Artículo Altieri - Avellaneda

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Gertrudis Gómez de Avellaneda: Una romántica cubana luchadora entre dos mundos. Lara Altieri Publicado en sitio web Mujeres Viajeras http://historiasmujeresviajeras.blogspot.com Puesto en línea 01-10-2012 Resumen: En el presente estudio quiero ofrecer el retrato de una escritora de gran relieve en el panorama de la literatura femenina decimonónica: la cubana Getrudis Gómez de Avellaneda. Para empezar, voy a esbozar su biografía, destacando los momentos clave de su vida, modelo por antonomasia de una heroína romántica que luchará contra sí misma, ensimismada del mundo, siempre rebelde y nostálgica de su tierra. Por último, me ceniré en el estudio de dos escritos: las Memorias inéditas, una serie de apuntes sobre los viajes que realizó la Avellaneda, desde la salida de Cuba, hasta la llegada a la ciudad de Sevilla, y los artículos publicados en el Diario de la Marina sobre su última excursión realizada por los Pirineos. Biografía. A diferencias de las colegas escritoras decimonónicas, en la mayor parte olvidadas y no reconocidas por la crítica, Gertrudis Gómez de Avellaneda conoció un gran éxito en vida y ya entonces originó una gran cantidad de comentarios críticos. Si hay algo en la vida de esta “heroína romántica” es la dificultad de fijarla en una 1

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En el artículo Gertrudis Gómez de Avellaneda: Una romántica cubana luchadora entre dos mundos, la investigadora Lara Altiera profundiza en el estudios de la escritora-viajera cubana, específicamente en dos obras: las Memorias inéditas, una serie de apuntes sobre los viajes que realizó Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), desde la salida de Cuba, hasta la llegada a la ciudad de Sevilla, y los artículos publicados en el Diario de la Marina sobre su última excursión realizada por los Pirineos.

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Gertrudis Gómez de Avellaneda:

Una romántica cubana luchadora entre dos mundos.

Lara Altieri

Publicado en sitio web Mujeres Viajeras http://historiasmujeresviajeras.blogspot.com

Puesto en línea 01-10-2012

Resumen: En el presente estudio quiero ofrecer el retrato de una escritora de gran relieve en el

panorama de la literatura femenina decimonónica: la cubana Getrudis Gómez de Avellaneda.

Para empezar, voy a esbozar su biografía, destacando los momentos clave de su vida, modelo

por antonomasia de una heroína romántica que luchará contra sí misma, ensimismada del

mundo, siempre rebelde y nostálgica de su tierra. Por último, me ceniré en el estudio de dos

escritos: las Memorias inéditas, una serie de apuntes sobre los viajes que realizó la Avellaneda,

desde la salida de Cuba, hasta la llegada a la ciudad de Sevilla, y los artículos publicados en el

Diario de la Marina sobre su última excursión realizada por los Pirineos.

Biografía.

A diferencias de las colegas escritoras decimonónicas, en la mayor parte

olvidadas y no reconocidas por la crítica, Gertrudis Gómez de Avellaneda conoció un

gran éxito en vida y ya entonces originó una gran cantidad de comentarios críticos. Si

hay algo en la vida de esta “heroína romántica” es la dificultad de fijarla en una única

posición: “criolla en España, pero española en Cuba; independiente en las ideas, pero

católica practicante; escritora de novela anti-esclavista, pero cuyo legado a su muerte

son cinco negros emancipados y un chino; romántica en las formas y en la retórica pero

avezada mujer de negocios y prestamista; apasionada y celosa, pero independiente y

autosuficiente” (Cf. Delgado, 2008: 208-209).

Gertrudis Gómez de Avellaneda aspiró a ser una mujer aparte, extraordinaria,

proscrita voluntariamente de su país, de su familia, de sus amantes, y se convirtió en una

peregrina rara, insólita, extraña y viajera hacia otro mundo. Con el tiempo ella siempre

se ha visto como peregrina en la tierra, y el peregrinaje primero de su adolescencia hacia

Europa será como la iniciación de la continua peregrinación del hombre por el mundo

en busca del paraíso perdido, que alguna vez será el cielo de origen, otras la isla de

Cuba. Inquieta y errabunda, como los héroes de las novelas románticas, desesperada del

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amor y con esperanzas poéticas, anhelante de lo desconocido, fue un ejemplar único en

la isla de Cuba. La “clave” para entender a Gómez de Avellaneda y, sobre todo, su

escritura se ha buscado en su epistolario, en particular, la parte de este también

identificado con su “autobiografía”. Hay que recordar que la mayoría de las cartas

aparecen sin fecha y sin rúbrica, por lo que es el editor el que las ordena de manera que

hoy conocemos, otorgándole su “coherencia”, que no es otra que la de una narrativa

amorosa muy tradicional, representada como una secuencia teleológica.

Gertrudis Gómez de Avellaneda nació en Santa María de Puerto Príncipe

(Cuba), el 23 de marzo de 1814, aunque en su autobiografía figura el año 1816. Gómez

de Avellaneda fue hija del capitán de navío Manuel Gómez de Avellaneda y de Felisa

de Arteaga y Betancourt. Su padre murió cuando ella tenía sólo nueve años y su madre,

joven rica y muy hermosa, se vio pronto rodeada de enamorados. De todos sus

pretendientes, la madre de Avellaneda escogió a D. Gaspar Escalada y López de la

Peña, militar, oriundo de Burdeos. En Cuba Avellaneda fue espectadora y asistía al

espectáculo de la calle y de la alta sociedad de la isla. A los doce años escribió una

monstruosa novela de fantasmas y la tragedia en verso de Hernán Cortés.

Aunque la niña Tula no se cansó de su pasión culminante, la lectura de novelas,

poesías y comedias, se mantuvo apartada de los demás. Únicamente fue amiga de sus

vecinas, las hijas de un emigrado de Santo Domingo, las Carmona, y sobre todo de Rosa

Carmona: “Nuestros juegos eran representar comedias, hacer cuentos, rivalizando a

quien los hacía más bonitos, adivinar charadas y dibujar en competencia flores y

pajaritos. Nunca nos mezclábamos en los bulliciosos juegos de las otras chicas” (Bravo-

Villasante, 1967: 21-22). Muy pronto, antes de los quince años, Tula, una prima suya y

las Carmona, casi como en un juego adolescente, se vieron prometidas. Entretanto

acudía a la tertulia famosa de las bellas, donde Tula y las amigas tenían fama de

hermosas y de inteligentes. El joven Loynaz, que se convirtió en amigo apasionado de

Tula, con ella leía, traducía y cantaba dúos al piano. Después del primer golpe, la

pérdida del padre, Avellaneda recibió el segundo, la pérdida de la amistad, que la afectó

de un modo exagerado hasta hacerla enfermar. Sin embargo, el apasionado galán

continuará carteándose con Tula hasta los veinticinco años en que fallece, a mediados

del año de 1837. Grave y orgullosa, Tula no quiso seguir en la isla. Desengañada de las

amigas, de la familia, del ambiente isleño, quería huir a Europa donde la esperaban

otros hombres, otros poetas, y seguramente la fama y la gloria.

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Fue así que en una noche de abril de 1836 la Avellaneda dio un adiós eterno a su

hermosa tierra. En el soneto Al partir, la poetisa refleja, en su alma estremecida de la

viajera y llena de presagios, todo el dolor y la profunda tristeza al dejar Cuba:

¡Perla del mar! ¡Estrella de Occidente!¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo,La noche cubre con su opaco velo,

Como cubre el dolor de mi triste frente.¡Voy a partir!... La chusma diligente

Para arrancarme del nativo sueloLas velas iza, y pronta a su desveloLa brisa acude de tu zona ardiente.¡Adiós, patria feliz! ¡Edén querido!

Doquier que el hondo en su furor me impelaTu dulce nombre halagará mi oído,¡Ay! que ya cruje la turgente vela,

El ancla se alza, el buque estremecido¡Las olas corta y silenciosa vuela!

(Bravo-Villasante, 1967: 28).

