Artículo. muface mujeres en la ciencia

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MUFACE. Nº 192 OTOÑO 2003 REPORTAJE La situación de la mujer en la ciencia QUE INVESTIGUEN ELLAS

Los estudios de nivel europeo detectan barreras sistemáticas y estereotipos discriminatorios de la mujer en el ámbito de la ciencia y la investigación, en el académico y en la industria. Su representación ha sido tan escasa que, por ejemplo, en Medicina y Ciencias Exactas sólo once veces en la historia las mujeres han obtenido el Premio Nobel frente a 435 varones. Aunque lentamente, las cosas están empezando a cambiar; las sociedades empiezan a ser conscientes de que el desarrollo de los países depende de la investigación y que la participación femenina en este objetivo es fundamental. Ha llegado el momento de que también investiguen ellas

La mayoría de las personas que finalizan estudios universitarios en España son mujeres –alrededor de un 60 por ciento–, que además obtienen las mejores calificaciones. Lo cierto es que las notas más altas en pruebas escritas las consiguen ellas, no sólo en carreras de ciencias, sino en oposiciones a judicaturas y fiscales. Los datos no pueden ser más concluyentes: en las últimas pruebas de Selectividad del pasado mes de junio, las chicas obtuvieron el 86,58 por ciento de aprobados frente al 85,1 por ciento de los varones. Pero más allá de los exámenes, las pruebas y los expedientes académicos, la realidad es que la participación de las mujeres en actividades investigadoras y docentes dista mucho de ser igualitaria con la de los hombres, un fenómeno que se acrecienta a medida que se avanza en la escala profesional.

Los estudios de nivel europeo detectan barreras sistemáticas y estereotipos discriminatorios. Los informes del llamado “Grupo de Helsinki”, ETAN y WIR, dibujan un panorama preocupante para la mujer en la ciencia y la investigación, así como en el ámbito académico e industrial. Dichos estudios sacan a la luz datos de 15 países de la UE y de otros tantos de su entorno, y reflejan que hay tres áreas diferenciadas: los países nórdicos, donde la mujer participa en un alto grado; los centroeuropeos, en los que existe un considerable retraso –algo curioso en países tan desarrollados–; y los mediterráneos, que se posicionan en un escalón intermedio.

EXPEDIENTES BRILLANTES “Después de los brillantes expedientes académicos y la capacidad de trabajo hay

que seguir demostrando la valía más continuamente que los hombres”, señala Flora de Pablo, presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT). “Es sin duda un reflejo de la sociedad en que vivimos porque los estereotipos machistas prevalecen a lo largo del tiempo”, añade esta investigadora, quien recuerda que en España no es hasta 1910 cuando accede la primera mujer a estudios universitarios con plenos derechos, pudiendo ser profesoras y ejercer algunas profesiones al igual que los hombres.

Como ha sucedido en gran parte del mundo, en España la incorporación de la mujer a las actividades de investigación y desarrollo de proyectos de ciencia, tecnología y otras materias afines ha sido tardía. Si nos remontamos en el tiempo, a mediados del siglo XVIII se contabilizaban escasamente 13 maestras de escuela y dos de música en un área tan destacada como la docencia. Cifras más contundentes: en 1900 sólo había dos abogadas, 24 médicas y 13 farmacéuticas. De los 116 títulos universitarios profesionales existentes en nuestro país en 1910 únicamente ocho licenciaturas estaban

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en manos de mujeres. La situación de la mujer era más marginal que testimonial y su integración en igualdad de condiciones una mera utopía.

