacios. Hoy es un hecho que hay un nutrido grupo de creadoras, algunas escribiendo mejor música que la de sus homólogos masculinos, y que existe un conjunto de musicólogas que están dando tras-cendentes contribuciones a las disciplinas musicológicas y etnomusicológicas. Abrir la brecha por la cual transitan hoy muchas mujeres signifi có vencer conductas discriminadoras, prácticas masculinas excluyentes, actitudes misóginas, prejui-cios acerca del papel de las mujeres en la sociedad, reticencias frente al talento creador femenino. Un término contundente sitúa el trabajo de Vilar Payá en su justo lugar: equidad. Y la equidad social conduce a la igualdad de derechos entre hom-bres y mujeres. María Luisa ve la notoria presencia de las mujeres en la música durante la segunda mitad del siglo xx como un refl ejo de los avances por lograr una sociedad más equitativa.

Desde que en 1538 se representara el auto sacramental La caída de Adán y Eva, la música vinculada a la escena ha tenido reiterada presencia en la historia musical de México. Eugenio Delgado y Áurea Maya hacen un breve recorrido por la com-posición de óperas mexicanas. Aquí nos enteramos de cuáles obras se escribieron en el siglo xx, de quiénes son los compo-sitores, de qué asunto trata cada una de ellas; en notas a pie de página se consignan los elencos que tuvieron a su cargo los

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estrenos y, cuando ello es posible, algunas referencias a la recepción por parte del público. De Gustavo E. Campa y Ricardo Castro, que abrieron el siglo (1901) con los estrenos de sus óperas El rey poeta y Atzimba respectivamente, a Julio Estrada que presentó en el año 2000 su ópera Pedro Páramo, la creación de óperas en México estuvo signada por la inconstan-cia, pero también por una vocación irrefrenable que llevó a diversos creadores a emprender la titánica tarea de incursionar en uno de los géneros más difíciles de la composición musical.

Finalmente está el artículo de Lorena Díaz Núñez “Nova et vetera: un acercamiento a la música sacra católica del siglo xx”. Alguien podría preguntarse por qué un artículo de esta índole

en una recapitulación de la música mexicana En un país como México, declarado laico en su Constitución Política, que a lo largo de su historia registra abiertos confl ictos entre poder político e Iglesia Católica, como la dación de las Leyes de Reforma y la guerra cristera, pero que halla entre los orígenes de su identidad la presencia de la Virgen de Guadalupe, que es culturalmente católica, —folclóricamente católica—, que sos-tiene como parte de sus costumbres (rurales y urbanas, indíge-nas y mestizas, antiguas y modernas, privadas y públicas, trivia-les y trascendentes, personales y colectivas), ritos, ceremonias, danzas y cantos originados en una religiosidad cotidiana, la música sacra tiene un peso cultural frente al cual no es posible

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la indiferencia. A partir del estudio que la autora realizó de la vida del compositor michoacano Miguel Bernal Jiménez, cató-lico confeso y activo participante en las decisiones de la Iglesia respecto al uso de la música en la liturgia, decidió incursionar en la investigación acerca de cómo las disposiciones del Vatica-no (desde el Motu proprio de Pio X hasta las decisiones del Concilio Ecuménico Vaticano II) tuvieron eco en el México revolucionario y posrevolucionario y cómo la música religiosa se acomodó a la coyuntura de cambio que vivió el país después de la Revolución y que alcanza a la segunda mitad del siglo xx. No se toca el lado popular de esta práctica, sino el lado ofi cial que siguió las directivas de la Iglesia y su aplicación en la litur-gia. También se hace una pequeña revisión a la composición de música de perfi l sacro —sobre todo misas— que no siempre tuvieron eco ni en la feligresía ni en la jerarquía católica y que defi nitivamente son ajenas a la práctica de los católicos mexi-canos. El género religioso está en declive y los parámetros tra -zados en Trento, que hicieron fl orecer mucha de la mejor música jamás escrita en la cultura occidental, están en el olvido. De la lectura de este texto se desprende una conclusión: dadas las actuales condiciones de la catolicidad en el mundo, la inclusión de música de alto nivel artístico —como la polifonía sublime de Palestrina, Tomás Luis de Victoria o Francisco Guerrero en su momento, o esa otra maravillosa de Hernando Franco, Juan Gutiérrez de Padilla, Antonio de Salazar o Manuel de Sumaya en la Nueva España— no está ya entre las prioridades de la Iglesia.

Cada ensayo está acompañado de una bibliografía y una fono-grafía para quienes tengan interés en ahondar en los diversos aspectos que toca cada uno de ellos o adentrarse en el universo

sonoro de cada manifestación musical y al fi nal se incluye un Índice onomástico que reúne los nombres de todas las personas e instituciones mencionadas en el libro. Este panorama de la música en México en el siglo xx es un proyecto dirigido a un público lego, pero interesado en el acontecer musical de este país, capaz de hacer lecturas sobre la música, de escucharla en vivo y grabada, de asistir a conciertos sinfónicos y de cámara, recitales, funciones de ópera, sesiones de música, happenings, topadas, toca-das, “toquines”, retretas, serenatas, de escuchar programas de radio específi cos, coleccionar grabaciones, pero también a estu-diantes en general y de música en particular e incluso a músicos profesionales que puedan tener interés en áreas que van más allá de las específi cas en las cuales se desenvuelven. Su originalidad radica en que cubre la mayor parte del mundo de la música en México —y hubiéramos querido que toda —, sin exclusiones, sin discriminación, sin juicios a priori, no desdeña la valoración musi-cal, artística y estética y sitúa cada cosa en su lugar, en su época, en su contexto, en su propio discurrir.

A modo de cadencia, sólo quiero expresar mi agradecimien-to al doctor Enrique Florescano, Director General Adjunto de Proyectos Históricos del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes por la confi anza depositada en mí para fi nalizar la compilación de este trabajo, a cada uno de los autores que generosamente —con la mano extendida, con la actitud solida-ria de convertir en realidad el sueño de escribir de nuestra música, con el entusiasmo de saberse actores, testigos y cronis-tas del acontecer sonoro de este país, del siglo que les tocó vivir— me hicieron llegar sus contribuciones, y a todos los que hicieron posible que este libro sea una realidad. G

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Pocos año después de la publicación de la primera gran obra de Kant en lengua alemana, la Crítica de la razón pura que ahora presentamos al lector en lengua española, el pensamiento de este autor comenzó a convertirse paulatinamente en una refe-rencia central en la discusión fi losófi ca desde entonces hasta nuestros días. Según el testimonio del propio Kant, esta obra fue redactada en un período de duración de cuatro a cinco meses y desarrollada de acuerdo a un modo de trabajo y escri-tura que su contemporáneo y amigo, Ludwig Ernst Borowski, describe de la siguiente manera:

“Él [Kant] se construye antes en la cabeza bosquejos generales; enseguida los trabaja en forma más detallada; escribe lo que aquí o allá debe agregar aun o tiene que dar como una aclaración más precisa en hojas pequeñas que luego simplemente anexa a ese primer manuscrito bosque-jado. Después de un tiempo trabaja de nuevo todo una vez más y a continuación escribe y copia en forma limpia y clara, como él siempre lo hace, para el impresor”.1

Sabemos, sin embargo, que esta obra se desarrolló de acuer-do a un plan general que se remonta a por lo menos un año antes, y que en ella se condensa período de refl exión de por lo menos doce años que había encontrado expresión en diversos bosquejos como el llamado manuscrito de Duisburg. El deta-llado relato de esta fase de la vida de Kant que nos ofrece Karl Vorländer en su monumental obra dedicada a la vida del fi ló-sofo2, presenta a éste hacia 1780 con gran preocupación ante la posibilidad de no poder concluir y publicar la gran obra en la que se encontraba trabajando desde hacía ya algún tiempo. Es por ello que decidió, en el verano de ese mismo año, fi nali-zar a cualquier precio el libro proyectado, aunque tuviera que renunciar a una cierta popularidad en el estilo literario de su presentación, como Kant mismo lo referirá más tarde en una carta a Mendelssohn el 16 de agosto de 1787. Kant remitirá de nuevo a ello en el prefacio a la primera edición de la Crítica cuando apunte que en ella debió renunciar a ejemplos y aclara-

ciones adicionales ante el temor de que la obra alcanzara una extensión que la podría haber convertido en inmanejable para su autor e inabordable para el lector. Gracias a la mediación de Hamann ante Hartknoch, la obra encontró una editorial encargada de su publicación y, así, el 22 de julio de 1781, Hamann pudo recibir de Kant el primer ejemplar encuaderna-do de la Crítica de la razón pura. Sabemos que las primeras reacciones ante ella no fueron especialmente favorables —así, por ejemplo, Hamann se quejaba de la extensión del libro que, según él, “no era adecuado ni a la estatura del autor ni al con-cepto de la razón pura”— y que aquellos de quienes Kant esperaba con ansiedad una opinión, a saber: Christian Garve, Johann Nikolaus Tetens y, sobre todo, Moses Mendelssohn, o bien no expresaron ningún comentario o bien, como en el caso de Garve en una de las primeras reseñas que se escribieron sobre la primera Crítica publicada el 19 de enero de 1782 en las Göttingischen gelehrten Anzeigen, encontraron en ella una gran similitud con Berkeley y Hume.

Fue a la primera generación del kantianismo a la que co rres-pondió valorar la relevancia del pensamiento del autor de la Crítica de la razón pura, aclarar el sentido de su propuesta, de sus conceptos y de su estrategia argumentativa ante el público especializado e iniciar una primera fase de desarrollo en la fi losofía que poco a poco comenzará a denominarse “kantia-na”3. En efecto, poco después de 1785, comenzó a desarrollar-se un movimiento que en el curso de los años siguientes adqui-riría cada vez más fuerza. En él se encontraban Johann Schultz, quien en 1784 redactara el primer comentario a la Crítica, Carl Christian Erhard Schmid y Christian Gottfried Schütz (ambos provenientes de Jena) al igual que Jacob Sigismund Beck, cuya obra, Einzigmöglicher Standpunct, aus welchem die critische Philo-sophie beurtheit werden mu, comenzó a preparar la transición del kantianismo hacia el Idealismo alemán. Una buena parte de esta primera generación de kantianos estaba formada por per-sonas que conocieron directamente a Kant y fueron sus inter-locutores y es a ellas a quienes se deben los primeros comenta-rios y diccionarios sobre la obra de nuestro fi lósofo y, el inicio del poderoso infl ujo que ella comenzó a ejercer sobre la fi loso-fía alemana en particular y, en general, sobre la fi losofía dentro

La Crítica de la razón pura.Génesis y edición de un clásico*Gustavo Leyva

* Texto leído en la presentación de la edición bilingüe de la Crítica de la razón pura en la Librería Octavio Paz, el 26 de noviembre de 2009.

1 Citado en Manfred Kuhn, Kant. Eine Biographie. München Beck, 2003, p. 279.

2 Karl Vorländer: Immanuel Kant. Der Mann und das Werk (1924). Se cita según la reimpresión editada en Wiesbaden por la editorial Fourier (2003).

3 Cfr., Norbert Hinske: Kantianismus, Kantforschung, Kantphilolo-gie, en Ernst Wolfgang Orth / Helmut Holzhey (Hrsg.) Neukantianismus. Perspektiven und Probleme (Studien und Materialien zum Neukat-nianismus Bd. 1). Würzburg 1994. Königshausen & Neumann, pp. 31-43.

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y fuera de Europa. Así, inicialmente interpretada como una variante del escepticismo de Hume y analizada en una gran deuda con Berkeley, esta obra de Kant poco a poco empezó a encontrar el eco que su autor esperaba y que terminó por con-vertirlo en vida en el fi lósofo más importante de su época, según lo valorarán poco tiempo después lo mismo Fichte, Schelling y Hegel, que Hölderlin y Novalis al igual que Scho-penhauer o Trendelenburg.

