Aspectos sobre el manejo de las malezas en sistemas de siembra directa

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1 Aspectos sobre el manejo de las malezas en sistemas de siembra directa Bedmar, F., Eyherabide, J.J., y Leaden, M.I.. 2001. Aspectos sobre el manejo de las malezas en sistemas de siembra directa. Capítulo 6: 99-139. En: Panigatti, J.L., Buschiazzo, D., y Marelli, H., Siembra Directa II. INTA. ISBN 987-521-046-3. Introducción Ha sido siempre una preocupación de los productores, a fin de lograr el máximo retorno posible sobre el capital invertido, el control de aquellas plantas que conviven con los cultivos, causándole diferentes perjuicios. Estas especies de plantas han sido clasificadas como malezas por el hombre, quien tratando de identificar y ordenar las cosas que lo rodean las ha definido como “ cualquier planta que crece en un lugar no deseado” (Anderson, 1996). Para quién constituye una preocupación el lugar donde puede crecer un vegetal la respuesta es una sola: el hombre. Esta es, evidentemente, una definición antropocéntrica tan amplia que permite deducir que plantas que en determinados momentos pueden prestar alguna utilidad, en otros pueden comportarse como malezas. Ejemplo claro de ello es la presencia de plantas “guachas” de algunos cultivos (papa, maíz, girasol, trigo, etc.) en los que le siguen en la rotación. También hay otras especies a las que, en general, se las considera como malezas pero que pueden tener algún tipo de utilidad y producir rédito económico, tal es el caso del cardo asnal (Sylibum marianum), cuya semilla es cosechada para utilizarla como fuente de silimarina, un hepatoprotector de gran eficacia o el de la quínoa (Chenopodium album), cuyos frutos son consumidos por el hombre en la zona del altiplano (Perú y Bolivia). El grupo de las plantas que generalmente se las considera como malezas está compuesto por especies adaptadas al lugar donde crecen y se desarrollan, por lo que la lucha contra las mismas insume enormes gastos que se orientan, en el caso de la producción mediante labores convencionales, al laboreo del suelo y a los herbicidas, mientras que para el caso de siembra directa (SD) la mayoría de las acciones de control se dirigen a la selección, adquisición y aplicación de herbicidas, siendo escaso el esfuerzo invertido en otros métodos o estrategias de control. Una muestra de la importancia y la magnitud de recursos económicos que requiere el control de las malezas lo da el monto que se invierte cada año en herbicidas. Entre los años 1992 y 1998 se gastaron entre 230 y 634 millones de dólares por año en plaguicidas, de los cuales una proporción que osciló entre el 68% y el 72% del total se destinó a herbicidas en cada uno de esos años, estando el resto destinado a los insecticidas, fungicidas, acaricidas, acaricidas, curasemillas y otros agroquímicos (CASAFE, 1998). En 1982, el 64% de los productores de EEUU que utilizaron la SD estuvieron satisfechos con los resultados obtenidos. Al año siguiente, la mayoría de los productores (hubieran hecho o no SD), manifestaron no estar interesados en aumentar el área dedicada a prácticas de conservación. Las razones esgrimidas fueron: a) un inadecuado control de malezas (48%), b) reducción de rendimiento (21%) y c) excesivos residuos de cultivos (15%), por lo que se deduce la importancia del problema. Al respecto Mc Whorter (1984) expresó:”El desarrollo de una mejor tecnología de control de malezas a usar en laboreo de conservación será el principal desafío para los investigadores de malezas durante las próximas dos décadas”. Los cambios de una agricultura convencional a conservacionista, dados por una variación del ambiente lumínico, térmico, disponibilidad de humedad, ubicación de las semillas en el perfil del suelo, inmovilidad de los propágulos vegetativos subterráneos, etc, traen aparejado una variación en la comunidad de malezas acompañantes de los distintos cultivos (García Torres, 1998; Papa, 1998).

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Aspectos sobre el manejo de las malezas en sistemas de siembra directa Bedmar, F., Eyherabide, J.J., y Leaden, M.I.. 2001. Aspectos sobre el manejo de las malezas en sistemas de siembra directa. Capítulo 6: 99-139. En: Panigatti, J.L., Buschiazzo, D., y Marelli, H., Siembra Directa II. INTA. ISBN 987-521-046-3.

Introducción Ha sido siempre una preocupación de los productores, a fin de lograr el máximo retorno

posible sobre el capital invertido, el control de aquellas plantas que conviven con los cultivos, causándole diferentes perjuicios. Estas especies de plantas han sido clasificadas como malezas por el hombre, quien tratando de identificar y ordenar las cosas que lo rodean las ha definido como “ cualquier planta que crece en un lugar no deseado” (Anderson, 1996). Para quién constituye una preocupación el lugar donde puede crecer un vegetal la respuesta es una sola: el hombre. Esta es, evidentemente, una definición antropocéntrica tan amplia que permite deducir que plantas que en determinados momentos pueden prestar alguna utilidad, en otros pueden comportarse como malezas.

Ejemplo claro de ello es la presencia de plantas “guachas” de algunos cultivos (papa, maíz, girasol, trigo, etc.) en los que le siguen en la rotación. También hay otras especies a las que, en general, se las considera como malezas pero que pueden tener algún tipo de utilidad y producir rédito económico, tal es el caso del cardo asnal (Sylibum marianum), cuya semilla es cosechada para utilizarla como fuente de silimarina, un hepatoprotector de gran eficacia o el de la quínoa (Chenopodium album), cuyos frutos son consumidos por el hombre en la zona del altiplano (Perú y Bolivia).

El grupo de las plantas que generalmente se las considera como malezas está compuesto por especies adaptadas al lugar donde crecen y se desarrollan, por lo que la lucha contra las mismas insume enormes gastos que se orientan, en el caso de la producción mediante labores convencionales, al laboreo del suelo y a los herbicidas, mientras que para el caso de siembra directa (SD) la mayoría de las acciones de control se dirigen a la selección, adquisición y aplicación de herbicidas, siendo escaso el esfuerzo invertido en otros métodos o estrategias de control.

Una muestra de la importancia y la magnitud de recursos económicos que requiere el control de las malezas lo da el monto que se invierte cada año en herbicidas. Entre los años 1992 y 1998 se gastaron entre 230 y 634 millones de dólares por año en plaguicidas, de los cuales una proporción que osciló entre el 68% y el 72% del total se destinó a herbicidas en cada uno de esos años, estando el resto destinado a los insecticidas, fungicidas, acaricidas, acaricidas, curasemillas y otros agroquímicos (CASAFE, 1998). En 1982, el 64% de los productores de EEUU que utilizaron la SD estuvieron satisfechos con los resultados obtenidos. Al año siguiente, la mayoría de los productores (hubieran hecho o no SD), manifestaron no estar interesados en aumentar el área dedicada a prácticas de conservación. Las razones esgrimidas fueron: a) un inadecuado control de malezas (48%), b) reducción de rendimiento (21%) y c) excesivos residuos de cultivos (15%), por lo que se deduce la importancia del problema. Al respecto Mc Whorter (1984) expresó:”El desarrollo de una mejor tecnología de control de malezas a usar en laboreo de conservación será el principal desafío para los investigadores de malezas durante las próximas dos décadas”.

Los cambios de una agricultura convencional a conservacionista, dados por una variación del ambiente lumínico, térmico, disponibilidad de humedad, ubicación de las semillas en el perfil del suelo, inmovilidad de los propágulos vegetativos subterráneos, etc, traen aparejado una variación en la comunidad de malezas acompañantes de los distintos cultivos (García Torres, 1998; Papa, 1998).

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El objetivo de esta sección del capítulo es presentar y discutir a) la interacción cultivo-malezas bajo diferentes situaciones, b) el origen de las infestaciones de malezas y c) el efecto del control sobre el banco de semillas del suelo. Perjuicios que causan las malezas.

Stoskpof (1985) estimó que por acción de las malezas se pierde entre el 12 y el 40% de la producción potencial mundial, dependiendo ello de la región y del cultivo de que se traten, mientras que Koch et al. (1982) calcularon, para las zonas templadas, pérdidas entre el 5 y el 25%.

Los perjuicios que causan las malezas son, en muchos casos, fácilmente medibles económicamente, y los pueden ejercer antes, durante y después del ciclo de vida del cultivo. Cuando aparecen antes de la siembra deben realizarse labores mecánicas o aplicación de herbicidas para controlarlas, y si partes de ellas (sus semillas por ejemplo) están presentes en el grano pueden ocasionar descuentos en el valor del producto, o los restos verdes de las malezas pueden obligar a secar partidas de granos. También causan daños estando en lotes diferentes que el cultivo mismo, ya que pueden ser hospedantes de plagas o enfermedades transmisibles a los cultivos, como el caso del sorgo de Alepo (Sorghum halepense), pata de perdiz (Digitaria sanguinalis), o capín (Echinochloa crus-galli) especies en las que se puede hospedar el barrenador del tallo del maíz (Nemirovsky y Parodi,1970, Parisi y Dagoberto, 1979, citados por Vincini y Alvarez Castillo, 2000) y el caso del tutiá (Solanum sisymbriifolium) que puede hospedar al virus Y de la papa (Butzonitch et al., 1984).

Competencia

Los perjuicios más conocidos y evidentes que ejercen las malezas cuando conviven con los cultivos, los hacen de manera directa, pues su manifestación más importante y evidente es la disminución de los rendimientos.

Los efectos directos de las malezas sobre los cultivos se canalizan a través de dos formas principales, como son la competencia y la alelopatía. A la acción conjunta de ambos, como así también la combinación de otros efectos negativos (demoras en la cosecha, pérdidas en la recolección, etc.) de una planta sobre otra se la ha llamado interferencia (Cousens y Mortimer, 1995). La más conocida de las formas en que los cultivos interfieren con las malezas es la competencia. Existe competencia cuando las plantas comparten recursos provistos en cantidades insuficientes para satisfacer los requerimientos combinados de las poblaciones que compiten, lo que causa una reducción en la supervivencia, crecimiento o capacidad reproductiva de las especies (Satorre, 1988). Este constituye el aspecto sobre el que mayor número de evidencias se encuentran en la literatura (Zimdahl, 1989)

Los factores por los cuales las plantas compiten se encuentran tanto a nivel subterráneo como aéreo. Los factores del suelo por los que suele haber mayor competencia son el agua, los macro y micronutrientes y, ocasionalmente, el oxígeno. De los factores que se encuentran en el espacio aéreo, los elementos más comunes por los que las plantas compiten son la luz y, en ocasiones, el anhídrido carbónico.

El nivel de pérdidas por competencia de las especies de malezas no se da solamente por su presencia, sino que depende de aspectos importantes relacionados con el cultivo, con las malezas o con la convivencia de ambos. Algunos de los aspectos relacionados con el cultivo son: la especie, el cultivar o híbrido, la distribución (espaciamiento entre hileras y/o plantas dentro de la hilera), la fecha de siembra y la densidad. Dentro de los relacionados con las malezas hay aspectos como la especie, la densidad y el momento de emergencia, entre otros, que pueden condicionar el desarrollo de las mismas. Por otro lado son

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importantes los aspectos que resultan de la convivencia del cultivo y las malezas, tales como el período durante el cual ambos conviven o desde cuándo comienza la convivencia y la distancia a la que se encuentran las malezas del cultivo.

Con respecto a la especie del cultivo de que se trate, no todos tienen la misma habilidad competitiva, es decir que son afectados de distinta manera por la convivencia con las malezas. Estos aspectos han sido más evaluados para la forma de producción tradicional, es decir con labores previas y posteriores a la siembra que en condiciones de SD, y aunque para este último caso se sabe cuál puede ser el efecto de las malezas sobre el cultivo cuando conviven durante todo el ciclo, son escasos o inexistentes los trabajos que determinan cuáles son los períodos y momentos de competencia temprana o tardía entre las malezas y el cultivo.

Catullo et al. (1983a), evaluando las pérdidas de rendimiento ocurridas en trigo producido en siembra convencional (SC), por competencia de las malezas, encontraron disminuciones de rendimiento entre el 13 y el 20% cuando las malezas convivieron durante 60 ó 40 días con el cultivo respectivamente, dependiendo del año en que se realizó el trabajo. Los mismos autores determinaron que los principales daños se produjeron en las etapas tempranas de desarrollo del cultivo (hasta las cinco hojas). También Gonzalez Montaner y Mailland (1991) trabajando bajo el mismo sistema encontraron disminuciones significativas en los rendimientos de trigo cuando las malezas convivieron con el cultivo hasta el estadio de tres o cinco hojas visibles del trigo. Por su parte Leaden (1995), en trigo de SC midió diferentes disminuciones de biomasa aérea cuando éste compitió con nabón (Raphanus sativus) en condiciones diferentes de fertilidad y densidad de la maleza. Los resultados indicaron menor producción del cultivo cuando las densidades de la maleza fueron mayores, pero las disminuciones de productividad que se produjeron en el cultivo al pasar de condiciones de alta a baja fertilidad fueron, proporcionalmente, menores que las de la maleza, concluyendo que el trigo fue menos afectado por la baja de fertilidad que el nabón. Ello indicaría una alta capacidad competitiva del cultivo de trigo con respecto a esta maleza como así también una mayor plasticidad de adaptación a condiciones de disminución en la fertilidad.