Las cosas comienzan a variar en la década de los setenta, aunque no es hasta diez años más tarde cuando las mujeres logran alcanzar el 30 por ciento de la matriculación universitaria. Hace apenas 30 años sólo había un insignificante dos por ciento de mujeres matriculadas en cualquiera de las carreras superiores de Ingeniería, mientras que hoy las cifras tienden a normalizarse en un tímido 27,7 por ciento. Aun así, en especialidades como Telecomunicaciones e Informática de la Universidad Politécnica de Madrid, por ejemplo, no hay ninguna mujer catedrática, hecho que se repite en todas las provincias que imparten estos estudios, a pesar de que España figura, por detrás de Francia, como el segundo país con más mujeres especializadas en nuevas tecnologías. LA LENTA ESCALADA

El pasado mes de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer

Trabajadora, el Instituto Nacional de Estadística (INE) elaboró un informe sobre la proporción de mujeres en las Ciencias. De él se desprende que la participación de la mujer en estas disciplinas registra un lento pero continuado ascenso en todos los ámbitos. Según el INE, de las más de 125.000 personas que trabajan en I+D en equivalencia de dedicación plena más de 42.000 son mujeres, lo que supone un 33,7 por ciento del total. De acuerdo con estos datos se ha pasado de un 32,5 por ciento de mujeres investigadoras en 1999 al 35,2 por ciento en 2001. El mayor porcentaje de investigadoras se da en las instituciones privadas sin fines de lucro, el 52,4 por ciento. En la Administración Pública este capítulo supone el 44 por ciento y en la enseñanza superior el 40,9 por ciento.

A pesar de que debería ser la equidad el principio regidor y referente del mundo científico, las cifras, una vez más, demuestran la situación de dificultad de las mujeres en el desarrollo de la carrera investigadora: del 8 por ciento de mujeres profesoras de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en 1970, se ha pasado sólo al 13 por ciento en el año 2002. En algunas áreas, como Ciencia de Materiales, hay sólo un 3 por ciento de mujeres Profesoras (el escalón más alto en el CSIC). “Creo que no se escucha ni se considera a las mujeres con igual seriedad que a los varones”, señala De Pablo. “Las discriminaciones y marginaciones son pequeñas pero continuadas, se producen a diario, lo cual dificulta notablemente nuestro trabajo. Desde el entorno masculino, se intenta argumentar que la dedicación de las mujeres a la familia, a los niños y a nuestros mayores, es lo que ralentiza nuestras carreras, pero esto es un mero pretexto para perpetuar actitudes machistas. Tanto en otros países como en algún estudio aislado en el nuestro, el hecho de tener hijos no disminuye la productividad de las científicas.”

La realidad es que hay cotos bastante cerrados aún a las mujeres. Por ejemplo, acaba de ingresar la primera mujer en la Academia de Ingeniería, la profesora Pilar Carbonero. En la Academia de Farmacia, donde María Cascales fue pionera, actualmente se sientan cinco mujeres. La situación es todavía más precaria en los puestos de mayor responsabilidad en la Universidad española, donde sólo cuatro o cinco mujeres son rectoras, alguna de ellas en funciones. El libro de las profesoras María Antonía García León y Marisa García de Cortázar Las académicas aporta datos concluyentes de la testimonial presencia femenina en la categoría más alta: en el año 2000 sólo eran mujeres el 18 por ciento de los catedráticos en áreas de Humanidades, el

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nueve por ciento en Ciencias de la Salud y el cuatro por ciento en Ingeniería y Tecnología

Hay sin embargo personalidades destacables, entre las que merece mención aparte Margarita Salas, una de las investigadoras españolas de mayor prestigio, pionera de la Biología molecular y primera mujer en acceder a muchos puestos de gran relevancia científica, como la Real Academia Española, donde ocupa el sillón “i” desde hace unos meses. Entre las más veteranas se encuentra también Carmina Virgili, ex secretaria de Estado de Universidades y una de las primeras catedráticas de Geología en España. Asimismo, están los ejemplos de Teresa Riera, matemática y catedrática de Ciencias de la Computación, que cuenta con una labor política digna de elogio a favor de las mujeres; Concepción Llaguno, actualmente jubilada, científica y profesora en el Instituto de Fermentaciones Industriales; o las dos vicepresidentas del actual CSIC, algo inusitado en los más de sesenta años de historia del organismo, Manuela Juárez y Montserrat Gomendio.