Desde entonces, la obra de Kant ha sido leída, interpretada, desarrollada y discutida en forma incesante en los últimos dos siglos en el marco de diversas tradiciones, vertientes y discipli-nas: en la fi losofía anglosajona y en la continental, lo mismo que en la iberoamericana, sea en la epistemología, la ética, la estética, la fi losofía del derecho, la fi losofía política o la fi loso-fía de la historia. Un ejemplo de su poderoso infl ujo es la cons-tatación realizada hace algunos años por la célebre revista Kant-Studien —uno de los órganos de discusión fi losófi ca más antiguos que existen y que se encuentra destinado, justamente, al estudio y discusión de la fi losofía del autor de la Crítica de la razón pura— según la cual tan sólo en el año 2001 se habían publicado alrededor de novecientas obras en torno a algún tópico relacionado con la fi losofía kantiana4. Ello concierne, y retomo aquí la distinción establecida por Norbert Hinske, a la fi lología y a la investigación kantianas lo mismo que al kantianis-mo. La primera —esto es, la fi lología kantiana— se ocuparía del establecimiento y la fi jación del texto original kantiano; la

segunda —es decir, la investigación kantiana— se propondría investigar preguntas en torno a la biografía, el desarrollo inte-lectual, el comentario a los textos, la historia de las fuentes y conceptos del pensamiento kantiano; fi nalmente, el tercero —el kantianismo— se comprendería como una propuesta fi lo-sófi ca sistemática en torno a preguntas tanto de la fi losofía teórica como de la fi losofía práctica al igual que de la estética y la fi losofía de la historia5. Para hacer presente la enorme infl uencia de Kant quizá no habría más que pensar en el idea-lismo alemán o en el neokantianismo de principios del siglo xx, en la obra pionera de Charles Sanders Peirce en lengua inglesa, lo mismo que en estudios histórico-fi losófi cos y refl exiones más recientes como las desarrolladas por Erich Adickes, Hans Vaihinger, Heinz Heimsoeth, Ernst Cassirer, Gerhard Krüger, Klaus Reich, Julius Ebbinghaus, Karl-Otto Apel, Jürgen Habermas, Dieter Henrich , Reinhard Brandt , Norbert Hin-ske y Otfried Höffe, en lengua alemana; por Norman Kemp Smith, H.J. Paton, Lewis White Beck, Peter Strawson, Jona-than Bennett, Wilfred Sellars, Hilary Putnam, John Rawls, Thomas Nagel, Ronald Dworkin, John McDowell, Henry E. Allison, Karl Ameriks, Paul Guyer y Allen Wood en el ámbito anglosajón, por Louis Guillermit, Ferdinand Alquié, Jules Vui-llemin, Gérard Lebrun y Béatrice Longuenesse, en lengua francesa, por Roberto Torretti y Mario Caimi, en el ámbito hispanoamericano, o por Valerio Rohden, en el brasileño.

Ha sido el reconocimiento de esta innegable presencia del

4 Cfr., Kant-Studien 94, 2003, 474 y ss. 5 Cfr., Hinske, Loc. Cit.

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pensamiento de Kant en la fi losofía de los últimos dos siglos lo que se encuentra a la base del proyecto que ha animado a la Biblioteca Immanuel Kant y, en particular, a la obra que hoy presentamos ante ustedes. Con la publicación de la edición bilingüe de la Crítica de la razón pura, deseamos incidir en las tres vertientes anteriormente mencionadas. De este modo, en el ámbito de la fi lología y la investigación kantianas, con esta edición deseamos ofrecer al lector iberoamericano una versión confi a-ble del texto original de Kant en lengua alemana acompañán-dolo de su cuidadosa traducción al español. Con ello, el Fondo de Cultura Económica, la Universidad Autónoma Metropolita-na y la Universidad Nacional Autónoma de México buscan colocarse en la tradición de ediciones bilingües desarrolladas por la Loeb Classical Library de la Universidad de Harvard o por las editoriales Felix Meiner y Akademie en Alemania, cuyas ediciones de obras clásicas les han dado un enorme prestigio académico ante otras editoriales, ante el público académico y, en general, ante sus lectores. Se busca, además de documentar en la medida de lo posible la propia historia del texto kantiano mostrando su surgimiento, su producción y transmisión, sus variantes y modifi caciones, su recepción y su crítica. Así, la edi-ción de esta obra que ahora presentamos y, en general, el pro-yecto que anima a la Biblioteca Immanuel Kant, se proponen mostrar en forma lo más exacta posible el devenir del texto desde su germen inicial hasta su fi gura fi nal, mostrando los diversos estratos de su composición y buscando facilitar la com-prensión del texto original por un lector que se encuentra colo-cado en un horizonte temporal distinto al del texto a través de comentarios, explicaciones lexicológicas, identifi cación de citas y referencias onomásticas, etc. Quizá en virtud de ello el lector podrá advertir que, al igual que la interpretación, el comentario o la crítica, la edición es en último análisis una de las diversas formas de cristalización y actualización de un texto. Colocados en un horizonte y en un ámbito aún más cercanos que el de la literatura, podríamos decir que en la obra que hoy presentamos se encuentran entrelazados, además, una serie de propósitos y tareas que caracterizan a proyectos de edición de obras fi losófi -cas reconocidos hoy en día como canónicos a nivel internacio-nal. Pienso, por ejemplo, en las ediciones de las obras de Kant publicadas en el marco de la edición de la Academia por la edi-torial Walter de Gruyter al igual que en las publicadas por la editorial Felix Meiner, en The Cambridge Edition of the Works of Immanuel Kant (1995 y ss.) editada en inglés por Paul Guyer y Allen W. Wood, en las Œuvres Philosophiques de Kant editadas bajo la dirección de Ferdinand Alquié en la Bibliothèque de la Pléiade de la editorial Gallimard (París, 1985) o en las cuidadas ediciones de la obra kantiana a cargo del estudioso italiano Emilio Garroni, por citar tan sólo algunos ejemplos destacados.

Colocándose en la vertiente abierta por los proyectos anterior-mente mencionados, la publicación de la edición bilingüe de la primera Crítica y, en general, esta Biblioteca se comprenden —y es aquí que nos colocamos en la tercera de las líneas anterior-mente descritas, a saber: la del kantianismo— no solamente como una empresa fi lológica sino también, a la vez y sobre todo, como una labor fi losófi ca, pues esta empresa se encuentra animada por el pro pósito de ofrecer al lector en español una edición de calidad que le permita a éste un manejo directo del texto original para refl exionar y pensar por cuenta propia sobre problemas del propio texto y de la traducción, problemas tanto en plano fi lológico y lingüístico como, sobre todo y especial-mente, en el plano fi losófi co. Es en este sentido que el propósi-to que anima a la introducción y a los aparatos críticos y biblio-gráfi cos que acompaña a las ediciones de las obras de Kant en el marco de la Biblioteca Immanuel Kant es el de ofrecer al lector una sólida ayuda que le haga posible apreciar la estructu-ra argumentativa de las obras kantianas, exponer histórica y sistemáticamente los principales problemas que en ellas se plan-tean y pretenden resolver, mostrando a la vez el modo en que éstos se vinculan con la fi losofía del presente y destacando, a la vez, los momentos centrales en la historia de la recepción de la fi losofía kantiana en las diversas tradiciones fi losófi cas tanto en el ámbito anglosajón como en el continental al igual que en el iberoamericano.

Quisiera concluir recordando, como ya lo he hecho en otro momento, cuando en el año de 1893 Wilhelm Dilthey formu-ló a la Real Academia Prusiana de Ciencias la petición de ini-ciar la publicación de las Obras Completas de Immanuel Kant. Como se sabe, un poco más tarde, en 1894/1895, la Academia inició el proyecto de edición de los escritos completos de Kant (Immanuel Kants Gesammelte Schriften) persiguiendo con ello un doble propósito: en primer lugar, poner a disposición de los especialistas y del público lector los escritos completos de uno de los más relevantes fi lósofos alemanes en el marco de una edición crítica que fuera considerada como una edición están-dar para el resto de las ediciones de la obra de Kant; en segun-do lugar, esta edición debía ofrecer, además, un modelo para proyectos de edición académica similares para los escritos de otros fi lósofos y pensadores alemanes. Quisiera expresar ahora, más de cien años después, mi esperanza de que esta edición bilingüe de la Crítica de la razón pura en el marco de la Biblio-teca Immanuel Kant editada por el Fondo de Cultura Econó-mica, la Universidad Autónoma Metropolitana y la Universi-dad Nacional Autónoma de México que ahora presentamos ante ustedes llegue a ser considerada en un futuro próximo, como un modelo canónico para la edición de obras de los clá-sicos de la fi losofía y del pensamiento en nuestra lengua. G

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Es un privilegio y un gusto compartir este panel de presenta-ción con mis colegas.

Siendo Kant quien nos convoca a esta celebración, no puedo sino hacer honor al trabajo comprometido con los más altos valores morales, reconociendo la dedicación que Dulce María Granja, alma y cabeza del proyecto, ha puesto en esta empresa. Difundir la obra de Kant es para Dulce María Gran-ja, —en sus propias palabras— una misión de vida, su “modes-ta” contribución a crear un reino de fi nes. A mí no me cabe la menor duda de que esto es así cuando veo el trabajo, diría, casi perfecto que ha llevado a cabo en la Biblioteca Kant, colección de magnífi cos libros auspiciada por nuestra casa de trabajo, la uam, la unam y el fce. Para Dulce María y todos los que han colaborado en esta nueva edición de la Kritik der reinen Vernun-ft va mi más alto reconocimiento.

Dicho lo anterior, quisiera referirme brevemente a las vir-tudes que, desde el punto de vista fi losófi co, tiene la obra.

Desde luego no es fácil decir algo nuevo o interesante de este libro monumental. Quizás sea uno de los textos más estu-diados, comentados, criticados e infl uyentes de la historia de la fi losofía de occidente. No pretendo entonces sino referirme al valor didáctico que tiene este libro que ahora aparece publica-do en la estupenda traducción y estudio preliminar del Dr. Mario Caimi.

Empezaré por una pregunta retórica pero útil para darme a entender: ¿qué hace que la Kritik der reinen Vernunft se siga leyendo después de dos siglos de haber sido publicada? Sin duda la magnitud de la empresa que Kant se propuso realizar, a saber: encontrar cuáles son las condiciones que hacen posible el conocimiento del mundo, lo que a su vez implica averiguar cómo es posible la experiencia del mundo. Kant aceptaba muy bien la tesis empirista según la cual no hay nada en la mente que no haya pasado por los sentidos, pero al mismo tiempo se preguntaba ¿cómo es posible el conocimiento de experiencia? Y, además ¿cómo puede haber enunciados de experiencia que, a la vez, tienen un carácter universal y necesario? Así, es incuestionable la importancia de las preocupaciones centrales que Kant abordó en la obra y su aportación original. No sin razón se afi rma que la primera crítica es la síntesis —lograda por un sólo pensador— entre el racionalismo inaugurado por Descartes y el empirismo inglés.

Todo esto es cierto, pero además hay que añadir que la Kri-tik der reinen Vernunft es una referencia obligada en cualquier institución en donde se enseñe fi losofía. Esto le ocurre tan sólo a unas cuantas obras más, entre las cuales se encuentra, desde luego, los Diálogos de Platón, que, en muchos sentidos, marca-ra el canon de la fi losofía occidental. Algo similar sucede con esta obra: no sólo es un libro de fi losofía, sino un libro en el que se aprende fi losofía, porque revela a través de su compleja concepción y elaboración cuál es la tarea del fi lósofo, (más allá de que coincidamos o no con el contenido de las tesis kan-tianas).

