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Relación Esencial de la Investigación sobre Arte Rupestre en Venezuela:Desde la Visión del Mito a la Lectura de la Ciencia.
Ante un petroglifo venezolano, llevado desde su selvático sitio de origen hasta una urbana
biblioteca universitaria, poética e intuitivamente escribió José Vicente Abreu: “Al parecer
estamos en presencia del primer libro. Un libro raro escrito en piedra por su propio autor
para un lector único, iniciado en el misterio. Aun sus contemporáneos neófitos, no podían
penetrarlo, entenderlo, leerlo. Se necesitan ciertas iniciaciones claves. Este libro abierto, en
una Biblioteca a cielo descubierto, a la vista de todo un bloque lítico pesado, indeleble, sin
afeites ni catalogaciones, hecho con un sentido de fijación eterna, era la contrapartida por
acumulación de conocimientos de la fragilidad de la memoria. Tal vez fue un auxiliar de la
memoria, una huella mnemónica lítica. A la vista o al tacto de ellos se descorría el velo, se
abría paso en el olvido, se empataba el hilo perdido. Quizás un auxiliar docente para volver
al Plan originario de las cosas y los hombres. Por aquí pasaron los dedos, los ojos o un
palito mágico, en la memoria del Tarén o en los señalamientos calendarios, señalamientos
iniciales en el primer tiempo donde era imprescindible llegar simplemente con el
instrumental común de la memoria.”
I
Según Jeannine Sujo Volsky (1997), en Venezuela se ha registrado 379 yacimientos con
401 manifestaciones de Arte Rupestre: 320 son estaciones de petroglifos; 28 son pinturas
rupestres; 10 son piedras o cerros míticos, 6 son conjuntos megalíticos; 18 son bateas
(depresiones de forma generalmente rectangular labradas en la roca); 16 son amoladores
(depresiones en forma ovalada hechas por abrasión, posiblemente para amolar instrumentos
líticos); 2 son micropetroglifos (pequeños guijarros con grabados), y 1 es un geoglifo. Este
inventario se acrecienta día con día, gracias al trabajo de los investigadores de campo; pese
a ausencia de apoyo gubernamental, la incomprensión institucional, y la pérdida irreparable
de algunos de estos yacimientos. Incluso la necesaria revisión de las fuentes históricas
modifica nuestra comprensión del Arte Rupestre en Venezuela.
La voz petroglifo (Del griego πέτρα, roca, y un derivado γλυφς, del verbo que significa
cincelar, grabar) la encontramos en el Diccionario de la Real Academia Española, donde
leemos: “m. Grabado sobre roca obtenido por descascarillado o percusión, propio de
pueblos prehistóricos.” La referencia más remota a los petroglifos en Venezuela es un
documento fechado en 1729 por el padre jesuita Juan Rivero, intitulado Historia de las
Misiones de los Llanos de Casanare y los ríos Meta y Orinoco. En esta relación, Rivero
narra que los misioneros que llegaron en 1671 a la confluencia de los ríos Sinaruco y
Orinoco encontraron “unos peñascos muy altos en los cuales había unas figuras
esculpidas… con tal arte y disposición que no es posible haberse formado en ellas tales
imágenes o ídolos sino por arte del demonio, porque si atendemos a la altura y lo
inaccesible de las peñas, no era posible subir a ellas, así por la mucha altura como por lo
tajado del risco.”
En lo que se refiere a la noticia más remota sobre cerros y piedras míticas, consideremos
las Relaciones de las Misiones de los Padres Capuchinos en las Antiguas Provincias
Españolas, hoy República de Venezuela. 1650-1817. Documentos inéditos de los siglos
XVII Y XVIII, publicados bajo la dirección y estudio de Fray Froylán de Ríonegro.