Por otra parte, los cultivos de verano girasol, soja, maíz y papa difieren de manera importante entre ellos en cuanto a su habilidad competitiva en condiciones de producción bajo SC, ya que cuando conviven durante diferentes lapsos de tiempo con malezas anuales, las disminuciones de rendimiento observadas a través de los años variaron en diferentes porcentajes, tal como se muestra en la Tabla 1. El girasol fue el cultivo menos afectado por la interferencia de las malezas y la soja el más perjudicado, estando el maíz y la papa en una situación intermedia pero con niveles de pérdida más cercanos a la soja que al girasol.

Tabla 1: Pérdidas en la producción de maíz, girasol, papa y soja, causadas por la

presencia de malezas durante todo el desarrollo del cultivo, en condiciones de secano, SC. Datos promedio de 15 años en ensayos realizados en el sudeste bonaerense.

Cultivo Pérdida de rendimiento (%)

Girasol* Maíz* Papa** Soja*

Rango 4-78 29-97 37-81 27-100

Promedio 38 65 54 76

*Tomado de: Andrade y Sadras (eds), 2000, cap 10 pág 270 ** Tomado y adaptado de: Eyherabide, 1995(a)

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El efecto de Cynodon dactylon, sobre el rendimiento en SC varía según de qué cultivo se trate. Así Bedmar, (1997), midió las disminuciones de rendimiento para girasol, papa y soja que se muestran en la Tabla 2.

Tabla 2: Porcentajes de disminución de rendimiento ocasionados por Cynodon

dactylon en girasol, papa y maíz cuando la maleza convive durante todo el ciclo con cada uno de los cultivos.*

Cultivo Pérdida de rendimiento (%) según año

Girasol

Soja Papa

1989 23-50

--

1990 21 23 40

1991 64 59

42** *Adaptado de Bedmar, 1997 **Campaña 1991/1992

De acuerdo a lo expuesto se puede concluir que, de los cultivos anuales extensivos más importantes del país, los que poseen mayor habilidad competitiva son trigo y girasol, mientras que soja y maíz son los que se ven más perjudicados por la competencia. Para el caso del maíz es particularmente importante su sensibilidad a la falta de nitrógeno, hecho que se ve atenuado por el agregado de ese elemento (Tanoni 1994), mientras que el cultivo de soja ha demostrado ser un pobre competidor por luz cuando debe convivir con especies de alto porte, como el sorgo de Alepo (Vitta et al. 1994).

También se han encontrado diferencias en la habilidad competitiva de los cultivares de algunas especies de cultivo hacia las malezas, tal como lo hallado por Bussan et al. (1997), quienes determinaron que los cultivares de soja Lambert y Parker crecieron libres de malezas rindieron más kilos de biomasa y semilla por ha, que los cultivares Dawson, Kato y Glenwood. Por otra parte, estos tres últimos cultivares resultaron muy buenos competidores y rindieron más que los dos primeros en presencia de diferentes cargas de malezas.

La distribución de las plantas del cultivo en la superficie del terreno es importante para aumentar su capacidad competitiva, lo que permitiría reducir la cantidad total de herbicidas utilizados. Trabajando en tal sentido Teasdale (1995) encontró, en maíz realizado en SD, que la disminución de la distancia entre las líneas de siembra de 76 cm a 38 cm y aplicando dosis reducidas de herbicidas se lograron similares controles de malezas que en los tratamientos de distribución convencional de las plantas. En otro trabajo realizado en soja, Mulugeta y Boerboom (2000) encontraron menor producción de biomasa por parte de las malezas cuando el cultivo se sembró a 18cm que cuando las hileras estuvieron distanciadas 76 cm.

Trabajando en girasol Suarez y Bedmar (1987) encontraron que aumentando la densidad de plantas de 33100 a 71500 plantas por ha. no hubo efectos significativos sobre los rendimientos cuando malezas anuales tales como Digitaria sanguinalis L. Scop, Setaria spp., Brassica campestris y Portulaca oleracea, compitieron con el cultivo, lo que determina la plasticidad de esta especie para adaptarse a bajas densidades de siembra.

Con respecto a los perjuicios que ocasionan las malezas cuando interfieren con los cultivos realizados bajo SD, si bien la información no es tan abundante como para el caso de SC en cuanto a los períodos de convivencia, se conoce cuáles son los porcentajes de pérdida de los cultivos cuando éstos compiten durante todo el ciclo con las malezas y los rendimientos se comparan con los de las parcelas que recibieron algún tratamiento de control, por lo general químico. De esta manera Niekamp et al. (1999), trabajando en soja en SD midieron disminuciones de rendimiento por efecto de malezas latifoliadas de entre

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el 19% y el 62% en dos años de ensayos, dependiendo estas disminuciones de la densidad de las malezas y del lugar en que se realizó el experimento, ya que para algunas especies se encontró interacción entre lugar y tratamiento para algunas de las especies de malezas. Por su parte Eyherabide (1995b, 1996), en soja tratada con herbicidas pre-emergentes, encontró disminuciones que oscilaron entre el 25 y el 43%, lo que dependió del año y del espectro de malezas que hubo en cada campaña. En esos trabajos se demostró, de acuerdo a los rendimientos obtenidos, que es posible el control de malezas con herbicidas pre-emergentes en cultivos de SD realizados con altas cargas de rastrojo (6000 ó más kg de materia seca de residuos por ha) en suelos de alto contenido de materia orgánica (5 a 6%). Bedmar (1996), trabajando en condiciones similares a las citadas estimó disminuciones de rendimiento en maíz realizado bajo SD del 40%.

Períodos de competencia Si bien los cultivos deben competir con las malezas por los recursos disponibles, un

aspecto importante es el momento y el período en que la competencia es ejercida. De esta manera, al convivir las malezas y el cultivo durante un determinado período, es posible que la competencia no se manifieste en ese momento, pues puede ocurrir que los nutrientes o humedad utilizados por la maleza al inicio del ciclo sean necesitados por el cultivo en momentos posteriores, por lo que el efecto de la competencia se manifestará un tiempo más tarde de haber combatido a la maleza. Por otro lado, si el recurso está disponible en el momento en que la maleza es eliminada (por ejemplo luz o anhídrido carbónico), el cultivo tendrá la posibilidad de recuperarse de manera rápida.

Las malezas pueden competir con los cultivos al inicio de su ciclo o en momentos más tardíos, dependiendo del momento en que emerjan. En base a ello se han definido los períodos críticos de competencia, que son aquellos períodos en los que el cultivo debe estar libre de malezas a fin de no sufrir pérdidas significativas de rendimiento. Con respecto a los períodos de competencia que pueden soportar los cultivos éstos se dividen en dos: período de competencia temprana (PCTE) y períodos de competencia tardía (PCTA). El primero se refiere al período en que un cultivo debe permanecer libre de malezas para que la emergencia posterior de las mismas no afecten su rendimiento, lo que estaría relacionado al tiempo necesario de residualidad de un herbicida o al tiempo durante el cual se deberían estar realizando labores a fin de controlar las malezas. Con respecto al período crítico de control tardío se lo relaciona con el momento más avanzado del desarrollo del cultivo en el cual se debería ejercer la acción de control de las malezas (aplicación de un herbicida post-emergente o una labor mecánica) a fin de evitar pérdidas significativas de rendimiento. En la Tabla 3 se presentan PCTE y PCTA, estimados desde la emergencia del cultivo para maíz, girasol y soja.

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Tabla 3. Períodos críticos de competencia a partir de la emergencia del cultivo para maíz, girasol y soja. Período de competencia

Cultivo

Periodo (semanas)

Referencia

Tardío Temprano

Maíz Girasol Soja Maíz Girasol Soja

4 5 2-3 1-4 2-3 4-5 4-6 5-6 2,5-5 55-68(4,5,7)

63(4,6,7)

38-46(4,5,8)

52-63(4,6,8)

9 1-2 3-4 6-7 2 12 1,5-2 7

Alemán y Nieto, 1968(1)

Williams, 1971(1) Li, 1960(1) Bedmar, 1991 Bedmar, 1999(3)

Catullo et al., 1983(b) Bedmar et al., 1983 Henry y Bauman, 1989 Eyherabide y Cendoya, 2000(2) Mulugeta y Boerboom (2000) “ “ “ “ “ “ Alemán y Nieto 1968(1) Bedmar, 1991 Bedmar, 1999(3)

Catullo et al., 1983(b) Bedmar et al., 1983 Barrentine, 1974 Van Acker et al., 1993(3)

Eyherabide y Cendoya, 2000(2) (1) Citados por Zimdahl, 1980. (2) Eyherabide y Cendoya, en revisión, para disminuciones del 10%; (3)

Para disminuciones del 10%; (4) para disminuciones del 3%; (5) en labores reducidas; (6) en siembra directa; (7) a 18 cm entre líneas; (8) a 76 cm entre líneas.

Tradicionalmente, los trabajos que miden la disminución de rendimiento por causa de

las malezas se han basado en el número de días de convivencia de las con el malezas con el cultivo o de los días que éste debe permanecer limpio para lograr los máximos rendimientos con el posterior análisis de la varianza de los datos de rendimiento relevados, estableciendo los períodos críticos de competencia en base al tiempo necesario de convivencia del cultivo con las malezas o del mantenimiento del cultivo libre de ellas.

Para que las diferencias entre tratamientos (número de días) sean detectadas estadísticamente, deben alcanzar valores cercanos o superiores al 10%, pérdidas que difícilmente un productor esté dispuesto a afrontar, pues sus parámetros de decisión descansan más sobre los cálculos económicos que los estadísticos. No obstante, de esa manera se han establecido períodos de competencia temprana y tardía que varían según el cultivo de que se trate, las especies y la densidad de las malezas involucradas, el clima, el lugar, la distribución de las plantas del cultivo, distancia de la maleza a las plantas del cultivo, etc.

En años recientes la tendencia ha sido determinar los períodos de competencia en base a los estadios fenológicos del cultivo, y Cousens (1988), basándose en esa idea propuso el cálculo de los períodos de competencia en base a curvas de respuesta.

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Los datos de períodos de competencia para soja, presentados en la Tabla 3, elaborados por Van Acker et al. (1993), Eyherabide y Cendoya (20001) y Mulugeta y Boerboom (2000) fueron estimados en base al estado fenológico del cultivo (número de hojas o nudos) y no a los días transcurridos desde siembra o emergencia. Esta forma de determinación momentos y cálculo permiten estimar los períodos de competencia en base a porcentajes de pérdidas pre-establecidos, y para ese caso se eligió un 10% de disminución aceptable de rendimiento. También se han calculado los períodos de competencia para maíz producido con SC en base a unidades térmicas (Bedmar et al., 1999), tal como se presentan en la Tabla 3. Dichos autores determinaron períodos de competencia hasta las 5-6 hojas desarrolladas, que equivalió a entre 10 y 20 días después de la emergencia del cultivo.

Bianchi, (1984), basó los períodos de competencia entre sorgo de Alepo y soja en el momento de la aplicación de un herbicida postemergente. Este investigador determinó el PCTA entre soja y esa maleza en 30 días, ya que aplicaciones realizadas a los 40 días resultaron en una disminución de rendimiento de alrededor del 20% según el año de que se tratase, lo que demuestra que las pérdidas de rendimiento pueden llegar a ser mucho mayores a las deseadas ante una demora en la aplicación de los métodos de control, en especial de los herbicidas que actúan lentamente.

Por otra parte, Mulugeta y Boerboom (2000) controlaron las malezas mediante la técnica de aplicación de glifosato a soja RR en base al estadio fenológico, en cultivos de soja sembrados a 18cm y 76cm entre hileras, en siembras realizadas en sistemas de SD, con 79% de cobertura o utilizando labranzas reducidas con 18% de cobertura. Estos autores encontraron que, cuando se aplicó glifosato en distintos momentos del crecimiento del cultivo, los períodos durante los cuales las malezas debieron convivir con el mismo para ocasionar mermas de rendimiento del 3% ó más fueron mayores en las condiciones de SD que para las de labranzas reducidas.

En general, la casi totalidad de los trabajos de períodos de competencia se refieren, básicamente, a cultivos realizados en sistemas de SC, siendo escasos o inexistentes los trabajos del mismo tipo efectuados en condiciones de SD tal como el que se cita en el párrafo anterior.

Debido a que no existe un cúmulo de evidencia suficiente como para suponer que los períodos de competencia en los sistemas de SD se rigen por principios muy diferentes a los que rigen las relaciones cutivo-malezas de sistemas convencionales o que pueden ser totalmente diferentes de aquéllos, se deben tomar las ideas generales que se extraen de los trabajos realizados en sistemas de SC con algunas salvedades.

En la actualidad, y en base los datos relevados en los experimentos de control de malezas efectuados en el sudeste de la Provincia de Buenos Aires en cultivos de maíz, girasol y soja por Bedmar (1996 y otros no publicados) y Eyherabide (1995a, 1996 y otros no publicados) el crecimiento, tanto de las malezas como de los cultivos se ve un poco más lentos en los primeros estadios. Por ello es posible que los períodos en que el cultivo se debe mantener libre de malezas sea, medido en tiempo, restando saberlo en cuanto a momentos fenológicos, más prolongado (mayor residualidad de los pre-emergentes). Es posible que el momento de PCTA pueda ser dilatado debido a la misma causa, es decir lento desarrollo inicial, tanto de las malezas como del cultivo.