Pero estos ejemplos son casi excepcionales, según asegura De Pablo. “En las últimas décadas el colectivo masculino ha desempeñado el poder y ha puesto toda clase de trabas a las mujeres, en lo laboral y lo social.” El resultado es que la mayor parte de los puestos de responsabilidad sean ocupados por varones en las universidades españolas, que la profesora Margarita Salas sea el único sillón femenino en la Real Academia de Ciencias, o que la doctora Carmen Maroto se siente desde 1999 entre cincuenta miembros varones en la Real Academia de Medicina.

No obstante el referido informe del INE destaca un ligero ascenso de la participación femenina a lo largo de los últimos años. Otros datos reflejan que la situación de las mujeres investigadoras en España no está hoy peor que en otros países europeos, más bien al contrario, crece el número de catedráticas y aparecen cifras alentadoras en constante aumento. El informe ETAN refleja que la situación es ligeramente favorable en los países nórdicos, con Finlandia a la cabeza, que tiene el mayor número de catedráticas. España está en un escalón intermedio y en mejor situación, por ejemplo, que Alemania, Holanda y Bélgica. Incluso en Estados Unidos se han llegado a hacer estudios comparativos sobre mujeres y hombres investigadores en igualdad de categoría y conocimientos, llegando a la conclusión que éstas tenían menos recursos económicos, espacios más reducidos, menor reconocimiento, y en definitiva, más trabas para realizar su trabajo.

TOMAR INICIATIVAS A este respecto, la directora general de Ingenasa, Carmen Vela, considera que

“las mujeres no deben esperar a que les sirvan en bandeja nada, sino tomar iniciativas y tener el impulso y coraje de enfrentarse a las situaciones. También hay que reivindicar derechos y denunciar sesgos sexistas cuando se produzcan”.

Según señala Flora de Pablo, “la aspiración es llegar al máximo y ponernos a la altura de los países más avanzados, los del norte de Europa, que hace bastantes años aplican la igualdad de condiciones y oportunidades para las mujeres, sea cual sea su ámbito profesional. Hay que conseguir una participación igualitaria, equilibrada, en la que ninguno de los dos sexos domine más del 40 por ciento tanto entre los políticos, como entre los catedráticos, investigadores, profesores...”. Actualmente estamos lejos de esta situación, aunque la Comunidad Europea se pusiera como objetivo para el 2003 que no existiera una representación menor de un 30 por ciento de mujeres en comités, tribunales de selección y otros organismos evaluadores. “Por tanto –finaliza de Pablo–

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hay que tomar medidas para equilibrar la situación, corregir deficiencias y romper barreras. No podemos esperar que las cosas cambien con los años”. PARTICIPACIÓN IGUALITARIA

La Asamblea Europea de las Ciencias y Tecnologías se crea en 1994 con una representación de cien varones y cuatro mujeres en su primera convocatoria. A su segunda asamblea concurrieron 61 miembros, de los que sólo cinco eran mujeres. Hoy las proporciones tienden a la estabilización, con una presencia femenina en los comités de la UE de entre el 30 y el 40 por ciento.

