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CONTEXTO HISTÓRICO Y SOCIOCULTURAL EN MARX
Situémonos a inicios del siglo XIX. El sueño del imperio napoleónico ha llegado a su
fin, e incluso ha habido un intento de Restauración de las estructuras políticas
anteriores a la revolución francesa (congreso de Viena de 1815), pero de hecho las cosas
nunca volverán a ser igual. La revolución industrial (que ha comenzado a finales del
XVIII en Inglaterra) se está extendiendo a gran velocidad, y en poco tiempo llegará
también a Francia, Alemania, Estados Unidos. Es el momento de despegue del
capitalismo industrial. Expliquemos esto con un poco más de detenimiento.
En casi todas las sociedades de la historia en las que ha habido intercambio de
productos y dinero, ha habido también capital (“capital” es cualquier suma de valor
cuyo fin es valorizarse, es decir, producir una ganancia), pero por lo general este capital
desempeñaba un papel subordinado y minoritario. Sólo cuando la producción y el
comercio están organizados predominantemente mediante el capital podemos hablar, en
sentido estricto, de capitalismo. Aunque las raíces del desarrollo capitalista en Europa
se pueden localizar en la Alta Edad Media, fue en los siglos XVI y XVII cuando se
produjo el verdadero despegue del capital. Marx lo resumió así:
“El descubrimiento de los yacimientos de oro y de plata en América, el exterminio, la
esclavización y el sepultamiento en las minas de la población indígena, el comienzo de
la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto
de caza comercial de pieles negras marcan la aurora de la era de producción capitalista
(…) Los tesoros usurpados fuera de Europa directamente por medio del saqueo, la
esclavización y la matanza refluían a la metrópoli y se transformaban allí en capital”
(MEW 23, pp. 779, 781 / 939, 942)
En efecto, los comerciantes –o capitalistas comerciales– habían empezado poco a poco
a controlar la producción de productos (ya no se limitan a comprar y vender, sino que
empiezan a encargar productos, a fijar precios, etc.), y fueron surgiendo cada vez más
manufacturas y más fábricas. Finalmente aparecieron los capitalistas industriales, que
utilizan cantidades cada vez mayores de mano de obra en plantas productivas cada vez
más grandes, y adelantan el dinero necesario para producir las mercancías que después
saldrán al mercado. Esto sucede en Inglaterra a finales del XVIII y principios del XIX, y
en Francia, Alemania y Estados Unidos en el XIX.
¿Qué hacía falta para que este desarrollo del capitalismo industrial pudiese tener lugar?
Por un lado, la acumulación de grandes fortunas en manos de los capitalistas, de
manera que pudiesen invertirlas en la industria. Por otro lado, la “liberación” de la
fuerza de trabajo. En efecto, era necesario para el pleno desarrollo del capitalismo
industrial la disponibilidad de grandes cantidades de dinero y de una gran cantidad de
mano de obra libre para ser utilizada en la producción. Aquí “libre” se entiende en dos
sentidos: a) por un lado, eran personas libres de dependencias feudales, es decir,
jurídicamente libres y, precisamente por eso, podían vender su fuerza de trabajo; b) por
otro lado, estaban libres y exentos de toda fuente de ingresos y de todo medio de
subsistencia (carecían de tierras de cultivo, etc.) y, precisamente por eso, tenían que
vender su fuerza de trabajo. Esta mano de obra “liberada”, que incluía campesinos
empobrecidos o expulsados a la fuerza, artesanos arruinados, y jornaleros, constituyó el
proletariado. La conversión de una gran parte de la población en proletariado se
produjo en muchos países de Europa, y en ninguno de ellos sin grandes dosis de
violencia y terror, tanto estatal como privada: transformación de tierras de cultivo en
tierras de pasto y expulsión violenta de los campesinos, persecución brutal de
“vagabundos” y “mendigos”, hacinamiento en “casas de trabajadores” al lado de las
fábricas, etc.
