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Camagüey en la arqueología aborigen de Cuba

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Camagüey en la arqueología aborigen de Cuba

Roberto Funes Funes

Editorial Ácana Camagüey, 2005

Colección Suma y reflejo

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Edición y redacción: Olga Romero Mestas Diseño: Luis Omar Álvarez Díaz Ilustraciones de cubierta e interiores: Reproducciones de pictografías

aborígenes, realizadas por el autor. Impresión: Dilian López Rodríguez Encuadernación: Maryoli Soriano © Roberto Funes Funes, 2005. © Sobre la presente edición: Editorial Ácana, 2005. ISBN 959-267-125-7 Editorial Ácana. República No. 300 e / San Esteban y Magdalena. Camagüey 1. C. P. 70100. Cuba. Email: [email protected]

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Tengo el convencimiento de que será imperfecto y deficiente mi tra-bajo; pero me alienta la esperanza de que tal vez sirva de estímulo a escritores más ilustrados y competentes para acometer la ardua empresa de llevar a feliz término una “Historia de Puerto Príncipe” completa y acabada, que sea digna del corazón de Cuba.

JUAN TORRES LASQUETI

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CONTENIDO

Introducción / 9 Vocablos aborígenes por todas partes / 11 La arqueología aborigen de Cuba comenzó por Camagüey / 16 Las pinturas rupestres camagüeyanas que fueron conocidas antes que Altamira / 18 Cómo abordar la arqueología aborigen / 21 Las culturas aborígenes de Cuba y su presencia en Camagüey / 24 Los agroalfareros en Camagüey / 36 Arqueología de Cubitas / 39 Las pinturas rupestres en cuevas camagüeyanas / 49 Involución y evolución en el arte rupestre de algunas cuevas en la Sierra de Cubitas / 66 La filiación cultural de las pictografías / 68 Najasa y El Chorrillo: las “otras” pictografías / 71 De Camagüey y las Antillas al Caribe centro y suramericano / 73

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INTRODUCCIÓN

E l llamado descubrimiento de América comenzó por un imprevisto. Tanto Colón como sus patrocinadores sabían que navegando hacia el poniente se llegaría al Asia y

podrían así abrir una nueva ruta para el comercio de Europa. Pero el Gran Almirante tropezó con las inesperadas tierras

de un hemisferio ignorado y desde la primera ojeada decretó que aquellas islas eran la antesala de las costas de la India.

“Indios” fueron llamados desde ese día sus pobladores, y, aunque desde muy temprano todos se percataron del error, así quedó sedimentado en las conciencias y en los documentos oficiales.

No hace falta contar que la conquista y la posterior coloni-zación fueron el mayor genocidio de que se tienen memoria, y que particularmente en Las Antillas tuvieron el carácter de exterminio casi total.

Tras el humo de los incendios, los victimarios elaboraron “su” versión, muy en concordancia con la Santa Biblia, según la cual la historia solo podía conocerse a través de algunos docu-mentos escritos por seres sobrenaturales sin que —dogma por medio— pudiera explicarse el extraño capítulo del Génesis.

Como consecuencia de esta mentalidad se ha dicho, por ejemplo, que “en Cuba la Historia comenzó con la llegada del primer hombre blanco, cuyos hechos registra”, por lo que “la vida humana en esta isla hasta ese momento no tiene cronolo-gía y, por ende, pertenece a la prehistoria”.1 1 Fernando Portuondo: Historia de Cuba, p. 1.

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Habría que agregar que “la prehistoria es el estudio de los restos de cuantas culturas y hombres existieron sin historia escrita”. 2

Claro está que a la luz del pensamiento actual “establecer un corte de tal índole, basándose en que un pueblo tenga o no escritura para determinar si tiene o no historia es anticientífico e insostenible, sobre todo si existen hitos de mayor importan-cia que la escritura en el devenir histórico de la humanidad, como es el caso de la agricultura”.3

¿Cómo nombrar entonces con certeza, al menos en el Nue-vo Mundo, a la ciencia que estudia esta parte de la historia anterior a la escritura, por cierto la historia más antigua, la más extensa, la más difícil de conocer? Arqueología, sin dudas (archaios + logos = ciencia de lo antiguo).

Pero no arqueología prehistórica, porque estaríamos ne-gando que la arqueología es un apartado de la historia que trata sobre el desarrollo de la sociedad humana como proceso único, regido por leyes, igual que la historia, utilizando como elemento central las evidencias materiales, las huellas del de-venir humano, extraídas de los más diversos contextos.4

¿Arqueología indocubana? Relativamente aceptable el término, aunque, al fin y al cabo, los hombres en estudio no nacieron en la India.

Se han propuesto otros términos, como el de “arqueo-historia”, que no son más que la redundancia de dos conceptos que dicen lo mismo.

En el caso americano, en general, incluido el de Cuba, lo más exacto es arqueología aborigen, si nos atenemos a que los diccionarios definen como aborigen al primitivo morador de un país o territorio.

2 Martín Almagro: Introducción al estudio de la prehistoria y de la arqueolo-gía de campo, p. 1.

3 José M. Guarch: “Los pictogramas cubanos como posible sistema ideográfi-co”, en Arqueología de Cuba. Métodos y sistemas, p. 13.

4 V.: A. Mongait: La arqueología en la URSS.

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VOCABLOS ABORÍGENES POR TODAS PARTES

L a más convincente prueba de que hubo una presencia prolongada —y aún más, permanente— de las comuni-dades aborígenes en el territorio cubano, la constituyen

los topónimos que identifican a una considerable cantidad de lugares, vocablos cuya raíz pertenece por entero a las culturas precolombinas.

Puede decirse que virtualmente salpican nuestra geografía, y es importante conocerlos si es que se pretende, aunque sea de modo somero, la localización de las zonas donde hubo asentamientos aborígenes.

De hecho, los arqueólogos acuden a esa fuente, puesto que esos nombres están allí como regalando información sobre elementos relacionados con el pasado.

El territorio camagüeyano tiene también esa característica. El nombre más notable de topónimo aborigen en esta parte

del país es Camagüey. Durante la conquista, los españoles fundaron unas pocas villas con las que sentaron las bases para la colonización de Cuba. En algunos casos bautizaron dichos asentamientos con nombres que eran una curiosa mezcla de topónimos aborígenes y nombres del santoral católico. Nues-tra Señora de la Asunción de Baracoa, San Salvador de Baya-mo y San Cristóbal de La Habana son, apenas, tres ejemplos ilustrativos. Pero en el territorio camagüeyano la villa funda-cional se llamó Santa María de Puerto Príncipe, quedando relegados los topónimos aborígenes de sus dos asentamientos posteriores: Caonao y Camagüey.

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Establecida definitivamente en el último sitio, ocurrió que la villa desde muy temprano empezó a ser llamada indistinta-mente —al menos en el habla popular— Puerto Príncipe o Camagüey, y sus pobladores eran lo mismo principeños que camagüeyanos. Finalmente, no solo por el uso sino también por un asunto de afianzamiento de la identidad nacional, ape-nas terminada la dominación colonial española, las autorida-des cubanas hicieron oficial y definitiva la denominación indígena, para identificar no solo a la provincia sino también a su capital, y así consta en la vigente división político-administrativa del país.

De que camagüey es voz india no hay dudas.1 Así fue co-nocida desde las primeras exploraciones españolas de Cuba. Las leyendas, carentes de un soporte fiable de comprobación científica, refieren que Camagüey es el nombre del territorio que gobernaba un cacique llamado Camagüebax.

Resulta oportuno detenernos un instante en este asunto, para hacer aclaraciones acerca de lo que, a nuestro juicio, es un error asentado, sedimentado, calcificado.

Ninguno de los estudios fundamentales sobre las lenguas aruacas2 reconocen la terminación bax.

Las lenguas aruacas son toda una familia lingüística que hablaron —y aún hablan— los aruacos, araguacos o arawacks, un conjunto de pueblos aborígenes que ocuparon gran parte de la América del Sur, cuyo origen estuvo en territorios que hoy son parte de Brasil y Venezuela, desde donde se extendieron por las Antillas incluyendo a Cuba.

Lo más posible es que esa supuesta terminación bax sea, en realidad, bay, que en algunos dialectos aruacos significa “casa” o “lugar donde se vive” y de ahí la palabra bohío.3

Si nos atenemos a que, por lo general, los topónimos alu-den a fenómenos o accidentes de la geografía, o a la flora y la fauna, y no al nombre transitorio o cambiante de un mortal, Camagüebay se acerca más a esas esencias conceptuales que caracterizan a los topónimos . 1 V.: Alfredo Zayas Alfonso: Lexicografía antillana. Diccionario de voces

usadas por los aborígenes de las Antillas Mayores y algunas de las Menores y consideraciones acerca de su significado y de su formación.

2 V.: Daniel Brinton: “The Arawack Language of Guiana in its Linguistic and Athnological Relations”, en Transactions of American Philosophical Society.

3 Cf. H. Goeje: The Arawack Language of Guiana, p. 16.

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Abundaba en estas tierras hasta entrado el siglo XX —ahora casi desaparecido— un arbusto conocido por los botánicos como Wallenia Laurifolia. Sw (Roig, 1928), y que comúnmente es conocido como camagua.

Según nuestro criterio, Camagüebay debió señalar un lugar donde había camaguas. Camagüebay, el lugar; camagüey, el hombre que vivía allí, el habitante de un lugar donde había algo memorizable.

De esta forma, si el hombre que vivía entre rocas o peñas era el ciboney4 (ciba + ey), bien puede entenderse que se le llame camagüey a quien vivió entre camaguas.

Transitando por un territorio así, nada de extraño deberá tener que con solo “peinar” nuestras hojas cartográficas, en-contremos topónimos tales como Aguáiguano, Anacaona, Amaguaba, Anamá, Bainoa, Banao, Bayatabo, Biajaca, Bibija-gua, Bijabo, Cacahuabo (o Cacajuabo), Cacocum, Camabo, Canasí, Camaján, Caobabo, Caonao, Casimba, Caracamisa, Casabe, Ceiba, Corojo, Cuara, Cujaraya, Degamabo, Demaja-gua, Guaicanámar, Guáimaro, Guanabacoa, Guanábano, Gua-nayú, Guanausí, Guaney, Guano, Güije, Güira, Güirabo, Hati-bonico (o Jatibonico), Iguana, Imías, Itabo, Jagua, Jagüey, Jarico, Jaronú, Jatía, Jimaguayú, Jigüey, Juruquey, Jobabo, Macagua, Magarabomba, Maguey, Maguana, Maguarana, Maisí, Manacas, Maraguán, Mayanabo, Najasa, Nigua, Saimí, Sao, Saramaguacán, Sibanicú, Tibisial, Tanaguaro, Tínima, Tuabaquey, Urabo, Yaguabo, Yaguajay, Yamaquey, Yáqui-mo, Yaya, Yuraguana y otros tantísimos.

Unos topónimos identifican a sitios por su vegetación: Bijabo, de bija; Jobabo, de Jobo; Caobabo, de caoba. Otros a la fauna: Jicotea, Bibijagua, Iguana, Biajaca, Nigua. Algunos denominan corrientes fluviales: Tínima, Caonao, Saramagua-cán, y están, además, los que sitúan a antiguos cacicazgos: Camagüey, Guáimaro, Sibanicú.

Por cierto que en relación con estos importantes cacicazgos estos, hay también sus considerables inexactitudes.

El Mapa de los cacicazgos de Cuba (también conocido como División territorial de Cuba antes de la ocupación por Veláz-quez), confeccionado en 1851 por don José María de la Torre,5 muestra al territorio cubano dividido en 29 cacicazgos, algunos 4 Posteriormente llamado siboney, con “s” inicial. 5 V.: Irving Rouse: “Arqueology of the Maniabon Hills, Cuba”, Yale Univer-

sity Publications in Antropology, (26):32, 1942.

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de muy considerables dimensiones, como el de Camagüey, incluso mayor que la actual provincia.

Pero en realidad no hubo cacicazgos así, porque la sociedad aborigen más avanzada no pasó de pequeñas aldeas. El único lugar en todas las Antillas donde “empezaron a generarse algu-nas estructuras en las que podría parecer que una autoridad ejer-ció poder sobre las aldeas vecinas” fue en la zona oriental de La Española. Aun así esto tuvo un sentido que no excluía la inde-pendencia de lo que ahora podríamos llamar “aldeas asociadas” y que estaba muy lejos de las llamadas confederaciones que llegaron a alcanzar otras culturas precolombinas suramerica-nas.6 En el caso de Cuba, donde la sociedad aborigen debió tener un desarrollo menor que en La Española, hablar de estruc-turas tribales amplias es algo sencillamente absurdo.7

Volviendo a los topónimos, su identificación cultural es también un importante aspecto a tomar en consideración, por-que no es lo mismo una voz taína como Tínima que la voz ciboney Manaca. Se trata, correspondientemente, de un río en el centro de nuestra geografía (en áreas que estuvieron habita-das por taínos), y una fangosa ensenada de la costa sur (donde habitaron los ciboneyes). O sea, que están ubicados donde corresponden las culturas de cada territorio. Esto se puede aplicar a todo el mapa cubano: Maisí es voz taína y es el nom-bre geográfico del extremo oriental de la isla; mientras que Guaniguanico es ciboney y denomina una cordillera en Pinar del Río.

6 V.: Roberto Cassá: Los taínos de La Española, p. 123. 7 V.: Ernesto Tabío Palma: “Posibles factores ambientales que limitaron la

ocupación general de Cuba por los aborígenes agroalfareros”, en Arqueo-logía. Agricultura aborigen antillana, p. 111.

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LA ARQUEOLOGÍA ABORIGEN DE CUBA COMENZÓ POR CAMAGÜEY

H acía cuatro años que a don Miguel Rodríguez Ferrer le rondaba la idea de ir a Puerto Príncipe para pedirle al hacendado Francisco Agramonte que lo llevara al

estero de los Caneyes, pero por su trabajo como catedrático de Geografía tuvo que posponer el viaje hasta 1847.

Todo comenzó cuando en 1843 leyó un artículo que refería el hallazgo de “restos humanos fósiles” por el señor Agramonte en ese lugar.1 Los detalles sobre el encuentro entre ambos se ignoran. A lo mejor se fueron juntos al recóndito sitio; pero lo esencial es que el profesor exploró el área y, excavando en otro punto relativamente cercano, el estero de Remate, halló una mandíbula humana que luego envió a Madrid para que la exa-minaran los estudiosos del Museo de Historia Natural.

El sitio donde trabajó Rodríguez Ferrer no estaba en lo que propiamente puede llamarse tierra firme, sino en una isle-ta o cayo en las cercanías de Santa María de Casimbas, “a unos tres cuartos de legua del puerto de Remate, cerca de la desembocadura de un río llamado Rioja”.2 El interior del este-ro de Remate se caracteriza por niveles de fondo muy poco profundos. El acceso a algunas de las ocho isletas de dicho estero depende, en buena medida, del nivel de la marea, de manera que bien puede llegarse hasta ellas a pie —siempre con menos de medio metro de agua— durante la bajamar, 1 Memorias de la Real Sociedad Patriótica de La Habana: “Esqueletos huma-

nos fósiles en Puerto Príncipe”, p. 457. 2 V.: Mark R. Harrington: “Cuba Before Columbus”, Indian Notes and

Monographs.

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teniéndose como única dificultad el cenagal predominante en toda la zona.

Allí el explorador español encontró lo que, según las descripciones, parecen restos de un montículo, cuya super-ficie estaba formada por una costra de arena y conchas con dispersos restos óseos, al parecer humanos. Como la excavación se hacía difícil por la infiltración marina, se contentó con llevarse un gran pedazo de conglomera-

do. En un posterior examen del material, logró obtener “una mandíbula aparentemente humana y en estado de también aparente fosilización”.3

El dictamen de la investigación multidisciplinaria realizada en Madrid concluyó en 1850 con un resultado parco pero pre-ciso: la pieza era efectivamente humana, estaba completamen-te fosilizada y databa de una remota antigüedad no precisable, por lo que la calificaron de “precolombina”. Constituyó “el primer hallazgo registrado en Cuba de restos humanos de sus primitivos habitantes”.4 Es preciso insistir en el término regis-trado, porque aunque entonces eran frecuentes los hallazgos de huesos y otras “cosas de los indios”, nunca antes hubo reporte, ni publicación, ni ubicación del sitio y, muchísimo menos, en-vío de muestras ante especialistas de un centro científico.

Por ello es posible afirmar que con esos trabajos de Miguel Rodríguez Ferrer en el sur camagüeyano “se inició la arqueolo-gía aborigen de Cuba”.5 Se trata de un acontecimiento sin dudas importantísimo para la historia de las ciencias en Cuba y muy particularmente de la arqueología. Aun así, no nos parece que exageramos si afirmamos que la tal trascendencia va más allá del ámbito cubano. Basta para ello solo comparar fechas: los veinte años de diferencia que hay entre 1843 y 1863.

La mayoría de las fuentes bibliográficas que se refieren al surgimiento de la arqueología coinciden —como un coro 3 Ernesto Tabío Palma: “La prehistoria”, Cien años de lucha, cien años de

ciencia, p. 4. 4 V.: Mark R. Harrington: ob. cit. [El subrayado es de R. F. F. (Nota del editor)] 5 Ramón Dacal Moure y Manuel Rivero de la Calle: Arqueología aborigen de

Cuba, p. 30.

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griego— en que el suceso que rompió con la tradición pura-mente coleccionista imperante y abrió el camino de esta nueva ciencia fue la labor realizada por el francés Jacques Boucher de Perthes en 1863, cerca de París, y su hallazgo de una pieza ósea humana fosilizada que ha pasado a la historia como “mandíbula de Moulin Quignon”.

Lo cierto es que en 1843, en un perdido punto costero del sur camagüeyano, se hallaron restos humanos y el hecho se publicó con su correspondiente ubicación geográfica y, como consecuencia de la divulgación del hallazgo, cuatro años más tarde, en 1847, Rodríguez Ferrer reportó otra pieza antiquísi-ma y curiosa, casualmente también una mandíbula.

El hallazgo de 1843 se publicó en una revista cubana que circulaba en todos los dominios españoles (el tomo XVII de las Memorias de la Real Sociedad Patriótica de La Habana), y los resultados de Rodríguez Ferrer en Madrid, en 1876.6

De manera que en Europa pudieron ser conocidos estos reportes oportunamente por los círculos científicos interesa-dos. Y si se ha hecho absoluto silencio al respecto para solo reconocer al Moulin Quignon, tiene que ser porque aconteció en una de las grandes naciones del selecto grupo de las metró-polis colonialistas de Europa y no en una colonia americana de España.

6 V.: Miguel Rodríguez Ferrer: Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba.

__________________________________LA ARQUEOLOGÍA ABORIGEN DE CUBA...

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LAS PINTURAS RUPESTRES CAMAGÜEYANAS QUE FUERON CONOCIDAS ANTES QUE ALTAMIRA

U na considerable proporción de la literatura especiali-zada sobre arqueología —y específicamente la que trata sobre el arte de las comunidades primitivas—

coincide en que “Altamira fue el primer paso firme en la bús-queda del espíritu artístico de nuestros antepasados”.1

Altamira es una zona de la región de Cantabria, en España, donde en 1878 se efectuó un importante hallazgo de pinturas parietales en el interior de una cueva. Eran dibujos que repre-sentaban a “bisontes, animales de climas fríos que hacía miles de años que habían desaparecido de la geografía peninsular”.2

Cuando aquello se divulgó, un obstáculo que parecía insal-vable se le opuso: el Comité de Estudios para la Historia del Hombre, con sede en Francia, desaprobó toda teoría que pre-sentara a unos antepasados menos salvajes y más artistas de lo admitido. Esa censura sepultó en el olvido el descubrimiento durante diecinueve años.

Aun transcurrido ese tiempo, cuando en 1897 fueron halla-das pictografías y petroglifos con trazos similares en la cueva francesa de La Mouthe, la Asociación por el Desarrollo de las Ciencias acusó a los sustentadores de la teoría sobre el arte de los hombres primitivos, de “comprometer el prestigio de la Antropología Histórica”.3

Marsoulas en 1897, y Cambarelles, en 1901, demostraron definitivamente lo planteado, y la confirmación vino después, 1 V.: A. Padilla Bolívar: Atlas de Arqueología. 2 V.: M. Fernández Miranda: La cueva de Altamira. 3 A. Padilla: ob. cit.

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entre 1908 y 1927, con dibujos hechos como por una misma mano en Cogul, Tuc'd Audoubert, Isturitz, Valltorta, Pech Merlé, Roc de Sers y, finalmente, en 1940, Lascaux.

En resumen, desde 1878 hasta, por lo menos, 1901 —veintitrés años de diferencia—, nadie en el mundo europeo le dio crédito a aquellos hallazgos.