Se trata, qué duda cabe, de una obra difícil de abordar y a ratos puede resultar oscura y la razón de ello es que quiere transmitir una fi losofía novedosa… Es, por tanto, un texto que requiere de mucha paciencia. Una obra que se lee en toda una vida, a la que siempre se regresa para aprender algo…

Todos sabemos que Kant fue hasta el fi n de sus días un pro-fesor y, por ende, quería darse a entender. Fue grande su decepción entonces cuando al poco tiempo de publicada la obra se dio cuenta de que no había sido cabalmente compren-dida, por lo que emprendió la escritura de los Prolegómenos a toda metafísica futura con el fi n de aclarar y enfatizar los puntos que más le interesaban, principalmente su crítica feroz a la metafísica de su tiempo, aunque no a la metafísica como incli-nación natural a preguntarnos más allá de nuestras posibilida-des de dar respuesta. Kant quería sentar las bases para una fi losofía (metafísica) que no cometiese los mismos errores y abusos de la metafísica tradicional. De aquí que eligiera el tér-mino “crítica” para bautizar su fi losofía y a las tres obras que componen la médula de su sistema.

Ahora bien, una lección para el fi lósofo de cualquier época es que la crítica fi losófi ca no consiste en una tarea meramente iconoclasta, sino que es fundamentalmente constructiva. La crítica de Kant no consiste solamente en señalar los errores de Wolf o de Leibniz, sino —más importante aún— en ofrecer la salida al problema. En este sentido, podemos tomar como ejemplo el enfrentamiento entre racionalista y empiristas en torno a la cuestión de cuál es la fuente más confi able del cono-cimiento. Un racionalista, como Wolf, dirá que es la razón; un empirista, como Hume, dirá que la experiencia sensible. Kant muestra (y mostrar quiere decir: construir una nueva perspec-tiva fi losófi ca) que es imposible y erróneo decantarse por una de las dos opciones. La intuición que guía su razonamiento es aparentemente sencilla, pero de una profundidad enorme: la salida a esta disyuntiva no puede darse mientras no se conside-re el papel que el propio sujeto juega en la construcción del

La Crítica de la razón puracomo didáctica fi losófi ca*Teresa Santiago

* Texto leído en la presentación de la edición bilingüe de la Crítica de la razón pura en la Librería Octavio Paz, el 26 de noviembre de 2009.

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conocimiento y de la experiencia misma. Con esta idea en mente, Kant va avanzando en la tarea de dar con las estructuras formales de la facultad del entendimiento abandonando el viejo modelo del sujeto dotado de razón pero pasivo frente al objeto de su conocimiento,

Otra característica de la fi losofía kantiana, muy evidente en la primera Crítica, y que constituye otro de sus valores didácti-cos, es la organización arquitectónica de la obra. No podría ser de otro modo si recordamos que Kant estaba interesado en poner orden a la tarea del fi lósofo. También esto tiene que ver con el carácter crítico de su fi losofía: había que señalar los límites que marcan el ámbito de cada objeto en nuestro afán cognoscitivo. Una demarcación fundamental es la que propone para distinguir el mundo fenoménico del nouménico. No todo

es cognoscible, luego, es inútil e improductivo el empeño por conocer lo que no está en ese rango o alcance. En su propio contexto y perspectiva, pero referido igualmente a la impor-tancia de ver los límites (en este caso de lo decible) Wittgens-tein hablaba del fútil empeño de quien quiere derribar un muro golpeando con la cabeza. Al fi jar estos límites, podría parecer que Kant nos ha dejado muy poco; tan sólo el mundo fenoménico. Pero ésta es una impresión errónea de lo que Kant ha hecho. En realidad, nos hemos quedado con lo que ya teníamos pero no veíamos con claridad: cierto, no todo es cog-noscible, pero esto no quiere decir que nuestra razón se agote ahí. Esto es, la facultad teorética de la razón no abarca toda función racional. Un ejemplo útil es el siguiente: No podemos conocer a Dios porque si esto fuese así, tendríamos que aceptar

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que es posible la experiencia de Dios —en el sentido espacio-temporal que es como Kant entiende la experiencia—, que podemos formular una teoría de Dios y unas leyes que nos expliquen a Dios…. Pero esto es, desde luego, absurdo. Sin embargo, sí podemos formarnos una idea de Dios y no sólo eso, sino que puede resultar fundamental para nuestra vida espiritual y moral. Esa importancia no tiene que ver con la razón teórica, sino con la razón práctica, esto es, la que está relacionada con los principios morales que guían nuestra con-ducta. También podemos formarnos la idea de “libertad” y “mundo”, no obstante no sean objetos de conocimiento.

Así, a riesgo de caer en confusiones conceptuales y discusio-nes sin sentido, podemos ignorar la importancia de abordar los objetos de nuestro interés en el ámbito que a cada uno le corresponde. O bien aprender la lección kantiana de respetar el ámbito de competencia de cada objeto si queremos tener juicios pertinentes acerca de éstos.

Para Kant la Kritik der reinen Vernunft era fundamental para su sistema porque sólo poniendo las bases seguras se podían abordar los problemas vitales de la fi losofía, los que pueden quedar resumidos en la pregunta socrática de ¿cómo debemos vivir? No es un dato meramente anecdótico de su biografía que después de la primera Crítica, la refl exión de Kant se concen-trara en los largos años por venir, de forma muy sobresaliente, en su proyecto de una Metafísica de las costumbres que fi nalmen-te completaría con las Doctrinas del derecho y de la virtud. En efecto, como todos los grandes fi lósofos, Kant tenía que ocu-parse del problema del hombre y lo hizo una vez que había sentado bases fi rmes en el ámbito de la epistemología. En este sentido, lo que podemos tomar como una lección es que las

cuestiones que tienen que ver con la refl exión fi losófi ca acerca del hombre, esto es, la ética, la política, la antropología, la educación, tienen que ser abordados con sumo rigor y serie-dad. No es posible llegar a ellos sin las herramientas concep-tuales apropiadas. La Kritik der reinen Vernunft debe tomarse como una prueba del rigor y la relevancia de las cuestiones fi losófi cas, no sólo por sus temáticas propias, sino porque pone de manifi esto qué tipo de entrenamiento debe tener un fi lóso-fo que pretende avanzar de manera importante en la investiga-ción fi losófi ca.

Para los alumnos que hoy se acercan a estudiar fi losofía es central hacerles ver este aspecto pedagógico y metodológico de las grandes obras fi losófi cas. Inmersos en una cultura de la imagen y no del texto, resulta cada vez más difícil transmitirles la importancia de enfrentar un libro con la complejidad propia de esta disciplina. Justamente, se trata no sólo de tratar de entender lo que dijo o pensó el fi lósofo, sino de disciplinarse, esto es, de no rendirse a la primera y aventurarse en una lectu-ra que si bien al principio puede parecer llena de difi cultades, puede representar un extraordinario reto para nuestro intelec-to. En estos tiempos poco alentadores para la alta cultura es esperanzador que estemos celebrando hoy una nueva edición de una obra que honra la inteligencia y la honradez intelectual; pero también nos hace tener esperanza en que todos aquellos que puedan tener acceso al pensamiento de Kant a través de esta colección reciban de éste sus lecciones que no pueden sino hacerlos mejores personas. Permitamos pues que el viejo pro-fesor Kant siga enseñando y formando a futuros hombres y mujeres de bien…

Muchas gracias. G

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Para los miembros del Consejo Directivo de la Biblioteca Immanuel Kant, que me honro en presidir, hoy es un impor-tante día pues presentamos a la luz pública una obra que repre-senta un punto de referencia obligado, un cambio irreversible en la historia de la fi losofía, la Crítica de la razón pura.

Antes de exponer las razones que permiten colocar a Kant y su gran obra en una posición tan destacada, es necesario hacer públi-co agradecimiento a las personas e instituciones sin las cuales el libro que nos reúne esta tarde nunca habría visto la luz.

En primer lugar debo mencionar a nuestro Rector, el Dr. José Lema, cuyo apoyo económico y académico ha sido funda-mental y decisivo para la constitución de la Biblioteca Imma-nuel Kant.

Va también nuestro agradecimiento para el Director del Fondo de Cultura Económica, el Mtro. Joaquín Díez-Canedo, quien ha estado siempre muy cerca de la Biblioteca Kant, paso a paso, desde su inicio.

Me dirijo ahora hacia los miembros del Consejo Académico y del Consejo Directivo para manifestar mi más sincero agra-decimiento, especialmente al Dr. Gustavo Leyva y a la Dra. Teresa Santiago, por su gran profesionalismo, por su generosa atención, por su desinteresado cuidado.

Tenemos también una deuda de gratitud hacia el Mtro. Juan Carlos Rodríguez por su esmerado y paciente trabajo en la formación editorial de este libro y hacia las Licenciadas Nelly Palafox y Laura González Durán por todas sus diligentes y amables gestiones administrativas ante las diversas institucio-nes que toman parte en este proyecto académico-editorial que es la Biblioteca Kant.

Va para todos ellos la más sincera y cordial expresión de gratitud. Muchas, muchas gracias.

Los miembros del Consejo Directivo y Académico hacemos votos por seguir contando con su apoyo, y el de las instituciones que representan, para proseguir con nuestro empeño de con-solidar la Biblioteca Immanuel Kant con nuevas obras de este gran fi lósofo.

Según el decir del propio Kant (Refl exión 5037, xviii, 69), en el año de 1769 tuvo él “una gran luz”. No es éste el lugar indi-cado para examinar en qué consistió esa “gran luz”, pero sí para decir que desde ese momento se dio el inicio de una larga etapa de más de diez años de laboriosa meditación que culminó

con la aparición de la Crítica de la razón pura, cuando corría el mes de mayo de 1781 y Kant contaba a la sazón con 57 años.

Este libro representó la cima más alta alcanzada por la Ilus-tración y el fi n de aquella corriente de pensamiento (el racio-nalismo) que suponía que mediante el empleo exclusivo de la razón (en sus conceptos, principios y reglas de funcionamien-to) se podían obtener conocimientos sin que fuera necesario recurrir a los sentidos.

En efecto, para racionalistas tales como Wolff, la razón era un instrumento de conocimiento tan perfecto, que bastaba con seguir las reglas de su uso para alcanzar todos los conocimien-tos posibles. Así pues: se procedía a partir de principios, defi -niciones y axiomas, progresando deductivamente mediante meros conceptos.

Orientado por la investigación de los problemas del conoci-miento, Kant llegó a una profundidad que no ha sido alcanzada en la exploración de los fundamentos del conocimiento y las fuentes de la conciencia.

La Crítica de la razón pura tuvo como efecto el fi nal de lo que se conocía hasta entonces como metafísica. Sin embargo, no signifi có el término de la metafísica en general. En efecto, en dicha obra se encuentra el cimiento y desarrollo de una metafísi-ca nueva, una metafísica práctica que alcanza un conocimiento teleológico del hombre y el mundo a través de juicios refl exivos.

En el título mismo de la obra encontramos resumido su contenido: se trata de un examen crítico de la razón para ver si ésta pude, sin apoyarse en otra cosa que no sea ella misma, alcanzar un conocimiento digno de tal nombre.

Kant concibió su propia fi losofía como algo enteramente nuevo, nunca intentado hasta entonces, toda vez que se propo-nía estudiar los fundamentos mismos de la metafísica al exami-nar los fundamentos de la razón pura. Su empresa consistía en examinar los caminos por los que el espíritu humano intenta resolver los enigmas sobre sí mismo, el universo y el Creador.

Los resultados de esta empresa están expuestos en la “Dia-léctica trascendental” y son de grandes consecuencias para el espíritu humano en general. Demuestran que es imposible resolver con la sola razón teórica dichos enigmas (si el alma está destinada a perecer con el cuerpo; cuál es la naturaleza última y fundamental del universo; si acaso hay un Dios crea-dor y rector).

Pero no por ello se deben desdeñar las ideas de la razón, pues ellas no sólo permiten que los conocimientos parciales se integren en sistemas de complejidad creciente; además, impi-den que el lugar de lo absoluto sea usurpado por conocimien-tos parciales y relativos.

Actualidad de la Crítica de la razón pura*Dulce María Granja

* Texto leído en la presentación de la edición bilingüe de la Crítica de la razón pura en la Librería Octavio Paz, el 26 de noviembre de 2009.

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Al lado de esto, las ideas de la razón tienen una importancia crucial pues son temas reclamados imperiosamente por el sis-tema y el método de la razón, de modo que gracias a ellas podemos reconstruir el concepto de razón pura.