Con su familia Gómez de Avellaneda salió hacia Burdeos y de allí llegaron a La

Coruña, donde residía la familia de Escalada. Fue entonces cuando la poetisa conoció a

Francisco Ricafort que había hecho la guerra contra los carlistas y tenía un carácter

franco y apasionado. De estos fugaces amores sólo tenemos las pocas noticias que la

misma Avellaneda ha querido comunicarnos. Pondera la excelencia del corazón de su

amante y las buenas prendas de carácter, pero hace restricciones sobre su talento y

cultura. Compadecido Ricafort de las desgracias domésticas de Gertrudis, le ofreció su

mano y su venganza. El matrimonio no se verificó en seguida por los escasos recursos

de los novios; el padrastro retenía la herencia de ella, como menor de edad, y él no era

más que un oficial de ejército. Una mañana de marzo de 1838 toda la familia se trasladó

a Vigo, en Galicia, y al mes siguiente Avellaneda se fue con su hermano a Lisboa.

Pasados tres meses se marcharon de allí a Sevilla, en mala armonía con la familia

paterna, y luego a Cádiz, donde empezó a escribir por vez primera en La Aureola, que

dirigía Manuel Cañete, con el seudónimo de “La Peregrina”. Aquel año conoció a Don

Ignacio de Cepeda y Alcade, hombre de aspecto triste y melancólico, del que se

enamoró y al que dedicará muchas de sus cartas durante años. Ignacio de Cepeda nació

en Osuna, provincia de Sevilla, el 21 de enero de 1816, de una familia distinguida y

muy rica. Tenía, por consiguiente, dos años menos que la Avellaneda, y en la época en

que ésta le conoció era de buen talle y apostura. Este, pues, era antípoda de la bella pero

pobre Gertrudis. Cepeda no quería casarse con ella, ni aun comprometerse de un modo

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duradero y, cuando Tula se dio cuenta de que él no la quería, su crisis fue violenta. En

las cartas escritas entre 1839-1854, la Avellaneda confiesa su amor, sus anhelos de

mujer apasionada, sus desazones ante la extraña actitud de Cepeda, su pena y su rabia.

Lorenzo Cruz de Fuentes sostiene que los avatares y sentimientos amorosos de

la escritora son el motor que impulsa su faceta creadora, otorgándole el elemento de

“extrañeza” que la caracteriza y que había sido detectado por tan avezados lectores

como don Juan Valera. Esa extrañeza fue interpretada como un caso de mal amores

llevado al extremo, un amor frustrado por un hombre concreto, Ignacio de Cepeda que

marcó no sólo la vida de esta mujer, sino también su obra al no corresponderla del todo

y terminar casándose con otra:

“¿Cuál fué la causa de tanta desventura? No lo sabemos a ciencia cierta. Los celos, la pasión absorbente, avasalladora, que no conocía límites, de la franca India, como graciosamente se llamaba a sí misma la simpática Tula; y la templanza sostenida del Sr. Cepeda ante el temor instintivo de entregarse con armas y bagaje a aquella inteligencia poderosa, que algún día podría anularle con su superioridad indiscutible, debieron hacer el milagro” (Cruz de Fuentes, 1914: 45).

Este amor se interpreta como el acontecimiento determinante que marca y fija el

carácter de la escritora para siempre y explica el tono de melancolía o frustración de sus

composiciones poéticas. En 1847 todo había terminado entre Gómez de Avellaneda y el

joven Cepeda. Desalentada, herida en su amor y en su orgullo, Tula marchó a Madrid

con su hermano Manuel. A la llegada de la Avellaneda, el Romanticismo en Madrid

estaba en su apogeo, la vida literaria se hallaba en auge. En el Liceo de Madrid se

organizaban veladas musicales o dramáticas, se leían y recitaban poesías y se daban a

conocer las primicias de toda clase de obras. La aparición de la Avellaneda en Madrid

produjo un verdadero revuelo admirativo. Allí empezó su vida bohemia, se dedicaba

continuamente al trabajo y tuvo constantes ocupaciones y halagos que contribuyeron a

alejar el recuerdo del veleidoso andaluz. Admirada y respetada en los círculos

intelectuales madrileños, reinaba sin rival -en expresión de D. Juan Valera: “es la reina

de las poetisas españolas de todas las edades y una de las más inspiradas, elegantes y

fecundas poetisas que ha habido en el mundo” (Álzaga, 1997: 77).

Sus poemas caracterizados por un empaque robusto y valeroso hicieron decir de

ella repetidamente que “era más poeta que poetisa” (Álzaga, 1997: 51). Al sol, Al mar, A

la esperanza, A Nápoles, Al Alcázar de Sevilla y La pesca en el mar son algunos de los

poemas que ella recitaba a sus íntimos con su voz incomparable. De ahí las críticas que

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muchos le han dirigido sobre su androginia. El primer autor en delatar su virilidad

biológica fue Zorilla, quien desde su primer encuentro con la Avellaneda, reconoció en

la autora una femineidad superficial y una envoltura que escondía su ser varonil.

Encontramos una visión similar de la obra de la Avellaneda en las opiniones de José

Martí. Según él, la virilidad amenazante de la poetisa se halla en su escritura, en cuyos

versos se encuentra un hombre “altivo y fiero”. Para Martí, la poesía femenil no debe

caracterizarse por su grandeza y severidad sino por la ternura, la pureza, y la elegancia

al hablar.

Otro de los caracteres que la perspicacia de los primeros críticos señaló en las

poesías juveniles de la Avellaneda es el influjo de aquel romanticismo exagerado y

malsano que empaña y en parte desluce muchas obras de nuestros buenos escritores de

la primera mitad del siglo XIX. Don Juan Nicasio Gallego, que advirtió en varias

composiciones de la autora cubana los suspiros del desaliento, las amarguras causadas

por un desengaño y saciedad de la vida que no podía existir en un pecho juvenil, las

atribuyó con razón al influjo del ejemplo, diciendo: “Tal es la manía de la época;

jóvenes robustos y de pocos años se lamentan de ningún aliciente que les ofrece este

valle de lágrimas. Para ellos es ya la vida una carga insoportables; la beldad no les

inspira sin desvío, repugnancia o raptos frenéticos de pasión cuyo término es el ataúd”.

Atribuye algo del pesimismo de la Avellaneda a las desusadas horas en que trabajaba:

“de una a cuatro de la mañana, lo cual” -según Gallego- “sólo puede inspirar a la autora

ideas lúgubres e imágenes nada risueñas” (Cotarelo y Mori, 1930: 78).

Durante la estancia en Madrid la Avellaneda escribió Sab (1970), la primera

novela indianista aparecida en 1841 y dedicada a Lista, cuyo mayor interés reside en el

ambiente americano y las descripciones de la naturaleza, y donde Tula expresó su

nostalgia de la tierra natal, idealizada por la distancia y los modelos literarios y también

sus anhelos de libertad y sus inquietudes sentimentales. Lo que a esta novela da valor y

fisonomía singulares es el ser americana, cubana y el contener hermosas descripciones

de la naturaleza y costumbres de aquel país. Tiene, además, otra circunstancia digna de

no omitirse y que la hace merecedora de aplauso: que es la novela entre las suyas en que

la imitación o influencias francesas son menos visibles.

Del mismo año que Sab es la segunda novela de Tula, Dos mujeres, dedicada a

D. Juan Nicasio Gallego, en donde plantea un conflicto entre una mujer buena y otra

mala y concluye con una tesis contra el matrimonio. Más tarde, en 1844, Gertrudis

publicó su tercera novela, Espatolino, que plantea la vida de un bandido de la época de

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Murat y se aparta bastante de la realidad. La obra, una especie de protesta contra la

justicia humana y algunas apreciaciones poco exactas y justas respecto de la sociedad,

mantiene el interés, sobre todo, por la interesante figura de Anunziata, la esposa de

Espatolino. Se ve en esta obra la influencia de lecturas de novelas semejantes francesas.

Es significativo que no habiendo estado la autora en Italia describa bien y con

minuciosidad muchos lugares, así del reino de Nápoles como de los Estados pontificios.

