Asesinato en la calle Hickory - Agatha Christie

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Una de las mejores novelas de Agatha Christie.

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  • Asesinato la calle Hickory

    Agatha Christi

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  • GUA DEL LECTOR

    En un orden alfabtico convencional relacionamos a continuacin los principales personajes que intervienen en esta obra:

    AKIBOMBO: Estudiante negro.

    AL (Achmed): Estudiante egipcio.

    AUSTIN (Celia): Trabaja en un dispensario.

    BATESON (Leonard): Joven pelirrojo muy corpulento, estudiante de Medicina. COBB: Sargento de polica. CHAPMAN (Nigel): Estudiante de Historia, delgado y de carcter irascible. ENDICOTT: Abogado. FINCH (Sally): Estudiante americana; pelirroja. HALLE (Ren): Estudiante francs. HOBHOUSE (Valerie): Joven morena, empleada en un saln de belleza. HUBBARD: Hermana de la seorita Lemon, GERONIMO: Criado italiano, esposo de la cocinera Mara. JOHNSTON (Elizabeth): Estudiante de las Antillas. GEORGE: Mayordomo de Poirot. LAL (Chandra): Estudiante indio.

    LANE (Patricia)- Estudiante de Arqueologa. LEMON (Felicity): Secretaria de Hercules Poirot MACNABB (Colin): Psiquiatra. MARIA: Cocinera.

    MARICAUD (Genevive): Estudiante francesa,

    NICOLETIS: Dama griega, propietaria de una pensin para estudiantes. POIROT (Hercules): Detective belga. RAM (Gopal): Estudiante indio.

    SHARPE: Inspector de polica

    TOMLINSON (Jean): Una rubia, estudiante en el hospital de Santa Catalina.

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  • CAPTULO I

    Hercules Poirot frunci el ceo. - Seorita Lemon - dijo. - Diga, seor Poirot? - En esta carta hay tres equivocaciones. En el tono de su voz haba un acento de incredulidad, ya que la seorita Lemon, aquella

    mujer falta de atractivos, pero eficiente, jams cometa errores. No estaba nunca enferma, cansada, contrariada ni incorrecta. Es decir, en el aspecto prctico no era una mujer... sino una mquina: la perfecta secretaria. Ella lo saba todo y lo resolva todo. Gobernaba la vida de Hercules Poirot de modo que tambin funcionara como una mquina. Orden y mtodo fueron el santo y sea de Hercules Poirot durante muchos aos. Con George, el perfecto mayordomo, la seorita Lemon, la perfecta secretaria, el orden y el mtodo rigieron siempre su vida. Y ahora que los bollos para el t tenan forma cuadrada en vez de redonda, no poda quejarse de nada.

    Y no obstante, aquella maana la seorita Lemon haba cometido tres errores al escribir a mquina una carta sencillsima y, lo que es ms, ni siquiera se haba dado cuenta de ello, y los planetas seguan su curso!

    Hercules Poirot agit el documento infamante. No estaba disgustado, sino simplemente asombrado. Aqulla era una de esas cosas que no pueden ocurrir... pero que haba ocurrido!

    La seorita Lemon cogi la carta y Poirot la vio enrojecer por primera vez en su vida con un rubor que ti su rostro hasta las races de sus cabellos grises e hirsutos.

    - Dios mo - exclam -. No s cmo ha sido... vaya, s que lo s. Ha sido por culpa de lo de mi hermana.

    - Su hermana? Otra sorpresa. Poirot no haba imaginado nunca que la seorita Lemon tuviera una

    hermana, o unos padres, o tan siquiera abuelos. La seorita Lemon era una mquina tan completa... un instrumento tan preciso... que se haca difcil pensar que pudiera tener afectos, ansiedades o preocupaciones familiares. Era bien sabido que la seorita Lemon, fuera de las horas de trabajo, se entregaba en cuerpo y alma al perfeccionamiento de un nuevo sistema de archivo que iba a ser patentado a su nombre.

    - Su hermana? - repiti por lo tanto Hercules Poirot con una nota de incredulidad en su voz.

    La seorita Lemon asinti con gesto enrgico. - S - repuso -. No creo que le haya hablado nunca de ella. Prcticamente ha pasado

    toda su vida en Singapur. Su esposo se dedicaba a la explotacin del caucho. Hercules Poirot asinti con aire comprensivo. Le pareca muy apropiado que la hermana

    de la seorita Lemon hubiera pasado toda su vida en Singapur. Para eso existan los lugares como Singapur. Las hermanas de las mujeres como la seorita Lemon se casaban con hombres de negocios de Singapur para que las seoritas Lemon pudieran dedicarse a atender los asuntos de sus jefes con cartas para hacer a mquina (y, desde luego, a inventar sistemas de archivo en sus ratos libres).

    - Comprendo - dijo -. Siga usted. Y la seorita Lemon continu: - Se qued viuda har unos cuatro aos. No tiene hijos, y yo consegu encontrarle un

    pisito pequeo, de alquiler razonable... (Claro que slo una seorita Lemon poda conseguir semejante cosa.)

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  • - Cuenta con una posicin razonable... aunque ahora el dinero no valga lo que antes, pero sus gustos no son caros y tiene lo suficiente para vivir cmodamente si tiene cuidado.

    La seorita Lemon hizo una pausa antes de continuar: - Pero la verdad es que se encontraba sola. Nunca ha vivido en Inglaterra y no teniendo

    viejas amistades dispona de mucho tiempo para aburrirse. De modo que har unos seis meses me comunic que pensaba aceptar un empleo.

    - Un empleo? - S, de directora creo que le llaman, o patrona de una Residencia de Estudiantes. La propietaria era una mujer griega, y. deseaba que alguien regentase la Residencia en

    su lugar. Cuidar de la despensa y de que todo marchara sobre ruedas. Es una casa antigua... est en la calle Hickory, no s si la conocer usted.

    Y desde luego Poirot lo ignoraba. - Antes era un barrio distinguido y las casas estn bien construidas. All mi hermana

    podra disponer de un buen dormitorio, saloncito y un pequeo cuarto de bao con una cocinita para ella sola...

    La seorita Lemon hizo otra pausa, y Poirot la mir para alentarla, ya que hasta el momento aquello no pareca precisamente una tragedia.

    - Yo no estaba muy segura, de si sera conveniente que aceptara, pero al fin comprend los argumentos de mi hermana. Nunca ha sido mujer para estarse todo el da con los brazos cruzados, es muy prctica y sabe dirigir... y, desde luego, no tena que arriesgar dinero ni nada por el estilo. Era puramente un empleo retribuido... el sueldo no era muy elevado, pero ella no lo necesitaba, y no exiga gran trabajo fsico.

    Siempre le han agradado las personas jvenes, y habiendo vivido tanto tiempo en el Este comprende las diferencias de raza y las susceptibilidades de la gente. Porque los estudiantes de esta Residencia son de todas las nacionalidades; la mayora inglesa, pero creo que hay tambin algunos negros.

    - Es natural - repuso Hercules Poirot. - Hoy en da, la mitad de las enfermeras de nuestros hospitales son negras - continu la

    seorita Lemon -y tengo entendido que resultan mucho ms agradables y atentas que las inglesas. Pero me estoy apartando de la cuestin. Estuve discutiendo el asunto con mi hermana y al fin acept. Ninguna de las dos apreciamos mucho a la propietaria, la seora Nicoletis, mujer de temperamento incierto, unas veces encantadora, y otras, lamento decirlo, todo lo contrario - y adems con poco sentido prctico. De haber sido una mujer competente no hubiera necesitado ayuda. Mi hermana no se deja impresionar por las intemperancias y extravagancias de nadie.

    Sabe llevarse bien con cualquiera y no soporta las tonteras. Poirot asinti, y por la descripcin de la seorita Lemon iba formando en su mente una

    imagen de la hermana de su secretaria... una seorita Lemon dulcificada por el matrimonio y el clima de Singapur, pero al mismo tiempo una mujer con el mismo sentido comn y entereza.

    - Su hermana acept el empleo? - le pregunt. - S. Se traslad, al nmero veintisis de la calle Hickory har unos seis meses, y en

    conjunto le agrad su trabajo, encontrndolo interesante. Hercules Poirot segua escuchando. Hasta entonces las aventuras de la hermana de la

    seorita Lemon resultaban insustanciales. - Pero desde hace algn tiempo est muy atormentada. Terriblemente atormentada. - Por qu? - Pues ver usted, seor Poirot, no le gustan las cosas que estn ocurriendo. - Hay estudiantes de ambos sexos? - pregunt Poirot con delicadeza.

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  • - Oh, no, seor Poirot, no me refiero a eso! Uno siempre est preparado para esta clase de contratiempos, casi son de esperar. No, sabe usted?... han estado desapareciendo cosas.

    - Desapareciendo? - S. Y unas cosas tan extraas... y de una manera tan poco natural. - Al decir que han estado desapareciendo cosas, se refiere a que fueron robadas? - S. - Avisaron a la polica? - No. Todava no. Mi hermana espera que no sea necesario. Aprecia a esos jvenes...

    es decir, a algunos de ellos, y a fin de no agravar la cuestin, preferira arreglar las cosas por s misma.

    - S - dijo Poirot, pensativo-; lo comprendo. Pero eso no explica, si me permite decirlo, su propia inquietud, que yo he tomado por un reflejo de la preocupacin de su hermana.

    - Me desagrada esta situacin, seor Poirot. No me gusta nada. Me es imposible sustraerme a la idea de que est ocurriendo algo que no comprendo. Los hechos no parecen tener explicacin lgica...

    Poirot asinti con aire pensativo. El punto flaco de la seorita Lemon habla sido siempre su imaginacin. Careca de ella por completo. En los interrogatorios sobre hechos concretos era invencible, pero en las conjeturas se vea perdida.

    - Se trata de hurtos insignificantes? Obra de un cleptmano tal vez? - No lo creo. Le algo sobre ese tema en la Enciclopedia Britnica, y en un libro de

    medicina - dijo la sensata seorita Lemon -. Pero no qued convencida. Hercules Poirot guard silencio durante todo un minuto y medio. Deseaba explicarse la razn de las preocupaciones de la hermana de la seorita

    Lemon e imaginarse las pasiones y disgustos que puedan tener por escenario una pensin polglota? Era muy molesto que la seorita Lemon cometiera errores en sus cartas, y se dijo que si se entrometa en aquel asunto sera por aquella razn. No quiso admitir que haba estado preocupadsimo ltimamente, y que la misma trivialidad del caso era lo que le atraa.

    El perejil se hunde, en la mantequilla en un da caluroso - murmur para s. - Perejil? Mantequilla? - La seorita Lemon le mir extraada. - Es una cita de uno de nuestros clsicos - dijo -. Usted sin duda alguna conocer las

    aventuras, las hazaas de Sherlock Holmes. - Se refiere a la calle Baker y todo eso? - replic la seorita Lemon -. Los hombres

    mayores son tan tontos! Pero as son todos. Igual que las locomotoras de juguete con que siguen jugando. No puedo decir que haya tenido tiempo de leer ninguna de esas historias. Cuando tengo tiempo para leer, lo cual no ocurre a menudo, prefiero otra clase de libros.

    Hercules Poirot inclin la cabeza graciosamente. - Qu le parecera seorita Lemon, si invitara a su hermana a tomar alguna cosa... tal

    vez el t de la tarde? Quiz yo pudiera prestarle alguna ayuda. - Es usted muy amable, seor Poirot. Muy amable. Mi hermana tiene todas las tardes

    libres. - Entonces, maana... si puede usted arreglarlo. Y a su debido tiempo el fiel George recibi instrucciones para preparar una merienda de

    bocadillos simtricos, bollitos cuadrados y con mucha mantequilla, y otros complementos de un esplndido t ingls.