Este concepto nos muestra que la razón es una facultad destinada a la acción; en otras palabras, que es la facultad de hacer que ciertos conceptos se tornen efectivamente existentes mediante la causalidad por libertad.

Así pues, el interés especulativo de la razón no puede satis-facerse por la vía teórica pero sí por la vía práctica.

La consideración conjunta de la vía especulativa y la vía práctica de la razón, permiten abarcar todas las preguntas que la razón se formula en tres cuestiones: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer? ¿qué me está permitido esperar?

De este modo, en lugar de una metafísica especulativa, Kant nos ofrece una metafísica totalmente nueva, a saber, una meta-física práctica en la que sus fundamentos reposan en la morali-dad.

Cuando el ser humano usa su razón para dirigir su conduc-ta, cabe preguntar por la función que habrá de desempeñar

dicha facultad: ¿puede ser solamente la de determinar cuáles son los medios efi caces para conseguir fi nes que ella no ha dictado, provenientes de instancias de otra naturaleza? ¿o podría también proponer por sí misma a la voluntad del hom-bre, enteramente franca de ajenos intereses, objetivos de índo-le originariamente racional?

Junto al uso meramente instrumental de la razón práctica, se levanta su uso propiamente moral; del primero proceden las recomendaciones para hacer al hombre feliz; del segundo, para hacerlo bueno. Uno y otro convergen en el ideal kantiano de bien supremo, con su doble vertiente individual y política.

Así pues, el proyecto crítico de Kant se ve desarrollado en un proyecto de responsabilidad personal, social y política en el cual el tribunal de la razón es un tribunal abierto, incluyente y plural, en el que todos tenemos voz.

Kant, pionero de la armonía de los usos teórico y práctico de la razón, nos ha mostrado las conexiones entre libertad humana, responsabilidad y juicio moral. Nos ha hecho ver que la función principal de la fi losofía es la de interpretar y carac-terizar hechos concretos planteando la pregunta por su sentido

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y dejando al agente la posibilidad siempre abierta para una interpretación cada vez más integradora y completa.

La obra de Kant añade una nueva dimensión moral a la comprensión de los hechos y nos enseña que la tarea de com-prensión no termina nunca, sino que más bien está siempre abierta a nuevas interpretaciones.

Así pues, podemos acometer nuestra responsabilidad moral permaneciendo abiertos al examen de nuevas posibilidades de interpretación, toda vez que una revisión permanentemente autocrítica equivale a poseer una imagen moral del mundo.

Por todo esto, el imperativo moral no sólo es personal. Es eminentemente colectivo y consiste en generar la posibilidad de construir instituciones y leyes internacionales en las que se pueda redefi nir la justicia, toda vez que es el punto en el que conver-

gen la dimensión legal con la normatividad introducida por los contenidos morales.

El espacio refl exivo-normativo proporcionado por una acti-tud crítica exige el contraste y el debate público, y esto sólo es posible en la esfera de la publicidad. Esta esfera de publicidad permite diseñar un espacio moral de crítica y refl exión en el cual podemos deliberar y trazar un nuevo sentido de la comu-nidad a la que deseamos pertenecer.

Éste es el Kant que más necesitamos hoy: el trasmisor de un mensaje humanista que nos puede salvar del peligroso predo-minio unilateral de la razón instrumental, haciéndonos encon-trar un norte enteramente, realmente humano para la civiliza-ción tecnológica.

Muchas gracias. G

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La metafísica, un conocimiento racional especulativo enteramen-te aislado que se eleva por completo por encima de las enseñan-zas de la experiencia, y que lo hace mediante meros conceptos (no, como la matemática, por aplicación de ellos a la intuición), [conocimiento] en el cual, pues, la razón misma tiene que ser su propio discípulo, no ha tenido hasta ahora un destino tan favo-rable que haya podido tomar la marcha segura de una ciencia; a pesar de ser más antigua que todas las demás, y de que subsistiría aunque todas las restantes hubiesen de desaparecer devoradas por una barbarie que todo lo aniquilase. Pues en ella la razón cae continuamente en atascamiento, incluso cuando quiere enten-der a priori (según ella pretende) aquellas leyes que la más común experiencia confi rma. En ella hay que deshacer inconta-bles veces el camino, porque se encuentra que no llevaba adonde se quería ir; y por lo que concierne a la concordancia de sus adeptos en // las afi rmaciones, ella1 está todavía tan lejos de ella,2 que es más bien un campo de batalla que parece estar propia-mente destinado por completo a que uno ejercite sus fuerzas en combates hechos por juego, [un campo de batalla] en el que ningún combatiente ha podido todavía nunca adueñarse de la más mínima posición ni fundar en su victoria posesión duradera alguna. Por consiguiente, no hay duda de que su proceder ha sido hasta ahora un mero tanteo, y, lo que es lo peor de todo, [un tanteo] entre meros conceptos.

¿Cuál es el motivo de que aquí todavía no se haya podido encontrar el camino seguro de la ciencia? ¿Será acaso [un camino] imposible? ¿De dónde viene, en ese caso, que la natu-raleza haya afl igido a nuestra razón con la tendencia a buscarlo sin descanso como uno de sus asuntos más importantes? Aún más, ¡cuán poco fundamento tenemos para depositar confi anza en nuestra razón, si ella, en una de las cuestiones más impor-tantes para nuestra avidez de conocimiento, no solamente nos abandona, sino que nos entretiene con ilusiones y fi nalmente nos engaña! O bien, si sólo es que hasta ahora no se ha acerta-do con él,3 ¿qué señal podemos utilizar, para tener la esperanza de que tras renovada búsqueda seremos más afortunados de lo que otros antes que nosotros lo han sido?

Yo tendría que presumir que los ejemplos de la matemática

y de la ciencia de la naturaleza, que // han llegado a ser lo que ahora son mediante una revolución llevada a cabo de una sola vez, serían sufi cientemente notables para que se refl exionara acerca de los elementos esenciales del cambio del modo de pensar que a ellas les ha resultado tan ventajoso, y para imitar-las, al menos a manera de ensayo, en la medida en que lo admi-te la analogía de ellas, como conocimientos racionales, con la metafísica. Hasta ahora se ha supuesto que todo nuestro cono-cimiento debía regirse por los objetos; pero todos los intentos de establecer, mediante conceptos, algo a priori sobre ellos, con lo que ensancharía nuestro conocimiento, quedaban anu-lados por esta suposición. Ensáyese, por eso, una vez, si acaso no avanzamos mejor, en los asuntos de la metafísica, si supone-mos que los objetos deben regirse por nuestro conocimiento; lo que ya concuerda mejor con la buscada posibilidad de un conocimiento de ellos a priori que haya de establecer algo acer-ca de los objetos, antes que ellos nos sean dados. Ocurre aquí lo mismo que con los primeros pensamientos de Copérnico, quien, al no poder adelantar bien con la explicación de los movimientos celestes cuando suponía que todas las estrellas giraban en torno del espectador, ensayó si no tendría mejor resultado si hiciera girar al espectador, y dejara, en cambio, en reposo a las estrellas. Ahora bien, en la metafísica se puede // hacer un ensayo semejante, en lo que concierne a la intuición de los objetos. Si la intuición debiese regirse por la naturaleza de los objetos, no entiendo cómo se podría saber a priori algo sobre ella; pero si el objeto (como objeto de los sentidos) se rige por la naturaleza de nuestra facultad de intuición, enton-ces puedo muy bien representarme esa posibilidad. Pero como no puedo detenerme en esas intuiciones, si ellas han de llegar a ser conocimientos, sino que debo referirlas, como represen-taciones, a algo que sea [su] objeto, y debo determinarlo a éste mediante ellas, entonces puedo suponer, o bien que los concep-tos mediante los que llevo a cabo esa determinación se rigen también por el objeto, y entonces estoy nuevamente en la misma perplejidad en lo que concierne a la manera como puedo saber a priori algo de éste; o bien supongo que los obje-tos, o, lo que es lo mismo, la experiencia, sólo en la cual ellos son conocidos (como objetos dados), se rige por esos concep-tos; y entonces veo inmediatamente una respuesta más fácil, porque la experiencia misma es una especie de conocimiento, que requiere entendimiento, cuya regla4 debo presuponer en

Prólogo a la segunda ediciónde la Crítica de la razón puraImmanuel Kant

* Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, edición bilingüe alemán-español, Traducción de Mario Caimi, fce / uam / unam, México 2009.

1 Este “ella” se refi ere a “la metafísica” de la que se está hablando.2 Es decir: “la metafísica está todavía tan lejos de tal concordancia”.3 Como si dijera: “si es que hasta ahora no se ha atinado con el

camino de la ciencia”.

4 Hay que entender que la expresión “cuya regla” se refi ere al entendimiento, como si dijera: “debo presuponer en mí la regla del entendimiento”.

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mí aun antes que me sean dados objetos, y por tanto, a priori, [regla] que se expresa en conceptos a priori según los cuales, por tanto, todos los objetos de la experiencia // necesariamen-te se rigen, y con los que deben concordar. Por lo que concierne a objetos en la medida en que pueden ser pensados meramente por la razón, y de manera necesaria, [objetos] que, empero, no pueden ser dados en la experiencia (al menos tales como la razón los piensa), los intentos de pensarlos (pues pensarlos debe ser posible) suministran según esto una magnífi ca piedra de toque de aquello que suponemos como el nuevo método de pensamiento,5 a saber, que conocemos a priori de las cosas sólo aquello que nosotros mismos ponemos en ellas.*

Este experimento alcanza el resultado deseado, y promete a la metafísica, en la primera parte de ella, a saber, en aquella [parte] en que ella se ocupa de conceptos a priori cuyos objetos correspondientes pueden ser dados en la experiencia de mane-ra adecuada a aquéllos, la // marcha segura de una ciencia. Pues con esta mudanza de la manera de pensar se puede explicar muy bien la posibilidad de un conocimiento a priori; y lo que es aún más, se puede dotar de sus pruebas satisfactorias a las leyes que sirven a priori de fundamento de la naturaleza consi-derada como el conjunto de los objetos de la experiencia; dos cosas que eran imposibles con la manera de proceder [adopta-da] hasta ahora. Pero de esta deducción de nuestra facultad de conocer a priori se desprende, en la primera parte de la meta-física, un resultado extraño y aparentemente muy contrario a todo el fi n de ella,6 [fi n] del que se ocupa la segunda parte; a saber: que con ella 7 nunca podemos salir de los límites de la experiencia posible, lo que es, empero, precisamente el más esencial interés de esta ciencia. Pero en esto // reside precisa-mente el experimento de una contraprueba de la verdad del resultado de aquella primera evaluación de nuestro conoci-miento racional a priori, a saber, que éste sólo se dirige a fenó-menos, mientras que deja de lado a la cosa en sí misma como

[una cosa que es], por cierto, efectivamente real en sí, pero desconocida para nosotros. Pues aquello que nos empuja nece-sariamente a traspasar los límites de la experiencia y de todos los fenómenos es lo incondicionado, que la razón reclama, con todo derecho, necesariamente en las cosas en sí mismas, para todo condicionado; [reclamando] con ello que la serie de las condiciones sea completa. Ahora bien, si cuando se supone que nuestro conocimiento de experiencia se rige por los objetos [tomados] como cosas en sí mismas se encuentra que lo incon-dicionado no puede ser pensado sin contradicción; y si, por el contrario, cuando se supone que nuestra representación de las cosas, como nos son dadas, no se rige por ellas [tomadas] como cosas en sí mismas, sino que estos objetos, como fenómenos, se rigen más bien por nuestra manera de representación, se encuentra que la contradicción se elimina, y que, en consecuen-cia, lo incondicionado no debe encontrarse en las cosas, en la medida en que las conocemos ([en la medida en que] nos son dadas), pero sí en ellas, en la medida en que no las conocemos, como cosas en sí mismas; entonces es manifi esto que lo que al comienzo sólo supusimos como ensayo, // está fundado.* Ahora, después que ha sido denegado a la razón especulativa todo progreso en este terreno de lo suprasensible, nos queda todavía el intento de [ver] si acaso no se encuentran, en el conocimiento práctico de ella, datos para determinar aquel concepto racional trascendente de lo incondicionado, y para llegar de esa manera, cumpliendo el deseo de la metafísica, más allá de los límites de toda experiencia posible con nuestro conocimiento a priori, [conocimiento que] sólo [es] posible, empero, en la intención práctica. Y con tal proceder, la razón especulativa nos ha procurado, para tal ensanchamiento, al menos el lugar, aunque debió dejarlo vacío; y nada nos impide, por consiguiente —antes bien, ella nos invita a ello—8 // que lo llenemos, si podemos, con los datos prácticos de ella.** G

5 Literalmente: “el método transformado de la manera de pensar,” como si dijera: “el método de pensar, después de los cambios intro-ducidos en él por la revolución de la manera de pensar a la que antes se aludió”.

