Auge, Marc. Por Una Antropologia de La Movilidad

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POR U N A ANTROPOLOGÍA OH LA MOVILIDAD

Marc Auge

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o Mjtc Au 2007

Diteño dt U coleociön; Svlvia 5itn«

1‘nneta cdKXSn; ocrubre de 300~. Ddirebvu

Sr lulirMÚl OeditA. S A A»d. T.W1J.U.. t J. i- 08022 BxkcImm <£»pañil Tel. 93 253 090*

Como elnmnxo' edisa<it£edíu.«»n hnpt'.'ww.jediu.rAffl

ISBN: 97S 4-9IM-¿>í-.8 rVpÓMiv kpd H W5VÍ20<t7

liupnw pvc Kvaunyk Valis

riiil'Rv> CD fc xü» l'niKcd ui !»paia

QuixU pruiubxii la repcudixcidn muí o ftrciil por nMl<T*i*er /nnlio de >mpreií<te. en torma itVarirt, exirH’oiiit« moiIirKwI«, en r»<ell«AA n en riatlttiiKt wtv kIhwb.

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V i s i ó n ^ X

Serie atth'ersam 3 0 año¡

Visión 3X es una serie conmcinurativa de XXX años edición cuuciuiudii. De crecimienn) en la clabomción de con- tciiiilos y su expansión a lo largo y ancho de la geógrafo espa­ñola y ^or supucsR) de coda America l^rina.

V3X es tambiín mirar hacia dentro, atravesar la pid y ver loít huesos de nuestras cstmcturas y marcas nt<(s sólidas. También es una íonua de la miraila, es alzar la vista mientras nos damos la vuelca y uceamos nuestros orígenes pora encenderlos. A su V«, esre anilugio nos permite girar sobre nosorros mismos, levantar de nuevo los ojos y mirar el futuro a través de la pala­bra que explora y espeaila. Muestro attehicto es límitailo, su cai-xacidad está dada por las huellas de su hi.stuha. Peniute ver el inrerior pero cieñe un lituite en stts aumenros: cccinta aíkis hacia atrás y rreínta años hacia delante, y. sin embargo, creemos since­ramente <|ue los selectos invitados que han hecho asr> de él le han sacado sus máximas potencialidades.

Gedisa. orgullosa dc $í misma y de sus autores, invira a fes­tejar este 30 aniversario COn rodo el mundo lector que esté dis- poesro a ser sacudido por la ntirada crítica que los autores de V3X nos prr^ncn: Marc Augé. Manuel Cniz, Rogcr Chartier. Néstor García Canclini. Fcrran Mascarell, Josep Ramoncda y Georgc Yúdice.

Editonai OeJisa, 200?

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indiice

Noi•a p re v ia ......................................................... 11

1. F.l concepto de frontera............................. 17n. La urbanización del m undo...................... . . 25III. La distorsión dc la percepción................. . . 41IV. El escándalo del rurism o........................... . . 57V. El desplazamiento de la u to p ía ............... . . 73Vi. Platitearse el concepto dc movilidad . . ■ 85

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Nota previa

I-a historia üe Gedisa se sitúa en el tiempo uniendo dos períodos que no coinciden cxat camence con el final del siglo XX y el inicio del XXl: fue al principio de los 80 oiando en algunos países -curre ellos Francia- em(>e- zaron a notar los problemas originados por una falca de reflexión acerca del íenómeno migratorio. Gisi en el mismo período se pudo ver cómo se sustituyó el len­guaje de la caridad internacional por arrebatos de opti­mismo en los discursos dc la política de desarrollo- Fue necesario esperar hasta los años 90 para oír hablar de «nct cconomy» y sólo a partir de entonces se emjseza- ron a plantear tcxlos los trastornos provocados por la rcvohición de la comunicación y a percibir, en la prác­tica. el significado de las expresiones «glubaiización» o «urbanización del planeta*. IX- la misma manera, a lo largo dc los años 90 , las consecuencias de la guerra

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l*i/r Hthj antfopñ lofia J í ¡a moviilá a d

fría ciibujafon, a ojos de un extenso público, una nueva -5 imagen del mundo que, pfogresivainmte, iba atiop- ^ cando unos nuevas |)olos de desarrollo planetario. También el terrorismo internacional es anterior a los años 80 . pero ci auge del terrorismo religioso supone, -sobre todo con la toma del poder de Irán f>or jxirte tle Khomciny-, indiscutiblemente, el comienzo de una nueva erapa en la historia mundial que, anteriormen- re. no podía imaginarse en absoluto y que dista de estar fÍnalizatla.

'Ibdas las contradicciones contra las que no« debati­mos ahora surgieron en el peritalo dc los 70 y los 80. Sin embargo, hoy en día somos más capaces dc definir los diferentes aspectos y de tratar de reiacionarkis. Mi itinerario como antropólogo resulu, desde este punto dc vista, significativo: durante los años 6 0 , poco des­pués de las Independencias, la obsen'ación etnológica seguía siendo traditioiial, aunque empezara a suponer el tener en cuenca la política de modernización y dc desarrollo. Este relativo optimismo, tiemasiado sim­ple, tuvo una escasa duración, desde el momento en tjue se tuvo «juc comprender que el mundo desarrolla­do y el conjunto dc los llamados mundos «subdesarro- llados* estaban comprendidos en una misma historia.

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4 en tina misma lógica económica y en un misrnn proce- o so de aceleración tecnológica, los cuales, evidentemen- > te, no tenían los mismos efectos en todos los lugares y

multiplicaban las contradicciones, a pesar del optimis­mo i n ú t i l dc los defensores de la teoría del «fin de la historia». Sin lugar a dudas, lia llegado el momento de volver atrás, a través de toilos estos cambios, para tra­tar dc comprenderlos, así como de analizar esta cues­tión para intentar situamos. ,;Adónde vamos? Es difícil dar una respuesta con seguridad, pero «situamos» —es dcx'ir, partir de una medida de tipo espacial para ima­ginar el porvenir y el camino que deberá seguirse en el tiempo-, de ahora en adelante, no sólo será posible sino también indiscutiblemente necesario. En nuestro mundo, que se encuentra en movimiento, el antropólo­go puede participar de este esfuerzo necesario, al refle­xionar acerca de lo <iue, hoy en día, podría ser una nueva antropología del espacio y de la movilidad.

Farís, sepiiem^e de 200?

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Los estudios cradicionalcs de etnología señalaban que los nómadas tenían sentido det lugar, dcl tcrritorío y del tiempo, así como del regreso. Por tanto, esta i<lea lie nomadismo es distinta del concepto actual, que emplea el mismo nombre, a modo dc metilbra, a la hora de hablar <le la movilidad «sobremotiema». La partícula iohrt en este adjetivo delie ser entendida con el sentido que le confieren Freud y Althusser en la expresión «sobrcdctcrminación», o bien en el sentido del término inglés w tr. Se refiere a la existencia de una superabundancia de catisas, que hace que el aná­

lisis de sus cfeaos sea complejo.La movilidad sobremodcma se refleja en el movi­

miento lie la jjoblación (mign«. iones, turismo, movUi- dail pmresional), en la comunicación general instantá­nea y en la circulación de los productos, de las image-

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F ^ u n a anlf9íf9Íot£aJtlajm iltdad

<nes y de !a información. Asimismo, señala la parado- * ja de un mundo en el que, teóricamente, se puede hacer codo sin moverse y en el que, sin embargo, la población se desplaza.

Esta movilidad sobremodcma se debe a una serte dc valores (como la desterritoriaüzación y el indivi­dualismo) que los grandes deportistas y artistas -e n ­tre otros- ejemplifican. Sin embargo, existen nume­rosas excepciones: por un lado, cuenca con ejemplos de sedeinarismo forzado y, por otro, dc reivindicacio­nes de terriiorialiilail. Nuestro mundo, pues, está lleno de barreras territoriales o ideológicas.

Es preciso añadir que la mnviliilad sobrt*moderna responde en gran medida a la ideología del sistema dc la globalización; una ideología de la apariencia, de la evidencia y dcl presente, dispuesta inclaso a volver a captar a toiIos los que tratan dc analizarla o criticarla. Así pues, aquí se tratará dc presentar algunos aspec­tos mediante el examen de algunos conceptos clave, como frontera, migración, viaje y utopía.

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I El concepto de frontera

$j pensar en el concepto dc frontera resulta útil es por­tillé constituye el centro de la actividad simbólica que -según las teorías de I.évi-Straus5- se ha utilizado, desde la á]>arici6n del lenguaje, para dar un significa­do al universo y un sentido al mundo, a fin tie c]ue sc*a posible vivir en ellos. Sin embargo, esta actividad, por su propia naturaleza, ha consistido en o{>oner las dife­rentes categorías -com o lo masculino y lo femenino, lo c'alicntc y lo frío, la tierra y el cielo, lo seco y lo húmetlo- y, tIe esta manera, dividir el espacio en sec­ciones a las que se concede el carácter dc símbolos.

Es evidente que en el (seríodn histórico <tue atrave­samos hoy en día, ya no resulta tan necesario dividir el espacio, el mundo o al ser vivo para poder llegar a comprenderlos. Asimismo, el pensamiento científico ya no se basa en oposiciones binarias, sino que se

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Por una an trop a/o fú de la m ofU idaJ

esfucrzíi en actualizar la continuitlad ipie existe bajo * la aparenrc <li$continui<lad: jxif ejemplo, se centra en | comprender y, quizás, en reconstruir el paso de mate­ria a vida. De la misma manera, el jiensamiento ilemocritico exige la igualdad entre sexos pero, más allá de esta igualdad, lo que se pide -y a que lo que se privilegia es la idea de individuo humano es identi­ficar las funciones, ios roles y las definiciones. Finalmente, ia historia política del planeta también parece poner en tela dc juicio las fronteras tradiciona­les, puesto que, por un lado, se ha instalado un mer­cado laboral mundial y, por orro. la tecnología de la comunicación parece lx>rrar cada día más los obstácu­los relacionados con el tíem}>o y el espacio.

Sin embargo, .somos perfectamente conscientes de que la apariencia que pretenden dar la universaliza­ción y la globalización esconde numerosas desigual­dades. Asimismo, presenciamos cómo resurgen las fronteras, hecho <]ue refuta la teoría del final tie la his­toria. T.a oposición Norte/Sur sustituye a la antigua diferenciación entre países colonizadores y jxiíses colonizados. Las grandes metrópolis dcl mundo están divididas en barrios ricos y «conflictivos» y. en ellas, se concentra roda la diversidatl y las desigualdades dcl

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i mundo. Iiidusu llega a haber, en cienos continentes,iS ciudades y barrios privados. El motlo de emigración

de los países pobres hacia los países ricos suele ser liastantc trágico, ai mismo ciemjio que los países ricos engen muros para protegerse de los inmigrantes clan­destinos. Así pues, se c'stán trazando nueva.s fronteras -o , más bien, nuc'vas barreras- que canto distinguen a los países pobres de los países ricos, como diferen­cian, en el interior de los países subdesarrollados o de

los jjaíses emergentes, a los secTorc*s ricos - que forman parce de la red de glolialtzación ttxnológica- de los demás. Por otm lado, ai|uelIoes <{uc sueñan con que b humanidad forme una única sociedati y que consi­deran que su patria es el mundo tampoco pueden ignorar el fuerte hermetismo de las comunidades, las naciones, las etnias y demás que quieren volver a alzar las fronteras-, ni la expansión dcl prosclitismo de ciertas religiones, t|ue sueñan con conquistar el planeta derrumbando la totalidad de las fronrccas.