“Las dudas referentes a la autenticidad de las figuras en-contradas en las cuevas se disiparon definitivamente en 1912 cuando H. Bégouen descubrió la cueva de Tuc'd Audoubert en los Pirineos franceses. En esta, el acceso a los bisontes repre-sentados en una pared estaba obstruido por una capa de esta-lactitas cuya edad superaba los 10 000 años”.4

Nada se dice, sin embargo, de que en 1839, en el tomo IX de las Memorias de la Real Sociedad Patriótica de La Habana (publicación que, como hemos dicho anteriormente, circulaba en todos los dominios españoles) se incluyó un artículo en el que se hablaba de una cueva de la cordillera de Cubitas, al norte de la ciudad de Puerto Príncipe, conocida por el nombre de María Teresa, “Ñá” Teresa o “Señá” María Teresa, en cu-yas paredes “se advierte, a lo largo, una cenefa igual a las de algunas de nuestras habitaciones, lo que persuade de que no es obra de la naturaleza, y más si se atiende a la igualdad del dibujo, a la finura de los colores, a las proporciones, etcétera; [...] y se infiere que dicha cenefa es obra de los antiguos que tal vez vivieron o se alojaron por algún tiempo, porque no puede ser otra cosa”.5

Tal fue la repercusión de aquella revelación que, desde Sevilla, la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda envió una carta a su natal Puerto Príncipe, para pedirle a su tío don Ma-nuel Arteaga lo que llamó “una noticia minuciosa y circuns-tanciada de Cubitas y sus cercanías”.6

Luego La Avellaneda incluyó una descripción de la Cueva de María Teresa en el capítulo X de su novela Sab (terminada en 1841, aunque publicada años después). Allí se dice que “los naturales hacen notar [...] pinturas bizarras designadas con tintes de vivísimos e imborrables colores, que aseguran ser obra de los indios”.7 4 Vil Mirimánov: Breve historia del Arte. (Arte prehistórico y tradicional), p.

301. 5 Memorias de la Real Sociedad Patriótica de La Habana: “Artículo adicional a

los apuntes para la historia de Puerto Príncipe —Cubitas—”, p. 301. 6 Roberto Funes Funes: Monografía histórica sobre Cubitas, Camagüey, p. 306. 7 V.: Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab, cap. X.

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Aun hay más: en 1844 una comisión de regidores del Ayuntamiento de Puerto Príncipe confeccionó unos “apuntes” destinados a ser incluidos en el capítulo correspondiente a esta región, en el Diccionario de la Isla de Cuba, de don Jacobo de la Pezuela y Lobo. Al comentar sobre las cavernas de Cubitas, indicaron que “son sorprendentes por su extensión [...] y por las precocidades que contienen, entre otras muchas, jeroglífi-cos de los indígenas”.8

Tres años más tarde, en 1847, José Ramón Betancourt pu-blicó, en una obra suya titulada Prosa de mis versos, la reseña de una visita a Cubitas, y volvió a tratar sobre la Cueva de María Teresa, donde hay, según dice, “signos rojos, hechos al parecer con almagre o tierra bermeja, suponiéndose que fueran escrituras de los indios”.9

Por mucho que se busque, no aparece bibliografía alguna con referencias sobre el arte de las comunidades primitivas que sean anteriores a estas cuatro a que nos hemos referido.

Sin embargo, para quienes ya hemos leído cómo se ignoró el hallazgo del Caney de los Muertos por Francisco Agramon-te y los reportes de Miguel Rodríguez Ferrer en el estero de Remate, no habrá motivos para la extrañeza. Aquí también se omitió toda alusión a nuestra modesta cueva, reconocida en publicaciones con diecinueve años de antelación a lo de Alta-mira y, sin embargo, es del acontecimiento europeo del que se habla como “el primer paso en la búsqueda del espíritu artísti-co de los hombres primitivos”.

8 José de la Cruz, Manuel Castellanos y Manuel de Jesús Arango: Apuntes para la historia de la Isla de Cuba correspondientes a la Siempre Fiel, Muy Noble, Muy Leal ciudad de Santa María de Puerto Príncipe, p. 5.

9 V.: José R. Betancourt: “Una jira cubana”, Prosa de mis versos.

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CÓMO ABORDAR LA ARQUEOLOGÍA ABORIGEN

A unque el objetivo de la presente obra es brindar una pa-norámica del devenir de la arqueología aborigen en el territorio camagüeyano, no sería sensato aislar los hallaz-

gos y estudios locales del contexto general al que pertenecen. Por otra parte, las múltiples denominaciones que han dado

numerosos autores a las culturas precolombinas por ellos estu-diadas han creado un caos que resulta muchas veces insuperable para aquellos que no han seguido el hilo de las diversas investi-gaciones a través de períodos más o menos prolongados.

Son estos dos aspectos particularmente importantes, puesto que de ellos depende la comprensión de todo el asunto. El primero, porque es vital comprender que al igual que el hom-bre asiático no entró a América de una sola vez, tampoco las Antillas fueron pobladas en una sola oleada, sino que los dife-rentes niveles de desarrollo económico, social y cultural fue-ron traídos paso a paso, en un proceso que duró milenios; de manera que hubo aquí pueblos que desaparecieron ante el em-puje de otras culturas más desarrolladas, y de las cuales no tuvieron conocimiento los conquistadores.

El otro aspecto se refiere a la dificultad que representa para cualquier lector no relacionado directamente con el lenguaje o la terminología arqueológica, entender cuándo un guanajata-bey puede ser o no un ciboney, o cuándo un subtaíno puede o no equivaler a un taíno, según el autor que lo trate.

Esto último es sumamente serio. Vale la pena que nos de-tengamos un instante en este punto para ganar en claridad.

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En contraposición, el doctor Ernesto Tabío Palma estableció un proyecto para una nueva periodización cultural de las comu-nidades precolombinas cubanas, basado fundamentalmente en el desarrollo evolutivo de la economía de cada cultura.

Tabío fijó tres etapas para otros tantos niveles económico-culturales:

1. Preagroalfareros, que incluye a todos los grupos aboríge-nes que no practicaban la agricultura ni utilizaban la cerámica, y cuya actividad fundamental era la caza menor, la recolección y la pesca.

2. Protoagricultores, una etapa transicional entre los prea-groalfareros y los agroalfareros. Con sitios típicos de prea-groalfareros pero con alguna cerámica simple en pequeñas cantidades, y carencia de burén como índice negativo de la agricultura de la yuca.

3. Agroalfareros: agricultores de tubérculos y granos, espe-cialmente de la yuca, que practicaban la recolección, la caza menor y la pesca; además de utilizar en grandes cantidades la cerámica, con una gran diversidad de formas y decoraciones,

Grupo cultural Nombres equivalentes usados por los arqueólogos

Guanajatabey (grupo no-ceramista)

Ciboney, según Mark R. Harrington. Ciboney aspecto Guayabo Blanco, según Irving Rouse. Aunabey, según Fernando Ortiz. Complejo cultural I, según la Mesa Redonda de Arqueólogos del Caribe, 1950.

Ciboney (grupo no-ceramista)

Ciboney, según Mark R. Harrington. Ciboney aspecto Cayo Redondo, según Ir-ving Rouse. Guanahatabey, según Fernando Ortiz. Complejo cultural II, según la Mesa Redonda de Arqueólogos del Caribe, 1950.

Taíno (grupo cera-mista)

Taíno, según Mark R. Harrington. Taínos y subtaínos, con distintos aspectos culturales, según Irving Rouse. Siboneyes, pretaínos y taínos, según Fernando Ortiz. Complejo cultural III, según la Mesa Redonda de Arqueólogos del Caribe, 1950.

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así como los burenes, indicador en este caso positivo de la agricultura de la yuca y de la fabricación de casabe.

Cada una de las etapas se subdivide en fases: a. Temprana (la más antigua en el tiempo y en el nivel de

desarrollo material). b. Media (su nombre lo explica todo). c. Tardía (la más reciente o cercana en el tiempo y con

mayor nivel de desarrollo material). Uno de los parámetros con que Tabío dotó a su periodiza-

ción fue la flexibilidad, para que pudiera ser utilizado durante algunos años, prestándose a mejoras graduales en el desarrollo de las investigaciones, con un sentido esencialmente dialéctico del carácter del trabajo científico.1

1 V.: Ernesto Tabío Palma: “Reconstrucción del marco paleográfico en el 8000 AP”, Introducción a la Arqueología de Las Antillas, p. 61.

_____________________________CÓMO ABORDAR LA ARQUEOLOGÍA ABORIGEN

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LAS CULTURAS ABORÍGENES DE CUBA Y SU PRESENCIA EN CAMAGÜEY

L os resultados de las investigaciones realizadas en las últimas décadas han posibilitado transformaciones en los conceptos generales que se poseían acerca de las

culturas aborígenes de Cuba. Ahora se tiene certeza de que, además de aquellos cibone-

yes y taínos que muchas generaciones de cubanos conocieron, a través de los viejos libros de texto, hubo otras culturas, igno-radas por la sencilla razón de que ya no existían cuando ocu-rrió la conquista europea.

Preagroalfareros

El término preagroalfarero —ya lo hemos dicho— es un concepto que incluye a todos los grupos aborígenes que no practicaban la agricultura ni utilizaban la cerámica. De esta forma “igual es preagroalfarero el grupo que inhumó a sus muertos en un conchal del sur de Camagüey, como los que están asociados a las maravillosas pinturas rupestres de Punta del Este, en la Isla de la Juventud”.1

Preagroalfareros arcaicos

Entre 1939 y 1945, el doctor Antonio Núñez Jiménez halló e investigó en el área de Seboruco, cerca de Mayarí, un sitio donde había

1 Ramón Dacal Moure y Manuel Rivero de la Calle: Arqueología aborigen de Cuba, p. 75.

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características que lo diferenciaban de todo lo anteriormente estudiado en Cuba.

Es notablemente curioso que el ajuar de este sitio prea-groalfarero no es comparable al de ningún otro, sobre todo por la enigmática presencia de instrumentos muy grandes, tales como hachas líticas toscamente talladas —de hasta cincuenta centímetros y un peso considerable—, puntas, lascas, láminas y núcleos de piedra de diecisiete, veinte y veinticuatro centí-metros respectivamente.

Esto ha hecho pensar a algunos, sin fundamento razonable o lógico de ninguna índole, que fueron concebidos para ser utilizados en la caza y captura de remedos de la megafauna pleistocénica, idea imposible si se tiene en cuenta que esas especies desaparecieron mucho antes de que se iniciara el más temprano de los poblamientos humanos de Las Antillas.

De entonces a acá se han investigado sitios en cuevas, en abrigos rocosos y al aire libre, correspondientes a los asenta-mientos de esos primeros pobladores de Cuba.

Las fechas obtenidas por carbono 14 y por el método del colágeno han dado antigüedades interesantes, que en un sitio de Levisa, cercano a Seboruco, se elevan hasta los 6 000 años.

Hasta el presente no se han efectuado hallazgos de sitios arqueológicos correspondientes a este grupo cultural en el territorio de la actual provincia de Camagüey.

Ofrecemos aquí la información no solamente por el hecho de tratarse del más antiguo (o temprano) de los conjuntos humanos de Cuba, sin cuya referencia carecería de un razona-ble inicio toda la historia arqueológica, sino, además, porque sus evidencias están en áreas de Holguín, Matanzas, La Haba-na, Pinar del Río y la Isla de la Juventud, por lo que la lógica aconseja no desechar la posibilidad potencial de que también

las haya aquí.

Cada día las investigaciones permiten que se contextualice la pre-sencia de estos hombres arcaicos, no solo en Cuba, sino también en las áreas caribeña y antillana, e incluso del istmo centroamericano.

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Sitios con similares características han dado también parecidas antigüedades.

Si en Cuba hay fechados de 6 000 años, en la costa atlántica de Nicaragua (sitio Punta del Mono) los hay de entre 7 000 y 9 000; en República Dominicana (sitio Mordán), 5 000; y en la isla de Trinidad (en el extremo oriental de las Antillas Me-nores), 7 000 años.

Estos fechados permiten, aunque de una forma muy some-ra, establecer una cronología factible de entenderse como un trayecto por el arco antillano, partiendo los más tempranos desde la costa venezolana hasta La Española y Cuba, de mane-ra decreciente.

De todas formas, su procedencia se desconoce, porque hace 6 000 años o más, nuestros mares circundantes tenían niveles de hasta veinte metros por debajo de los actuales, por lo que muchos bajos marinos y cayos que ahora están sumer-gidos, afloraban y podían ser utilizados como “puentes” natu-rales, aparte de la conocida capacidad que para la navegación tuvieron las comunidades primitivas.

Los caminos, pues, podían ser varios: • Desde Suramérica a través del arco antillano. • Desde Centroamérica hasta Jamaica y Cuba. • Desde la península de la Florida, a través de Las Bahamas.2 No se han localizado sitios de culturas arqueológicas simi-

lares en la Florida que confirmen esta última posibilidad. “A partir de la presencia del hombre en Seboruco, se pro-

duce en nuestro país una larga etapa preagroalfarera y parece ser que se origina en nuestro territorio un desarrollo local al mismo tiempo que se reciben influencias de áreas exteriores”.3

Preagroalfarero medio

Por lo general, este ha sido identificado durante mucho tiempo como el ciboney aspecto Guayabo Blanco. Hasta el presente no se han localizado lugares de asentamiento suyos en el territorio camagüeyano. Su antigüedad máxima registrada es de unos 4 000 años y la distribución de sus sitios localizados hasta el presente abarca desde Pinar del Río y la Isla de la Juventud hasta el sur de Villa Clara. 2 V.: Ernesto Tabío Palma: “Reconstrucción del marco paleográfico en el

8000 AP”, Introducción a la arqueología de Las Antillas, p. 19. 3 Ramón Dacal Moure y Manuel Rivero de la Calle: “Arqueología aborigen

de Cuba”, p. 78.

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Sus sitios son res iduar ios superficia-les de basu-ra arqueoló-gica que forman montículos ubicados indistintamente en áreas des-pejadas o junto a cuevas y abrigos rocosos. Sus utensilios es-tán hechos principalmente de conchas marinas, aunque tam-bién hay instrumental de piedra, representado en percutores y morteros; en todos los casos con muy poco desarrollo en la elaboración y aun menos en el acabado. Por los restos óseos encontrados se sabe que no practicaban la deformación artifi-cial de cráneos.

Tanto el preagroalfarero temprano como el medio habían desaparecido en tanto culturas mucho antes de la llegada de los conquistadores españoles, y por eso en las referencias histó-ricas no hay constancia de ellos. Sin embargo, es de suponer que entre unos y otros debió haber momentos en el tiempo en que pudo haber una coexistencia, por lo que no es atinado verlos como “pisos” independientes de una secuencia casi inexorable.

Si el agroalfarero temprano (arcaico) presenta fechados que van desde 6 000 años hasta 4 240, y el medio anda por los 4 000, es lógico admitir esa posibilidad.

Los estudios modernos prueban que, en el caso del hombre del cuaternario europeo, el Neanderthal fue primero y el Cro-magnon después; pero ambos vivieron a lo largo de siglos de coexistencia y, salvando las diferencias, así tampoco pueden verse los diferentes estadíos del preagroalfarero cubano como aislados ni separados unos de otros.

Preagroalfarero tardío

Tardío, último, más reciente, son sinónimos para entender la situación diacrónica de esta fase cultural de los agroalfareros.

Nuestro preagroalfarero tardío se corresponde —para no divorciarnos definitivamente la terminología tradicional— con el ciboney aspecto Cayo Redondo.

Se trata de una cultura aborigen que sí fue reconocida por los conquistadores, por lo que aparte de lo logrado por la arqueolo-gía en lo concerniente a la reconstrucción de las condiciones de

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vida, el instrumental de trabajo y otros muchos aspectos rela-cionados con la vida material y espiritual, se cuenta con la información que por vía directa legaron los cronistas de la conquista y la colonización.

Está distribuido en casi todo el territorio nacional y, muy particularmente, muy bien representado en Camagüey.

Como el preagroal-farero medio, que es su ante-cesor en la cronología, sus sitios son también residuarios de basura arqueológica, montículos situados en áreas despejadas y junto a cuevas o abrigos rocosos; pero pre-ferentemente en zonas costeras.

Un muy alto índice de enterramientos secundarios eviden-ció prácticas funerarias colaterales y, en una buena medida, están acompañados por ofrendas funerarias.

Excavaciones realizadas en montículos de preagroalfareros tardíos en el sur de Camagüey, revelaron desde hace mucho un carácter funerario que tiene una importancia especial para la arqueología. Están construidos por capas, lo que indica una intención, un interés cultural previamente establecido, compa-rable con “una costumbre de los pueblos prehistóricos del área del Mississippi y de la costa este del Golfo de México [relacionada con] la construcción de estos montículos que se llaman mount builders”.4

Para que se entienda más claramente, expliquemos que un entierro secundario es un proceso de reordenamiento de los restos óseos luego de una exhumación, cuando ya no queda tejido muscular alguno.

“Hay un hecho que consideramos de importancia y que se repite con muchísima frecuencia en los montículos Cayo Redon-do, muy especialmente en los del sur de Camagüey: nos referi-mos al crecido número de entierros colectivos que aparecen en cada unos de sus residuarios”.5 4 Ramón Dacal Moure y Manuel Rivero de la Calle: Arqueología Aborigen de

Cuba, p. 78. 5 Ernesto Tabío Palma: Prehistoria de Cuba, p. 90.

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El montículo Caney del Gato, al noroeste del embarcadero de Santa María, en la costa sur camagüeyana, es muy ilustrativo: allí trabajaron en 1942-43 los conocidos arqueólogos cubanos Felipe Pichardo Moya y Felipe Martínez Arango. Se trataba de un lometón relativamente pequeño en comparación con otros (veintitrés metros de diámetro y un metro sesenta de altura en el centro) donde hicieron una excavación en forma de zanja de un metro de ancho que cruzó el montículo de su-reste a noroeste. Recogieron “huesos correspondientes a once esqueletos enterrados [con la característica de que estaban] todos en decúbito supino y orientados con la cabeza al Este”.6

En otros sitios como Playa del Mango, Manzanillo, provin-cia Granma, se encontraron entre treinta y cuarenta esqueletos humanos.

Resulta interesante la labor —que calificamos como “de reordenamiento”— realizada sobre los huesos, para lograr con ellos determinadas posiciones: en el sitio Caney del Castillo, los arqueólogos camagüeyanos José Manuel Guarch Delmonte y Rodolfo Payarés Suárez exhumaron los restos de un aborigen con estas características: “Su posición apareció en decúbito supino, orientado aproximadamente de este a oeste, con la cabeza al occidente [...] el brazo derecho levantado y flexiona-do, con la mano a la altura de la cabeza y frente a la cara [presentando esa mano la cara palmar hacia arriba]. La mano izquierda sobre el pecho con el dedo pulgar debajo de la barbi-lla. El tórax ligeramente en escorzo hacia la derecha y algo más levantado, o sea, más próximo a la superficie [...] las piernas ligeramente flexionadas una sobre la otra [como en] posición fetal. El cráneo no presentaba deformación artificial y se ob-servaba en las piezas dentarias un marcado desgaste”.7

Ampliando sobre este mismo caso, Ernesto Tabío detalla que “las ofrendas funerarias aparecían dispuestas en la si-guiente forma: la mitad de una bola de piedra o percutor de piedra se encontró muy próxima al cráneo, junto a la cara; un martillo triturador con cavidades por ambas caras apareció por el lado derecho del esqueleto, junto a la mano derecha; un colgante o pendiente de piedra fue hallado al centro de la parte 6 V.: Felipe Pichardo Moya: “Los caneyes del sur de Camagüey”, Revista de

La Habana. 7 V.: José Manuel Guarch y Rodolfo Payarés S. “Consideraciones sobre la

dinámica y desarrollo de los pictogramas cubanos”, Arqueología de Cuba, métodos y sistemas.

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superior de la cavidad torácica; entre el maxilar inferior y el pendiente de piedra aparecieron 5 vértebras de pescado en forma de collar; sobre la parte ventral del esqueleto se encon-tró un apilamiento de doce conchas de molusco fluvial; entre el extremo inferior del brazo derecho y la parte inferior de la cavidad torácica apareció una gubia de concha y frente al ex-tremo del pie izquierdo apareció un conjunto muy apretado de treinta y nueve opérculos de molusco marino”.8

En el litoral bajo y cenagoso de los municipios Santa Cruz del Sur, Vertientes y Florida, hay una franja virtualmente pla-gada de sitios pertenecientes a esta cultura.

La antigüedad máxima para este grupo en Camagüey co-rresponde al sitio Victoria I, al sur de Florida, y es del orden de los 2 000 años, aunque en otras regiones del territorio na-cional los hay de hasta 4 000. Su instrumental está compuesto por muestras de la industria de la piedra tallada (cuchillos, ras-padores y buriles) y la concha (martillos, cucharas y, sobre to-do, gubias, el instrumento que distingue e identifica al grupo).

Volviendo sobre el asunto de las prácticas funerarias, han aparecido además de todos los ya descritos, otros artefactos que al no presentar huellas de uso, se infiere que estuvieron relacionados con lo jerárquico o lo ceremonial, como es el caso de los gladiolitos y esferolitos, que son como dagas y bolas con un alto grado de elaboración, todos de piedra tallada y posteriormente pulida.

El grupo preagroalfarero tardío fue conocido por los con-quistadores españoles, y hay un detalle poco manejado por la generalidad de los historiadores, aunque conocido desde las primeras referencias de los cronistas: individuos de esa cultura fueron sometidos por los agroalfareros para los trabajos más pesados y difíciles, sin que sea posible precisar si en condicio-nes de esclavitud,9 aunque tal estatus, como concepto, carece de sentido en sociedades no divididas en clases, sin propiedad pri-vada ni un consecuente desarrollo de las fuerzas productivas.