* Este método, copiado del investigador de la naturaleza, consiste, por consiguiente, en buscar los elementos de la razón pura en aquello que se puede confi rmar o refutar mediante un experimento. Ahora bien, para la comprobación de las proposiciones de la razón pura, especialmente cuando se aventuran más allá de todos los límites de la experiencia posible, no se puede hacer experimento alguno con los objetos de ella (como en la ciencia de la naturaleza); por consiguien-te, ello será factible solamente con conceptos y con principios que suponemos a priori, a saber, si los disponemos de tal manera que los mismos objetos puedan ser considerados desde dos puntos de vista diferentes, por un lado como objetos de los sentidos // y del enten-dimiento, para la experiencia; y por otro lado, sin embargo, como objetos que solamente se piensan, [objetos,] a lo sumo, para la razón aislada que se esfuerza por ir más allá de los límites de la experiencia. Ahora bien, si se encuentra que al considerar las cosas desde aquel doble punto de vista se produce una concordancia con el principio de la razón pura, pero que si se toma un único punto de vista, surge un inevitable confl icto de la razón consigo misma, entonces el expe-rimento decide en favor del acierto de aquella distinción.

6 Hay que entender aquí: “contrario al fi n de la metafísica”. No es posible gramaticalmente interpretar: “fi n de nuestra facultad”.

7 Hay que entender: “con esa facultad”.

8 Los guiones en la frase: “—antes bien, ella nos invita a ello—” son agregado de esta traducción.

** De esa manera las leyes centrales de los movimientos de los cuerpos celestes le procuraron certeza defi nitiva a aquello que Copér-nico al comienzo había supuesto sólo como hipótesis, y demostra-ron a la vez la fuerza invisible que enlaza la fábrica del universo (la atracción de Newton), que habría quedado para siempre oculta, si el primero no se hubiera atrevido a buscar los movimientos observados, de una manera contraria a los sentidos, pero sin embargo verdadera, no en los objetos del cielo, sino en el espectador de ellos. En este pró-logo presento la reforma del modo de pensar, expuesta en la Crítica, y análoga a aquella hipótesis, también sólo como hipótesis, aunque en el tratado mismo está demostrada no de manera hipotética, sino apodíctica, a partir de la naturaleza de nuestras representaciones de espacio y de tiempo, y [a partir] de los conceptos elementales del entendimiento; [lo hago así] sólo para hacer notar los primeros ensa-yos de tal reforma, que siempre son hipotéticos.

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El Fondo de Cultura Económica, la Universidad Autónoma Metropolitana y la Universidad Nacional Autónoma de Méxi-co han puesto a circular una monumental edición bilingüe de la Crítica de la razón pura, obra crucial del formalismo fi losófi co y de la modernidad occidental. La traducción fue hecha por el académico argentino Mario Caimi, profesor de fi losofía moder-na de la Universidad de Buenos Aires y el cuidado de la misma por el brillante editor Juan Carlos Rodríguez. La obra más ambiciosa de Immanuel Kant, la Crítica de la razón pura, se publicó en 1781; la segunda edición, considerablemente modi-fi cada, seis años después, en 1787. En español, se publica en 1883 la primera traducción a cargo de José del Perojo; en 1928, la infl uyente versión de García Morente y en 1978 la edición de Pedro Ribas. La versión de Caimi, a más de 200 años del original en alemán, suma una serie de aciertos en el medio fi losófi co iberoamericano.

Señalaré brevemente tres de las implicaciones positivas de una edición bilingüe alemán-español. Primero, romper y resis-tir al imperialismo sajón del conocimiento. En innumerables academias, se ha presupuesto de manera errónea que el inglés es la lengua franca del conocimiento contemporáneo y que esto vuelve innecesario el conocimiento de otros idiomas. Lo cierto es que esta idea y su práctica adelgaza considerablemen-te la riqueza del conocimiento. El inglés es una lengua más en el mundo y en disciplinas como la fi losofía es una lengua que tiende a los estudios formales y pragmáticos, excluyendo fran-jas elementales de la ontología, la metafísica y la historia de la fi losofía; en este sentido, la importancia de contar con el texto de referencia en alemán, ilumina, sin las ventajas y desventajas de otra lengua, inmensos campos de conocimiento que son propios del alemán y otros tantos del español como lenguas fi losófi cas. Segundo, un trabajo de este tipo alienta el aprendi-zaje de otra lengua, en este caso el alemán, y el perfecciona-miento del español que compele a la fi losofía; aunado a lo anterior, propicia los estudios formales en la fi losofía, esto es, los estudios fi lológicos y lingüísticos del texto, estudios poco desarrollados aún dentro de una perspectiva fi losófi ca en Ibe-roamérica. Finalmente, un trabajo de este tipo no sólo propicia la especialización dentro de la fi losofía, sino la crítica y el deba-te dentro de la tradición receptora del texto, a través de ese instrumento prístino para la investigación fi losófi ca: la traduc-

ción. Todo lo anterior implicará, quizá en el largo o mediano plazo, el trabajo sobre la obra kantiana respecto a sus aspectos fi losófi cos formales a partir del lenguaje: deben de realizarse en nuestra tradición análisis sobre la infl uencia del modelo arqui-tectónico kantiano; sobre el uso de la metáfora en el discurso fi losófi co, y su extrapolación a los discursos sociales y científi -cos, y sobre el uso de los campos semánticos que Kant pone en juego y que han tenido profundas consecuencias en el conoci-miento mundial. Entre muchas certezas, este trabajo, me ha recordado una vez más la urgencia de realizar una historia de la traducción y la difusión de la fi losofía en Latinoamérica y, a partir de esta historia, un estudio crítico del establecimiento del canon fi losófi co en nuestra tradición de pensamiento.

Por otra parte, podemos señalar algo más respecto a los ele-mentos formales del libro. La obra ha sido anotada de manera crítica con un aparato de notas del traductor, se señala la nume-ración fi lológica establecida y se añaden cinco importantes apéndices: una “Tabla de correspondencias de traducción de términos” entre el término en alemán, latín y sus diversas deri-vaciones al italiano, francés, español e inglés; una “Biblio grafía” sobre la Crítica de la razón pura; una “Cronología” de Kant y sus obras; un “Índice temático” y un “Índice onomás tico” del texto. Este aparato elemental tendrá inmediatos resultados en la inves-tigación fi losófi ca. En nuestro idioma, estamos aún lejos de es ta-blecer parámetros mínimos de trabajo y presentación de obras clásicas, como el que conforma este libro, para el desarrollo de la investigación fi losófi ca y el avance metodológico y epistémico de la misma investigación y creación fi losófi ca.

Respecto a la introducción del texto, esto nos puede dar indicios de las diferencias sustanciales de la propuesta de tra-ducción de Caimi con las escuelas tradicionales de traducción en Iberoamérica. Como él lo indica en la introducción, se trata de “poner a la vista la estructura de la obra en su conjunto”. En este sentido, se trata de una introducción de carácter pedagó-gico y con una pretensión holística que cumple con la norma de las nuevas tendencias de traducción en Iberoamérica. Nor-mas dentro de las cuales, y contra la escuela mexicana de tra-ducción, se da un peso muy relevante a las introducciones de las obras, como se ha hecho en la Biblioteca Imannuel Kant que coordina Dulce María Granja, Biblioteca donde se ha publicado la Crítica de la razón práctica y se espera la publica-ción de la Antropología fi losófi ca, La religión en los límites de la razón y la Crítica de la facultad de juzgar. Allende lo anterior, en el texto introductorio el traductor pone en juego tesis impor-tantes y polémicas, como aquellas que señalan que con Kant llega a su fi n la metafísica racionalista; que se concluye la obra

La Crítica de la razón puray la traducción de la fi losofía al español*Carlos Oliva Mendoza

* Texto leído en la presentación de la edición bilingüe de la Crítica de la razón pura en la Librería Octavio Paz, el 26 de noviembre de 2009.

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del iluminismo y que se alcanza el fi n del racionalismo dogmá-tico; tesis que merecen un debate pormenorizado.

Aunado a lo anterior, Mario Caimi ha señalado que la pri-mera traducción de la Crítica de la razón pura, a cargo de José del Perojo, es un trabajo de curiosidad intelectual; mientras que el trabajo de García Morente es un intento radical de tras-plantar la lengua original, el alemán, al español. Estas simples ideas, nos ponen en camino a una interesantísima discusión sobre los nuevos caminos de la traducción en Iberoamérica. Es cierto que la poderosa escuela mexicana de traducción de fi lo-sofía prácticamente ha desaparecido; tenemos varios académi-cos y académicas que hacen excelentes trabajos y esfuerzos; pero lejos estamos de aquella escuela que formara José Gaos y que tenía, efectivamente, la poderosa idea de trasplantar las lenguas que traducían al español; de esa dimensión era su creencia en la potencia de nuestra lengua. El trabajo de Dulce María Granja, quien coordina la Biblioteca Kant, es uno de los pocos referentes de las posibilidades de rearticular una escuela de traducción en México, país que se encuentra a la saga frente a las constantes traducciones que se realizan en la academia española y argentina. Por esta misma razón, quisiera terminar este breve escrito, que parte de mi intervención en la presen-tación de la obra que osada y generosamente han puesto en

circulación el Fondo de Cultura Económica, junto con la uam y la unam, recordando parte de las reglas de traducción de la vieja escuela mexicana de traducción, con el fi n de entender, al momento de enfrentar el texto de Kant, en la versión de Caimi, cuáles son las diferencias, líneas de continuidad y ruptura, con aquel proteico esfuerzo de la inteligencia de nuestra lengua. En la introducción a la Ética de Spinoza, publicada en 1977 en la colección Nuestros Clásicos, coordinada por Rubén Bonifaz Nuño y Augusto Monterroso, Gaos señala tres mínimos prin-cipios de su traducción de Spinoza que en realidad pueden aplicarse a gran parte del universo traducido por los transterra-dos y sus discípulos: a) toda la literalidad posible; b) traducción única, sin excepción, de cada uno de los términos técnicos; c) usar el castellano fi losófi camente más castizo posible, sin caer en un arcaísmo que fuese camino de contrahacer una traduc-ción contemporánea de la Ética que sería hoy bien de apreciar. La relevancia de estos preceptos puede observarse ahora, cuan-do la mayoría de las traducciones españolas en fi losofía han optado por los preceptos contrarios. Por esta misma razón, no es equívoco decir que la tensión de estas nuevas escuelas de traducción con aquellos clásicos que por casi un siglo sostuvie-ron la enseñanza de la fi losofía en español, marcará, en buena medida, el derrotero del pensamiento en español. G

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La comunidad hispanohablante en fi losofía tiene hoy razones para congratularse por la aparición de una edición bilingüe de la Crítica de la razón pura de I. Kant. Además de la bienvenida a la traducción misma, considero importante subrayar el pro-yecto de presentar la obra de Kant en ediciones que ponen frente a frente el texto en su lengua original con la versión española. Es en torno a ello que deseo compartir algunas refl e-xiones con el lector.