Misionero Capuchino: “Estas tribus –escribe un misionero– profesaban las más absurdas
ideas sobre la creación del mundo; creían que era hechura de un indio, a quien llamaban
Amanaroca, y también Chotocompías, quien mató a su hermano Conoroyma, convirtiendo
después su cuerpo en un gran peñasco que hay a la falda del Guácharo; opinaban que el
alma del hombre es inmortal, y que después de esta vida iba a una inmensa caverna que hay
bajo el mencionado monte; creían en la existencia del demonio a quien conocían con el
nombre de Yoroquian, que significa el que mata, por considerarlo como el autor de la
muerte. Decían que el Sol y la Luna eran seres vivientes; en lo eclipses de ésta era
indescriptible su consternación; disparaban flechas al cielo, tocaban caracoles y elevan un
gran vocerío, como temerosos de que pereciera el astro de la noche.”
En 1781, Philippo Salvatore Gillij, en su Saggio di Storia Americana habla de la roca
pintada de Tepu Mereme que tuvo ocasión de ver en sus viajes por el Orinoco. “Creyendo
encontrar algo memorable –nos dice–, fui a verla, mas los lineamientos rústicos de la
figuras no se asemejaban a ningún tipo de escritura.” Relata el misionero la creencia de los
indios Tamanacos según la cual estos grabados fueron realizados por su dios Amalivaca,
creador del género humano, quien viajando en su canoa, durante la “edad de las grandes
aguas”, grabó las figuras del Sol y de la Luna sobre una roca. Cuando preguntó a los
Tamanaco cómo pudo sobrevivir el género humano en tan adversas circunstancias, estos
respondieron que todos los Tamanacos se ahogaron, excepto un hombre y una mujer que se
refugiaron en la cima de la elevada montaña de Tamanacu, a orillas del río Asiverú
(Cuchivero), desde esta cima arrojaron por sobre sus cabezas los frutos de la palma
moriche. De las semillas brotaron los hombres y mujeres que actualmente pueblan la
Tierra. En otro pasaje de la obra de Gillij, apunta el misionero que los indios fingían prestar
poca atención a los grabados.
Humboldt refiere que cuando Gillij llegó al Orinoco le fueron hechas las mismas preguntas
que le formularon los indígenas mejicanos al fraile Bernardo de Sahagún: ¿Venía de la otra
orilla, de los remotos países a donde se había retirado Amalivaca, el Quetzalcóatl de los
Tamanacos? Este mito es compartido por muchos pueblos prehispánicos. Para los Macusi,
Arekuna y otras tribus guayanesas, los petroglifos fueron hechos por Makuanaima Moomoo
(el hijo de Dios), quien mientras viajaba por la tierra los dibujaba con los dedos en la
superficie aún fresca y húmeda de un mundo recién nacido. Amalivaca es el Bochica de
Colombia, el Manco Capac de Perú, un hombre-dios que vino de tierras remotas, fundó
ciudades, cimentó las artes y luego se retiró a su tierra de origen, prometiendo volver y
dejando la huella de su pie impresa en la roca. La idea de que los petroglifos fueron
grabados en el origen de la Creación, “como dibujos hechos por los niños en el barro
fresco”, nos fue referida por uno de nuestros informantes en la estación de petroglifos
Los Santos-El Mestizo, municipio Miranda, estado Falcón, como veremos con más
detenimiento en párrafos posteriores.
II
El primer escrito sobre Arte Rupestre realizado por un autor venezolano corresponde a la
pluma de Arístides Rojas. El 3 de febrero de 1874, en las páginas de La Opinión Nacional,
Rojas publica la primera de tres entregas de este trabajo pionero. Establecer con precisión
la primera edición de este texto no es un solitario ejercicio de erudición; arroja datos
cruciales sobre el registro y conocimiento de las estaciones de petroglifos en Venezuela;
nos permite, por ejemplo, fechar hacia 1873 la acuarela que Anton Göering hiciese del
petroglifo de Campanero, en la región central del país, y que éste obsequiase a Rojas en
vísperas de la publicación del artículo en La Opinión Nacional; asimismo permite
remontar en el tiempo los artículos sobre petroglifos venezolanos que desde Caracas, Adolf
Ernst remitiese a la revista Globus en Berlín.
