Artículos: latín sí o no

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Estudio de las lenguas clásicas: sí Nos sumus tempora: quales sumus, talia sunt tempora (S. Augustinus). Son muy numerosos y variados los argumentos que se han usado a favor del estudio del latín y del griego en las escuelas y universidades de todo el mundo. Algunos han esgrimido razones que parecen no tener fundamento o ser más bien accesorias. Otros, a nuestro parecer, más centrados han tocado la médula del problema construyendo verdaderos cimientos donde poder fundamentar y defender el estudio de las lenguas clásicas. Nuestro primer argumento lo trajo a colación precisamente un insigne latinista como Ivano Dionigi en su discurso de investidura del 21 de noviembre del 2012: el estudio de las lenguas clásicas vale la pena pues estas nos ayudan “a hablar bien”. “¿De qué manera?” Podríamos preguntarnos; hablar bien puesto que todo el aparato comunicativo tanto escrito como oral, se basa en palabras y las palabras tienen un origen casi latino o griego casi exclusivo (en el caso de las lenguas romances). Conocer el origen y verdadero sentido de las palabras nos vuelve maestros y dueños del lenguaje. Sin embargo, no resulta tan importante al hombre expresarse bien como el “pensar bien”, en palabras del célebre filósofo Nietzsche, se trata de convertirse en “ciudadanos” cabales y no en meros “empleados útiles”. ¿De qué modo? Lo diremos a continuación. Estamos en parcial acuerdo con el renombrado latinista Luigi Miraglia 1 cuando dice que “quien no conoce el latín queda excluido de casi toda la transmisión cultural europea en el curso de los siglos en todos los campos, desde el derecho a la filosofía, de la medicina a la física, de las ciencias naturales a la teología”. Decimos ‘parcialmente’ puesto que, a nuestro parecer, es un poco radical en su postura pero es claro en cuanto al planteamiento, es decir, es indispensable conocer el latín para tener una plena comprensión de la cultura occidental. Conocer la cultura y los valores de la propia cultura resulta importantísimo a la hora de juzgar, proponer y pensar. 1 Miraglia, L. (1997), Cómo no se enseña el latín, Micromega, 5.

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Dos artículos: uno a favor y otro en contra del estudio de las lenguas clásicas

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Estudio de las lenguas clásicas: sí

Nos sumus tempora: quales sumus, talia sunt tempora (S. Augustinus). Son muy numerosos y variados los argumentos que se han usado a favor del estudio del latín y del griego en las escuelas y universidades de todo el mundo. Algunos han esgrimido razones que parecen no tener fundamento o ser más bien accesorias. Otros, a nuestro parecer, más centrados han tocado la médula del problema construyendo verdaderos cimientos donde poder fundamentar y defender el estudio de las lenguas clásicas.

Nuestro primer argumento lo trajo a colación precisamente un insigne latinista como Ivano Dionigi en su discurso de investidura del 21 de noviembre del 2012: el estudio de las lenguas clásicas vale la pena pues estas nos ayudan “a hablar bien”. “¿De qué manera?” Podríamos preguntarnos; hablar bien puesto que todo el aparato comunicativo tanto escrito como oral, se basa en palabras y las palabras tienen un origen casi latino o griego casi exclusivo (en el caso de las lenguas romances). Conocer el origen y verdadero sentido de las palabras nos vuelve maestros y dueños del lenguaje.

Sin embargo, no resulta tan importante al hombre expresarse bien como el “pensar bien”, en palabras del célebre filósofo Nietzsche, se trata de convertirse en “ciudadanos” cabales y no en meros “empleados útiles”. ¿De qué modo? Lo diremos a continuación.

Estamos en parcial acuerdo con el renombrado latinista Luigi Miraglia1 cuando dice que “quien no conoce el latín queda excluido de casi toda la transmisión cultural europea en el curso de los siglos en todos los campos, desde el derecho a la filosofía, de la medicina a la física, de las ciencias naturales a la teología”. Decimos ‘parcialmente’ puesto que, a nuestro parecer, es un poco radical en su postura pero es claro en cuanto al planteamiento, es decir, es indispensable conocer el latín para tener una plena comprensión de la cultura occidental. Conocer la cultura y los valores de la propia cultura resulta importantísimo a la hora de juzgar, proponer y pensar. Pensemos que los valores como la democracia, la justicia, el derecho y la naturaleza humana han nacido bajo el seno de la cultura grecolatina y conociendo esta cultura antigua conoceremos mejor sus raíces.