Aquel mismo año, tal vez el más feliz de su producción, se estrenó el drama

histórico medieval Alfonso Munio, cuyo personaje central -que ella reputa como

antepasado suyo- nació y vivió en Toledo, y que había de colocar el nombre de la

escritora a la cabeza de los dramaturgos de su época. El estreno fue un éxito

extraordinario, el público la llamó para prodigarle aplausos y coronas y toda la crítica

elogió su obra. Un éxito teatral en 1844 no era cosa desdeñable, puesto que un año antes

se había aplaudido nada menos que Don Juan Tenorio y continuaban representándose

obras de los más importantes dramaturgos románticos. En aquel tiempo comenzaron las

relaciones amorosas de la Avellaneda con Gabriel García Tassara, un andaluz que había

venido de Sevilla a Madrid, distinguiéndose como poeta lírico. El joven se enamoró

locamente de la poetisa, y con gran sorpresa suya fue correspondida. Estos amores han

sido recientemente comprobados y esclarecidos por el hallazgo de tres cartas de la

poetisa, dadas al público en un buen estudio acerca del poeta Tassara por el señor

Méndez Bejarano (Cotarelo y Mori, 1930: 131).

De la relación con Tassara nació Brenhilde, niña débil y enfermiza de la que su

madre tuvo que ocuparse ella sola, enfrentándose a todas las dificultades por sí misma

sin ninguna ayuda por parte del marido. Decidió escribir a Tassara para pedirle que la

visitase pero, como es sabido, la carta quedó sin acuse de recibo y sin respuesta. Por

mucho que algunos de sus contemporáneos quisieran virilizar su físico, como se ha

comentado antes, lo cierto es que fue la misma Tula la que zanjó la cuestión,

demostrando así su fuerte espíritu de maternidad y dando ulterior prueba de orgullo y

reivindicación en el certificado de defunción de Brenhilde, muerta el 9 de noviembre de

1845, en el cual la escritora inscribió a la niña como hija de Tassara, presumiblemente,

sin conocimiento de este. Más tarde, la Avellaneda y Tassara volvieron a encontrarse en

la sociedad y continuaron unas relaciones meramente amistosas, al menos por parte de

ella, que ya viuda de su primer marido, seguía su carrera triunfal en el cultivo de la

literatura.

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En 1845 doña Gertrudis también fundó y dirigió una revista llamada La

Ilustración: Álbum de las damas con el propósito de servir a un público femenino. La

estudiosa María Albín aclara que la dirección del periódico no era un fenómeno aislado,

puesto que la Avellaneda dirigía varias revistas literarias y femenistas entre los años

1845 y 1846. Aparecieron los trabajos de Gómez de Avellaneda en El Cisne de Sevilla,

La Alhambra de Granada, El Laberinto, El Español, El correo de la moda, Álbum

literario español y otras más. Además la escritora publicó un artículo periodístico

titulado “Capacidad de las mujeres para el gobierno” que Albín considera “un

manifiesto de emancipación del género femenino” (Albín, 2002: 169). Este artículo, al

aludir a la teoría política y filosófica de la Ilustración de la ideología liberal, desafía la

noción de que la inteligencia es exclusivamente masculina. Doña Gertrudis se refiere a

autoridades eclesiásticas y latinas así como lo hacen tratados sobre la mujer.

En febrero de 1846, apareció en El Heraldo su novela histórica Guatimozín,

último emperador de México, donde podemos apreciar su notable erudición en las

numerosas alusiones y referencias a los historiadores y cronistas clásicos. En este

período Avellaneda se casó con el jefe político de Madrid, Pedro Sabater, valenciano

que llevaba una brillante carrera, hombre instruido, severo e imparcial de sus propias

obras. Si, por un lado, como Mary Louise Pratt ha subrayado, Avellaneda fue contraria

al matrimonio desde su juventud, por el otro, dado el estatus legal de la mujer en la

época, acababa aceptándolo, con grandes reticencias, en un momento de crisis. Pedro

Sabater se casó con ella a los pocos meses de la muerte de su hija, Brenhilde. Gracias a

las investigaciones de María Carmen Simón Palmer, sabemos que las circunstancias que

rodearon este matrimonio fueron bastante ideológicas y concretas. Al poco de morir su

hija, Avellaneda actuó como mediadora del general Narváez en una complicada

negociación con objeto de proponer al conde de Trápani como esposo de Isabel II. La

negociación fracasó, pero lo que es indudable es que existía una relación, cuando menos

amistosa, entre Narváez y Avellaneda. Pedro Sabater dependía directamente del general,

lo que lleva a Simón Palmer a afirmar que este precipitado enlace fue una forma de

lavar el honor de la escritora “de la manera que se ha hecho siempre con las mujeres,

esto es, mediante el matrimonio” (Simón Palmer, 2005: 345). Es también comprensible

que Sabater estuviera impresionado por su futura mujer, por su atractivo físico y su

inteligencia, y que todo ello facilitara el acuerdo. De todas maneras, la noticia de la

boda entre Gertrudis Gómez de Avellaneda y Pedro Sabater apareció el 12 de mayo de

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1846 en El Heraldo y el mismo año estaba para estrenarse el drama de la Avellaneda

Eguilona, cuya representación había sufrido varios retrasos.

Tula había ya marchado con su marido a París donde la sociedad culta no tardó

en darse cuenta de la personalidad de esta mujer y la colmó de agasajos. De regreso a

España, a mitad de camino, en Burdeos, falleció Pedro Sabater y la poetisa sintió

profundamente su muerte. Renacieron en ella sentimientos religiosos y se retiró a

convalecer de su dolor al Convento de Nuestra Señora de Loreto de Burdeos donde se

dedicó a las prácticas religiosas y al recogimiento moral. Gómez de Avellaneda tenía

treinta y tres años cuando quedó viuda. Pocos meses más tarde regresó a Madrid y, poco

a poco, reanudó su vida habitual. Volvió a encontrar el mismo nombre que le había

hecho sufrir: Ignacio Cepeda. Sus tempestuosos amores con Cepeda ponen una tregua

en la producción literaria de la Avellaneda; pero, una vez desengañada de su cariño,

renueva con brío su interrumpida tarea.

Antes de que finalice el año de 1849 tuvo lugar la inauguración del Teatro

Español con Saúl, tragedia bíblica que la Avellaneda escribió en 1846, y que fue

aplaudida en la intimidad por un grupo de amigos. En la advertencia o prólogo que lleva

la obra, nos explica que tuvo la idea de escribir Saúl leyendo el Saúl de Alfieri, y el de

Mr. Soumet, y añade: “Mi Saúl, pues, se diferencia de las dos obras de igual título que

tengo citadas, en cuanto a que abraza un período mucho mayor de la vida del

protagonista común, a quien yo tomo desde el momento en que, llegando al apogeo de

su gloria y de su orgullo, atrae sobre su cabeza la reprobación divina, y no lo dejo sino

cuando sucumbe a la suprema voluntad, que cumple sus designios con majestuosa

calma y por maravillosas vías” (Bravo-Villasante, 1967: 161). Saúl es un drama bíblico

oriental, algo operístico, a la manera de Verdi, de mucho espectáculo. Si el estreno de

Alfonso Munio fue la consagración de la Avellaneda, el estreno de Saúl volvió a ser una

apoteosis, aunque no le causó gran placer ya que su corazón carecía de amor.