En efecto, una de las cuestiones más urgentes en el mundo globalizado al que asistimos es el de la pluralidad lingüística. Dos clases de respuesta parecen posibles: o bien se admite explícitamente una lengua dominante, como sucede con la lengua inglesa en los dominios comercial y en gran medida científi co, o bien se acepta y se mantiene la pluralidad, tratan-do de hacer visibles en cada momento el sentido y el interés que tienen las diferencias, alternativa que es, en realidad, la mejor manera de facilitar efectivamente la comunicación entre las lenguas y las culturas. Ésta es, manifi estamente, la elección de una edición bilingüe. Mediante esta elección se ha decidido pensar la fi losofía en las diferentes lenguas, tratar a las fi loso-fías tal como ellas se dicen y ver lo que esto puede aportar a nuestras maneras de fi losofar. Una edición bilingüe signifi ca adoptar una visión pluralista de las lenguas, admitiendo que el pensamiento también está revestido con la lengua viva y no escapa, y no puede escapar, a las rugosidades de lo dicho. No deseamos con ello minimizar de ningún modo la importancia de leer el texto en su lengua original (posibilidad que ofrece esta edición), pero nos parece que una edición que pone frente a frente ambas lenguas es un reto intelectual para la lengua de llegada y en consecuencia, un poderoso instrumento de trabajo para sus lectores.

Una edición bilingüe no debe considerarse como algo com-puesto de dos partes asociadas de manera más o menos acci-dental. Ella es más bien un instrumento hermenéutico único, solidario. Ello se debe a que la pluralidad de las lenguas no se reduce de ningún modo a la diversidad de designaciones apli-cables a una cosa: cada lengua es, por el contrario, una perspec-tiva diferente acerca de la cosa, y cuando este objeto no perte-nece al orden de los sentidos, nos encontramos con frecuencia enfrentados a una serie de categorías, cada una de las cuales tiene una elaboración diferente. ¿Es acaso lo mismo Geist, que

Espíritu, o Spirit, o bien Sprit? En el lenguaje, estas diferencias son constitutivas de la cosa porque cada lengua es una visión del mundo y cada una atrapa, en su propia trama, un universo particular. Cada lengua contiene un sistema de conceptos que, precisamente debido a que se tocan, se unen y se complemen-tan, forman un todo cuyas diferentes partes no se correspon-den exactamente a ninguno de los conceptos contenidos en el sistema de otras lenguas. Aun aquello que parece absolutamen-te universal (Dios, el alma, la libertad) se encuentra coloreado por la lengua. Es por eso que pensar a Kant en español implica también un reto.

No pretendemos decir con ello que cada uno debe refugiar-se en su propia herencia lingüística, en una suerte de tradición cerrada en la que reinaría el particularismo del español. Y tam-poco deseamos sostener que su especifi cidad hace a cada len-gua intraducible: todas las lenguas son susceptibles de expresar cualquier contenido, pero lo hacen a costa de un trabajo de elaboración sobre sí mismas. A ello contribuye una edición bilingüe: una obra así toma a las palabras, las categorías y los conceptos y las enfrenta en el medio de la diferencia conmen-surable de las lenguas, mostrando las transferencias entre ellas pero también las tensiones. Sin duda el autor buscó expresarse en su propia lengua pero, ¿estamos seguros que no se obtiene nada cuando se lo expresa en una lengua diferente? Porque para encontrar el sentido de una categoría, ambos textos bus-can situarla en la trama que le corresponde, exhibiendo cómo funciona ahí, cómo su sentido también pertenece al orden de asociación y del contexto. De este modo se reduce “lo intradu-cible”. Referirse a esta especifi cidad de “lo intraducible” no implica de ningún modo que las categorías o los contextos originales no sean traducibles, o no puedan serlo, sino más bien que, mediante una elaboración continua, no cesamos de traducirlos. Con frecuencia, esta traducción incesante conduce a neologismos o a la imposición de un nuevo signifi cado o a una expresión antigua; esto es el indicio de que, de una lengua a otra, los términos, lo mismo que las tramas conceptuales, no pueden simplemente superponerse. En ese pasaje, los términos se enriquecen con una historia propia, hecha a veces de inven-ciones, de atribuciones dudosas y hasta de olvidos. Ediciones como la presente son pues el efecto, pero también la causa, del nivel de refl exión actual de las lenguas fi losófi cas, en especial del español.

Arropar a la fi losofía con las lenguas naturales en las que la gente piensa, no signifi ca reivindicar una suerte de nacionalis-mo lingüístico, y tampoco una especie de esencialización del genio de cada lengua. A nuestro juicio, no hay una “lengua

Una nueva ventana a la obrade Immanuel KantSergio Pérez Cortés

* Texto leído en la presentación de la edición bilingüe de la Crítica de la razón pura en la Librería Octavio Paz, el 26 de noviembre de 2009.

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fi losófi ca” que por derecho propio podría expresar fi elmente al Ser o a la Idea, sea esta lengua el griego clásico o la lengua alemana. Ninguna de estas lenguas representan “lo intraduci-ble”, aquello que otras lenguas no podrían ni expresar ni pen-sar. Sucede sencillamente que, por cuestiones que pueden ser analizadas objetivamente, el griego de la antigüedad y la lengua alemana de fi nales del siglo xviii se convirtieron en el vehículo y la expresión de una serie de ideales, de expectativas y de imá-genes que occidente se daba a sí mismo. Si esto es así, por razones de herencia compartida, entonces conviene valorar la multiplicidad geográfi ca y lingüística, y es en este sentido que, creemos que una edición bilingüe es un instrumento herme-néutico unifi cado. Al colocar frente a frente ambos textos, pueden evaluarse las elecciones lingüísticas del traductor con las elecciones propias de cada lector. En todo caso, ningún lector está ya obligado a permanecer inerte. Y esto vale para todo lector hispanohablante potencial, porque aún aquellos que leen con fl uidez la lengua original, están obligados a hacer ciertas elecciones en el momento en que se expresan en su propia lengua. A su manera, cada fi lósofo es un traductor de sus colegas extranjeros, sea que actúe como exégeta, como historiador o como crítico. Siempre existe algún tipo de tra-ducción por el simple hecho de que ninguna lengua apunta directamente hacia las cosas, sino que es una forma específi ca de apropiación de las cosas. La variación de una lengua a otra nos hace sensibles a las diferencias y a las tonalidades semánti-cas; ella permite reconocer los equívocos de los que cada len-gua es portadora por su historia, pero también por su herencia

y los préstamos que debe a otras lenguas. Un término no es la simple representación verbal o escrita de un concepto, pues éste no podría nacer y desde luego no alcanzaría ninguna estabili-dad sin aquél. Es a través de procedimientos extremadamente sutiles que la fuerza del pensamiento se condensa, gradualmen-te, en el signifi cado de cada término. Por eso cada traducción y desde luego esta edición bilingüe es una nueva tentativa de comprensión, tanto más importante en el caso de I. Kant por-que, a pesar de su reputación de precisión analítica él es, por momentos, un pensador de una tremenda oscuridad.

Hasta aquí hemos tratado de mostrar que, por sus caracte-rísticas, esta edición bilingüe es un poderoso instrumento de trabajo. Pero además, en ella está contenida la Crítica de la razón pura, uno de los monumentos intelectuales de la moder-nidad. Conviene pues, preguntarse brevemente, quiénes se benefi ciarán de esta edición. En primer lugar desde luego, aquellos que interpretan, prolongan o simplemente se esfuer-zan por pensar en el dominio marcado por el idealismo tras-cendental. Para éstos, la Crítica resulta una pieza clave en el proyecto de Kant, en primer lugar porque con ella se inicia realmente la obra de madurez del fi lósofo. Luego, en segundo lugar, porque esta primera Crítica es una de las obras más difí-ciles y por momentos más enigmáticas de la fi losofía moderna y por tanto una de las que ha recibido un mayor número de interpretaciones (desde ser considerada una teoría de la expe-riencia, una ontología fundamental, o como sucedió con la lectura de P. Strawson, una metafísica descriptiva). De modo que de la interpretación que se tenga de la Crítica de la razón

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pura depende en gran medida la concepción de conjunto que se forme del programa kantiano. Y si se me permite adoptar una de las interpretaciones posibles, es justamente la Crítica la obra que mejor expresa que la fi losofía de Kant pertenece al presente en el que aún nos encontramos, en sus dos cuestiones primordiales: su proyecto por explicar la posibilidad y la legi-timidad del conocimiento científi co en primer lugar, y luego, por explicar la posibilidad de la libertad humana.

En lo que concierne a su primer propósito: dar cuenta de la posibilidad del conocimiento científi co, la Crítica, a través de sus interpretaciones y sus prolongaciones, sigue siendo un contendiente contra aquellas fi losofías que Kant deseaba refu-tar: las diferentes variantes del empirismo, el realismo trascen-dental e incluso las diversas clases de idealismo, como el idea-lismo empírico de Leibniz y Berkeley. El idealismo trascen dental deseaba situarse entre el dogmatismo de la metafísica tradicio-nal y le escepticismo que —de acuerdo con Kant— amenazaba a la fi losofía con la alternativa de Hume. Pero lo hacía devol-viendo al entendimiento la causa de su propia actividad, en el ejercicio de sí mismo. Sin duda alguna, Kant reivindica la nece-

sidad de los datos aportados por la sensibilidad pero para él lo esencial es aportado por la acción del entendimiento que cons-tituye, con sus propios medios, la posibilidad de toda experien-cia. Lo que a nuestro juicio hace de la Crítica una obra emble-mática de la modernidad, es que no sólo investiga las con diciones que permiten explicar la certeza que la conciencia alcanza mediante el conocimiento, sino que busca concebir al agente racional como agente activo que no está constreñido, en el plano del conocimiento, por el lazo determinista de la natura-leza. Con la Crítica, parecen quedar atrás las concepciones meramente receptivas, “pasivas”, de la razón teórica.

Si se considera la investigación actual, es posible que quien reciba más atención por parte de los fi lósofos sea el Kant de la Crítica de la razón práctica. Pero aún en este caso, la presente edición de la primera Crítica resulta un útil indispensable, al menos si se desea comprender el programa kantiano tal como este parece haberlo concebido. En efecto, la Crítica de la razón pura es la primera pieza de un díptico: si había sido posible probar que el conocimiento del mundo físico contingente en el que vivimos es resultado de la acción del agente —aun al pre-

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cio de limitar el conocimiento al conocimiento de los fenóme-nos, de nuestras representaciones—, eso abría la puerta para examinar de modo coherente la posibilidad de que también fuésemos agentes libres, gobernados por nosotros mismos bajo la ley moral, tal como la razón práctica lo requiere. Para Kant, la ac ción sobre sí mismo del entendimiento en el orden de la razón teórica, es la condición de posibilidad de la libertad en el orden de la razón práctica, porque no habría libertad verdade-ra si somos agentes libres en el plano moral, pero estamos atados al mundo sensible en el plano teórico. Éste nos parece el sentido de la célebre expresión contenida en el prefacio de la segunda edición de la Crítica de la razón pura: “He debido sus-pender el conocimiento para dar lugar a la fe”.

Los especialistas estiman que posiblemente la primera Crí-tica no satisfi zo, una vez concluida, las expectativas que Kant se había formado porque no ofrecía una fundamentación simultá-nea de la ciencia y de la vida moral, tal como esperaba que fuese. No está claro si, en el mismo momento de terminar su obra, Kant pensaba que tendría que examinar nuevamente el tema de la libertad, como lo hizo muy pronto con la Crítica de la razón práctica. De cualquier modo, la primera Crítica quedó como la base de toda la obra posterior y resulta indisociable del programa kantiano: si dictamos la ley de los fenómenos en el mundo en el que somos contingentes, en la razón práctica, donde reinamos absolutos, la ley moral nos revela como due-ños de una vida independiente del mundo sensible. Así, la Crítica, una obra en principio centrada en el plano cognosciti-vo, resulta crucial en el pensamiento actual pues, por sí misma, o a través de sus intérpretes o sus continuadores, enseña que podemos mirar al mundo desde el punto de vista de agentes libres y no hay ninguna razón para adoptar ninguna fi losofía de la pasividad, de la inactividad, de la simple contemplación.