Por tanto, son estos puntos los que consideramos de sumo peso a la hora de defender el estudio de las lenguas clásicas: expresarse mejor, pues la expresión se maneja siempre con palabras surgidas del manantial grecolatino y, lo que es más importante aún, pensar mejor. Pensar mejor, que significa conocer la historia, cultura y valores humanos, fundantes y vigentes. Pensar mejor que constituye poseer aquella valiosa memoria del pasado, llave maestra de los secretos de nuestro tiempo, pues “sin la memoria del pasado, el presente se hace incomprensible”2.

Estudio de las lenguas clásicas: no

1 Miraglia, L. (1997), Cómo no se enseña el latín, Micromega, 5. 2 Bearzot, C. (2010), ¿Por qué estudiar aún las lenguas clásicas?, Vita e pensiero 1, pág. 96-101.

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Nos sumus tempora: quales sumus, talia sunt tempora (S. Augustinus). Bien lo dijo el gran conocedor del latín y santo Agustín de Hipona en uno de sus sermones: así como somos, son los tiempos. Nuestros tiempos son modernos, avanzados, libres de toda atadura al pasado y a las cosas que retrasaron por tanto tiempo el avance de la ciencia. Es por eso que el estudio de algo que parece totalmente insignificante resulta casi irrisorio y sinsentido.

Sorprende que entre los mismos defensores del latín y el griego existan tantas y tan diversas opiniones y que frecuentemente unos descalifiquen a otros, probando así que no existen argumentos convincentes y definitivos para emprender el estudio de estas lenguas muertas.

Uno de los más grandes conocedores de la cultura griega, el profesor Donald Kagan de la facultad de Yale respondió así a la pregunta “¿Por qué estudiar la historia de la antigua Grecia?” “Porque es terriblemente interesante”. Sin embargo, ¿es suficiente que algo sea, por ejemplo, obligatorio en las escuelas de nivel superior, por el simple hecho de que son “interesantes”? en ese caso deberíamos defender con el mismo garbo los estudios asiáticos, el cultivo de las lenguas africanas, el estudio del espacio profundo que, sin duda, son materias interesantes de estudio para algunos estudiosos.

Estudiosos de las lenguas muertas también han propuesto la alternativa de las traducciones y, por tanto, del abandono del estudio del latín y del griego o su exclusión a los cerrados círculos de eruditos (cfr. Stok, F. (2000) Lingue classiche, «Iter», 3, 9, pág. 70-73.

Otros proponen el estudio de estas lenguas por el hecho de que desarrollan las capacidades lógicas en los jóvenes pues el ejercicio de la traducción comporta un conjunto de complicadas operaciones mentales de verificación y relación de léxico y estructuras. Estos ejercicios desarrollarían habilidades necesarias en toda ciencia y arte, por lo que resultaría indispensable su estudio (cfr. Russo, L. (2002) Segmenti e bastoncini. Dove sta andando la scuola? pág. 85 ss). Este argumento resulta claramente falso y débil puesto que existen estudios mucho más productivos en el ejercicio de tales habilidades lógicas, como las matemáticas, la geometría y el cálculo, y lenguas mucho más complicadas y exigentes que el latín y griego, como pueden ser el alemán o, incluso, el chino-mandarín.

Es, por tanto, clara la confusión que existe entre los estudiosos respecto a las razones para estudiar latín y griego. Podríamos atrevernos a afirmar que muchos no saben por qué estudian las lenguas clásicas. ¿Será acaso porque son una ‘interesante’ materia de estudio?¿Será porque hay que conocer escritos antiguos ya traducidos en todos los idiomas?¿O será que el latín en realidad ha sido la palestra de la mente humana, donde ha aprendido a pensar con agilidad? Ningún argumento de estos parece tener relación y, aún menos, validez. Dejemos de defender, entonces, algo que carece sentido. Desinamus senes semper sequi vetera.