En el mundo «sobremoderno», en el <]ue la veloci­dad del conocimiento, b s tecnología.s y el mercado se ha triplicado, cada día es mayor b distancia que sepa­ra la representación dc una globalidad sin fróntera.s -que permitiría que los bienes, los hombres, las imá­

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Por utu antnffoioffa Je ¡a movilidad

genes y los mensajes circulasen sin ningún tipo de lim itación- <le la rralidaíl tlel planeta, que se encucn-1 tra fragmentado, sometido a distintas divisiones, las cuales, si bien la ideología del sistema se esfuer/a en negar, constituyen el centro del mismo. Por ello, se podría ojioner la imagen de la ciudad mundial - o «metaciudad virtual», según la expresión de Paul V irilio- a las duras realidades de la ciudad-mundo: la primera está constituida por las vías de circulación y ios medios dc comunicación, los cuales encierran al planeta entre sus rcdc*s y difunden una imagen del mundo cada vez más homogénea; en la segunda, en cambio, la población se condensa y, a veces, se produ­cen enírencamienios originados por las diferencias y las desigualdades.

La urbanización del mundo consiste en extender el tejido urbano a lo largo de los ríos, así como en el inter- minalile crecimiento dc las mcgalópolis, que está más acentuado en el 'lercer Mundo. Este fenómeno consti­tuye la realidad sociológica y geográfica de lo que se conoce como miversaUzación o ^iñbalhtuió», infinira- mcntc más compleja que ia imagen de la globalidad sin fronteras que representa, para algunos, una coarta­da y, para otros, una quimera.

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i Así pues, hov en día sería necesario reconsiderar eJo5 concepto de frontera, esta realidad <juc no deja dc

negarse por un lado y. jy>r el otro, <le reafirmarse, aunque adoptando formas radicalizadas, consideradas como prohibidas y que conllevan la exclusión. Por

tanto, para llegar a comprender las contradiccionc'S que afectan a la historia contemtioránea, la noción de frontera debe ser replanteada.

Una frontera no es una barrera, sino un jiaso, ya que señala, al mismo tiempo, la presencia del otro y la posibilidad dc reunirse con ci. Una gran cantidad de mitos señalan tanto la necesidad como los peligros que se encuentran en este tipo dc zonas dc paso; muchas culturas han tomatlo el b'mite y la encrucija­da como símbolos, como lugares concretos en los que­so decide algo de la aventura humana, cuando uno parte en busca dcl otro. Hay fronteras naturales (mon­tañas, ríos, estrcxhos), fronteras lingüísticas y fronte­ras culturales o pob'ticas, y lo que señalan es, en pri­mer lugar, la necesidatl de aprender para compK-nder. Partiendo de este principio, quetia claro <|ue lo que han hecho ciertos grupos, movidos por .su expansio­nismo, ^ sido violar las fronteras para imponer su propia ley a otros grupos, aunque incluso este tipo de

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Por una aniroOo¡Oí(a dt la ww\tU4ad

<francjueamienco de las fronteras ha supuesto una serie ^ de consecuencias para los que lo han cometido: % Grecia, tras la derrota, civilizó Roma y contribuyó a su expansión intelectual: en África, tradicionalmenre. los conquistadores adoptaban a los diosc*s de los pue­blos a los que habían vencido.

Las fronteras nunca llegan a Ixirrarse, sino <|ue vuelven a trazarse: es lo <iue nos enseña el avance del conocimiento científico, que desplaza, cada vez mis, las frontera-s de lo <lesconocido. Así pues, el saber científico - a diferencia de las cosmologías y las ideo- Íogía.s— nunca se concibe como absoluto, sino como un horizonte en el que se impondrán nuc-vas fronte­ras. Por tanto, en este sentido, la frontera responde a una dimensión temporal: es, <juizás, la forma del por­venir, de la esperanza. He at|uí lo <|ue los ideólogos del mundo contemporáneo -lo s unos, demasiado optimistas; los otros, demasiado pesimistas y, que en cualquier caso, se exceden en su arrogancia- nunca deberían olvidar. No vivimos en un mundo concluido en el que tan sólo nos quctia celebrar su perfección, p>etx> tampoco se trata <le un mundo irremediable­mente abandonado a la ley del m is fuerte o del m is I>erturbado: vivimos en un mundo en el que. en pri-

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4 mer lugar, aún existe la frontera entre democracia y ^ totalitarismo. Sin embargo, la misma idea dc demo­

cracia aún se encuentra inacabada, aún la tenemos que conquistar. Al igual que ucunc con la ciencia, lo que confiere su grandeza a la política dc la democra­cia es que se Irasa en rechazar 1a idc-a dc totalidad aca­bada y en fijar nuevas fronteras para que sean explo­radas y francjueadas.

’lanto en el concepto <le globalización como en los planteamientos de acjuellos que se apoyan en él, se encierra la ¡dea de acabamiento del mundo y de para­lización del tiem)}0, que revelan una total falta de imaginación y una adherencia ai presente, profunda­mente contrarias al espíritu científico y a la moral política.

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II La urbanización del mundo

La urbanización dcl mundo es un fenómeno que los deniógrafbs pucdc*n comparar con el paso a la agricultu­ra, es decir, con d paso dcl nomadismo y ta caza al seden- tarismo. Sin emlvirgo, a-sulta paradójico, ya (]ue se trata dc un fenómeno cjuc no cunlieva un nuevo modo de sc*dcntarismo, sino nuevas formas de movilidad. Presenta dos aspectos, distintos pero compiementaríos:

a) El crec imiento de los grandes centros urbanos.b) La aparición dc filamentos url'ianos —tal y como lo

expresa el demógrafo llcr\’c Le Bras-, cjue fosionan entre sí a las ciudades situadas a lo largo de las vías dc circulación, de los ríos o de las costas marítimas.

Este fenómeno traduce, en términos c*spaciales, lo que recibe el nombre de unittrsalizaáón, término que

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Por una a n trt^ w M dt ¡a mm üúiaJ

5comprende tanto la globalización -la cual se caractc- riza por la extensión del mercado liberal y por el des- \ arrollo ele los medios de círcuiacíón y dc comunica- c ió n - como la ptanecarización -u n tipo dc conciencia de íntlole ecológica y social Cada día somos más conscientes de que el planeta en ci que vivimos es un cuerjjo físico que se encuentra en peligro, de la misma manera que conocemos las desigualdades, ya sean eco­nómicas o dc cualquier otro tipo, que originan dife­rencias cada vez más insalvaldes entre los habitantes dcl mismo planeta. Por tanto, la conciencia planeta­ria puede definirse como desafortunada, en ia medida en que percibe, por un lado, el modo en que el ser humano contribuye al mal estado del planeta y, por el otro, los riesgos que éste corre, tanto sociales como políticos, a causa dc ios conflictos relacionados con la situación de desigualdad.

El crecimiento y los filamentos urbanos producen cambios en el paisaje (cambios que también forman parte del concepto que se evoca al hablar de urbaniza­ción del mundo), aunque estemos más acostumbrados a la utilización dc términos más tradicionales y a las imágenes a las que éstos il>an ligados. Así pues, al Itablar de urbanización del mundo nos referimos a

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j1, dichas ideas de un modo un tanru automáticoi sobreQ

todo cuando tratamos ei tema de la violencia en las ciudades, los problema.s de los jóvenes o U cuestión dc la inmigración. En las descripciones <]ue llevamos a cabo al tratar dichas cuestiones, la oposición ciu- dadíafucras -o , utilizando un lenguaje más geométri­co. centro/periferia ocupa un lugar esencial. De esta manera, situamos en la «periferia» todos los proble­mas «le la ciudad: pobreza, paro, deterioro del entor­no, delincuencia o violencia.

Sin embargo, las palaliras nunca se emplean de un modo inocente, por lo <iuc es necesario prestarles atención. La palabra pen/eria .sólo puede tener sencido por t'star relacionada con el «centro». Así pues, sole­mos asociar este término con las imágenes de miseria y dc dificultades dc las ciudades |>ero, comúnmente, solemos utilizar también el término plural afueras («las afueras de la ciudad»), como si quisicramas señalar que el tejido urbano recilx este nombre en su totalidad; como si -a l contrario de lo que afirmaba Pascal- todo fuera la circunferencia y el centro no se encotitrara en ninguna parte.

T.as periíérias son zonas que rodean la ciudad, que se encuentran en oposición y enfrentadas las unas con

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P^^un¿_anlnpolegÍa_(ii ta m w U idad

las otras, en una situación de rivalidad continua y ale- jadas entre sí por una distancia tan grande como la T ijue las separa de esc centro imaginario, en adación al

Cual se definen como «periferias».Así pues, el vocabulario que se emplea al hablar <lc

estas cuestiones no carece de imponancia. Hl bulevar jieriférico dc París desemjieña, dc alguna manera, el papel de las antigua.s murallas, puesto <)ue define el París «intra periférico», basándose en el modelo del París «intra muros». Dc esta manera, lo que se está definiendo es un centro que -p o r tratarse también de una entidad plural- se mantiene inalcanzable, aunque para los jóvenes dc la periferia lo que mejor rcprcsc-n- taría el centro son la estación del R ER (red de trcnes de cercanías dc París) de C^hatelct Les Halles o los Campos Elíseos. Por tanto, las afueras -com o térmi­no en plural- se definen por oposición a un centro imaginario, inexistente y fantasmáticamente desea­do. De la misma manera, la palabra rntegradón -em pleada, con demasiada frecuencia, como el Leitmotiv que señala que dicha «integración» es aún insuficiente— alude a un conjunto demasiado indefi­nido en el que, precisamente, es necesario integrarse, pero que, al mismo tiempo, sólo existe como una

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Iik eniidad abstraerá y sólo puede definirse de un modoo>< negativo, es decir, por Io que no es. E1 centro geogrà­

fico al que se refiere el termino periferia y el conjunto sociológico que designa la palabra inte^raáó» existen. princi{>almente, como negación -com o lo t|ue no son-, a través de las críticas que condenan y denun­cian los guetos, la marginalidad o 1a exclusión, así como para aquellos que se consideran excluidos y periféricos, para quienes dicho colectivo -a l que no se niegan a penenecer- y dicho centro -d el que les gus­taría sentirse m is cercano.s- son elementos tan lejanos como inalcanzables. En resumen, se está utilizando un vocabulario antiguo para designar realidades nue­vas. El «cinturón rojo» dc París designaba, hasta la década de 1960, a las periferias obreras que votaban a la izquierda y tjue swtcnían al Partido Comunista.

Renault y Boulogne-Billancourt constituían el emplazamiento de una «ciudadela obrera». Asimismo, la geografía social j>odía definirse en tér­minos simples, demasiado simples sin lugar a dudas. Pero, sea como fuere, hoy en día ya se encuentran obsoletos.

La periferia tiene un sentitio geográfico, pero tam­bién político y social: así pues. |>eriferia no es sinóni-

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Por una antrotxdofia dt ¡a mvt'i/idaJ

rno ífe afueras, ya que, en las afueras, hay barrios ele- ^gaines. dc la misma manera que. en los antiguos ce n -1itros de las ciudades -com o ocurre en Chicago, Aíarsclia o París- hay l>arr¡os que podrían ser propios de ia pc-riferia. En las ciudades del Tercer Nfundo, los

barrios expuestos a la precariedad y a la pobreza -y a se trate de las favelas o dc cualquier otro ii|>o- sue­len infiltrarse en el centro de la ciudail para derruir los impedimentos que, como si se tratase de acanti­lados, Ies impiden entrar en los barrios ricos - donde el acceso está reservado- y acaban |jor inundarlos, avanzando entre los monumentos de la riqueza y del jMxier como sí de un océano de miseria se tratase. Sin embargo, este tipo de formas «periféricas» no son propias únicamente del Tercer Mundo: el problema dc la vivienda y de la pobreza urbatía existe incluso en el corazón de las megalópolisoctulentales más impre­

sionantes: así como en Africa o en América Latina hay barrios privilegiados, directamente conectados a las redes mundiales, también hay algunas zonas tiu cua­lificadas y tiescalificadas, en las que los Índivi<luos del Cuarto Mundo -que se encuentran en un estado de perdición cada vez m ayor- se refugian de h clandes­tinidad y dc la paxanetlad. Por tanto, lo que se pone

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' i en cela de juicio es lo que Paul Virilio, ya en 1984,^ llamaba «una degradación dc lo urbano* en su libro>

¿7 tspaáo crítko. Esta degradación va ligada ai paro, a

la política de deslocalización de ciertas empresas y a la inestabilidad económica, social y geográfica que se deriva dc la desesiabilizactón general del enromo, ya que los sobresaltos de la ciudad y de la sociedad urba­na actuak*s reflejan una revolución que trata de gene­ralizarse (y, en este sentitio, dc «concluir la historia»), pero dc la que, a diario, percibimos la desestabiliza- ción CJUC provoca. La inestabilidad es cl lado negativo de la movilidad, a la que se suele relacionar con los asjiectos más dinámicos de la economía.