También se ha notado, en los experimentos aludidos en el párrafo anterior un desarrollo inicial más lento de las malezas. Con respecto a su agresividad, no todas poseen la misma capacidad para competir con los diferentes cultivos, y se han realizado experimentos que evalúan el efecto de una sola especie de maleza a diferentes densidades con diversos cultivos. Estos trabajos han aportado información para definir cuáles pueden llegar a ser 1 Eyherabide, J.J. y G. Cendoya, 2000 en revisión

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los umbrales de malezas que pueden soportar los cultivos, los que pueden estar dados en número de individuos de malezas por metro cuadrado, peso seco de las mismas por unidad de superficie, etc.

Los umbrales de malezas han sido definidos de diversas maneras, pero los más considerados son los “competitivos” y los “económicos”. Los umbrales competitivos hacen referencia a la densidad de malezas por encima de la cual el rendimiento del cultivo se reduce en una proporción inaceptable (usualmente entre el 5% y el 20% según cultivo), y los umbrales económicos se definen como aquéllos en que el costo del control iguala al beneficio obtenido por su aplicación.

Trabajos en este sentido fueron hechos en trigo por Leaden (1995), quien estudió la relación entre trigo y nabón; en cultivos de maíz por Kenzevick et al. (1994), Lindquist et al. (1996) y en soja con densidades variables, por Falcon y Gondo, (1991) o con diferentes combinaciones de momentos de emergencia y densidades (Dieleman et al. 1995). Todo ello da una idea aproximada de las densidades mínimas que puede soportar el cultivo para ese año y para esa especie, pero no reflejan las condiciones reales que ocurren en el campo y deben enfrentar los agricultores, ya que las mismas densidades de diferentes especies producen distintos efectos sobre el rendimiento de los cultivos y todo ello, por otra parte está también afectado por el cultivar, el ambiente, la fertilización, etc. Otros autores han otorgado índices a cada especie de maleza basándose en su capacidad competitiva o en su agresividad hacia los cultivos a fin de poder trabajar con mezclas de especies de malezas (Lybecker, et al., 1991b; Dunan et al., 1996) en la elaboración de modelos de pérdida por causa de las malezas. Estos índices transforman a todas las especies de malezas en una unidad común y para elaborarlos se le adjudica, a la especie de mayor competitividad presente en ese momento, el índice máximo de referencia y a las demás otro relativizado de acuerdo a ella. Estos índices deben ser relacionados con la densidad de cada especie, ya sea por densidad o por peso de cada especie y, de esa manera, en base a regresiones se puede llegar a predecir la pérdida de rendimiento que sufrirá el cultivo por causa de esas especies de malezas y para esas cifras de densidades. Berti et al. (1996), por su parte, basándose en estos principios de densidad equivalente, costos y beneficios económicos y momentos de aplicación han propuesto un modelo que trata de determinar los momentos más apropiados de controlar las malezas en los cultivos de soja y maíz.

En la segunda mitad de la década de 1980, y tomando como base los conocimientos sobre los períodos de competencia, disminuciones de rendimientos producidos por las malezas, el rendimiento esperado del cultivo, los costos de control de las malezas y el precio esperado del producto se comenzaron a elaborar modelos bioeconómicos, los que ayudan en la toma de decisiones a fin de seleccionar los métodos de control que ofrezcan la mejor relación costo-beneficio.

Algunos de estos programas son Weedcam, desarrollado por Lybecker et al. (1991a), para ser utilizado en monocultivo de maíz bajo riego, al cual se le encontraron algunas deficiencias, como ser la de estimar deficiencias en el control de malezas a través de la caída del rendimiento, parámetro que es inexacto. Otro es HERB, un modelo bioeconómico de decisión para control de malezas en post-emergencia que ha sido probado en soja por Wilckerson (1991), y demostró ser bastante eficiente otorgando a cada maleza un nivel de importancia en cuanto a la competencia con el cultivo y al momento de aparición en el ciclo. La recomendación de aplicación no sólo se basa en estos aspectos sino también en el costo del producto, su eficiencia bajo diferentes condiciones y el precio esperado del cultivo.

Además de los modelos ya citados, existe el General Weed Management (G.W.M.), desarrollado por Wiles et al. (1992a). Este modelo puede ser utilizado en cultivos como maíz o soja y toma en cuenta aspectos del cultivo (económicos, biológicos), de los recursos

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de control (momentos de utilización, costos, eficacia de control y limitaciones), de rotaciones (cultivos antecesores y siguientes) y aspectos de las malezas en cuanto a su capacidad de competencia según especies, densidad, momentos de emergencia, etc. También es lo suficientemente flexible como para trabajar tanto con los datos de las semillas de las malezas que están en el banco o de las están en el campo creciendo y compitiendo con el cultivo.

Alelopatía La alelopatía, que es el segundo aspecto que interviene en la interferencia, no está tan

definido ni estudiado tan en detalle como el de la competencia. Aunque existen evidencias concretas de su existencia también en SD, los resultados que se obtienen en el laboratorio no siempre coinciden con los logrados en condiciones de cultivo a campo. El término alelopatía deviene de la unión de dos palabras griegas: allelo y pathos y significa el sufrimiento recíproco de dos organismos (Molisch, 1973, citado por Kohli et al., 1998). Sin embargo, la alelopatía se reconoce más comúnmente como la producción y liberación al ambiente (normalmente el suelo) de sustancias que impiden o inhiben la producción o el crecimiento de plantas vecinas.

Suele confundirse el fenómeno de la alelopatía con la capacidad competitiva de algunos cultivos, ya que especies como alfalfa, moha y sorgo poseen un efecto depresivo sobre las malezas basado en su rápido crecimiento y capacidad de sombreado, pero no se ha demostrado que liberen al medio sustancias alelopáticas. La utilización de cultivos como los nombrados tiene la ventaja de controlar las malezas cuando no está creciendo el cultivo principal, ofrecer algún tipo de retorno económico al productor y evitar o disminuir la producción de propágulos (semillas, rizomas, estolones, raíces gemíferas, etc) por parte de las malezas. La práctica de sembrar estas especies entre una temporada y otra, por ejemplo en una rotación trigo-soja, si bien tiene los beneficios mencionados, determinará un consumo de agua por parte del cultivo que se use para competir con las malezas, perdiendo el efecto de acumulación de humedad en el perfil del suelo que se busca a través del barbecho.

También se han observado marcadas diferencias por el cultivo antecesor o por el tipo de pastura existente en los lotes antes de iniciar una rotación de cultivos. En este sentido, Forney et al. (1985) probaron que un híbrido de sorgo sudangrass y una moha constituyeron buenos antecesores, proveyendo una supresión de malezas y asegurando el establecimiento de la alfalfa. Por su parte, Letelier et al. (1986) utilizaron glifosato, paraquat ó MCPA, aplicados antes de la siembra del trigo sobre un pastizal natural o sobre una pastura de Trifolium subterraneum y Dactylis glomerata. Los rendimientos en grano obtenidos fueron superiores en las que provenían de las pasturas sembradas, usando paraquat (3.19 t ha-1) y glifosato (2.98 t ha-1) pero no fueron significativamente diferentes entre tratamientos provenientes de la pastura natural (2.1-2.4 t).

Trabajando específicamente para determinar efecto alelopáticos de algunas especies vegetales, Qasem (1995) encontró que la incorporación al suelo de residuos vegetales de las especies Amaranthus retroflexus o A. blitoides disminuyeron la altura, la cantidad de paja y el rendimiento de trigo, mientras que los residuos de la especie Amaranthus Gracilis estimularon la altura y el rendimiento del cultivo Ello demuestra que especies de malezas pertenecientes al mismo género no sólo no poseen propiedades alelopáticas sino que pueden llegar a efectos totalmente contrarios. Yenish et al. (1996), evaluando la posibilidad de reemplazar la aplicación de herbicidas en SD por la cobertura de cultivos con propiedades alelopáticas, tales como centeno, trébol encarnado y trébol subterráneo, determinaron que la siembra de esas especies, en especial centeno, seis meses antes de establecer el cultivo, puede ayudar para el control de las malezas. Por su parte Brecke y

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Shilling (1996), encontraron que la presencia de residuos de raíces de centeno estimuló el rendimiento de soja a la vez que deprimió el crecimiento de Senna obtusifolia. También algunos cultivos poseen efectos alelopáticos sobre otros cultivos, ya que se ha encontrado que restos de rastrojo de soja pueden ejercer algún efecto levemente depresivo sobre el maíz en etapas tempranas de su crecimiento, aunque éste puede luego recuperarse (Martin et al., 1990).

Origen de las infestaciones de malezas.

Las malezas que compiten con los cultivos provienen del suelo sobre el cual éstos se desarrollan en el que existe un reservorio de semillas, del que aparecen las plántulas de malezas cada año, denominado “banco de semillas” del suelo y cada temporada se producen aportes (depósitos) o se sacan (extracciones) semillas de ese banco. Los aportes al mismo provienen de la fructificación de los individuos que crecen en el mismo lote o en otros más o menos distantes, pueden ser transportadas por el viento (por ejemplo las de la familia de las compuestas), traídas por las cosechadoras y otras herramientas, o provenir de las impurezas en las semillas del cultivo a sembrar. Las extracciones de semillas se producen por la predación por parte de pájaros, roedores o insectos, por la germinación de aquéllas que están en condiciones de hacerlo o por su muerte debido, sobre todo, a envejecimiento. En la Figura 1 se muestra el ciclo de las semillas de las malezas anuales con respecto al banco de semillas.

Las semillas germinan y originan nuevos individuos, que pasan por diferentes estadios de desarrollo hasta su fructificación, pero cuando se trabaja con cultivos anuales y se desea evitar los efectos adversos de las malezas, las acciones de control se desarrollan entre las etapas A y B, pudiendo ocasionalmente llegar a la C. Las malezas perennes, además de reproducirse por semillas tal como lo hacen las anuales, también lo hacen por propágulos que pasan la época desfavorable enterrados en el suelo, tal como sorgo de Alepo, enredadera perenne, etc. Otras malezas perennes, como cebollín o gramón se perpetúan principalmente por órganos tales como tubérculos o rizomas y es despreciable su reproducción por semillas.

La viabilidad y la ubicación de las semillas de malezas en el suelo, y por ende la potencialidad de producir nuevas plantas no es estática sino que puede variar a lo largo del tiempo, estando este aspecto gobernado por el éxito o fracaso en las acciones de control, por el aporte de nuevas semillas por el viento, pájaros o herramientas o por las labores que se realicen en el suelo.

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b b

c

d

e f

g

a

f’

Bancode

Banco de semillasenterradas

Plántulas

Plantas establecidas

Plantas maduras

Semillas“invasoras”

SemillasProducidas

Lluvia desemillas

A1A2

B

C

D E

E’

F

semillassuperficiales

Figura 1: Tabla de vida para una especie de maleza anual que se reproduce por semillas Adaptado de Ball (1992).

Efecto de las medidas de control de malezas sobre la producción y la presencia de semillas en el banco.

Las técnicas de producción de cultivos que reduzcan exitosamente la producción de semillas de malezas pueden beneficiar a los productores por la reducción de costos y del uso de energía. Kegode et al. (1999) realizaron un estudio en una rotación de 5 años fue conducido cerca de Brookings, South Dakota, USA, para determinar los efectos que las interacciones entre rotación de cultivos -maíz, soja, trigo y alfalfa- laboreo, cantidad de herbicida y fertilizante (energía) tuvieron sobre la producción y fecundidad de semillas de malezas (gramineas anuales y de hoja ancha). Utilizaron diez combinaciones de rotación de cultivos y sistemas de laboreo y tres niveles de manejo de insumos (alto, medio y bajo). Setaria viridis y S. glauca [S. pumila], fueron las principales especies, juntas rindieron entre 76 y 93% de las semillas recolectadas. Desde 1990 a 1994, la media de producción de semillas fue 7.3x103, 3.7x103, 6.1x103, and 5.7x103 semillas m-2, mientras que la media de producción de semillas de hoja ancha fue 0.4x103, 0.4x103, 1.4x103 and 0.4x103 semillas m-2 en la rotación de cultivos usando laboreo convencional (arado de reja), laboreo de conservación, no laboreo y laboreo en camellones, respectivamente. La rotación de cultivos, usando laboreo convencional o en camellones, produjo consistentemente más semillas de malezas gramineas y de hoja ancha, especialmente en las parcelas de bajo nivel de insumos. Hubo poca diferencia en la producción de semillas de malezas entre niveles de insumos cuando se usó laboreo de conservación. Se concluyó que la rotación de cultivos en combinación con la labranza reducida es un efectivo modo de limitar la producción de semillas de malezas cualquiera sea el nivel de insumos empleado.

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Diferentes autores han estudiado la influencia que tienen los tipos de labranzas sobre la población de semillas del banco del suelo en lo que respecta a su longevidad y a la evolución de las especies que emergen y compiten con los cultivos.