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  • CAPTULO II

    La hermana de la seorita Lemon, cuyo nombre era seora Hubbard, tena un marcado parecido con ella. Era ms rolliza, de tez amarilla, e iba peinada con coquetera, siendo menos brusca en sus ademanes. Pero los ojos que le contemplaban desde aquel rostro redondo y amable tenan la misma astuta mirada que los de la seorita Lemon detrs de los lentes de pinza.

    - Es usted muy amable, seor Poirot - le deca en aquel momento -. Muy amable. Creo que he comido ms de lo que debiera... bueno, tal vez otro bocadillo... T? Bueno. Slo media taza. Es un t delicioso.

    - Primero - dijo Poirot - terminemos de merendar... y luego hablaremos. Y sonriendo amistosamente se retorci el bigote mientras la seora Hubbard responda: - Sabe que resulta usted exactamente igual a como le haba imaginado por la

    descripcin de Felicity? Al cabo de un momento de extraeza, Poirot comprendi que Felicity era el nombre de

    la severa seorita Lemon, y respondi que no hubiera esperado menos, dada la eficiencia de su secretaria.

    - Desde luego - dijo la seora Hubbard, cogiendo otro bocadillo -. Felicity nunca se ha molestado por los dems. Yo s. Y por eso estoy angustiada.

    - Puede explicarme exactamente qu es lo que le preocupa? - S. Sera muy natural que se llevaran dinero... pequeas sumas... un poco aqu, otro

    de all... Y si se trata de joyas lo encontrara lgico; no es que quiera justificarlo... pero sera lgico, un signo de cleptomana o mala fe. Pero voy a leerle una lista de las cosas que fueron robadas, y que he anotado en un papel.

    La seora Hubbard abri su bolso, del que extrajo una pequea libreta de notas. Ley la lista:

    Un zapato de noche (de un par recin estrenado). Una pulsera (de bisutera). Un anillo con un brillante (que fue encontrado en un plato de sopa). Polvos compactos. Un lpiz para labios. Un estetoscopio. Unos pendientes. Un encendedor. Unos pantalones viejos de franela. Bombillas elctricas. Una caja de bombones. Una bufanda de seda (que se encontr hecha pedazos). Una mochila (dem). cido brico. Sales de bao. Un libro de cocina.

    Hercules Poirot exhal un profundo suspiro. - Curioso - dijo -, y muy... muy atrayente. Y como absorto en sus pensamientos mir el rostro severo y ceudo de la seorita

    Lemon y luego el amable y preocupado de la seora Hubbard.

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  • - La felicito - dijo con calor, dirigindose a esta ltima. - Pero, por qu, seor Poirot? - La felicito por tener un problema bonito y nico. - Bueno, para usted tal vez tenga sentido, seor Poirot, pero... - Para m no lo tiene en absoluto. Y slo me recuerda un juego al que me obligaron a

    jugar unos amigos jvenes durante las vacaciones de Navidad. Creo que se llamaba La Dama de los Tres Cuentos. Cada persona, por turno, deca la siguiente frase: Fui a Pars y compr ... , agregando algn artculo. La siguiente lo repeta aadiendo otro, y el objeto del juego era recordar los artculos en el orden que eran enumerados. Algunos de ellos debo confesar que eran ridculos. Una pastilla de jabn, un elefante blanco, una mesa con patas de madera, un nade americano... la dificultad en recordarlos resida, claro est, en la diversidad de objetos y en que stos no tuvieran relacin alguna entre s. Y cuando se haban mencionado una docena resultaba casi imposible enumerarlos en el orden debido. Cada equivocacin se castigaba con un cuerno de papel y el participante deba continuar el recitado la vez siguiente diciendo: Yo, una dama con un cuerno, fui a Pars, etctera. Cuando se tenan tres cuernos se perda el juego y el ltimo que quedaba era el ganador.

    - Estoy segura que debi ganar usted, seor Poirot - dijo la seorita Lemon con la acostumbrada devocin de una empleada leal.

    Poirot se sinti halagado. - Pues s, gan yo - repuso-; y por los ms diversos objetos que puede usted imaginar,

    y gracias a un truco ingenuo, que es ste: uno se dice mentalmente Con una pastilla de jabn lav a un gran elefante blanco de mrmol blanco que estaba sobre una mesita con patas de madera ... , etctera, etctera.

    La seora Hubbard dijo con respeto: - Tal vez pueda hacer lo mismo con esa lista de cosas. - Sin duda alguna. Una seora con un zapato en el pie derecho se coloca la pulsera en

    el brazo izquierdo. Luego se pone polvos y se pinta los labios, y al bajar a cenar se le cae el anillo en la sopa, etctera... De este modo podra recordar toda su lista; pero no es eso lo que buscamos. Por qu fue robada una coleccin de objetos tan diversos? Se esconde algn propsito detrs de todo esto? Alguna idea fija? Primeramente tenemos que proceder al anlisis. Lo primero que hay que hacer es estudiar la relacin de objetos con sumo cuidado.

    Se hizo un silencio mientras Poirot se aplicaba al estudio. La seora Hubbard le observ con la atencin de un nio que contempla a un malabarista esperando ver aparecer un conejo o cintas de colores. La seorita Lemon, sin impresionarse, se dispuso a considerar las caractersticas de su sistema de archivo.

    Cuando al fin habl Poirot, la seora Hubbard peg un respingo. - Lo primero que me sorprende es esto - dijo el detective -. De todas las cosas

    desaparecidas, la mayora son de escaso valor (el de algunas es casi nulo) con la excepcin de dos... un estetoscopio y un anillo con un brillante. Dejando el estetoscopio aparte, de momento quisiera concentrarme en particular en el anillo. Usted dice que era de valor... De cunto?

    - Pues... no sabra decirlo exactamente. Era un solitario con un pequeo grupo de diamantitos en la parte de arriba y en la de abajo. Haba sido el anillo de prometida de la madre de la seorita Lane, segn tengo entendido. Tuvo un gran disgusto cuando desapareci, y todos nos alegramos cuando fue encontrado aquella misma noche en el plato de sopa de la seorita Hobhouse. Todos pensamos que se trataba de una broma de mal gusto.

    - Y eso puede haber sido. Pero yo considero que el robo del anillo y su devolucin son significativos. Si desaparece un lpiz para los labios, una polvera, o un libro... no es motivo

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  • suficiente para llamar a la polica. Pero si se trata de un anillo de brillantes, es distinto. Cabe la posibilidad de que se d parte a la polica y por eso lo devolvieron.

    - Pero, por qu cogerlo para devolverlo luego? - pregunt la seorita Lemon. - Por el momento dejaremos las preguntas - replic Poirot -. Ahora estoy ocupado en

    clasificar estos robos, y he empezado por el anillo. Quin es esa seorita Lane a quien le fue robado?

    - Patricia Lane? Es una joven muy simptica que estudia para diplomarse, o como lo llamen, en Historia, Arqueologa o algo por el estilo.

    - Goza de buena posicin? - Oh, no. Tiene algo de dinero, pero siempre vigila sus gastos. El anillo, como ya le he

    dicho, perteneca a su madre. Tena una o dos joyas bonitas, pero no se hace muchos vestidos nuevos y ltimamente ha dejado de fumar.

    - Cmo es? Descrbamela a su modo. - Pues creo que es mestiza. De aspecto limpio y pulcro, tranquila y educada, pero no

    tiene un temperamento animado. Es lo que podramos llamar una... bueno, una chica muy formal.

    - Y la sortija apareci en el plato de la seorita Hobhouse. Quin es la seorita Hobhouse?

    - Valerie Hobhouse? Es una muchacha morena e inteligente que tiene una manera de hablar muy sarcstica. Trabaja en un saln de belleza. En Sabrina Fair... supongo que lo habra odo nombrar.

    - Y esas dos jvenes, son amigas? La seora Hubbard reflexion unos instantes. - Yo creo que s. No tienen mucho que ver la una con la otra. Patricia se lleva bien con

    todo el mundo, sin ser precisamente simptica ni nada de eso. Valerie Hobhouse tiene enemigos por su lengua... pero va tirando, no s si me comprende.

    - Creo que s - replic Poirot. De modo que Patricia Lane era agradable, pero aburrida, y Valerie Hobhouse tena

    personalidad. Hizo un resumen de la lista de robos. - Lo que me choca es las distintas categoras que representan. Hay pequeos hurtos

    que podran tentar a una joven vanidosa y falta de dinero: el lpiz para los labios, las joyas de bisutera, los polvos compactos... sales de bao... y tal vez la caja de bombones. Luego tenemos el estetoscopio, un robo ms propio de un hombre que sabra dnde venderlo o empearlo. De quin era?

    - Del seor Bateson. Un joven corpulento y simptico. - Estudiante de medicina? - S. - Se enfad mucho? - Se puso lvido, seor Poirot. Tiene uno de esos temperamentos inflamables... que de

    momento dicen cualquier cosa, pero se les pasa pronto. No es de los que soportan con calma que nadie toque sus cosas.

    - Y otros s? - Pues s; el seor Gopal Ram, uno de nuestros estudiantes indios, sonre suceda lo

    que suceda. Alza la mano diciendo que las posesiones materiales no tienen importancia... - Le han robado alguna cosa a l? - No. - Ah! A quin pertenecan los pantalones de franela? - Al seor Macnabb. Eran muy viejos y cualquiera los hubiera dado ya a un trapero,

    pero el seor Macnabb tiene gran apego a sus trajes viejos y nunca tira nada. - De modo que llegamos a las cosas que no parecen dignas de ser robadas...:

    pantalones viejos de franela, bombillas elctricas, cido brico, sales de bao... y un libro

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  • de cocina. Pueden ser importantes, pero lo ms probable es que no lo sean. El cido brico tal vez fue cogido por error, alguien pudo haber quitado una bombilla pensando volverla a poner y se olvid de hacerlo... y el libro de cocina pudo cogerlo alguien prestado y luego no devolverlo. Alguna mujer de la limpieza pudo llevarse los pantalones de franela.

    - Las que empleamos son de confianza. Estoy segura de que ninguna hubiera hecho una cosa as.

    - De acuerdo. Luego est el zapato de noche, nuevo, segn tengo entendido... A quin perteneca?

    - A Sally Finch. Es una muchacha americana que vino a estudiar aqu gracias a una beca que gan en Fullgriht, no hace mucho.

    - Est usted segura de que el zapato no se le perdi? No puedo imaginar para qu pueda nadie querer un zapato desparejado.

    - No se extravi, seor Poirot. Lo buscamos por todas partes. La seorita Finch iba a una fiesta vestida de etiqueta, como dice ella.... en traje de noche diramos nosotros... y los zapatos le eran de vital importancia... eran los nicos que tena para semejante ocasin.

    - Y se disgust ... S, s, me pregunto... tal vez eso tenga algo que ver ... Guard silencio por espacio de unos minutos y luego continu: - Y an quedan otras dos cosas ...: una mochila, hecha pedazos y una bufanda de seda

    en el mismo estado. Aqu tenemos algo que no denota vanidad, ni provecho... sino una venganza deliberada. De quin era la mochila?

    - Casi todos los estudiantes la tienen... todos van a menudo de excursin, ya sabe. Y la mayora de mochilas son iguales, y compradas en el mismo sitio; de modo que resulta difcil distinguirlas; pero parece casi seguro que sta perteneca a Leonard Bateson o a Colin Macnabb.