Las Casas llamaba a los taínos “indios de la isla”, porque según vio, en el momento de la conquista eran la población mayoritaria. Pero también se percató de que “hay otros que se 8 Ernesto Tabío Palma: Prehistoria de Cuba, p. 68. 9 V.: Ramón Dacal Moure: “De los ciboneyes del padre Las Casas a los cibo-

neyes de 1966”, Revista Universidad de La Habana, pp. 6-41.

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llaman siboneyes, que los indios de la misma isla tiene por sirvientes” y precisaba que éstos últimos “son los naborías que figuran en las actas de repartimientos”.10

Pero “los conquistadores españoles no distinguieron a los siboneyes sojuzgados por el taíno, sino por su condición social de servidores dentro de la comunidad taína. Y en sus censos y relaciones de aborígenes encomendados los llamaron indios naborías o, simplemente, naborías; mientras llamaban simple-mente indios o indios de la isla a los taínos. Pero sí distinguieron como otras gentes a los siboneyes que, aislados, conservaban sus costumbres peculiares, y los llamaron indios cayos o tam-bién indios de los Jardines, por las regiones —los cayos y ar-chipiélagos circundantes de Cuba— donde los encontraron”.11

Protoagricultores

Una muy especial significación tiene el sitio La Gloria, ubicado en el municipio Santa Cruz del Sur, a unos diez kiló-metros al norte de la línea costera, relativamente cerca del caserío de Loreto y del poblado de Macareño (94° N/ 32° W en la hoja cartográfica 4678 III. ICGC).

Allí, en 1945, fueron localizados restos de una comunidad que se ajusta a la clasificación de los llamados protoagricultores.

“En esta etapa transicional entre las etapas preagroalfareras y la agroalfarera, quedan enmarcadas algunas comunidades aborígenes cubanas que, con una ajuar típico preagroalfarero, presentan evidencias del uso de vasijas de cerámica, casi siempre simple y en escaso número, pero sin la presencia del burén, indicativo indirecto de la agricultura de la yuca”.12

Además del ya referido sitio, se han localizado otros simi-lares en las provincias Guantánamo, Granma, Holguín, Matan-zas y Pinar del Río. También los hay en La Española.

Refiriéndose a estos sitios dominicanos, hay una fuente que aclara cuestiones interesantes sobre estas comunidades tan enigmáticas: “[...] en un momento determinado, grupos reco-lectores (preagroalfareros) empezaron a recibir cerámica en intercambio, produciéndola luego. Si ello es así, como parece 10 Bartolomé de las Casas: Apologética historia de Las Indias, p. 105. 11 Felipe Pichardo Moya: Caverna, costa y meseta. Interpretaciones de ar-

queología indocubana, p. 70. 12 Ernesto Tabío Palma: “Reconstrucción del marco paleográfico en el 8000

AP”, Introducción a la Arqueología de Las Antillas, p. 64.

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acontecer en Musiépedro, República Dominicana, y en las fases mayaríes de Cuba, estamos ante evidencias de transición bien claras. Creemos que los sitios Aguas Verdes y Canímar, en Cuba, lo mismo que El Caimito, en República Dominicana, podrían formar parte de un abanico transicional que estaba produciéndose en las dos grandes Antillas antes de nuestra era, y que continuó en Santo Domingo hasta posiblemente el siglo VI, y en Cuba hasta el siglo VIII o XI”.13

Los más antiguos fechados obtenidos por radiocarbono para estos protoagricultores en Cuba datan de 1 020 años en el resi-duario de Mejías, en Mayarí, Holguín; y de dos sitios muy próximos entre sí, en Arroyo del Palo, también en Mayarí, con novecientos setenta y setecientos sesenta años respectivamente.

Posteriormente se excavaron algunos sitios junto al río Canímar, en Matanzas, y en Aguas Verdes, en la misma pro-vincia, más “tempranos” que los de Mayarí, que parecen co-

rresponder a una época más reciente, con mayor can-

tidad y calidad de la cerámica.

El sitio dominicano El

Caimito es, por su fechado, el más antiguo complejo ceramista de las Antillas Mayores.

El hecho de que hasta el presente no se haya encontrado en ninguno de esos sitios un solo fragmento de burén ha indu-cido a algunos especialistas a aplicar el término “protoa-gricultores” a quienes pudieron encontrarse en el momento inmediato anterior a la agricultura.

Hay un criterio generalmente aceptado que plantea que se llega a la producción ceramista cuando las conquistas de la revo-lución agrícola permiten excedentes alimentarios que es preciso procesar en recipientes más adecuados que, por ejemplo, las grandes conchas.

Hay quienes creen que los protoagricultores fueron simple-mente preagroalfareros tardíos que intercambiaron técnicas con agroalfareros muy tempranos, y sabemos que entre culturas de diferente nivel de desarrollo ocurrieron intercambios. Todo 13 V.: Marcio Veloz Maggiolo: Medio ambiente y adaptación humana en la

prehistoria de Santo Domingo.

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esto pudiera indicarnos “que estos indocubanos conocieron y utilizaron vasijas de barro en las últimas etapas de su desarro-llo cultural, bien porque aprendieron a hacerlas o porque las adquirieron por medio del intercambio de los primeros agroal-fareros llegados a Cuba por el siglo VIII de nuestra era”.14

Sin embargo, la vía del intercambio habría producido entre los llamados protoagricultores un solo tipo de cerámica y no es eso lo que en realidad ocurre. En Canímar-Aguas Verdes hay evidencias menores en calidad y cantidad, mientras en Mejías-Arroyo del Palo todo es superior y se corresponde con la época más tardía de estos complejos culturales. En mi crite-rio, es un proceso transicional puro.

De todas formas, la única afirmación que se puede asumir con certeza es que coexistieron con los más tardíos preagroalfa-reros y los más tempranos agroalfareros, y que vivieron entre los siglos IX y XI de nuestra era y, por ende, que no fueron conocidos por los hombres de la conquista.

Aparte del sitio La Gloria, en la zona geográfica que po-dríamos llamar “llanuras bajas moderadamente diseccionadas”, hay otros residuarios aborígenes que parecen pertenecer a los protoagricultores.15

Agroalfareros

“En esta etapa están incluidas todas aquellas comunidades aborígenes cuyas evidencias indican que practicaban la agricul-tura de raíces, tubérculos y granos (pero fundamentalmente la de la yuca) y también practicaban la recolección de la pesca y la caza menor. Utilizaban con profundidad la cerámica ya desarro-llada, tanto en forma de vasijas como de burenes para tostar el pan de casabe. La duración de esta etapa fue la más corta de Cuba —unos setecientos años—, pues las evidencias arqueoló-gicas nos indican que se extendió aproximadamente desde el siglo VIII de nuestra era hasta la llegada de los españoles, a prin-cipios del siglo XVI también de nuestra era, que marca el rápido exterminio de los aborígenes de Cuba por los europeos”.16

O sea, que hace aproximadamente 2000 años, indígenas aruacos con un nivel elevado de desarrollo agrícola y ceramista 14 Ramón Dacal Moure: “De los ciboneyes del padre Las Casas a los cibone-

yes de 1966”, revista Universidad de La Habana, p. 30. 15 V.: Hilario García Benítez: Comunicación oral. 16 Ernesto Tabío Palma: “Reconstrucción del marco paleográfico en el 8000

AP”, loc.cit., p. 65.

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partieron de la península de Paria, en la costa nororiental de Venezuela, y comenzaron a emigrar hacia las Antillas y las Ba-hamas. El fechado más antiguo registrado en Cuba para un sitio agroalfarero es el de la playa Damajayabo, en la región oriental, con 1 120 años. Los cronistas de la conquista coinciden en que los agroalfareros eran de relativa reciente presencia en Cuba y que, desplazaron o empujaron al occidente y otras zonas in-hóspitas como las costas cenagosas y las cayerías a los demás grupos.

La evidencia de ese poblamiento que entonces avanzaba está en la mayor abundancia de sitios agroalfareros en las provincias

orientales y Camagüey, mientras que paulatinamente se hacen más es-

casos a medida que se avan-za hacia el occidente.

Pero en el

momento del llamado des-cubrimiento, habían ocupado una importante parte del territo-rio cubano, de manera que un testi-go presencial de la importancia de Las Casas no dudó en lla-marlos “los indios de Cuba, venidos de La Española”, o sim-plemente “indios de la isla”, agregando que, ya por entonces, eran “los generales pobladores de Cuba”.

Hay una hipótesis que plantea la posibilidad de que el notable decrecimiento de la cantidad de sitios agroalfareros a medida que se recorre la isla hacia el occidente tenga que ver con la influencia que ejercen los valores climáticos sobre la yuca, que era su cultígeno fundamental. “La yuca amarga deja de crecer cuando es afectada por temperaturas de 10 grados celsios. Algunas variedades de la yuca dulce son más resistentes al frío; pero la amarga es muy sensible a las bajas temperaturas: las hojas y las ramas superiores mueren con temperaturas de 8 grados y la planta toda cuando llega a cero grados”.17

La idea es interesante, puesto que sabemos que para los agroalfareros, la yuca amarga ocupaba el papel más destacado en su dieta, porque constituía la materia prima para la fabricación de casabe.

17 Ernesto Tabío Palma: “Posibles factores ambientales que limitaron la ocupa-ción general de Cuba por los aborígenes agroalfareros”, loc. cit., pp. 80-92.

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Este grupo cultural de productores, perteneciente a la etapa preagroalfarera, tuvo evidentemente dos fases. Una “tempra-na” que llegó en una primera oleada y que, precisamente, por una mayor permanencia, se extendió por todo el territorio, excepto el extremo occidental. La otra fase, “tardía”, trajo consigo un mayor desarrollo agrícola y cerámico; pero no avanzó más allá del extremo oriental de Cuba y su avance fue truncado por los conquistadores españoles. Estos últimos han sido llamados taínos en casi toda la bibliografía y la historio-grafía cubana.

Sobre esta división hay criterios interesantes, porque en la base económica de unos y otros no se encuentran diferencias notables.

“Dondequiera que en Cuba se han registrado evidencias arqueológicas indoagrícolas, los sitios de población, aparte de su extensión y densidad de habitantes, se presentan similares, con similares ubicaciones geográficas, acusando similar género de vida, y en ellos se recogen los mismos artefactos de piedra, hueso y concha, y las mismas típicas hachas petaloides, y se ven las mismas ornamentaciones en la alfarería, y las mismas figurillas antropomorfas y zoomorfas, y los restos humanos con las mismas deformaciones craneanas artificiales y las mismas formas de entierro”.18

Según este autor no es el método de investigación en sí el que puede señalar las diferencias culturales, sobre todo cuan-do, como en este caso, las diferencias de diseño, elaboración o tipología de las piezas son virtualmente imposibles de estable-cer, aunque sea cierto que la cerámica de los agroalfareros del extremo oriental es superior a la del resto de Cuba.

En Camagüey esta presencia de agroalfareros está en casi todo el territorio, excepto, como ya se sabe, en las zonas bajas de la costa meridional, donde estaban ubicadas las comunidades preagroalfareras.

18 Felipe Pichardo Moya: Caverna, costa y meseta. Interpretaciones de ar-queología indocubana, p. 80.

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LOS AGROALFAREROS EN CAMAGÜEY

H ay una banda paralela a la costa norte, desde el pobla-do de Tabor y la desembocadura del río Caonao, por el oeste, hasta el límite con la provincia Las Tunas, al

este de la Bahía de Nuevitas, con un ancho de entre veinte y treinta kilómetros, que ha sido más estudiada que el resto del territorio camagüeyano y es la que más sitios registrados tiene. Se divide en dos zonas que analizaremos detalladamente dada su importancia.

Desde Caonao hasta Cubitas

A lo largo de la margen oriental del río Caonao, desde las proximidades del poblado de Tabor hasta la desembocadura de dicha corriente al mar (todo en el territorio del actual muni-cipio de Esmeralda), hay una notable concentración de montí-culos en un área continua, lo que permite suponer la existencia allí, en tiempos precolombinos, de una gran aldea o zona de vivienda, de centenares de metros de extensión junto al río y que hacen del punto conocido como Cueva del Manatí el ma-yor sitio agroalfarero de habitación localizado hasta el presen-te en Camagüey.

La zona es de una riqueza arqueológica tal que por cual-quier trabajo agrícola que implique el uso de arados, afloran en los surcos cantidades verdaderamente considerables de fragmentos de cerámica aborigen y muchos campesinos “coleccionan” burenes, hachas petaloides y otros objetos ar-queológicos recogidos en lugares circundantes.

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Avanzando hacia el este, el la llamada Loma de las Tres Hermanas, muy cerca del caserío de Guaney, hay un grupo de montículos que, en conjunto, conforman la figura de lo que parece representar a un murciélago. El lugar fue explorado en los años 50 del siglo XX por algunos integrantes del grupo espeleoarqueológico de aficionados Yarabey (ver anexo II). Luego Antonio Núñez Jiménez y Manuel Rivero de la Calle trabajaron allí en la realización de una cala de prueba, median-te la que se obtuvo material ce-rámico y de piedra y concha que confir-mó al montículo excavado como un residuario de agroalfareros.1

Con una envergadura de ciento ocho metros, su forma sugiere la silueta de un murciéla-go. Lo que confirma su carácter de residuario y hasta cierto punto la intencionalidad de quienes lo construyeron está en las tres capas que lo componen. Arriba, capa vegetal; seguida-mente, capa de cuarenta centímetros de rocas y tierra; debajo, capa de treinta centímetros de tierra y cerámica, y al final el terreno estéril.

Desde Cubitas hasta el límite Camagüey-Las Tunas

“La región de Cubitas comprende, en lo concerniente a la franja que corre paralela a la costa, a la cordillera que le da nombre y una llanura costera al norte de la ya citada cordillera, llamada erróneamente «Valle de Cubitas». Es, sin dudas, el más completo de los conjuntos con evidencias aborígenes de la cul-tura agroalfarera en el territorio de la provincia de Camagüey, al presentar sitios de habitación ubicados en la llanura costera, cuevas con pinturas rupestres que las hacen indiscutibles sitios ceremoniales en la vertiente sur de la sierra y pequeñas grutas y sumideros hacia el extremo Este, donde han sido ubicados los sitios funerarios correspondiente”.2 1 Antonio Núñez Jiménez: Geografía de Cuba, p. 529. 2 Jorge Calvera Rosés: “Las pinturas rupestres de las cuevas de la Sierra de

Cubitas, ¿involución o evolución?”, en Ponencias al Simposio XL Aniversa-rio de la Sociedad Espeleológica de Cuba. Resúmenes.

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Más hacia el este se han reportado algunos sitios arqueológi-cos —todos de agroalfareros— hasta llegar al límite interpro-vincial con Las Tunas, siendo de destacar un sitio excavado por Rodolfo Payarés, Jorge Calvera y Ángela Peña en el lugar cono-cido como Punta del Guincho, en la margen occidental de la Bahía de Nuevitas, donde presumiblemente fue fundada la villa española de Santa María de Puerto Príncipe, y donde fueron halladas evidencias materiales de las dos culturas en un mismo nivel arqueológico.

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ARQUEOLOGÍA DE CUBITAS

T omando en cuenta lo indicado por el Dr. Calvera, de que Cubitas es el más completo de los conjuntos con evidencias aborígenes de la cultura agroalfarera en el

territorio camagüeyano, es preciso profundizar detenidamente en esa zona.

Lo que la gente llama popularmente “Cubitas” es, geográ-ficamente hablando, una región que comprende tres zonas perfectamente diferenciables:

a. Entre la línea costera del norte y la Sierra de Cubitas, por el sur, se extiende una llanura erróneamente llamada “Valle de Cubitas”, que tiene suelos relativamente fértiles de tipo ferralítico (tierra colorada), los cuales reposan sobre un sustrato calizo carsificado con un poderoso manto freático subterráneo.

Superficialmente, debido precisamente a la característica cársica de ese sustrato, son escasísimas las corrientes de agua o las lagunas, charcas, etc.; pero algunos manantiales afloran, sobre todo en los taludes de las terrazas marinas que, como una escalera, marcan el plano decreciente de esa llanura hacia el mar y que no son otra cosa que testimonios de antiguas lí-neas de costa en franco proceso de retroceso.

Dichos manantiales inmediatamente vuelven a infiltrarse hacia el manto freático.

En estos aforamientos, o junto a lagunas ocasionales que en épocas de mayor pluviosidad pudieron ser casi permanentes, se han localizado sitios aborígenes de habitación, en perfecta co-rrespondencia con los patrones característicos para esta cultura:

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fuentes de agua cercanas, tierras con suelos relativamente uti-lizables para la agricultura de la yuca, y proximidad al mar Todas estas características permiten clasificarlos casi como sitios costeros, y constituyen un elemento importantísimo por lo que respecta a la alimentación marina, que permitía com-plementar las insuficiencias de la dieta vegetal.

Estos sitios de habitación se hallan en una zona central de la llanura costera septentrional de Cubitas, bastante cercanos unos de otros, en lugares curiosamente identificados con topó-nimos aruacos que se forman con las mismas combinaciones de sonidos: Imías, Maisí y Saimí.

En ellos se colectó material cerámico, de piedra, concha y hueso, así como restos de la dieta alimenticia, tanto terrestre como marina.

Hacia el este aparecieron sitios funerarios, característicos de la cultura agroalfarera, sin entierros, sino simplemente acumulaciones de restos óseos arrojados desordenadamente en grutas y furnias de pequeño tamaño.

Actualmente la llanura costera septentrional de Cubitas es un vasto territorio utilizado económicamente para distintos cultivos (sobre todo cañeros y cítricos), pero en otras épocas (y hay referencias históricas de ello) estuvo ocupada por bosques más o menos densos.

b. La Sierra de Cubitas es un conjunto de elevaciones que se desarrolla como una cordillera al sur de la llanura costera descrita. Su ladera norte tiene un declive suave y prolongado que se incorpora el plano inclinado de la llanura hacia el mar, pero su ladera meridional es fuertemente inclinada y, en oca-siones, abrupta.

Está consti-tuida íntegra-mente por rocas sedimentarias (calizas) de ya-cencia horizon-tal o suborizon-tal, lo que en buena medida ha determinado la preeminencia de esa caracte-rística en el

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desarrollo de las muchas cavernas con que cuenta su potente fenómeno cársico.

Esta cordillera está “cortada” en varios lugares por estre-chas abras o profundos cañones que los vecinos denominan “pasos” porque son usados como vías de comunicación entre ambos lados, de norte a sur y viceversa.

Está cubierta de suelo carsificado con carsolitos sometidos a intensos procesos de lavado deluvial, por lo que por todas partes hay afloramientos de lapiés o “diente de perro”.

La vegetación es predominantemente semicaducifolia y de manigua. Y como en todo paisaje cársico, abundan las cuevas, furnias, dolinas, valles ciegos y poljas. Numerosas de esas cuevas sirvieron a los agroalfareros como sitios ceremoniales. Se les clasifica así porque en ellas hay pinturas rupestres.

c. La tercera zona de la llamada región de Cubitas es una muy amplia extensión de llanuras con suelo árido y de ningu-na o muy poca utilización agrícola. Se trata de sabanas en las que predominan las rocas sedimentarias como la serpentinita y la vegetación consiste en arbustos espinosos y achaparrados sin utilidad de ningún tipo. Por estas características, las saba-nas de Cubitas carecen de interés para los estudios arqueológi-cos y en ellas no se ha encontrado nada relativo a las culturas aborígenes y es muy poco probable que existan.1

Los sitios de habitación

Cuatro son los sitios de habitación o de permanencia humana estable y prolongada registrados hasta el presente en la llanura costera septentrional.

Imías, Maisí y Saimí son topónimos aborígenes. Coinci-dentemente, en Imías y Saimí fueron encontrados los sitios que a los efectos de los estudios fueron clasificados como Sai-mí I, Saimí II, Saimí III e Imías I. Tienen en común su situa-ción en el borde inferior de terrazas marinas.

El aspecto general del suelo es particularmente significati-vo, porque “la yuca, cual otros cultivos de raíces y tubérculos, vegeta con más lozanía en tierras de una constitución suelta y desmenuzable, siempre que el mantillo y las condiciones 1 Carmen López García: “Las pictografías de la Sierra de Cubitas en el con-

texto antillano”, en proyecto de grado “Recomendaciones para la utilización con fines culturales de la cueva de Los Generales”, p. 3.

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humíferas sean favorables. Este cultivo no resiste humedad excesiva [...] al extremo opuesto, desprovista de agua, reducirá desde luego el rendimiento, aun cuando la cosecha es de por sí notablemente resistente a las sequías [...] las tierras arcillosas y fértiles son las mejores, o las tierras arenosas que no sean muy ligeras”.2

Suelos arcillosos, sueltos, sin posibilidades de anegamiento porque las aguas se van al substrato pero capaces de retener niveles medios de humedad, constituyen condiciones, si no ideales, al menos tolerables para este cultígeno.