En este sentido Lewis (1973), en un trabajo en el que se siguió la supervivencia de algunas especies de cultivos de leguminosas y gramíneas (incluyó Avena fatua) y malezas latifoliadas encontró que las especies de la familia de las gramíneas, en general tuvieron vida corta, mientras que dentro de las latifoliadas hubo especies como quínoa (Chenopodium album) que seguían vivas luego de 20 años de permanencia en el suelo.

Roberts y Dawkins (1967) determinaron la supervivencia de las semillas de algunas especies en el suelo cuando a éste se lo somete a diferentes frecuencias de remoción. Así encontraron que semillas como las de quínoa pueden sobrevivir más de seis años aunque estén sometidas a cuatro laboreos por año, mientras que las de caapiquí no sobreviven más de cuatro cuando se las somete al mismo tratamiento. Los mismos autores encontraron que del total de semillas existentes en el suelo, luego de 5 campañas de laborear el mismo cuatro veces por año germina el 9.6 % de las semillas viables en el banco cada año, mientras que si no se laborea el porcentaje de germinación de las semillas viables en el banco es del 0,3 %. Con respecto al número total de semillas en el suelo, al final de esos períodos fue de 12,1 y 25,7 millones de semillas por hectárea para los sistemas laboreados cuatro veces por año o no laboreado respectivamente. Ello sugiere que cuando más se laborea un suelo más plántulas de malezas emergen, y más individuos “salen” del banco, por lo que el número de semillas viables disminuye, mientras que cuando no se laborea. el porcentaje de germinación es menor y el banco se mantiene con mayor potencial de producir nuevas camadas de malezas cuando las semillas sean puestas en condiciones de germinar. Todo ello es válido siempre y cuando no se contabilicen los aportes de nuevas semillas al banco. La reducción en las prácticas de laboreo ha tenido efectos variables sobre las poblaciones de malezas de trigo, se ha observado una disminución en la densidad total de latifoliadas, aunque algunas especies como Capsella bursa-pastoris, Senecio vulgaris y Matricaria spp han incrementado su importancia relativa (Wilson et al., 1986). Por el contrario las especies de malezas gramíneas, por lo general, se ven favorecidas por el no laboreo. Altas poblaciones de Bromus tectorum están asociadas con la producción de trigo en labranza reducida.

La predación de semillas de malezas constituye otro de los aspectos a ser tenido en cuenta al reconvertirse a sistemas de producción más conservacionistas. En este sentido, Cromar et al. (1999) condujeron experimentos de campo desde 1995 a 1997 en el sur de Ontario para determinar la influencia del laboreo y cobertura sobre la cantidad de predación de semillas dispersadas de Chenopodium album y Echinochloa crus-galli. Isopoda, Myriapoda y Coleoptera fueron los órdenes que agruparon a los predatores dominantes y responsables del 80-90% de todas las semillas consumidas. La predación fue mayor en no laboreo y arado de reja (promediando 32% en ambas) y menor en laboreo con cincel (promediando 24%). Esto indicó que la relación entre nivel de disturbio y predación no fue lineal y que otros factores tales como movilidad de los invertebrados y disponibilidad de alimentos pueden también jugar roles importantes al determinar la cantidad de semillas predadas. En el no laboreo el tipo de residuo también influenció la cantidad de predación, con mayor cantidad de semillas predadas en parcelas con residuos de maíz (promediando 31%) y la menor cantidad en aquellas con residuos de soja o trigo (24 y 21%, respectivamente).

Otros autores se han preocupado por la distribución de las semillas de malezas en el perfil del suelo según las labores que se realicen en los mismos. Ball (1992) encontró que la distribución de las semillas de las malezas en el perfil del suelo varía según el tipo de

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labranza realizado, existiendo menor número en los primeros 5 cm cuando se efectuaron labores con sistema de cincel que cuando el suelo no se laboreó.

A conclusiones similares a las propuestas por Ball (1992) llegaron Clements et al., (1996) quienes, para una rotación maiz-soja de seis años determinaron que cuando se realizaron labores con arados de rejas las malezas se distribuyeron de manera homogénea en los primeros 15 cm del perfil. Cuando se laboreó con cincel, la mayoría de las semillas estuvieron en los primeros 5cm, y cuando los cultivos se realizaron en sistema sin labranza la proporción más importante de la población de semillas estuvo en los primeros 5 cm del perfil (Figura 2).

Figura 2: Efecto de las labores en la distribución vertical de las semillas de malezas en

el perfil del suelo luego de una rotación de seis años maíz soja, expresada en % del total*

0 Profundidad en el perfil (cm)

5

10

15Arado de rejas y Arado de Alomado Sin labranzas vertederas cincel

37

25

38

61

23

1

33

45

2

74

9

18

* Las cifras dentro de cada cuadro indican el % de semillas del total del banco hallado en los 15 cm superiores del suelo. LSD: Cincel y sin labranzas=25; arado de vertederas y alomado no significativas Adaptado de Clements et al. (1996). Los autores mencionados en el párrafo anterior encontraron que, en la medida que el

suelo fue más laboreado, se incrementó la presencia de plántulas de quínoa respecto de las otras especies, la que tendió a disminuir para los casos de mínima labranza o de SD. A lo largo de los tres años de ensayos esta tendencia se manifestó de manera cada vez más consistente.

Con respecto a la aparición de “nuevas especies” de malezas en los casos en que se cambia del sistema de producción con remoción de suelo a SD, se debe destacar que no son otras especies las que aparecen sino que, son las mismas que permanecen en el banco, las que cambian su proporción de emergencia de acuerdo a la historia de los lotes o también se debe su presencia a la llegada de otras traídas por el viento, tal como propone Papa (1998).

Otro aspecto que se debe tener en cuenta al momento de decidir las medidas de control es la distribución de las malezas en el campo. Ello es importante dado que, de acuerdo a las tendencias modernas que preconizan la agricultura de precisión se deberían realizar las aplicaciones de herbicidas en aquellos lugares en que se los necesita de acuerdo a las especies, su habilidad competitiva y a la densidad de cada una de ellas. Si bien está demostrado que la distribución de las malezas en el campo sigue un patrón de distribución denominado binomial negativo, comúnmente denominado en manchones (Wiles et al., 1992a,b), se requiere que los futuros trabajos en el área de control de malezas sean orientados hacia la adquisición de información para conocer de manera anticipada cuáles

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serán las malezas que competirán con los cultivos, en qué medida lo harán y en qué lugares. Ello adquiere gran importancia, sobre todo, en el caso de SD, pues permitirá minimizar y racionalizar el uso de los herbicidas, que son la herramienta principal para la lucha contra las malezas.

Control químico de malezas en SD. Introducción Debido a la ausencia de remoción del suelo, el sistema de SD utiliza el control químico

como método casi exclusivo para eliminar la competencia de las malezas. Comparativamente con los sistemas de SC, en el sistema de SD se emplean por lo general mayores cantidades de herbicidas debido a su uso imprescindible en los períodos de barbecho (Papa, 1998) y a las mayores dosis empleadas en aplicaciones de preemergencia, debido a que una fracción de los mismos es retenida por el rastrojo. En tal sentido, debe considerarse que en Argentina, el uso de herbicidas por unidad de superficie ha sufrido un fuerte incremento, lo cual estaría explicado en gran parte por el aumento del área destinada a SD que creció de 0.5 millones de hectáreas en 1990 a 4.6 en 1997 (Moreno, 1998b). Gran parte del aumento en el uso de herbicidas se debe a las aplicaciones realizadas en los barbechos químicos y en el cultivo de soja. Debido a la introducción de materiales transgénicos, el uso de herbicidas no selectivos ha sufrido un fuerte incremento (Moreno, 1998b), estimado en más del 2000% durante el período1991-1997.

Considerando un ciclo anual, los herbicidas utilizados en SD se aplican durante períodos de barbecho o de cultivo. Por lo general en los barbechos se aplican tratamientos a base de glifosato solo o en mezcla con herbicidas hormonales (principalmente 2,4-D), triazinas, sulfonilureas u otros. Durante el ciclo de los cultivos se aplican usualmente las mismas alternativas de control que en SC, exceptuando los herbicidas de presiembra que no pueden ser incorporados bajo el sistema de SD.

El objetivo de esta sección es describir el funcionamiento de los herbicidas aplicados en los sistemas de SD, haciendo hincapié en los factores que afectan su comportamiento tanto fitotóxico como ambiental.

Efecto de la SD sobre la actividad herbicida La SD puede influir de diversas formas la actividad de los herbicidas. Dicho efecto

sobre la actividad varía fundamentalmente con el momento de aplicación. En el caso de los herbicidas postemergentes, no es factible una modificación de la actividad en relación con el sistema de laboreo (García Torres, 1998). Sin embargo, los herbicidas residuales aplicados en presiembra o preemergencia de los cultivos pueden ver modificada su actividad debido a que interactúan con el suelo y para poder llegar a él deben sortear la barrera que representa el rastrojo. Además, la cobertura vegetal, como es sabido, origina cambios microclimáticos especialmente en la temperatura edáfica, que afectan procesos bióticos y abióticos a los cuales está ligada la persistencia de los herbicidas. Por último, la SD promueve cambios en algunas propiedades físicas y químicas que pueden afectar el transporte de los herbicidas en el suelo.

1. Herbicidas de postemergencia Bajo esta categoría se agrupan herbicidas que presentan diferentes características. Por

lo general, los herbicidas usados en SD son los mismos que los aplicados en SC, si bien para un uso eficiente requieren ser adaptados a las condiciones predominantes en aquel sistema. Existen herbicidas específicos de cada cultivo, herbicidas típicos de barbechos (glifosato, etc.) y herbicidas aplicables a cultivos modificados mediante ingeniería genética (glifosato, sulfosato, imidazolinonas, etc.). Las aplicaciones al follaje de las malezas,

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considerando las realizadas en los barbechos y en los cultivos, representan un mayor volumen que las realizadas en preemergencia de los cultivos (Moreno, 1998b).

1.1 Utilización de herbicidas en barbechos químicos Debido a que en SD no se laborea el suelo es casi imposible la realización de barbechos

a fin de acumular humedad y nitratos sin utilizar herbicidas, y aunque en casos extremos, con malezas altas, se puede utilizar una desmalezadora los beneficios principales del barbecho en cuanto a conservación de humedad se habrán perdido. De acuerdo a la información disponible, el herbicida “base” utilizado para el control químico de malezas en los barbechos químicos es el glifosato, pero si bien este herbicida es de muy amplio espectro (se lo considera no-selectivo) existen malezas que pueden escapar a su control cuando se usan dosis razonables desde el punto de vista económico (no mayores a 1,5 kg de ingrediente activo por hectárea (i.a. ha-1). Otro aspecto que se debe tomar en cuenta es la falta de residualidad de este producto en el suelo, por lo que plántulas de malezas a las que no llega el herbicida o que germinan inmediatamente después de la pulverización no serán controladas. Ante esta situación se plantean diferentes alternativas, siendo las tres más comunes:

a: aumentar las dosis de glifosato a utilizar b: mezclar glifosato con otros herbicidas postemergentes no residuales c: mezclar el glifosato con herbicidas residuales.

A estas decisiones se les debe sumar la posibilidad de ajustar al máximo o variar el momento de las aplicaciones en los barbechos.

La selección de los herbicidas a utilizar en los barbechos ha pasado a ser una actividad artesanal, basada en los antecedentes experimentales que existen sobre el control de las malezas por los diferentes herbicidas, principalmente del glifosato y de los resultados de las mezclas de éste con productos no residuales que aumenten su espectro de control o permitan mantenerlo en dosis bajas, como también de los antecedentes disponibles sobre la residualidad de los herbicidas en condiciones de cobertura con rastrojos de diferentes tipos, en especial trigo o maíz que dejan mayor volumen.

Al respecto Eyherabide (datos no publicados) comparó el control de diferentes mezclas de herbicidas sobre varias especies de malezas en rastrojos de maíz, soja y maíz ensilado. En este último caso la cantidad de rastrojo fue escasa dado que se había retirado la totalidad del material verde, quedando solamente la parte inferior de los tallos. Los cultivos que se sembraron luego de las aplicaciones fueron: girasol en el rastrojo de maíz y trigo en los dos restantes. Se evaluaron herbicidas de contacto (paraquat o diquat) y sistémicos (sulfosato o glifosato) como base de las mezclas, acompañados por atrazina, metsulfuron metil o flurocloridona. Existieron diferencias en los grados de control, en general a favor de sulfosato o glifosato y sus mezclas, con muy escasa residualidad en los grados de control para las especies de malezas anuales cuando no se utilizaron herbicidas residuales en las mezclas. No todas las especies fueron controladas eficazmente por los herbicidas aplicados, en especial pensamiento silvestre (Viola arvensis) por parte de glifosato. La falta de un control eficaz sobre pensamiento silvestre es común, ya que esta maleza requiere dosis altas de herbicidas para ser controlada, y suele haber nacimientos posteriores a las aplicaciones, por lo que la situación se agrava al no usar herbicidas residuales.