    - Y la bufanda que tambin apareci hecha tiras, de quin era? - De Valerie Hobhouse. Se la regalaron por Navidad. Era de color verde esmeralda y de

    muy buena clase. - De la seorita Hobhouse... ya. Poirot cerr los ojos. Lo que vea mentalmente era ni ms ni menos que un

    calidoscopio. Trozos de bufandas y mochilas, libros de cocina, lpiz para labios, sales de bao y nombres y caricaturas de extraos estudiantes. Todo sin conexin ni forma.

    Incidentes sin ilacin y personas girando en el espacio. Pero Poirot saba muy bien que en alguna parte y de algn modo deba formarse un dibujo ordenado. O tal vez varios.

    Cada vez que uno mueve un calidoscopio obtiene un dibujo distinto... y uno de ellos sera el acertado.

    Lo difcil era por dnde empezar. Abri los ojos. - Es un asunto que requiere reflexin. De veras. Mucha reflexin. - Oh, estoy segura de ello, seor Poirot - asinti la seora Hubbard muy seria -. Y no

    quisiera molestarle... - No me molesta. Estoy extraado. Pero mientras reflexiono podemos empezar por el

    lado prctico. Por el zapato... s, podemos empezar por ah, seorita Lemon. - Diga, seor Poirot? - La seorita Lemon dej a un lado sus sistemas de archivo y fue

    automticamente en busca de una libreta de notas y un lpiz. - Quiz la seora Hubbard pueda recuperar el zapato desaparecido. Pregunte en el

    puesto de polica de la calle Baker, en la estacin de objetos perdidos. - Cundo desapareci ... ? La seora Hubbard reflexion unos instantes. - Pues, no puedo recordarlo exactamente, seor Poirot. Tal vez har unos dos meses.

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  • No puedo precisarlo. Pero quiz Sally recuerde la fecha de la fiesta. - S. Bueno... - se volvi de nuevo a la seorita Lemon. - No es necesario que precise. Diga que olvid el zapato en un tren Inner Circle... que

    es lo ms probable, pero que tambin pudo ser en cualquier otro tren. O tal vez en un autobs. Cuntos hay en los alrededores de la calle Hickory?

    - Slo dos, seor Poirot. - Bien. Si no obtiene ningn resultado en la calle Baker, pruebe en Scotland Yard y diga

    que se lo dej olvidado en un taxi. - Lambeth - le corrigi la seorita Lemon. Poirot alz la mano. - Usted siempre sabe estas cosas. - Pero por qu cree usted ...? - comenz a decir la seora Hubbard, mas Poirot la

    interrumpi. - Primero veamos qu resultados obtenemos. Entonces, si son negativos o positivos,

    usted y yo, seora Hubbard, volveremos a cambiar impresiones, y me dir todas esas cosas que es necesario que yo sepa.

    - Creo que ya le he dicho todo lo que s. - No, no. No estoy de acuerdo. Aqu tenemos reunidos a varios Jvenes de distintos

    temperamentos y sexos. A ama a B, pero B quiere a C, D y E se odian tal vez por causa de A. Es eso lo que necesito saber. El estado anmico de cada uno. Sus peleas, celos, amistades, odios y resentimientos.

    - Estoy segura - explic la seora Hubbard, molesta - que no s nada de eso. Yo no me meto en nada. Me limito a dirigir la pensin, la despensa y nada ms.

    - Pero a usted le interesan las personas. Le agradan los jvenes, y acept este trabajo, no porque le interesara econmicamente, sino porque la pona en contacto con problemas humanos. Debe de haber algunos estudiantes que le sean simpticos y otros que no le agraden tanto, o tal vez nada. Debe decrmelo... s. Tiene que decrmelo!

    Usted est preocupada... y no por lo que ha ocurrido... puesto que podra haber dado parte a la polica.

    - Le aseguro que a la seora Nicoletis no le agradara ver a la polica en su casa. Poirot continu, sin hacer caso de la interrupcin. - No, usted est preocupada por alguien... que usted cree puede haber sido

    responsable o por lo menos estar mezclado en esto. Y, por consiguiente, alguien a quien usted aprecia.

    - Es cierto, seor Poirot. - S, lo es. Y creo que hace bien en preocuparse. Porque lo de la bufanda hecha trizas

    no es agradable. Ni lo de la mochila. En cuanto al resto, parece infantil... y no obstante... no estoy seguro. No. No tengo la menor certeza!

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  • CAPTULO III

    La seora Hubbard subi apresuradamente la escalera e introdujo el llavn en la cerradura de la puerta. En cuanto hubo abierto, un joven pelirrojo subi corriendo tras ella.

    - Hola, Ma - le dijo, ya que era as como Len Bateson sola dirigirse a ella. Era un individuo simptico con acento londinense, libre de todo complejo de inferioridad -. Ha estado callejeando?

    - He salido a tomar el t, seor Bateson. No me entretenga ahora. Ya hablaremos. - Hoy he disecado un cadver magnfico - explic Len -. Despachurrado! - No digas esas cosas tan horribles, muchacho. Un cadver magnfico! Slo de

    pensarlo me da nuseas! Len Bateson ri de buena gana. - Pues mire que a Celia... - dijo -. Fui al dispensario y le dije: He venido a hablarte de

    un cadver, y se puso tan blanca como la cera y cre que iba a desmayarse; qu le parece eso, Mam Hubbard?

    - Que no me extraa. Qu ocurrencia! Celia pensara probablemente que se trataba de un cadver autntico.

    - Qu quiere decir... autntico? Cmo se cree que son los nuestros? Sintticos? Un joven delgado de cabellos largos y descuidados sali de una de las habitaciones de

    la derecha y dijo en tono irascible: - Oh, son ustedes! Cre que al menos haba un montn de hombres. La voz es de un

    solo hombre, pero el volumen de las de diez reunidos. - Espero no haberte alterado los nervios... - No ms que de costumbre - dijo Nigel Chapman volviendo a entrar en la habitacin. - Nuestra flor delicada - dijo Len. - Vamos, no se peleen - exclam la seora Hubbard -. Buen humor, eso es lo que me

    gusta, y un poquito de buena voluntad. El hombretn le mir con afecto. - No me importa nuestro Nigel, Ma - replic. Una joven que en aquellos momentos bajaba la escalera, anunci: - Seora Hubbard, la seora Nicoletis est en su habitacin y dijo que deseaba verla en

    cuanto llegara. La seora Hubbard se dispuso a subir la escalera con un suspiro, y la joven alta y

    morena que le diera el recado se apresur a dejarle paso. Len Bateson, quitndose la gabardina, le pregunt: - Qu ocurre, Valerie? Quejas de nuestro comportamiento que van a ir a parar a

    odos de Mam Hubbard a su debido tiempo? La joven acab de bajar la cabeza. - Esta casa cada da se parece ms a un manicomio - dijo por encima de su hombro, al

    entrar en la habitacin de la derecha. Se mova con la gracia indolente de las maniques profesionales.

    El nmero veintisis de la calle Hickory corresponda en realidad a dos casas, la veinticuatro y la veintisis unidas. Las dos plantas bajas fueron unificadas, de modo que haba un gran saln de visitas y un comedor enorme en dicha planta, as como dos salitas de espera y un pequeo despacho en la parte de atrs en la casa. Dos escaleras distintas conducan a los pisos superiores, que permanecan separados. Las seoritas ocupaban los dormitorios de la parte derecha de la casa y los muchachos la correspondiente al nmero veinticuatro.

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  • La seora Hubbard. subi la escalera desabrochndose el cuello de su chaqueta, y suspirando de nuevo tom la direccin del dormitorio de la seora Nicoletis.

    Otro de sus arrebatos, supongo, musit para sus adentros. Y luego de golpear suavemente con los nudillos la puerta, entr. En el saloncito de la seora Nicoletis la temperatura era muy elevada. La gran estufa

    elctrica tena todas las resistencias encendidas y la ventana estaba hermticamente cerrada. La seora Nicoletis fumaba en el sof, rodeada de almohadones de seda y terciopelo bastante rados. Era una mujer corpulenta y morena, an bien parecida, de boca que denotaba gran temperamento y unos enormes ojos castaos.

    - Ah! Es usted - exclam la seora Nicoletis con aire acusador. La seora Hubbard, haciendo honor a su sangre Lemon, no se inmut. - S, soy yo - replic speramente -. Me dijeron que deseaba usted verme con urgencia. - S, desde luego. Es monstruoso. Ni ms ni menos; monstruoso. - Qu es lo monstruoso? - Estas facturas! Sus cuentas! - y la seora Nicoletis exhibi un montn de papeles

    sacndolos de debajo de uno de los almohadones con la gracia de un malabarista profesional -. Con qu estamos alimentando a esos miserables estudiantes? Con foie gras y codornices? Es que esto es el Ritz? Quines se han credo que son esos estudiantes?

    - Pues gente joven con buen apetito - repuso la seora Hubbard -. Reciben un buen almuerzo y una cena abundante... comida sencilla, pero alimenticia, que resulta sumamente econmica.

    - Econmica? Se atreve a decirme eso cuando me estoy arruinando? - Usted saca un beneficio considerable, seora Nicoletis, de esta pensin. Y para los

    estudiantes, el precio resulta bastante elevado. - Pero acaso no tengo la casa siempre llena? Cundo hay una vacante que no haya

    sido solicitada tres veces por anticipado? No me enva estudiantes el Consulado britnico, la Universidad de Londres... y el Liceo Francs? Y no es absolutamente cierto que hay siempre tres Solicitudes para cada plaza?

    - Eso es en gran parte porque aqu la comida es apetitosa y abundante. La gente joven debe alimentarse debidamente.

    - Bah! Esos gastos son escandalosos. Esa cocinera italiana y su marido le roban a usted la comida.

    - Oh, no, seora Nicoletis. Le aseguro que ningn extranjero. puede engaarme. - Entonces es usted... quien me roba a m. - Puedo permitirle que me diga cosas como sa - dijo en el tono que una acusada -

    hubiera empleado para defenderse contra un cargo truculento -. Pero no es elegante hacerlo y cualquier da le traer complicaciones.

    - Ah! - la seora Nicoletis arroj al aire las facturas con gesto dramtico. La seora Hubbard se inclin para recogerlas -. Me saca usted de mis casillas - grit la duea de la Residencia.

    - Permtame decirle que eso la perjudica - replic la seora Hubbard -. No debe tomarse las cosas as. Los arrebatos son perjudiciales para la presin sangunea.

    - Admite usted que estos totales son ms elevados que los de la semana pasada? - Claro que lo son. En los Almacenes Lampson ha habido muy buenas rebajas y me he

    aprovechado de ellas. La semana que viene los totales resultarn ms bajos que el promedio.

    La seora Nicoletis la mir ceuda. - Usted siempre encuentra una explicacin satisfactoria. - Ah tiene - la seora Hubbard deposit las facturas ordenadas encima de la mesa -.

    Algo ms?

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  • - Esa joven americana, Sally Finch, habla de marcharse... y no quiero que se vaya. Es una alumna de Fullbright y atraer a otros estudiantes de all. No debe marcharse. - Y por qu razn quiere marcharse? La seora Nicoletis alz sus hombros monumentales. - Cmo quiere que yo lo sepa? No dijo la verdad. Puedo asegurarlo. Siempre lo

    adivino. La seora Hubbard asinti pensativa. - Sally no me ha dicho nada - dijo. - Hablar usted con ella? - S, desde luego. - Y si es por estos estudiantes de color, esos indios, y esos negros... pueden marcharse

    todos, comprende? La diferencia tnica tiene gran importancia para los americanos... y a m son los americanos los que me interesan... y en cuanto a los estudiantes de color... que se larguen!