Incluso en zonas como Saimí, donde la capa vegetal no es profunda y afloran rocas calizas por doquier, se dan condiciones relativamente favorables para la agricultura, porque “como hecho notable debemos manifestar que las mayores yucas y ajes (boniatos) mencionados por Las Casas, fueron producidos en hoyos de tierra muy mullida y calcárea [...] y en estos casos la tierra poseía por naturaleza todas las benéficas circunstan-cias necesarias para que dichos órganos alcanzasen ese enor-me desarrollo”.3

Saimí I fue localizado accidentalmente, al aparecer mate-rial cerámico como consecuencia de la construcción de un centro docente. Por ello la labor arqueológica allí se limitó a la colecta, aunque el volumen de las evidencias fue un indicador de que se trataba de un sitio grande o de prolongada perma-nencia como asentamiento humano.

Otros sitios de habitación próximos estaban intactos y pu-dieron ser trabajados rigurosamente. El material extraído en todos por igual consistió en abundantes fragmentos de cerámica utilitaria (sin decoración) y decorada, fragmentos de burenes (uno de ellos decorado), un hacha petaloide de piedra pulida y, por sobre todo, restos de la dieta, lo que tenía importancia para el estudio del entorno geobiológico y la adaptación del hom-bre aborigen al mismo.

La relativa equidistancia de estos sitios con respecto a la cordillera y la línea costera, permitió a los habitantes de esta zona abastecerse indistintamente de alimentos de procedencia terrestre o marina, aunque con predominio de los últimos. 2 R. S. Cunliffe: “Yuca, su cultivo, variedades, contenido en almidón y fabri-

cación”, en Boletín, no. 34, Estación Experimental Agronómica de Santiago de Las Vegas, p. 12.

3 Bartolomé de las Casas: Apologética historia de Las Indias, cap. 3.

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Junto con restos óseos de aves, reptiles, roedores, etc., se hallaron los de peces, quelonios, crustáceos y moluscos. Tam-bién es importante destacar que junto al material utilitario, se hallaron muestras de instrumentos construidos a partir de cara-coles y corales.

Este equilibrio entre la recolección marina y la terrestre, podría ser un indicador de que estas comunidades del norte de la cordillera de Cubitas necesitaban complementar su dieta con otros alimentos que su agricultura no alcanzaba a abaste-cer, como un fenómeno local dado por la escasez de aguas superficiales, aunque en realidad esto era una característica general porque la agricultura aborigen fue generalmente insu-ficiente y aun en aquellos lugares donde pudiera cumplir su cometido “no satisfacía los requerimientos de balance de nu-trientes para la vida, así que siempre este balance dietético resulta normal”.4

Interesantísimo resulta el hecho de que en el sitio Saimí II aparecieron restos de fauna que podríamos calificar de excepcionales.

De gran importancia puede resultar el hallazgo de restos de mangosta (Herpestes Cf. Auropunctatus auropunctatus/Hogson) en un residuario aborigen. De acuerdo con la coloración de la pieza y el aparente grado de mineralización que presenta, da la impresión de que tiene la misma antigüedad de una rama man-dibular izquierda de almiquí (Paracyon caribensis/Arredondo) que corresponde al muy tratado perro mudo que acompañaba a los aborígenes, según los conquistadores y cronistas. Esa man-díbula de mangosta presenta ligeras diferencias con respecto a la mangosta actual, pero se deben aparentemente a sexo y tal vez edad, y según los estudios complementarios que se hicieron a dicha pieza, perteneció a un macho adulto perfectamente des-arrollado y es esta la diferencia en la robustez. El problema radica en que, según las referencias bibliográficas sobre el tema, esta especie fue traída a Cuba desde Jamaica, aproximadamente en 1886, para combatir a las ratas en un ingenio azucarero en la provincia de La Habana y, luego, en 1916, otra introducción —esta vez por Manzanillo y de igual procedencia—, provocó que se extendiera por toda la isla. El almiquí sí debió estar difundido

4 Jorge Calvera Rosés y Roberto Funes Funes: Estudio del entorno geobioló-gico de la región arqueológica de Cubitas, Camagüey, cap. 3.

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por todo el territorio cubano y si se ha extinguido casi totalmente es por la desaparición de su hábitat. Por su parte, los dientes de cánido (menor M2 derecho y mayor pm4 izquierdo) no pudieron ser separados taxonómicamente de nuestro actual Canis familiaris puesto que únicamente podrían distinguirse los premolares inferiores y los molares primeros superiores. No obstante, por encontrarse en un mismo nivel arqueológico de la excavación estratigráfica con el almiquí y una rama mandibular de Hetepsomys boromys (Offella/Miller) —es una especie de jutía que se encuentra extinguida—, es posible presumirle una antigüedad en correspondencia con el perro mudo.5

No fue posible la realización de fechados por ninguno de los métodos conocidos, a pesar que las muestras fueron toma-das con todas las medidas establecidas.

Los sitios funerarios

Las cuevas fueron empleadas por los agroalfareros, entre otras funciones, también para fines eminentemente funerarios.

Aunque Pichardo Moya, como ya vimos, no aceptaba dife-rencias sustanciales entre subtaínos y taínos, en lo referente a los entierros sí las hay. La experiencia arqueológica ha podido establecer que para los agroalfareros tempranos (que son los llamados taínos), no existían hábitos de “entierros” verdade-ros, sino el simple hecho de arrojar a los muertos en las grie-tas, sumideros y cuevas; mientras que en el caso de los tardíos (taínos), aunque también hay “lanzamientos” de cadáveres, son frecuentes los enterramientos realizados con determinados parámetros de intencionalidad, como la orientación del cráneo, las “poses” en que los huesos son ordenados en una determi-nada postura o actitud después de haber perdido todo el tejido muscular.

Irving Rouse opina que en las fases tempranas del subtaíno, las prácticas funerarias “consistían en arrojar a los muertos en cuevas y que el entierro en residuarios al aire libre parece haber sido una manifestación tardía de ese grupo”.6

Por lo que se ve en Cubitas no todas las cuevas fueron destinadas a esos fines funerarios, porque una notable cantidad

5 Cfr. Jorge Calvera Rosés y Roberto Funes Funes: Ibid, cap. 5. 6 Irving Rouse: “Arqueology of the Maniabon Hills, Cuba”, Yale University

Publications in Antropology.

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de las que se encuentran en el sur de la cordillera fueron de-coradas para funciones ceremoniales, como “adoratorios” o lugares de culto religioso.

Hace esto pensar que, quizás, las cuevas destinadas a cere-monias eran aquellas que por sus dimensiones o por las belle-zas de sus formaciones secundarias, se prestaban mejor para todo lo relacionado con los rituales, mientras que otras, caren-tes de esas bondades de la naturaleza, se usaron para lanzar los muertos. Pero todo esto requerirá de estudios que se basen en generalidades, porque también hay cuevas carentes de belleza que han sido decoradas con pictografías.

Lo cierto es que, si bien en esa región arqueológica las investigaciones arqueológicas marcharon a buen ritmo, la lo-calización de los sitios funerarios resultó más difícil.

Se sabía, por referencias, que a finales de la década del 60 del siglo XX habían aparecido restos humanos en la gruta deno-minada “de Américo”, en las proximidades de la Cueva de los Generales, donde había dos murales pictográficos aborígenes.

Américo y Los Generales están en el extremo oriental de la cordillera. Los huesos pertenecían a agroalfareros, porque los cráneos tenían la característica deformación artificial que practicaban esas culturas.

Posteriormente, en 1981, a menos de un kilómetro de allí, en una caverna de muy difícil acceso, se halló una cazuela de barro cocido, entera, con asas decoradas.

A fines de 1983 dos jóvenes encontraron restos humanos en un sumidero vertical que luego tenía un corto desarrollo horizontal de unos pocos metros. El sitio fue muy alterado: sus descubridores comunicaron el hallazgo a las autoridades, y estas extrajeron varios sacos de huesos que remitieron a la Sección de Homicidios, donde los antropólogos determinaron que se trata-ba de aborígenes y los remitieron a los arqueólogos. Pero ya era imposible reordenar aquel desconcierto.

Luego se hicieron excavaciones y estudios en el sitio, y fue-ron extraídos muchos otros restos que pudieron ser ordenados correspondientemente. Sumando los ya sacados en la interven-ción anterior, se pudo determinar que en total había veinticuatro individuos de los dos sexos y diferentes edades. Esto confirió al lugar una gran importancia, puesto que hasta ese momento era, sin dudas, el sitio funerario con mayor cantidad de restos reportados para la cultura de los agroalfareros en Cuba y fue

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visitado por el Dr. Antonio Núñez Jiménez, quien lo bautizó con el nombre de Cueva de los Esqueletos.

Posteriormente fueron localizadas otras pequeñas furnias similares en la misma zona y dicha reiteración permitió estable-cer la zona de enterramientos correspondiente a los sitios cere-moniales y de habitación localizados en Cubitas, donde por otra parte no se han hallado sitios funerarios al aire libre.

Sitios ceremoniales

Pedro Mártir de Anglería (1444-1526), español de origen italiano, tuvo nombramiento oficial como cronista de Indias, pero a diferencia de otros, no fue testigo directo de la conquis-ta ni estuvo nunca en América. Logró escribir sus Décadas del Orbe Novo (que constituyen un apreciable documento acerca de las culturas aborígenes en las Antillas) debido a su amistad con algunos de los más importantes conquistadores.

Refiriéndose a una cueva de La Española, sus informantes la describieron que “la tienen adornada con mil formas de pin-turas. A la entrada de esta caverna tienen grabados dos cemíes, de los cuales llaman a uno Bintaitel y Marojo al otro. Pregun-tándoles por qué tenían tan piadosa veneración de la caverna, respondieron grave y sensatamente que porque salían de allí el sol y la luna, que habían de dar luz al mundo” y agregaban que “frecuentan las cavernas en procesiones como nosotros a Roma y al Vaticano, cabeza de nuestra religión o a Compostela y Jerusalén, sepulcro del Señor”.7

La cita apunta una idea fundamental: las cuevas, para las mentes primitivas de los aborígenes, fueron entes o espíritus dotados de actividades vitales. “Como otros pueblos del viejo y el nuevo mundo, nuestros taínos y siboneyes las veneraban y hasta allí llevaron a sus cemíes e ídolos, pintando sus sacras imágenes en las paredes, o tallándolas en las brillantes estalacti-tas, o en aquellas abultadas estalagmitas que a su vez les sugi-rieron esculturas que ellos complementaron con su arte”.8

El arte rupestre es un auténtico producto de poblaciones no letradas. Comienza con la aparición del Homo sapiens y des-aparece por lo general en el momento en que las poblaciones

7 Pedro Mártir de Anglería: “Décadas del nuevo mundo”, en Colección de fuentes para historia de América.

8 Antonio Núñez Jiménez: Cuba, dibujos rupestres, p. 14.

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que lo han practicado adquieren un modo de comunicación que se aproxima a la escritura. “Esa forma de arte constituye, sin dudas, el archivo más importante que la humanidad posee sobre su propia historia antes de la invención de la escritura. Es también una fuente irremplazable para el estudio de los mecanismos cognoscitivos del ser humano”.9

Un tesoro de esa dimensión —no siempre apreciado ni comprendido en toda su importancia— está aquí, en un con-junto de cuevas de la muy camagüeyana Sierra de Cubitas.

En la misma zona donde las comunidades de Saimí e Imías tenían sus asentamientos de habitación y sus correspondientes cuevas-cementerios, estaban sus sitios ceremoniales con la función concreta para ellos de explicarse los misterios de la naturaleza, buscar maneras para dominarlas o, al menos, para obtener de ella lo imprescindible para vivir.

Por esto la zona de Cubitas ha sido reconocida como una de las cinco regiones pictográficas de Cuba: Isla de la Juventud, Guara, Habana-Matanzas, Caguanes y Sierra de Cubitas.

En el momento en que se establecieron estas cinco regio-nes, Cubitas contaba con cinco cuevas con pictografías: Pi-chardo, Las Mercedes, Matías, María Teresa y Los Generales. Posteriormente aparecieron pinturas similares en otras cuevas, como Los Portales de Pinto y El Indio, de no menos interés ni importancia y, más recientemente, el número de cuevas con pictografías ha aumentado, no solo en Cubitas.

Incluso, en algunas de las cuevas ya conocidas por sus pinturas parietales, se hallaron otros dibujos no detectados anteriormente, como es el caso de Las Mercedes, donde en 1975 había catorce dibujos registrados y actualmente hay cin-co más; Matías, donde además de las treinta y una originales se han hallado otras cuatro; y en el caso de las de más reciente hallazgo, están El Indio y Los Portales de Pinto.

En El Indio aparecieron once originalmente. Ahora son catorce. En Los Portales fueron dos las primeras, y ahora hay una más.

Gran Caverna, otra de las cuevas más conocidas por los espeleólogos, reveló no hace mucho otra faceta de interés ar-queológico; y algunas furnias, grutas y hasta sumideros de la vertiente norte de la cordillera están siendo exploradas bajo este criterio, con resultados impresionantes. 9 Emmanuel Anati: “Una escritura antes de la escritura”, El Correo de la

UNESCO, abril de 1998, p. 11.

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Esta situación ocurre porque las pictografías no siempre son fáciles de ver. Están aplicadas sobre las paredes de las cuevas con materiales térreos o carbón vegetal y tras siglos de acción de los agentes naturales, muchas de ellas están virtual-mente desaparecidas. Pongamos un ejemplo ilustrativo: la Cue-va del Indio es, quizás, las más conocida de todo el territorio camagüeyano. Ha sido visitada por exploradores, espeleólogos, arqueólogos y todo tipo de visitantes durante décadas. Nadie advirtió que en su salón de entrada había un conjunto formado por catorce figuras antropomorfas repartidas en toda el área. Borradas por el tiempo y la intemperie del salón semiabierto, resultaban invisibles. Únicamente gracias a las fotografías iluminadas con flash, se descubrió en la pared el tesoro legado desde la época precolombina. Luego, iluminando fuertemente las superficies, fue posible realizar los calcos correspondientes y salvar para la posteridad la obra de los aborígenes.

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LAS PINTURAS RUPESTRES EN CUEVAS CAMAGÜEYANAS

E n el tercer capítulo, se abordó el tema del reconoci-miento en publicaciones del siglo XIX de las pinturas rupestres de las cuevas de la cordillera camagüeyana de

Cubitas, y muy particularmente a las de la llamada Cueva de María Teresa, como manifestaciones artísticas de los hombres primitivos.

Dichas revelaciones ocurrieron con antelación a cualquier referencia europea o mundial sobre dibujos similares.

Llegados a este punto, resulta oportuno hacer un estudio que exponga en detalles las características espeleológicas de dichas cuevas y la descripción pormenorizada de las pictogra-fías, para poder valorar con certeza el tesoro que guarda nues-tro territorio y su importancia.

María Teresa

El caso de María Teresa es particularmente curioso, por-que para muchos investigadores —espeleólogos y arqueólo-gos— las conocidas referencias a esta espelunca eran simple ficción, porque no se encontró, al menos durante una buena parte del siglo xx.

A instancias del espeleólogo Eduardo Labrada Rodríguez, fue promovida su búsqueda entre los grupos de aficionados, y en 1974, un círculo de interés integrado por alumnos de la Escuela Secundaria Básica Esteban Borrero, del municipio Camagüey, fue noticia: los estudiantes entregaron a Labrada un reporte sobre una cueva en la que “había firmas”.1 1 Antonio Núñez Jiménez: Cuba, dibujos rupestres, p. 157.

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Posteriormente ha sido estudiada en profundidad. Está situada en la falda meridional de la Sierra de Cubitas, a ciento veinte metros de altitud sobre el nivel del mar, en la llamada Loma del Mirador de Limones, en la finca La Caridad, perte-neciente al barrio rural del Corojo. Se trata de una sala y am-plia grieta de unos tres metros de altura que desciende con unos cuarenta grados de inclinación, siguiendo la estratigrafía monolineal de unos estratos casi marmóreos del cretácico que constituyen la roca predominante en esta parte de la montaña.

“Las pictografías precolombinas aparecen frente a la boca principal, en el salón superior. El mural aborigen tiene un lar-go de 10,27 metros y aparece pintado en la pared. En un ba-jante del techo está la segunda parte del mural que tiene 3,52 metros de largo. En total pueden distinguirse once conjuntos pictográficos, aunque en general muchas figuras aparecen entrelazadas, formando como una cenefa”.2

Es este detalle el que nos confirma que se trata de María Teresa. La Avellaneda había escrito, basándose sin dudas en los datos que le envió a Sevilla, desde Puerto Príncipe, su tío Manuel Arteaga, que “en sus paredes se advierte, a todo lo largo, una cenefa igual a las de algunas de nuestras habitacio-nes”. Por su parte, en el “Artículo adicional...” de 1839, de las Memorias de la Real Sociedad Patriótica de La Habana, se afirma que por María Teresa “se pasea sin necesidad de luz artificial”, lo que es exacto. Y si atendemos a las referencias sobre “las paredes llenas de firmas con los nombres de los visitadores”, allí hay muchísimas, como la curiosísima de fe-cha 16 de noviembre de 1885 que indica: “Por la tarde aquí llegamos los señores D. Enrique Ceballos, capitán de la Gue-rrilla del Rey, D. Fco. de Alvares, Teniente...[borroso], D. Juan Romero, D. Juan Lucas González...borroso], D. Ma-nuel...(borroso), D. José Lastre, D. Trinidad...[borroso], solda-do de la Guerrilla del Rey y Valero Vela”.3

Los dos murales de María Teresa presentan rasgos de un altísimo grado de estilización, coincidente con un estilo co-mún a la pintura rupestre de los aborígenes no solo de Cuba, sino de las Antillas y de otras lejanas regiones del mundo don-de los hombres del paleolítico y el neolítico, más que repre-sentar, pretendieron comunicar. 2 Ibid, p. 159. 3 Memorias de la Real Sociedad Patriótica de La Habana: en “Artículo adicio-

nal a los apuntes para la historia de Puerto Príncipe —Cubitas—”, p. 301.

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El más conocido de los dos murales de María Teresa parece, según Núñez Jiménez, “un desfile faunístico”. No hay dudas de que las dos figuras de la izquierda son representaciones muy estilizadas de animales, aunque inte-riormente se descomponen en líneas y figuras geométricas, mientras el resto está dentro de un hermético sistema ideográfico, que quizás no había alcanzado suficiente regularidad y estructura como para que pudiera considerársele todavía como escritura ideográfica.

Además —y esto es importante para entender el asunto—, los códigos se han perdido y, por eso, para los hombres actua-les, resultan impenetrables. No obstante, se pueden reconocer elementos que debieron servir “para expresar ideas en forma gráfica, lo cual los identifica con todas las expresiones mun-diales de dicha escritura”.4

El segundo mural, diferente en cuanto a estilo de los tra-zos, presenta (también en una cenefa) figuras zoomorfas y geométricas interrelacionados. Con la excepción del primer dibujo de la izquierda, que tiene líneas gruesas similares a las del mural anter ior , éste tiene dibujos más finos y con diseños marcadamente distintos. En cierta medida tienen que ver con ciertas pinturas reali-zadas por preagroalfareros en el occidente cubano (especí-ficamente en la Cueva de García Rubiou, en la región Habana-Matanzas) que con las de otras cuevas de la propia cordillera de Cubitas o con la que está a escasos metros (ver anexo III).

Pero los valiosos murales pictográficos de la Cueva de María Teresa ya no podrán ser admirados ni estudiados por las generaciones futuras, a no ser mediante algunos calcos que se conservan o las reproducciones en libros especializados. Sin que se pueda precisar la fecha (pero entre los años 2000 y 2002) se les infligió un daño irreparable: quienes limpiaban el sitio para hacerlo más adecuado a las actividades del ecoturismo y el senderismo “lavaron” las paredes, y como consecuencia desapa-recieron los valiosísimos tesoros. Después, para resolver lo que 4 J. M. Guarch y Caridad Rodríguez: “Consideraciones sobre la dinámica y

desarrollo de los pictogramas cubanos”, en Cuba Arqueológica II, p. 53.

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ya no tenía solución, reprodujeron dibujos sin criterios científi-cos ni responsabilidad ni respeto para con un bien patrimonial; remedio que solo puede desorientar, extraviar, confundir a quien crea que se trata de los dibujos originales.

Si es cierto que, a nivel mundial, el arte rupestre se deteriora inexorablemente por la acción del clima, el tiempo, los mi-croorganismos y la propia materia mineral de las rocas que les sirven de soporte, también es cierto que el hombre debe adoptar posiciones responsables y éticas para velar por la transmisión de esas evidencias a la memoria cultural de la humanidad y a sus propios descendientes.

Al abordar un asunto tan grave, me parece imprescindible la reproducción de la siguiente cita:

“Acaparado durante mucho tiempo por científicos formados en las grandes escuelas de la Historia y de la Arqueología, el discurso sobre el arte rupestre dio siempre mayor importancia a las cuestiones de la interpretación que a los problemas de la conservación. Les importaba, sobre todo, reconocer la obra, archivarla y explicarla. El devenir de esta les preocupaba menos [pero] el interés y la admiración por el arte rupestre que se sus-cita en el gran público, plantea serios problemas; y ello ocurre tanto en los países ricos (donde el tiempo libre dedicado al es-parcimiento y al turismo cultural contribuyen a acentuar las presiones ejercidas sobre el entorno) como en los países pobres (donde el desarrollo del ecoturismo persigue finalidades econó-micas y los sitios naturales se consideran productos de consumo de masas). Aunque el turismo moderno responde a un derecho fundamental del ser humano al descanso y al ocio, los elemen-tos espirituales deben prevalecer sobre los elementos técnicos y materiales. Esos elementos espirituales son: la plena realización del ser humano; una contribución cada vez mayor a la educa-ción; la igualdad de destino de los pueblos; la liberación del ser humano respetando su dignidad y su identidad; la afirmación de la originalidad de las culturas y es respeto al patrimonio moral de los pueblos”.5

Pichardo

El Cerro Tuabaquey, con 330 metros sobre el nivel medio del mar, es la mayor altura de la cordillera de Cubitas y de todo el territorio camagüeyano. 5 Francois Solilhavoup: “Un arte en peligro”, en El correo de la UNESCO,

abril de 1998, pp. 29-31.