En 1851 se publicaron dos obras en prosa: la novela histórica Dolores y el relato

La montaña maldita: Tradición suiza, ambos publicados en Seminario pintoresco. En

octubre el drama histórico Recaredo, aunque se estrenó con la presencia de la familia

real, no tuvo mucho éxito. El drama elabora una historia de amor entre Recaredo I y su

esposa Bada explorando las intrigas en la corte y el concepto de unidad nacional bajo un

solo culto religioso. Un año más tarde, en 1852, se produjeron cinco obras dramáticas

de la Avellaneda: La verdad vence las apariencias, Errores del corazón, El donativo del

diablo, Las hijas de las flores o todos están locos y la loa El héroe de Bailén. La verdad

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vence las apariencias es una adaptación de Werner escrita en prosa por Lord Byron

quien adoptó la novela The German’s Tale of Kruitzner, escrita por Harriet Lee. Las

obras de Byron y Lee se sitúan en Alemania durante la Guerra de Treinta Años en el

siglo XVII. Gómez de Avellaneda toma el argumento del hijo desheredado y de la

identidad equivocada y elabora el tema de los celos y el odio entre hermanos. Pero la

dramaturga cambia el tiempo, el lugar y los personajes. La comedia sentimental Errores

del corazón que se sitúa en el siglo XIX contrasta el amor romántico que dura poco con

un amor maduro e incondicional que perdura. Sin embargo, la comedia sentimental La

hija de las flores obtuvo un gran éxito. De ambiente contemporáneo, la comedia critica

la hipocresía social, los matrimonios arreglados y la condición de la mujer en el arte y

en la sociedad. La protagonista Flora, de origen desconocido, y recogida por unos

campesinos, está habituada a vivir entre las flores de su jardín y a hablar con ellas como

si fuera hija de las flores. Luego resulta ser hija de Inés, que fue violada al estar sin

conocimiento, como sucede en el famoso cuento de Kleist El terremoto de Chile. Al

volver en sí, y más adelante al nacer la niña, la deshonra la vuelve medio loca, y como

su familia esconda a la niña, Inés creerá que ha muerto. Cuando finalmente el seductor,

arrepentido, confiesa su crimen y se casa con Inés, da lugar al reconocimiento de su hija

Flora que a su vez contrae matrimonio con Luis. En este argumento de La hija de las

Flores se mezclan recuerdos desesperados de Tassara, de la pequeña Brenilde y se

expresan sentimientos muy personales de la Avellaneda. En pocas palabras, en la

ficción ella ha tratado de solucionar lo que no tuvo remedio en su propia vida.

La última obra teatral de Avellaneda representada en 1852, El héroe de Bailén,

fue una loa escrita en colaboración con otros escritores para celebrar al héroe de la lucha

anti-napoleónica en la Batalla de Bailén. La obra conmemora la victoria del general

Castaños que encabezaba a los españoles contra las tropas francesas en 1808. Teniendo

en cuenta sus logros literarios, Gertrudis Gómez de Avellaneda se merecía el

nombramiento de numerario en la Real Academia de la Lengua, al quedar vacante una

silla al morir Juan Nicasio Gallego en 1853. Sin embargo, el voto no se basó en su

mérito sino en si las mujeres podrían llegar a figurarse entre los numerarios en la

Academia. Con catorce votos en contra y sólo seis a favor, se determinó que las mujeres

no eran admisibles. Entonces la Academia eligió al desconocido Antonio Ferrer del Río

porque don Luís José Sartorius, el conde de San Luís, se retiró ante las acusaciones de

erudito y académico de Gómez de Avellaneda. Las acciones de Avellaneda provocaron

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muchos ataques de parte de los partidarios del conde de San Luís, quienes la apodaron

“doña Safo” (Cotarelo y Mori, 1928: 257).

El 25 de junio de 1853 se estrenó en el teatro de Variedades La aventurera,

inspirado en una obra francesa. Esta extraña obra, llena de recuerdos autobiográficos, en

los que vuelven a mezclarse las experiencias de la primera juventud en Cuba y los

sucesos más próximos, se convierte en un alegato feminista, con disculpas para la mujer

seducida y hasta exaltación de la víctima de los hombres, en todo lo cual hay mucho del

caso particular de la autora. A esta obra teatral siguieron Hortensia, también imitación

de otra obra francesa de Federico Soulié y La sonámbula, sin éxito, que tampoco se

publicó. Todas las obras citadas están unidas por un hilo común. No es la condena de un

pecado en el individuo, sino la condena de la sociedad, que comete injusticia en nombre

de convenciones y prejuicios que en nada se acuerdan con los fundamentales sentidos

de la justicia y de la libertad. Por eso un sentimiento de rebelión que las hace

típicamente románticas alienta en todas ellas. Este sentimiento, claro está, reviste

muchas variantes.

El año siguiente de 1854 fue muy amargo para Tula. Se encontraba entristecida

por contratiempos familiares, pesarosa por la grave enfermedad de su madre, fatigada de

luchar, desengañada de algunos de los que tenía por sus amigos. En estos años,

precisamente desde el 22 de marzo de 1853 al 16 de febrero de 1854, escribió cuarenta

y cinco cartas dirigidas a Antonio Romero Ortiz que forman parte de su Epistolario. Ese

legajo epistolar cubre el lapso de un año. La historia fue la siguiente: un día Avellaneda

recibió una carta, firmada con el pseudónimo de Armand Carrel, muy bien escrita, en la

que se ofrecía el comienzo de una correspondencia cordial que, comenzada como un

juego literario, se iba complicando más y más. El enigma se desvaneció cuando

Avellaneda se dio cuenta de que el caballero en cuestión era Antonio Romero Ortiz,

gallego natural de Santiago de Compostela, abogado, periodista y metido en lides y

conspiraciones políticas. Aunque libres los dos -Avellaneda viuda de sus primeras

nupcias y él soltero- la relación no se formalizó, puesto que la correspondencia se

detuvo antes de llegar al compromiso social del matrimonio. Esto para decir que Gómez

de Avellaneda fue una mujer capaz de defender el sentido de la libertad personal e

íntima, y ciertamente pudo hacerlo porque tuvo independencia económica, pero también

gracias al coraje que demostró en la defensa de su libertad.

Para seguir con su actividad literaria, en 1855, Gómez de Avellaneda estrenó, en

una misma noche, dos obras: una titulada Simpatía y antipatía, y otra La hija del Rey

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René, que tuvo más éxito que la anterior, sobre la salvación de una ciega por el milagro

de amor. Después de la boda de Cepeda, quedó viuda y sin ilusiones en un período de

crisis. Sin embargo, su fama siguió y se consolidó en estos años. Fueron entonces, en la

agitada vida social que acostumbraba a hacer, cuando obtuvo muchos adoradores. Uno

de ellos se enamoró perdidamente de ella cuando la vio: era el coronel de Artillería,

Domingo Verdugo y Massieu, oriundo de una noble familia canaria y había sido

nombrado ayudante del Rey Don Francisco y gentilhombre de Cámara. Se le

consideraba una personalidad y fue elegido diputado a Cortés por el distrito de Santa

Cruz de la Palma. Sus condiciones de caballerosidad, nobleza y valor debieron atraer a

doña Gertrudis desde el primer momento. Después de unas relaciones muy cortas, la

gran poetisa y Domingo Verdugo se casaron el 26 de abril de 1855, en el Palacio Real.

Siguió un período de gran triunfo pero también de más tristes consecuencias en

la carrera de la Avellaneda como autora dramática. En el mes de marzo de aquel mismo

año se estrenó en el teatro de Novedades su drama en tres actos y un prólogo, titulado

Los tres amores y el 9 de abril fue la vuelta de su magnífico drama Baltasar, drama

oriental en cuatro actos y en verso, cuyo éxito fue clamoroso, representándose ante

numerosísimo público durante cincuenta noches seguidas. Con Baltasar la escritora se

afirma como autor dramático excepcional y la obra definitivamente puede catalogarse

entre las mejores y más representativas del siglo XIX. Baltasar, rey de Babilonia,

hastiado de todos los placeres del mundo, desengañado de la vida en plena juventud, no

encuentra sentido a la vida, y es entretenido por los cortesanos que le presentan una

hermosa cautiva judía, para despertar su corazón del aburrimiento. Aunque mucho se ha

dicho que la autora se inspiró en el Baltasar de Byron para escribir esta obra, la más

directa fuente de inspiración es La vida es sueño de Calderón, y en general, toda la obra

calderoniana. El drama es una apoteosis del cristianismo, de la fuerza de la virtud, del

orgullo altivo, de la libertad y de la dignidad del individuo y su noble independencia. El

Diario Español, de Madrid, le dedicó, en abril de 1858, un largo artículo del que

entresacamos este párrafo:

“El vulgo siente y percibe por instinto la hermosura; pero la percibe y la siente como una cosa misteriosa e inefable de la cual no llega a darse razón... Lo mucho que hasta aquí nos hemos dilatado y el recelo de convertir en libro este artículo, no consienten que hablemos de las bellas situaciones en que abunda el drama de la señora doña Gertrudis Gómez de Avellaneda; y de los sonoros versos, y del estilo enérgico y conciso, y del castizo lenguaje con que ha sabido escribirle” (Gómez de Avellaneda, 1871: 355).