Este ensayo fue Premiado por la Academia de Ciencias Sociales –Caracas– en el Certamen
Literario del 28 de octubre de 1877, financiándose su publicación; desde entonces conoció
varias ediciones, conjuntamente con otros estudios del autor. Establecer con precisión la
primera edición de este texto arroja datos cruciales sobre el registro y conocimiento de las
manifestaciones rupestres en Venezuela; nos permite, verbigracia, situar hacia 1873 la
acuarela que realizase Goering de una estación de petroglifos de Venezuela; de este autor
sólo conservamos algún grabado sobre el tema; asimismo permite remontar en el tiempo los
artículos que sobre petroglifos remitiese Adolf Ernst desde Caracas a la revista Globus en
Berlín. Son estas los primeros registros gráficos de manifestaciones rupestres en nuestro
país. Inexactamente, Sujo fecha en 1878 la primera edición de este estudio de Rojas, sin
duda se refiere a la obra publicada por la Academia de Ciencias Sociales. La publicación
más reciente tiene fecha de 2008 (Arístides Rojas: Orígenes Venezolanos. Historia,
Tradiciones y Leyendas. Biblioteca Ayacucho. Tomo: 244. Selección, Prólogo y
Cronología a cargo de Gregory Zambrano).
La publicación de 1878, lleva por título Estudios Indígenas. Contribuciones a la Historia
Antigua de Venezuela. El autor describe un gran número de petroglifos distribuidos en todo
el territorio de Venezuela y áreas de las Antillas, Colombia, Guyana y Brasil, anotando a
grandes rasgos las figuras más reconocibles y su disposición sobre las rocas, a veces la
constitución geológica de éstas, y precisas indicaciones geográficas y frecuentemente
cardinales. Rojas ve los petroglifos como mensajes legados por las tribus de América a
futuras generaciones, en ellos se tratarían episodios de su vieja historia, sus mitos, leyendas
y costumbres. Apunta cada una de las tribus prehistóricas que ocupaban cada zona,
atribuyéndole a los petroglifos un origen Caribe, por la recurrencia de símbolos como el
Sol, la Luna y la rana. Explica que las ranas con las patas estiradas que aparecen en los
petroglifos del Valle de Magdalena y Cundinamarca representan tierras inundadas,
aludiendo a un cataclismo sucedido en la región; a diferencia de las que aparecen con las
patas encogidas en las rocas localizadas en las cimas de las montañas que rodean estos
valles, que indicarían el descenso de las aguas; procura establecer una cronología en
función de estos hechos.
Basándose en los relatos de Humboldt, explica Rojas que la acción erosiva del agua sobre
las rocas reblandecería su superficie, facilitando el grabado, y la altura de las aguas
permitiría el acceso a las cimas de tan altos peñascos. Considera que posiblemente las
piedras indiquen la presencia de cementerios tal como sucede en Nuevo México, donde las
tumbas tienen grabadas manos y caras que simbolizan la amistad.
Este trabajo pionero de Rojas reúne en germen algunas de las tendencias que se
desarrollarán en el estudio del Arte Rupestre en Venezuela: la encuesta histórica, la
descripción estilística, los intentos de interpretación o lectura, las comparaciones con otras
estaciones. Es como un compendio de una obra extensa y desigual que desarrollará la
pasión, intuición, erudición y rigor de los investigadores durante 140 años.
III
Sujo (1997) ha clasificados los petroglifos según la técnica de elaboración, existen 4 tipos
de grabados: 1) Bajo relieve lineal, en el que se excavan el delineamiento de la figura y sus
detalles internos con un promedio de 1,24 cm de profundidad y 1,71 cm de ancho. En el
Estado Barinas se encuentran los valores extremos del bajo relieve lineal, tanto en ancho
(10 cm en el yacimiento de Capitanejo) como en profundidad (10 cm en el yacimiento de
Bum-Bum). 2) Bajo relieve planar, en el que se excava totalmente la figura. Este tipo de
grabado no tiene límite de profundidad; se han documentado eslabones de piedras con
conjuntos de cazoletas (grabados semiesféricos también llamados puntos acoplados) en las
que se ha perforado la roca totalmente. 3) Alto relieve linear, en la que se excava el área
alrededor de la figura. 4) Alto relieve planar, en la que toda la figura aparece elevada sobre
el plano.