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La evidencia más clara de que se trata de un bloque de rocas calizas que en algún momento del devenir geológico de la región comenzó a elevarse, está en una vieja caverna de indiscutible origen freático, que se localiza nada menos que a ciento diecisiete metros de altura, ya muy cerca de la pequeña meseta que culmina la cima del cerro.

Al menos para los geógrafos y geólogos no hay otra explica-ción convincente de la presencia de una cueva cuyas galerías se extienden por más de doscientos metros, formada por las aguas de un río subterráneo, y ubicada ahora a tan considera-ble distancia del actual nivel del manto freático.

Muchos nombres tuvo a lo largo del tiempo esta interesante espelunca: Cueva Grande, Cueva de los Negros Cimarrones, Cueva del Indio y otros. Y todos tuvieron sus fundamentacio-nes: “[...] en un tiempo se refugiaban allí negros cimarrones de las haciendas y fincas inmediatas”;6 “allí se hallan líneas gran-des y encarnadas, a las cuales algunos han llamado signos jeroglíficos de los indios. Y he aquí por qué se llama Cueva del Indio”.7

Esta última referencia nos conduce al asunto fundamental del presente trabajo, porque la caverna, aparte de su interesantísima génesis y de sus indiscutibles valores espeleológicos, posee pin-turas rupestres de comprobada factura aborigen y, además, en su salón de acceso se han hallado evidencias arqueológicas.

Es oportuno detenernos en el nombre actual de la cueva: “fue bautizada como Cueva Pichardo, como homenaje a la memoria del fallecido arqueólogo camagüeyano doctor Felipe Pichardo Moya”,8 homenaje realizado por los integrantes del grupo espeleoarqueológico camagüeyano Yarabey en la déca-da de los años 50 del siglo XX (ver anexo IV).

Las pinturas están en el salón de entrada. “La altura del primer salón [...] mide unos doce metros y para llegar a los dibujos es necesario descender como cinco metros y luego subir por las paredes de la gruta hasta una especie de nicho donde están pintadas los enigmáticos símbolos, situados a 17 metros de la boca, que su vez mira hacia los llanos camagüe-yanos con rumbo este-sudeste”.9 6 Jacobo Pezuela y Lobo: Diccionario Geográfico, Estadístico, Histórico de

la Isla de Cuba. 7 Antonio Perpiñá P.: El Camagüey. Viajes pintorescos por el interior de

Cuba y por sus costas con descripciones del país. 8 Antonio Núñez Jiménez: ob. cit., p. 166. 9 Ibid, p. 164.

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Es en este nicho donde están los dos únicos conjuntos pictográficos hallados hasta la actualidad allí. Resulta lamentable anotar que “presentan mutilaciones que evidentemente fueron reali-zadas con instrumentos cortan-

tes, como machete o cuchillo, por personas desconocedoras de su valor arqueológico”.10

Quien de alguna manera se haya relacionado con los cronistas de la conquista, no podrá dejar de ver la vinculación entre la imagen de una de estas pictogra-fías con una descripción de un ídolo aborigen en una cueva de La Española:

“No he hallado en esta generación cosa entre ellos más antiguamente pintada ni esculpida o de relieve entallada, ni tan principalmente acatada e reverenciada, como la figura abominable y excomulgada del demonio, en muchas e diver-sas maneras pintado o esculpido o de bulto, con espantables é caninas é feroces dentaduras, con grandes colmillos é desmesu-radas orejas, con encendidos ojos de dragón é feroz serpiente é de muy diferenciadas suertes; y tales que la menos espantable pone mucho temor y admiración [...] al que ellos llaman cemí y a este tienen por dios y a este piden agua o el sol o la victo-ria contra todos sus enemigos y todo lo que desean”.11

Obviando la interpretación demoníaca de la figura —conse-cuencia de la ignorancia o de la mala fe, o de ambas— esa des-

cripción es exacta. La otra pictografía,

ubicada solamente a cuarenta y tres

centímetros a la izquierda

de la anterior, es una composi-

ción geométrica formada por rombos y triángulos.

10 Ibid, p. 166. 11 G. Fernández de Oviedo: Sumario de la Natural Historia de Las Indias.

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Ambas pinturas, como las de la Cueva de María Teresa, han sido realizadas aplicando como pigmento el polvo rojizo del suelo laterítico abundante en el piso.

A pesar de que los trabajos de extracción de murcielaguina debieron destruir evidencias arqueológicas, fueron hallados, en el piso del primer salón, algunos fragmentos de burenes, y junto a una entrada secundaria se halló una cazuela de barro junto a otros fragmentos del mismo material.

Resulta interesante que uno de los fragmentos de burén presentaba marcas a manera de ranuras. Otro fragmento simi-lar fue extraído en la excavación del sitio Saimí II, en medio de la llanura septentrional, y en el Museo Antropológico Mon-tané, de la Universidad de La Habana, hay otro fragmento de burén decorado.

“Ciertos burenes con adornos trabajados en la superficie, rebajando parte de la misma o con incisiones, han aparecido en Banes, en la zona arqueológica de Morón y en la cueva Pichardo, del cerro Tuabaquey, donde existe un gran cemí o ídolo de los taínos, y pensamos que quizás estos burenes ador-nados fueron utilizados para preparar algún casabe especial, ya que dichos adornos, seguramente los más profundos, deja-ban su huella en la torta de casabe, el cual sería utilizado por los caciques en ceremonias especiales”.12

Todo cae en el terreno de las suposiciones, pero la torta de casabe con diseños a relieve para fines ceremoniales posee poca o ninguna credibilidad. ¿Qué destino podría tener todo ese esfuerzo de ornamentación, si los cronistas coinciden en que los aborígenes disolvían el casabe en los caldos de vian-das y carnes hervidas conocidos como ajiacos?

No debe desecharse la posibilidad de que estos burenes tuvieran otra función: la memorización mediante gráficos de determinados movimientos (danzarios o no) de los rituales. Hay un ejemplo de otra cultura lejana pero transitando el mis-mo período de desarrollo social y cultural. Los aborígenes australianos tienen en gran estima las llamadas churingas, que no son otra cosa que piedras planas o tablillas, cubiertas de grabados consistentes en círculos, espirales y líneas. Estos obje-tos desempeñan un papel importantísimo en las ceremonias,

12 Manuel Rivero de la Calle: Las culturas aborígenes de Cuba, p. 130.

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porque en ellas el guía, pasando los dedos sobre las incisiones, orienta (sin riesgos de olvido) los giros y bailes de la colectivi-dad, lo que para comunidades sin lenguaje escrito es una mane-ra formidable de guardar intacta la esencia de las tradiciones.13

Y curiosamente, las churingas, además del diseño geomé-trico de las incisiones, se parecen también a los burenes en la forma: son siempre redondos u ovalados.

Las Mercedes

Relativamente cerca de la Cueva de María Teresa, hacia el oeste del llamado Mirador de Limones, está la Cueva de las Mercedes. Se trata de una caverna freática con desarrollo casi horizontal, cuyas galerías superan los trescientos metros de extensión.

Se penetra por una enorme dolina —un antiguo salón cuyo techo se desplomó— y luego se transita por pasadizos estre-chos y bajos hasta llegar a otro salón techado, levemente ilu-minado por una claraboya situada a considerable altura.

Si se tiene en cuenta que la dolina de acceso, que es un pequeño valle cerrado, profundo y húmedo, dotado de una impresionante exhuberancia vegetal y el salón de la claraboya, que es uno de los más grandes de Cuba, componen un sitio de paisaje subterráneo de una excepcionalidad indiscutible, es posible pensar que tal lugar debió impresionar de una manera especial a los aborígenes.

A Las Mercedes es imposible describirla. Hay que verla para apreciar cuánta belleza encierra.

A unos treinta y cinco metros del área iluminada por el boquete o claraboya, hay una pequeña galería donde está un mural pictográfico de más de dieciséis metros de largo, que está como precedido o anunciado por huellas de manos.

Este asunto de las impresiones de manos tiene una reso-nancia universal. Con una antigüedad de más de 30 000 años se conocen en numerosos lugares del planeta elementos simi-lares. No se trata de simple decoración, puesto que el arte rupes-tre en general tuvo un sentido ajeno a las intenciones estéticas (al menos como las concebimos actualmente) y su mensaje, presumiblemente, señala propiedad o posesión sobre un lugar. 13 Vil Mirimánov: Breve historia del Arte. (Arte prehistórico y tradicional),

p. 280.

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No se trata de la impronta producida accidentalmente para “limpiar la mano sucia” en la pared blanca. La palma de la mano, en muchos casos, se llena de círculos concéntricos, en un diseño que los especialistas han relacionado con la cosmo-gonía. Es la misma complicación de las famosas pinturas de Punta del Este, en la Isla de la Juventud.

Penetrando en esa angosta galería, después de pasar por donde las impresiones de manos parecen anunciar algo, están las pictografías, con trazos muy diferentes a los de la vecina María Teresa o de la relativamente cercana cueva Pichardo, no solo por el color (estas son negras, realizadas con carbón vegetal) sino por el grosor de las líneas, que en general son notablemente más finas, aunque algo guardan en común y es la complicación de elementos geométricos.

“La extensa utilización de esos motivos en el ámbito na-cional, su distribución generalizada y la incidencia de diseños más complejos, permite considerar la existencia de un interés manifiesto en plasmar formas que, sin dudas, transmitían con-ceptos culturales”.14

Es inevitable que ante la observación de las pictografías tratemos de hacer interpretaciones relacionadas con la visión contemporánea del mundo, lo que implica riesgos del subjeti-vismo que no siempre son recomendables a la hora de una valoración científica del asunto.15

Al respecto, es oportuno citar disquisiciones que aclaran sobre el sentido del arte primitivo: “[...] en la pintura del Re-nacimiento, por ejemplo, la paloma aparece como un pájaro de una especie determinada. Pero cuando Fra Angélico la repre-senta en la escena de la Anunciación, para captar plenamente el significado que le atribuye no basta con decir que «hay un pájaro en la esquina del cuadro». Sólo si se conoce el tema ilustrado por el artista y el bagaje mítico y conceptual caracte-rístico de la región de donde este procede, la imagen de la paloma (que encarna el Espíritu Santo en la mitología cristiana) adquiere su significado simbólico y su contenido específico. Del mismo modo, la «paloma de la paz» de Picasso, dista mu-cho de ser una mera paloma. Al pictograma el artista le ha añadido un ideograma: la rama de olivo, característica de la 14 José M. Guarch: “Los pictogramas cubanos como posible sistema ideográfi-

co”, en Arqueología de Cuba. Métodos y sistemas, pp. 68-100. 15 V.: Houghton Brodrick: La pintura prehistórica.

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flora mediterránea: entendemos la significación simbólica de esta únicamente por que compartimos el bagaje cultural del autor. Los pictogramas de la prehistoria, acompañados a menudo de sus ideogramas, debían resultar perfectamente inteligibles para todos aquellos que conocían su contenido conceptual. Pero la tradición directa se encuentra interrumpida y el trabajo del arqueólogo consiste justamente en reunir el máximo de elementos y observaciones para tratar de precisar su contenido”.16

Eso es lo que sucede con un conjunto pictográfico interesan-tísimo de la cueva de Las

Mercedes , clasificado en su diseño como “espejueliforme”

porque muestra dos círculos unidos entre

sí por líneas. Este tipo de dibujo es frecuente en otras cuevas cubanas, pero en el caso particular de Las Mercedes los círculos están “llenos” por unos rostros antro-pomorfos. Y debajo, a la izquierda, hay un comple-

mento gráfico que Núñez Jiménez propone como una posible figura fálica, en cuya base

se aprecia un abultamiento casi circular “a ma-nera de testículos”, junto a “un óvalo (¿sexo fe-

menino?)”.17 Por cierto, que la llamada “figura fálica” es la única que

está pintada en color rojo en todo el conjunto pictográfico de Las Mercedes.

Otras muy interesantes pinturas tiene esta cueva. Su núme-ro, tras el reciente hallazgo de otras, se eleva a diecinueve, incluyendo las impresiones de manos.

Sin establecer una valoración que dé mayor importancia a unas sobre

otras, parece ser notable la composición que por su diná-mica intrínseca, merece ob-

servación aparte. Está en perfecta correspondencia

con las referencias que plan-tean el indiscutible sentido del

mensaje del arte primitivo. 16 Emmanuel Anati: “Una pintura antes de la pintura”, en El correo de la

UNESCO, abril de 1998, pp. 13 y 14. 17 Antonio Núñez Jiménez: Cuba, dibujos rupestres, p. 172.

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Las Mercedes es, en resumen, un lugar digno de conocerse, no solo por exhibir un paisaje cavernario que puede calificarse como de los más bellos e impresionantes de nues-tro país, sino porque sus pictografías aborígenes tienen un enorme valor para la investigación y el consecuente conocimiento de las ideas y las concepciones de las comunidades aborígenes de Cuba.

El Indio

El Indio es, con toda certeza, la cueva más conocida del territorio camagüeyano. Se trata de una caverna de grandes proporciones, que se ubica casi en el extremo occidental de la cordillera de Cubitas, muy cerca del llamado Paso de Las Trincheras, que es una de las muchas fracturas que virtual-mente “parten” a la sierra perpendicularmente. Se desarrolla horizontalmente y su origen es freático.

La despiadada destrucción llevada a cabo por el hombre, fundamentalmente en los siglos XIX y XX, dañó irreparable-mente las hermosísimas formaciones secundarias que decora-ban sus galerías y salones, por las que se le llegó a comparar con las famosas cuevas matanceras de Bellamar.

“Los catorce salones de la Cueva de El Indio son más ad-mirables por su sorprendente belleza, principalmente los de La Columna, de La Urna, del Arco, del Trono, etc. a cuya vista se sobrecoge el ánimo del espectador y comprende, no como vulgarmente se dice, que parecen obras de arte, sino que este debe su perfección a la imitación más o menos aproximada de la naturaleza”.18

Su historia está íntimamente relacionada con la del país puesto que fue utilizada en cada época, primero por los aborí-genes y los cimarrones, luego por los conspiradores de la ma-sonería en las etapas previas a las guerras independentistas, después por los mambises y, finalmente, por los guerrilleros en la última etapa insurreccional.

Y como en otras cuevas de la misma cordillera, en El Indio también hay numerosas pinturas rupestres de factura aborigen.

18 J. Torres Lasqueti: Colección de datos históricos, geográficos y estadísticos de Puerto Príncipe y su jurisdicción, p. 142.

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Lo primero que uno se encuentra en el salón de entrada —como en Las Mercedes,

precediendo a las picto-grafías— son unas impresiones de manos en una columna forma-da por la unión de una

estalactita con su corres-pondiente estalagmita.

Pero lo más impresionante es un conjunto de cemíes o ídolos

con rostros antropomor-fos, únicamente compa-rables con el de la cueva

Pichardo, y con el cual guardan una íntima relación en lo referente al uso del color rojo y al tipo de tra-

zos gruesos. Son todos estos cemíes

rojos del Indio los que, según ya indi-

camos, única-mente fue posible visualizarlos me-diante la fuerte

iluminación de los destellos de lámpa-ras de flash.

Los Portales

Los Portales, también conocida como Los Portales de Pin-to, por el apellido del residente (y guía de espeleólogos y ar-queólogos) Eliodoro Pinto Morales, es una cueva de origen freático y desarrollo horizontal que se ubica en el extremo occidental de la cordillera de Cubitas, muy cerca de la Cueva del Indio, junto con la que parece formar parte de un mismo sistema cavernario.

El nombre le viene por su avanzado estado de deterioro, porque ninguna de sus galerías conserva áreas techadas de con-sideración. La actividad erosiva cársica en sus muy antiguas rocas calizas recristalizadas, abrió en sus bóvedas numerosas campanas de disolución que, al ampliarse, provocaron derrumbes

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que hoy son dolinas de diferentes tamaños y formas. Parece, pues, más bien un conjunto de portales que una caverna.

Y hay por allí por lo menos tres pictografías aborígenes, aun-que su diferencia con respecto a otras pinturas de Cubitas está en que sus semejanzas están más relacionadas con algunas del occi-dente cubano, en zonas donde habitaron los preagroalfareros.

Sobre todo, resulta muy interesan-te una de ellas, “zoomórfica, con una alto grado de estilización, que parece por la silueta, la representación de una lechuza, o de un murciélago; pero que interiormente se descompone en lo que ya conocemos como la complicada maraña de líneas que se entrecruzan formando figuras geométricas. Debajo

hay otra, que constituye un esquema geométrico, tan común que es similar a pinturas

de este tipo en muchas cuevas cubanas. Por su parte, muy

diferentes características pre-senta la tercera de estas picto-

grafías, porque en ella el movimiento de los trazos pareció repetirse en las dos únicas líneas que la componen” 19

La primera de estas pictografías, por su complicación inter-ior, es parecida y comparable a una existente en la Cueva de Ambrosio, en la península de Hica-cos, Varadero, Matanzas (ver anexo IV).

La tercera tiene singular parecido con una pintura de la Cueva de Gar-cía Rubiou, en la región Habana-Matanzas (ver anexo V), en lo que concierne al uso de líneas curvas que “envuelven” a un punto negro central que podría representar a un ojo.

Gran Caverna

Tal y como su nombre lo indica, la llamada Gran Caverna es una espelunca de considerables dimensiones, de origen 19 Carmen López García: “Las pictografías de la Sierra de Cubitas en el contexto

antillano”, en proyecto de grado “Recomendaciones para la utilización con fines culturales de la Cueva de Los Generales”, p. 4.

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freático y desarrollo horizontal cuyas galerías se extienden por más de dos kilómetros. Está ubicada en el extremo occidental de la cordillera de Cubitas, muy cerca del Paso de Amarillas y del caserío Veguitas.

Fueron los espeleólogos quienes aportaron en este caso —como en otros tantísimos— el hallazgo de dibujos rupestres.

Hay en Gran Caverna un dibujo que representa a un rostro humano, cuya simetría está remarcada

por una línea más o menos vertical que lo divide al medio, para lo que

el dibujante aprovechó un relieve en forma de quilla de la roca, y a ambos

lados colocó los ojos. Pero esos ojos no son los característicos

de tipo “grano de café”, como los tiene, por ejemplo, el cemí de Pichardo, sino otros, con un

diseño diferente, únicamente comparable con los de una pictografía en la Cueva de la Virgen, en

Bacuranao, La Habana (ver anexo VI). El otro dibujo, es simplemente, una cruz, plantada sobre

una base triangular. (ver anexo VII) Resulta inevitable que surjan dudas con respecto

al nexo con la cultura aborigen de semejante dibu-jo. El símbolo del cristianismo es la cruz y la única explicación a este respecto es que se trate de pictografías de origen en efecto,

aborigen, pero correspondientes a una etapa de transculturación, de indios sometidos al proceso ideologizante de la evangelización que comenzó casi inmediatamente después de la conquista.

En la Cueva de Ambrosio, Varadero, Matan-zas, hay una de estas cruces. Núñez Jiménez dice que “originalmente la supusimos de carác-ter afrocubano, pero ahora, con más elementos de juicio, podemos conceptuarla como abori-gen”, idea que se fundamentó en el hecho de

que existieran otras similares. Si algo nos hace pensar en la ubicación en un contexto de transculturación, es una de las pinturas de la Cueva de los Generales, también en la cordillera de Cubitas, donde el indio pintó al español con su caballo, su espada y su yelmo, rematado en una cruz.

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Si en Las Mercedes hay trazos finos, esos vuelven a apare-cer en Los Portales y en Gran Caverna. En nuestro criterio, hay aquí un problema de filiación cultural que hace diferente en su estilo a unos dibujos de otros.

Algunas pinturas de Las Mercedes, otras de Los Portales y todas las de Gran Caverna parecen dibujos preagroalfareros, si se les compara, como estamos haciendo, con los de cuevas en regiones donde habitaron predominantemente esos grupos culturales de cazadores-recolectores.

Son diferentes a los de Pichardo, María Teresa y El Indio, evidentemente agroalfareras porque la cerámica de la zona (e incluso la hallada en las mismas cuevas) presenta en sus deco-raciones diseños similares.

También son distintos otros dibujos de Cubitas, como los de las cuevas de Los Generales y Matías, pero por razones de índole histórica.

Matías

Matías es una pequeña oquedad abierta en el nivel de base de la ladera meridional del cerro de Limones, en Cubitas. Su interés espeleológico es mínimo al haberse derrumbado y obs-truido sus galerías interiores, que se hicieron definitivamente inaccesibles.

Pero en cambio, posee una notable importancia arqueoló-gica, porque tiene muchas pinturas rupestres.