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Page 12: Artículo Altieri - Avellaneda

Después de este gran triunfo, empezaron serias dificultades para la poetisa. El 14

de abril, cuando el coronel Verdugo se dirigía a la redacción de La Monarquía

Española, fue bárbaramente agredido por un sujeto que, con un estoque que llevaba

oculto, le produjo una herida gravísima. La impresión producida en Madrid por el

suceso fue extraordinaria, se entabló una polémica muy desagradable entre la prensa y

la poetisa que reconocía en el “atroz atentado un carácter de crimen político, que en

vano intentaría negársele” (Ballesteros, 1949: 118). Sin embargo, la Avellaneda, que

ignoraba de la disputa de Ribera con su marido, con ocasión del estreno de Los tres

amores, tuvo más tarde que reconocer veladamente que se había equivocado.

Verdugo fue mejorando poco a poco de su herida, pero nunca se repuso del todo

y, desde entonces, su salud quedó enormemente quebrantada. Esta triste realidad apartó

definitivamente a la escritora del campo beligerante de las letras y se dedicó por entero

al cuidado de su marido enfermo. Los médicos recetaron a Verdugo los baños de

Bagneres de Bigorre y, aquel mismo año emprendieron viaje a Francia. Se detuvieron

en el camino en Bilbao y, a su vuelta, pasaron por Cataluña, donde la Avellaneda fue

objeto de calurosísimos homenajes. De Barcelona pasaron a Valencia y también en la

ciudad levantina la poetisa recibió diversas pruebas de admiración. Durante este viaje la

Avellaneda se interesó mucho por las tradiciones locales y los relatos folklóricos, y se

inspiró en ellos para escribir una serie de cuentos y leyendas breves, que publicó en

periódicos de Madrid. En este período apareció La dama de Amboto, una tradición

vasca que es la leyenda de un crimen vengado. En ella se relata el suceso de una

hermana que mata a su hermano despeñándole con su caballo, y luego es víctima del

mismo suceso, debido a los remordimientos. La narración es breve y está bien escrito el

horror de la obsesión. La estancia en Bilbao y dos tradiciones vascas de la Plaza del

Mercado de esta ciudad le inspiraron los cuentos de La bella Toda y los doce jabalíes y

La flor del ángel. El relato de La bella Toda es una leyenda de amores, odios y envidias,

como era la Edad Media imaginada por los románticos, en la que el protagonista es

despedazado por los jabalíes que sólo dejan de él los huesos. Como en aquella leyenda

escrita en 1846 y titulada La velada del helecho, hay un caso de adulterio, tema que

parece obsesionar a la Avellaneda.

Sin embargo, con toda esta apariencia de situación brillante que vivía la

Avellaneda desde el punto de vista literario, siempre temía el incierto porvenir y tenía

gran preocupación económica. Además, la enfermedad de Verdugo no les permitía vivir

más en Madrid, por eso la Avellaneda se vio obligada a volver a su país, Cuba,

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Page 13: Artículo Altieri - Avellaneda

abandonando España con dolor. En Cádiz, el 31 de octubre de 1859, el matrimonio

embarcó. Una segunda etapa en la vida de la escritora había concluido. Al llegar a la

isla, compuso un poema lleno de fragancia titulado La vuelta a la Patria, que comienza

¡Perla del mar!, con las mismas palabras que aquel soneto escrito cuando abandonó su

tierra: Al partir. En Cuba se esperaba el regreso de la poetisa con enorme expectación y

entusiasmo. Gómez de Avellaneda recibió la generosa hospitalidad de los pueblos y

volvió a reanimar su actividad social y literaria. La escritora se dedicó a varias tareas.

La más interesante fue la fundación y dirección de la revista Álbum cubano, que incluye

una serie de artículos sobre las cualidades y la superioridad moral de la mujer. El más

famoso de estos artículos es “La mujer”, que contiene la historia de la mujer desde Eva

a la reina Isabela la Católica.

El 27 de enero de 1860, se celebró el acto de la Coronación pública de la poetisa

en el Gran Teatro de Tacón. Todos los homenajes anteriores, las coronas en los

escenarios de Sevilla y de Madrid, las aclamaciones y los aplausos del Liceo y del

ateneo madrileño, eran poca cosa en comparación del espléndido espectáculo que se

preparaba en el teatro habanero. Con una magnificencia propia del temperamento

tropical, exuberante siempre en todo, con una esplendidez propia de la riqueza

emocional de los cubanos, se organizó un acto que servía de pedestal rutilante a la

Avellaneda. Sin embargo, en diciembre, mientras iba a Matanzas para la inauguración

del Liceo, llegó la noticia de la muerte de su madre. Con ella desaparecía además su

pasado, su juventud y también un lazo que la ataba a España que seguiría siendo para

ella la meta de sus ilusiones.

Con Verdugo Tula abandonó Puerto Príncipe y en agosto llegaron a Cardenas

donde vivió sosegada y feliz con su marido hasta 1863. La producción literaria suya en

este período fue escasa. Los cuidados que necesitaba su marido enfermo le restaban

tiempo y sosiego para dedicarse a escribir. El golpe definitivo le llegó con la muerte del

esposo, el 28 de octubre de 1863. Gertrudis Gómez de Avellaneda se refugió en el

misticismo, regresó a Sevilla donde tenía numerosas amistades antiguas y, además,

cultivó nuevas relaciones. Cecilia Böhl de Faber fue su amiga más devota, escritora y de

espíritu cultivado, tenía un modo de ser apacible y comedido, que en nada se parecía al

temperamento lleno de violencia y de vigor de la Avellaneda.

La obra más importante de entonces es la nueva redacción de su Devocionario

que se vio impreso en Sevilla en 1867. En este Devocionario hay más datos

autobiográficos que en cualquier novela o drama, porque cada página del libro religioso

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Page 14: Artículo Altieri - Avellaneda

es una confesión de la escritora. Fue escrito probablemente después de la muerte de

Sabater, cuando tuvo muchas horas para recapacitar sobre su “azarosa vida” y sobre su

propio y difícil carácter. Hay páginas muy personales, especialmente la oración para

domar la inclinación soberbia y violenta, que debió de ser su defecto principal, al

tiempo que en alguna ocasión su mayor mérito. Viviendo en Sevilla sin más ligaduras

que unas cuantas amistades, tuvo el proyecto de trasladarse a París, donde vivía su

hermano Manuel. Transcurrió con él un período muy corto ya que Manuel murió a

finales de 1868. La Avellaneda se encontró así definitivamente sola. Vino a unírsele

otra mujer también sola y entristecida, Da Julia Lajonchere, viuda de su hermano, con la

que se fue a vivir a Madrid en 1870, momento en que no podía esperar mucho en la

capital. Los gustos literarios habían cambiado, la mayoría de sus amigos había muerto,

nuevos valores se destacaban en el campo de las letras. Su único consuelo de entonces

fue la amistad con el padre Coloma, al cual escribía con frecuencia quejándose de su

falta de salud. A principios de 1873, cuando contaba cincuenta y nueve años, se agravó

considerablemente, padeció dolores de cabeza y sufrió diabetes. Aurelia de Castillo

recoge el rumor de algunos biógrafos de que la Avellaneda llegó a perder la razón,

sufriendo verdaderos accesos frenéticos. Esto no impidió que la inquietud constante de

su vida la llevase a un nuevo cambio de casa, a la calle de Ferraz, número 2, donde

esperó a la muerte, que llegó el 1 de febrero del año 1873. A su entierro asistieron muy

pocas personas.