    Hizo un gesto dramtico. - No ocurrir mientras yo contine de encargada - repuso la seora Hubbard, en tono

    fro -. Y de todas formas est usted equivocada. No existe esa clase de diferencias entre los estudiantes y desde luego Sally no es as. Ella y el seor Akibombo comen juntos muy a menudo y no hay otro ms negro que l.

    - Entonces ser por los comunistas... Ya sabe lo que los americanos opinan de los comunistas. Y Nigel Chapman... es comunista.

    - Lo dudo. - S, s. Debiera haber odo lo que deca la otra noche. - Nigel es capaz de decir cualquier cosa por molestar a la gente. Es muy pesado en

    este sentido. - Usted les conoce muy bien... Querida seora Hubbard, es usted maravillosa! Me

    repito una y otra vez... qu hara yo sin la seora Hubbard? Descanso en usted por completo. Es usted una mujer maravillosa, maravillosa! Se hace imprescindible.

    - Despus del rapapolvo, el jabn - murmur la seora Hubbard. - Qu? - No se alarme; har lo que pueda. Y sali de la habitacin cortando en seco un largo discurso de agradecimiento, -

    mientras murmuraba para s: - Hacindome perder el tiempo... es una mujer enloquecedora! - y echando a correr por

    el pasillo penetr en su salita particular. Pero all no habra de tener paz. Una muchacha se puso en pie al entrar la seora

    Hubbard y dijo: - Quisiera hablar con usted unos minutos, si me lo permite. - Desde luego, Elizabeth. La seora Hubbard qued muy sorprendida. Elizabeth Johnston era una joven de las

    Antillas que estudiaba leyes. Era muy trabajadora, ambiciosa y reservada. Siempre le haba parecido muy equilibrada y competente, considerndola como una de las mejores estudiantes de la Residencia. Su aspecto en aquellos momentos era normal, pero la seora Hubbard supo captar el ligero temblor de su voz a pesar de que sus facciones morenas permanecieron impasibles.

    - Ocurre algo? - S. Quiere acompaarme a mi habitacin, por favor? - Espere un momento. - La seora Hubbard se quit el abrigo y los guantes y luego

    sigui a la joven hasta el piso superior, donde tena la habitacin. Abri la puerta y se dirigi a una mesita cerca de la ventana.

    - Aqu tiene mis apuntes - le dije -. Esto representa varios meses de duro esfuerzo...

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  • Ve usted lo que me han hecho? La seora Hubbard contuvo el aliento. Haban derramado tinta sobre la mesa y los papeles estaban empapados. La seora

    Hubbard los toc con la punta del dedo. Todava estaban hmedos. Aun sabiendo que la pregunta era una tontera, la hizo.

    - No se le habr vertido a usted la tinta? - No. Lo hicieron mientras yo estaba fuera. - Usted cree que la seora Biggs ...? La seora Biggs era la encargada de la limpieza de los dormitorios de aquel piso. - No fue la seora Biggs. Esta tinta no es ni siquiera ma. La tengo en el estante de

    encima de mi cama. No la ha tocado nadie. Esto lo hizo alguien que trajo la tinta y la verti adrede.

    - Qu cosa tan malvada... tan cruel! - S, ha sido una mala accin. La muchacha habl tranquilamente, pero la seora Hubbard no cometi el error de no

    comprender sus sentimientos. - Bueno, Elizabeth, apenas s qu decirle. Estoy sorprendida, asombrada, y har lo

    posible por descubrir al autor de una maldad semejante. Tiene usted alguna idea de quin puede haber sido?

    La joven replic: - La tinta es verde... ya lo ve usted. - S, ya me he dado cuenta. - No es muy corriente emplear tinta: verde. Y yo s quin la usa: Nigel Chapman. - Nigel? Usted cree que Nigel hara una cosa tan mezquina? - No debiera haberlo pensado... no. Pero l escribe sus cartas y sus apuntes con tinta

    verde. - Tendr que hacer muchas preguntas. Siento mucho, Elizabeth, que en esta casa haya

    ocurrido una cosa as y slo puedo decirle que har cuanto pueda para que todo quede aclarado.

    - Gracias, seora Hubbard. Ya han ocurrido... otras cosas, no es cierto? - S, es... s. La seora Hubbard sali de la habitacin y se dirigi hacia la escalera, pero se detuvo

    de pronto y en vez de bajar, fue hasta el extremo del pasillo y llam a la puerta de la seorita Sally Finch, quien desde dentro la invit a entrar.

    El dormitorio era agradable y Sally Finch, una alegre pelirroja, muy simptica. Estaba escribiendo y la mir sonriente. Le ofreci una caja de bombones abierta y dijo

    con voz clara: - Bombones de casa. Coma algunos. - Gracias, Sally, pero ahora no. Estoy muy disgustada. - Respir -. Se ha enterado de

    lo que le ha ocurrido a Elizabeth Johnston? - Qu le ha sucedido a la Negra Bess? El apodo era un apelativo carioso que haba sido aceptado por la propia interesada. La seora Hubbard le refiri lo ocurrido y Sally dio muestras de furor compasivo. - Esto es una mezquindad. No cre que nadie fuera capaz de hacer una cosa as a

    nuestra Bess. Todos la apreciamos. Es tranquila y no se mete en nada, ni se la ve mucho, pero estoy segura de que nadie la odia.

    - Es lo que yo hubiera dicho. - Bueno... esto concuerda con las otras cosas. Por eso... - Por eso, qu - pregunt la seora Hubbard cuando la joven se detuvo bruscamente. Sally repuso despacio: - Por eso voy a marcharme. No se lo ha dicho la seora Nicoletis?

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  • - S. Y est muy angustiada. Al parecer no cree que le haya dicho usted la verdadera razn.

    - Desde luego que no lo hice. No quise que se disgustase. Ya sabe usted cmo es. Pero se es el verdadero motivo. No me agrada lo que est ocurriendo aqu. Fue muy

    extraa la prdida de mi zapato, y luego lo de la bufanda de Valerie y la mochila de Len... no es como si desapareciesen cosas... al fin y al cabo eso puede ocurrir siempre... no es agradable, pero s normal... pero esto otro, no. - Hizo una breve pausa sonriendo y luego hizo una mueca -. Akibombo est asustado. Siempre se muestra muy superior y civilizado.... pero existe todava mucha supersticin en el frica Occidental y l la lleva en la sangre.

    - Bah! - exclam la seora Hubbard, enojada -. No aguanto las supersticiones. Son cosas de seres vulgares que se ponen en ridculo. Eso es todo.

    La boca de Sally se curv en una sonrisa gatuna. - Usted ha acentuado lo de vulgar - dijo -. Pero yo tengo el presentimiento de que en

    esta casa hay una persona que no es nada vulgar. La seora Hubbard baj la escalera y entr en el saln de visita que los estudiantes

    tenan en la planta baja y en el que se hallaban cuatro personas. Valerie Hobhouse, tumbada en un sof con sus elegantes y finos pies colocados sobre uno de los brazos; Nigel Chapman, sentado ante una mesa con un gran libro abierto; Patricia Lane, apoyada contra la repisa de la chimenea, y una joven con impermeable que acababa de llegar y se estaba quitando un gorrito de lana cuando entr la seora Hubbard. Era una jovencita gordezuela y rubia, de ojos castaos muy separados y cuya boca estaba casi siempre entreabierta, dando la impresin de que su poseedora viva en un perpetuo asombro.

    Valerie, quitndose el cigarrillo de la boca, dijo con voz lnguida: - Hola, Ma. Ya le ha administrado algn calmante a esa vieja endemoniada, nuestra

    respetable propietaria! Patricia Lane pregunt: - Es que quera guerra? - Y de qu modo! - ri - Ha ocurrido algo muy desagradable - anunci la seora Hubbard -. Nigel, quiero que

    usted me ayude. - Yo, seora? - Nigel la mir cerrando su libro, y su rostro delgado y malicioso se

    ilumin de pronto con una sonrisa dulce y picaresca -. Qu es lo que le he hecho? - Espero que nada - replic la seora Hubbard -. Pero han derramado tinta

    deliberadamente y con toda mala intencin sobre los apuntes de Elizabeth Johnston, y esa tinta es verde. Usted escribe con tinta de ese mismo color, Nigel.

    l la contempl mientras su sonrisa iba desapareciendo. - S, yo utilizo tinta verde. - Es horrible - dijo Patricia -. Me gustara que no la emplearas, Nigel. Siempre he dicho

    que te afectaba considerablemente. - Me gusta que me afecte - dijo Nigel -. Sera mejor an la tinta violeta. Tratar de

    conseguirla. Pero, habla usted en serio, Ma? Me refiero al sabotaje. - S, hablo en serio. Lo hizo usted, Nigel? - No, claro que no. Me gusta molestar a la gente, como ya sabe usted, pero nunca hara

    una cosa tan sucia como sa... y menos a la Negra Bess, que no se mete en nada y podra servir de ejemplo a algunas personas que no menciono. Dnde est mi tinta?

    Ayer noche recuerdo que llen mi pluma, y suelo guardarla en ese estante de ah y levantndose atraves la habitacin. Tiene usted razn. Est casi vaca, y debiera estar prcticamente llena.

    La jovencita del impermeable contuvo el aliento, - Oh, Dios mo! - exclam -. Oh, Dios mo!, no me gusta...

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  • Nigel se volvi hacia ella con aire acusador. - Tienes alguna coartada, Celia? - Yo no he sido. De verdad. Adems he estado todo el da en el hospital. No pude... - Vamos, Nigel - intervino la seorita Hubbard. No moleste a Celia. Patria Lane dijo irritada. - No veo por qu Nigel ha de ser sospechoso slo porque haya utilizado su tinta... - Tienes razn, querida - dijo Valerie felinamente -, defindele... y defindete. - Pero es tan injusto... - De verdad que no tengo nada que ver con esto - protest Celia con energa. - Nadie dice que lo hicieras t, pequea - replic Valerie, impaciente -. De todas formas

    - sus ojos se fijaron en los de la seora Hubbard -, todo esto ya pasa de ser una broma, y habr que hacer algo.

    - S, hay que hacer algo - dijo la seora Hubbard.

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  • CAPTULO IV

    - Aqu tiene, seor Poirot. La seorita Lemon deposit un pequeo paquete pardo ante el detective. l le quit el

    papel y contempl un plateado zapato de noche. - Estaba en la calle Baker, como usted dijo. - Eso nos ha evitado molestias - replic Poirot -. Y tambin confirma mis ideas. - Cierto - dijo la seorita Lemon, que no era nada curiosa por naturaleza. Pero, sin

    embargo, era muy susceptible a los derechos y exigencias de los afectos personales. - Si no le causa demasiada molestia, seor Poirot, me permito notificarle que he

    recibido una carta de mi hermana. Ha habido algunos acontecimientos. - Puedo leerla? Ella se la entreg y el detective, despus de haberla ledo, dijo a la seorita Lemon que

    llamara a su hermana por telfono; y cuando aqulla le indic que haba conseguido la comunicacin, Poirot se puso al aparato.

    - Seora Hubbard? - Oh, s, seor Poirot. Ha sido usted muy amable al llamarme tan pronto. En realidad

    estaba muy... Poirot la interrumpi: - Desde dnde me habla? - Pues... desde la calle Hickory, desde luego. Oh, ya s lo que quiere decir. Estoy en mi

    saloncito particular. - Hay alguna otra lnea? - Es sta. El telfono principal est abajo, en el recibidor. - Hay alguien en la casa que pueda escuchar? - Todos los estudiantes estn fuera a esta hora, y la cocinera ha salido a comprar.