En primer lugar, se aprecian figuras con trazos geométricos; pero hay, además, otros, figurativos, que muestran la visión del aborigen sobre el conquistador español. Son impresionantes no solo por su evidente ingenuidad de pequeños muñecos con ros-tros que tienen todos los elementos compositivos (ojos, nariz, boca, orejas, etc.) sino por otro aspecto capital: el hecho de pintar a hombres armados sobre cabalgaduras está en sintonía con lo que dice la mayoría de las fuentes bibliográficas espe-cializadas acerca de la función del arte de las comunidades primitivas, que es entre otras, la de deshacerse por medio de la magia de peligros o molestias. Está claramente dirigido a “ahuyentar a esos extraños seres que alteraron sus vidas y que terminaron por aniquilarlos”.20

Las figuras del conjunto pictográfico de la cueva de Matías están pintadas en negro, utilizando simple carbón vegetal como materia colorante. 20 Antonio Núñez Jiménez: ob. cit., p. 176.

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La primera impresión que causan es la de que se trata de “muñequitos” sin relación alguna con los aborígenes, pero al analizar deter-minadas características culturales

apreciables en los dibujos, resulta difícil imaginar a farsantes con un grado de conocimientos como para

realizar un fraude con tal nivel de información científica e histórica.

Entre estas figuras, algunas tienen colas, “el símbolo totémi-

co de un animal, tal vez la jutía, al que los indocubanos pudieran haberse sentido emparentados”,21 según indica Núñez Jiménez. Sobre estas colas los cronistas de la con-quista son reiterativos en sus referen-

cias; por cierto, sin lograr interpretaciones certeras del asunto, pues para algunos estas eran tierras donde la gente nacía con colas y cosas por el estilo.

Hay, además, en Matías, figuras vestidas sobre las que hay referencias históricas conocidas. Mártir de Anglería llegó a decir que “los que llevan vestiduras son tenidos por sacerdotes y los veneran hasta en las regiones vecinas”.

En este conjunto pictográfico por los menos tres figuras humanas representan a los conquistadores. Hay uno “de a pie” con espada al cinto y yelmo. Los otros dos van sobre cabalga-duras y también llevan armas.

Los Generales

Fueron presumiblemente los vecinos de la zona u otros visitantes fortuitos, quienes denominaron Cueva de los Gene-rales a esta espelunca freática, de desarrollo horizontal, con poco más de treinta metros de galerías (incluyendo las áreas de dolinas) en cuyas paredes hay dibujos que representan a hombres con espadas y armas.

Se encuentra situada en el flanco septentrional de la Sierra de Cubitas, en un pequeño mogote calizo muy cercano al po-blado de Sola.

Las cuevas de Américo y de Los Esqueletos —dos impor-tantes sitios funerarios de los agroalfareros— se hallan en sus proximidades.

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21 Ibidem.

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La Cueva de los Generales es muy importante para la ar-queología y muy particularmente para el estudio del arte de las comunidades primitivas, porque en sus paredes los indios di-bujaron “un valioso testimonio de su propia conquista y colo-nización por los españoles”.22

Es la misma versión aborigen de la brutal irrupción euro-pea en Cuba que ya estudiamos en el caso de la Cueva de Ma-tías; pero aquí la diferencia radica en que quien dibujó en Los Generales poseía un notable dominio técnico de los trazos, con resultados que se acercan a la perfección.

En Los Generales hay una figura que representa un jinete. No es solo un español porque va a caballo sino porque, ade-más, lleva una espada y una adarga, y su cabeza está protegida por un yelmo o casco que está coronado por una cruz.

Para atrapar el movimiento del animal, el artista encontró una solución originalísma: muchas patas.

Las importantes pictografías de la cueva de Los Generales desaparecieron totalmente por la acción de la negligencia y la irresponsabilidad. De ellas solo quedan algunos calcos de los cuales se han extraído reproducciones publicadas en algunos libros especializados de Arqueología.

Acompañan a este “guerrero ecuestre” otros dos jinetes y, a su vez, los tres están virtualmente rodeados por ca-torce hombres a pie que están armados con flechas y lan-zas. Se trata de aborígenes por-que algunos tie-nen colas, aspecto que ya analizamos anteriormente. Otro grupo muestra a adultos con niños. Núñez Jiménez cree que se trata de mujeres (y eso parecen por la vestimenta y las finas cinturas) aunque estas no fueron un componente humano de ninguna consideración, dado el ca-rácter militar de la conquista.

22 Ibid, p. 167.

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INVOLUCIÓN Y EVOLUCIÓN EN EL ARTE RUPESTRE DE ALGUNAS CUEVAS DE LA SIERRA DE CUBITAS

B asta con observar las pinturas de las cuevas de María Teresa, Pichardo, Las Mercedes y El Indio, para en-tender que tienen en común una tendencia hacia la

estilización de las formas. Por el hecho de existir coinciden-cias en los diseños de algunos ceramios decorados hallados in situ en esas mismas cuevas y en los sitios de habitación de la misma zona (en la llanura costera septentrional), algunas de esas pinturas han sido atribuidas al grupo cultural específico de los agroalfareros.

También son atribuibles a la misma cultura, los dibujos rupestres de Matías y Los Generales, aunque en estos dos ca-sos particulares, hay una duda, por cuanto los agroalfareros, ya dueños de las técnicas de sintetización y la estilización, involu-cionaron hacia el naturalismo de pintar a los conquistadores.

Si estudiáramos el desarrollo intelectual humano de una manera esquemática, podríamos afirmar que en el paleolítico, el preagroalfarero reprodujo de manera naturalista y luego cul-turas más desarrolladas encontraron el camino hacia la ideogra-fía, base del posterior lenguaje escrito mediante símbolos. Pero nada es tan simple.

En la Isla de la Juventud, por ejemplo, no ha aparecido jamás un sitio arqueológico de agroalfareros. Todos los resi-duarios hallados son de preagroalfareros. Las pinturas rupes-tres del conjunto de cuevas de Punta del Este, pues, deben ser de esa cultura y, difícilmente se encuentren muestras más complejas de abstracción que las de esos murales rupestres.

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Los agroalfareros también transitaron por ese camino de síntesis, estilización y abstracción.

¿Cómo explicar el regreso al naturalismo, en estas dos cuevas camagüeyanas?

Todo corresponde a un proceso evolutivo normal, coheren-te y no sujeto a accidentes o acontecimientos extraordinarios. Por tal razón, la existencia de pinturas naturalistas en las cue-vas de Los Generales y Matías no puede considerarse como parte de un proceso de involución ni de evolución. Hay que entender que aconteció un hecho trascendental que alteró sen-siblemente las vidas de los aborígenes. Las visión de personas, animales y objetos nunca antes vistos, escapaba a las posibili-dades de estilización o sintetización de los artistas de esas comunidades. Ellos podían simplificar, sintetizar o estilizar las formas muchas veces vistas y representadas de su entorno cotidiano; pero la imagen de un hombre a caballo, con una espada, adarga, casco, cruz, peto, armadura y barba (además de las dramáticas circunstancias que acompañaron su aparición) causaron tal impacto que al describirlo gráficamente, el abori-gen se vio precisado a volver al naturalismo. Fue por lo tanto, la excepcionalidad de la Conquista (que irrumpió el decursar de sus vidas y sus procesos de desarrollo intelectual y social) la causa de esa “regresión”, amén de la incapacidad para contar mediante representaciones los nuevos fenómenos, o la carencia de un lenguaje simbólico lo suficiente flexible como para adap-tarse a lo nunca antes visto.1

En todo caso, los agroalfareros de Los Generales y Matías se valieron de experiencias superadas aunque no olvidadas de su memoria cultural.

1 Cfr. Jorge Calvera Rosés y Roberto Funes Funes: “Las pinturas rupestres de las cuevas de la Sierra de Cubitas, ¿involución o evolución?”, en Ponencias al Simposio XL Aniversario de la Sociedad Espeleológica de Cuba. Resúmenes.

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LA FILIACIÓN CULTURAL DE LAS PICTOGRAFÍAS

E n su obra Prehistoria de Cuba, los doctores Ernesto Tabío y Estrella Rey indican que “las únicas pictografías hasta ahora atribuíbles al grupo subtaíno se encuentran

situadas en el interior de una cueva del cerro de Tuabaquey, en la provincia de Camagüey. Se ubicaron dentro de [ese] grupo, porque fueron encontradas en asociación con una vasija de ba-rro y fragmentos de burén subtaíno. Luego, se trata de uno de los casos de pictografías cubanas con mejores posibilidades de ubicación dentro de un grupo cultural preciso”.1

Pero no es solo la asociación entre la pictografía y las eviden-cias cerámicas halladas en el piso de la cueva, un indicador sufi-ciente para la determinación de la filiación cultural de esas obras, porque cabe la posibilidad de que la cueva fuera ocupada por una cultura que realizara los dibujos parietales y que luego viniera otra comunidad distinta y se estableciera allí, y dejara sus cera-mios rotos. Entonces no habría vínculo pictográfico-cerámico.

Es en la coincidencia de los elementos de diseños de los ceramios decorados y las pictografías, donde están los elemen-tos para poder establecer una filiación precisa.

Siete elementos coincidentes de esos diseños pueden dar un índice para una determinación al respecto. Una investiga-ción realizada permite sacar conclusiones:

“Notables son las coincidencias existentes entre los dise-ños entre un dibujo rupestre de la Cueva de María Teresa y un fragmento de cerámica decorada extraída del sitio Saimí I, en la zona de habitación de Cubitas: 1 Ernesto Tabío Palma y Estrella Rey: Prehistoria de cuba, pp. 175 y 176.

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»También los hay en una figura zoo-morfa de María Tere-sa y un fragmento de burén con incisiones,

también del sitio Saimí I. Nótese la coincidencia de los trazos, en un diseño que se des-compone interiormente en un conjunto de líneas que con-forman figuras geométricas al cruzarse.

»Por cierto, el fragmento de burén que aparece reproducido aquí, es el primero de que se tiene conocimiento con decoración por ambas caras.

»Por su parte, las siguientes muestras exhiben coincidentes diseños (rombos que enmarcan a cír-

culos concéntricos) en una picto-grafía de Las Mercedes y en un fragmento de espaldar de una cazuela del sitio Saimí I.

»Uno de los cemíes picto-gráficos de la cueva de El Indio posee

la singularidad de mostrar un ojo en blanco. Seis asas zoo-morfas y antropomorfas de ceramios decorados del sitio Saimí II, presentan esa misma característica.

»Por su parte, el diseño de ojo llamado “grano de café” que es característico de la cerámica de los taínos no solo de Cuba sino, también, de La Española, aparece en el cemí pictografiado de la cueva Pichardo y en varias asas decoradas de los sitios Saimí I y

Saimí II. »Diademas o tocados de ca-

beza están presentes en seis cemí-es de la cueva de El Indio y en el de Pichardo, así como en cera-mios de los sitios Saimí I y Saimí II.

»Finalmente, otro elemento de diseño definitivamente agroalfarero,

____________________________LA FILIACIÓN CULTURAL DE LAS PICTOGRAFÍAS

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lo constituyen las “lágrimas” representadas a manera de trazos que bajan por las mejillas directamente desde

los ojos. El cemí más grande de El Indio tiene esa característica, co-mo igualmente la tienen por lo menos cinco fragmentos de cera-

mios decorados, hallados en el sitio Saimí I.

»En conclusión, son los elementos de diseño de la cerámi-ca decorada y no los ceramios en sí los que permiten estable-cer la filiación cultural de las pictografías”.2

El método ha permitido extender esa determinación a otras cuevas cubanas, como la Cueva de García Rubiou, donde hay composiciones de triángulos y rombos, así como rostros con ojos tipo “grano de café”; como la Cueva de Waldo Mesa, donde también hay un petroglifo con ese diseño de ojos, o la Cueva de Ambrosio, donde hay pictografías de dos estilos muy distintos y a uno de ellos pertenece un dibujo que, luego de lograr los contornos exteriores, se descompone interior-mente en formas geométricas, como ocurre en María Teresa.

2 Jorge Calvera Rosés y Roberto Funes Funes: “Método para asignar pictogra-fías a un grupo cultural aborigen”, en Ponencia ante el I Forum Provincial de Ciencia y Técnica del Centro Multisectorial de Ciencia y Técnica y la Academia de Ciencias de Cuba.

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NAJASA Y EL CHORRILLO: LAS “OTRAS” PICTOGRAFÍAS

A l sur del peniplano camagüeyano se desarrolla el gru-po de elevaciones calizas conocidas como Lomas de Guaicanámar, con 261 metros de altitud; el Cerro Ca-

chimbo, con 200; la Sierra de Najasa, con 301 y la Sierra del Chorrillo, con 310 metros sobre el nivel medio del mar.

Todas en conjunto se denominan popularmente Sierra de Najasa y están perfectamente delimitadas por los ríos Sevilla y Najasa, por el este y el oeste, respectivamente. Ambos ríos tie-nen relativa importancia y desembocan en la costa meridional.

El Chorrillo (310 metros) es la segunda altura de la provin-cia, después de Tuabaquey (330 metros).

Lo que diferencia esencialmente a Najasa de Cubitas es precisamente ese carácter de conjunto de alturas próximas aunque separadas, que no es el caso de Cubitas, donde se pue-de hablar de una cadena montañosa o una cordillera.

Los suelos alrededor de la llamada Sierra de Najasa son ne-gros, agrícolamente ricos, formados en gran medida por aluvio-nes. Hacia el sur, pero no inmediatamente, se desarrolla una ciénaga costera, un territorio importante para la arqueología, aunque muy poco explorado y menos estudiado. Se sabe, em-pero, que en numerosos lugares desde las lomas hasta aproxi-madamente cinco o diez kilómetros del mar, se han hallado sitios como La Gloria, pertenecientes a ese instante cultural aborigen de la transición de preagroalfareros a agroalfareros que ha sido denominado de los protoagricultores. Ya en los cenagales costeros se localizan, con una pasmosa frecuencia, los mal llamados “caneyes” o residuarios del más conspicuo

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preagroalfarero indocubano. Algunos alcanzan dimensiones notables, como es el caso del sitio Victoria I, al sur de Florida.

Fueron nuevamente los espeleólogos quienes aportaron la información acerca del importante hallazgo de pictografías aborígenes en la sierra de Najasa.

Enclavada en la Sierra del Chorrillo, la espelunca conocida como Gaspar-Najasa presenta un conjunto de pictografías1 comparables por sus características a los existentes en la Cue-va de Mesa, en Santo Tomás, provincia de Pinar del Río (ver anexo VIII).

Se trata de dibujos realizados a partir de trazos finos, algunos de los

cuales podrían clasificarse como “peiniformes”, “cruciformes”, “de círculos concéntricos”, etc. Están pintados en negro, utilizando como

pigmento el carbón vegetal, aunque algunos, por excepción, son rojos, y como en todos los casos anteriores, el pigmento es el suelo ferralítico.

Distan de toda intención de reproducir el entorno natural. Son, en toda su plenitud, símbo-los diseñados y concebidos para comunicar ideas.

Por su parte, la llama-da Cueva de los Espejue-los, en la sierra de Najasa, exhibe unos dibujos total-mente distintos a cualquie-ra de los anteriores. Estos están realizados a partir de trazos gruesos, en líneas siem-pre curvas y, curiosamente, con muy poca definición de contorno. Si alguna cueva cubana tiene dibujos pare-cidos es la llamada De la Virgen, situada en las lomas de Bacuranao, en la provincia de La Habana (ver anexo IX).

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1 Las reproducciones de esta página fueron tomadas por Eduardo Labrada Rodríguez

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DE CAMAGÜEY Y LAS ANTILLAS AL CARIBE CENTRO Y SURAMERICANO

I gualmente a como existen similitudes de forma y estilo en-tre algunas pictografías de la cordillera de Cubitas y las de otras regiones pictográficas del archipiélago cubano, tam-

bién hay parecidos con respecto a pictografías antillanas y de las área caribeñas de centro y Sudamérica, territorios estos que fue-ron ocupados por pueblos amazónidos de los cuales los aruacos son tan solo una rama. Estas similitudes son las siguientes:

a. En los llamados “dibujos abstractos”1 y estilizados pueden ser comparados algunos esquemas que poseen trazos geométricos. Un ejemplo magnífico los son estas dos muestras, a la izquierda, un fragmento de un mural pictográfico de la Cueva de María Teresa, en Cubitas, y debajo, uno de los pictogramas de la Cue-va de los Portales, también en Cubi-tas. A la derecha, una pictografía de la Cueva de Borbón, en la provincia Santiago de los Caballeros, en República Dominicana. b. En los dibujos antropomórficos se advierten cuatro elementos de diseño perfectamente comparables, estos son por ejemplo:

1 Toda representación del mundo real es una abstracción, por ello es un error hablar de dibujos abstractos en las pictografías. En todo caso hubo sinteti-zaciones, estilizaciones, deformaciones, etc., de la imagen.

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1.- Los “tocados” con plumas. A la izquierda, uno de los cemíes pictografiados de la Cueva del Indio, en la Sierra de Cubitas. A la derecha, la ima-gen de un petroglifo hallado en Vigirima, costa caribeña de Venezuela.

2.- Los “túnicos”. El vestuario de figuras antropomorfas con largos túnicos siempre negros coin-cide con las descripciones de los cro-nistas sobre algunos jefes principales de las comunidades aborígenes que

llevaban largos vestidos y eran muy respetados. Estas representaciones pare-cen reproducir la imagen de behíques de tribus, lo que en lenguaje internacional se conoce como chamanes y brujos. A la izquierda, figura antropomorfa

vestida de la Cueva de Matías, en Cubitas. A la dere-cha, arriba, pictografía de Aruba, Antillas Holandesas, y abajo, pictografía de la Cueva de Borbón, en Santiago de los Caballeros, República Dominicana. 3.- “Barbas”. Las figuras con barbas (conjunto de líneas que parten verticalmente hacia abajo a partir de la parte inferior del rostro) se repiten en diferentes áreas de toda

la región de las Antillas Mayores y Las Bahamas. A la izquierda, ídolo de la Cueva

del Indio, en Cubitas. A la dere-cha, arriba, pictografía de la cueva número 1 de Borbón,

República Dominicana. Abajo, izquierda, pictografía en El Bronce, Puerto Rico; al cen-

tro, pictografía en Beef Bay, Saint John, Islas Vírgenes; derecha, Anee Duquery, Guadalupe. 4.- “Lágrimas”. Izquierda, ídolo de la Cueva del Indio, en Cubitas. Derecha,

ídolo de madera tallada, en Jamaica; al centro, ceramios decorados de Saimí I, en Cubitas.

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No son estas las únicas evidencias que demuestran algo que resulta irrefutable: existió una conexión cultural entre la costa caribeña centro y suramericana, Las Antillas mayores y menores y Las Bahamas, de la que hay muestras palpables en el territorio camagüeyano, sobre todo en el norte de nuestra provincia.

Hay, por ejemplo, motivos laberínticos en las islas de Aru-ba y Curazao2 muy similares a los de nuestra cueva de María Teresa, como también hay cavernas colombianas3 con pinturas espejueliformes como las hay en Las Mercedes y Matías, aquí en Cubitas.

Sobre todo, en Facatativá4 y en nuestra conocida Cueva del Indio, hay dibujos circulares con un asombroso parecido, co-mo también las hay en el sur camagüeyano, en la cueva de Gaspar-Najasa, de la Sierra del Chorrillo.

Es posible comprender, entonces, que existe esa vincula-ción que es algo más que una simple coincidencias de diseños entre una pictografía de Cubitas y otra de Aruba, o aún más lejos, de la costa venezolana, como ocurre con el caso de las cuevas de Maracay5 y así mismo sucede con la decoración de los ceramios y otras muchas manifestaciones artísticas o acti-vidades económicas de las culturas precolombinas en toda el área regional.

Estamos hablando de un territo-rio verdaderamente grande. Tanto como el que ocuparon los pueblos amazónidos, que por el sur llegaron hasta áreas que hoy pertenecen al Paraguay y Uruguay, por el oeste colindaron con sus vecinos chibechas e incas y por el norte con los mayas. Tierras que hoy son países como Ecuador, Perú, Bolivia y Guatemala.

Únicamente entendiendo esta magnitud pue-de valorarse con certeza cuán importante es cualquiera de las pictografías de las cuevas cubanas —y particularmente las de Cubitas, en Camagüey— para el patrimonio cultural america-no, sobre todo por sus singularidades. 2 Wagenaar Hummelinck: “Rostekeningen van Curacao, Aruba en Bonaire”,

en Folletos de Arqueología de las Antillas. 3 José Pérez de Barrada: Los muiscas antes de la conquista, p. 151. 4 Antonio Núñez Jiménez: Facatativa, santuario de los Rama, p. 59. 5 Antonio Núñez Jiménez: Cuba, dibujos rupestres, p. 49.

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Es cierto que “hay un estilo correspondiente, con toda po-sibilidad, a la migración Arauca, que se deduce del arte rupes-tre de Guadalupe, de la Guayana, de Venezuela y de Brasil”6 y que “se extiende, uniforme, por todas las Antillas menores y mayores, y las Lucayas y Bahamas”.7

Pero ese estilo alcanzó en Cuba un nivel de desarrollo que no se encuentra en ningún otro sitio de la magna geografía que ocuparon los amazónidos. Si alguien dudara, que busque en este contexto regional pinturas con el grado de perfección de las figuras antropomorfas de la Cueva de los Generales, única-mente comparables en lo concerniente al dominio técnico de los trazos, con algunas tan lejanas geográfica y culturalmente como las de Remigia, Alpera y Valltorta, en el Levante espa-ñol; o las de Tassilin-Ajjer, en el Sahara argelino.