En el trabajo citado en el párrafo anterior, con respecto a la posible fitotoxicidad de las aplicaciones de herbicidas tales como atrazina, metsulfuron metil o dicamba sobre el cultivo de girasol se debe destacar que la aplicación, 120 días antes de la siembra, no ocasionó síntomas fitotóxicos al cultivo. También se observó que para el momento de control de las malezas en el cultivo de trigo no fue necesario aplicar en las parcelas que

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habían recibido los tratamientos de sulfosato o glifosato en mezcla con metsulfuron más dicamba o flurocloridona.

Rodríguez (1999), en aplicaciones de glifosato en mezcla con herbicidas residuales encontró la necesidad de realizar aplicaciones de pre-emergencia en cultivos de girasol cuando las aplicaciones en los barbechos fueron realizadas entre 20 y 130 días antes de la siembra, dependiendo, sobre todo, de las malezas presentes en los lotes, lo que depende directamente de la historia de cada uno de ellos. El mismo autor encontró menores niveles de nitratos en las parcelas de siembra directa que en las de SC o reducida a la vez que midió mayores niveles de humedad en las parcelas de SD. Eyherabide (datos no publicados), encontró mayores niveles de humedad en los primeros 15 cm de suelo en las parcelas en las que se había realizado barbecho químico previo a la siembra directa de girasol que en aquellas en las que no se había realizado cuando el cultivo tenía 40 cm de altura (Figura 3).

05

1015202530

Hum

edad

(%)

1 2 3 4 5

Tratamientos

Figura 3. Humedad (%) en los primeros 15 cm del perfil del suelo en parcelas sembras con girasol (altura del

cultivo 40-50 cm)

Referencias, 1: glifosato+atrazina+dicamba en junio; glifosato+2,4-D+flurocloridona+acetoclor en noviembre. 2: sulfosato+atrazina+dicamba en junio; sulfosato+2,4-D+flurocloridona+acetoclor en octubre. 3: testigo. 4: diquat+atrazina en junio; sulfosato+2,4-D+flurocloridona+acetoclor en octubre; 5: diquat+ flurocloridona en junio; sulfosato+2,4-D+flurocloridona+acetoclor en noviembre.

También se ha demostrado (Eyherabide y Calviño, 2000) que la aplicación de

herbicidas en rastrojos de trigo para controlar cola de zorro (Setaria viridis) y pasto de cuaresma (Digitaria sanguinalis) previo a su semillazón en el otoño, fue más eficaz para evitar la aparición de ambas especies en el maíz de siembra directa que siguió en la rotación que la aplicación de acetanilidas entre 30 y 40 días antes de la siembra.

1.2 Factores que afectan el comportamiento de los herbicidas postemergentes Por lo general no es de esperar una alteración de la acción de estos herbicidas en

relación con el sistema de laboreo en que son utilizados (García Torres, 1998). En cualquier caso, la efectividad de los herbicidas postemergentes está ligada a una compleja serie de factores condicionantes (Bedmar, 1997; Bedmar, 1999), que pueden agruparse según se originen del clima y suelo, del herbicida y aplicación, del sistema de producción o cultivo, o de la especie de maleza (Figura 4). Estos factores influyen, en mayor o menor medida, en la actividad de los herbicidas al condicionar su absorción, translocación y/o distribución en las malezas. Asimismo, pueden existir interacciones entre los mismos que incrementan o deprimen los efectos individuales. Por tal motivo, las aplicaciones realizadas sobre plantas que crecen bajo diferentes situaciones de humedad, temperatura,

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radiación o de cualquier otro factor, pueden generar diferentes respuestas de control como resultado de diferentes tasas de absorción y/o translocación de los herbicidas.

Como norma básica debería tenerse en cuenta que las dosis de estos herbicidas deberían incrementarse cuando las condiciones ambientales y climáticas sean desfavorables y/o cuando las malezas presenten estados avanzados de crecimiento aéreo y/o subterráneo. Sin embargo, debe considerarse que en situaciones en donde las malezas se encuentran creciendo bajo un importante estrés, no siempre se logra el efecto deseado. En esos casos, a fin de tomar la decisión adecuada, pocas veces se tiene en cuenta que aunque el tratamiento resulte de inferior efectividad, una aplicación podría neutralizar, al menos en parte, la capacidad competitiva de la maleza y por ende reduciría sus efectos negativos sobre el rendimiento. Por lo expuesto, se puede deducir que el control de malezas utilizando herbicidas postemergentes depende de un complejo sistema de factores condicionantes, lo cual implica que para lograr la máxima efectividad deberían ajustarse las recomendaciones de control a las condiciones prevalecientes en cada caso.

temperatura

humedad relativa

humedad del suelo

radiación

nivel de fertilidad

activo

dosis

mezclas

cultivo

labores

control cultural

estado

biotipos

infestación

aditivos

lluvias posteriores

estado del cultivo

hora de aplicación

calidad de laaplicación

CLIMA Y SUELOHERBICIDA YAPLICACION SISTEMA/CULTIVO MALEZA

EFECTIVIDAD

sistema

Figura 4. Factores que interfieren con la efectividad de herbicidas aplicados en

postemergencia para el control de malezas. a) Factores del clima y suelo Entre los principales factores climáticos que condicionan la efectividad de los

herbicidas se encuentran la humedad relativa, la temperatura, la radiación y las lluvias posteriores a la aplicación. Por su parte, la humedad del suelo y el nivel de fertilidad representan los principales factores edáficos. La humedad relativa del aire (HR) juega un papel importante en el desarrollo de la cutícula de las hojas, en su hidratación y en la transpiración. Una baja HR contribuye a desarrollar una mayor pubescencia y engrosar los depósitos de cera de la cutícula además de disminuir la tasa de transpiración. Por lo tanto, afecta la entrada y/o translocación de los herbicidas aplicados por vía foliar además de afectar la vida media de las gotas del pulverizado depositado sobre las hojas, tal como fue

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demostrado para glifosato (Jordan, 1977; Whitwell et al., 1980) y Fluazifop butil (Kells et al., 1984).

Dentro de ciertos límites fisiológicos, la absorción y/o translocación de la mayoría de los herbicidas por las raíces y hojas se incrementa al aumentar la temperatura (Wills, 1984). A bajas temperaturas disminuye la absorción debido a que se incrementa la viscosidad del agua y disminuye la permeabilidad de los geles coloidales de las paredes celulares.

El momento de aplicación en el día tiene estrecha relación con la humedad relativa y la temperatura del aire. Cuando se aplica en horas de alta insolación y temperatura, por lo general cerca del mediodía, se ven disminuidas la humedad relativa, la vida media de las gotas del pulverizado, así como la absorción y translocación del herbicida. En tal situación se reduce también la eficacia de los herbicidas (Papa, 1998).

La efectividad de la mayoría de los herbicidas de aplicación foliar se reduce si se producen lluvias posteriores cercanas a la aplicación de los mismos. En general no se recomienda realizar aplicaciones ante la inminencia de precipitaciones. Sin embargo, se puede establecer que lluvias posteriores a las 3 o 4 horas desde la aplicación en general no afectan la eficiencia de los herbicidas graminicidas o glifosato (Bryson, 1987; Moreno, 1998a).

En lo referente a factores edáficos, la humedad del suelo posee un efecto directo sobre el metabolismo de las plantas por lo que ante un período prolongado de estrés hídrico se reduce la translocación de fotoasimilatos y la transpiración, incrementándose el espesor y la densidad de la capa cerosa y la pubescencia de las hojas. Por tal motivo, aplicaciones realizadas bajo esta condición ven reducida su efectividad al disminuir la absorción y translocación de los herbicidas. Por el contrario, bajo condiciones de buena disponibilidad de humedad, las plantas se encuentran en activo crecimiento permitiendo de esta manera una rápida absorción y translocación. Whitwell y Santelmann (1978) determinaron que aplicaciones de glifosato realizadas sobre plantas que crecieron con bajos niveles de nitrógeno del suelo obtuvieron bajos controles de la porción aérea.

Las aplicaciones de herbicidas realizadas sobre plantas que crecen bajo diferentes situaciones de humedad, temperatura y radiación pueden entonces generar diferentes respuestas de control como resultado de diferentes tasas de absorción y/o translocación de los herbicidas.

b) Factores del herbicida y la aplicación Los controles de malezas varían con el herbicida considerado. Hicks y Jordan, (1984),

encontraron diferencias en la toxicidad, y las tasas de penetración y translocación en gramón entre fluazifop butil, setoxidim y haloxifop metil. Si bien pueden existir distintos comportamientos de los herbicidas, también es cierto que esta idea está íntimamente relacionada con la dosis que se aplique. Bedmar (1997) determinó que cletodim y fluazifop butil manifestaron un control de gramón menos consistente bajo diferentes situaciones ambientales especialmente cuando se los aplicó a dosis bajas de marbete en comparación con quizalofop p etil, quizalofop p tefuril, haloxifop metil, fenoxaprop y propaquizafop. El mismo autor encontró que en general los herbicidas graminicidas evaluados para control de gramón en soja y girasol alcanzaron en promedio menores controles a dosis bajas de marbete en comparación con la dosis máxima, variando la diferencia según el cultivo y el herbicida.

El uso de aditivos (aceites minerales o tensioactivos) mejora la efectividad de los herbicidas, lo cual adquiere fundamental importancia cuando se aplican bajo condiciones adversas de algún factor ambiental o en dosis bajas (Dawson, 1983). En el caso de los aceites este efecto se logra porque mejoran la compatibilidad con la fase lipofílica de la

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cutícula (ceras, cutina), que es la primera barrera al pasaje de sustancias en la hoja, mientras que los tensioactivos reducen la tensión superficial de las gotas del caldo pulverizado aumentado el área cubierta por cada una.

Para el caso de glifosato, además del uso de tensioactivos es importante el volumen de aplicación. Jordan (1981) estudió el efecto del agregado de tensioactivo y del volumen de diluyente (47, 94, 187 y 374 l/ha) observando que el tensioactivo mejoró la fitotoxicidad de Glifosato, mientras que ésta disminuyó con el aumento del volumen de aplicación, especialmente por encima de 94 litros/ha.

Las mezclas entre plaguicidas constituyen una práctica común, que se realiza con el objetivo de disminuir los costos de aplicación. En general no se cuenta con información suficiente sobre las posibles combinaciones a realizar para cada herbicida, si bien se conoce que no se deberían mezclar con sustancias de reacción alcalina. En lo que respecta a mezclas de graminicidas con herbicidas para el control de malezas de hoja ancha, estudios realizados para el control de sorgo de Alepo en soja (Vidrine, 1989; Vidrine et al., 1995), determinaron que imazaquin y clorimuron fueron los herbicidas más antagonistas hacia la actividad de los graminicidas. En el caso de estos últimos, los herbicidas menos afectados fueron haloxifop, quizalofop p etil y quizalofop p tefuril. Las implicancias prácticas de estos resultados determinan que las mezclas de herbicidas graminicidas y de hoja ancha pueden producir un control pobre de gramíneas, por lo que debe recabarse información antes de aplicar alguna combinación. Una alternativa ya reportada para no afectar el control de gramíneas (Minton et al., 1989) es la aplicación de los herbicidas para control de hoja ancha al menos 24 horas después de los graminicidas.

En lo referente a glifosato, debido a que su actividad en el suelo es casi nula, suelen efectuarse combinaciones con herbicidas que poseen persistencia en el mismo. Trabajos realizados con simazina y atrazina (Appleby y Somabhi, 1978) indicaron que existió un efecto antagónico entre las formulaciones polvo mojable de esos herbicidas con la actividad fitotóxica de glifosato debido a enlaces físicos entre los componentes dentro del caldo de aplicación. Los autores explicaron que el efecto antagónico fue mayor con dosis bajas de glifosato, pudiendo ser superado al aumentar la dosis de este herbicida. Existen evidencias de que la actividad de glifosato puede ser reducida también con mezclas con otros herbicidas ya sea con formulaciones de polvos mojables, concentrados emulsionables y soluciones concentradas en agua (Stahlman y Phillips, 1979b). Los mismos autores deteminaron que la formulación líquida de atrazina produjo mayor antagonismo que la de polvo mojable, lo cual fue explicado por los inertes de las formulaciones. Ahrens (1994) establece que las mezclas de glifosato con herbicidas residuales tales como ureas y triazinas o con herbicidas de postemergencia como paraquat, dalapon, MSMA, fenóxidos, u otros herbicidas de tipo auxínico, pueden reducir la eficacia de glifosato.

Cuando se habla de los factores que afectan la efectividad de herbicidas, pocas veces se pone el énfasis en la calidad de la aplicación. Para realizar una aplicación correcta de un plaguicida, la pulverizadora debe estar en buenas condiciones de funcionamiento a fin de distribuir homogéneamente el caldo de aplicación. Además, la velocidad, el tipo de pastillas y la presión de trabajo deben ser las adecuadas para cada situación (Papa, 1998). Es importante, más que el volumen de aplicación, tener en cuenta el número de gotas que impactan por unidad de superficie. En general se acepta para herbicidas sistémicos postemergentes, que con 20 a 30 gotas/cm2 se logran buenos resultados de distribución y absorción en las plantas, mientras que 30 a 40 gotas/cm2 serían recomendables para herbicidas de contacto o aplicados al suelo (Papa et al, 1997).