    Geronimo, su marido, entiende apenas el ingls. Hay una mujer limpiando, pero es sorda y estoy segura de que no va a entretenerse en escuchar lo que hablamos.

    - Muy bien; entonces, puedo hablar con libertad. Por casualidad dan ustedes conferencias, o pasan pelculas por las noches? O alguna otra clase de entretenimientos?

    - Tenemos alguna conferencia de vez en cuando. La seorita Baltrout, la exploradora, vino no hace mucho con sus vistas de paisajes en color. Y recibimos una llamada de las Misiones del Lejano Oriente, aunque me temo que la mayora de estudiantes salieron aquella noche.

    - Ah. Entonces esta noche anuncie que Hercules Poirot, el jefe de su hermana, atendiendo a sus ruegos, acudir para exponerles algunos de sus casos ms interesantes.

    - Es usted muy amable. Pero, usted cree ...? - No es cuestin de creer o no creer... Estoy seguro!

    II

    Aquella noche, los estudiantes, al entrar en el saln, encontraron una nota en la pizarra de anuncios que estaba detrs de la puerta.

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  • Monsieur Hercules Poirot, el clebre detective particular, ha tenido la gentileza de acceder a dar una charla esta noche sobre la teora y prctica de detectivismo efectivo, en la que presentar algunos casos de criminales famosos.

    Los estudiantes, a medida que iban regresando, hacan sus comentarios. Quin es ese detective? Nunca le o nombrar. Oh!, yo s. Hubo un hombre condenado a muerte por el asesinato de una mujer de las que van a

    limpiar a las casas y este detective le libert en el ltimo momento, descubriendo al verdadero culpable.

    Yo no lo recuerdo. Creo que ser divertido. A m no es que me atraiga eso, pero no niego que debe resultar interesante poder

    interrogar a un hombre que ha estado relacionado tan de cerca con delincuentes. La cena fue servida a las siete y media y casi todos los estudiantes estaban ya

    sentados cuando la seora Hubbard baj de un saloncito, donde se le haba servido una copa de jerez al distinguido invitado, seguida de un hombrecillo de corta estatura, sospechosos cabellos negros, y un bigote de proporciones extraordinarias que retorca con aire satisfecho.

    - stos son algunos de nuestros estudiantes, seor Poirot. Les presento al seor Poirot, que va a tener la gentileza de hablar para ustedes despus de la cena.

    Se cambiaron saludos y Poirot se sent al lado de la seora Hubbard, absorbindose en la tarea de no manchar su bigote con la excelente minestrone que fue servida por un activo criado italiano, portador de una enorme sopera, que deposit encima de una mesita auxiliar. Luego sigui un plato caliente de spaghetti, y albndigas, y fue entonces cuando una joven sentada a la derecha de Poirot le dirigi la palabra tmidamente.

    - De veras trabaja para usted la hermana de la seora Hubbard? Poirot se volvi hacia ella. - Pues s. La seorita Lemon es mi secretaria desde hace muchos aos. Es la mujer

    ms servicial que conozco, y algunas veces la temo. - Oh, ya. Me preguntaba... - Qu es lo que se preguntaba, mademoiselle? Y le sonri con aire paternal en tanto que mentalmente iba tomando notas. Bonita, preocupada, de mentalidad no muy rpida, asustadiza... - Puedo saber su nombre y lo que estudia? - le pregunt. - Me llamo Celia Austin, y no estudio. Trabajo en el dispensario del Hospital de Santa

    Catalina. - Ah, y resulta interesante su trabajo? - Pues. .. no s... tal vez s. - Pareca poco convencida. - Y de los de aqu? Podra decirme algo de ellos? Tena entendido que sta era una Residencia para Estudiantes Extranjeros; pero la

    mayora parecen ingleses. - Algunos de los extranjeros no estn ahora aqu. El seor Chandra Lal y el seor Gopal

    Ram... son indios... y la seorita Reinjeer, alemana... y el seor Achmed Al, que es de nacionalidad egipcia y a quien le agrada extraordinariamente la poltica.

    - Y stos, quines son? Hbleme de ellos. - Pues, sentado a la izquierda de la seorita Hubbard est Nigel Chapman. Un

    estudiante de Historia Medieval e Italiana en la Universidad de Londres. Luego sigue Patricia Lane, que est a su lado y lleva lentes. Piensa diplomarse en Arqueologa. El pelirrojo es Len Bateson, futuro mdico, y la joven morena es Valerie Hobhouse, que trabaja en un saln de belleza. A su lado se sienta Colin Macnabb... que est haciendo, un cursillo de psicologa para doctorarse.

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  • Hubo un ligero cambio de su voz al describir a Colin. Poirot la observ viendo que se haba sonrojado, y se dijo para sus adentros:

    Vaya... est enamorada y no sabe disimularlo. Tambin observ que el joven Macnabb no la miraba nunca desde el otro lado de la mesa, y pareca muy enfrascado en la conversacin que sostena con una risuea jovencita pelirroja sentada junto a l.

    - Es Sally Finch, Americana... vino aqu gracias una beca que gan en Fullbright. Luego sigue Genevive Maricaud, que estudia ingls, igual que Ren Halle, que est a su lado. Esa rubia menuda es Jean Tomlinson... tambin trabaja en Santa Catalina. Es fisioterapeuta. El negro es Akibombo... vino del frica Occidental y es muy simptico. Luego sigue Elizabeth Johnston, es de Jamaica y estudia leyes, y junto a nosotros y a mi derecha hay dos estudiantes turcos que llegaron hace una semana. Apenas saben nada de ingls.

    - Gracias. Y se llevan bien entre ustedes, o tienen desavenencias? La ligereza de su tono rest importancia a sus palabras. - Oh, en realidad estamos demasiado ocupados para pelearnos - repuso Celia -,

    aunque... - Aunque qu, seorita Austin? - Pues que... Nigel... el que est al lado de la seora Hubbard, disfruta pinchando a la

    gente y hacindoles enfadar. Y Len Bateson se enfada. Algunas veces se pone furioso, pero en realidad es muy simptico.

    - Y Colin Macnabb... se enfada tambin? - Oh, no. Colin se limita a enarcar las cejas e incluso le divierte. - Ya. Y las seoritas, se pelean? - Oh, no, nos llevamos muy bien. Genevive se ofende algunas veces. Creo que los

    franceses son muy susceptibles... oh, quiero decir... Perdone... Celia era la viva imagen de la confusin.

    - Yo soy belga - replic Poirot con aire solemne, y continu antes de que Celia recobrara el dominio de s misma- Qu quiso decir, seorita Austin, cuando inquiri:

    - Me preguntaba? Qu es lo que se preguntaba usted? - Oh... nada... nada de particular... slo que hemos tenido algunas bromas tontas,

    ltimamente... y pens que la seora Hubbard... Pero en realidad es una tontera. No quise decir nada.

    Poirot no insisti, y volvindose hacia la seora Hubbard se enfrasc en una conversacin en la que tambin tom parte Nigel Chapman diciendo que el crimen era una forma del arte creativo... y que los enemigos de la sociedad eran los policas que ingresaban en el cuerpo slo a causa de su secreto sadismo.

    A Poirot le divirti observar que la joven de los lentes, de unos treinta y cinco aos, que estaba a su lado trataba desesperadamente de explicar sus comentarios a medida que l los iba haciendo. Nigel, sin embargo, no le hizo el menor caso.

    La seora Hubbard les miraba con benevolencia. - Todos los jvenes de hoy en da no piensan ms que en poltica o en psicologa - dijo -

    . En mi juventud ramos mucho ms alegres. Bailbamos. Si enrollaran la alfombra de saln tendran una buena pista, y podran bailar con la msica de la radio, pero nunca lo hacen.

    Celia ri, diciendo intencionadamente: - Pero t solas bailar, Nigel. Yo misma he bailado contigo una vez, aunque no espero

    que en este momento lo recuerdes. - Qu t has bailado conmigo? - - dijo Nigel con incredulidad -. Dnde? - En Cambridge... por Pascua. - Oh, Pascua! - Nigel alej de un manotazo las tonteras de su juventud -. Hay que

    pasar esa fase de la adolescencia, pero, gracias a Dios, eso termina pronto.

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  • Nigel no tendra mucho ms de veinticinco aos y Poirot tuvo que esconder una sonrisa detrs de su distinguido bigote.

    Patricia Lane dijo con ansiedad: - Comprenda, seora Hubbard; hay tanto que estudiar! Entre las conferencias y los

    apuntes no queda tiempo para nada que no tenga valor real. - Bueno, querida, slo se es joven una vez - replic la seora Hubbard. Un pastel de chocolate sigui a los spaghetti y luego pasaron todos al saln, donde fue

    servido el caf. Poirot se dispuso a hablar. Los dos turcos se excusaron cortsmente y los dems se sentaron en actitud expectante.

    Poirot se puso en pie y habl con su aplomo acostumbrado. El sonido de su propia voz le resultaba siempre agradable, y por espacio de tres cuartos de hora estuvo disertando en tono brillante y divertido, recalcando las experiencias propias de un modo un tanto exagerado, pero agradable. Si quiso insinuar que era una especie de... charlatn... no se not demasiado.

    - As que, como les digo - termin -, me acuerdo de un fabricante de jabones que conoc en Lieja, que envenenaba poco a poco a su esposa para poder casarse con su rubia secretaria. Se lo insinu muy por encima, pero en el acto consegu que reaccionara, y me entreg el dinero robado que yo acababa de recuperar para l. Se puso muy plido y vi el terror reflejado en su rostro. Entregar este dinero a los pobres, le dije. Haga, usted lo que quiera con l. Y entonces le anunci muy significativamente: Le aconsejo que ande con mucho cuidado, monsieur. Asinti en silencio y al salir vi que se enjugaba la frente. Se haba llevado un gran susto y yo... le haba salvado la vida. Porque aunque est trastornado por su rubia secretaria, ya no intentar envenenar a su esposa estpida y antiptica. Prevenir es mejor que curar; y nosotros deseamos prevenir los crmenes... y no esperar a que hayan sido cometidos.

    E inclinndose extendi las manos. - Bueno, ya les he aburrido bastante. Los estudiantes aplaudieron con entusiasmo; Poirot se inclin, y cuando ya iba a

    sentarse, Colin Macnabb, quitndose la pipa de entre los dientes, exclam: - Y ahora, tal vez quiera explicarnos para qu ha venido aqu en realidad! Hubo un silencio expectante y luego Patricia dijo en tono de reproche: - Colin.. - Bueno, todos nos lo figuramos, no es cierto? - Mir en derredor suyo -. El seor

    Poirot nos ha dado una charla muy amena, pero no es a eso a lo que ha venido, sino a trabajar. Usted cree realmente que no nos hemos dado cuenta, seor Poirot?

    - Habla por ti mismo, Colin - dijo Sally. - Pero es cierto, no? - replic el aludido. Y de nuevo Poirot extendi sus manos en un gracioso gesto comprensivo. - Admito que mi amable anfitriona me ha confiado ciertos sucesos que la han...

    preocupado - dijo. Len Bateson se puso. en pie con rostro sombro y truculento. - Oiga - exclam -, qu es todo esto? Es que nos lo atribuye a nosotros? - Ahora te das cuenta, Bateson? - pregunt Nigel en tono amable. Celia, asustada, contuvo el aliento y dijo: - Entonces tena razn! La seora Hubbard habl refirindose al particular, con decisin y autoridad. - Yo le ped al seor Poirot que nos diera una charla, pero tambin quera pedirle

    consejo acerca de algunas cosas que han ocurrido ltimamente. Haba que hacer algo y me pareci que la otra alternativa era... la polica.