Philipj>e Vassct es un gt'ógrafb francés <juc locali­zó, en algunas ciudades y sus pcriterias, ciertas zonas que cl Instituto Geográfico Nacional había marcatlo como suelo rústico, y se dispuso a explorarlas. Esto le llevó a recorrer eriales, zona.s vacías y zonas destinadas a futuras construcciones pero que, en aquel momen­to, esialsan habitadas dc un modo incivilizado. Estos espacios, abantlonados pero sin recuerdos y a la espe­ra, sin proyecto coiux^ido, reflejan la universalizat ión del vacío, ia cual ha dejatlo su marca por todas jxirtes: son, al igual que codos los terrenos cuya función aún

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Por una a n in ^ Píía drja n anltdad

está por definir y todas las zonas de chabolas, los lugares en los que reina la sombra tic la unlversaliza-1. ción, cuya gloria, por otro lado, se manifiesta en los etlificios y en las sedes de las empresas, en los salones V ÍP de los aeropuertos y de los hoteles de lujo. De alguna manera, constituyen la forma desnuda dcl «no-lugar», puesto que se trata de espacios en los que no se puede establecer ningún tipo de relación social y en los que nada indica un pasado en común y que además - a iliíérencia de lo que sucede en los no-luga- res en los que se erige el triunfo dc la modernidad— no están caracterizados por la comunicación, ni por la circulación, ni por cl consumo. Vasset finaliza su obra lin libro blanco (Eayard, 2007) con esta conclusión: •Todas las mcgalópolis coinciden en los márgenes y en las zonas de suelo rústico, que son las vanguardias de esta transformación; los puntos a través de los que París, Lagos y Río anuncian la llegada de dicha trans­formación, como agua que aún estuviera contenida en la esclusa».

Así pues, lo que finalmente se pone en tela de jui­cio —tai y como <lemuestran las diferencias que pue- ílcn ol>servarse en el espacio urbano, las diferenciacio­nes que dividen el tejido social y las disfúncioncs que

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1 se dan en la ciudad- es cl cambio en la escala de ia^ actividad humana y la dcsccniialización de ios luga­

res en los que se lleva a cabo. Hoy en día, ya no se pueden analizar las ciudadc*s más importantes sin tener en cuenta los equipamientos tecnológicos que las conectan a la red mundial de comunicación y dc circulación, de las que depienílen. Los proyectos urba­nísticos se concillen cada vr/ más en relación con la neccsidaíl <fe volver a definir las relaciones entre el interior y el exterior; es decir, que la nueva activi<lati urlvanística también se encarga de las relaciones que se establecen con otras zonas. La red de autopistas que encuadra, rodea y, a veces, atraviesa las ciudades se traza de modo que facilite cl acceso al aeropuerto y que permita que la circulación, incluso en ci interior dc ia zona urbana y en el sentido longirudinal, puctla ser fluida. Además, suele estar reforzado por una red ferroviaria que responde a los mismos objetivos. En una ciudad como París, la red del R ER (red de trenes de cercanías) -que debe garantizar que cl servicio dc comunicaciones sea satisfectorio en la coralidad dc la gran región parisina- ha sabido cumplir con esta misión dc unir el «centro» con la «periferia». Por otro lado, el metro parisino -creado a principios del

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Por una aniroPoUeía J t la nun tiidad

siglo XX y cuyo recorrido se ha ido extendiendo, a lo * largo dcl siglo, más allá de las puertas dc París ha|. realizado una función notable y altont contribuye, en lo refea*nce al número de pasajeros -t ju e ha aumenta­do de uii modo extraordinario-, al recorrido del 1U:R. En 1998. la línea M del metro, la Météor - la última cjue se ha construido-, moderna, automática y sin conductor, se creó, entre otros servicios, como alter­nativa pira una parte dc los pasajeros del R ER A. Aquellos que toman la linca Mctcor viven, en un 70% . en las afueras. Y así, de manera significativa, la línea 1 del metro -la primera en ser construida, la m is anti­gua y que, inicialmente, unía Porte de Vincennes con Porte M aillot- se prolongó hasta la Defensa en 1992, contribuyendo, dc esta manera, a reducir cl número de jjasajeros del R ER A. En el futuro, esta línea cam­bien será automatizada. La zona de París-La Defensa, que recibe este nombre aunque abarque tres munici­pios situados fuera de la ciudad, es cl centro de nego­cio de mayor importancia en toda Europa: en él se encuentran las empresas m is relevaiifcs, instaladas en una serie de etlificios, de los que las más recientes fue­ron construidos, siguiendo el modelo de sus homolo­gas americanas, jior ar<|uitectos que gozaban dc

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"I renombre a nivel muiulial. El punto que se escogió para la edificación dcl arco de la Defensa corresponde a la prolongación tiel eje histórico que pasa por el Louvre, 1» Concor<lia y LÉcoile: de csra manera, rei­vindica la historia dc Francia y de París. Asimismo, cl centro cxonómico dc París estará, dc ahora en adelan­te. «extramuros», aunque consem- el nombre tie

París. Así pues, la ciudad cambia su escala, y el metro, su función; la ciudad se dc’sccnrraliza y el niecm se

incorpora a otras redes de transporte.De esta manera, la organización de los tran.sporces

lidíanos revela una doble tensión y una doble dificul­tad: }iof un lado, la gran metrójiolis únicamente merece recibir c*ste nundire si jiertenece a las distintas redes mundiales <jue atloptan el cipo dc vida económi­ca, artística, cultural y científica que se da en la tota­lidad del planeta; jior ello, la vida que se tlesarrolla en ella se valorará en función del flujo tpie entre y salga de la ciudad. Así pues, las transformaciones por las que ésta atraviesa c'stáncÍesi ¡nadas a asegurar este tipo de circulación^ a dar una imagen acogedora y presrT- giosa, una imagen fundamentalmente concebida para cl C'Xterior, para atraer el capital, las inversiones y los turistas. Sin embargo, por otro lado, «lesde un punco

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Par una ítntrofniogfa tií_ la mofitidaJ

dc vista geográfico, la ciudad se^larga y se disloca; ios «centros históricos», habilitados jrara seducir tanto a los visitantes que vienen desde lejos como a los teles{iecia<lures, sólo están habitados jior una élite internacional. A su ve/, la densidad de la (loblación de las afueras es catla ve/ mayor y aparecen ciudatlcs satélice. A veces, como ocurre en Brasilia, la reparti­ción dcl terreno se puetle apreciar con total claritlatl, ya que se puede diferenciar la ciudad inicial -donde se encuentran las oficinas y <tonde residen las clases superioa*s—, las ciudades satélite -e n las que vive la clase media— y ia zona de las chabolas y de instalacio­nes de tipo precario, situada entre las otras dos y pro­gresivamente oc upada por las ciases jmbres.

La urbanización, pues, pone de manifiesto todas las contradicciones del sistema dc la globalización, cuyo ideal acerca de la circulación de bicnc-s, ideas, mensa­jes y humanos está sometido, como bien se sabe, a relaciones detetminadas pot el gratlo de poder que se dan en el ámbito mundial. Paul Virilio analiza esta cuestión en /at bomba inform ática, obra en la que demuestra que, para el Pentágono, lo global cortes- ponde a lo que se halla en el interior del sistema mun­dial dc la economía y de la comunicación y, lo local,

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M are A »¿/

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\ lo que no forma pane dc dicho sistema. Por canco, se S trata de un sistema idea! que se asimila a lo que

Fukuyama da cl nombre de «acabamiento de la histo­ria», período que se caracteriza jxir combinar la democracia representativa y el mercado liberal. Sin embargo, tomo observó Derrida en Espectros de M arx, no podemos salxr con seguridad si lo que l'ukuyama encendía por «acalvamiento de la historia» era un aca­bamiento total o una simple tendencia a ello. Ta urba­nización del mundo, en términos dc descripción etno­gráfica. evoca diferentes fenómenos posibles: la exten­sión de las megalopolis, algunos arquitectos de renombre acaparando codos los proyectos arquitectó­nicos del planeta de manera exclusiva, la transforma­ción acelerada y espectacular del paisaje urbano de ciertos continentes (y en jiaíses como China o los Emiratos Aralies Unidos), pero cambien tlisiintos tipos de desplazamiento dc la población (por ejemplo, ios «tiesplazaüos» de Colombia, que se ven obligados a abandonar sus cierras en cl campo y a instalarse en la jieriferia dc los grandes espacios urbanos), la apari­ción dc grandes campos de alojamiento en zonas como África, el alsandono del campio. la crración de cspwcios url'ianos ex nihilo en China, eí aumento <Je la

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Par una an trabaioí/a dc ¡a m oithdad

población inmigrante, <jue conlleva la migración de g los países jiobres a los países ricos y que supondría una \ situación de tensión en las periferias que acabaría dando lugar a la formación de guetos...

Paniendo de estas hipótesis, la urbanización res­ponde a dos a.sjiectos contradictorios, pero indisocia- bles, como las dos caras Je una misma moneda: por un lado, el mundo constituye una ciutiad (la metaciu- tlad virtual a la que se refiere Virilio), una inmensa ciudad en la que sólo trabajan los mismos arejuirectos y en la que existen, dc forma única, algunas empresas económicas y financieras, los mismas productos... Por otro lado, esta gran ciudad constituye un mumlo que reúne todas las contratliccioncs y conflictos del planeta, las coasecuencias de un distanciamiento cada vez mayor entre los más ricos y los más pobres, el Tercer y cl Cuarto Mundos y las tliversidades como, por ejemplo, las de tipo étnico o religioso. F.sta dife­renciación entre la población supone la ajiarición de desigualdades catla vez más acentuadas que se reflejan en la organización del espacio, tomo ocurre, desde El Cairo hasta Caracas, con una serie de barrios privados en los que sólo se puede penetrar si se da a conocer la identidad o en algunas ciudades de Estados Unidos,

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M an Auf¿

3*1 concebidas para la tranquilidad de algunos puscx'do- 2 res de grandes fortunas que ya se han retirado del

mundo empresarial. Por tanto, la metaciudad virtual supone, jjor un lado, la uniformidad y, por cl otro, la desigualdad. Asimismo, la ctudad-mundo y la ciudad mundial parecen estrechamente ligadas la una a la otra, aunque dc manera contradictoria: la ciudatl mundial representa el ideal y la ideología del sistema de la globalización, mientras cjue en la ciudad-mundo se manifiestan las contradicciones - o , dicho de otro modo, las tensiones históricas- que ha engendrado este sistema. Asimismo, la unión de la ciudad-mundo y de la Ciudad-mtindíal provoca ia aparición dc las zonas vacía.s y jiorosas que traca Philippe Vasset, que no son sino el lado oculto dc la universalización o, al menos, el lado que ni podemos, ni queremos, ni .sabe­

mos ver.

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I IILa distorsión de la percepción

Las nuevas formas dc urbanización han conllevado que sé multipliquen los aspectos ocultos o, dicho de otro niodo, ha mampuiatlo la jiercepción de los ciuda­danos. Vivimos en un mundo en el que la imagen se encarga de sancionar o favorecer a la realidad de Ío reai. Así pues, la coexistencia de la ciudad mundial y de la ciudad-mumio supone, en primer lugar, que se mez­clen las imágenes, como sucede cuando la unión de ambas realidades da lugar a zonas de vacío, totalmente inaceptables extensiones destinadas a la industna pero que no son más que eriales, terrenos cuya función esii aún por definir y <jue, jior el momento, se siguen encontrando vacíos o están ocupados ilegalmente que, sin embargo, lindan con las irisialaciones dc'sti- nadas a la universalización de la ciudad: autopistas, vías férreas o aeropuertos. Este fenómeno, que asocia

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P or una antropoloeta de h mtn iliJtu l

ambas realidades, puede detectarse en la aparición de ^nuevos términos que, sin ser smónimos, se contam i-1

... 8 nan entre sí: el significado del uno influye en cl delotro y originan nues'os miedos y conflictos en poten­cia. Si examinamos algunos de esios térniinos vere­mos que tienen un punto en común, y es tjue conce­den la mayor importancia al lenguaje espacial: dc esta manera, crean una metáfora que, inevitablemente, engloba a tcxlos los análisis y descrijiciones ijue se lle­ven a cabo.