Este bosquejo biográfico de Avellaneda revela una vida muy atípica para una

mujer de su clase y de su tiempo. Nos encontramos con una joven en lucha con la

sociedad, con su familia y consigo misma. Se emancipó de los convencionalismos de su

tiempo, incluso hasta el extremo de tener una hija ilegítima. Analizando, en primer

lugar, la actitud progresista de la autora, en segundo lugar, su autobiografía, cartas

personales y artículos periodísticos y, por último, su producción literaria, podemos

observar que los mismos temas se repiten: matrimonio, educación y marginación de la

mujer. Una influencia autobiográfica en su obra es el recuerdo de la relación de sus

padres: “mamá no fue dichosa con él; acaso porque no puede haber dicha una unión

forzosa, acaso porque siendo demasiado joven y mi papá más maduro, no pudieron

tener simpatías” (Avellaneda, 1945: 20). La postura de la escritora podría considerarse

como algo excepcional entre las mujeres de su época ya que siempre fue juzgada

inobediente, rebelde y merecedora de todos los anatemas.

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Page 15: Artículo Altieri - Avellaneda

La escritora ataca esta costumbre tan arraigada en una sociedad donde impera la

decisión del hombre, y que hace víctima a la mujer a cambio de la posición social o la

riqueza que el matrimonio puede proporcionarle. La meta de la mujer en aquella época

era el contraer matrimonio, esperando encontrar “un ser noble y bello formado

expresamente para unirse a ella y poetizar la vida en un deliquio de amor” (Avellaneda,

1970: 152). Desde muy temprana edad se rebeló contra los convencionalismos sociales

que permitían a los padres forzar a sus hijas a casarse en contra de su voluntad.

Avellaneda no sólo llevó la vida fuera de lo común a través de una serie de actitudes de

rebeldía e inconformismo, sino que representó una filosofía feminista coherente. Esto

queda probado por una serie de artículos escritos en la segunda etapa de su trayectoria

literaria.

A pesar de haber sido una escritora sobresaliente en su época, sufrió una gran

discriminación dentro del mundo literario. Desde que Felipe V creara en 1714 la Real

Academia Española de la Lengua, hasta que en 1978 fue elegida Carmen Conde, quien

tomó posesión de su cargo y del sillón K el día 28 de enero de 1979, no consiguieron las

escritoras que se les admitiera en la docta casa. Algunas de las escritoras románticas

intentaron, con energía, su candidatura para entrar en la Academia, y méritos no les

faltaban; así Carolina Coronado, Rosalía de Castro, Cecilia Böhl de Faber, Concepción

Arenal y muy especialmente doña Emilia Pardo Bazán. En 1853 Gómez de Avellaneda

solicitó el cargo de académico de número en la Real Academia Española, pero la

mayoría de sus miembros votaron en contra de su admisión, alegando que “las damas no

podían entrar en la Academia” (Cotarelo y Mori, 1930: 249). La autora, previendo el

resultado negativo de su petición, mantuvo su actitud combativa por medio de la carta

siguiente: “... La presunción es ridícula, no es patrimonio exclusivo de ningún sexo, lo

es de la ignorancia y de la tontería, que aunque tienen nombres femeninos, no son por

eso mujeres” (Figarola-Caneda, 1929: 212-213). En esta carta, Avellaneda se erige

como abanderada de su sexo, defendiendo los derechos de la mujer y atacando su

discriminación en dicha institución. El Marqués de la Pezuela, amigo y uno de los

defensores de su admisión en La Academia, escribió una carta, comunicándole la

decisión final con respecto a su solicitud: “En mi juicio, casi todos valíamos menos que

usted, por ahora, entre nuestros académicos, y para nadie es mayor esa pena que para su

apasionado servidor El Marqués de la Pezuela” (Figarola-Caneda, 1929: 172).

Estas palabras revelan la evidente discriminación sexual compartida por la

mayoría de los miembros de la Academia. Avellaneda fue reconocida como escritora,

15

Page 16: Artículo Altieri - Avellaneda

pero no aceptada por el bastión masculino de la Real Academia. Este incidente sirvió

como tema de sus artículos publicados bajo la denominación genérica de La Mujer. En

ellos, Avellaneda, enorgulleciéndose de los triunfos de su sexo, nos presenta

argumentos irrefutables en favor de la igualdad de ambos sexos. La conducta liberal de

Avellaneda en su vida privada no fue más que una manifestación de su ideología

feminista, como lo evidencian tanto sus escritos personales como sus artículos

periodísticos.

Para terminar, es evidente que la poetisa cubana fue una de las pocas mujeres

excepcionales que se lanzó a la lucha para conquistar los derechos que se habían

arrebatado al sexo femenino, denunciando la situación relegada de la mujer en la

sociedad y proponiendo una transformación, o incluso una “revolución”, en el orden

cultural, social y político. La propuesta constante de cambio se encuentra codificada en

la manipulación de las estrategias narrativas que emplea en su discurso. Gómez de

Avellaneda se enfrenta a los modelos vigentes de representar a la mujer y, a través de la

construcción de sus personajes femeninos, propone alternativas en firme resistencia, en

constante batalla, por definirse en una sociedad que las anula como seres autónomos y

con identidad propia. Sus cartas autobiográficas y su obra novelística no sólo son

ejemplos reveladores de su expresión feminista, sino documentos de la cultura

antifeminista cubano-española del siglo XIX.

Una peregrina cubana.

Dos actitudes influyeron de manera especial en el carácter y la conducta de la

escritora cubana hasta sus últimos días: la rebeldía ante el destino y la añoranza por

visitar la cuna de su progenitor que él le había poetizado en sus conversaciones. A

propósito de ello la Avellaneda escribirá: “...amaba a España y me arrastraba a ella un

impulso del corazón. Disgustada de mi familia materna, anhelaba conocer la de mi

padre, ver su país natal y respirar aquel aire que respiró por primera vez. Tomé, pues, un

empeño en decir a mamá a establecerse en este antiguo mundo” (Gómez de Avellaneda,

1945: 50). Gómez de Avellaneda luchará toda su vida contra la rebeldía y todo lo que

escribió da expresión a ese drama interno. Sin duda, Camagüey, con su angosto mundo

provinciano, era un marco pequeño para su ansia de vivir y de expresarse, por eso no

hay nada de extraño en el hecho de que quisiera emigrar de aquel sitio donde muy pocas

16

Page 17: Artículo Altieri - Avellaneda

eran oportunidades para expandir su espíritu. Al salir de Cuba la Avellaneda había

cumplido veintidós años, había pasado toda su niñez y adolescencia en la tierra natal y,

en las frases que escribió narrando la partida, se refleja la nostalgia de la isla. No se

puede olvidar lo que escribe la poetisa a Ignacio de Cepeda cuando le da cuenta de su

vida, está llena de ilusiones y de euforia y se siente la huella tan profunda de su país en

el alma: “¡Perdone usted!; mis lágrimas manchan este papel; no puedo recordar sin

emoción aquella noche memorable en que vi por última vez la tierra la Cuba” (Gómez

de Avellaneda, 1945: 53).

El regreso de Gómez de Avellaneda a su ciudad natal, en 1859, acompañando a

su segundo esposo que había sido nombrado para una posición en la Isla, reverdeció sus

sentimientos patrios y los prodigó en sus composiciones. Este gesto de dedicar sus obras

a Cuba, durante la primera guerra de independencia, la que luego se llamaría la Guerra

Grande o de los Diez Años, se puede considerar como un gesto auténtico, nacido no

sólo del amor, sino también de una conciencia de su deber de cubana en aquel

momento. De ahí que sea tan importante señalar que esta afición permaneció indeleble,

así como se sintió siempre orgullosa de proclamarse cubana y cómo también consideró

que la obra escrita por los hispanoamericanos en España pertenecía, más que a ella, a la

patria de origen. O para decirlo con sus propias palabras: “... me parecía que la naciente

literatura hispanoamericana tenía sus condiciones propias, sus defectos y bellezas

juveniles, que requerían un cuadro aparte del que ocupara la experta y antigua literatura

propiamente española” (Figarola-Caneda, 1929: 239). A pesar de todo esto, muchos han

motejado a la Avellaneda de poco cubana. Cuando abandonó sus playas en 1836, el

movimiento de liberación era apenas palpable y menos aún para una joven como ella.