    Entonces se arm un gran alboroto. Genevive empez a hablar acaloradamente en francs. Era una vergenza, un desastre, avisar a la polica. Y otras voces se unieron a

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  • la suya para apoyarla o contradecirla. Al fin la voz de Leonard Bateson se elev por encima de las otras autoritariamente:

    - Oigamos lo que dice el seor Poirot acerca de nuestro problema. La seora Hubbard explic: - He contado al seor Poirot todo lo ocurrido. Si desea hacer alguna pregunta estoy

    segura de que ninguno de ustedes tendr inconveniente en contestarla. Poirot se inclin cortsmente. - Gracias. - Y con el aire de un malabarista sac un par de zapatos de noche que

    entreg a Sally Finch. - Son suyos... mademoiselle? - Pues... s... los dos? De dnde ha salido el que haba desaparecido? - Pues del Departamento de Objetos Perdidos del puesto de polica de la calle Baker. - Pero qu le hizo pensar que pudiera estar all, monsieur Poirot? - Un simple proceso deductivo. Alguien coge un zapato de su habitacin, mademoiselle.

    Por qu? No ser para ponrselo, ni para venderlo. Y puesto que la casa ser registrada por todos para tratar de encontrarlo, el zapato debe salir de la casa o ser destruido. Pero no es tan sencillo destruir un zapato. Lo ms fcil es tomar un tren o un autobs en las horas de ms aglomeracin y arrojarlo envuelto en un papel debajo de un asiento. Eso es lo que supuse y que result ser cierto... de modo que supe que pisaba terreno firme... el zapato fue robado, como dijo un poeta, para fastidiar, porque sabe que eso molesta.

    Valerie lanz una breve carcajada. - Esto te seala a ti con dedo infalible, querido Nigel. - Tonteras - dijo Sally -. Nigel no cogi mi zapato. - Claro que no - intervino Patricia enojada -. Es una idea absurda. - Yo no la considerara absurda - repuso Nigel -. Aunque yo no hice nada de eso...

    como no dudo que diremos todos. Fue como si Poirot hubiera estado esperando aquellas precisas palabras. Sus ojos se

    posaron pensativos en el rostro enrojecido de Len Bateson y luego fueron observando a cada uno de los estudiantes.

    - Mi posicin es delicada - dijo al fin con un gesto -. All soy un husped ms. He venido atendiendo a una invitacin de la seora Hubbard... a pasar una agradable velada, y eso es todo. Claro que adems he devuelto un par de zapatos de noche a mademoiselle. En cuanto a lo dems... - hizo una pausa -. Monsieur... Bateson?, s, Bateson... me ha pedido que diera mi opinin acerca de este... problema. Pero sera una impertinencia por mi parte el hablar, a menos de ser invitado no por una sola persona, sino por todos ustedes.

    Akibombo sacudi su negra y rizada cabeza en un gesto de vigoroso asentimiento. - se es un procedimiento correcto, s - dijo -. El verdadero procedimiento democrtico

    es someter el caso a la votacin de todos los presentes. La voz d Sally se alz impaciente. - Oh, no vale la pena - dijo -. Esto es una especie de reunin amistosa. Oigamos lo que

    nos aconseja el seor Poirot, sin ms complicaciones. - No puedo estar ms de acuerdo contigo, Sally - replic Nigel. Poirot inclin la cabeza. - Muy bien - anunci -. Puesto que todos ustedes me lo piden, les dir que mi consejo

    es bien sencillo. La seora Hubbard... o mejor dicho, la seora Nicoletis... debiera llamar inmediatamente a la polica. No hay tiempo que perder.

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  • CAPTULO V

    No cabe duda de que la declaracin de Poirot fue inesperada. No origin protestas ni comentarios, pero s fue seguida de un silencio repentino y molesto. Aprovechando aquella parlisis momentnea, la seora Hubbard llev al detective arriba a su saloncito particular, despus de despedirse de todos con un correcto Buenas noches.

    La seora Hubbard encendi la luz, y tras cerrar la puerta rog a monsieur Poirot que ocupara una butaca junto a la chimenea. Su rostro afable expresaba duda y ansiedad. Le ofreci un cigarrillo, que Poirot rehus explicando que prefera los suyos, que a su vez le ofreci, mas ella le dijo distrada: No fumo, seor Poirot.

    Y luego, al sentarse frente a l, exclam tras un momento de vacilacin: - Me parece que tiene usted razn, seor Poirot. Tal vez debiramos avisar a la

    polica... especialmente despus de lo de la tinta. Pero hubiese preferido que no lo dijera... de ese modo.

    - Ah. - repuso Poirot encendiendo uno de sus diminutos cigarrillos y contemplando las volutas de humo -. Usted cree que debiera haber disimulado?

    - Pues es consolador ser sincero y franco por encima de todas las cosas... Pero me parece que hubiera sido mejor mantenerlo en secreto, y avisar a un agente, a quien se lo hubisemos explicado todo privadamente. Lo que quiero decir es que... quienquiera que haya estado haciendo esas estupideces... pues... ya est advertido.

    - Tal vez s. - Yo dira que de seguro - replic la seora Hubbard con cierta brusquedad -. No hay

    tal vez que valga! Si ha sido uno de los criados o de los estudiantes que no estaban aqu, esta noche, la noticia llegar seguramente a sus odos. Es lo que ocurre siempre.

    - Cierto. Es lo que ocurre siempre. - Y adems est la seora Nicoletis. En realidad no s qu actitud tomar. Con ella

    nunca se sabe... - Ser interesante descubrirlo. - Desde luego no podemos hablar con la polica hasta el momento que ella nos

    autorice... Oh, qu ocurre ahora? Sonaron tres enrgicos golpes en la puerta, que fueron repetidos antes que la seora

    Hubbard dijera: Adelante en tono irritado. Al abrirse la puerta fue Colin Macnabb quien entr con la pipa entre los dientes y el entrecejo fruncido. Quitndose la pipa de la boca, y cerrando la puerta a sus espaldas, dijo:

    - Ustedes me perdonarn, pero estaba impaciente por hablar con el seor Poirot. - Conmigo? - Poirot volvi la cabeza con aire inocente y sorprendido. - S, con usted. - Colin habl ceudo, y acercndose una silla bastante incmoda se

    sent frente a Hercules Poirot. - Esta noche nos ha dado usted una charla interesante - dijo con aire indulgente -. No

    niego que es usted un hombre de larga y variada experiencia, pero si me lo permite le dir que sus mtodos y sus ideas estn pasados de moda.

    - Por favor, Colin - dijo la seora Hubbard, enrojeciendo -. Es usted muy poco amable. - No es mi intencin ofenderle, pero tengo que aclarar las cosas. Crimen y castigo,

    monsieur Poirot... hasta ah se extiende su horizonte... - Me parece una consecuencia natural - replic el detective. - Usted toma el punto de vista estrecho de la ley... y lo que es ms, de la ley anticuada.

    Hoy en da, incluso la ley ha de adaptarse a las teoras ms nuevas y modernas de las causas del crimen. Son las causas lo importante, monsieur Poirot.

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  • - En eso - exclam Poirot - y empleando una de sus modernas frases, no puedo estar ms de acuerdo con usted.

    - Entonces tendr que considerar la causa de lo que ha estado ocurriendo en esta casa... y averiguar por qu fueron hechas estas cosas.

    - Sigo estando de acuerdo con usted... s, eso es lo ms importante. - Porque siempre existe una razn, que puede ser para el interesado una buena razn. Al llegar a este punto, la seora Hubbard, incapaz de contenerse, exclam en tono

    crispado: - Tonteras! - Ah es donde se equivoca - dijo Colin volvindose ligeramente hacia ella -. Hay que

    tener en cuenta el fondo psicolgico. - Qu disparate! - replic la seora Hubbard -. No aguanto esta clase de tonteras! - Eso es porque no sabe usted nada de psicologa, - dijo Colin en tono grave antes de

    volver de nuevo sus ojos hacia Poirot. - A m me interesan estas cosas. En la actualidad estoy siguiendo un cursillo de psiquiatra y psicologa, y nos encontramos con los casos ms asombrosos y complicados, y lo que quiero hacer resaltar, monsieur Poirot, es que no debe considerar al criminal como una consecuencia del pecado criminal, o una malvada violencia de las leyes de un pas. Tiene que comprender la raz del mal para curar a un joven delincuente. Estas ideas eran desconocidas en sus tiempos y no me cabe duda de que le resultarn difciles de aceptar...

    - Un robo es un robo - intervino la seora Hubbard obstinadamente. Colin frunci el ceo con impaciencia. - Mis ideas sern sin duda anticuadas - dijo Poirot humildemente -, pero estoy dispuesto

    a escucharle, seor Macnabb. - Eso est muy bien dicho, seor Poirot. Ahora tratar de explicarle este asunto con

    claridad, empleando trminos sencillos. - Gracias - replic monsieur Poirot con la misma humildad. - Empezar por el par de zapatos que usted trajo esta noche y devolvi a Sally Finch.

    Como usted recordar, slo robaron uno. Slo uno. - Recuerdo que me sorprendi ese detalle - dijo Hercules Poirot. Colin Macnabb se inclin hacia delante y sus facciones duras, aunque incorrectas, se

    iluminaron por el inters. - Ah, pero usted no vio su significado. Es uno de los ejemplos bonitos y satisfactorios

    que uno puede desear. Nos hallamos ante un definido complejo de Cenicienta. Tal vez conozca usted el cuento de Cenicienta.

    - De origen francs... mas oui. - Cenicienta, la sirvienta sin sueldo, se queda sentada junto al hogar mientras sus

    hermanastras, con sus mejores galas, van al baile que da el Prncipe. Un Hada Madrina enva tambin a Cenicienta a la fiesta y, al dar la medianoche, su vestido se convierte en harapos... ella escapa apresuradamente, perdiendo uno de sus zapatos. De modo que aqu tenemos una mentalidad que se compara a s misma con Cenicienta, sin caer en ello, por descontado... Tenemos un complejo de inferioridad, de fracaso, de envidia. La muchacha roba un zapato. Por qu?

    - Una muchacha? - Pues naturalmente. Eso est clarsimo para la inteligencia menos despejada - contest

    Colin con aire reprobador. - Por favor, Colin! - - exclam la seora Hubbard. - Siga usted, se lo ruego - dijo Poirot cortsmente. - Probablemente ella no sabe por qu lo hace... pero el deseo ntimo es evidente.

    Quiere ser la Princesa, ser reconocida por el Prncipe y reclamada por l. Otro factor significativo: el zapato robado pertenece a una joven atractiva que va a asistir a un baile.

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  • La pipa de Colin se haba apagado haca rato y la blanda con creciente entusiasmo. - Y ahora consideremos algunos de, los otros sucesos. La desaparicin de una serie de

    cosas bonitas... todas ellas relacionadas con el atractivo femenino. Polvos compactos, lpiz para labios, pendientes,, una pulsera, una sortija... que tiene un doble significado. La chica quiere llamar la atencin. Desea, si cabe, ser castigada... Ninguna de estas cosas constituye lo que llamaramos un robo criminal. No es el valor del objeto lo que interesa. Igual que hacen las mujeres acomodadas cuando roban cosas en los almacenes.

    - Tonteras - dijo la seora Hubbard en tono belicoso -. Algunas personas no son honradas; eso es lo que ocurre.