Finalmente, si una edición como la presente es un poderoso instrumento de trabajo para aquellos que interpretan o prolon-gan el programa de Kant, también lo es para aquellos que encuentran sus parámetros de pensamiento en el marco de la crítica al proyecto crítico. La Crítica de la razón pura fue escrita en un momento en que la modernidad tenía una gran confi an-za en sí misma y encontraba pocas razones para dudar. Más de 200 años de peripecias, logros, pero también desventuras se han acumulado de manera que aquella confi anza en los poderes

de la razón se encuentra, por momentos, seriamente quebran-tada. De hecho, las reacciones a la publicación de la primera Crítica se presentaron muy pronto y con ello se abrió uno de los episodios más excitantes en la historia de la fi losofía occi-dental; es este itinerario el que llevó, a través de Fichte, Jacobi, Rienhold, Schulze, Schlegel, Hölderlin, Novalis y Schelling hasta Hegel. Incluso nos permitimos pensar que la crítica que Hegel ha hecho a Kant sólo tiene equivalente en la crítica que Aristóteles había hecho a Platón, unos 21 siglos antes.

Desde luego, no se intentará aquí ni un pequeño esbozo de tal historia. Pero si hubiese que elegir un solo hilo conductor para guiarse en el laberinto de la fi losofía contemporánea, es posible que la historia del término “crítica” fuese un buen can-didato. Pero es un candidato complejo, porque bajo el término “crítica” se ocultan procedimientos y objetivos muy diversos. La crítica puede conducir a una fi losofía enteramente sin pre-suposiciones, como en Hegel, puede llevar a una subversión entera de los valores como en Nietzsche, o incluso puede con-ducir a una reconstrucción de la Economía Política clásica, como en el caso de Marx. Quizá una sola cosa unifi ca esta gran diversidad: que ante los resultados del programa kantiano, todos ellos admiten su punto de partida, sus intenciones pri-meras, su sentido básico, y sólo disienten porque buscan alcan-zar lo que a su juicio son formas más acabadas de autonomía para la razón teórica y de libertad moral y política para la razón práctica. El término de “crítica” contenido en el título de la obra que hoy celebramos se ha consolidado como la divisa quizá más emblemática del mundo fi losófi co contemporáneo.

Con esta edición bilingüe de la Crítica de la razón pura, que se suma en esta biblioteca a otras obras similares ya publicadas o por venir, Kant se coloca en un lugar de privilegio en el hori-zonte de la fi losofía hispanohablante. Tanto mejor. Ojalá y otros fi lósofos tengan la fortuna de alcanzar un sitio equivalen-te. Pero para ello será necesario que encuentren un equipo con la pasión, la obstinación y el encarnizamiento académico que ha hecho posible esta edición, grupo encabezado por la Dra. Dulce María Granja, el traductor, Doctor Mario Caimi, sus asistentes, las instituciones patrocinadoras, y el Fondo de Cul-tura Económica quienes, con su buen tino científi co, lo han hecho posible. A todos ellos la comunidad hispanohablante de fi losofía les debemos, me parece, un cordial agradecimiento. G

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En 1965 Enrique Florescano publicó, junto con su esposa y compañera de toda la vida Alejandra Moreno Toscano, una Bibliografía del maíz en México. No fue su primer libro, pero puede decirse que a partir de entonces el maíz, la planta que ha alimentado a los mexicanos en los últimos cinco mil años, se volvió el eje estructurador de sus estudios históricos, que han sido muchos y variados, e igualmente centrales para la vida del país. Durante los años sesenta, setenta y ochenta del siglo xx, el maíz condujo a Florescano a investigar la historia agraria del periodo colonial de nuestra historia. Era una época en la que el periodo colonial era en buena medida desatendido, considera-

do como un periodo “ilegítimo” de nuestra historia, como bien lo vio y criticó Octavio Paz. También en esos años la historia económica era una novedad en la historia mexicana, combatida por historiadores, como Edmundo O’Gorman, al que critica-ban su supuesta frialdad y deshumanización, y su afi nidad con el marxismo y su supuesto determinismo económico. Gracias a sus estudios de maestría y de doctorado en historia en El Cole-gio de México y en l’École Pratique des Hautes Études, de París, Florescano se volvió no sólo un paleógrafo capaz de leer los documentos legales españoles, también se ejerció en el duro ofi cio de registrar largas fuentes cuantitativas, como las de los

Enrique Florescanoy El Estado en MesoaméricaRodrigo Martínez Baracs

Enrique Florescano, Los orígenes del poder en Mesoamérica,fce, México, 2009.

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precios del maíz en la ciudad de México. Así publicó Floresca-no en 1969 su primer libro importante, Precios del maíz y crisis agrícolas en México (1708-1810), que mostró cómo las cosechas de maíz, con sus ciclos decenales, anuales y estacionales, pro-vocaban fuertes consecuencias en la vida toda de México, par-ticularmente en los años de crisis agrícolas, de baja producción y altísimos precios, que provocaban hambre, enfermedades, delincuencia, vagancia. Y, siguiendo a los intelectuales más inteligentes y críticos del virreinato, Florescano mostró cómo los años críticos de bajas cosechas eran provocados por fenó-menos naturales, las manchas del sol, pero, inscritos en una estructura económica y política, eran aprovechados por los grandes hacendados para especular y aumentar los precios, en detrimento de los indios y de los pobres todos, que eran cada vez más numerosos y pobres. Así, Enrique Florescano, a tono con Alejandro de Humboldt, mostró el lado oscuro del siglo de la Ilustración en México, un siglo de crecimiento con explota-ción de Antiguo Régimen, que es uno de los orígenes de la desigualdad en México.

A partir de este núcleo de comprensión profunda de Méxi-

co, Florescano escribió varios otros estudios y libros de historia agraria y económica, particularmente del periodo colonial y el siglo xix, y emprendió un amplio y generoso programa de pro-moción de estos temas que se plasmó en la publicación de numerosas fuentes inéditas, de estadísticas históricas, de obras colectivas, que alteraron de manera irreversible la visión de la historia mexicana. Esta visión integral y crítica de la desigual-dad social en el pasado lo condujo a la búsqueda de una visión igualmente integral y crítica del presente, lo cual desarrolló Florescano en la revista Nexos, que fundó, y en los grupos de discusión que promovió.

Al mismo tiempo, Enrique Florescano, siempre atento a la formación de colectivos de investigación multidisciplinarios, con una perspectiva latinoamericana y europea, promovió la elaboración de varias grandes bibliografías y revisiones histo-riográfi cas, que lo fueron conduciendo también a hacerse un historiador de la historia mexicana. Enrique Florescano había sido director de la Dirección de Estudios Históricos del inah, que organizó atento a los caminos más modernos de la historia (de las mentalidades, de las mujeres, historia urbana, de los

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empresarios, de la agricultura, de la cultura nacional, etc.), y era ya director del inah, cuando publicó en 1987, en la edito-rial Joaquín Mortiz, un libro que reorientaría sus estudios: Memoria mexicana. Ensayo sobre la reconstrucción del pasado: época prehispánica-1821. Aunque Florescano publicó una gran canti-dad de estudios sobre las formas de la memoria mexicana en los siglos xix y xx, los estudios sobre el periodo prehispánico lo fueron atrayendo de manera creciente y dieron lugar a una proliferación de valiosos estudios. En la segunda edición ampliada de Memoria mexicana, publicada en el fce en 1994, la parte que más se amplió fue con mucho la prehispánica, y a partir de entonces Florescano no dejó de publicar una gran cantidad de nuevos libros, con sus reediciones ampliadas (como los estudios sobre Quetzalcóatl como Dios del Maíz), sobre las formas de la memoria en el México prehispánico, entre los cuales destacan Memoria indígena e Historia de las historias de la Nación mexicana, en el que muestra que cada reino prehispáni-co escribía su propia historia de acuerdo a un modelo, que Florescano llamó “canon”, semejante en todas sus versiones: esta historia canónica narraba el origen de los dioses, del mundo, de los hombres, del maíz (la agricultura) y del linaje de los reyes de cada reino y de su establecimiento y victorias mili-tares para dominar su territorio. Si bien estas historias eran más o menos parecidas en todos los reinos, sólo en su última parte se narraban la historia propia de cada reino particular, aunque siempre con un grado variable de reelaboración y rein-vención por parte de los reinos, como en el caso paradigmático de los mexicas, después de su victoria sobre Azcapotzalco y la formación de la Triple Alianza.

Un tema presente a lo largo de esta investigación multifor-

me acerca de la memoria en la historia de México es la vincu-lación de la memoria a las formaciones estatales, tanto en el periodo prehispánico, como en el virreinal, como en el México independiente y el revolucionario institucional (Enrique Flo-rescano vio de manera muy clara que los murales de Diego Rivera son los que mejor representan la memoria mexicana estatal del siglo xx). Esta visión estatalista de la memoria mexi-cana le valió a Florescano desde 1981 una crítica no sé si del todo justa de Enrique Krauze, pues era necesario tomar con-ciencia de la subordinación del discurso histórico al estado a lo largo de la historia mexicana para intentar salir de ella, y es precisamente lo que está sucediendo ahora, que tras la caída del régimen revolucionario institucional, se rompió un para-digma y no hay paradigma nuevo.

Este caudal de estudios de Florescano dedicados a la memo-ria prehispánica coincide y cobra su primer impulso con la fuerza irrefrenable de los estudios históricos prehispánicos predominantemente realizados en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos, en los últimos treinta o cuarenta años, que alteraron de manera radical la imagen que teníamos del perio-do prehispánico. Los conquistadores y los frailes se habían dedicado a destruir los antiguos libros o códices, pero los estu-dios arqueológicos realizados a lo largo del siglo xx, y desde antes, habían ido sacando de la tierra muchos testimonios his-tóricos que los conquistadores y los frailes no habían podido descubrir. En 1981, en el Supplement al Handbook of Middle American Indians sobre Arqueología, se pudo apreciar el giro de la arqueología de no interesarse sólo por descubrir pirámides y centros ceremoniales, sino también zonas residenciales y trata-ran de desenterrar información sobre los modos de vida de la

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gente de entonces. Pero además de dar a conocer las ciudades de un mundo civilizado, la arqueología fue sacando una gran cantidad de imágenes y jeroglifos, en diversos “soportes” (cerá-mica, murales, esculturas, hueso). Al mismo tiempo, precisa-mente en estos años, la escritura maya comenzó a ser descifra-da, abriendo el mundo maya a los reyes, la guerra y los sacrifi cios. Los “libros de arte” sobre el México prehispánico dejaron de ser “coffee table books” y se volvieron fuentes históri-cas imprescindibles.

Fue cambiando el panorama todo de nuestro pasado prehis-pánico. La cultura olmeca dejó de ser la “cultura madre” de la civilización prehispánica, en una concepción difusionista, pues se encontraron varios otros focos de desarrollo autónomo de los inicios de la vida civilizada (“ciudades” dependientes del tributo de los campesinos). Los teotihuacanos y los mayas deja-ron de ser los modelos de pacífi cas sociedades teocráticas del periodo Clásico, designación que destaca la prevalencia de una estética (la mejor, la Clásica), para volverse teocracias guerreras y sacrifi ciales, cuyo carácter sangriento se acentuó sin duda durante el periodo Posclásico, pero estaba ya presente en el Clásico, y aun en el Preclásico.

Pero Florescano no se contentó con dar cuenta en sus libros de estos grandes progresos en el conocimiento del pasado mesoamericano (lo cual ya de por sí es una tarea que no cual-quiera puede realizar), sino que les imprimió siempre a sus síntesis una interpretación propia, que adquiere consistencia y un sentido global importante para la historia de México toda. Es el caso de la identifi cación que Florescano fue llevado a hacer de la mítica ciudad ideal Tollan, ya no con Tula Xicoco-titlan, sino con Teotihuacan, idea formulada por Laurette Séjourné, pero que sigue teniendo severos críticos, como Miguel León-Portilla.