Las políticas científicas en el mundo que apoyan la participación igualitaria de hombres y mujeres no son muy diferentes unas de otras. Las mujeres investigadoras estadounidenses fueron las primeras en organizarse en 1971, creando la asociación AWIS (Association for Women in Science); diez años más tarde consiguen que el Congreso de EE.UU apruebe un decreto para promover la igualdad de oportunidades en el ámbito científico. En los años ochenta Europa imita las iniciativas norteamericanas creando la red británica de Mujeres en la Ciencia y en la Ingeniería, una sensibilización que culminaría con el informe ETAN (European Technology Assessment Netwok), que deja claro que en la UE las mujeres están insuficientemente representadas en el profesorado y la investigación. A las mismas conclusiones llegó el denominado “Grupo de Helsinki” –por ser allí donde inició sus trabajos– que examinó la situación de la mujer en la ciencia en 30 países, extrayendo como conclusión que su participación no es igualitaria con la del hombre, sobre todo, en el número de catedráticas. Elaborado en el año 2000 por la Comisión sobre Políticas Científicas de UE, el informe ETAN describe la manera en que la investigación europea tiene en cuenta a la mujer. El documento confronta estadísticas, testimonios y prácticas, y propone medidas concretas para hacer realidad la igualdad entre sexos en este campo. Una de las redactoras del informe, Carmen Vela, señala cómo la Comisión venía desde hacía tiempo evaluando la escasa presencia femenina en la ciencia. “Primero se elabora un informe de las mujeres en el sector público, convocando a ponentes de diferentes nacionalidades de manera aleatoria para conformar un comité, del que forman parte ministras de Investigación, académicas y personalidades de notable relevancia científica.”

Los trabajos estuvieron orientados a recabar datos hasta ese momento escasos para refrendar la situación con cifras concretas, “lo que nos permitió observar -indica Vela- que aunque la discriminación no es tan burda como antes, sino ciertamente sutil, las cifras seguían siendo muy negativas para las mujeres. No queríamos caer en la tentación de ser un grupo radical, sino ir por un camino reivindicativo aportando datos a la hora de plantear nuestras propuestas, que para eso somos científicas”. El estudio consistió en recabar información para poder elaborar conclusiones, y fue difícil, ya que apenas existían cifras. Los ejemplos son elocuentes: en Ciencias de la Vida el 75 por ciento de las estudiantes son mujeres, pero tan sólo el 10 por ciento de ellas son catedráticas, un dato que es común a Europa. “Conforme se realizaba esta valoración –explica Carmen Vela– surgían múltiples razones para la ausencia de mujeres en el ámbito científico e investigador: la discriminación, los roles sociales, la propia situación de la mujer, su entorno… Observamos que el paso del tiempo solo no ayudaba y, aunque la mayoría de las ponentes éramos en un principio contrarias a que se fomentara la discriminación positiva como un sistema de cuotas, no nos quedó más remedio que aceptar que a la verdad hay que ayudarla con mecanismos y es inevitable que existan cuotas que aseguren la presencia de la mujer”.

Chus S. Valcárcel

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DISCRIMINACIÓN POSITIVA

Ingenasa es una empresa de Biotecnología, un sector emergente y de gran repercusión internacional, económicamente rentable en Estados Unidos, Inglaterra y Alemania y que en España empieza a moverse con ligereza en el mercado. Está dedicada a las tecnologías innovadoras que utilizan los seres vivos; “es, por decirlo entre comillas, poner a los seres vivos a trabajar para nosotros dentro de la genética, la bioquímica, la microbiología”, señala su directora, Carmen Vela, una de las pioneras de los primeros grupos de trabajo de UE sobre Mujer y Ciencia organizados por la Comisaria Edith Cresson. Vela dirige hoy una empresa de 32 personas de las cuales sólo siete son varones, algo que se corresponde con la estadística, ya que tanto en España como en Europa la mayor parte de los estudiantes de carreras científicas como Farmacia, Biología, Química, Enfermería, Medicina y otras, son mujeres, en algunos casos hasta un 75 por ciento. “Es curioso observar –señala Vela– que los mejores expedientes académicos pertenecen a las mujeres y más concretamente a las que cursan estas especialidades, por lo que están bastante motivadas, y como aquí no existe la discriminación de genero, encontramos gran cantidad de mujeres que acaban en el ámbito de la investigación”.

ROMPER ESTEREOTIPOS

Ante la discriminación femenina, la directora de Ingenasa considera necesario que las mujeres dejen de ser invisibles y rompan estereotipos. Por ejemplo, para compatibilizar su labor con el cuidado de los hijos, “una alternativa sería conseguir becas de reincorporación después de los periodos de maternidad, u otras ayudas para que las que tengan que trasladarse puedan hacerlo con sus hijos y maridos; en cualquier caso, tratar de posibilitar el desarrollo de las científicas e investigadoras con alternativas, y no como está pasando actualmente en una sociedad hostil, en la que muchas mujeres salen adelante a base de coraje y esfuerzo personal”.