Estas dos condiciones se cumplieron, y el capitalismo industrial vivió un profundo
desarrollo en la Europa del XIX. A su vez, el desarrollo del capitalismo estuvo
acompañado, a principios de ese siglo, por un gigantesco sacrificio de “material”
humano: los salarios miserables, las jornadas de 14 y 15 horas diarias, las condiciones
de trabajo insalubres y/o peligrosas, y el trabajo infantil indiscriminado (incluso desde
los 6 o 7 años) dibujan el panorama de aquella época. Frente a ello, los trabajadores
comenzaron a organizarse y a luchar por la mejora de sus condiciones de trabajo: surge
así el movimiento obrero, que se expresa y combate a través de sindicatos,
asociaciones de trabajadores y partidos obreros. En parte por la presión de ese
movimiento obrero, que es cada vez más fuerte, en parte por la extensión de cierta
sensibilidad social y en parte, también, porque el capital y el Estado empiezan a
comprender que los obreros y los soldados son más rentables si están sanos, se
comienza a establecer en casi todos los países industrializados (empezando por
Inglaterra) la llamada “legislación fabril”, que regula las condiciones laborales y fija un
mínimo de protección para los trabajadores. Se aprueban así leyes que limitan la jornada
de trabajo infantil (después también la jornada de trabajo adulta), que prescriben
cobertura sanitaria, etc.
Pues bien, gran parte de la actividad pública de Marx se sitúa precisamente en este
contexto de lucha y resistencia de los trabajadores frente a la explotación capitalista.
Marx participó en la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT,
más conocida como la Internacional), fue miembro del Consejo General de la
Internacional, y durante un tiempo ejerció una influencia decisiva en su política.
Además, tuvo gran peso sobre el partido socialdemócrata alemán, fundado en 1869.
En el arte y la cultura , hay que hablar del romanticismo y el positivismo. A partir de
precursores como Rousseau o Goethe, el romanticismo recorre Europa durante la
primera mitad del s. XIX y, frente al racionalismo ilustrado, exalta el sentimiento, la
imaginación, la religión y el individualismo. La tradición y las costumbres adquieren
también un valor renovado, porque expresan el espíritu nacional de un pueblo, el
Volkgeist (y no en vano el romanticismo va en muchos sitios de la mano del
nacionalismo). El modelo mecanicista de la naturaleza es abandonado y sustituido por
una concepción “organicista”: la naturaleza se concibe como un ser vivo, que crece y se
desarrolla, y con el cual cabe una especie de identificación y comunión. Se suele
catalogar como románticos a Víctor Hugo, a Lord Byron, a Goethe y a muchos otros
más (en España, por ejemplo, se suele citar a Larra y Espronceda). En la música
destacan Schubert, Chopin, Wagner.
Contexto filosófico:
La corriente más importante de la época es el idealismo alemán, que surge a finales del
siglo XVIII como un intento de superar a Kant y que dominará el pensamiento de la
primera mitad del siglo XIX. Pertenecen a esta corriente Fichte, Schelling, Hegel, y se
considera que este último es su consumación y su punto más alto.
Para completar el contexto filosófico de Marx se suele citar también la economía
política inglesa, y la tradición del socialismo utópico. La teoría de la economía política
fue una disciplina esencialmente inglesa que tiene sus máximos representantes en
Adam Smith y David Ricardo. Según estos autores, el elemento que determina el valor
de una mercancía es el trabajo . Sin embargo, esta economía “clásica” expone las leyes
que rigen la economía capitalista como si fueran leyes naturales y eternas, sin tener en
cuenta que son ellas mismas un producto de la historia.
En cuanto al socialismo utópico, hay que tener en cuenta que, aunque el marxismo se
convirtió en la fuerza dominante, el movimiento socialista se componía también de otras
corrientes. Aquí hay que citar por lo menos al anarquismo, que lucha no sólo contra las
desigualdades económicas y el capital, sino también contra toda forma centralizada de
poder y en especial contra el Estado (así Proudhon, Bakunin o Kropotkin ), y el
socialismo utópico, que pretende reformar el sistema social mediante la educación,
creando sociedades alternativas o fundando empresas que traten de manera equitativo a
sus trabajadores (por ejemplo, Fourier y Owen).
Por último, el positivismo infiltra casi todas las producciones espirituales de la segunda
mitad del siglo XIX. Por positivismo podemos entender la actitud que considera la
investigación sobre los hechos de la experiencia como la única investigación con
sentido. Todo lo que no sea expresar del modo más simple posible el contenido de la
experiencia es declarado por el positivismo como absurdo y superfluo. El positivismo
comporta, por lo tanto, una cierta militancia antimetafísica y antiespeculativa. La
consecuencia más inmediata de esta renuncia al trabajo conceptual fue un
empobrecimiento de la reflexión. Suele considerarse a Augusto Comte el principal
representante de esta corriente.