No se trata de exageraciones. Solo habría que someterlas a la prueba de las comparaciones, y contar entonces con los ele-mentos para una valoración precisa con el objetivo de empren-der las acciones de preservación, antes que sea demasiado tarde.

No tenemos el derecho de privar a nuestros descendientes del privilegio de conocer, también, esta parte de las raíces de su identidad y es preciso actuar porque los tesoros se están perdiendo.

Ya vimos en el desarrollo de la presente obra, la pérdida de los murales pictográficos de la Cueva de María Teresa y el daño a las de la Cueva de Pichardo.

También las de Los Generales desaparecieron hace apenas dos décadas sin que el hecho trascendiera más allá del estupor entre arqueólogos y espeleólogos, quedando solo el testimonio gráfico de lo que fue, en calcos y otras reproducciones, así como en descripciones que detallan la maravilla.

Termina aquí esta parte de la historia del Camagüey. La intención ha sido revelar aspectos que no son de conocimiento general, destacar la importancia de nuestros tesoros culturales y patrimoniales en este terreno y, sobre todo, hacer entendible en universo de la arqueología aborigen de Cuba, cuya clave para la comprensión está en un párrafo del camagüeyano Feli-pe Pichardo Moya: 6 José Pérez de Barrada: Los muiscas antes de la conquista, p. 151. 7 Carmen López García: “Las pictografías de la Sierra de Cubitas en el con-

texto antillano”, proyecto de grado “Recomendaciones para la utilización con fines culturales de la cueva de Los Generales”, p. 14.

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“La historia de la isla, desde que a ella llegaron los primeros hasta que arribó Colón, es mucho más larga que su Historia dentro de la civilización cristiana; si bien se reduce al monótono sucederse de tales invasiones de pueblos, todos del mismo origen étnico, que llegaban desde América del Sur a través del arco antillano, reemplazándose unos a otros”.8

8 Felipe Pichardo Moya: Caverna, costa y meseta. Interpretaciones de ar-queología indocubana, p. 94.

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ANEXOS

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I CARACTERÍSTICAS FÍSICO–GEOGRÁFICAS DEL TERRITORIO DE LA ACTUAL PROVINCIA DE CAMAGÜEY

El territorio de la actual provincia de Camagüey es parte de un extensísimo llano enmarcado entre las altas montañas del grupo de Guamuhaya por el occidente, y el grupo de Ma-niabón por el este. Esa llanura es, como es comprensible, ma-yor que el área que abarca la provincia.

El área total, según la actual división político-administrativa del país, es de 15 813 kilómetros cuadrados, de los que 14 134 corresponden a lo que podríamos llamar “tierra firme” y los restante 1 679 a cayos e islas adyacentes. Es, pues, la provincia más extensa del país y ocupa el 14,3% del territorio nacional.

En la relación de la estructura geológica con el clima exis-te susceptibilidad para caracterizar el relieve en cinco denomi-naciones fundamentales, que resultan de importancia para numerosos estudios económicos y sociales y que también lo son para la arqueología porque permiten entender las razones de la ubicación de muchos asentamientos aborígenes, de acuerdo a las culturas a las que pertenecieron.

Esas cinco subdivisiones son las siguientes: llanuras muy bajas y cenagosas, llanuras bajas, llanuras bajas moderada-mente diseccionadas, llanuras altas diseccionadas, alturas muy diseccionadas.

1.- Llanuras muy bajas y cenagosas Están constituidas fundamental-

mente por manglares sometidos a un régimen de inundación ge-neralmente perpetua.

Se encuentran en estre-chas franjas litorales que oscilan entre cero y dos me-tros sobre el nivel medio del mar.

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En el sur, es precisamente en esas áreas donde se localizan los sitios preagroalfareros.

2. Llanuras bajas Se extienden desde alturas de dos a diez metros sobre el

nivel medio del mar y coinciden con áreas inundables en tem-poradas lluviosas, donde se observa una discreta disección vertical del orden de los cinco metros. Están mejor representa-das en el sur.

Tanto en las llanuras muy bajas y cenagosas como en las llanuras bajas, se encuentran

los suelos más valiosos desde el punto de vista agrícola. En el norte, esa franja es un área de

habitación de aborígenes agroalfareros. Por su parte, en las llanuras bajas del

sur hay muchos sitios preagroalfareros y hacia el este se han encontrado algunos correspondientes a protoagricultores.

3. Llanuras bajas moderadamente diseccionadas Comprenden áreas entre diez y ochenta me-

tros de altura sobre el nivel medio del mar. Son particularmente extensas al sur y

al oeste, y caracterizan la forma pre-dominante de la geografía del te-rritorio camagüeyano.

Para la arqueología, su panorámica en el norte es idéntica a la de las llanu-

ras bajas; pero en el sur decrece la intensidad de agroalfareros y hay mayor frecuencia de preagroalfareros.

4. Llanuras altas diseccionadas Ocupan la parte central del territorio. Sus alturas oscilan entre los ochenta y los ciento cincuenta

metros sobre el nivel medio del mar, con alta densidad de desagües, que provocan un ele-

vado índice de erosión. Desde Cubitas hasta la ciudad de Camagüey, encontramos sabanas de serpentinitas sobre pendientes de 0

a 4 %, que se elevan hasta ciento ochen-ta metros en la Meseta de San Felipe.

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Son suelos pobres, mal drenados, impermeables, muy se-cos o encharcados según la época del año.

Se cuentan entre los menos productivos, junto con los de las alturas muy diseccionadas.

En esta franja, en lugares donde hay suelos fértiles, se lo-calizan esporádicos sitios arqueológicos de agroalfareros, pero nunca con la intensidad que en las llanuras bajas o en las lla-nuras bajas moderadamente diseccionadas del norte.

No obstante, es precisamente en estas llanuras altas disec-cionadas donde estuvieron establecidos algunos de los más importante cacicazgos agroalfareros del territorio, tales como Camagüey, Sibanicú y Guáimaro.

El hecho de que señalemos la existencia de sabanas áridas no debe entenderse como que afirmamos que caractericen la zona o nivel en cuestión.

5. Alturas muy diseccionadas Comprenden a las sierras de Cubitas y Najasa (incluido El

Chorrillo), con elevaciones superiores a los ciento cincuenta metros de altura sobre el nivel medio del mar y valores de disección vertical mayores a los cien metros.

En ninguna forma caracterizan al territorio sino que consti-tuyen aspectos locales restringidos.

Sus suelos son inútiles para la agricultura. Por ello no hay posibilidad de encontrar habitación aborigen en estas serranías.

Empero, el proceso de cársico que se ha desarrollado en sus rocas calizas, ha creado cavernas que fueron utilizadas por los indocubanos como sitios ceremoniales y funerarios.

Dentro de las llanuras altas diseccionadas hay otras alturas como las Lomas de Ma-raguán, que no se contemplan como alturas muy diseccionadas por su intrascendencia a la hora de estable-cer generalidades geográficas como las aquí expuestas.

La estructura geológica del territorio camagüeyano se define como caracterizada por capas sedimentarias actuales y recientes que ocupan áreas de llanuras muy bajas y cenagosas, las cuales están más repre-sentadas en la parte sur ribereña con el llamado “golfo” de Ana María.

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Grandes placas de sedimentos neógenos constituyen la base general de los relieves correspondientes a las llanuras bajas, que forman un continuo al sur.

Rocas cretácicas muy dislocadas afloran mayormente en los relieves de las llanuras bajas y ligeramente diseccionadas.

Las llanuras altas diseccionadas están dadas por un penipla-no que corta el complejo cretácico, muy rico en series ígneas.

Las alturas muy diseccionadas, pequeñas y predominante-mente calcáreas, en ninguna forma caracterizan a esta provincia en sus generalidades físico-geográficas.1

1 Luis Ramos García: “Características físico-geográficas de la provincia Ca-magüey”, en Provincia Camagüey, p. 36

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II EL GRUPO ESPELEOARQUEOLÓGICO YARABEY

Numerosos han sido los investigadores —aficionados y profesionales— que trabajaron aportando sus resultados al conocimiento general de las comunidades primitivas en el territorio camagüeyano.

Científicos que llegaron a contar con gran reconocimiento, como Felipe Pichardo Moya, se dedicaron inicialmente a estos menesteres como aficionados. No tenemos noticias sobre su formación profesional como arqueólogo, pero deducimos, por ser esta la usanza de la época, que fue autodidacta.

Visitantes ocasionales, pero poseedores de una gran cultu-ra sobre el paleolítico y el neolítico americanos, como el esta-dounidense Mark R. Harrington, dirigieron excavaciones y complementaron, en cierta medida, la información dispersa, y sentaron las bases para su sistematización.

Pero nuestra arqueología carecía de algo tan esencial como un plan para abordar investigaciones prolongadas y exhausti-vas de una zona en específico o de una cultura precolombina en particular. Esa era la situación a mediados del siglo XX.

En Camagüey, como en otras muchas localidades cubanas, existían colectivos de jóvenes que se agrupaban a instancias de un movimiento encaminado al conocimiento amplio y pro-fundo de la geografía del archipiélago cubano, tras la creación, en 1940, de la Sociedad Espeleológica de Cuba por el doctor Antonio Núñez Jiménez.

El grupo Yarabey, fundado en 1956, fue miembro desde el primer momento de la citada organización, y tenía la motiva-ción original de la exploración y el estudio de las cavernas del territorio camagüeyano.

A él se nuclearon jóvenes de distintos oficios y profesio-nes, unidos por el interés común de la búsqueda del conoci-miento mediante el entretenimiento sano, en un medio que no era favorable para tales inclinaciones.

Mecánicos, poetas, torneros, arquitectos, comerciantes y artistas de la plástica, no parecían hallarse distantes a la hora de disponerse a las búsquedas.

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Algunos de sus fundadores fueron Rodolfo Payarés Suá-rez, Rolando Tomás Escardó de la Peña, Rigoberto Cruz Díaz, José Manuel Guarch Delmonte, Caridad Rodríguez Cullell, Rafael Iván Hidalgo Funes, William Dunkley, José Enrique Piedra y Antonio Massip.

Desde el principio contaron con la colaboración de un cono-cedor de la cordillera de Cubitas, el trabajador bancario Alfredo Álvarez Mola, quien pugnaba conjuntamente con los campesi-nos de ese barrio rural por caminos vecinales y otras ventajas.

Esas luchas coincidieron con los intereses de un sector de comerciantes y figuras políticas, quienes impulsaban el turis-mo local, de manera que las bellezas paisajísticas y los singu-lares accidentes geográficos de Cubitas sirvieron a los tres, aunque con ópticas muy diferentes.

Los espeleólogos del Yarabey pronto ampliaron su rango de actividades a la búsqueda de evidencias materiales de las culturas precolombinas en los lugares donde exploraban.

La cueva trascendía el interés puramente espeleológico al aparecer en ella restos y pictografías aborígenes.

Hay que decir que hicieron aportes importantes, como la localización de la llamada Cueva Grande o de Los Negros Cimarrones, que estuvo perdida bajo el manto vegetal aunque se sabía de su existencia por referencias bibliográficas del siglo XIX.

El hallazgo en sus paredes de valiosas pinturas rupestres, permitió la ampliación de los estudios sobre esa especificidad arqueológica que ya por entonces se emprendían en el país por el fundador de la Sociedad Espeleológica de Cuba.

Para homenajear al arqueólogo que los antecedió en sus investigaciones, rebautizaron la referida espelunca como Cueva Pichardo y con este nombre se le conoce actualmente en los textos geográficos y arqueológicos, así como en mapas y hojas cartográficas cubanas.

Un año después, en 1957, descubrieron en la vasta llanura costera septentrional una cueva de grandes dimensiones que denominaron Gran Caverna, e hicieron aportes a la paleonto-logía al descubrir restos óseos de mamíferos y aves del cuater-nario y el pleistoceno.

Luego extendieron su labor a otras zonas de la provincia. Como consecuencia de ese paso, realizaron excavaciones

arqueológicas en el sitio Caney del Castillo, del municipio

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Santa Cruz del Sur, con lo que se adentraron en el estudio de las culturas preagroalfareras cubanas.

Pero la situación política por la que atravesaba al país re-definió los objetivos fundamentales de aquellos jóvenes.

Varios se hicieron combatientes revolucionarios. Álvarez Mola, por ejemplo, participó en el Movimiento 26 de Julio, primero como dirigente sindical de los trabajadores bancarios y luego en las células clandestinas, y murió a manos de los sicarios de la tiranía batistiana cuando colaboraba con las co-lumnas invasoras del Ejército Rebelde a su paso por el sur de Camagüey. Payarés Suárez e Hidalgo Funes fueron, primero, luchadores clandestinos urbanos y luego guerrilleros. Escardó de la Peña marchó al exilio.

El triunfo de la Revolución les abrió, también a ellos, nue-vas perspectivas. Guarch y Payarés pudieron desarrollarse como científicos de la arqueología y fueron autores de obras que hoy son imprescindibles para las nuevas generaciones de investigadores. Caridad Rodríguez, por su parte, prestó un servicio importantísimo en el estudio del arte rupestre y en la labor de rescate de pictografías, así como en otras ramas de la investigación arqueológica.

A los investigadores del Yarabey estuvo siempre vincula-do —aunque no fuera integrante del grupo— el antropólogo oriundo de Esmeralda, Manuel Rivero de la Calle.

Yarabey fue, pues, crisol no solo de científicos, sino tam-bién de revolucionarios y ha quedado en la historia de la espe-leología y de la arqueología como el momento más importante de esas ramas de la ciencia cubana en el territorio camagüeyano antes de la Revolución de 1959.

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III

Uno de los dibujos del llamado Grupo pictográfico no. 6, de la Cueva de García Rubiou, en la región pictográfica Haba-na-Matanzas, es afín en rasgos y tipo de trazos a la primera figura de la izquierda del segundo mural pictográfico de la Cueva de María Teresa, en Cubitas (ver página 51).

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IV

La pictografía no. 23 de la Cueva de Ambrosio, en la Pe-nínsula de Hicacos, Varadero, Matanzas, presenta un contorno exterior que interiormente se descompone en numerosas líneas que forman figuras geométricas, como igualmente ocurre con la segunda pictografía del Mural no. 1 de la Cueva de María Teresa, en Cubitas (ver página 51). Esta fórmula se repite en la primera pictografía de la Cueva de los Portales de Pinto, también en Cubitas (ver página 61).

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V

La pictografía no. 14 de la Cueva de García Rubiou, en la región Habana-Matanzas, aplica la misma fórmula de la tercera pictografía de la Cueva de los Portales de Pinto, en la Sierra de Cubitas (ver página 61).

Una variante de estas líneas sinuosas que se intercalan y se envuelven, está en la composición central del Mural no. 1 de María Teresa (ver página 51).

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VI

Ojos, consistentes en un centro a cuyo derredor hay semi-círculos que sugieren círculos, están en este rostro antropo-morfo de la Cueva de la Virgen, en Bacuranao, Habana, y son muy similares a los de otro rostro de la Gran Caverna de Cubi-tas (ver página 62).

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VII

La cruz aparece en la pictografía no. 24 de la Cueva de Ambrosio, en Varadero, Matanzas, similar a la de la Gran Caverna de Nuevitas (ver página 62). Aparece también en el yelmo del “Guerrero ecuestre” de la Cueva de los Generales (ver página 65).

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VIII

En la Cueva de Mesa, perteneciente al sistema cavernario de Santo Tomás, Pinar del Río, hay petroglifos cuyo diseño guarda una relativa relación con algunos dibujos de la cueva Gaspar-Najasa, de la Sierra del Chorrillo, en Najasa, al sur de Camagüey (ver página 72).

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IX

En la Cueva de la Virgen, región pictográfica Habana-

Matanzas, hay algunas pictografías rayadas y luego pintadas en rojo, que nos recuerdan a las de la Cueva de los Espejuelos, de la Sierra de Najasa, al sur de Camagüey (ver página 69).

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X FELIPE PICHARDO MOYA

Felipe Pichardo Moya nació en Puerto Príncipe (Ca-magüey) en octubre de 1892. Se graduó de abogado en La Habana y luego regresó a su ciudad natal, donde ejerció la ju-risprudencia y fue profesor del Instituto de Segunda Enseñan-za; también fue director de la Escuela Normal para Maestros.

Pertenecía a una familia dominicana que se trasladó a Cu-ba el primer año del siglo XIX con la Audiencia de Santo Do-mingo, al cesar la dominación española sobre esa isla.

A esa familia pertenecieron personalidades importantes como Esteban Pichardo y Tapia.

Periodista, prosista y poeta, Pichardo Moya dedicó una considerable parte de su obra escrita y de su vida intelectual a la arqueología y a la historia.

Cuando nadie se percataba de ello, alertó sobre la necesi-dad de liberar a los estudios relacionados con nuestra etapa precolombina del vicio descriptivo sin análisis, y puntualizó que, junto a la labor puramente intelectual, tanto el arqueólogo como el historiador debían fundamentar su actividad en el obje-tivo de afianzar la identidad nacional excavando, en el sentido literal del concepto, en nuestras genuinas raíces culturales.

“Su obra más destacada es Caverna, costa y meseta. En este libro, Pichardo Moya une, por primera vez en la arqueolo-gía cubana, los elementos del medio con las evidencias mate-riales, para ofrecernos una visión del hombre y de su ambien-te; algo que, posteriormente, ha sido desarrollado por muchos arqueólogos; [...] tuvo una visión de ese pasado, no solo de Cuba, sino de toda el área del Caribe”.1

Pichardo Moya murió en 1957, tras una larga y fructífera vida que aportó, sobre todo a la arqueología indocubana, un valioso acervo de experiencias y conceptos que se mantienen con singular vigencia.2 1 Ramón Dacal Moure y Manuel Rivero de la Calle: Arqueología aborigen de Cuba.

2 V.: J. Álvarez Conde: Felipe Pichardo Moya: su vida y obra.

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XI CUATRO IMPORTANTES CIENTÍFICOS QUE REALI-ZARON INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS EN CAMAGÜEY

Además de Miguel Rodríguez Ferrer, Mark R. Harrington

y Felipe Pichardo Moya, otros arqueólogos y antropólogos hicieron aportes a la arqueología aborigen de Cuba realizando investigaciones en zonas del territorio de la actual provincia de Camagüey. Sus nombres son: Manuel Rivero de la Calle, José Manuel Guarch Delmonte, Rodolfo Payarés Suárez y Jorge Antonio Calvera Rosés.

Manuel Rivero de la Calle nació en Esmeralda en 1926. A los diecisiete años de edad ya participaba en excavaciones con el arqueólogo y poeta Felipe Pichardo Moya. En 1946 ingresó en la Sociedad Espeleológica de Cuba, y como inte-grante de la misma exploró cuevas, pero más con un interés de índole arqueológico que puramente espeleológico. Desde esos primeros trabajos suyos se hizo notable por la aplicación de técnicas impecables, aprendidas de su maestro.

En 1949 se graduó como Doctor en Ciencias Naturales en la Universidad de La Habana, y tres años después comenzó una larga etapa de nueve años como profesor de Biología y Antro-pología en la Universidad Central, en la ciudad de Santa Clara.

Al triunfo de la Revolución realizó estudios de postgrado como becario del Instituto Real de los Trópicos, Holanda, donde se especializó en Antropología Física y seguidamente amplió sus conocimientos sobre el tema en la Universidad de Utrecht, en ese mismo país.

En 1961 pasó a integrar el claustro de profesores de la Uni-versidad de La Habana, y desde 1962 hasta 1976 fue director del Museo Antropológico Montané, de ese alto centro docente.

Sus libros Las culturas aborígenes de Cuba, Actas de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba y Arqueología aborigen de Cuba (este último realizado en coaturía con el arqueólogo habanero Ramón Dacal Moure) constituyen piezas imprescindibles para el estudio de esta especialidad, por el rigor científico y el sentido de popularización de la arqueología en Cuba y las Antillas.

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Es, sobre todo, importante, su estudio antropológico acerca de los sobrevivientes de los aborígenes cubanos de Guantánamo, Granma y Santiago de Cuba.

Rivero de la Calle murió en La Habana en el año 2001.

José Manuel Guarch Delmonte nació en Camagüey en 1931. Comenzó como aficionado, integrado al grupo Yarabey, del cual fue uno de los fundadores. Junto con Rodolfo Paya-rés, influyó para que el colectivo de espeleólogos abordara también la arqueología entre sus intereses investigativos.

También fue uno de los fundadores de la Academia de Ciencias de Cuba; miembro del Consejo Científico del Institu-to de Ciencias Históricas y del Departamento de Arqueología del Instituto de Ciencias Sociales de ese organismo.

En su vasta obra se destacan algunos trabajos como: Exca-vación en el Caney del Castillo, Excavación en el extremo oriental de Cuba, Reconstrucción etnohistórica de los taínos de Cuba, El taíno de Cuba y La cerámica taína de Cuba, que son claves como material de consulta para todo investigador.