Tula prefirió arraigarse en España, en ella se hizo su fama y se casó dos veces siempre

con españoles. Menéndez y Pelayo decía de ella, "aunque sea honra imperecedera de

América por su origen, pertenece enteramente a Europa por su educación y desarrollo y

ocupa en justicia uno de los primeros lugares del Parnaso español de la era romántica"

(Cepeda, 2010: 35).

En definitiva, no nos proponemos impugnar, sino complementar las citadas

proposiciones. No negar el amor a España ni las raíces españolas de la Avellaneda y de

su obra, sino exponer con la máxima claridad posible, tanto el amor suyo a Cuba y las

vetas cubanísimas de su personalidad, de su obra, de sus sentimientos y emociones,

como su inquieta y rebelde alma romántica que la llevó a viajar por toda Europa y tal

haremos a conciencia de que ambas facetas de la cuestión no se contradicen, sino que

17

Page 18: Artículo Altieri - Avellaneda

son perfectamente armonizables porque España y Cuba fueron en el alto espíritu de

Tula no términos antitéticos, sino factores de armoniosa y fecunda síntesis. Esta

dualidad que caracteriza a Gómez de Avellaneda, su raíz cubana, por un lado, y su

faceta española, por el otro, son expresión de los conflictos y dilemas, que matizan toda

su personalidad. El análisis del primer período en Cuba y de los continuos

desplazamientos en Europa denotan el desarrollo del complejo de Edipo o de Electra

con sus múltiples y complejas variantes o facetas que crean la dicotomía amorosa de su

vida, dicotomía acompañada por conflictos, luchas internas, ansiedad, fantasía y

misticismo, que sí producen un caos emocional, a la vez originan una excelente

creatividad literaria que ha necesitado el transcurso de un siglo para poder ser evaluada,

aquilatada y, sobre todo, comprendida.

Memorias inéditas de Gómez de Avellaneda (1836-1838): viajes por España.

Memorias inéditas de Gertrudis Gómez de Avellaneda son una serie de apuntes

sobre los viajes que realizó la escritora, desde su salida de Cuba, en 1836, hasta su

llegada a la ciudad de Sevilla en 1838, pasando por Burdeos, La Coruña, Lisboa y

Cádiz. Estas Memorias fueron dedicadas a su prima, la señorita doña Eloísa de Arteaga

y Loynaz que residía en la ciudad de Puerto Príncipe, actual Camagüey, en la isla de

Cuba.

Según cuenta la propia Avellaneda, las Memorias estaban dividas en cinco partes pero

el manuscrito del quinto cuaderno nunca apareció, o al menos no fue cedido por los

donantes. Todo parece indicar que un familiar -nunca identificado- entregó en 1914 los

originales de las mencionadas Memorias a Don Domingo Figarola Caneda, director de

la Biblioteca Nacional de Cuba. Las cuatro partes de las Memorias que llegaron a las

manos del Director fueron publicadas por primera vez, y anticipadamente a la obra

deseada, en el año 1919 por la imprenta «El Siglo XX» de La Habana, bajo la

supervisión del propio Señor Figarola Caneda por dos motivos esenciales: él temía

estuvieran circulando copias clandestinas de las mismas y fueran publicadas por otra

editorial muy interesada en el tema. En la imprenta «El Siglo XX» la tirada inicial fue

de muy limitados ejemplares y por ello se agotaron rápidamente hasta que en 1926 el

insigne director de la biblioteca falleció víctima de una larga enfermedad sin ver

cumplido su objetivo final.

18

Page 19: Artículo Altieri - Avellaneda

La denominación Memorias de viaje se adapta muy bien al carácter del texto,

que podría haber sido un mero diario de viaje, pero que la autora prefiere elaborar para

hacer un relato más meditado, en la línea de la Histoire de la Soeur Ines (1832) y de

Souvenirs et mémoires (1836) de la condesa de Merlin. Este primer relato es el de

escritura más temprana entre los que pergeñó la autora (está escrito en Sevilla entre el 7

de noviembre y el 8 de diciembre de 1838) y fue uno de los últimos en conocer la luz

pública (se editó en 1914). Se abre con una dedicatoria a su prima Eloísa de Arteaga y

Loynaz, que es una mera excusa para establecer un diálogo, aunque la voz narrativa es

única: no parece haber otro destinatario que la propia escritora, a pesar de las numerosas

llamadas de atención a Eloísa. A la dedicatoria sigue la exposición del viaje, dividido en

cuatro cuadernillos y en el comienzo del tercero y cuarto se repite dicha dedicatoria.

Para Albín (2002: 38) estas Memorias tienen un carácter híbrido, ya que en ellas

se encuentran trazos de varios discursos: desde el histórico, el político y el científico de

los viajeros europeos (que la autora imita y somete a revisión) hasta el de la ensoñación

poética inventada por Rousseau. La autora elabora sus cuadernos desde los márgenes de

la literatura de viajes, mediatizada por los discursos hegemónicos de la época: el

científico, en especial el de la historia natural, y el histórico. La narración está permeada

por un sustrato poético que se explicita en citas de José Amador de los Ríos, Lamartine,

Byron, Heredia o Mme de Staël, en la evocación física del paraíso perdido y en las

descripciones de la naturaleza sublime. Por otra parte, su discurso crítico sobre las

ciudades y las costumbres europeas se inscribe en la corriente de crítica e interrogante

sobre las ideas, creencias religiosas e instituciones políticas de la vieja Europa que tiene

como modelo, entre otros, las Cartas persas de Montesquieu; no obstante, en la autora

la crítica implícita contra el sistema colonial español no oculta su innegable atracción

por España. El relato es a la vez un homenaje y un modo de socavar la imagen del padre

poético de Avellaneda, Heredia, como poeta nacional; de este modo doña Gertrudis se

autoafirma «como escritora que ha logrado borrar la imagen obstruyente de su precursor

poético» (Ibíd.: 76).

Por último, está el relato de 1838, escrito en primera persona con un marcado

carácter intimista, porque la autora no pensó nunca darlo a la luz pública sino que se

autodefine como un sujeto sensible, romántico, dominado por la fuerza de su

imaginación, y que se deja arrastrar por la nostalgia de lo que deja atrás: “¡Cuántas

veces, mientras la oía, entregábame yo también a los recuerdos de mi hermosa Patria

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Page 20: Artículo Altieri - Avellaneda

que acababa de abandonar, tal vez para siempre!” (Gómez de Avellaneda, 1929: 251); y

parafraseando el Marino Faliero de Casimir De la Vigne:

“¡Oh patria! ¡Oh dulce nombre, que el destierro sólo enseña a apreciar! ¡Oh, tesoro que ningún tesoro puede reemplazar!... Yo he visto los trémulos rayos del sol reflejar en su golfo, yo he paseado su margen encantadora, yo he respirado su ambiente puro… y el cielo de otros países no es cielo para mí” (Ibíd.: 278).

Bien es cierto que la descripción evoluciona desde la subjetividad de las notas

del primer cuadernillo, que narran la travesía en el mar, a la objetividad y el detalle de

las notas referidas a la ciudad de Sevilla, a la que dedica los dos últimos cuadernos, con

lo que el relato pierde en emoción y gana en precisión.

La última excursión por los Pirineos.