El primer término es exclusión, por el que, lógica­mente, se sobrentiende tjue hay un interior y un exte­rior; una escisión y una frontera. Dicha escisión y dicha frontera son dc índole física cuando se trata de ios con­troles CJUC se llevan a cabo en las fronteras nacionales, como respuesta a la presión que ejercen los Inmigran­tes de los países pobres, los cuales, al tratar tie acceder a las regiones ricas dcl mundo, llegan a arrie-sgar su vida. Asimismo, existen orras fronteras y escisiones, <le tipo sociológico, en lo que se refiere a aquellos que, aun viviendo en los países ricas, no gozan dc c*sca riqueza -o , si lo Itacen. es en cantidades mínimas-, sector scxrial en el que se encuentra una parte de los que huyeron de las zonas más polires dcl mundo.

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"I Clandtuihos y sin paptlts son palabras u expresionesS que designan las circunstancias particulares en las

que viven ciertas categorías dc inmigrantes. Su exis­tencia, al contrario de lo que dan a cntcmler estos tér­minos, se conoce de manera oficial; sin embargo, no está reconocida: si los clandestinos se diferencian de los otros inmigrantes es, en primer lugar, porque se les deniega la existencia. No obstante, este tijio de defi­ciencia en lo referente a la itlentidatl se da entre codos los inmigrantes; ser un inmigrante «oficial» no garantiza completamente no caer en la clandc'scini- dad; canto los visados de turista como los permisos de residencia son Ijmitados; asimismo, las leyes concer­nientes a la inmigración pueden cambiar en función de la coyuntura (Xílícica o económica.

Kn Francia, los jóvenes que son «fruto de la inmi­

gración» son, generalmente, franceses, aunque buena ¡»arce de ellos pertenece a la segunda cacegorb dc excluidos, los excluidos por razones sociológicas, como son una enseñanza tlel’ectuosa o el paro. Este aspecto crea una contradicción entre ios principios <jue se rei­vindican y la realidad social: la mayoría de estos jóve­

nes son francese.s que, aunque hijos <le inmigrantes, nacieron en Erancia y, por tanto, a los 18 años son ciu-

__________________________________ S la n Aki^é

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Por una a»tnpídp¿fa dt la movilidad

<dadanos dc pleno derecho. Asimismo, emre los 17 años y medio y ios 19 pueden rechaz.ar la nacionaii- Í dad francesa o, dc la misma manera, pedirla de modo

anticipado cnm* los 15 y los 16 años, con el consen­timiento dc sus padres, o entre los 16 y los 18, sin ílicho consentimiento. Patrick W eil, en su libro Francia y íu í extranjeros, hace mención Je la cifras del Ministerio de Justicia, que indican que una gran mayoría la adt|uicre de maneta voluntaria antes de los 18 y que sólo una petjucña mayoría la rechaza. En este aspecto, el «modelo socijl» franct% cumple correcta­mente su función.

Sin embargo, la mayoría de los franceses que son «bijos dc la inmigración» pertenecen geográficamen­te a los barrios «desfevorecidos», lo que <la a entender que los j>T)bres, tanto en la ciudad como en sus «afue­ras», están reunidos, formando una ma.sa, un grupo y, para algunos, una posible amenaza. En Francia, el sig­nificado de la expresión núcleo urbano contiene estos aspectos y parece condenssy el fracaso dcl urbanismo llevaílo a calx) por la política económica y el sistema escolar.

A esta situación se une el examen de ciertos fenó­menos antiguos como la delincuencia a pequeña esca-

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1. b y el tráfico dc diferentes lipos (lo qoe, en el siglopX XIX, se atribuía a las llamadas «clases peligrosas») y

que hoy en día refleja la palabra marg¡naltda4\^ésm\- no dc índole espacial cjue designa, |X)r defecto, un lugar central, un centro ile referencia). Este término también supone un riesgo de contaminación verbal, puesto que en cl «margen» de los pueblos se sitúan las periferias y las alueras.

Así pues, cS importante medir las palabras cjue se emplean -teniendo en cuenta su significado- al tratar ci tema de los conflictos y las crisis urbanas, como ocurrió con los incidentes que marcaron lo que en Francia recibió el nombre de «crisis de las |>eriferias». Algunas obsen'acioncs sobre el tema pueden ayudar­nos a definir cl fenómeno y a traiar de comprender qué aspectos fueron propios de Francia y cuáles frieron

más generales.

1. F.l incendiar coches los fines dc semana es um acii- vitlatl que se da de modo habitual, destle hace algunos años, entre algunas pandillas <lc jóvenes Je cienos barrios de las afueras. 'Ikmbién desde hace añ<», cl número de este tipo de incidentes aumenta en cierras ocasiones y en cienos lugares (por ejemplo, en las afue-

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Poruña antr/polo^ía fU la nm átdad

ras de Estrasburgo el día dc Año Nue\'o). Durante la «crisis dc las afueras», cl movimiento aumentó d e l. manera considerable, pero no se trataba de algo nuevo.

2. También es cierto que en este tipo dc movi­mientos interviene en gran medida, una vez tras otra, ia rivalidad entre los diferentes barrioí y las distinta.s periferias; incluso entre aquellas que no mantienen ningún tipo de contacto, pero cjue se ven en ia tclcvi- sión y se comjsanin a través de la pantalla. La compe- titividad referente a la violencia y, sobre rodo, lo espectacular de su actuación se asimila a lo que Erft’ing Goffman llamaba la acción en su libro acereta de los ritos de interacción.

3. Querer figurar en la pantalla es, de alguna maneta, querer alcanzar cl centro; esc centro descen­trado y múltiple que puede encontrarse en cada hogar a través de la televisión y las imágenes que prt'senca a diano, en las que muestra uh cenrru ideal en el que se encuentran los j>ersonajes famasos de la scx'iedad de consumo, ya sean políticos, deportistas o artistas, o estén relacionados con los medios de comunicación. Dorante la crisis de las periferias, la dimensión tele­visiva también estuvo presente: las proezas dc los «sublevados» salían por la televisión.

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i 4 . Sin cmlxtrgo, los aconterimiencos que tuvieron lugar en este período no se pueden simplificar a un juego en el que se competía j>or los roles o |>or obte­ner las miraíias, ya que. si se trató de acontecimientos graves, fue, precisamente. j>orque reflejaban el senti­miento de exclusión de una jxirte de la juventud, aun­que la forma que tomó fiie la de una protesta sin un

contenido ideológico en concreto.5. No se deben confundir estos estallidos de vio­

lencia - y los incendios que supusieron- con otro tipo de fenómenos violentos, ya que se sitúan a otra escala y con otras perspectivas. Dicho dc otro modo, no creo que haya que relacionarlas con la acción proseiittsta de 1a pane política del islam. Llegado el momento, dichos movimientos proselitistas jjodrían llegar a explotarlas, por ejemplo, como una contribución al restablecimiento del orden pero, en todo caso, no son la caiLsa que los desencadenan, ya que utilizan otros medias de presión e intervención.

6. Los jóvenes, ai revelarse, no están luchando por una petición subversiva: simplemente, quieren partici­par de la revuelta, consumir como los demás. 1:1 hecho de que incendien escuelas u otros lugares públicos no tiene más significado «revolucionario» que IncctuHar

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P ar una an in D oloeía d t l a mw tltdeui

<cl coche de los vecinos dcl barrio; lo que quieren es, g princijjalmence, ser visibles, cxiscir de un modo v iit

ble.7 . Los jóvenes «nacidos de la inmigración» proce­

den de orígenes complerdmente diversos. Sólo en lo que se refiere a África, lógicamente, ya existen grantlcs diferencias entre ei Magreb y el Áfric'a negra, así como otras diferencias consideraldes en el interior de esta.s dos zonas: por ejemplo, no codas las familias que pro­vienen <lcl África negra son musulmanas. En la mayo­ría (le los casos, los jóvenes cuyas familias son de pro­cedencia africana tienen pocos o ningún contacto con el país de origen de sus padres o sus abuelos. Ln estas condicionc's, su «cultura», en el sentido antropológico del término, consiste, más bien, en la que ellos mis­mos clalxjran y cjuc adaptan a distintos tipos de expre­sión (me refiero al rap), los cuales han alcanzado un gran éxito en la producción artística contemporánea.

8 . Al emplear el término multiculturalismo se corre un gran riesgo dc estar utilizando una palabra equi­vocada, puesto que cl contenido conceptual inherente al vocablo cultura es délnl. T.a razón es (jue los inmi­grantes no eran ni los que mejor informados estaban ni. })or canco, los mejore.s representantes de la cultura

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1 tradicional de sus países de origen: denrro de U ^ población había grandes desigualdades respecto al

dominio que cada individuo poseía de los conoci­mientos de las culturas tradicionales (incluso en este aspcx'to hay individuos más cultos <|ue otros) y, en lo que se refiere a las nuevas generaciones, no se trata de un aspecto que les concierna. En cuanto a la religión, especialmente cl islam, se manifiesta de una forma muy contemporánea y muy proselitista que ya nada tiene <|ue ver con la transmisión de una herencia cul­tural. Así pues, el lenguaje de la tradición y de los orí­genes no es el más indicado para analizar las periferias y las ciudades actuales.

A lo largo del siglo XX se ha descubierto la rique­za de las culturas llamadas «orales» o «sin escritura». Los etnólogos demostraron que dichas culturas pudie­ron desarrollar modos dc conocimiento y de adapta­ción al medio dc una gran sutileza. Parce de la prol^le- mática de nuestra época viene dada porque, a cau.sa de

la colonización la globalización^ ci éxodo rural, tas guerras, las hambrunas y la inmigración, una gran cantidad dc indlvidut» ha sido desposeída de su saber tradicional, aunque sin tener la |>osibiÍidad de accetler a las formas. i»H>demas de conocimiento. .Se ajjeloto-

________________________________ ALgrt Aagé

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P or una a ntnruA oeía <U la pw tU dad

<nan en los barrios de chabolas y en los suburbios dc ^ las ciudades del Tercer Mundo, en los campos de rcfii- \ giados o, cuando han tenido la suerte de poder emi­grar, en ios barrios pobres de los paísc*s desarrollados. También puede Jarse cl caso de que las primeras de estas situaciones den lugar a la última cjue se ha cita­do y, dc esta manera, muchos dc los inmigrantes cjue llegan a F.uropa ya se encontraban, cuando vivían en su país <le origen, en un estado literal de «dcsculturi-

zación».Las consecuencias de esta situación son graves: por

un lado, impide cjue una gran jiarte de la población forme parte del movimiento tjue favorece el progreso en ciertos sectores de su país de origen y, asimismo, los condena, en el país al <jue han emigrado, ai paro o a ia realización dc las tareas jxo r pagadas y con menor csrabilidad laboral. Por otro lado, genera un discan- ciamienco^ntre las diferentes generaciones: la figura simbólica que representan los (madres de cara a sus hijos se debilita cuando éstos los perciben como jser- sonas completamente extrañas al mundo de la comu­nicación y el consumo que tanto les fascina. Ksro sucede esj>ecialmentc en los países en los que los hijos dc la segunda generación de inmigrantes asisten a la

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£ escuda Y viven una exj>eriencia radicaJinence opuesu;í a la dc sus padres, inclaso en los casos en que atravic->

san por dificultades escolares.