    - No obstante, entre los objetos robados haba un brillante de cierto valor apostill Poirot, haciendo caso omiso de la intervencin de la seora Hubbard.

    - Que fue devuelto. - Y sin duda alguna, seor Macnabb, no me dir usted que un estetoscopio pueda tener

    relacin con el atractivo femenino... - Tiene un profundo significado. Las mujeres que consideran deficiente el atractivo

    pueden encontrar una compensacin en el estudio de una carrera. - Y el libro de cocina? - Un smbolo de la agradable vida hogarea... el esposo y la familia. - Y el cido brico? Colin replic, irritado: - Mi querido monsieur Poirot. Nadie robara cido brico! Para qu? - Eso es lo que yo me he preguntado. Debo confesar, seor Macnabb, que parece usted

    tener respuesta para todo. Explqueme entonces el significado de la desaparicin de unos pantalones viejos de franela... que, segn tengo entendido, eran suyos.

    Por primera vez Colin pareci desconcertado. Y luego de enrojecer aclar su garganta. - Podra explicarlo... pero sera bastante complicado, y tal vez... s... bastante violento. - Oh, le ruego respetuosamente, disimule usted si me ruborizo... E inclinndose hacia delante, Poirot dio una palmada en la rodilla del joven. - Y la tinta vertida sobre los apuntes de otra estudiante, la bufanda de seda hecha

    jirones No le preocupan todas esas cosas? La complaciente seguridad de Colin sufri un cambio repentino. - S - replic -. Crame que s. Eso es serio. Debe ser sometida a tratamiento...

    inmediatamente. Pero a un tratamiento mdico. No es un caso para la polica. La pobrecilla ni siquiera sabe lo que est ocurriendo. Est confundida. Si yo fuera...

    Poirot le interrumpi. - Entonces sabe usted quin es? - Pues tengo mis sospechas. Poirot murmur con el aire de quien est resumiendo: - Una joven que no tiene xito entre el otro sexo. Una joven tmida y afectuosa. Una

    muchacha cuyo cerebro tiene reacciones lentas... que se siente fracasada y sola. Una chica...

    Llamaron a la puerta y Poirot se interrumpi. Volvieron a llamar. - Adelante - dijo la seora Hubbard. Se abri la puerta para dar paso a Celia Austin. - Ah! - exclam Poirot con una inclinacin de cabeza. - Exactamente. La seorita Celia

    Austin. Celia mir a Colin con ojos angustiosos. - No saba que estuvieras aqu - dijo conteniendo el aliento -. Vena... Vena... Aspir el aire con fuerza y corri hacia la seora Hubbard. - Por favor, no avise a la polica. He sido yo la que ha cogido esas cosas. No s por

    qu. No puedo imaginarlo. Yo no quera. Es slo... que senta un impulso extrao. Se

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  • volvi hacia Colin -. De modo que ya sabes cmo soy... y supongo que no volvers a dirigirme ms la palabra. S que es horrible...

    - Oh, nada de eso - exclam Colin con voz clida y amistosa -. Ests un poco confundida, nada ms. Es slo una especie de enfermedad que has tenido, por no ver las cosas con claridad. Si confas en m, Celia, pronto te pondrs bien. Te lo aseguro.

    - Oh, Colin... de veras? Celia le mir con adoracin imposible de disimular. - He estado tan inquieta! l la cogi de la mano con aire ligeramente doctoral. - Bueno, ya no necesitas preocuparte ms. - Y ponindose en pie, apoy la mano de

    Celia en su brazo y mir con aire severo a la seora Hubbard. - Espero que ahora no se hablar ms de dar parte a la polica - dijo -. No se ha robado

    nada de verdadero valor y Celia lo devolver. - No puedo devolver la pulsera ni los polvos compactos - confes Celia, inquieta -. Los tir por una alcantarilla. Pero comprar otros nuevos. - Y el estetoscopio? - pregunt Poirot -. Dnde lo dej? Celia enrojeci. - Yo no lo cog, Para qu iba a querer un estetoscopio? - Su rubor se acentu -. Ni

    tampoco fui yo quien verti la tinta sobre los apuntes de Elizabeth. Yo nunca hubiera hecho una... cosa tan malvada.

    - No obstante, usted hizo pedazos la bufanda de la seorita Hobhouse, mademoiselle. - Eso fue distinto. Quiero decir... que a Valerie no le importaba. - Y la mochila? - Oh, yo no la hice pedazos. Eso fue un rapto de furor. Poirot cogi la lista que haba copiado de la libreta de notas de la seora Hubbard. - Dgame - le apremi -, y esta vez procure decir la verdad. De la desaparicin de qu

    cosas es o no usted responsable? Celia mir la lista de objetos desaparecidos y su respuesta no se hizo esperar. - No s nada de la mochila, ni de las bombillas, ni del cido brico, ni de las sales de

    bao, y en cuanto al anillo fue slo una equivocacin. Cuando me di cuenta de que era bueno lo devolv.

    - Ya. - Porque yo no quera robar. Slo... - Slo qu? En los ojos de Celia apareci visiblemente una expresin cansada. - No lo s... la verdad. Estoy confundida. Colin intervino con ademn imperioso. - Le agradecer que no la interrogue. Le prometo que no habr reincidencia en este

    asunto, y desde ahora me hago responsable de ella. - Oh, Colin, qu bueno eres conmigo! - Me gustara que me contaras muchas cosas de ti, Celia. De tu infancia, por ejemplo.

    Se llevaban bien padre y tu madre? - Oh, no, era horrible... en casa... - Exacto. Y... La seora Hubbard, intervino con voz autoritaria. - Basta! Celia, celebro que haya confesado. Ha causado usted muchas preocupaciones

    e inquietudes, debiera avergonzarse de s misma. Pero le dir una cosa. Que acepto su palabra de que no verti deliberadamente la tinta sobre los apuntes de Elizabeth. No la creo capaz de una cosa as. Ahora vyanse los dos. Usted y Colin. Ya les he visto bastante por esta noche.

    Cuando la puerta se cerr tras ellos, la seorita Hubbard exhal un profundo suspiro.

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  • - Bueno - dijo -. Qu le parece esto? A Poirot le brillaron los ojos al decir: - Creo que hemos asistido a una escena de amor al estilo moderno. La seora Hubbard lanz una exclamacin desaprobadora. Le temps, amours! - murmur Poirot. - En mis tiempos los jvenes prestaban a las

    muchachas libros teolgicos o discutan acerca del Pjaro Azul, de Maeterlink. Todo eran sentimientos e ideales elevados. Hoy en da son las vidas desequilibradas y los complejos los que unen a un hombre y una mujer.

    - Eso son tonteras... - dijo la seora Hubbard. Poirot discrep. - No, todo no son tonteras. Los principios fundamentales son bastante sensatos... pero

    cuando se es un joven investigador, impaciente como Colin no se ve nada, ms que complejos y la desdichada vida del hogar de la vctima.

    - El padre de Celia muri cuando ella tena cuatro aos - explic la seora Hubbard -. Pero tuvo una niez muy agradable, con una madre simptica, aunque algo estpida.

    - Ah, pero es lo bastante lista para no decrselo al joven Macnabb! Le dir todo lo que l desea or. Est tan enamorada...

    - Cree usted todo esto, seor Poirot? - No creo que Celia tenga complejo de Cenicienta ni que robe las cosas sin darse

    cuenta, pero s que corri el riesgo de apoderarse de cosillas sin importancia con objeto de atraer la atencin del vehemente Colin Macnabb, en cuya empresa ha salido vencedora. De haber continuado siendo una muchacha vulgar y tmida nunca le hubiera mirado siquiera. En mi opinin - dijo Poirot -, una chica tiene derecho a poner en prctica recursos desesperados para pescar a un hombre.

    - Yo no hubiera dicho que tuviera inteligencia para tramar todo eso - replic la seora Hubbard.

    Poirot no contest, limitndose a fruncir el entrecejo mientras la seora Hubbard continuaba:

    - De modo que todo ha sido agua de borrajas!. Le ruego me disculpe, monsieur Poirot, por haberle hecho perder el tiempo en un asunto tan trivial. De todas formas: Todo est bien, si acaba bien.

    - No, no. - Poirot sacudi la cabeza -. No creo que hayamos terminado todava. - Hemos aclarado lo ms trivial, pero hay cosas que todava no tienen explicacin y yo

    tengo la impresin de que aqu hay algo serio... realmente serio. El rostro de la seora Hubbard volvi a ensombrecerse. - Oh, seor Poirot, lo cree usted de veras? - sa es mi impresin... Me pregunto, madame, si podra hablar con la seorita Patricia

    Lane. Me gustara examinar el anillo que le fue robado. - Desde luego, seor Poirot. Ir abajo y se la enviar. Quiero hablar con Len Bateson de

    cierto asunto. Patricia Lane acudi poco despus con actitud interrogante. - Siento molestarla, seorita Lane. - Oh, no tiene importancia. No estaba ocupada. La seora Hubbard me dijo que

    deseaba usted ver de cerca mi sortija. Y quitndosela de su dedo se la entreg. - Es un brillante bastante grande, pero desde luego la montura es anticuada. Fue el

    anillo de prometida de mi madre. Poirot, que lo estaba examinando, asinti. - Vive an su madre? - No. Mis padres murieron. - Qu pena!

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  • - S. Los dos eran muy buenos, pero no s por qu nunca estuve lo unida a ellos que debiera. Una lamenta despus estas cosas. Mi padre hubiera deseado una hija hermosa y frvola, a la que le gustaran los trajes y las fiestas de sociedad. Tuvo una gran decepcin cuando yo decid estudiar arqueologa.

    - Siempre fue usted tan seria? - Creo que s. La vida es tan corta que una debe hacer algo que merezca la pena. Poirot la contempl pensativo. Patricia Lane deba de haber cumplido los treinta, y fuera

    de un ligero toque de carmn en sus labios, aplicado con descuido, no iba maquillada. Sus cabellos color ratn estaban peinados hacia atrs sin el menor artificio y sus ojos azules y agradables miraban seriamente a travs de los cristales.

    No tiene el menor atractivo, mon Dieu se dijo el detective con pesar para sus adentros -. Y sus ropas! Qu es lo que dicen? Como si las hubieran arrastrado por encima de las zarzas. Ma foi, eso es a mi parecer lo que expresan exactamente. Poirot la desaprobaba. El acento bien educado de Patricia le pareci insoportable. Es inteligente y culta - se dijo -, y cada ao se ir volviendo ms cargante. Antiguamente...

    - Su memoria volvi por un momento a recordar a la condesa Vera Rossakoff -. Qu extico esplendor tena... aun en la decadencia! Estas muchachas de hoy en da... Pero eso es porque me estoy haciendo viejo. Incluso esta joven excelente puede parecer una autntica Venus a algn hombre. Aunque lo dudo.

    Patricia estaba diciendo: - Estoy realmente sorprendida por lo que le ha ocurrido a Bess... a la seorita Johnston.

    El haber utilizado tinta verde parece un intento deliberado de culpar a Nigel, pero le aseguro, seor Poirot, que Nigel no hara nunca una cosa as tan abominable.

    - Poirot la mir con ms inters. Haba enrojecido y pareca hablar con vehemencia. - No es fcil comprender a Nigel - deca con el mismo inters -. Ha tenido una niez

    muy difcil. - Mon Dieu, otra ms! - Cmo dice? - Nada. Deca usted... - Que Nigel ha tenido dificultades, y siempre tuvo la tendencia a rebelarse contra

    cualquier autoridad. Es muy inteligente... de una mentalidad brillante, pero debo admitir que algunas veces su comportamiento no resulta acertado. Es despectivo... comprende? Y demasiado rencoroso para explicarse o defenderse. Aunque todos los de esta casa penssemos que l verti la tinta, no lo negara, limitndose a decir: Que piensen lo que quieran. Y esa actitud es una tontera.