Según Vela, conseguir que hoy Ingenasa sea rentable ha llevado tras de sí muchas dificultades. “Hay que tener en cuenta que es de las más antiguas empresas del sector. Se creó en 1981, por el antiguo Instituto Nacional de Industria y en 1985 pasó a manos de ERT (más tarde ERCROS), y entre sus objetivos no entraba ser rentable, sino trabajar más que nada en favor de la investigación.” Tras serios avatares financieros –“ya que lamentablemente la investigación se ha considerado siempre un gasto en lugar de un activo”–, se logró hacer rentables estas investigaciones, colocando en el mercado productos, ensayos de diagnóstico, fundamentalmente en enfermedades del mundo animal. El proceso de venta de los mismos ha producido beneficios, que han sido reinvertidos en continuar con la labor de estudio e investigación en nuevos temas. Ahora poseen un catálogo de kits de diagnóstico para sanidad animal para unas sesenta enfermedades y se realiza investigación en terapia biotecnológica, fundamentalmente vacunas para animales. La alta cualificación tecnológica de esta empresa ha permitido que fuera la pionera española en conseguir un proyecto de investigación en la UE en la primera convocatoria tras la ampliación para España, Grecia y Portugal. SUPERANDO BARRERAS

Flora de Pablo, doctora en Medicina y diplomada en Psicología por la Universidad de Salamanca, lleva años dedicando su vida a la investigación. Ha trabajado como becaria e investigadora visitante en los National Institutes of Health y

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en el California Institute of Technology, en Estados Unidos, y actualmente es Profesora de investigación en el Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC, donde dirige el grupo de Factores de crecimiento en el desarrollo de vertebrados y, al mismo tiempo, presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT). Dicha asociación surgió cuando “un grupo de mujeres, entre las que había investigadoras, biotecnólogas y profesoras, pensamos que era necesaria su existencia en España, como en otros países; por ejemplo, la asociación americana tiene ya más de treinta años de antigüedad, y en Europa hay varias en los países nórdicos”, señala De Pablo. La función de la AMIT es la de reflejar con datos cuál es la participación real femenina en la docencia, la investigación y la industria, denunciar barreras y promover cambios. Según su presidenta, es necesario cumplir la normativa de la Unión Europea de dar a conocer las cifras de participación profesional, “con separación por sexos, haciendo una clara diferenciación a todos los niveles entre hombres y mujeres”. Esta investigadora, cuyo trabajo versa sobre la insulina y su precursor la proinsulina, recalca que dentro de las múltiples propuestas de la AMIT está la de tratar de suprimir las sistemáticas barreras y estereotipos que apartan a muchas investigadoras de la labor profesional. “El mundo de la ciencia –dice– es muy duro y competitivo, y hombres y mujeres, dependiendo de su capacidad, deben poder avanzar al mismo ritmo”.