Hoy en día se habla mucho de cultura y de identi­dad, pero se trata dc dos términos tjue conllevan una serie de problemas cuando se combinan las conse­cuencias <le la dcsculturización y del analialsrrismo. Sin saiser tlominar la lectura ni la escritura, los niños de hoy en día no pueden llegar a comjirender de dónde vienen, dónde viven ni quiénes son. Por ello, están expuestos a roda clase dc peligros, a la invasión de las imágenes de los me<Hos de comunicación y a la corrupción de los mensajes tie los ideólogos, a todas las corrientes, modos de alienación y dc captación dc cualquier movimiento.

F.sta situación resulta aún más preocuj>ante cuando se tiene en cuenta que, incluso en los jxiíses más des­arrollados del mundo, el analfabetismo y ia ignoran­cia afectan a gran pane de la población, tal y como demuestran divetsa.s encuestas tjue se realizaron en los Estados Unidos, como la que llevó a calx> la National Scieuce Foundation, que reveló que la mitad de los norteamericanos no sabía que la Tierra da la vuelta al Sol en un año. íieguramcnte, si se realizase en Euroj>a,

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P or una an trapoiosía dc la ntov iltd ad

las cifras no serían muy distintas, y lo peor es que | reflejan la indiferencia de los |>oderes públkos ton 1. relación al atentado contra los fundamentos dcl ideal democrático que supone esta realidad.

9. F.n iodos los campos y desde cualquier pumo <le vista, se debe desconfiar del modo imprudente con el que se emplean estos términos actuales y, aún más, cuantío se utilizan deliberadamente, puesto que lo (|ue hacen es crt-ar la realidad que pretenden designar o describir. Así pues, una dc las tarcas principales de la educación nacional debería ser la dc acabar con las barreras dc la sociedad que impiden la instrucción de los indivitiuos. Gracias al sistema democrático (en el que la educación es uno de los pilares principales) delx^ría jiermitirse que cualquier individuo, indcpen- ílieniemenrc dc sus orígenes y su sexo, perteneciera a la República, ia cual se define como «una e indivisi­b le » ... auntjué aún deba convertirse en un lugar acce­sible para totlos.

En la década dc 1970 los barrios obreros dc Francia aún representaban el resultado de una política de modernización de Ja .situación de la vivicmla que ase­guraba la obtención de unas condiciones de igualdad

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1 en la clase obrera: en este período se aprobó una jx>lí- cica dc carácter ñuniliar que permitía que las familias>dc los inmigrantc*s con permiso dc residencia fueran a vivir a Francia- con cl objetivo dc estabilizar la situa­ción de los llamados «trabajadores inmigrantes», al fecilitar que sus femilias pudieran vivir en Francia y, asimismo, que se «integrasen» en la categoría dc obre­ros franceses. Sin embargo, la situación dc paro que se inició a finales de la década de 19^0 cambió cl orden tie las cosas y afectó, en primer lugar, a los trabajado­res inmigrantes no capacitatlos. F.l mietlo al paro alcanzó a la clase obrera, |>or lo que, en el interior dc los barrios obreros, la mayoría de los inmigrantes representaron ci «polo negativo» -al que se refirió el antropólogo Gcrard Althabc que dio lugar a b apa­rición de una nues'a forma de racismo originada por cl miedo de ser Incluido en diclio polo.

Hay aún otra clase tie inmigrantes: los llamados «clandestinos», es decir, los que trabajan sin estar declarados y que representan codos los jieligros de b deslocalización (aunque, para los empresarios -s i no todos, algunos-, supongan todo tipo dc ventajas). Así pues, para los tralmjadores clandestinos, cl paro tan sólo está a un paso. De esta manera vemos tjue la mcz-

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P or una antrob o lo íta d t ¡a mo t'ilid ad

cía de las diferentes categorías se da con mayor frc- * cuencia a me<!ida que cada uno tie los diferentes estra- %

etos de la población va resultando m is extraño para los demás, a pesar de que coiiiciilan en los grandes cen­tros comerciales o los trans|>ortes públicos de las

mcgalópolis occidentales.A estas observaciones deben añadirse algunos ele­

mentos imjx)nantcs que aumentan las consectiencias y contribuyen a distorsionar la percepción; son, entre otros, la demografía, la.s rupturas generacionales, el

contraste entre campo y ciudad -qu e, a pesar de la urbanización, aún sujione una imp>ortanie diferencia en el imaginario francés y en cl dc otros países (por ejemplo, se relaciona la violencia con la ciudad y sus periferias)-, el terrorismo internacional y cl incre­mento del islamismo extremista (se ha hallado en Afganistán y en Irak a algunos franceses procedentes de las periferias, como Moussaoui, y se ba descubier­to que algunos terroristas se camuflaban en ciertos barrios traiu|uilos situados a las afueras de Londres). Tras c) paisaje del nuc'vo urbanismo, como si fuera un dtxorado de fondo, se perfilan algunos csptxtros, pero también ciertas amenazas reales.

En este contexto, ajielaf al respeto o al diálogo

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£ cnttc aiicuras no resulta en absoluto adecuado, yaX que. de hecho, no roncieme ni al movimiento extre-

mista ni a las nuevas generaciones dc orígenes diver­sos que han creado o i^articijiaido en U c rra c i^ de turas urbana^carentes J e cualcjuicr tipo dc referencia a una tradición anterior.

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IV El escándalo del turismo

lin ¿7 tiempo e» ruinas intenté demostrar (jue el espec­táculo de las ruinas nos ofrecía una visión del tiempo, pero no de la historia propiamente dicha. Y así es, puesto (jue las ruíiia.s de la.s distintas é;>ocas se acu­mulan y dan lugar a lo que hoy en día llamamos rui­nas o campos de ruinas. Los constructores, por lo gene­ral, casi siempre han edificado, uno tras otro, sobre las ruinas dc sus ancestros y. en el momento en que han dejado dc construir, la naturaleza ha vuelto a ejercer sus derechos, la vegetación se ha apoderatlo de las pie­dras y las ha modelado, originando excéntricas estruc­turas, como las que podemos ver en Ciamboya, México o Guatemala, lin dichos lugares, cl bosque, tras haber sufrido.una tala total de sus árl>oIes. se ha retirado, vencido, a otro lugar. Pero lo que atjuí se descubre es un paisaje inédito, en el que ninguno de nuestros

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Por una antropoloefa lie ia motiliJaJ

antepasados Ha potlidn vivir ni ha podido ver. Es un | paisaje que ha emergido de la noche dc lo$ tiempos, 1 pero que sólo ha podido existir, en su forma actual, para nosotros. En esce sentido, es una visión del tiem­

po «puro».Este es]>ectáculo suscita la curiosidad y la fescina-

ción, |V>r lo que no resulta sorpreiiílente que las ruinas constituyan uno dc los destinos pre<lileccos del turis­mo de masas. Durante el pasado siglo, la alta burgue­sía, los poetas y los pensadores contaban con el privi­legio dc poder visitar las ruinas (generalmente, se tra­taba de las de la antigüedad grecolatina) para meditar acerca del paso del tiempo y dc la fragilidad del desti­no humano e, inmediatamente, sentían tpie el es|>ec- táculo de las ruinas les hablalxi más de la humanidad que de la historia. Aquellos en ios (|ue el sentimiento de superioridad era mayor, como Cliateaubriand, halla- fc^n en ello una ocasión de ver reflejado, en las civiliza­ciones <jue liabían desaj>afecido, lo efímero de su pro­pia existencia. E>e alguna manera, iban más allá de la historia, la trascendían para mcdirar sobre el hombre en general, sobre el hombre genérico, con el que, durante un insrante a lo largo de su meditación, creían sentirse identificados.

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4 Hoy en día, esta cxpc-ricncia se ha «demorratiza-o>5 do*, en el sentido dc que está al alcance de la claseI*

media de los j^aíses más desarrollados. Pero el hecho de que esta experiencia sea posible para un mayor número de personas se suma al balance de una reali­dad que tavorece la ubicuidad y lo instantáneo y en la que ya no queda lugar para el largo viaje hacia las rui­nas dc las civilizaciones perdidas, ni para vagar por el pensamiento. En los programas (jue ofaxcn las agen­cias dc viajes, los países {>arecen estar en línea recta, uno tras otro, por lo que resulta completamente posi­ble visirarlos. Así pues, ios futuros turistas dudan entre las cataratas del Niágara, la Acrójiolis, la isla dc Pascua o Angkor. Así es como todas las jiosibilidades de desplazarse en el espacio y el tiempo se reúnen en una especie de museo de imágenes en cl que, si bie n todo es c-vidente, nada es niás necesario.

Ix>s paisajes (incluidas las ruinas) se ban convertido en un producto más y se amontonan, unos sobre otros, en los catálogos o en las pantallas de las agen­cias de viajes. Por otra parte, esta acumulación va ligada a ia que he emplrado para tratar de definir las ruinas, aunque no concierne al mismo tipo dc tempo­ralidad. fX' hecho, el tiempo que tjucda reflejado en

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Por una antroboloeia d éla mot'diáad

<las ruinas no informa acorta de la historia, pero hace alusión a ella; su encanto se debe, cjuizás. al hecho dc I que lo incierto de esta referencia se asimilaba a un recuerdo que pondría en contacto a cada individuo consigo mismo y con las regiones desconocidas en las que la memoria se pierde. En cuanto al tralrajo exhaustivo que las agencias de viajes aparentan reali­zar, el sentimiento genera! es, por el contrario, el de una lista desordenada, en la que lo que se impone ya no es el lento trabajo del tiempo, sino la tiranía de un espiado planetario que ha sido nxorrído de punca a punta y de cuyos lugares se ha hecho una simple enu­meración. Más que las ruinas, lo <|ue representarían las agencias dc viajes son terrenos destinados a la construcción, pero carentes de cualquier proyecto y de toda idea de exploración espacial o tcraporul: da lo mismo lo (jue se construya en ellos, lo importante es que se haga enseguida. La idea de viaje sí que refleja­ría las ruinas, pero unas ruinsis <jue, lejos de evocar un iiemf>o en estado «puro», estarían conectadas con la historia contemporánea, en (a que ya no se cree en el tiempo, iloy en día es imjx>sible que existan las rui­nas. ya que lo que muera no dejará huella alguna, sino grabaciones, imágenes o imitaciones.

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M a n A uer

!X En este pumo, se podría trazar una comparación X entre el turista y el etnólogo: ambos pertenecen a la

parte Je l mundo más favorecida, en la que es posible organizar viajes de placer o con el objetivo dc estudiar el entorno de un país extranjero. El que todos los hombres pudieran ser turistas o einólogos no resulta­ría un hecho chocante si el desplazamiento de unos no fuera un lujo, mientras que el de otros es producto del destino o de la fetalidad. Tampoco sujmndría ningún tipo de escándalo si codos los hombre.s, sin diferencia alguna, pudieran ejercer como sus propios esjsectado- res. Pero éste es el t*scándalo que supone la etnología, puesto ijue, por ejemplo, hay etnólogos japoneses en África, j>ero no etnólogos africanos en Japón. Sin embargo, el cij>o de etnólogo al <juc aquí me refiero, en el futuro, visitará cada vez menos los países exóti­cos, puesto que cl exotismo está desaj>areciendo y por­que. después dc todo, tampoco constituye —sin lugar a dudas- e! objeto del estudio de la etnología. Ésta le sobrevivirá; ya le sobrevive.

En cuanto a los turistas, nunca han sido tantos».ya que nos encontramos en la é]xx:a del turismo en masa. En pocas palabras, se podría decir que la clase media y superior de los países ricos realiza viajes cada vez más

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P o r tuta a p im tei/teú/ de L i mot lìtd a d

alejados dc sus fmiueras. Por su pane, los pa.ists ile i .|- sur ven cn cl turismo una fuente de ingresos puesto T <pie favorecen su desarrollo. aun(|ue los beneficiarios directos del turismo en estas /onis suelan ser cieñas organizaciones e individuos de los países desarrolla­dos. DcTíde este punto de vista, nuestra época se carai'- teriza por un contraste tan sorprendente como terri­ble, ya que los turistas suelen visitar ios países de (os que los inmigrantes se ven obligados a irse, en condi- tiotics difíciles y, a vcctrs, llegando a arriesgar su vida. Estos dos movimientos en sentido contrario son uno de ios posibles símlxilos de la globalización liberal, de la que ya saldemos que no se facilitan de la misma manera todas las formas de circulación.