Obtuvo el título de Doctor en Ciencias Históricas, y poste-riormente desarrolló una fructífera labor como jefe del Departa-mento Oriental de Arqueología de la Academia de Ciencias, con sede en la ciudad de Holguín, donde falleció en el año 2001.

Rodolfo Payarés Suárez nació en Camagüey en 1922. Desde los veinte años se interesó por la geología y la arqueo-logía, y nunca abandonó esas aficiones, compartiéndolas con sus trabajos como mecánico tornero y trabajador ferroviario.

En 1956 fundó, junto a otros amigos, el grupo espeleoar-queológico Yarabey, y participó en todos los trabajos que em-prendió dicho colectivo, hasta que en 1957 cayó preso por su participación en actividades revolucionarias contra la tiranía batistiana. Después de liberado, lo mantuvieron bajo una fuer-te vigilancia que lo obligó a pasar primero a la clandestinidad y seguidamente a incorporarse a la Columna no. 11 Cándido González, del Ejército Rebelde.

Payarés no abandonó su pasión por la espeleología y la arqueología; pero sus funciones como organizador de las mili-cias absorbieron casi totalmente su tiempo durante los años 1959 al 1962.

En 1961 combatió en Playa Girón como integrante del bata-llón de la Escuela de Responsables de Milicias, de Matanzas, y obtuvo el grado militar de teniente del Ejército Rebelde.

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Desde la fundación de la Academia de Ciencias de Cuba y posteriormente del Instituto de Ciencias Sociales, se incorporó al trabajo científico como arqueólogo, y participó en numero-sos trabajos en este campo, en una etapa muy fructífera para la especialidad.

Pero de nuevo otras funciones y responsabilidades le impi-dieron desarrollar la labor que más sentía desde el punto de vista vocacional. Payarés fue nombrado director del Archivo Nacional y posteriormente jefe del Departamento de Monu-mentos de la Dirección Nacional de Museos y Monumentos del entonces Consejo Nacional de Cultura.

Trabajó intensamente en la formación de las colecciones y luego en la fundación del Museo de Armas, del que fue su primer director.

No obstante, resulta impresionante el número de trabajos de investigación arqueológica que pudo realizar y la notable labor que llevó a cabo dictando conferencias para difundir el conoci-miento de la arqueología entre la población en diferentes secto-res sociales.

Payarés Suárez falleció en Camagüey en 1993, dejando, además, una importante bibliografía, tanto en arqueología aborigen como colonial.

Jorge Antonio Calvera Rosés nació en Baracoa, Guantá-namo, en 1938. Licenciado en Historia, especializado en ar-queología aborigen y luego Doctor en Ciencias, ha sido el arqueólogo que más profunda y prologadamente ha investiga-do esta ciencia es territorio camagüeyano, desde la década de los 70 del siglo XX en adelante.

Su participación con el Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias en diversas zonas del país fue extensa, sobre todo en Cubitas, lo que posibilitó una profundización teórica del estudio de las manifestaciones del arte de nuestros aborígenes, así como de la interrelación del hombre primitivo con el medio físico-geográfico y el entorno geobiológico. Esas investigaciones fueron hechas en coautoría con el investigador Roberto Funes Funes.

Posteriormente, el doctor Calvera Rosés ha desarrollado una fructífera labor en la vecina provincia de Ciego de Ávila.

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GLOSARIO

Ajuar: conjunto de útiles pertenecientes a una cultura, que permiten su clasificación por el nivel de desarrollo material.

Aguas freáticas: las que constituyen los embalses y ríos sub-terráneos, cuencas subterráneas y mantos acuíferos. Fluyen en sentido horizontal o subhorizontal desde las áreas de alimenta-ción hacia las zonas de drenaje. Pueden dar lugar a cavernas subhorizontales u horizontales del subsuelo.

Alfarería: denominación utilizada para las técnicas de obten-ción de objetos de barro y para las manifestaciones artísticas correspondientes.

Almiquí: cuadrúpedo, mamífero, insectívoro de pequeño ta-maño, casi desaparecido en Cuba por la desaparición de su hábitat; pero abundante en tiempos precolombinos. Su nombre científico es Soledonon cubanus (Peters).

Amerindio: término surgido en 1899 y usado frecuentemente para designar a los que habitaban el Nuevo Mundo desde an-tes de la llegada de los españoles y aun después; aplicable a los aborígenes americanos. Se deriva de las sílabas iniciales de las voces inglesas american indian.

Artefacto: cualquier objeto que haya sido trabajado a partir de un material y destinado al uso en diversos fines.

Aruaco: (también arahuacos o arawacks) grupo de pueblos de origen amazónico que habitaban en la costa de Venezuela y las Antillas en la época de la conquista española, y desde mu-cho antes. Todos los grupos culturales aborígenes de Cuba eran aruacos.

Asentamiento: Lugar donde radicó una comunidad, determina-do por la presencia de objetos pertenecientes a sus integrantes.

Batey: lugar llano y limpio, a modo de plaza, de algunos pue-blos indios.

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Behíque: versión antillana del shamán. Personalidad relevante en las comunidades aborígenes que fungía como sacerdote, hechicero o médico.

Bija: (Bixa orellana Lin.) árbol de la familia de las bixáceas. Por maceración de la semilla se extrae una sustancia de color rojo que los aborígenes empleaban para teñirse el cuerpo y que usaban, en general, como pintura. Preserva, además, la piel contra las picadas de los insectos.

Bohío: vivienda cuadrada o rectangular de los aborígenes, aunque las únicas que describió Colón fueron las redondas, llamadas “caneyes”. En la lengua aruaca de los taínos “bohío” significaba “casa” y su raíz está en las voces “bax” y “bahi” o “bahu”.

Burén: disco grueso y plano de barro cocido, usado para tos-tar por deshidratación las tortas de masa de yuca rallada y convertirlas en casabe.

Buril: instrumento de piedra obtenido por medio de la talla. Tiene una o más esquinas removidas por un golpe para obte-ner en los extremos la forma de un escoplo o cincel.

Cacique: miembro de una comunidad aborigen cuya función debe haber sido la de organizar las actividades colectivas. Su responsabilidad conllevaba distinciones y trato especial. Era el jefe de la tribu o pueblo. Era la autoridad superior civil, militar y, a veces, religiosa.

Cacicazgo: vocablo español derivado de la voz aruaca cacica-to. Zona de influencia o mando de un cacique.

Caney: tiene dos acepciones: la primera, consagrada por los cronistas, significa “casa circular”. La segunda, errónea, se refiere a residuarios donde han aparecido entierros aborígenes, como los que aparecen en sitios preagroalfareros al sur de Camagüey. En este caso debe decírseles montículos o residua-rios, pero nunca caneyes.

Caribes: comunidades del área amazónica que se introdujeron en las Antillas hacia el 500 de nuestra era. Muy belicosos, desplazaron a otros aruacos como ellos, establecidos desde antes en las Antillas Menores. En los momentos de la conquis-ta realizaban incursiones en las Antillas Mayores.

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Catauro: especie de cesto formado con yaguas y muy usado para transportar y almacenar frutas, carnes, alimentos de todo tipo y efectos en general. Actualmente se usan catauros para empacar el casabe.

Cayo: en lengua lucaya o yucaya significa “isla”. Sigue usándo-se, pero referido a pequeñas islas. Los conquistadores llamaron “cayos” a los preagroalfareros que habitaban en pequeñas islas y zonas cenagosas de la cosa sur, sobre todo de Camagüey.

Cemí: imagen antropomorfa o zoomorfa de un ídolo, deidad o divinidad de los aborígenes, elaborada en madera, piedra, ce-rámica, hueso y hasta algodón. Hay pictografías que represen-tan a estas divinidades correspondientes al mundo mágico-religioso de los aborígenes.

Ciboney: (posteriormente siboney) término que designa a algunas culturas preagroalfareras de Cuba. Así denominó Las Casas a los que calificó como “primeros habitantes de Cuba”.

Complejo: nombre utilizado preferentemente por Irving Rou-se para denominar a distintas culturas que se distinguen en las épocas paleoindias y neoindias de América. Ejemplo: el com-plejo Cayo Redondo. Los complejos se definen en función de los tipos de artefactos representados en los sitios.

Conchal: acumulación de conchas producidas por una comu-nidad aborigen. Un conchal puede ser el basurero de un lugar donde hubo una residencia. Ese basurero arqueológico es de gran importancia, porque en él hay evidencias materiales de objetos arrojados allí como desechos (de hueso, concha, pie-dra, cerámica, etc.) y restos de la dieta alimenticia.

Conuco: terreno labrado y cultivado por aborígenes.

Cueva: cavidad subterránea natural más o menos extensa. Es sinónimo de caverna. Es mayor que las grutas, grietas o fur-nias. El vocablo espeleológico que las resume como concepto es espelunca.

Cueva freática: la producida por la acción erósico-disolutiva de las aguas freáticas aciduladas sobre las rocas calizas.

Cuchillo: instrumento de piedra obtenido por medio de la talla. Puede tener diversas formas pero se caracteriza funcio-nalmente por una superficie afilada y otra roma sobre la cual se ejercía presión para cortar.

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Cultura: el total de la herencia de los rasgos no biológicos de una comunidad, socialmente transmitidos, incluyendo los tec-nológicos, sociales, ideológicos, religiosos y las formas artísti-cas, de conducta y objetos materiales. Dicho de otra forma, es el conjunto de valores materiales y espi-rituales creados por la humanidad en el curso de la historia. En arqueología, es el conjunto de evidencias materiales cuya similitud permite establecer y ubicar un momento histórico dado. Cazadores-recolectores, conformaron las culturas prea-groalfareras, como agricultores-ceramistas conformaron las culturas agroalfareras.

Chicoide: estilo cerámico. Conjunto de la industria cerámica aborigen detectado en el sitio Boca Chica, en el suroeste de La Española. Corresponde a los grupos agroalfareros más desa-rrollados de las Antillas. Se distingue por un interés renovado en las asas modeladas incisas o en la decoración mediante incisiones. Se generó en la parte oriental de La Española y es una continuación de la tradición sasadoide-ostionoide en lo que concierne a los materiales y las formas, pero difiere en decoración.

Desarrollo: en arqueología, acumulación lenta y gradual de cambios cuantitativos.

Dolina: cuando el techo de una cueva se desploma, se forma un valle cerrado que comúnmente llamamos dolina, aunque no es este el único tipo de este fenómeno cársico. Hay dolinas corrosivas o de disolución, dolinas de corrosión y desplome, dolinas cársico-sufosivas o de succión, dolinas de infiltración y desplome y, finalmente, dolinas originadas por la influencia de las aguas subterráneas.

Esferolito: bola o esfera de piedra tallada y pulida. Las llama-das esferolitas son frecuentes como ofrendas en entierros de preagroalfareros tardíos.

Espeleología: ciencia que se ocupa del estudio de las caver-nas, su origen, fauna, flora, etcétera.

Estalactita: concreción calcárea que suele formarse en las ca-vernas por el goteo y la lenta infiltración de las aguas carbonata-das en disolución. Inicialmente son finas y huecas, como espa-guetis. Luego van tomando grosor y asemejan embudos que penden del techo de la cueva con la parte más fina hacia abajo.

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Estalagmita: estalactita invertida que se forma en el suelo de la caverna por el goteo de aguas con carbonato de sal en diso-lución que caen desde el techo de las cavernas. Cuando las estalagmitas alcanzan suficiente altura, se unen a su corres-pondiente estalactita y se forma una columna. Estalactitas y estalagmitas son las causantes de las formaciones secundarias de las cuevas, elementos que “decoran” con una impresionante belleza las galerías y salones.

Estilo: en arqueología, un concepto utilizado para determinar un modo particular de un artista o de una época, en función de la cerámica; ejemplo: estilo cerámico chicoide. Un modo par-ticular de usar la cerámica.

Fechado por carbono 14: método para obtener fechados, basado en el principio de que toda materia orgánica viviente, junto al carbono ordinario, asimila otro carbono de peso ató-mico 14 (radioactivo), que tiene la particularidad de ir desinte-grándose lentamente a partir de la muerte del ser vivo y que a los 35 000 años ha desaparecido totalmente. Por lo tanto, es posible determinar la antigüedad de algunos restos orgánicos en dependencia de la cantidad de carbono 14 radioactivo que conserven todavía, en el momento de la medi-ción. Este método fue desarrollado en 1949 por los geólogos norteamericanos Libby, Anderson y Arnold, en la Universidad de Chicago.

Fechado por colágeno: método para obtener fechados, a par-tir del principio de que hay una proteína, contenida en los hue-sos, los cartílagos y la piel que tiene la propiedad de perder uniformemente algunas de sus características a partir de la muerte del individuo. Esa proteína se llama colágeno y es el material a partir del cual se fabrican colas para pegamentos. Aplicando métodos de análisis químicos y estadísticos a las condiciones climáticas del lugar de donde se extraen las muestras y el espectro geo-químico del medio en que dicha muestra estuvo inmersa, se puede establecer un sistema de cronología absoluta que ha dado resultados interesantes y es lo que se ha dado en llamar “fechado de cronología absoluta por colágeno”.

Gladiolito: artefacto de piedra relativamente blanda, de forma parecida a una daga pero con punta roma o redonda y carente

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absolutamente de filo. El gladiolito es un instrumento que se ha encontrado como ofrenda en entierros de preagroalfareros tardíos.

Gubia: Fernando Ortiz las describe como “pedazos de caracoles cortados por un extremo a bisel cortante, y destinados a ser asi-dos por el otro extremo para trabajar la madera a modo de esco-plo o formón curvo”. La gubia de concha es el artefacto o instru-mento de trabajo más característico del preagroalfarero tardío, conocido también como el siboney aspecto Cayo Redondo.

Homo sapiens: la única especie viviente del género homo, al cual pertenece la humanidad.

Iguana: nombre genérico de un reptil parecido a los lagartos, que llega a alcanzar más de un metro de largo en la adultez. Su carne era muy preciada por los aborígenes. Su nombre científico es Cyclura macleayi Gray.

Indio: denominación que se aplica a los aborígenes de Améri-ca y a sus descendientes. Aceptada por el uso y la costumbre, aunque indios son únicamente los nativos de la India.

Industria: conjunto de las operaciones que concurren en la transformación de las materias primas. En arqueología, con-junto de técnicas y sus consecuentes piezas elaboradas a partir de un material. La industria puede ser de la madera, de la pie-dra, de la concha, del hueso, del barro, y de las fibras textiles.

Jutía: mamífero roedor abundante en las Antillas y Las Baha-mas, de figura semejante a una rata, cuya carne era muy apre-ciada por los aborígenes. Hay varias especies de jutías, cuyo nombre científico general es Capromys Sp.; unas viven en los árboles, otras prefieren las zonas rocosas y hay una especie cuyo medio fueron los manglares.

Lámina: instrumento de piedra obtenido mediante la técnica de la talla. Son aquellas piezas que consisten en una lasca cuya longitud es, cuando menos, dos veces el ancho de la misma.

Lapiés (en Cuba, diente de perro): formas típicas del relieve cársico, caracterizadas por formas variadas y caprichosas. En todos los casos, se deben al proceso de disolución de las rocas calizas por la acción de las aguas aciduladas o el viento.

Loma: término geográfico que designa las pequeñas alturas prolongadas y generalmente redondas.

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Meillacoide: estilo cerámico. Conjunto de la industria cerámi-ca aborigen detectada originalmente en el sitio Meillac, en la parte haitiana de La Española. Este estilo está presente en los grupos agroalfareros cubanos desde su fase más temprana hasta el momento de la conquista.

Monte: tierra inculta cubierta de árboles, arbustos o matas. Selva, vegetación tupida.

Montículo: elevación artificial constituida por mezcla de tie-rra, concha, huesos, piedras e incluso restos humanos y de la dieta, generalmente dispuestos en estratos, entre los que se encuentran los objetos de manufactura indígena, etc.

Naborí: aborigen preagroalfarero que estaba al servicio de los nitaínos (casta superior) dentro de las comunidades agroalfareras.

Nitaíno: casta superior de los aborígenes agroalfareros. Los nitaínos se dividían, según sus funciones, en matunjerí (que eran los jefes), bajorí (guerreros), y guaojería o guajiro (encargados de la tierra y los cultivos).

Núcleo: bloque de piedra que se ha preparado para extraer del mismo lascas, en la industria de la piedra tallada.

Ostionoide: estilo cerámico. Conjunto de la industria cerámi-ca que se originó en el sitio Ostiones, en Puerto Rico. Poste-riormente pasó a La Española y Jamaica. En Cuba se ha obser-vado la presencia de esta cerámica en pequeñas cantidades, sobre todo en el extremo oriental de la isla.

Palafito: vivienda primitiva construida sobre estacas. Por ex-tensión, cualquier tipo de vivienda edificada sobre el agua.

Percusión: acción de percutir para separar una lasca de un núcleo pétreo, en la industria lítica. El área preparada para golpear sobre la misma y extraer lascas o láminas se llama plano de percusión.

Petroglifo: cualquier símbolo grabado en una roca. Hay petro-glifos con formas zoomorfas y antropomorfas.

Pictografía: pintura efectuada sobre las rocas. La mayoría de las pictografías cubanas están pintadas en las paredes de las cuevas, lo que no quiere decir que no se hicieran también en lugares abiertos, aunque han desaparecido.

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Piedra lasqueada: roca o mineral que por medio de la percu-sión o la presión ha sido separada de una masa mayor o núcleo.

Polja: por la génesis y los contornos de valle cerrado, puede decirse que las poljas son dolinas (V.) de gran tamaño. Su fondo, de aluvión y sedimentos, tiene suelos profundos y, al no estar lejos del manto freático, son muy fértiles. Las poljas pueden ser tectónicas, corrosivas, de desplome y se pueden originar también a partir de valles cársicos.

Residuario: lugar donde hay evidencias materiales que indi-can la presencia de comunidades humanas. El residuario es una concepción más abarcadora que el montículo. Puede haberlos en los más diversos lugares. Fernando Ortiz propuso con gran acierto este término para designar a “un montón o depósito de residuos o basurero que indica radicación de un grupo de personas en ese lugar”.

Saladoide: estilo cerámico. Conjunto de la industria cerámica aborigen detectada originalmente en el sitio Saladero, en las márgenes del río Orinoco, en Venezuela. En sus inicios fue una cerámica policroma, y tiene esa caracte-rística la más temprana de las cerámicas que entraron en las Antillas. Llegó hasta Puerto Rico y la porción oriental de La Española, en donde evolucionó hasta convertirse en monocro-mada. Rasgos de la cerámica saladoide aparecen en alguna cerámica meillacoide cubana

Serie: nombre genérico utilizado por los arqueólogos para designar los complejos o estilos que pueden ser situados en las líneas de desarrollo de una época determinada. A cada serie se le da el nombre de acuerdo con el complejo o estilo típico, añadiéndole el sufijo oide: saladoide, ostionoide, meillacoide, etc. Este nombre genérico está relacionado con la cerámica.

Shamán: especialista en cuestiones religiosas de una tribu, que según la tradición, ha recibido su poder directamente de fuerzas naturales. Sinónimo de hechicero y curandero. Origi-nalmente el término shamán estuvo restringido a ciertas tribus siberianas, de donde proviene fonéticamente; pero hoy en día se usa universalmente.

SIBONEY: (ver Ciboney).

Sitio ceremonial: en arqueología aborigen se denomina así al lugar donde se ha procedido a depositar los cadáveres y que no fue utilizado como lugar de habitación.

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Subtaíno: término usado por Irving Rouse para designar a los agroalfareros más avanzados culturalmente.

Taíno: se usa este vocablo para designar al grupo aruaco cul-turalmente más avanzado. Aparece por primera vez durante la primera visita de Colón a Guadalupe. Las mujeres puertorri-queñas cautivas en las islas Caribes, gritaban desde la orilla: “¡Taíno, taíno!” que significaba “bueno”. También cuando Colón avanzó sobre el pueblo de Guacanagarí, en Marién (La Española), durante su segundo viaje, fue recibido por gente que decían no ser caribes, sino taínos. En arqueología, los taínos se corresponden con la clasificación de agroalfareros tardíos.

Toponimia: estudio de los nombres propios de los lugares geográficos.

Yuca: planta de la familia de las liliáceas, con tallo arbores-cente y de cuya raíz se saca la harina que era utilizada por los agroalfareros para la fabricación de casabe. La más vieja va-riedad de la especie se denominó Manihot sculenta. Luego, por la intervención del hombre, fueron creadas otras variedades como la Manihot aipí o yuca dulce y la Manihot utilissima, que es la yuca amarga, que era con la que hacían el casabe, extrayéndole previamente el ácido prúsico o cianhídri-co (un potente veneno). El cultivo de la yuca (alimento básico de los aborígenes en las cuatro quintas partes de la América del Sur, así como en las Antillas y algunas regiones de Mesoamérica) implicó uno de los primeros esfuerzos humanos en el terreno de la genética. Tan solo de la Manihot utilissima, los taínos de La Española distinguían por lo menos seis variedades. El cronista Oviedo dice que se llamaban ypatex, diaconam, nubaga, tubaga, coro y tabucán.

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El libro Camagüey en la arqueología aborigen de Cuba, de Roberto Funes Funes,

se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2005 por el sistema computarizado de la Editorial Ácana

en Camagüey. La edición consta de 500 ejemplares.

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