    - Desde luego puede ser mal interpretada. - Creo que es una especie de orgullo, ya que siempre ha sido un incomprendido. - Hace muchos aos que le conoce? - No, slo har cosa de un ao. Nos conocimos en un viaje por los castillos del Loira. Cogi una gripe que degener en pulmona y yo fui su enfermera durante toda la

    enfermedad. Es muy delicado, y no cuida lo ms mnimo su salud. En ciertos aspectos, a pesar de ser tan independiente, necesita que le cuiden como a un chiquillo. En realidad necesita alguien que se encargue de l.

    Poirot suspir. De pronto se sinti muy cansado del amor... Primero Celia con sus miradas de adoracin. Y ahora all estaba Patricia con la vehemencia de una madonna.

    Admita que deba haber amor y que la juventud tiene que conocerse y aparejarse, pero l, Poirot, haba pasado ya aquella fase, a Dios gracias. Se puso en pie.

    - Me permite que retenga su anillo, seorita? Se lo devolver maana sin falta. - Desde luego, si es se su deseo - repuso Patricia bastante sorprendida. - Es usted muy amable. Y por favor, mademoiselle, tenga cuidado. - Cuidado? Cuidado por qu?

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  • - Ojal lo supiera - repuso Hercules Poirot.

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  • CAPTULO VI

    El da siguiente result exasperante para la seora Hubbard en todos los aspectos, a pesar de haberse despertado con una considerable sensacin de alivio. La duda inquietante de los ltimos acontecimientos haba sido aclarada por fin, siendo la responsable una jovencita tonta que quiso comportarse segn el estilo moderno (que la seora Hubbard no soportaba), y de ahora en adelante volvera a reinar el orden.

    Cuando bajaba a desayunar llena de esta seguridad reconfortante, la seora Hubbard vio amenazada su reciente paz. Los estudiantes escogieron aquella maana para mostrarse especialmente cargantes, cada uno a su manera.

    El seor Chandra Lal, que se haba enterado del sabotaje de los apuntes de Elizabeth, estaba muy excitado.

    - Es la opresin - exclam -. La opresin deliberada de las razas nativas. Reserva y prejuicios, prejuicios raciales. Aqu tenemos un ejemplo clarsimo.

    - Vamos, seor Chandra Lal - replic la seora Hubbard tajantemente -. No tiene usted derecho, a decir eso. Nadie sabe quin lo hizo ni por qu.

    - Oh, pero, seora Hubbard, cre que Celia haba ido a verla para confesarlo todo - dijo Jean Tomlinson -. Yo lo consider magnfico por su parte, y debemos ser todos muy amables con ella.

    - Es que tienes que ser siempre tan adulador, Sean? - pregunt Valerie Hobhouse enfadada.

    - Creo que no haces bien en decir eso. - Vamos intervino Nigel estremecindose -. Qu trmino tan revolucionario! - No veo por qu. El grupo de Oxford lo emplea y... - Oh!, por amor de Dios, es que hemos de or hablar del grupo de Oxford hasta en la

    hora del desayuno? - Qu ocurre, Ma? Dice que fue Celia la que tom esas cosas? Es por eso que no

    baja a desayunar? - Por favor, yo no comprendo absolutamente nada - dijo Akibombo. Y nadie se lo aclar, puesto que todos estaban demasiado ocupados en hacer sus

    propias preguntas y comentarios. - Pobrecilla - continu Len Bateson -. Es que andaba algo apurada de dinero? - Sabe? A m no me sorprende mucho - dijo Sally despacio -. Siempre tuve la

    impresin... - Te atreves a decir que fue Celia la que verti tinta en mis apuntes? Elizabeth

    Johnston le miraba con asombro -. Me parece absurdo e increble. - Celia no manch de tinta sus trabajos, seor - intervino la seora Hubbard -. Y quisiera

    que dejaran de discutir sobre esto. Mi intencin era explicrselo todo tranquilamente ms tarde, pero...

    - Pero Jean estaba escuchando. Por casualidad iba a... - Vamos, Bess - exclam Nigel -. T sabes muy bien quin volc el tintero. Yo, el malo

    de Nigel, cog mi tinta verde y la vert sobre los apuntes. - No es cierto. Est mintiendo! Oh, Nigel! Cmo puedes ser tan estpido? - Trato de ser noble y protegerte, Pat. Quin cogi mi tinta ayer maana? Fuiste t. - Por favor, no entiendo nada - asinti Akibombo. - Ni quieras entenderlo - le dijo Sally -. Yo en tu lugar no me metera en eso. Chandra Lal se puso en pie.

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  • - No pregunta usted por qu existen los Mau Mau, o por qu Egipto se ha ofendido por lo del Canal de Suez?

    - Al diablo! - estall Nigel, dejando violentamente su taza encima del plato -. Primero el grupo de Oxford, y ahora poltica. A la hora del desayuno! Me marcho!

    Y apartando su silla con energa abandon la estancia. - Sopla un viento muy fro. Ponte el abrigo - le grit Patricia corriendo tras l. - Cock, cock, cock - le remed Valerie, burlona -. No tardar en echar plumas. Genevive, la joven francesa, cuyo ingls no era todava lo bastante bueno como para

    comprender las frases rpidas, haba estado escuchando las explicaciones que musitaba a su odo su amigo Ren, y ahora empez a hablar en francs a toda prisa mientras su voz se iba elevando de tono.

    - Comment done? C'est cette petite qui m'a vol mon compact? Ah, par exemple! J'irais a la police. Je ne supporterais pas une pareille...

    Colin Macnabb, que llevaba algn tiempo intentando hacerse or sin conseguirlo, abandon su actitud comedida y descargando el puo con fuerza sobre la mesa impuso silencio a todos. El tarro de mermelada cay al suelo y se hizo aicos.

    - Callaos todos y dejadme hablar. Nunca vi tanta ignorancia y falta de caridad! Es que ninguno de vosotros tiene la menor nocin de psicologa? Os aseguro que esa chica no tiene la culpa. Ha sufrido una serie de crisis emocionales y necesita ser tratada con la mayor simpata y cuidado... o de lo contrario puede quedar perjudicada para toda la vida. Os lo advierto... lo que ella necesita es mucha comprensin.

    - Pero al fin y al cabo - replic Jean con voz clara -, aunque estoy de acuerdo contigo en lo de ser amable con ella no podemos olvidar ciertas cosas, no te parece? Me refiero a los robos.

    - Robos - repiti Colin -. Si eso no fue robar! Bah! Me ponis fuera de m... - Es un caso interesante, verdad, Colin? - dijo Valerie con una sonrisa. - Para quien le interesan los procesos mentales, s. - Claro que a m no me quit nada... - empez a decir Jean -, pero creo que... - No, a ti no te quit nada - replic Colin volvindose hacia ella con el entrecejo fruncido

    -. Y si tuvieras la ms ligera idea de lo que eso significa, no estaras tan satisfecha. - La verdad, no comprendo... - Oh, vamos, Jean - intervino Len Bateson -. Dejmonos de discusiones. Voy a llegar

    tarde y t tambin. Anda, vente conmigo. - Decidle a Celia que se anime - dijo l por encima del hombro. - Yo quisiera hacer una protesta formal - dijo Chandra Lal -. Me quitaron el cido brico

    que tan necesario es para mis ojos fatigados por el estudio. - Usted tambin va a llegar tarde, seor Chandra Lal - le dijo la seora Hubbard con

    decisin. - Mi profesor no suele ser muy puntual - repuso Chandra Lal dirigindose, no obstante,

    hacia la puerta -. Y tambin se muestra irritado y poco razonable cuando le hago preguntas inquisidoras.

    - Mais il faut qu'elle me la rende, cette compacte - dijo Genevive. - Tienes que hablar ingls, Genevive... nunca aprenders si vuelves al francs cada

    vez que te excitas. La cena del domingo entra en la presente semana y todava no me la has pagado.

    - Ah!, ahora no tengo aqu el bolso. Esta noche... Viens, Ren, nous serons en retard. - Por favor - dijo Akibombo mirando a su alrededor con aire suplicante -. No entiendo

    nada. - Vamos, Akibombo - le dijo Sally -. Yo te contar todo lo que ocurre camino del

    Instituto.

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  • Y tras dirigir una mirada de aliento a la seora Hubbard arrastr a Akibombo fuera de la habitacin.

    - Dios mo - exclam la seora Hubbard suspirando profundamente -. Por qu aceptara este empleo?

    Valerie, que era la nica que quedaba, le sonri con afecto. - No se preocupe, Ma - le dijo -. Lo bueno es que se haya descubierto todo! Todo el

    mundo empezaba a ponerse nervioso. - Debo confesar que me ha sorprendido. - El que haya sido Celia? - S. A usted no? Valerie repuso con expresin ausente: - En realidad debiera haberlo supuesto. - Es que lo imaginaba? - Pues una o dos cosas me hicieron cavilar. De todas formas ahora tiene situado a Colin

    en el lugar que ella quera. - S, pero no puedo dejar de pensar que hizo mal. - No puede conquistarse a un hombre con un revlver - ri Valerie -. Pero fingirse

    cleptmana, no es un buen truco? No se preocupe, Ma. Y, por amor de Dios, que Celia devuelva los polvos compactos a Genevive, o de otro modo no volveremos a tener paz durante las comidas.

    La seora Hubbard exhal un profundo suspiro. - Nigel ha roto su plato y el tarro de mermelada. - Vaya una maana infernal, verdad? - dijo Valerie antes de salir, y la seora Hubbard

    la oy decir alegremente en el recibidor: - Buenos das, Celia. No hay moros en la costa. Todos lo saben y todo se olvidar... por

    orden de la pa Jean. Y en cuanto a Colin, ha estado rugiendo como un len para defenderte.

    Celia entr en el comedor con los ojos enrojecidos por el llanto. - Buenos das, seora Hubbard. - Baja usted muy tarde, Celia. Buenos das. El caf est fro y no le han dejado mucho

    que comer. - No quise encontrarme con los dems. - Eso me figur, pero ha de verles pronto o tarde. - Oh, s. Lo s. Pero pens que sera ms fcil... por la noche. Y desde luego no puedo

    quedarme aqu. Me marchar a fines de semana. La seora Hubbard frunci el ceo. - No creo que sea necesario. Debe esperar que estn un tanto molestos... es natural...

    pero en conjunto son todos generosos y saben perdonar. Claro que tendr que reparar cuanto antes lo hecho.

    Celia la interrumpi, apremiante: - Oh, s. Aqu tengo mi talonario de cheques. Es una de las cosas que quera decirle. - Y le mostr un sobre que llevaba en la mano y que contena el talonario -. Le haba

    puesto unas letras por si no la encontraba al bajar para decirle cunto lo senta, y mi intencin era llenar un cheque para que usted lo arreglara todo, pero mi pluma no tena tinta.

    - Tendremos que hacer una lista. - La hice ya... hasta donde es posible. Pero no s si comprar las cosas o darles el

    dinero. - Lo pensar. Es difcil decidirlo as de pronto. - Oh, pero djeme que le entregue un cheque ahora. Me sentir mucho mejor.

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  • Estaba a punto de responder: De veras? Y por qu va a sentirse mejor?, mas la seora Hubbard reflexion que lo mejor era