Al comparar al etnólogo con el turista, traro de mostrar a grandes rasgos, y |>or contraste, la origina­lidad de la postura del etnólogo, aunque sin (legar a retlucir al turista a ia caricatura que se suele hacer de él con tanta facilidad ya que. si bien suele ser suscep­tible de ser caricaturizado, como individuo no se reduce, sin lugar a dudas, a la imagen que da de sí

mismo.El asjjecto en el cjue el etnólogo tradicional (y con

ello me refiero al tjue viaja para estudiar la sociedades

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4 que considera exóticas) coincide con el turista actualQX es el hecho de ir a otro lugar, de alejarse de sus raíces.

Sin embargo, lo tjue de entratla diferencia al etnólogo del turi.sca —y siempre lo hará— son dos cardctcrístícas: que viaja .solo y que permanece en el lugar durante un largo período de tiempo. Por supuesto, viaja con la intención de trasladarse cerca de aquellos con los que va a convivir y a los que va a estudiar, lo cual podría constituir la principal diferencia con el turista. No obstante, tampoco se puede negar que ciertos turistas posean también la curiosidad, cl deseo de observar y dc aprender aunque, sin duda alguna, es un caso que se da muy rara vez y tan sólo entre una minoría. Lo que verdaderamente diferencia al etnólogo es más bien e! método que emplea: la observación sistemáti­ca, de manera solitaria y prolongada.

Profundizando todavía más, aún existe otra dife­rencia más entre ambos que es, al mismo tiempo, más ratlical y sutil.

El turista, en las formas más recientes y lujosas de turismo, exige tanto su comcxlidad física como su tranquilidad psicológica, aun cuando tiene el espíritu de un viajero al que también le gustaría definirse como aventurero. Es un consumidor de exotismo, de

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Por una ansnpoloyta dc ¡a monitdad _

<arena, de mar. de sol y dc paisajes (por no hablar dc * otros eventuales ii|x>s dc roasumo) pero, aunque se \ encuentre cn otro lugar, siempre seguirá escando en su país, ya tjue codo le conduce a ello: sus compañe­ros, los comentarios que intercambian, la comodidíul (jue se le ofrece, ia naturaleza estereotipada de las cadenas hoteleras, las películas que graba para ver más tarde, » la soielca, y la brevedad dc su escanda o tie su travesía en barco. Fn última instancia, se queda en casa o cerca de su casa y se las arregla para retlucir a los demás a una simple imagen: sólo necesita encen­der la televisión o visitar un parque temático.

El etnólogo, })0r su pane, vive una exjseriencia totalmente distinta: para él, el perder el contacto con sus raíces no se limita a buscar un pai.saje, sino que llega a }>oncr a prueba su propia itiencidad con las demás o, cn otras palabras, viaja luera dc sí mismo. Por otro lado, siempre se mantiene en un punto de visca cxccnio a aquellos que se dispone a observar iy9 sea un pueblo, algunas íkmilias, cl barrio de una ciu­dad o una empresa), puesto que siempre debe, en pri­mer lugar, justificar y explicar su presencia, negociar su estatus de otro, de extranjero. Asimismo, delse ser consciente del paj>el que se le atribuye y que le hacen

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1 desempeñar: en esce sencido, sólo podrá em|)ezar a >{ comprender a los deoiis una vez haya reconocido el

lugar que le asignan, puesro que, a diferencia del turista, no tiene el estatus extraterritorial que el nom­bre de su club Je vacaciones o de su cadena hotelera le confieren. De esta manera, se enfrenta a una doble exterioridad: necesariamente externo al grupo que

observa, traca de acercarse a él intelectualmentc, abs­trayéndose todo lo que puede de sí mismo. Así pues,

ejerce lo que Lcv'i-Strauss llainaba «ia capacidad del sujeto para objetivarse indefinidamente» y, así, de alguna manera, no se sitúa entre lo cultural y lo psi­cológico. postura <]iie marca, de alguna manera, el final de su viaje o, más bien, la penúltima etajia del mismo, ya (jue la ultima consiste en escribir sobre cl viaje.

Sin embargo, incluso en este punco la diferencia entre ambas posturas es más jiequeña y sutil de lo que puede parecer, al menos en el ámbito psicológico. A veces, ci turista, aunque casi siempre de manera invo­luntaria, también se encuentra en situaciones psicoló­gicamente incómodas: basra con pensar en el síndro­me <le Stendhal (cl malestar provocado por una abusi­va visita cotidiana a las obras de arce italianas) o en los

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Pgr una antropología de la mm ilidaJ

trastornos psicológicos que suelen padecer los turistas uccidemales que visitan un país como la India y que % se ven obligados a la repatriación por motivos sanita­rios. Evidentemente, el turista no redacta un estudio acerca de la población que ha conocido pero, a veces, sus fotos, sus películas y sus postales constituyen, en su conjunto, una especie de obra o, por lo menos, un balance de su experiencia. Por supuesto, me refiero a las experiencias turísticas cuya intensidad es }>oco habitual, puesto <]ue ia media de los turistas está ale­jada de C'Sta incomodidad psicológica y de este interés por crear un testimonio de su viajes: para muchos, éste se simplifica a algunas focos un canto narcisistas.

Para terminar, es necesario añadir que ci etnólogo, al final dc su primer viaje, elabora un modelo de refle­xión que le servirá para las siguientes experiencias (el terreno de la primera experiencia nunca .se olvida) y c]ue orientará sus futuros estudios, ya conciernan al primer terreno visitado o a otro completamente dis­tinto. En cualquier caso, es una c'sptxic dc viaje inter­no que continúa, aunque pase por una observación minuciosa de las diferencias y los aspectos en común similares, de ios contrastes y las similitudes. Llegado a este pumo, el etnólogo se convierte en antropólogo,

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\ yaque amplía su reflexión, pero siempre dentro tie unX recorrido. Esta situación, por raneo, está muy lejos

del turista <|ue se limita a ir sumando a su lista los viajes que ha realizado, como si no fueran m is tjue una serie ele trofeos de caza, y que, cada año, ve acer­carse ei período vacacional con el mismo enuisiasmo que el año anterior. La reflexión antropológica, en cambio, es cada vez más profunda y jíuede llegar a sai isfarer.se realizando de>pJayamienio.s cortt»: es cl caso J e algunos dc mis colegas tjue, al principio, han trabajado en un lugar lejano y que, m is tarde, han rea­lizado estudios en una zona más cercana a su lugar de origen, no por cansancio o porque no tuvieran la posi­bilidad de viajar, .sino jíorquc se dieron cuenta de que éste era. realmente, el tema de sus investigaciones inte­lectuales.

Por supuesto, al antropólogo también le puede

gustar irse y viajar pero, entonces, forzosamente, no es su parte de etnólogo la que le induce a actuar, ya tjur el etnólogo, como tal. es hogareño, puesro (jue sabe que persigue a una irrealidad; la de un conocimiento imposible. ¿Podemos llegar a conocemos a nosotros mismos.^ ¿Tiene sentido esta pregunta.^ ¿Conocemos a los demás. ¿Realmcnre jvxJremos llegar a conocer a

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Hor upg nHtrnpalofía de ¡a mat'HidaJ

<aquellos a los que queremos o que nos rodean:' El ^ etnólogo tetlió un día a la tentación de creer íjue lie- "I garí» a conocer a ciertas personas, a algunas personas, a una etnta, a tina cultura. Y algo lia aprendido de ellos, ya cjue los conoce un jy>co mejor cjue al princi­pio, aunque continúa sin saber cuál es exactamente ia fiabilidad de este conocimiento, lo que dice de él, de los demás y de la relación recíproca que mantienen. Un día se da cuenta de que se ha j>a.sado la vida haciéndose las mismas preguntas y de que ningún otro desplazamiento cn el espacio podrá aporcarle una respuesta más clara; llega a la conclusión de que no es un explorador. Ya solo le cjueda establecer un balance de las conclusiones cjue ha podido estaltlecer pero, al contrarío que el viajero nostálgico, las aplica al futu­ro: a aquellos que realizarán ocros viajes y que, de un modo u otro, las proseguirán, las modificarán y pro­longarán su propio recorrido.

í j i primera parte de Trisfa trópicos lleva por título «El fin de los viajes»: todo el mundo recuerda la afir­mación entre desengañada e irritada con la <jue se ini­cia: «Odio a los viajeros y a los exploradores». Esta frase, provocadora, continúa con la enumeración de las mil situaciones penosas y las dificxilcades que marcan

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1 la estancia cn d territorio (jx>demos encontrar unaX versión aún más negra en el diario de MaÜnowski) y

con la dc los viajeros profesionales de la década dc 1950 que proyectaron sas fotos en la sala Plcyci de

París, al riempo tjue contaban banalidades. Sin emb«irgü. T.évi-Siraus.s escribió Tristes trópicos: como Michel Leiris, Georges Balandicr u otros, se sabe un escritor tjue j>ertenece a un género particular, que relata los hecho.s, describe las situaciones, analiza los comportamientos e informa dc una experiencia en 1a que participa al mismo nivel tjue atjuelios a los que ol>serva. Éstos no constituyen una simple especie ani­mal, sino que son hombres como él, cuya presencia les supone un problema -puesto que actuaría como lo que en d dominio tjuímico lleva d nombre de reacti- tv - y acalxtría trastornando ci medio, aunque este trastonto puede resultar instrucTÍvo. Cuando el etnó­logo se va, ni él, ni aquellos con los que ha convivido son los mismos dc antes, puesto que el trabajo dd etnó­logo no consiste en una simjsle observación, sino tjue tiene una dimensión exjjerimental. No se limita a observar la historia, sino que aaúa en ella, aunque sólo sea al deíéiiderse. Por otro lado, le interesa darse cuenca del cantbio que él supone en cl terreno en cuestión: la

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Por una antrnpoiofía Je la mat dtdad

presencia dcl ccnólogo siempre influye cn el medio observado, aunque sólo sea por tratarse de un individuo, %

msolo, que reflexiona sobre la cultura de los demás, la cual, precisamenre, es completamente natural para acjucllos y at|uellas cjue están sumidos en ella. Éste es el centro de la experiencia tjue vive el etnólogo, pero no podrá tratar de transmitirla hasta tjue la haya tlescríto y escrito. Por ello, el proceso de redai'ción constituye cl lina] tlel viaje, su objetivo y su acabamiento. El etnólo­go se encuentra siempre de viaje, aunque trabaje en las afueras de una ciudad de su país, cn la medida que es un viajero dc lo interno, que viaja entre dos estados arümi- cos. entre dos maneras dc pensar, entre cl futuro texto y el texto ya redacrado, entre un antes y un después.

y\l contrario que el turista moderno, que es un con­sumidor que se cree viajero, el etnólogo es un seden­tario que se ve obligado a viajar: el turista esj>era (jue vuelvan las vacaciones para irse, mientras que el etnó­logo sabe que su estancia, por larga que rcsulce a vetes, sólo tendrá sentido a la vuelca, momento en el que tratará de transmitirla. Si hay un punto común que comjjarten es, quizás, el encanto inherente al hecho de conocer nuevos j>aisajes e individuos, aun­que c'scc encanto procede dc una doble ilusión: la de

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i guardar fidelidad a la realidad y la dc recomenzar clS viaje, el cual, al re|jecirsc, no es sino una especie de

expresión meialórica.F.n este jiunto, estamos alcanzando nuestro objeti­

vo. puesto que el objeto de obsen'ación del etnólogo, así como de su reflexión de antropólogo, que atos- tumbra a comparar y a aunar el aquí y el allí, lo mismo y lo otro, es cl viaje cn sí. Para el etnólogo todo suf)one un objeto de observación, incluidas las emo­ciones que siente o el turista con el que se encuentra cerca dc su «terreno» y <iue, quizás, exj>erimenca emo­ciones análogas. Esto constituye un privilegio y una responsaliilidad que sólo le incumben a el y que no comparte con nadie. En este sentido, esté donde esté, no dejará de viajar y dc mantener la misma

distancia frente a los demás <iue frente a sí mismo. Y esto es lo que le Hace más moderno, lo que aporta a su capacidad tie ol'wervación una eficacia esptx'ial para denifrar el mundo actual. Su manera dc existir, diferente a ta habitual y con un sistema de referencia distinto, quizás haga que. a él. el mundo de hoy le resulte más fomiliar que a los demás, si, como ya hemos visco, cn cl mundo actual los conceptos de centro, periferias o fronteras están en crisis.