Un aspecto importante relacionado con glifosato lo constituye la calidad del agua utilizada para su aplicación. Se conoce que la presencia en el agua de cationes como hierro, aluminio, calcio, zinc y magnesio puede causar una disminución en la fitotoxicidad de

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glifosato (Stahlman y Phillips, 1979a), mientras que los aniones prácticamente no tienen efecto. El empleo de aguas duras (con alto contenido de cationes cálcico, magnésico y ferroso) afecta sustancialmente la actividad de glifosato como fue demostrado para calcio por diversos autores (Sandberg et al., 1978; Stahlman y Phillips, 1979a). Asimismo, aplicaciones con aguas sucias (con presencia de arcillas o materia orgánica) también pueden reducir la actividad de glifosato (Rieck et al., 1974). En tales situaciones pueden utilizarse para revertir la situación mejoradores de la calidad del agua como correctores de pH, secuestradores de cationes, etc. (Papa, 1998).

c) Factores del sistema de producción y del cultivo Para complementar las acciones de control químico, es de gran importancia, la

implantación de aquellos cultivos que realicen la captura de los recursos ambientales en la forma más rápida y eficiente posible, generando de esta manera una ventaja competitiva frente a las malezas.

En el caso de las malezas perennes, como el gramón y el sorgo de Alepo, el éxito del control químico está asociado en gran parte a un buen trozado previo de los rizomas y estolones. Se ha demostrado experimentalmente que la fragmentación de un rizoma en segmentos más cortos incrementa la proporción de yemas activadas (Moreira, 1980; Kigel y Koller, 1985; Fernández y Bedmar, 1992). Por tanto, cuanto más cortos y superficiales sean los fragmentos, más activa será su brotación posterior y más efectiva será la translocación del herbicida, existiendo asimismo, más puntos de control. Por tanto las labores de trozado, realizadas como parte de las labores de preparación de la cama de siembra de los cultivos, resultan de fundamental importancia. Por tal razón, debido a la imposibilidad de realizar el trozado de estolones y rizomas, el sistema de SD no constituye un ambiente ideal para la aplicación de herbicidas postemergentes sistémicos para el control de malezas rizomatosas.

El estado del cultivo puede constituir un impedimento importante para la llegada del pulverizado a las malezas, especialmente en aquellas aplicaciones realizadas con avanzado crecimiento de las plantas del cultivo. Tal situación suele presentarse cuando se espera el estado ideal para el control de las malezas y el cultivo cubre más rápidamente el terreno. Esta situación también está relacionada además a que un mayor sombreo provocará menor llegada de luz a las malezas interfiriendo con la absorción del herbicida tal como fue comentado anteriormente (Kells et al., 1984). En los sistemas de SD cuando la altura del rastrojo es superior a la de las malezas, puede producirse intercepción y retención del pulverizado cuando se realizan aplicaciones tempranas de herbicidas al pretender controlar malezas pequeñas y/o de tipo rastrero.

d) Factores asociados a la maleza Los herbicidas no son igualmente efectivos en todos los estados de desarrollo de las

malezas. Existen momentos en los cuales, para una dosis determinada, el herbicida ve favorecida su acción. Por ejemplo, según el enfoque clásico, e independientemente del estado del cultivo, el momento recomendado para controlar sorgo de Alepo proveniente de rizomas con herbicidas graminicidas en general, oscila entre 20 y 40 cm de altura, mientras que si es proveniente de semilla se deben aplicar entre 10 y 15 cm de altura. Para gramón, en general las pulverizaciones se deberían realizar entre los 10 y 15 cm de longitud de estolones (Fernández y Bedmar, 1992), existiendo pequeñas variaciones entre los graminicidas. Existen evidencias de que aplicaciones realizadas con longitudes superiores dificultarían la translocación de estos herbicidas (Grichar y Boswell (1989).

En ciertos casos, el nivel de infestación de las malezas puede condicionar la eficiencia de control de un herbicida. En tal sentido, Bedmar (1997) determinó para gramón que la

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efectividad de herbicidas graminicidas fue inferior en aquellas situaciones en que se presentaron altas infestaciones, obteniéndose en tales casos los menores controles y las mayores biomasas vegetativas de gramón a cosecha de los cultivos. Sin embargo cuando la infestación fue de leve a moderada, el control mejoró. Asimismo, aplicaciones de glifosato realizadas sobre el rastrojo de trigo tuvieron muy pobre control de gramón cuando se efectuaron sobre infestaciones altas provenientes de antecesores con malos controles en un girasol anterior (Bedmar et al., 1992).

2. Herbicidas de premergencia Estos herbicidas se aplican después de sembrado el cultivo pero antes de que emerjan

cultivo y malezas. Por tal motivo, en SD son pulverizados sobre el rastrojo en donde son interceptados y retenidos en proporciones variables que dependen de diversos factores.

El tipo de manejo de los residuos usados en SD puede afectar de diferentes formas según los ambientes involucrados dando como resultado cambios importantes en el ambiente edáfico. Por tal motivo, cada situación es un caso especial que debe ser tratado individualmente, por lo que es difícil formular recomendaciones generales debido a la diversidad de prácticas y de ambientes en donde se conducen los experimentos de investigación.

2.1. Efecto de la SD sobre propiedades del suelo que pueden condicionar la acción de los herbicidas. A continuación, se presenta una breve reseña sobre aquellas propiedades del suelo que

son modificadas por el sistema de SD y que pueden afectar el comportamiento de los herbicidas.

a) Propiedades químicas Al disminuir el laboreo del suelo, la superficie del mismo se convierte en un ambiente

orgánico enriquecido con gran actividad microbiana, incrementándose el contenido de carbono orgánico total (Andriulo et al, 1987; Lal et al, 1994; González Fernández y Ordoñez Fernández, 1998). También la reducción del laboreo posee efecto sobre la calidad y composición de la fracción orgánica, incrementando ciertos componentes orgánicos tales como carbohidratos, aminoácidos totales, azúcares aminados y monosacáridos hidrolizables (Arshad et al, 1990) los cuales representan el sustrato para los microorganismos el suelo. La adición al suelo de sustancias orgánicas como rastrojos de cereales o fertilizantes puede alterar la composición del carbono orgánico (Andriulo et al, 1987; Govi et al, 1992).

Los sistemas de SD, frecuentemente favorecen la acidificación superficial del suelo, debido al uso repetido de fertilizantes que poseen sales de amonio. Posteriormente, por el proceso de nitrificación del amonio se producen iones hidrógeno que acidifican el suelo (González Fernández, 1998. Este efecto puede ser más pronunciado en los sistemas de SD en donde las aplicaciones de fertilizantes a la superficie del suelo no son diluidas por la remoción del suelo.

La actividad de los microbios y enzimas es clave para el ciclo de nutrientes en los suelos, y su balance puede tener una relación directa con el metabolismo de los herbicidas en el suelo. En general se han medido mayores concentraciones de nutrientes tales como N, P, Ca, Mg, y K en la superficie de suelos con ausencia o disminución de laboreo (González Fernández, 1998; Ismail et al, 1994). El nivel de carbono orgánico del suelo influye fuertemente en el balance de nutrientes, y las relaciones de C:N, C:P, y N:P son generalmente indicadas como vinculadas a la mineralización o inmovilización potencial

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del N o P. Las relaciones estrechas de C:N y C:P indican que existen condiciones para una mineralización neta. En los suelos bajo SD se encontraron relaciones más amplias que en suelos con mínima labranza o SC (Dick, 1983). En comparación con suelos bajo labranzas reducidas, en los sistemas de SC se favorecen las condiciones redox, lo cual conduce hacia la nitrificación y mineralización. La variabilidad de ciertas propiedades del suelo (por ejemplo la humedad), produce también variaciones en las tasas de nitrificación y mineralización En tal sentido, las fluctuaciones estacionales suelen ser de menor intensidad en los suelos con sistemas de labranza reducida debido a que los residuos orgánicos amortiguan los cambios en el suelo e inhiben la evaporación (Thompson, 1992).

b) Características físicas del suelo La descomposición de los residuos vegetales y materiales húmicos contribuye en los

sistemas de SD a aumentar el tamaño y la proporción de los agregados estables en agua en comparación con la SC (Berengena Herrera, 1998; Beare et al, 1994; Lal et al, 1994). Por otra parte, los procesos asociados al ambiente no disturbado de los suelos bajo SD, promueven la formación de macroporos continuos. Las lombrices de suelo así como el resto de la microfauna forman una red de canales, en algunos casos interconectados que pueden extenderse hasta los 25 a 30 cm de profundidad (Locke y Bryson, 1997). Asimismo, los sistemas radicales luego de su descomposición dejan espacios vacíos o canales.

La estabilidad estructural, la porosidad y la distribución de los macroporos influyen sobre la conductividad hidráulica y la infiltración del suelo. La porosidad total es por lo general superior en suelos con SD que con SC, lo cual puede atribuirse a la mayor proporción de poros con tamaños de 30 a 500 µm, el cual representa un rango importante para el proceso de movimiento del agua (Pagliai et al, 1995). Estas propiedades junto con una disposición no continua de los agregados, promueve en SD una rápida infiltración del agua (Drees et al ,1994). La mayor infiltración y conductividad hidráulica en el sistema de SD también es el resultado de la mayor cantidad de bioporos continuos desde la superficie hasta profundidades menores (Logsdon et al, 1990). En SC las labranzas rompen la continuidad de los macroporos en la superficie del suelo.

La presencia de residuos en la superficie del suelo impide o reduce el movimiento lateral del agua, incrementando la infiltración (Martínez Raya y Francia Martínez, 1998). También representa una barrera natural contra la evaporación. Los residuos de plantas y los materiales húmicos en suelos con SD pueden incrementar el contenido de agua volumétrica y por tanto la capacidad de contener agua del suelo, especialmente en el horizonte superficial (Berengena Herrera, 1998; Linn y Doran, 1984). Esta ventaja suele perderse cuando se permite la presencia de malezas o cultivos de cobertura hasta momentos cercanos a la siembra de los cultivos, tal como ya fuera discutido en párrafos precedentes.

c) Actividad de los microorganismos y la microfauna del suelo. Actividad

enzimática del suelo. Las condiciones de alta humedad y elevado contenido de substratos de carbono

orgánico lábiles constituyen un ambiente ideal para la actividad de los microorganismos del suelo. Estas condiciones en la superficie del suelo influyen mucho en el tamaño y composición de las poblaciones microbianas. Por ejemplo, Matocha et al (1988) determinaron que las bacterias heterotróficas alcanzaron mayor densidad poblacional en SD que en SC. Al aumentar la profundidad del perfil, disminuye el sustrato orgánico y también la actividad microbiana (Comfort et al, 1994). La biomasa microbiana, los microbios aeróbicos, los anaeróbicos facultativos, y los denitrificadores son más abundantes en la porción superficial de los suelos sujetos a diferentes sistemas de labranza

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reducida manejados con diferentes cultivos y sistemas de rotación en comparación con la SC (Linn y Doran, 1984; López-Fando y Bello Pérez, 1998). Los rastrojos de los cultivos, los residuos de los cultivos de cobertura o los abonos orgánicos también influyen en la composición de las poblaciones microbianas. En tal sentido, fue demostrado que el agregado de rastrojo incrementó en más del doble poblaciones de bacterias, actinomicetes y hongos de la superficie del suelo (Doran, 1980).

Las enzimas del suelo provienen tanto de las plantas como de los microbios y pueden ser externas a las células, inmovilizadas en los coloides del suelo, o estar presentes en la microflora del suelo. Algunas enzimas hidrolíticas con importancia potencial para el metabolismo de los herbicidas en el suelo incluyen amidasas, esterasas, fosfatasas, arilsulfatasas, y ureasas (Locke y Bryson, 1997). Gaynor (1992) demostró que la esterasa está involucrada en la hidrólisis del éster de diclofop-metil hacia la forma de ácido libre. Las esterasas y desidrogenasas son también indicadoras de la actividad microbiana, mientras que enzimas como las fosfatasas y sulfatasas están relacionadas al ciclo de algunos nutrientes.

Las condiciones favorables para el desarrollo microbiano o la acumulación de carbono orgánico influyen en la actividad enzimática del suelo. Ha sido citado para una amplia variedad de sistemas de cultivo que la actividad de las desidrogenasas, ureasas, esterasas, fosfatasas, arilsulfatasas, invertasas, y amidasas fue superior en la superficie de suelos con diferentes tipos de labranzas reducidas que en suelos con SC (Locke y Bryson, 1997).

Los diferentes tipos de residuos vegetales así como de fertilizantes o abonos verdes, poseen diferente efecto sobre la actividad enzimática del suelo. Asimismo, los niveles de actividad enzimática son estacionales debido a su fuerte dependencia de la temperatura, humedad y nivel de sustrato orgánico. Esto a su vez es variable para los diferentes tipos de enzimas como fue demostrado para las fosfatasas y ureasas (Breakwell y Turco, 1989).