Estos estudios de Florescano sobre la memoria histórica prehispánica lo condujeron pues, al estado, los reinos, los alté-petl, por lo que llegó el tiempo de enfocar directamente al estado, y recorrer el camino al revés (como en las tesis sobre Feuerbach de Marx), mostrar cómo el estado genera sus pro-pias concepciones del pasado y de la vida toda a través de la religión. Este es el camino que condujo a Florescano al presen-te libro, Los orígenes del poder en Mesoamérica, que es una de sus obras de conjunto más ambiciosas y mejor logradas. El fce y la revista Arqueología Mexicana (que editan la Editorial Raíces y el Instituto Nacional de Antropología e Historia) hicieron un gran trabajo para lograr un libro en el que el texto muy claro, didáctico, explicativo e informadísimo de Florescano se com-plementa con un magnífi co trabajo de edición de fotografías e imágenes, cuya interpretación o “lectura” Florescano nos ayuda o encamina a realizar.

El trabajo sin duda es imponente, y sin embargo no creo que el propio Florescano lo considere como una obra defi niti-va o permanente, pues es tal el empuje de las investigaciones y los descubrimientos, que la imagen de nuestro pasado prehis-pánico seguirá cambiando. Ahora ha quedado claro que no existe una historia de México, sino que la historia de México es la historia de Muchos Méxicos, como se titula el libro de Lesley Byrd Simpson, que la historia de México se debe construir con múltiples microhistorias, como las que defendió Luis González y González, y esto es particularmente cierto en el México pre-hispánico, poblado no sólo por grandes imperios (antecesores de la Patria) sino por una gran cantidad de reinos (más o menos

grandes), llamados altépetl, en náhuatl, cah, en maya, ñu, en mixteco (o ireta, en tarasco), más o menos dispersos o integra-dos en formaciones más o menos imperiales a lo largo del tiempo. Con el afán sobre todo de referirse a algunos de los casos más documentados, Florescano decidió concentrarse en este libro en la Venta y los olmecas, Teotihuacan, los reinos mayas de Tikal, Copán, Quiriguá y Calakmul y Palenque del periodo Clásico, y, ya del Posclásico, Chichén Itzá, Tula y Mexico Tenochtitlan. Habrá que ir integrando al análisis otras regiones y periodos por lo pronto no tratados.

La hipótesis que identifi ca a Teotihuacan con el Tollan pri-migenio se ha visto fortalecida (al acumularse las evidencias de la presencia militar de Teotihuacan en la zona maya desde el siglo iii, y sus relaciones con la historia política maya), pero más que una cuestión de nombres, lo que destaca en el análisis de Florescano es que el prestigio de Tollan, y su infl uencia sobre Tula, Chichén Itzá, Cholula y Tenochtitlan, ya no es solamente el prestigio de la Toltecáyotl, la toltequidad, como dominio de las artes, la arquitectura y las ciencias, sino como el prestigio de una forma de civilización, de dominio estatal, tributario, teocrático, militar y sacrifi cial, centrado en la fi gura del tlatoani, supremo gobernante, sacerdote y jefe militar.

Florescano no deja de reconocer la presencia de los sacrifi -cios humanos y de los autosacrifi cios desde el periodo Preclá-sico (son muy impresionantes las imágenes de vistoso sangra-miento del pene en los murales de San Bartolo, Guatemala, descubiertas por William Saturno), pero el sacrifi cio, sin embargo, no juega en el libro el papel que ameritaría en un estudio sobre el estado y la religión prehispánica, que juega un papel político no plenamente explicitado en el análisis de las formaciones estatales. Son muy lúcidas las páginas que Flores-cano dedica a la específi ca interacción humana que generan las ciudades con sus calles, plazas y múltiples contactos humanos. Pero no aparece el papel de los sacrifi cios en la vida de la gente, cómo era vivido el sacrifi cio, tanto por los sacrifi cadores como por los sacrifi cados (y las madres y padres de los niños sacrifi -cados), y su papel en la religión, en la política, en la economía, y en la reproducción toda de la sociedad prehispánica. De una u otra manera, el sacrifi cio es expresión de un muy alto grado de subordinación del individuo a la colectividad, al grupo, al estado, y esta subordinación, o este bajo grado de individua-ción de los individuos, forma parte de la forma mesoamericana del estado, de los reinos, de los altépetl. Florescano se inspira en Émile Durkheim para resaltar la importancia, para la inte-gración de la sociedad, del ceremonial, del ritual, y destaca la teatralidad de los rituales. No muestra, sin embargo, de qué manera las ceremonias lograban esta fuerte integración de los individuos al grupo, al estado. Muestra a los centros ceremo-niales como espejos del cosmos, pero no se refi ere de manera específi ca a la forma-pirámide, ese plano inclinado, visto desde arriba y sobre todo visto desde abajo (ver allá arriba, después de largos bailes y ayunos, tomando drogas, sangrándose, los rituales teatralizados, a los reyes y sacerdotes disfrazados de dioses, la sangre que brinca).

Al cabo de su análisis, Florescano llega a una descripción del estado mexica que acaba siendo admirativa, por el tamaño y logros de la construcción estatal, y sobre todo si la considera como la culminación de una historia coherente, que persigue el modelo fi jado por la antigua Tollan Teotihuacan, pero que ya es un modelo teocrático, militarista y sacrifi cial.

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Es difícil apreciar plenamente el cambio político, económi-co y religioso-ideológico que trajo esta gran y verdadera revo-lución que fue la Conquista española si no se entiende el tránsito de una sociedad sacrifi cial a una que deja de serlo, o que lo es de otra manera, como lo diría Horst Kurnitzky. El paso de una sociedad religiosa piramidal a una eclesiástica. Este es el comienzo de otros cambios en la política y la religión y la economía que se siguieron dando más adelante, en los siglos xix y xx.

Son varios más los puntos de interés de los múltiples análisis y descripciones que realiza Florescano en su gran libro. Uno de ellos es el referente a la lengua náhuatl, muy probablemen-te hablada en Tollan, como lo piensan varios historiadores, aunque no todos lo aceptan.

Otro se refi ere al concepto de altépetl, término nahua que signifi ca algo parecido a “cerro de agua” y que se refi ere a los reinos, ciudades-estados o pueblos que estructuraban la vida de los habitantes de Mesoamérica. El término llegó a los historia-dores a partir de su uso en la historia colonial (principalmente a través de los grandes estudios de Charles Gibson, James Loc-khart y Bernardo García Martínez) y cambió de manera radical el marco de los análisis realizados: si, como se hacía antes, el marco fundamental del análisis es el imperio de la Triple Alian-

za, el impacto de la conquista española fue radical y total al caer ésta; si, en cambio, el marco de análisis es el altépetl, entonces, al igual que en el periodo prehispánico, pueden for-marse y deshacerse diversas estructuras imperiales, pero la forma del altépetl se mantiene en sus principios fundamentales, como se mantuvo durante el periodo colonial como base de las encomiendas, los corregimientos y las parroquias. Varios auto-res habían intentado utilizar el término altépetl en diversos análisis del periodo prehispánico, pero no lo dotaban de un contenido particular que lo diferenciara de los términos ante-riormente utilizados, como reino o ciudad-estado. El análisis que hace Florescano es un aporte decisivo en esta discusión al enraizar sus principios fundamentales cuatripartitas en una concepción fundacional que rastrea a través de documentos como el Códice de Viena (el Vindobonensis) mixteco y el Popol Vuh maya quiché, entre varios otros. La riqueza de los análisis de Enrique Florescano se deriva de esta conjunción entre la his-toria política (o económica, o cualquier otra) y la de la concien-cia de los hombres, única manera de enfrentar la tarea históri-ca de manera congruente e integral.

Ciudad de Mexico, jueves 10 de diciembre de 2009. G

Rosario CastellanosCentro Cultural Bella ÉpocaCiudad de México. Tamaulipas 202, esquina Benjamín Hill, colonia Hipódromo de la Condesa, delegación Cuauhtémoc, C. P. 06170.Teléfonos: (01-55) 5276-7110, 5276-7139 y 5276-2547.

Alí Chumacero

Ciudad de México. Aeropuerto Internacional de la ciudad de México.Av. Capitán Carlos León González s/n , Terminal 2, Ambulatorio de Llegadas,Locales 38 y 39, colonia Peñón de los Baños, delegación Venustiano Carranza, C.P. 15620. Teléfono: (01-55) 2598- [email protected]

Alfonso Reyes

Ciudad de México. Carretera Picacho-Ajusco 227, colonia Bosques del Pedregal, delegación Tlalpan, C. P. 14738. Teléfonos: (01-55) 5227-4681 y 5227-4682. Fax: (01-55) 5227-4682. [email protected]

Daniel Cosío VillegasCiudad de México. Avenida Universidad 985, colonia Del Valle, delegación Benito Juárez, C. P. 03100. Teléfonos: (01-55) 5524-8933 y 5524-1261. [email protected]

Elsa Cecilia Frost

Ciudad de México. Allende 418, entre Juárez y Madero, colonia Tlalpan Centro, delegación Tlalpan, C. P. 14000.Teléfonos: (01-55) 5485-8432 y [email protected]

IPN

Ciudad de México. Avenida Instituto Politécnico Nacional s/n ,esquina Wilfrido Massieu, Zacatenco, colonia Lindavista, delegación Gustavo A. Madero, C. P. 07738.Teléfonos: (01-55) 5119-2829 y 5119-1192. [email protected]

Juan José Arreola Ciudad de México. Eje Central Lázaro Cárdenas 24, esquina Venustiano Carranza, colonia Centro, delegación Cuauhtémoc, C. P. 06300.Teléfonos: (01-55) 5518-3231, 5518-3225 y 5518-3242. Fax [email protected]

Octavio Paz

Ciudad de México. Avenida Miguel Ángel de Quevedo 115, colonia Chimalistac, delegación Álvaro Obregón, C. P. 01070. Teléfonos: (01-55) 5480-1801, 5480-1803, 5480-1805 y 5480-1806. Fax: [email protected]

Salvador Elizondo

Ciudad de México. Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Av. Capitán Carlos León González s/n , Terminal 1, sala D, local A-95, colonia Peñón de los Baños, delegación Venustiano Carranza, C. P. 15620.Teléfonos: (01-55) 2599-0911 y [email protected]

Trinidad Martínez Tarragó

Ciudad de México. CIDE. Carretera México-Toluca km 3655,colonia Lomas de Santa Fe, delegación Álvaro Obregón, C. P. 01210.Teléfono: (01-55) 5727-9800, extensiones 2906 y 2910. Fax: [email protected]

Un Paseo por los Libros

Ciudad de México. Pasaje metro Zócalo-Pino Suárez, local 4, colonia Centro Histórico, delegación Cuauhtémoc, C. P. 06060. Teléfonos: (01-55) 5522-3078 y 5522-3016. [email protected]

Víctor L. Urquidi

Ciudad de México. El Colegio de México. Camino al Ajusco 20, colonia Pedregal de Santa Teresa, delegación Tlalpan, C. P. 10740. Teléfono: (01-55) 5449-3000, extensión 1001.

Antonio Estrada

Durango, Durango. Aquiles Serdán 702, colonia Centro Histórico, C. P. 34000. Teléfonos: (01-618) 825-1787 y 825-3156. Fax: (01-618) 128-6030.

Efraín Huerta

León, Guanajuato. Farallón 416, esquina Boulevard Campestre, fraccionamiento Jardines del Moral,C. P. 37160. Teléfono: (01-477) 779-2439. [email protected]

Elena Poniatowska Amor

Estado de México. Avenida Chimalhuacán s/n , esquina Clavelero, colonia Benito Juárez, municipio de Nezahualcóyotl, C. P. 57000. Teléfono: 5716-9070, extensión 1724. [email protected]

Fray Servando Teresa de Mier

Monterrey, Nuevo León. Av. San Pedro 222 Norte, colonia Miravalle, C. P. 64660. Teléfonos: (01-81) 8335-0319 y 8335-0371. Fax: (01-81) 8335-0869. [email protected]

Isauro Martínez

Torreón, Coahuila. Matamoros 240 Poniente, colonia Centro, C. P. 27000.Teléfonos: (01-871) 192-0839 y 192-0840 extensión 112. Fax: (01-871) [email protected]

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