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El desplazamiento de la utopíaV

1.a humanidad ha necesitado su tiempo para descubrir que la Tierra era redonda pero, a pan ir del momento en que esre hecho ftie oficialmente reconocido, pudo plancc'arse el dar la vuelta al mundo. Sin embargo, «la vuclra al mundo» es algo mucho más antiguo: si se acepta la hipótesis de que el único origen de la huma­nidad se encontraba en Africa, los hombres ya habrían comenzado a dar la vuelta al mundo y a |>oblarlo mucho antes de <)ue pudieran siquiera imaginar que era redondo. Por otro lado, se rrata de una historia corta si se la compara con la revolución copcrnicana y con los progresos que se han llevado a cabo cn astro­nomía a lo largo dc cinco siglos.

La.realidad dc este mundo que podemos recorrer se actualiza con el tema J e la globalización y de la uni­versalización, aunque el tema cn sí ya muestre la plas-

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Por una antroúoiwía dt ta mm -Hidetd

fitidatl del falso concepto dc «mundo», que puede ^ corresponder tanto a la idea dc totalidad acabada 1, como a la de pluralidad irreductible (cl mundo está

hecho de mundos). Hoy en día, esta tensión enere lo unitario y la pluralidad es más e^'idcntc que nunca. Por el término %M)ait2¿uión se entiende, como ya hemos visto, dos fenómenos distintos: por un lado, la globalización referente a la unidad dcl mercado eco­nómico y dc las redes tecnológicas de comunicación y, por cl otro, la planetarización o conciencia planetaria, que constituye una forma de conciencia tlesaforruna- da. puesto (juc da constancia de la situación crítica de­là ecología del planeta y dc las desigualdades sociales de todo tijx> que dividen a la humanidad.

Hoy en día se trata de expresar t-sta tensión entre lo unitario y lo plural y de resolverla por medio de la oposición global/local, |>ero lo único que se obtiene mediante esta expresión es reprotlucirla o amplificar­la. Así pues, o bien se concibe lo local a imagen de lo global y como una expresión dcl sistema económico y tecnológico, o bien se concibe como una excejx'ión. como algo accidental o como una consecuencia de un distanciamiento del sistema que rige el conjunto, por lo que debe ser llamado y conducido de nuevo al

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1 orden. Los análisis que propone Paul Virilio acerca deX la visión cscratcgka del Pentágono recobran todo su

sentido cn este punto, ya que, dc hecho, corres|>onden a la visión glol)HÍ de un sistema mundial o, más bien, de un mundo sistematizado, dc momento controlado, en materia política, económica y tecnológica, por los Estados Unidos, aunque también otras potencias

aspiren a dirigirlo.Y así es, ya que en cl interior mismo del sistema

ajwrccen otros candidatos que pretenden volver a definir el mundo y a hacerse con el control, aun cuan­do aparentan oponerse al sistema. Estos candidatos se definen a sí mismos como pertenecientes a los «mun­dos», mundos que se tlefinen en un primer momento como particulares y como una parte única del jdane- ta, pero que, posiblemente, aspiren a la unidad o a la hegemonía. Por ello se habla del mundo mu-sulmán o dcl mudo árabe como si se estuviera tratando del fra­

caso del mundo comunista.Así pues, el término niunJa, debido a su ambiva­

lencia (ya que designa a la vez la totalidad y la dife­rencia), refleja algo de nuestra actualidad, la cual aúna ia realidad de la globalización (es decir, las dos

formas tjue adopta la universali/ación), las extremas

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Por una ansroiufloeía J t la mm iltdad

diferencias con las «jue nuestras antiguas ideas (c)a- scs, ideologías, alienación) recobran sentido y un sis- \ tema dc símbolos cuya crisis se mantiene, aunque las tecnologías dc comunicación (Internet, las imágenes <le vídeo y ia televisión) traten de disimularlo. E! personaje de Vcrne Phileas Fogg podría, de vivir hoy en día, dar la vuelta al mundo en mucho menos de ochenta días, sin que cambíase el decorado (ya que se alojaría en las mismas cadenas de hoteles, dc una punta a ia otra del mundo), siguiendo las mismas series de televisión, viendo y escuchando en directo Wtf) las noticias de su país a través de la BBC News y manteniéndose permanentemente en contacto con sus amigos, ya fuera por teléfono o por internet. Pralría atravesar, aun .sin verlos, los mundos más diversos y más perturbados j)Or la historia, puesto que la uniíbrmización dc los esj>acios de consumo turístico es, desde este punco de vista, la consecuen­cia directa de la aceleración dcl ticmj>o.

Así pues, partiendo de estas condiciones, ¿cómo imaginar la ciudad del mañana?

Es cosa conocida que, hoy en día, ya no es posible imaginar una ciudad que no esté conectada con la red dc las otras ciudatles. Se puede decir que la «meracíu-

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"I dad» a ia que Paul VtriÜo se refiere es esta misma red.X El espacio urbano, formado por cl mundo-ciudad y la

ciudad-mundo, los filamentos urlxtnos, las vías de circulación y los medios de comunicación, resulta hoy en día un espacio complejo, enmarañado, un conjun­to de rupturas cn un fundo de continuidad, un espa­cio en extensión en cl que las fronteras se desplazan. ¿Cómo imaginarse la ciudad .sin imaginarse ci

mundo.'La ciudad siempre ha tenido una existencia tem­

poral que aumentaba el valor de su existencia espa­cial y le confería su relieve. Cuando pensamos en las grandes metrópolis de hoy cn día se nos vienen diver­sas imágenes a la cabeza, sobre todo las de las series americanas o las dc algunas películas hollywoodienses en las que se multiplican los planos aéreos y los pla­nos Je conjunto (dc vistas, luces o transparencias) que nos transmiten un sentimiento dc estupefacción ante cl imponente esplendor del presente. Sin embar­go. durante mucho tiempo, la ciudad ha sido una esperanza y un proyecto, un lugar que significaba, para muchos, la posibilidad de un porvenir y, al mismo tiempo, un espacio en construcción perma­nente. Aún hoy se pueden eacon ttat en el cinc diver-

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/V una anlropoloiia dt ¡a motUiJaJ

sas señales de esta dimensión prospK.xtiva: cn cl cine, tanto en el caso de Nfurnau como cn los utstem s. la \ ciudad suele ser concebida y presentada como un lugar que aún está |>or descubrirse. En cuanto a la ciudad-recuerdo, a la que recordamcis o íjue despier- ra la memoria, sufre las más distintas variaciones y resulta esencial, como sabemas j)or experiencia, en la relación afecriva que los ciudadanos mantienen con el lugar en el (juc viven. Sin embargo, la ciudad- recuerdo también responde a unas características his­tóricas y (jolíiicas: por un lado, cuenta con centros históricos y monumentos; por el otro, con los itine­rarios dc la memoria individual y el vagar por las calles: esta mezcla hace de la ciudad un arquetipo de lugar en el que se mezclan los puntos de referencia colectivos y las marcas individuales, la historia y la memoria.

Así pues, la ciudad es una figura espacial del tiem­po en la que se aúnan presente, pasado y futuro. Es. a veces, la causa de la estupefacción y, otras, el del recuerdo o la espera, aunque, como siempre* hemos sabido, en materia dc ciudad y de urbanismo, la espe­ra y el recuerdo concernían a la colectividad, al indi­viduo y a las relaciones <jue los unen. El proceso <le

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Ji conscrucción por d que pasan las ciudades dc los uvs-oX es paraldo ai naciitiiento de una nación: es, por

tanto, una dudad política. Este pleonasmo dice lo esencial de la ciudad: tlesde que nace, es la forma polí­tica del provenir. Asimismo, la ciudad dc los utsftm ¡ es aquella en la (jue. tai y como muestran los innume­rables planos de la película, no dejan de llegar indivi­duos dc diversa índole que ia descubren para conocer la aventura, que no es sino otra forma dc porvenir. Este tema se aplica al espacio cuando el aspecto que se considera como principal c's cl viaje o los esj^acios que rodean a la ciudad y la anuncian. $i pensamos en un poeta como Jacques Reída veremos que siempre pare­ce bascar cl prc-sentimicnto de la ciudad en los solares de la periferia.

Desde este pumo de vista, la ciudad es a la vez una ilusión y una alusión, de la misma manera que ocurre con ia arcjuitectura, que edifica los monumentos más representativos de la ciudad.

Hoy en día coexisten o se mezclan dos realidades urbanas: los centros colosales en los que se pone dc manifiesto la arquitectura contemporánea (cuyo pro­totipo es la prestigiosa arquitectura dc las ciudades americanas; las ciudades «verticales» que sedujeron a

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/V una an tn p alo tía J e ¡a nm ih d a d .

Cclinc y fescinaron a Léger) y lo urbano sin ciudad ® que coloniza el mundo, es decir, la presencia ilimira- ^ da. pero también la ausencia infinita. En ia (lelícula dc Wim Wcndcrs Lisbon Story, el prougonisia viaja dc Alemania a Portugal sin salir nunca de la red de auro- pisras -<jue se extiende de un lado a otro de Europa-, atravesando un paisaje fantasmal que va-riaba dejsen- diendo da la hora del día o de la noche: un paisaje urbano al final del cual descubriría la ciudad que lleva el nombre de LísIvk* o, más concretamente, los solares de sus periferias.

Lo que se pone en tela de juicio, cn el total dc los trastornos que tienen lugar en la actualidad, es cl camt)io cn la utopía. Aunque, desde un punto de vista histórico, ambos movimientos .se superpongan, se [luede decir tjue la migración mundial sustituye al éxodo rural hacia las ciudades y que la oposición Norte/Sur ha ocupado el lugar de la oposición ciu- dacL'campo. Sin embargo, el resultado dc este nuevo tipo de migración es la megalójjoUs de carácter glo­bal, ()ue aspira a representar 1a utopía de la economía liberal, incluso en cl caso dc un régimen j>olítico tjue no sea liberal. 1.a mcgalópolis donde reina la gran arquitectura de las empresas y de los monumentos

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ft, resume la cultura histórica, geográfica y cultural delX mundo. Sin embargo, la paradoja de la éjjoca actual

es que la ciudad, al desarfollarac, parece desaparecer: .sentimos que hemos jjertliclo la ciudad, cuando es ella la <|ue sigue estando...

E! ideal de la ciudad griega, según cl helenista Jcan- Pierre Vemant, aunaba el espacio privado -prote­gido (sor Hestia, diosa del liogar- con el espacio público, (sroregido desde el umbral dc la puerta por Hcrmes. dios del umbral, de los límites, de las cncrucijada.s, <le los mercaderes y dc los encuentros.