En esta serie de artículos Gómez de Avellaneda cuenta el viaje que hizo con su

marido Domingo Verdugo desde Bilbao, pasando por Bayona y Biarritz, hasta Bagnères

de Bigorre, y luego la vuelta a España, en el verano de 1859, enlazando con el viaje que

les llevaría a Cuba. Se publicó en el Diario de la Marina de La Habana entre el 19 de

junio y el 28 de julio de 1860, precedido de una carta de la autora al director del

periódico y completado con una «Nota adicional» escrita en el potrero de la Esperanza

en 1860. Sus destinatarios primeros iban a ser los amigos de su tertulia, que escucharían

el relato leído, mientras que el destinatario final son los lectores periodísticos. Su

objetivo primordial era el de recoger las tradiciones de las Provincias Vascongadas, lo

que hace tanto en este relato como en el anterior de 1857. La escritora quiere construir

unas páginas de impresiones y recuerdos, apoyándose en sus borradores y con la ayuda

de su memoria; a falta de tiempo, dice ofrecer al lector los apuntes, «incompletos y

desaliñados» pero no adornados, un tópico de modestia relacionado con la humildad

autorial. La tarea de reelaborar el texto es común a ambos relatos de viaje, que se

cuentan de modo retrospectivo, y no al hilo del desplazamiento; el primero de ellos no

se publicó en vida de la autora, sino que se escribió al final de ese largo viaje (iniciado

en 1836) tras el que acabaría instalándose en Sevilla (en 1838); el segundo vio la luz

casi un año después de realizado dicho periplo (del verano de 1859 al de 1860).

La modalidad del cuento de viaje periodístico fue habitual en la prensa

decimonónica, como han señalado Rodríguez Gutiérrez (2003) y Rivas Nieto (2006:

155-179); a la retórica del mismo se ha referido Alburquerque (2006), que considera

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Page 21: Artículo Altieri - Avellaneda

que esta modalidad pertenece tanto al ámbito histórico como al literario. Además, la

narración se inserta en la estela de otros escritos similares, que la autora recuerda:

«Atravesando poblaciones de la pintoresca Guipúzcoa -que ya he hecho conocer a mis

amigos en mis cartas de otros años-, llegamos a San Sebastián» (Gómez de Avellaneda,

1914: 13-14). Es un viaje en compañía, la de su esposo, la de los ciceroni o guías

turísticos (en Bilbao, Lourdes, Cauterets-Saint-Sauveur, Cauterets-Gavarnie) y la de

grupos de turistas, de entre los que destaca a los franceses. Para Ianes (1997: 212) este

relato «podría ser calificado como una guía para viajeros», y reconoce en él un

«propósito literario asociado con el recorrido turístico» (Ibíd.: 213). Tomando en

consideración los dos relatos de viaje que he venido comentando, el discurso de

Avellaneda es ambivalente en la cuestión de las identidades española, en el texto de

1860, y cubana, en el de 1838; en sus escritos Cuba aparece como fuente de exaltación

patriótica y España como fuente de inspiración literaria. El debate sobre la cubanidad o

hispanidad de Avellaneda se produce en vísperas del inicio de un gran movimiento a

favor de la independencia de Cuba, y da muchos datos sobre la polémica suscitada al

respecto en los siglos XIX y XX, tomando en cuenta las nuevas direcciones de la crítica

que reivindican el legado de las escritoras latinoamericanas como contribución a los

emergentes discursos nacionales.

Conclusiones.

En resumidas cuentas, como dijo Camila Henríquez Ureña, Gertrudis Gómez de

Avellaneda “fue una gran rebelde, emancipada de muchos prejuicios, una de las

primeras feministas del mundo en el orden del tiempo” (Marquina, 1939: 185). Los

sentimientos de languidez y melancolía atribularon el ánimo de la poetisa. Fueron días

amargos los de su plena adolescencia, después de la muerte de su padre, cuando un

completo vacío rodeó de silencios infecundos su soledad íntima y hermética. Estos

sentimientos están presentes en muchas de sus obras: en primer lugar, en Sab, novela

donde los ideales románticos están a flor de piel, con una destacada visión poética de la

naturaleza, una apasionada defensa de la mujer, una exaltación del sentimiento, un canto

a la libertad y, por lo mismo, una condena de toda tiranía. Espatolino repite el caso de

Sab, pero lo que se exalta aquí es el bandido a quien se consideraba el producto de una

21

Page 22: Artículo Altieri - Avellaneda

sociedad injusta. En Dos mujeres se plantea el problema de la esclavitud y de la mujer

en el matrimonio.

Además del lánguido romanticismo, hay otro aspecto que caracteriza a la

novelista cubana y eso es su carácter varonil, “su fuerte vigor y orgullo”, reinante ya en

su primer escrito de carácter autobiográfico, titulado “Doña Gertrudis Gómez de

Avellaneda de Sabater. Apuntes biográficos” y publicado en La Ilustración el 3

noviembre de 1850. La finalidad de este texto es informativa por lo que la redacción

está hecha con objetividad y los datos se presentan de modo escueto. Es una biografía

intelectual y sólo brevemente moral en la parte final donde apenas se relatan vivencias

personales. Además, hay evidentes señales del carácter amoroso de Gómez de

Avellaneda en su “cuadernillo” o “cuaderno”. No lleva año ni lugar, pero parece ser que

fue escrito en Sevilla en 1839; se compone de 21 hojas en cuarto, sin foliar y está

dirigido de manera explícita a Ignacio Cepeda, al que le pide que lo queme tras haberlo

leído y que no le permita leerla a nadie más. Se trata de una autobiografía en forma

epistolar, a la que su autora tilda de “confesión,” pero tiene también algo de diario, ya

que se compone de fragmentos separados en el tiempo, con anotaciones precisas sobre

el presente. Este relato en primera persona enraiza en la progenie familiar de Gómez de

Avellaneda y evoluciona trazando una historia de su sentimentalidad, aunque hay

algunas concesiones a los éxitos literarios. Es sin duda un texto autobiográfico en lo que

tiene de definición del yo un ser de temperamento imaginativo y sensibilidad

extremada, con una notoria conciencia de su superioridad y una concepción fatalista de

la existencia, cuya elevada concepción del amor hace imposible concretarlo en un

individuo determinado de ahí su oposición al matrimonio y la libertad amorosa con que

la escritora se expresó a lo largo de su vida. En fin, los extremos de sentimentalidad en

que incurre el sujeto autobiográfico, así como la imagen idealizada que traza de su

destinatario y amado en el relato, tienen mucho de romántico (Gómez de Avellaneda,

2001: 32-43), de tal modo que la autobiografía dibuja al héroe y la heroína románticos

de ficción (novela o teatro), con reflexiones como las siguientes:

“¿Dónde existe el hombre que pueda llenar los votos de esta sensibilidad tan fogosa como delicada? ¡En vano lo he buscado nueve años!; ¡en vano! He encontrado hombres; hombres, todos parecidos entre sí: ninguno ante el cual pudiera yo postrarme con respeto y decirle con entusiasmo: Tú serás mi Dios sobre la tierra, tú el dueño absoluto de esta alma apasionada. Mis afecciones han sido por esta causa débiles y pasajeras. Yo buscaba un bien que no encontraba y que acaso no existe sobre la tierra” (Gómez de Avellaneda, 1914: 50).

22

Page 23: Artículo Altieri - Avellaneda

Con todos estos prolegómenos, contando con las limitaciones materiales del viaje

por estas fechas (recorridos lentos por malos caminos, en carruaje, diligencia o coche

particular, en caballerías o a pie), proveyéndose de guías y acompañantes, y

probablemente con las consabidas guías de diligencia y del bañista como apoyo,

Gertrudis Gómez de Avellaneda emprende unos viajes de los que luego deja un

testimonio literario escrito, sea o no en el preceptivo álbum (para el caso sirven lo

mismo el libro de memorias que se menciona en el relato de 1838, el libro de apuntes

citado en el de 1860, o las cartas del 1857). Tales viajes aúnan variedad de materiales

narrativos a los que concede cohesión la mirada de una narradora romántica que

sublima el entorno contemplado y lo reproduce en términos pintorescos e incluso

fantásticos (en particular en el relato de 1857), mediatizada como se halla su

contemplación por la concepción idealizada del pueblo vasco y del entorno natural y por

algunos referentes literarios. Con todo ello, dichos relatos de viaje evidencian su

condición de género fronterizo, híbrido, de gran diversidad genérica y discursiva,

trufados de elementos heterogéneos en una suerte de relato-miscelánea en que la

aventura del viajero es un pretexto para hilvanar piezas diversas (Champeau, 2004: 28).

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