2.2. Interacción de los herbicidas con el suelo. El comportamiento ambiental de una sustancia plaguicida está regido por procesos que

pueden disminuir la cantidad original aplicada (Figura 5). Antes de que el plaguicida alcance el suelo, puede degradarse por fotodescomposición, volatilizarse y puede ser adsorbido por las hojas del vegetal o rastrojo en superficie. Una vez que entra al suelo, el plaguicida se reparte entre las fases sólida, gaseosa y líquida, y es en esta última en la cual ocurren la degradación química y microbiana, que es el proceso más importante para la mayoría de los plaguicidas. En la fase sólida se adsorben con diferente fuerza en lugares de enlace de los coloides orgánicos e inorgánicos del suelo (materia orgánica y arcillas). El transporte de solutos a través del suelo se produce por medio del flujo del agua y está fuertemente influenciado por la adsorción (Richter et al., 1996).

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Figura 5. Comportamiento de los plaguicidas en el suelo (adaptado de Comfort et al, 1994).

fotodescomposición

escurrimiento

volatilización

absorción por plantas

reacciones químicas

adsorción

desorción

microorganismos

lixiviación

coloides del suelo

agua subterránea

La presencia de los plaguicidas en el agua subterránea se debe principalmente a la

lixiviación a través del suelo, la cual es de mayor intensidad para compuestos de naturaleza aniónica tal como los nitratos, por lo que su presencia en acuíferos no causa sorpresa (Flury, 1996). Sin embargo, varios plaguicidas con menor movilidad que aquéllos han sido detectados en el agua. Si bien en algunos casos se puede responsabilizar al uso inadecuado o accidental como causa de presencia de los plaguicidas en el agua subsuperficial, parecería que la contaminación de los acuíferos es más el resultado de aplicaciones convencionales a campo y su posterior lixiviación a través del suelo (Ritter, 1990).

El destino de un plaguicida en el ambiente edáfico está gobernado por los procesos de retención, transformación y transporte así como por su interacción (Cheng, 1990). La retención es la consecuencia de la interacción entre el plaguicida y la superficie de las partículas del suelo y es descripta como adsorción. Puede ser reversible retardando el movimiento o irreversible impidiéndolo y afectando también la disponibilidad para las plantas o microorganismos o para la transformación biótica o abiótica. La retención es un proceso físico sin cambio en la naturaleza química de la molécula.

Los procesos de transformación química pueden ser catalizados por los constituyentes del suelo o inducidos fotoquímicamente. La mayoría de los plaguicidas son transformados

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principalmente por procesos bioquímicos a través de los microorganismos del suelo con cambios en la molécula hacia formas más simples que pueden ser de igual, menor o mayor toxicidad que la original, lo cual determina bajo qué forma y durante cuánto tiempo estarán presentes los plaguicidas en el suelo. En cambio, los procesos de transporte determinan el lugar dónde se presentarán los plaguicidas. La volatilización lleva el plaguicida hacia la atmósfera; el escurrimiento hacia las superficies de agua y la lixiviación hacia las aguas subterráneas.

Para determinar el comportamiento en el suelo de un plaguicida, se debe evaluar la dinámica de los procesos como de los efectos combinados (Cheng, 1990). Factores del plaguicida, del suelo, los microoganismos, y climáticos, deberían considerarse a fin de tener un conocimiento más certero del comportamiento de un plaguicida en el ambiente edáfico.

2.2.1. Comportamiento de los herbicidas en SD. Tanto los herbicidas que ejercen su acción en el suelo como aquellos de acción

postemergente que indirectamente alcanzan el mismo, ven alterado su comportamiento por las condiciones del sistema de SD (García Torres, 1998).

Existen características del suelo tales como el contenido de carbono orgánico, el pH, la textura, el nivel de nutrientes, la humedad del suelo, y las poblaciones microbianas que juegan un papel importante en la interacción de los herbicidas con el ambiente edáfico. La mayoría de estas propiedades están muy influenciadas por los sistemas de manejo llevados a cabo en un ambiente en particular. Debe tenerse en cuenta que los residuos vegetales acumulados sobre la superficie del suelo se transforman a través del tiempo en un complejo material rico en lignina y esencialmente en sustancias húmicas estables. La duración de una condición particular de manejo es por lo tanto un factor importante que influye en la magnitud del cambio observado en el ecosistema edáfico (Locke y Bryson, 1997).

Entre los procesos relacionados a la interacción entre el herbicida y el suelo-residuos de plantas se encuentran la intercepción, adsorción, degradación, transporte vertical (lixiviación), transporte horizontal (escurrimiento), absorción por las plantas y rizósfera y volatilización. Debe distinguirse entre términos como: degradación que resulta de una transformación química o microbiana del herbicida, persistencia que se refiere a la longevidad de cantidades medibles de los herbicidas en el suelo, y la residualidad (carryover ) que aquí la referiremos solamente como aquella concentración de herbicida en el suelo que resulta fitotóxica a los cultivos siguientes. En lo referente al término retención, también llamado sorción, comprende a los procesos de adsorción y absorción. La adsorción implica la unión de un plaguicida a la superficie de un residuo o partícula de suelo, mientras que la absorción resulta de la penetración el plaguicida dentro de la matriz del suelo o residuo vegetal.

a) Intercepción del herbicida por los residuos a.1) Retención Una gran proporción de los herbicidas aplicados en los sistemas de SD es interceptada

por las malezas, residuos o cultivos. La intensidad o fuerza con la que es retenido el herbicida depende de varios factores entre los que se cuentan el tipo de herbicida y la formulación del mismo, las especies de plantas presentes (malezas y cultivos), el estado de crecimiento de las plantas, el residuo (especie de origen, volumen y cobertura del mismo). Todos estos factores influyen en la cantidad de herbicida que será liberada posteriormente para ser depositada en el suelo, teniendo por lo tanto un efecto directo sobre el control residual de malezas e indirecta sobre su impacto ambiental.

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Los residuos de plantas como ya se expresó, pueden interceptar herbicidas aplicados tanto al follaje (postemergentes) como al suelo (residuales). Los residuos poseen en general mayor grado de retención que el suelo (Dao 1991; Locke et al 1994; Reddy et al 1995b), estando el grado de retención del herbicida en el residuo en relación inversa con el incremento de polaridad de este último (Locke et al 1995).

Los rastrojos en los sistemas de SD están formados principalmente por las malezas y los residuos del cultivo anterior, por lo tanto la calidad y cantidad de los residuos variarán de acuerdo al intervalo de tiempo que medie entre la desecación y la aplicación de los herbicidas preemergentes (Wagger 1989), condicionando por lo tanto el grado de retención del herbicida (Locke y Bryson 1997). Para el caso de metribuzin (Dao 1991) y clorimuron (Reddy et al 1995b) se determinó que se producía mayor retención cuando se aplicaban sobre residuos más descompuestos. Esto se atribuyó, en el caso de metribuzin a un incremento en la fracción de lignina en relación con la celulosa del rastrojo de trigo. Por el contrario, Sigua et al (1993) encontraron que aplicando atrazina sobre un rastrojo recientemente cosechado compuesto por malezas, la retención era mayor que sobre residuos de mayor edad compuestos por malezas y maíz. En general, los plaguicidas son atraídos más fuertemente por la vegetación viva o recientemente cosechada que por los residuos del año previo.

En la Tabla 4 se presentan resultados de diversos autores para varios herbicidas aplicados sobre diferentes cargas de residuos de trigo o maíz. Del análisis de los datos surge una tendencia general por la cual el grado de retención del herbicida aplicado se incrementa con el aumento del volumen o cobertura del rastrojo presente. Dependiendo de la cantidad y tipo de residuo y del herbicida en cuestión los valores de retención encontrados oscilan entre 14 y 99%.

Tabla 4. Proporción de herbicida retenido por los residuos en siembra directa.

Residuo Cantidad o cobertura del residuo (kg/ha o %)

Herbicida Intercepción por el residuo (%)

Referencia

Trigo

2250, 8900 kg

metribuzin

55, 99

Banks y Robinson, 1982

Trigo 2250, 4480, 6720, 9000 oryzalin 53, 74, 84, 82 Banks y Robinson, 1984 Trigo 6400 kg trazina 60 Ghadiri et al, 1984 Trigo 1700, 3400, 5100, 6800 kg metolacloro 50, 67, 93, 88 Crutchfield et al, 1985 Trigo 1120, 2240, 4480, 6720 kg acetoclor 50, 70, 90, 99 Banks y Robinson, 1986 Trigo 1120, 2240, 4480, 6720 kg alaclor 57, 66, 93, 98 Banks y Robinson, 1986 Trigo 1120, 2240, 4480, 6720 kg metolacloro 50, 83, 93, 99 Banks y Robinson, 1986 Trigo 4410, 1920 kg/ha clomazone 45, 41 Mills et al , 1989 Maíz 3160 (48%), 6240 (65%), 9400 kg (77%) alaclor 46, 70, 80 Johnson et al, 1989 Trigo 1700, 3400, 5100, 6800 kg metolacloro 14-50, 55-67,

53-93, 83-88 Wicks et al, 1994

Las cantidades interceptadas por los residuos varían también con los tipos de

formulaciones. En tal sentido, Johnson et al (1989) determinaron que una formulación granulada de alaclor fue menos retenida por diferentes cargas de residuos de maíz que las formulaciones líquidas (concentrado emulsionable o microencapsulado).

Debe tenerse en cuenta que la retención de los herbicidas en el residuo es transitoria, dependiendo fundamentalmente de las lluvias posteriores a la aplicación. En general se ha establecido que la cantidad de herbicida que alcanza el suelo luego de su aplicación depende de la cantidad y momento de ocurrencia de las lluvias (Martin et al, 1978; Shipitalo et al, 1990), siendo particularmente de gran importancia la primera lluvia postaplicación tal como fue demostrado para atrazina (Isensee y Sadeghi, 1994).

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a.2) Eficacia herbicida La sorción de un herbicida al rastrojo puede volverlo menos efectivo al separarlo del

suelo en donde debería activarse para inhibir la emergencia de malezas. El nivel de residuos sobre la superficie del suelo ha sido citado en algunos casos que puede afectar el comportamiento de los herbicidas (Buhler, 1992; Erbach y Lovely, 1975; Kells et al, 1980). Al respecto, Sanchez (1997) encontró que la eficacia de flumioxazin para el control de chinchilla en soja, aplicado en preemergencia del cultivo y la maleza, disminuyó significativamente (medida en número de individuos por m-2 y peso seco de la maleza) cuando la cantidad de residuos de maíz aumentó de cero a 3260 ó 6530 kg de materia seca ha-1. Para cada una de las cantidades de residuos referida la cobertura del rastrojo fue de 60 y 83% respectivamente. Se debe destacar que esa cantidad de residuos, en ese mismo experimento, no afectó significativamente la eficacia de flumetsulam o metribuzin para el control de la misma maleza. También se ha demostrado que la intercepción de varios herbicidas de la familia de las amidas en un rastrojo de trigo redujo el control de malezas (Banks y Robinson, 1986). En el caso de imazapir e imazetapir, Mills y Witt (1989) determinaron que el control de varias malezas anuales en SC fue similar o superior que en SD. Mientras que con escasas lluvias postaplicación el control de malezas en SD fue generalmente igual o mayor que en SC. Mueller y Hayes (1997) encontraron que con excepción de pendimetalin, varios herbicidas preemergentes (acetoclor, alaclor, dimetenamida y metolacloro) presentaron menor persistencia de control de malezas, medida en los días necesarios para obtener un control <80%, en SD que en SC (Figura 6). Sin embargo, Crutchfield et al (1985) determinaron que si bien la cantidad de metolacloro en el suelo luego de la aplicación fue disminuida por los residuos, el control de malezas no fue reducido, incrementándose con el aumento de la cantidad de residuos.

0 10 20 30 40 50 60 70

Días

alaclor

metolacloro

dimetenamida

pendimetalin

acetoclor

Figura 6. Días desde la aplicación hasta que el control disminuya a <80% (adaptado de Mueller y Hayes, 1997)

SD SC

b) Retención del herbicida en el suelo y residualidad La sorción de los herbicidas en el suelo está condicionada fuertemente por el contenido

de materia orgánica y su composición. Diferentes autores han comparado la sorción de los herbicidas en suelos sometidos a SC y SD (Locke 1992; Locke y Zablotowicz 1993; Locke et al. 1995; Reddy et al. 1995b). En dichos trabajos, se encontró, por lo general, una mayor capacidad de sorción en los suelos bajo SD, lo cual fue atribuido a las mayores cantidades de carbono orgánico de esos suelos mas que a una mayor afinidad con los componentes

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orgánicos de los mismos. La composición de las sustancias orgánicas del suelo puede también afectar la sorción. Stearman et al. (1989) determinó para metribuzin y oxifluorfen, que la sorción estuvo más relacionada con las cantidades de ácidos húmicos y fúlvicos que con el contenido total de carbono orgánico del suelo. En el mismo trabajo, el autor encontró que los suelos laboreados contenían mayor proporción de carbono total bajo la forma de ácidos fúlvicos y húmicos, mientras que los suelos sin laboreo presentaban mayor proporción de humina.