Hoy cn día. lo público se introduce en lo prb'ado o, cn otras palabras, Hermcs ha ocu|>ado cl lugar de Hcstia: podría simbolizar ranto la televisión -t ju c es, sin embargo, cl nuevo centro dc la vivienda- como cl ordenador o el teléfono móvil, lista sustitución se debe a lo (pie cl filósofo Jean-T,uc Nancy llamó «cri­sis de la «comunidad». Sin lugar a dudas, se podría hablar acerca de este «desccntramiento»; al dcscen- rramicnto del mundo se unen (con la aparición dc las nuevas mcgalópolis y <le los nuevos polos de referen­cia). en efecTü, cl desceniramiento dc la ciudad (enfo­cada hacia lo exterior), el desccntramiento de la vivienda (donde el ordenador y la televisión ocu|>an

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P or una a aíT opoloeia J t la m m iliJa J

<el lugar dcl hogar) y c l descentramicnto del mismo individuo (originado por el conjtinto dc insirumcntos 1 de comunicación de los que dispone -auriculares, celc- tbnos móviles y que le mantienen cn (permanente relación con el exterior y, (por así decirlo, fuera de sí

mismo).Dcs<le este punto de vista, la ciudad constituye una

total iliLsión: como ut0|pía realizarla <(ue es. no existe cn ninguna parte. Sin embargo, los términos propios dc esta ilusión (trans(parencia, lux, circulación) hacen alusión a lo (]ue quizás pudiera existir algún <lía (un mundo unificado y plural que resulte transparente a sí mismo, (|ue hoy en día no existe ni puede ser con­cebido, aunque su hipótesis dé un sentido -aunque quizás ilusorio- al sentido dc nuestra historia). Dc esta manera, lo que se está perfilando ante nuestros ojos, con la urlpanización del mundo, parece ser el desplazamiento de la utopía, la a|parición de un

mundo dcl presentimiento a nivel de todo el globo terráqueo, de codo cl planeta, al igual que la ciudad, que fue el motivo de presentimientos y tie (proyectos. Fn este sencido, la historia está empezando o recmpe- zando, aunque en otra escala. No obstante, como ya se sabe, nunca se ha a.semcjado a un río largo y trantjui-

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£ Io y. además, el ser toni.lentes del final «le esre perio- i5 do, pot excitante tjue puecbi resultar, traspaia los

límites dc la imaginacióti humana y puetle llegar a •adcUntatb e. incluso, a aterrorizarla.

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VI Plantearse

el concepto de movilidad

A (>esar dc la realidatl dcl mundo-ciiitlad, cn gran parte de F.uropa aún somos prisioneros <lc una con­cepción estalslccida e inmóvil dc la utopía. Antc*s ya se ha mencionado que las grandes quimeras dc la arquitectura urbana dc la década dc 1960 formaban parte dcl mito de una ciudad radiante, es decir, dcl supuesto deseo de convivir, en el mismo lugar, sin necesidad de desplazarse. Ln esa década, y sobre todo desfjués del 68 , se favorecía a una residencia dc cipo íntimo en la cjue uno se sintiera cn su casa. Tji ciudad

radiante de Le Corbusier, de 1952, corres|>ondía al ideal de un modo dc vida sedentario, en el que iodos los bienes se encontraban al alcance dc la mano. Se trata de un modelo ijue se pudo encontrar en £uro|>a durante los años siguientes y del que podemos tener una ¡dea con, j>op ejemplo, algunas panorámicas de las

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Por una antrotniosia de la matiUdacl

afueras de Roma de La DoUe Vita dc rd liiii (1960). oA.SÍ pues, el ideal dc la época era el dc una felicidad \ basada en si misma, aun<|ue, paradojas dc la historia, durante la década dc 1970. como consecuencia de la política de tipo familiar que se adopró en Francia

-qu e permitía que Jos familiares de los inmigrantes vivieran en cl país-, quien ocupó los lugares idealiza­

dos como un símlx>lo de vivir en casa y entre sí fue la gente jifocedetitc del extranjero.

1.a aparición del (>aro a gran escala, al final de la

década de 1970, agravó, como ya se ha visco, esta con­tradicción.

Uno tie los problemas de los barrios cn los t)ue vive hoy en día la mayoría tie los inmigrantes o descen­dientes de inmigrantes es que cuando se cerraron los comercios, cuyos consumÍdorc*s eran esta j>oblación inmigrante, entre la que se encontraban también sus propietarios -e s decir, que vivían de ellos y, al mismo ciempo, le.s |>efmicían vivir—, dejaron en el Jugar una especie de contradicción espacial. La dc 1970 era aún

la época en la que el ideal que aún se mantenía podía resumirse en la fórmula «trabajar en el país». Sin embargo, p^cradójicamente, este ideal de arraiga­miento se projjonía -o im ponía- a la pane de la

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'i población cuyos orígenes eran, precisamente, cxterio-Qres, en un momento en el que at|uellos para ios tpie dicho ideal tlrliería haber estado desi inado y deberían habcc sido sus principalc-s beneficiarios, ya no se reco­nocían como tales. F.l c*sfuerzo que se necesitaba para mejorar la relación, por un lado, entre los inmigran­tes y los que no lo eran y. por cl otro, entre los inmi­grantes y sus hijos, no se llevó a cabo o se realizó dc una maneta iasuficiente. Obligar a los extranjeros a vivir en un lugar determinado originó la segregación entre los inmigrantes y los tjue no lo eran, a.sí como una doble escisión: el tiemjxs, por un lado, fue distan­ciando cada vez más a las distintas generaciones; el espacio, })or el otro, supuso otra escisión, en la que se distinguió a los «jóvenes descendientes <le la inmigra­ción», convertidos en los jóvenes de las periferias.

Eí ejemplo francés lietie su historia concreta, pero de él pueden sacarse algunas lecdonc*s que lo trascienden-

Plantearse el concepto de movilidad significa ana­lizarla a diferentes escalas (>ara tratar de comprender

las contradicciones que perjudican a nuestra historia, las cuales están siempre* relacionadas con I» movili­dad. Los Lstados Unidos favorecen la creación dc un mercado común americano y, sin embargo, alzan un

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P or una ctnlroOúio fia eíc la m oi iltd ad _

muro cn la frontera con M cxko. Europa parixc estar por fin tomando conciencia de <|ue la integración en 1

9los países de acogida sólo tiene sentido si. al mismo tiem jjo, se proporciona una ayuda a los países de los tjue proceden los inmigrantes. Volver a definir ia (íolítica de migración empieza a ser urgente, en un momento en el que la evolución del contexto global (auge del íntegrismo. terrorismo, resurgimiento dc las ideologías) revela el carácter aproximativo de los

distintos «modelos dc integración».Asimismo, plantearse el conccpro dc movilidad es

volver a plantearse el concepto dc tiempo: cuando la itieología occidental trató cl tema del final de los grandes discursos y del final dc la historia, ya llegaba tarde rcsptxto al acontecimiento, puesto que balilaba de una época, sin darse cuenta de que ya hacía tiem ­po que nos enconccábamofi en un nuevo período. Así pues, trataba ios nuevos tiempos ton palabras anti­guas y medios obsoletos. Hoy en día, los políticos liahlan dc un mundo muitipoJar. pero deberían reco­nocer que los «nues'os polos» de|)enden dc la ex|ie- cíencia histórica original, la cual, en la actualidad, no se puede cla.sifícar, simplemente, con ia etiqueta «fin de la historia». El acuerdo unánime no existe ni en la

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\ democracia representativa m en el mercado liberal; esX decir, <juc el tema del fin de la historia se presenta,>*

desde ahora, como otro «gran discurso». Por otro lado, los «grandes discursos», en general, tienen una vida Jura; los fundamentalistas más agrc*sÍvos (para em(>ezar. las diferentes formas del islam que, actual­mente, Occidente etiqueta como «islamismo») con­llevan, como -SU nombre indica, una peintcrpretación del pasado, aunque también se presentan con una forma pcoselictsca que. de maneta evidente, implica una visión de futuro. A decir verdad, se trata de for­mas híbridas que escapan, en gran medida, a las Cate­gorías elaboradas por Lyotard, puc-sto que proyectan en el futuro cl modelo de un pasado fantasma: ante todo, representan un esfuerzo desesperado por escapar a la categoría del tiempo y, en este seiifido, constitu­yen una de las exprcsionc*s más caricaturales de la cri­sis dc la conciencia contemporánea y de su incapaci­dad de dominar el tiempo.

Concebir la movilidad en el espacio pero ser inca­paz de concebirla en el tiempo es, finalmente, la característica cjue define al pensamiento contemporá­neo, atraj)ado en una aceleración que lo sorprende y lo paraliza. Sin embargo, por esta misma razón, su dvbi-

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Por una a n in oúiotia de ta mootíidad

luíad la traiciona cn el espacio: ante la aparición de un ^ mundo humano (|ue es consciente de ocupar todo el planeta cn su extensión, codo ocurre como si, ante ia necesidad de organizarlo. nos situásemos a una cierta distancia con resjiecto a el, refugiándonos tras las antiguas divisiones espaciales (fronteras, culturas, identidades), las cuales, hasta el momento, han sido

siempre el fermento activo que ha originado los enfrentamientos y la violencia. Ante los progresos de la ciencia y el cambio fie escala que implica el progre­so de las ciencias físicas y de las ciencias de la vida, todo ocurre como si, poseída por un vénigo pascalia- no, una parte de la humanidad se asustase de las con­quistas llevatlas a cabo en su nombre y se refugiase en las antiguas cosmologías. Sin embargo, a nuestro pesar, nosotros avanzamos (en la medida en que este «nosotros» existe y se refiere a la parce genérica de la humanidad que todos los seres humanos comparten) y un día nos será completamente necesario tomar con­ciencia de <iue el valor político y cl espíritu científico c*stán hechos de la misma pasta.

F.n la historia ha habido algunos momentos, aun- (jue raros, en los que la utopía o, al menos, una parre <le la utopía, parece realizarse. Éste fue el ca.so <le

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"i Francia cn 1936, cuando se crearon las vacacionesX pagadas, lo cual permitió a muchos franceses descu­

brir algunos paisajes dc su país. Pero no hay que con­formarse cnn las palabras: sin cesar, mencionamos la globalización y su ideal dc movilidad, pero son nume­rosos los franceses -sobre codo, los más jóvenes— que no siempre se van dc vacaciones. Así pues, la movili­

dad cn el esfiaciu sigue siendo un ideal inaccesible para muchos, al mismo tiempo en que constituye la primera condición para una educación rral y una aprehensión concreta de la vida social. En cuanto a la movilidad en el tiem|)0, tiene, a primera vista, dos dimensiones muy distintas, pero estrechamente com­plementarias: por lado, aj>render » desplazarse en el tiemjíO -e s decir, aprender historia— es educar a la mirada para analizar el presente, darle unas herra­mientas, volverla menos ingenua o memts crédula, volverla Ubre. Por el otro, esc ap r, en la medida de lo posible, a las barreras de la rpota en la que se vive es el modo más auténtico de libertad. Por tanto, una vez más, la educaí'ión c*s la mejor garantía de que se cum­plan estos objetivos, bn toda verdadera democracia, la movilidad de la rnenrc dclxría .ser el ideal absolu­to, la obligación princijial. Cuando ia lógica et'onóml-

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Par m u anmUaiwia Jt ¡a movitidaJ

fa habla dc la movilidad, cs (>ara definir un ideal tee- nico de productividad; sin embargo, la práctica

•»democràtica debería inspirar el sentido contrario: ase­gurar ia movilidad de Ics cuerpos y de !as mentes desde la más temprana edad y durante cl mayor perí­odo de tiempo podría $u|>oner, además, la prosperidad material.

Necesitamos la utopía, no para soñar con rc-alizar- la. sino para tender hacia ella y obtener, así, los medios dc reinventar lo cotidiano. La educación debe, en primer lugar, enseñar a rodo el mundo a mover las barreras clel tiempo, para salir del eterno presente, fijado por la espiral de imágenes, así como a mover las Ivarreras del espacio, es decir, a moverse en el espacio, a ir al lugar para poder ver más de cerca y a no ali­

mentarse exclusivamente dc imágenes y dc mensajes. Hay que aprender a salir dc uno mismo, del propio entorno, a comprender tjue es la exigencia de lo uni­versal la que convierte a las culturas en relativas y no al revés. Hay que salir del hábito que tienen las cul­turas al referirlo todo a sí mismas y promover el éxito del individuo transcultural; at)uel que, al interesarse por todas las culturas del mundo, no se aliena en nin­guna de ellas. Ha llegado el momento para una nueva

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1 movilidad planetaria y una nues'a utopía dc la cduca- oX ción. Pero nos encontramos tan sólo al comien/o de

esta nueva historia, que será larga y. como siempre, dolorosa.

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