En algunos sitios arqueológicos como en los petroglifos de la Isla, en el Alto Loa (Chile),
se ha encontrado utillaje específico para la elaboración de Arte Rupestre, como hisopos y
percutores (Berenguer, s.f. ¿1984?). Como instrumentos fueron utilizados piedras abrasivas
como el cuarzo, cuyo efecto se complementaba con el uso de arena y agua; cincel y martillo
líticos que proporcionan un efecto de punteado; o la concha marina del corubo o curubo
(Strombus gigas), cuyos fragmentos se han encontrado incrustados en los surcos. Existen
noticias sobre la aplicación de savia silicolítica de ciertas plantas (Euphorbiáceas, Cereus)
a la roca, catalizando el proceso de desintegración de la superficie que se deseaba grabar
(Sujo, ibídem).
Las protuberancias, abombamientos o depresiones naturales de la roca frecuentemente se
integran a la figura utilizándose intencionalmente como relieve. En algunos petroglifos se
han podido identificar líneas guías; los surcos eran grabados mediante la técnica de
percusión, luego eran sometidos a un proceso de pulimiento. El hallazgo de una piedra en
Cunucunuma (Edo. Amazonas), prueba que los surcos eran coloreados con pintura hecha
de onoto (Bixa orellana), caraña y agua.
La única datación absoluta de un petroglifo venezolano fue establecida para los petroglifos
de Chipare, Edo Falcón. Eduardo Vaz, jefe del Laboratorio de Arqueometría del Instituto
de Investigaciones Científicas (IVIC), realizó la datación a través de la termoluminiscencia
al determinar el límite máximo de exposición de la caliza en la cual fue grabado el
petroglifo. Los resultados indican una edad próxima de los 4.000 años a.p. Esta edad
corresponde a una temperatura promedio de 30° C. Los datos obtenidos muestran que el
petroglifo de Chipare fue grabado a mediados de la Época Meso-India. Según Cruxent y
Rouse (1985, [1958]) la Época Meso-India se extiende desde el 5.000 a.C. hasta el 1.000
a.C.; entre los rasgos socio-económicos que la definen, destacan los orígenes de la
agricultura, de la cerámica y el desarrollo de la tecnología de la piedra pulida y el proceso
inicial de la conformación de sociedades complejas y sedentarias.
IV
A comienzos del s XXI, el estudio del Arte Rupestre en Venezuela se encuentra en una
encrucijada. De un lado, están quienes consideran este saber cómo coto de caza exclusivo
de los académicos, éstos son los menos y su influencia queda limitada a las esferas
gubernamentales e institucionales. De otro lado, una decisiva mayoría considera que la
investigación, gestión y conservación del Arte Rupestre requiere de la participación de las
comunidades cercanas a los Sitios con Arte Rupestre (SAR, para usar las siglas acuñadas
por el investigador colombiano Diego Martínez Celis). Sumados al protagonismo de las
comunidades, deben estar los científicos, los artistas, los artesanos, los promotores
culturales, los empresarios, los maestros de escuela, los turistas.
Las leyes venezolanas sobre el Patrimonio Cultural destacan que la preservación de esta
legado es una obligación compartida del Estado y los ciudadanos, empero una revisión
crítica del marco legal pone en evidencia el carácter centralista, elitista, burocrático, tanto
de la legislación como del ejercicio público de la gestión del Patrimonio Cultural de la
Nación.