FRÍO ENTORNO LABORAL

Ante la pregunta de si existe una manera de investigar masculina y otra femenina

Flora de Pablo considera que en estos momentos es una cuestión que no tiene sentido “por no estar equilibrada la balanza de sexos; la participación de ellas es pequeña, es más, algunas tienen que asumir posturas agresivas para blindarse contra los ataques y marginaciones masculinas. Sólo sabremos si existen diferentes maneras de investigar según los sexos, el día que se produzca una participación equilibrada de ambos. Actualmente las pioneras siguen teniendo un entorno laboral frío, un chilly climat, como dicen los americanos”. En cuanto a la AMIT, hace un balance positivo de sus casi dos años de funcionamiento. “Nuestra asociación es de ámbito nacional y sin animo de lucro, estamos integradas en una red europea de investigadoras y en noviembre vamos a celebrar nuestra segunda asamblea, con varias conferencias a las que podrá asistir todo el que lo desee”. Carmen Vela, una de las fundadoras, hablará sobre el informe WIR. Por otro lado, De Pablo habla con entusiasmo de los últimos estudios en favor de la calidad de vida de los diabéticos y que “pasan por la insulina biosintética recombinante, con la misma composición que la humana, gracias a los avances en biología molecular. Ahora bien –apostilla– queda pendiente la posibilidad rutinaria del trasplante de islotes o la conversión de células madre embrionarias en células productoras de insulina”. En este abordaje, la doctora piensa que queda un largo camino por recorrer, y más concretamente en España: “la posibilidad de trabajar con embriones humanos sobrantes de la fertilización in vitro, reformando la ley de Reproducción asistida de 1988, recientemente anunciada por el gobierno, crea, sin embargo, nuevas expectativas para equipararnos con otros países europeos donde ya se investiga con células embrionarias humanas. Ello facilitará también la labor a los investigadores en este campo que no estarán obligados a desplazamientos al extranjero”. TECHO DE CRISTAL

Un dato significativo que remarca la desigualdad femenina es que desde la fundación del Premio Nobel, en 1901, el reconocimiento a la labor de las mujeres en el

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campo de la Medicina y las Ciencias Exactas es tan escaso que sólo once veces, 10 mujeres, han sido merecedoras del apreciado galardón frente a 435 hombres. Desde que en 1903 se le concediera a la radioquímica francesa de origen polaco Marie Curie, conjuntamente con su marido Pierre, en la especialidad de Física, y posteriormente obtuvo el segundo en Química en 1911, la lista de notables merecedoras del Nobel ha sido exigua. En ella aparecen, entre otras, Maria Goeppert-Mayer, física polaca que recibió el Nobel conjuntamente con Jensen y Wigner por la estructura nuclear orbital; Irene Joliot-Curie, física francesa, hija de Marie Curie y Nobel en Química en 1935, que siguiendo los pasos de sus padres continuó los estudios sobre procesos radioactivos generados por métodos artificiales; Gerty Theresa Cori, bioquímica de origen checo, que obtuvo el galardón de Fisiología y Medicina en 1947, otorgado de manera conjunta a su marido Carl Cori, por sus descubrimientos sobre el metabolismo del glucógeno y los efectos de la insulina; Dorothy Crowford Hodgkin, bioquímica inglesa, que logró el Nobel de Química en 1964, al conseguir, por medio de rayos X y estudios cristalográficos, determinar la estructura de proteínas, definiendo la estructura de la insulina e investigando también el colesterol. La biofísica estadounidense Rosalyn Yalow alcanzó el premio de Fisiología y Medicina del año 1977, por sus trabajos en el desarrollo del radioinmunoensayo de las hormonas peptídicas. También Rita Levi-Montalcini, médica italiana, realizó, junto con Stanley Cohen, estudios muy concienzudos, después de especializarse en neurología y psiquiatría, sobre los factores de crecimiento, descubriendo el NGF, lo que le valió el Nobel en 1986. LEGADO

Y ha habido también otras mujeres que han aportado un importante legado a la historia de la ciencia por su labor de pioneras, como la primera mujer astronauta, la rusa Valentina Tereshkova, que en el año 1963 fue una de las primeras en inaugurar la llamada “carrera espacial”. También hay que mencionar a Ada Byron Lovelace, que experimentó los primeros sistemas informáticos de programación en los comienzos de esta tecnología y hoy un programa del Departamento de Defensa de Estados Unidos lleva su nombre. En España, destaca la figura de Irene Lewy Rodríguez, más conocida como Irene Falcón, mujer que diversificó facetas como la de periodista, política, políglota, y trabajó al lado del Nobel y eminente histólogo Santiago Ramón y Cajal. Con tan sólo quince años formó parte del equipo del Instituto de Investigaciones Biológicas, junto con destacados doctores e investigadores. www.map.es/gobierno/muface/o192/repor.htm