El pH del suelo y el contenido de carbónico orgánico pueden interactuar e influir sobre la sorción en suelos manejados con residuos vegetales. Al incrementarse la acidez superficial en estos suelos puede producirse una mayor adsorción de algunos herbicidas tales como las triazinas y triazinonas que son bases débiles, las cuales adquieren carga positiva al protonarse cuando el pH disminuye. Otros grupos de herbicidas que son acídicos tales como los ácidos carboxílicos y las sulfonilureas también dependen del pH en cuanto a la adquisición de carga y por consiguiente influye en su adsorción en el suelo (Locke y Bryson 1997).

En lo referente a residualidad, el incremento de la actividad microbiana asociado con los residuos vegetales puede también incrementar el metabolismo de los herbicidas y su posterior detoxificación. Algunos herbicidas son resistentes a los procesos de degradación y aún en dosis bajas pueden ser muy persistentes y dañar a los cultivos. En los sistemas con mínimo laboreo o SD se han encontrado resultados que marcan una mayor incidencia por residualidad que en SC (Kells et al., 1990). Variables climáticas como la temperatura y la precipitación interactuan con las variables de manejo produciendo un comportamiento específico del herbicida para cada situación. Los efectos de residualidad pueden ser más evidentes en situaciones de climas más fríos o secos debido a que el metabolismo del herbicida es más lento y la precipitación no remueve físicamente el herbicida (Locke y Bryson, 1997).

Si bien no existen trabajos con suelos de la región que comparen la residualidad de hebicidas en SD y SCA, en la Figura 7 se presenta, a modo orientativo, la residualidad de diversos herbicidas (atrazina, clorimuron, metribuzin, metsulfuron, simazina y trifluralina) en dos suelos del sudeste de la provincia de Buenos Aires bajo SC (suelo de Balcarce con 5-7% de materia orgánica; suelo de San Cayetano con 3-4% de materia orgánica) (Bedmar et al, 2000). Las diferentes residualidades encontradas fueron atribuídas a: 1) diferencias de solubilidad y coeficiente de partición en carbono orgánico (Koc) de los herbicidas; 2) diferencias en contenido de materia orgánica y pH de los suelos; 3) variaciones de las dosis de los herbicidas.

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Figura 7. Residualidad de herbicidas en dos suelos del sudeste bonaerense en SC.

0 50 100 150 200 250

trifluralina

metsulfuron

metribuzin

clorimuron

atrazina

Días desde la aplicación

BalcarceSan Cayetano

c) Persistencia del herbicida en el suelo. En el sistema de SD, la presencia de residuos de plantas y de un mayor contenido de

carbono orgánico puede incrementar el tiempo de residencia en el suelo de un herbicida debido a que se produce una mayor retención del mismo. Ha sido reportado para atrazina que la degradación inicial fue más rápida con sistemas de labranzas reducidas, pero la retención en la superficie del suelo produjo mayores concentraciones del herbicida después de 5 años de la aplicación (Bauman y Ross, 1983). En otras situaciones la retención por los residuos vegetales y los componentes del suelo en la superficie del mismo incrementó su exposición y de esta manera la volatilización y fotodescomposición u otros procesos de degradación, disminuyendo así la persistencia (Mills et al, 1989; Thelen et al, 1988). La vida media, tiempo requerido para que el 50% de la cantidad aplicada de un plaguicida se descomponga en otros productos, se toma como indicativo de la persistencia de un plaguicida en el suelo. En la Tabla 5 se presenta la vida media de algunos herbicidas aplicados en sistemas de SD y SC. En comparación con los datos disponibles en bibliografía para SC, pocas diferencias existen con la vida media reportada en SD.

Tabla 5. Vida media de diversos herbicidas aplicados en SD o SC.

Vida media (días) Herbicida Siembra

convencional Siembra directa

Referencia

alaclor 15 8-17 Comfort et al (1994); Baker y Johnson (1979)

atrazina 42 50 Ghadiri et al, 1984b clorimuron 13-44 14-82 Baughman et al, 1996 clomazone 18-34 6-16 Mills et al, 1989 imazaquin 22-53 27-33 Mills y Witt (1991) imazetapir 12-40 36-40 Mills y Witt (1991)

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d) Transformación del herbicida en el suelo. Debido a la mayor actividad microbiana y enzimática asociada con suelos con elevados

contenidos de carbono orgánico y residuos acumulados, puede potencialmente facilitarse la degradación y transformación bioquímica de los herbicidas (Locke et al, 1995). Aquellos suelos que recibieron aplicaciones previas de herbicidas pueden desarrollar poblaciones microbianas que poseen mayor potencial de degradación de esos herbicidas (Wagner et al, 1996). El efecto del sistema del sistema de laboreo sobre la degradación microbiana no siempre ha sido claro, en algunos casos se ha observado una aceleración de este proceso (Wagner et al, 1996; Zablotowicz et al, 1993), mientras que en otros ha habido poco o ningún efecto (Locke et al, 1996). La degradación de los herbicidas es tanto dependiente del ambiente edáfico como de las propiedades de los mismos. Si se tiene en cuenta que la sorción a los compuestos orgánicos del suelo puede reducir la vulnerabilidad del herbicida o sus metabolitos a la degradación, el mayor contenido de carbono orgánico del suelo bajo condiciones de SD podría incrementar el grado de protección de los mismos. Por otro lado, en estos sistemas la mayor actividad microbiana puede incrementar el proceso de degradación de algunos metabolitos tal como fue citado para alaclor o metribuzin (Locke et al 1996; Locke y Harper 1991a y 1991b). También es posible que la degradación de los herbicidas hacia formas polares solubles resulte en una mayor movilidad (Jayachandran et al 1994). Generalmente existe una mayor proporción de herbicida no extractable o de metabolitos en sistemas con labranzas reducidas que en SC aunque existen algunas excepciones (Locke y Bryson, 1997). Esto estaría causado probablemente por el mayor contenido de carbono orgánico y de residuos vegetales presentes en aquellos suelos. Las plantas pueden incrementar la degradación de los herbicidas presentes en el suelo a través de la absorción y metabolismo o al catalizar el metabolismo por medio de interacciones con la rizosfera (Hoagland et al 1997).

e) Lixiviación y escurrimiento de los herbicidas En varios trabajos se ha determinado que los herbicidas presentan mayor lixiviación en

suelos bajo diferentes sistemas conservacionistas comparado con SC (Clay et al. 1991; Hall y Mumma 1994; Hall et al. 1989; Isensee y Sadeghi 1994). Tal resultado podría derivarse de la asunción de que en esos sistemas se presenta menor escurrimiento superficial del agua y por lo tanto existiría una mayor cantidad para la infiltración. Asimismo, avalando ésta hipótesis, estudios sobre la presencia de algunos herbicidas en profundidad han determinado que suelos con SC presentaron mayores cantidades de los mismos a nivel superficial en comparación con suelos bajo labranzas conservacionistas (Hall et. 1989; Isensee y Sadeghi 1994). Sin embargo, otros trabajos presentaron resultados contradictorios (Starr y Glotfelty, 1990; Gaynor et al, 1995), que pueden atribuirse a diferencias en los modelos de las precipitaciones y de los flujos, características del flujo preferencial, e intercepción y retención por los residuos de las plantas. El flujo por los macroporos implica el movimiento de la masa del herbicida por los poros de mayor tamaño. El flujo preferencial a través de los macroporos ocurre principalmente durante condiciones de saturación. El contenido inicial de agua del suelo es un factor importante para la lixiviación de los plaguicidas. Las condiciones de humedad inicial y el grado de revestimiento de las paredes internas de los poros con residuos orgánicos determinará en gran parte la susceptibilidad del herbicida a desplazarse mediante este camino (Locke y Bryson 1997). Sigua et al (1995) observaron que al aplicar atrazina en un suelo bajo SD con un estado previo de baja humedad, se producía una menor lixiviación. Existen evidencias que los efectos del contenido inicial de agua dependen de la textura del suelo: bajo condiciones de suelo seco, suelos arenosos tienden a mostrar menor lixiviación,

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mientras que suelos francos o arcillosos muestran mayor lixiviación cuando se exponen a lluvias fuertes brevemente después de las aplicaciones de los plaguicidas (Flury, 1996).

El momento e intensidad de las lluvias también influye sobre el movimiento del herbicida en el flujo preferencial. Por lo general existe mayor movimiento cuando se produce alta intensidad de precipitación y el momento de su ocurrencia es cercano a la aplicación del herbicida (Edwards et al 1992; Isensee y Sadeghi 1995; Shipitalo et al 1990). Por ejemplo, Sigua et al (1995) determinaron que al demorar desde 1 a 14 días el periodo de tiempo entre la aplicación de atrazina y la ocurrencia de una lluvia equivalente a 2 volúmenes de poros e intensidad de 9 mm h-1, se redujo en un 50% la cantidad lixiviada tanto en SD como en SC (Figura 8).

0

10

20

30

40

50

60

Cantidad lixiviada (% de

lo aplicado)

1 3 7 14

Días desde la aplicación a la primera lluvia

Figura 8. Cantidad de atrazina lixiviada desde la superficie del rastrojo en SD y desde la superficie del suelo en SC.

Adaptado de Sigua et al, 1995.

SDSC

Cuando se incrementa la cantidad de residuos de plantas y el área cubierta por ellos, se puede reducir la lixiviación por medio de la intercepción y sorción del herbicida. Si la afinidad del herbicida hacia el residuo vegetal es débil, podría producirse un mayor movimiento del herbicida por lluvias posteriores a su aplicación a través de los macroporos, aunque esto depende de la cantidad e intensidad de las mismas (Shipitalo et al 1990). El tipo de formulación puede influir en el transporte de los plaguicidas a través del suelo (Flury, 1996). Por ejemplo, Buhler et al (1994) determinaron que las formulaciones de liberación lenta o controladas redujeron la lixiviación temprana de alaclor, atrazina y metolacloro una vez aplicados debido a que reducen la cantidad disponible de producto para una lixiviación rápida disminuyendo así el riesgo de flujo preferencial. En lo referente al escurrimiento, la gran mayoría de los trabajos realizados al respecto coinciden en que la presencia de residuos vegetales en la superficie del suelo reduce el movimiento horizontal del agua y los sedimentos (Locke y Bryson 1997). Esto se debe principalmente a que los residuos en el suelo impiden a) el movimiento superficial por un bloqueo físico del mismo, b) poseen gran capacidad de absorción del agua, y c) existe una mayor infiltración a través del flujo preferencial. En varios casos, existen resultados contradictorios en cuanto al efecto de la presencia de residuos sobre la pérdida de herbicidas por escurrimiento. Sin embargo, estas variaciones podrían atribuirse a la variabilidad asociada con las condiciones del lugar, los modelos de las precipitaciones, la

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pendiente del suelo o las propiedades estructurales del mismo (Locke y Bryson 1997; Olson et al, 1998). La intensidad y momento de ocurrencia de las lluvias influyen en gran medida sobre la cantidad de herbicida que se perderá por escurrimiento, siendo los eventos más cercanos a la aplicación del herbicida aquellos que ocasionarán las mayores pérdidas (Brown et al, 1985; Isensee y Sadeghi 1993; Myers et al 1995). Por lo general, el grado de protección contra la pérdida de herbicida por escurrimiento se incrementa con el aumento de la cobertura (Baker et al, 1982; Banks y Robinson 1986). Por último, se debe tener en cuenta que la polaridad de los herbicidas tiene relación con su afinidad con los residuos de las plantas y por lo tanto con su movilidad en el suelo. Los herbicidas aniónicos poseen poca afinidad con las arcillas y la materia orgánica del suelo así como con los compuestos orgánicos cargados negativamente. Tales herbicidas en presencia de agua forman soluciones que pueden transportarse más fácilmente por lixiviación o escurrimiento superficial. Aquellos herbicidas que presentan mayor afinidad por los componentes del suelo o por los residuos vegetales por lo general presentan mayor tendencia a ser transportados por escurrimiento debido a que pueden ser arrastrados con los sedimentos.

f) Volatilización y fotodescomposición de los herbicidas En los sistemas de SD, los residuos vegetales interceptan en proporciones variables a

los herbicidas aplicados, manteniéndolos en la superficie. En tal situación, los herbicidas, dependiendo de las características físicas y químicas de cada activo (Comfort et al, 1994) están vulnerables a la luz solar, altas temperaturas, movimiento del aire y evaporación, todo lo cual favorece la volatilización y fotodegradación (Banks y Robinson 1982; Mills et al 1989). Algunos trabajos determinaron mayores pérdidas de herbicida, antes que se produjeran lluvias luego de su aplicación, en sistemas de labranzas reducidas que en labranza convencional (Thelen et al 1988; Wienhold y Gish 1994). La volatilización puede ser mínima para aquellos herbicidas que presentan una gran afinidad con los residuos vegetales. Sin embargo, para aquellos herbicidas que tengan poca retención en los residuos y presenten alta volatilización, las lluvias posteriores cercanas a la aplicación pueden lavar los herbicidas y llevarlos hasta el suelo en donde los residuos presentes ayudarán a disminuir el riesgo de volatilización (Wienhold y Gish 1994). Los suelos en los sistemas de siembra directa, debido a la presencia de la cobertura vegetal, presentan usualmente menores temperaturas que en siembra convencional y mayor humedad en superficie, factores estos que disminuyen la evaporación y por tanto la volatilización de los herbicidas (Gish et al 1995).

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