Siguiendo este razonamiento, se imponen de manera absoluta la consulta con historiadores,
conservadores y restauradores calificados, la comunidad organizada, en la gestión, estudio
y conservación del Patrimonio Cultural de la Nación, según lo establecido en los arts. 7 y
8 de la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural (1993). Esta norma
jurídica regula: “los principios que han de regir la defensa del Patrimonio Cultural de la
República, comprendiendo ésta: su investigación, rescate, preservación, conservación,
restauración, revitalización, revalorización, mantenimiento, incremento, exhibición,
custodia, vigilancia, identificación y todo cuanto requiera su protección cultural, material y
espiritual.”
Mi artículo favorito de esta Ley es el número 6, donde se especifica en el parágrafo 5 como
Patrimonio Cultural de la República: “Las poblaciones y sitios que por sus valores típicos,
tradicionales, naturales, históricos, ambientales, artísticos, arquitectónicos o arqueológicos,
sean declarados dignos de protección y conservación. Los centros históricos de pueblos y
ciudades que lo ameriten y que tengan significación para la memoria urbana.” Es un largo
artículo que comprende 14 ítems, cuya lectura detallada recomiendo a todas las personas
interesadas en el tema del Patrimonio Cultural en Venezuela. En mis clases le dedico una
jornada exclusivamente para su estudio detallado.
Desde el art. 44 hasta el art. 48, ambos inclusive, quedan establecidas las sanciones penales
y administrativas a quienes destruyan, deterioren o dañen el Patrimonio Cultural de la
Nación, ya sea por acción criminal o impericia en su profesión: de 2 a 4 años de cárcel y
multas de cinco mil (5.000) a diez mil (10.000) días de salario mínimo. La Ley de
Protección y Defensa del Patrimonio Cultural tiene dos atributos que la distinguen de
manera conspicua entre todas las normas legales de la Nación: es una de las pocas leyes
que limita el derecho de propiedad privada y prela sobre otras leyes, como la Ley Penal del
Ambiente.
La participación y el compromiso de los habitantes cercanos a los SAR son imprescindibles
para la conservación y estos procesos de inclusión social deben ser estimulados. No se debe
olvidar que dicha conservación concierne en primer lugar a sus habitantes. La conservación
de los SAR sólo puede ser eficaz si se integra en una política coherente de desarrollo
económico y social, y si es tomada en consideración en el planeamiento territorial y a todos
los niveles.
Como ya hemos dicho La Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural es el marco
legislativo que regula lo referente al estudio, gerencia, investigación y protección en
materia del Patrimonio Cultural en Venezuela, inclusive norma la participación ciudadana.
En el art. 2 establece: “La defensa del Patrimonio Cultural de la República es obligación
prioritaria del Estado y la ciudadanía.” Se trata, pues, de una obligación compartida. En el
art. 44, reza: “Quedan obligados a una participación activa en pro de la defensa, rescate y
conservación del Patrimonio Cultural de la República todos los ciudadanos que habiten en
su territorio.”
En el presente, el empleo de nuevas técnicas de registro de campo, de análisis de
laboratorio, programa de procesamiento de imagen, análisis simbólico, gestión social de los
sitios arqueológicos, páginas especializadas en internet y otros escenarios virtuales, las
posibilidades abiertas para la comunicación en los medios digitales y alternativos,
congresos regionales, nacionales e internacionales, programas de formación y capacitación
destinados a las comunidades, los estudiosos y los curiosos, en fin todo un horizonte inédito
de abre para el estudio, gestión y conservación del Arte Rupestre.
Pude escribir estas líneas con “la tinta del corazón”, como dice la canción, pero opté por
una argumentación sustentada en la legislación venezolana, en los modernos criterios
científicos y técnicos que guían la conservación y la restauración de los Bienes
Patrimoniales. Las he escrito con un sentimiento de urgencia. Como historiador, etnólogo,
historiador del arte, docente e investigador universitario, debo fijar una posición
absolutamente clara ante la precaria situación por la que pasa el Patrimonio Cultural
Arqueológico de la Nación y afrontar, como decía el maestro J. M. Cruxent, “las muchas
consecuencias de la verdad.”